La Salvacion Del Laird

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La salvación del

LAIRD

Sarah McAllen
La salvación del LAIRD

Marzo 2024

© de la obra de Sarah McAllen

Instagram: @sarahmcallen_

Facebook: Sarah McAllen

Corrección: Sonia Martínez Gimeno

Portada: Sara González

No se permitirá la reproducción total o parcial de este libro, ni su


incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier
forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por
grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito de su autor.

La información de los derechos mencionados puede ser constitutiva de


delito contra la propiedad intelectual (art. 270 y siguientes del Código
Penal)
Todos tenemos miedos que nos paralizan,

solo debemos conseguir que nuestros

sueños sean mayores

para que nos atrevamos a perseguirlos.


Agradecimientos

Quiero dar las gracias a mis guardianas y guardianes, que siempre


me acompañáis en todas mis aventuras, soñando junto a mí y mis
personajes.
A mi madre y mi abuela, por ser un ejemplo para mí de mujeres
fuertes y valientes, que jamás se rindieron ante nada y darían la vida por las
personas a las que quieren. Espero poder ser el mismo modelo de fortaleza
para mi hija algún día.
A mi correctora, Sonia Martínez Gimeno, gracias por tu
profesionalidad y eficiencia. Ya no solo trabajamos juntas, también hemos
forjado una bonita amistad.

Al aquelarre de brujitas formado por Lisbeth Cavey, Esperanza


Mancera, Sonya Heaven, Enri Verdú y Nani Mesa. Qué buenos momentos
pasamos juntas, chicas.

Deseo que disfrutéis de esta historia tanto como yo lo hice al


escribirla y que parte de ella quede para siempre grabada en vuestros
corazones.

Sarah McAllen
Prólogo

Inglaterra, 1715
Palacio Kensington

Sylvia se escabullía por los pasillos del castillo mientras en la planta baja se
celebraba un baile por todo lo alto. Su esposo, el laird de los Hunter, fue
invitado a la corte, del mismo modo que otros tantos jefes de clanes. El rey
Jorge tenía la esperanza de poder congraciarse con los señores de las
Highlands, dadas las tiranteces que tenía con los escoceses tras su
inesperado ascenso al trono.
Sin embargo, ella no pensaba conformarse con aceptar que el rey de
los ingleses tratara de controlar Escocia, así que se unió a los rebeldes que,
en la sombra, tratarían de desbancar al que para ellos era un falso rey. Según
algunos rumores, la reina Ana dejó un escrito escondido donde declaraba
que Jacobo Francisco Eduardo Estuardo era quien debía sucederla, y por
eso estaba ella allí, para encontrarlo.
Viendo que no había nadie cerca y que todos estaban disfrutando del
baile, Sylvia se coló en la habitación real. Notaba el corazón acelerado y la
sangre correr con fuerza por sus venas. Aun así, comenzó a rebuscar en el
arcón con la esperanza de encontrar dicho escrito.
No obstante, no le dio demasiado tiempo, ya que la puerta se abrió
de golpe, sobresaltándola, y dando paso a su esposo, que la miraba con
expresión acusadora.
—¿Qué demonios estás haciendo? —bramó.
Sylvia le agarró de la mano y tiró de él, lo metió dentro de la
habitación y cerró con suavidad. Apoyó la espalda sobre la robusta madera
de la puerta y lo miró con una expresión de culpabilidad reflejada en el
rostro.
—Puedo explicártelo, Harris…
—¿Estás registrando la alcoba de nuestro monarca? —la
interrumpió.
La mujer se removió nerviosa.
—No, en realidad era de la difunta reina —le corrigió—. Pero es por
una buena razón.
Harris la tomó por los brazos con fuerza y la zarandeó.
—¿¡Una buena razón!? —exclamó alterado—. ¿Qué buena razón
puede haber para cometer traición contra la corona?
—Soy una jacobita —respondió de sopetón, logrando que el rostro
de su esposo se quedase pálido.
—¿Qué estás diciendo, Sylvia?
—No podía permitir que un rey que ni tan siquiera sabe hablar
nuestro idioma nos represente —le explicó tratando de mantener la calma
—. ¿No te das cuenta de lo que representa esto?
—Claro que me doy cuenta. —La soltó y se pasó las manos por el
oscuro cabello—. Y también de que con esta actitud te estás poniendo en
peligro. ¡A ti y a nuestros hijos, maldita sea! A todo nuestro clan, en
realidad.
—Solo intento hacer lo correcto.
—¿Lo correcto? —Se la quedó mirando a los ojos con incredulidad.
Esa mirada parda que él adoraba se veía suplicante, como si
esperara que la comprendiera. Y en el fondo lo hacía. Entendía sus
motivaciones porque él mismo se sentía ofendido de que un monarca que
despreciaba Escocia los representase.
Harris suspiró.
—Tenemos que hablar de este tema largo y tendido, pero ahora es
mejor que salgamos de aquí antes de que alguien nos descubra.
Por desgracia, no tuvieron opción de hacerlo, ya que los guardias
reales trataron de abrir la puerta en ese mismo instante. Harris se abalanzó
contra ella para bloquearla.
—¡Abrid la puerta! —escucharon gritar.
—Dios santo —murmuró Sylvia, asustada—. ¿Qué vamos a hacer?
—Quiero que te asomes por la ventana.
—Harris…
—¡Hazlo! —le ordenó con vehemencia entre susurros.
Sylvia, dando un respingo, se apresuró a hacer lo que le pedía.
—¿Qué quieres que mire?
—¿Hay alguien? —preguntó con las venas del cuello hinchadas de
hacer fuerza para evitar que lograran entrar.
—No, no veo a nadie.
—En ese caso, súbete a la cornisa y ve hacia la alcoba de al lado.
—¿Te has vuelto loco? Voy a matarme.
—Si te encuentran aquí, te acusarán de traición y te colgarán. Tienes
que intentarlo.
—¿Y qué hay de ti? —inquirió con los ojos anegados en lágrimas.
—No te preocupes por eso, mi amor —murmuró con calma,
expresándole con su mirada cuanto la amaba—. Tú debes volver junto a
nuestros hijos y estar a su lado para afrontar todo lo que ocurra a partir de
ahora.
—Harris —sollozó.
—Te quiero, Sylvia —declaró—. Por eso debes marcharte ahora
mismo.
Con lágrimas corriendo por sus mejillas, salió por la ventana
agarrándose a las piedras de la fortificación con cuidado de no resbalar.
Solo podía pensar en su esposo y el sacrificio que estaba haciendo por ella.
Si le ocurría algo, sería la única culpable de su destino.
Dio un pequeño resbalón, por lo que tuvo que agarrarse con fuerza,
consiguiendo que un par de sus uñas se partieran. Un intenso dolor le
recorrió la mano, pero se mordió el labio para no gritar.
Avanzó unos pasos más y miró al interior de la alcoba colindante,
que en aquel momento parecía vacía. Pasó una pierna por la ventana y
después saltó dentro.
Corrió a ponerse contra la puerta para poder escuchar lo que estaba
pasando con su esposo. Oía las voces de los guardias reales y también la de
Harris. Parecía querer explicarles que no había hecho nada, aunque no le
creían.
Cuando las voces se alejaron, abrió la puerta con desesperación.
¿Qué iba a hacer?
Se alzó un poco las faldas y corrió hacia la planta baja. Suponía que
se lo habrían llevado a los calabozos y necesitaba verle para hablar con él.
—Sylvia, han apresado a tu esposo —le dijo la mujer del laird
Fraser al verla pasar—. Lo han acusado de traición.
—No, no puede ser —consiguió balbucear—. Es un error.
—Al parecer, lo han encontrado registrando los aposentos reales —
prosiguió diciendo su amiga.
—Harris es un hombre íntegro, jamás haría nada semejante —le
aseguró, sintiendo un nudo que aprisionaba su garganta—. Necesito hablar
con él.
Avanzó entre las personas que allí se arremolinaban y trató de bajar
hacia las mazmorras, sin embargo, los guardias la detuvieron.
—¿A dónde cree que va, señora? —le dijo uno de ellos.
—Tengo que ir a hablar con mi esposo.
—No puede, ahora es un preso real.
—¡Claro que puedo! —gritó fuera de sí—. Es mi marido.
—Cálmese, si no quiere que la encierre también.
—Debe comprender que tengo que hablar con él.
—Mañana podrá hacerlo, justo antes de que sea ejecutado.
Aquellas palabras hicieron que su mundo se pusiera del revés. ¡No
podía ser verdad!
Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, justo antes de que se
tornase negro y cayese al suelo, inconsciente.

***

Sylvia despertó sobre un mullido colchón.


En un principio no recordaba los últimos acontecimientos ocurridos,
pero cuando estos le vinieron a la cabeza, se incorporó de golpe.
Trató de salir de la alcoba donde la instalaron al desmayarse, no
obstante, nada más abrir la puerta, un guerrero real la esperaba tras ella.
—Acompáñeme, señora, el rey le permite despedirse de su marido.
Durante los escasos minutos que fue tras el hombre, el corazón de
Sylvia no dejó de bombear con fuerza. Iba a confesar, lo haría porque no
podía permitir que su adorado esposo cargara con las consecuencias de sus
actos.
El guardia se paró justo antes de llegar a la puerta de una celda y se
giró hacia ella.
—Tiene pocos minutos para despedirse, así que aprovéchelos bien
—le aconsejó antes de abrir las rejas y permitirle pasar.
Sylvia vio a Harris apoyado contra la mohosa pared de piedra. Lo
habían golpeado y su semblante se veía hinchado y amoratado.
Corrió hasta él y se arrodilló a su lado.
—Mi amor, estoy aquí —consiguió decir con la voz entrecortada,
mientras tomaba su magullado rostro entre las manos.
—Sylvia —balbuceó con voz ahogada.
—Sí, soy yo.
—¿Qué haces aquí? Debes volver a casa.
—No, no me iré sin ti —dijo con vehemencia.
—Ambos sabemos que eso no sucederá.
—Sí, si yo confieso… —no pudo continuar la frase, ya que su
esposo le cubrió la boca con su gran mano.
—Ni se te ocurra —susurró—. Eso solo serviría para que te
condenaran también.
—Pero podría salvarte a ti —respondió entre murmullos cuando él
retiró la mano.
—Nada puede salvarme, Sylvia —le rebatió, mirándola
directamente a los ojos—. Yo estaba en la alcoba de la difunta reina…
—Si les cuento la verdad…
—Eso solo nos condenaría a los dos —la interrumpió como ella hizo
con él segundos antes.
—No puedo dejarte morir sabiendo que todo es culpa mía, Harris —
sollozó.
Su marido posó la mano sobre su mejilla acunando su hermoso
rostro.
—Cuando nos casamos, juré protegerte y cuidarte, y es justo lo que
estoy haciendo. No quiero que te culpes, yo entré en ese cuarto, fue mi
decisión y asumiré las consecuencias, pero antes, quiero que me prometas
que seguirás adelante. Ayudarás a nuestro hijo a tomar las riendas del clan y
a Catriona a casarse con un buen hombre que la ame y la respete —le pidió
—. Ellos te necesitan.
—Y yo te necesito a ti. —No pudo seguir conteniendo las lágrimas.
—Siempre me tendrás, estaré a tu lado guiando tus pasos, te lo
prometo.
—No puedo perderte.
—Eres fuerte y saldrás adelante. —La besó con suavidad en los
labios—. Te amo, Sylvia.
—Yo también te amo.
Les dejaron declararse sus sentimientos durante unos segundos más,
antes de que sacaran a rastras a Sylvia del calabozo.
Un par de horas después, contempló con todo el estoicismo con el
que fue capaz el momento en que colgaban a su esposo del cuello hasta la
muerte, consciente de que su vida ya nunca volvería a ser la misma.
Capítulo 1

Escocia, 1721
Clan Hunter

Catriona andaba organizando todos los trastos viejos que estaban esparcidos
por el desván. Quería renovar las cortinas de su cuarto y recordaba que por
alguno de aquellos arcones estaban guardadas las que tuvo hacía unos años.
Trató de mover uno de los pesados arcones, pero no pudo, por lo
que acabó tambaleándose hacia atrás y chocando contra un viejo escritorio
que cayó al suelo con un fuerte estruendo.
—Perfecto —refunfuñó procediendo a levantarlo con bastante
dificultad.
Una serie de papeles se habían desparramado sobre el suelo de
piedra, sin embargo, lo que más le llamó la atención fue algo que ponía en
uno de aquellos documentos que estaban fechados tres días antes de que
ejecutaran a su padre.
Se agachó y tomó la carta con las manos temblorosas, temiendo que
pudiera ser una prueba de que su padre en realidad sí que traicionó a la
corona, cosa que nadie de su clan creía. Al comenzar a leerla se dio cuenta
de que la carta no iba dirigida a él, como creyó en un principio, sino a su
madre. En ella se le explicaba que se creía que en la alcoba de la difunta
reina Ana podía haber una carta en la que se especificaba claramente que un
Estuardo debía ocupar el trono de Escocia. El escrito estaba firmado por un
tal Jamie.
¿Acaso su madre formaba parte del movimiento jacobita?
Continuó leyendo el resto de cartas que le dejaron muy claro que, en
efecto, era parte de la revolución que se alzaba contra el rey Jorge.
Con el corazón acelerado, se guardó en el escote de su vestido todas
las cartas, que tenían el mismo remitente, y trató de asimilar toda la
información que acababa de descubrir.
¿Debía decírselo a su madre? En ese momento tenía muchas ganas
de echárselo en cara, pero quizá no lo hiciera de las mejores maneras, ya
que tenía serias sospechas de que lo más probable era que su padre hubiera
perdido la vida a causa de eso.
Sintiéndose aturdida, subió las escaleras sin dejar de darle vueltas al
contenido de esas cartas y a la vida secreta que su madre había llevado y
que, de repente, la hacía verla con otros ojos.
—Se acerca alguien —oyó que decía una de las sirvientas al entrar
en el salón.
—¿Quién es? —preguntó, apresurándose a mirar por la ventana.
Por los colores que lucían sus tartanes, supo que se trataban de los
Hamilton y el que encabezaba el grupo era el hombre del que llevaba
enamorada desde que era tan solo una niña.
Atesoraba dentro de su corazón cada uno de los momentos que
pasaron juntos en su infancia y adolescencia, incluso aún guardaba entre las
páginas de su libro favorito una flor seca que le regaló hacía bastantes años.
Respirando hondo para tratar de frenar los acelerados latidos de su
corazón, subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a su alcoba para
poder arreglarse. Sacó las cartas de su escote, abrió el arcón y las metió
debajo de sus vestidos.
Después, se giró hacia el espejo y miró su imagen reflejada en él.
Tenía el pelo revuelto y el vestido verde que lucía se veía un tanto arrugado
y cubierto de polvo, pero ya no podía cambiarse de ropa sin que su madre o
su hermano sospecharan que algo extraño ocurría. Así que se limitó a
pasarse las manos por el rojizo cabello para intentar acomodárselo y se
pellizcó con suavidad las mejillas para darle un poco de color a su pálida
piel. También sacudió su ropa, tratando de quitarle la mayor cantidad de
suciedad posible.
Irguiéndose de hombros, se dispuso a encontrarse con Arran
Hamilton y sus impresionantes ojos oscuros que siempre hacían que miles
de mariposas revolotearan en su estómago, mientras disimulaba sus
sentimientos como siempre había hecho.
Conforme se iba acercando a las escaleras, la voz del hombre al que
amaba se fue volviendo más clara. Podía escuchar a su hermano Callum
responderle con frialdad, aún estaba dolido por la huida días antes de su
boda de la hermana de Arran. Cat lo entendía, puesto que dicha actitud
supuso una afrenta pública, aunque también comprendía a Morrigan, si ella
se hubiera visto en la tesitura de casarse con un hombre al que no amara,
era probable que hubiera actuado del mismo modo.
—No nos conviene estar enemistados, Hunter —decía Arran—.
Entre nuestros clanes siempre ha reinado la paz, no me gustaría que ahora
tuviéramos que iniciar una guerra.
—No creo haber sido yo el que ha tomado esa decisión —respondió
Callum con el ceño fruncido.
—Comprendo tu disgusto con Morrigan, pero…
—No estoy disgustado, ha sido una humillación pública y, créeme,
ya he tenido más que suficientes para el resto de mi vida.
—¿Y qué es lo que propones? —la voz ronca y contenida de Arran
denotaba que estaba preparado para desenvainar su espada si fuera
necesario.
Y, por el modo en que Callum apoyó su gran mano sobre la
empuñadura de la suya, Catriona supo que él también, por lo que creyó
necesario intervenir.
—Vaya, ¿a qué debemos esta agradable visita? —comentó la joven
bajando las escaleras con una sonrisa en apariencia tranquila.
La mirada de Arran se clavó sobre ella, recorriendo su esbelta figura
de arriba abajo.
—Señorita Hunter —la saludó con cortesía.
—Laird Hamilton —le imitó Cat al pararse frente a él—. No le veo
muy buena cara, ¿se encuentra bien?
Arran apretó los dientes, sabía que lo estaba provocando, aquella
mujer siempre se divertía haciéndolo.
—Me encontraría mejor si las decisiones impulsivas y estúpidas que
tomáis las mujeres no me volvieran loco y me trajeran tantos problemas.
Catriona enarcó una de sus pelirrojas cejas.
—¿Impulsivas y estúpidas? —repitió.
—¿Cómo llamas tú al hecho de que mi hermana escapara en plena
noche y que tú me distrajeras para ayudarla?
—Lo llamo unión femenina —rebatió con una sonrisa de
satisfacción que hizo que Arran pusiera los ojos en blanco.
—¿Qué os parece si demostramos nuestra hospitalidad y le
enseñamos al laird Hamilton donde puede acomodarse? —intervino Sylvia
entrando en el salón.
Todos se volvieron hacia ella, aunque Catriona no pudo evitar que le
acudiera a la mente que era muy probable que su padre muriera por su
culpa.
—Señora Hunter. —Arran se aproximó más a ella, tomó su mano y
depositó un beso con galantería sobre su dorso.
—Disculpa la actitud de mis hijos, los Hamilton siempre seréis bien
recibidos en nuestro hogar.
—Creo que sería yo quien tendría que decidir eso, madre —espetó
Callum malhumorado.
—¿Qué estás diciendo? —Con un gesto de la mano le restó
importancia a sus palabras—. ¿Acaso vas a echar a la calle al laird de
nuestro único clan vecino?
Su hijo gruñó y, a regañadientes, negó con la cabeza.
Sylvia sonrió y se volvió hacia su hija.
—Catriona, acompaña a nuestro invitado a la habitación azul, si eres
tan amable.
—Cómo no, madre —respondió con cierto tono de amargura en la
voz, que ella no pareció percibir—. Venga conmigo —le pidió a Arran.
—Continuaremos después con nuestra charla —le dijo a Callum
antes de seguir a su hermana escaleras arriba.
—Veo que tienes muchas ganas de pelea —terció Cat cuando se
quedaron a solas.
—¿Pelea? Yo no quiero pelear con nadie.
—Entonces, ¿por qué te has presentado aquí?
—Para aclarar las cosas con tu hermano.
—Mi hermano estaba muy tranquilo hasta que tú llegaste.
—¿Tranquilo? —La tomó por el brazo para que se detuviera—. No
es eso lo que me pareció cuando uno de mis guerreros pisó sus tierras y los
Hunter lo echaron de ellas a patadas.
—Solo necesita tiempo —dijo la joven liberándose de su agarre—.
Créeme, conozco a mi hermano mejor que tú, sé qué reflexionará y hará lo
mejor para todos.
Arran rio con ironía.
—Cómo no, la señorita siempre lo sabe todo.
Catriona ladeó la cabeza y se colocó en jarras.
—¿Qué estás insinuando?
—Creo que ha quedado bastante claro —repuso imitando su postura
—. Insinúo que siempre crees tener la razón y estar al corriente de todo.
—¿Te sientes amenazado por una mujer más inteligente que tú? —lo
provocó.
Arran sonrió de medio lado.
—Cuando algún día tenga delante a una con dichas capacidades, te
lo diré —le devolvió la pulla.
Ambos se sostuvieron la mirada unos segundos, retándose y
negándose a ser el primero en dar su brazo a torcer. Finalmente, fue Arran
el que habló:
—¿Me indicas mi habitación o no?
—Es la puerta que tienes a tu derecha —respondió con voz firme,
ocultando lo mucho que le afectaba su cercanía.
El hombre asintió, puso la mano en el pomo y la abrió.
—Gracias.
—No hay de qué —repuso dispuesta a tener la última palabra antes
de que entrara en la alcoba y se encerrase dentro.
Cat suspiró y se dispuso a marcharse, cuando se percató de que su
madre la estaba observando desde el inicio del corredor.
—¿Te ocurre algo con el laird Hamilton, Catriona? —le preguntó
con una sonrisa traviesa dibujada en su atractivo rostro, muy parecido al de
su hija.
—¿Qué iba a ocurrir? —respondió a la defensiva.
—Me da la sensación de que ocultas alguna cosa, querida.
—Todos tenemos secretos, madre. ¿No estás de acuerdo? —inquirió
pasando por su lado sin esperar a que respondiera.
Se sentía dolida por su reciente descubrimiento y le gustaría poder
hablarlo con ella, pero, por otro lado, necesitaba saber más antes de acusarla
de algo sin tener la certeza de lo que ocurrió realmente.
Capítulo 2

Catriona se cambió de ropa para la cena, aunque evitó arreglarse en exceso


para no dejar al descubierto sus verdaderos sentimientos.
Cuando estaba entrando en el salón se encontró con su hermano, que
miraba ceñudo un retrato de su padre. Ambos se parecían, compartían
altura, la ancha espalda, el cabello oscuro y los ojos pardos, aunque Callum
poseía un aspecto más salvaje y peligroso, apariencia que también le daban
las cicatrices que marcaban el lado izquierdo de su rostro.
—¿Buscando consejos en padre? —le preguntó mientras se le
acercaba.
—Ojalá pudiera hablar con él y que me aconsejara cómo actuar, Cat
—reconoció volviendo sus ojos hacia ella.
—Sé que jamás seré padre, no obstante, se me da bien escuchar si
necesitas hablar.
Su hermano resopló y se pasó las manos por el pelo.
—Estoy perdido. ¿Cómo debo actuar? ¿Cómo he de comportarme
con Hamilton? —le reveló sus preocupaciones—. Siento que debería pasar
por alto la afrenta de Morrigan, pero, por otro lado, tampoco estoy
dispuesto a convertirme en el hazmerreír del resto de clanes.
—Nadie se atrevería a reírse de ti, Callum.
—Puede que no en mi presencia, aunque, sin duda, sí que lo harán a
mis espaldas. Nuestro clan ya ha sufrido bastantes humillaciones y
habladurías.
—¿Qué nos importa a nosotros lo que digan los demás? —preguntó
abrazándolo.
Entre ellos siempre existió una relación maravillosa de complicidad
y apoyo fraternal. Confiaban mucho el uno en el otro, Catriona le
demostraba su afecto y pese a que él era más frío para esas cosas, lo
aceptaba con gusto.
—Esa no es la cuestión, Cat, no puedo mostrarme como un laird
débil, ¿lo entiendes?
—¿Y qué quieres hacer? ¿Declararle la guerra a los Hamilton?
¿Batirte en duelo con Arran? ¿Enemistarte con los Campbell? Ninguna de
esas opciones me parece acertada.
—Ese es el problema, a mí tampoco. —Con dos dedos se apretó el
puente de la nariz tratando de aliviar el tremendo dolor de cabeza que sentía
—. Nunca debí aceptar casarme con Morrigan.
—Lo hiciste para unir nuestros clanes y asegurarte de que en la Isla
de Arran reinara la paz. ¿Cómo podías prever que ella escaparía?
—Y mucho menos que mi hermana la ayudaría a hacerlo —
refunfuñó con una ceja enarcada.
La joven se puso de puntillas y le besó en la mejilla.
—¿Qué querías que hiciera?
—¿Detenerla?
—No podía hacerlo, percibía su desesperación.
—Desesperación por huir de mí —gruñó.
—Eso es porque no te conoce tan bien como yo, cualquier mujer
que lo hiciera daría lo que fuera por convertirse en tu esposa.
—Permíteme que lo dude.
—Con permiso —la voz de Arran hizo que ambos se volvieran hacia
él.
Vestía un kilt con sus colores y llevaba el cabello negro peinado
hacia atrás, haciendo que quedaran aún más patentes sus atractivas y
masculinas facciones, que se realzaban con la barba de días que lucía.
Su mirada oscura se detuvo sobre Catriona, que sintió como un
escalofrío la recorría de pies a cabeza.
—Buenas noches, Hamilton —terció Callum rompiendo el silencio
—. Espero que la cena que mi madre ha dispuesto sea de tu agrado.
—Pobre de él que no sea así —dijo Sylvia apareciendo en el salón y
agarrándose del brazo del invitado.
Arran le dedicó una amplia sonrisa y la mujer se la devolvió. Lo
conocía desde que era un niño, puesto que su difunto esposo y el anterior
laird Hamilton fueron buenos amigos.
—Estoy convencido de que todo estará delicioso —respondió Arran
con amabilidad, retirando una silla para que Sylvia tomara asiento.
Callum hizo lo mismo con su hermana, que acabó sentada frente al
hombre de ojos negros que parecía atravesarla con la mirada.
Comenzaron a comer en un incómodo silencio que solo era roto por
algún que otro comentario de Sylvia, que parecía ajena a la tensión que
existía entre el resto de los presentes.
Cuando llegaron a los postres, Arran dejó los cubiertos sobre la
mesa, se recostó sobre el respaldo de la silla y se cruzó de brazos.
—Creo que va siendo hora de abordar el tema que he venido a tratar
—dijo dirigiéndose a Callum—. ¿Estás dispuesto a olvidar lo ocurrido y
que volvamos a mantener la paz que siempre ha unido a nuestros clanes?
—Me gustaría que así fuera, pero es complicado.
—¡Maldita sea! —Golpeó la mesa con los puños, sobresaltando a
las mujeres—. Lo complicado será cuando nuestra gente empiece a
enfrentarse y comience a morir.
Callum se puso en pie con una expresión asesina dibujada en el
rostro.
—¿Cómo osas hablarme así? Te recuerdo que estás sentado a mi
mesa.
Arran se incorporó, apoyó las palmas sobre la sólida madera y se
inclinó hacia delante, enfrentándolo.
—Y yo te recuerdo a ti que estoy tratando de evitar una guerra que
no nos beneficiaría a ninguno de los dos. ¿O tu orgullo está por encima de
la vida de tu gente?
—Tus insinuaciones me ofenden y en este momento estoy muy
tentado a que nos batamos en duelo, Hamilton.
—Si eso es lo que necesitas para resarcirte, que así sea. Haré
cualquier cosa por mantener la paz entre nuestros clanes.
—¡Nooo! —gritó Catriona poniéndose en pie de un salto, haciendo
que la silla cayera hacia atrás con un sonoro golpe—. ¿Os habéis vuelto
locos? No podéis hacer semejante estupidez.
—No es cosa suya, así que le rogaría que no se metiera en esto,
señorita Hunter —respondió Arran malhumorado.
La pelirroja lo fulminó con la mirada y se puso en jarras.
—Estoy aquí presente y diré lo que me venga en gana —repuso con
el mentón alzado.
—En este caso, Cat, creo que Hamilton tiene razón, este asunto es
entre él y yo.
La joven le miró con los ojos muy abiertos.
—No puedo creer que me digas eso —le reprochó—. ¿Estás
dispuesto a jugarte la vida por una nimiedad?
—No es una nimiedad, Cat. El modo en que su hermana me dejó
plantado irá de boca en boca y me convertiré en el hazmerreír de las
Highlands si no hago algo —bramó con frustración.
—Es posible que yo tenga una solución que pueda beneficiarnos a
todos —intercedió Sylvia.
Los tres se volvieron hacia ella.
—¿Qué solución? —preguntó Arran con interés.
—¿Y si les hacemos creer a todos que mis hijos no fueron a tu clan
por el motivo que piensan?
—Eso es imposible, saben que el padre Balfour venía de camino
para asistir a una ceremonia nupcial —continuó diciendo el hombre.
—Y así era, pero no la que todos creían.
El corazón de Catriona comenzó a latir acelerado al intuir lo que su
progenitora iba a decir.
—Explícate mejor, madre —le exigió Callum.
—¿Por qué no decimos que la boda que iba a celebrarse en realidad
era la de Arran y Cat? Sería un motivo factible para que ambos estuvierais
allí y para explicar la presencia del sacerdote. Además, que Morrigan
escapara habría sido una buena excusa para posponer dicho enlace.
—Oh, no —negó Arran moviendo la cabeza de un lado al otro con
vehemencia—. Yo… —Señaló a Catriona—. Nosotros no podemos
casarnos.
—¿No decías que estabas dispuesto a cualquier cosa por mantener la
paz entre nuestros clanes? —inquirió la mujer con una ceja enarcada.
—¿Y mi opinión no cuenta para nada? Yo tampoco quiero casarme
con él —soltó Catriona molesta.
—¿Que tú no quieres casarte conmigo? —ironizó Arran
aproximándose a ella—. A tus veintiséis años se te considera una solterona,
ser mi esposa sería lo mejor que podría pasarte.
La joven emitió una risa sarcástica.
—¿Estar unida a un fanfarrón engreído es lo mejor que puede
pasarme en la vida? Porque yo veo un futuro más halagüeño en estar metida
en un convento rodeada de viejas monjas.
Arran bufó furioso.
—Madre tiene razón, es una buena idea —apuntó entonces Callum.
—Gracias, hijo —se jactó Sylvia satisfecha.
—Hunter…
—No, espera un momento, Hamilton —le interrumpió—. Si te casas
con mi hermana mataremos dos pájaros de un tiro. Por una parte, no tendré
que matarte para resarcir mi orgullo, y también, a través de vuestro enlace,
nuestros clanes quedarán unidos, como siempre fue nuestra intención. ¿O
acaso no estás dispuesto a hacer el mismo sacrificio por el que yo pretendía
pasar?
—¿Casarse conmigo es un sacrificio? —protestó Catriona
indignada.
—No es por ti, Cat —le aseguró Callum tomándola por los hombros
para poder mirarla a los ojos—. Sería igual de sacrificado casarte con
cualquier persona que no ames. También lo será para ti.
Catriona parpadeó con rapidez.
—Sí, claro, por supuesto —se apresuró a decir para no delatar sus
verdaderos sentimientos.
—No obstante, en este caso, el matrimonio solo representa una
transacción, nada romántico, y creo que si te casas con Hamilton puede
beneficiar mucho a nuestra gente. Aun así, si no estás de acuerdo, nos
olvidaremos de esto, ya encontraré otro modo de solucionarlo.
—¿Como batirte en duelo con Arran? —Miró al aludido por encima
del ancho hombro de su hermano.
—Por ejemplo —reconoció con el semblante serio.
—Ni hablar, no voy a permitirlo, no quiero cargar con ninguna de
vuestras muertes a mis espaldas. —Negó con la cabeza—. Me casaré con él
si con ello consigo la paz.
—¿¡Qué!? —exclamó Arran—. Pero… pero…
—¿Te has quedado sin palabras, querido? —se mofó Sylvia.
—Yo… es que…
—Dios santo, ¿en serio? —inquirió Catriona poniendo los ojos en
blanco—. ¿Voy a tener que soportar esos balbuceos toda la vida? Pero…
pero… yo… yo… —lo imitó haciendo muecas.
Arran gruñó y se pasó las manos por el pelo.
—Eres… —dijo entre dientes tratando de contener su
temperamento.
—¿Qué? Dilo de una vez. ¿Qué soy?
Observó aquellos rizos rojizos que contrastaban a la perfección con
su pálida tez y sus rasgados ojos verdes claros. Era bonita, aunque no en
exceso, sin embargo, lo que hizo que su entrepierna se endureciera no fue
su aspecto, sino la manera retadora con la que le miraba. Catriona tenía
fuego dentro de ella, podía sentirlo.
—Al parecer, eres mi prometida porque, por desgracia, voy a
casarme contigo.
Capítulo 3

Arran envió a uno de sus hombres a su clan para que avisara a Donald —el
mejor amigo de su padre y el que se quedaba a cargo del clan en su ausencia
—, de que tardaría unos días más en volver porque iba a contraer
matrimonio con Catriona. Estaba seguro de que esa noticia le sorprendería,
en especial, porque la boda se celebraría al día siguiente, ya que el padre
Balfour se encontraba en el clan Hunter en aquellos momentos.
De vuelta al castillo, tras haber estado ocupándose de su caballo, vio
una sombra escabulléndose entre los árboles que llamó su atención. La larga
melena pelirroja no le dejó lugar a dudas de quien se trataba, así que decidió
seguirla.
¿A dónde iría ahora esa joven testaruda? No estaría pensando en
huir del mismo modo en que lo hizo Morrigan, ¿verdad? Porque si era así,
la ataría a su cama para que no pudiera librarse de su enlace después de que
se había comprometido a ello.
De repente, aquella imagen de Catriona atada a los postes del lecho
le resultó de lo más atrayente. ¿Qué demonios le estaba pasando?
Cat, ajena a que la seguían, iba caminando en medio de la oscuridad
del bosque. Sabía perfectamente a donde se dirigía porque hizo ese mismo
recorrido en innumerables ocasiones.
—Ya creía que no ibas a venir —dijo un hombre de cabello rubio
saliendo a su encuentro.
—Debería estar muerta para no acudir a nuestro encuentro —
aseveró echándose a sus brazos.
—Un año sin verte ha sido demasiado tiempo.
—Lo sé —respondió la joven sonriendo y alzando los ojos hacia él.
—Qué bonito reencuentro —ironizó Arran a sus espaldas,
sobresaltándolos.
—No es lo que piensas —se apresuró a decir Cat alejándose de los
brazos del hombre al que acababa de abrazar.
—Por supuesto que no, que te restriegues con un hombre en medio
de la noche como una vulgar fulana es lo más normal del mundo.
—No te consiento que le hables así —espetó el desconocido,
desenvainando su espada.
Arran alzó su arco apuntándole directamente a la cabeza.
—¿Acaso tú vas a decirme como hablarle a mi reciente prometida?
—¿Prometida? —El hombre miró a la joven pelirroja con la
confusión reflejada en el rostro.
—Vaya, aún no le ha dado tiempo de darte las buenas nuevas —se
jactó Arran, sarcástico.
—Deja de decir necedades, ¿quieres? —espetó Cat enfadada—. No
entiendo por qué te comportas como un hombre celoso, tú y yo solo nos
vamos a casar por mantener la paz entre nuestros clanes.
—Eso no significa que pase por alto que tengas amantes.
—¡Amantes! —exclamó ofendida—. Estoy tentada a darte una
bofetada. Yo no estoy aquí para retozar sobre la hierba, como pareces
empeñado en pensar. En este lugar está la tumba de mi padre y cada año, al
pasar las doce de la noche del día de su cumpleaños, vengo a reunirme con
él. —Se apartó hacia un lado para que pudiera ver las piedras que indicaban
el lugar donde estaba enterrado su cuerpo.
Arran desvió la mirada hacia el sitio que señalaba, aunque
rápidamente volvió a centrar su atención en la pareja que tenía frente a sí.
—Eso no explica qué haces a solas con él, lanzándote a sus brazos.
El hombre avanzó enfundando su espada y alargando la mano hacia
él.
—Soy Arthur, el hermano pequeño de Harris.
Arran estudió la mano unos segundos antes de volver a colocarse el
arco a la espalda y tomarla. La verdad es que no se parecía en nada a la
imagen que él recordaba del anterior laird de los Hunter, que era un fiel
reflejo de su hijo.
—¿Y por qué no te conozco?
—Digamos que soy un nómada, nunca paso demasiado tiempo en el
mismo lugar, pero siempre vuelvo a casa para celebrar el cumpleaños de mi
querido hermano.
—Y ahora que has comprobado que tu honor permanece intacto,
lárgate —le soltó Catriona furiosa antes de arrodillarse frente a la tumba de
su padre y poner una de sus manos sobre las piedras que la componían.
Arran se quedó un par de minutos mirando en silencio su imagen en
la oscuridad, decidiendo si debía disculparse por haberla juzgado mal.
Finalmente, optó por darse media vuelta e irse por donde vino, sin decir una
sola palabra más.
—Así que prometida, ¿eh? —comentó Arthur con ironía—. Y, por lo
que puedo apreciar, con un hombre con el que te llevas a las mil maravillas.
—Cállate, tío Arthur, no estoy de humor.
—¿Cómo ha ocurrido esto? Creía que estabas decidida a mantenerte
soltera —comentó acuclillándose a su lado.
—Y era así, sin embargo, las circunstancias me han llevado a estar
al borde de dar el «sí, quiero» —se lamentó—. Deja que te lo cuente todo.

***

Catriona se tiró toda la noche hablando con Arthur, que además de


su tío, lo consideraba un buen amigo. Era cierto que jamás pasó largas
temporadas en Tùr Eilein, pues era un trotamundos, pero cuando lo hacía,
su relación siempre fue muy cercana, sobre todo, porque solo se llevaba
diez años con Cat y cinco con Callum, cosa que los convertía en
confidentes.
Al llegar la mañana, la joven se sentía muy nerviosa, pese a que de
todos modos estaba decidida a seguir adelante. No tenía nada que ver con
sus sentimientos hacia Arran, estaba enamorada de él, sí, no obstante, no le
agradaba la idea de que se casara con ella por obligación. De todos modos,
jamás se perdonaría que su hermano y él se enfrentaran en un duelo y que
alguno de los dos acabara herido de gravedad, o incluso algo peor, muerto.
Unos leves toques en la puerta la hicieron volverse y ver a su madre,
que entró con una sonrisa tierna dibujada en los labios.
—¿Cómo estás?
Catriona desvió de nuevo la mirada hacia el espejo, apreciando las
pronunciadas sombras que se marcaban bajo sus ojos.
—No sabría decirte, madre —contestó con sinceridad.
Acercándose a ella por detrás, Sylvia posó una de sus manos sobre
el hombro de su hija.
—Comprendo tu nerviosismo, pero todo va a ir bien. Esto es lo que
siempre has soñado.
—¿Cómo sabes tú con lo que sueño? —inquirió con el ceño
fruncido.
—Porque soy tu madre y te conozco —respondió con calma—.
Hace años que sé los sentimientos que albergas hacia el joven Hamilton.
—Yo también creía que te conocía a ti —repuso con cierta
amargura.
Sylvia frunció el ceño, extrañada por sus palabras.
—¿Qué quieres decir, Cat?
La joven negó con la cabeza.
—Nada, solo estoy nerviosa —dijo, restándole importancia a sus
palabras.
—No te preocupes, cariño, todo va a salir bien. Ahora te ayudaré a
arreglarte y ponerte bellísima para impresionar a tu futuro marido.
—Aunque me pusieras uno de los vestidos de la mismísima reina,
Arran no se fijaría en mí de ese modo —comentó con tono irónico.
—No digas estupideces, cariño, eres una mujer preciosa, cualquier
hombre puede apreciarlo.
—Se nota que me ves con ojos de madre —apuntó emitiendo un
suspiro cansado.

***

Arran estaba en los alrededores de Tùr Eilein con su inseparable


halcón al hombro. Necesitaba respirar un poco de aire fresco.
Cuando acudió al clan Hunter, lo que menos hubiera imaginado era
que acabaría casado con aquella pelirroja que siempre quería tener la última
palabra. ¿Cómo iba a lidiar con una esposa así?
Su ideal de mujer siempre fue una joven hermosa, que luciera una
sonrisa adorable en el rostro, con un carácter tranquilo y hogareño, y que le
respetara a él y sus decisiones. Tenía claro que Catriona jamás podría ser
esa persona.
—¿Qué voy a hacer con esta mujer, amigo? —le dijo a Sealgair, que
ladeó levemente la cabeza como si le entendiera.
—¿Hamilton?
La voz ronca de Callum hizo que se volviera hacia él.
—¿Querías algo, Hunter?
El aludido asintió y se aproximó más, hasta que ambos quedaron a
pocos pasos.
—Quería hablar contigo sobre mi hermana.
Arran se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva.
—Adelante, di lo que tengas que decir y acabemos de una vez con
esto.
—Cat es una mujer excepcional, no se merece sentir que, para ti,
casarte con ella es un castigo.
—¿Pretendes que finja estar encantado con todo esto? —rio con
amargura—. Porque déjame decirte que es lo opuesto a lo que siento.
—Si es preciso que lo hagas para que no la ofendas, adelante, hazlo.
—Escúchame bien, Hunter, no soy ningún pelele que vaya a ir todo
el día detrás de tu hermana para tenerla contenta. Deberá adaptarse a las
costumbres de mi clan y aprender a ser una buena esposa.
Callum gruñó entre dientes.
—Una vez que te cases con ella, tu deber es protegerla y cuidarla,
no lo olvides.
—Jamás olvido mis obligaciones, Hunter, y también espero que ella
tampoco lo haga con las suyas.
Ambos se mantuvieron la mirada un par de minutos, retándose.
—Si me entero que la haces infeliz, te mataré —sentenció Callum
con solemnidad, con una expresión que hubiera asustado a la mayoría de los
hombres de Escocia.
—Preocúpate más de que ella sepa permanecer en su lugar, yo tengo
bien claro cuál es el mío —dijo alejándose y dando por zanjada la
conversación.
Ya era suficiente con tener que soportar a aquella pelirroja que creía
saberlo todo, como para que, encima, su hermano tratara de amedrentarle.
¡Maldita la hora en que decidió presentarse en el clan Hunter para
asegurar la paz entre sus gentes!
Capítulo 4

Catriona vivió la ceremonia nupcial como si estuviera dentro de un mal


sueño. Por una parte, Arran no dejaba de echarle miradas fulminantes,
mientras que su hermano lo hacía con lástima.
No le gustaba que nadie sintiera pena por ella, y mucho menos, por
unirse en matrimonio al hombre que amaba en secreto y que, al parecer, y
teniendo en cuenta su actitud, la odiaba.
—Puede besar a la novia —dijo el padre Balfour.
—¿Es necesario? —inquirió Catriona dando un paso atrás para
poner mayor distancia con su reciente marido.
El párroco la miró con las cejas enarcadas.
—Amm… sí, claro… es lo que suele hacerse en estos casos.
—Que suela hacerse no significa que sea algo obligatorio —le
rebatió, poniéndose en jarras.
—Oh, vamos —gruñó Arran tomándola por la cintura y pegándola a
su cuerpo—. ¿Hasta esto vas a discutirlo?
Cat se disponía a contestarle cuando los labios del hombre se
posaron sobre los suyos, acallándola. Fue un beso suave y fugaz, y, aun así,
hizo que a la joven la recorriera un escalofrío.
Cuando se separaron, los ojos de Arran se quedaron mirando a los
de Catriona por unos segundos, apreciando las diferentes tonalidades verdes
que en ellos había. Sintió deseos de volver a besarla para poder degustar a
sus anchas la dulzura que percibió en ella, por eso mismo la soltó de mala
gana, no le gustaba que aquella cabezota despertara esos deseos en él.
—Prepárate para el viaje, partiremos ahora mismo hacia Fjord
Castle —le comunicó mientras se dirigía hacia el exterior de la ermita.
—¿Qué? —Catriona se alzó un poco las faldas y corrió tras él—. No
puedes hablar en serio.
—Créeme, siempre hablo en serio.
—Es imposible que partamos ya, necesito tiempo para preparar mi
equipaje.
—Coge lo esencial, mandaré a alguien para que vuelva a por el resto
de tus cosas —dijo sin tan siquiera volverse para mirarla.
—¿Y no voy a tener tiempo ni para despedirme?
—No creo que se tarde tanto en decir adiós.
—¡Eres un arrogante insensible! —exclamó deteniéndose con los
puños apretados.
Arran se volvió hacia ella con el ceño fruncido.
—Te exijo que me tengas respeto, Catriona, ahora eres mi esposa.
La joven alzó el mentón con actitud retadora.
—¿Así va a ser a partir de ahora?
—¿A qué te refieres? —preguntó entrecerrando los ojos.
—A que tú dispongas lo que hay que hacer y yo tenga que obedecer
a pies juntillas.
—Reconozco que me gustaría que así fuera, aunque conociéndote,
lo veo bastante improbable —repuso sardónico—. Y ahora, te sugiero que
no pierdas más tiempo y hagas lo que te he pedido. Antes de que el sol
comience a bajar nos pondremos en marcha, estés lista o no.

***

Catriona estaba cogiendo algunos vestidos, mientras iba rezongando


maldiciones hacia su nuevo esposo. Pasaría la noche de bodas cabalgando,
cubierta de polvo y con las posaderas doloridas. ¡Qué maravilla!
—Cómo me gusta ver la felicidad que irradiáis las recién casadas —
ironizó su tío en una postura relajada con un hombro apoyado en el marco
de la puerta de su alcoba, los brazos cruzados y un tobillo descansando
sobre el otro.
—No estoy de humor para tus bromas, tío Arthur.
—Eso ya lo veo —comentó burlón—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—No hace falta, ya tengo casi listo todo lo que me puedo llevar en
estos momentos, mi madre organizará el resto de mis cosas. —Miró su
habitación con nostalgia—. No puedo creerme que no vaya a dormir aquí
nunca más.
—No seas dramática, sobrina. —Pasó una mano por encima de sus
hombros y la apretó contra su costado—. Volverás de visita, ¿no?
Catriona puso los ojos en blanco.
—Sabes perfectamente a lo que me refiero.
—Lo sé, y entiendo que al principio puede resultarte difícil, pero te
conozco y sé que te adaptarás rápido. Eres una Hunter.
—No lo tengo tan claro —comentó pensando en la actitud distante
que Arran mostraba con ella.
Un carraspeo ronco hizo que ambos se volvieran hacia la puerta, que
en aquel momento estaba ocupada con la enorme envergadura de Callum.
—¿Interrumpo?
—No, para nada, yo ya me iba —se apresuró a responder Arthur
besando los rizos pelirrojos de la joven—. Que tengas buen viaje —le deseó
guiñándole un ojo.
Al pasar junto a su sobrino le palmeó el hombro y los dejó a solas.
—Te he traído tus frascos de hierbas, he pensado que te gustaría
llevártelos —repuso entregándole el saquito donde las llevaba guardadas.
—Muchas gracias. —Lo cogió con una sonrisa triste dibujada en la
cara.
—Cat, si crees que esto es un error…
—No es ningún error, no voy a permitir que os matéis batiéndoos en
duelo cuando puedo evitarlo.
—¿A cambio de sacrificar tu felicidad?
—No seas tan dramático, Callum. —Le acarició la rasposa mejilla
—. Me hice a la idea de permanecer soltera para siempre, solo necesito algo
de tiempo para adaptarme a las nuevas circunstancias, eso es todo.
—Si en cualquier momento sientes que no eres feliz con Hamilton,
recuerda que esta siempre será tu casa.
Catriona sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Conocía lo
suficiente a su hermano para saber que no le importaría enemistarse con
quien hiciera falta con tal de que su familia estuviera bien.
—Lo sé, hermano. —Lo abrazó con afecto—. Yo jamás dejaré de
ser una Hunter.

***

Después de que Catriona se despidiera de su familia y del resto de


los integrantes del clan, iniciaron la marcha.
Arran iba a la cabeza del grupo, con su inseparable halcón
sobrevolando en círculos sus cabezas. No estaba de buen humor, en
especial, cuando no dejaba de oír la cantarina risa de Cat, que conversaba
de un modo animado con algunos de sus hombres. Colin, un guerrero joven
y apuesto que solía hacer a las muchachas suspirar por sus huesos, era el
que más parecía captar su atención.
¿Por qué tenía que estar hablando y riendo con él sin parar?
Gruñó para sus adentros, maldiciéndose a sí mismo por el rumbo
que estaban tomando sus pensamientos. ¿A él qué más le daba con quién
hablara? Su matrimonio solo era un acuerdo, por el amor de Dios.
—¡Esperad un momento! —exclamó de repente la joven deteniendo
su caballo y bajando de él con agilidad.
—¿Qué demonios haces? —gruñó Arran viendo como se
aproximaba a un costado del camino, arrodillándose.
—Es rodiola —le dijo, como si eso para él significara algo.
—Seguid adelante, en un momento os alcanzaremos —les ordenó a
sus hombres antes de acercar su semental hasta ella para desmontar y ver
como recogía algunas flores—. ¿Se puede saber por qué te has detenido?
—Te lo acabo de decir, es rodiola, es difícil encontrarla y tenía que
pararme a recogerla.
—No sé como se harían las cosas en tu antiguo clan, no obstante, de
ahora en adelante quiero que me consultes antes de tomar decisiones por tu
cuenta.
Catriona alzó su mirada hacia él.
—¿De verdad pretendes que te consulte si puedo recoger unas
flores?
—No exactamente eso, pero no puedes decidir por tu cuenta detener
la marcha solo para arrancar unos hierbajos.
—Para tu información, esto a lo que llamas hierbajos ayudan a dar
vitalidad a los enfermos —repuso con el mentón alzado.
—Mira, recoge lo que necesites cuanto antes y… —de repente, la
frase se murió en sus labios al percibir los sutiles movimientos de una
serpiente que iba directa hacia Cat.
Sin pensarlo, la empujó hacia un lado y se interpuso entre ella y la
víbora, que clavó los afilados colmillos en su gemelo con saña.
—¡Maldición! —rugió inclinándose para tomar al reptil por la
cabeza para que le soltase, tras lo cual, lo liberó entre los matorrales. No era
partidario de matar animales si podía evitarlo.
—Madre mía, te ha mordido —se lamentó Catriona.
—¿De verdad? —ironizó—. No me había percatado, menos mal que
acabas de decírmelo.
—No me hables como si fuera estúpida, yo no he tenido la culpa de
que te mordiera.
—¿No? —rio de modo sarcástico—. Yo creo que eres la culpable
absoluta, ya que no me habría mordido si no te hubieras detenido a recoger
tus hierbajos.
—Oh, ya basta —respondió cansada—. Deja de discutir y
permíteme verte la mordedura.
—No hace falta, por suerte, el veneno de esta víbora no es mortal.
—De todos modos, debe dolerte mucho y sé una manera de
aliviarlo, así que no seas tan tozudo y siéntate para que pueda ayudarte.
Echándole una mirada furibunda, hizo lo que le pedía.
Catriona examinó la mordedura, que ya empezaba a inflamarse, y
suspiró.
—Voy a lavarla y a aplicarte un ungüento que hará que deje de
escocerte —le explicó antes de ponerse en pie, coger agua y el saco con sus
plantas que llevaba atado a la montura de su caballo.
Arran observó como rompía un pedazo de su falda y hacía un
torniquete justo por encima de la mordedura para evitar que el veneno se
propagara por su cuerpo. Después, procedió a verter una buena cantidad de
agua fresca sobre las hendiduras que dejó en su piel el reptil, para, acto
seguido, sacar un frasquito con un espeso ungüento que extendió sobre ellas
con cuidado.
—¿Te diste cuenta de que no era de las serpientes mortales antes de
interponerte entre ella y yo? —le preguntó la joven sin dejar de prestar
atención a lo que estaba haciendo.
—En ese momento no me dio tiempo a pensar, solo actué por
instinto.
Los ojos verdes de Cat se alzaron hacia él.
—Te lo agradezco —dijo con humildad.
Arran sintió deseos de pasar su pulgar sobre los labios de la
muchacha y poder percibir su suavidad, no obstante, se pasó la mano por el
pelo y emitió un leve gruñido.
—Era mi obligación, no tenía otra opción. Cuando nos casamos
prometí cuidar de ti y jamás rompo un juramento —respondió tratando de
que su voz no reflejara la necesidad de tocarla que sentía, sobre todo, al
notar los finos dedos de la joven masajeando su pierna.
—De todos modos, gracias —insistió Catriona rompiendo otro trozo
del bajo de su falda para vendarle la herida y que no se le infectase.
—Déjate de tantos agradecimientos y pongámonos en marcha, ya
me has hecho perder demasiado tiempo —refunfuñó malhumorado por
sentir cosas por esa mujer que no entraban en sus planes.
Él no necesitaba una distracción de sus obligaciones, y mucho
menos, en forma de una esbelta pelirroja, con mirada felina, que se
empeñaba en discutírselo todo.
Capítulo 5

Tras varias horas de exhaustiva cabalgata llegaron al clan Hamilton, donde


sus habitantes los recibieron con los brazos abiertos. La alegría reinaba en
el ambiente y todos parecían muy felices de que su laird se hubiera casado.
Además, les satisfacía que hubiera sido con alguien a quien ya conocían y
que, en algunos casos, incluso le tenían cariño.
—¿Qué tal ha ido todo en mi ausencia? —le preguntó Arran a
Donald, que fue el primero en acercarse a saludarle.
—Sin ningún contratiempo. —Los ojos grises del hombre se
desviaron de forma sutil hacia Catriona—. A excepción de tu inesperado
enlace.
—No he tenido otra opción, pero ya hablaremos de ello en otro
momento —respondió en un susurro antes de dirigirse hacia su esposa para
ayudarla a desmontar del caballo.
Cuando sus pies tocaron el suelo, las piernas le fallaron después de
tantas horas seguidas montando, por lo que tuvo que agarrarse a los anchos
hombros de Arran para no perder el equilibrio.
—¿Estás bien? —le preguntó un tanto preocupado.
Catriona asintió.
—Solo me siento cansada.
Se quedaron mirándose unos segundos, hasta que una jovial voz les
interrumpió:
—Mon chéri, cuanto tiempo sin verte.
Arran, manteniendo a la joven sostenida por la cintura, se volvió
hacia la elegante anciana que se aproximaba a ellos con los brazos abiertos.
—¿Abuela?
—Oh, sí, se me olvidó comentarte que tenemos visita —murmuró
Donald tras él, con guasa.
—Estás hecho todo un hombre —siguió diciendo la mujer, que se
echó a sus brazos—. Hasta te encuentro casado y no te has dignado ni a
invitarme al enlace —apuntó, mirando a la muchacha—. Y por lo que veo,
con una autentica belleza. Mi nombre es Emer, soy la abuela de Arran y, por
consiguiente, ahora también la tuya, jolie.
—Es un placer conocerla, señora. —Le tendió la mano—. Mi
nombre es Catriona, aunque puede llamarme Cat.
—Déjate de formalidades, fille, que somos familia, tutéame y
llámame abuela o Emer, como prefieras —repuso apartando la mano y
abrazándola del mismo modo en que hizo con su nieto.
—¿Qué haces aquí, abuela? —intervino Arran—. Creía que estabas
viviendo tu vejez en Francia.
—¿Y eso significa que no pueda venir a ver a mis nietos? —espetó
poniéndose en jarras—. Además, estoy deseando conocer a mi bisnieto.
—Me han dicho que el bebé de Morrigan es una auténtica monada
—comentó Catriona.
—¿Cómo no iba a serlo, cher? Mis nietos son muy hermosos, ¿no
crees?
—Sí, lo cierto es que Morrigan es una de las mujeres más bellas que
he conocido jamás.
Emer enarcó una ceja.
—¿Solo Morrigan?
Catriona repasó con la mirada a Arran y se encogió de hombros.
—Sí, solo Morrigan —contestó guiñándole un ojo.
La anciana soltó una carcajada.
—Creo que vamos a llevarnos muy bien tú y yo.
—Dios no lo quiera —musitó Arran poniendo los ojos en blanco—.
Espero que hayas tenido un buen recibimiento, abuela.
—Por supuesto, Donald me ha tratado de maravilla.
—Como se merece, Emer —aseveró el aludido dedicándole un leve
asentimiento de cabeza, que se ganó una sonrisa de la anciana.
—Me alegro —repuso su nieto, que tomó a Catriona del brazo—. Si
nos disculpas un momento, voy a enseñarle a mi esposa cuál será su
habitación.
Sin esperar respuesta, entró a Fjord Castle llevando con él a Cat, que
aún le daba vueltas a sus últimas palabras.
—¿Qué has querido decir con mi habitación?
—Justo lo que he dicho —respondió mientras subía las escaleras.
—Te refieres a nuestra alcoba conyugal, ¿no?
—En realidad, no —respondió secamente—. Me refiero a tu
habitación.
Catriona pegó un tirón librándose de su agarre.
—¿Tanto te repugno? —inquirió indignada.
—¿Ya vuelves a tener ganas de discutir?
—No quiero pelear contigo, pero no llego a entender por qué me
desprecias de este modo.
—Yo no te desprecio —negó con énfasis.
—¿No? ¿Y cómo le llamas a esto de relegarme a otra alcoba para no
tener que compartir la tuya conmigo?
—Lo llamo intimidad —respondió tratando de conservar la calma
—. Muchos matrimonios tienen habitaciones separadas y no creo que
ninguna de las esposas haya montado en cólera como haces tú.
—En ese caso, quiero recordarte que no hemos consumado nuestro
matrimonio, por lo que aún no es válido.
La expresión del hombre se endureció.
—¿Me estás amenazando?
Catriona alzó el mentón.
—No, solo te estoy recordando algo que pareces haber olvidado.
—De acuerdo, si es lo que deseas, consumaremos ahora mismo —
repuso entre dientes agarrándola de nuevo del brazo dispuesto a llevarla
hasta su cuarto.
—Ni lo sueñes. —Se liberó otra vez—. No voy a hacerte pasar por
ese calvario.
—¿Quién ha dicho que para mí sea un calvario tener que compartir
intimidad contigo?
—No hace falta, tus actos hablan por sí solos.
Arran estuvo tentado a confesarle que no podía estar más
equivocada, que en ese mismo instante lo que le gustaría era besarla para
hacerla callar y que dejara de decir sandeces, sin embargo, abrió la puerta
que estaba a su izquierda. Quería darle tiempo para adaptarse a su nueva
relación y que el día que compartieran intimidad no fuera incómodo ni
forzado.
—Esta es tu habitación, la mía queda justo al lado, por si necesitas
algo.
—Tranquilo, que de ti no necesito nada en absoluto —repuso airada
entrando a la alcoba y dando un portazo.
Suspiró y cerró con fuerza los ojos para tratar de controlar las
lágrimas que pugnaban por salir de ellos. Se sentía dolida y humillada al
saber que Arran no quería tocarla como un marido lo hacía con su mujer.
Con determinación, se cuadró de hombros prometiéndose a sí
misma que cuando llegara el momento de consumar su matrimonio, Arran
tendría que suplicárselo. Además, se esforzaría por librarse de aquel
estúpido enamoramiento que ya estaba durando más de la cuenta.

***

Arran hablaba con Donald acerca de todo lo que ocurrió en el clan


en su ausencia y, al parecer, lo único reseñable era que Macauley se mostró
bastante rebelde y desafiante.
—No sé que voy a hacer con este muchacho —se quejó.
—No se lo tengas en cuenta, es la edad —le restó importancia el
maduro guerrero—. Recuerdo cuando tú tenías su edad y te pasabas el día
desafiando a tu padre.
—Sí, y me gané más de un capón por ello —le rebatió—. Ve a
buscarlo, quiero hablar con él.
—De acuerdo, pero no seas demasiado duro —le pidió Donald antes
de salir del despacho.
Arran revisó los cobros de los arrendatarios, él aún no se había
acabado de adaptar a esas nuevas labores como laird, aunque, por suerte,
Donald conocía a la perfección cómo funcionaba el clan. De todos modos,
su mente seguía puesta en la esbelta y terca pelirroja que ahora ocupaba la
habitación contigua a la suya.
¿Por qué tenía que ser todo tan complicado con esa mujer?
Pretendió ser respetuoso y ella lo tomó como si la despreciara.
Debería haberle explicado sus verdaderas motivaciones para posponer el
momento de compartir el lecho, no obstante, sentía que mostrar esa parte de
él le hacía más vulnerable y no le gustaba sentirse así.
Durante la guerra pudo comprobar como los sentimentalismos, las
dudas y la compasión hicieron que algunos de sus compañeros acabaran
muertos sobre el campo de batalla. Eso le enseñó que debía de ser decidido
y que los sentimientos solo suponían una debilidad, por lo que tuvo la
determinación de esconderlos muy dentro de él para que nadie pudiera
herirle o usarlos en su contra.
—Aquí te traigo al hombrecito de la casa —comentó Donald
revolviéndole el cabello negro al muchachito.
—¿Querías algo? —inquirió Macauley a la defensiva cruzándose de
brazos.
—Sí, cierra la puerta, tenemos que hablar —respondió apoyando la
cadera contra el escritorio.
—Os dejo a solas —comentó el guerrero Hamilton, sonriéndole al
jovencito antes de cerrar la puerta.
—¿Qué ocurre? —insistió Macauley, que parecía nervioso.
—Eso me gustaría saber a mí.
—No sé de qué me hablas.
—Ha llegado a mis oídos que te has mostrado un tanto rebelde y
desafiante en mi ausencia.
Los ojos azules del niño se abrieron de par en par.
—¿Te lo ha dicho Donald?
—No importa quién me lo haya dicho, lo único relevante es que
debes empezar a saber comportarte, dentro de poco serás un hombre.
—Me he comportado bien, que tenga mis propias opiniones con
respecto a ciertos temas no significa que sea desafiante —le rebatió—.
Además, no creo que Donald deba decirme cómo actuar.
Arran frunció el ceño, molesto por sus palabras.
—Cuando yo no estoy en el clan, Donald es el responsable de todo,
incluido tú, por lo que puede decirte lo que le venga en gana.
—Yo soy tu hermano y él tan solo otro aldeano más…
—¡Basta! —le interrumpió—. Donald era el mejor amigo de padre y
uno de nuestros más fieles guerreros, así que respétale.
—¡Y cuándo vas a respetarme tú a mí! —gritó encarándose con él
—. Este clan no es lo mismo desde que padre y Morrigan se fueron, tú no
estás a la altura de ser nuestro laird.
Sin poder evitarlo, Arran le asestó una bofetada que hizo que el
rostro del muchachito se girara hacia un lado.
—No te consiento que me hables de este modo, Mac.
—Ya no eres el hermano al que siempre quise. ¡Te odio! —chilló,
saliendo del despacho a toda prisa.
En su carrera se chocó contra Catriona, que pasaba por allí.
—¡Dios santo! —exclamó sobresaltada ante el impacto del cuerpo
del muchachito contra el suyo.
—Lo… lo siento —murmuró avergonzado.
Cat se inclinó levemente, apreciando su mejilla enrojecida.
—¿Qué te ha pasado? —Le señaló la zona.
El jovencito negó con la cabeza, dispuesto a no responder.
—¿Sabes que soy curandera?
Los ojos azules de Macauley se alzaron hacia ella.
—¿De verdad?
Catriona asintió.
—¿Te duele?
—Solo un poco —mintió, porque en realidad le ardía el carrillo.
—Si quieres, puedo darte unas hojas que te aliviarían las molestias.
—No hace falta.
—¿Estás seguro?
—Lo está, Macauley ya es casi un hombre, no necesita remedios de
viejas para un simple golpecito —contestó Arran plantándose ante ellos.
—Si me disculpa, señora —murmuró Macauley deseando
marcharse.
—Claro, puedes retirarte —concedió la joven con una sonrisa.
El niño le echó una última mirada de soslayo a su hermano antes de
desaparecer escaleras arriba.
—¿Se puede saber qué ha podido hacer para que le hayas pegado?
—le preguntó a su esposo en tono de reproche.
—Solo ha sido una bofetada, no es para tanto.
Catriona se puso en jarras.
—¿Así es como tú educas? ¿A base de golpes?
—Si es necesario, sí —respondió, pese a que aquella fue la primera
vez que le puso la mano encima a uno de sus hermanos y, en su interior, se
sentía como un ser mezquino por ello.
Le gustaría poder ir tras Macauley y pedirle perdón, pero ahora era
el laird de los Hamilton y debía hacerse respetar. Todo el mundo admiró a
su padre cuando ocupó ese puesto y debía estar a la altura.
—Pues no comparto para nada esa filosofía.
—En ese caso, lo lamento, pero las cosas son de este modo y no voy
a discutirlas contigo —sin decir una palabra más se alejó.
Catriona apretó los dientes, furiosa por sus desplantes.
—Arran, Arran, Arran… —oyó decir a la abuela, que había
permanecido escondida en el salón para poder espiarles—. ¿Qué es esta
actitud? No recuerdo que fuera así de terco antes de marcharme a Francia.
—Hola, Emer —la saludó Cat, sonriendo.
La anciana tomó una de las manos de la joven y la apretó con
cariño.
—Tu aterrizaje en nuestro clan no ha ido todo lo bien que podrías
esperar, ¿vérité?
Cat supuso que sabía la falta de intimidad entre Arran y ella, por lo
que sus mejillas se sonrojaron.
—Solo necesito unos días para adaptarme —contestó, restándole
importancia a lo frustrada que se sentía.
—Quiero que sepas que mi nieto no es como parece, chéri. Él
siempre fue un niño muy comprometido, con un enorme sentido de la
responsabilidad. Además, adoraba a su padre y no esperaba tener que
quedarse al mando del clan tan pronto.
—Ha tenido un año para adaptarse a ello —rebatió la joven.
—Y lo ha hecho, pero la guerra cambia a las personas —continuó
diciendo Emer con calma—. Él partió hacia la batalla junto a su padre,
cargado de ideales y expectativas de convertirse en un gran guerrero, y
regresó portando un cadáver y con la responsabilidad de un clan sobre sus
hombros. Por no hablar de las cosas horribles que tuvo que presenciar
durante los años que duraron las batallas.
—¿Me está queriendo decir que eso justifica todos sus malos
comportamientos?
—Por supuesto que no, solo quiero que no te quedes con lo que
transmite con sus palabras, ve mucho más allá, chéri. Lee sus ojos y sabrás
qué piensa de verdad —le aconsejó—. No siempre lo que decimos es lo que
pensamos, ¿no estás de acuerdo?
Sí, claro que lo estaba, ella misma ocultaba sus sentimientos hacia
Arran, aunque no creía que él pudiera estar encubriendo nada más profundo
de lo que demostraba. ¿Estaría equivocada?
Capítulo 6

Los días fueron pasando y Catriona se integró con facilidad con los
Hamilton. Todo el mundo se mostrada amigable y cercano con ella.
Bueno…, todos menos Arran, que se había enfrascado en atender los
asuntos del clan.
No obstante, Cat trataba de no prestar atención al modo deliberado
en que la ignoraba y se centraba en ayudar en lo que podía.
Se percató de que Emer cojeaba un poco de la pierna derecha, por lo
que la masajeó con un aceite que ella misma hizo, y que alivió bastante su
dolor de rodilla.
Pudo conocer mejor a Macauley, era un chico inteligente y amable,
y Cat sintió que entre ellos surgía una bonita conexión, como si fuera el
hermano pequeño que nunca tuvo.
También se implicó en el funcionamiento de las tareas del castillo y
pasaba gran parte del día junto a Kathryn y Siobhan, dos de las sirvientas
jóvenes que trabajaban en Fjord Castle.
Junto a ellas organizó todo para celebrar las fiestas del clan a las que
acudían muchos aliados, entre ellos, los Campbell, a los que ahora
pertenecía Morrigan.
—No me puedo creer que no me invitarais a vuestro enlace —le
reprochó a su hermano al llegar, dándole un afectuoso abrazo.
—Fue algo muy precipitado —respondió Arran sin más.
—De todos modos, nunca te lo perdonaré —bromeó—. Aunque he
de decir que estoy muy satisfecha con la elección de esposa que has hecho.
—No le quedó otra opción —comentó Catriona aproximándose a
abrazarla también—. Quiero conocer a ese pequeño del que tanto he oído
hablar.
—Eh, que no es tan pequeño, es grande y fuerte como su padre —
repuso Duncan, que llevaba a su hijo pequeño entre los brazos.
Cat se acercó a mirar al precioso bebé, que lucía una brillante mata
de pelo negro y la miraba con sus enormes ojos azul oscuro.
—Es una preciosidad.
—Como no iba a serlo siendo mi bisnieto —terció Emer apartando a
Catriona y cogiendo a Matheson de los brazos de su padre—. Hola,
pequeño Matty, soy tu bisabuela.
—No le gusta que le llamen Matty, es Matt —le dijo un niño
pelirrojo con un diente mellado, que la miraba agarrado de la mano de
Morrigan.
—¿Y quién eres tú, caballerete? —preguntó la abuela con ternura.
—Soy Boyd.
—Oh, así que eres mi bisnieto mayor, ¿vérité?
El niño asintió con vehemencia, haciendo que sus rizos anaranjados
se balancearan de un lado a otro.
—Soy el hijo primogénito de Duncan y Morrigan Campbell —
respondió con orgullo, haciendo sonreír a su padre y consiguiendo que su
madre se agachara a besuquear su pecosa mejilla.
—¡Boyd! —exclamó Macauley corriendo hacia el niño—. Tenía
muchas ganas de verte de nuevo.
—Y yo a ti, Mac.
—Ven, quiero mostrarte algo —le pidió tomándole de la mano y
llevándoselo con él.
—Hola a ti también, hermanito —le gritó Morrigan viéndolos
alejarse.
—Qué bonito es apreciar como la vida sigue con una nueva
generación de Hamilton —dijo Emer, que desvió la mirada hacia Arran y
Catriona—. Ahora solo falta que vosotros me deis una preciosa bisnieta.
—No lo veo muy probable —murmuró Cat para sí misma,
ganándose una mirada furibunda por parte de su esposo.
—No creo que este sea un tema para tratar en público, abuela —
respondió Arran con incomodidad, carraspeando y pasándose la mano por el
cuello, que, de repente, sentía tenso.
—Ese es tu problema, que nunca hablas de los temas que importan
de verdad. ¿No estás de acuerdo, chéri? —le preguntó a Catriona.
—Lo único que yo sé es que quiero disfrutar de las fiestas del clan
—contestó la joven pelirroja evadiendo el tema—. Lo demás no me interesa
en este momento.
—Entonces, ven conmigo, acabo de ver llegar a mi amiga Ellie y
estoy segura de que os caeréis de maravilla —le dijo Morrigan cogiéndola
de la mano y arrastrándola tras ella.
—Yo voy a presumir de bisnieto por ahí —repuso la anciana
aproximándose a un grupo de mujeres que rondarían su edad y que se
quedaron embobadas mirando al precioso bebé.
—Esa cara de estúpido le resta fiereza al laird de los Campbell. Lo
sabes, ¿verdad? —se burló Arran al observar la sonrisa de bobalicón que se
dibujaba en el atractivo rostro de Duncan.
—Hay ocasiones en las que se debe bajar la guardia, amigo. No
siempre nos tenemos que mostrar como hombres insensibles y distantes,
¿no crees? —Le palmeó la espalda de buen humor.
—Es posible que tú, por tener un clan grande y poderoso, puedas
permitírtelo, pero ese no es mi caso.
—Lo importante es contar con la lealtad de tu gente.
—Y siempre le son más leales a un laird que impone respeto.
—Yo prefiero que me respeten por mis actos a que me lo tengan
porque les doy miedo.
Arran lo miró de reojo.
—Se nota que no estuviste en la guerra.
—Tu hermana me explicó que antes de irte eras un hombre
diferente.
Suspirando, se cruzó de brazos y se puso a la defensiva.
—Morrigan es demasiado bocazas.
Duncan rio.
—Se preocupa por ti, eso es todo.
—No tiene por qué, yo estoy bien.
—¿Estás seguro?
Se volvió y clavó sus ojos oscuros sobre su cuñado.
—¿Qué demonios insinúas?
—Por lo poco que he podido percibir, no parece que tu esposa esté
demasiado feliz contigo.
—No es de tu incumbencia.
—Es probable que tengas razón, no obstante, como tu felicidad le
importa a Morrigan, a mí también.
—La felicidad está sobrevalorada —gruñó.
—¿Tampoco te importa la de tu esposa?
Arran se limitó a mirarle con el ceño fruncido.
No sabía exactamente por qué, pero la felicidad de Catriona le
importaba mucho. Escuchaba cada día su risa por todos los rincones de
Fjord Castle, como si se sintiera cómoda con todos sus habitantes, a
excepción de él, aunque debía reconocer que hizo méritos para ello, ya que
la había ignorado todo lo que pudo desde que llegó al clan.
Aun así, por las noches fue incapaz de dormir, su perfume al otro
lado de la pared parecía inundar su alcoba de un modo que aún no era capaz
de comprender.
Soñaba con ella, se imaginaba acariciando su cuerpo, ese cuerpo que
por derecho podría reclamar y, de todos modos, se resistía a hacerlo a
sabiendas de que, si daba ese paso, sería mucho más complicado mantener
las murallas que erigió para protegerse de ella.
¡Menuda maldición le había caído encima!

***

Catriona, Morrigan y Eleonora MacQuarie hablaban animadamente


mientras paseaban cerca del lago.
—No me puedo creer que seas hermana de ese gigante tan aterrador
—le comentaba Ellie a Cat mientras se agachaba a oler unas preciosas
flores blancas—. No te ofendas, pero no os parecéis en nada.
—No me ofendo, mi hermano siempre ha sido mucho mejor que yo
en todos los sentidos —comentó Catriona totalmente segura de lo que
decía.
—¿De verdad? —inquirió volviéndose a mirarla extrañada—. No es
que no te crea, aunque lo cierto es que comprendo a Morrigan cuando
escapó para no casarse con él.
—Ellie —intervino su amiga temiendo que sus palabras ofendieran
a su reciente cuñada.
—No, Mor, tranquila, no pretendo volver a remover el tema —
continuó diciendo de forma apresurada—. Solo digo que Callum Hunter da
miedo. ¡Mucho miedo!
—Ell…
—Y no me gustaría que me malinterpretases, Cat —cortó de nuevo
a Morrigan, que a duras penas contenía la risa—. Es probable que tu
hermano sea dulce y tierno, pese a que yo jamás me atrevería a quedarme a
solas con él. ¡Sería una experiencia aterradora!
—¿Dulce y tierno? Jamás te habría descrito así, sobrino.
Eleonora se volvió hacia aquella voz burlona, encontrándose de
frente con el hombre del que estuvo hablando, que permanecía con el
cuerpo en tensión junto a otro rubio atractivo que sonreía de medio lado.
—¡Oh, vaya! —exclamó sonrojándose—. Yo no… no pretendía
criticar, solo estaba haciendo un par de observaciones.
Callum se limitó a gruñir y a fruncir aún más el ceño, cosa que puso
más nerviosa a Ellie.
—A ver, que no es que no puedas resultarle atractivo a alguna
mujer… a mí no, desde luego, pero seguro que a muchas otras sí —cuanto
más parloteaba, más metía la pata—. A las jóvenes a las que les gusten los
hombres gigantes y aterradores que parecen querer matarte con la mirada…
—su voz se fue desvaneciendo cuando el aludido se aproximó a ella.
—¿Podrías dejar de hablar? —gruñó.
—Emm, yo… creo que sí, claro que podría dejar de hablar, solo
intento explicarte que puede que no seas tan horripilante como pareces.
—Creo que ya has manifestado todo lo que piensas, Ellie —
intervino Morrigan divertida pasando un brazo sobre sus hombros para
ofrecerle su protección—. Quizá demasiado abiertamente.
—Pero…
—Vámonos antes de que alguien salga herido —murmuró de nuevo
su amiga llevándosela de allí.
—Qué jovencitas tan encantadoras —repuso Arthur guasón
consiguiendo que su sobrino se volviera hacia él, furioso.
—Sí, estupendas las dos —refunfuñó Callum—. Una huyó de mí
antes de la boda y la otra grita a los cuatro vientos lo horrible que soy.
Catriona soltó una risita.
—No lo ha gritado a los cuatro vientos y estoy segura de que su
intención no era ofenderte —trató de justificarla—. Tan solo es bastante…
expresiva.
—¿Expresiva? —repitió enarcando una de sus negras y espesas
cejas—. Esa muchacha no sabe mantener la boca cerrada, compadezco al
pobre diablo que le toque cargar con ella.
—A mí me resulta muy hermosa —apuntó Arthur.
—La belleza no lo es todo, tío —le rebatió su sobrino.
—No estoy de acuerdo —bromeó el aludido con una sonrisa canalla
dibujada en los labios.
Unas gaitas comenzaron a sonar a lo lejos.
—Creo que ha llegado la hora de los duelos —comentó Cat.
—Como la señora del castillo, deberías estar allí presenciándolos —
le recordó su hermano.
—No me parece muy atrayente ver como varios hombres se juegan
la vida por diversión.
—No seas tan dramática, sobrina, no es una lucha a muerte —
ironizó Arthur pasando un brazo sobre sus estrechos hombros—. Vamos, te
acompañaremos.
—¿Cómo te va la vida de casada? —indagó Callum.
—No puedo quejarme, todos en el clan me han acogido con los
brazos abiertos —respondió siendo evasiva.
Continuaron hablando hasta llegar al lugar donde los participantes
se batirían en duelo.
—¿Dónde te habías metido? —le reprochó Arran al verla.
—Paseando —respondió con condescendencia—. ¿Por qué? ¿Debo
mantenerte informado de todos mis movimientos?
—No quiero discutir contigo, Catriona, así que deja de provocarme
—murmuró aproximándose más a ella.
—Para ti cualquier cosa que yo pueda decirte supone una
provocación —le rebatió usando su mismo tono de voz bajo.
—Os recuerdo que todo el mundo os mira —les dijo Arthur,
divertido por su intercambio de palabras.
Arran la tomó de la mano y fingió una leve sonrisa cuando se volvió
hacia las personas que estaban reunidas alrededor del improvisado lugar
donde se celebrarían los duelos.
—Muchas gracias a todos por venir a celebrar con nosotros las
fiestas de nuestro clan —comenzó a decir el laird de los Hamilton un tanto
tenso—. Este es un año especial para mí puesto que voy a presentaros a mi
esposa, Catriona. —La miró de soslayo—. ¿Quieres decir algo?
La joven asintió, dio un paso adelante y sonrió.
—Quiero daros la bienvenida a todos por haber acudido a festejar
con nosotros. Hemos organizado estas celebraciones con mucha ilusión. Sin
más, espero que disfrutéis de los duelos y la buena comida, y que acabéis
con todas las reservas de whisky de las bodegas de mi esposo —bromeó,
consiguiendo que los presentes rieran y vitorearan.
Las gaitas volvieron a sonar, siendo la señal para que los
participantes comenzaran a ocupar sus puestos.
—Buen discurso —la alabó Arran, sorprendiéndola.
—Gracias —fue lo único que atinó a responder.
El hombre ya se estaba alejando cuando, de repente, se detuvo y se
volvió hacia ella.
—¿Me harías el honor de besar mi espada para darle suerte? —le
preguntó alzando la empuñadura hacia ella.
Catriona abrió la boca, sin saber qué decir ante aquello. ¿Quería que
besara su espada? ¿Desde cuándo Arran era partidario de ese tipo de gestos?
—¿Catriona? —insistió al ver que no reaccionaba.
—Emm… claro, no veo por qué no —dijo dubitativa antes de
inclinarse y posar sus rosados labios sobre el frío metal.
Su esposo inclinó levemente la cabeza a modo de agradecimiento
antes de alejarse a grandes zancadas.
Kathryn y Siobhan se acercaron a ella, posicionándose una a cada
lado.
—Qué bonito —murmuró Kathy con ojos soñadores.
—Creí que te negarías a hacerlo —apuntó la otra sonriendo con
picardía.
Ambas conocían todo lo que ocurría en la relación de Catriona y
Arran, entre ellas se había forjado una bonita amistad en la que no había
secretos.
Las dos sirvientas no podían ser más diferentes. Kathryn era rubia,
con unos hermosos y dulces ojos castaños, de baja estatura y cuerpo
esbelto, mientras que Siobhan poseía un espeso y oscuro cabello, rasgados
ojos pardos, generosas curvas y unos sensuales labios que siempre
esbozaban sonrisas descaradas.
—No me pareció correcto despreciarlo en público —le respondió
Cat en un susurro.
—Creo que has estado magnifica, has sabido como ganarte a los
presentes —reconoció la morena guiñándole un ojo—. Ya te dije que
cualquier broma relacionada con el whisky les encantaría.
—¡Dios santo, ya han comenzado! —exclamó Kathy apartando la
mirada cuando uno de los guerreros fue herido durante el duelo que se
estaba librando.
—¿Podrían los hombres ser más primitivos? —Siobhan puso los
ojos en blanco—. No entiendo que diversión encuentran en herirse y acabar
sangrando.
—Yo tampoco —afirmó Catriona frunciendo el ceño—. Lo que sí sé
es que voy a necesitar mis hierbas. La mayoría de estos cabezas huecas van
a precisar curas.
—¿Quieres que vaya a buscarte el saco con tus cosas? —se ofreció
Kathryn.
—Sí, por favor —suspiró cuando el duelo terminó y apreció que
ambos guerreros requerían cuidados—. Creo que voy a tener bastante
trabajo por delante.
Capítulo 7

Catriona estaba curando las heridas de Colin, el guerrero Hamilton con el


que más relación tenía. Un corte surcaba la parte superior de su brazo, y
aunque no era demasiado profundo, decidió aplicarle un ungüento para que
no se infectara.
—Muchas gracias, Catriona, pero no hacía falta, solo era un rasguño
—la tuteó como ella pidió a todos los miembros de su nuevo clan.
—Un rasguño que puede infectarse y darnos complicaciones —
apuntó—. No voy a arriesgarme a ello.
—Piensa que los Hamilton somos los que más competiciones hemos
ganado, tienes que estar orgullosa de nosotros —dijo Colin satisfecho.
—Estaría más orgullosa si no os dedicarais a entretenimientos tan
sangrientos.
—Son las tradiciones, no puedes cambiarlas —espetó Arran al llegar
hasta ellos junto a Donald.
Cat alzó la mirada y su corazón dio un vuelco cuando sus ojos se
cruzaron.
—Enhorabuena, has sido el ganador absoluto de los duelos —le dijo
consiguiendo que la voz no delatara lo mucho que le afectaba su cercanía.
—La enhorabuena hay que dártela a ti por la labor que estás
desempeñando —le dijo Donald cogiendo el ungüento que le estaba
aplicando a Colin y oliéndolo—. Todos están encantados con que nuestra
señora sea tan buena curandera.
—No he sido la única, Kathryn y Siobhan me han ayudado mucho
—reconoció señalando a las sirvientas que estaban atendiendo a más
guerreros de diferentes clanes.
—No te quites méritos, nosotras tan solo somos unas simples
aprendices a tu lado —repuso la morena sin dejar de coser al hombre que
tenía enfrente.
—Pero unas aprendices realmente hermosas —señaló Colin
dirigiendo sus ojos verdes hacia Kathy, que se sonrojó y desvió la mirada
con timidez.
Siobhan y Catriona se miraron con complicidad, percatándose de
que entre los dos saltaban chispas cada vez que estaban cerca.
—Arran, tenemos un problema —dijo de repente Donald, haciendo
que todos centraran su atención donde él señalaba.
Pudieron observar como Macauley discutía con el hijo del laird
Mackenzie, que rondaría más o menos la misma edad que él, para después
empujarle y arrojarle al suelo embarrado.
—¡Maldita sea! —bramó Arran dirigiéndose hacia los muchachitos.
El clan Mackenzie era uno de los más poderosos de las Highlands y
no les convenía enemistarse con ellos por una absurda pelea de críos.
—¿Qué demonios estás haciendo, Mac? —inquirió tomando a su
hermano del brazo para evitar que se arrojase sobre el niño, como percibió
que era su clara intención.
—Estoy haciendo justicia —respondió con el mentón alzado.
—Me ha atacado sin ningún motivo —se quejó Fergus Mackenzie.
—¡Eres un embustero! —gritó Macauley.
—¿Qué está ocurriendo? —intervino el padre del otro muchachito.
—Macauley Hamilton me acaba de atacar.
—¿Es eso cierto, chico? —preguntó el laird Mackenzie clavando
sus ojos sobre el aludido.
Abrió la boca para responder, sin embargo, su hermano mayor se le
adelantó:
—Ha sido todo un malentendido —justificó a su hermano—.
Discúlpate —le ordenó con brusquedad.
—No pienso disculparme —se negó el jovencito.
—Mac, no empeores más las cosas —le advirtió.
—Eres tú el único que empeora las cosas negándote a escucharme
—soltó enfadado antes de echar a correr.
—¡Macauley! —gritó para que se detuviera, sin embargo, el
chiquillo no le hizo el menor caso—. Disculpa, Mackenzie está pasando por
una fase complicada.
—Yo quito esas fases a base de golpes —refunfuñó el enorme
guerrero.
—No descarto hacerlo —espetó antes de echar a correr hacia donde
lo hizo su hermano un momento antes.
—Arran, no hagas algo de lo que puedas arrepentirte —Catriona
trató de apaciguar su temperamento, no obstante, él no se detuvo a
escucharla.
Se alzó las faldas y se apresuró a ir tras ellos, decidida a seguirlos.
Iban demasiado rápido para ella, por lo que los perdió de vista en pocos
segundos, así que se apoyó en un árbol para recuperar el aliento, cuando
escuchó un gemido ahogado y un golpe seco, como si un gran peso hubiera
caído.
—¡Arran! ¡Macauley! —gritó siguiendo la dirección de donde
provenía el ruido.
Encontró el cuerpo de su esposo desplomado en el suelo, con la
parte trasera de su cabeza cubierta de sangre.
—¡Dios mío! —Se arrodilló junto a él, rompió sus enaguas y
presionó con ellas la profunda grieta, intentando cortar el flujo de sangre.
Miró en derredor, temiendo que su atacante volviera, pero no
parecía haber nadie más.
—¡Mac! —llamó de nuevo al muchachito, angustiada porque
pudieran haberle herido también.
—¿Catriona? —balbució Arran.
—Tranquilo, estoy aquí contigo.
—¿Qué ha pasado? —comentó tratando de incorporarse.
—Quédate quieto, puedes marearte.
—¿Dónde está Mac?
—No lo sé.
—Debemos encontrarle y asegurarnos de que está bien —soltó un
gemido dolorido cuando se sentó sobre la húmeda hierba.
—¿Has podido ver a tu atacante? —indagó Cat, satisfecha al
percibir que su herida había dejado de sangrar.
—No, estaba siguiendo a Macauley cuando algún malnacido me ha
golpeado por detrás.
—Si lo hubiera hecho con más fuerza, podría haberte matado —dijo
preocupada—. Además, debería darte puntos, la herida es bastante
profunda.
—Ahora mismo lo único que me preocupa es mi hermano —
proclamó Arran poniéndose en pie.
Un mareo le hizo tambalearse, por lo que Catriona lo agarró por la
cintura y le ayudó a pasar un brazo por encima de sus hombros.
—Déjame ayudarte, es normal que te sientas mareado después de un
golpe como el que te han dado.
—No tienes por qué hacerlo…
—Claro que tengo, soy tu esposa —le recordó, interrumpiéndole.
Arran volvió su vista hacia ella, nunca habían estado tan juntos y el
calor del cuerpo de la joven despertaba todos sus instintos más primarios.
—Catriona, yo…
Él ¿qué? ¿Qué podía decirle para disculparse por su comportamiento
distante y que no quedaran en evidencia sus sentimientos por ello?
—¿Sí? —Cat le alentó a seguir hablando.
Tener su atractivo rostro tan cerca le hacía sentir ganas de que
volviera a besarla como el día en que se casaron.
El hombre negó con la cabeza y desvió la mirada.
—Quiero encontrar a mi hermano cuanto antes —fue lo único que
dijo al fin.
—¡Arran! —oyeron gritar a Morrigan, que venía acompañada de
Macauley y su esposo.
—Mac, ¿dónde te habías metido? —preguntó su hermano,
separándose de Catriona.
No quería que su cuñado apreciara su debilidad, no se encontraba
cómodo con ello.
—Escuché un golpe y cuando volví a comprobar qué ocurría, te vi
tirado en el suelo con la cabeza sangrando —le explicó el jovencito con la
mirada baja—. Decidí ir a buscar ayuda, no sé si he hecho bien.
Arran avanzó hacia él intentando no tambalearse pese al mareo que
sentía.
—Has hecho lo que debías —le aseguró antes de abrazarlo.
—¿Estás bien? —quiso saber Macauley.
Su hermano asintió.
—Pero no quiero que vuelvas a huir de mí de este modo.
—Lo siento —se disculpó—. Solo necesito que sepas que no ataqué
a Fergus Mackenzie porque sí.
—Explícame, entonces, por qué le atacaste.
—Fue para defender a Boyd —respondió alzando el mentón—.
Fergus le llamó bastardo.
Arran desvió los ojos hacia Duncan y Morrigan, que parecían
dolidos al escuchar aquellas palabras.
—¿Dónde está vuestro hijo mayor? —les preguntó—. ¿Se encuentra
bien?
Morrigan asintió.
—Sí, está con la abuela, el pobre necesitaba tranquilizarse y ella se
ofreció a acompañarle a buscar un pedazo de tarta —le explicó con los ojos
brillantes—. Y yo me siento tentada a ir en busca de ese niño malcriado
para darle un par de azotes.
—A él y al arrogante de su padre —apuntó Duncan con los puños
apretados, conteniendo la ira que hervía dentro de él.
—No, no quiero que os metáis en esto, yo lo arreglaré —les pidió
Arran antes de volverse hacia su hermano menor—. Lamento haberte
juzgado mal, Mac. Has actuado bien defendiendo a tu sobrino.
Una leve sonrisa se dibujó en el rostro del niño.
—Gracias.
—Ahora, si no os importa, debería coser la herida de mi esposo
antes de que se hinche más —intervino Catriona preocupada por él.
—¿Quién ha podido atacarte? —inquirió Morrigan con inquietud—.
Nunca han pasado estas cosas en nuestro clan, los bandidos no abundan por
la isla.
—Es posible que no sean bandidos, quizá haya sido uno de los
invitados —sugirió Cat, se agachó a recoger la piedra cubierta de sangre
que descansaba a sus pies y se la acercó a la nariz—. Con esto es con lo que
han debido atacarle y por lo que puedo oler, parece tener impregnado algo
del ungüento que yo uso para curar heridas.
—¿Qué estás queriendo decir? —Arran entrecerró los ojos—.
¿Insinúas que alguno de nuestros aliados ha tratado de matarme?
—No lo descartaría. Por desgracia, he usado este ungüento con casi
todos los heridos que han participado en los duelos, cosa que hace que sea
casi imposible saber de quién puede tratarse.
—Por lo que tenemos un montón de sospechosos conviviendo con
nosotros —gruñó Duncan.
—Eso me temo —terció la joven pelirroja.
—De acuerdo, les pediré a mis guerreros que mantengan los ojos
abiertos, pero antes voy a tener unas palabras con Mackenzie —repuso
Arran encaminándose hacia el castillo.
—Eso puede esperar, lo importante es que te cure la cabeza —
insistió Cat.
—No seas testaruda, Catriona, sé lo que me hago.
—El único testarudo que hay aquí eres tú —espetó mientras lo
seguía.
Donald, al ver llegar a Arran con la camisa cubierta de sangre, se
aproximó a él con expresión asustada.
—¿Qué te ha pasado?
—Un cobarde me ha atacado por la espalda —respondió su laird.
—¿Quién ha sido? —preguntó Colin, que estaba junto a él.
—Si lo supiera, ya estaría muerto —le aseguró Arran entre dientes.
Tomó el arco de su espalda, lo alzó y apuntó hacia donde estaban el
laird Mackenzie y su hijo.
—Arran, ¡no! —se alarmó Catriona, temiendo que fuera a matar a
alguno de los dos.
No obstante, su flecha no impactó contra ninguno, sino que se clavó
en el árbol que estaba a escasos centímetros de ellos.
James Mackenzie se volvió hacia él con los ojos abiertos como
platos.
—¿¡Qué demonios haces, Hamilton!? —bramó con las venas del
cuello hinchadas.
—No voy a permitir que nadie insulte a un miembro de mi familia
en mi propia casa —sentenció cuadrándose de hombros.
El enorme guerrero pelirrojo se aproximó y se detuvo frente a él.
—El mocoso de tu hermano es el único que se ha comportado de
manera reprochable.
Arran soltó el aire por la nariz con fuerza, intentando contener su
temperamento. Abrió la boca para responderle, pero Cat se situó ante él con
los brazos en jarras y se adelantó.
—Macauley solo defendía a su sobrino de una cruel afrenta lanzada
por tu hijo.
Los ojos verdes de James se posaron sobre ella con desprecio.
—¿Ahora envías a tu mujer para que hable por ti, Hamilton? Nunca
te consideré tan cobarde.
—Catriona, retírate —le ordenó su esposo.
—Arran…
—¡Retírate! —chilló furioso.
Ella apretó los puños y le lanzó una última mirada airada.
—Vete al cuerno —espetó, apartándose a un lado, aunque sin
alejarse demasiado por si tenía que volver a intervenir.
James soltó una carcajada.
—Si no sabes controlar a una pelirroja de armas tomar como esta,
me ofrezco para domártela.
Arran se abalanzó sobre él, agarrándole del cuello.
—¡Arran! —gritó Cat asustada.
—No te permito hablar de ese modo de mi esposa, como tampoco a
tu hijo manchar el nombre de mi sobrino Boyd. Te reto a un duelo.
—¿Eso es lo que quieres? ¿Enemistar a nuestros clanes, Hamilton?
—No, quiero que nos batamos en duelo tú y yo, sin meter de por
medio a nadie más. ¿O tienes miedo?
La mirada de James se oscureció.
—De acuerdo, al atardecer voy a bajarte esos humos, maldito
cretino arrogante.
—Que así sea —sentenció, antes de liberarle.
—¿Has perdido la cabeza? —inquirió Catriona en un susurro
cuando Arran se alejó del guerrero Mackenzie—. No puedes batirte en
duelo con el laird de uno de los clanes más poderosos de las Highlands.
—Después de que te insultara, no me ha quedado más remedio.
—¿Insinúas que es culpa mía? —se indignó.
—No lo insinúo, lo digo abiertamente —rezongó, sintiendo un dolor
constante en la parte trasera de su cabeza.
—De acuerdo, me da igual lo que pienses, no puedes pelear en estas
condiciones. Tienes la cabeza abierta, por el amor de Dios.
—En ese caso, haz lo que sabes y cúrame para que pueda estar listo
para el duelo.
—Es una locura —continuó diciendo.
—Estoy de acuerdo con ella, Arran, no puedes enfrentarte a James
Mackenzie de este modo —la apoyó Donald, que lo había presenciado todo
desde la distancia.
—Voy a hacerlo con vuestro beneplácito o sin él —les aseguró
cruzándose de brazos y diciéndoles con la mirada que no iba a cambiar de
opinión.
—No puedes ser tan terco, muchacho —se lamentó el hombre que
era como un padre para él.
La mirada de Arran era decidida, por lo que no dejaba lugar a dudas
de que no iba a echarse atrás.
—Santo Dios —suspiró Catriona—. De acuerdo, voy a por mis
cosas. Espérame aquí.
Se alzó las faldas y se apresuró a buscar su saco de hierbas.
—¿Es cierto que nuestro laird y el de los Mackenzie van a
enfrentarse en duelo? —le preguntó Kathryn con el rostro desencajado al
ver a Catriona entrar al castillo.
—Por desgracia, así es.
—¿Qué ha ocurrido? —quiso saber Siobhan, que se encontraba
junto a la otra sirvienta.
—Os lo contaré después, ahora id a buscarme la aguja para que
pueda coser la dura cabezota de mi obstinado esposo —les pidió.
—De acuerdo. —La morena tomó de la mano a Kathy y se
marcharon a por lo que quería Cat.
—¿Dónde demonios está el ungüento? —se preguntó Catriona a sí
misma.
—¿Buscas esto, sobrina? —le preguntó Arthur, tendiéndole el
frasquito que contenía la sustancia que buscaba.
—Sí, gracias, tío.
—¿Todo va bien?
—No, nada va bien, pero no tengo tiempo para lamentarme.
—Eh, para un segundo. —La tomó por los hombros y la miró a los
ojos—. Relájate y respira.
Cat sollozó, dando rienda suelta a toda la tensión que se había
acumulado en su cuerpo.
—No estoy echa para vivir en este clan, tío Arthur. Mi convivencia
con Arran es muy complicada.
—Tengo la sensación de que tu esposo vive a la defensiva. Conozco
muy bien a ese tipo de hombres y aunque parezcan inaccesibles, siempre
hay una fina grieta por la que se puede acceder a ellos. Cat, eres la mujer
más inteligente que conozco, sé que encontrarás el modo de llegar a él.
—¿Conoces a ese tipo de hombres porque tú eres uno de ellos? —
inquirió con una ceja enarcada.
Su tío sonrió ampliamente y se encogió de hombros.
—Es probable.
Capítulo 8

Catriona estaba nerviosa viendo como Arran y James Mackenzie se


situaban el uno frente al otro.
Le había limpiado, curado y cosido la brecha de su cabeza, pero, de
todos modos, intuía que podía sentirse algo débil y mareado tras la pérdida
de sangre y el fuerte golpe que le dieron.
—Es culpa mía —escuchó murmurar a su lado.
Bajó los ojos hacia Macauley, que miraba a su hermano con
preocupación.
—No, claro que no es culpa tuya —le aseguró—. Es algo que Arran
necesitaba hacer tras los insultos de los Mackenzie a nuestra familia.
—Si le ocurre algo…
—No le va a pasar nada —afirmó interrumpiéndole.
No quería ni oír hablar de que algo malo pudiera sucederle. Debía
tener fe en su capacidad para derrotar al enorme guerrero de mirada asesina
que tenía enfrente.
La batalla comenzó y pese a que los envites de James eran más
fuertes gracias a su poderosa envergadura, Arran se movía con mucha más
agilidad.
Una de las fuertes estocadas del pelirrojo acertó en el pecho de su
contrincante, que siseó entre dientes.
Macauley, asustado, la tomó de la mano y Cat se la apretó para
reconfortarle. Lo cierto era que aquel contacto también le venía bien a ella,
que estaba muerta de miedo.
La batalla poco a poco fue tornándose más agresiva. Las espadas de
ambos entrechocaban y, de vez en cuando, Arran lograba alcanzar el cuerpo
del laird Mackenzie. Y fue en una de esas ocasiones cuando James, cansado
de salir herido, giró sobre sí mismo y golpeó con la empuñadura de la
espada su cabeza magullada, justo en el lugar donde tenía la brecha, que se
abrió y empezó a sangrar.
—¡Dios mío! —Catriona soltó la mano del niño y dio un par de
pasos hacia delante hasta que Donald la tomó por el brazo y la detuvo.
—Quédate quieta —le pidió.
—No puedo, acaban de soltársele los puntos, está sangrando
demasiado.
—Lo comprendo, pero si intervienes, empeorarás las cosas —le
explicó con calma—. Si te metes en medio del duelo, puedes salir herida y
Arran jamás me lo perdonaría. Además, volvería a quedar en entredicho su
honor si su mujer tiene que detener un duelo para curarle una herida.
Catriona se sentía impotente.
—¿Entonces he de quedarme de brazos cruzados mientras se
desangra?
—Me temo que sí, aunque podemos sufrir juntos la angustia que eso
nos provoca. —Le pasó un brazo sobre los hombros de manera paternal—.
Créeme, he visto a ese muchacho crecer y hacerse un hombre, para mí
tampoco es fácil mantenerme impasible —reconoció sin dejar de centrar su
atención en la batalla que se libraba frente a ellos.
La joven respiró hondo intentando relajarse. Desvió la mirada hacia
donde segundos antes estuvo Macauley, sin embargo, ya no había rastro del
chico por ningún lado. ¿Dónde se habría metido?
El resto del duelo permaneció en tensión, por suerte, la presencia de
Donald a su lado la reconfortaba. En cierto modo, aquella actitud protectora
y considerada le traía recuerdos de su difunto padre.
Finalmente, Arran realizó un movimiento rápido logrando desarmar
a James Mackenzie, que acabó con la afilada hoja de su espada apoyada en
la garganta.
—¿Has tenido suficiente? —dijo con voz firme y una mirada
sombría en sus profundos ojos negros.
El hombretón apretó los dientes haciendo palpitar sus mandíbulas y
asintió de mala gana. Arran, satisfecho con su respuesta, bajó la espada.
—Con esto quedamos en paz.
—En paz —corroboró James de mala gana.
—En ese caso, ya podemos volver a disfrutar de los festejos —
anunció alzando la voz para que los presentes se dispersaran.
Se volvió hacia donde estaba su esposa, había sentido su mirada
clavada sobre él durante todo el duelo. Trató de acercársele, pero al dar el
primer paso, se tambaleó.
—Arran —murmuró la joven entre dientes y avanzó con rapidez
hacia él—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —respondió de forma apresurada.
En realidad, tenía la vista nublada y sentía el cuerpo débil y
engarrotado.
—Nunca se te dio bien mentir —apuntó Catriona sin creerse una
sola palabra.
—Has peleado bien, muchacho. —Donald, orgulloso, puso la mano
sobre su hombro.
—¿Crees que James Mackenzie va a dejar estar el tema?
—Es un hombre de honor, de todos modos, puedo hablar con él si
eso te deja más tranquilo.
—Te lo agradecería.
—De acuerdo —asintió el fiel guerrero—. Y ahora, ve junto a tu
esposa para que pueda curarte, no me gusta nada el modo en que sangra tu
cabeza.
—Estoy de acuerdo —apostilló Cat intentando ayudarle a caminar.
—Déjame que yo le ayude —se ofreció Colin aproximándose a
ellos.
Agarró a su laird de la cintura y dejó que apoyara el brazo sobre sus
hombros.
—Llévalo a su alcoba —solicitó Cat—. Le coseré de nuevo y lo
dejaré descansar, que es lo que necesita.
—No necesito descansar —la contradijo su esposo, ceñudo.
—Vamos, Arran, haz caso a tu mujer por una vez —comentó el
joven guerrero Hamilton con una sonrisa dibujada en su atractivo rostro.
Él gruñó a modo de respuesta.
—Kathy, trae mis cosas, por favor —le pidió a la sirvienta con
amabilidad cuando pasó junto a ella.
—Por supuesto —contestó con presteza, apresurándose a hacer lo
requerido.
Una vez en la habitación, Arran se sentó sobre el lecho y su palidez
preocupó a Catriona. Se aproximó a cubrirle la brecha con un paño que
estaba sobre la mesita y presionó con fuerza para cortar el sangrado.
—Ha sido una locura que te batieras en duelo en tu estado —le
regañó—. Y lo del laird Mackenzie no tiene nombre, golpearte donde sabe
que estás herido no es justo y dice mucho del tipo de hombre que es.
—Cada uno usa las tretas que tiene a su alcance —lo justificó su
esposo.
Kathryn llegó con los utensilios para coserle y su saquito de
ungüentos, aceites y plantas curativas.
—¿Quieres que te ayude en algo, Cat?
—No hace falta, creo que puedo ocuparme yo sola de mi esposo —
respondió mirándole de soslayo.
—Sí, podéis dejarnos a solas —corroboró él.
Colin se puso junto a la puerta e hizo un gesto con el brazo para
cederle el paso a la bonita sirvienta, que se sonrojó cuando le sonrió con
galantería.
—Adelante, Kathryn.
—Gra… Gracias —susurró titubeante y se apresuró a pasar por su
lado sin rozarle.
El guerrero amplió aún más su sonrisa, guiñó un ojo a la pareja y
cerró la puerta para darles intimidad. Al ser la primera vez que se
encontraban en una estancia los dos solos, la tensión invadió el ambiente.
Catriona, para mantenerse distraída, se centró en lavar de nuevo la
herida de su marido y untar el ungüento curativo sobre ella.
—Otra vez vas a tener que soportar el dolor de los puntos.
—No pasa nada, haz lo que debas.
—¿Algún día serás capaz de demostrar tus emociones? —inquirió
mientras pasaba un paño húmedo por su pelo.
—No sé a qué te refieres —respondió evasivo.
—A que últimamente no te he visto manifestar si sientes dolor, si
estás alegre o angustiado —le explicó mientras aplicaba el ungüento en su
herida—. Lo único que demuestras es tu enfado.
—Quizá sea porque es lo único que siento.
—Lo dudo.
—¿Lo dudas? —Enarcó una ceja, aguantando estoicamente el dolor
que le provocaba cada puntada que su esposa le daba en la cabeza.
—El Arran que yo conocía era un chico que se preocupaba por los
demás, arrogante, aunque divertido. Te encantaba sonreír. Ahora ya no
sonríes.
Era cierto, desde que volvió de la guerra apenas sonreía. Lo vivido
en aquellos dos años le marcó, también la muerte de su padre y las
responsabilidades que tuvo que asumir de repente. Además, que Morrigan
escapara no ayudó a su adaptación, ni tampoco la actitud rebelde de
Macauley.
—En los últimos tiempos tampoco he tenido demasiados motivos
para hacerlo —respondió cuando Catriona ya pensaba que no lo haría.
—Ya, comprendo —murmuró.
Le dolieron esas palabras que significaban que su boda no
representó para él ninguna alegría. Desde luego, no la pillaba por sorpresa,
pero escucharlo en voz alta no era fácil y le dolía más de lo que le hubiera
gustado.
—Ya he terminado —dijo metiendo sus cosas en el saquito—.
Deberías descansar.
Trató de pasar con premura por su lado, no obstante, Arran la tomó
de la mano para detenerla. Los ojos de la joven se clavaron en sus manos
entrelazadas antes de que su mirada recayera en el atractivo rostro de su
esposo.
—Catriona, yo… —lo notó dudar—. Quería darte las gracias por tus
cuidados, y no solo a mí, tu labor como curandera hoy ha sido muy
importante.
—¿Algo más?
Claro que había más, le gustaría poder expresarse y decirle que
cuando le pidió que besara su espada no era solo por dar una buena
impresión ante el resto de clanes, fue un impulso porque lo que deseaba de
verdad era que lo besara a él.
—No, nada más —dijo al fin soltándole la mano.
—De acuerdo. —Se sentía defraudada—. En ese caso, te dejo solo.
Se apresuró a abandonar la alcoba; una vez fuera, se apoyó contra la
puerta y respiró hondo. Era tal la tensión que existía entre ellos que hasta
sentía que le faltaba el aire.
Se irguió de hombros, recuperando la compostura, y decidió salir a
buscar algunas plantas para reponer las que gastó. Necesitaba hacer más
ungüentos y también le serviría como distracción.
Bajó las escaleras y vio como Colin hablaba con Kathy junto a la
puerta de la cocina. No pudo evitar sonreír, alegrándose por lo buena pareja
que hacían aquellos dos.
Salió del castillo y avanzó entre los árboles en busca de plantas que
le sirvieran. Tenía pensado cultivar su propio huerto, como tenía en su
antiguo hogar, pero aún no había encontrado el tiempo y el lugar para ello.
Llevaba un par de horas recolectando hierbas cuando la cantarina
voz de Eleonora MacQuarie la sobresaltó:
—Hola.
—¡Dios santo, me has asustado! —exclamó llevándose una mano al
pecho.
—Oh, vaya, lo siento —se disculpó—. Te vi recolectando plantas y
decidí acercarme a saludarte.
—¿Y qué hacías tú por aquí?
—Hablaba con los pájaros —respondió sonriendo ampliamente.
—¿Hablabas con los pájaros? —repitió incrédula.
La joven rubia asintió y emitió un melodioso silbido, que fue
replicado por un precioso pájaro rojo con una cresta en lo alto de la cabeza,
que permanecía posado en una rama.
—Sí, lo hago a menudo, solo hay que escucharlos con el corazón —
respondió alegre.
Catriona, contagiada por su entusiasmo, se puso en pie y se situó
junto a ella.
—¿Y qué te cuentan? —inquirió con curiosidad.
—Me cuentan como es sobrevolar los cielos, ver desde lo alto las
montañas… —dijo con ojos soñadores—. También me hablan del amor.
—¿Del amor? ¿Qué saben unos pájaros de un sentimiento tan
profundo?
—Mucho más de lo que podrías imaginar —contestó mirándola a
los ojos sin perder en ningún momento la sonrisa—. Ellos son conscientes
de que todos tenemos a alguien especial esperando a que lo encontremos,
solo debemos seguir los dictados de nuestros corazones. Saben que tú ya
has encontrado al tuyo.
Las mejillas de Catriona se tiñeron de rojo ante aquella afirmación.
—¿Te refieres a mi esposo?
Ellie se encogió de hombros.
—Solo tú puedes responder a esa pregunta.
Cat no sabía si estaba loca o era cierto que hablaba con las aves,
aunque lo único que tenía claro era que esa muchacha le caía muy bien y
tenía la sensación de que podrían convertirse en buenas amigas.
Siguieron avanzando entre los árboles, mientras Eleonora no dejaba
de parlotear, hasta que oyeron el sonido de chapoteos y risotadas
masculinas.
—¡Mira, Catriona! —exclamó Ellie señalando a un grupo de
hombres que se bañaban desnudos en el lago que estaba más allá de la
densa arboleda que las ocultaba de su vista.
—¡Por todos los santos, están como su madre los trajo al mundo! —
rio divertida a la vez que desviaba la mirada, no tenía ganas de ver más de
la cuenta.
—No seas mojigata, ¿no tienes curiosidad de contemplar un cuerpo
masculino en todo su esplendor? —murmuró acercándose más a las
cristalinas aguas—. Aunque tú ya sabes cómo son, estás casada.
Cat permaneció en silencio, no iba a explicarle que en realidad
ambas estaban en la misma situación.
—Yo no aprecio el esplendor, solo me parecen un grupo de salvajes
haciendo el idiota —respondió divertida.
—¡Oh, vamos! —se burló Ellie—. No puedes decirme que no te
gustan esos torsos musculosos que lucen. En especial, la espalda de aquel
moreno alto de allí.
Catriona se volvió a ver a quien se refería y abrió los ojos de par en
par al reconocerlo.
—¡Pero si es mi hermano! —Ahí sí que se tapó los ojos con las
manos.
Una cosa era ver a hombres desnudos, pero ¿a su propio hermano?
Eso sí que no.
—¿Callum? —inquirió incrédula girándose hacia ella—. ¿Tu
hermano Callum? ¿El de las cicatrices?
—No tengo otro —comentó guasona.
—Es imposible —negó con la cabeza—. Tu hermano no puede
poseer las nalgas de acero que acabo de contemplar.
—¿¡Qué demonios estáis haciendo aquí!? —bramó de repente la voz
del aludido junto a ellas.
—¡Madre mía! —gritó Ellie sobresaltada.
—Por el amor de Dios, Callum, cúbrete —le pidió su hermana
tratando por todos los medios de no reparar en sus vergüenzas.
—¿Os parece decente estar espiando a un montón de hombres
desnudos? —siguió regañándolas mientras con ambas manos se cubría su
virilidad.
—No os espiábamos —negó Cat.
—Solo sentíamos curiosidad —confesó Ellie al mismo tiempo.
El enorme hombre frunció el ceño.
—Marchaos de aquí antes de que decida daros a ambas una
azotaina.
—¿¡Una azotaina!? —se indignó Eleonora—. ¿Acaso crees que soy
una niña?
—Al menos, es lo que ambas parecéis con vuestro comportamiento
infantil —espetó con la mirada fija en ella.
—Déjalo, Ellie, no merece la pena discutir con él cuando se pone en
esta actitud —le aconsejó la pelirroja, que tomó a su nueva amiga de la
mano y la arrastró tras ella.
—Desde luego, creo que tienes razón —aseveró—. Lo mío es hablar
con pájaros no con asnos —dijo con el mentón alzado, logrando que Callum
emitiera un gruñido indignado.
Capítulo 9

Pasaron dos días más de festejos sin ningún contratiempo, incluso el laird
Mackenzie parecía haberse apaciguado tras hablar con Donald.
En aquel momento, la gente danzaba bajo el cielo estrellado en
torno a una gran hoguera. La abuela Emer había sacado a Donald a bailar a
regañadientes, de todos modos, parecía disfrutar con los comentarios
ocurrentes de la anciana, que le arrancaban más de una carcajada.
Morrigan y Ellie también parecían pasarlo en grande dando saltos
junto a Boyd y al pequeño Matheson, al cual su madre llevaba en brazos.
Entre tanto, Duncan observaba a su familia con una sonrisa satisfecha.
Arran permanecía al lado de su esposa, pero no la sacó a bailar ni
una sola vez, aunque no le extrañaba, puesto que no era capaz de imaginarlo
bailando y relajado.
Por desgracia, la alegría reinante se terminó de repente cuando Colin
apareció cargando a un inconsciente Macauley, que llevaba una flecha
clavada en el pecho.
—¡Ayuda! —gritó el guerrero.
Arran, con el rostro desencajado, corrió hasta él y le arrebató a su
hermano de los brazos.
—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé, lo he encontrado así junto al cuerpo sin vida de William
—le explicó.
Arran lamentó la muerte del guerrero caído.
Depositó el débil cuerpo del chico sobre la hierba y Catriona se
arrodilló junto a él. A simple vista, pudo apreciar que la flecha estaba en
una zona complicada. La sangre seguía manando de la herida tiñendo su
camisa de rojo brillante, así que se quitó el chal que llevaba sobre los
hombros y lo presionó contra la herida para tratar de detener el sangrado,
con cuidado de que la flecha no se moviera.
—Vamos, Mac, aguanta —susurró sintiéndose al borde de las
lágrimas, muy asustada por el crío—. No puedes rendirte.
Catriona, con un nudo que le atenazaba la garganta, alzó sus ojos
hacia su esposo, que se veía completamente pálido.
—¿Qué podemos hacer? —le preguntó con la voz ronca y
contenida.
—Lo primero es lograr que deje de sangrar, después lo llevaremos al
castillo y trataré de sacarle la flecha.
—¿Sobrevivirá?
Sin poder responder a esa pregunta, desvió la mirada. No era capaz
de asimilar que aquel chiquillo que hacía unas horas estuvo corriendo,
riendo y jugando en el bosque, pudiera perder la vida.
De repente, notó como Macauley se movía debajo de ella, abriendo
sus ojos, que eran de un precioso azul intenso como los de su hermana, que
sollozaba tras Cat mientras su marido intentaba consolarla.
—¿Cat? —preguntó confuso y dolorido.
—No hables, tranquilo. Todo va a ir bien —trató de que se calmara.
—Me duele… me duele mucho —gimió el muchachito apretando
los dientes.
—Lo sé, cielo, pero vas a estar bien. —Le besó en la frente—. Te
voy a curar.
Alzó levemente el chal para cerciorarse de que ya no sangraba, y así
era. Miró a su esposo y le hizo un gesto con la cabeza.
—Subámoslo arriba, en mi alcoba tengo lo necesario para ayudarle.
Arran, con decisión, alzó el cuerpo de su hermano, subió las
escaleras de dos en dos, abrió de un puntapié la puerta de la estancia que
Cat ocupaba y dejó con delicadeza a Macauley sobre el lecho. Aun así, el
niño emitió un gemido de dolor.
Catriona, con premura, rasgó aún más la camisa de Mac, estudiando
cuan grave estaba.
—La flecha no se ha clavado demasiado profundo, pero tenemos
que sacarla. Necesito que le agarres con fuerza.
—¿Por qué? —inquirió el niño asustado cuando su hermano le
inmovilizaba contra el colchón.
—Tú respira hondo, ¿de acuerdo? —le pidió justo antes de tirar con
fuerza de la flecha.
Macauley gritó y se desmayó a causa del dolor.
—¡Mac! —se alarmó Arran.
—Tranquilo, solo ha tenido un desvanecimiento.
Cogió un puñado de hojas de consuelda, que tenía propiedades
cicatrizantes, y masticándolas para hacer una pasta, las aplicó sobre la
herida de Mac.
—Esto ayudará a que cure más rápido —le explicó a su esposo.
—Te agradezco todo lo que estás haciendo por él.
—No tienes por qué, Macauley también forma parte de mi familia
desde el día en que nos casamos.
Arran, dejándose llevar por un impulso, tomó el rostro de su esposa
entre las manos y la besó en los labios. Cuando se separó de ella, la miró a
los ojos, que se veían brillantes.
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Cat en un susurro.
—Ni yo mismo lo sé —reconoció con sinceridad.

***

Catriona no se movió de al lado de Macauley para poder estar


pendiente de él y asegurarse de que su estado no empeorara. Le preocupaba
que pudiera tener fiebre, ya que eso significaría que la herida se había
infectado. Sus hermanos y la abuela pasaban constantemente por la alcoba
para acompañar al muchachito, aun así, Cat no abandonaba su puesto.
Aquella noche, Arran era incapaz de conciliar el sueño, así que fue a
ver cómo estaba Mac. No esperaba encontrarse a su esposa sentada en una
silla con la cabeza apoyada en el colchón y profundamente dormida, a
juzgar por su acompasada respiración.
Sintió una súbita punzada en el corazón. Se veía hermosa con uno
de sus rizos pelirrojos descansando sobre su pálida mejilla. Se acercó más a
ella, y con cuidado de no despertarla, retiró el mechón de cabello para poder
observar su expresión serena y sus sonrosados labios.
Con delicadeza, pasó sus brazos alrededor del esbelto cuerpo
femenino y la alzó. Necesitaba descansar, llevaba cinco días sin alejarse de
Macauley y como siguiera así, la que acabaría enferma sería ella.
—Ya era hora de que te decidieras a hacerte cargo de tu esposa, mon
chéri —susurró Emer, que también venía a ver a Mac, cuando se cruzó con
su nieto al salir de la habitación.
—No sé de qué estás hablando, abuela —trató de sortearla, pero la
anciana se interpuso de nuevo en su camino, colocándose en jarras.
—No eres tan estúpido, claro que lo sabes.
—No creo que este sea el mejor momento para hablar —se quejó a
la vez que señalaba con la cabeza a su dormida esposa.
Ignorando sus protestas, la mujer prosiguió con sus reprimendas:
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Cómo se te ocurre alejar de este modo a
tu esposa? ¿No te das cuenta de lo enamorada que está de ti?
—Nuestro matrimonio no se basa en el amor, abuela.
—No digas sandeces, mon chéri —le reprochó con voz firme—. Es
una mujer extraordinaria. Alegre, amable, entregada, generosa… ¡No te la
mereces!
Arran no podía contradecirla, era probable que tuviera razón y no la
mereciera. En el tiempo que llevaba conviviendo con ella pudo comprobar
lo valiosa que era, ya fuera como curandera o como señora del clan. Los
Hamilton no tardaron nada en tomarle aprecio, incluso él, pese a tratar de
mostrarse distante y pasar con ella el menor tiempo posible, porque sabía
que, de otro modo, era peligroso para las defensas que erigió contra ella.
—Por favor, abuela, permíteme pasar, no quiero que Catriona se
despierte —fue su escueta respuesta.
Se acercó más a su nieto y posó la mano sobre su brazo con cariño.
—Escúchame bien, Arran, yo he vivido una larga vida y he visto
muchas cosas. He amado y también he sufrido, y aun así, no me arrepiento
de ello. —Sus azules ojos se llenaron de lágrimas—. No permitas que el
miedo no te deje disfrutar del amor, chéri.
—Abuela…
—El amor es lo único que jamás perdemos ni olvidamos —continuó
diciendo tras interrumpirle—. El amor permanece en nuestros corazones
incluso después de la perdida, es lo que nos acompaña y nos salva en los
malos momentos. Lo que le da sentido a la vida. —Se puso de puntillas y
depositó un suave beso sobre su rasposa mejilla—. Así que no seas tozudo,
que siempre te ha perdido eso. Deja de lado tus fantasmas o lo único que
permanecerá en tu vida serán la tristeza y la soledad. Aprecia a tu esposa.
Bésala, ámala, dile lo que sientes en realidad por ella y concédete la
oportunidad de ser feliz. De serlo los dos.
Arran se quedó mirándola y se sintió confundido. Era probable que
la abuela tuviera razón y se estuviera comportando como un cobarde, pero
¿estaba dispuesto a arriesgarse y mostrarse vulnerable?
—Buenas noches, abuela —fue lo único que atinó a decir.
—Cuida de tu mujer, yo me quedaré esta noche junto a Macauley.
Arran asintió y siguió su camino hacia su alcoba, en la que entró
para dejar a su mujer sobre la cama y la cubrió con una manta con los
colores de los Hamilton. Estaba tan sumamente agotada que ni se despertó
al moverla o cuando estuvo hablando con su abuela.
Suspiró, pasándose los dedos entre el negro cabello, se quitó la
camisa y se dejó caer a su lado. El aroma a flores de la joven inundaba la
estancia y sintió que le gustaría que aquella fragancia permaneciera en su
lecho cada noche.
Se quedó mirando el techo, no quería volverse hacia ella para no
tener la tentación de tocarla y, sin percatarse, se quedó dormido.

De repente, estaba en el campo de batalla rodeado de cuerpos


desmembrados y enemigos. Un alarido de su padre le heló la sangre, así
que corrió en su dirección, esquivando las espadas y lanzas de los
enemigos. En aquel momento estaba de espaldas a él, pero un miedo le
invadió cuando pudo ver su gran cuerpo desplomarse en el suelo con una
herida mortal en el pecho.
Gritó y se abalanzó sobre el asesino de su padre, cortándole la
cabeza con su Claymore. Acto seguido, tomó su pesado cuerpo sin vida y lo
arrastró a un lugar seguro mientras huía de tres españoles que le
perseguían.
Se volvió hacia sus adversarios para enfrentarlos, dispuesto a morir
si fuera necesario, pero decidido a no rendirse pasara lo que pasara. ¡Se lo
debía a su padre!
Se movió con agilidad y luchó contra los tres con arrojo. Con cada
estocada de su espada liberaba el dolor de saber que jamás podría volver a
hablar con su padre, nunca más recibiría uno de sus sabios consejos ni de
sus afectuosos abrazos. En un certero movimiento, clavó su espada en el
corazón de uno de ellos y, acto seguido, sacó una daga y la lanzó contra
otro, acertando en su garganta. El último de sus adversarios consiguió
herirle en la espalda, no obstante, giró sobre sí mismo y le cortó la cabeza,
que rodó hasta sus pies.
Con la respiración acelerada y la cara salpicada de la sangre de
sus enemigos, se arrodilló junto al cadáver de Douglas y lo tomó en brazos
con lágrimas contenidas brillando en sus ojos.
—Padre —murmuró contemplando su mirada sin vida—. ¡Padre! —
gritó cargado de dolor.

—Arran —Catriona le zarandeó tratando de despertarle.


Su esposo, aún sobrecogido por el vívido sueño, se abalanzó sobre
ella tomándola por el cuello y presionándola con el peso de su cuerpo
contra el colchón. Los ojos de la joven se abrieron de par en par a causa del
miedo, sin embargo, pudo percibir con claridad el momento exacto en el
que la reconoció y aflojó los dedos que le presionaban la garganta.
—¿Catriona? —preguntó confundido.
—Estabas teniendo un mal sueño e intentaba despertarte —le
explicó con la respiración acelerada.
Notaba la piel desnuda del torso de su esposo contra ella,
consiguiendo que se pusiera nerviosa y excitada a partes iguales.
Arran recordaba perfectamente el sueño, era el mismo que tenía casi
todas las noches desde que volvió de la guerra y que no le permitía
descansar bien.
Miró con fijeza los labios de la joven, deslizó la mano de su cuello
al rojizo cabello, que en aquellos momentos estaba un tanto alborotado y le
daba un aspecto adorable.
—Siento haberte asustado —susurró con voz ronca.
Catriona tragó saliva y respiró profundamente para tratar de
serenarse.
—¿Qué hago aquí? Debería estar junto a Macauley.
—Te quedaste dormida, estabas agotada y necesitabas descansar.
—¿Y tenía que ser en tu alcoba?
—¿Cómo sabes que es mi alcoba? —inquirió enarcando una ceja.
Cat podría haberle dicho que su olor masculino y amaderado
impregnaba toda la estancia, no obstante, no estaba dispuesta a revelar que
sería capaz de reconocer su aroma en cualquier parte.
—Solo es una suposición, no tengo la certeza de que lo sea —
respondió evasiva.
—Quizá ese fuera mi primer error.
—¿A qué te refieres?
—A que durmiéramos en habitaciones separadas —esas palabras
dejaron a Catriona sin palabras—. No me gusta reconocerlo, no obstante,
creo que tenías razón, deberíamos haber consumado nuestro matrimonio
desde el principio.
Abrió la boca para responder, pero volvió a cerrarla, porque ¿qué le
podía preguntar? ¿A qué venía ese cambio de actitud?
—Tengo que ir a echarle un vistazo a Mac.
—Está mi abuela con él —susurró.
—¿Te… te importaría quitarte de encima? —consiguió decir a pesar
de los nervios que sentía.
—La verdad es que preferiría besarte —declaró.
Bajó la cabeza, dispuesto a hacerlo, cuando una de las rodillas de su
mujer impactó en su entrepierna e hizo que se cayera de la cama.
—¡Catriona! —exclamó con la voz entrecortada por el dolor.
—Lo siento, ha sido un acto reflejo —se justificó—. Mi padre me
enseñó este movimiento cuando mi cuerpo comenzó a desarrollarse.
—¿Y te dijo que lo usaras contra tu esposo? —refunfuñó
poniéndose en pie con dificultad.
—Obviamente, no —respondió colocándose en jarras—. Sin
embargo, nuestra relación tampoco es muy convencional.
Arran la fulminó con la mirada y Catriona no pudo evitar echarse a
reír.
—¿Qué te hace tanta gracia?
—La situación.
—La situación —repitió con un humor de perros.
—Sí, te has puesto muy intenso y yo me he defendido como he
podido. Ahora me resulta cómico, eso es todo.
—¿Que me he puesto intenso? —rugió ofendido—. Está visto que
es imposible entenderte.
Cat volvió a reír, aunque se cubrió la boca con la mano cuando él
volvió a echarle otra mirada asesina.
—Si intentabas besarme para mantenerme contenta, tranquilo, no te
esfuerces. Estoy más que satisfecha con nuestra relación de hermanos —
sentenció, alegrándose al percibir su expresión de indignación—. Voy a
comprobar que Macauley sigue bien —repuso antes de abandonar la alcoba
y dejarle con tres palmos de narices.
Arran dio una patada al aire y maldijo para sus adentros.
No sabía el motivo exacto, pero tenía claro que no quería que Cat le
viera como a un hermano. Puede que su relación en aquellos momentos
resultase cómoda, no obstante, acababa de darse cuenta de que debía
consumar su matrimonio. De hecho, lo estaba deseando.
Capítulo 10

Una semana después, Morrigan y su esposo se reunieron con Arran en su


despacho. La muchacha estaba preocupada por el ataque que sufrieron sus
dos hermanos durante las celebraciones del clan.
—Es peligroso que Mac continúe aquí si no has dado aún con la
persona que le atacó, que, con total seguridad, será el mismo que lo hizo
también contigo —decía caminando de un lado al otro de la estancia.
—No debes preocuparte, Mor, lo tengo todo bajo control —
respondió su hermano.
—¿¡Bajo control!? —exclamó alterada—. No te ofendas, Arran,
pero, sinceramente, no creo que controles nada en estos momentos.
—¿Qué quieres decir? —inquirió molesto.
Morrigan se paró frente a él con los brazos en jarras.
—¿De verdad necesitas que te lo explique?
—Sí, me gustaría que fueras clara conmigo.
—No sé si debiera estar presente en esta conversación —terció
Duncan a espaldas de su esposa.
—Ni se te ocurra marcharte, esto de lo que vamos a hablar también
te concierne —le advirtió.
El guerrero puso los ojos en blanco y se dejó caer en un sillón, a la
espera de que se desatara la guerra entre ambos hermanos.
—Vamos, Mor —insistió Arran—. ¿Qué tienes que decirme?
—Lo principal es que estás dejando que el clan se eche a perder.
—¿Qué he dejado que el clan se eche a perder? —repitió con las
venas del cuello hinchadas por el enfado que le provocó aquella afirmación.
—Noto que la gente es más infeliz que cuando vivía nuestro padre.
Has primado la seguridad por encima de su bienestar y, de todos modos, es
más inseguro que nunca, a juzgar por los ataques que habéis sufrido.
—¿Qué te hace pensar que los aldeanos son infelices?
—He podido hablar con ellos, he pasado a visitarlos, cosa que, por
cierto, tú no haces —respondió con el mentón alzado—. Donald se está
ocupando de todo lo relacionado con eso, sin embargo, eres el laird y, por lo
tanto, deberías ser tú quien se interese por su bienestar.
—Lo más importante para mí es la gente de mi clan y me parece una
afrenta lo que estás insinuando. Te aseguro que he hecho grandes sacrificios
para mantenernos a salvo.
—¿Casándote con Catriona? —preguntó con una ceja enarcada—.
Porque vuestra relación es otro tema que me irrita bastante.
—Nuestra relación no te incumbe.
—Por desgracia, me incumbe porque eres mi hermano y te quiero, y
me da mucha rabia que seas un maldito cabeza de alcornoque.
—Morrigan… —dijo en tono de advertencia avanzando un paso
hacia ella.
—Ni Morrigan ni nada —le cortó—. ¿Acaso has consumado ya tu
matrimonio?
Arran frunció el ceño y miró de soslayo a Duncan, sintiéndose
incómodo por tener que tratar ese tema delante de él.
—No tengo por qué responderte…
—No hace falta, puedo verlo reflejado en los ojos de tu esposa. Su
mirada sigue siendo tan inocente en ese sentido como la de un cervatillo.
«¿Es posible que sea tan evidente?», caviló Arran.
—Sea como fuere, a ti ni te va ni te viene, así que no te metas en
mis asuntos.
—Me meteré siempre que me venga en gana, porque estás siendo un
necio cabeza dura —repuso convencida de sus palabras—. Te centras en
proteger al clan, proteger al clan, proteger al clan… Y resulta que es más
inseguro que nunca.
—Mor…
—Ni Mor ni nada —lo interrumpió—. Escúchame bien, arregla los
problemas con tu esposa y cuídala, es una mujer maravillosa y demasiado
valiosa para que la ignores. Y descubre quién es el malnacido que os atacó a
Mac y a ti. Mientras tanto, nuestro hermano se vendrá con Duncan y
conmigo a nuestro clan.
—¡Macauley no se va a ninguna parte! —bramó perdiendo la
paciencia.
—¡Prefieres que acabe muerto! —le enfrentó Morrigan en el mismo
tono de voz.
Unos golpes en la puerta hicieron que se volvieran hacia ella.
—¿Quién es? —inquirió Arran malhumorado.
Donald entró al despacho.
—No he podido evitar oír vuestros gritos, muchachos —dijo con
calma—. ¿Os importa que os dé un consejo?
Los dos hermanos se miraron entre sí y asintieron.
—Comprendo que estéis tensos debido a los últimos
acontecimientos que han ocurrido, de todos modos, Morrigan, no puedes
inmiscuirte de esta manera en el matrimonio de tu hermano —la regañó.
—Solo quiero que abra los ojos —se defendió.
—¿Y atacarle es la mejor manera de hacerlo?
La joven se cruzó de brazos, negándose a darle la razón, pese a que
la tuviera.
—Y, por otro lado, que Macauley se marche con los Campbell me
parece una gran idea. Es la mejor forma de asegurarnos su protección.
—Mi hermano es mi responsabilidad —espetó Arran.
—Lo sé, y como responsable de él debes velar por su vida, y hasta
que no demos con su atacante, este no es un lugar seguro para él.
Respiró hondo y rumió con tranquilidad las sabias palabras de
Donald.
—No sé si podrá hacer un viaje tan largo, aún está convaleciente.
—Por eso no te preocupes, esperaremos el tiempo que Catriona nos
aconseje —terció Morrigan, ilusionada ante la idea de poder tener a su
hermano pequeño con ella durante una temporada.
Arran suspiró.
—De acuerdo, si mi esposa lo permite, Macauley se podrá ir contigo
hasta que dé con el desgraciado que está poniéndonos en peligro.

***

Catriona estaba junto a las dos sirvientas, que ya eran unas buenas
amigas, buscando el lugar idóneo donde cultivar su huerto de plantas
medicinales.
—Me parece tan importante la labor que haces como curandera, Cat,
que me gustaría que me enseñaras algunas nociones para aprender a usar las
plantas medicinales —le pidió Siobhan.
—A mí también me encantaría aprender ese arte —coincidió
Kathryn.
—Sería para mí un placer poder enseñaros —respondió con una
sonrisa de oreja a oreja.
Pasar el tiempo con ellas le alegraba. Aún estaba la mayor parte del
día junto a Macauley, no obstante, ya podía asegurar que estaba fuera de
peligro, y se notaba en su estado de ánimo, ya comenzaba a reír y hablar
con normalidad.
—¿Puedo ayudaros, señoritas? —les preguntó Colin,
aproximándose a ellas—. Está muy hermosa esta mañana, Kathryn —aduló
a la bonita sirvienta.
—Gracias —respondió la muchacha, sonrojándose.
—No te preocupes, nosotras podemos, no necesitamos a ningún
hombre —terció Catriona con una sonrisa traviesa en los labios.
—No hables por todas —le susurró Siobhan señalando con la
cabeza a Kathy, que se atusaba el cabello y le dedicaba una caída de ojos
coqueta al atractivo guerrero.
Colin se aproximó a hablar con ella y apoyó un brazo contra el
tronco del árbol en el que se recostaba la sirvienta.
—Hacen muy buena pareja —observó Catriona alejándose unos
pasos para darles intimidad.
—Tendrían hijos preciosos, desde luego —aseguró la morena.
—¿Cat?
La joven se volvió hacia la voz de su hermano, que venía
acompañado por el tío Arthur.
—¿Qué tal? ¿Ya os marcháis? —dedujo al ver a sus caballos
preparados para la partida.
—Sí, vuelvo a casa —respondió Callum abrazándola con afecto—.
Cualquier cosa que necesites, solo tienes que mandarme llamar y aquí
estaré.
—Lo sé —respondió un tanto emocionada.
Sabía que su hermano lo decía completamente en serio y que sería
capaz de declarar la guerra a los Hamilton por ella si fuera necesario.
—No te preocupes por mí, estoy bien —le aseguró antes de girarse
hacia su tío—. ¿Y qué hay de ti? ¿Vuelves a recorrer el mundo?
—Sabes que no puedo permanecer demasiado tiempo en un mismo
lugar. —Con una amplia sonrisa, le guiñó un ojo a Siobhan—. Aunque
puedo asegurarte que no tardaré en regresar.
—Será un placer recibirle de nuevo, señor —contestó esta con
coquetería.
Catriona enarcó una ceja. Sin duda, su tío era un auténtico
conquistador, casi estaba segura de que dejaba corazones rotos por cada
lugar que pasaba, y no era de extrañar, teniendo en cuenta su atractivo y su
labia.
—¿Interrumpo algo? —preguntó entonces Morrigan, que llegó hasta
ellos a la carrera—. Me gustaría hablar contigo un instante, si es posible —
le dijo a Cat.
—¿Todo va bien? —inquirió la joven preocupada.
—Sí, todo está bien, tranquila.
—Os dejaremos a solas —aseveró Callum echándole una última
mirada a su hermana antes de alejarse junto al resto.
—¿Qué querías? —indagó.
—He estado hablando con mi hermano y hemos llegado a la
conclusión de que, mientras no dé con el atacante, lo más seguro será que
Mac se venga conmigo. Por supuesto, tú tienes la última palabra, no quiero
poner su salud en peligro.
—Macauley está mucho mejor, aunque os aconsejaría esperar una
semana antes de que haga un viaje tan largo.
—De acuerdo, nos quedaremos una semana más. —Tomó las manos
de su cuñada entre las suyas—. Te agradezco todo lo que has hecho por él.
—Es un niño maravilloso, no se merece menos.
—Me encanta que seas mi cuñada, gracias a ti escapé y pude
conocer al amor de mi vida, así que, como consejo, te diré que pongas a mi
hermano mayor al límite. Es un testarudo, pero reacciona cuando se siente
acorralado.
—Yo no quiero acorralarle —repuso divertida.
—Pues no te va a quedar más remedio si quieres conseguir alguna
reacción por su parte.
—Comprendo tu razonamiento, pero no quiero que la presión le
haga hacer algo que no sienta. Nuestro matrimonio solo era un medio para
conseguir la paz entre los Hamilton y los Hunter, no necesitamos nada más.
—Eso no es cierto, siempre precisamos más —la contradijo
Morrigan—. ¿Qué hay del amor? ¿De la pasión?
—En veintiséis años no me han hecho falta, no creo que me cueste
tanto seguir igual —le rebatió Catriona.
—Esa no es la cuestión, sé que puedes vivir de este modo, pero
¿serás feliz? Creo que esa debería ser tu prioridad.
***

Miraba como las dos mujeres hablaban y sintió deseos de


abalanzarse sobre ellas y atacarlas. No podía sentir más odio por todos los
miembros de ambas familias. En realidad, cualquiera de los privilegiados le
provocaba rechazo.
Fue un fallo imperdonable no haber matado a Arran y, por muy
poco, estuvo a punto de acabar con el mocoso. Si hubiera tenido más
tiempo habría terminado con su vida, pero era difícil, con los festejos,
demasiadas personas pululando de un lado al otro y ahora, Morrigan se
llevaría a Macauley con ella, dificultándole su propósito.
De todos modos, lo lograría, era paciente y aunque tuviera que
posponerlo, sabía que tarde o temprano lo lograría. Acabaría con los últimos
Hamilton que quedaban en pie.
Capítulo 11

Al día siguiente llegó un emisario real con una carta sellada por el rey Jorge
I, solicitando la presencia de Arran en la corte. No sabía por qué podría
querer verle y, en cierto modo, desconfiaba de las intenciones del monarca.
Catriona vio en esa invitación un modo de indagar en lo ocurrido
años atrás, cuando ajusticiaron a su padre.
—Te acompañaré a la corte —aseveró la joven, sonriente.
—No, en esta ocasión no —negó Arran.
—¿Por qué no? Soy tu esposa, ¿acaso te avergüenzas de mí?
—No tiene nada que ver…
—En ese caso, no hay discusión, iré —le cortó.
Arran puso las manos en sus caderas y frunció el ceño.
—Catriona, si el rey solicita mi presencia, no creo que sea una visita
para socializar, se tratará de algún tema importante y me preocupan sus
intenciones.
—No te interrumpiré, me dedicaré a admirar la corte —insistió.
—No pienso discutir esto contigo —repuso tratando de darse media
vuelta e irse.
Cat, negándose a dejarle marchar de ese modo, le agarró por el
brazo y lo detuvo.
—Pues lo lamento, porque yo sí voy a hacerlo —espetó furiosa—.
Estoy cuidando de la gente de tu clan, siendo una buena señora para los
Hamilton y no me ofreces nada a cambio. Así que, como mínimo, debes
brindarme la oportunidad de ir contigo a la corte.
—No puedo hacerlo.
—¿¡Por qué!? —gritó con la cara roja a causa del enfado que
recorría su cuerpo.
—¡Porque no puedo asegurar que vayas a estar a salvo! —dijo con
el mismo tono alto de voz que su esposa—. No sé qué intenciones tiene el
rey, maldita sea.
Catriona parpadeó varias veces, asimilando que su marido no quería
llevarla consigo para protegerla y no porque se avergonzara, como ella
creía.
—Comprendo lo que dices, de todos modos, iré.
Arran apretó los dientes.
—¿Vas a obligarme a encerrarte en tu alcoba?
—¿Me obligarás tú a mí a descolgarme por la ventana? —le
devolvió la pregunta.
El hombre gruñó.
—¿Puedes dejar de ser tan obstinada?
—¿Puedes hacerlo tú? —inquirió con una ceja enarcada.
—No quisiera interrumpir vuestra apasionada pelea, pero yo
también quiero acompañaros a la corte —intervino Emer metiéndose entre
los dos.
—¿¡Qué!? —exclamó su nieto—. ¿Tú también, abuela? ¿Acaso
todas las mujeres de este clan os habéis empeñado en volverme loco?
—No lo creo, mon chéri —respondió sonriendo—. Más bien, nos
proponemos ayudarte.
—¿Ayudarme? —repitió escéptico.
—Ajá —asintió—. Sería buena idea que le presentaras a tu esposa
al rey y comprobara lo valiosa que es. Además, es posible que se sienta
insultado si no la llevas, sería como declarar que no confías de sus
intenciones. Y, en mi caso, sé hablar francés con fluidez y es el idioma que
domina nuestro rey. ¿O acaso piensas comunicarte con él por signos?
—Abuela…
—Te estaríamos haciendo un favor —apuntó la anciana
interrumpiendo su protesta.
Catriona no pudo evitar soltar una risita.
—Estoy de acuerdo, Emer.
Arran caminó de un lado a otro, dándole vueltas a las palabras de su
abuela. Para su desgracia, eran todas acertadas, por mucho que le molestara.
—Está bien, vendréis conmigo, pero quiero que os comportéis.
Haréis todo lo que yo os diga y sin rechistar, ¿entendido?
—Oh, claro, claro, mon chéri —respondió su abuela moviendo una
mano en el aire, restando importancia a sus exigencias—. Nos
comportaremos con decoro y elegancia, igual que lo hacemos siempre,
¿verdad, jolie?
—Por supuesto —afirmó Catriona con una sonrisa radiante dibujada
en el rostro.
—Eso es lo que me preocupa, que os comportéis como siempre —
refunfuñó Arran.
Era la oportunidad que Catriona estaba esperando para poder
encontrar al tal Jamie y descubrir qué ocurrió con su madre y la acusación
de traición que le costó la vida a su padre. Quería llegar al fondo del asunto,
pese a que también temía lo que podía llegar a averiguar.
¿Qué haría si se daba cuenta de que ella fue la culpable de su
muerte? ¿Haría que los sentimientos que tenía por ella cambiaran? Desde
luego, le costaría asimilar que su madre fuera una espía de los jacobitas,
pese a lo que las cartas indicaban.

***

Arran lo organizó todo para salir aquella misma tarde.


Morrigan y Duncan se quedarían al frente del clan hasta que
partieran al suyo propio junto a Macauley. Después de eso, Donald se
ocuparía de todo hasta su vuelta.
Acababan de bajar de la barcaza y Emer se sentía más emocionada
que una muchachita de quince años.
—¡Ya tengo ganas de conocer al rey Jorge! —exclamó.
—Según las habladurías, los escoceses no le gustamos demasiado, le
parecemos unos salvajes —apuntó Catriona.
—No vuelvas a repetir eso —la reprendió su esposo—. Podrían
acusarte de traición.
—¿Crees que soy estúpida y voy a proclamar esto en la corte? —
inquirió Cat con una ceja enarcada—. Aquí estamos en confianza.
—Nunca puedes estar segura de eso —murmuró Arran.
—No debes ser tan desconfiado, laird —le dijo Colin, guiñándole
un ojo a la joven para demostrarle su apoyo.
Catriona sonrió ante su gesto amistoso.
Aquella actitud y la complicidad que percibió entre ambos molestó a
Arran. ¿Desde cuándo tenía su esposa esas confianzas con el joven
guerrero?
—Bien dicho, muchacho —expresó la anciana—. A ver si mi nieto
aprende un poco de ti y deja de lado esa actitud sombría que arrastra.
—No es esa la cuestión, abuela. ¿Eres consciente de que nos
atacaron a Macauley y a mí hace unos días? No podemos bajar la guardia
hasta hallar a la persona que lo hizo.
Emer agitó una mano en el aire restándole importancia a lo que
decía.
—Por unos días, olvídate de las conspiraciones y déjanos disfrutar,
mon chéri.
—Estoy de acuerdo, Emer —recalcó Catriona subiendo con agilidad
a su yegua—. Intentemos que el viaje sea lo más ameno y divertido posible.
Colin montó también y colocó su caballo junto al de la muchacha.
—Por eso no te preocupes, seguro que nos lo pasaremos bien.
Arran gruñó entre dientes.
—Pongámonos en marcha, no quiero perder más tiempo —espetó
malhumorado encaramándose a lomos del semental negro y poniéndolo al
trote.
—Hagámosle caso al laird, no parece que hoy se encuentre de muy
buen humor —comentó Colin guasón.
—¿Solo hoy? —inquirió Cat sarcástica, haciéndoles reír y
ganándose una mirada sombría por parte de su esposo.
Capítulo 12

Colin, Catriona y Emer conversaron durante gran parte del trayecto.


Cabalgaron con paso relajado por deferencia a la anciana, que no se quejó
en ningún momento. Cat la admiraba por su fortaleza y la energía que
demostraba a pesar de su edad.
En aquel instante, Colin soltó uno de sus comentarios guasones y la
joven emitió una sonora carcajada, le dolía el estómago de tanto reírse.
Arran sentía como se retorcían sus entrañas cada vez que la
escuchaba reír, le gustaría ser él quien provocara esa reacción en ella, pese a
que no sabía a qué se debía esa sensación de posesión que se había
instalado en su interior.
¿Qué le estaría contando para que se riera así? ¿Era posible que
prefiriera la compañía del carismático guerrero a la suya? Era muy probable
que fuera así. Mientras que Colin era divertido y ocurrente, él se mostraba
hosco, distante y gruñón.
Sin soportarlo por más tiempo, apretó los dientes y dirigió su
montura hacia ellos.
—Colin, podrías ponerte en la retaguardia de la marcha —le ordenó
de sopetón.
—Por supuesto, laird —asintió el joven guerrero—. Ha sido un
placer conversar con vosotras, señoras —dijo antes de hacer lo que le pedía.
—¿Por qué lo has hecho? —preguntó Cat molesta—. Lo estábamos
pasando bien, su conversación nos hace más ameno el viaje.
—Colin tiene que estar atento a los posibles peligros, no ejerciendo
de bufón para vosotras.
La joven apretó las riendas entre sus manos.
—No es ningún bufón —lo defendió, causando que la rabia bullera
en el interior de Arran—. Solo nos estaba distrayendo, ¿qué tiene eso de
malo?
—Creo que os dejaré a solas, muchachos —repuso Emer reduciendo
el paso de su caballo y volviendo de nuevo junto al simpático guerrero que
la recibió con júbilo.
—No quiero que te relaciones de ese modo con los guerreros —le
advirtió el laird en un susurro.
—Oh, claro, mi amo y señor —ironizó—. ¿Prefiere que me cosa la
boca para no incumplir sus normas? Con sumo gusto lo haré por
complacerle.
—No te burles de mí, Catriona.
—Es eso o enviarte al infierno —sonrió con altanería—. ¿Qué
prefieres?
—Preferiría que te comportaras como una esposa obediente.
—¿¡Obediente!? —soltó una carcajada—. No soy un perro, ¿sabes?
Quizá como me miras tan poco no hayas notado la diferencia.
—Serías mucho más fácil de tratar si lo fueras, créeme —respondió,
evitando decir que la miraba mucho más de lo que jamás reconocería en voz
alta.
—Sin embargo, estoy segura de que tú serías insoportable de todas
maneras —espetó con descaro—. Ni siquiera entiendo como has
conseguido la lealtad de tu halcón.
—Sealgair sabe que yo le soy leal y por eso él también lo es
conmigo.
—Sí, imagino que es la relación más cercana y sincera que tienes a
día de hoy.
Arran la miró directamente a los ojos.
—¿Qué quieres decir?
—Me parece que he sido bastante clara —repuso con el mentón
alzado—. Ni siquiera te muestras cercano con tus propios hermanos, tu
única familia. ¿A qué le temes? ¿A que te hagan daño? No puedes mantener
alejado a todo el mundo para no sufrir.
Su esposo apretó los dientes y se quedó observándola unos
segundos, hasta que levantó la mano para ordenar que detuvieran la marcha.
—Acamparemos aquí, mi abuela necesita descansar —dijo antes de
desmontar de un salto y coger el arco que llevaba a la espalda—. Iré a cazar
algo para que podamos comer.
—Eso es, haz lo de siempre, huir de las conversaciones incómodas
—murmuró Catriona, aunque lo bastante alto para que él la escuchara.

***
Arran llevaba más de una hora cazando junto a Sealgair, en la que
consiguieron atrapar tres hermosas liebres. Estaba siendo un día demasiado
caluroso, así que decidió acercarse al río a refrescarse. No esperaba
encontrarse a Catriona en la orilla cubierta tan solo por la camisola,
mientras metía las manos en el agua y se las pasaba por el cuello y el
escote.
Aquella erótica imagen despertó un deseo salvaje dentro de él,
mucho más intenso de lo que jamás había experimentado. Sus largos bucles
rojizos descansaban sobre uno de sus hombros, dejando su largo cuello al
descubierto. Arran estuvo tentado a acercarse a ella por detrás para poder
lamerlo. ¿Desde cuándo esa parte de la anatomía femenina le parecía tan
tentadora?
Sealgair emitió un gañido desde la rama donde reposaba e hizo que
la joven diera un respingo, volviéndose con rapidez hacia donde su esposo
la observaba.
Cogió la camisa que permanecía tirada en el suelo y la apretó contra
sus pechos para evitar que los viera a través de la semitransparente prenda
que llevaba puesta.
—¡Me estabas espiando! —le reprochó.
—Por supuesto que no, solo venía a beber un poco de agua y me
topé contigo.
—¿Y decidiste quedarte escondido entre los árboles? —inquirió
escéptica.
—No esperaba encontrarte aquí —se defendió—. Solo estaba
decidiendo si debía interrumpirte.
—Vuélvete, voy a ponerme la camisa —le pidió con las mejillas
sonrojadas.
Arran estuvo tentado a decirle que era su esposo y tenía todo el
derecho a ver su cuerpo desnudo, sin embargo, mantuvo silencio e hizo lo
que demandó.
Catriona se apresuró a vestirse sin quitarle la vista de encima para
asegurarse de que no la miraba.
—Ya puedes acercarte a beber —dijo cuando se aseguró de estar
presentable.
Volviéndose de nuevo, se aproximó a ella, se acuclilló junto a la
orilla para meter las manos en el agua, las unió y bebió de ellas.
Catriona admiraba cada uno de sus movimientos, prestando especial
atención a las brillantes gotas que corrían por las comisuras de sus labios
para descansar sobre su camisa. Le gustaría poder lamerlas y apropiarse de
aquellos labios carnosos que tanto extrañaba desde el momento en que los
había probado.
Desvió la mirada y respiró hondo para tratar de calmar los
acelerados latidos de su traicionero corazón.
—¿Para qué crees que te ha mandado llamar el rey? —preguntó para
mantener su mente ocupada en otra cosa que no fuera abalanzarse sobre él y
suplicarle que la hiciera suya allí mismo.
—No lo sé, y eso me preocupa —respondió con sinceridad, silbando
para que su halcón se le posara en el brazo, que alzó hacia él.
—Has sido un súbdito leal, no tiene motivos para arremeter contra
ti, así que no pienso que sea nada malo —razonó y levantó una de sus
manos para acariciar el precioso plumaje del ave—. A no ser que comparta
mi pensamiento de que eres el hombre más exasperante que existe. En ese
caso, estás en problemas —bromeó.
Las miradas de ambos se cruzaron y, de sopetón, Arran sonrió
divertido. Fue una sonrisa sincera que iluminó todo su rostro. Hacía tanto
tiempo que Cat no la había visto que a su mente acudió un recuerdo que
tenía enterrado en lo más profundo de su corazón…

Catriona estaba en Fjord Castle. Sus padres tenían gran amistad


con los Hamilton y solían visitarles, cosa que a ella le encantaba, dado que
estaba enamorada de Arran, el hijo mayor del matrimonio.
Era de noche y Cat estaba en el jardín tenuemente iluminado por la
luz de la luna llena. Sabía que cuando todos dormían, Arran aprovechaba
para entrenar, aspiraba a ser uno de los mejores guerreros de Escocia.
Oculta entre las sombras, le vio estirar el brazo hacia atrás, para
tensar la cuerda de su arco, justo antes de disparar a un árbol que estaba a
bastantes metros de distancia. Era hipnótico verle repetir ese gesto una y
otra vez, sin descanso.
Quiso observarle más de cerca, dio un paso adelante y una ramita
seca crujió bajo su peso. El joven Hamilton se giró con rapidez hacia
donde estaba y la apuntó con una de sus flechas.
—¿Quién anda ahí? —bramó.
Maldijo para sus adentros por haber sido descubierta y respondió:
—Soy yo. Catriona.
Avanzó para salir del escondite que le proporcionaban las sombras
y se dejó ver.
—¿Qué hacías? ¿Me espiabas?
La jovencita de quince años se encogió de hombros.
—Sí, lo hacía —reconoció sin un ápice de vergüenza.
Arran enarcó una de sus negras cejas y se colocó el arco a la
espalda.
—Podría haberte matado, ¿sabes?
—No, qué va —negó, aproximándose aún más a él—. No eres tan
bueno.
—¿Que no soy tan bueno? —repitió sin creerse lo que acababa de
escuchar.
—Tu arrogancia te hace creer que lo eres, pero estás equivocado.
Arran colocó las manos en las caderas y sonrió de modo insolente.
—¿Y desde cuando eres una experta en el tiro al arco?
—Hay muchas cosas de mí que no sabes —respondió con descaro.
—De acuerdo, demuéstrame entonces tus habilidades.
—¿Cómo? —inquirió con los ojos muy abiertos, aquello no lo había
visto venir.
Arran cogió de nuevo el arco y lo extendió hacia ella.
—Enséñame lo bien que se te da lanzar flechas, señorita listilla.
—Yo…
—¿O no te atreves? —la pinchó.
Catriona, que jamás salía huyendo de un reto, se irguió de hombros
y le arrebató el arco de las manos.
—¿A qué quieres que le dé?
Arran soltó una carcajada, divertido por el modo en que se
envalentonaba.
—Puedes apuntar al mismo lugar que lo estaba haciendo yo hasta
que me interrumpiste.
Cat asintió y, con determinación, alzó el arco tensando la cuerda
todo lo que pudo.
—No, no lo haces bien.
Se colocó tras ella poniendo sus manos sobre las de la joven para
ayudarla a apuntar y a tensar aún más la cuerda.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió Catriona con la voz ahogada al
sentir el firme cuerpo de Arran pegado al suyo.
—Ayudando a la experta a acertar el objetivo —murmuró contra su
oído, guasón.
Catriona contuvo la respiración cuando su aliento le acarició la
mejilla, haciendo que su piel se erizara. Jamás estuvieron tan cerca y su
olor amaderado le resultó muy atrayente.
—A la de tres sueltas la cuerda, ¿de acuerdo? —Cat asintió—.
Una…, dos…, tres…
Ambos abrieron los dedos a la vez y la flecha impactó de manera
certera junto a las demás. Catriona soltó un grito de emoción y, de un salto,
se lanzó a sus brazos. En ese momento sus miradas se cruzaron y, sin
pensarlo dos veces, Arran unió sus labios a los de la joven en un
apasionado beso. Ambos se olvidaron de todo, del tiempo, del lugar, de si
era correcto o no lo que hacían… Solo existían ellos dos y el ardor que
recorría sus cuerpos.
No obstante, Arran puso fin al beso tan abruptamente como lo
inició.
La dejó en el suelo y se apartó de ella, mientras se pasaba los dedos
por el pelo tratando de poner en orden sus pensamientos.
—Esto ha sido un error, lo lamento.
—No, no tienes que lamentarlo —negó Catriona tratando de posar
una mano sobre su brazo, pero el joven se echó hacia atrás bruscamente
evitando su contacto.
—Claro que debo hacerlo, eres una dama, no puedo tratarte de este
modo. Está mal.
—No lo está si nos amamos —insistió Cat.
—¿Amarnos? —La miró con expresión horrorizada—. Esto no ha
tenido nada que ver con el amor, Catriona. Solo es producto de la cercanía
de nuestros cuerpos, eres demasiado inocente para entenderlo aún.
—No es cierto, yo te amo y estoy segura de que, para besarme del
modo en que lo has hecho, tú debes sentir lo mismo por mí.
El rostro de Arran no mostraba ninguna emoción cuando dijo:
—He besado a muchas mujeres antes, y para mí, no hay diferencia
entre este beso y los demás. Siento si te he confundido de algún modo.
Los ojos de Catriona se abrieron de par en par, comprendiendo que
ese beso hubiera podido ser para cualquier otra mujer, lo único que había
sucedido era que estaba en el momento y el lugar indicados. Arran no
sentía nada especial por ella y, como una estúpida, le había declarado su
amor creyendo lo contrario. ¿¡Podía caer más bajo!?
Con los ojos cargados de lágrimas y el corazón roto, echó a correr
alejándose de él.
A partir de aquel día, buscó mil y una excusas para no volver al
clan Hamilton y no tener que mirar de nuevo a Arran. Creyó que así le
sería más fácil desechar sus sentimientos por él, aunque se equivocó.

—¿Catriona? —la voz de su esposo la sacó de sus ensoñaciones.


—¿Sí? —Parpadeó varias veces para centrar su atención en él.
—¿Estás bien? Parecías ausente.
—Lo estuve por unos instantes —reconoció.
—¿Puedo saber en qué pensabas? —indagó.
—He recordado nuestro primer beso —respondió con sinceridad—.
El peor primer beso de la historia —sonrió con tristeza.
—¿En serio lo recuerdas así? —Enarcó una ceja.
—¿Cómo quieres que lo recuerde después de que me dejaras claro
que era una más de tus conquistas?
—No dije eso.
—¿Y qué dijiste entonces? —preguntó escéptica.
—Dije que no estaba enamorado de ti, no que fueras una más.
—No es como yo lo interpreté.
—Es normal, porque te fuiste corriendo y no me diste tiempo a
explicarme.
Catriona reflexionó sobre sus palabras.
—De todos modos, no tiene importancia, ya hace demasiados años
de eso. Volvamos al campamento.
Arran la cogió por el brazo y la detuvo.
—Sí que importa —insistió—. Quiero que te quede claro que, pese a
lo que dije, nunca fuiste una mujer cualquiera para mí. Lo que ocurre es que
era un muchacho estúpido que no quería mostrar sus debilidades.
—Eso tampoco ha cambiado demasiado —bromeó para romper la
tensión que de repente existía entre ambos.
Su esposo sonrió otra vez y su corazón se aceleró. Le había
arrancado dos sonrisas en un mismo día, no se lo podía creer.
Capítulo 13

La noche a la intemperie estaba resultando peor de lo que todos esperaban.


Se puso a llover con intensidad, calándolos hasta los huesos pese a
resguardarse bajo los frondosos árboles.
Arran, preocupado por su abuela, cubría su tembloroso cuerpo con
pieles, tratando de que mantuviera el calor.
—Sabía que no era buena idea que vinierais —refunfuñó—. Si
cogéis un enfriamiento, seré el único responsable.
—No es cierto, chéri, nosotras insistimos en acompañarte —le
rebatió la anciana.
—Y debí habéroslo impedido —gruñó con el cabello empapado y
pegado al rostro.
Apreció como su esposa tiritaba y le castañeaban los dientes y
maldijo para sus adentros. No podían seguir allí o ambas enfermarían.
—Debemos encontrar un lugar donde resguardarnos.
—Cuando te fuiste a cazar, estuve explorando los alrededores y
encontré una pequeña cueva al otro lado de la montaña —comentó Colin.
—¿Crees que podríamos llegar hasta allí? —preguntó Catriona, que
estaba preocupada por Emer.
—Es posible, no está demasiado lejos —respondió el joven
guerrero.
—Está bien, merece la pena intentarlo —aseveró Arran
aproximándose a su abuela y cogiéndola por los hombros—. No te separes
de mí, ¿de acuerdo?
La mujer asintió y los ojos negros del laird se desviaron hacia su
esposa con inquietud.
—Estaré bien —le aseguró Cat, entendiendo su pregunta silenciosa.
—Permaneced juntos —gritó Arran antes de seguir a Colin, que
inició la marcha.
Caminaban sin separarse, notando el fuerte viento y la torrencial
lluvia azotando contra sus cuerpos, aun así, siguieron avanzando hasta que,
de repente, un estruendo hizo que todos se pusieran alerta. El río se había
desbordado y arrastraba todo lo que pillaba a su paso.
—¡Lachlan! —gritó Catriona al percatarse de que uno de los
guerreros era arrastrado por la fuerza del agua.
El hombre intentaba nadar, sin embargo, la corriente era demasiado
fuerte. Cat echó a correr hacia donde se encontraba para intentar rescatarlo.
—¡Catriona! —la llamó Arran con el corazón acelerado a causa de
la preocupación que sentía por ella—. Colin, encárgate de que mi abuela
llegue sana y salva al refugio. No os detengáis pase lo que pase o el río nos
arrastrará a todos —les ordenó antes de ir tras su esposa.
La joven logró trepar a un árbol y se encaramó a una de las ramas.
—¡Coge mi mano! —le pidió desesperada al guerrero.
—La arrastraré conmigo si lo hago, señora —logró responderle.
—No, no lo harás —insistió, alargando aún más la mano hacia él.
Finalmente, Lachlan hizo lo que le pedía y se agarró a ella, que
intentaba sujetarse al árbol con todas sus fuerzas.
Arran, observando que la rama no soportaría el peso de los dos,
aceleró el paso, angustiado.
—¡Catriona, tienes que soltarlo!
—Si lo hago, el río lo arrastrará hasta el acantilado —dijo con la voz
entrecortada por el esfuerzo que estaba haciendo para sostener al guerrero.
—Arran tiene razón —comentó Lachlan escuchando crujir la rama
en la que la joven estaba—. Gracias por intentar salvarme.
A Cat, intuyendo sus intenciones, se le llenaron los ojos de lágrimas.
—No lo hagas —le suplicó.
El hombre sonrió con tristeza y se soltó de su mano siendo
inevitablemente arrastrado por la corriente.
—¡Nooo! —gritó con las lágrimas corriendo por sus mejillas.
—Catriona, la rama se está quebrando, ven conmigo —le pidió su
esposo a sus espaldas.
Había trepado también por el grueso tronco, pero el nivel del río
subía rápido y pronto quedarían atrapados si no se daban prisa en escapar.
—Podría haberle salvado —le echó en cara.
—No es cierto y lo sabes.
—Pudiste ayudarme.
—La rama no hubiera sostenido mi peso.
—¡Ni siquiera lo intentaste!
—Ya lo discutiremos en otro momento, ahora ven conmigo —espetó
con impaciencia.
Cat sollozó y reculó hacia él, no obstante, la rama cedió y si Arran
no hubiera logrado pasar el brazo alrededor de su cintura habría corrido la
misma suerte que el pobre Lachlan.
—Te tengo —susurró Arran recorriendo su rostro con la mirada para
asegurarse de que estaba bien.
Le hubiera gustado besarla y apretarla contra su cuerpo para que
dejara de tiritar, pero no tenían tiempo, debían seguir subiendo la ladera. Sin
soltarla, fue descendiendo por el tronco hasta que sus pies tocaron el suelo.
La tomó por la muñeca y corrió por la embarrada pendiente intentando
llegar al lugar más alto.
Unos minutos después, entre la tromba de agua que les caía encima,
Arran pudo vislumbrar una brecha en la montaña. Se dirigió hacia allí
refugiándose junto a la joven, que quedó estrechamente pegada a su cuerpo.
Bajó los ojos hacia ella y observó como las lágrimas se mezclaban junto a
las gotas de lluvia que empapaban su rostro. Con delicadeza, alzó una de
sus grandes y ásperas manos y secó una de sus mejillas, percibiendo la
suavidad de su piel.
—Ya estás a salvo —murmuró con voz ronca a causa de su cercanía.
—No es eso lo que me entristece —respondió en otro susurro.
—No podíamos hacer nada por Lachlan, Catriona. Lo intentaste y te
admiro por ello, pero no tenía sentido que murierais los dos.
—Te rendiste antes de intentar salvarle —le reprochó.
—Lo que hice fue pensar fríamente, sin dejarme llevar por las
emociones. En una guerra eso es lo que te hace vivir o morir, mantener la
calma y tener una mente analítica.
—¡Esto no es una guerra, maldita sea! —gritó con frustración.
—¿Cómo puedes ser tan testaruda?
—No soy testaruda, solo obstinada.
—Es lo mismo —le rebatió.
—Por supuesto que no…
La frase se quedó a medias cuando Arran tomó su rostro entre las
manos y la besó con toda la pasión que estuvo conteniendo durante días.
Con su lengua exploró la boca de la joven, que, por instinto, se pegó aún
más a él entrando en calor de repente.
Las manos masculinas recorrieron la espalda de la joven, notando
que la ropa le molestaba. Le gustaría sentir la suave y pálida piel desnuda
contra su cuerpo.
Un relámpago hizo que ambos se separaran de forma abrupta y se
quedaran mirándose a los ojos.
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Cat con los labios
hinchados a causa del apasionado beso.
—Porque me ha parecido pertinente.
—¿Te ha parecido pertinente? —Frunció el ceño—. ¿Este era el
mejor momento después de que me has mantenido lejos de ti durante todo
el tiempo que llevamos casados?
—Catriona…
Alzó una mano para callarle.
—Ni se te ocurra darme una de tus pobres excusas, no quiero
escucharlas. De hecho, estoy cansada de escucharte —espetó desviando la
mirada—. Maldigo el día que te presentaste en mi clan y nos vimos
abocados a este absurdo matrimonio. ¿Por qué no pudiste dejarlo estar? Mi
hermano jamás hubiera iniciado una guerra. Si te esforzaras más en conocer
a las personas en vez de huir de ellas…
—¡Demonios, Catriona! ¿Por qué siempre tienes que hablar tanto?
Consigues ponerme furioso.
—Me alegro, al menos despierto alguna emoción en ti.
—Ojalá fuera cierto y solo despertaras eso en mí, maldita sea —
bramó besándola de nuevo.
Exploró su boca, recorrió el cuello con su lengua con ansia,
recogiendo cada gota de agua que resbalaba por él. Cat emitió un gemido
ahogado a la vez que se aferraba a su camisa. Las enormes manos de Arran
recorrieron su cintura y bajaron a lo largo de sus muslos comenzando a
alzarle las faldas.
Un carraspeo incómodo hizo que ambos se volvieran a mirar a
Colin, que sonreía de medio lado desde la entrada de la pequeña cueva.
—No pretendía molestar —comentó guasón—. Vine a buscaros para
asegurarme de que estabais bien.
—Has hecho bien —respondió Arran con la voz ronca pasándose las
manos por el oscuro cabello revuelto.
—Lachlan… —la pregunta de Colin quedó en el aire.
El laird le respondió moviendo la cabeza de un lado a otro, haciendo
que el guerrero maldijera para sus adentros por su compañero caído.
—¿Los demás están a salvo? —quiso saber Arran.
—Sí —afirmó Colin—. Y hemos encendido una hoguera para que tu
abuela entre en calor. La cueva no es lo bastante grande para todos, pero
hemos decidido hacer turnos.
—Está bien, llévanos hasta allí.
—Eso está hecho —repuso el joven sin perder la sonrisa.
—Vamos, Catriona, no te sueltes de mi mano —le pidió su esposo.
Cat, que tras la interrupción permanecía en silencio, asintió.
Cuando comenzaron a andar ladera arriba notó una fuerte punzada
en la parte interna del muslo que le dificultaba andar, no obstante, decidió
no decir nada hasta haber podido revisar qué le ocurría.
—¡Gracias a Dios que estáis bien, muchachos! —exclamó Emer
aliviada cuando, minutos después, llegaron a la cueva.
—Tranquila, abuela, estamos perfectamente —le aseguró
estrechándola entre sus brazos cuando la anciana se puso a sollozar.
Catriona, aprovechando la distracción de su esposo, fue a una
esquina de la cueva y, con disimulo, se alzó la falda para mirar la cara
interna de su muslo derecho. En él había clavado un trozo de la corteza del
árbol donde se subió cuando trató de rescatar al guerrero Hamilton.
Apretando los dientes, tomó la parte que sobresalía de su carne y tiró de
ella. Sintió un lacerante dolor y un hilo de sangre comenzó a correr por su
pierna.
—¿Catriona?
La voz de Arran a sus espaldas le hizo soltar las faldas para que no
pudiera ver la fea herida. No quería tener que escuchar de nuevo que fue
una mala idea cargar con ella hasta la corte o, peor aún, que la obligara a
volver al clan junto a alguno de sus guerreros.
—¿Sí? —preguntó volviéndose hacia él y disimulando el dolor que
sentía.
—¿Todo anda bien? —inquirió escrutando su rostro. La notaba
tensa, aunque pensó que se debía a lo que acababa de vivir.
—Sí, solo tengo frío —mintió.
—Ven, arrímate al fuego —le pidió tendiéndole una mano para
conducirla hasta la hoguera, junto a la que le ayudó a sentarse—. Te traeré
una manzana para que comas algo. El pan, por desgracia, se nos ha mojado.
—No pasa nada, una manzana estará bien.
Arran asintió y se alejó para ir a por la pieza de fruta.
—Eres una auténtica temeraria, mon chéri —le reprochó la abuela
de modo cariñoso, acomodándose junto a ella—. Pudiste haber corrido la
misma suerte del pobre Lachlan, que Dios lo tenga en su gloria.
—Lo sé, pero no podía quedarme de brazos cruzados.
Emer tomó la fría y temblorosa mano de Catriona entre las suyas.
—Te admiro, eres valiente y obstinada, me recuerdas mucho a mi
nieta. ¡Volverás completamente loco a mi pobre muchacho! —exclamó
divertida.
Ambas rieron, consiguiendo que Arran se volviera hacia ellas,
aunque su atención se centró en el bonito rostro de su esposa. Pese a estar
empapada y helada, se veía tremendamente bella. ¿Cuándo aquella listilla
larguirucha se transformó en esa mujer cautivadora que ahora tenía frente a
sí y que tanto lo atraía? ¿Cuándo comenzó a verla de ese modo? Ni él
mismo sabía responder a esa pregunta.
Capítulo 14

Por la mañana ya había dejado de llover, así que continuaron el camino


hacia la corte con la esperanza de no sufrir ningún contratiempo más.
Cada vez que tenía un momento a solas, Catriona aprovechaba para
curarse la herida del muslo, aunque no tenía demasiada buena pinta y en los
últimos días había empeorado bastante. Al cuarto día tras la tormenta
comenzó a sentirse mareada y débil, cosa que le hizo saber que se había
infectado y la fiebre comenzaba a hacer acto de presencia.
Arran, percibiendo la palidez que lucía el rostro de su esposa y su
frente perlada de sudor, se aproximó a ella.
—¿Te encuentras bien, Catriona?
—Ajá —respondió escuetamente, concentrada en mantener el
equilibrio sobre la montura del caballo.
—Lo cierto es que no tienes muy buen aspecto, chéri —apuntó la
abuela.
—Solo estoy cansada —mintió.
Arran alargó una mano y la posó sobre su frente.
—No es cansancio, estás ardiendo de fiebre.
Cat le apartó la mano.
—No te preocupes, me recuperaré en cuanto llegue a la corte.
—¿Te has vuelto loca? No puedes seguir cabalgando en estas
circunstancias —negó su esposo, quien la cogió por la cintura y la pasó a su
montura.
—¿Qué haces? Estoy bien, puedo continuar adelante sola.
—¡No seas terca! —repuso alzando la voz a causa de la
preocupación—. Necesitamos averiguar a qué se deben estas fiebres, es
probable que sea una pulmonía por la tromba de agua que nos cayó encima.
—Ya sé de dónde vienen y no tiene nada que ver con que me
mojara.
La miró a los ojos frunciendo el ceño.
—¿Cómo es posible que estés tan segura?
—Me herí en el muslo cuando trepé al árbol para rescatar a Lachlan
—respondió con calma.
—¡De eso hace cuatro días! ¿Cuándo pensabas contármelo?
—Con un poco de suerte, nunca —repuso acurrucándose contra su
pecho. Se sentía agotada—. Ha sido mala suerte que la herida se haya
infectado —terminó diciendo con la voz apagada.
Arran maldijo entre dientes.
—Colin, seguid adelante y no os detengáis hasta llegar a la corte —
le ordenó al guerrero.
—¿A dónde vais vosotros? —preguntó el joven mirando a su señora
con preocupación.
—Conozco a una vieja curandera que vive cerca de aquí, nos
reuniremos con vosotros en cuanto podamos.
—De acuerdo —asintió Colin.
—Me gustaría acompañaros —suplicó Emer.
—No, abuela, con suerte, hoy mismo llegareis a Kensington y
quiero que por fin puedas descansar en una cama de verdad.
—Pero…
—Por favor, no puedo discutir contigo ahora mismo —la
interrumpió.
La anciana, viendo la angustia que reflejaba el rostro de su nieto,
asintió.
—Está bien, cuida de ella.
—Lo haré —le aseguró antes de emprender la marcha hacia la casa
de la vieja curandera.
Bajó sus ojos hacia Catriona, que parecía haberse quedado dormida,
así que aceleró aún más el ritmo del caballo. Oía a Sealgair desde el cielo
mientras le seguía, era su amigo inseparable y sabía que siempre podía
contar con él.
La pequeña casa de la curandera apareció frente a ellos unos
minutos después y Arran sintió un enorme alivio. Tenía fe en que ella
supiera qué hacer.
—¡Curandera! —gritó mientras detenía el caballo frente a la puerta
y desmontaba de un salto con su esposa en brazos—. ¡Curandera!
Nadie respondió a sus gritos, así que, de un puntapié echó la puerta
abajo. El olor a podredumbre impregnaba el interior de la casa y en una de
las sillas pudo ver un cuerpo en descomposición, que, sin duda, era el de la
pobre anciana.
—¿Arran? —murmuró Cat entreabriendo los ojos—. ¿Qué es este
horrible olor?
—Nada, no te preocupes —se apresuró en contestar mientras la
tendía sobre la cama—. Descansa un momento, enseguida vuelvo.
La joven cerró los ojos de nuevo y Arran aprovechó para envolver el
cuerpo de la mujer en una manta y sacarla de allí. Le daría sepultura, era lo
menos que se merecía una persona que pasó su vida dedicada a sanar a los
demás.
El problema era que ya no conocía a más curanderas que estuvieran
cerca y él no sabía qué debía hacer para ayudar a su esposa. ¡Maldición!
Cuando volvió dentro de la casa, encontró a Catriona tiritando e
intentando levantarse del lecho.
—¿Qué haces? Debes permanecer acostada.
—Lo que necesito es mirar si la mujer que vivía aquí tiene caléndula
por alguna parte.
—¿Caléndula? ¿Para qué la necesitas? —quiso saber.
—Puede servir para desinfectar la herida.
—Yo la encontraré, solo dime que aspecto tiene.
—Son unas flores de un color naranja brillante. Machacándolas un
poco puedo colocarlas encima y rogar para que hagan efecto.
Arran se aproximó a la infinidad de botes con plantas que tenía la
anciana en los estantes de la despensa.
—También me iría bien inhalar tomillo para bajar la fiebre y
combatir la infección —continuó diciendo con voz débil, tumbándose de
nuevo—. ¿Sabes el aspecto que tiene?
—Sí, mi madre siempre se hacía infusiones de tomillo, decía que
ayudaba a mantenerse joven —contestó el hombre sin dejar de buscar—.
Creo que es esto. ¿Es así? —preguntó volviéndose con un botecito que
contenía unas flores naranjas—. ¿Catriona?
Acercándose a ella, la zarandeó levemente por el hombro, pero no
abrió los ojos, por lo que supo que había perdido el conocimiento a causa de
la calentura.
—No me hagas esto, pelirroja —murmuró para sí mismo.
Ni siquiera sabía dónde tenía la herida, así que no le quedó más
remedio que buscarla. Empezó por la parte superior de su cuerpo, le quitó la
camisola y escrutó sus brazos y torso, con cuidado de mantener sus senos
cubiertos. No era así como quería verla desnuda por primera vez. Cuando lo
hiciera, su cuerpo también estaría sudoroso, pero debido a la pasión y no a
la fiebre.
Después siguió escrutando sus largas piernas. Le fue subiendo la
falda lentamente, hasta que en el interior de su muslo derecho vio la fea
herida causante de todo. Estaba hinchada, enrojecida y supuraba un
pegajoso líquido amarillento. Aquello le debía doler mucho y, aun así, lo
mantuvo en secreto y cabalgó como el resto sin emitir un solo gemido o
queja.
Era la mujer más terca que había conocido jamás, de eso no le cabía
duda, pero no pudo evitar admirarla por su fortaleza. Era una autentica
guerrera.
Tomó una respiración profunda, se irguió de hombros y cubrió el
cuerpo de su esposa con una manta. Salió al exterior y alzó el brazo hacia
Sealgair para que volara hasta él.
—Gracias por estar aquí, amigo —le dijo cuando el ave llegó junto a
él—. Necesito que traigas algo que poder comer mientras cuido de mi
esposa, ¿de acuerdo?
El halcón emitió un chillido antes de emprender el vuelo. Parecía
imposible, sin embargo, Arran sabía que su amigo emplumado le entendía.
Tomó un cubo que había junto a la puerta de la entrada y se dirigió
al río a por agua fresca. Una vez la recogió, volvió a la casa dispuesto a
lavar la herida de su esposa. Cada vez que pasaba el paño sobre ella,
Catriona emitía un leve gemido de dolor que retorcía sus entrañas. Cómo le
gustaría poder evitarle ese sufrimiento.
Cuando estuvo seguro de que estaba completamente limpia,
machacó las flores y las colocó sobre la lesión, manteniéndolas allí sujetas
con una tela limpia que usó para vendar su muslo. Después, se puso a
buscar el tomillo y lo hirvió para que su mujer pudiera inhalar sus vapores.
Esperaba que todo aquello la ayudara a mejorar o se volvería loco.
No podía perderla, no estaba dispuesto a perder a nadie más.

***

Morrigan acompañaba a Macauley al jardín, pensaba que le haría


bien que le diera un poco el aire, el pobre llevaba días encerrado en su
cuarto y necesitaba despejarse.
—¿Tienes ganas de venir a conocer a los Campbell? —le preguntó
emocionada.
—Estoy deseando irme contigo, Mor. Te he echado mucho de
menos, desde que no estás aquí nada es igual.
—Yo también te he echado de menos a ti, granujilla —le aseguró
abrazándole—. Nada podría hacerme más feliz que tenerte en mi nuevo
hogar. Serás muy feliz allí, ya lo verás.
—¿Y puedo quedarme contigo para siempre?
Morrigan escrutó su rostro, viendo la esperanza reflejada en sus
ojos.
—Mac…
—Da igual, no hace falta que respondas —la cortó girándose a mirar
el extenso bosque que se alzaba ante ellos—. Sé que Arran jamás me
permitirá escapar.
—¿Escapar? Fjord Castle no es una cárcel, es tu casa.
—No lo es para mí desde que no estáis ni padre ni tú.
—Macauley, nuestro hermano está intentando hacerlo lo mejor que
sabe.
—¿¡Te pones de su parte!? —gritó con los ojos cargados de
lágrimas—. Creía que me entenderías porque tú escapaste de él.
—No escapé de él, solo hui de una situación complicada.
—Situación en la que él te puso —le recordó—. Es el peor laird que
podría tener nuestro clan.
—No seas injusto, Mac. Arran trata de estar a la altura de padre,
pero es una labor complicada.
—¡Él jamás será como padre! —chilló antes de volver corriendo al
castillo.
—¡Mac! —lo llamó Morrigan—. ¡Macauley, espera!
El muchachito la ignoró y desapareció dentro del castillo.
—Está en una edad complicada —comentó Donald, que escuchó la
discusión desde la distancia.
Se aproximó a ella y le pasó un brazo sobre sus hombros,
reconfortándola.
—Parece que está pasándolo mal y no sé qué hacer para ayudarle —
se lamentó.
—Es algo normal, ha perdido a su padre y a su hermana en un
periodo de tiempo muy corto.
La joven alzó la vista hacia el rostro del hombre.
—A mí no me ha perdido.
—Bajo su punto de vista, sí —le rebatió con una sonrisa
comprensiva dibujada en los labios—. Estás muy lejos y no puede hablar
contigo cada vez que lo necesita, como hacía antes. Además, también hay
una nueva mujer en el castillo y, aunque se lleve bien con ella, imagino que
no puede evitar sentir que está ocupando tu lugar, del mismo modo en que
Arran ocupa el de vuestro padre.
Morrigan caviló sobre sus palabras. Donald era sabio y, durante toda
su vida, siempre le dio buenos consejos. Le recordaba tanto a su padre que
eso hizo que se emocionara.
—Y ¿qué debería hacer para ayudarle?
—Tan solo dale tiempo y habla con él cuando esté más calmado —
dijo, pellizcándole la nariz con ternura—. Pronto se convertirá en un
hombre y la transición es complicada.
—¿Quieres decir que tendré que pasar por lo mismo con Boyd y
Matt? —inquirió con una ceja enarcada.
Donald soltó una carcajada.
—Me temo que sí, muchacha.
—En ese caso, me tomaré esto como un entrenamiento para lo que
está por venir.
—Siempre fuiste una chica lista y supiste sacar el lado positivo de
cada situación, por eso eres mi favorita, pero no se lo digas a tus hermanos
—bromeó.
Morrigan sonrió de oreja a oreja, abrazándole.
—Será nuestro secreto, Don.
El maduro guerrero besó su oscuro cabello.
—Estoy muy orgulloso de la mujer fuerte, responsable e increíble en
la que te has convertido, y estoy seguro de que mi buen amigo pensaría lo
mismo.
La joven no pudo contener las lágrimas que aquellas palabras
provocaron en ella. Pasar tiempo junto a Donald era como estar un poco
más cerca de su padre, y eso la emocionaba muchísimo.
Capítulo 15

Durante tres agónicos días, Arran estuvo cuidando de su esposa, que


deliraba presa de las fiebres. La lavó, curó su herida una y otra vez, hirvió
tomillo para que pudiera respirar sus vapores… No se separaba de ella ni un
solo segundo.
Sealgair se ocupó de abastecerles de liebres, y con ellas hacía un
suculento caldo que era lo único que Catriona fue capaz de tragar estando
en aquellas condiciones.
Él también había adelgazado, no era capaz de comer viéndola así, y
tampoco dormía, por lo que unas oscuras ojeras ensombrecían su mirada.
Cabizbajo, removía el caldo que tenía calentando en la olla, cuando
la voz de su mujer lo dejó paralizado.
—Muchas gracias —fue lo primero que dijo tras tres días de
silencio.
Con lentitud, se volvió hacia ella, que le observaba con una débil
sonrisa en los labios.
—Lo que sea que estás cocinando huele de maravilla —continuó
diciendo la joven—. Tengo un hambre voraz.
Arran seguía sin decir nada, tan solo escrutaba aquel hermoso rostro
que ahora se conocía a la perfección después de pasar horas
contemplándolo. Sus enormes ojos verdes ya no se veían empañados por la
fiebre.
—¿No vas a decir nada? ¿Es posible que te hayas quedado sin
palabras? —bromeó.
—Yo…
¿Qué podía decirle? ¿Que la mataría por haber puesto su vida en
peligro al no explicarle que estaba herida? ¿Lo mal que lo pasó pensando en
que no volvería a escuchar su dulce voz? ¿Que echó de menos incluso su
manera de retarlo? ¿Que se había dado cuenta que le importaba más de lo
que pensaba?
¿Eso debía decirle?
—Es bueno que tengas hambre, necesitas alimentarte, te has
quedado tan flacucha como cuando tenías quince años —espetó finalmente.
«Fenomenal, Arran, te acabas de coronar», se reprochó a sí mismo.
Catriona, al escucharle, puso los ojos en blanco.
—Está claro que lo tuyo no son los discursos emotivos.
—Ni lo tuyo el sentido común —refunfuñó mientras sacaba la olla
del fuego para servir el caldo.
Sirvió el caliente líquido en un cuenco, se aproximó a ella para
ayudarla a sentarse y se lo entregó.
Cat se sentía débil, pero sabía que tener apetito era una señal
indiscutible de que se estaba recuperando.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —preguntó.
—Cuatro días —respondió Arran recostándose en la silla y
mirándola con fijeza.
Estaba absolutamente preciosa a pesar de tener los rizos revueltos y
el rostro un tanto pálido. Solo podía fijarse en cómo sus ojos verdes
reflejaban unas fuerzas renovadas, esas fuerzas por las que él, a pesar de no
ser demasiado creyente, había rezado porque volviera a tener.
—Así que llevas cuatro días cuidando de mí.
—He sido lo más respetuoso que he podido, si es lo que te preocupa
—apuntó, notando como se tensaba.
—No, eso no me preocupa, sabía que lo serías —aseveró, dejando el
plato sobre la mesita que tenía al lado sin haber probado bocado—. Solo
siento pudor al pensar que has podido verme sin ropa. —Sus mejillas se
tiñeron de rojo.
—No debes sentirlo, soy tu esposo.
—Un esposo que no quiere compartir lecho conmigo —ironizó con
cierta amargura.
—Catriona…
—Me sentiría más cómoda si estuviera vestida —comentó
cortándole y arrebujándose más en la manta que cubría su desnudez.
—Lavé tu ropa, las fiebres te hicieron sudar demasiado, así que tuve
que quitártela. Creo que ya estará seca. —Se puso en pie y salió al exterior
de la casita.
Cuando volvió, llevaba las prendas de Catriona entre las manos.
—Veo que se te dan bien las tareas del hogar —apuntó Cat con
sorpresa.
—En la guerra, cada uno de nosotros nos teníamos que ocupar de
nuestras cosas, incluido mantener la ropa limpia —respondió acuclillándose
frente a ella—. Permíteme que te ayude a vestirte.
—No hace falta, puedo sola.
—Insisto. —Cogió la mano con la que la joven pretendía arrebatarle
las prendas—. Estás aún muy débil.
Cat se lo quedó mirando a los ojos unos segundos antes de respirar
hondo y asentir.
—De acuerdo.
Arran tragó con dificultad el nudo que le atenazó la garganta cuando
la joven, con cierta dificultad, se puso en pie. Mantenía el mentón en alto y,
con las mejillas arreboladas, dejó caer la cobija al suelo. Él se fue
incorporando con lentitud para poder estudiar aquel esbelto cuerpo desnudo
que le encendía como no lo hizo nada antes en toda su vida.
Con dificultad, resistió las ganas de tocarla y la ayudó a colocarse la
camisola. Echaba mano de toda su fuerza de voluntad para que su mirada se
mantuviera fija en sus ojos y que no escapara a los rizos rojizos que se
podía intuir entre sus piernas.
—¿Algún día me dirás la verdad del porqué insististe tanto en venir
a la corte? —preguntó para mantener la mente distraída.
Cat se debatió entre decirle la verdad o inventarse una excusa.
—Quería volver al lugar donde mi padre murió —optó por decirle
una verdad a medias—. Quizá pueda averiguar de dónde vinieron aquellas
acusaciones de traición que estoy completamente seguras de que son falsas.
Arran entrecerró los ojos en busca de alguna señal de que le
estuviera mintiendo.
—Sabes que es peligroso hacer cierto tipo de preguntas en la corte,
¿verdad?
—Lo sé —le aseguró sin más.
—Y, de todos modos, las harás, ¿no es así?
Catriona mantuvo silencio a modo de respuesta.
Arran admiraba su valentía y el modo en que jamás dudó de la
inocencia de su padre. Su lealtad hacia su familia era inquebrantable.
Alzó una de sus manos y la posó sobre la mejilla de la joven.
—Eres increíble, Catriona Hunter. Nunca te das por vencida.
—Te equivocas.
—¿De veras? —Enarcó una ceja con escepticismo.
La joven asintió con la cabeza y su expresión se tornó pícara.
—Ahora soy Catriona Hamilton, ¿recuerdas?
Arran sonrió de medio lado.
—Es cierto, eres una Hamilton.
Con lentitud, se fue aproximando a ella hasta que sus frentes
quedaron pegadas. Los ojos de ambos seguían clavados en los del otro, y
cuando Cat le devolvió la sonrisa, sintió como su corazón daba un vuelco y
comenzaba a latir acelerado. De repente, era como si toda su felicidad
dependiera exclusivamente de aquel gesto.
Asustado por la magnitud de sus sentimientos, se separó de ella de
sopetón.
—Necesito… Voy a tomar el aire.
—Arran…
Su esposa intentó acercarse a él, pero alzó una mano en el aire para
detenerla.
—¡No! Yo… enseguida vuelvo —dijo, apresurándose a salir de la
casa.
Una vez fuera, respiró hondo y se dobló sobre sí mismo apoyando
las manos en sus musculosos muslos.
Recuerdos de la guerra acudieron a su mente. Decenas de cuerpos
desmembrados a su alrededor, el olor a sangre, el dolor por la muerte de su
padre, el modo en que lloraban las viudas cuando regresaron a casa y les
dijeron que sus esposos ya no volverían nunca más junto a ellas.
En ese instante se hizo el juramento de no enamorarse jamás, no
quería sentir aquel dolor que veía reflejado en los ojos de esas mujeres y
tampoco estaba dispuesto a provocarlo él.
Sealgair emitió un chillido y Arran se irguió alzando el brazo para
que volara hasta él.
—No te preocupes, amigo, estoy bien —le aseguró acariciando su
suave plumaje.
El ave rapaz lo observaba con detenimiento, percibiendo su
desasosiego.
—Es solo que… yo… —no sabía bien como expresar lo que sentía
—. No quiero volver a sufrir el dolor de una pérdida. Si no amas a nadie,
evitas pasarlo mal.
—Y también evitas ser feliz —respondió Cat a sus espaldas.
Se volvió hacia ella con rapidez y la fulminó con la mirada.
—¿Qué haces aquí? Necesito estar solo, te lo he dicho.
—No es cierto, necesitas hablar, y, al parecer, te resulta más fácil
hacerlo con tu halcón que con tu esposa.
—Mi halcón nunca me contradice —refunfuñó.
—Escúchame bien, Arran, estoy harta —espetó con determinación
—. No eres un maldito cobarde, pese a que te estés comportando como tal,
y como sigas así, perderás todo mi respeto. ¿Crees que encerrándote en ti
mismo evitarás sufrir? Porque estás muy equivocado, lo que conseguirás es
quedarte solo y habrás sido el único responsable de ello.
Tras soltar aquel discurso regresó de nuevo a la modesta casita,
dando un portazo.
Sealgair emitió un chillido como si estuviera de acuerdo con ella.
—¿Vas a ponerte de su parte? —le reprochó el hombre.
Como respuesta, voló hacia una de las ramas de un árbol cercano.
Arran puso los ojos en blanco. Dejó claro que en esa ocasión estaba de parte
de su esposa.
Entró en la casa, Catriona estaba vestida solo con la camisola y de
espaldas a él.
—No es de buena educación no dar la opción a que te respondan,
¿sabes?
—Nunca dices nada, solo sales huyendo.
—No tengo intención de volver a hacerlo.
Cat lo miró por encima del hombro con desconfianza.
—¿Me tomas el pelo?
Avanzó hacia ella, la tomó por el hombro y la giró hacia él para
tenerla de frente.
—No, no te tomo el pelo, lo que quiero es enterrar mis dedos en él
—le aseguró haciendo justamente lo que le decía.
—Arran…
Su esposo puso el dedo índice sobre sus labios para que guardara
silencio.
—Es cierto que he intentado mantenerme alejado de ti, pero es una
tarea imposible. Tu risa me persigue en sueños y me estoy volviendo loco
por las ganas que tengo de tocarte, maldita sea.
—¿Quieres tocarme?
—No lo quiero, lo necesito —aseveró pegándose más a ella—. En
realidad, enloqueceré si no te beso pronto.
Sus labios se posaron sobre los de la joven de un modo fugaz para
poder ver su reacción, que no fue otra que jadear suavemente y entrecerrar
los ojos invitándole a que continuara con lo que había empezado.
Con la nariz acarició sutilmente la de su esposa, mientras colocaba
ambas manos a cada lado de su cabeza. Catriona, con ansias, le devolvió el
beso de un modo ardiente y tierno.
Sin dejar de explorarse con sus lenguas, Arran la hizo retroceder
hasta que sus piernas chocaron contra el lecho, donde la ayudó a recostarse.
La camisola casi se le alzaba hasta las caderas de la joven, que introdujo sus
manos bajo la camisa de su esposo, deseosa por poder tocarle y sentirle
como siempre fantaseó.
Arran se colocó sobre ella, propiciando que sus cuerpos quedaran
entrelazados. Catriona le envolvió con sus piernas, ya que, pese a su
inexperiencia, sabía que lo que necesitaba para sofocar el calor que crecía
dentro de ella era la cercanía de aquel hombre.
Por su parte, su marido no había experimentado en toda su vida una
excitación tan visceral e intensa. Era como si su esposa pusiera su cuerpo en
llamas, las mismas que crepitaban en la chimenea y se reflejaban sobre sus
rizos rojizos dándole un aspecto de ninfa lujuriosa.
Aquellos labios suaves y carnosos que poseía eran tan deliciosos
que sintió que sería capaz de llegar al clímax solo besándola. Sin embargo,
necesitaba más. Más porción de piel que recorrer con su lengua, sentir
mejor esa fragancia que desprendía y que parecía estar hecha para él.
Necesitaba verla retorcerse de placer bajo su cuerpo desnudo.
De un solo movimiento, la colocó boca abajo provocando que
soltara una risita.
—¿Qué estás haciendo? —inquirió—. Quiero seguir besándote.
—Y lo harás, pero antes voy a hacer esto…
Dejó sus hombros descubiertos, besándolos y mordisqueándolos con
delicadeza. En un arrebato le desgarró la camisola, dejando al descubierto la
preciosa curva de su espalda.
—¡Arran! —exclamó Catriona un tanto avergonzada por su parcial
desnudez.
—Shhh —la silenció—. Todo está bien.
Comenzó a trazar un reguero de besos descendentes a lo largo de su
columna, explorando con su lengua las zonas de la joven que le provocaban
más gemidos, haciéndole saber cuales eran las más sensibles. Con su gran y
callosa mano le acarició aquel trasero níveo y redondo hasta colocarla entre
sus piernas, notando la humedad que manaba de ellas.
—Arran —jadeó Catriona retorciéndose sobre el lecho.
—¿Te gusta, pelirroja? —preguntó roncamente contra su oído.
—Sí —respondió entregada por completo al placer.
Satisfecho, su esposo siguió estimulándola, explorando aquella zona
que nadie jamás había tocado. Con uno de sus dedos la penetró con
suavidad notando la barrera de su virginidad intacta.
Cuando no pudo más, sacó el dedo de su interior y volvió a darle la
vuelta antes de colocarse entre sus piernas. Cat se removía enfebrecida de
deseo, precisando ser liberada.
—Necesito más —gimoteó lamiendo el cuello masculino.
—Sé lo que necesitas —le aseguró su esposo.
Se alzó el kilt, apoyó su erecto miembro contra el sexo de su mujer,
rozándose contra ella y esa humedad que le hacía saber cuanto lo deseaba.
Sus cuerpos estaban sudorosos y vibrando por llegar a la cúspide de
su placer. Con delicadeza, se fue introduciendo en su interior haciendo
pausas para que fuera adaptándose a él.
—¿Estás bien?
Catriona asintió y jadeó cuando Arran movió de nuevo las caderas
para acomodarse por completo dentro de ella. Comenzó a moverse con
lentitud sin dejar de besarla, a la vez que Cat clavaba las uñas en su espalda
alzando las caderas para que las penetraciones fueran más profundas.
Sin darse cuenta, los movimientos se fueron volviendo más rápidos
y frenéticos. Tomó uno de los pequeños y turgentes pechos femeninos en su
mano y lamió el erguido y rosado pezón, que pedía a gritos sus atenciones.
La excitación iba creciendo entre los dos hasta que, de repente,
Catriona sintió como si algo dentro de su cuerpo se rompiera y estallara en
mil pedazos, que fueron regando de placer todas y cada una de las fibras de
su cuerpo.
Gritó el nombre de su esposo, que al percibir como temblaba y se
retorcía debajo de él, liberó su propio placer, que dio paso al orgasmo más
intenso que hubiera experimentado en toda su vida.
Capítulo 16

Unos sonidos de cascos de caballos despertaron a Arran, que, de un salto, se


levantó del lecho en el que estaba abrazado a su esposa.
—¿Qué ocurre? —preguntó Cat sobresaltada.
—Se aproximan bandidos —respondió al verlos llegar a través de la
ventana.
—¿Bandidos? —Catriona salió de la cama y comenzó a vestirse—.
¿Qué vas a hacer? ¿Nos dará tiempo a huir?
—No, ya están aquí —repuso con una aparente calma, colocándose
el kilt—. Quiero que finjas ser la nieta de la anterior curandera. Diles que
ahora tú ocupas su lugar.
—¿Y qué harás tú?
—Esconderme e intentar cogerles por sorpresa —dijo, metiéndose
en la despensa donde estaban almacenadas todas las hierbas.
El cuerpo de Catriona se puso en tensión al escuchar los fuertes
golpes en la puerta. Irguiéndose de hombros, se encaminó hacia allí y abrió,
estudiando a los cuatro hombres que tenía frente a ella. Uno de ellos
sangraba copiosamente por un muslo.
—¿Quién demonios eres tú? ¿Dónde está la vieja curandera? —
inquirió el más alto, apartándola a un lado con brusquedad y pasando al
interior de la casa.
—Mi abuela falleció hace unos meses, caballeros —dijo con toda la
cortesía que fue capaz—. Ahora mismo yo ocupo su lugar.
El hombre que habló segundos antes se plantó ante ella y la escrutó
con interés.
—¿Eres curandera?
—Así es, señor —respondió agachando la mirada y fingiendo
sumisión.
—En ese caso, cura a mi hermano.
—Tumbadlo en la cama para que pueda ver que tan grave es su
herida —les pidió.
El bandido que parecía el líder hizo un movimiento con la cabeza
para que los dos hombres que sostenían a su hermano hicieran lo que Cat
demandó.
Con cautela, se aproximó al herido, le alzó el kilt y comprobó que la
sangre que manaba de la profunda hendidura era casi negra.
—Está muy grave —murmuró preocupada, mientras tomaba una
cuerda que había sobre la mesa y la ataba en torno a su muslo para tratar de
detener la hemorragia.
—Pues más te vale salvarle la vida o te rebanaré ese precioso cuello
que tienes, ¿soy lo suficientemente claro?
—Muy claro, sí —afirmó Catriona—. Voy a ir a por mis hierbas,
enseguida vuelvo.
—Te acompaño —repuso siguiéndola y lanzándole una mirada
lasciva—. ¿Cuál es tu nombre?
—Enid.
—¿Enid? —repitió tomándola por la cintura—. Me gusta.
—Lamento decirle que a su hermano no le queda demasiado tiempo
que perder, señor —murmuró, haciendo acopio de toda su fuerza de
voluntad para no golpearle y que dejara de tocarla.
—Tienes razón, sin embargo, cuando consigas salvarle la vida, tú y
yo nos vamos a divertir.
Catriona fingió una sonrisa y entró en la despensa, donde su esposo
permanecía escondido, en busca de las hierbas.
—¿Cuántos son? —susurró.
Cat alzó cuatro dedos disimuladamente mientras buscaba entre los
frascos.
Arran asintió y maldijo entre dientes. Si estuviera solo, no le
importaría arriesgar su vida, no obstante, bajo ninguna circunstancia iba a
poner en peligro a Catriona.
—Quédate aquí.
—No puedo, me están esperando, nos matarán a ambos si no regreso
con ellos.
—Haz lo que te ordeno, Catriona.
—Ni hablar.
—¿Decías algo, preciosa? —preguntó el líder de los bandidos al
oírlos susurrar.
Arran notó los ojos del hombre clavándose sobre él antes de tratar
de desenvainar la espada, sin embargo, fue más rápido y logró disparar una
de sus flechas, que impactó en su hombro y le arrojó de espaldas al suelo.
—¡Finlay! —gritó otro de los bandidos empuñando la espada y
dirigiéndose a la despensa.
—¡No te muevas de aquí! —dictaminó Arran, antes de salir con el
arco en alto.
Los dos bandidos que quedaban en pie corrieron hacia él, que logró
alcanzar a uno de ellos con su flecha, acertando directamente en su corazón,
haciéndole caer muerto al instante.
Sin embargo, el otro bandido llegó hasta él y arremetió con su
espada con fuerza. Por suerte, Arran tenía unos reflejos felinos, por lo que
logró interponer su arco en la trayectoria de la afilada hoja, que quedó
partido en dos. Rodó por el suelo, barrió las piernas del atacante y lo hizo
caer. Ambos se enzarzaron en una pelea a puñetazo limpio, debía reconocer
que aquel malhechor era una mole de puro músculo.
Catriona, viendo que se encontraba en dificultades, tomó uno de los
frascos de hierbas medicinales y sin pensarlo dos veces, corrió hasta ellos
estampándolo contra la cabeza del bandido, que gritó y se llevó las manos a
la brecha que se abrió entre su oscuro cabello. Aquella distracción sirvió
para que Arran se lo quitara de encima y le golpeara con tal fuerza que cayó
inconsciente.
Por desgracia, Cat no era la única que se aproximó a ellos, el
bandido que llegó medio moribundo logró agarrarla por detrás con las pocas
fuerzas que le quedaban y apoyó la hoja de su daga contra la fina garganta
de la joven. Esa aterradora visión hizo que el corazón de Arran dejara de
latir.
—¡Suéltala si quieres seguir viviendo! —le ordenó, tratando de no
demostrar el pavor que sentía.
—Yo ya estoy muerto, amigo —murmuró el bandido.
Ambos pudieron percibir por su tono de voz que iba a matarla y
Arran no podría llegar hasta él para desarmarle. La angustia y el
sentimiento de impotencia se instalaron en él.
Por el brillo de los ojos del malhechor, supo el momento exacto en
el que se decidió a cortar el cuello de su esposa.
—¡Nooo! —gritó corriendo hacia ellos con desesperación.
Catriona notó el pánico en los ojos de su marido, si no hacía nada,
iba a morir, así que respiró hondo y enterró sus dedos en la horrible herida
del bandido, que gritó presa del terrible dolor que le provocó. Aun así, su
daga rajó levemente la garganta de la muchacha, que siseó entre dientes al
notar el escozor.
Arran la tomó con fuerza del brazo alejándola del bandido, para
después rebanarle el cuello con su propio puñal, como él intentó hacer
segundos antes con la joven.
Acto seguido, se giró hacia ella, empalideciendo al ver como
brotaba sangre de su garganta. Con las manos temblorosas examinó el corte,
que no parecía demasiado profundo.
—Tranquilo, Arran, estoy bien —dijo Cat, que percibía su
desasosiego.
—Eso lo decidiré yo —repuso cortante.
—¿Qué te sucede?
—Que te dije que no salieras de la despensa, pero jamás obedeces.
—Te he quitado a ese enorme hombre de encima, deberías estarme
agradecido.
—Lo que estoy es furioso contigo —declaró después de cerciorarse
de que realmente estaba en perfecto estado.
Después se volvió hacia los bandidos que estaban tirados en el
suelo, percatándose de que el que parecía el líder de ellos ya no se
encontraba allí.
—¡Maldición!
—¿Qué sucede? —quiso saber Catriona.
—Uno de estos desgraciados ha escapado.
—¿Qué más da? Lo importante es que hemos logrado librarnos de
ellos.
—Eso no es suficiente, conozco bien a estas ratas, no hay que
dejarlos con vida o volverán cuando menos te lo esperes —espetó
colocándose contra el hombretón que permanecía inconsciente y, en un solo
movimiento, le cortó el cuello.
—¡Santo Dios! —exclamó Cat desviando la mirada, horrorizada—.
¿Qué has hecho? No hacía falta matarle, solo atarlo para que no pudiera
hacernos nada.
—¿No has oído lo que acabo de decirte? —inquirió con el ceño
fruncido, limpiando la hoja de la daga en la harapienta camisa del cadáver.
—Eso es una sandez, estos individuos ni siquiera saben nuestros
nombres.
—Eso no importa.
Catriona puso los ojos en blanco.
—No vamos a ponernos de acuerdo, así que no merece la pena
discutir.
—Acabas de decir una gran verdad, sobrina.
Los dos dieron un respingo y se quedaron sorprendidos al ver a
Arthur, que dejó caer a sus pies la cabeza del bandido que escapó.
—Tío, ¿qué haces aquí? —le preguntó su sobrina corriendo a
abrazarle.
—Llegué a la corte y uno de los guerreros Hamilton me dijo que
habíais tenido que deteneros en la casa de la curandera porque estabas
herida, y vine al galope temiéndome lo peor, pero yo te veo bastante bien —
comentó besando su sien.
—He estado bastante mal, me hice una herida en la pierna y se me
infectó, pero Arran ha cuidado de mí día y noche —reconoció, dirigiendo la
mirada hacia su esposo que estaba muy serio.
—¿Eso quieres decir que te debo la vida de mi sobrina, Hamilton?
—inquirió el rubio palmeándole la espalda.
—Solo hice lo que debía —respondió restándole importancia a lo
que hizo—. Y si ya te sientes lo suficientemente recuperada, deberíamos
dirigirnos de una vez hacia la corte —le dijo a su mujer.
Cat frunció el ceño al percibir que su actitud se había tornado
distante y fría.
—¿Ocurre algo?
—Sí, claro que ocurre —espetó malhumorado—. Por culpa de tu
maldito orgullo, al no decirme que estabas herida, hemos perdido un tiempo
maravilloso.
Cat sintió que, de nuevo, Arran había interpuesto un muro entre los
dos.
—Os dejaré a solas, veo que necesitáis tener una conversación —
terció Arthur—. Voy a refrescarme en el río e intentaré buscar algo de
comer para el camino.
Cuando se quedaron solos, Catriona se plantó delante de Arran
dispuesta a no permitirle apartarla de él de nuevo.
—¿Y qué pasa con lo que ocurrió anoche entre nosotros? ¿Te
arrepientes de ello? —preguntó sin paños calientes.
—No, por fin hemos consumado nuestro matrimonio, era algo que
inevitablemente debía suceder.
—¿Así que eso ha sido todo? ¿La consumación de nuestra unión?
Arran se la quedó mirando unos segundos más en completo silencio
antes de desviar la mirada.
—Eso es todo —respondió al fin.
Pese al daño que le hicieron sus palabras, alzó el mentón y mantuvo
la compostura.
—De acuerdo, deja que coja algunas hierbas de la despensa y
avisaremos a mi tío de que nos vamos ya.
Sin darle tiempo a responder, se metió en la despensa a rebuscar
entre los frascos, dejando que las lágrimas que quemaban sus ojos se
derramaran y prometiéndose a sí misma que aquella sería la última vez que
le daría a Arran Hamilton el poder de hacerle daño.

***

Morrigan y su familia se estaban preparando para partir hacia su


hogar junto a Macauley. Su hermano pequeño se había recuperado a la
perfección de las heridas físicas, sin embargo, la joven percibía que algo le
preocupaba y le causaba angustia, pese a no saber de qué se trataba.
—¿Va todo bien, harpía? —le preguntó su esposo colocándose a sus
espaldas y agarrándola por la cintura.
—Me preocupa mucho Mac.
—¿Te preocupa que pueda recaer a causa del viaje?
—No, eso no es —negó, bajando sus ojos hacia el bebé que llevaba
en brazos—. Lo noto diferente, como si estuviera triste.
—¿Y no puede ser que esté cambiando? Ya es un hombrecito.
—Quizá sea eso, no lo sé. —Se encogió de hombros, confundida.
—O también es probable que te eche de menos. Si yo no te tuviera
cerca, también estaría triste —le aseguró, a la vez que dejaba un reguero de
besos a lo largo de su cuello.
—¿Ah, sí? —inquirió con coquetería—. Creía que la mayor parte
del tiempo lograba volverte loco —bromeó.
—Eso es cierto, no puedo negarlo, aunque me vuelves loco en todos
los sentidos, mi dulce harpía.
Morrigan emitió una risita, que era justo lo que Duncan pretendía
cuando se acercó a ella. Desde lejos pudo percibir la arruga que se formaba
en su frente cada vez que algo le preocupaba.
—Macauley estará bien con los Campbell, ya lo verás. Además, él y
Boyd se han vuelto inseparables. Si se entretienen juntos, nosotros
tendremos más tiempo para ir a buscar a una hermanita para nuestros hijos.
La joven se separó de él de sopetón.
—Ni lo sueñes, Duncan Campbell, hasta que Matt no sea un poco
más mayor no quiero tener ningún hijo más.
—Solo Dios puede decidir eso —repuso con una amplia sonrisa
dibujada en su atractivo rostro.
—No es así, si no te dejo acercarte a mí…
—¡Ni se te ocurra pronunciar esa frase, esposa, o tendré que volver
a encerrarte en las mazmorras! —la cortó señalándola con el índice.
Ambos rieron.
Era cierto que Morrigan aún no quería convertirse en madre otra
vez, aunque sabía que era incapaz de resistirse a los encantos de su marido,
del mismo modo que él tampoco a los suyos.
Unos toques en la puerta hicieron que se volvieran hacia ella.
—¿Quién es? —preguntó Duncan.
—Soy Donald.
—Adelante —le invitó a entrar la joven.
El rostro sonriente del leal guerrero apareció tras la puerta.
—Me llevaré a Matt para que podáis hablar con calma —dijo
Duncan tomando al bebé, que hacía pedorretas, de los brazos de su esposa
antes de salir de la alcoba y dejarles a solas.
—Parece que llegó el momento de despedirnos —comentó el
hombre pasando un brazo sobre los hombros de Morrigan.
—Aunque ya siento Inveraray como mi hogar, siempre es difícil
abandonar Fjord Castle —reconoció emocionada.
—Es lo normal, muchacha, esta es la tierra que te vio nacer, tus
raíces siempre pertenecerán al clan Hamilton.
La joven asintió.
—Espero que el cambio de aires le venga bien a Mac, me inquieta la
tristeza que percibo en él.
—Intuyo qué es lo que necesita. Ahora mismo, Fjord Castle solo le
recuerda a lo que ha perdido: a sus padres, al hermano que idolatraba y que
ahora se ha convertido en su estricto tutor, a ti…
—A mí no me ha perdido.
—En cierto modo, al tenerte lejos, es como si lo hubiera hecho, ¿no
crees?
Morrigan suspiró.
—No soporto ser una de las causas de su sufrimiento.
—No puedes culparte, mi muchacha, es ley de vida que sigas tu
camino. La cuestión es que fueron demasiados cambios de golpe y no ha
sido capaz de asimilarlos todos.
—Voy a echar de menos tus consejos, Don —reconoció
abrazándolo.
—Sabes que siempre estaré aquí para cuando me necesites.
—Lo sé.
—Os deseo que tengáis buen viaje y que Dios os acompañe durante
el camino.
—Lo mismo digo, rezo para que no surja ningún contratiempo en el
clan hasta que Arran regrese.
—Tenemos la suerte de no tener enemigos —dijo para
tranquilizarla.
—Sí, nuestro clan siempre fue un lugar seguro hasta que atacaron a
mis hermanos.
—Arran dará con el desgraciado que lo hizo, no te preocupes.
—Ojalá sea así.
Capítulo 17

El camino hacia la corte hubiera sido tenso y silencioso, por suerte, Arthur
parloteaba sin parar y les contaba anécdotas de todos sus viajes.
Catriona se negó a dirigirle la palabra a Arran y también a cabalgar
con él, por lo que iba a lomos del caballo de uno de los malhechores
muertos.
Estaba a punto de anochecer cuando las puertas del castillo de
Kensington se alzaron ante ellos. Cat jamás estuvo allí y la fortificación le
pareció aun más majestuosa de lo que pudo imaginar.
—Mi nombre es Arran Hamilton y el rey me envió una carta
solicitando mi presencia en la corte —le dijo a uno de los guardias que
custodiaban la entrada.
—Sí, su majestad le espera —respondió clavando la mirada en las
otras dos personas que le acompañaban.
—Ella es mi esposa, Catriona Hamilton, y su tío, Arthur Hunter —
les presentó.
El guerrero asintió y se hizo a un lado para permitirles entrar.
—¡Dios bendito! Por fin habéis llegado —exclamó Emer
aproximándose a ellos en cuanto desmontaron de los caballos—. Cuánto me
alegro de que estés recuperada, chéri. He estado rezando por ti.
—Mil gracias, abuela. Seguro que sus plegarias fueron escuchadas
—repuso Cat tomando las pequeñas manos de la anciana.
—¿Qué hacías aquí fuera? ¿Acaso estabas esperándonos? —inquirió
su nieto con una ceja enarcada.
—Por supuesto, me teníais con el corazón en un puño.
Arran puso los ojos en blanco.
—¿Qué le dijiste al rey sobre mi retraso?
—Que Catriona sufrió un accidente y tuviste que llevarla junto a la
curandera para que la atendiera.
—Por desgracia, la curandera estaba muerta —contestó el hombre.
—¿Y quién ha estado cuidando de la muchacha? ¿Tú? —preguntó
con escepticismo.
—¿Tan inútil me crees, abuela? —inquirió Arran ofendido.
—No te veo con la paciencia suficiente para cuidar de un enfermo
—respondió con sinceridad.
Su nieto gruñó ofendido.
—Parece que conseguiste encontrarlos —le dijo la anciana a Arthur.
—Fue sencillo, conozco bien la casa de la vieja curandera, más de
una vez tuve que solicitar su ayuda —respondió el aludido con una sonrisa
ladeada.
—En fin, voy a ver si el rey puede recibirme y averiguar qué es lo
que quiere de mí.
—Lo que quiere no lo sé, aunque me ha hecho saber que te tiene en
alta estima —le informó Emer con orgullo.
—¿Has hablado con él?
—Por supuesto, no voy a estar en su castillo sin presentarle mis
respetos. ¡Por quién me tomas!
Arran prefirió no decirle que temía que hubiera hablado más de la
cuenta.
—Quédate junto a mi abuela —le pidió a su esposa, que ni se dignó
a dirigirle la mirada—. ¿Catriona? —insistió.
—Desde luego, no debes preocuparte, me quedaré junto a tu abuela
para no avergonzarte —espetó de mala gana con una sonrisa fingida.
Arran se la quedó mirando unos segundo más, consciente de lo
enfadada que estaba con él, y no podía culparla, porque siempre acababa
metiendo la pata. ¿Desde cuando se había vuelto una persona incapaz de
tratar con los demás? ¡Maldita guerra y malditos traumas que dejó en él!
Sin decir nada más, se dio media vuelta para ir en busca del rey.
—Ven, querida, te mostraré la habitación en la que os han
acomodado —se ofreció la anciana.
—¿Vienes con nosotras, tío?
—No, tengo que reunirme con un amigo. Te veré luego.
—De acuerdo. —Lo besó en la mejilla—. No te metas en líos de
faldas —bromeó.
Arthur soltó una carcajada.
—Prometido, sobrina.
Catriona siguió a la anciana e iba estudiándolo todo, desde las
elaboradas molduras hasta las obras de arte que colgaban de las paredes.
Emer hablaba sin parar, explicándole todas las cosas que conocía sobre
Jorge I y su estancia en Francia.
Cuando entró a la habitación que ocuparía junto a Arran, Cat se
quedó con la boca abierta al apreciar lo hermosa y elegante que era.
—Es todo tan majestuoso que da miedo tocar cualquier cosa y
romperla —comentó.
—Por eso no te angusties, chéri, el rey es conocido por su
hospitalidad.
—¿Incluso con los escoceses? —inquirió enarcando una de sus
cejas.
La anciana posó una de sus manos sobre los labios de la joven para
que guardara silencio.
—Ni se te ocurra decir este tipo de cosas aquí o pueden acusarte de
traición a la corona —murmuró con los ojos muy abiertos.
—Si estamos solas —apuntó cuando la mano de la mujer se apartó
de su boca.
—Hay oídos por todas partes —le advirtió.
—Está bien, seré prudente.
—Buena chica —repuso satisfecha, palmeándole con suavidad la
mejilla—. Te dejaré descansar un rato, debes estar extenuada del viaje.
—Muchas gracias, abuela. —La abrazó—. Y lamento haberla
preocupado.
—Lo importante es que ya estés recuperada, aunque te has quedado
demasiado delgaducha, pero en cuando lleguemos a Fjord Castle, voy a
prepararte un montón de mis deliciosos guisos que harán que recuperes el
peso perdido —le aseguró antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
Catriona sonrió conmovida por la inquietud de la anciana.
Aprovechando la soledad, se apresuró a rebuscar en su hatillo una
de las cartas que encontró en el desván de Túr Eilein y que llevaba oculta
entre una de sus camisolas.
Era el momento de indagar e investigar acerca del hombre que le
envió dichas misivas a su madre, y de ese modo, llegar al fondo del turbio
asunto que causó la prematura muerte de su padre.
Con cautela, salió de la alcoba con la carta metida en el escote.
Sabía a quien tenía que preguntar, a los sirvientes, ellos eran los que estaban
enterados de cualquier cosa que ocurriera en el castillo.
—Disculpe, ¿me podría ayudar? —le preguntó al primer lacayo con
el que se cruzó.
—Por supuesto, señora. ¿Qué es lo que necesita?
—Buscaba a un sirviente llamado James, Jamie creo que se hace
llamar. Es el sobrino de la cocinera de mi castillo y necesito transmitirle un
mensaje que me ha dado para él.
—No hay ningún sirviente con dicho nombre, señora —respondió el
hombre.
—¿Y algún guerrero? —insistió—. Quizá entendí mal y me dijo que
era uno de los guardias reales. —Comenzó a reír fingiendo despreocupación
—. Soy tan despistada. Mi madre me lo dice constantemente: «Cat, tus
despistes siempre te juegan malas pasadas» —repuso poniendo la voz más
aguda, imitando a su supuesta progenitora.
—No, tampoco hay ningún guerrero que responda por ese nombre
—negó de nuevo el lacayo.
—Oh, vaya. —Se sentía decepcionada—. De todos modos, muchas
gracias.
—De nada. —Hizo una leve inclinación de cabeza y se alejó.
Catriona no iba a darse por vencida tan pronto, era posible que aquel
sirviente no lo conociera o que ya no estuviera trabajando en el castillo.
Sin embargo, tras un buen rato de búsqueda y de frustrantes
negativas, se encontró con Emer, que se aproximó a ella con los brazos en
jarras.
—¿No se suponía que ibas a descansar?
—Estaba tan emocionada que no pude, así que decidí explorar el
castillo —mintió—. ¿Arran aún sigue reunido con el rey?
—Por lo que parece, sí —contestó la anciana encogiéndose de
hombros—. Yo he estado hablando con una vieja conocida. Sirvió en Fjord
Castle durante años, cuando ambas aún éramos jóvenes, pero hace tiempo
que se mudó a la corte.
—¿Y lleva muchos años formando parte de la servidumbre de
Kensington?
—Desde luego, hace décadas que Jamie forma parte de la
servidumbre real.
—¡Jamie! —exclamó Catriona sin poder evitarlo.
Así que el tal Jamie no era un hombre, sino una mujer, por eso nadie
lo relacionaba con la descripción que Cat dio de «él».
—Sí, Jamie. ¿Por qué? ¿La conoces?
—Oh, no, no —se apresuró a negar—. Es solo que me parece un
nombre inusual para una mujer.
—No hay demasiadas mujeres llamadas Jamie, tienes razón —
concedió la anciana.
—¿Sería tan amable de presentármela, abuela? Estoy segura de que
sabrá historias muy interesantes ocurridas entre estas paredes.
—Mira que eres curiosa, chéri —comentó sonriente—. Por supuesto
que te la presentaré, pero ahora mismo, como puedes comprobar, anda
atareada. —Señaló hacia una mujer con el cabelló canoso impolutamente
peinado que rondaría unos sesenta años y que en ese instante parecía dar
indicaciones a dos sirvientas más jóvenes.
Estudió minuciosamente sus rasgos y, ahora que había descubierto
quien era, la obligaría a decirle toda la verdad de lo que se traía entre manos
con su madre, aunque tuviera que recurrir a amenazas para conseguirlo. No
pensaba marcharse de allí sin saberlo todo.

***

Arran salió del despacho real dándole vueltas a la petición del


monarca. Lo había mandado llamar para alabar su papel en la guerra y, por
ese motivo, quería que se uniera a su ejército personal.
Al parecer, el rey temía que se estuviera organizando una rebelión
en su contra y, llegado el momento, quería tener de su parte a jefes de
clanes fieros y leales que pelearan en su favor.
Sin embargo, no solo se trataba de eso, también debería pasar largas
temporadas alejado de su hogar y quizá, enemistarse con algunos clanes que
no vieran con buenos ojos que tomara partido a favor de un rey que, según
se rumoreaba, despreciaba a Escocia y creía que todos sus habitantes eran
unos salvajes exentos de modales.
De hecho, él mismo no tenía claro si Jorge I era el rey que merecía
su nación. ¡Si ni siquiera hablaba gaélico!
Una de las cosas que más le hacían pensar en declinar su
ofrecimiento era tener que estar separado de su esposa. Una esposa que no
le hablaba, y no podía culparla por ello, él se encargó de ofenderla con sus
malditas palabras, pero cuando vio que estuvo a punto de morir a manos del
bandido, todas las fibras de su ser le empujaron a mantenerse alejado de
ella, tenía que distanciarse para no sufrir si la perdía.
¡Que estúpido! Eso ya era inevitable, puesto que aquella pelirroja
parecía haberse colado en su mente y temía que también en su corazón. Se
había enamorado de ella a pesar de mantenerse frío y distante.
Bufó.
—¿Cómo puedes ser tan cenutrio, Arran? —se dijo a sí mismo con
frustración.
¿Era posible que la guerra no solo le hubiera arrebatado a su padre y
su tranquilidad? ¿También le privó de saber cómo tratar con las mujeres?
En fin, tenía dos días para darle una respuesta al rey, así que debía
meditarla bien y no dejarse llevar por sus impulsos, que era el mal de los
Hamilton. Parecía que todos nacieron con una falta total de tacto y la
incapacidad de saber cuando debían tener la boca cerrada.
Suspiró.
Solo esperaba que su mujer aceptara sus disculpas, aunque no las
tenía todas consigo.
—Hamilton —la voz de Arthur le hizo dejar de elucubrar.
—¿Ocurre algo con Catriona? —inquirió preocupado.
—Tranquilízate, amigo, te noto muy tenso —le aconsejó, sonriendo
—. Mi sobrina está bien, al menos, lo estaba cuando la dejé junto a tu
encantadora abuela.
Que estuvieran juntas tampoco le tranquilizaba demasiado, no sabía
cual de las dos podía resultar más peligrosa.
—¿Querías algo?
—Sí. —Extendió hacia él un arco que llevaba en la mano—. No
pude evitar fijarme en que, en la casa de la curandera, había un arco partido
en dos. He sido testigo en varias ocasiones de tu destreza con él y creí que
necesitarías uno nuevo a partir de ahora.
Arran cogió la elaborada arma, admirándola.
—¿Dónde lo has conseguido? —comentó acariciando la tensa
cuerda.
—El artesano del rey es amigo mío y le he pedido el favor de que
me regale una de sus obras. —Le guiñó un ojo—. A partir de ahora, cuídalo
bien. Este tipo de joyas son muy valiosas, no cualquiera puede hacerse con
una y quien lo consigue, debe saber lo afortunado que es.
Tras decir aquello, se dio media vuelta y se marchó, dejando a Arran
con la sensación de que no solo se estuvo refiriendo al arco, sino también a
la mujer que tenía por esposa.
Capítulo 18

Esa misma noche, el rey organizó un baile. Ni Catriona ni Arran tenían


deseos de asistir, pero hubiera sido demasiado descortés declinar su
invitación.
—No he traído nada adecuado que ponerme —se lamentaba la joven
mirando el único vestido que llevaba en su hatillo.
Era en tonos tostados y bastante sencillo, aunque al menos no tenía
ningún remiendo.
—No importa lo que te pongas, me conformo con que te comportes.
La joven se volvió hacia él malhumorada y con los brazos en jarras.
—Insinúas que no sé cómo comportarme.
—Sabes hacerlo, pero lo ignoras cuando te parece.
—¡Perfecto! —espetó furiosa—. Un nuevo agravio que se suma a tu
larga lista.
Aquellas palabras incomodaron a Arran.
—En cuanto a eso…
—No, no digas nada más —lo interrumpió—. No me interesa.
Se metió tras el biombo con el sencillo vestido entre las manos.
—Entiendo que no quieras escucharme, fui un bruto sin tacto la
última vez que hablamos…
—Un asno más bien —apostilló desde detrás de la mampara.
Arran puso los ojos en blanco e ignoró su pulla.
—La verdad es que no pienso lo que te dije, no me acosté contigo
por consumar nuestro matrimonio.
—Está bien saberlo, me merezco un hombre que no intime conmigo
solo por obligación —espetó saliendo a enfrentarle, con el modesto vestido
en tonos tostados puesto.
—Créeme, no fue una obligación —reconoció con sus oscuros ojos
clavados en ella.
Catriona sintió que tenía ganas de besarla y ella también deseaba
que lo hiciera, sin embargo, no iba a ceder con tanta facilidad. No era el tipo
de persona a la que golpeaban y ponía la otra mejilla. ¡Que sufriera un
poco!
—¿Me haces el favor de atarme el vestido? No puedo hacerlo sola.
—Se puso de espaldas a él apartándose el largo cabello.
Arran tragó saliva, el simple hecho de pensar en tocarla, aunque
fuera a través de la ropa, le encendía la sangre. Así que, con sumo cuidado
de no rozarla, fue anudando todos los lazos que ajustaban el vestido al
esbelto cuerpo de su mujer.
Cuando terminó, dio un par de pasos atrás y dijo:
—Será mejor que no hagamos esperar más al rey.
Cat asintió, tan afectada como él por la cercanía que habían
compartido hacía unos segundos, y se agarró al brazo que le ofrecía.
—Por cierto, ¿qué es lo que quería el rey de ti? ¿Para qué te mandó
llamar?
Aquella pregunta había rondado la mente de la joven desde que
llegaron a Kensington, y dado que su esposo no parecía dispuesto a
satisfacer su curiosidad, sería ella misma la que le obligaría a hacerlo.
Arran salió de la habitación junto a su esposa y continuó mirando al
frente cuando respondió:
—Quiere que me una a su ejército personal.
Cat frunció el ceño.
—¿Y eso qué significa?
—Que, en caso de que haya una revuelta contra la actual corona, me
comprometa a estar de su lado.
A Catriona no le gustaba nada lo que estaba entendiendo.
—¿Y eso qué implicaría? Porque, por lo que deduzco, si aceptas el
ofrecimiento del rey, dejarías claro ante todos tu postura con respecto a que
ocupe el trono de Escocia.
—Así es.
—¿Y es lo que piensas en realidad?
Arran la miró de soslayo.
—No es momento ni lugar para hablar de esto, Catriona.
La joven lo comprendía, aunque se sentía impaciente por saber la
postura de su esposo en este tema. En especial, porque era algo más que
evidente que su madre formaba parte de la revolución encubierta que se
estaba urdiendo contra Jorge I.
Entraron en el enorme y opulento salón, donde predominaba una
mesa llena de todos los manjares imaginables. Presidiéndola, se encontraba
el monarca con su inconfundible peluca oscura. Nada más percatarse de su
presencia, clavó su mirada perspicaz sobre ellos.
—Buenas noches, su majestad —le saludó Arran aproximándose a
él—. Le presento a mi esposa, Catriona.
—Encantado de conocerla, señora —chapurreó en un pobre inglés.
—El placer es mío, su alteza —respondió Cat, haciendo una
reverencia.
—Pueden tomar asiento —dijo señalando los dos huecos que
quedaban a su lado izquierdo.
Ambos hicieron lo que les pidió, y la cena dio comienzo sin ningún
contratiempo.
Catriona no conocía a nadie, ya que ni su tío ni Emer se sentaban a
la mesa. Por lo que podía comprobar, los únicos que hablaban eran los
hombres; las mujeres, todas vestidas de modo elegante y ostentoso, a
excepción de ella, permanecían en silencio mientras fingían disfrutar de la
comida, a pesar de que apenas probaban bocado, intuía que sus
apretadísimos corsés tenían la culpa de ello. Por ese motivo, Cat decidió
imitarlas y mostrarse comedida y callada.
Sin embargo, no podía dejar de fijarse en que el rey se rascaba
constantemente unos pequeños puntos rojos que se apreciaban bajo los
volantes de su manga. Intentó concentrarse una y otra vez en la deliciosa
comida que tenía frente a ella, no obstante, sus ojos no dejaban de desviarse
hacia las rojeces del monarca.
—Disculpe, su alteza, no he podido evitar apreciar que os pica la
piel —dijo finalmente, cuando no pudo mantenerse callada por más tiempo.
—Catriona, ¿qué estás haciendo? —le susurró su esposo por lo bajo.
—Emm, sí, así es —contestó el rey mientras se bajaba la manga
para cubrir la zona enrojecida dando muestras de que no le agradaba
demasiado que lo hubiese expuesto de ese modo.
—Tengo dotes de curandera y me gustaría poder echarle un vistazo,
es probable que pueda ayudarle —continuó diciendo la joven a la vez que
se ponía en pie y se aproximaba a él.
Uno de los guardias reales se interpuso entre ella y el rey con la
mano apoyada en la empuñadura de su espada y cara de pocos amigos.
Arran, por su parte, también se incorporó dispuesto a dar la cara por su
esposa si fuera necesario.
—Solo quiero examinar a su majestad, si a él le parece bien —
explicó Catriona mostrando sus manos para que viera que no iba armada.
—Déjala que se aproxime, Jasper —pidió Jorge I en francés, que era
el idioma que él dominaba.
El guardia se hizo a un lado permitiendo que la joven llegara hasta
él.
—No pretendía incomodarle, su majestad —repuso Cat en el mismo
idioma que usó con el guerrero, a la vez que alzaba levemente su manga y
comenzaba a inspeccionar las pequeñas picaduras en forma de racimo que
se extendían por su brazo.
—Habla usted un perfecto francés —la alabó el rey, sorprendido.
—Mi madre se encargó de que mi hermano y yo fuéramos instruidos
y aprendiéramos diferentes idiomas —le explicó con una sonrisa agradable
dibujada en el rostro.
—¿Sabe lo que me ocurre? —quiso saber el monarca al ver que
volvía a bajar la manga de su camisa.
Catriona asintió.
—Son picaduras de chinches —murmuró muy bajito para que solo
él lo oyera.
—¿Chinches? —repitió con un gesto de aversión.
—Sí, pero no se preocupe, majestad, tengo un aceite de lavanda que
creo que le aliviará la comezón.
—¿Con eso bastará?
—Me temo que no, deberá eliminar las chinches o seguirá sufriendo
sus terribles consecuencias.
—Mandaré quemar la ropa de cama.
—En realidad, deberían lavar con agua muy caliente todos los
lugares de descanso del castillo, incluidos sillones y sillas. También la zona
del servicio para evitar la propagación. Además, añadiría una limpieza con
vinagre para estar seguros de que acabamos con los indeseables invitados
—le aconsejó.
El rey se sintió admirado por los conocimientos que la joven
demostraba.
—Así lo mandaré hacer, gracias.
Cat hizo una leve reverencia con la cabeza.
—Mañana mismo le daré el aceite de lavanda —repuso antes de
tomar asiento de nuevo.
Fue entonces cuando se percató de que la atención de todos los
presentes permanecía sobre ella, haciéndola sonrojarse. Sin embargo, la
sonrisa agradable y comprensiva que le dirigió una joven que destacaba por
su deslumbrante belleza, la hizo sentir reconfortada. La desconocida poseía
una hermosa y larga cabellera dorada y unos chispeantes ojos azul cristalino
que hicieron que Catriona conectara con ella desde la distancia que las
separaba.
—¿Qué le has dicho al rey? —quiso saber Arran cuando las
conversaciones se reanudaron a su alrededor, haciendo que la atención de
Cat recayera sobre él.
—Que tiene una plaga de chinches en su cama —murmuró lo más
bajito que pudo.
—Por el amor de Dios —se lamentó el hombre—. Espero que no le
hayas ofendido.
—No sufras, parecía agradecido —espetó, llevándose un pedazo de
carne a la boca.
Arran rogaba que así fuera.

***

El resto de la velada transcurrió sin contratiempos, cosa que Arran


agradeció. Pese a todo, una vez que estuvieron en su alcoba, quiso hacerle
ver que cometió una imprudencia levantándose a decirle a su majestad, en
medio de la cena, que unos inmundos insectos le acosaban con sus molestas
picaduras.
—Pudiste haber ofendido al rey con tu intervención de esta noche.
—Pero no fue así —respondió desde el otro lado del biombo, donde
se estaba poniendo el camisón.
—De todos modos, debes pensar antes de actuar, Catriona. Ya no
estamos en la isla de Arran, aquí cualquier gesto o palabra se estudia con
atención y puede ser el detonante para desatar un conflicto.
—Creo que piensas demasiado.
—Y tú no piensas en absoluto —refutó—. No sé como se te pudo
ocurrir soltarle delante de todos los presentes que tiene chinches en su
cama. Por suerte, se lo dijiste en francés y espero que la mayoría no lo
entendiera.
—Dios santo, no es tan grave —masculló saliendo de detrás del
bastidor—. Chinches han existido toda la vida.
—Sí, pero no en la cama de un rey.
—Esos bichejos asquerosos no entienden de posición social, Arran.
En Túr Eilein también tuvimos una plaga cuando yo era pequeña.
—¿¡Como puedes ser tan testaruda!? —exclamó terminando de
quitarse las botas y volviéndose hacia ella—. Estamos hablando de… el rey
—la voz se le entrecortó al ver lo hermosa que estaba con aquel camisón
blanco y sus salvajes rizos rojizos alborotados.
—No soy testaruda, simplemente no entiendo a qué viene tanto
revuelo. Las picaduras de chinches son muy molestas, la picazón que
provocan es casi insoportable. Estoy segura de que su majestad agradecerá
mi intervención —continuó diciendo sin percatarse del efecto que ejercía
sobre su esposo.
Arran acortó la distancia que los separaba y tomó el rostro de la
joven entre sus grandes manos. Esta se quedó sorprendida al percibir la
intensidad que desprendían sus ojos oscuros.
—Claro que eres más terca que una mula —aseveró—. Y además de
terca, nunca sabes cuando callarte, me dan ganas de darte una buena
azotaina por el modo en que me retas siempre, sin embargo, en lo único que
soy capaz de pensar ahora es en besarte y hacerte el amor hasta que no
puedas hacer otra cosa que gritar mi nombre.
Atrapó los labios de Catriona impidiendo que pudiera responder.
Atrajo su suave cuerpo contra el suyo y deslizó la mano hasta sus caderas
para alzarle las faldas con impaciencia.
—Esto no cambia lo enfadada que estoy contigo —murmuró
Catriona enredando los dedos entre su oscuro pelo.
—Pues demuéstrame tu cabreo cuando estés desnuda sobre mí,
pelirroja —le pidió de forma apasionada mientras le arrancaba el camisón.
La hizo tumbarse en el lecho sin dejar de besarla y, permaneciendo
de pie junto al borde del colchón, comenzó a desnudarse para ella. Catriona
le observaba con los ojos enfebrecidos por la pasión, recorriendo su bien
formado torso, sus largas piernas y ese miembro que se alzaba orgulloso,
deseando poder darle el placer que necesitaba.
Se colocó entre sus níveas piernas y se inclinó para lamer sus
pechos. Cat se aferró a las sábanas y gimió presa del fuego que crecía en su
interior.
Arran comenzó a descender por su vientre, recorriendo con su
lengua su plano abdomen, jugueteando con su ombligo, hasta detenerse en
los rizos rojizos que ocultaban su sexo. Cat se quedó sin aliento cuando
sintió su húmeda lengua saboreando sus pliegues. Sin darse cuenta, alzó las
caderas en busca de más placer, a la vez que sujetaba la cabeza de su esposo
para que siguiera con esa deliciosa tortura.
Arran lamía profundamente su vagina. Con la punta de la lengua
comenzó a trazar círculos alrededor de su abultado clítoris, incendiando a la
joven, que gimoteó enfebrecida y desesperada por hallar la liberación que
reclamaba su cuerpo.
—Arran —jadeó con voz ronca—. Oh, Arran.
Él entendió su súplica y se apoderó de su protuberancia,
succionándola de manera implacable y diestra, hasta que Catriona emitió un
grito de éxtasis que la hizo perder la cordura.
Sin dejar que el orgasmo terminara del todo, ascendió por su cuerpo
y, de una sola embestida, la penetró, alargando su goce. Cat clavó las uñas
en su espalda, echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con fuerza.
Arran movió sus caderas con movimientos acompasados y fuertes, que
hicieron que el orgasmo de su mujer pareciera interminable.
Cuando notó que su cuerpo comenzaba a languidecer, giró sobre sí
mismo arrastrándola con él, haciendo que acabara sentada a horcajadas
sobre sus caderas.
—Es el momento, pelirroja, desfoga ese enfado que sientes hacia mí
—le ordenó con una sonrisa traviesa dibujada en su atractivo rostro.
—Te advierto que ya apenas me acuerdo por qué estaba cabreada —
repuso comenzando a moverse con delicadeza.
—¿De veras? —inquirió travieso asestándole una suave cachetada
en el trasero—. ¿Quieres que te lo recuerde? Porque tengo muchos más
reproches que hacerte por tu comportamiento con el rey.
—¿Reproches? —Enarcó una ceja—. No soy una niña a la que
regañar, ¿sabes?
—En ese caso, demuéstrame cuan mujer eres —la provocó.
Catriona sonrió y comenzó a moverse con más ímpetu sobre su
esposo, que contuvo el aliento sintiendo las apretadas paredes internas de la
joven succionando su dura verga. Al percibir el placer que ella le estaba
dando, se sintió poderosa y eso hizo que explorara nuevos movimientos
circulares, que también le proporcionaba satisfacción propia.
Se inclinó sobre el pecho de su marido sin dejar de mover las
caderas y le mordisqueó con suavidad los pezones, el cuello y su labio
inferior. Arran agarró sus posaderas, apretándolas y amasándolas. El trasero
de su esposa era redondo y duro, podría decir que rozaba la perfección.
La ayudó a moverse con más rapidez, le lamió el lóbulo de la oreja y
le susurró al oído:
—Me encanta verte cabalgándome, pelirroja. Eres la amazona más
hermosa y salvaje que he visto en toda mi vida.
Y era cierto, el movimiento de esos salvajes rizos rojizos que
enmarcaban su delicada silueta hacía que su mujer presentara una imagen
de lo más sugerente.
Cubrió sus pechos con las manos y pellizcó con suavidad sus
pezones erguidos, provocándole una mezcla de dolor y placer que la
impulsaron de nuevo al clímax. Cuando Arran percibió estremecerse su
cuerpo, comenzó a mover las caderas bajo ella con fuerza hasta hallar su
propia liberación.

***

Cuando Catriona estuvo segura de que su esposo dormía


profundamente, se libró de su abrazo y envolviéndose en una manta con los
colores de los Hamilton, salió fuera del dormitorio.
Tenía que llegar hasta las habitaciones del servicio sin ser vista, con
la esperanza de encontrar en alguna de ellas a la tal Jamie.
—¿Vas a algún sitio?
La voz de Colin la sobresaltó e hizo que diera un respingo.
—¡Dios! Me has asustado.
—Lo siento, no pretendía hacerlo.
—¿Qué haces aquí? —inquirió al verlo salir entre las sombras del
corredor.
—Arran me pidió que custodiara vuestra alcoba.
—¿Por qué? —preguntó preocupada—. ¿Teme que puedan
atacarnos?
—¿Acaso no es algo que le preocupa siempre? —apuntó el guerrero
con una sonrisa ladeada dibujada en su atractivo rostro.
Cat suspiró.
—Por desgracia, mi esposo vive constantemente preocupado por
este tipo de cosas —corroboró.
—Aún no has respondido a mi pregunta. ¿A dónde te dirigías?
—Estaba un poco acalorada y quería ir fuera a que me diera el aire
—mintió.
—En ese caso, permíteme acompañarte —se ofreció.
—Oh, no, no es necesario…
—Insisto —dijo, ofreciéndole su brazo—. Si te ocurriera algo, Arran
me cortaría el cuello sin contemplaciones.
Sin más escapatoria, Catriona apoyó la mano sobre su musculoso
bíceps.
—Está bien, te lo agradezco.
Avanzaron con lentitud hacia los hermosos jardines.
—¿Habías estado antes en Kensington? —preguntó Colin.
—No, es la primera vez y me parece un lugar fascinante.
—Sí, el lujo y la ostentosidad suelen deslumbrar.
—Aun así, no cambiaría nuestra isla por nada —reconoció
esbozando una sonrisa nostálgica.
—Arran tiene el mismo pensamiento. Él jamás abandonaría su
hogar, ama demasiado a esa isla.
Catriona pensó en la proposición del rey y en que, si la aceptaba,
debería pasar largas temporadas en la corte.
—¿Estás seguro de ello? —insistió—. ¿Nada podría hacerle cambiar
de opinión?
—Ni siquiera lo consiguió la señorita Fraser, así que estoy
completamente seguro.
—¿La señorita Fraser? —preguntó extrañada.
El rostro del guerreo perdió su sonrisa cuando se volvió a mirarla.
—Lo siento, no debí mencionarla, olvídalo.
—No, quiero saber a qué te refieres —reclamó con curiosidad.
—De eso hace mucho tiempo, no tiene sentido hablar de ello…
—Colin —repuso con tono de advertencia.
—Oh, está bien. —Se pasó las manos por el pelo, peinándolo hacia
atrás—. Quiero que recuerdes que de eso hace mucho tiempo, fue antes de
que Arran se marchara a la guerra.
—Ve al grano, ¿quieres? —se impacientó.
—Digamos que Arran estuvo encaprichado de Elizabeth Fraser
durante un tiempo.
—¿Encaprichado o enamorado?
—No le veo la diferencia —respondió encogiéndose de hombros.
Catriona sí la veía, era muy diferente tener un encaprichamiento con
alguien a enamorarte de esa persona con todas las fibras de tu ser, como era
su caso con Arran.
—¿Y qué sucedió?
—¿Eres consciente de que Arran va a matarme?
—No lo hará, si yo no le cuento nada —repuso con una ceja
enarcada.
Colin suspiró y prosiguió con su relato:
—Arran estaba dispuesto a casarse con ella, sin embargo, Elizabeth
es la única hija del laird Fraser, por lo que le exigió a Arran que, para
casarse con ella, debía aceptar convertirse en un Fraser, renunciando a vivir
en su amada isla, de ese modo se aseguraría de que el próximo descendiente
y futuro señor de su clan aún llevaría su sangre.
—¿Y también hubiera tenido que renunciar a ser el laird de los
Hamilton?
—Así es, no obstante, su padre le hubiera apoyado en esa decisión
—le explicó—. Los Fraser son muy poderosos y él aún tenía a Macauley
para poder gobernar el clan.
—Y, aun así, ¿renunció a casarse con ella?
Colin asintió.
—Fue un duro golpe para ambos, pero Arran no se veía viviendo en
otro lugar que no fuera Fjord Castle. Su corazón pertenece a esa isla.
—¿Y qué ocurrió con Elizabeth?
—Ella entendió sus motivos y respetó su decisión. Un año después,
su padre la hizo casarse con uno de sus primos y ahora es la madre de un
hermoso bebé que el día de mañana será el laird legítimo de los Fraser.
Catriona asimilaba con rapidez toda la información que el guerrero
le daba.
—¿Volvieron a verse?
—¿Cómo dices?
—Arran y Elizabeth, ¿volvieron a verse?
—Emm, bueno… —dudó—. De hecho, lady Fraser está en estos
momentos en la corte.
—¿Está aquí?
Colin asintió.
—Pero no tiene importancia, Arran jamás te traicionaría, ni con ella
ni con nadie.
—¿Cómo es? Es probable que me la haya cruzado.
—Podría decirse que es una muchacha bonita, tiene el cabello rubio
y unos hermosos ojos azules.
En cuanto hizo esa descripción, a Cat se le vino a la cabeza la
amigable mujer que le sonrió en el salón tras su intervención con el rey. Si
no se equivocaba y aquella joven era Elizabeth Fraser, estaba claro que ella
a su lado no era más que un espantapájaros de cabello rojizo y piernas
largas.
—Creo que debería volver a mi alcoba, está empezando a entrarme
sueño —declaró dirigiéndose de nuevo a la habitación que ocupaba junto a
su marido.
—Catriona, espero que lo que te he contado no te haya afectado.
Como ya te dije, todo esto forma parte del pasado de Arran, ahora tú eres su
presente y su futuro.
—No, tranquilo, estoy bien. Me alegro de conocer algo más acerca
de la vida pasada de mi esposo. Él nunca me cuenta nada, y mucho menos
que tenga que ver con sus sentimientos.
—Es un hombre complicado, pero el más leal y honorable que haya
conocido jamás.
—Estoy segura de ello —dijo convencida de que así era—. Buenas
noches, Colin, y gracias por acompañarme en mi paseo nocturno. Te
agradecería que…
—No le diré ni una sola palabra a Arran —terminó la frase por ella
—. Será un secreto mutuo.
—Así será —aseguró antes de abrir la puerta del cuarto—. Buenas
noches, Colin.
—Espero que descanses.
Cat le dedicó una sonrisa antes de entrar a la habitación y cerrar la
puerta tras ella.
Arran seguía dormido apaciblemente y en sus labios se dibujaba una
leve sonrisa. Se le veía tan cómodo y relajado, tan diferente a cuando estaba
despierto y todos sus sentidos permanecían alerta.
Dejó la manta sobre el sillón y se sentó en la cama.
—¿Catriona? —pronunció su esposo con voz ronca—. ¿A dónde
vas?
—Me levanté a beber un poco de agua —mintió mientras se
acurrucaba de nuevo contra su costado.
El hombre, aceptando esa contestación como válida, apoyó la
cabeza sobre sus rizos y continuó durmiendo. A Catriona le hubiera gustado
hacer lo mismo, pero todo lo que sabía ahora sobre su pasado le rondaba la
cabeza.
¿Aún albergaría sentimientos por Elizabeth Fraser? Sin duda, una
mujer como ella era difícil de olvidar.
Capítulo 19

La luz del amanecer se reflejó sobre el rostro de Arran, que entreabrió los
ojos sintiendo el cálido cuerpo de su esposa contra el suyo. Se volvió a
mirarla y sonrió al ver que tenía la boca levemente abierta y un hilo de
saliva caía de ella, haciendo un cerco sobre la almohada. Hasta dormida era
adorable.
Alargó una mano y acarició su suave mejilla consiguiendo que
emitiera un suave gemido de satisfacción. Hubiera podido quedarse
mirándola dormir toda la vida.
De repente, la magnitud de sus sentimientos lo abrumó. ¿Qué
significaba ese cosquilleo que se instalaba en la boca de su estómago cada
vez que la tenía cerca?
Con cuidado, salió del lecho y maldijo para sus adentros ser tan
débil. Se propuso no enamorarse de ella y parecía un quinceañero loco de
amor. ¿¡Como podía ser tan estúpido!?
Estaba claro que lo que necesitaba era poner distancia entre ellos, y
qué mejor modo de hacerlo que aceptando la propuesta del rey.
Con decisión, comenzó a ponerse la ropa. Era preciso que saliera de
aquella alcoba antes de que su debilidad le hiciera meterse de nuevo en la
cama y hacerle el amor a su mujer hasta que le confesara que ella también
lo amaba. Sentía la imperiosa necesidad de oírselo decir, pese a que su parte
racional le gritara que era mejor que ella no lo amara, nadie debía amarle,
porque la vida de un guerrero se sostenía con alfileres. Unos alfileres que en
cualquier momento lo soltarían, dejando a una viuda con el corazón roto.
Con un gruñido salió de la estancia dirigiéndose hacia los aposentos
reales. Esperaba que su majestad pudiera recibirle.
—He venido a ver al rey —le dijo a uno de los guardias que
custodiaban su alcoba.
—El rey no va a recibir a nadie en estos momentos, pero puedo
transmitirle lo que quiera decirle.
—De acuerdo, quiero que le digas que sí, que acepto su
ofrecimiento de unirme a su ejército privado —soltó sin darle más vueltas.
—Así se lo haré saber, Hamilton —concedió el guardia.
Arran hizo una leve reverencia con la cabeza.
—Gracias. —Ya estaba hecho, ya no había vuelta atrás.
Cuando se giró para marcharse, la mirada acusatoria de su abuela lo
atravesó, haciéndole saber que escuchó lo que acababa de decir.
Se irguió de hombros y pasó por su lado sin ganas de hablar del
tema, pese a que sabía que ella no lo dejaría en paz.
—¿Qué acabas de hacer, muchacho? ¿Acaso te has vuelto loco?
—No tengo por qué darte explicaciones, abuela.
—Oh, sí, claro que tienes que hacerlo, mon chéri —espetó furiosa,
sin dejar de seguirle—. ¿Qué significa eso de que te unes al ejército privado
del rey?
—Creo que está bastante claro.
—¿Sabes lo que eso significa?
Arran se detuvo y se volvió hacia ella.
—Sí, abuela, sé perfectamente lo que significa y, de todos modos, he
aceptado formar parte de él.
—En ese caso, eres un descerebrado —repuso poniéndose en jarras
—. ¿No te das cuenta de que tu esposa y tu clan te necesitan?
—Estaré ahí para ellos, no voy a dejar de lado mis obligaciones —se
defendió.
—Eso es lo que dices ahora, pero cuando tengas que pasar largas
temporadas fuera de casa, de tu hogar, no serás capaz de cumplir tu palabra.
—Es mi decisión y ya está tomada —aseveró cuadrándose de
hombros.
Emer mantuvo sus ojos fijos en él durante unos segundos más antes
de alejarse soltando improperios en francés.
Arran suspiró.
Si su abuela se había tomado la noticia así, no quería ni imaginarse
cómo lo haría Catriona.

***

Cat despertó sintiéndose de mejor humor que la noche anterior.


Después de darle muchas vueltas a lo que Colin le contó, llegó a la
conclusión de que no debía preocuparse por el pasado de Arran. Además,
que no hubiera abandonado su clan con un ofrecimiento de esa magnitud le
daba tranquilidad y le hacía pensar que, con total seguridad, desecharía la
propuesta del rey.
De un salto, se levantó de la cama y se apresuró a vestirse dispuesta
a hablar con Jamie antes de que tuvieran que marcharse.
Salió de la alcoba y miró en derredor por si Colin seguía por allí.
Cuando comprobó que se encontraba sola, aceleró el paso y se adentró en la
zona de servicio sin ser vista.
—Disculpe, ¿puede decirme donde está Jamie? —le preguntó a una
de las sirvientas con la que se cruzó.
—Sí, señora. ¿Quiere que vaya a buscarla?
—No, gracias, dígame donde está y yo misma la encontraré.
Notó como la joven dudaba unos segundos antes de señalar al fondo
del pasillo.
—La hallará en las cocinas, siga recto, no tiene pérdida.
—Muchas gracias, ha sido muy amable —le agradeció antes de
alzarse un poco las faldas y correr hacia donde le indicó.
Efectivamente, la mujer se encontraba allí dando instrucciones
acerca del menú que debían hacer aquel día.
—¿Jamie? —preguntó sin más.
La mujer se volvió hacia ella y abrió los ojos de par en par al verla
allí.
—Oh, señora, ¿qué hace aquí? Este no es lugar para una dama —
dijo apresurándose a acercarse a ella y a acompañarla fuera de la cocina.
—Necesitaba hablar con usted.
—Pudo haberme mandado llamar.
Catriona sonrió.
—No se preocupe, he estado demasiadas veces en las cocinas de mi
hogar como para escandalizarme.
—Si no es indiscreción, ¿podría saber por qué me buscaba? —quiso
saber Jamie.
—¿Le suena de algo el nombre de Sylvia Hunter?
Su rostro palideció al instante.
—Ahora mismo no me suena ese nombre.
—¿Está segura? —susurró Cat.
—Completamente, señora.
—Pues es extraño, porque en el sótano de mi casa vi unas cartas
firmadas por usted e iban dirigidas a ella.
Los ojos de Jamie se abrieron de par en par, horrorizados.
—Yo… yo…
—Antes de que busque alguna excusa que la justifique, déjeme
decirle que soy la hija de Sylvia y no he venido en su busca por otra cosa
que no sean respuestas.
—¿Es Catriona? —inquirió sorprendida, escrutando su rostro—.
Claro, ahora puedo ver el parecido con su madre. ¿Ella sabe que ha venido
a verme?
Cat negó con la cabeza.
—De acuerdo, venga conmigo —le pidió a la vez que se
encaminaba hacia una alcoba donde la invitó a entrar—. Aquí podremos
hablar con mayor libertad.
—Puede tutearme, Jamie, no soy muy dada a las formalidades.
—En ese caso, insisto en que hagas lo mismo conmigo.
—Con mucho gusto —aceptó Catriona.
—¿Qué respuestas son las que has venido a buscar? —preguntó la
sirvienta sin rodeos.
—Quiero saber qué os traíais mi madre y tú entre manos.
¿Formabais parte de la rebelión jacobita?
—No sé si me corresponde a mí responder a eso…
—Créeme, Jamie, mi madre ya ha tenido tiempo más que de sobra
para darme sus explicaciones, así que no me iré de aquí sin ellas.
La sirvienta se removió incómoda.
—Sylvia es una mujer muy resuelta, siempre lo fue, y nunca tuvo
miedo de luchar por lo que creía justo.
—Y piensa que es justo que Jacobo ocupe el trono de Escocia, ¿no
es así?
Jamie se retorció las manos con nerviosismo.
—Podrían colgarnos solo por estar manteniendo esta conversación.
—¿Es así o no? —la apremió a responder.
La sirvienta asintió.
—Lo es.
—¿Y por ese motivo acusaron a mi padre de traición? —formular
aquella pregunta le dolió demasiado.
—Sylvia estaba buscando unos escritos en los que, según los
rumores, la reina Ana declaraba que Jacobo Francisco Eduardo Estuardo era
el próximo sucesor al trono.
—¿Los halló?
—No, nadie ha podido encontrarlos. Por desgracia, tu padre la
sorprendió en los aposentos de la difunta reina y cuando la guardia se dio
cuenta de que había alguien allí dentro, se sacrificó para protegerla —le
explicó con pesar.
—¿Estás diciendo que mi padre murió por culpa de unos absurdos
rumores? —espetó indignada y dolida a partes iguales.
—No son absurdos, yo creo firmemente que existen.
—¿Hasta el punto de dar tu vida por esa creencia? Porque fue justo
lo que hizo mi padre, dio su vida y su nombre quedó manchado para
siempre.
—Lo lamento mucho —se disculpó bajando la mirada al suelo,
avergonzada—. Nunca quisimos que sucediera nada semejante, y tras el
horrible incidente, tu madre dejó todo esto de lado. Quería protegeros.
—De eso nada, lo que ocurre es que se sentía culpable —la
contradijo—. Pero yo no voy a permitir que mi padre muriera por nada, así
que dime dónde se supone que están esos dichosos escritos y yo misma los
hallaré.
—¿Quieres unirte a la causa? —inquirió sorprendida.
—Quiero que la muerte de mi padre no sea en vano.

***

Cat salió de las habitaciones del servicio con toda la información


necesaria para buscar los escritos de la difunta reina.
—¿Dónde demonios estabas? —inquirió Arran al cruzarse con ella
—. Te he buscado por todas partes.
—Evidentemente no en todas partes —trató de bromear.
—No te hagas la graciosa conmigo —gruñó con brusquedad.
—Ya veo que has vuelto a adoptar tu adorable mal carácter —repuso
de forma irónica—. Estaba conversando con una de las sirvientas que es
una vieja conocida de tu abuela y mi madre. Y, con respecto a ella, quisiera
contarte una cosa…
No quería que hubiera secretos entre Arran y ella, así que iba a
confesarle toda la verdad.
—Sí, yo también te buscaba para explicarte que he aceptado la
propuesta del rey.
El rostro de Catriona se desencajó.
—¿La has aceptado sin consultarlo conmigo?
—No tengo por qué hacerlo, es una decisión que me concierne solo
a mí.
—Y, como tu esposa, ¿no me merezco que hablemos antes de tomar
una decisión tan importante? —inquirió con los puños apretados.
—Creo que ya lo hablamos.
—De eso nada, solo me contaste que te hizo la propuesta, pero ni
siquiera debatimos los pros y los contras.
—Ya basta, Catriona, no quiero discutir más sobre el tema, voy a
hacerlo y nada de lo que me digas puede conseguir que cambie de opinión
—sentenció colocando las manos en sus caderas—. Y ahora dime, ¿qué
tenías que contarme?
Cat apretó los dientes y alzó el mentón.
—Lo cierto es que ya no lo recuerdo. —Si él no le tenía confianza ni
le daba la oportunidad de hablar antes de tomar decisiones tan importantes,
mucho menos lo haría ella—. Si me disculpas, algo ha debido sentarme mal
porque tengo unas tremendas ganas de vomitar.
—Catriona…
Sin darle tiempo a decir nada más, se dio media vuelta y se alejó
furiosa.
Capítulo 20

Catriona necesitaba estar ocupada para que sus deseos de matar a Arran se
aplacaran. Se sentía muy molesta y no podía acabar de creerse que hubiera
aceptado la propuesta del rey. Según Colin, no abandonó la isla ni por su
amor hacia Elizabeth Fraser, sin embargo, para huir de ella era capaz de
dejar atrás hasta lo que más amaba, su hogar.
Con el aceite de lavanda entre las manos, se detuvo junto a uno de
los guardias personales del rey.
—Hola, le prometí a su majestad que le traería este aceite, si es tan
amable de entregárselo —le pidió.
—¿Es usted Catriona Hamilton?
—Ajá —asintió.
—En ese caso, el rey quiere verla.
—¿A mí? —se sorprendió.
—Así es —afirmó el guerrero—. Sígame, por favor.
Cat le acompañó a través del lujoso pasillo, fijándose en cada una de
las puertas y contando cual era la quinta a su izquierda, en la que se suponía
que debía buscar los escritos de la difunta reina de Escocia.
El guerrero llamó a la puerta que quedaba justo enfrente de la que
ella buscaba y la voz del actual monarca le invitó a pasar.
—Su majestad, Catriona Hamilton está aquí.
—Que pase —ordenó.
El guardia real se hizo a un lado y la joven entró en la ostentosa
alcoba donde el rey reposaba en uno de sus sillones mientras leía un libro.
—Creí que nunca me traería el aceite, este picor es insoportable —
se quejó en francés.
—Lo lamento, majestad, no quería molestarlo demasiado temprano,
no me hubiera gustado interrumpir su descanso —respondió en el mismo
idioma.
El monarca pareció aceptar su explicación, dado que su gesto de
crispación se suavizó.
—¿Cuánto tardará en hacerme efecto su pócima?
—Oh, no es una pócima, majestad, solo un simple aceite extraído de
la flor de la lavanda. No tiene nada de mágico —le aseguró divertida,
entregándole el pequeño frasco—. En cuanto empiece a ponérselo, el alivio
será inmediato.
—Eso espero.
De forma apresurada, abrió el frasquito vertiendo una parte de su
contenido sobre las picaduras de su brazo y, como bien le dijo Catriona, en
cuanto el aceite tocó su piel lesionada, el picor empezó a remitir.
—Increíble —murmuró fascinado—. Son muy admirables sus dones
con las plantas, señora Hamilton. Quizá cuando su esposo se una a mi
ejército personal, usted quiera servirme como curandera.
A Cat le dieron ganas de gritarle que antes muerta que pasar largas
temporadas en aquel palacio frío y ostentoso, en el que se valoraban más los
modales y las apariencias que el fondo de las personas.
No obstante, sonrió y con voz calmada, dijo:
—Verá, su majestad, tengo el deseo de convertirme en madre lo más
pronto posible y no creo que pueda venir a la corte tan a menudo como me
gustaría.
El monarca asintió.
—Lo comprendo, quiere cumplir sus obligaciones como esposa.
No le gustaba demasiado como sonaban las palabras del rey, que
siempre se considerara obligación de una esposa darle hijos a su marido no
le parecía justo, de todos modos, sonrió y evitó responder a sus
afirmaciones.
—No quiero importunarle más, su majestad, así que, si no necesita
otra cosa de mí, me retiraré.
—Sí, puede retirarse —aceptó—. En caso de que necesite más
aceite, la mandaré llamar.
—Por supuesto —asintió, antes de abandonar la alcoba.
Al salir al corredor, se encontró al guardia real coqueteando con una
de las sirvientas. Aprovechó aquella oportunidad para colarse en el cuarto
que Jamie le indicó, dejando la puerta entreabierta para poder escucharlos
hablar y que no la sorprendieran de improviso.
Sentía el corazón acelerado a causa de la sensación de peligro que la
invadía y por saber que esa habitación podía esconder los escritos que
supondrían un cambio para el futuro de Escocia.
Sin más pérdida de tiempo, rebuscó bajo la cama, en los cajones del
escritorio, en los arcones. Cualquier rincón de aquella habitación fue
escudriñado sin hallar ni rastro de los importantes papeles. Lo único que
encontró fue una llave oculta entre la pata de la cama y la pared.
—¿A dónde pertenecerá? —dijo para sí misma.
En aquel mismo instante escuchó como la sirvienta le decía al
guerrero que tenía que volver a retomar sus tareas y, con rapidez, abandonó
la habitación con la llave bien escondida dentro de su escote.
—Me marcho ya —le dijo al guardia antes de pasar por su lado.
—Un momento —espetó el hombre haciendo que se detuviera.
Con los nervios a flor de piel, se volvió hacia él.
—¿Ocurre algo? —preguntó tratando de aparentar calma.
—La falda —respondió señalándola—. La lleva llena de polvo.
Catriona bajó la vista hacia la tela que, seguramente, se habría
manchado al meterse bajo la cama de la difunta reina Ana.
—Vaya, muchas gracias —comentó con ligereza, sacudiéndosela—.
Soy un desastre, siempre me acabo pringando.
—De nada, es un placer para mí poder ayudar a una mujer hermosa.
Cat alzó los ojos hacia el guerrero, que la miraba con admiración, y
respiró aliviada porque no hubiera sospechado nada. Al parecer, a aquel
individuo le importaba más lo que había bajo las enaguas femeninas que
ejercer bien sus responsabilidades.
—Es usted todo un caballero —sonrió con falsedad y se alejó de allí
lo más rápido que pudo.
Iba directa a hablar con Jamie y a contarle que lo único que pudo
encontrar fue aquella misteriosa llave, cuando una dulce y melodiosa voz
femenina la detuvo.
—¿Catriona Hamilton?
Cat se volvió para encontrarse de frente con la joven rubia que ella
suponía que fue el primer amor de su esposo. Se le aproximaba con una
sonrisa radiante dibujada en su hermoso rostro y, por el modo tan elegante
de andar, parecía ir flotando.
—La misma —respondió—. Y supongo que usted es Elizabeth
Fraser.
—Parece que los cotilleos vuelan —comentó con tono agradable—.
Sí, soy Elizabeth, pero prefiero que me llamen Liz.
—En ese caso, te invito a que me llames Cat y hagamos a un lado
los formalismos, ¿te parece bien?
—Me parece fantástico.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó Catriona sin rodeos.
—No podía abandonar la corte sin conocer a la esposa de Arran —
respondió ella con franqueza.
—Si te soy sincera, yo también sentía curiosidad por conocerte —
reconoció.
Ambas mujeres se estudiaron por unos segundos. Cat determinaba si
tenía frente a sí a una enemiga, mientras que Elizabeth sonreía con dulzura,
tratando de transmitirle que no lo era.
—Me gustó mucho tu intervención de anoche con el rey —la joven
Fraser fue la primera en romper el hielo—. Pocas personas se hubieran
atrevido a tener la valentía de decirle que tenía picaduras de chinches.
—¿Nos entendiste? —se sorprendió, puesto que no eran muchas las
mujeres escocesas a las que se les permitía aprender idiomas.
—Viví gran parte de mi niñez en París con mi tía—le explicó.
—Lo cierto es que, con respecto al tema de mi actuación con el rey,
no se trata de valentía, más bien de inconsciencia, como se empeña en
recordarme mi esposo una y otra vez —declaró con humildad.
Elizabeth rio divertida.
—Seguro que esa frescura es la que enamoró a Arran.
—No apostaría por ello…
Liz posó una de sus finas manos sobre el brazo de Catriona.
—Cat, confía en mí cuando te digo que Arran es uno de los hombres
más especiales que he conocido en mi vida. Sé que al regresar de la guerra
no volvió a ser el mismo, pero ese muchacho al que conocí sigue atrapado
entre los muros que él mismo ha alzado, esperando a que lo rescaten.
—¿Cómo sabes que la guerra le cambió? —se interesó Catriona.
—Hace unos meses vino a verme —le confesó—. Se pasó por mi
clan para disculparse conmigo por no haber sido capaz de dejar su tierra
atrás por mí. También quería saber si era feliz.
Cat sintió una punzada de dolor en el pecho al saber que hacía tan
poco tiempo que Arran sintió la necesidad de ir a disculparse con su antiguo
amor y asegurarse de que era feliz.
—Tiene un sentido de la responsabilidad muy arraigado, por eso le
aseguré que no debía preocuparse por mí, que yo estaba bien y que quien
realmente me inquietaba era él. Había perdido esa sonrisa pícara que le
caracterizaba.
Era cierto, ella también lo había notado.
—La guerra cambia a las personas.
—Sí, es cierto, sin embargo, ayer pude ver de nuevo al Arran que
conocía. Cuando te miraba, sus ojos se iluminaban y eso me llenó de
alegría.
—¿De veras crees eso? —Negó con la cabeza—. Supongo que no lo
sabes, pero nuestro matrimonio tan solo fue un medio para unir nuestros
clanes.
—Aun así, no le eres indiferente, Cat —le aseguró—. Lo conozco
muy bien y sé que eres la única capaz de sacarle del hoyo donde se ha
metido.
—Nadie puede hacer eso, solo él.
Liz tomó sus manos y las apretó con afecto.
—Sí, es cierto, pero necesita una mano a la que aferrarse para
conseguirlo, y esa es la tuya. No te rindas, aunque te ponga las cosas
complicadas. Confío en que el amor que sientes hacia él te dé fuerzas para
luchar con uñas y dientes.
—¿Cómo sabes que estoy enamorada de él?
Elizabeth sonrió con tristeza.
—Porque esa mirada que aprecio en ti al hablar de él es la misma
que veía reflejada en el espejo cuando creí que podríamos ser felices juntos.
Catriona sintió pena por ella y por el dolor que aún podía vislumbrar
en sus palabras.
—¿Qué le respondiste? —preguntó de repente.
—¿Cómo dices? —Parpadeó varias veces, confusa.
—Cuando te preguntó si eras feliz, ¿qué le respondiste? —le aclaró.
—Oh, eso. —Desvió la mirada—. Le dije que tengo un hijo
maravilloso que hace que mis días estén llenos de risas y alegría, con eso
me basta.
Cat comprendió que no estaba enamorada de su esposo y sintió
admiración por el modo en que aceptaba ese hecho.
Desde lejos pudo ver pasar a Jamie y recordó que aún llevaba
aquella misteriosa llave escondida entre sus pechos.
—Me ha encantado poder hablar contigo, Liz, pero tengo algo de
prisa.
—Por supuesto, no quisiera entretenerte más de la cuenta. Para mí
también ha sido un placer haber mantenido esta conversación.
—Espero que volvamos a vernos pronto.
—Lo mismo digo —respondió Elizabeth, viendo como se alejaba
con paso acelerado.

***

Arran estuvo observando a Elizabeth y a Catriona mientras ambas


hablaban. Sentía curiosidad por lo que pudieran decirse, e, incluso, pensó
que podrían llegar a discutir. Sin embargo, por lo que pudo apreciar desde la
distancia donde se encontraba, las dos mantuvieron una conversación
cordial y civilizada.
Cuando vio a su esposa despedirse y alejarse corriendo tras una
sirvienta de avanzada edad, decidió seguirla para averiguar qué se traía
entre manos.
Con sigilo, se ocultó entre las sombras escuchando lo que se decían.
—Está hecho —comentó Cat en un susurro—. He buscado por toda
la habitación, pero no había ni rastro de los escritos.
—Me lo temía —se lamentó la sirvienta—. Quizá deberíamos
reconocer de una vez por todas que los rumores son falsos y la reina Ana no
dejó ningún documento expresando que un Estuardo debía subir al trono de
Escocia.
—¿Cómo has dicho? —la voz del hombre hizo que ambas se
volvieran hacia él con una expresión de terror dibujada en sus rostros.
—¡Arran! —exclamó su esposa—. No es lo que piensas.
—Ah, ¿no? —inquirió tomándola con fuerza por el brazo—. ¿No
estáis tratando de encontrar algo que demuestre que Jorge I no es el
legítimo rey de Escocia?
—Emm, bueno… quizá sí sea lo que piensas, pero todo tiene una
explicación.
—Por todos los demonios, Catriona, ¿quieres que te cuelguen por
traición?
—Yo no…
—Se lo suplico, señor, no nos delate —gimió Jamie con
desesperación.
Arran clavó en ella sus ojos oscuros.
—No os delataré porque no voy a ser el responsable de que mi
mujer acabe colgada de una soga, pero si la veo otra vez cerca de ella,
prometo que seré yo mismo quien la ahogue con mis propias manos, ¿he
sido claro?
—¡Arran! —profirió Cat al escuchar la amenaza que acababa de
soltarle a la sirvienta.
—Muy claro, señor. Muchas gracias —balbució Jamie echando una
última mirada de reojo a la joven antes de alejarse con rapidez.
—No me puedo creer lo que acabas de hacer.
—¿Tú no puedes creértelo? —espetó furioso arrastrándola hasta la
alcoba que ocupaban—. Soy yo quien te he sorprendido teniendo una
conversación por la que podrían haberte condenado por traición. ¿Qué
hubiera pasado si hubiera sido otra persona la que os escuchara?
—Pero no ha sido así.
—¡Maldita sea, Catriona! —bramó arrojándola sobre la cama y
cerrando la puerta de un portazo—. ¿No te das cuenta de las consecuencias
que podrían haber acarreado tus actos?
—Claro que me doy cuenta, son las mismas que sufrió mi padre, por
eso mismo estoy haciendo esto, no permitiré que su muerte sea en vano.
¡No merecía morir por nada! —sollozó y las lágrimas corrieron por sus
mejillas.
Arran frunció el ceño y avanzó hacia ella.
—¿Qué quieres decir?
—Hallé unas cartas de Jamie, la mujer a la que has aterrorizado,
dirigidas a mi madre. En las que quedaba patente que ambas formaban parte
de la rebelión jacobita —comenzó a explicarle sin poder dejar de llorar—.
Vine a la corte en busca de respuestas y cuando las encontré, me propuse
que la muerte de mi padre tuviera algún sentido. ¡Necesitaba que lo tuviera!
Continuó revelándole todo, sin ocultarle ni un solo detalle, y su
esposo la escuchó en el más absoluto silencio. Cuando terminó el relato, se
sentó junto a ella y suspiró.
—Está bien, Catriona, entiendo tus motivaciones, de todos modos,
esto debe acabar.
—Arran…
—¡He dicho que se acabó! —espetó alzando la voz—. Tu padre era
un gran hombre y su gesto fue loable, pero no vas a hundirnos por vengarle.
—¿Dirías lo mismo si en vez de mi padre se tratase del tuyo?
—Exactamente lo mismo, porque no soy un egoísta que solo pienso
en mí y en mis sentimientos, priorizo a mi clan y sus habitantes.
Cat se puso en pie de un salto.
—No soy una egoísta, solo trato de solucionar el error de mi madre.
—¿Actuando como ella? —inquirió colocándosele enfrente.
—Yo no… no… —¿Cómo podía defenderse cuando él tenía razón?
—. Argg —gruñó sintiéndose frustrada.
—Nos marcharemos hoy mismo para evitar que vuelvas a ponernos
en riesgo —le informó—. Pasaremos por el clan Campbell y recogeremos a
Macauley antes de volver a casa.
—Te agradezco tu confianza —ironizó dolida.
—¿Confianza? —rio con amargura—. ¿Has actuado a mis espaldas
y quieres que confíe en ti?
—Creo recordar que tú también aceptaste la proposición del rey a
mis espaldas —apuntó con el mentón alzado.
—No es lo mismo.
—¿Por qué eres un hombre?
—Porque mi decisión no pone en peligro a nadie —le rebatió.
Catriona sonrió con amargura.
—¿Estás seguro de ello? —inquirió antes de meterse tras el biombo
para poder llorar sin ser vista.
Arran pensó sobre aquella pregunta que acababa de dejar en el aire.
Podía ser cierto que su posicionamiento también les convirtiera en
enemigos de otros clanes, él mismo valoró esa posibilidad. Por no hablar de
que también actuó por impulso cuando aceptó la propuesta, aun así, no se
podía comparar con los actos de Catriona. ¿Qué habría pasado si alguien
más las hubiera escuchado? Solo imaginársela colgada por el cuello hacía
que su estómago se revolviera.
Así que, por mucho que se enfadara con él, la protegería, aunque
tuviera que ser en contra de su voluntad.
Capítulo 21

Cat se despidió de su tío, que le dijo que permanecería un tiempo más en la


corte. Le hubiera gustado que la acompañara, se sentía más segura a su
lado, y sabía que, si se lo pedía, lo hubiera hecho, pero no quiso ser egoísta,
Arthur era un alma libre y ahí era donde residía su encanto.
Tras unos días de camino, en los que Catriona y Arran apenas se
dirigieron la palabra, llegaron al clan Campbell sin ningún contratiempo.
—¡Ya estáis aquí! —exclamó Morrigan corriendo hacia ellos—.
Qué alegría.
—No sabes las ganas que tenía de venir a tu nuevo hogar, mon chéri
—dijo su abuela, a la que Colin ayudaba a bajar del caballo—. ¿Dónde
tenéis a mi bisnieto?
—Aquí mismo —indicó Duncan, que lo llevaba en brazos.
—¡Qué preciosidad! —Se aproximó al pequeño y le besó en la
regordeta mejilla.
—Espero que os quedéis a pasar unos días —le ofreció Morrigan a
su hermano.
—Lo lamento, la próxima vez será. Hemos estado demasiado
tiempo alejados del Fjord Castle y necesito regresar cuanto antes.
—¿Dónde está Mac? —preguntó Catriona.
Echaba de menos a ese jovencito al que tomó mucho cariño durante
el tiempo que llevaba con los Hamilton.
—Estaba con Boyd y Ash. Oh, mira. —Señaló hacia la arboleda—.
Por ahí vienen.
Todos se giraron a observar a los sonrientes niños y al perro grisáceo
que los acompañaba. En cuanto los ojos de Macauley se posaron sobre su
hermano, su expresión se tornó seria.
—¿Qué haces aquí? —preguntó con brusquedad.
—Hemos venido a recogerte, es hora de volver a casa —respondió
Arran.
Macauley negó con la cabeza y echó a correr.
—¡No pienso volver! —declaró a voz en grito.
—¡Mac! —lo llamó su hermana.
—¡Vuelve aquí ahora mismo! —exigió su hermano.
—¿Qué le ocurre a ese muchacho? —preguntó la abuela
preocupada.
Arran maldijo para sus adentros y se puso a perseguirlo.
—¡Esperad! —gritó Morrigan yendo tras ellos.
—¿Están jugando a pillar? —preguntó Boyd confuso.
—Me temo que no, hijo —le respondió su padre—. Es cosa de
hermanos, así que será mejor que pasemos dentro y les dejemos
solucionarlo a ellos. ¿Nos acompaña, Emer?
—Lo agradecería, mis cansadas piernas necesitan que tome asiento
—reconoció la abuela.
—Vamos, Boyd, le pediremos a Lorna que nos dé un poco de la tarta
que tanto te gusta —dijo Duncan.
—¡Sí! —se alegró el niño, que corrió hacia el interior del castillo,
seguido de Ashen.
—Si no os importa, me quedaré aquí fuera esperando a que vuelvan
—comentó Catriona, que se sentía inquieta por la reacción que tuvo
Macauley al saber que tenía que regresar a Fjord Castle.
—De acuerdo, chéri, pero no estés demasiado tiempo al sol, hoy no
tienes muy buena cara —le aconsejó Emer antes de adentrarse en Inveraray
junto a Duncan y sus bisnietos.
—Parece que va a haber drama —apuntó Colin aproximándose a
ella.
—Me alarma que Macauley se muestre tan angustiado con la idea de
volver a Fjord Castle.
—Es lógico, tendrá miedo de regresar y que le ataquen de nuevo.
—Sí, supongo que sí —concedió la joven—. Además, parece feliz
viviendo aquí.
—Siempre adoró a Morrigan.
—No puedo culparlo, todos adoramos a Morrigan —apuntó Cat,
haciendo alusión al encanto que desprendía su cuñada.
—En realidad, tú causas el mismo efecto que ella —le aseguró el
atractivo guerrero con una sonrisa de oreja a oreja.
Catriona rio con incredulidad.
—Venga, no trates de tomarme el pelo. ¿Has visto a Morrigan y me
has mirado a mí? Si me pusiera a su lado, nadie se percataría de mi
presencia y lo sabes.
—Arran te ve, créeme.
Sus palabras la reconfortaron y la hicieron sonreír agradecida.
—Estoy harto de tu comportamiento, Macauley —los gruñidos de
Arran hicieron que ambos se volvieran hacia el hombre, que llegaba con su
hermano agarrado del brazo, mientras que su hermana no se separaba de
ellos.
—Lo lamento, pero no quiero volver a Fjord Castle —espetó el
muchachito forcejeando con él.
—No lo entiendo, Fjord Castle es tu hogar.
—No lo es desde que padre murió.
Arran se detuvo y miró de frente a su hermano con una expresión de
lo más aterradora.
—Vamos, chicos, podemos hablar de esto con más calma. Quizá
Mac pueda quedarse unos días más aquí, por mí no hay problema —sugirió
Morrigan.
—¡De eso nada! Macauley volverá conmigo y no hay más que
hablar —aseveró Arran en un tono que no admitía discusión.
—¡Te odio! —gritó el niño soltándose de su agarre de un tirón.
Pasó por el lado de Catriona cuando se dirigía al interior del castillo,
por lo que esta pudo observar como sus ojos estaban cargados de lágrimas.
—¡Macauley! Vuelve aquí —le exigió su hermano mayor, que no
obtuvo respuesta por su parte.
—No podrías ser algo más flexible —repuso Morrigan plantándose
ante él.
—Ya he sido flexible, le permití venirse contigo.
—Quizá necesita algo más de tiempo…
—Se acabó el tiempo —la cortó—. Macauley no es un crío, pronto
se convertirá en un hombre y no puede esconderse entre las faldas de su
hermana cuando surja algún inconveniente.
Morrigan, molesta por aquel comentario, alzó el mentón.
—Puede que el problema no sea mi sobreprotección, sino tu falta de
sentimientos —le echó en cara—. Es como si ya no hubiera un corazón
latiendo dentro de tu pecho, como si estuvieras vacío.
Arran apretó los dientes y soltó aire por la nariz con fuerza, pero se
mantuvo en silencio.
—Es posible que tenga miedo de regresar al lugar donde le atacaron
—intervino Cat aproximándose a ellos.
—No sería descabellado, yo misma siento temor de que pueda
sucederle algo malo otra vez —reconoció Morrigan.
Catriona se puso ante su marido y apoyó la mano sobre su brazo
para que la mirara.
—Tal vez fuera sensato que permaneciera con los Campbell hasta
hallar a su atacante, o, al menos, hasta estar seguros de que se trató de un
hecho aislado.
—¿Qué demonios crees que haces, Catriona? —inquirió su esposo
con brusquedad.
—¿Cómo dices? —preguntó sorprendida.
—Tú no tienes voz ni voto en este asunto. Macauley es mi hermano,
mi familia, y no vas a entrometerte, ¿me has entendido?
Aquellas palabras fueron como una bofetada para la joven, que dio
un par de pasos atrás.
—¡Arran! —exclamó su hermana a modo de reproche.
—Lo siento, creí que ahora también formaba parte de la familia, al
parecer, me equivoqué —repuso Cat alejándose.
No podía permanecer por más tiempo frente a él o acabaría
asestándole una patada en donde más le doliera. Sentía que siempre la hacía
de menos y ya estaba más que harta. ¡Le importaba un pimiento si tenía
heridas internas por la guerra! Ella no era la culpable y no pensaba
convertirse en la persona con la que descargara toda su frustración.
—Catriona —oyó la voz de Colin a sus espaldas.
—Ahora no, déjame sola un momento o pagaré contigo las ganas
que tengo de patearle el trasero a mi esposo —le advirtió.
El guerrero rio y alzó las manos en el aire a modo de rendición.
—De acuerdo, te dejo, pero no te alejes demasiado, es peligroso.
Cat continuó avanzando entre los árboles y maldiciendo a Arran
para sus adentros. Iba tan obcecada en sus pensamientos que no se dio
cuenta del tiempo que pasó hasta que comenzó a ponerse el sol.
Dio media vuelta para regresar a Inveraray, no obstante, había
caminado demasiado y se hizo la noche estando aún en medio del bosque.
Unos aullidos cercanos hicieron que se le erizara la piel.
Tomó una rama rota que estaba tirada en el suelo y aceleró el paso,
cada vez oía los sonidos de su alrededor más cerca, como si la manada de
lobos a la que pertenecían los aullidos la estuvieran rodeando.
De repente, no pudo continuar avanzando, puesto que unos ojos
brillantes aparecieron frente a ella, seguidos por un gruñido que fue
creciendo a la vez que el enorme lobo gris salió de entre las sombras de la
noche.
—Tranquilo, chico —le pidió temblando de puro terror y echando a
correr hacia otro lado.
El enorme y feroz animal la persiguió, del mismo modo que otros
cuatros lobos que trataban de acorralarla.
La joven golpeó a uno de ellos con la rama, haciéndolo chillar, pero
otro agarró su falda con fuerza. Cat forcejeó con él, mientras intentaba que
el resto de los cánidos no se le acercaran.
El lobo más grande saltó sobre ella tirándola hacia atrás e intentando
desgarrarle el cuello. Cat detenía sus dentelladas con la rama, pero estaba
perdida. Eran demasiados y ella estaba sola.
De sopetón, una flecha se clavó en el costado del salvaje lobo, que
se desplomó hacia un lado, sin vida. El resto de su manada, al ver a su alfa
muerto, se dispersó.
—¡Catriona! —exclamó Arran asustado por ella.
Se arrodilló a su lado y le apartó el cabello del rostro para
comprobar que estuviera sana y salva.
—¿Estás herida?
La verdad es que no estaba segura, de todos modos, negó con la
cabeza.
—¿Cómo se te ocurrió alejarte tanto?
—Era eso o clavarte una daga —murmuró aún afectada por el susto
que acababa de llevarse.
Arran fue incapaz de contener la sonrisa que acudió a sus labios.
—Si no hubiera seguido tu rastro, habrías acabado siendo comida
para lobos, Catriona. ¿Por qué todas las mujeres de mi vida sois tan
imprudentes?
La joven alzó sus enormes y llorosos ojos verdes hacia él.
—Quizá porque preferimos exponernos al peligro a soportar tus
horribles desplantes.
Esas palabras le dolieron, ya que, en el fondo, sabía que era cierto.
Se arrepintió de lo que dijo en cuanto salió de su boca e iba a disculparse
con ella, pero primero decidió hablar con Macauley para que comenzara a
preparar su equipaje. Grave error, teniendo en cuenta los recientes
acontecimientos.
—Lo siento, no debí decirte que eran mi familia —se excusó con
sinceridad—. Desde el momento en que nos casamos, también pasaste a
formar parte de ella.
—Estoy cansada de tus disculpas.
—Lo comprendo, yo también lo estaría.
Se quedaron mirándose a los ojos unos segundos. Una lágrima
corrió por la mejilla de la joven y Arran la enjugó con sus nudillos.
Continuó acariciando el contorno de su mandíbula y, con el pulgar, recorrió
sus labios.
—Me vuelves completamente loco, pelirroja —reconoció antes de
besarla con una pasión arrolladora.
Trazó una línea en el costado del cuello de la joven con sus besos,
impulsándola a responder y a perder el control. Catriona se aferró a su
camisa con las lágrimas aún corriendo por su rostro, mientras suaves y
eróticos gemidos escapaban de entre sus labios, enloqueciendo a su esposo.
La tomó por la cintura y la sentó sobre sus piernas tras alzarle las
faldas. Ambos se miraban a los ojos mientras Arran la penetraba con
suavidad.
—Lo lamento —se disculpó de nuevo en un susurro ronco.
—No me sirve solo con que te disculpes, quiero que cambies —le
pidió Catriona agarrándose a sus hombros y moviéndose con delicadeza—.
Me ha dolido de verdad lo que me has dicho.
—Lo sé —reconoció con pesar—. En ocasiones, soy demasiado
tosco—. Enmarcó el bonito rostro de la joven con sus manos y la besó en
los labios—. Eres una Hamilton y no hagas caso a lo que pueda decirte un
bruto como yo.
Cat sonrió con ternura y se movió arriba y abajo con lentitud, sin
dejar de mirar a los ojos a su esposo. Pegó su frente a la de él y suspiró
contra sus labios.
—¿Por qué tiene que ser todo tan complicado?
—Porque yo soy un hombre complicado —respondió besándola y
tomándola por las caderas para acelerar sus movimientos.
Lamió el elegante cuello femenino y mordisqueó el lóbulo de su
oreja haciéndola gemir. Sus movimientos se fueron volviendo poco a poco
más salvajes y viscerales, Arran bajó el escote de su vestido, dejó uno de
sus pechos al descubierto y succionó su pezón. Catriona arqueó su espalda y
alzó su rostro al cielo soltando un jadeo ahogado.
Ambos llegaron al clímax a la vez, llenando aquel recóndito lugar
del bosque de gemidos y jadeos de placer, y también, uniendo sus almas de
un modo mucho más profundo.
Capítulo 22

A la mañana siguiente abandonaron el clan Campbell entre abrazos y


promesas de que pronto volverían a verse. La abuela decidió quedarse a
pasar unos días más con Morrigan y así disfrutar más de sus dos bisnietos.
—Espero que tu estancia en Inveraray haya sido buena —le dijo Cat
a Macauley poniendo su yegua a la altura del caballo del jovencito para
tratar de iniciar una conversación con él.
—Ha sido increíble —reconoció con la tristeza reflejada en su tono
de voz—. Hacía tiempo que no era tan feliz.
—No quisiera ser una entrometida, pero ¿qué es lo que te causa
infelicidad en nuestro clan?
Él miró a su alrededor y negó con la cabeza.
—Las cosas no son como parecen —murmuró.
Cat frunció el ceño.
—¿Qué quieres decir con eso?
—No… es mejor que no diga nada más —contestó con nerviosismo
—. No quiero ponerte en riesgo.
—¿Por qué ibas a ponerme en riesgo? ¿Acaso quién te atacó está
aquí?
—No insistas más, Cat, yo mismo solucionaré las cosas —espetó
con decisión.
—¿Qué hay que solucionar, Mac? ¿Qué está sucediendo? Puedes
confiar en mí.
El muchachito clavó sus ojos azules en los de Catriona, decidiendo
si debía confesarle sus miedos.
—No puedo asegurar nada, yo… solo… tengo sospechas.
—¿Sospechas acerca de qué? —insistió.
—No creo que quien me atacó perteneciera a otro clan.
—¿Por qué piensas eso?
—Tengo los recuerdos de ese momento algo borrosos, aunque sí
pude apreciar los colores de nuestro clan ocultos entre los árboles antes de
perder el conocimiento.
El corazón de Catriona comenzó a latir acelerado ante esa confesión.
—¿Estás seguro? Es una acusación muy grave para hacerla a la
ligera.
Las facciones de Macauley se contrajeron y sus ojos reflejaron la
decepción que sentía.
—Sabía que no me creerías.
—No he dicho eso, solo quiero asegurarme… —No pudo continuar
porque el chiquillo aceleró el paso de su caballo—. Mac, ¡espera!
—¿Ocurre algo? —le preguntó Arran aproximándose a ella tras oír
sus voces.
—Oh, no —negó fingiendo una sonrisa—. Es que íbamos a hacer
una carrera y salió antes de tiempo. No me gustan las trampas. —Se
encogió de hombros.
—No me parece lo más apropiado que hagáis una carrera ahora
mismo.
—Sí, probablemente tengas razón.
Arran frunció el ceño y abrió la boca sin saber qué decir.
—¿A qué viene esa cara? —inquirió Catriona enarcando una de sus
cejas pelirrojas.
—No puedo creer que acabes de darme la razón, lo que me hace
pensar que te traes algo entre manos.
—¡Qué estupidez! —rio con desgana—. Lo que sucede es que no
quiero seguir peleando contigo.
Arran sonrió.
—Me parece una buena idea.
El cuerpo de Catriona reaccionó a aquella sonrisa que le recordó
mucho a la época en la que se enamoró de él.
—Quería comentar contigo una cosa antes de que lleguemos a Fjord
Castle —dijo cambiando de tema para darle tiempo a su corazón a que
recuperase el ritmo normal.
—¿De qué se trata?
—Sé que llevas mucho tiempo lejos del clan, sin embargo, echo de
menos a mi familia y me gustaría poder ir a visitarles.
Su esposo meditó acerca de lo que acababa de escuchar.
Comprendía que necesitase ver a su madre y a su hermano, él conocía de
sobra lo unidos que estaban, en especial, desde la muerte de su padre.
—Dame un par de semanas para organizarlo todo en Fjord Castle e
iremos juntos, ¿de acuerdo?
Catriona sonrió cargada de felicidad. Estaba sorprendida, creía que
tendría que pelear con Arran para poder conseguir ir a su clan y, de ese
modo, hablar con su madre acerca de los descubrimientos que hizo en la
corte.
—Me parece muy razonable por tu parte.
—Lo dices como si no esperaras que lo fuera —repuso con una ceja
enarcada.
—Lo cierto es que no, te gusta mucho pelear y era lo que creía que
harías —reconoció con sinceridad.
—A mí no me gusta pelear —espetó algo indignado—. Lo que
ocurre es que contigo es imposible no hacerlo.
—¡Eso no es verdad!
—¿Cómo que no? Acabo de aceptar tu petición y de todos modos
estamos discutiendo.
Cat suspiró, tenía razón.
—De acuerdo, lo siento, sé que soy muy peleona.
—No puedes evitarlo, eres pelirroja —bromeó.
Catriona no pudo evitar soltar una risita.
—¿Así que la culpa ahora es de mi pelo?
—De tu pelo y de esos ojos de gata que tienes.
—¿Mis ojos? ¿Qué tienen que ver mis ojos?
Arran sonrió de medio lado.
—Que son demasiado expresivos y siempre declaran a voces lo que
quieres ocultar, y por eso mismo, me vuelven loco —reconoció.
Una emoción nueva se instaló en la boca del estómago de la joven,
que no pudo evitar que una sonrisa tonta se dibujara en sus labios a la vez
que sus mejillas se sonrojaban.
Como no sabía qué responderle, se limitó a volver la vista al frente y
guardar silencio. Sin duda, le gustaba esa nueva actitud de Arran, aunque no
quería hacerse demasiadas ilusiones, su carácter era tan cambiante como el
tiempo en las Highlands.

***

Al llegar a Fjord Castle, todos los habitantes del clan los fueron
recibiendo con alegría. En especial Donald, que les esperaba en la puerta
del castillo con una amplia sonrisa.
—Por fin os tenemos de vuelta —les dijo palmeando con afecto la
espalda de Arran—. ¿Ha ido todo bien en la corte?
—Ha ido bien, aunque tengo cosas que contarte.
El maduro guerrero entrecerró los ojos percibiendo que se trataba de
algo importante.
—De acuerdo —asintió sabiendo que debía ser una conversación
privada entre los dos. Dirigió sus ojos grises hacia Macauley—. ¿Qué tal tu
estancia con los Campbell, muchacho? ¿Te han tratado bien? Porque si no
es así, iré a darles una paliza —bromeó.
—Ojalá siguiera con ellos y no hubiera tenido que volver a este
maldito lugar —respondió enfadado, entrando al castillo y dejándolos allí
plantados.
—Vaya, parece que estaba deseando regresar —ironizó Donald.
—Necesita su tiempo —comentó Catriona, preocupada por lo que le
confesó durante el viaje.
—Si no te importa, Donald y yo vamos a hablar —le dijo su esposo.
—Adelante, yo iré a buscar a Kathryn y a Siobhan.
Arran le sonrió y, sin previo aviso, la tomó por la nuca y la besó en
los labios.
—En un momento nos vemos —le prometió antes de alejarse junto
al guerrero.
La joven se llevó los dedos a los labios, sintiendo aún la presión de
los de su marido. Aquella muestra de cariño en público era algo que no se
esperaba, y le gustó mucho. ¿Era posible que por fin se estuviera abriendo a
ella?
Aún pensando en la reacción de Arran, se dirigió hacia la zona del
río donde esperaba encontrar a sus amigas haciendo la colada. Y así fue,
ambas estaban atareadas frotando la ropa en la orilla del río mientras
bromeaban entre ellas.
—¿Interrumpo algo?
—¡Cat! —Siobhan se puso en pie y se lanzó a sus brazos—. Que
bien que hayas vuelto.
—Te hemos echado de menos —le aseguró Kathryn aproximándose
con una dulce sonrisa.
—Y yo a vosotras —les aseguró a las sirvientas—. Estaba deseando
regresar.
—¿La corte no te ha parecido interesante? —indagó Siobhan—. Yo
siempre he soñado con poder visitarla, aunque solo fuera una vez.
—La próxima vez que vaya intentaré llevaros conmigo.
—¿Próxima vez? —inquirió Kathy—. ¿Pensáis volver a ir pronto?
—Arran ha aceptado unirse al ejército personal del rey, así que
imagino que nos tocará ir a Kensington más de lo deseado —se lamentó.
Catriona sentía escalofríos solo de pensar en tener que pasar largas
temporadas en Inglaterra, una tierra donde se despreciaba a los escoceses, y
que ella jamás tuvo intenciones de pisar.
—No sé cómo a Arran se le ha ocurrido aceptar esa proposición —
suspiró y se sentó sobre un tocón cercano—. Ni siquiera sé si este es el rey
que deberíamos tener los escoceses. ¿Cómo puedo jurarle lealtad?
—¿A qué te refieres? —preguntó Kathryn acomodándose junto a
ella.
—Nada, no tiene importancia.
—Ah, no. No puedes dejarnos así —negó la morena poniéndose en
jarras—. ¿Qué has querido decir con que quizá el rey no sea el que debería
estar sentado en el trono de Escocia?
—Está bien, os lo contaré, pero debe quedar entre nosotras —les
pidió mirándolas a los ojos—. Nadie puede enterarse de esto, es peligroso.
—Seré una tumba —aseguró Siobhan.
—No diré nada —prometió Kathy.
—De acuerdo, confío en vosotras —asintió mientras tomaba aire y
les relataba lo que descubrió en la corte.
Las dos sirvientas la escuchaban con atención, sorprendidas de que
se hubiera arriesgado a colarse en la alcoba de la antigua reina.
—Me admira lo valiente que eres —la alabó la sirvienta de cabello
dorado.
—¿Valiente? Ha corrido un riesgo innecesario —le reprochó la
morena—. Tan solo son rumores, a saber quién los difundió.
—De todos modos, hay que valorar su arrojo —terció Kathryn.
—Mas bien temeridad —le rebatió Siobhan.
—No os he contado esto para que valoréis si hice bien o mal —las
interrumpió Catriona.
—Tienes razón, lo hecho hecho está —concedió la morena
cruzándose de brazos.
—Hay algo más —siguió diciendo Cat—. Como bien os dije, no
encontré los escritos, pero sí esto. —Se sacó la llave del escote y se la
mostró—. Esta llave estaba entre la pata de la cama y la pared. Me dio la
sensación de que podía ser importante.
—¿Puedo verla? —le pidió Kathryn.
Catriona se la tendió y la sirvienta la estudió con curiosidad.
—Quizá fuera la llave de un arcón o de algún cofre donde guardara
joyas muy valiosas —sugirió Siobhan.
—¿Y por qué iba a estar ahí escondida? —inquirió la pelirroja.
—¿No es posible que se cayera y acabara perdida en el lugar donde
la encontraste? —continuó elucubrando la morena que poseía una mente
lógica y analítica.
—Me parecería difícil, aunque no imposible —otorgó Catriona.
—¿Y si fuera la llave de la casa de su verdadero amor? —repuso
Kathy soñadora—. Un lugar especial en el que los dos amantes se reunieran
para poder amarse alejados de las miradas indiscretas.
Siobhan y Cat se miraron entre sí antes de echarse a reír.
—Suena a lo que podría recitar un trovador —comentó Catriona.
—O a una mujer enamorada que solo alcanza a ver amor por todas
partes —bromeó la morena.
Las mejillas de Kathryn se tiñeron de rojo.
—No estoy enamorada —negó.
—Entonces, supongo que no querrás saber si Colin regresó con
nosotros o se quedó en la corte, ¿verdad? —comentó Cat, sarcástica.
—¿Lo hizo? —inquirió con ojos esperanzados.
Catriona la abrazó con cariño.
—Lo tienes de vuelta y más encantador que nunca.
Capítulo 23

Dos semanas después, Catriona y Arran llegaban al clan Hunter, tal y como
este último le prometió.
Desde que regresaron de la corte, Arran se había mostrado relajado,
cercano y conversador. Era como si del hombre que regresó de la guerra no
quedara nada. Cat no entendía a qué se debía ese radical cambio, aunque
decidió no preguntar, por si al hacerlo, rompía esa magia que se estaba
formando entre los dos.
—¡Mi niña, cuánto tiempo sin verte! —exclamó Sylvia abrazando a
su hija nada más verla—. ¿Es posible que hayas cogido algo de peso? Te
veo aún más hermosa que cuando te fuiste.
—Estoy igual, madre —le aseguró Cat con una sonrisa radiante.
—Por aquí se ha notado demasiado tu ausencia, hermana —aseveró
Callum dándole otro fuerte apretón.
—Seguro que habéis ganado en tranquilidad —bromeó Catriona.
—Sabes que no es cierto —negó su hermano, que desvió sus ojos
hacia su cuñado—. Espero que la estés tratando como se merece, Hamilton,
es una mujer muy valiosa. Imagino que ya te habrás dado cuenta.
Arran estrechó su antebrazo y asintió.
—Lo he hecho.
—Y, si eso es cierto, ¿a que vienen los rumores que circulan por ahí
de que te has unido al ejército del rey? —indagó con perspicacia.
Arran colocó las manos en sus caderas y se cuadró de hombros.
—No son solo rumores, es verdad, me he unido al ejército personal
de nuestro monarca.
—¿Lo has meditado bien? Porque te aseguro que, en breve, muchos
clanes se alzarán en su contra y debes estar preparado para una nueva
guerra.
—¿Sabes algo que yo no sepa? —inquirió Arran con los ojos
entrecerrados.
—Es un secreto a voces, no hace falta ser un lumbreras para deducir
cual será el desarrollo de los acontecimientos —respondió cruzando los
brazos sobre su amplio pecho.
—Ya está bien, muchachos —los interrumpió Sylvia—. ¿Por qué no
tratamos temas más alegres? Como, por ejemplo, que tenemos a nuestra
Catriona de vuelta.
—Creo que será lo mejor —afirmó Cat, que percibía la tensión
existente entre los dos hombres.
—Debemos organizar una fiesta para que todo el clan pueda daros la
bienvenida. Es la primera vez que estáis aquí como marido y mujer, eso
merece una celebración.
—Te ayudaré con las preparaciones, madre —se ofreció Catriona—.
Siempre y cuando pueda dejaros solos. —Dirigió una acusadora mirada
hacia su hermano y su esposo.
—Somos civilizados, podemos permanecer a solas más de dos
minutos sin querer matarnos —contestó Callum con calma.
—Habla por ti —masculló Arran entre dientes, ganándose un
manotazo en el brazo por parte de su esposa.
—No quiero que haya problemas entre vosotros, ¿entendido? —les
ordenó.
Ambos hombres asintieron de mala gana.
Cat se alejó junto a su madre, pese a no estar del todo segura de que
fueran a comportarse, porque, en el fondo, los hombres siempre seguían
siendo como niños.
—Madre, quisiera tratar un tema importante contigo.
Sylvia, percibiendo el tono serio de su hija, frunció el ceño.
—¿Qué ocurre, mi niña? ¿Todo va bien?
—Sí, todo va bien, pero necesito hablarte en privado de algo que he
descubierto.
—Está bien, vayamos a mi habitación, allí no nos molestará nadie
—sugirió la mujer conduciéndola hasta su alcoba.
Una vez a solas, ambas tomaron asiento en la gran cama y se
miraron expectantes.
—¿Qué has descubierto? ¿Estás embarazada? —preguntó Sylvia
esperanzada.
—No, no tiene nada que ver con eso.
—¿Estás segura? Porque yo te noto cara de estar en cinta —insistió
mientras acariciaba su mejilla.
Catriona apartó su mano.
—Madre, lo sé todo.
—¿Qué sabes? —inquirió confundida.
—Sé el motivo por el que acusaron a padre de traición.
El semblante de la mujer empalideció tanto que parecía al borde del
desmayo.
—Yo… no sé a qué te refieres, hija.
—No trates de engañarme. —Se indignó—. Encontré las cartas que
Jamie y tú intercambiabais. Fui a la corte a hablar con él y resultó que era
ella. Sé que formabas parte de la rebelión jacobita y que padre fue colgado
por protegerte.
Sylvia sollozó avergonzada y se cubrió el rostro con ambas manos.
—Lo lamento —jadeó entre lágrimas—. Nunca quise que él pagara
por mis actos. ¡Lo juro!
—Lo sé, madre, y no he venido a juzgarte. De hecho, yo misma he
registrado la alcoba de la difunta reina Ana en busca de los escritos.
La mujer alzó sus brillantes ojos hacia ella con una expresión de
temor reflejada en el rostro.
—¿Cómo has hecho eso, Cat? Es muy peligroso, si te hubieran
sorprendido allí…
—No podía permitir que la muerte de padre fuera en vano —la cortó
—. Por desgracia, no había ni rastro de esos papeles. Solo di con una llave,
pero ni siquiera sé qué puede abrir.
—Catriona, por favor, prométeme que jamás volverás a hacer algo
similar —le pidió su madre—. Ya perdí a tu padre por seguir esa causa, no
podría cargar con el peso de tu muerte también.
—Madre, yo…
—No, Cat, no quiero excusas —espetó interrumpiéndola—. Te has
metido en esto por mis cartas con Jamie y no voy a permitir que sigas
adelante.
—Debo descubrir a qué pertenece esta llave, puede ser importante.
—Si insistes en eso, no me quedará más remedio que ir a la corte y
confesar ante el rey mi implicación en la revolución jacobita. ¡No pagarás
por mis pecados!
—Tú no harías eso —negó, pese a apreciar la determinación que
reflejaba el rostro de su madre.
—Una madre haría cualquier cosa por sus hijos, pronto lo sabrás.

***
Todos los Hunter se sentían alegres de que su estimada Catriona
estuviera de vuelta.
Algunos aldeanos le explicaron sus dolencias y la joven les dio
remedios medicinales que siempre llevaba consigo. Otros quisieron contarle
la buena cosecha que habían recogido aquel año y Cat se mostró feliz por
ellos. Aunque la mayoría tan solo querían expresar la dicha que sentían al
tenerla de nuevo en el clan.
Arran observaba aquellas muestras de cariño y confianza con
orgullo. Sin duda, Catriona era una buena señora que supo ganarse el afecto
de todos los aldeanos, del mismo modo que le ocurrió con los Hamilton.
Un par de niños la sacaron a bailar y ella se mostró encantada,
soltando cantarinas risas a cada vuelta que daba junto a ellos. Arran la veía
tan hermosa con sus rizos rojizos danzando al son de la música, que no
pudo evitar que una sonrisa se instalara en su rostro.
—Una verdadera joya, ¿no es cierto? —comentó Sylvia al detenerse
a su lado.
—¿Cómo dice? —inquirió confundido.
—Mi hija —apuntó—. Es la mujer que cualquier hombre soñaría
con tener a su lado. Inteligente, generosa, hermosa…
—Terca como una mula —ironizó Arran.
—A lo que tú llamas terquedad, yo lo llamo determinación.
El laird de los Hamilton enarcó una ceja.
—Un bonito modo de decir que nunca da su brazo a torcer.
—Créeme, eso no es cierto y deberías saberlo.
—¿A qué se refiere? —Frunció el ceño.
—Le rompiste el corazón, ¿sabes? Ella trató de ocultarlo, pero soy
su madre, sé cuando mi niña está sufriendo.
Arran entendió que se refería al día que se dieron su primer beso.
—Nunca quise hacerle daño.
—¿Estás seguro? —insistió con la mirada fija en él—. Podía
apreciar como la mirabas cuando creías que nadie te veía. Cat no te era
indiferente, pero tuviste miedo. Miedo de poder llegar a sentir por ella más
de lo que considerabas seguro. Y sigues igual, no veo un cambio en ti.
—No tenía miedo —negó molesto—. En esa época nada me
asustaba.
—Oh, claro que lo hacía —se reafirmó Sylvia sonriendo con
suficiencia—. Temías enamorarte y no llegar a cumplir tu sueño de ser uno
de los guerreros más fieros de Escocia. Pues bien, ya lo has logrado, incluso
el rey ha reconocido tu valía al ofrecerte un puesto tan importante en su
ejército. ¿Era lo que esperabas? ¿Sientes la satisfacción de haber podido
cumplir tus sueños?
—Emm… supongo que sí.
—¿Y te ha hecho feliz?
Arran decidió no responder, ya que, en realidad, haber estado en la
guerra le dio cualquier cosa menos felicidad.
—No entiendo a dónde pretende llegar.
—Quiero que abras los ojos y te des cuenta de que unirte al ejército
del rey jamás te llenará. La búsqueda de la felicidad es complicada, muchos
no llegan a experimentarla nunca, pero tú la tienes al alcance de tu mano, y
en ella está que decidas tomarla o no —sentenció antes de alejarse con
discreción, del mismo modo en que había llegado.
Arran volvió la mirada de nuevo hacia su esposa, que continuaba
riendo junto a un grupo de mujeres. Con determinación, fue hacia ella y
agarró su mano.
—Vamos a bailar —dijo antes de arrastrarla hasta donde todas las
parejas danzaban sin parar.
—Si no lo veo no lo creo —comentó Cat con guasa sin dejar de
sonreír ni de moverse al son de las gaitas—. El huraño Arran Hamilton
bailando. ¡Menuda sorpresa!
—No tientes a la suerte, esposa mía —le siguió la broma—. En
cualquier momento puedo arrepentirme y decidir que se acabó la fiesta para
nosotros.
Catriona enarcó una ceja.
—¿Para mí también?
—Eres mi mujer y debes complacerme.
—¿Y te complacería si te enviara al infierno, esposo mío? —
inquirió con sorna.
Arran emitió una carcajada.
—Hay otras cosas que tengo en mente y que me complacerían
mucho más —le susurró en el oído, logrando que la piel de la joven se
erizara.
—¿Puedo saber a qué te refieres? —preguntó con coquetería.
—Eres lo suficientemente inteligente para descubrirlas por ti misma,
pelirroja.
Estuvieron bailando y riendo durante horas, hasta que, exhaustos,
decidieron abandonar la fiesta para encerrarse en la habitación que
ocuparían durante su estancia en Túr Eilein.
—Creo que no me había sentido tan cansada en toda mi vida —
comentó Cat sonriente.
—¿Tanto como para no dejarme que te muestre en lo que llevo
pensando toda la noche? —preguntó plantándose frente a ella y empezando
a desatar los lazos de su vestido.
—¿Toda la noche?
—Y parte del día, si te soy sincero —reconoció con una sonrisa
ladeada.
Catriona rio divertida y halagada a partes iguales.
—¿Y qué es eso que ha mantenido tu mente ocupada, esposo?
—Tu cuerpo.
—¿Mi cuerpo? —Enarcó una de sus cejas.
—El deseo de verlo desnudo y poder lamerlo y amarlo como se
merece no me ha dejado pensar en otra cosa —declaró con ardor.
—Y ¿a qué estás esperando? —le retó la joven.
—A que me dijeras esto —aseveró con una mirada depredadora
reflejada en sus ojos negros.
Se abalanzó sobre ella como un ave rapaz hace con su presa y se
apoderó de sus dulces labios. Con cierta brusquedad, debida a la pasión que
recorría todo su cuerpo, envolvió un mechón de los sedosos rizos rojizos de
su esposa en el puño y le echó la cabeza hacia atrás para lamer su garganta.
Tenía un cuello precioso y había aprendido que dedicarle atención a aquella
zona prendía la llama que había dentro de ella.
La pasión de ambos parecía consumirles. Sus lenguas se
entrelazaban en besos salvajes que les hacían temblar de puro deseo. Se
quitaron la ropa el uno al otro de forma apresurada sin dejar de tocarse y
devorarse, ya que no hacerlo suponía para ellos una dulce tortura.
Las manos de Arran aferraron las redondas nalgas de Catriona para
apretarla contra su erección, que clamaba estar dentro de ella. De manera
instintiva, la joven comenzó a frotarse contra él, haciéndole emitir un ronco
gruñido.
Arran se aproximó a su oído y le susurró promesas prohibidas sobre
todas las cosas con las que fantaseó hacerle durante la fiesta mientras la
veía contonear sus caderas al son de las gaitas.
Cat respondió tomando su miembro en la mano para moverla arriba
y abajo, haciendo que los músculos del hombre se tensaran ante aquella
placentera tortura.
Arran respondió metiendo una de sus ásperas manos entre las largas
piernas femeninas, sabiendo exactamente dónde tocar, frotar y acariciar
para hacerla enloquecer. Con la que le quedaba libre cubrió uno de sus
pechos, frotando el rosado pezón con su pulgar, hasta que Catriona gimió su
nombre.
Sintiendo que estaba a punto de explotar con las atenciones que su
esposa le estaba dispensando a su dura verga, la alzó en brazos y la llevó a
la cama, para tenderse junto a ella. Metió las rodillas entre sus muslos,
obligándola a separarlos, para introducirse entre sus pliegues, que por la
humedad que notaba en ellos, sabía que estaban preparados para recibirle.
—Estar dentro de ti es como subir al paraíso —declaró con voz
ronca.
—No creo que el paraíso pueda compararse con esto que sentimos
cuando estamos juntos —repuso Cat con los ojos brillantes por la pasión.
Apoyándose en los codos, bajó la cabeza hasta sus pechos, en los
que trazó lentos círculos con su lengua, prestando especial atención a
aquellos pezones que eran los más dulces que probó en toda su existencia.
Catriona le rodeó la cintura con sus largas piernas para que sus
penetraciones fueran más profundas. Arran volvió a besar sus labios,
penetrándola con la misma intensidad que su lengua lo hacía dentro de su
boca.
Cat gritó y le clavó las uñas en los hombros provocándole una
mezcla de dolor y placer que le hizo gruñir.
Las acometidas se volvieron más rápidas y profundas haciendo que
el lecho golpeara fuertemente contra la pared. Los gemidos y jadeos de
Catriona se volvieron incontrolables hasta que se aferró con fuerza a él
gritando su nombre.
Arran se dejó ir también y se derramó dentro de ella, apoyando la
frente contra la de su esposa plenamente satisfecho.
Permanecieron inmóviles y unidos unos minutos más, sintiendo que
sus cuerpos aún se estremecían por el placer vivido.
—Ha sido increíble —murmuró Cat besando su fuerte hombro.
—Tú eres increíble, pelirroja —respondió alzando la cabeza para
poder admirar su bello rostro.
Le acarició la mejilla retirando alguno de sus rizos sudorosos de la
frente.
—Te amo, Arran —susurró la joven de sopetón, incapaz de retener
por más tiempo sus sentimientos.
El cuerpo del hombre se tensó y lo único que pudo hacer como
respuesta fue besarla en los labios. Ya sabía que su esposa le amaba, sin
embargo, escucharlo lo convertía en algo mucho más real y le hacía sentirse
aterrado.
Capítulo 24

Permanecieron una semana más en el clan Hunter antes de regresar a casa.


Catriona estuvo atenta a las señales de su cuerpo tras las
insinuaciones de su madre de que podía estar en estado y, por las náuseas
matinales y la falta de periodo, creía que podía estar en lo cierto.
De todos modos, decidió esperarse a estar completamente segura
antes de darle la buena noticia a su esposo, no quería que se hiciera
ilusiones en vano.
Aquella mañana, nada más amanecer, Arran se marchó junto a
Donald para solucionar un conflicto que existía entre dos aldeanos, y
Catriona aprovechó para ir a recolectar algunas hierbas.
A las puertas del castillo estaba Macauley tirando algunas
piedrecitas pequeñas contra otra más grande.
—Buenos días, Mac —le saludó.
—Hola —respondió sin mirarla.
—¿Qué haces?
—Aburrirme.
—¿Te apetece acompañarme a recoger algunas hierbas? A una mujer
siempre le viene bien contar con un muchacho fuerte y valiente cuando se
adentra en el bosque.
Los ojos azules del jovencito se clavaron en ella, decidiendo qué
hacer.
—Puedo enseñarte para qué sirven las plantas que recolectaremos
—insistió.
—Está bien —aceptó acercándose a ella y cogiéndole la cesta que
llevaba Cat entre las manos—. Permíteme ayudarte.
—Es todo un detalle —le agradeció con una sonrisa.
Catriona comenzó a explicarle que aprendió todo lo que sabía de las
propiedades de las plantas gracias a su abuela materna, que murió cuando
ella tenía catorce años. Desde que era una niña, sintió curiosidad por lo que
ella sabía hacer y el modo en que era capaz de sanar las dolencias de las
personas con una sencilla infusión o un ungüento.
Macauley también mostraba bastante interés por todo lo que Cat le
explicaba.
—¿Qué es lo primero que hace un curandero cuando tiene que
atender a un paciente?
—Preguntarle qué es lo que le ocurre es lo principal —bromeó
sonriente.
—¿Y si estuviera inconsciente y no pudiera responder?
—En ese caso, le quitaría toda la ropa para poder examinarle y ver
si encontramos alguna lesión o moretón que pueda indicarnos cual es el
problema —le explicó con calma—. Si encontramos magulladuras, huesos
rotos o alguna otra herida abierta, habría que lavarlas muy bien para evitar
infecciones y después, yo pondría salvia sobre las heridas sangrantes, si es
que hubiera, presionándolas con un paño limpio para que dejaran de
sangrar.
—¿Salvia? ¿Qué aspecto tiene esa planta?
Catriona rebuscó en su cesta sacando unos tallos alargados, con
hojas de un tono verde grisáceo coronadas por flores de color rosado.
—Esto es salvia. —La puso sobre la mano del muchachito, que se la
acercó a la nariz para olerla—. Es una planta muy útil, no solo hace que las
heridas dejen de sangrar, sino que también evita que empeoren y ayuda a
que se curen antes. Además, si haces un ungüento mezclándola con tomillo
o menta, su efecto aún es más potente.
—Me parece muy interesante todo lo que me cuentas —confesó
Macauley.
—¿Te apetece que te explique más cosas sobre las plantas
medicinales? Estaría dispuesta a que nos reuniéramos un ratito cada día
para enseñarte lo que sé.
—¿Harías eso por mí? —inquirió ilusionado.
—Me encantaría hacerlo.
Un par de pájaros revolotearon entre los árboles y Macauley dio un
respingo a la vez que se cubría el rostro con los antebrazos.
—Tranquilo, Mac, solo eran unos pajarillos —trató de
tranquilizarlo.
—Yo… me asusté —reconoció sonrojándose.
—¿Te asusta que vuelvan a atacarte?
El jovencito asintió e, inconscientemente, se llevó la mano al lugar
donde tenía la cicatriz que le dejó la flecha.
—Aunque a veces pienso que mi lugar está junto a mis padres —
reconoció en un susurro.
—No, ni hablar —negó Cat con seguridad tomando el aun aniñado
rostro entre las manos—. No quiero que digas eso ni en broma, Mac. Te
queremos y necesitamos que estés aquí con nosotros, somos tu familia.
—Catriona…
—Tu sobrino necesita que estés aquí cuando nazca —le dijo
interrumpiéndole y llevando las manos a su plano vientre.
Macauley abrió la boca, comprendiendo a qué se refería.
—Vas… vas a tener un bebé.
—Eso creo, y eres el primero en saberlo —le dijo sonriente—. Te lo
he contado porque confío en ti. ¿Prometes guardarme el secreto hasta que
esté segura del todo y se lo diga a tu hermano?
—Te doy mi palabra de que no le diré nada a nadie —respondió con
solemnidad.
—Muchas gracias. Sabes que tú también puedes confiar en mí,
¿verdad?
Los ojos azules de Macauley mostraron duda.
—Jamás haría nada que pudiera ponerte en peligro.
—¿Por qué ibas a ponerme en peligro? —inquirió extrañada.
—Yo… —Miró en todas direcciones cerciorándose de que estaban
solos—. Las personas en las que más confiamos pueden ser las que ocultan
los mayores secretos.
—¿Qué quieres decir con eso? —insistió, sabiendo que estaba a
punto de revelarle algo muy importante.
—Quiero decir…
—Ha llegado un emisario real —le interrumpió Colin apareciendo
de sopetón.
—¿Un emisario real? —repitió Catriona poniéndose en pie y
temiendo lo peor.
—Al parecer, el rey solicita la presencia de Arran en la corte.
La joven empalideció y sintió que le costaba respirar.
—Ha pedido que preparemos su montura para partir cuanto antes —
prosiguió diciendo el guerrero.
Cat se giró hacia Macauley.
—¿Te importa que sigamos con esta conversación más tarde?
—Claro —respondió el chiquillo asintiendo antes de marcharse a
toda prisa.
—¡No te alejes demasiado! —le pidió a gritos para que pudiera
oírla.
—No te preocupes por él, conoce el bosque a la perfección —le
aseguró Colin acercándose más a ella.
—No es eso lo que me preocupa —se lamentó.
—¿Quieres que vaya a echarle un ojo?
Catriona posó las manos en sus brazos.
—¿Me harías ese favor?
—Por supuesto, sobre todo si te pones tan efusiva —bromeó
sonriendo de medio lado.
La joven retiró las manos de sopetón con las mejillas arreboladas.
—Lo siento.
El guerrero soltó una carcajada.
—No te disculpes, somos amigos —repuso guiñándole un ojo—. Y
tranquila, que no le dejaré solo, seré su sombra —le aseguró antes de
alejarse siguiendo las huellas de Macauley.
Catriona sonrió y negó con la cabeza. Era cierto, Colin se había
convertido en otro de sus amigos.
—De acuerdo, vamos a ver cómo podemos convencer a tu padre de
que no se marche —murmuró posando una de sus manos sobre el vientre.

***

—No puedes marcharte otra vez, hace muy poco que llegamos.
—Lo sé, Catriona, pero sabía que me exponía a esto cuando acepté
su propuesta —respondió con calma mientras metía un par de camisas en su
petate.
—Lo comprendo, sin embargo, hay algo que le preocupa a
Macauley y estoy a punto de averiguar qué es.
—Lo único que le sucede a ese muchacho es que no sabe lo que
hacer para desafiarme constantemente —repuso con cansancio.
—No, tengo la intuición de que es algo importante.
—No puedo rechazar la petición de nuestro monarca por una
estúpida intuición —espetó mirándola de frente con las manos en las
caderas.
Cat se plantó ante él y alzó el mentón.
—Si no lo haces por eso, hazlo por mí, creo que estoy embarazada.
El ceño de su esposo se frunció profundamente.
—¿Lo crees?
—Estoy casi segura.
Percibió como procesaba aquella información.
—Trataré de volver cuanto antes.
—¿Cómo? ¿Te acabo de decir que es posible que lleve un hijo tuyo
en el vientre y solo se te ocurre decirme que volverás cuanto antes? —
inquirió dolida.
—Catriona, no puedes ser tan caprichosa, entiende que me he
comprometido con el rey.
—Te comprometiste antes conmigo al casarnos —le echó en cara—.
Pero tranquilo, no voy a insistir más, has dejado muy claras cuáles son tus
prioridades.
Con paso airado salió de la alcoba dando un portazo.
Arran fue tras ella.
—¡Catriona, ven ahora mismo! —le exigió a voz en grito—. No
hemos terminado de hablar.
Su esposa no le hizo caso y aceleró el paso para que no pudiera
detenerla.
—¿Problemas conyugales? —preguntó Donald a sus espaldas en
tono de guasa.
—No está de acuerdo con que me marche a la corte.
—¿Puedes culparla? —inquirió enarcando una ceja.
Arran suspiró.
—No, la verdad es que no —negó, regresando a la alcoba seguido
del guerrero—. En especial, teniendo en cuenta su estado.
—¿Su estado?
Arran se pasó las manos por el cabello tratando de disipar la
confusión que sentía.
—Acaba de decirme que es probable que esté en cinta.
—¿Y vas a marcharte de todos modos? —preguntó con tono de
reproche.
—¿Tienes algo que decir al respecto? Porque te advierto que no es
mi mejor día —dijo a la defensiva.
—Solo quiero que pienses en lo sensible que debe sentirse tu
esposa. Es posible que porte al próximo laird Hamilton en su vientre. ¿Te
das cuenta de la carga que supone eso para ella?
—¿Insinúas que debo rechazar la petición del rey?
—No, solo digo que deberías pensar bien si te merece la pena el
acuerdo al que has llegado con él —respondió posando una mano sobre su
hombro—. ¿Estás dispuesto a perderte el nacimiento de tu hijo? ¿Sus
primeros pasos o palabras? ¿Estás preparado para ser el padre ausente que
solo pasa cortas temporadas en casa? Si es así, adelante, yo te apoyaré como
he hecho siempre. Sin embargo, si crees que ese no es el tipo de padre que
quieres ser, estás a tiempo de buscar el modo de decirle a nuestro monarca
que no puedes formar parte de su ejército porque tu esposa y tu clan te
necesitan —tras soltar su discurso, se marchó para que pudiera reflexionar
sobre lo que le dijo.
Arran se quedó a solas dándole vueltas a sus palabras. Claro que no
quería convertirse en esa persona que Donald acababa de describir, siempre
quiso ser un padre igual de bueno que el suyo. Uno al que pudieran respetar
y admirar, el tipo de hombre que antepondría su familia a cualquier cosa.
Por otro lado, la idea de ser padre le aterraba hasta el punto de
dejarlo casi paralizado. De repente, le costaba respirar y sus manos le
temblaban. Ahora no solo tenía a una mujer que perder, en breve, también a
un hijo al que no condenaría a verle morir en batalla, como le sucedió a él.
Capítulo 25

Catriona sentía deseos de echarse a llorar, sin embargo, luchaba con todas
sus fuerzas para no derramar ni una sola lágrima más. Quiso esperar a estar
completamente segura para decirle a Arran que era muy probable que un
bebé estuviera creándose en su vientre, pero las circunstancias la empujaron
a soltarlo de repente, con la esperanza de que eso le hiciera cambiar de
opinión.
No obstante, como buen cabezota que era, se mantuvo firme en su
decisión, demostrando que nada le importaba más que su estúpido orgullo,
ni siquiera su futuro hijo.
Se detuvo y cerró los ojos, respiró hondo varias veces para tratar de
calmarse. Aquel sería el último desprecio que le haría, lo juraba por el alma
de su difunto padre. Saldría adelante con su hijo, tanto si Arran se implicaba
en su crianza como si no.
De todos modos, ya tendría tiempo para preocuparse por eso, lo
importante ahora era hablar con Macauley y que terminara de contarle lo
que estaba ocurriendo.
—Siobhan, ¿has visto a Mac? —le preguntó a la sirvienta que
pasaba por allí.
—No, no lo he visto. ¿Por qué? ¿Pasa algo?
—No estoy segura —respondió mirando alrededor.
Junto a un árbol atisbó a ver a Colin, que parecía estar cortejando a
Kathryn, a juzgar por el rubor que teñía sus mejillas y la sonrisa tímida que
se dibujaba en sus labios.
¿Qué hacía allí? ¿Le prometió que no se separaría del jovencito?

Las personas en las que más confiamos pueden ser las que ocultan
los mayores secretos.

Las últimas palabras que intercambió con Macauley acudieron a su


mente e hicieron que se le erizara la piel.
—Siobhan, quiero que trates de retener a Arran para que no se
marche, si es necesario, invéntate una mentira, como que me he partido el
cuello o que Fjord Castle está ardiendo… ¡Lo que sea!
—Me estás asustando, Cat. ¿Qué es lo que ocurre?
—Aún no estoy segura —respondió antes de salir corriendo hacia el
bosque.
Volvió al último lugar donde estuvo con el niño, sintiendo el
corazón acelerado.
—¡Macauley! —gritó con desesperación—. ¡Mac!
Miró el suelo en busca de huellas, pero nunca fue buena siguiendo
un rastro. Escrutó los árboles desde donde la observaban un par de
pajarillos, y le vino a la mente el momento en el que Ellie MacQuarie le
explicó que hablaba con ellos.
—Dios, esto es una auténtica locura —murmuró para sí misma antes
de acercarse a las aves—. Por favor, os lo suplico, decidme dónde puedo
encontrar a Mac.
Como era lógico, los pájaros no respondieron, pero una bandada
revoloteó unas millas más allá, como si algo las hubiera asustado.
—Gracias —espetó antes de dirigirse hacia allí a la carrera.
Conforme se iba acercando al lugar, su corazón latía más y más
fuerte y se desbocó al ver el cuerpo del muchachito tirado en el suelo.
—¡Mac! —gritó arrodillándose junto a él.
Aún respiraba, pero tenía una brecha que sangraba copiosamente en
la frente, junto al nacimiento del pelo.
—¿Catriona? —la voz de Colin hizo que se sobresaltara.
—No te acerques a nosotros —le exigió, cogiendo con disimulo una
piedra que había junto a ella y poniéndose en pie.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué me miras de ese modo? ¿Y qué le ha
pasado a Macauley?
Trató de acercarse más, pero Catriona le lanzó la piedra con fuerza,
acertando de lleno en su pómulo y arrancándole un quejido.
—Tú sabes lo que le ha ocurrido —respondió entre dientes—. Al
principio no entendí a qué se refería Mac cuando me dijo que las personas
en las que más confiamos pueden ser las que ocultan los mayores secretos,
pero cuando te vi coqueteando con Kathy y sin preocuparte por él, cuando
me prometiste que no le dejarías solo, lo vi todo claro.
—¿Piensas que le he atacado yo? —inquirió sorprendido—. Eso es
absurdo. Además, yo no lo dejé solo.
Cat enarcó una ceja.
—¿A qué te refieres? ¿Con quién dejaste a Mac?
—Conmigo —respondió Donald apareciendo de golpe y
atravesando con su espada desde atrás a Colin.
—¡No! —gritó la joven horrorizada al ver la expresión de dolor del
guerrero, que cayó de rodillas al suelo en cuanto la afilada hoja salió de su
cuerpo—. Colin —sollozó viendo como su camisa comenzaba a empaparse
con su sangre.
—Es una lástima, era un buen guerrero, no entraba en mis planes
tener que matarlo —comentó Donald limpiando la espada en la camisa del
joven, que gemía dolorido.
—Has sido tú —murmuró con desprecio y los ojos anegados en
lágrimas por no poder ayudar a Colin, que parecía estar herido de gravedad
—. Has sido tú todo el tiempo.
El hombre sonrió.
—Jamás lo hubieras dicho, ¿verdad? —alardeó—. Se me da muy
bien interpretar el papel de guerrero abnegado y preocupado por los hijos de
su mejor amigo.
—¿Por qué has atacado a Macauley? Es solo un niño.
—No es nada personal, pero no estoy dispuesto a estar bajo las
órdenes de unos estúpidos críos a los que he visto nacer y que no están
preparados para ocupar el puesto de laird. Soportaba que lo hiciera su
padre, incluso, en cierto modo, le admiraba por la forma en que llevaba el
clan, pero Arran no está a su altura. Yo soy la mejor opción para ser el señor
de Fjord Castle.
Catriona negó con la cabeza.
—Un cobarde desleal y traicionero como tú jamás sería un laird
digno —le soltó con desprecio.
—¡No tienes ni idea! —bramó con el rostro rojo de rabia—.
Mientras Arran y su padre estuvieron en la guerra, ¿quién se ocupó de que
todo fuera bien? ¿Quién cuidó de los Hamilton? Fui yo. ¡Yo! —Se clavó el
dedo índice en el pecho, señalándose—. Incluso cuando decidió ir en busca
de la loca de su hermana, yo me quedé al mando. Todo el mundo me felicitó
y me dijo la gran labor que estaba ejerciendo. ¿Cuándo le han dicho eso a
Arran? Te lo diré yo, ¡jamás!
»Ahora, además, ha aceptado unirse al ejército real, sin importarle
que esa decisión puede perjudicarnos a todos. Por suerte, he sembrado en él
la semilla de la culpa para que la rechace en cuanto llegue a la corte, y,
conociéndole como le conozco, sé que lo hará. Puede que sea un gran
guerrero, pero es débil.
Cat se dio cuenta de que Macauley comenzaba a despertarse y debía
distraer a Donald para que centrara su atención en ella y no en el jovencito.
—¿Así que tu plan es matar a Arran y a Mac para poder convertirte
en el laird de los Hamilton? —inquirió caminando lentamente hacia un lado
para que el muchachito saliera de su campo de visión—. ¿Y qué piensas
hacer conmigo? ¿Vas a matarme también ahora que sé toda la verdad?
—En principio, pensé en ser un buen hombre y consolar a la
apenada viuda, ofreciéndome a casarme con ella para que pudiera seguir
siendo la señora del clan, pero desde que me enteré de que portas al hijo de
Arran en tu vientre, mis planes cambiaron.
—¿Serás capaz de asesinar a una mujer embarazada?
Donald se encogió de hombros.
—No representa para mí ningún problema.
—Eres el ser más despreciable que he conocido nunca —espetó,
viendo por el rabillo del ojo como Mac comenzaba a incorporarse.
—Eso es porque has visto poco mundo, querida. Te lo digo yo, que
fui abandonado por mis padres en medio del bosque con solo siete años. No
sabes las cosas que tuve que hacer para sobrevivir y las personas horribles
con las que me crucé antes de acabar aquí —aseveró dando un par de pasos
hacia ella—. Por eso, no voy a permitir que nadie me arrebate lo que con
tanto esfuerzo he conseguido.
—Lo que habías conseguido es el cariño y el respeto de Arran y el
resto de su familia, pero ni siquiera eso te mereces.
Macauley, un tanto tambaleante, se puso en pie a espaldas de
Donald, llevándose una mano a la cabeza. Catriona, temiendo que se
volviera y le matara del mismo modo que hizo con Colin, se abalanzó sobre
él, que, al ser pillado de improviso, cayó de espaldas al suelo con ella a
horcajadas sobre su cuerpo.
—¡Corre, Mac! —le pidió.
El jovencito la miró asustado, decidiendo si debía dejarla a solas con
ese monstruo.
—¡Corre y ve a buscar ayuda! —gritó de nuevo antes de que Donald
la abofeteara para quitársela de encima.
—¡Maldita perra! —rugió furioso viendo como Macauley se alejaba
a toda prisa—. Acabas de poner en peligro la vida de más personas. Tendré
que matar a quien sea que sepa mis planes, así que reza para que ese niño
consentido no le cuente a nadie lo que está ocurriendo.
La cogió con fuerza por el cabello, se puso en pie y la obligó a hacer
lo mismo.
—Todos van a descubrir tu verdadera cara y yo me reiré desde la
tumba —se jactó, sabiendo que iba a morir.
—Eso no sucederá nunca porque voy a acabar de una vez por todas
con ese escurridizo mocoso que parece tener más vidas que un gato.
Ante ellos, medio escondida entre los árboles y la maleza, apareció
una caseta medio destartalada. Abrió la puerta de golpe y la arrojó con
fuerza dentro, haciendo que cayera con brusquedad sobre su tripa.
—No tengo tiempo para matarte porque he de atrapar a Macauley,
pero en cuanto vuelva, tú y yo vamos a divertirnos —dijo con lascivia antes
de encerrarla dentro.
Cat se sentó y colocó las manos en su vientre notando unos fuertes
dolores que la hicieron temer por la vida del bebé que intuía que portaba
dentro.
Se incorporó y trató de abrir la puerta, pero, a juzgar por el ruido de
una cadena al moverla, supo que estaba atrapada.

***

Macauley corría todo lo que sus piernas le permitían. El mundo a su


alrededor daba vueltas a causa del golpe que Donald le dio en la cabeza con
la empuñadura de su espada. Siempre sospechó de él porque cuando Arran
estaba lejos del clan, notaba que su carácter cambiaba, se volvía más frío y
controlador.
Llegó a los establos y vio que el caballo de su hermano ya no estaba
allí, cosa que le indicaba que había partido hacia la corte.
Con dificultad a causa del mareo, subió a uno de los caballos, pese a
no estar ensillado, y le apremió a salir de las caballerizas a toda prisa. Tomó
el camino que le llevaba al embarcadero rezando para que Arran aún no
hubiera subido a la barcaza. Sabía que la vida de Cat estaba en serio peligro
y él era el único que podía hacer algo por salvarla.
Capítulo 26

Arran decidió partir cuanto antes para poder explicarle al rey la nueva
situación y volver a casa. Trató de encontrar a su esposa, pero no se hallaba
en el castillo, ni su hermano tampoco, por lo que supuso que andarían
juntos por el bosque, seguramente enfadados con él, como ya se había
convertido en costumbre.
Tampoco encontró a Colin, así que lo más probable era que
estuviera con ellos, protegiéndoles, cosa que le dejó más tranquilo. De
todos modos, tenía instalada en su pecho una extraña sensación de que un
peligro inminente estaba por llegar, y se iba incrementando con cada paso
que se alejaba de Fjord Castle.
Otra cosa que le atormentaba era que parecía que cualquier persona
era capaz de entender a su esposa mejor que él, y, en el fondo, sabía que era
culpa suya. ¿Por qué no era capaz de tratarla con delicadeza, como veía
hacer a Duncan con su hermana? ¡Menudo bruto estaba hecho!
De repente, Sealgair, que hasta aquel momento iba tranquilamente
sobre su hombro, comenzó a revolotear como si hubiera sentido que alguien
se aproximaba.
Se llevó el índice a los labios para pedirles a los dos guerreros que le
acompañaban que guardaran silencio y volvió su caballo hacia los árboles
que sobrevolaba el halcón en aquellos momentos. Cogió el arco de su
espalda y colocó una flecha, preparado para disparar si se trataba de algún
atacante. Escuchaba los rápidos pasos de un caballo cada vez más cerca, así
que tensó la cuerda y esperó al momento exacto. Justo cuando iba a lanzar
la flecha, la imagen de su hermano cabalgando hacia él a la velocidad de un
rayo le hizo que bajara el arma.
—Dios, Macauley, ¿qué estás haciendo? He podido matarte.
El muchachito detuvo su montura junto a la suya, y un par de
lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
—Es Cat, está en peligro.
El corazón de Arran se detuvo.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué está en peligro?
—Donald ha vuelto a intentar matarme y ella lo ha descubierto —le
explicó con la voz entrecortada por el llanto que era incapaz de controlar.
—¿Donald? —No podía creer lo que acababa de oír—. ¿Qué… qué
estás diciendo?
—Fue él —aseveró mirándole a los ojos—. Él es el traidor que me
atacó en el bosque.
Arran sentía una fuerte presión en el pecho, hubiera desconfiado de
cualquier persona excepto de Donald. ¡Si era como un segundo padre para
él!
—¿Dónde está Catriona? —preguntó tratando de mantener la mente
fría.
—Distrajo a Donald para que yo pudiera escapar, él la tiene.
Arran apretó los dientes con rabia, si le tocaba un solo pelo, le haría
sufrir antes de darle muerte.
—¿Dónde os encontrabais cuando huiste?
—En el bosque, cerca del gran álamo.
Arran asintió y se colocó el arco a la espalda.
—Llevad a mi hermano al castillo e informad al resto de guerreros
de la traición de Donald, yo iré en busca de mi mujer —les dijo a los dos
guerreros que estaban junto a ellos antes de poner su caballo al galope
tomando la determinación de que, por mucho que le doliera, mataría a
Donald por todo lo que estaba haciendo.

***

Catriona estaba asustada por su bebé, pero sabía que en aquellos


momentos no podía parar a lamentarse, debía escapar cuanto antes, o
cuando Donald regresara, no dudaría en matarla.
Trató de hallar algo para poder forzar la puerta, pero no tenía nada a
su alcance en aquel diminuto cuchitril, así que toqueteó todas las tablas
hasta dar con un par que se encontraban un tanto sueltas. Comenzó a tirar
de ellas con todas sus fuerzas, clavándose astillas en los dedos, aunque
ignoró el dolor porque estaba luchando por su vida.
Las tablas, roídas por la lluvia y la carcoma, comenzaron a ceder y
pudo romperlas hasta crear un hueco que quedó pegado al suelo. Se arrastró
para pasar por él y, con el corazón desbocado, echó a correr hacia el
castillo.
Cerca del río escuchó las voces de las sirvientas que, con toda
seguridad, estarían lavando la ropa.
—¡Por Dios, Cat! —exclamó Kathryn al verla llegar con el vestido
lleno de barro y la mejilla enrojecida e hinchada por el bofetón que le dio el
desleal guerrero—. ¿Qué te ha pasado?
—Donald me ha golpeado —les explicó entre jadeos a causa de la
carrera que acababa de pegarse—. Él fue quien atacó a Macauley y a Arran.
—¿Cómo estás tan segura de eso? —quiso saber Siobhan
acercándose más a ella para tranquilizarla—. Donald es uno de los
guerreros más leales que conozco.
—Eso finge ser, pero él mismo me lo contó. —Se dobló en dos al
sentir otro fuerte pinchazo en el vientre.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás bien? —inquirió Kathy con preocupación.
—Estoy… embarazada y me he golpeado la tripa con fuerza cuando
Donald me lanzó al suelo.
—¿Embarazada? —repitió la sirvienta morena.
—No estaba del todo segura, por eso no os dije nada —se excusó—.
Debemos volver al castillo, aquí no estamos a salvo.
—Estoy de acuerdo —asintió Siobhan—. No estáis a salvo —repuso
antes de darle un puñetazo tan fuerte a Kathryn que la hizo caer al suelo,
perdiendo el conocimiento.
—¡Santo Dios! ¿Qué haces?
—Creo que es más que evidente —dijo sonriendo de manera
siniestra—. Donald no es el único que cree que sería el laird idóneo para los
Hamilton.
Catriona comenzó a recular cuando vio como se sacaba una daga de
entre las faldas.
—Así que eras conocedora de su traición y has estado
encubriéndole.
—No solo eso, yo misma fui la que golpeó a Arran —respondió
orgullosa de ello—. Por desgracia, no lo hice lo bastante fuerte como para
matarlo y no me dio tiempo a apuñalarle porque apareciste de repente
dando voces.
—¿Qué ganas tú con todo esto?
—Es muy sencillo, cuando Donald ocupe el puesto de laird, nos
casaremos y seré la señora del clan —respondió sin dejar de avanzar hacia
ella—. Se acabaron los madrugones, las manos heladas por lavar la ropa en
pleno invierno y las faltas de respeto por parte de las personas que se creen
mejores que una simple sirvienta.
—Yo jamás te he faltado el respeto, te he tratado siempre como a
una buena amiga —dijo dolida por su traición.
—Es cierto, por eso me será tan difícil deshacerme de ti. Le pedí a
Donald que te dejáramos marchar cuando hubiéramos acabado con Arran y
estuvo de acuerdo, pero las cosas han cambiado.
—¿Tú crees que esa era su verdadera intención? —inquirió con una
ceja enarcada sin poder retroceder más, pues se encontraba al borde de la
escarpada ladera—. Porque me contó hace un momento que su plan era
convertirse en el esposo de la afligida viuda, es decir, mi esposo.
—Eso no es cierto. ¡Mientes! —gritó abalanzándose sobre ella con
la daga en alto.
Ambas mujeres forcejearon. Cat le asestó un rodillazo en el
estómago consiguiendo que la daga saliera disparada de su mano. Siobhan
le arañó la cara dejando las marcas de sus uñas en la mejilla que tenía
hinchada.
—Eres una maldita traidora —soltó Catriona entre dientes—. Da
igual el lugar que ocupes dentro del clan, nunca serás nada más que una
mala persona.
—Es probable que tengas razón, aunque lo importante es aparentar
lo contrario y yo lloraré mucho sobre tu tumba para que nadie sospeche de
mi implicación en tu muerte —sentenció antes de darle un empujón que la
hizo rodar ladera abajo.
Capítulo 27

Catriona entreabrió los ojos sintiendo el cuerpo dolorido. Estaba


desorientada y no sabía exactamente dónde se encontraba. En algún
momento de la caída se golpeó la cabeza y perdió el conocimiento.
Como pudo, logró ponerse en pie y sintió correr por sus piernas un
húmedo calor. Al mirar hacia abajo, vio sus faldas manchadas de sangre y
supo que acababa de perder al bebé que estaba esperando.
—¿Cat? —la voz de Kathryn, que llegaba hasta ella, la sobresaltó.
Tenía la cara ensangrentada y la nariz un tanto torcida, lo que daba
muestras de que Siobhan se la había roto.
—Kathy, ¿cómo has llegado hasta aquí?
—Me desperté justo en el momento en que Siobhan te arrojaba por
la ladera y me escabullí hasta aquí por el lado menos escarpado para
intentar ayudarte, aunque temí que hubieras muerto por la caída —
reconoció llorosa.
—Parece que Dios tiene otros planes para mí.
Con dificultad, fue hacia la sirvienta, que puso una expresión
horrorizada al ver que a cada paso que daba iba dejando un pequeño rastro
de gotas rojas.
—Cielos, Cat. ¡Estás sangrando! —se alarmó.
Le pasó el brazo por encima de sus hombros y la agarró por la
cintura para ayudarla a caminar.
—No te preocupes, estoy bien.
—Debes tener alguna herida…
—He perdido al bebé, eso es todo —la interrumpió manteniendo la
compostura y conteniendo las ganas que sentía de echarse a llorar.
En los ojos castaños de la sirvienta pudo percibir su tristeza, a ella
también le gustaría compadecerse de sí misma, pero no era el momento. Ya
tendría tiempo para lamentarse cuando estuvieran fuera de peligro y se
asegurara de que Macauley no había sufrido ningún daño.
—Volvamos a Fjord Castle, estoy muy preocupada por Mac.
Apoyada en Kathy, ascendieron la colina por la parte más accesible.
Catriona notaba malestar en cada parte de su cuerpo, aunque debía pasarlo
por alto o no daría un paso más, su instinto de supervivencia la hacía seguir
adelante.
—¿Puedes morir de una maldita vez? —espetó Siobhan apareciendo
de repente cuando llegaron a lo alto de la ladera.
Se abalanzó sobre Cat con la daga en la mano tratando de clavársela
en el corazón. Catriona peleaba por intentar impedírselo con todas sus
fuerzas, pero estaba demasiado golpeada y dolorida.
Por suerte, Kathryn pasó un brazo en torno al cuello de la que fue su
amiga tirando de ella hacia atrás para ayudarla.
—Ya basta, Siobhan.
Ambas cayeron de espaldas liberando a Cat.
—¡Eres una estúpida, Kathy! —vociferó la morena poniéndose en
pie y señalándola con el puñal—. Yo podría haberte ayudado para que
dejaras de ser una sirvienta. Te habría presentado a un buen hombre con
dinero con el que poder casarte.
—Yo no quiero un hombre con dinero, amo a Colin —contestó la
rubia levantándose con prudencia.
Aquella afirmación hizo que el corazón de Catriona se encogiera.
—Oh, Kathy, lo lamento —sollozó Cat—. Colin… él… Estábamos
cerca del gran álamo cuando Donald le hirió de gravedad, es probable que
en estos momentos esté… —no logró terminar la frase, era incapaz de
decirle que podría estar muerto.
—¡Nooo! —gritó la sirvienta con el rostro desencajado por el dolor
que estaba experimentando—. No puede ser.
—Lo siento —respondió Catriona llorando junto a ella.
—No te preocupes, vas a reunirte con él ahora mismo —enfatizó
Siobhan alzando la daga para apuñalarla.
Cat la embistió para impedírselo, haciendo que ambas rodaran de
nuevo colina abajo. Aterrizó de espaldas sobre la hierba, ya que aquel lado
era menos escarpado y rocoso.
Se puso en pie con la rapidez que su cuerpo magullado le permitió.
Siobhan permanecía tumbada de frente, no se movía, así que, con cautela,
usó el pie para zarandearla. No hubo reacción alguna, pero un charco de
sangre comenzó a formarse debajo de ella.
La agarró por uno de sus brazos y usando las fuerzas que le
quedaban, la volvió y reparó en que la daga que llevaba en la mano
segundos antes estaba clavaba en su cuello.
Se santiguó ante su cuerpo sin vida, convencida de que esa mujer, a
la que consideró su amiga, ardería por toda la eternidad en las llamas del
infierno.
—¡Cat! —oyó gritar a Kathryn desde lo alto de la pendiente.
—Estoy bien —respondió dirigiéndose hacia ella y dejando a
Siobhan yaciendo sobre la hierba ensangrentada.
Kathy la abrazó cuando llegó hasta ella con cuidado de no hacerle
daño.
—¿Siobhan está…?
Catriona asintió a modo de respuesta.
—Tengo que ir a ayudar a Colin —sollozó—. No puedo aceptar que
esté muerto.
—Iremos juntas.
—Gracias, Cat —balbució emocionada.
—No tienes nada que agradecerme, lo último que hice fue acusarle
de ser quien atacó a Macauley y a Arran —reconoció, sintiéndose fatal por
ello.
—Jamás te guardará rencor por eso, conoce lo buena persona que
eres —le aseguró.
Catriona asintió y se secó las lágrimas con el dorso de la mano.
—Vayamos a socorrerle antes de que vuelva a rodar colina abajo,
creo que no me acercaré a una en una larga temporada —comentó Cat
mientras caminaba apoyada en Kathryn.
—Sonará mal decirlo, pero me alegro de que Siobhan esté muerta y
no pueda volver a hacer daño a nadie más —murmuró Kathy.
—¿¡Está muerta!? —exclamó Donald apareciendo de entre los
árboles.
Catriona se puso ante la sirvienta de manera inconsciente para
protegerla.
—Se apuñaló a sí misma con la daga con la que pretendía matarnos
—le dijo alzando el mentón—. Parece que la maldad acaba siendo castigada
tarde o temprano.
—Lo has estropeado todo, bruja pelirroja —siseó entre dientes—.
Va a ser un placer acabar contigo.
Alzó la espada, dispuesto a ensartarla con ella, cuando una flecha
atravesó su brazo, haciendo que se le cayera al suelo a la vez que emitía un
grito de dolor.
Arran llegaba subido a lomos de su semental y con su inseparable
halcón volando en círculos sobre su cabeza. De un salto desmontó del
caballo y enfrentó a Donald con una mirada oscura y peligrosa.
—Arran —gimió Cat aliviada al verle.
Su esposo la miró de arriba abajo estudiando cada una de las heridas
y rozaduras que a simple vista pudo apreciar, en especial, las manchas de
sangre que se apreciaban en sus faldas. Sintió deseos de ir hacia ella para
comprobar que, a pesar de su lamentable aspecto, estaba bien. No obstante,
centró su atención en el hombre al que quiso como a un padre y que ahora
era su enemigo. Le había visto las suficientes veces en batalla como para
saber que, a la menor distracción por su parte, aprovecharía para acabar con
él.
—No podía creer lo que Macauley me contó. Durante mi camino
hacia aquí he estado buscando mil razones por las que podría haber
malinterpretado la situación —repuso con voz lenta y controlada,
denotando la rabia que bullía en su interior—. Eras como un padre para mí,
hubiera dado mi vida por ti y me has traicionado de la peor manera.
El maduro guerrero se sostenía el brazo herido y le miraba con
cautela.
—Arran, escúchame…
—¡No tengo nada que escuchar de ti! —bramó furioso—. Has
intentado matar a mi hermano, a mi mujer e incluso a mí.
—A ti nunca te ataqué, no podía, Siobhan lo hizo por mí —le
contradijo—. Aunque no lo creas en estos momentos, te aprecio.
—¿Me aprecias? —rio amargamente—. Extraño modo de
demostrarlo.
—Solo quería ocupar el lugar que considero que me pertenece.
—Acabando conmigo y con todas las personas que tuvieran opción
a optar a ser laird, como mi hermano o mi hijo nonato, ¿no es cierto?
Donald apretó los dientes negándose a responder, sabía que
cualquier cosa que dijera le condenaría todavía más.
De sopetón, un grito de Kathy hizo que se volvieran hacia las dos
mujeres. Cat yacía sobre el suelo con el rostro pálido y unas marcadas
ojeras bajo sus ojos cerrados.
—¡Catriona! —espetó dirigiéndose hacia ella.
—Se ha desmayado de repente —le explicó Kathryn con
preocupación.
—Catriona. —La tomó entre sus brazos y la zarandeó levemente—.
Cat, mi amor, despierta.
—¡Cuidado!
Tras aquel grito de la sirvienta, todo sucedió muy rápido. Kathy se
situó ante Arran impidiendo que la daga que Donald empuñaba se clavara
en el corazón del laird, no obstante, acabó incrustada en el hombro de la
joven, que miraba a su agresor con ojos de terror.
Arran dejó a su esposa sobre el suelo para enfrentar al guerrero, que,
al ver su expresión enfurecida, echó a correr, pero ya no iba a darle más
tregua.
Lo persiguió y lo acorraló contra un árbol. Quería que le mirara a
los ojos cuando le diera muerte, así que lo tomó con brusquedad por el
brazo y lo volvió hacia él antes de apoyar la fría y afilada hoja contra su
garganta.
—Lo primero que me enseñaste cuando me entrenabas para que
fuera un buen guerrero era que un hombre debía pelear con honor. ¿Dónde
han quedado esas enseñanzas?
—¿Qué consiguió tu padre peleando de manera honorable? ¿Morir
en un campo de batalla?
—No eres digno de hablar de mi padre —susurró entre dientes
apretando más la espada contra su carne y haciendo que un hilo de sangre
corriera por su cuello.
—Y tú no eres digno de ser el laird de los Hamilton —espetó
cargado de rabia sabiendo que su final estaba cerca—. No eres más que un
cobarde que juega a ser un guerrero perfecto.
—Tienes razón, he sido un cobarde y no he sabido aceptar el amor
que mi mujer me ofrecía, pero si Dios me lo permite, a partir de ahora voy a
vivir para hacerla feliz y para tratar de lograr que mi familia y mi gente
vivan en paz —sentenció justo unos segundos antes de cortarle la cabeza.
Le dolió tener que hacerlo, pero Donald se sentenció él solo cuando
se atrevió a dañar a las personas a las que amaba.
Dejó el cuerpo allí tirado y volvió junto a las mujeres. La sirvienta
jadeaba a causa del dolor.
—Ten, presiona la herida con esto. —Le ofreció un girón de tela que
acababa de arrancar de su camisa.
—Tranquilo, estoy bien —le aseguró haciendo lo que le dijo.
—Kathryn…
—Lleva a Cat de vuelta a Fjord Castle… —le pidió con
determinación—. Yo he de ir a buscar a Colin
Arran asintió, valorando su valentía, y se acercó a su esposa, que
continuaba inconsciente, la tomó en brazos para colocarla con delicadeza
sobre el caballo, en el que montó de un salto y lo puso al galope.
—Por favor, Catriona, resiste —le suplicó—. Dame la oportunidad
de disculparme contigo y decirte lo mucho que te amo.
Capítulo 28

En cuanto Arran llegó a Fjord Castle mandó que llamaran a la curandera


mientras él se apresuraba a subir las escaleras y dejar a Catriona con
suavidad sobre el lecho que ambos compartían desde que volvieron de la
corte.
—Lo lamento, señor, pero la curandera fue a asistir a Colin, uno de
los guerreros lo encontró herido en el bosque y no se atrevió a moverlo
antes de que Mary le viera —le dijo Gillis, otra de las sirvientas.
Arran se volvió hacia ella con el ceño profundamente fruncido.
—¿Cuánto hace de eso?
—Solo un instante —respondió retorciéndose los dedos.
—¡Mi esposa necesita ayuda! —gritó desesperado—. Ella… ella…
—no fue capaz de decir nada más pues se le quebró la voz.
Se aproximó a la cama y se arrodilló a su lado apoyando la cabeza
sobre el brazo de su inconsciente mujer. Luchaba por contener las lágrimas
de angustia que pugnaban por escapar de sus ojos.
—Debes despertar, por favor.
Se sentía paralizado y sin saber qué hacer ni cómo actuar.
—Quizá yo pueda ayudarte hasta que regrese Mary.
La voz de su hermano hizo que se volviera hacia él.
—¿Cómo podrías hacerlo? —inquirió escéptico—. No eres más que
un niño.
—Cat me explicó qué plantas había que usar cuando alguien estaba
herido —respondió el jovencito avanzando hacia ellos—. Lo primero que
deberías hacer es quitarle la ropa para ver el alcance de sus heridas y
después, lavarlas bien para evitar infecciones —repitió a pies juntillas lo
que Catriona le dijo.
Arran se quedó mirando a su hermano pequeño unos instantes, a la
espera de hallar en él un atisbo de duda, sin embargo, el jovencito le
mantuvo la mirada firme, haciéndole saber que estaba seguro de lo que
decía.
—De acuerdo —asintió tras respirar hondo—. Gillis, ve a por agua
y paños limpios —le ordenó a la sirvienta, que se apresuró a ir a por lo que
le pedía.
—Mientras haces lo que te he dicho, iré a buscar la planta sobre la
que Cat me habló —dijo Mac, que ya se dirigía fuera de la estancia.
—Macauley —lo llamó su hermano haciendo que se detuviera y le
mirara con cautela, a la espera de algún reproche o regañina—. Gracias.
El muchacho abrió la boca, sorprendido.
—Yo… No hay de qué —repuso al fin antes de marcharse a toda
prisa.
Arran no se entretuvo más y procedió a quitarle toda la ropa a su
esposa, que se quejó cuando comenzó a moverla. Tenía todo el cuerpo
magullado, lleno de rozaduras y golpes, aunque la herida más fea estaba en
sus costillas, donde la carne se había abierto en dos y que, sin duda, le
dejaría una fea cicatriz.
No obstante, los mayores rastros de sangre se concentraban entre sus
piernas, podía ver los surcos secos que iban desde sus partes íntimas hasta
sus tobillos, haciéndole intuir que el bebé que crecía en su vientre ya no
existía.
Apretó los dientes sintiendo un profundo dolor por la pérdida de esa
incipiente vida y sabiendo que, cuando su esposa despertara, iba a sufrir por
ello.
—¡Dios santo!
La exclamación de la sirvienta al ver el estado de Catriona hizo que
se volviera hacia ella y le arrebatara la palangana y los paños de las manos.
—Puedes retirarte, yo me encargo de mi esposa.
—¿Está seguro, señor?
—Sí, tranquila, Gillis. Si vuelvo a necesitarte, te llamaré.
La mujer hizo una leve reverencia con la cabeza antes de salir de la
estancia cerrando la puerta tras ella.
Arran dejó la palangana sobre la mesita y procedió a lavarla con
suma delicadeza, rezando para sus adentros por que le volviera a mirar con
esos increíbles ojos verdes y desafiantes que poseía. Daría todo lo que tenía
por oírla retándolo de nuevo.
Unos leves toques en la puerta precedieron la entrada de Macauley,
que llegó cuando Arran había terminado de lavarla y de cubrir su desnudez
con una manta.
—¿Has visto alguna herida grave? —preguntó parándose junto a la
cama.
—Tiene una muy fea en el costado izquierdo, aunque no es mortal.
—Si aún sangra, habría que colocar estas flores de salvia sobre ella
y un trapo húmedo encima haciendo presión.
—Déjame, yo mismo lo haré. —Tomó las flores e hizo lo que el
niño le decía, con cuidado de mantener las zonas íntimas de su mujer
cubiertas—. Parece que Catriona te ha enseñado muchas cosas.
—Iba a dedicar un rato cada día para compartir sus conocimientos
conmigo, pero ahora… —se le quebró la voz al mirar su pálido rostro.
—Ni lo pienses, Catriona va a salir de esta, es demasiado testaruda
como para rendirse.
—Si solo tiene una herida en el costado, ¿por qué no despierta?
—Creo que ha perdido mucha sangre —dedujo recordando las
manchas de sus piernas—. En cuanto descanse se recuperará.
Al menos, rezaba para que así fuera.

***

Pasaron cinco días hasta que Cat volvió a abrir los ojos.
La curandera, tras detener la hemorragia de Colin —que estaba
grave, aunque fuera de peligro gracias a qué él mismo estuvo haciendo
presión sobre la herida— y coser el hombro de Kathryn, volvió a Fjord
Castle para examinar a Catriona y asegurarse de que se encontraba bien, a
pesar de los golpes que regaban su cuerpo. Ella misma les confirmó que con
tanto sangrado, era obvio que habían perdido al bebé.
—Eso no es importante ahora mismo, podremos tener otros hijos en
el futuro —dijo Arran tratando de quitarle importancia a lo ocurrido para
que Catriona no se sintiera mal.
Las madres que perdían a sus hijos nonatos solían culpabilizarse de
ello, y él no estaba dispuesto a que Cat lo hiciera.
—Yo creo que eso no pasará —murmuró su esposa con la vista fija
en el paisaje que se veía desde la ventana.
—¿Por qué dices eso? —inquirió su marido con el ceño fruncido—.
Lo que te ha ocurrido no tiene por qué impedirnos ser padres en el futuro.
—Lo ocurrido no, lo haré yo —sentenció clavando sus ojos en él—.
Voy a abandonarte.
La curandera carraspeó incómoda.
—Creo que les dejaré a solas —murmuró antes de salir de la
habitación.
—¿Vas a abandonarme? —repitió Arran con incredulidad sin prestar
atención a la anciana que acababa de marcharse—. ¿Qué demonios estás
diciendo? No puedes hacer eso.
—¿No puedo hacerlo? —la calma con la que hablaba hizo que la
piel de su esposo se erizara—. ¿Quién me lo impide?
—Yo, que soy tu marido.
—¿Acaso tú me hiciste caso cuando te pedí que no te marcharas a la
corte porque tenía un mal presentimiento?
Los remordimientos atenazaron las entrañas de Arran.
—Lo siento, tienes razón, debí hacerte caso.
—Eso ya no tiene importancia.
—Catriona…
—A partir de ahora, puedes marcharte con él rey o donde te venga
en gana, a mí ya no me importa.
—¿Y a dónde pretendes ir tú?
—He pedido que le hagan llegar una nota a mi hermano para que
venga a buscarme —respondió.
—No voy a permitir que me abandones.
—¿Estaba bien que me abandonaras tú, pero no que lo haga yo?
Arran negó con la cabeza.
—No iba a hacer tal cosa, solo me dirigía a cumplir mis
obligaciones para con el rey. De todos modos, eso ya está solucionado, le he
informado de lo ocurrido en el clan y mi imposibilidad de marcharme en
estos momentos —le explicó—. Estoy seguro de que lo entenderá.
—Me alegro por ti, aunque eso ya no me concierne, ya te lo he
dicho.
—Catriona, tienes que ser razonable…
—¡Estoy harta de ser razonable! —le cortó—. He esperado por ti
durante años. Años que he perdido creyendo que algún día te abrirías a mí y
llegarías a amarme del mismo modo en que yo te amaba.
—¿Me amabas? ¿En pasado?
Los claros ojos de Cat se llenaron de lágrimas.
—Si hubieras estado aquí, yo no habría perdido a mi bebé, así que
sí, lo digo en pasado porque ya no siento nada por ti que no sea rencor.
Aquellas palabras fueron un duro golpe para Arran, él mismo se
había reprochado su comportamiento una y otra vez. Cargaba con la muerte
de su hijo sobre su conciencia y, aun así, estaba agradecido porque su
hermano y su esposa siguieran vivos.
—Te dejaré para que te tranquilices y pienses las cosas con calma.
—No tengo nada que pensar, ya lo he meditado y es una decisión
firme.

***

Dos días después de esa conversación, Callum se presentó en Fjord


Castle hecho un basilisco.
—¿¡Que demonios le has hecho a mi hermana!? —le reprochó a
Arran antes de estamparle uno de sus enormes puños contra el rostro.
El mismo golpe lo arrojó al suelo, pero no permaneció demasiado
tiempo en aquella posición, ya que el gigantesco laird le tomó por la camisa
y le levantó de un solo tirón.
—Te prometí que si la hacías infeliz te mataría —bramó a escasos
centímetros de su rostro.
—Pues tendrás que hacerlo si has venido a llevártela contigo,
porque no te lo voy a permitir —sentenció dándole un empujón para que lo
soltara.
—Mi hermana no permanecerá ni un solo instante más en este
maldito lugar, ni siquiera has sabido protegerla —tronó, tratando de
golpearle de nuevo.
Sin embargo, esta vez Arran estaba preparado, y aunque Callum era
más alto y corpulento, él le ganaba en agilidad, así que esquivó su ataque
agachándose y aprovechando para darle un fuerte puñetazo en las costillas
que lo dejó sin aliento.
A raíz de ahí se enzarzaron en una pelea en la que ninguno de los
dos pensaba rendirse.
—¡Ya basta! —gritó Catriona desde lo alto de la escalera.
Ambos hombres volvieron la vista hacia ella, que ya tenía mucho
mejor aspecto, aunque aún se podía apreciar que había perdido peso y
que algunos moretones y raspones seguían dispersos por su rostro y
cuerpo.
—Dios mío, Cat —espetó Callum subiendo las escaleras de dos en
dos para abrazarla—. Ojalá hubiera estado aquí, no habría permitido que
esos malnacidos te hicieran daño.
—Estoy bien y eso es lo que importa —respondió la joven
sintiéndose reconfortada al estar rodeada por los familiares brazos de su
hermano.
Cuando el achuchón terminó, Catriona volvió la vista hacia su
esposo, que los observaba desde el mismo lugar donde estuvo peleando con
Callum.
—He preparado un baúl con algunas de mis cosas para poder
llevármelo, cuando esté de nuevo instalada en Túr Eilein mandaré a recoger
el resto de mis pertenencias.
—No voy a dejar que te vayas —dijo su esposo con solemnidad.
—Hamilton… —Callum iba a encararle, pero su hermana posó una
de sus manos sobre su fuerte brazo, deteniéndole.
Con paso firme, la joven descendió las escaleras y se detuvo frente a
Arran, que en esos momentos estudiaba su rostro en busca de algún atisbo
de la Catriona temperamental que conocía, pero no lo halló.
—¿Quieres que me quede? De acuerdo, lo haré, me quedaré y te
odiaré con cada fibra de mi ser por obligarme a vivir en un lugar que solo
me trae malos recuerdos —declaró con calma—. Desde que llegué aquí no
he sido feliz y siento que me estoy muriendo en vida, ¿de verdad vas a
condenarme a eso?
Claro que no, no quería que la mujer a la que amaba sufriera de ese
modo, no obstante, tampoco estaba preparado para perderla.
—Quizá, si habláramos…
—Estoy cansada de hablar —le cortó—. Ya no tengo ningún interés
en hacerlo.
—Eres mi esposa.
—Una esposa que nunca deseaste —le recordó—. El único motivo
por el que te cásate conmigo fue por unir nuestros clanes, pues bien, ya está
hecho, no es necesario que me retengas a tu lado para hundirme junto a ti en
ese lodazal de miedo y autocompasión en el que estás metido. ¡Déjame
libre!
Aquellas palabras hicieron que Arran diera un par de pasos atrás.
Pensó en confesarle lo mucho que la amaba, decirle que no creía que
pudiera seguir viviendo sin ella a su lado, sin embargo, tampoco le podía
asegurar que supiera quererla como ella se merecía porque ni él mismo
sabía cómo hacerlo.
Se pasó las manos por el pelo sintiéndose desesperado.
—Yo… no quiero que seas infeliz —manifestó.
—En ese caso, debo marcharme.
Arran tomó su rostro entre las manos apreciando lo hermosa que
era. Su mirada se veía triste y apagada, no poseía ese brillo tan
característico en ella, diciéndole sin palabras que era lo correcto.
—De acuerdo, si es lo que necesitas, puedes irte con tu hermano —
concedió finalmente.
—Gracias —susurró Cat con una lágrima corriendo por su pálida y
magullada mejilla.
Arran la enjugó con su pulgar, sintiendo deseos de besar cada retazo
de piel por el que había corrido, sin embargo, la soltó y se alejó de ella unos
pasos, no quería ponerle las cosas más difíciles.
—Te deseo una vida larga y llena de dicha, pelirroja —fue lo último
que le dijo antes de salir de Fjord Castle, dejando su corazón junto a la
mujer a la que amaba y que había perdido por ser un cobarde.
Capítulo 29

Catriona no volvió a ver a Arran antes de partir hacia Túr Eilein y, en


realidad, era lo mejor, temía que si le tenía de nuevo en frente se viniera
abajo y decidiera quedarse junto a él.
No había dejado de amarle, eso era evidente, pero estaba harta de
intentar derribar sin éxito los muros que había erigido en torno a su
corazón.
Creyó que volver de nuevo al hogar que la vio nacer y crecer
calmaría el dolor que sentía en su interior, pero se equivocó, era como si
una parte de ella hubiera muerto para siempre y tendría que aprender a
convivir con ello. Se tiraba largas horas mirando la flor seca que Arran le
regaló tantos años atrás y que ocultaba entre las páginas de su libro favorito.
Su madre la mimaba y cuidaba con devoción, y Callum se mostraba
muy preocupado por ella. Querían ayudarla, aunque lo cierto era que nadie
podía hacerlo. Lo que más la consolaba era dar largos paseos bajo el sol,
pensando en cómo hubiera sido ese hijo que llevó en las entrañas.
Un par de meses después, durante una de sus caminatas, algo la hizo
sobresaltarse. Un movimiento casi imperceptible se agitó dentro de su
vientre.
Catriona se llevó las manos hacia esa zona, concentrándose en
notarlo de nuevo y ocurrió, sintió una especie de cosquilleo moviéndose
dentro de ella, diciéndole sin palabras que nunca perdió al bebé.
—Dios mío —espetó emocionada.
Salió corriendo hacia el castillo y se cruzó con su hermano, que, al
verla tan alterada, la detuvo.
—¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?
—Hace mucho tiempo que no estaba tan bien, Callum —respondió
sonriendo de oreja a oreja—. No lo perdí, sigue conmigo.
—¿De qué me estás hablando? —preguntó con el ceño fruncido.
—El bebé, acabo de notarlo moverse —le explicó llevándose las
manos al vientre, en el que aún no se apreciaban signos del embarazo,
suponía que a causa de que había perdido peso.
—Oh, Cat, cuanto me alegro. —La abrazó—. Es la mejor noticia
que podías darme. Seguro que Hamilton también se sentirá dichoso.
Catriona se apartó de él en cuanto mencionó a Arran.
—No voy a decírselo —aseveró negando con vehemencia con la
cabeza y haciendo que sus rizos se agitaran.
—¿Cómo que no? Es el padre, debe saberlo.
—En estos meses no ha hecho el intento de venir a por mí, tenía la
esperanza que cuando me fuera se diera cuenta de que significaba para él
algo más de lo que creía, que me amaba, pero no ha dado muestras de vida
—repuso sin poder evitar llorar—. No voy a obligarle a estar conmigo
porque tengamos un hijo.
—Cat…
—¡He dicho que no! —gritó alterada—. Es mi decisión y espero que
la respetes.

***

Cuando Catriona se marchó, Arran decidió unirse finalmente al


ejército personal del rey. Necesitaba poner tierra de por medio para
asegurarse de que no sucumbiría a sus deseos de irrumpir en el clan Hunter
y llevarse a su esposa, aunque fuera a rastras.
Solo podía pensar en ella, en sus vivaces ojos, sus rebeldes rizos y
su sincera sonrisa, pero también en la manera en que siempre le retaba
llevándolo al límite y haciéndole sentir vivo.
Había escrito muchas cartas que nunca llegó a enviar. En algunas se
dejaba llevar por sus emociones, le rogaba que regresara junto a él y le
confesaba la magnitud de sus sentimientos. En otras era la rabia la que
hablaba y le exigía volver a Fjord Castle porque era su deber. No obstante,
todas acababan arrugadas y desechadas en algún rincón de su despacho.
Por eso mismo, le pidió al monarca que le dejara luchar en cualquier
batalla, era lo único que le mantenía la mente distraída del dolor que sentía
por haber perdido a la mujer de su vida. Peleaba con rabia, liberando su
frustración en cada acometida de su espada o en todas las flechas que
lanzaba. Se ganó la fama de ser un guerrero fiero y despiadado que se fue
extendiendo por toda Escocia e Inglaterra. Por fin había logrado el sueño
que tuvo desde niño, ser uno de los mejores guerreros de las Highlands, y
fue justo entonces cuando se dio cuenta de que nada de eso importaba si no
tenía a esa persona especial esperándole en casa para celebrarlo con él, no
tenía sentido.
Capítulo 30

Escocia, 1722
Clan Hunter

Había pasado un año desde que Cat volvió a Túr Eilein. Aquella mañana se
levantó temprano para poder recoger hierbas antes de que el calor empezara
a apretar.
Llevaba una existencia tranquila y aprendió a vivir con el corazón
roto, por eso, cuando la voz del hombre en el que se esforzaba en no pensar
la sorprendió, el mundo que construyó a su alrededor se vino abajo.
—Sabía que te encontraría en este lugar.
La joven se incorporó lentamente y se volvió para mirar aquel
masculino rostro que la había perseguido en sueños cada noche.
—¿Qué haces tú aquí? —inquirió a modo de reproche.
—¿Acaso no soy bien recibido? —sonrió de medio lado
aproximándose más a ella.
Cat, desesperada por mantener la distancia entre ellos, retrocedió.
—No demasiado, la verdad —respondió con sinceridad.
—Lo comprendo, pero necesitaba verte.
—¿Para qué?
—No he podido dejar de pensar en ti, Catriona.
El corazón de la muchacha dio un vuelco al escuchar aquella
afirmación.
—¿Pensabas en mí entre batalla y batalla? —preguntó sarcástica—.
Han llegado a mis oídos todas las hazañas que has logrado junto al ejército
real. Enhorabuena.
—Te he tenido en mente en todo momento, pelirroja, no me
importaba nada más que convertirme en un hombre que fuera merecedor de
ti.
Cat negó con la cabeza.
—Arran, no creo que debamos volver a pasar por esto. No nos
entendemos y no pasa nada, somos diferentes y lo comprendo. Ahora soy
feliz.
—¿Y no has pensado en mí ni un solo momento? —insistió
acortando la distancia que su esposa mantenía entre ellos y tomándola por
los brazos para que no pudiera huir de nuevo—. ¿No me has echado de
menos? Porque yo apenas podía respirar por la necesidad que sentía de
tenerte cerca.
—¿De veras? ¿Por eso no has dado señales de vida en todo un año?
—Sí, justamente por eso.
La joven entrecerró los ojos sin comprender a qué se refería.
—No tiene sentido nada de lo que dices.
—Escúchame, Catriona, he rezado porque me mataran durante la
batalla en incontables ocasiones, con la esperanza de que eso acabara con el
dolor que me provocaba saber que te había perdido. Deseaba cabalgar hasta
aquí y suplicarte que regresaras a Fjord Castle conmigo, pero era consciente
de que no podría hacerte feliz y esa no era una opción, quería saber que
podría darte lo que necesitabas antes de verte de nuevo.
—¿Y qué te hace pensar que ahora la cosa será diferente? Seguimos
siendo los mismos que la última vez que nos vimos.
—No es cierto, todo el mundo puede aprender y es lo que he estado
haciendo todo este tiempo.
—¿Luchar te ha enseñado a hacerme feliz? —se mostraba
totalmente escéptica.
—No, aunque hablar con tu tío sí lo ha hecho.
—¿El tío Arthur? —se sorprendió.
Arran asintió.
—Lo estuve buscando durante meses hasta que di con él en una
taberna cerca de las Lowlands —le explicó—. Sé que te conoce bien, así
que le pedí ayuda para entenderte y convertirme en el hombre que
necesitabas a tu lado.
—¿Y qué te dijo?
—Que no debía esforzarme por ser otra persona, solo por superar
los miedos que arrastraba y rezar para que, pese a mis imperfecciones, tú
aceptaras compartir tu vida conmigo.
A Cat se le escapó una sonrisa porque esas palabras eran típicas de
su tío.
—¿Y lo has conseguido?
—¿Superar mis miedos?
—Sí.
Sonrió y alzó una de sus manos para acariciarle la suave mejilla.
—Entiendo que deberé luchar toda mi vida contra mis demonios,
esos que me dicen que me proteja para no tener que sufrir, sin embargo, he
aprendido a controlar esas voces y dejarme llevar por lo que siente mi
corazón —dijo, besándola.
Cat se separó de él y le asestó una sonora bofetada que le giró la
cara.
—No tienes derecho a besarme.
—Catriona…
—No quiero escuchar nada más —lo interrumpió con el mentón
alzado—. Vete y no regreses más, no eres bien recibido en este clan.
Se alejó de allí lo más rápido que pudo, sin ser capaz de contener
por más tiempo las lágrimas.
—Cat, ¿qué ocurre? —le preguntó Callum al verla entrar al castillo
en ese estado.
La joven no respondió, subió las escaleras y se encerró en su alcoba,
apoyó la espalda en la puerta y se dejó caer al suelo entre sollozos.
¿Por qué había tenido que regresar ahora que ella estaba
aprendiendo a ser feliz sin él? ¡Maldito Arran Hamilton! ¡Y malditos
sentimientos que seguía albergando su corazón por mucho que ella se
esforzara en deshacerse de ellos!

***

Al contrario de lo que ella le ordenó, Arran se asentó a las puertas


del castillo, incluso dormía a la intemperie, negándose a aceptar la
invitación de Sylvia de que se instalara en una de las habitaciones de
invitados. No quería imponerle su presencia a Cat en su propia casa, aunque
se negaba a irse del clan Hunter sin ella.
Catriona, para no cruzarse con él, se había negado a salir de Túr
Eilein, aunque, de todos modos, Arran no dejaba de declarar bajo su
ventana día y noche lo mucho que la amaba y lo arrepentido que estaba de
haberla perdido. Pasó de no expresarle sus sentimientos a gritarlos a los
cuatro vientos.
Cuatro días después, el tío Arthur hizo acto de presencia y
sorprendió a su sobrina espiando a escondidas a su esposo desde la ventana
del salón.
—Así que aquí es donde te escondes —ironizó, sobresaltándola.
—A ti te quería yo ver —bufó acercándose a él, furiosa—. ¿Qué has
hecho con mi marido y quién es ese demente que se ha instalado a las
puertas de mi casa?
Arthur soltó una carcajada.
—Ese demente, como tú lo llamas, es un hombre enamorado.
—¡Enamorado! —espetó con desconfianza—. Y se ha dado cuenta
gracias a ti.
—No, eso no es así, mi querida sobrina. —Pasó un brazo sobre sus
hombros y le sonrió con cariño—. Él ya era consciente de que te amaba,
pero no sabía cómo demostrarlo. ¿No eres capaz de valorar el esfuerzo que
está haciendo por ti?
—Lo que no quiero es volver a sufrir.
—Creo que eso me suena —repuso burlón—. ¿Acaso desde la
última vez que te vi te has vuelto una cobarde? Porque creo recordar que
justo esa era una de las cosas que le reprochabas a Arran, que huyera por
miedo a pasarlo mal.
—Ha tenido un año para venir a buscarme, tío, ya es demasiado
tarde —afirmó la joven desviando la mirada.
—Un año en el que le he visto sufrir y luchar contra sus impulsos de
plantarse aquí y llevarte con él de cualquier modo —le explicó su tío—. Ha
sido paciente porque no quería volver a hacerte daño, necesitaba estar
seguro de que podría darte lo que mereces. Tu esposo no es perfecto, nadie
lo es, pero te ama como nadie lo hará jamás, Cat, créeme.
Catriona reflexionó sobre las palabras que acababa de decir su tío,
sentía que la coraza que ella misma se formó para protegerse de Arran
comenzaba a resquebrajarse. La amaba y ella también a él, eran una familia.
¿Iba a negarse a perdonarle por orgullo?
—Espero no arrepentirme de lo que estoy a punto de hacer —
comentó suspirando.
—Nadie se arrepiente de lo que hace de corazón —le aseguró Arthur
guiñándole un ojo.

***

—¿Qué es lo que sientes?


Arran se volvió de sopetón al escuchar la voz de su esposa tras él.
No la oyó acercarse y su corazón dio un vuelco al ver lo hermosa que
estaba.
—¿Cómo has dicho? —preguntó confundido.
—La última vez que te tuve enfrente dijiste que habías aprendido a
dejarte llevar por lo que sentía tu corazón y quiero saber a qué te referías.
¿Qué es lo que siente tu corazón?
El hombre avanzó y se detuvo a escasos centímetros de ella, el dulce
aroma a flores que siempre desprendía inundó sus fosas nasales, era tan
familiar y lo extrañó tanto que no pudo evitar emocionarse.
—Mi corazón grita tu nombre, pelirroja, creo que siempre lo hizo, a
pesar de que no quisiera escucharlo —declaró con ardor, antes de coger su
rostro entre las manos con ternura—. Te amo más que a mi propia vida, sin
ti a mi lado, nada tiene sentido para mí.
—No costaba tanto reconocerlo —aseveró esbozando una sonrisa y,
poniéndose de puntillas, pasó los brazos alrededor de su cuello y lo besó.
Fue lo único que hizo falta para que Arran la agarrara por la cintura
y pegara el cuerpo de su mujer al suyo. Le eran tan familiares sus curvas y
su sabor que le hacía sentir que tenerla entre sus brazos era como estar de
nuevo en casa.
—No volveré a separarme de ti, Catriona, te amo con toda mi alma,
te pertenezco al completo —declaró contra sus labios sin poder dejar de
recorrer su bonito rostro con la mirada.
—¿Qué sucederá cuando el rey te reclame? —le expuso sus
temores.
—Eso no va a pasar —le aseguró—. Hablé con él antes de venir a
buscarte. Le he servido durante todo un año, ya hice honor a mi palabra.
Cat sonrió de oreja a oreja.
—¿Eso quiere decir que volverás a ser simplemente el laird de los
Hamilton?
Arran le devolvió la sonrisa y asintió.
—Seré el laird de los Hamilton y tu orgulloso esposo, aunque se
está urdiendo una rebelión contra la corona y deberemos permanecer alerta,
es posible que al haber luchado a las órdenes del rey, me haya granjeado
algunos enemigos.
—Si estamos juntos, afrontaremos lo que venga —repuso Cat, que,
por primera vez en mucho tiempo, sentía que su felicidad era completa.
La besó de nuevo con admiración.
—Siempre has sido muy valiente.
—Tenía que serlo si pretendía afrontar el reto que significaba amarte
—bromeó—. Por cierto, tengo una sorpresa para ti.
—¿En serio? —inquirió con una ceja enarcada—. ¿Cómo es
posible? No sabías que me presentaría aquí.
—Porque esta sorpresa lleva esperándote varios meses —respondió
tomándolo de la mano y conduciéndolo hacia el castillo—. Aunque es
probable que te enfades conmigo.
—Nada de lo que hayas hecho podrá molestarme.
—Yo no estoy tan segura —le contradijo.
Hablaron sobre lo que hicieron en el tiempo que estuvieron
separados. Arran le explicó que la abuela Emer se había instalado de
manera definitiva en Fjord Castle, y que su relación con Macauley volvía a
ser la misma que antes de que muriera su padre. El niño, además, estaba
deseando que Catriona volviera a casa para seguir aprendiendo sobre
plantas curativas, que se convirtieron en uno de sus mayores intereses.
La joven se detuvo junto a la puerta de su alcoba y se volvió hacia
su esposo, temerosa por la reacción que pudiera tener cuando descubriera lo
que le estuvo ocultando.
—Prométeme que antes de poner el grito en el cielo escucharás mi
explicación.
—Catriona, me estás asustando.
—Pues si ya estás asustado, no me quiero ni imaginar qué ocurrirá
cuando veas esto.
Abrió la puerta y se hizo a un lado para que pudiera pasar dentro.
Arran lo hizo, aunque se quedó paralizado cuando atisbó junto a la cama
dos preciosas cunas de madera tallada.
—¿Qué quiere decir esto? —Su expresión denotaba lo confundido
que se sentía—. Yo… —lo que fuera a decir quedó interrumpido por el
llanto de un bebé.
Con paso vacilante, se aproximó a las cunitas donde descansaban
dos preciosos bebés, una niña de cabello rojizo como su madre y un niño de
pelo oscuro igual que todos los Hamilton.
—Nunca perdí el bebé —susurró Catriona a sus espaldas—. De
hecho, eran dos.
—No… no lo entiendo. ¿Me has ocultado que soy padre?
La joven alzó el mentón y asintió, dispuesta a afrontar las
consecuencias de sus acciones.
—Lo he hecho, sí, y lo lamento —se disculpó con sinceridad—.
Siento que te hayas perdido cada primera vez de sus seis meses de vida,
pero no quería atraparte. Lo último que deseaba era que te sintieras en la
obligación de cargar conmigo y con un hijo que no deseabas. Sabía que tu
sueño siempre fue ser un gran guerrero y lo estabas consiguiendo, no iba a
ser tu piedra en el camino.
Arran respiró hondo, colocó las manos en las caderas y dijo con
calma:
—En primer lugar, estoy furioso contigo por ocultarme que tengo
dos hijos, aunque comprendo tus motivos para hacerlo. Fui un necio y te
hice creer que no me importabas, ni tú ni nada que no fuera mi honor y mi
clan, pero no es cierto. Mi familia sois lo más importante para mí y quiero
que no lo olvides nunca.
—Dios, es cierto que has cambiado —espetó poniéndose de
puntillas y besándolo en los labios.
—Sí, lo he hecho, de todos modos, como vuelvas a ocultarme un
secreto semejante, te daré una azotaina que no podrás sentarte en una
semana. ¿Entendido?
—Completamente —respondió sin dejar de sonreír—. Ahora déjame
presentarte a tus hijos. —Tomó a la pequeña que estaba lloriqueando y se la
ofreció a él, que la cogió con cautela—. Ella es Davina.
—¿Como mi madre? —inquirió sorprendido.
—Como tu madre —corroboró con los ojos brillantes—. Y el que
duerme plácidamente se llama Harris, como mi padre.
Arran sonrió y pasó un brazo sobre sus hombros para apretarla
contra su costado.
—Son los mejores nombres que podías elegir.
—¿De verdad te gustan?
—Son perfectos, mi amor —afirmó besándola con suavidad.
—¿Sabes lo que sería más perfecto aún? —susurró contra sus labios.
—¿Qué?
—Que nos llevaras de vuelta a casa.
El corazón del hombre se llenó de felicidad al escuchar aquello,
convencido de que lograría ser un buen padre y marido, de hecho, había
tenido el mejor ejemplo.
—Nada me haría más feliz.
Epílogo

Catriona, llena de felicidad, estaba sentada sobre la hierba junto a Macauley


y sus hijos. Los niños disfrutaban de la naturaleza, arrancando briznas de
hierba y algunas flores, mientras que Cat le enseñaba a Mac más
conocimientos sobre las plantas, que el jovencito de doce años aprendía con
rapidez.
Colin y Kathryn pasaron paseando por su lado cogidos de la mano.
Hacía un par de semanas que se casaron y ambos estaban tan enamorados
como el primer día que Cat los vio juntos. El guerrero se había convertido
en el hombre de confianza de su esposo y Kathy era un pilar fundamental
para ella, ambas se sentían muy unidas.
El resto de habitantes del clan también parecían mucho más felices y
relajados. Arran se esforzó por ser un buen laird y por ganarse su respeto y
confianza, cosa que había conseguido, haciendo que Cat se sintiera muy
orgullosa de él y de sus progresos.
—Catriona, ha llegado una carta para ti —le dijo Arran acercándose
a ellos con la misiva en la mano.
—¿Para mí? —preguntó ilusionada—. ¿De quién?
—De Jamie Grant.
Al escuchar el nombre de la sirvienta que formaba parte de la
rebelión jacobita, se puso en pie de un salto.
—Hacía mucho que no pensaba en ella —reconoció tomando la
carta en la mano.
—Macauley, ¿te podrías encargar de los niños un momento? —le
pidió Arran a su hermano.
—Por supuesto —respondió el muchacho sonriendo.
Adoraba a sus sobrinos y desde que mejoró la relación entre ellos,
su cambio era más que evidente, estaba mucho más feliz y relajado.
—Es mejor que la leas en un lugar más privado. —La tomó del
brazo y la acompañó a la habitación que ambos compartían—. Te dejaré a
solas.
—No, no hace falta, puedes quedarte —repuso a la vez que se
sentaba sobre el lecho y comenzaba a leer el impoluto escrito.
En él, Jamie le explicaba que cuando recibiera esa carta ella ya no
estaría en este mundo y le agradecía el sacrificio que hizo al registrar la
habitación de la difunta reina Ana. También le pedía perdón y confesaba
que la muerte de su padre siempre le pesó en la conciencia, a la vez, le dio
varios nombres de aliados jacobitas por si quería ponerse en contacto con
ellos por la causa.
Cuando terminó de leer, un sentimiento de tristeza la invadió.
—¿Todo bien? —le preguntó su esposo sentándose a su lado.
—Jamie a muerto.
—Lo lamento mucho.
—Dedicó los últimos años de su vida a encontrar los supuestos
escritos de la difunta reina de los que hablaban los rumores —comentó con
la voz apagada—. Es probable que con ella se acabe la búsqueda.
Arran tomó las manos de su esposa entre las suyas y la miró
directamente a los ojos.
—Sabes que no hay nada que me aterre más que pensar en perderte,
pero si tú decides que tu destino es continuar con lo que ella empezó, te
apoyaré.
Catriona sonrió emocionada.
—No puedes hacerte una idea de lo mucho que te quiero. —Lo besó
en los labios—. Y me encantaría poder seguir con lo que la pobre Jamie
inició, pero ahora no puedo pensar solo en mí, tengo dos hijos que me
necesitan y también te tengo a ti, así que no haré nada que ponga a nuestra
familia en peligro.
Se puso en pie y sacó un pequeño cofre de debajo de la cama.
—¿Qué hace eso ahí? —preguntó Arran acuclillándose a su lado
para observar la llave que Catriona escondía dentro.
—Es algo que encontré en la habitación de la reina Ana y durante
días pensé que podía ser la clave para encontrar el escrito, aunque tras
mucho meditarlo, creo que era la llave de algún cofre de sus joyas que en
algún momento de su vida acabó extraviada. —Guardó la carta de Jamie
junto a la llave—. Si hubiera existido tal documento, ya lo habrían
encontrado, ¿no crees?
—Aun así, vas a guardarla, ¿cierto? —preguntó sonriendo de medio
lado.
Cat se encogió de hombros y le devolvió la sonrisa.
—Nunca se sabe si puede serle útil a alguien en el futuro.
—¿Sabes lo que sería realmente útil?
—¿El qué?
—Que nos quitáramos la ropa e intentáramos darles otro hermanito
a nuestros hijos —respondió alzándola en volandas y haciéndola reír.
—¿Qué pasa con los niños? Mac está al cuidado de ellos.
—Y es un chico muy responsable, créeme, lo sé, estoy muy
orgulloso de él —dijo arrojándola sobre el lecho y comenzando a desatar
los cordones de su corpiño.
Cat soltó otra carcajada al ver lo ansioso que estaba por hacerle el
amor.
—Te amo, Arran Hamilton, con tus defectos y tus virtudes.
—Y yo te amo a ti, pelirroja. —Se colocó sobre ella y clavó los
oscuros ojos en los verdes de la joven—. Y te amaré hasta el día de mi
muerte.

***

Inglaterra, 1714
Palacio Kensington

La reina Ana notaba que le estaba llegando la hora de reunirse con


Dios, y por eso, tomó un pergamino de su escritorio y anotó que su legítimo
sucesor para Escocia debía de ser un Estuardo.
Sin embargo, no confiaba en demasiada gente en la corte, por lo
que guardó el importante escrito dentro de un cofre cerrado con llave que
escondió tras una piedra suelta de la pared.
Sintiéndose mareada, se fue hacia la cama y, como pudo, guardó
aquella llave tan importante tras una de las patas de la robusta cama. Solo
entonces mandó llamar a su criado de confianza.
—¿Quería verme, majestad?
—Sí, yo… —le costaba hablar y respirar, aunque no sabía muy bien
por qué—. He escondido un escrito en el que decreto que el legítimo rey de
Escocia debe de ser un Estuardo y te dejo a ti como encargado para que
llegue a manos de las personas indicadas para que hagan mi voluntad.
—Si me dice donde lo ha escondido, guardaré ese escrito a buen
recaudo, mi reina —aseveró el leal siervo.
Por desgracia, la monarca fue incapaz de responderle, ya que
perdió el conocimiento llevándose a la tumba con ella aquel secreto que
jamás sería rebelado y que determinaría el destino de Escocia y de sus
clanes para siempre.

FIN
Nota de la autora
Todos los sucesos ocurridos en este libro son ficticios, por lo que
nunca existieron los escritos en los que la reina Ana declarase que un
Estuardo debía ascender al trono de Escocia.

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