Texto de Marcela Carranza Resumen
Texto de Marcela Carranza Resumen
Texto de Marcela Carranza Resumen
A casi nadie se le ocurriría hoy en día predicar la necesidad de transmitir valores a través de la
literatura para adultos . Sin embargo no sucede lo mismo con el arte y los libros para chicos.
¿Por qué?
Quizás, no sólo debamos reflexionar sobre la función del arte y la literatura, sino también acerca
de nuestra concepción de los destinatarios de ese arte, ¿cuál es nuestra mirada sobre los niños y
los jóvenes, cómo nos situamos frente a ellos, y entre ellos y los objetos artísticos que les están
destinados?.
Colecciones completas dedicadas al binomio valores-literatura, libros «hechos por encargo» para
cubrir una demanda editorial: hay libros para enseñar ecología, para hablar de la discriminación,
para tratar «temas difíciles» como la droga, el sida, la pobreza, la guerra... Las editoriales
embarcadas en esta cruzada nos ofrecen catálogos, afiches, cuadernillos con actividades, toda
una suerte de «merchandising» de los valores. Pero para llevar a cabo esta difusión del «deber
ser» no sólo se recurre a los libros prefabricados con este propósito, la mejor literatura infantil
también es sometida a esta operación. Y entonces nos encontramos con libros de Roald Dahl o
de Tony Ross incluidos en una tabla de doble entrada destinada a los docentes, en la cual se
especifica muy didácticamente qué valores corresponden al libro en cuestión. Estas acciones
llegan al absurdo de suponer que un libro «es mejor» en la medida en que mayor sea la cantidad
de valores morales incluidos en él.
Las editoriales que actúan de este modo piensan que así venderán más, y sabemos que para la
producción de textos infantiles, al menos en nuestro país, el mercado cautivo por excelencia es
la escuela. Entran a jugar en relación con esto el currículum y los contenidos transversales.
Programas que se traducen en actividades en donde la función del cuento en el aula es la de
moldear la imaginación infantil según un proyecto adulto del «deber ser», que supone un control
eficaz del sentido, la limitación interpretativa del lector, la restricción de la polisemia de los
textos. Por suerte ese control no siempre es tan eficaz y los lectores encuentran formas no
oficiales de leer que escapan incluso a las intenciones de los mediadores, y en algunos casos de
los textos mismos.
Esta situación nos lleva a pensar en el estado actual de la formación de los docentes en el área
de la literatura. A partir de la experiencia de capacitación podemos afirmar que una gran parte
de los institutos de formación no brindan las herramientas necesarias a los futuros maestros o
profesores para que en diversas situaciones de lectura puedan abordar un texto literario desde
su especificidad.
En publicaciones especializadas, congresos, jornadas, mesas redondas, especialistas del campo
se obstinan en instalar el predominio de la función social en los textos destinados a niños y
jóvenes. A todo esto debemos sumar la pobreza del debate y la discusión. Como si este
sometimiento de lo literario a los valores fuera algo incuestionable.
Habría que preguntarse por qué hoy tiene tanta fuerza este discurso dogmático de la pérdida de
los valores, y su necesaria transmisión a las nuevas generaciones. También deberíamos
preguntarnos por qué la literatura y otras ficciones parecen ser la forma privilegiada para esta
transmisión.
¿Qué concepción de la lectura y del lector supone este uso moral de lo literario?, porque no nos
engañemos: la llamada «educación en valores» no es sino una nueva forma aggiornada de la
vieja moralina a la que históricamente ha estado ligada la literatura infantil desde sus inicios.
Ciertas rutinas de lectura en el aula suponen un contexto en que el lector a priori cuenta con que
el mensaje está allí para «ser bajado», para intervenir en su formación. No es extraño encontrar
casos en los que textos irreverentes como «¡Silencio, niños!» , de Ema Wolf, en el que la parodia
del deber ser escolar es justamente uno de sus significados más notorios, sea leído por algunos
docentes a sus alumnos para enseñarles las reglas del buen comportamiento en el aula.
Dice Jorge Larrosa: «La literatura excede y amenaza tanto lo que somos como el conjunto de las
relaciones estables, ordenadas, razonables que constituyen el orden moral racionalmente
ordenado. La literatura, como la infancia, pone en cuestión la validez del mundo común.»
Quizás el mayor peligro al que se ha visto tentada la pedagogía es el haberse visto constructora
del mundo, la dueña del futuro, nos dice también Larrosa en su artículo «El enigma de la
infancia».
Si escuchamos o leemos los enunciados en torno a la «educación en valores» a través de los
textos infantiles y juveniles, sentimos esta fuerte impronta autoritaria. Se toma de la literatura
su carácter gratuito, se la despoja de su libertad y se la pretende transformar en vehículo útil y
eficiente para construir seres humanos «mejores» que harán un mundo «mejor» . Voluntad de
dominio sobre las nuevas generaciones, voluntad de dominio, «antídoto» frente a la palabra
literaria.
Uno de los medios a través de los cuales la literatura infantil actual ha logrado burlar la intención
pedagógica ha sido la parodia . La parodia permite a los textos infantiles tematizar y a su vez
leer desde una distancia crítica los lugares comunes de la literatura infantil y juvenil, sus marcas
fosilizadas. Por otra parte su necesaria referencia a otros textos o géneros parodiados obliga al
juego intertextual; es decir a la apelación a otras obras, géneros, personajes, estilos... de la
literatura infantil y juvenil, o incluso de la serie literaria o de la cultura en general. Muchos
textos humorísticos escapan a lo establecido, no temen desarmar estructuras narrativas
convencionales a través del juego con otros lenguajes , experimentan con géneros dentro y
fuera de la serie literaria.
Pero no sólo la parodia brinda posibilidades de innovación en los textos infantiles. También el
humor absurdo ha venido a ocupar un lugar importante dentro de nuestra literatura para chicos.
Ejemplos a destacar dentro de este género son: Historias de los señores Moc y Poc de Luis María
Pescetti, y Los imposibles de Ema Wolf. No es casual que el absurdo sea uno de los géneros
menos frecuentados en las aulas . El humor absurdo supone la transgresión a las leyes lógicas y
racionales que organizan nuestra comprensión del mundo, así como a las normas del lenguaje
con el que pretendemos dar cuenta de esa realidad. En la contratapa de Historias de los señores
Moc y Poc Pescetti señala respecto de los personajes:
«Ellos no miran las cosas como todos lo hacemos, y de esa manera ‘las desarman’. Desarman la
realidad, desarman el lenguaje, y al hacerlo nos ayudan a verlo así y a preguntarnos ¿por qué
no?, con lo cual le devuelven un poco de gracia y libertad al mundo».
El humor, tanto en nuestro país como en la literatura universal, ocupa uno de los lugares más
relevantes en la producción de textos actuales. Autores como Roald Dahl, Gianni Rodari,
Christine Nöstlinger o Elvira Lindo permiten con su humor irreverente la desmitificación tanto de
aspectos temáticos como formales de la tradición literaria para chicos, así como de la relación
adulto niño inherente a esa tradición.
Críticos y especialistas vienen señalando un tipo de libros, relativamente nuevo, propio de la
literatura para chicos, como particularmente experimental. Se trata del libro-álbum, un género
que se ha configurado en sus características actuales durante los años '60 y que ha tenido
difusión en nuestro país a fines de los '80 y durante la década de los '90.
Los especialistas que intentaron definirlo destacan como constitutiva de este género la relación
entre el texto y las ilustraciones, pero en el libro-álbum suele establecerse un contrapunto entre
la imagen y la palabra, donde la imagen muestra lo no dicho por la palabra, o la palabra dice lo
dejado a un lado por la imagen. En este tipo de libros, todos los elementos que lo constituyen
participan en la producción del sentido.
Entre las diversos modos que adopta la experimentación en los libros-álbum es común
encontrarse con la transgresión de las formas convencionales de narrar, ya sea a través de la
fragmentación del texto o incluso de la adopción de estructuras propias de la lírica, y en
particular de la poesía infantil para narrar una historia.
La profusión de referencias intertextuales es otra marca frecuente en este tipo de libros. A
través de dichas alusiones los libros álbum dialogan con diversas manifestaciones de la cultura
actual y de la tradición: otras obras literarias, el cine, la historieta, la publicidad, las artes
plásticas, los dibujos animados... Este es el caso de la obra del inglés Anthony Browne . El juego
intertextual que en este autor se manifiesta especialmente en las ilustraciones, deviene parodia,
homenaje y desacralización de las grandes obras pictóricas y de otros referentes de nuestra
cultura.
En los libros-álbum la necesidad de certidumbre atribuida habitualmente a los libros infantiles se
ve a menudo violentada por la ruptura de los límites entre los planos de ficción y realidad. Un
ejemplo de ello son los libros del norteamericano Chris Van Allsburg , en cuyas historias a
menudo la irrupción de lo sobrenatural pone en jaque las seguridades y certezas de lo real.
En la serie del detective John Chatterton de Yvan Pommaux podemos observar otra de las
características innovadoras de la narrativa actual: la mezcla de géneros literarios. En estos
libros la hibridación de géneros constituye la base sobre la que se construyen los relatos. Los
cuentos tradicionales infantiles, como «Caperucita Roja», «Blancanieves» y «La Bella
Durmiente», son narrados siguiendo las convenciones del policial negro, el cine y la historieta.
Un texto ficcional convencional, como suelen serlo los libros infantiles, tiende a volver invisibles
sus técnicas de construcción. Lector y texto comparten ciertas reglas implícitas, cuyo
ocultamiento permite el efecto de inmersión en la historia. Poner al descubierto las técnicas de
la ficción, tanto en el texto como en las imágenes es otra de las formas que adopta la
experimentación en los libros-álbum. Se trata de textos que se proponen poner en evidencia la
construcción de la ficción, tratando al texto como un artefacto construido. Ejemplo de esto es La
flor más grande del mundo de José Saramago y João Caetano , donde la voz narrativa finge ser la
del autor y la historia que se cuenta versa sobre el acto de contar esta historia. Otros ejemplos
en los que la literatura se propone hablar de sí misma, fuera del género libros-álbum, y dentro
de la literatura nacional son: la ya mencionada novela de Ema Wolf Historias a Fernández y
Cuento con ogro y princesa de Ricardo Mariño. En el caso del cuento de Mariño se parodian los
personajes y acciones habituales de los cuentos de hadas , pero se da una vuelta de tuerca al
juego paródico mediante la «confusión» de mundos que implica incluir al autor y su hacer dentro
de la historia, en un grado de igualdad respecto de los personajes por él «creados». Esta
confusión de planos de realidad , derriba uno de los límites infranqueables para el verosímil
realista: el límite entre ficción y realidad.
La presencia de las imágenes en los libros destinados a los niños posee una larga tradición que
se remonta al Orbis Pictus de Comenius publicado en 1658. También las «Alicias» de Lewis
Carroll contenían ilustraciones desde la versión manuscrita del autor . Sin embargo, persiste en
nuestra cultura, y en particular en el ámbito educativo, un preconcepto según el cual la imagen
en los libros infantiles está destinada sólo a decorar o acompañar pasivamente al texto. Esta
subordinación de la imagen a lo escrito llega incluso a establecer la rivalidad entre ambos
lenguajes; es posible escuchar aún a algunos docentes decir que durante la narración de un
cuento no muestran las ilustraciones a los niños para no limitar su imaginación.
Existen actualmente en la ilustración de textos para chicos de nuestro país y del mundo,
propuestas estéticas que dialogan tanto con corrientes pictóricas, como con otras esferas de
nuestra cultura contemporánea . Artistas que provienen de las artes plásticas, del diseño
gráfico, de la historieta son productores de ilustraciones de gran valor artístico, que suponen un
lector infantil capaz de leer y gozar estéticamente de las imágenes que les están destinadas.
Sin embargo estas tendencias innovadoras chocan y conviven con textos cuyas normas
estéticas reproducen las ilustraciones estereotipadas pretendidamente infantiles de hace 30 o
40 años.
Ocuparnos de la ilustración en los libros para niños , se ha vuelto imprescindible. ¿Qué
consecuencias devienen del diálogo entre la ilustración y el texto escrito? ¿Cómo leer
analíticamente el lenguaje de las imágenes frente al cual nos sentimos desamparados la
mayoría de quienes hemos recibido una formación centrada en la lectura de textos escritos?.
Pero no sólo el texto y la ilustración deben ser tenidos en cuenta cuando elegimos, cuando
leemos o damos a leer un texto a los niños y jóvenes.
«Los libros son muchas cosas pero son, antes que nada, objetos que pesan, se tocan, huelen, se
ven, compran o intercambian. Como objetos, se instalan en nuestro entorno y suscitan
emociones y vivencias que no pueden agotarse en el nivel discursivo, ‘lo que dice el texto’, ni
siquiera en lo que dicen el texto y las imágenes. Esa dimensión material, que siempre está
presente en la lectura y a la que los promotores de lectura y muchos maestros y bibliotecarios
no prestan atención, es totalmente determinante en la formación de un lector.»
Queda preguntarnos acerca del lector que postulan estas nuevas estéticas en la literatura para
chicos y jóvenes. En el caso del libro-álbum en particular se trata de un tipo de libro cuyo origen
está ligado a los primeros lectores, aquellos que aún no poseen un manejo fluido del código
escrito; sin embargo el límite de edad , e incluso la frontera entre un lector niño y un lector
adulto no parece tan clara cuando leemos un libro-álbum. Lo mismo sucede con textos
paródicos y absurdos, que pueden ser leídos y disfrutados por lectores pequeños tanto como por
adolescentes y adultos.
Por otra parte, las ideas habituales acerca de lo que se considera leer son puestas en cuestión
por estos libros que otorgan a la imagen un lugar central. Un niño que todavía no accedió a la
comprensión del código escrito puede, gracias al juego propuesto por la imagen, anticipar o
contradecir los sentidos que transmite el texto. Este tipo de libros confirma que se puede leer
antes de leer, si no nos atenemos a los parámetros clásicos de lo que se considera «saber leer».
Tanto la parodia, como otras formas de referencia intertextual, suponen la apelación a los
conocimientos de los lectores dentro de la literatura como fuera de ella, pero estas referencias
no deben ser consideradas como un límite en la selección de los textos, ya que por el contrario
los lectores pueden acceder a tales conocimientos a partir del libro mismo.
Historias en las que el lector no acaban de saber qué ha pasado, o bien que impiden al lector
olvidar que el texto es un objeto construido, atentan contra formas de lectura «inocentes»
convencionalmente adjudicadas a niños y jóvenes. A partir de la lectura de estos libros los
chicos pueden iniciarse simultáneamente en el conocimiento de las convenciones de la ficción,
al mismo tiempo que leen distintas formas de transgresión de tales convenciones.
Estos libros, a través de propuestas de innovación estética, se abren a todos los niveles y
posibilidades de lectura sin subestimar la capacidad de los lectores, aun la de los más pequeños
o de aquellos que tienen dificultades.
.