Gutiérrez, R. Cartas A Mis Hermanas - RGA
Gutiérrez, R. Cartas A Mis Hermanas - RGA
Gutiérrez, R. Cartas A Mis Hermanas - RGA
CARTAS A MIS
HERMANAS MÁS
JÓVENES
Gutiérrez Aguilar, Raquel.
Título: Cartas a mis hermanas más jóvenes.
Minervas Ediciones, Bajo Tierra Ediciones,
Editorial Zur & Andrómeda, 2020.
Diseño y diagramación
Martín Villarroel Borgna
Foto de portada:
Colectivo Manifiesto
PRESENTACIÓN
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PRIMERA CARTA
El pacto patriarcal
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Puebla, México, a 13 de febrero de 2020.
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Explorar el pacto patriarcal para reconocerlo
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Para desarrollar mis argumentos, nos nutriré por lo
pronto con las ideas de dos relevantes pensadoras euro-
peas: Luisa Muraro y Almudena Hernando. Muraro ha
explorado en profundidad la negación y desconocimiento
de la autoridad materna -fuente por excelencia de autori-
dad femenina según su argumento- que el pacto patriarcal
lleva a cabo. Hernando, por su parte, ha indagado profun-
damente en la radical negación patriarcal de la trama de
interdependencia imprescindible para el sostenimiento de
la vida humana -en sus dimensiones materiales, emocio-
nales y simbólicas- lo cual permite la invisibilización y
desconocimiento de los lazos que configuran dicha tra-
ma permitiendo que aparezca la imagen fetichizada del
“hombre independiente”, es decir, solo y que se basta a
sí mismo.
Si la inmensa autoridad materna -que simbólicamente
es también la autoridad de la Tierra viva que habitamos,
de la Naturaleza que somos- fue negada y desconocida
desde lo que se conoce como “comienzo de la historia”
-ie, de la zaga escrita de la humanidad- entonces, expli-
ca Muraro, no sólo se requirió instalar, en algunas cultu-
ras, a un omnipotente Padre como solitario creador de la
vida; también se hizo indispensable la alianza entre los
“semejantes” a ese Padre simbólico: seres humanos con
cuerpo de varón. Tal alianza es siempre jerarquizada y je-
rarquizante además de violenta, como aprendemos en las
historias mitológicas y religiosas occidentales y también
en la vida cotidiana mientras se despliega cada existencia
singular.
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El pacto entre varones -que se ha extendido en el úl-
timo siglo hacia algunas mujeres- es tan generalizado y
está tan naturalizado que no es extraño que, con frecuen-
cia, sea muy difícil percibirlo con claridad. Considero
pues que el pacto patriarcal es, todavía, el armazón es-
tructural más íntimo de la vida social contemporánea; y
que hilvana la continuidad de la vida privada y pública
afirmando, además, que tales esferas de las mismas vidas
están separadas, que son distintas y ajenas. El capitalis-
mo y la colonialidad se entretejen y se sostienen sobre
tal armazón. Es como si el pacto patriarcal, a modo de
un histórico palimpsesto, de una difusa figura que pare-
ce ya borrada aunque permanece por debajo de lo que se
escribe y produce en el presente, contuviera un potente
efecto de realidad: la insólita capacidad de empujar a las
relaciones sociales a conformarse con sus antiguos trazos
aparentemente inexistentes, a desplegarse según su viejo
diseño. Esto es lo que me interesa analizar: los trazos ol-
vidados o no inmediatamente reconocidos ni reconocibles
de la jerarquización y la expropiación que una y otra vez
nos inscriben en un bucle de repetición. La repetición del
orden patriarcal y por tanto del capitalismo colonial. Me
propongo dibujar un esquema que me ayude a entender el
mecanismo de la repetición en tanto la lucha feminista re-
novada requiere romper tal mecanismo para abrirse paso
a la creatividad y a la abundancia.
La vida social se organiza, al menos desde la moderni-
dad capitalista, en dos ámbitos que se pretenden separados
y distintos: el privado y el público. El ámbito privado se
organiza prácticamente en torno a dos dispositivos: matri-
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monio y familia; una crítica a tales dispositivos la he de-
sarrollado en otro trabajo. Las dificultades para sostener
nuestras luchas en el ámbito público, que es el corazón
de mis actuales preocupaciones exige tomar en cuenta,
siempre, que dicho espacio históricamente se ha organi-
zado directamente con base en el pacto patriarcal, en la
sujeción/negación del trabajo de reproducción de la vida
y en la desposesión y explotación radical de las mujeres.
De ahí que un eje central de la estabilidad y perdurabili-
dad del pacto patriarcal sea la herencia: la determinación
diferenciada y jerarquizante de quién sucede a quién y a
qué tiene derecho cada cuerpo nuevo, diferenciado y con-
notado jerárquicamente en virtud de ello. Es éste un pilar
fundamental de la continuidad del pacto. La cuestión de la
herencia -material y simbólica- es crucial porque en casi
todas las culturas -aun si formalmente en la modernidad
contemporánea esto pretende haberse equilibrado- fija a
cada quien según el sexo/género que ostente de manera
diferenciada en la cadena estructurada del linaje; lo cual
marca la relación de cada persona con el conjunto especí-
fico de recursos materiales y/o simbólicos disponibles por
la trama de origen. Así, a través de la herencia -material
y simbólica- se reitera y repite, también, la jerarquización
material racializada entre clases y entre varones y muje-
res. Una y otra vez.
Por otro lado, tal como esbozamos más atrás, el segun-
do contenido del pacto patriarcal -que en cierto modo es
componente complementario de la ubicua agresión hacia
nosotras, nuestros cuerpos, energía y creaciones- consiste
en la belicosa jerarquía interna que se establece entre los
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miembros del pacto a fin de fijar quién ocupará el lugar
simbólico del “padre”, cual será el “macho alfa” o fun-
girá de “jefe”. La tensa rivalidad entre los miembros del
pacto patriarcal que lo convierte en una estructura, o bien
altamente inestable o rígidamente vertical y autoritaria,
empuja una y otra vez a quienes lo componen hacia la
elaboración y fijación de jerarquías ritualizadas e inamo-
vibles que garanticen perdurabilidad a los vínculos e inhi-
ban la muerte recíproca. La amenaza de la guerra -inter-
na- es siempre un peligro al interior del pacto; que suele
exorcizarse a través de la guerra externa. Pacto patriarcal
y lógica de guerra son, hasta donde entiendo, caras de la
misma moneda.
3 En la próxima carta les contaré cómo “olvidé” mis momentos de más fuer-
za y más gozo, porque no logré integrar su significado a mi trayectoria vital.
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pueril e incomprensible en el que se condensa lo negado
y oculto. Comprender un suceso así alumbra con claridad
el pacto patriarcal contra nosotras, porque nos obliga a
verlo. Me ha ocurrido que cuando comprendemos a fon-
do el pacto patriarcal en una pequeña situación particular,
entonces nos dotamos de la capacidad de significar sus
múltiples repeticiones a distintas escalas.
Era un lunes de junio de 2016 y los maestros de edu-
cación básica de Puebla, al igual que en muchos otros
lugares de México, estaban en las calles impugnando la
mal llamada “reforma educativa”. Recién había ocurri-
do la masacre de la Mixteca en Nochixtlán. Nosotras, en
el Posgrado en Sociología de la Universidad de Puebla
-donde trabajo también de manera asalariada-, teníamos
ese día una reunión muy importante: llevaríamos ade-
lante el proceso de selección de la nueva generación de
doctorado. Es complicado hablar sobre esto pues parecen
un conjunto de “infidencias”. Siempre ha sido así. Ellos
agreden y una debe callar acerca de sus agresiones. Aho-
ra ya lo sabemos claramente y no obedecemos. El caso
de la mujer violentada dentro de la pareja es el más co-
nocido, pero el problema es que se espera que ocurra lo
mismo en el conjunto de la sociedad, en otros espacios
supuestamente “de pares”: se espera de nosotras la mis-
ma “lealtad”, el mismo silencio que garantice impunidad,
que invisibilice la agresión. Para no entrar en demasiados
detalles presentaré un esquema resumido de lo que ocu-
rrió aquel día: un procedimiento conocido para realizar
la selección, un caso en el que se cumplen los requisitos
marcados por el procedimiento –en el cual está muy claro
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nuestro interés-, relacionado con una compañera con la
que ya hubo roces fuertes con algunos de quienes parti-
cipan en el pacto patriarcal que subyace a este espacio
aparentemente democrático y de izquierda de producción
de ideas y formación de nuevas generaciones. Repentina-
mente, introducción de un nuevo criterio para discriminar
y excluir. Sorpresa por parte nuestra. Argumentos nues-
tros contra la regla que acaba de incorporarse al proceso.
Polarización creciente en la reunión: nosotras y sólo no-
sotras en uno de los polos,4 todos los demás, incluida una
colega, en el otro. ¿Qué pasa? ¿Cómo lograron acuerparse
tan rápido? ¿Están realmente todos de acuerdo? El truco:
no están de acuerdo sobre el punto. Están de acuerdo en
que tienen que contenernos a nosotras. Nosotras no pode-
mos desafiar su estabilidad, su capacidad de establecer la
“última palabra”. Asombro: ¡es una acción colectiva de
disciplinamiento contra nosotras! Más asombro cuando
una aparentemente loca idea surge desde el cuerpo todo:
¡esto es el sucedáneo de la violación disciplinaria glosada
por Rita Segato! Darnos cuenta de esto no es tan obvio.
Nos parece tan repugnante y tan descabellada la idea que
la primera disposición nuestra es negar lo que está ocu-
rriendo. No aceptamos los hechos tan delirantes como son
y nos aferramos a la creencia de que habitamos un espacio
de pares. El cuerpo de una de nosotras reaccionando en
4 El “nosotras” al que aludo aquí está constituido por Mina Navarro, Lucia
Linsalata y mi persona, quienes formamos parte del Posgrado en Sociología
y sostenemos un área de investigación específica llamada “Entramados co-
munitarios y formas de lo político”. Es ahí y con ellas con quienes ejerzo mi
oficio de profesora.
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forma de vómito: algo sí ocurre, algo grave, muy grave
está ocurriendo. Dificultad enorme para ir de los hechos a
la significación pues cuesta mucho admitir que estalle un
fundamento del orden patriarcal capitalista moderno: la
ilusión de igualdad, la fantasía de paridad.
Todo ese imaginario, en una tarde gris de junio se
revela como una gran mentira; se desgarra el velo que
cubre el pacto patriarcal. Es nuestro empuje el que lo
hizo visible, aunque es tan horrible mirarlo que nos cues-
ta trabajo aceptar lo que vemos. Se rompe la imagen que,
hasta un minuto antes, teníamos de algunos de los cole-
gas: todos actúan como parte de la fratria. De la fratria
que castiga y disciplina a las mujeres que han tenido la
audacia de coaligarse lo cual, en su opinión, conduce al
desafío a sus reglas y a su autoridad. Todo tan trivial, tan
inmediato, tan veloz, que es difícil aceptarlo. Todo tan
“cavernario” que resulta repulsivo. Lo peor de todo: de
manera inmediata lo que va pasando se presenta como
incomprensible. Lo único claro es el resultado: ellos im-
pusieron de manera virulenta una decisión en la que no
hubo disposición a escuchar nuestros argumentos y sobre
la cual nosotras no logramos incidir. Protestamos, eso sí.
Escribimos cartas y quejas. Por supuesto. No surtieron
efecto. Como si nuestra palabra se devaluara comple-
tamente apenas dejara nuestros labios. Y el truco para
hacerlo, igualmente ultra conocido: tergiversar lo que
nosotras enunciamos y afirmar que decimos otra cosa,
aun si ha sido expresado por escrito y es posible cotejar
una y otra versión. A ninguno le interesa hacerlo. Es otra
cuestión lo que se está jugando en la disputa: disciplinar-
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nos y reinstalar su monopolio de la decisión.
Lo que está en juego es que ellos nos perciben como
amenaza y no admiten nuestro interés por trabajar tam-
bién con otra mujer que con anterioridad les ha marca-
do límites. Ellos no nos apoyarán, lo cual no es novedad.
ése ha sido el modo de relacionarse con nosotras desde
que nos constituimos como equipo. La falta de apoyo, sin
embargo, constituye sólo el primer momento de la clase
de relación que entablan con nosotras. Más tarde ha co-
menzado la agresión: solapada e indirecta en ocasiones,
abierta y belicosa esta última vez, y las siguientes.
No se trata únicamente de que alguno dentro de la
fratria tenga una “personalidad” problemática y agresiva.
Aun si ése es el caso, en realidad la cuestión de fondo
está en otro lugar. Es el esfuerzo por restablecernos “en
nuestro lugar”. Sí, el lugar dominado y sujeto en el que
la masculinidad dominante pretende instalarnos. El lugar
que es funcional a sus propios acuerdos y objetivos. ¿Un
lugar y una voz propia para nosotras? ¿Tendencialmente
autónomos? ¡No! ¡Ese espacio y esa voz no son admisi-
bles! Habrá que disputar y seguir creándolo.
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El lugar en el que no nos vamos a quedar
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En medio de esta efervescencia que ha vuelto a acti-
varse con potencia increíble mi postura es la siguiente:
rastreo experiencias de lucha en primera persona, asu-
miendo –con el feminismo de la diferencia- que habitar un
cuerpo de mujer o feminizado –o uno de varón- marca una
diferencia fundamental en el modo como experimenta-
mos el mundo y en los caminos que ensayamos para sub-
vertir las relaciones de explotación, opresión y despojo
en las que quedamos atrapadas. Además de ello, adhiero
a los feminismos autónomos, populares y comunitarios,
anticapitalistas y anticoloniales, enfocando la mirada en
las relaciones de interdependencia necesarias para soste-
ner la vida, en su maleabilidad y, al mismo tiempo, en
su perdurabilidad. Esto es, asumo que sólo a través de la
generación y cultivo de relaciones de interdependencia y
de cuidado satisfactorias y no explotadoras ni opresivas
podemos garantizar trayectorias vitales gozosas y creati-
vas, que se abran a todas las posibilidades subvirtiendo
lo que las encorseta. Para mí, asumir con el cuerpo todo
las relaciones de interdependencia es saber –y ocuparse
de aprender- cómo producir y reproducir lo común. Fi-
nalmente, en tanto parto de la centralidad del mundo de
la reproducción cotidiana de la vida como eje estructu-
rador de cualquier transformación social posible, asumo
la crítica al régimen heterosexual y heteronormativo que
fija la pareja heterosexual y la familia legal como mode-
lo organizador del amplio mundo de la reproducción y la
vida cotidiana.
Desde ese lugar persevero en practicar y alumbrar una
“política antipatriarcal por lo común”. Esto es, la práctica
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política que practico -y sobre la que ahora reflexiono- no
pierde de vista que habito un cuerpo de mujer, asume los
lazos de interdependencia y, por tanto, la producción de
lo común como eje fundamental del razonamiento acerca
de cómo subvertir el régimen heterosexual capitalista y
colonial, que sitúa al matrimonio y a la familia –aun si
ésta es “igualitaria”- como instancias básicas de organiza-
ción de la vida cotidiana que permiten la explotación del
trabajo asalariado y el despojo múltiple de las creaciones
individuales y colectivas. Desde ahí busco hablar y por
eso he sentido, a lo largo de las últimas dos décadas que
necesito otro lenguaje, otras coordenadas para orientarme
en el mundo y en mis propios deseos. Hablando con uste-
des, voy dotándome de ellas.
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Impreso en Montevideo,
Febrero de 2020.