La Clase en La Universidad Pública - Bernik - DIGITAL
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La Clase en La Universidad Pública - Bernik - DIGITAL
la universidad
pública
Tramas disciplinares,
dilemas profesionales
y algo más que buenas
intenciones
Julia Bernik
coordinadora
Bernardo Carrizo
Daniel Gastaldello
Paola Quaino
Juan Pablo Sánchez
Sara Scaglia
Alejandro Trombert
/ EDUNER
C ÁTEDRA interface s
Índice
presentación / 16
agradecimientos / 23
Epílogo / 137
Buenas clases. ¡Buenas clases! ¿Buenas clases? «Buenas clases».
Ya del otro lado del espejo… / 137
1. Prólogo al prólogo
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implica el riesgo de la simplificación y la traducción de lo
que el otro quiso decir, además de sustituir sus palabras por
otras que quizá cambien el sentido de esa historia. Podría,
quizá, proponer un nuevo desarrollo sobre el tema objeto del
texto que debemos prologar, desplegando los propios sabe-
res al respecto, a modo de validación de lo que sus autores
expresan en cada uno de los capítulos. Esta tercera opción
tampoco me atrae porque parece ubicarme en un lugar de
autoridad que me resulta incómodo. Finalmente, creo que
hay prólogos que son otra obra en sí mismos —valiosa o
no— pero que al cobrar vida propia, se aleja de los autores
del libro, en una acción que pareciera intentar correrlos de
la centralidad de la autoría del texto prologado.
2. Prólogo
7
2.1 Primera aventura. Tomar la clase como objeto
de estudio y propuesta de intervención didáctica
8
debería haber sorpresas. El ahorro de energías que implica la
repetición de una acción, baja el nivel de atención y se crea
un ambiente propicio al aburrimiento y al sueño.
9
un currículo, puede y debe ser recreada en infinitas versiones.
Y más aún, si se la piensa —como dice Susana Barco— como
una pieza de jazz, donde la emergencia de la improvisación
forma parte del contrato inicial y hace a la esencia misma del
jazz y de la enseñanza como actividad interhumana.
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frase de Umberto Eco: «El orden que imagina nuestra mente
es como una red, o una escalera, que se construye para llegar
hasta algo. Pero después hay que arrojar la escalera, porque
se descubre que, aunque haya servido, carecía de sentido».
11
necesidad de abandonar la idea del conocimiento científico
como si fueran «visitas a monumentos», donde solo cabe la
admiración reverencial a lo allí fijado en la rigidez inmóvil del
bronce o el mármol. Asimismo, de la mano de Peirce, concibe
al saber como provisorio, procesual y colectivo.
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enfoques, sujetos y situaciones. El asombro, las preguntas,
el descubrimiento de los distintos mundos posibles, parece
ser el contenido de esta asignatura tal como la concibe este
colega. Intenta trabajar recorriendo esos puentes que se
mencionaban al principio. El abordaje de los casos realizado
en forma grupal, sostiene el desafío del pensamiento relacio-
nal y la aceptación que, en este campo, no existen certezas
ni verdades absolutas.
13
intervención, en clave de comprensión de lo que el colega
problematiza desde su práctica y desde su perspectiva. De
alguna manera, en el capítulo inicial del libro, Julia despliega
avatares de su propia historia en el campo de la Didáctica,
recuperando las voces de quienes han colaborado a tejer la
trama compleja e inestable de las teorías sobre la enseñanza.
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Concebir la clase como guion para la formación de estudian-
tes con voluntad, capacidad y decisión de afrontar el riesgo
de un pensamiento autónomo parece ser un rasgo común
que atraviesa estos capítulos.
Susana Celman
Paraná, julio de 2020
15
presentación
16
en este inédito tiempo de aislamiento, denominado como
«social, preventivo y obligatorio»? En realidad, no sabemos si
es posible «decir» lo que significa y nos está implicando este
momento en la historia de la humanidad, no solo para noso-
tros como docentes investigadoras, investigadores —autoras
y autores de este libro— sino para todas y cada uno, en cada
espacio de vida, sea individual, grupal, colectivamente. No
podemos aún y con claridad describir esta «irrupción pan-
démica», desconocemos todavía el alcance de los efectos
de este desbarajuste biológico, cultural, social, político, eco-
nómico (el orden de los factores, altera el producto aquí).
Aunque sí advertimos lo que va poniendo al descubierto,
casi sin previo aviso para la mayoría, tanto lo más inhóspito
de la condición humana como lo más digno. Estamos siendo
testigos de cómo y cuánto los Estados, las empresas, las
industrias farmacéuticas, los minúsculos grupos con incon-
mensurable poder financiero, resuelven y disuelven acciones
y decisiones en torno a la salud de poblaciones enteras, al
acceso a condiciones materiales y de existencia necesarias
para el cuidado físico, biológico, psíquico, emocional, de
todos y cada uno. Innumerables grupos e instituciones socia-
les padecen recurrentes desigualdades, imposibilidades,
desasosiegos. Aunque, y casi con la misma pero incipiente
intensidad, reconocemos y somos parte de cómo en este
contexto tan inequitativo e incierto, se empiezan a ensayar
nuevos estilos de vínculos, se identifican otras prioridades,
se gestan prácticas y proyectos inéditos, se revitalizan nuevas
ligazones, articulaciones, tramas.
17
sea. Por el contrario, nuestro libro se ubica justo ahí donde
las dinámicas y las transformaciones suceden, más cerca de
construir reciprocidades en estas coordenadas espaciotem-
porales tan distintas a las que atravesaban nuestras prácticas
hasta hace pocos meses atrás. Ocho docentes nos pusimos a
compartir una escritura a contrapelo del miedo, la parálisis,
el retraimiento; a favor de la transmisión y el contagio, y en
este caso sí, de un convite por la enseñanza.
18
Nuestras propuestas, desde sus particularidades, se recono-
cen en los postulados de una perspectiva que compartimos
sobre la enseñanza, la cual viene marcando los estudios
didácticos en las últimas décadas y que es aquella preocu-
pada por indagar la especificidad de la trama que configura
las experiencias de transmisión de un saber disciplinar, en
este caso en la universidad, los matices y rasgos que marcan
las decisiones de los profesores en el contexto de las dis-
cusiones y estilos de conocimiento en un campo disciplinar,
en las demandas y retos de una práctica profesional. Desde
esta perspectiva no es posible realizar generalizaciones ni
definir invariantes para prever un funcionamiento deter-
minado o logros esperados. Por el contrario, es necesario
reponer una mirada amplia, diversa y profunda que nos acer-
que a la trama siempre dinámica de la enseñanza. Así, en
cada capítulo, compartimos la riqueza de experiencias que
posibilitan reparar en la clase como unidad de sentido de la
enseñanza. Esta común sintonía no soslaya nuestras diferen-
cias, perspectivas y direcciones particulares enmarcadas en
trayectorias personales, profesionales y laborales distintas,
desarrolladas también en instituciones académicas diferen-
tes ya que nuestros espacios de trabajo son la Facultad de
Humanidades y Ciencias, la Facultad de Ingeniería Química,
la Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas, todas de la
Universidad Nacional del Litoral. Partimos y reparamos en
estas distinciones justamente para remarcar la necesidad de
abandonar pretensiones de modelizar o universalizar rasgos
válidos para cualquier propuesta de enseñanza.
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didácticos. Pero, como la Didáctica no es una disciplina auto-
suficiente (¿hay alguna que lo sea?) invité al juego del diálogo
a un grupo de queridos colegas con quienes hemos compar-
tido diferentes espacios de trabajo académico, de gestión,
de formación, de pasillo universitario también: Alejandro
Trombert, Bernardo Carrizo, Daniel Gastaldello, Juan Pablo
Sánchez, Paola Quaino y Sara Scaglia, docentes, investigado-
ras e investigadores, cada uno especialista en determinados
campos disciplinares. Conozco sus entusiasmos pedagógi-
cos, el involucramiento en la investigación y desarrollo en
sus especialidades, muchos de sus desvelos académicos
y bastante de sus miradas sobre el mundo, la sociedad, el
porvenir. Fue entonces que les propuse que participaran de
este seminario de Didácticas Específicas en la Maestría en
calidad de docentes invitados. Inventé una suerte de mecá-
nica de trabajo con diferentes espacios de intercambio y
producción, uno de ellos fue el ateneo de discusión sobre
«La clase en la universidad». Les sugerí que, desde las posi-
bilidades de este formato, compartieran sus propios estilos
de pensar y desarrollar sus clases en las carreras en donde
se desempeñan (Bioquímica, Licenciatura en Biotecnología,
Licenciatura en Nutrición; Licenciatura en Química, Químico
Analista; Profesorado en Química, Matemática, Historia y
Letras; Licenciatura en Historia y Letras, entre otras). La
experiencia resultó extraordinaria. En el transcurrir de los
encuentros, se sucedieron potentes coloquios junto con los
colegas maestrandos, en torno a las especificidades de la
enseñanza de cada disciplina, en el marco de las carreras e
instituciones académicas desde las que cada uno provenía.
El reconocimiento de los modos en que cada uno gestiona y
define sus propuestas de enseñanza, los criterios para deci-
dir, los vericuetos y dilemas de los procesos de aprendizaje,
los estudiantes y sus lenguajes, el sentido del trabajo en
equipo, la articulación enseñanza–currículum y formación
universitaria–formación profesional… fueron algunas de las
aristas que marcaron el sustancioso intercambio entre cole-
gas en una poderosa lógica comprensiva, antes que explica-
tiva, del análisis didáctico.
20
colegas–invitados, para confluir en la idea de dar forma al
proyecto del libro. La sincronía con que se sucedió el pro-
ceso posterior de pensar y hacer juntos la propuesta vino a
confirmar aquello de la fuerza de las voluntades genuinas
compartidas.
21
de sus miradas y decisiones sobre la enseñanza, sigo sorpren-
dida por los modos en que pudimos ir valorando y opinando
sobre nuestros manuscritos, en el respeto con que asumimos
la naturaleza del trabajo colectivo, y en el empeño sostenido
en medio del fluctuante tiempo de trabajo en pandemia.
Julia Bernik
Paraná, invierno 2020
22
agradecimientos
Y, nuevamente, gracias…
23
1 ¿Cómo hacer buenas clases?
Interrogaciones incómodas.
Tradiciones, experiencias
e implicaciones desde la Didáctica
Juli a Be rn i k1
1 Compartí los manuscritos de este capítulo con queridas colegas del equipo de cátedra y
también con amigas entrañables, docentes especialistas en otros campos disciplinares y
comprometidas con las vicisitudes del enseñar en la universidad. Les agradezco infinita-
mente sus sugerencias, interrogantes y críticas. Fueron tan necesarias como enriquece-
doras para fortalecer este escrito que, si bien me siento absolutamente responsable por
sus posibles limitaciones, honro su hechura a partir de sus aportes. Inmensas gracias a
Tati, lectora cuidadosa, correctora feroz, amoroso par, mi hermana mayor.
24
un reducido lugar de acciones previsibles. Nos detendremos en los efectos
y connotaciones de esta consideración en el próximo apartado.
En este marco, advertimos también que la construcción de respuestas y la
definición de explicaciones son un rasgo que marca fuertemente el modus
operandi de construcción del saber en la universidad. La legitimidad de
axiomas antes que la incomodidad de la duda pareciera configurar gran
parte de las tensiones que la atraviesan y que encuentran algunas razones
de ser en sus condiciones materiales y simbólicas de existencia institucional.
2 Dice Pierre Bourdieu: «El error intelectualista y teoricista que amenaza permanentemente
a la ciencia social (…) este error sería la tentación por excelencia para uno que, siendo
sociólogo, por tanto inscrito en un campo de lucha por la verdad, se de por proyecto
decir la verdad de ese mundo y de los puntos de vista opuestos sobre ese asunto»
(1996:100). Consideración que realiza en el apartado «Objetivar el sujeto objetivante»,
allí reflexiona sobre los efectos y las lecturas que el campo académico realiza de su libro
Homo Academicus.
25
hoy; lo hacemos desde la singularidad y densidad de lo real, desde las inte-
racciones cotidianas con los estudiantes y las dinámicas diarias del trabajo
académico. Se abre así para nosotros, un horizonte de comprensión que es
esquivo a las traducciones teoricistas inmediatas porque no nos sirven y, a
veces, se nos aparecen ficticias. Se trata de un horizonte que nos convoca
así a desandar la teoría, las regulaciones, el deber ser sobre una buena
clase, para dejar de entenderlas como «verdades de principio» y empezar a
advertirlas, en todo caso, como «un posible principio en la exploración de
verdades» (Bourdieu, Chamboderon y Passeron, 2000).
Desde estas inquietudes y posiciones, en este capítulo, queremos compar-
tir una conversación en voz alta sobre unos recorridos analíticos para pensar
la pregunta sobre una buena clase. Por un lado, nos ubicamos en el mismo
campo de la Didáctica y marcamos el profundo vínculo entre producción
teórica y tiempo histórico que la atraviesa, como un modo de reponer el
sentido de sus propuestas sobre la enseñanza, los modos en que las cons-
truye y, en este proceso, el lugar que le asigna al sujeto que la interroga y
espera respuestas. Conversamos brevemente sobre ello a la vez que revi-
samos algunos dilemas que marcan el campo didáctico. Por otro lado y a
modo de invitación a la lectura de los próximos capítulos, reparamos en la
vitalidad de unas experiencias de enseñanza, como indicios de respuestas
a nuestra pregunta. Presentamos unos rasgos que las configuran y que las
despliegan en tanto práctica profundamente humana, entramado de deci-
siones epistémicas, disciplinares, cognitivas, culturales, espacio decisional
relevante. Finalmente, desde estos recorridos y a modo de inicio de nuevos
intercambios, reconocemos horizontes que nos invitan a pensar el presente
de una buena clase universitaria.
Ranciere, 2003
26
los modos de plantear la pregunta, como los aspectos que la implican. Se
trata de corrientes teóricas que se van armando al calor de unas coorde-
nadas temporo–espaciales que es preciso reconocer para asignar sentido a
sus postulados a la vez que distinguir particularidades entre unas y otras.
Lo que la teoría didáctica dice en cada momento sobre la enseñanza, la
organización de los contenidos, la búsqueda de comprensiones, el sentido de
la evaluación, los recorridos metodológicos, entre otros aspectos, encuentra
sentidos en un contexto de época. Lo que plantea sobre la clase, es preciso
leerlo en cruces interpretativos con las pretensiones, proyectos, expectati-
vas y dilemas culturales, económicos, políticos, institucionales, propios del
campo disciplinar anclados en un tiempo histórico determinado.
Solo para acercar una suerte de «imágenes» a esta consideración, se nos
ocurre presentar unas nociones que atraviesan aún hoy discusiones, pro-
yecciones y dilemas sobre la enseñanza identificando cómo lo que pregonan
algunas perspectivas didácticas paradigmáticas se reconocen cabalmente si
se advierte el tiempo histórico en el que fueron producidas.
Por ejemplo, si pensamos en Amos Comenio, identificado como uno de
los precursores de la Didáctica, un postulado fuerte de su perspectiva es el
principio de «enseñar todo a todos». Así planteado en la actualidad podría
remitirnos al dilema de la inclusión educativa hoy, sin embargo si lo pen-
samos como principio comeniano no podemos dejar de mirarlo a la luz del
contexto de época en la que Comenio escribe su Didáctica Magna (1657) allí
lo enuncia como exhorto en la primera página de la obra y luego lo despliega
con increíble maestría al calor de su cosmovisión sobre el saber, la educa-
ción, la enseñanza, la naturaleza y el mundo. Enseñar todo a todos, ideal
que solo puede comprenderse cabalmente como presupuesto didáctico si
ubicamos su obra en la Europa del 1600. Avanzando muchos siglos adelante,
nos ubicamos en la importancia asignada a la articulación contenido de
enseñanza y objetivos de aprendizaje. Estamos en el siglo xx y desde una
cosmovisión que podríamos reconocer en las antípodas de la que marcó la
obra de Comenio, distinguimos la consideración de Benjamín Bloom acerca
de la posibilidad certera de lograr los resultados de aprendizaje deseados
discriminando características del proceso e identificando objetivos de logro.
En este caso, se trata de un extenso despliegue de correspondencias que no
puede desvincularse del contexto de época y las condiciones sociopolíticas
de producción de su Taxonomía de los objetivos de la educación. Clasificación
de las metas educacionales, la que fue publicada por primera vez en ee. uu.
en 1956. En este mismo siglo, en las últimas tres décadas y alimentadas con
la fuerza de los presupuestos psicológicos e ideológicos de la perspectiva de
Bloom, se va legitimando la idea de la planificación de la enseñanza en tanto
guía necesaria para el control del proceso de aprendizaje. Es insoslayable
en estos sentidos, el trabajo de Susana Avolio de Cols en Argentina quien se
ocupa de insistir en el binomio previsión–eficiencia. Dos de sus obras que
despliegan esta idea con mayor claridad son Planeamiento y evaluación
27
de la tarea escolar escrita y editada en Argentina por primera vez en 1970 y
Conducción del Aprendizaje (1977) y luego reeditadas sucesivamente hasta
la actualidad. Utilizadas como textos de referencia y casi excluyentes en la
formación de los docentes en esas décadas.
Finalmente, y siguiendo este rápido recorrido por nociones recurrentes res-
pecto de la enseñanza, leídas en un contexto de época que le asignan particular
sentido, interesa señalar otras dos últimas inquietudes que centralizan gran
parte de las preocupaciones en torno a la enseñanza: su relación con la sociedad
y su relación con los sujetos del aprendizaje, los estudiantes. Respecto de la pri-
mera, no podemos dejar de nombrar el efecto político, ideológico y epistémico
del trabajo de Susana Barco al interior del campo de la Didáctica en la Argentina
y en las experiencias de formación docente. Porque casi paralelamente a las
ediciones de Susana Avolio de Cols, pero en un posicionamiento diametralmente
distinto, Barco escribe su artículo «¿Antididáctica o Nueva Didáctica?» publi-
cado en uno de los números de la Revista de Ciencias de la Educación, en 1977,
ejemplar en el que también se encuentra un análisis de la perspectiva de Iván
Illich y una entrevista a Paulo Freire. En este artículo, Barco exhorta y responde
con contundente posicionamiento: es imprescindible revisar el campo de la
Didáctica a la luz de las condiciones históricas y sociales. Despliega así un contra
argumento a las pretensiones instrumentalistas para pensar la enseñanza de las
perspectivas de Bloom, de Avolio de Cols, entre otros referentes. Nuevamente,
es necesario resaltar los años en los que estos planteos fueron desarrollados
en Argentina y en el mundo. Y con respecto a la segunda inquietud que enun-
ciábamos: la relación enseñanza–sujetos, es vastísima la producción teórica
sobre el tema. Cruzándose aportes de varias disciplinas, algunos permitiendo
valiosos enriquecimientos para pensar la complejidad del vínculo. Dentro de
este grupo queremos identificar uno en particular que también entendemos
una contribución sustancialmente conmovedora de estructuras y perspecti-
vas sobre la enseñanza: se trata del libro Reinventar el aula universitaria de
Mariana Maggio, de reciente producción (2018). La autora nos invita a desandar
prácticas, estilos, rutinas, decisiones que sobre la enseñanza universitaria casi
no soportaron modificaciones y lo hace posicionándose en el centro vital de
las alteraciones y dinámicas que nos atraviesan las últimas décadas del siglo
xx y del actual siglo xxi: las culturas y lenguajes digitales. También, como el
planteo de Barco, su invitación es un exhorto a alterar nuestros modos de
enseñar revisitando los modos de comprender y hacer el mundo por parte de
nuestros estudiantes. Nuevamente, decimos, es imposible leer las aportaciones
de Maggio sin mirar en perspectiva el conjunto de sucesos y acontecimientos
culturales de época los que marcan cada una de las experiencias subjetivas y
sociales, de manera tan desigual como determinante.
Es posible vincular estos dos últimos trabajos en sus modos de interpelar
ciertos presupuestos propios del campo de la Didáctica y en los modos de
desplegar la enseñanza, siendo necesario leerlos en diálogo con un tiempo
28
histórico porque desde allí han sido escritos, al igual que los anteriormente
presentados.
Ahora bien, notamos que es quizás este entramado histórico y socioepis-
témico de la producción teórica de la Didáctica el que parece desdibujarse
cuando ante la pregunta sobre cómo hacer buenas clases, se recurre a
identificar categorías y dimensiones de análisis didáctico, cual si fueran
piezas intercambiables de una operación lógica en la que el orden de los
factores no altera al producto. Creemos que usar de este modo la producción
teórica neutraliza las profundas diferencias que caracterizan cada corriente,
sus modos de entender, describir y analizar su objeto: la enseñanza. Se
apresuran, así, derivaciones para la enseñanza como moldes o modelos
para resolver vicisitudes de las prácticas en un peligroso ejercicio de des-
historización de la teoría pero también de cristalización de la racionalidad
del sujeto que las lee.
Estos vínculos entre sujeto y teorías didácticas en este caso, disponen un
escenario pedagógico que casi clausura la potencialidad de las preguntas, más
bien parecieran esperarse respuestas sin formulación de interrogantes. Entonces
se fragmenta la teoría didáctica y, como nos lo advierte Chevallard (2005)
29
teórica? ¿Qué tanto cada producción teórico–científica debe atender las
condiciones de uso de sus teorías, sus reales impactos, el alcance de estos
usos y sus derivaciones? ¿Es esto posible y necesario? ¿Para qué y para
quiénes lo sería?3
En la Didáctica, sin ánimo de reducir el entramado que supone el análisis,
podríamos pensar en dos grandes líneas de trabajo, dos campos de tradicio-
nes que han habilitado unos modos de vinculación del sujeto con la teoría
didáctica. En unos y otros distinguimos variaciones, derivaciones y particu-
laridades que dan cuenta de cruces del campo didáctico con otros campos
y experiencias. Distinguiremos unas tradiciones muy preocupadas por el
sentido de la teoría didáctica en los sujetos; y otras, ocupadas más bien por el
peso de sus consideraciones sobre los sujetos. Es decir, aquellas interesadas
por advertir en los sujetos de las prácticas, sus posicionamientos, el marco
institucional, cultural, material de sus experiencias como condiciones para la
apropiación del análisis didáctico y aquellas otras preocupadas más bien por
predecir un escenario, como condición de logro de determinados propósitos.
En este último caso, hay una presuposición fuerte que atraviesa los modos de
construir teoría didáctica, a saber: es posible lograr una especie de completa-
miento de la práctica de la enseñanza, es posible apresar absolutamente todas
las variables que la configuran. Y diremos que esta pretensión probablemente
se logre, porque también se entiende a la enseñanza como un despliegue de
ciertas destrezas, como distribuidora de temas de modo medianamente orde-
nado, como recolectora de resultados para cotejar logros o fracasos.
Podríamos pensar en estas tradiciones colonizando las respuestas sobre
la pregunta ¿cómo hacer buenas clases?, porque han colonizado su objeto:
las prácticas de la enseñanza, se han adueñado de este como si este fuera
inanimado. Entonces han avanzado en una suerte de establecimientos sobre
cómo resolver todos y cada uno de los aspectos que lo constituyen, en algu-
nos casos con un nivel de descripción sorprendente, casi como ambicionando
atrapar en unas regulaciones, la vitalidad de las experiencias y los sujetos
que las piensan y las viven.4
3 Solo por remitir algunos trabajos que entendemos sumamente fértiles para reconocer el
interjuego de estas preocupaciones en epistémico–disciplinares, pensamos, por un lado,
en el de Popper, Adorno, Dahrendorf, Habermas (1978); y por el otro en el de Wallerstein
(1996). También, y específicamente pensando estas tramas en el campo educativo, el de
Baudelot y Leclerq (2008).
4 Por ejemplo, es interesante observar solo los índices de los diferentes libros de la argen-
tina Susana Avolio de Cols (antes citada). En su momento concentraron gran parte de la
propuesta editorial, tenían una llegada importante a nivel nacional e internacional y, como
lo decíamos, fueron casi una referencia excluyente para pensar la enseñanza, especial-
mente en los ámbitos de la formación docente. En la actualidad, muchos de sus textos
es posible encontrarlos digitalizados, disponibles en sitios web. O también las ediciones
y revisiones de la obra de Benjamín Bloom, también hoy retomado como referente para
pensar el aprendizaje en contextos de alta disposición tecnológica.
30
Mucho se ha escrito y analizado sobre estas tradiciones didácticas que
siguen sosteniendo posicionamientos y prácticas.5 Aquí y por el sentido de
nuestro análisis, nos interesa insistir en que se trata de tradiciones que no
apelan a atender y entender la complejidad de las prácticas, la historicidad
de las experiencias y las racionalidades diversas que construyen los sujetos.
Y a como, desde estas, leen, consumen, usan y reacomodan las teorías.
En contrapartida, y reparando en las otras tradiciones, aparece una conside-
ración otra del sujeto, del otro que lee y elige, que decide atender y/o ignorar,
que hace uso de estas consideraciones teóricas en el marco de su historia, de
las posibilidades y restricciones que la atraviesan, desde sus modos de ver el
mundo, la disciplina, el conocimiento, la institución, la formación, la univer-
sidad. En estas tradiciones entonces, lo que importa es ofrecer criterios para
pensar las prácticas, habilitar «motores de búsqueda» en la experiencia de
enseñar, amplificarla en tanto práctica humana de transmisión de un saber
(Cornú, 2004) en el marco de un proceso de formación, en nuestro caso, en
la universidad pública. En estos modos de construir teoría didáctica hay un
compromiso socioepistémico por acompañar un modo de pensar la enseñanza
de una disciplina académica en el contexto de la clase universitaria.
Ahora bien, volviendo al inicio de nuestro apartado, insistimos en la rele-
vancia de reconocer aportes de la Didáctica para pensar las buenas clases,
dentro del contexto de producción que los presupone y atraviesa. Como
un modo de resguardar el sentido de la contribución disciplinar dentro de
tramas de significados —científicos, históricos, ideológicos, culturales— que
la sostienen. Se trata de epistemes institucionales (Zemelman, 2010) que
sostienen la producción de conocimiento de un campo disciplinar en un
momento determinado y explican los criterios, propósitos y procedimientos
asumidos como legítimos dentro de ese campo. Pero igualmente insistimos en
la relevancia de distinguir tradiciones en la producción de ese conocimiento
didáctico, advertir a qué sujeto se dirige la Didáctica, en qué docente piensa
cuando escribe sobre la enseñanza, sobre la clase.
En este sentido, decimos que la pregunta sobre la buena clase incomoda
a aquella tradición didáctica que ha pretendido dosificar respuestas «a
medida» porque, como en la historia del rey desnudo, esta Didáctica que
se creía arropada con los mejores trajes, se encuentra desnuda otra vez
más ante la contundencia de tal interrogación. En cambio, invita y convoca
a una tradición didáctica preocupada por un objeto de estudio inconforme,
imprevisible, histórico.
5 Solo identificaremos aquí una obra valiosísima para revisar los presupuestos y los efectos
que esta tradición tiene y mantiene en las prácticas, la escrita por el español José Gimeno
Sacristán (1990).
31
En el siguiente apartado nos ocupamos de compartir algunas respuestas
a la pregunta inicial. Respuestas en tanto construcciones humanas, ensayos
de prácticas relevantes, que se configuran al calor de una enseñanza inquieta
y conmovida siempre por un otro, por la dinámica de campo disciplinar, por
la formación universitaria en el escenario de un presente que, hoy más que
nunca, reclama decisiones urgentes y espera. Así, en una suerte de diálogo
entre esta tradición didáctica y unas prácticas docentes luminosas, presen-
tamos algunos rasgos que marcan las experiencias de enseñanza que dan
origen a cada uno de los capítulos siguientes del libro.
32
apropiación, y transformación de un campo disciplinar, en un contexto de
interacciones no siempre visibles y equitativas, en el marco de regulaciones
curriculares específicas y sociales amplias.
En este marco, es insoslayable el reconocimiento de cómo y cuánto la
digitalización de la vida ha transformado nuestros modos de hablar, pensar,
relacionarnos en y con el mundo, para siempre. Entonces, nuestra intencio-
nalidad de pensar buenas clases requiere el reconocimiento de la irrupción
intensa de estos nuevos dispositivos y plataformas como modificadores
directos del entorno cognitivo que marcó por siglos las prácticas comuni-
cativas en las instituciones educativas. Se transformaron las condiciones
de la comunicación social en diferentes y desiguales contextos materiales
y culturales. Advertir estas nuevas tramas de sentidos y significados, como
docentes, nos mueve necesariamente a revisar nuestras clases mucho más
allá y más acá de los temas a enseñar. Nos expone al grandioso campo de
conocimiento que refiere la disciplina que enseñamos y a revisar, en definitiva
y en primera instancia, cómo acercar lenguajes tan distintos para construir
comprensiones en común que, a su vez, configuren un oficio, una futura
práctica profesional.
¿Qué pensamos que es el lenguaje cuando desestimamos modos de decir,
expresiones, códigos, en pos de asignar preeminencia al académico? ¿Por qué
creemos que los modos de interacción de los estudiantes con unos saberes
en la clase universitaria deberían ser diferentes a como lo hacen con otros
saberes en las redes sociales, por ejemplo? ¿Qué nos hace suponer que los
vínculos cognitivos que se generan en la clase son mejores que aquellos que
se desarrollan cada vez que un estudiante abre un dispositivo electrónico?
Animarnos a construir respuestas a estas inquietudes nos posiciona en un
espacio menos cómodo para pensar la clase y la enseñanza de la disciplina,
pero más desafiante. Nos involucra en un vínculo socio–cognitivo, afectivo,
político. De allí que, necesariamente, las decisiones a tomar pasan de ser
técnicas a ser sustancialmente epistémicas.
Esta es quizás una condición imprescindible para pensar la clase: penetrar
el campo disciplinar para imaginar su enseñanza conlleva percatarse, no solo
de su estructura sustancial (Schwab, 1973) —o sea, los temas centrales que lo
marcan como disciplina— sino su estructura sintáctica. Es decir, reparar en
los criterios que legitiman sus modos de construir saber, de definir certezas
disciplinares, la preeminencia y vigencia de determinadas teorías sobre otras,
el espacio asignado a las controversias y su peso al interior de la comunidad
científica, las líneas, tendencias y prioridades de investigación en el campo.
Identificar la disciplina y distinguirla de la asignatura, en tanto inventario
para la enseñanza (Litwin, 1997) invita a entrar a la complejidad del campo
de conocimiento y desde aquí revisar criterios para seleccionar, organizar,
jerarquizar los problemas, dilemas y corpus de contenidos susceptibles de
ser transformados para su enseñanza a la vez que conjeturar modos nuevos
de apropiación de esos corpus (cfr. Bernik, 2017; Bernik y Luna, 2019). Los
33
caminos inéditos que podamos pensar desde estas consideraciones, nece-
sariamente, no podrán ser replicables a otras situaciones con otros grupos
y en cualquier tiempo y lugar (cfr. Edelstein , 1996; 2009; 2011; 2014).
Interesa, y solo para fortalecer la idea de una buena clase sostenida en
una propuesta disciplinar que le asigne sentidos, retomar a Chevallard
(2013). Cuando este matemático piensa la disciplina a enseñar, la refiere
como una obra para dar cuenta de la inconmensurabilidad de los saberes
propios de un campo disciplinar. Se trata, dirá, de productos de un trabajo
siempre finito de comprensión de lo real «fruto deliberado, intencional, de
algún trabajo humano, aunque este se haya olvidado desde hace mucho
tiempo, quizás siglos» (6). De este modo, revisa su propia perspectiva sobre
lo que definió por años como «el saber erudito» (2005) para referir al saber
propio del campo científico. Con la idea de «obra» propone un ensancha-
miento semántico de la de saber. Insistimos en la fuerza de la perspectiva
de Chevallard como una contribución medular que repuso un sentido para la
enseñanza discutiendo su objeto: un campo de conocimiento y las diversas
mediaciones y transformaciones que lo van marcando hasta constituirse
en objeto a enseñar. Así, es posible percatarse que junto con su noción
de transposición didáctica, como «el trabajo que transforma un objeto
de saber a enseñar en un objeto de enseñanza» (2005:45) se despliega
toda una cosmovisión sobre el conocimiento, la cultura, las instituciones,
las comunidades científicas, los sujetos y el sentido de conocer y educar.
En estas direcciones, la clase encuentra insondables posibilidades para
habilitar comprensiones.
Por eso, cuando los docentes se dejan interrogar por estos campos
disciplinares, así pensados, pero también por los saberes y experiencias
divergentes y desiguales de sus estudiantes, a la vez que advierten el
peso de las regulaciones curriculares en la enseñanza, la pregunta ¿cómo
hacer buenas clases?, habilita ocasiones propias y apropiadas para que
los aprendizajes sucedan.
En los próximos capítulos compartimos unos modos singulares de hacer
posible la enseñanza desde estas coordenadas. Aquí, identificamos unos
rasgos que enmarcan cada una de las propuestas que se presentan y nos
ayudan a pensar la clase como unidad de sentido, caleidoscopio de deci-
siones y entusiasmos, de posicionamientos y determinaciones necesarias.
Aludimos a los siguientes rasgos: construcción del objeto a enseñar; revisión
y reconstrucción siempre y cada vez; confianza; alteraciones; abandonar
certezas y compartir un entusiasmo. Brevemente los recorremos en los
párrafos siguientes.
34
3.1 Una buena clase implica construir el objeto a enseñar
3.2 Una buena clase implica barajar y dar de nuevo, siempre y cada vez
35
3.3 Una buena clase implica confianza
36
infame”? Las culturas políticas y los desafíos de su enseñanza» encontramos
pistas para advertir la clase en estos sentidos.
37
En un escrito profundamente vigente, hace varios años atrás Graciela
Frigerio (1994) se preguntaba si se habían vuelto inútiles las instituciones,
allí entonces proponía un itinerario casi excluyente para pensarlas y nos
proponía pensar en «exogamia urgente». Retomando la potencialidad de esta
consideración pero en el marco de la formación de los docentes en vínculo
con la complejidad del presente y de las instituciones, Gloria Edelstein (1995)
nos ofrece estas luminosas reflexiones:
38
Referencias bibliográficas
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41
2 Sentidos y posibilidades de la formación
en Bioética en la Universidad1
Alej an d ro Trom b e rt
1. Introducción
1 Se exponen aquí algunas reflexiones que han sido desarrolladas en el proyecto de inves-
tigación cai+d 2016 (unl) «Innovación pedagógica en Bioética: repensando las prácticas
de enseñanza en la Universidad», que bajo mi dirección se llevó adelante en la Facultad
de Bioquímica y Ciencias Biológicas (fbcb–unl), en el marco del Programa de Actividades
Científicas y Tecnológicas (pact) titulado «Educación en Ciencias: desafíos y propuestas
desde la interdisciplinariedad» (Programación cai+d 2016 de la Secretaría de Ciencia y
Técnica, unl).
2 El equipo de cátedra de la electiva (resolución cs unl 566/19) está integrado por los
docentes–investigadores doctor Maximiliano Andrés Attademo, magíster María Carolina
Caputto, magíster María Eugenia Chartier y doctor Alejandro Raúl Trombert, quienes fue-
ron seleccionados —por orden de mérito— una vez finalizada la evaluación del seminario
«Formación de Formadores», dictado por expertos de la Redbioética/unesco del Programa
para América Latina y el Caribe de Bioética de la unesco (Oficina de Montevideo) durante
el primer cuatrimestre de 2010.
42
pandemia el 11 de marzo de 2020 por la Organización Mundial de la Salud3
y las acciones que la Universidad llevó a cabo para garantizar el desenvol-
vimiento de las actividades académicas para las diferentes carreras.
De acuerdo con el Reglamento de Carreras de Grado de la unl (aprobado
por resolución cs 266/97 y modificatorias): «Son asignaturas electivas aque-
llas que el estudiante puede seleccionar más allá de los contenidos esta-
blecidos dentro del currículo pudiendo la elección recaer en asignaturas de
Planes de Estudios de otras carreras universitarias». Las transformaciones
curriculares en las diferentes titulaciones han ido incorporado un porcentaje
de horas destinadas a este fin, proponiéndole al alumnado ser partícipe
protagónico de la construcción de su propia trayectoria académica. Es así
que, desde el segundo cuatrimestre de 2010, Bioética se ofrece a los y las
estudiantes de todas las carreras de grado de la unl que hayan aprobado el
primer año completo. La asignatura surge en el marco de un Memorándum de
Entendimiento entre la unesco (Organización de las Naciones Unidas para
la Educación, la Ciencia y la Cultura) y la unl, para la implementación de su
Programa de Base de Estudios sobre Bioética (unesco, 2008) y la unidad
académica sede para su dictado es la Facultad de Bioquímica y Ciencias
Biológicas (fbcb).
3 https://www.who.int/es/dg/speeches/detail/who-director-general-s-opening-remarks-
at-the-media-briefing-on-covid-19---11-march-2020
43
Luego de haber situado brevemente el origen de la asignatura, resulta
fundamental explicitar lo complejo de la tarea que supone poder reflexionar
acerca de la Bioética en la formación universitaria, asumiendo el desafío de
emprender una lectura crítica de las diversas dimensiones y desafíos que
comporta una propuesta pedagógica en este particular campo disciplinar.
Partiendo de la idea que
44
la especificidad y finalidad de este saber, la discusión de si puede caracteri-
zarse como una ética aplicada —tal como la ética médica, la ética económica
y empresarial, la ética de los medios de comunicación por nombrar solo
algunos ejemplos— constituyen una pequeña muestra de las preocupaciones
epistemológicas que en última instancia manifiestan la necesidad de seguir
pensando qué se entiende por Bioética.
El jefe de publicaciones de la primera enciclopedia de Bioética, Warren T.
Reich, en 1978 conceptualizó la disciplina como: «El estudio sistemático de
la conducta humana, en el área de las ciencias de la vida y el cuidado de la
salud, en cuanto dicha conducta es examinada a la luz de los principios y
valores morales». Por su parte, en un artículo denominado «Intersecciones
Bio–Éticas: Entre Saber y Discurso», al reflexionar acerca del modo en que
se vinculan el bios y el ethos, se ha preferido hacer referencia a una idea
de intersección para indicar la configuración de ese nuevo espacio bioético
(Chartier y Trombert, 2017). Además, es relevante resaltar que la Bioética
asume el desafío de pensar los problemas éticos que afectan la vida y la
salud de los seres humanos, de los demás seres vivos y del ambiente, brin-
dando no solo respuestas teóricas, sino también soluciones que impliquen
una trasformación del propio orden social.
45
La ética como disciplina filosófica tiene un recorrido de más de veinticinco
siglos en Occidente. La Ética nicomáquea o Ética a Nicómaco, la obra más
conocida de Aristóteles en esta materia, fue escrita por el estagirita en el
siglo iv a. C. Sin embargo, la Bioética, tal como se expresó anteriormente, es
un fenómeno muchísimo más reciente. Se puede afirmar que se configura
como saber o disciplina académica en el contexto de las grandes transfor-
maciones políticas, sociales, culturales y económicas que suceden en el siglo
xx, en particular en lo que refiere al desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Poner la lupa por un instante en el surgimiento de este saber, posibilita una
comprensión de algunos aspectos que hacen a su conformación y permite
entender no sólo la diversidad de criterios con que se plantean tanto la
agenda de temas y problemas y su alcance sino también sus propios abor-
dajes teóricos y metodológicos.
Haber situado temporalmente el surgimiento de la Bioética en el siglo
pasado no nos impide reconocer que muchos de los temas y problemas no
son nuevos, sino que existen desde tiempos ancestrales. El destacado bioe-
ticista argentino José Alberto Mainetti en su ya célebre obra Bioética Ficta
(1993), apelando a la razón imaginativa, recurre a múltiples símbolos, mitos
y metáforas literarias entre las que incluye desde el relato de Noé, el mito
de Pigmalión, Pinocho, Víctor Frankenstein hasta Un mundo feliz, la novela
del escritor Aldous Huxley, o El Golem, un poema de Jorge Luis Borges, con el
fin de «contemplar y forjar la bioética como fenómeno cultural, movimiento
social y estilo intelectual».
El neologismo «bioética», conformado a partir de las voces griegas bios y
ethos remite en forma directa a una «ética de la vida», pero su significado
deberá precisarse atendiendo a la diversidad de enfoques que la Bioética
admite. El bioeticista alemán Hans–Martin Sass, sitúa el origen del neolo-
gismo en la República de Weimar, cuando en 1927 un pastor y filósofo pro-
testante llamado Fritz Jahr publica un artículo en la revista científica Kosmos,
titulado «Bioética: una perspectiva de la relación ética de los seres humanos
con los animales y las plantas». Sin embargo, pasaron más de cuatro décadas
para que la disciplina apareciese y se consolidase.
A esta altura resulta indispensable plantear que, tal como señala Jonsen
(1998), es posible distinguir entre Bioética en tanto disciplina, entendida
como una comunidad intelectual especializada que cuenta con un reconoci-
miento institucional académico y Bioética como discurso, haciendo referencia
al «lenguaje común utilizado por una comunidad intelectual particular para
discutir problemas determinados» (Mastroleo, 2014).
De esta manera, el origen de la bioética en tanto discurso podría rastrearse
en ee. uu., durante las décadas de 1960 y 1970, como una respuesta al pater-
nalismo médico —cuyos comienzos se remontan a la escuela hipocrática,
desde el siglo v a. C.— y la aplicación de nuevas tecnologías médicas tales
como los trasplantes de órganos y la ventilación mecánica. En este contexto,
la lucha por el reconocimiento de los derechos de los pacientes y el pleno
46
ejercicio de su autonomía podrían entenderse en un continuum con las
reivindicaciones de los grupos de defensa de los derechos civiles, de las
minorías y de los movimientos antibélicos de la época.
Ahora bien, si queremos representar el origen de la Bioética en tanto
disciplina, la referencia obligada pareciera ser un bioquímico norteameri-
cano, profesor de Oncología en la Universidad de Wisconsin–Madison, Van
Rensselaer Potter ii (1911–2001), quien publica en 1970 un artículo científico
denominado «Bioética, ciencia de la supervivencia» y un año más tarde
el libro: Bioética. Un puente hacia el futuro. En ese mismo año, el doctor
André Hellegers utiliza el término bioética para nombrar una institución: The
Joseph and Rose Kennedy Institute for the Study of Human Reproduction and
Bioethics, posteriormente denominado «The Kennedy Institute of Ethics»,
en la Universidad de Georgetown, Washington dc, ee. uu.
47
de Oviedo) del Consejo de Europa (1997), la Declaración Internacional sobre
los Datos Genéticos Humanos (2003) y finalmente la Declaración Universal
sobre Bioética y Derechos Humanos (2005), entre otros, terminó por ratificar
la consideración de que todo ser humano debe ser reconocido, valorado y
respetado como tal, como un fin en sí mismo, no siendo posible por tanto su
instrumentalización. Estos documentos internacionales —y con pretensión
de universalidad— dan cuenta de la manera en que naciones con tradicio-
nes, culturas e historias diferentes, pueden reconocer, respetar y tutelar de
manera consensuada un principio ético básico, la dignidad de las personas.
Este concepto fundante de la Bioética supone entonces el reconocimiento
moral de los individuos entre sí y del valor del otro en tanto otro igual y
diferente a la vez, por el hecho de ser, ontológicamente, un ser humano.
48
otras. También podría hacerse referencia a las diversas corrientes tales como
la bioética utilitarista, la bioética universalista, la bioética personalista, el
principialismo, la bioética narrativa, la bioética hermenéutica, la bioética de
protección, la bioética de intervención, la bioética de los derechos humanos,
las bioéticas feministas, por citar solo algunas de las más relevantes. Por su
parte, al estar inscripta en diversas tradiciones de pensamiento se pueden
plantear una pluralidad de enfoques y lenguajes éticos que enriquecen y al
mismo tiempo complejizan la tarea educativa.
A la multiplicidad de corrientes, perspectivas, enfoques y lenguajes bioé-
ticos se le suma la variedad de temáticas de la disciplina. Es común hallar
un criterio de clasificación en problemas alfa (α), beta (β) y omega (ω). Los
primeros son aquellos relacionados con el comienzo de la vida como la
manipulación de embriones, las técnicas de reproducción humana asistida,
el aborto, la terapia génica, la eugenesia, por nombrar solo algunos de ellos.
Los problemas beta están relacionados particularmente con los trasplan-
tes, la investigación y experimentación con seres humanos, las adicciones,
las terapias en salud mental y las neurociencias, el control de la conducta,
entre otros y, finalmente los omega se relacionan con el final de la vida. A
manera de ejemplo podemos incluir aquí los cuidados paliativos, las direc-
tivas médicas anticipadas, la eutanasia, la ortotanasia o muerte digna, la
distanasia, el encarnizamiento, obstinación o enseñamiento terapéutico o
el retiro de soporte vital.
En su intento por consolidarse como saber académico, la Bioética ha dejado
de ser una reflexión relacionada en forma exclusiva con los conflictos que le
han dado origen en los ámbitos clínicos, vinculados con la relación profesio-
nal de la salud–sujeto de la intervención terapéutica4 (Bioética clínica) o en
los ámbitos propios de la investigación científica con seres humanos como
sujetos de observación y/o experimentación, para incorporar las problemá-
ticas ambientales (Bioética ambiental), otras problemáticas sociales y las
consideraciones respecto de los animales —producción y experimentación.
Por su parte, el bioeticista español Diego Gracia (2014) afirma que:
49
Asimismo, es importante destacar que los problemas bioéticos pueden
plantearse y ser analizados en diferentes escalas: micro, meso y macro.
Así la micro–bioética se ocupa de las relaciones profesional de la salud–
sujeto de la intervención terapéutica en el caso de la relación asistencial
o investigador/a–sujeto de investigación en el ámbito de la investigación y
experimentación con seres humanos y refiere a los principios de veracidad,
confidencialidad, consentimiento, beneficencia y no maleficencia, entre otros.
El nivel meso por su parte focaliza en la atención de la salud, el derecho a
la salud y la administración de los recursos sanitarios, fundamentalmente a
nivel institucional. Finalmente, el nivel macro refiere a los problemas bioé-
ticos a escala planetaria e incluye los temas de justicia global, la Bioética
ambiental, los derechos de los animales, entre otros.
Como se expresó resumidamente en este apartado, al momento de intentar
responder la pregunta sobre qué Bioética se pretende enseñar, claramente
aparecen en escena la característica intrínseca de su configuración —saber
y discurso—, la pluralidad de corrientes, perspectivas, enfoques y lenguajes
éticos, la amplitud temática, los temas de la nueva agenda,5 la posibilidad
de considerar diferentes niveles de análisis, que hacen necesario explicitar
y poner en discusión permanente el posicionamiento que los integrantes
del equipo de cátedra realizan en relación con la «disciplina como objeto
científico y como producción de conocimiento social a partir de lo cual se
desprende su núcleo duro como contenido de enseñanza» (Steiman, 2008:32),
lo cual implicará consecuente o simultáneamente un determinado «marco
didáctico», es decir la «disciplina como objeto de aprendizaje, a partir de lo
cual se desprende su especificidad particular como objeto de enseñanza y
su entidad como conocimiento comunicable» (32).
Por su parte, como en otros campos del saber, hay perspectivas o corrien-
tes que se han transformado en hegemónicas. La Bioética no podía ser la
excepción y su origen norteamericano —que se reseñó anteriormente— entre
otras razones posicionaron al principialismo en ese lugar privilegiado.
Y casos de investigaciones claramente no éticas llevadas a cabo ya no
en los campos de concentración de la Alemania nazi, sino que en el propio
territorio de los ee. uu. Estas investigaciones se realizaron con personas
incapaces de manifestar su voluntad o que fueron engañadas. En el famoso
caso Tuskegee, que estudiaba la evolución natural de la sífilis, omitiendo el
diagnóstico y sus consecuencias a los participantes, personas afroamerica-
nas, analfabetas y pobres; no se brindó tratamiento, aun cuando este —la
5 Se hace referencia por ejemplo a la transformación que ocurre al pasar de una «Bioética
individual», preocupada por el sujeto y su entorno más cercano a considerar una «Bioética
social», que tiene en cuenta el espacio social ampliado en que esa persona se mueve y, en
último término, a la noción de «Bioética global», la cual preocupada por la sustentabilidad
de la vida en el planeta, incluyendo la humana, contextualiza los problemas incluyendo
una visión social, ambiental y multicultural.
50
penicilina— estuvo disponible. Estos casos, de notable repercusión pública
una vez que se los conoció, motivaron a que el Congreso estadounidense
conforme una comisión nacional en 1974 para identificar los principios éticos
básicos que deberían orientar las investigaciones biomédicas y del com-
portamiento con seres humanos. Se publica así en 1978 el Informe Belmont,
que definió los principios éticos a ser aplicados en dichas investigaciones,
a saber, respeto por las personas, beneficencia y justicia. Un año más tarde,
considerando estos principios Tom Beauchamp y James Childress publicaron
«Principios de ética biomédica», pero reformulan el principio de respeto por
las personas por «autonomía» y agregan el principio de «no maleficencia».
Rápidamente, en los años 80, el principialismo —también conocido como el
«Mantra de Georgetown»— comenzó a difundirse en Europa y una década
más tarde llega a los países de América Latina, con especial influencia en
el ámbito biomédico.
Por tanto, lejos de desconocer la importancia que ha tenido y tiene el
principialismo, la propuesta de la asignatura lo reconoce para introducir his-
tóricamente el surgimiento de la Bioética, pero al mismo tiempo se explicitan
las limitaciones de este enfoque y las críticas que la corriente ha recibido de
los propios académicos norteamericanos, pero también europeos y latinoa-
mericanos, tales como el chileno Miguel Kottow, el brasilero Volnei Garrafa
o el argentino Juan Carlos Tealdi, por nombrar solo algunos referentes de la
región (Garrafa, Kottow y Saada, 2005).
La crítica al principialismo habilita la introducción de la Bioética fundada
en los derechos humanos y su principio fundante –o núcleo axiológico— que
es la dignidad humana. Esta perspectiva integra lo particular y lo universal.
Reconoce la dignidad humana y está atenta a la realidad particular de la
región y a los problemas que la aquejan.
El posicionamiento del equipo de cátedra concibe entonces una Bioética
que presenta los rasgos identitarios que se explicitan a continuación.
Se prioriza el enfoque de derechos humanos, entendidos estos como pau-
tas morales universales —o con pretensión de universalización—que proveen
un fundamento para el diálogo intercultural que supone una Bioética global.
Se realiza un énfasis en los temas y desarrollos de una Bioética latinoame-
ricana, que surge de entender y proponer alternativas frente a las situaciones
de vulnerabilidad que presentan numerosos grupos sociales por no tener
cubiertas sus necesidades básicas. En esta desigual región del planeta per-
sisten macroproblemas frecuentes en sociedades con significativos niveles
de exclusión social.
Tal vez ello explique que desde la bioética latinoamericana hayan emer-
gido posiciones fundamentales que sobrepasan los límites de las disciplinas,
que son culturalmente más vastas y políticamente más ambiciosas que una
reflexión principialista disciplinada y académica. Nace así la bioética compro-
metida como actitud confrontacional para aliviar la pobreza y las injusticias
51
—Brasil—, el respeto por los derechos humanos —Argentina—, la solidaridad
social al amparo de un Estado fuerte —Cuba—, la depuración de políticas
públicas corruptas —México—, la recuperación del diálogo civil —Colombia— o
el desarrollo de una ética de protección al servicio de los vulnerados —Chile.
(Garrafa, Kottow y Saada, 2005:25)
52
aspirar a una verdad total, de manera que todo debate es necesariamente
plural» (García Capilla, 2011:38).
Es una ética racional y secular, opuesta al dogma, y respetuosa de la tole-
rancia y la pluralidad.
Es finalmente un debate siempre abierto, permeable a la revisión crítica,
razonada y argumentada por nuevos aportes y puntos de vista.
Aristóteles, siglo iv a. C.
53
deliberación se presenta como condición de posibilidad para la construcción
de un espacio democrático y dialógico que permita al docente superar los
extremos entre un profesor dogmático, “adoctrinador” y uno liberal, “infor-
mador”» (Trombert y Chartier, 2014:13). Por esta razón, el modelo deliberativo
es el que se ha empleado en la electiva desde sus inicios.
Resulta conveniente a esta altura avanzar en la disquisición entre dilema y
problema, considerando que, desde los inicios de la Bioética hasta nuestros
días, se han propuesto numerosos métodos de análisis para los problemas
éticos. Siguiendo a Diego Gracia (2000), frente a dichos problemas a resolver
y al modo de emplear estas metodologías, dos aproximaciones aparecen
como posibles, una «dilemática» y una «problemática».
54
tan distinto del de los procesos dilemáticos. El proceso de la deliberación
exige la escucha atenta (la angustia no deja por lo general escuchar al otro,
precisamente porque se tiene miedo de lo que pueda decir), el esfuerzo por
comprender la situación objeto de estudio, el análisis de los valores implicados,
la argumentación racional sobre los cursos de acción posibles y los cursos
óptimos, la aclaración del marco legal, el consejo no directivo y la ayuda aun
en el caso de que la opción elegida por quien tiene el derecho y el deber de
tomarla no coincida con la que el profesional considera correcta. (Gracia y
Júdez, 2004:26–27)
55
en la literatura y brindados por la propia cátedra a las y los estudiantes
la primera elección para el trabajo deliberativo. Si bien dichas narrativas
transmiten autenticidad ya que tratan sobre hechos que han sucedido, son
breves y comprensibles, económicas, en el sentido de que ahorran tiempo;
rápidamente se advirtió, siguiendo a Solbakk (2011), su carácter profunda-
mente antipoético y el hecho que tienden a ser dilemáticas, porque ofrecen
siempre dos opciones y no una pluralidad de posibles cursos de acción.
En primer lugar, estas historias suelen ser difundidas en su forma más anémica,
esto es, nunca otorgan una visión completa de lo que en realidad sucedió ya
que sólo constituyen versiones condensadas del evento original (…) En segundo
lugar, la naturaleza «selectiva» de los relatos basados en casos reales, transmite
el mensaje de que, en situaciones en que el conflicto es de carácter bioético, la
posibilidad de elegir termina reducida a opciones prácticamente cerradas (…)
Finalmente, deberíamos tener siempre presente que dichas historias general-
mente representan situaciones que han sido construidas por quien detenta el
poder de turno —en este caso, el médico asistente. (Solbakk, 2011:36)
56
5. ¿Para qué enseñar Bioética?
57
Así, las carreras de Medicina,6 Bioquímica,7 Licenciatura en Biotecnología,8
Enfermería9 por citar algunas poseen en sus respectivas resoluciones de
estándares contenidos vinculados con la Bioética y/o ética profesional. En
estos casos, la formación aportada por la asignatura electiva, por su propio
carácter opcional, debe considerarse complementaria a la que debe ofre-
cerse en los propios planes de estudios. No obstante, considerando como
presupuesto básico el concepto de salud integral, entendido en la perspec-
tiva biológica, psicológica, social y ambiental, la principal contribución del
espacio curricular en los citados estudiantes es el trabajo interdisciplinario
que propicia el desarrollo de competencias intersubjetivas para pensar el
accionar de los equipos de salud.
Algunos organismos (unesco, 2008) incorporan otras titulaciones como
destinatarias de la formación en Bioética, por ejemplo, Derecho, Filosofía y
Ciencias Sociales. Nuevamente aquí se hace explícito un posicionamiento
particular de la cátedra. La asignatura electiva, de acuerdo con su planifica-
ción en términos de contenidos y competencias, se concibe y diseña para
todo el universo de estudiantes de grado, por las razones que se comentan
a continuación.
Para comenzar es importante recordar que en las Universidades se forman
profesionales —no solo técnicos— y ciudadanos. Siguiendo a Cortina (2006),
las profesiones son actividades ocupacionales que presentan rasgos particu-
lares, prestan servicios específicos, encaminados a favorecer a la colectividad,
definidos e indispensables a la sociedad, de manera exclusiva e institucio-
nalizada y también se consideran como una suerte de vocación y misión.
Los y las profesionales, luego de un largo proceso de capacitación teórica y
práctica, ejercen la profesión de forma estable y se consideran entre sí cole-
gas, formando un colectivo que ejerce su control monopolístico. Reclaman un
ámbito de autonomía en el ejercicio profesional, con códigos deontológicos;
pero también códigos éticos que se preocupan de los bienes y fines que la
profesión persigue, incluyendo el deber de asumir la responsabilidad por los
actos y técnicas de la profesión. En este sentido, la formación vinculada con
los temas y problemas bioéticos, permite desarrollar determinadas virtudes
(del griego areté, excelencia del carácter), es decir predisposiciones a obrar
bien, tales como justicia, prudencia, fortaleza, honestidad, por nombrar
58
algunas. Por su parte, existen razones para argumentar que el hecho de for-
jarse un buen carácter aumentará las probabilidades de ser felices y justos.
Al mismo tiempo, entendiendo que ninguna persona «es capaz de descubrir
en solitario qué es lo verdadero o qué es lo conveniente, sino que necesita
entrar en un diálogo con otros para ir descubriéndolo conjuntamente» (Cortina,
2016:33), teniendo por tanto el diálogo una notable fuerza epistémica; otro de
los objetivos fundamentales de la propuesta es la práctica del ejercicio de la
deliberación, razonamiento o procedimiento intelectual propio de los saberes
prácticos como la ética y la política. En este caso, los problemas que se plantean
pueden tener más de una solución «razonable» o «prudente». Como señala
Diego Gracia (2004:34): «Nadie nace sabiendo deliberar. Hay que aprender. Y
ese aprendizaje debería ser fundamental en la formación de todo individuo,
ya desde la escuela primaria». Como competencia, favorece el desarrollo de
otras virtudes: la posibilidad de comprender que quizás sea otro quien tenga
la razón, la probabilidad de enriquecimiento con los puntos de vista de otros,
la capacidad de escucha y voluntad de comprensión, en fin, tener la capacidad
de aceptación de la propia falibilidad. Siguiendo a Gracia, «para deliberar se
requiere una cierta humildad intelectual» (34).
Por otro lado, frente al individualismo egoísta, la Bioética nos recuerda una
categoría fundamental, el cuidado, la responsabilidad por los vulnerables,
la protección de los cercanos, pero también de los que se encuentran más
lejanos, del resto de los seres vivos, y del propio planeta.
Finalmente, considerando que la Bioética exige un fuerte compromiso
político, «un ojo puesto en las conductas individuales y otro en la práctica
política resultante necesario del deber ético» (Pfeiffer, 2014:63), se sigue que
la formación en esta disciplina contribuye a la construcción y consolidación
de una democracia más auténtica, comunicativa «aquella en que los ciuda-
danos intentan forjarse una voluntad común en cuestiones de justicia básica
a través del diálogo sereno y la amistad cívica» (Cortina, 2016:155), en la que
la felicidad y el bienestar se conviertan en objetivos de las políticas públicas.
6. Conclusión
59
Asumir la responsabilidad que implica diseñar una propuesta educativa,
delimitar los contenidos y problemas a desarrollar, los propósitos y las estra-
tegias metodológicas concebidas para la concreción de la misma, los aspectos
a evaluar, etc. exige el ejercicio de explicitación de los supuestos en que se
fundamenta, no solo para garantizar la coherencia de la propuesta y el logro
de los objetivos que la orientan, sino también para sustentar éticamente, la
necesaria toma de posicionamiento teórico–metodológico y ético–político
que el propio currículum implica.
Seleccionar buenas prácticas pedagógicas, coherentes con la propia matriz
bioética más genuina, permite superar las perspectivas tradicionales de
enseñanza, habilitando a enfoques centrados en el aprendizaje de los estu-
diantes, en la promoción de procesos reflexivos, críticos y deliberativos, que
se encaminen a la construcción de una nueva ciudadanía.
Hacer explícita la perspectiva bioética asumida en la propuesta de cátedra,
lejos de constituir una mirada reduccionista, plantea la posibilidad de diá-
logo y confrontación con otros posicionamientos, desde una lectura crítica
y respetuosa de las diferencias y al mismo tiempo favorece la posibilidad
de pensar el proceso educativo como un espacio siempre abierto para la
discusión, el debate y la construcción conjunta de saberes.
El desafío que se enfrenta y que justifica la relevancia y la pertinencia de
la presente contribución es tomar distancia de los modelos dogmáticos de
enseñanza y de aquellos que se limitan a dar información desde una pre-
tensión de neutralidad, para así avanzar en la construcción de un modelo de
enseñanza crítico, que promueva la autonomía y garantice el respeto por el
pluralismo, y que pueda aportar una mirada transformadora de la realidad.
60
Referencias bibliográficas
61
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62
3 Formación inicial del profesor
de matemática. Una experiencia
en torno al estudio del análisis
combinatorio
Sara S cag l i a
1. Introducción
1 Ver https://www.icme14.org/static/en/news/37.html?v=1583202764179
63
• ¿qué actividades pueden ayudar a los futuros profesores de matemá-
tica a convertirse en profesionales reflexivos durante la enseñanza de la
matemática?;
• ¿qué tareas matemáticas apoyan el aprendizaje de futuros profesores de
matemática?
64
se organizan las cuestiones matemáticas que se estudian en una institución
escolar, que esquematiza del siguiente modo:
65
Por último, nos interesa destacar que la formación matemático–didáctica
de profesores que se desempeñan en la escolaridad obligatoria constituye
una problemática de especial interés para algunos representantes de este
enfoque (Bosch y Gascón, 2009; Sierra Delgado, Bosch Casabó y Gascón Pérez,
2009; Ruiz Olarría, Sierra Delgado, Bosch Casabó y Gascón Pérez, 2014). Ruiz
Olarría et al. (2014) formulan el problema general de la formación matemá-
tico–didáctica del profesorado en los siguientes términos:
¿Cuál es el equipamiento praxeológico necesario (o por lo menos útil) para
que los profesores puedan intervenir de manera efectiva y pertinente en la for-
mación matemática de los estudiantes (de una determinada etapa educativa)
y qué se puede hacer para ayudar a que los profesores dispongan de él? (323)
El término praxeológico alude a una estructura posible de unidad y conoci-
miento (praxeología), compuesta por la praxis o el saber hacer, y el logos, que
refiere a la justificación de la práctica, es decir, «una descripción, explicación
o racionalidad mínima sobre lo que se hace, el cómo se hace y el porqué se
hace lo que se hace» (Bosch y Gascón, 2009:92).
A partir de estas consideraciones, proponemos a continuación algunas
reflexiones respecto del estudio del análisis combinatorio en las clases
teóricas de las asignaturas Matemática Discreta i y ii del Profesorado en
Matemática de la fhuc–unl. En términos de la tad, nos proponemos obser-
var y describir las organizaciones matemáticas y didácticas propias de esta
institución particular (y de estas asignaturas), y proponer otra organización
construida en base a un mer adoptado con la finalidad de atender los dos
problemas enunciados al inicio de este apartado: la pérdida de sentido
de los saberes matemáticos y la desarticulación del currículo. Se trata de
«explorar otras formas de organizar la actividad matemática y los procesos
de estudio (…) de manera que, potencialmente, se puedan modificar los
efectos manifestados en forma de fenómenos didácticos identificados [en
esta institución]» (García, Barquero, Florensa y Bosch, 2019:79).
66
Según Bouvier y George (1994:155), la combinatoria tiene por objeto:
1. ilustrar las propiedades intrínsecas de las configuraciones que tienen
propiedades dadas (números poligonales, por ejemplo);
2. demostrar la existencia o la no–existencia de las configuraciones que tie-
nen propiedades dadas (problemas de los siete puentes de Konisberg,
problema de los 38 oficiales de Euler, construcciones de cuadrados
mágicos…);
3. calcular el número de las configuraciones. Este objeto define el análisis
combinatorio propiamente dicho;
4. enumerar estas configuraciones y a clasificarlas, llegado el caso;
5. eventualmente, a descomponerlas en subconfiguraciones.
«El primer tipo de problemas que dio origen a las nociones combinatorias
más primitivas es el de selección o muestreo de objetos de un conjunto
dado, que tiene gran importancia en Estadística» (Batanero et al., 1994:31).
Los problemas que se modelizan de esta manera refieren a un conjunto de n
objetos distintos de los cuales se seleccionan r objetos, teniendo en cuenta
dos condiciones: el orden (que tiene que ver con el hecho de que interese
o no el orden en que los objetos son seleccionados) y la repetición (que
refiere a si es posible o no seleccionar el mismo objeto más de una vez). De
esta manera podemos distinguir 4 tipos de selecciones: con/sin repetición
y ordenada/no ordenada (ver Tabla 1).
Selección Repetición
Sin repetición
Ordenada
Con repetición
Sin repetición
No ordenada
Con repetición
67
Respecto al segundo tipo de modelización, «según se considere que el orden
de los objetos dentro de las cajas debe o no tenerse en cuenta y que las cajas
y los objetos sean iguales o diferentes se pueden obtener seis tipos básicos
de colocaciones» (Batanero et al., 1994:34), que se resumen del siguiente
modo (ver Tabla 2):
Batanero et al. (1994) añaden a la tabla anterior una cuarta columna, que
hace referencia al número de objetos que se colocan en cada recipiente.
Estos autores consideran las siguientes opciones:
1. A lo sumo un objeto por recipiente.
2. Al menos un objeto por recipiente.
3. Exactamente un objeto por recipiente.
4. Cualquier número de objetos por recipiente (incluye el caso en que algún
recipiente resulte vacío).
68
Este estudio de las distintas situaciones que se pueden presentar en el
análisis combinatorio lo consideramos un modelo epistemológico de referen-
cia (mer) que será tenido en cuenta para pensar las cuestiones o preguntas
que darán origen al estudio del sector (en términos de Chevallard, 2001 cit.
en Gascón, 2003) en las asignaturas Matemática Discreta i y ii.
69
Tabla 3. Secciones del libro de Grimaldi (1998) estudiadas en Matemática
Discreta I y II
70
4.2. Una organización matemática a partir de cuestiones generatrices
Los estudiantes resuelven estos problemas sin haber realizado estudio previo
alguno. Es posible que, durante su paso por la educación secundaria, hayan
71
trabajado algunos conceptos del análisis combinatorio involucrados en la
resolución de estos problemas, que forman parte de la currícula de primer
año de ese nivel. Sospechamos que, si ese fuese el caso, no recuerdan lo
trabajado. Para la resolución de los mismos recurren a recuentos (con mayor
o menor sistematicidad) que les permite llegar, sin mayores dificultades, a
las soluciones numéricas. Se realiza una puesta en común del grupo clase,
que conduce a discutir estrategias y soluciones.
En la figura 1 incluimos una fotografía de la carpeta de trabajo de una
estudiante, que da cuenta de la respuesta dada por el grupo a la consigna
C anterior:
72
Tabla 5. Esquema resumen de los tipos de selecciones de una muestra
¿Se pueden
¿Interesa seleccionar Resultado
Denominación Problema Nº Fórmula
el orden? objetos del problema
repetidos?
Variación o
No permutación 2 710
sin repetición
Sí
Variación o
Sí permutación 4 1000
con repetición
Combinación
No 1 120
sin repetición
No
Combinación
SÍ 3 220
con repetición
Otra tarea que se propuso una vez terminado este recorrido, fue la elabo-
ración, por parte de los distintos grupos, de problemas que correspondan
a cada una de las cuatro situaciones identificadas para la selección de una
muestra. Para esta tarea se conformaron cuatro grupos de estudiantes, de
modo que a cada uno le corresponda una de las situaciones planteadas. Una
vez formulados los problemas, se distribuyeron de modo que cada grupo
debía resolver un problema enunciado por otro grupo.
En este caso, se optó por proponer a los estudiantes consignas que estén
directamente vinculadas con la cuestión generatriz identificada anterior-
mente para los fenómenos de distribución de objetos en recipientes. Por
esa razón, se propuso lo siguiente (Tabla 6):
73
Presentamos a continuación (figura 2), una fotografía de la tabla que se
construyó en el pizarrón durante la puesta en común:
Sí
Iguales
Distintos No
Sí
Distintos
No
En este caso, las fórmulas que los estudiantes lograron completar son las
que conocían a partir del trabajo con los problemas de selección de mues-
tras presentados en el subapartado anterior. Es evidente que las fórmulas
para los casos que están sin completar en la Tabla 7 tienen un mayor grado
de sofisticación. Pero como en el caso anterior, aquí se puede recurrir a la
búsqueda de las mismas en el texto matemático.
En la Tabla 8 presentamos el esquema completo de las situaciones del
fenómeno de colocación de objetos en recipientes que se estudian en
Matemática Discreta I.
74
Tabla 8. Esquema/resumen de los tipos de distribuciones de objetos en
recipientes
Iguales
Sí A lo sumo, un objeto en cada
Distintos recipiente
( )
No
Sí ( ) ( )
Iguales
No
Distintos
A lo sumo, un objeto en cada
Sí recipiente
Distintos
No
75
Tabla 9. Consignas metacognitivas
76
La consigna 3 apunta a generar conocimiento metacognitivo de tipo didác-
tico, propuesta especialmente para futuros profesores. Se intenta que tomen
conciencia del tipo de tareas que involucra un trabajo matemático y de expe-
riencias diversas durante el trabajo disciplinar. Los estudiantes rescataron
las siguientes actividades:
• Proponer problemas a los estudiantes para que resuelvan antes de explicitar
los conceptos matemáticos involucrados (tres grupos).
• Plantear problemas de la vida cotidiana (dos grupos).
• Diseñar problemas que cumplan ciertas condiciones (un grupo).
• Emplear la dinámica de trabajar en grupos (un grupo).
5. Reflexiones finales
77
Se ha recurrido, en este caso, principalmente a la tad, conscientes de que
La elección de la tad, en este caso, tiene que ver con la pertinencia de las
herramientas conceptuales que aporta para pensar un nuevo paradigma
didáctico, que propone algunas respuestas a interrogantes que son de vital
importancia para pensar las clases de matemática: la atribución de sentido
al trabajo matemático y la articulación del currículo.
La voz de los estudiantes ha permitido rescatar, además, algunas reminis-
cencias de la tsd (Brousseau, 2007). Reconocemos, por tanto, esta influen-
cia. La tad y la tsd conforman lo que suele denominarse el Programa
Epistemológico dentro la didáctica de la matemática (Gascón, 2013). Nos
interesa destacar dos ideas fundamentales de este. Por un lado, el reco-
nocimiento de que los fenómenos didácticos deben entenderse, en primer
lugar, a nivel institucional, y solo en segundo lugar resulta pertinente analizar
cuál es la incidencia que tiene en los sujetos (docentes, estudiantes) de la
institución. Por el otro, el convencimiento de que para estudiarlos, la puerta
de entrada es el análisis de la actividad matemática.
78
Referencias bibliográficas
79
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cholar.org/5d2e/f2866c90df41704e1f9d3920508fd73e952a.pdf
80
4 La lupa tecnológica: repensando
el rol de las tic en las clases
de Química universitaria
Pao l a Quai n o y Juan Pa blo Sá n c h ez
Pasteur, 1992
1 La Teoría atómica considera que la materia está formada por pequeñas partículas elemen-
tales llamadas átomos. Esta teoría tiene sus inicios en conceptos filosóficos y teológicos
de la antigua Grecia. Dichas especulaciones pudieron ser verificadas, luego de experimen-
tación a finales del siglo xviii por John Dalton (1766–1844) mediante experimentación a
través del análisis de los pesos de las sustancias antes y después de una reacción química,
concluyendo que los elementos que constituyen los bloques fundamentales de la materia
están compuestos por átomos inmutables, característica que debería permanecer incluso
después de una transformación química solamente por la evaluación de su peso (Ebbing
y Gammon, 2007).
81
con nuestros ojos (asociado al mundo microscópico). Es específicamente en
este aspecto, en el cual los estudiantes de Química, de todos los niveles de
educación, evidencian dificultades a la hora de comprender la naturaleza de
la Química. Este andamiaje conceptual, el cual requiere la fuerte combinación
de procesos lógicos y abstractos, no está muy presente en los niveles edu-
cativos iniciales (primario y secundario), y se torna prioritario en los niveles
superiores (terciario y universitario). En estos se espera que los estudiantes
logren desenvolverse fluidamente entre ambos mundos; ya que es en estos
niveles educativos en donde se busca generar profesionales con formación
científica que puedan construir y reconstruir los conceptos fundacionales
de la disciplina en todos los niveles (Jonhstone, 1997).
Estos mundos paralelos coexisten con un lenguaje propio de la Química,
simbólico, con sus propias reglas y códigos, el cual vincula el fenómeno
observado con un modelo teórico, presentando generalmente un fuerte
componente matemático. Estas ideas fueron claramente expuestas por
Johnstone (1982), quien identificó tres niveles interrelacionados dentro de
la Química: macroscópico, microscópico y simbólico, los cuales fueron repre-
sentados mediante el triángulo que se muestra en la figura 1 (Johnstone,
1991). Claramente, no es la intención del presente trabajo indagar sobre
niveles de representación en la Química, tópico significativamente estudiado,
sino reconocer su presencia, incidencia e importancia a la hora de pensar
las clases de Química y sus implicancias en la secuenciación de contenido
disciplinar en las carreras universitarias.
82
resolución de problemas químicos aplicando conceptos de la Química
Teórica,2 mediante códigos computacionales eficientes (y con gran conte-
nido conceptual en sus fundamentaciones) que permiten la predicción de
estructuras y propiedades de moléculas y cuerpos sólidos, en situaciones
estáticas y dinámicas. Cabe destacar que la Química Computacional, que
tiene sus bases y utiliza las herramientas provistas por las tic (en especial
alto poder de cómputo, ya sea local o a través de internet, además de sof-
tware y hardware para la visualización en 3D), se está convirtiendo en un
complemento esencial de la Química experimental, no solo para la enseñanza
sino también para la práctica profesional y científica, ofreciendo informa-
ción útil para interpretar tendencias y relaciones entre las propiedades
químicas y la estructura microscópica o también la estructura microscópica
con la reactividad química. Desde un punto de vista didáctico, la Química
Computacional ofrece herramientas e itinerarios de comprensión para pen-
sar propuestas de enseñanza que posibiliten, además de reinterpretar y
recrear conceptos químicos a otros niveles de detalle, acercar al estudiante
al comportamiento a nivel atómico de los sistemas químicos mediante el
desarrollo de una visión microscópica (figura 2).
83
presentan ciertas limitaciones a la hora de representar adecuadamente
construcciones más abstractas de visualizar en el mundo de lo tangible (figura
3). Dichas construcciones son conceptos derivados de teorías de la Química
Cuántica, los que por su naturaleza altamente formalizada en conceptos y
teorías específicas, dificultan su vinculación con situaciones reales. Cualidad
que, frecuentemente y a la hora de su enseñanza, la torna una disciplina
que pareciera ser anti–intuitiva. En este contexto, la aplicación de modelos
computacionales se vuelve casi indispensable para la comprensión de estos
modelos teóricos en un nivel inicial de aprendizaje de la Química en los pri-
meros años de una carrera universitaria. Es oportuno hacer notar que estos
modelos poseen alto grado de rigurosidad matemática y son tratados por
primera vez, generalmente, en el tercer año universitario (según la currícula
de las carreras de Química), debido al requerimiento de gran cantidad de
conceptos previos. Por lo tanto, la inclusión de los mismos mediante el uso
las tic, desde un modo intuitivo, permite priorizar el contenido químico
antes que el matemático, lo suficiente para trabajar en niveles iniciales de
química, estableciendo así las primeras bases para la construcción de estos
conceptos de forma más orgánica en los niveles superiores.
El rol actual de las tic, tanto en el aula como fuera de ellas, es innegable.
En los últimos años, se ha convertido en protagonista esencial de una gran
cantidad de actividades diarias, por ejemplo en la comida que ordenamos,
en los diferentes productos que compramos, en los juegos que jugamos, en
la publicidad que vemos y, sobre todo, el contenido (sea académico o no)
84
que consumimos, entre muchas otras. Consecuentemente, reconocer dónde
se encuentran nuestros alumnos (Maggio, 2018), no físicamente, sino desde
su conectividad, nos permite acercarnos a sus lenguajes y experiencias.
Una de las características de las tic. importante a destacar, es que habilitan
al alumno a estar presente en las clases mediante diversos modos más allá
de la asistencia clásica a la que estamos usualmente acostumbrados. En este
sentido, la inclusión de medios alternativos para aprender o comprender con-
tenidos no está supeditado solamente a la presencialidad física del alumno
(quien puede estar o no en el aula) sino a utilizar otros medios alternativos
propuestos por el docente para abordar los temas. Hoy en día existe una gran
variedad de medios o recursos digitales que pueden ser incluidos en las clases
(y a veces hasta llega a haber un exceso de información disponible por esta
razón), pudiéndose mencionar las redes sociales, celulares, tabletas, compu-
tadoras, etc. Específicamente en nuestro trabajo, el interés se ha centrado en
la evolución de las representaciones microscópicas de la materia mediante la
utilización de software, es decir, modelos moleculares y atómicos en computa-
doras que faciliten la construcción de una perspectiva atomística de la materia.
Esta visión está relacionada en gran medida con el trabajo de investigación
desarrollado en nuestro grupo,4 ya que desde la Química Teórica se investigan
y comprenden los procesos químicos a nivel atómico y/o molecular.
Específicamente en nuestro caso las tic presentan dos ventajas a la hora
de su aplicación, por un lado, el uso de la pantalla (lo visual) se encuentra
siempre presente cumpliendo un rol preponderante, la cual funciona como
un vehículo rápido y eficaz para la presentación de contenidos y permite la
manipulación de grandes volúmenes de información. Por otro lado, consi-
derando los avances de diseño de software y sus aplicaciones actuales, el
trabajo resulta cada vez más intuitivo y natural, permitiendo que el contenido
no sea solo para consumo, sino que sea posible interactuar con el mismo,
generando un vínculo diferente entre el alumno y el objeto de estudio.
Es precisamente en esta alta potencialidad del modo visual donde nos
apoyamos para desarrollar un lenguaje más intuitivo orientado a enseñar
conceptos de la disciplina desde la comprensión del mundo microscópico
de la Química. Adicionalmente, una de las ventajas del avance inevitable del
diseño y desarrollo de software es su permanente evolución, esto hace nece-
saria la actualización constante, voluntaria o no, tanto de los docentes como
de los estudiantes. En especial a estos últimos, estar frente a la incorporación
y renovación de recursos y medios informáticos, los expone a la necesidad de
aprender nuevos sistemas, nuevas herramientas informáticas y mantenerse
al día, favoreciendo la capacidad de autoaprendizaje y de búsqueda de lo
4 Grupo de Química Teórica y Computacional del Instituto de Química Aplicada del Litoral
(iqal), perteneciente al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas
(conicet) y a la Universidad Nacional del Litoral (unl).
85
actual y vigente, siendo esta una habilidad indispensable tanto en el ámbito
científico o profesional en Química como para todo graduado universitario
en términos generales.
2. La propuesta de clase
5 Una familia de métodos utilizados para analizar la interacción de la materia con la luz.
86
Figura 4. Ejemplos de simetría en la naturaleza
Fuente: elaboración propia.
87
facilitados hasta la construcción de los modelos. La acción de interactuar
con el modelo suma aprendizajes ya que se traslada la función ejecutora
(Perkins, 1992) al alumno generando mayor compromiso con el objeto de
estudio. Adicionalmente, la posibilidad que se le brinda al alumno de elegir
sus propias acciones al habilitarlo a construir sus propios objetos de estudio,
lo enfrenta a ciertas situaciones de indagación y autoevaluación, generando
así la pregunta: ¿cómo saber si es correcto el modelo planteado cuando existe
completa libertad? Para responder hay que considerar que, en parte, se tratará
de la calidad del software utilizado, y en otra parte, de la responsabilidad del
docente a la hora de guiar las decisiones tomadas por los alumnos a través
de preguntas y observaciones. Esta construcción de criterios de comprensión
y de acción a través del diseño de sus propios sistemas de estudio acerca al
estudiante ya desde sus inicios a la conocida intuición química.6 Es en este
contexto en donde la interacción y la posibilidad del alumno de equivocarse
es indispensable para el desarrollo de los conceptos, es necesario no perder
de vista el rol de mediación del docente a través del recurso digital.
A modo de ejemplo, se puede mostrar el caso de dos moléculas, el tetra-
cloruro de carbono (CCl4) y el cloroformo (CHCl3) (figura 5). Un análisis de la
geometría molecular de ambas sustancias, a través de la construcción de
los modelos moleculares mediante el uso de software específico, permite
identificar que ambas moléculas presentan una geometría molecular similar
como se muestra la figura 5. Tanto el tetracloruro de carbono como el clo-
roformo exhiben una estructura tetraédrica, donde el átomo de carbono (C)
se ubica en el centro del tetraedro y en cada uno de sus vértices un átomo
de cloro (Cl) en el caso del CCl4 y un átomo de hidrógeno (H) y tres átomos
de cloro (Cl) para el caso del CHCl3. De la simple observación de las geome-
trías se puede concluir que la estructura del tetracloruro de carbono es más
simétrica que la del cloroformo. Claramente, este análisis es más riguroso
en ciclos posteriores, donde la detección de la simetría va acompañada de
ciertos elementos y operaciones de simetría que se escapan a los conoci-
mientos desarrollados en un curso inicial. Sin embargo, el hecho de poder
identificar la estructura microscópica con cierta idea de simetría, permite
asociar este concepto con la polaridad de una molécula y el fenómeno
macroscópico relacionado con la misma: la miscibilidad.7 Una molécula es
polar si presenta un momento dipolar, es decir que existe una separación de
carga neta en la misma, esto ocurre en sustancias formadas por átomos con
diferente electronegatividad8 y que además presenten simetría baja o nula.
6 Intuición química: una serie de criterios, conscientes o inconscientes, que sirven para
determinar con rapidez si algún planteo tiene sentido desde el punto de vista químico.
7 Miscibilidad: sustancias que pueden formar una mezcla homogénea y no separarse en
fases, por ejemplo, el agua y el aceite son inmiscibles.
8 Electronegatividad: afinidad por los electrones, un elemento más electronegativo tenderá
a tener los electrones de una molécula más cerca de él.
88
En nuestro ejemplo, los alumnos interactúan con los modelos construidos,
analizan la simetría de ambas moléculas, las electronegatividades y calculan
los momentos dipolares, todas estas actividades guiados por el docente.
Así concluyen que la molécula del tetracloruro de carbono es más simétrica
comparada con la del cloroformo, que presenta un momento dipolar nulo
y por lo tanto no es polar, mientras que para el caso del cloroformo (CHCl3),
la presencia de un átomo de hidrógeno en la estructura en comparación
con CCl4, disminuye la simetría, resultando en un momento dipolar distinto
de cero, en consecuencia esta molécula es polar. Este análisis tiene una
perspectiva microscópica pura, entonces la pregunta que surge es: ¿cómo lo
relacionamos con una visión macroscópica? ¿Cuál es el efecto que «vemos»?
Fenomenológicamente, estos dos compuestos no formarán una mezcla, es
decir que no son miscibles9, y por lo tanto se separarán en dos fases, fenó-
meno visualizado por los estudiantes (figura 5).
9 Decimos que son inmiscibles y que forman fases separadas por motivos didácticos, for-
malmente estas dos sustancias llegan a mezclarse ligeramente.
89
niveles educativos, no solo el universitario. Dos de estas herramientas son
las denominadas como realidad aumentada y la realidad virtual, las cuales
presentan un futuro promisorio. La realidad virtual implica la utilización de
cascos o visores para visualizar de forma estereoscópica algún sistema. Esta
tiene mucho potencial pero aún se encuentra dando sus primeros pasos. A
su vez, su utilización resulta un poco más problemática dada la necesidad
de mayor equipamiento e infraestructura. En cambio, la realidad aumentada,
si bien no presenta el poder de inmersión que tiene la realidad virtual, nos
brinda gran cantidad de aplicaciones altamente versátiles ya que puede ser
utilizada a través del celular (si bien es posible utilizarla con otros medios,
como webcams en una computadora, aunque su aplicación de esta manera en
aula puede resultar algo más compleja y dependerá de los contextos de cada
aula/escuela/facultad), mostrando características muy atractivas como la
facilidad de acceso, alta disponibilidad del dispositivo (celular) y la incorpo-
ración del recurso lúdico. En referencia a esto último, la realidad aumentada
siempre invita a jugar: algo que combinar; algo que encontrar; moverse en
el espacio para descubrir qué nos está mostrando. Estas características de
la realidad aumentada pueden ser utilizadas como una entrada poderosa
para acercar ciertos conceptos, que pueden ser abstractos o necesitan de una
imaginación espacial que aún no se encuentra completamente desarrollada.
El recurso de juego presente en cualquier nueva tecnología o desarrollo,
debe ser tratado con cierto cuidado ya que presenta ventajas y desventajas.
Respecto a la ventaja, puede generar un grado de compromiso mental y
emocional del alumno con el contenido que no se consigue con otro tipo de
actividad, pero como desventaja, puede ocurrir que, dado el contexto (per-
sonalidades, actividades, etc.), el juego no los invite a entablar esa relación
con el contenido y no se observen los efectos esperados.
En lo que respecta a experiencias de cátedra, desde nuestro rol docente
en una facultad de Ingeniería y enmarcado en actividades de divulgación
científica, hemos realizado una tabla periódica con realidad aumentada.
Esta tabla ha tenido como público a estudiantes de secundario, público en
general e ingresantes a la carrera de química. En todos estos casos, la rea-
lidad aumentada ha servido como disparador para explicar conceptos de la
tabla periódica y otros relacionados, como por ejemplo, modelos atómicos,
uno de los cuales es mostrado mediante realidad aumentada.
90
5. Reflexiones finales
Las nuevas tic que se desarrollan día a día en conjunto con las ramas pro-
pias de las distintas disciplinas, en el caso que nos motiva: la Química. Van
íntimamente relacionadas y necesitan de la cooperación constante para
una construcción del conocimiento. Esta construcción no solo involucra al
clásico conocimiento científico sino al conocimiento didáctico del contenido
presente en las aulas (Shulman, 1986 y 1987).
Estamos en una sociedad en la que la tecnología nos abruma a veces, y
que debemos ser capaces de encauzar, por lo que, la incorporación de diver-
sidad de recursos tecnológicos en el aula, no solo enriquece el tratamiento
de los contenidos, sino el vínculo con ellos, y la capacidad de adaptarse al
entorno tecnológico en que se encuentran los alumnos, el cual está en cons-
tante cambio. Estas son experiencias que promueven ciertas capacidades,
destrezas y pensamientos que estudiantes y egresados de una universidad
moderna deben ser capaces de desarrollar.
91
Referencias bibliográficas
92
¿Otra vez «década infame»?
5 Las culturas políticas y los desafíos
de su enseñanza1
Be rn ard o C arri zo
1. Addagio
El análisis del pasado adquiere —excepto para las versiones oficiales o dog-
máticas— la enriquecedora condición de obra sinfónica y coral. La diversidad
de archivos, fuentes, interpretaciones, investigaciones y publicaciones expone
una multiplicidad de sonidos y voces que, casi increíblemente, surge de esa
imagen estática que a primera vista se observa de músicos y coreutas que, en
realidad, se encuentran en acción al ritmo de la batuta. Un entramado sonoro
que la partitura intenta ordenar combinando el tempo o movimiento —que
indica la diversa velocidad del pulso— para que el oído humano se rinda ante
la seducción musical. Pero, en la escritura de la historia los sonidos que se
generan no provocan un efecto similar en quienes se animan a escuchar las
respuestas frente a sus interrogantes y, en general, las imágenes que se evocan
o muestran se resisten a mostrar un único punto de vista.
93
En julio de 2017, el secretario general de la Confederación de Trabajadores
Argentinos (cta) Hugo Yasky, a raíz del proyecto de reforma laboral que el
Gobierno nacional estaría planificando para luego de las elecciones legisla-
tivas de ese año, expresaba: «La reforma laboral va a ser una copia lo más
parecida que puedan a la de Brasil, para favorecer a los que más tienen.
Nos quieren llevar a la década infame» (Página 12). Casi un año después, el
secretario general de la Asociación de Trabajadores del Estado (ate), Rodolfo
Aguiar, afirmaba que es «evidente que el Presidente Macri pretende que en
la Argentina no queden resabios de producción científica al servicio de la
soberanía (…) Macri regresa la Argentina a la década infame del ʼ30: un país
exportador de cereales y vacas» (Todo es política). En noviembre de 2019, el
diputado nacional de Juntos por el Cambio, Fernando Iglesias, cuestionó a los
referentes de distintos sectores de la oposición frente a los sucesos políticos
ocurridos en Bolivia ante la salida del gobierno de Evo Morales: «Nuestro adn
se gestó cuando las Fuerzas Armadas terminaron con el fraude patriótico de
la década infame. Un golpe, el del ’43, para terminar con un fraude patriótico.
¿Les suena?» (La Nación).
En estas declaraciones públicas provenientes de diversos actores del
campo político, la recurrente expresión «década infame» parece dar por
sentado que existe una idea, representación o imagen de lo que se expresa,
de lo que se quiere decir y que no necesita demasiadas aclaraciones. Que
el Otro tiene los mecanismos necesarios para comprender rápidamente lo
que se indica con esa frase contundente.
La fórmula «década infame» es ejemplo de un enunciado que organiza lo
«decible», es decir, lo narrable y opinable por lo cual forma parte del discurso
social (Angenot, 2010). En esta clave, proponernos realizar un recorrido por los
«años 30» como objeto de enseñanza en el aula universitaria, es un desafío
estimulante. Reflexionar sobre estos años, no como lugar de paso desde la
experiencia radical (1916–1930) hacia el primer peronismo (1943–1955) sino
como un período de la historia argentina con sentido propio, en el que es
posible reconocer diversas culturas políticas que en su articulación y con-
vivencia nos proponen examinar la experiencia democrática argentina. Más
aún, si consideramos la perspectiva de Pierre Rosanvallon, es una oportuni-
dad para indagar la democracia como historia (Annuziata, 2016). Pues, desde
nuestro punto de vista, la construcción de un proyecto democrático requiere
no solo el conocimiento de sus ingredientes y protagonistas. También nece-
sita, casi exige, un ejercicio reflexivo sobre su viabilidad.
El trabajo docente con esta temática, a su vez, es una puerta de acceso desde
los aportes de la historiografía a la reflexión en el aula universitaria sobre el
fenómeno democrático y la construcción de ciudadanía. A nuestra condición
de cientistas sociales se suma la de ser sujetos políticos, es decir, ciudadanos
que por nuestro oficio exponemos ideas en el espacio público —como lo es
una clase— y, por ello mismo, formamos parte de ese complejo proceso de
interpretación y transmisión de un pasado en el que la conciencia histórica libra
94
constantes pujas con el saber histórico que también ayudamos a construir con
las herramientas de la disciplina. Ese proceso de transmisión también abreva
en la aspiración de que las nuevas producciones historiográficas puedan poner
en cuestión las expresiones consagradas por el discurso político, la conciencia
histórica y las formulaciones provenientes de diferentes culturas políticas.
En el cruce de estas coordenadas nos proponemos exponer algunos posi-
cionamientos que dan lugar a los argumentos centrales de una clase —que
quizás alcance la condición de «buena»— correspondiente a temas de la
historia argentina contemporánea.
2. Andante
El historiador francés Roger Chartier sostiene que «no hay práctica ni estructura
que no sea producida por las representaciones, contradictorias y enfrentadas,
por las cuales los individuos y los grupos den sentido al mundo que les es
propio» (1999:49). En un espacio temporal y espacialmente circunscripto como
lo es el argentino, si hiciéramos una rápida consulta —al estilo de una encuesta
o sondeo de opinión— a partir de interrogantes que apelen a la definición
de algunas imágenes2 que los argentinos tenemos de nuestro pasado o de
algunos momentos de nuestra historia, posiblemente aparecerán ciertas
referencias mentales preponderantes —como «fotografías»— algunas más
coyunturales, otras más o menos recientes. Posiblemente en ese conjunto
de registros construidos en el cruce entre memoria, conciencia histórica,
experiencia y educación formal podríamos identificar, con bastante detalle,
al menos dos representaciones que inicialmente aparecen puras —como tipos
ideales— pero que guardan algunos matices en un análisis más atento. En
orden cronológico, la primera es «la Argentina granero del mundo», mientras
que la otra es «la Argentina peronista».
La «Argentina granero del mundo» nos conduce hacia un conjunto de com-
ponentes que podríamos situar entre el último cuarto del siglo XIX y los años
30 del siglo siguiente. Los ingredientes que componen esa imagen son, en
general, fácilmente reconocibles. Una sociedad que se complejiza al ritmo
del proceso inmigratorio que implica una transformación demográfica y una
fuerte modificación de la composición étnica, social y cultural, cuyos efectos
aún pueden reconocerse. No es un dato menor mencionar en ella al Estado
que, con sus múltiples acciones, hizo posible esa condición agroexportadora
95
del país. Precisamente, este adjetivo nos conduce al perfil de esa Argentina que
se define con una denominación que apela al aspecto económico antes que a
sus rasgos políticos o socioculturales. Durante esos años, también es posible
observar una sociedad lo suficientemente móvil desde un punto de vista indi-
vidual pero sobre todo generacional. De tal modo que las generaciones más
jóvenes estuvieron cualitativamente mejor posicionadas que la de sus padres,
por lo que el ascenso social no era un objetivo descabellado ni excepcional.
La «Argentina peronista», cuyos rasgos matrizaron una etapa de la histo-
ria nacional entre los años 40 y 50, se caracterizó no solo por la presencia
hegemónica del peronismo hasta el golpe militar de 1955, sino que también
significó una nueva relación del Estado con la sociedad que perduró hasta
los años 90. Un Estado con fuerte intervencionismo social que provocó una
particular vinculación con los sectores populares cuya traducción política fue
la directa relación con el presidente Juan D. Perón y su esposa Eva Duarte, lo
que profundizó el rasgo personalista de la cultura política. Aquellos tejieron
profundos lazos con las instituciones estatales a partir de agencias de inter-
vención económica que provienen de los años 30, junto a las que apuntaron
a aspectos sociales y culturales. También sectores de la burguesía industrial
local que, remisos a la competencia comercial, necesitaron de ese Estado para
predominar en el mercado interno. Así, esta Argentina se define a partir de una
adjetivación político–ideológica que va más allá de quienes por tradición, con-
vicción o participación se consideran integrantes de ese amplio arco político.
Sin embargo, otras etapas de nuestra historia también cargan con sus
representaciones. El período 1930–1943, que aquí nos ocupa, ha sido definido
como «década infame»,3 expresión que convoca una serie de imágenes de
impugnación moral, como se puede observar al inicio de este escrito. De
todas maneras, no resulta excepcional que una caracterización supere el
anclaje de época para proseguir, con vigorosidad, en la conciencia histórica
(por ejemplo, «las guerras de independencia»; «unitarios y federales», la
«Organización Nacional» o la «Argentina oligárquica»). Más aún, otras déca-
das adquirieron adjetivaciones con las que ganaron también su lugar en las
representaciones colectivas y, a partir de allí, imprimieron una perspectiva
para comprender ese pasado y proponer una lectura del presente. Por ejem-
plo, la «década perdida» para hacer referencia a los años 80 del siglo xx —a
veces asociada a la «década menemista» (1989–1999)— o más recientemente
la «década ganada» enmarcada entre 2003 y 2011, que coincide con los
96
gobiernos kirchneristas. De todas maneras, estas «décadas» no siempre se
circunscriben a partir de hitos o fechas consagradas por la historia institu-
cional, ni tampoco se encuadran con exactitud en una unidad cronológica
precisa, es decir, un decenio.
97
el gobierno de Justo— y se clausura en 1943 —con el golpe militar— aunque
tampoco sería una década en sentido estricto.
Por último, la denominación «años 30» —a la cual adherimos— se inscribe
en la renovación historiográfica que experimentó la historia política en
las últimas décadas. El período así formulado se instala entre dos marcos
referenciales: el golpe cívico–militar de 1930 y el golpe militar de 1943. En
consecuencia, no se centra ni en una década ni en un año particular, sino en
un período con suficiente entidad para exponer importancia propia. En esos
años, como se ha señalado, es posible distinguir dos irrupciones militares
cuyas diferencias pasan desapercibidas al asignarles el mismo vocablo:
«golpe de Estado». Sumado a ello, es necesario diferenciar en el análisis de
estos años dos experiencias que los constituyen: el uriburismo (1930–1932)
y los gobiernos de la Concordancia (1932–1943).4
El puntapié inicial en la caracterización del período 1930–1943 —al estilo de
marca, sello, estigma— fue dado en 1944 por el tucumano José Luis Torres, un
periodista nacionalista. Para este polemista, la década no se iniciaba con el
golpe cívico–militar de 1930 sino en 1932, con el gobierno de una coalición de
partidos —la Concordancia— que estuvo en el poder hasta el golpe militar de
1943. Tal diferencia, que a primera vista parece menor, deja afuera nada menos
que a la experiencia uriburista que por su brevedad no supone ausencia de
aspiración a propiciar cambios en las reglas del juego político, pues colocó en
tela de juicio la obligatoriedad del voto secreto y universal —resultado de la
reforma política de 1912 sancionada durante la presidencia de Roque Sáenz
Peña— para impulsar una representación corporativa.
Torres fue autor de varias obras con cierta circulación en la esfera pública:
Algunas maneras de vender la Patria (1940), Los perduellis. Los enemigos
internos de la Patria (1943), La década infame 1930–1940 (1944),5 Seis años
después (1949) y La oligarquía maléfica (1953). Como señala Ignacio López,
4 Esta coalición electoral estuvo en el poder hasta el golpe militar de 1943, sucediéndose
en el gobierno Agustín Justo (1932–1938), Roberto Ortiz (1938–1942) y su vicepresidente
Ramón Castillo (1942–1943) que reemplaza al anterior por fallecimiento.
5 Esta obra, con prólogo del sacerdote Amancio González Paz, fue publicada por diferentes
editoriales: Formación «Patria» (1945), Freeland (1972) y Docencia (2010), que la declara
«de interés cultural». En la actualidad esta última reedita todas las obras de Torres. A su
vez, González Paz fue autor de diversas producciones que pueden incluirse en el amplio
registro cultural del nacionalismo. Por ejemplo, Fray Patricio y yo (1944), de ediciones La
cruz y la espada; Los nuevos vientos de la patria. La revolución y las revoluciones (1944)
de la misma editorial, y la letra de la canción escolar Vidala a la Virgen Generala (con
música de Andrés Chazarreta).
98
permitía «la conquista de las altas situaciones electivas por hombres despo-
seídos de promisoras inquietudes políticas y sociales y acuciados en cambio
por notorias ansiedades de índole económica. (2013:147)
99
Sorteando la descalificación moral y fundacional instalada por Torres, en
las producciones historiográficas se señala que en estos años de intenso
debate político-ideológico,
6 En este trabajo emplearemos algunas fotografías de época que también integran la trama
discursiva. Con respecto a ellas, compartimos la perspectiva de John Berger: «tanto la
lente de la cámara como el ojo, debido a su sensibilidad a la luz, registran imágenes a
una gran velocidad y de forma inmediata al acontecimiento que tienen delante. Lo que,
sin embargo, hace la cámara, y el ojo por sí mismo no puede hacer nunca, es fijar la apa-
riencia del acontecimiento. Extrae la apariencia de este del flujo de otras apariencias y lo
conserva, tal vez no para siempre, pero al menos mientras exista la película. (…) La cámara
separa una serie de apariencias de la inevitable sucesión de apariencias posteriores. Las
mantiene intactas. Y antes de la invención de la cámara fotográfica no existía nada que
pudiera hacer esto, salvo, en los ojos de la mente, la facultad de la memoria. (…) No obs-
tante, a diferencia de la memoria, las fotografías no conservan en sí mismas significado
alguno. (…) Las fotografías no narran nada por sí mismas. Las fotografías conservan las
apariencias instantáneas». (1998:33)
100
legitimidad a la irrupción, a través de la denuncia de diversas anomalías que
los hombres de armas identificaron en las instituciones en general, y en el
gobierno radical en particular.7
Fuente: Archivo General de la Nación (AGN). Reproducida en Romero, Luis Alberto (Dir.) (2011). Historia
de las elecciones argentinas (6). AGEA.
Con el golpe dio inicio la fugaz experiencia uriburista (1930–1932) que aspiraba
a generar las condiciones para una república no sustentada en la represen-
tación política de sujetos individuales portadores de derechos políticos,
sino en mecanismos corporativos, al estilo de un «fascismo ilustrado o
aristocratizante» (Romero, 1987). Si bien la apuesta finalmente fracasó, no
obstante expone la presencia de la derecha nacionalista y su intento político
7 Esta posición se expuso en la proclama del golpe: «¡Al pueblo de la Nación! Respondiendo
al clamor del pueblo y con el patriótico apoyo del Ejército y de la Armada, hemos asumido
el Gobierno de la Nación. Exponentes de orden y educados en el respeto de las leyes y de
las Instituciones, hemos asistido atónitos al proceso de desquiciamiento que ha sufrido
el país en los últimos años. (…) La inercia y la corrupción administrativa, la ausencia de
justicia, la anarquía universitaria, la improvisación y el despilfarro en materia económica
y financiera, el favoritismo deprimente como sistema burocrático, la politiquería como
tarea primordial de gobierno, la acción destructora y denigrante en el Ejército y en la
Armada, el descrédito internacional logrado por la jactancia en el desprecio por las leyes
y por las actitudes y las expresiones reveladoras de una incultura agresiva, la exaltación
de lo subalterno, el abuso, el atropello, el fraude, el latrocinio y el crimen, son apenas
un pálido reflejo de lo que ha tenido que soportar el país». La Prensa, 07/09/1930.
101
que implicó, no solo la ocupación del gobierno nacional, sino también el
control de las provincias a través de la intervención federal.
102
en su mano.8 Esta creación mitopoiética tiene un recorrido importante. Luego
de la caída de Rosas y de la secesión de la provincia de Buenos Aires respecto
del resto de los Estados, se realizó una reforma a la pirámide erigida en 1811,
frente a la catedral en la ciudad de Buenos Aires. En ese momento, se ubicó
una estatua femenina en el tope de la pirámide, obra del maestro francés
Joseph Dubourdieu, vestida a la antigua, tocada por un gorro frigio, llevando
una pica y el escudo de la Asamblea del año XIII. Se fusionó así, hasta el
presente, la idea de libertad y de república, como símbolo por antonomasia
de la nación argentina (Burucúa y Campagne, 2003).
En otro sello se presenta una multitud integrada por hombres de armas y
civiles. Cada grupo ocupa una mitad de la escena, acompañados por avio-
nes de la fuerza área9 —también se observan los mástiles de dos buques—
mientras un cadete del Colegio Militar de la nación a tambor batiente junto
a un ciudadano que porta la bandera nacional y la antorcha de la libertad,10
encabezan el avance de la multitud. Estos diseños iconográficos exponen
el vínculo entre Fuerzas Armadas, pueblo y nación que el movimiento sep-
tembrino aspiraba a institucionalizar como base de su proyecto político.11
8 Esta imagen representaba a la República Francesa y sus valores Liberté, Egalité, Fraternité.
Este diseño iconográfico de la República reúne en la figura femenina finalmente varias ideas:
Justicia, Libertad y Patria como resultado de los diversos usos realizados en el devenir.
9 Una proclama de las Fuerzas Armadas fue arrojada por la aviación sobre la ciudad de
Buenos Aires el día anterior al golpe de Estado.
10 La Estatua de la Libertad de New York es la expresión más contundente de este símbolo
que indica «la Libertad que ilumina al mundo».
11 En el primer aniversario de la revolución se puso en circulación una serie (de doce valores)
impresa originalmente en 1923–1924 con la efigie del general San Martín, junto a los sellos
de 1930. En ambos casos con el sobreimpreso «1930 septiembre 6 1931».
103
Ese primer golpe que tuvo a grupos civiles y militares como protagonistas
visibles abrió las compuertas para una participación novedosa del Ejército
en la vida política, pero también un in crescendo del mundo castrense en la
vida política. Como expresa el historiador Darío Macor,
El de 1930 puede inscribirse como el último de los golpes del siglo xix.
Movimientos cívicos militares donde el grado de autonomización de las fuer-
zas militares con respecto a los actores políticos que los acompañan, es bajo.
Habría que esperar hasta 1943 para encontrar el golpe militar en su estado
más puro. (2005:82)
104
Figura 6. Luego del golpe, el general Uriburu es acompañado por civiles.
El oficial Juan D. Perón lo custodia (06/09/1930)
Fuente: Domingo Bronzini, archivo García Lupo. Reproducida en García Lupo, Rogelio (2006). Últimas
noticias de Perón y su tiempo. Vergara.
105
dinámica pendular o cíclica en esa gran parte del siglo xx que remita a un
mismo fenómeno de reiteración —golpe de Estado— con la sola variación
de fechas y protagonistas. En realidad, las irrupciones militares guardan
diferencias entre sí aunque coincidan en conformarse como actos llevados
a cabo por parte de órganos del propio Estado. No profundizaremos en las
necesarias distinciones entre golpe de Estado y golpe militar que explicitan
que el vocablo posee también su propia historia, y va guardando capas de
sentido que un uso indistinto coloca en segundo plano. No obstante, en
diversos discursos y en la conciencia histórica estas irrupciones remiten de
manera inobjetable al actor militar.
No es un dato dado por naturaleza —quizás resulte necesario recordar— que
nuestra sociedad viva en democracia, pues no ha sido un componente siste-
mático de su historia. Y por esto, en múltiples ocasiones se ha convocado a
la democracia como tema, problemática o eje de debate para emprender un
recorrido por la historia argentina, y la mayoría de las veces en diálogo con otras
experiencias políticas, en especial las autoritarias. Una interpelación histórica
a partir del fenómeno democrático resulta muy desafiante desde el presente,
donde la inmediatez resulta protagónica al momento de exigir respuestas casi
instantáneas. Uno de los aspectos donde puede detenerse la mirada para
analizar la democracia radica en las culturas políticas que participan de su
constitución. La cultura política —como fructífera herramienta conceptual en
clave heurística, aunque no la definimos aquí como la única o la más operativa—
proporciona un abanico de matices que puede darnos las trazas para reconocer
la complejidad de los comportamientos humanos e indagar la dinámica de
actores e instituciones en relación con los procesos políticos y sociales.
Desde esta perspectiva, un desafío posible radica en comprender los moti-
vos que conducen a los actores a asumir ciertos comportamientos políticos,
a optar por ciertos principios de legitimidad o por un sentido del orden. Solo
como forma de exponer algunos de los ingredientes que dan cuenta de estos
procedimientos y sentidos que son constitutivos de las culturas políticas
—y que encontraremos en el recorrido que aquí proponemos— es posible
mencionar: una visión del mundo, una lectura común y normativa del pasado
que pone en relevancia ciertos hechos como gesta o hito, una definición
sobre el tipo de organización política deseable, un discurso significativo
(sobre temas como nación, religión, historia, memoria) cuyos componentes
(palabras clave, consignas, figuras idealizadas, rituales, símbolos) dan cuenta
de la presencia de conflictos y tensiones, como así también la aspiración a
disputar el espacio público a través de diversas estrategias (movilizaciones,
concentraciones, actos, homenajes, publicaciones) (Berstein, 1999).
106
En los procesos que se despliegan durante los años 30 es posible observar
diferentes componentes de las culturas políticas en acción. Así, en la apuesta
a construir un nuevo orden político, en mayo de 1931 surgió la Legión Cívica.14
Era una organización que resultó lo más parecido a las milicias fascistas
italianas, con una doble lealtad: al gobierno revolucionario de septiembre y
al General Presidente Uriburu. Era una organización de civiles entrenados y
dirigidos por militares en actividad, en otras palabras, una fuerza paramilitar
que tuvo visibilidad en cada acto político oficial o conmemoración de alguna
fiesta patria o en aniversarios de la «Revolución Septembrina». Durante su
existencia, la milicia se hizo presente en el espacio público a través de des-
files en los que exponía su organización y el estilo marcial de sus miembros.
107
La construcción de un mito también fue relevante en los años 30 (Finchelstein,
2002). En París, el 29 de abril de 1932 fallece Uriburu. Luego de las elecciones
generales de ese año había traspasado el poder a Agustín Justo (1932–1938),
otro de los impulsores del golpe cívico–militar de septiembre y articulador
de la Concordancia.
El retorno de los restos de Uriburu fue una ocasión para exponer en el
espacio público la presencia perfectamente organizada de las fuerzas nacio-
nalistas, algunos de cuyos grupos habían acompañado el golpe cívico-militar
y la experiencia gubernamental del fallecido. Como expresa la historiadora
Sandra Gayol, el rito fúnebre es una manifestación política.15 Con la llegada
del féretro el 26 de mayo a la dársena del puerto de Buenos Aires tuvo
comienzo un funeral novedoso. La autora sostiene que:
nunca antes una ceremonia fúnebre en la Argentina había contado con seme-
jante despliegue del aparato militar. (…) Miradas en perspectiva histórica, las
exequias de 1932 inaugurarán una forma de conmemoración fúnebre que será
habitual para los presidentes militares argentinos del siglo xx . (2016:6)
15 En los años 30 otros dos funerales merecen atención. En julio de 1933 fallece el expre-
sidente Yrigoyen y el 6 de ese mes se realiza un funeral en el que la multitud es la prin-
cipal protagonista, rompiéndose la organización que el gobierno había propuesto. En la
perspectiva de Gayol, «no solo el cortejo diluyó simbólicamente las jerarquías sociales
y de poder político, sino que concedió todo el poder a las masas que se involucraron
efectivamente en la ceremonia. Un presidente que supuestamente hablaba directamente
al pueblo, sin intermediarios, solo podía ser acarreado en brazos del pueblo, por lo que
se subvertía así el ceremonial de los honores fúnebres» (2016:8). En enero de 1936 se
repatrían los restos del cantor Carlos Gardel, muerto en un accidente aéreo en Medellín
seis meses antes. El funeral se realizó en un contexto de impugnación al ejercicio de poder
del presidente Justo, cuya gestión estaba atravesada por los efectos del asesinato del
legislador Enzo Bordabehere en plena sesión de la Cámara de Senadores de la Nación.
108
Figura 8. Portada de La Nación del 28/05/1932 destacando el cortejo fúne-
bre de Uriburu. Reproducida en Gayol (2016)
109
un lado, un sentido testimonial de época en el que se expone la fortaleza
de la tradición católica y su lectura frente a la muerte en articulación con la
acción política que se conmemora. Por otro lado, se instituye un «lugar de
memoria» público a través de una comisión que vincula a diversos sectores
que con su aporte económico otorgan consenso a la revolución. Además, al
instalarse el monumento en la ciudad capital del Estado nacional adquiere
un lugar de recuerdo que traspasará el tiempo.
Casa Rosada (Méndez y Gutiérrez Viñuales, 2006). En marzo de 2013, la presidenta Cristina
Fernández de Kirchner ordenó reemplazarla por una obra en homenaje a Juana Azurduy,
donada por el presidente de Bolivia Evo Morales, realizada por el artista argentino Andrés
Zerneri (Ortemberg, 2016). En junio de 2019, aquel fue instalado en una de las plazoletas
frente al Aeroparque Jorge Newbery, en el Paseo de la Costanera. A su vez, la escultura
de Juana Azurduy tampoco está más en la plaza que se levanta detrás de la Casa Rosada.
Uno de los motivos de su remoción fue la obra del Paseo del Bajo, inaugurado también
en 2019 por el presidente Mauricio Macri. El monumento a la patriota del Alto Perú quedó
finalmente ubicado en la Plaza del Correo, frente al Centro Cultural Kirchner.
110
Figura 10. Nacionalistas y miembros de la Legión Cívica congregados
frente al monumento (06/09/1933)
Fuente: AGN. Reproducida en Finchelstein, F. (2002).
5. Presto
A partir del prisma que nos ofrecen las culturas políticas, el recorrido por la
democracia en la historia argentina no resulta una tarea sencilla ni, menos
aún, acabada. Más allá de la presencia de una cultura liberal que puede
reconocerse hasta 1930, en una mirada más atenta, otras culturas políticas
ganaban densidad a medida que avanzaba el siglo sin que necesariamente
impusieran la desaparición de aquella. Pueden mencionarse las diferentes
vertientes del nacionalismo —y su relación con la tradición católica— que
aspiraban al orden y a las soluciones jerárquicas como fue la breve expe-
riencia uriburista.
Un componente del sistema político y de la cultura política argentina se
sostendrá sobre los hombres de armas a partir de los años 30, de tal modo que:
111
El acceso de Justo a la presidencia inauguró dos novedades. Por un lado,
se institucionalizó un entramado político–electoral que gobernó el país hasta
el golpe militar de 1943, la Concordancia. Era una laxa coalición más sepa-
rada que unida, esto último a través de la capacidad de maniobra de Justo.
Esta amplia coalición política estuvo formada por la ucr antipersonalista,
los partidos conservadores provinciales reunidos en el Partido Demócrata
Nacional y el pequeño pero gravitante Partido Socialista Independiente.
Por otro lado, a partir de la figura de Justo se expuso en el sistema político
no solo el rostro del campo castrense que abonará la construcción de una
cultura política pretoriana,18 sino también la construcción de un «liderazgo
bifronte» pues se sostenía y apoyaba tanto en el campo castrense como en
el civil. Como militar, recordemos, había sido director del Colegio Militar de
la Nación, Ministro de Guerra del presidente Alvear y referente del golpe
cívico–militar junto a Uriburu y constructor de la Concordancia. Entonces,
este núcleo estrictamente militar del liderazgo entre los hombres de armas, es
reforzado por la proyección alcanzada por Justo en la sociedad política, más
allá de las fronteras de la institución. A la vez, esa proyección en los círculos
políticos, es deudora de su jerarquía en el ámbito castrense. (Macor, 2005:105)
Figura 11. Justo asume la presidencia ante Uriburu (con uniforme militar)
en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno (20/02/1932)
Fuente: AGN. Reproducida en Romero, Luis Alberto (Dir.) (2011). Historia de las elecciones argentinas,
N° 6. AGEA.
112
fraude de por medio, Roberto Ortiz accedió a la presidencia sucediendo a
Justo. Esta práctica, que se reprodujo en las provincias, otorgó aún más gra-
vedad a una crisis de legitimidad en el sistema político inaugurada con el
golpe de 1930. Durante su presidencia, Ortiz se propuso eliminar los rasgos
de ilegitimidad del régimen político, sin embargo, su apuesta se vio abortada
por su enfermedad y muerte. La asunción del vicepresidente Ramón Castillo,
hombre del riñón conservador, recuperó las prácticas fraudulentas pero con
un costo: la legitimidad del régimen decayó a niveles de impugnación que
no tardaron en surgir desde varios sectores y espacios de la sociedad.
El Ejército, recordemos, había tenido un reconocido protagonismo no solo
en las conquistas de la Patagonia y del Gran Chaco (fines de la década del 70
y principios de la del 80 del siglo xix), sino también al calor de la resolución
de las pujas facciosas tanto del mundo conservador como de la Argentina
radical (en especial), a través de las intervenciones federales resueltas la
mayoría de las veces por el Poder Ejecutivo. Su presencia relevante dotó al
sistema político de un sello particular, pero también otorgó una impronta a
la idea de nación argentina. En el proceso de invención de esta no resulta
de menor densidad, como instrumento de construcción de identidad y de
principios de disciplinamiento, la presencia capilar del servicio militar obli-
gatorio19 —en complemento con la maquinaria educadora conformada por
la escuela primaria y el normalismo, este último vigente hasta 1969 cuando
las escuelas normales dejan de expedir títulos de magisterio— como ins-
tancia de generación de componentes que tuvieron un lugar significativo en
la conformación de un «sentimiento de pertenencia» respecto del Estado.
También en los años 30 se publicó una obra que adquirió la condición
de best seller a partir de numerosas ediciones y reimpresiones: El Santo de
la espada. Vida de San Martín, de Ricardo Rojas (1933). Esta obra, junto a
otras,20 da cuerpo —como expresa Eduardo Hourcade— a esa «gran empresa
estatal de la conciencia histórica [que] por entonces podría definirse como
el sanmartinismo» (1998:73). En el retrato que nos propone Rojas, San Martín
se presenta como un santo laico y asceta protector, alcanzando un retrato
mítico —que en la portada de la edición original pareciera confundirse con
el Cid Campeador de la historia española— antes que histórico, a través de
una estrategia literaria que produce una rápida empatía en el lector.
19 El servicio militar obligatorio —comúnmente denominado colimba— tuvo vigencia por ley
4031 desde 1901. En agosto de 1994 el presidente Carlos Menem lo derogó por decreto 1537
como consecuencia del asesinato del conscripto Omar Carrasco, en el grupo de artillería
161 de Zapala (Neuquén). En diciembre del mismo año, la ley 24429 estableció el servicio
militar voluntario para varones y mujeres.
20 Nos referimos a Historia de San Martín y de la Emancipación (1887) de Bartolomé Mitre e
Historia del Libertador General Don José de San Martín (1932) de José Pacífico Otero.
113
Figuras 12 y 13. Portada del libro e imagen de San Martín en la primera
edición (1933) de El Santo de la espada. Vida de San Martín. Anaconda
Fuente: elaboración propia.
21 En 1933 se creó el Instituto Sanmartiniano en la sede del Círculo Militar, siendo José P. Otero
su primer presidente. Entre sus primeros miembros había tanto civiles como militares.
En 1941 Manuela Stegmann viuda de Otero donó al Instituto una casa a construir —una
reproducción de la que ocupó San Martín en Grand Bourg— erigiéndose en 1946. Un tiempo
antes, en agosto de 1944 el decreto del PEN 22131 oficializó la denominación «Instituto
Nacional Sanmartiniano» para la institución. https://sanmartiniano.cultura.gob.ar/info/
el-instituto/
114
6. Vivace piú
22 Por decreto 18411/43, el PEN estableció que «en todas las escuelas públicas de enseñanza
primaria, posprimaria, secundaria y especial, la enseñanza de la Religión Católica será
impartida como materia ordinaria de los respectivos planes de estudio. Quedan excluidos
de esta enseñanza aquellos educandos cuyos padres manifiesten expresa oposición por
pertenecer a otra religión, respetándose así la libertad de conciencia. A esos alumnos se
les dará Instrucción Moral». http://www.bnm.me.gov.ar/giga1/normas/14066.pdf
23 «Las Fuerzas Armadas de la Nación, fieles y celosas guardianas del honor y tradiciones de
la patria, como asimismo del bienestar, los derechos y libertades del pueblo argentino,
han venido observando silenciosa, pero muy atentamente las actividades y el desempeño
de las autoridades superiores de la Nación. Ha sido ingrata y dolorosa la comprobación.
Se han defraudado las esperanzas de los argentinos, adoptando como sistema la venali-
dad, el fraude, el peculado y la corrupción. Se ha llevado al pueblo al escepticismo y a la
postración moral, desvinculándolo de la cosa pública, explotada en beneficio de siniestros
personajes movidos por la más vil de las pasiones. Dichas fuerzas, conscientes de la res-
ponsabilidad que asumen ante la historia y ante su pueblo cuyo clamor ha llegado hasta
los cuarteles, deciden cumplir con el deber de esta hora que les impone salir en defensa
de los sagrados intereses de la Patria». Proclama revolucionaria del 4 de junio de 1943.
https://www.perspectivis.com/2018/01/proclama-tras-el-golpe-de-estado-del-4.html
115
Figura 14. Tropas del Ejército marchan por las calles de Buenos Aires
(04/06/1943)
Fuente: AGN. Reproducida en Luna, Félix (Dir.) (1984). Nuestro Siglo. Historia gráfica de la Argentina
contemporánea, T. V. Hyspamérica.
116
de coroneles. En 1921, con el liderazgo del futuro presidente Agustín Justo,
surgió la Logia General San Martín que se había propuesto «como obje-
tivo proteger a la institución [militar] de interferencias extrañas, en primer
lugar entre ellas de la que de quien la Constitución designaba como su jefe
supremo» (Halperin Donghi, 1999:207), es decir, el presidente Yrigoyen que
nueve años luego será depuesto.
117
Figura 17. Perón asume la presidencia de la Nación (04/06/1946). Frente al
Congreso, el Presidente (con uniforme de coronel) está acompañado por
el vicepresidente Juan H. Quijano, a la derecha, y por Héctor J. Cámpora, a
la izquierda, quien ocupará la presidencia en 1973
Fuente: AGN. Reproducida en Clarín (2005). La fotografía en la historia argentina. T. III. AGEA.
En este recorrido por los «años 30» expusimos un conjunto de voces y soni-
dos que da lugar —más allá de que pueda o no considerarse como «buena
clase»— a una obra sinfónica y coral, resultado del diálogo entre diversas
preocupaciones disciplinares y estrategias didácticas, que ponen en dis-
cusión —una vez más— el enunciado «década infame». En este ejercicio de
transmisión de un período de nuestra historia también practican su danza
enseñanza e investigación, a partir de la interpretación de diversos compo-
nentes del discurso social respecto de un momento histórico: monumentos,
funerales, movilizaciones, proclamas, libros, imágenes, símbolos, afirmacio-
nes, palabras–clave y representaciones que, además, pueden identificarse
como componentes de diversas culturas políticas. En este sentido,
118
No obstante, las novedades que aporta la historiografía y que propician
la destrucción de mitos —como nos advierte Hobsbawm en el epígrafe— el
férreo combate entre ellas y la conciencia histórica de la sociedad argentina
expone una serie de resistencias y juego de poleas no siempre explicable
pero que, en general, se encuentra presente en diversos discursos que inte-
ractúan en la esfera pública.
Al mismo tiempo, el tema propuesto aquí resulta de suma importancia
para la comprensión de la «historia de la vida democrática» en Argentina en
la que las diversas experiencias van dando materialidad a calificaciones y
denominaciones vinculadas a ella. La democracia no solo es objeto de estu-
dio, también es experiencia de vida, proyecto político inacabado y terreno
conformado por un mar de incertidumbres que no resulta sencillo navegar,
pero que en su recorrido, como señala Edgar Morin (2002), pueden avistarse
algunos archipiélagos de certezas. Y en esta última clave, la educación debería
incorporar la enseñanza de las incertidumbres que la disciplina histórica nos
presenta y cómo ellas impactan sobre el análisis de las experiencias sociales
vividas. Y esto resulta relevante pues uno de los aprendizajes imprescindible
es que se «necesita que un gran número de ciudadanos crea en la demo-
cracia. Pero, al igual que el consenso, la democracia necesita diversidades
y antagonismos» (107).
Quizás podamos acordar que una cultura política democrática no se halla
en la naturaleza de las cosas, ni tampoco está nítidamente presente en el
capital cultural y político de nuestra sociedad. Pues para que la democracia
sea más que una forma de pensar y vivir el poder, necesita del tiempo para
alcanzar su legitimidad. La paradoja es que la dimensión temporal otorga un
tono, un estilo, un cariz al fenómeno democrático a partir de prácticas que
abrevan en diversas culturas políticas, y solo a partir de su reconocimiento
es posible encontrar algunas respuestas a los interrogantes.
Y acaso aquí radique el desafío, más aún si nos situamos en el fenómeno
de la transmisión que articula diferentes generaciones, como en una clase
universitaria. Porque lo que construimos en este momento histórico —toda-
vía novedoso y único si miramos nuestra historia como sociedad— nos
convierte en responsables frente a un futuro abierto y, más todavía, frente
a las jóvenes generaciones.
119
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120
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Todo es política. http://www.todoespo-
litica.com.ar/index.php/entrevistas/
item/8617-macri-regresa-la-argentina-a-la-decada-infame-del-30
122
6 La clase como itinerario
trans–semiótico
Dan i e l G astal d e llo
1. Presentación
123
ponerla en debate. La buena clase no sería entonces un evento concluido,
sino un proceso funcionando en la subjetividad ajena, diseminado en el
tiempo del otro. En semiótica, la clase como un hecho cerrado, como una
instancia incuestionable, es un significado último. La clase propuesta a otros
es un trabajo que abre ese significado a otras posibilidades, un sentido. Y
la buena clase sería la que sigue funcionando más allá del espacio compar-
tido, del tiempo de formación, que deja huellas en la subjetividad, y eso lo
que entendemos como significación, lo que sigue y seguirá resonando en
la mente y en el cuerpo del otro una vez que cerremos la puerta del aula.
Podemos hablar de las nociones y opciones pedagógicas que pongo en
juego al momento de armar la escena teatral y onírica de la clase, las que
llegué a explicitar o no, según mi propio dimensionamiento de lo que en
verdad estoy haciendo. Pero no puedo hablar de cómo hacer «buenas clases»
porque eso es algo que vive el otro.
Sé que la duda cumple una función en el inicio de este proceso, porque
para la semiótica la duda es la base de la construcción del conocimiento.
Tal vez cómo hacer buenas clases deba tener que ver con el oficio de insta-
lar la duda. Que la significación que elaboran los estudiantes ese germen,
y para eso se debe abrir el significado y desplegar sentidos nuevos, con su
correspondiente examen de un por qué y un para qué. Instalar el gesto de la
duda, de la necesidad de una respuesta, es abrir ese camino transformador.
Pero como su constatación está en el futuro y en espacios impredecibles, en
sujetos que ya serán otros, no tenemos modo de comprobarlo. El argumento
de por qué una clase adopta una forma y no otra está en la experiencia
intransferible del propio pasado. Pero una buena clase estaría en un futuro
incierto. Es es un acto de fe compartido.
Puedo hablar de lo que yo hago con ese acto de fe.
Las páginas que siguen intentan reconstruir un sentido, o mejor dicho, el
programa narrativo que subyace a determinadas prácticas que, entiendo,
deben estar asociadas a las «buenas prácticas» de un educador. En este
programa se filian desde lo disciplinar hasta lo histórico, lo político y lo
subjetivo. Todos estos cruces, esta multiplicidad de voces, dan cuenta de que
el nombre propio no es representativo de un sujeto sino de varios, más aún
cuando el sujeto pretende cumplir un rol como educador. No es presente ni
localizado, sino que está disperso entre los que estuvieron y los que vendrán.
124
2. El descubrimiento de la significación
125
potencialidad futura. Y es colectivo precisamente porque no tiene entidad
definitiva en el presente, por ende nadie se lo puede adjudicar, sino apropiar
para dudar de él, discutirlo, reconstruirlo y hacerlo avanzar hacia nuevas
definiciones. En este proceso es fundamental el otro, aquel que incluso «no
pertenece» pero que puede aportar algo a su desarrollo, en este territorio
complejo de construcción.
En los cimientos de la semiótica, entonces, se encuentran las bases mismas
de la propia práctica de un pensador: se puede construir un saber de manera
colectiva, ese saber será provisorio y, en el mejor de los casos, será cuestio-
nado y ampliado por nuevas generaciones. Para eso es necesario tener una
postura crítica de las propias prácticas, sus ideas de fondo, y la génesis de
ese sustrato, a los fines de aportar nuevos sentidos a lo dado por hecho, y
desde ahí fomentar la generación de nuevas e inesperadas significaciones.
Lo que en semiótica llamamos, a partir de Peirce, la semiosis:
126
al menos dos ideas sobre el saber: que no existe un único conocimiento
posible, y que no existe una única manera de comprenderlo.
La clase entonces se puede volver significativa en el momento mismo en
que plantea problemas, casos a ser resueltos, inquietudes que instalen la
duda como disparador de una semiosis nueva, más aún cuando la duda se
dirige al contenido mismo que debería ser enseñado y aprendido sin discu-
sión. En una clase con este propósito, lo esperable que suceda es el efecto
multiplicador de sentidos que se desprenden de un significado inicial, que
abran la posibilidad del propio desarrollo de significaciones en semiosis a
partir de la duda. Y la clase «sucede» porque, como vimos, el conocimiento
es en sí mismo un proceso que tiende, que se moviliza hacia el futuro. Sus
efectos transformadores, entonces, no los deberíamos poder ver ni en el
presente ni en el futuro próximo (por ejemplo en una evaluación en el corto
plazo) sino en acciones esporádicas a lo largo de toda una vida, en peque-
ños actos y breves ocurrencias, como algo que el estudiante (ya alejado de
las aulas) lleva consigo para siempre. Si una clase es exitosa, creo que su
efecto sería improbable en la actualidad. Su gesto desnaturalizador de lo
dado debería estar inscripto en los actos cotidianos de la subjetividad de
alguien, y no en las extensas monografías reiterativas que el estudiante quizá
olvidará en pocos meses.
Esa unidad de sentidos que habilitan la emergencia de la significación
debería ser, antes que una clase de desarrollo de contenidos, la presentifi-
cación de un acto de libertad de pensamiento. Y con esa carga un educador
ingresa a un aula, pretendiendo volverse una voz olvidada pero activa en
el futuro de alguien. ¿Cómo es posible plantearse este horizonte tan ambi-
cioso sin la posibilidad de la frustración? No podemos calcularlo, porque
no estaremos en ese futuro tan personal. Pero sí podemos saber lo que
hacemos hoy, con qué estrategias contamos para hacerlo, cómo mejorarlas
con el paso del tiempo, cómo adaptarnos a los grupos de estudiantes cada
vez más distintos de un año a otro, de una generación a otra. Deberíamos
poder saber cómo encontrarnos, dialogar y aprender de los grupos sociales
que construyen significación, especular cómo lo hacen, por cuánto tiempo y
por qué cambian. ¿En qué consistiría, al menos hoy, plantear una clase con
estas características?
127
4. La clase como instancia de construcción de sentidos
128
dificultad radica en la voluntad de saber por parte del educador. Somos suje-
tos sociales, pasionales e institucionales idénticos a nuestros estudiantes,
recorremos espacios similares y vivimos en tiempos culturales comunes,
solo hace falta agudizar el poder de observación para recolectar mucha de
la información que se nos presenta a diario en los contextos compartidos.
Una vez relevado ese entorno (o parte de él), podremos identificar los sen-
tidos que se traman, y plantearnos un objetivo general para la materia que
articule el saber disciplinar con ese contexto particular. Y de ese objetivo
general se desprenderán una serie de objetivos menores que, en su puesta en
práctica, deberían poder colaborar en que la materia tenga enclaves y alcan-
ces relevantes. Cada clase, entonces, podría tener su propio objetivo menor
como horizonte de expectativas, a los fines de organizar los contenidos. Y es
necesario que cada objetivo sea explicitado por el docente y que el estudiante
lo conozca desde el inicio del encuentro en la clase. Eso, creo, colabora en dar
sentido al sistema de ideas con que el estudiante llega al aula, y a la vez se
trama de manera significativa con lo que ofreceremos en esa clase.
Recién en esta instancia los contenidos adquieren un sentido. Los objetivos
definen si un contenido u otro es relevante en una materia y si se pueden
materializar o ejercitar en una clase. Hemos sido formados en una cultura
contenidista, donde determinados saberes fueron dotados de un peso espe-
cífico propio bajo la forma de «clásicos», «insoslayables», «necesarios»,
«básicos»… Puede ser que lo sean en un sistema lógico de organización de
contenidos, semánticamente necesarios o incluso la piedra fundamental de
saberes posteriores. Pero aún en esos casos es necesario evaluar su perti-
nencia con respecto al contexto en el que anclan su sentido. Los contenidos
de una clase deberían poder desplegar sentidos, y si un contenido aún es
operativo al objetivo de una clase que se desarrolla en un contexto, enton-
ces encuentra allí su sentido actualizado. Su sentido estaría no en su valor
histórico y académico, sino en la potencialidad para aún hoy ser relevante.
Un contenido puede pasar de estar centrado en autores y teorías a estar
orientado a problemas, o a la inversa, según el objetivo de la clase. Y este
contenido podría estar resignificado en tanto ya no instala temas o proce-
dimientos que requieran datos corregibles, sino porque instalan la duda y
la necesidad de profundizar en esos saberes específicos.
Las estrategias con las que contamos para la generación de significaciones
en una clase pueden ser muchas si pensamos los contenidos en función de
los objetivos, y estos justificados por un objetivo mayor que aporte sentido
a la disciplina en las coordenadas actuales. De esta manera la clase tiene
mayores posibilidades, creo, de abandonar su lugar de monopolio del sentido
y devenir en una instancia de construcción y despliegue de sentidos nuevos,
más actuales y posiblemente cercanos al estudiante. La emergencia de la
duda contaría así con mayores posibilidades de ocurrencia en este escena-
rio, menos cristalizado y más fluido en términos de circulación de las ideas.
129
5. La materialización de la clase
130
reconocer dos premisas (que vimos en el inicio) y desarticularlas: que el
conocimiento no es una posesión presente sino un potencial efecto futuro
y que los educadores (como cualquier sujeto) no poseemos un contenido
sino métodos para trabajar con el conocimiento.
En esta línea de pensamiento los materiales se podrían organizar de
otra manera, con nuevas finalidades y otra organización, más continua y
menos fragmentaria que les dé sentido. Y la forma que encontramos es la
de la investigación.
131
horizonte, el educador resignifica necesariamente su función, acercándose
más a la de un metodólogo de la investigación.
Una cosa es llevar muchas mentes a focalizarse en un único texto (esa fue
siempre la actividad básica de los Maestros) y otra cosa muy diferente es
una única mente focalizada en una multiplicidad de textos. La facilitación del
acceso de cada lector individual a una diversidad de textos transformó las
condiciones de ejercicio de la reflexión intelectual. (Verón, 2013:212)
Una «buena clase», si es que existe tal cosa, debería poder dejar al estu-
diante en un estado de inquietud frente a la materialidad de los textos y
eventos más próximos, en un estado de carencia (querer–saber) antes que
en la seguridad del contenido comprendido (deber–saber).
Anteriormente vimos que los contenidos ya pueden estar disponibles en
múltiples materialidades que circulan en la producción cultural, y que pode-
mos trabajar con eso y no contra eso. Del mismo modo, el tiempo se instala
como un problema que debe ser resuelto en la planificación de la clase. Así
como los contenidos tienen un lugar articulado en un currículum, los proce-
sos deben poder tener un lugar articulado en una agenda. La investigación
puede tomar diversos rumbos y demandar tiempos diferentes a cada uno,
como parte del proceso iniciado por una inquietud legítima. Proyectado en
términos del semiólogo Juan Samaja:
132
la duda y la ulterior necesidad de investigación, pero no necesariamente
donde se la resuelve con hipótesis cerradas.
Con esto en mente, podríamos decir que la clase podría concebirse como la
unidad espacio–temporal de encuentro que opera —dudosamente con los signi-
ficados dados y que se proyecta a la producción de significaciones a partir de la
investigación, en un contexto planificado de objetivos anclados en lo contextual.
133
Es por esto que los exámenes parciales y finales que propone el sistema
académico, si bien son útiles como sistema de organización de los sujetos
que esperan una acreditación, no siempre dicen algo significativo sobre sus
procesos de aprendizaje. En sincronía con las clases, un estudiante tal vez
nos dice más no por lo que puede responder, sino lo que se puede preguntar.
Los alcances de sus preguntas nos informan mejor sobre una transformación
de los significados que le fueron dados, y sobre las significaciones que fue
elaborando con nosotros. Y en ese sentido, el docente no puede tener la
función de la corrección sino la de acompañamiento de sus procesos perso-
nales para construir conocimiento. Si una clase, si un sistema de clases fue
significativa, las buenas preguntas deben poder hacérnoslas los estudiantes
a nosotros, y no siempre nosotros a ellos. De más está decir que el horizonte
deseado de una «buena clase» estará dado por el diálogo horizontal, donde
educador y estudiante pueden intercambiar ideas argumentadas sobre el
mismo conocimiento, no sobre los datos sino sobre los procesos de signifi-
cación compartidos y los divergentes.
Dado esto, las instancias de evaluación (parcial o final) devienen momentos
de autoevaluación para nosotros, donde vemos materializado qué hicimos,
qué efectos causamos, qué alcances tuvimos, y qué necesitamos revisar de
nuestras propias ideas, concepciones y prácticas. Esta perspectiva sobre la
evaluación y la autoevaluación también debe ser conocida desde el principio
por los estudiantes, contar con las consignas desde el inicio del cursado,
darse tiempo para elaborar preguntas y orientar lecturas, dimensionar no
qué se le pedirá sino qué se intentará construir juntos.
Tal vez una «buena clase» no debería desarticularse de los procesos en
los que se inscribe, entre ellos el proceso de seguimiento y evaluación de
lo logrado y lo pendiente. Para la calificación están los sistemas de acredi-
tación, que poco dicen sobre cómo un sujeto pasó por un espacio y salió de
él pensando de maneras nuevas.
7. Consideraciones finales
134
experiencias personales y mis lecturas configuraron el sujeto que soy y el
educador que deseo ser alguna vez.
Muchas convicciones son útiles hoy para ejercer mi oficio éticamente (por-
que donde hay un otro siempre interviene la ética). Pero estas convicciones
son transitorias, como la escalera inútil a la que hace referencia Umberto
Eco: ese dispositivo que es necesario soltar en algún momento, en busca de
nuevos conocimientos, de formas innovadoras de pensar. El fundador de la
semiótica, Charles Peirce dijo alguna vez que a las ideas hay que «quererlas
y atenderlas como las flores de mi propio jardín». De ese mismo texto de
Peirce quisiera señalar algo más: es necesario guiar a las ideas, no desde el
defecto en la cadena de razonamientos sino pensando en que cada eslabón
es una proyección futura, y por ende una noción cuya materialización tal
vez no veremos jamás, pero que está ahí esperando nuestra acción. Como
dijo Peirce, tratando con cada eslabón «como si fuera un puñado de arena,
moldeado hasta darle forma en un sueño» (1893:407).
135
Referencias bibliográficas
136
epílogo
137
El reconocimiento de la existencia de la multiplicidad en sus
diversas manifestaciones es una manera, también, de instalar
la clase como espacio de explicitación de algunas certezas
provisorias pero al mismo tiempo científicamente valida-
das. También es un tiempo para colocar en tensión algunas
hipótesis que, provenientes de la investigación, necesitan de
una instancia dialógica y de puesta a prueba en un espacio
público que, a su vez, legitima esa apuesta a explicar aquello
que nos inquieta.
138
esta vivencia particular que hace a nuestras clases, la que
nos impele volver a pensar. Recuperar, valorizar y recrear.
Decisiones que, quienes pensamos la enseñanza como
práctica humana, social, política, desarrollamos cotidiana-
mente pero que hoy, este presente, nos exige reposicionar.
Un recorrido a través del prólogo y de cada capítulo, nos
presenta a cada uno con sus estilos de escritura, sus prio-
ridades, sus decisiones metodológicas, sus experiencias,
intenciones y horizontes. Interpelamos, investigamos y pro-
ponemos clases en las que intentamos enseñar más allá
de lo tradicionalmente esperado, pretendemos promover
otros modos de pensar, otros encuentros con las distintas
disciplinas, otros puntos de vista, unos modos de entender
y recrear el mundo que vivimos.
Los autores
139
Sobre las autoras y los autores
140
Daniel Gastaldello. Doctor en Semiótica (unc). Profesor Adjunto
ordinario de Semiótica General y de Seminarios de Semiótica
específica (fhuc–unl) y de Semiótica General y Semiótica y
Educación (UNLVirtual). Director del Grupo de Investigación en
Semiótica (gis). Director de la Colección Estudios Semióticos
(Ediciones unl). Integrante del Proyecto «Institucionalización
de las humanidades y las ciencias sociales en Argentina» del
International Cooperation in the Social Sciences and Humanities:
Comparative Socio–Historical Perspectives and Future
Possibilities (École des Hautes Études en Sciences Sociales, Paris).
Contacto: dgastaldello@unl.edu.ar
141
Alejandro Trombert. Doctor en Tecnología Química, Especialista
en Docencia Universitaria y Bioquímico, (unl). Diplomado y
Especialista en Bioética por la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales (flacso). En proceso de redacción de su tesis
de Maestría en Bioética, flacso–Sede Académica Argentina.
Profesor Adjunto dedicación exclusiva «A» ordinario, Facultad de
Bioquímica y Ciencias Biológicas, Universidad Nacional del Litoral.
Docente, Investigador Categoría 3 (Programa de Incentivos,
Secretaría de Políticas Universitarias – men – Universidad
Nacional del Litoral). Contacto: atrombert@fbcb.unl.edu.ar
142
Se trata de apuestas sobre la maravillosa, a la vez que
intensa, experiencia de enseñar una disciplina específica
en la universidad pública, en el marco de diferentes trayectos
de formación profesional. Quienes lo escribimos no exponemos
definiciones cerradas sobre la Didáctica, sino que buscamos
compartir preocupaciones didácticas centrales desde la
vitalidad de nuestras experiencias académicas.