Libreto Las Voces de Los Callados
Libreto Las Voces de Los Callados
Libreto Las Voces de Los Callados
Personajes:
ESPECTRO 1
ESPECTRO 2
LA MUERTE
MISTER NORTH
LEANDRO
ROBERTO
RAMÓN
AZUCENA
LADISLAO
NORBERTO
OTROS
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porque le falta, porque no tiene
los hermanos pa’ jugar.
Han pasado muchos años,
Y a aún no tienen sepultura
Es por eso que sus voces
Hoy retumban en la amargura
Tañe una campana de colegio. Por la platea se desplazan los espectros. Sus ropas están
hechas guiñapos, con manchas de sangre. Se siente un sonido extraño.
ESPECTRO 1: Estamos sitiados por una plaga de bichos asquerosos.
ESPECTRO 2: Huelen a muerte.
ESPECTRO 3: Quieren infiltrarnos sus larvas mortíferas.
ESPECTRO 4: Quieren atravesarnos con sus lancetas venenosas.
ESPECTRO 1: Quieren devorar nuestros cuerpos mutilados.
ESPECTRO 2: (Grita) ¡Váyanse a la mierda insectos necrófilos!
ESPECTRO 3: No se intimidan ni te escuchan.
ESPECTRO 4: Nadie nos escucha.
ESPECTRO 1: Todos cierran las rendijas de luz.
ESPECTRO 2: Temen contagiarse con el virus del exterminio.
ESPECTRO 3: Tienen miedo.
ESPECTRO 4: Son cobardes.
ESPECTRO 1: Temen al gran banquete de la muerte.
ESPECTRO 2: Después de la matanza dirán: “Aquí no ha pasado nada”.
ESPECTRO 3: Y la vida seguirá ajena a la tragedia.
ESPECTRO 4: Y nuestra antigua existencia entrará en los dominios del olvido.
Entra por algún lugar la Muerte. Es un personaje simbólico, ambiguo y sugestivo. Los
espectros dirigen los próximos textos hacia ella.
AMBOS: ¡Vete de aquí carreta siniestra! No nos puedes llevar de esta manera indigna.
ESPECTRO 1: Llévate a los gusanos de conciencias oscuras.
ESPECTRO 2: A las sabandijas que pagan sus delitos con champagne y orgías.
ESPECTRO 1: A las sanguijuelas que beben la sangre de los muertos sin sepultura.
ESPECTRO 2: A las cucarachas que se ocultan en las sombras del remordimiento.
ESPECTRO 1: A los escarabajos que andan indecisos como nubes pasajeras.
AMBOS: (In crescendo) ¡Llévate a los asesinos! ¡Llévate a los asesinos! ¡Llévate a los
asesinos! ¡¡Llévatelos con su carnaval siniestro!!
Vuelve a repicar la campana. El coro imita con sus voces el sonido del viento de la
pampa. Una percusión marca un ritmo. Dos espectros corren a toda marcha en su
lugar; llevan en sus manos un combo y una pala. Realizan un cuadro plástico. De
manera paralela, se divisa la silueta de un General con un sable gigante en sus manos;
da golpes al aire en cámara lenta.
CORO:
¡Pan y Justicia! ¡Pan y Justicia!
¡Luis Olea, presente!
¡José Brigg, presente!
2
¡Pedro Regalado, presente!
¡Camilo Catrillanca, presente!
¡Fredy Taberna, presente!
¡Ester Cabrera, presente!
¡Tito Lizardi, presente!
¡Nesko Teodorovic, presente!
¡Teresa Portillo, presente!
La percusión concluye con una descarga fuerte e intensa, que asemeja a una
ametralladora. Todo se va a negro.
En la oscuridad se escucha la cuenta regresiva: “¡Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco,
cuatro tres, dos, uno, cero!” Se oye la explosión de unos juegos artificios. Gritos de
alegría. Aplausos.
Irrumpe en el centro del escenario míster John Thomas North. Viste de smoking. Se
encuentra medio ebrio. Lleva en una mano una copa.
NORTH: ¡Ladies and gentleman! ¡Feliz año nuevo!... Hará como veinte años que llegué
a Chile con unas veinte libras en el bolsillo, y ganando un sueldo de cuatro pesos
diarios. Como ustedes dicen: era un pobre huevón, con una mano adelante y la otra
atrás. Cuando comenzó la Guerra del Pacífico, junto a mi socio Maurice Jewell,
compramos a precio de bicoca las salitreras de los peruanos que huían de la ocupación
chilena. ¡Oh my God! ¡Qué negocio!... Aquí, en Tarapacá, amasé mi riqueza la que
debo a este país que bien merece el nombre que lleva: el de Inglaterra de Sud América.
Si bien la fortuna me ha sonreído, jamás se me podrá decir que olvido a Chile que me
la dio, nor my Friends. (Empalagoso) Desde el fondo de mi corazón, quiero decirles que
adoro a Chile. ¡I adore the children of this generous land! And I want to contribute to
the industrial advancement… Very good… Pero como el Rey del Salitre no es huevón,
quiere mucho más fortuna y poder. ¡Oh Yes! ¡Want more fortune and power! ¡Fortune
and power! (Ríe satisfecho) ¡Please, and now to dance and drink all night!
El coro canta un swing; bailan los actores.
“El Capital”
Capital, capital
Ya se impuso el capital
Todos juntos vamos a bailar
Viene el rey y la verdad
De Inglaterra traerá
El magnate lo quiere cantar
Bailan bien los ambiciosos
Y también los poderosos
Griten fuerte viene el capital
Capital, capital (bis)
En medio de la danza, una mujer entra corriendo; está muy asustada. Mira para todos
lados; luego observa el plano donde se encuentran los espectros caídos en el piso. Se
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detiene la música y los demás personajes se retiran, reflejan en sus rostros una
expresión de desprecio. Horrorizada se cubre el rostro con las manos. Luego,
lentamente baja sus manos. Saca de sus vestimentas dos pequeñas flores rojas de
hojalata y las coloca sobre los cuerpos de los caídos. Suena la campana.
Leandro escribe en una máquina de escribir. Sobre la mesa hay muchos papeles,
cartas, libros, fotos, una botella de vino, una copa y un candelabro. Todo está
desordenado. Detiene su trabajo. Saca la hoja de la máquina y la deja a un costado de
la mesa. Se queda un momento pensativo. Se sirve una copa de vino. Sigue
escribiendo. Al rato, lee: “Segundo capítulo: Ramón Ramón y el General”. Se ilumina
otro sector. Hay dos hombres. El primero de ellos es Ramón; está sentado en el piso.
Su rostro exhibe una barba espesa. Tiene en su mano un gran ojo humano. Lo observa
detenidamente. Su cabeza la tiene vendada y el brazo izquierdo descansa sobre un
trapo que cuelga de un hombro. El segundo, casi ciego, deambula con un dolor
contenido. Viste una chaqueta de General; en su pecho lleva relucientes medallas. Su
vestuario está raído y vencido por el tiempo. Leandro detiene su escritura y proyecta
su vista hacia un punto fijo.
ROBERTO: ¡Mierda! ¿Por qué lo hiciste?
LEANDRO: A mí también me interesa saber por qué lo hiciste.
RAMÓN: Para vengar a mi hermano.
ROBERTO: ¿De quién hablas?
RAMÓN: De Manuel.
ROBERTO: No sé quién es ese fulano.
RAMÓN: (Se levanta) ¡Joder! Y si no sabes quién era Manuel, ¿por qué lo asesinaste?
ROBERTO: No pude haber asesinado a alguien que no conocí en mi puta vida.
RAMÓN: Él estaba con los demás trabajadores en la escuela.
ROBERTO: Nunca conocí a ninguno de esos rotos.
RAMÓN: Pero igual los masacraste.
ROBERTO: Había que actuar o retirarse dejando sin cumplir las órdenes de la
autoridad.
RAMÓN: ¡Qué morro tiene este tío!
LEANDRO: Eso no te exonera de tu responsabilidad.
RAMÓN: Esperé siete años para vengarlo.
ROBERTO: Lo único que conseguiste es dejarme tuerto, pero seguí vivo disfrutando de
mis prebendas de General.
RAMÓN: ¡Desgraciado! Únicamente te salvaste porque la daga me falló.
LEANDRO: ¿Estás seguro de que realmente por eso no lo mataste?
RAMÓN: (Duda) ¡Joder!... La estúpida compasión se apoderó de mí, entonces escapé
por la avenida.
LEANDRO: Fue ahí donde te redujeron a sablazos los guardias.
RAMÓN: (Mira a Leandro) Tío, ¿cómo lo sabes?
LEANDRO: He leído mucho sobre ti.
RAMÓN: Pues, en prisión me saludaron como el vengador de Iquique.
LEANDRO: Y después de cinco años en la cárcel te expulsaron del país.
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RAMÓN: Eso es lo que cuenta la historia oficial, pero lo cierto es que nunca volví a ser
libre.
LEANDRO: Entonces, ¿qué pasó contigo?
RAMÓN: Ni yo mismo lo sé. Creo que morí hundido en el anonimato de la prisión.
LEANDRO: Pese a todo, la gente te sigue recordando.
RAMÓN: ¿En serio?
LEANDRO: Te lo aseguro.
RAMÓN: ¡Qué guay! (Mira el ojo y trata de clavarle sus dientes).
ROBERTO: (Grita. Cae al piso) ¡Aaaay!
RAMÓN: ¡Joder! Es duro y resbaladizo.
LEANDRO: ¡Deja eso! Las personas inteligentes no comen nada que tenga ojos.
ROBERTO: (Con voz sufriente) ¡Carajo! ¡Qué dolor!
RAMÓN: ¡Qué va! ¿Cómo vas a sentir dolor?
LEANDRO: Tiene razón. Los muertos no pueden sentir dolor.
ROBERTO: No. En la muerte también se siente dolor.
RAMÓN: ¡Me cago en la mar, en la leche, en la puta, en la madre que me parió! Coño,
el dolor es humano.
ROBERTO: ¿Y acaso los generales no somos humanos?
RAMÓN: ¡Gilipollas! Tú no. (Clava sus dientes en el ojo. Roberto grita
descomunalmente).
LEANDRO: (Mira a Roberto) ¡Silencio General!
ROBERTO: (Grita) ¡Ayayay!
LEANDRO: (Se levanta de su escritorio) ¡Ya no soporto más tus gritos! ¡Te ordeno que
calles!
ROBERTO: (Alterado) ¡Carajo! ¿Acaso nunca tendré paz ni perdón? ¡Aaaay!
RAMÓN: ¡Coño! En vano gritas. Aquí nadie te oye.
LEANDRO: ¡Basta! Terminemos de una vez por toda con esta historia. No soporto la
crueldad.
RAMÓN: Lo es que yo me comeré este ojo como si fuera una uva.
ROBERTO: ¡Nooo! ¡Compasión!
LEANDRO: (Imperativo) ¡No lo hagas!
RAMÓN: ¡Coño! ¡Déjame en paz!
LEANDRO: Si lo haces, tú también te convertirás en un asesino.
Ramón no lo escucha. Lleva el ojo a su boca y lo muerde con fiereza. Roberto da un
grito espantoso y se desmaya de dolor. Ramón lanza lejos el ojo.
IV LA VIOLACIÓN
En diferentes sectores están Azucena, Ladislao y Norberto. Hablan sin tener contacto
entre ellos.
NORBERTO: Desde el fondo oscuro de mi boca, sueño que mis dientes se hunden en tu
carne, y en la mordida siento que las lágrimas escapan por tus mejillas.
LADISLAO: Amor mío, eres tan frágil, tierna y hermosa, así como una flor de mi campo.
NORBERTO: Mujer, mírame. No me rehúyas. Vengo a devorar tu boca y arrastrar tu
desnudez en amanecidas de yuyos y retamas.
LADISLAO: Cierro los ojos y evoco tus ojos, tu sonrisa, mientras me veo frente a ti,
rozando los labios con los tuyos.
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NORBERTO: ¡Carajo! Un día no aguanté más mis deseos y, sin darle muchos rodeos,
me declaré a ella… ¿Quiere ser mi novia?
AZUCENA: Norberto, lo siento. No puedo ser cómplice de algo que va contra mis
propios sentimientos.
NORBERTO: Ahí mismo, como una fiera herida me perdí en una ola de pensamientos
retorcidos.
LADISLAO: Parecía que de mi cabeza iba a nacer un arcoíris cuando ella me dijo…
AZUCENA: Sí, Ladislao, me gustaría ser tu novia.
NORBERTO: Todavía no comprendo por qué diablo eligió a mi hermano y no a mí, si
ambos éramos iguales: campesinos y pobres.
AZUCENA: Ladislao me agradaba. Lo encontraba respetuoso y noble.
LADISLAO: Feliz la presenté como mi novia a todo el mundo.
NORBERTO: Con despecho me alejo, cayo los silencios, ciego a las miradas, detengo las
palpitaciones y me visto de orgullo y rencor.
AZUCENA: La simple simpatía que sentía por Ladislao, al tiempo se convirtió en un
sentimiento hermoso. Lo empecé a querer.
LADISLAO: Lo único que yo quería era casarme con ella y tener una familia numerosa
que criar.
NORBERTO: Un día ebrio de locura la encontré cerca del fundo de los patrones…
(Habla con voz de borracho) ¡Eh, Azucena! ¿Qué te parece si te acercas y pasamos un
buen rato?
AZUCENA: Lo único que deseaba era salir rápido de ese descampado.
NORBERTO: ¡Ven aquí! ¡No temas! Así de cerca es mucho mejor.
AZUCENA: (Grita desesperada) ¡Suéltame!
NORBERTO: Tengo sed y hambre de ti. Ven, apaga la llama infernal que tengo bajo mis
piernas.
Norberto da un golpe en el aire y se lanza al suelo, como si se aferrara a un cuerpo
imaginario. En el otro lado, Azucena cae bruscamente.
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RAMÓN: Tío, ¿te puedo hacer una pregunta?
LEANDRO: Hazla.
RAMÓN: ¿Por qué escribes sobre mí?
LEANDRO: La verdad es porque… tu hermano fue compañero de mis padres.
RAMÓN: (Sorprendido) ¡No me digas!
LEANDRO: Me imagino que estuvieron juntos allí en la Escuela Santa María.
RAMÓN: ¡Joder! Entonces también los asesinaron.
LEANDRO: (Con un nudo en la garganta) Así fue.
RAMÓN: Tío, todos tienen una historia que quieren contar o algo que desean
descubrir... Los extrañas mucho, ¿verdad?
LEANDRO: Sí, mucho… ¡Ay pasado sufriente! ¡Qué no me domines!... Cómo ansío
despertar una mañana plena de sol para volver a sentirlos a mi lado, para coger sus
miradas y sus brazos que me abrazan, para sentir en mi cara sus labios resecos que me
besan. (Se quiebra emocionalmente).
RAMÓN: (Fraterno lo abraza) Parece que el pasado doloroso nos pone delante de una
frontera que la conciencia apenas puede soportar.
LEANDRO: No hay nada más cierto que eso.
RAMÓN: Es por eso que tengo que ir a cumplir con mi misión.
LEANDRO: Sí, lo sé. (Le acaricia la cabeza) Anda. Te dejo en libertad.
RAMÓN: ¡Vale! Hasta siempre compañero.
LEANDRO: Hasta siempre Antonio Ramón Ramón.
Se abrazan. Silencio. Ramón camina en dirección a la Muerte, quien lo recibe con los
brazos abiertos. Bailan suavemente un bolero que susurra la parca. Leandro vuelve al
escritorio. Toma un escrito
LEANDRO: (Lee) El 14 de diciembre de 1914, siguiendo su rutina habitual, el General
Roberto Silva Renard caminaba por calle Viel, en las proximidades del Parque Cousiño
en Santiago, hacia su despacho en la Fábrica de Cartuchos del Ejército. Eran las 10:15
de la mañana, cuando Antonio Ramón le propinó varias heridas por la espalda, no
consiguiendo matarlo…
Se sirve otra copa de vino. Relaja su cabeza hacia atrás. Cierra sus ojos.
En la penumbra se divisa a la Muerte que cubre su cara con un velo; deambula sin
rumbo fijo. Se detiene cerca del escritor.
MUERTE: (Musita. El coro repite algunas palabras) Vamos, escribe con verdad, con el
pecho apretado de recuerdos… Siente y percibe el aliento cálido y el torrente de tus
venas. Anda y descubre el camino.
Leandro abre los ojos y movido por un animoso impulso coloca otra hoja en la
máquina, escribe. Se detiene, lee.
LEANDRO: Entonces, el verdugo se hace presente; su rostro se oculta tras una máscara
negra, sucia, manchada con toda la infamia de su profesión. De pronto, aparece
Azucena; viste un traje largo, con negros crespones. Sus pasos cansinos reflejan dolor y
renuncia. El hombre le toma una mano y la besa. La mujer no reacciona. Después, le
acaricia su rostro; sin embargo, ella, sigue impasible. Ahí mismo, el fiero personaje
besa sus labios. La mujer continúa inmutable. Una sonrisa siniestra surge del sujeto.
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Saca de sus vestimentas una soga y se la coloca a la joven en el cuello, y comienza a
cerrarla lentamente. Ella deja caer su cabeza resignada; no sufre…
Las luces titilan. Oscuro.
LEANDRO: ¿Qué ocurre?... Es extraño, siento que mis músculos y huesos se aprietan…
¿Qué me está pasando?
Enciende las velas del candelabro. Se escuchan unas ondas sonoras misteriosas. La
Muerte se desplaza por la escena como si fuese a iniciar un ritual.
MUERTE: ¡Oh! Sabia Azucena, sabías que la tragedia había ido a vivir a la pampa.
(Grita) ¡Aaaay!... Vida y muerte…Muerte y vida, son una sola.
Leandro aguza el oído. Camina alumbrándose con las velas por el espacio. Al instante,
se detiene. Los sonidos se multiplican. Bajan y suben de intensidad.
LEANDRO: ¿Será quizá ese viento nocturno de la pampa que cortó con sus puñales mi
inocencia?
MUERTE: Sueña con la muerte, porque es el territorio de los cuerpos poéticos.
LEANDRO: ¿Serán las energías de mis antepasados que invoco en mis escritos?
MUERTE: Leandro…Leandro… (De alguna parte recoge a un bebé imaginario. Lo alza y
lo lleva a su pecho con ternura).
LEANDRO: A veces, pienso que por algún rincón me voy a encontrar con una
muchedumbre de espíritus boquiabiertos.
MUERTE: (Grita poseída) ¡Aaay! ¡La sangre es muy mal augurio!
La Muerte canta suave una estrofa.
“Duerme negrito”
MUERTE: Debes hacerle el caballito de madera que le prometiste para que se balancee
en sus noches de insomnio.
LEANDRO: ¿Dónde estarán?
MUERTE: Palitroques, trencitos y volantines. Miniaturas del alma
LEANDRO: Cómo deseo verlos siquiera en un escuálido minuto.
MUERTE: Calles empolvadas. Remolinos de la pampa.
LEANDRO: A veces, en mis pesadillas los veo perderse entre el humo de la pólvora.
MUERTE: Sombríos pensamientos.
LEANDRO: ¿Por qué no puedo espantar esas alucinaciones aterradoras?
MUERTE: No sigas torturándote… Ve, acaricia a tu madre.
LEANDRO: (Acaricia con ternura a un ser imaginario) Hace tanto tiempo…
MUERTE: Que no sentía tus besos.
LEANDRO: Hace tanto tiempo…
MUERTE: Que no tocaba tus cabellos.
LEANDRO: Hace tanto tiempo…
MUERTE: Que no sentía tu aliento.
LEANDRO: Siempre recuerdo.
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MUERTE: ¿Qué recuerdas?
LEANDRO: Manos curtidas. Amor y dolor.
MUERTE: El dolor es egoísta.
LEANDRO: El dolor es cruel.
MUERTE: Llora cuánto quieras para dejarlo atrás, para cerrar esa puerta pesada.
LEANDRO: No me deja respirar.
MUERTE: Tu dolor tampoco deja descansar a tus padres.
LEANDRO: ¿Cómo puedo abrir esa claraboya para que deje traslucir pequeños reflejos
de claridad?
MUERTE: Evoca los momentos felices.
LEANDRO: Sueño noche tras noche con ellos.
MUERTE: No hay dudas viven en ti.
LEANDRO: Pero la mente es una enemiga silenciosa, trae dolor.
MUERTE: Piensa en algún regalo que te dejaron. Siéntelo, valóralo.
LEANDRO: “Hijo te amo”. Esas palabras resuenan en mi cabeza, como si unos labios
invisibles las hubieran susurrado en mi alma.
MUERTE: ¿Te das cuenta? Ellos están dentro de tu corazón.
La Muerte sonríe y da un beso al aire. Leandro sonríe y abraza a la madre imaginada.
La Muerte canta algunas estrofas de la canción.
“Murió la Flor”
Leandro toma del escritorio una fotografía de sus padres. Se queda mirándola
detenidamente. Luego, la deja con delicadeza en el mueble. Posteriormente, se sirve
una copa de vino y se queda absorto en el recuerdo. La Muerte se saca el velo. Ahora
asoma joven y alegre.
MUERTE: Ladislao, amor, debes sentirte orgulloso de tu hijo… ¡Ve, hombre! ¡Sírvele
una copa de vino!... Sin duda, ya puede tomar. Ahora es un hombre hecho y derecho…
¡Qué sorpresa, no! Jamás soñamos que nuestro Leandro sería un escritor. Me acuerdo
que siempre le decías que debía aprender a leer y a escribir para ser libre. Que no
querías que fuera un ignorante como nosotros. Anda, dile a tus viejos amigos: “mi hijo
escribe libros”. (Ríe alegre) ¡Empinemos el codo con una copa! ¡Salud, por nuestro
Leandro!
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Norberto está sentado en una silla de ruedas. Viste un abrigo. Rara vez mira de frente.
Su semblante es enfermizo, triste y sufriente. Leandro porta en sus manos una carpeta
con papeles. Durante toda la conversación el viejo tiene una conducta huraña.
LEANDRO: Tío Norberto, recién estaba conversando con el médico; me contó que te ve
un poco mejor de salud. Quiero llevarte uno de estos días a casa para que cambies de
ambiente. ¿Te parece bien?
NORBERTO: No es necesario. Me siento bien así solo.
LEANDRO: Quiero pedirte disculpas por no haber venido antes. La verdad es que me he
metido de cabeza a escribir mi nueva novela.
NORBERTO: (Balbucea) No te preocupes.
LEANDRO: Cómo no me voy a afligir. Tú eres el único familiar que me queda... Al
parecer no estás de buen humor… ¿Te pasa algo?
NORBERTO: No.
LEANDRO: Vamos, nada de secretos conmigo.
NORBERTO: No tengo nada que decir.
LEANDRO: ¿Qué pasa?
NORBERTO: Nada.
LEANDRO: ¿Quieres que te saque a pasear por el patio?
NORBERTO: No. Gracias.
LEANDRO: (Muestra la carpeta) Mira, te traje un avance de mi escrito. ¿Quieres que te
lea algo?
NORBERTO: No me interesa.
LEANDRO: Cómo no te va a interesar. Te conté que se trata de la muerte de mis padres
y de los trabajadores salitreros.
NORBERTO: (Se altera) ¿Para qué quieres abrir antiguas heridas?
LEANDRO: (Sorprendido) ¿Por qué dices eso? Para mí es muy importante… Espera, te
voy a leer algo.
NORBERTO: Ya te dije que no quiero saber nada de eso. ¿Por qué no escribes otras
cosas?
LEANDRO: ¡Qué lástima! … Pensé, quizás, podrías ayudarme... A lo mejor recuerdas
algunas cosas sobre la época.
NORBERTO: No quiero recordar nada.
LEANDRO: Entonces, cuéntame algo de ti… ¿Qué hacías en aquel entonces?
NORBERTO: (Cortante) Ya te he dicho, varias veces, fui soldado. Además, no recuerdo
nada.
LEANDRO: ¿Nada?
NORBERTO: No.
LEANDRO: Estás muy extraño… Está bien… ¿Quieres que haga algo por ti?
NORBERTO: No hace falta.
LEANDRO: De acuerdo. Entonces, conversemos de otra cosa, mejor.
NORBERTO: Hoy quiero estar solo.
LEANDRO: A ver, Don Norberto Sepúlveda, ¿tiene algún problema conmigo? (Norberto
se queda en silencio) ¿Quieres me vaya?
NORBERTO: Sí. Creo que será mejor.
LEANDRO: Como tú quieras…Espero que no me estés ocultando nada…Adiós. Otro día
conversamos.
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Leandro mira contrariado a su tío, luego se retira. El anciano se queda con la vista fija
en el vacío.
IX LA ESCUELA ENSANGRETADA
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AZUCENA: Es como si una capa negra lo hubiese cubierto.(Mira alrededor. Se espanta)
¡Qué horror!
LADISLAO: ¿Qué ocurre?
AZUCENA: Los soldados han rodeado la escuela. (Se escucha un redoble de tambores).
LADISLAO: ¡Maldición! Ya han dirigido sus fusiles y ametralladoras hacia nosotros.
AZUCENA: ¿Quién será ese militar altanero que va en un caballo blanco dando órdenes
a las tropas?
LADISLAO: De seguro que es el General que intentará desalojarnos de la escuela.
AZUCENA: Esos hombres tienen los rostros duros, fríos y temblorosos.
LADISLAO: A lo mejor tienen más miedo que nosotros.
AZUCENA: A pesar de que están armados, se ven nerviosos y tensos.
LADISLAO: Me pregunto, ¿cuántas personas conocidas habrá en esas filas?
AZUCENA: ¿Cuántos peones y pobres visten esos uniformes arrogantes?
LADISLAO: ¡Ahora apuntan sus fusiles contra nuestros pechos!
Aparece el coro. Cada personaje lleva una pancarta con demandas actuales: educación
gratuita, pensiones dignas para los jubilados, salud de calidad, etc.
CORO:
¡Pago de los salarios de 18 peniques!
¡Cambio de fichas a la par!
¡Romanas públicas en las pulperías!
¡Rejas de fierro para todos cachuchos!
¡Escuelas para nuestros hijos!
¡Respeto y dignidad para el trabajador!
AZUCENA: (Queda estupefacta por algo que descubre) ¡Dios mío!...
LADISLAO: ¿Qué ocurre?
AZUCENA: ¡No puedo creer lo que veo!
LADISLAO: ¿De qué hablas?
AZUCENA: (Indica con su mano) Quiero que mires bien al hombre que está en la
segunda fila de ese batallón.
LADISLAO: (Curioso) ¿Cuál?
AZUCENA: El bajo y fornido que destaca entre todos los demás.
LADISLAO: (Hace un esfuerzo para mirar mejor) ¡No puede ser!
AZUCENA: Es Norberto, ¿verdad?
LADISLAO: No hay duda. Lo conozco muy bien.
AZUCENA: ¡Pero, cómo es posible!
LADISLAO: La desgracia nos separó y la desgracia nos vuelve a juntar.
AZUCENA: Esta es una pesadilla. No puede estar ocurriendo.
LADISLAO: (Confundido) ¡Mierda! Parece que mi cabeza fuera a estallar en mil
pedazos.
AZUCENA: Qué destino más traidor, volver a enfrentarte a tu hermano.
LADISLAO: (Seco) Él no es mi hermano. Nunca lo fue.
AZUCENA: Sin embargo, por sus venas corre tu misma sangre.
LADISLAO: Por las venas de ese mal nacido únicamente corren rencor y bajeza
(Azucena se pone a llorar, el joven la abraza. Unos sones de clarín repican en el aire).
No llores mi amor. No debemos temer a la muerte, pues es posible que ella nos de paz
a nuestros padecimientos.
AZUCENA: No, Ladislao. ¡Lo más importante es vivir!… ¡Vivir!...
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LADISLAO: Sí. Tienes toda la razón. ¡Hay que vivir!
AZUCENA: ¡Ay, Dios! Siento un escalofrío que recorre mi espalda.
Surge desde la platea el General.
ROBERTO: (Persuasivo) Escuchad obreros: estoy seguro de que ayer algunos de
vosotros también fueron soldados que cruzaron infatigables y serenos las candentes
arenas de la pampa. Vosotros que habéis delegado en vuestro Comité Directivo todas
vuestras atribuciones, tenéis el deber de acatar esa resolución, pues dicho Comité ya lo
aprobó y a vosotros os toca obedecer y callar. ¡Deben regresar a los campamentos!
LADISLAO: (Con firmeza) Usted se equivoca General. El Comité no ha aceptado
regresar a las Oficinas Salitreras. Este modesto obrero levanta su voz para rebatir a las
autoridades que nos niegan el pan y el agua. Lo único que queremos es que se nos
pague a un tipo de cambio de 18 peniques, porque si los empresarios venden el salitre
en peniques, ellos en nada se perjudican con la baja del cambio, al contrario se
aprovechan para pagarnos la mitad del salario. Compañeros, es inútil que usen el
manoseado discurso de hablarnos en nombre de la Patria. Eso es engañarnos con
lentejuelas de payaso de circo.
ROBERTO: Ustedes no son chilenos, sino una turba de subversivos y facinerosos, unos
antipatriotas indignos y hostiles a la sociedad y al orden establecido. Nosotros, como
soldados de una Patria libre y soberana, no nos temblará la mano para disparar
nuestras armas contra este tropel de rotos apátridas que seguramente están pagados
con el oro peruano... Soldados: ellos son los enemigos de esta batalla. ¡Atención,
preparen armas!…
De manera sorpresiva, La Muerte entra a la sala. Todo se paraliza.
MUERTE: (Con voz fuerte) ¡Un momento! ¡Salga de aquí! (El General se queda
petrificado, refunfuña) ¡Le ordeno que salga! (El militar trata de enfrentarla, pero hay
una energía que no lo deja avanzar. Entonces, decide salir rápido del sitio) Señoras,
señores, disculpen mi intromisión, pero cuando presiento que se aproxima la tragedia,
creo necesario decir algo medianamente sensato… Sé que lograr su interés es algo muy
difícil, ya que la mayoría de los mortales me consideran, de manera injusta, como algo
despreciable y ruin. Aparte de ello, quiero aclarar que no es mi voluntad quedarme
eternamente en esta tierra llena de maldiciones. Sin embargo, por una u otra razón me
veo obligada a visitar estos salares desolados, las calicheras y las casas de los obreros.
Les doy mi palabra sagrada de muerte que no me gusta andar agitando a cada rato mi
guadaña sobre las cabezas de los pobres. Además, no tengo ningún ánimo de querer
aumentar mi mala reputación entre viudas y huérfanos… Pienso que mi imagen sería
muy diferente si las personas fuesen capaces de mirarme con otros ojos… Me
pregunto: ¿por qué no me pueden considerar como un ángel generoso? Sí, un ser que
les regala un lecho donde puedan reposar… De verdad que es desagradable y tediosa
esta rutina de cargar todos los santos días con cientos de trabajadores. ¡No quiero
más! Estoy a punto de renunciar a este trabajo siniestro… Se supone que yo no debería
discriminar a nadie. Que me podría llevar sin distinción a un rico o a un pobre, pues, al
fin y al cabo, da lo mismo, ¿no? Pero lo cierto es que en el transcurso de un mes, suelo
acarrear por un rico a cien pobres… Con los años me he dado cuenta que por aquí las
cosas no son justas…Créanme, por más que intento ser imparcial, no me queda otra
salida. Por culpa de la insalubridad, el alcoholismo, la tuberculosis, las enfermedades
venéreas, los accidentes laborales, y no sé por cuantas cosas más, termino con mi
carreta llena de infortunados. Aprovecho la oportunidad para aclararles a los
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periodistas, dramaturgos e historiadores presentes que, en ningún caso, soy
responsable de la masacre que ahora serán testigos. Les ruego que no me achaquen
más los muertos de otros, así como siempre lo han hecho en la historia de la
humanidad… Sepan ustedes que esta vez quiero que todo sea diferente… Hoy voy a
compensar a los vencidos, como nunca lo han hecho. Vean, con el poder absoluto que
poseo le doblaré la mano al destino… Sí, así como lo escuchan… Solamente yo puedo
hacerlo. Tal vez, a partir de hoy me vean de otra manera… (Golpea con su cetro el piso.
Todos vuelven a sus acciones).
CORO:
¡No queremos más promesas!
¡En paz reclamamos nuestros derechos!
¡No abandonaremos la escuela!
¡Nos quedaremos hasta las últimas consecuencias!
¡No volveremos con las manos vacías!
¡No nos amedrentan con armas y amenazas!
De fondo, se escucha distorsionada la marcha Lili Marleen, cantada por Ramón Ramón,
quien se encuentra de espalda contra la pared, con las manos detrás de su cabeza,
como si fuese un prisionero de guerra. A su lado se halla el General que le ordena que
cante. El tema musical es acompañado por un redoble de tambor. El escenario se tiñe
de rojo. La percusión y otros instrumentos hacen el ruido de ametralladoras. Algunos,
llevan en sus manos unas balas de utilería que golpean los pechos de Azucena y
Ladislao. Los proyectiles rebotan en los manifestantes, no le dan muerte. Los hombres
y mujeres siguen marchando con sus pancartas en alto, mientras caen al suelo los
actores que llevan las balas. Redoble final.
CORO: (Reza) En nombre de Santa María, traigo flores para coronar tu sacrificio. En
nombre Santa María, traigo flores para coronar tu liberación.
El Coro canta al estilo épico.
“El Expatriado”
X LA VENGANZA DE LA MUERTE
14
Leandro escribe con ansiedad en su máquina. Se detiene. Queda pensativo. En otro
sitio están sentados en una mesa la Muerte y el General; este último tiene un gran
parche negro en su ojo derecho. Ambos beben en sus copas.
ROBERTO: (Persuasivo) Señorita, tengo la impresión que usted no es de esta ciudad.
Tiene cierto aire extranjero.
MUERTE: General, usted es un hombre muy observador. Es cierto, no pertenezco a
este territorio.
ROBERTO: ¿Podría saber de dónde viene?
MUERTE: Solo le puedo decir que vengo de muy lejos.
ROBERTO: Me gustan las mujeres misteriosas. ¿Sabe? Me provoca placer su mirada
enigmática.
MUERTE: (Coqueta) ¡Salud por su placer! (Bebe).
ROBERTO: ¡Salud por su original belleza! (Bebe).
MUERTE: ¡Qué impresionantes son sus relucientes medallas!
ROBERTO: ¿Les gusta?
MUERTE: Me imagino que cada uno de esos galardones debe tener una historia
importante que contar.
ROBERTO: Ciertamente. Todas las he ganado por mis actos heroicos, por mis servicios
prestados a la Patria.
MUERTE: Por lo que veo usted es un hombre muy reconocido por su Patria.
ROBERTO: Me va a perdonar, pero no gozo de mucha humildad. Creo que faltaría
espacio en mi uniforme para colocar todos los méritos que tengo como soldado.
MUERTE: No le parece muy soberbio de su parte vanagloriarse demasiado
ROBERTO: (Sonríe) Me encantan las personas como usted que dicen abiertamente lo
que piensan. Me carga la gente aduladora y temerosa.
MUERTE: ¡Salud por sus medallas! (Bebe).
ROBERTO: ¡Salud por su sinceridad! (Bebe).
MUERTE: Dígame. Esa medalla grande que tiene ahí, ¿por qué se la dieron?
ROBERTO: (Señala una medalla) ¿Esta?
MUERTE: Sí, esa misma.
ROBERTO: (Orgulloso) Esta me la otorgaron por mis acciones gloriosas en la Guerra del
Pacífico.
MUERTE: Mmm… ¿Y esa otra?
ROBERTO: ¡Ah! Esta medalla la gané después de la Guerra
Civil. Fue en la época que me ascendieron a coronel, por el apoyo que brindé al bando
de los congresistas.
MUERTE: ¿Y esas tres pequeñas que están ordenadas en una misma fila?
ROBERTO: Bueno, personalmente, esas son las que más valoro.
MUERTE: ¿Así? Se puede saber el motivo.
ROBERTO: Ellas me las dieron por sofocar levantamientos subversivos.
MUERTE: ¿Subversivos?
ROBERTO: Así como lo escucha. Por ejemplo, esta, me la otorgaron al ahogar los
levantamientos en las Oficinas Salitreras, en el norte del país, en septiembre de 1904.
La otra, la gané en octubre de 1905, al exterminar las manifestaciones en contra del
impuesto a la carne. Finalmente, esta última la recibí en reconocimiento a la represión
que tuve que ejercer contra los obreros en la Escuela Santa María, el 21 de diciembre
de 1907. Debo reconocer que es la que me hace sentir más orgulloso.
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MUERTE: ¿De verdad se siente orgulloso por ser el responsable de la muerte de
muchos de sus compatriotas?
ROBERTO: (Sonríe) Distinguida señorita, usted sabrá que así es la guerra. Hay algunos
que ganan la gloria y otros que pierden todo, incluso la vida. No hay otra alternativa,
¿no le parece?
MUERTE: Si usted lo dice, no lo voy a refutar.
ROBERTO: (Firme) Es mejor así. No tolero a la gente que me contradice.
MUERTE: (Segura) Yo tampoco. Cuando debo hacer algo importante, prefiero que las
personas acepten mis condiciones, sin oponer resistencia.
ROBERTO: (Sonríe de manera cínica) Por lo que veo, ambos somos firmes y resolutivos
en nuestras decisiones.
MUERTE: Hay momentos en la vida que tenemos que aceptar destino irrevocable. Es
muy bochornoso observar a quienes tercamente quieren aferrarse a sus ideas e
intereses, a sabiendas que ya llegaron al final de sus caminos.
ROBERTO: (Aplaude) ¡Bravo! Me sobrecogen sus palabras.
MUERTE: No creo. Usted es un hombre muy altanero y fiero.
ROBERTO: Quizás, tenga razón, pero también suelo ser cortés y caballero con las
damas hermosas como usted.
MUERTE: (Ríe) Cuidado, no sabe con quién está hablando.
ROBERTO: (Ríe) Lo único que me puede atemorizar de usted es que su belleza me haga
poner de rodillas frente a su figura seductora.
MUERTE: (Ríe) ¡Qué labia que tiene!
ROBERTO: (Ríe) ¡Salud por ambos! (Bebe).
MUERTE: ¡Salud! (Bebe).
ROBERTO: ¿Le gustaría bailar una pieza musical?
MUERTE: Con todo gusto. Me encanta bailar.
ROBERTO: (Se dirige a unos músicos imaginarios) ¡Maestro, música!
Se escuchan los compases de un tango. Roberto toma la mano de la Muerte y
comienzan a bailar. Aparece Ramón; mira un momento a la pareja. Después se acerca
y de manera rápida le quita al militar de sus manos a la mujer.
ROBERTO: (Enojado) ¡Qué se ha creído este pelafustán, aparecer de repente y
quitarme mi pareja!
MUERTE: (Seca) Un momentito, yo no soy pareja suya ni de nadie.
RAMÓN: (Irónico) ¡Escuchó, General!
ROBERTO: Nadie me responde así, menos una mujer coqueta que se toma la libertad
de bailar con cualquiera.
MUERTE: Cuide sus palabras y límpiese la boca, General. A mí nadie me insulta. No
sabe con quién está hablando.
RAMÓN: ¡Así se habla!
ROBERTO: Usted parece que no se diera cuenta que está frente a un General de la
República.
MUERTE: ¡Me cago en tu vestidura y en tus grados!
ROBERTO: (A punto de reventar) Créame que si estuviera en servicio la haría fusilar en
un paredón.
MUERTE: ¡Y yo haría un cebiche con tus bolas!
RAMÓN: ¡A todas estas sanguijuelas hay que eliminarlas del mapa!
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Roberto, en un acto de ira, saca su pistola de servicio y apunta contra los otros dos
personajes. Percuta el arma, pero no sale el disparo. La Muerte ríe de forma
escandalosa. Ramón toma una de las copas que está en la mesa y bebe. Luego, se
sienta relajado. El General se descompone totalmente. No sabe qué hacer. La Muerte
de un salto lo toma de la chaqueta con una fuerza inusitada y lo zamarrea. El hombre
se ve débil. La voz de la mujer cambia de intención, se escucha siniestra.
MUERTE: ¡Qué te has creído tuerto de mierda!... ¡Aborto de tu madre!... ¡Venir a
amenazarme a mí!... ¡Carajo! Yo soy la única que aquí puede dar órdenes y decidir la
vida tuya y la de todos…Ve lo que hago con tus medallitas de fantasía. (Le arranca de la
casaca al militar algunas de sus medallas y devora con avidez. El General queda
atónito). Y luego voy a seguir devorando tus jinetas, tus botones dorados, tu correa
tricolor, tu ridículo gorro y tus huevos.
Ramón se divierte mucho con la escena. El General trata de escapar, pero la Muerte lo
detiene con un movimiento que hace con las manos, como si contuvieran una energía
extraordinaria.
MUERTE: ¡Mierda! ¡Tú no vas a ninguna parte! Estás metido en tu propia rueda y no
puedes salir.
ROBERTO: (Suplica) Haré lo que quieras.
MUERTE: (Imperativa) ¡Arrodíllate!
ROBERTO: (Sorprendido) ¿Qué?
MUERTE: ¡Qué te arrodilles, te digo!
ROBERTO: ¡Nooo!
MUERTE: ¡Arrodíllate, carajo! (Roberto de manera forzada lo hace). ¡Quiero que me
lamas los pies! (Roberto acepta). Déjame brillante los zapatos (Ríe como niña)
ROBERTO: ¿Qué más quieres? …Ya me has humillado.
MUERTE: Me gustaría que pidieras perdón a todas las víctimas.
ROBERTO: (Se levanta enojado) ¿Queeé?
MUERTE: ¡Pide perdón!
ROBERTO: Todas las muertes son responsabilidad del gobierno, no mías
MUERTE: ¡No me vengas con esas pendejadas! Todos los miserables dicen lo mismo.
ROBERTO: Estábamos en guerra y tenía que defender a la Patria.
MUERTE: (Sin tocarlo, le da una bofetada en pleno rostro, haciéndolo caer al suelo) Yo
también estoy en guerra y reventaré tu culo con mis cinco dedos.
ROBERTO: ¡Piedad! Soy un anciano. Tengo una enfermedad terminal.
MUERTE: (Enojada) Eres un viejo que se mea y se hace caca en los pantalones, pues no
tienes el valor de morir dignamente como un soldado (Ríe sarcástica) ¿Y este es el
héroe que la Patria recuerda?... No me hagas reír.
ROBERTO: Yo salvé a mi país.
MUERTE: (Despiadada) ¿Así? ¿De quién lo salvaste?
ROBERTO: De los enemigos externos y los subversivos.
MUERTE: Ya no quiero escuchar más a tu lengua venenosa. Y por último, te meteré en
el túnel sin salida. Bueno, dentro de toda esa huevada que inventan de mí. Ahí te
quedarás para siempre para que te coman los gusanos.
ROBERTO: (En un arresto de fuerza, se saca el parche de su ojo malogrado y se levanta
con furia): ¡Bravoooo!... ¡Mi ojo vuelve a estar sano!... ¡Al fin!... ¡Ya verás puta
enlutada como te hago añicos con mis puños imbatibles!... ¡Jamás podrás vencer a un
General chileno!
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Se lanza contra la Muerte, pero ella pone su mano firme en el pecho del individuo.
Roberto lanza puñetes al aire, pero ninguno de ellos toca el cuerpo de la Muerte. De
pronto, una energía sobrenatural que surge de un movimiento de mano de la Muerte
lo derriba al suelo.
MUERTE: ¡Desgraciado! ¡Desaparece de mi vista! Ni siquiera tuviste compasión de un
pobre niño. Denigras a tu especie, incluso a tu propio uniforme.
ROBERTO: (Grita con horror) ¡Auxilio! ¡Qué alguien me ayude!
MUERTE: Nadie te defenderá, ni siquiera el autor de esta historia.
ROBERTO: (Se levanta y corre hacia Leandro) Señor escritor: ¡ayúdeme!, ¡ayúdeme!
LEANDRO: No puedo. O mejor dicho, no quiero.
ROBERTO: ¡Eres más inclemente que yo!
LEANDRO: ¡Te lo mereces!
ROBERTO: (Airado) ¡Eres un dictador!
LEANDRO: (Asombrado) ¿Yo, dictador? No me hagas reír.
ROBERTO: Sí, haces lo que quieres conmigo.
LEANDRO: En mi territorio soy el único que decide el destino de mis personajes.
ROBERTO: Falseas la historia, pues yo no morí así.
LEANDRO: No me importa. Esto es ficción y puedo hacer lo que quiera.
ROBERTO: ¡Eres un mentiroso! Yo morí de viejito y con todos los honores militares.
MUERTE: (Se dirige a Leandro) ¡Ya, pues, señor escritor!
Acabe de una vez por toda con la historia de este cagón.
LEANDRO: Sí. Tienes razón. Un momento, por favor.
ROBERTO: ¡Nooo! ¡Piedad!... ¡No lo haga!... ¡Les juro que me arrepiento de todo!
LEANDRO: (Escribe) ¡Adiós General! (El militar cae de un sopetón).
MUERTE: (Mira feliz al escritor. Aplaude. Lo mismo hace Ramón Ramón)
¡Extraordinario! Te daré una larga vida para que nada en este mundo siga como ahora.
LEANDRO: Gracias, madame. Se lo recordaré cuando llegue la hora.
ROBERTO: (Se levanta. Habla con voz de actor) Esperen un momento. Creo que el
General no se puede ir sin dejar su testamento político. Señor escritor, por casualidad,
tiene usted el testamento.
LEANDRO: (Busca entre sus papeles) No, no lo tengo. Se me traspapeló (Con voz
fuerte) Señor Director, no encuentro el testamento. ¿Lo tiene usted?
El director sale de la platea.
DIRECTOR: (Disgustado) ¿No tienen el testamento? Pero cómo es posible. Hace meses
que estamos ensayado y, justo el día de hoy, en plena función, se les olvida el
testamento. Tomen. Aquí tienen una copia.
Le pasa un papel al actor que interpreta el General. Sale el director. Lee el actor.
Testamento del General
Al final de mis días quiero manifestar que no guardo rencor a nadie, que amo a mi
Patria por encima de todo, que asumo la responsabilidad política de todo lo obrado…
Gracias, Patria mía, he sido tu soldado y ello me hace feliz. Quiero que me recuerden
como el General de los pobres. Siempre cuidé a los ricos para que dieran más. Traté de
hacer de Chile un país de propietarios y no de proletarios. ¿Pedir perdón? Nunca. Me
considero un ángel patriótico que no tiene que pedir perdón a nadie. Que lo pidan
ellos… Soy católico, apostólico y romano, pero no ingenuo… Entre asegurar los
derechos de unos 10.000 disociados o garantizar los de diez millones, no tuve duda…
Reflexionando y meditando, soy bueno. No tengo resentimientos, tengo bondad.
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Gracias a Dios, creo que tengo los pantalones amarrados con fierro para enfrentar a la
muerte. Y cuando me vaya para el otro mundo, díganles a mis amigos que me saquen
de ahí, pues estoy seguro de que con los años, me van a estar pidiendo que vuelva.
Ordeno que este testamento permanezca bajo siete llaves, porque en este país no se
mueve una hoja sin que yo lo sepa. Que quede claro señores… Firma el General.
El actor le pasa el papel a la Muerte. Luego sale de escena.
XI LA MUERTE Y EL ANARQUISTA
La Muerte se sienta a reposar en una silla. Ramón le pasa una copa de licor. Ella le
sonríe y bebe en silencio. Al instante, se miran detenidamente.
MUERTE: Oye, ¿qué te pasa? ¿Por qué me miras tanto?
RAMÓN: Disculpa.
MUERTE: Ten cuidado, podría ser tu madre.
RAMÓN: Maja, ¿te puedo hacer una pregunta?
MUERTE: Pregunta.
RAMÓN: ¿Eres acaso compañera?
MUERTE: (Ríe) ¡Yo no soy compañera de nadie! ¡Qué gracioso!
RAMÓN: Pues, déjame decirte que lo que hiciste es lo mismo que años atrás intenté
hacer con mi daga.
MUERTE: Te aclaro que yo no tengo credos ni partido político.
A mí no me viene bien eso.
RAMÓN: ¡Ah! ¡Qué bien! Entonces eres una libertaria, así como yo.
MUERTE: (Vuelve a reír) No. Nada de eso. Estoy segura de que la verdadera y única
libertad es la que se vive en mi “mun-do”.
RAMÓN: ¿A ver?… Pues, pese a ser un simple obrero, creo tener una mínima
inteligencia para darme cuenta que, tal vez, tú eres…
MUERTE: ¿Qué soy quién?
RAMÓN: (Nervioso. No se atreve a terminar la frase) Tú eres…
MUERTE: Sí, yo soy la que estás pensando… ¿Qué te pasa?...No lo puedo creer... ¡Estás
temblando vengador de pacotilla!
RAMÓN: ¡Joder! ¿Por qué mi insultas? Tía, yo no te hice nada.
MUERTE: Yo no soy tu tía…Mira, muchachito, cuando uno tiene una misión la debe
cumplir al pie de la letra. Nunca esas cosas se hacen a medias.
RAMÓN: ¡Ah! Lo dices porque no maté a ese miserable, ¿no?
MUERTE: Lo digo, porque no eres tan corajudo como tú pretendes ser. Todavía te
queda una cuota de misericordia con tu enemigo. Ese es tu problema.
RAMÓN: ¡Ostia! Pues, no me puedes juzgar. Tú no estuviste en el atentado.
MUERTE: ¡Cómo que no! Yo estoy en todas partes. La verdad es que no eres un
combatiente, sino un niño de pecho.
RAMÓN: (Ofendido se dirige a Leandro) ¡Joder! Señor escritor, pues no es posible que
esta señora me trate de esa manera. Quiero dejar bien claro que yo fui un libertario
comprometido con la causa revolucionaria.
LEANDRO: Yo no lo pongo en duda. A mí no me tienes que convencer, sino a ella.
RAMÓN: Pues, borra todos los diálogos de esta tía, vamos.
LEANDRO: No puedo.
RAMÓN: ¿Estás de coña? Es tu creación.
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LEANDRO: Te equivocas. Ella está por encima de todos mis personajes. Es más, podría
decir que ella gobierna mis escritos.
RAMÓN: ¡Joder! ¿Sabe una cosa, tío?... En tus obras haces gilipolladas con la muerte.
Estoy cabreado. Me piro.
Va a salir, pero la Muerte lo toma del brazo y lo vuelve a sentar.
MUERTE: ¡Detente!
RAMÓN: ¿Por qué? ¿Acaso me vas a torturar?
MUERTE: No, yo no torturo, menos a ti que eres un hombre valiente.
RAMÓN: (Extrañado) Pues, entonces, ¿para qué quieres que me quede?
MUERTE: No quiero que tú te quedes. Quiero que tú te vayas.
RAMÓN: ¡Vale!
MUERTE: Pero conmigo.
RAMÓN: ¿Contigo? ¡Ni de coña! Prefiero irme solo.
LA MUERTE: Ramón, tú sabes que no saldrás nunca de la cárcel. Vamos, ¿por qué no te
quedas conmigo esta noche?
RAMÓN: ¿Tengo otra alternativa?
MUERTE: Suicídate.
RAMÓN: ¡Qué chorrada! Eso es muy cursi.
MUERTE: Entonces… qué te parece si te pierdes en un país lejano.
RAMÓN: ¡Qué va! Eso es muy novelesco.
MUERTE: ¡Ya, pues! ¡Decídete! Quédate conmigo.
RAMÓN: (Titubea) Pues,…Estee…No sé, no sé… (La mira fijamente) ¡Coño! Está bien.
Quiero bailar contigo mi último tango. Y después toda la noche hacerte el amor.
MUERTE: (Sonríe) ¡Qué excitante! Ese epílogo es mucho más romántico y pasional.
Se acerca a Ramón y con sus manos, sin tocarlo, recorre suavemente su rostro,
mientras se escucha el tango. La luz en resistencia.
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LEANDRO: ¿Qué es esto?... ¡Un estandarte de los pampinos! (Sigue hurgando,
encuentra unos papeles). ¿Y estos papeles? (Lee) Actas sindicales de 1907… ¡Es
asombroso!
ESPECTRO 2: Esta tierra es una cantera de memorias y vestigios de todos nosotros.
ESPECTRO 1: La muerte aun cuando es temida, ella es la última fuente de los que no
dejaron nada escrito de su paso por el mundo.
Asoma la Muerte. Con premura Leandro sigue removiendo las piedras. Saca otros
objetos: guijarros, pedazos de ropa, huesos humanos, cráneos, unas monedas
antiguas, mucha cal y una flor seca.
CORO: (Canta en letanía) Están en algún sitio, en algún sitio.
ESPECTRO: Claros y confusos. Sordos y ciegos.
CORO: Contemplando la escuela, la plaza y el mercado.
ESPECTRO: Ordenando sus sueños, su amor y su olvido.
CORO: Sus sueños, su amor y su olvido.
Varios espectros cruzan la escena; llevan en sus brazos unos muñecos desarticulados,
con marcas de balas y sangre. Una melodía triste, interpretada en quena, acompaña al
cortejo.
Leandro levanta solemne el estandarte pampino, en el cual se lee “Patria y Trabajo”.
De pronto, las voces del Presidente
Salvador Allende y de un bando militar, irrumpen de manera yuxtapuestas. En un
momento se escucha un bombardeo de aviones.
- “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni
con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron. La
confianza que depositaron en un hombre que solo fue intérprete de grandes anhelos
de justicia…”
- “Se advierte a los ciudadanos que cualquier acto de sabotaje en todo tipo de
actividades nacionales como empresas, fábricas, medios de comunicación o de
transportes, etc., será sancionado en la forma más drástica posible…”
MUERTE: Vagan los pampinos por las noches. Vagan, vagan. Vagan por las calles.
Vagan por las casas. Vagan y vagan.
LEANDRO: (Mira al cielo) Mis ojos ya no ven las estrellas, sino el luto de un cielo donde
los astros se vuelven huraños.
Leandro se queda en silencio. Baja la vista y se arrodilla. Sigue escarbando.
Repentinamente, encuentra unos diarios. Repasa algunos de ellos. La Muerte
pronuncian los textos que lee el escritor.
MUERTE: ¡Cuidado con los agitadores del orden público! ¡Cuidado! ¡Son revoltosos!
¡Son una mancha para el país! ¡Cuidado! ¡Exigimos al gobierno que reprima a los
enemigos de Chile! (Malhumorada) ¡Baaaa! ¡Basuras de noticias!... Los obreros fueron
masacrados por el solo hecho de pedir pan y ropa para acallar el hambre y el frío.
El escritor encuentra un cuaderno.
LEANDRO: (Lee) Lista de oficiales a cargo del Jefe de Plaza de Iquique, General Roberto
Silva Renard… Juan Ramírez, Pedro Navarrete, Norberto Sepúlveda Peña, Cabo Primero
del Regimiento O´Higgins… ¡No puede ser!… ¿Estoy leyendo bien?... (Vuelve a leer)
Norberto Sepúlveda Peña… No hay duda… Es mi tío…Ahora entiendo, él perteneció a
ese regimiento… Está claro. Entonces también fue uno de ellos (Se toma la cabeza con
las manos) ¡Cómo pudo ser!... Asesinar a su propia familia… ¡Qué espanto!...
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Se quiebra emocionalmente. Se rehace. Dominando la ira se dirige hacia el lugar
donde, supuestamente, se encuentra su tío.
XXIII EL SECRETO
XIV EPÍLOGO
Leandro lee en silencio un escrito que saca de su máquina de escribir. En otro sector
está la Muerte.
MUERTE: Quién sabe esta carta debí escribírtela antes de salir al puerto, pero nunca
me imaginé lo que nos iba a pasar…Hijo, aprende del ayer para que jamás vuelvan esos
tiempos de odio, pero, también cuida que ese pasado infame no te sumerja en el
pesimismo…Anda, vuelca tus sentimientos y tu pasión en los sueños que abrazas… Y
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cuando mires hacia el cielo nocturno, allí nos verás estrellados y tiernos con nuestro
amor a flor de pecho.
El escritor mira hacia el cielo. Se escucha un bombo que marca el ritmo de la baguala
“No Morirá”.
LEANDRO: A ellos, a ellas que tienen furia en su voz, que bajo el odio resignaron sus
vidas, a los que traspasaron muros o alambradas. ¡No dejemos que a la injusticia siga
el silencio! A quienes no tienen lápidas, a los olvidados, a los oscurecidos, a mis padres
y a los tuyos, hoy les envío flores a través del mar, de ese mar que guarda y mece mis
recuerdos claros y oscuros.
En los labios de Leandro se dibuja una leve sonrisa. Se escuchan las voces del coro que
canta “No Morirá”.
“No Morirá”
Al concluir la canción la luz se suprime. Se oye la campana del colegio y unas voces de
niños invaden el espacio.
TELÓN
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