Lyn Stone - Serie Trouville 01 - La Novia Del Caballero
Lyn Stone - Serie Trouville 01 - La Novia Del Caballero
Lyn Stone - Serie Trouville 01 - La Novia Del Caballero
Junio de 1314
Alan de Strode hizo una mueca de desagrado ante el olor dulce y enfermizo de
la muerte inminente. Olor a putrefacción. La fiebre era increíblemente alta ahora.
Tavish tendría mucha suerte si lograba ver un nuevo amanecer. La herida de Alan,
superficial en comparación con la de su amigo, le dolía por empatía.
Haciendo caso omiso de los gemidos que Tavish luchaba por reprimir, Alan se
ocupó de hurgar en uno de los muchos paquetes ingleses que había capturado
como botín. Desplegó una sobrevesta 1 de seda carmesí embellecida con un grifo
amarillo. Cosas ricas, pensó, frotando la tela entre sus dedos.
La incursión en el botín hizo aparecer una copa de plata adornada, que él llenó
de su propio frasco de “buenos espíritus escoceses”.
Tavish la alejó.
Media hora más tarde, Tavish Ellerby hizo un último y más fuerte garabato y
soltó la pluma.
‒Son indicaciones para mi esposa ‒explicó Tavish con los dientes apretados.
Sus manos tenían los nudillos blancos de apretar la manta roída por la polilla
mientras su respiración se hacía más trabajosa e irregular. ‒Buen plan, ¿eh?
Alan leyó las vacilantes líneas de tinta negra como el humo y se detuvo sobre
los adornos más grandes en la parte inferior.
‒Bien escrito, Tav ‒golpeó el pergamino con el dorso de sus dedos y sonrió. ‒Es
un buen consejo. Ella lo cumplirá ‒la tranquilidad de su amigo justificó la pequeña
simulación de Alan, que no había leído nada en absoluto. Y Lady Honor se
consolaría cumpliendo los últimos pensamientos y deseos de su marido, sin
importar cuáles fuesen.
Aunque sólo podía ver el techo de Saint Ninian desde allí, Alan sabía que mover
a Tavish solo aceleraría su muerte. Odiaba decirle a Lady Honor que su marido
había muerto bajo un viejo roble retorcido al borde del campo de batalla. Pero
ninguna mentira haría que la noticia fuera menos dolorosa. La muerte era la
muerte. Y si alguna vez el cielo recibió un alma que no merecía ser enviada tan
pronto, sería la de Tavish Ellerby.
Todo al sur de Stirling yacía en cenizas. Rezó para que la fortaleza de Tavish,
enclavada en las colinas de Cheviot, se extendiera fuera de los caminos de ambos
ejércitos. Lo que los ingleses no habían desperdiciado en las últimas semanas, lo
que aún tenía Robert Bruce, para mantener a sus enemigos desamparados y
hambrientos, muchos escoceses lo sufrirían ahora, a pesar de su victoria.
‒¿Me llevarás a casa? ¿Me enterrarás junto al río Tweed? No... no dejes que
Honor me vea así. Por favor. ¿Me lo prometes?
‒Sí, lo prometo.
‒Ella lo sabrá, Tav. Lo cantaré como un bardo, lo juro. Cosas dulces que la
harán llorar después de que haya envejecido y... ¿Tav? ¿Tavish?
Alan respiró profundamente. Las lágrimas luchaban por escapar de sus ojos.
Miró largamente esos ojos azules y vacíos antes de cerrarle los párpados.
Capítulo 1
Byelough Keep
28 de junio de 1314
‒Vi deseos asesinos en sus ojos, Milady. Lord Hume nunca permitirá que ese
matrimonio se celebre si la encuentra. Sólo Dios podrá ayudarla si el Conde de
Trouville se involucra.
Lady Honor Ellerby luchó contra una oleada de inquietud ante las palabras del
mensajero. Tenía que calmarse y, pensar qué hacer después.
Podría obligarla a regresar a casa con él a menos que Tavish pudiera resistirse a
Hume. Su matrimonio, con toda probabilidad, no era válido. Después de todo,
había robado y falsificado los documentos que su padre había preparado, donde
figuraba el Conde de Trouville como su futuro esposo. La sola idea de ese hombre
la hacía temblar, incluso ahora.
Trouville había llegado a la casa de su padre en París, ni tan siquiera tres días
después de la muerte de su segunda esposa y exigió la mano de Honor en
matrimonio. Después de pasar casi una semana encerrada sin comida y sin apenas
agua, Honor firmó a regañadientes los contratos que su padre le puso delante. En
su opinión, eso ciertamente constituía una coacción ilegal. Pero ¿desde cuándo
deben los parientes del Rey cumplir con la ley? Si el Conde se había salido con la
suya con un asesinato, ¿qué pena debía temer por un simple matrimonio por la
fuerza? Como el ingenio era su única arma de defensa, Honor había ideado una
forma de librarse de ello.
Tavish nunca se casaría con ella a menos que creyera que su padre había dado
su aprobación, por lo que había traído consigo las copias de los contratos firmados
por su padre. Un raspado cuidadoso del pergamino había eliminado el nombre del
Conde de Trouville, así como la propiedad listada que su padre recibiría del Conde
como “intercambio” por ella. Honor había insertado algunas tonterías acerca de
que su propia felicidad era suficiente para satisfacer a su padre. Luego ella había
vendido sus joyas para proporcionarse la dote.
Bien hecho, se dijo; pero no dejaba de ser una artimaña peligrosa. Las
consecuencias podrían ser mortales si su padre y el poderoso Conde recuperaban
el control de su vida.
Debería haber confesado su “fechoría” a Tavish una vez casados, para que
cuidara de ella, pero había tenido que esperar hasta estar absolutamente segura
de que lucharía por mantenerla junto a él. Luego se fue repentinamente para
unirse a las fuerzas de Bruce cerca de Stirling. Con suerte, habría tiempo para
enmendar su engaño y calmar la ira de Tavish a su regreso. Ella debería hacerlo
antes de que llegara su padre. Y probablemente llegaría, tarde o temprano, si
Melior estaba en lo cierto.
‒Su Señoría está realmente furioso, Lady Honor. Al principio dicen que pensó
que la habían secuestrado. Su Señora Madre trató de alimentar esa creencia y por
un tiempo, tuvo éxito. Luego, finalmente descubrió que el compromiso y los
contratos matrimoniales habían desaparecido, lo mismo que sus joyas y su ropa
‒Melior continuó: ‒Poco después de que volviera de mostraros el camino hasta
aquí, comenzó a cuestionar la prolongada ausencia del Padre Dennis. Cuando
descubrió que se había fugado, su furia no tenía límites ‒el mensajero continuó:
‒Incluso si no hubiera prometido venir y advertirle, si hubiera adivinado lo que
sucedió, no podría haber permanecido allí un momento más. ¡Ataca a todo y a
todos a su paso; incluso después de todo este tiempo! ‒declaró Melior con un
estremecimiento.
‒¿Y cuándo no? ‒preguntó Honor con ironía, aunque recordaba esa época
cuando era muy joven. Su padre había sido una vez un padre justo, aunque no
cariñoso. Una locura irresponsable y violenta lo había alcanzado una vez que su
hija tuvo edad para casarse.
‒¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que mi padre me encuentre? ‒le
preguntó a Melior.
‒No hay muchas personas que conozcan dónde se encuentra Byelough Keep.
Por favor, Dios, mi padre no puede encontrar a alguien que lo sepa hasta que mi
esposo regrese de la guerra.
‒Al menos, eso debería suceder pronto ‒le aseguró Melior, haciéndole
escuchar las primeras buenas noticias que había escuchado en muchos días. ‒Al
llegar a la costa, oí que hubo una gran victoria para los escoceses en un lugar
llamado Bannockburn, cerca de Stirling. Los ingleses huyeron como conejos
asustados. La mayoría de los escoceses continúan hacia Inglaterra,
persiguiéndolos. Pero no todos, sin embargo. Coincidí con muchos en el camino;
se dirigían a sus hogares.
‒Doy gracias a Dios por eso. Sin duda, mi esposo se apresurará a regresar a
toda velocidad; parecía muy reacio a alejarse ‒Honor sintió que se había ocupado
de eso con sus besos de despedida. Tavish juró que no la dejaría sola ni una hora
más de lo debido.
‒¿Le importaría, Milady? Mi viaje no fue un baile alrededor del Maypole. Pasé
muchos años cantando para quedarme aquí antes de cruzar a Francia, sin
embargo y me gusta Escocia. ¿Necesita un trovador?
El alivio inundó sus facciones de zorro cuando se inclinó sobre sus dedos. Sus
delgados labios rozaron los nudillos de Honor de una manera que parecía
demasiado familiar, pero ella sabía que era solo gratitud mezclada con un poco de
adulación. El experimentado trovador poseía una naturaleza astuta y estaba
atento a todas las oportunidades que se le presentaban, pero sabía cuál era su
lugar. Los artistas que trataban de sobrepasarse por encima de sus posibilidades,
especialmente con una dama, no sobrevivían ni dos años, como lo llevaba
haciendo él.
Juró que la amaba y ella estaba dispuesta a creerlo. Intentó devolverle ese
sentimiento lo mejor que pudo. Incluso una vez llegó a decírselo tratando de que
sonara real. Aunque Tavish se había sentido muy feliz, Honor se sintió un poco
culpable. Ella nunca había simulado amar a ningún hombre. Parecía injusto que
tuviera que fingirlo ahora. Ella quería amarlo de verdad.
¿Se daría por vencido su marido sin pelear una vez que se diera cuenta de que
ella lo había engañado sobre el consentimiento de su padre para la celebración del
matrimonio? ¿Tendría, acaso, alguna opción? De repente, Honor experimentó otra
puñalada de culpa que intentó hacer desaparecer. Si se lo hubiera dicho desde el
principio, si hubiera sido sincera, ¿Tavish se habría casado con ella de todos
modos? De algún modo, ella creía que no hubiera sido así.
‒Ah, bueno, pensar en eso ahora ya no sirve para nada ‒murmuró para sí
misma. Bajo ninguna circunstancia se rendiría a la custodia de su padre. Para
escapar de él y de sus onerosos planes para ella, ella había mentido, robado y se
había casado falseando documentos. No se sentía orgullosa de ello, pero sí
aliviada; pero ese alivio era temporal, teniendo en cuenta las noticias de Melior.
Sin embargo, Honor estaba segura de que haría cualquier cosa que fuera necesaria
para mantener su santuario aquí; y lo haría sin vacilar.
*****
Alan había llevado a Tavish a casa. Aquella enorme mole de piedra estaba tan
asentada en el lugar que parecía como si se hubiera formado allí. Alan soltó las
riendas de su caballo y lo ató a un árbol cercano.
Después de una mirada anhelante hacia el agua fresca, se sentó junto a una
roca lisa y redondeada y comenzó a cincelar. Con una roca del tamaño de un puño
y una fuerte sacudida en su vieja espada rota, Alan comenzó a esbozar el diseño.
Pobre Tav, pensó mientras trabajaba; tenía todo en la vida que un hombre
podía desear. Salud, una bonita esposa algo de dinero... Alan suponía que nunca
llegaría a saber por sí mismo lo que sería tener una familia. Considerando eso, tal
vez Tavish había tenido suerte después de todo. Durante dos meses, al menos, Tav
había vivido el sueño de todos los hombres.
‒Al menos la mayoría de los hombres sueñan con eso. Yo no, por supuesto
‒murmuró Alan, dando forma a la piedra. ‒Sí, lo tenías todo, viejo amigo ‒gruñó.
‒Y lo siento; lo perdiste demasiado pronto.
Cuando Alan terminó, el contorno de un escudo aparecía ligeramente a un lado
y la cabeza de lobo que pretendía tallar se parecía a una manzana mordida con
dos hojas. Bueno, Lady Honor podría reemplazarlo si lo deseaba. Por ahora,
serviría para marcar el lugar. Frunciendo el ceño ante su torpe esfuerzo,
amontonó un grupo de pequeñas piedras al frente. Luego se levantó y se acomodó
su fangoso tartán sacudiéndose los pliegues de las piernas.
Pensó en decir algo más como despedida, pero el repentino ruido de unos
cascos sacudió el suelo bajo sus pies descalzos. Enfrentándose a los jinetes que se
aproximaban, Alan sacó la espada intacta de Tavish de su funda y adoptó posición
de batalla. En ese momento, el viento desplegó los colores que tenía el hombre
que iba en primer lugar.
‒¡Si queda un sólo inglés por aquí, besaré el culo de tu caballo y lo llamaré
cariño!
Bruce desmontó y extendió su brazo para saludarlo. Hizo una mueca cuando
vio la herida de Alan.
Alan asintió una vez y miró hacia otro lado, sobre las colinas que lo separaban
del Castillo de Rowicsburg.
‒¿Entonces vas a ver a tu padre primero? ‒preguntó Bruce, con un ligero toque
de advertencia en su voz.
La vida como soldado era lo suficientemente buena para él. Sin embargo, su
terquedad y un brazo fuerte eran todo lo que tenía que ofrecer para cualquier
causa en este momento. Y su Rey, claramente, no necesitaba ninguna de esas dos
cosas.
‒Te creo. Todos conocen tu amor por la verdad ‒Bruce miró a sus hombres.
‒Incluso hay quien dice que la llevas hasta el extremo ‒varios miembros del
séquito de Bruce asintieron sabiamente e intercambiaron miradas irónicas.
Alan sabía por qué. Nunca dijo lo que creía que un hombre, o una mujer
quisieran oír a menos que fuera cierto. Ni siquiera cuando una mentira pudiera
beneficiarlo. Era algo común a todos los hombres de su familia. Incluido su tío.
Alan se enorgullecía enormemente del único atributo indiscutible que poseía y
apreciaba. Él era un hombre honesto.
Solo Alan conocía la razón existente detrás de su única virtud constante e
inquebrantable y el motivo de por qué se aferraba a ella obsesivamente a lo largo
de los años. Su padre le había mentido, diciendo que traería a Alan a casa pronto.
Su madre le había mentido, prometiéndole que le escribiría con frecuencia y que
acudiría a buscarlo cuando los problemas fronterizos se calmaran. Su tío le había
mentido, prometiéndole a la madre que su hijo sería el próximo terrateniente.
Nada de eso había sucedido. Disgustado y desilusionado con todos ellos, Alan se
juró a sí mismo que nunca visitaría a ninguno de ellos, bajo ningún concepto.
Desde entonces, era conocido como Alan el Verdadero. Su reputación le había
seguido como un fiel sabueso cuando abandonó las Highlands. A veces sentía
dolor por esa situación, pero en la mayor parte de las ocasiones, le era útil. Como
ahora.
‒Dale a la Señora Ellerby mis condolencias. Me dijeron que luchó con honor.
Hizo planes para la dama y para sus posesiones, ¿verdad?
Bruce se dio vuelta y se paseó por un momento, luego se encontró cara a cara
con Alan, mirando hacia arriba, por la diferencia de altura de ambos.
‒¡Oh, pero tiene menos de una veintena de muchachos, Señor! ‒dijo Alan.
Bruce apretó los labios. Sus ojos se interrumpieron por un segundo antes de
que emitiera una carcajada que destrozó el tenso silencio.
Alan esperó, luciendo una sonrisa beatífica. Conocía bien la imagen que tenían
de él, incluso la mejoraba cada vez que podía. El bufón irreverente, cubierto de
picardía. Los oponentes usualmente lo subestimaban por su comportamiento,
pero no Robert Bruce. El Rey sabía bien lo que había debajo de ese manto de
chanzas. Y no toleraría ninguna insubordinación oculta por ellas. Por mucho que
odiara hacerlo, Alan se preparó para rendirse.
Bruce frunció el ceño cuando sus largos dedos rompieron la mancha ámbar de
cera de vela que sellaba la carta.
El silencio reinó cuando Bruce leyó las palabras que Tavish había escrito a la
hora de su muerte. Una sonrisa calculadora estiró su noble rostro mientras
terminaba y volvía a doblar el pergamino. Entonces la sonrisa murió rápidamente
en su cara.
‒¡Arrodíllate! ‒ordenó con voz aguda.
‒Oh, entonces, proceda con lo que estaba a punto de hacer ‒esperaba que
Robert solo pretendiera asustarlo un poco. Dios sabía que ese bribón tenía una
mente perversa. Entonces Alan recordó el golpe que Rob le había infligido al inglés
de Bohun justo antes de la batalla, cuando cabalgaban. La cabeza del hombre
rebotó en el suelo como una vejiga de oveja convertida en una pelota mientras el
resto de él recorría un trecho del campo. Podría reírse, pero Bruce nunca perdía el
tiempo con amenazas ociosas.
Alan cerró los ojos y apretó los dientes, tratando de recordar la oración de
arrepentimiento, la primera cuenta del rosario, el rostro de su madre. No
consiguió que nada acudiera a su mente.
‒Yo te nombro Sir Alan de Strode ‒la parte plana de la hoja rebotó en su
hombro izquierdo y tocó suavemente la parte derecha, que tenía dañada. ‒Sirve a
Dios, a tu Rey, protege a los débiles y lucha por lo que es correcto ‒giró la espada,
sosteniendo la empuñadura enjoyada para que Alan la besara.
‒Sí, estoy listo ‒cerró los ojos e hinchó sus mejillas. El puño del Rey describió
un ruido sordo que hizo que Alan cayera hacia atrás con una cómica expresión
desgarbada.
Alan se puso en pie e hizo una reverencia superficial. ¡Era un Señor! Deseaba
que Tav hubiera podido ser testigo de esta farsa. Echó un vistazo al montículo de
piedras bajo el cual había posado a su amigo y luego a las nubes. Una inesperada
brisa revoloteó entre las hojas de un serbal. Quizás lo había sido.
‒¿Tengo que hacerle un homenaje? ‒le preguntó a Bruce, sin saber en qué
consistía el protocolo. El evento no tenía ni estructura ni una maldita pequeña
ceremonia. Había sido testigo del nombramiento de un caballero sólo una vez.
Había mucho más que lo que había ocurrido hasta entonces, si lo recordaba
correctamente.
‒Tomé tu juramento el año pasado, si lo recuerdas. Conociendo tu inclinación
por la verdad, no dudo de que durará toda tu vida. Además, has matado un
número nada despreciable de ingleses en la última quincena.
‒Pues hazlo ‒Bruce lo golpeó sobre su hombro bueno y se giró para levantarse.
‒Por cierto, dile a Lady Ellerby que secundo el mandato de su marido. No, espera.
Diga que le ordeno que siga sus instrucciones al pie de la letra. Inmediatamente,
como él indicó.
Alan se encogió de hombros y sonrió. El Rey Rob era un tonto. Siempre lo había
sido.
Capítulo 2
‒¿Quién vive? ‒preguntó una gruesa voz desde la atalaya cubierta de líquenes.
Esa torre no parecía nada más que un enorme árbol desde la distancia, surgiendo
de una pared que parecía un acantilado formado naturalmente. Ingenioso. Y difícil
de asaltar, pensó, a pesar de la falta de puente levadizo y foso.
Se hizo un largo silencio antes de que las pesadas puertas se abrieran. Alan las
atravesó. Notó inmediatamente la limpieza del pequeño patio. Había
dependencias bien cuidadas y hierba cuidadosamente cortada, al menos la poca
que quedaba. Incluso el suelo desnudo parecía rastrillado y sin agujeros de barro.
Las pocas personas que podía ver parecían limpias y bien alimentadas. Un
muchacho del establo, en silencio, tomó las riendas cuando Alan desmontó y un
joven sacerdote de pelo oscuro se encontró con él en los escalones que conducían
a la fortaleza.
‒Bienvenido, hijo mío. Soy el Padre Dennis ‒entonó con una voz que sonaba
tres veces más vieja que su dueño. Alan reprimió su risa. Lo había llamado hijo, ese
joven sacerdote al que al menos sacaba cinco años. El desgarbado muchacho
santo sonrió serenamente como si adivinara los pensamientos de Alan. ‒La Señora
está esperando dentro.
Alan asintió y siguió al clérigo dentro, sin saber si debería haber besado su
anillo. Los sacerdotes eran tan poco comunes como la ropa limpia en el lugar
había pasado sus últimos diecinueve años. Caminaron entre los frescos y fragantes
juncos hacia una puerta al fondo del pasillo.
Tan pronto como convenciera a toda la gente de Byelough Keep de que era un
Caballero, cambiaría de nuevo su atuendo, aún a riesgo de ser condenado.
Ser el hijo de un Barón nunca había sido muy importante en su vida, pero sí se
sentía orgulloso de su recién ganado título de Caballero. Lo mínimo que podía
hacer era dar una buena primera impresión.
‒Por aquí ‒dijo el sacerdote, haciendo señas a Alan hacia el robusto portal de
roble en la parte posterior del pasillo.
‒Sir Alan de Strode, Lady Honor ‒anunció el Padre Dennis con su voz grave.
‒Viene de parte de su esposo, Milady.
‒Sea bienvenido, Señor. Dígame ¿qué noticias tiene de mi marido? ‒se levantó
de detrás del gran bastidor de bordado y fue a su encuentro, tendiéndole las
manos.
‒¿Mi Señor esposo ha sido detenido? ‒preguntó ella, con una suavidad tan
acogedora como su sonrisa. Supuso que el hecho de hablar francés la mayor parte
de su vida lo había suavizado, aunque hablaba inglés sin apenas acento. Recordó
que su padre era escocés, Barón y un hombre muy educado. Vivir en la Corte
francesa una buena parte de su vida le había proporcionado la oportunidad de
aprender muchos idiomas. Tavish se jactaba de lo que había logrado y con razón.
Una mujer de gran encanto y gran ingenio, le había dicho.
Alan acunó sus suaves palmas, llevándose los dedos a los labios. Cerró los ojos
e inspiró profundamente, reacio a soltarla. Olía a cielo, a agua de rosas y a
limpieza absoluta. Esa mujer irradiaba dulzura y felicidad; una felicidad que ahora
debía destruir. Dios, cómo odiaba hacer aquello.
Colocando sus palmas juntas, las envolvió en las suyas y sacudió su cabeza
tristemente.
Alan se mantuvo firme, sintiendo lástima por ella cuando vio que su furia se
convertía en pena.
‒¡No! ¡No quiero bebidas calmantes! ‒dijo, alejándose. ‒Voy a escucharlo todo
ahora. Todo ‒salvajemente, se secó la cara con el borde de la manga de lino y
sorbió por la nariz ruidosamente. En cuestión de segundos, se había recompuesto
y había levantado su valiente mentón. Los ojos grandes y luminosos brillaban aún
más con lágrimas que se negaban a caer. Su valor casi le partió el corazón en dos.
‒Lo enterré. Él yace a un poco más de una legua de distancia, cerca del Tweed.
Eso es lo que él deseaba.
‒Murió en el campo de batalla ‒se levantó y se inclinó hacia delante. ‒Es todo
lo que necesita saber.
‒¡Es usted un maldito demonio, Señor! Yo tengo que saberlo todo. ¡Todo!.
¡Debo saberlo! ‒exigió, mordiéndose los labios y retorciéndose las manos. Se
estremeció visiblemente, pero inmediatamente después se recompuso; igual que
un soldado.
‒Se acercaba el final de la pelea. Entones, una espada inglesa cortó la pierna de
Tav entre la rodilla y la cadera. Le hice un torniquete y sellé la herida con fuego
para intentar que no se desangrara. Después inicié el viaje para traerlo a casa. Él
murió hace cuatro días. Le di todo el consuelo que pude, Milady. Usted le hubiera
dado más, estoy seguro, si es que hubiera habido algún consuelo posible. Él la
amaba a usted y estaba preocupado por su bienestar.
Ella absorbió las palabras en silencio, con sus uñas clavándose en sus palmas,
sus ojos buscando los suyos. De repente, ella asintió, soltó las manos y se levantó,
despidiéndolo.
‒Sí y estaré feliz de hacerlo ‒estuvo de acuerdo Alan. Luego buscó en el forro
de la sobrevesta inglesa y sacó el mensaje doblado de Tavish. ‒Él le envió esto.
‒¿Lo ha leído?
‒No, le juro que no. Lo hizo Bruce en contra de mi voluntad. Y me ordenó que
cumpliera lo que dice ahí. Inmediatamente, dijo.
‒¡Usted escribió esto! Oh, lleva el nombre de Tavish y está firmado por su
mano, pero usted escribió el resto. ¿Y se hace llamar su amigo? ¡Qué vergüenza
que use a un moribundo en beneficio propio!
‒¡Lo hizo! ¡Mire cómo tiemblan las líneas; no son sus finas y constantes letras!
‒dijo Lady Honor con su índice golpeando brutalmente el pergamino arrugado.
‒El dolor y la fiebre lo atormentaban mientras escribía ‒explicó Alan. ‒Le juro
por mi alma y por lo más sagrado que yo no escribí eso. ¡Ni siquiera lo había leído!
No hubiera podido. Por el amor de Dios, no le miento. ¡Nunca miento!
Lady Honor se alejó de él, dejando caer la carta como si fuera basura. El
sacerdote la recogió y la leyó. Alan lo escuchó jadear.
‒¡Se tiene que casar! ‒exclamó el padre Dennis.
Entonces, de eso se trataba... Ah, bueno, Alan lo entendía todo ahora. La pobre
chica no quería ser repartida como un regalo para quienquiera que Tavish quisiera
obtener sus tierras. No podía culparla en lo más mínimo. Además, necesitaba
tiempo para aceptar la muerte de Tav. Y lo tendría. Al infierno con Bruce.
Ella se volvió hacia él con las manos en las caderas, inclinándose hacia adelante
con la barbilla hacia arriba.
‒¿Y qué pasa con lo que yo quiero? No deseo casarme con nadie.
¡Especialmente no con usted!
‒¡Por todos los Santos! ¡Él nos ha ordenado que nos casemos hoy! ¡Hoy
mismo! Juró que me amaba y ahora exige que me case con un...
‒¿Un qué?
‒Un salvaje de las Highlands ‒replicó ella, sacudiendo un dedo bajo su nariz.
‒¡Mais oui; eso es lo que es usted, a pesar del “disfraz” que lleva! ¡Y también
ignorante, por lo que ha demostrado!
‒Sin estudios, Señora. No es lo mismo que ser ignorante. ¡Y a pesar de todos
tus aciagos aires franceses, todavía tiene sangre escocesa!
Ella se quedó boquiabierta. Su pecho subía y bajaba como un fuelle. Alan luchó
contra su enojo hasta que lo tuvo firmemente. Seguramente solo era su dolor lo
que la obligaba a hablar así. Estaba en shock por todo lo ocurrido y lo miraba
como si Alan fuera el culpable de todo.
‒Bueno, ¿y cómo cree que me siento yo, eh? ‒replicó Alan. ‒¡Atrapado contra
mi voluntad en esta situación! ¡Demonios, preferiría morir antes que entregar mi
libertad, pero le di mi palabra, por Dios! ‒se golpeó la frente y gimió hacia el cielo.
‒Oh, Tav, ¿qué nos has hecho?
Alan estaba enojado. Lady Honor no dejaba de pasear. Podía oír el roce de sus
pies, el crujido de las faldas alrededor de sus piernas. Los sonidos eran casi tan
fuertes como el ruido sordo de su corazón.
Alan se dio cuenta de que Tavish no podía saber que las palabras que le había
escrito a su esposa no habían sido leídas esa noche por primera vez. ¿Y quién tenía
la culpa de ese malentendido? El mismo Alan, nadie más. Tav había preguntado si
Alan estaba de acuerdo con entregar la carta y cumplir sus últimas voluntades. Y el
muy estúpido le había dicho que sí. ¡Estupendo!
Eso había sido lo más cerca que Alan había estado alguna vez de una mentira y
eso le dolía mucho. Quien conocía a Alan sabía de su amor por la verdad y de
cómo podía confiar en él para que no dijera nada más que la verdad acerca de
cualquier asunto, sin importar las consecuencias que tuviera sufrir por ello. Eso lo
llenaba de gran orgullo; apenas tenía nada más en el mundo para ofrecer. Pero en
esta ocasión, su honestidad había provocado un desastre.
Lady Honor le dijo abiertamente lo que pensaba. Había actuado de forma tan
ignorante como el idiota de la aldea más bárbara. Qué estúpido había sido al
aceptar algo sin tener ni idea de lo que era. Solo estaba comprobando lo que
siempre había sabido. Que una mentira, incluso una pequeña, siempre traía
problemas. En ésta ocasión, a él le había costado su libertad. Y a la pobre dama, su
tranquilidad.
‒¡No habrá boda! ‒dijo la dama acaloradamente, con los brazos cruzados
sobre el pecho.
‒Si amara a su esposo, Lady Honor, debería tener en cuenta sus últimos
deseos.
‒¡Esa fiebre que dice usted que tuvo le nubló el raciocinio! Tavish nunca me
hubiera obligado a algo así. O a usted ‒agregó tardíamente, obviamente con la
esperanza de ponerlo de su parte.
Alan se preguntó si ella tenía derecho a negarse. ¿La fiebre había afectado la
mente de Tav? No importaba.
‒Incluso aunque hubiera sido así, Milady, Bruce convirtió el deseo de Tav en
una orden. No podemos ir en contra de la voluntad del Rey.
‒Sí, el Rey y es el dueño de Escocia. Usted podría irse a Francia con su padre
huyendo de la ira real. Pero ¿y yo?
‒Tiene todo el derecho a pensarlo. Pero ahora es una obligación para los dos.
Tavish nos lo pidió.
El arqueó una ceja y le dio una media sonrisa por su triste asentimiento de
acuerdo.
‒Sé que lloráis por él, dulce dama, al igual que yo. Pero ahora debemos cumplir
sus últimos deseos. Es todo lo que podemos hacer por él.
‒Mire, Lady Honor. Nos conocemos desde hace muchos años. Como dijo su
sacerdote, ya es tarde y yo estoy deseando descansar.
La cara de la dama se tiñó de un color rosa brillante y miró con culpabilidad
hacia la cama con cortinas que había en la esquina.
‒Muy bien ‒dijo amablemente, esperando que ella no se diera cuenta de que
no sabía de qué estaba hablando, para no tener que admitir que era un ignorante.
Alan no se había dado cuenta hasta ese momento de cómo la idea de acostarse
con ella se había abierto camino en su mente. No tenía la intención de hacerlo esa
noche por las razones que acababa de darle, pero sin duda tenía la intención de
hacerlo pronto. La culpa lo inundó como una ola de frío. Poseer a la mujer de
Tavish no es algo que debería habérsele ocurrido en absoluto. Incluso con la
bendición de Tav y las órdenes del Rey, parecía diabólicamente absurdo incluso
considerarlo y mucho menos hacerlo.
‒¿Esperarás hasta después del nacimiento? ‒sus dedos cubrieron sus labios,
como si temiera cambiar de opinión.
‒Sí, por supuesto; esperaré ‒dijo suavemente, asintiendo con la cabeza. Había
estado célibe durante casi un año, desde antes de unirse al ejército de Bruce.
Ahora debía esperar hasta que Lady Honor tuviera a su hijo y se hubiera
recuperado del parto.
Acostarse con otra mujer después de la boda con Lady Honor sería impensable.
Incluso si ella no se estuviera embarazada, Alan se preguntaba si realmente podría
permitirse acostarse con la viuda de su mejor amigo. Pero, finalmente, tendría que
hacerlo.
Una sola lágrima rompió sobre sus pestañas y se arrastró por una mejilla. Con
un pulgar calloso, lo sacudió.
Honor asintió.
‒Necesitaremos protección.
Una punzada de deseo lo atravesó como una pelea de ballestas. ¿Cómo debe
ser ganar el corazón de una mujer como ella? Más bella que el amanecer, era tan
fresca y limpia y tan dulce... hasta que pensó que algo podía amenazar a su bebé.
Él no la culpaba en absoluto. Ella no lo conocía y solo había tratado de proteger
al niño. Honorable como su nombre, ella era una mujer valiente.
Alan sabía que Honor había estado muy protegida hasta ahora; nació y se crió
en el castillo de su madre en el Valle del Loira en Francia. Sin duda, chocaba
descaradamente con su padre, un Barón escocés enredado en la maraña de la
política francesa. Venir a Escocia con nada más que sus acompañantes mujeres y
un único sacerdote debía haber sido un shock para alguien nacido en medio de
tanto esplendor cultural.
Ella lo había aceptado bien, se dijo Tav. La sala en la que se encontraba Alan
brillaba como prueba de sus palabras. Ella había hecho que aquello pareciera un
hogar, un refugio cómodo y un placer para la vista. Tavish a menudo se había
jactado de ello y con razón.
Ahora, recién enviudada y embarazada, sin ser apenas más que una niña,
Honor se arriesgó a recibir la ira de un rudo futuro marido guerrero al negarle a
Alan sus derechos matrimoniales incluso antes de pronunciar los votos. Y todo
para proteger al niño de Tav. Su lealtad y coraje despertaron algo dentro de Alan
que hizo dejar a un lado su temor a una unión sin amor. Después de todo, tal vez
podría llegar a amarla. Por todo lo que sabía de esa mujer ahora, él creía que lo
que sentía podría ser algo más parecido a la adoración.
‒Ah, Tav, ya veo. Entiendo por qué me enviaste aquí. Ella necesitará un brazo
fuerte que la proteja y yo trataré de hacer que te sientas orgulloso ‒susurró Alan.
‒Lady Honor tendrá protección; y también tu hijo. Yo me ocuparé de eso.
Capítulo 3
Honor solo escuchó a medias lo que Alan susurraba mientras las mujeres se
compadecían ante la noticia de la muerte de Tavish y las nupcias apresuradas que
tenían que celebrarse. Apenas notó sus comentarios sobre el guerrero musculoso
que estaba solo en medio del pasillo. Ella solo lo miraba.
Esperó tranquilo, como si no tuviera nada mejor que hacer. Ella supuso que
era así. Se quedó parado allí, con el peso apoyado en un pie, los brazos cruzados y
los ojos verdes animados mientras contemplaban la reunión de la gente del
castillo.
Honor ignoró a Nan entonces y le lanzó otra larga mirada a Sir Alan. De una
manera extraña, él apeló a sus sentidos. No podía decirse que fuera guapo,
atendiendo a los estándares de la Corte. Sin duda, muchas mujeres se desmayaron
por él con una combinación de terror y salvaje fantasía. O por simple lujuria.
Mujeres insensatas, por supuesto. Mujeres que no eran como ella.
Su pelo, de un castaño salvaje oscuro y con toda probabilidad peinado con los
dedos, escapó poco a poco de su tenue atadura en la nuca. Un mechón ondulante
se movió sobre su frente alta y ancha y cubrió un ojo de pestañas oscuras. Las
cejas gruesas, de un castaño más oscuro que su cabello, se alzaron y cayeron de
nuevo, cambiando su expresión de curiosidad a satisfacción cuando el Padre
Dennis se acercó a él, con su Libro de Oraciones en la mano. Le gustaba el hecho
de que no hiciera el menor intento de ocultar sus sentimientos.
Los labios llenos y móviles del Caballero se abrieron mostrando una sonrisa
asombrosamente seductora y revelando dos hileras de dientes iguales e
inmaculados. Y Lady Honor se fijó en eso, muy a su pesar. Después de todo, uno
no juzgaba a los hombres como a los caballos. Si hubiera sido así, Tavish podría
haber sido un árabe fino y elegante, mientras que este tipo parecía un infierno en
la batalla. Pero los dientes estaban bien, sin embargo.
¿Por qué Dios se había llevado a su dulce Tavish y había dejado con vida a este
espécimen guerrero? No pudo evitar preguntárselo, aunque sabía lo impía que era
la pregunta. Bueno, la piedad no la había llevado a ninguna parte hasta ahora.
‒¿Y luego qué, Nan? Sabes tan bien como yo que alguien ocuparía su lugar. Si
no es mañana, al día siguiente o al siguiente, vendrá otro. No puedo esperar
mantener sola este lugar. Al menos este Caballero conocía a mi esposo y se
preocupó lo suficiente como para traer su cuerpo a casa. Él ha prometido criar a
mi hijo y protegernos. Tavish sabía que necesitaría a alguien y él me envió este
hombre El Rey ha ordenado que nos casemos, por lo que seguramente confía en
él. ¿Qué quieres que haga? ¿Perder todo lo que tengo para entregárselo a Bruce y
huir a Francia?
‒¡Nunca! ‒dijo Honor. ‒Me casaría con el mismísimo diablo antes de hacerlo
con el Conde de Trouville.
‒Que Dios la ayude, Señora ‒gimió Nanette. ‒¡Este hombre podría...! Mire
esos brazos y esos puños. Él bien podría matarla si lo llegara a enojar. Y con su
temperamento ‒dijo ella con un movimiento de cabeza, ‒no dudo que lo hará.
Honor dejó escapar un fuerte suspiro y se sacudió las manos de Nan. Su
doncella podría estar en lo cierto, pero no tenía ninguna intención de vivir con su
padre de nuevo. Honor se sentía razonablemente segura de poder manejar a este
caballero. Él respondió amablemente a sus lágrimas. Ella sintió una compasión
subyacente, oculta por el exterior de ese guerrero rudo. Y seguramente obtendría
beneficios de toda esa fuerza.
‒Continúa, Nan y ordena a las mujeres que preparen el solar. Busque una
bañera para adecentarlo. El Padre Dennis me requiere, así que debe haber llegado
el momento.
A diferencia del primero, este matrimonio sería real y vinculante a todos los
efectos. Correctamente documentado y atestiguado. Tavish había organizado esta
unión para ella y le deseó felicidad. Honor cumpliría con sus planes, por su bien y
especialmente el de su hijo.
‒Sir Alan, Padre Dennis, ¿procedemos? ‒preguntó ella, con la barbilla
levantada y los ojos brillantes. Si el hombre se mostraba valiente, ella fingiría
serlo. Ciertamente sabía cómo hacerlo.
Strode negó con la cabeza, con sus manos descansando sobre sus estrechas
caderas.
‒No, no se me ocurre ninguna razón para ocultar lo que tengo que decir. La
muchacha debería saber con quién va a casarse.
‒P-pero, Señor, ¡siempre se hace en privado! ‒el Padre Dennis se mordió los
delgados labios, mirando de uno a otro varias veces. Una risa nerviosa se oyó
entre los presentes.
‒Diecinueve años y seis meses, más o menos. Sí, eso ‒dijo con un firme
asentimiento.
¡Diecinueve años! Hubo murmullos de horror y algunas risitas, rápidamente
sofocadas con otra mirada penetrante de Alan.
Honor se preguntó cuánto tiempo estarían allí si él decidiera hacer una lista
de todo.
‒Sí, todo el ganado que pude para mi tío Angus. ¡Algunas ovejas aquí y allá!
‒hizo una pausa pensativa. ‒Cumplí con mi parte, pero estoy pensando que podría
haber hecho un poco más si me hubiera planteado hacerlo. Así pues, admito un
pequeño pecado de pereza hace unos años. ¿Hay alguna penitencia por la pereza,
Padre?
Honor se mordió los labios. No es de extrañar que a Tavish le hubiera gustado.
El hombre era divertido, tenía que admitirlo, aunque Alan parecía no darse
cuenta.
Podía oír los dientes del Padre Dennis rechinar antes de hablar. Cuando lo
hizo por fin, adoptó una lenta cadencia.
‒Estas cosas, la muerte, el robo, son pecados, Sir Alan. ¡Pecados! No cosas
que deberías hacer, sino cosas que no deberías hacer. Sigamos, ¿has mentido?
‒Dejé que Tavish Ellerby creyera que había leído su carta, cuando no lo hice
‒luego se puso a la defensiva. ‒Pero, nunca más dije una mentira.
‒¡No, nunca lo haría! Nunca estuve con la esposa de otro hombre ni tampoco
con su prometida ‒una sombra de preocupación oscureció sus facciones abiertas.
‒A menos que... a menos que alguna de las chicas mintiera. Entonces eso sería un
pecado suyo y no mío, ¿eh?
Sir Alan sonrió y pasó una mano por las largas ondas de su cabello,
deshaciéndose de la cinta de seda raída. Honor nunca creyó que vería tal mezcla
de vergüenza y orgullo a partes iguales.
‒Espero que no me pida que diga una cantidad, Padre. ¡Soy culpable, con un
poco de remordimiento!
‒Sí.
Mientras las palabras del Sacerdote seguían zumbando en sus oídos, dejó que
su mirada descansara en la mano de sir Alan, que se apoyaba la suya. Durezas
callosas y ampollas rotas cubrían su palma ancha y cuadrada. Sus uñas parecían
recién cortadas y las puntas de sus dedos estaban casi limpias. Honor notó que él
no temblaba como ella. Se mantenía fuerte y firme.
Las manos dicen mucho acerca de una persona. Pensó en las manos de Tavish,
esbeltas, bien arregladas, ágiles, como era él. En comparación, este caballero que
estaba a su lado parecía un trabajador rudo; el tipo de hombre al que ella temía.
‒Yo les declaro marido y mujer. Tate, las actas matrimoniales, por favor ‒el
sacerdote llamó al alto y joven campesino que había seleccionado para ayudarlo.
Extendió el breve documento sobre la mesa más cercana, le hizo un gesto a Sir
Alan y señaló con un delgado dedo en el pergamino. ‒Ponga su firma aquí, Señor.
‒Entonces, sea. Felicidades, Señor, Milady. Que Dios los bendiga y los
mantenga unidos. Pueden darse el beso de la paz.
Honor volvió la cara hacia el Caballero, que se sonrojó. Alan lo miraba todo
con los ojos muy abiertos; todo, excepto a ella. Honor sonrió. Dios mío, ¿el
hombre era tímido? ¿Después de todas esas mujeres de las que alardeaba haber
conquistado? Eso era prácticamente increíble.
Honor alcanzó su cara y Alan se acercó, besándola, como era costumbre. Justo
cuando relajó su abrazo, lo escuchó; un sonido suave, casi inaudible, de anhelo
mezclado con negación.
Ella estaba asustada. ¿Qué demonios había hecho, casarse con este salvaje
escocés?
Honor se echó hacia atrás instintivamente mientras Alan bajaba su boca cerca
de su oreja. Solo tenía la intención de hablar, se reprendió a sí misma, acumulando
una falsa calma como una capa a su alrededor.
Ella se rió un poco, tanto por alivio como por su sincera pregunta. Su beso la
había escandalizado, pero seguramente no quería hacerle daño.
‒Nuestra fiesta nos espera. Debes entender que las raciones se acortan con la
llegada del invierno y no esperábamos una boda. La liebre asada es lo mejor que
podemos ofrecer esta noche.
La comida reveló que las pocas virtudes caballerescas que ella le había
atribuido a Sir Alan de Strode no se extendían a sus hábitos en la mesa. Honor
perdió el apetito al verlo devorar todo lo que había a su alcance.
Ella lo miró de reojo y lo vio frotándose su vientre plano con ambas manos.
‒¿En condiciones? Oh, casi un año. No desde que dejé Malaig. Antes de eso,
no sabría decirlo. Durante la marcha, preparamos la avena, la mayoría de las veces
seca cuando no podíamos encender fuego para calentar el agua. Algunos peces,
cuando podíamos pescarlos. Ahh ‒canturreó, estirando un brazo por encima de su
cabeza. ‒¡No hay nada como una barriga llena! Ahora me gustaría irme a la cama.
Estoy muy cansado.
‒¿Inglés?
‒Llegué a Bannockburn. Era esto ‒pasó una mano por su pecho, ‒o mi tartán.
Y todavía está mojado desde que lo lavé antes de venir.
‒Ven ‒ordenó, sintiéndose como una madre con un niño al que hubiera que
arrastrar.
‒Descargue sus paquetes y haga que se lave toda su ropa ‒luego llamó a Tate,
el asistente del Sacerdote. ‒Tú, ven y ayuda a Sir Alan con su cota de malla. Sécala
con arena para que no se oxide ‒se despidió del Padre Dennis y tiró de su nuevo
marido otra vez.
Hasta ahora, todo bien, Honor pensó con satisfacción. Él siguió sus
sugerencias como un cordero descuidado. ¿Sería siempre tan dócil? ¿Se atrevería
a seguir un poco más? Decidió que por esa noche ya había sido suficiente. Mañana
sería la prueba definitiva. Cuando hubiera descansado y se diera cuenta de dónde
estaba refugiado ella estaría segura.
Honor dio gracias a Dios por haberlo apartado de su vista. ¡Si estaba tan
generosamente proporcionado al frente,..., no estaba preparada para echar un
vistazo a eso! Un escalofrío recorrió el mismo centro de su cuerpo.
Con una maestría que enorgullecería a cualquier ama de casa, Honor se ocupó
de apartar la colcha y dar forma a las almohadas. Cualquier cosa para evitar que
sus ojos se desviaran hacia la bañera.
‒Dormiré en el suelo ‒dijo, tan cerca de su hombro, que ella saltó de miedo.
‒Está bien ‒dijo. ‒Si insistes... Solo pensé que te haría sentir incómoda dormir
a mi lado.
Todavía sin atreverse a mirarlo, Honor oyó el crujido del colchón mientras se
metía en la cama. Finalmente se atrevió a echar un vistazo y vio aproximadamente
un tercio de la amplia cama vacía y esperando. Su fuerte espalda brillaba con
gotitas de agua del baño.
Después de unos momentos tensos, ella se relajó. Qué día tan agotador. Pero
el sueño se le escapaba mientras revisaba los acontecimientos. Primero, Ian Gray
había subido a sus muros y ofrecido, insistido, más bien, en darle su protección. Su
revoltijo ingobernable de reptiles asustó a la mitad de los ocupantes de la
fortaleza que corrieron a esconderse y a la otra mitad a improvisar armas con las
que defenderse.
Honor se preguntaba ahora si Ian Gray había venido porque sabía que ya era
viuda. Era lógico que él lo supiera; de lo contrario, ¿por qué habría venido a
ofrecerle matrimonio?
La boda había dejado mucho que desear. Pero podría haber sido peor,
admitió. Ian Gray probablemente no hubiera sido tan amable como Alan de Strode
al anunciarle la muerte de Tavish. Ni lo hubiera sido tampoco esperando la
consumación del matrimonio.
Un deseo absurdo de tocarlo le resultó casi irresistible. Ella cerró los ojos para
alejar ese impulso. Qué tonto pensamiento, tocar a un gigante dormido. Aun así,
en contra de su voluntad, su mano pareció moverse sola y las yemas de sus dedos
presionaron ligeramente su omóplato.
Honor chilló y apartó la mano cuando el enorme caballero se giró, casi rodando
sobre ella. Sus ojos verdes y oscuros, cargados de cansancio, la miraban como una
pregunta somnolienta y silenciosa.
‒Perdón ‒murmuró, tan cerca de él que sus narices casi podían tocarse. ‒No
quise despertarte. Estás mojado. Podrías ponerte enfermo.
‒Sí, a veces, pero no sobre esto. Recuerdo mi promesa y el niño que llevas en
tu interior y estoy agradecido de que me permitas compartir contigo todo esto.
Él se movió de nuevo. Entonces Honor vio algo que la dejó estupefacta. Lo que
parecía una mancha que se hubiera olvidado de limpiar, era un gran moretón que
rodeaba un corte feo y mal cosido en el hombro.
‒¡Señor! ¡Estás herido! ¿Por qué no me dijiste nada de eso? ¡Déjame ver!
‒Honor se puso de rodillas y se inclinó sobre él, tocando la piel cerca de la herida
para comprobar si estaba infectada.
‒La cosí de nuevo hoy. Tal vez mi costura no sea muy delicada, pero esta vez
aguantará. Está vez se curará.
‒Tengo hierbas para ayudar a que la herida cure antes ‒ofreció, comprobando
suavemente la zona que rodeaba aquella costura. ¿Cómo podría un hombre coser
su propia carne? No podía ni imaginarlo. ‒Está rojo.
Honor le lanzó una mirada cautelosa e intentó escabullirse más. La sola idea de
que él la tocara la hizo temblar de deseo. Él seguramente la malinterpretaría si ella
permitía su cercanía. Una súplica se contuvo en su garganta; tenía miedo de lo que
pudiera decir si daba rienda suelta a sus ideas.
Alan parecía bastante dispuesto. ¡Por todos los santos, se sentía ridícula!
También parecía ridículo pensar en ello estando embarazada.
Era cierto. Nan le había dicho que el bebé sería pequeño, teniendo en cuenta el
pequeño tamaño de Honor y la esbelta contextura de Tavish y su falta de estatura.
‒He tenido mucha suerte. Algunas mujeres tienen problemas para sobrellevar
los últimos meses de embarazo, pero no ha sido mi caso. Es bastante activo.
‒El bebé ‒dijo Honor, riéndose. Aquel hombre nunca debió haber conocido a
una mujer embarazada. ‒El bebé da vueltas y patalea en el útero. ¿No sabías eso?
‒Me pregunto cómo debes sentirte cuando ocurre eso. A mí me parecería muy
extraño.
‒Lo que se siente ‒explicó mientras arrastraba las sábanas y colocaba la palma
de su mano sobre su abdomen.
Los vigorosos dedos de Alan presionaban con suavidad contra la tela que los
separaba del abdomen de Honor.
‒Ah, Honor, ¿cómo soportas tanta dulzura todo el día y la noche? ¿Cómo
puedes esperar para sostenerlo entre tus brazos?
‒¡Acuné a un bebé una vez! La madre tenía un caso pendiente con la justicia
por un cerdo robado o algo así y me dio al niño para que lo sostuviera cuando la
llamaran ‒una expresión melancólica suavizó aún más sus facciones. ‒Nunca me
olvidé de esas pequeñas lucecitas que eran sus ojos. Su sonrisa. Sin miedo ni
preocupaciones ‒dijo, recordando el incidente con una mirada distante. Luego
volvió al presente y le suplicó: ‒¿Podría abrazarlo y acunarlo cuando sea pequeño?
¿Te importaría?
Honor sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos ante su pregunta. ¿Cómo
podía haber temido nunca a un hombre que mostraba sus sentimientos tan
abiertamente, que se sentía tan maravillado de atender al bebé de un campesino?
Ella tocó su rostro con las yemas de sus dedos.
Él sonrió.
‒Oh sí, los tenía. Planeaba perseguir a los ingleses hasta el mar, tan pronto
como terminamos de echarlos de Escocia. Un plan ambicioso, ¿eh?
Honor jugó con el borde de la colcha, sintiéndose aún más a gusto ahora que la
conversación se volvió política.
‒¿Tanto odias a los ingleses?
¡Qué! ¿Es medio inglés? Nada de lo que podría haber dicho la hubiera
sorprendido más. Habría jurado que Strode era un escocés puro.
‒Cuando mi padre era un hombre joven, un Barón menor con una hacienda
próspera en Gloucester, le juró lealtad al Rey Edward. Cabalgó bajo la bandera de
Gloucester en la guerra contra De Montfort. Longshanks lo recompensó con el
cargo de sheriff en Rowicsburg y lo obligó a casarse con una mujer MacGill para
obtener sus tierras como dote. Un propietario inglés en Escocia está más
dispuesto a luchar para proteger sus dominios. Entonces ahí estaba él, con un pie
en cada campo.
‒Odiabas dejarlo, ¿no es cierto? ‒Honor sabía que debería dejarlo ya, pero
parecía necesitar hablar de eso.
‒Sí, lo extrañé, extrañé a la familia que creía que tenía; extrañé a mis amigos.
Especialmente a Tav.
‒¿Ya conocías a Tavish? Supuse que acababas de conocerlo en esta última
campaña.
‒Sí, durante toda una quincena. Luego ella regresó con mi padre.
‒¡Mon Dieu! ¿Te dejó allí? ‒Honor no podía imaginar a una madre
abandonando a su hijo. ‒¡Cómo pudo hacerlo!
‒Yo tenía siete años, después de todo. Es la edad habitual para enviar lejos a
un hijo. Mamá me dijo que su hermano Angus me trataría como el hijo que nunca
tuvo.
‒Sí, por supuesto que lo hizo. ¡Me golpeó todos los días a partir de entonces!
Honor se acercó sin pensarlo, para ofrecerle su consuelo. Ella ahuecó su rostro
con una mano.
‒¿Golpearte? Oh... ‒las lágrimas corrieron por sus mejillas, pero no hizo ningún
esfuerzo por detenerlas.
Honor sabía lo malo que había sido. Le resultaba casi imposible dejar de llorar
el tiempo suficiente para hablar. Alan trató de suavizar y aligerar lo que había
sucedido; era su única defensa contra eso. Su orgullo no le permitía admitir el
verdadero horror que Honor sabía que había vivido.
─¡Sólo un cobarde cruel levanta la mano hacia su hijo! ¡Espero que lo mataras
cuando fueras mayor!
‒¡Él te golpeó! ¡Te insultó! ¡Te encerró! ‒dijo Honor. ‒¡Deberías matarlo!
‒No, dulzura ‒la calmó. ‒No fue tan horrible, lo juro. Sólo me ató y encerró
cuando lo maldije e intenté escaparme. Mi propia testarudez provocó lo que
sucedió. Me merecí cada golpe y más, créeme.
Honor lo agarró del brazo y lo atrajo hacia sí, frenética por hacerle saber que
ella lo entendía a pesar de su negativa. Mejor que nadie en el mundo, ella lo
entendía.
‒Mientes para calmarme, esposo, pero sé lo que sientes por dentro. Todavía te
duele, pero se acabó. Él no puede hacerte daño ahora. ¡Yo no dejaré que te golpee
nunca más!
‒¡Basta! ‒ordenó, con voz enérgica. ‒Te digo que lo que a mi tío le importaba
era que me comportara como un hombre y no como un debilucho mocoso. Vas a
enfermar con tanto llanto. ¡Para ya, por favor! ‒dijo Alan, acunándola
suavemente.
‒Sí ‒asintió Alan; la ternura suavizó su voz hasta hacerla casi de terciopelo
mientras alisaba su cabello con su mano. ‒Duerme, mi corazón.
El agotamiento se apoderó de ella mientras yacía entre sus brazos. Temía que
ya había revelado demasiado de sí misma, mucho más de lo que alguna vez le
había permitido ver a Tavish. El gran peligro reside en admitir el miedo y la
vulnerabilidad. No, por todo lo que sabía que era cierto de los hombres, Honor no
se atrevió a aceptar su palabra. No podría confiar plenamente en este Caballero
sin apenas conocerlo.
Este nuevo esposo suyo parecía demasiado bueno para ser verdad. Y si hubiera
aprendido algo en sus veintiún años, Honor hubiera sabido que lo que parecía
demasiado bueno para ser cierto, lo era. Siempre.
*****
Alan fingió dormir hasta que escuchó la respiración lenta y constante que
marcaba el sueño de Honor. Pobre ángel, pensó con un suspiro de frustración. Su
defensa de él contra su tío revelaba una historia bastante clara de su propia vida.
¿Cuánto tiempo la había atormentado su padre?
Tavish le había hablado del hombre, preguntándose por qué Hume se rió en su
cara y le negó la mano de Honor aquel verano en París. Luego, antes de que
llegara el invierno, Honor había llegado a Escocia con el contrato de matrimonio
en la mano y su sacerdote a cuestas. Quizás Hume se había vuelto loco.
Aun así, eso no justificaba tal crueldad. Ese hombre tenía que morir. Que Dios
ayude a ese miserable si alguna vez ponía un pie en tierra escocesa otra vez y Alan
tenía conocimiento de ello.
Ella tenía razón sobre una cosa. Tav debió haber estado atrapado por la fiebre
del diablo al desearle tal destino. Alan sabía que aunque viviera hasta los cien
años, realizara toda clase de obras de caridad, abandonara todos sus caminos
pecaminosos y orara cada hora, nunca la merecería. Tampoco era probable que
hiciera todo eso. Él era lo que era. Pero incluso Tavish no había sido lo
suficientemente bueno para Honor.
Tristemente, Alan cerró los ojos y se negó a sí mismo el placer de ver su belleza
tranquila. Él no le impondría nada, decidió firmemente. Jamás. Una dama tan
gentil como ella no debía ser mancillada por alguien tan áspero.
Durante un largo momento, yació allí, con los ojos cerrados, saboreando el
calor del pequeño cuerpo acurrucado junto al suyo. En su cabeza, las imágenes de
la mujer se sucedían; Honor enojada, Honor sorprendida, Honor sonriendo
mientras colocaba su mano sobre su cintura, ofreciéndole generosamente
compartir su alegría por el niño...
Contó los sonidos, la mayoría de los cuales identificó. Sonidos íntimos a los que
todavía no sentía que tenía derecho. Sonidos que un marido escucharía mientras
su esposa se preparaba para su día. El suave chorro de agua se derramó de la jarra
al barreño. El sonido que se producía al apretar un paño empapado en él. Un
aliento más fuerte, apenas un suspiro. El susurro de su ropa mientras se vestía.
Alan sonrió. Aquí estaba en casa.
‒Hay mucho por hacer ‒dijo un poco sin aliento. Cuando ella comenzó a luchar
contra un nudo rebelde en su cabello, él extendió la mano y la detuvo.
‒Si nos atacan en el camino, prefiero estar a lomos de un caballo que ser
arrastrada en un carruaje mientras nos persiguen.
Incluso eso hablaba bien de ella; esa lealtad, esa capacidad de amar incluso
más allá de la muerte. A Alan le gustaría que alguien lo amara de esa manera.
Incluso se atrevió a esperar que Honor pudiera hacerlo, si de alguna manera se
volvía digno de ella. Esa mujer era un verdadero tesoro.
Pero gracias a Dios, ella había soportado su dolor con mucha fuerza hasta ese
momento. Al menos su valiente indulgencia, por temporal que fuera, les había
permitido continuar con el asunto que tenían entre manos; su matrimonio y la
administración de Byelough.
Eso aliviaba un poco su culpa por desear que Honor le entregara su corazón.
Capítulo 5
‒Un clima muy apropiado para esto ‒murmuró Honor mientras Alan la
levantaba hacia la silla mojada por la lluvia. Ella centró su peso lo mejor que pudo
y reprimió un cansado suspiro. Compartir su cama con este extraño anoche no la
había dejado descansar en condiciones. Ahora debía ir a ver la tumba de su marido
y rezar unas oraciones por su alma. Por el esposo que la había amado. Honor se
movió hacia adelante; le dolía la espalda.
‒No tenemos por qué ir hoy ‒dijo Alan. ‒Aunque el clima fuera bueno, montar
a caballo no es cómodo en tu estado. Incluso has disculpado a tu sacerdote por no
acompañarte.
‒Él está herrando a su mula. Ofrecerá una misa por el alma de Tavish más
tarde hoy. Esto es algo que debo hacer sola y te agradezco que me acompañes.
Eres muy amable al soportar mis gemidos, a pesar de que no encontraré consuelo
en ningún sitio. Aun así, quiero ir.
‒No, no eso. Quise decir tu... uh... ‒él hizo un gesto vago hacia su parte inferior
del cuerpo. ‒Embarazo ‒terminó por él. ‒Sí, supongo que terminará, aunque
algunos días me pregunto cuánto tardará.
Salieron hacia las puertas a lo largo del camino a través del pueblo. El enorme
ruano de Sir Alan cacheó y tiró un poco cuando llegaron a la extensión abierta del
valle. Honor pudo ver que caballo y jinete temblaban de ganas de correr
salvajemente por el páramo. Su energía apenas reprimida despertó su envidia; la
irritó. El largo silencio hizo que se pusiera nerviosa. Deseó poder alejarse
galopando de la terrible inquietud que sofocaba su respiración. Sentía la columna
rígida, aprisionada por músculos tensos como cuerdas de arco ajustadas.
Honor se fijó en una bolsa sujeta al ancho cinturón con unas cadenas de cobre.
Ahora colgaba hacia un lado, pero al levantarse, se apoyaba directamente sobre
sus partes inferiores. Representaba una imagen primitiva. Un salvaje de las
Highlands, como lo habría llamado su padre, un animal aterrador y temido por
todo el mundo.
Honor pedía a Dios que su marido pudiera estar a la altura de esa imagen.
Ambos podrían necesitarlo algún día. El sable colgado de su silla de montar le
proporcionó consuelo.
‒Sí, lo estás. Y yo sé por qué. Fue porque Tav te ha dejado, ¿verdad? Te dejó
sola cuando lo necesitabas. Es natural que sientas eso. También yo lo sentí justo
después de su muerte.
Honor no respondió y Alan se giró para mirarla con esos hechizantes ojos
verdes.
Entonces Alan se alejó varios pasos, se inclinó y recogió dos piedras. Él caminó
hacia atrás y le entregó una de ellos. Ella lo vio cerrar los ojos y arrodillarse para
colocar la piedra junto a la grande, la que estaba tallada.
‒Lo sé ‒Alan respiró contra su oreja. ‒Ah, Honor, tu dolor me hiere. Y lo siento
por él. Y por el niño que nunca conocerá a su padre. Traté de salvarlo. ¡Lo intenté!
Golpeó su pecho con sus puños como lo había hecho antes. Grandes sollozos
sacudieron su cuerpo cuando la acercó más y la abrazó. Las frases gaélicas suaves
la tranquilizaban.
Las fuertes manos de Alan trataron de levantarla pero ella gimió que la dejara
sola. Se lo merecía. El agarre en sus hombros disminuyó, pero continuaba
sintiendo la calidez de sus palmas a través de su capa de lana. Ella lloró las
lágrimas de los condenados y sintió que también merecía la terrible sensación de
una cuchilla afilada en su abdomen. Su deuda. Su suerte.
‒Nooo ‒gimió. Honor se acurrucó y se rodeó el vientre con las manos. Alan
puso sus manos junto a las de la futura madre, explorando la rigidez de su vientre.
Alan la tomó en sus brazos, haciendo una mueca ante el dolor que sentía en su
hombro dañado mientras la llevaba a las monturas que esperaban. Él la levantó y
se colocó detrás de ella antes de que pudiera caer de la silla. Señor, ¿qué iba a
hacer ahora? ¿Podría regresar a la fortaleza? Tardarían al menos una hora si
mantenía un ritmo que no la hiciera caer del caballo.
Recordaba haber pasado por una cabaña quemada a media legua de vuelta; no
era gran cosa, pero al menos les proporcionaría un techo y protección. Una
vivienda de pastor construida burdamente no era lugar para que una dama diera a
luz a su hijo.
Jesús, sus manos temblaban. Alan no sabía nada de parturientas. Él había visto
nacer corderos de las ovejas, potros. ¿Era lo mismo?
‒No, nada de eso ‒murmuró para sí mismo. Él sabía que no era lo mismo en
absoluto. Las mujeres necesitaban más ayuda; mucho más de lo que él podía
darle.
Ella se puso rígida en sus brazos y gimió de nuevo. El sonido le arrancó el
corazón. No se atrevió a decirle lo inútil que iba a resultar su torpe ayuda o la
asustaría. Respiró profundamente para aparentar coraje y para dárselo a sí mismo.
Alan condujo al caballo hacia la cabaña. Pidió al cielo que Honor aguantara
durante el recorrido de esa media legua más de lo que nunca hubiera suplicado
nada a Dios en toda su vida.
Bajó de la montura y tendió la mano hacia Honor. Ella había aguantado todo el
camino valientemente. Aparte de algún sobrealiento ocasional, apenas había
expresado su dolor. Lo aguantó con bravura, pensó con orgullo. Una mujer de
coraje, su Honor. Su cuerpo se sintió rígido en sus brazos mientras la llevaba a la
humilde cabaña.
Inclinó la cabeza y los hombros para pasar por esa puerta tan baja. Fijó su
atención en la esquina más alejada de la casucha mientras se enderezaba. Sus ojos
se ajustaron rápidamente a la oscuridad. Una delgada forma descansaba sobre el
suelo de tierra compacta en una esquina; sus escuálidos brazos sostenían en alto
lo que parecía ser una espada corta.
El cuerpo no se movió.
‒Mi mujer necesita ayuda. Debes ir a Byelough Keep y traer a una mujer para
que la ayude.
‒Aquí estarás bien, cariño. Voy a encender un fuego para que estés más
cómoda.
‒Ya terminó la guerra ‒dijo Alan en voz baja mientras acomodaba la ropa de
cama y buscaba pedernal en su bolsa. Hizo una búsqueda rápida y localizó una pila
de turba. Mientras se preparaba para hacer un fuego, continuó tranquilizando a su
anfitrión o anfitriona. ‒Rob Bruce ha expulsado a los ingleses hacia el sur. No hay
nada que temer. Soy Sir Alan de Strode, Señor de Byelough. Me sería muy útil si
supieras algo acerca de partos.
El tintineo del metal contra la piedra le indicó que había dejado la espada, al
menos de momento.
‒Sé mucho de eso pero no puedo mover mi pierna para ayudarte. Esta mañana
me caí del techo y me la rompí.
Alan creó una pequeña antorcha con la pata de una banqueta rota y la colocó
en posición vertical en el suelo de tierra. Honor yacía en silencio, jadeando y
agarrándose la cintura. En su rostro se reflejaba el dolor que sentía. Él le pasó una
mano por el hombro y le dio una suave palmada, mientras se ponía de pie.
Más cerca, pudo ver que la figura era una mujer mayor, con el pelo gris rizado y
ojos astutos como la criatura de un bosque. Él sonrió para tranquilizarla.
‒Tan buena como un día de mayo ‒cantó Alan en voz baja y sugestiva mientras
examinaba la extremidad delgada que había descubierto. Una simple fractura sin
herida abierta, pensó con alivio. Sus manos se ajustaron completamente alrededor
de la pierna, agarrándose a cada lado de la fractura y ajustando cuidadosamente
el hueso nuevamente. La vieja dama chilló una vez y luego respiró y gruñó.
‒Ya está. No te muevas hasta que lo tenga sujeto ‒encontró algunos trapos
viejos para hacerlo y usó el asiento roto del taburete como soporte. ‒Ahora, me
debes una Señora May. ¿Qué podemos hacer por mi esposa?
‒Necesitamos dos cuchillos ‒dijo May. ‒Esto será uno ‒ofreció la espada
oxidada. ‒Ponlo debajo de las pieles.
‒¿Cómo? ‒chilló Alan, con la voz quebrada, como cuando era un chiquillo.
‒Aún no, cerebro de corcho; cuando nazca el bebé. Debemos esperar. Hay un
poco de agua en el balde, pero debes hervirla. Hazlo.
‒No puedo dejarla ‒dijo Alan, manteniendo firme su voz ahora. Sonaba firme y
decidido. ‒No lo haré.
Alan hizo lo que la Vieja May le dijo. Cuando regresó, el sonido que emanaba
del jergón de pieles lo hizo caer de rodillas y acercarse.
Alan saltó para obedecer; estaba asombrado al ver que asumir órdenes en una
situación aterradora era mucho más fácil que darlas. Por primera vez, comprendió
la obediencia ciega de los hombres que él había llevado a la batalla. Esto era una
especie de batalla, pensó; una para la que no tenía entrenamiento. Mejor deja que
la vieja se haga cargo.
‒Sí, lo sé.
‒¡No! ‒Alan la negó con un ceño fruncido y palabras más duras. ‒No vas a
tener ningún rito hoy, mujer. No vas a morir. ¿Me oyes? Si mueres te quemarás en
el infierno.
Él notó su chispa de ira. Agarró su mano con fuerza. Bien, la ira la había hecho
más fuerte. Temía que ella se estuviera rindiendo.
‒Tú puedes hacer esto, Honor ‒alentó en voz baja, ‒sé que puedes. No
necesitas ningún sacerdote.
‒Ahh, Honor, mira lo que has conseguido. ¡Mira! ‒él colocó al bebé sobre sus
pechos. ‒Una niña. ¡Una maravillosa chiquitina! ‒sintió las lágrimas correr por su
rostro y una plenitud en su corazón que amenazaba con deshacerlo por completo.
‒¿Para descansar? ‒Alan esperaba, por Dios, que eso significara que todo
había terminado y no algo más con lo que él debiera lidiar.
La Vieja May se había burlado del hombre cuando había lavado sus manos y el
cuchillo en el agua caliente que quedaba en el barreño. Una pérdida de tiempo,
pensó, pero Alan necesitaba urgentemente algo que hacer mientras esperaba el
nacimiento. Tal como demostraba su entorno en Byelough, sabía que a Honor le
gustaba todo limpio. Si podía complacerla de esa pequeña manera, tenía la
intención de hacerlo. Siguiendo con ese pensamiento, ahora cortó una sección
intachable de su camisa, la mojó y limpió al bebé.
‒Qué orgulloso estoy de ti, Milady. Lo has hecho muy bien ‒le apartó el
enredado cabello de la frente y depositó un suave beso allí.
La había besado en lugar de Tav, se dijo Alan. Su pobre amigo muerto lo habría
querido así; habría deseado que Honor fuera consolada y elogiada por el
nacimiento de una hija tan hermosa. Pero en su corazón lo sabía. El dulce sabor de
Honor en sus labios no tenía nada que ver con Tavish ni con lo que su dama
acababa de soportar. La razón radicaba en quién era, qué era ella. La mujer a la
que adoraba más allá de toda razón.
‒El Padre Dennis se sorprendería, Señor. Eso es una blasfemia ‒Alan creyó
haber vislumbrado una sonrisa en sus palabras.
Sonrió entonces y vio la esperanza en los ojos de Honor, esa esperanza que
tanto había deseado poner allí.
‒Descansa ahora, cariño. Has tenido un trabajo muy duro hoy. La niña respira
tranquila y se mueve como un gusanito. Escúchala ‒acarició el pequeño bulto que
se enroscaba entre su camisa y su vientre.
Alan tenía una familia. Nunca había pensado en ello. Tener una esposa, un hijo
o un hogar. Su hermano mayor, a quien apenas podía recordar, se ocupaba de la
propiedad familiar en Gloucester. Su padre había enviado a Nigel allí cuando tenía
quince años para aprender a manejarlo todo. Entonces su madre había llevado a
su hijo menor, Alan, para que lo cuidara su hermano, Angus, en las Highlands. En
lugar de convertir a Alan en el heredero como su padre había esperado, el tío
Angus había atormentado a su sobrino medio inglés y lo había maltratado durante
todos los días que pasó con él.
La dura tarea de sobrevivir había sido su trabajo, supuso Alan. Había llegado
lejos desde que dejó a su tío. Había servido como rastreador con Alexander Bruce
en dos campañas. Cuando todas las bandas se reunieron cerca de Stirling para
luchar contra los ingleses, Robert Bruce había elegido a varios soldados para
entrenar a la chusma local para pelear.
Dulce, gentil Honor. Parecía un ángel tirado allí, tan agotado después de su
trabajo. Él siempre debía tratarla como el modelo virtuoso que era, decidió Alan.
No merecía menos.
Capítulo 6
A pesar de que en las tres semanas después de que la niña naciera Sir Alan
siguió siendo el mismo paciente Caballero, amable y de buen humor con todos,
eso no era suficiente para probar que Sir Alan era tan bueno como parecía.
Honor echaba de menos sus fanfarronadas, sus bromas y cómo arrastraba las
“r” al hablar. Esta transformación le recordó los cambios en su padre cuando ella
era muy joven. Cuando estaba disgustado con ella, también había adoptado ese
tipo de discurso preciso y forzado. Y a Honor le asustaba que Alan hablara así,
cualesquiera que fueran sus razones.
Durante tres largas semanas se había comportado así. ¿Habría hecho algo que
justificara este cambio? Alan no la ignoraba, pero tampoco buscaba su compañía.
Sin embargo, Christiana lo atraía como un imán. ¿Por qué le fascinaba tanto
una niña que ni siquiera era suya? Suponía que podría sentir que lo fuera un poco,
ya que estuvo presente en su nacimiento. Por otra parte, estaba su larga amistad
con Tavish. Pero aún así, ningún hombre que ella conociera pasaría tantas horas
de su tiempo de este modo, dedicándolas a un bebé que no hubiera sido
engendrado por él.
A Honor le había gustado cuando Alan se volcó en ella los primeros días
después del nacimiento de Christiana, arreglando las sábanas, ordenando a las
mujeres que la atendieran y alabando su coraje. Luego, cuando comenzó a pasar
más tiempo fuera de la cama que en la habitación, Alan se había ausentado
sutilmente. Solo acudía a su habitación durante una hora, mientras ella
descansaba y él estaba con la niña.
Ni una sola vez había insistido en compartir la cama de Honor desde que ella
había dado a luz al bebé. Llamaba al bebé “Mi chiquitina”. O “nuestra chiquitina”.
A Honor, esa fascinación por el bebé le parecía antinatural, basándose en su
propia experiencia con los hombres.
‒Tráemela ‒ordenó Honor. Pretendía haberlo dicho en un tono más bajo que
como había sonado realmente. Al instante, tenía a la niña a su lado. Cuando volvió
la cabeza hacia ellos, Sir Alan estaba junto a la cama esperando a que ella se
levantara para poner a la niña en sus brazos.
‒¡No! En absoluto. ¿Podrías... traerme una taza de leche? Hay una allí.
‒Esa es de esta mañana. Enviaré a la señora Nan para que la tomes fresca.
‒¡No! ‒Honor cambió al bebé de brazo y suspiró. ‒Sir... Alan, ¿he hecho o he
dicho algo que te haya enojado?
‒¡Por supuesto que no! ¿Por qué me preguntas eso? ‒se sentó en el borde de
la cama y cruzó las manos sobre una de sus rodillas. ‒¿Te parezco enojado?
‒Bueno, he salido con los hombres a cazar esta mañana. Tenemos carne
suficiente para los meses de invierno. La Señora Nan debe habértelo dicho. He
reforzado un punto débil en la pared norte, y...
‒Oh, sí ‒respondió con una sonrisa. ‒¡Ella es muy buena! Así pienso que
debías ser tú cuando eras pequeña, aunque tiene el mentón de Tav. Y apostaría
algo a que tiene su carácter también.
‒¿Carácter? ¿Tavish? ‒Honor casi soltó una carcajada cuando pensó en ello.
‒¡Nunca vi nada en él que me hiciera pensar que era un hombre de carácter!
Alan rió abiertamente, con ganas. Cuando se calmó, soltó una risita final y
dijo:
‒Dudo que tuviera motivos para mostrarte ese lado de sí mismo. Apostaría
hasta mi última moneda a que no lo hizo ‒entonces la ternura con la que siempre
miraba a la niña volvió a su rostro, pero esta vez dirigida a ella. ‒¿Y por qué
debería haberlo hecho? Tav te amaba más allá de toda razón, más que a nada en
el mundo.
Honor había deseado tanto que eso sucediera que había hecho cosas
terribles. Ella había jugado con la inocencia del Padre Dennis y luego mintió a
Tavish solo para salvar su miserable vida. Ahora se sentía culpable, manipuladora y
pecaminosa por haber hecho todas aquellas cosas.
‒¡Sir Alan! ¡Sir Alan, venga rápido! ¡Hay problemas en las puertas! ¡Dese
prisa!
‒¡Yo también voy! ‒dijo Honor apartando su mano y gritando, ‒¿Nan? Ven
aquí y ocúpate del bebé ‒y dicho eso, Honor deslizó sus piernas fuera de la cama y
se puso las zapatillas.
‒Está bien. Pero tápate un poco ‒dijo, tirando de su túnica hasta que la cubrió
casi por completo.
¡Sí!, pensó. Al menos era el viejo Alan otra vez y no el amable extranjero que
pretendía ser. Pasó junto a él por la puerta y entró en la concurrida sala. El Padre
Dennis se apresuró a impedir su salida.
‒¡Milady, ha venido!
‒No él, tampoco. Es su vecino, el mismo hombre que vino el mes pasado. ¡Él
exige hablar con usted! ‒los ojos del sacerdote buscaron la confianza de Sir Alan.
‒Él quiere a nuestra Señora para él, Señor. La última vez que vino, tenía la
intención de llevársela a Byelough. Debía saber que Lord Tavish había muerto,
incluso antes de que lo supiéramos nosotros. ¿Cómo sería posible?
‒Podría ser ‒dijo Alan. ‒Iré a preguntarle ‒y dicho esto, caminando por el
pasillo, bajó los escalones y cruzó el patio hacia las puertas.
Cuando Alan llegó a la muralla, Honor lo miraba desde los ásperos escalones
de madera. Su marido estaba de pie entre las almenas de piedra, con los puños
apoyados en la tronera, luciendo cada centímetro de su cuerpo como un
verdadero amo y defensor de todo lo que podía ver. En ese momento, Honor supo
que Tavish Ellerby le había hecho un gran favor al elegir este protector para ella y
su hijo. Ella se apresuró a unirse al hombre del que estaba segura que los
mantendría a salvo.
‒Alan, debes...
‒Shhhh, quédate atrás, muchacha ‒murmuró y lo enfatizó colocando una
pesada mano sobre su hombro.
Gracias a Dios, su duro escocés de las Highlands había regresado sin sus
maneras nuevas y corteses. Especialmente ahora necesitaba un marido rudo y
feroz. Ella retrocedió contra una de las almenas, junto a él y miró con cautela a su
alrededor.
‒Quítate ese yelmo. Quiero saber con quién hablo. ¿Cuáles son tus colores?
Alan extendió su brazo, con la palma de la mano hacia abajo, hacia los
hombres apostados y preparados para lanzar flechas. Habló con el hombre
desconocido.
‒¡Ian! ‒gritó Alan con auténtica alegría. ‒¿Primo? ‒levantó una mano y
golpeó la piedra. ‒Por Dios, ¿qué estáis haciendo aquí, bribones?
‒Pues llegas tarde ‒dijo Alan, todavía riendo. ‒Pero puedes entrar a beber a
nuestra salud.
‒¿Te has vuelto loco? ‒dijo Honor, horrorizada de que invitara a la guarnición
a pasar adentro. ‒¡Mátalo!
‒Calla ahora, dulzura. Ian es casi pariente por parte de mi madre. No es una
amenaza para ti.
‒Estás agotada y nerviosa y no puedes pensar bien. Ian Gray solo pretendía
hacer por ti lo que hice yo. Luchó con nosotros y vio a tu esposo caer en la batalla.
¿Qué tipo de vecino sería para dejar que te defendieras tú sola, a tu suerte? No te
preocupes, tranquilízate y baja a la sala. Vamos a recibir a nuestro primer invitado.
‒¡Och, qué lengua tan afilada! ‒dijo Gray. ‒Deberías estar contento, Alan de
que mi intento de casarme con ella haya fallado.
Honor estaba furiosa. ¡Lengua afilada, había dicho! Le mostraría a ese perro
cómo de afilada era si tuviese una espada decente.
El tiempo pasaba lentamente. Le dolían los hombros y los brazos por sostener
la espada rota en alto. Poco a poco, se obligó a relajarse. Seguramente no
volverían a molestarla, ya que no había abierto la puerta. Cuando el bebé se puso
a llorar por el hambre, Honor abandonó a regañadientes su arma y comenzó a
darle de comer.
Fuera como fuera, tenía que conseguir controlar a ese Caballero de cabeza de
mula con el que se había casado. Ella podría hacerlo. Ella sabía cómo hacerlo.
Doblegarlo y hacer que cumpliera su voluntad era seguramente la única solución
que tenía. Honor tenía que utilizar todas las armas de que dispusiera para
conseguirlo. “La próxima vez que le diga que haga algo, debe obedecer sin
preguntar”, se dijo. Supongamos que hubiera sido el Conde de Trouville quien
hubiera llamado a su puerta. Alan estaría muerto ahora y ella, camino a Francia si
no la hubieran matado también.
‒¿Honor? ‒llamó Alan con urgencia. ‒Abre, por favor. Quiero hablar contigo.
Honor salió de la cama y fue a abrir la puerta. Alan entró y fue directo a la
cuna de Christiana. Se giró hacia Honor.
Alan cogió al bebé con un brazo y cogió el codo de Honor con el otro brazo.
‒El Padre Dennis bautizará a esta preciosidad, e Ian Gray será su padrino. No
debes preocuparte por vuestra seguridad. Sus hombres están afuera de las
puertas e Ian está desarmado ‒se apresuró a decirle todo eso, sin darle
oportunidad a Honor de objetar. ‒Le pedí a la Señora Nanette que hiciera de
madrina ya que ella ocupa el lugar más importante en esta casa después de ti.
Ambos han aprobado la elección. Date prisa, querida.
‒¿A... aprobado la elección? ¡Y yo, ¿no tengo nada que decir?! Ese hombre
nunca podría...
‒Sí, lo hará. Si está ligado a la familia de la niña con este acto, nos deberá su
lealtad. Y en caso de sufrir un ataque u otros problemas, Ian se verá obligado a
venir en nuestra ayuda.
‒El primo de mi madre se casó con uno de los suyos, creo. Será un buen
padrino y os protegerá si yo falto.
‒Lo sé. Puede que Ian no se estremezca ante un asesinato, pero nunca
cometería incesto. Como el padrino de tu hija, es pariente tuyo y si intentara
casarse contigo lo cometería. La pena por eso es demasiado grande. Bruce tomaría
sus tierras. Es la ley ¿Entiendes ahora?
Honor suspiró y asintió, sin encontrar ningún motivo para discutir más. Ella le
permitió llevarla al pasillo. Como él había indicado, se habían hecho los
preparativos. El Padre Dennis estaba listo y un borracho Ian Gray se balanceaba
tambaleante a su lado.
Notó la apariencia del hombre con más cuidado de lo que había podido la
primera vez que acudió a Byelough. Gray era casi tan alto como Alan, aunque no
tan ancho de hombros. No presumía de ninguna armadura, salvo el chaleco de
cuero manchado de sudor de un soldado común. Lo llevaba puesto sobre una
túnica de lana roja bien ajustada adornada con flores azules bordadas. Honor
supuso que esa prenda era su único intento de mirar algo mejor que uno de su
chusma. Sus pantalones parecían desgarrados y enlodados y sus botas estaban
raspadas.
Las características de Ian Gray eran tan ásperas como su ropa, a excepción de
una nariz absolutamente clásica. La bebida le había soltado la lengua y había
nublado su razón. Tenía el pelo largo y oscuro cayéndole sobre los hombros, con
pequeñas trenzas cubriendo sus orejas. No era un hombre feo. Al contrario.
Muchas mujeres lo encontrarían atractivo. En cuanto a Honor, esperaba no volver
a verlo nunca más después de esto.
Se había improvisado una pila bautismal con una pequeña fuente de metal
colocada sobre una mesa.
Alan fue directamente hacia Gray y depositó a Christiana en sus brazos. Honor
contuvo la respiración, aterrorizada de que la dejara caer. Mientras tanto, Alan le
habló al hombre sobre algún encuentro con los ingleses, obviamente continuando
una conversación anterior como si nunca hubiera sido interrumpida.
‒Di “sí” ‒sugirió Alan con indiferencia. ‒Solo dilo, Ian y nos beberemos otra
jarra. Es buena cerveza, ¿verdad?
Honor luchó por contener su risa. Sabía que no había nada de gracioso en que
este hombre fuera responsable de la educación religiosa de su hija, pero sabía en
su corazón que Alan nunca le permitiría decidir nada al respecto. Tenía que
admitir que el truco de Alan funcionaría si Ian Gray no lloraba cuando estuviera
sobrio.
Algo más tarde, Nanette llamó a la puerta del dormitorio que Honor había
mantenido cerrada.
‒¿Milady? El invitado se ha ido. Sir Alan desea que se reúna con él.
‒¡Un gran día para ti, Milady! ‒dijo Alan, alzando su jarra. ‒He llevado a Ian con
sus hombres. Ya está fuera de casa. Le hice un buen regalo en reconocimiento de
su servicio a nosotros y nuestro nuevo parentesco. Una jarra de plata que
perteneció a un inglés muerto. Estaba muy contento ‒rió Alan.
¿Cómo, en nombre del cielo, podría ella manejar a un hombre cuyo único
objetivo era complacer a todos, incluso a los enemigos?
Con una palmadita final en sus trenzas, Honor acarició la suave y azul tela
sobre su vientre plano. El cinturón de plata labrada colgaba en una Y perfecta
sobre sus caderas; su extensión se balanceaba suavemente cuando se movía.
Haber recuperado su figura la complacía. Con suerte, también complacería a Sir
Alan.
‒Ve y lleva al bebé a dormir contigo, Nan ‒ordenó. Con toda la emoción, Honor
había perdido la noción de cuánto tiempo había transcurrido desde la última vez
que comió, pero la bebé parecía disfrutar de su sueño. ‒Tráemela más tarde, pero
solo si tiene hambre. Tal vez duerma toda la noche.
‒Milord, ¿exigió mi presencia? Aquí estoy ‒la dulce sonrisa que había
practicado en su espejo se sintió tensa, pero la mantuvo firme.
‒¿Exigido? ‒preguntó Alan arqueando las cejas. ‒No, yo nunca te exigiría nada,
dulzura. Solo deseaba que salieras y vieras que mi primo no destrozó nuestro
hogar antes de marcharse.
‒¿Sir Ian nos ha dejado en paz por ahora? ‒preguntó, manteniendo su tono
ligero.
Honor decidió que no estaba ebrio, o incluso cerca de estarlo; sólo estaba
relajado.
‒Ese diablo me ordenó que me presentara ante él cuando llegó la última vez.
Dijo que había venido a buscar a Byelough y una esposa. Esa no es manera de
enamorar a una dama, te lo aseguro.
‒Sí, pero se fue cuando le arrojaron flechas, ¿no? ‒preguntó Alan y luego
continuó sin esperar una respuesta. ‒Admito que Ian no es la persona más hábil
del mundo cortejando a una mujer, pero sus intenciones eran buenas. Él solo
intentó lo que yo logré, Honor. Mi única ventaja fue la recomendación de Tav. Y la
confirmación de Bruce, por supuesto ‒añadió con un torcido giro de sus labios.
‒Pero no dudo que Ian ocuparía mi lugar si pudiera. Después de lo ocurrido hoy, él
servirá a tu causa lo suficiente si fuera necesario, pero solo como amigo y
pariente.
‒Entonces, te doy las gracias, Señor, por tu inteligente plan para protegerme.
Ella se acercó y puso su mano sobre la de Ian, que descansaba sobre la mesa.
Un repentino calor en su cuello y sus mejillas le dijeron que estaba sonrojada. Eso
no estaba planeado, pero le serviría.
‒Me asustó ‒dijo Honor en voz baja, intentando parecer débil. A los hombres
les gustan las mujeres débiles, ¿verdad?
‒Ah, dulzura, ahora no tienes nada que temer, te lo prometo ‒sus ojos verdes
brillantes buscaron los de ella y luego su mirada viajó por su cuello hasta su pecho.
Se demoró allí durante lo que pareció una eternidad antes de regresar a su rostro.
Honor respiró hondo para mostrarse a sí misma en todo su esplendor si miraba de
nuevo. Y lo hizo.
Alan se movió de nuevo y se inclinó más cerca de modo que su boca se detuvo
a apenas un palmo de la suya. ¿La besaría aquí delante de todos?
Las lágrimas corrían por su rostro mientras Honor se dirigía hacia la habitación
de Nan. Enojada, tomó a la niña de su criada y se fue a su habitación sin decir una
palabra.
Sus redondos ojos azules parpadearon hacia ella, haciendo que se sintiera
culpable por su pequeño arrebato de ira. Honor quería llorar nuevamente; se
sentía profundamente frustrada.
‒Está bien, pequeña, lo siento. Pero, cómo voy a cautivar al hombre cuando
goteo como un cubo defectuoso, ¿eh? ¿Tienes alguna idea?
Honor rió, tanto por el bebé como por su plan que salió mal.
‒Lo dejaremos para más adelante. Por ahora, come todo lo que quieras y
vuelve a dormir. No me gusta tenerte despierta hasta la madrugada solo por
entretenimiento.
El bebé comió durante mucho rato y Honor deseó haberse colocado en la cama
para hacerlo. Justo cuando colocó al bebé sobre sus rodillas para sacar sus gases,
Alan entró.
Honor lo vio acunar a la niña hasta que se quedó dormida. Luego suspiró con
satisfacción y colocó al bebé en la cuna como si no quisiera renunciar al placer de
abrazarla. Honor pensaba que era antinatural. Seguramente los padres no se
comportaban así.
‒¡Por supuesto que es mía! ¿De quién sería si no fuera mía? Tav te ha querido
y ella es parte de ti. ¿Me niegas el derecho de amarla, sólo porque no la engendré
con mi cuerpo? ‒había decepción en sus palabras y tristeza en su rostro, lo que
arañó el corazón de Honor.
‒Yo no le negaría nada, Señor ‒susurró con fervor. ‒Nada en este mundo.
Honor se apoyó contra él, reiniciando su plan. Parecía receptivo. Era obra suya
y pensó que bien podría aprovecharlo.
‒Ah, gracias; no soy tan buena compañía ‒quitó las manos de sus hombros y se
alejó.
‒No, no, eso no es lo que quise decir ‒dijo, girando rápidamente. Ella no había
tenido la intención de tocarlo todavía, pero su mano salió volando para agarrar su
manga antes de que pudiera pensar qué más hacer. ‒¡Espera!‒
Sin darse tiempo para pensar, se puso de puntillas para besarlo. Sus labios
aterrizaron en su barbilla. Alan se sacudió con sorpresa y sus indicios de barba le
rasparon los labios.
Los tacones de Honor golpearon el suelo con un ruido sordo. Sus manos se
apretaron en su pecho.
Honor se tambaleó con el puro placer del beso de Alan. No se le pasó por la
cabeza ni por un instante la idea de resistirse. Sus oídos se endulzaron con los
alentadores sonidos de su garganta. La suave y densa lana de su bata enredada en
sus dedos, atrapada entre sus cuerpos. Los olores del cuero, la menta salvaje y
Alan mismo nublaron su mente hasta que ella no supo nada más que su esencia,...
Él se detuvo.
¿Frío? ¿Era tonto? Su cabeza comenzó a temblar de un lado a otro, sus ojos
suplicaban por lo que no se atrevía a preguntar en voz alta. De repente, él la
levantó y caminó a través de la habitación hacia la cama. ¡Ahora! pensó. Ahora lo
hará.
Honor se acurrucó contra las almohadas y se mordió una uña. Este esquema
suyo no había salido según lo planeado. ¡Domarlo! Sería más fácil domar un
caballo salvaje. Al menos por ahora, Honor tenía que aceptar que Alan se
comportaría exactamente como él deseara. Y él no deseaba acostarse con ella.
Con el Padre Dennis era diferente. Con un hombre de Dios, nunca había usado
ninguna artimaña femenina. Pero ella lo había manejado con continuos elogios
por su buen corazón y sus buenas obras. Él respondió inmediatamente a sus
súplicas desesperadas cuando tuvo que huir de Francia.
Y Tavish habría hecho cualquier cosa que ella le pidiera. La había adorado, la
había amado, la había deseado. Solo con ese ejemplo, sabía que fomentar estos
sentimientos en un hombre proporcionaba una manera excelente de obtener
control total sobre él. ¿Podría hacer lo mismo con Alan una vez que encontrara la
clave de sus necesidades?
Las cosas no progresaban como Alan deseaba. Habían pasado quince días
desde que le había robado ese beso. Una larga quincena de cumplidos forzados y
cuidadosa negación de lo que había pasado entre ellos. El Gran Error, llamaba en
su mente a esa ocasión, porque lo atormentaba constantemente. ¿Cómo podría
algo que sabía que estaba mal en su mente, sentirse tan diabólico en su corazón?
Sin embargo, su estado de ánimo mejoró algo esa noche y ya estaba tan
deprimido como antes. Por primera vez en semanas, sintió la esperanza de que
ella podría terminar su triste luto pronto.
Había evitado quedarse a solas con ella tanto como le había sido posible,
aunque había pocas cosas que lo sacaran de casa por más de medio día a la vez.
Entrenó a sus hombres, trabajó con sus caballos y juzgó las disputas de los
inquilinos. Después de la misa, acudía a la celda del Padre Dennis para que le
enseñara a leer.
Alan sabía muy bien que Honor acabaría llevándolo a su cama, pero no quería
que lo hiciera simplemente para cumplir con lo que consideraba un deber. O para
comprar su protección. Estaba claro que temía por su seguridad ahora que Tav se
había ido.
Ella había demostrado su voluntad más de una vez, pero esos enfoques habían
sido casi desesperados. No había esquivado a nadie con tanta gracia y
probablemente había herido su orgullo, pero no podía tomarla así.
Alan quería que ella lo quisiera, que lo amara a él mismo, no porque él fuera lo
único que tenía para defenderla de todos los peligros que la pudieran acechar.
Desafortunadamente, ella no estaba lista para amar de nuevo y quizás nunca lo
estaría. Alan debía estar preparado para afrontar esa posibilidad.
El problema era mantenerse a raya hasta que Honor sintiera amor por él.
Nada más verla hacía que su sangre se encendiera. Como ahora, pensó. Su
vestido de color ámbar suave se inclinó hacia adelante, burlándose de él
ofreciendo una escasa visión de sus pechos cremosos. Ese regalo se hizo mayor
cuando ella se inclinó hacia delante para aceptar el trozo de la carne que le
ofrecía.
Tomó la carne entre sus dedos índice y pulgar, le lanzó una mirada por debajo
de los párpados medio cerrados y se la llevó casi a la boca. Incapaz de apartar su
mirada, él vio que sus labios se separaban. Tentador. Alan tragó saliva. Casi podía
saborear...
‒Las noches ya son frías ‒susurró; pero las palabras no podían empañar las
ideas de su cerebro empañado de lujuria. Una sacudida rápida de su cabeza casi lo
borra. Hasta que ella se metió la carne en la boca y se entretuvo ligeramente antes
de cerrar sus labios por completo.
Alan se aclaró la garganta para cubrir un gemido. Que Jesús le ayude, ¿qué
trataba de hacer esa mujer? Él no debería responder a esta provocación, porque
sabía exactamente por qué lo hizo. Sin embargo, era una mujer muy tentadora.
Honor, era una dama que recientemente había perdido a su marido y había dado a
luz a la hija de su amado, se recordó con firmeza. Debía retroceder. Pero se inclinó
hacia adelante.
¿Qué había hecho él? Alan miró alrededor del pasillo, a cualquier parte menos
a ella. Él no podía soportar su enojo. Y ella parecía estar furiosa por alguna razón
desconocida. Qué rompecabezas, esta esposa suya. Justo cuando creía que la
entendía bien, cambiaba instantáneamente como el clima primaveral. Las
tormentas eléctricas parecían probables en este momento y languidecía al aire
libre sin ningún refugio.
‒¿He dicho algo raro? ‒preguntó, sabiendo que las palabras salieron de su
boca y se había equivocado una vez más.
Sus oscuras cejas casi se encontraron y los deliciosos labios se tensaron. Estaba
furiosa, pero ¿por qué?
‒¡Mejor di que no has hecho nada! ‒murmuró, tan bajo que apenas escuchó
las palabras. Luego habló más fuerte sin reprimir su enojo. ‒¿No soy de tu agrado,
Alan? ¡Dijiste que soy hermosa! ‒sus manos se cerraron con fuerza en el borde
suelto del mantel y su voz se hizo más enfática cuando dijo: ‒¡Luego dices que
estoy muy delgada! ¿Hay alguien más?
‒¡No! ¡No, no hay nadie más! ‒le aseguró apurado. ‒Te prometí respeto y
cumplo mi promesa. ¡Siempre! No importa cuál sea ‒¿Cómo podría parecerle mal
eso?
Las lágrimas cayeron sobre sus pestañas y rodaron por sus enrojecidas mejillas.
‒¿No importa qué? Que te engañaron con unos votos, que estás atrapado en
una boda que no deseabas ‒susurró. ‒Eso debería importar.
‒¡No pienses eso! ‒exclamó. ‒¡Te juro por lo más sagrado, estoy contento!
Ella se puso de pie y arrojó la copa de vino al suelo con el dorso de su mano.
Con esa declaración, Honor salió corriendo del pasillo, entró en su habitación y
cerró la puerta.
Luego Alan miró alrededor, notando la repentina quietud del pasillo. El Padre
Dennis hizo una mueca de lo que parecía ser miedo. ¿El sacerdote se preocupaba
de que su dama hubiera podido sufrir algún daño? Nanette se mordió los labios,
encontrando su mirada con una de terror con los ojos abiertos. Todos los demás
tenían expresiones similares; asustados, sin excepción. Después de todo este
tiempo, ¿lo conocían tan poco como para pensar que castigaría a Honor utilizando
la violencia? Antes se cortaría el brazo.
Se puso de pie y salió lentamente del pasillo, yendo al patio donde la oscuridad
lo envolvió. Los que quedaban respirarían más tranquilos, sabiendo que no se
enfrentaría a su dama esta noche. Honor le agradecería que se hubiera ido.
Debería descansar más tranquila cuando Nan le dijera que no había ido tras ella.
O ella podría pensar que se había ido a buscar a otra mujer. ¿Era eso lo que
quería? No, a pesar de lo que Honor le había dicho, no lo creía.
Si ella hubiera sido otra mujer, podría haber interpretado su acto en la cena
como una honesta invitación a acostarse con su esposa. Sus acciones nuevamente
fueron probablemente deliberadas. Eran tiempos peligrosos. Honor necesitaba su
fuerza y protección y sin duda pensó que debía pagar por ello, sin importar cuán
aborrecible fuera el precio. Alan nunca se aprovecharía de ella de esa manera.
Nunca más podría dormir junto a ella como la noche antes de que naciera Kit
después de haberla besado con tanta pasión. No lo haría, ahora que el bebé
estaba en una cuna y no dentro de ella para recordarle que su corazón pertenecía
a Tavish Ellerby.
*****
‒Señora, permítame que me lleve a la niña ‒rogó Nanette. ‒Está muy cansada.
Veo las profundas ojeras en su cara. No ha dormido más de una hora en toda la
noche.
‒No te preocupes, Nan. Pon a las otras mujeres a coser si no tienen nada más
que hacer ‒Honor colocó a Christiana junto a ella y cerró los ojos.
Había estado en su habitación toda la mañana y hasta parte de la tarde para
evitar reunirse con Alan. Él no le había dado ninguna razón para creer que alguna
vez la golpearía. Sabía que no había azotado a nadie desde que llegó. Pero podría
considerar apropiado ponerle límites por su impertinencia. Era mejor que ella
tomara la decisión por sí misma y se quitara de en medio. Al menos así, le daba la
sensación de que tenía algo de control sobre su vida.
Nan tenía razón acerca de su falta de sueño. ¿Cómo podía descansar sabiendo
que ella y su hijo estaban a merced de los caprichos de un hombre? Incluso un
hombre como Alan. No le ayudó saber que ella probablemente lo amaba. Pero él
no la quería a ella.
Los días se acortaban, el clima era más frío a medida que se acercaba el
invierno. Honor temía que su padre llegara en algún momento dentro del próximo
mes. Incluso ahora podría estar en Escocia, buscándola. Oh sí, Melior tenía razón
al pensar que Hume vendría por ella. Y debía estar preparada para eso. O peor
aún, para el Conde de Trouville.
A menos que convenciera a Alan de que se enfrentara por la fuerza a ellos, solo
Dios sabía lo que podría ser de ella o de Christiana. Y Alan quedaría malherido o
muerto.
‒Probé a hablar con palabras más suaves y bonitas, si recuerdas. Sabes muy
bien cuán hermosa eres, nunca te mentiría. ¿No dormiste?
‒No ‒admitió, acercándose la colcha al cuello. Ella vio su mirada seria viajar
por el contorno de su cuerpo. El calor se elevó en ella como una fiebre. ¿Por qué la
miraba así, si no la quería?
‒No comes lo suficiente. El bebé te quita fuerzas hace que estés delgada, te
guste escucharlo o no. ¿Quieres que busque una nodriza para Kit?
La cama se hundió cuando se sentó y dejó el bebé para que descansara sobre
la almohada extra. Las grandes manos de Alan tomaron las suyas y las
mantuvieron presionadas juntas.
‒Me gustaría que me dijeras qué pasa, Honor. ¿Me tienes miedo? ¿Es eso lo
que te pasa?
¿Podría ser que necesitara algo más que una sutil insinuación? La había besado
con bastante facilidad. Y le había gustado, también. Ella había sentido crecer su
deseo. ¿Qué lo había desalentado tan de repente? Tenía que hacer algo. Y rápido.
Necesitaba a Alan completamente dominado antes de que su padre o el Conde
vinieran a destruir su vida y muy posiblemente la suya también.
Honor renovó sus esfuerzos. Le había prestado a Alan su más sincera atención.
Ah, el suave escocés vuelve, pensó, sonriéndole. Atacado o no, Honor sabía
que ya había olvidado por qué estaba aquí. Ella inclinó su cabeza para que su
cabello cubriera un ojo y luego levantó la vista tímidamente.
‒Me llamaste corazón una vez. “Mo cridhe” significa algo así, ¿no?
‒¿Por qué? ‒no era más que la pura verdad. ‒Yo sé lo que soy.
‒Lo que tu padre te hizo ‒respondió en voz baja. ‒Si no hubiera sido por él,
hubieras tenido lo que te merecías, viviendo con tu familia en el Castillo de
Rowicsburg. Serías el Caballero para el que naciste. No tendría que culparte de
algo que no dependió de ti. Pero hablé enfadada y sin pensar.
Alan se rió, pero sonaba amargo y sus ojos mostraban dureza. Apoyó las manos
en las caderas justo debajo del ancho cuero que sujetaba su tartán.
‒Nunca seré el tipo de hombre que mereces, Honor. Hasta yo sé eso. Pero te
prometo que intentaré no avergonzarte. Ya lo estoy intentando.
Honor decidió no mencionar su intento de hablar con más dulzura, su hazaña
más notable hasta el momento. Tal vez dejaría de hacerlo si Honor no se daba
cuenta y no servía para nada. Al fin y al cabo, le gustaba más su acento.
‒¡No me burlo de ti, esposo! ¿Lo ves? No hay nada que te agrade, ¿verdad? Te
molesta todo lo que hago o digo. ¡Sospechas que tengo intenciones que nunca se
han pasado por mi cabeza! Entonces, márchate. ¡No me importa lo que pienses,
idiota! ¡Solo déjame y vete!
Su enojo aumentaba con cada momento de vigilia. Había recorrido los límites
de Byelough esa tarde, agotándose él mismo y a su caballo más allá de lo
imaginable. No había cenado para evitar coincidir de nuevo con su esposa. El
hambre le comía por dentro. Pero lo que más deseaba no era comida.
Maldita fuera esa mujer, lo atractiva que era, su coraje, su olor a flores...
No, no podía dejar que Honor le ganara esa batalla. Él quería conquistar el
corazón de esa mujer desde el principio, quizás incluso antes de llegar allí.
Las mayores riquezas de Tav no eran abundantes. La riqueza real, la gente de
Byelough y el amor de Honor, eran los tesoros que Alan anhelaba.
¿Qué podría ser más preciado que el oro? Tenía suficiente dinero y no sabía en
qué gastarlo. Los ingleses que huían habían dejado tras de sí una gran cantidad de
ropa y maletas. Un buen botín. La mayoría de los escoceses, decididos a perseguir
al ejército de Edward hacia el sur, evitaron el botín. Y Alan se aprovechó de ello,
para llevárselo y tener una vida cómoda. Para tener todo lo que necesitaba,
excepto lo que anhelaba en realidad. Amor.
Pero su pequeña Kit lo haría. No importaba lo que dijera su madre, el bebé era
suyo, hija suya, de su corazón. La había visto nacer y se esforzaría con todo su ser
para hacer que la vida fuera buena para ella. Alan mantuvo esa promesa tan
sagrada como los votos que tomó con Honor.
‒Lo olvidé ‒maldición, ¿nunca aprendería? Y el agua del río estaría helada.
Simplemente no había pensado en eso.
‒Alan ‒lo llamó su esposa, deteniéndolo en la entrada. ‒¿A dónde vas? Sabes
que la bañera está aquí ‒señaló el biombo pintado en la esquina.
‒¿Pretendes enfermarte y morir? Debes ser tonto. Ven aquí y espera ‒hizo un
gesto hacia el asiento de la ventana. ─Nan, ve a decirle a Nial y Tofty que cojan
agua de la cocina. Trae el jabón de Tav. Está en el cofre de allí ─meneó la cuna con
un dedo del pie para tranquilizar a Kit mientras lo miraba. ‒Nunca te bañas aquí.
¿Has estado nadando en el río todos los días?
Si no lo supiera, juraría que estaba preocupado por su salud. Era fingido, por
supuesto, pero lo apreciaba de todos modos.
‒Sí, la mayoría de los días. Es más cálido por aquí que de dónde vengo. No está
tan mal.
‒¡Bueno, no debes volver a hacer eso! ‒ordenó. ‒Vendrás aquí para bañarte.
No quiero que te congeles, ¿lo oyes?
Alan no pudo evitar disfrutar de su atención maternal, fingida o no. Apenas
podía recordarlo desde su juventud y le hacía sentir bien por dentro disfrutarlo
ahora.
¿Ahora qué? ¿Qué podría decir a eso? Sí, más gorda y ella se enojaría de
nuevo. No, más delgado y ella probablemente se enojaría también.
‒¿Falsos halagos, esposo? ‒ah, se puso tímida ahora, buscando más elogios.
Bien, tenía un montón reservados para ella.
‒Lo juro por Dios, esposa ‒y le ofreció su más brillante sonrisa. ‒Tu cabello
parece el reflejo del sol brillante en una cascada oscura. Y tu piel es suave como
crema fresca. Apostaría a que si la probara, sería igual de dulce ‒och, ¿por qué
había dicho eso? Demonios. La bestia ingobernable que habitaba en él sería su
perdición. Alan maldijo en voz baja.
La tos de Honor sonaba sospechosamente como una risa. Pero Alan sabía que
no era así. No encontraría nada entretenido en volverlo loco. Sin embargo, cuando
la miró, ella había presionado sus labios firmemente y sus ojos se agrandaron.
Probablemente el susto de haberse quedado a solas con él después de lo ocurrido
la noche anterior.
‒Está dormida. ¿Ves? ‒Honor volvió a balancear la cuna con su pie. ‒Ah, aquí
está tu agua. Venid muchachos; tened cuidado, no la derraméis ‒le agregó hierbas
aromáticas y apiló lienzos para el secado en el banco cerca de la bañera.
‒Oh, no puedo dejar a Christiana desatendida ‒dijo con calma. ‒Si no deseas
mi ayuda, sólo tienes que decirlo. Me sentaré aquí y te dejaré solo.
Ella sonrió con aquiescencia y se dirigió hacia la cama. Girándose para mirarlo,
apoyó las manos en el colchón y dio un pequeño salto para levantar su trasero lo
suficientemente alto como para sentarse.
Por el amor de Dios, no era de extrañar que la gente se bañara tan pocas veces.
Un baño como este todos los días podría matar a un hombre.
La tela de secado era del tamaño justo para secar a un bebé. Y fue entonces
cuando se dio cuenta. Su tartán había desaparecido.
Capítulo 9
Cuando Alan murmuró una maldición entre dientes, Honor tuvo que reprimir
su risa. Cuando Honor llegó al biombo que los separaba, eran irremediablemente
el uno del otro.
Honor iba a convencerlo de que había actuado como lo había hecho sólo por
amor. Podía hacerlo. Ya lo hizo una vez cuando ni siquiera era cierto. Esta vez lo
haría de nuevo, pero sin mentir. Alan tenía que quererla, o no lucharía por
defenderla cuando sucediera lo peor.
‒El agua se ha enfriado ‒dijo, pronunciando cada palabra con cuidado. ‒Pediré
más para ti.
‒No, yo ya he...
‒Milady, Milady, está aquí. ¡Esta junto a la puerta y exige que se le deje entrar!
Alan corrió hacia la puerta, sin hacer caso de su estado natural, levantó el
cerrojo y lo abrió. El Padre Dennis estuvo a punto de desmayarse, con los ojos al
mismo nivel al ver la evidente disposición de Alan.
‒¡Dios nos asista! ‒jadeó, con los ojos y la boca muy abiertos. ‒Usted está...
‒Efectivamente. ¿Quién ha venido? ‒preguntó Alan con calma, sin hacer caso
de la sorpresa del sacerdote.
‒¡El Señor Hume! ‒exclamó el Padre Dennis, que ahora estaba mirando al
techo. ‒¡El padre de la Señora! ¡La ha encontrado!
La pesadilla se hizo realidad. El padre de Honor estaba aquí. ¿Por qué habría
dado a Nan la ropa escocesa de Alan? Parecía mucho más feroz que con estas
ropas inglesas. Honor rápidamente desterró su sorpresa. Se maldijo a sí misma por
molestarse con esos pensamientos estúpidos cuando el desastre amenazaba.
Alan barrió su cuerpo con una aguda mirada verde, que luego voló
directamente a la puerta. Rápidamente se interpuso entre ella y el Padre Dennis,
protegiéndola de su vista.
‒¡Vaya a la puerta! ‒le ladró al sacerdote. ‒Iré allí para tratar personalmente
con Su Señoría.
‒Alan, ¡espera!
‒Me escapé ‒se apresuró a explicar Honor. Ahora no era momento para
mentiras. Ella solo podía esperar que Alan mantuviera su decisión y perdonara el
engaño a su familia. Y a Tavish. ‒Huí para no tener que casarme con quien mi
padre había elegido para mí. Tavish se casó conmigo sin el consentimiento de mi
padre.
‒¿Desafiaste a tu padre?
‒¡Sí! Quería casarme con un hombre dos veces viudo. ¡Un hombre cruel!
¡Ambos son crueles! Por favor, te lo ruego, no me devuelvas a él. Haré lo que me
pidas, cualquier cosa, solo...
‒No es necesario que digas nada. Eres mía y lo que es mío, lo protejo con mi
vida.
Un sollozo de alivio la sacudió cuando ella agarró su espada entre sus pechos.
Honor se inclinó hacia delante, apoyando la parte superior de su cabeza en su
pecho. El acero frío de la empuñadura contra su piel se sintió reconfortante.
‒Y tú siempre dices la verdad, siempre. Gracias a Dios que estás aquí ‒susurró.
‒Tendrás que matarlo.
‒No, no lo haré ‒Alan la mantuvo alejada con ambas manos sobre sus
hombros. ‒Ponte el vestido color ámbar. Estás muy hermosa con él ‒la soltó, cogió
la espada y rápidamente salió de la habitación.
*****
Alan observó al hombre que se hacía llamar Lord Hume. El corcel blanco que
cabalgaba bailaba de lado a lado, tan impaciente como su jinete. El hombre dio
órdenes en francés a su corpulento segundo al mando.
‒Soy Sir Alan de Strode y defiendo esta fortaleza. ¿Para qué habéis venido?
Hume había traído hombres con él para hacer cumplir su voluntad. Muchos
hombres que parecían bien entrenados. Iba bien vestido y su montura era
impresionante. Tenían buenas armas. No se veían lanzas caseras. Los cascos
brillaban incluso a la débil luz del sol de otoño. Hume miró hacia arriba.
‒Muerto.
‒¿Dónde está mi hija? ‒preguntó Hume. ‒¿Qué has hecho con ella?
‒Es mi esposa ahora ‒declaró Alan rotundamente. Trató por todos los medios
que no se le notara el odio hacia ese hombre. No serviría de nada permitir que su
conocimiento de la crueldad del hombre hacia Honor nublara su razón.
‒Muy bien. Desmonta, deja las armas y entra solo ‒respondió Alan.
‒He venido a buscar a una mujer que huyó y avergonzó a su padre. Ella está
comprometida con otro hombre.
‒Ella está casada conmigo. ¿Dónde está ese hombre del que hablas si tan
enamorado está de ella? Yo no lo veo.
‒¿Y si me niego? ‒qué pregunta más tonta, pero la falta de una respuesta
inmediata les daría un poco de tiempo.
Cuando la fuerza se giró al unísono y se dirigió hacia el borde del bosque, Alan
bajó los escalones al patio interior. Encontró a Honor, inmóvil como si se hubiera
congelado en el último escalón.
‒Bueno, esposa, parece que tus galas no han sido necesarias. Tu padre ha
rechazado nuestra invitación a entrar.
Honor no se movió hasta que Alan la cogió del brazo para volver al pasillo. Su
palidez y quietud daban testimonio de su terror, pero su porte lo desmentía. Qué
coraje tenía, pensó con orgullo. Qué temple frente a su miedo.
Le dolía el corazón por ella, tanto, que no podía pensar en nada más que en
tranquilizar su mente.
‒¿Amable? ¿Yo? Ah, cariño, no lo soy. ¡Y tu padre está loco si cree que puede
arrebatarle la vida a un hombre de las Highlands! Puede que no sea un hombre
muy sutil, pero tengo algunos trucos que hago bien. ¡Luchar por lo que es mío; es
lo que mejor hago! ‒él le levantó la cara y la besó en la nariz. Luego miró
profundamente a sus ojos llenos de lágrimas. ‒Y tú eres mía, amor. Nunca, nunca
lo dudes.
‒Alan ‒dijo ella, titubeando, como si se le acabara de ocurrir algo, ‒no puedo
esperar que tú detengas a mi padre. Debo hacerlo yo misma. ¿Qué pasa si no
puedes vencer sin importar lo bien que pelees? Él lo va a arruinar todo.
‒He decidido que es mejor que vaya con él voluntariamente. De esa forma, tú y
todos los que estáis aquí os salvaréis. Te pido que lleves a mi hija con alguien que
pueda cuidar de ella.
Ella giró sus manos para agarrar la suya, palma con palma. Sus dedos se
entrelazaron con los de él y lo apretaron.
‒No trates de calmarme con promesas. Estoy segura de que mi padre tiene un
pequeño ejército con él y no soy tonta. Byelough es fuerte, pero no invencible.
Nuestra gente no está entrenada para una guerra y no resistirá el asedio. Mañana
debes dejarme ir.
‒¡Tienes que dejarme hacerlo! ‒gritó. ‒¡Quiero que mi hija viva! ¡Quiero que tú
vivas!
Se alejó, enojado con ella por dudar de sus habilidades. Y aún más furioso al
pensar en sacrificarse a sí misma, ya fuera ofreciendo lujuria a cambio de
protección, o entregándose a su padre para salvarlos a él y a Christiana.
Salió del pasillo y corrió al patio de armas para buscar al Padre Dennis. Tenía un
plan. Pero tenía que tragarse su orgullo.
Si había albergado dudas de que amaba a esta mujer con la que se había
casado, esto las destruía por completo. Cuando por primera vez juró en su alma
hacer cualquier cosa por retenerla, nunca imaginó que Dios lo pondría a prueba de
esta manera. Levantó la vista hacia las pesadas nubes que se movían e imaginó
que alguien ahí arriba se reía de él.
Empezó a llover.
*****
En la mañana del tercer día, Alan paseaba por las almenas donde había pasado
la mayor parte del tiempo. Hume y sus hombres parecían instalados en un asedio.
Las tiendas se alineaban en el borde de la pequeña área de bosque que estaba
justo fuera del alcance de los arqueros. El humo de los fuegos de sus cocinas
ascendía en espiral hacia arriba a través de la ligera neblina.
Hume había enviado dos caballeros para escoltar a su hija hasta él al día
siguiente al mediodía. Alan les dio la negativa que esperaban. Las amenazas
formales continuaron, pero hasta ahora solo habían dañado la aldea. Hume había
quemado dos cabañas y prometió quemar más hoy a menos que Honor se
presentara. Los aldeanos sabiamente habían abandonado sus hogares y
probablemente buscaron refugio en las cuevas que se desperdigaban en las
colinas cercanas.
Alan buscó en el sendero que serpenteaba fuera del valle, esperando contra
toda esperanza ver el alivio que había pedido humildemente.
‒¿Va a venir, Señor? ‒preguntó el Padre Dennis en voz baja mientras se reunía
con Alan.
‒No lo sé. ¿Estás seguro de que Melior puede encontrar a Rowicsburg? ‒Alan
recordó la seguridad que mostró el músico justo antes de meterse en el agujero.
Si el músico hubiera podido comprar una montura con la que cabalgar, habría
llegado a Rowicsburg en poco más de un día. Contando con que volviera ese
mismo día, sería lo más temprano que Alan podría conseguir ayuda.
A Alan no le gustaba tener que pedirle favores a su padre, Pero ¿a quién más
podía recurrir? A pesar de su trato de camaradería con su primo, Ian Gray, Alan
realmente no confiaba en él. Como Ian no podía pretender a Honor como esposa,
podría estar dispuesto a unir fuerzas con su padre. Y Gray no podía ganar una
batalla directa con los hombres de Hume contando sólo con Alan y su puñado de
improvisados soldados.
No podía contar con la ayuda del Rey. Bruce estaba ocupado persiguiendo a
Edward y devastando Inglaterra.
‒Te hace parecer invencible ‒había dicho cuando fue al dormitorio a buscar
ropa limpia esa misma mañana. Alan sonrió. Después de todo, le gustaba un
montañés. Al menos cuando se trataba de enfrentarse a su padre.
‒Dígale a la Señora si desea unirse a mí ‒le dijo a Nanette, que estaba sentada
cerca del fogón con su costura.
Alan se rió entre dientes, sin que esa pregunta le hiciera gracia.
‒Eso hubiera sido una gran suerte. No, él está agazapado y se prepara para
nuestra pequeña guerra. ¿Estás bien?
‒Bueno, todo lo bien que puede estar un prisionero, supongo ‒se dejó caer en
la silla junto a la suya y se retorció las manos. ‒Debes dejarme ir, Alan. Alguien
morirá si no lo hago.
‒No puedo pensar en la comida ‒los ojos de Honor suplicaban libertad, pero
Alan nunca se lo concedería. Ella no saldría por estas puertas y desaparecería de
su vida para siempre. Aunque él supiera que iba a ser bien tratada por su familia,
él no lo permitiría. No podía enviarla a casa con un hombre así.
Que Honor estuviera dispuesta a sacrificarse por la gente de Byelough, por él y
por su hija, demostraba su bondad de corazón. Pero el hecho de que lo hiciera tan
voluntariamente también fomentó una ira contra ella que no pudo reprimir.
Justo cuando se volvía hacia ella, un gran ruido en la puerta del pasillo atrapó
su atención.
El Padre Dennis y uno de los guardias corrieron hacia él desde la escalera que
conducía desde las cocinas de abajo. Sandalias y botas chocaban contra las losas y
los dos hombres jadearon como si hubieran corrido todo el camino.
‒¡Señor! Melior ha regresado. ¡Él y otros están saliendo del agujero ahora
mismo!
Alan se puso de pie y fue hacia las escaleras. Honor se agarró el vestido para
seguirlo.
‒¡Quédate aquí! ‒ordenó sin detenerse. Ella lo soltó, pero él sintió que ella lo
seguía.
Una vez que llegaron a las cocinas, entraron al almacén justo cuando Melior
entraba por la puerta baja: sonrió tristemente.
‒¿Mi padre está aquí? ‒Alan arrojó a un lado al flaco músico. Entre los sacos de
granos y los cofres llenos de especias y provisiones, Alan vio una figura corpulenta
que ayudaba a alguien desde la pequeña abertura en la pared trasera. Un bebé
gimió.
Alan no podía moverse cuando vio a una mujer salir de la abertura. El hombre
la tomó de los brazos para sostenerla y una cara pequeña y muy enojada se asomó
sobre su hombro. Cuando ella se enderezó, él vio que el niño estaba amarrado a la
espalda de la mujer en un cabestrillo. Dio un paso adelante para ayudar al trío a
atravesar el laberinto de tiendas apiladas alrededor de la abertura del túnel.
Su padre se volvió y lo miró desde una altura casi igual. El cabello castaño se
había vuelto grisáceo con la edad. Después de todo, Adam Strode tenía ya más de
cincuenta años.
‒¿Alan? ¿Mi Alan?‒susurró. ‒¡Eres tú!
‒¿Papá? ‒dijo, con familiaridad, sin buscar las características del hombre que
una vez había conocido. Cambiado, sin duda, pero no irreconocible. ‒Has venido.
‒Bueno, por supuesto que he venido. ¡Ni siquiera años de tu enojado silencio
han podido alterar el hecho de que yo soy tu padre! ¿Pensabas que no vendría?
‒¡Chistt! ‒se entrometió una voz de mujer. ‒¿Podríais discutir eso más tarde?
Esta pequeña bestia pesa terriblemente y está hambrienta.
‒Suéltame el pelo.
Tanto Alan como su padre corrieron hacia su espalda. Alan desató el cabestrillo
y Adam levantó al niño.
‒¿D… dónde está mi madre? ‒nadie le respondía, así que miró a su padre.
‒¿Papá?
‒Tu madre murió hace seis años, Alan. ¿No lo sabías? ¿Angus no te lo dijo?
A decir verdad, apenas podía recordar el rostro de la mujer que le había dado a
luz, pero la sensación de sus manos suaves sobre su frente, la voz musical con su
dulce tono, permanecía firme en su mente. Se había aferrado a la sensación y al
sonido de ella casi todas las noches desde la última vez que la había visto, hacía ya
casi veinte años.
Sintió las manos de Honor sobre él ahora. Sus suaves y pequeños dedos le
amasaron los hombros y rozaron su cabello. Él escuchó sus órdenes tranquilas.
‒Llévelos arriba, Padre Dennis, Melior. Acomódelos para un tiempo. Luego nos
reuniremos con ustedes de nuevo.
Los pies se arrastraron entre los juncos. El llanto del bebé se atenuó cuando
todos subieron la escalera hacia el pasillo.
‒Sí. Pero no tenemos tiempo para esto ahora. Debo hablar con mi padre. Sus
hombres deben acampar cerca y tenemos que planificar nuestra estrategia.
Honor asintió y salió del almacén. Para cuando cruzaron las cocinas y subieron
las escaleras hasta el vestíbulo, Alan se había recuperado. Apartó los
pensamientos de su madre.
‒No hay hombres; sólo quedo yo. David Bruce tenía el castillo rodeado. Janet,
Richard y yo estábamos en la ciudad cuando llegaron los escoceses. Lord
Witherington ya habrá entregado Rowicsburg a los escoceses.
Su padre gruñó.
Alan sonrió.
‒No ‒susurró Alan, pasándose una mano por el pelo y sacudiendo la cabeza.
‒¿Mamá y Nigel?
‒Sí. Tu hermano fue herido por una flecha en el corazón en una de las
expediciones a Gales el año pasado ‒después de un largo silencio, empujó hacia
atrás su silla. ‒Ya basta de hablar de muerte. ¿Qué hay que hacer aquí? El músico
dice que es Lord Dairmid Hume, el padre de tu esposa, quien te acosa. ¿Puedo
preguntar el motivo?
‒Él quiere llevársela a Francia de vuelta ‒dijo Alan sucintamente, ‒para casarla
con otro.
‒Ah, ya veo ‒Adam frunció el ceño y se mordió la barba con los dedos.
‒¿Entonces no estáis casados?
Adam puso los ojos en blanco y golpeó sus palmas contra la mesa.
‒Bueno, has dicho que el sacerdote lo bendijo, por lo que deduzco que no
habéis consumado, ¿eh? Jesús, Alan, ¿no te enseñó algo nada ese tío ovejero
peludo? ¿No sabes que un matrimonio no es legal hasta...? ¡Oh, buen señor!
‒¡Por supuesto que no! Es una cuestión de acción, diría yo. De acción
inmediata.
‒Por el amor de Dios, papá, Honor acaba de dar a luz a un niño ‒dijo Alan en
voz baja.
‒No es tuyo, ¿verdad? ‒preguntó Adam. Él bufó. ‒No, supongo que no. ¿De
quién es?
‒¿Adopté al bebé de Tavish Ellerby hace... seis semanas? ‒miró a Honor para
confirmar la fecha y ella asintió.
Honor guió a la pareja hacia las escaleras que conducían a las habitaciones
superiores. Alan no podía ver su cara, pero sabía que debía ser del color rojo
brillante de los suyos. Maldito fuera el viejo.
Alan sintió que no tenía derecho a pedirle a Honor que se acostara con él. No
es que él no la quisiera. Por el amor de Dios, no pensaba en otra cosa. Pero él
sabía que todavía amaba a Tavish. Alan no quería que ella compartiera su cama
solo para obtener su protección, pero debía protegerla a toda costa. Y debe ser un
verdadero esposo para poder hacer eso. Él debía poseerla legalmente.
Honor corrió delante del padre de Alan y de Lady Janet, queriendo terminar
con la tarea de dejarlos pasar la noche. Abrió la puerta de la habitación de
invitados y se hizo a un lado para que entraran.
‒Tendremos una cama construida para ustedes por la mañana. ¿Debo hacer
que una de las mujeres la atienda, Señora? ¿O que lleven a su hijo a dormir con
ellas?
Él se volvió y tomó una de las manos que estaba retorciendo contra su cintura.
‒¡Oh, no! ‒contestó Honor, sorprendida de que él pensara eso. ‒Es a mi padre
a quien temo. Debe estar preparando sus planes sin involucrar al Conde de
Trouville. Gracias a Dios.
‒Dairmid Hume ‒reflexionó Lord Adam. ‒Conocí a tu padre una vez, sabes.
Viajó a Londres con Balliol durante las conversaciones de paz. Apenas éramos más
que muchachos, pero él tenía olfato para la política incluso entonces.
‒¿Hombres de Bruce? Hmm, eso podría complicar las cosas aquí. O podría
ayudar ‒se encogió de hombros. ‒¿Así que nuestro Tavish te encontró allí en
Francia? ‒preguntó el Barón.
‒Me casé con él aquí, Milord. Estuvimos casados durante dos meses antes de
que se uniera a Bruce.
‒Lo hace, Lord Adam. Él piensa en ella, más de lo que es mentalmente sano,
creo.
‒Señor, líbranos de los hombres buenos, ¿eh? Casi tuve que drogarle para que
se quitase la ropa. Que fiel era a su esposa. ¡Incluso con ella muerta durante esos
tres años!
‒¡Silencio, Janet!
Ella rió y saltó del jergón para deslizar sus brazos alrededor de su cintura.
Honor corrió hacia la puerta, ruborizándose hasta las raíces de su cabello. Justo
antes de llegar a ella; ella sintió sus manos sobre sus hombros.
Si la amaba y a la luz de lo que sentía por él, Honor sabía que debería
confesarle a Alan la verdad. Que ella nunca había amado a su mejor amigo. Que
utilizó a Tavish. Por supuesto, él la odiaría entonces. Pero ¿cómo podría un
hombre tan fiel a la verdad vivir con alguien que sabía que no lo era? ¿Cómo
podría amarla?
Pero los amantes deben serlo, al menos en cuerpo, si ella planeaba quería
asegurar que este matrimonio fuera legal. Lord Adam tenía razón en eso. Su padre
podría haber deshecho su matrimonio con Tavish porque ella había alterado los
documentos e hizo que se casara bajo falsedades, pero esta unión con Alan no
podría romperla nadie.
A pesar de los motivos, Honor lo deseaba. Ella nunca había visto una figura más
fina de un hombre o una con una disposición más dulce. Teniendo en cuenta todo
lo que había vivido, podría haberse convertido en un hombre amargado.
Pero no, había sobrevivido a todo: abandono, abuso, los rigores de la batalla y
aún sonreía al mundo con un destello de humor en esos maravillosos ojos verdes.
¿Cómo podría no admirarlo?
*****
¿Podría él perdonarla, ahora que ella estaba muerta? Más tarde, lo intentaría.
Más tarde, cuando el problema actual estuviera solucionado y pudiera pensar con
claridad. Él también se afligiría por la madre a la que amaba y a la que consideraba
culpable. Y por el hermano que apenas había conocido.
¿Cómo no podría?
De un lado a otro, caminaba sobre los tablones de roble, que no tenían la más
mínima huella de polvo o suciedad. La inclinación de Honor por la limpieza lo
atraía casi tanto como su gracia y belleza. Quizás la vida que él había conocido,
dormir en una sala inmunda entre hombres del clan a los que no les importaban
las pulgas y la suciedad, o afuera en la tierra con guerreros de la misma especie, lo
hacían anhelar los dulces aromas de su temprana juventud. Las comodidades de
un hogar.
No merecía mentir con una mujer como Honor. Pero debía hacerlo y lo haría.
Incluso sabiendo cómo se acobardaría interiormente; probablemente odiaría a
ambos por la necesidad de hacerlo, pero Alan no pudo reprimir por completo su
alegría ante la oportunidad de tenerla.
‒¿Alan? ‒dijo Honor en voz baja. ‒¿Estás bien?
‒¿Por qué todos piensan que te temo? Ya es hora, Alan. Ambos lo sabemos.
Todos deben saber con certeza que esto no es un matrimonio hecho solo de
palabras. No estoy dispuesta a dejar que eso suceda, como ya habrás adivinado.
‒Sé que estabas dispuesta el día en que tu padre vino aquí, e incluso antes de
eso. No soy tan tonto como para no darme cuenta. Pero también sabía tus razones
y no me gustaban. Y todavía no me gustan.
Podría. Podría hacer cualquier cosa que le impidiera sentir que debe traicionar
sus votos de amor por Tavish. Cualquier cosa para salvar sus lágrimas. Aunque
significara faltar a la verdad, prácticamente la única virtud que le quedaba, Alan lo
consideró.
Él rió.
‒Loca. Sabía que debía fallar en algún lado. ¿Cómo podría alguien no querer?
Lo hago, con todo mí ser, Honor, pero sé...
‒¿Vamos? ‒ella levantó sus cejas, le lanzó una mirada de soslayo y dejó caer la
ropa. Su camisa suavemente plisada brillaba a la luz de las velas, cubriendo las
curvas y los huecos de su cuerpo como un velo que hacía señas.
Sus labios se separaron mientras pasaba su pequeña lengua rosa por el labio
superior. Fascinado, lo vio desaparecer. Quería seguir con la suya.
Desesperadamente quería hacerlo.
¿Cómo había llegado a su lado sin cruzar la habitación? Cerró los ojos y sacudió
la cabeza para despejarla. Cuando volvió a mirar, ella se quitó la malla tejida que
mantenía sujeto su cabello. La brillante cascada bajó por sus hombros y sobre sus
pechos.
‒Es tan hermoso ‒movió los mechones contra su boca, inhalando su aroma
floral, probando su textura.
Ella se acercó para que la tela de su camisa se rozara contra él. Sus dedos se
enredaron en el cordón del cuello de su camisa y lo soltaron.
‒No necesitas esto ‒susurró en voz baja. Su aliento agitó el cabello en su
pecho, deteniendo su respiración.
Ella le sonrió; una sonrisa de complicidad casi perversa. Los dedos de su mano
derecha tiraron del hombro de su camisa desatada.
‒Su tartán ‒dijo, su leve entonación francesa le dio a la palabra un sonido más
suave. Ella sonrió más y alisó los frunces sueltos sobre sus pechos. ‒¿Recuerdas
cuando dijiste que no te lo volverías a poner? Pensé en robarlo para mí incluso
entonces. Te hace parecer invencible.
Alan pensó que debía haber perdido el coraje y trató de cubrirse a sí mismo y
cambiar el tema. Demasiado tarde para eso ahora. Ella había ido demasiado lejos.
Aquí estaba de pie, desnudo, gracias a ella. Y aunque no estaba mirando hacia
abajo en ese momento, seguramente debía sentir que había pasado el tiempo de
la negación de sí mismo. Entonces, deseas ser el invencible ahora, ¿verdad?
‒Ah y bajo tu tartán, esto es lo que hay ‒murmuró Honor en voz baja.
‒Intrépido. Indestructible. Lo siento. Nada puede dañarme aquí.
Solo pedía a Dios que fuera cierto. Ambos sabían que no era así. Había tenido
razón en dudar de su habilidad para mantenerla a salvo de su padre. El anciano
bien podría conquistar la fortaleza y todo lo que está dentro. Pero esta noche no.
Por ahora ella podía fingir y él con ella.
‒Hay magia aquí, ¿sabes?
‒Muéstramela ‒susurró ella, con sus ojos grises lánguidos, plateados por la luz
de las velas.
‒Te quiero así ‒dejó salir las palabras en una oleada de necesidad tan grande
que casi lo hizo caer de rodillas. Se rindió con gusto, hundiéndose lentamente en
el suelo, alargando los brazos y llevándola hacia él. Puso su mejilla contra ella,
girando ligeramente para probar la curva de su cadera, la suavidad de su vientre,
la dulzura de su piel. ‒Un sueño ‒susurró, tocando su lengua en el lugar suave y
tierno sobre su monte de los cielos.
Aun colmando de besos calientes su cara y cuello, Alan se puso de pie, la tomó
en sus brazos y la llevó a la cama.
Cuando ella hizo intención de hablar, él le tapó la boca con la suya y se arrastró
a su lado, tan ferozmente, que no se atrevería a decirle que no. Ella no había
empujado contra él en señal de protesta, pero Alan tampoco se había parado a
pensar si le gustaba lo que hacía. Ella podría fingir, o solo podría soportarlo. No le
importaba, en cualquier caso. Honor había olvidado su oportunidad de escapar.
Parte de su mente enfebrecida le dijo que frenara su avance, cortejándola con
toques y palabras suaves. Otra parte, más insistente, le advirtió que era mejor
hacerlo ahora o que no se haría nunca.
La hizo rodar debajo de él y le separó las piernas con la rodilla. El sabor dulce y
embriagador del vino de su beso desterró todo pensamiento cuando él se estiró
entre ellos y la tocó. Para su sorpresa, ella se arqueó en su mano como ansiosa.
Lista para él.
Ella gritó, pero no de dolor. Su sonrisa boquiabierta le robó los sentidos que le
quedaban, junto con su corazón. Su cuerpo se elevó al suyo como si lo hubiera
entrenado todas las noches durante años. El placer de su ajuste alrededor del suyo
le hizo prepararse para la siguiente acometida; esperó. Ningún poder dentro de él
forzaría el final de esto todavía. No hasta que hubiera saboreado la plenitud del
milagro que era su esposa.
Ah, por todos los santos, no podría más. Se estremeció, su cuerpo se onduló a
su alrededor, lo abrazó durante lo que pareció un destello de un momento. O de
siglos. El tiempo no importaba, ya que irrumpió con toda su fuerza vital y sintió
que había muerto por ello. Esperaba que ella también lo hubiera sentido así,
porque él no quería desprenderse jamás de esa mujer.
Honor.
Respirar su nombre fue su último pensamiento antes de dormir.
*****
Honor salió de debajo de Alan y luego se acurrucó junto a él, tirando de la cola
de su tartán y echándolo sobre ambos. Si ella tenía alguna reserva sobre la
consumación de este matrimonio, ya podía desterrarla. Nunca había imaginado
una experiencia como la que acababa de tener.
Hacer el amor con Tavish había sido lo suficientemente agradable como para
haberlo echado de menos cuando se fue, pero hacerlo con Alan fue
extraordinario. Magia, había dicho y así era. Debería haber sabido que nunca
mentía, pero esa era la verdad más grande que jamás había pronunciado.
Sus labios se estiraron en una amplia sonrisa y ella suspiró contra su hombro.
Pensamientos de noches como ésta, que se extendía hacia un futuro sin límites la
hicieron estremecer de esperanza. Sí, amor o no, este sentimiento entre ellos
definitivamente sería suficiente para lograrlo.
‒¿Honor? ‒el ronco susurro interrumpió sus reflexiones. Ella movió la cabeza
para poder ver su rostro. Él parecía preocupado.
‒Te dormiste ‒dijo su esposa, recurriendo a una observación tonta para evitar
expresar las cosas íntimas que realmente quería decir. ¿Me besaría de nuevo?
¿Me abrazaría, me haría suya, haría que mi cuerpo llorara de nuevo de placer?
Alan se movió para apoyarse sobre un codo, con la cabeza en una mano
mientras la miraba.
‒¿Estás bien?
‒¡Ahora estamos bien casados, ciertamente! ‒dijo Honor, riendo en voz baja.
Podía notar el rubor en su cara; sus mejillas ardían.
Alan suspiró y se sacudió el pelo que tenía enredado de la cara, con la mano
libre.
‒Me temo que tal vez haya sido demasiado brusco contigo.
‒No tengo moratones. Te dije que nada podía dañarme estando contigo
‒levantó la esquina de su tartán. ‒Invencible. Magia.
La sonrisa de Alan calentó el corazón de Honor. La mujer sentía que decir algo
serio, pero se contenía. Alan no dijo nada, simplemente se quedó mirando la tela,
pensativo.
Luego, cuando finalmente habló, lo que dijo no tenía en absoluto relación con
lo sucedido entre ellos. Sabía que no era un descuido, sino una evasión deliberada
para encubrir el arrepentimiento o la vergüenza. Honor sospechaba que rara vez
dejaba que la lujuria lo cogiera por sorpresa como lo había hecho esta noche.
‒¿Ves este pequeño hilo que cruza? ‒señaló una línea de color gris que
cruzaba el marrón y el verde. ‒Esto hace que mi tartán sea diferente de todas los
otros que Moriag tejió para el clan.
‒No. Sí. No lo sé ‒rodó sobre su espalda y entrelazó las manos bajo su cabeza,
mirando la cortina que cubría la cama. ‒Cuando mi madre dejó las Highlands, me
quedé mirándola alejarse, demasiado asustada para llorar. Mi tío me llevó a ver a
Moriag, la tejedora principal y le ordenó que me trajera un tartán que expulsara
mi parte inglesa. Ella me cogió de la mano y luego fuimos a su cabaña. Era poco
más que una cabaña; algo más grande que el resto para cobijar sus telares ‒sonrió
ante un recuerdo y estuvo callado por otro tiempo.
‒Sí, pero esa no fue la primera vez. Me senté durante horas viéndola tejer ese
día. Ella me alimentó, por supuesto, me hizo una cama en la esquina. Durante toda
la noche, escuché el ruido de su telar. Cuando terminó, ella me quitó toda la ropa,
excepto la camisa y me enseñó cómo se colocaba.
‒¿Es difícil?
Él rió suavemente.
‒Sí, hay un truco para hacerlo si no tienes alguien que te ayude. Pero entendí
el truco muy rápido ‒luego tomó la tela de sus dedos y de nuevo señaló la
pequeña franja gris. ‒Moriag me señaló esto. Dijo que era algo que había añadido,
una profecía. Ella podía predecir el futuro, según me dijo.
‒Que el hilo azul que corría sería del color de los ojos de mi amante.
‒¿Era qué?
‒¡Ach! Yo tenía siete años, estaba enfadado por las mujeres por la partida de
mi madre y no estaba de humor para escuchar tales tonterías de una vieja loca
‒entonces él le sonrió y levantó una ceja ardiente. ‒Pero más tarde, cuando tuve
el doble de esa edad, perseguí a todas las mujeres de ojos azules en la cañada,
hermosas o no.
‒No a todas. Y no siempre ‒parecía pensativo. ‒En este último tartán que me
tejió, justo antes de dejar al tío Angus para seguir mi propio camino, me hizo notar
el hilo de nuevo. No era azul como antes; esta vez era gris. Cuando le pregunté por
qué, Moriag dijo que este era el color de los ojos de mi verdadero amor.
‒Sí. Ciertamente tenía el don de predecir el futuro, la vieja Moriag ‒su mano
sostuvo la tela contra su rostro mientras sus bocas se unían de nuevo.
Ella no era una niña que necesitaba palabras de amor para engatusarla y que
estuviera dispuesta para su marido. Alan probablemente amaba a la mujer que él
pensaba que era. Ella podría arreglar eso con una conversación; una conversación
que nunca esperó tener con Alan.
¿Cómo podría amarlo y aun así engañarlo? ¿Eso significaba que ella no lo
amaba tanto, después de todo?
Ella sentía esta abrumadora necesidad de confesárselo todo a él, pero temía
que haciéndolo sucediera un desastre.
Capítulo 11
Alan despertó a las sirvientas de Honor antes del amanecer y les exigió que
calentaran y acarrearan agua para su baño matutino.
‒Daos prisa ‒instó a las doncellas. ‒No hagáis esperar a vuestra Señora.
Los dejó a su cargo y salió a ver si podía adivinar qué acontecimientos podría
haber planeado el padre de su esposa para ese día.
‒Era mi deber, Tav. Suyo y mío. Tú nos pusiste en esta situación ‒murmuró
sombríamente mientras cruzaba el patio. Pero Alan sabía en su corazón que él lo
deseaba con un fervor desconocido hasta ahora.
‒Alan, muchacho ‒lo llamó su padre desde el camino de la muralla. ‒¡Ven a ver
esto!
Alan asintió.
‒Sí, asentarán allí sus máquinas. Hume espera entrar pronto con el ariete y las
escaleras.
‒Por el momento, sí. Nos superan en número y Hume tiene un buen ejército.
Unos cuarenta de ellos parecen tener experiencia. Muchos de ellos son
mercenarios.
‒¿Por qué se toma tanto trabajo? No es una tarea fácil arrastrar un séquito tan
grande solo para reclamar a una hija huida. Avituallamiento, monturas... Es muy
costoso. La mayoría de los hombres simplemente se resignaría a darla por perdida.
‒Podría ser eso. O podría ser que él creyera que todavía puede intercambiarla
por más riqueza de la que va a gastar con todo esto.
Adam se rió entre dientes, pensativo se toqueteó la barba y luego miró hacia el
otro lado del campo.
‒¿Cómo fue la tuya? ‒respondió Alan. ‒¿O solo te contentas animando a los
demás a que hagan lo que tú ya no puedes hacer?
Para disgusto de Alan, el viejo echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír a
carcajadas. Cuando recuperó el aliento, le propinó una dura palmada en el
hombro a Alan y dijo:
‒¡Ah, tu lengua es tan afilada como una daga, muchacho! ¡Sabía que lo harías!
Tu madre me advirtió temprano que algún día sufriría mis propias punzadas de la
boca. ¡Por Dios, ella te conocía bien!
‒No lo suficiente ‒comentó Alan, ‒de otro modo ella hubiera sabido que me
ganaría la ira de su hermano al dejarme con él ‒no pudo evitar sentirse un poco
culpable por el abandono de sus padres.
‒Creo que lo hizo por tu bien. Yo no habría tenido el coraje para hacerlo yo
mismo.
‒Sí, lo hago. Desgraciadamente, como debe ser por tu educación bajo el brazo
de Angus, seguramente sabrás que no encontramos a tu hermanito debajo de un
arbusto de helechos.
El zumbido en sus oídos casi borró el bajo y ominoso gruñido de las palabras de
su padre.
‒Yo no difamaré a tu esposa. ¡No insultes a los míos!
Alan miró largamente el destello verde de los ojos que reflejaba los suyos. No
vio culpa ni disculpa. Su instinto se revolvió de furia y vergüenza. Rabia, por
defender a su madre y por la defensa de su padre hacia otra mujer. Fue
vergonzoso su pequeño ataque a una mujer que ni siquiera conocía. La vergüenza
le ganó la batalla.
‒Bien. Olvidado entonces ‒la gran mano que una vez había guiado sus
primeros pasos y que acababa de revolver sus sesos, se extendió hacia él.
Vacilante, Alan se la estrechó.
‒No justificaré mis actos ante ti, Alan. Yo amaba a tu madre mientras vivía y la
amo todavía. Pero ahora estoy casado con Janet. El amor por una no le quita nada
a la otra. Si no entiendes esto, por lo menos, respétalo.
‒Por el dulce amor de Dios, chico, ¿por qué insistes en parecer un sanguinario
ladrón de ovejas de las Highlands?
‒Eso es lo que querías que fuera ‒dijo Alan con una sonrisa malvada,
intensificando su acento. ‒Esto es lo que soy. ¿Sabes algo de ovejas, papá? Me
gustaría que siguieras hablando de esos pequeños bichos.
‒Haces eso adrede, sonando exactamente como ese maldito Angus ‒acusó
Adam. ‒¡Y puedes hablar civilizadamente conmigo cuando lo desees! ¡He oído que
lo haces!
‒Quiero saber por qué nunca respondiste a nuestras cartas. Ni una vez. Ni una
palabra, ¡y eso rompió el corazón de tu madre!
‒No me enviaste ninguna carta ‒dijo Alan en voz baja. Continuó mirando el
cielo lleno de humo.
‒¡Por supuesto que lo hicimos! ¡Muchas! ‒luego gimió. ‒Angus. Lo mataré ‒se
hizo el silencio entre ellos durante largo rato. ‒No puedo creer que ni siquiera
preguntaras por la supuesta falta de cartas, Alan. Cuando creciste, ¿por qué no
nos escribiste para preguntar por qué?
‒¡Por Dios, no! ¡No está hecho! ‒nuevamente un tenso silencio. ‒Pero tienes
razón, debemos dejar este tema de lado por el momento. Tienes suficientes cosas
en mente ‒puso su mano sobre el antebrazo de Alan y lo apretó. ‒Déjame vigilar,
hijo ‒ofreció en un tono brusco pero conciliador. ‒Ve abajo.
‒Está bien ‒Alan lo dejó allí. Tenía cosas más urgentes que hacer que lanzar
acusaciones contra su padre. Y además, no era ni la mitad de satisfactorio de lo
que había pensado que sería. Si había habido cartas o no, poco importaba ahora.
Su padre podría haber acudido a él o haberlo traído a su casa si realmente le
hubiera importado. El daño ya estaba hecho. Nada había cambiado entre ellos
este día; ni lo haría en el futuro.
El pequeño niño al que llamaba Richard estaba de pie entre sus piernas, con
hoyuelos en las rodillas, la cabeza levantada y la boca abierta. Alan vio como ella
pellizcaba una miga de buen tamaño del bollo y se lo metía en la boca. El niño
tenía ojos verdes y rizos de color rojizo oscuro. No había arbusto de helechos
posible. Definitivamente era un Strode.
‒¡Buenos días! Tienes una mirada feliz. ¿Todo fue bien, entonces?
‒Por Dios, ¿es que nadie piensa en otra cosa? Sí, estaba hecho. ¿Estás contenta
ya?
Alan se sentó. ¿Por qué? No lo sabía. Él no quería tener nada que ver con esta
mujer. Era el niño quien hizo que se quedara, decidió. Su hermano.
‒Richard, ¿eh?
‒¡Papá!
‒No, yo no soy tu papá ‒Alan levantó al niño y lo abrazó para que estuvieran
cara a cara. ‒Soy tu hermano, muchacho. Alan ‒repitió su nombre varias veces
mientras los grandes ojos verdes buscaban los suyos.
‒¡Awan! ‒dijo, precedido de otra serie de sonidos curiosos. Y acabó con un...
¡leche!
Miró a la cara a su hermano y sintió que las lágrimas afloraban a sus ojos.
Supuso que, para cumplir esa promesa, debía tratar de llevarse bien con la
llamada esposa de su padre. Pero no tenía que gustarle.
‒¿Esposo? ‒preguntó alguien casi en un susurro. ‒El Padre Dennis desea hablar
contigo antes de reunir a los arqueros.
‒Honor ‒dijo sin pensar, ‒te pusieron el nombre adecuado. Eres todo lo que
una dama honorable debería ser y te tengo en mayor estima que cualquier otra
persona que conozco.
¿Lo había poseído de tal modo como para que le dijera eso? Se preguntó,
mientras caminaba hacia el patio para buscar al sacerdote. Lo había dicho en serio,
por supuesto. Él nunca mentía. Pero debía haberle dolido de algún modo
escucharlo.
Sin duda, Tavish había ofrecido elogios en un momento u otro. Eso fue lo que
le hizo llorar. Los recuerdos.
Se encogió por dentro al pensar en lo inepto que debía sonar, lanzando sus
duros cumplidos, cuando Tavish la había acostumbrado a las palabras suaves y
experimentadas de un noble educado. Alan sintió que su corazón casi se rompía
en ese momento, sabiendo que nunca podría competir con los preciados
recuerdos que Honor tenía de Tavish.
¿Y a quién podía culpar por esa falta de modales y sensibilidad? A nadie más
que a sus padres, que lo relegaron al cuidado de un tío sin escrúpulos cuya idea de
palabras corteses consistía en, “inclínate, muchacha y tengo una moneda para ti.”
Alan lo consideró por un momento y puso una mano sobre el hombro del buen
Padre.
‒Podría escabullirme, tal vez reunir materiales para hacer más. ¿O ir a otro
lado en busca de ayuda?
‒No ‒dijo Alan, apreciando la oferta. ‒No sabemos dónde Hume tiene
hombres apostados. Si uno de ellos descubriera la boca del túnel, nos podrían
atacar desde el interior.
‒Como ordene, Señor ‒dijo Melior en voz baja. ─¿Voy a ver a su padre?
*****
Por la noche, Honor presidió la mesa e indicó a las sirvientas que colocaran en
la mesa los escasos tres platos que ella había ordenado para cenar. Una comida
escasa para los invitados, pero con un asedio inminente, la prudencia prevalecía
sobre la necesidad de impresionar.
Alan había dicho que la protegería y ella tenía que creerlo. Esa era su única
esperanza. “Oremos para que Dios los hombres de su padre no puedan atravesar
la puerta o las paredes de Byelough”, pensó Honor.
Seguramente las fuerzas del asedio se quedarían sin comida mucho antes de
que las tiendas del castillo se agotaran. Entonces tendrían que irse. En ese
momento, no podían hacer más.
Una vez que alimentó a Christiana, Honor le indicó a Nan que se llevara al bebé
para que durmiera con ella. Ella vio como Alan se inclinaba hacia adelante en el
taburete junto al fuego, afilando cuidadosamente su espada. Ella se preparó para
meterse en la cama, dejándolo a él con su tarea.
Cuando ella yacía cubierta hasta la barbilla, finalmente Alan guardó la espada y
se despojó de sus ropas. Ni una sola vez se encontró con la mirada anhelante de su
esposa. Tampoco dijo nada. Se metió en la cama junto a ella como si ella no
existiera.
Entonces, iba a ser así, ¿verdad? Puede que no les queden muchas noches para
abrazarse y Honor necesitaba desesperadamente tenerlo esa noche. Ella
sospechaba que Alan también lo necesitaba. Algo no funcionaba bien.
¿Había adivinado por sus acciones que nunca había amado a Tavish? Tal vez él
pensó que era desleal disfrutar de su amor así. ¿Había sido demasiado atrevida en
su forma de seducirla la noche anterior? ¿La odiaba por eso ahora que lo había
pensado?
Nunca confiaría en ella, si descubría que ella había engañado a Tavish. Sorbió y
se enjugó la mejilla, sin darse cuenta hasta entonces de que lloraba.
Ante ese sonido, él rápidamente se dio vuelta y la miró a la luz de las velas.
‒Nada ‒dijo con una brusquedad que contradecía sus palabras. ‒No quería
hacerte enfadar, eso es todo.
‒¡Lo estás! ‒insistió ella y se maldijo por comenzar lo que sabía que se
convertiría en una discusión que no deseaba tener.
‒Bueno, eso y más cosas. Me enfurece que no tengo nada que ofrecer a
cambio de todo lo que me das. Si yo fuera muy rico, tuviera buenos contactos o
una familia noble, tu padre podría dejarnos en paz. Eres tan perfecta y yo... sé que
no soy el tipo de hombre...
‒¿Y qué tipo de hombre eres? Ganaste muchas riquezas con tu espada y un
Rey te nombró Caballero. Mejor aún; eres el alma de la bondad ‒argumentó,
apartando un largo mechón de cabello que le caía sobre la frente. ‒¿Te das cuenta
de cómo tratas a Christiana? Piensa cómo tratas con nuestra gente. ¿Qué quieres
decir, con que no eres mi tipo de hombre? No hay nadie mejor que tú, que yo
sepa.
‒Sin estudios ‒corrigió ella. ‒Hay una gran diferencia como me dijiste una vez.
¿Puedes sentir lástima por ese joven que fuiste una vez, después de que me
prohibiste incondicionalmente que lo hiciera?
Eso le valió una sonrisa torcida que se convirtió en una breve risa.
‒Sí, tienes derecho a eso, me temo. Me he estado revolcando en la
autocompasión, ¿no es así? Es una experiencia nueva y no puedo decir que me
guste.
Honor se inclinó y le besó la mejilla. Su barba de varios días le rascó los labios y
los hizo estremecerse. Giró su cabeza ligeramente y rozó su boca con la de ella.
‒Eres un tesoro.
‒Soy tuya ‒susurró Honor. En ese momento, la mujer sabía que nunca había
dicho palabras más ciertas que aquellas. Su cuerpo le pertenecía por ley y él podía
hacer lo que quisiera. Pero sabía que no necesitaba utilizar la ley.
Incluso cuando Honor devolvió las caricias de Alan y se entregó al placer que le
ofrecía, el remordimiento por su deliberada y continua deshonestidad pesaba
sobre su corazón.
Oyó que David el Joven, a quien Alan había elegido para guiar a su guardia,
hablaba sin aliento como si hubiera estado corriendo.
‒Sí, Señor.
Honor se puso la bata, cogió las botas de Alan y corrió tras él.
Capítulo 12
Honor ignoró los guijarros y los talones de hierba pinchando sus propios pies
mientras llevaba las botas de Alan por el patio. Él no podía luchar descalzo.
A la luz de las antorchas blandidas por los recién llegados que corrían para
subir por la pared, divisó la gran forma de Alan subiendo los escalones cerca de las
puertas de entrada. Sin pensarlo, Honor se precipitó tras él.
El primer golpe del ariete sonó como un trueno. Se detuvo en seco y miró hacia
los portales a tiempo para ver vibrar la gruesa madera. Los gritos de batalla
resonaron en las colinas cercanas.
Alan gritó por encima del choque del ariete y los bramidos de ambos lados de
la pared.
Una flecha de ballesta pasó volando sobre su cabeza, se arqueó hacia abajo y
se clavó en la tierra. Honor se congeló, sorprendida por su roce con la muerte. ¡Los
hombres de su padre le dispararían!
Cuando ella abrió la boca, Alan ahogó sus palabras con su orden.
‒¡Ve ahora o abriré las puertas a los malditos y dejaré que te lleven!
Ella dejó caer sus botas y corrió. ¡Nunca había visto a un hombre tan irritado!
¿Lo haría? ¿Sería capaz de entregarla? Nunca. No era más que la furia de la batalla
lo que lo hacía amenazarla.
Otra flecha de una ballesta aterrizó a unos centímetros de su pie. Ella saltó y
gritó. Con toda la prisa que pudo, subió los escalones de la entrada del pasillo y
cerró las puertas tras ella.
‒¡Dios mío, están locos, todos ellos! ‒dijo mientras Nan corría hacia ella.
‒Nunca pensé que llegaríamos a esto.
‒Por eso querías que tu esposo lo matara ‒le recordó Nan. ‒Venga, alimente al
niño y beba un poco de vino. Está muy nerviosa.
Por lo que pareció la mitad del día, los gritos y los golpes del ariete llenaron el
aire en Byelough. Incluso las robustas puertas de la fortaleza en sí eran una
barrera inadecuada para los sonidos horribles.
Abrieron las puertas para dejar entrar a los heridos, aunque después de todo
solo había cuatro. Cada vez que llamaban a la puerta, Honor se encogía de miedo
porque Alan podría estar entre los hombres derribados por flechas o pernos.
Honor se apresuró a quitar la pesada barra y cayó en sus brazos cuando entró.
Alan la apretó una vez, luego rápidamente la hizo a un lado. Se dirigió hacia las
mesas donde yacían los heridos.
‒Peor que nosotros. Se llevaron lejos nueve o diez. Unos pocos quemados, tres
disparos, la mayoría heridos cuando las escaleras cayeron ‒él sonrió, todavía sin
mirarla.
‒Tan seguro como que el sol sale cada mañana. Pero creo que hoy no ‒se giró
rápidamente y salió al pasillo para volver con sus hombres.
‒Sí ‒respondió, sin molestarse en mirar a su suegro. ‒Estoy harta de todo esto.
Nunca antes había presenciado una batalla.
‒Espera, mi niña. No será necesario hacer eso. Le dejas las cosas al viejo papá,
¿eh?
Ella se burló.
‒Lo que debería haber hecho ya. ¿Por qué no vas a descansar?
‒Buena idea ‒estuvo de acuerdo Janet mientras aparecía a su lado. ‒Ven,
vamos a ver a los pequeños. Si no les damos pronto de comer armaran el mayor
escándalo que habremos oído hoy.
No hubo más ataques esa tarde. Alan se quedó afuera con los hombres,
preparando a Byelough para el asalto de mañana, suponía Honor.
Una vez que Alan y Honor estuvieron en la cama, ella dijo lo mismo.
‒No irás ‒dijo Alan, con la voz baja y ronca por gritar órdenes. ‒No te dejaré ir.
‒Debo hacerlo ‒insistió ella, suplicando a sus ojos permiso para detener la
pelea. ‒Para salvaros a ti y Christiana.
‒No ‒dijo Alan simplemente. ‒Si toman la fortaleza, tu sacerdote tiene órdenes
de esconderos a ti y a Kit en el pasadizo. Desviaré a Hume y sus hombres mientras
el Padre Dennis te lleva a las cuevas donde se esconden los aldeanos. Una vez que
regrese y sepa que Byelough ha sido tomado, Bruce vendrá. Debes permanecer
escondida hasta entonces. El rey te protegerá si yo... no puedo hacerlo.
Honor negó con la cabeza y agarró sus manos, desesperada por convencerlo de
que la dejara ir.
Él dejó caer una de sus manos y pellizcó la vela junto a la cama. Llevó su otra
mano a sus labios.
Honor apoyó la palma de su mano en su corazón hasta que sintió como se iba
quedando dormido. Se preguntó si alguna vez volvería a hacerlo.
‒No, Señor.
‒El pasadizo, Señor. ¡Melior dijo que le llamara a toda prisa! ¡Lo han hecho!
‒David colocó la linterna en el soporte junto a la puerta y corrió hacia el pasillo.
Para cuando se había puesto la bata y había llegado al vestíbulo, Alan se había
detenido junto al grupo reunido alrededor de un bulto que había en el suelo. Su
suegro puso la punta de su bota bajo el cuerpo que había en el suelo y le dio la
vuelta.
‒Tu cumpleaños es la próxima semana ‒le dijo a Alan con voz satisfecha. ‒¡Te
he traído un regalo por adelantado!
‒Dios misericordioso, ¡Papá! ¡Es el mismo Hume! ‒Alan soltó una carcajada de
incredulidad. ‒¿Cómo...?
‒Bueno, fue idea de Melior. Nos vestimos así ‒dijo, pasando una mano por la
ropa de lana oscura que llevaba, ‒y nos dirigimos al bosque detrás de su
campamento. Simplemente esperamos hasta que la naturaleza hiciera su llamada.
‒Esto es demasiado bueno para ser verdad. ¡Dime que estoy despierto!
‒Estás despierto, o todos estamos soñando ‒dijo Honor. ‒¿Ahora qué vas a
hacer? ¿Matarlo?
Honor cubrió su boca con su mano para contener las palabras. Que Dios la
ayude, ella quería que lo derrotaran. Ella quería que lo golpearan profundamente.
Sin decir una palabra más, se volvió y corrió hacia el dormitorio para enterrarse
en la cama. No diría nada más. Ni una sola palabra que pudiera condenarla ante
sus ojos. Ella había visto la censura, sintió su reproche.
Ella había traído todo esto sobre la gente de Byelough, sobre Alan y su familia,
sobre Christiana y sobre ella misma.
Honor sabía que no podía echarle toda la culpa a su padre por lo que había
sucedido. Si ella hubiera jugado a la niña obediente, nadie habría sido herido este
día. Nadie estaría en peligro ahora, excepto ella misma.
Alan no fue tras ella. Honor necesitaba tiempo a solas esta noche, pensó. Ver a
su padre la había trastornado terriblemente y no sabía qué decir para cambiar eso
o tranquilizarla.
Hume la había golpeado y abusado de ella a lo largo de los años. Solo por eso,
Alan quería matarlo. Él podría hacerlo todavía.
‒Tener a Hume aquí es como tener al lobo sujeto por la garganta ‒le dijo a su
padre.
‒¿Dormirás aquí en el pasillo? ¿Qué hay de Honor? ¿La dejarás sola después de
lo que acaba de pasar? ─señaló hacia la puerta del dormitorio. ‒¿Qué va a pensar?
Justo antes del amanecer, Alan se levantó y fue a buscar a Hume al almacén. Lo
colocó en posición vertical y lo arrastró por las cocinas, subió las escaleras y
regresó al pasillo. Allí lo depositó en una de las dos sillas.
‒Ten cuidado con lo que dices, Hume. Tengo tu vida en mis manos.
‒No te atreverás a matarme. Mis hombres derribarán este lugar piedra por
piedra, quemarán lo que quede y te arrojarán sobre las brasas.
‒No puedo saber cómo podrían hacer eso, Hume. Nadie les recompensaría por
ello ‒respondió Alan. ‒Y te cortaré la garganta si el ariete de vuestros hombres
hace otra abolladura en mis puertas. En lugar de echar aceite hirviendo, la sangre
de tu propia vida se derramará sobre sus cabezas mientras te sostengo por los
talones. Lo haré, Hume, créeme. Nunca miento.
‒Entonces, ¿por qué estás con una muchacha que engaña cada vez que
respira? Me mintió, fingiendo aceptar mi acuerdo de matrimonio, ¡y también al
hombre al que la prometí! Probablemente también le mintió a Tavish Ellerby. De
lo contrario, no se habría casado con ella sin mi consentimiento. ¿Confías en una
mujer con una lengua tan falsa? ¿Por qué demonios la querrías?
‒¡Te lo dije! Tengo planes para ella. El Conde de Trouville todavía espera
casarse con ella y yo...
Alan sonrió.
‒Aquí está la gata engañosa que viene a regodearse, ¿verdad? ‒Hume gruñó.
La sangre goteaba de su labio partido. ‒¿Eres feliz ahora?
‒¿Lo golpeaste?
‒¡Oh no!
‒Mío ‒respondió Alan suavemente. ‒Tenemos una hija ‒creyó ver un breve
destello de melancolía en los ojos del anciano. Sin duda un truco de la luz del
fuego, pero tal vez... No estaría de más saber lo suave que era Hume bajo esa
coraza.
Alan continuó:
‒Es una niña preciosa, muy parecida a su madre. Tienes una hermosa nieta,
Hume. ¿Te gustaría verla?
‒¡No! ¡Nunca! ‒gritó Honor y salió corriendo del pasillo hacia la alcoba donde
Kit dormía con Nan.
Los ojos de Hume la siguieron, con una mirada en su rostro que Alan encontró
ilegible.
Honor observó desde detrás de la cortina cómo Alan y su padre salían del
pasillo. Unos momentos más tarde, Adam bajó la escalera y lo siguió. Los hombres
que pasaron la noche convalecientes en la sala debían haber salido antes. El único
hombre seriamente herido todavía dormía.
Su miedo dio paso a la curiosidad. ¿Qué haría Alan una vez que llegaran los
hombres de su padre? Pero había una pregunta más importante, ¿qué haría su
padre? ¿Exigiría que atacaran a pesar de poner en riesgo su vida? Honor tenía que
saberlo.
El crujido de las ruedas sobre las que cabalgaba el ariete rompió el silencio
justo cuando el sol proyectaba sus primeros rayos en el amanecer gris-rosado.
‒¡Alto ahí! ‒gritó Alan en voz alta en francés. El crujido se detuvo. Alguien
abajo rugió el nombre de su padre.
Honor dio un paso atrás para poder ver lo que sucedía en el parapeto. Alan
sostenía a su padre con un largo cuchillo contra su garganta. El Padre Dennis
estaba cerca, aparentemente listo para recibir el cadáver.
Su repentino cambio de idioma hizo que Honor supiera algo. Las palabras que
había hablado con los hombres de su padre no eran las frases rotas de un hombre
que habla una lengua extraña. Alan le había mentido. Su francés era perfecto.
‒No sin nuestro pago, Señor. No tenemos oro para comprar nuestro pasaje de
vuelta.
El Padre Dennis se acercó a la pared y dejó caer un saco que tintineó cuando
golpeó el suelo.
‒¡Se queda!
‒Tienes mi palabra de que morirá si no se van antes del mediodía. Cuando esté
muerto, te lo puedes llevar.
‒¿Quién, Alan? Por supuesto que habla francés. Y latín y gaélico, también.
Incluso aprendió un poco de italiano de nuestro trovador. A mí siempre me gustó
el inglés, sin embargo. Nuestra sangre sajona, supongo ‒su pecho se hinchó de
orgullo.
Honor apretó los labios para contener una maldición. Lord Adam le abrió la
puerta y entraron al salón. Honor siguió caminando, con la cabeza gacha, sumida
en sus pensamientos. Cuando ella habló, trató de parecer despreocupada.
‒¿Todo eso lo logró a los siete años? Notable. Apostaría a que tampoco tenía
ningún problema con la lectura.
‒Papá. ¿Por qué no me llamas papá, como Alan? A menos que llames a tu
propio padre que... oh, lo siento. Por un momento lo olvidé... bueno, no importa.
‒Puedes hablar de él, por el amor de Dios. Él sigue siendo mi padre. Y con los
nombres que le he llamado yo le arderían las orejas ‒y dicho eso, lo dejó, entró en
su habitación y cerró la puerta detrás de ella.
Bueno, al menos no se atrevía a criticarla por las cosas que ella había hecho
cuando sus propias mentiras eran mucho peores. Ella solo había mentido para
escapar de un matrimonio no deseado. Él había mentido en aras de la codicia.
Quería Byelough Keep y lo había tomado con engaños.
Alan acompañó a Hume a la torre del homenaje. Nadie habló cuando entraron
al salón.
Lady Janet estaba sentada frente al fuego sosteniendo al joven Richard, que
estaba envuelto en una manta. Hume aflojó el paso para mirar a la mujer y al niño
con abierta curiosidad. Debió calcular la edad del niño y decidió que era
demasiado mayor para ser de Honor, porque parecía decepcionado.
‒No volveré a atarte, pero te quedarás aquí ‒dijo Alan, haciéndole entrar.
Retiró su daga del cuello y cortó las cuerdas de las muñecas de Hume.
‒No soportaré esto, Strode. Seguramente, incluso tú sabes que a los nobles se
les permite la libertad dentro de las murallas, siempre y cuando aseguren que no
intentarán escapar. ¿No aceptarás mi palabra?
Con esa advertencia, Alan cerró la puerta y la atornilló. Sonrió ante la corriente
de maldiciones que sonaba claramente a través del robusto panel de roble.
Lo único que Alan podía hacer era detenerlo hasta que Bruce regresara de
Inglaterra y pudiera resolver las cosas. Después de todo, Alan y Honor se habían
casado bajo las directrices de Bruce. Seguramente por órdenes del Rey de Escocia,
Hume volvería a Francia y los dejaría en paz. Seguía siendo escocés, después de
todo y estaba sujeto a obedecer a su soberano.
Durante el resto del día, Alan entrenó a sus tropas triunfantes, se ocupó de las
tiendas restantes y planificó cómo iba a reconstruir la aldea.
Retrasó la confrontación con Honor porque temía oír lo que ella podría pedirle
que hiciera a Hume. ¿Querría que lo ejecutara? Lamentablemente, ninguna ley
que él conociera aplicaba tal castigo. Aunque debería, el maltrato a una hija no
tenía consecuencias nefastas.
La idea de que Honor realmente deseara la muerte de Hume hizo que Alan se
detuviera. ¿Cómo podía una alma tan dulce como ella, en todos los demás
aspectos, desear la muerte de su propio padre?
Una vez había odiado a su propio padre por destruir la confianza de un niño de
siete años, pero lo amaba, no obstante, simplemente porque le había dado la vida.
Honor quería una retribución por sus heridas, pero Alan dudaba de poder
soportar la culpa que le sobrevino una vez que lo hubiera llevado a cabo. Lo que
sea que Hume le hiciera, él era el único padre que ella tenía.
*****
Lo único que le preocupaba de Alan de Strode era su deseo por ella. Los
hombres no pueden fingir sobre eso. Pero negarle su cuerpo probaría ser un
esfuerzo menos que inútil. Simplemente podría tomarla por la fuerza.
Ella le haría saber que sabía que la había engañado. Si él entendía el francés
tan bien, entonces ella le daría algo para entender. Nada podría detenerla. No
podría reprenderla por sus acusaciones e insultos sin admitir que conocía el
idioma. Y eso solo demostraría la verdad de su perfidia. El mentiroso. Deseaba
saber cómo maldecir en latín, porque eso le daría el doble de placer.
¿Qué tenía que perder? Alan ya había hecho lo que ella quería. Había
entrenado a sus hombres para defender la fortaleza, aunque eran pocos. Gracias a
que hizo padrino de su hija a Ian Gray, Honor ya no estaba en peligro de ser
secuestrada por su primo. Y Alan había vuelto a su padre inofensivo.
Ella se liberó de los reparos y tomó aliento. Alan nunca la golpearía. Él nunca la
encerraría. Su corazón latió más rápido. Pero ¿no había amenazado con hacer
exactamente eso cuando pensó que ella podría abandonar la fortaleza y rendirse?
Alan descubrió que sabía poco de la mente de la mujer cuando creía conocerla
tan bien como la suya. Una mujer era un acertijo que ningún hombre debería
intentar averiguar.
Estaba tumbada, cubierta hasta las orejas, con el cabello recogido sobre la
almohada como un satén retorcido. La subida y caída desiguales de la colcha le
dijeron que no había dormido.
‒No ‒respondió y siguió con una ráfaga de francés demasiado rápido para que
él lo comprendiera. Su voz sonaba ronca como si estuviera enferma. O como si
acabara de haber estado llorando. Pobrecilla.
No le pidió que repitiera lo que ella había dicho, ya que no parecía una
pregunta. Él rápidamente se desnudó y se deslizó en la cama junto a ella.
Rodeándola con un brazo, la atrajo hacia sí y respiró su gloriosa fragancia. Se
mantuvo rígida y su cuerpo tembló cuando deslizó una mano por su cintura.
‒Duerme, dulzura ‒dijo. ‒Estoy demasiado cansado para amarte esta noche.
Era una lástima que no pueda tener al Padre Dennis cerca para interpretar y
responder. Pobre Honor, debía estar tan sobrecargada que no podía pensar sino
en su lengua materna. Bueno, simplemente debería dejarla descansar esta noche
y no molestarla más.
‒Bonne nuit ‒murmuró, pensando en calmarla con una de las pocas frases en
francés que sabía. Ignoró su gemido exasperado, atribuyéndolo a su continuo
deseo de soledad. Sin embargo, volver a dormir en el suelo una vez más no le
atraía, así que simplemente cerró los ojos, se escurrió de un lugar cómodo y se
durmió.
Tras tomarse todo ese tiempo y tardar más del doble de lo habitual en vestirse,
se preguntó dónde estaría Honor. ¿Una buena noche de descanso había traído de
vuelta su dulzura? ¿O su humor se había vuelto más oscuro, incluso más
preocupado? ¿Qué debía hacer él para tranquilizarla si era así?
Lleno de preguntas para las cuales no tenía respuestas, Alan entró al salón para
desayunar.
Ella le lanzó una mirada, con los ojos entrecerrados y algo helada. Obtuvo su
asentimiento, pero nada más que eso.
Alan le indicó al sacerdote que lo siguiera. Él llegaría al fondo de esto. Tan
pronto como llegaron a los escalones que conducían al patio, se detuvo y se volvió
para poner una mano sobre el brazo del Padre Dennis.
‒¿Lady Honor? Por lo que yo sé, nada, Señor. Ella parecía estar bien ahora. Un
poco excitable, lo admito. Gritaba más de lo habitual, ahora que lo pienso.
Ella está preocupada por los aldeanos y el próximo invierno. Por reconstruir la
aldea. Justo como debería.
‒Sí ‒aceptó Alan, ‒pero hay algo más. Actúa como si estuviera enojada.
Alan asintió y suspiró, mirando hacia las colinas. Dio una palmada en la espalda
al buen Padre y fue a reunir a los hombres. No tenía sentido perder el día
preguntándose por los gritos de una mujer cuando tenía trabajo que hacer.
Probablemente el sacerdote tenía razón de todos modos. ¿Qué Dama no estaría
molesta en tal circunstancia?
Sabía que debería dejarla en paz. Acercarse a una mujer en un estado de ánimo
como ese significaba una catástrofe para cualquier hombre con buen criterio. Pero
maldita sea, él era su esposo. Lo que había sucedido en Byelough debería unir a un
hombre y a su esposa, no separarlos. Alan la necesitaba y sospechaba que ella
también necesitaba su consuelo.
Ella estaba tan diferente... Esta noche, se prometió a sí mismo, llegaría a la raíz
del asunto, tomaría sus derechos y recuperaría a su dulce y gentil Honor.
*****
Honor oyó sus botas de suela pesada fuera del dormitorio y fingió que estaba
dormida. No sabía cuánto tiempo podría mantener esta farsa. Hasta el momento,
él había mostrado más paciencia de lo que ella esperaba. ¿Simplemente seguiría
evitándola? Él había permanecido en silencio, fingiendo que no la entendía, sin
darle ninguna respuesta a sus reproches acerca de su engaño. Honor decidió que
Alan no tenía intención de explicarle nada. Debía pensar que los hombres estaban
por encima de todas las reglas del comportamiento justo.
¿Aún no se había dado cuenta de que ella lo estaba castigando por sus
fechorías? Honor quería que él lo supiera, por todos los santos. Ella quería que él
sufriera con la pérdida de su afecto, no que actuara como si eso no significara
nada.
Ella casi habría preferido que la golpeara antes de ignorarla de ese modo. Casi.
Su fuerte y frustrado suspiro la delató.
‒Bueno, di algo que pueda entender, por dios. En inglés, escocés, ¡por favor!
‒dijo. ‒¡Ya es suficiente!
‒Si pensara que realmente crees todo eso, esposa, me gustaría salir de este
lugar esta noche, con lo que traía cuando vine y no mirar hacia atrás ‒él la miró
directamente a los ojos, sin pestañear. ‒Y lo haré.
‒No puedo. Bruce desea que viva aquí, incluso si a ti no te gusta. Incluso si a
ambos no nos gusta. ¿Qué demonios se te ha metido en la cabeza, Honor, para
acusarme de tales cosas? Yo no maté a tu esposo. Él era un amigo de mi juventud
y yo lo quería. No le deseaba ningún mal. Como caballero y hombre, lo admiré más
que nadie.
‒Sí, Tav fue bendecido y admito que envidié lo que tenía. Pero nunca pensé
tenerlo hasta que él me lo impuso ‒su agarre se redujo. Giró su cabeza a un lado y
exhaló un largo suspiro. ‒Maldita sea. Fue Tavish quien nos puso en esta situación,
no yo.
‒¡Mentiroso! ‒dijo Honor, furiosa, sin importarle que eso lo enfadase más.
Deja que él haga lo peor, pensó imprudentemente. ‒¡Escribiste esa carta con la
misma seguridad con la que yo modifiqué mis documentos de matrimonio! ¡No te
lo niegues, Alan, no te atrevas!
‒Sí, lo hice por el bien de todos ‒admitió con vehemencia. ‒Pero tú... lo hiciste
por avaricia, simple y llanamente. ¡Avaricia y lujuria por lo que Tavish poseía y tú
no!
Honor se echó hacia atrás contra la cabecera, mirando a todos lados menos a
esos acusadores ojos verdes que se cernían sobre ella.
‒¿Pero lo amaste?
‒Respóndeme, Honor. Con Dios por testigo. ¿Alguna vez lo amaste de verdad?
‒No ‒admitió en un susurro roto. ‒Yo quería amarlo y hubiera... con tiempo, lo
hubiera hecho.
Alan la soltó con un empujón, giró sobre sus talones y abandonó el dormitorio
sin decir una palabra más. Honor se acurrucó contra las almohadas, tiró de las
sábanas y lloró.
Ella nunca podría perdonarse a sí misma. Pero tampoco perdonaría a Alan. Ese
bribón odioso Al menos ella no había alardeado de verdad y honestidad en cada
momento mientras se burlaba de él. Al menos, ella no era hipócrita. Alan sí lo era.
Con una dureza que rara vez empleaba, Alan pateó a su caballo a la carrera y
corrió por el valle. A través del estrecho paso tronaron y entraron en el siguiente
valle abierto hacia el lugar de descanso de Tavish. Resoplando, la montura redujo
la marcha obedientemente hasta convertir el trote en un paseo entre aguas
apresuradas y la tumba. Alan se soltó de sus estribos, giró su pierna derecha y se
deslizó al suelo.
Enojado, recogió una roca del tamaño de un puño y la colocó sobre la creciente
pila de piedras y murmuró una oración mecánica como era costumbre.
‒Eres un diablo afortunado ‒murmuró. ‒¡Quiero que lo sepas! ‒Alan pateó una
roca suelta, enviándola hasta la pila colocada allí por otros que habían pasado por
el lugar o habían venido allí con ese propósito.
Alan se puso a arrojar piedras al agua. De repente, toda la energía que tenía lo
abandonó y se dejó caer en la orilla.
Entonces se levantó, arrojó una última roca a las aguas revueltas y se volvió
hacia su caballo. Su ira y desilusión no habían disminuido en lo más mínimo, pero
ahora ardían en su pecho, probablemente estallando en una furiosa conflagración.
Hubiera sido mejor que esa mujer no le hubiera dado la razón. Engañó a Tav,
siendo dulce con él. Tal vez su padre no tuvo más remedio que golpearla para
tratar de curar su deshonestidad.
Pero él no la perdonaría. No por la mentira que había vivido con Tavish, decidió
Alan firmemente. Y allí estaba ella acusándolo de mentiras. Ella solo había fingido
creerle la primera vez que vino aquí. Ahora ella lo llamaba mentiroso. Y eso, para
Alan, era el peor de los insultos.
La mujer se burló del honor como el nombre con el que había sido bautizada y
no excusaría eso bajo ninguna circunstancia.
Su corazón se llenó de ira y desesperación mientras regresaba lentamente a
Byelough. Imaginó el futuro extendido ante él, largos años llenos de la amargura
de la duda y la sospecha.
No tenía por qué resolver ese tema hoy mismo. Pero ¿por qué no decirle a
Honor sus pensamientos al respecto? Sí, habría un castigo para pagar su fechoría.
Sería su justo castigo por su perversa maldad.
*****
‒¡No! ‒gritó Honor, cubriendo su rostro con manos temblorosas. ‒Oh, no, por
favor, Alan. ¡Por favor, te ruego que no lo hagas! ‒se dejó caer en el suelo,
llorando.
‒La tendrás hasta que ella no te necesite más ‒le aseguró con los dientes
apretados. ‒Solo espero que Kit no necesite tu leche durante mucho tiempo.
Considera el privilegio de que no contrate una nodriza. Y, afortunadamente, no
tendrás más hijos y yo tampoco.
‒¡Bestia! ‒gritó, golpeando el suelo con los puños hasta que Alan creyó que iba
a romperse algún hueso. Pero se mantuvo erguido, mirándola con todo el desdén
que pudo reunir. ‒¡Eres una bestia! ‒repitió con un gemido lleno de lágrimas. ‒¡Y
te odio!
‒Sí ‒admitió. ‒Ahora estás diciendo la verdad, esposa. ¿Cómo sabe eso en tu
boca, eh? Apostaría a que tiene un sabor que no conoces. Lo mejor es
acostumbrarse a él, porque si te atrapo en otra falsedad, por pequeña que sea,
puedes estar segura de que no habrá nadie a tu alrededor para escucharte. Ni tu
hija, ni tus doncellas... nadie.
La dejó acurrucada en medio de la habitación, con esos violentos temblores de
su sollozo desgarrando su cordura. Que Dios lo ayude; no debe ceder en esto. Era
su único recurso para hacerle entender lo incorrecto de lo que había hecho. Su
única esperanza de redimirse a sí misma al aferrarse a la verdad en el más allá. Las
lágrimas empañaron su visión cuando reprimió firmemente un deseo de regresar y
ofrecer consuelo. No debía hacerlo.
Honor se levantó después de un rato con las piernas pesándole como si fueran
de plomo. Se lavó la cara, se arregló el vestido y repuso sus trenzas. Con la cabeza
en alto, caminó lentamente hacia el pasillo y hacia la chimenea donde Nan estaba
sentada balanceando a Christiana de un lado a otro.
‒Está dormida, Milady. Todavía no es hora de comer ‒respondió Nan con una
sonrisa.
Honor se inclinó y tomó a su hija de la criada sin decir una palabra más. Luego
paseo sin rumbo fijo por unos momentos antes de tomar un camino sinuoso hacia
las escaleras de la cocina.
Alan luchó con su conciencia todo el día. Ladró órdenes más bruscamente de lo
que su tío Angus alguna vez había hecho con él. Observó a sus tropas, aldeanos y
campesinos, que no estaban acostumbrados a una severa lucha de señores, para
mantener el coraje frente a su furia mientras los ponía a prueba. Los llamaba
debiluchos.
Una y otra vez se aseguró a sí mismo que no tenía otra opción en el asunto de
Honor. Ella merecía llorar. Ella merecía preocuparse. ¿Por qué, entonces, dudaba
de lo que había hecho?
Había prometido llevarse a su hija, su pequeña Kit, a quien amaba más que a su
propia vida. Amarga justicia, concluyó. Honor debería haberlo tenido en cuenta las
consecuencias de sus actos. ¿Acaso Tavish no habría hecho lo mismo si le hubiera
confesado sus mentiras?
‒Diablos ‒maldijo Alan en voz baja. Miró hacia arriba y se dio cuenta de que los
hombres se tambaleaban de cansancio porque había olvidado por completo
detener la práctica de la espada. Arrastraban sus armas de madera en la tierra,
luego las levantaban con embestidas lentas. El sudor corría por sus caras.
Honor no había aparecido para la comida del mediodía. Nada extraño, pensó.
Ella seguramente sentía gran vergüenza ahora que sabía que era una mentirosa. Y
probablemente temía, también, que le quitara al bebé demasiado pronto.
Quizás debería decirle ahora que esperaría un año para hacerlo. O dos. Kit la
necesitaría todo ese tiempo, seguramente. Quizás tres años. Los bebés
prosperaron mejor con sus propias mamás; estaba seguro de eso. Tres años no era
una edad tan avanzada, cuatro podría ser mejor. Quién sabe, para ese momento,
Honor bien podría haber aprendido el valor de la verdad.
La gente podía cambiar. Él lo había hecho y bien rápido. Honor podría ser
diferente si lo intentara. Seguramente ella lo haría, dada la alternativa.
Iría y le diría a Honor eso ahora mismo, para que no estuviera llorando todo el
día. Él le daría un objetivo para trabajar y ella sería más feliz, sabiendo la
recompensa que le esperaba.
Alan odiaba pensar lo mucho que deseaba verla sonreír otra vez. Dirigiéndose a
él sería una sonrisa falsa. Se maldijo a sí mismo por desearlo de todos modos. Tal
vez con el tiempo, podría ser verdadera.
‒Sir Alan ‒gritó Nanette al otro lado del pasillo cuando él entró. ‒Debo hablar
con usted! ¡Ahora!
‒¿Qué quieres decir con que no está aquí? ‒preguntó Alan, con su mirada
corriendo de aquí para allá. Todos dejaron de hacer lo que estaban haciendo y lo
miraron con recelo. Nan miró hacia las escaleras que conducían a las cocinas y
hacia las celdas de abajo.
‒¿Dónde está? ‒luego suspiró fuerte y largo con los labios apretados por la
frustración. ‒Apuesto a que se ha encerrado en una celda, como la de Hume.
Escogiendo su propio castigo para que ceda y no tome...
‒¡No, no lo ha hecho! ‒se quejó Nan mientras tiraba de su manga. ‒¡Se llevó a
Christiana y se fue!
Miró fijamente a la escuálida mujer. Sus ojos oscuros eran como calderos de
brea, turbulentos por la preocupación.
‒¿Se ha ido? ¿Dónde, mujer? ¿A dónde fue? ‒exigió Alan.
Nanette soltó su manga y se retorció las manos. Sus ojos se fijaron en sus
suaves garras blancas, asombrado de que ella se hubiera atrevido a tocarlo.
¿Había conspirado para esconder a Honor y Kit lejos, en algún lugar fuera de su
alcance? Él la estudió con su mirada más temible. ¿Todas las mujeres francesas
eran tan retorcidas como su esposa?
‒¡No sé dónde está ahora! Ella salió poco después de que abandonara el
dormitorio. Justo después del amanecer. Ella tomó al bebé de mis brazos ‒Nan
hizo una pausa, sacudiendo la cabeza con tristeza. ‒Actuó de forma extraña, así
que quise dejarla en paz con sus pensamientos. Todo el día pensé que ella se
había retirado a sus aposentos. Cuando fui a llevarle la cena y a llevarme al bebé
para que descansara, ninguna de ellas estaba por ningún lado. ¡Estoy tan
preocupada! ¿Por qué ella haría esto?
Alan sabía muy bien por qué. Él la cogió por los hombros y la sacudió.
‒Y por el patio. David cree que debe haber escapado por el pasadizo. La puerta
estaba entreabierta y las provisiones habían sido apartadas.
‒¡Qué! ‒tronó Alan, furioso como el infierno. ¡Sólo Dios sabía qué peligros la
asaltarían fuera de aquí! ‒¡David!
‒¿Por qué no me dijiste inmediatamente que ella se había ido, eh? ‒Alan cogió
al tipo por la pechera de su camisa y lo sacudió.
‒¡Nosotros... solo sabemos que no está! ‒tartamudeó David. ‒Ella debió... no,
tuvo que irse cuando vino a las cocinas esta mañana. ¡Ella me engañó y luego...!
‒Morgan, Neil ‒ladró, señalando a dos de los hombres con heridas leves que
aún estaban por el pasillo, recuperándose, ‒coged antorchas y pasad por el túnel.
Si ella está escondida allí, que uno la traiga de vuelta. El otro, que me espere en el
extremo exterior para avisarme. Si ella no está allí, continúa y únete a mí.
Buscaremos pistas y cogeremos antorchas. ¡Muévete! Pronto anochecerá.
Alan salió de la fortaleza y corrió a toda velocidad hacia los establos, gritando
para que se abrieran las puertas a medida que avanzaba. Tenía que encontrarla
antes de que alguien más lo hiciera.
Dios, ¿qué había hecho? La asustó sin sentido, por supuesto y la empujó a
escapar. Debería haber esperado hasta que fuera necesario alejar a Kit de ella para
decírselo. Con un poco de paciencia de su parte, tal vez nunca hubiera tenido que
decirle eso. Maldita sea él por haberla puesto en ese riesgo. Y con un bebé. Y
maldita ella por hacerlo.
Para cuando ensilló su caballo, cinco de los hombres estaban preparando sus
propias monturas para unirse a la búsqueda.
‒Trae dos caballos para Neil y Morgan. Sólo Dios sabe dónde se habrá metido.
‒¿Cree que los hombres de Hume todavía podrían estar cerca, Señor?
‒preguntó uno de los hombres mientras despejaban la puerta.
‒Están camino de la costa ‒declaró Alan con firmeza. Luego agregó en voz baja:
‒Eso espero.
Alan localizó el rastro de Honor inmediatamente a la salida del túnel. Otro par
de pies pequeños la acompañaba. Supuso que se había llevado a una de las
mujeres. En el momento en que Morgan y Neil aparecieron, el grupo de búsqueda
comenzó a seguir su rastro hacia el sur.
‒¡Señor! Señor, ¡espere! ‒gritó el Padre Dennis. Los tacones de sus sandalias
instaban a su pequeña montura a unirse al grupo.
‒¿Ese juglar ha robado a mi esposa? ‒Alan apenas podía creer que el pomposo
pájaro cantante deseara la muerte con tantas ganas.
‒¿Ha podido ir a ver a Ian Gray? Una vez me suplicó que lo matara. Pero si lo
ha hecho, ¿Melior sabría dónde es?
‒Lo haría ‒afirmó el Padre Dennis. ‒Su sustento una vez dependió de conocer
la ubicación de cada torreón con toda seguridad.
Si Honor y Kit hubieran resultado heridas, solo podría culparse a sí mismo por
ello. Había usado su ira y orgullo como armas contra ella y contra la verdad que
debió haber conocido en lo más profundo de su ser. La honestidad había sido la
única constante en su vida. ¿Por qué entonces había amenazado a Honor con
hacer algo que nunca hubiera hecho?
De repente, Alan sintió un poco de alivio al darse cuenta de que Honor tenía
fallos. Solo deseaba que uno de ellos no fuera esta maldita necesidad de
independencia. A pesar de que lo había conseguido una vez, escabullirse por su
cuenta de esta manera podría ser extremadamente peligroso.
*****
‒¡Ah, aquí viene, Milady! ‒cantó Ian Gray, frotándose las manos. ‒¡El noble
Strode! Está más lleno de sí mismo que nadie que haya visto antes. Esto nos
entretendrá mucho mejor que ese pequeño gusano que has traído.
Honor se acercó al borde de la almena. Abrazó a Christiana, que dormía,
mientras miraba a los jinetes que se abrían paso a través del terreno pantanoso.
Dunniegray consistía en solo dos torres unidas por muros derruidos en la parte
delantera y trasera. Un mantenimiento pobre, para estar seguro, apenas lo
suficientemente fuerte como para soportar cualquier ataque determinado por
mucho tiempo. Su única esperanza era que Alan no la encontrara allí, que
descartara la posibilidad de buscar refugio con un hombre al que una vez había
temido. Si Melior no la hubiera seguido y hubiera sugerido que fueran a
Dunniegray, nunca se le habría ocurrido.
Poco sabía él que temía a Alan de Strode por encima del mismo demonio.
‒Oh, no necesitas declararte, Lady Honor ‒dijo Gray con una sonrisa jovial. ‒Sé
lo que hay que hacer. Ve abajo a tus habitaciones, donde estarás más caliente y
cuida a la niña. Tráela y únete a nosotros para cenar en media hora. Y estarás
calladita. Esto se hará a mi manera, ¿de acuerdo?
La cena llegó y Honor no había pensado en nada que pudiera sacarla de este
aprieto. Perder a Christiana la destruiría. Ella supuso que debía implorar
misericordia.
Su marido estaba de pie frente a Gray; una humilde mesa se interponía entre
ellos. Cuando Honor llegó, mantuvo la mirada baja y evitó mirarlo directamente.
‒Siéntate aquí, Milady ‒ordenó Ian cuando Honor llegó. Indicó la silla
toscamente tallada junto a la suya.
‒Entonces, Strode, ¿dices que me pagarás por la dama aquí presente? ‒Honor
sabía que Gray hizo la pregunta para ponerla al corriente de la discusión que
acababan de tener.
‒Si es necesario, sí ‒dijo Alan. Ella casi podía escuchar el sonido de sus dientes
rechinando. ‒Pero si pides rescate por un pariente, te pones en vergüenza, Ian
Gray. Creía que eras de otro modo. Pensaba mejor de ti.
Gray rió alegremente mientras jugaba con su cuchillo para comer, pasando el
pulgar por la hoja.
‒Sí, bueno, muchos han cometido ese error. Pero yo no he dicho que pediría
nada por su liberación. Tú lo ofreciste.
Siglos de fuegos habían humeado esta sala, sus muros de piedra estaban sin cal
ni otro tipo de cobertura. Montones de huesos de innumerables comidas yacían
sobre sus pies, demasiados para que sus perezosos sabuesos los enterraran. Los
juncos estaban pisoteados cerca del polvo. Ningún insecto que se respete
esperaría allí, pensó.
¿Podría ella realmente quedarse aquí? ¿Quería que Alan lo permitiera? Casi
preferiría una paliza. Pero si quería quitarle el bebé a ella, ella se quedaría y lo
haría de buena gana.
‒No hay rescate, primo. Yo la mantendré ‒dijo Ian con un destello de dientes
blancos.
Honor se encogió. Ian Gray podría estar tan bien formado como Alan, pero su
tosquedad hizo que su esposo pareciera un distinguido cortesano en comparación
con él. Aun así, si ella debe quedarse aquí para mantener a Christiana a su lado,
entonces ella lo haría. Gray no la dañaría. No podía hacerla su esposa, aunque
fuera libre, ya que él era padrino de su hija.
‒¡Och, ya lo sé! De todos modos, quería casarme por su riqueza y todo lo que
ella posee ya es tuyo. Bruce quiere que Byelough sea tuyo y debes tenerlo ‒dijo
razonablemente. ‒Es solo lo correcto. Sin embargo, ya que no quieres a la Dama,
la retendré aquí. Se ocupará de la casa y la mantendrá limpia y en buen estado
‒dijo Ian, moviendo las cejas y mirándola. ‒Estoy seguro de que no tienes nada
que objetar a ese respecto ‒arrancó una astilla de cordero grasiento y se lo ofreció
a Honor. Ella educadamente lo rechazó.
Alan hizo una pausa como si considerara el plan de Ian. Cuando respondió,
parecía totalmente a gusto, casi aburrido. Pero Honor se fijaba en la forma en que
su dedo índice golpeaba contra su muslo.
‒Pero no puedes...
‒¡Sí, puedo! ‒exclamó Ian. ‒Puedes llevártela ahora, ya que parece que no
tiene hambre.
‒Mira lo que has hecho ─se burló Ian cuando Christiana empezó a llorar. ─Och,
¡que pulmones! Tómala y vete.
‒No puedo hacer eso ‒argumentó Alan en voz baja, sacudiendo un poco a
Christiana. ‒Mira, el bebé no está muy bien. Ella debe tener su propia madre para
cuidarla. ¿No tienes piedad?
‒No más que tú, al parecer ‒replicó Ian, apretando la pierna de Honor de
nuevo. ¿Otro mensaje silencioso?
‒Una gran fanfarronada para un hombre con seis muchachos fuera de las
paredes y sin armas. Además, ella no está dispuesta a irse y yo no voy a obligarla.
Honor miró a Ian y a Alan y se mordió el labio inferior. Luego inclinó la cabeza y
estudió a su marido por un momento.
Él asintió brevemente.
‒De acuerdo. La niña permanecerá contigo hasta que tenga edad para dejar de
ser amamantada.
‒¡No, no lo harás!
‒¡Sí, juro! ‒casi gritó. ‒¡Puedes conservarla! Y disponer como desees. ¿Estás
satisfecha?
Honor miraba de un hombre a otro. Ian se sentó con los brazos cruzados, la
lengua en la mejilla, las cejas levantadas, cuestionando la situación. Alan parecía a
punto de estallar.
‒No es suficiente, Señor ‒dijo en voz baja. ‒Melior sólo me siguió para
mantenerme a salvo.
‒Vamos, Honor, vámonos de aquí ‒dijo Alan, volviéndose hacia la puerta del
pasillo, seguramente sabiendo que ella lo seguiría, ya que todavía tenía a
Christiana.
‒Está completamente oscuro ahora ‒mencionó Ian. ‒Los dos sois bienvenidos
a pasar la noche.
‒Ni por todo el oro del mundo me quedaría en este infierno ‒dijo Alan sobre su
hombro.
Honor lanzó una sonrisa a Ian a espaldas de Alan. Ella había hecho un amigo al
venir aquí, pensó. Ian Gray era un bribón del peor tipo, un bribón astuto al que
obviamente le encantaban las bromas. Por lo que pudo apreciar, Ian Gray hacía
una broma de cualquier cosa. Sin atreverse a hablar en voz alta, ella le dio las
gracias.
Él asintió y le guiñó un ojo, todavía jugando con su cuchillo para comer. Justo
cuando Alan llegaba a la puerta, la hoja se incrustó en la madera a solo medio
brazo de distancia de su cabeza.
‒¡Vete al infierno, Gray! ‒dijo Alan, tirando del cuchillo de la puerta con su
mano izquierda. Con una mirada penetrante alrededor del pasillo lleno de basura,
agregó: ‒Aunque no puedo pensar que el alojamiento allí sería mucho peor.
Los gritos de júbilo de Ian los siguieron por la puerta y bajaron por los
escalones exteriores de madera hasta el nivel del suelo. Incluso después de que las
sólidas puertas se cerraran detrás de ellos, ella podía escuchar como continuaba
riéndose.
Ella no puso objeciones cuando Alan entregó Christiana al Padre Dennis. Luego
subió a Honor a la silla de su caballo de guerra y montó detrás de ella.
‒Acércame a Kit ‒instruyó al sacerdote. Alan colocó a su bebé en su regazo y
las envolvió a ambas entre sus brazos que los sentía como tallados en roble.
De camino a casa, Honor se preguntó si Alan alguna vez se ablandaría otra vez.
¿Alguna vez la abrazaría como lo había hecho antes y sería el amante tierno que
ella había llegado a conocer? Tal vez no, pero sabía que podía confiar en su
promesa de no quitarle a Christiana ni dañar a Melior.
Ahora él, tal como su padre lo había hecho una vez, dirigía su vida, controlaba
la disposición de su cuerpo, sus posesiones y su futuro. Nunca más se sentiría
dueña de su propio destino.
Pero al menos Honor había ganado algo que nunca pensó tener. Podía decidir
con quien se casaría Christiana cuando tuviera edad para hacerlo. Su hija nunca
tendría que mentir, robar y seducir a un rescatador para evitar un matrimonio
temido como lo había hecho Honor.
Ella consideró que era una gran victoria para una mujer.
Capítulo 15
Qué suave era, qué delicado y perfecto el cuerpo que descansaba tan
confiadamente contra el suyo. Alan deseó poder enterrar su nariz en su pelo y
respirar su dulce aroma, pero el orgullo se lo impidió. Así pues, su propio sudor, el
del caballo y el olor de la tela negra de Kit, llenaron completamente su agudo
sentido del olfato.
Honor no había pronunciado una palabra desde que salieron de casa de Ian.
Alan sabía que su esposa temía lo que haría cuando llegaran a casa. Era extraño
que ella no hubiera pensado en protegerse haciendo que jurara que no la iba a
castigar. ¿Creía que se lo merecía?
Alan creía que ella necesitaba un castigo. Nada realmente hiriente, por
supuesto, pero sí algo para evitar que volviera a hacer otra tontería. Decidió que
era bueno que se preocupara algo más. Eso en sí mismo debería servir como un
castigo apropiado. Su brazo se apretó alrededor de su cintura. Ella aún no
necesitaba saber que era el deseo lo que lo impulsaba. Era eso, sumado al alivio de
que su esposa no hubiera muerto en el pantano.
Atravesaron las puertas de Byelough, donde casi todos los habitantes del
castillo y un buen número de personas del pueblo los saludaron con vítores y
aclamaciones. Una de las sirvientas de Honor se acercó a la niña en el momento
en que Alan detuvo su montura.
Él bajó primero y tan pronto como puso a Honor en el suelo, una multitud la
rodeó. La llevaron lejos de Alan tan rápido que no tuvo oportunidad de protestar.
Proteger a su Dama hablaba bien de su gente, aunque su propósito fuera
protegerla de él. Alan sonrió con ironía y negó con la cabeza. Honor era astuta y
calculadora pero despertaba el amor de todos a su alrededor.
Incluso Ian Gray había sido golpeado por su encanto. Eso produjo una punzada
de celos en Alan. Pero también alivió algo de su angustia porque lo había
engañado tan rotundamente con sus inocentes sonrisas a la perfección. Honor
podría considerar a Alan como un tonto, pero al menos, no era el único.
Pensar en tontos hizo que recordara a Melior. Debería clavar la cabeza de ese
juglar en una pica. Melior, sabiamente, se había quedado en Dunniegray por el
momento. Probablemente, volvería cuando Ian le asegurara que Alan había jurado
no matarlo. Honor había engañado a ese tonto en particular para que hiciera su
voluntad por segunda vez.
Honor, por las buenas o por las malas, había arrastrado a Melior y al Padre
Dennis fuera de la comodidad de la casa de su padre. Luego había seducido a
Tavish con palabras de amor y falsos contratos matrimoniales. Encandilar a un tipo
poco mundano como él no debió suponer un desafío, pensó Alan. Después, Ian
había aparecido como un dulce para ella. Un montón de paletos y él, el mayor de
todos ellos. La ira que le quedaba se fue disipando cuando Honor empezó a estar
de mejor humor.
‒Debería ordenar que todos usemos traje de bufón ‒murmuró Alan, riendo
para sí mismo.
‒Cascabeles ‒explicó Alan con una sonrisa. ‒Deberíamos llevar gorros con
cascabeles.
‒Ah ‒dijo el sacerdote, juntando las manos detrás de él, con la cabeza inclinada
en sus pensamientos. ‒¿Cree que tenemos que entretener a nuestra Señora,
Milord?
Alan se rió.
‒No dudo que estuvo bien entretenida esta noche, con o sin cascabeles. Ha
sido una buena comedia. Deberías haber escuchado a Gray cacareando mientras
nos marchábamos.
‒En eso voy a tener ventaja ‒dijo Alan con una sonrisa irónica. ‒Lady Honor ya
me ha puesto de rodillas.
‒No puede usar una vara más gruesa que esta contra ella ‒anunció cuando él y
el sacerdote entraron. Ella le acercó una vara de cedro. ‒¡Hazlo y le denunciaré
por crueldad! ¡Conozco la ley!
‒Demasiado delgada ‒juzgó. ‒Será mejor que me traigas otra más adecuada.
Morgan saltó.
‒Oh, bueno, ahora podemos estar tranquilos ‒comentó Alan con sarcasmo.
Dejó la jarra y tomó la vara que Nan le había devuelto a sus manos otra vez.
Lentamente, caminó hacia la habitación donde se había encontrado por primera
vez con Honor.
Lo único bueno que había obtenido de todo eso era que ya no necesitaba
mantener los aburridos intentos de parecer un perfecto caballero. Ella podría
soportarlo tal y como era. Un suspiro de desánimo se le escapó cuando empujó la
puerta.
Honor estaba lista para lo que iba a ocurrir, ya fuera un sermón o unos azotes.
Su barbilla se alzó cuando notó la gruesa vara que había doblado entre sus manos.
Sus dedos la apretaban con fuerza poniendo blancos sus nudillos.
‒¿Dónde está Kit? ‒preguntó. Alan no había pensado que ella se separaría del
bebé por ninguna razón, al menos por un tiempo.
‒Con Lady Janet ‒explicó Honor. ‒No quería que ella presenciara... ninguna
escena desagradable.
Alan notó el pequeño caldero colgado sobre el fuego, lleno de agua caliente.
Otro cubo frío esperaba su turno. La bañera ya estaba lista. Honor ya había
tomado uno. Estaba todo preparado para él.
Sin decir una palabra, dejó la vara a un lado y comenzó a quitarse la ropa.
Bueno, eso era poco probable a menos que él forzara la situación. Alan sabía
que podría hacerlo y que Honor no pondría ninguna pega. Su esposa no se
atrevería a rechazarlo después de todo lo que ella le había hecho pasar esta
noche. Pero todavía sentía un poco de ira contra ella como para comportarse
como un amante tierno.
Alan la miró gatear a través de su baúl de suministros lleno del botín inglés. Le
gustaba el hecho de que ella reaccionara tan rápido. Trataba de hacer las paces. Sí,
él podría lidiar con eso.
‒Trae un trozo más grande de lino para secarme, por favor ‒agregó. Arrancó
una de la pila en el taburete cercano y la dejó caer lo más cerca posible de la
mano.
La espuma goteaba por su frente y caía sobre su rostro. Lo frotó con una mano
húmeda, empeorando las cosas. Ella había cumplido hasta el momento con todo
lo que él le había dicho que hiciera. Alan podría acostumbrarse a esto.
Por fin lo entendió. Un hombre necesitaba tener una mano firme, pero amable.
Honor sólo había necesitado que la encaminasen. El problema era que había
estado demasiado asombrado por ella para hacerlo. Sin embargo, eso se acabó. Ya
no había motivos para que la adorara. Él podía ser malo; ella también.
Pensó con nostalgia en la vara que Nan le había dado, aun sabiendo que nunca
podría usarlo.
‒¡Vete a la cama! ‒ladró, no queriendo que ella lo viera aún erguido y listo a
pesar del chorro de agua fría. Ella pensaría que tenía una voluntad débil si se
levantaba de la bañera, feliz como una cabra y no actuaba en consecuencia. Y él
no actuaría en consecuencia, se dijo a sí mismo con firmeza. No esta noche.
Sin embargo, Alan sabía que no debía seguir sus instintos. Su corazón se
ablandaría hacia ella una vez que la tomara entre sus brazos. Le daría todo lo que
ella le pidiera, haría lo que quisiera, perdonaría sus peores pecados. Tentador,
pero no era algo que debiera hacer en este momento. Honor necesitaba disciplina,
para que supiera quién mandaba allí.
Tiró la toalla y se metió en la cama junto a ella. Esto no iba a ser fácil, dormir
aquí sin exigir sus derechos... pero se las arreglaría.
Alguien podría pasar una buena noche, pensó Alan con un gemido interno
mientras apagaba las velas junto a la cama. Pero tan seguro como el infierno que
no sería él.
*****
Honor deslizó con cuidado las piernas sobre el borde de la cama y se sentó. El
colchón crujió suavemente y contuvo el aliento. Ella había pensado que nunca se
dormiría.
Durante lo que parecieron horas, ella yació allí, sin apenas atreverse a respirar.
Le dolían los pechos por no darle de comer a la niña. Le dolían las piernas de
caminar hasta Dunniegray y luego volver a casa en el caballo de Alan. Los
músculos de sus brazos estaban doloridos por llevar a Christiana. Y su corazón le
dolía por todo lo que podría haber sido y nunca sería.
¿Por qué tenía un temperamento tan salvaje? Podía imaginar cómo hubiera
reaccionado el Conde de Trouville si fuera su marido. Ella ya estaría muerta y
enterrada.
De momento, iría a ver a Christiana y le daría de comer. Eso le proporcionaría
algo de alivio.
Ella daría por bueno cualquier castigo que Alan quisiera ponerle, ya que no
tenía otro lugar adonde ir. No podía volver a casa de su padre. A pesar de que
Hume estaba aquí ahora, Alan tendría que liberarlo en algún momento y ella
estaría de nuevo en el punto de partida, igual que hacía un año. No podía huir de
nuevo a casa de Ian Gray. Alan ya había amenazado con matarlo por darle refugio.
No quería que recayera sobre su conciencia la muerte de ese hombre que,
después de todo, la había tratado con mucha amabilidad.
Además de todo eso, Honor sentía que ese era su hogar y quería estar aquí.
Alan de Strode nunca podría amarla de nuevo. Incluso tal vez, Alan no le pondría
ningún castigo, pero la trataría con indiferencia. No era lo que quería, pero era
más de lo que hubiera podido esperar de cualquier otro hombre.
Honor asintió.
‒No lo entiendes, esposo ‒dijo en voz baja. ‒Descubrí tus juegos justo cuando
había empezado a confiar en ti; admito que eso me enfadó. Sin embargo...
‒¿Juegos, Honor?
‒Pero quiero que sepas que el hecho de que me fuera no tuvo nada que ver
con eso, ni siquiera con el odio que sentiste por mí. He vivido con odio antes y
puedo volver a hacerlo. Solo me fui para evitar que Christiana sufriera
exactamente lo que una vez sufriste tú, la separación de un niño de su madre.
Haría cualquier cosa... cualquier cosa para mantenerla a mi lado.
Ella continuó.
‒¿Cómo podría creer eso? Has mentido antes, Honor. Mi madre me mintió
cuando dijo que volvería por mí. Mi padre mintió cuando prometió que podría
quedarse conmigo en las Highlands. Y tú no fuiste honesta con tu padre, ni con
Tavish, ni conmigo.
‒El precio de la honestidad era demasiado alto ‒dijo con tristeza. ‒Vigílame, si
quieres. No confíes en mí y despréciame, ya que no soy perfecta para ti. Pero
quiero que sepas que dadas las circunstancias y pese al castigo que me espera,
volvería a hacer lo mismo si eso hiciera que no perdiera a Christiana.
Cuando Honor regresó, Alan había colocado las almohadas para ella y sostenía
al bebé mientras ella se acomodaba para alimentarla. Observó el procedimiento
sin hacer ningún comentario, con una expresión suave en su rostro.
Cuando Honor terminó, Alan cogió a la niña y la colocó contra su hombro
desnudo mientras Honor se acomodaba la ropa.
‒Gracias ‒murmuró una vez que puso a la niña dormida en su cuna, cerca de la
chimenea.
‒Confío en que se convertirá en una persona mejor que yo ‒dijo Honor con
ironía. ‒Y rezaré para que nunca tenga motivos para hacer lo que hice yo.
‒Desearía poder entender por qué hiciste lo que hiciste ‒admitió Alan con un
suspiro. Tapó a Christiana y le dio unas suaves palmaditas. Luego volvió a la cama,
se recostó contra el grueso almohadón, con las manos enlazadas detrás de la
cabeza.
Honor vio a Alan receptivo, así que se sintió lo suficientemente cómoda como
para intentar explicárselo.
‒Mi padre creó una situación insostenible que intenté evitar. Evité el
matrimonio tanto como pude. Cuando llegó el momento, pensé en Tavish, recordé
su propuesta e hice mis planes. Casarse con el Conde de Trouville podría haber
significado mi muerte y tuve miedo. Ese hombre ha enterrado a dos jóvenes
esposas. No tenía ningún deseo de ser la tercera.
Honor se preguntó qué más podría decirle. Seguramente él sabía por qué lo
había hecho.
‒Si le hubieras contado a Tav tus razones, sin duda habría movido cielo y tierra
para salvarte ese destino. Él te amaba.
‒Fue algo más que gratitud. Me preocupaba mi esposo, quería que él fuera
feliz, esperaba su regreso ‒dijo Honor con sinceridad, sintiendo las lágrimas en su
rostro. ‒Y lloré mucho por él, Alan. Era mi amigo.
‒Pero no lo amabas.
Ella pensó mucho sobre su petición. ¿Se atrevería a hacerlo, sabiendo que
podría necesitar mentir de nuevo? Pero de alguna manera, sabía que no podría
mentirle a Alan de nuevo, fuera cual fuera el motivo.
‒Júralo por Kit ‒exigió en voz baja, girándose para mirar a la niña a la débil luz
arrojada por el fuego.
‒Sí ‒admitió.
‒¿Estás diciendo la verdad? Recuerda que lo has jurado por el alma de tu hija.
‒¿Por qué?
‒Sí.
Soltó el aliento que estaba conteniendo sin darse cuenta entre los dientes
apretados.
‒No tienes ningún motivo para amarme o incluso para decir que lo haces ‒dijo
con un resto de acusación en sus palabras.
‒Pero tenía todas las razones para amar a Tavish y decírselo ‒respondió ella.
‒Hay una diferencia, Alan.
Su lengua chocó contra sus dientes y se cubrió los ojos con una mano.
‒¡Si crees que podría dormir después de esta conversación, es que debes estar
enojado!
‒¡Oh, lo hiciste! Una y otra vez ‒dijo, ganando valor. ‒No he recibido
educación en absoluto, dijiste. Entonces, ¿cómo es que tu francés es tan perfecto?
‒¿El Padre Dennis te enseñó? ‒bufó Honor poniendo los ojos en blanco. ‒¿En
menos de tres meses? ¡Me tomas por tonta si piensas que voy a creer eso, Alan el
Verdadero!
‒No, no aprendí muchas cosas. Algunas frases solamente. Pero repetía en voz
alta lo que me susurraba en la almena. Ahí fue donde lo oíste, ¿eh?
‒Tu propio padre me dijo que podías hablar francés, Alan. Sin mencionar el
latín e incluso un poco de italiano. Explícalo, si puedes ‒exigió, cruzándose de
brazos.
‒¡Eso mismo me pregunto yo! ‒dijo ella. ‒¿Ves por qué me resulta tan difícil
disculparme? Adam dijo que también podías leer. Y escribir. Sé que es verdad. ¡Te
vi escribir en nuestro matrimonio!
‒Solamente mi nombre. Aprendí eso siendo muy niño, antes de irme de casa.
Lo escribía en la tierra muy a menudo, para no olvidarlo.
‒¡Oh, claro!
‒¡Es verdad, Honor! ‒suspiró y se pasó una mano por el pelo. ‒He aprendido a
leer un poco con el Padre Dennis desde que llegué a Byelough. No lo hago tan bien
como me gustaría ni tan bien como lo haré.
‒Preguntaremos a tu padre.
‒¿Por qué no? Ese hombre te hizo creer que traicioné a Tavish, a ti misma y a
toda tu gente. ¿No debería despertarlo y hacerle responder? ‒sus cejas se
arrugaron aún más. ‒¿O tal vez no deseas que se retracte? Si yo soy culpable, esto
disminuye tu propia culpa. ¿No es así?
‒Escúchame, Honor. Te juro por todo lo más sagrado que no podía leer cuando
llegué aquí. Ni escribir. Sólo mi nombre. Francés, salvo algunas frases que no son
aptas para los oídos de una mujer, no podía hablar ni entender. En cuanto al latín
o ¿qué era, italiano? No sé nada de eso. ¿Dónde habría aprendido? ¿Para qué?
Honor lo sabía. En su corazón, ella lo sabía, pero aún no quería admitir que
Alan era una persona mucho mejor que ella. Pero ese juramento que ella acaba de
hacer, no volver a mentirle jamás, impidió cualquier otra pretensión de
culpabilidad. Ella lo había juzgado mal.
‒Cuando eras un niño, antes de irte a las Highlands, ¿estudiaste con tu padre?
‒Sí, no es tan difícil ‒sonrió mientras pasaba un dedo por sus labios. ‒Veo lo
que estás diciendo. Y creí que era muy astuto al comprender todo tan
rápidamente.
‒¿Cuándo?
‒Cuando permití que Tavish creyera que podía leer lo que te había escrito ‒dijo
en voz baja. ‒Lo confesé en nuestra boda, si lo recuerdas. Una mentira de omisión.
Honor sabía ahora que la confesión le había costado mucho en ese momento.
Alan probablemente estaba preocupado por eso desde que sucedió.
Continuó:
‒Tav estaba muriendo, Honor. Se encontraba muy débil, casi no podía hablar.
No podía leer lo que había puesto en el pergamino, pero necesitaba mi opinión.
Dije que era un consejo valiente y que me gustaría que lo siguieras.
‒No, no es así ‒declaró. ‒Haber podido leer cada palabra, Honor, no habría
cambiado nada. ¿Te arrepientes? ¿De nuestro matrimonio?
‒Supongo que soy culpable de engañar de vez en cuando. Tu padre pensó que
quería golpearlo y le dejé que se angustiara con esa idea.
‒Oh, eso lo dije en serio. ¡Lo habría hecho si sus hombres no hubieran huido!
‒declaró Alan.
‒Absolutamente no.
‒Fue por miedo ‒reconoció. ‒Lo sé. Pero debemos enfrentar nuestros miedos,
Honor. Debemos enfrentarlos armados con la verdad. Esa es la única manera.
‒Ah ‒dijo, suspirando. ‒Debería haberme casado con el Conde, entonces. Deja
que haga lo que quiera, tal vez me mate como lo había hecho con sus otras
esposas. Debería haberlo enfrentado sin otra defensa que el hecho honesto de
que temía por mi vida.
Alan no dijo nada, lo que para Honor significaba que estaba de acuerdo.
‒Eres un idiota, Alan de Strode ‒dijo en voz baja. ‒Ahí tienes una verdad. Que
duermas bien.
Honor se alejó de él y cerró los ojos. Ella había dicho lo que tenía que decir,
ahora podía dormir.
Capítulo 16
Pero no creía que Dairmid Hume mereciera morir. No por hacer exactamente
lo que el hombre creía que tenía que hacer. Adam temía que Alan permitiera que
el amor por su esposa lo inclinara a matarlo y más tarde lamentara la acción.
Adam sabía que tenía que evitar que eso sucediera.
Maldito fuera el pícaro, también, por esconder todas las cartas que Adam le
había enviado a su hijo y por responder que el enojado joven Alan no quería saber
nada más de sus padres. Adam también se culpaba a sí mismo. En lugar de
respetar los supuestos deseos del joven; debería haberse arriesgado a un viaje a
las Highlands para ver qué era lo que estaba sucediendo. El pobre muchacho debía
haberse sentido abandonado después de meses sin noticias de su hogar. Entonces
los meses se transformaron en años.
Adam se sacudió su enojo con Angus y su propio orgullo. Debía dejar todo de
lado de momento hasta que resolviera este problema con Hume.
Alan dijo que el sacerdote le estaba enseñando lo que necesitaba saber. Aun
así, había otras cosas además de la lectura, la escritura y el francés que debía
aprender. Como la prudencia, por ejemplo.
Nadie podría haber esperado que Angus le enseñara eso a Alan, por supuesto.
El tonto ni siquiera conocía el significado de esa palabra y mucho menos entendía
el concepto. Alan probablemente le cortaría la cabeza a Hume por capricho. Eso es
ciertamente lo que el viejo Angus hubiera hecho.
Adam pensó que el chico ya había superado su ataque de ira. Al menos había
dejado de pronunciar sus palabras.
─¿Por qué no hablas con el hombre otra vez? Averigua qué hará si lo liberas.
Sin duda, su soledad lo habrá suavizado un poco, ¿no crees? ‒sugirió Adam.
‒Oh, sé muy bien lo que hará. Irá directamente a casa y formará otro ejército
para unirlo al que enviamos de vuelta. Probablemente convenza a su amigo, ese
Conde, para que lo acompañe. Tendríamos un ejército en las puertas o en el túnel
dentro de un mes. No estarás sugiriendo que lo deje libre, ¿verdad?
‒No, pero tal vez puedas hacer las paces; de alguna manera razonar con él para
que tu matrimonio no se resienta y explicarle el asunto al Conde de Trouville.
‒¿Todavía?
Alan se rió.
‒Sí, lo sé. Esperaré al menos hasta que Hume le informe lo que está
sucediendo en la corte francesa. Entonces veremos.
‒Cada hombre aprende del ejemplo de su propio padre, Alan. Gracias a Dios no
tengo hijas, ni tuve padre. Aunque escapé de esa lección por casualidad, he visto
lo suficiente a mí alrededor para saber que es la forma habitual de hacer las cosas.
Los padres organizan casamientos para sus hijas y los hacen cumplir. Tú sólo
estabas muy alejado de tu familia normal, no te das cuenta...
‒Me he disculpado, hijo. ¿Cómo iba a saber que Angus abusaría del honor de
criarte? Tu madre pensó...
‒Mi madre me abandonó. Sabiendo cómo era su hermano, ella me dejó allí,
papá. Igual que tú.
‒Lo sé ‒Adam se pasó una mano por la barba y luego tomó su cerveza.
‒Desearía poder compensártelo, todo lo que sufriste. Es mi culpa. Y de tu madre
también. La guerra era inminente, las escaramuzas fronterizas eran constantes.
Ella sabía que estarías a salvo en el norte; temía que me mataran.
‒Ella amaba más a su esposo. Supongo que no puedo culparla por eso.
‒No, no deberías. Sé que amas a la hija de Honor como si fuera tuya. ¿No
pondrías a Christiana en un lugar fuera de peligro y te apresurarías a unirte a tu
esposa si estuviera en peligro de muerte?
‒Entonces, si digo que os perdono a los dos, ¿podemos dejar este tema? Estoy
cansado de esto.
‒Y no debe ver ni hablar con Honor bajo ninguna circunstancia. No dejaré que
la moleste ese viejo.
Adam asintió. Pensó largo y tendido sobre lo que le diría a Hume. ¿Cómo sería
posible cambiar una actitud tan arraigada hacia las mujeres? Lo mejor era ver
primero si su reclusión lo había convertido en un hombre más dócil.
*****
Honor vio a Alan salir de la sala. Los hombres que holgazaneaban alrededor de
las mesas lo siguieron, gimiendo el uno al otro de buena manera. Es hora de
practicar armas, pensó, agradecida de que Alan no hubiera elegido ejercitarse de
otra manera.
Ella se fijó cómo mantuvo esa vara de cedro a mano en el cuarto la noche
anterior. Era extraño que no la hubiera usado, dada su conducta. Ella lo había
provocado más allá de lo que cualquier persona con la mente en su sitio debería
haber hecho.
Honor vio a su suegro bajar las escaleras hacia las cocinas. ¿Qué estaba
pasando? Momentos después, el guardia que generalmente se ocupaba de la
celda improvisada de su padre se acercó, estirando los brazos por encima de su
cabeza y bostezando. Seguramente Alan no había encargado la labor de guardián
a su padre. El hombre era un invitado, por el amor de Dios. Honor bajó para
disculparse hasta que Alan pudiera arreglar las cosas y asignarle a alguien más.
Justo entonces notó que la puerta de la celda de su padre estaba abierta. ¿Lo
había liberado el padre de Alan? Seguramente no. Cuando Honor se acercó
cautelosamente, escuchó voces y se detuvo justo fuera, cuidando de que no la
vieran. ¿Qué estaba haciendo Lord Adam?
‒Eres su prisionero.
Adam se rió.
‒No, pero lo haré. Pagará por esta parodia, ¡recuerda mis palabras!
‒Ah, pero luego organizaste una unión muy rentable para ella, ¿no es así?
‒Sí ‒dijo su padre, sonando herido. ‒El amigo del hombre del Rey, un primo
lejano, de hecho. Viudo, rico... Debería haber sido una buena unión. Siendo un
favorito real, no debería haberse negado. Pero lo hizo. La ladrona tomó los
mismos documentos que la comprometían, probablemente sobornó a mi
sacerdote para que la siguiera y se escabulló en la noche. ¡Me llevó un año
encontrarla!
‒Ah, pero ¿cuántas mujeres conoces con tanto coraje, Hume? Dime, ¿su madre
también es así?
‒Su madre es una esposa obediente, una buena mujer que conocía su lugar. La
pobre Therese está muy impresionada por todo esto. Si ella no me hubiera
necesitado tanto, habría encontrado a nuestra malvada descendencia antes.
Honor sonrió tapándose la boca con la mano. Ella conocía bien el propósito del
apego de su madre. Nadie podía fingir impotencia mejor que Lady Therese.
‒¡Su arrojo, por supuesto! ¡Esa fortaleza audaz! ‒dijo Adam. ‒Hume, qué
afortunado me siento de que compartamos una hija así. Por Dios, qué cuerpo
tiene esa chica, ¿eh? ¡Te dará buenos nietos!
‒Ahora, ahora, es solo tu orgullo el que está sufriendo hombre ‒dijo Adam. ‒La
semilla de ese francés pudo haber debilitado tu descendencia si Honor se hubiera
conformado con él. ¿No lo ves, Hume? ¡El destino hizo el resto! Envió a mi hijo
aquí, con Honor. ¡Para que juntos, hagan que todo esté lleno de muchachos
valientes y muchachas lindas!
‒Una vez lo fui. Fue un error que cometí entonces, Strode. Un gran error en el
juicio. Cuando era niña, Honor se salió con la suya y yo la dejé. Ella se convirtió en
una mujer voluntariosa, una que necesitaba mano firme. Honor me ha desafiado
en este asunto de su matrimonio y eso no debe quedar impune.
‒¿Y por qué no? ‒preguntó Adam. ‒¿Prefieres tener ese placer tú mismo?
‒¿Placer? ¡No es un placer pegar con una vara a tu propio hijo! ¡Seguramente
tú ya lo sabes!
‒Por eso siembra el terror allá donde va, ese hijo tuyo. Mal educado como un
campesino bicéfalo. ¡Y suena igual, también!
Adam gruñó.
‒¡Si vas a insultar a mi hijo, ahí te quedas y que tengas un buen día!
‒¡Espera! ‒le ordenó su padre a Adam. ‒¿Podría... podría ver al bebé? ‒cuando
Adam no dijo nada, su padre agregó: ‒¿Solo una vez?
‒Oh, sí, parece un hada ‒declaró Adam con una sonrisa en su voz. ─¡Hará girar
más de una cabeza!
‒Él es mucho más amable con Kit de lo que tú fuiste con los tuyos ‒dijo Adam.
‒Piensa en eso, Hume.
‒Un momento más... ─dijo el padre, con una súplica reacia. ‒Cuando venga el
Conde...
‒¿Sí?
‒¿Él representa una gran amenaza? ‒preguntó Adam con voz preocupada.
‒Es un bastardo vengativo que no se detendrá ante nada para obtener lo que
quiere. A menos que se doblegue a su voluntad, cosa que seguramente no hará,
me temo que la matará. O bien, matará a lo que ella más quiera.
Strode se burló.
‒¿Y hubieras casado a tu única hija con un hombre así, Hume? ¿Cómo
demonios podrías siquiera considerar tal cosa?
‒No tuve elección ‒su padre casi susurró las palabras. ‒Si no hubiera ido de
buena gana, convenciéndola, habría ido obligada. Eso podría haber significado su
muerte.
‒No, claro que no. Conozco un convento donde nunca la habría encontrado.
Quise dejarla allí antes de llegar a casa y decirle al hombre que ella había muerto.
‒No es que hubiera alterado el resultado, pero ¿por qué no lo dijiste tanto
cuando viniste? ‒preguntó Sir Adam.
‒Porque alguno de mis hombres más tarde podría haber comunicado mis
planes a Trouville. Mira, solo soy un escocés, sin poder en Francia, salvo mi ingenio
y riqueza. Él tiene la confianza y el parentesco del Rey. Dile a ese hijo tuyo, que
tenga cuidado con este hombre, porque él vendrá por ella con todo lo que tiene.
Incluso entonces admitió para sí misma que él no había desatado toda su ira
sobre ella. Si lo hubiera hecho, los golpes podrían haber sido terribles. Honor
había supuesto en ese momento que no la quería demasiado dañada para
venderla en matrimonio.
Muchas veces cuando ella se había rebelado contra él, su padre no la golpeaba,
sino que simplemente la encerraba, al igual que Alan le había hecho a él ahora.
Solo que en un lugar más pequeño e incómodo. Y sin comida; qué hombre cruel,
no debería estar así, incluso si creyera que tenía razones para tenerlo sin alimento.
Incluso aunque pensara que podía salvarla de este modo.
Ella notó que Alan había dejado atrás sus esfuerzos anteriores para
complacerla. Había renunciado a su cuidadosa pronunciación en favor de su forma
natural de hablar. Se volvió a vestir como a él le gustaba, generalmente luciendo el
atuendo de las Highlands. Ya no le decía bonitos cumplidos en la mesa. ¿Creyó por
un momento que le gustaba más ese tipo correcto y cortesano? La idea hizo que
Honor sacudiera la cabeza.
Honor deseaba más que nada en el mundo que apareciera de nuevo siendo el
Alan que ella conoció por primera vez. Echaba de menos las cálidas sonrisas y la
risa siempre dispuesta, su ternura y su bulliciosa sensación de diversión. ¿Lo había
convertido ella en este caballero rudo que era ahora? Y si era así, ¿podría reparar
su error?
*****
Una semana más tarde, Alan ya estaba harto; nunca se había sentido tan
incómodo como con el tema de la honestidad con Honor. Aunque estaba aliviado
de que ella se sintiera lo suficientemente segura con él como para intentar una
suave broma, no quería que se tomara a la ligera algo tan serio.
‒Ni siquiera puedes ver mis pies ahora, Honor. Llevo botas.
‒Pero yo los he visto. Y son feos ‒declaró con un gesto. ‒Quitarían el apetito
de la gente, esos pies tuyos.
‒¡Chist! ¡Cierra la boca y cómete la cena! ‒Alan luchó contra la risa que
amenazaba con arruinar su reprimenda. Esa pícara. Debía saber muy bien que él
se lo había perdonado todo. De lo contrario, Honor no se estaría comportando así.
Todo lo que realmente quería hacer era ceder ante eso, luego arrojarla sobre
su hombro, darle una palmada en el trasero y llevarla a su cama.
Pero él no se había acercado a ella como esposo en todo ese tiempo. Eso sería
señal de perdón total por su parte, una admisión de que había reaccionado de
forma exagerada y había llevado el castigo demasiado lejos. Alan no podía decir
por qué se había resistido. Orgullo, supuso. Tal vez un poquito de ira.
‒Imposible. ¿Cómo debo comer con la boca cerrada? ‒preguntó Honor con su
sonrisa más dulce.
Alan ignoró lo que Honor acababa de decir. Ella le dio un momento de respiro
mientras lavaba sus dedos, los enjugaba con un trapo y luego probaba su comida.
Luego ella frunció el ceño.
‒Ah, esta carne de venado está poco hecha. Y la remolacha tiene un sabor
bastante terroso, ¿no es así? Se lo diré al cocinero ‒dijo y comenzó a levantarse.
‒Pero...
Bueno, comenzó como apresurado. Sus labios, todavía abiertos por la sorpresa,
se derritieron bajo su mirada como el azúcar. Y sabía igual. Qué dulce, pensó; su
mente cambiaba de leve placer a oscuras imaginaciones. Se besaron
incesantemente, hurgando profundamente en esa calidez y dulzura de seda.
Solo cuando las risas de satisfacción de Janet le acariciaron los oídos, Alan
recordó que él y Honor estaban sentados a la mesa, compartiendo una comida con
un salón lleno de gente. De mala gana, él se alejó de Honor.
‒Ah, ah, ¡ah! ‒dijo, con las cejas levantadas en señal de advertencia.
‒Solo iba a decir que tu disciplina tiene unos métodos muy extraños, Señor. No
es una gran disuasión, tu amenaza ‒sus labios se crisparon como si sofocara una
sonrisa real. El impulso de cubrirlos con los suyos otra vez casi superó su buen
sentido.
Él sabía muy bien que la había excitado. Ese brillo plateado en sus ojos se lo
decía claramente. Además de hacer bromas sobre sus métodos, Alan todavía no
estaba seguro de qué final tenía en mente. Tal vez debería terminar él mismo.
‒Sí ‒dijo con una sonrisa. ‒Lo estoy haciendo. ¿Está funcionando?
‒Lo suficiente como para interrumpir la cena y aún faltan dos platos ─admitió
audazmente, con la intención de ruborizar a su mujer. Diablos, o a él. ‒¿Deseas ir a
la cama? Solo dilo.
‒Sí ‒respondió ella, mirándolo directamente a los ojos con aire satisfecho
¿Era eso verdad? Si era así, había pensado en hacer que se sentara a la mesa y
que sufriera durante la comida.
‒Sin duda ‒estuvo de acuerdo. ‒Pero encantadoras, sin duda. ¡Yo hago lo que
quiero! Así que ya ves, ni los pestañeos ni los besos con lengua influyen en mi
voluntad ni siquiera un poco.
Honor lo observó con una mirada azul grisácea que de ninguna manera
coincidía con sus labios en los que ella dibujó una sonrisa.
‒Cómo si no, podrías hacer que girara con sólo mover un dedo y cómo si no,
podría dejarme dominar por tu cuerpo. Podrías hacerme jurar que la oscuridad es
luz, que el acero es oro... Podrías persuadirme para hacer cualquier cosa que
desees.
‒¿Podría hacer todo eso? ‒preguntó con una pequeña risa.
‒Sí y más ‒le aseguró enojado. ‒A ningún hombre le gusta que lo usen de esa
manera, Honor. Me gustaría que me amaras por mí mismo, no que intercambiaras
favores a cambio de todo lo que podría hacer yo por ti.
‒Ah, ya veo ‒dijo. ‒¿Y nunca aceptarás que te ame, sin importar lo que haga o
diga?
Alan negó con la cabeza, todavía sin atreverse a mirarla. Sin atreverse a
creerlo.
‒Ah. Supongo que ahora debo rendirme y ofrecerte algo grandioso por esa
declaración tan generosa. ¿Qué es lo que deseas que haga ahora? ‒preguntó Alan,
cansado.
‒Te pido que te vayas antes de que te pegue ‒dijo en voz baja, dándole la
espalda.
Ella se giró.
‒¡Quiero un matrimonio real! ¡Quiero paz entre nosotros! ¡Quiero que dejes
de tratarme como algo sucio que no puedes soportar tocar!
‒Oh, creo que podría soportar tocarte ‒dijo y puso su mano sobre su pecho
izquierdo.
‒¡Bien, demonios! ‒dio un paso atrás, furioso. ‒¿Cómo puedes decir todo eso y
luego...?
‒¡Tú mandas! ‒gritó y se dirigió hacia la puerta. ‒Te ruego me avises cuando
decidas que haya paz entre nosotros ‒cerró la puerta con fuerza, deleitándose con
la explosión satisfactoria.
Luego levantó la vista. Toda la gente del castillo estaba sentada, tal y como los
habían dejado, con las bocas abiertas y los ojos puestos con atención en el
dormitorio.
‒Os deseo buenas noches ‒gruñó al dejar su silla. Nadie dijo una palabra.
‒Mujer tonta. Piensas en burlarte de mí, ¿verdad? Ya lo has hecho ‒se dijo a sí
mismo. Superaría la vergüenza. No es que le importara demasiado lo que otros
pensaban de él de todos modos.
¿No había hecho el tonto más veces de las que podía contar? A veces para
aligerar una situación mortal o para poner a un adversario fuera de guardia. En
otras ocasiones, hacía una broma de sí mismo simplemente por afán de diversión.
Lo había hecho la noche de su boda para alejar la mente de Honor de su dolor por
la muerte de Tav.
Odiaba no poder confiar en ella, pero esa confianza, tenía que ganársela, ¿no
es así? Honor no había hecho nada para conseguirlo. ¿Por qué debería dar fe
libremente a algo tan inmerecido hasta ahora?
Amor, dijo. ¿Paz? Sería una broma ¿Cómo había llegado a todo esto?
Su padre.
‒Sí.
‒Te hemos oído. ¡Las mujeres tienen el oído fino! Ella está allí, tan cómoda en
su cama. Pero mañana por la mañana todo será diferente. Con una muchacha
como la tuya tu vida no va a ser aburrida jamás.
Alan gimió.
‒Podría soportar un momento o dos de aburrimiento. Ella quiere que haya paz
entre nosotros, ¡y luego me grita! Ella quiere amor, dice y luego me ordena que la
deje sola. ¡Y tira cosas! Dime, ¿puedo confiar en ella? Esa mujer es un saco de
contradicciones.
Adam asintió y se dejó caer en el heno junto a Alan. Se colocó en una postura
reclinada, como si fuera a quedarse un rato.
‒Honor no es tu enemiga, hijo. Ella no es más que una mujer con miedo; y
tiene razones para tenerlo.
‒Por supuesto que sí ‒dijo Alan con sarcasmo. ‒Supongo que por eso la golpeó
e intentó vendérsela a ese amigo libidinoso suyo.
Adam negó con la cabeza.
‒Simplemente no supo qué hacer con una mujer que decía lo que pensaba y
exigía que se tuvieran en cuenta sus deseos. Lo que le parecía divertido e
inteligente en la niña ya no le pareció bien en la mujer. Hume, por su temprana
indulgencia hacia ella, creó un ser que no estaba en sintonía con sus compañeros,
una hija prohibida.
‒Un tesoro. Uno que perderás, si no tiene cuidado. Tal como le ocurrió a
Hume. Aunque su estrategia fue odiosa, su padre solo trató de hacer que Honor
fuera más sumisa para que sobreviviera a su matrimonio.
‒¡Con un hombre que ha enterrado a dos jóvenes esposas! ¿Creía que estaría
mejor muerta? Juro que no puedo entender a un padre como él ‒dijo Alan.
‒Prepararme lo mejor que pueda con lo que tenemos. El clima se vuelve más
frío y pronto nevará. Dudo que intente nada hasta la primavera.
‒¿A Inglaterra? ‒Alan echó la cabeza hacia atrás y se rió con verdadera alegría
esta vez. ‒No sabes lo que estás diciendo, ¿verdad? ¡Me has hecho un escocés y
un escocés no huye nunca!
‒Si no te importa nada de lo que digo, muchacho, al menos arregla las cosas
entre tú y tu esposa. Déjalo demasiado tiempo y lo lamentarás. Ninguno de
nosotros sabemos cuánto tiempo nos queda en este mundo y el orgullo es un
compañera de cama fría.
Dejando eso de lado, pasara lo que pasara, la protegería de todas las amenazas
hasta que exhalara su aliento final. Él nunca la abandonaría.
*****
A medida que pasaban los días, Honor se dio cuenta de que su hombre no se
sentía inclinado a perdonarla. Ese último intento de seducción había disminuido
mucho su autoestima. Él la quería, ella lo sabía. Pero renunció a actuar en
consecuencia y no pensaba ser ella quien se acercara a él.
La sala estaba casi desierta ahora, salvo por algunas de las mujeres que
preparaban las mesas para la cena. Alan ya casi había terminado con la práctica de
tiro con arco ahora. Su padre estaría allí también, dando sugerencias, ofreciendo
consejos.
Ese viejo tenía buenas ideas. Adam simplemente ignoró las frecuentes
muestras de mal humor de Alan e interpretaba al padre amoroso, como si no
pasara nada. Como resultado, Alan ocasionalmente preguntaba a su padre su
opinión. Y hasta los había visto reír juntos de vez en cuando. ¿Eso funcionaría con
ella también? ¿Debería ofrecerle sonrisas y dulzura para contrarrestar las quejas
de su marido?, pensó.
Ese gruñido empeoraba cada día. Honor ansiaba al caballero feliz e inocente
que llegó por primera vez a Byelough. Temía que lo hubiera desilusionado por
completo en lo que se refería a las mujeres, ya que ni siquiera buscó otra para
sustituirla. Pensó que la había amado, pero solo había amado el falso modelo que
le había presentado Tavish. La culpabilidad la consumía y la ira autodirigida
también le hacía mucho daño. Solo el temor a un mayor desprecio mantuvo a
Honor en silencio sobre el asunto de su matrimonio.
‒Sí, lo hacen ‒respondió, todavía sin mirarla a los ojos. Rara vez lo hacía en
estos días. ‒Honor ‒comenzó, sonando reacio a continuar. Después de una
pequeña pausa, lo hizo. ‒Es hora de que tengamos un encuentro privado. Quiero
resolver esta inquietud entre nosotros, si lo deseas.
Se aclaró la garganta y fijó su mirada en algo al otro lado del pasillo. Honor
sabía que la oferta le había costado mucho en términos de orgullo. Lo menos que
ella podía hacer era abandonar algo del suyo.
‒¿Sir Alan? ¿Milady? Hay juglares en la entrada ‒dijo David el Joven desde la
entrada.
‒Pídales que se vayan ‒ordenó Alan, cortando una porción de liebre llena de
jugos. ‒No necesitamos extraños en esta fortaleza.
‒Oh, muy bien. Deja entrar a los juglares, David, pero solo los tres. Si hay más
escondidos en algún lugar con la esperanza de llenar sus estómagos, hazlos
esperar fuera. Les enviaremos comida con sus compañeros cuando hayan
terminado aquí.
Se levantó una ovación y todos comenzaron a hablar a la vez. Honor no se
había dado cuenta antes de lo triste que se había vuelto Byelough en los últimos
días. ¡No, semanas!
‒¿Todavía quieres que estemos a solas más tarde? ‒preguntó con impaciencia.
‒Hecho.
David se adelantó y le dio al más bajo de los tres el instrumento que les había
estado cuidando. El juglar lo tocó de manera entusiasta y los otros dos estallaron
en una entusiasta canción familiar para todos. Honor aplaudió de alegría cuando
Alan comenzó a cantar. Tenía una voz profunda y melodiosa que se fusionaba bien
con la de los demás.
Nunca podría recordar una noche más fina. Hasta altas horas de la noche
tocaron canciones nuevas y antiguas, realizaron acrobacias e incluso una obra de
teatro ridiculizando al recientemente derrotado Rey inglés. El más alto de los tres
empuñó una espada imaginaria y derrotó a los otros, proclamándose Alan el
Verdadero, héroe de Bannockburn, en un intento bastante descarado de halagar a
su anfitrión. Alan lo tomó muy en serio, disfrutando plenamente de la farsa.
Honor pensó que su negativa podría tener que ver con el hecho de que él
mismo había dormido en los establos y no deseaba su compañía. Ella sonrió,
tratando de parecer provocativa cuando preguntó:
‒¿Qué daño pueden hacer? El establo estará vacío esta noche, excepto por los
animales, ¿no es así?
Alan podía ver el repentino calor inundar sus ojos ante su invitación.
‒Se está nublando, Señor ‒anunció David. ‒Lo más probable es que llueva.
Todo el mundo parloteó a la vez, añadiendo sus ruegos a los de los recién
llegados. Alan dejó escapar un suspiro y con una mirada bastante prometedora a
Honor, cedió.
‒Muy bien. Una noche.
Una algarabía estalló de nuevo; todos estaban jubilosos por la idea de que los
actores permanecieran un rato más.
‒Gracias por extender nuestra hospitalidad a esos tres, Alan. Fueron muy
entretenidos, ¿verdad?
Ella inclinó la cabeza, mirándolo desde debajo de sus pestañas mientras pasaba
la palma de su mano por su antebrazo.
‒¡Pero tú eres una leyenda, estoy segura! Todos desde aquí a Stirling deben
cantar tus hazañas, Alan el Verdadero.
Él colocó una mano grande sobre la suya como para aquietar su movimiento y
miró hacia otro lado.
‒Como tú digas ‒respondió en voz baja, resentida por el desaire. Ella suspiró
pesadamente. ‒¿Por qué quieres hablar conmigo, entonces?
Honor luchó bajo su asedio por un momento hasta que la suavidad de sus
labios se registró en su mente. Sin enojo. Sin castigo. Solo su dulzura. Ella se
derritió contra él, ofreciendo todo lo que deseaba tomar, tal vez más de lo que
pretendía. Se abrió bajo su gentil asalto, dio la bienvenida a la invasión; salió a
saludar al vencedor con aterciopeladas promesas de tesoro y consuelo dentro de
la fortaleza de su cuerpo.
‒Silencio ‒ordenó, e hizo cumplir eso con otro beso desgarrador que no le dejó
otra opción. Ni una sola vez cedió y pronto Honor no pudo pensar de forma
coherente y mucho menos articular una palabra. El puro placer llenó sus sentidos
al estallar la aspereza de su aliento contra su rostro, el aroma recién lavado de su
piel, la urgencia con que la atrapó.
Una vez más, la ahogó en un beso tan profundo y sincero que casi hizo que se
desmayara. Vagamente consciente de la cama que tenía a su espalda, Honor se
aferró a sus hombros mientras la acostaba y la seguía, cubriéndola por completo.
Por lo que le pareció una eternidad, se besaron, separándose solo para jadear y
liberarlo de su ropa. Impaciente, Honor deseaba que se hubiera vestido con su
tartán, lo que requeriría menos tiempo para desnudarlo. Por fin sintió el peso de
su cuerpo desnudo presionarla hacia abajo. Ella abrió la boca para hablar pero solo
encontró sus labios sellados de nuevo con los suyos.
‒En francés ‒dijo con voz ronca mientras rompía el beso y sus labios se
arrastraban por su cuello. ‒Si vas a hablar, hazlo en francés.
‒Pourquoi?
‒No. Ha sido casualidad; reconozco las pocas cosas que dijiste, pero nunca te
entenderé.
‒¿Honor? ‒susurró, acariciando su rostro con su mano. ‒¿Lo ves? Cada vez que
hablamos, ensucias cosas de una manera feroz. Todo lo que quiero hacer es
abrazarte, amarte ‒él se inclinó sobre ella y rozó sus labios sobre su mejilla. ‒Si te
he lastimado, no era mi intención.
‒Entonces cállate ‒le aconsejó secamente. ‒No digas nada más ni uses tu
gaélico.
‒Debería haber preguntado, antes de venir a tu cama otra vez ‒dijo, haciendo
caso omiso de sus sugerencias, ‒pero temía que me dijeras que no.
‒Ni tampoco quería que lo hicieras ‒admitió, calentándose ante esa abyecta
honestidad suya, sosteniendo su cara entre sus manos. Ella notó que debía
haberse afeitado justo después de la práctica. Ella acarició la fría y tersa suavidad
de su piel. Cómo había hecho de menos tocarlo. ‒Ahora, ¿dejarás de hablar, o
debo emplear tu propio método para garantizar el silencio?
Sus manos rodearon sus pechos, con delicadeza, casi reverentemente, como si
pertenecieran a otra persona que no fuera la que tenía la parte inferior del cuerpo
pareciendo ansiosa. Ella movió las caderas y se abrió a él con una súplica sin
palabras.
Con una precisión infalible, entró, midiendo el placer tan lentamente que quiso
gritar de impaciencia. Una vez dentro de ella, se quedó quieto y suspiró con tanta
satisfacción que se estremeció al compartirla. Todo el camino hasta su alma la
poseía con ese empuje inexorable. Su cuerpo ondulaba por sí mismo, animándolo
a buscar una profundidad aún mayor, una unidad mayor. La cabeza de Honor
nadó, su corazón dio un salto y todo su ser parecía envuelto en tanta euforia, que
no podía soportarlo.
De repente, se sumergió de nuevo, mucho más rápido y ella no tuvo motivos
para suplicarle un descanso. Un suave gemido escapó de ella mientras se movía
sin ningún intento de ritmo; solo un frenético alcance le hizo eco sin pensarlo.
Abruptamente y sin previo aviso, su mundo se fracturó en destellos de luz y color
como nunca antes había visto. Su rugido reverberó en su propia garganta como si
hubiera salido de ella. Una vez más, él avanzó profundamente y ella sintió la dulce
oleada líquida de su calor llenarla por completo.
Alan apoyó la cabeza en su hombro, su brazo la rodeó y su mano libre asió una
de las suyas.
Ciertamente, no estaba bien y ella lo sabía, pero ojalá el tiempo lo hiciera así.
Ella lo convencería, con hechos en vez de palabras, muy probablemente. Pero
pronto sabría sin lugar a dudas que lo amaba más allá de toda razón. De algún
modo. Por esta noche, esta noche maravillosa y anhelada, Honor le daría todo lo
que pidiera y más. Seguramente al menos comenzaría a creer un poco en ella.
Con ese pensamiento en mente, Honor esperó hasta que su pecho se elevó y
cayó con los alientos de un sueño tranquilo y feliz.
Capítulo 18
Sin hacer caso de sus súplicas, los hombres agarraron a Alan bajo sus brazos y
lo arrastraron al pasillo. Honor los siguió; lo habría hecho incluso si el bruto que la
sostenía no la hubiera obligado a hacerlo.
No podía apartar su mirada preocupada de Alan, que se dejaba caer sin vida
entre los dos hombres que lo habían sacado a rastras del dormitorio. Nunca antes
lo había visto vulnerable y eso la asustaba. No llevaba camisa ni zapatos, solo el
taparrabos y las calzas que se había puesto para abrir la puerta. La sangre goteaba
de la herida en su cabeza, dejando un rastro carmesí sobre las losas. Honor sintió
la cálida pegajosidad que mojaba las plantas de sus pies descalzos. Un gemido
horrorizado salió de su garganta.
Honor se quedó sin aliento cuando levantó la vista y vio al hombre responsable
de este ultraje. Se sentaba en la silla del Señor, esa repugnante bestia, firmemente
instalada allí por medio de la traición.
Él sonrió.
‒¡Ah, así que aquí está mi prometida por fin! ¿Cómo te encuentras, Milady?
Alan se despejó por la sorpresa, luego levantó una mano para aclarar sus ojos.
Cuando se incorporó sobre sus codos, el soldado que esperaba puso un pie sobre
su pecho. Alan se rindió y se quedó quieto, pero su mirada se dirigió
inmediatamente hacia el que había emitido la orden. Honor sospechaba entonces
que Alan no había estado sin sentido todo el tiempo, sino que simplemente
simulaba estar inconsciente y evaluaba la situación.
‒El Conde de Trouville, supongo ‒dijo con calma, como si estuviera orgulloso y
conociera a un héroe. Honor no pudo evitar admirar su aplomo, aunque parecía
bastante inútil.
‒Bueno, los invitados suelen anunciar su llegada de una manera más agradable
‒Alan miró por el pasillo, desierto, ocupado por los hombres del Conde. ‒Y a una
hora más razonable. Tu entrada requirió la asistencia de los juglares que
empleaste, por supuesto.
‒¿Dónde está Hume? ‒preguntó el Conde, jugueteando con una de las copas
de plata de Honor que alguien le había dado. ‒Tengo entendido que él disfruta de
tu hospitalidad aquí.
‒Sí ‒admitió Alan con una sonrisa cortés. ‒¿Interrumpimos su descanso para
que te atienda?
‒¡Oh, pero, por supuesto! Hagamos una fiesta ─dijo alegremente el Conde
hablando de nuevo en francés.
Alan se rió.
‒Si la única forma en que puedes conseguir a una mujer es con un cuchillo en
el cuello, te digo que tienes muy poco de qué regocijarte.
El Conde asintió con la cabeza y el soldado cuyo pie descansaba sobre el pecho
de Alan le dio una dura patada en el mentón. Alan gruñó.
Honor ahogó un grito. Instintivamente, sabía que cualquier defensa posterior
de él sería mucho peor. Tal vez podría aplacar al hombre y al menos darle tiempo
a Alan para que se recuperara.
‒Milord, permítame avisar a los cocineros para prepararle una comida. Debe
estar cansado y hambriento. Podríamos resolver todo esto después de haber
comido y descansado.
‒Ah, dulce Señora, ¿buscas ganar mi favor? Hay formas mejores que la comida,
aunque la idea de una cama en la que acostarme despierta mi... imaginación.
¿Más tarde, tal vez? ‒él se apartó de ella para mirar a la gente que sus hombres
estaban llevando a la sala.
‒¡No tengo que preguntar quién eres! ‒dijo Adam de Strode, sacudiéndose las
manos que lo empujaban hacia adelante.
‒¡Bueno, bueno, el buen Barón! ‒dijo Trouville a modo de saludo. ‒El Barón
inglés. ¡He aquí hay un hallazgo de verdad!
‒A Bruce le gustará verte, creo. ¡Qué lindo regalo para el buen Rey Robert,
para promover las relaciones entre Francia y Escocia! Encantado de conocerte,
Lord Adam. Tu hijo comparte tu apariencia, aunque no tu lealtad.
‒Mi hijo es escocés, un hombre de Bruce y se casó con esta Dama por orden de
su Rey. No creas que mi compromiso con la Corona inglesa lo afectará de ninguna
manera.
‒Aquí, Milord.
Honor vio a su padre entonces. Ella había esperado que se viera perdido y
maltrecho después de sus semanas de encierro. Parecía más pálido de lo normal,
pero por lo demás bastante bien.
‒¡Sujeta tu lengua, niña! ‒ordenó. Pero sus ojos escondían una advertencia, no
una reprimenda. Honor, por una vez, obedeció.
‒Una mentira, obviamente. Fue solo cuando ese hombre me informó, cuando
supe de su matrimonio no autorizado con Lord Tavish. Esa era una unión falsa,
como cualquier corte te dirá.
‒El propio Bruce ordenó éste, sin embargo. Si todavía te sientes mal, fija la
multa y mi hijo la pagará.
Vio a Nan y Janet intercambiar susurros y luego hijos. Janet abrió su pesada
bata y gentilmente colocó a Christiana debajo de los pliegues para que comiera.
Honor cerró los ojos y suspiró de alivio. ¿Qué haría el Conde cuando
descubriera que no solo se había casado, sino que también tenía una hija? ¿El
Capitán de la guardia de su padre también se lo había contado? No, él no podría
saberlo. Pero cualquiera aquí podría habérselo dicho después de su llegada.
‒Milord ‒dijo Alan, con su voz tranquila como siempre, ‒¿Podríamos posponer
todo esto hasta la mañana? Me siento algo en desventaja aquí.
Trouville se rió en voz alta mientras miraba a Alan tirado en el suelo, medio
desnudo y manchado de sangre.
‒Me atrevería a decir que sí ‒pasó una mano sobre su propia cara y borró todo
rastro de alegría. ‒Sin embargo, deseo resolver esto ahora, esta noche.
‒Eras solo un mercenario, cuando luchaste por última vez. Bruce debe haberte
nombrado Caballero poco después de Bannockbum.
‒Sí, lo hizo.
‒Llévalo a la habitación ‒le ordenó al hombre que había pateado a Alan con
tanta brutalidad, ‒y permite que se vista apropiadamente. Sin armas, por
supuesto. Al menos su muerte será digna. Es lo menos que un Caballero merece.
Los hombres permitieron a Alan levantarse cuando Trouville regresó a su silla
detrás de la mesa alta.
Honor cerró los ojos y rezó. Una vez que el Conde supiera la verdad completa
de lo que había hecho, la castigaría severamente. Tenía que aceptar lo que quiera
que fuera a suceder ahora. Pero si él la escuchaba, debía convencer a Trouville de
que Alan no tuvo nada que ver en el engaño. Solo la verdad podría salvar tanto a
Alan como a su padre.
Él era el único de su gente en la sala que quedó sin vigilancia para vagar a
voluntad. Como su captor había bajado el cuchillo de su garganta, Honor se
aventuró a hablarle al sacerdote.
Él la miró como si ella hubiera perdido la razón, requiriendo tal tarea de él.
‒Esos sacos de grano gris, Padre Dennis. Haga que los lleven a las cocinas.
Se atrevió a echar un vistazo a Alan, que caminaba un poco inseguro entre dos
fornidos guardias hacia el cuarto. Qué valiente Caballero y buen hombre, su Alan.
Y pensar que ella lo había colocado en esa situación...
Por cada alma que había trabajado tan duro para entrenar en armamento allí,
el Conde de Trouville había traído varios guerreros bien armados y
experimentados. Incluso aunque las mujeres y los niños lucharan, la gente de
Byelough todavía estaría en inferioridad numérica. Si Ian Gray no acudiera en su
ayuda como ella esperaba, muchos hombres podrían ser asesinados. Lástima que
no hubiera pensado en eso antes.
El corazón de Honor latía con fuerza en su pecho. Ella podía verlo en sus ojos
oscuros e inmisericordes. Alguien moriría esta noche.
Aunque parecía solemne, digno y por encima de la derrota, una parte de Honor
deseaba que hubiera elegido su ropa escocesa. Una vez más, antes de ser llevada
o algo peor, Honor hubiera querido a su marido como un feroz montañés.
‒Traed a los acusados hacia adelante ‒exigió el Conde. ‒Sir Alan de Strode,
Lord Dairmid Hume y la Dama Honor.
Cada uno estaba flanqueado por dos de los guardias de Trouville y los
condujeron separados en un semicírculo delante del estrado.
‒Entended esto. Si considero que Lord Hume me ha hecho esta mala jugada y
me ha privado de la persona y las propiedades que se me deben como esposo de
Lady Honor, responderá por ello con su vida.
Continuó:
Honor observó los labios de su padre tensarse con lo que parecía ser
desesperación. Sus ojos buscaron los de ella y ella detectó una disculpa en ellos.
‒Milord, mi hija no tuvo nada que ver con esta ofensa para usted. Supe que
temía casarse con una persona tan alta como vos. Los documentos de matrimonio
fueron alterados. Reemplacé vuestro nombre por otro, Lord Tavish Ellerby, un
joven que una vez visitó nuestro tribunal. Parecía amable y sin pretensiones. Yo...
sentí que Honor sería más feliz aquí. Así que la obligué a venir.
‒Sí, Milord ‒admitió Hume en voz baja. ‒Pero ella no tuvo opción. La obligué a
hacerlo. Todo esto es obra mía. Todo culpa mía.
‒Bueno, ahora ‒dijo Trouville, volviéndose hacia Alan. ‒¿Qué tienes que decir a
todo esto, Alan el Verdadero?
Honor observó a Alan respirar hondo, inclinar la cabeza por un segundo y luego
mirar al Conde directamente a los ojos.
‒Yo exigí el matrimonio, Trouville. Su padre la envió aquí para casarse con
Ellerby, quien era mi amigo. Cuando su esposo murió por las heridas sufridas
después de la batalla cerca de Stirling, pensé en ganar esta fortaleza desprotegida
y la dama para mí.
Alan barrió el pasillo con una mirada fulminante, deteniéndose en cada cara,
desafiándolos a negarlo.
‒¿Renunciarás a tu matrimonio?
‒No lo haré.
‒Todos saben que hemos vivido como marido y mujer. Dejar de lado nuestro
matrimonio como falso ensuciaría su buen nombre, Milord. Sé que no te casarías
con ella entonces; deberás tenerla como tu amante. Mátame si es necesario, pero
sé que Honor solo ha cumplido con su deber como hija de Lord Hume, como fiel
esposa de Tavish Ellerby y luego como mi esposa. Repito, ella es intachable.
Honor no podría permitir que esto continuara. Quería gritarle a Alan que
renunciara a sus mentiras, que hablara con la verdad como lo había hecho
siempre. El Conde lo mataría, seguramente y a su padre también. Ella se adelantó
para aclarar las cosas.
‒¡Aguanta la lengua, mujer, no estoy listo para tu versión de esto!
‒Como nunca mientes, cuéntame sobre este niño que ella tuvo ‒ordenó el
Conde.
‒Lady Honor dio a luz a una niña enfermiza ‒respondió Alan con voz firme.
‒Seguramente eso no tiene importancia para ti ‒extendió sus manos, con las
palmas hacia arriba y se encogió de hombros. ‒Es una pena, pero rara vez los
pequeños sobreviven en sus primeros meses por aquí. La Dama actualmente no
está comprometida.
‒En todo el tiempo que he estado aquí, no he visto a ningún hijo de mi hija,
Milord ‒dijo con sinceridad. ‒Lo juro.
Honor sabía que su turno había llegado. El Conde giró su cuerpo en la silla y se
inclinó para mirarla con sus ojos penetrantes y estrechos.
‒Milord ‒dijo Honor en voz baja. ‒Le ruego perdone a estos hombres. Dicen
esas mentiras por su amor hacia mí y me siento honrada por su fuerte defensa.
Pero debo contarlo todo para que los perdone.
‒Entonces sabrá que no miento ‒dijo Honor, con la voz más fuerte que antes.
‒No tengo ninguna razón para decir esto aparte de lo que debo confesar. Fui yo
quien cambió los documentos y escribí el nombre de Tavish Ellerby. Mi padre me
golpeó muchas veces para que deseara casarme con vos, pero me negué. Le
prometí que si me obligaba a hacerlo, haría tal escena como la Corte francesa no
había visto jamás. Eso ocasionó el retraso de sus planes para casarme con vos.
Luego robé los contratos, los alteré y mentí a mi primer marido, diciendo que mi
padre había cedido ante su demanda.
‒Puede Milord ‒dijo con franqueza. ¿Qué tenía ella que perder aquí? ‒Tenía la
certeza de que mató a sus dos primeras esposas y decidí no sufrir su mismo
destino.
‒Continúa.
‒Me casé con Lord Tavish Ellerby. Él fue a la guerra con los ingleses y no
sobrevivió. Cuando sir Alan de Strode trajo a casa el cadáver de mi esposo, llevaba
órdenes de Milord Ellerby y de Robert Bruce para que me casara con él. Lo hice y
con mucho gusto, porque temía por mi futuro, el de Byelough y su gente.
‒En cierto sentido. Hizo un llamamiento a mi deber con mi marido y con el Rey
Robert de Escocia, pero él no sabía nada de mis antiguos esponsales en ese
momento. Una vez que confesé todo, él... me amenazó con castigarme.
‒Aún no.
Alan corrió hacia ella, pero los guardias lo inmovilizaron. Honor vio que se
necesitaron cuatro para sostenerlo y rezó para que dejara de luchar antes de que
lo derribaran.
‒Lo he entendido desde el primer momento, Milord ‒dijo Honor con valentía.
‒Termine con esto si así lo desea, porque no deseo sobrevivir a mi marido. Y, que
Dios me ayude, ¡no me casaría con usted aunque matara a todos los demás
hombres disponibles!
El Conde se levantó y saltó sobre la mesa para aterrizar frente a ella. Los
guardias la agarraron de los brazos. El rugido de Alan sacudió las mismas piedras
de Byelough mientras los guardias lo tiraban al suelo.
Honor sabía que el fin había llegado. Ella se preparó para enfrentarlo tan
valientemente como sabía que Alan hubiera hecho. Al menos, Christiana viviría.
Gracias a Dios que Trouville no le había preguntado sobre su bebé. Honor no
sentía que ella podría haber mentido en eso tan bien como Alan, a pesar de toda
su experiencia. Con la barbilla levantada y las lágrimas bajo control, se enderezó y
esperó.
‒¡Trouville! ‒tronó Alan. ‒¡Si estás tan seguro de que Dios te escucha y piensa
que estás haciendo lo correcto, entonces exijo un juicio por batalla! Yo represento
a la Dama.
Alan frunció los labios como para pensar en ello y luego sonrió amenazante al
Conde.
‒Bueno, sí, si esa es la única forma en que crees que puedes ganar.
Miró hacia abajo, más allá de los hombres que estaban sentados encima de
Alan y los que sujetaban sus miembros a las losas.
Trouville levantó las cejas, asintió, hinchó las mejillas y dejó escapar un suspiro.
‒Como yo, por desgracia ‒declaró el Conde con una mueca repentina.
Capítulo 19
Honor tenía ganas de reír por lo absurdo que acababa de escuchar. Oh, por
supuesto, Trouville la amaba. Del mismo modo que debía haber amado a las otras
dos mujeres que le ofrecieron como dulces en un plato. Ahora él planeaba lo
mismo para ella.
Trouville les indicó a los hombres que dejaran que Alan se levantara y luego se
volvió hacia Honor.
‒Si me enfrento en una batalla justa con este tipo, Lady Honor ‒dijo, señalando
con la cabeza a Alan, ‒y le gano, ¿me desposarás como deberías haber hecho?
‒Si él gana, mis hombres te dejarán en paz para vivir tu vida aquí en este
montón de rocas. Tienes mi palabra, que vale mucho más que la tuya o la suya. Si
yo gano, entonces debes prometerme que te casarás conmigo voluntariamente
dentro de una hora y regresarás conmigo a Francia.
‒Sí, lo hará.
‒¡No lo haré!
‒¡No seas tonta, mujer! ‒él frunció los labios y alzó las cejas hacia el Conde.
La vista dejó a Honor sin palabras y supo que era mejor que se quedara así. Si
expresaba lo que estaba pensando en ese momento, ninguno de los dos desearía
que ella viviera. Bajó la mirada hacia la hoja que descansaba junto a la pierna
izquierda del Conde, la imaginó cortando la carne de Alan y su enojo rápidamente
cambió al miedo.
Ella miró profundamente a los ojos que tenían tanto amor por ella y supo que
no tenía otra opción. Después de lo que Trouville acababa de decir, Honor no creía
que fuera a matarla. Más tarde, tal vez, pero al menos no allí mismo, como había
amenazado con hacer. Pero él mataría a Alan solo para despejar su camino y
conseguir tenerla a ella y las tierras que su padre le había prometido.
‒Muy bien ‒murmuró, casi ahogándose con las palabras. ‒Lo haré.
‒Sí, hasta la muerte ‒Alan estiró los brazos por encima de la cabeza, hacia un
lado y hacia atrás, descongestionando los músculos flexionados bajo la rica lana
verde. Honor vio que Alan aceptaba su espada, besaba la empuñadura y se
mantenía preparado.
‒Si caigo ‒gritó Trouville, ‒cada hombre a mi servicio dejará esta fortaleza al
instante. Mi hermano se ocupará de vosotros cuando regrese. Y, escuchadme bien
‒dijo, mirando a cada uno de los soldados endurecidos. ‒Si alguno de vosotros
interviene, lo mataré yo mismo. ¿Alguna última palabra, Strode?
‒Sí, para ti, Milord. Si por alguna casualidad ganas, tratarás bien a la Dama.
¿Tengo tu palabra?
Trouville tenía las venas del cuello distendidas y el rostro enrojecido. Alan no
pareció afectado, excepto por el adelgazamiento de sus labios y el fuego verde en
sus ojos. Se apartó de un salto y sostuvo su espada ante él con ambas manos hasta
que el Conde recuperó el equilibrio.
Una vez más se enfrentaron; volaron chispas de las cuchillas. Una y otra vez
lucharon. El sudor les empapaba el pelo, resbalando por la cara y por sus ojos.
Una ovación se elevó por encima de los gritos de indignación cuando Alan
inmovilizó al Conde en el suelo, con el acero afilado en el cuello justo encima del
gorgojo plateado.
‒Bueno, si debes rogar, Strode, entonces supongo que tendré que estar de
acuerdo. Déjame levantarme.
Alan lo liberó y le ofreció su brazo. Cuando los dos estuvieron en pie, Trouville
se volvió hacia sus hombres.
‒Milord ‒dijo su padre a Trouville, ‒deseo quedarme y hacer las paces con mi
hija.
‒¡No creas que no estoy enterado de cómo la trataste, Hume! Y sé que no fue
solo por mi causa. No tolero el maltrato del sexo débil. Lo que hiciste no tiene
enmienda posible.
‒¡Mi primera mujer murió dando a luz a mi hijo y la otra mientras estaba con
su amante! ¡Ese bastardo al que maté y con razón!
‒Creo que Honor desea venganza ‒dijo Alan, arqueando una ceja mientras la
miraba.
Honor se inclinó hacia Alan cuando su padre se acercó y se dejó caer sobre una
rodilla.
‒Hija, te he ofendido.
Ella lo entendía mejor ahora. Tal vez él había tratado de salvarla de sí misma
forzando su obediencia, pero había mejores formas de hacerlo que con la vara.
Él la abrazó, asegurándole sin palabras que ella estaría siempre a salvo ahora.
Luego él asintió con la cabeza hacia su padre como si ella debería hacer algo.
Honor cayó de rodillas junto a su padre y lo abrazó. El anciano lloró todavía más
fuerte.
‒Vete a casa, papá. Con mamá. Tal vez podamos visitaros nuevamente algún
día. Es demasiado pronto para saberlo.
Su padre obedeció de mala gana, las lágrimas corrían por su rostro sin prestarle
atención.
‒Veamos este bebé suyo, Señora ‒le dijo Trouville a Janet. ‒Descúbralo. Ven,
Hume y ve cuán flacos estos escoceses crían a sus niños. Mira éste.
‒Encantador para una cosa muerta, ¿eh? ‒le disparó a Alan una sonrisa.
‒¿Strode? Si no puedes encontrar a un hombre que se atreva a casarse con este
pobre fantasma, ven a verme cuando crezca. Mi hijo muerto tiene diez años y
probablemente quiera casarse con algo del otro mundo.
Honor sintió que sus piernas cedían. Alan la cogió para evitar que se cayera.
Débil de alivio y cansancio, presionó su rostro en la parte delantera de su túnica.
‒Ya está, dulzura ‒había inclinado la cabeza hacia abajo, cerca de su oreja
mientras susurraba las palabras. ‒Nuestra gente necesita tu fuerza ahora; yo
tengo que asegurarme de que Trouville se vaya.
‒¿Sí? ‒respondió, repentinamente sin aliento otra vez por diferentes razones.
¿Qué más podría desear por ahora? Todos los enemigos fueron vencidos,
todos sus temores fueron descartados. ¿Pero a qué costo a Alan? Oh, parecía lo
suficientemente alegre en este momento. Acababa de derrotar a uno de los
Caballeros más temidos de Francia. Sin embargo, ¿qué sentiría él cuando
terminaran de hablar sobre eso y se diera cuenta completamente de lo que había
hecho esta noche? ¿Alan podría perdonarse a sí mismo por lo que había
sacrificado tratando de salvarle la vida?
Honor maldijo su lengua fuera de control. Ella nunca debería haberlo criticado
por las mentiras. El miedo por lo que había pasado simplemente le había robado el
juicio.
Alan tuvo una última palabra en las puertas con Trouville y el padre de Honor.
Como esperaba, se separó de Byelough en términos más o menos amistosos.
A pesar de todas las alarmas de Trouville sobre su amor por Honor, parecía
notablemente optimista sobre su incapacidad para casarse con ella. O tal vez
simplemente se sintió aliviado de estar vivo. Alan sonrió ante eso. Él casi había
matado a ese hombre. Y lo hubiera hecho si no hubiera prometido dejar a Honor
en paz. Ahora Alan se alegraba de que no hubiera sido necesario hacerlo.
Había ahuyentado a todos los dragones de Honor, Ian, su padre y Trouville, sin
matar a ninguno. La mayoría de los caballeros se sentirían poco orgullosos de ese
hecho, pero Alan sintió un inmenso alivio de que nadie hubiera muerto a sus
manos. Toda la vida parecía infinitamente preciosa en este momento.
Alan tenía ahora más de lo que nunca hubiera soñado y se sentía honrado y
enormemente agradecido por ello.
Los primeros rayos pálidos del sol de la mañana se deslizaron sobre Byelough
cuando Alan caminó solo de regreso a la fortaleza, exhausto más por el profundo
miedo que había soportado que por la lucha a espada.
Honestamente podía decir que nunca había experimentado el terror que había
experimentado desde que conoció a su esposa. Incluso ahora su mente
reconstruyó esas imaginaciones. Honor en la agonía del parto, desangrando su
vida. Honor enterrada en un pantano, agarrando a Kit, exhalando su último
aliento. Honor yaciendo decapitada en el suelo junto a él esta noche. Se
estremeció y se sacudió de los horrores que lo habían aterrorizado.
‒Todo está ya bien. Todo ha terminado ‒sus pasos se aceleraron con la urgente
necesidad de verla, abrazarla y asegurarle que la mantendría a salvo.
Honor lo guió a la cama y lo ayudó a sentarse. Luego ella levantó sus piernas
hacia el colchón y le quitó las botas. Alan gimió de nuevo, solo por si acaso.
Cuando ella hizo el último nudo, se volvió hacia el lado que tenía enfrente.
‒¿Tienes más heridas? ¡Oh, déjame ver! Desató su ropa y le quitó las calzas a
toda prisa, examinando sus extremidades mientras lo hacía. ‒No veo nada que...
‒¡He aquí! ‒dijo con una gran sonrisa. ‒¡Estoy curado! ¡Ah, señora, bendito soy
entre todos los hombres!
‒¡Y maldito entre todas las mujeres! ‒exclamó, con las manos en las caderas,
furiosa con él por su engaño. ‒No estás herido en absoluto, mentiroso...
‒¡Qué pregunta! ‒dijo con una mirada exagerada. ‒Me creas o no, ¡tengo una
respuesta!
‒Las mentiras, quieres decir ‒dijo, sin siquiera fingir que malinterpretaba.
‒Oh, pero le dije al Conde que te amaba más que a nada. Tu propia y audaz
verdad que siguió lo convenció de que también te preocupabas por mí. Por eso
nos dio una oportunidad de luchar, creo. Sabía entonces que él nunca podría
ganar tu corazón.
‒No ‒Alan respondió con una sonrisa. ‒No es tan fiero bajo toda esa imagen de
crueldad ‒él giró su hombro derecho para aliviar el dolor. ‒Aunque tengo un
maldito buen corte de espada.
‒Tenía razón en una cosa ‒dijo Honor con un suspiro de cansancio. ‒Nunca
serás conocido como Alan El Verdadero de ahora en adelante. Lo lamento por ti.
‒No te preocupes por eso ‒¿Podría decirle todo lo que había imaginado en
esos pocos momentos en que su vida pendía de un hilo? Debería intentarlo,
decidió. De lo contrario, ella probablemente siempre se haría responsable de su
repentina pérdida de honestidad.
‒Todos estos años ‒comenzó, hablando en voz baja y seria, ‒solo dije la
verdad. Pero lo hice por la razón equivocada, Honor. Ya ves, no fue por lo correcto
o incorrecto de todo, sino por pura vanagloria. Lo hice solo por el orgullo que me
gustaba lo que otros decían de mí.
Él rió suavemente.
‒Bueno, sí me siento orgulloso de otras cosas ‒dijo. ‒La honestidad es algo
bueno, algo muy importante ‒Alan buscó las palabras para hacérselo entender.
‒Pero escucharme alabado como Alan el Verdadero por todos en el mundo
conocido no significaría nada para mí si te hubiera perdido a ti, Honor.
Alan temió que ella pudiera llorar y hubiera hecho cualquier cosa para evitar
eso. Él golpeó su labio inferior con su dedo.
‒Oh, muchacha ‒susurró, con los ojos tan llenos como su corazón. ‒Eso suena
muy bonito.
Epílogo
Honor observó contenta desde una pequeña distancia mientras Alan hablaba
con Christiana.
‒Tómala ‒le dijo, señalando una pequeña piedra cercana. Sus dedos
rechonchos se cerraron alrededor de la roca. La niña de cuatro años miraba a Alan
mientras buscaba otra piedra para él y trataba de imitarlo.
‒Ponla así, dulzura ‒instruyó mientras dejaba su ofrenda en la pila que cubría
la tumba de Tavish. ‒Ahora, cierra tus ojos y reza una pequeña oración por tu
padre.
‒No es por mí, bollito. Sabes muy bien que soy tu papá. Pero tu padre yace
aquí, bajo este montón de piedras ‒suspiró y Honor pudo ver que se lo explicaba
con paciencia. ‒Reza tu oración por él.
Christiana cruzó las manos, cerró los ojos y murmuró las mismas palabras
apresuradas que siempre decía en la mesa, al bendecirla.
Luego miró a Alan, con el índice apoyado en la cabeza de lobo que una vez
había tallado en la roca.
‒Padre no puede, así que dije gracias por él ‒explicó y se alejó corriendo para
jugar.
‒Sí, lo hubiera hecho‒ Alan estuvo de acuerdo. ‒¿Crees que Kit lo entenderá?
Aunque ahora podía leer y escribir bien, Alan continuó con sus estudios. Honor
sabía que todavía sentía mucho su falta de educación adecuada.
‒La mayoría de las cosas las aprenderá de nuestros actos. Gracias a Dios que
me has enseñado a buscar lo bueno en las personas. Me gustaría que ella lo
aprendiera antes que nada. Y a buscar la verdad en su corazón, por supuesto.
‒Bien hecho, lengua de plata ‒bromeó Honor. ‒A ver qué dices dentro de
cuatro meses, cuando crezca como una vaca. ¡Entonces, tus bonitas palabras
pueden saltar de juiciosas falsedades a mentiras rotundas! ‒ella echó una furtiva
mirada de soslayo. ‒Pero no dejes de decirlas.
‒¿Estás celoso, Alan? Debes saber que ella te ama más que a nada en el
mundo.
‒Bueno, sí, está el gato ‒Honor estuvo de acuerdo con una sonrisa.
‒Tus padres deberían venir pronto. ¿Lo harán por el nacimiento, no crees?
‒preguntó Alan. Él la atrajo hacia sí y la rodeó con sus brazos.
‒Eso espero ‒respondió Honor. ‒Ojalá toda nuestra familia pudiera estar con
nosotros entonces. Debemos enviar a papá Adam y Janet la noticia del nuevo bebé
cuando llegue la oportunidad ‒al asentir con la cabeza contra el pelo de Alan, ella
continuó: ‒Hiciste bien perdonando a tu padre antes de su partida. Dado el estado
de las cosas entre nuestros países, puede que no haya más visitas.
‒Sí y más que nada extrañaré al pequeño Dickon ‒admitió Alan. ‒Una vez le
prometí que, a diferencia de Nigel y yo, nos conoceríamos en los años venideros.
‒Tu hermano tiene dos personas que lo quieren mucho y encontrarán otro
cuando crezca, tal como le dijiste. Y siempre puedes escribirle. Richard te
conocerá.
Alan se sentó, atrayéndola con él. Se tumbó en la hierba, con la cabeza vuelta
hacia un lado para poder ver a Christiana perseguir a una mariposa. Cuando habló,
su voz estaba llena de sentimientos.
Honor se inclinó para besar su mejilla calentada por el sol. Juntos, dieron la
bienvenida a su hija mientras saltaba.
‒Lo amo muchísimo por enviarte a mí. Ojalá pudiera decírselo, Alan. Ojalá
pudiera ver a Christiana y saber qué legado tan maravilloso nos dejó.
Una brisa repentina alborotó las graciosas hojas del serbal bajo el cual yacían.