Tesis para El Examen de Grado de Licenciatura Civil en Teología (Bachillerato Canónico) II
Tesis para El Examen de Grado de Licenciatura Civil en Teología (Bachillerato Canónico) II
Tesis para El Examen de Grado de Licenciatura Civil en Teología (Bachillerato Canónico) II
327
TESIS 31
1
Esta parte está tomada de los apuntes de S. Zañartu, Pautas de las lecciones de cristología para
laicos, pp. 190-205.
2
Cf. Nm 24, 17; Sir 50, 6; Ap 2, 28; 22, 16.
3
María, la mujer icono del misterio. Ensayo de mariología simbólico-narrativa (Verdad e Imagen, 121),
Salamanca 1993, ed. Sígueme, pp. 51-112. Se puede leer esto con provecho como una exposición más detallada.
4
Además de inserción, indica humildad y fragilidad.
5
Cf. Jn 6, 42.
6
Cf. Jn 7, 41s.
7
Cf. Mt 2, 17s.
328
Pasando a los Padres de la Iglesia1, Ignacio de Antioquía († circa 110) habla del nacimiento
de María la Virgen para mostrar la verdadera humanidad de Cristo, contrapuesta a su verdadera
divinidad2, y esto al referirse a las verdades de la fe. "Verdaderamente es de la raza de David según la
carne, hijo de Dios según voluntad y poder de Dios, verdaderamente nacido de una virgen" (Esm 1,
1). "Porque nuestro Dios, Jesús el Cristo, ha sido llevado en el seno por María, según la economía de
Dios, de la simiente de David y del Espíritu Santo" (Ef 18,2). La virginidad de María y su parto
permanecieron ocultos al príncipe de este mundo (Ef 19, 1). Justino (†163) contrapone la
desobediencia de Eva que nos trajo la muerte a la obediencia de la virgen María, que dio a luz al Hijo
de Dios, quien nos libra de la muerte. 3 Ireneo († circa 202) retoma esto conectando más
estrechamente a María con nuestra salvación. "Fue por medio de una virgen desobediente que el
hombre fue golpeado, cayó y murió; igualmente es por una virgen que ha obedecido a la Palabra de
Dios, que el hombre, reanimado por la vida, de nuevo recobró la vida... Y si él no se hizo otra carne
plasmada, cualquiera que ella sea, sino sólo mediante aquella misma (virgen) que provenía de la raza
de Adán, él ha conservado toda la semejanza de esta carne plasmada. Es porque era necesario que
Adán fuera recapitulado en Cristo para que lo que es mortal fuera absorbido y engullido por la
inmortalidad, que Eva fuera (recapitulada) en María para que una virgen, haciéndose la abogada de
otra virgen, borrara y aboliera la desobediencia de una virgen mediante la obediencia de otra virgen." 4
"El puro abriendo, con toda pureza, el seno que regenera a los hombres para Dios y que él había hecho
puro."5 Tertuliano († después 220), acercándose al título 'madre de Dios" exclama: "Dios soporta el
nacer, espera en el seno de una madre."6 Los primeros testimonios de este título los encontramos en el
s. III en Orígenes, Com Rom 1, 3 y en el Sub tuum praesidium (Bajo tu amparo). Cerca del concilio
de Nicea (325) comienza a aparecer en las reglas de fe.
Según Atanasio (†373), "siendo el Logos poderoso y demiurgo del universo, se construyó para
sí mismo en la Virgen el cuerpo como un templo, él se lo apropió como instrumento, haciéndose
conocer en él e inhabitando." 7 Los Padres veían en la concepción virginal una manifestación del
origen divino de Jesús y también relacionaban la pureza de este origen con la pureza del cuerpo
asumido por el Verbo encarnado. Es más difícil asegurar que los Padres de esta época (s. IV)
enseñaron siempre el nacimiento virginal. Parece que la mayoría ve un parto verdadero, aunque
virginal: una apertura de la matriz que sólo deja al milagro la mantención de los signos de la
virginidad.8 Así la puerta permaneció cerrada. "María fue una buena puerta, porque ella estaba cerrada
y no era abierta. Cristo pasó por ella, pero no la abrió." 9 Más importante fue el problema de la
1
Sobre María en la tradición viva de la Iglesia, se puede consultar, M. J. Nicolas, Marie Mère du Sauveur (Le
mystère Chrétien), Paris 1967, ed. Desclée, pp. 21-74, a quien seguiremos muy estrechamente.
2
Cf. Ef 7, 2; Tral 9, 1.
3
Dial 100, 4s. A. Müller (Puesto de María y su cooperación en el acontecimiento de Cristo, p. 411-413, en
Mysterium Salutis III, 2, 405-526) cree que Justino fundamenta el paralelismo Eva-María en Gn 3, 15.
4
Dem 33. "Eva todavía virgen... se hizo desobediente y llegó a ser para ella y para todo el género humano causa
de muerte. María, virgen obediente,... llegó a ser para ella y para todo el género humano causa de salvación... Y así la
desobediencia de Eva ha sido desatada por la obediencia de María; porque lo que la virgen Eva ligó con su incredulidad,
María lo desató con su fe" (Adv haer III, 22, 4). "Y del mismo modo que el género humano ha sido sometido a la muerte
por una virgen; es por una virgen que él ha sido liberado. La desobediencia de una virgen habiendo sido contrabalanceada
por la obediencia de otra virgen" (Adv Haer V, 19, 1). Cf. Tertuliano, De carne Christi 17, CCL 2, 904s.
5
Adv Haer V, 33, 11. Cf. IV 33, 4. El Protoevangelio de Santiago de fines del s. II comprueba la creencia
popular en la virginidad perpetua de María. Cf. Ascensión de Isaías, 17, 7-10; Odas de Salomón 19, 7-9; Ireneo, Dem 54.
6
De Patientia 3, 2, 4s, CCL 1, 300.
7
De Incarnatione Verbi 8. Según Nicolas (op. cit. p. 36 n. 32), es el s. IV cuando se generalizará la atribución al
Espíritu Santo de la concepción virginal.
8
Así, por ejemplo, dice el Papa Hormidas en 521: "Para que el que era Hijo de Dios desde antes de los tiempos,
se hiciera Hijo de hombre y naciera en el tiempo según la costumbre humana, nacido abriendo la matriz de la madre y, por
poder divino, no disolviendo la virginidad de la madre" (DS 368).
9
Ambrosio, De Institutione virginis VIII, 53, PL 16, 320. Cf. Ep 63, 33, PL 16, 1198.
329
virginidad perpetua de María. Ambrosio (†397) y Jerónimo (†419/20) combatieron a Helvidio,
Joviniano y Bonoso1, y fueron refrendados por concilios provinciales. Defendían la virginidad
perpetua de María en nombre del ideal ascético y monástico. Además era inconcebible para Ambrosio
que se hubiera unido a un hombre aquella cuyo seno había sido templo del rey eterno.2
Ambrosio la presenta como modelo de vírgenes, "una virgen exenta por la gracia de toda
mancha de pecado."3 Agustín diría: "a excepción de la santa virgen María, la cual no quiero que sea
puesta de ninguna manera en cuestión cuando se trata de pecados, y esto por el honor del Señor: que
ella haya recibido un plus de gracia para vencer totalmente al pecado, nosotros lo sabemos de aquella
que mereció concebir y dar a luz a aquél del que consta que no tuvo ningún pecado." 4 Los Padres
dicen que el alma que cree concibe en ella al Verbo y se transforma en madre de Cristo, siendo María
la primera en este orden.5 Según Agustín, María fue más grande por su santidad que por su
maternidad física.6 "María es santa, María es bienaventurada. Pero mejor es la Iglesia que la Virgen
María. ¿Por qué? Porque María es una parte de la Iglesia, un miembro santo, un miembro excelente,
un miembro sobreeminente, pero, con todo, un miembro del cuerpo total." 7 Agustín8 insinuará la
maternidad espiritual de María: "Y por esto, sólo aquella mujer es virgen y madre, no sólo en el
espíritu sino también en el cuerpo. Es ciertamente madre en el espíritu, no de nuestra cabeza que es el
mismo Salvador, del cual más bien ella nace espiritualmente (porque todos los que creyeren en él,
entre los que está ella misma, con propiedad son llamados hijos del esposo), sino ciertamente madre
de miembros de él, que somos nosotros, porque cooperó con su caridad para que nacieran en la Iglesia
los fieles que son los miembros de aquella cabeza. En cuanto al cuerpo, en cambio, ella es la madre de
la misma cabeza." Según Epifanio (†403)9, María es Eva, la madre de los vivientes, al engendrar a
Cristo el viviente.
1
Urs von Balthasar (Theo-Drama III: The Dramatis Personae: The Person in Christ, III, B, 4b) afirma:
"Joviniano rechazó la virginidad en el parto para mostrar que el estado virignal no es superior al estado matrimonial, y esto
provocó a que los Padres defendieran explícitamente la virginidad de María en el nacimiento de Jesús, que hasta esa fecha
sólo había sido afirmada en general. Desde entonces la virginidad genuina parece excluir los dolores del parto y todo
menoscabo durante el dar a luz, lo que a su vez parece indicar una entrada de docetismo y una disminución del realismo de
la Encarnación. Por lo tanto, no era fácil ver a María en Ap 12."
2
Cada vez más los Padres la verán expresada en el hecho de que Jesús confió María a Juan; después, sobre todo
con Agustín, en su respuesta al anuncio del ángel.
3
Expos in ps. CXVIII, sermo 22, 30, PL 15, 1521. "Ella sola, correctamente, es llamada llena de gracia, ella la
única que ha recibido aquella gracia que ninguna otra ha merecido, de ser llena del autor de la gracia" (Ambrosio, In Lc II,
9, PL 15, 1556). Desde el s. IV aparece la imagen de María aplastando la serpiente. Los Padres griegos demoraron más en
profesar la santidad sobreeminente de María. A. Müller (op. cit., 416) detalla así el camino: "Ya en Ireneo encontramos
una alusión a la existencia de imperfecciones en María, y lo mismo se repite enTertuliano, Orígenes, Basilio, Crisóstomo,
Efrén y Cirilo de Alejandría, es decir hasta el siglo V. La ocasión para ello es la profecía de Simeón, pues se interpretaba
la espada como una duda de fe, o bien la intervención 'indiscreta' de María en las bodas de Caná, o bien Mt 12, 46-50."
4
De natura et gratia 36, 42, PL 44, 267. A la pregunta sobre el pecado original, Agustín responderá: "Nosotros
no entregamos María al diablo por la condición de su nacimiento, pero porque esta condición es destruida por la gracia del
renacimiento." Op imperf c. Julianum IV, 22, PL 45, 1418.
5
Cf. Ambrosio, In Lc II, 26, PL 15, 1561.
6
"La bienaventurada Virgen María concibió creyendo al (Jesús) que dio a luz creyendo" (Agustín, Sermo 215, 4,
PL 38, 1074).
7
Agustín, Sermo Denis 25, 7, PL 46, 938.
8
De sancta virginitate 6, PL 40, 399. Agustín va a tener una importancia considerable en la evolución de la
teología mariana. Hace suya la doctrina de Ambrosio y tiene fórmulas vigorosas. Se centra en la gracia y santidad de
María, prefiriendo su gracia a su maternidad. Insiste en su calidad de miembro de la Iglesia, que hace de María una
agraciada mayor que los otros, pero que tiene su lugar en el conjunto cuya cabeza es Cristo. Fue el primero en descubrir
fórmulas tan ricas sobre María madre de los miembros de Cristo, sobre María en quien (y consecuentemente por quien) se
realiza la unión esponsal de Cristo con la Iglesia, y aun en quien y por quien comienza la Iglesia.
9
Panarion, PG 42, 728C-732A. Cf. Nilo († circa 430), Epist I, 266 (en Nicolas, op. cit., 41).
330
Se habla de la Iglesia virgen y madre. El acercamiento entre María y la Iglesia a veces llega a
una identificación en que se pasa de una a otra sin ninguna advertencia. 1 'Y la cámara nupcial de este
esposo fue el seno de la Virgen, porque en el seno de la virgen los dos se unieron, el esposo y la
esposa, el esposo que es el Verbo y la esposa que es la carne. A esta carne se junta la Iglesia y así se
hace el Cristo total, la cabeza y el cuerpo." 2 Finalmente, Epifanio3 hace notar que las Escrituras no
habla ni de la muerte ni del entierro de María, lo que será un tema de futuro.
Nestorio desató la gran controversia cristológica al atacar a los que decían de María que era
Madre de Dios, lo que era ya bastante usual en esa época. En su visión cristológica antioquena de
inhabitación, María era madre de Jesús, a lo más de Cristo, es decir del hombre asumido, pero negaba
la comunicación de propiedades respectivas o tal unidad de Cristo uno y el mismo, que se pudiera
decir Madre de Dios.4 El concilio de Efeso (431) condenará a Nestorio y proclamará este título. 5
Llamar a María Madre de Dios es lo mismo que decir que el Hijo de Dios nació de ella. Si este título
produjo controversia entonces, sirvió igualmente mucho para proyectar sobre María la gloria de la
encarnación, de tal forma que Efeso se puede ver como un gran punto de cambio histórico en el
desarrollo de la piedad mariana. Esta ya existía desde antes, desde "me proclamarán bienaventurada
todas las generaciones"6, pero ahora explota enfáticamente y con un lirismo de panegíricos, en los que
a veces es difícil precisar el contenido doctrinal de las alabanzas. Ya se había desarrollado la
exaltación de su virginidad y santidad. Pronto se la llamará la "toda santa", la "virgen inmaculada."
Se la nombra en la 'communio' de la Eucaristía. 7 Aparecen las fiestas marianas. En torno al s. VI:
Concepción, Natividad, Anunciación, Presentación, Dormición, Purificación. 8 Según Nicolas9, dos
temas se desgajan de esos siglos patrísticos de alabanza y meditación mariana: el de la santidad
trascendente y perfecta de María, y el de su asunción e intercesión.
En ese tiempo, la afirmación de la virginidad de María, también en el parto y después del
parto, es general: siempre virgen. Cf. DS 291; Dz 214; DS 422. El concilio de Letrán del 649, en el
que también participaban los griegos, dice así: "Si alguno no confiesa, según los santos Padres, que
María santa, siempre virgen e inmaculada, es, en sentido propio y verdadero, Madre de Dios, ella que,
en el fin de los siglos, sin simiente, ha concebido especial y verdaderamente del Espiritu Santo a Dios
el Verbo, el que nació del Padre antes de todos los siglos, y que ha dado a luz sin corrupción,
permaneciendo inalterable su virginidad aún después después del parto, sea condenado" (Dz 256; DS
503).10 Se le atribuye una santidad excepcional 11, que es como la dimensión espiritual de una
virginidad consagrada a aquel que, siendo el santo por excelencia, viene a tomar carne en su seno y le
1
Cf. p. e. Hom IV Ephesi, PG 77, 992. Véase Ambrosio,In Lc VII, 5, PL 15, 1700; Agustín, Sermo Denis 25, 7,
PL 46, 938. "Esta santa madre respetada, la Iglesia, es semejante a María: da a luz y es virgen. Que pare, lo prueba por
vosotros. Habéis nacido de ella; ella engendra a Cristo: porque sois miembros de Cristo" (Agustín, Sermo 25, 8, PL 46,
938). Cf. Agustín, Sermo 213, 7, PL 38, 1064.
2
Cita de Agustín, tomada de Nicolas, op. cit, 46.
3
Panarion, PG 42, 716AD.
4
Pero si Jesús, el que murió en la cruz no era Dios, no nos salvaba. Los alejandrinos interpretaban esto como un
adopcionismo: Dios vino a habitar en un hombre.
5
Cf. Dz 111a; 113; DS 250252. Véase Dz 148; 218; DS 301; 427.
6
Lc 1, 48.
7
Aparece desde el comienzo del s. VI en el canon romano.
8
En el s. VII son introducidas en Occidente las fiestas del 2 de Febrero, 25 de Marzo, 15 de Agosto y 8 de
Septiembre. En Jerusalén en el s. V se celebraba el 15 de Agosto la fiesta de la Madre de Dios.
9
Op. cit., 51.
10
Véase Dz 993; DS 1880.
11
Gregorio Palamas (†1359) reconocerá en ella el compendio brillante del destino humano: "María es la causa de
los que fueron antes de ella, es patrona de los que la siguieron, es la distribuidora de los tiempos. Fue objeto del anuncio
de los profetas, la primera de los apóstoles, el vigor de los mártires, el fundamento de los doctores. Es la gloria de la tierra
y el gozo del cielo, el ornato de toda la creación. Es el comienzo y la raíz de los bienes inefables. Es la cumbre y la
perfección de la santidad" Hom in dorm, PG 151, 473A).
331
comunica su propia santidad. Dice Teódoto de Ancyra1 (†438/446) : "virgen inocente, inmaculada,
libre de toda culpa, purísima, sin mancha, santa de alma y cuerpo... porque es un hijo santo el que
nació de la santa, el Santo y el Señor de todos los santos, el Santo y de quien es dar la santidad, el
eximio que nace de la eximia, el inexplicable que es dado a luz por la inexplicable, el Hijo del
Altísimo que nace de la altísima." En la natividad de María, Andrés de Creta 2 (†740) afirma: "Hoy
día la humanidad, en el esplendor de su nobleza inmaculada, recibe el don de su primera formación
por las manos divinas y se reencuentra a sí misma... Cuando nace la madre del Hermoso, esta
naturaleza recobra en ella sus antiguos privilegios y es plasmada de la manera perfecta y digna de
Dios. Y esta formación es una perfecta restauración, y esta restauración es una divinización, y ésta es
una asimilación al estado primitivo... Y, por decirlo en una palabra, hoy día la reforma de nuestra
naturaleza comienza, y el mundo envejecido, es sometido a una transformación del todo divina, recibe
las primicias de la segunda creación por Dios." "Esta solo santa, la más santa de todos los santos,
pareció toda pura a aquel que todo entero, cuerpo y alma, ha habitado en ella" 3 "Después de Dios, tú
tienes el primer lugar."4 Expresiones como éstas suponen que la santidad de María es original, pero
no les está planteado el problema. María debía ser digna de la encarnación.
En esta época nacen los relatos apócrifos de su muerte, de su resurrección, de su asunción. Los
mejores teólogos aceptan esta creencia, la explican mostrando sus fundamentos. Dice Germán de
Constantinopla (†733): "¿Cómo hubiera podido la muerte reducirte a cenizas y polvo a ti que, por la
Encarnación de tu Hijo, has librado al hombre de la corrupción de la muerte? Tu Hijo, él también, de
la misma manera gustó una muerte semejante por la salvación del género humano. Pero él también
rodeó de la misma gloria su sepulcro vivificante y la tumba, receptáculo de vida, de tu dormición.
Vuestros dos cuerpos fueron sepultados, pero no conocieron la corrupción."5 Según Juan Damasceno6
(† antes 754), "la Inmaculada sólo murió porque su mismo Hijo pasó por la muerte. Pero, como su
Hijo, ella ignorará la corrupción de la tumba." Al mismo tiempo que la gloria celeste de María, se
expresa la idea de su mediación y de su intercesión. "Cuando tú nos dejas por ir a Dios, nosotros
ganamos una mediadora...de todos los pecadores, verdaderamente buena mediación" (Andrés de
Creta).7 Germán de Constantinopla llegará a decir: "Nadie se salva si no es por medio ti, Madre de
Dios; nadie escapa a los peligros si no es por medio de ti, Madre Virgen; nadie es redimido sino no es
por medio de ti, Madre de Dios; nadie obtiene misericordiosamente los dones de Dios si no es por
medio de ti, que has llevado a Dios."8 "La Virgen divinamente brillante y llena de gracia... ha sido
mediadora primeramente por su parto sobrenatural, y ahora por la intercesión de su protección
maternal."9 El carácter maternal de la intervención celeste de María comienza a aparecer discreta y
esporádicamente.10 En la práctica espiritual se desarrollarán las ideas de la mediación, intercesión y la
1
Hom VI, 11s, PG 77, 1427s. "¿Se decían los demonios entre ellos, ¿tenemos una contienda con una segunda
Eva? ¿Es necesario prepararse al combate contra una mujer sin mancha? ¿Vamos a estar obligados a adorar al segundo
Adán? La mujer del Adán terrestre, víctima de sus ojos y derribada por un leve golpe, sucumbió, pero a ésta el Adán
celeste la tomó bajo su protección y permanece en pie defendida por un fuerte muro. María es el santuario sagrado de la
inocencia, el templo santificado de Dios" (Proclo de Constantinopla (†446), Hom De laudibus s. Mariae, PG 65, 750-754).
"Penetrando en el seno del todo resplandeciente en virginal pureza de María, la santa, la virgen radiante, plena de divina
sabiduría y exenta de toda mancha voluntaria del cuerpo, del alma y del espíritu... Una virgen santa ha sido elegida; ella es
santificada en su alma y en su cuerpo; y, porque ella es pura, casta e inmaculada, ella llega a ser la cooperadora de la
encarnación del Creador" (Sofronio de Jerusalén († después 637), Ep synod ad Sergio, PG 87, 3160s.
2
Hom I Nativ, PG 97, 812.
3
Hom 2 Nativ, PG 97, 832
4
Hom 3 sobre la Dormición, PG 97, 1100.
5
Texto citado por Nicolas, op. cit., 55.
6
Ib..
7
Ib.
8
Serm 2 sobre la Dormición, PG 98, 349.
9
Homilía de Germán de Constantinopla en Nicolas, op. cit., 56.
10
"María es no sólo la madre de Dios, sino nuestra madre común, porque ella tiene por todos los hombres una
332
extensión de la maternidad a nosotros. La base de esto es la cooperación de María en la salvación, que
antes había aparecido en el tema de la nueva Eva. Terminemos esta parte patrística diciendo que en
Occidente Pedro Crisólogo (†450) insiste en que el consentimiento de María es nupcial y que, por la
Encarnación, es esposa del Verbo.1 A. Müller2 ofrece estas pinceladas de síntesis: "El primer fruto
propiamente mariológico es el paralelo entre Eva y María, frecuente a partir del siglo II. El mismo
siglo II aporta ya la analogía entre María y la Iglesia. También en el siglo II la virginidad de María se
aplica por primera vez al parto y, en el siglo III, a toda la vida de María. A comienzos del siglo IV
empieza a emplearse la expresión 'Madre de Dios' y, finalmente, en los siglos IV y V se va abriendo
camino la idea de su carencia de pecado. Con ello, hacia la mitad del siglo V, ya están perfilados los
rasgos básicos de la mariología."
Oriente hace sentir su influencia en el Occidente medieval. Las primeras fiestas marianas
vienen de Oriente. En el s. XI es introducida en Inglaterra la fiesta de la Concepción. Se traducen
homilías marianas griegas. Pero la influencia dominante son los textos de Ambrosio y Agustín. Todo
esto prepara el gran desarrollo de los siglos XI y XII. 3 No es la evolución doctrinal la que determina
la explosión de la piedad mariana, sino a la inversa. Se contemplan los misterios de María. Alrededor
del s. XIV se introduce la segunda parte del Ave Maria. En la gran teología escolástica, la doctrina
mariana (precisa pero poco novedosa) está en torno al misterio de la Encarnación. 4 Los temas nuevos
se encuentran más bien en los autores espirituales o en los predicadores. La maternidad divina está en
el centro de la doctrina mariana de los grandes teólogos. Se destaca el consentimiento de María, que,
según Tomás5, fue dado a nombre del género humano. Inseparable de la maternidad divina, se
estructura fuertemente una teología de la gracia. Tomás la caracteriza como superior a toda otra, entre
aquellos que la reciben de Cristo. Otros exagerarán atribuyéndole la plenitud de todas las gracias y
dones.6 La más grande controversia mariológica va a ser la de la Inmacula Concepción, cuya fiesta se
difunde en Occidente. Tratando de atribuir la mayor gracia a María, chocaban con cierta concepción
de la transmisión del pecado original. Tomás no veía cómo se le aplicaría la redención. Duns Escoto
va a responder que se trata de una redención preventiva y así la Inmaculada Concepción es el efecto
más excelente de la redención.
El gran autor medieval de la mediación de María fue S. Bernardo (†1153). María es las manos
por las que pasan los dones de Dios, la estrella que el hombre advierte e invoca en medio de la
tormenta, el aqueducto por el que la gracia desciende del cielo a la tierra. Esto se funda en la
maternidad de María. Pone un tierno acento humano al contemplarla. Se desarrollará la contemplación
de los misterios de la vida de Jesús. "Con razón miran hacia ti los ojos de toda creatura, porque en ti,
por ti y de ti, la benigna mano del Omnipotente ha recreado todo lo que ella había creado" 7 Desde
Ireneo se desarrollaba la idea de la cooperación de María a la salvación de los hombres, pero se la
situaba en el momento de la Encarnación. Según Armando de Bonneval, discípulo de Bernardo, Cristo
y María ofrecen el sacrificio, ella en la sangre de su corazón, él en la sangre de su carne. Dirá el
afección, una inclinación..." "Tú eres nuestra madre, obténnos el perdón" (Juan el Geómetra, s. X, en Nicolas, op. cit., p.
56, n. 82).
1
Cf. Sermo 140; 142; 146.
2
Op. cit., 410.
3
Según Ambrosio Autpert (†784), María mira como hijos suyos a aquellos que son incorporados a Cristo y los
engloba en su afección maternal que ella tiene por Cristo, e intercede por ellos con afecto maternal (cf. Nicolas, op. cit.,
58).
4
No habrá precisión respecto a Eva-María, María-Iglesia, la intercesión y mediación celestes de María.
5
III, 30, 1.
6
Le aplican a María las perfecciones de la humanidad de Cristo, como la ciencia infusa universal.
7
Bernardo, Sermo 2, 4, in Pentecostes, PL 183, 326. Según Tomás (III, 27, 5 ad 1), al dar María a luz a Jesús,
fuente de la gracia, hace que en cierta manera la gracia vaya a todos.
333
Pseudo Alberto1: "Ella engendró su primer hijo, nacido sin dolor; ella enseguida engendró a toda la
gente en la pasión de su Hijo, en la que llego a ser una ayuda semejante a él, en la que ella misma,
madre de la misericordia, ayudó al padre de misericordias en su obra suprema, hasta el punto que con
él, ella regeneró a todos los hombres. Y esta regeneración es realizada en el dolor extremo por uno y
por otro." Se conectan las ideas de cooperación en la redención y de maternidad espiritual: "Para que
ella participara en el beneficio de la redención, su Hijo quiso que compartiera las penas de su pasión y
que así, cooperadora de la redención por compasión, ella llegara ser la madre de todos en el orden de
nuestra restauración sobrenatural."2 También se llega a la maternidad de María respecto a nosotros
por el título 'Madre de misericordia'. María es la madre de los vivientes como Eva es la madre de los
que mueren.3 Asimismo aparece unida la maternidad de María respecto a nosotros con su maternidad
respecto a Jesús: "en el cielo continuamente María da a luz a su Hijo único porque ella lo forma en
todos... La Virgen Madre, en efecto, amamanta todavía con dulzura en el corazón de muchos a aquel
que ella formó en ellos, sin lo cual él perecería."4 Así pues, todo converge hacia la idea de maternidad
espiritual: aquella que intercede con corazón misericordioso por los hombres, aquella que es la
verdadera Eva, aquella que engendra la cabeza y con la cabeza los miembros, aquella que coopera con
nuestra salvación al pie de la cruz, aparece cada vez más, al final de las meditaciones, como la
verdadera madre de los hombres. Con todo, este título llegará a ser dominante sólo después del fin de
la Edad Media. Es más bien como reina y como Dama o Señora, que María se manifiesta a la
conciencia medieval.5 La evolución, de la antítesis a la recapitulación, del tema Eva-María, permite
que culmine la idea de María como tipo de la Iglesia. "Aquella, como la Iglesia cuyo modelo (forma)
es, es madre de todos aquellos que renacen a la vida."6
En resumen, el pensamiento medieval retoma ante todo el gran tema tradicional de la
maternidad virginal llena de gracia. El rol de María se expresa principalmente en la idea de mediación
celeste, de intercesión omnipotente. 7 La teología comienza a descubrir que en la mediación de la
gracia hay un fundamento que no es sólo la maternidad divina, sino también la compasión dolorosa en
el Calvario. Esta doble dirección orienta hacia una imagen de la Virgen que no es sólo la reina
asociada a Cristo rey en el poder y la beneficencia, sino también madre de los hombres. En cuanto a
los temas María-Iglesia y Eva-María, sólo se los encuentra en contrapunto con las ideas mayores, y las
grandes síntesis escolásticas, ya tan sobrias respecto a la mediación y maternidad espiritual, no los
integran. La teología se va haciendo más científica y menos simbólica. Así la doctrina mariana se
desenvuelve cada vez más al margen de la teología propiamente dicha, y después se exageraran sus
rasgos.8
1
Mariale, 148. Cf. Ib., 42. Nicolas (op. cit., 64) trae este otro texto de Buenaventura: "Ella se complació en que el
fruto de su seno fuera ofrecido sobre la cruz por nosotros... Y así se puede entender que todo el pueblo cristiano ha sido
producido en el seno de la Virgen."
2
Pseudo Alberto, Mariale, resp ad 99, 148-150, citado en Nicolas, op. cit., 64). Ruperto de Deutz (†1129/1130)
(Joh 19, 26, PL 169, 79OB) había dicho: "Porque ahí hubo realmente dolores de parto, en la pasión de su Hijo único, la
bienaventurada Virgen dio a luz la salvación de todos nosotros; ella es plenamente la Madre de todos nosotros."
3
Cf. p. e. Herman de Tournai (s. XIII), De Incarnatione XI, PL 180, 36s.
4
Alberto (†1280), en Nicolas, op. cit., 65.
5
Segun Urs von Balthasar (op. cit., III, B, 4), "La característica visión patrística de María como Madre de Cristo
fue ampliada en la Edad Media para incluir la relación nupcial a Cristo, transferida desde la Iglesia a María (dado que ella
es el prototipo de la Iglesia): debajo de la cruz, en forma nueva, es dada a María la fecundidad espiritual de la Iglesia, que
viene desde el Crucificado."
6
Guerric d'Igny (†1157), Hom sobre la asunción, PL 185, 188BC.
7
Esta idea venía, en parte, de los Padres.
8
Prosigue Nicolas (op. cit, 66): "Cada vez más es el lado humano, conmovedor, amigo de la imaginación, lo que
golpea e interesa en los misterios cristianos. María llega a ser el símbolo y la personificación de lo que hay de amable, de
tierno, de patético en la religión... Se desarrolla el gusto de los ritos con donaire, de las representaciones concretas y
humanas, de un culto menos trascendente, y más tranquilizador."
334
En la época moderna, ni Lutero ni Calvino llevaron el debate al tema de María. Por eso que
Trento habla poco sobre la Virgen. Pero muy pronto, sin embargo, la doctrina mariana de la Iglesia
católica llegó a ser un símbolo de todo lo que el protestantismo le reprochaba: creer en verdades no
inmediatamente contenidas en la Escritura, fiarse de tradiciones humanas, agregar a la Palabra de Dios
el racionamiento humano, atribuir demasiado importancia a la creatura, hacerla propietaria de la
gracia de Dios, y sobre todo concebir una mediación distinta de la de Cristo. En respuesta, la devoción
mariana católica se desenvolvió con más ardor. La mariología se constituye decididamente como
tratado aparte en la teología. y aún poco ligada vitalmente a la cristología. María aparece cada vez
más como situada entre Cristo y la Iglesia. La controversia sobre la Inmaculada Concepción alimenta
una literatura inmensa.1 Pero se desenvuelve además extensamente la teología de los privilegios de
María.2 Llega hasta atribuírsele la visión beatífica, la ciencia infusa, el uso de razón desde el seno
materno. La idea de la cooperación de María en el sacrificio redentor hace, por su parte, grandes
progresos. El principio de que se debe atribuir a María todo lo que una pura creatura puede recibir,
comienza a generalizarse. El rigor teológico es menor en esta materia que en otras partes de la
teología.3 Pero hay que señalar que hubo una corriente espiritual profunda, que viene de Bérulle
(†1629) y hace de María una mediadora de la vida espiritual, interior y aun mística. Ante todo por su
ejemplo y por su manera de entrar en el misterio de la Encarnación y vivirlo. Pero también por su
influencia interior y directa en el alma.4
La definición sobre la Inmaculada Concepción en 1854 acontece cuando todo el debate estaba
prácticamente concluido. Esto tocaba nada menos que la situación de María entre los redimidos y su
relación única a Cristo. Desde aquí se sigue profundizando en la cooperación de María en la
salvación.5 Ahora los Papas6 intervienen más positivamente, como rindiendo un homenaje y
cumpliendo un deber piadoso. La definición de la asunción en 1950 fue otra glorificación a Dios en
María. Respecto a la asociación de María a la redención, Pío XII dirá; "Fue ella la que, preservada de
toda falta, ya personal ya hereditaria, unida a su Hijo por el más estrecho de los lazos, lo ofreció al
Padre eterno sobre el Gólgota haciendo holocausto de sus derechos maternales y de su amor, como
una nueva Eva que se compadece de los hijos de Adán manchados por la caída de este último, de tal
forma que aquella que era corporalmente la madre de nuestra cabeza, llegara a ser espiritualmente, por
un nuevo título de dolor y de gloria, madre de todos los miembros de esta cabeza." 7 "Así pues,
Jesucristo, Dios y hombre, es Rey en la significación propia y absoluta de este término; sin ambargo,
María también, aunque de una manera disminuida y por razón de analogía, participa en su dignidad
real, en cuanto Madre de Cristo y es su asociada en la obra del divino Redentor y en la lucha contra
sus enemigos y en la alcanzada victoria sobre todos."8 Es decir, la enseñanza de los Papas va en el
sentido de una asociación de María a Cristo en la obra de salvación, incluyendo no sólo su rol en la
Encarnación sino también en el misterio de la redención por la cruz. Participa en lo de Cristo de una
manera analógica y disminuida.
Hubo una notable actividad teológica, sobre a partir de la corriente creada por el cardenal
Mercier (†1926) en favor de una definición de la mediación de María. Se busca sintetizar el dogma
mariano en torno a María nueva Eva y María tipo de la Iglesia. La gran tendencia de la mariología
1
Los inmaculistas y los maculistas (ligados a la tradición dominica).
2
Uno de los principios va a ser: Dios pudo; era conveniente; luego lo hizo.
3
Famoso es el libro Las glorias de María de Alfonso María de Ligorio (†1787).
4
Luis María Grignion de Monfort (†1716) popularizará esta doctrina, uniendo la maternidad espiritual de María a
su maternidad divina.
5
Cf. p. e. Pío IX, Ineffabilis Deus; Pío X, Ad diem illum (María mereció de congruo lo que Cristo mereció de
condigno); Benedicto XV, Inter sodalitia (con Cristo ella rescató el género humano); Pío XI, Miserentissimus Redemptor;
Id., Auspicatus profecto.
6
Ya antes, todos habían rivalizado en la emulación respecto a su actitud con María.
7
Mystici corporis Christi, AAS 35(1943)247s.
8
Pío XII, Ad caeli reginam, DS 3916.
335
moderna es el acercamiento y mutua inclusión del misterio mariano con el misterio eclesial. Pero no
es fácil para muchos teólogos abandonar la idea de María como la que trasciende a la Iglesia y se sitúa
entre ella y Cristo. Vaticano II hace suya, por muy pócos votos, la tendencia eclesial, tratando a María
dentro de la constitución sobre la Iglesia (LG VIII). El concilio quiere apoyar la doctrina mariana en
la revelación y mantener en toda su fuerza la única mediación de Jesucristo. La grandeza de María es
la maternidad divina que la coloca por encima de todas las otras creaturas. Pero esta maternidad crea
entre ella y el Verbo encarnado, redentor del mundo, un a unión estrecha e indisoluble en la obra total
de salvación. "En forma singular generosa colaboradora ('socia') entre todas... Ella cooperó de modo
absolutamente singular con la obra del Salvador, por la obediencia, la fe, la esperanza, la caridad
ardiente, para restaurar la vida sobrenatural de las almas" (LG 61). El concilio caracteriza la relación
de María con nosotros, como de madre de los hombres. Pero no por esto deja María la esfera de la
Iglesia, de la que es miembro sobreeminente y del todo singular (LG 53), modelo de lo que debe ser
la Iglesia (cf. LG 65), en cuya persona toda la Iglesia alcanza su perfección (LG 65). La pertenencia
de María a la Iglesia no impide que se la proclame Madre del pueblo cristiano, Madre de la Iglesia (cf.
LG 53), como hizo Pablo VI.1
En una visión sintética de la historia de la doctrina mariana, vemos como unos temas van
naciendo de otros, lo que no suprime las causas externas. 2 La mariología ha oscilado entre altas y
bajas mareas de alabanza a María. Desde el comienzo María aparece como la Virgen madre. Su
virginidad es considerada como una manifestación del origen divino de Cristo. Pero desde el
comienzo también es destacado el consentimiento de esta virgen, lo que le da en la historia de la
salvación un papel análogo al de Eva en la historia de la caída. Pero esto no será lo que más se
desarrolle en los primeros siglos. La virginidad, por el contrario, adquirirá una importancia
considerable indicando la santidad sobreeminente de María. Al mismo tiempo resplandece en ella, la
gloria que viene de la persona de su Hijo. Si la idea de la virginidad traía consigo la de la santidad, la
de la maternidad divina dará a la santidad una trascendencia que hace poco a poco de María una
creatura por sobre todas las demás y muy cerca de Cristo. Si de improviso se pregunta si murió, etc.,
se le atribuye el destino de Cristo y no el de los otros hombres. Hasta ese momento había sólo
discretas alusiones a que María era la causa de la salvación de los hombres. Sobre el tema original de
la Eva obediente y reparadora, comienza a insertarse la idea de una mediación, de una intercesión, de
una maternidad. Al mismo tiempo, por lo demás, los mismos atributos son dichos de María y de la
Iglesia, que toma conciencia de ella misma como unidad viviente. María y la Iglesia aparecen juntas
como uniéndose a Cristo para procurar la vida y la salvación de los fieles.
Sin embargo, estas ideas de mediación y lo que ellas comportan sólo se desenvuelven
plenamente después de la época patrística. Hasta ese momento ellas estaban simplemente en
continuidad con el rol de María en el momento de la Encarnación. Ahora se preguntarán por el rol de
María en el sacrificio redentor. Igualmente se presentaba el problema de la santidad perfecta y original
en relación a todo pecado. Se llegaba así a una imagen de la Virgen Madre de Dios tan pura y
grandiosa que parecía por encima y más allá del orden de los redimidos. No aparte de los hombres,
porque, por el contrario, se veía cada vez más que su mediación era una extensión de su maternidad a
1
Discurso en la clausura de la tercera etapa del concilio (21 XI 1964).
2
Forte (op. cit., 131), siguiendo a Söll, dice lo siguiente: "Puede reconocerse, sin embargo, varios factores que
influyen en este proceso: el contacto espacio temporal de la joven comunidad cristiana con los seguidores de cultos y
religiones paganas que contemplaban divinidades madres; la constitución fundamental psicológico-religiosa del hombre
como tal, que se inclina a insertar también un elemento materno-femenino en la vida y en la reflexión cultual; ...el
principio encarnacionista-soteriológico del cristianismo y del plan de salvación garantizado por él, que ateniéndose a los
hechos, contemplaba la vinculación, querida por Dios, de una mujer a la obra de la salvación. A ello hay que añadir
evidentemente la experiencia de una confianza, continuamente reconfirmada, en el poder intercesor de esta verdadera
Madre de Dios." Por mi parte diría que la imagen de Cristo demasiado divinizada, que ha predominado desde las querellas
cristológicas, pudo contribuir al culto mariano, al buscar el fiel una mediación más humana
336
todos los hombres. Pero situada en un orden aparte entre Cristo y la Iglesia. Desde entonces aparece
una cierta reacción para religar María a la Iglesia e incluirla en ella. El desarrollo de la mariología ha
sido un progreso en la comprensión de los textos de la Escritura y de la tradición más antigua. Porque
en Lc y Jn, sobre todo leídos a la luz del A. T., está la verdadera fuente de estos temas que se
explicitaron poco a poco. Respecto al desarrollo de la definición dogmática en torno a María, la época
antigua profesará la maternidad divina y la virginidad de María, a partir de un encuadre cristológico.
La época moderna occidental proclamará, en perspectiva antropológica, la Inmaculada Concepción y
la Asunción.1 Factor decisivo del proceso de definición en estos dos últimos dogmas es el sentido de
fe del pueblo de Dios a través del tiempo y, especialmente para el dogma de la asunción, el hecho del
consenso actual de toda la Iglesia (la que enseña y la que aprende).
Forte, hablando de la época moderna2, abstracta, totalizante, que no deja espacio a la
diferencia y que reduce lo múltiple a la unidad del sistema, le va a contraponer la figura de María, que
es el símbolo, lo femenino, la belleza, lo concreto. 3 Y así dirá: "En este sentido es significativo que las
formas más empecinadas de reacción antimariana sean frutos de los tiempos modernos y no, como a
veces se supone, de los orígenes de la Reforma"4 La renovación teológica del s. XX reaccionará
contra los excesos mariológicos postridentinos. En esto colabora el retorno a las fuentes bíblicas,
patrísticas y litúrgicas, la renovación eclesiológica, el movimiento ecuménico, el giro antropológico
de la teología contemporánea, el redescubrimiento de la escatología, y la renovación de la dogmática.
El concilio Vaticano II quiso superar el aislamiento y la cerrazón de la mariología, situándola en
relación a la totalidad del misterio cristiano. Forte se expresa así: "Al asumir una perspectiva
histórico-salvífica, resultaba posible insertar el misterio de María en la totalidad del misterio de Cristo
y de la Iglesia, sin perder de vista la relación constitutiva y esencial de la madre con el Hijo, pero
también sin separar a la Virgen de la comunidad de la que es miembro excelente y, al mismo tiempo,
tipo, modelo y madre. Esta finalidad, declarada ya en el proemio del capítulo VIII de la constitución
Lumen Gentium (cf. LG 52-54), puede reconocerse con claridad en las dos partes en que se estructura
el texto: la primera (cf. LG 55-59) presenta la mariología bíblica, subrayando la unión progresiva y
plena de María con Cristo dentro de la perspectiva de la economía salvífica; la segunda (cf. LG 60-
68) se refiere a la relación entre María y la Iglesia y entre la Iglesia y María, asumiendo las instancias
de la mariología más propiamente teológico-simbólica. La conexión entre ambas partes queda
remachada en la densa conclusión de este capítulo (cf. LG 69) 5... En sintonía con las instancias
1
"El 'espíritu moderno' constituye, aunque sea remotamente, el transfondo polémico de la definición del dogma
de la inmaculada concepción de María: en contra la idea del hombre como árbitro absoluto de su propio destino y artífice
único del propio progreso, resuena alta y pura la afirmación de la absoluta primacía de la iniciativa de Dios en la historia
de la redención, que se manifiesta de una manera singular en la historia de la Virgen Madre del Señor" (Forte, op. cit.
138s). "El otro extremo contra el que reacciona el desarrollo del dogma mariano en la época moderna es el pesimismo
frente al hombre, establecido por la Reforma. La celebración del 'soli Deo gloria' era para el protestantismo al mismo
tiempo la apelación a la absoluta primacía de Dios en la obra de la salvación y el rechazo de toda posible mediación
humana, y por tanto eclesiástica, dentro de ella... El dogma de la asunción de María en los cielos expresa de la forma más
intensa la antropología fundamentalmente optimista del catolicismo y, desde el punto de vista formal, rubrica la
importancia decisiva de la mediación de la Iglesia como actualización concreta de la única y perfecta mediación de Cristo"
(Ib., 142s).
2
Cf. op. cit., p. e. pp. 17-23.
3
"El pueblo fiel se puso a buscar una criatura humana, en cuya compañía pudiera recorrer el camino difícil que
lleva hacia Dios" (Forte, op. cit., 37, citando a W, Beinert).
4
Op. cit., 19.
5
Continúa este texto de Forte: "La propuesta del concilio se inspira en un criterio juntamente bíblico,
antropológico, ecuménico y pastoral; se habla de María recurriendo con abundancia al testimonio de la Escritura, sin
forzar los textos ni excluir ninguno de ellos, asumiendo la perspectiva concreta de la narración de su historia de peregrina
en la fe y de primera discípula del Señor. De este modo también su figura de mujer y la densidad de su experiencia
humana adquieren un nuevo relieve, en correspondencia con la sensibilidad antropológica de la renovación teológica de
nuestro tiempo. Esta profunda atención al dato bíblico y a la concreción narrativa y existencial, junto con el esfuerzo por
evitar títulos y expresiones problemáticas para las otras tradiciones cristianas -como por ejemplo los de 'corredentora' o
337
aparecidas en los diversos movimientos de renovación teológica de nuestro tiempo, 'María se sitúa en
el punto de partida y en el centro mismo del misterio de la salvación'." 1 La evolución posconciliar de
la mariología ha estado marcada por Marialis cultus2 de Pablo VI y Redemptoris mater de Juan
Pablo II.3
EDAD MEDIA4
El siglo XII es el siglo mariano por excelencia. San Bernardo, San Buenaventura y Santo
Tomás influyen en el incremento de la piedad y dan las bases para la elaboración de una
teología mariana fundada, sobre todo, en la fe de la "theotókos". Se toma como base la
relación única de la Virgen con la persona del Verbo hecho carne para salvarnos. Especial
relieve en la teología mariana tiene Duns Escoto en 1308, que desarrollando los argumentos
de sus predecesores, concluye que la redención de María es real y perfecta, en cuanto se
trata de una preservación. Es uno de los autores desde los cuales comienza a desarrollarse el
dogma de la Inmaculada Concepción. San Anselmo abrió el camino hablando de la
pre-redención de María. San Bernardo, Pedro Lombardo, San Alberto Magno y Santo
'reparadora'- revela la dimensión ecuménica del texto conciliar. Finalmente este texto parece inspirarse en una marcada
intenciónn pastoral, que intenta presentar eficazmente a la Virgen Madre como tipo de la Iglesia y modelo para su vida de
fe y su acción de caridad y de testimonio. Por el conjunto de todas estas características, la propuesta del concilio
demuestra eficazmente cómo un tratado teológicamente responsable sobre María no puede prescindir de su inserción en la
totalidad del misterio critiano, entendido en el sentido bíblico-patrístico de la economía divina, del designio salvífico del
Padre que llega a realizarse en la historia de los hombres mediante las misiones del Hijo y del Espíritu. En este sentido es
significativo el hecho de que el capítulo VIII de la Lumen Gentium se abra y se cierre con una referencia trinitaria (cf. LG
52 y 69)" (Ib., 40s).
1
Op. cit., 39-41. La cita final la toma Forte de R. Laurentin.
2
"La finalidad de la Marialis cultus es favorecer el incremento del culto a la Madre del Señor en la línea del
mensaje conciliar (especialmente de LG 67): el culto mariano queda adecuadamente situado en la liturgia, donde la
memoria de María va estrechamente unida a la celebración de los misterios del Hijo (MC 2-15). A continuación, la Virgen
es presentada como modelo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los divinos misterios (MC 16-23).
Con vistas a la renovación de la piedad mariana, la intervención de Pablo VI resalta la nota trinitaria, cristológica y
eclesial del culto a María (cf. MC 25-28) y las orientaciones bíblica, litúrgica, ecuménica y antropológica en que tiene que
inspirarse (cf. MC 29-39), dando algunas indicaciones sobre los ejercicios piadosos (cf. MC 40-45) y remachando el
valor teológico y pastoral de la piedad mariana, con una especial sensibilidad por las inquietudes del hombre
contemporáneo (cf. MC 56-58). En la reanudación de la perspectiva conciliar sobre la inserción de la figura de la Virgen
Madre en la totalidad del misterio de Cristo y de la Iglesia, esta atención a la antropología es el aspecto que encierra mayor
novedad en el documento (cf. especialmente MC 34-37)" (Forte, op. cit. 41).
3
"La Redemptoris Mater constituye más bien una nueva meditación de todo el mensaje del capítulo VIII de
Lumen gentium en clave teológico-espiritual, con una fuerte impregnación bíblica: su estructura se relaciona con la del
texto conciliar, presentando primero a María en el misterio de Cristo (cf. RM 7-24) y luego en el centro de la Iglesia en
camino (cf. RM 25-38) para subrayar finalmente su mediación maternal (cf. RM 38-50). La novedad respecto al concilio
radica en la fuerte insistencia en la dimensión histórica: no sólo se capta a María en su itinerario de fe (en línea con LG
58: 'avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz' [cf. RM 2]), acentuando
sus caracteres de 'noche' y de kenosis (cf. RM 17 y 18), sino que se le ve además presente de forma 'activa y ejemplar' (cf.
RM 1) en el camino histórico de la Iglesia (cf. RM 47). A la luz de esta presencia activa -basada en la relación de la
Madre con el Hijo y en la acción del Espíritu Santo- se comprende la idea de la mediación maternal de María (cf. RM
38s), subordinada ciertamente a la única mediación de Cristo, aunque sin embargo especial y extraordinaria (cf. RM 38).
Esta estrecha relación entre María y la Iglesia se sitúa finalmente en el gran horizonte de la historia, acentuando su carácter
dramático (cf. RM 11 y 52) y su perenne dinamismo (cf. RM 25). El mismo vínculo tan estrecho entre el mensaje y la
vivencia espiritual (cf., por ejemplo, el RM 48) revela la sensibilidad histórico-salvífica de la encíclica. De este modo, se
llega a subrayar con términos todavía más densamente histórico-concretos la inserción de María en la totalidad del
misterio critiano." (Forte, op. cit., 41s). María acompaña nuestra peregrinación en la fe. El Pueblo de Dios encuentra en
ella la consolidación de la propia fe (cf. RM 28; véase Ib., 25-27).
4
Continúan los apuntes de Cárdenas y Scherz
338
Tomás de Aquino rechazaron la Inmaculada Concepción. Santo Tomás expresa que la
Virgen fue santificada "in utero" (S.Th., III, q.27, a.1).
Escoto distinguió entre gracia preveniente y curante. Pero en cuanto ambas son frutos de la
redención, diciendo que es más excelente beneficio preservar del mal que perdonar
habiendo caído en él (De Inmaculata Conceptione, q. 1). Aunque el Concilio de Trento no
aprobó directamente la doctrina, abrió las puertas al definir la universalidad del pecado
original, pero explicitando que no es su intención afirmarla de María (D 792; DS 1516). La
definición dogmática es de Pío IX del 8 de diciembre de 1854 en su "Ineffabilis Deus" (D
1641; DS 2803).
Los antecedentes remotos de la definición se encuentran ya en el siglo II, al hablarse de
María-nueva Eva. En el siglo IV se cultivó el tema de "María llena de gracia", y a partir del
siglo V se empieza a explicitar la doctrina, hasta que en los siglos VII y VIII comienza a
celebrarse la fiesta en Oriente. La celebración de la Inmaculada se realizaba en el siglo X
en Inglaterra. Sixto IV en 1477, en su "Cum praexcelsa" (D 734; DS 1400), y en 1483 con
su "Grave nimis" invitó a celebrar misas de la Inmaculada Concepción (D 735; DS 1425).
Pío V en 1567 condenó la proposición de Bayo que decía que era herética la Inmaculada
Concepción de la Virgen María (D 1073; DS 1973). Alejandro VII en su "Sollicitudo
omnium ecclesiarum" de 1661 prohibió la enseñanza contra la Inmaculada (D 1100; DS
2015-2017). En 1708, Clemente XI elevó la fiesta a Solemnidad y de precepto. Del breve
de Alejandro VII se sirvió Pío IX para la formulación del dogma.
EL CONCILIO VATICANO II
Hasta el Vaticano II se dieron dos posturas respecto a la doctrina mariológica. Una, que
exponía un maximalismo mariano (de María nunquam satis), que con la mejor intención
trata de afirmar de María el máximo posible, llegando a la exageración. En ocasiones se
habla de una credulidad, que tiende a sustituir la gracia de la economía salvífica, por lo
maravilloso del misterio mariano. Pero existió también otra postura, que enfatizaba más
bien un minimalismo mariano (de Maria ne quid nimis), que es una postura propia del
mundo protestante, que desea proteger la mediación única de Cristo, atribuyéndole el
mínimo de lo que sobre María se afirma en la Escritura.
El capítulo VIII de LG es el resultado de un equilibrio mariológico. La asamblea conciliar
sufrió una crisis, pues hubo defensores de un documento mariano particular. Otro grupo
insistía en la inclusión de un capítulo de mariología en la Constitución Dogmática sobre la
Iglesia. Ganó esta última postura, por 1114 votos contra 1074. Después de discusiones, el
texto propuesto consiguió la unanimidad, con una votación especial en la tercera sesión, y
con la que se aprobaba la constitución entera. El capítulo VIII de LG integra el misterio de
la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia. En particular, pone de relieve los
fundamentos bíblicos y tradicionales de la doctrina mariana, considerando incluso la
exégesis moderna, el estudio de los Padres y la teología medieval. Presenta la doctrina
clásica en términos modernos: la Madre de Dios, tipo de la Iglesia, es vista como una
persona que se ofrece libre y concientemente a la gracia de Dios. Su verdadera devoción se
presenta como promoción de la fe y del amor de Jesús, único mediador. La Constitución,
junto con favorecer el diálogo ecuménico, permitió profundizar la naturaleza de la misma
Iglesia.
A. La Virgen María en el misterio de Cristo. En el plan de Dios, la Virgen María aparece íntimamente unida
al misterio de la encarnación (Ga 4,4-5; LG 52). Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de la salvación
se mantiene desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta su muerte (LG 57). Después de la
Ascensión de Jesucristo, la misma Virgen Inmaculada fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial, con el
339
fin de asemejarse de forma más plena a su Hijo, el único vencedor del pecado y la muerte (LG 59). Ella fue
redimida de modo eminente antes del nacimiento del Hijo, fue enriquecida con la suma prerrogativa del Hijo
de Dios, es la hija predilecta del Padre y Templo del Espíritu Santo (LG 53). Estos aspectos permiten entender
la íntima vinculación de María con Jesús, y después de Cristo, ella ocupa en la Iglesia el lugar más alto, y a su
vez, el más próximo a nosotros (LG 54).
B. La Virgen María en el misterio de la Iglesia. El carácter maternal de María se aplica a toda la Iglesia en el
orden de la gracia, ya que ella coopera en la obra del salvador, con la obediencia de la fe, la esperanza y la
caridad (LG 61). Aunque fue asunta al cielo, ella continúa su misión salvadora y nos obtiene con su
intercesión la gracia de la salvación eterna, por lo que es honrada en la Iglesia como abogada, auxiliadora,
mediadora (LG 62). La caracterización de María como Virgen y Madre la hace ser un signo y tipo de la
Iglesia (LG 63). Por último, María resplandece como modelo de virtudes para la comunidad de los elegidos.
Cuando la Iglesia la contempla a la luz del Verbo hecho hombre, entra más a fondo en el soberano misterio de
la encarnación, y se asemeja cada día más a su esposo.
340
TESIS 32
"Efectivamente, la Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su
alma y en su cuerpo y dio la vida al mundo, es reconocida y venerada como verdadera
Madre de Dios y del Redentor" (LG 53). Este dogma fundamental de la maternidad divina
de María ya ha sido expresado en nombres como: "Llena de gracia", "Nueva Eva", "Mujer
creyente", "Arca de la Alianza", etc. Además, este dogma fundamental en el Concilio
cristológico de Efeso (431) sirvió para exponer indirectamente la naturaleza específica de
Jesucristo, el salvador del mundo. "Theotókos" es igual a la engendradora de Dios en la
persona de Jesucristo.
LA FUNDAMENTACION BIBLICA
Lc 1,26-38: En este texto se refiere al Espíritu Santo que vendrá sobre María. Es el texto de
la anunciación donde se expresa que "por eso el que ha de nacer será santo y será llamado
Hijo de Dios". La presencia del ángel y la naturaleza de la misión encomendada a él hacen
pensar en una acción inédita de Dios en medio de los hombres. Por ello, este texto induce a
pensar en la maternidad divina.
Lc 1,43: "La madre de mi Señor" es también una expresión inédita. El Señor (Adonai), es
el título reservado fundamentalmente a Yahveh. Isabel pone aquí de relieve, de alguna
manera, el carácter divino del Mesías. El versículo precedente dice "bendita tú entre las
mujeres y bendito el fruto de tu vientre". Une a María y a Jesús en el plano salvífico. "La
madre de mi Señor" es explicitación de esta realidad en el plano ontológico: Jesús es el
verdadero hijo concebido en el seno de María, pero es el Señor, que se destacará como
atributo de la divinidad (Rm 10,9; 1Co 12,3).
341
Rm 9,5: En continuidad con el versículo de Ga 4,4 se hace una analogía entre el "nacer de
mujer" y el "proceder", que se expresa en el versículo de Rm. Este proceder se refiere a la
procedencia de los patriarcas según la carne. La expresión "nacer" de Ga 4,4 tiene una
equivalencia con la expresión "llegar a ser" (genómenon). Este verbo no indica tanto el
paso del no ser al ser, sino más bien a un nuevo modo de existencia. La analogía del nacer y
el proceder indican la misma realidad. Desde este punto de vista Rm 9,5 ilumina el sentido
teológico de la preexistencia del Hijo, que se relata en Ga 4,4. Rm 9,5 dice: "...de los
cuales, (israelitas) procede Cristo según la carne".
MAGISTERIO
1
Ep. De Ariana Haeresi 12.
343
idea de que Jesús es verdadero Dios y hombre, ya que no intervino semen humano, pero
nació "ex" María.
En Constantinopla no se expresa directamente la maternidad divina de María. Pero la
doctrina está contenida claramente. Y esto porque la explicitación se limita a puntualizar el
significado legítimo de la Palabra revelada en su contenido cristológico.
La referencia explícita y dogmática a la maternidad divina de María se da en el Concilio de
Efeso en el 431. Sin embargo, es necesario precisar los antecedentes que llevaron a tal
definición. Después del Concilio de Nicea se comenzaron a distinguir claramente dos tipos
de teologías, la alejandrina y la antioquena. La teología alejandrina pone énfasis en la
unidad de la persona de Cristo. Uno de sus excesos es el apolinarismo. Atanasio tuvo que
explicar la unión de las naturalezas mediante la teología del Verbo hecho carne. Sin
embargo, la expresión "sarx" utilizada para dicho efecto se distinguió luego del alma
(psyché), quedando "sarx" para expresar sólo el cuerpo. Apolinar, aunque no era
alejandrino, siguió esta idea. Al querer explicar la unidad sugerida por Atanasio expresó
que el Verbo reemplazaba el alma en Jesucristo, uniendo lo divino y lo humano de modo un
tanto externo, mediante la graciaes. Sin embargo, esta idea terminó expresando una
antropología incompleta, puesto que no había alma humana, y se llegó a afirmar que
Jesucristo era Dios con un cuerpo. Sólo de esta manera quedaba salvaguardado que María
fuera la engendradora de Dios (theotókos). La cristología incompleta que afirmaba esta
realidad de la "theotókos" fue rechazada por Diódoro, maestro de Nestorio, y que era de la
escuela de Antioquía.
Aun cuando Apolinar es la muestra de un exceso de la escuela de Alejandría, Nestorio
malentendió el título "theotókos" propio de la piedad alejandrina, creyendo que siempre
que se hablaba de "theotókos" se aludía a una expresión del apolinarismo. Nestorio
interpretaba: "theotókos" expresa la maternidad de un cuerpo (para él, una naturaleza: una
"physis"), que sólo existe por divinidad.
De hecho, la teología antioquena tendía a subrayar la realidad de las dos naturalezas
completas en Jesucristo, pero el exceso de esta teología lleva al olvido de la unidad
personal, por ejemplo, el adopcionismo: el Verbo habría asumido por la gracia a un hombre
que era persona completa.
Nestorio (obispo de Constantinopla en el 428) era más propenso a subrayar la distinción de
las dos naturalezas. Sin embargo, trató de reconciliar las posturas extremas de sus pares
antioquenos, que llamaban a María "anthropotókos" con la postura alejandrina de la
"theotókos" proponiendo salomónicamente la expresión "christotókos" (Madre de Cristo).
Detrás de esta propuesta, también había una teología muy empobrecida. No pudo reducir a
una persona sola y claramente concebida, las dos naturalezas. Con un realismo admirable,
distinguió las naturalezas en Jesucristo, concibiendo que la unidad de Cristo no se basaba
sino en el orden de la gracia, no pudiendo concebirlo en la unidad de su ser personal. Podía
decirse que era escandaloso para Nestorio la "comunicación de idiomas"1, como se llamó
posteriormente.
Respondiendo a Nestorio, el Concilio de Efeso refrendó la postura alejandrina, que define a
María como "engendradora" (tókos) de Dios. No se habló nunca de "méter": madre (D
111a; DS 251). Esta definición de Efeso resultó de su intento de definir directamente la
encarnación del Verbo en la carne concebida en el seno de María, desde el primer instante.
La expresión "theotókos" ofrece una sabia solución al problema del nestorianismo, que no
1
Lo que puede decirse de la naturaleza puede decirse de la persona. Si Jesucristo participa de la naturaleza
divina, puede decirse que Cristo es Dios. Lo mismo respecto de su naturaleza humana. Incluso las propiedades esenciales
de las naturalezas respectivas pueden aplicarse a la persona. Ejemplo: Jesucristo Dios sufrió; en Jesucristo se puede decir
que Dios murió; etc.
344
es otro que el de una insuficiente y mala comprensión del "homousios" (consubstancial) de
Nicea. La definición de Efeso es "in directo" cristológica, si bien integralmente se refiere a
María. De Efeso se puede concluir los siguientes aspectos:
a) La integración de las dos escuelas, antioquena y alejandrina, las cuales se
radicalizaron en un adopcionismo o nestorianismo, y en un arrianismo o
monofisismo respectivamente. Con todo, es la escuela de Alejandría, con Cirilo a
la cabeza, la que impone su título dado a María, pero profundizando la teología
de la consubstancialidad, que está patentizada también por la escuela antioquena.
b) Efeso devela una falta de desarrollo más completo de la unidad interna de Cristo,
cuestión que se zanjará en Calcedonia veinte años después.
c) El título de Madre de Dios resultó ambiguo. María es en realidad la madre de la
persona de Jesús, que es divina. Ella no es madre de una naturaleza, sino de la
persona que tiene naturaleza divina. Esta precisión se zanjará en Calcedonia.
"Theotókos" es una conclusión legítima, pero parcial. No es una verdad dogmá-
tica fundante, sino derivada. Sin embargo, la importancia del Concilio está
orientada a la unión hipostática de Cristo, que se realiza a nivel personal en el
seno de María. Esta afirmación es contra el adopcionismo, definiendo que la
concepción del Hijo de Dios no resultó por voluntad "de la carne ni de la sangre".
Esta unión hipostática, que se da en el nivel personal, es distinta de la maternidad
divina, que se da a nivel de la gracia. Pero la unión hipostática no se da sin la
maternidad divina (María es pasiva en cuanto lo creado es formado en su seno
por el Espíritu Santo), pero es activa en cuanto acepta por la fe).
La doctrina conciliar afirma que es uno y el mismo el que es engendrado por el Padre desde
la eternidad y el nacido de María como hombre. Por ello se puede y se debe afirmar que
María es Madre de Dios. En Cristo existe un solo centro personal, el divino. Cristo no está
dividido en una coexistencia de una persona humana y otra divina, aunque la escuela
alejandrina enfatizará ese centro personal divino, permitiendo la ambigüedad de la
formulación mariológica.
La doctrina de Efeso será profundizada en el Concilio de Calcedonia, pero precisando los
términos: "siguiendo a los Santos Padres, todos a una vez enseñamos que ha de confesarse
a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo (...) engendrado del Padre antes de
todos los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días por nosotros y por
nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios en cuanto a la humanidad"
(D 148; DS 301).
En el año 534, el Papa Juan II en su carta "Olim quidem" a los senadores de Constantinopla
expresa que la Virgen María es "proclamada por los católicos, en sentido propio y
verdadero, Madre de Dios Verbo que de ella tomó carne", precisando el alcance de la
formulación "theotókos" (D 202; DS 401).
Diez siglos después, en el contexto del Concilio de Trento, el Papa Pablo IV escribió una
bula contra la secta antitrinitaria de los unitarios, que negaban que María fuera verdadera
Madre de Dios, reafirmando la doctrina tradicional de la "theotókos": bula "Cum
quorundam hominum" de agosto de 1555 (D 993; DS 1880).
En el único concilio que se ha dejado una sección exclusiva para la Virgen María (LG
capítulo VIII) se reafirma la doctrina tradicional en la que María "es reconocida y venerada
como verdadera Madre de Dios y del Redentor" (LG 53).
345
1. Maternidad física. En LG 56 se expresa que "María, hija de Adán, al aceptar el mensaje
divino, se convirtió en la madre de Jesús". El Hijo de Dios, es el término personal de la
acción generativa de María. El Hijo del Padre y el Hijo de María no son dos hijos distintos,
sino uno solo y único Hijo. María no es, ni puede ser madre de la naturaleza divina. Pero
por generación humana es realmente madre de un Hijo que es Dios. No porque sea madre
de un hombre que se une a un Dios, sino porque su Hijo, desde el instante de su concepción
es personalmente Dios. Que María no entregue a su Hijo la naturaleza divina no oscurece
en nada la realidad y profundidad de su maternidad. Ninguna madre entrega a su hijo el
alma y, sin embargo, es realmente madre no sólo del cuerpo que genera, sino de toda la
persona. Darse cuenta de lo que aporta una familia, una madre, a la personalidad del hijo
único, hace de María algo importante en la misma acción de Jesús. Este testimonio está
constatado por la Escritura (Lc 2,51-52). De allí es posible pensar que la enseñanza de
Jesús ha sido recibida de la experiencia humana que tuvo con su madre.
María es el lugar histórico en que Dios se hace carne para habitar entre nosotros (Jn 1,14;
Ga 4,4). María es una verdadera madre, tanto en el aspecto biológico como en el
psicológico. La maternidad física alude tanto a la gestación en el seno de María como a la
alimentación, cuidado, que ella ejercía sobre su Hijo.
Es interesante destacar que en el Concilio Vaticano II, cuando refiere a la Madre de Dios, la
considera Madre de Cristo y Madre de los hombres (LG 54). Sin tener la intención de
proponer una doctrina completa sobre María (LG 54), la constitución LG ha sistematizado
de una manera especial la maternidad espiritual de María (LG 61-65). Ella es
verdaderamente "nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61), ya como mediadora (LG
346
62), ya como tipo de la Iglesia (LG 63), ya como ejemplo de la virginidad y fecundidad de
la Iglesia (LG 64), ya como portadora de las virtudes que la Iglesia debe imitar (LG 65).
LA VIRGINIDAD DE MARIA
LG 57.63.
El hecho de que María concibió virginalmente al Hijo de Dios, y que permaneció virgen
hasta el fin de su vida, en total entrega a la obra mesiánica de su Hijo, es una verdad que
pertenece a la integridad de la confesión de la fe cristiana. Por la palabra "integridad", se
quiere decir dos cosas: que esta verdad no es primaria (fundamento de otras verdades), sino
que está, por así decirlo, al servicio de otra verdad revelada más alta: el significado
salvador de la encarnación del Verbo. Y, en segundo lugar, que si se prescinde de la
confesión de fe en esta verdad, se faltaría a la completa fidelidad al misterio que Dios ha
querido revelar acerca de la redención histórica y libre que ha decidido entregar. Sin
embargo, en este tiempo y en la cultura contemporánea, no rara vez resulta difícil confesar
íntegramente el contenido de la fe, en especial en este punto.
Este dogma no ha sido definido explícita y directamente. Es una verdad de fe. Los textos
del magisterio al respecto no son considerados como dogma.
La virginidad antes del parto consiste en que Jesús fue concebido por obra del Espíritu
Santo, sin colaboración alguna de varón.
Fundamentación bíblica
Magisterio
Esta claridad en los testimonios bíblicos influye para que desde los primeros siglos del
cristianismo existiera una fe explícita en la concepción virginal del Señor. Ya san Justino
347
(+163), San Ireneo (+202) y otros sostienen esta verdad expresada constantemente en los
símbolos de la fe, tanto locales, como de los concilios ecuménicos:
VIRGINIDAD EN EL PARTO
La virginidad en el parto afirma que María dio a luz sin perder la integridad corporal.
Frente a esta afirmación no existe una revelación explícita en la Escritura. Los primeros
testimonios de la tradición se encuentran en ciertos escritos (hacia el año 120) llamados
Odas de Salomón. San Ireneo afirma un parto milagroso, lo mismo que Clemente de
Alejandría (+215). Ya en el siglo IV existe una fe universal en la virginidad en el parto. San
León Magno, en su carga dogmática a Flaviano, patriarca de Constantinopla, en el año 449,
expresa y sostiene claramente esta doctrina (D 144; DS 291).
Magisterio
La virginidad durante el parto fue definida como doctrina de fe en el Concilio de Letrán del
649 (D 256; DS 503).
El dogma no se refiere a pormenores del nacimiento de Jesús y tampoco a pormenores de
sus consecuencias físicas en María. Afirma positivamente que esto sucedió sin que ella
perdiese la integridad corporal, signo externo de algo más profundo: su total consagración a
Dios, quien obra en ella maravillas. Este dogma no debe ser sacado del contexto de las
demás realidades obradas por Dios en María. El Dios que realizó la mayor de las
maravillas, la Encarnación del Verbo eterno en una mujer, es quien realiza la integridad
corporal en el parto de María.
Algunos Padres se refieren en sentido típico al parto virginal: Gn 3,16 (oposición
Eva-María); Ez 44,2; Is 66,7; Is 7,17; Ct 4,12. La virginidad en el parto se derivaría, para
los Padres y teólogos, de una comparación con el AT. Allí se dice que la mujer, a causa del
pecado, ha de parir con dolor. Si María no tiene el pecado original debe establecerse una
diferencia entre su parto y el de Eva. Al menos, el dolor no puede ser el mismo. Uno sería
debido al pecado, otro a la aceptación de participar en la redención. Por otra parte, no se
puede acentuar tanto los signos maravillosos del parto de la Virgen María de tal manera que
no pueda tenerse como verdadero parto de mujer. María da a luz a Jesús, verdadera y
realmente, y nada de lo que es necesario para que sea parto verdadero y real debe ser
excluido. En caso contrario se caería en un docetismo. Hay una tendencia en la Iglesia a un
cierto docetismo oculto cuando se acepta que la virginidad en el parto, dogma mariano, no
tiene ninguna repercusión en lo corporal. Pero es evidente que la virginidad debe dejar
"signos" corporales, psicológicos, vivenciales y sociales en la misma Virgen María.
348
VIRGINIDAD DEPUES DEL PARTO
La virginidad después del parto afirma que María no tuvo más hijos después del nacimiento
de Jesús y consagró su cuerpo totalmente al Señor.
Sagrada Escritura
Una dificultad presentada comúnmente en este aspecto del dogma es que la Biblia habla de
los "hermanos" y "hermanas" de Jesús. Para superar esta dificultad se debe recordar que la
palabra "hermanos" en lengua hebrea y aramea sirve también para designar a los parientes
más cercanos (Gn 14,12-15). En concreto, jamás se afirma en el NT que los hermanos de
Jesús sean hijos de María, la Madre de Jesús. En Mt 13,55 y Mc 6,3 se les nombra como
Santiago, José, Simón y Judas. En otro lugar se afirma expresamente que Santiago y José
son hijos de otra María, distinta de la madre de Jesús (Mc 15,40-45; 16,1).
Después del NT, el primer escritor eclesiástico que habla de los hermanos de Jesús es
Hegesipo, originario de Oriente, probablemente de Palestina. En la segunda mitad del siglo
II escribió una obra contra las herejías gnósticas, titulada "Ypomnémata" (Memorias), para
la cual se sirvió de tradiciones judías no escritas. De Simón, Hegesipo hace saber que era
"hijo de un tío del Señor...hijo de Cleofás". A la muerte de Santiago, la elección de Obispo
de Jerusalén recayó preferencialmente sobre él porque "era primo segundo del Señor", en
relación a Santiago, que debía ser el primo primero del Señor. A la edad de 120 años,
prosigue Hegesipo, durante el imperio de Trajano, Simón fue denunciado como
descendiente de David y de profesión cristiana; fue llevado a juicio ante el gobernador
Atico y crucificado.
En cuanto a Judas, Hegesipo escribe que "era llamado hermano suyo (del Señor) según la
carne y que descendía de David". La especificación "según la carne", quiere decir que Judas
no era hermano del Jesús en sentido puramente espiritual, como los apóstoles y discípulos.
En cuanto a ser descendiente de David, hace pensar que también él era hijo de Cleofás, el
cual pertenecía a la estirpe davídica. Con toda verosimilitud es éste el Judas "hermano de
Santiago" autor de la carta del mismo nombre que se encuentra en el NT.
Finalmente, hay dos objeciones que suelen hacer algunos hermanos separados, tomadas de
una lectura demasiado literalista de la Escritura, en sus versiones en las lenguas modernas:
a) "Y no la conoció hasta el día en que ella dio a luz" (Mt 1,25). La expresión
"hasta el día..." no quiere decir que después de dar a luz a su primogénito sí la
"conoció" (es decir, tuvo con ella relaciones sexuales). El autor es un semita y no
un europeo. La expresión "héos" (hasta), que es un semitismo, no significa "hasta
ahí no, después sí"; indica más bien un punto clave, un momento digno de
énfasis. Esto se aclara leyendo en la Escritura otros usos semejantes de la misma
expresión; por ejemplo, cuando Jacob tuvo la visión de la escalera: "y vio que
Yahveh estaba sobre ella, y le dijo...no te abandonaré hasta haber cumplido lo
que te he prometido" (Gn 28,15); no quiere decir que lo abandonará después,
sino que quiere decir que no lo abandonará nunca, ni siquiera después del
cumplimiento de la promesa. Otros ejemplos: 2S 6,23; Mt 28,20.
b) "Y dio a luz a su hijo primogénito" (Lc 2,7). De la expresión "primogénito"
arguyen algunos que María tuvo otros hijos menores que Jesús. El "primogénito"
es un término técnico en la ley de Moisés para indicar el primer nacido de una
349
hembra (mujer o animal) que debe ser consagrado al Señor inmediatamente, sin
tener que esperar si nacen otros después o no (Lv 5,7; 12,8; Ex 13,2). Algo
semejante ocurre con el término técnico "unigénito" (Gn 22,2.12; 16,15; Hb
11,17). Debe, pues, leerse la Escritura según los géneros literarios de Israel, y no
según la cultura y el lenguaje de este siglo, porque se puede distorsionar el senti-
do de la Palabra revelada1.
Magisterio
Que María no haya tenido otros hijos fuera de Jesús, sino se haya consagrado enteramente a
la obra de su Hijo, es un dato en el cual se halla absoluta unanimidad en los Padres de la
Iglesia, con excepción de Tertuliano y dos teólogos, que fueron inmediatamente refutados.
Orígenes juzga impío atribuir las primicias de la virginidad a otros que no sean Cristo y su
madre. Y afirma que están del todo equivocados quienes hablan de que María tuvo otros
hijos. Se funda en la inhabitación del Espíritu Santo en María como su templo, que no
puede ser, una vez consagrado a él, violado por ningún hombre. En el siglo IV esta es ya
una verdad aceptada universalmente.
D 201-202; 255-256; 290; 429; DS 401; 502-503; 555; 801.
En 1555, resumiendo la afirmación de la Iglesia sobre la virginidad de María, el Papa Pablo
IV, en la Const. "Cum quorundam hominum" incluye esta verdad en los fundamentos de la
fe, y condena a los que niegan que la Virgen María es la Madre de Dios, y que permaneció
virgen antes, durante y después del parto (D 993; DS 1880).
En primer lugar tiene un valor de signo respecto a Jesús. Su encarnación sin concurso de
varón es señal de que no procede de la carne ni de la sangre (Jn 1,13), sino de la voluntad
soberana de Dios. Si la maternidad de María significa la inserción verdadera de Cristo en la
historia de la humanidad, el modo virginal señala que esto fue posible únicamente porque
Dios tomó la iniciativa. María es virgen para realzar que el mismo Dios obró en la
encarnación de Cristo, manifestando así la incapacidad radical del hombre para realizar por
sí mismo la salvación y producir el ser perfecto que lo libera del pecado.
La virginidad es, además, un indicio de la originalidad del Salvador concebido y nacido de
ese modo. La salvación se realiza porque Dios mismo baja a lo humano y lo asume, eleva y
transforma. Porque Cristo viene de Dios, puede abrirle al hombre un camino que lo lleve
hacia el cielo.
Con la concepción virginal de Jesús comienza el tiempo de la salvación. En Cristo se
interrumpe la cadena de la generación normal de los hombres, porque en él comienza una
nueva creación, obra exclusiva de Dios en favor de los hombres, pero que no implica
desprecio por lo humano. María es incluida totalmente en este orden. El nacimiento de
Cristo ya no corresponde a la cadena generativa humana, sino que es un hombre que es
Dios. La virginidad es en vistas a la comprensión cristológica.
Una realidad semejante debía impregnar su personalidad, no sólo en su realidad psíquica,
sino también en su existencia física. María es virgen de espíritu y de cuerpo. Al igual que
en la maternidad, la virginidad corporal está en función de la espiritual. Teniendo una
significación propia, posee también un valor de signo para una realidad más íntima y
profunda. Para ella, la virginidad es expresión de su total consagración a Dios. Su
1
Cf. J. A. FITZMYER, Catecismo cristológico; Respuestas del nuevo testamento, 2 ed. Salamanca: Sígueme 1988,
pp. 75-78.
350
integridad física manifiesta el núcleo de su personalidad: ser entera posesión del Señor. Ella
fue elegida para colaborar en la encarnación del Hijo del Padre. La virginidad de muchas
mujeres y hombres en la Iglesia es un signo de que Jesús y María fueron vírgenes.
La virginidad de María en el matrimonio contiene un mensaje para todo cristiano,
cualquiera sea su estado de vida. Consiste en la importancia de saber renunciar a algunos
bienes de este mundo, no sólo cuando son pecaminosos y vulgares, sino también cuando
son valores nobles y hermosos. Esta renuncia libre y generosa otorga fuerzas para cuando
es preciso vencer la atracción del mal, sobre todo manifiesta la supremacía absoluta del
amor de Dios, realidad prioritaria en toda jerarquía de valores.
Un tema muy importante, y que es recogido por muchos Padres de la Iglesia, es la
simbología eclesial de la virginidad de María. La concepción virginal en el seno de María
es el lugar desde donde la Iglesia aprende a ser Madre. Así lo manifiesta San Agustín:
Cristo nació "de María Virgen como confiesa toda la Iglesia; quien a imitación de la Madre
de Cristo, siendo virgen, engendra cada día nuevos miembros de Cristo".
351
TESIS - 33-
LA SANTIDAD DE MARIA
Los padres de la Iglesia centraron sus reflexiones en el misterio trinitario y en el misterio de Cristo.
El misterio de María se reflexionó sólo indirectamente y en relación al misterio de su Hijo (dogmas de la
Maternidad divina y de la Virginidad perpetua de María). Hasta el siglo IV no hay afirmaciones positivas
acerca de la santidad de María, sino sólo afirmaciones generales acerca de la santa virgen, sin profundizar en
las características especiales de su santidad.
Hubo ataques indirectos contra la santidad de María . Herejes, judíos y paganos,
pretendieron mostrar que Jesús era un hombre y no Dios haciendo referencias a lo ordinario
e imperfecciones de su madre. Los padres concentran sus defensas en la afirmación de la
divinidad del Hijo y de su impecabilidad. La santidad de su madre queda como en segundo
lugar.
Algunos padres, al contrario, hablaron de ciertos defectos de María (ej.
exageraciones de Tertuliano), para defender la humanidad de su Hijo. Con todo, ningún
padre habló jamás de pecado en María. Los padres participaban de la tendencia común de
su época: resaltar la santidad de Jesús.
FUNDAMENTACION BIBLICA
Dos textos son puntos de apoyo y fundamento último de este dogma. Uno es Gn 3,15,
donde se afirma la enemistad perpetua entre la serpiente y la mujer, y los descendientes de
ambos. El significado de la mujer que nombra el texto bíblico es múltiple. En primer lugar
se refiere a Eva, la interlocutora de la serpiente en todo Gn 3. Como sentencia, ella y su
descendencia (toda la humanidad) serán hostigados por el poder del demonio. Pero no se
agota allí el significado; se alude también al triunfo de la mujer sobre la serpiente. Esto
ciertamente no se realizó en Eva, quien fue tentada y derrotada por el demonio. En sentido
pleno esto se realiza en María, cuya descendencia (Cristo) vence al demonio para siempre.
Así lo interpreta el Concilio (LG 55).
Ef 1,6-7: "para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració (a todos los
hombres, pero en especial a la Virgen María: Lc 1,42) en el Amado" (Ef 1,6). El plan
divino de la salvación que ha sido revelado plenamente con la venida de Cristo es eterno.
Está también (según la enseñanza contenido en esta carta y en otras cartas paulinas)
eternamente unido a Cristo. Abarca a todos los hombres, pero reserva un lugar particular a
la mujer que es la Madre de aquel, al cual el Padre ha confiado la obra de salvación. María
352
es introducida definitivamente en el misterio de Cristo a través de este acontecimiento: la
anunciación del ángel.
En la época de los Padres se llegó a la conclusión de que la santidad de María era plena por
su especial colaboración de la redención obrada por su Hijo.
Dificultades para captar el contenido implícito de esta verdad: Aunque hubo insinuaciones de que María
siempre estuvo en gracia y nunca bajo el poder del demonio, varias circunstancias obstaculizaban que se
entendiese todo el alcance de esta doctrina.
a) La santidad única de Jesús. En los primeros siglos era necesario que se diese
absoluta primacía al dogma cristológico. Esto detuvo la reflexión sobre la
santidad de María.
b) La universalidad de la redención. Es un dogma fundamental de la Iglesia. No hay
gracia ni salvación posibles, tras el pecado de Adán, que no sean en Jesucristo
redentor. Aceptada la santidad personal de María, no se lograba ver cómo
pudiese ella haber sido redimida no habiendo estado sujeta ni siquiera al pecado
original, el menos por un instante.
c) Faltaba desarrollar la doctrina del pecado original. Este fue uno de los problemas
de la teología de la edad media, que no encontraba una doctrina unificada en este
sentido.
d) Un error biológico. Aunque la doctrina de la absoluta santidad de Cristo era
correcta, para explicarla se decía que toda herencia del pecado de Adán se
trasmitía sólo por el semen masculino. Se pensaba que éste era el único origen
activo en la concepción de un nuevo ser. Si María había sido concebida por
varón, debería tener el pecado original.
e) ¿Cuándo comienza a existir un ser humano? Este problema tantas veces tratado
en teología también detuvo un tanto el desarrollo de esta doctrina. Así se
353
complicaba el problema, de aquí que algunos juzgaban imposible hablar de esta
materia, porque:
No se tenía seguridad alguna de que en el momento de la concepción
biológica hubiese ya un sujeto de pecado y de gracia.
Se veía una gran dificultad en aceptar que María hubiese sido totalmente sin
pecado desde el momento de la infusión de su alma, y afirmar al mismo
tiempo que fuese redimida.
Doctrina de la Inmaculada Concepción en la Edad Media y Moderna: Las dificultades culturales que impedían
a los teólogos advertir el alcance completo de la santidad de María se fueron resolviendo.
c) En la baja Edad Media. Los siglos XII-XIV representan una época de profundas
controversias. Grandes teólogos y santos niegan la Inmaculada Concepción: Santo Tomás,
San Anselmo, Pedro Lombardo, San Alberto Magno, etc. Dos verdades les parecen
irreconciliables con la ausencia de pecado original en María: la universalidad de la
redención de Cristo, y la universalidad misma del pecado original.
En estos siglos, sin embargo, existen también decididos partidarios de este privilegio de
María, que ponen las bases de la reflexión teológica que llevará al dogma. Influye
especialmente Juan Duns Escoto (+1308), al desarrollar la idea de que María fue
preservada del pecado en atención a los méritos de Cristo. Lo habría tenido, por tanto, de
no haber recibido esa gracia especial. De su escuela teológica proviene el axioma:
"Convenía que Dios hiciera la excepción, podría hacerla, por tanto, la hizo".
El Concilio de Trento no aprobó directamente esta doctrina. Sin embargo, le abrió las
puertas al definir la universalidad del pecado original, pero explicitando que no era su
354
intención afirmarlo de María (D 792; DS 1516). Eso quitó las últimas reservas de los
teólogos, y pudo permitir a Alejandro VII afirmar en 1661 con el Breve "Sollicitudo
omnium ecclesiarum" (D 1100; DS 2015), que tal doctrina era casi universal, y describirla
en términos muy semejantes a la definición de Pío IX del año 1854.
LA DEFINICION DOGMATICA
La fiesta de la Inmaculada fue declarada de precepto por Clemente XI para toda la Iglesia
universal. Pío IX creyó necesario definir el dogma, que siempre había estado implícito en la
fe de la Iglesia. Asegurada la unanimidad con la que el pueblo cristiano mantenía su
creencia en el privilegio de María, Pío IX consultó a 20 teólogos en junio de 1848: 17
dieron su voto favorable. En diciembre del mismo año, dieron también su voto favorable
los cardenales. En febrero de 1849 escribió la encíclica "Ubi primum", consultando al
episcopado universal. De 603 obispos, 546 respondieron favorablemente a la definición.
Así constaba la universalidad de la fe de la Iglesia. El 8 de diciembre de 1854 se publicó la
bula "Ineffabilis Deus" y con ella la solemne definición de este dogma mariano (D 1641;
DS 2800-2804).
Contenido de la definición:
1.La entrega total a la obra de su Hijo en favor de los hombres. Y es que solamente podía
obstaculizarla el egoísmo del pecado. Siendo ella toda llena de gracia podría entregarse
plenamente y sin reserva al proyecto redentor del Padre que la invitaba a darse a sí misma.
Podía sin obstáculo alguno abrir su corazón, en nombre de la humanidad pecadora y
egoísta, de entre la cual ella fue elegida como representante generosa, pura y solidaria, para
acoger la salvación mesiánica que el Padre ofrecía a la raza humana en su Hijo.
355
2.La gracia de María esperanza de la Iglesia. Así la considera Juan Pablo II. El Papa
reflexiona acerca de Ef 1,5: "María pertenece así ante Dios, y también ante la humanidad
entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios de la que
habla la carta paulina: Nos ha elegido en él (Cristo) antes de la fundación del
mundo...eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos". Esta elección es más
fuerte que toda experiencia del mal y del pecado, de toda aquella "enemistad con la que ha
sido marcada la historia del hombre. En esta historia María sigue siendo una señal de
esperanza segura (RM 11).
No está lejos de ésta la reflexión de K. RAHNER, sobre el sentido eclesial de este dogma.
Para quien sepa generosamente amar, y no viva concentrado en su egoísmo, es ya un
motivo para conmoverse profundamente el saber que en la propia raza humana, caída y
pecadora, hay un ser que ha sido desde siempre totalmente puro y que ha llenado el ideal de
Dios sobre lo que debe ser el hombre. La gracia original de María sin intervención ni
mérito propios significa que el origen y término del hombre no es el mal, sino la gracia: es
un reto al pesimismo de quien ve en el mal la raíz de lo humano y el supremo señor de la
existencia. Este dogma revela que no es esa la realidad, sino que la existencia humana está
desde sus orígenes bajo el signo de la misericordia divina, más fuerte que el pecado. Esto
no hace de los pecadores los no sometidos sin remedio al pecado, sino los eternamente
amados y buscados, incluso antes que puedan merecerlo.
María, por la misión para la que había sido elegida (y no por sí misma) fue preservada del
pecado, mientras que nosotros somos perdonados. Pero en el fondo, la gracia es la misma:
la redención en Cristo. Cuando pedimos al Señor "no nos dejes caer en la tentación", le
pedimos que nos preserve como a María, y tan gracia es habernos perdonado una vez
pecadores, como habernos preservado. Sólo podría no pensarlo así quien no creyera en la
seriedad y absolutez del perdón de Dios, y que quisiera reducirlo a los menguados límites
del perdón humano. Rechazar el dogma de la Inmaculada Concepción en el fondo
provendría del pesimismo de quien considera lo más suyo su propio pecado, y no su
libertad de redimido en Cristo.
LA ASUNCION DE MARIA
356
1) Algunos han buscado un fundamento en Ap 12,1; otros en Gn 3,15. En ambos casos, el
argumento es débil y no basta por sí solo para fundamentar el dogma de la Asunción.
2) De ahí que Pío XII en la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus" argumenta
mediante un método mixto (no sólo bíblico):
- Los Padres, desde el siglo II, consignaron una especial unión de María (Nueva
Eva) con Cristo (nuevo Adán) en la lucha contra el diablo (argumento patrístico).
- Según Gen 3,15, la lucha entre la descendencia de Eva y la serpiente, ha de
terminar por el triunfo de la primera. Ello es una profecía del triunfo de Cristo
sobre el diablo, el mal y la muerte. Es una victoria total, como lo atestigua el
N.T. (Rm 5-6).
- Según San Pablo en 1 Co 15,54 (cf. Rm 5-6; 1Co 15,21-26), la victoria de Cristo
sobre el diablo fue sobre el pecado y la muerte, no es sólo suya individualmente,
sino del Cristo total, la cabeza y los miembros. María participa de la lucha de su
Hijo, ha sido predestinada "con un mismo decreto" con su Hijo por el Padre. Hay,
por consiguiente, que afirmar una especial participación de María (que habrá de ser
plena) en esta victoria. Y no será plena sin la glorificación corporal de María.
- Los santos Padres afirmaron también a partir de la teología de Lucas, que María
era la nueva Arca de la Alianza. Por lo cual aplican los textos de la santidad e
inviolabilidad del arca a María (Sal 131; 8: Is 60,13). También a partir de los textos
de la Maternidad y la realeza de Cristo, la han visto como reina (gebirá, hebrea) al
lado de su Hijo rey.
- Lc 1,28: "Llena de gracia", participio perfecto del verbo agraciar, que indica una
acción realizada y realizándose en plenitud. De lo cual podría inferirse la Asunción
a la luz del testimonio de la tradición eclesial.
- Ap 12,1: Imagen de la mujer glorificada. Imagen eclesial, pero que también tiene
connotaciones marianas. Se debe, empero, sacar todas los elementos no
compaginables con la fe en María (ej. dolores de parto).
- Ex 20,12 y Lv 19,3: "Honra a tu padre y a tu madre". Razón moral, Jesucristo
cumple a perfección este mandamiento, por lo que es conveniente la Asunción de
María como ejemplo para la humanidad, pues es Él mismo como Verbo autor de tal
precepto.
- Otros textos acerca de la resurrección, sobre todo paulinos: Conviene la Asunción
de María para alentar la fe en nuestra futura glorificación en cuerpo y alma.
1) Los apócrifos, de antes del siglo IV, recogen narraciones del tránsito de María. El
concepto de Asunción, en muchos de ellos, es el de resurrección anticipada.
2) San Epifanio (siglo IV) admite la posibilidad de la glorificación corporal.
3) Ya en el siglo VI se celebra en Jerusalén la fiesta de la dormición. A fines del siglo VII
se introduce la fiesta de la Asunción en Roma.
4) Siglo VIII: En Oriente, muchos testimonios de los Padres (San Modesto de Jerusalén,
San Andrés de Creta). En Occidente se duda entre glorificación de sólo su alma o del alma
con el cuerpo.
5) Pero ya en la Edad Media, la persuasión de los teólogos es absolutamente común: la
afirman San Alberto Magno, Santo Tomás, San Buenaventura, etc.
357
6) Durante el Vaticano I muchos padres pidieron su definición. Las circunstancias lo
impidieron.
7) Gran consulta de Pío XII que manifiesta unanimidad del pueblo cristiano.
8) 1 de Noviembre de 1950: Definición Solemne del Dogma, en la constitución apostólica:
Munificentissimus Deus (Dz 2333)
1) En la fórmula, no se indica que los tres dogmas anteriores sean los fundamentos
especulativos de la definición. Aunque si los señala como razones teológicas de la
definición.
2) Recurre a la liturgia, donde la fiesta de la Asunción o de la dormición de María está
ampliamente desarrollada tanto en oriente como en occidente. Cita la oración de Adriano I,
en que se afirma a que pese que María murió temporalmente no pudo ser detenida por los
vínculos de la muerte la que dio a luz al redentor. Cita una antigua oración bizantina que
incluye los mismos términos.
A pesar de eso la fórmula, no hace referencia a la muerte de María. Sino que
cuidadosamente habla de "Cumplido el curso de su vida terrestre": No define si María
murió o no. Aunque la Tradición es muy mayoritaria en favor de la muerte, respetando la
divergencia del movimiento en favor de la inmortalidad de María por Inmaculada
Concepción.
3) "Fue asunta a la gloria celestial":
- "En cuerpo y alma", la persona entera, en toda su realidad existencial.
- "Asunta": más que translación local, es cambio de estado.
- "A la gloria celestial": María se encuentra en aquel estado en que estarán los justos
después de la resurrección final (cf. "en cuerpo y alma").
a. Sentido teológico:
1) La Asunción de la Virgen es congruente y realización plena de la resurrección corporal
que nos promete Jesucristo. La redención alcanza a toda la realidad creada. Cristo es cabeza
del cosmos y de la salvación (Ef 1).
2) Nos anuncia nuestro destino original y último: participar de la vida Trinitaria, sin perder
nuestra identidad y corporalidad. Ello es un don ofrecido efectivamente a la humanidad.
b. Sentido espiritual:
1) Resalta la verdadera dignidad del cuerpo, como expresión del espíritu, medio de
comunicación y habitación de la Trinidad. Nuestra vida debe reflejar esta hermosa vocación
2) María, desde el cielo, continúa su función materna y medianera. Ejerciéndola a través de
su múltiple intercesión.
3) Este privilegio mariano no es exclusivo suyo, sino que todos estamos llamados a ser
glorificados en cuerpo y alma. ¿En qué consiste el privilegio? En la anticipación de la
resurrección común que será el destino de todos los justos. De ahí que no se señale en la
fórmula: "por singular gracia y privilegio de Dios", como en la Inmaculada, privilegio
exclusivo de María.
358
359
TESIS 34
ECLESIOLOGÍA FUNDAMENTAL
I. EL REINO
Todo el mensaje de los sinópticos está dominado por el tema del Reino de Dios (Mc 1,15;
Mt 3,2; 4,17). Esta expresión significa tres cosas:
i. El poder soberano de Dios.
ii. El ámbito en que se ejerce ese poder.
iii. Sus súbditos.fides
Dios es rey. Primero, del universo por él creado. También es rey de Israel. Y es rey de
todos los que han aceptado libremente su realeza. Había cuatro concepciones del reino entre
los judíos:
i. Zelotes (esperaban que el Mesías reconstruyera el reino de David y luchara
contra Roma).
ii. Fariseos (creían que el reino era la ley, y el Mesías sería un restaurador de la
ley).
iii. Esenios (fariseos de una corriente escatológica; el Mesías crearía un pueblo
nuevo, en sentido material).
iv. El "resto de Israel" (gente sencilla, pobres de espíritu, a los que se les da el
Reino). De esa idea del reino parte Cristo para revelar el misterio de su Iglesia.
Los sinópticos exponen la historia de esa predicación y fundación del Reino.
Hay tres etapas. Primero, la vida pública. Durante esa primera etapa, Cristo inició la funda-
ción del reino (Mc 1,15) y organizando visiblemente ese Reino en Iglesia. Esa fundación no
se hizo efectiva sino hasta que Cristo selló con su sacrificio (segunda etapa) la nueva
alianza entre Dios y los hombres. La venida del Espíritu inauguró la tercera etapa de la
manifestación y de la misión de la Iglesia. Dicha etapa se refiere en Hch.
La misión de Jesús en la tierra.
Los inicios de la fundación del Reino.
El advenimiento del Reino: (Mc 1,15; Mt 3,2) Es proclamado por la predicación
y la vida de Jesús.
Su predicación: (Mt 9,37-39; Lc 4,43; Mc 1,38; 2,19-20; 2,22). Con la llegada de
Cristo el reino deja de ser una promesa para hacerse realidad. Pero no habrá
realización del reino hasta su muerte y resurrección. Sin embargo, con la
presencia de Cristo está presente el Reino de Dios (Lc 16,16). El conjunto de su
vida, y en particular sus milagros: Jesús añade sus actos a sus palabras. Sus
milagros son signos de la presencia del Reino (Mt 11,4-5; 12,28; Lc 11,20).
1
Para considerar los antecedentes y prefiguraciones de la Iglesia en el AT, confrontar la tesis 33 y LG 2; 6.
360
b) El misterio del Reino.
Los Sinópticos intentan mostrar el cumplimiento de las profecías. El Reino realiza en Cristo
la promesa hecha a Abraham de modo espiritual y religioso, por cuanto se trata de la nueva
y eterna alianza entre Dios y los hombres en y por su Hijo.
Cumplimiento de la promesa. La consumación de Israel (Mt 1,22; 2,5.15.17; 4,14; 8,17).
Los sinópticos destacan:
1) La fidelidad divina.
i. Declaraciones de testigos del misterio: el ángel en la anunciación (Lc
1,32-33), Zacarías (Lc 1,67ss); la Virgen (Lc 1,46ss), la multitud el día de
los ramos (Mc 11,10).
ii. Palabras de Cristo. Se presenta como aquel que viene a dar cumplimiento
al AT (Mt 5,17). Dice que es el Mesías, el Hijo del hombre, el Pastor:
títulos que traducen el cumplimiento de los oráculos proféticos y
mesiánicos, y la consumación de Israel.
iii. Actitud de Cristo. Parece preocuparse sólo de Israel. Se mantiene fiel a la
alianza: por Israel debe realizarse el designio de Dios y llegar a todo el
mundo.
2) El cumplimiento en el fracaso. El Siervo sufriente. La fidelidad de Yahveh se
manifiesta en que el Reino se realiza en ese fracaso.
c) El Reino nuevo.
La nueva y definitiva alianza entre Dios y los hombres: Con Cristo culmina este
movimiento de espiritualización progresiva del Reino del AT. De acuerdo con los profetas,
no se produce la restauración de la "realeza en Israel" (Lc 19,11; 24,21). El reino nuevo
consiste en una nueva alianza realizada en Cristo, que contiene dos grandes aspectos:
1) El reino, misterio de perdón. El Reino, según los sinópticos, es la gran
liberación espiritual anunciada por los profetas. Es la destrucción definitiva
del reino de Satán, que es la verdadera esclavitud del hombre (Mc 4,15; Lc
10,17-19). De ahí que para entrar al reino es preciso convertirse. El Reino
anunciado por Cristo es también un misterio de penitencia.
2) El Reino, misterio de comunión. Las bodas entre Dios y la humanidad
anunciadas por los profetas se hacen realidad en Cristo. Los sinópticos
subrayan cuatro aspectos:
i. El reino es el don gratuito de Dios a los hombres (Lc 12,32; Mc 4,26-29).
De ahí la necesidad de acogerlo con humildad y sentido de la propia
insuficiencia (Lc 1,53; 18,14; Mt 18,4).
ii. El Reino es un misterio de acogida y de opción libre. Es la mayor
responsabilidad que puede plantearse a los hombres, pues tienen que hacer
una elección. Para acceder al Reino es preciso sacrificarlo todo (Lc
9,60-62; 14,26-32; 18,24-30).
iii. El Reino se realiza en la persona misma de Cristo. Acceder al Reino es
seguir a Cristo y arriesgar la vida por él (Lc 9,62; Mc 10,17-21).
iv. El Reino es un misterio de comunión. Es el misterio de los desposorios
entre Dios y la humanidad en y por su Hijo Jesucristo (Mt 8,11; 22,2-14;
26,29; Lc 14-15). El Reino también se presenta bajo expresiones como la
361
vida (Mc 10,17-30; Mt 7,14), la regeneración (Mt 19,28), la renovación
(Mt 22,30), la alegría.
d) El Reino universal.
a) El reino, realidad ya presente: El Reino es el propio Cristo. Por eso los sinópticos
proclaman que la era de la salvación ha empezado; el Reino deja de ser una simple
promesa.
b) El Reino, realidad del mundo futuro: Los sinópticos no disocian estas dos perspectivas.
El Reino es una realidad ya presente y al mismo tiempo, una realidad del mundo futuro. Es
un misterio en crecimiento (Mt 13,31-32; 13,33; Lc 3,17ss). A esta fase del Reino del Hijo
sucederá la fase definitiva, el "reino del Padre" (Mt 13,41-43). El Reino es, pues, un
misterio escatológico. Es una realidad que existe y que va haciéndose a la vez. Esto es así
porque el Reino es un don de Dios y también una opción libre del hombre.
Aun cuando el Reino anunciado por Cristo sea un misterio primordialmente interior e
invisible, no puede reducirse a este solo aspecto. Por expresa voluntad de Cristo, está
vinculado a una comunidad visible y estructurada, que tiene por objeto encarnarlo y
establecerlo en este mundo. Es un acontecimiento de gracia y una institución de salvación.
El término "reino" indica el misterio profundo; el término "Iglesia" subraya el aspecto de
institución visible y organizada.
1. Los textos más explícitos: Varios textos presentan a Cristo haciendo de su Reino una
institución visible y estructurada. Paulatinamente esboza la organización visible de su
Iglesia. Reúne a su alrededor a un determinado número de discípulos; y elige entre ellos a
un pequeño grupo, los "doce", de quienes hará la estructura oficial de su Reino.
2. Los discípulos. El nuevo Israel. El propósito de Cristo de reunir discípulos aparece desde
el principio (Mc 1,17; 2,14; Mt 4,19; 8,22; Lc 5,1-11). Este grupo se presenta organizado
(Mt 9,14; 12,2; 15,3; Mc 9,38). Se le considera como el partido de Jesús (Mc 2,16; 7,2-5).
Inicialmente no se trata de un grupo totalmente distinto de Israel, y Cristo trata de evitar la
ruptura (Lc 13,34-35; Mt 23,37-39; Lc 19,41-42). Su misión consiste en reunir a Israel.
Pero Israel se niega y se excluye del Reino mesiánico (Lc 19,43-44; Mt 23,39). Jesús
manifiesta su intención de organizar con este pequeño "resto" fiel un nuevo Israel, que será
realmente "su" Iglesia (Mt 16,18).
1. La elección de los discípulos: Este aspecto refiere a una dimensión implícita para aludir a
un momento importante de la fundación de la Iglesia. Jesús histórico se preocupó de reunir
en torno a sí una comunidad de discípulos, llamándolos en distintas circunstancias por su
nombre (Mc 1,16-20; 2,13-14; Mt 4,18-22; Lc 5,1-11; Jn 1,35-42).
2. Vocación de los Doce: En el texto más antiguo, probablemente, del NT (1Co 15,3ss), la
tradición recibida por Pablo, relata que Cefas es el primer testigo de la resurrección.
Inmediatamente después se menciona a los Doce, Santiago y a todos los apóstoles. Esta
expresión "los doce" refiere un cuerpo colegiado, que va más allá de una suma cuantitativa
de apóstoles y tiene una cabeza. Pedro pertenece al grupo de los Doce. Esta tradición, que
refiere a una colegialidad eclesial, tiene un aspecto fundacional pre-pascual.
La elección de los "doce" es descrita por los tres sinópticos (Mt 10,1-4; Mc 3,13-19; Lc
5,1-11; 6,12-16). En el evangelio de Mc, la expresión "doce" aparece reiteradamente (Mc
4,10; 6,7; 9,35; 10,32; 11,11; 14,10; 14,20; 14,43). En Mc 6,35 se usa la expresión
"discípulos", aunque no todo apóstol está entre los Doce y no todo discípulos es apóstol.
Existe una necesidad de mostrar la pre-pascualidad de la institución. Esta se puede ver en la
fórmula "hizo doce" de Mc 3,14 ("epoiesen", "poiein"), que se repite el 3,16. Este "poiein"
es traducción de una expresión semítica que no corresponde al griego de Mc, puesto que se
usa el verbo "hacer" con un complemento directo de persona impropio del griego (cf. 1R
13,33; 1S 12,6). El aspecto pre-pascual se deja ver en la mención de Judas Iscariote, sobre
el que se agrega "el mismo que le entregó" (Mc 3,19), refiriendo indudablemente que el
relato es de un momento histórico pre-pascual. Con la expresión "Cristo subió al monte"
(Mc 3,13), el evangelista evoca la constitución del pueblo de Israel a los pies del Sinaí. Así,
con el nuevo Israel. El antiguo pueblo se constituye de doce tribus. El germen del nuevo
363
pueblo son los doce apóstoles. La constitución o institución de los Doce podría referir
también a la institución de sacerdotes de la nueva alianza (1R 13,33).
Los sinópticos subrayan el carácter gratuito (Mc 3,13) de la llamada del Señor y el sentido
profundo de su vocación, revelado por: 1)Su número (doce, como las tribus de Israel; son el
"resto" fiel del antiguo Israel y el núcleo del Israel futuro). 2)Su nombre (apóstoles:
enviados y representantes: Lc 6,13; 10,16; Mt 10,40). En estos relatos se ve una intención
expresa e indudable de la fundación de la Iglesia. En el relato de la vocación de los Doce,
además de la iniciativa gratuita se deja ver su carácter institucional (instituyó doce) con una
finalidad concreta, para que estuvieran con El y para enviarlos a predicar (Mc 3,14). Los
Doce poseen un poder (expulsar los demonios), el cual en Mt 28,18-20 admitirá la misión
de enseñar, santificar y gobernar. Es un grupo estable, que denota continuidad y novedad.
Los Doce es un número simbólico (Ap 21,9-14), así son reconocidos entre sus discípulos
(Mt 10,1-5), y por la misma comunidad post-pascual (Hch 1,13). Así se manifiesta que
Jesús los instituyó a modo de colegio, tienen conciencia de ello y actúan como tal (Hch
2,14; 4,33; 6,1-6; 15), y su primer actividad será la de completar el número de los doce a la
muerte de Judas (Hch 1,15-26).
Jesús dice que sobre los Doce, y especialmente sobre Pedro, ha decidido edificar su Iglesia
(Mt 16,18; Lc 22,32). Cristo manifiesta su intención de confiar su Reino a quienes ha
elegido, y de perpetuarse de algún modo a través de ellos. El texto fundamental se
encuentra en Mt 16,13-201, cuales versículos "bisagra". La confesión de Pedro, según
muchos exegetas, es la afirmación de fe de la primera comunidad puesta en boca de Pedro.
Dicha confesión sería una afirmación puesta antes de la pascua, pero cuyo origen sería
post-pascual. Sin embargo, esto no significa que no sea de Pedro, por inspiración del
Espíritu Santo. El hecho de que esta confesión no se ha revelado ni por "la carne ni la
sangre" refiere a que no es lo humano el causante de esta confesión.
La respuesta de Jesús "a su vez te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia" (Mt 16,18) revela la identidad del nombre con el sujeto (piedra de la Iglesia). El
cambio de nombre implica una nueva misión. El trasfondo es Is 28,14-19, en que Yahveh
pondrá en Sión una piedra, aplicada también a Cristo (Ef 2,20; 1P 2,4-8), y nada obsta de su
aplicación a Pedro (en forma vicaria). La expresión "iglesia" (Mt 16,18) se entiende como
reunión o asamblea de los que constituyen la edad mesiánica, de la cual Simón Pedro es la
piedra, el fondo rocoso. De allí que Pedro sea el primero, no sólo en el honor, sino en el
aspecto de jurisdicción. La dimensión del primado se complementa con otros textos (1Co
15,3: al primero a quien se apareció Jesús después de la resurrección; Mc 16,1-7: las
mujeres son enviadas a Pedro y a sus discípulos, distinción de Pedro de los discípulos; Lc
22,31ss: Pedro ejerce un primado en el orden de la fe; Jn 21: Pedro es confirmado como
pastor universal de la Iglesia). Otros textos en que se destaca la primacía de Pedro: Mt 10,2;
Mc 3,13-20; Hch 1,13.
1
“Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos : ‘¿Quién dicen los
hombres que es el Hijo del hombre ?’ Ellos dijeron : ‘Unos, que Juan el Bautista ; otros, que Elías, otros, que Jeremías o
uno de los profetas’. Díceles él : ‘Y vosotros, ¿quién decís que soy yo ?’ Simón Pedro contestó : ‘Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo’ . Replicando Jesús le dijo : ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne
ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo tú erres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi
Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A tí te daré las llaves del Reino de los Cielos ; y lo que ates en
la tierra quedará atado en los cielos , y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos’. Entonces mandó a sus
discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo”, Mt 16, 13-20, traducción de la Biblia de Jerusalén.
364
Otros aspectos: En Mt 16,19, Cristo entrega las llaves del Reino de los cielos. En la imagen
del Reino como una ciudad, con puertas y muros, el poseer las llaves corresponde a una
plenitud de poder. El abrir o cerrar corresponde a la mentalidad semita de plenitud
manifestada en sus contrarios. Pedro es el mayordomo de la casa, cuyo dueño es Cristo. El
contexto bíblico está dado también por Is 22,22. Esta plenitud de poder "atar y desatar" se
aplica al plano disciplinar, pero también al plano de las decisiones doctrinales y morales.
Es un acto fundacional porque Cristo está fundando una Iglesia con una cabeza visible,
vicaria de El en la tierra. De ahí su intención. El texto refiere a un hecho pre-pascual, pero
la primacía de Pedro será reconocida en la comunidad post-pascual también (Hch 2,14;
4,8-22).
Sacrificándose por su pueblo, Cristo sella con su sangre la nueva y definitiva alianza entre
Dios y la humanidad. Constituye definitivamente a su Iglesia como realidad eficiente de
salvación y como sacramento eficaz de esa salvación.
El sentido de la pascua en la vida de Cristo y en la fundación de la Iglesia. Cristo, Siervo
doliente: En los sinópticos aparece el papel que desempeña la muerte y resurrección de
Cristo en la edificación del Reino y en la transición del AT al NT. El momento clave es la
confesión de Pedro. Desde entonces, Jesús empieza a decir que su misión no podrá llevarse
a cabo sin su sacrificio. El reino se muestra ahora como un misterio de muerte y resurrec-
ción. Domina la figura del Siervo (Mc 8,31; 9,31; 10,33-34).
1. La Nueva Alianza en la sangre del Señor. La verdadera pascua ocurre con la muerte y
resurrección de Cristo. El mismo lo dice en la cena de despedida, que constituye de algún
modo el acto de fundación oficial de la Iglesia. Por eso declara caduca la antigua alianza; y
es sustituida por la alianza verdadera y definitiva (Mt 26,28; Mc 14,22; Lc 22,14). La
alusión a Ex 24,8 es evidente. En ambos casos, la alianza es concluida en la sangre. En la
primera alianza las víctimas eran seres sin razón, y por tanto sin eficacia propia, en cambio,
en la segunda, la víctima es la persona misma del Salvador.
Cristo instituye el medio de hacer efectiva esa nueva alianza, instituye la eucaristía y el
orden a la vez; la eucaristía para hacer la Iglesia, y el orden para hacer la eucaristía. Pero
toda su Iglesia es la que él consagra como organismo sacramental e institución de salvación
(Mc 16,15; Mt 28,18).
La institución de la eucaristía es el corazón mismo de la Iglesia, que también es una
fundación de tipo pre-pascual. En los dos tipos de relato de la institución de la eucaristía se
dan ideas relativas a la propiciación de la muerte y sacrificio para otros. Esta idea de muerte
de propiciación tiene un trasfondo veterotestamentario (Is 53,1-3), en el cual, el Siervo
sufriente, además de instrumento de propiciación, tiene una función expiatoria (Lv 17,11).
Su carácter fundacional de la Iglesia se extrae del concepto de alianza de Mc y Mt, en que
se expresa una nueva alianza con su sacrificio, dando una continuidad al contenido
sacrificial del AT. Pero así como la antigua alianza fundó un pueblo, la nueva alianza crea
la Iglesia. Esta alianza es gestadora de una nueva comunidad, la cual celebrará repitiendo el
gesto sacrificial de Jesucristo: "haced esto en memoria mía".
En el gesto de la copa (Lc 22,17; Mc 14,24; Mt 26,27) se deja ver un gesto simbólico
inédito, cual comunicación de un don único, que es ofrecido por igual a todos los
comensales a través de la participación de todos ellos en su propia suerte o destino:
365
"participar de mi cáliz". En los gestos de donación del pan y la copa se hacen referencias al
don de la salvación (Reino de Dios o alianza nueva), pero vinculado a la persona de Jesús:
"esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros" (Lc 22,19); "esta copa es la nueva
alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22,20). Al igual que en Sinaí,
Jesús sella con Dios y los hombres, la alianza nueva anunciada por los profetas (Jr 31,31ss).
Para los judíos, pentecostés o la fiesta de las semanas era la fiesta principal de las primicias
y de la fecundidad. Después se relacionó en Israel con la fiesta de la alianza. La cifra
"cincuenta" evocaba el año jubilar y la idea de liberación. El nuevo pentecostés habría de
ser la verdadera fiesta de las primicias, el verdadero Sinaí y la gran fiesta de la liberación
universal, gracias al Espíritu de libertad.
366
a) Los responsables. Son el Espíritu y la jerarquía. El Espíritu. Según Hch es el
Señor supremo del apostolado. Preside toda la vida y actividad de la Iglesia (Hch
8,39; 9,12-17; 16,7; 20,23-28). La jerarquía. Está indisolublemente vinculada al
Espíritu. El Espíritu es el principio interior de la actividad exterior de los
apóstoles (Hch 15,28; 16,6-7).
1. Los problemas apostólicos. Los judíos y los paganos. El problema crucial era el acceso
de los paganos a la Iglesia. Hch muestra los primeros debates, los enfrentamientos y
finalmente, con el concilio de Jerusalén, la primera toma de posición oficial sobre el
problema. Pedro y Pablo logran que triunfe definitivamente el principio de la salvación por
la fe en el único Salvador. Se dispensa a los paganos de la circuncisión y de los ritos
judaicos en general (Hch 15,5ss).
2. Reflexión de la Iglesia sobre su propio misterio. A partir de esa experiencia, rememora y
se atribuye las antiguas imágenes del AT, tal como se expresa en el martirio de Esteban
(Hch 7).
2. La comunidad trinitaria.
Unidos a Cristo, entramos en comunión con el Padre (Jn 17,21-23; 14,2-6). Esto es posible
por el Espíritu. En él se sella la unidad del Padre y del Hijo. El Espíritu prolonga de algún
modo esta función, en medio de los hijos adoptivos (Jn 16,14; 1Jn 3,24). Por eso, llegada la
hora de abandonarles y confiarles la misión de proseguir su obra, Cristo sopla sobre los
apóstoles y les comunica el Espíritu.
La Iglesia, para Juan también, es el nuevo Israel reunido por Cristo y dotado de una estructura
propia.
368
b) El combate entre la Iglesia y Satán. La Iglesia prosigue con este enfrentamiento.
No pudiendo ya atacar al maestro, Satán combate ahora con los discípulos (Jn
15,17-21).
Santiago: Utiliza el término "iglesia" para designar la comunidad local (St 5,14). Pero tiene
por destinatario colectivo a todos los cristianos, y en particular a los de origen judío (St
1,1). Santiago da varias indicaciones sobre la organización de las primeras comunidades
cristianas. La comunidad fraterna es estructurada, tiene su ley, sus jefes: los presbíteros.
Tiene sus doctores, sus ritos, entre ellos aparece la unción.
369
Las cartas a Tito y a Timoteo son la última palabra del NT sobre la organización
eclesiástica. La comunidad designada como "iglesia" está constituida en virtud de una
llamada universal (1Tm 2,4; 4,10) totalmente gratuita (2Tm 1,9) de Dios salvador, cuyo
amor misericordioso se ejerce por la venida a este mundo de su Hijo. Frente a las
dificultades concretas de las Iglesias, la atención se polariza ahora en torno a las tareas que
es preciso asegurar y en torno a las responsabilidades que hay que asumir. Se recoge la
imagen de la "casa de Dios" (1Tm 3,15). El "epíscopo" es comparado con un intendente
digno de respeto por su irreprochabilidad (1Tm 3,4-5).
Todos los miembros de la comunidad, hombres y mujeres (1Tm 2,9-15; 5,1-16), jóvenes y
ancianos, ricos y pobres, diáconos, viudas e incluso presbíteros (1Tm 3,8-13; 5,9-13), están
bajo la dependencia de aquel a quien el Apóstol ha confiado la autoridad, que debe ejercer
sin timidez ni debilidad (1Tm 4,12; 2Tm 1,7; Tt 2,15), pero también con dulzura y
paciencia, sabiendo él mismo sufrir por el Evangelio, a fin de salvar a los demás salvándose
a sí mismo (1Tm 4,16; 2Tm 2,25). Las comunidades de oración y de caridad que deben
construir las Iglesias son comunidades de fe (Tt 3,15). En las cartas pastorales, la Iglesia
alcanza su fase de estabilización.
X. MAGISTERIO
Frente al modernismo, que veía a la Iglesia ajena a la mente de Jesús (D 2052; DS 3452), y
que no reconoce la institución de ésta por Cristo (D 2012ss; DS 3412ss), Pío X lo refuta en
su Motu proprio “Sacrorum Autistitum1" del año 1910 (D 2145; DS 3537-3542). El
Concilio Vaticano II expresa que la Iglesia es "designio de Dios", prefigurado en el AT y
en la nueva alianza (LG 2; 9). Expresa además, que se inicia y se simboliza en la sangre y
agua manada de Cristo (LG 3), en su misma predicación (LG 5), instituida y mantenida por
Cristo (LG 8), instituyendo los Doce (LG 19), a modo de colegio, poniendo a Pedro al
frente e instituyendo diversos ministerios al servicio de sus hermanos (LG 18).
1
Este Motu Proprio contiene el conocido “Juramento Antimodernista”, dentro del cual están los números respecto
al establecimiento de la Iglesia por Cristo, y del Primado de Pedro, así como su infalibilidad, etc. Cf. específicamente DS
3540.
370
TESIS 35
1. La Creación.
2. La caída.
a) El pecado del hombre. Adán y Eva ignoran a Dios y pervierten la relación que
les unía a él.
b) Las consecuencias del pecado. Se produce la ruptura del hombre con Dios (Gn
3,8), consigo mismo, con sus semejantes (Gn 4,8), con el universo material. La
muerte es la ruptura suprema.
c) La misericordia divina aparece inmediatamente. Se deja entrever una lucha entre
la posteridad de la serpiente y la de la mujer. Es la primera promesa de salvación,
el protoevangelio. A partir de ese momento, el misterio de la Iglesia está
presente.
371
II. EL PUEBLO DE LA PROMESA Y DE LA ALIANZA
Es capital para la comprensión del misterio de la Iglesia. Dios irrumpe en la historia para
hacerla un misterio de salvación. Elige a Abraham, y se vincula con él por una promesa
definitiva. Abraham será el padre de su pueblo. Finalmente, concluye con él una alianza:
Como acontecimiento gratuito de elección, que es al mismo tiempo una promesa (Gn
17,3-8), que da un nuevo sentido a la historia.
Una alianza, primer efecto de esa promesa. Se subraya:
a) El carácter unilateral y gratuito de esta alianza.
b) Su carácter de privilegio: está reservada a la sola descendencia de Abraham.
Signo de esta alianza carnal: la circuncisión (Gn 17,10).
La fe, única exigencia. Es una exigencia absoluta. El pueblo de Dios será el pueblo de los
creyentes (Gn 15,5-6). Expresión suprema de esta fe es el sacrificio de Isaac. Promesa, fe,
descendencia de Abraham: en estos tres términos está contenido todo el misterio de la
Iglesia. La Iglesia es hoy la realización de esa promesa hecha a Abraham.
c) La experiencia espiritual del pueblo de Dios. El desierto. El "qahal Yahveh". Para que
Israel sea efectivamente "pueblo de Dios", es necesario que tome conciencia de su misterio
y adquiera comunión de alma para ser un verdadero pueblo. Es el sentido de los cuarenta
años en el desierto. El término para designar las asambleas litúrgicas del desierto es
"qahal"; o, según la versión de los LXX: "ekklesía". En el AT, el "qahal" es
primordialmente el pueblo de Israel, reunido por convocación divina para el culto y la
alabanza de Yahveh (Dt 4,10; 23,3; Ne 13,1). El "qahal" será un día la nueva comunidad de
los santos, el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia.
372
d) La entrada en la tierra prometida (Gn 12,7). La tierra es Canaán. Pero, una vez más,
hay una preparación y una imagen. La verdadera tierra prometida es el reino de Dios.
a) Las vacilaciones iniciales. Las dos corriente. Hay dos versiones del mismo relato
contenidas en 1S: la versión antimonárquica (1S 10,17-19) y la versión
monárquica.
b) La consagración divina. La realeza de David. La profecía de Natán. Yahveh
concluye con David una alianza eterna: la profecía de Natán (2S 7,11-16; Sal
89,4.35). Sólo Yahveh es rey de Israel. Pero en adelante tendrá un intermediario
en su "ungido". Se trata de una especie de preparación remota del misterio
institucional de la Iglesia.
c) La ciudad santa. El templo. Poco a poco, Jerusalén acabará por personificar la
totalidad del pueblo elegido. De ahí la importancia del templo, destinado al arca
de la alianza, símbolo de la presencia de Yahveh en medio de su pueblo. La vida
religiosa se centra en el templo.
1. Israel sobrevivirá.
El pecado se castigará. Pero un pequeño resto subsistirá, y de ese resto brotará el Mesías
que, como "siervo doliente", salvará con su sacrificio a sus hermanos.
a) El resto (Jr 5,18; Ez 6,8; Za 14,2; Is 37,4.31). Grupo de supervivientes que,
después del exilio, una vez purificado, será testigo de la fidelidad de Yahveh. La
unión de las nociones de resto y Mesías se fusionan en la imagen de germen o
fruto de la tierra.
b) El Mesías, siervo sufriente. Domina y preside todo el drama de Cristo y todo el
misterio de la fundación de la Iglesia. Unas veces aparece como un personaje
colectivo (el "resto"), y otras, como un ser individual. El sentido de su misión es
salvar a Israel, y por medio de Israel, al mundo entero. Esta misión se llevará a
cabo aparentemente en el silencio, y hasta en el fracaso. El Siervo trasmitirá a los
hombres la palabra de Yahveh. Expuesto a ultrajes y al desprecio, se ofrecerá a sí
mismo en sacrificio. Salvará así a su pueblo, a todo Israel cuyos pecados ha
asumido misteriosamente (Is 52,13-53,12).
373
b) Una nueva alianza. Una alianza escrita en el corazón. Dado que la primera
alianza fue rota por Israel, Dios concluirá una nueva alianza. Tiene cuatro
características esenciales:
i. Incluirá el perdón (Ez 36,25.29; Jr 31,34).
ii. Tendrá un carácter más personal.
iii. Será más interior. Transformará al hombre por dentro, infundiéndole el
Espíritu mismo de Yahveh (Jr 31,33; Ez 36,27).
iv. Será definitiva, eterna (Is 59,21; Ez 36,28).
c) Consecuencias de esta renovación profunda.
Las relaciones entre Yahveh y su pueblo alcanzarán un grado de intimidad no conseguido
hasta entonces. Israel es el pueblo santo de Yahveh, su rebaño, su viña, su hijo (Os 11,1).
Pero el símbolo más evocador es el de los desposorios: Israel es la esposa de Yahveh; una
esposa a menudo infiel, pero igualmente amada (Os 2,16).
d) Una nueva herencia, un nuevo reino. Los profetas dejan entrever un reino que no será
solamente posesión material de una tierra, sino realeza efectiva de Dios sobre la tierra: la
paz y la justicia, la efusión del Espíritu que lo inaugurará, la santidad de quienes lo
integrarán (Dn 7,22). Se habla de un misterioso hijo de hombre, o también del
advenimiento y del reino de Yahveh en persona (Za 14,16).
e) Unos acontecimientos nuevos. Una nueva historia santa.
Persisten las antiguas estructuras, pero con un contenido nuevo: nueva creación, nuevo
éxodo, nueva travesía del desierto, nueva entrada en la tierra prometida (Is 65,17).
f) El culto nuevo: un verdadero "qahal". La idea de que Israel debe convertirse en el
verdadero pueblo de Dios se presenta en determinadas imágenes, como la de la
peregrinación y la del festín cultual por el que el hombre entra en comunión con Dios.
Aunque desde sus orígenes fue elegido para un designio universal, Israel era un pueblo
separado (Lv 20,26).
a) Al principio, la solución parece muy simple. Por ser Dios quien ha confiado a
Israel una misión universal, ésta se llevará a cabo por encima de todo.
b) Luego se precisa la visión universal. En el pequeño "resto" se opera esta
purificación y superación (Ml 1,11).
c) Gracias a la diáspora, se bosqueja el destino universal de Jerusalén.
La raza humana puede recobrar su unidad perdida. La diversidad de las lenguas también
debe ser superada (Is 66,18). Para conseguir la gran superación, será preciso esperar al
propio Cristo. La superación será entonces definitiva. En aquel día, Israel habrá de morir
según la carne, para poder resucitar según el Espíritu. En aquel día, la Iglesia nacerá, pero
nacerá del costado abierto de Cristo, de su fracaso ante su pueblo.
LA ECLESIOLOGIA PAULINA
En la base de la concepción eclesiológica de Pablo está su conversión (Ga 1-2). Esta fue un
encuentro con Cristo, quien se "apoderó" de Pablo (Flp 3,12), y que lo hizo romper con su
pueblo (Flp 3,5). Su eclesiología es la elaboración doctrinal de esos dos aspectos. Esa
reflexión ocurre en plena actividad apostólica (2Co 11,28). La eclesiología de Pablo se
circunscribe a Cristo viviente en su Iglesia. Pero el misterio pascual está siempre presente
en su pensamiento. Lo que cuenta es la Iglesia como cuerpo de Cristo y nuevo Israel.
La Iglesia, consumación del misterio de Israel. La teología del pueblo de Dios: La idea es
capital para Pablo. Importa distinguir dos planos: el de la afirmación fundamental y el de
las conclusiones teológicas que Pablo deduce de la misma.
1. Del Israel según la carne al Israel según el Espíritu. La Iglesia, nuevo Israel.
Pablo desarrolla su punto de vista sobre todo en Ga y Rm.
a) La Iglesia es la consumación "in Christo" del misterio de Israel. Para Pablo todo se
resume en dos cuestiones: i) ¿Se ha cumplido la promesa divina? ii) ¿Quién es hoy su
beneficiario?
Para un cierto número de judeocristianos, sólo pueden beneficiarse de la promesa los que se
hacen circuncidar (Ga 5,2). Se mantienen en el AT. En el lado opuesto, los heleno-
cristianos parecen no darse cuenta de que existe ahí un verdadero problema. Pablo
experimenta en su propio ser la dificultad, respondiendo que no hay más que un heredero:
Jesucristo, que designa también a todos los que son uno con él. Entonces, la Iglesia es la
consumación en Cristo de todo el misterio de Israel.
i. El único heredero, Jesucristo (2Co 1,20; Ga 3,15-18). Todo el misterio de
Israel se cumple y se totaliza hoy en Cristo: él es el objeto, artífice y heredero
de la promesa.
ii. Coherederos con Cristo (Ga 3,26-29). Al hablar del único heredero, Pablo
habla de todos los que, por la fe y el bautismo, forman en realidad una sola
cosa con él y constituyen el nuevo pueblo de los creyentes, la Iglesia. Por ser
Cristo el único heredero, la Iglesia es ahora la descendencia de Abraham, el
cumplimiento de la promesa, el Israel de Dios (Ga 3,29; 4,7.26; 6,16). Afirmar
esto equivale a recordar: 1)La fidelidad de Dios respecto a su pueblo (Rm
11,1ss). 2)El lugar privilegiado de Israel en la Iglesia (Rm 1,16), defendido
por el mismo Pablo (Rm 11,16-19).
1
Hay que recordar que en todas las relaciones entre el AT y el NT, más que la ruptura es preciso destacar el
aspecto de la novedad. Siempre se trata de una "continuidad discontinua".
375
i. El Israel según la carne y el Israel según el Espíritu. A la incredulidad del
Israel según la carne (los judíos renegaron de la promesa edificando su vida,
no sobre la fe, sino sobre la ley) responden la fe del nuevo pueblo de Dios y la
alianza según el Espíritu (Ga 3,7). Al antiguo Israel sucede ahora un nuevo
Israel, fundado en la fe en el Señor resucitado. Este es la Iglesia. Con ella Dios
concluye la nueva alianza, sellada en la sangre de su Hijo (1Co 11,25), alianza
según el Espíritu (2Co 3,6). Esa alianza es definitiva. Su finalidad es el
encuentro permanente con el Señor (1Ts 4,17).
ii. El Israel particular y el Israel universal. Constituye el aspecto complementario
del mismo misterio de superación y ruptura. La Iglesia hereda los privilegios
de Israel antiguo. Como el pueblo elegido de antaño, Dios la invita a
participar de sus bienes. Dios sigue siendo el esposo fiel (Ga 4,24-28). La
Iglesia es la asamblea de los que Dios llama (1Ts 2,12).
b) Una asamblea cultual, una "ekklesía". Pablo conserva la visión bíblica. A su juicio, la
Iglesia del Señor tiene que imitar esa comunidad del desierto. De ahí el título de santos
dado a los cristianos (1Co 1,2; 2Co 8,4). Pablo insiste en el culto espiritual. Recurre a la
imagen tradicional del templo. El templo ahora somos nosotros.
376
1. La comunidad de vida "in Christo".
b) La comunidad de vida nueva "in Christo". Una vez ingresados en esa comunidad nueva
que es la Iglesia, vivimos una vida nueva. Nuestra vida sigue siendo humana. Pero es otra
vida (2Co 5,17). Es la vida de Cristo en nosotros (Ga 2,19-20). Es una vida de comunión
"in Christo". Cuatro ideas resumen el pensamiento de Pablo al respecto:
i. Cristo, nuevo Adán (Rm 5,12-19), que por su obediencia y sacrificio (2Co
5,14-15), nos comunica la resurrección y la vida.
ii. Vivimos en Cristo y Cristo vive en nosotros. Formamos una sola cosa con El (Ga
3,27-28). Con el bautismo participamos en su muerte y resurrección (Rm 6-8),
destacando la importancia del misterio pascual y su consecuencia de hacernos
participar en la vida divina. Somos de Cristo (1Co 3,23; 15,23); le pertenecemos
(Ga 3,29; 5,24); él es nuestra vida (Flp 1,21; Ga 2,20).
iii. Somos uno con Cristo, porque participamos en el misterio de muerte y
resurrección (Rm 6,1-11).
iv. Somos uno los unos con los otros, en la medida en que estamos todos unidos a
Cristo (Ga 3,26-28; Col 2,11; Ef 2,14-16). Es la otra línea de la eclesiología
paulina, la del pueblo de Dios. Ya no hay circuncisos de un lado e incircuncisos
del otro.
377
definitivamente el reino (Rm 6,3-11; 1Co 15,20-28; 1Ts 4,14-17). El texto fundamental
sobre la consumación final es 1Co 15,22-28. Se desprenden cuatro conclusiones:
i. La consumación total y definitiva está vinculada al advenimiento del Señor.
Sobrevendrá entones el tercer y último período de la salvación: tras el de la
cabeza, tras el del crecimiento, seguirá el período de la comunión total y
definitiva: Dios será todo en todos. Hasta ese momento, es preciso que todas las
cosas se sometan efectivamente a Cristo.
ii. Esa consumación se iniciará con la resurrección de los cuerpos e irá acompañada
de una renovación total del hombre y del universo. Imposible que la
corruptibilidad entre en el reino.
iii. Esa consumación en necesariamente eclesial. Cuando esté completo el número
de los elegidos, tendrá lugar la resurrección de los cuerpos, que culminará
nuestra identificación con Cristo y el misterio de nuestra comunión mutua.
iv. Hasta el presente, la Iglesia está en tensión escatológica. Se encuentra como
entre dos estados. Existe simultáneamente en el mundo de la carne y en el del
espíritu, en el mundo del tiempo y en el de la eternidad.
e) Las estructuras visibles de la Iglesia. Para Pablo, igual que para los sinópticos, la Iglesia
no podría reducirse a una comunidad puramente mística. No ofrece una teología completa
de la institución eclesial, pero indica su sentido y sus diferentes aspectos (los sacramentos,
bautismo y eucaristía; la jerarquía y los carismas).
De las cuatro imágenes principales de Pablo, tres son tradicionales de la historia de Israel:
la plantación (la viña), el edificio (el templo) y la esposa. La cuarta procede del helenismo:
el cuerpo humano.
Imágenes secundarias: La plantación y la construcción (1Co 3,6-16).
La imagen de la esposa. El texto esencial es el de Ef 5,23-32. Se refiere al misterio de la
fecundidad de la Iglesia, sugerido por la imagen de la esposa, y a la elección gratuita que
Cristo ha hecho de la Iglesia engendrándola.
378
Las dos etapas:
i) Las grandes cartas. La identificación entre Cristo y la Iglesia no es tan rigurosa
en este etapa. Pablo se refiere a la intimidad de la unión entre Cristo y nosotros, y
al carácter espiritual de esa unión (1Co 6,15-17). No es posible participar, al
mismo tiempo, de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. Para Pablo,
somos cuerpo de Cristo por la eucaristía (1Co 10,15-21). A lo largo de esta
primera etapa, Pablo enriquece el lenguaje cristiano con una nueva expresión, la
de "cuerpo de Cristo" aplicada al conjunto de los cristianos (1Co 12,4-30; Rm
12,3-8).
ii) Las cartas de la cautividad . Los pasajes principales (Col 1,18; Ef 1,22-23;
4,4.11-16). Hay un cambio de perspectiva respecto a la etapa precedente. El
pensamiento se ha enriquecido. La Iglesia es desde ahora la Iglesia celestial, la
Iglesia en el misterio. La visión preponderante ahora es la de Cristo difundiendo
su vida en la Iglesia.
e) El crecimiento del cuerpo. La Iglesia es el instrumento por el que Dios se reconcilia con
el mundo en Cristo. En tanto no se haya alcanzado este objetivo, el cuerpo está en
crecimiento.
379
cuerpo de Cristo nacido de María Virgen, se reservó el calificativo "verum" para el cuerpo
eucarístico y la Iglesia comenzó a designarse "cuerpo místico". Esta última expresión entra
especialmente al magisterio en la Bula "Unam Sanctam" (D 468; DS 870-2). Al ponerse de
relieve la dimensión visible y jerárquica de la Iglesia en la época de la reforma, la expresión
"cuerpo místico" pareció ambigua, jugando a favor del protestantismo. Esto le valió la
desconfianza en su uso, pero Pío XII (1939) retoma solemnemente esta expresión y
convierte la tesis del cuerpo místico en el centro de su eclesiología. De Pío XII es "Mystici
Corporis" (1943), que es la expresión que sirve para definir y descubrir lo más noble y
verdadero que hay en la Iglesia. Según Pío XII, la expresión brota de todo lo que en la
Sagrada Escritura y en los Santos Padres se enseña (DS 3800ss).
El Vaticano II no ha querido hacer de la imagen cuerpo de Cristo la única imagen (LG 6),
como tampoco ha querido hacer de la expresión "pueblo de Dios" su noción esencial para
una definición total de la Iglesia. Sí es claro que hay una progresión en la expresión "pueblo
de Dios" (LG 9-17) respecto a "cuerpo de Cristo" (LG 7), ya que la primera da un enfoque
más dinámico al misterio de la Iglesia y posee una mayor continuidad con los antecedentes
del AT. Con todo, la Iglesia es el pueblo de Dios existente como cuerpo místico de Cristo.
IMPORTANCIA DE LA ALIANZA
Dios quiere llevar a los hombres a una vida de comunión con El, idea fundamental que en
la historia de la salvación se condensa en el tema de la alianza.
1. La alianza (berit).
Jesús, después de distribuir el pan, toma el cáliz, lo bendice y lo hace circular: esta es mi
sangre, la sangre de la alianza derramada por una multitud (Mc 14,24); " para la remisión
de los pecados" (añade Mt 26,28). La distribución del cáliz es un gesto ritual. Jesús acepta
380
libremente su muerte por la redención de la multitud. Se considera el siervo doliente y
comprende su sacrificio expiatorio (Is 53,11ss). Recuerda así la alianza del Sinaí, concluida
con la sangre (Ex 24,8), se sustituye por un sacrificio nuevo, cuya sangre realiza
eficazmente una unión definitiva entre Dios y los hombres. La nueva alianza es superior, se
quitan los pecados (Rm 11,27); Dios habita entre los hombres (2Co 6,16) y derrama su
Espíritu (Rm 5,5).
381
TESIS 36
EL PERIODO PATRISTICO
San Clemente de Roma: De él nos refieren Eusebio de Cesarea (siglo IV) e Ireneo de
Lyon. Lo mencionan como el sucesor de Anacleto en la sede episcopal de Roma y
transmisor de la tradición de los apóstoles. Posiblemente relacionado con la familia de los
Flavios y profundo conocedor del estoicismo; sin embargo, con mayor seguridad es un
judío converso, lo que se deja ver por los textos del AT en sus escritos. Su eclesiología:
1. El problema de Corinto (destitución de presbíteros intachables por un grupo de impíos y
soberbios). Por estar dividida la Iglesia de Corinto, Clemente les dirige una carta en la que
les ruega terminar las disputas que desgarran el Cuerpo de Cristo, que son ellos mismos. La
Iglesia es un misterio de paz y de unidad, don del Señor en su Espíritu; y que constituyen la
esencia del misterio de la Iglesia. De ahí la grave culpabilidad de los que comprometen
dicha unidad. Para ilustrar su pensamiento, Clemente evoca los ejemplos de la creación, del
cuerpo humano, de las legiones romanas.
2. El primado de la Iglesia de Roma. La carta puede ser considerada un acto de autoridad
primacial o de solidaridad cristiana. En favor de la primera tesis se puede considerar el
aspecto autoritativo de Clemente al hablar en primera persona; la expresión de que los
causantes deben someterse a la volutad de Dios y de que la autoridad de los presbíteros es
de origen divino. La Iglesia de Roma pide a los rebeldes un cambio de actitud. La misma
excusa por su tardanza en intervenir y el envío de delegados afirma esta tesis de la
autoridad primacial del obispo de Roma.
3. La constitución jerárquica de la Iglesia. A la cabeza de la comunidad local hay un
colegio de presbíteros-epíscopos, lo que expresa una terminología poco precisa (capítulos
44-47), pero en la que sin duda, la institución se remite a Cristo. Se expresa además la
presencia de diáconos y del laico que no pertenece a la jerarquía. Clemente recuerda el
papel de la jerarquía en la comunidad eclesial. Insistencia necesaria ya que los corintos,
procedentes del mundo pagano, no había sido preparados como los judíos para las
realidades cristianas. Para evidenciar el carácter sagrado de los presbíteros, Clemente se
remonta hasta Aarón y el sacerdocio levítico (D 42; DS 101). Muestra, luego, cómo la
institución de los presbíteros se remonta al propio Cristo Jesús.
- A la cabeza de la comunidad están los presbíteros-epíscopos.
- Dios Padre envió a Cristo, Cristo a los Apóstoles. Éstos establecieron "las primicias"
como epíscopos y diáconos.
- Los apóstoles dejaron la norma que al morir los "epíscopos y diáconos, "otros varones
aprobados recibieran su oficio".
4. Dos imágenes eclesiológicas:
382
a) Cuerpo de Cristo (capítulos 37-38) en la que se resalta una dimensión funcional del
cuerpo de Cristo, el cual, a su vez, se define por una unidad básica constituida por roles
diversos.
b) b) Ejército humano (capítulo 37) explicitando las funciones de esa unidad expresa que
los diversos roles deben someterse a la autoridad, a la manera del ejército de Israel en el
desierto.
San Ignacio de Antioquía: Para él, como para Clemente, la Iglesia es un misterio de
unidad. Subraya la unión indisoluble entre lo visible y lo invisible, lo corporal y lo
espiritual. Subraya el carácter sacramental de la Iglesia, encarnación permanente del Hijo
de Dios.
1. El misterio de la unidad visible de la Iglesia. El obispo.
Insiste en la realidad de la carne de Cristo, puesta en duda por la herejía del docetismo. Este
pretendía que la carne de Cristo era una simple apariencia visible. La visibilidad de la
Iglesia no podría ser más consistente que la de Cristo. De este modo, ni en Cristo ni en la
Iglesia habría una verdadera realidad de lo visible. Finalmente, para los docetas, sólo queda
un Cristo sin cuerpo y un cristianismo sin obispo. De ahí la respuesta de Ignacio. El aspecto
visible de la Iglesia en su unidad es tan verdadero y necesario como real es la carne de
Cristo. En la Iglesia auténtica, esto se expresa en el obispo, rodeado de su "presbyterium".
"Donde está el obispo, ahí está la comunidad; tal como donde está Jesucristo, ahí está la
Iglesia Católica". Unidad de la Iglesia, los cristianos con su Obispo, como las cuerdas de la
lira
2.El misterio de la unidad invisible. El obispo invisible. El obispo visible es un sacramento,
y representante del obispo invisible. De ahí la imposibilidad de estar unido a este último sin
mantenerse en unión con el primero. El propio Espíritu Santo garantiza la autoridad del
obispo. La visión global de san Ignacio incluye siempre el movimiento de la unidad divina
a la unidad del cuerpo místico.
383
sus santos y fieles, unidos en un solo cuerpo de su Iglesia. Los docetas son entes
aparienciales.
A Policarpo: Le da un programa de vida pastoral. Habla del sometimiento al obispo,
ancianos y diáconos.
La carta a Diogneto: Esta carta anónima escrita a finales del siglo II (posiblemente
adjudicada a Cuadrato) refiere, entre otras cosas, a la salvación a la que son llamados los
gentiles, ya que el Logos ha sido despreciado por los judíos, haciéndolos participar de este
tesoro, que es Jesucristo: son introducidos en el paraíso para participar del árbol de la vida
y de la ciencia (árbol de la inmortalidad y del conocimiento de Dios). La referencia al árbol
de la ciencia le da cierto sabor neoplatónico a la carta. Otro aspecto de la misma es la
relación de la Iglesia y el mundo, expresando "que los cristianos son el alma del mundo",
viven en él, pero se distinguen por ser el alma de un cuerpo, que es una cárcel. Los
cristianos viven en moradas corruptibles, pero en la incorrupción de la espera en una vida
en los cielos. Así es como la Iglesia es el alma del mundo.
2. La tradición.
Para Ireneo, la Iglesia es un misterio de encarnación, continuación de Cristo. Al igual que el
Salvador, la Iglesia tiene un aspecto visible y otro invisible. En la Iglesia terrestre opera el
Espíritu. La verdadera Iglesia está gobernada por los obispos sucesores de los apóstoles, la
Iglesia de la tradición. La sucesión apostólica es el criterio de la verdadera fe y de la
verdadera Iglesia. Esa sucesión se verifica hoy en la Iglesia romana. Estar en comunión con
la Iglesia apostólica es estar en comunión con Dios.
San Hipólito de Roma: Su eclesiología enfatiza su aspecto visible y jerárquico, tal como el
mismo Ireneo reflexiona. Al refutar la herejía del gnosticismo se propone probar que la
Iglesia es depositaria de la verdad, y que la sucesión apostólica de sus obispos, es la
garantía de su enseñanza. Respecto del aspecto espiritual, Hipólito concibe la Iglesia como
una sociedad de santos, que viven en la justicia.
San Cipriano de Cartago: Sus ideas sobre la Iglesia podrían resumirse en la palabra
unidad, que es el fermento, el signo y el vínculo de la verdadera Iglesia. A su juicio,
algunos intentan romper esa unidad, sembrando el odio entre los fieles y haciendo lo
posible por separarles de sus pastores. El vínculo y la garantía de la unidad es el obispo o,
más exactamente, el cuerpo episcopal. Se ha dicho que la eclesiología de san Cipriano es
una teología del episcopado.
1. La Iglesia, misterio de unidad. La "fraternidad". La Iglesia es fraternidad. A todos los
niveles: las Iglesias particulares constituyen una verdadera comunidad de hermanos; la
Iglesia universal, en el sentido de que todas las Iglesias particulares forman una misma y
1
Praescriptum 32,3.
385
única Iglesia del Señor. El fundamento de la unidad de la Iglesia es la unidad misma de
Dios, la unidad del Espíritu.
2. Los vínculos visibles de la unidad. La eucaristía. El obispo. Al igual que sus antecesores,
tampoco pretende Cipriano reducir la Iglesia a una comunidad invisible. Ha hablado de los
vínculos invisibles de la unidad: el Espíritu, la fe en el mismo Señor, la caridad 1. Ahora
muestra los vínculos visibles de esa unidad. Subraya dos: el sacramento de la unidad
(eucaristía) y el obispo. A juicio de Cipriano, cabe hablar de una especie de encarnación de
la Iglesia en el obispo. El obispo es el sacramento de Cristo. "Nadie puede tener a Dios por
Padre si no tiene a la Iglesia por madre"2.
3. La unidad del cuerpo episcopal. El episcopado uno e indivisible3. El obispo no está
aislado. Es esencialmente un miembro. Forma parte de esa totalidad que es el cuerpo
episcopal. Cipriano incurre en una seria deficiencia. Al parecer, no ha considerado que la
unidad sería una palabra vana en el caso de no tener un vínculo o una fuente visible en este
mundo, el papado.4 Cipriano ha ayudado a la Iglesia a tomar conciencia de su misterio de
unidad.
1
Ef 4,4-6 en "De Unitate" 4.
2
De Unitate 6.
3
De Unitate 5.
4
Cipriano apoya una pretendida costumbre africana que afirmaban los donatistas: la
necesidad de rebautizar a los herejes al convertirse al catolicismo. Se produjo una disensión
entre Cipriano y el papa Esteban, respecto de la validez del bautismo dado por los herejes.
Mientras el papa afirma la validez del bautismo impartido por los herejes, san Cipriano la
negaba. Para Cipriano la unidad de la Iglesia, la unidad del bautismo y la unidad de la
gracia eran un solo todo. El papa Esteban invoca la tradición contra Cipriano y proclama la
validez de los sacramentos administrados por los herejes (Dz 46). Lo mismo afirmará un
siglo más tarde san Agustín, pues el ministro aunque sea pecador, es un instrumento del
ministro principal que es siempre Cristo. Trento declara como verdad de fe esta doctrina
(Dz 860).
386
La eclesiología de los padres griegos es inseparable de la cristología. Desde
su encarnación, Cristo nos ha divinizado y unido al Padre, y de algún modo
nos ha constituido ya en Iglesia.
La eclesiología de los padres griegos es una eclesiología realista e interior.
La Iglesia está enraizada en Cristo. Lo que les interesa es el origen divino y
cristológico de la Iglesia.
b) El principio de esta divinización: el Espíritu Santo.
c) El carácter universal de la naturaleza humana de Cristo. La unidad de la raza humana en
la naturaleza humana de Cristo se funda en la vida divina ofrecida en Cristo, usufructuando
del platonismo y del estoicismo. En este clima filosófico admiten la consistencia ontológica
de una naturaleza humana universal.
d) El aspecto visible e institucional. Los padres griegos tienden a reducir la eclesiología a
su punto de partida, Cristo, sin preocuparse de su punto de llegada: la realidad eclesial en sí
misma, y sobre todo su aspecto sociológico y jurídico.
El interés por el lado visible de la Iglesia se manifiesta más en orden de vida
que de pensamiento.
Cabe destacar la importancia vital que todos atribuyen a la eucaristía y su
sentido de la jerarquía.
387
como necesaria de premisas incompletas, se deducía de la unidad de la Iglesia la invalidez
del bautismo de los herejes. A sus ojos, la unidad de la Iglesia, del bautismo y de la gracia
formaban un todo.
Sin embargo, el Papa Esteban I reaccionó contra esta tendencia, proclamando la validez del
bautismo administrado por los herejes, censurando incluso a Cipriano (D 46; DS 110).
Agustín defendió la validez de los sacramentos administrados por un ministro pecador,
enfatizando que es Cristo, como ministro principal, el que bautiza. Trento dogmatizó esta
verdad (D 860; DS 1617).
SAN AGUSTIN
La eclesiología agustiniana
1) La unidad perdida y recobrada. Los dos Adanes. En su lucha contra los pelagianos,
Agustín ha desarrollado este aspecto. La perspectiva pelagiana entraña el riesgo de
reducirlo todo a una moral y a una ascesis individuales. A este individualismo moralizante
opone Agustín la inmensidad del misterio cristiano.
2) El misterio de la unidad. El Cristo total, cabeza y cuerpo. El Espíritu Santo, alma de ese
cuerpo.
Para Agustín, Cristo y la Iglesia reunidos constituyen una sola cosa. Cristo entero no es el
Salvador solo, sino la cabeza y el cuerpo. En la Escritura, dos pasajes inspiran a Agustín: el
relato de la conversión de Pablo (Hch 9,4) y el discurso subsiguiente a la cena, con la gran
parábola de la vid (Jn 15). Destaca que esa identidad mística entre Cristo y su Iglesia es un
principio de exégesis.
Con este principio, muestra a Cristo hablando, orando; sufriendo y obrando en nosotros.
Hace una identificación mística de Cristo y de los suyos, tesis central de toda la eclesiología
de Agustín. El principio directo de esa unidad viva que formamos nosotros con y en Cristo
es el Espíritu, que es el alma de ese cuerpo único que nosotros formamos con y en Cristo.
Agustín es el primero en formular el Espíritu como alma de la Iglesia.
388
ella no fructifique. Una cosa es vivir del bautismo, y otra muy diferente haber
recibido su marca.
c) El sacramento del orden. La jerarquía. La estructura de la Iglesia, según Agustín,
no es igualitaria, como lo prueba la importancia del sacramento del orden, y el
"ordo clericorum". Contra los donatistas (que afirman que nadie puede dar lo que
no tiene, como la santidad) invoca el principio esencial: El hombre no es más que
un ministro. A través de él, es Cristo quien santifica.
d) Agustín afirma la finalidad espiritual de las estructuras visibles de la Iglesia en
marcha hacia su consumación celestial.
4) La reunión universal, la unidad católica. Para Agustín, la Iglesia abarca a todos los
hombres, cualesquiera que sean su país de origen y el siglo en que vivan. Su difusión no es
un simple hecho histórico, sino el cumplimiento del designio divino de unidad, tal como lo
anunciaban el AT y el NT.
Los pecadores no están excluidos de la Iglesia. Este aspecto es uno de los más tratados por
Agustín, puesto que los donatistas lo impugnan constantemente. Según ellos, la Iglesia
contiene solamente a los santos. Los pecadores no disponen de lugar en ella. Agustín
rechaza esta posición. En cuanto a los apóstatas, a los herejes y a los cismáticos, debemos
orar, dice Agustín, para que Dios los convierta y los reintegre.
5) La consumación de la unidad. Una sola Iglesia "in coelo fundata, in terra peregrinans".
Para Agustín, al igual que para sus predecesores, sólo en el cielo la Iglesia se realizará
definitiva y totalmente. La Iglesia de la tierra es, esencialmente, una Iglesia en marcha, una
Iglesia de "viatores".
Sin embargo, no hay dos Iglesias diferentes susceptibles de adicionarse; sino una misma y
única Iglesia que triunfa en el cielo, y que aquí, pena y trabaja. Y lo que une a estas dos
porciones de Iglesia es la caridad.
Se sigue viviendo del aporte de Agustín. Un solo punto se desprende con nitidez: las
relaciones entre la eucaristía y la Iglesia. Las otras cuestiones de los teólogos de esta época
se refieren a la existencia de la Iglesia antes de Jesucristo, a la pertenencia de los pecadores
a la Iglesia, a la gracia capital de Cristo, a la necesidad de pertenecer a la Iglesia para ser
salvos.
ECLESIOLOGÍA ORIENTAL
389
La denominación de Iglesia Oriental surge de la comparación de los dos grandes grupos de
Iglesias cristianas, que se sitúan dentro del Imperio: Oriente (habla griega oficial) y
Occidente (habla latina). Esta denominación se aplica a todas las Iglesias cristianas con rito
oriental, lo mismo que a las Iglesias católicas del mismo rito unidas a Roma, especialmente
la Iglesia Ortodoxa Católica Apostólica de Oriente (griega).
A la muerte de Teodosio I (395), el imperio Romano se dividió, quedando la línea
fronteriza entre Italia y Grecia. Al Oriente se formó muy pronto una gradación jerárquica
en Patriarcas, de las cuales, Constantinopla luchó arduamente desde el siglo IV para ocupar
la más importante, ya que además era la sede del emperador. Los otros Patriarcados son
Alejandría, Antioquía, y más tarde Jerusalén, los cuales, durante la historia han tenido
mayor o menor distancia e independencia de Roma, rompiéndose finalmente la práctica
tradicional de la colegialidad episcopal. Benedicto XV fundó en Roma el Pontificio
Instituto Oriental, favorecido por Pío XI (1928). El Vaticano II publicó un decreto especial
sobre iglesias orientales católicas y también separadas (OE capítulo 3).
ECLESIOLOGIA GRIEGA
390
Orígenes:
1.La Iglesia, realidad visible y estructurada. La jerarquía.
La tradición apostólica y eclesiástica es uno de los ejes esenciales de la teología de
Orígenes, ya que guardan la verdad para discernir las doctrinas heterodoxas.
2.La Iglesia, realidad invisible. El cuerpo de Cristo. La Iglesia terrena y la Iglesia celestial.
La Iglesia como cuerpo de Cristo se presta, en su horizonte neoplatónico, para destacar la
relación que hace depender las realidades corporales de las realidades espirituales por ellas
simbolizadas.
a) La Iglesia es tan antigua como el mundo. Preexiste, en cierto modo, a la
creación.
b) La Iglesia verdadera es la del cielo. Esta es modelo conforme al que debe
realizarse la Iglesia en el mundo.
c) Cristo es el alma del cuerpo de la Iglesia y mueve cada miembro.
d) Iglesia visible. Esta dimensión se ve sobre todo en la sucesión apostólica, pero
no desarrolla la doctrina del papado.
Herencia de los Padres: "La Iglesia, como cuerpo de Cristo" aparece como una nota particular en el mundo
bizantino, ya que su teología está dominada por el pensamiento paulino, y sintetizada por el tema de nuestra
divinización por medio de la humanidad de Jesucristo. Esta concepción eclesial está contemplada dentro de la
economía total de la salvación, articulando el aspecto de la divinización con el de la soteriología (Atanasio de
Antioquía, san Sofronio de Jerusalén y San Juan Damasceno). Nuestra incorporación a Cristo se realiza en el
bautismo y en el eucaristía. Con el primero es recibida la fe según la tradición de la Iglesia, y con la eucaristía
se produce la acción transformante y divinizante, junto a la unidad. El tema de la divinización, central en la
eclesiología oriental, se refiere como el retorno al paraíso, del cual, la Iglesia es figura y la Virgen, realización
anticipada.
Propio de Oriente es el desarrollo de las mistagogías, cuyo máximo representante es San
Máximo Confesor, y en las cuales, se desarrolla el misterio de la Iglesia como totalidad de
nuestra salvación y deificación (siglo VII). Reaparecido este género literario en la segunda
mitad del siglo XI, se retoma el sentido mistérico de la unión, de la creación terrena y de la
santidad celestial, sobre todo en la liturgia de la Iglesia.
El Emperador y la Iglesia: El Emperador bizantino, continuador del Imperio Romano, no conoció el desenlace
de Occidente con la invasión de los bárbaros. De esta manera, en Bizancio se conservó el pensamiento
helenístico de la realeza y de la monarquía, el cual veía en el Emperador el representante de Dios en la tierra,
imagen visible de la monarquía divina. El emperador cristiano presidía un pueblo de bautizados. Y aunque
391
respetaba las prerrogativas sacramentales del sacerdocio, desempeñó un puesto de autoridad en la Iglesia, cual
rostro interior del Imperio. La Iglesia y el Estado eran dos formas de manifestación de un mismo cristianismo.
El Emperador (Basileus) era un personaje sagrado y tenía una acción determinante en la vida de la Iglesia:
instituía a los Patriarcas de Constantinopla, nombraba obispos, convocaba concilios y su intervención era un
elemento necesario para su ecumenicidad.
En ocasiones se atribuyó una función magisterial, pretendiendo imponer a sus súbditos tal o
cual dogma, que promulgaba con el beneplácito de los Patriarcas de Constantinopla. Este
abuso fue ocasión para que interviniera el magisterio papal. En la historia de Bizancio se
dieron dos corrientes. Una de una independencia eclesiástica, y otra a favor de estas
intervenciones imperiales en la vida de la Iglesia. Hacia el año 1430, Simón de Tesalónica
expresó claramente la tendencia a la independencia del emperador.
Eclesiología del Concilio Ecuménico. La teoría pentárquica se va debilitando para dar paso a la teoría
conciliar, según la cual la Iglesia está constituida por la comunión de las Iglesias locales autocéfalas, todas
iguales en derechos, representadas por sus respectivos obispos. El criterio de la verdad y de la fe reside en el
colegio episcopal, cuya expresión es el Concilio Ecuménico. La Iglesia ortodoxa se define a sí misma como la
Iglesia de los siete Concilios Ecuménicos 2. La unidad de la Iglesia resulta de la concordia moral de las
Iglesias autocéfalas en la misma fe, en el mismo culto y en el amor fraterno. En esta concepción no hay
ningún puesto para una autoridad primacial, con verdadera potestad de jurisdicción universal.
1
Basados en este criterio se rechaza la fuerza obligatoria del Concilio de Florencia (1439-1449), ya que sus
decisiones fueron desaprobadas por el pueblo ortodoxo.
393
TESIS 37
LA SINTESIS ESCOLASTICA
1. La Iglesia, comunidad de vida divina. Para Santo Tomás, como para todos los
escolásticos, este aspecto es el fundamental de la Iglesia. Es importante la tesis de la gracia
capital, fuente y causa de la Iglesia. Se pone ahí el fundamento cristológico de toda
verdadera eclesiología. Este modo de presentación destaca la identidad profunda entre
Cristo y la Iglesia; evidencia mejor el hecho de que la vida y la constitución misma de
Cristo tiene por finalidad convertirle en la cabeza de la Iglesia.
a) Dos aspectos, una sola realidad. El aspecto visible y el invisible están siempre,
en los escolásticos, indisolublemente vinculados. El aspecto vital es el primero.
El aspecto jurídico aparece normalmente en segundo lugar, y subordinado al
primero. La escolástica se mantiene fiel a la visión de Agustín. El vínculo entre
estos dos aspectos de la Iglesia es evidente en lo que dice Santo Tomás sobre el
pecado del cisma, cuya definición destaca la perfecta continuidad existente entre
el aspecto más místico (comunión de caridad) y el más visible (sumisión al
papa). A su juicio, la Iglesia como sociedad externa es la comunidad de vida "in
Christo": es su sacramento.
Para Santo Tomás, la Iglesia tiene una doble misión: misión visible en la jerarquía,
y misión invisible en cada una de las almas por la gracias santificante.
b) Precisiones sobre el aspecto institucional de la Iglesia. Santo Tomás examina la
constitución jerárquica de la Iglesia con el sacramento del orden. Trata de los
poderes del orden y de jurisdicción, del papado, del episcopado, del magisterio
eclesiástico. Sobre el papel de la eucaristía, todos destacan la "res sacramenti",
que es la unidad del cuerpo místico, unidad viva idéntica a la gracia de la
caridad. También examinan las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Los tratados separados de la Iglesia aparecen a comienzos del siglo XIV. El primero, de
Santiago de Viterbo (1302), se titula "De Regimine Christiano". Pronto le siguen los de
394
Juan de París, Gil de Roma, Occam, etc. Se inicia una nueva fase de la eclesiología. Dos
son sus rasgos característicos: un considerable desarrollo del aspecto institucional de la
Iglesia, y una tendencia cada vez más acentuada a establecer una distinción entre la Iglesia
y el conjunto de la civilización. Al parecer, dos series de causas han intervenido.
a) Las causas externas. A finales del siglo XIII y comienzos del XIV, un conflicto
opone al rey de Francia, Felipe el Hermoso, y al papa Bonifacio VIII. Hasta ese
momento, la sociedad civil, por ser cristiana, se identificaba en la práctica con la
Iglesia, hasta el punto de constituir con ella una sola realidad, la "Res-publica
Christiana". Ahora surge un nuevo tipo de Estado que pugna por independizarse
totalmente de la Iglesia. Esta evolución tiene lugar en un clima de
enfrentamientos y de oposición a la Iglesia. Amenazada por esta especie de
absolutismo, la Iglesia reacciona y defiende su libertad y su misión espiritual.
Este es el sentido de estos primeros tratados separados de la Iglesia. Son
justificaciones teológicas de la tesis pontificia.
b) Las causas internas. Prosigue, por su parte, la elaboración teológica. Los
problemas que se plantean son relativos a los poderes pontificios. Además,
determinados herejes (albigenses, valdenses, etc.), con su pretensión de reducir la
Iglesia a una sociedad exclusivamente espiritual, obligan a pastores y teólogos a
insistir en el lado institucional y visible de la Iglesia. Con mayor razón se sigue
este camino en ocasión del cisma de Luis de Baviera, al que presta Occam su
apoyo teológico, y más todavía en ocasión del gran cisma y de la crisis
conciliarista resultante del mismo.
3. La respuesta católica.
Puesto que los reformadores rechazan el aspecto institucional de la Iglesia, se produce una
exageración en sentido inverso. Aparecen los tratados de las notas. Hay que saber donde
está la verdadera Iglesia. Tiene que haber signos claros y universales para diferenciar la
Iglesia verdadera de las falsas. Las notas son las del Credo de Nicea. Ellas dicen que la
Iglesia se da donde está la unidad. Eso no ocurre en el protestantismo. También la Iglesia
está donde se da la santidad. La Iglesia está donde está la catolicidad. Los protestantes son
un fenómeno local. El protestantismo no es universal. La Iglesia de Jerusalén desde el
inicio es católica. Algunos añadían como nota distintiva la romanidad.
Los tratados de las notas incluían la apostolicidad, que significa que la iglesia es la
continuación de la Iglesia de los Apóstoles. La Iglesia puede demostrar la sucesión
apostólica. Los tratados de las notas son una visión parcial, porque tienen una intención
apologética, para demostrar la verdadera Iglesia frente a los protestantes. Las notas son:
una, santa, católica y apostólica. Ahora las notas se llaman propiedades. En esa época hay
grandes tratados eclesiológicos basados en la explicación de las notas.
396
a) El concilio de Trento. No abordó directamente el misterio de la Iglesia en cuanto tal.
Pero abordó muchas cuestiones en las que se hallaba implicada la Iglesia, insistiendo en su
carácter institucional: valor objetivo de los sacramentos (D 843a-856; DS 1600-13),
poderes de la jerarquía, distinción específica del sacerdocio ministerial (D 960; DS 1767-
70). Sin embargo, el concilio enseñó acerca del misterio profundo de la justificación (D
792a-843; DS 1520-1583).
c) Los siglos siguientes (XVII-XVIII). La teología de los siglos siguientes no aporta ningún
cambio apreciable. Prosigue la polémica protestante. Se prolonga la corriente teológica de
orientación unilateral. Sin embargo, en Francia se restaura la doctrina del cuerpo místico.
Pero la crisis racionalista, que se acentúa a lo largo del siglo XVIII, se opone cada vez más
radicalmente a la autoridad sobrenatural de la Iglesia y a sus estructuras. Frente al
galicanismo, teólogos y pastores se ven inducidos a reforzar la autoridad del poder
pontificio, única garantía de libertad espiritual de las Iglesias locales.
397
TESIS 38
LA PALABRA MISTERIO EN EL AT
LA PALABRA MISTERIO EN EL NT
Sinópticos: Se anuncia sólo tres veces (Mc 4,11-12; Mt 13,11; Lc 8,10). Jesús explica por qué habla en
parábolas. Misterio son los secretos del reino. Este texto depende de Dn. Son los designios divinos para la
salvación, revelados por Jesús en la predicación del reino. El reino se les revelará sólo a los que lo esperan. A
los otros, se les dicen parábolas, pero no las entienden.
San Pablo: Ef 1,9-10; 3,1-12; Col 1,26-27; 2,2-3. El se proclama el apóstol que ha recibido la misión de
predicar el misterio. San Pablo también depende de Dn, es decir, usa la palabra misterio en un sentido
teológico-escatológico. Para él, la revelación del misterio es la revelación de los ocultos designios de Dios
para la salvación de todos los hombres. En la teología paulina hay tres momentos en el despliegue del
misterio.
-Misterio oculto en la mente de Dios. Cuando Pablo dice Dios, se refiere al Padre (Ef 3,9).
-Revelación de ese misterio.
Revelación profética del AT (Hb 1,1).
-Revelación en Cristo (Ef 1,9; 3,4-5; Hb 1,2) y en la Iglesia (Ef 3,1-10; 5,32), plena
manifestación.
398
Ef 1,1-8 insiste en que hemos sido elegidos antes de la creación del mundo. Es el designio
de salvación. Pablo insiste en la dimensión de algo que Dios ocultó, para expresar su
gratuidad. Dios nos salva porque nos ama. No es por nuestros méritos. Por eso dice que
somos predestinados. Esto lo dice de muchas formas. Solamente en Cristo se nos ha
regalado un amor gratuito. La Iglesia como plan de Dios es una Iglesia de pura gratuidad.
En la concepción paulina, el misterio es designio concebido por Dios desde toda la
eternidad. La Iglesia, como Cuerpo de Cristo es la depositaria del misterio, y a través de
ella se realiza el designio de salvación.
El concepto paulino tiene un alcance ecuménico. Todas las generaciones que ha habido, las
actuales y las que van a venir, son llamadas a la Iglesia. Dios quiere que todos los hombres
se salven. La verdad es el misterio. La Iglesia en la concepción paulina es el misterio por
excelencia. Dios quiere reunir a todos los hombres en un solo Cuerpo. La Iglesia es la
depositaria del misterio. No es ella el origen, sino la depositaria de ese misterio (Ef
1,10-11).
Origen del misterio: San Pablo ha dicho que procede de Dios. Cuando se habla de los designios de salvación,
en la Biblia esto se une con la voluntad salvífica de Dios, que quiere salvar a todos los hombres (1Tm 2,4; Ef
2,14-18; 3,2). Dios quiere la unidad de todos los hombres. De ahí viene el misterio. El querer de Dios, por ser
un querer sabio, siempre se cumple. Pablo la llama una sabiduría misteriosa (1Co 2,7, referido a Sb 9,18 y
10,4), una bondad misteriosa, porque descubre el misterio de Dios. Pablo no da una definición metafísica.
Según el pensamiento paulino, la Iglesia es obra de la acción trinitaria (LG 1-4)
1. Padre. Es de quien proceden todas las cosas. Su designio es hacer participar a los
hombres de la vida divina (Rm 8,29).
2. Hijo. También tiene una parte en el plan. Jesús ha venido a aceptar la voluntad
del Padre; y para que el Hijo sea "el primogénito entre muchos hermanos". Su
obra consiste en "restituir a la humanidad el esplendor de la imagen divina, que
el pecado había empañado" (Rm 8,29).
3. Espíritu Santo. Es también el vínculo de amor. La Iglesia es una comunidad de
amor. La comunidad de amor es la comunidad de los hijos y de los hermanos. El
Espíritu Santo asiste a la Iglesia y da acceso a los creyentes al Padre, a través del
Hijo. El Espíritu Santo es un impulso dinámico, que lleva a vivir la vida de hijos
de Dios y de hermanos en Cristo.
El influjo brota del Padre fontalmente hacia el Hijo, y de ahí al Espíritu Santo. Lo que vive
la Trinidad dentro de sí es lo que se comunica a la Iglesia.
A propósito de la dimensión apocalíptica del misterio (Ap 10,6-7), San Pablo expresa que
entrar en la Iglesia es acercarse al misterio de la piedad (1Tm 3,16). Aquí el concepto
"misterio" adquiere un carácter escatológico, pues se trata de la instauración definitiva del
Reino, significada por la destrucción de los enemigos del pueblo de Dios: castigo de
Babilonia (Ap 17), destrucción de Satanás y de las naciones enemigas de la ciudad amada,
Jerusalén, que simboliza la Iglesia (Ap 20,7-10). Este misterio de piedad es la expresión del
"hesed" o misericordia del AT, que se da plenamente en Jesucristo. Este misterio de piedad
se contrapone al "mysterium iniquitatis" en 2Ts 2,7, lo que indica que la Iglesia como
misterio parece tener esencialmente una función soteriológica, cual misterio de
misericordia, que se opone al poder del maligno. La Iglesia como misterio es la parti-
cipación en la victoria por la fe en el Cordero y en los sacramentos de la fe. Como dice en
1Tm 3,15-16, el misterio de la piedad "manifestado en la carne ha sido justificado por el
Espíritu, ha sido mostrado a los ángeles, predicado a las naciones, creído en el mundo,
399
ensalzado en la gloria". Esto será pleno el día del juicio, cuando la Iglesia alcance su
desposorio con el Cordero (Ap 21,1-4).
La concepción de la Iglesia como misterio no permite pensar que sea algo accidental, por
causas históricas. Los Padres de la Iglesia hablan de que ésta comenzó desde Adán, desde
el justo Abel, o desde la creación. San Agustín, contra los pelagianos, que atribuían la
salvación a las obras, decía que la Iglesia tiene su origen en los comienzos del mundo. La
Iglesia de Cristo engloba a todos los creyentes de las generaciones pasadas y futuras. La
Iglesia de Cristo está dotada de todos los medios de salvación.
Consecuencias de la Iglesia como misterio: El concilio aclara que fuera de la Iglesia no hay salvación, pero
amplía el concepto de Iglesia. La Iglesia comienza con el primer acto de salvación que realizó Dios, que es la
creación. Además, el efecto de la Iglesia llega más allá de la pura institución. Se amplía el sentido de la
salvación (LG 16). Hay distintos vínculos de unión.
La Iglesia como misterio es un plan de Dios. Primero crea el mundo. Después crea al
hombre. Ese plan se va realizando históricamente. Cuando llega el tiempo oportuno, Dios
comunica su plan al pueblo elegido para llevar a cabo su misión. Y después, Dios se
encarna y constituye la Iglesia. Una vez terminada la obra del Hijo, la aplica el Espíritu
Santo. La gente que no está institucionalmente dentro de la Iglesia, también se salva por
medio de la Iglesia. La Iglesia es un misterio de comunión. La Iglesia se revela en la
Escritura y en los Padres como una "koinonía". El vínculo de unidad es siempre el Espíritu
Santo (Jn 17,20-22; 1Jn 1,3).
La Iglesia como misterio de comunión tiene su origen en la Trinidad, pero para producir la
unidad en un doble plano: los hombres con Dios (Ef 4,5), y los hombres entre sí (1Jn 1,3-4;
Jn 17,21-22). Puebla enfatiza la dimensión misteriosa de estas realidades en el fondo
limitado de los hombres, pero compenetrados de Dios (DP 230).
Los seres materiales pueden estar presentes, pero entre ellos no puede haber un verdadero
encuentro. Los seres espirituales tienen intimidad. La esfera más profunda del hombre
como ser personal es la manifestación de su intimidad. El hombre puede expresarla en el
caso de que quiera manifestársela a otra persona. Por tanto, es necesaria la libertad. Si no es
una relación libre, no será nunca una verdadera relación. Unicamente el hombre se
comunica con libertad. Unicamente nos manifestamos a los que amamos. Unicamente
conocemos a los que queremos. Para que haya encuentro humano debe haber: 1)
Revelación de la intimidad personal voluntariamente. 2) Fe.
Cuando nos revelamos a una persona es una relación interpersonal. Dios es un ser personal
y trascendente. Es la fuente de la intimidad. Dios puede relacionarse con el hombre sólo si
El toma la iniciativa. Este es el fundamento de la revelación de Dios. Dios se revela por
obras y palabras. Jesús hablaba y realizaba obras. Dios se acomoda a la antropología, a la
forma de ser del hombre.
La concepción de la Iglesia como misterio nos lleva al designio salvífico preparado por el
Padre desde antes de la creación, a saber, el misterio de comunión entre Dios y el hombre.
400
Esto supone la revelación por parte de Dios y la fe por parte del hombre. Pero además, este
encuentro se realiza en el marco histórico de la corporeidad, a modo humano. Para ello, es
imprescindible la dimensión sacramental, que está íntimamente ligada al "mysterium". El
sacramento, aplicado a la Iglesia, requiere una explicación.
"La Iglesia en Cristo es como un sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con
Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). De esta manera se exorcisa la
categoría "sacramento" como referida exclusivamente a los siete ritos principales de la
Iglesia. Aunque esto puede ser un indicio para tratar a la Iglesia de forma piadosa y poética,
y no dogmática (LG 9; 48), la aplicación de "sacramento" a la Iglesia permite dejar a un
lado la secular consideración jurídica de ella. El valor fundamental de este nuevo concepto
permite enfatizar el cristocentrismo de esta nueva concepción eclesiológica, que se orienta
a una economía sacramental. La nueva concepción de la Iglesia mira el misterio de la
encarnación y dentro de los sacramentos, especialmente la eucaristía, a partir de la
conciencia creyente del período bíblico y patrístico.
Esta vuelta a la categoría "sacramento" (J. A. MÖLLER) para referir a la Iglesia se inicia en
el siglo XIX, fundándose en el misterio de la encarnación (SCHEEBEN, OSWALD). Pío XII
en su "Mystici corporis", aunque no refiere a la Iglesia como sacramento, da pasos para
encaminarse a ella.
La categoría de lo sacramental permite referir a la unidad polar entre lo humano y lo divino,
especialmente aplicado a Cristo en el misterio de su encarnación. Trento dice "invisibilis
gratiae formam visibilem" (D 876; DS 1639). Desde el siglo II, "sacramentum" reemplaza
definitivamente a la categoría "mysterium". Hay que recordar que en el NT, Cristo es el
auténtico "mysterium" de Dios (Rm 16,25). Con Ignacio, Justino y Melitón, "mysterion" no
es sólo el todo personal de Jesús, sino su vida, la cruz y resurrección. Justino y Melitón
destacan además el "mysterion" en las profecías del AT y la prefiguración de Jesús en Ef
5,32. En el siglo III, "mysterion" refiere al eterno designio de Dios, en el cual se ha
realizado y revelado como una poderosa acción salvífica de la persona y en la vida de
Jesús. Comporta una dimensión polar, en la que, por un extremo está la realidad y acción
divina, y por otro, el acontecimiento terreno como signo y figura. Orígenes habla de Jesús y
de su misterio pascual, cual finalización definitiva de la salvación. Este autor no enfatiza
demasiado el aspecto de la humanidad. La vida de la Iglesia, por ello, no es la última de las
realidades, sino una anticipación de la alianza eterna en el cielo.
Por ello, en el ámbito griego, el "mysterion" es una unidad entre la realización cumplida y
la esperada, enfatizándose sobre todo, la importancia de la eucaristía y el bautismo. En la
lengua latina, éstos serán "sacramenti". En el siglo IV-V prácticamente existe una
identificación entre "sacramentum" y "mysterium".
En el siglo III, Tertuliano aplica el "sacramento" a la fiesta cristiana del bautismo y la
eucaristía, expresando además que el sacramento conlleva un juramento consecratorio. En
la época patrística el bautismo era un anticipo de la resurrección futura ya realizada en
Cristo (Ef 2,5-10), por lo que era considerado una fiesta, una acción de Dios. De igual
manera, con la eucaristía. Ambos sacramentos contenían esta dimensión del "mysterion"
griego, en cuanto unidad polar entre un suceso terreno y la acción salvífica de Dios.
Por tanto, la enseñanza de la antigua Iglesia sobre el "mysterion-sacramentum" no trataba
primordialmente de doctrinas particulares, sino de una estructura general de una perspectiva
que hacía comprensible el todo de la economía salvífica y sus partes. La categoría
sacramental designaba allí la encarnación del poder y del plan salvífico de Dios, los cuales
(a través del sacramento) se hacen presente entre los hombres y para los hombres. Por el
sacramento se conoce la acción salvífica de Dios en una comunidad.
401
En la Edad media adquirió una acepción distinta. El sacramento se aplicaba a los siete
signos, cual "signum efficax gratiae", y el "mysterion" designa los misterios doctrinales,
aun cuando en la liturgia se mantiene la sinonimia.
Pero el signo es más que un cauce de la gracia, es la forma que ésta adopta, la cara visible
de aquella única acción de Dios, por la cual funda la comunidad con los hombres. La
comunidad de Dios con los hombres afecta además a todo el hombre, cuerpo y alma, al
individuo y a su condición social.
Por ser el sacramento el eterno designio salvífico de Dios, el cual se revela y realiza
poderosamente entre los hombres con eficacia, Cristo y la Iglesia son sacramentos
originales. De suyo, el prototipo de todo sacramento está en la persona de Jesús, pero en el
tiempo que media entre su ascensión y la parusía, es su Cuerpo en la tierra (la Iglesia) el
que constituye el arquetipo sacramental. La sacramentalidad de Cristo se entiende desde la
encarnación. Ella es la palabra creadora, que desde el principio hizo a los hombres para la
comunidad viva con Dios, ha realizado dicha comunidad tomando por completo la forma
humana y saliendo a buscar a todos los hombres pecadores, llegando hasta la muerte y la
resurrección. Con ello rompe el aguijón de la muerte convirtiéndose en principio de vida
comunitaria (la Iglesia surge del costado de Cristo en la cruz).
La humanidad de Jesús, es un "órgano vivo de salvación a El (el Verbo) indisolublemente
unido" (1Jn 1,1; LG 8). La doctrina del Cuerpo de Cristo sirve para fundar la
sacramentalidad de la Iglesia, ya que continúa la presencia visible en la tierra en este
tiempo del Señor glorificado. Sus miembros viven la vida de Cristo, que los rige como
cabeza y con su Espíritu los une a El y entre sí mismos (LG 7).
Las diversas imágenes de la Iglesia en el Vaticano II nacen de esta visión sacramental: Casa
edificada por Dios para su familia, que es la humanidad redimida; redil, cuya única y obli-
gada puerta es Cristo; labranza o arada de Dios, en el cual crece el vetusto olivo; viña del
celestial Agricultor; edificación de Dios; Jerusalén de arriba y Madre nuestra (LG 6).
El rescate de la dimensión de los Padres sobre su concepción del "mysterion" y
"sacramentum" se deja ver no sólo en el carácter instrumental de la Iglesia, sino en que ella
es ya de alguna manera la nueva creación de la imagen de Cristo a imagen del Creador.
Manifiesta ya la unidad del pueblo escogido de Dios, prefigurándole (LG 1; 13), cual
germen del reinado definitivo de Dios (LG 5).
Desde el comienzo, la Iglesia aparece esencialmente como la sociedad de los amigos de
Cristo, de aquellos que lo aman y que son amados por él. De allí que sea esencialmente una
fraternidad y una vida en la caridad, junto a la fe y la esperanza (LG 8-9). La Iglesia son los
llamados (Rm 1,6-7; 8,28-30; 1Co 1,1.24; Judas 1; Ap 17,14), con un vínculo producido,
no por los hombres, sino por Cristo (como es la acción sacramental, en la que Jesucristo es
siempre el ministro).
El corazón de la Iglesia es la acción salvífica de Dios, la cual sucedió y quedó constituida
para todos los hombres en la muerte y resurrección de su Hijo.
Ampliando lo expuesto más arriba, es posible destacar hitos o signos sacramentales del
encuentro de Dios con el hombre, para descubrir a la Iglesia como el último signo dentro de
una concatenación sacramental de la comunicación de Dios.
402
manifiesta como Creador del universo y fundamento absoluto de su propia existencia (Sb
13,1-9; Rm 1,20).
2. La religión natural: sacramento del encuentro con el Dios vivo. Dios también se
manifiesta gratuita y progresivamente, a través de la historia, a los hombres de buena
voluntad, invitándoles con la llamada interior de su gracia a la comunión con El. El Dios
vivo resuena en el corazón de los hombres que le buscan con sincero corazón y responden a
sus ansias de comunicación personal con el ser absoluto y trascendente. Esto es lo propio de
la religión natural, verdadero acontecimiento sacramental del encuentro personal entre el
hombre y Dios, si bien se expresa en ocasiones con cierta ambigüedad ritual (LG 16).
4. Jesucristo: sacramento original del encuentro con Dios Padre. Ante la infidelidad de
Israel, Dios envió a su Hijo, que asumió carne humana haciéndose como uno de nosotros
(Jn 1,14). En el hombre Jesús se realiza la fidelidad a la "alianza" con Dios en una
correlación perfecta, que tiene plena realidad de revelación y llamada de Dios, y la fe
constituye la respuesta del hombre.
Al encarnarse el Hijo de Dios, la humanidad de Jesús es representativa de toda la
humanidad. Su encarnación no es sólo la oferta divina del amor de Dios al
hombre; es también la respuesta suprema y perfecta de la humanidad que Jesús
ha hecho en nombre de todos.
Los actos de la vida de Jesús, desde la concepción en el seno de María hasta la
culminación en su muerte y resurrección, son la manifestación del amor divino
para los hombres y del amor humano para Dios. Son don de gracia y respuesta de
fe.
Por su encarnación redentora, completada en su glorificación, Cristo nos ha
merecido que su Padre sea nuestro Padre y nos comunica "el Espíritu de hijos
adoptivos, que nos hace exclamar ¡Abba, Padre! El Espíritu se une a nuestro
espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rm 8,15-16).
Jesucristo es el sacramento perfecto.
PRINCIPIOS PASTORALES
Los sacramentos son símbolos reales de la acción salvífica de Jesucristo, en cuanto que
representan realmente el misterio pascual en sus siete formas diversas de celebración y de
participación. En la celebración de cada sacramento se hace presente, se actualiza el mismo
y único misterio pascual de Jesucristo, pero con la especificidad y connotación propia de la
gracia sacramental según la voluntad positiva de Jesucristo, que la ha constituido.
404
a) "Sacramentum tantum", que es el signo externo o rito sensible, constituido por
el signo (la materia) y la palabra (la forma).
b) "Res et sacramentum", que es el signo y la gracia, cual expresión del
sacramento interno y que constituye su núcleo. El carácter, en el caso de
aquellos que lo imprimen.
c) "Res tantum", gracia sacramental (interna), que produce el sacramento. Es el
efecto y los frutos del mismo.
4. Carácter sacramental: realidad indeleble que hace al sujeto hábil para el culto y que
implica la no reiterabilidad del sacramento (bautismo, confirmación y orden).
Finalmente, los sacramentos son acciones de Cristo, instituidos por El y que comunican la
gracia eficazmente, es decir, "ex opere operato" (S.Th., III, q.62, aa. 1.3.6). En otras pala-
bras confirman la gracia en virtud del mismo sacramento "a los que dignamente los
reciben" (Florencia: D 695; DS 1310).
La dimensión sacramental de la Iglesia se deja ver en la estructura sacramental porque
también ella es una realidad visible, de la cual fluye la gracia, que es el mismo Cristo. La
Iglesia es sacramento de Jesucristo, que se confiere eficazmente a través de los siete ritos
sacramentales. "Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor
de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que
fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera" (LG 9, citando
a San Cipriano, Epístola 69,6).
LA LITURGIA
En ninguna actividad se refleja tan bien a sí misma la Iglesia como en su liturgia, y aunque
ella no agota toda la actividad de la Iglesia (SC 9), es la fuente y la cumbre de la vida de la
Iglesia (SC 10). La Iglesia desarrolla además actividades apostólicas, docentes,
asistenciales, etc. Pero la liturgia es la mejor forma y la mejor expresión para medir la
405
consistencia de su eclesiología. La Iglesia es prolongación de Cristo, su Cuerpo ampliado y
prolongado en la historia, pero nunca está Cristo tan presente en su Iglesia como en la
acción litúrgica (SC 7), especialmente en la eucaristía (SC 47-57). Con la liturgia se destaca
el aspecto de misterio y sacramento, con que la Iglesia se caracteriza, a diferencia de la
eclesiología postridentina, que acentuaba más el aspecto jurídico y externo. La liturgia es
importante en el cuerpo de la Iglesia porque "contribuye en sumo grado a que los fieles
expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica
de la verdadera Iglesia" (SC 2). Tan cerca está a la Iglesia la acción litúrgica, que en ella se
celebra el misterio pascual, que es su fuente.
LA AUTORIDAD PASTORAL
Desde el punto de vista de la Iglesia como sacramento y misterio, la actividad pastoral está
ordenada a recrear la acción salvífica de Jesucristo a sus miembros. Este es un servicio
orgánico, que tiene el fin de conducir al pueblo de Dios a la santificación y a la alabanza,
porque la Iglesia es una comunidad que peregrina y se organiza en este mundo (LG 8a) en
vistas de la comunión con Dios (LG 50). Es interesante destacar que el capítulo II de LG,
referido al pueblo de Dios, está antes del capítulo sobre la constitución jerárquica de la
Iglesia, puesto que la autoridad pastoral está subordinada y al servicio del Pueblo de Dios.
INSTITUCION Y CARISMA
406
TESIS 39
IDENTIDAD DE LA IGLESIA
407
Magisterio: El pueblo de Dios es uno y único (LG 13). Además, en el símbolo de Nicea
aparece que la Iglesia es una y única. En los años 568-575, en el concilio XVI de Toledo se
expresa la "excellentia et necessitate ecclesiae Christi" (DS 575).
En la profesión de fe propuesta a los valdenses en 1208 por Inocencio III dice que fuera de
la Iglesia nadie se salva (D 423; DS 792). El IV concilio de Letrán, basándose en San
Cipriano expresa: "una vero est fidelium universalis Ecclesia, extra quam nullus omnino
salvatur" (D 430; DS 802). Pío IX dice que por la fe debe sostenerse que fuera de la Iglesia
romana nadie puede salvarse (D 1647; 1677; DS 2865; 2867), aunque expresa que "hay que
tener por cierto que quienes sufren ignorancia de la verdadera religión, en caso de que
esta ignorancia sea invencible, no son antes los ojos del Señor reos por ello de culpa
alguna" (D 1647; DS 2865). Pío XII en "Humani generis" 21 denuncia a quienes no creen
necesaria la pertenencia a la Iglesia para la salvación. "Mystici corporis" también se refiere
a la necesidad de la Iglesia (FIC 556).
LG 14 y 16 deja ver que los que no pertenecen a la Iglesia y que buscan a Dios pueden
salvarse. La visión del Concilio está en perfecta consonancia con los decretos conciliares y
la visión de los Padres. Dios puede dar la salvación a quienes no han escuchado hablar de
El, pero tienen una religiosidad natural o una recta conciencia. Nada impide que estén
dentro del plan salvífico de Dios, y por lo mismo, se ordenan a la Iglesia aunque de modo
imperfecto. El documento fundamental para referir a la necesidad de la Iglesia en el
Vaticano II es AG.
En este contexto, cabe recordar la identidad y naturaleza de Iglesia, que posee una doble
dimensión (LG 8a). Es misterio, pues el plan divino de salvación, que ha existido desde
siempre en Dios se manifiesta en la Iglesia terrestre, y por ello, fuera de ella no hay
salvación. Sin embargo, también es sacramento, ya que el plan divino de salvación
realizado en la historia posee una estructura y organización determinada. Fuera de la
Iglesia, es decir, más allá de sus límites institucionales, Dios puede dar la salvación a
aquellos que "todavía no recibieron el Evangelio, pues se ordenan al Pueblo de Dios de
diversas maneras" (LG 16).
Universalidad. Si la Iglesia es necesaria debe ser universal. El concilio dice que todos los
hombres están llamados a formar el Pueblo de Dios, por lo cual, este pueblo debe extender-
se a todo el mundo y a todos los tiempos (LG 13).
PERTENENCIA A LA IGLESIA
La imagen "Lumen Gentium" (luz de las gentes) sugiere la idea de la Iglesia, portadora de
la luz, que es Cristo, al cual se van circunscribiendo los distintos grados de adhesión y
pertenencia a su cuerpo, que alcanza a toda la humanidad (LG 1). Dios quiere que todos los
hombres se salven (1Tm 2,4). Esto se ha tratado de conciliar diciendo que hay un modo de
pertenecer a la Iglesia por el deseo implícito. Son los hombres de buena voluntad, que
buscan a Dios y a la Iglesia, sin encontrarlos por una ignorancia invencible. El Concilio
Vaticano II habla de distintos grados de incorporación a la Iglesia. Pertenencia total tienen
los que aceptan todos los elementos de la Iglesia tal como Dios los ha ido revelando (LG
14-16) y como Cristo la ha instituido, es decir, la Iglesia institucional.
Los que desean el bautismo están incorporados por el deseo. Hay personas que por razones
históricas no tienen total incorporación. Los no cristianos tienen una cierta pertenencia a la
Iglesia de Cristo. Los musulmanes y las otras religiones monoteístas creen en el Dios único.
Hay cierto grado de incorporación en los ateos que son de buena voluntad. La afirmación
408
de que fuera de la Iglesia no hay salvación, el Concilio la entiende en sentido positivo, es
decir, en cuanto significa que toda la salvación viene de Cristo por su Iglesia. Esto no
significa que los que no pertenecen a la Iglesia están condenados (AG 7; CEC 1260-1261).
Podría hacerse una jerarquización de los grados de pertenencia a la comunión eclesial:
1)Los fieles cristianos católicos, los cuales están en comunión plena (LG 14b; CIC 205).
2)Fieles cristianos no católicos, en los cuales se da una comunión no plena imperfecta pero
real, pues no profesan la fe en su totalidad, y especialmente no guardan la unidad de
comunión con el sucesor de Pedro: ortodoxos, anglicanos, protestantes (calvinistas,
luteranos), otras iglesias y sectas cristianas (metodistas, pentecostales, adventistas, etc.)(cf.
LG 15). 3)Los no cristianos, es decir, los creyentes monoteístas (LG 16). 4)Los catecúme-
nos, "que por el mismo deseo ya están vinculados" a la Iglesia (LG 14c; AG 14; CIC 206).
Su pertenencia a la Iglesia está dada por ella misma, que ya los considera suyos. 5)Los no
creyentes "ni el mismo Dios está lejos de otros que buscan en sombras e imágenes al Dios
desconocido" (LG 16; RM 9-10).
ECUMENISMO
409
- Quienes hoy nacen a la vida cristiana en el Bautismo en otras comunidades, están
en cierta comunión con la Iglesia, aunque no perfecta. Son cristianos de derecho.
Son hermanos en el Señor. Muchos bienes que provienen de Cristo, son un don del
Espíritu Santo y "pertenecen por derecho a la única Iglesia de Cristo". Cristo se vale
de aquellas iglesias como medios de salvación (cuya virtud deriva de la plenitud de
gracia confiada a la Iglesia Católica, UR 3).
- Comprensión mutua (UR 4).
- Tarea de todos: Pastores y fieles (UR 5).
- Necesidad de continua reforma de la Iglesia (UR 6).
- Ante todo, conversión interior. Pedir gracia del Espíritu Santo.
-Petición de perdón (UR 7)
- Plegaria común (UR 8).
- Diálogo y conocimiento de los hermanos separados (UR 9).
- Orientación ecuménica de la enseñanza de la teología: Evitar polémica (UR 10).
- Evitar falso irenismo: Exponer doctrina en su integridad (UR 11).
- Cooperación de los cristianos en determinadas materias: Bien común, justicia
social, etc. (UR 12).
Los tres documentos fundamentales son AG del Vaticano II, EN de Pablo VI y RM de Juan
Pablo II. En los documentos se alude siempre al fundamento de la misión, cual es el envío
del Hijo por el Padre, del Espíritu Santo por el Padre y el Hijo, y el envío de los Apóstoles
por el Hijo, a anunciar la Buena Noticia y a evangelizar hasta los confines de la tierra (Mt
28,19-20; Jn 17,18; 20,21). La expresión "evangelizar" surgió después del Concilio. Sin
embargo, es el término aplicado para la misión como aspecto esencial a la Iglesia. EN la
define como: "es llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, y con su
influjo, transformar desde dentro y renovar a la misma humanidad" (EN 18).
De LG 17 se extraen principios generales: Toda la Iglesia es misionera y la obra de la
evangelización es deber fundamental del pueblo de Dios (AG 1; 35); la razón de la
actividad misionera responde a la voluntad de Dios (AG 7); todo cristiano debe ser un
misionero, pero es propio del sacerdote llevar a su complemento la edificación del Cuerpo
mediante el sacrificio eucarístico (Ml 1,11 en LG 17); clave para la misión será vivir la
caridad como testimonio de vida y ser personas que dialogan respetuosamente con los
hombres (AG 11-12). Junto a este testimonio es necesario un anuncio explícito: "la Buena
Nueva proclamada por el testimonio de vida deberá ser, pues, tarde o temprano, proclamada
por la palabra de vida. No hay evangelización verdadera, mientras no se anuncie el nombre,
la doctrina, la vida, las promesas, el Reino, el misterio de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios"
(EN 22).
La Iglesia es un pueblo universal que se incultura (LG 13,2). Respeta las riquezas culturales
de los pueblos y los purifica y eleva con el mensaje de Cristo (EN 20; DP 385-443; Santo
Domingo 228-286).
1) Misión: Fidelidad al mandato dado por Cristo: "Id ... ". (Mt 28)
2) Fuente última: El amor de la Trinidad: designio salvífico de Dios Padre; misión
del Hijo y del Espíritu Santo (AG 2).
3) Fin último: Hacer participar a los hombres en la comunión trinitaria.
410
4) Motivo de la misión: "Dios quiere la salvación de todos por el conocimiento de la
verdad (1Tm 2,4). "Porque cree en el designio universal de salvación, la Iglesia
debe ser misionera" (CEC 851).
5) Los caminos de la misión: "El Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda
la misión eclesial". (RMi 21). Siguiendo el camino de Cristo (pobreza, obediencia,
sacrificio). La misión, exigencia de conversión (coherencia del testimonio) y
paciencia.
6) Etapas de la Misión: anuncio salvador (Kerigma); Catequesis y formación de
comunidades; Iglesia local. Traspasan estas etapas tanto la promoción humana como
la inculturación del Evangelio (cultura cristiana).
7) Deber de toda la Iglesia.
411
TESIS 40
El Concilio Vaticano II presenta una nueva imagen para referir a la Iglesia. Habla de ella
como el "Nuevo Pueblo de Dios" (LG 9). Con esta imagen se renueva la eclesiología, resal-
tando su dimensión dinámica antes que la jurídica propia del período pre-conciliar.
El designio de Dios tiene un carácter comunitario e histórico. Es voluntad de Dios no salvar
aisladamente. La Iglesia, como realización del designio de Dios es una realidad encarnada
en la historia.
EL PUEBLO DE DIOS EN EL AT
El pueblo no fue fiel, salvo un resto. La escatología profética recuerda que en los últimos
tiempos, Dios volverá a reunir un nuevo pueblo y hará una nueva alianza (Jr 31,31-34; Is
2,2-4). El pueblo mesiánico tiene las características del pueblo de Israel, pero sin las
imperfecciones.
1) Es una comunidad de raza, pero no étnica, sino espiritual.
2) Una comunidad regida por una ley escrita en los corazones.
3) Comunidad de destino, donde todos participarán de los acontecimientos
salvíficos.
4) Habrá una nueva patria, que es el mundo entero.
5) Todos hablarán la misma lengua para alabar a Dios.
6) Será una comunidad sacerdotal.
EL PUEBLO DE DIOS EN EL NT
Autoconciencia de la Iglesia de Cristo de ser pueblo de Dios: Hay un proceso en la nueva comunidad reunida
por Jesús, que El mismo llamó Iglesia (Mt 16,18). El proceso tiene tres pasos: 1)Conti nuidad con el pueblo de
Dios del AT. 2)Novedad. 3)Ruptura con la interpretación judaica del pueblo de Dios. En el primer momento,
la comunidad aparece ligada al pueblo de Dios del AT. Pero poco a poco se va llegando a la convicción de
que en la Pascua se ha realizado la comunidad escatológica. La novedad es ser el nuevo Israel. Entonces viene
la ruptura, provocada además por el rechazo que padecen por parte de los judíos. Empiezan a tener nuevas
formas de vida y de culto: bautismo (Hch 2,38), oración común (Hch 2,46; 12,2), fracción del pan (Hch 2,42);
dirección propia, apertura a los gentiles, Roma como centro de la cristiandad.
412
Características de nuevo pueblo de Dios:
1. Comunidad de elegidos. Son elegidos por Dios en su Hijo Jesús (1P 2,9-10; Ef
2,3-7; Col 3,12-15).
2. Depositario de las promesas mesiánicas. Por ser un pueblo que procede de la
elección (2Co 1,20). Todas las promesas se han cumplido en Cristo.
3. Nuevo Israel (Rm 9,6; Ga 3,6-11; Jn 1,47).
4. Nueva alianza. La antigua alianza fue sellada con la sangre de animales. La nueva
alianza se sella con la sangre de Cristo (Mc 14,24; 1Co 11,25; Rm 16,16).
5. Nuevo pueblo sacerdotal. Participa en la dignidad y misión sacerdotal (Ap 1,6;
5,9-10; 1P 2,9-10). El cristiano se ofrece en la eucaristía.
1. Valor teológico. La Iglesia es, ante todo, una obra de Dios. Es el nuevo pueblo de
Dios convocado por su Hijo Jesucristo.
2. Valor antropológico. Es un pueblo convocado por Dios, pero es un pueblo de
hombres. Es una comunidad humana.
3. Valor histórico y escatológico. El pueblo es una comunidad que tiene un pasado,
un presente y un futuro. Es un pueblo escatológico. Es un pueblo que tiene que
cumplir su misión históricamente.
4. Valor ecuménico. En el pueblo de Dios todos los convocados por Jesús tienen
que encontrarse.
413
LA IGLESIA, NUEVO PUEBLO SACERDOTAL
LG 11. El Concilio Vaticano II es el primero que habla del sacerdocio común de los fieles.
I. Israel, pueblo sacerdotal. Dios elige un pueblo, que es un pueblo sacerdotal. Para que
pueda realizar esta función sacerdotal, Yahveh escogió a la tribu de Leví, y dentro de ella, a
la familia de Aarón. Existía un aspecto jerárquico de este sacerdocio: función oracular (Ml
2,7); servicio al santuario y sinagoga; ofrenda de los sacrificios; mediación entre Dios y los
hombres; bendiciones, e incluso autoridad política.
II. Anuncio profético de un nuevo culto y un nuevo sacerdo cio. Los profetas denuncian la
hipocresía del culto, que Yahveh rechaza (Is 1,11-17; 53,7-11; 1S 2,35; Ml 1,11).
III. Jesucristo, sacerdote y víctima de la nueva alianza. Jesús denuncia el ritualismo y
recuerda que lo importante son los sentimientos internos (Mt 5,23-24). El no era levita, sino
de la tribu de Judá. Pero toda la vida y muerte de Jesús corresponde al nuevo sacerdocio
anunciado por los profetas (Jn 1,29; Mc 10,45; Is 53; Mt 26,26-28).
La fe de las comunidades cristianas: Las primeras comunidades proclaman que Cristo es nuestra pascua,
suponiendo una nueva víctima y un nuevo sacerdocio (1Co 5,7); el rescate por la sangre de Cristo (Ap 5,6;
1Co 11,25; Rm 3,24-25). Por Cristo, Dios nos ha reconciliado (2Co 5,18-19; Col 2,13-14). El autor de Hb
aplica a Cristo el título de sumo sacerdote. Cristo es el mediador y tiene que representar a las personas entre
las cuales media (Hb 7,11-19.21-28; 8,1-7).
Si hay un nuevo sacerdote, hay un nuevo sacerdocio y un nuevo santuario. Cristo es
sacerdote, víctima y santuario a la vez (Hb 8,6-8.13).
Fundamentos bíblicos:
1. Afirmaciones implícitas. Los fieles incorporados a Cristo por el bautismo participan de
su dignidad sacerdotal (Hb 4,4-16; 10,19-22).
2. Afirmaciones explícitas. Expresamente se da a la comunidad cristiana el nombre de
sacerdotes. 1P habla de sacerdocio santo, un nuevo linaje escogido, como la tribu de Leví, y
también un sacerdocio profético (1P 2,1-10). San Juan asegura que el que nos ama y nos
absuelve, nos ha hecho reyes y sacerdotes (Ap 1,5-6; 5,9-10; 20,6).
Naturaleza del sacerdocio de los fieles: LG 10-11 habla del sacerdocio común y su ejercicio. Por el bautismo,
el bautizado queda consagrado a Dios, con la misión de consagrar a El todas las cosas, convirtiéndose en una
persona sagrada (1Co 3,16).
Ejercicio del sacerdocio de los fieles: Los fieles participan de la triple dimensión del sacerdocio de Cristo:
cultual, profética y real. Son dimensiones del único sacerdocio y no se pueden contraponer.
La función cultual: Es un culto existencial o espiritual. El culto y el sacrificio del sacerdocio común consiste
en ofrecer la propia vida (Rm 12,1-2; Flp 3,3; LG 10). El concilio afirma que el carácter sagrado de la
comunidad sacerdotal se actualiza por la práctica de las virtudes y de los sacramentos. El mediador es Cristo
(Col 3,17; 1Co 10,31). En este sacrificio se incluye la oración y las obras de misericordia (LG 34).
La función profética: LG 12. El pueblo de Dios participa del don profético de Cristo. El bautizado tiene que
anunciar la salvación de Cristo, en primer lugar con su testimonio personal. Este testimonio de vida tiene una
doble dimensión: anuncio y denuncia profética. Lc 6,20-23 es anuncio. Lc 6,24-26 es denuncia. LG 35.
La función real: LG 36. El cristiano tiene que entregar su vida para transformar las estructuras de modo que se
haga presente el Reino de Dios. Reinar es servir al Reino.
CEC 901-913.
414
piedad (CIC 215); a asociación (CIC 216); de educación (CIC 217); a ser inmunes de coacción (CIC 218); a
defender los derechos y a ser juzgados (CIC 221).
-Deberes: comunión con la Iglesia (CIC 209); difusión de la salvación de Cristo (LG 33d;
CIC 211,1); obediencia (CIC 212); ayudar a la Iglesia en sus necesidades (CIC 222)
Definición: Es el sacramento en el cual, por la imposición de manos y la oración del obispo, se confiere al
cristiano un poder espiritual y gracia para ejercerlo santamente. Por este sacramento se constituye como
ministro sagrado, marcado con un carácter indeleble, y junto con ser congregrado, es destinado a apacentar el
Pueblo de Dios, según el grado. Desempeña en la persona de Cristo Cabeza las funciones de enseñar,
santificar y regir (CIC 1008).
Misión y ministerios en el NT: Toda la vida de Jesucristo fue un ministerio, una entrega total a la misión que
le había encomendado el Padre (Lc 2,48-49; Jn 20,21, Hb 8,6; 10,5-10): cumpliendo la voluntad del Padre en
el servicio (Mt 20,28; Lc 23,46; Jn 19,30). Cristo ejerce un triple ministerio: Maestro (Mt 11,29; 23,8; Jn
415
13,13; 14,6), Pastor (Jn 10,11; 1P 5,4), y Sumo Sacerdote (Hb). Jesús transmite el triple ministerio a sus
apóstoles. Los apóstoles van creando Iglesias.
En el NT van apareciendo distintos nombres que reflejan la misión ministerial: Discípulos
(Mt 10,24; Lc 14,26-27; Jn 8,31-32; 13,22), Apóstoles (Mt 10,1.5-15; Lc 6,13; 1Co 9,1-3;
12,28; Ap 21,10-14), Profetas, evangelistas, etc.
Hay textos en que aparecen los presidentes de las comunidades (1Co 16,16; 1Ts 5,12), los
dirigentes responsables de la comunidad y encargados de proclamar la Palabra de Dios
(Hch 15,2; Hb 13,7.17-24), los que tienen la misión de gobierno (1Co 12,28), los maestros
(Hch 13,1; 1Co 12,28), los obispos o epíscopos (Hch 20,28; 1Tm 3,1-7; Tt 1,7ss), los
presbíteros (Hch 14,23; 15,2.4.6; 20,17; 1Tm 5,17; Tt 1,5), los diáconos (Flp 1,1; 1Tm
3,8-13), los pastores (Hch 20,28; Ef 4,11; 1P 2,25; 5,2).
Formas concretas y estables de los ministerios apostólicos: Los obispos, presbíteros y diáconos aparecieron al
principio como colaboradores de los Apóstoles. Los Apóstoles trasmiten los ministerios, como atestiguan
Clemente de Roma, la Didaché, San Ignacio de Antioquía, San Ireneo, Tertuliano, San Cipriano. El
magisterio también habla del orden sacramental (D 150-152 (DS 326-328); 305; 701; 958; 960; 966; LG 21;
28-29).
Los Apóstoles usan la imposición de las manos como gesto litúrgico para designar
colaboradores y sucesores de sus ministerios (los textos fundamentales son: Hch 6,1-6;
1Tm 4,14; 5,22; 2Tm 1,6).1 En el AT se utilizaba también la imposición de las manos para
expresar la transmisión de un poder jerárquico (Dt 34,9; Nm 27,23). San Gregorio Niseno
compara la ordenación sacerdotal con la consagración de la eucaristía.
En la Edad media hubo una discusión entre si el rito esencial era la imposición de las
manos o la entrega de instrumentos (para el diácono, el libro de los Evangelios; para el
presbítero, el cáliz con el vino y la patena; para el obispo, el anillo). En el concilio de
Florencia, en el decreto "pro Armeniis" se habla de la entrega de instrumentos (D 701; DS
1326). Este problema se planteó hasta Pío XII. Se acepta que la materia única es la
imposición de las manos (D 2301; DS 3857ss).
Teología del carácter sacramental del orden: La empezó a elaborar San Agustín, que comparó el orden con el
bautismo: "ambos son sacramentos y ambos se administran al hombre con cierta consagración: aquél
cuando es bautizado; éste cuando es ordenado; por eso en la Iglesia Católica no se pueden repetir ninguno
de estos dos sacramentos" (‘Contra Ep. Parmeniani’ II 13,28). La ordenación sacramental no se puede
reiterar, igual que el bautismo y la confirmación (D 852; DS 1609; LG 21). Estos sacramentos imprimen
carácter (D 964 (DS 1794)).
El orden es un verdadero y propio sacramento. Así lo expresan Lyon (D 465; DS 860),
Florencia (D 701; DS 326) y Trento (D 959; 963; DS 1766; 1773). Trento expresa además,
en los cánones de la eucaristía, que el orden es instituido por Cristo (D 938; 949; 1739-41).
El Concilio Vaticano II: Parte de la misión de Cristo y de la misión encargada por El, con los carismas del
Espíritu Santo (PO 2). El ministerio sacerdotal es una participación en la triple dimensión del sacerdocio de
Cristo (LG 25-28). El obispo encarna la plenitud del sacerdocio (PO 4-6), es sucesor de los Apóstoles (LG
24).
LG 21 dice que el episcopado es el sumo sacerdocio, plenitud del sacramento. Jurisdicción
y orden está profundamente unidos.
1
Otros sentidos que tenía la imposición de las manos en los sinópticos: gesto de bendición (Mt 19,15); gesto para
curar (Mc 6,5; 16,18).
416
SACRAMENTUM ORDINIS
(1947)
SUJETO Varón bautizado. En la historia ha habido ordenaciones
episcopales de diáconos. El episcopado es la plenitud del
sacerdocio.
MINISTRO Trento definió que el obispo.
MATERIA La imposición de manos para el obispo, presbítero y
diácono (D 150-152; 445; 2301; DS 326-328; 826; 3857).
Alguna vez se pensó en la entrega de instrumentos (D
701; DS 1326).
FORMA Las palabras que la siguen en el prefacio (D 445; 701;
959; 2301; DS 826; 1326; 1766; 3857ss).
EFECTO Potestad de orden y la gracia para realizarlo (D 2275; DS
3755-2756.
a) La gracia del orden: Por ser sacramento de vivos, produce "per se" el aumento de la
gracia santificante. Tiene por fin y función propia capacitar al ordenado al digno ejercicio
de sus funciones y para llevar una vida conforme a su nueva condición "es capacitado para
responder dignamente y con ánimo inquebrantable a las altas obligaciones del ministerio
que ha recibido" (D 2275; DS 3755).
b) Carácter del orden: "el orden imprime carácter en el alma, esto es, cierto signo espiritual
e indeleble, por lo que no puede repetirse" (D 852; DS 1609). El carácter capacita para
participar en el culto cristiano y sacerdocio de Cristo. Como signo configurativo, asemeja a
Cristo, que es sumo sacerdote. Como signo distintivo, distingue de todos los laicos. Como
signo dispositivo, capacita y justifica para ejercer los poderes jerárquicos del orden
correspondiente. Como signo obligativo, obliga a distribuir los bienes de salvación de
Cristo y a llevar una vida pura y ejemplar. El carácter varía de acuerdo a cualquiera de los
tres grados del orden.
c) Potestad de orden: Esta es una potestad espiritual permanente, conferida en cada uno de
los grados jerárquicos, y que se concentra especialmente en torno a la eucaristía. El diácono
recibe el poder de ayudar inmediatamente al obispo y al sacerdote en la oblación del
sacrificio eucarístico y de repartir la sagrada comunión. El presbítero recibe principalmente
el poder de consagrar y absolver. El obispo, el poder de ordenar y el oficio de enseñar,
santificar y regir.
Ambos participan del sacerdocio de Cristo, único sacerdocio, pero con distinta función y
distintos carismas. El sacerdocio común proviene del bautismo (configura como cuerpo de
Cristo), el ministerial, del orden (configura con Cristo Cabeza). El sacerdocio jerárquico
tiene como condición el sacerdocio bautismal. El concilio dice que son diferentes
esencialmente y no sólo en grado (LG 10). No está uno sobre el otro.
EL MINISTERIO APOSTOLICO
417
1. Jesús eligió de entre sus discípulos a "doce", a los que dio el nombres de "apóstoles",
para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el Reino de Dios (Mt 10,1-4; Mc
3,13-19; Lc 6,12-16).
a) La institución de los "doce" la relatan los tres sinópticos. Mc hace notar el carácter de
predilección por parte de Jesús y la comunidad de vida del grupo con el Maestro. La
narración de Lc pone de relieve la gran importancia que Jesús quiso dar a la elección de
"los doce", para la que se prepara "pasando la noche en oración a Dios". Los eligió para la
consagración y la misión. Mc habla de la gratuidad y del carácter institucional del grupo.
Esta cantidad de textos muestra que es un dato fundamental para la Iglesia primitiva. Tiene
un doble sentido: simbólico (12 tribus) y personal (Jesús fundó sobre estos doce). Ellos son
el núcleo jerárquico fundamental (Mt 19,28; Lc 22,30; Ap 21,9-14). Apóstol: Es testigo
ocular de la resurrección.
b) Al grupo de los "apóstoles" se le designa y reconoce como a "los doce", con lo que se
pone de manifiesto que Jesús lo instituyó "a modo de colegio" (Mt 10,1.2.5; Mc 6,7; Lc
6,13). Mc presenta al colegio apostólico como una institución. Juan pone énfasis en el
hecho de la elección por Jesús (Jn 6,70). También Pablo (1Co 15,5) y Hch 6,1-2 utilizan el
término "los doce" para designar al grupo de "los apóstoles". Los "apóstoles", en particular,
son designados como "uno de los doce", aun cuando se halla reducido el grupo por la
muerte de Judas (Mc 14,10.20.43; Jn 20,24). El primer acto oficial de la comunidad
postpascual de Jerusalén fue completar el grupo de "los doce" (Hch 1,15-26). No está clara
la nomenclatura ni la función de "episcopoi-presbiteroi".
Algunos testimonios:
-Clemente a los Corintios: "apóstoles nos predican el evangelio de parte de Jesucristo".
Además dice que el presbiterado es creación de los apóstoles, por voluntad divina. Son
verdaderos sacerdotes.
-Ignacio de Antioquía: "Seguid todos al obispo como Cristo al Padre". Realza la función
del "episcopoi" que está rodeado de los sacerdotes, cuya función es de unidad sacramental
y predicación.
-En Ireneo se encuentra la asociación apóstol-obispo, con la idea de la sucesión apostólica.
El obispo es el sacerdote y puede ordenar presbíteros.
-A partir del siglo III, el sacerdote es el obispo. El presbítero tiene una participación en el
sacerdocio episcopal. Los obispos constituyen un Colegio que se expresa en los concilios.
La Tradición y el Vaticano II han enseñado que los obispos son sucesores de los apóstoles
(LG 20). La expansión de la Iglesia, la creación de títulos, la multiplicación de los
presbíteros, llevan a la pérdida de la mística episcopal y del presbiterado como cuerpo. Se
tiende a igualar al obispo y al presbítero en su relación a la eucaristía y a distinguirlo sólo
en función de la jurisdicción.
418
Teológicamente: Jerarquía es investidura, en virtud de un acto positivo de Cristo, de una
función determinada y concreta para continuar y perpetuar la misión que Cristo le confiere.
Hans Küng dice que la misión apostólica continúa, ésta se recibe no inmediatamente del
Señor, sino que se transmite por los hombres. Hay, pues, una sucesión apostólica.
San Paciano de Barcelona: Si la misión hubiera estado limitada a los apóstoles, yo no
podría ni bautizar.
2. Dentro del grupo de "los doce", Pedro ocupa un puesto de especial relieve: es su jefe, su
portavoz, el lazo de unión (Mt 16,18).
3. Jesús entregó al colegio apostólico los poderes de enseñar, santificar y gobernar (Mt
18,18; 28,18-20; Lc 22,19-20; Jn 20,19-23), que El había recibido del Padre (Mt 10,40; Lc
10,16; Jn 20,21) y les prometió y comunicó la fuerza de su Espíritu para poder cumplir
dicha misión (Jn 14,16; 16,13; Hch 1,8).
LG 20,3
En la Iglesia "madre" de Jerusalén: Va evolucionando en tres etapas.
1. Dirección colegial de los Apóstoles. Cristo instituyó a modo de Colegio a los Apóstoles.
Son los Doce, un grupo estable. El Colegio Apostólico bajo la dirección de Pedro dirige la
comunidad. Los Apóstoles estaban juntos, no se habían dispersado.
2. Apóstoles y colaboradores. Los Apóstoles tienen que dedicarse a la liturgia, a la
predicación (Hch 6,1-6). Estos varones son los que después, en las comunidades griegas se
llamarán diáconos. También aparecen en la Iglesia de Jerusalén los presbíteros, a los cuales
van confiando parte del ministerio.
3. Dispersión de los Apóstoles. El impulso primero que les obliga a dispersarse es la
persecución. Durante ella, en la comunidad de Jerusalén aparece un tal Santiago, al que
Pablo llama hermano del Señor, que es como responsable de la comunidad, ayudado de los
varones y presbíteros. Este Santiago no sería un Apóstol. Sería un sucesor de los Apóstoles.
Sería como el primer obispo de Jerusalén (Hch 12,17; 15,13)1.
1
Hay tres Santiagos: el hijo de Zebedeo (Mc 3,17); el hijo de Alfeo (Santiago Menor); y el hijo de María y Cleofás
(Mc 16,1; Hch 12,17; Ga 1,19; 1Co 15,5-7).
419
Este proceso se ve en Pablo, que al crear las comunidades, deja en ellas a alguien para que
las dirija. Cuando se da cuenta de que va a morir, elige sucesores a Tito y a Timoteo. Les
pide que se preocupen de designar presbíteros, diáconos, y obispos (1Tm 5,22; Tt 1,5).
COLEGIALIDAD EPISCOPAL
EXPOSICIÓN TEOLÓGICA
Fundamento bíblico: La colegialidad episcopal es de institución divina (LG 22). Se prueba por la Escritura
que por disposición del Señor, san Pedro y los demás apóstoles constituyeron un solo colegio apostólico. Por
la sola Escritura no consta que de semejante modo se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y
los obispos, sucesores de los apóstoles. No obstante, ofrecen un fundamento escriturístico los textos en los
que se manifiesta la voluntad del Señor de que el colegio Apostólico fundado por El permanece hasta la
consumación de los siglos.
En Mt 28,16-18, los "once" discípulos deben enseñar a todas las gentes y bautizarlas, y
Cristo les promete su presencia. En Ap 21,14 se indica que los doce Apóstoles son
fundamento de la Iglesia. En Mc 16,14-18, los "once" son enviados al mundo entero y
deben predicar el Evangelio a toda criatura. En la Escritura no se dice cómo se habría de
cumplir en la realidad esta voluntad del Señor y de qué forma habría de permanecer aquel
colegio en la Iglesia, sino que esto más bien habrá que deducirlo de la doctrina de la Iglesia,
que bajo la dirección del Espíritu Santo, ha interpretado esta voluntad.
La colegialidad episcopal se encuentra implícita en la voluntad de Cristo de que el colegio
Apostólico por El fundado permanezca hasta el fin de los tiempos.
Fundamento de la Tradición: LG 22. Los obispos se comunicaban entre sí y con el obispo de Roma. Esta
intercomunicabilidad, de la que hay tantos testimonios (Cartas de San Ignacio de Antioquía, de San Policarpo
de Esmirna, de San Dionisio de Corinto, etc.) muestra la conciencia que tenían de formar un solo "episco -
pado", corresponsable de la Iglesia (Cipriano: De Unitate V). Testimonio de esta colegialidad son los
concilios ecuménicos, de los cuales, el primero es Nicea (325).
Puesto del papa en la colegialidad episcopal: Los obispos se comunicaban también con el Obispo de Roma en
el que, por ser el sucesor de San Pedro, veían siempre el fundamento de la unidad y firmeza de la Iglesia. De
esto dan testimonio: la carta de San Clemente de Roma a la Iglesia de Corinto para apoyar la autoridad de los
presbíteros injustamente depuestos por el pueblo; la carta de San Ignacio de Antioquía a los Romanos, en la
que reconoce la importancia y primacía de la Iglesia de Roma; la intervención del Obispo de Roma en la
cuestión de la fecha de la Pascua; el testimonio de San Ireneo; los frecuentes contactos de la Iglesia africana
con Roma, etc.
Esta doctrina de la colegialidad se fue limitando desde el siglo V, con León Magno
(440-461), casi exclusivamente a los concilios ecuménicos, produciéndose en Occidente
una tendencia al centralismo. La eclesiología subyacente es la comunión de las Iglesias
particulares bajo la autoridad del papa. El equilibrio entre colegialidad y primado del Papa
420
se transformaría en uniformidad. Esta idea dominó durante toda la Edad Media. Pero nunca
se perdió el sentido colegial del episcopado. Entre los teólogos del Concilio Tridentino se
expone la idea de que los obispos forman un solo cuerpo episcopal.
Entre los teólogos que prepararon los textos del Vaticano I, se admitía una colegialidad de
derecho divino para los obispos. Los últimos pontífices han recordado esta responsabilidad
colegial al cuerpo episcopal.
Consecuencias
a) La colegialidad no es algo impuesto. Corresponde a la estructura global de la
Iglesia. La Iglesia es una y plural.
b) Las Iglesias locales no son demarcaciones administrativas de un todo. En la
Iglesia particular se realiza el todo. La única Iglesia de Cristo consta de Iglesias
particulares.
c) La consagración episcopal constituye en miembro del colegio. Hay una
distinción teórica: 1)Miembro del colegio. 2)Jefe de Iglesia particular.
d) La relación primado-colegialidad. El Papa tiene autoridad suprema e inmediata.
Pero el colegio episcopal con su cabeza también tiene esa autoridad. Por tanto, ni
primado ni colegialidad pueden reducirse mutuamente.
Argumentos positivos:
a) En los catálogos de los apóstoles siempre es nombrado en primer lugar (Mt 10,2;
Mc 3,13-20; Lc 6,12-17; Hch 1,13).
b) Pedro responde en nombre de "los doce" a las preguntas de Jesús (Mt 16,15-16;
Lc 8,45; Jn 6,67-68).
c) Mc y Lc, para designar al grupo de los "apóstoles" utilizan expresiones como
"Simón y sus compañeros" (Mc 1,36); "Pedro y los que con él estaban" (Lc 8,45;
9,32).
d) Jesús promete y confiere a Pedro poderes y prerrogativas especiales sobre "su
Iglesia" y el colegio de los apóstoles; hecho atestiguado, tanto en la tradición
sinóptica como en Jn (Mt 16,18-19; Lc 22,31-32; Jn 21,15-17).
e) Pedro es el primer testigo de la resurrección (Mc 16,7; Lc 24,34).
f) Este puesto privilegiado de Pedro es reconocido en la comunidad postpascual
(Hch 2,14; 4,8-22; 15,7).
g) Estancia de Pedro en Roma. San Ireneo y otros Padres hablan de la estancia y el
martirio de Pedro en Roma, y de su ministerio primacial.
h) Sucesores. Los sucesores de Pedro en la sede romana aparecen como
continuadores de su primado.
i) Cátedra de apelación. A la Iglesia de Roma, dice San Ireneo, por su especial
importancia, se le reconoce una preeminencia singular. Por eso deben estar todas
las Iglesias de acuerdo con ella. La cátedra de Pedro es tribunal de apelación en
las grandes contiendas. También solucionaban las divergencias, como la fecha de
la pascua, la rebautización de los herejes.
j) Intervención efectiva, ejercicio de la autoridad. Es la única Iglesia que interviene
en las demás Iglesias.
Argumentos negativos:
Ninguna otra Iglesia se ha proclamado como cátedra de Pedro, ni ha sido
reconocida como tal (D 1824; DS 3056).
Otros textos: Lc 22,31 (la fe de Pedro es punto de referencia. Pedro ora por nosotros) (cf. Jn
17,9) (Jesús ora de manera especial por Pedro); Jn 21 (regir con autoridad a los hermanos.
Jesús instituye a Pedro con una función, poder de dirección de las ovejas. No le da aquí la
totalidad de todos los poderes, sino el de conducción del rebaño).
Conclusión
1) Hay prerrogativas personales de Pedro.
2) No se puede considerar a Pedro desligado de los doce. Por eso las prerrogativas
que Jesús da a Pedro se conceden en contexto más amplio a los doce. Así,
atar-desatar en Mt 16,18 es para Pedro, y en Jn 20,23 es para todos.
3) No se puede pensar el Colegio sin el Papa. No se puede pensar que el Papa es
monarca de un gran estado (desde Gregorio VII). Esto surgió por juridicismo del
422
contexto histórico. Un testimonio de ello es el Papa Bonifacio VIII contra Felipe
el Hermoso (D 469; DS 873-875).
I. Primeros siglos.
1. Ningún texto pone en duda que Pedro estuvo en Roma, que murió allí, y que sus
sucesores son los obispos de Roma.
2. Ningún texto define claro y sin equívocos el primado del obispo de Roma.
3. Muchos atribuyen un papel particular al obispo de Roma.
a) El Papa Víctor (180-198). Había discusiones para establecer la fecha de la
pascua. Hace un mandato universal pidiendo que hagan sínodos para decidir.
No hubo sínodo y se aceptó la pascua en domingo por razones de
conveniencia y no por obediencia.
b) San Ireneo, no queriendo enumerar todas las Iglesias, se refiere a la más
grande y conocida, fundada por gloriosos apóstoles (Pedro y Pablo), porque
ha sido segura y no ha prevaricado como las demás Iglesias.
4. Algunos hechos:
a) Las Iglesias buscan en Roma apoyo y comunión cuando están en problemas.
b) Las Iglesias se someten a Roma para que dirima en asuntos difíciles. Por
ejemplo, el Papa repone a un obispo destituido por su comunidad.
c) Roma no rehusa responder a las preguntas que le hacen.
d) No hay otra Iglesia antigua que tenga el comportamiento de Roma.
5. Conclusión. En los cinco primeros siglos se reconoce algo especial a la Iglesia de Roma,
que no se encuentra en las restantes Iglesias. Esto se llama primado, pero difiere de lo que
será después de la edad media. Hay ya una conciencia primacial del obispo de Roma, y
aunque su contenido no es claro, su praxis es decisiva y centro de la unidad de la Iglesia.
Esta definición (21 años después de Constanza) busca definir la potestad universal del
Papa. El cardenal Torquemada dijo "el papa debe decidir sin consultar a los sabios". No se
define el contexto de la autoridad suprema del Papa. La intervención de Torquemada tiene
referencia a la Iglesia y a la comunión.
III. Vaticano I.
VAT I VAT II
Concibe la Iglesia desde el Concibe la Iglesia desde el pueblo de Dios y del
papa. colegio episcopal.
Estructura piramidal. Obispos no son delegados del papa sino sucesores
de los apóstoles. Recobra elementos del Vat I en
L.G.n22. Episcopado es sacramento y de aquí
recibe sus poderes.
Colegio sujeto a la potestad suprema. Hay un
sujeto de autoridad.
Consecuencias:
1) El primado del Papa ejerce un "vinculum unitatis".
2) El Papa debe confirmar y corroborar la autoridad de las conferencias episcopales
locales.
3) El papa puede sustituir un obispo en caso necesario, por sí o por un delegado.
4) Puede hacer en la Iglesia todo aquello que no sea contrario a la fe, al CIC, al
derecho divino y al derecho natural.
5) Siempre ejerce una función de cabeza del colegio.
6) El poder episcopal no viene del Papa sino de su consagración.
7) La Iglesia no es sólo universal, en su sentido más original es una Iglesia local: en
cada Iglesia se realiza el todo de la Iglesia.
424
8) El colegio episcopal con su cabeza es sujeto de suprema y plena potestad sobre la
Iglesia1.
9) La Iglesia no es monarquía, democracia ni confederación de Iglesias locales, sino
una comunión en servicio apostólico. Esto significa que todos los miembros
deben participar con responsabilidad, no sólo en la organización, sino también en
la relación con la Iglesia. De aquí que es importante revisar el papel de las
conferencias episcopales y los sínodos.
Reflexión teológica: Había que fortalecer la autoridad del Romano Pontífice contra el racionalismo. Esto
produjo un cierto desequilibrio eclesiológico. El papa centraliza muchas cosas que pertenecen a los obispos.
Después viene una teología post-vaticana, en que se reflexiona sobre esto. Hay una cabeza, que es el sucesor
de Pedro. Pero tiene que ser cabeza de un colegio episcopal. El Colegio Episcopal, con el papa como cabeza,
son la suprema autoridad de la Iglesia. Así se va llegando a un equilibrio eclesiológico. Cuando el papa
interviene es para proteger la unidad. LG 23 habla del afecto colegial.
LA ESTRUCTURA MAGISTERIAL
LG 25; DV 7. Dos afirmaciones básicas: a)El oficio de enseñar (propio y específico) es del
Papa y de los obispos. b)El magisterio se debe entender dentro de la fe e infalibilidad de
toda la Iglesia (LG 12). La razón es que el sujeto a quien se le entrega la revelación es la
Iglesia, pero en forma especial, al obispo y al Papa.
D. Formas de magisterio.
LA INFALIBILIDAD
El concilio Vaticano I en "Pastor Aeternus" habla del ministerio infalible del Romano
Pontífice. El Papa tiene la primacía doctrinal (D 1838; DS 3072).
426
definen o proponen. Proposiciones infalibles significa que son "inmunes ab errore". La
tiene el Papa dada ciertas condiciones. “Imposibilit ad errendi" sólo se puede afirmar de
Dios. El Papa puede hablar ex cathedra (función magisterial) de manera infalible:
a) Al cumplir su cargo de pastor y doctor de todos los cristianos.
b) Al definir con su suprema autoridad apostólica una doctrina.
c) De fe y costumbres.
d) Debe ser sostenida por la Iglesia universal. Por tanto, las definiciones del
Romano Pontífice son irreformables por sí mismas, y no por el consentimiento
de la Iglesia. Se requiere que sea una enseñanza definitiva, que comprometa a
cada uno de los miembros de la Iglesia (respondiendo al galicanismo).
PRESBITERADO Y DIACONADO
EL LAICADO
427
1. La Iglesia cuerpo comunional. Más que cuerpo jerarquizado, somos cuerpo
comunional. La relación fundamental entre los miembros de la Iglesia es la que
los vincula en virtud de ser todos personas iguales, y no por desempeñar papeles
funcionales diversos.
2. La misión evangelizadora, tarea común. Esta misión (EN 10) compete a la
Iglesia como cuerpo comunional, exigiendo a todos sus miembros participación y
responsabilidad. Compete a todos discernir (LG 33).
3. La Iglesia, cuerpo diferenciado. Los diversos miembros de la Iglesia, aunque
iguales en dignidad, no son intercambiables en cuanto a su función (1Co
12,12-30). La vocación lleva a algunos a abrazar funciones reconocidas
oficialmente dentro del cuerpo.
4. Complementariedad de los dones propios, aunque surja cierta estamentación
ministerial, que debiera entenderse como complementaria, y no como exclusión
de responsabilidad. En este sentido prevalece en la Iglesia lo diverso sobre lo
común. Todo está en función del carácter misionero de la Iglesia.
5. Decisiones comprendidas y participadas. La comunión eclesial se afianza por
medio del diálogo y el discernimiento común.
6. Laicos y secularidad.
Históricamente el cuerpo laical ha participado en lo secular.
Es insuficiente definir el papel del laico en función de la secularidad. El laico puede
tener un papel importante en lo espiritual o lo teológico. La tarea de la Iglesia es
transformar al mundo. A los laicos se aplica: "lo que el alma es en el cuerpo, esto sean
los cristianos en el mundo" (LG 38, citando la Carta a Diogneto).
7. ¿Existe el laicado?. Término de definición negativa: laico = el no clérigo.
Considerado así es una abstracción. Pero hay que ver que cada uno en cuanto
asociado con otro tiene un carisma propio con que puede contribuir
positivamente a la comunión en la misión de la Iglesia. La palabra laico deriva
del sustantivo "laos" (pueblo).
1) Los laicos son creyentes que pertenecen al pueblo de Dios, de modo activo y
responsable. Son también co-participantes en la misión de ese pueblo. Están en
juego nuevas claves: Pueblo de Dios, que implica comunión, participación en
una misma misión, aunque diferenciada, según su carisma.
2) No niveló diferencias entre clérigos y laicos. En este sentido, el sacerdocio
ministerial no es una intensificación del sacerdocio común. El concilio presenta
una diferencia esencial con respecto a la vocación (LG 10). Es un ordenamiento
hacia el Señor. Se busca definir positivamente al laico (por el bautismo y la
secularidad).
3) La misión del laico es complementaria en la reciprocidad, porque toda la Iglesia
es ministerial. En este sentido, el binomio jerarquía-laico no acentúa lo que los
diferencia, sino lo que los une. El centro en la iglesia está en los laicos (la
comunidad creyente).
428
a) Fundamento. Los sacramentos de iniciación cristiana implican que el seglar es un sujeto
activo y responsable de la Iglesia.
b) Misión específica (LG 33). Ser fermento desde dentro, para evangelizar los espacios
donde no llegan otros miembros de la Iglesia. Sin seglares la Iglesia no puede cumplir su
misión.
c) Relacion triple del laicado.
La relación con Cristo es la fontal o fundamental. Esta relación es constitutiva del ser y
actuar del laico. Constituye pueblo de Dios. Esta relación es la que define al laico.
Relación con la Iglesia. Todos los bautizados son Iglesia (pueblo elegido, pueblo santo).
Todos tienen una misma misión. Hay una distinción del Vaticano I (clérigos, religiosos y
laicos). El Vaticano II usa dos binomios:
1. Jerarquía-laicado. La distinción no está en que unos participan del sacerdocio y
otros no, sino en la forma de esta participación. Existe una unidad previa
marcada por el bautismo.
2. Religioso (clérigo o laico)-no religioso (clérigo o laico). Lo que diferencia es la
modalidad del seguimiento de Cristo. Binomio que no subraya lo que los une: la
vocación a la santidad.
El concilio más bien hace la distinción comunidad-ministerios. Hay una forma diversa para
la consecución de la santidad. Todos tenemos que servir, por la condición común de
bautizados, aunque los servicios sean de forma distinta.
LA SANTIDAD CRISTIANA
LA NOCION DE SANTIDAD
En el AT, el atributo "santo" es propio de Dios (Is 6,3), pero se puede aplicar a las cosas
(Ex 20,24), lugares (Ex 3,5) y personas (Ex 19,10) en su relación a Dios. Así, en Ex 19,6,
referido a Israel, se habla de nación santa. En el NT, Jesucristo es el "santo de Dios" (Mc
1,24) y el Espíritu que ofrecerá a sus discípulos, es llamado el Espíritu Santo (Lc 1,35;
3,22; Jn 14,26; 16,13-15). La expresión "pueblo santo" (1P 2,9) responde al nuevo pueblo
de Dios, que reune a los cristianos en el Espíritu Santo, y que están llamados a su atributo
esencial, la santidad (1P 2,11ss). Este nuevo pueblo, Iglesia santa reunida por Jesús, se
constituye por la fe, los sacramentos, los ministerios, etc. Aunque es vivificada por el
Espíritu Santo (1Co 3,16; 6,19), es Jesús Esposo el que la santifica (Ef 5,25-26). La Iglesia
crece por el amor (Ef 4,11-16), y engendra y educa a sus hijos para la santidad (Ef 4,13).
429
VOCACION UNIVERSAL A LA SANTIDAD DE LA IGLESIA
El apelativo "santa" de la Iglesia le viene de Cristo, que la santifica (Ef 5,25-26). Sin
embargo, este adjetivo no es estático y se manifiesta en los frutos de gracia que el Espíritu
produce en los fieles (LG 39). La santidad surge de la vida en la caridad, y particularmente,
en la práctica de los consejos evangélicos. Jesús es el divino maestro y modelo de toda
perfección (Mt 5,48; LG 40). Los fieles en Cristo se hacen santos amando a Dios (Mt
12,30) y en la caridad mutua (Jn 13,34; 15,12). San Pablo exhorta a vivir "como conviene a
los santos" (Ef 5,3) y como verdaderos elegidos de Dios (Col 3,12). La gracia inicial para
esta vocación a la santidad es la filiación divina otorgada por el bautismo, lo que permite la
participación en la naturaleza divina.
LG 41 dice que la santidad es una para toda la Iglesia, pero que se cultiva en los múltiples
géneros de vida y ocupaciones, y que cada una debe caminar sin vacilación por el camino
de la fe viva, que engendra la esperanza y obra por la caridad. El fundamento de esta
santidad estriba en la filiación divina otorgada por el bautismo, y que los hace participar en
la naturaleza divina.
La santidad en los pastores: Los pastores de la grey de Cristo a imagen del Sumo y Eterno Sacerdote realizan
un ministerio, que procura la propia santificación. La plenitud del sacerdocio les otorga una gracia
sacramental, que les permite una santidad cada día mayor. Esto se aplica a los obispos, a los presbíteros y a
los diáconos: "las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean un obstáculo,
antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia
de la contemplación para consuelo de toda la Iglesia de Dios" (LG 41). Los pastores, además de trabajar en
beneficio de la santificación propia, tienen como oficio la santificación del pueblo de Dios por medio del
culto y los sacramentos, especialmente la eucaristía (LG 26; 28).
La santidad en los laicos: Esta santidad de la Iglesia la ejercen también los laicos, entregándose por completo
a las tareas apostólicas. Específicamente se habla de los esposos y padres cristianos, los viudos y solteros, los
pobres, los enfermos. Además se sugiere la caridad como don imprescindible que rige todos los medios de
santificación, los que pueden llegar al martirio y a la vida del celibato, virginidad, pobreza, obediencia, en un
testimonio de los consejos evangélicos: "Gozosos en la esperanza, ayudándose unos a otros a llevar sus
cargas, asciendan mediante su mismo trabajo diario, a una más alta santidad, incluso con proyección
apostólica" (LG 41). El fundamento de la santidad de los laicos para la consecución de ella se basa en el
ejercicio del sacerdocio bautismal, con sus funciones sacerdotal profética y real (Christifideles laici 9).
El estado religioso (LG 42):-Si bien la caridad rige todos los medios de santificación (1Jn 4,16), los consejos
evangélicos del celibato (1Co 7,32-34), la pobreza (2Co 8,9) y la obediencia (Ef 2,7-8), constituyen una
forma específica de consagración al Señor para obtención de la santidad. Son los llamados consejos evangé-
licos, que son un don divino que la Iglesia recibió de su Señor, y que con su gracia conserva siempre (LG 43).
El estado religioso, que se consagra con dichos consejos evangélicos, no es un estado intermedio entre la
consagración a la santidad de los clérigos y de los laicos. La vida religiosa es una forma de amor a Dios en
continuidad con la recepción del bautismo, y une especialmente a la Iglesia, dando testimonio de la
supremacía absoluta de Dios y del Reino. Con los consejos evangélicos se simboliza una atracción eficaz "a
los miembros de la Iglesia para cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana" (LG 44).
Es a la jerarquía a la que compete dirigir sabiamente con sus leyes la práctica de los
consejos evangélicos, ya que ella es la que apacienta al Pueblo de Dios. El Papa puede
eximir a un instituto de la jurisdicción del Ordinario del lugar, sometiéndolo a su sola
autoridad, o puede confiarla a autoridades patriarcales (LG 45). La alta estima de los
consejos evangélicos descansa en el hecho de que no son impedimentos para el verdadero
desarrollo de la persona humana, pues incluso lo favorece en la purificación del corazón y
430
en la libertad espiritual. De esta manera se permite incluso la edificación de la ciudad
terrena (LG 46), por lo que la Iglesia insiste en la perseverancia y permanencia de ellos (LG
47).
431
TESIS - 41 -
432
ella misma sacramento de esta salvación en esperanza; pero ella debe plenificarse en un
desposorio definitivo (Ef 5,32; Ap 21,1-4).
433
para el pueblo de Dios peregrinante. De la misma manera que ya está glorificada en los
cielos en cuerpo y alma, ella es imagen y principio de la Iglesia, que ha de ser consumada
en el siglo futuro. Ella estuvo, con su oración, presente en el inicio de la Iglesia. Ahora
ensalzada en el cielo, intercede por el pueblo de Dios para alcanzar la gloria de la santísima
e indivisa Trinidad (LG 69).
434
TESIS 41:
IGLESIA Y MUENDO
a. Mundo:
1) El universo o la tierra.
2) El género humano.
3) Realidad afectada por el pecado.
4) El conjunto de los hombres que resisten a Dios y persiguen con su odio a Cristo y sus discípulos
(Jn 7.7; 15,18; etc.)
b. La Iglesia y el mundo:
1) Iglesia de los mártires: Respeto frente a la autoridad, rechazo al endiosamiento del emperador.
- Por la caída del Imperio, la Iglesia asume labores seculares; es la única "estructura":
Gobierno, educación, salud, etc.
- Gregorio Magno: Los reyes deben proteger a la Iglesia.
- Carlomagno: Se identifica construcción de la sociedad y de la Iglesia.
- Cristiandad: Lo temporal está al servicio del proyecto de la Iglesia (no es que se
confundan). La unidad política exigía la unidad de fe.
- Bonifacio VIII, bula "Unam sanctam": La Iglesia tiene las dos espadas, la temporal y la
espiritual.
- Proemio: Exposición preliminar: "Situación del hombre en el mundo de hoy" (n. 1-10).
- Principios generales:
1) La Iglesia tiene un fin salvífico y escatológico que sólo se realizará plenamente en el siglo futuro.
2) La Iglesia está presente en el mundo, formado por la familia humana. Esta familia ha sido llamada
y ordenada a los bienes celestes.
3) La Iglesia es a la vez "grupo visible y comunidad espiritual", avanza junto con toda la humanidad
y corre la misma suerte terrena del mundo y existe como fermento de la sociedad humana.
4) Ante la herida del pecado conque está dañada la sociedad humana. La Iglesia no sólo comunica al
mundo la vida divina, sino que también sana y eleva la dignidad de la persona humana, fortalece la
comunidad humana e impregna de sentido profundo la actividad humana.
1) Le manifiesta el misterio de Dios, que es el fin último del hombre, en el cual descubre el sentido
de su existencia.
2) Le hace patente la dignidad de la persona humana y libertad personal, el sentido profundo de la
comunidad humana y de la actividad del hombre.
3) con la fuerza del Evangelio, le proclama los derechos del hombre y su dependencia respecto de
Dios y su Evangelio.
1) La misión de la Iglesia es religiosa, pero desde ella surgen tareas, luz y fuerzas que pueden ayudar
al fortalecimiento de la comunidad humana.
2) La unidad de la humanidad es íntimamente vinculada a la naturaleza de la Iglesia, que es en Cristo
como un sacramento de comunión con Dios y entre todo el género humano. La unidad de la Iglesia,
nace de Dios Trino, se sustenta en Él y se consumará en Él.
3) Toda cultura, sistema político, social o económico puede ser impregnado, sanado y elevado por el
Evangelio que trasmite la comunidad eclesial.
4) La Iglesia procura alentar e incentivar las instituciones que promueven los derechos de la persona
y su dignidad.
- Ayuda que la Iglesia, a través de los cristianos, procura prestar a la actividad humana:
1) Los cristianos impregnan del Evangelio las distintas formas de actividad humana que realizan. Así
santifican el mundo, lo sanan y elevan.
2) Corresponde, propia aunque no exclusivamente, a los laicos las tareas y actividades seculares. Por
eso deben esforzarse por adquirir verdadera competencia en esos campos. Colaborando también con
otros creyentes cristianos o no, como también con todos los hombres de buena voluntad que
persiguen el desarrollo integral de la humanidad. Los laicos deben recibir del clero la iluminación
doctrinal, para asumir sus propias responsabilidades, fieles a su conciencia correctamente formada.
436
3) Con todo, debe siempre considerarse la realidad del pecado conque está teñida toda realidad
humana. Supone una actitud de vigilancia y valentía para sanar y purificar todo aquello que va en
detrimento de los valores evangélicos y de la difusión del Evangelio.
1) El progreso de la ciencia y de las diferentes culturas, aportan a la Iglesia nuevos elementos para
expresar más adecuadamente la riqueza de su Evangelio y exponerlo a los hombres de hoy.
2) Para poder iluminar desde el Evangelio las distintas realidades cambiantes, la Iglesia, requiere de
aquellos que, viviendo en el mundo, conocen a fondo las diferentes instituciones y disciplinas y
comprenden su mentalidad, sea que se trate de creyentes o no creyentes.
3) Al poseer la Iglesia una realidad social, se enriquece de las distintas evoluciones de la vida social
de la humanidad.
v. Iglesia y cultura:
4) Trasciende, sin embargo, a toda cultura. Puede así entrar en comunión con toda otra forma de
cultura, enriqueciéndola y enriqueciéndose a sí misma.
6) Cristo, medida de toda cultura. Unidad y pluralidad de las culturas en América Latina. Nueva
cultura. La acción educativa de la Iglesia. Comunicación social.
INTRODUCCION
"El Vaticano II es el primer Concilio que presenta una doctrina sistemática sobre María
(LG 52-69), cuya idea básica es la siguiente: como redimida, como criatura de la gracia
de Cristo, María es miembro de la Iglesia; mas como Madre del Hijo de Dios, como 'la
hija preferentemente amada del Padre y cual santuario del Espíritu Santo' (LG 53) está
por encima de todos los creyentes. De acuerdo con la concepción del Concilio Vaticano II
la mariología ha de ser teocéntrica y cristocéntrica; en efecto, tiene que hacer patente que
todas las declaraciones de fe sobre María 'se refieren siempre a Cristo, como origen de
toda verdad, santidad y piedad' (LG 67)"1.
MARIA Y LA IGLESIA
Los dos aspectos que resaltan de la mariología en LG surgen del título de Madre de Dios
(theotókos), pero considerando nuevos aspectos de la maternidad: ellos son la mediación de
María y el fecundo aspecto de María como tipo de la Iglesia (LG 60-65).
439
El título: "La santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la
Iglesia", que responde al capítulo VIII de LG subraya la vinculación de María al designio
salvífico realizado en Cristo y continuado en la Iglesia. La consideración de María en una
perspectiva histórico-salvífica (LG 55-59) permite insertar la mariología en la dinámica que
la Iglesia tiene como continuadora del misterio histórico-salvífico de Jesucristo. Esta es una
revaloración de la perspectiva patrística.
El Vaticano II evita definirse acerca de los títulos dados a María, pero los considera a todos,
especialmente el de mediadora, en el cual se incluye títulos como los de abogada,
auxiliadora, socorro. La manera de entender esta mediación no quita ni agrega nada a la
dignidad y eficacia de Cristo, que es el único mediador.
Respecto del carácter de mediadora, la "Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio
subordinado, lo experimente continuamente y lo recomienda al corazón de los fieles, para
que apoyados en esta protección maternal se unan más íntimamente al Mediador y
Salvador" (LG 62).
María aparece como miembro eminentísimo de la Iglesia. Ella no queda fuera de la Iglesia
ni tampoco reducida al papel de cualquier creatura. Ella es Virgen y tipo de la Iglesia. Esto
se le otorga por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, "con la que está unida al
Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones está unida también íntimamente a la
Iglesia" (LG 63). La fecundidad de la Virgen y sus virtudes permiten comprender con más
profundidad en qué sentido ella es tipo de la Iglesia (LG 64-65).
440
TESIS 42
INTRODUCCION HISTORICA
441
eucaristía. Esto llevaba a una actitud de quietismo. Los obispos alemanes pidieron al Papa
que hablara sobre el Cuerpo Místico. En 1943, Pío XII publica la Encíclica sobre la Iglesia
como Cuerpo Místico de Cristo. Dice que la Iglesia no se puede equiparar a una sociedad
secular, pero tampoco es quietista.
Actualmente esa encíclica está superada en cuanto a algunos puntos. Por ejemplo, quienes
pertenecen a la Iglesia de Cristo. La Encíclica “Mystici Corporis” es ya una antesala al
Concilio Vaticano II.
“LUMEN GENTIUM”
El acto de promulgación de este documento representó por sí mismo una nueva toma de
conciencia por parte de la Iglesia peregrinante, y por ello, una conquista irreversible de
enriquecimiento espiritual3.
De LG se extrae la novedad de abordar la Iglesia como misterio, como sacramento y como
pueblo de Dios. El texto conciliar aborda además los temas dejados pendientes
explícitamente en el Vaticano I: la jerarquía. Junto a ellos, aborda temas como el de los
1
En el discurso de apertura del segundo período, Paulo VI dijo que el Concilio se proponía 4 objetivos:
1) Profundizar en la conciencia o noción que tiene la Iglesia de sí misma.
2) La renovación de la Iglesia.
3) La búsqueda de unidad de los cristianos.
4) El diálogo de la Iglesia con los hombres de nuestro tiempo.
2
G. BARAÚNA comp., La Iglesia del Vaticano II; Estudios en torno a la constitución conciliar sobre la Iglesia, 3 ed.
Barcelona: Vozes 1968, vol. I, p. XXX.
3
Cf. Ibid., p. XIII.
442
laicos, y repasando el texto en general, se observa, por ejemplo, que ciertos temas capitales,
como el de la santidad y el del carácter escatológico de la Iglesia, aunque están tratados “ex
professo” en los capítulos V y VII, impregnan toda la constitución, especialmente en los
capítulos I, II y VI, que tratan respectivamente del misterio de la Iglesia, el pueblo de Dios
y de los religiosos. De aquí proviene el que estos mismos temas se profundicen y se traten
ampliamente en los otros documentos del Concilio Vaticano II.
Esto mismo se puede decir de los novedosos temas referentes a los seglares. El
importantísimo tema de la inserción ontológico-sacramental de los seglares en el pueblo de
Dios (que constituye el fundamento mismo de la vida y de la acción del seglar en la Iglesia
y en el mundo) se halla ampliamente desarrollado en GS.
Si bien es DV la fuente de articulación teológica del concilio Vaticano II, LG es un marco
de referencia, sobre todo para articular la Iglesia “ad intra”. GS a su vez, y aunque está
desarrollada en el espíritu de LG, sirve para articular la Iglesia “ad extra”.
Para realizar una comprensión de la naturaleza interna de la Iglesia se han recogido cuatro
temas esenciales de la Iglesia como sacramento y como pueblo de Dios. En torno a ellos
pueden leerse los restantes documentos del Vaticano II. Ellos son: a) La revelación y el
depósito de la fe. b) La celebración del misterio de salvación. c) Las funciones: jerarquía y
laicos. d) Vocación a la santidad y a la unidad.
A. LA REVELACION Y EL DEPOSITO DE LA FE
443
“Lumen Gentium”: El misterio de la salvación es el contenido expuesto en el primer
capítulo de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia. Pero a propósito del Cuerpo Místico
de Cristo y de su participación en la fracción del pan eucarístico, somos elevados a una
comunión con El y entre nosotros en la celebración litúrgica. Esta es una participación de
su salvación, que está dada fundamentalmente en el misterio pascual de su muerte y
resurrección (LG 7). Es fundamentalmente en el capítulo sobre el Pueblo de Dios, donde
que se menciona este aspecto de celebración del misterio pascual, a propósito del ejercicio
del sacerdocio común en los sacramentos (LG 11). El sacerdocio común, aunque esencial-
mente distinto del sacerdocio jerárquico (LG 10) permite ofrecer sacrificios espirituales en
comunión con el sacrificio de Jesucristo. A propósito de la índole escatológica de la Iglesia
se resalta la idea de participar de la victoria de Jesucristo a través de la liturgia (LG 50) y en
la alabanza a la Trinidad (LG 51). El culto y la liturgia, según se desprende de LG, son la
fuente y cumbre de la vida de la Iglesia, ya que en ellos alcanzamos la salvación: por medio
del bautismo y, especialmente, de la eucaristía (LG 10).
Al hablar del episcopado se habla de la jerarquía como aquella servidora del Pueblo de
Dios en las funciones de regir, santificar y enseñar, que se dan, sobre todo, en la liturgia y
en la celebración del misterio pascual (LG 25-28). Por último, la consideración de la Iglesia
como sacramento de salvación permite considerar la alta estima que tiene a la acción
sacramental, como forma de participación en la salvación de Jesucristo (LG 1; 3).
“Sacrosanctum Concilium”: Es precisamente de esta Constitución dogmática la aseveración
de que la liturgia es la fuente y cumbre de la vida eclesial (SC 10), aunque no sea su única
actividad (SC 9). Además, explícitamente se dice que la obra de la salvación continuada por
la Iglesia se realiza en la liturgia (SC 6), especialmente en la eucaristía (SC 47-57). Para
participar de la liturgia de la Iglesia, ya lo decía LG, debe ejercerse el sacerdocio común del
bautismo. Esto refuerza el dinamismo comunitario, que comprende la función de la
jerarquía como subordinada y en función de la celebración del misterio de salvación. Es en
la celebración de los “sacramentos pascuales” donde se realiza la obra de la salvación, y por
ello es que la liturgia, donde está presente Cristo, es la celebración de la victoria de la
misma Iglesia en unión con la Iglesia del cielo (SC 8). Esta dimensión escatológica resalta
mucho en SC, en continuidad con el capítulo VII de LG. La Constitución sobre la Sagrada
Liturgia propone reformas a la misma, pero en la línea de una acción del Pueblo de Dios:
jerárquica y comunitaria, pues las celebraciones de la Iglesia, que es sacramento de unidad,
no son acciones privadas (SC 26).
Jerarquía
444
la santificación y en la función de regir (LG 25-27). En concreto, se refiere también esta
función a los presbíteros, que deben actuar en comunión con sus obispos (LG 28).
La reflexión sobre el episcopado (LG 18-27) se desarrollará ampliamente en el Decreto
“Christus Dominus”. En cambio, la reflexión sobre los presbíteros, diáconos, y su
formación, se desarrollarán ampliamente en los Decretos “Presbyterorum Ordinis” y
“Optatam Totius”.
“Christus Dominus”: En este decreto, al desarrollar la enseñanza sobre el episcopado, se
enfatiza la dimensión colegial de los obispos en relación con la Iglesia universal. Ellos son
partícipes de la solicitud para todas las Iglesias (ChD 6). El colegio episcopal sucede al
colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, y nunca ejerce su
potestad pastoral sin la cabeza, que es el Romano Pontífice (ChD 4; LG 22). También se
destaca la función de los obispos en relación con las Iglesias particulares o diócesis,
especificándose los métodos para ejercer la función de enseñar (ChD 12-14). Un aspecto
destacado se refiere al deber de santificar que tienen los obispos, el que se realizará en el
fomento de la santidad de los propios clérigos y religiosos (ChD 15). Al hablar de la
función de regir y apacentar que tienen los obispos, se sugiere para ellos, tener especial
cuidado con los sacerdotes “teniéndolos por hijos y amigos” (ChD 16), preocupándose
también por el apostolado y los distintos grupos de fieles (ChD 17-18). Se destaca por
último, dimensiones técnicas referidas a la circunscripción de las diócesis, la relación con
los religiosos (ChD 34) y la cooperación al bien común de las otras Iglesias, especialmente
a través de las Conferencias Episcopales (ChD 37).
“Presbyterorum Ordinis”: Respecto a la función de los presbíteros, “íntimos colaboradores
del obispos” (PO 7), se destaca también su función en vistas del pueblo de Dios (PO 1; 6),
como ministros de la Palabra (PO 4), de los sacramentos, especialmente de la eucaristía
(PO 5), insistiéndose para ellos, en el trato especial que deben tener con los laicos (PO 7).
Esto en el espíritu de la comunión eclesial. A los presbíteros se aplica el triple aspecto de
sacerdote, rey y pastor (PO 13). Se solicita para ellos la unidad y armonía (PO 14). Se los
exhorta a la humildad y obediencia (PO 15), y al seguimiento de los consejos evangélicos
(PO 16-17), y también se sugieren distintas cuestiones prácticas: la vida espiritual (PO 18),
el estudio (PO 19), la remuneración (PO 20). Deben ser ellos los principales promotores de
las vocaciones sacerdotales (PO 11). En relación a este aspecto, el Vaticano II sacó a luz un
decreto especial sobre la formación sacerdotal, reafirmando este aspecto importante de la
promoción sacerdotal y su formación:
“Optatam Totius”: De PO 11 surge este decreto especial sobre la formación sacerdotal, que
de entrada insiste en un mayor fomento de las vocaciones sacerdotales (OT 2-3). Establece
además, una organización de los seminarios mayores (OT 4-7). En continuidad con PO
18-19, se insiste en la formación espiritual (OT 8-12) y en la revisión de estudios
eclesiásticos (OT 13-18.22). Dada la tónica pastoral del Concilio, se insiste, a su vez, en el
fomento de una formación estrictamente pastoral (OT 19).
Laicos
“Lumen Gentium”: En LG, los laicos son considerados “los fieles incorporados a Cristo por
el bautismo, integrados al pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función
sacerdotal, profética y real de Cristo”, tratando de “obtener el Reino de Dios gestionando
los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” (LG 31). El tema de los laicos es
tratado ampliamente en el capítulo V de LG, enfatizándose para ellos su dimensión
apostólica (LG 33), y especialmente “la consagración del mundo” (LG 34). Ellos realizan
445
esta consagración por el testimonio de vida (LG 35), y trabajando en las estructuras
humanas de la sociedad (LG 36). Citando la carta a Diogneto, se dice sobre ellos: “lo que el
alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo” (LG 38). La consideración
de los laicos cristianos en los ámbitos seculares dio origen a la constitución dogmática GS.
“Gaudium et Spes”: Si bien esta constitución dogmática articula la dimensión “ad extra” de
la Iglesia a través de la misión, constituye una reflexión de la antropología cristiana, que
constituye a los miembros de la Iglesia. En ella se valoran la autonomía legítima de lo
temporal, en cuyo lugar los laicos impulsan su ordenación hacia Dios (GS 93). En GS 36 se
reflexiona sobre la autonomía de lo temporal, lo que es un desafío para el bautizado laico,
ya que dicha autonomía no es una realidad independiente de Dios sin referencia al Creador.
Dicha relación a Dios debe ser explicitada por el fiel laico de la Iglesia. Sólo de esa manera
el progreso puede servir a la felicidad humana (GS 37). La actividad humana se perfecciona
en el misterio pascual de Jesucristo (GS 38).
446
espíritu de la renovación de la vida religiosa está en la alta consideración de la vocación
especial dedicada a la edificación del Cuerpo de Cristo, cual esposa engalanada para su
marido (Ap 21,2). El concilio saca lo nuevo de lo antiguo, manteniéndose firmemente en la
permanente valoración de los consejos evangélicos (PC 1).
“Apostolicam Actuositatem”: Si bien este decreto refiere específicamente a la vocación de
los seglares al apostolado, está inserto en el llamado a la vocación cristiana de toda la
Iglesia para perfeccionar su vida espiritual en vistas de la misión. Para ello, junto con
destacar esta vocación universal (AA 2-4) y los fines que hay que lograr (AA 5-8), destaca
la misión particular del clero, quienes darán los principios para la obra apostólica, y la vida
en la caridad. Con este marco desarrolla los diversos campos del apostolado, enfatizando la
familia y la vida de los seglares en el mundo (AA 9-14). Si bien desarrolla las diferentes
formas de apostolado, su formación y el orden que hay que observar, es evidente que el
apostolado en el medio social, que es propio del seglar, exigirá la concordancia de su vida
con los principios de la fe, la caridad fraterna y la conciencia clara de su aporte en la
edificación del orden social (AA 13). Con estos presupuestos se habla, en el fondo, de un
necesario fundamento en la vida de santidad para el apostolado. Este decreto se inserta en el
espíritu del Concilio, en el cual, es todo el pueblo de Dios el que debe dar testimonio del
designio de salvación del Padre, especialmente en su vida de caridad (AA 8).
“Gaudium et Spes”: Esta constitución fundamental, junto con dar su perspectiva
antropológica cristiana, enfatiza el lugar de la vida del seglar en el mundo. Esa vida debe
ser testimonial y debe ir en vistas de un perfeccionamiento de las estructuras del mundo y
de la comunidad humana (GS 23-45). El espíritu de la Constitución desarrolla ampliamente
la invitación que hace la Iglesia en continuidad con Jesucristo, pero en la vida del mundo
secular. El aspecto de la santidad se recalca en capítulos más específicos, como el de la
familia (GS 47-52), la vida social y económica (GS 63-72), el fomento de la paz y la
promoción de la comunidad de los pueblos (GS 77-90). El mismo espíritu de diálogo entre
los hombres está fomentado en la Iglesia para dar a conocer su invitación a la santidad, que
no es otra cosa que el encuentro con Jesucristo, el Salvador (GS 92-93).
Respecto de la unidad, como tema añadido al de la santidad, se desarrolla con amplitud en
los decretos UR, OE, y de alguna manera, en la declaración GE. En todos ellos se destaca la
necesidad de la unidad y unicidad de la Iglesia (UR 2) como sacramento de relación con las
Iglesias separadas (UR 3-12) por medio de la oración (UR 8) y de interconocimiento (UR
9). Más específicamente se habla de la íntima relación que existe con las Iglesias orientales
(OE 1-4) y el mutuo protagonismo en la conservación del patrimonio espiritual de la Iglesia
(OE 5-18), especialmente en el culto divino (OE 19-23). Una intuición de la unidad está
dada en la preocupación por la educación de los fieles, especialmente de los jóvenes. Es
una manera de fortalecer el cuerpo místico (GE 2) a través de una preocupación, en primer
lugar, de los padres (GE 6), de las escuelas (GE 7-9) y las universidades (GE 10-11).
GS está íntimamente ligada al espíritu de LG, pues, la Iglesia es luz (LG 1), aún cuando
comparte con toda la humanidad sus gozos y esperanzas (GS 1). En esta constitución es
donde la Iglesia expresa los principios antropológicos que le darán al Concilio su
orientación “por el hombre”, que es el mismo camino hecho por Jesucristo. Es al hombre al
que hay que salvar. En este espíritu se deja el eclesiocentrismo jurídico para dar paso a la
Iglesia como Misterio ofrecido a la humanidad (1Tm 2,4). En GS se puede distinguir, en
términos generales, dos tópicos: 1)Su profundización antropológica. 2)Su preocupación en
vistas del servicio y la salvación del mundo.
447
Desde la perspectiva de la profundización de la antropología cristiana, en necesario
recordar también lo que dice LG: la vocación del hombre a la vida divina y a la unidad, que
se logra sólo con el cometido del Hijo de Dios hecho hombre (LG 1-3). El hombre realiza
esta vocación “en el mundo y consagrándose a él” (LG 30-34), sobre todo en vistas de su
unidad, en su servicio (LG 32), con su testimonio (LG 35) y requiriendo y santificando los
medios humanos, técnicos, culturales, civiles, etc. (LG 36). Esta es la vocación a la santidad
como manera de adquirir la divinización y la unidad (LG 39), pero con distintos medios
(LG 41), lo que habla de la libertad y pluriformidad de la vocación humana. El fin del
hombre está en la unión con Dios, más allá de la historia. En ello la Iglesia es fundamental
(LG 50).
En vistas del servicio y la salvación, la acción salvífica de Dios se transmite a la Iglesia y a
través de ella, a todos los hombres (LG 1-2). Este aspecto se enfatiza fundamentalmente a
través de la acción misionera (LG 17; 33).
“Gaudium et Spes”: Iluminada con la eclesiología del Pueblo de Dios considerará y
profundizará la dimensión antropológica, distinguiendo sus distintos aspectos: el hombre es
imagen de Dios (GS 12), está afectado por el pecado (GS 13), está constituido por una
dimensión corporal y espiritual (GS 14), es inteligente (GS 15), tiene la dignidad de la
conciencia moral y de la grandeza de su libertad (GS 16-17). Con estos aspectos se
explicita la vocación religiosa como un aspecto antropológico. También se desarrolla la
dimensión social, expresando la índole comunitaria de la vocación humana (GS 24) y la
consideración de su actividad en el mundo (GS 33), en la que se explicita la legítima
autonomía de la realidad terrestre (GS 36).
En este esquema antropológico se inserta la misión de la Iglesia. Se explicita la naturaleza
del evangelizado y el evangelizador. Primero, en una situación dialogal (GS 40), que
permite esta profundización antropológica. Se considera la familia (GS 47ss), la cuestión
cultural (GS 53) y distintos aspectos de la vida comunitaria, desarrollándose en especial, el
de la paz y unidad de los pueblos (GS 87ss). De esta visión antropológica se destaca como
consecuencia directa, la libertad religiosa, que será desarrollada ampliamente en el decreto
DH1.
“Dignitatis Humanae”: En síntesis, el decreto es el reconocimiento de una verdad
antropológica nacida del propio Dios y el reconocimiento de que esa verdad se ha
expresado de muchas maneras (DH 1). Esto no significa que la libertad religiosa no tenga
ciertas normas reguladoras (DH 7). En todo caso, el documento, aunque explicitación de
GS 17, enfatiza que la libertad religiosa se funda a la luz de la revelación, que se da
fundamentalmente en Jesucristo.
“Nostra Aetate”: En continuidad con DH, esta declaración llama la atención sobre el
acontecimiento de la revelación (cf. DV como constitución articuladora del Concilio), que
se da, sobre todo, en las religiones monoteístas no cristianas, pero que responden a las
preguntas fundamentales sobre el sentido del hombre (NAe 1), tal como trata de dar
respuesta la Iglesia Católica en GS 14-18.
Especial relieve tienen los decretos referidos a la actividad misionera de la Iglesia,
destacados por GS 21.40-45. Este aspecto misionero es el segundo que se destaca en el
espíritu de GS, en continuidad con su definición antropológica. Este punto refiere a la
actividad esencial de la Iglesia.
“Ad Gentes”: Ya en LG 1-3 se refiere a la misión como actividad esencial de la Iglesia. Es
la orientación teológica que nace del Padre (AG 2), por el Hijo (AG 3), en el Espíritu Santo
1
Es de considerar que DH y NAe están más en continuidad con la reflexión de GS en lo referido a la revelación.
Sin embargo, no hay que olvidar el decreto IM, sobre los medios de comunicación social, como un aspecto propio del
llamado a la unidad que hace GS 77ss.
448
a través de la Iglesia (AG 4). La actividad misionera tiene una dimensión testimonial (AG
11-12), pero también otra acción explícita de la Palabra (AG 13-14). Es importante la
dimensión comunitaria (AG 15), tan propia de la antropología de GS 23-32.
“Unitatis Redintegratio”: A pesar de que es un decreto en torno al empeño ecuménico,
nacido primero en las iglesias protestantes, es expresión de un deseo de misión conjunta, y
que la Iglesia confirma con su principio “unidad y unicidad de la Iglesia” (UR 2).
ARTICULACION TEMATICA
449
TESIS - 43
SACRAMENTOS
"Symballo" en griego significa: arrojar junto; poner juntamente; traer en masa, en cantidad.
Reunir; aproximar; suministrar un contingente de. Cambiar; adelantar; prestar una cantidad.
Comparar; evaluar; estimar. Encontrarse con; venir a las manos; disputar; tener una
entrevista con. Azuzar. "Symballestai" significa: asociarse, cerrar un contrato, juntar en el
espíritu. De ahí recibió el significado de contraseña, de objeto partido en dos que sirve para
reconocer a otro con el cual se ha pactado algo.
El símbolo debe gran parte de su elaboración al platonismo y al neoplatonismo, por el cual
llega a los Padres. El platonismo al distinguir entre mundo de lo sensible y mundo de lo
inteligible, y afirmar que todo lo sensible participa de un arquetipo o idea, da las bases para
la simbología: lo sensible remite a su arquetipo, lo visible a lo invisible. Para los antiguos,
el símbolo no es meramente algo que da a conocer otra cosa, sino que participa de ella,
lleva a ella, la inicia, la causa. Entre el símbolo y lo simbolizado hay una relación de
eficiencia y no sólo una relación de sentido.
La simbología se fundamenta en la capacidad de todo lo creado de manifestar
sensiblemente. Pero su fundamento ontológico está más bien en que lo simbolizado se
expresa en el símbolo. El hombre se expresa a sí mismo por medio de su cuerpo, de su
palabra, que puede ser poética, cultual; de sus gestos, del arte, de la música. El lenguaje
formal no agota la realidad del hombre y es radicalmente incapaz de expresar toda su
riqueza interior. Por eso el hombre siempre necesita de los mitos, del arte, del culto, para
poder expresar su interioridad. Así como desde el punto de vista de la expresión el hombre
es simbólico (en cuanto simbolizado por el arte, la música, la literatura, sus gestos),
también necesita de los símbolos para penetrar la profundidad del otro y el sentido de su
misma existencia.
450
RICOEUR habla de ejercer sobre él la sospecha, y luego reconstruirlo y encontrar el sentido
que se busca. El hombre por ser espíritu encarnado no puede expresarse ni conocer
solamente por concepto: necesita de los símbolos para llegar a penetrar en la profundidad
de su experiencia y de su sentido.
Siendo el símbolo una realidad con profundo enraizamiento antropológico, Dios se valió de
él para comunicar la vida divina dentro del mundo. Cristo, el Verbo encarnado es la imagen
del Dios invisible hecho accesible y manifestado a todos los hombres (cf. Col 1,15).
SIGNO Y SACRAMENTO
En el AT hay otro concepto relacionado con signo: misterio (Dn 2,18-19: al interpretar el
sueño, lo visto aparece como misterio). En el NT el concepto "semeia" (señal) tiene un
lugar destacado, y se relaciona con "milagro" (Lc 2,12: la encarnación; Mt 12,38: queremos
ver una señal).
451
Juan usa el término "semeia" con gran profundidad: Jn 2,11: las bodas de Caná; Jn 4,8: "Si
no ven señales y prodigios no creen"; Jn 10,41: el bautista no hizo señales. Juan quiere
mostrar que el profeta se identifica por medio de señales y milagros. Opera prodigios. Las
señales son para estimular a los hombres a creer en Dios. La señal es posterior a la fe. No se
cree por la señal, sino por fe. Se ve en la señal al Mesías.
SIMBOLOGIA Y VERDAD
453
EVOLUCION TEOLOGICA DEL CONCEPTO DE SACRAMENTO
Existe en los primeros siglos de la Iglesia una preocupación por explicar la relación que
existe entre el rito visible del sacramento y su acción salvífica invisible. Los intentos de
Clemente y Orígenes por resolver el problema adquieren una primera sistematización en
san Agustín. En occidente, Agustín (el padre de la teología sacramental) es quien mejor la
desarrolla, distinguiendo entre el signo sensible y la realidad invisible significada
(platonismo), y explicando la doctrina de la acción del ministro "in persona Christi",
independiente de sus propios méritos (antidonatismo). Insiste en que Cristo es el autor de
los sacramentos. El término se aplicaba a diversos signos sagrados (progresivamente a
todos), en un sentido amplio.
454
simbólico era considerado irreal. En el siglo XII se distinguió más la teología sacramental
(institución, causalidad, modo de operación). Con Hugo de San Víctor se renueva la
teología sacramentaria, que desarrolla el tema en un nivel formativo y pastoral. Este incluye
en el concepto una triple materia (cosas, palabras y hechos), a Dios como autor, y efectos
de tipo moral. Sacramento es una acción puesta en el mundo visible, que por semejanza
representa, por institución significa y por la fuerza de su santificación contiene la gracia
invisible y espiritual. Pedro Lombardo señala a los sacramentos como causa de la gracia.
Sin embargo, no da una definición estricta de sacramento. Después se desarrolla el doble
concepto "opus operantis" y "opus operatum". También se elabora la doctrina de la
intención del ministro y la del carácter sacramental. También se llega al número septenario
(D 465; 695; DS 860; 1310).
La escolástica aborda los sacramentos desde la teoría hilemórfica (se exponen los
elementos de materia, forma, causalidad principal e instrumental y la institución por
Cristo). Las categorías usadas llevarán la reflexión teológica a una cosificación del
sacramento, perdiendo su carácter de acontecimiento. La escolástica busca clarificar la
presencia de lo invisible en lo visible. La discusión deriva en subrayar los diferentes
elementos del gesto sacramental (palabra y elementos, es el signo o rito sensible
sacramental considerado en sí mismo): "sacramentum tantum"; y cómo lo invisible ("res
tantum") actúa sobre él (lo que sólo es efecto). El carácter es la "res et sacramentum" en los
sacramentos que lo imprimen. Por "sacramentum" se entiende lo que es signo de gracia. Por
"res" se entiende el efecto producido por el sacramento válido.
Santo Tomás vincula los sacramentos a los grandes misterios de la historia de salvación. El
sacramento no sólo es un "signum indicativum" (medio de santificación), sino también un
"signum rememorativum" de los acontecimientos salvíficos, y también "signum
prognosticum" de las metas a las que se orienta la salvación realizada en los sacramentos.
La reforma. La teología sacramental luterana está marcada por su teología de la palabra. El
sacramento es una promesa a la que se añade un signo instituido por Dios. Sólo hay dos:
bautismo y eucaristía. La eficacia no opera por el mismo sacramento, sino que depende de
la fe con que se reciba. No se plantea el problema de su necesidad junto a la Palabra y su
significación, sino que sólo los reconoce como un hecho. Calvino une fuertemente el signo
exterior con la promesa de amistad del Señor para fortalecer nuestra fe. Por medio del
sacramento manifestamos también nuestra fe. Fructifican sólo en los predestinados. El
Concilio de Trento y la teología postridentina (D 844-856; DS 1601-1613). La doctrina se
formula fundamentalmente contra los reformadores y de acuerdo con santo Tomás:
eficacia-fructuosidad, válido-lícito (cánones 1-13).
La teología postconciliar desarrolló los temas de la intención del ministro, y de la
causalidad especial de los sacramentos, elaborándose tres teorías (física, moral y
meramente intencional).
La renovación de la liturgia: El desarrollo del movimiento litúrgico inserta los
sacramentos al interior de la historia de salvación. Esta consideración histórico-salvífica
tiene repercusiones ecuménicas y disminuye el espíritu apologético.
Rahner estudia el sacramento en el marco de una teología de los símbolos (desde la
palabra), entendida como eficaz y sacramental, indicación demostrativa y acontecimiento
de la gracia que afirma, y no como referencia posterior a algo que existe o que actúa con
independencia de ella misma: la gracia se realiza significándose en la palabra.
455
Por materia se entiende, en un compuesto, la parte constitu tiva determinable. Por forma, la
parte constitutiva determinante. En los sacramentos hay una parte determinable, que puede
hacerse con multiplicidad de fines y significados. Las palabras son las que le determinan el
sentido religioso, y constituyen el signo como parte determinante.
La materia suelen ser acciones, que a veces se dicen "res"; la forma, palabras.
Validez: Para la validez tiene que haber potestad debida y debida intención en el ministro,
además de la recta materia y forma. Si faltan alguna de estas condiciones esenciales, el
sacramento es inválido. Además se requiere el bautismo previo para los sacramentos que
siguen al bautismo. En caso de los adultos, también se requiere intención o voluntad de
recibir el sacramento.
456
TESIS - 44 -
RITOS DE INICIACION
La circuncisión en el judaísmo es el rito de incorporación, que fue tomado por Israel de los
egipcios, y fue practicado desde tiempos inmemoriales por muchas tribus y religiones. No
es un rito puramente judío (Ex 4,25; Jos 5,2). Pronto fue el signo de la Alianza y expresó la
pertenencia a Dios o al pueblo elegido (Ex 12,48; Nm 9,14).
Para San Pablo, circunciso es sinónimo de Pueblo de Israel (Ga 2,7-9; Ef 2,11). La
institución de la circuncisión es atribuida por el código sacerdotal a Abraham, el Padre de
los creyentes o de los circuncisos (Gn 17,9-14). La obligación de circuncidar no aparece en
la ley antigua ni en el decálogo. En el exilio se coloca en la ley que va a regir, cuando los
judíos viven en Babilonia, entre los incircuncisos. El rito que se celebraba al octavo día, lo
hacía heredero de las promesas mesiánicas y lo hacía pertenecer al pueblo de Dios. Era
incluso una obligación más importante que el sábado (Jn 7,22-23).
El profetismo subraya la necesidad de comprender el significado del rito y orientarlo a las
obligaciones de obediencia que de él se derivan. Los profetas ponen el acento en la
circuncisión del corazón. (Dt 10,16; Ez 44,7; Jr 4,4; 9,25).
Los cristianos son circuncisos de corazón, en el Espíritu.
La inmersión en el agua es uno de los ritos de iniciación más conocidos en las religiones
paganas, significando la lucha contra las potencias malignas. El simbolismo del agua como
signo de purificación es propio de la cultura judeo-cristiana.
1. Sinópticos.
a) El bautismo de Juan. La originalidad del bautismo de Juan es que se distingue de los baños
religiosos de la época (baños de purificación de prosélitos, o del bautismo reiterado de los esenios), y lo sitúa
directamente en relación con el baño mesiánico en el Espíritu. El bautismo de Juan es el sacramento del
precursor, esto es, el signo expresivo de su misión, precisamente dentro de su limitación precristiana.
HAMANN toma dos antecedentes veterotestamentarios para el rito bautismal: a) La
circuncisión. b) las abluciones. Hay un entronque del Bautista y el AT. En el Nuevo
Testamento la temática del agua pone el primer hito de todo el desarrollo del planteo del
Evangelio. Marcos presenta su evangelio a la luz de la dinámica del arrepentimiento, éste se
articula en el paso del agua. Ahora se anuncia la salvación por un rito acuático: el bautismo
de Juan.
Es un rito porque el agua tiene características de convertir y lavar (purificación). Y por ser
un rito de adscripción a un grupo nuevo, cuya exigencia es tener una actitud nueva. Ya no
vale la herencia racial.
El telón de fondo de la predicación del Bautista: se hace necesario el rito para todos los
hombres, porque todos tienen una impureza interior. La invitación a participar en una nueva
comunidad, el ingreso a un nuevo tiempo.
Otro antecedente se relaciona con el bautismo de los prosélitos (Flavio Josefo, escribe que
los prosélitos antes de ser judíos reciben un baño: autobautismo, como preparación ritual
para la circuncisión). En cambio el bautismo de Juan es un heterobautismo, pues el neófito
no tiene capacidad de administrárselo solo.
457
Las prácticas bautismales de los esenios estaban referidas a la purificación ritual. Sin
embargo, hay algunos indicios que vinculan baño y conversión, en relación a un posible
discernimiento previo antes de recibir el baño.
El bautismo de Juan significa la actitud de "metanoia" para que los pecados queden
perdonados. Sin embargo, no poseía la eficacia para perdonarlos. Mateo dice que eran
bautizados en el Jordán "los que confesaban sus pecados" (Mt 3,6).
Los tres sinópticos empiezan la vida pública de Jesús con el relato de la misión de Juan, que
por su acción merece el título de Bautista. Juan llama a la conversión y practica un
"bautismo de agua en vista a la conversión". Su misión es tener un pueblo bien dispuesto al
Mesías y su conciencia es que los tiempos escatológicos son inminentes (Lc 1,17).
d) Conclusiones:
i. Jesús conscientemente toma la iniciativa de asumir el bautismo de Juan como
testimonio de su fidelidad a la voluntad del Padre. La muerte de Jesús es
anuncio del perdón de los pecados. El bautismo de Juan es el instrumento de
Dios para glorificar a su Hijo. Por esto después del bautismo Jesús es
diferente. La presencia de Dios se hace visible y clara (Rm 1,4: el resucitado
es el mismo que fue bautizado). La resurrección da un nuevo sentido al rito
del bautismo.
458
ii. No basta el bautismo en agua. Dios toma la iniciativa enviando su Espíritu,
manifestando que Jesús es quien bautiza en Espíritu, ya que a él se le da el
Espíritu sin medida.
iii. El bautismo de Jesús es un signo profético del misterio pascual. El bautismo
cristiano será la participación en el bautismo de Jesús para recibir su Espíritu
y ser hechos Hijos del Padre.
El bautismo con agua relaciona muerte y vida. La predicación del Bautista se analoga a la
difusión del agua. Se vincula el bautismo de Jesús con el comienzo de su vida pública.
Jesús mismo conecta el bautismo de Juan con su designio salvador. El hecho de que Juan
haya aparecido bautizando es la señal de que los tiempos mesiánicos ya han comenzado.
Jesús, al bautizarse, quiere mostrar su lugar en el designio salvador ya iniciado por el
Bautista; el Espíritu será repartido por Dios por sobre toda carne y creatura: "Mirad que
llegan días —oráculo del Señor— en que haré una alianza nueva con Israel" (Jr 31,31). El
tiempo nuevo requiere un corazón nuevo, y éste se actualiza con el bautismo.
Jesús inaugura la nueva era anunciada por Juan. El bautismo de Juan es incorporación a la
era mesiánica en el Espíritu, pero en el bautismo cristiano es una promesa hecha concreta y
real. Por ejemplo, en los Hechos, el bautismo y la promesa del Espíritu son dos momentos
de un mismo proceso dinámico. Estos dos momentos se simbolizan con la inmersión y la
imposición de mano. La Iglesia tardará en ver este segundo momento, como un momento
distinto: la confirmación. El bautismo es un nuevo nacimiento. El hombre es situado en una
dimensión diferente: somos uno en Cristo.
3. San Pablo
4. Juan
a) El bautismo de Juan (Jn 1,19-31). Juan da un bautismo profético que se realiza en Jesús,
de quien Juan da testimonio. No aparece el bautismo de Jesús por Juan, y se tiende a
subordinar a este último frente a Jesús. En Jesús está el Espíritu permanentemente, sobre él
descendió, y él es el que bautiza en el Espíritu Santo. El evangelio entero insiste mucho en
que el Espíritu es dado por Jesús cuando glorificado. El bautismo cristiano no está ligado
tanto a un acto bautismal de Jesús o de sus apóstoles como al acto total de Jesús como
redentor que nos da el Espíritu.
b) Nicodemo (Jn 3,1-21). El Concilio de Trento, contra Calvino, ve aquí un texto que se
refiere explícitamente al bautismo de agua. Según algunos exegetas, agua fue interpolado
posteriormente para darle sentido sacramental. Nacer de lo alto es condición para ver el
reino de Dios (Jn 3,7). Este nacimiento se produce por el agua o el Espíritu. Esta dupla de
agua y Espíritu se puede encontrar en 1Jn 5,5-8: "Este es el que viene por el agua y por la
460
sangre: Jesucristo...". Este nacimiento está fuera del alcance de los hombres. Lo nacido del
Espíritu es Espíritu. Un nuevo nacimiento es algo que viene de Dios, que está ligado a la
recepción del Espíritu y que es una nueva creación. En Juan el Espíritu está en Cristo, y es
entregado por él a los hombres después de su glorificación.
Jn 3,11-13. Condición de este nuevo nacimiento es la fe en Cristo (tema de Juan).
Jn 3,14-21. El juicio del hombre lo realiza el mismo hombre aceptando o rechazando a
Jesús.
5. La carta de 1P 1,3-4,11.
Evolución durante los Padres. Los primeros siglos son mucho más abundantes en la práctica bautismal que
en su teología (Didajé, Justino, Hipólito).
461
En la Didajé aparece el rito más antiguo del bautismo. Había que hacer un ayuno
preparatorio. Después, una catequesis previa, donde se mostraban las dos vidas, la de
Satanás y la de Jesucristo. Luego venía el bautismo con la fórmula trinitaria y el agua viva.
Según la Didajé, el bautismo produce una transformación por el Espíritu, una purificación,
hace miembro de la Iglesia y permite participar de la eucaristía.
En las Odas de Salomón (siglo II) hay una catequesis bautismal. El bautismo aparece
como la espiritualización del paso del Mar Rojo. El bautismo es la liberación de la muerte,
signo de la nueva circuncisión. En el rito, el neófito bajaba al agua desnudo, ceñido con una
corona en la cabeza, que era signo de Cristo; para salir revestido de Cristo. El bautismo es
signo de la vuelta al paraíso, que es vida, que es leche y miel, y esto es la Iglesia.
En la Epístola de Bernabé (siglo II), el bautismo es una nueva creación mediante el perdón
de los pecados. Por el bautismo se da el don del Espíritu en la comunidad y en cada uno. El
bautismo es la fuente de la fe y la caridad. Por tanto, el neófito debe dar frutos de fe y amor.
Todo esto en una espera escatológica.
En el Pastor de Hermas, el bautismo es precedido de una gran penitencia, a cuyo término
el sacramento del agua perdonaba todos los pecados. El sello (sphragis) en la frente
significaba que Dios toma posesión de la persona. El bautismo asegura la presencia de Dios
y del Espíritu en el alma. Por la pertenencia a Dios se le exige una fidelidad comprometida.
462
Roma (Esteban I) insiste en que el bautismo de los herejes es válido si se ha confesado la
Trinidad y en que basta la imposición de manos (D 46-47; DS 110-111). El Concilio de
Arlés I en 314 refrenda esta respuesta a Cipriano (D 53; DS 123).
Orígenes enmarca el bautismo en la historia de la salvación. Su eficacia se vincula
íntimamente a la colaboración del bautizado. De allí la necesidad de la conversión y del
compromiso a no cambiar de conducta. Es una circuncisión espiritual. Considera
importante el bautismo de los niños.
Síntesis del bautismo en el siglo III. El misterio de la iniciación cristiana está compuesto
por el bautismo de agua en nombre de la Trinidad y de la unción o imposición de manos
que comunica a continuación del bautismo el Espíritu Santo. Se estructura la liturgia del
bautismo, se elabora una teología y se organiza la catequesis y el catecumenado. Los
bautizados son hombres o niños. El bautismo fundamenta la vida cristiana a través del
perdón de los pecados.
Agustín se enfrenta al donatismo, que niega el valor del bautismo de los herejes y de la
Iglesia católica. Posteriormente se enfrenta al pelagianismo. Para responder al donatismo
distingue entre “signum” y “res”. Los herejes tienen el “signum” que produce el carácter en
el bautizado, y por eso no puede repetirse. Pero falta la “res”, la gracia que viene de la
caridad con la Iglesia. Al bautismo de los herejes le falta la “communio sanctorum” para
que produzca su efecto. Basta con la imposición de manos para los que vuelvan. Insiste más
en la eficacia de Dios que en la calidad del ministro. Frente a los pelagianos insiste en la
necesidad del bautismo aún para los niños y en su relación al pecado original.
El siglo IV se caracteriza por el rigorismo de los donatistas, que sostienen que sólo la
comunidad pura, de los santos, constituye la Iglesia real y sólo un sacerdote sin mácula
puede administrar los sacramentos. Por lo mismo, “rebautizan” a todos los cristianos que se
vuelven donatistas. Así queda planteado el problema de las condiciones necesarias para la
administración del único bautismo en la Iglesia. Agustín, siguiendo a Optato de Mileve y a
Ambrosio, plantea el problema e intenta resolverlo. Distingue entre validez y eficacia, que
pueden existir separadas. Para la validez no se requiere fe ni santidad del ministro, puede
ser conferido válidamente fuera de la comunidad católica y no hay que “rebautizar” a los
que han recibido el sacramento de parte de cismáticos o herejes. También distingue entre el
“signum sensibile” y la “res” invisible y espiritual, significada por el primero.
Aporte de la teología oriental. El bautismo es la aplicación fundamental y el tipo de la
obra salvífica de Cristo. Sobre todo su muerte y resurrección.
1. Análisis bíblico. En el NT sólo hay algunos indicios: 1Co 1,16: Pablo bautiza a Estefanas
y a “toda su familia”. Hch 16,1: Lo mismo se dice de Lidia “y de los suyos”. Hch 16,33: El
carcelero de Filipos y “de todos los suyos”. 1Co 1,14: Crispo.
Hay un argumento de contexto: el bautismo de prosélitos se da a los niños. Por otro lado, a
los judíos no les llama la atención los ritos de iniciación, porque la circuncisión es para
niños.
2. Análisis histórico. El testimonio de Policarpo (año 155) dice servir al Señor desde hace
86 años. Por tanto, fue bautizado en la infancia. Justino habla en su Apología sobre los que
se han hecho cristianos desde su infancia.
463
En el siglo III Orígenes afirma que la institución es de origen apostólico. Cipriano critica a
quienes, bajo pretexto de imitar la circuncisión judía, esperan el octavo día para bautizar.
La Tradición apostólica atestigua el bautismo de los niños y precisa su edad: “si pueden
responder por sí mismos, que respondan; si no pueden, que sus padres respondan por ellos”.
El siglo IV reconoce una paradoja. Si bien se reconoce el bautismo de los niños, muchos lo
retardan hasta la muerte. Esto causa la ira de los capadocios. En el siglo IV muchos
personajes se bautizaron adultos (Agustín, Ambrosio). Sin embargo, Agustín se arrepiente
de su tardía conversión. A Agustín el bautismo de los niños le sirve para argumentar sobre
la universalidad del pecado original. Por esto la necesidad de bautizar a los niños. Línea
que inspira a la escolástica y al magisterio.
El rito de la Iniciación cristiana significa la unión del bautizado con Cristo en la Iglesia y va
precedida en los adultos de la conversión del corazón y de la enseñanza de la fe. Con el
bautismo, se entra a formar parte de la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios, sacramento y
continuación de la acción redentora de Jesucristo.
Los ritos de la iniciación cristiana son los signos externos de su incorporación al pueblo
de Dios, y por tanto, a la muerte y resurrección de Cristo, para participar de la muerte e
impotencia en que está cada hombre nacido de la estirpe de Adán, a la vida nueva de hijo
de Dios por la santificación y justificación gratuita. La incorporación al pueblo de Dios, al
cuerpo de Cristo, significa quedar purificado del pecado original, de todo pecado mortal o
venial que el hombre haya contraído, y de las penas eternas y temporales que por ellos
merecía. El hombre, por la iniciación cristiana ingresa a la historia de la salvación. El
carácter sacramental del bautismo responde al carácter sacramental de la Iglesia y está
constituido por:
Acto externo: derramar agua o sumergir en el agua e invocar el hombre de la Santísima
Trinidad.
Una realidad interior: la incorporación a la Iglesia, la santificación, la filiación divina y el
perdón de todos los pecados.
464
Participar de la naturaleza divina (2P 1,4).
Participar de la filiación divina (Rm 8,14-15; Ga 3,26), para resucitar al final
de los tiempos con el Señor y gozar del Reino del Padre.
5) Participación en la vida trinitaria. El bautizado vive según el Espíritu, como hijo
de Dios por adopción, al haber recibido a Cristo (Jn 1,12).
6) Perdona el pecado original, personal, previo arrepentimiento (Hch 2,38; 1Co
6,11). Como dogma de fe se puede ver en D 86; DS 150 (Símbolo Niceno); D
287; 482; 696 y 791; DS 540-541; 903; 1314-1316; 1514 (Toledo XI; Vienne;
Florencia y Trento).
7) Remite el reato de culpa y la pena eterna y temporal (D 696; 792; DS
1314-1316). Tertuliano expresa que, quitada la culpa se quita la pena. Sin
embargo, el bautismo no borra las consecuencias del pecado original y personal,
subsistiendo la inclinación al mal, que no es por sí misma pecado, sino prueba y
purificación (concupiscencia): D 792; DS 1515-1516.
EL BAUTISMO EN LA ESCOLASTICA
1. Escolástica incipiente.
Hugo de San Víctor (+1141) en el tratado “De Sacramentis fidei christianae” sitúa el
bautismo dentro de la teología sistemática. Se inspira en San Agustín e influyó en San
Buenaventura. Bautismo: “Signo externo de una virtud o fuerza santificadora, que en
definitiva procede de Dios” (agua que, santificada por la Palabra de Dios disuelve los
crímenes). La eficacia bautismal la da el agua (el contacto de Cristo con el agua hizo que
quedara potencialmente con fuerza para perdonar crímenes). Le da importancia al ministro:
la intención del ministro, que tiene que profesar la fe trinitaria (tener fe).
Pedro Lombardo (+1164): “Las Sentencias”. Bautismo es “instinción (mojar) del cuerpo
externo bajo las palabras prescritas”. Distingue elemento y palabra: ambas conforman la
sustancia del sacramento (materia y forma, aunque aún no dicho explícitamente). Tiene
postura más abierta al modo de mencionar la Trinidad y el número de instinciones.
Necesidad del bautismo para la salvación. Fue instituido por el bautismo de Cristo.
Ministro: puede ser bueno o malo, tiene “ministerium”; debe tener la intención de la Iglesia.
Bautismo de niños: “fidei aliena” (fe de otros). Tema del carácter: sello (pero sin elaborar).
465
Alejandro de Hales (+1245) junta todo lo elaborado hasta él (tránsito a la gran
escolástica). Define el bautismo en función de la terminología aristotélica de causa: utiliza
los acontecimientos históricos: Mc 16,16: causa eficiente; bautismo de Jesús: causa
material; orden de bautizar: causa formal; conversación con Nicodemo: causa final. El
ministro confiere el sacramento externo (condición) y Dios, el sacramento interno. Basta
hacer lo que hace la Iglesia (no la fe del ministro). Introduce de manera explícita: materia y
forma (agua e invocación trinitaria). Sujeto: si es adulto necesita fe-intención-contrición.
Aparece por primera vez una doctrina explícita del carácter (no es el primero en exponerla).
2. Alta escolástica.
3. Trento.
Ratifica la enseñanza tradicional acerca del bautismo. Los dogmas que conciernen al
bautismo: Pecado original (sesión V), justificación (sesión VI), sacramentos en general
(sesión VII). Las definiciones y afirmaciones dogmáticas del concilio de Trento pueden
reducirse a 14 tesis que conciernen a eficacia, ministro y sujeto, y rito del bautismo (D
857-870; DS 1614-1627).
El bautismo es el sacramento fundamental instituido por Jesús, por el que la Iglesia aplica a
cada hombre la salvación alcanzada para todos por Cristo en forma de “purificación por el
baño de agua en la Palabra” (Ef 5,26), por la que se actualizan simbólicamente las obras
salvíficas de Jesús. La vinculación viviente del bautizado con dichas acciones salvíficas,
cual incorporación a Cristo, es el efecto inmediato y primero del bautismo, del cual
provienen los restantes efectos sacramentales. Lo peculiar del bautismo es su unicidad y su
irrepetibilidad, consecuencia de su carácter esencial constitutivo. La muerte y resurrección
466
de Jesús están simbolizadas de una manera especialmente manifiesta en la inmersión
bautismal, que como símbolo hace presente la acción salvífica de Jesús.
Como el bautismo de penitencia, tal como lo administraba Juan, y como Cristo mismo lo
recibió y lo hizo administrar por sus apóstoles, es el prototipo obligatorio del hecho externo
del bautismo ordenado por Cristo, se debe considerar como materia remota, como elemento
de este sacramento, el agua pura, natural (Jn 3,5; Ef 5,26; Hb 10,22).
En 1241 Gregorio IX exigió a los obispos noruegos que los niños que habían sido
bautizados con cerveza fueran nuevamente bautizados con agua (D 447; DS 829).
Concilio de Trento: D 858; DS 1615. CIC 737.
La materia próxima es la acción misma de bautizar, que consiste en derramar el agua
(infusio) o en la inmersión del neófito en el agua o en la aspersión con agua (CIC 758). En
favor de la mera “infusio” se habla en Hch 2,41; 16,33.
El nuevo rito bautismal prescribe una unción postbautismal con el crisma (pero no es rito
esencial).
La forma del bautismo debe expresar:
1) La acción bautismal (“yo te bautizo”: D 398; 696; DS 757; 1314-1316).
2) Conforme al mandato de bautizar de Cristo, la invocación de la Santísima Trinidad (Mt
28,19)1.
“Quien no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de los cielos” (Jn 3,5).
La misión confiada a los discípulos confirma esta necesidad (Mt 28,19). Lo mismo la
experiencia de la primitiva Iglesia (Hch 2,38). Los Padres confirmaron la necesidad de la
gracia del bautismo. Así Ireneo, Orígenes, Agustín y Santo Tomás, defendieron el bautismo
de los niños.
El concilio de Trento se opuso a la doctrina de los reformadores, cuyo concepto de la
justificación conduce a negar que el bautismo sea necesario para salvarse (D 791; 861; DS
1514; 1618).
Por lo que respecta al momento en que comienza la obligación de recibir el bautismo,
declaró el mencionado concilio que, después de haberse promulgado el Evangelio, no
puede tener lugar la justificación sin la recepción del bautismo o sin el deseo de recibirlo (D
796; DS 1524).
El bautismo es medio indispensable para salvarse en virtud de una ordenación positiva de
Dios2.
EL NUEVO ORDO
468
TESIS - 45
B. El dogma.
Concilio de Elvira (300-306): "el fiel puede bautizar a un catecúmeno...de modo que si
sobreviviese, lo conduzca al Obispo, a fin de que por la imposición de sus manos pueda ser
perfeccionado" (D 52d; DS 120). Ambas disposiciones testimonian que bautismo e
imposición de manos o bendición del obispo son complementarios. A la vez testimonia que
ya se está produciendo separación entre bautismo y lo que posteriormente será la
confirmación.
Concilio de Laodicea (363): "Es necesario que quienes han sido bautizados, sean después
del bautismo, ungidos con el crisma y hechos partícipes del reino de Cristo".
Inocencio I: "La confirmación por un presbítero es ilícita" (D 98; DS 215).
Inocencio III (D 419; DS 785) establece una especie de equivalencia entre la crismación y
la imposición de manos. Y explica el término confirmación=crismación. Lo hacían los
apóstoles para dar el Espíritu. Ya aquí se encuentra como algo separado y con nombre
propio.
Inocencio IV (1254): El Obispo su ministro (D 450; DS 831).
Concilio de Lyon II (1274), Gregorio X, Confesión de Miguel (D 465; DS 860): "sostiene
también y enseña la misma Santa Iglesia romana que hay siete sacramentos eclesiásticos, a
saber: Uno el bautismo...; otro es el sacramento de la confirmación que confieren los
obispos por medio de la imposición de manos, crismando a los renacidos".
Concilio de Florencia (Decreto de los Armenios, 1319). El segundo sacramento es la
confirmación, su materia es crisma...la forma es "te signo con el signo de la cruz y
confirmo con el crisma de la salud, en el nombre...El ministro ordinario es el Obispo...Y
aunque el simple sacerdote puede administrar las demás unciones, ésta no debe conferirla
más que el Obispo, porque sólo de los Apóstoles... ahora bien en lugar de aquella
imposición de manos, se da en la Iglesia la confirmación...El efecto de este sacramento es
que en él se da el Espíritu para fortalecer, como les fue dado a los Apóstoles el día de
Pentecostés, para que el cristiano confiese con valor el nombre de Cristo" (D 697; DS
1317-1319). "Por la confirmación aumentamos en gracia y somos fortalecidos (D 695; DS
1310-1313).
469
estrictamente a difundir y a defender la fe, con las palabras y con la acción, como
verdaderos testigos de Cristo.
Pablo VI en "Divinum consortium naturae" expresa que por medio de la confirmación por
la imposición de manos se hace presente el acontecimiento de Pentecostés. Es el testimonio
de la era mesiánica. El espíritu está en Jesús y lo acompaña. Se usa Hch 8,15-17 y 19,4ss.
Expresa además que los ritos y palabras esenciales del sacramento de la confirmación es la
unción del crisma sobre la frente con imposición de manos, y la forma: "recibe por esta
señal el don del Espíritu Santo".
Juan Pablo II en "Dominum et vivificantem" recalca la importancia de la promesa de Cristo
en relación al Paráclito y el acontecimiento de Pentecostés (Nº 30-31). Además, se recalca
el Espíritu Santo como espíritu de la verdad (Nº 32) y la dimensión sacramental de la
Iglesia (Nº 61-64), y como garantía y custodio de la esperanza (Nº 65-67).
C. La Escritura.
Hch 8,4-20; 19,5-6 (Cf. Hch 10,44-48). La institución de la confirmación por Cristo es
muy difícil de fundamentar en la Escritura como tal. Más bien se puede pensar en la
institución del bautismo que tiene una profunda relación con el Espíritu y que la Iglesia
posterior separa en dos ritos. Para la primera comunidad cristiana la inmersión en agua da
el nombre al conjunto de toda la ceremonia. No le interesa establecer distinciones en los
niveles del rito.
En Hch 8,4-20, Felipe bautiza en Samaria, los apóstoles enviaron a Pedro y a Juan: "éstos
oraron por ellos para que recibieran el Espíritu pues todavía no había descendido sobre
ninguno de ellos". Unicamente habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús.
Entonces les imponían las manos y recibían el Espíritu. Hay una acción sacramental
postbautismo.
i) -Bautismo sin recepción del Espíritu.
ii) -Imposición de manos por los apóstoles de Jerusalén.
iii)-Recepción del Espíritu.
Este texto ha sido usado por el Magisterio como base para pensar que sólo los Obispos
confieren la confirmación. Pero en general, el bautismo en la Escritura, confiere el
Espíritu (1Co 6,11).
Hch 2,1-21 (cf. AT).
Si bien no hay un texto bíblico explícito de la institución de este sacramento, dicha acción
está sugerida por tres hechos: 1)La promesa del Espíritu Santo hecha a los apóstoles (Jn
16,13-15). 2)El acontecimiento de Pentecostés, que llevó a los apóstoles a dar testimonio de
la acción salvífica de Jesucristo (Hch 2,2-4). 3)La comprensión como rito específico y no
como novedad de los apóstoles (Hch 8,17). Se confirma en Trento que es instituido por
Jesucristo (D 844; DS 1601).
D. Los Padres.
1.En Oriente
470
Se delega el poder ordinario del obispo en los sacerdotes, que hasta entonces bautizaban
con el Obispo, incluido el rito que sella el bautismo, a riesgo de expresar menos claramente
la unidad visible de la comunidad eclesial
Hasta el siglo II bautismo y confirmación formaban un solo rito. Las partes relativas a la
confirmación eran: unción, oración, signación, beso de paz. La signación la daba el Obispo.
Así ha permanecido en el rito oriental.
Didascalia de los Doce Apóstoles: El bautismo: unción iniciada por el Obispo sobre la
cabeza, imposición de manos, la termina el diácono. Se culmina con la inmersión bautismal
con invocación trinitaria. No se hace mención de ningún rito postbautismal.
Cirilo, en la liturgia de Jerusalén (catequesis mistagógicas) no menciona la imposición de
manos. El bautismo es precedido por una unción total con el aceite del exorcismo. Después
de la inmersión viene la unción postbautismal: con crisma en la frente, los oídos, la nariz y
el pecho.
La unción crismal está directamente relacionada con el don del Espíritu. Existe un rito
autónomo, separado, centrado en el crisma y no en la imposición de manos.
Ambrosio1 diferencia dos tipos de bautismo. El segundo podría ser la confirmación. La
polémica del s. III: había una sobrevaloración del bautismo del Espíritu ante el bautismo de
agua.
2. En Occidente
Conclusiones.
Oriente. Se reparte en dos grupos:
La imposición del crisma tiende a significar el don del Espíritu, al final del
bautismo.
1
Cf. Signaculum Spirituale.
471
La epíclesis con la imposición de la mano individual bastaba para la colación del
sacramento.
Siempre se mantuvo unida la confirmación al bautismo y a la eucaristía, y la puede
hacer cualquier sacerdote, con el crisma bendito por el Obispo.
Occidente. Hubo intentos de que el rito consistiera en la imposición de manos: León
XIII.
E. Pablo VI
Insiste en la unidad de la iniciación cristiana, y que esta unidad aparezca más clara. "Por la
confirmación, los que han renacido en el bautismo reciben un don inefable, el mismo
Espíritu que los enriquece con una fortaleza especial y, una vez, señalados con el carácter
del sacramento quedan unidos a la Iglesia de un modo perfecto y se obligan como
verdaderos testigos de Cristo, a difundir y a defender la fe con palabras y obras".
La imposición de manos antes de la unción y oración pertenece a la integridad del
sacramento, pero no a su esencia. Esto es por ecumenismo, ya que en Oriente siempre ha
predominado la unción. Para la iniciación del adulto se insiste en que se da un testimonio,
confirmación y eucaristía. El Obispo aparece como el ministro originario y no ordinario
como obsequio a la Iglesia de Oriente. Esta constitución tiene validez en la Iglesia latina.
F. Significado.
Todo el rito tiene doble significado. La imposición de las manos hecha por el obispo y por
los sacerdotes que con él celebran sobre los confirmados, expresa el gesto bíblico con que
se invoca al Espíritu y que el pueblo cristiano entiende muy bien. En la unción del crisma y
en las palabras que la acompañan, se expresan claramente los efectos del don del Espíritu.
Mediante el óleo embalsamado con que la mano del obispo señala al bautizado, éste recibe
el carácter indeleble, la señal del Señor junto con el don del Espíritu, que lo asemeja más
perfectamente a Cristo y le da la gracia de difundir entre los hombres el buen olor de Cristo.
Mirando la práctica del bautismo de los niños, la confirmación tiene una significación
especial como desarrollo, en cuanto consumación de la vida cristiana iniciada con el
bautismo. Esta consumación es una renovación conscientemente aceptada, actualmente
creída y públicamente profesada, como inicio de un compromiso mayor con la Iglesia
(Militia Christi).
Nuevo ordo: Se insiste mucho en que se confiera el sacramento, aún antes del uso de razón.
El fundamento de esto es la relación que establece con la iniciación cristiana.
472
Estructura de la celebración:
a) Monición de entrada.
b) Liturgia de la Palabra.
c) Presentación de los confirmandos.
d) Homilía.
e) Renovación de las promesas del bautismo.
f) Imposición de manos.
g) Crismación.
h) Oración de los fieles.
i) Liturgia eucarística.
j) Liturgia de envío.
H. Efectos.
ELEMENTOS DE LA CONFIRMACION
1
Cf. J. AUER, Los sacramentos de la Iglesia, 3 ed. Barcelona: Herder 1989, pp. 110-115.
473
TESIS - 46
B. EUCARISTIA
Los relatos del Nuevo Testamento son de cómo se celebraba la Eucaristía en la Iglesia
primitiva: Hechos, Pablo, etc. No hay ninguna comunidad primitiva donde no se celebra
algo: la fracción del pan, la cena del Señor, etc. La Iglesia primitiva no es algo uniforme.
No empieza teniendo un ritual. Cada cual celebra según su cultura.
Diversas hipótesis sobre el origen de la eucaristía en la Iglesia:
a) Según la tesis tradicional, se origina en las palabras y la decisión del Jesús
histórico en la última cena. Esta tesis considera poco la resurrección, y por eso
hay una minusvaloración de la presencia actual de Cristo resucitado.
b) La Escuela de la historia de las religiones, considera el contexto judío de Jesús o
en el ámbito helenista en que se desarrollaron las primeras comunidades
cristianas2.
c) La Escuela de la escatología consecuente consideró la eucaristía como el
resultado de la "desescatologización" de la comunidad primera.
Estas dos últimas tendencias no atienden suficientemente a la eucaristía como presencia del
Señor y tampoco prestan atención a la Resurrección3.
1
Cf. X. LEÓN-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, p. 309.
2
Cf. M. GESTEIRA, La eucaristía misterio de comunión, 2 ed. Salamanca: Sígueme 1992, pp. 89-90.
3
Ibid., pp. 96-98.
474
1. La comunidad judeocristiana palestinense.
1
Ibid., pp. 102-106.
475
"koinonía" comunión es comunión con la persona de Jesús a la vez que comunión con los
hermanos. El pan distribuido tiene una doble función: en cuanto partido (y repartido),
significa y realiza la comunión con el cuerpo entregado de Jesús (1Co 10,16); en cuanto ese
pan es uno, significa la congregación de muchos en un solo cuerpo de Cristo: Iglesia (1Co
10,17). Por eso la fracción del pan es la cena del Señor.
1
Cf. Ibid., pp. 108-117.
476
Los testimonios más importantes del NT en favor de la eucaristía (etimológicamente
equivale a "acción de gracias": 1Co 11,24pp; Mc 14,23pp) son un relato de la cena o de la
institución, que ha llegado por cuatro fuentes y con los que es posible reconstruir también la
última cena de Jesús. De la importancia central de la eucaristía en la vida de la Iglesia
primitiva habla Hch 2,41-47. Incluso cuando todavía participaban los discípulos de Jesús en
el servicio litúrgico del templo, ya partían el pan en las casas de los cristianos, uniendo la
eucaristía a las comidas de fraternidad. Una afirmación importante sobre la eucaristía es la
que hace Pablo en 1Co 10,16-21 declarando incompatibles la participación en la "mesa del
Señor" y en los banquetes de ofrendas a los ídolos. Pablo hace aquí hincapié sobre todo en
la comunión de vida, que crea la participación en el cuerpo y sangre de Cristo con el Señor
y su comunidad.
También es un texto importante del NT sobre la eucaristía una parte del gran discurso sobre
el pan de vida de Jn 6, pues, aunque en su mayor parte se habla del pan del cielo -el propio
Jesús- que se consume por la fe, Jn 6,51-59 se refiere a la eucaristía, la cual crea una
comunión entre Cristo y los participantes en el banquete eucarístico. De este modo la
eucaristía otorga el don de la vida eterna de Dios, que se confiere por la entrega personal de
Cristo1.
En el AT la presencia del Reino estaba unida a un banquete (Is 49,9-10; Is 48,21). Cuando
Jesús habla del Reino, dice que está presente en sus palabras. El es la presencia del Reino.
Pero está presente también cuando invita a comer a alguien. Está presente también en la
participación universal. En las comidas de Jesús están presentes los publicanos y los
pecadores. En las comidas del Señor también se ve la misericordia, no sólo con los
pecadores, sino también con los hambrientos. En la Ultima Cena, Jesús es el que sirve,
Jesús es el diácono.
El Reino se hace presente en su Palabra, en la presencia de Jesús, en las Parábolas, en sus
Milagros, y en las comidas que hace con sus discípulos o con los pecadores. Las comidas
son un anuncio de que ha llegado el Reino de Dios. Jesús está al servicio del Reino, está
para que el Reino llegue a nosotros. En las comidas del Señor está su entrega total. Este
servicio en la comida también se puede entender como un sacrificio, que implica una
entrega total a una misión. Jesús ya en su vida es indisociable de la Eucaristía.
El mayor sacrificio de Jesús es el de la vida. La vida de Jesús se puede entender como
sacrificio.
1
Cf. W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática, Barcelona: Herder 1990, pp. 271-272.
477
Cuando hoy celebramos la Eucaristía, nos ponemos en contacto con la vida de Jesús.
Mc 10,45.
La Ultima Cena: Se puede entender dentro de la vida del Señor. Es una comida del Señor, que explicita el
sentido de su vida y de su muerte. La Ultima Cena por lo tanto, es la culminación de la vida del Señor y la
explicitación, la aclaración de lo que es su muerte.
Por eso no se puede ver la Ultima Cena en forma aislada.
La muerte de Jesús es consecuencia de toda su vida. La muerte da y determina lo que ha
sido su vida anterior. La Ultima Cena explica la vida del Señor, y añade que la vida de los
hombres se adquiere por la participación en la vida y la muerte del Señor, participación en
la suerte del Señor. No es un seguimiento cualquiera, sino una participación en el Cuerpo y
la Sangre del Señor. Por eso, la Ultima Cena está llena de signos de esa participación: las
palabras y los gestos del Señor. Hay un solo pan y una sola copa en la Ultima Cena.
Las palabras que acompañan a los gestos los iluminan.
La Resurrección: Si no hubiera ocurrido, no habría Eucaristía. La Ultima Cena no es la última comida de los
discípulos con Jesús. En la Ultima Cena empieza otra manera de estar presente Jesús entre nosotros. En las
apariciones de Jesús, los discípulos pasaron del desconcierto a la alegría. Las apariciones empiezan con que
los discípulos están temerosos y terminan con un envío a una misión. En la Eucaristía se da este proceso de
apertura de ojos. En casi todas está el soplo que les da Jesús para darles el Espíritu. La Ultima Cena no
solamente se puede derivar de la Encarnación, sino que también es el cuerpo resucitado.
Hay un gozo, una alegría, una fiesta.
Lo importante de la resurrección para la Eucaristía son las comidas que tuvo Jesús con
sus discípulos (Lc 24,13-35; Jn 21,4-14).
Institución: La esencia y realidad de la eucaristía se funda en la "institución" de Jesús, tal como la anuncia el
NT. Los textos de la institución son cuatro, dos de la fuente petrina (Mc 14,22-25: años 50-57 d.C. y Mt
26,26-29: años 75-85 d.C.) y dos de la fuente paulina (Lc 22,19-20: años 75-90 d.C. y 1Co 11,23-26: años
55-56 d.C.). El estilo de estos textos es litúrgico más que narrativo, vinculándose además, la cruz y la
eucaristía: "el Señor Jesús, la noche en que fue entregado" (1Co 11,23b).
El relato de Lc y Pablo (fuente paulina): Ambos relatos aluden al carácter sacrificial que produce la salvación.
En ambos, la transformación del cáliz se realizó después de la cena. En ambos, la sangre de Cristo sella una
"nueva alianza". En ambos aparece el mandato de repetir la cena.
1Co 11.
El contexto. Este capítulo abre una sección (11-14) acerca del orden y decencia en las
asambleas cristianas. Después de los v. 1-15, concernientes al comportamiento de las
mujeres, Pablo critica la manera como se celebraba en Corinto la "cena del Señor" (v.
17-34).
Pasaje esencial. La celebración de la "cena del Señor" (v. 17-34). Pablo denuncia una
actuación del todo contraria a la unidad fraternal que la eucaristía debería expresar y
realizar (v. 17-19; cf. 1Co 10,17). En lugar de una comida de fraternidad, es una
yuxtaposición o sucesión de comidas individuales con el agravante de una extrema
disparidad (v. 21-22). De ahí se siguen las consecuencias prácticas de los v. 33-34; lo cual
podría significar que en adelante la eucaristía se celebrará separadamente de toda comida
ordinaria, pero es más probable que el Apóstol se contentase con prescribir la celebración
verdaderamente comunitaria de una "cena del Señor", empezando por el rito eucarístico del
pan y terminando por el de la "copa de bendición", intercalando entre los dos los manjares
profanos.
Las reflexiones acerca de la eucaristía se insertan en ese contexto para motivar la exigencia
de dignidad en la celebración. Después de narrar la institución, Pablo comenta (v. 26):
memorial del advenimiento redentor en el pasado, anuncio de la parusía (consumación de la
salvación por la resurrección universal) en el futuro; es la estructura del sacramento pascual
judío y de los relatos de la institución. Es tal la fuerza y el realismo de esa sacramentalidad,
que el que abusa de la "cena del Señor", peca contra el cuerpo y la sangre de Cristo (v. 27),
e incurre por consiguiente en la condenación divina (v. 28-29).
Conclusión: Doctrina eucarística de San Pablo. La eucaristía es, ante todo, una acción: la
"cena" fraternal y religiosa instituida por Cristo para que los cristianos conmemoren la
redención, la instauración de la nueva alianza en su sangre, entren en comunión con su
cuerpo vivificante y con su sangre vertida, realidades enteramente impregnadas de
"pneuma" divino (1Co 15,44-46; 10,3-4: alimento y bebida espirituales). Si esta cena es
sacrificial, se debe a la presencia sacramental del acto redentor. La comunión con Cristo
tiene como efecto propio la unión entre hermanos, comparable a la de los órganos de un
mismo cuerpo (1Co 10,17; 12,12-13).
1
Cf. GESTEIRA, op. cit., pp. 125-128.
479
La acción realizada mediante los signos eucarísticos es la acción misma del Señor y
presupone su presencia real. La afirmación de esta presencia, por san Pablo, no por ser
implícita es menos vigorosa1.
1
Cf. J. de BACIOCCHI, La eucaristía, 3 ed. Barcelona: Herder 1979, pp. 38-40.
480
6 Muerte como participación en el Siervo de Yahveh escatología
Reino: esperanza escatológica
Perspectiva universal testamento:
dimensión práctica
El punto más álgido del Evangelio es la muerte y resurrección de Jesús, y eso se anuncia en
la Eucaristía. La liturgia tiene cuatro goznes fundamentales: el signo y símbolo, la bendi-
ción, la escucha de la Palabra de Dios y las palabras que se dicen. Todo esto ya está
liturgizado. Todo esto es el cuerpo del relato.
Después de la explicación sincrónica, empieza a ver la situación en que se dio esto. Era una
situación de traición, era de noche, y era una comida. Resalta que era una comida con peca-
dores, con gente que lo va a entregar, con gente que lo va a negar. Es una comida dentro de
una comida, que después se van a disociar y en Pablo ya están disociadas. Resaltan las
palabras y los gestos del Señor, la despedida, y hay un anuncio de un regreso, de un
reencuentro.
Después, Dufour analiza los personajes: 1) El personaje principal es Jesús, es el que hace
todo, es el que invita, el que parte, el que reparte. No hay diálogo con los discípulos. El da
las gracias. En Corintos ya dice "el Señor Jesús". El es el actor principal. 2) Están presentes
los Doce. Sólo en Juan falta Judas. Lucas dice "con los Apóstoles". Es raro que haya sólo
doce. Participan todos. 3) Si se ven las palabras, también está presente Dios: "dio gracias".
4) De alguna manera está presente el mundo entero. "Por todos". 5) También está presente
el Maligno. Hay una presencia del mal. 6) También está presente el relator, que no es
ningún discípulo. 7) Hay oyentes. En cada Evangelio son diferentes los oyentes.
Léon-Dufour dice que hay acciones. Hay acciones ambientales: están reclinados y están
comiendo. Hay acciones significativas: tomar el pan, escogió un pan, pronunció la
bendición, lo partió, lo dio. Cogió una copa, dio gracias, la dio. Después viene la salida.
Hay un tiempo determinado. Hay dos tradiciones: tradición sinóptica y tradición de Juan.
Todos están de acuerdo en que el sábado, que es el 16 de Nisan, es la resurrección. El
viernes, el día 15 de Nisan, están todos de acuerdo en que es la muerte de Jesús. El jueves,
el día 14 de Nisan, los sinópticos celebran la última cena. Según Juan, este día no han
comido los judíos la Pascua, pero Jesús ya había celebrado la última cena, por lo tanto, para
Juan, el miércoles, el día 13 de Nisan, Jesús celebró la última cena. Según los sinópticos, es
una cena pascual; el ambiente es pascual. Si era una cena pascual, era con pan ázimo. Si no,
era con pan normal.
Contexto de la cena pascual: Léon-Dufour dice que encuentra dos grandes dimensiones, horizontal y vertical.
En el centro está Jesús, los discípulos, el pan y el vino. Se dirige sólo a los discípulos. En otras comidas del
Señor aparecen otros temas, temas diferentes. Aquí el tema es la comida. Quiere hacer de este grupo una
comunidad, y a través de ellos, llegar a todos.
Los símbolos de la comunión son el pan partido y la copa repartida. Aparece la creación. La
relación con la creación aparece en el pan y el vino, los dones, los bienes que Dios ha dado.
También está el pasado de Israel, en los temas del Antiguo Testamento que se dan en la
cena: el maná del desierto, la bendición, la Pascua, la fidelidad de Dios, el sacrificio, la
unión de Dios con el pueblo, etc. También está el pasado de Jesús. Esta no es una acción
desgajada de su vida. Después viene el futuro de Jesús, que es su muerte. Está el futuro de
la Iglesia en la anámnesis y el futuro escatológico.
En una línea vertical, arriba está Dios Padre, al cual se bendice. Están presente de alguna
manera muchos, todos. También el Príncipe de este mundo, el demonio.
481
Dios
Los discípulos: A ellos se orienta Jesús y el relato. Pero manifiestan una extraña pasividad,
porque:
1. Quieren destacar la independencia de Jesús.
2. No comprenden todo lo que está pasando.
3. Ahora no se les pide nada, sino que se les pide algo para más adelante.
La Iglesia cuando habla del sacerdocio ministerial y lo pone en relación con la última cena,
Jesús establece con sus disípulos una nueva relación. Jesús es el único que sabe lo que está
haciendo. Es una relación de unidad. Alimenta a los suyos. Lo que ocurre es una nueva
relación personal entre Jesús y sus discípulos. Jesús les habla a los discípulos y los va
iluminando.
Conclusión: Es posible leer cada relato del Nuevo Testamento en una forma sincrónica. Léon-Dufour dice que
el sentido último de la presentación sincrónica es que: 1)Jesús a través de contenidos culturales judíos, realiza
gestos propios y personales, que significan una nueva manera de compartir, comunicar; una comunión con los
discípulos. 2)Esta unión permanecerá a través de los discípulos con todos los hombres. Jesús va a pervivir en
la unidad con sus discípulos en todos los hombres. Ahí hay una transformación. Jesús va a tener una
existencia transformada. Hay una Nueva Alianza y Jesús está al centro de esta Alianza. Los discípulos pasan
a estar asociados a Jesús, y se les encarga hacer siempre lo que Jesús hizo. 3)Hay una transformación de Jesús
y los discípulos, que se debe a las mismas palabras y gestos de Jesús. Las palabras y gestos de Jesús causan la
transformación; una transformación que no es visible. Jesús se da, los disípulos permanecen como el Cuerpo
de Cristo y esto se simboliza en el pan y el vino.
Palabras y gestos: Una forma de explicar lo realizado con las palabras y gestos de Jesús en la última cena es a
través de la tradición testamentaria 1. Este género literario es el que utiliza Jn, y queda algún resto en Lc.
Cuando alguien hace un testamento, lo que quiere es sobrevivir, que su voluntad perdure después de su
muerte. Además, quiere que los herederos estén unidos a él. La herencia de Jesucristo son palabras y actitudes
humanas no sacramentales, sino actitudes existenciales personales.
Pero hay un texto común en ambas tradiciones. Las palabras que son coincidentes en los
cuatro son de ese texto común. Se tiene cierta seguridad de que son palabras del mismo
Jesús. Lo confirma, por ejemplo, el empleo del ‘amén’, que no se da fuera de los
evangelios; empleo del pasivo divino: para que lo cumpla (Dios), para que sean cumplidos2.
"Esto (es) mi cuerpo (carne) por vosotros". Lo que habría dicho: "Esto mi cuerpo".
"Esto (es) mi sangre de la Alianza derramada por muchos".
"Esto (es) copa de la Nueva Alianza en mi sangre derramada por muchos".
"Esto mi sangre" serían las palabras de Jesús.
1
Es evidente en Juan. En los otros hay unos pequeños restos. Esto se debe a que el género literario usado por
Juan es el testamento: 1) Un hombre se da cuenta de que va a morir. 2) Reúne a los familiares y amigos. Si es el rey, reúne
a todo el pueblo. 3) Les hace una exhortación, de cómo Dios ha actuado en su vida. 4) Muerte y sepultura.
2
Además, hay criterios de historicidad: 1) El criterio de la discontinuidad. Si no tiene anterioridad ni posterioridad,
era de Jesús. Por ejemplo, Reino de Dios, que casi desaparece después. No puede provenir del cristianismo primitivo. 2)
Frente a esto, hay un cierto criterio de continuidad, en que lo que utiliza Jesús no es incoherente. 3) Coherencia entre lo que
dice gestualmente en la última cena y lo que después hace.
482
Esto es lo último que podría quedar en un análisis exhaustivo de lo que dijo Jesús.
2. "Cuerpo" o "carne". No se sabe cual palabra ocupó Jesús. Soma o sarx. El término
hebreo (bsr) utilizado en el caso del pan está más cerca de "carne" que de "cuerpo", pues
de hecho los LXX traducen siempre el hebreo "basar" por el griego "sarx" (carne). En la
versión "soma" (cuerpo en vez de carne) pudieron haber influido, por una parte, las
resonancias peyorativas que el término sarx (carne) podía tener para los cristianos
provenientes del paganismo; por otra, las reminiscencias eclesiales que el término "soma"
(cuerpo) conserva en la teología paulina y su relación con la comunión o koinonía
eucarística.
El "soma" es lo que relaciona al hombre con los demás. La relación viene a través de su
cuerpo ("soma"). El "soma" también es lo que hace solidario con los demás, en el sentido
de parentesco. El hombre como cuerpo vivo, como cuerpo que se relaciona, se designa
como "soma". Jamás un cadáver se designa como "soma". El cuerpo puede ser determinado
por la carne. El pecado deriva de la carne, no del cuerpo. La palabra carne, sin embargo,
tiene un sentido de debilidad, caducidad, pero también de solidaridad, se dice "somos de la
misma carne" (estamos en la misma situación). "Soma" o "sarx" es Jesús con nosotros, y
Jesús que va a morir. Significaría el hombre en relación con los otros, pero en cuanto que
va a morir. Diría Jesús: Todo lo que yo soy en relación con vosotros (el mundo y los
hombres) lo entrego para que tengáis vida.
Estamos unidos por el cuerpo. Si Jesús entrega su cuerpo a los hombres, estos se hacen
cuerpo de Jesús. Hay una identidad de Jesús con la asamblea. La Iglesia es el Cuerpo de
Cristo. Los que están comulgando son el Cuerpo de Cristo.
4. Verbo "ser". El hebreo y el arameo no tienen el verbo "ser". Dirían "esto mi cuerpo". Los
griegos ponen el verbo ser: . El
"ser" puede ser: identidad o comparación.
Jesús no interpreta ni trata de explicar nada; tampoco se trata de un lenguaje en imágenes ni
de una metáfora, una parábola o un símil; antes bien, lo que Jesús pretende es "designar en
una predicación directa una realidad donada". Las palabras de Jesús no se orientan, pues,
hacia una analogía. Hoy podríamos hablar de un lenguaje "performativo", que crea o
configura aquello que afirma. Hay varios tipos de lenguaje: constatativo (que sólo consta-
ta). Un segundo es el significativo (como si algo fuera así). Dentro del lenguaje
significativo se distingue uno que es significativo profético (lo que yo hago aquí y ahora,
tiene un significado de algo que va a suceder). En la última cena hay un lenguaje
significativo profético. Hay un lenguaje llamado performativo, en que no sólo se constata y
483
significa, sino que hay una identidad entre lo que se dice y lo que es, es decir, causa aquello
que se dice, con tal que haya la condición de que el que lo dice tenga competencia o
autoridad. Eso es lo que ocurre cuando Jesús dice "esto es mi cuerpo". Son palabras no
significativas, sino que performativas.
1. Hay dos tradiciones y tres ideas centrales (cuadro esquemático en la siguiente página).
MATEO-MARCOS LUCAS-PABLO
3 tomad y bebed (implícito)
1 mi sangre de la Alianza Copa de la Alianza en mi sangre
2 que se derrama que se derrama
1 La Alianza llega con la sangre de Cristo La Alianza en la sangre llega al participar de
la copa
El pensamiento sería que la Alianza con Dios queda establecida definitivamente a través de
la muerte de Cristo
2 muerte Muerte
3 Compartir la suerte de Jesús en cuanto que funda la Alianza
4. Sentido de la totalidad.
a) Jesús da a beber la copa, y quiere decir que da a compartir su vida en cuanto
sacrificio (por eso es sangre), y su misión. Aquí hay que situar el lenguaje
performativo. Se va refiriendo al vino, aunque no aparece la palabra vino.
b) Alianza. Hay una Nueva Alianza, que se establece entre Dios y los hombres, a
través de la sangre de Jesús.
c) La sangre derramada es la muerte sacrificial.
d) Es por "todos".
484
El que bebe el vino que Jesús le ofrece, comulga en la persona de Jesús y en su misión,
entra en Alianza con Dios, la anuncia y la proclama para todos los hombres. Anuncia que la
alianza se da en la muerte de Jesús. Manifiesta que esta Alianza está abierta a todos, y que
por ella se perdonan los pecados.
2. ¿Es de Jesús? ¿Son de Jesús esas palabras? Hay una teoría de que no es de Jesús, sino
que los cristianos, en contacto con el mundo helénico, que celebraban los ritos funerarios,
celebraban la muerte de Jesús: LECLERC, LIETZMANN. No sería de Jesús, sino de la
comunidad primitiva, en contacto con las religiones mistéricas, que celebraban banquetes
funerarios. Pero el banquete funerario se celebraba una vez al año, el día que había muerto
el héroe. La eucaristía se celebraba todos los días. Además se hacía con alegría, por la
resurrección del Señor. Los banquetes funerarios no se proclaman, en cambio la eucaristía
sí. Por lo tanto, no es verdad esta explicación. Puede haber alguna pequeña influencia, pero
no es la raíz.
JEREMÍAS dice que es de Jesús, y que el sentido es hacer esto "para que Dios se acuerde de
mí". El anuncio de esto es el de una nueva época, para que se realice la totalidad del
cumplimiento. Para que Dios haga presente el cumplimiento, la presencia del Mesías.
Se acepta más la explicación del memorial en al Antiguo Testamento.
Memoria: Acordarse de algo es actuar ahora en favor de él. Acordarse es hacer presente un
recuerdo y actuar consecuentemente. El hombre puede acordarse de lo que le ha dicho otro
y hacerlo presente. Pero también el hombre se puede acordar de Dios. Acordarse de lo que
Dios dijo o hizo por mí es hacerlo presente y actuar en consecuencia con eso. También
Dios se acuerda de mí, se acuerda de lo pasado y lo hace presente, manteniendo la promesa.
En el Antiguo Testamento se ve que la Alianza de Dios con su pueblo se va recordando a
través del tiempo, y ese recuerdo implica: La presencia de la Alianza aquí y ahora. Esta
presencia se hace mediante el signo de la celebración de la Pascua, que recuerda a Dios lo
que hizo y al hombre lo que también hizo. No se trata de una cosa mágica, ni de una
exigencia. El hombre se porta como entonces, y Dios está presente como entonces. La
Pascua hace presente toda la dimensión salvífica, la salida de Egipto, el Sinaí. En la última
cena Dios recuerda el hecho salvador y lo hace presente.
Tradición de la Iglesia. Se recuerda en el culto la historia de la salvación, y se recuerda el
cuerpo y la sangre de Jesús, en que se realiza la salvación.
Sentido teológico.
a) La memoria significa una victoria sobre la caducidad del tiempo. Los
monumentos funerarios son para que se acuerden de esos muertos. Jesucristo es
un memorial porque ha vencido al tiempo.
b) La necesidad para la presencia y el encuentro. Cuando dos personas se
encuentran, no sólo es el aquí y ahora, sino también un pasado que se recuerda.
La profundidad del encuentro se realiza en la memoria.
485
c) Necesidad del recuerdo para el encuentro con el misterio. Nadie tiene un
encuentro con el misterio si no tiene un pasado con el misterio. Donde no hay
memoria humana, no hay relación divina profunda.
EL PAN DE VIDA EN JN 6
La eucaristía y el servicio: Jn 13,1-20. En lugar del maná, Jesús da su carne como alimento, verdadero pan
ofrecido por la vida del mundo. La comida de Jn 13 es la continuación de las que tomaba habitualmente en
compañía de sus discípulos, que sin duda comportaba pan y vino y agrupaba fraternalmente a los suyos en
torno a él. Pero hace que vaya precedida por el lavatorio de los pies, que expresa simbólicamente el sentido
sacrificial de la institución eucarística y recuerda que la humildad y la caridad se requieren para participar
dignamente en la comida1.
LA PASCUA JUDIA
1. Costumbres de los pastores. El código de la alianza (Ex 23,28) y el decálogo cultual (Ex
34,25) exige que no se coma pan fermentado con el sacrificio pascual ni que se guarde nada
para el día siguiente. Esta costumbre corresponde a la vida de los nómades en sus
migraciones. Se celebraba de noche, en el plenilunio del equinoccio de primavera, el
catorce del mes de Abril o de las espigas (llamado ‘Nisán’ después del exilio). Se ofrece a
1
Cf. LÉON-DUFOUR, op. cit., p. 173.
486
Yahveh un animal joven, nacido en el año, para atraer las bendiciones divinas sobre el
rebaño. Es un cordero o cabrito macho, sin tacha, al que no se le rompe ningún hueso. Se
acompaña la comida con hierbas amargas, que crecen en el desierto, haciéndose todo de pie
"ceñidas las cinturas y calzados los pies" (Ex 12,1-14).
La sangre de este animal se pone en la entrada de cada vivienda como signo de
preservación (Ex 12,7-22), pues al término del invierno, los pastores tienen que dejar los
pastos y la estepa, y acercarse a la tierra habitada para sobrevivir el verano. Al salir se
exponían a peligros, en especial los animales, ya que se sentían amenazados por fuerzas
misteriosas (Gn 32,33; Ex 4,2). Por eso, antes de la partida mojaban el dintel de la tienda
con la sangre de una res menor para que pase "el exterminador" (Ex 12,23). Este "pasar de
largo" traduce la raíz hebrea "pesaj", castellanizado "pascua", que significa cojear, saltar,
omitir, pero que descubre el hecho sorprendente de que la plaga "salta" las habitaciones de
los hebreos, mientras hiere a los egipcios (Ex 12,11b).
2. Fiesta agrícola. Cuando los israelitas llegaron a Canaán encontraron otra fiesta de
primavera, que se prestaba para fusionarla con la pascua: la fiesta de los ázimos, en la que
también se usaba el pan sin fermento. La pascua se celebraba el 14 del mes; los ázimos, del
15 al 21. Estos panes sin levadura acompañaban la ofrenda de las primicias de la
recolección (la siega). La tradición israelita relacionó igualmente este rito con la salida de
Egipto (Ex 23,15). Ahora evoca la prisa de la partida tan precipitada, que los israelitas
hubieron de llevarse la masa antes que fermentara (Ex 12,34-39; Dt 16,3).
El pan ázimo recibió su interpretación histórica igual que el cordero pascual. Antiguas
costumbres pastoriles y agrícolas se hacen transparentes para la historia de la salvación y el
proceso de interpretar cada detalle como "memorial" va en aumento hasta llegar al "seder
pascual" (ritual judío de la pascua), y a una posterior reinterpretación con el nuevo Exodo
de Jesucristo.
3. Celebración ritual de la pascua judía. El ritmo de la pascua judía era estrictamente anual,
y debió influir en la sacramentalidad eucarística. Entre los judíos existían las comidas de
"habûra" (cofradía religiosa o de caridad, grupo de discípulos de un determinado maestro).
Después de un servicio preliminar (que servía de "aperitivo") y de las abluciones prescritas,
el que presidía la mesa pronunciaba sobre el pan la bendición inaugural, a la cual los
comensales respondían: "Amén", luego partía el pan y lo distribuía. Durante la comida cada
uno, por su cuenta, daba gracias a Dios por el vino que bebía o los frutos que comía.
Después de las abluciones finales, el que presidía la mesa tomaba la "copa de bendición", y
dirigía a Dios una larga oración. Esta oración contenía una acción de gracias por los bienes
creados, por el éxodo y la alianza. A continuación la copa circulaba de boca en boca y,
después de cantar un salmo, los asistentes se separaban.
La celebración es un sacrificio (Ex 12,21.26-27). Se hace en una vigilia, la cual repite la
vigilia liberadora del Dios (Ex 12,42). El sacrificio del cordero y el uso de los ayunos
sirven para perpetuar el recuerdo de la liberación (Ex 12,14; 13,3.8-9).
Estructura religiosa de la cena pascual. El banquete pascual requería ciertos preliminares:
primera copa, sobre la cual el presidente de la mesa bendecía a Dios por la fiesta y por el
vino; primera ablución; explicación del rito y del simbolismo del pan ázimo (Ex 12,39), de
las hierbas amargas y del cordero pascual; canto del Sal 113; segunda ablución. La comida
propiamente dicha empezaba con una bendición pronunciada sobre el pan por el que
presidía la mesa; después del "amén" de los comensales, el presidente partía el pan y lo
distribuía. A continuación se comía el cordero con hierbas amargas y pan ázimo, se bebía la
487
segunda copa y luego tomaban la cena profana. Hecha la limpieza de la mesa y la ablución
de las manos, la "copa de bendición" era presentada al presidente quien profería sobre ella
una acción de gracias; los comensales respondían con el canto final del "Hallel" (Sal
114-118). Por último se escanciaba una cuarta copa.
El banquete pascual tenía por objeto evocar la liberación de los hebreos cautivos en Egipto
(realidad pasada) e intentaba actualizar la participación de sus descendientes en aquella
liberación (realidad presente). Se hacía presente como un hecho en el que cada comensal
tomaba parte1. De ahí el precepto de Ex 13,8. El hecho de la pascua es un símbolo de la
futura y definitiva liberación, que será en el fin del mundo presente e inicio de la nueva era
(realidad escatológica).
Figuras eucarísticas en el AT: Aunque el misterio eucarístico no aparece claro y concreto, la Iglesia ha
descubierto anuncios y personajes prefiguradores:
Para responder a la pregunta ¿Por qué se da Eucaristía en el Nuevo Testamento? hay tres
teorías: tradicional, historia de las religiones y escuela escatológica.
2. Historia de las religiones: a finales del siglo XIX y principios del XX, creyó poder
descubrir los antecedentes de la eucaristía bien en el contexto judío en el que Jesús se
movió o bien en el ámbito extrabíblico de la religión helenística, en cuyo marco se
desarrollaron en buena parte las primeras comunidades cristianas.
1
Cf. BACIOCCHI, op. cit., pp. 24-26.
488
LIETZMANN dice que se puede encontrar dos clases de celebración: la de Jerusalén y la
helenista. En la de Jerusalén pervive la tradición y el recuerdo de los banquetes del Jesús
histórico celebrado en el marco de las comidas festivas judías y que la comunidad primera
intenta revivir de nuevo. El origen último de estos convites comunitarios estaría en el Jesús
terreno, aunque es la comunidad la que posteriormente instituye en realidad la eucaristía
como banquete de rememoración y recuerdo. La helenista es sacral. Dice relación con la
muerte de Jesús, por lo que implica un marcado acento sacrificial. Después viene una
síntesis y vence la helenista.
LOHMEYER distingue las comidas de tipo galileo, que se remontan a los banquetes de Jesús
con los pecadores y que se ajustan al esquema tradicional del convite festivo judío (primera
época de Jesús, unido a la sinagoga); y el tipo de Jerusalén, unido al Templo y al sacrificio
del cordero pascual, que tiene su origen y su fuente en la última cena de Jesús.
BULTMANN: Existen comunidades judeo-cristianas, que tienen las comidas comunitarias,
que son prolongación de las comidas de Jesús con sus discípulos y signo del reino futuro
que está por llegar; y los helenistas, que tienen banquetes, y que bajo el influjo de las
religiones mistéricas, nace la idea de "comunión".
W. MARXSEN habla de una doble dimensión: comidas comunitarias con un significado
cristológico y también escatológico; y también hay unas comidas de la Ultima Cena.
Los judeo-cristianos acentúan la eclesiología, la congregación. Los judeo helenistas
acentúan la cristología.
Críticas:
1) No se atiende para nada a la resurrección del Señor.
2) Ponen al mismo nivel la Ultima Cena y las comidas del Señor.
3) Ponen a Jesús en tal continuidad con el Antiguo Testamento, que no hay nada
nuevo. Pero en Jesús hay una novedad, que hay que explicar.
Hay algo de verdad, la presencia en los dones se va acentuando. Cristo es el que se hace
presente, no sólo en los dones, sino que también en la comunidad.
489
TESIS - 48
Una doble interpretación de la cena como sacrificio en los rela tos de la institución: En el
AT hay dos interpretaciones de la alianza. Una, cúltica, veía en la sangre de las víctimas
ofrecidas en el templo el medio de renovar la alianza rota por el pueblo (Ex 24,8). Esta
concepción cultual corre el riesgo de la exteriorización denunciada por los profetas. Frente
a esta tendencia, la línea más dura propugna la personalización de las relaciones con la
divinidad. El sacrificio agradable a Dios es la oblación de la propia existencia (Os 6,6; 1S
15,22; Sal 40,7; Is 1,11-18; Jr 6,20; 7,22). Esta es la línea de Jesús (Mt 9,13; 12,7). Esta
tendencia personalista deriva hacia una alianza nueva, futura, que superará a la antigua.
Esta doble tendencia se refleja en los dos tipos de relato de la cena en el NT. En las
narraciones de Lc y Pablo (1Co 11) desemboca la gran corriente profética que destacaba la
nueva alianza como superación de la antigua, que coincide con la persona de Jesús y con su
vida entera en cuanto comunión entre Dios y el hombre realizada en una entrega. La sangre
significa la vida entera como alianza, comunión y entrega del Hijo al Padre y a nosotros
(1Co 11,25; Lc 22,20). Esto no significa la eliminación del rito; pero el rito es el de la
propia existencia vivida como sacrificio personal.
En cambio Mc y Mt hacen mayor hincapié en la dimensión cúltica o ritual: en el sacrificio
de Jesús culminan todos los sacrificios de la antigua alianza. Por eso las palabras del cáliz
están calcadas de la alianza sinaítica (Ex 24,8; Mc 14,24). Hb realiza una síntesis inicial
entre estas dos tendencias (Hb 9,1-10.16-22; 8,8-13; 10,1-10)2.
La cena del Señor, ¿banquete sacrificial?: En 1Co 5,7 Jesús es comparado con el cordero
pascual sacrificado. La inmolación pascual iba vinculada a la comida del cordero
sacrificado y, por tanto, a un banquete pascual sacrificial. También Mc y Lc hablan, en los
relatos de la cena, de sacrificar y comer la pascua (Mc 14,12; Lc 22,7-8). 1Co 10,18-22,
situado en un contexto eucarístico, afirma que el comer de las víctimas sacrificadas
significa participar también del altar3. El banquete sacrificial se toma como término de
comparación respecto de la eucaristía, pero no como una definición formal de la misma.
Más allá del banquete sacrificial, la eucaristía es un banquete en el que el sacrificio de Jesús
se hace misteriosamente presente y no sólo un banquete cultual que da participación en la
carne y la sangre de una víctima, o en los efectos y los frutos de un sacrificio anterior4.
1
Cf. M. GESTEIRA, La eucaristía misterio de comunión, 2 ed. Salamanca: Sígueme 1992, p. 307.
2
Ibid., pp. 316-318.
3
Ibid., p. 320.
4
Ibid., p. 326.
490
La dimensión sacrificial de la eucaristía en el Evangelio de san Juan: Jn 6: Para Juan, Jesús
asume el gesto del pan distribuido como clave para explicar todo el conjunto de su vida y
su muerte hasta su resurrección. Toda la vida de Jesús como comunicación de la salvación
se describe en Jn 6 bajo la imagen de un banquete donde el pan de vida que es Cristo,
donado y repartido por el Padre (encarnación) es partido (muerte) y compartido o
comunicado como vehículo de vida (resurrección). El pan de vida define formalmente, en
el cuarto evangelio, toda la existencia de Jesús y la compendia. El banquete ha dejado de
ser mero acontecimiento aislado de la vida del Señor para convertirse en clave esencial de
comprensión de su persona y su obra entera. La vida de Jesús es no sólo servicio al
banquete del Reino, sino además alimento de parte de Dios para los hombres. La Iglesia
apostólica vio en la celebración eucarística un evento sacrificial que perpetuaba el nuevo
sacrificio de Cristo prolongado en su comunidad. Este sacrificio coincidía
fundamentalmente con la vida cristiana en su conjunto, afectando a todo el ser de la
comunidad.
1
Ibid., pp. 329-337.
491
El interés de los Padres latinos prenicenos se centra en los dones y no sólo en la acción o la
celebración litúrgica. Para Tertuliano, la eucaristía es oración de acción de gracias con la
que se elevan a Dios los dones santificados por la oración. El sacrificio acaece por la
oración, pero implica la oblación de los dones. Establece una vinculación entre la eucaristía
y la cruz. Cipriano de Cartago es el primer Padre occidental que utiliza la cita de Gn 14,18
(Melquisedec), insistiendo en la función de Jesús como sumo sacerdote que ofrece el
sacrificio de su propia vida terrena al ofrecer el pan y vino, cuerpo y sangre. Habla
abiertamente de la eucaristía como sacrificio, y la relaciona con la pasión. La comunión en
un mismo cáliz, es decir, en un mismo destino, sirve a Cipriano para expresar la
presencialización de la vida y la muerte de Jesús en la eucaristía y nuestra participación en
su sacrificio. Cipriano resalta además el sacrificio de la Iglesia incorporado al sacrificio de
Cristo. Cipriano es testigo en occidente de la antigua tradición que vinculaba la sangre
derramada de los mártires con el misterio sacrificial de la eucaristía. Empieza a resaltar la
presencia de Cristo-Víctima por encima del Cristo-Sacerdote propia de la tradición
anterior1.
1
Ibid., pp. 339-342.
492
nuevo: la relación entre el hecho pretérito de la cruz y el presente de la celebración
eucarística (Juan Crisóstomo). La solución viene dada por la "memoria" o celebración
memorial que constituye la unión del pasado con el presente explicando la
presencialización del sacrificio pretérito en la eucaristía, y evitando lo que parezca
repetición del hecho pasado. Juan Cristóstomo fue el que más reflexionó sobre el sacrificio
en la eucaristía. Identifica a Cristo con la víctima de la misa y a nuestra oblación con la de
Jesús en la cruz. Tiene el concepto de signo dinámico (acción celebrativa). Es un
sacramento en acto, donde se actualiza el sacrificio de Jesús. Uno mismo es el cordero
sacrificado ahora y antes. Alude a la Iglesia como cuerpo de Cristo. El sacrificio es un
sacrificio de comunión, nace de ella y a ella conduce. Es el sentido eclesial del sacrificio
cristiano, que es generador de comunidad. Algo similar postula Teodoro de Mopsuestia: el
sacrificio de Jesús se presencializa a través de los símbolos, que actualizan su muerte,
resurrección y ascensión; e insiste en la celebración memorial, llegando a establecer un
paralelismo entre ciertos momentos de la celebración litúrgica y determinados pasajes de la
vida y muerte de Jesús. Teodoreto de Ciro dice que el sacrificio de la eucaristía es el mismo
ofrecido ya por Jesús, y es el memorial o anámnesis de éste. El memorial es el vínculo de
identidad que une el pasado con el presente.
Los Padres latinos resaltan los dones eucarísticos como plasmación del sacrificio: al ser
transformados por las palabras consecratorias hacen presente a Cristo como víctima. Para
San Ambrosio, la carne y la sangre son los sacramentos de la muerte del Señor, y la
anuncian. Ambrosio sigue valorando la celebración litúrgica en la que se hace presente la
acción del Resucitado, que continúa actuando como sumo sacerdote ante el Padre. En la
eucaristía se presencializa la intecesión sacerdotal de Jesús.
La postura de Agustín parece fluctuante. Por una parte, con Agustín se pasa del esquema
triforme (la "pascua" avanza desde la "sombra" del pasado a la "imagen" del presente hacia
la "verdad" escatológica) a un esquema bipolar neoplatónico. La eucaristía se convierte en
una realidad aislada, con entidad propia e independiente, constituida por un signo material
visible y un misterio interior invisible, que se oculta bajo el signo. El encuentro
interpersonal con Cristo se sustituye por otras mediaciones impersonales: por la gracia
como don objetivo o por el sacramento-cosa como signo visible de la realidad invisible,
cuya eficacia depende de leyes de causalidad física. El sacrificio tiende a disociarse de la
acción litúrgica y empieza a identificarse con la pasión y la víctima inmolada. Con Agustín
se inicia una tendencia que disocia el sacrificio de Cristo y la eucaristía como sacrificio. Por
otra parte, Agustín es testigo de la tradición anterior, lo que le lleva a destacar también la
máxima unidad entre el sacrificio de Cristo y el misterio eucarístico. Pero lo hace
subrayando el sacrificio de la Iglesia como sacramento del sacrificio de Cristo y sirviéndose
de la clave del cuerpo eclesial del Señor. En el cuerpo de Cristo se presencializa el sacri-
ficio personal de la Cabeza.
Fulgencio de Ruspe explicita algunas intuiciones de Agustín. El sacrificio existencial o
personal y eclesial comienza en el bautismo y culmina en la eucaristía. Este sacrificio
radica en la caridad con que se edifica la comunión eclesial. Posteriormente otros Padres
resaltan más la dimensión sacrificial de la eucaristía. Gregorio Magno llega a afirmar que
Cristo, aunque viviendo inmortal e incorruptible, de nuevo se inmola en este misterio de la
oblación sagrada. Pues se toma su cuerpo y se distribuye su carne para salvación del pueblo
y se derrama su sangre, no en manos de los infieles, sino en la boca de los creyentes. En
Isidoro de Sevilla aparece la distinción entre el sacrificio, que coincide con la celebración,
donde tiene lugar la memoria de la pasión del Señor, y el sacramento que coincide con la
conversión de los dones en el cuerpo y la sangre por obra del Espíritu. La eucaristía es,
493
sobre todo, sacramento. Isidoro concibe el sacrificio de la carne y sangre de Cristo en una
asimilación exagerada a los sacrificios carnales de la pascua judía. Los creyentes ofrecen, a
semejanza de Melquisedec, el pan y el vino que es verdadero sacramento del cuerpo y la
sangre del Señor, con lo que Cristo aparece más como víctima que como sacerdote.
494
teológico tiene su última expresión en la teología nominalista del siglo XIV, que apenas
presta atención al tema del sacrificio eucarístico1.
1
Cf. Ibid., pp. 344-363.
495
equivaldría, por una parte, a negar su valor de testamento que ha adquirido vigencia por la
muerte de Cristo, y por otra, a reducir la pasión y muerte de Cristo a un mero ejemplo a
imitar, pues la redención tendría lugar no en la cruz, sino en la cena. En cuarto lugar, el
único culto que se puede tributar a Dios es espiritual. Calvino insiste en las diferencias que
separan los sacrificios rituales de la cena, que es sacrificio sólo en cuanto memoria, imagen
y representación del único sacrificio expiatorio de Jesús. Calvino concibe la eucaristía en
cierto paralelismo con el banquete sacrificial por el que se participa de los efectos de un
sacrificio anterior1.
2. El Concilio de Trento.
El tema del sacrificio de la misa está en conversaciones preparatorias del Concilio (1547).
En agosto de 1547 se estudia con más detención en Bolonia, olvidándose en el primer
período del Concilio. En el segundo (1551) se retoma y el interés se centra en afirmar la
identidad de la cruz y la misa, más que en aclarar en qué sentido la misa es sacrificio. En
enero de 1552 se discute un proyecto de cánones donde se rechazará la tesis de dos
sacrificios distintos. En el tercer período (1562) se proponen otros trece cánones distintos
de los formulados en 1552. Después de un arduo trabajo de julio a agosto aparece otro
proyecto de doce cánones, lo que suscita debates sobre la oportunidad de aplicar a la cena
el apelativo de sacrificio y, sobre todo, de tratar conjuntamente los temas del sacrificio y el
sacerdocio ministerial. Esta iniciativa se rechaza junto a la propuesta de esclarecer
previamente el panorama doctrinal. La última redacción apenas mereció la atención de la
congregación del 7 de septiembre, siendo promulgada diez días más tarde (17 de
septiembre de 1562). Esta formulación tiene nueve capítulos doctrinales y nueve cánones,
precedidos de un breve prólogo.
Valor y contenido de los cánones: El canon 1 excluye toda disociación entre el sacrificio de
la cruz, como único sacrificio, y la misa (D 948; DS 1751). El canon 2 descarta toda
disociación entre cena y ministerio sacerdotal en la Iglesia, fundamentando en el mandato
de la anámnesis por Cristo la función del ministro en el memorial (D 949; DS 1752). El
canon 3 vuelve a excluir toda desvinculación entre la oblación de Jesús y el memorial
sacramental de esa oblación. Ni la alabanza, ni la acción de gracias o la conmemoración
constituyen por sí solas a la eucaristía en sacrificio, sino la presencia de Cristo como
víctima y como oferente. Se insiste de nuevo en el valor propiciatorio de la misa (D 950;
DS 1753). En el canon 4 se rechaza toda posibilidad de complementariedad o alternativa
entre la cruz y la misa (D 951; DS 1754)1.
El mérito mayor del Concilio de Trento consiste en haber superado las incertezas teológicas
de los siglos precedentes y de haber devuelto a la Iglesia las razones profundas de su fe en
la eucaristía, como celebración del real sacrificio de Cristo. Es un redescubrimiento del
misterio pascual, ya sea de la acción de Cristo en la última cena, ya sea de su muerte en la
cruz.
Jesús se hace presente en el sacrificio de la misa: "el que ahora se ofrece por el ministerio
de los sacerdotes es el mismo que entonces se ofreció a sí mismo en la cruz" (SC 7). SC 47
expone que Jesús, la noche en que los traicionaron instituyó el sacrificio eucarístico de su
cuerpo y sangre, perpetuado por los siglos hasta su vuelta, y se lo confió a su esposa, la
Iglesia, como memorial de su muerte y resurrección.
Pablo VI en el Credo del Pueblo de Dios profesa la fe en la eucaristía, destacando el sentido
sacrificial de la misa, haciendo notar la diferencia entre la acción del sacerdote ordenado y
la de los fieles (FIC 1111).
1
Cf. Ibid., pp. 434-438.
499
TESIS - 49
PRESENCIA DE DIOS
1
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, pp. 714-717.
500
los inicios de la discusión sobre si la oblación de Cristo y la de la Iglesia son idénticas
(Teodoro de Mopsuestia y Teodoreto de Ciro). Los Padres latinos resaltan los dones como
plasmación del sacrificio. Al ser transformados los dones hacen presente a Cristo. San
Agustín habla del signo visible de la presencia invisible de Cristo, que da la gracia.
2. Teología medieval (siglos VIII-XIV). En este período se produce una disociación entre el
sacramento y el contenido (sacramentum et res) y los dones comienzan a ser considerados
objetivamente. Al disociarse el sacrificio del sacramento comienza a resaltarse la
problemática de la presencia de Jesús en la eucaristía. Esto se produce con la discusión del
simbolismo eucarístico. Amalario de Metz interpreta simbólicamente los diversos ritos de
la misa. Para Floro de Lyon, con la consagración el pan se convierte en cuerpo de Cristo, no
en el plano material o sensible, sino espiritualmente. Ambos creen en la presencia
sacramental de Cristo, pero Amalario propende a materializar demasiado esa presencia,
mientras que el antisimbolista Floro se expone a convertirla en algo meramente virtual. En
el año 860, Pascasio Radberto, siguiendo el realismo de San Ambrosio, defiende la
identidad entre el contenido del sacramento y el cuerpo de Cristo nacido de la Virgen, que
padeció, murió y resucitó. La realidad y presencia del cuerpo de Cristo no se opone a la
figura simbólica sacramental. El monje Ratramno también monje de Corbey diferencia
entre el cuerpo histórico de Cristo y el cuerpo eucarístico, disminuyendo la presencia real
de Cristo al enfatizar la dimensión agustiniana del simbolismo sacramental. Pero no negaba
la presencia real.
Ratramno influirá en Berengario de Tours (1005-1088) en el aspecto de disminuir la
presencia real de Cristo en la eucaristía, llegando incluso a negarla, enfatizando el aspecto
simbólico por un desenfoque terminológico al referirse a la eucaristía. Esto suscitó una
intervención del magisterio condenando la doctrina de Berengario en un sínodo de Roma en
1050. En 1079 se obliga a Berengario a prestar un juramento en otro sínodo romano, en el
que se expresa la presencia real de Cristo en la eucaristía (D 355; DS 700).
501
que los "amigos conviven" y ese es el propósito de Jesucristo, permanecer entre
los hombres suscitando la esperanza y para perfeccionar la fe: "creéis en Dios,
creed también en mí". La substancia de pan y vino no permanece después de la
consagración (a.2), ni se aniquilan (a.3), sino que se convierten en el cuerpo y
sangre de Cristo (a.4), quedando los accidentes de pan y vino (a.5), pero
desapareciendo la forma substancial de éstos (a.6), conversión que se hace en
forma inmediata (a.7)1.
b) Modo de la presencia (q.76). En la eucaristía está todo Cristo (a.1) y en cada una
de las especies (a.2)2, y más específicamente, en cada parte de las especies del
pan y del vino (a.3), pero no presente como en un lugar (a.5).
c) La permanencia de los accidentes (q.77). En la transubstanciación las especies, el
pan y el vino, permanecen sin el sujeto, es decir, permanecen sólo los accidentes
(a.1); pudiendo las especies corromperse (a.4), lo que no se aplica a la substancia
del cuerpo y la sangre de Cristo.
1
Los conceptos filosóficos fundamentales usados por Santo Tomás son: a) Substancia: "esse in se"; es lo que
tiene su ser no en otro, sino en sí. Según su carácter peculiar, la substancia es una cierta persistencia, absoluta, si se trata
de la substancia divina; relativa frente a los accidentes, en las substancias finitas, que son siempre sujetos de
determinantes accidentales. b) Accidente: "esse in alio"; es todo aquello que, determinante se une a un sujeto. En el orden
metafísico es lo que determina ulteriormente una substancia ya de por sí constituida en un grado del ser. c) Materia: es
aquello "de que" un cuerpo consta. La materia es, por tanto, aquello que ante todo nos aparece como substancia del
cuerpo, opuesta a su forma accidental. d) Forma: originariamente designa la configuración exterior, la estructura visible de
un cuerpo, pero metafóricamente, el nombre de forma refiere al fundamento esencial interno de la peculiaridad especí fica
de los seres. De allí que al referir a forma nos referimos a forma esencial, es decir, es el principio substancial del ser propio
y específico, y también de la comprensión intelectual de ese ser. Cf. W. BRUGGER, Diccionario de Filosofía, 7 ed. Barcelona:
Herder 1972.
2
Esto se realiza por virtud del sacramento y por concomitancia, es decir, por la forma sacramental (palabras de la
consagración) y en virtud de que actualmente no está la sangre de Cristo separada de su cuerpo, como sí lo estuvo en el
tiempo de la pasión y la muerte.
502
impanación, basándose en el misterio de la encarnación ("creo firmemente no sólo que
Cristo está en el pan, sino que el pan es el Cuerpo de Cristo"), pues constantemente exige
que el pan y el vino subsistan en su esencia. Un concepto importante en él es el de "ubicui-
dad", que considera la omnipresencia de Dios, pero en la cual, la dimensión subjetiva
traslada el aspecto presencial fundamental a la palabra ("para mí Cristo se hace aquí
presente"). Así, la importancia de la eucaristía coincide con la "palabra que me ofrece, dona
y da el cuerpo y la sangre de Cristo en cuanto ofrecido y derramada por mí". El comer es
secundario respecto del oir. Al querer volver a la pura "institutio" niega el aspecto
sacramental de la eucaristía.
Mientras ZWINGLIO devaluó los sacramentos hasta casi reducirlos a puros símbolos y
reconocer en la eucaristía sólo una "presentia in mente", CALVINO propone el trasfondo
dinámico de una "teología de la ascensión" concebida localmente, es decir, en la que Cristo
sentado a la derecha del Padre ("trono de oro") nos atrae a sí por medio del Espíritu Santo,
negando por su mala comprensión, la realidad de la eucaristía como presencia real de
Cristo. El suyo es un dinamismo actualístico individual y antisubstancial. Para él, la
eucaristía era una realidad estática sin referencia al Jesús sentado a la diestra del Padre.
Frente a esta realidad estática de la presencia de Cristo en la hostia, propone el "sursum
cor" cual centro pneumático de la celebración sacramental, extremando una doctrina
eucarística de espiritual individual y queriendo exorcisar la idolatría de la adoración. Para
él, el sentido del sacramento reside únicamente en la ejecución de la "actio" sacramental,
que es un impulso irresistible hacia lo alto. Al afirmar que Jesús está en el cielo, el "aquí"
eucarístico se pierde casi por completo. La presencia de Cristo es espiritual y en la fe. Por
tanto, el cuerpo de Cristo no puede estar vinculado substancialmente a la especie de pan. El
simbolismo de Calvino es exagerado1.
1
Cf. J. RATZINGER-W. BEINERT, Transustanciación y eucaristía. Madrid: Paulinas 1969, pp. 17-39.
503
la integridad de su ser (cuerpo, alma y divinidad), se expone que en la eucaristía
está contenido en el sacramento de manera verdadera, real y substancialmente.
Contra Calvino, el Concilio expresa que la presencia de Jesucristo en la
eucaristía no es incompatible con su "localización" a la diestra del Padre, ya que
se comprueba que Cristo se ofreció por los hombres una vez encarnado (D 874;
DS 1636s).
6. La respuesta teológica de Trento. Trento señala contra Lutero, que la presencia de Cristo
en la eucaristía no es "secuncum modum naturae", sino más bien "secundum modum
personae", de acuerdo a la propiedad de la omnipresencia divina, que se aplica también a
Cristo. La dimensión personal no se refiere a un "estar aquí natural" sino en el modo en que
sólo el amor puede estar presente: como una donación de sí hecha por un "yo" a un "tú",
realizado en el "sacramentum ecclesiae". En el ilimitado horizonte de la donación, que
supera todo límite de espacio, se da el misterio pascual ofrecido donde Dios quiere. El
Señor viviente se da a sí mismo a los hombres en los signos sacramentales y los incluye en
la realidad de su amor. Se supera así el concepto de "ubicación" natural por el de presencia
personal (aunque sea "secundum substantiam" porque se lo concibe en su ser individual
esencial), haciendo presente su amor pasado a través de la cruz, en la cual él se nos ofrece a
sí mismo.
Respecto a la concepción "local" de Calvino (Cristo sentado en el trono de oro), y que
considera la eucaristía como cualquier otro signo religioso como una intervención del
Espíritu para ir hacia El, Trento reemprende una reflexión de la teología de la encarnación
como trasfondo contra la teología de la ascensión de Calvino. De hecho, el acontecimiento
pascual sólo se entiende en el contexto de la encarnación. Resurrección y ascención no
significan una traslación desde un determinado lugar de Palestina a otro en los cielos, sino
más bien el ingreso a un nuevo modo de existir en apertura hacia los hombres. La
eucaristía, bajo esta perspectiva visualizada en la encarnación, permite sostener que Cristo
está presente aquí, aunque en forma escondida y pese a que se puede hablar de una tensión
entre el aquí y el no aquí. Frente al problema de localización, es importante el concepto de
concomitancia aplicado a la presencia total en las especies. Esta presencia de Jesucristo
hombre, Dios e hijo de María, se da por el hecho de la resurrección. Así lo confirma el
canon 3 (D 885; DS 1653). Esta relación entre la concomitancia y la resurrección permite la
presencia real de Jesús en la eucaristía1.
1
Cf. Ibid., pp. 41-64.
504
expresión de algo nuevo. Luego, al expresarse que la razón metafísica de la substancialidad
de las cosas sea la finalidad, se habló de transfinalización, puesto que Jesús asignó al pan la
finalidad de ser su cuerpo. SCHOONENBERG complementó esta transfinalización con el
concepto de signo causativo, presuponiendo en el signo del pan el amor y la voluntad de
comunión y comunicación personal. En la consagración, Jesús se ofrece de modo personal
y (cual don a su comunidad) interpersonal. Pan y vino sufren una transfinalización que
supera absolutamente toda posibilidad humana1.
El papa, junto con afirmar que la eucaristía es un misterio de fe, grafica la doctrina
tradicional con un nuevo término, "transelementación" (que procede de San Ambrosio),
rechazando la simple presencia pneumática (teoría de la ubicación) y la presencia
puramente simbólica. Reemplaza el concepto substancia por el de realidad, lo que sugiere
en el magisterio una cierta distancia de la concepción clásica de la transubstanciación. Pero
considera el "vere realiter et substantialiter" tridentino, es decir, se preocupa de dejar claro
el "esse" de la presencia real. Sin embargo, no omite el "fieri", rechazando una visión
sensualista-fisicista, como también aquella puramente estático-física.
Teólogos de la época, en el espíritu de esta encíclica asumieron la tesis clásica y tomista,
valorando la dimensión eucarística del "para nuestra salvación", y no tanto la visión
estático-escolástica, en que la transformación parece ser algo terminal. Esta es la visión de
MÖHLER. Desde la dimensión clásica de la realidad de Cristo en los dones, Möhler
considera que la transubstanciación es una subjetivización en vista de la salvación, cual
instrumento de ella. Cristo subjetiviza el pan y el vino como una transelementación, para
salvar donándose personalmente.
Hay otros intentos para comprender la clásica doctrina de la transubstanciación,
relacionándola con el misterio eclesiológico y basados en TEILHARD DE CHARDIN
recogiendo el alcance escatológico y prefigurador de la eucaristía como
transubstanciación2. "Ya no me perturban los sortilegios de la tierra desde que, para mí, se
ha hecho allende ella misma Cuerpo de aquel que es y de aquel que viene"3.
El Concilio Vaticano II, junto con destacar la presencia real de Jesucristo en la eucaristía
(SC 47) a través de las especies, agrega otras formas de presencia en el sacerdote, en su
Palabra y en la asamblea (SC 7).
En 1968, Pablo VI profesó un verdadero símbolo de fe conocido como "El Credo del
Pueblo de Dios", entre cuyos temas fundamentales está el de la presencia real y la
transubstanciación ligadas indefectiblemente (Nº 25; FIC 1112).
CEC 1373-1381.
MINISTRO DE LA EUCARISTIA
Es el sacerdote válidamente ordenado (CIC 900). Según D 949; DS 1752; LG 26; 28, se
expresa la importancia del sacerdocio ministerial, obispos y presbíteros, para la confección
de la eucaristía. LG 28 expresa que Cristo, santificado por el Padre envió a sus discípulos
(Jn 10,36) haciéndolos partícipes de su consagración en su misión. Los obispos, sucesores
de los apóstoles han encomendado legítimamente el oficio de su ministerio en diversos
grados y sujetos en la Iglesia. La afirmación bíblica se encuentra en Lc 22,19 y 1Co 11,24,
que es la tradición paulina: "haced esto en memoria mía". Esa exhortación va dirigida
exclusivamente a los apóstoles y sucesores. Este dato bíblico está expuesto también en la
1
Cf. Ibid., pp. 97-103.
2
Cf. T. DE CHARDIN, El medio divino, 5 ed. Madrid: Taurus 1965, pp. 169-175.
3
Ibid., p. 175.
505
tradición, que siempre refirió este cargo exclusivamente a los apóstoles y presbíteros. Así lo
confirma Justino (Apología 1,65). San Cipriano distingue a los diáconos, que solo
distribuyen el pan y el vino sobre los que se han hecho las acciones de gracias (Eph 63,14).
El magisterio de Nicea consigna esta última diferencia (canon 18). En el concilio de Letrán
IV se rechaza a los valdenses, que cuestionaban el poder de la jerarquía, otorgándoselo de
igual manera a los fieles (D 430; DS 802). En Trento se rechaza el protestantismo, que
sostiene que el sacerdocio común de los fieles basta para ofrecer el sacrificio eucarístico (D
949; 957; 961; DS 1752; 1764; 1771).
506
TESIS 50
Según SC 47, "nuestro Salvador en la última cena, la noche que le traicionaban, instituyó el
sacrificio eucarístico" perpetuando hasta su vuelta el sacrificio de la cruz y confiándolo a su
esposa, la Iglesia, como memorial de su muerte y resurrección. El sacrificio eucarístico se
vuelve, para la Iglesia, la fuente y cumbre de toda la vida cristiana (LG 11). La Iglesia hace
la eucaristía y la eucaristía hace la Iglesia. Este aserto está confirmado en la Escritura por
San Pablo, cuando refiere a la participación del cuerpo del Señor ofrecido en la eucaristía
para formar el Cuerpo de Cristo (1Co 10,17). San Juan menciona esta misma idea cuando
Jesús expresa que es el pan de vida bajado del cielo a manera del maná ofrecido en el
desierto al pueblo de Israel (Jn 6,48-51).
Misterio de amor: Cuando Jesús encomienda el memorial de su sacrificio a sus discípulos, se recuerda el
memorial que el pueblo de Israel celebraba en el acontecimiento de su liberación de Egipto, la pascua (Ex
13,3). El memorial en Jesucristo recibe un nuevo sentido. Cuando la Iglesia celebra la eucaristía hace
memoria de la pascua de Cristo, y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para
siempre en la cruz permanece siempre actual (Hb 7,25-27; CEC 1364). Por todo esto, la eucaristía es
igualmente el sacrificio de la Iglesia. Este sacrificio de la Iglesia es la participación en la acción de amor total
de Jesucristo.
Símbolo y fuente eficaz de la unidad, y vínculo de la caridad: La Iglesia, que es el cuerpo de Cristo, participa
en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente, se une a su inter cesión ante el Padre por todos
los hombres. En la eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su cuerpo
(CEC 1368). La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento y oración se unen a la ofrenda total de Cristo.
De allí que con la eucaristía, se produce un acrecentamiento de la caridad de la misma Iglesia. Si la caridad es
amistad con Dios y la participación en la eucaristía es la unión en el misterio de amor de Jesucristo, entonces
el bautizado acrecienta su amistad con Jesús y la desarrolla con los otros miembros del cuerpo de la Iglesia y
con aquellos que no son de este redil (Jn 10,16).
No hay que olvidar que frutos de la eucaristía son precisamente la unión con Cristo y con
su Cuerpo (CEC 1391; 1396). En la celebración eucarística se hace oración por el Papa, los
obispos y por los fieles que están aquí abajo. Esa es la oración que nos permite la unidad
del Cuerpo Místico. En el bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo Cuerpo
(1Co 12,13). La eucaristía realiza esta llamada (1Co 10,16-17) por medio de la oración, por
medio de la ofrenda y el sacrificio de todos los fieles. Sin embargo, el sacrificio eucarístico
es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en Cristo y todavía no están
plenamente purificados" (D 950; DS 1753).
Por su parte, la liturgia misma impulsa a los fieles a rogar a Dios para que conserven en su
vida lo que recibieron en la fe y con la renovación de la alianza del Señor con los hombres
en la eucaristía, los enciende y arrastra a la apremiante caridad de Cristo (SC 10).
"En el sacramento del pan eucarístico se representa y se reproduce la unidad de los fieles,
que constituyen un solo Cuerpo en Cristo" (LG 3). Otros textos que destacan el aspecto de
la unidad de la Iglesia por medio de la eucaristía son: LG 11; 26; UR 2.
507
Ya los Padres de la Iglesia han visto una casi identidad entre eucaristía e Iglesia. El símbolo
de los apóstoles tiene una clara referencia a esta unidad cuando habla de la "comunión de
los santos", refiriéndose a la Iglesia y a la eucaristía. Este aspecto resalta la acción del
Espíritu Santo en ambas. La eucaristía se destaca como el sacramento fundamental en el
que la presencia y la actuación del Señor se prolongan en su cuerpo en un misterio de
comunión, que es a la vez, gracia y reconciliación, y por eso, el momento sacramental
culminante de la salvación. Si la eucaristía es la cumbre de todo el misterio sacramental y
eclesial, ella es el culto de la Iglesia, en que implora la gracia de la redención al Padre en
Cristo y por Cristo.
Según SC la obra de la salvación continuada por la Iglesia se realiza en la liturgia, es decir,
en la celebración del misterio pascual. La "Iglesia nunca ha dejado de reunirse para celebrar
el misterio pascual: leyendo cuanto a él se refiere en toda la Escritura (Lc 24,27),
celebrando la eucaristía, en la cual se hacen de nuevo presentes la historia y el triunfo de su
muerte" (SC 6). El culmen de la liturgia de la Iglesia es por ello la eucaristía, y por lo
mismo, si toda acción sacramental es liturgia, la eucaristía es la liturgia y el culto de la
Iglesia por excelencia (SC 48).
Pablo VI, en la Profesión de fe de 1968, afirma que la única e indivisible existencia de
Cristo no se multiplica, pero por el sacramento se hace presente donde se realiza el
sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio permanece
presente en el Santísimo Sacramento. Por eso, en la Hostia Santa se honra y adora al mismo
Verbo encarnado (FIC 1113).
508
Los que no tienen uso de razón no tiene necesidad de la eucaristía para salvarse (D 933;
937; DS 1730; 1734), ya que para ello basta el bautismo (Mc 16,16; Rm 8,1). En cambio,
los que tienen uso de razón tienen necesidad de precepto de recibir la eucaristía para
alcanzar la salvación. El precepto divino se encuentra enunciado de manera explícita en el
discurso de la promesa eucarística (Jn 6,53), donde se dice que la posesión de la vida eterna
depende de la recepción del cuerpo y la sangre de Cristo. La Iglesia concretó este precepto
divino positivo declarando, en el concilio IV de Letrán (1215) y en el de Trento, que era
obligatorio comulgar por lo menos una vez al año (D 437; 891; DS 812; 1659).
La comunión bajo ambas especies, para cada fiel en particular, no es necesaria ni por razón
de un precepto ni como medio para conseguir la salvación. (D 626; 934; DS 1198-1200)1.
La eucaristía aparece como don y empresa de Cristo para conseguir en todos los tiempos y
zonas el objetivo primordial de la redención de todos los hombres, como ayuda decisiva
para que estos mismos hombres puedan participar de la redención de Cristo y vivir como
redimidos. Por eso la Iglesia puede llamarse "continuatio Christi", lo cual es posible gracias
a la eucaristía. Hablar de eucaristía es hablar de Cristo. Tal es su vinculación de necesidad.
El objetivo de la encarnación es la redención de los hombres. Por eso la eucaristía tiene que
ser considerada, ante todo, en su función histórico-salvífica para toda la Iglesia y no
simplemente como un medio de salvación para cada uno de los cristianos. El Reino de Dios
que Jesús trajo es él mismo, su persona, su palabra y su obra. En El los hombres se unen a
Dios y entre sí, haciendo posible y efectiva la "soberanía de Dios" en este mundo. El
camino hacia esta unidad con Cristo es la eucaristía: "quien come mi carne y bebe mi
sangre mora en mí y yo en él" (Jn 6,56).
La eucaristía es además un modo singular de presencia del sacrificio de Cristo, en la cual
todos los hombres de todos los tiempos y de todas las latitudes logran una participación, y a
través del cual llegan a su consumación suprema en la glorificación. La eucaristía contiene
todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo.
De allí que la necesidad de la eucaristía está estrechamente vinculada a la necesidad de
Jesús para nuestra redención (PO 5).
El nacimiento y crecimiento de la Iglesia desde el misterio eucarístico significa para ella,
mientras está en el mundo, que la eucaristía no es un premio de su santidad, sino una ayuda
para el tiempo de su peregrinación. La eucaristía, incluso por su carácter reiterativo, como
banquete sacrificial es esencialmente una función de la vida de la Iglesia y ésta ha de vivir
esencialmente de este sacrificio-sacramento. Se puede decir incluso, que para la realización
del carácter misionero de la Iglesia, la eucaristía es punto de partida, centro de ayuda en
todas las tareas que ello comporta (PO 5; AG 39).
1
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 6 ed. Barcelona: Herder 1969, pp. 584-585.
509
e) Por la misma caridad que enciende en nosotros, la eucaristía nos preserva de
futuros pecados mortales. Cuando más participamos en la vida de Cristo y más
progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el
pecado mortal. La eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales
(CEC 1395).
f) La unidad del Cuerpo místico: La eucaristía hace la Iglesia . Cristo une a todos
los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica,
profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el bautismo (CEC
1396).
g) La eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la
verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos
reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (CEC 1397).
h) La eucaristía y la unidad de los cristianos (CEC 1398-1401).
La relación entre eucaristía y moral se deja ver claramente en la insistencia de San Pablo
sobre la actitud en los banquetes sagrados. Insiste fuertemente en no pactar con la idolatría.
Al considerar el aspecto de la comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo, habiéndose
inmolado a los ídolos, al comulgar con el cuerpo y la sangre entran en propia condenación,
puesto que "no podéis beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No podéis
participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios" (1Co 10,21). En estos
versículos se compara la comunión eucarística con Cristo a las comidas sacrificiales del
AT, en las que los fieles estaban en comunión con el altar. Se contrapone aquí la mesa
eucarística a la de las comidas sagradas, que siguen a los sacrificios paganos. La
perspectiva sacrificial de la eucaristía connota, para el caso del que participan doblemente
en un "sacrificio a los ídolos", una verdadera blasfemia (1Co 10,22). Este culto idolátrico es
expresado por el mismo Pablo como los actos denigrantes cometidos ya por el pueblo de
Israel: la fornicación, la murmuración, la codicia y todo consentimiento en aquellas
tentaciones "idolátricas" que no están por sobre las fuerzas del hombre (1Co 10,6-13).
Para ellos, san Pablo remite a la libertad cristiana: "todo es lícito, más no todo es
conveniente ni edifica" (1Co 10,23), puesto que el interés de San Pablo está en la comunión
y salvación de los cristianos y no en el propio interés (1Co 10,31-33). Más adelante, San
Pablo reprochará las divisiones que se producen en la asamblea, a propósito de la cena del
Señor, porque "mientras uno pasa hambre, otro se embriaga, despreciando a la Iglesia de
Dios y avergonzando a los que no tienen" (1Co 11,21-22). Este reproche se daba en la
costumbre de celebrar la eucaristía después de una cena "profana", manifestando el
eventual problema moral que se suscitaba antes de la cena y la inconveniencia de la
comunión posteriormente, exigiendo discernir que al comulgar con el cuerpo de Cristo
podía uno comer su propio castigo (1Co 11,28-29). Expresa finalmente San Pablo, que
cuando "os reunáis para la Cena, esperaos los unos a los otros. Si alguno tiene hambre,
que coma en su casa, a fin de que no os reunáis para castigo vuestro" (1Co 11,33-34).
510
TESIS - 50
C. EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACION
b) Los profetas. Había en Israel prácticas de penitencia cultual, como días de ayuno, ceniza,
vestiduras de saco, etc. Estas prácticas iban unidas a la invocación a Yahveh para que
viniera en ayuda de su pueblo. Los profetas quieren revitalizar estas prácticas penitenciales
conectándolas con el cambio de corazón: conversión (Jr 24,7; Ez 11,19). Los profetas más
antiguos suponen que el hombre es incapaz de convertirse y que sólo el juicio de Dios
puede obrar la conversión y hacer una alianza nueva.
Salmo 51: El concepto de pecado corresponde al delito culpa y pecado (Sal 51,3-4). En Ex
34,6-7 el pecado es visto desde el contexto de la alianza y la misericordia. La expresión
“pecado” tiene distintas connotaciones: a) “Pescha”, que es un acto de rebelión (1R 12,19)
con hostilidad, rompiendo con la alianza (Os 8,1; Is 46,8; Jr 5,6). b) “Awon”, de uso
exclusivamente religioso. Corresponde a “iniquidad” (Sal 38,5). c)”Chatta'h”, errar en el
blanco y ser privado de algo (Pr 20,22). En el Sal 51 aparecen expresiones como “borrar”
(hacha'h), “lavar” (kabar), “purificar” (tahar), lo que daría la idea de que el pecado sería
una mancha (Is 43,25) difícil de quitar, y que hiere como la lepra (Ez 36,25).
El pecado implica una injusticia contra el hombre, pero dado el contexto de la Ley y la
alianza, el pecado es una ofensa a Dios (cf. la situación de David en 2S 12 —ofensa a Urías
511
—, a la que se aplica el Sal 51). Es la presencia de Dios la que lleva consigo la revelación
del pecado.
Pero el texto fundamental para el estudio de la penitencia es Gn 3,1-24. El mal viene
del hombre y no de Dios. El pecado tiene una dimensión solidaria, como se ve en Gn 1-12.
En ese contexto se ve que el pecado tiene cuatro niveles: contra Dios, contra los hombres,
contra sí mismo y contra la naturaleza.
Conversión y misericordia: Este último concepto se identifica con el perdón en el AT.
Para Israel, “hesed” (misericordia) designa la compasión, la fidelidad y la piedad. Es una
bondad consciente y voluntaria. Dios es misericordioso, y por ello, fiel a la alianza (Ez
18,21-23). Pero para alcanzar esta misericordia es necesaria la conversión, que se expresa
en gestos, como el ayuno, el rasgar vestiduras, vestir de saco, etc., y se expresa también en
palabras, como confesar los pecados y reconocer la dependencia de Yahveh. Sin embargo,
una forma especial de penitencia para el pueblo de Israel es el gran día de expiación:
“kippur” (Lv 16,1-24). Los profetas y los salmos exigen la conversión del corazón.
La misericordia del Padre se muestra en su imagen visible, Jesús. La mujer samaritana (Jn
4,6-42), el paralítico (Lc 5,17-26), la mujer pecadora (Lc 7,36-50), Zaqueo (Lc 19,1-10), al
buen ladrón (Lc 23,30-43). Jesús no excluye la posibilidad del pecado después del
bautismo. Por esto enseña “perdónanos nuestras deudas”. Hay textos que atestiguan que la
práctica penitencial está basada en la voluntad expresa de Jesucristo, y que es distinta del
sacramento de la conversión y reconciliación de los que no son todavía cristianos: el
bautismo.
Mt 16,18s. Confiere a Pedro el poder de atar y desatar. Términos técnicos para indicar
totalidad de poderes en relación a la comunidad mesiánica y no meramente en relación a
Dios. Mt 16,18 sólo se entiende en sentido escatológico: el dominio de Jesús sobre las
personas. Es el poder que Jesús tiene, por ser descendiente de David y que le dan acceso al
mundo futuro. Pero ¿cuál es la autoridad o poder dado a Pedro? El pasaje es de estilo
semítico: “te daré” significa “yo quiero darte ahora las llaves del reino de Dios”. No es
tiempo futuro, sino un presente reiterativo (volitivo).
En la Escritura, otorgar las llaves no es nombrar un portero, sino dar a alguien plenos
poderes (Is 22): total autoridad, control sobre lo que ellas abren, capacidad de decidir quien
entra y quien sale. En suma, un dominio real sobre esa realidad.
Atar y desatar. Mt 18,18, puede explicarse jurídicamente (el poder de las llaves es el
mismo poder en el perdón de los pecados). Así lo entendió la Iglesia medieval.
Eclesiológicamente, designa un aspecto de la misión de los discípulos de Jesús, la lucha
contra las potencias del mal, que encadenan y esclavizan al pueblo a lo largo de su historia
(Sal 68; 79).
Mt 18 se ubica en un contexto más amplio, y se acentúa que el perdón de la culpa viene de
Dios, aunque se inculque también que la comunidad de Jesús tiene el deber de perdonar.
Atar y desatar es un binomio técnico rabínico que significa “condenar-absolver”. Se refiere
al poder divino de perdonar los pecados. Atar significa el anunciar el juicio de Dios a aquel
que permanece en su impenitencia. La liberación del hombre se produce “rompiendo las
ataduras”. Desatar significa una liberación oficial del Maligno, cuando la persona es
sustraída a su influjo.
512
La Iglesia únicamente reacciona con la excomunión contra los pecadores cuya apostasía es
definitiva. En tal caso, su respuesta es una simple constatación del carácter decisivo de tal
apostasía. En los casos graves, el pecador debía ser alejado de la Iglesia, privado de la
participación en sus actos vitales, ya que el no distanciamiento podría significar aceptación
del pecado. Es en este sentido que atar significa excomulgar, entregado al poder del
Maligno, entregado a la muerte eterna y privado de la misericordia de Dios. Se descubre
que de este estado penitencial la salvación del pecador depende de la decisión de la Iglesia.
Por otro lado, se puede concebir que cuando el pecador mismo se entrega a las fuerzas del
mal, la Iglesia ratifica su autoexclusión.
Pablo habla de los catálogos de vicios y supone que hay cristianos que recaen en el pecado,
a pesar de que el pecado está radicalmente vencido en ellos. El incestuoso es expulsado de
la comunidad y entregado a Satán, para que se salve en el día del Señor (1Co 5). En 2Co 5
aparece el caso del que se reintegra y al que se le devuelve la caridad.
Hb 6,4-6: “es imposible que... se renueven por la penitencia, pues crucifican por su parte de
nuevo al Hijo de Dios y lo exponen a pública infamia”. Lo que se afirma es la dificultad de
que un apóstata haga penitencia, y no la imposibilidad jurídica.
Jesús denuncia el pecado y enuncia su castigo:
Al que escandaliza a “uno de estos pequeños” (Lc 17,2).
Al que entrega al Hijo del hombre (Mt 26,24).
Quien recibiendo misericordiosamente el perdón de Dios, se niega a perdonar (Mt
18,21-35; 6,12.14).
A quien diga una palabra contra el Espíritu Santo (Mt 12,32).
513
A los que viven como el rico Epulón (Lc 16,19-31).
A todos los hombres que aman más las tinieblas que la luz (Jn 3,16-21).
Y tampoco a los que se resisten a la voluntad de Dios, a su amor (Mt 25,41-46).
1. El montanismo, que negaba a los obispos el perdonar los pecados, negando a su vez, la
excesiva preocupación por los pecadores. Montano expresa que la Iglesia puede perdonar
los pecados como principio, pero dicha actividad, a su juicio, favorece el pecado.
Tertuliano sostiene esta misma tesis, expresando la idea de recibir la penitencia sólo una
vez en la vida, pero admitiendo que todos los pecados pueden ser perdonados. Entró
después al montanismo concibiendo una distinción entre pecados remisibles e irremisibles
(D 43). Dentro de los últimos estaría la idolatría, el adulterio y el homicidio. Agrega
después el falso testimonio y la participación en el circo. Siendo todavía católico expresa
que los pecados leves se perdonan con el ayuno, la limosna, las obras de caridad, sin
necesidad de una penitencia canónica. Con Tertuliano aparece la distinción entre pecado
grave y leve.
514
el reintegro, examinando caso a caso, y no permitiendo el reintegro de los
“sacrificati”, salvo en peligro de muerte. El Papa Cornelio rechazó esta doctrina
expresando que con verdadero arrepentimiento, todos podían reintegrarse.1
La liturgia penitencial. Comienza a delinearse a partir del siglo III. Los concilios de Ancira
(314), Nicea (325), canon 13 (D 57; DS 129), y Antioquía (341).
SIGLOS IV AL VI
La absolución de la penitencia. Al final del período penitencial, el cristiano pecador arrepentido quedaba
reconciliado mediante un rito litúrgico (imposición de manos de parte del obispo, acompañada de la oración
sacerdotal), en que normalmente participaba toda la comunidad.
1
Aparece en la época un proceso penitencial para los pecados especialmente graves:
a) La persona dará pruebas de arrepentimiento y se lo probará durante cierto
tiempo.
b) Ningún pecado queda excluido de la penitencia.
La Iglesia interviene en este proceso penitencial a través de sus ministros, quienes fijarán el tiempo
de penitencia. Toda la comunidad orará por los penitentes.
515
1) Entrada en el itinerario penitencial. Acercamiento del pecador a la Iglesia,
acogida del obispo como penitente e indicación de la penitencia. No se decía el
contenido del pecado a la comunidad, pero sí al obispo.
2) Acción penitencial o cumplimiento de la penitencia (período que podía ser largo:
de cuarenta días a años).
3) Reconciliación. El pecador, después de cumplir su período de penitencia vuelve a
la Iglesia, donde el obispo impone las manos acompañando el gesto con una
oración (el jueves santo). Con este signo era readmitido a la comunidad. Este
itinerario penitencial no era de mucho uso porque era muy riguroso. A los
clérigos pecadores no se les admitía jamás en la penitencia pública. Quedaban al
margen del ministerio.
LA PENITENCIA ARANCELARIA
1. Origen y desarrollo.
El Concilio de Toledo (589) condena el nuevo tipo de práctica penitencial que se había
introducido en algunas iglesias. Práctica que encontraba favores entre los fieles y
sacerdotes, y que chocaba con las disposiciones canónicas de la Iglesia oficial. Esta práctica
en el siglo VII, estaba muy extendida en la Galia y en el norte de Italia. Probablemente la
difusión de esta nueva práctica penitencial, que consistía en la confesión privada y
reiterable, se debió a la obra de los monjes irlandeses.
516
a) Reiterabilidad. La penitencia comienza a convertirse en el remedio propio para
los pecados graves postbautismales. Existen textos de la época que recomiendan
la confesión una vez al año antes de la pascua, o bien varias veces al año.
b) Privada. El sacerdote en particular impone las obras de penitencia teniendo en
cuenta que a cada tipo de pecado corresponde una determinada penitencia, según
diversas tarifas o aranceles previamente establecidos. Esta original tasación de
las faltas suponía responder a las preguntas del libro penitencial del confeso, y
una vez cumplida la penitencia, el pecador acudía al confesor para obtener la
absolución.
c) Abierta a los clérigos y monjes.
d) El ministro es casi siempre un sacerdote. El obispo se reserva la reconciliación
solemne de los penitentes en las grandes fiestas.
3. La disciplina penitencial.
Esta práctica penitencial arancelaria requería de los “libri poenitentialis” —los hay
bretones, irlandeses, anglosajones, continentales—, que en su dureza exigían ayunos,
mortificaciones corporales, vigilias, rezos de oraciones, pagos de dinero en favor de un
monasterio, la abstención de relaciones conyugales, etc. La duración de estas penitencias
era variable, a veces se prolongaban por años, y se sumaban unas a otras. Si el tiempo
establecido para la penitencia era demasiado largo, se podía hacer conmutaciones,
compensaciones o reducciones de las penas largas mediante otras acciones más breves, o
por el pago de dinero, celebración de misas, e incluso se podía pedir a otro que cumpliera la
penitencia personal, compensándola debidamente.
REFORMA CAROLINGIA
517
acentúa el cumplimiento de la satisfacción. La penitencia privada, a su vez, va acentuando,
no tanto la satisfacción cuanto la misma confesión. De allí el cambio de nombre (confesión
y no penitencia). Junto con la manifestación a otro del pecado, se revalora el acto del
arrepentimiento.
En el siglo X aparecen los confesores particulares, que absuelven inmediatamente después
de la confesión. La forma de la absolución era deprecativa (se imploraba a Dios el perdón
del penitente). Hoy en día es más bien indicativa: “yo te absuelvo...”.
Inocencio III, contra los valdenses, en 1208 reafirma el sacramento de la penitencia. La
Iglesia concede verdaderamente el perdón a los pecadores arrepentidos (D 424; DS
793-794).
En el Concilio de Lyon se expresa lo mismo (D 465; DS 860).
En el Concilio de Florencia, junto con expresarse lo mismo, se especifica la materia, las
partes (contrición, confesión y satisfacción) y la forma: “yo te absuelvo” (D 699; DS 1323).
En el Concilio de Letrán V, respondiendo a Martín Lutero, se confirma la doctrina de la
penitencia (D 745ss; DS 1455ss).
La sede de las confesiones es un elemento bastante tardío en la historia del sacramento. En
la pública era en la Iglesia. En la tarifada, en la casa del sacerdote o en la celda del monje.
Luego, delante del altar; y hacia finales de la Edad Media se prescribe un asiento cerrado o
confesionario (San Carlos Borromeo). La riqueza penitencial de la Iglesia comienza a
empobrecerse, ya que comenzando con una forma y ampliándose con el tiempo, se vuelve a
una única forma de penitencia.
EL CONCILIO DE TRENTO
Define la penitencia como “la segunda tabla después del naufragio de la gracia perdida”:
(Tertuliano citado en D 807; DS 1542).
El magisterio anterior a este concilio se había pronunciado poco respecto a la penitencia. Los
reformadores no aceptan el sacramento como había sido elaborado por la escolástica por su concepción del
pecado, por su concepción de la justificación como no imputación y por el rechazo de lo sacerdotal. La
penitencia podía ser a lo más una declaración del perdón acordada por Dios.
Trento indica que hay que especificar la acción y la cantidad del pecado (D 899; DS 1679).
El elemento del arrepentimiento, de la satisfacción del pecado y la manifestación del
pecado quedan configuradas hasta hoy. Con este tipo de penitencia “reiterable” se
comienza a exigir la confesión de los creyentes al menos una vez al año, y a los más
comprometidos, en cuaresma y adviento (D 437; 891; DS 812).
Trento consagró la idea de que el sacramento es causa eficaz de la remisión de los pecados
y rechaza el carácter puramente declarativo de la absolución (D 893-903; 911-925; DS
1661ss; 1701-15).
Trento consagró la penitencia como ha estado en los últimos años. Destaca el aspecto
jurisdiccional del sacramento. Hay una analogía al juicio civil. En el juicio sacramental no
hay condena, hay una liberación de la culpa. Se diferencia del juicio civil porque en la
penitencia hay una autoacusación.
2. La satisfacción.
D 904-905; DS 1689-92. Se ha articulado equivocadamente como pago por los pecados. El único
quien satisface por nuestros pecados es Jesucristo. En Él merecemos y satisfacemos nosotros. El fundamento
518
de la satisfacción no puede ser el pago de nuestros pecados. Es de otro tipo: El pecado deja huellas después de
pecar. Quedamos vulnerables. Debilidad de la estructura psicológica. Estas son las reliquias o vestigios del
pecado, que hace que el hombre no logre la plenitud de sus potencias... a pesar de la certeza del perdón.
Desórdenes del propio pecado, que aún nos afectan.
a) Dimensión cósmica de la satisfacción. La satisfacción busca restablecer el orden
cósmico. Es la posibilidad de reparar en algo. Al pecar el hombre causa daño, no
sólo a sí mismo, sino al conjunto de la creación: la llamada pena cósmica. El
desequilibrio no queda abolido por la absolución del penitente. No se restablece
todo lo dañado. La satisfacción tiene por objeto paliar lo que el sacramento no
puede restaurar, y tenemos en ellos la posibilidad de la reparación.
b) Fundamento antropológico de la satisfacción . El hombre no se encuentra
plenamente armonizado. No coincide nuestro núcleo o centro básico frontal con
nuestro actuar. La conversión brota desde ese núcleo fundante, pero no abarca la
totalidad de nuestro ser. Hay aspectos no convertidos. En este sentido, el camino
de conversión se encuentra con obstáculos propios de nuestra condición humana.
Aunque estemos liberados de los pecados, siempre permanece un núcleo de
iniquidad. La satisfacción es un proceso de vida que reconstruye al hombre. Si no
experimentáramos este dolor de estar divididos no habría proceso. Es una
necesidad antropológica del perdón el cumplir la satisfacción. Tenemos un signo
humano, gesto que culmina la acogida del perdón. Por tanto, la existencia del
cristiano es una existencia penitencial. El darse a los demás, despojarse de sí para
que Dios viva en mí.
3. Relación purgatorio-satisfacción.
4. Dimensión eclesial. El pecado rompe las relaciones con los demás. El reparar el quiebre
Dios-yo-otros-mundo se visibiliza en la Iglesia. El anhelo de satisfacción es un don. El
hombre no lo podría tener si no estuviera reconstruido el eje fundante que es su relación
con la vida trinitaria. Por tanto, la misma satisfacción es expresión de la gratuidad de la
salvación de Dios.
LAS INDULGENCIAS
519
Lo mismo resalta Benedicto XIV (D 1471; DS 2537) y Pío XI (D 2193; DS
3670).
5. En suma:
No ha habido declaración magisterial respecto a lo que ellas son.
Se ha dicho que son beneficiosas para el pueblo.
Son reprobados los que las niegan o consideran inútiles.
La Iglesia tiene el poder de concederlas.
Pablo VI (1967), “Indulgentiarum doctrina”. Define indulgencia como dimisión ante Dios
de la pena temporal de pecados de los que ya no hay culpa, que el fiel obtiene en la medida
que esté bien dispuesto, y que la Iglesia en determinadas circunstancias dispensa sobre ese
penitente. Los méritos de Jesucristo tienen sobre esa persona, en ese momento, una
densidad mayor. Pablo VI acaba con la terminología de los días, se centra en el tesoro de la
Iglesia, que es Jesucristo.
Rahner: Es la oración especial que la Iglesia eleva en favor de la plena purificación de sus
miembros. Voluntad salvífica que se traduce de modo pleno.
CONCILIO VATICANO II
520
misericordia más que su carácter judicial. Después de varias comisiones se intentó una
fórmula de absolución general, la cual fue rechazada. Finalmente se optó por la forma
tradicional, pero con tres maneras de absolución:
1) La tradicional, con confesión individual del pecado y absolución.
2) Confesión individual del pecado y absolución individual en contexto
comunitario: liturgias penitenciales.
3) Absolución colectiva sin manifestación del pecado, sometida bajo ciertas
condiciones: imposibilidad por desproporción entre: a) Gran número de
penitentes. b) Escasez de confesores. c) Cuando los penitentes, sin culpa propia
sean privados de la gracia sacramental por mucho tiempo. Las tres condiciones
tienen que darse juntas. No se puede usar en peregrinaciones y santuarios, y la
Conferencia Episcopal determinará si se dan las condiciones para hacerla. En la
práctica no existe.
521
TESIS - 51
Cristo da a la Iglesia el poder de perdonar los pecados, distinto del poder bautismal,
instituyendo así un nuevo sacramento.
Penitencia y bautismo no se confunden. La penitencia tiene necesidad de medio, no sólo
de precepto. D 895; 912; DS 1671s; 1702. La diferencia se funda en la diferencia de rito,
pues la penitencia tiene un carácter judicial, se reitera y tiene diversidad respecto al
bautismo en la materia, la forma y sus efectos. El bautismo, por otro lado, confiere
gratuitamente el perdón pleno y total de los pecados. La penitencia, en cambio, es necesaria
para quienes han pecado ya teniendo el bautismo.
LA VIRTUD DE LA PENITENCIA
CONTRICION
Signos externos: "dolor del alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no
volver a cometerlo" (D 897; DS 1676). La contrición unida al propósito de confesarse
1
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 2 ed. Barcelona: Herder 1969, pp. 610-611.
522
remite el pecado. La contrición no sólo es propósito de vida nueva, sino que rechazo del
pecado antiguo. Contrición es un acto unitario, total, o no hay arrepentimiento.
Es el elemento primero y más necesario de este sacramento. Es la condición indispensable
para conseguir el perdón de los pecados. Debe ser interna, como acto del entendimiento y la
voluntad. Es también sobrenatural bajo el influjo de la gracia, que hace tomar conciencia
del pecado como ofensa a Dios (D 813; DS 1553?). Es universal, ya que se extiende a todos
los pecados graves, y máxima en cuanto el pecado es considerado como el mayor mal.
Existe la contrición perfecta y la atrición, que es la imperfecta. La contrición perfecta es el
amor de Dios como motivo y esencia de esta contrición (contritio charitate perfecta). Es
posterior a la iniciativa amorosa de Dios, manifestada en su bondad absoluta (bonitas divina
absoluta), especialmente por la muerte redentora de Cristo (bonitas divina relativa). El amor
de gratuidad tiene como efecto la caridad, la más perfecta de las virtudes teologales. De ahí
el calificativo de contrición perfecta (1P 4,8; D 898; DS 1677). La contrición perfecta posee
una eficacia especial, cual es que el hombre es reconciliado con Dios y justificado antes de
recibir efectivamente el sacramento de la penitencia.
ATRICION
Es suficiente para conseguir el perdón de los pecados por medio de la penitencia, si excluye
la voluntad de volver a pecar y lleve consigo la esperanza del perdón. "Consideración de la
fealdad del pecado y temor del infierno y sus penas" si va unida a la exclusión de voluntad
de pecar y esperanza de perdón, prepara para la penitencia, y con el sacramento remite los
pecados (D 898; DS 1678). Basta con el miedo al infierno.
Trento defiende la atrición, y la considera un don de Dios e impulso del Espíritu que
prepara al pecador (adv. Lutero). Los teólogos post Trento son más atricionistas. Había
teólogos contricionistas y atricionistas. Eran dos escuelas en discusión. Alejandro VII
prohibe la discusión, que pastoralmente está dañando al pueblo, y sentencia que lo más
común es el atricionismo, aunque no se inclina por ninguno. Basta la aversión al pecado
para recibir el sacramento.
La defensa del atricionismo se impone por sus consecuencias: es imposible medir la
cantidad de amor del penitente. Los contricionistas defiende el acto positivo: se busca
determinar si el penitente tiene un grado, aunque sea mínimo, de amor a Dios. Es una forma
de estar cuantificando. Esta postura permite acercarse al sacramento sin escrúpulos. Si una
persona está dolida por sus pecados, está preparada para recibir el sacramento.
Santo Tomás dice que el sacramento mismo tiene la fuerza para hacer que la atrición se
convierta en contrición. Actualmente la Iglesia es atricionista.
CONFESION
Según el CIC 988, el fiel está obligado a confesar según su especie y número, todos los
pecados graves cometidos después del bautismo al confesor debidamente autorizado. Esta
confesión será privada, interna, sincera y humilde (D 899; 1679ss). Esta confesión puede
ser frecuente (piadosa o de devoción), aunque esto no es necesario, pero sí lícito,
provechoso y recomendable (CIC 982 § 2), pues con ella se purifica la conciencia, se
fortalece la voluntad, se facilita la dirección saludable del alma y se aumenta la gracia. Otra
modalidad es la confesión general, que consiste en confesar de nuevo los pecados ya
perdonados. Aunque no es necesaria, es saludable por razones didácticas y ascéticas.
523
La confesión de los pecados graves es obligación una vez al año (D 437: Letrán IV; DS
812; D 901: Trento; DS 1683; CIC 989).
SATISFACCION
EL MINISTRO
2. Curación y fortalecimiento espiritual del alma enferma (D 695; 896; 1311; 1674). Es la
gracia sacramental, ya que al fruto de la reconciliación con Dios le siguen la paz y el gozo
de conciencia.
3. Reconciliación con la Iglesia (LG 11). El pecado afecta a la santidad misma de la Iglesia,
la disminuye y la violenta.
524
El problema de la "res et sacramentum" de la penitencia.
525
TESIS - 53
1. Introducción
Hay dos tendencias:
a) Desde Orígenes hasta el siglo IX (retomada por el Vaticano II), que entiende el
sacramento como unción de los enfermos. Cristo alienta al enfermo a no morir.
b) Desde el siglo IX hasta el Vaticano II, que enfatiza la extrema unción de
moribundos. El efecto es preparar a la muerte y disponer a la gloria. El eje es la
muerte y no la enfermedad.
2. Es un verdadero sacramento.
Trento considera que la institución de la unción de los enfermos está insinuada en Mc 6,13,
y promulgada por St 5,14 (D 908; DS 1695).
3. Teología de la enfermedad.
526
En el NT el sacramento se inscribe como participación de la Iglesia en el dolor del enfermo;
cercanía de Cristo con los enfermos; inclinación connatural para con ellos, vinculados así a
sus acciones del Reino. Curación y sanación es anticipo del mundo futuro. La sanación está
estrechamente ligada al obrar salvífico. Jesús tiene una especial disposición hacia los
enfermos, quienes representan la humanidad necesitada de salvación. La búsqueda de
salvación física es expresión de la salvación total (razón de enfermedad-perdón de los
pecados).
En las sanaciones de Jesús van juntos los elementos de salvación espiritual y corpórea. En
este sentido, la Santa Unción busca hacer presente un tipo de encuentro semejante: busca la
salud del enfermo y su conversión. El enfermo que se sana, es anuncio escatológico de las
dos sanaciones que se dan juntas. En Mt 10,1 se presenta el signo de misión escatológica,
es poder que sana toda la enfermedad y toda dolencia. Es propio del enfermo depender de
otro, y que no puede sanarse a sí mismo. Jesús no hace acepción de personas: basta que esté
enfermo. Nunca es rechazado. Porque el que pide a Jesús la salud, cree que El es el Cristo.
Es acto de fe en el señorío de Cristo. Es el amor de Dios el que lleva a Jesús a sanar. Amor
que brota de su corazón. No indaga nada, no pide nada a cambio. Aquí se puede ampliar
esta perspectiva. Lo que está detrás es la dinámica del sufrimiento y del dolor. Y el
sufrimiento del inocente. Detrás está el misterio de la cruz de Cristo (Mt 10,38: el que no
toma su cruz y me sigue). El enfermo es una concreción de esa cruz. La experiencia del
abandono de Dios es siempre un misterio, que ilumina el misterio de la enfermedad y el
sufrimiento: la superación.
El sacramento de la unción aporta el dar sentido al sufrimiento, el abrirse a dimensiones
escatológicas. La cruz de Cristo es el lugar donde las coherencias estallan (BALTHASAR). El
sentido del sufrimiento en esta vida es participar de esa cruz que lleva a la vida. Es la
invitación a asociarse al único sacerdote, Cristo, ofreciendo y entregando la propia vida
(sacerdocio común). Dios nos hace sus hijos, en sentido ontológico, dándonos su propia
vida: el Espíritu nos diviniza. En Cristo somos verdaderos hijos. Por esto tiene sentido la
oblación: podemos entregar nuestra vida al Padre, porque estamos insertos en el único que
entregó su vida al Padre. Estamos insertos en la fe de Cristo. Nuestra fe es posible porque
Jesús creyó.
La salvación es el encuentro con Dios en su propia vida. Nosotros vivimos en Dios, él vive
en nosotros. Al acceder al don de Dios nos salvamos. Cristo le devuelve al Padre lo más
preciado en él: el Espíritu. La respuesta del Padre es la Resurrección.
Otra idea del NT es el sufrimiento por el seguimiento (fidelidad a la misión). El sufrimiento
como tal es el apostólico, el del enviado. Con Jesús no es válida la dinámica de que el
sufrimiento es pagar por los pecados. Jesús lo aclara en Jn 9: ciego para mostrar la gloria de
Dios. El identificar a Jesús con el siervo sufriente abre nuevos caminos: el inocente puede
actuar a favor de los culpables. En Jesús aparece la paradoja de la enfermedad:
i) Se la combate como un mal.
ii) Por ahí pasa la salvación.
En los momentos límites se da la verdad más honda del hombre. Polaridad paradojal.
Contradicción vital. Es propio de los momentos de plenitud mantener la conciencia de que
eso es pasajero. En la experiencia límite se vive el ya, pero todavía no. En la enfermedad se
vive una experiencia límite: se quisiera no tenerla, pero también se puede entender que es
un camino que pone Dios para que se le ame más. Se percibe en la enfermedad una
experiencia límite de no autofundamentación de la propia vida. Dios no manda la
enfermedad. Aquí se toca el misterio del mal. No estaba en el plan de Dios.
527
b) ¿Por qué la Santa Unción es un sacramentos para enfermos?
Sólo se puede recibir si se está enfermo (el condenado a muerte no la puede recibir). El
objetivo del sacramento es recuperar la salud integral, que es la escatológica. Si recupera la
salud, el enfermo se inserta más en la resurrección. Ordena la vida hacia la consumación
final. El reino que viene desarticula la enfermedad, la relativiza, ella ya no es absoluta ni
insuperable. Por tanto, siempre existe una relación estrecha entre enfermedad y ocasión de
salvación.
4. Textos de la Escritura.
Antiguo Testamento. La unción con óleo tiene, en general, tres diferentes significados de
fondo:
a) De gozo y honor. Junto con el vino y el trigo, el óleo es símbolo de bendición
divina y de su salvación (Os 2,24), así como su falta es signo de infidelidad (Mi
6,15). Ungirse implica un gesto que expresa exultación y figura de gozo
mesiánico (Is 61,3).
b) De consagración. Junto con perfumar el cuerpo (Am 6,6), fortalecer los
miembros (Ez 16,9), es fuente de luz (Ex 17,20-21). Desde estas significaciones
adquirirá el símbolo de consagración. Con óleo se ungen objetos sagrados (Ex
29,36ss). Con óleo se consagran reyes, lo que implica una elección de Dios y la
participación en su Espíritu (1S 10,1; 16,13). Lo mismo vale para la
consagración de sacerdotes (Ex 29,7; Lv 8,12).
c) De sanación y exorcismo. En Is 1,6 se considera útil para limpiar la heridas. Lv
muestra la aplicación y unción con óleo a los leprosos, cual rito de purificación
(Lv 14,10.32).
El judaísmo post-exílico adoptó una unción de los muertos, como preparación para su vida
futura. Esta acción explica la aplicación hecha a Jesucristo en Mt 26,12.
En el Nuevo Testamento se dan todos los usos del Antiguo Testamento. Del primero se
habla en Mt 26,7. Del segundo, en Hb 1,8s. Y del tercero, en la referida unción de
Jesucristo (Mc 14,8).
El Concilio de Trento (D 908; DS 1695) dice expresamente que un texto "insinúa" el
sacramento (Mc 6,13) y en otro se "promulga" (St 5,14). Del primero, se extrae el subsuelo
práctico de la unción encomendado por Jesús a sus discípulos. El segundo es la consta-
tación de un hecho cumplido. Su punto de llegada.
Los textos del NT indican la búsqueda de salvación integral y conversión. Mt 11,2-6: signo
mesiánico es la curación de los enfermos. Es la promesa de que la era mesiánica está
inaugurada. El contexto es enfermedad - escatología - reino.
Mc 6,13. Es una acción a la cual van unidos efectos carismáticos, pero no propiamente un
efecto de gracia y por tanto, un sacramento. En este texto, Jesús asocia a sus discípulos un
aspecto específico de la misión: el poder de sanar. Textos paralelos: la idea de Marcos está
en todos los textos, pero sólo Marcos expresa la unción propiamente tal (Mc 6,7.12-13).
Los otros textos declaran el poder de sanación (Mt 10,1.8; Lc 9,1-2.6). Marcos vuelve a
insistir en esta misión después de que Cristo resucitó (Mc 16,15-18), lo que excluye de este
aspecto de la sanación un carácter provisorio. Es una misión específica permanente.
528
Mirando algunos aspectos de estos textos, que "insinúan" el sacramento de la unción se
puede decir:
1) Los Doce prolongan la obra de Cristo mismo en el aspecto específico del cuidado
de los enfermos. Procuran sanaciones corporales, cuales signos de la salvación
mesiánica de Jesús. Son un alivio físico asumido como tarea de la promoción
escatológica.
2) Es una misión destinada a perpetuarse: el tiempo de plenitud escatológica ha
llegado y es irrevocable.
3) En la globalidad de la práctica de los discípulos hacia los enfermos se distingue
entre carisma de sanación milagrosa y aquello que aparece poco a poco como
sacramento de la unción aplicado por los presbíteros.
St 5,13-15. Texto de contenido doctrinal (año 59-62). Dirigido a los judíos de la diáspora.
Quiere subrayar que la oración no puede estar ausente en los momentos tristes o alegres.
"Si alguno está enfermo entre vosotros". Se refiere a uno de la comunidad.
Unción se da a un bautizado (el sujeto), enfermo ("astheneia", debilidad). Pablo
usa "astheneia" para referirse a la debilidad de la carne (1Co 1,27: "Dios ha
escogido lo débil y necio"). Está detrás de la debilidad el mal espíritu. Es el
efecto del pecado. Debilidad es también incapacidad (Rm 8,3).
"Llame a los presbíteros de la Iglesia" (ministros). El enfermo aparece
consciente. No es agónico. Los ancianos son los que ocupan un cargo en la
Iglesia.
"Que oren sobre él" (forma del sacramento). El rito se cumple siempre en
relación al enfermo y sobre (epi) el enfermo.
"Y lo unjan con óleo en el nombre del Señor" (materia). Ungido con óleo, al
modo de medicina común, adquiere aquí un sentido nuevo. No hay una
manipulación del signo material en la liturgia.
"Y la oración de fe salvará al enfermo". Se ora en el nombre del Señor. Oración
de fe que salva: tiene un sentido espiritual, que es el perdón de los pecados y
también uno concreto material.
Por mandato y poder del Señor. El nombre de Cristo hace andar a ese enfermo "y
el Señor hará que se levante" (salud espiritual y corporal). En Rm 4,24 se usa
como sinónimo de resurrección de los muertos: "es hora de levantarse del
sueño". Este es uno de los efectos de la unción: el perdón de los pecados.
529
g) Originalidad y superación de esta unción respecto de los sentidos ya conocidos
para la unción.
PROBLEMATICA HISTORICA
a) Area litúrgica
Ireneo menciona un rito gnóstico parecido.
Orígenes vincula el texto de St, pero resalta la dimensión penitencial. Testimonia un uso
ritual de la unción: Cambio en el siglo III: "oren sobre él" a "impongan las manos sobre él".
Didajé: Bendiciones del ungüento para aplicárselo al enfermo.
Hipólito (más confiable): Bendición del aceite y se ofrece en la misa. Bendición de aceite
que "alivia a los que lo beben y sana a los que lo usen".
Sacramentario gelasiano (492). Bendición de aceite para beber y ungir.
Eucologio de Serapion: Se pide fuerza sanante de los cielos para el que lo beba o use.
Remedio contra el mal y demonio, y contra el frío y debilidad. Aguas y aceites son líquidos
que untan y sirven para bebida.
En este primer período se piensa en la unción en analogía con la eucaristía, ya que se
distingue la bendición del óleo, en la cual se ve la constitución del sacramento, de su
aplicación al enfermo. Esta bendición del óleo es lo único que se conoce con más certeza.
Fórmulas de bendición del óleo:
i) Fórmula de la tradición apostólica (siglo III-IV).
ii) Fórmula romana "emitte": la gregoriana (siglo IV) y la gelasiana (siglo VIII).
iii)Fórmula galicana-visigótica "in tuo nomine" (siglo VII-VIII).
iv)Fórmula milanesa "domine sancte, gloriose" (siglo IX). e)Fórmula visigótica
"domine Jesu Christe", que pertenece al "mozarabicus liber ordinum" (siglo IX).
b) Area eclesiástica.
Atanasio no quiere que los ministros arrianos los visiten y les impongan las manos cuando
están enfermos.
Juan Crisóstomo: Comentario a St 5. Menciona oración y unción por el enfermo,
vinculándolas a la recuperación de ese enfermo.
En suma: se va uniendo el doble efecto, la sanación física (visible) y el perdón de los
pecados (invisible). En coherencia con el sentido del texto de St 5.
a) El Papa Inocencio I. (año 416, D 99; DS 216). Liga el texto de St a la unción de los
enfermos y afirma que pueden ungir el presbítero, cualquier fiel y por supuesto, el obispo,
quien consagra el crisma. Dice que no puede ser aplicado a los penitentes, a quienes se le
niegan los otros sacramentos.
530
b) San Agustín (en "Speculum de Scriptura Sancta"). Recomienda el uso de imposición de
manos a cualquier cristiano que esté necesitado. El mismo, como obispo, estaba dispuesto a
imponer las manos sobre los enfermos que se lo piden.
c) Cesareo de Arlés (comenta el pasaje de St 5). Quien se mejore en la Iglesia, merecerá la
salud corporal y el perdón de los pecados. Aconseja ir a la Iglesia a recibir la unción.
Existen también autounciones (en la línea del sacramento popular). Cesareo relaciona la
unción con la eucaristía.
d) Texto de Casiodoro (540-570). Es un resumen interpretativo de St 5,12-20. Aunque no
tiene elementos de particular relevancia advierte una apertura en dirección del perdón de
los pecados.
e) El Sermón de Eloy. El Obispo de Noyon combate el paganismo de la población
recientemente bautizada contraponiendo la unción a las prácticas diabólicas. Los efectos
directos del óleo son aquellos específicamente corporales, aunque se habla también de la
salud del alma, la remisión de los pecados.
f) Venerable Beda (735). Menciona casos de curaciones. También comenta el texto de St.
Existe la costumbre de que los enfermos sean ungidos por los presbíteros. Hace la primera
alusión clara al sacramento como distinta de la unción privada de la penitencia.
Conclusiones:
Se conoce y usa el texto de St. Es antiguo.
La unción conlleva promesa y esperanza de robustecimiento corporal y salud
espiritual.
Hay conciencia de que perdona los pecados.
Durante este período de praxis la recepción de esta unción va acompañada de la
eucaristía.
Ministros: presbíteros y obispos. Los laicos también actúan.
La unción se otorga a enfermos no extremadamente graves.
Perspectiva teológica: la unción no se debe orientar como sacramento de
moribundos, sino de enfermos.
531
4. Escolástica.
5. Concilio de Trento.
6. Trento - Vaticano I.
532
d) Cambia la materia (cualquier aceite vegetal) y la forma (fórmula orientada hacia
la salud: "te libere de tus pecados, te conceda la salvación, y te conceda la
salud").
EL MINISTRO
Junto con la nueva forma del sacramento, esta constitución ( ‘Apostolica sacram unctionem
infirmorum’) enfatiza el aspecto de la curación interna y externa del hombre. Expresa
además que el efecto se atribuye a la gracia del Espíritu Santo, en continuidad con el
pensamiento de la carta de Santiago.
En cambio, el "Ordo Unctionis infirmorum eorunque pastoralis curae" se inserta en el
cuadro general de la pastoral de los enfermos a modo de elemento cumbre. El texto se abre
con un conjunto de premisas (Nº 1-41) seguidas de normas doctrinales y disciplinares, que
son absolutamente indispensables para la recta comprensión y celebración de los nuevos
ritos.
534
El nuevo rito de la unción incluye un acto penitencial introductorio, en el que en caso dado,
puede introducirse la confesión personal de los pecados, con la absolución sacramental, una
lectura bíblica, y un texto de letanías. La unción de enfermos puede administrarse también
dentro de la misa, entre el culto de la Palabra y el sacrificio. El nuevo rito entiende
acertadamente la unción de enfermos como apostolado por los enfermos y como servicio de
amor cristiano. El cuidado del enfermo culmina en la ayuda sacramental de la santa unción,
que puede reiterarse en los pacientes crónicos.
535
TESIS - 52
E. EL MATRIMONIO
INTRODUCCION
1. Antiguo Testamento
a) Génesis 2 (J).
No es bueno que el hombre esté solo.
Dios decide hacerle ayuda adecuada, que no encuentra en las cosas.
Mujer sacada del hombre: se explica la misteriosa atracción.
El hombre la acoge como algo suyo.
Una sola carne: separar a ambos es como separar a un hombre.
Está recalcado el aspecto de realización de la pareja y desdibujado el de procrear.
Amor en primer plano.
La pareja humana se presenta como comunidad de vida y de relaciones interpersonales. El
objeto es introducir en el misterio del amor humano. Es una interioridad que va más allá de
lo sexual.
b) Génesis 1 (P).
1,27: "Y creó Dios el hombre a imagen suya: a imagen de Dios los creó. Macho
y hembra los creó".
La pareja humana es imagen de Dios.
Les da órdenes de ser fecundos, multiplicarse y llenar la tierra.
536
Procreación en primer plano.
La procreación se presenta como una bendición de Dios. Parte de lo que tiene que hacer la
pareja es la bendición de la vida.
Matrimonio y fecundidad: En Israel, la vida conyugal en general aparece bastante
subordinada a la procreación. Los hijos son fruto de la promesa de Dios (Gn 9,1; 12,2). Los
hijos son fruto de la alianza (Ex 23,25-26; Dt 7,14). La esterilidad se ve como castigo de
Dios, por faltas especialmente graves (Lv 20,20-21). Una de las más temidas maldiciones
de Dios es la esterilidad (Os 9,14). Se trata de salir de esa situación de esterilidad (Gn
16,1-2; 30,9). A esta misma actitud responde la instauración del levirato (Dt 25,5-10). Los
salmos ven la fecundidad como signo de la bendición divina (Sal 127,2-4; 128,3)
c) Génesis 3.
El pecado introduce la división en la pareja humana, en la comunidad de amor.
Experimentan la soledad.
"La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". Se ha roto la
solidaridad.
Desunión también con Dios. Con el pecado queda desfigurada su imagen de
Dios.
El demonio incita al pecado, quiere que fracasen. Gn 3,16: el demonio incita al
predominio de lo genital desordenado por sobre el amor de complementariedad.
Vergüenza mutua: no transparencia en la relación.
La relación se transforma en dominio.
La muerte y el dolor son consecuencias del pecado.
Consecuencias: El hombre deberá enfrentar las dificultades de la vida. El trabajo. Se alude
a la muerte: "en polvo te convertirás". La mujer será dominada por el hombre. Fatigas en el
parto, dolor.
En el AT la fecundidad es una bendición de Dios, y la esterilidad, una maldición y oprobio,
salvo después del exilio, cuando se evoluciona al respecto. Esto está ligado a la riqueza que
significa tener hijos. La descendencia.
537
desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la
despedirá de su casa".
Puede ser libelo de repudio a su mujer porque le desagrada.
Ella puede volver a casarse.
El primer marido no puede volver a tomarla.
Ml 2,14: Yahveh odia el repudio, él es testigo de la esposa de la juventud.
Ambos son un solo ser.
2. Nuevo Testamento.
a) Sinópticos.
En general, Jesús usa para sí el título de novio reivindicando un título propio de YHWH en
el AT. También emplea el ejemplo de la boda para tipificar el reino de los cielos.
Categorías esponsales (Jn 3,29; Mt 25,1-3: las vírgenes; Mt 22,1-14; Jn 2).
Mt 19,3-9. Hay que estudiar estas palabras en el contexto de Mt 5,48. "Es permitido
repudiar a las mujeres por cualquier cosa" (motivo). La pregunta acerca del motivo del
repudio refleja la cuestión de escuela. La respuesta de Jesús es en base al relato de Gn 2 y
acentuando que "lo que Dios unió que no lo separe el hombre". Jesús enfatiza diciendo que
ya no son dos sino una sola carne. Proclama la indisolubilidad.
Objeción escriturística: la posibilidad de divorcio en Moisés. Respuesta: en el principio no
fue así. Jesús establece el orden primero. El hombre que repudia y se casa, adultera. El
"salvo en caso de fornicación" (me epi porneia) se refiere a matrimonios ilícitos para los
cristianos, que no pueden ser mantenidos al convertirse (Lv 18).
Mc 10,1-12. Es lícito a un hombre repudiar a su mujer (repudio general). Paralelo al
anterior, pero tiene la referencia al repudio hecho por la mujer y a su adulterio en el caso de
nuevo matrimonio.
Mt 5,31-32: "habéis oído que se dijo no cometerás adulterio. Pues yo les digo: todo hombre
que desea, adultera en su corazón". El repudio es exponer a la mujer al adulterio: luego no
puede volver a casarse. El que se casa con repudiada comete adulterio. La adúltera es
puesta en peligro.
Lc 16,18. Composición de Mt 19 y Mt 5.
Resumen:
1) No se puede repudiar.
538
2) Casarse con repudiada es adulterio.
3) Régimen de divorcio fue excepcional.
4) Salvo caso de fornicación: Los griegos lo interpretan del adulterio. Jerónimo y
otros, de separación de cuerpos. Lo probable sería la unión irregular.
Los incisos de aparente excepción de Mateo: Mt 5,32 y 19,9. La Iglesia oriental y los
protestantes lo han entendido como adulterio. Para Santo Tomás es el divorcio incompleto,
que es la simple separación de cuerpos, en caso de adulterio. La interpretación filológica
dice que significa que "ni siquiera en caso de adulterio". La palabra clave es "porneia", que
significa una falta moral de índole sexual, en la que cabe la fornicación de dos personas que
no están casadas. También es "porneia" el matrimonio mixto de israelita con pagano, las
relaciones "contra natura", las relaciones homosexuales, el adulterio de la mujer y cualquier
unión sexual contraria a Lv 18,1-20, que es la legislación canónica judía. Una de las
excepciones es el matrimonio nulo, porque traspasa las prescripciones del levítico. A esto
se podría referir esta frase intercalada en el evangelio.
Mc 12,18-27. El caso de la mujer casada con siete hermanos. No hay matrimonio en el
cielo porque no mueren, no es necesaria la procreación.
b) San Pablo.
1Co 7.
Es lícito casarse y usar del matrimonio. Alguna vez es necesario.
Ambos cónyuges tienen derecho mutuo para relaciones sexuales, pero las pueden
dejar por motivos elevados.
Tiende a considerar el matrimonio como un recurso para los que no pueden ser
célibes. Para Pablo es una concesión.
La mujer separada no puede volver a casarse.
Privilegio paulino es del cónyuge que se convierte, y la otra parte quiere
separarse por motivo de la conversión. Si se separan quedan libres (1Co 7,15ss).
Segundas nupcias permitidas, pero en el Señor, probable inferencia a que sea con
un cónyuge cristiano.
Consideración de la mujer disminuida. Posiblemente como un contrapeso a
igualación cristiana de mujer y hombre, lo que podría traer estabilidad.
Hay un mayor aprecio por la virginidad, en lo que puede influir el pensamiento
escatológico.
Pablo valora el matrimonio, pero la resurrección de Jesucristo es la plenitud del don de
Dios, nuevo Adán, nadie puede participar de la bendición, sino en identificación con él.
Esta unión a Cristo es concebida como una unión conyugal. Aquí se da el privilegio
paulino.
539
Hay un discurso unitario, armónico y completo sobre el matrimonio. Los otros
textos sólo dan buenos consejos sobre la vida conyugal.
La referencia al Cristo esposo, y a la Iglesia esposa en referencia al noviazgo y
bodas. Cristo es el novio perpetuo que ama a su esposa y la hace santa e
inmaculada.
Se apela al ideal matrimonial, que existía antes del pecado, afirmando que la
unión total e indisoluble de Adán y Eva, antes del pecado, representa la unión de
Cristo y la Iglesia y remite a ella.
El matrimonio, según Ef 5, tiene que modelarse según la unión total de Cristo y
la Iglesia. Está inserto en el misterio, y encuentra en él su propia significación.
Se tiene así la relación Cristo-Iglesia, imagen divina.
El matrimonio se sitúa en relación al misterio pascual y participa del amor
salvífico de Cristo. Los esposos cristianos entran como parte cualificada del
misterio de la muerte y resurrección. Y en la misión salvífica e incorporante al
cuerpo místico. Por el matrimonio, los esposos participan en el nacimiento de
nuevos hijos de Dios.
La plenitud de la ley expresada en la indisolubilidad del matri monio: Jesucristo restablece el ideal querido por
Dios en un principio para el matrimonio. Esto está en valorar y vivir el compromiso definitivo. La propiedad
de la unidad en tiempos de Cristo ya estaba adquirida, valorada y asumida en Israel. En cambio, la
indisolubilidad se debatía todavía. Uno de los aportes de Jesucristo es la indisolubilidad. Es una enseñanza
expresa de Cristo, y es una novedad respecto a la ley antigua. Hay cinco textos: Mt 5,31-32; Mc 10,1-12; Lc
16,18; 1Co 7,10-11; Ef 5,31.
El matrimonio y el celibato por amor al Reino de los cielos son los dos caminos que
propone Jesucristo para vivir la sexualidad. Uno de los textos en que se enseña el valor del
celibato viene a continuación inmediata de la discusión sobre la indisolubilidad en Mt
19,10-12. Los apóstoles han quedado preocupados por la enseñanza de Jesús. Se estima que
esta es una construcción de la Iglesia primitiva, que son enseñanzas de Jesús dichas en otro
momento. La Iglesia quiere mostrar que si es difícil el matrimonio, es tanto más difícil el
celibato por autoimposición para construir el Reino.
Jesucristo inaugura un camino que no estaba en el Antiguo Testamento. No es que en la
antigüedad se desconociera la virginidad. Había otros pueblos donde se consagraban
vírgenes a los dioses. Lo novedoso es la razón. Es para construir el Reino. Esto hay que
entenderlo en la perspectiva del pueblo judío, que no valoraba la virginidad en el Antiguo
Testamento. Toda mujer tenía la secreta esperanza de ser la madre del Salvador.
540
Is 7,14 dice que de una virgen nacerá el Emmanuel. Se dice que el Salvador nacerá de una
que no cuenta, porque es virgen. Es lo marginado, lo pobre. Esto se ratifica en Jc 11,29ss,
donde se narra el episodio de Jefté, que es un juez de Israel, que está luchando con pueblos
vecinos, y promete a Dios que el primer ser vivo que encuentre a su regreso, lo sacrificará
en su honor. La primera persona que ve es su hija. Esta pide a su padre que la deje ir a la
montaña a llorar, no porque va a morir, sino porque va a morir virgen.
La virginidad es algo ilógico antes de Jesucristo. Pero al llegar El descubre el sentido
profundo de ésta, que tiene dos grandes valores, que se integran mutuamente:
1) Valor carismático (es un don, una gracia de Dios para construir el reino sin el
corazón dividido, para el servicio del Cuerpo de Cristo).
2) Valor escatológico (Cristo resucita con su cuerpo glorioso. La sexualidad como
intimidad es de las experiencias que pasan. La virginidad escatológica es hacer
presente ahora lo que es del futuro. Es vivir en el encuentro adelantado de esa
experiencia. El gran matrimonio es el de Dios que se quiere casar eternamente
con la humanidad. El célibe adelanta esta condición).
El matrimonio es sacramento. El celibato no es sacramento. El matrimonio es signo eficaz,
pero es signo. El celibato es más que sacramento, no significa sino que actualiza. Así se
entiende la pregunta que los saduceos hacen a Jesucristo sobre la mujer que tuvo siete
maridos. Jesucristo responde que vamos a ser como ángeles, en el sentido de que no habrá
experiencia de intimidad genital, que es de este mundo.
Defienden:
Derecho a las segundas nupcias.
Primacía de la virginidad por el reino.
Derecho a casarse contra rigoristas.
Indisolubilidad.
541
Jerónimo. Contra el matrimonio, separa al cónyuge que ha tenido relaciones sexuales de la
eucaristía por uno o dos días. Su preocupación es la exaltación sexual y la primacía de la
virginidad.
Agustín ve en el matrimonio tres bienes:
a) Prole, procreación.
b) Fides, mutua fidelidad de los esposos y compenetración.
c) Sacramentum, significa unión de Cristo e Iglesia.
Estima que el acto sexual debe orientarse sólo a procrear. Si tiene otro objetivo es pecado
venial.
Justino (542) permite el divorcio y nuevo matrimonio para cristianos. La Iglesia griega lo
permite y lo justifica con el "epi porneia".
Resumen:
a) El matrimonio es lícito pero es mejor la virginidad.
b) Es indisoluble.
c) Es uno. Hablan poco porque estaba consagrado por la ley.
d) Adulterio no se puede cometer.
e) Segundas nupcias son permitidas (salvo Tertuliano), pero mejor es la viudez.
f) No se trata expresamente como sacramento, como signo eficaz de la gracia.
g) Su fin es la procreación.
EDAD MEDIA
El matrimonio es una institución civil que debe ser regido por la razón. No es sacramento,
puesto que no hay rito alguno al cual se le haya asegurado la concesión de la gracia.
Aceptan el divorcio basado en el texto de Mateo, pero admiten otras causales. El acto
sexual es lo mismo que la fornicación, pero no es imputado dentro del matrimonio.
TRENTO
Carácter sacramental "la gracia que perfecciona aquel amor natural y confirmará la unión
indisoluble y santificará a los cónyuges..." insinúa Pablo en Ef 5,25. Trento no quiso decir
que Pablo declara el carácter sacramental, sino que se restringe al "insinúa" (D 969; DS
1799).
El Matrimonio es sacramento y confiere la gracia (D 971; DS 1801).
Monogamia (D 972; DS 1802).
Derecho de la Iglesia a estatuir sobre los impedimentos (D 973; DS 1803).
Indisolubilidad (D 975; DS 1805), pero en forma indirecta, para no ir en contra
de los griegos (D 977; DS 1807).
Superioridad del estado de virginidad (D 980; DS 1812).
PROBLEMATICA ACTUAL
543
TESIS - 53 -
La institución natural es la que es necesaria para el bien de esa misma naturaleza y a la que
ésta inclina espontáneamente. La unión estable de hombre y mujer es de este tipo. Esta
afirmación se opone a concebir el matrimonio como una institución nacida de la mera
costumbre o convención social. El carácter natural estable se deriva de la necesidad de esa
estabilidad para encontrar un verdadero apoyo mutuo y para educar eficazmente a los hijos.
El matrimonio como institución natural (de derecho divino positivo) según el relato del
Génesis además es un derecho restaurado por Cristo.
El consentimiento en el acto por el cual, cada una de las partes da y acepta el derecho
perpetuo y exclusivo, para llevar vida común, y para los actos de suyo aptos para la
generación de la prole.
Florencia: causa eficiente es el consentimiento mutuo (D 702; DS 1327). Florencia zanja la
disputa entre las escuelas de Bolonia (Graciano: matrimonio es imperfecto y disoluble antes
de la consumación) y París (Pedro Lombardo: matrimonio es perfecto e indisoluble antes de
la consumación).
Trento: los matrimonios ratos no consumados pueden disolverse (D 976; DS 1806). El
consentimiento basta para constituir válido el matrimonio, no se requiere la consumación.
1
La poligamia tiene dos formas: La poliginia, que consiste en la sociedad de un hombre con varias mujeres; y la
poliandria, que es la sociedad de una mujer con varios hombres.
544
Es un contrato por el cual cada uno da derecho al otro sobre su persona. Es un contrato
voluntario, pero que una vez celebrado queda regido por la ley natural y la ley positiva. No
se puede celebrar el matrimonio fijando todas sus modalidades (plazo, condiciones de no
procrear, no derecho a cópula). La cópula añade una perfección accidental al matrimonio.
Naturaleza del contrato matrimonial: El matrimonio "in fieri" es un contrato consensual, que consiste en el
consentimiento mutuo arriba descrito. Tal es la naturaleza del matrimonio. Hay analogía entre matrimonio y
contrato real.
4. Carácter sagrado.
Los papas han insistido en este carácter sagrado del matrimonio natural. Proviene del
origen del matrimonio en Dios como legislador y creador; y del fin que es el apoyo mutuo
de dos seres que están unión con Dios y a la procreación llamados a la de nuevos hijos de
Dios, imágenes suyas. Según Ef 5,32, el matrimonio por la cita del Gn es misterioso
respecto de Cristo y de la Iglesia. Siempre fue símbolo de la unión de Cristo a la humanidad
en la Iglesia. Fue una imagen de la encarnación. Según algunos teólogos no sería
sacramento de la antigua ley, pues no fue instituido por Dios en calidad de rito simbólico.
La elaboración del matrimonio como sacramento coincide con el apogeo de la escolástica,
en los siglos XI-XIII. Pero no surge sólo desde ese momento. Hay antecedentes que recoge
la escolástica. Hay un recurso histórico. Hay algunos aportes de la patrística.
San Cirilo de Jerusalén dice que Cristo bendice la vida conyugal y la introduce en el orden
de la redención a través del milagro de Caná. Se introduce en la economía de la salvación.
Teruliano dice que el Padre Celestial protege la unión conyugal de los fieles y los rodea con
su gracia.
545
a) Teoría de la cópula (canonistas: Decreto Graciano), cultivada en Bolonia
(experiencia del mundo germánico bárbaro).
b) Teoría del consentimiento (teólogos: Hugo de San Víctor, Pedro Lombardo),
elaborada en París.
Entre los siglos XI y XII aparece una explicación bíblica usada en la liturgia de Ef 5,32. La
Iglesia profundiza esta idea. El matrimonio es santo y bueno porque es sacramento. Esta
sacramentalidad es en referencia a Cristo con la Iglesia. Eso surge con la bendición nupcial
del sacerdote (siglo XI).
En los siglos XII y XIII surge la corriente de que el sacramento coincide con el matrimonio.
Por tanto, según sea lo que define el matrimonio, allí estaba el sacramento. La tesis que
prevalece es que el consentimiento simboliza la unión de Cristo con la Iglesia y que en la
consumación se plenifica.
La encíclica "Casti connubii" afirma que en matrimonio natural hay algo de sacro y
religioso no recibido de los hombres, que resulta de: su origen divino, siendo su fin unir a
los esposos a Dios, su ayuda mutua, y en el amor sirven a Dios, junto con engendrar y
educar a los hijos para Dios.
POTESTAD DE LA IGLESIA SOBRE EL MATRIMONIO
La Iglesia posee derecho propio y exclusivo para legislar y juzgar en todas las cuestiones
relativas al matrimonio de los bautizados, en cuanto éstas conciernen al sacramento. El
Concilio de Trento definió, contra los reformadores, que la Iglesia tenía el derecho de
ampliar los impedimentos de consanguinidad y afinidad enumerados en Lv 18,6ss, y de
fijar otros impedimentos dirimentes, de dispensar de algunos (D 973s; 979; DS 1803s1809)
y de entender en las causas matrimoniales (D 982; DS 1812). El Papa Pío VI condenó como
herética la afirmación del sínodo de Pistoia (1786) según la cual la Iglesia no tendría poder
por derecho propio, sino únicamente en virtud de un derecho recibido de la autoridad civil,
para establecer impedimentos dirimentes no para dispensar de ellos (D 1500a; 1558-1560;
cf. 1768-1770; DS 2598; 2658-2660; 2968-70). Los comienzos de una legislación
eclesiástica propia sobre el matrimonio está ya en 1Co 7. Desde el siglo IV algunos sínodos
establecen impedimentos dirimentes. Los emperadores cristianos reclamaron el derecho de
legislar sobre el matrimonio, pero tenían en cuenta a la Iglesia. En la alta edad media se fue
imponiendo la exclusiva competencia de la Iglesia en la legislación y jurisdicción
matrimonial. El fin de este proceso lo marca el Decreto de Graciano (hacia 1140)1.
1
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 6 ed. Barcelona: Herder 1969, p. 689.
546
TESIS - 54
a) Algunos sostienen que en la descripción del texto están dadas todas las condiciones para
que sea un verdadero sacramento de la nueva ley:
i. signo sensible, el don mutuo y mutua aceptación de los esposos, que se hace
con una manifestación externa que atestigüe el asentimiento de las voluntades;
ii. signo figurativo de la gracia, ya que es símbolo de la unión de Cristo con la
Iglesia realizada por medio de la gracia;
iii. signo productivo de la gracia, al marido se exige un amor de caridad a ejemplo
de Cristo, a la mujer, sumisión perfecta por motivo de la fe.
c) Otros buscan una explicación más matizada, ampliándose la teoría del signo en San
Pablo y en el NT. Los signos de la antigua ley son proféticos, y los de la nueva ley,
conmemorativos (que actualizan las realidades ya pasadas) y también eficaces, adquiriendo
Ef 5,32 un alcance distinto. La unión de Cristo y de la Iglesia es unión operada en la gracia
y por la gracia, de igual modo, entre los esposos.
La lista de los siete sacramentos comienza a circular en la Iglesia en los siglos XI-XII, y
siempre figura el matrimonio. Del matrimonio se decía que era un signo sagrado, pero no
con la eficacia salvífica. El sacramento es un signo eficaz de salvación. Eficaz significa que
produce lo que significa, es decir, produce la gracia. Esto se acepta en el siglo XIII.
El II concilio de Letrán de 1139 condena a los que desprecian la unión conyugal legítima.
Es un pronunciamiento en contra de los cátaros, herejes que siguen la línea del
maniqueísmo (D 367; DS 718).
En 1184, en el Sínodo de Verona, por primera vez en un documento se habla del
matrimonio, colocándolo en el mismo nivel del bautismo, de la eucaristía y de la penitencia
(D 402; DS 761).
En el siglo XIII, el concilio de Lyon, en 1274, habla de los siete sacramentos y menciona el
matrimonio entre ellos (D 465-466; DS 860s).
En el siglo XV, en 1439, en el concilio de Florencia, en el Decreto a los armenios, se
enumera el matrimonio entre los siete sacramentos, los cuales no se limitan a simbolizar,
sino que confieren la gracia a los fieles que los reciben con disposición. El matrimonio lo
constituye normalmente el consentimiento mutuo (D 702; DS 1327).
Esencia del matrimonio: El sacramento del matrimonio consiste esencialmente en el contrato matrimonial.
Por tanto, hay identidad entre contrato y sacramento. El sacramento consiste en el contrato mismo. Así lo
enseña el Concilio de Trento (D 990: DS 813s).
No puede concebirse contrato matrimonial válido entre bautizados, que no sea sacramento
(D 1640; DS 3145). Los papas Pío IX (D 1640), León XIII (D 1854; DS 3145), Pío XI (D
2237; DS 3713) y actualmente CIC 1055 declaran que en el matrimonio cristiano el
sacramento es inseparable del contrato matrimonial.
MATERIA Y FORMA
MINISTRO
En cuanto al ministro, en el matrimonio son los contrayentes. Los que se dan el sacramento
son los propios cónyuges. El sacerdote es un testigo cualificado. La forma jurídica eclesial
del matrimonio es requisito para la validez. El consentimiento que no se da respetando la
forma jurídica eclesiástica no es válido, es como si no se diera. Pero esto no hace que el
sacerdote sea el ministro.
548
Entre cristianos no puede haber matrimonio que no sea sacramento. Hay dos tipos de
efectos.
Este primer efecto es el vínculo conyugal. Es decir, cada vez que los cristianos ponen ese
gesto de donación y aceptación mutua con la intención de establecer un vínculo, surge este
vínculo matrimonial. Este primer efecto es independiente de la vida de la gracia de las
personas que contraen.
Efectos del contrato: el vínculo matrimonial y sus propiedades. Este vínculo conyugal
tiene dos propiedades esenciales, que son la indisolubilidad y la unidad.
549
disolución del vínculo anterior por la muerte de uno de los cónyuges (1Co 7,39; Rm 7,2;
1Tm 5,14; D 465; DS 860).
Es la dimensión de signo eficaz. Estos son las gracias del sacramento. Produce lo que
significa. Se puede distinguir:
a) Gracia santificante.
b) Gracia sacramental habitual, es decir, una calidad estable de la gracia
santificante orientada hacia los fines del matrimonio.
c) Existen también gracias actuales especiales necesarias para los esposos o gracias
específicas del matrimonio, para cumplir los deberes de estado (amor,
indisolubilidad y santificación de los esposos, educación de los hijos, castidad
conyugal). Para esto tiene que haber disposición espiritual previa.
Para que se produzcan los efectos, hay que tener la disposición de hacer lo que hace la
Iglesia. El matrimonio goza del favor del derecho. Esto significa que la invalidez hay que
probarla.
Como el sacramento y el contrato matrimonial son una misma realidad, la Iglesia, al tener
poder sobre el sacramento lo ha de tener también sobre el contrato. Sin embargo, no tiene
competencia directa sobre los matrimonios de los no bautizados. En forma indirecta, lo
tiene sobre aquellos en que uno es bautizado.
550
TESIS - 55
ESCATOLOGIA Y ESPERANZA
El hombre corporal y mundano está sometido a las coordenadas de los seres materiales, es
decir, al espacio y tiempo. Por tanto, el hombre es en el mundo y en el tiempo, y desde ese
ámbito él se pregunta: ¿quién soy? (antropología), ¿qué debo hacer? (moral), ¿para qué?
(sentido de la vida). Frente a esta última pregunta él tiene dos opciones: camino del absurdo
(1Co 15,32) o camino de la trascendencia, ya sea por vía natural o por la fe.
La escatología versa sobre el futuro absoluto y último del hombre. La escatología es la
reflexión creyente sobre el futuro de la promesa aguardado por la esperanza cristiana. La
pregunta en torno al futuro se hace acuciante para el ser humano, si quiere dar sentido a su
actual existencia. Sin un cierto saber acerca del futuro, el presente carece de significado. La
escatología se ocupa de lo que da sentido al presente y de lo que se está gestando en el
presente. Por una parte, el futuro es novedad improyectable e indescriptible. Por otra parte,
se ha dicho también que la salvación, objeto de nuestra esperanza, no es para el NT una
magnitud exclusivamente futura, puesto que en Cristo tenemos ya su real anticipación. Lo
que esperamos como fin de la historia está esbozado en la historia de Jesús. La escatología
puede contar con un lenguaje inteligible porque arranca de una determinada realidad
histórica y enuncia el futuro es ésta. La escatología cristiana habla de Jesucristo y del futuro
de éste.
La escatología es un sector ineludible de la antropología teológica desde que ésta
comprende al hombre como ser histórico. A un ser de este tipo le es propio el pronóstico
del futuro en cuanto momento interno de su presente. Rahner dice que el saber escatológico
es el saber sobre el presente escatológico. El hombre tiene que saber su futuro porque es en
devenir hacia lo futuro. Pero de forma que ese saber sobre el futuro pueda ser un elemento
del saber sobre su presente. VON BALTHASAR dice que la escatología es una cristología
desarrollada: cuanto pueda decirse sobre el futuro absoluto desde la esperanza está
prefigurado en el acontecimiento central de la historia que es Jesucristo. El es el
fundamento de nuestra esperanza y, simultáneamente, el contenido de la misma1.
La escatología a lo largo del siglo XX, se ha convertido en uno de los terrenos más
debatidos de la teología actual. Según MOLTMANN, la escatología ha dejado de ser un
epílogo de la dogmática para convertirse en una constante de la teología actual.
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp. 28-30.
551
como tampoco ninguna de ellas se encuentra irremediablemente cerrada a la Gracia. El
Dios que se promete y ofrece, en el NT, como futuro del hombre, es el mismo que lo ha
creado. No es la historia, sino el pecado lo que separa al hombre de Dios1.
2. Lo escatológico en la revelación
a) Etapa Pre-escatológica.
b) Etapa Protoescatológica.
1
Cf. J. NOEMI, Teología del mundo II: Escatología, 2 ed. Santiago: Seminario Pontificio 1989, pp. 114-117.
552
de juicio y de salvación, salvación que en adelante se ve bajo una perspectiva cada vez más
universal y cósmica. Sobre todo en Deuteroisaías (Is 40-55), la esperanza se centra en una
renovación total de la humanidad y del mundo operada por Dios, en el nuevo cielo y en la
nueva tierra. Bajo la influencia de la doctrina griega sobre el alma y su inmortalidad, en la
literatura sapiencial la escatología gira hacia el individuo (Sb 2,23; 3,1.4; 9,15). Finalmente,
para la escatología de esa época es decisiva la esperanza de que la muerte individual del
hombre es superada por Dios Sal 49,16; 73,23-26).
d) Escatología trascendental.
553
vida y la esperanza escatológica, que garantiza la resurrección (Jn 6,54). Una escatología
cósmica es la que aparece en Ap, que remitiéndose al AT habla de la resurrección de los
muertos, del juicio universal y del nuevo cielo y la nueva tierra (Ap 20,11-21,5).
1
Cf. W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Herder 1990, pp. 252-253.
2
Cf. W. BRUGGER, Diccionario de filosofía, 7 ed. Barcelona: Herder 1972, p. 508.
3
Cf. C. TEJEDOR, Historia de la filosofía. Madrid: SM 1991, pp. 34-35.
554
propio: el tiempo físico. Además del tiempo propio de todo ser, se habla del tiempo
imaginario1.
TIEMPO Y SALVACION
El hombre se encuentra abocado a un futuro absoluto. La vida del hombre sería absurda si
lo llevase hacia su propia finitud. Por tanto, la existencia humana tiene sentido únicamente
en el encuentro con un futuro absoluto. La Palabra de Dios contiene una promesa que
garantiza el futuro humano como futuro absoluto. Dios quiere que el hombre se salve. La
vocación del hombre es la salvación; y la forma de vivir hacia esa promesa es la esperanza;
y la base, el fundamento de esta esperanza es Jesucristo.
SALVACION EN EL TIEMPO
1
Cf. BEINERT, op. cit., pp. 710-711.
556
Esta "vía negationis" corresponde al momento "discontinuidad" o "novedad
absoluta" para el futuro trascendente. La Escritura avala la licitud de tal analogía
por negación (Mt 22,30; 1P 1,4; Ap 21,4). Junto a la "via negationis", está
también la "via affirmationis". A pesar y dentro de la ruptura, hay una
continuidad. La salvación escatológica se ha hecho histórica con el
acontecimiento de Cristo, de manera que lo sucedido en él sucederá en nuestra
existencia y la del mundo (Mt 5,8; Mc 14,25; 1Co 15,20). La dialéctica
negación-afirmación corresponde a la de discontinuidad-continuidad. La
escatología ha de hablar, no sólo de semejanza, no sólo de diversidad; sino de
semejanza en la diversidad, y viceversa1.
b) Profético: En el sentido de hablar de realidades futuras, mas no para describir lo
que va a suceder absolutamente, sino para mantener abierta la historia a la libre
determinación de sus actores: Dios y el hombre (Is 7,14).
c) Simbólico: Símbolos que tratan de expresar lo que las palabras no pueden; y el
criterio de interpretación de todo símbolo es Cristo Jesús muerto-resucitado.
La Biblia se abre y se cierra con notaciones temporales (Gn 1,1; Ap 22,20). Por tanto en
ella se capta a Dios en sus intervenciones en la tierra, que hacen de la historia del mundo
una historia sagrada. Por eso puede la revelación bíblica responder a las cuestiones que la
conciencia humana, marcada por el devenir, se plantea a propósito del tiempo, ya que ella
misma es de estructura histórica. El acto creador de Dios marca un comienzo absoluto, de
modo que a partir de él toda duración pertenece al orden de las cosas creadas. Pero Dios
preexistía a este tiempo.
El tiempo, obra de Dios, sirve, pues, de marco a una historia que nos atañe. Este tiempo no
es una forma vacía, una pura sucesión de instantes yuxtapuestos. Es la medida de la
duración terrenal, tal como se presenta concretamente: primero una duración cósmica,
polarizada por la venida del hombre; luego una duración histórica, marcado su ritmo por
generaciones, en la que la humanidad caminará hacia su fin. Dios es trascendente respecto a
esta doble duración. El hombre vive en el tiempo; Dios en la eternidad. La palabra hebrea
"ôlam", diversamente traducida (siglo, eternidad, mundo), designa una duración que rebasa
la medida humana. La Biblia, para hacer comprender la naturaleza de esta duración de la
que no tenemos experiencia, la opone al carácter transitorio del tiempo cósmico (Sal 90,4) y
del tiempo humano (Sal 102,12s). Mientras que Gn miraba a Dios en el principio, en su
acto creador, Pr lo contemplan antes del tiempo, desde la eternidad, cuando no había cerca
de él más que la Sabiduría (Pr 8,22ss). Esta eternidad confunde a Job (Jb 38,4). La Biblia
logra por tanto conciliar la conciencia de la trascendencia de Dios con la certeza de su
intervención en la historia. Se sustrae así a una doble tentación: la de divinizar al tiempo (el
dios Khronos del panteón griego), o la de negarle frente a Dios todo significado, como lo
hace el Islam.
Dos aspectos se superponen en la experiencia humana del tiempo: el que regula los ciclos
de la naturaleza (tiempo cósmico) y el que se desarrolla a lo largo de los acontecimientos
(tiempo histórico). A ambos los dirige Dios y los orienta juntos hacia un mismo fin. El Dios
creador estableció también los ritmos a que obedece la naturaleza (Gn 1,5; 1,14; 8,22). El
AT, al eliminar de su calendario religioso todas las referencias a los mitos politeístas, no
por eso desechó la sacralidad natural de los ciclos cósmicos (Ex 23,15-16; 34,22; Lv 23,16;
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 40-41.
557
23,34-43; Dt 16,13; 26,1; 1S 20,5; Am 8,5; Is 1,13). Las celebraciones tradicionales se
fueron transformando en memoriales de los grandes actos de Dios en la historia (Lv 23,43).
Finalmente, la consagración religiosa del tiempo penetra en el ciclo cotidiano, en el que los
rituales señalan sacrificios, ofrendas y oraciones a horas fijas (2R 16,15).
El tiempo cósmico es de naturaleza cíclica. Pero la Biblia está dominada por otra
concepción del tiempo que corresponde a su representación de la historia. La historia no
obedece a la ley del eterno retorno. Está orientada por el designio de Dios que en ella se
desarrolla y se manifiesta. El tiempo histórico difiere cualitativamente del tiempo cósmico,
al que asume transfigurándolo a imagen del hombre. Primitivamente tenía Israel una noción
familiar de la duración: se contaba por generaciones (Gn 2,4; 5,1). A partir de la monarquía
se cuenta por reinados. Más tarde vendrán las eras. La historia sagrada, que engloba todo el
destino del pueblo de Dios, se inscribe entre dos términos correlativos: un comienzo y un
fin1.
Con Jesús llegó el fin hacia el que estaban orientados los tiempos preparatorios. Este acto
último de Dios se inserta en forma precisa en la duración histórica (Mt 2,1; Lc 3,1; Rm
6,10; 1Tm 6,13, Hb 9,12). Jesús aceptó las etapas que exige toda maduración humana (Lc
2,40.52). Participó, pues, plenamente en nuestra experiencia del tiempo. Jesús desde el
comienzo de su predicación proclama claramente su tiempo (Mc 1,15). También, a todo lo
largo de su ministerio apremia a sus oyentes para que comprendan los signos del tiempo en
que viven (Mt 16,1ss). Finalmente, llora sobre Jerusalén que no ha sabido reconocer el
tiempo en que Dios la visitaba (Lc 19,44). Con Jesús ha llegado la plenitud de los tiempos
(Ga 4,4; Ef 1,10). En el desarrollo del designio de Dios se ha producido un acontecimiento
en función del cual todo se define en términos de "antes" y de "después" (Ef 2,12; Col
1,22). El tiempo de Jesús no está solamente en medio de la duración terrena: llevando al
tiempo a su cumplimiento lo domina enteramente.
1
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, pp. 889-892.
558
parte de los últimos tiempos, pero no por eso deja de tender hacia una plenitud futura. La
creación entera aspira a la revelación final de los hijos de Dios, a la redención de su cuerpo
(Rm 8,18-24). Sólo entonces se consumará la obra de Cristo (Ap 1,8). En ese día "siglo
presente" y tiempo de la Iglesia acabarán conjuntamente. El primero hundiéndose en una
catástrofe definitiva (Ap 16,17). El segundo, llegando a su total transfiguración (Ap 21,1;
21,23) en que los hombres habrán entrado en la eternidad de Dios1.
Diferencia del significado del tiempo bíblico y del tiempo griego: -El tiempo griego es
tiempo circular, eterno retorno, donde no hay cambio, no hay futuro. En griego hay dos
términos para referirse al tiempo: "crónos" (tiempo; duración; época; fecha. Duración de la
vida; edad. Parte de un año. Tiempo de un verbo. Demora, retraso. El Tiempo en cuanto
deidad); y "kairós" (medida conveniente; justa medida. Momento oportuno; tiempo
favorable; ocasión. Oportunidad, conveniencia. Ventaja, utilidad. Tiempo presente.
Estación. Lugar conveniente).
El tiempo bíblico avanza en la historia de la salvación, avanza su forma sublime en Cristo y
avanza hacia un futuro que da sentido a la vida. Hay una promesa de salvación que mueve
el corazón del hombre.
1
Cf. Ibid., pp. 894-896.
559
TESIS 56
EL MISTERIO DE LA MUERTE
LA MUERTE EN EL AT
1. Presencia de la muerte.
La revelación bíblica mira la muerte con lucidez en cualquier etapa en que se la examine:
muerte de los seres queridos, que provoca la aflicción (Gn 50,1; 2S 19,1); muerte en la que
cada cual debe pensar como en cosa propia, puesto que él también "verá la muerte" (Sal
89,49). Pensamiento amargo para quien goza de los bienes de la existencia, pero
perspectiva deseable para quien se ve agobiado por la vida (Si 41,1s; Jb 3,11-23; 6,9; 7,15).
Ezequías llora por su muerte muy próxima (2R 20,2s).
El difunto "no existe más" (Sal 39,14); primera expresión de inexistencia. En las creencias
primitivas conservadas por el AT, la muerte no es un aniquilamiento total. Al mismo
tiempo que se deposita el cuerpo en una fosa subterránea, algo del difunto subsiste en el
"sheol". Estos infiernos se conciben en forma muy rudimentaria: un agujero abierto, un
pozo profundo, un lugar de silencio (Sal 115,17), de perdición, de tinieblas, de olvido (Sal
88,12s; Jb 17,13). Allí, todos los muertos reunidos participan de una misma suerte
miserable (Is 14,9s), aun cuando haya grados en la ignominia (Ez 32,17-32); son entregados
al polvo (Jb 17,6; Sal 22,16; 30,10) y a los gusanos (Is 14,11; Jb 17,14). Su existencia no es
más que un sueño (Sal 13,4; Dn 12,2); ya no hay esperanza, ni conocimiento de Dios, ni
alabanza que se le dirija (Sal 6,6; 30,10; 88,12s; 115,7; Is 38,18). Dios olvida a los muertos
(Sal 88,6). Una vez franqueadas las puertas del "sheol" (Jb 38,17; Sb 16,13), no hay retorno
posible (Jb 10,21s).
Esta es la perspectiva que la muerte abre al hombre para el día en que haya de "reunirse a
sus padres" (Gn 49,29). El que el AT se quedara a este nivel de creencias hasta una época
tardía es un signo de que se negó a desvalorizar la vida.
El AT conserva lo esencial de los ritos fúnebres de las tradiciones seculares: gestos de dolor
(2S 3,31; Jr 16,16); entierro ritual (1S 31,12s; Tb 2,4-8), pues se tiene horror a los
1
Cf. J. NOEMI, Teología del mundo II: Escatología, 2 ed. Santiago: Seminario Pontificio 1989, pp. 195-198.
560
cadáveres sin sepultura (Dt 21,23; 1R 14,11; Jr 16,4); cuidado de las tumbas (Gn 23;
49,29-32; 50,12s); comidas funerarias (Jr 16,7), y hasta ofrendas en las tumbas (Tb 4,17).
Sin embargo, la revelación impone límites a estas costumbres, ligadas en los pueblos
circundantes con creencias supersticiosas: de ahí la prohibición de la incisiones rituales (Lv
19,28; Dt 14,1), y la proscripción de la nigromancia (Lv 19,31; 20,27; Dt 18,11), tentación
grave en un tiempo en que se practicaba la evocación de los muertos (1S 28; 2R 21,6). No
hay en el AT culto a los muertos.
La muerte es la suerte común de los hombres, "el camino de toda la tierra" (1R 2,2; 2S
14,14; Si 8,7). La muerte pone un sello a la fisonomía de cada uno: muerte de los patriarcas
"colmados de días" (Gn 25,7; 35,29); muerte misteriosa de Moisés (Dt 34), muerte trágica
de Saúl (1S 31). Ante esta necesidad, la vida es una sombra, un soplo, una nada (Sal 39,5ss;
89,48s; 90; Jb 14,1-12; Sb 2,2s); es una vanidad (Qo 3; Sal 49,8). Experiencia ante la que
nace una resignación desengañada (2S 12,23; 14,14). Sin embargo, la verdadera sabiduría
acepta la muerte como algo divino (Si 41,4), que subraya la humildad de la condición
humana frente a un Dios inmortal: el que es polvo vuelve al polvo (Gn 3,19). La muerte
vivida como drama es consecuencia del pecado original.
A pesar de todo, el hombre siente en la muerte una fuerza enemiga. Le da una fisonomía y
la personifica. Es el pastor fúnebre que encierra a los hombres en los infiernos (Sal 49,15);
penetra en las casas para segar las vidas de los niños (Jr 9,20). El AT recibe también la
forma del ángel exterminador (Ex 12,23; 2S 24,16; 2R 19,35), y hasta la de la palabra
divina que extermina a los adversarios de Dios (Sb 18,15s). Pero esta proveedora de los
infiernos insaciables tiene los rasgos de un poder subterráneo cuya aproximación hacen
presentir toda enfermedad y peligro. Así el enfermo se ve ya "contado entre los muertos"
(Sal 88,4ss); el hombre en peligro está cercado por las aguas de la muerte, las redes del
"sheol" (Sal 18,5s; 69,15s; 116,3; Jon 2,4-7). La muerte y el "sheol" son poderes en acción
en la tierra.
2. Sentido de la muerte
3. La liberación de la muerte
561
Dios salva al hombre de la muerte. Cuando se manifiesta en el hombre el dominio de la
muerte, no le queda más que llamar a Dios (Sal 6,5; 13,4; 116,3). Si es justo, puede esperar
que Dios "no abandonará a su alma en el sheol" (Sal 49,16). Una vez curado o salvado del
peligro, dará gracias a Dios por haberle librado de la muerte (Sal 18,17; 30; Is 38,17).
El pecador muere por su pecado; pero Dios no se complace en su muerte: prefiere que se
convierta y que viva (Ez 33,11). Si por enfermedad pone al hombre en peligro de muerte, es
para corregirlo: una vez que se haya convertido de su pecado, lo librará Dios de la fosa
infernal (Jb 33,19-30). De ahí la importancia de la predicación profética, que invitando al
hombre a convertirse, trata de salvar su alma de la muerte (Ez 3,18-21). Lo mismo se dice
del educador que corrige al niño para retraerlo del mal (Pr 23,13s).
En época tardía, la revelación anuncia un triunfo supremo de Dios sobre la muerte. Cuando
llegue su reinado escatológico destruirá Dios para siempre a esta muerte que él no había
hecho en los orígenes (Is 25,8). Entonces, los justos resucitarán para la vida eterna, y los
otros permanecerán en el eterno horror del "sheol" (Dn 12,2; Is 26,19). Ya los salmistas
formulaban la esperanza de que Dios los libraría del poder del "sheol" (Sal 16,10; 49,16).
La revelación ya había iluminado el enigma de la muerte de los justos testimoniando su
fecundidad. Es el caso del Siervo de Yahveh (Is 53,8-12).
LA MUERTE EN EL NT
Para la antropología semítica ninguna vida es posible sin corporeidad. La vida se expresa
en funciones del cuerpo.
El alma designa al hombre entero en cuanto animado por un espíritu de vida. Se expresa
por el cuerpo, el cual, al igual que la carne, designa también al hombre entero.
En la mayoría de las lenguas, los términos que designan el alma, "nefesh" (hebreo),
"psyché" (griego), "anima" (latín), se relacionan más o menos con la imagen del aliento. El
aliento, la respiración es el signo por excelencia del viviente. Estar en vida es tener todavía
en sí el aliento (Hch 20,10). En ciertos casos se considera el alma como principio de vida
temporal. Se teme perderla (Hch 27,22), se la querría poner en seguridad (Lc 21,19) cuando
se siente amenazada (Mt 2,20; Rm 11,3). Y viceversas, no hay que preocuparse
excesivamente por ella (Mt 6,25p), sino arriesgarla (Flp 2,30), entregarla por las propias
ovejas (1Ts 2,8). Jesús la da (Mt 20,28; Jn 10,11.15.17) y a su ejemplo debemos sacrificarla
nosotros (Jn 13,37s; 15,13; 1Jn 3,16). Si se puede hacer tal sacrificio de la vida, es porque
Jesús ha revelado, a través de la misma palabra, la vida eterna. Así juega con los diversos
sentidos de la palabra (Mt 10,39; Mt 16,25sp; Lc 14,26; 17,33; Jn 12,25). En estas
condiciones la "salvación del alma" es finalmente la victoria de la vida eterna depositada en
el alma (Hb 10,39; St 1,21; 5,20; 1P 1,9).
Primero, objetivamente, se llama "alma" a todo ser vivo; pero las más de las veces se trata
de los hombres (Hch 2,41; 7,14; 27,37). Un alma es un hombre, es alguno (Mc 3,4; Hch
2,43; 1P 3,20; Ap 8,9). Subjetivamente, el alma corresponde a nuestro yo mismo, al igual
que el corazón o la carne, pero con un matiz de interioridad y de potencia vital (2Co 1,23).
Este yo se expresa en actividades que no son siempre espirituales (Lc 12,19s). Los
sentimientos del alma van del goce a la turbación (Jn 12,27) y a la tristeza (Mt 26,38), del
1
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, pp. 560-567.
563
alivio (Flp 2,19) al cansancio (Hb 12,3). Quiere fortificarse para soportar la persecución
(Hch 14,22). Está hecha para complacerse en alguien (Mt 12,18; Hb 10,38), para buscar a
Dios sin reserva (Mt 22,37p; Ef 6,6; Col 3,23). Con tal plenitud de sentido pueden recobrar
ciertas fórmulas su vigor original: las almas deben ser santificadas (1P 1,22). Por ellas se
consume Pablo (2Co 12,15), sobre ellas velan los jefes espirituales (Hb 13,17), Jesús les
promete el descanso (Mt 11,29). Estas almas son seres de carne, pero en los que se ha
depositado una semilla de vida (1P 1,9).
El alma (psyché), principio de vida, y el espíritu (pneuma), que es su fuente, se distinguen
el uno del otro en lo más íntimo del ser humano, allí donde sólo la palabra de Dios puede
tener acceso (Hb 4,12). Con una transposición al orden cristiano, la distinción permite
hablar de "psíquicos sin espíritu" (Judas 19) o ver en los "psíquicos" a creyentes que han
retrocedido del estado "pneumático" a que los había conducido el bautismo, al estadio
terrenal (1Co 2,14; 15,44; St 3,15). La Biblia, que atribuye al hombre entero lo que más
tarde se reservará al alma a consecuencia de una distinción entre el alma y el cuerpo, no por
eso ofrece una creencia disminuida en la inmortalidad. Las almas, que aguardan bajo el
altar (Ap 6,9; 20,4) su recompensa, no existen allí sino como un llamamiento a la
resurrección, obra del Espíritu de vida. En el alma depositó Dios una semilla de eternidad,
que germinará a su tiempo (St 1,21; 5,20). El hombre entero resucitará en su integridad
(1Co 15,45)1.
LA MUERTE EN LA PATRISTICA
Se plantean dos situaciones al hablar de la muerte. Por un lado la atmósfera griega permitió
hacer una distinción casi imposible al pensamiento hebreo: la separación entre el cuerpo y
el alma, y la perennidad de ésta aunque se de la disolución del cuerpo. Para los hebreos, la
única posibilidad de vida humana es la vida encarnada (somos cuerpo). A partir de dicho
dato se plantea la diferencia entre los Padres que afirman una diferencia entre el gozo y la
contemplación del alma después de la muerte y el gozo que experimentará después de la
resurrección de los cuerpos.
San Ignacio de Antioquía ve su próxima muerte como el nacimiento a la verdadera vida en
la unión estrecha con Cristo. Reconoce una comunión inmediata del alma con Dios (del
hombre con Dios después de la muerte). San Clemente romano se refiere a Pedro y Pablo
como a quienes están ya "en el lugar de la gloria". San Policarpo afirma que varios mártires
y los apóstoles "están ahora en el lugar que les es debido junto al Señor, con quien
padecieron". El sentido obvio de todos estos testimonios es que el martirio supone el
ingreso inmediato en la comunión con Cristo, es decir, en la vida eterna. Nada se dice, sin
embargo, de otras muertes no martiriales, sobre las que se abrirá a partir de los Padres
apostólicos un debate tan confuso como prolongado. Por lo menos durante los siglos II-IV,
la tendencia predominante sostiene que la muerte inaugura una discriminación transitoria,
con una retribución todavía no definitiva, hasta el momento del juicio final. Justino dice
que "las almas de los piadosos permanecen en un lugar mejor, y las injustas y malas en otro
peor, esperando el tiempo del juicio". Parece que la creencia en una retribución definitiva
inmediata se asocia a los prejuicios gnósticos contra la resurrección.
San Ireneo piensa como Justino: "las almas irán a un lugar fijado para ellas por Dios, y allí
permanecerán hasta la resurrección; una vez recibido el cuerpo llegarán ante la presencia de
Dios". Con todo, hace una excepción en favor de los mártires: éstos son admitidos de
inmediato en la bienaventuranza. Tertuliano sostiene lo mismo. Lo característico de su
1
Cf. Ibid., pp. 68-71.
564
escatología es la necesidad de la reunificación del alma con el cuerpo a ella ordenado para
conseguir una retribución verdaderamente perfecta; sin el cuerpo, las almas separadas
gozan o sufren sólo imperfectamente. En la primera mitad del siglo IV, Lactancio niega la
existencia de un juicio en la muerte; todos esperan en el mismo lugar el juicio final. Por la
misma época, Afraates defiende la teoría del sueño de las almas, en el que éstas son
incapaces de percepción, y por tanto de retribución, la cual tendrá lugar en el juicio final.
San Agustín adopta una postura poco congruente con su antropología. Pese a que ésta
adolece de un cierto dualismo, Agustín se inclina a pensar que la retribución definitiva no
tendrá lugar hasta la resurrección, en que el gozo de los buenos y el tormento de los malos
serán mayores. La razón está en que el alma separada es connatural un apetito de su cuerpo,
que le impide "tender con toda su virtualidad hacia el cielo supremo"; los "santos difuntos
todavía esperan la redención de su cuerpo", por lo que no puede decirse que estén ya "en
posesión de la bienaventuranza". No obstante, San Agustín cree en la existencia de un
juicio postmortal, apoyándose en la parábola del rico Epulón; en el intervalo entre ese
juicio y la resurrección, "las almas o son atormentadas o descansan". Tal descanso es "una
minúscula parte de la promesa", si se compara con lo que recibirá "el hombre entero"
cuando "llegue el día de la retribución", de forma que "hay una gran diferencia entre los
tormentos y gozos de los muertos y los de los resucitados". San Agustín no parece excluir
de este tiempo de espera ni siquiera a los mártires.
San Cipriano enseña que "todos los justos, inmediatamente después de su muerte, son
introducidos en la bienaventuranza"; este pastor, en un tiempo de persecución, se esfuerza
por presentar a sus fieles el estímulo de una esperanza concreta ante la muerte. Clemente
Alejandrino defiende en Oriente la misma idea, aunque con diferentes motivaciones. La
doctrina de una retribución inmediata viene impuesta en su caso por una antropología
netamente platonizante, en la que la resurrección no tiene ningún relieve. El pensamiento
de Orígenes es poco claro. Por una parte, parece sostener la opinión de una entrada
inmediata en el premio o castigo. En otros lugares, sin embargo, niega incluso a los
apóstoles la posesión actual del cielo: la alegría sólo será completa "cuando no falte ningún
miembro". Esta sociabilidad de la vida eterna mueve también a San Ambrosio a pensar en
una retribución diferida, si bien no faltan textos en los que se inclina por la no dilación de la
misma.
Es finalmente esta tesis la que acabará por prevalecer en la tradición. Para San Efrén, "el
alma de los justos es conservada en la vida, vive, custodiada en el paraíso por su creador".
La misma inmediatez sostiene San Hilario en lo que atañe a la suerte de los impíos. San
Epifanio justifica la legitimidad del culto de los santos por el hecho de que, "aunque
muertos, viven; no han sido aniquilados, sino que existen y viven junto a Dios". Según
Cesáreo de Arlés, "mientras el cuerpo comienza a ser pasto de los gusanos en el sepulcro, el
alma es presentada a Dios por los ángeles en el cielo; y allí, si fue buena, es ya coronada, o,
si fue mala, arrojada a las tinieblas". San Gregorio Magno piensa de igual modo. Dos siglos
más tarde, Alcuino afirma que tal doctrina es de fe.
Las enseñanzas de los Padres están lejos de ser constantes y claras. Las indecisiones en
punto de tan gran importancia se explican cuando se tiene en cuenta que la doctrina de la
retribución inmediata suscita dos serias dificultades: una de carácter antropológico y otra de
índole teológica. El problema antropológico reside en la dificultad de concebir como sujeto
apto de la retribución, no al hombre entero, sino a una de sus partes (el alma); de San
Justino a San Agustín, esta tesis es considerada próxima al gnosticismo. Ante la
depreciación dualista de lo corporal, a los escritores cristianos se les hace sospechosa la
idea de un alma desencarnada como sujeto de la consumación escatológica. La dificultad
565
teológica está en el peso que ejerce sobre los Padres la importancia de los acontecimientos
finales (juicio, resurrección), inculcada por la Escritura, así como la naturaleza comunitaria
de la vida eterna: una bienaventuranza plena antes del "eschaton" reduciría la trascendencia
de éste.
Es probable que el estímulo mas eficaz para un recto planteamiento del problema haya sido
no tanto la reflexión especulativa, sino la praxis litúrgica, es decir, el culto que se tributó
primero a los mártires y luego al resto de los santos, y que no tendría sentido si no se les
atribuyese ya una glorificación definitiva. Por ello, los problemas de fondo (la
compatibilidad de una escatología individual con la escatología colectiva) siguieron sin
resolverse; la tesis de una dilación de la retribución esencial presentaba indudables ventajas
en orden a su solución1.
LA APOCATÁSTASIS
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp.
284-289.
2
Cf. W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Herder 1990, pp. 61-63.
566
DOCTRINA DEL MAGISTERIO
En el siglo XIV, la tesis de una dilación de la visión de Dios hasta el día del juicio había
sido casi totalmente abandonada. Sólo habla de ella San Bernardo. Juan XXII, siguiendo a
Bernardo, en un sermón del año 1331, distingue entre el seno de Abraham y el altar celeste.
En el seno de Abraham esperaron los justos del AT y esperaremos todos, consolados por la
visión de la humanidad de Cristo, hasta la entrada en el "gozo del Señor", que acontecerá
con la resurrección y el juicio. Juan XXII funda esta doctrina no sólo en la autoridad de San
Bernardo, sino en argumentos de Escritura y de razón. Esta exposición dio lugar a un
escándalo. En un segundo sermón, el papa responde a las acusaciones que se le hacen,
desarrollando largamente los argumentos de Escritura y confirmando su opinión con la
autoridad de San Agustín: observa además que no puede aducirse contra esta tesis ninguna
decisión de la Iglesia. Un tercer sermón (1332) extiende la doctrina de una dilación de la
retribución al caso de los réprobos, que habitan hasta el juicio en el aire tenebroso, junto
con los demonios.
Juan XXII declaraba formalmente que esta doctrina la sostenía como doctor privado, y él
mismo pidió que los teólogos examinasen con detenimiento el problema, manifestándose
pronto a cambiar de opinión si ésta resultaba incompatible con la fe ortodoxa. La víspera de
su muerte revocó finalmente su parecer; a tal fin había redactado una bula, que publicó su
sucesor, Benedicto XII (DS 990-991). El nuevo pontífice emprende un estudio sistemático
del problema, fruto del cual sería su obra De statu animarum sanctorum ante generale
judicium, en la que sostenía, contra Juan XXII, la no dilación de la visión de Dios. Emitió
la constitución ‘Benedictus Deus’ (D 530-531; DS 1000-1002), en la que se enseña que
tanto el estado de vida eterna como el de muerte eterna comienzan "inmediatamente
después de la muerte". Por vida eterna la constitución entiende la visión intuitiva del ser
divino. El Concilio de Florencia confirma esta doctrina (D 693; DS 1305-1306), con
palabras que hará suyas el Vaticano II (LG 49)1.
El Concilio Vaticano II pone la muerte como uno de los interrogantes más profundos del
hombre, que sólo puede ser contestada a la luz de Cristo muerto y resucitado (GS 10).
UNIVERSALIDAD DE LA MUERTE
Las decisiones doctrinales adoptadas en la edad media sobre el destino del hombre después
de la muerte no sólo suponen la interpretación de la muerte como separación del alma del
cuerpo, sino que la entienden también como el final del estado de peregrinación, de modo
que la vida terrena entra para siempre en la forma de existencia escatológica (D 464; 530;
DS 856-858; 1000)2.
Todos los hombres, que vienen al mundo con pecado original, están sujetos a la ley de la
muerte: de fe (D 789; DS 1512)3.
La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de
misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para
decidir su último destino (CEC 1013).
VINCULACION AL PECADO
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 290-291.
2
Cf. BEINERT, op. cit., p. 483.
3
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 6 ed. Barcelona: Herder 1969, p. 695.
567
El Concilio de Cartago XVI, en continuidad con la revelación, afirma que la muerte de
Adán es consecuencia del pecado y que Adán fue creado inmortal, y habría poseído el don
de la inmortalidad, si hubiera permanecido fiel a la voluntad de Dios (D 101; DS 222).
En el Concilio II de Orange (529), y apoyándose en Rm 5,12, se declara la muerte como
una consecuencia del pecado de Adán (D 174-175; DS 371-372). En el decreto sobre el
pecado original el concilio de Trento (1546) refuerza esa afirmación (D 789; DS 1512). El
Concilio de Trento enseña que Adán, por el pecado, incurrió en el castigo de la muerte
corporal (D 788; DS 1511). La muerte, en el actual orden de salvación, es consecuencia
punitiva del pecado (de fe)1.
El hombre es atormentado por el temor de su desaparición perpetua (GS 18). Lo que los
biólogos pueden decir sobre la muerte sólo da razón de un aspecto o dimensión de la
experiencia humana del tener que morir. En realidad, desde el punto de vista biológico la
muerte constituye un fenómeno absolutamente natural y requerido por el ciclo vital mismo.
La muerte no es más que el resultado de una ordenación natural que se inscribe en la consti-
tución genética de cada individuo. Se ha demostrado que las células humanas se pueden
partir y regenerar hasta cierto punto, más allá del cual la prolongación de este proceso,
mediante tratamientos químicos y cirugía plástica, tiene un margen muy limitado.
Biológicamente hablando, no hay posibilidad de inmortalidad humana. Según estos
parámetros, la muerte no es otra cosa que la descomposición de un organismo y la pérdida
de los nexos que necesariamente se dan en una determinada estructura orgánica. La
biología sólo logra dar razón de la inevitabilidad de la muerte como proceso natural. Sin
embargo, lo decisivo en el caso del hombre, y que la biología no alcanza, es dar razón de
tener que morir, en cuanto hecho necesario, para un sujeto que logra experimentarse como
libre2.
El diablo sólo aparece en frases incidentales del magisterio, que aluden al mismo como
poseedor del imperio de la muerte (DS 291). Satanás es aquél por medio del cual la muerte
entró en el mundo (CEC 2852).
La Escritura muestra que la muerte, sin dejar de ser un fenómeno antropológico, involucra
a Dios mismo. Al ser asumida por el verdadero Dios, la pregunta antropológica de la
muerte se transforma en teológica3.
Sobre la muerte, el Nuevo Testamento tiene como punto de arranque la fe en Aquel que ya
ha sido resucitado por Yahveh. La reflexión sobre la muerte presupone aquí de tal modo la
resurrección de Jesús, que sin ésta no se puede explicar aquélla. Esto implica la referencia a
la muerte ante todo como realidad padecida por Jesús, y sólo en un segundo momento,
como fenómeno que concierne a cada hombre en particular. El término "thanatos" se
encuentra 120 veces en el NT. En los Evangelios se refiere casi siempre a la muerte de
Jesús; Pablo, en cambio, lo utiliza preferentemente para designar la muerte del hombre,
1
Cf. Ibid., p. 694.
2
Cf. NOEMI, op. cit., pp. 196-197.
3
Cf. Ibid., p. 210.
568
pero la concepción paulina de la muerte del hombre es teológica y, más precisamente,
cristocéntrica. El NT establece una referencia de la muerte a la realidad nueva establecida
por la muerte de Jesús (2Co 5,6-9; Flp 1,20s). La muerte de Jesús significó para él una
crisis radical (Mc 15,34); para sus discípulos, una verdadera catástrofe. No fue Jesús, sino
la fe y esperanza de los discípulos lo que se quebró.
En todo caso, el problema histórico no coincide con el problema teológico que la muerte de
Jesús plantea, sino que sólo aporta un elemento de importancia para su comprensión. Esta
problemática teológica encuentra una primera formulación en ciertas confesiones de fe
anteriores al mismo Pablo (Mc 10,43; Rm 4,25; 5,6ss; 5,9; 1Co 15,3; Flp 2,7s; 1Ts 5,10;
Hb 2,9s; 2,14). Un aspecto característico de las diversas afirmaciones del NT sobre la
muerte de Jesús es el no contentarse con su realidad puntual, para poner de manifiesto su
dimensión soteriológica (Jn 5,24; 8,51; Rm 6,10s; Ga 2,19; Col 2,20; 1Jn 3,14). La muerte
de Jesús no suprime la muerte, pero sí la cambia. La Pascua de Jesús opera para los
hombres la transformación de la experiencia de la muerte (Hch 26,23; 1Co 15,20; Col
1,18)1.
a) Ante todo, la muerte es el fin del hombre entero. El ser humano es unidad de dos
principios de ser, espíritu y materia, los cuales, al consumar su unión substancial, devienen
respectivamente alma y cuerpo. Ser espiritual y corpóreo, el hombre es la criatura donde el
espíritu se "materializa" al exteriorizarse y la materia se "espiritualiza" interiorizándose.
Todo el hombre es cuerpo y alma, corporeidad traspasada por lo anímico y espiritualidad
que toma forma en lo corporal. Por otra parte, la corporeidad, insertando naturalmente al
hombre en un contexto material y haciéndolo solidario del cosmos, posibilita su despliegue
dinámico en el mundo; la mundanidad de la persona es uno de sus factores constitutivos.
Siendo el cuerpo potencia del alma y expresión de la interioridad humana, es el medio en
que tiene lugar todo encuentro con el otro. Encuentro imprescindible para el autodevenir de
la persona: ésta necesita de la comunidad, del diálogo con un tú situado a su mismo nivel,
para ganar reflejamente su propio yo.
Todos estos elementos constitutivos de lo humano son radicalmente afectados por la
muerte. Ella es: disolución de la unidad (espíritu-materia) del ser; sustracción de la esfera
de lo mundano; ruptura de las relaciones con el otro. La muerte es el fin del hombre. Si a
esto se objetase que el alma es inmortal, habría que decir, con Santo Tomás, que ella "ni es
hombre ni es persona". Al ser la muerte separación del alma y cuerpo, el sujeto que
consistía en la unión substancial de ambos no subsiste. Es el hombre entero quien muere y
morir significa cesar de ser.
1
Cf. Ibid., pp. 216-220.
569
referencia; en lugar de relacionarla, la des-relaciona abruptamente. De ahí se sigue la
caracterización del hombre como ser para la muerte.
2. Teología de la muerte
El hombre de la humanidad pecadora, según la Escritura, está sometido a una muerte que,
en el orden de su realización concreta, es pena del pecado, ante la cual no es libre, sino
esclavo, y que se le aparece como algo incomprensible, contra lo que no puede menos que
rebelarse. Pero ha habido un hombre que murió la muerte humana de otro modo: como acto
de suprema libertad (Jn 10,18) y de liberalidad (Jn 15,13). Cristo murió la muerte con la
angustia que le es propia en lo que tiene de necesidad impuesta, pero a la vez en la fe en
Dios vivo, en la esperanza de la resurrección y en la caridad para con los hermanos. De esta
forma, la muerte ha cambiado de sentido. Puede ser acto libre de fe, esperanza y amor.
La muerte es el fin del hombre entero. La inversión de sentido operada por Cristo se
patentiza sobre todo en este punto. Cristo ha muerto para resucitar; la resurrección es la
recuperada existencia del hombre entero que había sucumbido en la muerte enteramente.
Todo el hombre había cesado de ser; todo el hombre recobra el ser, en el estado definitivo
de la existencia eterna. El ser-para-la-muerte se retrotrae a su original vocación de
ser-para-la-vida. A partir de Cristo cesa la cualificación unitaleral de la muerte por el
pecado. La muerte cristiana, por consiguiente, es una muerte distinta de la muerte-pena del
pecado. No es fin, sino tránsito. Al igual que Cristo, el cristiano muere para resucitar.
Pablo describe al cristiano como aquél que reproduce en su carne los misterios de la vida de
Cristo. En éste, la muerte ha sido el acto supremo de su historia temporal. La asimilación de
ese acto en la propia existencia es tarea sustantiva del cristiano desde el comienzo de la
misma en el bautismo, que obra la inserción del hombre en Cristo y lo hace solidario de su
muerte. El bautizado ve en la muerte la configuración de su modelo y, por tanto, el acto que
debe ser vivido con voluntad de entrega libre y amorosa, en la esperanza de la resurrección.
La muerte para él es un conmorir con Cristo para resucitar con él.
La muerte mística del bautismo ha de ser ratificada en la participación de la eucaristía,
memorial de la muerte del Señor. Como todo sacramento, la eucaristía obra lo que
significa; obra en el cristiano la interna apropiación de la muerte tal y como se dio en
Cristo. De este modo, la presencia de la muerte en la vida adquiere un sentido peculiar para
el creyente, quien vive sacramentalmente en la anticipación de la entrega completa. Así la
muerte cristiana es la muerte aceptada y querida libremente a lo largo de la existencia.
Cuando llegue el instante mortal, verificará sensiblemente un hecho de vida actuado desde
el bautismo en la esfera de lo sacramental. A sellar este morir en el Señor contribuye la
unción de los enfermos, consagración para la buena muerte y signo eficaz de la salud del
hombre entero que concierne al hombre resucitado.
El papel de las virtudes teologales en todo este proceso es decisivo. Solamente la fe puede
descubrir en lo que parece ser el fin un comienzo, sólo la esperanza permite desplazar ante
570
él la angustia para dar paso a la serena confianza, y sólo la caridad da el impulso preciso
para la entrega total. Realidad dialéctica, la muerte se presenta como fin y comienzo,
destrucción y consumación, pasión y acción. A la libertad personal, suscitada y sostenida
por la gracia, le atañe optar entre estas alternativas, escoger la propia muerte y realizarla.
Donde la muerte es vivida como tránsito, con confianza, está presente la gracia. Donde la
muerte es vivida como cumplimiento de la existencia o como destino serena y
resignadamente aceptado, acontece la muerte cristiana, es decir, la muerte que es confesión
del Dios vivo. Dicha confesión tiene lugar: a)En el reconocimiento de que la vida tenía un
significado. b)En la sumisión obediente a los propios límites. El pecado es, en el fondo, la
pretensión de ilimitación. El acto de morir, en suma, es siempre y necesariamente un acto
de fe o un acto de incredulidad. En este último caso, lo que resulta es algo entitativamente
diverso de la muerte cristiana1.
La muerte es el momento de la recapitulación de toda la historia personal, es el fin del
hombre. Por esto es tan importante vivirla como preparación al encuentro definitivo entre
Dios y cada uno de nosotros con lo que hemos sido.
Se plantea también la hipótesis de la decisión final: sería un momento de gracia especial en
el que el hombre se encuentra "cara a cara" con Dios y tiene la posibilidad de "decidirse"
por Dios o contra Dios. Esta propuesta tiene defensores y detractores con razones de peso,
sobre todo en cuanto cuestiona el sentido de toda la vida temporal del cristiano. De todos
modos está claro que este es el momento en el que el hombre se encuentra definitivamente
con todo lo que es y con todo lo que hizo.
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 292-297.
571
TESIS - 57
LA PARUSIA DE CRISTO
"Parusía es la venida del Señor glorificado al final de los tiempos con poder y gloria"1. La
expectación escatológica de la comunidad cristiana se orienta a un acontecimiento
finalizador de la historia en un doble sentido: finalizador porque otorga a ésta una finalidad
y porque le impone un término. La palabra usada para designar este acontecimiento es
parusía.
Ultimamente, a partir del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica ha desarrollado este
aspecto de la parusía, ya que anteriormente sólo la idea del juicio estaba presente en el
discurso escatológico.
1. Parusía
Es una palabra griega, derivada del verbo "páreimi" (estar presente, llegar), que significa la
presencia o la llegada de personas, cosas o sucesos. El helenismo emplea el vocablo
"parousía" para referirse tanto al descenso o la manifestación de personas divinas en la
tierra, como a las visitas que reyes y príncipes hacen a las ciudades sometidas a su imperio.
Dado que las figuras regias alcanzan en el ámbito cultural helenista un rango divino, los
usos profano y sagrado se aproximan: en cualquier caso, se trata de una manifestación
triunfal, de un despliegue de poder en un ambiente solemne y festivo. En la época imperial,
la parusía del César puede incluso dar lugar a una nueva era, es decir, supone un viraje
decisivo de la historia. El pueblo aguarda con expectación su venida, puesto que espera
conseguir beneficios excepcionales. Todas estas circunstancias dan a la parusía un carácter
netamente jubiloso y festivo.
El hebreo no posee un vocablo equivalente, si bien los verbos que significan "venir"
adquieren una coloración sacral muy próxima a la del término parusía cuando tienen a
Yahveh o al Mesías por sujeto. La venida del día del Señor ha jugado un papel decisivo en
la génesis de la escatología veterotestamentaria. Sin embargo, los libros del AT escritos en
griego, cuando utilizan la palabra parusía (Jdt 10,18; 2M 8,12; 15,21), le dan una signifi-
cación puramente profana. En el griego de los LXX es desconocida. En el judaísmo
helenístico, los pasajes que podrían citarse en favor de un empleo técnico del término son
escasos y controvertidos. En contraste, los escritores del NT utilizan la palabra en su
acepción técnico-religiosa; salvo en una ocasión (2Ts 2,9), designan con ella la venida
gloriosa de Cristo al final de los tiempos.
La parusía se conecta inmediatamente con el fin del mundo (Mt 24,3.27.37.39; 1Ts 2,19;
3,13; 2Ts 2,1.8; 2P 3,4.12), con la resurrección (1Ts 4,15; 1Co 15,23) y con el juicio (1Ts
5,23; St 5,7-8; 1Jn 2,28). El texto de 1Ts 4,13-18 es la descripción más directa y completa
de la parusía; la inspiración bíblica es evidente, con la profusión de rasgos típicos de la
apocalíptica judía. Donde la inseparabilidad de la parusía respecto de los demás elementos
integrantes del "eschaton" aparece más ostensiblemente es en 1Co 15: la venida de Cristo
(1Co 15,23) pone en marcha el entero proceso de la consumación; la resurrección de los
muertos, el juicio que comporta la destrucción de los enemigos (1Co 15,24-26), el fin del
mundo presente y la nueva creación en la que Dios será "todo en todas las cosas" (1Co
15,28). La significación del término parusía en el NT tiene influjo del helenismo, pero es
1
W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Herder 1990, p. 514.
572
original y específicamente cristiana. Esta venida de Cristo concluye y consuma la historia
en cuanto historia de salvación. Es una venida en poder; de ahí que entrañe
automáticamente la derrota de las potestades adversas, la glorificación de los que ya ahora
pertenecen a Cristo, el juicio, el final del mundo actual y la renovación cósmica.
La fórmula "el día del Señor" (1Co 5,5; 1Ts 5,2; 2Ts 2,2) se emplea con numerosas
variantes (Rm 2,16; 1Co 1,8; 3,13; 2Co 1,14; Flp 1,10; 2,16; 2Tm 1,18; 4,8). Es la
expresión que con mayor frecuencia designa la parusía y ha nacido de la transposición
cristológica de "el día de Yahveh" (Lc 17,24; Jn 8,56). Patentiza la continuidad del
concepto neotestamentario de parusía con la esperanza escatológica del AT y, a la vez, la
novedad, frente a ésta, de la esperanza cristiana, centrada ahora en la figura de Cristo. El
elemento que se acentúa con esta designación es el juicio escatológico (1Co 1,8; 3,13; 5,5;
Flp 1,10; 2,16; 2Tm 1,18). El aspecto de consumación de la obra salvífica está presente en
otros lugares (Flp 1,6; 2Tm 4,8), así como el de manifestación triunfal (Lc 17,24), digna de
ser aguardada con gozosa expectación (Rm 13,12; 2Co 1,14; Hb 10,25).
Como variante puede considerarse la expresión, propia de los sinópticos, "venida del Hijo
del hombre" (Mt 10,23; 16,27; 24,44; 26,31; Mc 13,26; 14,62; Lc 12,40; 18,8), puesto que
también aquí el precedente inmediato es una idea veterotestamentaria (Dn 7), y el elemento
que se evoca preferentemente es el del juicio. Sin embargo está muy acentuado el carácter
mayestático de la venida, en cuanto manifestación de poder y de gloria, sobre todo en los
textos que dependen directamente de Dn 7,13; Mc 13,26s; 14,62; Ap 1,7. Este testimonio
de los sinópticos garantiza la antigüedad y originalidad del tema en la primera comunidad
cristiana.
573
"revelación" es evidente (1P 1,5; 5,1). Respecto al verbo "phaneróo", no añade nada nuevo
(Col 3,4; 1Jn 2,28).
LA PATRÍSTICA
EL MAGISTERIO
La fe en la venida gloriosa de Cristo queda registrada en los símbolos con la fórmula "ha de
venir a juzgar" (DS 6; 10). La yuxtaposición venida-juicio se explica desde el sentido
bíblico de "juicio" como manifestación de poder, y no como acción judicial. "Venir a
juzgar" equivale a "venir en poder". Más tarde, cuando se perdió esta dimensión triunfal de
la idea de juicio, se hizo necesario interpolar entre ambos verbos el inciso "con gloria" (D
86; DS 150). Desde la Edad Media hasta el Vaticano II, sólo dos veces aparece la parusía
en documentos del magisterio: en el Concilio IV de Letrán (D 429; DS 801) y en la
profesión de fe del emperador Miguel Paleólogo (D 462; DS 852); en ambos casos se trata
de simples alusiones rutinarias.
El Concilio Vaticano II recoge los más importantes elementos de la doctrina
neotestamentaria: la existencia cristiana como vigilancia; la índole triunfal de la venida que
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp.
153-159.
574
se aguarda, y por consiguiente, la expectación gozosa y confiada que conviene a los
cristianos (LG 48-49). También se refiere a la consumación del reino ya presente (GS 39).
Aparece la contraposición primera/segunda venida (AG 9), entre las cuales discurre la
actividad misional. Se hace mención del carácter escatológico de la liturgia eclesial (SC 8).
Además, los nuevos textos eucarísticos han recuperado la aclamación escatológica
"maranatha" (ven Señor Jesús), presente en los más antiguos documentos1.
Estos signos no pueden ser utilizados para definir cronológicamente la Parusía, son más
teológicos que cronológicos (los signos serían: la venida del anticristo, la conversión de
todo Israel y la proclamación del Evangelio a todos los pueblos), pero el teólogos K.
Rahner habla de que estos signos pueden ser aplicados en cualquier momento de la historia,
y esto es posible porque el momento presente es ya escatológico, un "ya todavía no". Estos
signos sirven para revelar el momento presente como un tiempo escatológico, que inquietan
la existencia, para que la Iglesia no se autocomprenda como definitiva. Debe haber una
espera cercana y no lejana, así la energía de la Iglesia se puede desplegar mejor.
La parusía conlleva como una de sus dimensiones el juicio escatológico, pero cuando se
comprende el juicio como algo diverso de la parusía, entonces, "parusía" se oscurece en
favor del juicio, lo cual lleva a perder el espíritu de gozo y de espera por el temor e
1
Cf. Ibid., pp. 162-163.
575
incertidumbre. En el AT juzgar (hebreo: "safat") quiere decir juzgar y gobernar. Dios, al
intervenir en la historia, hace un juicio, pero un juicio en función de la salvación.
Predomina la salvación sobre el juicio (Dt 33,21). Victoria de Israel es juicio de Yahveh.
En el NT, se habla de juicio como despliegue de potestad regia (Mt 25,31s; 2Ts 2,8). Por
esto, juicio y parusía aparecen indisolublemente unidos. Como parusía es la instauración
definitiva del Reino, comporta necesariamente un juicio. Aquí domina una esperanza
gozosa (1Jn 4,17-18).
EL MILENARISMO
Por milenarismo se entiende la expectación de un reino de mil años, en que antes del fin del
mundo, reinará Cristo con los justos resucitados ya para la vida eterna. El fundamento
bíblico de la idea milenarista, que en la tradición ha sido interpretado de diferentes modos,
es la representación de un reino intermedio que aparece en Ap 20,1-15, intermedio porque
se da entre la primera y la segunda resurrección, siendo patentes las influencias
judeo-apocalípticas. A partir de Ap 20,1ss se dice que hay un primer combate escatológico
en donde Cristo vence a Satán y hay una primera resurrección de los justos; durante mil
años reina terrenalmente Cristo con sus fieles. Después viene la segunda resurrección y el
juicio universal en donde Satanás es vencido totalmente.
En la patrística, en Occidente hasta el siglo IV hay representaciones concretas y hasta
sensibles del milenarismo, surgiendo después interpretaciones más espiritualistas. Orígenes
rechaza el milenio, interpreta alegóricamente los textos bíblicos y admite una venida
espiritual de Cristo en distintos períodos de la historia. En Occidente se impone el milenio
por influencia de los montanistas. Para Agustín, los mil años median entre la resurrección
de Jesús y su regreso final (duración simbólica de la Iglesia en el mundo). La "primera
resurrección" (en el espíritu) es el renacimiento en el bautismo y los efectos de la gracia. La
"segunda resurrección" (en el cuerpo) es la reanimación al final del mundo. Santo Tomás
rechaza el milenarismo. Joaquín de Fiore postula tres fases de la historia: los reinos del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Este último sería el milenarista, que empezaría en
1260. Los teólogos de la contrarreforma rechazan incluso un milenarismo moderado, es
decir, la hipótesis de un período intermedio en el que reinarían con Cristo los mártires y
confesores resucitados. Los reformadores protestantes rechazaron enérgicamente el
milenarismo por considerarlo inconciliable con su concepción de la Iglesia.
Una resolución del Santo Oficio del 21 de julio de 1944, afirma que no se puede enseñar
con seguridad ni siquiera el milenarismo moderado (D 2296; DS 3839). No entronca con la
idea de la parusía. El milenarismo lo han defendido diversas sectas, como los anabaptistas,
los hermanos bohemios, los adventistas, los mormones y los testigos de Jehová. Los
teólogos han llegado al convencimiento firme de que el milenarismo no puede compagi-
narse con la resurrección general del último día, certificada claramente en la Escritura y en
los símbolos de la fe1.
1
Cf. BEINERT, op. cit., pp. 448-449.
576
TESIS 61b
(CONTINUACIÓN DE LA TESIS 61)
EL JUICIO PARTICULAR
Inmediatamente tras la muerte tiene lugar el juicio particular, en el cual el fallo divino
decide la suerte eterna de los que han fallecido.
La doctrina del Juicio universal es un dogma de fe. Por el contrario, en ninguno de los
símbolos de fe de los primeros siglos se hace mención a un eventual juicio particular. Los
documentos en que tradicionalmente se apoya esta doctrina, que sólo puede ser considerada
como teológicamente cierta, son bastante posteriores. En ninguno de estos documentos se
habla de un juicio particular: lo directamente afirmado es que inmediatamente después de la
muerte se inicia el estado de consumación o condenación escatológica. La doctrina del
juicio particular no ha sido declarada por la Iglesia como dogma de fe, pero está contenida
o supuesta en varias decisiones doctrinales de la Iglesia1.
ENSEÑANZA DE LA ESCRITURA
La esperanza del retorno de Cristo como juez de vivos y muertos forma parte del credo
cristiano. Todo hombre comparecerá ante él para dar cuenta de sus actos. En los textos de la
Escritura sobre el juicio hay que tener en cuenta la forma antropomórfica de las
afirmaciones y el carácter analógico de la palabra, ya que el juicio no sólo expresa la
condena del hombre que se ha hecho culpable delante de Dios, sino que expresa también la
gracia y misericordia divinas. En la Escritura no hay un testimonio directo de un juicio
particular, sino sólo testimonios indirectos.
1. Antiguo Testamento
Según el testimonio del AT Dios interviene en la historia de su pueblo como juez, como
vengador y como salvador; eso hace que la historia de Israel sea una historia de salvación,
como se desprende sobre todo de la predicación del juicio por los profetas. El punto
culminante en la concepción del juicio lo alcanza Dn 72.
La fe en el juicio de Dios es un dato fundamental. Yahveh tiene el gobierno del mundo, y
particularmente de los hombres (Jr 11,20; 17,10). Por otra parte, la experiencia histórica
aporta a los creyentes ejemplos concretos de este juicio divino, al que están sometidos
todos los hombres y todos los pueblos (Gn 15,14; Sb 11,10). El juicio de Dios constituye
una amenaza permanente suspendida sobre los hombres en la historia. Ningún pecador
puede esquivarla3.
La Sagrada Escritura ofrece un testimonio indirecto del juicio particular, pues enseña que
las almas de los difuntos reciben su recompensa o su castigo inmediatamente después de la
muerte (Si 1,13; 11,28s)4.
2. Nuevo Testamento
1
Cf. J. NOEMI, Teología del mundo II: Escatología, 2 ed. Santiago: Seminario Pontificio 1989, p. 124.
2
Cf. W. BEINERT, Diccionario de teología domática. Barcelona: Herder 1990, pp. 389-390.
3
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, pp.454-455.
4
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 6 ed. Barcelona: Herder 1969, p. 698.
577
En el NT la idea de Dios como juez se completa con el hecho de que el Mesías, enviado por
él, ejerce también la función judicial. En los Sinópticos hay que distinguir entre la predica-
ción del juicio por Juan Bautista y las afirmaciones que sobre el mismo se encuentran en la
predicación de Jesús. El Bautista lleva la predicación del juicio de los profetas a su punto
más alto al anunciar el juicio escatológico y definitivo que en breve Dios llevará a cabo por
medio de su Mesías (Mt 3,10-12). En el mensaje de Jesús la predicación del juicio se
encuentra en todas las fases de su proclama (Mt 5,29-30; 13,24-30.36-43; 22,11-14;
25,31-46; Lc 2,8-20). El hombre será juzgado con la misma medida que haya aplicado a su
prójimo (Mt 7,1-5)1. Hay textos más claros que insinúan el juicio particular. El pobre
Lázaro es llevado al seno de Abraham inmediatamente después de su muerte, mientras que
el rico epulón es entregado también inmediatamente a los tormentos del infierno (Lc
16,22s). El Redentor moribundo dice al buen ladrón: "Hoy estarás conmigo en el paraíso"
(Lc 23,43). Judas se fue "al lugar que le correspondía" (Hch 1,25).
En Jn la proclama del juicio reviste una doble forma. De acuerdo con la escatología
presente, la salvación y el juicio acontecen en el encuentro con el mensaje de Jesús, al que
se le ha confiado el juicio (Jn 3,18-19; 5,22.24.27; 12,31). Conjuntamente se encuentra la
idea del juicio universal (Jn 5,28-29). Como según Pablo todos los hombres están bajo la
cólera divina (Rm 1,18-32; Ef 2,3), todos tienen que comparecer ante el juicio de Dios para
recibir el premio o castigo por su vida sobre la tierra (2Co 5,10; Ga 6,7-8). Tanto a Dios
(Rm 2,2-3.5; 3,6; 14,10) como a Cristo (Rm 2,16; 1Co 4,4) se les llama jueces. Hb habla
del juicio con gran seriedad (Hb 4,13; 9,27; 10,31)2. Para San Pablo, la muerte es la puerta
de la bienaventuranza en unión con Cristo (2Co 5,8; Flp 1,23). Con la muerte cesa el estado
de fe y comienza el de la contemplación (1Co 13,12; 2Co 5,7).
LOS PADRES
Al principio no son claras las opiniones de los padres sobre la suerte de los difuntos.
En la tradición cristiana se enseña y defiende desde el comienzo el mensaje del juicio final.
Desde el siglo IV se encuentra además una enseñanza explícita del juicio individual o
personal, al que el hombre está sometido en el momento de la muerte, o inmediatamente
después, y que decide de inmediato sobre el destino del individuo en el otro mundo. La
existencia del juicio particular se supone en la convicción universal de que los buenos y los
malos reciben, respectivamente, su recompensa y su castigo inmediatamente después de la
muerte. Hay incertidumbre todavía sobre la índole de la recompensa y del castigo de la vida
futura. Tertuliano supone que los mártires son recibidos inmediatamente en el "paraíso", en
la bienaventuranza del cielo. San Cipriano enseña que todos los justos entran en el reino de
los cielos y se sitúan junto a Cristo. Dan testimonio directo de la fe en el juicio particular
Agustín, Jerónimo, Cesáreo de Arlés y Juan Crisóstomo, aunque en el período patrístico
hay todavía teólogos que niegan un juicio personal (Lactancio).
Se opone a la doctrina católica el milenarismo, propugnado por muchos padres de los más
antiguos (Papías, Justino, Ireneo, Tertuliano y algunos más). Esta teoría, apoyándose en Ap
20,1ss, y en las profecías del AT sobre el futuro reino del Mesías, sostiene que Cristo y los
justos establecerán sobre la tierra un reinado de mil años antes de que sobrevenga la
resurrección universal, y sólo entonces vendrá la bienaventuranza definitiva3.
1
Cf. LÉON-DUFOUR, op. cit., p. 456.
2
Cf. BEINERT, op. cit., p. 391.
3
Cf. OTT, op. cit., p. 695.
578
El Papa Juan XXII (1316-1334) en un comienzo no tuvo inconvenientes en asumir el
planteo del Concilio II de Lyon de 1274, el cual afirma la plenitud escatológica
inmediatamente después de la muerte del justo. Sin embargo, sus estudios patrísticos y, en
especial, la lectura de Bernardo de Claraval, lo hicieron cambiar de opinión. Juan XXII, a
título personal y como doctor privado, predicó en la fiesta de Todos los Santos de 1331 y en
la domínica tercera de Adviento, que los elegidos no gozaban de la visión de Dios sino
después de la resurrección. El 5 de enero de 1332 afirmó que los condenados no padecen el
suplicio completo sino después de la resurrección. En sus sermones plantea que sólo el
juicio universal y la resurrección acaban con una situación en la que el justo se encuentra
"bajo el altar", es decir, bajo el amparo de la humanidad de Cristo. Para dar paso a la visión
de la Trinidad, llegan a estar "sobre el altar", como él dice. Las protestas fueron grandes,
aun cuando el papa no negaba que tanto el cielo como el infierno eterno comenzaba para
los justos y pecadores inmediatamente después de la muerte. Pero el papa se apartaba de la
doctrina tradicional.
Estas ideas provocaron un revuelo que fue aprovechado por los enemigos franciscanos que
esta Papa tenía en la corte de Luis de Baviera. A la cabeza de elos estaba Guillermo de
Ockham. En vista de las razones en contra, Juan XXII tuvo la intención de definir la
cuestión en el sentido tradicional, pero no tuvo tiempo de ello, pues la muerte le sobrevino
después de haber sometido sus opiniones privadas al juicio de la Iglesia. Juan XXII se
retractó en su lecho de muerte1. Lo que no pudo hacer Juan XXII, lo llevó a cabo Benedicto
XII, dos años después de la muerte de su antecesor, con la constitución "Benedictus Deus".
La doctrina del juicio particular no ha sido definida, pero es presupuesto del dogma de que
las almas de los difuntos van inmediatamente después de la muerte al cielo o al infierno o al
purgatorio. La doctrina está contenida por vía de inclusión en las decisiones medievales de
los siglos XIII-XV. Los concilios unionistas de Lyon y Florencia declararon que las almas
de los justos que se hallan libres de toda pena y culpa son recibidas en seguida en el cielo, y
que las almas de aquellos que han muerto en pecado mortal, o simplemente en pecado
original, descienden en seguida al infierno (D 464; 693; DS 1305-1306).
Las almas después de la muerte o tras una purificación eventualmente necesaria reciben el
premio y el castigo ya antes de la resurrección de los muertos (D 456-457; DS 838-839;
857-858), y en conexión con la suerte de los difuntos en el más allá se alude expresamente
al juicio final (D 464; DS 858-859). El papa Benedicto XII definió, en la constitución
dogmática ‘Benedictus Deus’ (1336), que las almas de los justos que se encuentran
totalmente purificadas entran en el cielo inmediatamente después de la muerte (o después
de su purificación, si tenían algo que purgar), antes de la resurrección del cuerpo y del
juicio universal, a fin de participar de la visión inmediata de Dios, siendo verdaderamente
bienaventuradas; mientras que las almas de los que han fallecido en pecado mortal van al
infierno inmediatamente después de la muerte para ser en él atormentadas (D 530s; DS
1000s).
Se opone a la doctrina católica la teoría enseñada por diversas sectas antiguas y modernas
según la cual las almas, desde que se separan del cuerpo hasta que se vuelven a unir a él, se
encuentran en un estado de inconsciencia o semiinconsciencia, el llamado "sueño anímico"
1
Cf. NOEMI, op. cit., pp. 148-149.
579
(hipnopsiquistas), o incluso mueren formalmente (muerte anímica) y resucitan con el
cuerpo (D 1913; DS 3223). Un esbozo sobre el juicio particular, sometido al Vaticano I, no
pudo ser aprobado. El Concilio Vaticano II presupone lo anterior. No dice que haya un
juicio particular (LG 48-49).
1. El estado intermedio
b) La discusión teológica.
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp.
323-327.
580
Justino, Ireneo, Tertuliano y otros difieren la retribución esencial hasta la resurrección, en
parte porque la tesis de un alma bienaventurada les parece sospechosa de gnosticismo, en
parte porque de otro modo no ven cómo pueda tutelarse la envergadura que el NT reconoce
al "éschaton"1. TEILHARD manifiesta sus reservas sobre la doctrina tradicional del estado
intermedio. No es admisible que el alma sea desligada totalmente por la muerte del
contexto con el mundo. El jesuita declara su repugnancia para concebir el alma como
privada, en algún momento de su existencia, de toda conexión actual con el cosmos. La
relación trascendental del alma a la materia no queda suspendida por la muerte, sino todo lo
contrario; es agrandada y profundizada hasta adquirir una dimensión cósmica. La idea de
pancosmicidad del alma (el alma por la muerte deviene no acósmica, sino pancósmica) es
popularizada por Rahner, aunque había sido formulada antes por Teilhard y otros. En una
antropología tomista, la relación del alma al cuerpo es la de la forma a la materia. Teilhard
ni Rahner se atreven a asimilar la pancosmicidad postmortal del alma a la unión substancial
entre espíritu y materia que especifica a la existencia encarnada. Rahner sostiene que la
teoría tradicional es sólo un modelo.
En la década de los sesenta aparecen las hipótesis de BOROS y la de GRESHAKE. Boros
piensa que el evento muerte-resurrección sucede para los cristianos como sucedió en Cristo:
sin solución de continuidad, en el mismo y único instante. El fin del mundo importaría la
transformación del cosmos, y mientras esa transformación cósmica no sea una realidad, los
cuerpos resucitados no disfrutarán plenamente de su peculiar estatuto. Greshake también
sostiene la resurrección en la muerte, pero ha eliminado la objetividad del "éschaton", que
Boros mantenía. La consumación final no es un evento conclusivo de la historia; en su
lugar se da una serie de consumaciones individuales a lo largo de una temporalidad
ilimitada. Pero la teología ha pensado siempre que la criatura trasciende en la vida eterna su
modo de ser propio y, por ende, su específica temporalidad. El hombre que muere sale del
tiempo para entrar en un nuevo modo de duración, cuya naturaleza atañe al género de vida
de la persona corpóreo-espiritual glorificada. Esa duración no será paralela y
conmensurable al "contiuum" temporal. Tampoco será la eternidad estricta, privativa de
Dios.
En línea de hipótesis, puede hablarse de una duración sucesiva, pero discontinua. Sobre la
base de esa discontinuidad, la idea de que el muerto, al trascender el tiempo, traspasa de
golpe la distancia que aún nos separa a nosotros (sometidos a un tipo de sucesión continua)
del final de la historia, no parece descartable "a priori". Ratzinger defiende el alma separada
y el estado intermedio2.
1
Cf. Ibid., pp. 348-350.
582
TESIS - 58
EL TESTIMONIO DE LA ESCRITURA
Según la concepción bíblica, la persona humana entera está destinada a la muerte: el alma
será prisionera del "sheol" mientras que el cuerpo se pudrirá en la tumba; pero esto sólo
será un estado transitorio, del que el hombre resurgirá vivo por una gracia divina1.
1. Antiguo Testamento
a) El Señor de la vida.
El Dios único es el único señor de la vida y de la muerte (1S 2,6; Dt 32,39), pues tiene
poder sobre el "sheol" mismo (Am 9,2; Sal 139,8). El es quien rescata el alma de la fosa
(Sal 103,4); no abandona en el "sheol" el alma de sus amigos ni les deja ver la corrupción
(Sal 16,10s).
El Sal 16 (especialmente 16,9ss) fue básico para la primitiva predicación cristiana sobre la
resurrección. Aunque aquí no se pensara todavía directamente en la fe en la superación de
la muerte, se percibe la certeza de que Yahveh es más fuerte que el "sheol" 2. El Sal 16 junto
al Sal 49 y 73 forman un conjunto denominado de los salmos místicos, en el cual se
descubre que el temor a la muerte parece superado por la comunión con Yahveh; que la
muerte del justo no puede ser igual a la del impío, pues con la muerte no cesa la amistad
con Dios; se cuestiona la tesis tradicional de la retribución y se llega a dudar de la utilidad
de la inocencia. Sin embargo, se hace conciente el carácter indisoluble de la unión amorosa
del hombre y Dios, que la muerte no puede romper. Estos tres salmos son atisbos no
tematizados ni conceptualizados de una actitud nueva, en la que la esperanza no claudica ni
siquiera ante la muerte.
Los milagros de resurrección operados por Elías y Eliseo (1R 17,17-23; 2R 4,33ss; 13,21)
muestran que Yahveh puede vivificar a los muertos sacándolos del "sheol".
Se emplea esta imagen para traducir la esperanza colectiva del pueblo de Israel. Este,
herido por los castigos divinos se puede comparar con un enfermo asechado por la muerte
(Is 1,5s) y hasta con un cadáver. Pero si se convierte, Yahveh lo devolverá a la vida (Os
6,1s). Después del exilio resucitará Dios a su pueblo como se vuelven a la vida osamentas
ya áridas (Ez 37,1-14). Despertará a Jerusalén y hará que se levante del polvo donde yacía
como muerta (Is 51,17; 60,1).
1
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, p. 774.
2
Cf. J. RATZINGER, Escatología, 2 ed. Barcelona: Herder 1984, p. 90.
583
Devolverá la vida a los muertos, hará que se levanten sus cadáveres (Is 26,19). Este es el
primer anuncio formal de la resurrección de los individuos, con un acento físico y
biológico.
Resurrección metafórica, pero verdadera liberación del poder del "sheol" (Os 13,14).
Incluso la parte fiel de Israel pudo caer en los infiernos, como el Siervo de Yahveh, muerto
y sepultado con los malvados (Is 53,8s.12). Pero este resto, como el Siervo, compartirá la
victoria (Is 53,10ss). Primer esbozo de una promesa de resurrección. Simbólicamente se
puede ver el anuncio de la resurrección en la apocalíptica del primer Isaías (Is 24-27), que
es, en sentido estricto, el anuncio del retorno de los israelitas.
c) La resurrección individual.
2. Nuevo Testamento
1
Cf. LÉON-DUFOUR, op. cit., pp. 775-776.
2
Cf. RATZINGER, op. cit., pp. 112-113.
584
Mc 9,42-47 se asegura este estado de encarnación incluso en la gehenna (Mt 5,29-30); la
misma idea se encuentra en Mt 10,28, donde el sujeto de perdición es el hombre entero.
En Jn 5,28-29 se afirma formalmente una resurrección universal, lo mismo que en Hch
24,15. Jn menciona en otras partes la resurrección de los justos. Jesús mismo es "la
resurrección y la vida" (Jn 11,25); quienes se acojan a su palabra vivirán (Jn 5,25). "Vivir",
"no perderse", "tener vida eterna", son sinónimos de "ser resucitados el último día" (Jn
6,39-40.44.54). Esto es efecto del propio Cristo (Jn 5,54). La creencia en la resurrección,
como la manifestaba Marta (Jn 11,24), recibe el complemento de la motivación cristológica
(Jn 11,25); la resurrección es la emergencia escatológica de la vida de Cristo, ya operante
en los creyentes1.
En la teología joánica, la resurrección no aparece como un acontecimiento lejano, sino
como un suceso en el "hic et nunc". No se plantea una situación intermedia entre muerte y
resurrección porque Jesús es la resurrección. Se vuelve a hacer presente la herencia
veterotestamentaria. El amor es más fuerte que la muerte2.
1Ts 4,13-17:-Es el texto más antiguo. Los cristianos de Tesalónica, viviendo a la espera de
una parusía inminente, temen que sus hermanos muertos, al no alcanzar este
acontecimiento, queden fuera de la salvación. Pablo parte de la muerte y resurrección de
Cristo. La fe en esta resurrección debe hacerse extensiva a los que murieron en Jesús, pues
de la misma manera que Dios resucitó a éste, lo hará con los que son solidarios con él (1Ts
4,14). La expresión "llevará consigo" supone la resurrección (1Ts 4,16). El interés doctrinal
es la real participación de los muertos en el reino de Dios; lo que interesa a los tesaloni-
censes es saber si los que no han llegado vivos a la parusía podrán disfrutar de sus
beneficios, como lo disfrutarán "los que restan" (1Ts 4,17). Pablo responde que el hecho de
vivir en el momento de la parusía no implica ventajas (1Ts 4,16-17). El "consuelo" (1Ts
4,18) que la esperanza cristiana ofrece a los creyentes es la certeza de la resurrección. Pablo
resalta el nexo entre la resurrección de Jesús y la suerte de los difuntos.
El resto de la literatura paulina incide sobre la teología de la resurrección: esta es, por una
parte, consecuencia de la resurrección de Cristo y, por otra, conformación con Cristo
resucitado. Desde el bautismo la existencia cristiana es una asimilación a Cristo, que
terminará, a través de la participación en su muerte, en una resurrección semejante a la suya
(Rm 6,4-11)1. El bautismo se interpreta como incorporación a la muerte de Cristo, la cual se
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 186-194.
586
encuentra en camino hacia la resurrección 2. El paralelo entre la resurrección de Cristo y la
nuestra aparece reiteradamente: 1Co 6,14; 2Co 4,14; Rm 8,11; Col 1,18; etc. La
conformación de nuestro cuerpo con el cuerpo glorioso de Cristo también aparece: Flp,
3,21; Rm 8,23; Ef 2,5-7.10; 4,22-24; Col 3,4; etc. El cristocentrismo de la comprensión
paulina de la resurrección implica su índole corporativa. Es el cuerpo de Cristo quien
resucita, alcanzando así su plenitud. Los individuos llegan a la resurrección en cuanto
miembros de este cuerpo (1Ts 4,15-17; 1Co 15,20-28). Cristo es el salvador del cuerpo (Ef
5,23). La esperanza de los cristianos no puede ser de una consumación puramente
individual (Col 2,9). La constitución del cuerpo de Cristo se consuma comunitariamente,
una vez completado el número de sus miembros, en el acontecimiento que finaliza la
historia (Col 3,4).
Los Padres centran su doctrina por una parte, en el hecho mismo de la resurrección; por
otra, en la identidad y contextura del cuerpo resucitado.
a) Los Apologistas.
c) Orígenes.
2
Cf. RATZINGER, op. cit., p. 114.
587
Defiende la resurrección contra Celso con las razones del poder de Dios y de la ilegitimidad
de una negación de lo posible en base al limitado conocimiento de lo real; este hecho,
además, pertenece a la fe predicada por los apóstoles. Denuncia como falsas y ridículas las
doctrinas de una identidad material del cuerpo resucitado y el terreno, tal como afirmaban
los apologistas. Orígenes establece una distinción entre "cuerpo" y "carne", negando que
Dios resucite la "carne". La identidad entre el cuerpo presente y el futuro no se basa en la
continuidad de la misma materia, puesto que ni siquiera en la presente existencia se da tal
identidad; la identidad del cuerpo resucitado se funda en la permanencia del "eîdos"
(figura), que no debe confundirse con la "morfé" (forma) ni con el "schêma" o figura
externa. Sin embargo el marcado espiritualismo de Orígenes le ha conducido a una
negación de la auténtica corporeidad.
d) San Agustín.
2. La Fe de la Iglesia
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 194-203.
588
necesitadas de purificación, no tienen que esperar en una situación intermedia después de la
pasión, muerte y ascensión de Cristo, sino que "están y estarán en el cielo...aun antes de la
reasunción de sus cuerpos y del juicio universal", de modo que "ven la divina esencia con
visión intuitiva y también cara a cara, sin mediación de creatura alguna" (D 530; DS 1000).
Esta idea se introdujo también en la profesión de fe del emperador Miguel Paleólogo (D
464; DS 856-858), formulada en el segundo concilio de Lyon (1274). El papa Juan XXII
(1316-1334) expuso un nuevo pensamiento sobre la fase intermedia de los difuntos. Sólo
con el juicio universal y la resurrección se acaba esta situación intermedia, dando paso a la
relación definitiva con la Trinidad. En su lecho de muerte el papa se retractó de sus
opiniones1.
CUESTIONES TEOLOGICAS
1. La Dimensión Antropológica.
2. La dimensión Cristológica.
3. La identidad corporal.
LA NUEVA CREACION
591
2. La enseñanza del Vaticano II.
3. Problemática Teológica.
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 211-222.
2
Ibid., pp. 224-225.
592
TESIS 59
Con este tema se pretende dar respuesta a los interrogantes sobre el objetivo último de la
Alianza: la configuración definitiva de la promesa, es decir, el estado escatológico de los
bienes salvíficos que Cristo ha otorgado. Los cristianos recogen esta creencia de la Sagrada
Escritura y de la fe de la Iglesia. Frente a esta fe surgen en el mundo cristiano muchas
falsas ideas, falsas concepciones de lo que es el cielo y de cómo es: En esta vida no importa
sufrir porque en el cielo habrá felicidad, haciendo del cielo o de la vida eterna una cosa
desconectada de la vida actual; para algunos el cielo es un absurdo; hay imágenes míticas
del cielo, incluso algunos lo ven como un lugar físico sobre las nubes, arriba, o como una
ciudad hermosa de oro. También surgen preguntas: ¿Cómo se relaciona tal plenitud
transhistórica que espera el cristiano con el futuro intramundano al que se dirige la
humanidad? ¿Cómo se vinculan el futuro intra-histórico y el futuro transhistórico o
absoluto?el cielo
SAGRADA ESCRITURA
Sobre la realidad del cielo, el lenguaje es siempre ambiguo y refleja el mundo. El cielo es lo
inefable.
1. Antiguo Testamento
Describe el contenido último de la promesa con rasgos más firmes y concretos. Cristo es la
promesa cumplida y en sus palabras y acciones el reino de Dios se hace ya presente. A la
luz de la revelación que acontece en Cristo, se confirman y perfilan con nitidez las oscuras
y fragmentarias intuiciones del AT.
a) La predicación de Jesús
b) La visión de Dios
594
la edad infantil a la adulta (1Co 13,11). La diferencia entre ambas es el modo de
conocimiento de Dios (1Co 13,12). La visión de Dios ha de ser entendida como la mutua
compenetración del cosgnoscente y el conocido en la esfera de un intercambio vital. La
antítesis "visión por un espejo-visión cara a cara" indica, de una parte, el acceso a Dios
mediatizado por una creación que revela y vela al tiempo a su creador (Rm 1,19ss); y de
otro lado, un género de inmediatez sólo posible en la intimidad de un encuentro directo, de
persona a persona, en el que Dios ya no está velado por nada, sino definitivamente
des-velado. La índole perfecta de este conocimiento escatológico de Dios se refuerza en la
segunda parte del verso: al actual conocimiento parcial (ek mérous) sucederá un conocer tal
y como (kathòs kai) Dios conoce.
Que la inmediatez del conocimiento intelectivo se subordine aquí a la comunión en una
vida participada aparece claro en la comparación de este texto con 2Co 5,6-8. El modo de
conocimiento "por la fe" (2Co 5,7) tiene lugar en la lejanía del Señor (2Co 5,6), más llegará
el momento en que este conocimiento acontecerá "por la realidad vista" (dià eìdous),
cuando "nos domiciliemos junto al Señor" (2Co 5,8).
El otro texto clave sobre laviva visión de Dios es el de 1Jn 3,2. Supuesto el sentido
escatológico del texto, evidente en la contraposición "ahora-aún no", así como en los
verbos en futuro, importa precisar el antecedente del pronombre "autón". Puede
sobreentenderse como sujeto a Cristo: "cuando (Cristo) se manifieste (en su parusía)..., le
veremos tal cual es". La estructura gramatical del pasaje permite otra lectura. El posible
antecedente del pronombre "autón" podría ser Dios: "le veremos (a Dios) tal cual es". La
discusión entre ambas posibilidades no modifica la doctrina del pasaje. Es la visión de la
divinidad lo que se promete. El texto contiene todavía otra precisión. Se afirma que tal
visión engendra la semejanza. La visión es divinización, y la divinización se sitúa en la
línea de la actual filiación divina a la que hace mención al comienzo del pasaje. También
aquí el hecho de ver a Dios es entendido primariamente en clave de comunión de vida.
c) La vida eterna
Esta designación es utilizada ya por los sinópticos como sinónimo de la fase final del reino.
Así en el texto sobre el escándalo (Mc 9,43-48). El joven rico pregunta a Jesús qué ha de
hacer para "obtener la vida eterna" (Mc 10,17). Los discípulos que hayan dejado todo por
seguir al Señor reciben la promesa de "la vida eterna" (Mc 10,30). En la gran parábola del
juicio final (Mt 25,31ss), la "vida eterna" (Mt 25,46) coincide con "el reino preparado desde
la creación del mundo" (Mt 25,34). Juan profundiza en este concepto. Si en los sinópticos
significaba siempre el futuro escatológico, según el cuarto evangelista la vida eterna es ya
poseída actualmente por la fe (Jn 3,36; 5,24; 6,47.53-54; 1Jn 3,14; 5,11.13). Cristo es la
fuente de esta vida (Jn 1,4; 1Jn 1,1). Jesús dice de sí mismo que "posee la vida" (Jn 6,57;
14,19) o, que él mismo "es la vida" (Jn 11,25; 14,6; 1Jn 5,20). Ha venido al mundo para
"darle la vida" (Jn 6,33; 10,10; 1Jn 4,9).
El don de la vida tiende, por su propia naturaleza, a la definitividad. Sin embargo, durante
la existencia temporal puede perderse, por desaparición de la fe o por atentado contra el
amor fraterno (1Jn 3,14-15; 5,16). De ahí que la vida eterna alcance su consumada
perfección en el futuro, cuando el creyente sea asumido en la gloria del Cristo resucitado y
esté donde él mismo está (Jn 14,3; 17,24). Propio del dinamismo inherente a la vida es su
capacidad de trascender la muerte y alcanzar una existencia que dura siempre (Jn
6,50-51.58; 8,51; 10,28; 11,25). La vida eterna consiste en el conocimiento propio de la
visión de Dios (Jn 17,3; 10,14-15). La posesión de la vida, que es don del Padre a través del
595
Hijo (1Jn 1,3), opera en el creyente la comunidad vital con el Padre y el Hijo (1Jn 1,3;
2,23-24). Juan identifica la vida eterna con la plenitud del amor (Jn 17,26). Dios es definido
como amor (1Jn 4,8). Donde se da el amor fraterno se localiza la presencia de Dios (1Jn
4,12).
En Pablo se encuentra también el concepto de vida, y con un significado muy próximo al
que le otorga Juan, aunque la expresión "vida eterna" parece ser reservada para la
consumación escatológica (Rm 2,7; 5,21; Ga 6,8; Tt 1,2). Con todo, la actualidad de la
vida, efecto de la dispensación del Espíritu, es señalada frecuentemente por el apóstol (Rm
8,2.10; Ga 2,20; 5,25). Dicha vida es participación en la vida de Cristo resucitado (Ga 2,20)
y se manifestará en su plenitud con la parusía (Col 3,3-4). Ahora somos "herederos, en
esperanza, de la vida eterna" (Tt 3,7).
Tanto la categoría "visión de Dios" como la de "vida (eterna)" están animadas por un
vigoroso cristocentrismo (2Co 5,8; 1Jn 3,2). Tener la vida es creer en Cristo, escuchar su
palabra o comer su carne. La participación del ser de Dios, que constituye el ver a Dios o
poseer la vida eterna, se da en la participación del ser de Cristo. En los sinópticos hay
varias indicaciones de la comunidad con Cristo constitutiva de la bienaventuranza. La
parábola del convite de bodas (Mt 22,1-14) trata de las nupcias del hijo del rey. De forma
semejante, en la de las diez vírgenes (Mt 25,1-13) el esposo es el Señor de la parusía: las
vírgenes prudentes entran con él al banquete (Mt 25,10). En Lc 12,35-38, donde se trata de
la venida final del Señor, éste es el anfitrión de la cena con la que premia a los siervos
fieles. La alusión de Jesús en la última cena al convite escatológico (Mt 25,29) sugiere que
tal banquete será la prolongación de la cena eucarística, en la que los discípulos participan
de la carne y la sangre (=de la vida) de Cristo. El siervo bueno y fiel de la parábola de los
talentos es invitado a "entrar en el gozo de su Señor" (Mt 25,21.23).
El diálogo de Jesús con el buen ladrón (Lc 23,42-43) reviste singular importancia. El
término "parádeisos", que aparece otras dos veces en el NT (2Co 12,4; Ap 2,7), designa la
condición propiamente escatológica: es, en un lenguaje mítico, expresión de la definitiva
bienaventuranza. Pero lo notable en el texto es la yuxtaposición "conmigo-en el paraíso"
(met'emoû). Al tema veterotestamentario del ser con Dios, del Dios con nosotros, como
síntesis de la salvación escatológica, sucede así el ser con Cristo (Lc 23,42). El relato de la
muerte de Esteban (Hch 7,54-60), redactado por Lucas en paralelo con el que ha hecho de
la muerte de Jesús en su evangelio (Lc 23,34ss), alcanza su clímax en Hch 7,59. Si era el
Padre el receptor del espíritu de Jesús (Lc 23,46), ahora es el propio Jesús el que recibe la
vida de los cristianos más allá de la muerte. En cuanto a Pablo, los escritos de las diversas
épocas coinciden en fijar como elemento determinante de la consumación el ser con Cristo
(2Co 5,8; 1Ts 4,17; Flp 1,23). Los textos confirman la doctrina sinóptica y anticipan las
afirmaciones de los escritos joánicos (Jn 14,3; 17,24; Ap 3,20).
Lo que en el NT se denomina reino de Dios, paraíso, visión de Dios, vida eterna, es el ser
con Cristo, en la forma de existencia definitiva. Donde está Cristo está el reino. La promesa
hecha a los patriarcas se ha personalizado: toda la suma de los bienes mesiánicos se
condensan en la figura del Hijo y en el consorcio de su vida gloriosa.
e) La consumación total
596
El cielo es la reconciliación total, el cielo significa la realización de las utopías humanas, en
primer lugar la reconciliación del hombre consigo mismo, la reconciliación del hombre con
el cosmos y del cosmos consigo mismo. Jesús vino para indicar cómo será la existencia
humana, pero también para decir cuál es la meta de la vida (el cielo) y como alcanzarla. El
cielo es la reconciliación y la consumación total.
LA TRADICIÓN Y LA FE DE LA IGLESIA
Uno de los elementos en que la tradición insiste más sostenidamente es en el del cielo como
sociedad. Los elegidos, dice San Agustín, participan "contigo en el reino perpetuo de tu
santa ciudad"; según Gregorio Magno, el cielo "se construye con la congregación de los
santos ciudadanos"; Beda define la vida eterna como "el gozo de la sociedad fraterna"; ya
antes, San Cipriano había afirmado que la bienaventuranza consiste en "el disfrute de la
inmortalidad con los justos y los amigos de Dios". El sujeto primero de la gloria celeste es
la Iglesia; en ella y por ella llega a las personas singulares el gozo eterno. Que la vida
eterna sea la visión de Dios se afirma explícitamente desde San Ireneo. Esta visión de Dios
nos otorga la divinización. La índole cristológica de la vida eterna aparece tempranamente,
con San Ignacio de Antioquía, la carta de Bernabé, San Ireneo, San Agustín, San Juan
Damasceno. San Cipriano presenta la gloria como configuración acabada con Cristo y
participación en su reino.
Los primeros símbolos de fe recogen la esperanza cristiana en "la vida eterna" (DS 15; 19;
21ss). Diversos documentos del magisterio consideran la bienaventuranza como un "reinar
con Cristo" (D 287; 984; DS 540; 575; 1821; 2187). Pero la más importante de las
declaraciones magisteriales hasta el Vaticano II, es la constitución dogmática de Benedicto
XII "Benedictus Deus" (D 530; DS 1000); la atención se dirige a la visión de Dios como
constitutivo esencial de la vida eterna, acerca de la cual se hacen una serie de precisiones:
a) El hecho de la visión: los bienaventurados "vieron y ven la esencia divina".
b) El modo de la visión: se trata de una "visión intuitiva, facial, no mediando
ninguna criatura en razón de objeto visto, sino mostrándose inmediata, clara y
abiertamente la esencia divina".
c) Las consecuencias de la visión: el gozo, la bienaventuranza y la vida eterna.
d) La duración de la visión: ésta, una vez comenzada, permanece "sin
interrupción...hasta la eternidad".
En una línea semejante está el Concilio de Florencia (D 693; DS 1305).
El Concilio Vaticano II recoge el dato "visión de Dios" (LG 48). Pero inmediatamente
añade el aspecto cristológico (LG 49). También aparece la índole social de la vida eterna
(LG 50-51). La doctrina conciliar, incorporando precedentes enseñanzas, ha ensanchado el
horizonte de la temática y recuperado con una rica documentación bíblica aspectos de la
vida eterna muy destacados por el NT1.
La eternidad
La visión de Dios es la vida eterna. Una real participación en el modo de ser propio de Dios
implica participar paralelamente en su modo de persistir en el ser. La duración inherente al
que es, ya definitivamente, con Cristo, es la eternidad "participada". Este adjetivo señala la
diferencia entre la eternidad propiamente tal, sólo predicable de Dios, y la que atañe al
hombre bienaventurado. La eternidad participada la entiende la fe de la Iglesia en la
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp. 228-243.
597
constitución de Benedicto XII: como duración sin interrupción ni término; como situación
definitiva e irrevocable. En la noción misma de vida eterna se incluye: a)Un permanente
dinamismo (de lo contrario no sería vida). b)Que no puede extenderse a lo largo de una
duración idéntica a nuestro tiempo (de lo contrario no sería eterna). La vida eterna
representa la abolición del tránsito potencia-acto: por eso es divinización del hombre. Pero
tal abolición es compatible con un permanente acrecentamiento de la densidad vital; en la
vida eterna, cada plenitud es un nuevo comienzo1.
¿CRECIMIENO INDEFINIDO?
La vida junto a Dios ha sido comúnmente presentada como un descanso y como visión
beatífica; representaciones que sugieren la idea de la monotonía y aburrimiento. En verdad,
la historia continúa en el cielo, pero no con la ambigüedad del tiempo terreno en el que el
bien y el mal andan siempre juntos. Será la historia del hombre con Dios, la historia de
amor y la indefinida divinización del hombre, de la criatura. Dios no aumentará, pero sí la
participación de la creatura en Dios; el hombre penetra cada vez en el misterio de Dios; se
le va revelando en infinitas facetas, maravillando al hombre con su verdad y sorpresa; y eso
por toda la eternidad. El hombre, por ser finito y creado, no puede, en un sólo acto, abarcar
las dimensiones infinitas del misterio de Dios. Esto es así por nuestra situación terrena de
peregrinos, pero sobre todo por nuestra condición creatural. En el cielo será un dinamismo
en el descanso, tranquilidad en la actividad, paz en el movimiento de la novedad.
1
Cf. Ibid., pp. 247-248.
598
fundamento de la posibilidad misma de concebir y de pensar el ser. Hablar y postular lo
trascendente como negación absoluta de lo inmanente es un contrasentido. No se da el más
allá sin un "más acá" y viceversa. La trascendencia no es pensable ni postulable sin la
inmanencia. Trascendencia e inmanencia se requieren como dimensiones de una misma
realidad, o, en otras palabras, de un mismo ser. Por eso, es un contrasentido entender el
carácter trascendente del Reino de Dios o cielo como simple negación de la creación y de la
historia.
El adjetivo "trascendente" quiere indicar una función ontológica. Por su parte, la expresión
"transhistórico" comporta una función histórica. La trascendencia se establece como
fundamento que permite pensar lo inmanente. De manera semejante, cuando se habla con
sentido de lo "transhistórico", se está postulando una dimensión que permite pensar lo
histórico, por cuanto lo funda y le da sentido. Trascendencia es la fundamentación de la
inmanencia. Lo inmanente queda religado en su ser a lo trascendente. El Reino de Dios, el
cielo, es un regalo de Dios. Pero es la autodonación de Dios a la humanidad histórica
concreta. Se trata de un don trascendente que se ofrece a la realidad concreta e inmanente1.
EL INFIERNO
1. Antiguo Testamento
En el antiguo Israel los infiernos, el "sheol", son "el punto de cita de todos los vivos" (Jb
30,23). Como otros muchos pueblos, también Israel imagina la vida de ultratumba de los
muertos como una sombra de existencia, sin valor y sin alegría. El "sheol" es el marco que
reúne estas sombras: se lo imagina como una tumba (Ez 28,8) en lo más profundo de la
tierra (Dt 32,22), más allá del abismo subterráneo (Jb 26,5; 38,16s). Allá "descienden"
todos los vivientes (Is 38,18; Ez 31,14) y ya no volverán a subir jamás (Jb 7,9). Descender
a estos infiernos colmado de días, al final de una vejez dichosa (Gn 25,8) es la suerte
común de la humanidad (Is 14,9-15; Jb 3,11-21) y así nadie tiene por qué quejarse. Pero
con mucha frecuencia el "sheol" no aguarda esta hora (Pr 27,20; 30,16; Is 38,10-11).
El aspecto trágico de la muerte manifiesta el desorden del mundo, y uno de los ejes del
pensamiento religioso israelita está en descubrir que ese desorden es fruto del pecado. A
medida que se va afirmando esta conciencia, los rasgos del infierno adoptan una figura cada
vez más siniestra. Abre sus fauces para tragarse a Koré, Datán y Abirón (Nm 16,32s), pone
en juego todo su poder para devorar la "gloria de Sión" (Is 5,14). Israel conoció dos
imágenes especialmente expresivas de este fin terrorífico: la consunción por las llamas de
1
Cf. J. NOEMI, Teología del mundo II: Escatología, 2 ed. Santiago: Seminario Pontificio 1989, pp. 151-155.
2
W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Herder 1990, p. 358.
599
Sodoma y Gomorra (Gn 19,23; Am 4,11) y la devastación del paraje de Tofet, en el valle de
la Gehena, lugar de placer destinado a convertirse en lugar de horror, donde cadáveres de
pecadores serán atormentados fuera de la Jerusalén escatológica (Is 66,24). El texto del
tritoIsaías describe a los pecadores como cadáveres en el valle de Hinnom, perpetuamente
atormentados por el gusano y el fuego. Constituye el antecedente próximo de las imágenes
neotestamentarias del infierno1. Los pecadores despertarán para el horror eterno (Dn 12,2;
Sb 5,15ss). El AT señala que Dios es bueno y lo que crea también es bueno. No quiere la
muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18,23).
2. Nuevo Testamento
El NT comprende que Dios, en primer lugar, es Amor (1Jn 4,8) y que, además, tiene un
designio universal de salvación (1Tm 2,4; 2P 3,9). En el NT la idea de condenación se
formula en una serie de expresiones que significan la negación de la comunión con Dios
que constituye la bienaventuranza (Mt 7,23; 22,13; Mc 8,35; Lc 13,23-29; Jn 12,25). Pablo
habla de no heredar el reino (1Co 6,9-10) y Juan, de no ver la vida (Jn 3,36). Todas estas
fórmulas tiene en común el presentar el estado de condenación como consistente, ante todo,
en la exclusión del acceso inmediato a Dios o a Cristo en el que los hombres alcanzan la
vida eterna. Contrariamente a lo que ocurre con la bienaventuranza, el infierno se entiende
como una negación de las descripciones de la salvación consumada. El infierno es la
imagen invertida de la gloria. Así como el misterio de la salvación escatológica puede
expresarse por la palabra vida, el de la perdición alcanza su apelación más rotunda y
concisa en la idea de muerte o muerte eterna (Lc 13,3; Jn 5,24; 6,50; 8,51). Este estado de
muerte es tan definitivo e irrevocable como el de la vida. El infierno es eterno (Ap 14,11)2.
Cristo habla del infierno. Jesús da más importancia al perder la vida, a la separación de él,
que a la descripción del infierno admitida en su ambiente.
En los Sinópticos, la predicación de Jesús anuncia y promete sólo la salvación y no la
condenación, como lo hacían los profetas que contemplan ambas posibilidades (Mt 3,2). En
el discurso programático, Jesús excluye el día de la venganza de Yahveh, que estaba en el
texto de Is 61,1-2 (Lc 4,22ss). Pablo también rechaza que el evangelio sea salvación o
condenación, sólo es salvación (2Co 1,18-19). Por tanto, el mensaje de muerte eterna no es
un mensaje del evangelio, ya que éste es una buena noticia de salvación y no de
condenación. No obstante, la Escritura contempla la posibilidad de la condenación o
fracaso total de la existencia.
Jesús utiliza las más violentas y más despiadadas imágenes escriturísticas del infierno (Mt
5,22; 10,28; 13,43; Mc 9,43.48). Lo describe como ‘gehenna’ de fuego (Mt 18,9), horno de
fuego (Mt 13,50), gusano que no muere (Mc 9,48). La gravedad de estas afirmaciones está
en que son formuladas por el mismo que tiene poder para arrojar al infierno. Jesús anuncia
que él mismo enviará a sus ángeles a arrojar en el horno ardiente a los inicuos (Mt 13,14s)
y pronunciará la maldición (Mt 25,41). El infierno es privación de la amistad con Dios,
lleva al hombre al fracaso de su vida y al mayor de los sufrimientos. El infierno es la
exclusión total de Dios y de la vida, lo cual conlleva un aspecto de dolor.
Jesucristo descendió a los infiernos. La bajada de Cristo a los infiernos en un artículo de fe
y es un dato cierto del NT (1P 3,19s). Esta bajada de Jesús a los infiernos significa a la vez
la realidad de su muerte de hombre y su triunfo sobre la misma (Hch 2,24.31; Ef 4,9s). La
fe cristiana confiesa que Cristo es señor en el cielo después de haber ascendido de entre los
muertos (Rm 10,6-10). Por su muerte triunfó Cristo del último enemigo, la muerte (1Co
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, p. 254.
2
Cf. Ibid., pp. 255-256.
600
15,26), y forzó las puertas infernales. La muerte y el Hades ahora se ven obligados a
restituir los muertos que retienen (Mt 27,52s; Ap 20,13). Hasta la muerte del Señor era el
infierno el término fatal de llegada de una humanidad exiliada de Dios, y nadie podía salir
antes de Cristo (1Co 15,20-23; Ap 1,5). Para la humanidad condenada en Adán a la muerte
y a la separación de Dios, la redención es la abertura de las puertas infernales, el don de la
vida eterna. La Iglesia es el fruto y el instrumento de esta victoria (Mt 16,18). Pero Cristo,
ya antes de su venida, es prometido y esperado. Cuando aparece Jesucristo, los que no
obedecen su Evangelio son castigados (2Ts 1,8s; Ap 10,14s)1 en el estanque de fuego y
azufre (Ap 19,20).
La Escritura no distingue una pena privativa de otra diversa de índole positiva. La doctrina
de la muerte eterna aparece en el NT a través de una doble serie de lugares: en unos se la
describe bajo el aspecto de exclusión de la vida con Dios; en otros, se prefiere insistir en el
aspecto doloroso que esa exclusión entraña.
El fuego ha sido considerado por algunos como uno de los aspectos propios del castigo
eterno. La imagen del fuego ha prevalecido sobre las demás. Esto se explica porque en el
mundo palestino, el fuego es el destino de lo inservible (Mt 3,10.12; 7,19; 13,30.40-42; Lc
3,17). El símbolo del fuego ilustra la vaciedad de una vida sin la comunión con Dios. Que
el estado de muerte eterna sea llamado fuego responde a la intención de resaltar el carácter
de total desastre de la vida alejada para siempre de Dios, la fuente de la vida. En el dato
revelado se encuentra una respuesta a la pregunta sobre el infierno respecto a la bondad de
Dios, con la idea del juicio como autojuicio. Los textos de Jn 3,17-19 y 12,47-48 señalan
que el juicio condenatorio procede del condenado mismo, en cuanto que no cree o no acoge
la palabra de salvación. Jesús aparece como salvador; no viene a condenar sino a salvar. El
hombre se basta por sí solo para perderse, cuando se sustrae voluntariamente de la oferta de
salvación. De forma semejante, los réprobos de Mt 25,32ss lo son porque se han labrado su
propio destino de condenación cerrándose a las obras del amor fraterno.
LOS PADRES
La doctrina del infierno aparece en los más antiguos documentos de la época patrística. En
un primer momento los textos se limitan a seguir el NT.
San Ignacio de Antioquía en la Carta a los Efesios habla de los que no heredarán el reino
de Dios e irán al fuego inextinguible. En la segunda carta a los Corintios, atribuida a San
Clemente Romano, se aplica a los incrédulos el texto de Mc 9,48.
Con los apologistas se inicia un proceso de justificación racional de las penas infernales:
san Justino presenta el infierno en la fe cristiana como la más eficaz contribución a la
pacífica convivencia y al orden social, apelando a la justicia eterna que no dejará impunes
los crímenes. Atenágoras sostiene que el pensamiento de un castigo eterno es un estímulo
para la observancia de las normas morales. San Ireneo y Minucio Félix comentan la
eternidad de las penas.
Orígenes se aparta en dos puntos de lo que venía siendo comprensión generalizada del dato
revelado. En primer lugar, pone en duda el carácter eterno de la condenación: los textos
escriturísticos acerca de una muerte eterna cumplen una función conminatoria y las penas
pretendidamente eternas son, en realidad, medicinales y, por tanto, temporales. La razón de
esta postura se encuentra en la tesis origenista de la permanente capacidad de opción,
propia del alma en cuanto principio espiritual. En otros lugares, Orígenes se inclina por la
tesis de la apocatástasis. El otro elemento nuevo se refiere a la naturaleza del fuego. Oríge-
1
Cf. X. LÉON-DUFOUR, Vocabulario de teología bíblica, 11 ed. Barcelona: Herder 1980, pp. 423-425.
601
nes se opone a la concepción masivamente material de la pena del fuego. El fuego infernal
de que habla la Escritura es símbolo del tormento interior del condenado, afligido por la
propia deformidad y desorden.
San Juan Crisóstomo menciona explícitamente el estado de perdición como exclusión del
reino de Dios. San Agustín había ya sugerido que esta es la esencia de la muerte eterna y
no los castigos sensibles.
En los documentos del magisterio, la doctrina del infierno aparece en época tardía.
La "Fides Damasi" afirma en el contexto de la doctrina sobre la resurrección de la carne
que a los buenos se les otorga el premio eterno en razón de sus méritos y a los malos el
castigo eterno por sus pecados (D 16; DS 72).
Hay una recensión en el símbolo "Quicumque", redactado probablemente en la segunda
mitad del siglo V o a comienzos del siglo VI, que afirma que quienes han obrado mal irán
al fuego eterno (D 40; DS 76). El canon 9 del sínodo "endemousa" condena la negación de
la eternidad del infierno (D 211; DS 411). En la época medieval, el Concilio Lateranense
IV de 1215 emitió una profesión de fe contra la herejía albigense, en la que se estipula que
los pecadores recibirán una pena perpetua (D 429; DS 801); esta declaración fue hecha
porque los albigenses no admitían otro estado penal que la encarnación; las almas
pecadores sufrirán tantas encarnaciones cuantas sean precisas para librarse de sus culpas; la
apocatástasis pondrá fin a estas encarnaciones sucesivas y entrañará la aniquilación de la
materia. Estos puntos de vista, igual que en Orígenes, proceden de una cosmovisión dualis-
ta.
El concilio II de Lyon (1274) habla de que quienes mueren en pecado mortal descienden al
infierno donde sufren distintos tormentos. A pesar de lo cual el día del juicio comparecen
todos con sus cuerpos ante el tribunal de Dios para dar cuenta de sus actos (D 464; DS
858-859).
La constitución "Benedictus Deus" (1336) vuelve a tratar la doctrina del infierno (D 531;
DS 1002). Teniendo en cuenta que en el contexto precedente se ha definido la vida eterna
como visión inmediata de Dios, el lícito suponer que las "penas infernales" mencionadas
por el documento, consistirán en el completo y definitivo distanciamiento de Dios.
Según el concilio de Florencia (Decreto para los jacobitas, 1442) fuera de la Iglesia católica
nadie puede tener parte en la salvación eterna (D 714; DS 1351).
En el decreto del concilio de Trento sobre la justificación (1547) se habla de forma
implícita de la condenación eterna al rebatir la opinión de que el justo no es condenado
únicamente porque Dios no computa para la condenación eterna las obras malas, que se dan
también en el justificado (D 804; 835; DS 1539; 1575).
El Concilio Vaticano II ha tocado el tema del infierno transcribiendo diversos textos del NT
(LG 48)1. Dice que el infierno es una posibilidad real.
REFLEXION TEOLOGICA
La escolástica distingue dos elementos en el suplicio del infierno: la pena de daño (suplicio
de privación), que corresponde al apartamiento voluntario de Dios que se realiza por el
pecado mortal; y la pena de sentido (suplicio de los sentidos), que corresponde a la
conversión desordenada a la criatura. La pena de daño, que constituye propiamente la
esencia del castigo del infierno, consiste en verse privado de la visión beatífica de Dios (Mt
25,12.41; Lc 13,27; 14,24; 1Co 6,9; Ap 22,15). La pena de sentido consiste en los
tormentos causados externamente por medios sensibles (es llamada también pena positiva
del infierno)1.
La vida eterna es descrita en la Escritura como un "ver a Dios". La muerte eterna, negación
de la vida, será la irreparable lejanía de Dios, el vacío incolmable de su ser; en esto consiste
su esencia. Las representaciones imaginativas del infierno deterioran su terribilidad,
ignorando que el ser humano es capaz de resistir todo género de sufrimientos mientras
posea una razón de vivir. El hombre, imagen de Dios, es la criatura substancialmente
referida a su creador. Se logra o se malogra en la medida en que lo alcanza en la esfera de
una relación de comunicatividad vital. Por fidelidad al dato revelado debe insistirse en lo
que la teología tradicional llamó "poena damni". En esta concepción aparece clara la
continuidad pecado-muerte eterna. Esta es lo virtualmente contenido en aquél: la repulsa de
Dios. El infierno, por consiguiente, ha de ser el resultado de tal repulsa: la existencia sin
Dios. No hay experiencia de lo que esto significa. Durante la existencia terrena, Dios no
está nunca tan lejos; incluso para el pecador. Esa constante disponibilidad divina para la
oferta de salvación hace que la experiencia de su lejanía en el tiempo sea inconmensurable
con la que se dará en la eternidad. En realidad, todavía no se sabe lo que es vivir sin Dios;
ser hechos para él y no poder llegar a él; perder el sentido de una existencia que ya no tiene
objeto.
Por otra parte, lo que solía nombrarse "poena sensus", la existencia de una pena sensible
proveniente de una causa material, pone de relieve que el hombre sigue siendo, en las más
diversas situaciones, un ser-en-el-mundo. El condenado también necesita desplegar su
existencia en la esfera de una infraestructura material, mundana. En la nueva creación,
centrada en Dios y ordenada en torno a ese centro unificador, el impío no encontrará su
sitio; experimentará el mundo, no como albergue acogedor de la existencia, sino como
medio inhóspito, que lo asedia y oprime sin tregua y del que no puede evadirse, porque a él
lo liga su mundanidad constitutiva. La "poena sensus" sólo puede entenderse así, como la
resonancia en el condenado de la inversión del orden natural de la creación. Según este
orden, el hombre ha de someter el mundo material a su dominio. Mas en el estado de
perdición será la materia la que esclavice al hombre; de ahí la designación de "pena
cósmica", con la que se manifiesta más claramente que la "pena de sentido" es uno de los
momentos constitutivos de la esencia del infierno. Desde aquí podría responderse a la
1
Cf. L. OTT, Manual de teología dogmática, 6 ed. Barcelona: Herder 1969, p. 704.
603
clásica interrogante sobre la localización del infierno. El infierno-lugar, más que una
circunscripción espacial, es una relación; algo así como un pervertido ser-en-el-mundo.
Siendo el pecado, en sustancias, ruptura de comunión, el infierno, su fruto consumado, es la
total soledad, la incomunicación absoluta. El egoísmo pecador aísla al hombre de sus
semejantes y de Dios. Y también aquí Dios respeta escrupulosamente la opción humana. El
que se había elegido a sí mismo tiene a la postre lo que quería; se tiene sólo a sí, en el
egocentrismo perfecto de una inviolable clausura. La soledad infernal conlleva el silencio.
Nadie habla con nadie, nadie conoce a nadie; ha cesado todo diálogo. El infierno es la
negación de la comunidad. Hombre tá latente en la estructura misma de quien lo sufre,
como una de las posibles dimensiones de lo humano; es el hombre el único ser capaz de
crearse un infierno, y creárselo a su medida1.
El santo temor de Dios inspira a la conversión, mientras todavía hay tiempo (CEC 1041).
La contrición llamada "imperfecta" nace de la consideración de la fealdad del pecado o del
temor de la condenación eterna y de las demás penas con que es amenazado el pecador
(CEC 1453). En la vida cristiana, el Espíritu Santo realiza su obra movilizando todo el ser
incluidos sus dolores, temores y tristezas. Cuando se vive en Cristo, los sentimientos
humanos pueden alcanzar su consumación en la caridad y la bienaventuranza divina (CEC
1769). La esperanza es aguardar confiadamente la bendición divina y la bienaventurada
visión de Dios; es también el temor de ofender el amor de Dios y de provocar su castigo
(CEC 2090).
El temor en la vida cristiana es útil porque puede posibilitar la conversión; pero es
insuficiente y debe dejar paso al Amor.
EL PURGATORIO
BASE EN LA ESCRITURA
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., pp. 268-271.
2
Cf. W. BEINERT, Diccionario de teología dogmática. Barcelona: Herder 1990, p. 575.
604
consideración, dado que se trata de muertes en cierto sentido martiriales. A fin de
recomendar mejor la causa de estos difuntos, ordena que se ofrezca por ellos el sacrificio
expiatorio. Esta es la primera vez que aparece la eventual eficacia del rito del "Kippur"
también para los muertos. Sin que el pasaje constituya un testimonio directo acerca de la
existencia del purgatorio, este sacrificio por los difuntos insinúa un notable progreso en la
poco diferenciada liturgia judía: una acción cultual puede ayudar a los creyentes muertos en
una situación objetiva de pecado.
Otro texto tradicional aducido en favor del purgatorio es 1Co 3,10-17: los apóstoles han de
seleccionar cuidadosamente los materiales que emplean en la edificación de la Iglesia.
"Aquél cuya obra quede abrasada" por el fuego "sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a
salvo, pero como quien pasa a través del fuego". El texto parece clasificar a los
predicadores del evangelio en tres categorías: los que han usado buenos materiales recibirán
recompensa; los que, en vez de edificar, han destruido, serán destruidos ellos mismos; hay,
por último, una tercera clase: la de aquéllos que, habiendo edificado, no han sido sufi-
cientemente escrupulosos en la elección de los materiales. A las tres clases de apóstoles
correspondería una triple retribución: el premio (vida eterna), el castigo (muerte eterna) y
una corrección dolorosa (salvarse pasando a través del fuego), que implicaría la doctrina del
purgatorio. Pero las expresiones "el día-el fuego" pertenecen a imágenes apocalípticas del
juicio final. Puesto que Pablo sitúa la escena en el "éschaton" (cuando, según la dogmática,
ya no habrá purgatorio), parece poco fundado deducir del pasaje una enseñanza sobre un
estado de purificación entre la muerte y el juicio final.
Sin embargo, hay ciertas ideas generales, clara y repetidamente enseñadas en la Biblia, que
puede considerarse como el núcleo germinal de este dogma. Una de ellas es la constante
persuasión de que sólo una absoluta pureza es digna de ser admitida a la visión de Dios. El
culto israelita tendía a impedir que compareciesen ante Yahveh los impuros; el terror de
"ver a Dios" (Ex 20,18-19), procedía de una viva conciencia de indignidad e impreparación.
Los que no están totalmente limpios se hallan en la imposibilidad de transitar por la
Jerusalén escatológica (Is 35,8; 52,1). Diversos pasajes del NT ratifican esta exigencia de
total pureza para participar de la vida eterna (Mt 5,8.48; Ap 21,27, etc.). Otra idea es la de
la responsabilidad humana en el proceso de la justificación, que implica la necesidad de una
participación personal en la reconciliación con Dios y la aceptación de las consecuencias
penales que se derivan de los propios pecados. Un caso típico de la separabilidad de culpa y
pena es el de David, en que el perdón de Dios no lo exime de sufrir el castigo de su pecado
(2S 12,13-14).
Estas dos ideas descubren la posibilidad de que algún justo muera sin haber alcanzado el
grado de madurez espiritual requerida para vivir en la comunión inmediata con Dios, lo que
entrañaría, en consecuencia, un suplemento de purificación ultraterrena. A la luz de esta
posibilidad debe ser contemplada la praxis de la oración por los difuntos a que se refiere la
Escritura en diversos lugares (1Co 15,29). Ciertas acciones litúrgicas pueden aprovechar a
los muertos (2Tm 1,16-18)1.
En la época patrística se elabora una doctrina del purgatorio a partir de las ideas bíblicas
sobre la salvación. En ello tuvieron un papel importante la eucaristía y la penitencia. Desde
el siglo II hay datos de plegarias por los difuntos (epitafio de Abercio). En el III aparece la
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae
1986, pp. 308-312.
605
oración por los fallecidos durante la eucaristía. Finalmente se impuso la costumbre de
ofrecer la misa por ellos.
TERTULIANO comenta la costumbre de celebrar el aniversario de los difuntos con
"oblaciones", esto es, con una oración litúrgica. También hace referencia a oraciones
privadas, además de la celebración cultual. San Efrén recomienda a los hermanos que
recuerden su memoria el trigésimo día de su muerte, justificando la recomendación con el
texto de 2M 12. San Cirilo de Jerusalén declara que los cristianos tiene fe en la utilidad que
las oraciones de la comunidad y el sacrificio eucarístico reportan a los difuntos; a quienes
no admiten tal realidad, les responde con el ejemplo del rey que perdona a los que le han
ofendido por intercesión de los que le son gratos. Ya en los cuatro primeros siglos era
general la práctica de la oración por los muertos; particular importancia reviste la memoria
de los fieles difuntos en la celebración eucarística, atestiguada por Tertuliano, Efrén y
Cirilo de Jerusalén, que da lugar a una copiosa literatura funeraria.
En el tránsito de este fe implícita a la formulación explícita tiene singular importancia un
texto de San Cipriano, de una carta en la que se muestra favorable a reconciliar a los cristia-
nos relegados en el "ordo poenitentiarum" aun antes de que hayan consumado la penitencia
pública. En ésta, la Iglesia imponía penas que se suponían proporcionadas a la gravedad de
la culpa, y el pecador no era readmitido en la comunión eclesial mientras no hubiese
expiado por entero su delito. Cipriano encuentra difícil mantener en vigor esta rigurosa
exclusión mientras no se cumpla totalmente la penitencia; en plena persecución no siempre
resultaba aconsejable señalar penas ajustadas a la gravedad del pecado, y parecía
demasiado duro no reconciliar a los pecadores arrepentidos cuando más necesitaban, por la
amenaza persecutoria, del sostén de la comunidad y de los sacramentos. San Cipriano
concluye, en consecuencia, que para aquellos que no han podido purificarse antes de la
muerte o por el martirio, habrá un "fuego purificador". La mención de este "ignis
purgatorius" es el primer testimonio explícito del estado de purificación postmortal. A
partir de este momento (mitad del siglo III), las referencias al purgatorio se hacen cada vez
más frecuentes e inequívocas1.
Las oraciones por los difuntos se precisan en las Constituciones Apostólicas (siglo IV) con
vistas a una doctrina del purgatorio, cuando se invoca a Dios para que perdone todo pecado
al alma que ha acogido. En el "Euchologium" de Serapión (siglo IV) se ruega a Dios que no
tenga en cuenta los pecados de los fallecidos. Pero es más importante la práctica
penitencial, que hasta el siglo VI se realizaba una vez en la vida. En Occidente tuvo
carácter punitivo, pues el cumplimiento de la penitencia había de contribuir al perdón de los
pecados. Pero en tiempo de persecución se reconciliaba al penitente antes de que cumpliera
toda la expiación, pues la penitencia pendiente podría cumplirse en el más allá. En la
Iglesia oriental, la penitencia se entendió como un proceso de tipo terapéutico y medicinal,
pues la superación del pecado con ayuda del sacerdote, se valoraba como la curación de una
enfermedad del alma. Ese proceso de sanación y purificación puede también continuarse
después de la muerte. San Agustín, en el siglo V da el nombre de Purgatorio y prueba su
existencia con 2M 12,40. Dice que algunos se salvaron pasando por un fuego purificador.
Esta concepción diferente de la práctica penitencial conduce a una diferente concepción del
purgatorio. Los padres occidentales dieron un carácter punitivo a la purificación que tenía
efecto entre la muerte y la resurrección (Tertuliano, Cipriano y Agustín), mientras que los
padres de Oriente la entendieron como un proceso de maduración (Clemente de Alejandría,
Orígenes y Juan Crisóstomo)2.
1
Cf. Ibid., pp. 313-314.
2
Cf. BEINERT, op. cit., p. 576.
606
MAGISTERIO
La idea del purgatorio no se contó entre los temas controvertidos con motivo del cisma de
Oriente. Incluso Inocencio IV constata una fundamental identidad de fe; sólo les pide a los
griegos que adopten el nombre de "purgatorio", dado que ya creen en la doctrina (D 456;
DS 838). Pero posteriormente surge una crisis, determinada por dos factores: por parte de
Occidente, el desarrollo teológico de la noción de "satisfacción penal", subrayada por la
distinción que formulara P. Lombardo entre el "reatus culpae" y el "reatus poenae"; por
parte de Oriente, un recelo creciente de sus teólogos respecto a los hábitos mentales y al
vocabulario de los latinos. El concilio de Lyon II (D 464; DS 856) afirma la existencia del
Purgatorio como una instancia de purificación en las almas de los difuntos. Para el alivio de
los difuntos sirven: los sufragios de los fieles vivos, sacrificios de las misas, oraciones,
limosnas, oficios de piedad. La oposición a la concepción occidental del purgatorio, a raíz
del concilio de Lyon se concretó en tres de sus elementos: el carácter local del mismo, la
existencia del fuego y la índole expiatoria. Para los orientales, la justificación se piensa no
tanto en clave de expiación de pecados, cuanto en clave de divinización progresiva, que va
devolviendo al hombre la imagen de Dios por un proceso paulatino de purificación.
La cuestión fue afrontada en el concilio de Florencia (D 693; DS 1304) 1. Afirma la
existencia del purgatorio y que las almas de los penitentes muertos son purgadas con penas
purificativas, es decir, un carácter expiatorio (penal) y los sufragios de los vivos ayudan a
los difuntos.
1
Cf. RUIZ DE LA PEÑA, op. cit., p. 315.
2
Cf. J. NOEMI, Teología del mundo II: Escatología, 2 ed. Santiago: Seminario Pontificio 1989, pp.
163-164.
607
LA ESENCIA DE LA PURIFICACION
Los latinos plantearon siempre que el purgatorio era una realidad de expiación, lo cual lleva
implícita una teología de corte más jurídico. Los griegos enfatizaron que el purgatorio era
una realidad de purificación, lo que denota una teología de corte más salvífico. El concilio
Vaticano II habla de purificación, de manera que es este el término que se ha ido
imponiendo en este último tiempo (LG 49; 51). De esta forma el purgatorio se puede
concebir como un estado de purificación, un proceso de maduración, que conlleva, además
de la purificación, que es el proceso principal, la expiación que permite pagar la pena por
los pecados. En este sentido, el purgatorio es un gozoso encuentro con Dios, que lleva a un
"plus" que es el cielo. No es una cosa, sino una dimensión en la dinámica de encuentro con
Dios.
Siempre ha afirmado y creído la Iglesia una estrecha relación entre Iglesia gloriosa, Iglesia
purgante e Iglesia peregrinante (LG 49-51). En el fondo es una misma Iglesia, que vive en
la comunión del cuerpo de Cristo, en la vida divina. Por tanto, la Iglesia peregrinante hace
sufragios por la purgante para que se produzca este paso de purificación. Es eficaz por la
inserción de Cristo en toda la Iglesia.
Para VON BALTHASAR, el purgatorio es una dimensión del juicio en cuanto éste es el
encuentro del pecador con el rostro de llamas y los pies de fuego de Cristo (Ap 1,14=Dn
10,6)1, que purifica.
Para BOFF, el purgatorio es la gratuita posibilidad que Dios concede al hombre de poder y
deber madurar radicalmente en el muerte. Este proceso de maduración ya comenzó en la
tierra.
1
Cf. J. RATZINGER, Escatología, 2 ed. Barcelona: Herder 1984, p. 216.
609
TESIS - 60
LA VIRTUD DE LA ESPERANZA
1. Fundamento antropológico
2. La utopía
Esta ha sido considerada por ERNST BLOCH para fundamentar una suerte de esperanza
secularizada desde el pensamiento marxista. Para él, el presente aparece como "cargado de
610
futuro", lo cual obliga, al saber, a convertirse en una anticipación del "aún no". Expresa que
la esperanza prevalece sobre todas las demás manifestaciones vitales del hombre e influye
en su manera de pensar, conocer y vivir. De allí que la esperanza sea una "praxis de la
utopía concreta" y un elemento gravitante en la transformación de la realidad. Es un
complemento impulsor de la premisa marxista "la transformación de la filosofía en filosofía
de la transformación". No en vano explicó Bloch que "la razón no puede florecer sin la
esperanza y la esperanza no puede hablar sin razón". Sin embargo, aún cuando se responde
a la perspectiva individual del existencialismo, la utopía no responde a la cuestión de la
muerte colectiva, el término de la historia y la eventual finalidad de la misma. Es una
esperanza de proyectos, que no salen del marco de la temporalidad y que sólo se dan en él.
3. La escatología cristiana
Este está cubierto por la garantía divina y no es, por tanto, una proyección subjetiva de las frus-
traciones humanas, sino el fin de una historia puesta bajo la tutela del designio salvífico de Dios. El
conocimiento de este designio, comunicado por la revelación, hace nacer en el creyente la esperanza, que a
diferencia del concepto homónimo griego, no es mera expectación de un futuro neutro, sino del futuro
consumador.
1. Antiguo Testamento
2. Nuevo Testamento
612
novedad sin precedentes, sino que tiende a acentuar lo que falta en ese proceso abierto en y
por Cristo1.
De ahí que las exhortaciones a la paciencia y vigilancia otorgan una coloración peculiar a la
expectación, desconocida para el AT.
La esperanza, en el orden natural, como el amor, es una de las más simples y primarias
actitudes del hombre. Desde ese mismo orden natural el hombre no tiene de por sí la
seguridad de encaminarse al verdadero bien, que es lo que define a la virtud. Así la
esperanza está en correspondencia como "materia" a dos grandes virtudes: la
magnanimidad y la humildad, según expone Santo Tomás (S.Th., II-II, q.161, a. 1). La
primera es la tensión de ánimo hacia las grandes cosas, como confianza intrépida en las
altas posibilidades que la naturaleza humana encierra en sí. Ella se apodera del impulso
natural de la esperanza y lo conforma con arreglo a la realidad del ser humano. La
esperanza desemboca en la magnanimidad. Pero la humildad es la barrera protectora y la
1
Cf. J. L. RUIZ DE LA PEÑA, La otra dimensión; Escatología cristiana, 4 ed. Santander: Sal Terrae 1986, pp. 23-24.
613
canalización de esta desembocadura. Sólo aparentemente se contrapone a la grandeza de
ánimo. Ella reside en una decisión interior de la voluntad, en su relación con Dios y en la
conciencia de la distancia inefable que hay con El. Es norma negativa del instinto de la
esperanza. La unión de magnanimidad y humildad hace una justa ordenación de la
esperanza natural, la cual remite a una adecuada disposición a la gracia. De hecho, en
sentido estricto, la esperanza es una virtud teologal, que exorciza la inexistencia de la
esperanza (existencialismo) o una desproporcionada confianza en la esperanza natural
(Bloch).
Es sabido que la vida sobrenatural en el hombre se funda en las virtudes teologales. La fe
nos presenta la realidad de Dios en Jesucristo y en su muerte redentora. La caridad nos
vincula al sumo bien revelado por la fe. Y la esperanza es la espera tensa y confiada en la
eterna bienaventuranza y en la participación de la vida de Dios ("sperat Deum a Deo").
Para hablar de la esperanza, los sinópticos no tienen un concepto único, pero la relacionan
con la invitación a la fidelidad, a la perseverancia, a la vigilancia, como constitutivos de la
tensión en la que se construye el Reino de Dios entre los hombres y ante la perspectiva del
juicio final.
En Jn 15 y Pablo (1Co 13,13) se explicita la relación de la esperanza con la fe y el amor. De
hecho, la esperanza contra toda esperanza (Rm 8,24-25) se funda en la fe y supone el
abandono de toda confianza en la carne (2Co 4,16-18). La fe y la esperanza se fundan en el
don de Dios (Rm 5,5). Al designio que realiza Dios en el tiempo, el hombre responde con la
fe, confesando a Jesús como Señor (1Co 12,3; Rm 10,9). La fe, fuente de justificación,
significa que la salvación no es nunca algo debido, sino una gracia de Dios (Rm 4,4-8).
Pero la fe viva se muestra en la caridad, que es la obra única y multiforme de ella (Ga
5,6.22). Mientras se aguarda la parusía del Señor, la caridad es la actividad esencial de los
discípulos de Jesús, según la cual, serán juzgados (Mt 25,31-46). Fe, caridad y esperanza
son, pues, virtudes teologales, que enfatizan diferentes aspectos de una actitud espiritual
compleja, pero que es única.
La esperanza de la Iglesia es en la fe y en la caridad efectiva. Se funda justamente en la
diferencia entre lo que ya es y lo que todavía no es.
La relación concreta y efectiva entre estas tres virtudes las expresa J. Pieper: 1)La fe, la
esperanza y la caridad se infunden a la naturaleza humana como hábitos sobrenaturales, las
tres al mismo tiempo y simultáneamente con la realidad de la gracia, que es el único
fundamento entitativo de toda vida sobrenatural. 2)En el orden de la formación actual de
estos modos de ser sobrenaturales, la fe es anterior a la esperanza y a la caridad, y la
esperanza es anterior a la caridad (S.Th.,I-II,q.62,a.4). En el desorden culpable de la
disolución, se pierde primero la caridad, luego la esperanza, y por último la fe. 3)En la
jerarquía según su perfección, la caridad tiene el primer lugar (1Co 13,3), el último lo tiene
la fe, y la esperanza, el lugar intermedio1.
En la relación de la esperanza con la caridad, la primera se une a la segunda primariamente
de manera egoísta (es lo propio de la esperanza), pero en cuanto es un vestíbulo natural
para el amor de amistad perfecta (charitas). Se produce un movimiento circular, en que las
virtudes teologales refluyen en sí mismas: el que es llevado por la esperanza al amor, tiene
desde entonces una esperanza más perfecta y cree al mismo tiempo más firmemente que
antes (De Spe 3 ad 1). Es desde esta diferencia del amor "concupiscentiae" de la esperanza
y el amor "amicitiae", que se extrae también el carácter sobrenatural de la esperanza2.
La esperanza apunta al hecho de que el mundo no se puede dar a sí mismo la salvación.
Esta sólo le viene de Dios. Se la llama "amor imperfecto" porque espera en bien de la
1
Cf. PIEPER, op. cit., pp. 39-40.
2
Cf. Ibid., pp. 40-41.
614
persona propia. La caridad, en cambio, es el amor de Dios por sí mismo. La nota
característica es la tensión entre lo que "ya" poseemos y vivimos y lo que "todavía no
vivimos en plenitud". Dios mismo es "el Dios de la esperanza" (Rm 15,13): El está ya ahí
presente y autodonándose, pero también es siempre el que viene y que está para llegar en
plenitud.
EL MAGISTERIO DE LA ESPERANZA
DESESPERACION Y PRESUNCION
1. La raíz de la deseperación
2. La esperanza y la oración
Lc 18,1 dice "que es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer", marcando la íntima
relación de la oración con la esperanza. Es la petición de la humildad y la magnanimidad
para afrontar el "status viatoris". La oración es el lenguaje de la esperanza en su forma de
súplica. El que desespera no suplica porque anticipa la no plenitud. El presuntuoso suplica,
pero de un modo impropio, porque ya anticipa la plenitud.
1
Existen niveles de la acedia: a) Carencia de grandeza de ánimo. b) En el plano espiritual puede ser una aversión
conciente y huída de Dios. c) Por último, puede ser una franca "detestatio boni divini". La acedia produce, entre otros vicios
la "evagatio mentis", la "verbositas", la "curiositas", la "impoternitas", la "inquietudo et instabilitas loci vel propositi".
Asimismo, produce la indiferencia y la pusilanimidad.
2
Cf. PIEPER, op. cit., pp. 53-77.
616
En todo caso, la presunción es un pecado menor que la desesperación. El hombre debe
comprender, eso sí, la inseguridad vital que le corresponde esencialmente como ser finito,
como aquel que no existe por sí mismo, y que, por tanto, no se posee a sí mismo. Con la
oración se entrega a la omnipotencia misericordiosa de Dios. Es un hecho que no puede
suprimir totalmente la inseguridad de la existencia humana. Pero se puede "dominar"
mediante la esperanza, y sólo mediante ella. La oración la acompaña.
La esperanza teologal está unida esencialmente al temor, "al temor filial", que se encuentra
entre los siete dones del Espíritu Santo. No es el temor irracional, sino que es un temor, que
nos hace, de algún modo, volvernos hacia Dios (Jb 41,25; Si 1,28; Pr 14,16; S. Th., II-II, q.
19, a. 1). El temor no es un "respeto reverencial a Dios". Es más bien el horror a la
posibilidad de ser separado del último fundamento del ser. Este temor será, o por causa de
la culpa misma, es decir, el pecado, o por causa de la pena (tremor servilis), que aunque es
imperfecto, es bueno. El primero considera la culpa en cuanto tal. El temor a ella responde
a un peligro de la existencia humana más profunda que el temor a la pena eterna. Se lo
llama temor "casto" o filial, y es el principio de la sabiduría (Si 1,28; Pr 14,16).
El punto de articulación entre la esperanza y el temor es el amor "concupiscible", que busca
a Dios egoístamente. El temor servil corresponde a aquel grado de la esperanza que aún no
ha sido transformado de raíz por la "charitas", que es el auténtico amor de amistad hacia
Dios. El temor casto es el "negativo" del amor de esperanza, que se eleva precisamente a la
"amicitia Dei". Así, el temor de Dios asegura la autenticidad de la esperanza. El temor del
Señor mantiene presente para el hombre que espera el hecho de que la plenitud "aún no" es
real. Pascasio Radberto dice: "el santo temor guarda y protege la cima de la esperanza" 1, y
el Sal 133b,11 dice "esperan en el Señor los que le temen" (en la Biblia de Jerusalén dice
"los que teméis a Yahveh, confiad en Yahveh, El, su auxilio y su escudo")2.
1
De Fide, spe et charitate 2,7.
2
Cf. PIEPER, op. cit., pp. 79-92.
617
ABREVIATURAS
618
NOTA DE LOS AUTORES
La idea de confeccionar este temario nos surgió ante la situación inminente del examen de
grado para el Bachillerato en Teología. La importancia de este examen y nuestro propio
interés por la teología nos exigió adentrarnos con alguna profundidad en los contenidos de
esta disciplina.
Para el trabajo, hemos utilizado como base los enunciados de las tesis exigidas para el
examen. Hemos obtenido los contenidos de los apuntes de clases de las distintas asignaturas
teológicas, de las bibliografías sugeridas por los profesores, y de los temarios desarrollados
por alumnos, que otrora se encontraron ante la misma inminencia en que nosotros no
encontramos ahora.
La amplitud con que hemos desarrollado las tesis obedece a la posibilidad de un estudio
que pueda prescindir eventualmente de las fuentes bibliográficas, lo que significa para
nosotros una forma cómoda de preparar el examen, contando sólo con nuestro temario, la
Escritura y el Magisterio de la Iglesia.
En el caso nuestro, la misma elaboración de este material constituyó una parte importante
del estudio y de la preparación del examen. "Amicitia scientiae auxiliatur".
Queremos expresar además, nuestros agradecimientos a todos y cada uno de los profesores
de las distintas asignaturas filosóficas y teológicas que hemos tenido durante nuestro
período formativo académico. En especial, agradecemos al Pbro. Andrés Arteaga y al Pbro.
Maximino Arias, por su valiosa ayuda.
619
Sacramentum tantum Sacramentum et res Sacramentum res tantum
Sacramentos (solo signo) ( cosa como fruto) (puro Fruto)
Bautismo El agua, el niño, la La pertenencia a la Iglesia Hace hijo de Dios
vestimenta
Eucaristía Todo lo que se ve y se oye: La presencia de Jesús en el pan Une al receptor a Jesús y a la
vestimentas, formas en que con las palabras de Consagración comunidad
está puestas las banca
Confirmación Es todo lo exterior de la El estatus de adulto en la fe Se pasa de la fe infaltil a la fe
celebración adulta
Orden Todo lo que hay en la El carácter sacerdotal La gracia del ministerio
ceremonia sacerdotal para la santificación
propia y de la comunidad
Toda la ceremonia exterior El vínculo, que a pesar de todo y La gracia para cumplir con el
Matrimonio con poca fe se acepta estar deber de casados que es el amor
viculado a una persona mutuo y los hijos
Todo el simbolismo, que La configuración del enfermo con La salvación
Unción puede ser mínimo según el Cristo Crucificado. Una persona
lugar donde se realiza recién diagnosticada esa
(básicamente la unción con configuración empieza en la
el crisma) aceptación de la enfermedad y del
tratamiento. La gracia espiritual de
la unión con Dios, de aceptación
de la muerte a imagen de Cristo en
su pasión, sanación de alma.
Si una mujer se viste de hombre y es ordenada por el obispo, no sería verdadera ordenación
porque
no es el sujeto adecuado. Depende del sacramento, es el sujeto del sacramento, por ejemplo, en el
Orden sacerdotal: tiene que ser varón, con la formación adecuada; en el Bautismo: un niño o
adulto. Cada sacramento tiene su propio sujeto.
Si un sacerdote da las palabras de consagración sobre una galleta, tampoco vale porque no tiene
la materia adecuada.
Materia: con lo que se hace el sacramento. Eucaristía: el pan y el vino. El bautismo: el agua,
Orden sacerdotal: la imposición de manos y el crisma, confirmación: imposición de manos y el
crisma. Matrimonio: la promesa.
620
Forma: es lo que da sustancia. Ej. las palabras con las que el pan y el vino se convierten en
Cuerpo de Jesús. Repetir la forma de la consagración.
En el bautismo la forma son las palabras con las que el sacerdote bautiza.
Son la Iglesia como sacramento de Cristo y Cristo como sacramento del encuentro con Dios.
Nosotros en el concepto de sacramento: unos son unívocos y análogos, cuando hablamos de los 7
sacramentos estamos aplicando de una definición unívoca: actos de Cristo celebrados por su
cuerpo que es la Iglesia, que nos da la gracia lo que hizo. Pero cuando hablamos de Cristo como
sacramento o como la Iglesia como sacramento estamos usando el concepto análogo.
¿Por qué se llama Cristo sacramento? Porque a Dios nadie lo ha visto jamás y Cristo en la
encarnación ha hecho visible el rostro de Dios, pero eso ya es una analogía.
¿Quién salva a la humanidad? Dios, Dios nos salva. Pero, ¿cómo nos salva Dios? Dios nos salva
por Cristo, y ¿cómo nos salva Cristo? Por la Iglesia. Podemos decir entonces que la Iglesia nos
salva. ¿Y cómo nos salva la Iglesia? Por los sacramentos. Los sacramentos nos salvan. Tenemos
toda una concatenación de las causas instrumentales.
En ese sentido la Iglesia y Cristo pueden ser llamados instrumentos o sacramentos del encuentro
con Dios, signos visibles de algo invisible.
¿Dónde se cierra la revelación cristiana? En la muerte del último apóstol. ¿Por qué en la muerte
del último y no con la muerte de Cristo? Porque los apóstoles son los testigos inmediatos de la
doctrina de Jesús.
¿Qué hace la Iglesia con los sacramentos? Dar testimonio de Cristo hasta el final de los tiempos.
Entonces Cristo tiene una trascendencia salvífica universal, fuera de Cristo no hay salvación.
¿Cómo trasciende Cristo? Hacia el futuro y hacia el pasado, hacia arriba y hacia abajo.
Visto desde Dios es siempre la misma, porque siempre hay participación de la vida de Dios en
nosotros, pero vista desde nosotros, es una gracia distinta porque somos seres históricos, cada
sacramento responde a una necesidad particular. El ideal no es recibir los 7 sacramentos, el que
recibe el orden no se casa.
622
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