Rasgos de La Espiritualidad Mariana

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Rasgos de la espiritualidad mariana presentes en la tercera

Conferencia Episcopal Latinoamericana-Puebla

Iris Denisse Alvarado Fernández


Rina Venezuela Finol Montiel
Arley Andrés López López.

Pontificia Universidad Javeriana


Facultad de Teología
Licenciatura en Ciencias Religiosas
Bogotá, D.C
2019
Rasgos de la espiritualidad mariana presentes en la tercera
Conferencia Episcopal Latinoamericana-Puebla

Iris Denisse Alvarado Fernández


Rina Venezuela Finol Montiel
Arley Andrés López López.

Presentado para optar al título de Licenciatura en Ciencias Religiosas

Directora
Edith González Bernal

Pontificia Universidad Javeriana


Facultad de Teología
Licenciatura en Ciencias Religiosas
Bogotá, D.C
2019

2
Agradecimientos.

A Dios, sumo bien y fuente de toda gracia, dedicamos


alegremente este trabajo que con humildad y voluntad hemos realizado.
Con gratitud en estas líneas resaltamos con profundo gozo algunos de los rasgos
de la maternidad divina de María y en ellos el profundo amor y respeto que le profesamos
de manera particular; Bendícenos Dios y concédenos que lo que escribimos lo vivamos y
que lo que vivamos lo transmitamos.

Nuestra gratitud sincera a la Universidad Javeriana, a quienes han hecho parte de nuestro
proceso académico, familiares, hermanos y hermanas de comunidad, profesores en general
y amigos, de manera especial a aquellos que nos han alentado y animado a continuar en
los momentos difíciles, gracias a que Dios nos los ha puesto en el camino
ahora es posible culminar con alegría este importante proceso; a todos ellos dedicamos los
frutos de esta investigación.

3
“La universidad no se hace responsable de los conceptos emitidos por sus alumnos en sus
proyectos de grado. Sólo velará porque no se publique nada contrario al dogma y la moral
católica y porque los trabajos no contengan ataques o polémicas puramente personales. Antes
bien, que se vea en ellos el anhelo de buscar la verdad y la justicia”. Reglamento de la
Pontificia Universidad Javeriana.

Artículo 23 de la Resolución No. 13 de junio de 1946.

4
Introducción
La presencia de María en los pueblos latinoamericanos ha sido muy evocada por la Iglesia y
los fieles, quienes descubren en ella un refugio, una Madre y una guía que los acompaña
continuamente, de manera que no se puede prescindir de María si se quiere hablar de la fe
que se vive en estos pueblos, por tanto, cada Conferencia Episcopal Latinoamericana ha
tenido que decir algo sobre ella, resaltando el hecho de que en estas tierras el amor y la
cercanía con la Madre de Dios son elementos profundamente arraigados en la fe e identidad
del pueblo latinoamericano

La relación del pueblo con la Madre de Dios nos permite hablar de una espiritualidad mariana
en Latinoamérica a la que han referido diversos autores y a la que puebla intrínsecamente
hace alusión, recordando que esta espiritualidad hunde sus raíces en la devoción popular que
ha hecho y hace que fieles e infieles, acudan a la Virgen continuamente y la veneren más allá
de cualquier credo. Estos elementos nos llevan a preguntarnos ¿Cuáles son los rasgos de la
espiritualidad mariana presentes en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana?

El trabajo de investigación que proponemos da un paso más hacia la profundización de la


espiritualidad mariana, partiendo de las raíces mismas de la devoción popular, pretende,
reflexionar en aquellos elementos propios de la espiritualidad mariana que son puestos de
relieve en el documento de Puebla y que la hacen cercana a los hijos de Dios, dicha cercanía
se evidencia en la manifestación amorosa del pueblo que, con visitas, peregrinaciones,
oraciones y diversas prácticas religiosas hacen honor a la Madre de Dios.

Con este trabajo buscamos reflexionar en torno a la presencia de María en Latinoamérica,


adentrarnos en la fe del pueblo creyente que acude a ella, esperando descubrir elementos que
mantienen viva la fe en Latinoamérica y enriquecen de esta manera el proceso evangelizador
en estas tierras; centraremos la atención en la espiritualidad mariana como la categoría
principal e integradora de la presencia de la Virgen María en la III Conferencia Episcopal
Latinoamericana.

El estado de arte desarrollado nos lleva a dar cuenta de que se han realizado numerosas
investigaciones en torno al tema de la espiritualidad mariana, el padre Antonio Larocca,

5
recoge la mariología contenida en el Documento de la III Conferencia Episcopal
Latinoamericana, afirmando que es profundamente Mariológico en comparación con
conferencias latinoamericanas anteriores y posteriores; el jesuita Antonio González Dorado,
en su libro Mariología Popular Latinoamericana, muestra a María incorporada e inculturada
mestizamente al pueblo latinoamericano y, de una manera especial, a través de la religiosidad
popular vivida especialmente por los pobres. En una línea similar, Leonardo Boff en su libro
El Rostro Materno de Dios, a partir del capítulo XII de dicha obra, presenta una amplia
profundización de lo femenino, y a la persona de María, como profeta y liberadora en la
experiencia de América Latina. 1
Estos autores juntamente con otros concuerdan en que la espiritualidad mariana es una
experiencia que se da entre el cristiano y María, sin embargo, en los pueblos latinoamericanos
la realidad muestra que tanto fieles e infieles acuden a la Madre de Dios, muchos de ellos sin
adherirse a la religión cristiana, esto evidencia que la espiritualidad mariana traspasa límites
y se sitúa como un encuentro entre el hombre y Virgen María en sus distintas advocaciones.

En esta investigación entenderemos como espiritualidad mariana el camino cristiano personal


y comunitario que la Virgen María muestra e invita a vivir a través de su persona, es decir,
la vivencia espiritual de los rasgos presentes en la figura de la Virgen María que permiten a
los fieles un mayor acercamiento a las verdades de la fe, el reconocimiento de la acción
salvífica de Dios para con el pueblo y todas aquellas manifestaciones de piedad y veneración
a la Madre de Dios que producen o invitan a una transformación personal y social. Los dos
grandes rasgos que proceden de esta espiritualidad mariana son la presencia de María como
persona, y en su relación con el pueblo, que interpretaremos como elementos que la hacen
cercana y accesible a los creyentes.

A partir del documento conclusivo de la Conferencia celebrada en Puebla, pueden


distinguirse varias subcategorías que señalan la espiritualidad mariana presente en el pueblo
latinoamericano, como lo son: la Virgen María como guía y camino de fe, María esperanza
del pueblo Latinoamericano, María modelo y maestra de comunión, María Madre y
Protectora, María expresión de la piedad popular, María fuente de amor y libertad.

1
Boff, El rostro materno de Dios, 219.

6
Nos proponemos como objetivo general identificar los rasgos de la espiritualidad mariana
presentes en la III Conferencia Episcopal Latinoamericana para enriquecer el proceso de
evangelización de estos pueblos y brindar a los fieles un mayor acercamiento a la
espiritualidad mariana propia de los pueblos latinoamericanos. Los objetivos específicos que
nos trazamos son: describir los rasgos de la Espiritualidad Mariana presentes en la III
Conferencia Episcopal Latinoamericana y en la tradición de la Iglesia, profundizar en los
rasgos propios de la Espiritualidad Mariana como la expresión de fe y de celebración del
pueblo latinoamericano y brindar pautas que nos permitan acercarnos a la espiritualidad
mariana como camino de santificación personal y comunitario.

El método que se utilizará para esta investigación es el hermenéutico, la lectura hermenéutica


del documento conclusivo de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana nos acercará a
interpretar y formular los rasgos de la espiritualidad mariana presentes en el documento,
hacer una diferenciación entre espiritualidad, piedad y religiosidad, y sugerir algunas líneas
para integrarse en procesos formativos que contribuyan a la renovación del proceso
evangelizador de los pueblos latinoamericanos, tomando en cuenta los aportes que otros
textos puedan darnos a este respecto.
Más que una técnica de recolección de datos, se hará una lectura del documento de Puebla,
extrayendo los elementos que refieran a la categoría y subcategorías de la espiritualidad
mariana, a su vez, se hará un ejercicio de lectura y acercamiento a las fuentes de la
espiritualidad mariana que nos permita comprender las raíces de esta espiritualidad en la
Iglesia universal y su conexión con la espiritualidad mariana presente en Latinoamérica y de
manera particular en el documento de puebla.

La presente investigación contiene tres capítulos, el primero de ellos abordará las fuentes de
la espiritualidad Mariana y la piedad popular en la Iglesia Católica, reconociendo su
presencia en la Sagrada Escritura, en las primeras formulaciones de fe y en las orientaciones
dadas por la Iglesia; el segundo capítulo abordará los rasgos de la espiritualidad mariana en
Latinoamérica y el tercero mostrará la espiritualidad mariana, como camino de santidad para
el pueblo Latinoamericano; por ultimo presentaremos las conclusiones a las que hemos
llegado con esta investigación.

7
Contenido
Introducción ....................................................................................................................................... 5
Capitulo 1. Fuentes de la espiritualidad Mariana y la piedad popular en la Iglesia Católica .... 9
1.1 Acercamiento al concepto de espiritualidad mariana dentro de la Iglesia Católica .... 9
1.1.1 María en la Sagrada Escritura ................................................................................. 9
1.1.2 María en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia .............................................. 11
1.2 Espiritualidad mariana.................................................................................................... 17
1.3 La piedad popular ............................................................................................................ 19
1.3.1 La piedad popular como herencia de los pueblos nativos .................................... 19
1.3.2 El lugar de María en la piedad de los pueblos latinoamericanos ........................ 20
1.3.3 La Iglesia que acompaña la piedad popular del pueblo ....................................... 22
1.3.4 Lo que enseña la Iglesia sobre la piedad popular ................................................. 24
1.3.5 La riqueza simbólica de la piedad popular mariana ............................................ 27
Capitulo 2. Rasgos de la espiritualidad Mariana en Latinoamérica ........................................... 32
2.1 La veneración y las manifestaciones de piedad del pueblo latinoamericano.............. 35
2.2 La espiritualidad mariana en el Magisterio Latinoamericano previo a Puebla ........ 38
2.3 La espiritualidad mariana presente en la Tercera Conferencia Episcopal
Latinoamericana .......................................................................................................................... 39
2.3.1 María centro de la evangelización latinoamericana ............................................. 41
2.3.2 María, modelo de espiritualidad y de fe................................................................. 43
2.3.3 María, el rostro materno y misericordioso de Dios............................................... 44
2.3.4 María, voz de unidad entre el pueblo y Dios ......................................................... 45
2.3.5 La cercanía de María con el pueblo latinoamericano........................................... 47
2.4 María evangelizadora del pueblo latinoamericano ....................................................... 50
2.4.1 La devoción popular a María en Latinoamérica................................................... 53
2.4.2 El encuentro con María, expresión de fe y celebración ........................................ 54
Capítulo 3. Espiritualidad mariana, camino de santidad para el pueblo latinoamericano ...... 56
3.1 Cómo acercarnos a la espiritualidad mariana .............................................................. 57
3.1.1 Conocer a María en la espiritualidad mariana ..................................................... 57
3.1.2 Experimentar la presencia de María en la propia vida ........................................ 61
3.1.3 Vivir la espiritualidad mariana .............................................................................. 64
Conclusiones ..................................................................................................................................... 67
Bibliografía ....................................................................................................................................... 69

8
Capítulo 1

Fuentes de la espiritualidad Mariana y la piedad popular en la Iglesia Católica

En el contexto actual se habla mucho de espiritualidad, se ha convertido en un término muy


utilizado en diversos sectores, el mismo puede relacionarse con la fe o desvincularse de ella.
Por ello es importante situar la espiritualidad mariana en el contexto histórico de la Iglesia y
en su magisterio, para luego comprender como ella se ha ido desarrollando y propagando en
el seno de la Iglesia latinoamericana, llegando a tener unas características particulares y
situándose en el corazón mismo de la fe de los fieles.

En este sentido, el siguiente capítulo hará un acercamiento a la espiritualidad mariana en la


Iglesia católica, situándola en la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia;
mostrará los rasgos de la espiritualidad mariana en Latinoamérica, partiendo del proceso
evangelizador de la conquista y los documentos de las Conferencias Episcopales
Latinoamericanas previas a Puebla.

Acercamiento al concepto de espiritualidad mariana dentro de la Iglesia Católica

Para poder ahondar en el concepto de la espiritualidad mariana dentro de la Iglesia Católica,


es necesario caer en la cuenta de que está intrínsecamente ligada a la historia de salvación, al
nacimiento y crecimiento de la Iglesia; lo que ha permitido encontrar en María un modelo de
fe y una espiritualidad que lleva al conocimiento y acogida del plan del Padre, por medio del
Hijo y la acción del Espíritu Santo.

1.1.1 María en la Sagrada Escritura

La figura de la Virgen María dentro de la Iglesia ha sido preminente a lo largo de su historia,


ya en el Antiguo Testamento se hace un preanuncio de su papel en la historia de la salvación;
y en los evangelios, juntamente con los hechos de los apóstoles, ella aparece como María, la
madre de Jesús o su madre, mientras que en los otros escritos del Nuevo Testamento no se
hace una alusión explícita sobre ella.

Los libros del Antiguo Testamento narran la historia de la salvación, en la que paso a paso se
prepara la venida de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia

9
y tal como se interpretan a la luz de una revelación ulterior y plena, evidencian poco a poco,
de una forma cada vez más clara, la figura de la mujer Madre del Redentor. Bajo esta luz
aparece ya proféticamente bosquejada en la promesa de victoria sobre la serpiente, hecha a los
primeros padres caídos en pecado (cf. Gen 3, 15). Asimismo, ella es la Virgen que concebirá y
dará a luz un Hijo, que se llamará Emmanuel (cf. Is 7,14; comp. con Mi 5, 2-3; Mt 1, 22-23).
Ella sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que confiadamente esperan y reciben de
Ella salvación. Finalmente, con ella misma, Hija excelsa de Sión, tras la prolongada espera de
la promesa, se cumple la plenitud de los tiempos y se instaura la nueva economía, al tomar de
ella la naturaleza humana el Hijo de Dios, a fin de librar al hombre del pecado mediante los
misterios de su humanidad.2

En el evangelio de San Marcos, poco se menciona a la Virgen. “Una sola vez encontramos
en Marcos el nombre de “María” para designar a la madre de Jesús (6,3), aunque es nombrada
otras dos veces como “su madre” (3, 31.32). La primera vez que se alude a ella es cuando se
acerca a Jesús, acompañada de los hermanos de éste (3, 31-35).”3

Entre todos los evangelios es el de Marcos que deja a María en un plano más modesto. Pero
también en este evangelio, aparece ella con insistencia como “la Madre de Jesús”, cuyo
comportamiento viene determinado por su relación maternal con él. 4

Por otra parte, Mateo además de mencionar a María como lo hace Marcos, también la incluye
al final de la genealogía de Jesús al decir “… Jacob engendró a José, el esposo de María, de
la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mt. 1, 16). Al describir el origen de Jesús, incluye
también la virginidad de María y la acción del Espíritu Santo sobre ella. “Su madre, María,
estaba desposada con José y, antes de vivir ellos juntos, se encontró que estaba embarazada
por obra del Espíritu Santo” (1, 18). “En el Evangelio de Lucas, al contrario de Mateo, la
figura de María destaca sobre la de José, su esposo. Y si en Mateo, ni María ni José hablan,
en Lucas no sólo se habla de y a María, sino que también ésta habla en diversas ocasiones”.5

Así en Lucas encontramos a María en los dos primeros capítulos de su evangelio y más
adelante se menciona como la “madre” en el capítulo 8, 19-21, cuando se le anuncia a Jesús

2 Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia”, Nº 55.
3
Stock, “María en el evangelio de San Marcos,” 111.
4
Ibíd., 117.
5
Peláez, “María, la madre de Jesús en los evangelios sinópticos”.

10
“Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte”, su respuesta como en el evangelio
de Marcos viene a ser la misma “Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra
de Dios y la cumplen”, comprendiendo que María ha de ser la madre no solo por haberlo
engendrado sino también por cumplirse en ella los designios de Dios. Peláez, continuará
diciendo:

… dentro de esta reelaboración de la figura de María que hace Lucas, en el libro de los
Hechos, segunda parte de su obra se presenta a María, reunida con los once y las mujeres,
después de la ascensión de Jesús y antes de la venida del Espíritu Santo: todos ellos
perseveraban unánimes en la oración con las mujeres, además de María, la madre de Jesús y
sus parientes (Hch 1,14).6

En el evangelio de San Juan, María aparece como la madre de Jesús en dos pasajes, las bodas
de Caná y junto a la cruz, Bojorge dirá al respecto que, en Juan, ella acompaña a Jesús durante
toda su vida.

Caná y el Calvario constituyen una gran inclusión mariana en el evangelio de San Juan.
Encierran toda la vida pública de Jesús como entre paréntesis. Son como un entrecomillado
mariano de la misión de Jesús. Abarcan como con un gran abrazo materno –discretísimo, pero
a la vez revelador de una plena comprensión y compenetración entre Madre e Hijo– toda la
vida pública de Jesús desde su inauguración en Caná hasta la consumación en el Calvario.7

De manera que los evangelios dan cuenta de la presencia de María desde los inicios del
cristianismo; la Iglesia naciente tiene conciencia de su existencia, ya sea llamándola por su
nombre o simplemente como la Madre de Jesús, lo que se prolongará a lo largo de la historia
del cristianismo.

1.1.2 María en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia

Cuando el cristianismo empieza a formular las profesiones de fe cristológicas, la figura de


María se hace presente, así encontramos que en el texto símbolo del bautismo aparece: Credis
in Chistum Iesum, Filium Dei, qui natus est de Spiritu Sancto ex Maria Virgine, et crucifixus

6
Ibíd.
7
Bojorge, “La Virgen María en los evangelios”, 134

11
sub Pontio Pilato…8 (creo en Jesucristo, hijo de Dios, nacido de María Virgen por obra del
Espíritu Santo, que fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato…).

Aldana retomara parte del texto símbolo utilizado para el bautismo para indicar: “Tenemos
aquí una expresión compendiada de la primera mariología cristiana, tal como existía a
principios del siglo III. En ella se introduce a María como madre de Jesús; del mismo Jesús
que es el Hijo de Dios y es el Jesús histórico de nuestros evangelios”.9 Dicho símbolo da
cuenta de que el lugar que es dado a María es con relación a su Hijo, así ella es la madre y
también la Virgen por la intervención del Espíritu Santo en la concepción de Jesús.

De manera que en los primeros siglos cuando se empiezan a realizar las fórmulas de fe,
aparecen los elementos mariológicos como “la maternidad verdadera de María y su carácter
virginal”.

La verdadera maternidad está patente. Jesús se dice ex María, natus ex María, como en cuyo
seno ha tomado carne la maternidad virginal ha quedado en la expresión casi estereotipada
ya, Virgo María pero además se trasluce en la aplicación que enlaza el hecho de que la
Encarnación en el seno de María (carnem factum in utero eius) y el de su verdadera
maternidad (ex ea natum) con la acción positiva del Espíritu Santo, expresada con evidente
remanencia de Lc. 1,35 (Verbum…delatum ex Spíritu Patris Dei et virtute in Virginem
Mariam). Se afirma, pues, ambos extremos, por más que el acento se cargue sobre la verdad
de la maternidad más que sobre su carácter virginal.10

Aldama, continuará diciendo que, aunque ausente muchas veces el nombre de María en las
formulaciones de fe realizadas antes de Tertuliano, como la de San Ireneo, Trifón, y Justino,
se sigue subrayando la maternidad y el carácter virginal de María que además expresará la
acción del Espíritu Santo, recalcando la intervención divina en la concepción de Jesús. 11

En la fórmula de San Justino unida al exorcismo se aprecia, “en el nombre de este mismo
Hijo de Dios y primogénito de toda creatura, y nacido de una virgen y hecho hombre
pasible”.12 Aquí se une la maternidad de la madre de Jesús y su virginidad, por medio de la

8 Aldama, María de la Patrística de los siglos I y II, 8.


9
Ibíd., 9.
10
Ibíd., 12.
11
Aldama, María en la Patrística de los siglos I y II, 21.
12
Dialogus 85,2, citado por Aldama, María de la Patrística de los siglos I y II, 17.

12
intervención divina, “reconocemos inmediatamente la fe en el nacimiento virginal de Jesús:
éste tiene una madre humana, verdadera madre en la que realmente nació; pero, al mismo
tiempo, esa madre es una madre virgen, madre fuera de las leyes naturales y por virtud de
Dios”.13

Para la Iglesia naciente, María siempre ha de estar unida a Jesús, se ve en ella a la madre y
se comprende la relación existente con el Hijo y su obra, “se considera que ella introdujo a
su Hijo en el sentido y las honduras de la religión de Israel, no importa lo sencillas que fueran
las palabras con las que lo hizo. El “Magníficat” indica hasta qué punto vive ella del centro
de esa tradición”.14

En María la Iglesia descubre la manifestación divina de la Santísima Trinidad, es el anuncio


del ángel donde el Padre, la saluda llamándola “llena de gracia”, el Hijo se encarna en ella
por medio de la acción del Espíritu, y su respuesta es la confirmación de la fe de sus
antepasados que encuentra en ella la plenitud de la entrega, al no estar condicionada, se ofrece
en su totalidad para que Dios haga en ella lo que se ha dicho, así se reconoce como “Esclava
del Señor”.

La Trinidad de Dios se debe dar a conocer en la humanización del Hijo, pero no con una
explicación sólo verbal, como se promulgaron las leyes de Dios en el Sinaí, sino además con
un cumplimiento existencial en el ser humano perfecto y arquetípicamente creyente. Es la fe
veterotestamentaria que arranca en Abraham la que en su consumación participa en esta
experiencia trinitaria, que por consiguiente ha de convertirse en el punto de partida de una
experiencia de fe neotestamentaria y eclesial, y eso en la existencia de María misma.15

María es por antonomasia madre y prototipo de la Iglesia, cuando en el evangelio de San


Juan se le confía al discípulo amado el cuidado de la madre, ella se convierte en madre de
todos los discípulos de Jesús, y así madre de la Iglesia por la cual de ahora en adelante velará,
y acompañará como lo hizo en Pentecostés, “con ello Jesús regala a la Iglesia ese centro o
cima que encarna de forma inimitable, pero a la que siempre hay que aspirar, la fe de la nueva
comunidad: el sí inmaculado, ilimitado, a todo el plan divino de salvación para el mundo”. 16

13
Aldama, María de la Patrística de los siglos I y II, 17.
14
Ratzinger y von Balthasar, María Iglesia naciente, 80.
15
Ibíd., 83.
16
Ibíd., 86.

13
La Iglesia ve en María una unión indivisible con el Hijo, toda la espiritualidad o carácter
modélico que de ella puede surgir se da en esa relación “ambos muestran plásticamente cómo
Dios y el hombre se relacionan ente sí en la Alianza que el Dios eterno quiere establecer en
libertad con los hombres”.17

De aquí se comprende que la piedad mariana sea un reflejo de lo que dicen de ella los
evangelios, y a la inversa, es decir, la piedad mariana es corroborada en los evangelios, pues
de esta manera permanecerán en consonancia con la fe profesada, “las oraciones marianas
empleadas en la mayoría de los casos hacen además continuamente referencia al nexo, tanto
con Cristo y Dios, como con la Iglesia”.18

La veneración de María es el camino más seguro y más corto para llevarnos a una cercanía
concreta con Cristo. En la meditación de su vida en todas sus fases aprendemos lo que
significa vivir para Cristo y con Cristo en lo cotidiano, con un realismo que está privado de
toda efusión, pero conoce una perfecta intimidad. Contemplando la existencia de María, nos
doblegamos también a la oscuridad que se impone a nuestra fe; aprendemos, no obstante, que
siempre hemos de estar preparados cuando Jesús exige repentinamente algo de nosotros.19

Dicha piedad y veneración deben llevar al cristiano a la imitación de las virtudes de María,
de manera que, viéndola a ella, el cristiano pueda responder mejor a la voluntad de Dios
“pues María nos sale al encuentro en muchas situaciones diferentes: como la mujer valerosa
en la huida a Egipto, como la modesta y eficaz ama de casa, la contemplativa en el silencio
[…] como la intercesora en favor de los pobres que ya no tienen vino”.20

La piedad mariana entra necesariamente en el dinamismo de la santidad cristiana. Puesto que


«Cristo es el modelo supremo al que el discípulo debe conformar la propia conducta hasta
lograr sus mismos sentimientos (cfI'. Fil 2,5)», María tiene como «misión» propia «reproducir
en los hijos los rasgos espirituales del Hijo primogénito» (MC 57). Se trata de vivir el
bautismo y el misterio pascual con las actitudes de María respecto a Cristo.21

17
Ibíd., 89.
18
Ibíd.
19
Ibíd., 92.
20
Ibíd., 95
21
Esquerda, “María y nuestra vida espiritual,” 46.

14
El Magisterio de la Iglesia también ha acompañado y orientado la devoción y veneración
tributada a la Madre de Dios así, el Concilio de Éfeso, la Constitución Lumen Gentium del
Concilio Vaticano II, la Exhortación Apostólica Marialis Cultus, la Carta Encíclica
Redemptoris Mater, la Exhortación Apostólica Signum Magnum, son algunos de los
documentos orientadores que nos permiten ver el papel de la Virgen María dentro de la
economía de la Salvación.

Los primeros símbolos de la fe y sucesivamente las fórmulas dogmáticas de los Concilios de


Constantinopla (a. 381), de Éfeso (a. 431) y de Calcedonia (a. 451) atestiguan la progresiva
reflexión sobre el misterio de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y paralelamente el
progresivo descubrimiento del papel de María en el misterio de la Encarnación: un
descubrimiento que llevó a la definición dogmática de la maternidad divina y virginal de
María.22

El concilio de Éfeso celebrado en el año 431 definió el dogma de la Maternidad divina,


llamando a María la “Theotokos”, con el título de la “Madre de Dios”, la Iglesia condenaba
la doctrina de Nestorio que negaba la maternidad divina. En la Bula Ineffabilis Deus,
proclamada por el Papa Pío IX, en 1854, se decretaba el dogma de la Inmaculada Concepción,
que será confirmado con la Perpetua Virginidad que afirma el Concilio Vaticano II en la
Constitución Dogmática Lumen Gentium. El Papa Pío XII, en 1950, en la Constitución
Munificentisimus Deus, declara el dogma de la Asunción de la Madre de Dios: “La
Inmaculada Madre de Dios, la siempre Virgen María, habiendo completado el curso de su
vida terrenal, asumió cuerpo y alma en la gloria celestial”.23

En la Marialis Cultus, encontramos:

La piedad hacia la Madre del Señor se convierte para el fiel en ocasión de crecimiento en la
gracia divina: finalidad última de toda acción pastoral. Porque es imposible honrar a la "Llena
de gracia" (Lc 1, 28) sin honrar en sí mismo el estado de gracia, es decir, la amistad con Dios,
la comunión en El, la inhabitación del Espíritu. Esta gracia divina alcanza a todo el hombre
y lo hace conforme a la imagen del Hijo (cf. Rom 2, 29; Col 1, 18). La Iglesia católica,

22
Congregación para la Educación Católica, “La Virgen María en la formación Intelectual y Espiritual,” Nº
2.
23
Pio XII, “Constitución apostólica Munificentissimus Deus sobre el dogma de la Asunción”, Nº44.

15
basándose en su experiencia secular, reconoce en la devoción a la Virgen una poderosa ayuda
para el hombre hacia la conquista de su plenitud.24

Mientras que la encíclica Redemptoris Mater nos recordará:

La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo se manifiesta de modo especial


precisamente mediante esta entrega filial respecto a la Madre de Dios, iniciada con el
testamento del Redentor en el Gólgota. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como
el apóstol Juan, « acoge entre sus cosas propias » a la Madre de Cristo y la introduce en todo
el espacio de su vida interior, es decir, en su « yo » humano y cristiano: « La acogió en su
casa » Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella « caridad materna »,
con la que la Madre del Redentor « cuida de los hermanos de su Hijo », «a cuya generación
y educación coopera » según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu
de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a
ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo.25

Sobre todos estos elementos que la Tradición y la Doctrina de la Iglesia han venido
desarrollando a lo largo de su historia, se fundamenta la espiritualidad mariana que permite
al cristiano vivir en correspondencia con la fe en Cristo Jesús, siguiendo el ejemplo de su
madre. “La espiritualidad Mariana y la Espiritualidad Cristiana son inseparables, como María
es inseparable de Cristo. La Espiritualidad Mariana no está en paralelo o en competencia con
la Espiritualidad Cristiana, sino que es un elemento intrínseco, indispensable, de la misma”.26

En concordancia con todo lo expuesto hasta este punto, se puede afirmar que la espiritualidad
mariana forma parte de la identidad de la Iglesia, María representa y es en sí misma el
prototipo del creyente, del fiel que acoge el designio de Dios en su vida con total
disponibilidad y entrega de sí mismo; los evangelios y las primeras profesiones de fe dan
cuenta de cómo la Iglesia comprende que Jesús se hace hombre como nosotros al encarnarse
en el seno de la Virgen María, así mismo, ve en su vida una forma de acercarse a la verdad
revelada, por ello no prescinde de ella sino que la toma como modelo, camino para acercarse
a Jesucristo y a su designio de amor.

24
Pablo VI, “Exhortación apostólica Marialis Cultus,” Nº57.
25
Juan Pablo II, “Carta encíclica Redemptoris Mater, sobre la bienaventurada Virgen María en la vida de la
Iglesia Peregrina”, Nº45.
26
Flores, “La espiritualidad Mariana”, 9.

16
La presencia de María en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia nos permite hablar de una
espiritualidad mariana, como un itinerario de fe que consiste en escuchar, conocer, acoger y
cumplir la voluntad de Dios que se ha revelado por medio de Jesucristo; su vida es un reflejo
de esa relación intrínseca con el Padre, el Hijo y el Espíritu, en ella hemos de encontrar el
modelo para relacionarnos con Dios, puesto que su vida, como ya hemos mencionado antes,
está íntimamente ligada a la de su Hijo Jesucristo y sólo se comprende en esa relación.

La espiritualidad mariana es un medio que permite a los fieles que se acogen a la Madre de
Dios, acercarse más a Jesucristo y a la meditación de su vida; las oraciones que son elevadas
a María son siempre una alabanza tributada a la Trinidad, y por ende, un anunció del
cumplimiento de las promesas de Dios para con su pueblo, al que continúa acompañando y
por medio de María se sigue encarnando en el corazón de los fieles.

1.2 Espiritualidad mariana

La espiritualidad mariana, antes de ser una doctrina, es un camino personal y comunitario,


una experiencia de vida y de fe. Como toda espiritualidad verdaderamente cristiana es y se
desarrolla en perfecta comunión con otras espiritualidades también cristianas.

Hay sólo una espiritualidad cristiana, de cuya inagotable fuente brotan caminos de encuentro,
comunión y salvación. Ella se convierte para nosotros en una vida sobrenatural
experimentada por todos en el seno de la Iglesia como regalo de la misma gracia divina. En
este sentido, es posible y legítimo hablar de diferentes "espiritualidades" dentro de esta única
espiritualidad cristiana, estas han ido surgiendo a lo largo de la historia de la Iglesia como
consecuencia de la extraordinaria riqueza de la vida que Cristo nos da y de la multiplicidad
de gracias que el Espíritu Santo derrama sobre la Iglesia.

La espiritualidad mariana es de gran importancia y valor para los cristianos; pues como
hemos afirmado, no es una doctrina sino una senda amplia y profunda para seguir a Cristo en
la vida de la Iglesia por medio del ejemplo y ánimo que nos da la Virgen María. Prueba de
esto, es la consigna bíblica de las bodas de Caná, cuando ella dice a los sirvientes “hagan lo
que él les diga” (Jn 2, 5).

Así como María es inseparable de Cristo, en cuanto a que no se puede entender a María
aislada del acontecimiento de la Salvación realizada en Cristo, la espiritualidad mariana y la

17
espiritualidad cristiana son inseparables. La primera nos quiere llevar siempre a la segunda.
Entre ambas no se presenta un paralelo o una competencia. La espiritualidad mariana es
auténtica garantía de una espiritualidad cristiana. Es la Madre que nos conduce al Hijo en
busca de nuestra salvación dentro del itinerario espiritual que emprendemos en nuestro
peregrinaje hacia el paso escatológico.

La espiritualidad mariana pertenece a toda la Iglesia, y siempre ha estado presente a lo largo


de su historia. La relación con la Madre, que el Hijo de Dios se escogió para sí mismo y que,
como muestra de amor y donación nos la entregó, es parte del ser cristiano. No hay vida
espiritual en cuyo desarrollo no actúe la Madre de Dios como propiciadora del encuentro.
Prueba de ello es que, como lo recuerda el documento conclusivo de la Tercera Conferencia
Episcopal Latinoamericana, María abrió las puertas de la mente y del corazón de los pueblos
nativos, permitiendo así el ingreso del Evangelio en la cultura de los pueblos precolombinos.
Abonó el terreno para que la fe en su Hijo se arraigara con gran fuerza.27

Estos rasgos intrínsecos de la espiritualidad mariana nos llevan a encontrar en ella, como
recordábamos en el pasaje de las bodas de Caná líneas arriba, un itinerario de vida en el
espíritu de aquel que nos ha amado. Cuando acudimos a María en la oración, debemos
recordar que: la eficacia y autenticidad espiritual de un momento de oración se ven en su
efectiva capacidad de orientar y motivar otro estilo de vida en la actividad, en relación con
los demás y con el mundo 28. Bien narra el evangelio de San Lucas (1, 26-45), pues muestra
la diligencia de María en relación con lo que ha vivido en la oración. Después de hablar con
el ángel y de escuchar la voluntad del Señor, sale en camino para visitar a Isabel. Esto es el
claro reflejo de una espiritualidad mariana. Cualquier piedad mariana, si quiere ser católica,
tampoco puede aislarse, sino que debe tener una inserción y orientación cristológica (y con
ello trinitaria) y también escatológica. 29

27
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº. 168.
28
Fernández y Galli, Teología Y Espiritualidad, 16.
29
Ratzinger y von Balthasar, María Iglesia naciente, 89.

18
1.3 La piedad popular

Existen dos vocablos, uno inglés y el otro alemán, que permiten un acercamiento más
enfático al tema de lo popular en la religión. “Folklore” y “Volksgeist” ambos términos
apuntan a comprender al pueblo como una realidad que posee un alma, una conciencia
colectiva, como una sustancia esencial. Desde esta perspectiva el pueblo conforma una
colectividad -de ahí que no sea una masa ni un conglomerado-. Este principio termina
encarnándose en lo que se denomina “cultura”; esta a su vez, se describe por sus diversos
elementos.

La lengua es la portadora de una cosmovisión; las costumbres son la forma de reaccionar en


relación con determinadas situaciones; el sistema de creencias y la patria son un ámbito
espacial, y todos estos elementos forman en conjunto la base para la manifestación religiosa.
Lo popular es lo opuesto a todo aquello que es oficial, lo contrario a lo que proviene de una
autoridad en cierto modo exterior al grupo. Dígase, por ejemplo, a las tradiciones rituales
precolombinas que tuvieron que afrontar los misioneros llegados al Nuevo Mundo. Lo
popular es lo espontaneo, lo natural, lo primigenio. En el fondo hablamos, y en cierta medida,
del animismo presente en la historia de las civilizaciones.

1.3.1 La piedad popular como herencia de los pueblos nativos

La aproximación de los diferentes pueblos latinoamericanos a la fe viene o llega a través de


la conquista del llamado Nuevo Mundo por parte de los europeos. Con su llegada arribaron
los misioneros católicos, que, en su afán de extender el Reino de Cristo, empezaron a
proclamar la Buena Nueva de salvación.

En este sentido, la visión de una piedad popular propia en el continente latinoamericano


emerge desde lo más profundo de su cultura y experiencia. Toda la tradición se encontró con
el don de la fe, y como resultado, surgen en los diferentes pueblos un sinnúmero de fiestas
en torno a la piedad popular. El documento conclusivo de la Tercera Conferencia Episcopal
Latinoamericana subraya que: “Nuestra Evangelización está marcada por algunas
preocupaciones particulares y acentos más fuertes: la redención integral de las culturas,

19
antiguas y nuevas de nuestro continente, teniendo en cuenta la religiosidad de nuestros
pueblos.” 30

De esta manera se nos permite leer entre sus líneas, la preocupación existente en la Iglesia,
por llevar a buen término la obra y misión encomendada por Cristo. Como dice Mircea
Eliade:

A través de este proceso continuo de asimilación de la herencia religiosa precristiana y gracias


a la integración en la vida eclesial de las grandes imágenes mitológicas se alcanza la gran
universalización del mensaje cristiano. Los grandes símbolos primordiales de la fe (la cruz
como árbol de vida, la sangre, el agua, el baño, el pan, el vino…) prolongan y desarrollan los
grandes símbolos de las religiones no cristianas. 31

Desde esta perspectiva, la inculturación de la fe, y la intervención divina en la historia del


continente latinoamericano, nos llevan a contemplar rasgos claros y evidentes de una
marcada piedad popular. Ya no se adora a la naturaleza, la religión ha enseñado el camino de
la devoción y la piedad. Las diferentes celebraciones religiosas giran en torno a esto.

1.3.2 El lugar de María en la piedad de los pueblos latinoamericanos

Por su parte, María ha ocupado un lugar privilegiado en el ámbito de la fe cristiana desde sus
inicios en nuestro continente. Es difícil encontrar datos acerca de lo “popular” en relación
con la devoción mariana, y sus expresiones iniciales. La pista principal para detectar lo
mariano en lo popular, nos la proporcionan los santuarios. La dedicación de santuarios a
María a lo largo de nuestro continente alimentó y alimenta desde hace algunos siglos la
presencia de esta piedad en torno a la madre del Salvador.32

La reflexión sobre las apariciones, curaciones y milagros ya sea de la Virgen de Guadalupe,


de la negra Aparecida, o de alguna advocación mariana en el continente latinoamericano,
marcan una pauta fundamental en el modo de asimilar la fe. El pueblo latinoamericano es
cristiano y profundamente mariano, esto atraviesa la devoción de nuestros pueblos. 33

30
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 343.
31
Eliade, Historia de las creencias y de las ideas religiosas II, 391.
32
Maldonado, Introducción a la religiosidad popular, 73.
33
Gebara y Bingemer, María, Mujer profética, 179.

20
La veneración a un ser humano, como lo fue María, de ninguna manera se ha de confundir
con la adoración que se tributa sólo a Dios.34 Sin embargo, esta veneración dirigida a María
se ha de entender como aquel camino de fe que se recorre hacia el paso escatológico del
hombre en su deseo por llegar a Dios. La auténtica piedad mariana es aquella que recoge el
ejemplo de María y lo practica en orden a la santificación de la fe en los pueblos a ella
consagrados.

Esta cercanía de María con el pueblo queda bien expresada en las palabras de Joseph
Ratzinger y Von Balthasar, en su opúsculo sobre María, Iglesia naciente: “En todas las épocas
ha habido en la Iglesia apariciones de María; sin embargo, es llamativo que a partir del siglo
XIX se acentúa una precedencia de María” 35. La presencia de María a lo largo de la historia
demarca un rasgo fundamental en la mente de los creyentes latinoamericanos, es la Madre
quien nos acompaña. Y claro ejemplo de esta figura maternal es el acercamiento que la
Guadalupana tiene con Juan Diego en el Tepeyac: ¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu
Madre?36

Finalmente, el documento conclusivo de Puebla reflexiona en torno a este acontecimiento de


la fe en los pueblos del Nuevo Mundo. Es clara la perspectiva de comunión que se ha de tener
y conservar siempre en estas religiosidades populares. Todo genuino testimonio, y toda viva
manifestación de piedad, han de estar dirigidos a Cristo y por él a Dios.37 En consecuencia,
el documento reconoce un factor determinante en la fe de los pueblos latinoamericanos: “la
piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia
sectores que carecían de atención pastoral adecuada”.38

Con María, en la mente de los latinoamericanos, el Evangelio se hace carne y corazón en


estas tierras. “Ésta es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con
su oración, cuando, bajo el influjo del Espíritu Santo, inicia la Iglesia un nuevo tramo en su
peregrinar. Que María sea en este camino «estrella de la Evangelización siempre renovada”. 39

34
Ratzinger y von Balthasar, María Iglesia naciente, 89.
35
Ibíd., 96.
36
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 282.
37
Ibíd., Nº 217.
38
Ibíd., Nº 284.
39
Ibíd., Nº 303.

21
1.3.3 La Iglesia que acompaña la piedad popular del pueblo

Las manifestaciones de piedad popular se refieren concretamente a la forma de expresar por


medio de ritos, oraciones, signos y celebraciones, una forma determinada de relacionarse con
Dios –y con todo lo que implica el sentido sobrenatural de la palabra; la Virgen María y los
Santos.

En lo que concierne a la piedad popular, hemos de decir que en ella descubrimos el profundo
amor que los pueblos latinoamericanos tienen a María. Las celebraciones en torno a sus
fiestas, las peregrinaciones a los santuarios marianos, la devoción tan extendida a lo largo de
los pueblos amerindios son manifestación de ese amor.

No se puede olvidar que, una verdadera religiosidad es aquella que se fundamenta en la


interiorización de la vida en torno al seguimiento de Cristo desde la mirada de María. Una
persona religiosa, en los sentidos descritos anteriormente, será cada vez más espiritual si
ahonda en las motivaciones que le mueven a actuar; ser espiritual o tener una espiritualidad
es darle contenido a lo que se hace religiosamente; es darle base a una forma. La
espiritualidad es como el motor de la persona religiosa.

La espiritualidad y el obrar cotidiano no han de separarse o vivirse aisladamente, pues se


corre el riesgo de caer en un ritualismo, por una parte, o en una vida sólo de lo interior, de lo
mío y de todo aquello que solo a mí me incumbe. Hay pues una relación intrínseca entre lo
religioso y lo espiritual, de tal manera que la espiritualidad debe ser religiosa y la religiosidad,
espiritual.

En las celebraciones litúrgicas la Iglesia expresa el contenido de su fe. Es el pueblo que se


reúne públicamente para elevar su acción de gracias al Todopoderoso. A lo largo de estos
dos milenios, la Iglesia ha acompañado al pueblo con sus celebraciones. Sin embargo, estas
se han ido consolidando con el caminar de la Iglesia y sus reflexiones teológicas en torno a
la fe, los debates cristológicos, soteriológicos y trinitarios.

De todos estos aspectos doctrinales, emergen desde lo más profundo de la Iglesia, las
celebraciones que alimentan y sostienen la piedad y la devoción del pueblo creyente. En
referencia a María, la más antigua es la fiesta de la “Memoria de María” que aparece
aproximadamente en el año 431, a la par con las asambleas del Ecuménico concilio de Éfeso.

22
Otra fiesta marial que sobresale es la de la “Natividad de María”; son antiguas las tradiciones
que avalan esta festividad, del siglo V y VI después de Cristo. Por otra parte, podemos ver la
fiesta de la “Dormición o Asunción de María” testimoniada ya entre los años 582 y 602 por
el historiador bizantino Nicéforo Calixto, durante el reinado del emperador Mauricio.
Tardíamente aparece la celebración de la “presentación de María en el Templo” testimoniada
en el siglo VIII en Constantinopla. Por último, la fiesta de la “Concepción de María” situada
en el siglo VIII, también, siendo el testimonio de ella una homilía recogida de Juan de
Eubea.40

Estas fiestas, instituidas en muchas ocasiones por la piedad del pueblo, acompañan de modo
inherente la vida de la Iglesia. Ellas reflejan el amor del pueblo y la devoción que guardan
en la viva tradición de la Iglesia a la que ellos han sido incorporados por la gracia del Señor.

Estos testimonios, a los que aquí nos referimos, toman el nombre debido a su aparición
paralela en la fe de la Iglesia. Estos no han sido fruto de reflexiones teológicas dentro de los
grandes concilios, pero se han reconocido como obra de Dios a través de su Espíritu que
revolotea en el corazón de los creyentes.

El rezo del Santo Rosario, de los quince misterios –veinte, después del año 2000– y el
ángelus, manifiestan dentro de la tradición de la Iglesia, la presencia de María en la fe de los
creyentes. Fue en la segunda edad media cuando se consolidaron en occidente varias
devociones que mancomunaban un aspecto esencial: la oración del Ave María o la salutación
angélica. En este sentido, floreció también el rezo de las letanías, no antes del siglo XVI.
Por su parte el mes mariano, impulsado por los dominicos, alcanza la aprobación eclesial en
el año 1821, tras una larga trayectoria de devoción popular. 41

Podríamos concluir, que la piedad popular nace junto con la estructura teológico-dogmática
de la Iglesia. Esta es la manifestación de una presencia viva de María en la piedad y devoción
del pueblo; un pueblo que reconoce en María a la madre del Salvador y que se siente
acompañado por ella en cada celebración que realiza. Es María el ejemplo y motor de la

40
Cerbelaud, María. Un itinerario dogmático, 105-112.
41
Ibid., 138-142.

23
espiritualidad, ella nos lleva –en medio de las manifestaciones de la religiosidad popular– al
encuentro de Cristo su Hijo.

1.3.4 Lo que enseña la Iglesia sobre la piedad popular

La Iglesia no ha sido indiferente a la piedad popular y su riqueza, sobre todo en las últimas
décadas, en las que ha cobrado gran relevancia; motivo por el cual, la piedad popular ha
ocupado un espacio en las Conferencias Episcopales Latinoamericanas. Durante un largo
periodo de tiempo, la piedad popular había sido vista con sospecha, afirmando
frecuentemente que era expresión de la ignorancia, palabras que aún se repiten en la boca de
muchos, sin embargo, la iglesia latinoamericana, así como la universal, ha hecho un llamado
a su revaloración.

La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos publicó en el año


2002 el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia. Dicho documento ha favorecido la
reflexión, así como posturas de mayor apertura a la piedad popular. Además, beneficia la
clarificación de los términos que ahora nos convocan.

El Directorio arriba citado, describe a partir de su numeral 6, el significado usual de los


términos: ejercicio de piedad, devociones, piedad popular y religiosidad popular .42

El ejercicio de piedad designa aquellas expresiones públicas o privadas de la piedad cristiana


que, aun no formando parte de la Liturgia, están en armonía con ella, respetando su espíritu,
las normas, los ritmos; por otra parte, de la Liturgia extraen, de algún modo, la inspiración y
a ella deben conducir al pueblo cristiano. Algunos ejercicios de piedad se realizan por
mandato de la misma Sede Apostólica, otros por mandato de los Obispos; muchos forman
parte de las tradiciones cultuales de las Iglesias particulares y de las familias religiosas. Los
ejercicios de piedad tienen siempre una referencia a la revelación divina pública y un
trasfondo eclesial: se refieren siempre, de hecho, a la realidad de gracia que Dios ha revelado
en Cristo Jesús y, conforme a las “normas y leyes de la Iglesia” se desarrollan “según las
costumbres o los libros legítimamente aprobados”.43

42
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, “Directorio sobre la piedad popular
y la liturgia. Principios y Orientaciones”, Nº. 6-10.
43
Ibíd., Nº 7

24
Un ejercicio de piedad es una expresión pública de fe que no forma parte de la liturgia, pero
pertenece a la vida de la Iglesia y va en sintonía con la revelación, ejemplo de ello son las
peregrinaciones; las devociones por otro lado refieren a la relación del creyente con la
divinidad, misma que se manifiesta en prácticas y signos exteriores.

Las devociones son diversas prácticas exteriores (por ejemplo: textos de oración y de canto;
observancias de tiempos y visitas a lugares particulares, insignias, medallas, hábitos y
costumbres), que, animados de una actitud interior de fe, manifiestan un aspecto particular
de la relación del fiel con las Divinas Personas, o con la Virgen María en sus privilegios de
gracia y en los títulos que lo expresan, o con los Santos, considerados en su configuración
con Cristo o en su misión desarrollada en la vida de la Iglesia.44

El término “piedad popular”, designa aquí las diversas manifestaciones cultuales, de carácter
privado o comunitario, que en el ámbito de la fe cristiana se expresan principalmente, no con
los modos de la sagrada Liturgia, sino con las formas peculiares derivadas del genio de un
pueblo o de una etnia y de su cultura. La piedad popular, considerada justamente como un
“verdadero tesoro del pueblo de Dios”, “manifiesta una sed de Dios que sólo los sencillos y
los pobres pueden conocer; vuelve capaces de generosidad y de sacrificio hasta el heroísmo,
cuando se trata de manifestar la fe; comporta un sentimiento vivo de los atributos profundos
de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante; genera actitudes
interiores, raramente observadas en otros lugares, en el mismo grado: paciencia, sentido de
la cruz en la vida cotidiana, desprendimiento, apertura a los demás, devoción”.45

La realidad indicada con la palabra “religiosidad popular”, se refiere a una experiencia


universal: en el corazón de toda persona, como en la cultura de todo pueblo y en sus
manifestaciones colectivas, está siempre presente una dimensión religiosa. Todo pueblo, de
hecho, tiende a expresar su visión total de la trascendencia y su concepción de la naturaleza,
de la sociedad y de la historia, a través de mediaciones cultuales, en una síntesis característica,
de gran significado humano y espiritual. La religiosidad popular no tiene relación,
necesariamente, con la revelación cristiana. Pero en muchas regiones, expresándose en una
sociedad impregnada de diversas formas de elementos cristianos, da lugar a una especie de
“catolicismo popular”, en el cual coexisten, más o menos armónicamente, elementos

44
Ibíd., Nº 8.
45
Ibíd., Nº 9.

25
provenientes del sentido religioso de la vida, de la cultura propia de un pueblo, de la
revelación cristiana.46

De las determinaciones anteriores, podemos seguir que, de acuerdo con el Directorio sobre
la Piedad Popular y la Liturgia, la religiosidad popular es el marco de la piedad popular, una
realidad más amplia desde donde nace y se manifiesta esta piedad, involucrando ejercicios y
devociones. Estas precisiones son muy valiosas, pero presentaremos otros elementos
propuestos por otros textos y autores.
El obispo Marco A. Órdenes Fernández nos dice, respecto a la piedad popular expresada en
Aparecida, que ésta es asumida como lugar o espacio de encuentro, en dinámica personal a
la vez que comunitaria. 47 “La Piedad Popular es una experiencia de verdadera integración
entre las “cosas del cielo y de la tierra” Dios está presente en la realidad de las personas y su
comunidad. Es un movimiento de Dios hacia el hombre, y esto es propio de la identidad
cristiana de la fe.”48 Si bien hemos afirmado que la religiosidad popular en cuanto
manifestación de una dimensión humana es marco para la piedad popular, la fe es su corazón.

El Documento conclusivo de Puebla considera la religiosidad y la piedad popular como


sinónimos,49 señala, además, los valores positivos y negativos de la piedad popular. 50 Como
valores positivos, resalta la conciencia del Dios Trinitario, el amor a María y los Santos, la
conciencia de la dignidad personal y la fraternidad, la conciencia del pecado y su expiación,
como la capacidad de expresar la fe en un lenguaje, total, etc. En los aspectos negativos cita
aquellos elementos ancestrales presentes, como superstición, magia, fatalismo, idolatría; y
otros como: ignorancia, deformación de la catequesis, la reducción de la fe a una mera
expresión contractual, constituyendo verdaderos obstáculos para la evangelización. 51

Puebla, también reconoce el valor de la piedad popular en la fe del pueblo, y al señalar sus
aspectos negativos no menosprecia su riqueza e importancia. La misma Conferencia ve en la

46
Ibíd., Nº 10.
47
Ordenes, “Piedad Popular a la luz de aparecida”, 2.
48
Ibíd., 3.
49
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 444.
50
Ibíd., No. 454-456.
51
Órdenes, “Piedad Popular a la luz de Aparecida”, 4.

26
piedad popular el insustituible espacio de desarrollo de la fe y vida de las personas y los
pueblos, pues esta piedad popular lejos de remitirse a simples prácticas y acciones se vincula
con la identidad cultural, y esto es sumamente profundo52. Representa lo que creemos, pero
también el quienes somos y lo que anhelamos.

1.3.5 La riqueza simbólica de la piedad popular mariana

La piedad popular mariana es para nuestros pueblos un diálogo, que se expresa con la riqueza
de signos y símbolos, algunos propios de la cultura, otros de tipo litúrgico que se han
arraigado en nuestros pueblos y otros que han logrado abrazar ambos elementos, creando un
lenguaje nuevo que permite este diálogo verdadero y profundo con la Madre, algo similar
decimos de la oración. Las danzas, las peregrinaciones, las flores, entre otras tantas
expresiones, son parte de un lenguaje, de una simple, sencilla y humilde oración.

Clara María Temporelli, describe a la religiosidad popular como “manifestación, gestualidad,


comportamiento; mientras que la piedad popular es lo escondido, la matriz, la fuente interior
de tales gestos.”53

Hemos de reconocer que hay fieles que participan de la piedad popular y sin embargo no
asisten a misa, o a otros actos litúrgicos, o incluso a otros actos de piedad propuestos por la
Iglesia. Sin embargo, no es conveniente que juzguemos estos actos como supersticiosos,
carentes de fe o no auténticos.

Aunque los fieles no vayan a misa, no respeten todas las normas de la Iglesia, la religiosidad
popular es la primera y fundamental forma de enculturación de la fe. Esa piedad hecha cultura
se vive espontáneamente, como parte inseparable de la propia vida, y por eso es más que una
serie de nociones; configura un modo peculiar de vivir y expresar el dinamismo del Espíritu.
No hablamos simplemente de las manifestaciones masivas de piedad, sino de aquellas
expresiones religiosas que de modo capilar pasan a formar parte de lo cotidiano, del lenguaje
espontáneo y familiar, y que la mayoría siente como algo ligado a su identidad.54

La espiritualidad mariana, la hemos descrito en algunos de sus rasgos, sin embargo, es


necesario decir que la espiritualidad es parte del ser humano, es una dimensión de su persona,

52
Ibíd.
53
Temporelli, “María a la luz de la fe del pueblo Latinoamericano”, 19.
54
Fernández, “Una interpretación de la religiosidad popular”, 3.

27
que como tal se vincula y trastoca el resto de dimensiones humanas; “por ella todo el ser del
hombre adquiere sentido ante las preguntas más existenciales de la vida (…).” 55 Como toda
espiritualidad que ha encontrado lugar en la centralidad del hombre, se vive y se manifiesta
en actos y formas concretas. La espiritualidad mariana bien puede considerarse desde la
experiencia latinoamericana, como una espiritualidad popular. 56 María, en sus diferentes
advocaciones se convierte en modelo de fe y compañera maternal en el camino en y hacia
Dios.

Cada advocación de la Virgen es vivida como una visita de María al pueblo amado. Cada
imagen suya en medio de la gente es un signo de su cercanía materna. Los testimonios de
muchos de los peregrinos indican que no sólo van a pedir o a cumplir una promesa, sino que
van con ternura a expresar su amor a la Madre, como respuesta al amor que reciben de ella.
En la actitud de profunda veneración que advertimos en los peregrinos, vemos que ellos saben
que en un santuario hay mucho más que un trozo de materia pintada. Allí está la presencia
afectuosa de la Madre […] Hablamos de una sensibilidad espiritual de los pobres, una
espiritualidad popular, una piedad popular o, en definitiva, una espiritualidad inculturada. Ese
pueblo cristiano tiene modos propios de orar y de relacionarse con lo sagrado que son
consecuencia de una verdadera alianza espiritual con Dios.57

El Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, en su capítulo V, nos dice que en lo relativo
a la veneración a la Santa Madre del Señor, podemos encontrar varios actos de piedad
marianos, estos son practicados en distintos lugares de Latinoamérica, así como en la Iglesia
universal, sin embargo, hay muchos otros que no se encuentran señalados pero que han
florecido con la misma variedad, diversidad y colorido de nuestros pueblos.

El capítulo V del Directorio inicia en su numeral 183 afirmando:

La piedad popular a la Santísima Virgen, diversa en sus expresiones y profunda en sus causas,
es un hecho eclesial relevante y universal. Brota de la fe y del amor del pueblo de Dios a
Cristo, Redentor del género humano, y de la percepción de la misión salvífica que Dios ha

55
Ordenes, “Piedad Popular a la luz de aparecida”, 6.
56
Fernández, “Una interpretación de la religiosidad popular”, 5.
57
Ibíd., 2.

28
confiado a María de Nazaret, para quien la Virgen no es sólo la Madre del Señor y del
Salvador, sino también, en el plano de la gracia, la Madre de todos los hombres.58
De hecho, los fieles entienden fácilmente la relación vital que une al Hijo y a la Madre. Saben
que el Hijo es Dios y que ella, la Madre, es también madre de ellos. Intuyen la santidad
inmaculada de la Virgen, y venerándola como reina gloriosa en el cielo, están seguros de que
ella, llena de misericordia, intercede en su favor, y por tanto imploran con confianza su
protección. Los más pobres la sienten especialmente cercana. Saben que fue pobre como
ellos, que sufrió mucho, que fue paciente y mansa. Sienten compasión por su dolor en la
crucifixión y muerte del Hijo, se alegran con ella por la Resurrección de Jesús. Celebran con
gozo sus fiestas, participan con gusto en sus procesiones, acuden en peregrinación a sus
santuarios, les gusta cantar en su honor, le presentan ofrendas votivas. No permiten que
ninguno la ofenda e instintivamente desconfían de quien no la honra.59

Lo que se expresa como amor hacia María en este y otros textos, es la experiencia profunda
que unida a la fe, brota en lo que llamamos espiritualidad mariana.

El Directorio para la Piedad Popular y la Liturgia, es claro al afirmar elementos que validan
los ejercicios de piedad mariana. Y en este punto, es necesario preguntarnos… ¿existen una
piedad popular mariana falsa y por tanto una espiritualidad mariana falsa?

Hemos afirmado que la piedad popular es manifestación y expresión de la espiritualidad


mariana en Latinoamérica, y que esta, tiene unos rasgos específicos presentes en María que
se convierten en inspiración e invitación para los fieles. Y que además en el corazón de esta
espiritualidad, está la fe y el amor. No podemos sino decir que más que una piedad popular
mariana falsa o una espiritualidad mariana similar, hay una ausencia de ellas, simplemente
no las hay. Puede haber y hay, actos y manifestaciones con intencionalidades que se alejan
de la fe, el amor y la libertad propios de la espiritualidad mariana y que exteriormente, pueden
ser confundidos con actos de piedad.

58
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, “Directorio sobre la piedad popular
y la liturgia. Principios y Orientaciones”, Nº. 183.
59
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, “Directorio sobre la piedad popular
y la liturgia. Principios y Orientaciones”, Nº. 183

29
La espiritualidad mariana no es alienante, por el contrario, la experiencia personal lleva hacia
la comunión, que presenciamos en las peregrinaciones, en santuarios marianos, novenas y
otros actos de piedad. Es precisamente la alienación, la búsqueda de intereses personales, el
uso de “reliquias y objetos relacionados con la devoción mariana, como son las estampas,
escapularios, medallas, camándulas.”60 con fines mágicos y supersticiosos, los que alejan en
sí mismos de este carácter comunitario y de ser actos propiamente de piedad.

Dentro de los ejercicios de piedad podemos encontrar que gran cantidad de ellos son
motivados por una necesidad, una súplica, etc. sin embargo, estos son movidos por la fe, sin
intenciones de tipo contractual.

Como el pueblo confía en el amor maternal de María y lo interpreta con la categoría del poder
intercesor ante Dios de una manera casi espontánea y connatural, por eso acude a ella más
fácilmente y le confía sus preocupaciones, necesidades y angustias. Podría decirse que lo que
aparece externamente con más volumen es la búsqueda de solución a ciertas necesidades o
situaciones difíciles de distinta índole, pero en esa búsqueda subyace una confianza fundada
en el campo de la relación con Dios (más que intensamente que el interés utilitarista), es decir,
en el ámbito de la fe. Porque confía en la eficacia de esa relación, el pueblo creyente busca
en María ciertos favores y milagros, espera ayuda y protección, consuelo, guía y fortaleza
ante los problemas de salud y pobreza, ante las difíciles condiciones familiares, morales y
laborales, ante las situaciones de limitación, angustia, peligros e incertidumbres de una vida
llena de sufrimientos. Si la piedad mariana fuera simplemente utilitarista no sería
perseverante, si buscara solamente la eficacia del poder divino no tendría esa continuidad
histórica que la caracteriza, ni esta incomprensible persistencia más allá del fracaso de la
esperanza y de la sensación que a veces tiene de no ser escuchado.61

Aunque hemos planteado la existencia o ausencia de una piedad y espiritualidad mariana, y


las hemos pasado por el tamiz de las motivaciones e intenciones; en la práctica es difícil
distinguir un acto de piedad de otro que sólo aparenta serlo, lo que nos hablaría de la
espiritualidad que lo mueve o de la ausencia de ella.

60
Díaz, “María en la religiosidad popular colombiana. Fenomenología religiosa y hermenéutica teológica”,
108-109.
61
Ibid., 112-113.

30
A la espiritualidad mariana, como a toda espiritualidad cristiana, podemos aplicarle el texto
de Mt 7,16 “Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de
los abrojos?”. La piedad popular como expresión de una espiritualidad mariana deben
mantener una relación con otras expresiones, como el compromiso con los otros y el bien
común, con el servicio, con procesos de transformación en medio de las realidades que
vivimos, tal como lo ha mostrado María en sus diferentes advocaciones presente en
Latinoamérica, mediante las cuales ha acompañado al pueblo en la fiesta, en la lucha y en el
llanto, pero siempre mirando más allá, hacia la constante recreación y regeneración de la
vida.

La piedad mariana debe ser también expresión de la gozosa libertad de los hijos de Dios y no
objeto de una obligación ni de un tradicionalismo rutinario o costumbrista. Debe ser
expresión festiva de una gozosa vivencia de la fe cristiana que refleje la fe de Aquella a quien
llaman bienaventurada todas las generaciones. Finalmente, para garantizar que las prácticas
de piedad mariana estén centradas en la verdadera adoración de Dios y el servicio de los
hombres, teniendo como criterio a Jesucristo y su vida, es necesario buscar que tales
devociones estén en relación con los demás aspectos de la vida y no separadas de ellos, que
colaboren en la transformación de la realidad y no sean éticamente y humanamente estériles,
que colaboren en la salvación y liberación del hombre y no le sometan a nuevas esclavitudes,
que sean posibles medios para hacer presente el único evangelio de la presencia salvadora de
Dios en Jesucristo.62

La espiritualidad mariana debe llevar a los fieles no sólo a expresarse, sino a vivir realmente
como verdaderos hijos de tan buena Madre. Y delante de ella, todos sus hijos e hijas somos
únicos, pero al mismo tiempo iguales, todos amados, todos importantes, todos dignos.

62
Ibid., 124-125.

31
Capítulo 2

Rasgos de la espiritualidad Mariana en Latinoamérica

La espiritualidad mariana como hemos visto anteriormente tiene su fundamento en la Sagrada


Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, por ello se arraiga profundamente en el
corazón de los creyentes y manifiesta especialmente unos rasgos del único y verdadero Dios
encarnado en Jesucristo. María, con su vida y su presencia maternal en la historia de la Iglesia
y en la de cada fiel, muestra un camino para ser y vivir como hijos de Dios.

La comprensión general de la presencia de María en el seno de la Iglesia naciente y a lo largo


de la historia, también ha tenido su repercusión en la Iglesia latinoamericana, que abierta a
las directrices proporcionadas por la Iglesia universal ha procurado fomentar el amor y
devoción particular a la Madre de Dios.

La mariología latinoamericana fuente y a la vez fruto de una espiritualidad, es una síntesis


hecha a partir de la primera y subsecuente evangelización en los pueblos latinoamericanos.
En estas culturas la Buena Noticia echó raíces, tomando un rostro y unas manifestaciones
particulares que entretejen la encarnación del Evangelio y la cultura de los pueblos como un
todo, que pone de relieve las experiencias vividas a lo largo de su historia.

Podemos afirmar en coherencia con el apartado anterior, que la espiritualidad mariana es una
vivencia profunda, que puede llegar y hacerse, en cierta forma, propiedad de quien la vive,
así la espiritualidad mariana puede darse en distintos contextos y adquirir unas características
particulares, podemos hablar de una espiritualidad mariana en los países europeos e incluso
podríamos regionalizar esta espiritualidad en aquellas tierras, sin embargo, ahora queremos
reflexionar acerca de los rasgos de la espiritualidad mariana en América Latina.

La mariología en Latinoamérica llegó junto a los primeros evangelizadores que anunciaban


a Cristo como el Dios único y verdadero, a través de ella el Evangelio se hacía más accesible
a los pueblos, quienes encontraban en María la encarnación del Evangelio y el rostro del Dios
que se les anunciaba.
32
María es la mediación querida por Dios para la Encarnación. No hay Verbo encarnado sin la
mediación mariana debido a la voluntad divina. Esto es verdad también para la evangelización
que no es otra cosa que engendrar a Cristo en el corazón de los hombres y en las culturas de
los pueblos.63

El proceso evangelizador de estas tierras se dio no sólo con el anuncio del kerigma sino
también mediante la fe y la cultura de sus evangelizadores quienes trajeron a estas nuevas
tierras libros de piedad, catecismos, y devociones marianas propias de los países europeos de
origen.64 Así mismo, el dogma de la maternidad divina de María y por tanto su maternidad
extendida al género humano, formaba parte del anuncio evangelizador desde hacía varios
siglos en el antiguo continente y subsecuentemente formó parte del mensaje recibido en
Latinoamérica.

Se puede decir en grandes líneas que la mariología en Latinoamérica siempre ha estado


presente en la liturgia, en la devoción y en la religiosidad popular tanto de los evangelizadores
misioneros como de los pueblos evangelizados y progresivamente ha ido adquiriendo la
importancia inculturada, sobre todo catequética, mistagógica y pastoral, que actualmente
tiene.65

El anunció del Evangelio que fue extendiéndose a lo largo del proceso de colonización fue
adquiriendo unas características particulares en los nativos, quienes relacionaban sus
creencias y costumbres con el mensaje que les era anunciado, encontraban en la Madre de
Dios rasgos que la hacían más cercana a ellos.

La presencia de María en el origen y en el desarrollo histórico de América Latina es obra de los


agentes pastorales venidos de España, pero también es fruto de los pueblos nativos que la
asumieron y en alguna medida la recrearon desde su realidad cultural. Esta conjunción muestra
que esta presencia es principalmente obra de la Providencia que repite siempre la mediación de
María cuando quiere engendrar a Cristo.66

63
Farrel, “María en la evangelización de la cultura Latinoamericana”, 534.
64
Larocca, María en el Magisterio, 15.
65
Ibíd.
66
Farrel, “María en la evangelización de la cultura Latinoamericana”, 534.

33
María dentro del proceso de evangelización contribuye a la aceptación del Evangelio por
parte de los aborígenes, ella además de ser reflejo del Dios vivo anunciado por los
colonizadores, es la intermediaria que se manifiesta como la madre cercana y compasiva, a
través de las distintas apariciones que se hicieron presente en América Latina.

A los pocos años de la llegada del Evangelio en cada zona ya encontramos una advocación
mariana que acompaña al pueblo en la vocación y la posterior fidelidad al cristianismo. A veces
se basa en un hecho extraordinario, otras en la obra de los misioneros, pero en todos los casos se
da el milagro moral de la gran capacidad de arraigar en la fe a pueblos enteros que tiene María.67

De manera que la presencia de María en estas tierras se ha dado por distintas advocaciones
y podría decirse que fue sellada por sus manifestaciones en Guadalupe.

… acompañada por otras manifestaciones devocionales: otras apariciones locales


tradicionales (como Coromoto en Venezuela), otros hechos llamados hallazgos de imágenes
de bulto (como por ejemplo Aparecida en Brasil) o de pinturas restauradas (como
Chiquinquirá en Colombia), o devociones marianas traídas desde España que logran
promover el sentido fuerte de los patronazgos locales, regionales y nacionales de carácter
religioso mariano, de gran impacto moral en sus dimensiones personal y social que promueve
la integración histórico étno-societario-religioso que consolidan primero la relación Iglesia-
Estado dentro del marco constitucional del Patronato Regio instaurado en la colonias y
después esta relación ya renovada en los procesos de independencia de los diferentes estados
del continente.68

Por otra parte, María formó parte de la historia de liberación de pueblos sometidos bajo la
opresión colonial, esto confirmó y fortaleció la devoción mariana en lo que ahora son
nuestros países. Al respecto, también aporta González Dorado:
El General San Martín, antes de emprender el paso de los Andes, determinó elegir como
Generala de su Ejército a la Virgen del Carmen, del convento de los Franciscanos de
Mendoza, y como a tal le entregó su bastón de mando, en la solemne fiesta religiosa que con
este motivo ordenó se celebrara. En la independencia de Méjico, es conocida la figura del
cura Hidalgo con los primeros insurgentes marchando al Santuario de Atotonilco y tomando

67
Ibíd., 538.
68
Larocca, “María en el Magisterio,” 17.

34
de la sacristía un lienzo con la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, que la colocó en el
asta de una lanza, y la enarboló como enseña delante de su ejército.69

En la historia de independencia de nuestros pueblos podemos encontrar otras intervenciones


de la figura de María. Este contexto histórico en el que se entreteje la fe, la cultura, ha ido
delineando el rostro de María en Latinoamérica, mismo que ha trascendido de las imágenes
hacia la experiencia profunda y personal de millones de habitantes de estas tierras.

Con las raíces en el origen de la evangelización española, hay en América Latina unos 250
santuarios, la casi totalidad dedicados a una advocación mariana. Desde allí se realiza sin
descanso un verdadero mensaje eclesial a través de María a las muchedumbres
latinoamericanas. Es un mensaje cristológico, como lo es intrínsecamente el mensaje
mariano. Es un mensaje eclesiológico porque el peregrino de muchos modos recurre a la
mediación ministerial para los sacramentos y sacramentales. Pero es también un mensaje de
contenido antropológico. Alimenta el sentido de trascendencia de nuestros pueblos y, por lo
mismo, la raíz y el fundamento de la dignidad de hijos de Dios, cuanto más por la intrínseca
referencia cristológica. Es decir, los santuarios marianos proclaman también, e
inseparablemente del mensaje religioso, un mensaje de humanismo, un alimento de la razón
de vivir y de esperar y un llamado a la fraternidad.70

2.1 La veneración y las manifestaciones de piedad del pueblo latinoamericano

En lo que se refiere a la veneración y las manifestaciones de piedad que en Latinoamérica ha


tenido lugar con la Madre de Dios, sobresalen rasgos que nos hablan de la relación estrecha
que María guarda con el pueblo, así ella ocupa el lugar privilegiado de ser la Madre, la
compañera de camino, la mujer de fe y esperanza, la liberadora, la que se hace cercana y una
con todos.

Acorde con el Magisterio Latinoamericano, el pueblo latino ve y siente a María como Madre,
“(…) el pueblo simple de nuestra tierra, que la mira y la ama como madre querida de infinita

69
González, De María conquistadora a María liberadora. Mariología popular latinoamericana, 56.
70
Farrel, “María en la evangelización de la cultura Latinoamericana”, 534

35
ternura, vida, dulzura y esperanza nuestra” (…) 71 Francisco Zuluaga en su texto acerca de la
Mariología Popular colombiana, comparte algunos fragmentos de diálogos hechos con
personas sencillas del pueblo colombiano y con base en estos y otros estudios que ha
realizado, afirma que “la devoción mariana popular no es una simple formulación teórica,
sino una experiencia vivida. Nuestro pueblo siente a María como madre solícita y la percibe
muy cerca de su vida, suavizando sus ¡penas y socorriéndolo en sus necesidades!”72

María es también compañera de camino, es una mujer sencilla, como la gran mayoría de las
personas del pueblo, que por su vida en Nazareth y las condiciones bajo las que vivió,
económicas, sociales, políticas, religiosas (según nos narran los evangelios), comprende a
sus hijos e hijas. Enseña en medio de las dificultades a trascender los acontecimientos, a vivir
la libertad más allá de las condiciones adversas. El pueblo latinoamericano fácilmente se
identifica con ella. “María es una mujer sencilla, ella es parte de la pobreza y la lucha, pero
también de la liberación”. 73

María, es mujer de la fe y la esperanza, sin importar que tan grandes sean las dificultades que
aquejan a los que acuden a la Madre de Dios, en santuarios, templos, o ante pequeños altares
en donde se le venera, ella evoca en los creyentes estas dos virtudes, ahí con fe y con
esperanza depositan sus súplicas.

Latinoamérica es rica en devociones marianas, González Dorado dice, citando a Virgilio


Elizondo que “es un hecho innegable que la devoción a María es la característica del
cristianismo latinoamericano más popular, persistente y original. Ella está presente en los
propios orígenes del cristianismo del Nuevo Mundo.”74

71
Gebara y Bingemer, María, Mujer profética. Ensayo teológico a partir de la mujer y de América Latina,
179.
72
Zuluaga, Mariología Popular Colombiana, 154.
73
Gebara y Bingemer, María, Mujer profética. Ensayo teológico a partir de la mujer y de América Latina,
181.
74
González, De María conquistadora a María liberadora. Mariología popular latinoamericana, 46.

36
María de Guadalupe expresa en su diálogo con el indio Juan Diego (ahora santo), lo que
actualmente se ha convertido en una experiencia para muchos fieles, pues ella pide una casita
para (dice ella),
… dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a ti,
a todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás amadores míos que me
invoquen y en mí confíen; oír allí sus lamentos, y remediar todas sus miserias, penas y dolores»
(vv. 23-25). Pero es una madre que también participa de las dificultades de sus hijos…75

María, es también considerada como liberadora, de la misma forma en que libera a Juan
Diego de no sentirse hijo, de no sentirse digno;76 tanto ayer como hoy, ella ayuda a liberar a
los pueblos del sometimiento colonial, siendo para ellos inspiración y fortaleza; de igual
manera en las comunidades sencillas y en las parroquia de pueblos y ciudades, los fieles
depositan en ella su confianza mediante oraciones, juramentos y promesas escritas detrás de
alguna imagen de la Virgen María, acogiéndose a su intercesión y aceptando la confianza
que ella pone en sus hijos e hijas.

Por otra parte, aunque el pueblo ha recibido durante algunos siglos la imagen de María
silenciosa, callada y resignada que aún podemos descubrir en el contenido de algunas
predicaciones y charlas que se imparten en los templos y se reproducen en otros espacios, los
fieles perciben a una María activa, viva, 77 poderosa,78 aunque este poder no llega a ser
expresado con claridad y fundamento teológico.

… podemos afirmar simultáneamente que también para los oprimidos la madre es su


seguridad, su consuelo y su esperanza, ya que intuyen en ella una capacidad de ayuda e
incluso un posible desencadenamiento de energías liberadoras insospechadas. Bajo este
aspecto, hoy admiramos con profundo respeto a las Madres de la Plaza de Mayo que
reclamaban a sus hijos desaparecidos durante la dictadura militar argentina. Maternidad es
para el oprimido testimonio de amor y de vida, y esperanza de ayuda y de liberación.79

María es además cercana, es como nosotros, así las imágenes de la Virgen María en los
pueblos latinoamericanos toman los rasgos propios de la cultura, ya sean indios, negros o

75
Ibíd., 49.
76
Ibíd., 50.
77
Ibíd., 70.
78
Ibíd., 50.
79
Ibíd., 66.

37
mulatos.80 En algunos lugares hasta se viste a las imágenes María con los trajes propios del
lugar. María es de alguna forma, para el pueblo, el Dios con nosotros, o como dirá Leonardo
Boff en su obra así titulada, el rostro materno de Dios.

Podemos aumentar la lista de rasgos marianos que experimentan los fieles de este Nuevo
Mundo, sin embargo, la mayoría de ellos remiten a su maternidad, misma que se concibe en
la cultura latinoamericana como cuidado, escucha, cercanía, protección, comprensión,
fortaleza, entre otros. Pero ¿que hace de estos rasgos una espiritualidad? El vivirlos a
profundidad, es decir, vivir como hijos o hijas de tal Madre.

2.2 La espiritualidad mariana en el Magisterio Latinoamericano previo a Puebla

El Magisterio latinoamericano previo a la III Conferencia Episcopal Latinoamericana


Celebrada en Puebla, poco ha dicho en relación con la Mariología Latinoamericana. La
primera Conferencia Latinoamericana celebrada en Río de Janeiro, Brasil en el año de 1955,
manifiesta su confianza en la Inmaculada Virgen María, y se expresa de ella como Madre de
Dios y Reina de América. En otro apartado del documento conclusivo, se menciona a María
cuando se pide el fortalecimiento y promoción de la Obra del Apostolado del Mar, también
se pide a los párrocos procurar la devoción a María y se mencionan actos de piedad y
devociones marianas concretas.81

En la II Conferencia celebrada en Medellín, Colombia en 1968, se menciona a María en las


partes introductorias, encomendándose a su patrocinio, del cual se goza desde la primera
evangelización de nuestros pueblos. Refiriéndose al documento conclusivo de Medellín,
María del Pilar Silveira habla de un “silencio inexplicable” 82 con relación a la figura de
María.

Como podemos ver desde el Magisterio latinoamericano y bajo una mirada general y global,
podemos constatar profundos silencios en relación a la persona de María, y por tanto también
en los rasgos sobresalientes desde la Iglesia latinoamericana, esto no indica que la Iglesia no

80
Irarrazaval, Los muchos rostros de María, 595.
81
Silveira, “Nueva búsqueda de la Mariología popular latinoamericana”, 308.
82
Ibíd.

38
tenga participación en la espiritualidad mariana de nuestros pueblos, pues como hemos visto,
la primera evangelización, con su método catequético, con la introducción de imágenes, el
desarrollo de actos de piedad y devoción, causaron un profundo impacto en nuestras tierras,
que fue enriquecido por elementos culturales propios, pero que siguió siendo alimentado a
través de la catequesis, predica, devociones, celebraciones, movimientos y comunidades
eclesiales.

A pesar de los breves aportes mariológicos en los documentos conclusivos de las


Conferencias Latinoamericanas de Río de Janeiro y Medellín, podemos resaltar los siguientes
rasgos: La maternidad de María. Una maternidad en el cuidado y la protección de sus hijos,
que se confirma con las expresiones Reina de América y Patrona; ambas figuras de
protección.

2.3 La espiritualidad mariana presente en la Tercera Conferencia Episcopal


Latinoamericana

En primer lugar, es necesario comprender que la Tercera Conferencia Episcopal


Latinoamericana, se da en un momento histórico de la Iglesia, el inicio del pontificado de
Juan Pablo II. A nivel eclesial se buscaba por un lado la continuidad de las directrices dadas
por Medellín, y por otro lado, mantener una mirada más conservadora. “El continente
latinoamericano por estos años vivía uno de sus peores momentos respecto a la vigencia de
la institucionalidad democrática. La mayoría de los países de la región contaba con regímenes
autoritarios y dictaduras criminales” 83 ; a nivel económico existía un estancamiento y la
Iglesia latinoamericana, “siguiendo a Medellín, se aparta de este modelo liberal tanto como
del modelo colectivista marxista.”84

Enmarcada en este contexto, Puebla busca responder a las realidades que la enmarcan, como
lo indica Mendoza:

Las dos últimas conferencias generales del Episcopado latinoamericano, reunidas en


Medellín y en Puebla, han aceptado el reto y se han esforzado de manera consciente y

83
Guerra, “Puebla, 1979: contexto latinoamericano a 40 años de la III Conferencia del Episcopado
Latinoamericano”.
84
Ibíd.

39
responsable por trazar las líneas directrices de una reflexión teológica que sea fiel a la verdad
del Evangelio, como se ha leído en la Iglesia, y a la vez sea fiel a las angustias y expectativas
de nuestros pueblos.85

La tercera Conferencia Episcopal Latinoamericana, reunida en Puebla-México en el año


1979, recibió de parte del Santo Padre Juan Pablo II una carta, tras haber presentado el
documento conclusivo. En ella, el vicario de Cristo anima a los obispos latinoamericanos a
desempeñar con fuerza y dedicación la tarea de la evangelización, responsabilidad de toda la
Iglesia. Al finalizar el documento el Santo Padre hace hincapié en la espiritualidad mariana
presente en el continente americano y como ella ha de ser el modelo de la nueva
evangelización. Decía el Papa que “María Santísima, Madre de la Iglesia y Estrella de la
evangelización, guíe vuestros pasos, en un renovado impulso evangelizador del Continente
Latinoamericano.”86

Además, la presencia del Santo Padre en la apertura de la conferencia episcopal de Puebla


marcó un rasgo característico de la profunda espiritualidad mariana, no solo del vicario de
Cristo, sino también del pueblo que se desarrolló al amparo y protección de la presencia de
María desde sus comienzos y acrecentando desde ella su fe. Dirá el santo Padre:

¡Salve María! Cuán profundo es mi gozo, queridos hermanos en el Episcopado y amadísimos


hijos, porque los primeros pasos de mi peregrinaje, como sucesor de Pablo VI y de Juan Pablo
I, me traen precisamente aquí. Me traen a Ti, María, en este santuario del pueblo de México
y de toda América Latina, en el que desde hace tantos siglos se ha manifestado tu
maternidad.87

En este sentido, descubrir el amor y afecto del pueblo cristiano a la Madre del Salvador, se
convierte en un claro y vivo reflejo de la profunda veneración con que, desde antiguo, en los
inicios de la colonia, llegó a este continente el mensaje de salvación y la Buena Nueva del
Evangelio a través de María, la madre de Dios. Son estos rasgos característicos de la
presencia de María en Latinoamérica, los que nos permiten evidenciar una profunda
espiritualidad mariana en el Nuevo Mundo. Esa primera fe recibida por los antepasados se
ha visto acompañada y fortalecida por el amparo de la siempre Virgen y en ella el pueblo

85
Caro, “María en la reflexión de la Iglesia Latinoamericana,” 364.
86
Juan Pablo II, Carta a los Obispos Diocesanos de América Latina, fechada el 23 de marzo de 1979.
87
Juan Pablo II, Homilía del 27 de enero de 1979.

40
cristiano ha identificado el vivo espejo de paciencia y perseverancia en medio de los dolores
y los sufrimientos. En María ha reconocido la fuente del consuelo, tras experimentar los
gozos y las esperanzas que animan el camino de los desamparados.

2.3.1 María centro de la evangelización latinoamericana

La figura de María en el proyecto de salvación de Dios para con su pueblo encuentra una
participación fundamental en el centro de la evangelización latinoamericana. Fue la
Santísima virgen María quien propició el encuentro de culturas de un modo eclesiológico.
En efecto, con la manifestación de la Virgen a Juan Diego, entra la fe de modo determinante
en la vida cristiana del pueblo de México. María fue y es también concreción de un proyecto
ocurrido en medio de los pobres. Un proyecto en el que Dios con el pasar de los años fue
preparando a la humanidad, para compartir con ella de forma radical88. Este acompañar al
pueblo, por parte de María, fue codificando cada vez más la profunda espiritualidad de los
creyentes.

Siguiendo los lineamientos del documento conclusivo de Puebla, encontramos en María un


rasgo fundamental que contribuyó al desarrollo de la espiritualidad y la devoción, en los
albores de la primera evangelización, y que hasta el día de hoy se mantiene encendido en el
amor de Dios. La III Conferencia Episcopal Latinoamericana, reconoce en María una virtud
fundamental para el pueblo que peregrina; ella será la Madre educadora de la fe.

María cuida y procura que el Evangelio llegue a nosotros conforme a nuestra vida diaria y de
esta manera produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga de la
fe y del Evangelio en Latinoamérica. 89

Un factor para resaltar dentro de los rasgos característicos de la espiritualidad mariana en el


documento de Puebla, se encuentra en la carta encíclica Marialis Cultus de Pablo VI, en ella,
el Santo Padre afirma que María no ha sido precisamente esa mujer pasivamente remisa
frente al mensaje del Evangelio, ni mucho menos una mujer de fe alienante; al contrario, ella
es esa mujer que no dudó en proclamar a Dios e iniciar su recorrido de fe para anunciar las

88
Gebara y Bingemer, María, mujer profética, 181.
89
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 290.

41
grandezas del Señor y su predilección por los humildes y sencillos de corazón. 90 En este
sentido el documento de Puebla recoge de modo preeminente esta perspectiva de María como
propiciadora de la fe y de la espiritualidad de un pueblo creyente:

No es sólo el fruto admirable de la redención; es también la cooperadora activa. En María se


manifiesta preclaramente que Cristo no anula la creatividad de quienes le siguen. Ella,
asociada a Cristo, desarrolla todas sus capacidades y responsabilidades humanas, hasta llegar
a ser la nueva Eva junto al nuevo Adán. María, por su cooperación libre en la nueva Alianza
de Cristo, es junto a Él protagonista de la historia. Por esta comunión y participación, la
Virgen Inmaculada vive ahora inmersa en el misterio de la Trinidad, alabando la gloria de
Dios e intercediendo por los hombres.91

En efecto, María se convierte en la propiciadora de la salvación, pues es ella la que camina y


acompaña al pueblo, no sólo para mirarlo, sino para hacerse con él peregrina de la fe y, al
mismo tiempo, convertirse en fuente de intercesión y de gracia para el cristiano que busca en
ella refugio y protección. Este aspecto que nos presenta el documento de Puebla resalta el
hecho de que María es la constante cooperadora de la obra de la Redención y de la Salvación;
ella no se queda inactiva frente a la Redención en ella y por ella realizada, por el contrario,
la comunica, la comparte y la extiende a todos aquellos a los que se manifiesta como Madre
y maestra de la espiritualidad cristiana.

Íntimamente unida a la obra redentora de su Hijo, la Madre de Dios se incorpora en la historia


humana como mediadora de la historia de la salvación. Esta comunión y participación hacen
de la Virgen Inmaculada una participe activa del misterio de la Trinidad, en el que vive
inmersa y del cual forma parte substancial, alabando la gloria de Dios e intercediendo por los
hombres; ella es, en efecto, Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo, por
esta predilección de Dios para con ella, María recibe la gracia de ser intercesora del pueblo
que clama al Dios de la vida.

90
Gebara y Bingemer, María, mujer profética, 184.
91
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 293.

42
2.3.2 María, modelo de espiritualidad y de fe

El documento conclusivo de Puebla centra su atención en el ejemplo y en el testimonio vivo


de la persona de María, tanto en su dimensión maternal -al ser escogida por el mismo Dios
como Madre de su Hijo y por él, madre de todos los hombres- como en su dimensión de fe -
ella también es mujer creyente y no sólo madre del Redentor, sino al mismo tiempo redimida.
Es decir, en María encontramos un preclaro testimonio de vida evangélica, puesto que,
preparada desde el principio, asumió la tarea de ser madre y maestra del Hijo de Dios y del
género humano a ella encomendado. Se convierte así para nosotros en maestra, enseñándonos
cómo se ha de caminar en la vida espiritual y cómo se ha de fortalecer nuestra espiritualidad,
para, incluso, permanecer de pie junto a la cruz.

En principio, la Madre habría de enseñar al Hijo a fin de prepararlo para su función de mesías
introduciéndolo en la Antigua Alianza. Sin embargo, no fue ella, sino el propio conocimiento
que el Hijo tenía gracias al Espíritu Santo sobre la misión que el Padre le había encomendado.
En este sentido, se altera la relación de enseñanza-aprendizaje; el Hijo educará a la Madre
para disponer en ella la gracia y así perseverar de pie junto a la cruz. Toda esta preparación
por parte de Dios para con María, encuentra su culmen en la participación activa de María en
la oración de la Iglesia naciente, puesto que, orando con los discípulos, dispone el corazón de
la Iglesia para recibir al Espíritu Santo destinado a todos.92

Algo que se ha de observar en la vida del ser humano en correlación a la recepción del
mensaje de salvación, y de todos aquellos cristianos que ya lo han recibido. Es que quien
quiera escuchar y cumplir el Evangelio, ha de tomar los textos sagrados y descubrir en ellos
los pasajes en donde aparece la figura de María, tan en serio, como todo lo demás. Aquel que
desatiende a esto de un modo deliberado o por simple costumbre, muy difícilmente llegará a
ser calificado como oyente atento de la palabra de Dios y de su Divina Voluntad, carecerá así
de una espiritualidad profunda y cimentada en el ejemplo de la Madre.93

Por tal motivo, la experiencia de fe, los rasgos cultuales y la piedad popular de los pueblos
latinoamericanos, así como su espiritualidad mariana, encontraron su desarrollo gracias a la
presencia de la Santísima Madre del Salvador y él cómo ella alumbró las tinieblas del nuevo
continente como estrella y aurora de la nueva evangelización.

92
Ratzinger y von Balthasar, María Iglesia naciente, 83.
93
Ibíd., 89.

43
2.3.3 María, el rostro materno y misericordioso de Dios

Hasta ahora, hemos resaltado los rasgos fundamentales de la presencia de María en los
lineamientos del texto conclusivo de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana. Con
ellos, hemos descubierto una amplia perspectiva de lo que significa María para este nuevo
continente y para la vida espiritual de la Iglesia que en él subsiste. En adelante, se nos han de
presentar unos rasgos específicos de identificación del pueblo con María, palpables en la
espiritualidad que ella alimenta. Ella no es una realidad abstracta, ni mucho menos un vago
pensamiento que deambula por la mente los latinoamericanos; ella es para nosotros el rostro
de Dios que se hace Madre y Misericordia a fin de atraer a todos hacia él.

Un factor inicial que se ha de rescatar en la historia del pueblo latinoamericano -y que, por
ende, ha de permanecer vivo en la mente de aquellos que son llamados de un modo especial
a participar con Cristo en la propagación de su Evangelio- es que, en nuestros pueblos, el
Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta. 94
Comenzando con su aparición y advocación de Guadalupe, la siempre Virgen configuró el
gran signo del rostro maternal y misericordioso. Un rostro a través del cual tanto el Padre y
como el Hijo se manifiestan con quienes, guiados por el maternal cobijo de María, buscan
entrar en comunión viva con Dios y fortalecer el espíritu evangélico recibido.

En consecuencia, la Madre de Dios es para la Iglesia un motivo de alegría y la fuente de


inspiración por ser, al mismo tiempo, la estrella de la Evangelización y fuente de la vida
espiritual del nuevo continente, a su vez, la Madre de todos los pueblos Latinoamericanos.95
Hemos de recordar también las palabras que acercaron el Evangelio a estos pueblos: «Oye y
pon bien en tu corazón, hijo mío el más pequeño: nada te asuste, nada te aflija, tampoco se
altere tu corazón, tu rostro; (…) ¿No estoy aquí yo, que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi
sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría?». 96 Con este anuncio insigne de la
maternidad excelsa de María, el pueblo latinoamericano representado en Juan Diego -así
como en la cruz los cristianos todos estaban representados en san Juan- recibe la certeza de
una filiación divina con aquella que es Madre y con razón verdaderamente así llamada.

94
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 282.
95
Ibíd., Nº. 168.
96
Palabras que la Virgen de Guadalupe dirigió a San Juan Diego.

44
El pueblo creyente reconoce en la Iglesia la familia que tiene por madre a la Madre de Dios 97.
Ella es la madre de la misericordia. Jesús el Hijo de Dios que se hizo carne para redimirnos
con su misericordia y con su amor, nos entregó a María como madre en el momento en que
ella se encontraba en el patíbulo de la Cruz. Desde aquel momento se hace peregrina con
nosotros a fin de acompañarnos en nuestro recorrido hacia el reino de los cielos, un recorrido
que se perfila, en ocasiones, en medio del dolor y del sufrimiento. En razón a esa constante
compañía, María es bien llamada Madre de la Misericordia; todo esto alimenta y fortalece
muy a menudo la fe y la espiritualidad del pueblo cristiano.

María no sólo vela por la Iglesia. Ella tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora
ante el Señor de la historia por todos los pueblos. Esto lo registra la espiritualidad y la piedad
popular que encomienda a María, como Reina maternal, el destino de nuestras naciones 98.
Como buena Madre nunca desampara a sus hijos y por ellos manifiesta siempre su
preocupación y diligencia en el servicio de los más necesitados.

2.3.4 María, voz de unidad entre el pueblo y Dios

En la personalidad de María encontramos también una clara señal de su afán evangelizador.


Ella es figura y ejemplo de evangelización, pues la Iglesia -especialmente la latinoamericana-
reconoce en el ser de María, la voz que impulsó la aceptación y la unidad entre las dos
culturas; el hombre del viejo mundo con el hombre del nuevo mundo 99. La iconografía de la
Señora del Tepeyac resalta este factor fundamental del encuentro cultural en la transmisión
de la Fe. Esto propició la rápida formación de la espiritualidad mariana en el nuevo
continente.

En relación con lo antes mencionado, podemos afirmar junto con Puebla que: El Evangelio
encarnado en nuestros pueblos los congrega en una originalidad histórica cultural que
llamamos América Latina. Esa identidad se simboliza muy luminosamente en el rostro
mestizo de María de Guadalupe que se yergue al inicio de la Evangelización 100. Por ello
decimos que María se convierte para nosotros, también, en un puente de unidad cultural, en

97
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, Nº 285.
98
Ibíd., 289.
99
Ibíd., Nº 282.
100
Ibíd., Nº 446.

45
primera instancia, y de unidad eclesiológica, en un segundo momento -en relación a la fe de
los pueblos del Nuevo mundo-. Sin embargo, la escena de Pentecostés refleja desde el inicio
de la Iglesia la figura de María santísima como intercesora y mujer orante, en el seno de la
Iglesia. Ella, al experimentar las primicias del Espíritu, impulsa al pueblo cristiano a entrar
en la profundidad de la oración y a hacerse uno con Dios en el diálogo sagrado, promoviendo
así una espiritualidad enmarcada en el amor, el servicio y la oración.

La presencia de María -además de ser un factor fundamental en la fe y en la espiritualidad


del pueblo- se concretiza en las sagradas edificaciones a ella consagradas, pues en estas el
pueblo de Dios, experimenta una cercanía con el cielo y allí María nos repite su maternal
petición de las bodas de Caná: “hagan lo que él les diga” (Jn 2, 1-11). María nunca se atribuye
un legado de Fe, ni mucho menos espera que los cristianos le sigan cual adeptos
ensimismados en una sola creencia. María busca en todo ser la humilde joven de Nazareth, y
lo que a ella agrada es que todos como hijos suyos, cumplamos -a ejemplo de ella- la voluntad
del Señor. Esa espiritualidad mariana está muy marcada en los pueblos latinoamericanos.
Como el de Guadalupe, los otros santuarios marianos del continente son signos del encuentro
de la fe de la Iglesia con la historia latinoamericana. 101

El documento conclusivo de Puebla recoge una reflexión Mariológica de Pablo VI en su


encíclica Marialis Cultus. Esta es una consigna muy antigua de la tradición de la Iglesia que
resalta y enfatiza la presencia fundamental de María en la fe que vive la Iglesia. Pablo VI nos
recuerda que: «No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María». Sociológicamente
podemos nosotros interpretar la presencia de María como la presencia de la mujer que crea y
propicia un ambiente familiar, un clima de hogar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto
por la vida. Esta presencia de María es la presencia tangible de los rasgos maternales de Dios.
Es una realidad tan profundamente humana y excelsamente santa, que suscita en los creyentes
plegarias llenas de fe y esperanza, aun en medio del dolor y del sufrimiento; ella es presencia
del consuelo de Dios102, centro de una espiritualidad que nos conduce hacia él.

En efecto, también la Iglesia quiere ser madre de todos los hombres, no aislada de su amor a
Cristo, ni mucho menos distrayéndose de Él, ni postergándolo, sino por su comunión íntima

101
Ibíd., Nº 282.
102
Ibíd., Nº 291.

46
y total con Él. A ejemplo de la Madre del Salvador, la Iglesia congrega a los hijos de Dios
en la fe y en la oración, promoviendo el desarrollo de la vida espiritual, tal como lo hizo
María. La virginidad maternal de María conjuga en el misterio de la Iglesia esas dos
realidades: toda de Cristo y con él, toda servidora de los hombres. 103 Los fieles cristianos
reconocen en María a la Iglesia Católica y saben que en ella la encuentran. Por ello, y muy a
menudo, la piedad popular y la fuerte espiritualidad y devoción mariana convergen en el
pueblo creyente para crear un vínculo resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia zonas de
misión que han carecido de la adecuada atención pastoral, por parte de la jerarquía de la
Iglesia104. La profunda espiritualidad mariana se entiende entonces en América Latina como
aquella que propicia la realización del misterio de Dios en nuestros pueblos.

En efecto, la presencia de María en Latinoamérica, desde los rasgos fundamentales que nos
presenta el texto de la III Conferencia Episcopal Latinoamericana, es signo y figura de la voz
que anuncia la llegada del Salvador y nosotros al formar parte de ese pueblo escogido para
la Salvación, hemos de caminar con ella al encuentro de su Hijo. María es la mujer que une
el cielo con la tierra, y con su fiat, apertura la entrada de Dios en la historia de la humanidad;
historia que salva y redime, historia que confluye en encuentro del hombre con Dios.

2.3.5 La cercanía de María con el pueblo latinoamericano.

María Santísima se convierte en modelo de fe y espiritualidad, para el pueblo cristiano, por


su profunda relación con Cristo. Según el plan de Dios, en María «todo está referido a Cristo
y todo depende de él» (MC 25). Mas su vida es una plena comunión con su Hijo. Ella dio su
sí al designio de amor divino. Libremente aceptó en la anunciación del arcángel Gabriel la
misión que Dios le había preparado, y fue fiel a su palabra hasta el martirio del Gólgota. Ella,
Fue la mujer fiel que acompañó al Señor en todos sus caminos. La maternidad divina la llevó
a una entrega total. Toda en ella se convirtió en un don generoso, lúcido y
permanente.105Anudó una historia de amor a Cristo íntima y santa, única, que culmina en la
gloria.

103
Ibíd., Nº 294.
104
Ibíd., Nº 284.
105
Ibíd., Nº 292.

47
Un signo profético de la cercanía de María con el pueblo cristiano es la presencia de la Madre
junto al Hijo en el monte de la calavera. El evangelista Juan recoge las palabras de Jesús a su
Madre, y nos las comunica. En el momento en que María escucha de Jesús “ahí tienes a tu
hijo” asume un rol fundamental con la humanidad. Es la mujer que acepta bajo su cuidado a
los fieles cristianos, en Juan prefigurados. El profeta Isaías en el capítulo 66 de su libro,
profetiza el nacimiento de la humanidad creyente en el dolor del calvario. Es allí en donde
María experimenta profundamente los dolores de parto que se le habían evitado en el
nacimiento del Salvador. Ese dolor que experimenta la Madre junto a su Hijo crea el vínculo
de unidad entre la humanidad creyente y la Madre de todos los pueblos. Por tal motivo, nos
reconforta el Espíritu y la Madre fiel, siempre presentes en la marcha del Pueblo de Dios 106.

Pablo VI señala la amplitud del servicio de María con palabras que tienen un eco muy actual
en nuestro continente: Ella es «una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la
huida y el exilio» (Mt 2,13-23)107. Todas estas situaciones no pueden escapar a los ojos de
aquellos que, con espíritu evangélico, han de ir a anunciar la Buena Nueva a los hombres de
esta sociedad. El Evangelio no ha de ser signo de enajenación, este, por el contrario, como
nos enseña María debe hacerse parte de la historia de la humanidad, del pueblo que sufre,
pero que también espera. Puebla recuerda que la presencia de María en las bodas de Caná
favoreció la fe de los apóstoles en Cristo y por, sobre todo, la unidad de la familia -del pueblo
allí representado- ante la angustia y los problemas, el sufrimiento y la reputación, la dignidad
y la vida (Jn 2,1-12). Esta función maternal se extendió, al ser asumida en la dimensión e
implicación universal de las palabras de Jesús en el calvario. 108

La experiencia de la primitiva Iglesia junto a la Madre en oración demarca un largo camino


a recorrer de la mano de la Virgen, pues su presencia en medio de la historia es figura y
verdadera experiencia del Emmanuel. Ya en el anuncio del arcángel encontramos en María
la disposición al cumplimiento de la promesa de Salvación; es aquí donde María no escatima
en entregarse toda ella al servicio de Dios en favor de los hombres. Ya se completará esta
idea con la frase ultima del Magníficat: “Acogió a Israel su siervo, acordándose de la

106
Ibíd., Nº 266.
107
Ibíd., Nº 302.
108
Ibíd.

48
misericordia -como lo había anunciado a nuestros padres- en favor de Abrahán y de su linaje
por los siglos” (Lc 1, 54-55).

Bien resalta el texto conclusivo de Puebla la intervención de María en la fe y la vida de los


hombres de buena voluntad:

María, Madre, despierta el corazón filial que duerme en cada hombre. En esta forma nos lleva
a desarrollar la vida del bautismo por el cual fuimos hechos hijos. Simultáneamente, ese
carisma maternal hace crecer en nosotros la fraternidad. Así María hace que la Iglesia se
sienta familia.109

La Iglesia latinoamericana y los pueblos en ella representados, sienten verdaderamente la


cercanía de la madre en los momentos de la historia. Ella en especial, nos guía de modo claro
en el sentirnos Iglesia, en vivir a plenitud nuestro bautismo y sus dimensiones. Todos los
pueblos, cobijados por la misma madre, podemos sentirnos hijos y al mismo tiempo
hermanos en el Hijo del Altísimo.

María es la mujer fuerte porque es la mujer de la oración. Ella nos encamina a ese encuentro
con el Dios de la vida, y su clamor se hace clamor del pueblo. Ya ella, humilde joven de
Nazareth, manifestaba la grandeza de Dios y reconocía en ella la fuente de todo don
sobrehumano. El Magníficat, un texto maravilloso que nos ha dejado Lucas en su Evangelio,
es espejo del alma de María. Es en el encuentro con Isabel donde brota de su corazón este
hermoso poema. En él llega a su máximo esplendor la espiritualidad de los pobres de Yahvé
y el profetismo de la Antigua Alianza. En este cántico se ve a modo profético el anuncio del
nuevo Evangelio, el de su Hijo.

En el Magníficat se manifiesta como modelo «para quienes no aceptan pasivamente las


circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la “alienación”, como
hoy se dice, sino que proclaman con ella que Dios “ensalza a los humildes” y, si es el caso,
“derriba a los potentados de sus tronos” ...»110

Por ello decimos que la oración de María es la oración del pueblo, un pueblo que siente el
poderío de Dios y manifiesta en él su confianza. Es el ejemplo preclaro de la espiritualidad
mariana presente en América Latina. Este pueblo, reconoce a María como la gran intercesora

109
Ibíd., Nº 295.
110
Ibíd., Nº 297.

49
ante su Hijo, y descubre en ella el rostro de la misericordia, es la oración de María la que nos
lleva a Jesús, es de su mano que caminamos hacia el Reino de los Cielos, y es en su regazo
donde encontramos alivio y descanso para nuestras almas. Su oración es el clamor del
creyente que alza su voz al cielo para decirle a Dios “aquí estoy para hacer tu voluntad.”

La III Conferencia Episcopal Latinoamericana contiene en sí misma elementos que nos


hablan de la espiritualidad mariana como un aspecto intrínseco en la fe de los pueblos
latinoamericanos; ella misma se hace presente desde el proceso de evangelización,
propiciando el encuentro de dos culturas y convirtiéndose por antonomasia en la maestra de
fe, en la protectora y madre de los pueblos nativos, la estrella de la Nueva Evangelización, el
camino seguro para conocer a Jesús.

Por otra parte, María en el pueblo latinoamericano tiene rasgos propios que la asemejan y
acercan a los creyentes, muestra de ello, como ya hemos mencionado, es el rostro mestizo de
la Virgen de Guadalupe, expresión de la identidad de un pueblo que se abre y asume en su
realidad la verdad revelada, así la evangelización por medio de María pasa por la
inculturación de la fe; María es la Madre misericordiosa que ama, camina y sufre con los
pueblos nativos, es signo de liberación y custodia de la fe naciente, rasgos propios de la
espiritualidad mariana de los pueblos latinoamericanos.

Por último, cuando se habla de una espiritualidad mariana reflejada en el documento de


Puebla, se busca resaltar los rasgos propios de la vivencia del pueblo latinoamericano, ella
no es en sí una formulación teórica de lo que debería ser un camino de fe sino que representa
una experiencia personal y colectiva, muestra la relación del creyente con María y la vivencia
de fe que propicia el encuentro con la Madre de Dios, el documento expresa cómo María ha
acompañado el caminar del pueblo latino y ha sostenido su fe desde tiempos remotos, por lo
que no se puede prescindir de ella en el proceso evangelizador.

2.4 María evangelizadora del pueblo latinoamericano

El pueblo latinoamericano expresa su fe creyente a través de actos y celebraciones; esta fe se


encuentra enraizada en su identidad y adquiere un matiz particular en cada cultura, debido a
la apropiación del misterio revelado.

50
Cuando una comunidad acoge el anuncio de la salvación, el Espíritu Santo fecunda su cultura
con la fuerza transformadora del Evangelio. De modo que, como podemos ver en la historia
de la Iglesia, el cristianismo no tiene un único modo cultural, sino que, «permaneciendo
plenamente uno mismo, en total fidelidad al anuncio evangélico y a la tradición eclesial,
llevará consigo también el rostro de tantas culturas y de tantos pueblos en que ha sido acogido
y arraigado». En los distintos pueblos, que experimentan el don de Dios según su propia
cultura, la Iglesia expresa su genuina catolicidad y muestra «la belleza de este rostro
pluriforme». En las manifestaciones cristianas de un pueblo evangelizado, el Espíritu Santo
embellece a la Iglesia, mostrándole nuevos aspectos de la Revelación y regalándole un nuevo
rostro. En la inculturación, la Iglesia «introduce a los pueblos con sus culturas en su misma
comunidad», porque «toda cultura propone valores y formas positivas que pueden enriquecer
la manera de anunciar, concebir y vivir el Evangelio», Así, «la Iglesia, asumiendo los valores
de las diversas culturas, se hace “sponsa ornata monilibus suis”, “la novia que se adorna con
sus joyas” (cf. Is 61,10)».111

En este sentido, el pueblo manifiesta sus creencias de un modo peculiar, mediante suplicas,
oraciones, peregrinaciones, devociones, cantos, danzas y otras formas de piedad que van
unidas a su historia y cultura, y la hacen una riqueza para la iglesia particular y universal.

Cuando el pueblo expresa su fe busca manifestar la esperanza que deposita en Dios y en la


madre, como un acto de gratitud, de confianza, de súplica o de amparo, que se convierte en
testimonio y signo de la presencia de Dios que se comunica a través de la experiencia personal
y comunitaria.

Cada porción del Pueblo de Dios, al traducir en su vida el don de Dios según su genio propio,
da testimonio de la fe recibida y la enriquece con nuevas expresiones que son elocuentes.
Puede decirse que «el pueblo se evangeliza continuamente a sí mismo». Aquí toma
importancia la piedad popular, verdadera expresión de la acción misionera espontánea del
Pueblo de Dios. Se trata de una realidad en permanente desarrollo, donde el Espíritu Santo es
el agente principal.112

Dichas expresiones de fe a lo largo de la historia se han convertido en celebración y forman


parte de la liturgia, han conservado en si la esencia de la fe nativa que subyace en los actos

111
Francisco, “Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo
actual”, Nº.116.
112
Ibíd., Nº 122.

51
simbólicos y devocionales de los fieles, “De tal manera que lo religioso va de la mano con
las expresiones culturales autóctonas de los pueblos amerindios; que a su vez fueron
configurando sus liturgias y sus espacios de encuentro con lo divino, en este caso con el Dios
cristiano”.113

Liturgias populares fueron dando paso a tradiciones que se enraizaron en la cultura


latinoamericana, acompañadas de lecturas piadosas y religiosas que dieron sentido al nuevo
nudo histórico del que participaban los habitantes del “conquistado” continente amerindio.
Así, la utilización de actividades procesionales, el establecimiento de santos patronos en las
veredas y pueblos, la propagación de las devociones cristológicas y marianas fueron siendo
recreadas con elementos propios de los nativos y negros esclavos; que en el fondo guardaban
el deseo de “hacer memoria” de sus antiguos ritos y tradiciones. Reflejo de ello, encontramos
las devociones a las almas, mezcladas con la doctrina católicas del purgatorio; la sanación del
chamán, reemplazada por la bendición del sacerdote o el misionero, los cultos a la Madre
Tierra o Pachamama, relacionada con el culto a María, la Madre de Dios.114

La liturgia actual ha ido asumiendo esas expresiones y celebraciones de fe como una riqueza
que contribuye al encuentro trinitario y las ha ido purificando de todo aquello que podría
alejarlo de la doctrina y los principios teológicos que refieren el misterio revelado.

Las expresiones y celebraciones litúrgicas ofrecidas por los fieles son ante todo una muestra
de amor y devoción, y deben ser vistas como un espacio de encuentro que permite acceder a
una espiritualidad concreta y a una forma de manifestarla y vivirla; al referirnos de manera
particular al pueblo latinoamericano, dichas manifestaciones se relacionan con Dios, con
Jesús crucificado, pero también con su madre, de aquí surge una espiritualidad mariana con
las características propias que hemos mencionado en los apartados anteriores.

… amor a María; Ella y sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y
caracterizan su piedad popular… los difuntos, la conciencia de dignidad personal y de
fraternidad solidaria; la conciencia de pecado y de necesidad de expiación; la capacidad de
expresar la fe en un lenguaje total que supera los racionalismos (canto, imágenes, gesto, color,
danza); la fe situada en el tiempo (fiesta) y en lugares (santuarios y templos); sensibilidad
hacia la peregrinación como símbolo de la existencia humana y cristiana, el respeto filial a

113
Casaleth, “El Catolicismo Popular Latinoamericano: entre la Conquista y el seguimiento de Jesús”, 50.
114
Ibíd., 35 y 36.

52
los pastores como representantes de Dios; la capacidad de celebrar la fe en forma expresiva
y comunitaria; la integración honda de los sacramentos y sacramentales en la vida personal y
social; el afecto cálido por la persona del Santo Padre; la capacidad de sufrimiento y heroísmo
para sobrellevar las pruebas y confesar la fe; el valor de la oración; la aceptación de los
demás.115

2.4.1 La devoción popular a María en Latinoamérica

El documento de Puebla nos recuerda que la religiosidad popular que se expresa de distintas
maneras en los fieles latinoamericanos tiene su núcleo central en la devoción y el amor a la
Madre de Dios, de manera particular en el rostro de María de Guadalupe, a quienes la mayoría
de los latinos, sin distinción de credo o religión, acuden con devoción y asumen como su
madre y protectora; por ende, es característica de la experiencia religiosa, “El pueblo sabe
que encuentra a María en la Iglesia Católica. La piedad mariana ha sido, a menudo, el vínculo
resistente que ha mantenido fieles a la Iglesia sectores que carecían de atención pastoral
adecuada”.116

… toda la experiencia ancestral del nativo amerindiano y luego de su contacto con el


cristianismo católico proveniente de Eurasia, se sintetiza en el rostro mestizo de María de
Guadalupe; en quien se refleja la continuidad del choque cultural-religioso de las culturas que
dieron paso al cristianismo popular en América Latina. Haciendo una lectura histórico-
teológica de esta comprensión análoga del documento, podría relacionarse el culto de la tierra
de los nativos con la rápida asimilación del culto a la Madre de Jesús en tierras americanas.
Esta es una de las características de la religiosidad que se fue consolidando en América Latina
y que fue sentando las bases para la pastoral de la Iglesia en estas tierras.117

Las expresiones de fe fueron tributadas entonces a la madre de Dios desde los inicios de la
evangelización y se fueron propagando por toda Latinoamérica, aspecto de lo que dan
muestra la gran cantidad de santuarios, apariciones y advocaciones de la Virgen en estas

115
III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “Puebla sobre la evangelización en el presente y
en el futuro de América Latina”, No. 456, 43.
116
Ibíd., Nº 284.
117 Casaleth, El Catolicismo Popular Latinoamericano: entre la Conquista y el seguimiento de Jesús, 40.

53
tierras, como dirá Casaleth, “la figura de la virgen María se superpuso a la figura de Jesús;
por ello la gran propagación de santuarios marianos en Latinoamérica”. 118

María aparece como un símbolo particularmente apreciado de la cercanía de Dios. Los


santuarios son los grandes focos de atracción e irradiación. No hablemos sólo de los
santuarios más multitudinarios, como Guadalupe, Itatí, Luján o Chiquinquirá. También vale
la pena recordar la riqueza de tradiciones de los santuarios menores, como el de Andacollo,
en Chile, donde las danzas de distintas cofradías, acompañadas con guitarras, acordeones,
platillos y flautas, son parte del culto festivo que se rinde a la Virgen.119

2.4.2 El encuentro con María, expresión de fe y celebración

El encuentro con la Madre de Dios es también para el creyente un momento de celebración,


de regocijo por su presencia e intercesión, es la oportunidad propicia para agradecer, orar y
vivir la liturgia Eucarística, con símbolos propios que expresen el amor y la esperanza del
pueblo.

Se ha de comprender que estas expresiones de fe y las celebraciones realizadas en presencia


y en honor a la Madre de Dios, llegan a convertirse en una espiritualidad que encarna el amor
y la devoción, siempre y cuando estas no sean un mero acto, sino que lleven al creyente a
ahondar en un camino de fe que lo acerque al Dios uno y Trino del que María es portadora.

A su vez podemos decir que la espiritualidad mariana tiene su punto de partida en dichas
expresiones y celebraciones de fe, ha de surgir ésta como fruto de ese encuentro constante
que genera en los fieles el deseo por seguir los pasos de María, por imitar sus virtudes y
acercarse al Hijo de Dios del que la Madre es portadora; por ende, las distintas expresiones,
celebraciones, y lugares donde se le rinde tributo a la Madre de Dios, son para los fieles
creyentes y no creyentes, un espacio de transformación, de conversión y crecimiento
espiritual.

El santuario mariano es un lugar de transformación y renovación evangélica de la cultura


popular y de la experiencia histórica del pueblo, grupo o familia, y a la vez una instancia
crítica de sus debilidades religioso-morales y de las desorientaciones práctico-doctrinales de

118
Ibíd., 29.
119
Fernández, “Una interpretación de la religiosidad popular”, 2.

54
su fe evangélica. El encuentro devocional con María es siempre un llamado hacia Cristo y
hacia el Evangelio; la figura de María es un camino hacia el misterio de Cristo y un modelo
de cómo ser conformes al evangelio. De alguna manera el pueblo presiente, vive y expresa
estas profundas conexiones cristológico-marianas cuando habla de la Virgen como la Madre
de Dios y de los hombres, la mujer más santa, la pura y limpia, la más bella, la madre
protectora, virgen bendita, intercesora, milagrosa y a la vez modelo de vida.120

La espiritualidad mariana comprendida como un camino que permite al creyente acercarse a


la revelación, se convierte en expresión de la fe y de celebración del pueblo latinoamericano,
porque ella contiene en sí misma la vivencia personal y comunitaria del encuentro de los
hijos con la Madre de Dios, a través de distintas manifestaciones de piedad, devoción que
terminan siendo celebración.

Cada advocación de la Virgen es vivida como una visita de María al pueblo amado. Cada
imagen suya en medio de la gente es un signo de su cercanía materna. Los testimonios de
muchos de los peregrinos indican que no sólo van a pedir o a cumplir una promesa, sino que
van con ternura a expresar su amor a la Madre, como respuesta al amor que reciben de ella.
En la actitud de profunda veneración que advertimos en los peregrinos, vemos que ellos saben
que en un santuario hay mucho más que un trozo de materia pintada. Allí está la presencia
afectuosa de la Madre que se reconoce a través del signo simple de la imagen. Cuando, a
través de ese signo, el creyente se reconoce amado y valorado, la fe se convierte en estímulo
para vivir dignamente y defender los propios derechos. La tradición mexicana cuenta que
María llamaba al indiecito Juan Diego el más pequeño de mis hijos como expresión de cariño
y de predilección, que invitaba a valorar la dignidad de los indígenas. Podemos recordar
también la devoción a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, cuyo culto estuvo en los
orígenes de un movimiento de emancipación de los negros esclavos.121

La espiritualidad mariana es, por ende, contendora de esa riqueza ancestral que ha sostenido
y acrecentado la fe en América Latina, es fruto de la experiencia de los creyentes y camino
de encuentro y de liberación personal y comunitaria.

120
Díaz, “María en la religiosidad popular colombiana”, 104.
121
Fernández, “Una interpretación de la religiosidad popular”, 2.

55
Capítulo 3

Espiritualidad mariana, camino de santidad para el pueblo latinoamericano

En los dos capítulos precedentes, hemos hablado a profundidad acerca de la espiritualidad


mariana y el rostro propio que se ha configurado en América Latina. María, su maternidad,
cercanía, fortaleza, junto con los rasgos propios de su presencia en nuestros pueblos, se sigue
renovando y actualizando en la experiencia de los fieles, de manera que la espiritualidad
mariana continúa siendo un medio de evangelización; esto nos lleva a preguntarnos ¿en qué
forma la espiritualidad mariana puede convertirse en camino para aquellos que no han
abrazado ninguno? ¿Cómo acercar a la Madre, maestra y compañera de camino a aquellos
que no han bebido de las fuentes más profundas de nuestra identidad religiosa y cultural, o a
aquellos que aún no la han descubierto?

Las preguntas planteadas pueden llevarnos a pensar únicamente en aquellos alejados de la fe


católica o de las manifestaciones de piedad popular, sin embargo, las mismas quieren
implicar a aquellas comunidades parroquiales donde se percibe la división, la soledad, la
desarticulación de acciones que en muchos casos llevan por caminos particulares o grupales,
pero no a la comunión del Reino y en pos del seguimiento de Jesucristo; así mismo, quieren
incluir a los adolescentes, jóvenes y adultos, que se ven envueltos en la vorágine dicotómica
de buscarlo todo y no tener nada. ¿Es entonces posible que una espiritualidad de la cercanía,
la escucha, la ternura, la solidaridad, la comunión, no tenga nada que decirnos hoy?

La espiritualidad mariana quiere ser un camino para todos, un medio de evangelización


continua para quienes forman y son parte activa de la iglesia latinoamericana, aquellos que
se encuentran en búsqueda de caminos y se preguntan por el sentido de sus vidas y aquellos
que se encuentran más alejados, sumergidos y sometidos por los cambios constantes de la
sociedad.

La profundidad de la experiencia latinoamericana, que encuentra en María una madre,


intercesora y compañera de camino, puede favorecer la vivencia de una espiritualidad
mariana como camino de santificación personal y comunitaria, entendiendo esta santificación
como la plenificación del sueño de Dios en cada hombre y mujer.

56
3.1 Cómo acercarnos a la espiritualidad mariana

La espiritualidad mariana es tal, en la medida que se encarna en los fieles, es ante todo una
vivencia que requiere de la apertura de cada persona, por lo que hemos de acercarnos no
desde la barrera, sino dando un paso adelante para poder conocer, experimentar y vivenciar
lo que esta rica espiritualidad nos ofrece, con la conciencia y seguridad que es un camino
donde no vamos solos, pues María va de nuestro lado, enseñándonos la ruta para vivir a
plenitud cada día.

El acercamiento a la espiritualidad mariana pide una actitud de escucha, de confianza plena


en la Madre de Dios que nos dice “haced lo que él les diga” (Jn. 2,4); así hemos de llenar
nuestras tinajas de agua para que el Señor la convierta en el vino nuevo que necesitamos y
vaya transformando nuestras tristezas, preocupaciones y dificultades en alegría y abra
nuestros ojos ante el milagro que Jesús va haciendo en nosotros por petición de su Madre.

El pasaje de las bodas de Caná también nos enseña que acercarnos a esta espiritualidad
requiere invitar a María, a ser parte de los acontecimientos de nuestra vida, a presentar
nuestras necesidades ante su Hijo siendo nuestra intercesora. Estas disposiciones nos
permitirán conocer a María, experimentarla en nuestras vidas y vivenciar las actitudes que
de ella vamos aprendiendo.

3.1.1 Conocer a María en la espiritualidad mariana

La espiritualidad mariana encierra en sí misma el conocimiento de la Virgen María, nos


permite reconocer en ella la acción de Dios, aproximarnos a su vida, a la forma que tuvo de
afrontar las dificultades y de asumir el proyecto de Dios para consigo, para con su hijo y para
con su pueblo; por tanto, no podemos prescindir del conocimiento de María para vivir una
genuina espiritualidad mariana.

El conocimiento de la Virgen María nos mostrará los valores que hay en ella y la hará más
cercana a nosotros, abonará el camino para que podamos identificarnos con ella,
acrecentando el afecto filial y la devoción a la Madre de Dios.
En este sentido, hay que conocer para amar, y la Iglesia nos ofrece distintos medios para
conocer a María; la Sagrada Escritura como medio por excelencia, la tradición de la Iglesia

57
y la vida sacramental nos develan quien es ella en su más íntima unión con Cristo y la
humanidad.

Podemos conocer a María desde la escritura, distintos pasajes nos hablan de ella y nos
permiten establecer la importancia de su papel en nuestro camino de salvación. Una lectura
consciente del evangelio hará posible un acercamiento a la Madre de Dios y a su vida, ligada
íntimamente a la de su Hijo, así mismo, la tradición de la Iglesia nos ofrecerá algunos otros
datos que nos permitirán conocer hechos de su vida que no se encuentran en los pasajes
bíblicos, también podemos aproximarnos a la experiencia, que, de María, tuvieron las
primeras comunidades cristianas.

Dicha lectura, debe ser orante, puesto que la espiritualidad mariana no quiere quedarse sólo
en el conocimiento racional de los pasajes evangélicos, sino desentrañar el misterio y vincular
al creyente con la vida de María. Algunos pasajes que podrían ayudarnos a hacer este
acercamiento nos son muy conocidos, pero es laudable volver sobre ellos.

El pasaje de la anunciación que nos ofrece Lucas (Lc 1,26-38) es de gran riqueza, el diálogo
que entabla con el ángel nos ofrece datos sobre quién es María y cuál es la misión que Dios
le encomienda, y su disposición para realizarla, en este mismo pasaje ella misma se denomina
esclava del Señor, (Lc 1,38), reconociendo su humanidad.

El saludo del ángel a María ha atraído la atención de la tradición de la Iglesia. El gran exégeta
Orígenes fue el primero en darse cuenta, o en todo caso en hacer notar, que María había sido
saludada por el ángel con un saludo nuevo, que no se encontraba en la Escritura ni había sido
dirigido a nadie, pues estaba reservado sólo para ella.122

La tradición nos enseña que María fue completamente llena de gracia. san Ambrosio lo
muestra con claridad cuando afirma: “¿A quién concedió Dios más gracias que a Su
Madre?”123. Autores tan importantes como san Buenaventura, Corrado de Sajonia y santo
Tomás de Aquino ofrecen comentarios sobre Lc.1, 28 y el ave maría que son una verdadera
mina de enseñanzas sobre su vida espiritual. san Luis de Montfort lo explica con claridad:

122
Flores, “La Espiritualidad Mariana”, 12.
123
Ibid., 33.

58
El torrente impetuoso de la bondad de Dios, estancado violentamente por los pecados
humanos desde el comienzo del mundo, se explaya con toda su fuerza y plenitud en el corazón
de María. La Sabiduría le comunica todas las gracias que hubieran recibido de su liberalidad
Adán y sus descendientes si hubieran conservado la justicia original ... toda la plenitud de la
divinidad se derrama en María, en cuanto una pura creatura es capaz de recibirla ... solamente
su Creador puede comprender la altura, anchura y profundidad de las gracias que le
comunicó.124

La Sabiduría Divina dispuso el misterio inefable de amor para salvación de la humanidad, y


había pensado en la Virgen de la cual se encarnaría el Hijo de Dios. Cuando llegó la plenitud
del tiempo (Gal 4, 4), Dios envió al ángel Gabriel a pedir el consentimiento de esta criatura
suya, que él había escogido y se había preparado para que colaborara de forma totalmente
impar en su designio salvífico. Como enseña el papa Juan Pablo II junto con toda la tradición,
“nunca en la historia del hombre tanto dependió, como entonces, del consentimiento de una
criatura humana”125, porque “el Padre de la misericordia quiso que precediera a la
Encarnación la aceptación de la Madre predestinada”.126

El pasaje de la anunciación nos enseña que María es Madre de Dios Hijo, es sagrario del
Espíritu Santo por la concepción de Jesús y, por ende, es Virgen y Madre; ella se convierte
en modelo de todo verdadero creyente al precedernos en el camino de la fe y cooperar
activamente en el plan de redención con su “sí” a Dios, al decir: “Hágase en mí según tu
palabra” (Lc 1,38), así mismo María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe,
“Durante toda su vida, y hasta su última prueba, cuando Jesús, su hijo murió en la cruz, su fe
no vaciló. María no ceso de creer en la palabra de Dios”.127; María es hija de Dios Padre, es
la elegida de Dios “entre todas las mujeres”, por ello el ángel la llama: “llena de gracia” (Lc
1, 28), es decir, desde el principio, de no ser así, el ángel le hubiera dicho: “serás llena de
gracia”, es decir, antes no, pero ahora sí. 128

124
Grignion de Montfort, El amor de la Sabiduría eterna, Nº 106.
125
Juan Pablo II, “Carta apostólica Tertio millennio adveniente sobre la preparación del jubileo del año 2000”,
Nº12 y Nº54.
126
Concilio Vaticano II, “Constitución dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia”, Nº 56.
127
Catecismo de la Iglesia Católica, Nº 149.
128
Ibíd., Nº 490.

59
Otros pasajes de la Escritura como el magníficat, las bodas de Caná, y otros más, nos refieren
a las características de María, a la relación que tiene con Dios y su experiencia de fe. Por su
parte, la Tradición no sólo habla de las gracias que María recibió de parte de Dios, sino
también la respuesta legitima que ella retorna, el Papa Pablo VI decía:

Es bueno... tener presente que la eminente santidad de María no fue sólo un don singular de
la liberalidad divina: esa fue también el fruto de la continua y generosa correspondencia de
su libre voluntad a las mociones interiores del Espíritu Santo. Es por motivo de la perfecta
armonía entre la gracia divina y la actividad de la naturaleza humana que la Virgen rindió
gloria suma a la Santísima Trinidad y se convirtió en modelo insigne de la Iglesia129.

Otro medio para acercarnos a María son los sacramentos, de manera particular la Eucaristía.
En este admirable misterio descubrimos el rostro de la bienaventurada, pues cada vez que el
Sacerdote nos hace participar del cuerpo y la sangre de Cristo, recordamos que Ella, escogida
y digna fue quien en carne propia nos comunicó por parte de Dios tan alto misterio.

«Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la


Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el
Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «tabernáculo» –el primer «tabernáculo»
de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece
a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y
la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al
estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de
inspirarse cada comunión eucarística? 130

La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias.
Puesto que el Magníficat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el
Misterio eucarístico que esta espiritualidad. “¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra
vida sea, como la de María, toda ella un magníficat!”131

Una forma segura de conocer los efectos concretos que produce la verdadera espiritualidad
mariana es estudiar la vida y obra de los santos. En ellos se puede comprobar con gran
claridad como un tierno amor, una invocación constante y confiada, una entrega total y

129
Pablo VI, “Exhortación Apostólica Signum magnum sobre la consagración a la Santísima Virgen”, Nº 12.
130
Juan Pablo II, “carta encíclica Ecclesia de Eucharistia, sobre la eucaristía y relación con la Iglesia”, Nº 55.
131
Ibid., Nº58.

60
sincera a la Santísima Virgen siempre conduce a un desarrollo de la vida espiritual, a una
gran fidelidad a la Iglesia, y a una acción y compromiso pastoral de incomparable fruto.

Estos aspectos nos permiten comprender que podemos acceder al conocimiento de María por
distintas fuentes, a la vez que nos invitan a trascender el conocimiento racional hacia a la
experiencia que nos lleve a establecer un diálogo con la Madre de Dios que produzca frutos
de santidad y el deseo de querer participar de su gracia y protección.

3.1.2 Experimentar la presencia de María en la propia vida

La espiritualidad mariana consiste esencialmente en seguir a Jesús a ejemplo de María; ella


comporta en sí misma un camino de crecimiento personal y comunitario que es
fundamentalmente una experiencia de encuentro que coloca al creyente en camino, como dirá
Ballesteros: “Antes de ser una doctrina, la espiritualidad mariana es un camino personal y
comunitario, una experiencia de vida y de fe”. 132

La experiencia es una forma de conocimiento que adquirimos de manera vivencial, es la


forma de percibir un acontecimiento o realidad que posee un individuo, “tiene que ver con el
sentido, posibilita un más pleno conocimiento del mundo que nos rodea, contiene una
realidad, significa algo, afirma una verdad que, ciertamente, no es demostrable con los
criterios de las ciencias. Como es la experiencia del amor. Como es la experiencia del temor
(…). Como es la experiencia religiosa”.133

La experiencia puede ser vivida tanto de manera individual como comunitaria, pero adquiere
distinto significado para cada persona, según sea el grado de percepción de dicha realidad;
“la experiencia, en cuanto humana, puede trascender la realidad que percibe y descubrir en
ella otros y más ricos niveles de significación. Esto porque los seres humanos somos capaces
de descubrir que el mundo en el que vivimos y las cosas que nos rodean, trascienden su
existencia inmediata”. 134

En este sentido la espiritualidad mariana es una experiencia de vida personal y comunitaria


que trasciende la realidad natural y permite al creyente percibir lo divino, lo sagrado, en

132
Monroy, “La espiritualidad Mariana: ¿Opción o esencial para el cristiano?”, 37.
133
Corpas de Posada, “Experiencia religiosa y lenguaje religioso: aproximación teológica”, 63.
134
Ibíd.

61
medio de realidad que le acontece, a través de las practicas, devociones, expresiones de fe,
así como por el ejemplo y la vida de la Virgen María; esto hace necesario que el creyente
experimente en sí mismo, en su vida, la presencia de María y que esta permee más allá de lo
cognitivo.

La espiritualidad mariana dispone al individuo no solo para conocer sobre la Virgen María,
sus favores, manifestaciones, devociones, sino que también para experimentarla, conocerla,
sintiendo en su interior y en su vida, la presencia real de María como Madre, protectora y
compañera de camino; es este aspecto el que le permite nombrarla como suya, estableciendo
una relación filial, un vínculo Madre e hijo que llevará al fiel a recurrir a ella en sus
necesidades y lo dispondrá a su escucha e imitación.

Experimentar la presencia de María como Madre es característico del pueblo


latinoamericano, le es propio, es intrínseco a su identidad, a su historia, a su contexto cultural
y religioso, ha estado presente desde la época de la colonización y ha venido creciendo,
haciéndose más profundo y vital con el paso de los años. María, hasta nuestros días ha
sostenido la fe del pueblo latinoamericano, es punto de encuentro, de diálogo, de auxilio para
creyentes y no creyentes.

Las distintas advocaciones marianas en Latinoamérica parten de una experiencia, hemos


mencionado ejemplos de esto en capítulos anteriores, como el encuentro del indio Juan Diego
con la Virgen de Guadalupe, allí se da una experiencia de fe, una relación filial que luego es
reiterada y vivida de manera nueva y renovada por todos los fieles que se acogen a ella y la
experimentan también como madre y protectora; la misma escena se reproduce con distintas
características en la advocación de Nuestra Señora de Coromoto en Venezuela, María sale al
encuentro del cacique Coromoto y su mujer, la Virgen se manifiesta, entabla un diálogo con
ellos en su lengua nativa, y luego vuelve a aparecerse en distintas ocasiones al cacique
Coromoto, hasta lograr que éste acepte ser bautizado.

Las otras manifestaciones de la Virgen María en estas tierras poseen la característica común
del encuentro de la Madre con los hijos, la relación y el diálogo que nos hablan de una
experiencia de fe que se da tanto en Juan Diego como en Coromoto y así en muchos otros
que se acogieron a la protección de la Madre de Dios y experimentaron su presencia.

62
La experiencia de encuentro con María, sigue siendo el motivo principal que coloca a los
fieles en camino y mantiene viva la devoción, el amor, la filiación con la Madre de Dios en
los distintos templos, santuarios y lugares donde se venera; en ellos continuamente María
sigue haciéndose presente cada vez que es elevada una oración, una súplica, una mirada, una
lágrima hacia ella; se podría decir que vuelve a aparecer, como se apareció al indio Juan
Diego, a Coromoto y a otros tantos, para reiterar su promesa de acompañarlos e interceder
por cada uno.

Es el afecto a la Madre de Dios el germen que hace fecunda una espiritualidad que lleva al
encuentro con Dios, a la santificación personal y comunitaria; cuando nos referimos a un
germen, consideramos que es una semilla que se encuentra depositada en cada fiel y necesita
ser cultivada para que empiece a crecer paulatinamente, al principio será imperceptible pero
en la medida en que es cuidada y cultivada va creciendo con tal vitalidad que se convierte en
árbol fecundo que da frutos de santidad .

Por ende, la experiencia mariana es un presupuesto básico para decidir seguir a Jesús a
ejemplo y acompañado por María, sin esta, la espiritualidad mariana carecería de valor
trascendental y se quedaría en prácticas devocionales, culturales o tradicionales.

Una forma de experimentar a la Madre de Dios, como ya hemos mencionado, es hacer una
lectura orante de la palabra y de los misterios a los que ella se encuentra íntimamente ligada;
otra forma de aproximarnos a ella y que ha sido elemento característico de la experiencia
latinoamericana, es colocarnos en camino, es decir, participar en procesiones, visitas a los
santuarios, realización y cumplimiento de promesas, el rezo del rosario y la realización de
otras prácticas devotas. Los espacios de soledad y de encuentro nos permiten elevar el
corazón junto con plegarias, acción de gracias y suplicas a María, sintiéndola como Madre
nuestra; en cada lugar donde se venera y se eleva una oración a la Virgen María, allí se
derrama el corazón de un creyente y vuelve a renovarse la presencia de María en medio de
nosotros.

63
3.1.3 Vivir la espiritualidad mariana

Las formas en las que se concreta la espiritualidad mariana no pueden limitarse a unas
acciones y a unas actividades, algo tan profundo motiva e impregna lo que hacemos, decimos
y queremos.

No pretendemos agotar las formas en las que se manifiesta o puede manifestarse la


espiritualidad mariana, esta es una tarea imposible, sin embargo, acogiendo los rasgos
propios de esta espiritualidad en Latinoamérica, mostramos algunas líneas pedagógicas que
pueden suscitar y motivar la acogida de esta espiritualidad, para tal fin, sugerimos algunas
posibles acciones para ambientes de tipo formativo que contribuyan a esta vivencia.

Hemos de considerar en un primer momento que María es Madre y maestra, y podríamos


quedarnos con el primer atributo, pues claramente, nuestra primera maestra, es nuestra
madre, ella nos enseña, incluso cuando parece no hacerlo, cuando habla, cuando actúa o
cuando calla. El ser madre y maestra en María, se manifiesta en el interés por sus hijos, no
importa la advocación latinoamericana que convoquemos, Guadalupe, Coromoto,
Chiquinquirá, su pedagogía es de escucha, de paciencia, de confianza, de esperanza, de
conciliación, de inclusión. La narración del hecho Guadalupano por su extensión y detalle es
claro y diciente. María considera el ser, pensar y conocer de Juan Diego, se interesa por él ¿a
dónde vas?... ¡no te aflijas! … ¡no se turbe tu corazón!135; en el Evangelio, podemos
encontrarla saliendo a la ayuda de su prima Isabel, buscando a su hijo que se ha perdido,
acompañando y fortaleciendo a los apóstoles y seguramente consolándolos.

En los procesos formativos, la escucha, el interés, el cuidado de unos por otros, es necesario;
devuelve tanto a los que escuchan como a los que comparten, la calidad de humanos y
hermanos. ¡Qué sanador y liberador es este tipo de diálogo! Dentro de la formación en la
espiritualidad mariana tendría que favorecerse la escucha, la acogida el salir al encuentro del
otro, yendo a visitar algún enfermo, o a algún centro de cuidado. En lo pastoral, promoviendo
centros de escucha, visita a las familias, resignificando los actos de piedad, acogiendo en

135
Valeriano, “Nicán Mopohua: documento histórico sobre Guadalupe.”

64
ellos a la realidad, y haciéndolos fructificar. Para nuestros pueblos, actos como las
peregrinaciones, están llenos de simbolismo; María misma peregrinó y peregrina con su
pueblo, pero es necesario recordar las peregrinaciones de María, sus motivaciones, su
finalidad. Los santuarios son y serán la casa segura de la Madre, pero ella ha querido que sea
la casa de los hermanos.

María, es también signo de comunión, no se han visto procesos de paz y de reconciliación,


tan efectivos y llenos de delicadeza como los protagonizados por María. Cuando los
misioneros en estas nuevas tierras no podían hacer más, y las enfermedades, la derrota y la
tristeza habían sometido al pueblo, llega María. En el diálogo de los doce leemos: “Somos
gente vulgar, somos perecederos, somos mortales, déjennos pues morir, déjennos ya perecer,
puesto que ya nuestros dioses han muerto.” 136 María llega a unir culturas enteras enfrentadas,
es cierto, muestra la predilección de su Hijo a través de sus diferentes advocaciones en
nuestras tierras, pues quienes la ven de primera mano, son los pobres, ellos son los primeros
testigos, y como tales son enviados hacia los “vencedores” y en ese encuentro el magníficat
toma nuevos labios, la de todos aquellos “vencidos”.

Hoy en nuestros días las diferentes realidades, ya sean conflictos, sistemas de gobierno
cerrados y corrompidos, sistemas político-económicos opresivos, parecen estar muy por
encima de nuestras fuerzas y posibilidades, muchos pensamos ¿qué puedo hacer o decir yo?
María y sus mensajeros, nos muestran un camino de libertad, que está en el diálogo, en dar
mi palabra. Hemos mal aprendido que el fin de todo debe ser el éxito, entendido este, como
la realización efectiva de lo que quiero, o más bien como lo quiero y espero. Pero María junto
a su Hijo nos muestran una libertad que brota desde adentro y que no nos puede ser
arrebatada. La Virgen nos hace recomponer nuestra relación entre ganar y perder. Cuanto
bien hará a nuestros procesos formativos ayudarnos y acompañarnos en caminos de
liberación, personal y comunitaria; comprometiéndonos en causas de bien común,
redignificando y en ese proceso, recuperar nuestra propia dignidad, recordando que el ser
hijos implica ser hermanos. No hay perdón ni comunión sin amor, pero tampoco sin el
reconocimiento del mal que obstruye las vías de la unidad.

136
De Sahagún, “El diálogo de los doce. El diálogo de 1524”.

65
Los elementos de la espiritualidad mariana que hemos señalado son sólo algunos de los
muchos que nos aporta, desde su mariología, el documento de Puebla, permitiéndonos
profundizar en la espiritualidad mariana. El documento conclusivo de la III Conferencia nos
muestra a María como estrella de la evangelización, ella nos guía, nos ilumina el camino, nos
lleva a Jesús, no importa la circunstancia en la que la contemplemos; sus palabras, sus actos
nos conducen a Dios, esta es la ruta, es el camino inequívoco que nos muestra la Madre, y
que nos invita a seguir; ser luz, y también compañeros de camino de muchos. Todo acto de
piedad popular, devoción, o manifestación mariana debe partir y llevarnos a Dios, esta es la
corroboración y la garantía de una verdadera espiritualidad mariana.

La espiritualidad mariana, nos es tan natural a los habitantes de estas tierras, nos sentimos
atraídos por la Madre, incluso los hijos alejados se muestran muchas veces curiosos. Como
toda espiritualidad, se va nutriendo y profundizando en la experiencia de quienes la hacen
vida, nunca será un tema por concluir, sino un camino a andar. Sin embargo, pretendemos
insinuar la vivencia de una espiritualidad viva y vivificadora, que es la que nos muestra
María.
Muchos mexicanos dicen: “aquí no se apareció la Virgen, aquí vive, aquí se quedó”. Que la
vida, el testimonio, la presencia de María nos impulsen a seguir a Jesús, imitándola, amándola
y amando lo que ella ama, a su Hijo y a toda la humanidad.

66
Conclusiones
Al concluir la presente investigación nos damos cuenta de que las intuiciones, los
conocimientos previos y otras experiencias, a lo largo del camino se han convertido en
certezas y afirmaciones, en este proceso hemos podido entretejer todos estos elementos que
nos permiten hablar de una espiritualidad mariana presente en los pueblos latinoamericano,
adquiriendo una experiencia significativa a nivel personal y queriendo contribuir con esta
investigación al bien de la Iglesia. Ofrecemos ahora las conclusiones a las que hemos llegado
y que desean, en conjunto con todo el trabajo presentado, redundar en frutos de santidad.

El documento conclusivo de Puebla recoge la profunda experiencia del pueblo, y al hacerlo,


sintoniza en singular armonía con María de los Evangelios, de la Tradición de la Iglesia y del
Magisterio universal. A partir del Concilio Vaticano II, avistamos una nueva forma de acoger
la realidad, no como un terreno para adoctrinar, sino como un espacio a iluminar; las
conferencias de Medellín y Puebla son herederas de este método de lectura y exposición. El
documento conclusivo de Puebla, tal como hemos afirmado, contiene una mariología no vista
en conferencias anteriores, pero que es un reflejo del sentir y la experiencia de casi todo un
continente.

La espiritualidad mariana en Latinoamérica surge de la devoción popular mariana y


encuentra en ella el cauce para la evangelización de los pueblos latinoamericanos, se vale de
las manifestaciones de piedad y amor a la Madre de Dios para acercar a los fieles a la fe y
contribuir a su santificación personal, teniendo como modelo a María.

Los elementos propios de la espiritualidad mariana en Latinoamérica que podemos resaltar


en el documento de Puebla nos refieren a la presencia de María como centro de la
evangelización y portadora de la revelación de su Hijo, aspecto vital en la propagación y
acogida del evangelio por parte de los nativos; vemos también a María como modelo de
espiritualidad y de fe, por su vida y testimonio; otro elemento propio es la identificación de
María con el rostro materno misericordioso de Dios, a través de ella los fieles
latinoamericanos experimenta el amor y la bondad de Dios, su acogida y presencia en las
diversas circunstancias de dolor, opresión y liberación; María es también la voz de unidad
entre el pueblo y Dios, la unión de dos pueblos y la inculturación del evangelio que se refleja
patentemente en el rostro de Nuestra Señora de Guadalupe.

67
A su vez, la espiritualidad mariana en Latinoamérica resalta aún más por la cercanía que
experimentan los fieles hacia la Virgen María, su compañía y su presencia continua nos hace
ver como Ella no es lejana al pueblo, sino que es asumida en su historia y en su vida cotidiana,
motivo por el cual es por antonomasia la Madre de Dios y madre nuestra; este último título
encierra en sí mismo toda la riqueza de la espiritualidad mariana y la identificación de los
creyentes con María.

María como madre y compañera de camino es objeto de afecto y devoción por parte de
creyentes y no creyentes, su arraigo en tierras latinoamericanas se evidencia en el respeto,
veneración y en las distintas advocaciones esparcidas por todo el continente, y que son objeto
de continuas peregrinaciones.

María y su espiritualidad, ha mantenido la fe y la vitalidad de los pueblos latinoamericanos


aun cuando en muchos de ellos es escaza la atención pastoral. La Bienaventurada en su acción
maternal ha sabido inyectar vida nueva en nuestros pueblos y les ha dado la fuerza para
mantenerse en pie durante siglos, manifestándonos su presencia en todo tiempo. Nos
atrevemos a afirmar la existencia de una verdadera espiritualidad mariana no sólo por la
celebración de actos externos, de piedad popular o prácticas litúrgicas, sino por los frutos de
santidad que producen en los fieles y a través de ellos.

La espiritualidad mariana en Latinoamérica en una riqueza propia, que no puede, ni debe


dejarse al margen de las respuestas que nuestras sociedades exigen, pues los problemas que
en ella vemos, son clamores, preguntas, súplicas a veces silenciosas de nuestras naciones. La
espiritualidad mariana es, desde esta perspectiva una respuesta a construir un camino de
sentido, de contemplación y de comprometida acción.

Por último, hemos de reconocer que María se encuentra en el corazón mismo de


Latinoamérica, su devoción y el afecto con lo que los fieles se dirigen a ella es una semilla
de nueva y continua evangelización que puede convertirse en camino de santidad, encausados
a una verdadera espiritualidad mariana. En María hemos de encontrar el camino seguro para
acceder a Dios e ir forjando nuestra propia salvación.

68
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