Gutiérrez, R. Cartas A Mis Hermanas - RGA

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RAQUEL GUTIÉRREZ AGUILAR

CARTAS A MIS
HERMANAS MÁS
JÓVENES
Gutiérrez Aguilar, Raquel.
Título: Cartas a mis hermanas más jóvenes.
Minervas Ediciones, Bajo Tierra Ediciones,
Editorial Zur & Andrómeda, 2020.

Diseño y diagramación
Martín Villarroel Borgna
Foto de portada:
Colectivo Manifiesto
PRESENTACIÓN

¿Por qué estas cartas?

Porque me empeño en contribuir a la profundización


e intensificación del tiempo de rebelión feminista que se
ha abierto en nuestro continente a golpe de lucha, de ocu-
pación de la calle, de análisis y comprensión de nuestros
dolores más íntimos, de deliberación política, de creación
de todo tipo de vínculos y enlaces para sostener la vida, de
politización multifacética de terrenos oscuros de la vida
cotidiana, de debates eruditos e inteligentes y, claro que
sí, de gozo y sorpresa compartida. Quiero contribuir tam-
bién con palabras en los actuales momentos de creciente
amenaza fascista.
Hace varios años que me dedico, principalmente, al
trabajo de formación. Me doy cuenta de la fertilidad de
mi oficio actual, que es el de profesora, cuando veo cómo
florecen y se auto-afirman muy queridas compañeras más
jóvenes. El diálogo constante con ellas me nutre y me en-
riquece.
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He aprendido que en la práctica de la relación cotidia-
na y sostenida con ellas se desborda el vínculo instituido
cuando se crea confianza. El conocimiento, entonces, va y
viene: fluye desde diversos flancos. Aprendemos. Apren-
demos juntas y nos convertimos en fuente de fuerza unas
para otras.
La práctica de la relación no disuelve las diferencias
entre distintas, pero las regula y las equilibra. Logra que
tales vínculos no se conviertan, de manera inmediata, en
relaciones jerárquicas y desigualadoras; aun si tales vín-
culos continúan siendo, con frecuencia, bastante conflic-
tivos. He aprendido, también, que hay bloques de conoci-
miento del mundo cuya transmisión no es sencilla. Hablo
de conocimiento del mundo, es decir, conocimiento prác-
tico, conocimiento sensible, conocimiento intuitivo y co-
nocimiento razonado y expresado de manera formal.
Por eso ahora me decido a escribir esta serie de car-
tas a mis hermanas más jóvenes. Confío en que algunos
de los conocimientos sintetizados en estas cartas servirán
para nutrir los empeños de lucha en los que se afanen las
posibles lectoras.
Las cartas que me he propuesto escribir son cuatro.
Ésta es la primera de ellas. Parto del problema más duro
que he confrontado en mi ya largo empeño por construir
“tramas antipatriarcales por lo común”. Enuncio así por-
que llevo casi cuarenta años luchando y soy una feminista
tardía. Me resulta difícil auto-identificarme.
Me afano por ser parte de diversas tramas anti-patriar-
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cales por lo común que hoy despliegan sus capacidades en
diversas geografías. Así sintetizo -para volverlos expresa-
bles- los deseos que me han animado a lo largo de la vida.
De ahí que el género epistolar de escritura me resulta una
herramienta fértil para sostener la voz propia. ¡No me in-
teresa establecer verdades! ¡Me empeño en compartir y
repasar la experiencia vivida para expandir las capacida-
des colectivas y propias!
Comienzo esta carta por el problema más duro que he
confrontado y cuya comprensión me ha llevado mucho
tiempo entender con el cuerpo todo. Así se me ha pre-
sentado a mí el problema y ha trabado, varias veces, el
despliegue de mi energía vital empeñada en contribuir a
tejer, insisto, tramas antipatriarcales por lo común. Tales
tramas, desde mi perspectiva, son la base de posibilidad
de subversión y trastocamiento del mundo tal como está
estructurado. Son cimiento de autodefensa y creación, de
conservación-expansión de lo creado, de transformación
y capacidad de lucha.
Organizo y comparto mi experiencia, pues, esperan-
do que sea útil a otras hermanas más jóvenes, que están
dirigiendo su energía, desde la rica constelación de femi-
nismos que hoy se practican y se expanden, a desarmar el
orden patriarcal que ensambla jerarquías y desigualdades
coloniales y capitalistas.

Raquel Gutiérrez Aguilar

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PRIMERA CARTA
El pacto patriarcal

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Puebla, México, a 13 de febrero de 2020.

Queridas compañeras, hermanas, amigas:

En esta primera carta me propongo explorar el pro-


blema que a mí más me ha costado entender. Hablo de
entender de manera integral. De entender en tanto puedo
explicarlo y, entonces, sé cómo opera y estructura el mun-
do que me empeño en subvertir. Quizá otras compañeras
tengan ya muy presente este conocimiento y se asombren
de que lo sitúe de esta manera: como el principal proble-
ma que he encontrado en mis esfuerzos políticos. Pido pa-
ciencia y apelo a que la explicación bosquejada de todos
modos aportará hilos de verdad, particulares y situados,
para la comprensión más honda de la inmensa y expropia-
dora maraña superpuesta de ensamblajes jerarquizantes
que estamos desarmando a través de la lucha colectiva.
Para mí, el problema más difícil ha sido entender, con
el cuerpo todo, que no existen los espacios de pares. El
problema ha sido alcanzar a comprender que el mundo so-
cial, organizado en torno a relaciones mercantiles, a pro-
cesos ampliados de acumulación de capital de raigambre
heteronormada y colonial, envueltos en múltiples formatos
de administración tecnocrática y control estatal que orga-
nizan el drenaje continuo de fuerza vital colectiva e indivi-
dual y de la riqueza material que sostiene la vida humana
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y no humana; contiene dentro de sí una rígida y persistente
jerarquía de lo masculino dominante que es consustancial
a reiteradas prácticas de expropiación, tutela y control que
se imponen a través de la violencia. Dentro de esa trama
inmensa de interdependencia, habitamos -ensambladas1 de
manera jerarquizada- seres humanas con cuerpo de mujer,
seres humanes con cuerpos feminizados y disidentes, ade-
más de seres humanos con cuerpo de varón.

No existen pues, los espacios de pares. No existen y


hay que crearlos y ése es un gigantesco problema doble.
La duplicidad se exhibe a través del siguiente desdobla-
miento: por un lado, no existen los espacios de pares entre
los varones y las mujeres y otros cuerpos feminizados y,
por otro, no existen tampoco los espacios de pares entre
las mismas mujeres y los cuerpos feminizados. Somos
distintas y diversas, lo sabemos. Habitamos una sociedad
fragmentada, desgarrada por diferencias jerarquizadas que
nos fijan a cada quien en sitios específicos de la geografía
social estructurando -habilitando y acotando- las posibili-
dades de acción de cada quien. Habitamos, es decir, soste-
nemos nuestra existencia colectiva e individual en medio

1 Para distinguir dentro de la trama de interdependencia que somos, la


calidad de las conexiones en las que estamos insertas, utilizaré dos palabras
distintas: ensamblar y vincular. Ensamblar será utilizado, sobre todo, para
aludir a los lugares fijados heterónomamente a cada quien, que nos son da-
dos: raza, clase, nacionalidad o lugar de origen, fecha de nacimiento, etc.
Vincular, en contraste, alude a las conexiones que somos capaces de producir
y regular más allá -y en contra- de cómo estamos ensambladas en la red de
interdependencia que constituye el mundo.
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de ese arbitrario e injusto ensamblaje dinámico. Sostene-
mos nuestra existencia a través de los vínculos que somos
capaces de generar y cultivar entre nosotras; lo hacemos,
simultáneamente ensambladas a la estructura patriarcal-ca-
pitalista y heteronormada de herencia colonial y regeneran-
do vínculos que una y otra vez desbordan lo prescrito por
tal ensamblaje que nos precede, aunque siendo limitadas
por tal estructura. Además de los vínculos más inmediatos
que somos capaces de cultivar y generar como soporte de
nuestra existencia inmediata, colectiva e individual, más
allá del ensamblaje pre-determinado; en ocasiones, somos
también capaces de conectarnos entre distintas más allá de
lo inmediato y logramos expandir tales conexiones.
Para mí, éste es el problema central que confrontamos
y en medio de ello, desplegamos nuestras luchas que, por
lo mismo, tienen múltiples flancos. Comprender práctica-
mente este conjunto amalgamado de dificultades resulta
inmensamente difícil. Presento lo que he aprendido y he
pensado acerca de todo esto en tanto, topándome muchas
veces con grandes dificultades, he sido varias veces capaz
de reconstruir vínculos y de (re)conectarme con otras.

La calidad ubicua del orden patriarcal

El problema es que todos los espacios que pretenden


ser de pares se estructuran, en su más íntima constitución,
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a través de una añeja y muchas veces naturalizada jerar-
quía masculino-patriarcal; la cual, en primer término, se-
para y connota a aquellos que habitan cuerpos de varón de
aquellas que habitamos cuerpos de mujer -o feminizados-,
desconociendo y negando cualquier otra posibilidad. En-
tre aquellos, es decir, entre quienes son reconocidos como
varones, se establecen inmediata y recurrentemente va-
riantes diversas del “pacto patriarcal” de dominación/
expropiación que ordenan tanto sus espacios masculinos
específicos como los ámbitos considerados “mixtos”.
Tal pacto patriarcal tiene al menos dos contenidos.
Por un lado, habilita la conformación de un bloque con-
tra las mujeres, contra todas en general y contra algu-
nas -las más autónomas, las que tienen más fuerza- de
manera más enfática; el pacto patriarcal, además, es un
mecanismo por excelencia para fijar los criterios de “ad-
misibilidad” de algunas mujeres en los espacios mixtos y
para su instantánea jerarquización y clasificación según
acuerdos implícitos del pacto, tan arbitrarios como ge-
nerales. El pacto patriarcal constitutivo de un bloque tan
sistemático como impredecible, en ocasiones es implícito
y sutil aunque en otras se exhibe como visible y explícito,
estridente incluso. Ésta es una parte del problema, pues,
por otro lado, el pacto patriarcal es también el inestable
y conocido terreno donde ocurren todo tipo de conflictos
entre “ellos”, es decir, entre seres humanos con cuerpo
de varón y con los demás cuerpos -femeninos, femini-
zados- que aspiren a mediar el mundo a través del orden
de cosas dado. Es decir, el interior del pacto es, a su vez,
una zona de guerra y conflicto donde nosotras de por sí
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quedamos instaladas. Nuestras luchas se despliegan des-
de ahí y conviene por tanto ir con cuidado en el análisis.
Vayamos poco a poco.
El pacto patriarcal, en su dimensión más íntima se des-
pliega, siempre, a través de la agresión contra nosotras,
contra todxs aquellxs que ocupemos el lugar del nosotras;
contra nosotras y contra nuestras creaciones. El pacto pa-
triarcal posibilita, justamente, la expropiación continuada
de nuestras fuerzas y creaciones. De hecho, a través del
drenaje sistemático de nuestra energía y capacidad crea-
tiva el pacto patriarcal se regenera y amplifica: de ahí su
perdurabilidad y la plasticidad de su presencia. Mientras
no detenemos el drenaje de la energía propia, con nuestra
vida y creaciones alimentamos al monstruo sin cesar. Y
poner un límite al drenaje de energía es inmensamente di-
fícil y además, nos asusta.
El pacto patriarcal contiene dentro de sí un estricto or-
den jerárquico que estructura -y es estructurado por- las
relaciones entre los propios varones y por las mujeres y
otrxs que acepten lo que consiguen al interior del pacto.
Desde tal figura jerárquica, rígida y estable, el pacto pa-
triarcal se ha tejido a lo largo de la historia con la brutal
dominación colonial y, por supuesto, con el capitalismo,
ampliándose cada vez más, hacia las extensas geografías
que constituyen el planeta y hacia la vida toda. En medio
de ello habitamos las mujeres y los cuerpos feminizados
en su inabarcable diversidad: cada una distinta a la(s)
otra(s), separada de la(s) otra(s) por recurrentes mediacio-
nes patriarcales que niegan la autonomía y la capacidad
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de vínculo a través de un drenaje sistemático de energía y
recursos. Este ha sido, para mí, en diversas ocasiones, el
fondo del problema.
Precisamos, entonces, entender el pacto patriarcal en
su conjunto, en su amplitud, ubicuidad y profundidad
a la hora de desafiarlo, porque, como dice Luisa Mu-
raro, se trata de “romper el mecanismo de repetición”
que hace que la vida se nos presente como reiteración de
episodios conocidos con sólo algunas variantes. Los ejes
estructurantes del pacto patriarcal que se hallan en el nú-
cleo de la negación radical de lo femenino y feminizado,
consisten en el ataque rabioso y sistemático a nuestros
cuerpos, a nuestra autonomía, a nuestras creaciones y
a nuestra autoridad. Este conjunto de agresiones que se
ejerce a partir de infinitas formas distintas de violencia,
algunas sutiles y ambiguas, otras explícitas y brutales,
se presenta una y otra vez de manera cambiante y repen-
tina haciendo difícil su reconocimiento como parte del
mismo proceso, como instancia particular de la misma
dinámica. Por tanto, no es inmediato reconocer/perci-
bir su variado y polimorfo ejercicio como producto de
una lógica estructurada contra nosotras y nuestra fuerza:
se esconde la lógica patriarcal que imprime a casi cada
acontecimiento singular una dinámica específica de vio-
lenta negación de nuestros cuerpos, nuestras fuerzas y
nuestros deseos.
Valga aquí una aclaración. Al situar el pacto patriar-
cal y el orden material, político y simbólico que se cons-
truye a partir de él como el problema central, no estamos
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desconociendo ni el inmenso conflicto de la jerarqui-
zación colonial, ni la brutal estructuración capitalista
-explotadora, despojadora y depredadora- de nuestras
sociedades. Nos interesa enfatizar, más bien, un punto
de partida innegociable para el análisis y la comprensión
de nuestras propias acciones en tanto mujeres en lucha.
El pacto patriarcal que organiza dinámicamente la de-
vastación cotidiana de la vida individual y colectiva no
es, como han afirmado algunas “un rasgo secundario”
que, en ocasiones, hay que obviar. Obviarlo significa
sintonizar, en algún plano, con el mecanismo de la repe-
tición de la dinámica de la dominación-expropiación en
su conjunto. Hacernos cargo del pacto patriarcal, de su
ubicuidad, de sus mil caras y formas de reaparecer para
desafiarlo en todas sus versiones y re-ediciones –a través
de la fuerza del “entre mujeres” y, en ocasiones, en vin-
culación con varones que se propongan “desertar” de él-
es el asunto más hondo del desafío que nos presenta la
época que vivimos. Y es uno de los asuntos más difíciles
de comprender, en tanto la estructuración general de la
dinámica de la dominación-expropiación que organiza la
vida cotidiana -y nos empuja a la impotencia- una y otra
vez presentará inéditas situaciones en las que parece que
hay que declinar de tal mirada, para optar entre una u
otra forma de alianza patriarcal y conformarse con ello.
Una discusión en profundidad sobre esto la daré en las
próximas cartas.

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Explorar el pacto patriarcal para reconocerlo

Vayamos paso a paso a la exploración del modo como se


expresa y se repite el pacto patriarcal. La negación radical
a nuestra autonomía -que se manifiesta en el afán patriarcal
de control y restricción de nuestros cuerpos, en la desvalo-
rización insolente de nuestra voz, en el desconocimiento
de lo aportado por nosotras en las tareas conjuntas, en la
inmensa violencia con que todo esto ocurre, etc.- se reitera
y repite una y otra vez desde el ámbito privado, extendién-
dose desde ahí al espacio público, al inhibir y/o dificultar
en cada mujer singular la disposición de sí que es condición
necesaria para “salir de sí” y poder enlazarse con las demás
construyendo una dúctil y difícil medida propia que regu-
le los renovados vínculos regenerados. El enlace cómplice
“entre mujeres” y la generación tendencial de mediación
regulatoria propia es, a su vez, condición necesaria para
el despliegue de la fuerza y capacidad propia a partir de
la conciencia de la red de interdependencia que somos y
habitamos, tal como están mostrando las renovadas luchas
contemporáneas de miles y miles de mujeres por todo el
continente. Por eso el “entre mujeres”, cuando se despliega,
pone en crisis de manera casi inmediata el pacto patriarcal
-es decir, la lógica de “los espacios mixtos”, las prácticas
familiares naturalizadas, el mundo conocido- y también
pone en crisis a cada quien -varón, mujer o cualquier otro
género- de manera singular y situada. De ahí que resulte tan
difícil imaginar-producir la estabilización del “entre muje-
res”. Dada su potencia es, además, ferozmente atacado.
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Por su parte, la negación sistemática y con frecuen-
cia violenta de nuestros cuerpos, creaciones y autoridad
-que es el modo como el pacto patriarcal se expresa y
hace presente- dificulta, boicotea o impide, una y otra
vez, el despliegue de nuestros deseos, inhibe nuestra ca-
pacidad de cuidar vínculos y generar conexiones debi-
litándola y poniéndola en duda. De ahí la muy conocida
sensación de drenaje permanente de nuestra energía que
experimentamos cuando nos movemos, un tanto a cie-
gas o sólo apoyadas en la intuición y la sensibilidad, en
medio del pacto patriarcal. Dentro de él hemos dado una
infinidad de luchas, desplazándonos con grandes esfuer-
zos desde el lugar material y simbólico de explotación,
abnegación, sacrificio, complacencia y silencio que se
impone socialmente para nosotras. Sin embargo, es di-
fícil comprender la ubicuidad con que las peores mani-
festaciones del pacto ocurren, repitiéndose y volviendo
a aparecer, a veces amplificándose hasta niveles increí-
bles a veces reiterándose de manera sutil como gota que
horada la piedra. Por eso, al reflexionar sobre lo vivi-
do, lo coloco como el problema central del propósito
de desarmar la guerra y de la política feminista por lo
común: producir formas de enlace estables y sostenibles
entre mujeres que desafíen, critiquen, eludan y disuel-
van, todo el tiempo, el pacto patriarcal y sus nefastas
herencias. Ése es el camino del “entre mujeres” y, consi-
dero, la clave de la radicalidad de la lucha antipatriarcal
en curso.

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Para desarrollar mis argumentos, nos nutriré por lo
pronto con las ideas de dos relevantes pensadoras euro-
peas: Luisa Muraro y Almudena Hernando. Muraro ha
explorado en profundidad la negación y desconocimiento
de la autoridad materna -fuente por excelencia de autori-
dad femenina según su argumento- que el pacto patriarcal
lleva a cabo. Hernando, por su parte, ha indagado profun-
damente en la radical negación patriarcal de la trama de
interdependencia imprescindible para el sostenimiento de
la vida humana -en sus dimensiones materiales, emocio-
nales y simbólicas- lo cual permite la invisibilización y
desconocimiento de los lazos que configuran dicha tra-
ma permitiendo que aparezca la imagen fetichizada del
“hombre independiente”, es decir, solo y que se basta a
sí mismo.
Si la inmensa autoridad materna -que simbólicamente
es también la autoridad de la Tierra viva que habitamos,
de la Naturaleza que somos- fue negada y desconocida
desde lo que se conoce como “comienzo de la historia”
-ie, de la zaga escrita de la humanidad- entonces, expli-
ca Muraro, no sólo se requirió instalar, en algunas cultu-
ras, a un omnipotente Padre como solitario creador de la
vida; también se hizo indispensable la alianza entre los
“semejantes” a ese Padre simbólico: seres humanos con
cuerpo de varón. Tal alianza es siempre jerarquizada y je-
rarquizante además de violenta, como aprendemos en las
historias mitológicas y religiosas occidentales y también
en la vida cotidiana mientras se despliega cada existencia
singular.
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El pacto entre varones -que se ha extendido en el úl-
timo siglo hacia algunas mujeres- es tan generalizado y
está tan naturalizado que no es extraño que, con frecuen-
cia, sea muy difícil percibirlo con claridad. Considero
pues que el pacto patriarcal es, todavía, el armazón es-
tructural más íntimo de la vida social contemporánea; y
que hilvana la continuidad de la vida privada y pública
afirmando, además, que tales esferas de las mismas vidas
están separadas, que son distintas y ajenas. El capitalis-
mo y la colonialidad se entretejen y se sostienen sobre
tal armazón. Es como si el pacto patriarcal, a modo de
un histórico palimpsesto, de una difusa figura que pare-
ce ya borrada aunque permanece por debajo de lo que se
escribe y produce en el presente, contuviera un potente
efecto de realidad: la insólita capacidad de empujar a las
relaciones sociales a conformarse con sus antiguos trazos
aparentemente inexistentes, a desplegarse según su viejo
diseño. Esto es lo que me interesa analizar: los trazos ol-
vidados o no inmediatamente reconocidos ni reconocibles
de la jerarquización y la expropiación que una y otra vez
nos inscriben en un bucle de repetición. La repetición del
orden patriarcal y por tanto del capitalismo colonial. Me
propongo dibujar un esquema que me ayude a entender el
mecanismo de la repetición en tanto la lucha feminista re-
novada requiere romper tal mecanismo para abrirse paso
a la creatividad y a la abundancia.
La vida social se organiza, al menos desde la moderni-
dad capitalista, en dos ámbitos que se pretenden separados
y distintos: el privado y el público. El ámbito privado se
organiza prácticamente en torno a dos dispositivos: matri-
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monio y familia; una crítica a tales dispositivos la he de-
sarrollado en otro trabajo. Las dificultades para sostener
nuestras luchas en el ámbito público, que es el corazón
de mis actuales preocupaciones exige tomar en cuenta,
siempre, que dicho espacio históricamente se ha organi-
zado directamente con base en el pacto patriarcal, en la
sujeción/negación del trabajo de reproducción de la vida
y en la desposesión y explotación radical de las mujeres.
De ahí que un eje central de la estabilidad y perdurabili-
dad del pacto patriarcal sea la herencia: la determinación
diferenciada y jerarquizante de quién sucede a quién y a
qué tiene derecho cada cuerpo nuevo, diferenciado y con-
notado jerárquicamente en virtud de ello. Es éste un pilar
fundamental de la continuidad del pacto. La cuestión de la
herencia -material y simbólica- es crucial porque en casi
todas las culturas -aun si formalmente en la modernidad
contemporánea esto pretende haberse equilibrado- fija a
cada quien según el sexo/género que ostente de manera
diferenciada en la cadena estructurada del linaje; lo cual
marca la relación de cada persona con el conjunto especí-
fico de recursos materiales y/o simbólicos disponibles por
la trama de origen. Así, a través de la herencia -material
y simbólica- se reitera y repite, también, la jerarquización
material racializada entre clases y entre varones y muje-
res. Una y otra vez.
Por otro lado, tal como esbozamos más atrás, el segun-
do contenido del pacto patriarcal -que en cierto modo es
componente complementario de la ubicua agresión hacia
nosotras, nuestros cuerpos, energía y creaciones- consiste
en la belicosa jerarquía interna que se establece entre los
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miembros del pacto a fin de fijar quién ocupará el lugar
simbólico del “padre”, cual será el “macho alfa” o fun-
girá de “jefe”. La tensa rivalidad entre los miembros del
pacto patriarcal que lo convierte en una estructura, o bien
altamente inestable o rígidamente vertical y autoritaria,
empuja una y otra vez a quienes lo componen hacia la
elaboración y fijación de jerarquías ritualizadas e inamo-
vibles que garanticen perdurabilidad a los vínculos e inhi-
ban la muerte recíproca. La amenaza de la guerra -inter-
na- es siempre un peligro al interior del pacto; que suele
exorcizarse a través de la guerra externa. Pacto patriarcal
y lógica de guerra son, hasta donde entiendo, caras de la
misma moneda.

Alrededor de la maraña de pactos patriarcales en ten-


sión -pactos materiales e inmediatos, y también simbóli-
cos y a gran escala- se organiza el mundo social injertado
a partir de la modernidad -surgida de la colonización de
nuestro continente- con los múltiples procesos de sepa-
ración y cercamiento de los medios de existencia y de la
negación de nuestras capacidades políticas a partir de la
expropiación continuada de la fuerza vital, que se ve obli-
gada a sostener la acumulación originaria y ampliada de
capital. Esta madeja jerarquizada de relaciones configura
un mundo social en el cual, las relaciones de interdepen-
dencia que garantizan la sostenibilidad de la vida se des-
conocen una y otra vez, dando paso a que éstas –que de
todos modos existen pese a su reiterada negación- sean
tensas, insatisfactorias, abusivas y tendencialmente vio-
23
lentas. Competencia y rivalidad entre quienes conforman
el pacto, instituciones jerárquicas para estabilizar y ritua-
lizar dicha rivalidad a fin de limar sus aristas más des-
tructivas (tal como describe Hobbes en el Leviatan); pero
antes de ello, previo al establecimiento de alguna rígida
instancia interior al pacto, que limite la competencia entre
ellos, pacto patriarcal contra todas las mujeres y, en gene-
ral, contra todxs nosotras, contra todo lo que sea percibido
como diferente a ellos mismos. El régimen patriarcal que
organiza el predominio de lo masculino-dominante es,
que duda cabe, una tragedia histórica.
No voy a entrar, de momento, al debate en torno al
origen del pacto patriarcal. Hay diversas autoras que ya lo
han hecho. Más bien, me empeñaré en iluminar su ubicui-
dad, sobre todo para posibles lectoras más jóvenes que tal
vez puedan ampliar la comprensión de sus propias expe-
riencias, si dialogan con lo que ha atravesado y confronta-
do otra mujer que se propone narrarlo con total crudeza y
en primera persona -experimento de una especie de “entre
mujeres” mediado por la palabra escrita.

Escudriñar el problema: establecer lo que sé

Cada una de nosotras ha seguramente registrado en


el cuerpo y en la psique la recurrencia, amplitud y siste-
maticidad de la agresión masculina contra cada una en el
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espacio público,2 es decir, contra nosotras. Contra todxs
nosotras en los espacios públicos más diversos, aun los
que pretenden ser de pares. La interrupción continua de
nuestra voz a la hora de presentar un argumento ejercida
por algún varón que considera que “sabe” lo que vamos a
decir o incluso que lo dirá mejor que nosotras; la recupe-
ración de parte de lo que decimos por algún otro que a su
vez, inmediatamente se convierte para el conjunto de los
demás varones presentes -y algunas mujeres- en el titular
de la idea expresada, son sólo ejemplos muy sencillos e
inmediatos de la interacción mixta “entre pares” cuando
no se pone en entredicho el orden simbólico patriarcal.
También lo son la petición explícita o la expectativa im-
plícita de que nosotras nos hagamos cargo -como porque
sí- de conjuntos definidos de tareas menores, tediosas o
exigentes, imprescindibles para la actividad conjunta;
o la mucho más elocuente y desconcertante acción de
negación e invalidación de nuestros logros y aciertos
como si una medida diferenciada estuviera vigente para
nosotras. ¡Y lo está! Por más que tratemos de ignorarlo.
La sistemática actitud de agresión, interrupción, silen-
ciamiento o desvalorización es violencia y, en ocasiones
y a la larga, la violencia se arroja sobre nosotras como
negación radical de alguna imponiendo la muerte. El fe-
minicidio y la desaparición son casos límite de la violen-
cia patriarcal.

2 Comenzaré por la violencia en el espacio público porque muchas veces, es


tan cruda la violencia en el espacio privado que la que ocurre en el espacio
público se relativiza.
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Tales rasgos agresivos y violentos que tiñen los espa-
cios mixtos de supuestos pares son los que, por contraste,
desnaturalizamos cuando comenzamos a habitar el mun-
do del entre mujeres. Y no estamos afirmando que entre
mujeres no exista ninguna clase de agresión: decimos
únicamente que no hay agresión todo el tiempo, decimos
que la negación violenta no es la única manera de relacio-
namiento que organiza el entre mujeres cuando diversas
se proponen poner en crisis la mediación patriarcal de sus
vínculos erosionando de esa forma, situada y potente, el
pacto patriarcal.
A través de la práctica -muchas veces difícil, a ciegas-
del entre mujeres se aprende que no hay espacio de pares.
Sin embargo, resulta duro admitirlo con el cuerpo todo,
pues existe, también, un enorme trabajo de producción
social de no-reconocimiento de esa verdad. Una parte de
la eficacia simbólica del pacto patriarcal en los espacios
mixtos consiste en negar su existencia. En los tiempos que
corren, este conocimiento es cada vez más generalizado:
hay una inmensa y creciente constelación de diversas mu-
jeres que se enlazan a través del lenguaje y de prácticas
colectivas regeneradas para luchar en defensa de la vida,
para sostenerla y transformarla. Cuando lo hacen, pronto
se topan con la necesidad de pensar su autodefensa colec-
tiva. Éste es el contenido de la política antipatriarcal por
lo común que, para su despliegue, requiere deshacerse de
una de las más profundas fantasías masculinas: el fetiche
de los espacios de pares que ocultan la rígida y jerarquiza-
da relación entre la mayoría de los varones estructurando
de esa forma el espacio social. Vayamos sobre esto.
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A lo largo del último siglo se ha ido configurando una
ficción de espacios de pares en el mundo público: en las
escuelas y universidades, parcialmente en las oficinas y
fábricas, de modo más complejo en el campo y al interior
de los pueblos indígenas. Las calles y los sitios públicos,
sin embargo, son emblema por excelencia de los espa-
cios modernos, dominados por el pacto patriarcal y ahí es
también donde ahora estamos protagonizando decisivas y
múltiples disputas.
En los espacios donde se finge paridad se genera,
reiteradamente, un conjunto inmenso de malestar y de
problemas. Son problemas que brotan, casi siempre, en las
interacciones entre ellos, entre ellos y nosotras, algunas
veces entre nosotras mismas; y donde muchas quedamos
atrapadas independientemente de nuestra voluntad de
transformación. Quedamos colocadas dentro de sus pactos,
entrampadas en sus formas de conocer y relacionarse, de
decidir y llegar a acuerdos, en sus reglas e instituciones
patriarcales y capitalistas-coloniales. Así está organizado
en su generalidad el mundo en que vivimos.
Casi todas tenemos la experiencia de quedar, en algún
momento de la vida, insertas en eventos que ocurren en
el espacio público que nos desagradan, donde percibimos
formas de interacción que nos enojan, que nos aburren,
agobian, lastiman o irritan intensamente. Simultáneamen-
te asumiendo y rechazando ese malestar nos hemos im-
pulsado para poco a poco ir desafiando el pacto patriarcal
o, más bien, para repudiar y transgredir las imposibilida-
des que en su interior se nos imponen. Ésa es parte de la
27
herencia recibida por la actual generación de luchadoras,
donada por otras que pusieron su empeño en luchas an-
teriores. Sin embargo, comprender todo esto resulta muy
difícil porque cuesta bastante tiempo y trabajo entender y
saber con claridad qué ocurre cuando las dobles batallas
que sostienen el pacto patriarcal se están produciendo: la
negación de nosotras y la rivalidad entre ellos. Todo si-
multáneo. No ha sido fácil dotarnos de palabras explícitas
que nos ayuden a organizar nuestra propia experiencia en
el mundo. Con demasiada frecuencia nuestras creaciones
son expropiadas y nuestras afirmaciones y obras bana-
lizadas en medio de sus debates y conflictos. Y ahí, en
ocasiones, alguna de nosotras también queda atrapada y
todo parece confundirse aún más. Ocurre, entonces, que
las circunstancias nos obligan únicamente a elegir entre
las opciones que se generan al interior del propio pacto
patriarcal. Esto produce enorme desconcierto porque no
es trivial ni establecer con claridad nuestros deseos ni
mantener la calma al momento que se presenta una nueva
agresión. Habitar dentro del pacto patriarcal sin desafiarlo
y disolverlo nos hace perder tiempo y energía. Por eso
el camino de nuestra rebelión multisecular contra el or-
den patriarcal masculino-dominante ha sido tan largo y
tan difícil. Desde la cacería de las brujas en los dos lados
del Atlántico y la esclavización de los cuerpos negros, es-
pecialmente los de las mujeres, hasta la negación de los
derechos ciudadanos para múltiples cuerpos tras la Re-
volución francesa, la expropiación, banalización, silen-
ciamiento y negación de nuestras palabras y anhelos es
abrumador.
28
Por eso en esta carta mis esfuerzos se concentran en
nombrar lo que sé -a partir de lo vivido- sobre las dificul-
tades de desafiar el pacto patriarcal con un afán de im-
pulso a las luchas comunitarias y populares, sin tener ni
el léxico para nombrar lo que sentía ni los argumentos
para comprender lo que iba ocurriendo y cómo desafiar-
lo, para lograr moverme del lugar fijado a mi cuerpo de
mujer, simbólica y materialmente. Entonces, no quiero
escribir un tratado objetivo sobre el pacto patriarcal y sus
horrendas consecuencias; deseo alentar la profundización
de la conversación -que ya estamos dando- acerca de las
dificultades para subvertirlo partiendo, cada quien desde
sí misma. Siento urgencia de decir estas palabras pues sé
que es estéril tratar de empujar procesos de transforma-
ción comunitaria y popular sin entender, de fondo, las di-
ficultades y trampas que caen como redes sobre nuestros
pasos, cuando no nos hacemos cargo de desarmar/disolver
la pesada loza que significa el pacto patriarcal. O cuando
dejamos de comprender alguna de sus manifestaciones.
He elegido el camino del entre mujeres que aprendí de
forma intuitiva e inesperada hace años. Es decir, el camino
de compartir la palabra y la experiencia en primera perso-
na para asumir el amplio conocimiento del mundo, sobre
nosotras mismas y acerca del pacto patriarcal que, de por
sí, tenemos dentro nuestro. Conocimiento útil, fértil y ne-
cesario, aunque negado e inhibido por siglos de opresiva
expropiación de nuestras fuerzas y creaciones. En el entre
mujeres, es decir, en las alianzas y confianzas que una y
otra vez logramos hacer brotar entre nosotras pese al cerco
de dudas y amenazas que sistemáticamente nos tiende la
29
moderna y colonial jerarquía patriarcal del capital, alum-
bramos nuestros caminos y posibilidades de transforma-
ción de la vida individual y colectiva con renovada luz.
En nosotras hay un gran conocimiento acerca de cómo
funcionan, en concreto, los múltiples pactos patriarcales
que hemos singularmente experimentado y desafiado a
través de nuestra trayectoria vital. La cuestión problemá-
tica es que, con frecuencia, desconfiamos acerca de tales
conocimientos porque tales saberes no son considerados
-todavía- conocimiento “legítimo”. Por eso al nombrar el
mundo con voz propia, esforzándonos para ello, damos
una pelea. Nosotras sabemos que el mundo no es tal como
es descrito por la mirada dominante, aunque cuesta mu-
cho confiar en lo que nuestro propio cuerpo nos informa,
a través de las emociones –con frecuencia malas- que se
nos detonan cuando lo que está siendo dicho y lo que está
ocurriendo no alcanza ninguna coherencia. Les escribo
a ustedes pues, también, como un llamado a confiar en
nosotras mismas: no porque siempre tengamos razón -de
ninguna manera- sino porque elegir negar lo que no alcan-
zamos a expresar con claridad -todavía- es un error. Es-
tas palabras, hermanas, quieren acrecentar nuestra propia
autoconfianza, la seguridad plena de la verdad de lo que
sentimos, la pertinencia de nuestros juicios y de convocar
a perseverar en la construcción de caminos para expresar
lo que sabemos y queremos.
Tal esfuerzo por romper los cercos que habitamos -y
el del lenguaje es uno de ellos y muy duro-, por neutra-
lizar las separaciones que se nos imponen, por desafiar y
30
eludir los procesos de expropiación de nuestras palabras
y nuestras creaciones se ha vuelto visible y hecho patente
de manera masiva y radical en los últimos años a través
de las luchas renovadas de los feminismos enlazados y en
marcha. Es un generalizado y masivo esfuerzo colectivo
e individual. Colectivo e individual, lo segundo dado lo
primero y no a la inversa como suele pensarse. Es como
si entre muchísimas mujeres a lo largo de América Latina
y otros sitios hubiéramos alcanzado una masa crítica de
enojo y malestar que brota con fuerza en nuestras palabras
y nuestras acciones para romper lo que nos entrampa, para
repudiar lo que nos agobia no sólo “exteriormente” sino
en los propios “espacios de pares”. Las fisuras que hemos
producido en el pacto patriarcal que sostiene la explota-
ción capitalista y colonial de nuestras energías y vidas, se
extienden y radicalizan cimbrando una y otra vez el rígido
armazón del mundo diseñado por el patriarcado del sala-
rio y la jerarquía colonial. El enojo que sentimos y expre-
samos arroja la fuerza de un gigantesco soplete que derrite
cadenas y hace colapsar las rejas que nos separaban. Y es
ahí cuando aparece una difícil interrogante: ¿Hacia dónde
vamos? ¿Cómo convertimos nuestra propia autodefensa
en estrategia? ¿Qué requerimos construir? Éstas son pre-
guntas que considero urgentes. A través de esta carta de-
seo nutrir la deliberación colectiva que va produciendo las
diversas respuestas.

Volviendo al problema del pacto patriarcal, vuelvo a


resumir dos de sus aristas: la de su generalizada plasti-
31
cidad que hace que sus rasgos vuelvan a aparecer una y
otra vez, donde menos lo esperábamos, incluidas nosotras
mismas; y su contracara, la dificultad para confiar en lo
que nosotras mismas sabemos y hemos aprendido. De ahí
el tamaño del desafío que enfrentamos en las renovadas
luchas de las mujeres y, en general, de todxs nosotras.
Discutamos un poco por qué es tan difícil abordar la dis-
cusión, desde nosotras mismas, sobre cómo dar curso a
nuestros deseos, cómo decidir qué hacer con nuestra ener-
gía, nuestros recursos y capacidades, nutriéndonos de un
acercamiento crítico -aunque esquemático- a lo que se ha
hecho con anterioridad.
La desigualdad y jerarquización sexo-genérica que se
impone desde el orden social capitalista-patriarcal domi-
nante en su versión moderna es, entre todas las otras for-
mas de jerarquía y desigualdad, la más difícil de asumir
en plenitud y sintiéndola desde el cuerpo. La dificultad
está en que los lazos de interdependencia que habilitan
la moderna ficción “contractual” que esconde jerarquías
y que oculta una gran parte del trabajo cotidiano que ha
de hacerse para que cualquier colectivo exista, o son des-
caradamente negados o bien se ritualizan para construir
una falaz y abusiva noción de complementariedad in-
ter-genérica. Dentro de la ficción contractual organizada
en términos coloniales y capitalistas –ficción que organiza
las relaciones familiares, laborales, institucionales, políti-
cas, etc.- nosotras quedamos colocadas, casi siempre, en
medio de una desagradable y estorbosa red de jerarquías
y asimetrías. De ahí esa odiosa sensación de incomodi-
dad que con frecuencia percibimos, la cual se convierte,
32
además, en uno de los primeros asuntos que se enuncian
cuando practicamos el “entre mujeres”. Resulta que cuan-
do finalmente compartimos nuestras experiencias cotidia-
nas del mundo, ratificamos que todas y al mismo tiempo
cada una, sólo quedamos incluidas en el orden existen-
te si no decimos abiertamente lo que percibimos y, con
frecuencia, nosotras mismas nos plegamos a obrar como
si no supiéramos que las cosas no cuadran para nosotras.
Aunque para cada quien esto ocurra de forma diferente
y existan otras jerarquías y distancias sociales que igual-
mente nos separen y segmenten, al compartirlo logramos
alumbrar un piso común de incomodidad, malestar y des-
agrado.
Si elegimos expresar lo que percibimos y desafiar lo
que se impone, comenzamos a notar que casi obligada-
mente cada una y a la larga todas, resultamos excluidas de
dicha configuración de las instituciones y ordenamientos
públicos. Nos convertimos en incómodas en tales espa-
cios. La disyuntiva inmediata y sistemática que ofrece
el pacto patriarcal es clara: incluidas pero silenciosas,
como Tácita Muda o excluidas y escandalosas como tan-
tas figuras de la literatura. Por lo general, nuestras vidas
transcurren en medio de un cálculo muy duro entre si-
lencio -incómodo para nosotras- y discusión y escándalo
-incómodo para el orden imperante. Con muchísima fre-
cuencia, desplegar esfuerzos de lucha y transformación
comunitaria y popular sin desafiar sistemáticamente el
pacto patriarcal nos absorbe en confusos mecanismos de
repetición cuando, insisto, como afirma Muraro, se trata
de romperlos.
33
Ahora bien, conviene situarnos en el momento actual.
Cuando dentro de la amalgama triangular del patriarcado
capitalista y colonial, en su formato de régimen político
neoliberal extractivo bajo hegemonía financiera parecía
no haber ninguna salida, hemos sido nosotras quienes he-
mos revitalizado y generalizado una renovada capacidad
de lucha entre nosotras: impugnando todas las violencias
machistas y patriarcales hemos abierto un camino que está
poniendo en crisis el pacto patriarcal en múltiples niveles;
en ese trayecto hemos aprendido que la violencia ha mar-
cado a cada quien de manera distinta despendiendo de la
raza, la edad, la clase, la escolaridad, etc. Y así, reconoce-
mos las heridas diferenciadas pero no desconocemos las
lastimaduras de nadie. Las luchas diversas contra todas
las violencias, que se entretejen con las luchas en defensa
de la vida, nos comienzan a dotar de un piso común.
Un poco más atrás, siguiendo a Almudena Hernando,
señalé que los lazos de interdependencia que sostienen
la reproducción de la vida colectiva o bien se ritualizan
para regular las jerarquías y diferencias o bien se niegan
para sujetar el armazón social de forma abstracta -a través
del dinero, de la relación del capital y sus finanzas. La
ritualidad heredada, sobre todo la que tiene que ver con
el emparejamiento, la fundación de nuevas familias y la
transmisión y el control de la propiedad –tierras y otros-
es una manera de marcar y organizar la inclusión diferen-
ciada de mujeres y varones al mundo social. La negación
de los lazos de interdependencia y su fetichizada susti-
tución casi total por relaciones mercantiles es la forma
moderna de actualizar nuestra sujeción; lo cual, a la larga,
34
introduce todavía más confusión pues el razonamiento fi-
losófico y político –masculino, ilustrado y burgués- ha
establecido la figura del “individuo” como pieza clave de
su construcción simbólica y de su canon argumental. “In-
dividuo” que pretende ser “neutro” aunque en realidad es
“masculino” en tanto, no femenino; y ¡peor aún! Fijo e
idéntico como en la fantasía fascista. Sobre esto ampliaré
las reflexiones en próximas cartas.
En este marco de lazos de interdependencia negados
o jerárquica y asimétricamente organizados, ciertos femi-
nismos nos convocan a hablar, precisamente, desde el lu-
gar de la incomodidad permanente y no sólo para negociar
alguna inclusión más “adecuada”, o menos “injusta”, sino,
más bien, para disolver el laberinto de ataduras y grilletes
que nos impiden desplegarnos a nosotras mismas y reor-
ganizar la existencia colectiva e individual. Acá hay una
distinción semántica que resulta importante y que suele
perderse de vista: el antónimo de igualdad es desigualdad
en el marco de un razonamiento binario. La lucha contra
la desigualdad, entonces, suele colapsar en la lucha por la
igualdad que no sabe cómo lidiar con la diferencia. Cuan-
do nosotras nos proponemos desarmar el armazón binario
que organiza el mundo social, requerimos mantener si-
multáneamente a la vista la lucha contra la desigualdad,
sin colapsar en la falaz forma “igualadora” -que se ha ges-
tado dentro del propio pacto patriarcal escondiendo sus
jerarquías y rigideces. Impugnar la desigualdad -y todos
los mecanismos de desigualación- al tiempo de celebrar
las diferencias explorándolas y enriqueciéndonos colec-
tivamente a través de ellas, es un camino para erosionar
35
la jerarquización no a través de la igualación sino de la
“revoltura”, como expresan las Mujeres Creando, de la
articulación entre diversas y el tendencial equilibrio inter-
mitente de las distancias y jerarquías que nos distinguen.
Para poder aclarar lo anterior, me resulta necesario re-
flexionar sobre lo vivido, contar experiencias y proponer
explicaciones. La intención entonces es nombrar –antes
que nada para mí misma- lo que ha dificultado y oscure-
cido los deseos puestos en juego desde mi propia expe-
riencia, muchas veces de manera intuitiva; durante diver-
sos esfuerzos políticos por incluirme y nutrir procesos de
transformación comunitaria y popular. Es útil entender y
analizar con calma lo vivido para ser capaz de compartir
tales experiencias. También es duro y por eso me he tar-
dado tanto.
Percibo que las mujeres más jóvenes que yo, quienes
están hoy día en las calles, en escuelas, talleres, mercados
y centros de trabajo así como en las casas, desafiando al
mundo patriarcal-capitalista-colonial (y que son muchísi-
mas pues ya supero holgadamente el medio siglo de vida)
tienen mucho más claro lo que a mi generación nos costó
tantísimo trabajo aceptar: que no hay forma de construir
espacios de pares si no subvertimos absolutamente todo y,
todavía más, si no disolvemos los mecanismos que refuer-
zan el pacto patriarcal, comenzando por nosotras mismas.
Pese a esa certeza que hoy me nutre y me alienta, confío
en que los conocimientos que puedo transmitir son fér-
tiles para las más jóvenes. El hecho de haber atravesado
otras situaciones, de haber visto como se esfumaban otras
36
expectativas y de tener un poco de tiempo para pensar
en todo ello, quizá pueda reflejar la parte del camino que
nosotras, las más maduras, hemos tenido que recorrer. No
se quiere bajo ninguna medida -¡ni se puede!- señalar los
pasos que recorrerán las más jóvenes, aunque se despliega
el deseo de tratar de acompañarlas y contar lo aprendido
en mi armado vital de ensayos y trayectorias. Al hablar
busco contribuir a la organización de la experiencia de
cada quien a través de narrar cómo, dificultosamente, he
ido organizando la mía propia.

Conviene dar una vuelta más al escudriñamiento del


problema: cuando actuamos “ingenuamente”, como si no
supiéramos que no existen los espacios de pares, el pacto
patriarcal se nos presenta en su ferocidad, y con frecuen-
cia nos embosca y nos desarma. Tiende a paralizarnos
sumergiéndonos en toda clase de sensaciones desagrada-
bles. De ahí la importancia de registrar y dar cuenta de lo
que, de por sí, ya sabemos.
En mi generación, el primer lugar donde algunas creía-
mos que podía existir un cálido espacio de paridad era
en la pareja heterosexual, una vez que luchas anteriores
nos abrieron el camino a la gestión más o menos indepen-
diente –que no todavía plenamente autónoma- de nuestra
sexualidad y de ciertas elecciones vitales. Desde tal lugar,
algunas buscamos reconstruir lazos de interdependencia
equilibrados y gozosos que nos dieran fuerza para sub-
vertir otros ámbitos del mundo público. En Desandar el
laberinto discutí la maraña caótica de las relaciones sexo/
37
genéricas al interior de la familia y en la pareja hetero-
sexual, buscando pistas para desandar las más dolorosas
confusiones. Sin embargo, en la experiencia propia, viví
como los esfuerzos íntimos y vitales por subvertir y de-
safiar toda clase de relaciones de poder y de explotación
en el mundo público, resultaron a la larga boicoteados
y desestabilizados también desde el ámbito privado. El
lazo de interdependencia básico de la primera parte de mi
vida adulta se convirtió, en algún momento, en una pesa-
dísima carga. Desaté esos lazos. Aun así, para mí ha sido
terriblemente difícil darme cuenta que no existen espacios
de pares en ningún lugar, y que es tan duro como cansado
empeñarse en transformar los espacios cotidianos mixtos
en los que quedamos inscritas, sin antes ponerlos profun-
damente en crisis.
Hasta ahora, en múltiples discusiones con muchísimas
hermanas, amigas y aliadas, atravesando situaciones muy
diversas, he encontrado al menos dos pilares para enten-
der esta situación. Por un lado, ha sido fundamental enten-
der la radical negación del mundo de la reproducción ma-
terial y simbólica de la vida social al habitar el orden de
la modernidad capitalista. Tal negación, o encubrimiento
reiterado, adquiere múltiples caras. Desde la negación del
“trabajo de producción de la vida ajena en la procreación”
asimilándolo a un mero “proceso natural” y desligándolo,
por tanto, de su central significado como pieza clave del
proceso de producción de mercancías y de capital; hasta
la enorme cantidad de trabajo emocional y material nece-
sario para sostener cotidianamente la vida humana, sobre
todo en medio del predominio de relaciones mercantiles,
38
de impulso a la sobre-explotación, de despojo generaliza-
do y de reinstalación de todo tipo de jerarquías coloniales.
El arco de lo negado es inmenso: desde el desconocimien-
to del conjunto de procesos de producción y de cuidado
para sostener la vida humana y no humana en su conjunto,
hasta el olvido reiterado de miles y miles de acciones coti-
dianas de creación y significación de vínculos afectivos y
productivos. Negación vasta y generalizada de la capaci-
dad humana de crear y cultivar, una y otra vez, una amplia
gama de vínculos y relaciones para sostener la existencia
en lucha: más acá, contra, más allá del capitalismo colo-
nial y sus continuas expropiaciones.
Además, a lo largo de los siglos de predominio de la
modernidad ilustrada, casi todo lo anterior colapsando en
la ausencia de palabra, capturado por el arte de cierta clase
de enunciación consagrada como legítima, que prescribe
y al mismo tiempo, autoriza. Desde la progenie de la mu-
jer que recibe –a voluntad de él- el apellido del padre,
hasta la fratria que dicta la ley y que no se responsabiliza
de los efectos de sus afirmaciones. El predominio patriar-
cal fundado en la negación radical o en la expropiación
descarnada del proceso cotidiano y extraordinario de re-
producción, ensambló a la perfección con el régimen de
valorización del valor y con la instalación de jerarquías de
herencia colonial. Ambos sujetan rígidamente –y niegan-
los diversos y arduos procesos de creación de las mujeres.
Es ahí donde capitalismo colonial y patriarcado se juntan
y se injertan dando lugar al patriarcado del salario, ac-
tualmente en crisis, como nos explica Silvia Federici.
39
Por otro lado, en segundo término, ha resultado muy
difícil para mí –y muy importante- comprender la dificul-
tad radical para expresar mis deseos, organizarlos y darles
curso. Desasosiego inmenso ante esta condición. Una y
otra vez percibir todo el peso de siglos de dominación en
el marco más inmediato para la organización de la ex-
periencia cotidiana, tanto en extraordinarias situaciones
colectivas como en eventos estrictamente personales. Una
y otra vez sentir que el resultado de la acción propia no se
ajusta a lo imaginado, percibir la deformación en la pro-
pia creación en cuanto ésta deja nuestras manos. Nuevas
oleadas de desasosiego, incluso miedo. Incomprensión
profunda de la enorme dificultad que afrontamos para
desplegar nuestras intuiciones más hondas. Y así una y
otra vez. Cansancio, hartazgo. Y por tanto urgente nece-
sidad de comprender qué ocurre con lo que alcanzamos a
crear, porque pareciera como si nuestra propia energía se
convirtiera, a la larga, en una fuerza ajena incrementada
que nos vuelve a expropiar.
Por eso siento urgencia de hacer estas reflexiones aho-
ra que parece haberse ya juntado una masa crítica de mu-
jeres hartas y deseantes que no queremos transigir con lo
que se nos impone constantemente como límite. ¿Hacia
dónde vamos a ir? ¿Qué creaciones necesitamos incitar,
empujar o desplegar? Estas preguntas son, entiendo yo,
las más difíciles pues nos alumbran la necesidad de di-
solver los lazos que nos atan con un orden simbólico de
siglos para poder destinar energía psíquica, fuerza vital y
riqueza material para re-construir el mundo que habita-
mos. Protagonizar un gigantesco acto de autodefensa es
40
el punto de partida de nuestra actual creación autónoma.
Hacia dónde empujamos a partir de ahí es un vasto y fértil
terreno para las más creativas y sugerentes discusiones.

Situar un punto de partida expositivo

¿Cómo puede un pez hablar del agua en la que habi-


ta? ¿Cómo puede una mujer describir el aire que respira?
¿Cómo exponer las distintas aristas de este añejo proble-
ma? Éste ha sido un asunto muy difícil para mí. Por eso
quizá me he tardado tanto tiempo en hacerlo. Más de ocho
años desde la primera vez que sentí con fuerza la necesi-
dad de escribirlo. No encontraba un punto de partida ni
teórico –las Mujeres Creando primero, después el femi-
nismo de la diferencia de la Comunidad filosófica Diótima
y luego, Silvia Federici, me dieron las palabras y las pistas
iniciales que necesitaba- ni expositivo, para presentar mis
argumentos.3 Un evento más o menos reciente a cual mas
desagradable vivido en el espacio público, me impulsó
a situar el problema de manera inmediata para poder in-
dagar en él de manera concreta. Lo tomaré como punto
de partida expositivo pues creo que resulta útil -también
como técnica de investigación feminista- narrar un suceso

3  En la próxima carta les contaré cómo “olvidé” mis momentos de más fuer-
za y más gozo, porque no logré integrar su significado a mi trayectoria vital.

41
pueril e incomprensible en el que se condensa lo negado
y oculto. Comprender un suceso así alumbra con claridad
el pacto patriarcal contra nosotras, porque nos obliga a
verlo. Me ha ocurrido que cuando comprendemos a fon-
do el pacto patriarcal en una pequeña situación particular,
entonces nos dotamos de la capacidad de significar sus
múltiples repeticiones a distintas escalas.
Era un lunes de junio de 2016 y los maestros de edu-
cación básica de Puebla, al igual que en muchos otros
lugares de México, estaban en las calles impugnando la
mal llamada “reforma educativa”. Recién había ocurri-
do la masacre de la Mixteca en Nochixtlán. Nosotras, en
el Posgrado en Sociología de la Universidad de Puebla
-donde trabajo también de manera asalariada-, teníamos
ese día una reunión muy importante: llevaríamos ade-
lante el proceso de selección de la nueva generación de
doctorado. Es complicado hablar sobre esto pues parecen
un conjunto de “infidencias”. Siempre ha sido así. Ellos
agreden y una debe callar acerca de sus agresiones. Aho-
ra ya lo sabemos claramente y no obedecemos. El caso
de la mujer violentada dentro de la pareja es el más co-
nocido, pero el problema es que se espera que ocurra lo
mismo en el conjunto de la sociedad, en otros espacios
supuestamente “de pares”: se espera de nosotras la mis-
ma “lealtad”, el mismo silencio que garantice impunidad,
que invisibilice la agresión. Para no entrar en demasiados
detalles presentaré un esquema resumido de lo que ocu-
rrió aquel día: un procedimiento conocido para realizar
la selección, un caso en el que se cumplen los requisitos
marcados por el procedimiento –en el cual está muy claro
42
nuestro interés-, relacionado con una compañera con la
que ya hubo roces fuertes con algunos de quienes parti-
cipan en el pacto patriarcal que subyace a este espacio
aparentemente democrático y de izquierda de producción
de ideas y formación de nuevas generaciones. Repentina-
mente, introducción de un nuevo criterio para discriminar
y excluir. Sorpresa por parte nuestra. Argumentos nues-
tros contra la regla que acaba de incorporarse al proceso.
Polarización creciente en la reunión: nosotras y sólo no-
sotras en uno de los polos,4 todos los demás, incluida una
colega, en el otro. ¿Qué pasa? ¿Cómo lograron acuerparse
tan rápido? ¿Están realmente todos de acuerdo? El truco:
no están de acuerdo sobre el punto. Están de acuerdo en
que tienen que contenernos a nosotras. Nosotras no pode-
mos desafiar su estabilidad, su capacidad de establecer la
“última palabra”. Asombro: ¡es una acción colectiva de
disciplinamiento contra nosotras! Más asombro cuando
una aparentemente loca idea surge desde el cuerpo todo:
¡esto es el sucedáneo de la violación disciplinaria glosada
por Rita Segato! Darnos cuenta de esto no es tan obvio.
Nos parece tan repugnante y tan descabellada la idea que
la primera disposición nuestra es negar lo que está ocu-
rriendo. No aceptamos los hechos tan delirantes como son
y nos aferramos a la creencia de que habitamos un espacio
de pares. El cuerpo de una de nosotras reaccionando en

4  El “nosotras” al que aludo aquí está constituido por Mina Navarro, Lucia
Linsalata y mi persona, quienes formamos parte del Posgrado en Sociología
y sostenemos un área de investigación específica llamada “Entramados co-
munitarios y formas de lo político”. Es ahí y con ellas con quienes ejerzo mi
oficio de profesora.
43
forma de vómito: algo sí ocurre, algo grave, muy grave
está ocurriendo. Dificultad enorme para ir de los hechos a
la significación pues cuesta mucho admitir que estalle un
fundamento del orden patriarcal capitalista moderno: la
ilusión de igualdad, la fantasía de paridad.
Todo ese imaginario, en una tarde gris de junio se
revela como una gran mentira; se desgarra el velo que
cubre el pacto patriarcal. Es nuestro empuje el que lo
hizo visible, aunque es tan horrible mirarlo que nos cues-
ta trabajo aceptar lo que vemos. Se rompe la imagen que,
hasta un minuto antes, teníamos de algunos de los cole-
gas: todos actúan como parte de la fratria. De la fratria
que castiga y disciplina a las mujeres que han tenido la
audacia de coaligarse lo cual, en su opinión, conduce al
desafío a sus reglas y a su autoridad. Todo tan trivial, tan
inmediato, tan veloz, que es difícil aceptarlo. Todo tan
“cavernario” que resulta repulsivo. Lo peor de todo: de
manera inmediata lo que va pasando se presenta como
incomprensible. Lo único claro es el resultado: ellos im-
pusieron de manera virulenta una decisión en la que no
hubo disposición a escuchar nuestros argumentos y sobre
la cual nosotras no logramos incidir. Protestamos, eso sí.
Escribimos cartas y quejas. Por supuesto. No surtieron
efecto. Como si nuestra palabra se devaluara comple-
tamente apenas dejara nuestros labios. Y el truco para
hacerlo, igualmente ultra conocido: tergiversar lo que
nosotras enunciamos y afirmar que decimos otra cosa,
aun si ha sido expresado por escrito y es posible cotejar
una y otra versión. A ninguno le interesa hacerlo. Es otra
cuestión lo que se está jugando en la disputa: disciplinar-
44
nos y reinstalar su monopolio de la decisión.
Lo que está en juego es que ellos nos perciben como
amenaza y no admiten nuestro interés por trabajar tam-
bién con otra mujer que con anterioridad les ha marca-
do límites. Ellos no nos apoyarán, lo cual no es novedad.
ése ha sido el modo de relacionarse con nosotras desde
que nos constituimos como equipo. La falta de apoyo, sin
embargo, constituye sólo el primer momento de la clase
de relación que entablan con nosotras. Más tarde ha co-
menzado la agresión: solapada e indirecta en ocasiones,
abierta y belicosa esta última vez, y las siguientes.
No se trata únicamente de que alguno dentro de la
fratria tenga una “personalidad” problemática y agresiva.
Aun si ése es el caso, en realidad la cuestión de fondo
está en otro lugar. Es el esfuerzo por restablecernos “en
nuestro lugar”. Sí, el lugar dominado y sujeto en el que
la masculinidad dominante pretende instalarnos. El lugar
que es funcional a sus propios acuerdos y objetivos. ¿Un
lugar y una voz propia para nosotras? ¿Tendencialmente
autónomos? ¡No! ¡Ese espacio y esa voz no son admisi-
bles! Habrá que disputar y seguir creándolo.

En espacios mixtos, y esto es algo muy difícil de en-


tender, no habrá reconocimiento de -y mucho menos apo-
yo para- un lugar autónomo para nosotras, para ningunx
de nosotras, ni será reconocida nuestra voz cuando enun-
cie nuestros propios pensamientos y deseos. Ese lugar au-
tónomo, desde el punto de vista patriarcal no existe, y si
45
algunas se empeñan en construirlo, ellos -y algunas ellas-
lo boicotearán para acabarlo. Ellos no nos asignan un lu-
gar de pares: nosotras existimos para ellos o corremos el
riesgo de ser borradas. Así de sencillo. Sin embargo, en
el último lustro, una vez más, masivamente estamos aban-
donando ese lugar fijado de antemano. Somos muchas
migrando de ese sitio estéril e insoportable. De distintas
maneras, con estrategias varias, contradictorias en ocasio-
nes. Poco a poco nos vamos reconociendo entre nosotras
aunque nos cueste tanto equilibrar nuestras diferencias.
Lo que sucede dentro del pacto patriarcal es, a la lar-
ga, imprevisible; aunque hay ocurrencias que una y otra
vez vuelven a acontecer que son plenamente conocidas:
vigilancia hacia las alianzas entre nosotras para tratar de
controlar los fines que acordemos; boicot consciente o
pre-reflexivo, de todas las maneras imaginables, a nues-
tros proyectos cuando de todos modos los echamos a an-
dar; agresión solapada o abierta. De nuestra parte, enojo,
mucho mucho muchísimo enojo. Furia en estado puro.
Hasta que finalmente logramos entender qué es lo que
está ocurriendo. Las formas de la interacción son desqui-
ciantes pues es muy probable que las agresiones varíen
contra cada una de quienes se coaligan. Ellos fijarán es-
calones diferenciados de reconocimiento hacia algunas de
nosotras buscando resquebrajar las alianzas que hayamos
alcanzado. Serán quizá más prudentes si la que desafía su
pacto cuenta con cierta autonomía material. Aunque de
fondo, eso sí, acecho sistemático hacia cualquier forma de
autonomía política y nada de autonomía simbólica.
46
En su imaginario, y tal extremo lo percibí con el cuer-
po todo, abrumadoramente, esa tarde tremenda, nosotras
somos, a lo más, alguna clase de “complemento” de ellos
mismos. “Complemento” adecuado y, de preferencia, có-
modo. ¿Cómo pretendemos ir más allá? ¿Cómo creemos
que podemos hacer otra cosa que no calce en lo que ellos
de por sí ya diseñaron? ¿A quién se le ocurre? Sus normas
han funcionado por décadas e incluso siglos y bueno...
sí, hay problemas. Pero finalmente qué nos espera si des-
conocemos sus sabias decisiones. ¡Ni siquiera podemos
preverlo! La agresión está justificada. Nosotras somos las
que no entendemos las reglas.
Están equivocados, nosotras sí entendemos las reglas.
Nosotras, sencillamente, las desafiamos, las alteramos
cuando poco a poco vamos consolidando nuestra propia
fuerza femenina, insolente y fértil, creativa y disruptiva.
El problema entonces se renueva: la autodefensa contra la
agresión de la que somos objeto se nos impone como tarea
primordial. Al comienzo, creemos que tal necesidad nos
drena energía, poco a poco nos vamos dando cuenta que
ocurre exactamente al contrario: cuando nos autodefende-
mos recuperamos para nosotras mismas nuestra energía
vital y la alegría que le acompaña. Los problemas se vuel-
ven desafío y los desafíos creación. Eso entendimos. Esa
experiencia me dotó de un punto de partida para la exposi-
ción. Sabía que esto ocurría y no creía que lo sabía, quizá
lo olvidaba por no querer recordar el dolor y la confusión
que tiñen muchas de estas experiencias.

47
El lugar en el que no nos vamos a quedar

Es detestable el lugar asignado a lo femenino -y femi-


nizado- dentro del pacto patriarcal -que a su vez es capi-
talista y colonial- que estructura, por lo demás, diversas
formas de lo “femenino” -y también variadas “masculi-
nidades”. No queremos estar ahí. No vamos a quedarnos
ahí. Queremos subvertir esa geometría, y muchísimas
mujeres, sobre todo las más jóvenes son quienes ponen
más empeño en ello. Vamos poco a poco escapando de
ese lugar en el que históricamente nos colocaron desde
hace cuando menos cinco siglos y para ello hemos trazado
diversas rutas.
Una de ellas ha sido la que inicialmente tomó el nom-
bre de “feminista”: un camino emprendido por mujeres,
principalmente de la clase dominante que buscaba equi-
parar sus privilegios con los de los varones de su mis-
ma clase. Al comienzo, durante momentos turbulentos
cuando se consolidaba el poder político burgués, tal fue
el camino del feminismo de la igualdad: derecho a votar
y ser votada –cuando los votantes tenían que demostrar,
también, ser propietarios-, derecho a heredar y a manejar
con libertad los bienes propios en medio de un océano de
radical desposesión. Este camino, a lo largo del siglo XX,
ha llegado a un límite. Sobre todo cuando, en las últimas
décadas, ha vuelto a quedar enlazado con formas políticas
liberales que, para su organización interna, como criterio
ordenador, colocan a un sujeto pretendidamente “neutro”
48
-devaluando la sexualidad hacia una mera “preferencia” a
ser administrada y desconociéndolo como un rasgo fun-
damental del sostenimiento de la vida- que no se ocupa
del trabajo de la reproducción, que considera que puede
garantizar su vida a través únicamente de relaciones mer-
cantiles y que produce decisiones políticas sólo a través
de formas representativas: el ciudadano, consumidor, vo-
tante. Es cierto que este camino ha contribuido a desmon-
tar algunas de las más odiosas restricciones previas, tanto
para muchos varones de las clases trabajadoras como para
algunas mujeres. Pero ha sido un logro carísimo. El costo
ha sido nuestra conversión en descartable fuerza de traba-
jo ultra-explotada, eso sí, “ciudadana”. El proceso ha sido
largo y muy peleado, plagado de luchas que, en su más
añejo y general significado, han defendido tierras, aguas,
medios de existencia, salario, derechos y también capa-
cidades políticas de autogobierno. Se ha impuesto pese
a todo una figura nefasta a la interdependencia humana
y entre lo humano y lo no humano. La figura triangular
del patriarcado capitalista y colonial en su versión con-
temporánea de guerra neoliberal. Así estamos todxs en-
samblados.
En medio de esa amalgama patriarcal del capitalis-
mo-colonial, aunque siempre más allá de ella y en contra
de ella, muchas mujeres hemos desplegado esforzadas
luchas desde la izquierda. Asumiéndonos en tanto mu-
jeres como un sector de la clase trabajadora, muchas
abuelas se empeñaron por desprivatizar las reglas del
matrimonio y la familia, buscando creativamente colocar
la garantía de reproducción de la vida en el centro de las
49
tareas políticas. Otras voces han disputado con energía
y casi siempre en soledad, la parcialidad de la mirada
masculina dominante: Rosa Luxemburgo es un emble-
ma de este esfuerzo y Silvia Federici junto a muchas
otras, partió desde ahí. Por otro lado, durante los últimos
50 años renovados caminos se han abierto desde otras
claves que comparten una precisión imprescindible: las
mujeres trabajadoras no somos un sector “de clase” sino
una experiencia histórica negada que se va dotando de
creciente fuerza expresiva. Los feminismos de la dife-
rencia comparten hilos de tal clave: reconocen y asumen
la diferencia sexual, ponen en el centro los cuerpos de las
mujeres y piensan cómo transformar el mundo a partir de
ahí. Los feminismos descoloniales, comunitarios e indí-
genas cruzan las claves de la lucha diferenciada contra la
explotación con la lucha contra el despojo y la destruc-
ción colonial, capitalista y liberal. Los feminismos lés-
bicos incluyen la clave no únicamente de la preferencia
sexual –tal como se expresa esta cuestión en clave “de
derechos”- sino que critican el régimen heterosexual y
heteronormativo que impone un solo camino aceptable
–legal y legítimo- para organizar la reproducción cotidia-
na de la vida social y la circulación de la energía erótica.
Es un enorme flujo de ideas y palabras que nos conmue-
ve y nos nutre. Tenemos historia. Hay una historia po-
tente de nuestras innumerables luchas. Una historia que
no es simétrica a la historia de las luchas de izquierda
protagonizadas por muchísimos varones y algunas mu-
jeres. Es distinta.

50
En medio de esta efervescencia que ha vuelto a acti-
varse con potencia increíble mi postura es la siguiente:
rastreo experiencias de lucha en primera persona, asu-
miendo –con el feminismo de la diferencia- que habitar un
cuerpo de mujer o feminizado –o uno de varón- marca una
diferencia fundamental en el modo como experimenta-
mos el mundo y en los caminos que ensayamos para sub-
vertir las relaciones de explotación, opresión y despojo
en las que quedamos atrapadas. Además de ello, adhiero
a los feminismos autónomos, populares y comunitarios,
anticapitalistas y anticoloniales, enfocando la mirada en
las relaciones de interdependencia necesarias para soste-
ner la vida, en su maleabilidad y, al mismo tiempo, en
su perdurabilidad. Esto es, asumo que sólo a través de la
generación y cultivo de relaciones de interdependencia y
de cuidado satisfactorias y no explotadoras ni opresivas
podemos garantizar trayectorias vitales gozosas y creati-
vas, que se abran a todas las posibilidades subvirtiendo
lo que las encorseta. Para mí, asumir con el cuerpo todo
las relaciones de interdependencia es saber –y ocuparse
de aprender- cómo producir y reproducir lo común. Fi-
nalmente, en tanto parto de la centralidad del mundo de
la reproducción cotidiana de la vida como eje estructu-
rador de cualquier transformación social posible, asumo
la crítica al régimen heterosexual y heteronormativo que
fija la pareja heterosexual y la familia legal como mode-
lo organizador del amplio mundo de la reproducción y la
vida cotidiana.
Desde ese lugar persevero en practicar y alumbrar una
“política antipatriarcal por lo común”. Esto es, la práctica
51
política que practico -y sobre la que ahora reflexiono- no
pierde de vista que habito un cuerpo de mujer, asume los
lazos de interdependencia y, por tanto, la producción de
lo común como eje fundamental del razonamiento acerca
de cómo subvertir el régimen heterosexual capitalista y
colonial, que sitúa al matrimonio y a la familia –aun si
ésta es “igualitaria”- como instancias básicas de organiza-
ción de la vida cotidiana que permiten la explotación del
trabajo asalariado y el despojo múltiple de las creaciones
individuales y colectivas. Desde ahí busco hablar y por
eso he sentido, a lo largo de las últimas dos décadas que
necesito otro lenguaje, otras coordenadas para orientarme
en el mundo y en mis propios deseos. Hablando con uste-
des, voy dotándome de ellas.

Con muchísimo afecto.


Raquel

P.D.: Brevemente, unas líneas rápidas sobre algo


que no es un problema, pero termina siéndolo: ¡Nuestra
fuerza, hoy! Ser fuertes no debería ser un problema para
nosotras, pero lo es en tanto nuestra fuerza se despliega
descomponiendo ámbitos del pacto patriarcal, que se re-
compone de maneras inéditas. El problema consiste en la
brutal y reactiva manera en la que muchos se empeñan
52
en, o bien contener la fuerza disruptiva que desplegamos
o bien en re-apropiarse de ella, es decir, en sujetarla para
sus propios fines. Si bien es en las siguientes cartas donde
reflexionaré con más calma sobre esto, bosquejo a la rápi-
da un par de cuestiones útiles que he aprendido en todos
estos años:
a. En tanto se sabe y se afirma que se quiere subver-
tir y cambiar la vida toda; resulta complicado diagra-
mar objetivos y fines explícitos y, sobre todo, hacerlo
de manera sintética. Las constelaciones estratégicas
de luchas feministas van rompiendo, al desplegarse,
cualquier simetría con los rasgos patriarcales hereda-
dos del pensamiento canónico de izquierda, organiza-
dos casi siempre a partir de “fines últimos” y binarios
excluyentes. Resulta muy difícil, sin embargo, encon-
trar las resonancias que nos permiten re-conocernos
entre diversas en medio de nuestra fuerza desplegada.
Ahí aparece un espejismo que es una trampa: a nues-
tras luchas y a lo que afirmamos, “algo” les hace falta.
El espejismo funciona a través del reflejo del orden
patriarcal/capitalista proyectado en nosotras: en tanto
somos nosotras quienes, de maneras variadas y po-
limorfas nos hacemos cargo del sostenimiento de la
vida, sabemos que es muy fértil detener el drenaje de
energía y recursos que se nos impone como cotidia-
nidad. Nos empeñamos en eso. Cuando a tales acti-
vidades se les asigna sentido desde dentro del pacto
patriarcal, inmediatamente se busca instrumentalizar
la fuerza regenerada, trastocando sus fines. Algunos
53
miembros del pacto -varones mayoritariamente, pero
a veces también mujeres- querrán venir a “completar-
nos”, a “corregirnos”, a señalar qué es aquello de lo
que carecemos. Conviene desconfiar y no creerles. Es
casi imprescindible estar en guardia.
b. Lo segundo es la importancia de no enganchar-
nos emocionalmente con nuestros detractores y anta-
gonistas, porque cuando lo hacemos nos llenamos de
enojo y de odio. Dos de las más destructivas emocio-
nes que sólo nos drenan y confunden. La autodefensa
nuestra es pues, siempre, una cuestión vital. Sólo así
conseguimos ir hasta el final en aquello que nos pro-
ponemos.

54
55
Impreso en Montevideo,
Febrero de 2020.

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