¿Fue La Revolución Rusa Un Éxito Económico

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COMUNISMO (/TEMA-PRINCIPAL/COMUNISMO) 23 DE NOVIEMBRE DE 2017

¿Fue la Revolución Rusa un éxito


económico?
Juan Ramón Rallo señala cómo el crecimiento estalinista se dio a costa de la
represión del consumo de sus habitantes, razón por la cual los estándares de vida
de la población soviética eran marcadamente inferiores que aquellos de sus pares
occidentales en 1985.

Por Juan Ramón Rallo (/autor/juan-ram-n-rallo)

A raíz del centenario de la revolución rusa, son muchos quienes se han deshecho en
elogios acerca de sus logros en promover el desarrollo económico de la extinta URSS: no
en vano, la renta per cápita del país pasó (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-
project/data/mpd_2013-01.xlsx) de 1.235 dólares internacionales en 1916 a 7.112 dólares
internacionales en 1989 (todo ello descontando la inflación); esto es, la renta per cápita
se multiplicó por 5,7 en 73 años, lo que equivale a un crecimiento anual promedio del
2,4%. En ese mismo período, por ejemplo, EE.UU. multiplicó su renta per cápita 4,4 veces,
es decir, un crecimiento anual promedio del 2%. A tenor de estas cifras, pues, la revolución
parecería haber sido un completo éxito económico: un modelo de desarrollo para muchas
otras regiones del planeta.

Pero, ¿realmente lo fue? No. Trataré de explicarlo estructurando la cuestión en torno a


cuatro epígrafes: primero, la economía de la URSS ya se estaba desarrollando antes de la
revolución; segundo, los años de la revolución fueron una absoluta tragedia económica y
humana; tercero, el modelo de crecimiento stalinista fue ineficiente y estaba
fundamentalmente adulterado; y cuarto, el estancamiento post-stalinista era algo
inevitable. En este artículo me centraré en explorar los dos primeros epígrafes; en el
próximo, analizaré los dos siguientes.

El crecimiento económico previo a la revolución

Entre 1890 y 1913, los territorios que posteriormente conformarían la URSS


experimentaron un crecimiento de su renta per cápita desde 866 dólares internacionales
hasta 1.414 dólares, es decir, un crecimiento anual promedio del 2,15%. Si este ritmo de
crecimiento se hubiese mantenido entre 1913 y 1989, la renta per cápita habría sido de
7.137 dólares internacionales, esto es, prácticamente la misma que consiguió la URSS en
1989. En otras palabras, el zarismo, un régimen económico cuasi-feudal y todavía
fuertemente agrario (en 1913, el 72% de la mano de obra rusa estaba atada a la agricultura
(https://www.jstor.org/stable/150210)), logró entre 1890 y 1913 un crecimiento per cápita
análogo al conseguido por la “exquisita” planificación central industrializadora de la
URSS.

Es verdad que, si extendemos el rango de años, el crecimiento de la renta per cápita previo
a la revolución se reduce (entre 1885 y 1913, el crecimiento fue del 1,7%), al igual que
sucedería con la URSS si su declive se hubiera prolongado algunos años más (el aumento
promedio de la renta per cápita de la URSS entre 1970 y 1989 fue sólo del 1,2% anual).
Pero la idea básica es que el crecimiento de la URSS durante las últimas décadas previas a
la revolución no fue tan distinto del crecimiento experimentado por la propia URSS a lo
largo de toda su historia.

De hecho, en un sentido fue sustancialmente superior: el PIB de la URSS entre 1890 y 1913
se expandió a un ritmo promedio del 3,6% anual, mientras que entre 1916 y 1989 lo hizo al
3,3%. Durante las décadas previas a la revolución, los territorios que posteriormente
conformarían la URSS experimentaron un notable incremento de su población (desde 110
millones de personas en 1990 a 156 millones en 1913: un aumento del 42%), cosa que
sucedió en mucha menor medida tras la revolución (la URSS no incrementó en un 42% su
población frente a los niveles de 1913 hasta medio siglo después). Si tu población crece
muy rápido (https://www.youtube.com/watch?v=Row9WKvqA18), tu PIB tiende a crecer
más aceleradamente pero, en cambio, tu renta per cápita tiende a expandirse a un menor
ritmo (a menos que consigas aumentar muy rápidamente tu nivel de ahorro para así
incrementar el stock de capital por ciudadano). La razón cabe hallarla en los rendimientos
decrecientes del trabajo: más mano de obra con misma maquinaria produce más en
agregado pero es marginalmente menos productiva que menos mano de obra con misma
maquinaria. Como veremos en el próximo artículo, el modelo de crecimiento stalinista no
sólo se benefició de un relativo estancamiento de la población, sino de su capacidad para
coaccionar a la población a ahorrar, lo que le permitió incrementar contablemente la renta
per cápita aun a costa de la pérdida de bienestar de su propia población.

Es más, comparar los logros económicos del zarismo con los de la URSS no resulta del todo
adecuado. A la postre, es indiscutible que el zarismo constituía un sistema institucional
desastroso: lo verdaderamente remarcable es que la URSS apenas consiguiera emular las
tasas de crecimiento de ese modelo cuasi feudal. ¿Qué habría sucedido si el zarismo
hubiese evolucionado hacia instituciones más inclusivas, esto es, más liberales? Los
contrafactuales siempre son arriesgados, pero tenemos ciertas referencias que podrían
sernos de utilidad al respecto. Como ya hemos dicho, los territorios de la URSS contaban
en 1913 con una renta per cápita de 1.414 dólares internacionales y terminaron en 1989
con una de 7.112 (multiplicó su renta per cápita por 5 con respecto a 1913). ¿Cómo se
comportaron países con una renta per cápita similar a la de la URSS en 1913 y que, en
contra del zarismo y del marxismo-leninismo, adoptaron instituciones progresivamente
más inclusivas? Grecia contaba en 1913 con una renta per cápita de 1.170 dólares
internacionales y terminó 1989 con una de 10.111 (multiplicó su renta per cápita por 8,6);
a su vez, Portugal exhibía una renta de 1.250 dólares internacionales y alcanzó los 10.372
en 1989 (la multiplicó por 8,3).

Huelga señalar que ni Grecia ni Portugal son países ejemplares en términos de


instituciones inclusivas: pero aun así lograron, sin revoluciones socialistas de por medio,
éxitos mucho más notables que la URSS. Si, en cambio, apeláramos a países que sí han
sido mucho más serios y eficaces a la hora de proteger la propiedad privada de sus
ciudadanos, las diferencias serían todavía más palpables: Singapur exhibía una renta per
cápita de 1.367 dólares internacionales en 1913, mientras que en 1989 alcanzó una de
13.473 (multiplicó por 9,85); a su vez, Hong Kong contaba con una renta per cápita de
1.279 en 1913 frente a 17.043 en 1989 (multiplicó por 13,3).

* Hemos interpolado los datos para la URSS (1941-1945), para Hong Kong (1914-1949) y
para Singapur (1940-1949).
Por supuesto, cabría replicar que Grecia, Portugal y, especialmente, Singapur o Hong Kong
son países demasiado pequeños para compararlos con la URSS. Sin embargo, hay otro país
que poseía 51 millones de habitantes en 1913 y 123 millones en 1989 cuya comparación sí
resulta bastante más pertinente: Japón. La renta per cápita de Japón en 1913 era de 1.387
dólares internacionales, mientras que en 1989 se ubicó en 17.943, es decir, la multiplicó
por 12,9 (justamente, el caso de Japón es utilizado como contrafactual histórico por los
autores de un importante paper (http://economics.mit.edu/files/8702) que
referenciaremos en el próximo artículo al estudiar el crecimiento económico bajo el
stalinismo).

En definitiva, el crecimiento de la URSS no tuvo nada de excepcional


(https://nintil.com/2016/03/26/the-soviet-union-gdp-growth/) ni comparado con las
tendencias que ya se estaban experimentando internamente antes de la revolución ni,
sobre todo, con respecto a países con un nivel similar de desarrollo por aquel entonces y
que adoptaron instituciones (algo) más respetuosas con la propiedad privada y el mercado.
A su vez, y por las razones que expondremos en el próximo artículo, el incremento de la
renta per cápita dentro de la URSS no necesariamente reflejaba una mejoría de las
condiciones materiales de vida de sus ciudadanos, sino un mero productivismo forzado y
contrario a sus preferencias. Visto desde esta perspectiva, la experiencia fue muy poco
remarcable.

El desastre económico de la revolución

Aun cuando la URSS hubiera sido un incuestionable éxito económico, la revolución que
condujo a ella, y que se está glorificando durante estas semanas, fue un inopinable
desastre: no sólo por el golpe de estado y la subsiguiente guerra civil perpetrada por el
bolchevismo, sino por la implantación del calamitoso “comunismo de guerra” entre
1918 y 1922 (la planificación central en su estado más puro).

La renta per cápita, que en 1916 —en plena Primera Guerra Mundial— se había ubicado
en 1.235 dólares internacionales, se hundió hasta los 526 en 1921, esto es, un colapso del
58% (un 62,8% frente al nivel de 1913). Para que nos hagamos una idea de lo que supone
esta magnitud: una renta de 526 dólares per cápita era inferior a la renta per cápita de la
URSS en el año 1600 o a la renta de que hoy muestran la República Centroafricana o
Zimbabue. Este hundimiento del PIB per cápita se materializó, como es obvio, tanto en la
producción agraria como en la industrial: con respecto a 1913
(https://books.google.com.ar/books?
id=vyX6PH0NYScC&pg=PA68&lpg=PA68&dq=%22Railway+tonnage+carried+%28millions%29
la producción agraria se hundió un 40%, mientras que la producción industrial lo hizo un
69% (además, semejante colapso no se vio compensado por unas mayores importaciones,
pues éstas se hundieron un 85%). Bajo cualquiera de las diversas estimaciones efectuadas,
el desplome fue gigantesco:

Valor agregado bruto de la agricultura y de la industria en la URSS entre 1913 y


1928

Fuente: Markevich y Harrison (2011) (https://www.cambridge.org/core/journals/journal-


of-economic-history/article/div-classtitlegreat-war-civil-war-and-recovery-
russiaandaposs-national-income-1913-to-
1928div/7C114C1C6721E340B53BDFB1E85A6A4E)
Como es lógico, semejante grado de pauperización tuvo nefastas consecuencias, no ya
sobre el confort material de los ciudadanos, sino incluso sobre sus propias vidas: las
hambrunas y las epidemias (consecuencia, en parte, del hundimiento de la producción,
pero también de su utilización democida (https://es.wikipedia.org/wiki/Democidio) como
arma política) costaron (http://necrometrics.com/20c5m.htm#RCW) siete millones de
vidas, a las que habría que sumar otros dos millones como consecuencia de la guerra y del
terror.

El propio Lenin tuvo que admitir


(https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1921/oct/17.htm) a finales de 1921 que el
comunismo de guerra había sido un calamitoso (y criminal) error para luego justificar la
adopción de la Nueva Política Económica (la cual, en palabras del propio Lenin, era un
tipo de “capitalismo de Estado (http://blog.juanramonrallo.com/2017/11/15/fue-la-
revolucion-rusa-un-exito-economico-
i/The%20state%20capitalism,%20which%20is%20one%20of%20the%20principal%20aspects%
al que 70 años después quiso implantar Gorbachov con la Perestroika
(https://www.amazon.es/Turning-Point-Revitalizing-Soviet-Economy/dp/0385246544),
mucho más descentralizado, y orientado al mercado, que el aplicado ulteriormente por
Stalin):

En parte debido que nos vimos desbordados por los problemas bélicos y en parte debido a
la posición desesperada en la que se encontraba la República cuando terminó la guerra
imperialista, cometimos el error de adoptar directamente el modo de producción y de
distribución comunista. Pensamos que con la venta forzosa de los excedentes agrarios
bastaría para abastecer a las fábricas y, así, alcanzar el modo de producción y
distribución comunista.

No es que tuviéramos un plan tan claramente delineado como éste, pero actuamos
aproximadamente bajo estas directrices. Eso es desgraciadamente así. Digo
desgraciadamente porque, tras experimentarlo brevemente, nos convencimos de que [el
comunismo de guerra] era una equivocación y de que iba en contra de lo que previamente
habíamos escrito acerca de la transición desde el capitalismo al socialismo.
La cuestión, claro, es si tanto sufrimiento, tanta devastación, tanta muerte y tanta
pauperización como la traída por la glorificada revolución rusa entre 1917 y 1922 valieron
la pena, habida cuenta de que el desarrollo económico cosechado por la URSS
probablemente no habría diferido demasiado del que habría experimentado el zarismo. De
hecho, la URSS no recuperaría el nivel de renta per cápita perdido específicamente a causa
de la revolución (contabilizando tanto la pérdida de crecimiento real como potencial)
hasta 1935, es decir, 18 años (y millones de muertes) después de que se iniciara la propia
revolución. Lo hizo, además, bajo el puño de hierro del stalinismo: un modelo de
desarrollo que, sobre el papel, aparentemente cosechó un crecimiento bastante acelerado
pero que lo hizo sobre unas bases insostenibles y a costa de la represión política,
económica y social de su propia población.

Anteriormente expliqué por qué el crecimiento experimentado por la URSS a lo largo de su


existencia no tuvo nada de extraordinario y por qué, además, la propia revolución fue un
desastre humano y económico sin paliativos. Sin embargo, si uno observa la evolución de
la renta per cápita después de la Segunda Guerra Mundial, el grado de expansión
alcanzado sí parece mucho más espectacular: la URSS pasó de exhibir una renta per cápita
de 1.913 dólares internacionales en 1946 a 5.667 dólares internacionales en 1971, esto es,
consiguió un crecimiento anual promedio del 4,3%. Es verdad que el ritmo de expansión
posterior fue mucho más mediocre (entre 1971 y 1989, el país solo consiguió un
incremento promedio de la renta per cápita del 1,2%, y si tomáramos 1991 como fecha
final de la URSS, apenas del 0,6% anual), pero el cuarto de siglo que transcurre entre 1946
y 1971 sí parece muy notable y digno de imitación.

¿Lo fue? No. Como a continuación expondremos, el modelo de crecimiento estalinista


(que arrancó a comienzos de los treinta y se prolongó, con escasas modificaciones, hasta el
colapso de la URSS) no solo estaba condenado al fracaso en el medio-largo plazo, sino que,
incluso cuando pareció triunfar, se asentaba sobre la represión del bienestar de sus
ciudadanos.

El represivo modelo de crecimiento estalinista


El PIB crece cuando producimos más bienes (o servicios): sean estos bienes de consumo o
de inversión. Los bienes de consumo sirven para dar respuesta a nuestras necesidades
actuales (comida, vestimenta, vivienda, ocio, lectura, etc.), mientras que los bienes de
inversión sirven para aumentar nuestra capacidad para producir los bienes de consumo
que satisfarán nuestras necesidades de mañana. Existe, por tanto, una cierta disyuntiva
entre ambos: si producimos más bienes de inversión y menos bienes de consumo,
viviremos en el futuro mejor a costa de vivir hoy peor. ¿Vale la pena semejante ejercicio de
austeridad? Pues depende: cualquier economía debería producir bienes de consumo o de
inversión en las proporciones dictadas por las preferencias de sus ciudadanos. Si estos
prefieren satisfacer sus necesidades futuras en lugar de las presentes (es decir, si deciden
voluntariamente ahorrar), la economía debería fabricar más bienes de inversión; si, en
cambio, los ciudadanos necesitan urgentemente colmar necesidades presentes
insatisfechas, deberían fabricarse más bienes de consumo.

Si producimos más bienes de inversión y menos bienes de consumo, viviremos en el futuro


mejor a costa de vivir hoy peor. ¿Vale la pena?

Sin embargo, imaginemos que somos un dictador económico cuyo objetivo prioritario es


incrementar el crecimiento del PIB y a quien las necesidades de la población nos importan
entre poco o nada. En tal caso, la mejor estrategia consiste en impulsar la producción
masiva de bienes de inversión: fabricar bienes de inversión para que estos fabriquen
todavía más bienes de inversión, aun cuando ello suponga reprimir la mejora de los
estándares de vida presentes del grueso de la población. Pues bien, esta es la esencia del
modelo de crecimiento estalinista que aplicó la URSS desde la llegada de Stalin al poder.

La planificación centralizada impuesta por el autócrata georgiano se orientaba a


incrementar la producción de bienes de inversión a costa de bienes de consumo. El
propio Stalin lo reconoció en su libro de 1951 Los problemas económicos del socialismo en la
URSS (https://www.marxists.org/reference/archive/stalin/works/1951/economic-
problems/ch04.htm):
Si siguiéramos las sugerencias de nuestros camaradas, deberíamos dejar de priorizar la
producción de medios de producción para pasar a priorizar la producción de artículos de
consumo. Pero ¿cuáles serían las consecuencias de dejar de priorizar la producción de
medios de producción? Pues que destruiríamos la posibilidad de que nuestra economía
nacional continuara expandiéndose, dado que nuestra economía no puede crecer sin
priorizar la fabricación de medios de producción.

Las palabras de Stalin (https://www.elconfidencial.com/tags/personajes/joseph-stalin-


8392/) no eran mera retórica, sino una exacta descripción del proceso que se llevó a cabo.
Mientras que antes de la revolución socialista, e incluso durante los años de la Nueva
Política Económica leninista, entre el 60-70% de toda la producción industrial se
orientaba al consumo, a partir del estalinismo ese porcentaje llegó a descender incluso por
debajo del 30%.
Distribución de la producción industrial entre bienes de consumo y bienes de
inversión

Fuente: Michael Ellman. Socialist Planning (1989).

Algo parecido a esto, claro, también sucede en las economías capitalistas, pero en mucha
menor medida (el peso de la inversión en el PIB suele ubicarse entre el 15-20%, mientras
que en la URSS llegó a copar casi el 35%) y, sobre todo, por decisión voluntaria de sus
ciudadanos: son ellos los que escogen cuánto quieren ahorrar (e invertir) y cuánto desean
consumir (no así en la URSS, donde tal decisión les venía impuesta por la planificación
central). Por consiguiente, cuando estudiamos la evolución de la renta per cápita en la
URSS, no hemos de perder de vista que un elevado (y creciente) porcentaje de la misma
estaba materializado en bienes de inversión que no contribuían a mejorar directamente la
calidad de vida de sus ciudadanos: entre 1928 y 1955 (periodo estrictamente del
estalinismo), la renta per cápita aumentó un 140%, pero el consumo per cápita apenas
creció un 30% (https://www.cia.gov/library/readingroom/docs/DOC_0000380517.pdf). De
ahí que los estándares de vida fueran, por lo general, sustancialmente más bajos que
aquellos que corresponderían a países con una renta per cápita análoga
(https://www.ucis.pitt.edu/nceeer/1984-629-2-Johnson.pdf).

Un caso extremo, y dramático, de este ahorro draconiano impuesto por el estalinismo para
financiar la industrialización del país fue el Holodomor: esto es, la gran hambruna
ucraniana que acabó con la vida de más de cuatro millones de personas
(http://history.org.ua/LiberUA/DemTekhnKat_2015/DemTekhnKat_2015.pdf). Para
financiar la sobreproducción de bienes de inversión, Stalin decidió forzar la
colectivización del agro soviético —en contra de lo establecido por la Nueva Política
Industrial leninista—. La expropiación y colectivización de la tierra de los agricultores
le permitía al Estado soviético requisar (venta forzosa a precios fijados por el Estado)
cuanta producción agraria deseara para, por un lado, alimentar al ejército y a los
trabajadores industriales en la ciudad y, por otro, exportar los alimentos para así importar
maquinaria (los detalles del proceso de colectivización agraria estalinista están
excelentemente descritos por Paul Gregory en el capítulo 2 de su The Political Economy of
Stalinism (http://digamo.free.fr/stalpoleco.pdf)).

Los muy bajos precios fijados por el Estado para requisar parte de las cosechas, la fuerte
represión estatal contra los agricultores que se resistían a ser atracados y las malas
condiciones climáticas hundieron la producción agraria a comienzos de los treinta: y, pese
a las malas cosechas que se vivieron en todo el país y especialmente en Ucrania, el Estado
soviético optó por seguir requisándolas para así remitirlas a las ciudades, pero también
para seguir exportándolas con el propósito de financiar la importación de maquinaria.
Literalmente, Stalin optó por matar de hambre a una parte de la población soviética para
mantener el ritmo de su industrialización. Ahorro forzoso en su más deshumanizadora
expresión.
Producción de cereal, exportaciones y requisiciones (millones de toneladas)

Fuente: Nikolai Shmelev y Vladimir Popov. 'The Turning Point' (1989). Tengamos presente
que, como señala Mark Tauger (1991) (https://www.jstor.org/stable/2500600), la
estadística oficial de la producción de 1932 se halla con total seguridad inflada, de modo
que la requisición y exportación se efectuaron sobre montos mucho menores.

Otro ejemplo, mucho menos dramático pero también ilustrativo de los bajos estándares de
vida derivados del ahorro forzoso soviético, es la infrainversión en vivienda. En 1980, la
URSS contaba con una renta per cápita comparable a la de España a comienzos de los
setenta: sin embargo, el 20% de las familias urbanas compartía apartamento con otras
familias (https://en.wikipedia.org/wiki/Communal_apartment) (en 1960, el porcentaje
ascendía al 60% (https://www.ucis.pitt.edu/nceeer/1984-629-2-Johnson.pdf)) y un 5% de
ellas —normalmente solteros— vivía en dormitorios dentro de las fábricas. En otras
palabras, la sobreinversión en bienes de capital para impulsar el crecimiento a efectos
estadístico del PIB se nutría, en parte, de una infrainversión estructural en vivienda (y es
que la vivienda, por sí sola, no contribuía a impulsar el crecimiento del PIB, por lo que
fabricarla no constituía una prioridad estatal por mucho que mejorara la calidad de vida de
sus ciudadanos).

En definitiva, ¿cómo logró crecer la URSS durante el estalinismo y las dos décadas
siguientes? Imponiendo una enorme austeridad a sus ciudadanos para de ese modo
financiar la inversión industrial. La sobreproducción continuada de bienes de
capital —a costa de la infraproducción de bienes de consumo y de la no reposición de los
bienes de capital que se iban deteriorando— permitió industrializar el país para así seguir
produciendo más bienes de capital: que esa industrialización permitiera o no terminar
satisfaciendo las necesidades vitales de sus ciudadanos (esto es, que se produjeran bienes
de consumo en variedad, cantidad y calidad suficientes) constituía una cuestión
absolutamente secundaria para los planificadores centrales, pues lo prioritario era exhibir
propagandísticamente músculo —capacidad de aumento del PIB— frente al capitalismo.

Por supuesto, al análisis anterior podría replicársele que, si bien la represión de las
necesidades ciudadanas fue algo deplorable, al menos logró un objetivo notable que habría
sido imposible alcanzar de otro modo: completar en un tiempo récord la transición desde
una economía fundamentalmente agraria —la Rusia zarista— a una economía
industrializada —la URSS de mediados del siglo XX—. Pero tampoco ese es un auténtico
logro: como explican Cheremukhin, Golosov, Guriev y Tsyvinski
(http://www.nber.org/papers/w19425.pdf), si la URSS hubiera seguido una trayectoria
similar a la que siguió Japón, su industrialización, y el incremento de su renta per cápita,
no sólo habría sido mucho más rápida, sino que se habría producido sin necesidad de
tamaña represión del bienestar de sus ciudadanos.
Comparativa del PIB per cápita de la URSS, de Japón y de una URSS con trayectoria
japonesa

Fuente: Cheremukhin, Golosov, Guriev y Tsyvinski (2013)


(http://www.nber.org/papers/w19425.pdf)

El estalinismo fue un modo ineficiente (https://nintil.com/2016/11/07/the-soviet-union-


productive-efficiency/), represivo, parasitario y criminal de industrializar la URSS. Un
modelo que no solo debe ser cuestionado por alcanzar fines con medios inapropiados, sino
también por ser mucho menos eficaz en alcanzar esos fines que modelos de desarrollo
alternativos tan realistas como que fueron aplicados por muchos otros países
estructuralmente similares a la URSS durante esos mismos años.

El inevitable declive del modelo estalinista


Al margen de su eficiencia y de su respeto por el bienestar de sus ciudadanos, lo cierto es
que el modelo de crecimiento estalinista, basado en el ahorro forzoso de la población para
sufragar la industrialización acelerada del país, estaba condenado al fracaso: y es que
invertir continuamente en bienes de capital no permite conseguir un crecimiento
ilimitado. En esencia, por dos motivos.
Primero, si el número de bienes de capital aumenta pero el número de trabajadores no lo
hace, la productividad de los nuevos bienes de capital tenderá a caer. Por ejemplo, si un
empleado a duras penas puede manejar 10 máquinas distintas, proporcionarle más
maquinaria no logrará incrementar sustancialmente la producción nacional. Durante
bastante años, la URSS consiguió evitar la aparición de rendimientos decrecientes del
capital gracias a la existencia de un “ejército industrial de reserva” que podía movilizar a
discreción para incrementar la fuerza laboral en la industria (especialmente, a través del
traslado de trabajadores desde el campo a la ciudad y logrando la incorporación de la
mujer al mercado laboral), pero a comienzos de los setenta esa bolsa de trabajadores
desapareció y, por tanto, seguir aumentando la dotación de bienes de capital dejó de
impulsar tanto el crecimiento.

Productividad media del capital por sectores (1960=100)

Fuente: Nikolai Shmelev y Vladimir Popov. The Turning Point (1989).

Por otro, si una economía acumula muchos bienes de capital, el coste anual de mantener y
reponer esa enorme infraestructura se dispara (algo que es especialmente grave si la nueva
inversión ha entrado en rendimientos decrecientes): tan es así que llegaremos a un punto
en el que todo el ahorro de la economía irá destinado únicamente a reponer el equipo de
capital existente y no a continuar incrementándolo (de hecho, en el modelo de
crecimiento de Solow, el equilibrio se alcanza cuando todo el equipo de capital deja de
crecer y todo el ahorro se destina a reponerlo). La URSS, obsesionada con seguir
aumentando su dotación de bienes de capital, consiguió maximizar la inversión dirigida a
crear nuevos bienes de capital —en lugar de reponer el equipo existente— alargando la
vida útil de la maquinaria y de las infraestructuras (https://mpra.ub.uni-
muenchen.de/28113/1/MPRA_paper_28113.pdf). El problema es que esta estrategia tiene
las patas muy cortas: la vida útil no puede extenderse indefinidamente sin que afecte de
manera grave a la propia productividad del capital y, además, diferir la reposición de los
bienes de inversión impide renovarlos por otros más modernos y con mejor tecnología
incorporada.

Ambos problemas se conjuraron a partir de los setenta, llevando a la Unión Soviética a un


muy considerable estancamiento. Economías mucho más ricas que la URSS, como EE.UU.,
Francia o Alemania (que, por tanto, tenían un menor potencial de crecimiento), se
expandían a ritmos que duplicaban los soviéticos; economías más o tan pobres como la
URSS, como España, Portugal o Irlanda, triplicaban su crecimiento. Japón, que estaba
entre ambos grupos, también lo triplicaba.
Evolución de la renta per cápita (1971=100)

Fuente: Maddison Project (http://www.ggdc.net/maddison/maddison-


project/data/mpd_2013-01.xlsx).

Y no olvidemos que este modestísimo incremento de la renta per cápita se seguía


produciendo a costa de una fuerte represión de los estándares de vida de la población
soviética: en 1985, cuando Gorbachov llegó al poder, el consumo per cápita en la URSS
(https://www.jstor.org/stable/1942863) era, en el mejor de los casos, un 71,4% inferior al
estadounidense, un 58% inferior al francés y un 38% inferior al español (digo en el mejor
de los casos, porque estas estadísticas no tienen plenamente en cuenta las diferencias de
calidad entre los productos soviéticos y los occidentales, de modo que las brechas reales
eran con toda seguridad mayores). Unas diferencias de estándares de vida que, a la vista de
la divergente evolución de la URSS y del resto de países, no paraban de agrandarse.
Por supuesto, los dirigentes soviéticos trataron de abandonar el (agotado) modelo de
crecimiento estalinista basado en la acumulación persistente de nuevo capital y en la
movilización de la fuerza de trabajo: quisieron mejorar la eficiencia (la productividad) de
los factores productivos existentes… pero no pudieron. Cuando se trata de impulsar el
progreso técnico y un aprovechamiento más eficiente de los factores productivos
existentes, el socialismo fracasa. A la postre, la planificación central es muy mala
economizadora de recursos escasos: la falta de precios de mercado
(http://home.uchicago.edu/~vlima/courses/econ200/spring01/hayek.pdf) que indiquen a
los planificadores cómo maximizar la creación de valor para el consumidor minimizando
los costes de oportunidad, y la presencia de incentivos disfuncionales en los gestores de
las empresas públicas (cumplir con los objetivos nacionales de producción maximizando,
y no minimizando, la demanda de factores productivos
(http://www.oxfordscholarship.com/view/10.1093/0198287763.001.0001/acprof-
9780198287766)) conducen a un despilfarro masivo de recursos. El socialismo no puede
calcular
(https://mises.org/sites/default/files/Economic%20Calculation%20in%20the%20Socialist%20C
justamente por ello, no economiza, sino que despilfarra.

Por ello, cuando el crecimiento expansivo basado en la acumulación —ineficiente pero


masiva— de factores productivos comenzó a agotarse, el crecimiento intensivo basado en
el mejor aprovechamiento de los factores existentes no fue capaz de tomar el relevo: y
ante semejante bloqueo, a los jerarcas soviéticos solo se les ocurrió huir hacia adelante
(https://www.cia.gov/library/readingroom/docs/DOC_0000326296.pdf), esto es, ahondar
en el modelo de crecimiento extensivo mediante el incremento adicional del peso de la
inversión en el PIB (a partir de 1975, superó durante todos los ejercicios el 30% del PIB) y
continuar alargando la vida del equipo productivo (la vida media de los bienes de equipo
pasó de 8,3 años en 1970 a 10,3 en 1989), todo lo cual terminó minando todavía más la
escasa eficiencia que de por sí exhibía la economía soviética
(https://www.jstor.org/stable/3585149?seq=1#page_scan_tab_contents). De ahí que la
productividad total de los factores (variable que mide la parte del crecimiento
económico no explicable por la mera acumulación de nuevos factores productivos: cambio
tecnológico, economías de escala, reestructuración hacia sectores de alto valor añadido,
complementariedades entre sectores, mejoras organizativas dentro de las empresas,
etc.) se frenara en seco durante los ochenta (https://econjwatch.org/articles/the-soviet-
economic-decline-revisited). Un modelo de crecimiento extensivo agotado y un modelo de
crecimiento intensivo imposible de alcanzar
(http://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/00036846.2015.1058909).

Atrapado en la parálisis —alto ahorro forzoso entre la ciudadanía para no conseguir casi
ninguna mejoría en la calidad de vida debido al agotamiento de un modelo de crecimiento
que era incapaz de ganar eficiencia—, Gorbachov trató de reformar el sistema de
planificación central mediante una liberalización económica similar a la Nueva Política
Económica leninista o a la ejecutada por China en 1978 de la mano de Deng Xiaoping. Un
socialismo que diera algún tipo de participación al mercado para que este pudiera
impulsar el crecimiento mediante ganancias de eficiencia que solo el mercado puede
lograr. Pero una vez la URSS abrió un poquito la mano en la esfera política (Glasnost) y en
la esfera económica (Perestroika), el sistema autocrático se vino abajo.

Conclusión
En definitiva, la Revolución rusa que condujo a la creación de la URSS no tiene nada de
admirable. En sí misma, fue un sangriento golpe de Estado contra la naciente república
que provocó un colapso económico jamás experimentado en la región. A su vez, el régimen
dictatorial que alumbró la revolución no consiguió nada remarcable que no hubiese podido
lograrse de manera más eficiente y con mucho mayor bienestar ciudadano mediante
instituciones respetuosas con el mercado: al cabo, el modelo de crecimiento estalinista
industrializó la URSS de manera torpe, represiva, minando los estándares de vida de sus
ciudadanos (especialmente, de la población rural) y colocando al país en una dinámica de
expansión insostenible que se vino abajo a partir de los setenta. La URSS no es un modelo
de nada salvo de todo aquello a lo que no debemos parecernos.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog Laissez faire


(https://blogs.elconfidencial.com/economia/laissez-faire/2017-11-17/revolucion-rusa-exito-
economico-modelo-stalinista_1479072/) de El Confidencial (España) el 15
(https://blogs.elconfidencial.com/economia/laissez-faire/2017-11-15/revolucion-rusa-exito-
economico_1477539/) y el 17 (https://blogs.elconfidencial.com/economia/laissez-faire/2017-
11-17/revolucion-rusa-exito-economico-modelo-stalinista_1479072/) de noviembre de 2017.

Juan Ramón Rallo (/keywords/juan-ram-n-rallo) USSR (/keywords/ussr)


unión soviética (/keywords/uni-n-sovi-tica) comunismo (/keywords/comunismo)
socialismo (/keywords/socialismo) planificación central (/keywords/planificaci-n-central)
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desarrollo económico (/keywords/desarrollo-econ-mico)

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