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Instrucción General del Misal Romano

3ª Edición

PROEMIO
1. Cuando iba a celebrar con sus discípulos la Cena pascual, en la cual instituyó el
sacrificio de su Cuerpo y de su Sangre, Cristo el Señor, mandó preparar una sala
grande, ya dispuesta (Lc 22, 12). La Iglesia ha considerado siempre que a ella le
corresponde el mandato de establecer las normas relativas a la disposición de las
personas, de los lugares, de los ritos y de los textos para la celebración de la
Eucaristía. Tanto las normas actuales, que han sido promulgadas con base en la
autoridad del Concilio Ecuménico Vaticano II, como el nuevo Misal que la Iglesia
de rito Romano en adelante empleará para la celebración de la Misa, constituyen
un argumento más acerca de la solicitud de la Iglesia, de su fe y de su amor
inalterable para con el sublime misterio eucarístico, y testifican su tradición
continua e ininterrumpida, aunque se hagan algunas innovaciones.

Testimonio de fe inalterada

2. La naturaleza sacrificial de la Misa afirmada solemnemente por el Concilio


Tridentino1, en armonía con la tradición universal de la Iglesia, ha sido expresada
nuevamente por el Concilio Vaticano II, al pronunciar estas significativas palabras
acerca de la Misa: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, instituyó el sacrificio
eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, con el cual iba a perpetuar por los
siglos, hasta su retorno, el sacrificio de la cruz y a confiar así a su Esposa, la
Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección». 2

Lo que así fue enseñado por el Concilio está sobriamente expresado por fórmulas
de la Misa. Así lo pone ya de relieve la expresión del Sacramentario llamado
Leoniano: «cuantas veces se celebra el memorial de este sacrificio se realiza la
obra de nuestra redención»3. Esto se encuentra acertada y cuidadosamente
expresado en las Plegarias Eucarísticas; pues en éstas el sacerdote, al hacer la
anamnesis4, se dirige a Dios en nombre también de todo el pueblo, le da gracias y
le ofrece el sacrificio vivo y santo, es decir, la ofrenda de la Iglesia y la víctima por
cuya inmolación el mismo Dios quiso devolvernos su amistad 5; y ora para que el
Cuerpo y la Sangre de Cristo sean sacrificio agradable al Padre y salvación para
todo el mundo.6

1
“Y por cuanto en este divino sacrificio que se hace en la Misa, se contiene y sacrifica incruentamente aquel
mismo Cristo que se ofreció por una vez cruentamente en el ara de la cruz; enseña el santo Concilio, que este
sacrificio es con toda verdad propiciatorio, y que se logra por él, que, si nos acercamos al Señor contritos y
penitentes, si con sincero corazón, y recta fe, si con temor y reverencia; conseguiremos misericordia, y
hallaremos su gracia por medio de sus oportunos auxilios.” (Concilio de Trento, sesión XXII, Cap. II)
2
Constitución Apostólica “Sacrosanctum Concilium” 47.
3
Oración sobre las ofrendas, Misa vespertina de la cena del Señor, Jueves Santo.
4
Parte de la misa, propiamente en la Plegaria Eucarística, en la que “la Iglesia hace memoria de la Pasión, de
la Resurrección y de la Vuelta gloriosa de Jesucristo; ésta presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos
reconcilia con él.
5
Plegaria Eucarística III
6
Plegaria Eucarística IV
Instrucción General del Misal Romano
3ª Edición

De este modo, en el nuevo Misal, la norma de la oración (lex orandi) de la Iglesia


responde a la norma perenne de la fe (lex credendi), por la cual, somos
amonestados, a saber, que el sacrificio, excepto por la forma distinta como se
ofrece, es uno e igual en cuanto sacrificio de la cruz y en cuanto a su renovación
sacramental en la Misa. Y es el mismo sacrificio que Cristo, el Señor, instituyó en
la última cena y que mandó celebrar a los apóstoles en conmemoración suya, por
lo cual la Misa es al mismo tiempo sacrificio de alabanza, de acción de gracias,
propiciatorio y satisfactorio.

3. También el admirable misterio de la presencia real del Señor bajo las especies
eucarísticas, confirmado por el Concilio Vaticano II 7 y por otros documentos del
Magisterio de la Iglesia, en el mismo sentido y con la misma autoridad con los
cuales el Concilio de Trento lo había declarado materia de fe, es manifestado en la
celebración de la Misa, no sólo por las palabras de la consagración, por las cuales,
Cristo, por la transubstanciación, se hace presente, sino también por la disposición
de ánimo y la manifestación de suma reverencia y adoración que tienen lugar en la
Liturgia Eucarística. Por esta misma razón se exhorta al pueblo cristiano a que el
Jueves Santo en la Cena del Señor y en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y de
la Santísima Sangre de Cristo, honre con peculiar culto de adoración este
admirable Sacramento.

4. En verdad, la naturaleza del sacerdocio ministerial propia del obispo y del


presbítero, quienes en la persona de Cristo ofrecen el sacrificio y presiden la
asamblea del pueblo santo, resplandece en la forma del mismo rito, por la
preeminencia del lugar reservado y por el ministerio mismo del sacerdote. Más
aún, el contenido de este ministerio está expresado y es explicado clara y
ampliamente por la acción de gracias de la Misa Crismal del Jueves santo, día en
que se conmemora la institución del sacerdocio. En ese prefacio se explica la
transmisión de la potestad sacerdotal llevada a cabo por la imposición de las
manos; y se menciona la misma potestad, refiriéndola a los ministerios ordenados,
como continuación de la potestad de Cristo, Sumo Pontífice del Nuevo
Testamento.

5. Pero, en la naturaleza del sacerdocio ministerial se manifiesta otra realidad de


gran importancia, a saber, el sacerdocio real de los fieles, cuyo sacrificio espiritual
es consumado por el ministerio del Obispo y de los presbíteros en unión con el
sacrificio de Cristo, único Mediador.[9] En efecto, la celebración de la Eucaristía es
acción de la Iglesia universal; y en ella cada uno hará todo y sólo lo que le
pertenece conforme al grado que tiene en el pueblo de Dios. De aquí la necesidad
de prestar particular atención a determinados aspectos de la celebración, a los
cuales, algunas veces, en el decurso de los siglos se prestó menos cuidado.
Porque este pueblo es el pueblo de Dios, adquirido por la Sangre de Cristo,
congregado por el Señor, alimentado con su Palabra; pueblo llamado a elevar a
Dios las peticiones de toda la familia humana; pueblo que, en Cristo, da gracias
por el misterio de la salvación ofreciendo su sacrificio; pueblo, por último, que por

7
Constitución Apostólica “Sacrosanctum Concilium” 7.
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la Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo se consolida en la unidad. Este


pueblo, aunque es santo por su origen, sin embargo, crece continuamente en
santidad por su participación consciente, activa y fructuosa en el misterio
eucarístico.[10]

Manifestación de una tradición ininterrumpida

6. Al dar a conocer las normas que deben seguirse en la revisión del Ordinario de
la Misa, el Concilio Vaticano II mandó, entre otras cosas, que algunos ritos “fueran
restablecidos de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres”,
[11] usando, a saber, las mismas palabras que san Pío V escribió en la
Constitución Apostólica “Quo primum”, con la cual fue promulgado, en 1570, el
Misal Tridentino. Ciertamente, por esta misma conformidad de las palabras, se
puede señalar por qué razón ambos Misales romanos, aunque entre ellos medie
una distancia de cuatro siglos, recogen una misma e idéntica tradición. Pero si se
examinan los elementos internos de esta tradición, se entiende cuán acertada y
felizmente el primero es completado por el segundo.

7. En los momentos difíciles, en los que ciertamente se ponía en crisis la fe


católica acerca de la naturaleza sacrificial de la Misa, acerca del sacerdocio
ministerial y de la presencia real y permanente de Cristo bajo las especies
eucarísticas, San Pío V se vio obligado ante todo a salvaguardar la tradición más
reciente, atacada sin verdadera razón y, por este motivo, sólo se introdujeron
cambios mínimos en el rito sagrado. Ciertamente, el Misal del año 1570 se
diferencia apenas muy poco del primero de todos, Misal que apareció impreso en
1474, el cual, a su vez, reproduce fielmente el Misal de la época de Inocencio III.
Se dio el caso, además, que los Códices de la Biblioteca Vaticana sirvieron para
corregir algunas expresiones, pero esta investigación de “antiguos y probados
autores” se redujo a los comentarios litúrgicos de la Edad Media.

8. Hoy, en cambio, aquella “norma de los Santos Padres”, que seguían los
correctores del Misal de San Pío V, fue enriquecida con innumerables escritos de
eruditos. Al Sacramentario Gregoriano, editado por primera vez en 1571, siguieron
los antiguos sacramentarios romanos y ambrosianos, repetidas veces editados
con sentido crítico, así como los antiguos libros litúrgicos de España y de las
Galias, que han aportado muchísimas oraciones de gran belleza espiritual,
ignoradas anteriormente.

Hoy, tras el hallazgo de tantos documentos litúrgicos, se conocen mejor las


tradiciones de los primeros siglos, anteriores a la constitución de los Ritos de
Oriente y de Occidente.

Además, con el progreso de los estudios de los Santos Padres, la teología del
misterio eucarístico ha recibido nueva luz por la doctrina de los más eminentes
Padres de la antigüedad cristiana como San Ireneo, San Ambrosio, San Cirilo de
Jerusalén, San Juan Crisóstomo.
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9. Por eso, la “norma de los Santos Padres” pide, no sólo que se conserven
aquellas cosas que nuestros inmediatos predecesores nos transmitieron, sino que
también se abarque y se estudie profundamente todo el pasado de la Iglesia y
todas las formas de expresión con las que la fe única se ha manifestado en
contextos humanos y culturales tan diferentes entre sí, como pueden ser los
correspondientes a las regiones semitas, griegas y latinas. Esta perspectiva más
amplia, nos permite ver cómo el Espíritu Santo suscita en el pueblo de Dios una
maravillosa fidelidad en la conservación inmutable del depósito de la fe, aunque
haya tanta variedad de ritos y oraciones.

Acomodación al nuevo estado de cosas

10. El nuevo Misal, entonces, mientras testifica la ley de la oración de la Iglesia


romana y protege el depósito de la fe transmitido por los últimos Concilios, supone
a su vez, un paso importantísimo en la tradición litúrgica.

Pues cuando los Padres del Concilio Vaticano II reiteraron las aseveraciones
dogmáticas del Concilio Tridentino, hablaron en una época muy distinta, y por esta
razón pudieron aportar sugerencias y orientaciones pastorales totalmente
imprevisibles hace cuatro siglos.

11. El Concilio Tridentino ya había reconocido el gran valor catequético contenido


en la celebración de la Misa, pero no le fue posible deducir todas las
consecuencias prácticas. De hecho, muchos solicitaban que se permitiera el uso
de la lengua vernácula en la celebración del sacrificio eucarístico. Pero el Concilio,
teniendo en cuenta las circunstancias que se daban en aquellos momentos, juzgó
que era su deber inculcar nuevamente la doctrina tradicional de la Iglesia, según la
cual el sacrificio eucarístico es, ante todo, acción de Cristo mismo, del cual, por
tanto, no se ve afectada su eficacia propia por el modo como de él participan los
fieles. En consecuencia, se expresó con estas palabras, a la vez firmes y
moderadas: “Aunque la Misa contiene gran materia de instrucción para el pueblo
fiel, sin embargo, no pareció conveniente a los Padres que, como norma general,
se celebrara en lengua vernácula”.[12] Y declaró que debía ser condenado quien
juzgara que “debe reprobarse el rito de la Iglesia romana por el que se pronuncia
en voz baja la parte del Canon y las palabras de la consagración, o que la Misa
deba ser celebrada sólo en lengua vulgar”[13]. Sin embargo, si por una parte
prohibió el uso de la lengua vernácula en la Misa, por otra parte, mandaba que los
pastores de almas lo suplieran con una conveniente catequesis: “para que las
ovejas de Cristo no padezcan hambre... el santo Sínodo manda a los pastores y a
cuantos tienen cura de almas que frecuentemente en la celebración de la Misa,
por sí mismos, o por medio de otros, expliquen algo de lo que se lee en la Misa, y
que, por lo demás, expliquen algún misterio de este santísimo sacrificio,
principalmente en los domingos y en los días festivos”.[14]

12. Por eso, el Concilio Vaticano II, congregado para adaptar la Iglesia a las
necesidades de su oficio apostólico en estos tiempos, miró profundamente, como
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lo hizo el Concilio de Trento, el carácter didascálico y pastoral de la sagrada


Liturgia.[15] Y aunque ningún católico niega la legitimidad y eficacia del sagrado
rito celebrado en latín, también pudo conceder que: “En no pocas ocasiones el
empleo de la lengua y vernácula puede ser de gran utilidad para el pueblo”, y
autorizó su uso.[16] El ardiente interés con que fue acogido en todas partes este
decreto hizo que, bajo la dirección de los Obispos y de la misma Sede Apostólica,
se permitiera el uso de la lengua vernácula en todas las celebraciones con
participación del pueblo, con lo cual se entiende más plenamente el misterio que
se celebra.

13. Sin embargo, aunque el uso de la lengua vernácula en la Sagrada Liturgia es


un instrumento de suma importancia para expresar más abiertamente la
catequesis del Misterio, contenida en la celebración, el Concilio Vaticano II advirtió
también que debían ponerse en práctica algunas prescripciones del Tridentino no
en todas partes acatadas, como la homilía los domingos y los días festivos,[17] y
la posibilidad de intercalar moniciones dentro de los mismos ritos sagrados.[18]

Con mayor interés aún, el Concilio Vaticano II al recomendar especialmente que


“la participación más perfecta es aquella por la cual los fieles, después de la
Comunión del sacerdote, reciben el Cuerpo del Señor, consagrado en la misma
Misa”[19] exhorta a llevar a la práctica otro deseo de los Padres del Tridentino, a
saber, que para participar más plenamente en la Eucaristía, “no se contenten los
fieles presentes con comulgar espiritualmente, sino que reciban sacramentalmente
la comunión eucarística.”[20]

14. Movido por el mismo espíritu e interés pastoral, el Concilio Vaticano II pudo
examinar, con una nueva consideración, lo establecido por el Tridentino acerca de
la Comunión que se recibe bajo las dos especies. Puesto que hoy nadie pone en
duda los principios doctrinales del valor pleno de la Comunión en la que se recibe
la Eucaristía bajo la única especie del pan, permitió algunas veces la Comunión
bajo las dos especies, cuando, de hecho, por la forma más clara del signo
sacramental se ofrezca a los fieles una oportunidad especial para captar más
profundamente el misterio en el que participan.[21]

15. De esta manera, la Iglesia, mientras permanece fiel a su misión de maestra de


la verdad, custodiando “lo antiguo”, es decir, el depósito de la tradición, cumple
también con su deber de examinar y emplear prudentemente “lo nuevo”
(cfr. Mt 13,52).

Así, de manera más abierta, una parte del nuevo Misal, ordena las oraciones de la
Iglesia a las necesidades de nuestro tiempo; tales son, principalmente, las Misas
rituales y por diversas necesidades, en las que oportunamente se combinan lo
tradicional y lo nuevo. Y así, mientras que algunas expresiones provenientes de la
más antigua tradición de la Iglesia han permanecido intactas, como lo descubre el
mismo Misal Romano, editado tantas veces, otras muchas han sido acomodadas a
las actuales necesidades y circunstancias; otras, por el contrario, como las
oraciones por la Iglesia, por los laicos, por la santificación del trabajo humano, por
Instrucción General del Misal Romano
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la comunidad de las naciones y por algunas necesidades propias de nuestro


tiempo, han sido elaboradas íntegramente, tomando los pensamientos y muchas
veces hasta las mismas expresiones de los recientes documentos conciliares.

Al usar textos de tan antiquísima tradición, valorando la nueva situación del mundo
actual, pareció que no se hacía agravio a tan venerable tesoro si se cambiaban
ciertas expresiones, con el fin de adaptarlas convenientemente al lenguaje
teológico de nuestro tiempo y para que respondieran de verdad a la condición
presente de la disciplina de la Iglesia. De aquí que algunas expresiones relativas
al juicio y al uso de los bienes terrenos, fueron modificadas, y también algunas
otras que se refieren a formas externas de penitencia, propias de la Iglesia de
otras épocas.

Es así, entonces, como las normas litúrgicas del Concilio de Trento han sido
razonablemente completadas y perfeccionadas en varias partes por las normas
del Vaticano II, que llevó a término los esfuerzos por acercar más a los fieles a la
Liturgia, esfuerzos realizados durante cuatro siglos, y especialmente en los últimos
tiempos, debido principalmente al interés que por la Liturgia suscitaron San Pío X
y sus sucesores.

Notas:

[1] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, día 17 de septiembre de 1562:


Denz.-Schönm. 1738-1759.

[2] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm.47; cfr. Constitución Dogmática sobre la Iglesia,
Lumen gentium, núms. 3. 28; Decreto sobre el ministerio y la vida de los
Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms. 2, 4, 5.

[3] Misa vespertina en la Cena del Señor, oración sobre las ofrendas; cfr.
Sacramentario Veronense, ed. L.C. Mohlberg, núm. 93.

[4] Cfr. Plegaria Eucarística III.

[5] Cfr. Plegaria Eucarística IV.

[6] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núms. 7, 47; Decreto sobre el ministerio y la vida de los
Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núms. 5, 18.

[7] Cfr. Pío XII, Carta Encíclica Humani generis, día 12 de agosto de 1950: A.A.S.
42 (1950) págs. 570-571; Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei, día 3 de
septiembre de 1965: A.A.S. 57 (1965) págs. 762-769; Solemne Profesión de fe, 30
de junio de 1968 núms. 24-26: A.A.S. 60 (1968) págs. 442-443; Sagrada
Instrucción General del Misal Romano
3ª Edición

Congregación de Ritos, Instrucción Eucharisticum Mysterium, día 25 de mayo de


1967, núms. 3 f, 9: A.A.S. 59 (1967) págs. 543. 547.

[8] Cfr. Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XIII, día 11 de octubre de 1551:
Denz-Schönm. 1635-1661.

[9] Cfr. Concilio Ecuménico Vaticano II, Decreto sobre el ministerio y la vida de los
Presbíteros, Presbyterorum ordinis, núm. 2.

[10] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 11.

[11] Cfr. Ibíd. , núm. 50

[12] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo


Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm. 1749.

[13] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo


Sacrificio de la Misa, capítulo 9: Denz-Schönm. 1759.

[14] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo


Sacrificio de la Misa, capítulo 8: Denz-Schönm. 1749.

[15] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 33.

[16] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 36.

[17] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 52.

[18] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 35,3.

[19] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 55.

[20] Concilio Ecuménico Tridentino, Sesión XXII, Doctrina sobre el Santísimo


Sacrificio de la Misa, capítulo 6: Denz-Schönm. 1747.

[21] Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución sobre la Sagrada Liturgia,


Sacrosanctum Concilium, núm. 55.

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