La Entrevista. La Dirección Espiritual

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La dirección espiritual

7. El director espiritual
1) Dos tipos de directores espirituales
a) El director «natural»
b) El director «sobrenatural»
2) Principales cualidades del director espiritual
a) Conocimiento
b) Discernimiento
c) Experiencia
3) Otras cualidades del director
a) Hábito de silencio y oración
b) Docilidad al Espíritu
c) Libertad
d) Humildad
e) Pureza de corazón
f) Paz interior
g) Grandeza de alma
h) Bondad y amor
i) Capacidad de escucha
k) Espíritu de fe en su tarea
l) Audacia
m) El conjunto de cualidades
4) Cualidades y limitaciones
5) Discernir el carisma de la dirección espiritual

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6) El director espiritual no sacerdote


7) ¿Cómo se acepta a un dirigido?
a) Actitudes y disposiciones del dirigido
b) El ejemplo de los Padres del desierto

Entraremos ahora en el estudio de las dos figuras que, en lo


humano, conforman la dirección espiritual: el director y el dirigido.
Y comenzaremos por el primero, para determinar las cualidades
que se requieren para que pueda cumplir adecuadamente su
misión.

1) Dos tipos de directores


espirituales
Los que buscan un director espiritual pueden hacerlo por
motivos muy diferentes, al igual que los que ofrecen el servicio de
orientación pueden buscar objetivos diversos. Esto explica que
existan diversos estilos de directores espirituales. Sin embargo,
en el fondo, no hay más que dos tipos: los directores naturales y
los sobrenaturales.

a) El director «natural»
El primer tipo, el de los directores naturales, incluye a aquellos
que buscan que sus dirigidos tengan un comportamiento cristiano
normal, para lo cual se limitan a aplicar criterios basados en el
sentido común y en los preceptos generales elementales de la
vida cristiana. Puede, incluso, que vayan más allá tratando de
introducir a los dirigidos en la oración e impulsarlos en la práctica
de la ascesis y de las virtudes. Pero la metodología que suelen
usar consiste en animar a la realización de unos determinados
ejercicios ascéticos y espirituales para luego comprobar el
progreso que van realizando, lo cual obliga a permanecer dentro
de unos esquemas predeterminados e impide el trabajo

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personalizado que exige el hecho de que el proyecto de santidad


que Dios tiene para cada persona sea único.
Este tipo de director representa la sabiduría humana, que tiene
su evidente valor, pero se queda corta como instrumento para
ayudar a alcanzar la santidad (Cf. 1Co 2,14). Son personas que
creen que la vida cristiana consiste en una vida regulada por
criterios y prácticas espirituales, ascéticas o morales
predeterminadas, con las que hay que ajustarse para avanzar en
la vida evangélica. Su misión se circunscribe, en gran medida, a
enseñar dichas prácticas y a supervisar su cumplimiento, como
modo de corregir el itinerario para que se ajuste mejor a los
parámetros objetivos en los que se debe centrar el dirigido.
No cabe duda de que este tipo de dirección espiritual permite al
director ser optimista, agradable, complaciente; incluso sus
correcciones las puede hacer desde la simpatía y la cordialidad.
Es más, suele estar dotado de entusiasmo por lograr unos
objetivos accesibles, que comunica fácilmente al dirigido,
animándole humanamente en su tarea, lo que le hace creer que
le facilita el trabajo. Esto es normal puesto que los objetivos y
medios naturales son compresibles y controlables para nuestras
capacidades naturales, lo que hace que, tanto el director como el
dirigido, disfruten de una consoladora experiencia de control de la
situación y de seguridad en la percepción del avance espiritual.
Sin embargo, el director natural no suele tener el sentido propio
del Espíritu: se queda en lo meramente humano, juzga por
criterios externos y en función de la razón o las normas, no tiene
en consideración las mociones del Espíritu y el discernimiento
afinado de las mismas, considerando sospechoso de no
evangélico todo lo que no encaje con los criterios de la lógica o la
razón humanas.
Por muy fascinante que pueda ser este tipo de directores,
hemos de advertir de su gran peligrosidad, puesto que, a la vez
que dan alas a lo humano, cercenan insensiblemente lo espiritual,
que es donde se juega la vida de la gracia y la santidad. Una

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prueba de este peligro la encontramos en la falta de


responsabilidad a la hora de acoger o juzgar las gracias y
necesidades que ellos no entienden, llevando todo al ámbito que
conocen, apoyando sus juicios en principios que siendo válidos
en general no lo son en particular por carecer del adecuado
contexto que exige el discernimiento. Así, por ejemplo, si un
dirigido le plantea al director su preocupación por un determinado
giro que debe dar a su vida en función de una luz o moción que
se viene repitiendo en la oración, él desmontará todo el potencial
de la gracia divina con un argumento, tan simple como falso por
ambiguo: «Bueno, no te preocupes, lo que importa es el amor».
Hemos de convenir, con los grandes maestros del espíritu, que
no puede ser director de almas quien no tenga una verdadera
experiencia espiritual y se deje guiar por el Espíritu Santo,
aunque se trate de buenos sacerdotes o de «personas de
oración».
Para guiar al espíritu, aunque el fundamento es el saber y
discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero
espíritu, no atinará a encaminar al alma en él, cuando Dios se lo da, ni
aun lo entenderá (San Juan de la Cruz, Llama, 3,30).
Ha menester aviso el que comienza, para mirar en lo que aprovecha
más. Para esto es muy necesario el maestro, si es experimentado; que
si no, mucho puede errar y traer un alma sin entenderla ni dejarla a sí
misma entender; porque, como sabe que es gran mérito estar sujeta a
maestro, no osa salir de lo que le manda. Yo he topado almas
acorraladas y afligidas por no tener experiencia quien las enseñaba,
que me hacían lástima, y alguna que no sabía ya qué hacer de sí;
porque, no entendiendo el espíritu, afligen alma y cuerpo, y estorban el
aprovechamiento. Una trató conmigo, que la tenía el maestro atada
ocho años había a que no la dejaba salir de propio conocimiento, y
teníala ya el Señor en oración de quietud, y así pasaba mucho trabajo
(Vida 13,14-15).
El que no tiene una auténtica vida interior no puede iluminar a
los demás en esa vida, porque también aquí se cumple el
aforismo que dice que «nadie puede dar lo que no tiene»[1].

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b) El director «sobrenatural»
Por el contrario el director verdaderamente «espiritual» es el
que vive o intenta vivir apasionadamente la primacía absoluta de
Dios en su vida, lo que le inflama en el amor de Dios y en la
búsqueda de la docilidad al Espíritu Santo. Esto le da una
evidente libertad porque le sitúa por encima del juicio y la
apreciación de los demás, de modo que, igual que pretende
buscar para sí la voluntad de Dios también desea ayudar a
quienes tienen auténtico deseo de ser santos en la amorosa
fidelidad al proyecto de salvación que Dios tiene para ellos.
Esto crea en el dirigido una clara sintonía entre la acción de
Dios que percibe en él con la actitud interior que ve en el director
espiritual, y que le lleva a un sano espíritu de emulación; lo que
se potencia al comprobar la autenticidad espiritual del director por
la entrañable caridad que recibe de él y que le muestra el amor
que recibe de Dios.
Estamos ante una relación fundada en el amor y la libertad, que
une a dos personas en un objetivo común, que es buscar a Dios,
lo que lleva al dirigido a la confianza sobrenatural con el director y
a éste a una gran docilidad a la acción del Espíritu Santo; de
manera que ambos se mueven en el marco de la verdad y la
simplicidad, lo que se traduce en una verdadera humildad: en el
director por saberse pobre instrumento de la gracia, y en el
dirigido por saberse necesitado absolutamente de ayuda.
Nota característica del director «espiritual» es el
convencimiento de que lo importante es ayudar a sus dirigidos a
que sean dóciles a la llamada del Espíritu, porque cada persona
tiene un camino concreto que debe descubrir. El objetivo de esta
relación de ayuda es que el discípulo alcance la libertad de
espíritu necesaria para seguir los impulsos de la gracia y
colaborar con ellos; o dicho de otro modo, para que capte la
manera particular con la que el Espíritu le conduce y sea dócil a
ella. En este tipo de dirección el trabajo que se propone es sólo

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un medio, que tiene que ser relativizado frente a los impulsos


concretos del Espíritu «que sopla donde quiere» (Jn 3,8).
La libertad del director «espiritual» le lleva necesariamente a
aceptar a cada persona como es, acogiéndola y respetándola en
la singularidad del proyecto que Dios tiene para ella y que la
define natural y sobrenaturalmente. En razón de esta libertad y
esta visión, este tipo de directores pasa por encima de muchas
realidades o preocupaciones humanas en las que se puede
enredar el dirigido, por importantes que puedan parecer a los ojos
del mundo. Su única preocupación es ver –y enseñar a ver– la
presencia de Dios y sus designios a través de todas las
circunstancias de la vida.
Esto lleva a una actitud de cierto «desapego» humano, que
suele entenderse por los más sensibles como falta de interés o
exagerada dureza. Sin embargo, sólo las personas
verdaderamente espirituales son capaces del optimismo
sobrenatural y la ternura espiritual que brotan de la
contemplación de esa presencia divina que buscan en todo y que
les permite experimentar que «a los que aman a Dios todo les
sirve para el bien» (Rm 8,27), así como descubren también la
acción del Padre y del Hijo, por medio del Espíritu Santo, según
las palabras de Jesús: «Mi Padre sigue actuando, y yo también
actúo» (Jn 5,17).
De esa percepción interior el director espiritual extrae el
convencimiento de la acción de Dios en el alma del dirigido y el
potencial sobrenatural que tiene, lo que hace que pueda comunicar a
éste no sólo las directrices necesarias para avanzar en la vida
evangélica sino la gozosa esperanza que le impulsa a trabajar en ello
con generosidad y valentía (Nemeck-Coombs, El camino de la
dirección espiritual, 59-61).
Esta misma visión sobrenatural, que debe unir a los dos, puede
ser causa de sufrimiento en el dirigido, cuando echa en falta una
atención más afectiva y humana; lo que hace que se evidencie la
necesidad de clarificar el sentido de la dirección espiritual y la
decisión del dirigido de apostar por la búsqueda de Dios. Estas

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mismas dificultades «afectivas» sirven para que, tanto el director


como el dirigido, se afirmen en la tarea que les pide a Dios y
realicen la conversión necesaria para llevarla a cabo.
Hay una enorme diferencia entre un director «natural» y un
verdadero director espiritual. Ambos aseguran seguir a Jesucristo,
pero uno lo hace desde cierta distancia.
El natural, el de sabiduría humana -el anthropos psychikos- (1Cor
2,14), es posible que sea una persona estupenda, afable, delicada.
Pero eso no quiere decir que sea necesariamente espiritual según el
sentimiento de San Pablo, el sentido del desierto o sentido místico.
Puede que esa persona esté llena de entusiasmos y de espíritu, pero
no necesariamente del Espíritu. Tal director todavía no capta las cosas
del Espíritu de Dios porque le parecen necedad… Los psychikoi
disciernen la realidad a base de baremos externos. Miden
equivocadamente su propio progreso espiritual y el de los demás
según los grados de estricta conformidad a las normas, leyes,
costumbres y expectativas de los que están en autoridad… Los
psychikoi, empeñados en el cumplimiento de prácticas externas (como
ciertos modos de oración, maneras preestablecidas de vivir en común,
criterios morales rígidos), interceptan la vida del Espíritu y no la dejan
correr a través de ellos. Este tipo de personas se hacen incapaces de
recibir nada del Espíritu. Cualquier cosa de genuino valor espiritual les
altera y les pone nerviosas. No saben cómo tomarlo, no lo entienden y,
por lo tanto, lo resuelven diciendo que debe ser «necedad» (1Cor
2,14). Como no encaja con sus ideas preconcebidas sobre quién es el
Espíritu y de cómo dicho Espíritu debería actuar, a la persona natural
todo lo espiritual le viene a resultar un enigma.
Desconectado de la vida dinámica del Espíritu que mora en lo
interior, los psychikoi no pueden discernir la realidad según las
verdaderas espiritualidades (1Cor 2,14). Y es que han hecho de cosas
que en sí mismas proceden de Dios y son de Dios y para Dios
pequeños dioses, permaneciendo así cegados por esos ídolos.
Desgraciadamente, muchos de los que profesan ser buenos cristianos,
buenos religiosos, buenos sacerdotes (o incluso obispos) son poco
más que buenos psychikoi.
La persona natural que se lanza a ser guía espiritual puede producir
efectos terribles. Teniendo tan poca, por no decir ninguna, experiencia
de lo que es verdaderamente espiritualidad, será incapaz de dirigir a
otros espiritualmente o de entender las experiencias de personas

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genuinamente espirituales (Nemeck-Coombs, El camino de la


dirección espiritual, 56-58).
Al guiar a otros, el director espiritual será, pues, capaz de amar a los
dirigidos con el mismo amor de Dios. Tendrá una gran capacidad de
aceptar a las personas tal como son y respetará con toda naturalidad
el camino particular y singularísimo por el que el Espíritu va
espiritualizando a cada uno… Estos verdaderos espirituales no se
detienen en nada, pasan a través de los acontecimientos, las
personas, las situaciones de la vida y a través de sí mismos a fin de
discernir y detectar la presencia de Dios en el fondo de todo… Las
personas espirituales no sólo perciben la presencia de Dios en lo que
aparece como bueno, sino que también perciben el potencial de
bondad que existe en todo lo que todavía no es bueno. De ahí que un
principio fundamental para los directores espirituales sea éste: «Dios
hace que todo se torne para bien de los que le aman… Nada puede
separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor
nuestro» (Rom 8,28-39). La percepción de «Dios siendo todo en todo»
(1Co 15,28) dispone al director espiritual a mirar la condición humana
de un modo totalmente distinto… Los verdaderos espirituales están
dotados por el Espíritu para comunicar esta visión transformada de la
realidad a los que con sinceridad buscan su ayuda y su guía (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 59-61).

2) Principales cualidades del


director espiritual
En el fondo, la cualidad más importante que debe tener el
director es muy concreta: descubrir en el otro la llamada del
Espíritu. Ésta es, pues, la capacidad que hay que buscar en el
director. Y, para lograrlo, hemos de tener en cuenta una serie de
cualidades que indican la idoneidad de la persona para la función
que se le reclama:
Tal oficio requiere en quien lo ejercita una calidad interior
correspondiente a un cristiano maduro y ejemplar, eminente por su
fidelidad y su vida, de suficientes conocimientos evangélicos, con
experiencia de tiempo y calidad y con la prudencia de una virtud
madura. Requiere una cualificación fundamental de sapiencia que
abarque la competencia doctrinal, probidad o caridad sincera y
constante y discreción; una cualificación formal de experiencia; una

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cualificación donal de plenitud de Espíritu Santo que le haga a él


mismo perfectamente dócil y lo convierta en una especie de
personificación viva de los dones del Espíritu (Mendizábal, Dirección
espiritual, 44).
Evidentemente estamos ante una relación de cualidades tan
extensa que puede resultar agobiante, tanto para el director como
para el dirigido: para aquél porque puede hacer que se sienta
incapaz sin serlo, y para éste porque le haga sentir imposible
encontrar a una persona así. En realidad no se trata de poseer
necesariamente todas estas cualidades en grado extraordinario,
sino la «fisonomía» que confiere a una persona la posesión de
estas cualidades en diversos grados o el verdadero interés por
las mismas.
San Juan de la Cruz y santa Teresa de Jesús resumen muy
bien las cualidades fundamentales del director, de manera tan
clara como simple:
Porque, para guiar al espíritu, aunque el fundamento es el saber y
discreción, si no hay experiencia de lo que es puro y verdadero
espíritu, no atinará a encaminar al alma en él, cuando Dios se lo da, ni
aun lo entenderá (San Juan de la Cruz, Llama B, 3,30).
Así que importa mucho ser el maestro avisado digo de buen
entendimiento y que tenga experiencia. Si con esto tiene letras, es
grandísimo negocio. Mas si no se pueden hallar estas tres cosas
juntas, las dos primeras importan más; porque letrados pueden
procurar para comunicarse con ellos cuando tuvieren necesidad. Digo
que a los principios, si no tienen oración, aprovechan poco letras; no
digo que no traten con letrados, porque espíritu que no vaya
comenzado en verdad yo más le querría sin oración; y es gran cosa
letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan
luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que
debemos: de devociones a bobas nos libre Dios (Santa Teresa de
Jesús, Vida, 13, 16).
Vamos a intentar desgranar, una a una, las cualidades
principales que muestran la idoneidad de una persona para la
dirección espiritual.

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a) Conocimiento
El director espiritual debe poseer conocimientos suficientes
tanto en teología como en ciencias humanas, puesto que sin una
buena preparación resulta peligroso llevar a cabo el
discernimiento evangélico, puesto que será el «ciego que guía a
otro ciego» (Mt 15,14)[2]. Lo cual no quiere decir que debamos
buscar principalmente a un erudito. «Cuando se trata de adquirir
conocimientos espirituales o psicológicos, jamás debemos perder
de vista que los mejores educadores no son los más impuestos
en pedagogía. La regla puede ser: ni ignorante, ni erudito. Los
santos no han de ser, necesariamente, buenos directores, pero
los conocimientos llegan a hacerse peligrosos entre los espíritus
postizos, abstractos, sistemáticos o poco humanos. Algunos
encuentran, en su ciencia, un obstáculo para la dirección de las
almas; se enredan en sutilezas en vez de dar un juicio o un
consejo. En suma, es preciso evitar, a la vez, todos los daños: los
del aprendiz y los del sabio; el simplismo, la pesadez, la sutileza,
la pretensión, el encumbramiento, da ausencia de lucidez de
espíritu y de falta de tiempo para recibir. Que la ciencia siga al
nivel de la vida»[3].

b) Discernimiento
La dirección espiritual está estrechamente relacionada con el
discernimiento de espíritus, que es el método idóneo para
descubrir si las mociones interiores o las invitaciones que
contienen los acontecimientos de la vida vienen de Dios, del
diablo, del mundo o de nosotros mismos. En la dirección
espiritual buscamos este discernimiento de los impulsos del
Espíritu Santo en nuestra vida con la colaboración de otra
persona que nos ayuda a captar en concreto la presencia y la
acción de Dios en nuestra historia[4].
Por lo tanto, el director espiritual necesita la capacidad para
responder al discernimiento que los demás le presentan. Se trata

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de un verdadero carisma de discernimiento; carisma que hay que


pedir, porque sin él no se puede asumir esta misión.
El único temor que debe permitirse el director es no reconocer
los dones de Dios y no sorprenderse de las maravillas que pasan
por sus manos. Por eso debe conocer el peligro del orgullo, que
le empuja a atribuirse como suyo lo que procede de la gracia,
sabiendo que sólo el reconocimiento cotidiano de los dones de
Dios le puede mantener en la verdad y la libertad propias del
amor.
Siendo oficio fundamental de la dirección ayudar a discernir los
movimientos de la gracia de los impulsos de la naturaleza para
ayudarle luego a seguir fielmente las mociones de la gracia, se
comprende que uno de los talentos fundamentales del director haya de
ser la capacidad de reconocer la conciencia en relación con estas
mociones de la gracia. El meollo de la dirección está en que el director
sepa conjeturar el paso inmediato del camino de perfección que en
este momento se le ofrece al hombre (Mendizábal, Dirección espiritual,
84).
Este discernimiento necesario del director espiritual tiene
mucho que ver con el don de entender al dirigido, es decir, de
«leer en su alma», de manera que la eficacia de la dirección
espiritual es proporcional a esta capacidad del director[5].
Evidentemente estamos hablando de un don, pero no de un
don especialísimo y místico, como tenían el Cura de Ars o el
Padre Pío, para conocer la situación espiritual de una persona
antes de que la manifiesta. Se trata del don de interpretar con
claridad, rapidez y seguridad lo que hay detrás de lo que
manifiesta el dirigido con sus palabras y más allá de las mismas.
Por eso el director «no tiene necesidad de largas explicaciones y
matizaciones. Y la persona se siente también inmediatamente
comprendida aun sin haber hablado apenas… El director le
entiende mejor de cómo él se entiende»[6].
Este don es ciertamente una gracia, por lo que estrictamente
hablando no se puede conseguir con nuestros medios; pero sí
necesita de un trabajo concreto para recibirla: la búsqueda

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incansable de Dios, la permanente atención apasionada a él y el


intercambio amoroso entre Dios y el alma[7].
De tal manera es importante este punto, que supone una clave
importante para que se pueda establecer la dirección espiritual: si
después de haberlo intentado sinceramente, el director no puede
«entender» al dirigido o el dirigido no se siente comprendido, no
debe mantenerse la dirección espiritual[8].
La capacidad de discernimiento del director tiene que ayudar al
dirigido a aprender a mirar la realidad con los ojos de Jesucristo,
superar las apariencias y colocarse en la verdad de Dios. Sólo si
se sitúa en esa verdad puede tomar las decisiones según la
voluntad de Dios. Esa nueva mirada es un sentido espiritual que
se da en el bautismo, pero que hay que despertar y desarrollar
por medio de la lectura espiritual de la Palabra de Dios y con la
práctica. Para ambas cosas se necesita la ayuda de la dirección
espiritual.
El diálogo espiritual se convierte así en una educación de la mirada
contemplativa, no en una huida del mundo, sino en aprender a dirigir a
las cosas, a los acontecimientos y a las personas una mirada
verdadera, la de Cristo resucitado, que ve el mundo en la
transparencia del Espíritu (Laplace, La dirección de conciencia, 72).
Estrechamente relacionado con el carisma del discernimiento
está la capacidad de distinguir lo objetivo de lo subjetivo, lo
verdadero de lo falso, la auténtica experiencia de Dios y las
proyecciones del sujeto. Es más, el director tiene que ayudar a
que el dirigido sepa qué es lo objetivo en su experiencia o en
determinada situación, y ayudarle a tomar las decisiones
oportunas partiendo de lo objetivo y lo razonable. Forma parte de
la tarea del director mantenerse en el plano más objetivo posible
y ayudar al dirigido a salir del subjetivismo y de sus propias
proyecciones.
Una tentación muy frecuente que dificulta esta tarea, tanto para
el director como para el dirigido, consiste en traducir las mociones
espirituales rápidamente, sin esperar a que se asienten lo
suficiente como para comprobar su verdadero sentido. Por eso,

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para evitar las proyecciones es imprescindible que objetivar; y


para ello el director tiene que recopilar los datos de manera que
sepa distinguir claramente estas tres realidades, que
normalmente no suelen coincidir:
1. ¿Qué me dice la otra persona?
2. ¿Qué quiere decir realmente?
3. ¿Qué necesita de verdad?
La percepción clara de estas tres realidades es lo que permite
al director no sólo captar el problema o la situación real del
dirigido, sino que éste se sienta comprendido y perciba
claramente que el director ha comprendido adecuadamente su
situación.
La objetivación que debe hacer el director tiene como
instrumento fundamental la recopilación de datos para tener la
más amplia visión de conjunto. A través de lo que manifiesta el
dirigido espontáneamente, del lenguaje implícito de gestos,
actitudes físicas, etc., tiene que hacerse una idea, lo más precisa
posible, de la situación real del dirigido. Para ello tiene que
ayudarse de algunas preguntas, claras y precisas, que permitan
la mejor comprensión de los hechos y que jamás estén movidas
por la curiosidad o el interés personal. Luego, el director unirá
toda esta información para tener una idea precisa del proceso
seguido, de la situación actual, las motivaciones, etc.
Finalmente, todos estos datos se han de estructurar antes de
dar un consejo u orientación, de manera que el dirigido vea
claramente la conexión entre lo que él ha manifestado y la
orientación que recibe.

c) Experiencia
La misión que se le encomienda al director requiere de
experiencia en dos campos:
1. Experiencia en el diálogo de dirección. Que es algo que se
va adquiriendo, con el tiempo, a través del mismo ejercicio de su
misión[9].

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2. Experiencia real sobre lo que va a orientar. En este segundo


terreno, es necesaria una preparación teórica previa; pero ésta
vale sólo en la medida en que existe una verdadera experiencia
de vida espiritual[10]. Así, gracias a su propia vida interior, el
padre espiritual puede ofrecer al dirigido unas palabras que
adquieren la fuerza de penetración que tienen por ser eco
indiscutible de la Palabra de Dios. Este tipo de palabras no las
puede inventar a capricho el director, sino que son fruto de la
gracia que Dios le concede para percibir el soplo del Espíritu en
las circunstancias más importantes de la vida.

3) Otras cualidades del director


Además de las tres apuntadas arriba convienen al director una
serie de cualidades que, además de servirle para realizar
adecuadamente su tarea, constituyen un buen criterio de
discernimiento para elegir al guía de nuestra alma.

a) Hábito de silencio y oración


Sin una vida espiritual viva no es posible ejercer la misión de
director espiritual, lo cual exige una profunda experiencia interior
de encuentro con Dios a través del silencio y la oración. Teniendo
en cuenta que la función de orientación se realiza sobre la
oración y sus frutos, resulta imprescindible que el director tenga
una experiencia personal profunda de oración para poder
entender de primera mano las dificultades de la misma, así como
los posibles caminos por donde puede discurrir.
A ejemplo de aquellos abbas/ammas, el director espiritual también
debe tener una experiencia personal de desierto: concretamente, del
desierto del corazón (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección
espiritual, 49).
¿Por qué es, pues, la soledad tan esencial para el director
espiritual? La respuesta es obvia. No se puede comunicar a los demás
un Dios personal y amoroso sin antes haberlo experimentado como
personal y amoroso. No se puede dar a otro lo que uno aún no ha
recibido. Simples conocimientos acerca de Dios no son suficiente.
Hay que conocerle personalmente, de manera directa, por el amor y la

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fe. De ahí que la primera responsabilidad de un director eficiente sea


la de cuidar su propia vida interior, sacar tiempo para la oración
solitaria y el estudio serio. En la experiencia de desierto es donde se
recibe de Dios el conocimiento propio y la sabiduría divina necesarios
para guiar a otros. Primero hay que ser tentado en el desierto (Mt 4,1).
Es preciso experimentar en carne propia la transformación que la
gracia realiza en nuestra fragilidad humana. Nunca seremos capaces
de dirigir a otro espiritualmente hasta que no descubramos nuestra
dirección espiritual. Dios no juega con este tema, ni lo toma
superficialmente. El Señor espera que le dejemos hacernos dignos de
la vocación a la que hemos sido llamados (Ef 1,4). Un director debe,
por lo tanto, aprender a estar solo, a escuchar al Espíritu en el silencio
interior, a descubrir su propia verdad y la de Dios. La palabra del
director a los demás será entonces palabra de Dios. Será una palabra
con fuerza -palabra de autoridad interna (Mt 7,29)-, porque brotará del
silencio, la soledad y la oración (Nemeck-Coombs, El camino de la
dirección espiritual, 54-55).

b) Docilidad al Espíritu
Un rasgo que hemos de buscar en el director es la sumisión al
Espíritu Santo. Es un fruto de la auténtica fe, y se demuestra en
el interés con el que el director la inculca a sus dirigidos, como si
él mismo quisiera desaparecer ante el único Maestro que habla al
corazón. Esta docilidad, debe existir previamente en su vida
íntima; y éste debe ser su distintivo propio»[11]. Se trata de una
ductilidad real, que tiene que manifestarse en la vida concreta del
director como «docilidad a los acontecimientos y a lo inesperado.
Porque a través de ellos, Dios ajusta a la verdad su instrumento
de elección para hacerle comprender de dónde le viene su
eficacia. Para uno, será el modo de aceptar su enfermedad; para
otro, una incapacidad en el trabajo o una fragilidad extrema; para
un tercero, una prueba íntima, que nadie sospecha; cada uno
aprende a despojarse de la confianza que pone en sí mismo y a
no apoyarse sino en Dios»[12].
Por esta actitud, el director está convencido de que el Espíritu
es el maestro interior que convierte la palabra escuchada en
palabra personal y salvadora. Por eso no cae en la ansiedad

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sobre lo que debe decir o cómo acertar en sus intervenciones.


Está atento a las manifestaciones del Espíritu, pero no es
impaciente. De ahí nace un optimismo fundado en la fe: sabe que
se puede llegar a la claridad a partir de la oscuridad o desde el
pecado, gracias a la luz que infunde el Espíritu Santo.

c) Libertad
Ya hemos indicado que el director es libre y con su libertad
ayuda a la libertad de aquel al que ayuda a crecer en la fe[13].
Tiene un corazón libre, que nace del convencimiento de que los
otros pertenecen a Dios; lo cual le permite opinar y actuar sin
estar atado por la opinión o las reacciones del dirigido, buscando
siempre la voluntad de Dios:
Quien es incapaz de dar un disgusto; quien, con tal de que el
dirigido no se vaya, está dispuesto a ceder a sus deseos, no cumplirá
bien con su oficio de director. Sería milagroso que se diera un buen
director a quien ningún dirigido abandonara (Mendizábal, Dirección
espiritual, 69).
Esta misma libertad le hace afrontar el encuentro con cada
persona y cada entrevista de una forma nueva, sin prejuicios.
Dispuesto a manifestarse con libertad, es decir con claridad y sin
prevenciones:
Es preciso presentarse desarmado, sin ideas preconcebidas, sin
pretender conocer, de antemano, el giro que la cosa tomará. Una
situación no se aclara si no se mete uno en ella, como si fuera única y
nueva. Esto supone una amplia libertad, la de decir lo que uno piensa,
cuando llega el momento, y decirlo en términos claros. Conducta que,
a su vez, facilita la libertad del otro (Laplace, La dirección de
conciencia, 104).
El que es libre en la tarea de la dirección sabe que esa libertad
le llevará frecuentemente a cierta soledad. Conoce la soledad
que le viene de la gracia. Lleva en su corazón los secretos de los
otros y no le pertenece revelarlos a su manera. Cristo conoció
esa soledad, remitiéndose sólo al Padre. Ésa es la fuente de la
más pura libertad y de la alegría perfecta.

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d) Humildad
Podríamos decir que «la humildad es la virtud fundamental del
director porque lo coloca en la justa posición ante Dios y ante las
almas que debe guiar… Como siervo debe respetar tanto los
derechos de Dios como los derechos de las almas, secundar la
acción y los designios de Dios y no imponer sus modos de ver,
respetar la personalidad del fiel y sus íntimas exigencias»[14]. De
hecho, «por docto y perspicaz que sea, está totalmente fuera de
duda que el director nunca podrá cumplir con los deberes de su
magisterio sin la gracia de la luz divina»[15].
Para alcanzar esta disposición el director debe ser plenamente
consciente de que «los consejos que él da no lo hacen más
santo»[16], porque no expresan ni su sabiduría ni su santidad,
puesto que nunca deja de ser un pobre «instrumento, instrumento
necesario e inútil de una obra divina que le supera»[17].
Y es, justamente, la misma consciencia de su pobreza e
indignidad ante una misión que le sobrepasa lo que lleva al
director espiritual a la humildad propia de su misión de mediador
de Dios, por la que se coloca en un segundo lugar, de mero
instrumento, y, a la vez, le confiere la eficacia de la acción del
mismo Dios que lo utiliza para sus fines[18].

e) Pureza de corazón
Junto a la humildad hemos de buscar en el director la pureza
de la que nos habla el Señor en las bienaventuranzas (Mt 5,8) y
que no consiste simplemente de evitar apegos afectivos insanos,
sino de algo mucho más profundo, que tiene que ver con dejar
que la luz de Dios ponga en su sitio lo que hay en nuestro interior.
«En realidad, la pureza de corazón es ese hábito adquirido de
transparencia respecto de Dios, mediante el cual, en las
acciones, en las relaciones con los otros, en las decisiones, el
hombre no se deja engañar por sus móviles secretos y los
somete, más y más, a la ilustración de Dios»[19].

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f) Paz interior
El dirigido no puede pretender que el director le ofrezca la
tranquilidad de conciencia que el mundo logra despachando
muchas de las cuestiones espirituales con juicios meramente
humanos; pero sí debe poder encontrar en el director la paz que
nace del encuentro con Dios en la oración y que elimina toda
angustia y todo temor ante sus propias dificultades personales y
las que le plantean los demás. Con esa paz, fruto de la confianza
en Dios, el director ora por sus dirigidos y pide para ellos la luz de
Dios que él sabe que no posee, sino que es poseído por ella.
Al tratarse de una luz que contradice al mundo, su recepción
puede originar en el dirigido un desconcierto o dolor, que el
mismo Jesús ya había predicho. En este sentido es necesario
distinguir entre la tranquilidad que ofrece el mundo al precio de
acallar la conciencia y la paz que nos da Dios como fruto de una
autenticidad evangélica que conlleva incomprensión y oposición
por parte del mundo[20].

g) Grandeza de alma
Hace falta un corazón grande para aceptar la tarea de la
dirección espiritual sin apropiarse de las personas, sin dejarse
herir por las susceptibilidades de los dirigidos o de los que le
rodean, sin aprovecharse de ventajas ni ceder a vanas
curiosidades, con la disponibilidad a dejar marchar al dirigido
cuando sea necesario. Ofreciendo generosamente una ayuda
que, muchas veces, no se valora desde fuera y no se agradece
desde dentro. Dedicándose a una tarea escondida y renunciando
a puestos y trabajos más prestigiosos.
La experiencia personal que el padre espiritual ha tenido del
juego de la libertad y del amor le preserva de la dureza a la que le
expone una preocupación demasiado simple por ser fiel a normas
y criterios preestablecidos. La prueba de la autenticidad de su
vida espiritual es que le ha llevado, por la vía de la experiencia, a
la verdadera bondad, que no consiste en la mera facilidad exterior

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sino que es patrimonio del alma que no se ata a nada ni a nadie


porque busca a Dios y lo encuentra en todos y en todo,
especialmente en el alma que Dios le encomienda[21].

h) Bondad y amor
De un modo u otro, la tarea de dirección espiritual exige del
director una entrega que le permita acomodarse a las
necesidades reales del dirigido y acogerle con cordialidad, pero
en verdad, ayudándole no sólo con su palabra, sino también a
través de la intercesión[22]. Esto configura al director como un
reflejo de la bondad de Cristo-maestro[23]. De hecho «nada le
dará tanto sentido de seguridad [al dirigido] como la percepción
experimentada de una cordialidad amigable, que entiende
inspirada por Dios y ofrecida por Dios en el director»[24].
La bondad del director debe ser muy paciente para soportar,
escuchar, repetir, ejercitar (Dictionnaire de Spiritualité, 1191).
La dirección espiritual es así una magnífica oportunidad de
ejercitar el amor que nos pide el Señor y consiste en amar al otro
como uno mismo es amado por Cristo. Y este amor se manifiesta
de manera concreta y real en la entrega generosa que el director
hace de sí mismo a través de la donación de su tiempo, sus
energías y capacidades y el esfuerzo que supone llevar a cabo su
misión con plena fidelidad a la voluntad de Dios[25].
La bondad se hace especialmente necesaria en los momentos
difíciles:
La afabilidad siempre es importante en la dirección espiritual, pero
es algo absolutamente crucial en los momentos de confrontación… El
director manifiesta afabilidad cuando se muestra comprensivo ante la
fragilidad y vulnerabilidad del dirigido (Nemeck-Coombs, El camino de
la dirección espiritual, 253.254).

i) Capacidad de escucha
El auténtico director tiene que ser capaz de escuchar y de estar
en silencio, para acoger al otro, para ver más allá de lo que se le
manifiesta. Un silencio que no nace del temor, la inquietud o la

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indiferencia. Sabe recibir las dudas y la agresividad del otro con


el silencio apacible del que va más allá del razonamiento. Sabe
devolver un silencio apacible: respondiendo más con el ser que
con las palabras. Sabe esperar el momento en que algo pase o
que llegue la palabra que ilumine al otro. No se apresura; deja
que el otro reflexione o que se manifieste más
profundamente[26].
Quizá sea éste el gran secreto de una buena dirección: escuchar al
dirigido. Escuchar gustosamente es la mejor manera de darse al
prójimo, a imitación de Dios, que tiene siempre sus oídos abiertos a
nuestras súplicas. Escuchar con paciencia, escuchar con interés,
escuchar con amor, dándose cuenta bien de lo que se le dice
(Mendizábal, Dirección espiritual, 76).
Pero este silencio, como expresión de amorosa acogida del
otro, no puede ser fruto de otra cosa que de la actitud de silencio
interior con la que el director se pone ante Dios para acoger
humildemente su palabra:
El director espiritual, por tanto, permanece atento a Dios en espera
silenciosa, aceptando humildemente tanto la presencia como la
ausencia de cualquier inspiración que le venga de Él y abierto a
cualquier modo en que el Señor quiera manifestarle su plan (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 130-131).

j) Paciencia
A veces la palabra dicha tarda años en germinar. Por eso el
verdadero director sabe que su tarea es sembrar. No tiene
ansiedad por ver el fruto. Confía en que Dios mismo, que es el
que le hace decir la palabra oportuna, él mismo la hará eficaz en
el dirigido. Y sabe aceptar también la noche y la espera con fe.
No sustituye el esfuerzo del otro, no da soluciones hechas;
ayuda a descubrir y a cumplir. Sabe que valen más las soluciones
que descubre cada uno, aunque sean más imperfectas que las
que se ven desde fuera. Deja actuar a Dios[27]. Ayuda a
descubrir la respuesta que está en el otro.
También sabe que no hay que comunicar inmediatamente la
palabra que él descubre, sino que tiene que preguntarse si el otro

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está maduro para recibirla y debe esperar el momento favorable


para decirla.
Esta paciencia es un don del Señor, que precisa de amor,
fortaleza, y esperanza. Es una virtud que se ejercita en relación
con los males y aprovecha los bienes. Es necesaria entre el
director y el dirigido, también con los demás y con la misma
acción de Dios. Pero no tiene nada que ver con la resignación,
precisamente porque sabe que Dios actúa y lo aprovecha todo
(cf. Rm 8,28)[28].

k) Espíritu de fe en su tarea
Puesto que la eficacia de la gracia no depende del instrumento
del que se sirve, el director debe apoyar el fruto de su misión en
un acto de fe por el que entrega a Dios su esfuerzo para que él le
otorgue el resultado que crea conveniente. «Su abandono debe
llegar al punto de darse en él un verdadero desasimiento de todo
deseo de dar a los otros orientaciones y sugerencias concretas, y
también de todo deseo de obtener soluciones visibles e
inmediatas a sus dificultades y problemas. No deberá exigir al
Señor gracias específicas para sus dirigidos creyendo que esas
son las que les van a santificar mejor»[29].

l) Audacia
Como fruto de la confianza sobrenatural en la eficacia de su
misión, el director tiene que ser audaz. Evitando siempre caer en
la imprudencia, hay ocasiones en las que su palabra debe ser
audaz. Atreverse a lanzar la palabra incisiva que revela el mal o
manifiesta una llamada que el otro no quiere escuchar. Esa
palabra audaz debe ser franca y clara; puede llegar a ser
desconcertante, pero nunca debe ser dura o apremiante. Debe
decirse sin temor a lo que sucederá. El guía no es el dueño de la
palabra que transmite. Hay que fiarse de la intuición. Los signos
de que la palabra dicha era la palabra adecuada es la paz y la
indiferencia frente al resultado.

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m) El conjunto de cualidades
La relación de cualidades o condiciones necesarias o
convenientes puede ampliarse o reducirse en función de lo que
se espera de la dirección espiritual y de quien ha de guiarla. El P.
Mendizábal[30] propone una serie de cualidades que pueden
complementar las referidas hasta aquí y que podríamos resumir
del siguiente modo:
-Preparación doctrinal sólida y actualizada.
-Conocimientos y cualidades psicológicas.
-Cultura suficiente y actualizada, no para mostrarla
pedantemente, sino para saber llevar la conversación
ágilmente, de manera que dé criterios justos en campos
diversos tocados en la entrevista.
-Capacidad de inspirar animando.
-Sentido realista y equilibrado de las cosas.
-Fuerza personal suficiente para no dejarse conducir y manejar
por aquellos mismos a quienes trata de ayudar.
-Profundo espíritu de fe, con convicciones serenamente
radicadas.
-Madurez afectiva, que le haga ocupar su puesto lealmente.
-Luz para conocer el espíritu y penetrarlo hasta el fondo con
una mirada y para dirigirlo hacia el bien.
-Capacidad de comunicarse.
-Entendiendo mucho, hable poco; enseñando más con
ejemplos que con palabras.
-Don de ganarse la confianza, favoreciendo la apertura del
corazón.
-Sentido de acomodación a las disposiciones reales y actuales
del dirigido, consciente de su función subsidiaria,
complementaria.

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-Tacto en sus intervenciones y en la medida de sus consejos,


sin empeñarse en instruir a quien está instruido, ni en inspirar a
quien está inspirado.
-No ser cerebral ni tenaz en su propio juicio, antes inclinado a
seguir el juicio de otros; sobre todo, mayores, experimentados.
-Integración de cuanto enseña la psicología reciente sobre el
arte del diálogo y del consejo, teniendo presente que se trata
de integrar, no de sustituir, y que ha de asimilar el arte de
conversar, no el contenido de la conversación.
-Suma reserva sobre las confidencias que reciba, de manera
que del interesado pueda estar cierto que nada de cuanto él
haya comunicado saldrá del secreto del corazón del
director[31].

4) Cualidades y limitaciones
Después de ver todo lo que necesita el director espiritual, dada
la importancia y complejidad de su tarea, podemos tener la
impresión de que sólo puede ser director espiritual un
superhombre, alguien dotado de un apabullante conjunto de
condiciones excepcionales. Esto podría desanimar a cualquiera a
realizar esta misión o a pretender encontrar al director adecuado.
Por eso hemos de recordar que se trata de un carisma que,
como todo don de Dios, hay que recibir y desarrollar; pero que
Dios mismo hace que exista y sea eficaz. Lo cual supone que
seamos exigentes y realistas a la hora de buscar un director
espiritual, conscientes de que no tratamos de encontrar al director
perfecto, sino al mejor ayude a descubrir y cumplir la voluntad de
Dios[32].
De manera semejante, Dios se vale de toda la personalidad del
director para impartir dirección espiritual al dirigido. Talentos,
conocimiento, experiencia, vida de oración…, junto con debilidades,
prejuicios, falta de experiencia… todo, todo entra en juego. Hasta la
manera particular de expresarse y comunicarse es utilizada (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 128).

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Ante la tremenda responsabilidad de ayudar a otros a discernir su


senda espiritual, los directores no pueden menos que palpar
vivamente su propia pobreza e impotencia, pues les hace tomar
conciencia del hecho de que «para los humanos esto es imposible»
(Mc 10, 27). Pero precisamente al verse tan pobres e impotentes es
cuando acuden al Señor en fe, amor y esperanza, descubriendo
igualmente que «para Dios todo es posible» (Mc 10, 27; Lc 1, 37)
(Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 295-296).
El director entabla relación con los dirigidos tal y como es él. Esto
es, con sus limitaciones y debilidades personales, con su
incertidumbre y pecado, así como con sus talentos o dones (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 298).
En este sentido hay que tener cuidado de que el temor a
carecer de las cualidades necesarias pueda esconder una
tendencia a la autosuficiencia y el deseo de asegurarse el éxito al
margen de la fe.
En el fondo de todas las inquietudes que acabamos de mencionar lo
que se esconde es la tendencia a confiar y apoyarse en uno mismo y
en sus propias fuerzas… Los directores que se preocupan demasiado
de cómo resultan y aparecen ante sus dirigidos normalmente están
metidos en un continuo autoanálisis y autointrospección (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 300.301).
En ese caso, se hace necesario gustar y aceptar la propia
pobreza y dar un salto en fe:
El Señor deja que los directores experimenten su propia impotencia
y miseria, para así enseñarles e inculcarles una verdad fundamental, la
de que ellos no son Dios ni salvan a nadie, y que a lo que han sido
llamados es a ser instrumentos de Dios, sus servidores… La solución
contra la autosuficiencia y el egocentrismo es: confianza en Dios y sólo
en él; verdadero abandono en fe, esperanza y amor; permanecer
libres, sin cuidados, arrojando en el Señor todas las preocupaciones y
aconsejando únicamente cuando y como el Espíritu inspire (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 301.302).
Precisamente porque es débil, el director debe saber afrontar
errores y frustraciones:
Esto ocurre sobre todo cuando ven que el otro no se está
beneficiando de sus consejos y ayuda, o cuando están tan ocupados

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con algún otro trabajo o responsabilidad urgente que les resulta


dificilísimo seguir a los dirigidos con la atención e interés debidos. Esta
sensación de frustración todavía se acrecienta más si encima están
dirigiendo a alguien que pone muchas reservas y cortapisas para
aceptar la realidad…
Todo lo que Dios le pide al director es que sobrelleve esas dudas,
esas sensaciones y esa falta de entusiasmo. En lugar de tener
remordimiento por sentirse así o de hacer demasiado caso de tales
inquietudes, lo que tiene que hacer es esforzarse con todo empeño en
permanecer, lo mejor que pueda, atento y presente a Dios en la
persona del dirigido. Con espíritu de gozo y generosidad deberá
trascender su estado de ánimo y sentimientos para actuar por
principios, por sentido de responsabilidad y por convicción (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 304.305).
Lo que tiene que hacer el director es aceptar con humildad y
madurez el hecho de que se ha confundido. Y aprender de tal
experiencia lo más que pueda. Lo que está claro es que el Señor no
quiere verlo hundiéndose hasta el abismo cada vez que comete un
error. Y es que hay que saber que ningún guía espiritual es infalible,
pero que Dios puede convertir sus equivocaciones en algo bueno, con
la misma facilidad con que puede usar para el bien cualquier otra
dificultad (Rom 8, 22)… Si hubiera algo en concreto que se pudiera
hacer para corregir la situación, naturalmente que lo deberá procurar…
Todo lo que Dios le pide al director es que colabore con el Espíritu lo
mejor y más sinceramente posible. Lo demás hay que dejarlo en sus
manos providentes (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección
espiritual, 307-308).

5) Discernir el carisma de la
dirección espiritual
A la hora de buscar un buen director espiritual se hace
necesario tener pistas concretas que nos permitan saber que
determinada persona tiene la capacidad necesaria para tan
delicada misión. Una primera pista que nos orienta es comprobar
que a dicha persona la solicitan con frecuencia para que ayude
en el discernimiento. Eso ya se veía con claridad en los padres

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del desierto, y sigue siendo un criterio de elección plenamente


válido.
El hecho de que (los padres del desierto) fueran buscados por otros
no era más que la señal externa de que poseían el carisma recibido de
Dios de engendrar la vida del Espíritu en aquellos que les habían sido
enviados (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 63).
A una persona espiritual se la considera abba/amma en tanto en
cuanto que Dios suscita en otros el deseo de buscarla para dirección
espiritual. Y uno es padre/madre espiritual en tanto en cuanto que es
escogido libremente como guía espiritual. Uno es abba/amma en la
medida en que el dirigido está dispuesto a hacerse como niño: es
decir, dispuesto a someterse a Dios a través de otro con docilidad,
confianza y sencillez… Ser director espiritual es un ministerio, un
carisma en el verdadero sentido de la palabra. Es algo que Dios lo
concede primordialmente para beneficio de otros. Es algo que a uno le
acontece. Nadie decide por cuenta propia hacerse director espiritual…
Dios le revela este carisma sirviéndose de personas que andan
buscando una dirección espiritual y la encuentra en él (Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 67-68).
Pero hay que ir más allá. En el tiempo de las primeras
persecuciones, los cristianos sabían que la fe les podía costar la
vida y vivían la fe con intensidad y entrega heroicas. Pero a partir
de Constantino el cristianismo se convierte en la religión del
imperio y eso conlleva un descenso del nivel de exigencia
espiritual de la mayoría de los cristianos, lo que obliga a algunos,
que añoran la heroicidad de los tiempos anteriores, a retirarse al
desierto para vivir una fe radical. Esto mueve muchos cristianos
insatisfechos a buscar a estos eremitas para que les ayuden a
alcanzar la santidad heroica en el mundo.
Sin embargo, en nuestros días no se percibe en la Iglesia una
corriente amplia de búsqueda de la santidad heroica, sino que
existe una tendencia generalizada a la acomodación al mundo.
Lo que lleva a muchos cristianos a buscar, no tanto una ayuda
para salir de ese ambiente y lanzarse a la santidad, sino el
refugio que supone que les justifiquen en la mediocridad como la
aspiración legítima -y, quizá, la única posible- del cristianismo
actual.

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Por eso no es suficiente el que busquen a una persona para


reconocer en esa búsqueda un signo de idoneidad para la
dirección, hace falta que quienes acuden a esa persona lo hagan
con un claro deseo de salir de la inercia del mundo y lanzarse
hacia las más grandes cimas de la santidad. Por eso, además de
tener en cuenta las cualidades básicas (objetivas) de las que
hemos hablado, hay que pensar[33]:
-¿Por qué nos buscan los que se acercan a pedirnos ayuda?
¿Qué buscan en nosotros: ayuda psicológica, comprensión,
desahogo, formación, amistad…? ¿Es posible que un
determinado desequilibrio o defecto nuestro atraiga a los
demás para compensar los suyos? ¿O simplemente alguna
cualidad secundaria como la fama, la moda, la simpatía…?
-¿Qué tipo de personas nos buscan? ¿Sólo jóvenes, o
religiosas o mujeres…? Quizá podamos encontrar ahí una
señal del tipo de personas podemos a las que podemos ayudar
o qué es lo que buscan en nosotros.
-¿Estamos siendo llamados a la dirección espiritual como
misión específica y primordial o a hacerla compatible con otras
responsabilidades que nos encomienda el Señor?
-¿Cuáles son los frutos de la dirección espiritual que
ofrecemos? ¿Se nota el adelanto espiritual en las personas que
dirigimos?
-¿El ejercicio de este ministerio de la dirección espiritual nos
purifica y nos transforma?

6) El director espiritual no sacerdote


Lo normal es buscar la dirección espiritual de un sacerdote, lo
que hace que muchos piensen que la condición sacerdotal es
imprescindible para llevar a cabo esta misión[34].
Es un hecho histórico que la Iglesia no confía el ministerio de
dirección sino al sacerdote ordenado, aunque no siempre lo confía a
todo sacerdote ordenado […] Quizá pueda verse una conveniencia en
esta designación del sacerdote si nos fijamos en carácter mediador y

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profético contenido en el ministerio de la dirección, y que parece


convenir particularmente al oficio sacerdotal. Esta última observación
no pretende, en manera alguna, poner reservas o querer eliminar el
ejercicio de un oficio de dirección llevado en la Iglesia por no-
sacerdotes (Mendizábal, Dirección espiritual, 54).
Sin embargo no es imprescindible que sea así. Es preferible un
laico con el carisma de discernimiento que un sacerdote que
carezca de él. «De hecho, lo mismo históricamente que en teoría,
la dirección no necesita al sacerdote. En las primeras
comunidades monásticas, el candidato escogía, entre los
ancianos, un padre espiritual que lo iniciara en la nueva vida que
deseaba emprender. El elegido no era sacerdote. ¿Qué le pedía?
Edad y experiencia»[35].
La dirección espiritual supone un carisma de discernimiento y
consejo que no viene conferido necesariamente por el
sacramento del orden[36]. Además es fundamental que el
director espiritual tenga experiencia personal de oración,
discernimiento y vida cristiana suficiente para guiar a otros. Es
cierto que al sacerdote se le supone la formación teológica
necesaria para esta tarea pero, aunque tenga esa formación, no
siempre tiene ni la experiencia ni el carisma. Y, sin embargo, ese
carisma puede encontrarse en personas que no tienen el
sacramento del orden.
Lo que pido, ante todo, a mi director, es su competencia, fruto de su
experiencia y de su estudio; y que yo pueda escogerlo libremente. Tal
competencia no la encuentro en cualquier sacerdote; y al contrario,
puedo hallarla en alguno que no lo sea (Laplace, La dirección de
conciencia, 39-40).
En este sentido resulta muy clarificadora la formulación que
encontramos en el nº 2690 del Catecismo de la Iglesia Católica y
en la cita de San Juan de la Cruz que recoge:
El Espíritu Santo da a ciertos fieles dones de sabiduría, de fe y de
discernimiento dirigidos a este bien común que es la oración (dirección
espiritual). Aquellos y aquellas que han sido dotados de tales dones
son verdaderos servidores de la tradición viva de la oración.

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Además de ser sabio y discreto, ha de ser experimentado. [...] Si no


hay experiencia de lo que es puro y verdadero espíritu, no atinará a
encaminar el alma en él, cuando Dios se lo da, ni aun lo entenderá
(San Juan de la Cruz, Llama B, 3, 30).
El texto del Catecismo deja claro que la dirección espiritual es
un carisma y que no se concede necesariamente a sacerdotes, ni
está vinculado al sacerdocio, sino que lo reciben algunos «fieles».
Incluso podríamos ir más lejos y afirmar que la paternidad y
maternidad espiritual, que no tienen que coincidir necesariamente
con la dirección espiritual, son algo más amplio y necesario de lo
que solemos pensar. «Dios puede llamar a ejercer una
pater/maternidad espiritual según formas diversas: como
sacerdote, catequista, maestro, enfermera, amigo, madre, padre,
hermano, hermana, esposo, esposa… Toda vocación cristiana
implica de alguna manera cierta llamada a ayudar espiritualmente
a aquellos a los que se es enviado. Sin embargo, una expresión
muy singular de la paternidad espiritual es precisamente este
ministerio que denominamos “dirección espiritual”» (Cf. Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 45).
A lo largo de este estudio se comprueba que la dirección
espiritual tiene necesariamente una dimensión contemplativa y
encaja con las cualidades y la misión del contemplativo (anhelo
de llevar almas a Dios, vocación al amor, discernimiento,
intercesión, transparentar a Cristo…), de tal manera que lo
normal es que el contemplativo esté dispuesto a ejercer esta obra
de caridad fraterna con quienes lo necesiten. Esto resulta
especialmente necesario cuando faltan sacerdotes con la
preparación, experiencia o interés necesarios para realizar esta
tarea y hay tantas personas necesitadas de ayuda para alcanzar
la santidad.

7) ¿Cómo se acepta a un dirigido?


A un dirigido se le acepta con mucho cuidado, calibrando bien
la propia capacidad, así como la verdadera necesidad y
disposición del dirigido. Es una gran responsabilidad porque el

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director se juega la santidad propia y ajena; sin olvidar nunca


que, en definitiva, al artífice verdadero no es el director sino Dios.
Hay que huir de dos extremos igualmente peligros: El primero
consiste en aceptar a todos a la dirección espiritual sin
discernimiento; y el segundo en el elitismo de reservar la
dirección espiritual a unas almas especialmente selectas.

a) Actitudes y disposiciones del dirigido


Cuando hablamos de la dirección espiritual, solemos mirar
desde la perspectiva del que busca un director, por lo que
solemos fijamos normalmente en las cualidades que debe poseer
el director, así como la conveniencia de escoger al adecuado.
Pero también hay que reconocer que no sirve cualquier actitud en
el que solicita la dirección espiritual. El director debe fijarse si el
dirigido experimenta realmente la necesidad de la dirección
espiritual porque tiene hambre profunda de Dios[37]. Por lo tanto
hemos de ser conscientes de que el que busca la ayuda espiritual
puede no tener las disposiciones necesarias para poder recibir
dicha ayuda o esperar del director lo que está fuera de su misión.
Veamos un resumen de actitudes que, pareciendo legítimas,
dificultan la acción del director o desvirtúan la misma dirección
espiritual[38]:
-Hay quien no sabe cómo empezar ni qué decir y se siente
molesto porque el director no toma la delantera.
-Otros están dispuestos a plantarse todas las preguntas y
someterse a todas las exigencias, pero porque tienen un gran
deseo de ser guiados y no tomar las riendas de su vida.
-Otros, que sufren desequilibrios interiores, acuden al guía
espiritual como si fuera un psicólogo, o bien el padre o la madre
que no han tenido.
-Otros -aunque equilibrados- no están educados o
acostumbrados a expresar lo que sucede en su interior.
El que se ve ante la decisión de aceptar a un dirigido necesita
oración y discernimiento para actuar con responsabilidad; y para

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esta tarea debe valorar los signos que indican si la actitud


candidato a dirigido es la adecuada, para evitar posibles
prejuicios y antipatías que perturben la decisión de aceptarlo
como dirigido. No cabe dudad de que la experiencia del director
le da una intuición espiritual para aceptar y rechazar a un posible
dirigido. Un criterio para valorar al que pide dirección espiritual
consiste en discernir su capacidad humana para vivir de manera
normal y sana, así como el grado de libertad que ofrece a la
gracia; y no tanto de la libertad teórica, sino de la libertad real,
que es la que se manifiesta en la manera de entregarse a un
servicio o a una relación personal. De un modo más concreto, el
director debe plantearse:
-¿Acepta la visión que se le ofrece sobre su situación personal?
-¿Está dispuesto a ir más allá de sus miedos, gustos y afectos?
-¿Tiene autonomía espiritual? ¿Acepta los riesgos de su
libertad?
-¿Tiene capacidad para expresar la interioridad?
Y, profundizando más, se puede preguntar en un nivel más
espiritual:
-¿Se abre libremente a la vida del Espíritu?
-¿Tiene la humildad necesaria? ¿Se acerca a Dios con
docilidad y confianza?
-¿Se encuentra en esa zona secreta de la fe donde nada es
imposible para Dios?
Si estas cuestiones se resuelven adecuadamente, puede darse
la confianza mutua, aceptación y empatía necesarias para que
comience la relación de ayuda espiritual.
En la práctica puede ser de utilidad para el conocimiento inicial
del dirigido que participe en un retiro o unos Ejercicios
espirituales bajo la orientación del director. El clima de oración
permite profundizar en los problemas desde una perspectiva más
evangélica y libre; a la vez que puede centrar la materia sobre la

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que se trata en la entrevista de dirección en los verdaderos


asuntos que requieren orientación espiritual.
Un aspecto importante en lo que se refiere al conocimiento del
dirigido es la conveniencia de que el director posea datos
objetivos que contrastar con lo que el dirigido le manifiesta.
Evidentemente la dirección espiritual trata de orientar sobre la
vida de una persona a partir de su experiencia espiritual; por lo
que el director no está obligado a «adivinar» lo que hay de
objetivo en la información que recibe. Le basta con acoger como
verdadera la subjetividad de la otra persona, contando con su
sinceridad y buena voluntad. De modo que los juicios que hace
en el ámbito del discernimiento no exigen necesariamente un
afinado contraste con la realidad objetiva. Si el dirigido afirma, por
ejemplo: «No sé cómo asumir como cruz la falta de amor de mi
esposa», hemos de tener en cuenta que el problema que se
plantea es descubrir la voluntad de Dios en las dificultades,
aplicarlo a una experiencia concreta de cruz y darle un enfoque
evangélico al asunto. Evidentemente, el director puede -y
debe- sugerir la necesidad de tener una seguridad de que esa
falta de amor que le hace sufrir es real y no un mero sentimiento
alejado de la realidad.
En este sentido puede ayudar al director conocer las
circunstancias reales de la vida real del individuo, bien por tratarle
personalmente en lo cotidiano o bien por diferentes informaciones
que puede recibir de los que conocen al dirigido. Aunque estemos
ya acercándonos a los límites de la dirección espiritual.
En cualquier caso, lo mejor es que el director espiritual tenga,
por experiencia y formación, la capacidad para percibir el grado
de coherencia o discrepancia con la realidad que poseen las
manifestaciones del dirigido, no para echarle en cara su supuesta
falsedad, sino para plantearle, respetando su subjetividad, como
dudas, los aspectos sobre los que debería afinar el juicio para
ajustarse lo más posible a la realidad.
Muchos directores no imaginan cuánto altera este hecho [que el
dirigido ofrezca una imagen distorsionada de sí mismo] su punto de

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vista. Ya que reciben sus confidencias, creen que son los que mejor
conocen al individuo. Limitados a la conversación, que llaman
espiritual, son los que menos lo conocen. Si no cuidan de mantener
contacto con lo cotidiano y lo real, se exponen a facilitar, a sus
dirigidos, esta ilusión óptica, que es la del «espiritual puro». Nada más
falso (Laplace, La dirección de conciencia, 104).
Aunque, en resumen, siempre habrá que aplicar, el siguiente
principio básico: «Apreciar en el que viene a nosotros la
capacidad humana de existir y el grado de libertad que ofrece a la
gracia» (Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 18).

b) El ejemplo de los Padres del desierto


Vivimos en un mundo tan imbuido de individualismo, que el
respeto por los demás se entiende como absoluta oposición a
manifestar o realizar nada que contravenga las opiniones o
decisiones de los demás. Eso suele llevar al que busca un
director espiritual a juzgarlo de manera humana, lo que le hace
incapaz de descubrir al instrumento que Dios le pone en el
camino para que le ayude de verdad. Para salir de esta
mentalidad, tan humana como poco evangélica, puede ayudarnos
ver cómo actuaban en este sentido aquellos grandes directores
espirituales que eran los Padres de desierto, cuyo magisterio
perdura desde los primeros siglos del cristianismo hasta hoy.
¿Qué tipo de personas eran las que iban tras los padres/madres del
desierto? Las mismas que hoy en día buscan la dirección espiritual.
Eran, ante todo, aquellas que estaban dispuestas a afrontar y sufrir la
cruda realidad de su soledad personal, y decididas a someterse,
costara lo que costara, a la lucha entre Dios y el pecado -ambos
viviendo en ellas- para poder resurgir renovadas en Cristo. Sin una
libre y constante sumisión a Dios en el desierto de sus corazones
cualquier intento por buscar orientación espiritual hubiera sido inútil…
Quienes buscaban una palabra de salvación estaban enormemente
hambrientos y sedientos de Dios. Se afanaban por descubrir su
identidad personal en Cristo, así como por encontrar el camino
particular por el que cada uno de ellos tenía que recorrerlo. Anhelaban
superar el modo de vivir mediocre e incluso que los agobiaba. Los
discípulos de los abbas y ammas eran aquellos que al experimentar su

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pobreza, su lucha personal y su debilidad sentían hondamente la


necesidad de ser dirigidos espiritualmente (Nemeck-Coombs, El
camino de la dirección espiritual, 66-67).
La austeridad y radicalidad de los padres y madres del desierto
servían de criba eficaz[39] para sacar a la luz las verdaderas y
falsas motivaciones a la hora de buscar a un director espiritual:
Aunque uno de verdad crea que necesita un director no siempre ello
quiere decir que el Señor le esté empujando a este modo concreto de
recibir orientación. Sus deseos pueden provenir de una gran ansiedad
por obtener respuesta, de un anhelo de certidumbre y control, de una
impaciencia por salir de la oscuridad y el misterio. A veces la
curiosidad o el afán de consuelos es lo que mueve a algunos a desear
un guía personal. Y hasta hay quienes lo quieren porque suena bien
eso de tener director espiritual (Nemeck-Coombs, El camino de la
dirección espiritual, 74-75).
Quizá habría que empezar por aquí. De hecho existen señales
previas que ayudan a hacer un juicio sobre la conveniencia de
iniciar la dirección espiritual, como el que ya exista una buena
confianza mutua o que tengamos tiempo y energía para poder
atenderle, «pero, en último análisis, también los directores tienen
que fiarse de la propia intuición iluminada por la fe para discernir
la autenticidad de esta misteriosa llamada» (Nemeck-Coombs, El
camino de la dirección espiritual, 78). Además, debemos
plantearnos alguna cuestiones[40]:
-¿Realmente está buscando una dirección espiritual? Esto se
ve con claridad cuando surge la resistencia o la rebeldía ante
una simple sugerencia o pregunta de auténtica dirección
espiritual.
-¿Tiene libertad de elegir director espiritual? Si no se da esa
libertad, es muy difícil que haya sinceridad y confianza. Hay
que ayudar, entonces, a que elija adecuadamente el director
espiritual que necesita.
Existe un caso especial que se suele dar en los seminarios o
comunidades religiosas, donde se asigna a una persona un

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determinado director. En esos casos hay que tener en cuenta lo


siguiente[41]:
a) No se debe forzar la dirección espiritual.
b) Hay que conocer y considerar las necesidades del dirigido
antes de adjudicarle un director.
c) Tiene que existir la posibilidad de aceptar o rechazar a un
director que no se conoce.
d) Pero si, a pesar de intentarlo, no se da la suficiente
confianza y entendimiento debe existir la posibilidad de cambiar
de director.
e) Por último, tiene que haber un momento en que se acepte
libremente al director y al dirigido.

____________________

NOTAS
[1] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 56-58.
[2] «El pecado capital del director consiste en presumir guiar al prójimo
estando él mismo ciego, o al menos en aquellos puntos de espíritu en los
cuales él mismo no está iluminado por la luz de Dios, y, en consecuencia,
relativamente ciego. El pecado puede ser mayor que el que cometería
quien practicara la medicina sin preparación en el campo (Mendizábal,
Dirección espiritual, 45).
[3] Laplace, La dirección de conciencia, 95. En las p. 90-96, ofrece un
itinerario para esa formación del director. Nemeck-Coombs, El camino de
la dirección espiritual, 255-260, recalca la necesidad de una preparación
competente, y subraya que además de los conocimientos necesarios de
teología ascética y mística, es preciso la reflexión sobre las experiencias
de fe propias y de los dirigidos. Además añade que un excelente
complemento de esta preparación, cuando se ha completado la formación
básica, es profundizar en alguno de los grandes maestros espirituales.
[4] «Según esta tradición [oriental], la dirección se nos representa
esencialmente, por parte del dirigido, como la manifestación, al Padre
espiritual, de todos sus pensamientos, a fin de que en este oleaje
inconsistente y continuo, el hombre aprenda a “discernir los espíritus”; es

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decir, esas emociones interiores: “sugestiones, impulsos de dentro” que


pueden venir de Dios o del demonio. Y así, gracias a la lucha reclamada
por este discernimiento, él llegará a la verdadera libertad de los hijos de
Dios, conducido por el Espíritu Santo» (Hausherr, citado en Laplace, La
dirección de conciencia, 22).
[5] Cf. Mendizábal, Dirección espiritual, 82.
[6] Mendizábal, Dirección espiritual, 83.
[7] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 142-143. En
este sentido es muy interesante el apartado titulado «La sabiduría en la
dirección espiritual» (p. 153ss), en el que se afirma: «La mejor manera de
disponerse a recibir esta sabiduría es simplemente escuchando a Dios,
buscándolo, esperándolo. En una palabra, por medio de la contemplación»
(p. 160).
[8] Cf. Mendizábal, Dirección espiritual, 82-83. Hay que distinguir esta
incomprensión de la dificultad que puede surgir después de una entrevista
en la que uno se ha sabido comprendido: «Podría suceder que la molestia
y la violencia se sienta después de la entrevista, cuando ya no se
encuentra bajo el encanto en que le envolvía la presencia benigna y
serena del director. Entonces quizá se entristezca y hasta le dé rabia el
que haya manifestado así su secreto, esa parte de sí mismo, a otro. Es
normal que suceda tal reacción. Antes de despedirle al fin de la entrevista,
no hará mal el director en prevenirle de que tal cosa puede suceder» (ib.,
84).
[9] Laplace, La dirección de conciencia, 97s, propone una forma de
reflexionar sobre la propia experiencia que permite que la práctica de la
dirección se convierta en experiencia provechosa. También recuerda en la
p. 123, que los Ejercicios Espirituales son fundamentales para adquirir la
experiencia que necesita el director espiritual.
[10] «Para ser director, ante todo hay que ser espiritual» (Laplace, La
dirección de conciencia, 7).
[11] Laplace, La dirección de conciencia, 109.
[12] Laplace, La dirección de conciencia, 112.
[13] «Faltaría a su deber el director que para no molestar al que dirige o
por el temor de que acuda a otros, no le indicase las faltas, los defectos,
los errores, lo dejase en sus ilusiones o exagerase sus virtudes». Royo
Marín, Teología de la perfección cristiana. Citado por Pasquetto, Dirección
espiritual, 625.
[14] Pasquetto, Dirección espiritual, 623.

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[15] P. Juan de Jesús-María. Citado en Dictionnaire de Spiritualité, 1191.


[16] Laplace, La dirección de conciencia, 110.
[17] Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 35. Sobre la necesidad de considerar
a Dios como el único director y el convencimiento de ser un mero
instrumento véase Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual,
125 y las citas de la p. 126.
[18] Cf. Dictionnaire de Spiritualité, 1191.
[19] Laplace, La dirección de conciencia, 111.
[20] Cf. por ejemplo: Lc 12,51s; Jn 15,18.20, etc.
[21] «“Ahora que he pasado por las dificultades que usted sabe, no puedo
tratar los casos que se presentan como antes”, me decía un día un
sacerdote que hasta entonces sólo tenía lo que había aprendido en las
clases del seminario para solucionar las consultas. La experiencia abre los
ojos del corazón» (Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 82).
[22] «La cordialidad sana del director, debiendo ser auténtica, no puede
limitarse cuadriculadamente al momento de la entrevista direccional […]
Tiene que cuidar del dirigido no sólo en los momentos de la entrevista, sino
repensar ante el Señor lo que en la entrevista ha tratado, encomendarlo en
la oración, tener presente sus preocupaciones» (Mendizábal, Dirección
espiritual, 77).
[23] «Como Jesús, será afable y dulce, teniendo presente que un celo
indiscreto, una actitud dura y severa desconciertan a las almas y quitan la
apertura del corazón, la confianza, la esperanza. Pero intentará no
confundir la caridad sobrenatural con el amor sensible» (Pasquetto,
Dirección espiritual, 623).
[24] Mendizábal, Dirección espiritual, 75.
[25] «La oblación de sí mismo se expresa en la acogida sonriente; con una
sonrisa verdadera de la persona entera, que por el gesto mismo se entrega
a la persona que se le acerca. La expresión del don de sí mismo es dar su
tiempo. Cuando se da el propio tiempo, se da la atención, la propia
presencia, todo lo que se puede dar» (Mendizábal, Dirección espiritual,
76).
[26] Cf. Laplace, La dirección de conciencia, 99-103.
[27] Cf. San Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, 15. 330.
[28] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 240-245,
que desarrolla este punto con más amplitud.
[29] Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 130.

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[30] Cf. Mendizábal, Dirección espiritual, 72-73.


[31] También Hernández, Guiones para un cursillo, 242-243, une a la
prudencia, la vida espiritual seria y la experiencia, el secreto.
[32] «Para llevar la entrevista direccional a lo largo del proceso de la vida
espiritual, hace falta en el director un conjunto de cualidades que
difícilmente se encuentran reunidas en una persona. Hay que contar
siempre con la limitación humana. Y la fuerza de Dios se manifiesta
preferentemente en la debilidad» (Mendizábal, Dirección espiritual, 72).
[33] Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 69-72.
[34] «La función mediadora de la dirección espiritual estaba ligada a la
función sacerdotal… porque la dirección prolonga en el alma la obra de
Cristo mediador, que nos conduce al Padre» (Dictionnaire de Spiritualité,
1182). Aunque el mismo Dictionnaire de Spiritualité, reconoce que «otras
personas, no revestidas del sacerdocio, pueden ser llamadas a compartir
esta misión, con tal que la Iglesia las invista para ello» (col 1182) y que «en
el terreno de la conciencia y sin autoridad obligatoria, el director guía y
enseña en lo concreto lo que el ama debe hacer. Su doctrina es más bien
un arte que una ciencia, porque concierne a lo individual. Su ciencia no le
es conferida por el carácter sacerdotal; debe adquirirla».
[35] Laplace, La dirección de conciencia, 36. Baldomero Jiménez Duque,
La dirección espiritual, Barcelona 1962 (Juan Flors), 17, afirma: «¿Quién
puede ser director? En rigor cualquiera. Con tal, claro está, que tenga
cualidades y aptitudes para ello. Es una obra de caridad fraternal, de
apostolado, que cualquier bautizado (siempre hablo dentro del espacio
espiritual de la Iglesia) puede y debe realizar si vale y está preparado para
ello».
[36] «En esta mutua edificación interesa la experiencia y el carisma
recibidos. De suyo, el sacerdocio no confiere ni la una ni el otro» (Laplace,
La dirección de conciencia, 37).
[37] Cf. T. Merton, Spiritual Direction and Meditation, 5, citado en Nemeck-
Coombs, El camino de la dirección espiritual, 67.
[38] Cf. Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 15-16.
[39] Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 77.
[40] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 78-79.
[41] Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 80.

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