Hume
Hume
Hume
Esquema:
1. Introducción
- La norma estética
3. Los jueces
5. Conclusión
Resumen:
Hume se pregunta si el gusto tiene un criterio objetivo, a pesar de que el sentido común nos
dice que es un sentimiento subjetivo. Es evidente, según el autor, que existe una amplia
disparidad de gustos, la diferencia entre culturas y épocas nos proporciona opiniones
diferentes, pero no ya solo eso, existen diferencias notables incluso entre individuos de un
mismo país y una misma educación. Sin embargo, piensa que es evidente que en el arte
existen obras superiores a otras, por lo tanto, debe haber una norma estética, lo que busca
Hume es una regla que haga unánime los juicios estéticos, se trata de hacer compatible la
diversidad de gustos con la existencia de una norma universal. Este autor considera que ha
habido obras que han sido admiradas a lo largo de la historia, como es el caso de los
autores clásicos. Por lo tanto, lo que va a hacer es crear una norma empírica, a partir de la
experiencia, es decir, de manera inductiva.
El objetivo es explicar esta norma estética y sus características, por qué determinados
sentimientos estéticos son superiores a otros y, por consiguiente, explicar a qué se debe la
disparidad de gustos. Por último, ha de mencionarse los problemas que se derivan de este
planteamiento.
1. El gusto
A partir del siglo XVIII se va a dejar de lado la categoría, hasta ahora protagonista, de la
belleza desde el punto de vista del objeto para tratar de dar una explicación de qué es lo
que produce en nosotros. Es decir, la belleza ya no va ser algo objetivo, no va a estar
relacionada con determinadas cualidades de un objeto, sino que va a estar relacionada
directamente con el sujeto. Se comienza a tener en cuenta la experiencia estética que el
sujeto tiene ante determinados objetos artísticos. El ideal de belleza queda desplazado por
la experiencia estética y, dentro de esta, la idea de gusto se vuelve fundamental. Se trata de
un concepto estético bastante ambiguo; normalmente designa las preferencias a la hora de
referirse al arte, pero también sirve para hablar de moda, estilos, etc. Normalmente aparece
ligado a criterios de evaluación, como en el caso de Hume, que hablará de normas
estéticas. Hume va a tratar el problema del gusto principalmente en Sobre la norma del
gusto. Según Valeriano Bozal, el gusto anteriormente se había definido como algo que se
funda sobre categorías externas, es decir, que no depende del sujeto1, sino de cualidades
objetivas de los objetos. Sin embargo, tras la ilustración, este concepto va a dar un giro
radical de la objetividad hacia la subjetividad.
Por lo tanto, desde esta nueva subjetividad cobra relevancia el gusto, concretamente el
gusto artístico. Hume afirma que el sentido común nos dice que se trata de una cuestión
subjetiva, pero no es así. Para este autor está claro que hay obras de arte superiores que
no dependen de un criterio subjetivo. Hume en Sobre la norma de gusto va a tratar de
compatibilizar la disparidad de gustos con una norma estética. El gusto es algo histórico,
hay una serie de factores que van a condicionarlo, como la educación, la época a la que
pertenece cada persona, etc. A partir del siglo XVIII el gusto se convierte en objeto de
reflexión y se afirma su autonomía, se independiza de la moral, la religión, la política, etc. Va
a pasar a tener una entidad propia, aunque no quiere decir que no haya tendencias por un
determinado gusto en una determinada ideología, ya que cada sujeto va a estar influido por
su contexto (educación, política, etc). El juicio de gusto se ejerce sin necesidad de
justificarlo con argumentos morales o políticos.
En el siglo XVII se plantea por primera vez la cuestión sobre cuál sería la naturaleza del
placer que nos producen las obras de arte y, además, se busca un fundamento objetivo. En
cuanto a la facultad en la que se sitúa el gusto, es fácil pensar que no es ni la sensibilidad ni
la razón, ya que no se trata ni de una mera sensación ni de un concepto. Muchos autores
dirán ahora que es la imaginación donde se dan los juicios de gusto, como es el caso de
Addison. En primer lugar, esto se debe a que ocupa un lugar intermedio entre los sentidos y
el entendimiento. Para entender esta propuesta tenemos que pensar la mente como un
conjunto de tres esferas que se organizan de modo jerárquico en función del modo de
conocer. La más importante es el juicio o pensamiento, la inferior es lo que tiene que ver
con la sensibilidad, todos los sentidos excepto la vista. Esta está situada en la intermedia,
que es la imaginación, porque las imágenes mentales constituyen el producto de esta
esfera. Sin embargo, Hume va a situar la facultad del gusto en el ámbito de la sensibilidad,
es decir, va a atribuir los juicios estéticos al sentimiento.
Por lo tanto, los juicios de gusto son inmediatos. Estos no resultan de una argumentación ni
de ningún concepto, se producen en nosotros sin pensar. Además, tratan sobre las
cualidades de los objetos, pero en tanto que son interpretados por el sujeto, se dan en
relación a este. Las cualidades de los objetos no lo son solo para los propios objetos, deben
serlo también para los sujetos, que deben afirmarlas. Estas cualidades requieren
determinadas características, el ejemplo que usa Bozal es la altura en una montaña para
ser grandiosa, pero solo si se relaciona con el sujeto puede afirmarse2. Aquí la
representación juega un papel fundamental. Lo que va a decir Hume en Sobre la norma del
1
BOZAL, Valeriano, El gusto. Madrid, Antonio Machado Libros, 2018, p. 29.
2
Ibid, p. 49.
gusto es que las cualidades pertenecen al sentimiento, pero que algunos objetos estéticos
(como por ejemplo un cuadro) están concebidos para causarnos placer o rechazo debido a
la estructura de nuestra mente, es decir, hay objetos que por naturaleza concuerdan con
nosotros.
Hume trata la categoría del gusto principalmente en Sobre la norma del gusto (1757). Lo
que va a tratar de hacer en esta obra es determinar un principio universal acerca del gusto,
además de explicar a qué se debe la variedad de gustos. También va a tratar de
compatibilizar ambos aspectos. Hume va a ofrecer una justificación de por qué
determinados juicios son válidos y por qué otros no, para lo que necesita una norma. Para
este autor es evidente que hay obras de arte que son superiores, por lo cual considera que
debe haber un criterio objetivo en lo a la estética se refiere;
“Es natural que busquemos una norma del gusto, una regla con la cual puedan ser
reconciliados los diversos sentimientos de los hombres o, al menos, una decisión que
confirme un sentimiento y condene otro”.3
En este contexto la figura del crítico va a ser muy relevante, ya que van a ser quienes
medien entre la norma estética y la disparidad de gustos.
Hume, en Sobre la norma del gusto, parte de la evidencia de que existe una gran variedad
de gustos. Así comienza este escrito;
“La gran variedad de gustos, así como de opiniones que prevalece en el mundo es
demasiado obvia como para que haya quedado alguien sin observarla”.
Hume afirma que la disparidad de gustos es evidente incluso cuando se trata de un círculo
de amigos que han sido educados de forma similar. Esta evidencia aumenta cuando las
relaciones entre las personas se distancian, ya sea por cuestiones políticas, de
nacionalidad, creencias, etc. Además dirá que, cuando más se estudia esta cuestión, más
nos damos cuenta de los abismos que se abren entre unos gustos y otros. Todas las
personas diferimos ante un mismo objeto, prácticamente no hay dos opiniones iguales.
Además, dice que hay veces que parece que las opiniones de gusto son similares, pero
cuando las analizamos nos damos cuenta de que se trata de una falsa unanimidad debido a
que los términos del lenguaje adquieren un valor distinto en cada persona;
“Hay ciertos términos en cada lenguaje que suponen censura y otros elogios, y todos los
hombres que utilizan el mismo idioma deben estar de acuerdo en la aplicación de tales
términos. Todas las voces se unen para aplaudir la elegancia, la adecuación, la simplicidad
y el ingenio de lo literario, y también para censurar lo rimbombante, la afectación, la frialdad
y la falsa brillantez. Pero cuando los críticos pasan a considerar casos particulares, esta
aparente unanimidad se desvanece, y se encontrará que han asignado significados muy
diferentes a expresiones. En todas las materias científicas y de opinión sucede lo contrario:
aquí la diferencia entre los hombres se ve que radica, más a menudo, en lo general que en
lo particular, y que es menor en realidad de lo que parece. Una explicación de los términos
3
HUME, David. Sobre la norma del gusto. Barcelona, Ediciones Península, 1989, p. 42.
empleados zanja normalmente la discusión, y los mismos contendientes se sorprenden al
ver que habían estado discutiendo cuando en el fondo estaban de acuerdo en sus juicios”. 4
Algo similar ocurre en el ámbito de la moral. Hume afirma que la mayoría de poetas y
escritores de diferentes épocas y nacionalidades han coincidido en aplaudir conceptos
como la justicia y en rechazar los contrarios. Esta unanimidad es atribuida a que en todos
los casos que menciona se mantienen sentimientos similares. Sin embargo, Hume va a
atribuirlo a la naturaleza del lenguaje. Va a decir que en cada idioma la palabra virtud
implica elogio y la palabra vicio, censura. Nadie puede asociar un valor de censura a un
término positivo y viceversa. Los mandatos de Homero nunca van a ser discutidos, pero
cuando este representa en sus obras escenas de conductas individuales esta unanimidad
desaparece. Dirá también que en el Corán las palabras árabes equivalentes a los conceptos
de equidad, justicia, etc, por el uso de estas palabras estos términos deben ser tomados en
el buen sentido y, respecto al lenguaje, sería un error considerarlos en un sentido negativo.
Sin embargo, Hume afirma que en esta obra aparecen conceptos como la crueldad y la
venganza a los que se les otorga una interpretación positiva. De esta forma, cada acción es
juzgada según los intereses de los creyentes.
Por lo tanto, se necesita una norma de gusto que reconcilie las diversas opiniones o que
haga superiores determinados sentimientos. Esta va a ser tratada en el siguiente apartado.
Por lo tanto, se puede pensar que su planteamiento cae en una contradicción, ¿cómo es
posible que existan a la vez una norma estética y la disparidad de gustos? Si hubiera lo
primero no existiría lo segundo. Sin embargo, lo que va a decir Hume es que hay gustos
erróneos y que esto se debe a que el sujeto carece de algunas de las facultades que
conforman la norma de gusto.
Podemos pensar que todos los sentimientos son correctos porque no tienen una referencia
fuera de sí, pero Hume dice que no todas las determinaciones del entendimiento son
correctas porque sí tienen una referencia fuera de sí, se trata de una cuestión de hecho. De
esta forma todos los sentimientos son correctos, pero no todas las determinaciones del
entendimiento lo son. Por lo tanto, Hume dice que entre mil opiniones diferentes sobre una
misma cosa solo habrá una verdadera, en los sentimientos ocurre lo contrario porque
ninguno de estos representa lo que realmente hay en el objeto, sino que solo representa
una relación entre el objeto y las facultades mentales. Para una norma de gusto, según
Hume, se requiere serenidad mental, ciertos recuerdos y una atención adecuada al objeto
de estudio. Si alguno de estos elementos falla nuestra experiencia es engañosa y no
podríamos alcanzar un gusto universal.
4
Ibid, p. 40.
5
Ibid, p. 42.
A pesar de esto, Hume va a afirmar que aún habiendo una norma de gusto existen dos
fuentes de discrepancia que dan lugar a distintas opiniones. Esto no quiere decir que la
belleza o la deformidad sean relativos, sino que han de tenerse en cuenta al observar la
aprobación o rechazo de una determinada obra. Estas fuentes son los temperamentos de
las personas y los hábitos y opiniones particulares de cada época y país. Muchas de las
opiniones que no concuerdan con la norma estética se deben a algún defecto de las
facultades, a la falta de práctica y a los prejuicios, por lo que obtenemos que estos guston
pueden ser erróneos. Sin embargo, hay otras situaciones en las que la diversidad en los
juicios es inevitable y, por tanto, no se atiene a una norma;
“Pero en los casos en que existe una diversidad en la estructura interna o en la situación
externa de la que son absolutamente inocentes ambas partes y que no permite que se dé
preferencia a una frente a otra”.6
Hume afirma que en una persona jóven es más fácil que se deje llevar por sus pasiones,
mientras que una persona de edad avanzada es capaz de reflexionar y moderar las
pasiones. De esta forma, el autor afirma que elegiremos a los autores que nos gustan en
función de que seamos capaces de controlar nuestras pasiones. Lo mismo ocurre al elegir
las amistades, lo hacemos por la similitud del temperamento y del carácter en la otra
persona. Es decir, lo que predomine en nuestro temperamento es lo que nos hará elegir a
un autor o género frente a otro; “es casi imposible no sentir predilección por aquello que se
ajusta a nuestro carácter y talante.”7. Según Hume, estas preferencias, además de ser
inevitables, son inocentes y no atienden a ninguna norma estética.
Por otro lado, Hume afirma que nos agrada más aquellas obras que nos encontramos en
nuestra época y país, frente a las obras que representan otras costumbres. Esto se debe a
que no nos conmueven de la misma forma. Este es el motivo por el que la comedia no
puede transferirse de una época o nación a otra, según Hume. Dirá que una persona culta y
con capacidad de reflexión es capaz de aceptar otras costumbres con sus peculiaridades,
sin embargo, el público popular no puede observar una obra fuera de sus costumbres, es
decir, sin prejuicios. Por lo tanto, sentirá que no tiene nada en común con él y le
desagradará.
Hume, siguiendo la tradición del empirismo, en Sobre la norma del gusto se enfrenta al
problema de la diversidad del juicio estético. Afirma que aparentemente el gusto es un
sentimiento subjetivo, pero también nos hace ver que existen objetivamente obras de arte
superiores a otras. Entonces, recurre a una norma del gusto, el veredicto unánime de los
jueces. Parte de la diferencia de gustos entre individuos de la misma cultura y de naciones
distintas, todos utilizamos las mismas palabras para alabar o denigrar algo, pero en los
casos particulares esa unanimidad del lenguaje desaparece porque en cada persona vemos
que tienen un valor. Esa unanimidad del lenguaje sobre el gusto es una ilusión, como se ha
mencionado en el capítulo anterior. Por lo tanto, se pregunta si hay una norma común. El
6
Ibid, p. 57.
7
Ibid, p. 58.
escepticismo nos dirá que no hay una norma, un sentimiento no puede ser correcto o
incorrecto. Hume decide sortear ese escepticismo y dice que no se puede dejar el gusto a
un sentimiento individual porque hay obras mejores y la belleza depende de que seamos
capaces de captar concordancia entre el objeto y nosotros. Necesitamos una diferencia
entre el valor de grandes artistas y artistas menores. Hume nos dice que existe un sentido
común que afirma que nos dice que hay obras superiores;
“Si alguien afirma que existe una igualdad de ingenio y elegancia entre Ogilby y Milton, o
entre Bunyan y Addison, pensaríamos que ese individuo defiende uria extravagancia no
menor que si sostuviese que la madriguera de un topo es tan alta como el pico de Tenerife,
o un estanque tan extenso como el océano. Aunque puedan encontrarse personas que
prefieran a los primeros autores, nadie presta atención a tales gustos, y sin ningún
escrúpulo mantenemos que esos presuntos críticos son absurdos y ridículos”.8
Este criterio estético del que habla Hume no se da a priori, por lo tanto, no son reglas
inmutables, sino contingentes. La norma estética está basada en la experiencia, al igual que
ocurre en todas las ciencias prácticas. Se trata, según Hume, de observaciones de lo que
complace en todas las épocas y países. El autor afirma que muchas de estas obras utilizan
ficciones como las metáforas para crear belleza, por lo que reducir las obras a una regla
que puede establecerse a priori es contrario a la crítica;
Sin embargo, esto no significa que no puedan ponerse reglas al arte. Hume dirá que lo que
agrada, por lo general, es lo que se encuentra dentro de esas reglas, que al establecerse a
través de la experiencia son cambiantes. Estas se derivan de la observación de los
sentimientos comunes de la naturaleza humana. Hay obras y autores que han complacido a
lo largo de la historia y lo seguirán haciendo, esto es lo que diferencia a una buena obra.
Mientras que estas seguirán teniendo una buena repercusión en el futuro, las obras
actuales que tienen éxito puede que en el futuro no lo tengan porque este éxito se debe a la
autoridad o a los prejuicios de un determinado momento. Esto implica que no se puedan
aplicar las normas estéticas a las obras actuales, ya que para Hume la definición de buena
obra es aquella que complace en todas las épocas y lugares;
“Por el contrario, con respecto a un verdadero genio, cuanto más duren sus obras y cuanto
más ampliamente se difundan, mayor y más sincera será la admiración que reciba”.10
Por lo tanto, hay principios de aprobación y censura. Ciertos sentimientos estéticos tienen
que prevalecer frente a otros, debemos saber cuáles son mejores. Hume dice que existen
reglas en las artes según las cuales hay obras mejores que otras, pero no se pueden
establecer a priori, sino de manera empírica, en lo que gusta a todos en todas las épocas y
países, como se ha mencionado. Por lo tanto, de manera inductiva se puede hacer una
norma estética. Hay obras admiradas durante muchísimo tiempo, que siempre gustan. Por
ejemplo, Hume piensa que Homero es un autor bien valorado a lo largo de la historia.
8
Ibid, p. 43.
9
Ibid, p. 44.
10
Ibid, p. 45.
Además, Hume afirma que hay algunas formas o cualidades particulares que están
diseñadas para agradar o desagradar en función de la estructura original de nuestra mente.
Es decir, hay objetos que están diseñados para concordar con nosotros. Añade también que
si fracasan en un propósito se debe a que se presenta un defecto en el organismo. Hume
utiliza varios ejemplos, uno de ellos es el caso de un hombre que tiene fiebre y que su
paladar no es capaz de matizar adecuadamente los sabores. Solo una persona sana puede
distinguir bien los sabores. Concluye, por tanto, que solo en el caso de una persona sana se
puede considerar que se da una norma del gusto, ya que son las únicas personas capaces
de captar la realidad tal cual es. Por lo tanto, la belleza no es una cualidad de los objetos,
sino que pertenece al sentimiento. Existen cualidades determinadas en los objetos que por
su naturaleza están diseñadas para crear en nosotros determinados sentimientos, es decir,
la estructura de la mente hace que determinados objetos estén concebidos para producir
placer o desagrado.
Las condiciones que componen la norma del gusto van a ser las siguientes;
“Con razón, dice Sancho al escudero narigudo, pretendo entender de vinos, es ésta,
en mi familia, una cualidad hereditaria. A dos de mis parientes les pidieron en una
ocasión que dieran su opinión acerca del contenido de una cuba que se suponía era
excelente, por ser viejo y de buena cosecha. Uno de ellos lo degusta, lo considera, y
tras maduras reflexiones dice que el vino sería bueno si no fuera por un ligero sabor
a cordobán que había percibido en él. El otro, tras tomar las mismas precauciones,
pronuncia también su veredicto a favor del vino, pero con la reserva de cierto sabor
a hierro que fácilmente pudo distinguir. No podéis imaginar cuánto se les ridiculizó a
causa de su juicio. Pero ¿quién rió el último? Al vaciar la cuba, se encontró en el
fondo una vieja llave con una correa de cordobán atada a ella.”11
11
Ibid, p. 47.
solo se puede juzgar el conjunto como bello o deforme. Sin embargo, cuando se
adquiere práctica se distingue entre todas las cualidades y sus matices,
acompañado de un sentimiento claro y distinto. Añade también que un requisito para
juzgar adecuadamente una obra es que haya sido analizada por nosotros varias
veces, además de que haya sido analizado bajo puntos de vista diferentes. El primer
juicio sobre una obra está relacionado con cierta agitación y confusión, Hume dirá
que no se percibe la relación entre las partes, ni se distinguen bien las perfecciones
y defectos. Lo que ocurre cuando se adquiere experiencia según el autor es lo
siguiente;
“Se disipa la niebla que parecía anteriormente cubrir el objeto, el órgano adquiere
mayor perfección en sus operaciones y puede pronunciarse, sin peligro de error,
acerca de los méritos de cada obra. En una palabra, la misma habilidad y destreza
que da la práctica para la ejecución de cualquier obra, se adquiere también por
idénticos medios para juzgarla”. 12
- La cuarta es estar libre de prejuicios. Para ser buen crítico es necesario estar libre
de prejuicios y no dejar que nada que no sea el objeto en cuestión influya en el juicio
del mismo. Para Hume una obra de arte tiene un punto de vista desde el cual debe
ser examinada, esta no podrá ser apreciada por personas que no tengan esa
cualidad. Las obras están hechas a medida. Hume afirma que un orador antes de
pronunciar su discurso, por ejemplo, tiene que tener en cuenta los intereses,
prejuicios, etc, de los oyentes y lo mismo ocurre con una obra de arte. Lo que dice
este autor es que, antes de exponer una obra, un discurso, etc, hay que conocer los
prejuicios de los oyentes para poder así lograr una buena disposición. Por el
contrario, para juzgar adecuadamente una obra, una persona de una cultura o época
diferente a la de la obra debe comprender el contexto de la misma. Estar libre de
12
Ibid. p. 50.
13
Ibid, p. 51.
prejuicios supone olvidar la relación que se tiene con el artista, además de las
circunstancias personales. Los prejuicios impiden situarnos ante la disposición que
la obra de arte requiere;
3. Los jueces.
Estos principios son universales, pero pocos van a tenerlos todos, estos serán los jueces.
Esto está relacionado con los órganos, ya que Hume dirá que en pocas ocasiones estos son
tan perfectos como para permitir que se desarrollen los principios universales del gusto.
Normalmente los órganos internos tienen algún defecto o están viciados por algún
desorden, según Hume. Por tanto, es difícil reunir todas las condiciones;
“Cuando un crítico no tiene delicadeza, juzga sin ninguna distinción, y solo es afectado por
la cualidades más manifiestas y palpables del objeto. Los rasgos más sutiles se le escapan
sin ser notados ni observados. En los casos en que no está auxiliado por la práctica, el
veredicto suele ir acompañado de confusión y duda. En aquellos en que no ha recurrido a la
14
Ibid, p. 52.
15
Ibid, p. 53.
comparación, son las bellezas más frívolas (tales que más bien merecen el nombre de
defecto) las que se convierten en objeto de su admiración. En los casos en que se halla
bajo la influencia de los prejuicios, todos sus sentimientos naturales están pervertidos. En
aquellos otros en que carece de buen sentido, no está cualificado para discernir las bellezas
de la estructura general y del razonamiento, que son las más elevadas y excelentes”.16
El juez es aquel que reúne todas estas condiciones, por lo que es algo poco común. Estos
jueces serán los que cuenten con un juicio sólido. La regla de gusto, por tanto, será la
unanimidad de estos jueces. Hume dirá que a estos hombres se les distingue sin dificultad
por la solidez de su entendimiento y por la superioridad de sus facultades. Lo que deben
hacer el resto de personas es seguir el criterio de estos jueces;
“La influencia que adquieren otorga una superioridad a la entusiasta aprobación con la que
reciben cualquier producción genial y hace que predomine esa opinión favorable. Muchos
hombres hay que, abandonados a sí mismos, no tienen más que una débil y dudosa
percepción de la belleza, pero que sin embargo son capaces de disfrutar de cualquier bello
rasgo que les sea señalado. Todo aquel que ha sido iniciado en la admiración de un
verdadero poeta u oradores musa de la iniciación de algún otro. Y aunque los prejuicios
puedan prevalecer por algún tiempo, nunca unen toda su fuerza para conseguir exaltar a un
rival frente al verdadero genio, sino que al final acaban por ceder ante la fuerza de la
naturaleza y del sentimiento justo”.17
El resto de las personas estamos influidas por prejuicios, defectos en nuestras facultades,
etc. Por lo tanto, la verdadera norma del gusto se deriva sólo de la unanimidad de estos
jueces. Hume traslada la norma estética de la producción del propio arte a la recepción del
mismo.
Bibliografía:
- HUME, David. Sobre la norma del gusto. Barcelona, Ediciones Península, 1989.
- MARTÍN PRADA, Juan. David Hume y el juicio estético. Revista de filosofía 73,
2017; 259-279.
16
Ibid, p. 54.
17
Ibid, p. 56.