La Sociedad de Consumo
La Sociedad de Consumo
La Sociedad de Consumo
Hoy en día el sistema económico pone al alcance de las personas todo tipo de
productos y bienes para el consumo, desde lo más básico, como alimentos o
prendas de vestir, hasta lo más extraño, como gorras que pueden sujetar latas de
refrescos.
Una vez dentro del ‘circo del consumo’, un sinfín de productos, anuncios, ofertas y
posibilidades se aparecen ante los ojos del individuo, que, abrumado por todas
esas luces, sonidos e imágenes, se siente incapaz de evitar comprar alguno de los
productos que tiene ante él. Muchas veces incluso, la falsa necesidad se crea
segundos después de ver por primera vez un producto. Verlo en el escaparate de
la tienda y darse cuenta de que es indispensable para poder seguir caminando por
la calle. ¡¿Cómo he podido vivir sin esto?! Pocas semanas después, el objeto en
cuestión estará olvidado en algún baúl, o quizás estropeado y tirado a la basura.
En definitiva, el fenómeno del consumismo depende cada vez más del deseo que
de la necesidad.
Como hemos comentado, para consumir sólo es preciso una cosa: tener dinero. A
partir de ahí, todo depende de la cantidad de dinero de que se disponga. A más
dinero, más productos. O, también, a más dinero, productos más caros.
Cuanto más caro es un producto menos gente lo puede poseer. Esta regla básica
explica el sistema de clases. No es lo mismo una falda de la tienda del barrio que
un vestido de Chanel, por lo tanto, no es igual la mujer que lleva esa falda a la que
viste el vestido. Son dos mujeres diferentes. Diferentes socialmente.
Precisamente por eso la mujer que tiene más cantidad de dinero decidió no
comprar la falda de la tienda de barrio (aunque podía hacerlo). Si hubiera
comprado esa sencilla falda y la hubiera llevado puesta por la calle, nadie podría
haber sabido cuánto dinero tiene en realidad. Para mostrar en qué estrato social
se encuentra, gracias a su dinero, la mujer con posibilidades compró el vestido de
Chanel. Y así, cuando pasea por la calle, no hay dudas sobre su posición. Todos
pueden ver que ella es diferente a los demás. Es más que los demás.
Con la expansión del consumo por distintos escalones sociales, esta realidad
ejemplificada con la falda y el vestido se observa también a niveles de mucha
menos opulencia y riqueza. En la misma clase media de la sociedad (incluso en
algunos sectores de la clase baja) ya observamos los mismos comportamientos
entre personas que, aunque son social y económicamente parecidos, pretenden
diferenciarse a través de los productos que consumen.
Así, el joven de barrio que tiene una moto más grande es mejor que el que la tiene
más pequeña, o el que puede llevar pantalones de Levi’s es más que el que lleva
un pantalón de chándal. También es mejor tener el último modelo de gafas de sol,
y llevar un teléfono móvil de gran tamaño.
Así pues, una de las funciones del consumo es proporcionar al individuo formas de
distinguirse de otros grupos de distinto nivel social. Las empresas y las marcas lo
saben, y ofertan sus productos como exclusivos, punteros e inigualables. Ante
esos astutos anuncios publicitarios, es fácil rendirse a la tentación de ser la chica o
el chico más exclusivo, puntero e inigualable del barrio.
El consumidor de clase media español tiene los mismos hábitos que el consumidor
de clase media italiano, y ambos se parecen cada vez más a sus semejantes
brasileños, coreanos o saudíes. Todos ellos consumen las mismas marcas de
ropa, escuchan las canciones de los mismos ídolos juveniles, llevan en las orejas
los mismos cascos de música, utilizan los mismos teléfonos móviles y ven las
mismas películas en el cine.
El cliente de una marca de gafas de sol tenderá a encontrar más afinidad con las
personas que lleven esas gafas, ya que el consumo forma parte de la cultura, y en
esta sociedad actual todos aquellos que son iguales en sus hábitos de consumo
pueden considerarse también iguales en su cultura. Así pues, se crean culturas
nuevas a raíz de los productos que se consumen (principalmente por el tipo de
prendas que se visten o el tipo de música que se escucha).
Si se tiene sed, se puede consumir agua, pero hay muchas más opciones que el
agua para cubrir esa necesidad. El mercado te ofrece cientos de bebidas y
refrescos. Aunque son mucho más caros que el agua, ésta se torna un bien
demasiado simple y sencillo como para consumirlo en público. Es mejor comprar
una lata de un refresco que transmita a los demás lo activo, joven y moderno que
uno es. El agua no transmite ningún valor. Las bebidas comerciales sí.
Así, hemos llegado a convertirnos en una sociedad materialista, consumista y muy
competitiva. La competitividad tiene su reflejo también en el consumo, ya que el
hecho de comprar cada año un teléfono móvil o un bolso nuevos no responde a
una necesidad real, sino a un deseo de ser mejor (o aparentarlo) en este mundo
en el que vivimos. Aquel que sólo tiene un abrigo, o que vive en un piso pudiendo
vivir en un chalet, es considerado como un perdedor.
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