Nunca Me Rendire - Gwendolen Hope
Nunca Me Rendire - Gwendolen Hope
Nunca Me Rendire - Gwendolen Hope
GWENDOLEN HOPE
Copyright © 2021 Gwendolen Hope
Traducción: Tra Parole Traduzioni
Capítulo
1 9
Capítulo
2 19
Capítulo
3 29
Capítulo
4 47
Capítulo
5 53
Capítulo
6 62
Capítulo
7 73
Capítulo
8 85
Capítulo
9 94
Capítulo
10 104
Capítulo
11 112
Capítulo
12 125
Capítulo
13 141
Capítulo
14 153
Capítulo
15 167
Capítulo
16 177
Capítulo
17 183
Capítulo
18 195
Capítulo
19 202
Capítulo
20 222
Capítulo
21 232
Capítulo
22 244
Capítulo
23 253
Capítulo
24 266
Capítulo
25 272
Capítulo
26 282
Epílogo
290
“La intuición de una mujer está mucho más cerca de la verdad que la
certeza de un hombre.”
Rudyard Kipling
Capítulo 1
Cuando Rose abrió los ojos, la primera sensación que advirtió fue la
suavidad de las sábanas sobre su cuerpo y la mezcla de olores. Aroma a
ropa limpia y hedor a sudor. Hubiera deseado no recordar nada o sentirse
perdida y confundida. Pero no era tan afortunada. Estaba perfectamente
lúcida y consciente y los recuerdos fueron los primeros que llegaron directo
a su cerebro, como una descarga eléctrica de alto voltaje que la devolvieron
de inmediato a la realidad.
Se tocó el cuello allí donde le habían clavado la aguja para sedarla y
entrecerró los ojos. Pero volvió a abrirlos de inmediato. Ya no estaba en esa
maldita prisión. Fuera lo que fuera que hubiera sucedido luego de haber
sido drogada, ahora se encontraba en el dormitorio de Salvatore. Su marido.
Había visitado la casa antes de la boda y esa habitación había quedado
particularmente impresa en su memoria. Grande, de techos altos, orientada
al este.
Cerró los ojos y dos lágrimas rodaron incontroladas a lo largo de sus
mejillas. No creyó que saldría viva de ese sótano, pero lo había hecho. Por
milagro, habiendo incluso invocado la muerte, esta no se había presentado y
ella estaba donde nunca había pensado que podría regresar. Después de lo
que le habían hecho, su vida ya no tenía sentido. Se sentía como una
cáscara vacía, usada, lista para ser arrojada al cubo. Podía hacerlo ella
misma en ese instante: abrir la ventana y arrojarse al vacío. Todo
terminaría: los recuerdos, la angustia, el dolor físico y todo lo terrible que le
habían hecho. Las imágenes se superpusieron prepotentes y un enorme
dolor físico se irradió en todo su cuerpo. Intentó respirar lentamente para
recuperar el control de sí misma. Probablemente ya no tendría un futuro
junto a Salvatore Mancuso. Todo cambiaría. Pero en ese momento no tenía
importancia porque ella había cambiado. Habían tomado su vida y la habían
hecho pedazos, confeti tan pequeño que ya no podría recomponer más nada.
Ni siquiera con todo el empeño, ella misma o alguien más podría haber
tomado esos pequeños pedazos y reunirlos haciendo algo bueno. Ya no
existía nada bueno.
Se sentía diferente, algo se había apagado, una llama dentro de ella que
nada ni nadie podría encender nuevamente, ni con un milagro.
Apartó las sábanas. Le habían quitado ese odiado vestido de novia y
llevaba una simple camiseta negra. La llevó a su nariz. Salvatore. Se la
había puesto él porque olía a limpio. ¿Pero qué era ese tufo que sentía bajo
el olor a detergente? Era ella. Torció la nariz. Debería tomar una ducha
pronto, al menos para lavar lo que estaba fuera. Lo que estaba dentro, en
cambio, nunca nada ni nadie podría lavarlo.
Sentía asco de sí misma.
Se alzó tambaleándose sobre sus piernas. El baño era la puerta cerrada
en el fondo. Se apoyó en el picaporte y la abrió. Recordaba perfectamente la
disposición del mobiliario, de los sanitarios y también del espejo. Rose
inclinó la cabeza para evitar mirar su propia imagen. Prescindiría de los
espejos, ese día y probablemente durante el resto de su vida, pero en ese
momento ni siquiera quería pensar en eso.
Se quitó la camiseta y entró en la ducha. Era grande, podría albergar a
dos personas cómodamente. Esa idea le causó escalofríos y la archivó de
inmediato. Sola. Entraría siempre sola. Se ubicó debajo del agua caliente y,
mientras sentía la tibia lluvia lavando la suciedad, lloró. Lloró todas las
lágrimas que tenía, lloró por el daño que le habían hecho, por el dolor que
había sufrido y que la había aniquilado completamente, quitándole toda
dignidad. Lloró por lo que nunca jamás podría olvidar.
***
Se había envuelto en el primer albornoz que había encontrado. Blanco y
de su talla. Había regresado a la habitación y se había sentado sobre el
colchón. Había entrelazado las manos y se había quedado inmóvil. No sabía
qué hacer, se sentía como paralizada. Y sin embargo, había tanto de lo que
ocuparse.
Llamar a su madre, a su hermana.
Bajar en busca de su marido.
Hacer que un médico la examinara, aunque esa era la peor de las
perspectivas.
Planear el asesinato de quien le había hecho daño.
Hacer cita con un terapeuta.
Abrir la ventana y arrojarse al vacío.
Todas le parecían opciones igualmente importantes y no sabía decidirse
por cuál poner en acto. Excepto que sus piernas y sus brazos no
colaboraban y se negaban a moverse aunque fuera un milímetro. De modo
que, entre tantas alternativas, no podía hacer absolutamente nada. Un
discreto golpe a la puerta interrumpió su razonamiento. Rose se encontró
conteniendo la respiración. Quería decir “no, no entre, sea quien sea”. Pero
su lengua estaba pegada al paladar y no pudo hacer más que levantar la
cabeza, abrir desmesuradamente los ojos y esperar para ver quién aparecía.
Cuando vio el rostro familiar de Marita, la fiel empleada de casa de sus
padres, dejó escapar un suspiro de alivio y sus ojos se llenaron de lágrimas.
¿Qué sucedería?¿Lloraría para siempre? ¿Ese sería su destino de ahora en
adelante?
—¡Rose! —los brazos de Marita la rodearon y un reconfortante
sentimiento se difundió en todo su cuerpo. Tenía un olor familiar que sabía
a recuerdos, a comida, a protección, a las noches que pasaba con ella,
arropándola y dándole besos de buenas noches cuando sus padres salían.
Todos esos recuerdos la inundaron hasta sofocarla.
—Marita.
—Oh, niña… —y fue lo único capaz de decir antes de que un nudo en su
garganta detuviera el resto de sus palabras. Estuvieron unos segundos
abrazadas, luego la mujer sacó un pañuelo del puño de su sweater y se secó
los ojos.
—Tu marido me ha llamado para que te ayude a lavarte y vestirte. Pensó
que podrías necesitarme.
Rose se observó en los ojos dulces y llenos de compasión de Marita.
Luego su imagen se volvió borrosa por las lágrimas. Las suyas. Empujó el
rostro contra el vientre de la mujer, jurándose a sí misma que sería la última
vez que lloraría. O al menos eso intentaría.
—Tus padres estarán aquí por la tarde.
Rose levantó la cabeza alarmada.
—¿Esta tarde? —¿Tan pronto? No podía bastar una llamada, o mejor un
mensaje, para hacerles saber que estaba viva y se encontraba relativamente
bien. ¿Bien? Oh, Dios, podía mentirse incluso a sí misma.
Marita malinterpretó su pregunta.
—Sí, así lo ha querido tu esposo. Me ha dado orden de ayudarte a lavarte
y a vestirte. Luego quiere verte.
Esas palabras cayeron como una lápida.
—Ya tomé una ducha —respondió. Quería verla. Su corazón comenzó a
latir de prisa. ¿Podía evitar verlo? ¿Podían darle tregua al menos por un
día? ¿Y luego otro y otro?
—Entonces, te secaré el cabello y… podría ponerte algo de pomada en
esos cardenales. —Rose siguió la mirada de Marita que estaba clavada en
su cuello. No bastó cerrar los ojos para evitar el horrendo recuerdo. La
mano que se cerraba sobre su cuello hasta casi asfixiarla, el sentir la muerte
que vino con el desvanecimiento y el miedo que experimentó tan pronto
como recuperó los sentidos.
—No es necesario, se curarán solos. —Era cierto, desaparecerían pero
todo lo que llevaban consigo, no. No desaparecería de sus pensamientos y
de su vida.
Una hora después, Rose estaba lista. Había sido difícil escoger qué
ponerse. La verdad era que no hubiera querido llevar nada más que un saco
que la cubriera de la cabeza a los pies; no hubiera querido que nadie viera
su cuerpo, hubiera deseado ser invisible. Pero necesariamente tendría que
escoger algo. Fue hacia el armario donde había sido llevada su ropa antes
de la boda, junto a sus zapatos, bolsos, joyas y accesorios. Había sacado un
par de leggings y un sweater largo. Parecía que había pasado una eternidad
desde que había organizado a toda prisa su mudanza a casa de Salvatore.
Entonces estaba llena de entusiasmo y confianza, sentía que se encontraba
sobre un trampolín, lista para dar un salto y sumergirse en su nueva vida. El
salto lo había dado, pero en la peor realidad que hubiera podido imaginar.
Se sentó en la cama. Tenía que bajar, probablemente en el piso de abajo
encontraría a Salvatore.
Salvatore. Su esposo.
El día de la boda, la espera de la primera noche, el deseo. Todo había
sido borrado, barrido por la tragedia. La idea de verlo hacía que su pecho se
oprimiera, si pensaba que debería mirarlo a los ojos y hablarle, la angustia
crecía aún más. Tenía un vago recuerdo de él cargándola en brazos la noche
anterior, la subía por las escaleras y la acostaba en la cama. No lo había
soñado. Marita le había dicho que Salvatore había querido llevarla
personalmente y no había permitido que nadie se le acercara. Se rumoreaba
que los guardias de la propiedad de su padre habían sido salvajemente
golpeados para que confesaran, la misma noche de su secuestro, y que
luego habían desaparecido. No se sabía dónde ni en qué circunstancias.
Las repercusiones del secuestro, para los responsables, serían
sangrientas. Era eso lo que se decía y, usualmente, se decía mucho menos
de lo que luego sucedía en la realidad. Salvatore había estado reunido toda
la noche con sus hombres, no sería nada extraño que ya se hubiera
derramado algo de sangre.
Rose sentía las piernas pesadas como el cemento, como si alguien
hubiera pegado sus pies al parquet. Sin embargo, tenía que moverse porque
si no bajaba ella, de seguro…
El sonido de pasos que se acercaban hizo que levantara el rostro hacia la
puerta. Marita se despidió al instante, balbuceando algo incomprensible.
Salvatore apareció llenando el marco de la puerta y Rose se puso de pie
de repente, como si por milagro hubiese recuperado las fuerzas. No era
cortesía ni respeto, sino simple instinto de supervivencia. Nunca en la vida
volvería a encontrarse en condiciones de inferioridad frente a nadie. Nunca
más se inclinaría, estaría de pie frente a quien estaba de pie.
Su presencia pareció absorber todo el aire de sus pulmones. Le era tan
extraño como el mismo día de su boda, un desconocido al cual estaba unida
de por vida. Solo que en ese momento no había entusiasmo, ardor o
expectativa. Únicamente había temor. Salvatore permaneció detenido por
un largo instante en el marco de la puerta, majestuoso, asomando con su
impecable traje gris oscuro y la camisa blanca sin ni una arruga. La angustia
hizo que Rose contuviera la respiración. Luego de pocos instantes,
Salvatore avanzó hacia ella con sus ojos oscuros y tempestuosos, la
expresión seria, los labios apretados. Rose retrocedió tan solo un par de
pasos pero detrás suyo encontró la cama, limitando sus movimientos, y
abrió ligeramente la boca por el estupor y el desconcierto. ¿Qué se suponía
que debía hacer? ¿Ir a su encuentro? ¿Arrojarle los brazos al cuello? Lo
único que sabía era que no deseaba hacer nada de esto. Solo quería
mantener la mayor distancia posible. Lo observó con verdadero temor
mientras continuaba aproximándose. ¿Qué haría? ¿La abrazaría? ¿La
besaría? ¡No! ¡Que no se atreviera siquiera a acercarse de ese modo! Lo
mordería, lo arañaría y haría lo que fuera para defenderse.
Su corazón comenzó a latir con fuerza por todas las emociones
contrastantes que sentía. Tenía miedo, pero quería ser consolada. Quería
llorar todas sus lágrimas, pero no deseaba ser tocada. Escogió no mostrar ni
uno solo de esos estados de ánimo, vistió una máscara de indiferencia y se
hizo de un escudo mientras lo miraba a los ojos. Salvatore se aproximó,
invadiendo su espacio personal y ella parpadeó, incapaz de combatirlo y al
mismo tiempo incapaz de permitir que sucediera. Sintió que posaba un
ligero beso en su frente. Luego retrocedió y Rose abrió los ojos casi
aliviada.
—¿Marita te ha ayudado? —Su voz era áspera. Nada de abrazos, nada de
besos apasionados, nada de preguntas sobre lo que había sucedido. Rose
tragó saliva, golpeada por una ola de confusión y de débil alivio.
—Sí —respondió.
—Bien, si quieres puede quedarse con nosotros unos días, si crees que
puede serte de ayuda. Tus padres y tu hermana vendrán esta tarde, fui yo
quien les pidió que no se apresuraran a visitarte esta mañana.
Rose asintió.
—Está bien.
Hubo un largo instante de silencio en el cual el aire entre ellos pareció
chisporrotear. Salvatore la miraba de un modo indescifrable. ¿Qué pasaba
por su cabeza? ¿Se estaría preguntando si la habían violado? ¿Si se habían
limitado a golpearla, si aún valía la pena conservarla como mujer o no? Era
imposible imaginar qué pensaba. Su rostro era una máscara de frialdad y
determinación. Rose luchó contra el impulso irresistible de cerrar los ojos
porque era demasiado difícil permanecer bajo esa mirada inquisidora. Pero
se impuso no hacerlo. No era débil y no retrocedería.
—Ahora baja conmigo al comedor para tomar el desayuno, luego
hablaremos.
Capítulo 8
La mañana siguiente fue una de las más difíciles de afrontar para Rose.
Debajo de la ducha había tomado una decisión y la respetaría, por mucho
sacrificio que ello le costara. No importaba si tenía que humillarse, si tenía
que soportar la más grande de las vergüenzas. Valía la pena el respeto que
sentía por ella misma y la cuestión era sólo si quería continuar intentándolo
o no.
Tenía que disculparse.
No podía darle más vueltas. Debía ir con Salvatore y pedirle disculpas
por el comportamiento infantil, deplorable e indigno que había tenido. No
podía encontrar las palabras, no podía hacerlo mientras se calzaba un par de
jeans y un sweater largo hasta el trasero y tampoco pudo hacerlo mientras
se peinaba el cabello negro y reluciente frente al espejo. ¡Ni siquiera podía
imaginar cómo encontrar las palabras correctas frente a él! Pero al menos
tenía que intentarlo.
Bajó a la cocina con el corazón en la boca esperando, por un lado
encontrarlo en casa y por el otro que el destino la liberara de tener que
enfrentarlo. Eran las ocho, temprano para salir, a menos que él tuviese
compromisos particulares en la jornada. Lo encontró precisamente en la
cocina, con una taza de café en mano, de pie, discutiendo con Michael y
Álvaro, otro de sus hombres. Cuando ella entró, los tres callaron al instante.
Salvatore la miró con ojos que parecían querer congelarla en ese mismo
momento y Rose sintió que sus piernas flaqueaban. La situación lucía peor
de lo que ella había imaginado. Mucho peor.
—Terminaremos luego —dijo a sus hombres. Estos se alejaron sin hacer
preguntas, evidentemente entendieron bien el mensaje. Solo ella era tan
tonta como para no comprender cuándo era momento de hacer algo y
cuándo no. Rose avanzó unos pocos pasos hasta alcanzarlo y habló
precisamente en el momento en que la puerta se cerraba a sus espaldas.
Temía que si dejaba pasar demasiado tiempo, le faltaría el valor.
—Tengo que disculparme contigo, anoche tuve un comportamiento
vergonzoso, lo lamento. Por todo. —Por todo. Era cierto. Lamentaba no
solo la escena de la noche anterior, sino el giro que había tomado su vida
por culpa suya. Por culpa de lo que había sucedido. La doctora continuaba
repitiéndole que no cargara con la responsabilidad de lo ocurrido, pero
decirlo y hacerlo eran dos cosas completamente diferentes. No podían ser
una pareja normal y tal vez nunca podrían serlo. Rose intentó mantener la
mirada fija en la de su marido. Era parte del castigo que se estaba auto
imponiendo. Tenía que ser capaz de mirarlo a los ojos. Salvatore posó la
taza de café y apretó sus brazos con sus palmas, luego bajó la cabeza hacia
ella y la besó. Rose nunca había experimentado algo tan íntimo y erótico.
Los labios de Salvatore no fueron gentiles y delicados, como hubiesen sido
si ella fuera algo que defender o salvaguardar. No. Su toque fue rudo,
decidido y posesivo. Movió la lengua de un modo tan sabio y masculino
que se le aflojaron las piernas y tuvo que sujetarse a él para no caer. Emitió
un gemido sin darse cuenta y eso hizo que el beso se volviera más
profundo. Cuando Salvatore se separó, tenía los ojos nublados por el deseo.
—Creo que podremos comenzar así. —Su voz era ronca. Si ese era el
comienzo, ¿cuál sería el final?—. Si estás de acuerdo —agregó. ¿Si estaba
de acuerdo? Había sido maravilloso. ¿Pero cómo sería lo demás? Tal vez
sería demasiado, tal vez ella no tendría el valor de enfrentarlo. Tal vez…
mil pensamientos se arremolinaron en su cabeza.
—Sobre lo de anoche...
—Tuve que hacerme una paja en el baño —replicó seco, sin siquiera
pestañear, con esos ojos negros y profundos fijos en los suyos.
—Oh… —Su espontaneidad era impactante. Y su forma de actuar sin
ningún tipo de inhibiciones, otro tanto—. ¿Siempre eres tan directo?
—La más directa fuiste tú, anoche, cuando tomaste mi polla en tus
manos.
Oh, no sabía si sería capaz de continuar con esa conversación. Era tan…
brutal, no estaba para nada habituada a ese tipo de lenguaje, nunca nadie
había osado hablarle así. El sexo para ella siempre había estado hecho de
amabilidad y zalamerías. Y luego… luego nada. El abismo.
—Ok. Lo recuerdo perfectamente. Estoy aquí para disculparme. —No
podía continuar en ese terreno, no podía soportarlo.
—¿Por haber tomado la polla de tu marido en tus manos? —Habría sido
más simple si hubiera estado bromeando, sin embargo no, estaba
mortalmente serio.
—No. Por haberme echado atrás luego. —Era la verdad y si él era
directo, ella le debía la misma franqueza.
Salvatore la atrajo a su cuerpo haciéndole sentir la dureza de su erección.
—Mi paciencia no es infinita, Rose. Espero otro progreso tuyo, pronto.
Pero esta vez seré yo quien decida el programa. ¿He sido claro? He pasado
hace mucho la edad de las pajas bajo la ducha.
Rose se estremeció. ¿Se podía imponer miedo, ser sucio y seductor solo
con las palabras? ¿Y todo en el mismo momento? Su marido estaba
demostrando ser un hombre resuelto, que tomaba los asuntos en sus manos.
Incluso ese. No le dejaría la gestión de esa delicada cuestión y eso la
llenaba de temor. Solo sabía que ya no era ella quien guiaba el juego y que
las reglas estaban cambiando. Lástima que para ella era todo menos un
juego.
***
La jornada transcurrió rápidamente, entre la visita a casa de su madre y
la manicura. Rose estaba intentando recuperar sus viejos hábitos. Siempre
había sido una mujer muy bien arreglada, que gustaba estar a la moda y
serlo de nuevo era un buen comienzo para volver a quererse. Siempre con la
presencia constante de Michael que la acompañaba a todas partes.
Rose había decidido pasar por alto con él la vergonzosa escena de la
noche anterior. Ya había sido puesta a prueba al enfrentarse con Salvatore
esa mañana, no estaba lista para otra batalla ese día. Le pediría disculpas
más adelante o tal vez no. Tal vez continuaría fingiéndose tan ebria como
para no recordar nada de lo sucedido.
Mientras oía a su madre, sentada en la sala de estar, su teléfono había
sonado. Lo había sacado del bolso y había visto el nombre en la pantalla.
Salvatore. Solo saber que la estaba buscando hizo que un frío sudor la
recorriera. No estaba nada bien; si no mantenía la calma no llegarían a
ninguna parte y ella definitivamente se bloquearía.
Había contestado bajo la mirada rapaz de su madre, que no se perdía ni
uno solo de sus movimientos.
—¿Hola?
—¿Te gusta la ópera?
Nada de formalidades del tipo ¿Cómo estás? ¿Dónde estás? Pero por
qué tendría que haberlo preguntado, considerando que lo sabía
perfectamente, ya que Michael estaba siempre pegado a ella? Al menos era
coherente y no jugaba, era algo para apreciar.
—Sí —había respondido.
—He comprado dos boletos para esta noche, en el Metropolitan, para
Macbeth.
Rose se mordió la lengua. Algo verdaderamente alegre.
—Quiero que estés lista para las siete y media.
Y luego había colgado sin más formalidades. Lo conocía poco pero ya
había comprendido que las conversaciones largas no eran su fuerte y
además se estaba revelando como alguien algo autoritario.
—¿Quién era?
Su madre había aguzado el oído.
—Salvatore, esta noche iremos al Metropolitan.
—¿Ha conseguido boletos para Macbeth?
—Parece que sí. —Su madre llevaba una vida más mundana que ella.
—Tienes un marido que vale oro, Rose. Intenta hacer que las cosas
funcionen. —Allí estaba, ese era el tipo de consideraciones que hacía un
tiempo atrás hubiera aceptado sin pensar demasiado, pero que en ese
momento de su vida le hacía sentir deseos de ponerse de pie, gritar y
romper el jarrón lleno de delicados tulipanes, estrellándolo contra el suelo
toda la fuerza que tenía. ¿Acaso su madre había olvidado lo que le había
sucedido? ¿Alguien además de ella lo recordaba? Había estado secuestrada
durante dos días, a merced de unos brutos que la habían arruinado para
siempre, víctima de una violencia que no tenía el valor ni de recordar. Si lo
hubiera hecho se habría roto en pedazos. Infinitos pedazos que nunca
podrían recomponerse. Parecía que nadie lo recordaba.
Pero en lugar de hacer todo el pandemonio que había pasado por su
cabeza, suspiró y nada más.
—Pongo todo mi esfuerzo en eso, mamá.
Pero realmente no sabía si bastaría.
***
Cuando la puerta de la habitación se abrió, Rose casi saltó del miedo.
—No te oí llegar.
Probablemente si lo hubiese oído, no habría dejado que la encontrara de
ese modo. Se estaba vistiendo, eran las siete y tendría que estar lista en
media hora. Salvatore estaba en la puerta, con una mano en el pomo,
observándola como hipnotizado. Instintivamente, Rose se llevó la mano al
pecho, cubriéndose los senos. Solo llevaba las braguitas de encaje negro y
estaba escogiendo el sostén.
—Baja las manos— le ordenó. La voz era medida y la orden había sido
casi susurrada.
Rose obedeció estremeciéndose de miedo y algo más.
Salvatore hizo dos pasos hacia ella y ese movimiento le recordó el de un
depredador que se acerca a su comida.
—Es tarde —balbuceó.
—En absoluto, tenemos todo el tiempo del mundo —fue su respuesta
segura.
—¿Para qué?
—¿Recuerdas lo que dije esta mañana? Haremos las cosas a mí modo.
¿Si lo recordaba?, no podía quitárselo de la cabeza.
—¿A tu modo?
Salvatore asintió sin emitir sonido, solo mirándola fijamente a los ojos.
Rose bajó los brazos, así como le había dicho, luchando contra el deseo de
cubrirse y el ligero sentimiento de náuseas que comenzaba a percibir. Sus
senos quedaron expuestos, bajo su mirada severa e inflexible.
Los cardenales habían desaparecido casi por completo, la piel había
vuelto a ser blanca y sedosa.
Salvatore levantó una mano y la llevó a uno de sus senos. Apretó y
masajeó, mirándola siempre a los ojos, como desafiándola a rebelarse a ese
gesto de absoluta posesión. Él podía disponer de ella como mejor creía y lo
estaba demostrando. Rose cerró los ojos. ¿Le gustaba? No estaba segura.
Solo sabía que en su interior había un torbellino de sensaciones
contradictorias que la confundían. ¿Le gustaba o lo soportaba? Tampoco
ella lo sabía, solo quería que no dejara de hacerlo.
Pero no era así como Salvatore tenía pensado continuar.
Movió la mano dejando el seno. Rose abrió los ojos de repente y
encontró los suyos. Nunca los había cerrado.
—Abre las piernas. —Esa sucesión de órdenes bruscas deberían haberla
ofendido, alterado, deberían haber hecho que se retirara a su esquina de
privacidad y sufrimiento, pero no era así. Al contrario, la hacían sentir
deseada.
Salvatore llevó su dedo medio a su boca y lo cubrió de saliva, luego
metió la mano a través del elástico de sus braguitas y bajó hasta encontrar
sus labios más íntimos. Su corazón latía enloquecido mientras él los
separaba con dos dedos y continuaba su exploración hasta llegar justo al
centro. La observó, embelesado, como si bebiera de las expresiones que
debían pasar por su rostro en ese momento, como si de ella dependiera su
respiración. Pasó el dedo sobre el clítoris, una, dos veces, arrancándole un
gemido. A la tercera Rose estaba completamente confundida. Se sentía
acalorada y extraña.
Lo que estaba sintiendo era una mezcla de placer y vergüenza.
Salvatore comenzó a estimularla con ritmo y la respiración de Rose se
volvió dificultosa por el placer. La sensación de tormento creció, hasta
alcanzar un punto muerto. Era como si no consiguiera superar un bloqueo,
un obstáculo alto e infranqueable que la separaba del placer liberatorio.
—Yo, no puedo. No puedo —dijo alejándose.
—¡No puedo! —se encontró repitiendo frustrada, antes de notar que
había gritado. Le dio la espalda y se concentró en observar la tela de la
cortina.
Era un fracaso, nunca volvería a sentir placer, de ningún modo, con
ningún hombre, especialmente con un tipo decidido y autoritario como su
marido.
Salvatore se refugió en el baño sin decir una palabra.
Lo había desilusionado. Tal vez él también había comprendido que no
había nada más que hacer con ella, insistir no llevaría a ningún progreso. Su
relación era una causa perdida.
Capítulo 14
—¡Rose!
Caminaba de regreso al salón principal, todavía aturdida, cuando oyó
que la llamaban. Se giró. No era posible.
—¡Ronald!
Su ex novio no tenía el aspecto arreglado de esa noche en el
Metropolitan. Parecía de nuevo la copia mala de ese hombre elegante que
solía ser. Llevaba un traje barato, había adelgazado mucho y su barba no
estaba cuidada. Rose miró a su alrededor antes de aproximarse a él.
—¿Qué haces aquí? —susurró.
—Negocios con Santiago —respondió encogiéndose de hombros, tal vez
intentando darse aires. Pero hubiera sido imposible con esa chaqueta sucia,
los pantalones arrugados y la camisa que parecía haber estado usando desde
hacía varios días. Rose hubiera deseado replicar que tal vez los negocios no
marchaban tan bien, a juzgar por cómo se encontraba, pero prefirió no
hundir el cuchillo en la llaga.
—Siempre tan hermosa, Rose.
—Gracias —respondió inclinando un poco la cabeza. Ronald no podía
tener la más mínima idea de lo que había pasado y ella no se lo diría.
Lamentaba verlo en esas condiciones, en el fondo no había sido un mal
hombre. Durante el tiempo que había durado su relación, se había
comportado bien. Rose conservaba un buen recuerdo de él y hubiera
deseado continuar haciéndolo.
—Te vi en el Metropolitan hace algunas noches y me parecía que te
habías recuperado. —No sabía cómo decirle, sin ofenderlo, que parecía de
nuevo un vagabundo.
—Merito del smoking que renté —admitió bajando la mirada.
¿Rentado? Cuando estaban juntos Ronald tenía los armarios repletos de
trajes elegantes, nunca hubiera pensado que pudiera rebajarse a alquilar
uno.
—Fui un estúpido al estropear las cosas entre nosotros. Tenía un tesoro
en mis manos y…
—Ahora eso es parte del pasado, Ronald. Soy una mujer casada, creo
que tú también has vuelto a reconstruir tu vida. —No estaba segura, a decir
verdad. Se veía tan infeliz y descuidado.
—Para ser honesto, he enfrentado un período bastante particular. Difícil,
diría.
—Lo siento —comentó sin saber qué más decir. Difícil era poco,
considerando su aspecto.
—Necesito tu ayuda, Rose. —Sus ojos se iluminaron de repente, con una
luz extraña, casi desesperada. Parecía que rompería en llanto de un
momento a otro.
—¿Qué clase de ayuda? —No hubiese deseado saberlo, pero no podía
simplemente darle la espalda y marcharse.
—Necesito dinero.
—¿Qué dinero?
—Dinero, Rose. ¿Qué clase de preguntas haces? —Luego se recuperó de
inmediato, intentando calmarse—. Discúlpame, discúlpame es que estoy
muy tenso. De acuerdo, comencemos de nuevo. Tengo una deuda que
necesito saldar.
—¿Deuda? ¿Con quién?
—Una deuda. Eso es todo —rebatió desesperado.
—¿De qué cifra hablamos?
—Unos ciento diez mil dólares.
Rose sintió que su respiración se congelaba en su garganta.
—¿Qué? ¿Pero te has vuelto loco, Ronald? ¿Cómo has hecho para
endeudarte por una cifra así?
—Es demasiado largo de explicar. ¿Puedes ayudarme o no?
¿Cómo podía pensar que ella tenía a disposición una cifra tan grande? Y
sobre todo, ¿cómo podía pensar que se la daría a él?
—¡Por supuesto que no, no tengo una suma así! ¿Le has pedido ayuda a
mi padre? Solías trabajar para él.
—Tu padre me daría como alimento a los cocodrilos, con tal de no
ayudarme.
—¿Qué has hecho?
Ronald miró nuevamente hacia abajo.
—Me metí en negocios con los rusos y él nunca lo olvidará. Nunca
podrá perdonármelo.
—¿Con los rusos? —Rose casi se atragantó. ¡Cómo podía haberlo
hecho!
—¿Cómo has podido?
—Fue antes de lo que......, ya sabes, no hay necesidad de que te lo repita.
Y además, era solo una cuestión de dinero, pero los negocios salieron mal y
me encontré cubierto de deudas con ellos. Solo que ahora, tu marido ha
eliminado a esos malditos rusos y mi deuda ha pasado a manos de Santiago.
Le debo a ese cretino, pedazo de mierda.
Rose levantó las manos como para defenderse de toda esa información
arrojada como un alud sobre ella.
—No quiero entrar en esos asuntos Ronald, no sé mucho de ello, solo
puedo decirte que no tengo una suma así.
—Tú no, pero tu marido sí. —Su mirada se volvió brillante y
determinada.
—¿Quieres que se lo pida a Salvatore?
—No debes pedírselo, nunca te dará una cifra como esa. Tienes que
tomarlo por mí, Rose.
—¿Te has vuelto loco?
—En nombre de los viejos tiempos.
—¿Me estás pidiendo que engañe a mi esposo por una cifra que ni
siquiera puedo imaginar?
—Santiago me hará pedazos, Rose. Me asesinará. Sabes que en nuestro
círculo no se bromea con estas cosas.
Rose respiró hondo. Estaba muy agitada. Sabía que Ronald decía la
verdad. El suyo era un mundo despiadado, cruel, donde las traiciones se
pagaban con sangre y no siempre se sobrevivía para poder contarlo.
—No creo que pueda ayudarte, pero de todos modos lo intentaré.
Hablaré con Salvatore.
El rostro de Ronald mostraba desilusión.
—Gracias de todos modos, Rose. Siempre has sido buena.
Ella le hizo un gesto como para decir que no tenía importancia y en el
fondo era cierto.
—Si tienes alguna noticia para mí, sabrás cómo contactarme. Mi
teléfono sigue siendo el mismo.
—Está bien, pero trata de encontrar otras alternativas.
Ni siquiera Rose sabía, en la situación en la que estaban Salvatore y ella,
de dónde encontraría el valor de pedirle ayuda para Ronald. ¡No podía
siquiera pensar un modo de acercarse a él! Era una madeja imposible de
desenredar.
Rose regresó tambaleándose al salón. Se sentía débil y al mismo tiempo
la confesión de Ronald la atormentaba. Identificó a Salvatore y fue a su
encuentro, sujetándose a su brazo.
—¿Dónde has estado? Te había perdido de vista.
—Estaba en el baño —mintió y ni ella sabía por qué lo había hecho. No
era su culpa si Ronald se le había acercado confesándole su drama y
pidiéndole una cifra imposible. Entonces, ¿por qué sentirse incómoda solo
por esa razón?
—¿Te sientes bien? Estás pálida.
—Quisiera ir a casa, me siento cansada.
—Termino una conversación que he comenzado con Santiago y luego
podemos regresar. Serán solo unos minutos.
Rose asintió y tomó asiento en uno de los sillones.
Salvatore cumplió su palabra. Interceptó a Santiago y habló con él unos
veinte minutos, lanzando miradas de tanto en tanto en su dirección, como si
no quisiera perderla de vista. A su vez, Rose vigilaba a Aida, que se movía
por el salón como una tigresa enjaulada. Algo le decía que esa mujer no se
daría por vencida tan fácilmente.
El trayecto en coche fue tan silencioso como siempre, solo que esta vez
el silencio estaba cargado de preocupación. Rose tenía una enorme
confusión en su cabeza. Realmente temía que Ronald acabara mal. Pero al
mismo no tiempo no tenía la suficiente confianza con su esposo para
hablarle de su pedido. Ellos ya tenían mil problemas, sin necesidad de que
Ronald se metiera a complicar la situación. Pero había oído que Salvatore
había rechazado las insinuaciones de esa mujer y le había dicho que su
esposa era suficiente para él. ¿Cómo podría ser ella suficiente si sus
relaciones eran prácticamente inexistentes?
—Estás silenciosa, ¿te sientes bien?
—Estoy algo cansada, quizás le haya exigido demasiado a mi cuerpo por
hoy.
Salvatore dejó escapar un chasquido de desaprobación.
—No debería haberte llevado.
—No es nada que un buen sueño no pueda solucionar. Además, no me
apetecía quedarme sola precisamente hoy.
Luego de un prolongado silencio, Rose soltó.
—¿Qué clase de relación tienen Santiago y Aida?
—¿Por qué me lo preguntas?
—No lo sé, es tu primo.
—No lo conozco demasiado bien pero, por lo poco que pude
comprender, tienen una relación abierta—. Salvatore siempre era honesto,
había que reconocerlo.
—¿A ninguno de los dos le importa que el otro tenga aventuras?
Lo vio tensarse.
—A ninguno de los dos le importa el otro, creo. Debías detenerte ahí.
—¿Tu primo es un hombre peligroso?
No le preguntó por qué quería saberlo y una vez más se limitó a
responder.
—A Santiago no le importan las consecuencias de lo que hace. Toma lo
que quiere, cómo quiere y sin preocuparse por lo que pueda suceder. Y no
creo que eso sea algo bueno.
Rose se estremeció. Si realmente era así, le haría daño a Ronald, si no
peor.
Capítulo 21
—No sé dónde está. —Rose se secó los ojos y tomó el pañuelo que Anna
le tendía. Se encontraban en el salón de la casa, en la misma mesa donde la
noche anterior había tenido lugar la cena. Anna y Andrei habían dejado a la
pequeña Luce en casa de sus padres y habían corrido junto a Rose tan
pronto como ella los había llamado. Había pasado la noche sin dormir y
luego la jornada en pena, pero no había encontrado el valor de llamar a su
hermana hasta que no había llegado el ocaso. En algunas ocasiones,
Salvatore no regresaba por la tarde y no se veían en todo un día, era algo
usual, sin embargo esa ausencia era demasiada prolongada y lo más
llamativo era que no encontraba explicación.
—Cuéntanos todo desde el comienzo.
—Ayer cenamos junto a su primo Santiago y su novia. No estuvieron
mucho. Luego de la cena se marcharon rápidamente.
—¿Qué sucedió cuando se marcharon? —preguntó Andrei.
Rose bajó la mirada, avergonzándose de relatar todo el episodio. ¿Qué se
suponía que dijera? Salvatore la había besado como si fuera la primera vez
o la última y luego simplemente la había dejado, sin una explicación, una
conversación, una frase.
—Necesito saber si Salvatore antes de marcharse te saludó de algún
modo en especial, si te dijo algo que no hubieses esperado oír.
Rose recordó cuando le había confesado que ella le importaba más de lo
que nunca le había importado nadie.
—Sí, tal vez dijo algo que… no esperaba que me dijera.
Anna miró a su compañero y Rose hizo lo mismo. Si había alguien que
podía saber dónde estaba Salvatore, era él. Andrei era parte de la
organización, conocía las dinámicas, el modo de actuar de los miembros y,
sobre todo, podía estar al corriente del rol que Santiago estaba jugando
desde que había regresado de Ecuador.
—No tengo noticias sobre este asunto pero me informaré. Si hay algo
que saber, lo sabré.
Rose asintió. Sabía que Andrei era un hombre de pocas palabras. Si
hubiera algo que pudiera hacer, cualquier cosa, la haría. Por amor a Anna, la
única que podía ejercer una influencia sobre él.
Una vez sola, Rose comenzó a moverse por la casa. No sabía qué hacer.
Podría alertar a su padre, pero no era el caso. Ya le había advertido a Andrei
y eso bastaba. Comenzó a desempolvar los muebles, solo para mantenerse
ocupada. No era necesario porque la limpieza había sido hecha esa mañana
pero quedarse quieta pensando lo peor, era una opción que no podía
permitirse.
Mientras se atormentaba, oyó que llamaban a la puerta. Salvatore tenía
llaves y nunca lo hubiera hecho. Los empleados ya habían sido despedidos
por la noche y, si alguno de ellos había regresado por cualquier motivo, era
extraño que llamara, considerando que todos tenían llaves. Rose abrió la
puerta y se encontró frente a la última persona que hubiera esperado ver.
Santiago.
—¿Qué haces aquí?
—Tu marido está en peligro —espetó con cara de quien no ha dormido.
—¿Qué dices?
—Déjame entrar – se giró para mirar por encima de su hombro- antes
que alguien me vea—. Rose estaba reacia, pero la preocupación por
Salvatore hizo que tomara la iniciativa de permitirle pasar.
—¿De quién hablas? —preguntó desconcertada.
Pero él no respondió.
—Rose, estoy aquí solo porque tengo mucho miedo de lo que podría
haberle sucedido.
—Espera, espera, comienza desde el principio.
—Ayer por la noche, en su estudio, Salvatore me dijo que quería
ocuparse personalmente de Russel. Lo golpearía él mismo, esta noche. Le
había dado cita haciéndole creer que tenía el dinero para él.
Rose tragó saliva.
—Le había dicho que se pusiera en contacto conmigo una vez que
terminara. Pero no he tenido noticias. Su teléfono llama pero nadie contesta,
creo que le ha pasado algo.
—¿Qué?
—Russel podría haber hecho un pacto con alguna familia rival. Podría
haber encontrado alguien que se hiciera cargo de sus deudas a cambio de la
cabeza de Salvatore.
Rose se estremeció.
—Pero no tiene sentido. Él cree que yo estoy intentando conseguirle el
dinero y...
—Te ha usado, Rose, ese hombre solo piensa en sí mismo, como todos.
Piensa en salvar su trasero y le importa un carajo de los demás.
Un indicio de sospecha se abrió paso en ella, algo sutil e inexplicable.
—¿Cómo sé que estás diciendo la verdad?
Santiago pareció perder la paciencia.
—Escucha, no me importa lo que tú pienses. Solo me importa la vida de
mi primo y he venido aquí para ver si había regresado a casa. Ahora que he
visto que no está, iré a buscarlo, esperando que no sea demasiado tarde.
Rose lo observó. No parecía un tipo en el que se pudiera confiar. Al
contrario. Pero era el primo de su marido. Si Salvatore se fiaba de él, un
motivo debía haber y además ella estaba demasiado preocupada. La
angustia parecía quitarle el aire, hubiera hecho cualquier cosa para
encontrarlo.
—¿Qué puedo hacer para ayudarlo?
Finalmente una sonrisa apareció en su boca.
—No lo sé pero iré al sitio en que debían encontrarse.
Capítulo 25
—No digas nada y entra conmigo—. Apagó sus protestas con un beso
mientras lo arrastraba bajo el chorro de agua. Salvatore se apartó con
dificultad y cogió la botella del gel con demasiado vigor. Tomó un poco y
comenzó a lavarla con delicadeza. Rose miró hacia abajo, donde su
erección se levantaba entre ellos.
—Ignóralo —fue su comentario y ella sonrió.
—Creo haberlo hecho por demasiado tiempo—. Ante esas palabras su
pene se estremeció y Salvatore apretó los dientes mientras pasaba el jabón
por su cuerpo y luego se lavaba él mismo.
—¿Tú lo has hecho con frecuencia? —lo provocó. Le gustaba verlo al
límite del control y a un paso de perderlo, especialmente si la causa era ella.
—¿Ignorarlo, quieres decir? —Sonrió también él, una de las raras veces
que sucedía y Rose pensó que su marido tenía una hermosa expresión
cuando estaba sereno, lucía una sonrisa que alcanzaba sus ojos—.Todas las
veces que estoy recostado en la cama junto a ti, sin poder tocarte, todas las
veces que te he visto caminar, moverte por la casa, incluso sin que tú lo
notaras, he tenido que ignorar a mis pulsiones.
—¿Pulsiones?
Salvatore dejó de aclararse y envolvió el rostro de su esposa entre sus
manos, mirándola intensamente.
—Pulsiones, sí. Deberás tomarme así, Rose. Soy un hombre anticuado,
un hombre… -buscó las palabras con dificultad- físico —admitió
finalmente—. Te deseo como nunca he deseado a ninguna mujer en mi vida,
pero Dios es testigo, te amo y estoy listo para demostrártelo con mi corazón
y con todo mi ser de ahora en adelante y por cada santo día que tengamos
juntos.
Rose tuvo un estremecimiento de conmoción y deseo. Vio sus labios
acercarse y lo deseó con todo su ser. Cuando se posaron sobre los suyos y
los abrieron con el toque de su sabia lengua, sintió también toda su dureza a
la altura del estómago presionando y demostrándole que lo que decía era
cierto.
—En la cama —murmuró en su oído con urgencia. Era allí que quería
estar, era ese su sitio. No quería sexo rápido bajo la ducha, quería estar toda
la noche con él, como nunca lo habían hecho, como ambos merecían.
Salvatore retrocedió, cerró el agua y salió de la ducha tomando una
toalla para Rose. La frotó, la secó muy bien pero con delicadeza, y a
continuación tomó otra toalla para su cabello. Solo entonces secó su propio
cuerpo con gestos decididos.
Luego tomó su mano y la guió hacia la cama donde aparto la sábana de
seda de color crema para permitirle entrar y recostarse.
—Te he imaginado aquí, te he soñado aquí. Desde el primer día en que te
vi. En mi cama, abrazada a mí. Solo que entonces no sabía quién eras, no te
conocía, estaba enamorado de tu belleza. Todo lo que sucedió ha servido
para hacerme entender realmente quién estaba a mi lado. Pero ahora he
comprendido, Rose, he comprendido lo importante que eres para mí y lo
afortunado que he sido al conocerte.
Rose le hizo espacio y el colchón se hundió bajo su peso. Sus palabras la
habían conmovido en lo profundo de su ser, restituyéndole todo lo que en
esos meses había perdido. Todo el amor que siempre había esperado recibir
y que siempre había creído no merecer, se derramaba como miel tibia sobre
su corazón. La emoción tomó el mando y Rose intentó contrarrestarla para
no sucumbir a esa marea de sentimientos que amenazaba con quitarle el
aire.
—Espero estar a la altura de tus expectativas —dejó escapar una risita
avergonzada para romper la tensión. Era la primera vez que estaban juntos
sin que él la obligara o la tomara por sorpresa. No es que Rose no lo
hubiese deseado, pero ahora sus relaciones habían cambiado. Ya no se
estaban desafiando uno al otro, ya no era una pulseada entre ellos. Ahora,
no era la esposa que no podía decir que no. Ahora era la mujer que
reivindicaba a su propio marido y que él deseaba.
Salvatore la miró directamente a los ojos y murmuró sobre sus labios.
—No hay ningún estándar que superar, ninguna altura que alcanzar. Solo
somos tú y yo. Eres mía ahora. —Y luego realmente lo hizo, bajando con
sus labios por su estómago, hacia su ombligo, hasta llegar en medio de sus
piernas, donde le hizo implorar y gritar su nombre infinitas veces.
Epílogo