La Entrevista. La Dirección Espiritual
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La dirección espiritual
7. El director espiritual
1) Dos tipos de directores espirituales
a) El director «natural»
b) El director «sobrenatural»
2) Principales cualidades del director espiritual
a) Conocimiento
b) Discernimiento
c) Experiencia
3) Otras cualidades del director
a) Hábito de silencio y oración
b) Docilidad al Espíritu
c) Libertad
d) Humildad
e) Pureza de corazón
f) Paz interior
g) Grandeza de alma
h) Bondad y amor
i) Capacidad de escucha
k) Espíritu de fe en su tarea
l) Audacia
m) El conjunto de cualidades
4) Cualidades y limitaciones
5) Discernir el carisma de la dirección espiritual
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a) El director «natural»
El primer tipo, el de los directores naturales, incluye a aquellos
que buscan que sus dirigidos tengan un comportamiento cristiano
normal, para lo cual se limitan a aplicar criterios basados en el
sentido común y en los preceptos generales elementales de la
vida cristiana. Puede, incluso, que vayan más allá tratando de
introducir a los dirigidos en la oración e impulsarlos en la práctica
de la ascesis y de las virtudes. Pero la metodología que suelen
usar consiste en animar a la realización de unos determinados
ejercicios ascéticos y espirituales para luego comprobar el
progreso que van realizando, lo cual obliga a permanecer dentro
de unos esquemas predeterminados e impide el trabajo
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b) El director «sobrenatural»
Por el contrario el director verdaderamente «espiritual» es el
que vive o intenta vivir apasionadamente la primacía absoluta de
Dios en su vida, lo que le inflama en el amor de Dios y en la
búsqueda de la docilidad al Espíritu Santo. Esto le da una
evidente libertad porque le sitúa por encima del juicio y la
apreciación de los demás, de modo que, igual que pretende
buscar para sí la voluntad de Dios también desea ayudar a
quienes tienen auténtico deseo de ser santos en la amorosa
fidelidad al proyecto de salvación que Dios tiene para ellos.
Esto crea en el dirigido una clara sintonía entre la acción de
Dios que percibe en él con la actitud interior que ve en el director
espiritual, y que le lleva a un sano espíritu de emulación; lo que
se potencia al comprobar la autenticidad espiritual del director por
la entrañable caridad que recibe de él y que le muestra el amor
que recibe de Dios.
Estamos ante una relación fundada en el amor y la libertad, que
une a dos personas en un objetivo común, que es buscar a Dios,
lo que lleva al dirigido a la confianza sobrenatural con el director y
a éste a una gran docilidad a la acción del Espíritu Santo; de
manera que ambos se mueven en el marco de la verdad y la
simplicidad, lo que se traduce en una verdadera humildad: en el
director por saberse pobre instrumento de la gracia, y en el
dirigido por saberse necesitado absolutamente de ayuda.
Nota característica del director «espiritual» es el
convencimiento de que lo importante es ayudar a sus dirigidos a
que sean dóciles a la llamada del Espíritu, porque cada persona
tiene un camino concreto que debe descubrir. El objetivo de esta
relación de ayuda es que el discípulo alcance la libertad de
espíritu necesaria para seguir los impulsos de la gracia y
colaborar con ellos; o dicho de otro modo, para que capte la
manera particular con la que el Espíritu le conduce y sea dócil a
ella. En este tipo de dirección el trabajo que se propone es sólo
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a) Conocimiento
El director espiritual debe poseer conocimientos suficientes
tanto en teología como en ciencias humanas, puesto que sin una
buena preparación resulta peligroso llevar a cabo el
discernimiento evangélico, puesto que será el «ciego que guía a
otro ciego» (Mt 15,14)[2]. Lo cual no quiere decir que debamos
buscar principalmente a un erudito. «Cuando se trata de adquirir
conocimientos espirituales o psicológicos, jamás debemos perder
de vista que los mejores educadores no son los más impuestos
en pedagogía. La regla puede ser: ni ignorante, ni erudito. Los
santos no han de ser, necesariamente, buenos directores, pero
los conocimientos llegan a hacerse peligrosos entre los espíritus
postizos, abstractos, sistemáticos o poco humanos. Algunos
encuentran, en su ciencia, un obstáculo para la dirección de las
almas; se enredan en sutilezas en vez de dar un juicio o un
consejo. En suma, es preciso evitar, a la vez, todos los daños: los
del aprendiz y los del sabio; el simplismo, la pesadez, la sutileza,
la pretensión, el encumbramiento, da ausencia de lucidez de
espíritu y de falta de tiempo para recibir. Que la ciencia siga al
nivel de la vida»[3].
b) Discernimiento
La dirección espiritual está estrechamente relacionada con el
discernimiento de espíritus, que es el método idóneo para
descubrir si las mociones interiores o las invitaciones que
contienen los acontecimientos de la vida vienen de Dios, del
diablo, del mundo o de nosotros mismos. En la dirección
espiritual buscamos este discernimiento de los impulsos del
Espíritu Santo en nuestra vida con la colaboración de otra
persona que nos ayuda a captar en concreto la presencia y la
acción de Dios en nuestra historia[4].
Por lo tanto, el director espiritual necesita la capacidad para
responder al discernimiento que los demás le presentan. Se trata
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c) Experiencia
La misión que se le encomienda al director requiere de
experiencia en dos campos:
1. Experiencia en el diálogo de dirección. Que es algo que se
va adquiriendo, con el tiempo, a través del mismo ejercicio de su
misión[9].
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b) Docilidad al Espíritu
Un rasgo que hemos de buscar en el director es la sumisión al
Espíritu Santo. Es un fruto de la auténtica fe, y se demuestra en
el interés con el que el director la inculca a sus dirigidos, como si
él mismo quisiera desaparecer ante el único Maestro que habla al
corazón. Esta docilidad, debe existir previamente en su vida
íntima; y éste debe ser su distintivo propio»[11]. Se trata de una
ductilidad real, que tiene que manifestarse en la vida concreta del
director como «docilidad a los acontecimientos y a lo inesperado.
Porque a través de ellos, Dios ajusta a la verdad su instrumento
de elección para hacerle comprender de dónde le viene su
eficacia. Para uno, será el modo de aceptar su enfermedad; para
otro, una incapacidad en el trabajo o una fragilidad extrema; para
un tercero, una prueba íntima, que nadie sospecha; cada uno
aprende a despojarse de la confianza que pone en sí mismo y a
no apoyarse sino en Dios»[12].
Por esta actitud, el director está convencido de que el Espíritu
es el maestro interior que convierte la palabra escuchada en
palabra personal y salvadora. Por eso no cae en la ansiedad
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c) Libertad
Ya hemos indicado que el director es libre y con su libertad
ayuda a la libertad de aquel al que ayuda a crecer en la fe[13].
Tiene un corazón libre, que nace del convencimiento de que los
otros pertenecen a Dios; lo cual le permite opinar y actuar sin
estar atado por la opinión o las reacciones del dirigido, buscando
siempre la voluntad de Dios:
Quien es incapaz de dar un disgusto; quien, con tal de que el
dirigido no se vaya, está dispuesto a ceder a sus deseos, no cumplirá
bien con su oficio de director. Sería milagroso que se diera un buen
director a quien ningún dirigido abandonara (Mendizábal, Dirección
espiritual, 69).
Esta misma libertad le hace afrontar el encuentro con cada
persona y cada entrevista de una forma nueva, sin prejuicios.
Dispuesto a manifestarse con libertad, es decir con claridad y sin
prevenciones:
Es preciso presentarse desarmado, sin ideas preconcebidas, sin
pretender conocer, de antemano, el giro que la cosa tomará. Una
situación no se aclara si no se mete uno en ella, como si fuera única y
nueva. Esto supone una amplia libertad, la de decir lo que uno piensa,
cuando llega el momento, y decirlo en términos claros. Conducta que,
a su vez, facilita la libertad del otro (Laplace, La dirección de
conciencia, 104).
El que es libre en la tarea de la dirección sabe que esa libertad
le llevará frecuentemente a cierta soledad. Conoce la soledad
que le viene de la gracia. Lleva en su corazón los secretos de los
otros y no le pertenece revelarlos a su manera. Cristo conoció
esa soledad, remitiéndose sólo al Padre. Ésa es la fuente de la
más pura libertad y de la alegría perfecta.
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d) Humildad
Podríamos decir que «la humildad es la virtud fundamental del
director porque lo coloca en la justa posición ante Dios y ante las
almas que debe guiar… Como siervo debe respetar tanto los
derechos de Dios como los derechos de las almas, secundar la
acción y los designios de Dios y no imponer sus modos de ver,
respetar la personalidad del fiel y sus íntimas exigencias»[14]. De
hecho, «por docto y perspicaz que sea, está totalmente fuera de
duda que el director nunca podrá cumplir con los deberes de su
magisterio sin la gracia de la luz divina»[15].
Para alcanzar esta disposición el director debe ser plenamente
consciente de que «los consejos que él da no lo hacen más
santo»[16], porque no expresan ni su sabiduría ni su santidad,
puesto que nunca deja de ser un pobre «instrumento, instrumento
necesario e inútil de una obra divina que le supera»[17].
Y es, justamente, la misma consciencia de su pobreza e
indignidad ante una misión que le sobrepasa lo que lleva al
director espiritual a la humildad propia de su misión de mediador
de Dios, por la que se coloca en un segundo lugar, de mero
instrumento, y, a la vez, le confiere la eficacia de la acción del
mismo Dios que lo utiliza para sus fines[18].
e) Pureza de corazón
Junto a la humildad hemos de buscar en el director la pureza
de la que nos habla el Señor en las bienaventuranzas (Mt 5,8) y
que no consiste simplemente de evitar apegos afectivos insanos,
sino de algo mucho más profundo, que tiene que ver con dejar
que la luz de Dios ponga en su sitio lo que hay en nuestro interior.
«En realidad, la pureza de corazón es ese hábito adquirido de
transparencia respecto de Dios, mediante el cual, en las
acciones, en las relaciones con los otros, en las decisiones, el
hombre no se deja engañar por sus móviles secretos y los
somete, más y más, a la ilustración de Dios»[19].
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f) Paz interior
El dirigido no puede pretender que el director le ofrezca la
tranquilidad de conciencia que el mundo logra despachando
muchas de las cuestiones espirituales con juicios meramente
humanos; pero sí debe poder encontrar en el director la paz que
nace del encuentro con Dios en la oración y que elimina toda
angustia y todo temor ante sus propias dificultades personales y
las que le plantean los demás. Con esa paz, fruto de la confianza
en Dios, el director ora por sus dirigidos y pide para ellos la luz de
Dios que él sabe que no posee, sino que es poseído por ella.
Al tratarse de una luz que contradice al mundo, su recepción
puede originar en el dirigido un desconcierto o dolor, que el
mismo Jesús ya había predicho. En este sentido es necesario
distinguir entre la tranquilidad que ofrece el mundo al precio de
acallar la conciencia y la paz que nos da Dios como fruto de una
autenticidad evangélica que conlleva incomprensión y oposición
por parte del mundo[20].
g) Grandeza de alma
Hace falta un corazón grande para aceptar la tarea de la
dirección espiritual sin apropiarse de las personas, sin dejarse
herir por las susceptibilidades de los dirigidos o de los que le
rodean, sin aprovecharse de ventajas ni ceder a vanas
curiosidades, con la disponibilidad a dejar marchar al dirigido
cuando sea necesario. Ofreciendo generosamente una ayuda
que, muchas veces, no se valora desde fuera y no se agradece
desde dentro. Dedicándose a una tarea escondida y renunciando
a puestos y trabajos más prestigiosos.
La experiencia personal que el padre espiritual ha tenido del
juego de la libertad y del amor le preserva de la dureza a la que le
expone una preocupación demasiado simple por ser fiel a normas
y criterios preestablecidos. La prueba de la autenticidad de su
vida espiritual es que le ha llevado, por la vía de la experiencia, a
la verdadera bondad, que no consiste en la mera facilidad exterior
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h) Bondad y amor
De un modo u otro, la tarea de dirección espiritual exige del
director una entrega que le permita acomodarse a las
necesidades reales del dirigido y acogerle con cordialidad, pero
en verdad, ayudándole no sólo con su palabra, sino también a
través de la intercesión[22]. Esto configura al director como un
reflejo de la bondad de Cristo-maestro[23]. De hecho «nada le
dará tanto sentido de seguridad [al dirigido] como la percepción
experimentada de una cordialidad amigable, que entiende
inspirada por Dios y ofrecida por Dios en el director»[24].
La bondad del director debe ser muy paciente para soportar,
escuchar, repetir, ejercitar (Dictionnaire de Spiritualité, 1191).
La dirección espiritual es así una magnífica oportunidad de
ejercitar el amor que nos pide el Señor y consiste en amar al otro
como uno mismo es amado por Cristo. Y este amor se manifiesta
de manera concreta y real en la entrega generosa que el director
hace de sí mismo a través de la donación de su tiempo, sus
energías y capacidades y el esfuerzo que supone llevar a cabo su
misión con plena fidelidad a la voluntad de Dios[25].
La bondad se hace especialmente necesaria en los momentos
difíciles:
La afabilidad siempre es importante en la dirección espiritual, pero
es algo absolutamente crucial en los momentos de confrontación… El
director manifiesta afabilidad cuando se muestra comprensivo ante la
fragilidad y vulnerabilidad del dirigido (Nemeck-Coombs, El camino de
la dirección espiritual, 253.254).
i) Capacidad de escucha
El auténtico director tiene que ser capaz de escuchar y de estar
en silencio, para acoger al otro, para ver más allá de lo que se le
manifiesta. Un silencio que no nace del temor, la inquietud o la
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j) Paciencia
A veces la palabra dicha tarda años en germinar. Por eso el
verdadero director sabe que su tarea es sembrar. No tiene
ansiedad por ver el fruto. Confía en que Dios mismo, que es el
que le hace decir la palabra oportuna, él mismo la hará eficaz en
el dirigido. Y sabe aceptar también la noche y la espera con fe.
No sustituye el esfuerzo del otro, no da soluciones hechas;
ayuda a descubrir y a cumplir. Sabe que valen más las soluciones
que descubre cada uno, aunque sean más imperfectas que las
que se ven desde fuera. Deja actuar a Dios[27]. Ayuda a
descubrir la respuesta que está en el otro.
También sabe que no hay que comunicar inmediatamente la
palabra que él descubre, sino que tiene que preguntarse si el otro
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k) Espíritu de fe en su tarea
Puesto que la eficacia de la gracia no depende del instrumento
del que se sirve, el director debe apoyar el fruto de su misión en
un acto de fe por el que entrega a Dios su esfuerzo para que él le
otorgue el resultado que crea conveniente. «Su abandono debe
llegar al punto de darse en él un verdadero desasimiento de todo
deseo de dar a los otros orientaciones y sugerencias concretas, y
también de todo deseo de obtener soluciones visibles e
inmediatas a sus dificultades y problemas. No deberá exigir al
Señor gracias específicas para sus dirigidos creyendo que esas
son las que les van a santificar mejor»[29].
l) Audacia
Como fruto de la confianza sobrenatural en la eficacia de su
misión, el director tiene que ser audaz. Evitando siempre caer en
la imprudencia, hay ocasiones en las que su palabra debe ser
audaz. Atreverse a lanzar la palabra incisiva que revela el mal o
manifiesta una llamada que el otro no quiere escuchar. Esa
palabra audaz debe ser franca y clara; puede llegar a ser
desconcertante, pero nunca debe ser dura o apremiante. Debe
decirse sin temor a lo que sucederá. El guía no es el dueño de la
palabra que transmite. Hay que fiarse de la intuición. Los signos
de que la palabra dicha era la palabra adecuada es la paz y la
indiferencia frente al resultado.
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m) El conjunto de cualidades
La relación de cualidades o condiciones necesarias o
convenientes puede ampliarse o reducirse en función de lo que
se espera de la dirección espiritual y de quien ha de guiarla. El P.
Mendizábal[30] propone una serie de cualidades que pueden
complementar las referidas hasta aquí y que podríamos resumir
del siguiente modo:
-Preparación doctrinal sólida y actualizada.
-Conocimientos y cualidades psicológicas.
-Cultura suficiente y actualizada, no para mostrarla
pedantemente, sino para saber llevar la conversación
ágilmente, de manera que dé criterios justos en campos
diversos tocados en la entrevista.
-Capacidad de inspirar animando.
-Sentido realista y equilibrado de las cosas.
-Fuerza personal suficiente para no dejarse conducir y manejar
por aquellos mismos a quienes trata de ayudar.
-Profundo espíritu de fe, con convicciones serenamente
radicadas.
-Madurez afectiva, que le haga ocupar su puesto lealmente.
-Luz para conocer el espíritu y penetrarlo hasta el fondo con
una mirada y para dirigirlo hacia el bien.
-Capacidad de comunicarse.
-Entendiendo mucho, hable poco; enseñando más con
ejemplos que con palabras.
-Don de ganarse la confianza, favoreciendo la apertura del
corazón.
-Sentido de acomodación a las disposiciones reales y actuales
del dirigido, consciente de su función subsidiaria,
complementaria.
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4) Cualidades y limitaciones
Después de ver todo lo que necesita el director espiritual, dada
la importancia y complejidad de su tarea, podemos tener la
impresión de que sólo puede ser director espiritual un
superhombre, alguien dotado de un apabullante conjunto de
condiciones excepcionales. Esto podría desanimar a cualquiera a
realizar esta misión o a pretender encontrar al director adecuado.
Por eso hemos de recordar que se trata de un carisma que,
como todo don de Dios, hay que recibir y desarrollar; pero que
Dios mismo hace que exista y sea eficaz. Lo cual supone que
seamos exigentes y realistas a la hora de buscar un director
espiritual, conscientes de que no tratamos de encontrar al director
perfecto, sino al mejor ayude a descubrir y cumplir la voluntad de
Dios[32].
De manera semejante, Dios se vale de toda la personalidad del
director para impartir dirección espiritual al dirigido. Talentos,
conocimiento, experiencia, vida de oración…, junto con debilidades,
prejuicios, falta de experiencia… todo, todo entra en juego. Hasta la
manera particular de expresarse y comunicarse es utilizada (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 128).
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5) Discernir el carisma de la
dirección espiritual
A la hora de buscar un buen director espiritual se hace
necesario tener pistas concretas que nos permitan saber que
determinada persona tiene la capacidad necesaria para tan
delicada misión. Una primera pista que nos orienta es comprobar
que a dicha persona la solicitan con frecuencia para que ayude
en el discernimiento. Eso ya se veía con claridad en los padres
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vista. Ya que reciben sus confidencias, creen que son los que mejor
conocen al individuo. Limitados a la conversación, que llaman
espiritual, son los que menos lo conocen. Si no cuidan de mantener
contacto con lo cotidiano y lo real, se exponen a facilitar, a sus
dirigidos, esta ilusión óptica, que es la del «espiritual puro». Nada más
falso (Laplace, La dirección de conciencia, 104).
Aunque, en resumen, siempre habrá que aplicar, el siguiente
principio básico: «Apreciar en el que viene a nosotros la
capacidad humana de existir y el grado de libertad que ofrece a la
gracia» (Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 18).
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NOTAS
[1] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 56-58.
[2] «El pecado capital del director consiste en presumir guiar al prójimo
estando él mismo ciego, o al menos en aquellos puntos de espíritu en los
cuales él mismo no está iluminado por la luz de Dios, y, en consecuencia,
relativamente ciego. El pecado puede ser mayor que el que cometería
quien practicara la medicina sin preparación en el campo (Mendizábal,
Dirección espiritual, 45).
[3] Laplace, La dirección de conciencia, 95. En las p. 90-96, ofrece un
itinerario para esa formación del director. Nemeck-Coombs, El camino de
la dirección espiritual, 255-260, recalca la necesidad de una preparación
competente, y subraya que además de los conocimientos necesarios de
teología ascética y mística, es preciso la reflexión sobre las experiencias
de fe propias y de los dirigidos. Además añade que un excelente
complemento de esta preparación, cuando se ha completado la formación
básica, es profundizar en alguno de los grandes maestros espirituales.
[4] «Según esta tradición [oriental], la dirección se nos representa
esencialmente, por parte del dirigido, como la manifestación, al Padre
espiritual, de todos sus pensamientos, a fin de que en este oleaje
inconsistente y continuo, el hombre aprenda a “discernir los espíritus”; es
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