¿Fue La Revolución Rusa Un Éxito Económico
¿Fue La Revolución Rusa Un Éxito Económico
¿Fue La Revolución Rusa Un Éxito Económico
A raíz del centenario de la revolución rusa, son muchos quienes se han deshecho en
elogios acerca de sus logros en promover el desarrollo económico de la extinta URSS: no
en vano, la renta per cápita del país pasó (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-
project/data/mpd_2013-01.xlsx) de 1.235 dólares internacionales en 1916 a 7.112 dólares
internacionales en 1989 (todo ello descontando la inflación); esto es, la renta per cápita
se multiplicó por 5,7 en 73 años, lo que equivale a un crecimiento anual promedio del
2,4%. En ese mismo período, por ejemplo, EE.UU. multiplicó su renta per cápita 4,4 veces,
es decir, un crecimiento anual promedio del 2%. A tenor de estas cifras, pues, la revolución
parecería haber sido un completo éxito económico: un modelo de desarrollo para muchas
otras regiones del planeta.
Es verdad que, si extendemos el rango de años, el crecimiento de la renta per cápita previo
a la revolución se reduce (entre 1885 y 1913, el crecimiento fue del 1,7%), al igual que
sucedería con la URSS si su declive se hubiera prolongado algunos años más (el aumento
promedio de la renta per cápita de la URSS entre 1970 y 1989 fue sólo del 1,2% anual).
Pero la idea básica es que el crecimiento de la URSS durante las últimas décadas previas a
la revolución no fue tan distinto del crecimiento experimentado por la propia URSS a lo
largo de toda su historia.
De hecho, en un sentido fue sustancialmente superior: el PIB de la URSS entre 1890 y 1913
se expandió a un ritmo promedio del 3,6% anual, mientras que entre 1916 y 1989 lo hizo al
3,3%. Durante las décadas previas a la revolución, los territorios que posteriormente
conformarían la URSS experimentaron un notable incremento de su población (desde 110
millones de personas en 1990 a 156 millones en 1913: un aumento del 42%), cosa que
sucedió en mucha menor medida tras la revolución (la URSS no incrementó en un 42% su
población frente a los niveles de 1913 hasta medio siglo después). Si tu población crece
muy rápido (https://www.youtube.com/watch?v=Row9WKvqA18), tu PIB tiende a crecer
más aceleradamente pero, en cambio, tu renta per cápita tiende a expandirse a un menor
ritmo (a menos que consigas aumentar muy rápidamente tu nivel de ahorro para así
incrementar el stock de capital por ciudadano). La razón cabe hallarla en los rendimientos
decrecientes del trabajo: más mano de obra con misma maquinaria produce más en
agregado pero es marginalmente menos productiva que menos mano de obra con misma
maquinaria. Como veremos en el próximo artículo, el modelo de crecimiento stalinista no
sólo se benefició de un relativo estancamiento de la población, sino de su capacidad para
coaccionar a la población a ahorrar, lo que le permitió incrementar contablemente la renta
per cápita aun a costa de la pérdida de bienestar de su propia población.
Es más, comparar los logros económicos del zarismo con los de la URSS no resulta del todo
adecuado. A la postre, es indiscutible que el zarismo constituía un sistema institucional
desastroso: lo verdaderamente remarcable es que la URSS apenas consiguiera emular las
tasas de crecimiento de ese modelo cuasi feudal. ¿Qué habría sucedido si el zarismo
hubiese evolucionado hacia instituciones más inclusivas, esto es, más liberales? Los
contrafactuales siempre son arriesgados, pero tenemos ciertas referencias que podrían
sernos de utilidad al respecto. Como ya hemos dicho, los territorios de la URSS contaban
en 1913 con una renta per cápita de 1.414 dólares internacionales y terminaron en 1989
con una de 7.112 (multiplicó su renta per cápita por 5 con respecto a 1913). ¿Cómo se
comportaron países con una renta per cápita similar a la de la URSS en 1913 y que, en
contra del zarismo y del marxismo-leninismo, adoptaron instituciones progresivamente
más inclusivas? Grecia contaba en 1913 con una renta per cápita de 1.170 dólares
internacionales y terminó 1989 con una de 10.111 (multiplicó su renta per cápita por 8,6);
a su vez, Portugal exhibía una renta de 1.250 dólares internacionales y alcanzó los 10.372
en 1989 (la multiplicó por 8,3).
* Hemos interpolado los datos para la URSS (1941-1945), para Hong Kong (1914-1949) y
para Singapur (1940-1949).
Por supuesto, cabría replicar que Grecia, Portugal y, especialmente, Singapur o Hong Kong
son países demasiado pequeños para compararlos con la URSS. Sin embargo, hay otro país
que poseía 51 millones de habitantes en 1913 y 123 millones en 1989 cuya comparación sí
resulta bastante más pertinente: Japón. La renta per cápita de Japón en 1913 era de 1.387
dólares internacionales, mientras que en 1989 se ubicó en 17.943, es decir, la multiplicó
por 12,9 (justamente, el caso de Japón es utilizado como contrafactual histórico por los
autores de un importante paper (http://economics.mit.edu/files/8702) que
referenciaremos en el próximo artículo al estudiar el crecimiento económico bajo el
stalinismo).
Aun cuando la URSS hubiera sido un incuestionable éxito económico, la revolución que
condujo a ella, y que se está glorificando durante estas semanas, fue un inopinable
desastre: no sólo por el golpe de estado y la subsiguiente guerra civil perpetrada por el
bolchevismo, sino por la implantación del calamitoso “comunismo de guerra” entre
1918 y 1922 (la planificación central en su estado más puro).
La renta per cápita, que en 1916 —en plena Primera Guerra Mundial— se había ubicado
en 1.235 dólares internacionales, se hundió hasta los 526 en 1921, esto es, un colapso del
58% (un 62,8% frente al nivel de 1913). Para que nos hagamos una idea de lo que supone
esta magnitud: una renta de 526 dólares per cápita era inferior a la renta per cápita de la
URSS en el año 1600 o a la renta de que hoy muestran la República Centroafricana o
Zimbabue. Este hundimiento del PIB per cápita se materializó, como es obvio, tanto en la
producción agraria como en la industrial: con respecto a 1913
(https://books.google.com.ar/books?
id=vyX6PH0NYScC&pg=PA68&lpg=PA68&dq=%22Railway+tonnage+carried+%28millions%29
la producción agraria se hundió un 40%, mientras que la producción industrial lo hizo un
69% (además, semejante colapso no se vio compensado por unas mayores importaciones,
pues éstas se hundieron un 85%). Bajo cualquiera de las diversas estimaciones efectuadas,
el desplome fue gigantesco:
En parte debido que nos vimos desbordados por los problemas bélicos y en parte debido a
la posición desesperada en la que se encontraba la República cuando terminó la guerra
imperialista, cometimos el error de adoptar directamente el modo de producción y de
distribución comunista. Pensamos que con la venta forzosa de los excedentes agrarios
bastaría para abastecer a las fábricas y, así, alcanzar el modo de producción y
distribución comunista.
No es que tuviéramos un plan tan claramente delineado como éste, pero actuamos
aproximadamente bajo estas directrices. Eso es desgraciadamente así. Digo
desgraciadamente porque, tras experimentarlo brevemente, nos convencimos de que [el
comunismo de guerra] era una equivocación y de que iba en contra de lo que previamente
habíamos escrito acerca de la transición desde el capitalismo al socialismo.
La cuestión, claro, es si tanto sufrimiento, tanta devastación, tanta muerte y tanta
pauperización como la traída por la glorificada revolución rusa entre 1917 y 1922 valieron
la pena, habida cuenta de que el desarrollo económico cosechado por la URSS
probablemente no habría diferido demasiado del que habría experimentado el zarismo. De
hecho, la URSS no recuperaría el nivel de renta per cápita perdido específicamente a causa
de la revolución (contabilizando tanto la pérdida de crecimiento real como potencial)
hasta 1935, es decir, 18 años (y millones de muertes) después de que se iniciara la propia
revolución. Lo hizo, además, bajo el puño de hierro del stalinismo: un modelo de
desarrollo que, sobre el papel, aparentemente cosechó un crecimiento bastante acelerado
pero que lo hizo sobre unas bases insostenibles y a costa de la represión política,
económica y social de su propia población.
Algo parecido a esto, claro, también sucede en las economías capitalistas, pero en mucha
menor medida (el peso de la inversión en el PIB suele ubicarse entre el 15-20%, mientras
que en la URSS llegó a copar casi el 35%) y, sobre todo, por decisión voluntaria de sus
ciudadanos: son ellos los que escogen cuánto quieren ahorrar (e invertir) y cuánto desean
consumir (no así en la URSS, donde tal decisión les venía impuesta por la planificación
central). Por consiguiente, cuando estudiamos la evolución de la renta per cápita en la
URSS, no hemos de perder de vista que un elevado (y creciente) porcentaje de la misma
estaba materializado en bienes de inversión que no contribuían a mejorar directamente la
calidad de vida de sus ciudadanos: entre 1928 y 1955 (periodo estrictamente del
estalinismo), la renta per cápita aumentó un 140%, pero el consumo per cápita apenas
creció un 30% (https://www.cia.gov/library/readingroom/docs/DOC_0000380517.pdf). De
ahí que los estándares de vida fueran, por lo general, sustancialmente más bajos que
aquellos que corresponderían a países con una renta per cápita análoga
(https://www.ucis.pitt.edu/nceeer/1984-629-2-Johnson.pdf).
Un caso extremo, y dramático, de este ahorro draconiano impuesto por el estalinismo para
financiar la industrialización del país fue el Holodomor: esto es, la gran hambruna
ucraniana que acabó con la vida de más de cuatro millones de personas
(http://history.org.ua/LiberUA/DemTekhnKat_2015/DemTekhnKat_2015.pdf). Para
financiar la sobreproducción de bienes de inversión, Stalin decidió forzar la
colectivización del agro soviético —en contra de lo establecido por la Nueva Política
Industrial leninista—. La expropiación y colectivización de la tierra de los agricultores
le permitía al Estado soviético requisar (venta forzosa a precios fijados por el Estado)
cuanta producción agraria deseara para, por un lado, alimentar al ejército y a los
trabajadores industriales en la ciudad y, por otro, exportar los alimentos para así importar
maquinaria (los detalles del proceso de colectivización agraria estalinista están
excelentemente descritos por Paul Gregory en el capítulo 2 de su The Political Economy of
Stalinism (http://digamo.free.fr/stalpoleco.pdf)).
Los muy bajos precios fijados por el Estado para requisar parte de las cosechas, la fuerte
represión estatal contra los agricultores que se resistían a ser atracados y las malas
condiciones climáticas hundieron la producción agraria a comienzos de los treinta: y, pese
a las malas cosechas que se vivieron en todo el país y especialmente en Ucrania, el Estado
soviético optó por seguir requisándolas para así remitirlas a las ciudades, pero también
para seguir exportándolas con el propósito de financiar la importación de maquinaria.
Literalmente, Stalin optó por matar de hambre a una parte de la población soviética para
mantener el ritmo de su industrialización. Ahorro forzoso en su más deshumanizadora
expresión.
Producción de cereal, exportaciones y requisiciones (millones de toneladas)
Fuente: Nikolai Shmelev y Vladimir Popov. 'The Turning Point' (1989). Tengamos presente
que, como señala Mark Tauger (1991) (https://www.jstor.org/stable/2500600), la
estadística oficial de la producción de 1932 se halla con total seguridad inflada, de modo
que la requisición y exportación se efectuaron sobre montos mucho menores.
Otro ejemplo, mucho menos dramático pero también ilustrativo de los bajos estándares de
vida derivados del ahorro forzoso soviético, es la infrainversión en vivienda. En 1980, la
URSS contaba con una renta per cápita comparable a la de España a comienzos de los
setenta: sin embargo, el 20% de las familias urbanas compartía apartamento con otras
familias (https://en.wikipedia.org/wiki/Communal_apartment) (en 1960, el porcentaje
ascendía al 60% (https://www.ucis.pitt.edu/nceeer/1984-629-2-Johnson.pdf)) y un 5% de
ellas —normalmente solteros— vivía en dormitorios dentro de las fábricas. En otras
palabras, la sobreinversión en bienes de capital para impulsar el crecimiento a efectos
estadístico del PIB se nutría, en parte, de una infrainversión estructural en vivienda (y es
que la vivienda, por sí sola, no contribuía a impulsar el crecimiento del PIB, por lo que
fabricarla no constituía una prioridad estatal por mucho que mejorara la calidad de vida de
sus ciudadanos).
En definitiva, ¿cómo logró crecer la URSS durante el estalinismo y las dos décadas
siguientes? Imponiendo una enorme austeridad a sus ciudadanos para de ese modo
financiar la inversión industrial. La sobreproducción continuada de bienes de
capital —a costa de la infraproducción de bienes de consumo y de la no reposición de los
bienes de capital que se iban deteriorando— permitió industrializar el país para así seguir
produciendo más bienes de capital: que esa industrialización permitiera o no terminar
satisfaciendo las necesidades vitales de sus ciudadanos (esto es, que se produjeran bienes
de consumo en variedad, cantidad y calidad suficientes) constituía una cuestión
absolutamente secundaria para los planificadores centrales, pues lo prioritario era exhibir
propagandísticamente músculo —capacidad de aumento del PIB— frente al capitalismo.
Por supuesto, al análisis anterior podría replicársele que, si bien la represión de las
necesidades ciudadanas fue algo deplorable, al menos logró un objetivo notable que habría
sido imposible alcanzar de otro modo: completar en un tiempo récord la transición desde
una economía fundamentalmente agraria —la Rusia zarista— a una economía
industrializada —la URSS de mediados del siglo XX—. Pero tampoco ese es un auténtico
logro: como explican Cheremukhin, Golosov, Guriev y Tsyvinski
(http://www.nber.org/papers/w19425.pdf), si la URSS hubiera seguido una trayectoria
similar a la que siguió Japón, su industrialización, y el incremento de su renta per cápita,
no sólo habría sido mucho más rápida, sino que se habría producido sin necesidad de
tamaña represión del bienestar de sus ciudadanos.
Comparativa del PIB per cápita de la URSS, de Japón y de una URSS con trayectoria
japonesa
Por otro, si una economía acumula muchos bienes de capital, el coste anual de mantener y
reponer esa enorme infraestructura se dispara (algo que es especialmente grave si la nueva
inversión ha entrado en rendimientos decrecientes): tan es así que llegaremos a un punto
en el que todo el ahorro de la economía irá destinado únicamente a reponer el equipo de
capital existente y no a continuar incrementándolo (de hecho, en el modelo de
crecimiento de Solow, el equilibrio se alcanza cuando todo el equipo de capital deja de
crecer y todo el ahorro se destina a reponerlo). La URSS, obsesionada con seguir
aumentando su dotación de bienes de capital, consiguió maximizar la inversión dirigida a
crear nuevos bienes de capital —en lugar de reponer el equipo existente— alargando la
vida útil de la maquinaria y de las infraestructuras (https://mpra.ub.uni-
muenchen.de/28113/1/MPRA_paper_28113.pdf). El problema es que esta estrategia tiene
las patas muy cortas: la vida útil no puede extenderse indefinidamente sin que afecte de
manera grave a la propia productividad del capital y, además, diferir la reposición de los
bienes de inversión impide renovarlos por otros más modernos y con mejor tecnología
incorporada.
Atrapado en la parálisis —alto ahorro forzoso entre la ciudadanía para no conseguir casi
ninguna mejoría en la calidad de vida debido al agotamiento de un modelo de crecimiento
que era incapaz de ganar eficiencia—, Gorbachov trató de reformar el sistema de
planificación central mediante una liberalización económica similar a la Nueva Política
Económica leninista o a la ejecutada por China en 1978 de la mano de Deng Xiaoping. Un
socialismo que diera algún tipo de participación al mercado para que este pudiera
impulsar el crecimiento mediante ganancias de eficiencia que solo el mercado puede
lograr. Pero una vez la URSS abrió un poquito la mano en la esfera política (Glasnost) y en
la esfera económica (Perestroika), el sistema autocrático se vino abajo.
Conclusión
En definitiva, la Revolución rusa que condujo a la creación de la URSS no tiene nada de
admirable. En sí misma, fue un sangriento golpe de Estado contra la naciente república
que provocó un colapso económico jamás experimentado en la región. A su vez, el régimen
dictatorial que alumbró la revolución no consiguió nada remarcable que no hubiese podido
lograrse de manera más eficiente y con mucho mayor bienestar ciudadano mediante
instituciones respetuosas con el mercado: al cabo, el modelo de crecimiento estalinista
industrializó la URSS de manera torpe, represiva, minando los estándares de vida de sus
ciudadanos (especialmente, de la población rural) y colocando al país en una dinámica de
expansión insostenible que se vino abajo a partir de los setenta. La URSS no es un modelo
de nada salvo de todo aquello a lo que no debemos parecernos.
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