Fe y Razón - Illanes
Fe y Razón - Illanes
Fe y Razón - Illanes
FILOSOFíA Y TEOLOGíA
CONSIDERACIONES AL HILO
DE LA FIDES ET RATIO
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tenciales, Juan Pablo II realiza ante todo un acto de fe, proclamando que la vida
humana tiene valor y sentido, que e! hombre no es un individuo encerrando en
sí mismo, ni un ser arrojado a un mundo carente de razón de ser y de meta,
sino alguien que viene a la vida llamado a la plenitud. Ese acto de fe lo formula,
ciertamente, como cristiano, remitiendo al Evange!io y evocando la plenitud de
sentido que e! Evangelio desvela al anunciar que hemos sido creados por Dios
y llamados, en Cristo, a participar de Él. Pero, inseparablemente de ese acto de
fe cristiana, y como prolongándolo, Juan Pablo II proclama -y este punto es
determinante respecto al enfoque y a la estructura global de la encíclica- que
la verdad, la realidad, de! sentido puede ser percibida, o al menos entrevista,
siempre y en todo momento por la inteligencia humana. Y en consecuencia se
lanza a una amplia y convencida apología de! pensar.
Dicho con otras palabras, Juan Pablo II recuerda, más aún, subraya, que
la fe cristiana ni proclama e! ocaso de la razón, ni se alegra con su crisis. Al con-
trario afirma su valor. Y ello no de forma accesoria o circunstancial, sino con-
natural y, por así decir, necesaria, ya que la fe implica conocimiento y, por
tanto, connota intrínseca y constitutivamente a la razón. De ahí la frase a la vez
enérgica y emblemática con que termina uno de los pasajes decisivos de la encí-
clica: «a la parresía de la fe debe corresponder la audacia de la razón» 12 , a la
valentía con que e! cristiano debe testificar su fe sin reticencias ni temores, debe
corresponder la vitalidad de una razón que se atreva a pensar, y a pensar yendo
hasta la raíz y e! fundamento.
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Kant habla ahí, en efecto, no tanto de una razón humilde, cuanto de una
razón finita; de una razón que se reconoce limitada al mundo de representacio-
nes que ella misma engendra y que percibe precisamente porque lo engendra.
Razón que acepta que más allá de lo que ella expresa hay un mundo en sí en el
que ella no entra, pero razón que proclama, a la vez, que ese mundo en el que
no penetra es no sólo desconocido sino incognoscible. Razón, en consecuencia
que, reconociéndose finita, no es, sin embargo, existencialmente humilde ya que
en el mundo que le es propio reina por entero, sin reconocer recovecos ni admi-
tir ayuda alguna. Y la humildad implica no tanto conciencia de finitud, cuanto
de dependencia o, más exactamente, de apertura. Para hablar de humildad es, en
suma, necesario situarse en una longitud de onda intelectual muy distinta de la
kantiana: proclamar no ya la finitud de la razón, sino su ordenación a una infi-
nitud para la que está hecha, pero que le trasciende.
Es una razón así entendida la que tiene presente Juan Pablo II y a la que,
de un modo al menos implícitamente provocador, se dirige para lanzarle una
invitación que recuerda las palabras que el propio Kant escribiera en el escrito
en el que aspira a definir el impulso liberador que caracterizaba, a su juicio, el
movimiento ilustrado: sapere aude, atrévete audazmente a pensar. En el texto
kantiano 14 esas palabras significan: no te sientas atado por lo que te ha legado
la tradición, no te limites a repetir lo que han dicho otros, atrévete a ejercer tu
inteligencia. Juan Pablo II retoma esa invitación, ese «atrévete a pensar», dán-
dole un sentido diverso y más profundo. En la Fides et ratio la audacia de la
razón indica, en efecto, no ya que la razón puede poner en tela de juicio datos
recibidos, sino, más radicalmente, que ha de atreverse a pensar incluso lo que
está más allá de ella misma, lo que la trasciende, ya que está, constitutivamente,
abierta a lo infinito. El hombre no está hecho sólo para reinar en el universo
mental que construye con su razón, ni tampoco sólo para dominar mediante la
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ciencia el mundo material que le rodea, sino para ir más allá, mucho más allá,
hasta trascender el universo y llegar a Dios,
Una audacia que connota la apertura a lo que trasciende todo poder y todo
límite, forma una sola cosa con la humildad. Y lo que es más con una humildad
que está no sólo al inicio, en la proclamación de una limitación que, una vez reco-
nocida, queda en el olvido -ya que se procede con actitud de pleno dominio
sobre el mundo intelectualmente cognoscible-, sino que marca la totalidad del
conocer, ya que en todo momento la razón se reconoce penetrada por lo que la
trasciende. Pero si esa audacia forma una sola cosa con la humildad, también es
cierto lo contrario: que la humildad de la que hablamos forma una sola cosa con
la audacia, ya que la infinitud de la verdad con la que la inteligencia se reconoce
en comunión la incita, ciertamente, al respeto y a la conciencia de lo inabarcable,
pero, a la vez e inseparablemente, a la profundización constante e ininterrumpida.
15. Ver, por ejemplo, el n. 44 en el que, en referencia a Santo Tomás, pero expo-
niendo una doctrina que alaba, más aún, que comparte, deja constancia de «la priori-
dad» que corresponde a «la sabiduría que es don del Espíritu Santo».
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subrayar. Más aún, lo que la sostiene de principio a fin y lo que explica su estruc-
tura, hasta culminar en esa proclamación de la parresía de la fe y de la audacia de
la razón que ha constituido el punto de partida de nuestras consideraciones 16.
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17. Nos hacemos aquí eco, aunque modificándola, de la expresión «razón filosófica-
mente educada» que aparece en Fides et ratio, n. 42.
18. Connota, en efecto, toda una reflexión sobre el objeto y la capacidad de la razón
y, en consecuencia, sobre los niveles de inteligibilidad de lo real. Nos encontramos, por
lo demás, en última instancia, ante un concepto teológico: sólo desde la afirmación
tanto de la trascendencia de Dios como de su plena inteligibilidad -más aún, del
acceso a su misterio gracias a la revelación-, se plantea de forma acuciante la necesi-
dad de precisar la fuerza y el alcance de la razón.
19. Fides et ratio, n. 4.
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tema. Ese proceso es, en sí mismo, positivo: e! sistema filosófico no es, en cuanto
tal, criticable. Más aún, todo pensador profundo es, en uno u otro grado, siste-
mático. Sólo que, yes esto lo que quiere recalcar la Fides et ratio, los sistemas no
deben ser cerrados, de modo que e! filósofo ha de estar atento fin de superar toda
falsa complacencia en sí mismo y en sus propias construcciones, evitando una
«soberbia filosófica» que le llevaría a convertir la «propia perspectiva incompleta
en lectura universah,20. Más allá de todo sistema, y dotándolo de sentido, está la
referencia a la verdad, de cuyo amor se nutre la filosofía, más aún, que la cons-
tituye. El pensar, e! interrogarse sobre las cosas, estando dispuesto a dejarse ilu-
minar en todo momento por la verdad, ha de tener siempre la primacía.
La distinción entre el «pensan, como acto y e! «sistema» como resultado es
clara. Un análisis del texto de la encíclica pone de manifiesto que, presuponiendo
esas dos acepciones del término «filosofía», Juan Pablo II hace uso de una tercera,
de algún modo intermedia entre las dos anteriores. Ya que el pensar filosófico,
independientemente de que llegue o no a estructurarse en sistema, da origen a
conceptos, análisis y argumentaciones que se comunican y trasmiten, es decir, a un
intercambio de ideas, juicios y pareceres y, en consecuencia, a tradiciones intelec-
tuales. Nos encontramos así ante la filosofía no ya como acto de una inteligencia
individual, sino como fenómeno histórico y social, e incluso como tarea que define
una concreta profesión, en la medida en que -a partir de un cierto momento de
la historia de occidente- esa búsqueda de la verdad, y, más concretamente, de la
verdad última, que caracteriza el filosofar, fue asumida como ocupación que se
ejerce de modo estable hasta definir la propia posición en la sociedad.
Es en la filosofía así entendida, es decir, como realidad histórico-cultural,
en la que la Fides et ratio fija su atención. La filosofía vista no en su esencia, sino
en su historia y, más concretamente, en la condición o estado al que, hoy y
ahora, ha llegado como fruto de esa historia, es el referente de sus considera-
ciones. Y ello con vistas a proponer su regeneración. Ya que si Juan Pablo II es
neto en su proclamación de! valor de la filosofía, no lo es menos en su juicio
crítico sobre su condición actual. Más aún, la entera encíclica aspira -es, sin
duda, uno de sus objetivos fundamentales, si no e! fundamental- a señalar la
responsabilidad que a la filosofía le incumbe respecto a la presente crisis socio-
cultural: ha sido la filosofía, no, ciertamente, en sí misma, pero sí como reali-
dad histórico-cultural, la que ha llevado al hombre a dudar de su capacidad
para alcanzar la verdad, precipitándolo en e! escepticismo y en el vacío existen-
cial, es decir, en e! nihilismo. Y a ella hay por tanto que volver para resolver la
crisis planteada.
20. Ibídem.
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sin que ningún saber supremo las unifique y armonice, analizando sus cone-
xiones y evidenciando la inevitabilidad de la pregunta sobre el sentido 25.
25. Sobre la pérdida del carácter sapiencial por parte de la filosofía como factor
determinante de la crisis cultural contemporánea, ver especialmente nn. 81 ss. , en los
que traza una panorámica en la que se destacan los nexos entre historicismo, cientifi-
cismo, relativismo y nihilismo.
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28 . Las consideraciones que siguen han sido, en' parte, anticipadas en Los estados de
la filosofta, en J. ARANGUREN, J. J. BOROBIA y M . LWCH (dirs.), Fe y razón, Actas delI
Simposio InternacionaL de Fe cristiana y CuLtura contempordnea, Pamplona 1999, pp. 367
ss.
29. Pueden encontrarse referencias a estos estados en la casi totalidad de los tratados
clásicos; a modo de ejemplo, remitamos a uno de los manuales más difundidos de la
primera parte de nuestro siglo, la Sacrae Theologiae Summa, preparada por un grupo de
profesores de la Compañía de Jesús, t. 2, Madrid 1954, nn. 688-693, así como a la
exposición de J. E. MASSON, Nature, Etats de, en Dictionnaire de Théologie Catholique,
t. 11, cols. 36-44.
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Santo Tomás, que acogió ampliamente esta terminología 31, la usa con un
enfoque en el que no falta la referencia a la historia -no podía ser menos, pues
la terminología la implica necesariamente-, pero en el que repercute la preocu-
pación sistemático-metafísica que caracteriza todo su planteamiento, Conoce,
como es lógico, la etimología de la palabra «naturaleza» y su conexión con el
nacer, pero, en coherencia con la herencia aristotélica, la refiere no a lo que, de
hecho -según las diversas situaciones históricas-, se recibe en el nacimiento,
sino a lo que, en todo caso o situación, no puede por menos de recibirse. A lo
que refiere la voz «naturaleza» es, pues, ante todo e incluso casi exclusivamente,
al núcleo esencial o constitutivo de cada ser. Preocupación fundamental del Aqui-
nate fue, por lo demás, aun dejando constancia de que la naturaleza puede cono-
cer diversos estados -o, dicho con otros términos, experimentar tanto elevacio-
30. Como ejemplo de! planteamiento agustiniano puede verse, entre otros muchos
textos, su De natura et gratia y su De peifectione iustitiae hominis, escritos hacia e! 415,
en plena polémica antipe!agiana (PL 44, 247 ss. ; CSEL 60, 233 ss.; PL 44, 291 ss. ;
CSEL 42, 3 ss.).
31. Cfr., por ejemplo, Summa theologiae, 1, q. 94, a. 2; 1-2, q. 101, a. 2; q. 109, aa.
2 y 8.
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nes como heridas-, subrayar que hay un substrato que en todo caso permanece,
fundamentando así la posibilidad de un saber universal y universalizable.
Ambos enfoques tienen ventajas e inconvenientes o, por mejor decir,
límites, como ocurre con todo planteamiento intelectual. El enfoque agusti-
niano puede alegar a su favor la riqueza expresiva y la mayor adherencia a la rea-
lidad histórica concreta. El tomista, en cambio, su mayor precisión conceptual
y analítica. El enfoque agustiniano se expone, si no se mantiene el equilibrio
del propio Agustín, a vanificar la naturaleza, como se puso de relieve en ellla-
mado agustinismo político medieval y, aún más claramente, en las disputas
bayana y jansenista. El tomista corre el riesgo, por el contrario, si se pierde el
sentido de la historia de la salvación que nunca faltó al Aquinate, de incidir,
aunque sea de forma larvada, en el naturalismo o, al menos, de facilitar su adve-
nimiento o su difusión, como aconteció en aquellos escolásticos de los inicios
de la época moderna que, habiendo acuñado el concepto de estado de natura-
leza pura, lo manejaron como si se pudiera reflexionar sobre una naturaleza abs-
trayendo por entero de su fin o meta.
Una pregunta surge, por lo demás, de forma espontánea: ¿con cuál de las
dos tradiciones antes descritas entronca más directa y estrechamente la exposi-
ción de la Fides et ratio? A nuestro parecer puede darse una respuesta neta: con
la tomista, aunque con una fuerte conciencia de la historicidad del pensa-
miento y una aspiración decidida a cortar toda inferencia de signo naturalista
y, en ese sentido, integrando en el planteamiento tomista algunas de las preo-
cupaciones de fondo que subyacen a la tradición agustiniana. Así lo evidencian,
de una parte, la insistencia con la que la encíclica recalca que la filosofía no deja
en ningún momento, tampoco cuando está en íntima conexión con la fe, de ser
filosofía: no pierde ni su consistencia ni su autonomía; y, de otra, el énfasis
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logo no con las religiones en aquel momento difundidas, sino «con el pensa-
miento de los filósofos», viendo en sus obras un testimonio más cercano a la ver-
dad de Dios que el que ofrecían las religiones de la época 33. La filosofía, enton-
ces y en otros muchos momentos, ha sido, es y continuará siendo escuela para
el encuentro con la verdad, más aún, expresión ella misma de ese encuentro.
Una lectura del conjunto de la encíclica permite concluir que con esa
observación -en la que cabe ver una referencia implícita a la herida infligida a
la naturaleza humana por el pecado- Juan Pablo II alude no sólo a' deficien-
cias o errores sobre puntos concretos, sino a una realidad más profunda: a la
tentación a curvarse sobre sí misma que incumbe sobre la razón humana,
cayendo en esa «soberbia filosófica", a la que ya antes aludíamos que lleva a atri-
buir valor de absoluto a sus propias construcciones 36. Lo que, obviamente, con-
duce a cerrarse a cuanto pueda venir de más allá de ella misma y, por tanto, a
la fe e incluso a toda verdadera comunicación interpersonal.
De ahí que la encíclica, en pasajes claramente complementarios de los
anteriores, dé un paso adelante hasta declarar que el don más importante que
la fe aporta a la razón precristiana es precisamente el de liberarla de la tentación
de autosuficiencia, abriéndola de esa forma -y abriendo con ella al hombre-
a su propia plenitud. Así lo hace, por ejemplo, en un pasaje en el que comenta
el capítulo tercero del Génesis y el primero de la Carta a los romanos, es decir,
dos de los textos bíblicos que fundamentan la doctrina cristiana sobre el
pecado: «la venida de C risto -afirma- ha sido el acontecimiento de salvación
que ha redimido a la razón de su debilidad, librándola de los cepos en los que
ella misma se había encadenado,,37. Las afirmaciones sobre la «sabiduría de la
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tes a épocas pasadas, que podía darse por superado y clausurado al llegar la ple-
nitud cristiana.
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saberes que se desarrollan paralelamente cuanto, más bien, como dos manifes-
taciones, cronológica y culturalmente distintas, de la misma actitud funda-
mental: el dinamismo de la razón en orden a buscar la verdad o a profundizar
en ella una vez encontrada. De ahí la tendencia a acudir a los términos «filoso-
fía» y «filósofo» cuando se trataba de hablar de los pensadores precristianos, uti-
lizando, en cambio, los vocablos «teología» y «teólogo» para designar el pensar
en un contexto cristiano 42.
Ciertamente, cuando el diálogo cultural lo reclamaba o cuando los gus-
tos personales así lo sugerían, los pensadores cristianos tanto de la época patrís-
tica como, más programáticamente, los de la medieval no sólo comentaron
obras de filósofos griegos o romanos sino que dieron vida a obras y tratados
que, con el lenguaje actual, calificaríamos sin más de filosofía. Ciertamente,
también, el tránsito desde la teología patrística a la medieval y, dentro de esta
última, desde la teología monástica a la escolástica propiamente dicha, así como
-cuestión no separable de la anterior- el tránsito desde el diálogo con el pla-
tonismo al diálogo con el aristotelismo, estuvieron acompañados de variaciones
en la valoración del proceder filosófico en cuanto ta1 43 • Pero el hecho es que,
durante siglos, los diversos autores cristianos cuando pensaron en esbozar expo-
siciones sintéticas, lo hicieron a nivel de teología y no de filosofía. De hecho
para encontrar un intento de síntesis puramente filosófica de cierto relieve es
necesario esperar hasta 1597 año en que Francisco Suárez publicó sus Disputa-
tiones metaphysicae, iniciando así un género, el de los cursos filosóficos, que
tuvo múltiples seguidores entre los escolásticos posteriores 44.
Pero si Suárez, y algunos de los autores que le preceden -incluido,
aunque con reservas, el propio Tomás de Aquino-, pueden ser presentados
como propugnadores de la posibilidad de una filosofía metodológicamente
autónoma, no lo son, en modo alguno, de una filosofía separada. Suárez en
concreto fue, en todo momento, un teólogo y sus Disputationes metaphysicae
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45. Discurso del método, parte segunda (Oeuvres completes, ed. Adam-Tannery, t. 6,
13-14).
46. Es el título de uno de los apartados del capítulo ,cuarto (nn. 45 ss.).
47. Fides et ratio, n. 45.
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cíficamente racional, como saber cuyo contenido y cuya verdad son percepti-
bles por la razón humana en el despliegue de sus fuerzas nativas, independiente
por tanto -desde una perspectiva ontológico-constitutiva, aunque no necesa-
riamente desde una perspectiva histórica- de toda fe religiosa y, en términos
más amplios, de toda instancia transracional 52 •
Aparte de usos esporádicos en otros periodos históricos, la expreslOn
"filosofía cristiana» se consagra, con el significado al que acabamos de hacer
referencia, casi en nuestros días y con la intención precisamente de superar las
aporías a que había dado lugar el proyecto de una filosofía separada. Los auto-
res, especialmente franceses pero también de otras áreas culturales, que acudie-
ron a esa terminología aspiraban, en efecto, a afirmar a la vez, de una parte, la
capacidad cognoscitiva de la razón -más aún, la posibilidad de alcanzar, con
las solas fuerzas naturales, una comprensión del conjunto de la realidad-, y,
de otra, la apertura de esa misma razón a verdades que la trascienden y que, en
consecuencia, pueden incidir en ella 53. La Fides et ratio presupone esa historia,
a la que alude, comenzando el párrafo que ahora nos ocupa precisamente con
unas palabras que implican asumirla aunque a la vez marcando una cierta dis-
tancia: «una segunda posición [estado] de la filosofía es la que muchos desig-
nan con la expresión filosofía cristiana» 54.
a) advierte ante todo que con esa invitación <<00 se pretende aludir a una
filosofía oficial de la Iglesia, puesto que la fe como tal no es una filosofía» 55 ;
52. Como se deduce de cuanto venimos diciendo, pero quizá no esté de más seña-
larlo expresamente, este concepto de filosofía es mucho más estricto que el clásico y pre-
supone algunos de los avatares del pensamiento occidental a los que hemos hecho refe-
rencia, junto a otros que trascienden la temática que nos ocupa. Por lo demás, como ya
apuntamos (cfr. nota 18), en la Fides et ratio, así como en la conversación ordinaria, esos
dos significados -junto a un tercero más genérico e indefinido: la filosofía como refle-
xión rigurosa- se entremezclan pasándose con facilidad del uno al otro.
53, El momento más significativo para la delimitación del concepto lo constituyó,
sin duda alguna, el debate que, en la década de 1930, tuvo lugar en Francia, con reper-
cusión en otros países. Una buena síntesis de ese debate en A. LIVI, 11 cristianesimo nella
filosofia, I..:Aquila 1969.
54. Fides et ratio, n, 76.
55 . Ibidem. Que la fe cristiana no es una filosofía, así como la consideración paralela
según la cual la Iglesia no tiene ni propone una filosofía propia, es proclamado también
en otros lugares; ver especialmente n. 49, así como, en términos histórico-descriptivos,
pero que implican una toma de posición de carácter teorético, nn. 58-59.
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b) precisa a continuación que, por otra parte, lo que aspira a decir tam-
poco tiene un significado meramente histórico o fáctico: «no se hace referencia
simplemente a una filosofía hecha por filósofos cristianos, que en su investiga-
ción no han querido contradecir su fe» 56,
c) con ese apelativo se trata, en suma, hablando positivamente, de aludir
a «un modo de filosofar cristiano, una especulación filosófica concebida en
unión vital con la fe» 57; en otras palabras, a un pensar en la fe y dejándose ilu-
minar por ella.
La encíclica señala, en concreto, que la contribución que la fe aporta al
filosofar es doble. De una parte, una contribución de carácter subjetivo, ayu-
dando al filósofo a superar la tendencia a la suficiencia, a <<la presunción» que,
como pensador, puede amenazarle. De otra, una contribución de carácter obje-
tivo, puesto que «la revelación propone claramente algunas verdades que, aun
no siendo por naturaleza inaccesibles a la razón, tal vez no hubieran sido nunca
descubiertas por ella, si se la hubiera dejado sola» 58.
La Fides et ratio es decidida en su crítica a la filosofía separada y a toda
ruptura programática entre fe y filosofía, pero lo es igualmente no sólo en la:
preocupación por recalcar que en su conexión con la fe la razón no se destruye
sino que se potencia, sino también en el deseo de proclamar que esa conexión
puede darse a nivel de filosofía, es decir, sin que el pensar se transforme en pen-
sar teológico. «Al especular sobre estos contenidos, los filósofos -continúa en
efecto la encíclica- no se han convertido en teólogos, ya que no han buscado
comprender e ilustrar la verdad de la fe a partir de la Revelación. Han traba-
jado en su propio campo y con su propia metodología puramente racional,
pero ampliando su investigación a nuevos ámbitos de la verdad» 59. Al abrirse a
la fe, el creyente puede, ciertamente -más aún, debe-, aspirar a profundizar
en lo creído, lo que, a nivel científico, daría lugar a la teología; pero puede tam-
bién, a nivel científico, decidir continuar actuando como filósofo, ya que, al
dejarse iluminar por la fe, la filosofía, aunque resulte fortalecida tanto subjetiva
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clásica. Así lo manifiestan, junto al tono general del documento, el recurso, pre-
cisamente a este respecto, tanto a San Agustín, dos de cuyas expresiones -inte-
lligo ut credam, credo ut intelligam- dan título a los capítulos segundo y ter-
cero de la encíclica, como a San Anselmo, al que cita con tono especialmente
laudatorio y del que asume el proyecto expresado en el fides quaerens intellec-
tum 62 , ya Santo Tomás de Aquino, presentado como «maestro de pensamiento
y modelo del modo correcto de hacer teología» 63.
Las declaraciones expresas son igualmente netas. Aunque Juan Pablo II no
aspira formalmente a dar una definición formal de la teología, su texto contiene
diversos pasajes en los que, al hilo del discurso, procede de hecho a dar una defi-
nición. Citemos concretamente los tres que nos parecen más significativos:
-la teología es la «elaboración refleja y científica de la inteligencia de
esta palabra (la de la revelación) a la luz de la fe» 64;
- «para la teología, el punto de partida y la fuente original, debe ser
siempre la palabra de Dios revelada en la historia, mientras que el objetivo final
no puede ser otro que la inteligencia de ésta (la palabra de Dios), profundizada
progresivamente a través de las generaciones» 65;
- «el objetivo fundamental al que tiende la teología consiste en presen-
tar la inteligencia de la Revelación y el contenido de la fe» 66.
En todo momento la teología es, en suma, considerada y descrita, definida,
como intellectus fidei, como proceso por el que la inteligencia creyente aspira a
entender y explicar de forma cada vez más plena de la verdad en la que cree 67 •
Todo ello es, repitámoslo, clásico. No obstante, conviene subrayar un matiz cuyo
olvido podría conducirnos a una interpretación reductiva de lo que debe enten-
derse por inteligencia de la fe y a una comprensión equivocada del teologizar y,
particularmente, del teologizar tal y como lo propugna Juan Pablo II.
Las expresiones «inteligencia de la fe» y «explicación de la fe» podría, en
efecto, entenderse como si la teología consistiera sola y exclusivamente en expli-
car el contenido de la fe dando a la palabra «explican> una significación restric-
tiva, es decir, reduciendo la función del teólogo a la tarea de glosar la confesión
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modo que, sin merma de la cientificidad que le es propia, más aún, en plena cohe-
rencia con ella, evidencie en todos y cada uno de sus pasos las implicaciones exis-
tenciales del mensaje que analiza y explica. Dicho con otras palabras, tomadas del
texto mismo de la encíclica, la teología debe proceder «no sólo asumiendo las
estructuras lógicas y conceptuales de las proposiciones en las que se articula la ense-
ñanza de la Iglesia, sino también, y primariamente, mostrando el significado de
salvación que estas proposiciones contienen para el individuo y la humanidad» 71 •
Con expresión acuñada por la teología italiana, puede decirse que la teo-
logía no es sino el eco de esa capacidad de pensar «el entero», la totalidad de las
cosas, que otorga la palabra de Dios. Y que, en consecuencia, despliega sus vir-
71. Fides et ratio, n. 66. Sobre algunos aspectos con la cuestión que estamos tratando,
puede verse lo ya expuesto por nosotros mismos en Misión de la teología según la encí-
clica «Fides et ratio», en AA.Vv., Diálogos de Teología. Paternidad de Dios y salvación del
hombre, Valencia 1999, pp. 77-90.
72. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, 1, q. 1, a. 4.
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Para que la teología pueda afrontar la tarea que está llamada a desempe-
ñar es, en efecto, necesario que sea consciente de su dimensión metafísica. Al
realizar esa afirmación nos situamos ante una exigencia que la Fides et ratio rei-
tera con frecuencia 73 , precisando además, en diversos momentos, el sentido de
ese mensaje. «No quiero hablar aquí -leemos en uno de los pasajes más signi-
ficativos, entre otras cosas porque en él se ocupa expresamente del problema del
sentido- de la metafísica como si fuera una escuela específica o una corriente
histórica particular. Sólo deseo afirmar que la realidad y la verdad transcienden
lo fáctico y lo empírico, y reivindicar la capacidad que el hombre tiene de cono-
cer esta dimensión trascendente y metafísica de manera verdadera y cierta, aun-
que imperfecta y analógica». «En este sentido -continúa-, la metafísica no se
ha de considerar como alternativa a la antropología, ya que la metafísica per-
mite precisamente dar un fundamento al concepto de dignidad de la persona
por su condición espiritual. (oo.) No es posible detenerse en la sola experiencia;
incluso cuando ésta expresa y pone de manifiesto la interioridad del hombre y
su espiritualidad, es necesario que la reflexión especulativa llegue hasta su natu-
raleza espiritual y el fundamento en que se apoya» 74 .
La necesidad del tránsito a la metafísica, de impulsar la reflexión y el pen-
sar de modo que, yendo más allá de lo descriptivo, aspire a llegar a consideracio-
nes dotadas de ultimidad, afecta, por lo demás, no sólo a la teología, sino también
a la filosofía. Sólo que con matices diversos, no en la substancia pero sí en la expre-
sión y en la metodología. La filosofía --dirá la encíclica- no puede limitarse a la
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descripción de la experiencia, sino que debe dar el paso «del fenómeno al funda-
mento» 75 . La teología, a su vez, no puede limitarse a una mera reiteración o glosa
de las narraciones que la Biblia trasmite, ya que el contenido de los textos bíblicos,
de los que la teología ciertamente parte, «no se reduce a la narración de meros
acontecimientos históricos», puesto que se trata de textos en los que se presentan
«acontecimientos que van más allá de las vicisitudes históricas» 76.
Los escritos bíblicos narran, ciertamente una historia, pero una historia en
y través de la cual se manifiesta, se da a conocer, nuestra salvación, es decir, Dios
mismo, que es a la vez e inseparablemente nuestro salvador y nuestra salvación.
Hacia ese núcleo debe, pues, dirigirse la teología en cuanto ciencia, de modo que
<<el verdadero centro de su reflexión será la contemplación del misterio mismo
de Dios Trino», al que llega «reflexionando sobre el misterio de la encarnación
del Hijo de Dios» hasta descubrir en Cristo Jesús a la plenitud de un «amor que
se da sin pedir nada a cambio»77 . La reflexión cristiana parte, en suma, de Cristo,
penetrando en él, en su realidad y su misterio, hasta percibir, a la vez con niti-
dez y con asombro, con maravilla y con agradecimiento, la realidad de un Dios
que se entrega, de un Padre que envía a su Hijo para que, haciéndose presente
en la historia y comunicándonos el Espíritu, nos introduzca en la comunión con
el Padre, fuente y origen de toda la Trinidad y de toda vida.
En estos pasajes la Fides et ratio entronca -aunque no lo mencione- con
el modo de hablar de quienes contribuyeron de forma decisiva a introducir la
palabra teología en el lenguaje cristiano, es decir, los Padres griegos y su distinción
entre economía y teología 78 • Los Evangelios y el conjunto de la Escritura narran
una economía, o sea, una historia que no es fruto del acaso sino de un plan, de
un designio. Una historia que, en consecuencia, presupone y manifiesta a Aquel
a cuyo designio obedece. La economía remite, pues, a la teología, allogos o ver-
dad de lo que Dios es y del amor con que actúa. La mirada del creyente no puede
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FE Y RAZ6N, FILOSOF1A y TEOLOG1A
detenerse en los sucesos narrados sino que a través de ellos, mejor, en ellos, debe
dirigirse a Aquél a cuyo designio obedecen y del que, en consecuencia, brotan,
Desde la historia el cristiano, y el teólogo, han de elevarse hasta la Trinidad en sí
misma, hasta la Trinidad inmanente, porque la historia, la economía que la Biblia
recoge, no es otra cosa que el manifestarse de un Dios Trino que, al hacerse pre-
sente en y a través del acontecer, da a conocer que Él mismo es nuestro destino.
Ése es, pues, el reto que la Fides et ratio lanza a la teología: ir al fondo del
empeño que la define, atreverse a desplegar todas las implicaciones del mensaje
evangélico, pensándolo a fondo, reviviéndolo metafísicamente, es decir, yendo
más allá de lo contado, de lo descrito, para expresar la verdad profunda sobre
Dios y sobre el hombre que en todo ello se contiene. Se trata de un reto cuya
acogida implica, sin duda alguna, audacia, esa audacia intelectual de la que
hablamos al principio, es decir, una audacia que es a la vez confianza en la inte-
ligencia, homenaje a la verdad de Dios. El cristiano en cuanto teólogo -y todo
cristiano lo es de algún modo, análogamente a como todo hombre es también
de algún modo filósofo- no sólo confiesa la verdad de lo creído, sino que, cons-
ciente de la riqueza y la infinitud que esa verdad posee, aspira a penetrar en ella,
a comprenderla cada vez mejor, ya dejar, en consecuencia, que la luz que implica
reverbere en todo el conjunto de su pensar. El «atreverse a pensan> llega así a su
cumbre, ya que se trata de un atreverse a pensar a Dios, y, en Dios y desde Dios,
el universo entero lanzando confiada y audazmente la propia inteligencia por los
caminos que abre la palabra divina. Y, a la vez, llega a su cumbre la humildad,
en la constante advertencia de la infinita sobreabundancia de lo divino.
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JOSÉ LUIS ILLANES
79. Concretamente en el n. 73 .
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FE Y RAZÓN. FILOSOFIA y TEOLüGIA
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JOSÉ LUIS ILLAN ES
82. Fides et ratio, n. 77. Ver también n. 69, donde, aún reconociendo la importan-
cia de un diálogo de la teología con diversos saberes, se reafirma la necesidad impres-
cindible de su diálogo con la filosofía.
83. Fides et ratio, n. 73; en el mismo sentido, n. 77.
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JOSt. LUIS ILLANES
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