Que No Haya Orgullo en Nuestro Corazón
Que No Haya Orgullo en Nuestro Corazón
Que No Haya Orgullo en Nuestro Corazón
SANTIAGO 4: 6 Pero él da mayor gracia. Por esto dice: Dios resiste a los
soberbios, y da gracia a los humildes.
Nos basta con mirar la vida del rey Saúl para ver cuán irreversibles fueron las
consecuencias del pecado de soberbia para él (1 Samuel 15). Considerando lo devastador
que son los efectos del orgullo para nuestra vida, todas deberíamos andar con temor y
temblor, no sea que se instale esta actitud en nuestro corazón. La lucha con el orgullo es
compleja, porque no nos enfrentamos a un problema de fácil solución.
La esencia del orgullo es querer ocupar un lugar de supremacía que no nos corresponde.
Solamente el Señor debe ser exaltado. El orgullo, que es lo que produjo la caída de
Lucifer, quiere que ocupemos un puesto por encima de los demás, y aun de Dios mismo.
Sea que no nos dejemos corregir, que no reconozcamos nuestros errores, que nos
dediquemos a juzgar a los demás, o que no nos relacionemos con los que no piensan como
nosotras, el orgullo siempre nos instala en una posición donde nos consideramos
superiores al otro.
Cuando, por la acción del Espíritu Santo, descubrimos orgullo en nuestra vida, pidámosle
al Señor que nos libere de toda arrogancia y que podamos vivir en verdadera humildad. Un
corazón contrito y un espíritu quebrantado Dios no desprecia; al altivo Dios mira de lejos.
Como dice Santiago 4:6:” Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes”.
Estos versículos nos dicen que si nos humillamos bajo la poderosa mano de Dios, rindiendo
nuestra propia voluntad, entonces Él nos dará la gracia que necesitamos para vivir una verdadera
vida cristiana, y nos exaltará en Su tiempo.
Andrew Murray llama la humildad de «el lugar de dependencia total de Dios.» Y añade que «la
humildad no es tanto una virtud; es la raíz de todo, porque solo asume la actitud correcta ante
Dios, y le permite a Él como Dios hacer todo… Es simplemente el sentimiento de rendición total,
que surge cuando vemos que Dios realmente es todo, y abrimos el camino para que Él sea todo.”
Ser humilde es tener la misma mentalidad como Jesucristo. Él existió en la forma de Dios, pero no
consideró la igualdad con Dios; “sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo
semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo,
haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Filipenses 2:7-8).
La Biblia dice que cuando somos humildes; estamos libres del orgullo y de la arrogancia. Entonces
somos capaces de ser pacificadores sin necesidad de luchar por nuestros derechos; y somos
capaces de caminar humildemente en el poder del Espíritu Santo de Dios.
Tenemos que entender que ser un humilde siervo de Cristo requiere que nos sometamos a Su
liderazgo, con respecto a lo que debemos hacer, cómo debemos llevar a cabo Su voluntad y dónde
nos quiere que sirvamos. No hay espacio para la búsqueda propia o la promoción propia; nuestra
única preocupación debería ser la obediencia, con el objetivo de que solo Dios obtenga la gloria.
A veces nos preocupamos por encontrar nuestro propósito en la vida para que podamos obtener
un sentido de utilidad y realización personal. Aunque nos beneficiamos de servir al Señor de
acuerdo con la forma en que Él nos ha dotado, ese no debería ser nuestro motivo principal. Un
espíritu humilde no vela por sus propios intereses, sino que piensa en los demás; esta es la actitud
que tuvo Cristo. Él voluntariamente dejó el cielo para tomar forma humana para ir a la cruz, lo cual
fue un acto humilde de obediencia al Padre para que pudiéramos ser salvos.
¿Tienes la actitud correcta cuando se trata de seguir a Cristo? Pedro tuvo que renunciar a sus
deseos personales y su egoísmo. Pablo tuvo que rendirse y renunciar a su posición entre los
fariseos. La humildad en la vida del creyente es la marca de la grandeza, no porque brillamos
cuando somos humilde, sino porque cuando nos sometemos a la voluntad de Dios, Él brilla a
través de nosotros.
Desde la perspectiva del mundo, la humildad es debilidad. Pero en realidad es fuerza porque
requiere el poder sobrenatural del Espíritu Santo para vencer nuestro egocentrismo natural. En
lugar de ser un signo de debilidad, en realidad es un signo de la vida de Cristo en nosotros.
Cuando somos humildes, podemos calmar argumentos y no tenemos que ganar cada disputa,
recordando que “una respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor”
(Proverbios 15:1).
Cuando somos humildes, nosotros podemos responder a y aprender de la crítica sin ser defensivo,
si es merecido o no; podemos perdonar y hablar cortésmente y tiernamente, independientemente
de la situación; porque, cuando como creyentes escuchamos a nuestro Padre, Él nos deja saber
que debemos examinar nuestros motivos y actitudes antes de hacer cualquier cosa. Incluso si
tenemos que ser firmes o tomar acciones fuertes tenemos que recordar que “ninguna palabra
corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar
gracia a los oyentes” (Efesios 4:29).
Cuando entendemos y ponemos en práctica lo que la Biblia dice sobre la humildad podemos vivir
pacíficamente y humildemente en la vista de Dios y nuestro prójimo.
Y, cuando empezamos a reconocer que no podemos hacer nada valioso aparte del Señor,
habremos comenzado a caminar en el camino de la humildad. Cuando renunciamos todos
nuestros planes y, en su lugar, aceptemos los de Dios, estamos dejamos atrás nuestro orgullo. Si
nos malinterpretan o nos tratan injustamente, pero nos quedamos donde estamos hasta que el
Señor nos diga qué decir o dónde movernos, entonces habremos comenzado a vivir la vida
humilde que agrada a nuestro Salvador.
Jesús ofrece ser nuestro Maestro para que podamos aprender las lecciones piadosas de la
humildad. Recuerde que la humildad es una cualidad que todo creyente en Cristo necesita poseer
porque «cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; pero la sabiduría está con los
humildes« (Proverbios 11:2).