Texto de Marcela Carranza Resumen

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La literatura infantil y juvenil como problema de la literatura

Brecht dice en su poema: «no digan nunca: esto es natural».


Es una idea interesante cuando se trata de pensar hoy en la literatura infantil. Como mucho de
lo que tiene que ver con el mundo de los niños, la literatura infantil hipotéticamente pertenece al
territorio de lo conocido, de lo familiar, de lo fácilmente dominable o apresable por la razón y los
sentidos. Con los libros para chicos parece, pero sólo parece, estar todo bien... Son libros para
chicos... ¿qué problema puede haber?
Quizás podríamos comenzar estas palabras diciendo que estamos acá porque la literatura
infantil nos genera inquietud, no nos deja tranquilas… Hacernos problema por algo tan
frecuentemente visto como simple es desnaturalizarlo. Tratarlo como le corresponde a un hecho
de la cultura. Y ningún hecho de la cultura es neutral o simple.
Tratar a la literatura infantil fundamentalmente como literatura supone meterse en un
apasionante problema. Y pensar la literatura que se escribe para los chicos cuestionando quién
la lee y cómo la lee, si se cruza con lo anterior, es todavía más interesante. Estas dos miradas,
la que nos brindan los estudios literarios y la preocupación por los lectores y sus prácticas, serán
las que nos guíen en este intento por problematizar a la literatura infantil.

Fundamentalmente, porque si observamos la historia de los estudios sobre literatura infantil y


muchas de las formas actuales de abordarla, veremos que es infrecuente que la mirada literaria
esté puesta en juego. Esto tiene mucho que ver con las marcas de origen de esta literatura.
Desde su nacimiento la literatura infantil estuvo embarcada en lo formativo entrelazado con el
deleite, como decía Perrault en la introducción a los cuentos de Mi madre la oca. Si el deleite en
la lectura está más del lado del arte y del juego, y lo formativo, más del lado de los intereses
educativos, podríamos decir que en la tensión entre ambos bandos, la mayoría de las veces, de
las maneras más variadas, salió ganando el educativo. Es que la infancia, desde que empieza a
ser mirada como algo distinto en la corriente de la vida , es una porción del tiempo humano que
razonablemente es vista como la de los aprendizajes. La cuestión es en nombre de qué y bajo
qué formas se promueven esos aprendizajes. En el caso de la literatura infantil, muchas veces
ha sido a costa de la libertad del lector.
Una de las formas en que pueden observarse muchas de las marcas que constituyen a la
literatura infantil es mirando este objeto desde una perspectiva histórica y no como algo dado
sólo por las características de su destinatario, aún cuando este influya enormemente. En un
análisis sobre los orígenes de la literatura infantil Maite Alvarado , siguiendo a Roger Chartier,
recuerda el caso de la «Biblioteca Azul» en Francia. Se trató de un emprendimiento editorial que
entre los siglos XVII y XVIII se dedicó a adaptar para lectores populares textos religiosos,
literarios y de información general. Esta idea de adaptación a un determinado lector, recién
llegado a la lectura escrita, es fundamental para pensar muchas de las operaciones que luego se
hicieron cuando de escribir para niños se trataba. En el caso de los textos de la «Biblioteca
Azul», las reformulaciones que se hicieron a los textos originales estaban destinadas a facilitar la
oralización. Se pensaba en un lector más familiarizado con las prácticas orales que con las
escritas, y aquí vemos un nuevo paralelismo con el destinatario infantil, sobre todo con el que
recién se inicia en las prácticas lectoras. También se lo representaba con una capacidad de
concentración escasa, con tendencia a interrumpir frecuentemente la lectura. Por esta razón en
estas adaptaciones era necesario recurrir a ayudamemorias para no perder el hilo de la
narración y a ayudas gráficas. Para que el texto escrito se pareciera lo más posible al texto oral,
se reducían los relatos eliminando descripciones, de modo que se preservaran sólo las acciones
y se simplificaban las oraciones. Por otra parte, y esto nos recuerda nuevamente el origen tan
ligado a lo formativo de la literatura infantil, las adaptaciones de los textos tenían que ver con
razones morales o religiosas, ya que se eliminaba todo aquello que fuera contra la moral o la
ideología de la época.
El lector que se imaginaban los que llevaron a cabo el dispositivo de la «Biblioteca Azul» nos
recuerda fuertemente la situación narrativa que propone la autora Ema Wolf en su libro Historias
a Fernández . Este libro plantea ficcionalmente desde una perspectiva humorística la
preocupación del autor de libros para chicos por capturar a su exigente y en muchos casos
esquivo lector.
Fernández es un gato destinatario de tres historias narradas al hilo por su dueña. Narrar y tener
éxito en la narración en este caso es cuestión de vida o muerte ya que Fernández ha sufrido una
caída desde las alturas y no debe quedarse dormido en las tres horas posteriores a su contusión.
El plan de la dueña consiste en narrarle una historia por hora. La habilidad para narrar y el uso
eficaz de todos los trucos posibles, hasta los más desopilantes, para mantener la atención de
Fernández es lo que permite llegar a un desenlace exitoso. La narradora, tal como seguramente
lo harían los que oficiaban de lectores orales de los textos de la «Biblioteca Azul», interrumpe a
cada rato su relato reclamando la atención de su destinatario, buscando formas de atraerlo:
«¿Hasta acá vamos bien? Vamos bien.» o «¿Qué tal? ¡No te esperabas esto! Yo tampoco.»; estas
son, entre otras, las apelaciones incesantes y recursos de todo tipo utilizados para mantener en
estado de alerta a Fernández.
Esta situación inventada por Ema Wolf parece parodiar la fuerte determinación del destinatario
en la literatura infantil, aunque no sea él quien decide. Es decir, la literatura para niños supone
una relación asimétrica entre emisores y mediadores adultos, y destinatarios niños. Cuando
hablamos del destinatario no nos referimos a esos niños reales, concretos, impredecibles como
son los niños que tenemos frente a nosotros en casa o en el aula, sino a representaciones de
niños. De aquello que imaginamos los adultos que es un niño, sus supuestos intereses, gustos,
necesidades, deseos, miedos... La literatura infantil en muchos casos se ata a una figuración
rígida del destinatario, y esta representación del niño está presente no sólo en decisiones del
autor, sino también en maestros, bibliotecarios, padres, editores, libreros, etc.
Los supuestos que el público lector adulto tiene en general sobre la literatura infantil suelen
estar marcados por criterios de lo que se considera simple para lectores que recién entran al
mundo de los libros. Así lo analizó una teórica israelí, Zohar Shavit , basándose en las
operaciones de adaptación que se realizan de textos canónicos, como los clásicos por ejemplo, a
formatos masivos, como los cuentos que se venden en los kioscos, o las películas Disney, etc. En
un recorrido fugaz por estos supuestos podemos ver que la sujeción a los géneros conocidos , el
predominio de líneas narrativas únicas y fuertemente tramadas, la presentación de personajes
que evaden la complejidad, el descarte de todo lo que se considera accesorio a los núcleos
narrativos como descripciones u otras formas de detención de la dinámica narrativa, y la
adhesión a temáticas que no pongan en cuestión las ideologías hegemónicas, entre otros rasgos,
son los que siguen predominando en mucha de la literatura para chicos que hoy se edita. Esta
idea de lector, como podemos fácilmente comprobar, se acerca muchísimo al que prefiguraron
los adaptadores de las primeras épocas de la literatura infantil.
El encasillamiento en la representación de los lectores, según Maite Alvarado y Elena Massat ,
está íntimamente relacionado con algunas marcas que identifican a muchos de los textos que se
producen en la literatura infantil. Una característica que las engloba es la tendencia a la
repetición, que también tiene una explicación en el origen oral de los relatos infantiles, por un
lado, y en que se piensan para ser oralizados, por otro .
¿Qué es lo que se repite en los textos para chicos? Puede ser aspectos formales como
construcciones sintácticas, léxico o estructura narrativa, o bien personajes, espacios, conflictos e
incluso géneros. Muchas veces la repetición se da en forma de explicación. Entonces se vuelve a
decir entre paréntesis lo que ya se había dicho. Algunos autores abusan de esto, quizás porque
subestiman al destinatario y no quieran dejar los sentidos de su texto librados al azar.
La relación entre texto escrito e ilustración, otro de los rasgos constitutivos de los libros para
chicos, muchas veces también es un ejemplo de la repetición. Nos referimos a aquellas
propuestas en las que la ilustración se limita a reiterar lo que dice el texto.
Graciela Montes plantea que se puede observar en la literatura infantil una serie de mandatos
que subyacen a muchas de las propuestas destinadas a los chicos. Estos mandatos suelen estar
basados en ideas sobreprotectoras acerca de los lectores infantiles. Uno de ellos es el mandato
de lo familiar. De ese modo, en el caso de la literatura infantil argentina, vemos una tendencia a
la repetición de los espacios representados. Pululan los cuentos que suceden en el barrio o en la
escuela, o sea en los mundos supuestamente cercanos a la vivencia del niño . También los
textos rebosan de personajes vinculados a esos mundos.
Algo similar sucede en muchas de las llamadas novelas juveniles, novelas «burocráticamente
realistas y convencionales» . En ellas se repiten hasta el hartazgo los narradores protagonistas
en primera persona , infaliblemente adolescentes con los cuales debería identificarse el lector.
El mercado editorial suele sentirse a sus anchas con la tendencia repetitiva de la literatura
infantil y juvenil, ya que es una manera cómoda de homogeneizar propuestas, lectores y formas
de leer y, por supuesto, garantizar las ventas a toda costa, aun cuando se trate de productos
culturales que como tales, exigirían otro tratamiento a la hora de su producción y
comercialización.
La consecuencia principal del uso abusivo de la repetición es la inmensa cantidad de textos
estereotipados, previsibles, ajenos a las innovaciones formales. Mucha de esta literatura es
«autista» respecto de la serie literaria en general, así como a otras zonas de la cultura próxima
al mundo infantil como el cine, la televisión, la historieta, la publicidad o los video juegos.

La transmisión de valores en la literatura para chicos

La experiencia de la literatura, si alguna vez va de verdad, si alguna vez es verdadera


experiencia, siempre amenazará con su fascinación irreverente la seguridad del mundo y la
estabilidad de lo que somos. Jorge Larrosa.
La literatura, la lectura de textos literarios pone en peligro las seguridades que sobre el mundo
hemos construido, nos dice esta cita de Larrosa, y es a partir de esta «fascinación irreverente»
que violenta las verdades fosilizadas que nos dan el mundo como algo ya pensado y ya dicho,
como algo evidente, como algo que se nos impone sin reflexión. Allí está el poder
transformador de la literatura, nos dice Larrosa, y no en aquellos textos que se dirigen al lector
diciéndole cómo debe pensar el mundo y a sí mismo, y qué debe hacer «para cambiarlo».
Desde hace no mucho tiempo atrás ha tomado fuerza inusitada, dentro del campo de los libros
para chicos y jóvenes, un discurso sobre el que quisiéramos abrir la reflexión en esta
oportunidad. Nos referimos a la llamada «educación en valores» a través de los textos literarios.
Quisiéramos aquí preguntarnos por esta necesidad de vehiculizar valores a través del arte y la
literatura para chicos. ¿Por qué la literatura infantil ha resultado tan permeable a este discurso
que parece provenir de diversos ámbitos como el pedagógico, el editorial, los medios de
comunicación, e incluso el poder político?.

A casi nadie se le ocurriría hoy en día predicar la necesidad de transmitir valores a través de la
literatura para adultos . Sin embargo no sucede lo mismo con el arte y los libros para chicos.
¿Por qué?
Quizás, no sólo debamos reflexionar sobre la función del arte y la literatura, sino también acerca
de nuestra concepción de los destinatarios de ese arte, ¿cuál es nuestra mirada sobre los niños y
los jóvenes, cómo nos situamos frente a ellos, y entre ellos y los objetos artísticos que les están
destinados?.
Colecciones completas dedicadas al binomio valores-literatura, libros «hechos por encargo» para
cubrir una demanda editorial: hay libros para enseñar ecología, para hablar de la discriminación,
para tratar «temas difíciles» como la droga, el sida, la pobreza, la guerra... Las editoriales
embarcadas en esta cruzada nos ofrecen catálogos, afiches, cuadernillos con actividades, toda
una suerte de «merchandising» de los valores. Pero para llevar a cabo esta difusión del «deber
ser» no sólo se recurre a los libros prefabricados con este propósito, la mejor literatura infantil
también es sometida a esta operación. Y entonces nos encontramos con libros de Roald Dahl o
de Tony Ross incluidos en una tabla de doble entrada destinada a los docentes, en la cual se
especifica muy didácticamente qué valores corresponden al libro en cuestión. Estas acciones
llegan al absurdo de suponer que un libro «es mejor» en la medida en que mayor sea la cantidad
de valores morales incluidos en él.
Las editoriales que actúan de este modo piensan que así venderán más, y sabemos que para la
producción de textos infantiles, al menos en nuestro país, el mercado cautivo por excelencia es
la escuela. Entran a jugar en relación con esto el currículum y los contenidos transversales.
Programas que se traducen en actividades en donde la función del cuento en el aula es la de
moldear la imaginación infantil según un proyecto adulto del «deber ser», que supone un control
eficaz del sentido, la limitación interpretativa del lector, la restricción de la polisemia de los
textos. Por suerte ese control no siempre es tan eficaz y los lectores encuentran formas no
oficiales de leer que escapan incluso a las intenciones de los mediadores, y en algunos casos de
los textos mismos.
Esta situación nos lleva a pensar en el estado actual de la formación de los docentes en el área
de la literatura. A partir de la experiencia de capacitación podemos afirmar que una gran parte
de los institutos de formación no brindan las herramientas necesarias a los futuros maestros o
profesores para que en diversas situaciones de lectura puedan abordar un texto literario desde
su especificidad.
En publicaciones especializadas, congresos, jornadas, mesas redondas, especialistas del campo
se obstinan en instalar el predominio de la función social en los textos destinados a niños y
jóvenes. A todo esto debemos sumar la pobreza del debate y la discusión. Como si este
sometimiento de lo literario a los valores fuera algo incuestionable.
Habría que preguntarse por qué hoy tiene tanta fuerza este discurso dogmático de la pérdida de
los valores, y su necesaria transmisión a las nuevas generaciones. También deberíamos
preguntarnos por qué la literatura y otras ficciones parecen ser la forma privilegiada para esta
transmisión.
¿Qué concepción de la lectura y del lector supone este uso moral de lo literario?, porque no nos
engañemos: la llamada «educación en valores» no es sino una nueva forma aggiornada de la
vieja moralina a la que históricamente ha estado ligada la literatura infantil desde sus inicios.
Ciertas rutinas de lectura en el aula suponen un contexto en que el lector a priori cuenta con que
el mensaje está allí para «ser bajado», para intervenir en su formación. No es extraño encontrar
casos en los que textos irreverentes como «¡Silencio, niños!» , de Ema Wolf, en el que la parodia
del deber ser escolar es justamente uno de sus significados más notorios, sea leído por algunos
docentes a sus alumnos para enseñarles las reglas del buen comportamiento en el aula.
Dice Jorge Larrosa: «La literatura excede y amenaza tanto lo que somos como el conjunto de las
relaciones estables, ordenadas, razonables que constituyen el orden moral racionalmente
ordenado. La literatura, como la infancia, pone en cuestión la validez del mundo común.»
Quizás el mayor peligro al que se ha visto tentada la pedagogía es el haberse visto constructora
del mundo, la dueña del futuro, nos dice también Larrosa en su artículo «El enigma de la
infancia».
Si escuchamos o leemos los enunciados en torno a la «educación en valores» a través de los
textos infantiles y juveniles, sentimos esta fuerte impronta autoritaria. Se toma de la literatura
su carácter gratuito, se la despoja de su libertad y se la pretende transformar en vehículo útil y
eficiente para construir seres humanos «mejores» que harán un mundo «mejor» . Voluntad de
dominio sobre las nuevas generaciones, voluntad de dominio, «antídoto» frente a la palabra
literaria.

La búsqueda de nuevos aires para la literatura infantil en Argentina

Afortunadamente no toda la literatura infantil y juvenil se somete a aquellas marcas que la


acercan más a lo formativo y la alejan de lo estético.
Un pequeño paseo histórico por lo sucedido en el campo de la literatura infantil argentina hace
ya dos décadas nos puede ayudar a ver cómo se intentó e intenta «salirse de las casillas» frente
a los textos fuertemente escolarizados y frente al silencio impuesto por la dictadura militar.
El retorno de la democracia significó una eclosión de la producción literaria para chicos y jóvenes
y de los intentos de instalación de un campo particular con actores y reglas propias. Sin
embargo, sería injusto no recordar algunas figuras anteriores a este momento histórico que
fueron decisivas por su mirada decididamente literaria y muy cercana a la cultura de los chicos.
Nos referimos en particular a dos de ellas, María Elena Walsh y Javier Villafañe. Ambos tuvieron
una particularidad destacable y original: unieron a una forma de escribir desenfadada y
absolutamente marcada por los juegos con el lenguaje , una experiencia riquísima con otras
formas de la cultura popular infantil como son la canción y el teatro de títeres .
A partir del año 84, como decíamos antes, se produjo un muy interesante cambio en la visión de
la literatura infantil que se manifestó en varios frentes. En el caso de la producción literaria, un
grupo de escritores que tenían en común no pertenecer al ámbito pedagógico, varios de ellos
egresados de la Carrera de Letras, comenzaron a publicar una literatura que intentó un quiebre
con aquello que tuviera que ver con la exigencia pedagógica. Nos referimos a autores como
Graciela Montes, Ema Wolf, Graciela Cabal, Laura Devetach , Ricardo Mariño, Gustavo Roldán y
Silvia Schujer, entre otros. Una de las peculiaridades de este grupo fue que se conformó, más
explícitamente en unos casos que en otros, con un ideario de resistencia al autoritarismo
imperante hasta el momento. Produjeron textos donde se veía una preocupación por buscar
otro lenguaje, otras temáticas , otras relaciones con la ilustración, entre otras formas de
renovación formal y argumental. El humor, en sus variadas formas fue el camino más transitado
por el que se buscó crear una nueva estética. Estas producciones tuvieron cabida gracias a
unas pocas editoriales que apostaron a una nueva relación con los lectores infantiles y con la
escuela. Las que más se destacaron en este intento fueron Libros del Quirquincho y Colihue,
además de algunas colecciones específicas dentro de grandes editoriales.
Otro de los frentes donde hubo una importante renovación fue el de la mediación entre los libros
y los chicos. El papel que jugaron entonces muchos bibliotecarios, maestros, padres y otros
mediadores fue de apropiación y divulgación original y entusiasta de toda esta movida incluso
en lugares del país que hasta el momento habían sido privados del derecho a leer lo nuevo que
se producía. El Plan de Lectura del ‘85 dio un considerable impulso a esta llegada con autores y
libros a zonas antes olvidadas. Comenzó una época de Jornadas y Congresos donde diversos
actores del campo de la literatura infantil comenzaron a reunirse y a pensar algunos temas que,
quizás con demasiada frecuencia, se limitaron a preguntarse si la literatura infantil y juvenil era
un género menor o no, o cómo había que promocionar la lectura. En cambio, la especificidad de
la literatura infantil o sus vínculos con la cultura de la infancia y sus particulares formas de leer
diversos lenguajes artísticos, entre otras cuestiones que ubicarían a este objeto dentro de la
literatura y no tanto como a un producto cultural subsidiario de la educación, no fueron y todavía
distan de ser temas centrales de los lugares donde se reúnen y discuten los mediadores. El de
la literatura infantil fue y sigue siendo un campo bastante autocomplaciente y reacio a los
nuevos aires que una crítica seria habilitaría.
Sin embargo, en los años '90, todo este impulso que se caracterizó por «salirse de las casillas»
comenzó a ser reubicado por algunos fenómenos que redujeron ese dinamismo inicial a un
nuevo encorsetamiento. Una gran parte de lo que era una novedad e intentaba tener un
carácter autónomo, en los últimos años de los ‘80, fue sometido a algunas operaciones del
mercado, en muchos casos en alianza con la institución escolar. Nos referimos a maniobras tales
como la canonización de varios de los autores que habían participado de la renovación que
antes comentamos. Se llegó al punto, que aun continúa con fuerza, de publicar casi en forma
exclusiva lo conocido, lo que garantice las ventas. También se instituyeron modas que
explotaban determinados géneros en detrimento de otros. Aquellos tipos de libros que plantean
algún tipo de experimentación estética escasean en las publicaciones hechas en el país, y las
traducciones o las compras de derechos de obras extranjeras se reducen a una mínima
expresión, dejando fuera del alcance de los lectores argentinos obras y autores consagrados a
nivel mundial. Algunas editoriales que habían encabezado el movimiento de renovación
desaparecieron. El lugar de la literatura infantil sigue sostenido por los grandes grupos,
consolidados en esos años, que a pesar de la tendencia a la uniformación del mercado no
pueden evitar de vez en cuando la edición de nuevos autores y obras interesantes. Hoy
podemos hablar, afortunadamente, en diversos lugares del país, de nuevos emprendimientos
por parte de editoriales pequeñas que buscan instalar nuevas miradas estéticas, aunque, claro
está, su presencia en el mercado es limitada y en inferioridad de condiciones respecto a los
grandes grupos.
Un logro de los ‘90 fue el crecimiento importantísimo del papel de la ilustración en los libros
infantiles. A la gran calidad y cantidad de ilustradores argentinos se le suma una historia de
lucha muy interesante y original por la conquista de sus derechos junto a los escritores.

El humor y el libro-álbum, géneros innovadores en la literatura infantil

Uno de los medios a través de los cuales la literatura infantil actual ha logrado burlar la intención
pedagógica ha sido la parodia . La parodia permite a los textos infantiles tematizar y a su vez
leer desde una distancia crítica los lugares comunes de la literatura infantil y juvenil, sus marcas
fosilizadas. Por otra parte su necesaria referencia a otros textos o géneros parodiados obliga al
juego intertextual; es decir a la apelación a otras obras, géneros, personajes, estilos... de la
literatura infantil y juvenil, o incluso de la serie literaria o de la cultura en general. Muchos
textos humorísticos escapan a lo establecido, no temen desarmar estructuras narrativas
convencionales a través del juego con otros lenguajes , experimentan con géneros dentro y
fuera de la serie literaria.
Pero no sólo la parodia brinda posibilidades de innovación en los textos infantiles. También el
humor absurdo ha venido a ocupar un lugar importante dentro de nuestra literatura para chicos.
Ejemplos a destacar dentro de este género son: Historias de los señores Moc y Poc de Luis María
Pescetti, y Los imposibles de Ema Wolf. No es casual que el absurdo sea uno de los géneros
menos frecuentados en las aulas . El humor absurdo supone la transgresión a las leyes lógicas y
racionales que organizan nuestra comprensión del mundo, así como a las normas del lenguaje
con el que pretendemos dar cuenta de esa realidad. En la contratapa de Historias de los señores
Moc y Poc Pescetti señala respecto de los personajes:
«Ellos no miran las cosas como todos lo hacemos, y de esa manera ‘las desarman’. Desarman la
realidad, desarman el lenguaje, y al hacerlo nos ayudan a verlo así y a preguntarnos ¿por qué
no?, con lo cual le devuelven un poco de gracia y libertad al mundo».
El humor, tanto en nuestro país como en la literatura universal, ocupa uno de los lugares más
relevantes en la producción de textos actuales. Autores como Roald Dahl, Gianni Rodari,
Christine Nöstlinger o Elvira Lindo permiten con su humor irreverente la desmitificación tanto de
aspectos temáticos como formales de la tradición literaria para chicos, así como de la relación
adulto niño inherente a esa tradición.
Críticos y especialistas vienen señalando un tipo de libros, relativamente nuevo, propio de la
literatura para chicos, como particularmente experimental. Se trata del libro-álbum, un género
que se ha configurado en sus características actuales durante los años '60 y que ha tenido
difusión en nuestro país a fines de los '80 y durante la década de los '90.
Los especialistas que intentaron definirlo destacan como constitutiva de este género la relación
entre el texto y las ilustraciones, pero en el libro-álbum suele establecerse un contrapunto entre
la imagen y la palabra, donde la imagen muestra lo no dicho por la palabra, o la palabra dice lo
dejado a un lado por la imagen. En este tipo de libros, todos los elementos que lo constituyen
participan en la producción del sentido.
Entre las diversos modos que adopta la experimentación en los libros-álbum es común
encontrarse con la transgresión de las formas convencionales de narrar, ya sea a través de la
fragmentación del texto o incluso de la adopción de estructuras propias de la lírica, y en
particular de la poesía infantil para narrar una historia.
La profusión de referencias intertextuales es otra marca frecuente en este tipo de libros. A
través de dichas alusiones los libros álbum dialogan con diversas manifestaciones de la cultura
actual y de la tradición: otras obras literarias, el cine, la historieta, la publicidad, las artes
plásticas, los dibujos animados... Este es el caso de la obra del inglés Anthony Browne . El juego
intertextual que en este autor se manifiesta especialmente en las ilustraciones, deviene parodia,
homenaje y desacralización de las grandes obras pictóricas y de otros referentes de nuestra
cultura.
En los libros-álbum la necesidad de certidumbre atribuida habitualmente a los libros infantiles se
ve a menudo violentada por la ruptura de los límites entre los planos de ficción y realidad. Un
ejemplo de ello son los libros del norteamericano Chris Van Allsburg , en cuyas historias a
menudo la irrupción de lo sobrenatural pone en jaque las seguridades y certezas de lo real.
En la serie del detective John Chatterton de Yvan Pommaux podemos observar otra de las
características innovadoras de la narrativa actual: la mezcla de géneros literarios. En estos
libros la hibridación de géneros constituye la base sobre la que se construyen los relatos. Los
cuentos tradicionales infantiles, como «Caperucita Roja», «Blancanieves» y «La Bella
Durmiente», son narrados siguiendo las convenciones del policial negro, el cine y la historieta.
Un texto ficcional convencional, como suelen serlo los libros infantiles, tiende a volver invisibles
sus técnicas de construcción. Lector y texto comparten ciertas reglas implícitas, cuyo
ocultamiento permite el efecto de inmersión en la historia. Poner al descubierto las técnicas de
la ficción, tanto en el texto como en las imágenes es otra de las formas que adopta la
experimentación en los libros-álbum. Se trata de textos que se proponen poner en evidencia la
construcción de la ficción, tratando al texto como un artefacto construido. Ejemplo de esto es La
flor más grande del mundo de José Saramago y João Caetano , donde la voz narrativa finge ser la
del autor y la historia que se cuenta versa sobre el acto de contar esta historia. Otros ejemplos
en los que la literatura se propone hablar de sí misma, fuera del género libros-álbum, y dentro
de la literatura nacional son: la ya mencionada novela de Ema Wolf Historias a Fernández y
Cuento con ogro y princesa de Ricardo Mariño. En el caso del cuento de Mariño se parodian los
personajes y acciones habituales de los cuentos de hadas , pero se da una vuelta de tuerca al
juego paródico mediante la «confusión» de mundos que implica incluir al autor y su hacer dentro
de la historia, en un grado de igualdad respecto de los personajes por él «creados». Esta
confusión de planos de realidad , derriba uno de los límites infranqueables para el verosímil
realista: el límite entre ficción y realidad.
La presencia de las imágenes en los libros destinados a los niños posee una larga tradición que
se remonta al Orbis Pictus de Comenius publicado en 1658. También las «Alicias» de Lewis
Carroll contenían ilustraciones desde la versión manuscrita del autor . Sin embargo, persiste en
nuestra cultura, y en particular en el ámbito educativo, un preconcepto según el cual la imagen
en los libros infantiles está destinada sólo a decorar o acompañar pasivamente al texto. Esta
subordinación de la imagen a lo escrito llega incluso a establecer la rivalidad entre ambos
lenguajes; es posible escuchar aún a algunos docentes decir que durante la narración de un
cuento no muestran las ilustraciones a los niños para no limitar su imaginación.
Existen actualmente en la ilustración de textos para chicos de nuestro país y del mundo,
propuestas estéticas que dialogan tanto con corrientes pictóricas, como con otras esferas de
nuestra cultura contemporánea . Artistas que provienen de las artes plásticas, del diseño
gráfico, de la historieta son productores de ilustraciones de gran valor artístico, que suponen un
lector infantil capaz de leer y gozar estéticamente de las imágenes que les están destinadas.
Sin embargo estas tendencias innovadoras chocan y conviven con textos cuyas normas
estéticas reproducen las ilustraciones estereotipadas pretendidamente infantiles de hace 30 o
40 años.
Ocuparnos de la ilustración en los libros para niños , se ha vuelto imprescindible. ¿Qué
consecuencias devienen del diálogo entre la ilustración y el texto escrito? ¿Cómo leer
analíticamente el lenguaje de las imágenes frente al cual nos sentimos desamparados la
mayoría de quienes hemos recibido una formación centrada en la lectura de textos escritos?.
Pero no sólo el texto y la ilustración deben ser tenidos en cuenta cuando elegimos, cuando
leemos o damos a leer un texto a los niños y jóvenes.
«Los libros son muchas cosas pero son, antes que nada, objetos que pesan, se tocan, huelen, se
ven, compran o intercambian. Como objetos, se instalan en nuestro entorno y suscitan
emociones y vivencias que no pueden agotarse en el nivel discursivo, ‘lo que dice el texto’, ni
siquiera en lo que dicen el texto y las imágenes. Esa dimensión material, que siempre está
presente en la lectura y a la que los promotores de lectura y muchos maestros y bibliotecarios
no prestan atención, es totalmente determinante en la formación de un lector.»
Queda preguntarnos acerca del lector que postulan estas nuevas estéticas en la literatura para
chicos y jóvenes. En el caso del libro-álbum en particular se trata de un tipo de libro cuyo origen
está ligado a los primeros lectores, aquellos que aún no poseen un manejo fluido del código
escrito; sin embargo el límite de edad , e incluso la frontera entre un lector niño y un lector
adulto no parece tan clara cuando leemos un libro-álbum. Lo mismo sucede con textos
paródicos y absurdos, que pueden ser leídos y disfrutados por lectores pequeños tanto como por
adolescentes y adultos.
Por otra parte, las ideas habituales acerca de lo que se considera leer son puestas en cuestión
por estos libros que otorgan a la imagen un lugar central. Un niño que todavía no accedió a la
comprensión del código escrito puede, gracias al juego propuesto por la imagen, anticipar o
contradecir los sentidos que transmite el texto. Este tipo de libros confirma que se puede leer
antes de leer, si no nos atenemos a los parámetros clásicos de lo que se considera «saber leer».
Tanto la parodia, como otras formas de referencia intertextual, suponen la apelación a los
conocimientos de los lectores dentro de la literatura como fuera de ella, pero estas referencias
no deben ser consideradas como un límite en la selección de los textos, ya que por el contrario
los lectores pueden acceder a tales conocimientos a partir del libro mismo.
Historias en las que el lector no acaban de saber qué ha pasado, o bien que impiden al lector
olvidar que el texto es un objeto construido, atentan contra formas de lectura «inocentes»
convencionalmente adjudicadas a niños y jóvenes. A partir de la lectura de estos libros los
chicos pueden iniciarse simultáneamente en el conocimiento de las convenciones de la ficción,
al mismo tiempo que leen distintas formas de transgresión de tales convenciones.
Estos libros, a través de propuestas de innovación estética, se abren a todos los niveles y
posibilidades de lectura sin subestimar la capacidad de los lectores, aun la de los más pequeños
o de aquellos que tienen dificultades.
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