La Salvacion Del Laird
La Salvacion Del Laird
La Salvacion Del Laird
LAIRD
Sarah McAllen
La salvación del LAIRD
Marzo 2024
Instagram: @sarahmcallen_
Sarah McAllen
Prólogo
Inglaterra, 1715
Palacio Kensington
Sylvia se escabullía por los pasillos del castillo mientras en la planta baja se
celebraba un baile por todo lo alto. Su esposo, el laird de los Hunter, fue
invitado a la corte, del mismo modo que otros tantos jefes de clanes. El rey
Jorge tenía la esperanza de poder congraciarse con los señores de las
Highlands, dadas las tiranteces que tenía con los escoceses tras su
inesperado ascenso al trono.
Sin embargo, ella no pensaba conformarse con aceptar que el rey de
los ingleses tratara de controlar Escocia, así que se unió a los rebeldes que,
en la sombra, tratarían de desbancar al que para ellos era un falso rey. Según
algunos rumores, la reina Ana dejó un escrito escondido donde declaraba
que Jacobo Francisco Eduardo Estuardo era quien debía sucederla, y por
eso estaba ella allí, para encontrarlo.
Viendo que no había nadie cerca y que todos estaban disfrutando del
baile, Sylvia se coló en la habitación real. Notaba el corazón acelerado y la
sangre correr con fuerza por sus venas. Aun así, comenzó a rebuscar en el
arcón con la esperanza de encontrar dicho escrito.
No obstante, no le dio demasiado tiempo, ya que la puerta se abrió
de golpe, sobresaltándola, y dando paso a su esposo, que la miraba con
expresión acusadora.
—¿Qué demonios estás haciendo? —bramó.
Sylvia le agarró de la mano y tiró de él, lo metió dentro de la
habitación y cerró con suavidad. Apoyó la espalda sobre la robusta madera
de la puerta y lo miró con una expresión de culpabilidad reflejada en el
rostro.
—Puedo explicártelo, Harris…
—¿Estás registrando la alcoba de nuestro monarca? —la
interrumpió.
La mujer se removió nerviosa.
—No, en realidad era de la difunta reina —le corrigió—. Pero es por
una buena razón.
Harris la tomó por los brazos con fuerza y la zarandeó.
—¿¡Una buena razón!? —exclamó alterado—. ¿Qué buena razón
puede haber para cometer traición contra la corona?
—Soy una jacobita —respondió de sopetón, logrando que el rostro
de su esposo se quedase pálido.
—¿Qué estás diciendo, Sylvia?
—No podía permitir que un rey que ni tan siquiera sabe hablar
nuestro idioma nos represente —le explicó tratando de mantener la calma
—. ¿No te das cuenta de lo que representa esto?
—Claro que me doy cuenta. —La soltó y se pasó las manos por el
oscuro cabello—. Y también de que con esta actitud te estás poniendo en
peligro. ¡A ti y a nuestros hijos, maldita sea! A todo nuestro clan, en
realidad.
—Solo intento hacer lo correcto.
—¿Lo correcto? —Se la quedó mirando a los ojos con incredulidad.
Esa mirada parda que él adoraba se veía suplicante, como si
esperara que la comprendiera. Y en el fondo lo hacía. Entendía sus
motivaciones porque él mismo se sentía ofendido de que un monarca que
despreciaba Escocia los representase.
Harris suspiró.
—Tenemos que hablar de este tema largo y tendido, pero ahora es
mejor que salgamos de aquí antes de que alguien nos descubra.
Por desgracia, no tuvieron opción de hacerlo, ya que los guardias
reales trataron de abrir la puerta en ese mismo instante. Harris se abalanzó
contra ella para bloquearla.
—¡Abrid la puerta! —escucharon gritar.
—Dios santo —murmuró Sylvia, asustada—. ¿Qué vamos a hacer?
—Quiero que te asomes por la ventana.
—Harris…
—¡Hazlo! —le ordenó con vehemencia entre susurros.
Sylvia, dando un respingo, se apresuró a hacer lo que le pedía.
—¿Qué quieres que mire?
—¿Hay alguien? —preguntó con las venas del cuello hinchadas de
hacer fuerza para evitar que lograran entrar.
—No, no veo a nadie.
—En ese caso, súbete a la cornisa y ve hacia la alcoba de al lado.
—¿Te has vuelto loco? Voy a matarme.
—Si te encuentran aquí, te acusarán de traición y te colgarán. Tienes
que intentarlo.
—¿Y qué hay de ti? —inquirió con los ojos anegados en lágrimas.
—No te preocupes por eso, mi amor —murmuró con calma,
expresándole con su mirada cuanto la amaba—. Tú debes volver junto a
nuestros hijos y estar a su lado para afrontar todo lo que ocurra a partir de
ahora.
—Harris —sollozó.
—Te quiero, Sylvia —declaró—. Por eso debes marcharte ahora
mismo.
Con lágrimas corriendo por sus mejillas, salió por la ventana
agarrándose a las piedras de la fortificación con cuidado de no resbalar.
Solo podía pensar en su esposo y el sacrificio que estaba haciendo por ella.
Si le ocurría algo, sería la única culpable de su destino.
Dio un pequeño resbalón, por lo que tuvo que agarrarse con fuerza,
consiguiendo que un par de sus uñas se partieran. Un intenso dolor le
recorrió la mano, pero se mordió el labio para no gritar.
Avanzó unos pasos más y miró al interior de la alcoba colindante,
que en aquel momento parecía vacía. Pasó una pierna por la ventana y
después saltó dentro.
Corrió a ponerse contra la puerta para poder escuchar lo que estaba
pasando con su esposo. Oía las voces de los guardias reales y también la de
Harris. Parecía querer explicarles que no había hecho nada, aunque no le
creían.
Cuando las voces se alejaron, abrió la puerta con desesperación.
¿Qué iba a hacer?
Se alzó un poco las faldas y corrió hacia la planta baja. Suponía que
se lo habrían llevado a los calabozos y necesitaba verle para hablar con él.
—Sylvia, han apresado a tu esposo —le dijo la mujer del laird
Fraser al verla pasar—. Lo han acusado de traición.
—No, no puede ser —consiguió balbucear—. Es un error.
—Al parecer, lo han encontrado registrando los aposentos reales —
prosiguió diciendo su amiga.
—Harris es un hombre íntegro, jamás haría nada semejante —le
aseguró, sintiendo un nudo que aprisionaba su garganta—. Necesito hablar
con él.
Avanzó entre las personas que allí se arremolinaban y trató de bajar
hacia las mazmorras, sin embargo, los guardias la detuvieron.
—¿A dónde cree que va, señora? —le dijo uno de ellos.
—Tengo que ir a hablar con mi esposo.
—No puede, ahora es un preso real.
—¡Claro que puedo! —gritó fuera de sí—. Es mi marido.
—Cálmese, si no quiere que la encierre también.
—Debe comprender que tengo que hablar con él.
—Mañana podrá hacerlo, justo antes de que sea ejecutado.
Aquellas palabras hicieron que su mundo se pusiera del revés. ¡No
podía ser verdad!
Todo a su alrededor comenzó a dar vueltas, justo antes de que se
tornase negro y cayese al suelo, inconsciente.
***
Escocia, 1721
Clan Hunter
Catriona andaba organizando todos los trastos viejos que estaban esparcidos
por el desván. Quería renovar las cortinas de su cuarto y recordaba que por
alguno de aquellos arcones estaban guardadas las que tuvo hacía unos años.
Trató de mover uno de los pesados arcones, pero no pudo, por lo
que acabó tambaleándose hacia atrás y chocando contra un viejo escritorio
que cayó al suelo con un fuerte estruendo.
—Perfecto —refunfuñó procediendo a levantarlo con bastante
dificultad.
Una serie de papeles se habían desparramado sobre el suelo de
piedra, sin embargo, lo que más le llamó la atención fue algo que ponía en
uno de aquellos documentos que estaban fechados tres días antes de que
ejecutaran a su padre.
Se agachó y tomó la carta con las manos temblorosas, temiendo que
pudiera ser una prueba de que su padre en realidad sí que traicionó a la
corona, cosa que nadie de su clan creía. Al comenzar a leerla se dio cuenta
de que la carta no iba dirigida a él, como creyó en un principio, sino a su
madre. En ella se le explicaba que se creía que en la alcoba de la difunta
reina Ana podía haber una carta en la que se especificaba claramente que un
Estuardo debía ocupar el trono de Escocia. El escrito estaba firmado por un
tal Jamie.
¿Acaso su madre formaba parte del movimiento jacobita?
Continuó leyendo el resto de cartas que le dejaron muy claro que, en
efecto, era parte de la revolución que se alzaba contra el rey Jorge.
Con el corazón acelerado, se guardó en el escote de su vestido todas
las cartas, que tenían el mismo remitente, y trató de asimilar toda la
información que acababa de descubrir.
¿Debía decírselo a su madre? En ese momento tenía muchas ganas
de echárselo en cara, pero quizá no lo hiciera de las mejores maneras, ya
que tenía serias sospechas de que lo más probable era que su padre hubiera
perdido la vida a causa de eso.
Sintiéndose aturdida, subió las escaleras sin dejar de darle vueltas al
contenido de esas cartas y a la vida secreta que su madre había llevado y
que, de repente, la hacía verla con otros ojos.
—Se acerca alguien —oyó que decía una de las sirvientas al entrar
en el salón.
—¿Quién es? —preguntó, apresurándose a mirar por la ventana.
Por los colores que lucían sus tartanes, supo que se trataban de los
Hamilton y el que encabezaba el grupo era el hombre del que llevaba
enamorada desde que era tan solo una niña.
Atesoraba dentro de su corazón cada uno de los momentos que
pasaron juntos en su infancia y adolescencia, incluso aún guardaba entre las
páginas de su libro favorito una flor seca que le regaló hacía bastantes años.
Respirando hondo para tratar de frenar los acelerados latidos de su
corazón, subió las escaleras de dos en dos y se dirigió a su alcoba para
poder arreglarse. Sacó las cartas de su escote, abrió el arcón y las metió
debajo de sus vestidos.
Después, se giró hacia el espejo y miró su imagen reflejada en él.
Tenía el pelo revuelto y el vestido verde que lucía se veía un tanto arrugado
y cubierto de polvo, pero ya no podía cambiarse de ropa sin que su madre o
su hermano sospecharan que algo extraño ocurría. Así que se limitó a
pasarse las manos por el rojizo cabello para intentar acomodárselo y se
pellizcó con suavidad las mejillas para darle un poco de color a su pálida
piel. También sacudió su ropa, tratando de quitarle la mayor cantidad de
suciedad posible.
Irguiéndose de hombros, se dispuso a encontrarse con Arran
Hamilton y sus impresionantes ojos oscuros que siempre hacían que miles
de mariposas revolotearan en su estómago, mientras disimulaba sus
sentimientos como siempre había hecho.
Conforme se iba acercando a las escaleras, la voz del hombre al que
amaba se fue volviendo más clara. Podía escuchar a su hermano Callum
responderle con frialdad, aún estaba dolido por la huida días antes de su
boda de la hermana de Arran. Cat lo entendía, puesto que dicha actitud
supuso una afrenta pública, aunque también comprendía a Morrigan, si ella
se hubiera visto en la tesitura de casarse con un hombre al que no amara,
era probable que hubiera actuado del mismo modo.
—No nos conviene estar enemistados, Hunter —decía Arran—.
Entre nuestros clanes siempre ha reinado la paz, no me gustaría que ahora
tuviéramos que iniciar una guerra.
—No creo haber sido yo el que ha tomado esa decisión —respondió
Callum con el ceño fruncido.
—Comprendo tu disgusto con Morrigan, pero…
—No estoy disgustado, ha sido una humillación pública y, créeme,
ya he tenido más que suficientes para el resto de mi vida.
—¿Y qué es lo que propones? —la voz ronca y contenida de Arran
denotaba que estaba preparado para desenvainar su espada si fuera
necesario.
Y, por el modo en que Callum apoyó su gran mano sobre la
empuñadura de la suya, Catriona supo que él también, por lo que creyó
necesario intervenir.
—Vaya, ¿a qué debemos esta agradable visita? —comentó la joven
bajando las escaleras con una sonrisa en apariencia tranquila.
La mirada de Arran se clavó sobre ella, recorriendo su esbelta figura
de arriba abajo.
—Señorita Hunter —la saludó con cortesía.
—Laird Hamilton —le imitó Cat al pararse frente a él—. No le veo
muy buena cara, ¿se encuentra bien?
Arran apretó los dientes, sabía que lo estaba provocando, aquella
mujer siempre se divertía haciéndolo.
—Me encontraría mejor si las decisiones impulsivas y estúpidas que
tomáis las mujeres no me volvieran loco y me trajeran tantos problemas.
Catriona enarcó una de sus pelirrojas cejas.
—¿Impulsivas y estúpidas? —repitió.
—¿Cómo llamas tú al hecho de que mi hermana escapara en plena
noche y que tú me distrajeras para ayudarla?
—Lo llamo unión femenina —rebatió con una sonrisa de
satisfacción que hizo que Arran pusiera los ojos en blanco.
—¿Qué os parece si demostramos nuestra hospitalidad y le
enseñamos al laird Hamilton donde puede acomodarse? —intervino Sylvia
entrando en el salón.
Todos se volvieron hacia ella, aunque Catriona no pudo evitar que le
acudiera a la mente que era muy probable que su padre muriera por su
culpa.
—Señora Hunter. —Arran se aproximó más a ella, tomó su mano y
depositó un beso con galantería sobre su dorso.
—Disculpa la actitud de mis hijos, los Hamilton siempre seréis bien
recibidos en nuestro hogar.
—Creo que sería yo quien tendría que decidir eso, madre —espetó
Callum malhumorado.
—¿Qué estás diciendo? —Con un gesto de la mano le restó
importancia a sus palabras—. ¿Acaso vas a echar a la calle al laird de
nuestro único clan vecino?
Su hijo gruñó y, a regañadientes, negó con la cabeza.
Sylvia sonrió y se volvió hacia su hija.
—Catriona, acompaña a nuestro invitado a la habitación azul, si eres
tan amable.
—Cómo no, madre —respondió con cierto tono de amargura en la
voz, que ella no pareció percibir—. Venga conmigo —le pidió a Arran.
—Continuaremos después con nuestra charla —le dijo a Callum
antes de seguir a su hermana escaleras arriba.
—Veo que tienes muchas ganas de pelea —terció Cat cuando se
quedaron a solas.
—¿Pelea? Yo no quiero pelear con nadie.
—Entonces, ¿por qué te has presentado aquí?
—Para aclarar las cosas con tu hermano.
—Mi hermano estaba muy tranquilo hasta que tú llegaste.
—¿Tranquilo? —La tomó por el brazo para que se detuviera—. No
es eso lo que me pareció cuando uno de mis guerreros pisó sus tierras y los
Hunter lo echaron de ellas a patadas.
—Solo necesita tiempo —dijo la joven liberándose de su agarre—.
Créeme, conozco a mi hermano mejor que tú, sé qué reflexionará y hará lo
mejor para todos.
Arran rio con ironía.
—Cómo no, la señorita siempre lo sabe todo.
Catriona ladeó la cabeza y se colocó en jarras.
—¿Qué estás insinuando?
—Creo que ha quedado bastante claro —repuso imitando su postura
—. Insinúo que siempre crees tener la razón y estar al corriente de todo.
—¿Te sientes amenazado por una mujer más inteligente que tú? —lo
provocó.
Arran sonrió de medio lado.
—Cuando algún día tenga delante a una con dichas capacidades, te
lo diré —le devolvió la pulla.
Ambos se sostuvieron la mirada unos segundos, retándose y
negándose a ser el primero en dar su brazo a torcer. Finalmente, fue Arran
el que habló:
—¿Me indicas mi habitación o no?
—Es la puerta que tienes a tu derecha —respondió con voz firme,
ocultando lo mucho que le afectaba su cercanía.
El hombre asintió, puso la mano en el pomo y la abrió.
—Gracias.
—No hay de qué —repuso dispuesta a tener la última palabra antes
de que entrara en la alcoba y se encerrase dentro.
Cat suspiró y se dispuso a marcharse, cuando se percató de que su
madre la estaba observando desde el inicio del corredor.
—¿Te ocurre algo con el laird Hamilton, Catriona? —le preguntó
con una sonrisa traviesa dibujada en su atractivo rostro, muy parecido al de
su hija.
—¿Qué iba a ocurrir? —respondió a la defensiva.
—Me da la sensación de que ocultas alguna cosa, querida.
—Todos tenemos secretos, madre. ¿No estás de acuerdo? —inquirió
pasando por su lado sin esperar a que respondiera.
Se sentía dolida por su reciente descubrimiento y le gustaría poder
hablarlo con ella, pero, por otro lado, necesitaba saber más antes de acusarla
de algo sin tener la certeza de lo que ocurrió realmente.
Capítulo 2
Arran envió a uno de sus hombres a su clan para que avisara a Donald —el
mejor amigo de su padre y el que se quedaba a cargo del clan en su ausencia
—, de que tardaría unos días más en volver porque iba a contraer
matrimonio con Catriona. Estaba seguro de que esa noticia le sorprendería,
en especial, porque la boda se celebraría al día siguiente, ya que el padre
Balfour se encontraba en el clan Hunter en aquellos momentos.
De vuelta al castillo, tras haber estado ocupándose de su caballo, vio
una sombra escabulléndose entre los árboles que llamó su atención. La larga
melena pelirroja no le dejó lugar a dudas de quien se trataba, así que decidió
seguirla.
¿A dónde iría ahora esa joven testaruda? No estaría pensando en
huir del mismo modo en que lo hizo Morrigan, ¿verdad? Porque si era así,
la ataría a su cama para que no pudiera librarse de su enlace después de que
se había comprometido a ello.
De repente, aquella imagen de Catriona atada a los postes del lecho
le resultó de lo más atrayente. ¿Qué demonios le estaba pasando?
Cat, ajena a que la seguían, iba caminando en medio de la oscuridad
del bosque. Sabía perfectamente a donde se dirigía porque hizo ese mismo
recorrido en innumerables ocasiones.
—Ya creía que no ibas a venir —dijo un hombre de cabello rubio
saliendo a su encuentro.
—Debería estar muerta para no acudir a nuestro encuentro —
aseveró echándose a sus brazos.
—Un año sin verte ha sido demasiado tiempo.
—Lo sé —respondió la joven sonriendo y alzando los ojos hacia él.
—Qué bonito reencuentro —ironizó Arran a sus espaldas,
sobresaltándolos.
—No es lo que piensas —se apresuró a decir Cat alejándose de los
brazos del hombre al que acababa de abrazar.
—Por supuesto que no, que te restriegues con un hombre en medio
de la noche como una vulgar fulana es lo más normal del mundo.
—No te consiento que le hables así —espetó el desconocido,
desenvainando su espada.
Arran alzó su arco apuntándole directamente a la cabeza.
—¿Acaso tú vas a decirme como hablarle a mi reciente prometida?
—¿Prometida? —El hombre miró a la joven pelirroja con la
confusión reflejada en el rostro.
—Vaya, aún no le ha dado tiempo de darte las buenas nuevas —se
jactó Arran, sarcástico.
—Deja de decir necedades, ¿quieres? —espetó Cat enfadada—. No
entiendo por qué te comportas como un hombre celoso, tú y yo solo nos
vamos a casar por mantener la paz entre nuestros clanes.
—Eso no significa que pase por alto que tengas amantes.
—¡Amantes! —exclamó ofendida—. Estoy tentada a darte una
bofetada. Yo no estoy aquí para retozar sobre la hierba, como pareces
empeñado en pensar. En este lugar está la tumba de mi padre y cada año, al
pasar las doce de la noche del día de su cumpleaños, vengo a reunirme con
él. —Se apartó hacia un lado para que pudiera ver las piedras que indicaban
el lugar donde estaba enterrado su cuerpo.
Arran desvió la mirada hacia el sitio que señalaba, aunque
rápidamente volvió a centrar su atención en la pareja que tenía frente a sí.
—Eso no explica qué haces a solas con él, lanzándote a sus brazos.
El hombre avanzó enfundando su espada y alargando la mano hacia
él.
—Soy Arthur, el hermano pequeño de Harris.
Arran estudió la mano unos segundos antes de volver a colocarse el
arco a la espalda y tomarla. La verdad es que no se parecía en nada a la
imagen que él recordaba del anterior laird de los Hunter, que era un fiel
reflejo de su hijo.
—¿Y por qué no te conozco?
—Digamos que soy un nómada, nunca paso demasiado tiempo en el
mismo lugar, pero siempre vuelvo a casa para celebrar el cumpleaños de mi
querido hermano.
—Y ahora que has comprobado que tu honor permanece intacto,
lárgate —le soltó Catriona furiosa antes de arrodillarse frente a la tumba de
su padre y poner una de sus manos sobre las piedras que la componían.
Arran se quedó un par de minutos mirando en silencio su imagen en
la oscuridad, decidiendo si debía disculparse por haberla juzgado mal.
Finalmente, optó por darse media vuelta e irse por donde vino, sin decir una
sola palabra más.
—Así que prometida, ¿eh? —comentó Arthur con ironía—. Y, por lo
que puedo apreciar, con un hombre con el que te llevas a las mil maravillas.
—Cállate, tío Arthur, no estoy de humor.
—¿Cómo ha ocurrido esto? Creía que estabas decidida a mantenerte
soltera —comentó acuclillándose a su lado.
—Y era así, sin embargo, las circunstancias me han llevado a estar
al borde de dar el «sí, quiero» —se lamentó—. Deja que te lo cuente todo.
***
***
***
***
***
Los días fueron pasando y Catriona se integró con facilidad con los
Hamilton. Todo el mundo se mostrada amigable y cercano con ella.
Bueno…, todos menos Arran, que se había enfrascado en atender los
asuntos del clan.
No obstante, Cat trataba de no prestar atención al modo deliberado
en que la ignoraba y se centraba en ayudar en lo que podía.
Se percató de que Emer cojeaba un poco de la pierna derecha, por lo
que la masajeó con un aceite que ella misma hizo, y que alivió bastante su
dolor de rodilla.
Pudo conocer mejor a Macauley, era un chico inteligente y amable,
y Cat sintió que entre ellos surgía una bonita conexión, como si fuera el
hermano pequeño que nunca tuvo.
También se implicó en el funcionamiento de las tareas del castillo y
pasaba gran parte del día junto a Kathryn y Siobhan, dos de las sirvientas
jóvenes que trabajaban en Fjord Castle.
Junto a ellas organizó todo para celebrar las fiestas del clan a las que
acudían muchos aliados, entre ellos, los Campbell, a los que ahora
pertenecía Morrigan.
—No me puedo creer que no me invitarais a vuestro enlace —le
reprochó a su hermano al llegar, dándole un afectuoso abrazo.
—Fue algo muy precipitado —respondió Arran sin más.
—De todos modos, nunca te lo perdonaré —bromeó—. Aunque he
de decir que estoy muy satisfecha con la elección de esposa que has hecho.
—No le quedó otra opción —comentó Catriona aproximándose a
abrazarla también—. Quiero conocer a ese pequeño del que tanto he oído
hablar.
—Eh, que no es tan pequeño, es grande y fuerte como su padre —
repuso Duncan, que llevaba a su hijo pequeño entre los brazos.
Cat se acercó a mirar al precioso bebé, que lucía una brillante mata
de pelo negro y la miraba con sus enormes ojos azul oscuro.
—Es una preciosidad.
—Como no iba a serlo siendo mi bisnieto —terció Emer apartando a
Catriona y cogiendo a Matheson de los brazos de su padre—. Hola,
pequeño Matty, soy tu bisabuela.
—No le gusta que le llamen Matty, es Matt —le dijo un niño
pelirrojo con un diente mellado, que la miraba agarrado de la mano de
Morrigan.
—¿Y quién eres tú, caballerete? —preguntó la abuela con ternura.
—Soy Boyd.
—Oh, así que eres mi bisnieto mayor, ¿vérité?
El niño asintió con vehemencia, haciendo que sus rizos anaranjados
se balancearan de un lado a otro.
—Soy el hijo primogénito de Duncan y Morrigan Campbell —
respondió con orgullo, haciendo sonreír a su padre y consiguiendo que su
madre se agachara a besuquear su pecosa mejilla.
—¡Boyd! —exclamó Macauley corriendo hacia el niño—. Tenía
muchas ganas de verte de nuevo.
—Y yo a ti, Mac.
—Ven, quiero mostrarte algo —le pidió tomándole de la mano y
llevándoselo con él.
—Hola a ti también, hermanito —le gritó Morrigan viéndolos
alejarse.
—Qué bonito es apreciar como la vida sigue con una nueva
generación de Hamilton —dijo Emer, que desvió la mirada hacia Arran y
Catriona—. Ahora solo falta que vosotros me deis una preciosa bisnieta.
—No lo veo muy probable —murmuró Cat para sí misma,
ganándose una mirada furibunda por parte de su esposo.
—No creo que este sea un tema para tratar en público, abuela —
respondió Arran con incomodidad, carraspeando y pasándose la mano por el
cuello, que, de repente, sentía tenso.
—Ese es tu problema, que nunca hablas de los temas que importan
de verdad. ¿No estás de acuerdo, chéri? —le preguntó a Catriona.
—Lo único que yo sé es que quiero disfrutar de las fiestas del clan
—contestó la joven pelirroja evadiendo el tema—. Lo demás no me interesa
en este momento.
—Entonces, ven conmigo, acabo de ver llegar a mi amiga Ellie y
estoy segura de que os caeréis de maravilla —le dijo Morrigan cogiéndola
de la mano y arrastrándola tras ella.
—Yo voy a presumir de bisnieto por ahí —repuso la anciana
aproximándose a un grupo de mujeres que rondarían su edad y que se
quedaron embobadas mirando al precioso bebé.
—Esa cara de estúpido le resta fiereza al laird de los Campbell. Lo
sabes, ¿verdad? —se burló Arran al observar la sonrisa de bobalicón que se
dibujaba en el atractivo rostro de Duncan.
—Hay ocasiones en las que se debe bajar la guardia, amigo. No
siempre nos tenemos que mostrar como hombres insensibles y distantes,
¿no crees? —Le palmeó la espalda de buen humor.
—Es posible que tú, por tener un clan grande y poderoso, puedas
permitírtelo, pero ese no es mi caso.
—Lo importante es contar con la lealtad de tu gente.
—Y siempre le son más leales a un laird que impone respeto.
—Yo prefiero que me respeten por mis actos a que me lo tengan
porque les doy miedo.
Arran lo miró de reojo.
—Se nota que no estuviste en la guerra.
—Tu hermana me explicó que antes de irte eras un hombre
diferente.
Suspirando, se cruzó de brazos y se puso a la defensiva.
—Morrigan es demasiado bocazas.
Duncan rio.
—Se preocupa por ti, eso es todo.
—No tiene por qué, yo estoy bien.
—¿Estás seguro?
Se volvió y clavó sus ojos oscuros sobre su cuñado.
—¿Qué demonios insinúas?
—Por lo poco que he podido percibir, no parece que tu esposa esté
demasiado feliz contigo.
—No es de tu incumbencia.
—Es probable que tengas razón, no obstante, como tu felicidad le
importa a Morrigan, a mí también.
—La felicidad está sobrevalorada —gruñó.
—¿Tampoco te importa la de tu esposa?
Arran se limitó a mirarle con el ceño fruncido.
No sabía exactamente por qué, pero la felicidad de Catriona le
importaba mucho. Escuchaba cada día su risa por todos los rincones de
Fjord Castle, como si se sintiera cómoda con todos sus habitantes, a
excepción de él, aunque debía reconocer que hizo méritos para ello, ya que
la había ignorado todo lo que pudo desde que llegó al clan.
Aun así, por las noches fue incapaz de dormir, su perfume al otro
lado de la pared parecía inundar su alcoba de un modo que aún no era capaz
de comprender.
Soñaba con ella, se imaginaba acariciando su cuerpo, ese cuerpo que
por derecho podría reclamar y, de todos modos, se resistía a hacerlo a
sabiendas de que, si daba ese paso, sería mucho más complicado mantener
las murallas que erigió para protegerse de ella.
¡Menuda maldición le había caído encima!
***
Pasaron dos días más de festejos sin ningún contratiempo, incluso el laird
Mackenzie parecía haberse apaciguado tras hablar con Donald.
En aquel momento, la gente danzaba bajo el cielo estrellado en
torno a una gran hoguera. La abuela Emer había sacado a Donald a bailar a
regañadientes, de todos modos, parecía disfrutar con los comentarios
ocurrentes de la anciana, que le arrancaban más de una carcajada.
Morrigan y Ellie también parecían pasarlo en grande dando saltos
junto a Boyd y al pequeño Matheson, al cual su madre llevaba en brazos.
Entre tanto, Duncan observaba a su familia con una sonrisa satisfecha.
Arran permanecía al lado de su esposa, pero no la sacó a bailar ni
una sola vez, aunque no le extrañaba, puesto que no era capaz de imaginarlo
bailando y relajado.
Por desgracia, la alegría reinante se terminó de repente cuando Colin
apareció cargando a un inconsciente Macauley, que llevaba una flecha
clavada en el pecho.
—¡Ayuda! —gritó el guerrero.
Arran, con el rostro desencajado, corrió hasta él y le arrebató a su
hermano de los brazos.
—¿Qué ha ocurrido?
—No lo sé, lo he encontrado así junto al cuerpo sin vida de William
—le explicó.
Arran lamentó la muerte del guerrero caído.
Depositó el débil cuerpo del chico sobre la hierba y Catriona se
arrodilló junto a él. A simple vista, pudo apreciar que la flecha estaba en
una zona complicada. La sangre seguía manando de la herida tiñendo su
camisa de rojo brillante, así que se quitó el chal que llevaba sobre los
hombros y lo presionó contra la herida para tratar de detener el sangrado,
con cuidado de que la flecha no se moviera.
—Vamos, Mac, aguanta —susurró sintiéndose al borde de las
lágrimas, muy asustada por el crío—. No puedes rendirte.
Catriona, con un nudo que le atenazaba la garganta, alzó sus ojos
hacia su esposo, que se veía completamente pálido.
—¿Qué podemos hacer? —le preguntó con la voz ronca y
contenida.
—Lo primero es lograr que deje de sangrar, después lo llevaremos al
castillo y trataré de sacarle la flecha.
—¿Sobrevivirá?
Sin poder responder a esa pregunta, desvió la mirada. No era capaz
de asimilar que aquel chiquillo que hacía unas horas estuvo corriendo,
riendo y jugando en el bosque, pudiera perder la vida.
De repente, notó como Macauley se movía debajo de ella, abriendo
sus ojos, que eran de un precioso azul intenso como los de su hermana, que
sollozaba tras Cat mientras su marido intentaba consolarla.
—¿Cat? —preguntó confuso y dolorido.
—No hables, tranquilo. Todo va a ir bien —trató de que se calmara.
—Me duele… me duele mucho —gimió el muchachito apretando
los dientes.
—Lo sé, cielo, pero vas a estar bien. —Le besó en la frente—. Te
voy a curar.
Alzó levemente el chal para cerciorarse de que ya no sangraba, y así
era. Miró a su esposo y le hizo un gesto con la cabeza.
—Subámoslo arriba, en mi alcoba tengo lo necesario para ayudarle.
Arran, con decisión, alzó el cuerpo de su hermano, subió las
escaleras de dos en dos, abrió de un puntapié la puerta de la estancia que
Cat ocupaba y dejó con delicadeza a Macauley sobre el lecho. Aun así, el
niño emitió un gemido de dolor.
Catriona, con premura, rasgó aún más la camisa de Mac, estudiando
cuan grave estaba.
—La flecha no se ha clavado demasiado profundo, pero tenemos
que sacarla. Necesito que le agarres con fuerza.
—¿Por qué? —inquirió el niño asustado cuando su hermano le
inmovilizaba contra el colchón.
—Tú respira hondo, ¿de acuerdo? —le pidió justo antes de tirar con
fuerza de la flecha.
Macauley gritó y se desmayó a causa del dolor.
—¡Mac! —se alarmó Arran.
—Tranquilo, solo ha tenido un desvanecimiento.
Cogió un puñado de hojas de consuelda, que tenía propiedades
cicatrizantes, y masticándolas para hacer una pasta, las aplicó sobre la
herida de Mac.
—Esto ayudará a que cure más rápido —le explicó a su esposo.
—Te agradezco todo lo que estás haciendo por él.
—No tienes por qué, Macauley también forma parte de mi familia
desde el día en que nos casamos.
Arran, dejándose llevar por un impulso, tomó el rostro de su esposa
entre las manos y la besó en los labios. Cuando se separó de ella, la miró a
los ojos, que se veían brillantes.
—¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Cat en un susurro.
—Ni yo mismo lo sé —reconoció con sinceridad.
***
***
Catriona estaba junto a las dos sirvientas, que ya eran unas buenas
amigas, buscando el lugar idóneo donde cultivar su huerto de plantas
medicinales.
—Me parece tan importante la labor que haces como curandera, Cat,
que me gustaría que me enseñaras algunas nociones para aprender a usar las
plantas medicinales —le pidió Siobhan.
—A mí también me encantaría aprender ese arte —coincidió
Kathryn.
—Sería para mí un placer poder enseñaros —respondió con una
sonrisa de oreja a oreja.
Pasar el tiempo con ellas le alegraba. Aún estaba la mayor parte del
día junto a Macauley, no obstante, ya podía asegurar que estaba fuera de
peligro, y se notaba en su estado de ánimo, ya comenzaba a reír y hablar
con normalidad.
—¿Puedo ayudaros, señoritas? —les preguntó Colin,
aproximándose a ellas—. Está muy hermosa esta mañana, Kathryn —aduló
a la bonita sirvienta.
—Gracias —respondió la muchacha, sonrojándose.
—No te preocupes, nosotras podemos, no necesitamos a ningún
hombre —terció Catriona con una sonrisa traviesa en los labios.
—No hables por todas —le susurró Siobhan señalando con la
cabeza a Kathy, que se atusaba el cabello y le dedicaba una caída de ojos
coqueta al atractivo guerrero.
Colin se aproximó a hablar con ella y apoyó un brazo contra el
tronco del árbol en el que se recostaba la sirvienta.
—Hacen muy buena pareja —observó Catriona alejándose unos
pasos para darles intimidad.
—Tendrían hijos preciosos, desde luego —aseguró la morena.
—¿Cat?
La joven se volvió hacia la voz de su hermano, que venía
acompañado por el tío Arthur.
—¿Qué tal? ¿Ya os marcháis? —dedujo al ver a sus caballos
preparados para la partida.
—Sí, vuelvo a casa —respondió Callum abrazándola con afecto—.
Cualquier cosa que necesites, solo tienes que mandarme llamar y aquí
estaré.
—Lo sé —respondió un tanto emocionada.
Sabía que su hermano lo decía completamente en serio y que sería
capaz de declarar la guerra a los Hamilton por ella si fuera necesario.
—No te preocupes por mí, estoy bien —le aseguró antes de girarse
hacia su tío—. ¿Y qué hay de ti? ¿Vuelves a recorrer el mundo?
—Sabes que no puedo permanecer demasiado tiempo en un mismo
lugar. —Con una amplia sonrisa, le guiñó un ojo a Siobhan—. Aunque
puedo asegurarte que no tardaré en regresar.
—Será un placer recibirle de nuevo, señor —contestó esta con
coquetería.
Catriona enarcó una ceja. Sin duda, su tío era un auténtico
conquistador, casi estaba segura de que dejaba corazones rotos por cada
lugar que pasaba, y no era de extrañar, teniendo en cuenta su atractivo y su
labia.
—¿Interrumpo algo? —preguntó entonces Morrigan, que llegó hasta
ellos a la carrera—. Me gustaría hablar contigo un instante, si es posible —
le dijo a Cat.
—¿Todo va bien? —inquirió la joven preocupada.
—Sí, todo está bien, tranquila.
—Os dejaremos a solas —aseveró Callum echándole una última
mirada a su hermana antes de alejarse junto al resto.
—¿Qué querías? —indagó.
—He estado hablando con mi hermano y hemos llegado a la
conclusión de que, mientras no dé con el atacante, lo más seguro será que
Mac se venga conmigo. Por supuesto, tú tienes la última palabra, no quiero
poner su salud en peligro.
—Macauley está mucho mejor, aunque os aconsejaría esperar una
semana antes de que haga un viaje tan largo.
—De acuerdo, nos quedaremos una semana más. —Tomó las manos
de su cuñada entre las suyas—. Te agradezco todo lo que has hecho por él.
—Es un niño maravilloso, no se merece menos.
—Me encanta que seas mi cuñada, gracias a ti escapé y pude
conocer al amor de mi vida, así que, como consejo, te diré que pongas a mi
hermano mayor al límite. Es un testarudo, pero reacciona cuando se siente
acorralado.
—Yo no quiero acorralarle —repuso divertida.
—Pues no te va a quedar más remedio si quieres conseguir alguna
reacción por su parte.
—Comprendo tu razonamiento, pero no quiero que la presión le
haga hacer algo que no sienta. Nuestro matrimonio solo era un medio para
conseguir la paz entre los Hamilton y los Hunter, no necesitamos nada más.
—Eso no es cierto, siempre precisamos más —la contradijo
Morrigan—. ¿Qué hay del amor? ¿De la pasión?
—En veintiséis años no me han hecho falta, no creo que me cueste
tanto seguir igual —le rebatió Catriona.
—Esa no es la cuestión, sé que puedes vivir de este modo, pero
¿serás feliz? Creo que esa debería ser tu prioridad.
***
Al día siguiente llegó un emisario real con una carta sellada por el rey Jorge
I, solicitando la presencia de Arran en la corte. No sabía por qué podría
querer verle y, en cierto modo, desconfiaba de las intenciones del monarca.
Catriona vio en esa invitación un modo de indagar en lo ocurrido
años atrás, cuando ajusticiaron a su padre.
—Te acompañaré a la corte —aseveró la joven, sonriente.
—No, en esta ocasión no —negó Arran.
—¿Por qué no? Soy tu esposa, ¿acaso te avergüenzas de mí?
—No tiene nada que ver…
—En ese caso, no hay discusión, iré —le cortó.
Arran puso las manos en sus caderas y frunció el ceño.
—Catriona, si el rey solicita mi presencia, no creo que sea una visita
para socializar, se tratará de algún tema importante y me preocupan sus
intenciones.
—No te interrumpiré, me dedicaré a admirar la corte —insistió.
—No pienso discutir esto contigo —repuso tratando de darse media
vuelta e irse.
Cat, negándose a dejarle marchar de ese modo, le agarró por el
brazo y lo detuvo.
—Pues lo lamento, porque yo sí voy a hacerlo —espetó furiosa—.
Estoy cuidando de la gente de tu clan, siendo una buena señora para los
Hamilton y no me ofreces nada a cambio. Así que, como mínimo, debes
brindarme la oportunidad de ir contigo a la corte.
—No puedo hacerlo.
—¿¡Por qué!? —gritó con la cara roja a causa del enfado que
recorría su cuerpo.
—¡Porque no puedo asegurar que vayas a estar a salvo! —dijo con
el mismo tono alto de voz que su esposa—. No sé qué intenciones tiene el
rey, maldita sea.
Catriona parpadeó varias veces, asimilando que su marido no quería
llevarla consigo para protegerla y no porque se avergonzara, como ella
creía.
—Comprendo lo que dices, de todos modos, iré.
Arran apretó los dientes.
—¿Vas a obligarme a encerrarte en tu alcoba?
—¿Me obligarás tú a mí a descolgarme por la ventana? —le
devolvió la pregunta.
El hombre gruñó.
—¿Puedes dejar de ser tan obstinada?
—¿Puedes hacerlo tú? —inquirió con una ceja enarcada.
—No quisiera interrumpir vuestra apasionada pelea, pero yo
también quiero acompañaros a la corte —intervino Emer metiéndose entre
los dos.
—¿¡Qué!? —exclamó su nieto—. ¿Tú también, abuela? ¿Acaso
todas las mujeres de este clan os habéis empeñado en volverme loco?
—No lo creo, mon chéri —respondió sonriendo—. Más bien, nos
proponemos ayudarte.
—¿Ayudarme? —repitió escéptico.
—Ajá —asintió—. Sería buena idea que le presentaras a tu esposa
al rey y comprobara lo valiosa que es. Además, es posible que se sienta
insultado si no la llevas, sería como declarar que no confías de sus
intenciones. Y, en mi caso, sé hablar francés con fluidez y es el idioma que
domina nuestro rey. ¿O acaso piensas comunicarte con él por signos?
—Abuela…
—Te estaríamos haciendo un favor —apuntó la anciana
interrumpiendo su protesta.
Catriona no pudo evitar soltar una risita.
—Estoy de acuerdo, Emer.
Arran caminó de un lado a otro, dándole vueltas a las palabras de su
abuela. Para su desgracia, eran todas acertadas, por mucho que le molestara.
—Está bien, vendréis conmigo, pero quiero que os comportéis.
Haréis todo lo que yo os diga y sin rechistar, ¿entendido?
—Oh, claro, claro, mon chéri —respondió su abuela moviendo una
mano en el aire, restando importancia a sus exigencias—. Nos
comportaremos con decoro y elegancia, igual que lo hacemos siempre,
¿verdad, jolie?
—Por supuesto —afirmó Catriona con una sonrisa radiante dibujada
en el rostro.
—Eso es lo que me preocupa, que os comportéis como siempre —
refunfuñó Arran.
Era la oportunidad que Catriona estaba esperando para poder
encontrar al tal Jamie y descubrir qué ocurrió con su madre y la acusación
de traición que le costó la vida a su padre. Quería llegar al fondo del asunto,
pese a que también temía lo que podía llegar a averiguar.
¿Qué haría si se daba cuenta de que ella fue la culpable de su
muerte? ¿Haría que los sentimientos que tenía por ella cambiaran? Desde
luego, le costaría asimilar que su madre fuera una espía de los jacobitas,
pese a lo que las cartas indicaban.
***
***
Arran llevaba más de una hora cazando junto a Sealgair, en la que
consiguieron atrapar tres hermosas liebres. Estaba siendo un día demasiado
caluroso, así que decidió acercarse al río a refrescarse. No esperaba
encontrarse a Catriona en la orilla cubierta tan solo por la camisola,
mientras metía las manos en el agua y se las pasaba por el cuello y el
escote.
Aquella erótica imagen despertó un deseo salvaje dentro de él,
mucho más intenso de lo que jamás había experimentado. Sus largos bucles
rojizos descansaban sobre uno de sus hombros, dejando su largo cuello al
descubierto. Arran estuvo tentado a acercarse a ella por detrás para poder
lamerlo. ¿Desde cuándo esa parte de la anatomía femenina le parecía tan
tentadora?
Sealgair emitió un gañido desde la rama donde reposaba e hizo que
la joven diera un respingo, volviéndose con rapidez hacia donde su esposo
la observaba.
Cogió la camisa que permanecía tirada en el suelo y la apretó contra
sus pechos para evitar que los viera a través de la semitransparente prenda
que llevaba puesta.
—¡Me estabas espiando! —le reprochó.
—Por supuesto que no, solo venía a beber un poco de agua y me
topé contigo.
—¿Y decidiste quedarte escondido entre los árboles? —inquirió
escéptica.
—No esperaba encontrarte aquí —se defendió—. Solo estaba
decidiendo si debía interrumpirte.
—Vuélvete, voy a ponerme la camisa —le pidió con las mejillas
sonrojadas.
Arran estuvo tentado a decirle que era su esposo y tenía todo el
derecho a ver su cuerpo desnudo, sin embargo, mantuvo silencio e hizo lo
que demandó.
Catriona se apresuró a vestirse sin quitarle la vista de encima para
asegurarse de que no la miraba.
—Ya puedes acercarte a beber —dijo cuando se aseguró de estar
presentable.
Volviéndose de nuevo, se aproximó a ella, se acuclilló junto a la
orilla para meter las manos en el agua, las unió y bebió de ellas.
Catriona admiraba cada uno de sus movimientos, prestando especial
atención a las brillantes gotas que corrían por las comisuras de sus labios
para descansar sobre su camisa. Le gustaría poder lamerlas y apropiarse de
aquellos labios carnosos que tanto extrañaba desde el momento en que los
había probado.
Desvió la mirada y respiró hondo para tratar de calmar los
acelerados latidos de su traicionero corazón.
—¿Para qué crees que te ha mandado llamar el rey? —preguntó para
mantener su mente ocupada en otra cosa que no fuera abalanzarse sobre él y
suplicarle que la hiciera suya allí mismo.
—No lo sé, y eso me preocupa —respondió con sinceridad, silbando
para que su halcón se le posara en el brazo, que alzó hacia él.
—Has sido un súbdito leal, no tiene motivos para arremeter contra
ti, así que no pienso que sea nada malo —razonó y levantó una de sus
manos para acariciar el precioso plumaje del ave—. A no ser que comparta
mi pensamiento de que eres el hombre más exasperante que existe. En ese
caso, estás en problemas —bromeó.
Las miradas de ambos se cruzaron y, de sopetón, Arran sonrió
divertido. Fue una sonrisa sincera que iluminó todo su rostro. Hacía tanto
tiempo que Cat no la había visto que a su mente acudió un recuerdo que
tenía enterrado en lo más profundo de su corazón…
***
***
El camino hacia la corte hubiera sido tenso y silencioso, por suerte, Arthur
parloteaba sin parar y les contaba anécdotas de todos sus viajes.
Catriona se negó a dirigirle la palabra a Arran y también a cabalgar
con él, por lo que iba a lomos del caballo de uno de los malhechores
muertos.
Estaba a punto de anochecer cuando las puertas del castillo de
Kensington se alzaron ante ellos. Cat jamás estuvo allí y la fortificación le
pareció aun más majestuosa de lo que pudo imaginar.
—Mi nombre es Arran Hamilton y el rey me envió una carta
solicitando mi presencia en la corte —le dijo a uno de los guardias que
custodiaban la entrada.
—Sí, su majestad le espera —respondió clavando la mirada en las
otras dos personas que le acompañaban.
—Ella es mi esposa, Catriona Hamilton, y su tío, Arthur Hunter —
les presentó.
El guerrero asintió y se hizo a un lado para permitirles entrar.
—¡Dios bendito! Por fin habéis llegado —exclamó Emer
aproximándose a ellos en cuanto desmontaron de los caballos—. Cuánto me
alegro de que estés recuperada, chéri. He estado rezando por ti.
—Mil gracias, abuela. Seguro que sus plegarias fueron escuchadas
—repuso Cat tomando las pequeñas manos de la anciana.
—¿Qué hacías aquí fuera? ¿Acaso estabas esperándonos? —inquirió
su nieto con una ceja enarcada.
—Por supuesto, me teníais con el corazón en un puño.
Arran puso los ojos en blanco.
—¿Qué le dijiste al rey sobre mi retraso?
—Que Catriona sufrió un accidente y tuviste que llevarla junto a la
curandera para que la atendiera.
—Por desgracia, la curandera estaba muerta —contestó el hombre.
—¿Y quién ha estado cuidando de la muchacha? ¿Tú? —preguntó
con escepticismo.
—¿Tan inútil me crees, abuela? —inquirió Arran ofendido.
—No te veo con la paciencia suficiente para cuidar de un enfermo
—respondió con sinceridad.
Su nieto gruñó ofendido.
—Parece que conseguiste encontrarlos —le dijo la anciana a Arthur.
—Fue sencillo, conozco bien la casa de la vieja curandera, más de
una vez tuve que solicitar su ayuda —respondió el aludido con una sonrisa
ladeada.
—En fin, voy a ver si el rey puede recibirme y averiguar qué es lo
que quiere de mí.
—Lo que quiere no lo sé, aunque me ha hecho saber que te tiene en
alta estima —le informó Emer con orgullo.
—¿Has hablado con él?
—Por supuesto, no voy a estar en su castillo sin presentarle mis
respetos. ¡Por quién me tomas!
Arran prefirió no decirle que temía que hubiera hablado más de la
cuenta.
—Quédate junto a mi abuela —le pidió a su esposa, que ni se dignó
a dirigirle la mirada—. ¿Catriona? —insistió.
—Desde luego, no debes preocuparte, me quedaré junto a tu abuela
para no avergonzarte —espetó de mala gana con una sonrisa fingida.
Arran se la quedó mirando unos segundo más, consciente de lo
enfadada que estaba con él, y no podía culparla, porque siempre acababa
metiendo la pata. ¿Desde cuando se había vuelto una persona incapaz de
tratar con los demás? ¡Maldita guerra y malditos traumas que dejó en él!
Sin decir nada más, se dio media vuelta para ir en busca del rey.
—Ven, querida, te mostraré la habitación en la que os han
acomodado —se ofreció la anciana.
—¿Vienes con nosotras, tío?
—No, tengo que reunirme con un amigo. Te veré luego.
—De acuerdo. —Lo besó en la mejilla—. No te metas en líos de
faldas —bromeó.
Arthur soltó una carcajada.
—Prometido, sobrina.
Catriona siguió a la anciana e iba estudiándolo todo, desde las
elaboradas molduras hasta las obras de arte que colgaban de las paredes.
Emer hablaba sin parar, explicándole todas las cosas que conocía sobre
Jorge I y su estancia en Francia.
Cuando entró a la habitación que ocuparía junto a Arran, Cat se
quedó con la boca abierta al apreciar lo hermosa y elegante que era.
—Es todo tan majestuoso que da miedo tocar cualquier cosa y
romperla —comentó.
—Por eso no te angusties, chéri, el rey es conocido por su
hospitalidad.
—¿Incluso con los escoceses? —inquirió enarcando una de sus
cejas.
La anciana posó una de sus manos sobre los labios de la joven para
que guardara silencio.
—Ni se te ocurra decir este tipo de cosas aquí o pueden acusarte de
traición a la corona —murmuró con los ojos muy abiertos.
—Si estamos solas —apuntó cuando la mano de la mujer se apartó
de su boca.
—Hay oídos por todas partes —le advirtió.
—Está bien, seré prudente.
—Buena chica —repuso satisfecha, palmeándole con suavidad la
mejilla—. Te dejaré descansar un rato, debes estar extenuada del viaje.
—Muchas gracias, abuela. —La abrazó—. Y lamento haberla
preocupado.
—Lo importante es que ya estés recuperada, aunque te has quedado
demasiado delgaducha, pero en cuando lleguemos a Fjord Castle, voy a
prepararte un montón de mis deliciosos guisos que harán que recuperes el
peso perdido —le aseguró antes de salir y cerrar la puerta tras ella.
Catriona sonrió conmovida por la inquietud de la anciana.
Aprovechando la soledad, se apresuró a rebuscar en su hatillo una
de las cartas que encontró en el desván de Túr Eilein y que llevaba oculta
entre una de sus camisolas.
Era el momento de indagar e investigar acerca del hombre que le
envió dichas misivas a su madre, y de ese modo, llegar al fondo del turbio
asunto que causó la prematura muerte de su padre.
Con cautela, salió de la alcoba con la carta metida en el escote.
Sabía a quien tenía que preguntar, a los sirvientes, ellos eran los que estaban
enterados de cualquier cosa que ocurriera en el castillo.
—Disculpe, ¿me podría ayudar? —le preguntó al primer lacayo con
el que se cruzó.
—Por supuesto, señora. ¿Qué es lo que necesita?
—Buscaba a un sirviente llamado James, Jamie creo que se hace
llamar. Es el sobrino de la cocinera de mi castillo y necesito transmitirle un
mensaje que me ha dado para él.
—No hay ningún sirviente con dicho nombre, señora —respondió el
hombre.
—¿Y algún guerrero? —insistió—. Quizá entendí mal y me dijo que
era uno de los guardias reales. —Comenzó a reír fingiendo despreocupación
—. Soy tan despistada. Mi madre me lo dice constantemente: «Cat, tus
despistes siempre te juegan malas pasadas» —repuso poniendo la voz más
aguda, imitando a su supuesta progenitora.
—No, tampoco hay ningún guerrero que responda por ese nombre
—negó de nuevo el lacayo.
—Oh, vaya. —Se sentía decepcionada—. De todos modos, muchas
gracias.
—De nada. —Hizo una leve inclinación de cabeza y se alejó.
Catriona no iba a darse por vencida tan pronto, era posible que aquel
sirviente no lo conociera o que ya no estuviera trabajando en el castillo.
Sin embargo, tras un buen rato de búsqueda y de frustrantes
negativas, se encontró con Emer, que se aproximó a ella con los brazos en
jarras.
—¿No se suponía que ibas a descansar?
—Estaba tan emocionada que no pude, así que decidí explorar el
castillo —mintió—. ¿Arran aún sigue reunido con el rey?
—Por lo que parece, sí —contestó la anciana encogiéndose de
hombros—. Yo he estado hablando con una vieja conocida. Sirvió en Fjord
Castle durante años, cuando ambas aún éramos jóvenes, pero hace tiempo
que se mudó a la corte.
—¿Y lleva muchos años formando parte de la servidumbre de
Kensington?
—Desde luego, hace décadas que Jamie forma parte de la
servidumbre real.
—¡Jamie! —exclamó Catriona sin poder evitarlo.
Así que el tal Jamie no era un hombre, sino una mujer, por eso nadie
lo relacionaba con la descripción que Cat dio de «él».
—Sí, Jamie. ¿Por qué? ¿La conoces?
—Oh, no, no —se apresuró a negar—. Es solo que me parece un
nombre inusual para una mujer.
—No hay demasiadas mujeres llamadas Jamie, tienes razón —
concedió la anciana.
—¿Sería tan amable de presentármela, abuela? Estoy segura de que
sabrá historias muy interesantes ocurridas entre estas paredes.
—Mira que eres curiosa, chéri —comentó sonriente—. Por supuesto
que te la presentaré, pero ahora mismo, como puedes comprobar, anda
atareada. —Señaló hacia una mujer con el cabelló canoso impolutamente
peinado que rondaría unos sesenta años y que en ese instante parecía dar
indicaciones a dos sirvientas más jóvenes.
Estudió minuciosamente sus rasgos y, ahora que había descubierto
quien era, la obligaría a decirle toda la verdad de lo que se traía entre manos
con su madre, aunque tuviera que recurrir a amenazas para conseguirlo. No
pensaba marcharse de allí sin saberlo todo.
***
***
***
La luz del amanecer se reflejó sobre el rostro de Arran, que entreabrió los
ojos sintiendo el cálido cuerpo de su esposa contra el suyo. Se volvió a
mirarla y sonrió al ver que tenía la boca levemente abierta y un hilo de
saliva caía de ella, haciendo un cerco sobre la almohada. Hasta dormida era
adorable.
Alargó una mano y acarició su suave mejilla consiguiendo que
emitiera un suave gemido de satisfacción. Hubiera podido quedarse
mirándola dormir toda la vida.
De repente, la magnitud de sus sentimientos lo abrumó. ¿Qué
significaba ese cosquilleo que se instalaba en la boca de su estómago cada
vez que la tenía cerca?
Con cuidado, salió del lecho y maldijo para sus adentros ser tan
débil. Se propuso no enamorarse de ella y parecía un quinceañero loco de
amor. ¿¡Como podía ser tan estúpido!?
Estaba claro que lo que necesitaba era poner distancia entre ellos, y
qué mejor modo de hacerlo que aceptando la propuesta del rey.
Con decisión, comenzó a ponerse la ropa. Era preciso que saliera de
aquella alcoba antes de que su debilidad le hiciera meterse de nuevo en la
cama y hacerle el amor a su mujer hasta que le confesara que ella también
lo amaba. Sentía la imperiosa necesidad de oírselo decir, pese a que su parte
racional le gritara que era mejor que ella no lo amara, nadie debía amarle,
porque la vida de un guerrero se sostenía con alfileres. Unos alfileres que en
cualquier momento lo soltarían, dejando a una viuda con el corazón roto.
Con un gruñido salió de la estancia dirigiéndose hacia los aposentos
reales. Esperaba que su majestad pudiera recibirle.
—He venido a ver al rey —le dijo a uno de los guardias que
custodiaban su alcoba.
—El rey no va a recibir a nadie en estos momentos, pero puedo
transmitirle lo que quiera decirle.
—De acuerdo, quiero que le digas que sí, que acepto su
ofrecimiento de unirme a su ejército privado —soltó sin darle más vueltas.
—Así se lo haré saber, Hamilton —concedió el guardia.
Arran hizo una leve reverencia con la cabeza.
—Gracias. —Ya estaba hecho, ya no había vuelta atrás.
Cuando se giró para marcharse, la mirada acusatoria de su abuela lo
atravesó, haciéndole saber que escuchó lo que acababa de decir.
Se irguió de hombros y pasó por su lado sin ganas de hablar del
tema, pese a que sabía que ella no lo dejaría en paz.
—¿Qué acabas de hacer, muchacho? ¿Acaso te has vuelto loco?
—No tengo por qué darte explicaciones, abuela.
—Oh, sí, claro que tienes que hacerlo, mon chéri —espetó furiosa,
sin dejar de seguirle—. ¿Qué significa eso de que te unes al ejército privado
del rey?
—Creo que está bastante claro.
—¿Sabes lo que eso significa?
Arran se detuvo y se volvió hacia ella.
—Sí, abuela, sé perfectamente lo que significa y, de todos modos, he
aceptado formar parte de él.
—En ese caso, eres un descerebrado —repuso poniéndose en jarras
—. ¿No te das cuenta de que tu esposa y tu clan te necesitan?
—Estaré ahí para ellos, no voy a dejar de lado mis obligaciones —se
defendió.
—Eso es lo que dices ahora, pero cuando tengas que pasar largas
temporadas fuera de casa, de tu hogar, no serás capaz de cumplir tu palabra.
—Es mi decisión y ya está tomada —aseveró cuadrándose de
hombros.
Emer mantuvo sus ojos fijos en él durante unos segundos más antes
de alejarse soltando improperios en francés.
Arran suspiró.
Si su abuela se había tomado la noticia así, no quería ni imaginarse
cómo lo haría Catriona.
***
***
Catriona necesitaba estar ocupada para que sus deseos de matar a Arran se
aplacaran. Se sentía muy molesta y no podía acabar de creerse que hubiera
aceptado la propuesta del rey. Según Colin, no abandonó la isla ni por su
amor hacia Elizabeth Fraser, sin embargo, para huir de ella era capaz de
dejar atrás hasta lo que más amaba, su hogar.
Con el aceite de lavanda entre las manos, se detuvo junto a uno de
los guardias personales del rey.
—Hola, le prometí a su majestad que le traería este aceite, si es tan
amable de entregárselo —le pidió.
—¿Es usted Catriona Hamilton?
—Ajá —asintió.
—En ese caso, el rey quiere verla.
—¿A mí? —se sorprendió.
—Así es —afirmó el guerrero—. Sígame, por favor.
Cat le acompañó a través del lujoso pasillo, fijándose en cada una de
las puertas y contando cual era la quinta a su izquierda, en la que se suponía
que debía buscar los escritos de la difunta reina de Escocia.
El guerrero llamó a la puerta que quedaba justo enfrente de la que
ella buscaba y la voz del actual monarca le invitó a pasar.
—Su majestad, Catriona Hamilton está aquí.
—Que pase —ordenó.
El guardia real se hizo a un lado y la joven entró en la ostentosa
alcoba donde el rey reposaba en uno de sus sillones mientras leía un libro.
—Creí que nunca me traería el aceite, este picor es insoportable —
se quejó en francés.
—Lo lamento, majestad, no quería molestarlo demasiado temprano,
no me hubiera gustado interrumpir su descanso —respondió en el mismo
idioma.
El monarca pareció aceptar su explicación, dado que su gesto de
crispación se suavizó.
—¿Cuánto tardará en hacerme efecto su pócima?
—Oh, no es una pócima, majestad, solo un simple aceite extraído de
la flor de la lavanda. No tiene nada de mágico —le aseguró divertida,
entregándole el pequeño frasco—. En cuanto empiece a ponérselo, el alivio
será inmediato.
—Eso espero.
De forma apresurada, abrió el frasquito vertiendo una parte de su
contenido sobre las picaduras de su brazo y, como bien le dijo Catriona, en
cuanto el aceite tocó su piel lesionada, el picor empezó a remitir.
—Increíble —murmuró fascinado—. Son muy admirables sus dones
con las plantas, señora Hamilton. Quizá cuando su esposo se una a mi
ejército personal, usted quiera servirme como curandera.
A Cat le dieron ganas de gritarle que antes muerta que pasar largas
temporadas en aquel palacio frío y ostentoso, en el que se valoraban más los
modales y las apariencias que el fondo de las personas.
No obstante, sonrió y con voz calmada, dijo:
—Verá, su majestad, tengo el deseo de convertirme en madre lo más
pronto posible y no creo que pueda venir a la corte tan a menudo como me
gustaría.
El monarca asintió.
—Lo comprendo, quiere cumplir sus obligaciones como esposa.
No le gustaba demasiado como sonaban las palabras del rey, que
siempre se considerara obligación de una esposa darle hijos a su marido no
le parecía justo, de todos modos, sonrió y evitó responder a sus
afirmaciones.
—No quiero importunarle más, su majestad, así que, si no necesita
otra cosa de mí, me retiraré.
—Sí, puede retirarse —aceptó—. En caso de que necesite más
aceite, la mandaré llamar.
—Por supuesto —asintió, antes de abandonar la alcoba.
Al salir al corredor, se encontró al guardia real coqueteando con una
de las sirvientas. Aprovechó aquella oportunidad para colarse en el cuarto
que Jamie le indicó, dejando la puerta entreabierta para poder escucharlos
hablar y que no la sorprendieran de improviso.
Sentía el corazón acelerado a causa de la sensación de peligro que la
invadía y por saber que esa habitación podía esconder los escritos que
supondrían un cambio para el futuro de Escocia.
Sin más pérdida de tiempo, rebuscó bajo la cama, en los cajones del
escritorio, en los arcones. Cualquier rincón de aquella habitación fue
escudriñado sin hallar ni rastro de los importantes papeles. Lo único que
encontró fue una llave oculta entre la pata de la cama y la pared.
—¿A dónde pertenecerá? —dijo para sí misma.
En aquel mismo instante escuchó como la sirvienta le decía al
guerrero que tenía que volver a retomar sus tareas y, con rapidez, abandonó
la habitación con la llave bien escondida dentro de su escote.
—Me marcho ya —le dijo al guardia antes de pasar por su lado.
—Un momento —espetó el hombre haciendo que se detuviera.
Con los nervios a flor de piel, se volvió hacia él.
—¿Ocurre algo? —preguntó tratando de aparentar calma.
—La falda —respondió señalándola—. La lleva llena de polvo.
Catriona bajó la vista hacia la tela que, seguramente, se habría
manchado al meterse bajo la cama de la difunta reina Ana.
—Vaya, muchas gracias —comentó con ligereza, sacudiéndosela—.
Soy un desastre, siempre me acabo pringando.
—De nada, es un placer para mí poder ayudar a una mujer hermosa.
Cat alzó los ojos hacia el guerrero, que la miraba con admiración, y
respiró aliviada porque no hubiera sospechado nada. Al parecer, a aquel
individuo le importaba más lo que había bajo las enaguas femeninas que
ejercer bien sus responsabilidades.
—Es usted todo un caballero —sonrió con falsedad y se alejó de allí
lo más rápido que pudo.
Iba directa a hablar con Jamie y a contarle que lo único que pudo
encontrar fue aquella misteriosa llave, cuando una dulce y melodiosa voz
femenina la detuvo.
—¿Catriona Hamilton?
Cat se volvió para encontrarse de frente con la joven rubia que ella
suponía que fue el primer amor de su esposo. Se le aproximaba con una
sonrisa radiante dibujada en su hermoso rostro y, por el modo tan elegante
de andar, parecía ir flotando.
—La misma —respondió—. Y supongo que usted es Elizabeth
Fraser.
—Parece que los cotilleos vuelan —comentó con tono agradable—.
Sí, soy Elizabeth, pero prefiero que me llamen Liz.
—En ese caso, te invito a que me llames Cat y hagamos a un lado
los formalismos, ¿te parece bien?
—Me parece fantástico.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó Catriona sin rodeos.
—No podía abandonar la corte sin conocer a la esposa de Arran —
respondió ella con franqueza.
—Si te soy sincera, yo también sentía curiosidad por conocerte —
reconoció.
Ambas mujeres se estudiaron por unos segundos. Cat determinaba si
tenía frente a sí a una enemiga, mientras que Elizabeth sonreía con dulzura,
tratando de transmitirle que no lo era.
—Me gustó mucho tu intervención de anoche con el rey —la joven
Fraser fue la primera en romper el hielo—. Pocas personas se hubieran
atrevido a tener la valentía de decirle que tenía picaduras de chinches.
—¿Nos entendiste? —se sorprendió, puesto que no eran muchas las
mujeres escocesas a las que se les permitía aprender idiomas.
—Viví gran parte de mi niñez en París con mi tía—le explicó.
—Lo cierto es que, con respecto al tema de mi actuación con el rey,
no se trata de valentía, más bien de inconsciencia, como se empeña en
recordarme mi esposo una y otra vez —declaró con humildad.
Elizabeth rio divertida.
—Seguro que esa frescura es la que enamoró a Arran.
—No apostaría por ello…
Liz posó una de sus finas manos sobre el brazo de Catriona.
—Cat, confía en mí cuando te digo que Arran es uno de los hombres
más especiales que he conocido en mi vida. Sé que al regresar de la guerra
no volvió a ser el mismo, pero ese muchacho al que conocí sigue atrapado
entre los muros que él mismo ha alzado, esperando a que lo rescaten.
—¿Cómo sabes que la guerra le cambió? —se interesó Catriona.
—Hace unos meses vino a verme —le confesó—. Se pasó por mi
clan para disculparse conmigo por no haber sido capaz de dejar su tierra
atrás por mí. También quería saber si era feliz.
Cat sintió una punzada de dolor en el pecho al saber que hacía tan
poco tiempo que Arran sintió la necesidad de ir a disculparse con su antiguo
amor y asegurarse de que era feliz.
—Tiene un sentido de la responsabilidad muy arraigado, por eso le
aseguré que no debía preocuparse por mí, que yo estaba bien y que quien
realmente me inquietaba era él. Había perdido esa sonrisa pícara que le
caracterizaba.
Era cierto, ella también lo había notado.
—La guerra cambia a las personas.
—Sí, es cierto, sin embargo, ayer pude ver de nuevo al Arran que
conocía. Cuando te miraba, sus ojos se iluminaban y eso me llenó de
alegría.
—¿De veras crees eso? —Negó con la cabeza—. Supongo que no lo
sabes, pero nuestro matrimonio tan solo fue un medio para unir nuestros
clanes.
—Aun así, no le eres indiferente, Cat —le aseguró—. Lo conozco
muy bien y sé que eres la única capaz de sacarle del hoyo donde se ha
metido.
—Nadie puede hacer eso, solo él.
Liz tomó sus manos y las apretó con afecto.
—Sí, es cierto, pero necesita una mano a la que aferrarse para
conseguirlo, y esa es la tuya. No te rindas, aunque te ponga las cosas
complicadas. Confío en que el amor que sientes hacia él te dé fuerzas para
luchar con uñas y dientes.
—¿Cómo sabes que estoy enamorada de él?
Elizabeth sonrió con tristeza.
—Porque esa mirada que aprecio en ti al hablar de él es la misma
que veía reflejada en el espejo cuando creí que podríamos ser felices juntos.
Catriona sintió pena por ella y por el dolor que aún podía vislumbrar
en sus palabras.
—¿Qué le respondiste? —preguntó de repente.
—¿Cómo dices? —Parpadeó varias veces, confusa.
—Cuando te preguntó si eras feliz, ¿qué le respondiste? —le aclaró.
—Oh, eso. —Desvió la mirada—. Le dije que tengo un hijo
maravilloso que hace que mis días estén llenos de risas y alegría, con eso
me basta.
Cat comprendió que no estaba enamorada de su esposo y sintió
admiración por el modo en que aceptaba ese hecho.
Desde lejos pudo ver pasar a Jamie y recordó que aún llevaba
aquella misteriosa llave escondida entre sus pechos.
—Me ha encantado poder hablar contigo, Liz, pero tengo algo de
prisa.
—Por supuesto, no quisiera entretenerte más de la cuenta. Para mí
también ha sido un placer haber mantenido esta conversación.
—Espero que volvamos a vernos pronto.
—Lo mismo digo —respondió Elizabeth, viendo como se alejaba
con paso acelerado.
***
***
Al llegar a Fjord Castle, todos los habitantes del clan los fueron
recibiendo con alegría. En especial Donald, que les esperaba en la puerta
del castillo con una amplia sonrisa.
—Por fin os tenemos de vuelta —les dijo palmeando con afecto la
espalda de Arran—. ¿Ha ido todo bien en la corte?
—Ha ido bien, aunque tengo cosas que contarte.
El maduro guerrero entrecerró los ojos percibiendo que se trataba de
algo importante.
—De acuerdo —asintió sabiendo que debía ser una conversación
privada entre los dos. Dirigió sus ojos grises hacia Macauley—. ¿Qué tal tu
estancia con los Campbell, muchacho? ¿Te han tratado bien? Porque si no
es así, iré a darles una paliza —bromeó.
—Ojalá siguiera con ellos y no hubiera tenido que volver a este
maldito lugar —respondió enfadado, entrando al castillo y dejándolos allí
plantados.
—Vaya, parece que estaba deseando regresar —ironizó Donald.
—Necesita su tiempo —comentó Catriona, preocupada por lo que le
confesó durante el viaje.
—Si no te importa, Donald y yo vamos a hablar —le dijo su esposo.
—Adelante, yo iré a buscar a Kathryn y a Siobhan.
Arran le sonrió y, sin previo aviso, la tomó por la nuca y la besó en
los labios.
—En un momento nos vemos —le prometió antes de alejarse junto
al guerrero.
La joven se llevó los dedos a los labios, sintiendo aún la presión de
los de su marido. Aquella muestra de cariño en público era algo que no se
esperaba, y le gustó mucho. ¿Era posible que por fin se estuviera abriendo a
ella?
Aún pensando en la reacción de Arran, se dirigió hacia la zona del
río donde esperaba encontrar a sus amigas haciendo la colada. Y así fue,
ambas estaban atareadas frotando la ropa en la orilla del río mientras
bromeaban entre ellas.
—¿Interrumpo algo?
—¡Cat! —Siobhan se puso en pie y se lanzó a sus brazos—. Que
bien que hayas vuelto.
—Te hemos echado de menos —le aseguró Kathryn aproximándose
con una dulce sonrisa.
—Y yo a vosotras —les aseguró a las sirvientas—. Estaba deseando
regresar.
—¿La corte no te ha parecido interesante? —indagó Siobhan—. Yo
siempre he soñado con poder visitarla, aunque solo fuera una vez.
—La próxima vez que vaya intentaré llevaros conmigo.
—¿Próxima vez? —inquirió Kathy—. ¿Pensáis volver a ir pronto?
—Arran ha aceptado unirse al ejército personal del rey, así que
imagino que nos tocará ir a Kensington más de lo deseado —se lamentó.
Catriona sentía escalofríos solo de pensar en tener que pasar largas
temporadas en Inglaterra, una tierra donde se despreciaba a los escoceses, y
que ella jamás tuvo intenciones de pisar.
—No sé cómo a Arran se le ha ocurrido aceptar esa proposición —
suspiró y se sentó sobre un tocón cercano—. Ni siquiera sé si este es el rey
que deberíamos tener los escoceses. ¿Cómo puedo jurarle lealtad?
—¿A qué te refieres? —preguntó Kathryn acomodándose junto a
ella.
—Nada, no tiene importancia.
—Ah, no. No puedes dejarnos así —negó la morena poniéndose en
jarras—. ¿Qué has querido decir con que quizá el rey no sea el que debería
estar sentado en el trono de Escocia?
—Está bien, os lo contaré, pero debe quedar entre nosotras —les
pidió mirándolas a los ojos—. Nadie puede enterarse de esto, es peligroso.
—Seré una tumba —aseguró Siobhan.
—No diré nada —prometió Kathy.
—De acuerdo, confío en vosotras —asintió mientras tomaba aire y
les relataba lo que descubrió en la corte.
Las dos sirvientas la escuchaban con atención, sorprendidas de que
se hubiera arriesgado a colarse en la alcoba de la antigua reina.
—Me admira lo valiente que eres —la alabó la sirvienta de cabello
dorado.
—¿Valiente? Ha corrido un riesgo innecesario —le reprochó la
morena—. Tan solo son rumores, a saber quién los difundió.
—De todos modos, hay que valorar su arrojo —terció Kathryn.
—Mas bien temeridad —le rebatió Siobhan.
—No os he contado esto para que valoréis si hice bien o mal —las
interrumpió Catriona.
—Tienes razón, lo hecho hecho está —concedió la morena
cruzándose de brazos.
—Hay algo más —siguió diciendo Cat—. Como bien os dije, no
encontré los escritos, pero sí esto. —Se sacó la llave del escote y se la
mostró—. Esta llave estaba entre la pata de la cama y la pared. Me dio la
sensación de que podía ser importante.
—¿Puedo verla? —le pidió Kathryn.
Catriona se la tendió y la sirvienta la estudió con curiosidad.
—Quizá fuera la llave de un arcón o de algún cofre donde guardara
joyas muy valiosas —sugirió Siobhan.
—¿Y por qué iba a estar ahí escondida? —inquirió la pelirroja.
—¿No es posible que se cayera y acabara perdida en el lugar donde
la encontraste? —continuó elucubrando la morena que poseía una mente
lógica y analítica.
—Me parecería difícil, aunque no imposible —otorgó Catriona.
—¿Y si fuera la llave de la casa de su verdadero amor? —repuso
Kathy soñadora—. Un lugar especial en el que los dos amantes se reunieran
para poder amarse alejados de las miradas indiscretas.
Siobhan y Cat se miraron entre sí antes de echarse a reír.
—Suena a lo que podría recitar un trovador —comentó Catriona.
—O a una mujer enamorada que solo alcanza a ver amor por todas
partes —bromeó la morena.
Las mejillas de Kathryn se tiñeron de rojo.
—No estoy enamorada —negó.
—Entonces, supongo que no querrás saber si Colin regresó con
nosotros o se quedó en la corte, ¿verdad? —comentó Cat, sarcástica.
—¿Lo hizo? —inquirió con ojos esperanzados.
Catriona la abrazó con cariño.
—Lo tienes de vuelta y más encantador que nunca.
Capítulo 23
Dos semanas después, Catriona y Arran llegaban al clan Hunter, tal y como
este último le prometió.
Desde que regresaron de la corte, Arran se había mostrado relajado,
cercano y conversador. Era como si del hombre que regresó de la guerra no
quedara nada. Cat no entendía a qué se debía ese radical cambio, aunque
decidió no preguntar, por si al hacerlo, rompía esa magia que se estaba
formando entre los dos.
—¡Mi niña, cuánto tiempo sin verte! —exclamó Sylvia abrazando a
su hija nada más verla—. ¿Es posible que hayas cogido algo de peso? Te
veo aún más hermosa que cuando te fuiste.
—Estoy igual, madre —le aseguró Cat con una sonrisa radiante.
—Por aquí se ha notado demasiado tu ausencia, hermana —aseveró
Callum dándole otro fuerte apretón.
—Seguro que habéis ganado en tranquilidad —bromeó Catriona.
—Sabes que no es cierto —negó su hermano, que desvió sus ojos
hacia su cuñado—. Espero que la estés tratando como se merece, Hamilton,
es una mujer muy valiosa. Imagino que ya te habrás dado cuenta.
Arran estrechó su antebrazo y asintió.
—Lo he hecho.
—Y, si eso es cierto, ¿a que vienen los rumores que circulan por ahí
de que te has unido al ejército del rey? —indagó con perspicacia.
Arran colocó las manos en sus caderas y se cuadró de hombros.
—No son solo rumores, es verdad, me he unido al ejército personal
de nuestro monarca.
—¿Lo has meditado bien? Porque te aseguro que, en breve, muchos
clanes se alzarán en su contra y debes estar preparado para una nueva
guerra.
—¿Sabes algo que yo no sepa? —inquirió Arran con los ojos
entrecerrados.
—Es un secreto a voces, no hace falta ser un lumbreras para deducir
cual será el desarrollo de los acontecimientos —respondió cruzando los
brazos sobre su amplio pecho.
—Ya está bien, muchachos —los interrumpió Sylvia—. ¿Por qué no
tratamos temas más alegres? Como, por ejemplo, que tenemos a nuestra
Catriona de vuelta.
—Creo que será lo mejor —afirmó Cat, que percibía la tensión
existente entre los dos hombres.
—Debemos organizar una fiesta para que todo el clan pueda daros la
bienvenida. Es la primera vez que estáis aquí como marido y mujer, eso
merece una celebración.
—Te ayudaré con las preparaciones, madre —se ofreció Catriona—.
Siempre y cuando pueda dejaros solos. —Dirigió una acusadora mirada
hacia su hermano y su esposo.
—Somos civilizados, podemos permanecer a solas más de dos
minutos sin querer matarnos —contestó Callum con calma.
—Habla por ti —masculló Arran entre dientes, ganándose un
manotazo en el brazo por parte de su esposa.
—No quiero que haya problemas entre vosotros, ¿entendido? —les
ordenó.
Ambos hombres asintieron de mala gana.
Cat se alejó junto a su madre, pese a no estar del todo segura de que
fueran a comportarse, porque, en el fondo, los hombres siempre seguían
siendo como niños.
—Madre, quisiera tratar un tema importante contigo.
Sylvia, percibiendo el tono serio de su hija, frunció el ceño.
—¿Qué ocurre, mi niña? ¿Todo va bien?
—Sí, todo va bien, pero necesito hablarte en privado de algo que he
descubierto.
—Está bien, vayamos a mi habitación, allí no nos molestará nadie
—sugirió la mujer conduciéndola hasta su alcoba.
Una vez a solas, ambas tomaron asiento en la gran cama y se
miraron expectantes.
—¿Qué has descubierto? ¿Estás embarazada? —preguntó Sylvia
esperanzada.
—No, no tiene nada que ver con eso.
—¿Estás segura? Porque yo te noto cara de estar en cinta —insistió
mientras acariciaba su mejilla.
Catriona apartó su mano.
—Madre, lo sé todo.
—¿Qué sabes? —inquirió confundida.
—Sé el motivo por el que acusaron a padre de traición.
El semblante de la mujer empalideció tanto que parecía al borde del
desmayo.
—Yo… no sé a qué te refieres, hija.
—No trates de engañarme. —Se indignó—. Encontré las cartas que
Jamie y tú intercambiabais. Fui a la corte a hablar con él y resultó que era
ella. Sé que formabas parte de la rebelión jacobita y que padre fue colgado
por protegerte.
Sylvia sollozó avergonzada y se cubrió el rostro con ambas manos.
—Lo lamento —jadeó entre lágrimas—. Nunca quise que él pagara
por mis actos. ¡Lo juro!
—Lo sé, madre, y no he venido a juzgarte. De hecho, yo misma he
registrado la alcoba de la difunta reina Ana en busca de los escritos.
La mujer alzó sus brillantes ojos hacia ella con una expresión de
temor reflejada en el rostro.
—¿Cómo has hecho eso, Cat? Es muy peligroso, si te hubieran
sorprendido allí…
—No podía permitir que la muerte de padre fuera en vano —la cortó
—. Por desgracia, no había ni rastro de esos papeles. Solo di con una llave,
pero ni siquiera sé qué puede abrir.
—Catriona, por favor, prométeme que jamás volverás a hacer algo
similar —le pidió su madre—. Ya perdí a tu padre por seguir esa causa, no
podría cargar con el peso de tu muerte también.
—Madre, yo…
—No, Cat, no quiero excusas —espetó interrumpiéndola—. Te has
metido en esto por mis cartas con Jamie y no voy a permitir que sigas
adelante.
—Debo descubrir a qué pertenece esta llave, puede ser importante.
—Si insistes en eso, no me quedará más remedio que ir a la corte y
confesar ante el rey mi implicación en la revolución jacobita. ¡No pagarás
por mis pecados!
—Tú no harías eso —negó, pese a apreciar la determinación que
reflejaba el rostro de su madre.
—Una madre haría cualquier cosa por sus hijos, pronto lo sabrás.
***
Todos los Hunter se sentían alegres de que su estimada Catriona
estuviera de vuelta.
Algunos aldeanos le explicaron sus dolencias y la joven les dio
remedios medicinales que siempre llevaba consigo. Otros quisieron contarle
la buena cosecha que habían recogido aquel año y Cat se mostró feliz por
ellos. Aunque la mayoría tan solo querían expresar la dicha que sentían al
tenerla de nuevo en el clan.
Arran observaba aquellas muestras de cariño y confianza con
orgullo. Sin duda, Catriona era una buena señora que supo ganarse el afecto
de todos los aldeanos, del mismo modo que le ocurrió con los Hamilton.
Un par de niños la sacaron a bailar y ella se mostró encantada,
soltando cantarinas risas a cada vuelta que daba junto a ellos. Arran la veía
tan hermosa con sus rizos rojizos danzando al son de la música, que no
pudo evitar que una sonrisa se instalara en su rostro.
—Una verdadera joya, ¿no es cierto? —comentó Sylvia al detenerse
a su lado.
—¿Cómo dice? —inquirió confundido.
—Mi hija —apuntó—. Es la mujer que cualquier hombre soñaría
con tener a su lado. Inteligente, generosa, hermosa…
—Terca como una mula —ironizó Arran.
—A lo que tú llamas terquedad, yo lo llamo determinación.
El laird de los Hamilton enarcó una ceja.
—Un bonito modo de decir que nunca da su brazo a torcer.
—Créeme, eso no es cierto y deberías saberlo.
—¿A qué se refiere? —Frunció el ceño.
—Le rompiste el corazón, ¿sabes? Ella trató de ocultarlo, pero soy
su madre, sé cuando mi niña está sufriendo.
Arran entendió que se refería al día que se dieron su primer beso.
—Nunca quise hacerle daño.
—¿Estás seguro? —insistió con la mirada fija en él—. Podía
apreciar como la mirabas cuando creías que nadie te veía. Cat no te era
indiferente, pero tuviste miedo. Miedo de poder llegar a sentir por ella más
de lo que considerabas seguro. Y sigues igual, no veo un cambio en ti.
—No tenía miedo —negó molesto—. En esa época nada me
asustaba.
—Oh, claro que lo hacía —se reafirmó Sylvia sonriendo con
suficiencia—. Temías enamorarte y no llegar a cumplir tu sueño de ser uno
de los guerreros más fieros de Escocia. Pues bien, ya lo has logrado, incluso
el rey ha reconocido tu valía al ofrecerte un puesto tan importante en su
ejército. ¿Era lo que esperabas? ¿Sientes la satisfacción de haber podido
cumplir tus sueños?
—Emm… supongo que sí.
—¿Y te ha hecho feliz?
Arran decidió no responder, ya que, en realidad, haber estado en la
guerra le dio cualquier cosa menos felicidad.
—No entiendo a dónde pretende llegar.
—Quiero que abras los ojos y te des cuenta de que unirte al ejército
del rey jamás te llenará. La búsqueda de la felicidad es complicada, muchos
no llegan a experimentarla nunca, pero tú la tienes al alcance de tu mano, y
en ella está que decidas tomarla o no —sentenció antes de alejarse con
discreción, del mismo modo en que había llegado.
Arran volvió la mirada de nuevo hacia su esposa, que continuaba
riendo junto a un grupo de mujeres. Con determinación, fue hacia ella y
agarró su mano.
—Vamos a bailar —dijo antes de arrastrarla hasta donde todas las
parejas danzaban sin parar.
—Si no lo veo no lo creo —comentó Cat con guasa sin dejar de
sonreír ni de moverse al son de las gaitas—. El huraño Arran Hamilton
bailando. ¡Menuda sorpresa!
—No tientes a la suerte, esposa mía —le siguió la broma—. En
cualquier momento puedo arrepentirme y decidir que se acabó la fiesta para
nosotros.
Catriona enarcó una ceja.
—¿Para mí también?
—Eres mi mujer y debes complacerme.
—¿Y te complacería si te enviara al infierno, esposo mío? —
inquirió con sorna.
Arran emitió una carcajada.
—Hay otras cosas que tengo en mente y que me complacerían
mucho más —le susurró en el oído, logrando que la piel de la joven se
erizara.
—¿Puedo saber a qué te refieres? —preguntó con coquetería.
—Eres lo suficientemente inteligente para descubrirlas por ti misma,
pelirroja.
Estuvieron bailando y riendo durante horas, hasta que, exhaustos,
decidieron abandonar la fiesta para encerrarse en la habitación que
ocuparían durante su estancia en Túr Eilein.
—Creo que no me había sentido tan cansada en toda mi vida —
comentó Cat sonriente.
—¿Tanto como para no dejarme que te muestre en lo que llevo
pensando toda la noche? —preguntó plantándose frente a ella y empezando
a desatar los lazos de su vestido.
—¿Toda la noche?
—Y parte del día, si te soy sincero —reconoció con una sonrisa
ladeada.
Catriona rio divertida y halagada a partes iguales.
—¿Y qué es eso que ha mantenido tu mente ocupada, esposo?
—Tu cuerpo.
—¿Mi cuerpo? —Enarcó una de sus cejas.
—El deseo de verlo desnudo y poder lamerlo y amarlo como se
merece no me ha dejado pensar en otra cosa —declaró con ardor.
—Y ¿a qué estás esperando? —le retó la joven.
—A que me dijeras esto —aseveró con una mirada depredadora
reflejada en sus ojos negros.
Se abalanzó sobre ella como un ave rapaz hace con su presa y se
apoderó de sus dulces labios. Con cierta brusquedad, debida a la pasión que
recorría todo su cuerpo, envolvió un mechón de los sedosos rizos rojizos de
su esposa en el puño y le echó la cabeza hacia atrás para lamer su garganta.
Tenía un cuello precioso y había aprendido que dedicarle atención a aquella
zona prendía la llama que había dentro de ella.
La pasión de ambos parecía consumirles. Sus lenguas se
entrelazaban en besos salvajes que les hacían temblar de puro deseo. Se
quitaron la ropa el uno al otro de forma apresurada sin dejar de tocarse y
devorarse, ya que no hacerlo suponía para ellos una dulce tortura.
Las manos de Arran aferraron las redondas nalgas de Catriona para
apretarla contra su erección, que clamaba estar dentro de ella. De manera
instintiva, la joven comenzó a frotarse contra él, haciéndole emitir un ronco
gruñido.
Arran se aproximó a su oído y le susurró promesas prohibidas sobre
todas las cosas con las que fantaseó hacerle durante la fiesta mientras la
veía contonear sus caderas al son de las gaitas.
Cat respondió tomando su miembro en la mano para moverla arriba
y abajo, haciendo que los músculos del hombre se tensaran ante aquella
placentera tortura.
Arran respondió metiendo una de sus ásperas manos entre las largas
piernas femeninas, sabiendo exactamente dónde tocar, frotar y acariciar
para hacerla enloquecer. Con la que le quedaba libre cubrió uno de sus
pechos, frotando el rosado pezón con su pulgar, hasta que Catriona gimió su
nombre.
Sintiendo que estaba a punto de explotar con las atenciones que su
esposa le estaba dispensando a su dura verga, la alzó en brazos y la llevó a
la cama, para tenderse junto a ella. Metió las rodillas entre sus muslos,
obligándola a separarlos, para introducirse entre sus pliegues, que por la
humedad que notaba en ellos, sabía que estaban preparados para recibirle.
—Estar dentro de ti es como subir al paraíso —declaró con voz
ronca.
—No creo que el paraíso pueda compararse con esto que sentimos
cuando estamos juntos —repuso Cat con los ojos brillantes por la pasión.
Apoyándose en los codos, bajó la cabeza hasta sus pechos, en los
que trazó lentos círculos con su lengua, prestando especial atención a
aquellos pezones que eran los más dulces que probó en toda su existencia.
Catriona le rodeó la cintura con sus largas piernas para que sus
penetraciones fueran más profundas. Arran volvió a besar sus labios,
penetrándola con la misma intensidad que su lengua lo hacía dentro de su
boca.
Cat gritó y le clavó las uñas en los hombros provocándole una
mezcla de dolor y placer que le hizo gruñir.
Las acometidas se volvieron más rápidas y profundas haciendo que
el lecho golpeara fuertemente contra la pared. Los gemidos y jadeos de
Catriona se volvieron incontrolables hasta que se aferró con fuerza a él
gritando su nombre.
Arran se dejó ir también y se derramó dentro de ella, apoyando la
frente contra la de su esposa plenamente satisfecho.
Permanecieron inmóviles y unidos unos minutos más, sintiendo que
sus cuerpos aún se estremecían por el placer vivido.
—Ha sido increíble —murmuró Cat besando su fuerte hombro.
—Tú eres increíble, pelirroja —respondió alzando la cabeza para
poder admirar su bello rostro.
Le acarició la mejilla retirando alguno de sus rizos sudorosos de la
frente.
—Te amo, Arran —susurró la joven de sopetón, incapaz de retener
por más tiempo sus sentimientos.
El cuerpo del hombre se tensó y lo único que pudo hacer como
respuesta fue besarla en los labios. Ya sabía que su esposa le amaba, sin
embargo, escucharlo lo convertía en algo mucho más real y le hacía sentirse
aterrado.
Capítulo 24
***
—No puedes marcharte otra vez, hace muy poco que llegamos.
—Lo sé, Catriona, pero sabía que me exponía a esto cuando acepté
su propuesta —respondió con calma mientras metía un par de camisas en su
petate.
—Lo comprendo, sin embargo, hay algo que le preocupa a
Macauley y estoy a punto de averiguar qué es.
—Lo único que le sucede a ese muchacho es que no sabe lo que
hacer para desafiarme constantemente —repuso con cansancio.
—No, tengo la intuición de que es algo importante.
—No puedo rechazar la petición de nuestro monarca por una
estúpida intuición —espetó mirándola de frente con las manos en las
caderas.
Cat se plantó ante él y alzó el mentón.
—Si no lo haces por eso, hazlo por mí, creo que estoy embarazada.
El ceño de su esposo se frunció profundamente.
—¿Lo crees?
—Estoy casi segura.
Percibió como procesaba aquella información.
—Trataré de volver cuanto antes.
—¿Cómo? ¿Te acabo de decir que es posible que lleve un hijo tuyo
en el vientre y solo se te ocurre decirme que volverás cuanto antes? —
inquirió dolida.
—Catriona, no puedes ser tan caprichosa, entiende que me he
comprometido con el rey.
—Te comprometiste antes conmigo al casarnos —le echó en cara—.
Pero tranquilo, no voy a insistir más, has dejado muy claras cuáles son tus
prioridades.
Con paso airado salió de la alcoba dando un portazo.
Arran fue tras ella.
—¡Catriona, ven ahora mismo! —le exigió a voz en grito—. No
hemos terminado de hablar.
Su esposa no le hizo caso y aceleró el paso para que no pudiera
detenerla.
—¿Problemas conyugales? —preguntó Donald a sus espaldas en
tono de guasa.
—No está de acuerdo con que me marche a la corte.
—¿Puedes culparla? —inquirió enarcando una ceja.
Arran suspiró.
—No, la verdad es que no —negó, regresando a la alcoba seguido
del guerrero—. En especial, teniendo en cuenta su estado.
—¿Su estado?
Arran se pasó las manos por el cabello tratando de disipar la
confusión que sentía.
—Acaba de decirme que es probable que esté en cinta.
—¿Y vas a marcharte de todos modos? —preguntó con tono de
reproche.
—¿Tienes algo que decir al respecto? Porque te advierto que no es
mi mejor día —dijo a la defensiva.
—Solo quiero que pienses en lo sensible que debe sentirse tu
esposa. Es posible que porte al próximo laird Hamilton en su vientre. ¿Te
das cuenta de la carga que supone eso para ella?
—¿Insinúas que debo rechazar la petición del rey?
—No, solo digo que deberías pensar bien si te merece la pena el
acuerdo al que has llegado con él —respondió posando una mano sobre su
hombro—. ¿Estás dispuesto a perderte el nacimiento de tu hijo? ¿Sus
primeros pasos o palabras? ¿Estás preparado para ser el padre ausente que
solo pasa cortas temporadas en casa? Si es así, adelante, yo te apoyaré como
he hecho siempre. Sin embargo, si crees que ese no es el tipo de padre que
quieres ser, estás a tiempo de buscar el modo de decirle a nuestro monarca
que no puedes formar parte de su ejército porque tu esposa y tu clan te
necesitan —tras soltar su discurso, se marchó para que pudiera reflexionar
sobre lo que le dijo.
Arran se quedó a solas dándole vueltas a sus palabras. Claro que no
quería convertirse en esa persona que Donald acababa de describir, siempre
quiso ser un padre igual de bueno que el suyo. Uno al que pudieran respetar
y admirar, el tipo de hombre que antepondría su familia a cualquier cosa.
Por otro lado, la idea de ser padre le aterraba hasta el punto de
dejarlo casi paralizado. De repente, le costaba respirar y sus manos le
temblaban. Ahora no solo tenía a una mujer que perder, en breve, también a
un hijo al que no condenaría a verle morir en batalla, como le sucedió a él.
Capítulo 25
Catriona sentía deseos de echarse a llorar, sin embargo, luchaba con todas
sus fuerzas para no derramar ni una sola lágrima más. Quiso esperar a estar
completamente segura para decirle a Arran que era muy probable que un
bebé estuviera creándose en su vientre, pero las circunstancias la empujaron
a soltarlo de repente, con la esperanza de que eso le hiciera cambiar de
opinión.
No obstante, como buen cabezota que era, se mantuvo firme en su
decisión, demostrando que nada le importaba más que su estúpido orgullo,
ni siquiera su futuro hijo.
Se detuvo y cerró los ojos, respiró hondo varias veces para tratar de
calmarse. Aquel sería el último desprecio que le haría, lo juraba por el alma
de su difunto padre. Saldría adelante con su hijo, tanto si Arran se implicaba
en su crianza como si no.
De todos modos, ya tendría tiempo para preocuparse por eso, lo
importante ahora era hablar con Macauley y que terminara de contarle lo
que estaba ocurriendo.
—Siobhan, ¿has visto a Mac? —le preguntó a la sirvienta que
pasaba por allí.
—No, no lo he visto. ¿Por qué? ¿Pasa algo?
—No estoy segura —respondió mirando alrededor.
Junto a un árbol atisbó a ver a Colin, que parecía estar cortejando a
Kathryn, a juzgar por el rubor que teñía sus mejillas y la sonrisa tímida que
se dibujaba en sus labios.
¿Qué hacía allí? ¿Le prometió que no se separaría del jovencito?
Las personas en las que más confiamos pueden ser las que ocultan
los mayores secretos.
***
Arran decidió partir cuanto antes para poder explicarle al rey la nueva
situación y volver a casa. Trató de encontrar a su esposa, pero no se hallaba
en el castillo, ni su hermano tampoco, por lo que supuso que andarían
juntos por el bosque, seguramente enfadados con él, como ya se había
convertido en costumbre.
Tampoco encontró a Colin, así que lo más probable era que
estuviera con ellos, protegiéndoles, cosa que le dejó más tranquilo. De
todos modos, tenía instalada en su pecho una extraña sensación de que un
peligro inminente estaba por llegar, y se iba incrementando con cada paso
que se alejaba de Fjord Castle.
Otra cosa que le atormentaba era que parecía que cualquier persona
era capaz de entender a su esposa mejor que él, y, en el fondo, sabía que era
culpa suya. ¿Por qué no era capaz de tratarla con delicadeza, como veía
hacer a Duncan con su hermana? ¡Menudo bruto estaba hecho!
De repente, Sealgair, que hasta aquel momento iba tranquilamente
sobre su hombro, comenzó a revolotear como si hubiera sentido que alguien
se aproximaba.
Se llevó el índice a los labios para pedirles a los dos guerreros que le
acompañaban que guardaran silencio y volvió su caballo hacia los árboles
que sobrevolaba el halcón en aquellos momentos. Cogió el arco de su
espalda y colocó una flecha, preparado para disparar si se trataba de algún
atacante. Escuchaba los rápidos pasos de un caballo cada vez más cerca, así
que tensó la cuerda y esperó al momento exacto. Justo cuando iba a lanzar
la flecha, la imagen de su hermano cabalgando hacia él a la velocidad de un
rayo le hizo que bajara el arma.
—Dios, Macauley, ¿qué estás haciendo? He podido matarte.
El muchachito detuvo su montura junto a la suya, y un par de
lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas.
—Es Cat, está en peligro.
El corazón de Arran se detuvo.
—¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué está en peligro?
—Donald ha vuelto a intentar matarme y ella lo ha descubierto —le
explicó con la voz entrecortada por el llanto que era incapaz de controlar.
—¿Donald? —No podía creer lo que acababa de oír—. ¿Qué… qué
estás diciendo?
—Fue él —aseveró mirándole a los ojos—. Él es el traidor que me
atacó en el bosque.
Arran sentía una fuerte presión en el pecho, hubiera desconfiado de
cualquier persona excepto de Donald. ¡Si era como un segundo padre para
él!
—¿Dónde está Catriona? —preguntó tratando de mantener la mente
fría.
—Distrajo a Donald para que yo pudiera escapar, él la tiene.
Arran apretó los dientes con rabia, si le tocaba un solo pelo, le haría
sufrir antes de darle muerte.
—¿Dónde os encontrabais cuando huiste?
—En el bosque, cerca del gran álamo.
Arran asintió y se colocó el arco a la espalda.
—Llevad a mi hermano al castillo e informad al resto de guerreros
de la traición de Donald, yo iré en busca de mi mujer —les dijo a los dos
guerreros que estaban junto a ellos antes de poner su caballo al galope
tomando la determinación de que, por mucho que le doliera, mataría a
Donald por todo lo que estaba haciendo.
***
***
Pasaron cinco días hasta que Cat volvió a abrir los ojos.
La curandera, tras detener la hemorragia de Colin —que estaba
grave, aunque fuera de peligro gracias a qué él mismo estuvo haciendo
presión sobre la herida— y coser el hombro de Kathryn, volvió a Fjord
Castle para examinar a Catriona y asegurarse de que se encontraba bien, a
pesar de los golpes que regaban su cuerpo. Ella misma les confirmó que con
tanto sangrado, era obvio que habían perdido al bebé.
—Eso no es importante ahora mismo, podremos tener otros hijos en
el futuro —dijo Arran tratando de quitarle importancia a lo ocurrido para
que Catriona no se sintiera mal.
Las madres que perdían a sus hijos nonatos solían culpabilizarse de
ello, y él no estaba dispuesto a que Cat lo hiciera.
—Yo creo que eso no pasará —murmuró su esposa con la vista fija
en el paisaje que se veía desde la ventana.
—¿Por qué dices eso? —inquirió su marido con el ceño fruncido—.
Lo que te ha ocurrido no tiene por qué impedirnos ser padres en el futuro.
—Lo ocurrido no, lo haré yo —sentenció clavando sus ojos en él—.
Voy a abandonarte.
La curandera carraspeó incómoda.
—Creo que les dejaré a solas —murmuró antes de salir de la
habitación.
—¿Vas a abandonarme? —repitió Arran con incredulidad sin prestar
atención a la anciana que acababa de marcharse—. ¿Qué demonios estás
diciendo? No puedes hacer eso.
—¿No puedo hacerlo? —la calma con la que hablaba hizo que la
piel de su esposo se erizara—. ¿Quién me lo impide?
—Yo, que soy tu marido.
—¿Acaso tú me hiciste caso cuando te pedí que no te marcharas a la
corte porque tenía un mal presentimiento?
Los remordimientos atenazaron las entrañas de Arran.
—Lo siento, tienes razón, debí hacerte caso.
—Eso ya no tiene importancia.
—Catriona…
—A partir de ahora, puedes marcharte con él rey o donde te venga
en gana, a mí ya no me importa.
—¿Y a dónde pretendes ir tú?
—He pedido que le hagan llegar una nota a mi hermano para que
venga a buscarme —respondió.
—No voy a permitir que me abandones.
—¿Estaba bien que me abandonaras tú, pero no que lo haga yo?
Arran negó con la cabeza.
—No iba a hacer tal cosa, solo me dirigía a cumplir mis
obligaciones para con el rey. De todos modos, eso ya está solucionado, le he
informado de lo ocurrido en el clan y mi imposibilidad de marcharme en
estos momentos —le explicó—. Estoy seguro de que lo entenderá.
—Me alegro por ti, aunque eso ya no me concierne, ya te lo he
dicho.
—Catriona, tienes que ser razonable…
—¡Estoy harta de ser razonable! —le cortó—. He esperado por ti
durante años. Años que he perdido creyendo que algún día te abrirías a mí y
llegarías a amarme del mismo modo en que yo te amaba.
—¿Me amabas? ¿En pasado?
Los claros ojos de Cat se llenaron de lágrimas.
—Si hubieras estado aquí, yo no habría perdido a mi bebé, así que
sí, lo digo en pasado porque ya no siento nada por ti que no sea rencor.
Aquellas palabras fueron un duro golpe para Arran, él mismo se
había reprochado su comportamiento una y otra vez. Cargaba con la muerte
de su hijo sobre su conciencia y, aun así, estaba agradecido porque su
hermano y su esposa siguieran vivos.
—Te dejaré para que te tranquilices y pienses las cosas con calma.
—No tengo nada que pensar, ya lo he meditado y es una decisión
firme.
***
***
Escocia, 1722
Clan Hunter
Había pasado un año desde que Cat volvió a Túr Eilein. Aquella mañana se
levantó temprano para poder recoger hierbas antes de que el calor empezara
a apretar.
Llevaba una existencia tranquila y aprendió a vivir con el corazón
roto, por eso, cuando la voz del hombre en el que se esforzaba en no pensar
la sorprendió, el mundo que construyó a su alrededor se vino abajo.
—Sabía que te encontraría en este lugar.
La joven se incorporó lentamente y se volvió para mirar aquel
masculino rostro que la había perseguido en sueños cada noche.
—¿Qué haces tú aquí? —inquirió a modo de reproche.
—¿Acaso no soy bien recibido? —sonrió de medio lado
aproximándose más a ella.
Cat, desesperada por mantener la distancia entre ellos, retrocedió.
—No demasiado, la verdad —respondió con sinceridad.
—Lo comprendo, pero necesitaba verte.
—¿Para qué?
—No he podido dejar de pensar en ti, Catriona.
El corazón de la muchacha dio un vuelco al escuchar aquella
afirmación.
—¿Pensabas en mí entre batalla y batalla? —preguntó sarcástica—.
Han llegado a mis oídos todas las hazañas que has logrado junto al ejército
real. Enhorabuena.
—Te he tenido en mente en todo momento, pelirroja, no me
importaba nada más que convertirme en un hombre que fuera merecedor de
ti.
Cat negó con la cabeza.
—Arran, no creo que debamos volver a pasar por esto. No nos
entendemos y no pasa nada, somos diferentes y lo comprendo. Ahora soy
feliz.
—¿Y no has pensado en mí ni un solo momento? —insistió
acortando la distancia que su esposa mantenía entre ellos y tomándola por
los brazos para que no pudiera huir de nuevo—. ¿No me has echado de
menos? Porque yo apenas podía respirar por la necesidad que sentía de
tenerte cerca.
—¿De veras? ¿Por eso no has dado señales de vida en todo un año?
—Sí, justamente por eso.
La joven entrecerró los ojos sin comprender a qué se refería.
—No tiene sentido nada de lo que dices.
—Escúchame, Catriona, he rezado porque me mataran durante la
batalla en incontables ocasiones, con la esperanza de que eso acabara con el
dolor que me provocaba saber que te había perdido. Deseaba cabalgar hasta
aquí y suplicarte que regresaras a Fjord Castle conmigo, pero era consciente
de que no podría hacerte feliz y esa no era una opción, quería saber que
podría darte lo que necesitabas antes de verte de nuevo.
—¿Y qué te hace pensar que ahora la cosa será diferente? Seguimos
siendo los mismos que la última vez que nos vimos.
—No es cierto, todo el mundo puede aprender y es lo que he estado
haciendo todo este tiempo.
—¿Luchar te ha enseñado a hacerme feliz? —se mostraba
totalmente escéptica.
—No, aunque hablar con tu tío sí lo ha hecho.
—¿El tío Arthur? —se sorprendió.
Arran asintió.
—Lo estuve buscando durante meses hasta que di con él en una
taberna cerca de las Lowlands —le explicó—. Sé que te conoce bien, así
que le pedí ayuda para entenderte y convertirme en el hombre que
necesitabas a tu lado.
—¿Y qué te dijo?
—Que no debía esforzarme por ser otra persona, solo por superar
los miedos que arrastraba y rezar para que, pese a mis imperfecciones, tú
aceptaras compartir tu vida conmigo.
A Cat se le escapó una sonrisa porque esas palabras eran típicas de
su tío.
—¿Y lo has conseguido?
—¿Superar mis miedos?
—Sí.
Sonrió y alzó una de sus manos para acariciarle la suave mejilla.
—Entiendo que deberé luchar toda mi vida contra mis demonios,
esos que me dicen que me proteja para no tener que sufrir, sin embargo, he
aprendido a controlar esas voces y dejarme llevar por lo que siente mi
corazón —dijo, besándola.
Cat se separó de él y le asestó una sonora bofetada que le giró la
cara.
—No tienes derecho a besarme.
—Catriona…
—No quiero escuchar nada más —lo interrumpió con el mentón
alzado—. Vete y no regreses más, no eres bien recibido en este clan.
Se alejó de allí lo más rápido que pudo, sin ser capaz de contener
por más tiempo las lágrimas.
—Cat, ¿qué ocurre? —le preguntó Callum al verla entrar al castillo
en ese estado.
La joven no respondió, subió las escaleras y se encerró en su alcoba,
apoyó la espalda en la puerta y se dejó caer al suelo entre sollozos.
¿Por qué había tenido que regresar ahora que ella estaba
aprendiendo a ser feliz sin él? ¡Maldito Arran Hamilton! ¡Y malditos
sentimientos que seguía albergando su corazón por mucho que ella se
esforzara en deshacerse de ellos!
***
***
***
Inglaterra, 1714
Palacio Kensington
FIN
Nota de la autora
Todos los sucesos ocurridos en este libro son ficticios, por lo que
nunca existieron los escritos en los que la reina Ana declarase que un
Estuardo debía ascender al trono de Escocia.