La Trata de Negros

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Entrega

n.º 159 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a la trata de


esclavos.

Página 2
José Urbano Martínez Carreras

La trata de negros
Cuadernos Historia 16 - 159

ePub r1.0
Titivillus 08.11.2021

Página 3
Título original: La trata de negros
José Urbano Martínez Carreras, 1985

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

Página 4
Esclavos de origen africano en las Antillas.

Indice

LA TRATA DE NEGROS
Por José U. Martínez Carreras
Historiador

Antecedentes históricos

Caracteres generales y fases

Los comienzos de la trata, 1440-1640

Captura y transporte de los esclavos

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La era negrera, 1640-1807

Contrabando negrero y final de la trata, 1807-1870

Las consecuencias de la trata

El estado de la cuestión

Libros sobre la trata de esclavos

Bibliografía

Textos

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La trata de negros

José U. Martínez Carreras


Historiador

L A trata de esclavos negros ha sido una de las principales actividades


mercantiles realizadas por los europeos en África durante los tiempos
modernos, entre los siglos XVI y XVIII principalmente, aunque continuada a lo
largo del XIX y vinculada con el sistema llamado del comercio triangular,
constituyendo uno de los hechos históricos que más han afectado al
continente africano. Como escriben Mannix y Cowley, la historia de la trata
de esclavos en el Atlántico es también la historia de cómo fueron conducidos
al Nuevo Mundo los colonos negros a lo largo de un período de casi cuatro
siglos. Los negros llegaron casi al mismo tiempo que los colonos blancos. Y
en opinión de W. Rodney cabe hablar de comercio de esclavos para referirse
al envío de cautivos desde África a los distintos lugares del globo en que
tendrían que vivir y trabajar como propiedad de europeos.
Pero África ha conocido a lo largo de toda su historia el comercio de
esclavos como una tremenda plaga que ha existido siempre sobre este
continente. En este sentido señalan F. Renault y S. Daget que todos los
autores se muestran de acuerdo en afirmar que la trata de esclavos existía en
África ya durante la Antigüedad y la Edad Media, con anterioridad a la
llegada de los europeos al continente, que generó el consiguiente control e
intensificación de tal comercio.
Hasta el siglo XVI, las fuentes señalan la trata continental y sus corrientes
de exportación hacia los países mediterráneos, Oriente Medio y el océano
Indico, aunque son sucintas y fragmentarias y dejan amplias zonas de sombra,
pero permiten reconstruir las grandes líneas de una vasta red y de estimar
aproximadamente su importancia. Entre el siglo XV y el XIX se produce ya la
trata efectuada por los europeos en la costa atlántica con destino a las colonias
americanas.

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En definitiva, África ha experimentado la trata de esclavos desde la
Antigüedad hasta el siglo XIX con una intensidad variable según los tiempos y
los espacios: los africanos han sido los agentes, pero más todavía los árabes y
los europeos.
En función de estas consideraciones generales se pueden distinguir dos
grandes sectores de acción que se diferencian con dos tipos de trata: por un
lado, la trata transahariana y oriental, a la vez interna y exportadora hacia los
países árabe-islámicos y realizada por los árabes, y por otro, la trata atlántica
únicamente exportadora hacia América y efectuada por los europeos: ésta ha
sido más breve, pero más intensa y activa.
Además, es necesario establecer la distinción, desde el principio y en todo
momento, entre la trata o comercio de esclavos y el régimen de esclavitud,
aunque ambos se encuentran estrechamente relacionados entre sí y el segundo
necesita obligadamente del primero.

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Antecedentes históricos

Como ya se ha indicado, África conocía la esclavitud desde la Antigüedad,


pero con unas características peculiares: la cautividad se producía como
castigo y era de tipo doméstico, sin dar lugar a la explotación. Tanto
F. Renault y S. Daget como otros autores y obras (Histoire Genérale de
l’Afrique, vol. 6) han elaborado una síntesis de los antecedentes históricos de
la trata de esclavos en África con anterioridad a la llegada de los europeos,
Como exponen estos autores, el origen de la trata de negros africanos se
remonta a tiempos inmemoriales y Herodoto habla ya del comercio negrero.
Las primeras menciones de una situación de esclavitud en África se remontan
a los más lejanos orígenes, al Egipto faraónico. Este estatuto parece que no
afectaba a los autónomos y era más bien reservado para los extranjeros,
cogidos por medios violentos o dados en tributo por las regiones sometidas.
Esta acción se orientaba sobre todo hacia los vecinos del sur: los nubios;
el gran eje del Nilo favorecía los intercambios y también las incursiones
militares. Nubia interesaba a los egipcios por sus minas de oro y sus
productos exóticos. También se utilizó como vía de penetración hacia las
regiones más meridionales, que les atraían igualmente por sus hombres —sin
duda un objeto de comercio en manos de sus traficantes—, aunque el mayor
número parecía haber sido capturado en el curso de operaciones militares que
se repetían de tiempo en tiempo. El proceso se acentúa con el Nuevo Imperio,
que extiende su dominio hasta la cuarta catarata del Nilo.

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Templo de Abbu Simbel, tal como estaba en el siglo XIX, visto desde el Nilo

Pasillo de acceso al templo de Abbu Simbel flanqueado por estatuas colosales de Ramsés II.
Erigido en el norte de Nubia, era un símbolo del poder faraónico y una amenaza para
las tribus sudanesas (pinturas de David Roberts, 1838).

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Dos escenas sobre trabajo de esclavos en el mundo antiguo: trabajando en una fundición.

… y remando en una trirreme.

El Imperio de Axoum, antecedente de Abisinia e importante potencia


comercial de su tiempo —en torno al siglo IV a. de C.— y centro económico
de gran actividad, tiene esclavos suministrados por la guerra y demandados
por los comerciantes extranjeros. En estos siglos también hay pruebas
suficientes de la presencia de esclavos africanos en Grecia, e igualmente
Cartago comerciaba con esclavos. Asimismo los hay en Roma, de la
República al Imperio, como consecuencia de las guerras y las conquistas.
En la Edad Media, con la expansión y conquista árabe del norte de África,
se registra un claro desarrollo del tráfico de esclavos. Los africanos del norte
iban en busca de esclavos negros hacia el sur, que tras atravesar África por las

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rutas eran vendidos desde Trípoli a los mercaderes mediterráneos. También
son centros de actividades esclavistas, en torno al siglo VII, por un lado, hacia
el sureste, Nubia, y al oeste el Magreb, desde donde se extiende el tráfico
hasta el codo del Níger.
Los imperios medievales de Sudán occidental conocen el tráfico de
esclavos, que se practica de Ghana a Marruecos. En el siglo XIII, en el Imperio
de Mali se organiza un tráfico de esclavos sobre una escala más amplia: una
ruta se orienta hacia el Magreb y otra hacia Egipto. El Imperio de Songhai, en
el siglo XV, continúa practicando este comercio de esclavos que sigue las
mismas rutas anteriormente recorridas. Marruecos construye su Imperio en el
siglo XVI con la dinastía saadiana, extendiéndose hacia el sur del Sáhara y
traficando con esclavos hasta el codo del Níger.

Mercado de esclavos en una calle de Bagdad en el siglo XIII.

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También en el Sudán central se desarrollan actividades esclavistas por
esta época, con una importante ruta entre el lago Chad y Tripolitania y Egipto.
En el siglo XV hay noticia de esclavos africanos en la Europa mediterránea y
en Turquía: y más hacia el oeste, los Estados Haussas también trafican con
esclavos hacia Marruecos.
En Sudán oriental, en este mismo siglo, continúa el tráfico de esclavos de
Nubia hacia Egipto. Y en África oriental y el océano Indico hay comercio de
esclavos desde Somalia hacia la Península Arábiga y desde la costa oriental
de África hacia Arabia y el golfo Pérsico.

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Caracteres generales y fases

Tras estos antecedentes, el comercio de esclavos realizado por los europeos, a


través del Atlántico hacia América, se extendió e intensificó entre mediados
del siglo XV y la segunda mitad del XIX. Los principales países europeos que
practicaron tal tráfico fueron Portugal y España desde los siglos XV y XVI,
Holanda y Francia desde el siglo XVII, e Inglaterra, que desarrolla el comercio
triangular, también desde el XVII, aunque establece su predominio mercantil y
negrero en el siglo XVIII. Los diversos sistemas de la trata fueron: la licencia,
el asiento y la Compañía.
Los centros de procedencia de tales esclavos se encontraban repartidos en
las costas occidentales africanas, con diversa actividad según los lugares y los
tiempos. E. Bouët-Willaumez ha publicado una clasificación de las diversas
fracciones de costa en el litoral africano-atlántico de donde se extraían los
esclavos, que son: costa de Senegambia, desde San Luis de Senegal hasta el
cabo Rojo o la Cazamance; costa de Bissagos, desde la Cazamance hasta las
islas de Loss; costa de Sierra Leona, desde las islas de Loss hasta el cabo de
Monte; costa de Graines, desde el cabo Monte hasta el cabo de las Palmas;
costa de Marfil, desde el cabo de las Palmas hasta el cabo de las Tres Puntas;
costa de Oro, desde el cabo de las Tres Puntas hasta el cabo de San Pablo;
costa de Benín, desde el cabo de San Pablo hasta el cabo Formoso; costa de
Calabar, desde el cabo Formoso hasta Camerún; costa de Gabón, desde
Camerún hasta el Ecuador; costa de Loango, desde Gabón hasta Loango;
costa del Congo, desde Loango hasta Ambria; costa de Angola, desde Ambria
hasta San Felipe de Benguela y costa de Benguela, desde San Felipe hasta el
cabo Negro.
Otras características de la trata de negros por el Atlántico han sido
expuestas por F. Renault y S. Daget, que la diferencian de la trata del resto de
África y que son: la relativa brevedad temporal de su práctica, la densidad de
su producto físico, la selección sexual, las ramificaciones y áreas de
distribución interoceánicas e intercontinentales, las adecuaciones de los
medios técnicos y materiales y la finalidad. La trata negrera atlántica moviliza
dos principios: el principio del interés común a todos los participantes,
blancos y negros, comprometidos en una operación económica creadora de
beneficios, y el principio de violencia que implica a todos los participantes.
La finalidad de la trata negrera por el Atlántico tenía como objetivo
esencial suministrar mano de obra; la trata tenía así una finalidad

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fundamentalmente económica. Esta función económica ha contribuido de
manera decisiva en el crecimiento general de la economía de Europa
occidental, como han señalado, entre otros, W. Rodney, E. Williams y E.
Genovese. En este sentido, E. Williams escribe sobre el origen de la
esclavitud negra que la razón era económica, no racial; tenía que ver no con
el color del trabajador, sino con la baratura de la fuerza de trabajo. En
comparación con la fuerza de trabajo del indio y el blanco, la esclavitud era
eminentemente superior.
En la trata atlántica, señalan F. Renault y S. Daget tres grandes períodos:
1) Durante el primero, de 1440 a 1640, parece que se da más importancia
a la formación y a la distribución políticas de las presencias occidentales que
a la trata misma, lo que se justifica por el hecho de que la trata atlántica
naciente es un pequeño elemento de un comercio diversificado cuyo casi-
monopolio pertenecía a los países ibéricos.
2) El segundo período, entre 1640 y 1807, es el de la plena era negrera,
fórmula utilizada por el historiador francés Gaston-Martin; es la época en la
que se intensifica el tráfico negrero hacia América y pasan a controlar este
tráfico los nuevos países coloniales: Holanda, Francia y sobre todo Inglaterra,
a través de las Compañías, y la trata alcanza sus más altos niveles en cuanto a
actividades e intensidad, así como en número de esclavos transportados.
3) El tercer período, de 1807 a 1870 —aunque es más válida la fecha de
1886—, es la era abolicionista, cuyo origen se encuentra en el tercer tercio del
siglo XVIII, sin que se produzca durante esta época una ruptura total con un
tráfico institucionalizado desde hace varios siglos, sino que la abolición es
lentamente progresiva, al tiempo que se sigue practicando con relativa
amplitud, pero de manera decreciente, el comercio clandestino de esclavos.

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Los comienzos de la trata, 1440-1640

Las primeras manifestaciones de la trata atlántica, a mediados del siglo XV, no


tienen lugar hacia las costas americanas, por la sencilla razón de que aún no
ha sido descubierta América, hacia donde se dirigió el tráfico negrero desde
comienzos del siglo XVI.
Los inicios del comercio negrero lo realizan por mar los portugueses entre
África y Europa o entre África y las islas próximas al continente africano,
donde ejercieron durante casi un siglo el monopolio de tal comercio. Portugal
fue así la nación europea que inauguró la trata atlántica: una forma de
demostrar que en sus viajes marítimos por el Atlántico y la costa occidental
de África, patrocinados por el infante don Enrique el Navegante, habían
llegado a esos exóticos países para llevar consigo a los negros o moros y
exhibirlos en Portugal como prueba de su regreso.

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Enrique el Navegante (detalle de un cuadro de Nuno Corçalves,
siglo XV, Museo Nacional de Arte Antiguo, Janelas Verdes, Lisboa).

En opinión de Pope-Hennessy, los historiadores están de acuerdo en


general en fijar en 1441 —a pesar de la sólida argumentación que podría
hacer escoger el año 1444— la fecha en la cual tuvo lugar la apertura del
tráfico moderno de esclavos. En ese año se envían a Portugal, para ofrecerlos
al infante don Enrique, diez africanos de la costa de Guinea del norte: Antao
Gonçalvez, joven protegido del príncipe y comandante de una modesta
expedición comercial, lleva a estos diez africanos a Portugal, no para su
venta, sino para mostrarlos al príncipe.
En 1444, en una expedición posterior, Lanzarote transporta a Lagos a 240
africanos, hombres, mujeres y niños, producto de una captura, que son
repartidos en lotes bajo la dirección del príncipe, que se quedó con una quinta

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parte de los cautivos, que a su vez fueron redistribuidos entre la gente de su
séquito, mientras que otra parte era ofrecida a las principales iglesias de
Lagos. El mismo año, Dinis Díaz toca la costa entre el río Senegal y el cabo
Verde y captura algunos negros. Lo mismo se hace en algunas expediciones
siguientes.
Desde el paso del cabo Bojador, en 1433, hasta 1446, 51 navíos
portugueses introducen en Portugal alrededor de mil africanos, entre moros y
negros, capturas que se justificaban por la conversión de estos infieles, pero
que eran vendidos en el mercado de Lagos. Este comercio de esclavos ya
iniciado está impulsado por un conjunto de causas: el celo religioso con la
conversión de los infieles, la exploración de nuevos países y mares, y las
necesidades comerciales y coloniales por el beneficio económico.
En la segunda mitad del siglo XV, tres series de importantes y
complementarios hechos contribuyen a dar un nuevo carácter a la trata, como
han señalado F. Renault y S. Daget:
1) Primero fue el descubrimiento y colonización de las islas del Atlántico
próximas a África por parte de Portugal: Cabo Verde, Madeira, Azores, Santo
Tomé, con el cultivo de caña, desde 1452, que requiere mano de obra, y que
será suministrada por Benín, Gabón y Congo principalmente.
2) Tras sobrepasar los portugueses en 1471 el estuario del Níger, en
1481-82 comienzan a construir el fuerte de San Jorge de Mina en Costa de
Oro, donde venden a cautivos procedentes de Benín y Congo a cambio de
oro: es la trata entre África y África.
3) A escala mundial, el descubrimiento de América por Cristóbal Colón
para España en 1492; una de sus consecuencias inmediatas es el reparto del
mundo en dos zonas, española y portuguesa, por las bulas del Papa
Alejandro VI en 1493, y el consiguiente Tratado de Tordesillas en 1494 entre
España y Portugal, por el que toda la costa occidental de África queda para
los portugueses.
Pronto la defensa de los amerindios en los nuevos territorios coloniales de
España en América, entre otros por el padre Las Casas, lleva consigo la
progresiva entrada en las nuevas colonias de esclavos africanos, que son más
rentables en el trabajo, y a los que se declara querer convertir a la civilización
cristiana. Durante los tres siglos y medio que siguen, con un ritmo cada vez
mas rápido, se tiene necesidad de millones y millones de esclavos para
asegurar el desarrollo de las nuevas tierras americanas, mostrándose las islas
del Caribe y algunas regiones del nuevo continente como insaciables en este
sentido. Se inicia así, de manera incipiente, el que será conocido como

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comercio triangular entre Europa, África y América, con los negros como
producto básico del intercambio mercantil.
Como se ha indicado, el hecho decisivo en el incremento y expansión de
la trata de negros por el Atlántico fue el descubrimiento y colonización de
América por España. La reglamentación de la esclavitud de los negros en el
nuevo continente arranca de 1501, según escribe F. Ortiz, cuando habiendo
nombrado los Reyes Católicos gobernador de La Española a Nicolás de
Ovando, le recomendaron en sus instrucciones que impidiese la inmigración
de esclavos moros, y que en cambio estimulara la de esclavos negros. Desde
1501, por lo menos, debió existir de derecho, y antes de hecho, la libertad en
la introducción de esclavos negros en las Indias españolas. En 1503 Ovando
pedía al gobierno real que se restringiera la libre importación de esclavos
porque éstos huían y se insurreccionaban con los indios.

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Fray Bartolomé de Las Casas (proyecto para un grupo escultórico, La Ilustración Española y
Americana). Las Casas, con sus escritos en favor de los aborígenes americanos, influyó en la
introducción de esclavos negros en América.

Así, durante los primeros años después del Descubrimiento, la


introducción de esclavos negros en las Indias españolas fue frecuente y libre.
Fernando V envió esclavos reales a las Indias en 1505, y los primeros fueron
llevados desde España por los conquistadores. Por Real Cédula del 22 de
junio de 1513 se hizo ya necesaria la obtención de una licencia, medida
principalmente fiscal; algunas otras licencias anteriores a esa fecha debieron
de ser gratuitas o dadas por circunstancias especiales. El regente J. de
Cisneros prohibió la introducción de negros en América, sin duda por temor a
sublevaciones de los esclavos en las Indias, como había escrito Ovando con
anterioridad.
El emperador Carlos I, ya antes de salir de Flandes, había concedido a
algunos de sus favoritos licencias para llevar negros a las Indias. Más tarde, la
demanda de brazos que hacían los pobladores de América, y las predicaciones
del padre Las Casas y de los jerónimos en favor de los amerindios, llevaron a
España a regular la trata esclavista. Carlos I fue pródigo en abusivas mercedes
a sus paisanos los flamencos: en la licencia otorgada el 18 de agosto de 1518
al gobernador de Breda para introducir negros esclavos en las Indias
occidentales, se reconoce por primera vez la trata negrera, ya que se autoriza
al concesionario para ir a buscar esclavos a las islas de Guinea y demás
lugares de donde es costumbre traerlos. Este flamenco vendió pronto su
licencia a unos genoveses —llamado por ello, erróneamente, asiento de los
genoveses—, y sus concesionarios vendieron a su vez parte de sus derechos:
con estas reventas aumentó el precio de los negros.
Las demandas de negros continuaron presentándose con insistencia
durante esta primera parte del siglo XVI, unido a que la caña de azúcar
comenzaba a interesar a los colonos, para lo que se necesitaba una creciente
mano de obra. La Corona de Carlos I otorgó el 12 de febrero de 1528 el
primer asiento de negros a dos favoritos suyos, los alemanes Enrique Eyneger
y Jerónimo Sayller, a los que siguió la concesión de otros asientos.
Hay que fijar las diferencias entre la licencia, establecida en 1513, y el
asiento en 1528. La licencia era el simple permiso concedido por el soberano
para llevar uno o varios negros a las Indias. El asiento era un contrato de
derecho público por el cual un particular o compañía se obligaba con la
Corona española a actuar en lugar de ésta en la administración del comercio
de los esclavos negros en las Indias o en una de sus regiones. Mientras que la
licencia, como se ha indicado, era una simple medida principalmente fiscal, el

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asiento fue siempre la concesión de un monopolio del mismo carácter fiscal,
si bien algunos asientos se aproximaron más bien a un arrendamiento de
impuestos o a la concesión de un servicio público. La historia de las licencias
y los asientos es la historia legal de la trata negrera en las colonias americanas
de España durante los siglos XVI y XVII, y parte del XVIII.
A lo largo del siglo XVI se daban constantemente licencias reales para la
introducción de esclavos domésticos a los pobladores de América: estas
licencias especiales duraron y se mantuvieron a pesar de los asientos
monopolistas y de las licencias por mercedes reales. En la segunda mitad del
siglo eran constantes las demandas de esclavos, y en ningún momento
cesaron.
Junto con España, el otro país que monopolizaba el comercio de esclavos
era Portugal, también con destino a los territorios americanos, principalmente
hacia Brasil. Los portugueses fueron durante todo el siglo XVI los dueños de la
costa africana atlántica, aumentando los depósitos y almacenes en esta época
a lo largo de tal costa desde Senegal a Angola. Hacia 1560 la trata de esclavos
estaba ya organizada sobre una base financiera, y sus centros principales en
África se encontraban repartidos por Senegambia, Costa de Oro, Angola y la
isla de Santo Tomé.
Entre finales del siglo XVI y comienzos del XVII otros dos hechos influyen
de manera decisiva en la orientación y expansión del comercio de esclavos
negros. Por un lado, la vinculación entre los intereses y actividades esclavistas
de España y Portugal, cuyas Coronas se unen bajo la monarquía de Felipe II
en 1581, con los asientos portugueses; y por otro, el comienzo de la ruptura
del monopolio comercial de los países ibéricos, y en especial de Portugal, al
iniciar sus actividades esclavistas los holandeses, franceses e ingleses.
En relación con la primera cuestión, E. Vila Vilar ha investigado sobre el
comercio de esclavos con Hispanoamérica y los asientos portugueses. En este
sentido escribe que desde finales del siglo XVI el comercio negrero se había
concentrado en manos portuguesas, entre otras razones porque el descenso de
las actividades mercantiles y el exclusivismo ejercido por el puerto sevillano
determinaron que los hombres de negocios lusitanos se ocupasen de él. La
implantación del régimen de asientos en el tráfico de esclavos y el hecho de
que los hombres que los obtuvieron fueran portugueses, es la culminación de
un largo proceso que encontró una coyuntura favorable con la unión de las
coronas española y portuguesa en 1581.

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Mulato liberto al servicio de Felipe III en Ecuador
(Museo de América, Madrid).

La progresiva subida del precio de las licencias en el siglo XVI sirvió para
concentrar el comercio de esclavos en unas cuantas casas comerciales que
poseían suficientes reservas para vender a crédito; aunque en apariencia estas
licencias se repartieron entre grandes firmas extranjeras —alemanes,
franceses y genoveses—, fueron los portugueses, vinculados con estos
grupos, los que ejercieron el control sobre ellos por ser poseedores del
mercado africano. Consecuentemente, desde muy pronto estuvieron mejor
preparados que nadie para conocer y controlar los resortes de la trata.
La penetración portuguesa en el comercio americano que, a pesar de la
fuerte oposición del consulado sevillano, se había iniciado en el siglo XVI, fue
impulsada al subir al trono Felipe II, quien juró respetar los derechos y

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privilegios portugueses: las costas africanas seguían dependiendo
económicamente de sus antiguos dueños, pero éstos habían pasado a ser
súbditos del rey de España: desde este momento ya no era necesaria ninguna
nación extranjera para el suministro de mano de obra negra, que cada vez con
más urgencia se necesitaba en el Nuevo Mundo.
Por ello el primer paso fue la firma de unos acuerdos con los rendeiros o
contratadores africanos —comerciantes portugueses—; y el segundo fue la
institución del régimen de asientos, que comienza en 1595 y continúa
ininterrumpidamente hasta 1640, salvo un corto período, entre 1609 y 1615,
en el que intervino la Casa de Contratación. Tres eran los puntos clave donde
se concentraba el comercio de esclavos en esta época: Cabo Verde y Guinea,
Santo Tomé y Angola.
Dos etapas bien diferenciadas señala E. Vila Vilar durante el período de
asientos portugueses que condicionan en cierta manera la evolución de los
mismos, y que encajan perfectamente en todo el desarrollo que iba
experimentando el sistema comercial americano:
1.ª Desde 1595 hasta 1615, en que intereses monopolistas opuestos
chocan con fuerza y logran interrumpir un negocio que reportaba a la Corona
ganancias considerables.
2.ª De 1615 a 1640, en que perdida la batalla por parte del consulado
sevillano, los asientos discurren con normalidad, al mismo tiempo que éstos,
y al margen de ellos, se vendieron en la Casa de Contratación otras licencias.
El segundo factor decisivo antes citado fue el comienzo de la ruptura del
monopolio ibérico sobre el comercio de esclavos al iniciar e incrementar su
dedicación a este tráfico los holandeses, franceses e ingleses. Los países de
Europa occidental se muestran de manera creciente contra tal monopolio
ibérico basado en la vieja repartición papal, que pierde toda su vigencia desde
el momento en que las naciones occidentales europeas se separan de la
comunidad católica romana y desarrollan sus propios medios de navegación
al tiempo que crean también sus propias colonias: desde la segunda mitad del
siglo XVI son Holanda, Francia e Inglaterra los países cuyos buques
comienzan a navegar y recalar por la costa occidental de África, estableciendo
sus primeros puestos en Sierra Leona, Benín, Mina y Guinea.
Holanda es la nación que mejor representa la contestación contra el
monopolio ibérico, tanto por la reivindicación de su independencia
conseguida en el siglo XVI, como por la oportunidad que le da la unión de las
monarquías española y portuguesa entre 1581 y 1640. Los holandeses fueron
arrebatando a lo largo del siglo XVII los mejores enclaves de la trata negrera a

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los portugueses. En la primera parte de este siglo, Holanda se interesó por la
costa de Guinea, y en 1621 fundaron la Compañía holandesa de las Indias
Occidentales, que se ocupaba casi exclusivamente de la trata de esclavos y
que mantuvo su situación de privilegio durante más de un siglo.
Los holandeses transportaban a los negros desde África occidental a la isla
de Curaçao en las Antillas, desde donde eran introducidos en las colonias
españolas y portuguesas. En 1637 tomaron el fuerte de Elmina, hasta entonces
dominado por los portugueses, y ya estaban en posesión de Axim y de Shama,
con lo que los holandeses llegaron a ser la más fuerte potencia europea en la
Costa de Oro, donde ya estaban presentes desde 1612. Desde 1619
transportaban negros a varios lugares de América, como Brasil, y desde 1625
a Nueva Amsterdam.

Izquierda: Vasco de Gama, uno de los navegantes más ilustres de Portugal.


Derecha: Grupo de negros abandonados a la muerte por sus captores
cuando les conducían hacia la costa, camino de la esclavitud.

Buque dispuesto para el transporte de esclavos.

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Por parte de Inglaterra fue John Hawkins quien en tres incursiones por
África en 1562, 1564 y 1567 alteró la situación existente, constituyendo estas
expediciones las primeras noticias sobre los ingleses como traficantes de
esclavos. Después el tráfico inglés languideció, siendo de escaso volumen e
importancia, hasta que con posterioridad a 1640, tras la incorporación de
Jamaica, se decidieron a incrementarlo, creando en 1663 la Company Of
Royal Adventurers of England Trading to Africa para el monopolio del tráfico
negrero. Aunque la trata de esclavos quedó durante un tiempo prácticamente
controlada por los holandeses, los ingleses no abandonaron la lucha.
Francia también inició el tráfico negrero entre 1633 y 1640, con el
cardenal Richelieu, desplegando sus actividades en Senegal, donde en 1626
construyeron el fuerte de San Luis, y Cabo Verde, entre otros lugares de
África occidental. En 1664 Colbert organizó ya de manera oficial la trata con
la creación de la Compañía de las Indias Occidentales para tal comercio
negrero.
Así, desde el primer cuarto del siglo XVII, como escriben F. Renault y S.
Daget, las rivalidades y los conflictos europeos alcanzan dimensiones
planetarias, con repercusiones para el comercio de esclavos; en el mundo
atlántico afectan tanto al norte como al sur de América y a las islas del
Caribe, con lo que la preponderancia colonial queda redistribuida. El Imperio
español en América experimentó algunas alteraciones: Jamaica y Barbados
pasan a Inglaterra, Santo Domingo occidental a Francia, Tobago y Surinam a
Holanda, y otras pequeñas colonias a Dinamarca y Suecia, que crean su
propio sistema esclavista.

Restos del fuerte portugués de Mombasa, importante lugar de embarque de esclavos.

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Para la preponderancia ibérica en el mundo, y el monopolio portugués
sobre la costa de África occidental, los años en torno a 1640 son duros,
quedando esta costa abierta a la competencia de los europeos.
Otro hecho a tener en cuenta al final de esta fase es que en 1639, como
recoge F. Ortiz, el papa Urbano VIII promulgó una bula prohibiendo a los
católicos que tomaran parte en la trata esclavista, pero esta bula cayó en
olvido y hasta fue negada por algunos, no impidiendo el creciente aumento de
la trata durante la fase siguiente.

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Captura y transporte de los esclavos

Sobre la manera de procurarse los esclavos en África y las condiciones de su


transporte por el Atlántico hacia América durante esta época, ha escrito
M. Frossard una detallada descripción. Destaca este autor en primer lugar que
la esclavitud no es el estado habitual de los pueblos de Guinea y de África,
gozando éstos de una libertad individual como los habitantes de Europa. La
esclavitud les ha sido impuesta por los europeos. Refuta los dos argumentos
en que se basan los traficantes negreros: que una parte de los esclavos son
vendidos por sus padres y familiares y que otra gran parte son suministrados
por los prisioneros de guerra, liberándose así de la muerte al precio de su
libertad. Pero el primer uso nunca ha existido, y sobre el segundo, más
frecuente, puede decirse que la trata de negros es más la causa que el efecto
de tales guerras.
Los medios más generalmente empleados para procurarse los esclavos
eran el secuestro, las guerras que los reyezuelos africanos se hacían entre sí
con este objeto, los actos de despotismo que realizan y, en fin, las condenas
jurídicas.
El secuestro ha sido el primer medio puesto en uso como el más
productivo. Estos raptos son realizados tanto por mercaderes negros que
venden los esclavos a los europeos, con intercambio por sus productos, entre
los que destacan los licores, como por los mismos europeos traficantes. A
menudo los buques negreros se acercan a la costa o remontan los ríos hasta un
lugar en que recalan. Cuando un capitán europeo echa el ancla sobre un punto
de la costa para efectuar la trata, cumplimenta al rey del país, enviándole sus
regalos, y pidiéndole permiso para realizar el tráfico, que aquel concede
movido por la cantidad y el valor de tales regalos. Desde ese lugar envían
chalupas bien armadas hacia las aldeas cercanas, donde van capturando a los
negros. Después de haber reunido un número suficiente, los conducen hacia
los barcos. Por otro lado, los mercaderes que permanecen cerca de los navíos,
ponen inmediatamente en venta a los esclavos que se han procurado y que
tienen en reserva hasta entonces. Estos mercaderes negros consiguen los
esclavos asaltando a los viajeros en la selva o en las rutas y caminos, o por
medio de emboscadas en los campos y en las riberas. Otros los trasladan
desde el interior por medio de caravanas siguiendo un recorrido que los
esclavos hacen a pie y atados entre sí, hasta que llegan al lugar donde los
venden a los traficantes.

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Muchos reyezuelos africanos tuvieron su principal actividad económica en la captura de seres de otras
tribus, a los que luego conducían hasta la costa para venderlos a los traficantes

El segundo medio empleado por los europeos para procurarse esclavos es


fomentar las guerras entre los reyes africanos, movidos por ambiciones
personales y deseo de extender su territorio o su poder. Esta ambición suscita
guerras cruentas y los enemigos que escapan a la muerte son condenados a la
esclavitud. Estas guerras, por otra parte, no son muy abundantes, y cuando no
hay demanda de esclavos permanecen en paz. Pero nada más llegar una flota
de mercaderes, se inicia la guerra por parte de los reyes africanos, luchando
por la conquista de alguna región, y saquean las aldeas haciendo cautivos a
sus habitantes, para después venderlos a los traficantes negreros.
El tercer medio consiste en provocar a los reyes africanos a que impongan
un yugo despótico sobre sus súbditos. Cuando tales reyes conocen que un
navío está dispuesto para intercambiar una carga de mercancías europeas a
cambio de negros, envían tropas sobre cualquier aldea, que incendian,
haciendo prisioneros a sus habitantes. Este tipo de violencia, que se hacía
sobre todo de noche, se realizaba principalmente en el interior del país, y sus
circunstancias dependían de la autoridad, más o menos absoluta, del rey.
El cuarto medio era condenar al estado de esclavitud a los negros
juzgados y convictos de algún delito. Con anterioridad al establecimiento del
comercio negrero, los africanos aplicaban a los culpables las penas que les

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dictaba su derecho consuetudinario. Después son todos condenados a perder
su libertad, lo que aumentaba el número de los esclavos. Para incrementarlos
aún más se multiplicaron los posibles crímenes, con los que se multiplicaban
los culpables.
Reunidos y condenados en estas condiciones, los esclavos eran llevados a
los buques y encerrados en ellos, distribuyéndolos en las distintas bodegas
destinadas a tal fin, que constituían auténticas celdas colectivas. Los hombres
eran colocados en la parte de proa del buque, y las mujeres en la popa,
mientras que los niños ocupaban el centro. Los buques eran de variadas
dimensiones, pero el espacio se aprovechaba hasta tal punto que los esclavos
quedaban auténticamente amontonados en largas y apretadas hileras,
permaneciendo encadenados y tumbados, por falta de espacio para estar de
pie, o incluso sentados.
Durante la travesía los esclavos seguían siendo tratados con dureza y
crueldad, y por ello, junto con las pésimas condiciones del viaje, la falta de
higiene y el amontonamiento, la mala alimentación y las enfermedades,
ocurría que por término medio una cuarta parte de los esclavos moría durante
la travesía atlántica, a pesar del interés de los negreros de que la carga llegara
a América lo más sana y fuerte posible, así como en su mayor integridad, con
el fin de obtener un mayor beneficio. También se han dado casos de
rebeliones de esclavos durante el viaje, que fueron muy duramente
reprimidas.
Llegados los esclavos a las colonias americanas, se procedía
seguidamente a su venta pública para su inmediata incorporación al trabajo
colonial como propiedad de su nuevo dueño que lo ha comprado, con el
consiguiente beneficio para los negreros al completar todo este tráfico.

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La era negrera, 1640-1807

Desde la segunda mitad del siglo XVII, el cambio cualitativo en la trata negrera
responde al crecimiento de la demanda y a la organización de la oferta,
racionales y complementarias, tanto en Europa como en África. En el dominio
europeo, según F. Renault y S. Daget, la preparación económica y comercial
de la trata de negros y su desarrollo durante este período sugieren que esta
actividad constituye uno de los mercados más regulares en cuanto a la
demanda y el consumo en el siglo XVIII. En el dominio africano, la
preparación técnica y el desarrollo cuantitativo de la trata de negros sugieren
que esta actividad forma uno de los sectores en general más productores y
consumidores del siglo.
En opinión de J. Pope-Hennessy, si Inglaterra, Francia y Holanda estaban
al principio interesadas en la trata de negros fue para suministrar a las
colonias ibéricas la mano de obra esclava que necesitaban; pero desde que
estos países tuvieron sus propias colonias en las Indias Occidentales
recurrieron ellos mismos a la mano de obra negra. Y como señalan Mannix y
Cowley dos cultivos aparentemente sin importancia, el del azúcar y el del
algodón, influyeron entonces de modo profundo en la trata de esclavos. En
esta misma idea insiste E. Williams al precisar el origen y desarrollo de la
esclavitud: en el Caribe, el azúcar; en el continente, el tabaco y el algodón.
Un cambio en la estructura económica produjo una transformación
correspondiente en el suministro de fuerza de trabajo.
Como ya se ha indicado, Francia, en rivalidad con las otras naciones
europeas occidentales, entra en el comercio de esclavos con la creación de la
Compañía de las Indias Occidentales en 1664; a comienzos del siglo XVIII
obtiene de la Corona española la concesión del asiento entre 1702 y 1713, y
mantiene una situación de privilegio hasta en torno a 1725. Pero Francia, algo
antes, a finales del siglo XVII, fue la excepción entre las naciones europeas al
aplicar, mucho tiempo antes que ellas, una especie de legislación protectora,
en opinión de Pope-Hennessy, como fue el Código Negro, una más de la gran
serie de ordenanzas de Colbert.
El Código Negro, estudiado recientemente por L. Sala-Molins, fue
promulgado por Luis XV en 1685, y confirmado y agravado en 1724, siendo
su objetivo regular la esclavitud en las Antillas y en la Luisiana francesas, y
marcando duramente la ley blanca sobre la población negra. La primera
finalidad del Código Negro fue proteger el catolicismo en las Antillas bajo

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soberanía de Francia, prohibiendo a los herejes explotar una plantación y
expulsar a los judíos. La segunda era cuidar que los esclavos fueran
convenientemente tratados, bautizados e instruidos en la religión católica. Y
la tercera, a la que está dedicada la mayor parte de los artículos del Código,
era fijar las condiciones de propiedad, de vida, como los matrimonios, de
trabajo y actividades de los esclavos negros.
El objetivo fundamental del Código Negro, como se indica en su
preámbulo, es mantener la disciplina de la Iglesia católica, regular el estado y
la situación de los esclavos negros, y atender las necesidades de las colonias
francesas, con el fin de aumentar la seguridad e incrementar la producción de
las plantaciones de las Indias Occidentales francesas. Pero Francia fue la
única de todas las potencias coloniales europeas de la época que elaboró y
promulgó un conjunto de leyes que regularán el régimen de la esclavitud, tan
vinculado con la trata. Habría que esperar casi cien años para tener una
legislación equivalente en las tierras sometidas a la potencia británica.
Fue Inglaterra la que frente a la rivalidad de Holanda y Francia se impuso
desde los inicios del siglo XVIII en el control del comercio de esclavos y
estableció un predominio que se mantuvo a lo largo de todo el siglo. En 1672
fue creada con este fin la Royal African Company —heredera de la Company
of Royal Adventures—, que consiguió el monopolio de tal comercio hasta su
disolución entre 1750 y 1752, siendo reemplazada por la Company of
Merchants Trading to Africa, que desaparece en el siglo XIX.
Desde los comienzos del siglo XVIII los puertos británicos se transforman
en los centros de la trata de negros que se concentran principalmente en
cuatro: Londres, Bristol, Liverpool y Glasgow en Escocia. Inglaterra
desarrolla así plenamente el sistema del comercio triangular que consiste, en
primer lugar, en exportar mercancías y productos varios de Europa a África;
después, en intercambiar estos productos en África por esclavos que son
transportados a América; y por último, los beneficios obtenidos de los
esclavos y otras materias coloniales y ultramarinas son traidas de América a
Europa, que es donde quedan las ganancias conseguidas con tal comercio.
En esta época la organización de la trata negrera por el Atlántico es
efectuada por la gestión de las grandes compañías comerciales con fuerte
carácter monopolista, como las ya citadas compañías holandesa y francesa, y
sobre todo la inglesa. Son compañías de economía mixta, con participación de
los Estados, de los individuos próximos a la Corona, y de las mismas
instancias políticas.

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Uno de los principales objetivos de los ingleses era obtener el asiento
español, que no desapareció hasta fines del siglo XVIII. Con ocasión de la
Guerra de Sucesión en España por la instauración en su trono de Felipe V de
Borbón, entre 1702 y 1713, Inglaterra trata de obtener el derecho legal del
asiento que la Corona española había cedido, después de su disfrute
alternativo entre genoveses, holandeses y portugueses, a la compañía francesa
en 1702. En esta época, como señala Pope-Hennessy, el asiento había tomado
el sentido especial de monopolio de transporte de esclavos hacia las colonias
españolas en América. Por el Tratado de Utrecht en 1713, Inglaterra obtiene y
asegura el derecho de asiento, perdido así por Francia.
La causa y el origen de este asiento se encuentra en la ausencia de fuertes
españoles en la costa occidental de África. España había dependido, por este
motivo, para suministrar esclavos a sus colonias, como ya se ha indicado, de
genoveses, holandeses y portugueses, y, por último, de franceses, para pasar
desde 1713 a manos de los ingleses. Desde esta fecha, por el tratado de
asiento, consigue el monopolio del transporte la British South Sea Company,
que fue fundada por carta en 1711 con esa finalidad de comerciar con
esclavos hacia las colonias españolas en América, y que tuvo un éxito
inmediato, negociando en este sentido con la Royal African Company.
De esta forma, Inglaterra se convierte en la principal nación negrera
occidental, seguida de Portugal, que conservaba parte de su pasada e intensa
actividad comercial de la trata. Los portugueses, tras la toma de Elmina por
los holandeses en 1637, renunciaron a mantener fuertes permanentes en esa
parte de la costa occidental africana, conservando sólo San Juan de Ajuda y
Bissau. Concentraron en cambio su actividad mercantil más al sur, en torno al
Congo y Angola, que durante el siglo XVIII fue virtualmente una reserva
portuguesa. La trata se hizo larga y dificultosa, y desde el interior continental
las caravanas de esclavos llegaban a la desembocadura del Congo, donde se
les embarcaba, y con escalas en Fernando Poo y Santo Tomé se les
transportaba a Brasil.
La organización de la trata negrera en este siglo se hace más compleja,
como han estudiado F. Renault y S. Daget: la trata demanda y consume
capital, y sus orígenes son diversos: familiares, locales, regionales, nacionales
e internacionales, y mixtos. La trata demanda y consume, además,
construcción naval y armamento, marinos y capitanes, y mercancías, que han
sido clasificados por P. Rinchon en cinco categorías: armas de fuego y sus
accesorios; vinos, alcoholes y espirituosos; metales, hierro, cobre y plomo;

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bisutería, y textiles. El intercambio entre una fuerza de producción —hombres
— por productos inertes —mercancías— resulta beneficioso.
Al no haberse producido todavía —hasta 1795— la penetración de los
occidentales en el interior del continente africano, excepto una limitada
presencia francesa a lo largo del río Senegal, los europeos no disponían de la
posibilidad de ser los productores directos de los cautivos destinados a la
exportación, correspondiendo esta especialidad a los africanos mismos, donde
una oferta posterior respondía a la demanda exterior.
Puesto que los europeos dependían para comerciar de la buena voluntad
de los reyes africanos y sus dignatarios-traficantes, las compañías se vieron
obligadas a interesarse en la política local desde el inicio de sus actividades
mercantiles. Así las alianzas con las monarquías africanas eran ventajosas
para el comercio de la Compañía. Los africanos vendían sus propios esclavos
negros a los blancos; se llegaba a ser esclavo en África por delitos
antisociales, como el adulterio o el secuestro, y también por ser prisioneros de
guerra, consecuencia de una conquista militar. Hasta la aparición de los
europeos los esclavos eran considerados en África como individuos útiles,
destinados a tareas domésticas. Fueron los traficantes europeos los que
enseñaron a los africanos cómo se podía vender a otros negros.
En este sentido, la organización militar y la utilización de las armas de
fuego son dos motores de la trata. La finalidad esencial de las guerras sería la
obtención de prisioneros que después se vendían a los traficantes para
exportarlos como cautivos a ultramar, en opinión de algunos autores. Y con el
fin de disponer de un número creciente de estos prisioneros-esclavos, tales
guerras entre los africanos eran estimuladas por los europeos.
Si la guerra es un medio de producción de esclavos, otros son los raids
organizados por equipos de traficantes bien entrenados contra pueblos poco o
mal defendidos, o contra individuos en pequeños grupos aislados. En una de
estas expediciones fue capturado en 1756 Olaudah Equiano, de Benín, junto
con su hermana. Como escribe W. Rodney, el proceso mediante el cual los
europeos obtuvieron cautivos en tierra africana, visto en forma global, no fue
de ninguna manera el comercio. Fue, sí, la guerra, el engaño, el bandidaje y el
secuestro.
Capturados de esta forma los esclavos, se organizaba la caravana que
marchaba hacia la costa, donde se trasladaban a los buques. Estos podían
actuar de dos maneras: por un lado, estaban los buques que se encontraban
anclados cerca de la costa que hacían de almacén, al que se acercaban las
piraguas con su cargamento; por otro lado, están los buques que tocaban en

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los fuertes y factorías fortificadas de la costa: entre Senegal y Angola había
43 de estas instalaciones repartidas entre franceses, holandeses, portugueses e
ingleses, éstos dominantes.
La trata negrera se extendía entonces desde San Luis de Senegal hasta el
cabo de Buena Esperanza, por toda la costa occidental africana y su
hinterland. Las regiones más activas y pobladas eran las de Senegal a Sierra
Leona, Costa de Marfil y Costa de Oro, Benín y Níger, y de Congo a Angola.
Los establecimientos socio-políticos de la trata son de dos categorías: por un
lado, las poblaciones de los ríos, como en Camerún, Gabón y Gambia; y por
otro, las sociedades con Estado, como los reinos Ashanti, Yoruba, Benín,
Loango y Congo.

Largas hileras de hombres, mujeres y niños, conducidos tal como muestra el grabado, debían cubrir
largas jornadas para alcanzar la costa, donde les esperaban los negreros (grabado inglés del siglo
XIX).

Como se ha indicado, Inglaterra controlaba el comercio de esclavos desde


comienzos del siglo XVIII, en especial por la obtención del asiento español en
1713. La práctica de este derecho del asiento por los ingleses tuvo varias
consecuencias, además de favorecer el predominio inglés en la trata, como
son: el incremento del número de esclavos trasladados a América, el
desarrollo del contrabando de esclavos negros, y las diferencias y rivalidades
hispano-inglesas que llevan a la guerra entre ambos países en 1740; esta

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guerra interrumpe momentáneamente el comercio del asiento, y aunque
renovado por cuatro años en el Tratado de Aix-la-Chapelle en 1748, el
contrato fue finalmente anulado en 1750.
A lo largo de estos años, la British South Sea Company comerciaba con
esclavos desde las islas hacia las Indias Occidentales, ya que no poseía fuertes
sobre las costas de África. Estos fuertes fueron propiedad, hasta mediados del
siglo XVIII, de la Royal African Company, negociando ambas compañías entre
sí, y cuyos objetivos en África negra eran: por un lado, la importación a
Inglaterra de los productos locales africanos, como oro y marfil; y por otro, la
exportación de negros a las Indias Occidentales que tenían necesidad de
esclavos. El mantenimiento de los fuertes africanos constituía un elevado
gasto y fue una de las causas del endeudamiento progresivo de la Compañía,
que fue disuelta entre 1750 y 1752; tales fuertes cayeron en manos de un
comité de comerciantes británicos, sostenidos por los subsidios del gobierno,
que aseguraba su mantenimiento.
Durante esta época, además de las principales naciones citadas, dedicadas
al comercio negrero —Inglaterra, Portugal, Holanda, Francia y España—,
otros países europeos orientaban también sus actividades a la trata de
esclavos, aunque con menos intensidad, como se estudia en La traite des
noirs par l’Atlantique. Nouvelles approches, y que son: los Países Bajos
meridionales, Alemania, Dinamarca y Suecia.
En cuanto a la política esclavista por parte de la Corona española, desde la
década de los años cincuenta del siglo XVIII, los sucesivos gobiernos de
Fernando VI y Carlos III se muestran contrarios al privilegio del asiento
controlado por los ingleses, que fue derogado en 1753, e iniciándose una serie
de reformas. Por estos años el monopolio para la introducción de esclavos
negros, principalmente en las islas del Caribe, fue otorgado a la española Real
Compañía de La Habana. Hasta entonces, como señala F. Ortiz, sucesivas
licencias y asientos permitieron la entrada en Cuba de repetidos cargamentos
de esclavos. El incremento de la industria del azúcar hizo cada vez más
necesarios los brazos esclavos para los ingenios. A la trata habitual hay que
añadir la trata clandestina, que iba en aumento y fue tan importante que hubo
que proteger por medio de medidas especiales, como la Real Cédula de 18 de
julio de 1775, los derechos de los asentistas.
En 1778 España intentó adquirir algunos enclaves africanos para poder
realizar directamente el comercio de esclavos. Así, por los tratados de San
Ildefonso y El Pardo en 1777 y 1778 entre España y Portugal, se acordó un
intercambio entre territorios suramericanos, para los portugueses, y africanos

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para los españoles, que obtuvieron los derechos de soberanía sobre algunas
islas, como Fernando Poo, y territorios de Guinea Ecuatorial. Los ingleses
tenían entonces en África catorce factorías, tres los franceses y cuatro los
alemanes. Aunque España intentó, tras la firma de los citados Tratados, la
anexión y colonización de las islas guineanas por medio de la organización de
las primeras expediciones, fracasó en su empeño, que hubo de abandonar
hasta mediados del siglo XIX, cuando el comercio de esclavos ya estaba
condenado y perseguido, y sólo se practicaba el contrabando.
En 1788 fue propuesto el último asiento, pero fracasó. Los hacendados
seguían protestando contra el sistema monopolista, y se instaba cerca del
gobierno de Madrid en favor de la libertad de la trata. Al fin, por Real Cédula
de 28 de febrero de 1789 se permitió a españoles y extranjeros introducir
esclavos negros en las Indias, por los puertos de Santo Domingo, Puerto
Cabello, San Juan de Puerto Rico y La Habana. La Real Cédula de 24 de
noviembre de 1794 extiende y amplia la anterior. España no dio libertad
absoluta para la trata, pero lo concedido era suficiente para que la población
negra aumentara en el Caribe de manera considerable, en especial en Cuba, lo
que se reflejaba de forma apreciable en el desarrollo de las plantaciones.
Al finalizar el siglo XVIII, la trata había alcanzado un gran incremento,
tanto la legal como el contrabando. Pero también en este tiempo comienza a
plantearse y pronto adquiere auge el proceso abolicionista. Este movimiento
culmina en el siglo XIX, aunque suprimido el comercio legal se mantiene
también durante todo el siglo el comercio clandestino de esclavos, lográndose
a largo plazo la definitiva supresión tanto de la trata como del régimen de
esclavitud, que se inicia con la abolición de la trata por algunos países:
Dinamarca en 1792, Francia en 1793, algunos Estados norteamericanos en
1794, y especialmente por su mayor influencia y significación, Inglaterra en
1807; y en el plano internacional, por el acuerdo de la abolición del tráfico de
esclavos adoptado, por iniciativa inglesa, en el Congreso de Viena en 1815.

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Burton en Zanzíbar
La descripción que hizo Burton del mercado de 1856 indica cuán poco
habían mejorado las cosas desde los días del capitán Smee. «Hileras de
negros —relata él— permanecían como bestias mientras el
intermediario voceaba bazar khush, los menos horribles de los oscuros
rostros, algunos de los cuales apenas parecían humanos, estaban
coronados por gorros de dormir de color escarlata. Todos estaban
terriblemente delgados, con las costillas salientes como los cercos de un
tonel, y no pocos se hallaban agazapados en el suelo, demasiado débiles
para tenerse en pie. Los más interesantes eran los muchachuelos, los
cuales hacían muecas, mostrando los dientes, como complacidos por el
degradante y nada decoroso reconocimiento al que personas de ambos
sexos y de todas las edades eran sometidas. La exhibición de las mujeres
resultaba un espectáculo pobre y despreciable; había sólo una
muchacha de aspecto decente, con las cejas cuidadosamente
ennegrecidas. Parecía modesta, y probablemente había sido expuesta a
la venta a consecuencia de alguna inexcusable ofensa contra el decoro.
Por regla general nadie compra esclavos domésticos (para distinguirlos
de los salvajes) adultos, varones o hembras, por la simple razón de que
los dueños no se separan de ellos hasta que se los encuentra
insoportables… Los tratantes nos sonreían y estaban de buen humor.
Luego había el barrio de las prostitutas, donde las mujeres tenían
«rostros como de pelados simios y flacas piernas embutidas en piezas de
seda encarnada».
Eran los esclavos salvajes del interior quienes, aun cuando vendibles,
causaban la mayor parte del desorden en Zanzíbar. Vagaban por las
calles en busca de comida como jaurías de perros hambrientos, y se
hallaban dispuestos a cualquier violencia, a cualquier forma de pillaje.
Nadie daba vueltas por la ciudad sin llevar armas encima, y de noche
todas las puertas y postigos se atrancaban para protegerse de los
merodeadores de las desiertas calles.

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Puerto y mercado de esclavos en Zanzíbar, siglo XIX

Los esclavos domésticos, por otro lado —los que habían nacido o sido
adiestrados en Zanzíbar y eran más o menos civilizados—, presentaban
otros problemas. Eran los más perezosos, los más sucios, los más
deshonestos de los criados; pero sus dueños árabes no podían concebir
la vida sin ellos. Con frecuencia, tales esclavos eran incorporados a la
familia y no recibían un duro trato: si una concubina tenía un hijo de su
dueño, era enseguida declarado libre y adoptado como hijo o hija de la
casa. Sin embargo, la embriaguez y los pequeños hurtos continuaban
siendo la regla entre los domésticos en la mayoría de las casas, y
esclavos y dueños yacían apresados en una telaraña de mutua
desconfianza y aun de odio.
Había por aquel tiempo unos cinco mil árabes en Zanzíbar, y algunos de
ellos tenían hasta dos mil esclavos…

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(El Nilo Blanco, Plaza y Janés, Barcelona, 1974).

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Contrabando negrero y final de la trata, 1807-1870

Pero como ya se ha indicado, a pesar de las actividades y expansión creciente


del movimiento abolicionista, de las primeras medidas legales tomadas en
este sentido por algunos países, y de su planteamiento internacional desde
1815, con los consiguientes tratados y disposiciones abolicionistas, la
importancia que había adquirido la trata hace que ésta no desaparezca con la
aplicación de la nueva legislación, sino que se transforme en un comercio
clandestino o contrabando de esclavos, contra el que va a luchar
principalmente Gran Bretaña, que se mantiene hasta el comienzo del último
tercio del siglo XIX.
Así lo señala José Luciano Franco cuando escribe que, colocada fuera del
derecho de gentes y al margen de la ley, la trata de negros continúa; los
reyezuelos africanos, agentes y suministradores de esclavos, encuentran en
ella su provecho y las colonias españolas y portuguesas donde están los
principales compradores habrán de tardar en abolir la esclavitud. Entre África
y América, los traficantes no faltan, pero el derecho de visita internacional les
obliga a modificar su táctica. Franceses y norteamericanos compiten en este
contrabando que deja grandes beneficios. En las diversas épocas de la trata
prohibida, los beneficios se hicieron mayores a medida que la vigilancia
llegaba a ser más estricta.

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La esclavitud, aunque abolida por la mayoría de los países a finales del siglo XVIII o comienzos del XIX,
aún continuó durante muchos años más y es una de las causas de la decadencia y atraso de África. Este
grabado del siglo XIX representa a un guerrero hotentote.

Por su parte, D. P. Mannix y M. Cowley enumeran los factores que hacen


que se mantenga e, incluso, se incremente el tráfico negrero de contrabando
durante la primera mitad del siglo XIX:
1. A pesar de haber sido legalmente prohibida su importación en el
hemisferio occidental, la demanda de esclavos aumentó enormemente.
2. Si bien es cierto que las medidas legales contra el tráfico de negros no
redujeron la demanda de mano de obra esclava, hay que decir que tampoco
suprimieron el suministro de esclavos.
3. Los tratantes de esclavos continuaron comprando porque el tráfico
ilegal dejaba enormes beneficios por poco afortunado que fuese el viaje.

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4. La tecnología naval favoreció a los traficantes de esclavos hasta los
postreros años del tráfico ilegal.
5. Acaso el mayor obstáculo para la supresión del tráfico negrero consistía
en que la trata era efectuada por proscritos de todas las naciones, en barcos
procedentes de multitud de puertos, y las complicaciones internacionales
parecían insolubles.
Durante toda la primera mitad del siglo XIX el tráfico clandestino de
esclavos se incrementó, sobre todo al crecer rápidamente su demanda en los
campos de algodón de Estados Unidos y en las plantaciones de café de Brasil,
así como de azúcar en Cuba. Al final del primer tercio declinó durante unos
años, pero volvió a florecer después de 1830, y a finales de esta década,
aunque estaba ya prohibido por todas las naciones occidentales, tal tráfico
alcanzaba de nuevo su cénit. A lo largo de la década de los años cuarenta
Gran Bretaña incrementó sus medidas contra este tráfico, tanto sobre el mar
como en África, y desde 1850 se pudo apreciar que la larga lucha para
suprimir la trata negrera estaba obteniendo resultados, decayendo el comercio
esclavista en la costa occidental de África.

Los negreros, por lo general árabes o musulmanes negros —sobre todo en el siglo XIX—, tenían pocos
escrúpulos en asesinar a los hombres que constituían su mercancía, cuando enfermaban o, heridos, no
podían seguir la marcha (grabado inglés, siglo XIX).

Al otro lado del Atlántico, el mercado de esclavos se iba reduciendo y la


trata clandestina y el régimen esclavista en general entran en plena decadencia

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durante la década de los años sesenta; y en 1867 los británicos retiraron su
escuadra antiesclavista atlántica, pues ya no se sentía su necesidad. Los
tribunales mixtos para juzgar la trata clandestina de esclavos, establecidos por
los tratados internacionales, se suprimieron entre 1868 y 1869; no se había
presentado ningún caso ante ellos en varios años.
Prácticamente, la trata de esclavos en el Atlántico había llegado a su fin,
después de cuatro siglos.
Sobre la trata negrera hay dos cuestiones que preocupan a los
historiadores (Histoire generale de l’Afrique, vol. 6): en primer lugar, la
cantidad de esclavos que han sido sacados de África; y, en segundo, cuáles
fueron para el continente negro las consecuencias de tal extracción. En lo que
concierne a ambas cuestiones se oponen dos escuelas: sobre la primera,
mientras para unos autores son 150 o 200 millones los extraídos, otros lo
reducen a 15 o 20 millones. Y, en relación con la segunda, mientras unos
tienden a minimizar las consecuencias económicas de la trata, otros piensan
que el tráfico negrero contribuye en gran medida al desarrollo de las potencias
occidentales y a la decadencia del continente negro.
En relación con la cantidad de esclavos negros sacados de África a lo
largo de estos siglos, las cifras dadas por los autores, como se ha indicado,
varían mucho. Los ritmos y la densidad de este tráfico también varían: débiles
y después acrecentados durante los dos primeros siglos, alcanzan su más alto
nivel en el siglo XVIII, disminuyendo luego en el siguiente.
Es muy difícil evaluar el número de esclavos trasladados desde África, ya
que los datos son fragmentarios. Ph. Curtin ha analizado las dimensiones del
comercio con sus estudios cuantitativos. Para W. E. B. Du Bois las cifras son:
un millón en el siglo XVI, tres en el XVII, siete en el XVIII y cuatro en el XIX, lo
que hacen un total de 15 millones. Según La Roncière son menos de un
millón en el siglo XVI, 15 entre los siglos XVII y XVIII y cinco en el XIX, que
suman algo más de 20 millones en total. A estas cifras hay que añadir que
según la consideración de los autores, por un esclavo llegado a América, hay
que contar además cinco muertos en África o durante la travesía, lo que
aumenta la cifra total en torno a los 100 millones. A. Ducasse por su parte
eleva la cantidad a 150 millones.

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Las consecuencias de la trata

Sobre las consecuencias de la trata para África, la opinión mayoritaria de los


autores es que ésta constituye una de las causas fundamentales de la
decadencia y el atraso del continente negro; trata que se encuentra vinculada a
otros factores igualmente negativos como son la enorme destrucción de sus
riquezas naturales, la esclavitud, las razzias, la barbarie de los negreros y el
exterminio de los negros. En opinión de J. Suret-Canale la trata ha paralizado
el desarrollo de las fuerzas productivas de África negra, en primer lugar por la
enorme pérdida numérica de fuerza de trabajo y, sobre todo, por sus
consecuencias económicas y políticas indirectas; durante todo el tiempo de la
trata el continente negro ha vivido en una situación de inseguridad
permanente.
W. Rodney, por su parte, habla del comercio europeo de esclavos como
un factor fundamental del subdesarrollo africano, señalando que los
cargamentos de seres humanos siempre fueron hechos por europeos, y
enviados a mercados controlados por europeos, y que esto se realizó
únicamente en interés del capitalismo europeo. Los primeros cuatro siglos del
comercio afroeuropeo afianzaron en un sentido muy real las raíces del
subdesarrollo africano. El tráfico de esclavos y sus consecuencias en África
dan la imagen general de destrucción que lo caracterizó, destrucción que fue
una consecuencia lógica de la manera en que se obtenían los cautivos en
África. La pérdida masiva de la fuerza de trabajo adquiere contornos de
mayor gravedad cuando se considera que ésta estaba compuesta por los
hombres y mujeres jóvenes más hábiles.

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Antiguo fuerte portugués en Zanzíbar.

Mercancía humana hallada en un barco negrero detenido por un navío de guerra británico en 1866.

Destacar la pérdida de población africana es sumamente pertinente para


considerar su desarrollo socioeconómico. La pérdida de la población afectó la

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actividad económica de África tanto directa como indirectamente: la agresión
esclavista estaba desarmando a los africanos en su lucha por enfrentar y
dominar la naturaleza, que es un primer requisito del desarrollo. La violencia
significó, paralelamente, inseguridad. Las oportunidades que ofrecía la
presencia de los mercaderes europeos de esclavos llegaron a constituir el
motivo principal de los enfrentamientos que en escala considerable tuvieron
lugar entre distintas comunidades africanas y aun en el interior de éstas. La
violencia adoptó la forma sobre todo de ataques relámpago y secuestros, y no
tuvo propiamente el carácter de una guerra formal, hecho que justamente
contribuyó a alimentar el miedo y la incertidumbre en la vida diaria.
En síntesis, puede establecerse que las consecuencias de la trata para
África son varias: demográficamente, supone la despoblación y la
disminución del ritmo de crecimiento de amplias regiones continentales;
económicamente, la destrucción y paralización de actividades y la pérdida de
fuerza y capacidad de trabajo; socialmente, la inestabilidad e inseguridad
permanentes con la ruptura y los conflictos internos, y geográficamente, ha
influido en la persistencia del aislamiento africano.
En cuanto a las consecuencias de la trata para Europa y el mundo
americano, los autores se han centrado y han polemizado sobre las relaciones
existentes entre trata y esclavitud con el capitalismo occidental, como han
estudiado, entre otros, E. Williams, W. Rodney y E. Genovese. En opinión de
estos autores, la trata ha permitido asegurar la prosperidad de las economías
americana y europea y, en especial, de las ciudades portuarias de la Europa
atlántica. Las fuerzas productivas arrancadas a África y las riquezas
acumuladas gracias a ello han servido para edificar la civilización capitalista
moderna.
En relación con esta cuestión escribe W. Rodney que el comercio europeo
de esclavos y el comercio europeo ultramarino en general, tuvieron lo que se
conoce como efectos multiplicadores en el desarrollo de Europa, en una
dirección muy favorable. Esto quiere decir que los beneficios que se
derivaron de los contactos con el extranjero se fueron extendiendo a muchos
niveles de la vida europea no directamente conectados con el comercio
extranjero, y que la sociedad entera fue quedando así mejor equipada, más
capacitada para llevar a cabo su propio desarrollo interno. En cuanto a África,
lo que ocurrió fue precisamente lo contrario, y no sólo en la esfera de la
tecnología, sino también en lo referente al tamaño y la utilidad de todas las
economías africanas.

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E. Williams ha estudiado, desde su perspectiva histórica, la relación entre
el antiguo capitalismo, como era representado por Gran Bretaña, y la trata de
esclavos negros, la esclavitud de los negros y el comercio colonial en general
de los siglos XVII y XVIII. Hace así un estudio económico del papel
representado por la esclavitud y la trata de esclavos negros en el suministro
del capital que financió la revolución industrial en Inglaterra, y del
capitalismo industrial maduro que provocó la destrucción del sistema
esclavista.
Para este autor los siglos XVII y XVIII fueron los siglos del comercio, como
el siglo XIX sería el siglo de la producción. Y, para Gran Bretaña, ese
comercio sería fundamentalmente el comercio triangular, cuya base era la
trata de esclavos. En este comercio triangular, Inglaterra suministraba las
exportaciones y los buques; África aportaba la mercancía humana; las
plantaciones americanas proporcionaban las materias primas coloniales. El
buque negrero zarpaba de la metrópoli con una carga de productos
manufacturados; éstos eran intercambiados en la costa africana, con una tasa
de utilidad, por negros, y los negros eran a su vez negociados en las
plantaciones, sobre la base de otra ganancia, por una carga de productos
coloniales que era transportada de regreso a la metrópoli.
De este modo, el comercio triangular ofrecía un triple estimulo a la
industria de Gran Bretaña. Los negros eran adquiridos con manufacturas
británicas; transportados a las plantaciones producían azúcar, algodón y otros
productos tropicales, cuyo procesamiento creaba nuevas industrias en
Inglaterra; por otra parte, el mantenimiento de los negros y sus propietarios,
en las plantaciones, creaba otro mercado para la industria británica, para la
agricultura de Nueva Inglaterra y para las pesquerías de Terranova. Y añade:
Hacia 1750, era difícil encontrar en Inglaterra una ciudad comercial o
manufacturera que no estuviese en cierta forma conectada con el comercio
colonial triangular o directo. Las ganancias así obtenidas constituyeron una
de las principales corrientes de esa acumulación de capital en Inglaterra que
financió la revolución industrial.

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La trata de negros en sí misma y la explotación de los esclavos fueron dos de los motores que movieron
la revolución industrial tanto en Europa como en América (grabado inglés, siglo XIX).

Gran Bretaña acumulaba así grandes riquezas gracias al comercio


triangular y a la trata de negros, precisa E. Williams. El aumento de bienes de
consumo que requería ese comercio, puso inevitablemente en movimiento el
desarrollo de la fuerza productiva del país. Esta expansión industrial
necesitaba financiamiento. Se produce entonces la inversión, en la industria
británica, de las utilidades procedentes del comercio triangular, que
proporcionaron parte del inmenso desembolso realizado en la construcción de
las vastas fábricas requeridas para satisfacer las necesidades del nuevo
proceso productivo y de los nuevos mercados.
En síntesis, se puede concluir que las consecuencias de la trata para
Europa han sido decisivas, pues se encuentra relacionada con el desarrollo
mercantil, la acumulación de capitales, la prosperidad económica industrial y,
en general, con la evolución capitalista occidental y su crecimiento.

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El mercado negrero de Jartum
…el comercio de esclavos era el que mantenía a Jartum en movimiento.
Cualquier aventurero sin un penique podía convertirse en un tratante
con tal que quisiera pedir dinero prestado a un interés que alcanzaba
hasta el 80 por 100. Con una expedición normal, un tal tratante
navegaría hacia el sur desde Jartum, en diciembre, con doscientos o
trescientos hombres armados, y en algún punto conveniente
desembarcaría y formaría una alianza con un jefe indígena. Luego, los
hombres de la tribu, junto con los negreros de Jartum, caerían de noche
sobre alguna aldea vecina, quemando las chozas poco antes de
amanecer y disparando hacia las llamas. Eran las mujeres lo que
principalmente querían los negreros, y éstas eran aseguradas colocando
una pesada vara ahorquillada, llamada sheba, sobre sus hombros. La
cabeza quedaba sujeta por un travesaño, las manos eran atadas a la
vara por una cadena pasada alrededor de sus cuellos. Todo lo que la
aldea contenía sería arrebatado —ganado, marfil, grano, hasta el tosco
aderezo, que era separado de los cadáveres de las víctimas— y luego
toda la cabalgata retrocedería hacia el río para esperar el embarque
para Jartum. Con el ganado robado, el tratante compraría marfil y, a
veces, por marfil estaría dispuesto a redimir a una esclava. Algunas
veces también el traficante se volvería contra su aliado indígena y lo
despojaría en la misma forma que a los otros; pero con más frecuencia
estas alianzas eran mantenidas de año en año, preparando el jefe
indígena una nueva provisión de esclavos y marfil mientras el traficante
vendía la última partida en Jartum. Todo tratante tenía su propio
territorio, y por mutuo acuerdo el país era dividido en todo el camino
desde Jartum a Gondokoro y más allá.

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Izquierda: Gessi Bajá, explorador italiano. Derecha: Jartum, nudo del comercio negrero
en África central y oriental en el siglo XIX.

Caravana de esclavos en Uganda.

En una buena temporada, un negrero en pequeña escala podía contar


con obtener veinte mil libras de marfil, equivalentes a cuatro mil libras
esterlinas en Jartum, más cuatrocientos o quinientos esclavos vendidos a
un precio de cinco o seis libras esterlinas cada uno: un total de dos mil

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quinientas libras, quizá. Con este capital pagaba sus deudas, organizaba
una nueva expedición y año tras año ensanchaba su negocio.

(Alan Moorehead, El Nilo Blanco, Plaza y Janés, 1974).

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El estado de la cuestión

Como indican W. E. Minchinton y P. C. Emmer en la Introducción de la obra


La traite des noirs par l’Atlantique. Nouvelles approches, desde mediados del
siglo XVIII se registra un considerable volumen de escritos sobre la trata de
esclavos negros por el Atlántico, que prosigue con un creciente número de
publicaciones a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX. A mediados de este
último siglo, algunas de estas publicaciones dieron un nuevo carácter e
impulso al estudio de estos temas: así, en 1944, el sugestivo e importante
trabajo de E. Williams: Capitalismo y esclavitud, pronto discutido y
polémico; y en 1969 la obra también clave en la historiografía sobre estos
temas de Ph. Curtin: The Atlantic Slave Trade. A Census.
Desde la publicación de estas obras decisivas en la historiografía
esclavista se ha iniciado una nueva fase en el tratamiento de estos temas, con
nuevas publicaciones que plantean revisiones, polémicas, nuevas perspectivas
y una reconsideración general de los asuntos, desde un punto de vista tanto
científico como crítico, con el protagonismo principal de la historiografía
británica, norteamericana y francesa, a las que puede añadirse últimamente la
cubana.

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David Livingstone, explorador y misionero británico
que luchó denodadamente contra la esclavitud.

En las discusiones actuales sobre la historia de la trata de esclavos la


atención de los historiadores tiende a centrarse sobre tres cuestiones
principales: el carácter y las dimensiones del comercio negrero, las regiones
continentales afectadas, y la relación entre esclavitud y crecimiento
económico.

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Libros sobre la trata de esclavos

Sobre el primer asunto, la obra clave ha sido el trabajo ya citado de Ph. Curtin
basado en documentados estudios cuantitativos, pronto seguida de otros
trabajos que completan y revisan sus conclusiones, como los de S.
L. Engerman y E. Genovese, R. Anstey, J. Postma, J. Miller, H. Klein y S.
Daget, entre otros.
La segunda cuestión se ha planteado en torno a los esfuerzos en reducir el
eurocentrismo en el asunto y en prestar una mayor atención a los aspectos
africanos de la trata. El trabajo básico ha sido la obra de K. Dike: Trade and
Politics in the Niger Delta, editada en 1956, y desde entonces se han
publicado gran cantidad de estudios sobre la vinculación africana con la trata,
entre los que se encuentran los de Van Dantzig, Becker y Martin.
El tercer tema planteado tiene su punto de partida, como se ha indicado,
en la trascendental obra de E. Williams, cuyos puntos de vista y conclusiones
pronto fueron discutidos y revisados, llegando a ser una obra muy polémica,
con las nuevas aportaciones de F. Hyde, B. Parkinson, S. Marriner y W.
Minchinson, así como de R. Anstey, J. Meyer y P. H. Boulle. En este apartado
se incluye también el ensayo de E. Genovese: Esclavitud y capitalismo,
publicado en 1969.

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Esclavos negros cargando un vapor en el Mississippi.

A una revisión y actualización de todas las cuestiones principales en


relación con la trata de esclavos está dedicado el volumen publicado en 1976,
antes citado: La traite des noirs par l’Atlantique. Nouvelles approches, que se
compone de cuatro partes, dedicadas cada una de ellas a los temas centrales
planteados: las grandes corrientes de la trata atlántica, el impacto de la trata
sobre África, y el impacto de la trata sobre Europa, además de la trata de las
pequeñas naciones europeas.

Página 55
Bibliografía
E. Bouet-Willaumez, Commerce et traite des noirs aux côtes occidentales
d’Afrique, Ginebra, Slatkine, 1978. PH. D. Curtin, The Atlantic Slave Trade:
A Census, Univ, of Wisconsin Press, 1975. Basil Davidson, The African Slave
Trade; precolonial history, 1450-1850, Boston, Little Brown, 1964. H.
Deschamps, Histoire de la traite des noirs, París, Fayard, 1972. C. Duncan
Rice, The rise and fall of Black Slavery, Londres, MacMillan, 1975. M.
Frossard, La cause des esclaves nègres et des habitants de la Guinée, 1789,
Ginebra, Slatkine Reprints, 1978. José L. Franco, Comercio clandestino de
esclavos, La Habana, Ed. C. Sociales, 1980, E. Genovese, Esclavitud y
capitalismo, Barcelona, Ariel, 1971. P. E. H, Hair, The Atlantic Slave Trade
and Black Africa, Londres, The Hist. Ass., 1978. Herbert S. Klein, La
esclavitud africana en América Latina y el Caribe, Madrid, Alianza, 1986. La
traite des noirs par l’Atlantique. Nouvelles approches, París, S. F. d’H. d’O.-
M., 1976. D. P. Mannix, Black Cargoes: A History of the Atlantic Slave
Trade, 1518-1865, N. York, Viking Press, 1962. D. P. Mannix, M. Cowley,
Historia de la trata de negros, Madrid, Alianza, 1968. J. E. Morenas, Precis
historique de la traite des noirs et de l’esclavage colonial, Ginebra, Slatkine,
1978. J. Pope-Hennessy, La traite des noirs a travers l’Atlantique, 1441-1807
, París, Fayard, 1969, J. A. Rawley, The Transatlantic Slave Trade. A History,
N. York, Norton, 1981. François Renault, Serge Daget, Les traites negrières
en Afrique, París, Karthala, 1985. Louis Sala-Molins, Le Code Noir, París,
P. U. F., 1987, Enriqueta Vila Vilar, Hispanoamérica y el comercio de
esclavos. Los asientos portugueses, Sevilla, C. S. I. C., 1977. James Walvin,
Slavery and the Slave Trade, Londres, MacMillan, 1983. Eric Williams,
Capitalismo y esclavitud, La Habana, Ed. C. Sociales, 1975.

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Secadero de tabaco atendido por esclavos en Santo Domingo.

La trata de
negros

Textos

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La esclavitud en África

S E encuentran en África tres clases diferentes de esclavos. La primera


comprende los que llegan a serlo por deudas. Estos pueden liberarse y
recobrar la libertad, pagando a su acreedor.
La segunda se compone de los criminales y de los prisioneros de guerra.
Estas dos clases, particularmente la última, suministran todos los cautivos que
alimentan la trata.
La tercera contiene a los esclavos llamados, en el país, esclavos de choza;
es decir, los hijos nacidos de esclavos ligados al servicio de la casa del dueño.
Es raro que estos cautivos sean vendidos a los extranjeros; llegan a ser en
algunas ocasiones propiedad de otros habitantes de la misma comarca; pero
sería deshonroso para el dueño y humillante para el esclavo que éste fuera
vendido a un negrero; lo que no debe hacerse, y sólo tiene lugar en efecto en
el caso de un crimen o de alguna falta extremadamente grave. A pesar de esta
costumbre, universalmente respetada por todos los pueblos de África, se ha
visto a europeos, mercaderes de esclavos, bastante inhumanos como para
vender como sujetos de la trata a mujeres que habían vivido largo tiempo con
ellos en la mayor intimidad. Yo podría citar que se han vendido a los negreros
sus propios hijos con la madre, que les había dado un día. (J. E. MORENAS,
«Précis historique de la traite des noirs et de l’esclavage colonial», París,
1828).

El África de la trata: el reino de Benín

A QUELLA parte de África conocida con el nombre de Guinea en la que se


practica el comercio de esclavos se extiende a lo largo de la costa sobre
más de 3.400 millas, desde Senegal a Angola, e incluye una variedad de
reinos. De estos el más importante es el reino de Benin, tanto por extensión
como por riqueza, la fertilidad y el cultivo del suelo, el poder de sus reyes y el
número y la disposición guerrera de sus habitantes. Está situado casi debajo
de la línea y se extiende a lo largo de la costa sobre 170 millas, penetra hacia
la parte interior de África a una distancia hasta ahora yo creo inexplorada por

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ningún viajero y parece ser su único límite en el interior el Imperio de
Abisinia, cerca de 1.500 millas desde su comienzo. Este reino está dividido en
varias provincias o distritos, en uno de los más remotos y fértiles de ellos,
llamado Eboe, yo nací en el año 1745, situado en un encantador y fructífero
valle, llamado Essaka. La distancia de esta provincia desde la capital de Benin
y de la costa debe de ser muy considerable, porque yo nunca había sabido
nada de los hombres blancos o europeos, ni del mar, y nuestra sumisión
respecto al rey de Benin era poco más que nominal, porque cada gestión de
gobierno, tan lejos como mi limitada observación se extendía, era llevada por
los caciques o los ancianos del lugar.
Las costumbres y el gobierno de un pueblo que tiene escaso comercio con
otros países son en general muy sencillos y la historia de lo que pasa en una
familia o aldea puede servir como un ejemplo de la nación. Mi padre era uno
de esos ancianos o caciques de que he hablado y se titulaba Embrenché, un
término que yo recuerdo significaba la más alta distinción, y quería decir en
nuestro lenguaje una señal de grandeza. Esta distinción era conferida a la
persona adecuada cortando la piel a lo largo de la parte superior de la frente y
estirándola hacia las cejas, y mientras estaba en esta situación se aplicaba una
mano cálida y se frotaba hasta que se contraía para formar una gruesa marca a
lo largo de la parte inferior de la frente. La mayor parte de los jueces y
senadores eran distinguidos de este modo; hacía mucho tiempo que mi padre
lo llevaba. Yo había visto conferirlo a uno de mis hermanos, y yo estaba
también destinado por mis padres a recibirlo. Aquellos Embrenché o caciques
decidían disputas y castigaban crímenes, para lo cual ellos siempre celebraban
reuniones. Los procedimientos eran en general cortos, y en la mayor parte de
los casos el derecho del talión prevalecía. Yo recuerdo a un hombre que fue
traído ante mi padre y los otros jueces por secuestrar a un niño, y aunque era
hijo de un cacique o senador, fue condenado a recompensar con un esclavo
hombre o mujer. El adulterio, sin embargo, era en ocasiones castigado con la
esclavitud o la muerte, un castigo que yo pienso se impone en la mayor parte
de las naciones de África por ese delito, tan sagrado es en ellas el honor del
lecho matrimonial y tan celosos son ellos de la fidelidad de sus mujeres.
(W. H. MCNEILL, M. IRIYE, «Modern Asia and Africa», Oxford Univ. Press,
1971).

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Los orígenes de la trata

L OS españoles, para remediar la debilidad de los trabajadores americanos


que perecían demasiado rápidamente en las minas, pensaron
reemplazarlos por los negros, que fueron a buscar en las costas de África. No
fue hasta cuando las minas agotadas comenzaron a no suministrar más los
tesoros en abundancia para la avidez de los invasores, cuando se piensa en
emplear a los negros en el cultivo de las tierras.
Así, una raza entera ha sido destruida en América, porque, como dicen los
que la han aniquilado, era demasiado débil y no ha querido adaptarse al
trabajo. Esta ha sido reemplazada por la raza robusta de los africanos, más
dóciles en sufrir la esclavitud y más propios para servir de instrumentos al
despotismo de los europeos.
Tal es el origen impuro de la trata; es un gran crimen, nacido de otro
crimen. El origen y el fin de este infame tráfico responde perfectamente a los
medios escandalosos empleados en su horrible ejecución. Es justo protestar
aquí contra el error demasiado generalmente acreditado que atribuye la
invención de la trata al célebre Las Casas.
Se ha pretendido que este generoso defensor de la humanidad había
aconsejado emplear a esclavos negros para beneficiar a sus buenos amigos,
los naturales del Nuevo Mundo, que había tomado bajo su protección y que se
esforzaba en sustraer a los trabajos demasiado penosos que se les imponían.
Otro prelado, filántropo no menos ilustre, el obispo Grégoire, ha refutado
victoriosamente esta calumnia dirigida contra el inmortal obispo de Chiappa.
Esta opinión, contraria a la verdad, es una injuria hecha a uno de los más
grandes hombres de los tiempos modernos, quiero decir a uno de los más
útiles de la especie humana. (J. E. MORENAS, «Précis historique de la traite
des noirs el de l’esclavage colonial», París, 1828).

La esclavitud colonial

U NA opinión común atribuye la esclavitud, tal como fue establecida en las


primeras colonias de América, a una imitación de la que existía en la
Antigüedad. Pero, para introducir en su nueva sociedad esta terrible
institución, los conquistadores españoles no tenían ninguna necesidad de los
recuerdos y del ejemplo de Grecia y de Roma. En la época del descubrimiento

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del Nuevo Mundo, e incluso hasta el siglo XVIII, la esclavitud pertenecía al
derecho público de Europa. Según la ley de represalias, los Estados cuyo
territorio bordea el Mediterráneo, hacían esclavos a los turcos y los
berberiscos que tomaban en su poder, y los tenían encadenados a perpetuidad
en los bancos de sus galeras, forzándoles a remar hasta la extinción de su
vida, bajo el palo de los guardianes y a la boca de sus culebrinas cargadas de
metralla.
Pero aun cuando esta tradición viva no haya dado su fatal consejo a los
aventureros que subyugaron las grandes Antillas a fines del siglo XV, la
necesidad de subsistencia y la sed de oro les llevaron a encargar los trabajos
de los cultivos y los de las minas a los indígenas que habían sido sometidos a
su dominación y que consideraban como apenas pertenecientes a la especie
humana. La insalubridad de estas tierras nuevas y la inclemencia de su
ardiente clima colaboraron con la injusticia, el argumento de la necesidad, y
se admite, como un hecho incontestable, que, puesto que los europeos no
podían trabajar sin riesgo de muerte, era preciso que los esclavos fueran
atados a su tarea. Los habitantes indígenas de las grandes Antillas fueron
sometidos a esta triste condición, a medida que los españoles, cada vez más
numerosos, pudieron invadir el territorio de esas islas fecundas. […]
Un obispo, Bartolomé de las Casas, el único hombre de paz y de
clemencia, entre todos los hombres de rapiña y de sangre que invadieron el
Nuevo Mundo, había preparado, por su celo y abnegación, la liberación de los
indios… De las Casas obtuvo de Carlos V que una nueva encuesta fuera
hecha sobre la esclavitud de los indios. El Consejo de Indias, compuesto de
13 grandes funcionarios eclesiásticos o laicos, entiende sobre este grave
asunto… y sobre su aviso el Emperador concedió la libertad a los indios,
ordenando bajo penas severas que ninguno de ellos en adelante sería retenido
como esclavo.
El decreto de Carlos V no tuvo únicamente como efecto dar la libertad a
los indios, da además una sanción implícita a la esclavitud de los negros que
fueron importados de África, para reemplazarlos en el cultivo de la tierra y en
la explotación de las minas. […]
Este es el tráfico cuyo origen, como hemos visto, se confunde con el de
las colonias de las Antillas y que, continuado durante más de tres siglos, ha
creado en estas islas una población de alrededor de dos millones de
individuos, unos pura sangre de la raza negra y otros sangre mezclada de
negros y de blancos. (ALEX MOREAU DE JONNES, «Recherches statistiques sur
l’esclavage colonial et sur les moyens de le supprimer», París 1842).

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Las dificultades del trueque

E S preciso, sustancialmente, que el capitán sea a la vez negociante y


diplomático, en todo caso teniendo un conocimiento perfecto de las
astucias y de las costumbres de los salvajes habitantes de esas comarcas.
Las piezas de la India tienen un precio muy variable, ya muy caro y ya
barato; en todos los casos, es preciso poder apreciar sus defectos, su edad, sus
fuerzas y su salud.
Según la parte de la costa en la que se trafique, una tal mercancía
conviene mientras que otra, aún más cara, es poco tomada y a veces incluso
rechazada.
Los navíos pueden encontrarse en competencia operando en los mismos
parajes; en este caso es siempre mejor arreglarse con ellos para evitar un alza
anormal y proponerles, si se presenta, los sujetos que se pueden tener en
excedente sobre ellos cuando sólo hay débiles cantidades.
Para hacer bien su papel, es preciso siempre estar en condiciones de
comprar mucho cuando haya abundancia de negros a la venta, de cuidar sus
guardias constantemente para no ser engañado en las transacciones y de
vigilar bien las mercancías expuestas porque los indígenas de estos parajes
son diestros ladrones. (LOUIS LACROIX, «Les derniers négriers», Biarritz, Ed.
M. d’Outre-Mer, 1977).

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Transporte de esclavos en un barco negrero.

El Código Negro, promulgado por Luis XIV en 1685

L UIS, por la gracia de Dios rey de Francia y de Navarra: a todos, presentes


y por venir, salut. Como nos debemos igualmente nuestros cuidados a
todos los pueblos que la divina providencia ha puesto bajo nuestra obediencia,
nos hemos querido hacer en 1685 examinar en nuestra presencia las memorias
que nos han sido enviadas por nuestros oficiales de nuestras islas de América,
por las cuales hemos sido informados de la necesidad que ellos tienen de
nuestra autoridad y de nuestra justicia para mantener allí la disciplina de la
Iglesia católica, apostólica y romana, para arreglar lo que concierne al estado
y la calidad de los esclavos en nuestras citadas islas, y deseando proveer y
hacerles conocer que mientras que ellos habitan los climas infinitamente
alejados de nuestra estancia ordinaria, nos les tenemos siempre presentes, no
sólo por lo extenso de nuestro poder, sino también por la rapidez de nuestra
aplicación a atenderles en sus necesidades.
Por estas causas, con el parecer de nuestro consejo, y de nuestro acertado
conocimiento, pleno poder y autoridad real, nos hemos dicho, estatuido y
ordenado, decimos, estatuimos y ordenamos, queremos y nos place lo que
sigue. […]

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Art. 2: Todos los esclavos que estén en nuestras islas serán bautizados e
instruidos en la religión católica, apostólica y romana. Ordenamos a los
habitantes que compraran los negros nuevamente llegados de advertirles sobre
su gobierno y mantenimiento en dichas islas…; y los cuales darán las órdenes
necesarias para hacerles instruir y bautizar en el tiempo conveniente. […]
Art. 4: No serán propuestos ningunos mandos en la dirección de los
negros, que no hagan profesión de la religión católica, apostólica y romana,
con pena de confiscación de los dichos negros contra los dueños que les
hayan propuesto y de castigo arbitrario contra los mandos que hayan aceptado
la dicha dirección.
Art. 5: Prohibimos a nuestros súbditos de la pretendida religión reformada
de intentar algún hostigamiento ni dificultades a nuestros otros súbditos,
incluso a sus esclavos, en el libre ejercicio de la religión católica, apostólica y
romana, con pena de castigo ejemplar.
Art. 6: Ordenamos a todos nuestros súbditos, de cualquier calidad y
condición que sean, observar los días de domingo y fiestas que sean
guardadas por nuestros súbditos de la religión católica, apostólica y romana.
Les prohibimos trabajar, ni hacer trabajar a sus esclavos en los dichos días,
desde la hora de medianoche hasta la otra medianoche, en el cultivo de la
tierra, en la manufactura del azúcar y en todos los otros trabajos, con pena de
multa y de castigo arbitrario contra los dueños y de confiscación tanto del
azúcar como de los dichos esclavos que sean sorprendidos por nuestros
oficiales en su trabajo.
Art. 7: Les prohibimos igualmente celebrar el mercado de los negros y de
todas las otras mercancías los dichos días bajo parecida pena de confiscación
de las mercancías que se encontraran entonces en el mercado, y de multa
arbitraria contra los comerciantes. […]
Art. 9: Los hombres libres que hayan tenido uno o varios hijos de sus
concubinatos con sus esclavas…, serán cada uno condenado con una multa de
dos mil libras de azúcar. Y si ellos son los dueños de la esclava con la cual
han tenido los dichos hijos, queremos que además de la multa, sean privados
de la esclava y de los hijos, y que ella y ellos sean confiscados en provecho
del hospital, sin que nunca puedan ser liberados. Nosotros entendemos, sin
embargo, el presente artículo que tenga lugar, cuando el hombre libre que no
está casado con otra persona durante su concubinato con su esclava, esposará
en las formas observadas por la Iglesia a su dicha esclava, que será liberada
por este medio, y los esclavos quedarán libres y legítimos. […]

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Art. 11: Prohibimos muy expresamente a los curas de proceder a los
matrimonios de esclavos, si éstos no tienen el consentimiento de sus dueños.
Prohibimos también a los dueños de hacer uso de presiones sobre sus esclavos
para casarlos contra su gusto.
Art. 12: Los hijos que nazcan de matrimonios entre esclavos serán
esclavos y pertenecerán a los dueños de las mujeres esclavas, y no a los del
marido, si el marido y la mujer son de dueños diferentes. […]
Art. 15: Prohibimos a los esclavos llevar ninguna arma ofensiva, ni
grandes palos, con pena de azotes y de confiscación de las armas en beneficio
de quien las haya encontrado; con excepción solamente de los que sean
enviados a cazar por sus dueños, y que serán portadores de sus billetes o
marcas conocidas. (L. SALA-MOLINS, «Le Code Noir», París, PUF, 1987).

Liverpool y el comercio negrero en el siglo XVIII

E L comercio con África me fascinaba desde la época en que un marinero


que era pariente de mi madre le trajo a ésta un loro gris, un mono del
África Occidental y unas conchas de cauri que entonces servían en África de
moneda. El mono se murió; el loro vivió muchos años; los cauris los tengo
delante de mis ojos mientras escribo esto. Creo que fue él quien trajo también
el abanico verde de Venezuela. Ese comercio africano representaba ya
entonces la más próspera actividad de Liverpool.
Era opinión generalizada que nuestros intereses allí empezaron a raíz del
hundimiento de la Compañía de los Mares del Sur, que en 1719 arruinó el
comercio de Londres con África. En cualquier caso, en Liverpool nos
habíamos especializado en el suministro de esclavos a la Católica Majestad
del Imperio español, buena parte, de contrabando. Los esclavos se
transportaban a Jamaica y después se vendían bajo mano a hombres discretos
de Cuba o de Cartagena. A veces algunos hombres discretos de Liverpool se
trasladaban también a La Habana. Nuestros mercaderes tenían que eludir el
ojo vigilante de los funcionarios de la Compañía de los Mares del Sur de Port
Royal, en Jamaica, pero si vendían esclavos allí, lo hacían en cuatro o cinco
libras menos por esclavo de las treinta libras que exigían los traficantes de
Londres y Bristol aproximadamente.

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Las figuras más destacadas de ese negocio habían iniciado generalmente
su vida en la mar, algunos de grumetes. Los tratantes de esclavos de Londres
y Bristol eran caballeros. Yo vi en cierta ocasión, en la primera de dichas
ciudades, al señor Peter Burrell, presidente de la Compañía de los Mares del
Sur. ¡Qué difícil de creer, por su elegante porte, que en otros tiempos hubiera
estado relacionado con aquel comercio! Los de Liverpool eran de apariencia
más ruda, y también más despiadados.
Hacia 1750 los barcos negreros solían ser una especie de bergantines muy
bien construidos, de doscientas cincuenta a trescientas toneladas, diseñados
para desarrollar grandes velocidades, con altos y bonitos mástiles de pino de
Báltico, fuertemente armados, con una cubierta para esclavos provista de
argollas, y llevaban a bordo una considerable cantidad de madera destinada a
las modificaciones que tuviera que realizar el carpintero del barco una vez en
alta mar. Los cien barcos dedicados al comercio con las Antillas hacia 1750
reportaban a Liverpool, según se decía, unos beneficios de doscientas
cincuenta mil libras anuales. Pocas eran las familias de la ciudad que no
tenían algún interés en aquellos barcos… no sólo en relación con su
construcción propiamente dicha sino también con el suministro de
provisiones, la confección de cabos y de velas, el calafateo y recalafateo, la
limpieza de fondos y las reparaciones en general. Todas esas personas
amaban los buques, y apenas pensaban en otra cosa. Su alma moraba en las
cubiertas. Su corazón latía al compás de las olas. Sus sueños estaban poblados
de gaviotas y de espuma marina. (HUGH THOMAS, «La Habana». Barcelona,
Grijalbo, 1984).

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Mercado de esclavos en América del Norte, siglo XVIII

El transporte de los esclavos

C UANDO capitanes europeos han conseguido reunir un número suficiente


de esclavos, los llevan al mar, y los envían hacia las colonias donde
deben recibir el precio de su trabajo. En primer lugar, parece que durante la
travesía, los negros deben ser tratados con toda la humanidad que merecen ya
que se les ha privado de libertad, se les ha separado de todo lo que ellos tienen
de más querido, para transportarlos a través del mar hacia la tierra de la
esclavitud. Esta indulgencia les familiarizaría poco a poco con su nueva
condición. Ella servirá también a la avidez de los comerciantes, porque, si
tratasen a sus esclavos como hombres, conservarían su salud y se encontrarían
con una venta muy fácil a su llegada a puerto. Pero lejos de esto, este viaje
llega al límite de la crueldad inseparable de este tráfico. Todos los actos de
barbarie que se han presentado hasta aquí, no son más que un avance de los
que sufren en el mar estas tristes víctimas de la avaricia europea. Esta
inhumanidad llega tan lejos, que causa la muerte a un cuarto de la carga; esto
prueba que el vicio se enlaza en sus propias redes, y que lo que hace para su
beneficio, se vuelve más a menudo en su ruina.
Tan pronto como los esclavos comprados o capturados son llevados al
borde del mar, se les conduce a los buques a los que corresponden. A su
llegada a bordo, se les distribuye en las cámaras que les son destinadas. Los
hombres ocupan la parte delantera del navío; las mujeres que no forman

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ordinariamente más que el tercio de la carga, van detrás; los niños el centro, y
estas cámaras están formadas por dos tabiques.
Estos buques negreros tienen diferentes dimensiones. Los hay desde 11
hasta 800 toneladas, que cargan desde 20 hasta 1.200 esclavos.
La altura de las cámaras donde son situados los esclavos varían según las
dimensiones del navío. Pero es, en general, de tres a cinco pies, de manera
que les es imposible ponerse en pie en la mayor parte de los navíos, y en
algunos de permanecer sentados.
He aquí las dimensiones de dos navíos negreros que yo he visto y medido,
en 1785, en un puerto de Inglaterra.
Uno era de 50 toneladas. La extensión de las cámaras donde los esclavos
debían ser situados era de 38 pies, la anchura más grande era de nueve pies,
ocho pulgadas, y la altura de apenas cuatro pies. Este navío estaba destinado a
transportar 140 esclavos. Está claro que éstos no podían estar más que
sentados o tumbados, y que estaban herrados, durante toda la travesía, al
punto de no ocupar más que 18 pulgadas cuadradas. Se puede comparar esta
masa de infortunados, todos juntos y medio tumbados, con una tropa de
carneros reunidos en tiempo de tormenta, si éstos no tuvieran, sobre los
primeros, la ventaja de respirar un aire saludable; mientras que los otros están
constantemente expuestos a las mismas pestilentes que se exhalan sin cesar de
sus cuerpos sudorosos o enfermos.
El otro buque que he medido era de 12 toneladas. La extensión de la parte
destinada a los esclavos era de 24 pies, la anchura más grande de ocho, y la
más pequeña de cuatro. La altura era de dos pies, nueve pulgadas. Este buque
debía transportar 36 esclavos.
Tales son los aposentos preparados de ordinario para recibir a los negros
arrancados de su país, para ir a sufrir y morir sobre un suelo extranjero. (M.
FROSSARD, «Le cause des esclaves nègres et des habitants de la Guinée»,
Lyon, 1789).

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