Fe y Razón - Illanes

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FE Y RAZÓN,

FILOSOFíA Y TEOLOGíA
CONSIDERACIONES AL HILO
DE LA FIDES ET RATIO

JOSÉ LUIS ILLANES

Al volver sobre un documento, a fin de considerarlo con motivo del ani-


versario de su publicación, caben diversas posibilidades: valorar el impacto que
produjo en aquellos a los que estaba destinado, analizar los ecos que alcanzó en
los medios de comunicación social o, posteriormente, en revistas y publicacio-
nes científicas, o, sencillamente, retomarlo para proceder a una nueva lectura
con la perspectiva que otorga el tiempo transcurrido y la sedimentación que
dejaron en el propio ánimo la lectura o lecturas anteriores. Este último es el
camino que hemos seguido al dirigir nuestra atención hacia la Fides et ratio en
el primer aniversario de su promulgación.

A medida que progresaba en mi relectura de la encíclica, la frase con la


que se inicia, y en la que, obviamente, ya me había detenido en la lectura ante-
rior, cobró especial fuerza: «la fe y la razón son como las dos alas con las que el
espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad» l . Pocos inicios
de documento consiguen, en efecto, expresar tan acabadamente no sólo el men-
saje que el texto aspira a trasmitir, sino también la inspiración a la que res-
ponde: los vocablos «fe», «razón», «verdad» que estructuran la frase que acaba-
mos de reproducir, constituyen, de hecho, la síntesis y la clave hermenéutica de
la totalidad de la encíclica.

1. JUAN PABLO II, Ene. Fides et ratio, proemio.

SCRIPTA THEOLOGICA 31 (1999/3) 783-820 783


josÉ LUIS ILLANES

I. LA FIDES ET RATIO Y SUS COORDENADAS ESTRUCTURALES

Tomados en sí mismos, es decir, aislados de cuanto viene a continuación,


esos tres vocablos, y la frase que componen, podrían ser interpretados como la
enunciación de una tesis que, aspirando a ser universalmente válida, se formula
o enuncia de forma intemporal. Lo primero es, sin duda alguna, cierto; no así
lo segundo, ya que Juan Pablo II no sólo ofrece a lo largo de las páginas de la
Fides et ratio una amplia reflexión histórico-cultural, sino que la presupone,
remitiendo a documentos que constituyen verdaderos hitos de una historia
intelectual y doctrinal en la que la encíclica se inserta.
Mencionemos algunos de esos documentos. La Veritatis splendor en la
que el propio Juan Pablo II se había enfrentado con el tema de la verdad preci-
samente en diálogo con el mismo contexto filosófico-teológico con el que
vuelve a confrontarse en la Fides et ratio 2 • La Redemptor hominis en la que apa-
rece el esbozo de un diagnóstico socio-cultural que, después de haber sido
ampliado en otras encíclicas posteriores -en especial la Evangelium vitae 3- ,
es reafirmado y prolongado en la Fides et ratio 4 • La Aeterni Patris en la que uno
de sus grandes predecesores en la sede romana, León XIII, afrontó, hace ya
ciento veinte años, la cuestión de la filosofía ' . La Constitución Dei Filius del
Concilio Vaticano 1, en la que se ofrece un marco doctrinal en orden a la com-
prensión de las relaciones entre fe y razón al que remite Juan Pablo IP, aunque
vaya más allá en algunos momentos. Las Constituciones Dei Verbum y Gau-
dium et spes del Concilio Vaticano II, que constituyen presupuesto indispensa-
ble para comprender el planteamiento acerca del dinamismo de la inteligencia
humana al que responde la totalidad del texto de la Fides et ratio ?
Detengámonos en la comparación con la Aeterni Patris que, a nuestro
juicio, resulta especialmente instructiva. Entre ambos documentos hay, en
efecto, semejanzas, pero también diferencias, y tanto las unas como las otras
contribuyen a situar histórica y culturalmente la encíclica promulgada por Juan
Pablo II.

2. Cfr. Fides et ratio, n. 6.


3. Ver al respecto nuestro estudio La vida, substancia y meta de la historia. La «Evan-
gelium vitae» en el contexto de la coyuntura cultural contempordnea, en «Scripta Theolo-
gica», 28 (19%) 737-758 (recogido en Iglesia en la historia. Estudios sobre el pensamiento
de Juan Pablo Il, Valencia 1997, pp. 249-272).
4. Cfr., por ejemplo, Fides et ratio, n. 47.
5. Cfr. Fides et ratio, nn. 57 ss.
6. Cfr. Fides et ratio, nn. 8-9 y 53.
7. Cfr., entre otros lugares significativos, Fides et ratio, nn. 10, 13 Y 34.

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FE Y RAZÓN, FILOSOFfA y TEOLOGfA

1. De la «Aeterni Patris»a la «Fides et ratio»: analogías y diferencias

León XIII manifiesta, en la Aeterni Patris, que escribe en un contexto cul-


tural marcado por una aguda conciencia de crisis; más aún, que es esa con-
ciencia de crisis lo que le impulsa a promulgar su encíclica 8. El mundo occi-
dental, y singularmente el europeo, que es el que constituye su horizonte inme-
diato, atraviesa -afirma- un periodo convulso, jalonado por tensiones polí-
ticas, revoluciones sociales e incluso guerras. Esas realidades socio-políticas, y
los factores inmediatos de los que dependen, evidencian la hondura y gravedad
de los problemas que afectan a la civilización europea, no constituyen, sin
embargo, su explicación última, La raíz se encuentra a un nivel más profundo,
ya que afecta a la inteligencia y, por consiguiente, a la idea que el hombre se
hace de sí mismo; más concretamente, al hecho de que el hombre ha perdido
la conciencia acerca de su verdadero valor y de su verdadero destino. De ahí que
el entero documento se dirija a promover un modo de pensar -un philoso-
phandi genus, un estilo o modo de filosofar, por decirlo con una de las expre-
siones más características de la encíclica- que sitúe al hombre en camino hacia
la verdad.
Ese modo de pensar, ese philosophandi genus -prosigue León XIII,
expresando el fondo de su pensamiento- fue el que, presuponiendo la gran
tradición grecorromana, se desarrolló a lo largo de los siglos que van desde la
edad patrística al periodo culminante del medioevo. Es decir, un estilo de filo-
sofar que, abriéndose a la totalidad de lo real, no se cerraba a la luz de la fe cris-
tiana, sino que la acogía, haciendo así posible que la inteligencia, sanada,
cuando así resultaba necesario, y, en todo caso, potenciada por la fe, alcanzara
cumbres cada vez más elevadas, como lo manifiesta la figura señera de Tomás
de Aquino. A ese modo o estilo de pensar -a Tomás de Aquino y, como trans-
fondo y punto de apoyo, a la actitud espiritual e intelectual de la que brotó su
obra- se hace necesario volver si se aspira a superar la crisis social y cultural en
curso.
Juan Pablo II coincide por entero con León XIII no sólo en la constata-
ción de la existencia de una crisis, sino también en la consideración de que esa
crisis tiene, en última instancia, raíces intelectuales, pero formula ese juicio con
acentos propios, De una parte, porque su horizonte es más amplio, ya que, tras-
cendiendo la civilización occidental, dirige su mirada a las grandes culturas de

8, El texto de la Aeterni Patris, publicada el 4-VIII-1879, se encuentra en AAS 12


(1879) 97-115; una versión castellana en F. GUERRERO (dir.), El magisterio pontificio
contempordneo, BAe, Madrid 1992, t. 1, pp. 111-124,

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JOSÉ LUIS ILLANES

Asia y de África, a las que remite expresamente, correspondiéndole así el privi-


legio de ser el primer documento pontificio en el que, junto a autores cristia-
nos, y a grandes figuras de la tradición grecorromana, como Platón, Aristóte-
les, Cicerón u Homero se menciona también a figuras como Confucio, Lao-
Tze o Buda 9 •
De otra parte, y esto es sin duda lo decisivo, porque considera que la cri-
sis se ha hecho, en el siglo transcurrido desde su predecesor, mucho más aguda.
León XlII escribió la Aeterni Patris en momento en el que, en los ambientes
culturales europeos, imperaban planteamientos alejados, en muchos aspectos,
de la tradición intelectual cristiana, pero caracterizados, de una u otra forma
-el idealismo y el positivismo, las dos corrientes más representativas, difieren
profundamente entre sí-, por una fuerte confianza en la razón. El panorama
cultural que tiene ante sí Juan Pablo II es muy distinto. La inteligencia de fines
del siglo XX no es una inteligencia que, confiando en sí misma, se lanza a reco-
rrer caminos que, desde la perspectiva y la luz que ofrece la fe, pueden ser cali-
ficados de inauténticos, sino una inteligencia que, agotada por su propio cami-
nar incierto, duda de sí misma, de su capacidad de verdad y, por tanto, de la
posibilidad de un sentido; una inteligencia, en suma, que se ha precipitado en
un vacío tanto especulativo como existencial.
El hundimiento del racionalismo que caracterizó a la primera ilustración
y que fue llevado al extremo por las grandes construcciones idealistas, ha dado
paso -afirma Juan Pablo II, precisando los contornos de su análisis de la evo-
lución del pensamiento contemporáneo- a un cientificismo y a un relativismo
que conducen a afirmar, por una u otra vía, que la inteligencia humana puede
percibir sólo fragmentos o facetas de lo real, sin tener capacidad para pensar el
todo, para llegar a una verdad sobre la que se fundamente la percepción de una
meta y de un sentido l0. De ahí ese pesimismo y ese nihilismo que marcan pro-
fundamente amplios sectores de la sociedad occidental y, en consecuencia, una
ausencia de ideales, un hastío y una resignación cansina que abren las puertas al
aislamiento del sujeto condenándolo a un vegetar individualista y egocéntrico 11.
A lo que aspira en consecuencia Juan Pablo II no es pues sólo -a dife-
rencia de lo que ocurría en la Aeterni Patri~ a promover un estilo o modo de
pensar más certero o auténtico que el precedente, sino, mucho más radical-
mente, a promover el pensar en cuanto tal. Frente al nihilismo y la duda exis-

9. Así se hace, concretamente, en el n. 1 de la encíclica.


10. Cfr., especialmente, Fides et ratio, nn. 5,47, 55 Y 82.
11. Referencias al nihilismo se encuentran en diversos pasajes de la Fides et ratio; tal
vez los más significativos sean los que se encuentran en nn. 46, 81 Y 91.

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FE Y RAZON. FlLOSOFfA y TEOLOGfA

tenciales, Juan Pablo II realiza ante todo un acto de fe, proclamando que la vida
humana tiene valor y sentido, que e! hombre no es un individuo encerrando en
sí mismo, ni un ser arrojado a un mundo carente de razón de ser y de meta,
sino alguien que viene a la vida llamado a la plenitud. Ese acto de fe lo formula,
ciertamente, como cristiano, remitiendo al Evange!io y evocando la plenitud de
sentido que e! Evangelio desvela al anunciar que hemos sido creados por Dios
y llamados, en Cristo, a participar de Él. Pero, inseparablemente de ese acto de
fe cristiana, y como prolongándolo, Juan Pablo II proclama -y este punto es
determinante respecto al enfoque y a la estructura global de la encíclica- que
la verdad, la realidad, de! sentido puede ser percibida, o al menos entrevista,
siempre y en todo momento por la inteligencia humana. Y en consecuencia se
lanza a una amplia y convencida apología de! pensar.
Dicho con otras palabras, Juan Pablo II recuerda, más aún, subraya, que
la fe cristiana ni proclama e! ocaso de la razón, ni se alegra con su crisis. Al con-
trario afirma su valor. Y ello no de forma accesoria o circunstancial, sino con-
natural y, por así decir, necesaria, ya que la fe implica conocimiento y, por
tanto, connota intrínseca y constitutivamente a la razón. De ahí la frase a la vez
enérgica y emblemática con que termina uno de los pasajes decisivos de la encí-
clica: «a la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón» 12 , a la
valentía con que e! cristiano debe testificar su fe sin reticencias ni temores, debe
corresponder la vitalidad de una razón que se atreva a pensar, y a pensar yendo
hasta la raíz y e! fundamento.

2. Humildad y audacia de la razón

¿Qué aspira a decir Juan Pablo II al hablar de «audacia de la razón», y más


concretamente al hablar con e! énfasis con que lo hace en la frase que acabamos
de citar? La pregunta es, en cierto sentido, ociosa o innecesaria, ya que e! sig-
nificado de los vocablos es claro: se está aludiendo a la capacidad de pensar; más
aún, a la decisión de pensar sin trabas y sin miedos. Todo lo cual es, sin duda
alguna, mucho. Cabe no obstante decir algo más, intentar desentrañar no ya e!
significado de los vocablos, sino su alcance. Acudamos para ello a un proceso
indirecto: analizar e! concepto antitético, al menos aparentemente, de humil-
dad de la razón.
Se ha dicho alguna vez que e! pensamiento llamado postmoderno se carac-
teriza, entre otras cosas, por la renuncia a esa autosuficiencia u orgullo de la razón

12. Fides et ratio, n. 48.

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JOSÉ LUIS lLLANES

que marcó el periplo de la razón ilustrada y muy especialmente el de la razón hege-


liana. Ese diagnóstico apunta a una realidad innegable, y ofrece perspectivas
importantes en orden a un análisis de la coyuntura cultural contemporánea, pero
conviene precisar sus contornos marcando distancias frente a lo que podríamos
calificar como falsa humildad de la razón; la falsa humildad de la razón que estaba
ya presente en Kant, cuando en una de sus Criticas consigna una frase muchas
veces recordada: he tenido que destruir la razón para abrir el camino a la fe 13.

Kant habla ahí, en efecto, no tanto de una razón humilde, cuanto de una
razón finita; de una razón que se reconoce limitada al mundo de representacio-
nes que ella misma engendra y que percibe precisamente porque lo engendra.
Razón que acepta que más allá de lo que ella expresa hay un mundo en sí en el
que ella no entra, pero razón que proclama, a la vez, que ese mundo en el que
no penetra es no sólo desconocido sino incognoscible. Razón, en consecuencia
que, reconociéndose finita, no es, sin embargo, existencialmente humilde ya que
en el mundo que le es propio reina por entero, sin reconocer recovecos ni admi-
tir ayuda alguna. Y la humildad implica no tanto conciencia de finitud, cuanto
de dependencia o, más exactamente, de apertura. Para hablar de humildad es, en
suma, necesario situarse en una longitud de onda intelectual muy distinta de la
kantiana: proclamar no ya la finitud de la razón, sino su ordenación a una infi-
nitud para la que está hecha, pero que le trasciende.
Es una razón así entendida la que tiene presente Juan Pablo II y a la que,
de un modo al menos implícitamente provocador, se dirige para lanzarle una
invitación que recuerda las palabras que el propio Kant escribiera en el escrito
en el que aspira a definir el impulso liberador que caracterizaba, a su juicio, el
movimiento ilustrado: sapere aude, atrévete audazmente a pensar. En el texto
kantiano 14 esas palabras significan: no te sientas atado por lo que te ha legado
la tradición, no te limites a repetir lo que han dicho otros, atrévete a ejercer tu
inteligencia. Juan Pablo II retoma esa invitación, ese «atrévete a pensar», dán-
dole un sentido diverso y más profundo. En la Fides et ratio la audacia de la
razón indica, en efecto, no ya que la razón puede poner en tela de juicio datos
recibidos, sino, más radicalmente, que ha de atreverse a pensar incluso lo que
está más allá de ella misma, lo que la trasciende, ya que está, constitutivamente,
abierta a lo infinito. El hombre no está hecho sólo para reinar en el universo
mental que construye con su razón, ni tampoco sólo para dominar mediante la

13. La frase, como es bien sabido, se encuentra en el prólogo a la segunda edición de


la Crítica de la razón pura.
14. Recordemos que Kant formula esta invitación en el ensayo Respuesta a la pre-
gunta: ¿qué es la ilustración?

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FE Y RAZÓN , FILOSOFlA y TEOLOGIA

ciencia el mundo material que le rodea, sino para ir más allá, mucho más allá,
hasta trascender el universo y llegar a Dios,

Una audacia que connota la apertura a lo que trasciende todo poder y todo
límite, forma una sola cosa con la humildad. Y lo que es más con una humildad
que está no sólo al inicio, en la proclamación de una limitación que, una vez reco-
nocida, queda en el olvido -ya que se procede con actitud de pleno dominio
sobre el mundo intelectualmente cognoscible-, sino que marca la totalidad del
conocer, ya que en todo momento la razón se reconoce penetrada por lo que la
trasciende. Pero si esa audacia forma una sola cosa con la humildad, también es
cierto lo contrario: que la humildad de la que hablamos forma una sola cosa con
la audacia, ya que la infinitud de la verdad con la que la inteligencia se reconoce
en comunión la incita, ciertamente, al respeto y a la conciencia de lo inabarcable,
pero, a la vez e inseparablemente, a la profundización constante e ininterrumpida.

En el cristiano, al que la palabra de la revelación le desvela, en el claros-


curo de la fe, el misterio de la vida y del amor de Dios, esa experiencia, ese
entremezclarse de humildad y audacia, se radicaliza, dando origen a una acti-
tud espiritual en la que la humildad es llevada al extremo, pues el hombre se
reconoce criatura, ser que lo recibe todo de Dios, incluso la propia existencia,
pero, al mismo tiempo y en virtud del mismo movimiento, transmutada en
exaltación, ya que lo que esa criatura recibe de Dios es precisamente el todo, a
saber, Dios mismo. La humildad cristiana no se basa tanto en el reconoci-
miento de la propia pequeñez, cuanto en la advertencia de que Dios, siendo
infinito, se vuelca en esa pequeñez que es el hombre, haciéndole partícipe de su
infinitud. Lo que provoca en el espíritu -más concretamente, en la razón-
no es, por tanto, encogimiento, sino ansias de conocer.
y de conocer sabiendo que Dios, fondo último de toda la realidad, no es un
Absoluto innominado ni un Uno impenetrable, sino una plenitud de luz en la que
estamos llamados a participar. La consecuencia o prolongación connatural a esa
actitud es, sin duda alguna, la mística, como lo atestigua la entera tradición cris-
tiana. Pero, también, el desarrollo de la razón en su capacidad heurística y argu-
mentativa, sea en orden a captar cada vez con más detalle y con más hondura el
mensaje que la palabra de la revelación trasmite (es decir, la teología), sea en orden
a desplegar las fuerzas que la razón por sí misma, nativamente, posee (es decir, las
ciencias y la filosofía) . Yes todo esto lo que, sin desconocer las dimensiones mís-
ticas -mejor, presuponiéndolas y aludiendo a ellas 15_ , la Fides et ratio aspira a

15. Ver, por ejemplo, el n. 44 en el que, en referencia a Santo Tomás, pero expo-
niendo una doctrina que alaba, más aún, que comparte, deja constancia de «la priori-
dad» que corresponde a «la sabiduría que es don del Espíritu Santo».

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)OSIO LUIS ILIANES

subrayar. Más aún, lo que la sostiene de principio a fin y lo que explica su estruc-
tura, hasta culminar en esa proclamación de la parresía de la fe y de la audacia de
la razón que ha constituido el punto de partida de nuestras consideraciones 16.

n. NATURALEZA Y AVATARES DE LA FILOSOFÍA

De esos dos desarrollos a los que, a nivel científico, se abre el despliegue de


la razón, y más concretamente el de la razón creyente, la filosofía y la teología, la
Fides et ratio presta atención sobre todo al primero. Las referencias a la teología son
numerosas e incluso constantes, pero el referente directo e inmediato es, sin duda,
la filosofía, de modo que sólo en un segundo momento, y con frecuencia a partir
de lo dicho sobre la filosofía, se ocupa del teologizar. En esa opción puede haber
influido la condición personal de Juan Pablo I1, su formación y dedicación como
filósofo, pero la explicación se encuentra, a nuestro juicio, a un nivel más profundo:
su diagnóstico cultural, su percepción del nihilismo y la duda acerca del valor de la
razón como determinantes de la crisis cultural contemporánea, conducen derecha-
mente a poner el acento justo en la razón, en la apertura espontánea y connatural
de la razón hacia la verdad y, en consecuencia, en la filosofía.

1. La «Fides et ratio» y su comprensión de la filosofla

En todo caso, y dejando para páginas posteriores una consideración de


cuanto se refiere directamente a la teología, una pregunta se impone: ¿qué

16. Así -mostrémoslo procediendo a un rápido recorrido por el testo de la encí-


clica-, e! capítulo primero evoca e! presupuesto sobre e! que se edifica todo e! vivir cris-
tiano, la revelación de Dios, subrayando a la vez su trascendencia y su verdad. Inme-
diatamente después, y prolongando esas afirmaciones, e! segundo capítulo, bajo e! lema
agustiniano credo ut intelligam, pone de manifiesto cómo e! creer, ya desde su momento
originante, las Sagradas Escrituras, se concibe a sí mismo como un conocer que se des-
pliega en inteligencia. En el capítulo tercero se cambia de perspectiva, situándose en e!
mundo de la razón, de! ordinario conocer humano, para, acudiendo a otro lema agus-
tiniano, intelligo tu credam, señalar cómo el pensar humano, movido por la incesante
busca de la verdad, se abre espontánea y connaturalmente a la fe. Esos dos movimien-
tos, aunque diversos entre sí, son, en suma, convergentes, dando origen a un encuentro
entre la fe y la razón, de cuyos avatares, positivos y negativos, se ocupa e! capítulo
cuarto, con e! que se cierra lo que puede ser considerado como cuerpo o corazón de la
encíclica, ya que en él se da por expuesta la tesis fundamental -el mutuo completarse
de fe y razón, de filosofía y teología-, de modo que cuanto viene a continuación no es
sino síntesis, desarrollo o concreción en orden a la práctica de lo previamente estable-
cido. Es precisamente al final de! último de los números de! capítulo cuarto, e! 48,
donde se formula la invitación al proceder audaz, decidido, de la razón.

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FE Y RAZON. FlLOSOFlA y TEOLOGlA

entiende la Fides et ratio por filosofía? Un simple repaso de su texto evidencia


que emplea el vocablo de acuerdo con su significación habitual. Entiende, en
efecto, por filosofía el ejercicio de la razón a nivel científico y, más precisamente,
ese ejercicio -aquí radica la distinción entre filosofía y ciencia, en el sentido
contemporáneo de los términos- en cuanto que no se detiene en la descripción
de los fenómenos sino que aspira a alcanzar una explicación más honda y aca-
bada o, al menos, a mostrar en qué sentido y con qué alcance esa aspiración
puede ser formulada. La filosofía es, en suma, la expresión de una razón cons-
ciente de sí, debidamente educada 17, y con pretensiones de ultimidad.
Con ese primer sentido se entremezcla otro: entiende en efecto, y con
frecuencia, por filosofía el proceder de la razón según sus fuerzas naturales, en
relación a la verdad que puede alcanzar por sí misma y de la que puede, en con-
secuencia, dar razón. Este segundo significado es, ciertamente, muy próximo al
anterior -y esto explica que tanto en la Fides et ratio como en el lenguaje ordi-
nario se pase fácilmente del uno-, pero no sólo es diverso o, si se prefiere, más
restringido, sino que plantea cuestiones epistemológicas de relieve 18.
Pero abandonemos, al menos de momento, esas perspectivas y pasemos
a otra que ocupa un lugar de primer plano en la comprensión que Juan Pablo
11 tiene acerca tanto de la naturaleza de la filosofía como de su historia. Nos
referimos a la reflexión que esboza en uno de los primeros números de la encí-
clica cuando distingue entre «pensar filosófico» y «sistema filosófico», atribu-
yendo al primero la primacía sobre el segundo 19. Filosofar, interrogarse sobre
las cosas, es actividad consubstancial al hombre, fruto de ese asombro, de esa
admiración, y, en ocasiones, de esa inquietud, que suscita la contemplación del
mundo que nos rodea y en el que vivimos, con sus riquezas y sus limitaciones,
con sus tristezas y sus alegrías, con sus esperanzas y sus dramas.
Ese asombro y esa inquietud, y la reflexión que de ellas nace, impulsan la
vida de la inteligencia que, en su esfuerzo por compenetrarse con la realidad y
dar razón de ellas acuña conceptos, vocablos y argumentaciones, que relaciona
entre sí dando origen a un pensamiento estructurado y, en ese sentido, a un sis-

17. Nos hacemos aquí eco, aunque modificándola, de la expresión «razón filosófica-
mente educada» que aparece en Fides et ratio, n. 42.
18. Connota, en efecto, toda una reflexión sobre el objeto y la capacidad de la razón
y, en consecuencia, sobre los niveles de inteligibilidad de lo real. Nos encontramos, por
lo demás, en última instancia, ante un concepto teológico: sólo desde la afirmación
tanto de la trascendencia de Dios como de su plena inteligibilidad -más aún, del
acceso a su misterio gracias a la revelación-, se plantea de forma acuciante la necesi-
dad de precisar la fuerza y el alcance de la razón.
19. Fides et ratio, n. 4.

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JOSÉ LUIS ILLANES

tema. Ese proceso es, en sí mismo, positivo: e! sistema filosófico no es, en cuanto
tal, criticable. Más aún, todo pensador profundo es, en uno u otro grado, siste-
mático. Sólo que, yes esto lo que quiere recalcar la Fides et ratio, los sistemas no
deben ser cerrados, de modo que e! filósofo ha de estar atento fin de superar toda
falsa complacencia en sí mismo y en sus propias construcciones, evitando una
«soberbia filosófica» que le llevaría a convertir la «propia perspectiva incompleta
en lectura universah,20. Más allá de todo sistema, y dotándolo de sentido, está la
referencia a la verdad, de cuyo amor se nutre la filosofía, más aún, que la cons-
tituye. El pensar, e! interrogarse sobre las cosas, estando dispuesto a dejarse ilu-
minar en todo momento por la verdad, ha de tener siempre la primacía.
La distinción entre el «pensan, como acto y e! «sistema» como resultado es
clara. Un análisis del texto de la encíclica pone de manifiesto que, presuponiendo
esas dos acepciones del término «filosofía», Juan Pablo II hace uso de una tercera,
de algún modo intermedia entre las dos anteriores. Ya que el pensar filosófico,
independientemente de que llegue o no a estructurarse en sistema, da origen a
conceptos, análisis y argumentaciones que se comunican y trasmiten, es decir, a un
intercambio de ideas, juicios y pareceres y, en consecuencia, a tradiciones intelec-
tuales. Nos encontramos así ante la filosofía no ya como acto de una inteligencia
individual, sino como fenómeno histórico y social, e incluso como tarea que define
una concreta profesión, en la medida en que -a partir de un cierto momento de
la historia de occidente- esa búsqueda de la verdad, y, más concretamente, de la
verdad última, que caracteriza el filosofar, fue asumida como ocupación que se
ejerce de modo estable hasta definir la propia posición en la sociedad.
Es en la filosofía así entendida, es decir, como realidad histórico-cultural,
en la que la Fides et ratio fija su atención. La filosofía vista no en su esencia, sino
en su historia y, más concretamente, en la condición o estado al que, hoy y
ahora, ha llegado como fruto de esa historia, es el referente de sus considera-
ciones. Y ello con vistas a proponer su regeneración. Ya que si Juan Pablo II es
neto en su proclamación de! valor de la filosofía, no lo es menos en su juicio
crítico sobre su condición actual. Más aún, la entera encíclica aspira -es, sin
duda, uno de sus objetivos fundamentales, si no e! fundamental- a señalar la
responsabilidad que a la filosofía le incumbe respecto a la presente crisis socio-
cultural: ha sido la filosofía, no, ciertamente, en sí misma, pero sí como reali-
dad histórico-cultural, la que ha llevado al hombre a dudar de su capacidad
para alcanzar la verdad, precipitándolo en e! escepticismo y en el vacío existen-
cial, es decir, en e! nihilismo. Y a ella hay por tanto que volver para resolver la
crisis planteada.

20. Ibídem.

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FE Y RAZON, FILOSOFlA y TEOLOGlA

Ese diagnóstico histórico-cultural, nos sitúa ante el último -y el más


decisivo- de los matices que conviene evidenciar a fin de precisar la noción de
filosofía que subyace a la enseñanza de Juan Pablo II, Su consideración de la
historia de la filosofía como historia que ha desembocado en una crisis, en un
decaer de la filosofía en relación a lo que es propio y constitutivo, presupone,
en efecto, como resulta obvio, un cierto modo de entender el filosofar. Más
concretamente, una comprensión de la filosofía y, en última instancia, de la
razón humana, que, sin entrar de momento en más precisiones, cabe calificar
como antropológico-sapiencial. La filosofía habla -debe hablar, según Juan
Pablo II- del ser y del hombre y, más propia y concretamente, del hombre en
cuanto abierto al ser y fundado en él o, si se prefiere, del ser en cuanto respuesta
última al interrógarse humano.
En la totalidad de las culturas, desde la europea a la. india, desde la china
a la africana, han estado y están presentes -afirma con nitidez la encíclica-
«las preguntas de fondo que caracterizan el recorrido de la historia humana:
¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿por qué existe el mal?, ¿qué hay
después de esta vida?» 2 \. El hombre no puede renunciar a esas preguntas, ya que
forman una sola cosa con su propio ser. La filosofía entronca con ese movi-
miento del espíritu, más aún, está a su servicio. A ella, en cuanto ejercicio cons-
ciente y acabado de la razón le corresponde contribuir a «formular la pregunta
sobre el sentido de la vida»: la filosofía nació cuando «el hombre empezó a inte-
rrogarse sobre el porqué de las cosas y su finalidad» 22 y debe en todo momento
mantener esa tensión interior 23 •
La decadencia de la filosofía, y su responsabilidad respecto a la crisis de
la civilización contemporánea, reside precisamente ahí: en que ha dejado de
interrogarse sobre lo esencial, sobre la cuestión del ser y del sentido, y, en con-
secuencia, «de sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresiva-
mente a una de tantas parcelas del saber humano; más aún, en algunos aspec-
tos se la ha limitado a un papel del todo marginaj" 24, dejando de aportar al
hombre la luz y el impulso que le corresponde aportar. Si el nihilismo es, para
Juan Pablo II, el problema fundamental de nuestra cultura, resulta también
claro que, a sus ojos -al menos tal y como se nos manifiestan en la Fides et
rati()--, la antesala o preparación para el nihilismo está constituida por la dis-
persión de la inteligencia en una multiplicidad de ciencias que se yuxtaponen

21. Fides et ratio, n. 1.


22. Fides et ratio, n. 4.
23. La orientación sapiencial de la filosofía es ampliamente reiterada a lo largo de
toda la encíclica; remitamos, a modo de ejemplo, a los nn. 28-29.
24. Fides et ratio, n. 47.

793
JOs~ LUIS ILLANES

sin que ningún saber supremo las unifique y armonice, analizando sus cone-
xiones y evidenciando la inevitabilidad de la pregunta sobre el sentido 25.

2. Hacia una regeneración de la filosofta

Es, pues, necesario -a esta conclusión conduce toda la argumentación


de la Fides et ratio-- que la filosofía se regenere, y, recuperando su valencia
metafísica y sapiencial, contribuya a devolver al hombre la confianza en su
razón y por tanto en sí mismo.
Pero, hablar de regeneración de la razón y de la filosofía, ¿no es acaso
plantear una tarea imposible o, si se prefiere, contradictoria, ya que equivale a
pedirle a un enfermo que se cure a sí mismo? Así puede parecerlo a primera
vista. Sólo que, en este caso, el enfermo tiene capacidad para decidir de su pro-
pio destino. La razón, que no puede ser violentada ni manipulada desde fuera
de ella misma, puede volver sobre sí, reconsiderar su historia, y, de esa forma,
rehacerse o regenerarse desde el interior. A eso precisamente invita la Fides et
ratio: a que la filosofía, y los que hoy y ahora de un modo u otro la represen-
tan, reconstruyan críticamente su periplo histórico y, reentroncando con su ins-
piración originaria, recuperen el vigor del filosofar.
En ese proceso, una realidad está llamada a jugar un papel ciertamente
no único, ya que hay otros factores en juego, pero sí decisivo: la fe, que al
situar al creyente en comunión con la palabra de la revelación lo abre a la ver-
dad divina, y en consecuencia a la verdad en cuanto tal, ya que una y otra son
inseparables. La frase inicial de la Fides et ratio -«la fe y la razón son como
las dos alas con las que el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de
la verdad»- encuentra aquí su justificación y su plenitud de sentido. Aquí
tiene también su explicación la estructura de la encíclica, concebida toda ella
como una amplia argumentación que, presuponiendo la realidad de un entre-
cruzarse de razón y fe en el constituirse y desarrollarse de la filosofía, aspira a
fundamentar esa convicción y a fomentar un actuar coherente con ella. Así
como, a la vez y paralelamente -éste es sin duda otro de los objetivos de la
encíclica-, a recordar a la teología, y a quienes la representan, que el teologi-
zar -el proceder de la inteligencia creyente en orden a la comprensión cada

25. Sobre la pérdida del carácter sapiencial por parte de la filosofía como factor
determinante de la crisis cultural contemporánea, ver especialmente nn. 81 ss. , en los
que traza una panorámica en la que se destacan los nexos entre historicismo, cientifi-
cismo, relativismo y nihilismo.

794
FE Y RAZON, FILOSOFlA y TEOLOGIA

vez más acabada de lo creído- no se despliega de espaldas al filosofar sino


asumiéndolo.
La Fides et ratio -como antes, aunque con acentos algo diversos, la
Aeterni Patri~ está así surcada, de principio a fin, por un movimiento en espi-
ral en virtud del cual, de una parte, se declara que la salud de la razón es con-
dición indispensable para el adecuado despliegue de la vida de fe; mientras que,
de otra, se acude a la fe para, apoyándose en ella, contribuir a una regeneración
de la razón, y, finalmente, se expresa el deseo de que la razón, una vez regene-
rada, pueda lanzarse audazmente a la penetración en la verdad, también, obvia-
mente, la verdad que la fe manifiesta e implica 26. Todo ello, por lo demás, en
el horizonte de .u na consideración sapiencial de la filosofía (y de la teología) y,
por tanto, en servicio del hombre, al que una y otra, filosofía y teología, deben
recordar la realidad y la grandeza de su destino.

IIl. Los ESTADOS DE LA FILOSOFÍA

El análisis del programa y de los objetivos de la Fides et ratio reclama,


para ser llevado a término, considerar más detalladamente cómo percibe y
valora la encíclica las vicisitudes que, a lo largo del devenir histórico, han jalo-
nado el acercarse y el distanciarse de fe y razón. Además de múltiples alusiones
desde el principio al fin de su texto, la Fides et ratio se enfrenta con esa cuestión
fundamentalmente en dos ocasiones: en el capítulo cuarto, dedicado precisa-
mente a las relaciones entre fe y razón, y en el que sigue un esquema histórico-
cronológico; y en el capítulo sexto, en el que, procediendo de forma sintética o
sistemática, dedica varios párrafos a tratar de lo que califica como «estados de
la filosofía», introduciendo la exposición precisamente con estas palabras:
«como se desprende de la historia de las relaciones entre fe y filosofía, señalada
antes brevemente, se pueden distinguir diversas posiciones [estados] de la filo-
sofía respecto a la fe cristiana» 27.

26. Sobre la presencia de este movimiento en espiral ya en la Aeterni Patris, remita-


mos a nuestro estudio, Teología y razón humana en la encíclica «Aeterní Patris», en
«Scripta Theologica" 11 (1979) 723-741 (también en AA.VV., Fe, razón y teología,
Pamplona 1979, pp. 315-323), así como, desde una perspectiva diversa pero recono-
ciendo la importancia de la instancia que nosotros planteábamos, a G. COLOMBO, L'en-
cíclica «Aeterni Patris» e la teologia, en «Teologia» 3 (1983) 183-209.
27. Fieles et ratio, n. 75; el apartado se extiende hasta el n. 79. El texto oficial latino y la
versión italiana utilizan siempre un único vocablo (estados), que la versión castellana tra-
duce por dos (estados, posiciones). A nuesro juicio no conviene apartarse del vocabulario de
los textos latino e italiano, ya que, como se pondrá inmediatamente de relieve, el término
«estado» tiene connotaciones histórico-intelectuales de las que no es oportuno prescindir.

795
JOSÉ LUIS ILLANES

Para nuestro comentario nos atendremos, desde una perspectiva formal,


a la exposición contenida por el capítulo sexto, aunque integrándola con con-
sideraciones que ofrece la propia encíclica en otros momentos, así como con
algunas referencias de carácter histórico que ayudan, a nuestro juicio, a enten-
der mejor el desarrollo de las ideas.

l. El concepto de «estados de la filosofia»

En el propio número 75, y en los que le siguen, la Fides et ratio reseña


cuatro estados de la filosofía: -la filosofía anterior, sea cronológica sea cultu-
ralmente, a la revelación evangélica (n. 75); -la filosofía cronológica y social-
mente posterior a la fe cristiana, pero programáticamente separada de ella (n.
75); -la filosofía cristiana (n. 76); -la filosofía asumida por la teología e
incorporada al dinamismo que a la teología le es propio (n. 77). Convendrá que
los examinemos. Antes, sin embargo, resultará oportuno responder a una cues-
tión: ¿qué entiende la encíclica por «estados de la filosofía»?; más concreta-
mente: ¿qué relación-distinción establece entre la filosofía y sus diversos esta-
dos? 28

La encíclica no se detiene a explicar esa terminología, ni tampoco a


ofrecer datos sobre su origen. A todo conocedor de la tradición teológica no
puede por menos de evocarle una distinción ampliamente usada, ya desde
antiguo: la distinción entre la naturaleza y los estados en que esa naturaleza
se ha venido a encontrar según el desarrollo de la historia de la salvación. Lo
que, en concreto, implica la referencia a tres estados históricos (el estado pri-
mitivo o de justicia original, el estado de naturaleza caída o posterior al
pecado de Adán y Eva, el estado naturaleza redimida, o sea, el subsiguiente a
la acción redentora de Jesús), ya un estado metahistórico o escatológico: el
de naturaleza glorificada, tal y como se instaurará en plenitud al fin de los
tiempos 29.

28 . Las consideraciones que siguen han sido, en' parte, anticipadas en Los estados de
la filosofta, en J. ARANGUREN, J. J. BOROBIA y M . LWCH (dirs.), Fe y razón, Actas delI
Simposio InternacionaL de Fe cristiana y CuLtura contempordnea, Pamplona 1999, pp. 367
ss.
29. Pueden encontrarse referencias a estos estados en la casi totalidad de los tratados
clásicos; a modo de ejemplo, remitamos a uno de los manuales más difundidos de la
primera parte de nuestro siglo, la Sacrae Theologiae Summa, preparada por un grupo de
profesores de la Compañía de Jesús, t. 2, Madrid 1954, nn. 688-693, así como a la
exposición de J. E. MASSON, Nature, Etats de, en Dictionnaire de Théologie Catholique,
t. 11, cols. 36-44.

796
FE Y RAZÓN, FlLOSOFfA y TEOLOGIA

En el seno del uso pacíficamente generalizado de esa terminología, al


menos en el de la tradición teológica latina, cabe detectar diferencias de inter-
pretación que pueden reconducirse a dos fundamentales, cada una de las cua-
les puede remitir a una de las dos personalidades más relevantes de esa tradi-
ción: San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino.
San Agustín, que contribuyó poderosamente a la configuración y difu-
sión de este lenguaje 30 , acude a él acentuando su valencia histórico-concreta, es
decir, subrayando la diferencia entre los diversos estados. Da por supuesto que
hay una continuidad -es una y la misma la naturaleza que subyace a los diver-
sos estados-, pero no centra su atención en ese punto, sino en lo que caracte-
riza a cada estado, distinguiéndolo de lo demás. Planteamiento que depende,
como es fácil advertir, del enfoque general de todo el pensar agustiniano, así
como del concepto de la naturaleza que usualmente maneja el doctor de
Hipona y que está muy próximo al significado originario de la palabra, lo que
se trasmite por nacimiento; más aún, todo lo que, en cada etapa o situación
concreta, se trasmite por nacimiento. Con la voz «naturaleza» se puede, pues,
aludir y, en la práctica se alude con frecuencia en la tradición agustiniana, a lo
que de hecho se recibe al nacer, incluyendo ahí tanto lo que pertenece a la natu-
raleza en cuanto tal -y, por tanto, habría sido recibido en todo momento-
como lo se recibe en virtud de las afectaciones que, históricamente, han inci-
dido en ella.

Santo Tomás, que acogió ampliamente esta terminología 31, la usa con un
enfoque en el que no falta la referencia a la historia -no podía ser menos, pues
la terminología la implica necesariamente-, pero en el que repercute la preocu-
pación sistemático-metafísica que caracteriza todo su planteamiento, Conoce,
como es lógico, la etimología de la palabra «naturaleza» y su conexión con el
nacer, pero, en coherencia con la herencia aristotélica, la refiere no a lo que, de
hecho -según las diversas situaciones históricas-, se recibe en el nacimiento,
sino a lo que, en todo caso o situación, no puede por menos de recibirse. A lo
que refiere la voz «naturaleza» es, pues, ante todo e incluso casi exclusivamente,
al núcleo esencial o constitutivo de cada ser. Preocupación fundamental del Aqui-
nate fue, por lo demás, aun dejando constancia de que la naturaleza puede cono-
cer diversos estados -o, dicho con otros términos, experimentar tanto elevacio-

30. Como ejemplo de! planteamiento agustiniano puede verse, entre otros muchos
textos, su De natura et gratia y su De peifectione iustitiae hominis, escritos hacia e! 415,
en plena polémica antipe!agiana (PL 44, 247 ss. ; CSEL 60, 233 ss.; PL 44, 291 ss. ;
CSEL 42, 3 ss.).
31. Cfr., por ejemplo, Summa theologiae, 1, q. 94, a. 2; 1-2, q. 101, a. 2; q. 109, aa.
2 y 8.

797
JOSÉ LUIS ILLANES

nes como heridas-, subrayar que hay un substrato que en todo caso permanece,
fundamentando así la posibilidad de un saber universal y universalizable.
Ambos enfoques tienen ventajas e inconvenientes o, por mejor decir,
límites, como ocurre con todo planteamiento intelectual. El enfoque agusti-
niano puede alegar a su favor la riqueza expresiva y la mayor adherencia a la rea-
lidad histórica concreta. El tomista, en cambio, su mayor precisión conceptual
y analítica. El enfoque agustiniano se expone, si no se mantiene el equilibrio
del propio Agustín, a vanificar la naturaleza, como se puso de relieve en ellla-
mado agustinismo político medieval y, aún más claramente, en las disputas
bayana y jansenista. El tomista corre el riesgo, por el contrario, si se pierde el
sentido de la historia de la salvación que nunca faltó al Aquinate, de incidir,
aunque sea de forma larvada, en el naturalismo o, al menos, de facilitar su adve-
nimiento o su difusión, como aconteció en aquellos escolásticos de los inicios
de la época moderna que, habiendo acuñado el concepto de estado de natura-
leza pura, lo manejaron como si se pudiera reflexionar sobre una naturaleza abs-
trayendo por entero de su fin o meta.

En todo caso, y prescindiendo de cuestiones referentes a la historia de la


teología que aquí no son del caso, nos parece claro que la Fides et ratio presu-
pone la tradición teológica a la que hemos hecho referencia, a la vez que tras-
lada esa terminología a un ámbito diverso del originario. Los tratadistas clási-
cos hablan, en efecto, de estados haciendo referencia a la naturaleza humana
en cuanto tal, es decir, al ser humano visto en su globalidad. La Fides et ratio
aplica, en cambio, ese modo de hablar a la filosofía, es decir, a una actividad
humana concreta. Esto implica, sin duda alguna, un salto. Aunque legítimo ya
que la actividad concreta a la que se hace referencia, es decir, la filosofía, no es
una actividad sectorial, sino global y globalizante, expresión de la tendencia,
connatural al hombre, a interrogarse sobre el fundamento último de la totali-
dad de lo real y, en consecuencia, o bien paralela y previamente, sobre su pro-
pio destino.

Una pregunta surge, por lo demás, de forma espontánea: ¿con cuál de las
dos tradiciones antes descritas entronca más directa y estrechamente la exposi-
ción de la Fides et ratio? A nuestro parecer puede darse una respuesta neta: con
la tomista, aunque con una fuerte conciencia de la historicidad del pensa-
miento y una aspiración decidida a cortar toda inferencia de signo naturalista
y, en ese sentido, integrando en el planteamiento tomista algunas de las preo-
cupaciones de fondo que subyacen a la tradición agustiniana. Así lo evidencian,
de una parte, la insistencia con la que la encíclica recalca que la filosofía no deja
en ningún momento, tampoco cuando está en íntima conexión con la fe, de ser
filosofía: no pierde ni su consistencia ni su autonomía; y, de otra, el énfasis

798
FE Y RAZON, FILOSOFIA y TEOLOGIA

igualmente decidido con el que subraya que la filosofía ha de estar en conexión


con la fe, o al menos abierta a ella, si no quiere entrar en crisis yautodestruirse.
Uno y otro punto se manifiestan con claridad en la exposición que la encíclica
hace de los diversos estados, de la que podemos pasar ya a ocuparnos.

2. La filosofla en sus diversos estados

Como ya apuntamos, en su descripción de los diversos estados o posi-


ciones de la filosofía en relación con la fe, la Fides et ratio sigue en los números
75 a 77 un orden no cronológico, sino sistemático, considerando primero los
estados que implican, por uno u otro motivo, una separación entre la razón y
la fe y pasando luego a considerar aquellos en los que se da una relación e
incluso, al menos en algunos aspectos, una interpenetración. En lo que sigue,
aún ateniéndonos al texto de la encíclica, nos acercaremos más a la sucesión o
desarrollo de los hechos.

a) La filosofla anterior al cristianismo

Una primera posibilidad en la posición histórica de la filosofía respecto a


la fe cristiana, es la que el número 75 de la Fides et ratio describe como «filoso-
fía totalmente independiente de la revelación evangélica», es decir -prosigue
la encíclica-, «la filosofía tal como se ha desarrollado históricamente en las
épocas precedentes al nacimiento del Redentor y, después, en las regiones
donde aún no se conoce el Evangelio. En esta situación, la filosofía manifiesta
su legítima aspiración a ser un proyecto autónomo, que procede de acuerdo con
sus propias leyes, sirviéndose de la sola fuerza de la razón» 32.
La valoración positiva de la filosofía tal y como se desarrolló en los tiem-
pos precristianos y se desarrolla ahora en ámbitos culturales no alcanzados por
el cristianismo, contenida en las frases recién reproducidas, provenientes del
número 75, no constituye una novedad en el texto de la encíclica, gran parte de
cuyo discurso se configura a través de la reafirmación de la capacidad cognosci-
tiva que posee la razón humana en cuanto tal. Las citas podrían por eso multi-
plicarse; limitémonos, sin embargo, en coherencia con el enfoque entre sistemá-
tico e histórico que hemos decidido seguir, a mencionar el amplio párrafo en el
que evoca la decisión con que los primeros pensadores cristianos, al plantearse
cómo presentar su propia fe al mundo grecorromano, optaron por entrar en diá-

32. Fides et ratio, n. 75.

799
JOS É LUIS ILLANES

logo no con las religiones en aquel momento difundidas, sino «con el pensa-
miento de los filósofos», viendo en sus obras un testimonio más cercano a la ver-
dad de Dios que el que ofrecían las religiones de la época 33. La filosofía, enton-
ces y en otros muchos momentos, ha sido, es y continuará siendo escuela para
el encuentro con la verdad, más aún, expresión ella misma de ese encuentro.

Ese aprecio no sólo en línea de principio, sino concreto, es decir, referido


a la filosofía tal y como de hecho se ha dado y se da fuera del contexto cultural
cristiano, no es, sin embargo, en la Fides et ratio, ingenuo o sin matices 34. La
valoración plenamente positiva contenida en el texto citado hace un momento,
se completa, en efecto -y algo parecido ocurre en otros lugares-, con un
inciso en el que se advierte que esa valoración yel consiguiente reconocimiento
de las fuerzas ínsitas en la inteligencia humana, se hace «siendo consciente de
los graves límites debidos a la debilidad congénita de la razón humana» 35.

Una lectura del conjunto de la encíclica permite concluir que con esa
observación -en la que cabe ver una referencia implícita a la herida infligida a
la naturaleza humana por el pecado- Juan Pablo II alude no sólo a' deficien-
cias o errores sobre puntos concretos, sino a una realidad más profunda: a la
tentación a curvarse sobre sí misma que incumbe sobre la razón humana,
cayendo en esa «soberbia filosófica", a la que ya antes aludíamos que lleva a atri-
buir valor de absoluto a sus propias construcciones 36. Lo que, obviamente, con-
duce a cerrarse a cuanto pueda venir de más allá de ella misma y, por tanto, a
la fe e incluso a toda verdadera comunicación interpersonal.
De ahí que la encíclica, en pasajes claramente complementarios de los
anteriores, dé un paso adelante hasta declarar que el don más importante que
la fe aporta a la razón precristiana es precisamente el de liberarla de la tentación
de autosuficiencia, abriéndola de esa forma -y abriendo con ella al hombre-
a su propia plenitud. Así lo hace, por ejemplo, en un pasaje en el que comenta
el capítulo tercero del Génesis y el primero de la Carta a los romanos, es decir,
dos de los textos bíblicos que fundamentan la doctrina cristiana sobre el
pecado: «la venida de C risto -afirma- ha sido el acontecimiento de salvación
que ha redimido a la razón de su debilidad, librándola de los cepos en los que
ella misma se había encadenado,,37. Las afirmaciones sobre la «sabiduría de la

33 . Fides et ratio, n. 36.


34. El calificativo «ingenuo), -mejor, <<uo ingenuo»- lo emplea la encíclica al tra-
tar de los Padres de la Iglesia y su diálogo con la filosofía grecorromana (n. 41) .
35 . Fides et ratio, n. 75.
36. Cfr. texto citado en nota 20.
37. Fides et ratio, n. 22; cfr. también n. 76.

800
FE Y RAZON, FILOSOFlA y TEOLOGlA

Cruz» como escollo que coloca a la filosofía ante la disyuntiva de naufragar o


de abrirse a horizontes nuevos, reciben, en ese contesto, toda su profundidad y
su sentido 38.

b) Del encuentro entre fe y filosofia a la filosofia separada

El dibujo que la Fides et ratio traza sobre la situación de la filosofía pre-


cristiana incluye, en suma, luces y sombras. Lo que es coherente no sólo con la
historia -las luces y las sombras están presentes en todo acontecer humano-,
sino también con la idea de fondo de la encíclica y su reflexión sobre la centra-
lidad de las relaciones entre razón y fe. No es por eso extraño que la Fides et
ratio pase inmediatamente después a tratar de lo que califica como «filosofía
separada», ya en un contexto cristiano o postcristiano. Hay razones para proce-
der así, y por cierto, no sólo sistemáticas, sino también de hermenéutica histó-
rica. No obstante, antes de hablar del estado de «filosofía separada», considera-
mos útil describir la etapa cronológicamente anterior, o sea, el encuentro de la
fe con la filosofía.

Ese encuentro tuvo lugar ya desde los inicios de la revelación cristiana,


más concretamente, durante el periodo bíblico, tanto veterotestamentario
como apostólic0 39 , pero alcanzó su cenit en los tiempos postapostólicos. Un
análisis de la literatura proveniente de las primeras fases de la época patrística,
pone de manifiesto los sentimientos de exaltación y plenitud que experimen-
taron los primeros cristianos, también, los que provenían de círculos ilustra-
dos, en el momento de su encuentro con el mensaje evangélico en el que se
ofrecía respuesta acabada y firme a los interrogantes con los que se enfrenta-
ban, sin alcanzar a resolverlos, los diversos sistemas filosóficos del momento.
Formados en la concepción socrático-platónica de la filosofía como modo de
vida y como apertura y amor a la verdad independientemente de cómo se diera
a conocer, resultó espontáneo en ellos que el cristianismo se les presentara
como la «verdadera filosofía» y que, de hecho, le dieran ese calificativo 40. En
consecuencia las filosofías proclamadas y practicadas por los pensadores paga-
nos venían a ser consideradas como expresiones de un fenómeno pertenecien-

38. Cfr. Fides et ratio, n. 23.


39. La Fides et ratio destaca al respecto dos momentos especialmente significativos:
los libros sapienciales, en el Antiguo Testamento; los escritos de San Pablo, en el Nuevo
(ver nn. 16-21 y 22-23) .
40. La Fides et ratío evoca este hecho en el n. 38, citando a San Justino y a Clemente
de Alejandría.

Ui'W/ ERSIDAD DE NAV~RA


BIBLIOTECA DE HUMANIDADES
JOSÉ LUIS ILIANES

tes a épocas pasadas, que podía darse por superado y clausurado al llegar la ple-
nitud cristiana.

Ese planteamiento no implicaba, en modo alguno, un desprecio de la


filosofía tal y como de hecho se había originado, constituido y desarrollado a lo
largo de las centurias precedentes. Al contrario, salvo contadas excepciones, los
autores de la época patrística la valoraban profundamente, si bien, ciertamente,
jamás la consideraron una realidad cerrada o substante en sí misma, sino
abierta, es decir, orientada a la verdad y, en consecuencia, a Cristo en quien
radica la plenitud de la verdad y del sentido: de ahí el calificativo de «prepara-
ción para el Evangelio» con que se la distinguió en ocasiones 41 . Tampoco impli-
caba, pasando del plano histórico al gnoseológico o epistemológico, una minus-
valoración de la razón o una renuncia a su ejercicio, sino algo muy distinto: su
potenciación en el seno de una inteligencia que se sabía nativamente abierta a
la verdad y puesta en conexión, gracias a la revelación divina, con la plenitud
de verdad que es Dios mismo. En otras palabras, en lo que desembocó el
encuentro histórico entre la fe y la razón, ya en la época de los Padres, fue en la
aparición de ese saber al que hoy designamos con la palabra «teología» y del que
la Fides et ratio se ocupa en números posteriores.
La situación que hemos descrito se mantuvo durante largo tiempo. Las
terminologías se modificaron. Las cuestiones que se afrontaban fueron evolu-
cionando. Los pensadores griegos y romanos -y posteriormente musulma-
nes- con los que se iba entrando en diálogo fueron variando según los
momentos y las épocas. Pero permaneció una actitud de fondo, con frecuencia
incluso expresamente formulada, pero en todo caso vivida.
La aguda conciencia acerca de la unidad de la vida intelectual que los
Padres y los medievales habían heredado de la tradición clásica, al unirse a su
profunda radicación en la verdad de la fe cristiana, desembocaba, tanto en unos
como en otros, con acentos diversos, pero con igual decisión, primero, en la
convicción de que carece de sentido, para un cristiano, pensar al margen de su
fe y, en segundo lugar, en la consideración de la teología como culmen y desa-
rrollo connatural de ese pensar. Y ello no de forma abstracta o genérica, sino
concreta, es decir, orientando de hecho la propia actividad intelectual hacia la
teología. Filosofía y teología tendían así a ser consideradas no tanto como dos

41. Así lo hace Clemente de Alejandría -como recuerda la Fides et ratio en el


número citado en la nota anterior- y lo reiteran, con esas u otras palabras, otros auto-
res. Añadamos, a modo de apunte histórico, que la presentación del cristianismo como
«la verdadera filosofía" desapareció en el Medievo para reaparecer, aunque con otros
acentos y más bien esporádicamente, en tiempos del Humanismo renacentista.

802
FE Y RAZÓN. FILOSOFlA y TEOLOGlA

saberes que se desarrollan paralelamente cuanto, más bien, como dos manifes-
taciones, cronológica y culturalmente distintas, de la misma actitud funda-
mental: el dinamismo de la razón en orden a buscar la verdad o a profundizar
en ella una vez encontrada. De ahí la tendencia a acudir a los términos «filoso-
fía» y «filósofo» cuando se trataba de hablar de los pensadores precristianos, uti-
lizando, en cambio, los vocablos «teología» y «teólogo» para designar el pensar
en un contexto cristiano 42.
Ciertamente, cuando el diálogo cultural lo reclamaba o cuando los gus-
tos personales así lo sugerían, los pensadores cristianos tanto de la época patrís-
tica como, más programáticamente, los de la medieval no sólo comentaron
obras de filósofos griegos o romanos sino que dieron vida a obras y tratados
que, con el lenguaje actual, calificaríamos sin más de filosofía. Ciertamente,
también, el tránsito desde la teología patrística a la medieval y, dentro de esta
última, desde la teología monástica a la escolástica propiamente dicha, así como
-cuestión no separable de la anterior- el tránsito desde el diálogo con el pla-
tonismo al diálogo con el aristotelismo, estuvieron acompañados de variaciones
en la valoración del proceder filosófico en cuanto ta1 43 • Pero el hecho es que,
durante siglos, los diversos autores cristianos cuando pensaron en esbozar expo-
siciones sintéticas, lo hicieron a nivel de teología y no de filosofía. De hecho
para encontrar un intento de síntesis puramente filosófica de cierto relieve es
necesario esperar hasta 1597 año en que Francisco Suárez publicó sus Disputa-
tiones metaphysicae, iniciando así un género, el de los cursos filosóficos, que
tuvo múltiples seguidores entre los escolásticos posteriores 44.
Pero si Suárez, y algunos de los autores que le preceden -incluido,
aunque con reservas, el propio Tomás de Aquino-, pueden ser presentados
como propugnadores de la posibilidad de una filosofía metodológicamente
autónoma, no lo son, en modo alguno, de una filosofía separada. Suárez en
concreto fue, en todo momento, un teólogo y sus Disputationes metaphysicae

42. Esta tendencia lingüístico-terminológica, presente en los Padres se mantiene en


los autores medievales, agudizándose incluso en alguno de ellos, especialmente en Duns
Escoto; cfr. al respecto nuestro estudio Estructura y fonción de la Teología en Juan Duns
Escoto, en "Scripta Theologica" 22 (1990) 49-86.
43. La Fides et ratio deja constancia de ello, atribuyendo singular importancia a este
respecto a Anselmo de Cantorbery (n. 42) y sobre todo a Tomás de Aquino (nn. 43-
44), al que alaba por haber sabido afirmar, al mismo tiempo, "el carácter sobrenatural»
de la fe, el «valor» de la razón y "la armonía» entre ambas, lo que hace merecedor de
la condición de "maestro de pensamiento y modelo del modo correcto de hacer teolo-
gía».
44. A la obra de Suárez que mencionamos, hace alusión la Fides et ratio, n. 62, seña-
lando la importancia histórica del influjo por él ejercido.

803
JOSÉ LUIS ILLANES

fueron concebidas, según declara expresamente su proemio, como prope-


déutica para la teología. La figura de la filosofía separada -es decir, el
intento, en una etapa cronológica y culturalmente posterior al cristianismo,
de filosofar excluyendo programáticamente toda conexión con la fe-, aun-
que tenga antecedentes en el averroísmo medieval y en algunos filones del
aristotelismo renacentista, data, como fenómeno cultural, de años posterio-
res. Su aparición puede, en efecto, situarse en Descartes y, más concreta-
mente, en el pasaje del Discurso del método en el que Descartes declara que
la inteligencia, llegada en sus días a una etapa de madurez cultural, debe
hacer pasar ante el tribunal de la razón los conocimientos recibidos, rete-
niendo los que ese tribunal reconozca como válidos y desechando los que ese
tribunal repruebe 45.

Sean cuales fueren las disposiciones y preocupaciones religiosas de Des-


cartes, cuestión sobre la que se ha discutido y sobre la que se puede continuar
discutiendo, es un hecho que en su obra -y, sobre todo, a partir de ella- la
filosofía se concibe como un saber que aspira a desarrollarse excluyendo, más
aún, rechazando, a priori y por principio, todo influjo de la fe. Ahí puede, pues,
situarse el comienzo -al menos el comienzo formal- de lo que la Fides et ratio
califica como «drama de la separación entre fe y razón» 46, y cuya génesis traza
con consideraciones diferentes de las que hemos desarrollado, pero substan-
cialmente coincidentes. «A partir de la baja Edad Media -citemos las palabras
textuales de la encíclica- la legítima distinción entre los dos saberes se trans-
formó progresivamente en una nefasta separación. Debido al excesivo espíritu
racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las posturas, llegándose de
hecho a una filosofía separada y absolutamente autónoma respecto a los conte-
nidos de la fe». «Entre las consecuencias de esta separación -prosigue, entre-
mezclando referencias históricas con valoraciones sistemáticas- está el recelo
cada vez mayor hacia la razón misma. Algunos comenzaron a profesar una des-
confianza general, escéptica y agnóstica, bien para reservar mayor espacio a la
fe, bien para desacreditar cualquier posible referencia racional a la misma. En
resumen, lo que el pensamiento patrístico y medieval había concebido y reali-
zado como unidad profunda, generadora de un conocimiento capaz de llegar a
las formas más altas de la especulación, fue destruido de hecho por los sistemas
que asumieron la posición de un conocimiento racional separado de la fe o
alternativo a ella» 47.

45. Discurso del método, parte segunda (Oeuvres completes, ed. Adam-Tannery, t. 6,
13-14).
46. Es el título de uno de los apartados del capítulo ,cuarto (nn. 45 ss.).
47. Fides et ratio, n. 45.

804
FE Y RAZON, FlLOSOFfA y TEOLOGfA

e) Implicaciones o desarrollos de la filosofla separada

La separación programática entre filosofía y fe que se anunciaba en algu-


nos pensadores tardo medievales y se instauró y consolidó a partir del raciona-
lismo y la ilustración, da origen a un proceso que Juan Pablo II no vacila en
calificar de «drama». Un análisis de la historia de las ideas permite percibir que
esa separación se abría a dos posibilidades, muy diversas entre sí e incluso anti-
téticas, pero ambas abocadas a resultados no menos dramáticos.
De una parte, si se mantienen las ansias de globalidad Ínsitas en la entraña
misma de la filosofía -del amor a la verdad total de la que la filosofía es expre-
sión-, el programa de una filosofía cultivada en un ambiente cristiano y, a la
vez, ajena por entero a la fe provoca, de forma espontánea y casi inevitable, la
aspiración a «racionalizan> la fe cristiana, es decir, a presentar el misterio de Dios
-y el del mundo en Dios- como realidades alcanzables de forma plena y sin
residuos por la razón en su dinamismo natural y, en consecuencia y más radi-
calmente, pertenecientes al dinamismo propio de lo real en cuanto tal. En otras
palabras, y expresándonos en los términos de la propia Fides et ratio, da origen a
intentos que aspirar a «transformar la fe y sus contenidos, incluso el misterio de
la muerte y resurrección de Jesucristo, en estructuras dialécticas concebibles
racionalmente» 48. Lo que, como resulta obvio y confirman los desarrollos a que
dieron lugar los planteamientos romántico-idealistas, termina por incidir en un
panteísmo de tipo gnóstico, con los equÍvocos y los desengaños, tanto existen-
ciales como, en más de un caso, socio-políticos, que todo panteísmo implica.
De otra parte, yen dirección opuesta, la decisión de cerrarse a todo influjo
de la fe cristiana puede conducir, si quiere ser coherente consigo misma, a
cerrarse al influjo de cualquier fe y, a fin de cuentas, al influjo de cuánto tras-
ciende a la inteligencia. La aspiración a la verdad plena que sostenía el quehacer
filosófico desde sus inicios en la época clásica, resulta así cercenada y, en conse-
cuencia -volvamos al texto de la encíclica, en frase ya citada pero que merece
la pena reproducir de nuevo--, se cambia «el papel mismo de la filosofía»: «de
sabiduría y saber universal, se ha ido reduciendo progresivamente a una de tan-
tas parcelas del saber humano; más aún, en algunos aspectos se la ha limitado a
un papel del todo marginal» provocando así un vacío que, en la práctica, termi-
nará siendo ocupado por «otras formas de racionalidad», más concretamente,
por formas de racionalidad exclusivamente instrumental, hedonista o utilitarista,
con el empobrecimiento antropológico que unas y otras implican 49.

48. Fides et ratio, n. 46; cfr. también n. 77.


49. Fides et ratio, n. 47.

805
JOSÉ LUIS ILLANES

De esas dos posibilidades la Fides et ratio dedica más atenclOn a la


segunda, y justamente, puesto que, aunque tal vez no sea la más espontánea
-no sólo el idealismo romántico sino, antes, la figura de un Baruch Spinoza
permitirían postular lo contrario-, es, en todo caso, la que históricamente se
ha impuesto, como evidencia el desarrollo del filosofar europeo en el que, a par-
tir de la crisis del racionalismo, se ha desembocado en una fragmentación del
saber y, en consecuencia, en una pérdida de la conciencia de sentido y, por
tanto y en última instancia, en el nihilismo S0. En todo caso, la realidad es que,
por una u otra vía, la filosofía separada, al «rechazar las aportaciones de verdad
que derivan de la revelación divina», cierra <<el paso a un conocimiento más pro-
fundo de la verdad» que termina «dañando a la misma filosofía» 51 y, en conse-
cuencia al hombre, al que la filosofía debe servir.

d) De la filosofla separada a la filosofla cristiana

La experiencia de las implicaciones dramáticas ínsitas en el proyecto de


una «filosofía separada» conduce a denunciar la falsedad del apriori sobre el que
ese proyecto se fundamenta -la apología de una razón abstracta, liberada de
raíces y basada sobre sí misma- y a propugnar una razón abierta e histórica-
mente situada. Más concretamente, una razón que no rechace el contacto con
la religión y, en consecuencia, con la fe cristiana. De ahí el paso que da la Fides
et ratio que, tanto en los pasajes en que describe la historia del pensamiento
como en la exposición sintética realizada al describir los estados de la filosofía,
concluye propugnando un reencuentro entre fe y razón. Más concretamente,
un reencuentro que se despliega en dos direcciones: pensar en la fe y pensar la
fe y desde la fe; en otros términos, la filosofía cristiana y la teología. Dejando
para más adelante la segunda, ocupémonos ahora de la primera.
La expresión «filosofía cristiana» puede recordar las afirmaciones patrís-
ticas sobre el cristianismo como «verdadera filosofía». Estamos, sin embargo,
ante dos terminologías muy diversas. El dicho patrístico entiende la palabra
«filosofía» en sentido amplio, como apertura a la verdad por cualquier vía o
camino, y dice referencia al cristianismo considerado en su globalidad e
incluso, decididamente, como mensaje de salvación. La expresión «filosofía
cristiana» apunta en cambio a la filosofía entendida como saber formal y espe-

50. Es la secuencia histórico-cultural que traza la propia encíclica en los números


recién citados, es decir, el 46 y el 47; ver también nn. 80 y 85 .
51. Fides et ratio, n. 75.

806
FE Y RAZ6N, FlLOSOFlA y TEOLOGlA

cíficamente racional, como saber cuyo contenido y cuya verdad son percepti-
bles por la razón humana en el despliegue de sus fuerzas nativas, independiente
por tanto -desde una perspectiva ontológico-constitutiva, aunque no necesa-
riamente desde una perspectiva histórica- de toda fe religiosa y, en términos
más amplios, de toda instancia transracional 52 •
Aparte de usos esporádicos en otros periodos históricos, la expreslOn
"filosofía cristiana» se consagra, con el significado al que acabamos de hacer
referencia, casi en nuestros días y con la intención precisamente de superar las
aporías a que había dado lugar el proyecto de una filosofía separada. Los auto-
res, especialmente franceses pero también de otras áreas culturales, que acudie-
ron a esa terminología aspiraban, en efecto, a afirmar a la vez, de una parte, la
capacidad cognoscitiva de la razón -más aún, la posibilidad de alcanzar, con
las solas fuerzas naturales, una comprensión del conjunto de la realidad-, y,
de otra, la apertura de esa misma razón a verdades que la trascienden y que, en
consecuencia, pueden incidir en ella 53. La Fides et ratio presupone esa historia,
a la que alude, comenzando el párrafo que ahora nos ocupa precisamente con
unas palabras que implican asumirla aunque a la vez marcando una cierta dis-
tancia: «una segunda posición [estado] de la filosofía es la que muchos desig-
nan con la expresión filosofía cristiana» 54.

En todo caso, y más allá de terminologías y de antecedentes históricos, la


realidad es que la encíclica precisa con claridad el mensaje que quiere proponer
con su invitación a la filosofía cristiana, realizando al efecto tres afirmaciones
encadenadas:

a) advierte ante todo que con esa invitación <<00 se pretende aludir a una
filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la fe como tal no es una filosofía» 55 ;

52. Como se deduce de cuanto venimos diciendo, pero quizá no esté de más seña-
larlo expresamente, este concepto de filosofía es mucho más estricto que el clásico y pre-
supone algunos de los avatares del pensamiento occidental a los que hemos hecho refe-
rencia, junto a otros que trascienden la temática que nos ocupa. Por lo demás, como ya
apuntamos (cfr. nota 18), en la Fides et ratio, así como en la conversación ordinaria, esos
dos significados -junto a un tercero más genérico e indefinido: la filosofía como refle-
xión rigurosa- se entremezclan pasándose con facilidad del uno al otro.
53, El momento más significativo para la delimitación del concepto lo constituyó,
sin duda alguna, el debate que, en la década de 1930, tuvo lugar en Francia, con reper-
cusión en otros países. Una buena síntesis de ese debate en A. LIVI, 11 cristianesimo nella
filosofia, I..:Aquila 1969.
54. Fides et ratio, n, 76.
55 . Ibidem. Que la fe cristiana no es una filosofía, así como la consideración paralela
según la cual la Iglesia no tiene ni propone una filosofía propia, es proclamado también
en otros lugares; ver especialmente n. 49, así como, en términos histórico-descriptivos,
pero que implican una toma de posición de carácter teorético, nn. 58-59.

807
JOSÉ LUIS ILLANES

b) precisa a continuación que, por otra parte, lo que aspira a decir tam-
poco tiene un significado meramente histórico o fáctico: «no se hace referencia
simplemente a una filosofía hecha por filósofos cristianos, que en su investiga-
ción no han querido contradecir su fe» 56,
c) con ese apelativo se trata, en suma, hablando positivamente, de aludir
a «un modo de filosofar cristiano, una especulación filosófica concebida en
unión vital con la fe» 57; en otras palabras, a un pensar en la fe y dejándose ilu-
minar por ella.
La encíclica señala, en concreto, que la contribución que la fe aporta al
filosofar es doble. De una parte, una contribución de carácter subjetivo, ayu-
dando al filósofo a superar la tendencia a la suficiencia, a <<la presunción» que,
como pensador, puede amenazarle. De otra, una contribución de carácter obje-
tivo, puesto que «la revelación propone claramente algunas verdades que, aun
no siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran sido nunca
descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola» 58.
La Fides et ratio es decidida en su crítica a la filosofía separada y a toda
ruptura programática entre fe y filosofía, pero lo es igualmente no sólo en la:
preocupación por recalcar que en su conexión con la fe la razón no se destruye
sino que se potencia, sino también en el deseo de proclamar que esa conexión
puede darse a nivel de filosofía, es decir, sin que el pensar se transforme en pen-
sar teológico. «Al especular sobre estos contenidos, los filósofos -continúa en
efecto la encíclica- no se han convertido en teólogos, ya que no han buscado
comprender e ilustrar la verdad de la fe a partir de la Revelación. Han traba-
jado en su propio campo y con su propia metodología puramente racional,
pero ampliando su investigación a nuevos ámbitos de la verdad» 59. Al abrirse a
la fe, el creyente puede, ciertamente -más aún, debe-, aspirar a profundizar
en lo creído, lo que, a nivel científico, daría lugar a la teología; pero puede tam-
bién, a nivel científico, decidir continuar actuando como filósofo, ya que, al
dejarse iluminar por la fe, la filosofía, aunque resulte fortalecida tanto subjetiva

56. Fides et ratio, n. 76.


57. Ibidem.
58. Ibidem. El texto prosigue enumerando, a modo de ejemplo, algunas de las ver-
dades que la fe ha hecho presentes en el ámbito filosófico: la idea precisa de un Dios
personal, la realidad del pecado, la concepción de la persona... ; otro intento de ejem-
plificación de verdades pertenecientes a la fe y de «valor filosófico» puede encontrarse
en n. 80. En términos genéricos, se expresa la misma idea en otros lugares, particular-
mente en toda la exposición histórica sobre el encuentro entre la fe y la filosofía (nn. 16
ss. y 36 ss.) yen n. 101.
59. Fides et ratio, n. 76.

808
FE Y RAZÓN, FILOSOFIA y TEOLOGIA

como objetivamente, no es falseada, ni pierde su autonomía 60. La filosofía cris-


tiana, tal y como Juan Pablo 11 la entiende es, en suma, filosofía, y ello en sen-
tido fuerte y pleno, es decir, saber racional, fruto del proceder según razón de
una inteligencia que reconoce la verdad de la revelación pero que, en ese
momento concreto de su proceder, no se fundamenta en ella.
En este punto la Fides et ratio -tanto en los párrafos reClen citados
como, en general, en todos los que dedica a tratar de las relaciones entre filo-
sofía y fe cristiana- está en clara y decidida continuidad con el «ino temáis
abrir las puertas a Cristo!» con que Juan Pablo II, en los inicios de su pontifi-
cado, se dirigió a los pueblos y a las culturas 61. A la vez que presupone un cierto
modo de entender el proceder filosófico y, más concretamente, de distinguir
entre sí el proceder filosófico y el teológico. Pero, para glosar este punto, hace
falta que dirijamos primero nuestra atención hacia la teología.

IV. NATURALEZA Y MISION DE LA TEOLOGíA

Se ha dicho con alguna frecuencia que la Fides et ratio es una encíclica


sobre la filosofía. Esa afirmación -que en páginas anteriores hemos hecho en
parte nuestra- podría matizarse ya que el tema de la encíclica es, en última
instancia, el acceso a la verdad y, en referencia a esa temática, la fe y la razón.
Es cierto, no obstante, que el referente directo de la Fides et ratio es, de ordina-
rio, la filosofía. No es menos cierto a la vez que, aunque no sea su referente fun-
damental, la encíclica tiene constantemente presente a la teología. Y que, en
consecuencia, presupone y trasmite un concepto o noción de teología, sobre el
que conviene meditar.

1. La teología, pensar la fe y pensar desde la fe

Una lectura, incluso rápida, de la Fides et ratio evidencia que la encíclica


entronca decididamente con el concepto de teología acuñado por la tradición

60. La Fides et ratio alude repetidamente a la autonomía del filosofar proclamando su


legitimidad, si bien no siempre precisa e! alcance del vocablo (cfr. nn. 16, 45, 48, 49, 67,
75,77,79,80,85 Y 108). Critica en todo caso la autonomía cuando se atribuye al término
un sentido absoluto como independencia frente a la verdad y al creador: cfr. nn. 15 y 80.
6!. Alocución durante e! rito solemne para e! inicio de! pontificado, 22-X-1978
(MS 70, 1978, 947); un comentario a ese texto en nuestra obra Iglesia en la historia,
cit., pp. 142-145.

809
JOSÉ LUIS ILLANES

clásica. Así lo manifiestan, junto al tono general del documento, el recurso, pre-
cisamente a este respecto, tanto a San Agustín, dos de cuyas expresiones -inte-
lligo ut credam, credo ut intelligam- dan título a los capítulos segundo y ter-
cero de la encíclica, como a San Anselmo, al que cita con tono especialmente
laudatorio y del que asume el proyecto expresado en el fides quaerens intellec-
tum 62 , ya Santo Tomás de Aquino, presentado como «maestro de pensamiento
y modelo del modo correcto de hacer teología» 63.
Las declaraciones expresas son igualmente netas. Aunque Juan Pablo II no
aspira formalmente a dar una definición formal de la teología, su texto contiene
diversos pasajes en los que, al hilo del discurso, procede de hecho a dar una defi-
nición. Citemos concretamente los tres que nos parecen más significativos:
-la teología es la «elaboración refleja y científica de la inteligencia de
esta palabra (la de la revelación) a la luz de la fe» 64;
- «para la teología, el punto de partida y la fuente original, debe ser
siempre la palabra de Dios revelada en la historia, mientras que el objetivo final
no puede ser otro que la inteligencia de ésta (la palabra de Dios), profundizada
progresivamente a través de las generaciones» 65;
- «el objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en presen-
tar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe» 66.
En todo momento la teología es, en suma, considerada y descrita, definida,
como intellectus fidei, como proceso por el que la inteligencia creyente aspira a
entender y explicar de forma cada vez más plena de la verdad en la que cree 67 •
Todo ello es, repitámoslo, clásico. No obstante, conviene subrayar un matiz cuyo
olvido podría conducirnos a una interpretación reductiva de lo que debe enten-
derse por inteligencia de la fe y a una comprensión equivocada del teologizar y,
particularmente, del teologizar tal y como lo propugna Juan Pablo II.
Las expresiones «inteligencia de la fe» y «explicación de la fe» podría, en
efecto, entenderse como si la teología consistiera sola y exclusivamente en expli-
car el contenido de la fe dando a la palabra «explican> una significación restric-
tiva, es decir, reduciendo la función del teólogo a la tarea de glosar la confesión

62. Fides et ratio, nn. 14 y 42.


63. Fides et ratio, n. 43.
64. Fides et ratio, n. 64.
65. Fides et ratio, n. 73.
66. Fides et ratio, n. 93.
67. La noción de intellectus fidei, inteligencia de la fe, es ampliamente glosada en
Fides et ratio, nn . 65-66.

810
FE Y RAZON , FILOSOFlA y TEOLOGIA

de fe, poniendo de manifiesto la inteligibilidad de los misterios revelados hasta


llegar, como meta suprema, a evidenciar la íntima conexión que reina entre
ellos. Ciertamente la teología se ocupa de todo eso. Más aún, lo indicado cons-
tituye su momento básico y, en consecuencia, imprescindible y fundante. Pero,
tanto en sí misma como en la enseñanza de Juan Pablo II, implica algo más.
Los misterios de la fe, las verdades dogmáticas, los artículos del Credo son ele-
mentos de un todo dotado de inteligibilidad y de trabazón, y en la percepción
de esa inteligibilidad se enraíza el teologizar, pero no se debe olvidar que ese
todo, al desvelar el sentido último de la vida y de la historia, afecta al núcleo
mismo del existir humano. Explicar la fe implica, por tanto, no sólo analizar el
sentido y la coherencia del mensaje en el que el cristiano cree, sino, a la vez e
inseparablemente, poner de manifiesto cómo ese mensaje ilumina el conjunto
de la realidad y la totalidad de nuestro existir. La teología reclama no sólo pen-
sar a Dios, sino también, y como consecuencia, pensar desde Dios.
Cuanto acabamos de decir entronca con una de las afirmaciones funda-
mentales de la Fides et ratio, su reivindicación del carácter sapiencial del cono-
cer humano. Esa perspectiva, que determina, como ya hemos tenido ocasión de
señalar, muchas de sus consideraciones respecto a la filosofía, incide también en
el modo de entender la teología. Más aún, en este caso tiene acentos especial-
mente marcados. El mensaje cristiano, en cuanto mensaje de salvación, posee,
en efecto, intrínseca y necesariamente, una dimensión sapiencial, y por cierto
en grado sumo. Mejor, es sapiencial por esencia. Juan Pablo II, que ya desde los
comienzos de su itinerario intelectual había proclamado esta realidad 68, la rei-
tera ampliamente en la Fides et ratio, en la que no sólo evoca, una vez más, uno
de los textos que con más frecuencia reaparecen en su magisterio: el pasaje de
la Gaudium et spes en el que se declara que en Cristo, y sólo en Cristo, se le
revela con plenitud al hombre su propio misterio 69 , sino que subraya con fuerza
sus implicaciones. La «convicción fundamental» de la «filosofía», es decir, del
mensaje preñado de verdad contenido en la Biblia, es, podrá así decir hacia el
final de la encíclica, «que la vida humana y el mundo tienen un sentido y están
orientados hacia su cumplimiento, que se realiza en Jesucristo» 70 .
Radicada en esa «convicción fundamental", la teología no puede olvidar que
versa sobre un mensaje en el que se le desvela al hombre el sentido último de la
realidad. Más aún, debe ser en todo momento consciente de ello, procediendo de

68. Ver al respecto nuestro estudio Antropocentrismo y teocentrismo, en <<5cripta


Theologica" 20 (1988) 643-665 (recogido en Iglesia en la historia, cit., pp. 97-120).
69. Fides et ratio, n. 12, que remite a Gaudium et spes, n. 22.
70 . Fides et ratio, n. 80.

811
JOSÉ LUIS ILLANES

modo que, sin merma de la cientificidad que le es propia, más aún, en plena cohe-
rencia con ella, evidencie en todos y cada uno de sus pasos las implicaciones exis-
tenciales del mensaje que analiza y explica. Dicho con otras palabras, tomadas del
texto mismo de la encíclica, la teología debe proceder «no sólo asumiendo las
estructuras lógicas y conceptuales de las proposiciones en las que se articula la ense-
ñanza de la Iglesia, sino también, y primariamente, mostrando el significado de
salvación que estas proposiciones contienen para el individuo y la humanidad» 71 •

Santo Tomás de Aquino, se planteó, al inicio de la Summa Theologiae, y


ya antes en el Comentario a las Sentencias, si en teología se da la distinción que
la tradición intelectual aristotélica había establecido entre el momento especula-
tivo y el práctico. Respondió diciendo que la teología es simultáneamente espe-
culativa y práctica ya que considera la realidad desde la perspectiva de la palabra
con la que Dios desvela, a la vez e inseparablemente, su propio ser y el origen y
la meta de todas las cosas, y por tanto no necesita elevarse hasta la percepción
del fin para, desde él, descender luego al ulterior análisis de la realidad, sino que,
desde el inicio, se encuentra situada en el fin desde el que la totalidad puede, y
debe, en última instancia, ser valorada 72. Con un lenguaje diverso, la Fides et
ratio no sólo expresa la misma concepción, sino que la radicaliza o amplía.

Teologizar, es, en suma, profundizar en el núcleo central de la fe cristiana


y, desde ese núcleo, dirigir la mirada al conjunto de lo real. Ciertamente, allan-
zar esa mirada -o, si se prefiere, para lanzarla- el teólogo deberá entrar en
diálogo con las experiencias y los saberes humanos, de los que no puede en
modo alguno prescindir: nada, en efecto, tampoco la conciencia de la verdad
de la revelación, autoriza, un despotismo gnoseológico, es decir, un desconoci-
miento de la diversidad de niveles intelectuales y, por tanto, de la diversidad de
ciencias y saberes. Pero es también verdad que en ese diálogo la teología no se
limita a escuchar, sino que aporta -debe aportar- su propia palabra, que, en
ocasiones, impulsará a replantear lo afirmado por otros saberes y que, en todo
caso, contribuirá a valorarlos y a definir su posición en referencia al fin o meta
que dota de plenitud de sentido a la existencia humana.

Con expresión acuñada por la teología italiana, puede decirse que la teo-
logía no es sino el eco de esa capacidad de pensar «el entero», la totalidad de las
cosas, que otorga la palabra de Dios. Y que, en consecuencia, despliega sus vir-

71. Fides et ratio, n. 66. Sobre algunos aspectos con la cuestión que estamos tratando,
puede verse lo ya expuesto por nosotros mismos en Misión de la teología según la encí-
clica «Fides et ratio», en AA.Vv., Diálogos de Teología. Paternidad de Dios y salvación del
hombre, Valencia 1999, pp. 77-90.
72. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, 1, q. 1, a. 4.

812
FE Y RAZON, FlLOSOFIA y TEOLOGIA

tualidades analizando los diversos ámbitos y dimensiones de lo real precisa-


mente en referencia a ese entero, a esa unidad del conjunto de lo real que la fe,
desvelando la meta última del acontecer, permite percibir. Es esa aspiración,
connatural a la teología, lo que hace que hoy y ahora tenga algo decisivo que
decir en orden a afrontar la crisis contemporánea tal y como la Fides et ratio la
describe, es decir, en cuanto crisis de sentido. Si bien para eso hace falta que
lleve hasta sus últimas consecuencias el dinamismo intelectual que le es propio.
Pero esto nos conduce al segundo punto que debemos considerar en orden a
glosar la invitación o reto que la encíclica dirige a la teología: el carácter intrín-
secamente metafísico del teologizar.

2. Dimensión metaftsica de la teología

Para que la teología pueda afrontar la tarea que está llamada a desempe-
ñar es, en efecto, necesario que sea consciente de su dimensión metafísica. Al
realizar esa afirmación nos situamos ante una exigencia que la Fides et ratio rei-
tera con frecuencia 73 , precisando además, en diversos momentos, el sentido de
ese mensaje. «No quiero hablar aquí -leemos en uno de los pasajes más signi-
ficativos, entre otras cosas porque en él se ocupa expresamente del problema del
sentido- de la metafísica como si fuera una escuela específica o una corriente
histórica particular. Sólo deseo afirmar que la realidad y la verdad transcienden
lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capacidad que el hombre tiene de cono-
cer esta dimensión trascendente y metafísica de manera verdadera y cierta, aun-
que imperfecta y analógica». «En este sentido -continúa-, la metafísica no se
ha de considerar como alternativa a la antropología, ya que la metafísica per-
mite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la persona
por su condición espiritual. (oo.) No es posible detenerse en la sola experiencia;
incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y
su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su natu-
raleza espiritual y el fundamento en que se apoya» 74 .
La necesidad del tránsito a la metafísica, de impulsar la reflexión y el pen-
sar de modo que, yendo más allá de lo descriptivo, aspire a llegar a consideracio-
nes dotadas de ultimidad, afecta, por lo demás, no sólo a la teología, sino también
a la filosofía. Sólo que con matices diversos, no en la substancia pero sí en la expre-
sión y en la metodología. La filosofía --dirá la encíclica- no puede limitarse a la

73. Ver Fides et ratio, nn. 22,46,55,61,76,83,84,88,95,97,98,105 , 106.


74. Fides et ratio, n. 83.

813
JOSÉ LUIS ILLANES

descripción de la experiencia, sino que debe dar el paso «del fenómeno al funda-
mento» 75 . La teología, a su vez, no puede limitarse a una mera reiteración o glosa
de las narraciones que la Biblia trasmite, ya que el contenido de los textos bíblicos,
de los que la teología ciertamente parte, «no se reduce a la narración de meros
acontecimientos históricos», puesto que se trata de textos en los que se presentan
«acontecimientos que van más allá de las vicisitudes históricas» 76.
Los escritos bíblicos narran, ciertamente una historia, pero una historia en
y través de la cual se manifiesta, se da a conocer, nuestra salvación, es decir, Dios
mismo, que es a la vez e inseparablemente nuestro salvador y nuestra salvación.
Hacia ese núcleo debe, pues, dirigirse la teología en cuanto ciencia, de modo que
<<el verdadero centro de su reflexión será la contemplación del misterio mismo
de Dios Trino», al que llega «reflexionando sobre el misterio de la encarnación
del Hijo de Dios» hasta descubrir en Cristo Jesús a la plenitud de un «amor que
se da sin pedir nada a cambio»77 . La reflexión cristiana parte, en suma, de Cristo,
penetrando en él, en su realidad y su misterio, hasta percibir, a la vez con niti-
dez y con asombro, con maravilla y con agradecimiento, la realidad de un Dios
que se entrega, de un Padre que envía a su Hijo para que, haciéndose presente
en la historia y comunicándonos el Espíritu, nos introduzca en la comunión con
el Padre, fuente y origen de toda la Trinidad y de toda vida.
En estos pasajes la Fides et ratio entronca -aunque no lo mencione- con
el modo de hablar de quienes contribuyeron de forma decisiva a introducir la
palabra teología en el lenguaje cristiano, es decir, los Padres griegos y su distinción
entre economía y teología 78 • Los Evangelios y el conjunto de la Escritura narran
una economía, o sea, una historia que no es fruto del acaso sino de un plan, de
un designio. Una historia que, en consecuencia, presupone y manifiesta a Aquel
a cuyo designio obedece. La economía remite, pues, a la teología, allogos o ver-
dad de lo que Dios es y del amor con que actúa. La mirada del creyente no puede

75. Fides et ratio, n. 83.


76. Fides et ratio, n. 94; ver también, en el mismo sentido, n. 66; así como nn. 61-
63, que son, sin duda, los pasajes en los que la encíclica reprocha más fuertemente a la
[eología -a algunos sectores de la [eología y, más concretamente, de la [eología con-
[emporánea- su falta de radicalidad especula[iva.
77. Fides et ratio, n. 93.
78. La Fides et ratio pone de manifiesto la importancia de la reflexión de los Padres
griegos en orden a la purificación del concepto de Dios y a la profundización en la com-
prensión 'de su realidad y su trascendencia (cfr. nn. 39-40), pero, como hemos señalado
en el texto, no alude a la distinción entre economía y [eología. Puede ser algo casual,
aunque también cabe ver en ello un reflejo del hecho de que la encíclica no se ocupe
directamente de la teología y, en consecuencia, no intente esbozar una panorámica de
su historia y de sus avatares, como en cambio sí lo hace respecto de la filosofía.

814
FE Y RAZ6N, FILOSOF1A y TEOLOG1A

detenerse en los sucesos narrados sino que a través de ellos, mejor, en ellos, debe
dirigirse a Aquél a cuyo designio obedecen y del que, en consecuencia, brotan,
Desde la historia el cristiano, y el teólogo, han de elevarse hasta la Trinidad en sí
misma, hasta la Trinidad inmanente, porque la historia, la economía que la Biblia
recoge, no es otra cosa que el manifestarse de un Dios Trino que, al hacerse pre-
sente en y a través del acontecer, da a conocer que Él mismo es nuestro destino.
Ése es, pues, el reto que la Fides et ratio lanza a la teología: ir al fondo del
empeño que la define, atreverse a desplegar todas las implicaciones del mensaje
evangélico, pensándolo a fondo, reviviéndolo metafísicamente, es decir, yendo
más allá de lo contado, de lo descrito, para expresar la verdad profunda sobre
Dios y sobre el hombre que en todo ello se contiene. Se trata de un reto cuya
acogida implica, sin duda alguna, audacia, esa audacia intelectual de la que
hablamos al principio, es decir, una audacia que es a la vez confianza en la inte-
ligencia, homenaje a la verdad de Dios. El cristiano en cuanto teólogo -y todo
cristiano lo es de algún modo, análogamente a como todo hombre es también
de algún modo filósofo- no sólo confiesa la verdad de lo creído, sino que, cons-
ciente de la riqueza y la infinitud que esa verdad posee, aspira a penetrar en ella,
a comprenderla cada vez mejor, ya dejar, en consecuencia, que la luz que implica
reverbere en todo el conjunto de su pensar. El «atreverse a pensan> llega así a su
cumbre, ya que se trata de un atreverse a pensar a Dios, y, en Dios y desde Dios,
el universo entero lanzando confiada y audazmente la propia inteligencia por los
caminos que abre la palabra divina. Y, a la vez, llega a su cumbre la humildad,
en la constante advertencia de la infinita sobreabundancia de lo divino.

La teología -al menos la teología y como la entienden la Fides et ratio y


la tradición con la que entronca- no es, en suma, otra cosa que la manifesta-
ción o fruto de la audacia de una razón, que, consciente de la plena verdad de la
palabra que Dios le dirige y a la que la fe le abre, se lanza a la aventura de pene-
trar en ella, con conciencia, en todo momento, de la excelsitud de Dios y, por
tanto, en actitud de adoración, pero, a la vez e inseparablemente, con toda la
capacidad de interrogar y de interrogarse que como tal razón posee. En el núcleo
mismo de la fe están implicadas la infinitud de Dios y la infinitud potencial de
la razón, y del encuentro entre esas dos infinitudes nace la teología.

V. CIRCULARIDAD ENTRE TEOLOGíA Y FILOSOFíA



A lo largo de las páginas que preceden ha aflorado repetidas veces la dis-
tinción entre filosofía y teología y la cuestión de sus relaciones . Afrontémosla
ahora directamente, concluyendo así nuestro discurso.

815
JOSÉ LUIS ILLANES

Por lo que a la distinción se refiere -teniendo a la vista el conjunto de


la Fides et ratio aunque yendo tal vez más allá de su texto-, digamos que, a
nuestro juicio, filosofía y teología se distinguen, entre otras razones, por la
diversidad del itinerario en virtud del que una y otra se configuran. El filósofo
parte de experiencias o vivencias concretas, determinadas, a partir de las cuales
se interroga sobre el sentido -¿por qué esto y no lo otro?, ¿qué fin o meta
corresponde a esta actividad o a este deseo?-, elevándose de esa forma desde
lo inmediatamente percibido y conocido hasta la explicación y el fundamento
últimos. El teólogo no parte de experiencias de ese tipo, aunque las tiene en
cuenta, sino de la revelación que le trasmite la tradición cristiana, es decir, de
la palabra de un Dios que, dirigiéndose a hombres que se interrogan acerca de
su destino, les da a conocer cuál es la plenitud a la que Él, Dios mismo, los
llama. La teología sigue, pues, un itinerario no ascendente, sino descendente:
penetra en la palabra de Dios y desde ella dirige la mirada al conjunto de lo real
para analizarlo y valorarlo desde la perspectiva de su destino.
La descripción que acabamos de ofrecer es, sin duda, esquemática, pero
suficiente para poner de manifiesto tanto la afinidad entre ambos saberes como
su insuperable diversidad: ambos hablan en gran parte de las mismas cosas,
aunque desde perspectivas y según metodologías que, ciertamente, no se exclu-
yen, sino que más bien se complementan e incluso se integran, pero que nunca
llegan a fundirse o amalgamarse por entero. De ahí la persistencia y, a la vez, la
movilidad de sus relaciones históricas. En todo caso, la Fides et ratio ofrece, en
orden a la clarificación de esas relaciones, una clave hermenéutica que la pro-
pia encíclica expresa o resume con una sola palabra: circularidad.
La voz «circularidad» aparece relativamente tarde en la encíclica 79 , pero
está presente desde el principio, incluso en su frase inicial: «la fe y la razón son
como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contem-
plación de la verdad». Se habla ahí, en efecto, al menos implícitamente, de una
circularidad o complementariedad entre fe y razón a la que se atribuye el ade-
cuado desarrollo de la vida de la inteligencia y, en consecuencia, la efectiva con-
secución de esa comprensión que el hombre está llamado a alcanzar respecto
del conjunto de la realidad y de su propio destino. «El hombre con la luz de la
razón -añade un número posterior en el que, glosando un texto del libro de
los Proverbios, se recalcan y a la vez se matizan esas mismas ideas- sabe reco-
nocer su camino, pero lo puede recorrer de forma libre, sin obstáculos y hasta
el final , si con ánimo sincero fija su búsqueda en el horizonte de la fe. La razón
y la fe, por tanto, no se pueden separar sin que se reduzca la posibilidad del

79. Concretamente en el n. 73 .

816
FE Y RAZÓN. FILOSOFIA y TEOLüGIA

hombre de conocer de modo adecuado a sí mismo, al mundo y a Dios». «No


hay -concluye el texto-, motivo de competitividad alguna entre la razón y la
fe: una está dentro de otra, y cada una tiene su propio espacio de realización» 80.
Por fe la Fides et ratio entiende, en este lugar y en otros paralelos, ante
todo la fe cristiana, pero también, al menos en ocasiones, una actitud más
amplia: la receptividad de la inteligencia, su actitud de apertura a lo infinito y
en general a cuanto pueda enriquecerla, también aunque, en algún caso, ese
enriquecimiento implique el reconocerse transcendida. Por razón entiende la
capacidad de buscar, de pedir razones, de valorar críticamente, de preguntar lle-
gando hasta el fondo de las cosas. Ambas actitudes o dimensiones estructuran
el pensar humano, de tal manera que, unidas, completándose en virtud de su
interacción o circularidad, hacen posible que la inteligencia abra al hombre a la
plenitud de ser y de verdad para la que está hecho 81.
En el interior de esa circularidad básica, se sitúa la circularidad entre teo-
logía y filosofía, de la que se ocupa formalmente el número 73 de la encíclica
al que hace unos momentos aludíamos y al que ahora debemos volver. Una lec-
tura del texto pone de manifiesto que Juan Pablo II emplea el térmico circula-
ridad entendido en sentido amplio, para indicar los intercambios que se esta-
blecen entre dos procesos intelectuales que, siendo distintos, tienen no obstante
zonas en común -más aún, numerosas zonas en común- por lo que coinci-
den en amplios tramos de sus respectivos itinerarios; procesos, en consecuen-
cia, que no sólo se influyen sino que penetran uno en el otro provocando de esa
forma un dinamismo en virtud del cual ambos crecen y se desarrollan.
La teología -el número 73 de la Fides et ratio comienza su análisis de la
circularidad tomando pie del saber teológico- tiene su «punto de partida» y
su «fuente origina!» en la palabra pronunciada por Dios en la historia. A partir
de ella se desarrolla y sobre ella vuelve. Pero en su proceder no puede por menos
de encontrarse con el saber humano y, más concretamente, con la filosofía. Y
ello hasta el extremo de que, a fin de cuentas, no puede haber teología sin filo-
sofía, ya que no puede darse un pensar que aspire a dar razón de las realidades
en las que el creyente cree, si ese pensar no se estructura poniendo en juego

80. Fides et ratio, n. 17.


81. La palabra «circularidad» y su aplicación a las relaciones entre fe y razón, filoso-
fía y teología son susceptibles de una amplia gama de interpretaciones o acentuaciones,
de las que puede encontrarse una buena panorámica en la relación sobre Spunti sulla
«circolarita>l fra filosofia e teologia presentada por S. PIÉ I NINOT en la III Riunione
annuale dei docenti romani di Teologia Fondamentale, Roma, 15-V-1999. El uso que
Juan Pablo II hace del término en la Fides et ratio presupone exposiciones cronológica-
mente anteriores, pero manteniéndose a un nivel más genérico.

817
JOSÉ LUIS ILLAN ES

todo el poder de la inteligencia y por tanto la filosofía en cuanto tal. Esa es la


razón por la que -concluye la Fides et ratio-la «teología recurre a la filoso-
fía», por la que «la teología ha tenido siempre y continúa teniendo necesidad
de la aportación filosófica» 82.

Ese recurso por parte de la teología a la aportación de la filosofía implica


-el texto de la encíclica lo señala con claridad- un proceso no meramente ins-
trumental sino vital, es decir, no consiste en tomar en préstamo conceptos e ideas
filosóficos para aplicarlos sin más a las realidades de la fe, sino, mucho más honda
y radicalmente, en un verdadero entrar en diálogo, en un repensar el teólogo,
desde su perspectiva propia, lo que el filosofo y la filosofía aportan. «No se trata
simplemente -precisa, en efecto la Fides et rati()-- de utilizar en la reflexión teo-
lógica, uno u otro concepto o aspecto de un sistema filosófico, sino que es deci-
sivo que la razón del creyente emplee sus capacidades de reflexión en la búsqueda
de la verdad dentro de un proceso en el que, partiendo de la palabra de Dios, se
esfuerza por alcanzar su mejor comprensión» 83. La teología, en suma, se confi-
gura como tal teología, al menos como teología en sentido acabado -es decir,
como teología que llega a la cumbre de su misión-, precisamente filosofando y
no de otra manera.

Las consideraciones recién esbozadas conducen a afirmar que la teología


necesita de la filosofía hasta el punto de implicarla en su propio proceder: no
hay, pues, teología sin filosofía. La afirmación inversa no sería válida en térmi-
nos absolutos, ya que -la Fides et ratio lo reitera con frecuencia y sin amba-
ges- puede haber filosofía y, hablando más ampliamente, conocimiento ver-
dadero y veritativo al margen de la revelación cristiana. Pero no por ello puede
ser declarada sin más falsa o carente de validez ya que una razón que se cierra
sobre sí misma se condena al error o, al menos, a la esterilidad; lo que, dicho
positivamente y en referencia concreta al pensar del cristiano, implica recono-
cer que su espontáneo interrogarse acerca de la realidad resulta iluminado y
enriquecido por lo que, acerca de esa misma realidad, le manifiesta la palabra
de Dios, y ello de forma, por así decir, connatural e insoslayable.
La afirmación que acabamos de realizar evoca consideraciones antes
esbozadas al analizar los párrafos que dedica la encíclica a la filosofía cristiana,
sólo que el número 73 añade algo más, pues en él se habla no ya genéricamente
de la fe o de la revelación y de su influjo en el pensar del creyente, sino especí-

82. Fides et ratio, n. 77. Ver también n. 69, donde, aún reconociendo la importan-
cia de un diálogo de la teología con diversos saberes, se reafirma la necesidad impres-
cindible de su diálogo con la filosofía.
83. Fides et ratio, n. 73; en el mismo sentido, n. 77.

818
FE Y RAZÓN, FILOSOFIA y TEOLOGIA

ficamente de la teología, dejando así constancia no sólo de que la fe ilumina la


inteligencia, sino también de que el teologizar, precisamente porque se desa-
rrolla filosofando, suscita filosofía. «Moviéndose entre estos dos polos» que son
la palabra de Dios y su mejor conocimiento, la inteligencia creyente -prosi-
gue ese número- «está como alertada, y en cierto modo guiada, para evitar
caminos que la podrían conducir fuera de la Verdad revelada y, en definitiva,
fuera de la verdad pura y simple; más aún, es animada a explorar vías que por
sí sola no habría siquiera sospechado poder recorren> 84. En su intento de com-
prender cada vez mejor lo creído, el teólogo acudirá en ocasiones, a nociones y
conceptos ya acuñados por la filosofía, pero no sin proceder, al menos más de
un momento, a «transformaciones necesarias y profundas» 85; en otras, acuñará
él mismo conceptos nuevos. En uno u otro caso pondrá en juego su fe y su
razón, que se iluminarán recíprocamente provocando, si proceden según ver-
dad, un enriquecimiento del conjunto de su conocer. De ahí que la teología
esté llamada a engendrar filosofía; más aún, que la haya engendrado de hecho,
como por lo demás documenta la historia 86.
La circularidad es pues biunívoca, ya que va de la filosofía a la teología y
de ésta a aquélla, dando origen a un movimiento que, según los momentos his-
tóricos, podrá generarse a partir de uno u otro de esos saberes, pero en el que,
en cualquier caso, ambos resultan beneficiados. La teología, porque esa «bús-
queda humana de la verdad» que es la filosofía «favorecerá» su mejor compren-
sión de la palabra de Dios y en consecuencia la realización de la misión que le
corresponde en orden a poner de manifiesto el pleno desvelamiento del valor,
de la finalidad y del sentido que esa palabra implica 87. La filosofía, porque en
el contacto con la teología «la razón descubre nuevos e inesperados horizontes»
gracias a los que el filosofar resulta enriquecido y lanzado a «explorar vías» que
por si sólo no habría ni siquiera sospechado 88.

84. Fides et ratio, n. 73.


85. Fides et ratio, n. 77.
86. A esa historia, y concretamente a los autores de la época patrística y medieval, alude
expresamente la encíclica en e! n. 77; ver también, aunque desde otra perspectiva, n. 59.
87. Fides et ratio, n. 73.
88. Ibidem. En algún momento, y particularmente en e! n. 77 -donde, entre otras
cosas, esboza una reinterpretaci6n crítica de! dicho philosophia ancilla theologia~, la
encíclica declara que la filosofía, incluso cuando se da en e! interior de la teología, man-
tiene su autonomía, si bien, advierte enseguida -de hecho en e! interior de la misma
frase-, que en ese proceso afronta «transformaciones necesarias y profundas". La com-
patibilidad entre esas dos afirmaciones no resulta muy clara, a menos que se tenga pre-
sente la diversidad de matices con que puede emplearse e! término filosofía y más con-
cretamente la distinci6n entre filosofía como pensar y filosofía como obra o como sis-
tema, a la que nos referimos en páginas anteriores.

819
JOSt. LUIS ILLANES

Concluyamos con una última consideración, que tiene el carácter a la vez


de advertencia y de síntesis. Para captar a fondo el mensaje de la Fides et ratio
sobre las cuestiones de las que nos hemos ocupado es importante no «cosificar»
ni «substancializan> ninguna de las realidades que entran en juego, es decir,
razón y fe, filosofía y teología. Es decir, superar la tentación, a la que estamos
expuestos por nuestro mismo lenguaje, a considerarlas como cosas, como reali-
dades objetivadas que están ahí, ya hechas y acabadas, inertes, a las que el hom-
bre acude y de las que se sirve como acude y se sirve de los objetos o instru-
mentos materiales. Fe y razón no son cosas, sino capacidades, virtudes o actos
propios del espíritu humano. Teología y filosofía tampoco son cosas, sino sabe-
res, realidades que tienen, ciertamente, una consistencia objetiva, pero que no
existen en abstracto o en el vacío sino en referencia a la mente humana, de la
que han brotado y de la que en todo momento reciben dinamismo y vida.
La delimitación de ámbitos y competencias, decisiva a otros niveles,
tiene, desde esta perspectiva, un interés menor. De hecho poner ahí el acento
nos expondría al riesgo de dejar en segundo plano lo que constituye, sin duda
alguna, el núcleo del mensaje de la Fides et ratio, eco a su vez de la preocupa-
ción de Juan Pablo JI por reafirmar, en todo momento y especialmente en la
actual coyuntura cultural, el valor del ser humano, y, como presupuesto de ese
valor, su capacidad de verdad y de infinito. La razón y la fe, la filosofía y la teo-
logía, se presentan desde esta perspectiva, en el texto de la Fides et ratio y en la
realidad de las cosas, como fuerzas no ya rivales, sino solidarias, más aún, her-
manadas: actitudes y saberes que se potencian los unos a los otros en virtud de
una circularidad que no es, a fin de cuentas, sino expresión de la unidad tanto
del espíritu humano como del universo en cuanto surgido e impulsado por el
designio creador y salvador de Dios.
José Luis Illanes
Facultad de Teología
Universidad de Navarra
PAMPLONA

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