Henri Bergson
Henri Bergson
Henri Bergson
¿Qué te hace reír? ¿Qué nos hace reír como sociedad? ¿El humor atraviesa fronteras? ¿Hay humor
sin risa? ¿Y risa sin humor?
¿Cambia el humor con el tiempo o nos reímos de las mismas cosas que en tiempos remotos? ¿Hay
límites para el humor? ¿Cuáles son?
¿Qué personas te hacen reír? ¿por qué?
¿A vos te define el humor? ¿o tu no humor?
¿Alguna vez leíste una narración que te provocó risa? ¿Cuál?
Lectura :
Bergson, Henri.
La risa. Ensayo sobre el significado de la comicidad (Fragmento)
Éste es el primer aspecto que destacaremos: No hay comicidad fuera de lo propiamente humano.
Un paisaje podrá ser hermoso, armonioso, sublime, insignificante o feo, pero nunca será risible. Nos
reiremos de un animal, pero porque habremos descubierto en él una actitud de hombre o una
expresión humana. Nos reiremos de un sombrero; pero no nos estaremos burlando del trozo de
fieltro o paja, sino de la forma que le han dado unos hombres, del capricho humano que lo ha
moldeado. ¿Cómo es posible que algo tan importante, en su sencillez, no haya llamado más la
atención de los filósofos? Varios han definido al hombre como “un animal que sabe reír”. También
podrían haberlo definido como un animal que hace reír, pues si algún otro animal lo consigue, o
algún objeto inanimado, es por un parecido con el hombre, por la marca que el hombre le imprime o
por el uso que el hombre hace de él. Señalemos ahora, como un síntoma no menos digno de
observación, la insensibilidad que suele acompañar a la risa. Parece que la comicidad sólo puede
producir su estremecimiento cayendo en una superficie de alma bien tranquila, bien llana. La
indiferencia es su entorno natural. El mayor enemigo de la risa es la emoción. No quiero decir que
no podamos reírnos de una persona que nos inspire piedad, por ejemplo, o incluso ternura: pero por
unos instantes olvidaremos dicha ternura, acallaremos dicha piedad. En una sociedad de
inteligencias puras es probable que ya no se llorase, pero tal vez se seguiría riendo; mientras que
unas almas invariablemente sensibles, en perfecta sintonía con la vida, en las que todo
acontecimiento se prolongaría en resonancia sentimental, ni conocerían ni comprenderían la risa.
Intente, por un momento, interesarse por todo lo que se dice y lo que se hace, actúe, en su
imaginación, con los que actúan, sienta con los que sienten, lleve, en definitiva, su simpatía a su
máximo esplendor: como por arte de magia verá que los objetos más ligeros ganan peso, mientras
una coloración severa tiñe todas las cosas. Ahora desapéguese, asista a la vida como espectador
indiferente: muchos dramas se volverán comedia. No tenemos más que taparnos los oídos cuando
suena la música, en un salón de baile, para que los bailarines nos resulten ridículos. ¿Cuántas
acciones humanas superarían una prueba de este tipo? ¿Y acaso no veríamos cómo muchas de ellas
dejan de pronto de ser graves para ser divertidas, si las aislásemos de la música de sentimiento que
las acompaña? La comicidad exige pues, para surtir todo su efecto, algo así como una anestesia
momentánea del corazón, pues se dirige a la inteligencia pura. Eso sí, dicha inteligencia debe
permanecer en contacto con otras inteligencias. Éste es el tercer hecho que deseábamos destacar. No
disfrutaríamos la comicidad si nos sintiéramos aislados. Parece ser que la risa necesita un eco.
Escúchelo con atención: no se trata de un sonido articulado, nítido, acabado; es algo que quisiera
prolongarse repercutiendo de forma paulatina, algo que empieza con un estallido 3 para luego
retumbar, como el trueno en la montaña. Y sin embargo, dicha repercusión no es infinita. Puede
caminar dentro de un círculo todo lo vasto que se quiera, pero que no dejará de estar cerrado.
Nuestra risa es siempre la risa de un grupo. A lo mejor ha escuchado usted alguna vez, en un vagón
o en una mesa común, a unos viajeros contándose historias que debían de ser cómicas para ellos
puesto que se reían con ganas. Se habría reído como ellos si hubiera formado parte de su sociedad.
Pero al no ser así, usted no tenía ganas de reír. Un hombre al que le preguntaban durante un sermón
por qué no lloraba como todos los asistentes respondió: “No soy de la parroquia”. Lo que ese
hombre pensaba de las lágrimas sería mucho más cierto en el caso de la risa. Por mucha franqueza
que se le suponga, la risa esconde una segunda intención de entendimiento, e incluso de
complicidad, con otras personas que ríen, reales o imaginarias. ¿Cuántas veces se habrá dicho que la
risa de los espectadores, en teatro, es mayor cuanto más llena está la sala? ¿Cuántas veces se habrá
resaltado, por otra parte, que muchos efectos cómicos son intraducibles de una lengua a otra,
relativos por lo tanto a las costumbres e ideas de una sociedad particular? Pero es la incomprensión
de la importancia de este doble hecho la que ha llevado a ver en la comicidad una simple curiosidad
que divierte a la mente y en la risa un fenómeno extraño, aislado, sin nexo alguno con el resto de la
actividad humana. De ahí esas definiciones que tienden a hacer de la comicidad una relación
abstracta percibida por la mente entre las ideas, “contraste intelectual”, “absurdo perceptible”, etc.,
definiciones que, aunque sirviesen para todas las formas de la comicidad, no explicarían en absoluto
por qué la comicidad nos hace reír. Porque ¿a qué se debe que esta peculiar relación lógica, nada
más percibida, nos contraiga, nos dilate, nos sacuda, mientras que todas las demás dejan a nuestro
cuerpo indiferente? No afrontaremos el problema desde este ángulo. Para entender la risa, hay que
volver a ponerla en su entorno natural, que es la sociedad; y sobre todo hay que determinar su
función útil, que es una función social. Tal será, digámoslo desde ya, la idea directriz de todas
nuestras investigaciones. La risa debe responder a ciertas exigencias de la vida en común. La risa
debe tener un significado social.
1) Realizá un punteo de las ideas de Bergson sobre el humor que consideres más relevantes.