Morally Ambiguous
Morally Ambiguous
Morally Ambiguous
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Contenido
¡Importante! _______________________ 3 Capítulo 18 _______________________400
Staff ______________________________ 5 Capítulo 19 _______________________434
Prefacio ___________________________ 6 Capítulo 20 _______________________480
Sinopsis ___________________________ 8 Capítulo 21 _______________________515
Prólogo __________________________ 10 PARTE III _________________________538
Parte I ___________________________ 14 Capítulo 22 _______________________539
Capítulo 1 ________________________ 15 Capítulo 23 _______________________564
Capítulo 2 ________________________ 26 Capítulo 24 _______________________586
Capítulo 3 ________________________ 38 Capítulo 25 _______________________609
Capítulo 4 ________________________ 49 Capítulo 26 _______________________634
Capítulo 5 ________________________ 62 Capítulo 27 _______________________665
CAPÍTULO 6 _______________________ 83 Capítulo 28 _______________________713
Capítulo 7 _______________________ 105 Capítulo 29 _______________________762
Capítulo 8 _______________________ 131 Capítulo 30 _______________________789
Capítulo 9 _______________________ 156 Capítulo 31 _______________________798
Capítulo 10 ______________________ 180 Capítulo 32 _______________________830
Capítulo 11 ______________________ 204 Capítulo 33 _______________________864
Capítulo 12 ______________________ 225 Capítulo 34 _______________________894
Capítulo 13 ______________________ 250 Capítulo 35 _______________________923
Capítulo 14 ______________________ 277 Capítulo 36 _______________________947
Capítulo 15 ______________________ 307 Capítulo 37 _______________________968
Capítulo 16 ______________________ 340 Epílogo __________________________987
Capítulo 17 ______________________ 366 Postfacio________________________1001
Staff
Traducción
Hada Musa
Hada Eolande
Hada Nayade
Hada Gwyn
Hada Fay
Estimado lector,
Morally Ambiguous es el cuarto libro de la serie Morally Questionable, y
NO debe leerse de forma independiente. Tenga en cuenta que los eventos en
Morally Ambiguous se superponen con los eventos en los otros libros y Vlad
es un personaje principal en los libros anteriores.
Esto debería haberse dividido en dos libros, pero sé que todos esperaban
la historia de Vlad, así que quería lanzar todo de una vez.
También me gustaría empezar con una advertencia de que me he tomado
algunas licencias creativas con algunos de los temas científicos que se tratan
en el libro, y si tienes curiosidad por saber más, por favor lee el postfacio,
donde hablo con más detalle de las suposiciones hechas en el libro.
Dicho esto, este es mi libro más oscuro hasta el momento, y le insto a que
considere las advertencias antes de leerlo.
También fue el libro más difícil de escribir, porque cuando uno está
atravesando un período oscuro en su vida, lo último que quiere es escribir
sobre más tragedias.
Pero lo que me hizo seguir adelante fue el hecho de que esta historia, a
diferencia de la vida real, sí tiene un "felices para siempre". A pesar de todo
lo que les sucede a los protagonistas, ellos prevalecen y encuentran la
felicidad.
Espero que disfruten de su historia.
P.D. Tenga en cuenta que Vlad no es muy políticamente correcto. Si te
sientes fácilmente ofendida, este podría no ser el libro para ti.
ADVERTENCIAS: abuso de animales, sangre (gore), juegos con sangre,
canibalismo, no consentimiento, muerte, términos despectivos, abuso infantil
descriptivo, violación descriptiva, drogas, armas, violencia gráfica extrema,
situaciones sexuales gráficas extremas, representaciones extremas de tortura,
grooming, secuestro, juegos con cuchillos, aborto, asesinato, no-con/dubcon,
juegos primarios, autolesiones, abuso de sustancias, suicidio, situaciones
religiosas incómodas.
Sinopsis
Lo llaman el Berserker.
El psicópata sin sentimientos.
El mejor amigo de mi hermano mayor.
Cuando pierde el control, los cuerpos caen.
Y cuando ve sangre, aparece más sangre.
Él estuvo a punto de matarme a mí también.
Pero no lo hizo.
En cambio, me buscó, diciéndome que calmaba a su bestia.
Me hizo sentir que pertenecía a alguien, que era suya.
Miradas furtivas y toques robados, me prometió el mundo.
Hasta que finalmente perdió el control.
Hasta que devastó mi cuerpo y mató mi alma.
¿Y ahora? Me quiere de vuelta.
Lo suficientemente malo como para desatar una carnicería infernal para llegar
a mí.
¿Pero cómo amar a alguien que no puede sentir amor?
—Estás muy guapa, Sisi. —La voz de Lina me hace parpadear dos
veces, e intento prestar atención a lo que dice.
Entrelazando el velo de encaje con una pequeña diadema de
diamantes, lo coloca sobre mi cabello peinado.
—No puedo creer que te vayas a casar. —La miro a través del espejo
mientras se limpia una lágrima de la mejilla—. Eres una novia tan bonita.
La más hermosa. —Se inclina para besar mi frente.
—Yo tampoco —murmuro, forzando una sonrisa.
Todos los que me rodean están muy contentos y, dada mi atroz
mentira, entiendo que se alegren por mí. Así que trato de jugar con la
ilusión que he creado, estirando mis labios en una sonrisa perpetua para
asegurar que no haya dudas sobre mi estado de ánimo.
Al fin y al cabo, soy la novia.
Miro fijamente mi reflejo, incapaz de creer que haya llegado a este
punto. Cómo se ha deteriorado mi vida en el lapso de un mes. Nunca me
había considerado especialmente afortunada, no teniendo en cuenta todo
lo que he pasado. Pero por un momento había pensado que todas las
dificultades darían paso a la felicidad.
Había dejado el convento que era la fuente de todas mis pesadillas, y por
fin había encontrado a alguien que me entendía. Que me veía, con lo bueno y
lo malo. Por fin me había encontrado a mí misma después de vagar sin rumbo
toda mi vida.
Pero no había durado.
¿Y ahora? Una vez más, me espera una vida de fingimiento.
Fingiendo que soy buena.
Fingiendo que estoy enamorada de mi marido.
Fingiendo que no soy... más.
Reconociendo la dirección de mis pensamientos, me sacudo de mis
cavilaciones, volviéndome hacia Lina y sonriéndole ampliamente.
—Va a ser increíble. —La mentira sale a borbotones de mi boca—. Nunca
te he dado las gracias, Lina. —Me dirijo a ella, lo único sincero que estoy
dispuesta a decir hoy—. Por todo lo que has hecho por mí en el Sacre Coeur.
No creo que hubiera estado aquí sin ti. —Le aprieto la mano.
Sus ojos vuelven a lagrimear y no puede evitar moquear, lanzando todo su
cuerpo hacia mí y envolviendo sus brazos en un gran abrazo.
—Oh, Sisi. Sabes lo mucho que te quiero. Siempre serás mi hermana.
Nunca lo olvides —susurra.
—Gracias. Tú y Claudia eran las únicas personas que me mantenían
cuerda allí —admito, devolviéndole el abrazo.
Puede que ella no sepa el alcance de lo que me ocurrió en el Sacre Coeur,
pero ha sido mi única fuente de consuelo durante esos fríos años. Por eso, no
hay palabras que puedan hacer justicia a lo mucho que le agradezco.
—Tú también Sisi. Siempre fuiste la valiente y nos diste un poco de
coraje cada vez. —Sonríe.
Ojalá tuviera ese valor ahora, porque, aunque mis pies me llevan hacia
Raf, mi corazón ya está muerto y enterrado.
Todo el séquito de la boda se dirige a la iglesia, y Marcello y yo somos
los últimos en llegar, preparados para caminar del brazo hacia el altar.
—Estoy orgulloso de ti, Sisi —me dice Marcello, besando mis
mejillas justo antes de hacer nuestra entrada. Es la primera vez que me
toca durante más de un segundo, y me empapo del contacto—. Pero no
olvides que siempre tendrás un hogar con nosotros —continúa y yo
asiento, con lágrimas en los ojos.
Siguiendo la señal, entramos lentamente.
Raf me está esperando en el altar, luciendo apuesto con su esmoquin
negro, su cabello rubio peinado hacia atrás y resaltando sus ojos azules.
Ah, cómo me gustaría haberle amado primero. Me habría ahorrado
un mundo de dolor de corazón.
Pero incluso cuando esos pensamientos se inmiscuyen en mi mente, sé
que son erróneos. Porque, aunque soy consciente de mi propio desamor,
también sé que solo hay un hombre al que podría amar. Un hombre que
parece haber sido hecho solo para mí.
Pero no estaba destinado a ser.
Tal vez éramos las personas adecuadas en el momento equivocado. O
tal vez él era el adecuado para mí, y yo era la equivocada para él.
Mis pies se sienten pesados mientras pongo un pie delante del otro, la
distancia reduciéndose a cada segundo.
Y, de repente, estoy al lado de Raf, el cura comenzando la ceremonia,
y todos pareciendo muy felices mientras nos aclaman desde los
banquillos.
Un pánico sin precedentes se apodera de mí y apenas puedo evitar
temblar.
—¿Quieres…? —Las palabras del sacerdote se desdibujan y en mis
oídos resuena lo que solo puedo describir como un sonido ensordecedor.
Cierro los ojos, parpadeando rápidamente. Pero entonces toda la sala se
oscurece, y el humo se infiltra en la iglesia.
Por alguna razón, no sé si esto es real o si es solo algo que mi mente
enferma está produciendo, rechazando la realidad en la que me encuentro y
creando de alguna manera una nueva.
La gente está gritando, y hay disparos. Los ruidos son cada vez más
fuertes.
Un brazo se cuela alrededor de mi cintura, una mano en mi boca mientras
siento un aliento caliente en mi cuello.
—No te vas a librar de mí, niña del infierno —dice, un sonido peligroso
que hace que mi corazón, ya muerto, llore.
Y entonces el mundo se vuelve negro.
Parte I
EL PASADO
OCHO AÑOS,
1
¡Dios!
Le facilito la decisión al saltar de la cama y avanzar hacia él sin dejar
de mirarle. Envolviendo mis dedos sobre los suyos, saco el arma y la
apunto hacia mi cabeza, la fría culata de la pistola haciendo contacto con
mi carne.
—¡Davai 2! —ladro, con la voz aturdida y desgarrada por la falta de uso.
Mis cejas se juntan con consternación mientras le insto a que lo haga. Que me
mate.
—Ubei menya 3—vuelvo a pronunciar, y sus ojos se abren de par en
par en señal de asombro antes de que su mano apriete el mango, apartando
el arma de mí.
—Límpiate —murmura antes de salir de la habitación.
Respirando profundamente, me permito sentirme decepcionado por un
momento antes de volver al cadáver del doctor.
Puede que padre no lo sepa, pero acaba de dejarme un regalo. Y
pienso aprovecharlo al máximo.
Horas más tarde, los guardias de padre aparecen y me encuentran con
los codos metidos en la cavidad torácica del doctor mientras reorganizo
sus órganos.
—No podemos dejar que se quede aquí, Dima —le susurra mi madre a
mi padre, creyendo que no los oigo. Giro la cabeza hacia un lado, con la
mirada fija en el pájaro que salta alrededor del alféizar de la ventana.
2
¡Vamos!
3
Mátame
Sé que no me quieren en la casa, y todos han dejado claro que no desean
compartir un espacio conmigo. No es que los culpe, ya que he notado el
miedo en sus ojos cuando me miran. Todos temen que vaya a estallar de
alguna manera, pero ni siquiera ese miedo es suficiente para que me maten.
Después de todo, soy un niño, e incluso los asesinos experimentados
no ven con buenos ojos matar a los jóvenes. Si supieran lo que hay en mi
mente... seguramente no dudarían.
—¿Eres mi hermano? —Miro a los ojos curiosos de una niña. Su cabello
está dividido en el centro, con dos cintas rosas que mantienen los mechones
unidos. Me recuerda extrañamente a algo.
—Oye. —Me toca el costado, frunciendo el ceño cuando no respondo—.
Eres mi hermano. Sé que lo eres —dice con más confianza, cruzando las
manos sobre su pecho.
Me encojo de hombros y vuelvo a mirar al pájaro. Información extraña
empieza a inundar mi cerebro. Me parece haber leído en alguna parte que los
pájaros tienen huesos huecos, sus estructuras diferentes para permitir el vuelo.
Me pregunto cómo serían por dentro...
Mi mano sale disparada, mis dedos envuelven el delgado cuerpo del
pájaro. Soy lo suficientemente rápido como para que no tenga tiempo de
desplegar sus alas.
Lo traigo hacia mí y estudio la forma en que se cierran sus ojos, la
membrana que sirve de tapa incitando mi interés. Afilado... Necesito algo
afilado.
Estoy a punto de coger un cuchillo cuando la mano de la niña cubre la
mía. Parece aterrorizada mientras mira entre el pájaro y yo.
—Qué... no… —balbucea, con el labio inferior temblando.
Inclino la cabeza para mirarla, con los ojos ligeramente entrecerrados.
Intenta apartar mis dedos del pájaro, pero sus esfuerzos son inútiles.
Cuando por fin se da cuenta de que no va a poder hacerlo, se le acumulan las
lágrimas en las esquinas de los ojos.
Me quedo quieto, la visión es impactante y extraña. Despierta algo
incómodo en mi pecho. Por primera vez, al sopesar las opciones, me
inclino por hacer que deje de llorar, aunque eso signifique dejar de
satisfacer mi curiosidad.
—¡Katya! —exclama mi madre indignada, apartándola de mí. Mis
ojos siguen el rastro de sus lágrimas, ya embelesados por ellas. Mis dedos
se sueltan involuntariamente hasta que el pájaro sale volando, ileso.
—No vuelvas a hacer esto, ¿me oyes? Nunca te acerques a tu hermano
sola. Es peligroso.
Mi madre sigue regañando a Katya, diciéndole lo horrible que soy,
pero al mirarla a los ojos, veo algún tipo de comprensión.
Mis padres deciden colocarme en el ático, lo más lejos posible de sus
otros hijos. Es curioso, porque por mucho que mi pasado antes de hace un
par de meses sea un vacío, no creo que nunca me haya sentido
especialmente cerca de mi familia, ni siquiera antes.
Solo ha habido una persona que ha estado a mi lado en las buenas y en
las malas: mi gemela, Vanya. Y es la única que no teme relacionarse
conmigo, incluso arriesgándose a la ira de nuestros padres si se enteran.
Para todos los demás, solo soy un mal necesario...
Lo que no parecen entender es que mi comportamiento no es
intencional. No me propongo hacer daño. Simplemente... sucede.
Como una niebla cubriendo mi mente, me olvido de mi entorno y me
concentro en un solo objeto: mi presa. Me concentro en mi objetivo y todo
lo demás desaparece. De repente, todo se reduce a las preguntas sin
respuesta. ¿Cuántos bombeos de sangre le quedan al corazón después de
la muerte? ¿Cómo se ven los órganos desde el interior del cuerpo? Tantas
preguntas, y tantas situaciones que explorar.
—Así, corta también el estómago —aconseja Vanya y yo hago caso,
cogiendo la cuchilla y haciendo un corte recto desde el esternón hasta el
pubis. La grasa que hay bajo la piel me dificulta llegar al interior, pero
mientras Vanya me insta a seguir adelante, solo puedo profundizar el filo del
cuchillo, un sonido agudo indicándome que he dado con el hueso: las
costillas.
Uno de los hombres de mi padre había venido a traerme comida. Pero
justo en ese momento, Vanya había tenido una idea diferente. Aunque no
siempre la complazco, esta vez me hizo un mohín y no pude encontrar en mí
la forma de decirle que no.
—¿Por qué no preguntaste cuando maté al primer hombre? —murmuro en
voz baja. Ya había matado accidentalmente a un hombre por la mañana.
Habría sido bastante fácil realizar un experimento entonces. Pero cuando a
Vanya se le mete algo en la cabeza, es difícil disuadirla.
—No era interesante. —Se encoge de hombros y me rodea para sentarse
en una silla. Mira con curiosidad el cuerpo, sus ojos negros centrados en la
sangre que se acumula en el suelo.
Es una condición que ambos compartimos... esta sed de sangre.
Me pongo manos a la obra, abriendo el pecho, los colgajos de carne
doblados a ambos lados del cuerpo.
—¿Y ahora qué? —Levanto la vista brevemente y Vanya frunce los
labios, mirando la cavidad abierta con interés.
—El estómago. Veamos qué ha comido. —Se levanta de un salto, y sus
pies chocan con el suelo de madera y hacen un sonido áspero. Sus labios se
estiran en una amplia sonrisa, indicando que la emoción la está afectando.
Sacudo la cabeza lentamente, pero una sonrisa se dibuja en mis
propios labios.
Tiro del estómago, cortando el tejido conectivo hasta que puedo retirarlo.
Colocándolo en el suelo, cojo el cuchillo y hago unas cuantas incisiones,
la bolsa cediendo inmediatamente ante el filo de la hoja, y el contenido se
derrama.
Líquido digestivo y trozos de comida sin digerir inundan el suelo. Me
muevo ligeramente hacia la derecha para evitar que me manchen los
zapatos. Vanya también frunce la nariz cuando llega el olor, pero, aun así,
sus ojos están pegados a los trozos de comida apenas reconocibles.
—Quien acierte más, gana. —Se agacha a mi lado para mover los
trozos, tratando de distinguir lo que son.
—Claro. —Estoy de acuerdo, aunque ambos sabemos que ella ganará.
¿Cuándo no la he dejado ganar?
Pasamos la siguiente hora debatiendo qué podría ser cada miga,
siendo una partícula verde especialmente esquiva.
—Brócoli. —Se inclina hacia atrás, segura de su respuesta.
Sacudo la cabeza, pero no digo lo que estoy pensando: broccolini. En
su lugar, uso el cuchillo para mover un trozo del tallo hacia ella, sabiendo
que sumará dos y dos.
Sus ojos se abren de par en par y me sonríe.
—¡Broccolini! Yo gano. —Se levanta saltando por la habitación y
regodeándose de su pequeña victoria.
Mis ojos vuelven a mirar el desorden que hay a mi lado y suelto los
utensilios. Con las manos desnudas, tomo el corazón y lo arranco del
pecho. Mis pulgares están en posición y empiezo a bombear, con la
curiosidad de saber cuánta sangre queda dentro y cómo reaccionará a una
fuerza exterior.
La sangre sale a borbotones, un sonido chirriante que impregna el aire.
Vanya y yo nos quedamos mirando el pobre y maltratado corazón por un
momento, antes de que ambos empecemos a reírnos.
—Ha sonado como un pedo. —Vanya se agacha en el suelo, sujetándose
el vientre con una mano y limpiándose las lágrimas de los ojos con la otra.
No puedo evitar unirme a ella.
Sin embargo, nuestra alegría se interrumpe al oír el crujido del suelo.
—¡Viene alguien! —Vanya se recompone inmediatamente y se levanta
para buscar un escondite.
Me echa una mirada y se lleva el dedo a los labios para decirme que
mantenga la boca cerrada.
Nadie puede saber que ha estado conmigo, y mucho menos nuestros
padres.
Mirando el gran armario, abre la puerta y se escabulle dentro, dejándome
en medio de un lío sangriento.
Cuando mi padre abre la puerta, su expresión ya es de resignación al ver
el desastre.
No pierde tiempo en agarrarme por el cogote y arrastrarme fuera. No
reacciono, ni siquiera cuando sus dedos se clavan dolorosamente en mi piel.
Llegamos al sótano y mi padre me tira al suelo delante de él.
—Si eres un puto psicópata, será mejor que le des un buen uso a esos
impulsos tuyos. —Señala con la cabeza al hombre atado a una silla. Su cara
ya está reventada, la hinchazón púrpura quitándole cualquier apariencia de
humanidad.
—Veamos lo que tienes. —Mi padre cruza las manos sobre el pecho, da
un paso atrás y me mira expectante.
Mirando a mi alrededor, observo una variedad de herramientas en un
lado, así que me tomo mi tiempo para elegir una que se adapte a mis
necesidades.
No sé lo que padre espera ver, pero no voy a desperdiciar esta oportunidad
tratando de complacerlo. No cuando mi mente ya está concentrada en mi
próximo experimento.
Unos pocos pasos y estoy frente al prisionero, con un par de pinzas en
la mano. Me apresuro a abrirle la mandíbula y a sacarle la lengua, las
tenazas se acomodan bien contra el trozo de músculo. El hombre apenas
tiene tiempo de reaccionar antes de que tire con fuerza. Puede que mi
fuerza no sea la de un adulto, pero una buena medida de ángulos y la
lengua cede.
El hombre se retuerce de dolor mientras aprieto los dedos en el mango
de las pinzas y doy un último tirón, la lengua escapándose de la cavidad.
Largo y con estrías de color rosa y rojo, el músculo no parece tan
interesante como había pensado al principio.
Con una maldición en voz baja, lo arrojo al suelo, acercándome de
nuevo al prisionero y forzando su boca a abrirse, curioso por el daño.
Está sangrando, la sangre se acumula en su garganta mientras hace lo
posible por no ahogarse con ella.
Como el camino está despejado, de repente siento curiosidad por el
interior de su garganta. Agarrando un poco de metal, le abro la mandíbula
para que sus dientes no me aprieten la piel. Luego, doblando mi mano
agradablemente alrededor de una pequeña hoja, introduzco mi brazo en su
boca, palpando el cálido canal, antes de bajar por su garganta. Mi brazo es
lo suficientemente pequeño como para que quepa en su esófago.
Su boca casi toca mi hombro y doy un último empujón antes de sentir
el borde del estómago. Soltando la hoja de mi mano, la maniobro y
penetro en la pared desde el interior, empujando hasta que la punta del
cuchillo alcanza la superficie.
El hombre ni siquiera puede gritar de dolor, debe ser un gran dolor
porque empiezo a levantar el cuchillo y continuo cortando a través de su
tejido.
Para cuando mi brazo está fuera de su cuerpo, está muerto, con el torso
convertido en un amasijo sangriento de cortes desordenados.
¡Maldita sea!
No es bonito. Quizá la próxima vez lo haga mejor. Estudio
cuidadosamente mis errores, olvidando ya la presencia de mi padre.
Me sobresalta una palmada en la espalda, el cuerpo de mi padre junto al
mío mientras mira fijamente mi trabajo.
—Que me aspen… —susurra, casi asombrado.
Parece que puedo ser útil después de todo.
Capítulo 2
Assisi
EL PASADO
OCHO AÑOS
EL PASADO.
DOCE AÑOS.
—No te preocupes por mí, Lina. —Le sonrío, dejando la ropa limpia
sobre la cama—. Tómate tu tiempo. Sé que ahora es difícil para ti.
—Sisi… —Sacude la cabeza, y puedo ver la decepción en su rostro. No
tengo intención de disgustarla aún más, así que me limito a darle unas ligeras
palmaditas en la mano—. Por favor, no te preocupes por mí. Tengo mis
amigos, ¿recuerdas? —Sigo sonriendo, aunque la mentira me arde en los
labios.
Ella asiente lentamente, con rastros de incertidumbre aún en sus rasgos.
—Lo siento —dice, justo antes de que abandone la habitación.
No creo que pueda quedarme allí sentada más tiempo, sabiendo que
podría romper a llorar en cualquier momento. Lina ha sido mi salvación en
este lugar olvidado de la mano de Dios, pero ni siquiera ella sabe lo que
ocurre cuando salgo de nuestra habitación. Y no quiero que lo sepa.
Tuve la suerte de que Lina le suplicara a la Madre Superiora que nos
permitiera alojarnos juntas. Pero criar a una bebé no ha sido fácil para ella,
por mucho que intente negarlo.
Claudia había sido una inclusión bienvenida a nuestra pequeña
unidad, pero también había significado que la atención de Lina se había
centrado por completo en su pequeña. En cierto modo, es más fácil para
mí evitar las preguntas en sus ojos cuando ve los moratones en mis brazos
y rodillas, o las cicatrices que han estropeado permanentemente mi piel.
Y, además, yo también había desarrollado un afecto por la niña, y
nunca intentaría quitarle el amor de su madre.
A pesar de lo desesperada que pueda estar por ello.
Especialmente ahora que Claudia ha estado enferma durante unos
días. He tratado de alejarme y darle a Lina un poco de espacio. Aunque
me rompe el corazón que esté sola de nuevo en este día.
Dirigiéndome a la parte trasera de la iglesia, me dirijo al único lugar
en el que sé que no me molestarán: el viejo cementerio.
Es una pequeña zona delimitada por una vieja y crujiente valla. Hay
unos cuantos mausoleos que albergan a algunas de las figuras más
eminentes del Sacre Coeur, aunque, por lo que sé, hace mucho tiempo que
no se entierra a nadie en este cementerio.
Me dirijo al mausoleo de mármol blanco situado en la parte trasera.
Usando unos trozos de alambre, abro la puerta y me cuelo dentro.
El año pasado, había encontrado este lugar por casualidad. Cressida y
sus acólitos me habían perseguido por todo el convento y pensé que tal
vez no se atreverían a entrar en el cementerio.
Pero lo hicieron, así que improvisé algo sobre la marcha,
consiguiendo abrir la puerta del mausoleo y colándome dentro.
Desde entonces, se ha convertido en mi refugio.
En el interior, un ataúd alto reside en el centro, con algunos objetos a
los lados. El resto de la habitación está desnuda, y es lo suficientemente
espaciosa como para que yo me quede por ahí. Incluso he echado alguna
siesta de vez en cuando, pero durante el invierno es más difícil dormir, ya que
el suelo se enfría mucho.
Me siento, apoyando la espalda en el féretro, y respiro hondo, deseando
no llorar. Hoy no.
Parpadeando dos veces, miro a mi alrededor y veo algunas velas usadas,
pero sin terminar.
Tal vez...
La idea me impulsa a actuar y reúno algunas de las velas, buscando algo
para encenderlas.
Justo cuando estoy a punto de rendirme, veo una pequeña caja de cerillas
junto al ataúd. Tomándola en la mano, la abro rápidamente para ver que
quedan un par de cerillas.
Sí.
Me apresuro a colocar las velas delante de mí, acercando las rodillas al
pecho y observando el baile de las llamas.
—Feliz cumpleaños para mí —susurro, con los ojos cada vez más
húmedos.
Con el borde de la manga, me limpio las lágrimas, diciéndome que no
vale la pena.
Pasa todos los años. ¿Por qué esta vez tiene que ser más dolorosa que las
demás?
Todas las demás chicas tienen algún tipo de celebración de cumpleaños.
Todas menos yo.
Como las monjas dicen que soy hija del diablo, creen que el día de mi
nacimiento no fue un acontecimiento alegre, sino maldito. ¿Por qué iban a
celebrar un día maldito?
Así que he tenido que ver desde los banquillos, año tras año, cómo
todo el mundo tiene su pequeño día cuando es la persona más importante.
Y a mí me olvidan.
—¿Por qué sigue doliendo? —me pregunto, incapaz de responder a la
pregunta.
Tal vez sea porque finalmente encontré algún tipo de aceptación con
Lina y Claudia. O porque, de vez en cuando, mi hermano, Valentino, se
acuerda de visitarme. Incluso había visto a mi otro hermano, Marcello,
una vez, hace años. Había sido amable pero distante.
Como todos los demás.
Mirando fijamente a la luz de las velas, me armo de valor para pedir
un deseo.
Deseo que alguien me quiera por encima de todo.
Decido ser egoísta y pedir todo lo que quiero, sabiendo que es poco
probable que lo consiga.
Quiero ser el todo de alguien... La razón de ser de alguien.
Cerrando los ojos e imaginando el calor de ese amor -mi alma
asfixiada por el exceso de amor- soplo en las velas.
Quizá esta vez funcione.
Suspiro profundamente, sabiendo en el fondo que todo es en vano. Me
pregunto cuánto tiempo tardará en morir mi esperanza. Me quedan largos
años por delante en este horrible lugar. Los suficientes como para que la
última gota de esperanza de mi espíritu se agote.
Me gustaría poder entender al menos por qué. ¿Por qué me ha
abandonado mi familia? ¿También piensan que traigo mala suerte? ¿Que
soy despreciable?
Deben hacerlo.
Apoyando la cabeza sobre las rodillas, me ciño los brazos alrededor del
cuerpo, acurrucándome en un pequeño ovillo para conservar el calor.
Se hace tarde y las noches son frías, sobre todo teniendo en cuenta que el
edificio es de mármol.
Me demoro un poco más y decido volver.
Abro la puerta del mausoleo con un chirrido y me encuentro cara a cara
con mi pesadilla: Cressida.
—Te dije que estaba aquí —dice una de las otras chicas, con expresión de
suficiencia.
Cressida me observa con malicia en su mirada, e instintivamente doy un
paso atrás.
—Pensó que podía huir de nosotras —dice con sorna, mirándome de
arriba abajo. Probablemente esté buscando los moratones de la última vez.
Sacudo la cabeza y trato de poner toda la distancia posible entre nosotras.
Camino hacia atrás hasta chocar con el frío metal del ataúd, mis manos
aferrándose a él para apoyarse.
—Por favor. Deja que me vaya. Es casi la hora del toque de queda —
añado en voz baja, esperando que la amenaza del castigo de la Madre
Superiora por incumplir el toque de queda les disuada.
—Assisi, Assisi, ¿cuándo vas a aprender? —Se acerca a mí, su mano va a
mi barbilla para inclinar mi cabeza hacia arriba, llevando mis ojos a los
suyos—. Aquí no le importas a nadie. La Madre Superiora probablemente me
daría un premio por mostrarte tu lugar. Después de todo, la basura solo
pertenece a un lugar… —Me sonríe, su boca se cierne sobre mi oreja—. En la
basura.
Me empuja ligeramente el hombro, pero ya no tengo ningún sitio al que ir,
así que intento esquivarla.
—¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho? —Me tiembla el labio
inferior al imaginar todas las cosas que podrían hacerme, anticipando ya el
dolor y la humillación.
—¿Por qué? —Se ríe y me da una bofetada en la cara. Giro
rápidamente la cabeza para evitarlo, pero la punta de sus dedos sigue
haciendo contacto con mi mejilla derecha. La otra palma de la mano le
sigue de cerca, golpeando mi mejilla izquierda con fuerza.
Hago una mueca de dolor y agacho la cabeza, esperando que mi
sumisión haga que se apiade de mí.
—Porque puedo. Eres tan patética que es muy divertido ver el miedo
en tus ojos. —Y para que quede claro, sigue abofeteándome.
Levanto los brazos, intentando desviar algunos de los golpes, pero
siguen rozando mi piel, dejando una sensación de escozor.
—¡Déjame en paz! —grito, sin poder soportarlo más—. Solo...
déjame en paz. —Me trago un sollozo, todo converge a un nivel
insoportable.
—Chicas, vengan a ver. Assisi ha respondido de vuelta.
Las otras chicas empiezan a reírse, acercándose y formando un círculo
a mi alrededor.
—¿Quieres que te deje en paz, Sisi? —pregunta, burlándose del apodo
que me había puesto Lina.
—Déjame en paz —repito, aunque la confianza de antes casi ha
desaparecido. Con cinco chicas rodeándome, ¿qué puedo hacer?
—¿Qué dicen? ¿la dejamos sola? —pregunta Cressida y las demás se
ríen.
—Deberíamos. De todos modos, ya casi es el toque de queda —
responde otra, y las demás parecen estar de acuerdo.
Apretando los ojos, el alivio empieza a llenarme cuando me doy cuenta de
que no tienen tiempo para hacerme más cosas.
—Tienes razón —dice Cressida antes de empujarme repentinamente
al suelo.
Al caer, intento zafarme de ellas, pero un movimiento de mano de
Cressida y el resto de las chicas están sobre mí, sujetándome.
—No podemos saltarnos el toque de queda. Pero Sisi sí. —Sonríe
insidiosamente, indicando a su amiga que la ayude.
Veo con horror cómo desenganchan el candado del ataúd, ambas empujan
la parte superior hasta que cede, formándose una abertura en la boca del
ataúd.
Aterrada, solo puedo sacudir la cabeza mientras intento liberar mis brazos
y piernas de su agarre.
No... ¡no!
Cuando la parte superior está a medio camino, Cressida frunce el ceño en
señal de disgusto.
—¡Puaj! ese olor… —Su cara entonces se transforma lentamente en
satisfacción—. Perfecto para Assisi.
Las chicas empiezan a moverme de un lado a otro, y aunque intento
patearlas, nada funciona.
Pronto me tiran en el ataúd, mi espalda cayendo sobre algo duro, y el
sonido de los huesos crujiendo resuena en el pequeño espacio.
Tiemblo de pies a cabeza, pero no me atrevo a moverme por miedo a lo
que pueda ver.
—Dulces sueños, querida Sisi. —Cressida me mira con suficiencia.
Al igual que se había quitado, la tapa se cierra lentamente y el mundo
entero se empapa de oscuridad.
Me mantengo quieta, esperando a que se vayan. Después intentaré
salir.
Pero justo cuando ese pensamiento se cruza en mi mente, oigo el
traqueteo del pestillo. Mis ojos se abren de par en par con incredulidad.
—No es real. No es real —susurro para mis adentros. Pero cuando me
muevo solo un centímetro hacia la derecha y me choco con un objeto
duro, de repente es muy real.
—Cálmate. Necesito calmarme —digo en voz alta, esperando que el
ruido me ayude a concentrarme en algo que no sea el miedo.
Inhalo y exhalo mientras dejo que mi mano recorra el lugar. Apenas
he visto lo que había dentro cuando me han metido dentro, y quizá sea
mejor así.
El olor es como lo había descrito Cressida... putrefacto. Es viejo y
mohoso, y hay algo que me hace contener la respiración con asco.
Me muevo y siento algún tipo de material, así como lo que imagino
que es hueso.
¡Hueso humano!
De todas las cosas que me han hecho a lo largo de los años, esta tiene
que ser la más extrema.
El pánico se apodera de mí cuando empiezo a imaginarme encerrada
para siempre en este ataúd.
¿Y si llevan su broma al extremo? ¿Y si piensan que nadie me va a
echar de menos y se olvidan de mí aquí?
No sería la primera vez que alguien desaparece del Sacre Coeur y
nadie se inmuta. Estaba Delilah, que solo había estado aquí un año, y
también estaban las gemelas, Kat y Kris, que habían desaparecido al
mismo tiempo. Y nadie había vuelto a hablar de ellas. Era como si nunca
hubieran existido en primer lugar.
Y pronto seré yo también.
Cuanto más pienso en mi sombrío futuro, más me doy cuenta de que
no estoy preparada para morir. Ni ahora ni pronto.
Ni siquiera he vivido.
Cierro las manos en puños y las aprieto contra la parte superior del ataúd,
dando puñetazos, arañando, golpeando... todo con la esperanza de que el
pesado objeto ceda.
Pero no lo hace.
Le doy patadas con los pies, usando toda la fuerza que puedo reunir.
Nada.
De alguna manera, la idea de que voy a morir aquí, y en mi cumpleaños,
sin embargo, me hace querer luchar.
Puede que no tenga nada por lo que luchar, pero al menos me tengo a mí
misma. Y puede que nadie más me quiera, pero yo sí.
Y quiero vivir.
Quiero seguir adelante, porque quizás, algún día, mi deseo se haga
realidad.
Sabiendo que no puedo rendirme, continúo dando patadas en la cima hasta
que el agotamiento me reclama y me dejo caer hacia atrás, con mis
extremidades sin fuerzas, pero mi determinación sigue siendo de acero.
Porque puedo hacerlo.
Lleva años atormentándome porque puede. Y tenía razón en eso.
Porque la dejé.
Ahora, mientras me siento en la oscuridad de este espacio cerrado,
algo de claridad se abre paso en mi mente. Más allá del miedo, más allá
del pánico a no volver a ver la luz del sol y a morir junto a una pila de
huesos viejos, hay una comprensión repentina.
Dejé que me pisoteara.
Una y otra vez me insultó, golpeó y castigó. Solo porque podía
hacerlo.
¿Y yo? A pesar de mi declaración de inocencia, fui una participante
voluntaria. Porque había permitido que todo sucediera.
Había dejado que me maldijeran, que me golpearan hasta que mi piel
se llenara de cicatrices y que me atormentaran hasta que las pesadillas no
me dejaran dormir.
¿Cómo no me di cuenta antes?
Había estado tan ocupada compadeciéndome de mí misma y llorando
por mi desdichado estado que no me había parado ni un minuto a
preguntarme por qué dejé que sucediera.
No creías que te merecieras más.
Eso es probablemente lo máximo que estoy dispuesta a admitirme a
mí misma, la verdad que me abre en carne viva por dentro y me hace
mirar mi propio reflejo.
Había estado tan enfrascada en intentar ser buena, en intentar pasar
desapercibida complaciendo a todo el mundo, que ni una sola vez me
había defendido.
Y por primera vez, juro que, si salgo viva, voy a cambiar.
Tal vez no pueda controlar el comportamiento de los demás, pero
puedo asegurarme de que nunca más me vean débil.
¿Por qué ser buena cuando la gente es mala?
Por qué, exactamente.
Toda mi vida he tratado de mostrar a la gente que soy más que la
marca en mi cara. Que en realidad no estoy maldita. Pero nadie ha intentado
ver más allá de mis imperfecciones físicas.
Desde el principio me habían tachado de hija del diablo, así que había
hecho todo lo posible por demostrar a todo el mundo que era buena.
¿Y para qué?
Las horas pasan, y el ataúd se enfría cada vez más. Intento ignorar la idea
de que estoy acostada encima de los viejos huesos de alguien, o el simple
hecho de que estoy compartiendo un lugar diminuto con una persona muerta.
Me concentro en una cosa: mi creciente determinación.
He terminado de ser el saco de boxeo de todo el mundo, al igual que he
terminado de ser indeseada.
Si no me quieren, que así sea. Yo tampoco los quiero.
Abandóname una vez, y que caiga la vergüenza sobre ti. Abandóname dos
veces... y que la vergüenza caiga sobre mí.
Pero la próxima vez, no habrá un dos veces.
Si es que hay una próxima vez.
EL PASADO.
QUINCE AÑOS.
EL PASADO.
QUINCE AÑOS.
Salgo a trompicones del aula, con las palmas de las manos sangrando por
la lección de la profesora. Había hecho mi tarea y había plasmado en el papel
todos mis sinceros pensamientos, evitando la interpretación estándar en
favor de la mía propia.
Gran error.
La hermana Matilde, mi profesora, se había escandalizado al leer mi
redacción y me había pedido que me sentara delante de toda la clase
mientras me daba otra lección. Había cogido un palo de madera y me
había golpeado con él las palmas de las manos abiertas hasta que la piel se
rompió y la sangre casi llegó a la superficie.
Lo había soportado todo sin mostrar ninguna debilidad. Me di cuenta,
al igual que Cressida y su pandilla, de que la hermana Matilde estaba
esperando que fluyeran mis lágrimas, que mis rodillas se doblaran cuando
me arrodillara para pedir perdón.
No le di nada de eso.
Me había quedado quieta, soportando estoicamente el dolor y las
burlas que me lanzaban mis compañeros. Había aguantado todo el dolor
sin hacer ruido, esperando a que la hermana Matilde se cansara de
pegarme.
Respirando profundamente, me concentro en no ceder al dolor. No es
que sea la primera vez que ocurre esto. Pero desde luego es la única vez
que la hermana Matilde no se había guardado nada.
Camino lentamente hacia mi habitación cuando veo a Claudia. Con la
cabeza gacha y los hombros caídos, sigue a un grupo de chicas de su edad
hacia el fondo del claustro.
Confundida, ya que nunca he oído a Claudia mencionar a ninguna
amiga del colegio, la sigo de cerca.
La zona abierta me permite ver exactamente lo que está ocurriendo, y
jadeo cuando Claudia es empujada al suelo.
Las chicas, formando un círculo a su alrededor, empiezan a burlarse de
ella y a llamarla con todo tipo de nombres desagradables. La situación me
resulta demasiado familiar cuando veo a Claudia soportarlo todo. Con la
cabeza agachada, ni siquiera intenta defenderse cuando una chica intenta
golpearla.
Salgo de mi escondite, corriendo hacia ella y tratando de disolver esta
horrible turba.
Señor, uno pensaría que en un lugar de Dios la gente sería más... piadosa.
Pero no. El hecho de que se les haya enseñado desde jóvenes que ser bueno
significa estar por encima de todos los demás hace que estas chicas piensen
que porque Claudia ha nacido fuera del matrimonio merece su desprecio.
—¡Basta! —grito, abriéndome paso dentro de su círculo y tomando a
Claudia en mis brazos—. ¿Qué creen que están haciendo? —pregunto,
sacudiendo la cabeza en señal de reproche.
Algunas chicas tienen la decencia de parecer avergonzadas por haber sido
atrapadas, pero una en particular, la líder supongo, todavía tiene una mirada
de arrogancia en su rostro.
—¿Estás bien? —le pregunto rápidamente a Claudia y ella asiente, con los
ojos llenos de lágrimas no derramadas.
—No pueden ir por ahí maltratando a la gente —me dirijo a las demás,
cuyas miradas se centran ahora en el suelo—. ¿Cómo se sentirían si alguien
les hiciera esto también? —pregunto, pero nadie responde.
Sacudiendo la cabeza con disgusto, tiro de Claudia para que se ponga en
pie, acercándola a mi lado.
—Váyanse ahora antes de que les dé a probar su propia medicina —digo
con mi voz más adulta y veo cómo las chicas se alejan corriendo. Su líder es
la única que se queda atrás, pero incluso ella se va cuando ve que ha perdido
su apoyo.
—¿Estás herida? —le pregunto a Claudia, preocupada por si se ha
hecho nuevos moratones. Ella niega con la cabeza, pero no me convence.
Empiezo a acariciarla cuando oigo otra voz familiar.
—Mira a quién le han crecido las agallas —se ríe Cressida desde
atrás. Me giro bruscamente para verla a ella y a su grupo, con las manos
en la cadera, y con una mirada de suficiencia mientras se burlan de
nosotras.
Instintivamente, arrastro a Claudia detrás de mí, adoptando una
postura defensiva.
—Vete, Cressida —digo, con una voz llena de confianza. No voy a
echarme atrás, no cuando Claudia también está conmigo.
—Vete, Cressida —imita mi voz, poniendo una cara fea, y las demás
empiezan a reírse—. Míralas a los dos, rechazadas. El engendro del diablo
y tú… —Estira el cuello para ver mejor a Claudia—, con la puta de tu
madre. ¿No les da vergüenza ni siquiera mostrar sus caras por aquí?
—Qué original —contraataco—, solo dices las mismas cosas
recicladas de siempre.
Aprieto la mano de Claudia y me alejo lentamente, no quiero un
enfrentamiento directo que pueda resultar en que ella salga perjudicada.
La comisura de la boca de Cressida se inclina hacia arriba en una
media sonrisa viciosa mientras se adelanta lentamente a nosotras.
Es una de las chicas más grandes de nuestro grupo de edad, y sé que
no tengo ninguna posibilidad, especialmente si Claudia puede estar en
peligro.
—Vete a casa —le susurro a Claudia, y sus grandes ojos se vuelven
hacia mí en forma de pregunta.
—Vete, yo me encargo de esto.
Parece reacia, pero cuando la insto con la mirada parece comprender la
gravedad de la situación y sale de repente del claustro en dirección al
dormitorio.
Cuando se pierde de vista, suelto un suspiro de alivio y me vuelvo a
enfrentar a mi peor enemigo. Y esta vez, no me echo atrás.
—¿Crees que no podemos atrapar a esa mocosa también? La banda de
Annie se asegurará de que reciba su merecido —dice con suficiencia.
—Deja a Claudia fuera de esto. Tu problema es conmigo —respondo,
encontrando su mirada.
Nunca pensé que mis problemas influyeran también en el trato a Claudia...
Y ahora que me enfrento a esa posibilidad, no creo que pueda dejarlo pasar.
La gente puede odiarme y tratar de derribarme todo lo que quiera. Pero no
pueden ir por mi familia.
Una sonrisa se dibuja de repente en mi cara y avanzo unos pasos hasta
estar a su lado.
—No quiero —responde, con la mano ya levantada y preparada para
atacar. Esta vez, sin embargo, estoy preparada para ello, y la atrapo en el aire,
con mis dedos apretando su muñeca en un doloroso agarre.
Una pequeña mueca de dolor cruza su rostro y se apresura a utilizar su
otra mano. No le doy ninguna oportunidad y subo la rodilla para golpearla en
el estómago.
Una súbita toma de aire y ella jadea, doblándose hacia delante por el
dolor. No me detengo y le llevo la mano a la cara, aplicando toda mi fuerza en
una bofetada que la hace retroceder. Sus amigas están al margen, observando
con los ojos muy abiertos cómo Cressida cae al suelo. Les dirijo una rápida
mirada y sacuden la cabeza, sin querer involucrarse.
—Incluso tus amigas te abandonan cuando estás más débil —le digo,
observando su lamentable forma—. Esta es la diferencia entre nosotras,
Cressida. Tú tienes amigos cuando tienes el poder de aterrorizarlos, pero
mira cómo reaccionan cuando estás mal —le sonrío. Sus ojos siguen
llenos de malicia mientras intenta recomponerse.
—Puede que todos me odien, pero al menos tengo a mi familia —
enuncio cada palabra, sabiendo que la mayoría de las chicas de alrededor
son huérfanas, y una familia es lo que más ansían—. Cuando todos se van,
¿a quién tienes?
Acerco mi pie como si estuviera a punto de golpearla solo para ver
que se enrosca, doblando su cuerpo en un movimiento tan patético que no
me atrevo a rebajarme a su nivel.
Dando un paso atrás, le sacudo la cabeza antes de irme.
Cuando llego a la residencia, Claudia me espera fuera, con los ojos
rojos de tanto llorar.
—Tía Sisi —grita, lanzándose sobre mí y dejando correr sus lágrimas.
—Shh, está bien. No ha pasado nada —le acaricio el cabello,
abrazándola.
—Pero ellas... ellas —dice con hipo, sus palabras tragadas por la
intensidad de sus sollozos.
La tomo por los hombros y me pongo a su altura.
—Claudia, lo que ha pasado hoy no está bien —empiezo—, nunca
debes sufrir sola. Si te hacen daño, díselo a alguien.
—No puedo... mamá ya tiene bastante con lo suyo —gimotea, y
siento que mis propios ojos se empañan. Catalina siempre ha tratado de
cuidar de nosotras, a veces incluso sin tener en cuenta su propia salud.
Además, para conseguir algunas cosas extra para Claudia, a veces se
encarga del doble de tareas.
—Entonces dime —le digo—, siempre estaré ahí para ayudarte, ¿ok? No
te lo guardes. Esta gente —sacudo la cabeza, mis propias emociones
afloran—, cree que somos menos por nuestras circunstancias. Pero no lo
somos. No lo eres, ¿me oyes?
Ni siquiera sé cómo expresar todo lo que he guardado dentro de mí
durante tanto tiempo. ¿Cómo puedo aconsejar a otra persona sobre esto
cuando apenas sobrevivo yo misma?
—Sí, tía Sisi —Claudia susurra, y yo uso las yemas de mis pulgares para
limpiar las lágrimas de su cara.
—No dejes que otros te digan lo que vales. Tú eres la única que puede
determinarlo. Por muy cruel que sea la gente —añado, tanto para ella como
para mí—, solo pueden hacerte daño si tú se lo permites.
Ella asiente con sus pequeñas manos cerradas en puños. Asiente con la
cabeza antes de acercarse y abrazarme.
—Gracias —dice contra mi pecho—. Gracias.
Nos abrazamos durante un rato y volvemos a entrar cuando las lágrimas
se han secado y hemos vuelto a ser alegres, por el bien de Catalina.
—Sisi —me llama Lina una tarde. Confundida, alzo las cejas en señal de
pregunta, pero ella se limita a hacerme un gesto para que me acerque.
—Ven —susurra cuando llego a su lado—, tengo algo para ti.
Al entrar en nuestro alojamiento, levanta el colchón y descubre unas
cuantas pilas de libros. Saca unos cuantos y me los pone en los brazos.
—Le pedí a mi hermano que colara algunos libros —empieza
señalando los títulos—, le dije algo más romántico pero clásico. —Se
sonroja mientras habla.
Mis ojos bajan a los libros y veo que la mayoría son de alguien
llamado William Shakespeare.
—Son para ti —añade al ver que los miro con asombro.
—¿Para mí? —repito, casi con adormecimiento.
Ella asiente con la cabeza.
—Sé que tu cumpleaños ha pasado, pero… —Baja la mirada, casi
avergonzada—. Te he visto esconderte con ese libro tuyo y sé que quieres
leer algo... diferente.
—Son para mí —repito con asombro, parpadeando rápidamente para
ahuyentar las lágrimas.
Es la primera vez que alguien me regala algo... para mí.
—Para ti —confirma, dedicándome una de sus amables sonrisas. Dejo
los libros sobre la cama y le doy un fuerte abrazo.
—Gracias —empiezo, intentando mantener la voz firme—, esto
significa mucho para mí. —Tanto que no puede imaginar.
—Me alegra que te guste. —Me palmea la espalda cariñosamente.
—Me encanta —me siento obligada a reforzar.
Retrocediendo, Lina frunce los labios.
—Deberás tener cuidado. Si la Madre Superiora o alguna de las
hermanas te pilla...
—No te preocupes. Tendré mucho cuidado —le aseguro, cambiando
inmediatamente mi atención a los libros.
Son tres, lo suficientemente delgados como para caber en mi uniforme.
Rápidamente ojeo los títulos Como quieras, Antonio y Cleopatra, y Romeo y
Julieta.
Los hojeo rápidamente, frunciendo un poco el ceño ante el
complicado lenguaje, pero sin dejar de disfrutar de este regalo.
El primero.
Agradeciendo a Lina una vez más, me dirijo a mi santuario y escondo los
libros dentro del ataúd, sabiendo que nadie mirará allí.
Durante la semana siguiente, trato de sacar un poco de tiempo al día para
leer, y el contenido de las obras me asombra, me hace jadear de emoción y
llorar de indignación.
Pronto, una de las obras se convierte en mi favorita y, mientras leo las
luchas de Antonio y Cleopatra por estar juntos, así como su devoción mutua,
no puedo evitar desear algo así para mí.
¿Cómo sería... que alguien me amara así?
Pero incluso cuando me hago la pregunta, sé que es un punto discutible.
Estoy destinada a una vida de soledad, y aún más cruel. Una vez que Lina y
Claudia se hayan ido... No quiero ni pensar en eso.
Respiro profundamente, tratando de no pensar en eso, sabiendo que si me
detengo demasiado en ello solo voy a deprimirme más. ¿Y por qué debería
arruinar mi estado de ánimo cuando estos libros me hacen tan feliz?
El anhelo entre los dos protagonistas es tan palpable en las páginas que mi
propio pulso se acelera al imaginarlos en un abrazo ilícito.
Pero como mi señor vuelve a ser Antonio, yo seré Cleopatra.
Tan entrelazados estaban que uno no podía estar sin el otro.
Suspiro profundamente, tratando de imaginarme a un hombre sin
rostro abrazándome también, susurrándome palabras de amor al oído y
salpicándome la cara de besos.
Puede que nunca ocurra, pero al menos puedo soñar con ello.
Cierro los ojos y me pierdo en esta fantasía cuando me arrebatan el
libro de las manos.
Sobresaltada, giro la cabeza y me encuentro cara a cara con Cressida,
con una mirada de suficiencia mientras mira mi libro.
—Devuélvemelo. —Me levanto de un salto y agarro la mano para
tomarlo. Pero como Cressida es más alta que yo, al levantar la mano en el
aire, no tengo ninguna posibilidad de alcanzarla.
—¿Después de avergonzarme delante de todos? —me escupe las
palabras y, por un segundo, me quedo clavada en el sitio al darme cuenta
de que, por primera vez, su rostro desprende pura malicia.
—Tú te lo buscaste —añado, saltando para agarrar el libro.
Al verme tan desesperada por mi libro, empieza a moverlo de mano en
mano, disfrutando de mis inútiles esfuerzos por recuperarlo.
Con un suspiro de decepción, me detengo.
—¿No estás harta de esto? ¿Por qué siempre tienes que meterte
conmigo? —Intento apelar a su lado racional, si es que lo tiene.
Se encoge de hombros.
—Estás ahí. Es fácil.
A diferencia de lo que había dicho hace años, sorprendentemente, sus
palabras no tienen ningún efecto en mí. He tenido suficiente tiempo para
pensar en todo y me he dado cuenta de que la forma en que me trata no es
un reflejo de quién soy yo, sino de quién es ella.
Yo no soy el problema.
—Entonces, ¿qué tal si se lo pongo más difícil? —digo justo antes de
saltar de nuevo, aprovechando que su atención está desviada para
arrebatarle el libro.
Ella reacciona un segundo tarde, pero cuando mi mano se mueve con el
libro, sus dedos atrapan la mitad del mismo, tirando hacia atrás hasta que oigo
un gran desgarro.
Las dos tropezamos hacia atrás, cada una con la mitad del libro en la
mano.
Su expresión es de satisfacción, mientras que la mía es de desolación.
Mi libro...
No reacciono durante un buen segundo. No hasta que Cressida continúa
su vil juego cogiendo su mitad y haciéndola aún más trizas, cayendo al suelo
las palabras que había adorado hasta hace un momento.
Siento que se me hace un nudo en la garganta mientras veo impotente
cómo pisotea mi preciada posesión.
De repente, todos los años de tormento, tanto mental como físico, pasan
ante mis ojos. Recuerdo cómo me empujaba, me pegaba y me cortaba el
cabello. Cómo todavía tengo las cicatrices de todo lo que me ha hecho y
cómo casi muero en nuestro último enfrentamiento en este mismo lugar.
Y de repente, he terminado.
La mitad rota del libro que tengo en la mano cae al suelo con un golpe
seco. Ya no me importa nada, me abalanzo sobre ella, con las manos cerradas
en un puño mientras la tomo desprevenida.
Su boca forma una “o” en el momento en que mi puñetazo le cae en el
estómago y se tambalea un poco hacia atrás. Una fuerte inhalación y ya está
lanzando sus propios puñetazos, dirigidos a mi cara.
Me duele cuando me golpea, pero no me importa. Continúo,
empujándola al suelo mientras nos enredamos en el frío mármol, con las
manos en el cabello de la otra.
Rodamos hasta que estoy encima de ella, con mis puños apuntando a su
cara.
—¡No más! —respiro, con una rabia sin precedentes que se apodera
de mí—. No voy a ser más tu saco de boxeo —digo mientras sigo
golpeándola.
Es irónico que la trate como mi propio saco de boxeo, pero después de
todo lo que me ha hecho, es lo menos que puedo hacer.
Las lágrimas caen por mi cara mientras sigo golpeando, sus jadeos de
dolor solo alimentan mi rabia.
Un segundo de retraso, sin embargo, y me da la vuelta, golpeándome
también.
Cierro los ojos, haciendo una mueca de dolor, pero luchando por
quitármela de encima. Haciendo acopio de toda la fuerza que puedo,
concentro todas mis fuerzas en las piernas. Doblándolas hacia mí, respiro
profundamente y empujo con todas mis fuerzas, empujándola hacia un
lado.
Se aparta de mí, su espalda golpea el duro ataúd y su cabeza se golpea
contra una esquina.
Respiro con dificultad mientras me tomo un momento para
recomponerme, la tensión de la pelea afectándome.
Pero pasa un segundo, luego dos, y me doy cuenta de que Cressida no
se mueve en absoluto.
Giro la cabeza y me encuentro con la cara de Cressida, con los ojos
abiertos de par en par. La sangre se acumula a un lado de su cabeza,
donde ha hecho contacto con el ataúd.
—¿Qué...? —susurro mientras me pongo en pie, con todo el cuerpo
dolorido.
Doy un paso adelante y dejo que mi mano recorra su cuerpo en busca de
alguna señal de vida.
Buscando la línea del pulso, no encuentro ninguna.
Está... muerta.
Con la boca abierta, contemplo el cadáver de Cressida. Una chica que yo
he matado. Miro con asombro su ser inmóvil y no siento... nada.
Ni tristeza, ni arrepentimiento, ni remordimiento.
Solo una profunda sensación de alivio.
Ella se ha ido.
¿Pero qué dice eso de mí?
Maté a alguien. Es cierto que fue alguien que me torturó toda la vida, pero
no pude reunir ningún tipo de arrepentimiento.
¿Qué me pasa?
Pero mientras la miro fijamente, más y más, la risa empieza a burbujear
dentro de mí. Empieza lentamente. Mis labios se curvan en una sonrisa de
satisfacción mientras miro su cuerpo sin vida, y luego estalla desde lo más
profundo de mí. Ni siquiera puedo parar mientras me agarro el estómago, que
aún me duele por sus golpes. Solo me río.
Está muerta.
Por fin.
Tardo un rato en recomponerme, con todo el regocijo de ver a la persona
que he odiado durante años recibir su merecido. Pero cuando me calmo por
mi arrebato, me doy cuenta de que tengo que asegurarme de que no la
encuentren.
Por un segundo, pienso en lo que podría pasar si se descubre su
cuerpo. Probablemente me enviarían a la cárcel.
¿Es la cárcel tan diferente de este lugar?
Por una vez, no me importan las consecuencias de mis actos. O la
encuentran y voy a la cárcel, o no la encuentran y el mundo simplemente
no la echará de menos.
Ciertamente no lo haré.
Mi determinación es firme, solo necesito deshacerme de su cuerpo...
Mientras mis ojos recorren la habitación, tengo el lugar justo.
Después de todo, ¿no había querido ella que yo muriera encerrada en
un frío ataúd? Es lógico que sea ella la que pase una eternidad en ese
mismo lugar.
Mis labios se crispan cuando la ironía se hace presente. Quizá sea un
retorcido juego del destino, pero al menos hay algún tipo de justicia en el
mundo.
Y sé que dormiré mejor por la noche sabiendo que está fuera de mi
vida para siempre.
Poniendo manos a la obra, abro la tapa del ataúd. El esfuerzo ya es
suficiente para hacerme sudar. Después, utilizo mis manos para arrastrar
su cuerpo hasta una posición vertical, encontrando dificultades para
maniobrar debido a su tamaño. Tardo tres intentos en ponerla a la altura
del ataúd, y consigo sostenerla el tiempo suficiente para empujarla dentro
del espacio reducido, manchando el suelo y el exterior del ataúd con la
sangre de su herida en la cabeza.
Cae dentro con un ruido sordo, y respiro profundamente mientras miro
su cuerpo sin aliento, esos ojos que siguen abiertos de par en par.
Debería ser anormal... mirar a la cara de la muerte tan directamente y con
tanta despreocupación. Pero descubro que, después de mis propios roces con
la muerte, soy anormalmente inmune a ella.
Asegurando que el cuerpo de Cressida cabe en el espacio cerrado, me
pongo a limpiar el suelo. Como no tengo nada más con lo que limpiar la
sangre, me conformo a regañadientes con las páginas rotas de mi libro.
Pero tengo la mala suerte de que, en lugar de limpiar la sangre, solo la
embadurnan más. Pongo los ojos en blanco, molesta, hasta que se me ocurre
otra idea.
Volviendo al ataúd, meto la mano en el interior y busco algún material.
Primero compruebo al anterior ocupante del ataúd, pero como el material del
hábito es tan viejo y quebradizo, temo que pueda hacer un lío aún mayor. Con
un suspiro, me vuelvo hacia el cuerpo de Cressida, arrancando algunas telas
de su uniforme.
Luego, me agacho una vez más en el suelo y empiezo a limpiar. El
material es un buen absorbente, y pronto el suelo de mármol blanco queda
chirriantemente limpio. Me vuelvo hacia el exterior del ataúd y limpio
también las paredes, asegurándome de que no quede ningún rastro de sangre
en ninguna parte.
Cuando por fin he terminado con eso, me muevo al otro lado para empujar
la tapa del ataúd y cerrarla.
—Maldita sea —murmuro mientras fijo los pies en el suelo, el mármol
resbaladizo no ayuda con mi esfuerzo. Me muevo un poco para que mis
talones se apoyen en la pared y mis manos en la tapa. Entonces, empujando
con todas mis fuerzas, finalmente veo que se mueve.
Una vez hecho esto, levanto la mano, me limpio el sudor de la frente y
pienso cómo proceder a continuación.
Compruebo el cerrojo del ataúd, asegurándome de que todo está
cerrado en su sitio.
Esto es todo... Supongo.
Todavía me duele el estómago cuando vuelvo al dormitorio, y opto por
dirigirme sigilosamente a la zona de las duchas y lavar algunas de las
salpicaduras de sangre de mi uniforme.
Claudia sigue en clase, así que solo está Lina dentro de la habitación,
con las cejas fruncidas mientras se concentra en coser un vestido viejo.
—Oh, Sisi. —Levanta la vista, sorprendida de verme. Le doy una
rápida sonrisa y salgo corriendo de la habitación antes de que pueda hacer
más preguntas.
El cuarto de baño está formado por duchas comunes que todos los del
piso comparten. Me dirijo al interior, deposito mi ropa limpia en el lavabo
y me meto en la ducha.
Me quito rápidamente el vestido del uniforme y lo pongo directamente
bajo el chorro de agua. Tomando un trozo de jabón, froto las zonas
manchadas, aliviada al ver que el rojo se convierte en un color
amarillento. Cuanto más froto, más se desvanece también.
Cuando termino de desvestirme, me meto en la ducha, esperando que
el agua caliente alivie los continuos dolores de estómago.
Me agarro a la cintura y respiro profundamente, deseando calmarme.
Pero mientras continúo lavando mi cuerpo, con la mano moviéndose entre
mis piernas, no puedo evitar jadear en voz alta al ver la sangre.
Mucha sangre.
Y está saliendo a borbotones de mí.
—Dios mío —murmuro, mirando fijamente el rojo que cubre mi mano,
convencida de que es una señal—. Estoy maldita... debe ser eso —digo en
voz alta.
Por primera vez, el pánico empieza a apoderarse de mí. Porque por
mucho que me lave, la sangre sigue brotando de mí.
Esto es... la evidencia física de mi pecado.
No puede haber otra explicación. Me están castigando por haber quitado
otra vida, y nada es más apropiado que la sangre que sale lentamente de mi
propio cuerpo, hasta que me desangre.
Mis piernas se doblan y caigo al suelo, con la espalda apoyada en la
pared, mientras el agua sigue cayendo sobre mí. A medida que va cayendo
sobre mi cuerpo, se vuelve de un color turbio, mezclándose con mi sangre en
una combinación adecuada.
Todo lo que toco está maldito.
Las palabras que he escuchado tantas veces de las monjas y otras
hermanas empiezan a tener sentido.
—¿Sisi? —La voz de Catalina interrumpe mis cavilaciones, y de repente
temo que se entere de lo que he hecho.
Puede que no me importen los demás, pero sí me importa su opinión. No
quiero que se sienta decepcionada conmigo.
Antes de que pueda inventar algo para que me deje en paz, abre la puerta
de la caseta y me encuentra acurrucada en un rincón, con agua ensangrentada
a mis pies.
—Sisi —exclama, con horror en su voz—. ¿Qué ha pasado?
Levanto la vista, la miro a los ojos y digo lo único que se me ocurre.
—No para... la sangre.
Lina me mira bien y suspira.
—Sisi...
Ayudándome a levantarme y a salir de la ducha, sale brevemente del baño
y vuelve con una compresa. Después de vestirme y colgar el uniforme
para que se seque, me lleva a nuestra habitación para hablar.
—Es normal. —Me explica que no pasa nada, que solo tengo la regla.
—¿Regla? —repito, confundida.
Lina frunce los labios.
—Cuando una mujer madura, comienza su menstruación. Es una señal
de que ahora estás… —se interrumpe, apareciendo un rubor en su
rostro—, lista para tener hijos.
—¿Lo estoy? —Mis ojos se abren de par en par, repentinamente
asustados. Pero Lina se apresura a disipar mis preocupaciones, haciendo
todo lo posible por explicarme cómo se hacen los niños y que no tengo
nada de qué preocuparme.
—Solo será un poco incómodo cuando tengas los dolores menstruales.
Y tendrás que cambiarte la compresa cada cierto tiempo —continúa,
repasando todos los detalles.
Asiento con la cabeza, medio aliviada y sorprendida.
Qué ironía, que alcance mi madurez derramando sangre, cuando acabo
de derramar sangre. La risa enfermiza se forma en mi garganta hasta que
no puedo contenerla más. Lina me mira con recelo, pero yo me encojo de
hombros como si nada.
Porque al final, una calma inesperada se instala en mí.
Ya que voy a ir al infierno. Más vale disfrutar del viaje.
Capítulo 7
Vlad
EL PASADO.
EINTE AÑOS.
PRESENTE.
VEINTE AÑOS.
Cerrando los ojos, dejo que el agua tibia se derrame sobre mí, con la
esperanza de eliminar el frío que se había metido en lo más profundo de mis
huesos. Debería haber sabido que la Madre Superiora no me habría dejado
salir sin una buena razón. Me había dejado en aquella habitación oscura
durante casi tres días hasta que vino a buscarme, ordenándome que me
vistiera y me pusiera presentable.
Estaba confundida por su comportamiento, pero cuando supe que mi
hermano, Marcello, había venido a visitarme, todo cobró sentido. No quería
que el Sacre Coeur se metiera en problemas por abuso.
Cansada y helada hasta la médula, había intentado dar mi mejor imagen,
aunque estoy segura que debí de recalcar demasiado mi felicidad, mi sonrisa
tensa en un intento de convencer que mi vida era perfecta.
Hacía casi una década que no veía a Marcello; Valentino era el único que
me visitaba cada dos años, más o menos. Pero esta vez, Marcello tenía una
buena razón para venir.
Valentino está muerto.
Me sorprendió cuando me enteré de que se había quitado la vida. Pero no
pude reunir ningún otro sentimiento aparte de la pena, ya que nunca habíamos
estado cerca.
Venía cada pocos años para asegurar que yo estaba bien, pero siempre
había parecido más un deber que su propio deseo de ver a su hermana.
Sin embargo, esta vez Marcello se las arregló para sorprenderme. Había
insinuado que podría traer a mi hermana menor, Venezia, de visita.
Suspiro profundamente al pensar en ello.
Ni siquiera conozco a Venezia. Todo lo que sé de ella es por
Valentino, pero incluso eso no es mucho.
Es curioso que la mayoría de las niñas criadas aquí sean huérfanas, sin
nadie a quien recurrir. Y aunque mis propios padres están muertos, tengo
familia por ahí. Solo que no me quieren...
Cuando termino de lavarme, vuelvo a la habitación, y una vez más me
pongo una máscara y finjo que todo está bien. La curiosidad de Lina por
mi hermano tampoco ayuda, ya que no puede evitar hacer preguntas.
Con una sonrisa plasmada en la cara, le cuento todo lo que hemos
hablado. Intento ignorar cómo se me contrae el corazón cuando pienso en
la familia que tengo tras los muros del Sacre Coeur. Porque al final,
¿realmente los tengo si no puedo contar con ellos?
El tiempo pasa, y un nuevo sacerdote llega al Sacre Coeur. Toda la
persona del padre Guerra está rodeada de misterio, y los rumores sobre su
afiliación con la mafia resultan ser lo más interesante que ha visto Sacre
Coeur desde la desaparición de Cressida años atrás.
A pesar de su reputación potencialmente peligrosa, todo el mundo está
prendado del tipo, incluida Lina. Ella había tenido sus reservas al
principio, pero al ver cómo había sido amable con ella y con Claudia,
había decidido dejar de lado sus prejuicios contra él.
Bueno, todavía estoy indecisa.
Ha intentado en numerosas ocasiones hablar conmigo e invitarme al
confesionario, pero me he negado todas las veces. Hay algo demasiado
sospechoso en el hombre. Está en la forma en que sus ojos se mueven por la
habitación, como si estuviera catalogando a todo el mundo. Su mirada es más
la de un depredador que la de un hombre de Dios.
Pero, aunque mi instinto me dice que no debo confiar en él, el hecho de
que no se haya mostrado desagradable conmigo como otros antes le ha valido
el beneficio de la duda. Puede que no me guste, pero eso no significa que
vaya a ser grosero.
Todo se desmorona una tarde cuando Claudia desaparece. Lina y yo nos
separamos para buscarla por los alrededores, pero es como si se hubiera
esfumado.
Después de buscar por todas partes, vuelvo a nuestra habitación y
encuentro a Claudia acurrucada en su cama, con los ojos rojos de tanto llorar.
—¿Claudia? —jadeo, yendo a su lado de inmediato—. ¿Qué ha pasado?
—La tomo en mis brazos, abrazándola contra mi pecho.
Está sollozando incontroladamente y hago lo posible por calmarla.
—¿Alguien te ha vuelto a acosar? Me prometiste que me lo contarías —le
digo con dulzura.
Ella niega con la cabeza y entierra su cara en mi pecho.
La abrazo y la dejo llorar hasta que se le secan las lágrimas. Pero cuando
empieza a hablar... Siento que todo mi mundo se tambalea.
—El padre Guerra —empieza, con la voz entrecortada—, ha tocado... —
se interrumpe, tragando profundamente antes de levantar los ojos para
mirarme—. Mamá le ha pillado...
Sus ojos me dicen todo lo que necesito saber, y la razón por la que Lina
aún no ha vuelto.
Mis manos se cierran en un puño al pensar en ese hombre levantando una
mano contra Claudia. Solo espero que Lina esté bien también...
Mientras espero a Lina, hago lo posible por calmar a Claudia,
asegurándole una vez más que no ha hecho nada malo.
Un rato después, Lina abre lentamente la puerta, asomando la cabeza al
interior.
—¿Lina? —pregunto, frunciendo las cejas al ver sus rasgos pálidos y
sus ojos llenos de miedo.
—¿Puedes salir un momento? Y tráeme un vestido. —Frunzo el ceño,
pero accedo.
Dejo a Claudia en la cama y rebusco rápidamente un vestido. Al salir
de la habitación, me recibe una visión que nunca pensé que vería.
—¿Qué está pasando? —pregunto mientras mis ojos recorren su ropa
manchada de sangre.
¿Está herida?
—Ha pasado algo malo. Algo terrible. —Me sonríe levemente,
mientras todo su cuerpo tiembla.
—Lina... me estás asustando.
—¿Claudia te dijo algo?
—No... solo mencionó que estabas con el padre Guerra. —No digo
que he deducido lo que debe haber pasado. En su lugar, espero a que me
lo cuente.
—Él la estaba tocando... —su voz sale en un susurro mientras se
derrumba, todo su cuerpo convulsionándose con los sollozos.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, conteniendo la respiración.
—La estaba tocando por debajo de la ropa...
—¡No! —Llevo mi mano a la boca. Había imaginado que algo malo
debía haber pasado, pero había pensado que el padre Guerra la había
golpeado o castigado... no esto.
—¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? —continúo, mi mente ya trabajando en
un plan. Esa escoria tiene que pagar por esto.
—Yo... lo maté —dice Lina en voz baja, y yo me mantengo quieta.
—Estás bromeando. —La miro en busca de alguna señal de que se trata
de una broma. Pero no lo es.
—No... lo he matado de verdad. No era mi intención, pero...
Empieza a contarme todas las particularidades y yo la escucho
atentamente. Ya está en estado de shock, así que sé que debo ir con cuidado.
Sin embargo, nunca hubiera esperado esto de Lina. Había golpeado al padre
Guerra en defensa propia, y el cuchillo que había utilizado le había hecho
desangrarse y morir. En su estado de shock, trató de ocultar el cuerpo
colocándolo en el confesionario. Cuanto más habla, más me estremezco,
pensando en lo cerca que ha estado todo, tanto para ella como para Claudia.
Pero estoy orgullosa de ella por defenderse a sí misma y a su hija.
—Tenemos que hacer algo al respecto —empiezo, dirigiendo la discusión
hacia un curso de acción más lógico.
—Tú... Maté a un hombre. —Me mira confundida. No quiero decirle que
tengo experiencia en el manejo de asesinatos, así que reacciono con la mayor
naturalidad posible.
—Sí, y yo también lo habría matado. ¡Ese inútil! Ahora, sobre la cabina
del confesionario —digo, pensando en la mejor manera de deshacerse del
cuerpo del padre Guerra. Ya que lo ha metido en el confesionario, tenemos
que actuar rápido antes de que alguien lo encuentre.
—Por eso he vuelto. No puedo hacerlo sola. Sé que es mucho pedir,
pero...
—¡Nada de peros! —intervengo inmediatamente—. Vamos, vístete y lo
resolveremos.
La dejo hablando con Claudia mientras intento pensar en una forma de
deshacerme del cuerpo. En mi caso, había sido bastante fácil ya que el ataúd
había estado justo al lado nuestro. Pero esto... tendríamos que transportar al
padre Guerra de alguna manera y enterrarlo en el cementerio. Es la única
manera.
Cuando Lina vuelve, le cuento mi idea, así como el hecho de que
podríamos utilizar su maleta vacía para transportar el cuerpo. Podría ser
un poco complicado, pero en este momento es nuestra mejor opción.
—Sisi, ¿estás segura de que quieres hacer esto? Es mi culpa... Puedo
simplemente decirles lo que pasó. —Se detiene Lina para preguntarme
cuando estamos más cerca de la iglesia.
—¿Y quién te va a creer? Ya has dicho que es de una familia
importante. Probablemente tienen suficiente influencia para asegurarse de
que te culpen de todo. Piensa en Claudia. ¿Qué sería de ella sin su madre?
—Mientras que a mí me parecía perfectamente bien ir a la cárcel, ya que
no dejaría nada atrás, para Lina es completamente diferente. Ella tiene a
Claudia y yo haría todo lo necesario para que madre e hija no sean
separadas.
Incluso, si llegara el momento, asumir la culpa yo misma.
Discutimos las circunstancias más a fondo, dándonos cuenta de que la
oportunidad del padre Guerra de tener a Claudia a solas podría no haber
sido una casualidad. Normalmente, Lina y yo nos turnamos para vigilar a
Claudia, pero desde que la Madre Superiora se empeñó en aumentar aún
más mi carga de trabajo, cada vez tenía menos tiempo para estar con ellas.
No quiero pensar que nadie, ni siquiera la Madre Superiora, sancione
una acción así, pero sabiendo lo que sé de la mujer y su odio hacia
nosotras, es demasiado posible.
Cuando llegamos a la iglesia, Lina me muestra dónde ha metido al
padre Guerra. Al abrir la puerta del confesionario, veo su enclenque
cuerpo empapado de sangre, y siento un pequeño grado de satisfacción al
saber que ya no puede hacer daño a nadie.
Debería haber sufrido más.
Obligándome a concentrarme, evalúo la situación y comento.
—Es demasiado grande.
—Solo tenemos que doblarlo un poco. —dice Lina, e intento visualizar
cómo podría encajar.
—¿Qué tal si probamos la posición fetal? —sugiero, rodeando la maleta y
buscando la mejor posición para tumbarlo.
—Intentémoslo —acepta Lina, y empezamos a meter su cuerpo en la
maleta, doblando sus extremidades en diferentes posiciones hasta que
conseguimos meterlo entero. Luego, presionando sobre la solapa de la maleta,
hacemos lo posible por cerrar las cremalleras y cerrar el equipaje.
—Maldita sea —exhalo, un poco cansada por el esfuerzo.
El trayecto hasta el cementerio es bastante fácil, ya que las ruedas del
equipaje facilitan su transporte. Lo difícil será cavar un agujero para poder
enterrarlo.
Como estoy extremadamente familiarizada con el cementerio, conozco la
parada exacta que debería pasar desapercibida. Esta parcela específicamente
no está marcada y está situada bajo la sombra del árbol, que debería ocultar la
tierra recién removida.
Entrando en la parte de atrás para conseguir algunas palas, tanto Lina
como yo empezamos a cavar.
—Sinceramente, esto no ha estado tan mal —comento cuando hemos
terminado de cavar.
—Creo que prefiero cavar tumbas que lavar platos. ¿Crees que puedo
solicitar el puesto? —digo medio en broma. Sinceramente, no me importaría
tanto. Los muertos no pueden hacerte daño. Los vivos, sin embargo, ...
—Sisi... —Lina empieza a reír—. ¿De verdad quieres cambiar platos por
tumbas?
—Sigue siendo trabajo. —Me encojo de hombros, pero me tiembla el
labio.
Pasan los días y tratamos de apartar de nuestra mente el incidente del
padre Guerra, convencidos de que lo peor ha pasado.
Nos equivocamos.
Y lo descubrimos de la peor manera posible. Al encontrarnos cara a
cara con el cuerpo putrefacto del padre Guerra expuesto en la gráfica del
convento. Todas las monjas se arrodillan en una oración para ser liberadas
del mal, algunas desmayándose al ver y oler el cuerpo profanado.
Lina, en cambio, está horrorizada. Porque quien haya hecho esto debe
saber que ella mató al padre Guerra. De hecho, un masaje escrito con
sangre lo confirma.
No nos quedamos fuera más de lo necesario y, una vez de vuelta a la
habitación, Lina empieza a hablar.
—Lo saben... y vienen a por mí —dice aterrada. Procede a relatar que
nuestras dos familias están, de hecho, profundamente involucradas con la
mafia. La escucho atónita mientras me habla de las cinco familias y de
cómo todas ellas están involucradas en negocios ilegales, un hecho que las
hace extremadamente peligrosas.
—Puede que mis conocimientos sobre la mafia sean limitados —
respira profundamente—, pero sé que la mayoría se rige por un principio:
la venganza. Su familia querrá justicia por lo que le he hecho.
No hablo durante mucho tiempo. Sobre todo, porque me cuesta asimilarlo
todo.
Eso significa que Valentino... y ahora Marcello son jefes de la mafia.
—Tengo que llamar a Enzo, contarle todo —dice Lina de repente,
levantándose y sacando su teléfono.
Mientras habla con su hermano, me tomo un momento para digerir todo lo
que acaba de decirme.
Llevo el mal en las venas.
Intento no mostrar lo afectada que estoy por todo lo que está pasando.
Cómo el simple hecho de estar en un coche, alejándome de ese miserable
lugar, me hace sentir como en una nube. O cómo mirar por la ventana
todos los edificios que pasan y que no son el Sacre Coeur me da un
vértigo increíble.
Marcello no lo sabe, pero acaba de darme el mejor el regalo de mi
vida. No sé si realmente me quiere cerca, o si piensa que seré un
inconveniente, pero pienso hacer todo lo posible para no causar ningún
problema que pueda hacer que se arrepienta de haberme acogido.
Cuando llegamos a su casa, me sorprende su tamaño. Más aún, la belleza
de la arquitectura del interior. Al Sacre Coeur no le había faltado eso, pero
había sido una belleza clínica. Había sido una casa, no un hogar.
De repente, puedo ver los toques de Lina por todas las habitaciones, y
una calidez me envuelve.
—No te lo he dicho —me inclino para susurrarle al oído—, pero me
alegra que te hayas casado con mi hermano —le digo sinceramente.
—Yo también —responde ella, sonrojándose ligeramente.
Siempre he considerado a Lina y Claudia como mi familia, pero ahora lo
son de verdad. Y saber que vamos a volver a vivir en el mismo sitio... No
puedo evitar sentir una vertiginosa felicidad al pensarlo.
Con una inclinación de cabeza, Marcello nos deja a nuestro aire y le pide
a Lina que me enseñe mi habitación.
—¿Siempre es así? —Frunzo el ceño cuando nos quedamos solos.
—Es... —Frunce los labios—, más reservado. Pero ha sido maravilloso
conmigo.
—Me alegro. —Le aprieto la mano en señal de consuelo.
Me ha contado las circunstancias de su matrimonio y el hecho de que los
Guerra siguen siendo un peligro para ella y Claudia.
A decir verdad, todavía me cuesta conciliar el hecho de que nuestras
familias estén involucradas en el crimen organizado. Y eso me hace sentir una
ligera curiosidad por la conexión de Vlad con la mafia, ya que parecía ser un
buen amigo de Marcello.
No es la primera vez desde que dejamos el Sacre Coeur que mis
pensamientos se desvían hacia ese hombre. Quizá sea porque no estoy
acostumbrado a los extraños, pero su presencia me ha impactado. Puedo
imaginarme sus ojos oscuros mirándome fijamente, sus manos sobre mi
cuerpo...
Sacudiendo la cabeza ante los pensamientos intrusivos, me aferro al
presente.
Lina me lleva a una habitación de invitados en el segundo piso,
diciéndome que tendremos tiempo de ir de compras y decorarla en el
futuro.
Solo puedo asentir, ya que cualquier cosa es perfecta para mí. Y la
habitación que me muestra es más grande de lo que hubiera imaginado. Es
un dormitorio sencillo, con una cama doble, un tocador, un armario y un
pequeño baño. Pero es mío.
Todavía no me muevo del sitio, admirando la habitación, cuando Lina
me da un golpecito en el hombro y me entrega unas cuantas prendas.
—Tenemos una talla similar, así que esto debería servir hasta que te
consigamos más ropa. Por fin puedes quitarte el hábito —dice,
mirándome de arriba a abajo y arrugando la nariz.
No sé ni cómo responder mientras le cojo la ropa. Nunca me he puesto
otra cosa que la ropa que me han proporcionado en el Sacre Coeur, así
que es una experiencia nueva para mí.
Impaciente, dejo la ropa sobre la cama y empiezo a tirar de mi hábito,
dispuesta a deshacerme de él. Lina frunce el labio al ver mi excitación y
cierra la puerta para que pueda tener algo de intimidad.
Buscando entre la ropa, elijo un vestido verde que no es demasiado
corto ni demasiado largo.
—No tengo ningún sujetador que te sirva, pero podemos comprarlo
mañana —comenta Lina, y yo asiento con la cabeza, manchando de rosa
mis mejillas. Ese es el único aspecto en el que Lina y yo no coincidimos,
ya que he sido maldecida con unos pechos enormes. Aun así, no es que
me haya puesto antes otra cosa que no sea un corpiño. Aunque, al mirarme en
el espejo después de ponerme el vestido, veo que la forma sería más
favorecedora con un sujetador.
—Vaya, casi no te reconozco —respira cuando me ve. Mi cabello también
está desatado y fluye por mi espalda.
—Ciertamente se siente diferente. —Sigo mirándome en el espejo como
si me viera por primera vez.
—No tienes ni idea de lo feliz que estoy de que estés aquí. —Lina apoya
su cabeza en mi hombro y me sonríe.
—Yo también —respondo.
Demasiado feliz.
Y eso me da un poco de miedo. Porque ahora que he probado la felicidad,
si me la arrancan, me matará.
El día tiene aún más sorpresas, ya que voy a conocer a mi hermana,
Venezia. Mi primera impresión es que no nos parecemos en nada. Mientras
que Marcello y yo podemos tener nuestra coloración en común, ya que ambos
tenemos el cabello rubio, el de Venezia es de un suave color marrón. También
sus ojos son de un tono avellana en comparación con los míos, de color
marrón claro.
Me quedo mirándola, intentando encontrar algún punto en común, pero no
hay ninguno.
—Eres muy bonita —digo en algún momento, abrumada por el hecho de
que ella es exactamente igual a una muñeca.
Ella parpadea dos veces antes de que un rubor le suba por el cuello, y baja
los ojos.
Por lo que me había dicho Lina, habría esperado que fuera más
atrevida y franca, pero la Venezia que tengo delante se muestra tímida,
dudando de cada una de sus palabras.
—Gracias —acaba susurrando.
Nuestra conversación es un poco atropellada, ya que ninguna de las dos
puede dar con un tema. Pero tenemos tiempo suficiente para conocernos.
—¿Puedo...? —comienza, algo nerviosa—, ¿darte un abrazo?
—¡Por supuesto! —respondo inmediatamente, sin perder tiempo en
atraerla hacia mis brazos abiertos.
Tras dar las buenas noches a Lina y Claudia, me dirijo a mi propia
habitación, todavía asombrada de poder tener un espacio totalmente mío.
¿Cuántas veces he soñado con esto? Antes de que Lina llegara al
Sacre Coeur, me alojaba con docenas de chicas. La idea de tener algo para
mí cuando todo había sido compartido siempre ha sido difícil de entender.
Poniendo la mano sobre la cama, trazo el contorno de las sedosas
sábanas, y la excitación se forma en mi interior ante la idea de dormir con
tanto lujo.
Me ducho rápidamente, secándome bien la piel antes de deslizarme
entre las sábanas. Suspiro profundamente, el frescor del material contra
mi piel desnuda sintiéndose divino.
Tarareando para mis adentros, abro la puerta del sótano y deposito las
herramientas que he traído sobre una mesa.
Vanya está enfurruñada en un rincón, y solo me dirige una mirada
hostil antes de girar la cabeza y proceder a ignorarme. Lleva así las
últimas horas, y aún no he encontrado la causa de su disgusto.
Aunque puede que tenga una idea.
Centrándome en la tarea que tengo entre manos, aparto ese tema en
particular de mi mente.
—Confío en que el estado de su alojamiento haya sido de su agrado.
—Sonrío al hombre que está atado a una silla en el centro de la
habitación—. Espera. —Frunzo el ceño—. Se me olvidaba que no puedes
hablar. —Sacudo la cabeza y en dos pasos estoy frente a él, quitándole la
mordaza y dejando que ejercite la boca un rato.
Y si sabe lo que le conviene, la ejercitará bien.
—Qué demonios... ¿Dónde estoy...? —balbucea, sus ojos evaluando
salvajemente la cámara, antes de posarse en mí—. ¿Y quién eres tú?
—Sr. Petrovic, me ofende profundamente que no sepa quién soy —
digo en voz baja, instalándome en el suelo frente a él.
El primer asalto va a ser fácil. El siguiente... depende de él.
—¿Cómo voy a saberlo? —me escupe.
Sacudiendo la cabeza, chasqueo la lengua mientras recojo el extremo
de mi manga y la doblo en mi brazo. Extiendo la mano para que vea mi
tatuaje, y veo cómo toda la valentía anterior desaparece de su cara.
Mi reputación, por así decirlo, es más hablado que por pruebas sólidas.
Después de todo, me retiré de la parte más desagradable del negocio hace
años, cuando me di cuenta de que mi reacción a la sangre había empeorado,
haciéndome demasiado inestable. En su lugar, me dediqué a pulir una imagen
más elegante que, sin embargo, infunde miedo a mis adversarios.
Aunque la mayoría de la gente no sabe qué aspecto tengo, sí sabe algo: mi
nombre y el tatuaje que me identifica como el actual Pakhan.
El señor Petrovic debería sentirse honrado, de hecho, de que le atienda
personalmente, ya que mis incursiones en el asesinato o la tortura son más
bien limitadas estos días, hecho que lamento profundamente, ya que ambos
son la mejor cura para satisfacer mi aburrimiento.
Tal y como están las cosas, incluso mis experimentos científicos han
quedado en suspenso, ya que las posibilidades de que arruine los pasos más
sangrientos son mayores que las de que complete el proyecto.
Pero él...
Sonrío solo de pensarlo.
Hacía años que no encontraba una pista sólida sobre la persona que se
había llevado a Katya. Y solo había podido hacerlo buscando entre todas las
conexiones y comunicaciones ocultas de Misha. Mucha de la gente que había
encontrado había acabado muerta, pero unos cuantos habían cambiado de
identidad a lo largo de los años, intentando huir.
De mí, o de alguien más, no puedo decirlo.
Por ejemplo, el Sr. Petrovic había cambiado de identidad diez veces
en la última década, eligiendo cada vez una nacionalidad diferente y
trasladándose a otra parte del país.
Supongo que se había creído seguro con todas esas medidas de seguridad.
Pero no había contado con mi empeño en encontrarlo.
Hace unos años, había acabado mejorando un software de
reconocimiento facial que ahora podía tomar imágenes antiguas y
analizarlas en busca de patrones de comportamiento y tics. Puedes
esconderte del mundo, pero no puedes esconderte de ti mismo. Y el Sr.
Petrovic puede haber cambiado su nombre, y su apariencia hasta cierto
punto. Pero algunas cosas nunca cambian. Como su ligera cojera, una
antigua lesión en la tibia distal que hace que la conexión con el astrágalo
sea bastante inestable.
Su análisis de la marcha había presentado una precisión del noventa
por ciento y, en mi desesperación, había pasado por alto el diez que no era
concluyente.
Sin embargo, mi software había hecho su trabajo.
—Ahora que las presentaciones han terminado, centrémonos en el
tema de hoy, ¿de acuerdo? —Le sonrío, abriendo mi pequeña bolsa y
sacando un cuchillo y una manzana.
—Así es como van a ir las cosas. Yo voy a hacer preguntas y tú vas a
responder. Si me gustan tus respuestas, no hay dolor. Si no me gustan —
Levanto las cejas—, bueno, ya verás.
Su cabeza se mueve por la habitación, probablemente buscando una
salida.
—Estamos en un nivel subterráneo. No hay salida, señor Petrovic. Ni
siquiera si se las arregla para pasar por encima de mí, lo cual,
admitámoslo —Frunzo los labios—, no va a suceder. Así que su mejor opción
es ser lo más cooperativo posible.
Empiezo a pelar la manzana, con los ojos firmemente puestos en su
expresión aterrorizada.
—¿Por qué no empezamos con su conexión con Misha? —digo, dando un
mordisco a la manzana.
Ya sé que el Sr. Petrovic solía actuar como intermediario entre Estados
Unidos y Europa, trayendo gente con la promesa de un trabajo y luego
vendiéndola más adelante. Lo que lleva a la pregunta. ¿Por qué estaría
involucrado con Misha?
—No sé quién es —dice, demasiado rápido.
—Sr. Petrovic —suspiro, un poco desanimado de que no vaya a ser tan
rápido como hubiera querido—. Soy un hombre ocupado. Muy ocupado.
Piénselo, en lugar de interrogarlo durante horas, podría estar disfrutando del
sol, matando a una docena de personas y recibiendo mi dosis diaria de
vitamina D. En cambio, tengo que estar encerrado dentro, con la perspectiva
de matar a una sola persona. —Sus hombros se hunden y sus ojos se abren un
poco.
Bien.
—¿Cómo es eso justo para mí? —Doy otro mordisco, sin dejar de mirarle.
—Por favor... —El grito de ayuda es apenas audible, pero supongo que
por fin se ha dado cuenta de la situación en la que se encuentra.
—No te he oído. —Me llevo una mano a la oreja, esperando a que se
repita.
—No puedo decírtelo —dice, casi resignado a su destino—. Matarán a mi
familia —continúa, sus ojos suplicantes.
Bueno, esta es una de esas situaciones que suelo temer, porque si la
familia de alguien está en peligro, las posibilidades de que hablen son...
escasas. Aunque no son nulas. Solo es cuestión de ajustar la tortura en
consecuencia para que se rompan.
—Supongo que hablaremos en unos días, Sr. Petrovic. —Me levanto
para irme, y oigo su suspiro de alivio. Supongo que no se da cuenta de lo
que supondrán esos pocos días.
Un mensaje rápido a uno de mis hombres, Maxim, y ya está aquí.
—¿V sadu 4? —pregunta, mirando al prisionero.
Oh, Maxim, qué bien me conoces.
—Efectivamente, en el jardín —respondo, con un brillo de picardía en
los ojos.
Maxim asiente, se acerca al Sr. Petrovic y lo agarra por la silla. Lo
levanta fácilmente en el aire, y yo lo sigo mientras lo lleva al jardín.
Como todo el nivel de este lugar, el jardín también es subterráneo. Es
más bien un invernadero, si te soy sincero, pero lo he construido de tal
manera que emula las condiciones del exterior.
Llegamos al jardín y Maxim va al fondo, a un par de tirantes.
Maniobrando la silla, engancha las patas de la silla a través de los tirantes,
asegurándose de que la silla esté a unos sesenta centímetros del suelo.
—¿Qué... qué está pasando? —El Sr. Petrovic sigue hablando, con los
ojos desorbitados.
—Este es mi intento de convencerte que hables. Veremos si funciona.
Dentro de unos días. —Le doy una sonrisa brillante, después de lo cual
Maxim rápidamente lo amordaza de nuevo. Luego, retira la parte inferior
4
¿En el jardín?
de la silla, de modo que el trasero del Sr. Petrovic se amolda lentamente a
través del agujero.
Debajo de la silla suspendida, hay unos cinco brotes de bambú, todos
recién plantados y listos para crecer altos y hermosos. El Sr. Petrovic está
a punto de ponerse en contacto con algunos de ellos, y muy pronto. Si
tiene suerte, uno podría incluso penetrarle en el trasero, y estimular su
próstata. Un poco de placer en medio de todo el dolor.
Por desgracia, no creo que tenga tanta suerte.
Al salir del invernadero, miro la hora, sabiendo que tengo otro asunto que
atender.
Vanya viene detrás de mí, su actitud ha mejorado mucho.
—La encontraremos —dice con confianza, saltando en un baile de
felicidad.
Cómo me gustaría poder compartir su perspectiva.
Pero han pasado nueve años desde que se llevaron a Katya. Nueve años en
los que le fallé, y si sigue viva, probablemente haya vivido innumerables
terrores.
A veces tengo que preguntarme si prefiero encontrarla viva pero rota, o
muerta y en paz.
Assisi Lastra.
Dejo que el nombre ruede en mi lengua mientras recuerdo a la pequeña
jovencita de ojos ardientes. Es mi deber poner a prueba una teoría cuando
surge, y ella acababa de plantearme un reto.
Conocerla había sido... interesante. Por decirlo de alguna manera.
Ciertamente no era lo que yo esperaba, dado que había crecido en un
convento. Diablos, ni siquiera había estado en mi radar hasta hace poco,
cuando el padre Guerra había aparecido muerto en el Sacre Coeur.
Me enorgullezco de tener ojos y oídos en todos los lugares, pero la
hermana de Agosti había sido un punto ciego. No es que ella hubiera sido
de interés hasta que Guerra terminó destripado en público. Así que decidí
obtener un poco más de información sobre ese evento en particular.
Puede que ella sea solo una pequeña jugadora, pero en el gran
esquema de las cosas, son los pequeños jugadores los que deciden el
resultado de un juego. En su insignificancia, son los mejores peones, que
pasan desapercibidos y a los que la gente presta la menor atención.
Así que me puse a hackear su teléfono. Ni siquiera había sido difícil
averiguar su número, ya que Agosti no es el mejor para mantener en
secreto la comunicación con su hermana. Un mensaje de phishing y estaba
seguro de que picaría. Después de todo, una señorita ingenua como ella es
el mejor objetivo para estas cosas.
Pero no lo había hecho. En su lugar, respondió con la cosa más
escandalosa. Había renunciado a su premio en favor de otra persona. Solo
después de unos cuantos intentos, un poco embarazosos, me di cuenta de
que no estaba hablando con Catalina Agosti, sino con su amiga íntima,
Assisi, la hermana de Marcello.
Me quedé aún más perplejo cuando sus réplicas tomaron un matiz
humorístico y me vi obligado a continuar con las bromas.
Desde luego, no esperaba disfrutar tanto con ella, ni durante tanto
tiempo. Dada mi escasa interacción con el mundo exterior, había sido solo
una forma de librarme del aburrimiento.
Pero luego la conocí en persona... Bueno, eso había sido inesperado. Para
ser una cosa tan pequeña, impregnada de la ignorancia de esas enseñanzas
dogmáticas en el Sacre Coeur, había sido ciertamente intrigante. Su reacción
ante la monja mutilada había sido simplemente sorprendente.
Debería haberme dado cuenta, por sus cáusticas respuestas a mis
mensajes, de que no sería una señorita cualquiera. Mientras que yo habría
esperado que corriera gritando al ver la sangre y los órganos, ella había dado
un paso más allá al ensuciarse las manos.
Mis labios se crispan al recordar sus codos metidos en las tripas de la
monja. Teniendo en cuenta que es una de las últimas cosas que recuerdo de
ese encuentro en particular, definitivamente me impresionó. Lo último que
recuerdo es que me fijé en su cara, una cara muy bonita. Pero su marca de
nacimiento, esa mancha roja justo encima de las cejas, había captado mi
atención y la había mantenido.
Había sido como quedar hipnotizado por ese rojo. Luego tuvo que
mancharla de sangre, y yo simplemente me perdí.
Sin embargo, cuando me desperté, ocurrió algo extraordinario. Había
puesto mi vista en ella, y de la nada, Vanya simplemente había desaparecido.
Me quedé atónito por su repentina desaparición. He vivido con ella a mi
lado durante los últimos veintidós años. Ni una sola vez se había desvanecido
en el aire. De un modo u otro, siempre ha estado conmigo. Puede que no
siempre hable o interactúe conmigo, pero nunca está fuera de mi vista.
Hasta Assísi.
Frunzo el ceño mientras pienso en el quid del problema. En el momento
en que Assisi había desaparecido de mi vista, Vanya había regresado con toda
su fuerza.
No fue hasta ese momento que me di cuenta de lo refrescante que
había sido tener un momento de paz, sin que mi hermana me persiguiera
constantemente.
Tan pronto como hice esa observación, me aseguré de volver a ver a
Assisi antes de que se fuera del Sacre Coeur. Y una vez más, Vanya había
desaparecido.
No tengo ni idea de cómo, ni siquiera de por qué, podría ocurrir algo
así, pero tengo que comprobarlo una vez más. Solo para asegurarme de
que no había sido una casualidad.
He intentado pensar qué podría haber causado esta ruptura mental, ya
que Vanya es, y siempre ha sido, parte de mi mente. Incluso le había
preguntado a Marcello qué había pasado mientras yo estaba fuera. Todo
para averiguar qué podría haber desencadenado esta conexión entre Assisi
y Vanya.
Aun así... nada.
El cerebro funciona de forma misteriosa. De eso estoy seguro. Pero
años de consultas con profesionales, y ni una sola vez ha desaparecido
Vanya de mi lado. ¿Y de repente, un encuentro con una mujer
intrascendente y se va?
Debo estudiar este fenómeno en profundidad para llegar al fondo de
esto. Porque si puedo deshacerme permanentemente de Vanya...
No es que no me guste tener a mi hermana cerca, pero llevo décadas
con ella a mi lado, y eso puede llegar a ser tedioso.
Aparcando mi coche justo al lado de la carretera, saco un portátil para
comprobar la situación. Conociendo a Marcello, habría reforzado la
seguridad nada más mudarse. Sin embargo, eso no me detiene. Me salto
su ciberseguridad y me meto en su estructura. Desde ahí, es fácil acceder
a las cámaras de seguridad de toda la casa.
Adelanto los acontecimientos de hoy hasta que veo a Assisi, viendo
exactamente cuál es su habitación. Una vez confirmado, un breve cálculo
de ángulos y localizo la ventana de su habitación.
Segundo piso.
Por suerte, tengo suficiente experiencia en escalar edificios para que esto
sea pan comido.
Dejando mis cosas, me escabullo entre los arbustos hasta llegar a la parte
trasera de la casa de Marcello. Identificando la ventana, trepo utilizando el
relieve del edificio como apoyo. Como siempre, Vanya está a mi lado,
subiendo a su ritmo. Cuando llego a su habitación, utilizo un pequeño
destornillador para abrir la ventana, balanceándome sin esfuerzo dentro de la
habitación.
Marcello cortaría mi cabeza si supiera que estoy espiando a su hermana.
Una sonrisa se dibuja en mis labios ante la hilaridad de la situación. Aun
así, soy lo suficientemente egoísta como para aprovechar una oportunidad de
deshacerme del fantasma de mi hermana, sin importar a quién tenga que
utilizar para lograr mi propósito.
La habitación está envuelta en la oscuridad, salvo por un rayo de luz de la
luna. Entro con cuidado y me dirijo a la cama que hay en el centro de la
habitación.
Una pequeña figura está acurrucada en medio de la cama, la sábana cubre
todo su cuerpo mientras duerme plácidamente.
Mis ojos se fijan en ella por un momento antes de mirar a mi alrededor,
llamando mentalmente a Vanya.
Ya no está.
Recorro la habitación en silencio y observo que no está a la vista.
Interesante.
Apoyándome en la pared frente a la cama, estudio la forma dormida
de Assisi, preguntándome qué es exactamente lo que tiene que hace
desaparecer a Vanya.
Tal vez sea su santidad.
Pero justo cuando surge ese pensamiento, se me escapa una risita.
Según lo que he aprendido de ella, definitivamente no es así.
La curiosidad rebosa en mi interior, me acerco un paso, tomando
asiento cuidadosamente en la cama para poder inspeccionarla mejor.
Con los ojos cerrados y los labios ligeramente separados, tiene un
aspecto casi angelical. Su cabello, sin atar, con mechones esparcidos por
la almohada, parece un halo alrededor de su cabeza. Creo que nunca he
visto un tono de rubio más claro. Su rostro en forma de corazón es
objetivamente exquisito, y la marca roja de su frente no hace sino realzar
su singularidad.
Justo en ese momento se mueve, arrastrando los pies en la cama, y la
sábana se desliza lentamente por su cuerpo.
¡Mierda!
Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de que no lleva nada
debajo. Hasta ahora había sido fácil referirme a ella como una chica, pero
cuando sus amplias tetas se liberan, sus pezones se fruncen y llaman la
atención, me doy cuenta de mi error.
No es una chica.
Mierda, pero no me había dado cuenta de que la señorita monja
tendría el cuerpo de una estrella porno.
También me doy cuenta de otra cosa. Justo encima de su pecho, hay
una cicatriz nudosa en forma de cruz. Frunzo el ceño, pero a medida que
mis ojos recorren su pecho, veo más cicatrices, algunas más pequeñas,
otras más grandes, como si hubiera sido torturada durante años.
¿De dónde las habrá sacado?
Un pequeño sonido escapa de sus labios. Con el ceño fruncido, sigue
moviéndose y la sábana se desliza aún más hacia abajo.
Parpadeo dos veces ante el inesperado espectáculo de striptease que tengo
delante. Sin darme cuenta, mis ojos recorren su carne desnuda, su pequeña
cintura y su tenso estómago y...
—Dios, aún podría convertirme en un creyente —murmuro en voz baja,
incapaz de creer lo que estoy viendo.
Rodando en la cama, termina más cerca de mí, la curva de su trasero en el
aire mientras gime en lo profundo de su garganta.
Me pongo de pie, repentinamente incómodo con la dirección de mis
pensamientos. Siento que el calor sube por mis mejillas y tengo que
sacudirme.
Piensa en el asesinato, o en la mutilación, o en romper los huesos de
alguien.
El escafoides, el trapecio, el capitado...
Tarareo para mí los huesos que disfruto rompiendo, encontrando poco a
poco un mínimo de control.
Se suponía que esto era solo una prueba. Una forma de explicarme
racionalmente por qué Vanya desaparecería en presencia de Assisi.
No un ejercicio de lo rápido que puedo perder la cabeza.
Maldiciendo en voz baja, desvío la mirada, centrándome en una esquina
vacía para ordenar mis pensamientos.
Tiene que haber una explicación lógica.
Pero cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que tiene que
haber algo más. No puedo resolver un problema de veintidós años en una
noche. Así que debo pensar en algo más.
Assisi está inquieta en su sueño, el crujido de las sábanas solo sirve
para distraerme de mis ejercicios mentales, tentándome a echar un vistazo
a su encantador trasero.
Por desgracia, esto no es lo que he venido a buscar.
Pero Vanya no está mirando...
Apago ese pensamiento con firmeza, intentando en su lugar idear un
plan para estudiar este fenómeno más a fondo. Pero para eso, necesitaría
la ayuda de Assisi. Y debo admitir que no he dado la mejor primera
impresión.
Bueno, si ella no está dispuesta, entonces tendré que hacer que lo
esté.
Ahora solo es cuestión de averiguar qué es lo que más quiere, y
dárselo.
Evitando mirarla más de lo necesario, salgo de la habitación, con un
plan ya formado en mi cabeza.
Con una última mirada a las bolsas de ropa que había comprado, solo
puedo esperar que a Sisi le gusten. Como nuestra desventura saltando por la
ventana no había funcionado muy bien, hemos improvisado y desarrollado
un sistema para que ella salga sin ser detectada por la puerta del personal
en la parte trasera de la casa.
Ya he aparcado el coche fuera de la carretera principal y ahora solo
espero que venga.
Después de salir de la casa de Enzo, me pasé todo el día observando la
transmisión de Papillion, haciendo un plano del lugar e ideando planes de
respaldo en caso de que nuestra visita pudiera atraer atención no deseada.
Había decidido que Sisi me acompañara por tres razones. Uno... bueno, no
quiero perderme un día con ella. Dos, me ayudará a pasar desapercibido, y
tres, se asegurará de que me mantenga concentrado, ya que Vanya no será
un problema si ella está allí.
No hay razón para no llevarla conmigo, especialmente porque confío
en mí mismo para mantenerla a salvo.
—Estás sonriendo de nuevo. —Vanya señala, y yo la miro.
—No lo hago —resoplo.
—Sí lo estás. —Cruza las manos sobre el pecho, levantando una ceja
hacia mí—. Es la chica, ¿no? —pregunta con conocimiento de causa.
—Claro que no —respondo un poco rápido, y ella se limita a
sonreírme.
—Es la chica —repite, y yo suspiro.
—Está bien, puede que sea la chica. Pero no digo que lo sea. Digo que
hay una posibilidad. —Evito la cuestión, esperando que deje el tema.
No es la primera vez que Vanya saca el tema. En sus propias palabras,
está intentando que me dé cuenta de mis sentimientos por Sisi y de que
debería casarme con ella lo antes posible. Quiero decir, técnicamente, lo
que está diciendo no es una mala idea. Si me casara con ella, me
pertenecería solo a mí. La parte de los sentimientos es un poco turbia, ya
que no creo que los tenga —defecto de fábrica, por desgracia—, pero
ciertamente puedo fingir.
—¡Lo sabía! —exclama—. Siempre tienes esa mirada soñadora de
estrella, en la cara —añade y yo me quedo con la boca abierta.
—¡No lo hago! —afirmo con vehemencia, pero ella se limita a mirarme
con sorna.
—Protestas demasiado. —Me sonríe antes de que su forma desaparezca
en el aire. Al levantar la mirada, veo a Sisi corriendo hacia el coche en la
distancia.
Por un momento, pienso en las observaciones de Vanya. Estoy de acuerdo
en que quizá sea un colegial enamorado. ¿Pero quién no lo estaría? Sisi no
solo es increíblemente atractiva, sino que también es ingeniosa y divertida, y
está a la altura de mi jodido sentido del humor. Incluso aprueba mis
inclinaciones menos morbosas de lo habitual. Si eso no es un buen partido,
entonces no sé lo que es.
Tal vez debería esposarla.
La idea no es tan mala. Marcello podría intentar matarme, pero al menos
no estaríamos a escondidas todo el tiempo. Incluso sería capaz de verla a la
luz del día, hecho que ha demostrado ser muy difícil hasta ahora. Uno
pensaría que nosotros somos vampiros con nuestros horarios nocturnos.
Pero cuanto más tiempo paso con ella, más la anhelo. No me basta con
tenerla cerca, con escuchar su risa, con saborear su propia esencia.
—Dios —gimo en voz alta, bajando la mano para ajustar mi miembro. Ya
es algo habitual. Solo tengo que pensar en ella y se me pone dura. Es así de
sencillo.
La otra noche en la playa estaba tan loco por ella que me corrí en los
pantalones. Incómodo, pero fui capaz de quitarlo de encima sugiriendo otro
baño en el agua. Su olor, su sabor, el simple hecho de sentir su sexo en mi
lengua había sido una experiencia sin igual.
Y como alguien que antes se burlaba de la idea de acercarse tanto a otro
ser humano, ahora me parece que no puedo acercarme lo suficiente.
Para ello, tengo que hacer todo lo posible para no estropear las cosas.
Sé que no tengo demasiadas cosas a mi favor, y que ella podría hacerlo
mucho mejor —y más normal—, pero tengo que demostrarle que, incluso
con mis defectos, soy la mejor opción.
Menos mal que tengo fuertes protecciones en mi ordenador, porque
sería vergonzoso mirar mi historial de navegación.
¿Qué tipo de asesino entrenado busca consejos sobre cómo enamorar
a una mujer?
Peor aún, ¿qué tipo de asesino pasa su tiempo en foros de mujeres
catalogando ideas de citas? Sería una vergüenza para toda la comunidad
de asesinos, si es que existe tal cosa.
¿Mis víctimas me temerían ya si supieran que me paso horas eligiendo
ropa de mujer? ¿O que ahora sé que hay diferentes tonos de azul? Debo
haber memorizado toda la paleta de colores en mi búsqueda de algo que le
guste a Sisi.
¡Maldita sea!
Esta vez sí que me estoy perdiendo.
—Estás aquí. —Ella abre la puerta del pasajero, subiendo. Está sin
aliento por haber corrido hacia el coche, pero su sonrisa es amplia en su
rostro.
—Estás aquí —repito insensiblemente, sonando como un disco
rayado.
Sisi no pierde el tiempo y se inclina hacia delante para darme un rápido
beso.
—Entonces, ¿qué hay para esta noche? —me pregunta emocionada, y
me encuentro dejando atrás todas mis aprensiones, buscando en cambio
empaparme de su presencia.
—Esta noche, nos vamos de caza —le digo, detallando rápidamente mi
plan.
El Papillion funciona de forma un poco diferente al Block, otro de los
clubes más famosos de Jiménez.
Mientras peinaba las imágenes, había marcado un patrón. El club abre a
las doce y funciona como un club de striptease normal hasta las dos. Después,
los iniciados son invitados al sótano para ver los espectáculos de la noche y
pujar por sus favoritos. Enzo no había bromeado cuando dijo que los
inmigrantes eran la principal atracción.
El club recibe solicitudes de diferentes tipos de personas de todo el
mundo, pero en lugar de satisfacerlas en un trato único, prefieren hacer que
los compradores se peleen por la mercancía, y así aumentar sus beneficios.
Todo es bastante ingenioso, desde el punto de vista empresarial, ya que
aparentemente la capacidad de Papillion para subcontratar cualquier tipo de
humano no tiene comparación.
Definitivamente puedo ver por qué ese Miles sería un habitual en un lugar
así. Ahora, sin embargo, tengo curiosidad por saber qué peticiones
personalizadas hace.
Por suerte, por lo que he podido averiguar, el anfitrión pide las
especificaciones, lo que pone en aprietos al posible comprador y garantiza
que la posible competencia se entere de ello para hacer subir los precios.
Todo el esquema es brillante, y solo puedo imaginar el tipo de dinero que
Papillion trae.
Nuestro plan es bastante sencillo. Sisi y yo entraríamos, nos
quedaríamos hasta que nos llamaran para la subasta y luego estaríamos
atentos a la gente de Miles.
Los trajes que nos había conseguido deberían ayudarnos a pasar
desapercibidos. Había optado por un estilo completamente distinto al
habitual. Así, aunque alguien me conociera, se sentiría desconcertado por
dos cosas: la presencia de Sisi y mi ropa.
—¿Hablas en serio? —Sisi arquea una ceja mientras termina de
ponerse la ropa que le he comprado.
—Maldita sea —silbo, admirando la vista.
Ok, quizá debería haber ido más conservadora.
Lleva un par de pantalones de cuero que acentúan sus piernas, el
atrevido contorno de su trasero hace que los hombres quieran llorar.
Ciertamente, mi miembro lo aprueba. Mi cabeza, sin embargo, no tanto,
ya que todos los demás verán lo mismo.
Para la parte de arriba he optado por una simple camisa negra, esta
vez asegurándome de que no se vea ningún escote, ya que sus tetas son un
billete de ida al infierno para cualquiera que desvíe la mirada, aunque sea
un poco.
—Vamos, no puedes estar hablando en serio —repite, mostrando el
corte de cuero que dice Propiedad de Berserker.
—¡Es bonito! —respondo dándole la espalda y señalando el Berserker
escrito en el mío—. Coincidimos, ¿ves?
Ella niega con la cabeza, pero finalmente cede y se lo pone.
Francamente, había tenido que improvisar rápido y encontrar un buen
disfraz, sobre todo para ese tipo de club. Así que he optado por lo más
fácil: fingir que formo parte de un grupo de MC inventado llamado White
Trash y que voy a Papillion con mi chica motera a comprar nuevos humanos.
Teniendo en cuenta que todo mi cuerpo está lleno de tinta, no parece
demasiado descabellado que forme parte de alguna banda nefasta. Pero, sobre
todo, es tan opuesto a cómo suelo presentarme que debería pasar
desapercibida.
A juego con el atuendo de Sisi, también llevo unos pantalones de cuero,
una camiseta blanca de tirantes y el corte de cuero con el nombre del club.
Está por ver si alguien capta la ironía del nombre, aunque, basándome en
experiencias anteriores, el golpe debería caer en saco roto.
También me había esforzado en modificar temporalmente mi tatuaje de
Bratva, para que nadie lo reconociera.
—No puedo creer que haya aceptado esto —murmura Sisi en voz baja.
—Tenemos que entrar sin ser detectados. Piensa en ello como una nueva
aventura. ¿Cuándo volverás a tener la oportunidad de ser una motera?
—No estoy segura de que esta sea mi definición de aventura. —Pone los
ojos en blanco—, pero te ayudaré.
—¡Genial! —digo, golpeando fuertemente su trasero.
—¡Auch! ¿Por qué has hecho eso? —Se lleva las manos al trasero
mientras intenta calmar el dolor.
—Me meto en el personaje. —Le guiño un ojo.
Y para rematar, también había conseguido una vieja Yamaha que ha
estado acumulando polvo en mi garaje. Esta vez, cuando Sisi ve la moto, no
se burla de ella. Por el contrario, se entusiasma ante la perspectiva de
conducirla.
—Guau —exhala cuando le entrego el casco. —Esto es increíble.
—¿Tan feliz eres montando perra? —bromeo, y sus ojos se abren de par
en par antes de recibir un golpe en las costillas.
—De broma, de broma. —Alzo las manos en señal de rendición.
Ella hace un mohín y yo me vuelvo hacia ella, tomando su boca en un
áspero beso, mis dientes atrapando su labio inferior mientras lo muerdo.
—Agárrate fuerte —digo contra sus labios, cogiendo sus brazos y
envolviéndolos alrededor de mi cintura.
Llegamos a la discoteca justo cuando abre, y después de mostrarle al
portero que tengo la aprobación de Enzo, nos invitan a entrar y nos dicen
que esperemos a que un miembro del personal nos muestre nuestra sala
VIP.
Cuando entramos en el club, observo que no es nada especial. Al
menos, comparado con otros lugares que he visto, este es bastante
tranquilo.
Hay mini escenarios por todas partes, en los que hay bailarinas de
barra y strippers rodeadas de hombres cachondos. Hay unos cuantos sofás
y mesas en la parte de atrás, todos ocupados con hombres y mujeres en
diferentes etapas de follar. Desde lejos, parece un banquete digno del
mismísimo Calígula.
—¿Eso es? —susurra Sisi cuando ve el espectáculo, y por un segundo
me arrepiento de haberla traído aquí. Yo no quiero que vea el miembro de
un desconocido.
Protegiendo sus ojos con mi mano, desvío su atención dirigiéndola
hacia la barra.
—Vaya —sigue diciendo, mirando a su alrededor con asombro—. Eso
parece muy divertido —señala hacia las chicas que bailan en los postes—.
Pero también difícil. —Frunce el ceño cuando las ve hacer un movimiento
bastante complicado.
—Se necesitan músculos fuertes para hacer eso. —Apenas miro la barra,
toda mi atención está puesta en ella. Sus expresiones son tan vívidas, tan
hipnotizantes, que tienen el poder de hacerme olvidar.
—Quiero probarlo —responde animada.
—¿Qué?
—Quiero probarlo. Parece muy interesante —repite, soltando un suspiro
soñador mientras sigue admirando los movimientos de las chicas.
Negando con la cabeza, ya que claramente eso está fuera de discusión, me
dirijo al camarero y le pido dos chupitos de vodka.
—Toma. —Le doy uno, un poco molesto por el hecho de que su atención
esté centrada en el escenario. Ni siquiera me mira cuando me quita el vaso de
la mano y se lo bebe, balbuceando rápidamente. Se lleva la mano a la cara
mientras se abanica y se vuelve hacia mí con los ojos muy abiertos mientras
pide ayuda.
—Respira. —Me inclino para susurrar.
—Es tan fuerte... —apenas le salen las palabras.
Hasta ahora, solo le había ofrecido bebidas más suaves, como vino o
champán, queriendo facilitarle la exploración del alcohol.
—¿De quién es la culpa de que te lo tomes como un profesional? —le
digo, divertido—. Deja que te enseñe cómo se hace —le digo, con los ojos
fijos en ella.
Cojo mi vaso de chupito y me lo bebo de un tirón. Entonces, antes de que
pueda reaccionar, mi mano sale disparada, agarrándola por la mandíbula, y mi
pulgar abre sus labios mientras me burlo de ella con mi boca. Abriendo bien
la boca, comparto la bebida con ella, lamiendo sus labios cuando he
terminado.
Se queda callada mientras sus ojos me recorren, su excitación es
evidente en la forma en que se dilatan sus pupilas. Se muerde los labios
lentamente, un gesto de acercamiento que me pone duro al instante.
Estoy tan concentrado en ella y en sus seductores jueguecitos que no me
doy cuenta de que otra mujer se pone delante de nosotros.
Sisi es la primera en mover la cabeza, estudiando a la mujer con los
ojos entrecerrados.
—¿Un baile erótico? —pregunta, poniendo su mano en mi hombro—,
ella puede mirar —asiente hacia Sisi. La mujer está vestida solo con un
bikini, con toda la mercancía a la vista, ya que sin duda está tratando de
encontrar clientes para la noche.
Estoy a punto de quitarle la mano de encima, pero Sisi se me adelanta,
agarrando bruscamente su muñeca y doblándola.
—No, gracias —finge una amplia sonrisa, poniéndose en pie y
colocándose entre la mujer y yo.
Vaya, qué interesante...
—No te he preguntado —responde la mujer con suficiencia antes de
volverse hacia mí—, no sabía que las perras podían contestar —continúa,
mirando a Sisi de arriba abajo con desagrado y me lleva un momento
darme cuenta de que las chicas moteras deben ser sumisas.
Por desgracia, he fallado en la elección de este disfraz, ya que Sisi es
cualquier cosa menos sumisa.
—Oh, esta sí puede —Sisi responde, apretando la muñeca de la mujer
y retorciéndola. Ella gime de dolor, pero no parece rendirse mientras
dirige su otra mano hacia el cabello de Sisi.
Pienso en intervenir, pero una mirada de Sisi y levanto las manos,
dejándola hacer lo suyo. Así que me inclino hacia atrás y observo el
espectáculo.
Sisi se apresura a parar la mano de la mujer, rodeando su nuca con los
dedos y haciendo que su cabeza choque con la mesa del bar. Un sonoro
golpe, y todo el mundo fija repentinamente sus miradas en el combate en
curso.
Observo con placer cómo Sisi sigue golpeando la cabeza de la mujer
contra la mesa hasta que la sangre empieza a brotar de su cara.
Mierda, si esto no me pone aún más duro.
Es interesante que nadie intervenga para ayudar a la mujer, teniendo en
cuenta que es una empleada de aquí. No, en lugar de eso todo el mundo
aplaude a Sisi mientras arruina la cara de la mujer.
Su sonrisa se tuerce en las esquinas; tiene una mirada de pura satisfacción
mientras causa aún más estragos en el cuerpo de la mujer. Solo cuando la
mujer queda inerte entre sus brazos, la suelta y se derrumba en el suelo,
inmóvil.
Sisi no se inmuta mientras pasa por encima de su cuerpo y viene a mi
lado.
—Tenía razón, sabes, deberías ser sumisa —añado con sarcasmo, y antes
de darme cuenta, su puñetazo sale disparado, sus nudillos rozando mi mejilla.
—Dejaste que te tocara —me sisea, y yo parpadeo dos veces, sorprendido
por su arrebato.
—¿Lo hice? —pregunto lentamente, extrañamente excitado por esta parte
de ella.
—Dejaste que te tocara, mierda —me clava el dedo en el pecho, la
agresión se desprende de ella mientras se acerca a mí.
Mis ojos recorren su cuerpo, la forma en que su pecho sube y baja
rápidamente, su garganta contrayéndose y formando un hueco justo por
encima de la clavícula.
—¡Fóllatela! Fóllatela. Fóllatela. —Los cánticos se hacen más fuertes
a medida que nos rodea más gente, todos interesados en el espectáculo en
curso.
—¡Fóllatela! ¡Que se vaya a la mierda! Que se joda.
Como no soy de los que se pierden una salida dramática, levanto
rápidamente a Sisi de sus pies, echándola sobre mi hombro, y hago una
señal a un patrón para que nos acompañe a nuestra sala.
Una mosca en la pared... Bueno, misión cumplida.
Satisfecho con lo que había preparado, le envié un mensaje a Sisi para que
se reuniera conmigo en el límite de la propiedad de su hermano. Había
organizado una cena con velas para su cumpleaños, con una comida completa
y cien velas que decían «feliz cumpleaños».
Había buscado en Internet ideas que le hicieran ver que me había
esforzado mucho y que no me había olvidado. Incluso había contratado a un
chef para que cocinara la cena perfecta, y había elegido todas sus comidas
favoritas.
Para su regalo, había decidido regalarle el oso de peluche gigante que le
había visto admirar en el centro comercial, así como un collar Cartier
personalizado con su nombre. Ese había sido un poco más complicado de
conseguir, ya que solo había tenido dos días a mi disposición, así que me
había conformado con amenazar al joyero con una pistola en la sien mientras
trabajaba en el collar. Me impresionó que no le temblaran las manos mientras
trabajaba en el collar. Ni siquiera cuando había incrustado los diamantes en
las letras. De hecho, pude ver por qué sus cosas eran tan caras.
Ahora solo me queda esperar que a ella también le guste y que me
perdone por lo que haya hecho. Me pasé todo el fin de semana pensando qué
podía haber hecho para ofenderla, y llegué a la conclusión de que todo era
posible. Después de todo, no soy el mejor cuando se trata de tratar con
mujeres.
Ni siquiera las columnas de consejos de Internet habían sido capaces de
darme una respuesta directa. Incluso me apunté a un foro y pedí consejo, pero
otro hombre me respondió que las mujeres son un enigma por naturaleza, y
que no debía tomármelo a pecho. Me había recomendado flores, así que, por
supuesto, las añadí al conjunto de la cena.
De nuevo, no había sido tan fácil conseguir mil rosas para esparcir por el
suelo, pero un poco de intimidación hace maravillas.
Aun así, he aprendido la lección. A partir de ahora nunca olvidaré cuándo
es su cumpleaños y me aseguraré de tenerlo todo preparado con antelación.
Al echar un vistazo al reloj, me doy cuenta de que llega tarde. Espero
otros cinco minutos y, aun así, no hay rastro de ella, así que intento llamarla.
Nada.
¿Me está ignorando? La perspectiva es angustiosa, así que sigo llamando
a su teléfono.
Otros diez minutos, y un montón de llamadas perdidas después, abandono
el lugar de la cena y decido confrontarla en su propia casa. Seguro que si me
enfrento a ella directamente podrá decirme qué he hecho mal y por qué ha
estado tan enfadada conmigo.
Incluso durante el fin de semana había sido muy tajante en sus respuestas,
y aunque eso había sido preocupante, había apostado todo a esta cena y a
cortejarla con mi maravillosa planificación.
Qué carajo...
Ya estoy inquieto al imaginarme un sinfín de escenarios que entran en
juego al enfrentarme a ella, siendo el peor que diga que no quiere volver a
verme, o que piense que soy demasiado para ella.
Maldición... ¿y si cree que puede hacerlo mucho mejor?
Quiero decir, técnicamente puede, pero eso no significa que vaya a dejar
que lo haga.
Mientras camino -más bien, corro- hacia la casa, no puedo evitar que mi
cerebro me haga pensar en los peores escenarios posibles.
Sea como sea, le pediré perdón y entonces podremos seguir adelante.
Seguramente, no puede estar tan molesta conmigo, ¿verdad?
Incluso mientras escalo las paredes de su habitación, sigo teniendo
visiones de ella diciendo que me odia ahora, y me doy cuenta de que
probablemente debería prohibir la palabra odio de su vocabulario, solo para
estar seguro en el futuro.
Abro la ventana y me meto dentro, a punto de llamarla por su nombre,
cuando me doy cuenta de que la habitación está vacía.
Su teléfono está tirado en medio de la cama, pero no hay rastro de ella.
Y mientras observo el juego de sombras en la pared, me doy cuenta de
que, por primera vez, me siento verdadera y totalmente perdido.
¿Y si ella ha decidido que no soy digno después de todo?
Capítulo 17
Assisi
5
Sagrado corazón escrito en Frances
Al bajar al vestíbulo, veo a todos ya vestidos, incluidos Marcello y
Venezia.
—¿A dónde vamos? —pregunto mientras Lina me toma del brazo con una
sonrisa reservada.
—Ya lo verás —me susurra al oído.
Nos repartimos entre dos autos y, al mirar por la ventanilla, me doy
cuenta de que nos adentramos en la ciudad.
El viaje dura unos treinta minutos, el auto se detiene frente a un
restaurante de lujo.
Salimos del auto y nos reunimos todos en la entrada antes de que un
empleado nos haga pasar al interior.
—¡Sorpresa! —dice Lina cuando llegamos a la parte trasera del
restaurante, donde un gran cartel anuncia el feliz cumpleaños, con globos y
regalos por todas partes.
Sigo, mis ojos recorren con avidez la sala, incapaz de creer que esto sea
para mí.
—¿Para mí? —grazno con incredulidad, necesitando una confirmación
verbal de que esto es realmente para mí.
Hay globos de todos los colores suspendidos en el techo y colgados en las
paredes. En un rincón, junto a la mesa principal, hay regalos cuidadosamente
envueltos, uno encima de otro.
—¡Feliz cumpleaños! —gritan todos, acercándose individualmente a
felicitarme.
—No sé qué decir... —Me siento un poco fuera de mí mientras miro a mi
alrededor, asimilando todo lo que han preparado específicamente para mí.
Dios, pero se me saltan las lágrimas.
Me limpio los ojos, sintiéndome increíblemente abrumada.
—Sisi —Lina me toma en brazos—, no llores —me acaricia la espalda.
—Queríamos —tose Marcello—, hacer algo especial por tu cumpleaños.
Lina me ha dicho que no podías hacer mucho en el Sacre Coeur. Espero que
te guste esto —dice, pareciendo un poco fuera de sí.
—Me encanta —le aseguro inmediatamente—. ¡Muchas gracias!
—¿Quieres abrir los regalos ahora o después de la cena? —pregunta Lina.
—No tenías que regalarme nada... esto ya es mucho —resoplo, y más
lágrimas caen por mis mejillas—. Gracias —repito.
—Sisi...
—¡Abre los regalos! —dice Claudia, y Venezia asiente.
Un poco insegura, voy hacia el fondo, abriendo un regalo tras otro. Han
pensado en todo, desde libros hasta ropa, incluso algo de maquillaje. Y al ver
las notas personales adjuntas a cada regalo, no puedo evitar sentir un calor en
mi corazón.
Así que esto es lo que se siente al tener una familia.
—Gracias. No tienes ni idea de lo que significa para mí —añado después
de haber conseguido controlar mis lágrimas.
—Me alegro de que te guste, Sisi —responde Marcello, que parece un
poco incómodo.
Nos sentamos a la mesa y dos camareros se acercan a servirnos. Me
colocan entre Claudia y Venezia, y Lina y Marcello se sientan uno al lado del
otro.
No se me escapan las miradas que comparten, ni los toques ocultos bajo la
mesa. Puede que no haya estado tan presente en la casa, pero está claro que
Lina y mi hermano se llevan bien.
Más que bien.
Marcello mira a Lina como si el mundo empezara y terminara con ella,
una ternura tan distinta a la del hombre que había llegado a conocer. Y Lina
tampoco parece inmune, si sus rubores son una indicación.
—Tu madre parece feliz —Le susurro a Claudia en tono conspirador, y
ella me dedica una amplia sonrisa.
—Lo parece, ¿verdad? A mí también me gusta Marcello. Es amable
conmigo.
—Me alegro —digo, revolviendo su cabello.
Aunque Marcello no parece necesariamente inclinado a las
demostraciones afectivas, al menos tiene emociones. A diferencia de cierta
persona.
No voy a ir allí.
—También me ha ayudado con mis estudios —dice Claudia, y por
primera vez noto una pizca de felicidad en sus rasgos.
Me alegro mucho de que haya salido del Sacre Coeur antes de que le
hicieran un daño duradero, como a mí. Lina se ha esforzado mucho por
conseguir ayuda profesional tras el incidente del padre Guerra, y viendo su
expresión despreocupada, definitivamente ha dado sus frutos.
Más charla, y la conversación fluye cómodamente, todos contribuyendo al
ambiente general de la mesa. Incluso Venezia, que suele ser cerrada, participa
e incluso bromea con Claudia.
—¿Has pensado qué quieres hacer, Sisi? —pregunta Marcello, y yo
parpadeo rápidamente, su pregunta me toma por sorpresa.
—¡Marcello! Es su cumpleaños. A veces tienes muy poco tacto. —Lina le
da un ligero puñetazo en el hombro, negando con la cabeza. Hace una mueca,
enmendando rápidamente que no era su intención incomodar.
—Tengo curiosidad por saber si tienes algún interés que te gustaría
explorar. Podemos arreglar que vayas a la universidad si es algo que te
gustaría —continúa, y yo me siento un poco incómoda al ser puesta en
aprietos.
A decir verdad, no había pensado mucho en lo que quería hacer. En el
Sacre Coeur, tenía un millón de ideas, soñando con innumerables escenarios
de lo que haría si pudiera. Pero ahora que puedo, ninguna de ellas me parece
ni remotamente atractiva.
Todo es culpa suya.
—Me gusta el trabajo de investigación —digo finalmente.
Acompañar a Vlad a todas partes mientras buscaba pistas para sus
hermanas había sido estimulante. Encontrar pistas y unirlas para obtener una
visión global es extrañamente satisfactorio y no me importaría hacer eso
también en el futuro.
—¿De verdad? —Marcello sonríe—, ¿qué tenías pensado? —pregunta,
dando un sorbo a su vino.
—Quizá trabajo de detective —me encojo de hombros—, he estado
leyendo sobre el FBI —continúo, y Marcello se atraganta con su vino.
—Trabajo de detective —repite, lanzando una mirada de soslayo a Lina—
. Lina, ¿le has explicado a Sisi a qué se dedica nuestra familia?
Lina asiente.
—Sí, lo sabe.
—Entonces, ¿no crees que sería... un conflicto de intereses por así
decirlo? —pregunta, forzando una sonrisa.
Me contengo, intentando no reírme del eufemismo.
—Tú eras abogado —señalo.
—Sí, pero los abogados pueden estar... —se interrumpe, mirando
incómodo entre Claudia y Venezia—, en el otro lado de la ley también.
—Bueno, ¿los detectives no pueden estar también al otro lado de la ley?
—replico con descaro, observando cómo Marcello intenta encontrar una
respuesta, sobre todo porque parece preocupado por que Venezia y Claudia
escuchen su respuesta.
He observado las interacciones de Vlad con la ley lo suficiente como para
saber que hay policías corruptos en todas partes. Incluso tiene un juego que
practica con la policía de Nueva York, como me había contado alegremente.
Cada vez que hay un nuevo detective en la ciudad, a Vlad le gusta burlarse de
ellos y poner a prueba su lealtad, ofreciéndoles tentaciones y esperando a ver
si ceden. Más de la mitad de las veces lo hacen, lo que dice mucho de la
integridad de la gente cuando hay incentivos de por medio.
—¿Te gustaría ser detective al otro lado de la ley? —Marcello levanta una
ceja para mirarme.
Le miro atentamente, sin saber cuánto revelar.
—No me importa especialmente de qué lado estoy —admito—, sigue
siendo un trabajo de investigación. A decir verdad, me interesan los
asesinatos —añado tímidamente—, y viendo que mueren tanto buenos como
malos, ¿importa realmente de qué lado estoy?
—Interesante enfoque. ¿Tiene algo que ver con lo que ocurrió en el Sacre
Coeur? —continúa, y Lina frunce los labios, lanzándole una mirada que dice
que lo deje.
—En parte —respondo. Esta es la primera conversación real que tengo
con Marcello, y aunque me está poniendo en un aprieto, no puedo evitar
alegrarme de que al menos me trate como a un adulto—. Ciertamente ha
despertado mi interés —digo, tomando un sorbo de agua.
—Si vas en serio, puedo indicarte la dirección correcta. Adrian, mi mejor
amigo, tiene experiencia en el asunto —comenta justo cuando llega el
siguiente plato.
Cuando estamos a punto de empezar a comer, el sonido de alguien
aplaudiendo atrae nuestra atención a la entrada.
—Qué gran familia feliz —Vlad aplaude y se acerca lentamente a la mesa.
Mis manos siguen en los cubiertos y mi expresión es de sorpresa al ver a
la única persona que no esperaba aquí esta noche.
—Vlad —murmura Marcello, con la mandíbula apretada, todo su cuerpo
rígido por la tensión.
—Una fiesta —silba, leyendo el deseo de cumpleaños en la pared—, ¿y
no se te ocurrió invitarme? 'Cello, 'Cello 6, deberías leer sobre la etiqueta de la
amistad —le dice a mi hermano, mirando alrededor de la habitación con
desinterés—. ¿Y de quién es el cumpleaños que celebramos? —Sonríe,
dejándose caer en una silla de la mesa, justo al lado de Marcello.
—Es el cumpleaños de Sisi —responde Lina, con la mano en el brazo de
Marcello.
—Es así... —Estrecha los ojos, su mirada recorre la mesa hasta encontrar
la mía—. Feliz cumpleaños. —Toma un vaso y se sirve un poco de vino tinto.
Lo levanta para brindar y me sonríe mientras lo bebe, sin apartar sus ojos de
los míos—. Tengo que decir, mi querido Marcello, que no has escatimado en
gastos. Cosecha de 1996. No está mal.
—¿Desde cuándo eres tan experto en vinos? —le dice Marcello.
—Es rojo —se encoge de hombros Vlad, sin apenas quitarme los ojos de
encima mientras habla con mi hermano—, como la sangre.
6
Diminutivo de Marcello
—Vlad —Marcello no parece muy contento de tener a Vlad aquí, y de
repente me preocupa un posible conflicto.
—¿Por qué no comemos? —Intervengo, esperando que esto dé a todos
algo que hacer.
Un camarero viene a traerle un plato a Vlad, y por un momento todos se
quedan callados mientras empiezan a comer.
—¿Cómo nos has encontrado aquí? —pregunta Marcello, con el puño
sobre la mesa.
—De la misma manera que puedo encontrarte en cualquier parte —le
guiña Vlad—. ¿No les has dicho que éramos almas gemelas? —pregunta
Vlad, con una expresión inocente en el rostro. Entorno los ojos hacia él, sin
entender el propósito de su visita.
¿Ha venido solo para arruinar mi cena de cumpleaños?
—¿Almas gemelas? —pregunta Lina con curiosidad—, ¿qué quieres
decir?
—¡Ah, buena pregunta! Verás, Marcello y yo nos conocemos desde hace
mucho tiempo. ¿Cuánto hace, veinte años?
—Vlad, basta. —Aprieta los dientes Marcello, mirando a Vlad como si
nada le gustara más que dispararle.
—Vamos, viejo amigo, ¿has olvidado nuestros días dorados?
—Vaya, ¿conoces a Marcello desde hace tanto tiempo? —Catalina no
parece darse cuenta de la tensión entre los dos, su habitual talante bonachón
brilla mientras intenta incluir a Vlad en la conversación—. ¿Qué puedes
decirme de él? —Ella sonríe, ajena al trasfondo, mientras entrelaza sus dedos
con los de Marcello.
—Qué puedo, en efecto. —El rostro de Vlad estalla en una amplia y
encantadora sonrisa. Sabe que tiene una entrada a través de Lina y la
aprovecha al máximo—. Estábamos más unidos que los hermanos, ¿verdad,
Marcello? —Levanta una ceja.
—¿Era tan melancólico entonces como ahora? —se apresura a preguntar
Lina, inclinándose sobre la mesa, con el rostro lleno de curiosidad.
—Oh, aún más. Apenas podía sacarle una palabra. A veces tenía que
hacer una pregunta y responderla también —Vlad se ríe y todos se unen, ya
que Marcello no es el individuo más hablador—. Pero tenía un don.
—¿Un don? —Es Venezia quien pregunta.
De alguna manera, Vlad ha logrado entrar en toda la mesa y hacer que
todos se involucren en su historia.
—Sí, un don para el arte. Es un escultor maravilloso. Deberías haber visto
sus obras de arte. —Vlad sacude la cabeza, frunciendo los labios y soltando
un sonido lúgubre—. Lástima que lo haya dejado.
—Vlad, detente —la voz de Marcello es baja y detecto un tinte de
amenaza.
—¿Arte? ¿De verdad? Oh, Marcello, tienes que enseñármelo —dice Lina
con entusiasmo.
—Quizá en otra ocasión —murmura mi hermano.
—Sí, necesita materiales muy específicos. —Vlad se echa hacia atrás en
su asiento, con una expresión de satisfacción en su rostro.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Lina, con el ceño fruncido mientras
mira entre Vlad y Marcello.
—Hmm, ¿a qué se refiere, Marcello? —Inclina la cabeza hacia un lado,
levantando la barbilla como si desafiara a mi hermano a responder—. La
lengua de un traidor, la piel de un engañador, la d…
—¡Ya basta! —La mano de Marcello golpea la mesa, y todos se callan de
repente.
—¿Lengua de traidor? —pregunta Claudia, con los ojos muy abiertos.
—Vlad, que Dios me ayude o haré lo que prometí —habla Marcello, la
amenaza inconfundible.
—Ves, a esto me refiero. Tú y tu dios... —Vlad sacude la cabeza,
suspirando profundamente—, ¿es por quien me dejaste? Ves, no entiendo este
asunto de los dioses. Los amigos imaginarios no son tan divertidos como
crees.
—Hay niños en esta mesa, Vlad, contrólate —le dice Marcello, el toque
de Lina es la única atadura que le impide estallar.
—Los niños son niños, hasta que dejan de serlo —responde Vlad
vagamente, con los labios manchados de rojo por el vino.
Mis ojos se centran en eso, y cada vez me resulta más difícil fingir que no
lo conozco, o que no soy consciente de su presencia en esta habitación. Solo
tengo que mirar sus anchos hombros, la forma en que su garganta se contrae
cuando traga, su nuez de Adán moviéndose ligeramente, o cómo el hueco de
su cuello me hace desear que mi lengua lo rodee, goteando vino dentro y
lamiéndolo hasta dejarlo limpio.
Maldita sea, ¿por qué tengo que desearlo tanto?
No sé a qué juega, y por qué está irritando a mi hermano
intencionadamente, ya que está claro que tiene ganas de morir. Y mirando a
Marcello, sé que es cuestión de tiempo que estalle.
La mirada de Vlad recorre la mesa hasta que se posa en mí.
—¿Y qué edad tiene ahora nuestra cumpleañera?
—Veintiuno —respondo, entrecerrando los ojos hacia él. Él sabe
perfectamente cuántos años tengo.
—Eso significa que puede beber alcohol legalmente, ¿no? —Se levanta y
se lleva la botella y dos vasos. Coloca uno delante de mí, llenándolo hasta el
borde, antes de hacer lo mismo con el suyo.
—¡Feliz cumpleaños! —Choca las copas antes de tomar un sorbo de la
suya, sin apartar sus ojos de los míos.
Tomo mi propio vaso y me lo llevo a la boca. Pero justo cuando el líquido
está a punto de llegar a mis labios, una mano me detiene.
—No tienes que beber, Sisi —dice Marcello, que ya ha pedido a Claudia
y a Venezia que vayan a sentarse junto a Lina—. Vlad se va.
—Ya es legal, Marcello. Es su prerrogativa beber o no —sonríe, sacando
la lengua para lamerse los labios.
Trago.
El demonio.
Sabe exactamente lo que hace.
—Tienes que irte, Vlad —le dice Marcello—. Entiendo que estás
aburrido, y sin amigos, y lo que sea, pero no te lo voy a repetir. Aléjate de mi
familia. —Aprieta los dientes, me quita el vaso y lo golpea contra la mesa, el
líquido se tambalea en el borde y se derrama sobre el paño blanco que cubre
la mesa.
—Maldita sea, 'Cello, te has puesto en plan lobo feroz. ¿Tienes miedo de
que vaya a arrancar esta flor? —Me pone la mano en el hombro y escucho
que alguien jadea en la mesa.
Todo sucede a cámara lenta.
Entra un camarero que trae una enorme tarta de cumpleaños en un carrito.
La mano en mi hombro desaparece justo cuando Marcello hace girar a Vlad,
apartándolo de mí y dándole un puñetazo en la cara.
Las manos de Lina se dirigen a los ojos de Claudia, mientras Venezia
parece extrañamente intrigada.
Vlad ni siquiera reacciona, ni se defiende mientras acepta el puñetazo, su
cuerpo es lanzado hacia atrás y hacia mi pastel.
Mi boca se abre en un sonido silencioso al ver cómo la mitad de la cara de
Vlad aterriza en el pastel, arruinándolo todo.
Marcello tiene una expresión de suficiencia mientras mira a Vlad, y por
primera vez, estoy harta de los dos.
—¡Alto! —Me pongo de pie, interponiéndome entre ellos antes de que el
conflicto vaya a más—. Esta es mi cena de cumpleaños, y los dos la están
arruinando —hablo, con la voz seria—. Tú, deja de golpear a la gente —
señalo a Marcello—. Y tú —me dirijo a Vlad—, deja de pedir que te peguen.
—¿Yo? ¿Pedir que me peguen? —Vlad se endereza, la parte superior de
su traje llena de pastel mientras le cae más de la mejilla.
—¡Detente! —Tanto Marcello como yo hablamos al mismo tiempo.
Apenas puedo contener una sonrisa al ver la crema en la cara de Vlad, y
me limito a sacudirle la cabeza.
—Así es como va a ir esto —digo, mirando a todos—. Se van a calmar —
me dirijo a Vlad—, y luego vendrás conmigo a limpiarte. Después, todo el
mundo se comportará y comeremos lo que queda de la tarta en paz. ¿Crees
que puedes hacerlo?
Estoy casi al límite de mis fuerzas y solo hay una razón para ello.
—No vas a ir a ninguna parte con él. —Me detiene Marcello. Me vuelvo
hacia él, poniéndole mi expresión más despreocupada.
—Estaré bien —digo—, si intenta algo le daré más tarta —mis labios se
mueven—, parece que lo hace callar bien.
—Oye, estoy aquí —interviene, pero antes de que pueda insultar más a mi
hermano, lo tomo del brazo y lo llevo al baño, cerrando la puerta tras nosotros
para que no nos molesten.
—¿Qué te pasa? —le siseo cuando por fin estamos solos.
—Me has dejado plantado —responde en voz baja, con las manos en los
bolsillos.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Se supone que habíamos quedado. Hace una hora, para ser más exactos
—dice, mostrándome su teléfono y los mensajes que me ha enviado...
bastantes.
—No tengo mi teléfono conmigo, y nunca planeamos nada.
Murmura algo en voz baja que no puedo entender, pero con su cara medio
empapada, ni siquiera puedo tomarlo en serio.
—¿Por eso has venido tan dispuesto a dar guerra? —pregunto, pasando el
dedo por su cara y probando un poco de crema.
—Me dejaste plantado —es todo lo que dice. Como un niño hosco, pone
mala cara, mirando a cualquier parte menos a mí.
—No te he dejado plantado. Ni siquiera sabía que habíamos quedado —le
digo, un poco exasperada por las circunstancias actuales.
¿Por qué tiene que ser tan imprudente? Podría haberlo estropeado todo, y
no me cabe duda de que Marcello lo habría matado... y a mí.
—Bien... —acepta, pero no parece más contento.
Negando con la cabeza, lo empujo hacia el fregadero, mojando una
servilleta y limpiando el pastel de su cara y su ropa. Mientras tanto, me
observa con una extraña expresión en la cara, como si no me entendiera.
Tiene los labios ligeramente separados y la respiración entrecortada
mientras le paso el paño por la cara. Se me pone la piel de gallina al sentir su
presencia, tan cercana, y se me eriza la piel de pies a cabeza. Siento las
mejillas acaloradas y las palmas de las manos sudorosas.
De la nada, su mano sale disparada y me agarra la muñeca, bajándola. Sin
dejar de mirarme, me arrincona en una esquina y me aprieta con su cuerpo
hasta que queda pegado a mi frente.
Está duro.
Es lo primero que siento cuando se aprieta contra mí, y mis propios
muslos se aprietan en respuesta.
Sus dedos me rozan el cuello, antes de agarrarme con dolor, acercando mi
cara a la suya.
—No me dejas plantado —ronca, con su aliento en mis labios.
—¿No lo hago? —Parpadeo dos veces, el cambio en su comportamiento
me desconcierta. En un momento parece un cachorro perdido, y al siguiente
me lanza contra la pared dispuesto a violarme.
—Eres mía, chica del infierno. Eso significa que solo eres mía. —Sus
labios recorren mi mandíbula—. Me lo prometiste —dice, y su pulgar se
mueve sobre mis labios, separándolos.
—Te lo prometí —respondo, la intensidad de sus ojos me hipnotiza.
—Dilo —susurra, besándome ligeramente en los labios—. Dilo.
—Soy tuya —digo y él deja escapar un gran suspiro, como si se sintiera
aliviado.
—Nunca te dejaré ir —susurra, con un sonido apenas audible.
—¿De verdad tenías que ser tan malo con Marcello? —Levanto la mano
para acariciar su mejilla, y mi enfado con él ya se desvanece.
—Eres mía —repite, inclinándose para profundizar el beso antes de darme
la vuelta de repente, haciéndome apoyar las manos en la pared.
—¿Vlad? —pregunto, insegura de lo que va a hacer.
Sus manos rodean el dobladillo de mi vestido mientras lo arrastra por
encima de mi culo.
—No tenemos tiempo —susurro, aunque lo único que quiero es que
siga—. Vendrá a buscarnos.
—Un momento —dice, con la voz baja y angustiada—. Necesito saber
que eres mía.
Su mano pasa por encima de la banda de mi ropa interior y se mete entre
mis piernas, sus dedos se hunden entre mis labios mientras rodea mi clítoris.
Se me corta la respiración, se me cierran los ojos mientras me concentro en
las sensaciones que está arrancando de mi cuerpo.
—Estás muy mojada, chica del infierno. Y todo para mí —dice, con su
boca mordisqueando mi oreja.
—Sí —respondo, apretándome contra su mano.
Empieza a moverse más rápido, sus dedos hacen magia en mi coño
mientras su boca masajea lentamente la columna de mi cuello, alternando
entre chupar, lamer y provocar.
Enseguida me corro, apenas conteniendo la voz mientras empujo mi culo
hacia su erección. Me agacho contra él y mi cuerpo se convierte en gelatina
mientras aprovecho los últimos estertores del orgasmo.
—Feliz cumpleaños —susurra.
Me giro y me apoyo en la pared, observando cómo toma sus dedos y los
lame.
—Mejor que la tarta. —Su voz me produce escalofríos, sus ojos negros
me mantienen cautiva.
Apenas soy consciente de lo que ocurre cuando se mete las manos en los
bolsillos, saca una pequeña caja y me la pone en la cara.
—¿Qué es esto? —pregunto, tomándola en la mano.
—Tu regalo —me dice, sin mirarme a los ojos.
Curiosa, y un poco sorprendida de que me haya comprado algo, abro la
caja y encuentro un collar con mi nombre, con diamantes incrustados en las
letras.
—¿Para mí? —Miro fijamente el hermoso objeto, incapaz de creer que lo
haya comprado para mí.
—Permíteme —dice, sacándolo de la caja y colocándolo alrededor de mi
cuello.
—Una hermosa joya para una hermosa dama —comenta, y mientras me
miro en el espejo, sintiendo el frío metal contra mi piel, no puedo evitar
suspirar de satisfacción.
—Gracias. —Lo atraigo más cerca, dándole un sonoro beso—. Es
increíble.
Por primera vez, veo una sonrisa genuina en su cara mientras acurruca su
mejilla en el pliegue de mi cuello.
Terminamos en el baño y volvemos a la mesa.
Marcello nos mira con desconfianza.
—Han tardado bastante —murmura.
—No sabía que tuviera miedo al agua. —Me encojo de hombros, tomando
asiento.
—¡No lo tengo! —protesta Vlad, agarrando la silla de al lado. Con
Claudia y Venezia sentadas junto a Lina, por fin puede sentarse más cerca de
mí.
—Claro —me encojo de hombros, divertida—, por eso decía que se iba a
derretir si el agua tocaba su piel.
—Qué puedo decir —mueve los ojos inocentemente hacia todos—, no es
mi culpa ser pariente de la bruja malvada. No podemos elegir a nuestros
padres —dice, dirigiendo su atención a Marcello—, tú más que nadie deberías
saberlo.
Marcello no responde, pero la tensión en su mandíbula me dice que el
golpe es personal.
—¿Alguien quiere tarta? —pregunto en voz alta, ya cansada de hacer de
niñera.
—¡Sí! —Claudia responde
—Yo también —responde también Venezia.
Se sirve la tarta y, por primera vez, nadie quiere matar a nadie. Y para
recompensar a Vlad por su comportamiento, le agarro la mano por debajo de
la mesa.
Parece ligeramente sorprendido, pero la aprieta, sujetándola con fuerza.
Supongo que esto es lo que se siente al tener una familia...
Tarareando una suave melodía para mí, tiro del hilo, satisfecha por el
diseño que empieza a tomar forma. Últimamente, Lina y yo salimos mucho, y
ha empezado a enseñarme a bordar.
Como he visto que Vlad siempre lleva un pañuelo consigo, he decidido
hacerle uno personalizado, con mi nombre, por supuesto. Así podrá llevarme
siempre consigo, y las demás mujeres podrán ver que también está elegido.
Sonrío para mis adentros mientras añado un pequeño corazón rojo junto a
mi nombre.
—Veo que alguien ha estado ocupada —comenta Lina mientras toma
asiento a mi lado, con los ojos puestos en mi trabajo.
Por un segundo estoy tentada de disimularlo, pero cuando sigue hablando,
exhalo aliviada al darme cuenta de que cree que es para otra persona.
—No puedo creer que Raf y tú sean tan amigos —dice sugestivamente.
—Sí, nos hemos hecho amigos —le respondo.
Es técnicamente cierto. Después de la visita inicial, se ha dejado caer unas
cuantas veces más, y poco a poco me ha ido confiando el motivo de su
comportamiento.
—Cuando la gente te considera débil, no te ve como competencia me
había dicho, dando a entender que intentaba pasar lo más desapercibido
posible.
Pero cuando me habló de su hermano y de su sed de poder, quedó claro
por qué intentaba pasar desapercibido.
En el tiempo que había llegado a conocer a Raf, me había dado cuenta de
que es un alma muy gentil a la que nada le gustaría más que ser dejada en paz.
Desde luego, no tiene aspiraciones de poder ni de dinero, por mucho que su
padre quiera que tome las riendas de la familia Guerra en el futuro.
—Eres la primera que ha conseguido darse cuenta —me había dicho en
algún momento, sorprendido de que hubiera visto más allá de su máscara.
No sabía que tengo la habilidad de ver detrás de las máscaras.
—Y no tenías que confirmar mis sospechas, ¿por qué lo hiciste? —le
respondí. Ciertamente, podría haber seguido negando mis acusaciones. En
cambio, había terminado por confiar en mí.
—Tú no eres como ellos —se había encogido de hombros, aunque no
había explicado a quiénes se refería.
Y así había surgido una agradable amistad. Tan agradable que incluso me
había pedido que me casara con él, para mi gran disgusto. Por un momento
me preocupó que tal vez le hubiera dado señales equivocadas, pero
rápidamente me aseguró que solo me ve como una amiga y que, como está
tan a gusto conmigo, no sería mala idea que nos casáramos, ya que su padre
no deja de empujarle a ello.
Yo me negué amablemente, explicándole mis propias circunstancias y que
ya tengo a alguien. Se alegró mucho por mí cuando le conté más cosas sobre
Vlad, e incluso me sugirió utilizarlo como tapadera si era necesario.
Es seguro decir que una asociación había florecido desde el más
improbable de los lugares.
—Seguro que le gustará. —Señala el corazón con una sonrisa cómplice, y
yo me sonrojo instintivamente.
Oh, sí. Vlad lo disfrutará. Después del esfuerzo que he puesto en esta
cosa, más vale que nunca la saque del bolsillo.
—Me alegro mucho por ti, Sisi —continúa, soltando un suspiro soñador—
. Después del incidente de tu cumpleaños me preocupé por un momento.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Seguro que Marcello ya te ha hablado de Vlad. No es... alguien con
quien debas relacionarte.
—¿Por qué? —pregunto con un poco de vehemencia.
¿Por qué todo el mundo está tan en contra de él? ¿Qué les ha hecho?
Por lo que he visto, siempre ha ayudado a todo el mundo cuando se le ha
necesitado, y sin embargo, ni siquiera Marcello, que es el que más le conoce,
puede ofrecerle la más mínima consideración.
—No es un buen hombre, Sisi. Sé que eres nueva en este mundo, pero hay
malos... y luego hay muy malos. —Ella frunce los labios, mirándome con
preocupación en sus ojos.
—¿Cómo es que es tan malo? —Me acaloro, la necesidad de defenderlo
me carcome. Sé que todo lo que dice viene de un buen lugar, pero me estoy
cansando de que todo el mundo lo crucifique sin siquiera tratar de entenderlo.
—Mata a la gente, Sisi —empieza, y yo resisto el impulso de poner los
ojos en blanco—, es un asesino a sangre fría.
Discutible, yo diría que está bastante bien.
—Sencillamente no tiene brújula moral. —Sacudo la cabeza, como si no
estuviera casada con la misma calaña.
—¿Y mi hermano? —le respondo y ella frunce el ceño.
—Hay un mundo de diferencia entre Vlad y tu hermano —añade, casi
horrorizada de que yo insinúe algo así.
—Mira, creo que te equivocas, Lina. Es solo una cuestión de perspectiva.
—Me encojo de hombros.
—Sisi...
—Tu villano podría ser mi héroe, Lina. ¿Existe realmente el blanco y el
negro? ¿O moral e inmoral?
—Sisi... ¡Espero que no estés simpatizando con él! —Suena
escandalizada, y me doy cuenta de que estoy pisando terreno muy difícil.
—Por supuesto que no —respondo—, solo intento decir que no se puede
conocer realmente a una persona hasta que no se ha caminado una milla en
sus zapatos. —Me encojo de hombros.
Se queda callada un momento mientras me mira pensativa.
—Te has convertido en todo un filósofo —sonríe finalmente.
Mis labios se estiran y le devuelvo la sonrisa.
Uno tiene que hacerlo cuando su amante es el villano de la historia de
todos.
Pero no en la mía.
Capítulo 18
Vlad
7
Trastorno de estrés post-traumatico
—-Ella me calma. Pero... —respiro profundamente para explicarle dónde
está el problema—, han ido empeorando. Temo que cuando llegue uno malo
ni siquiera su presencia será suficiente. Y le haré daño.
—Ya veo —frunce los labios—. ¿Has tratado de recordar esos años?
Pueden ser la clave para entender tus síntomas actuales.
—Por eso estoy aquí.
—Te das cuenta de que esto no es una ciencia exacta. No puedo
asegurarte de que nada te vaya a devolver los recuerdos —advierte, pero
agito la mano con desprecio.
—Lo sé. Y, sin embargo, estoy aquí probándolo como último recurso.
Seré el primero en protestar que ni siquiera es una ciencia, ya que no tiene
la característica principal de la replicabilidad para que se considere una
ciencia propiamente dicha. Pero un hombre desesperado haría cualquier cosa.
Y yo me encuentro cada vez más desesperado.
Quién sabe, mañana puedo arrodillarme frente a una imagen que llora.
Cosas más raras han sucedido.
—Me alegro de que lo entiendas. Me gustaría sugerir una regresión de
edad para su problema, y después de eso evaluaremos y avanzaremos en
consecuencia.
El Dr. Reese repasa el procedimiento, detallando todo lo que sucederá.
Asiento con la cabeza, todavía un poco escéptico, pero me animo a hacerlo.
Me indica que me coloque en una posición relajada y que utilice su voz
como guía.
Cierro los ojos y hago lo que me dice, dejando que mi mente se relaje y
siga sus palabras.
—Respira profundamente. —Creo que le escucho decir mientras me
indica que regule mi respiración, sus palabras tienen un efecto soporífero en
mí.
Una negrura se dibuja en mi mente, todo lo demás se desvanece. Mi
cuerpo se ralentiza, sus funciones casi en standby.
—Retrocede —su voz suena como un eco en la distancia—, ya tienes
siete años.
Habla un poco más, la negrura frente a mí se distorsiona cuando la luz se
abre paso entre las grietas. Me protejo los ojos y es como si el techo se
desintegrara, trozos de cristal negro cayendo sobre mí.
Y entonces caigo.
Mi espalda choca con una superficie sólida y mis ojos se abren de golpe al
ver lo que me rodea.
—Bisturí. —Escucho decir a alguien mientras mis pupilas se adaptan a la
luz que se dirige hacia mí. Al mover la cabeza hacia un lado, veo a un
hombre. Su rostro está oculto por las sombras, pero lleva un uniforme y sus
manos enguantadas sostienen un bisturí mientras se inclina sobre mi cuerpo.
Por primera vez, me atrevo a mirar hacia abajo, y mis ojos se abren de par
en par al ver mi pecho abierto, con las costillas a la vista. El médico toma el
bisturí, cortando tejido, y sin embargo apenas siento dolor.
—Ves. —Escucho una voz—. Está despierto y no hace ruido. Creo que
está funcionando.
—Esto es... —Se une otra voz, y veo otra figura al margen que camina
alrededor de la cama quirúrgica, mirándome con asombro.
—Dime, mi pequeño milagro, ¿te duele? —me pregunta el médico que
corta, con su mano rozando tiernamente mi mejilla. Mis ojos no parpadean
mientras le miro fijamente, formando lentamente un no.
—Ves, mi pequeña maravilla ya está a kilómetros de distancia de las
demás —habla, su mano sigue trabajando dentro de mi cuerpo.
—Ahora entiendo por qué no nos dejas tocarlo —gruñe el otro,
claramente disgustado.
—Por supuesto. —Frunce el ceño el doctor—. ¿Dónde podría encontrar
otro espécimen perfecto como él? —Se gira bruscamente hacia el otro.
Sigo aturdido, toda la situación parece surrealista mientras siento un vacío
dentro de mí que se extiende por todo el cuerpo.
—Vete a la mierda, Miles. Sabes lo que nos prometiste... —Las palabras
se convierten en un zumbido en mi oído.
—Tienes bastante para elegir, maldición. ¡Esto es revolucionario!
Siempre se puede mojar la polla, pero esto... —Señala hacia mí—, su
capacidad de soportar el dolor es inaudita. Es el único capaz de esto del lote.
Su hermana ni siquiera se acerca, y eso que son gemelos —Sacude la
cabeza—, no sé qué tiene él, pero...
Parpadeo una vez y toda la escena cambia. No sé cuántos años tengo, pero
me siento más viejo de lo que es...
Estoy en una celda, y Vanya está acurrucada a mi lado, con todo su
cuerpo temblando mientras intenta aferrarse a mí para tener algo de calor.
—Tengo hambre —susurra, con los labios casi azules por el frío.
—Sabes que no puedes comer nada sólido después de la prueba. —Le
acaricio el cabello, deseando poder quitarle el dolor.
La puerta de la celda se abre y entran dos guardias. Hay algo en sus ojos
que no me gusta.
Uno de ellos toma a Vanya por la nuca, haciéndola arrodillarse en medio
del suelo, mientras el otro me sujeta las manos a la espalda, manteniéndome
inmóvil.
Hay un pánico en mi interior, pero no sé por qué. Lo que sí sé es que no es
la primera vez que ocurre algo así.
—Por favor, hoy no. Le vas a romper los puntos. —Me escucho hablar,
luchando contra el hombre que me sujeta.
—¡Cállate! —Ríe detrás de mí, poniendo su mano sobre mi boca,
sofocando mis sonidos.
Veo con horror cómo Vanya se arrodilla en el suelo, con las manos
alrededor de su vientre mientras intenta sujetar sus puntos.
El guardia la mira, sus carnosos dedos agarrando su mandíbula mientras la
levanta para mirarla a los ojos.
—¿Me echas de menos, dulzura? —le pregunta, con su sucia mano
atreviéndose a tocarla.
Respiro con dificultad mientras algo en mi interior crece hasta el punto de
ser doloroso. Es una sensación extraña, como si supiera lo que va a pasar y
estuviera preparado para la batalla.
Sus manos acarician sus mejillas, y hay una mirada vacía en sus ojos
mientras se limita a mirar hacia delante, su cuerpo se hunde como si estuviera
agotado.
El guardia baja la cremallera de su mono, saca su polla erecta y se la clava
en la cara.
—Traga, y hoy seré suave —le dice, escupiendo en la palma de la mano y
moviendo la mano arriba y abajo de su erección.
No puedo ver esto.
Mis miembros comienzan a agitarse y hago todo lo posible para escapar
del agarre del guardia.
Tengo que ayudar a Vanya.
Pero todo es en vano.
De una patada, me empuja boca abajo al suelo, con todo el peso de su
cuerpo sobre mí mientras me mantiene inmóvil.
Mis ojos siguen pegados a mi hermana, mi gemela, y se me llenan los ojos
de lágrimas al verla abrir la boca para chupar la polla del cabrón. Cómo sus
dedos regordetes acarician sus inexistentes pechos, o cómo le rasga la ropa
para meterla entre las piernas.
Un sonido que no sale se forma en mi mente, todo mi ser asaltado por un
dolor distinto a cualquier otro.
—Este mierdecilla no deja de moverse. —El hombre que me sujeta
comenta, los gruñidos del otro guardia llenan la habitación mientras mi
hermana le chupa la polla como si lo hubiera hecho un millón de veces en el
pasado.
Vanya...
—Cuidado con él, es el especial. —El guardia se ríe, su mano empuja la
cabeza de mi hermana hacia delante hasta que se ahoga con su polla, sus ojos
húmedos de lágrimas no derramadas.
—Especial mi trasero —dice el hombre detrás de mí, y una mano
comienza a manosearme, bajando más y más...
—No, Yosuf, no podemos tocarlo —gime, pero Yosuf no parece oírle
mientras empieza a tirar de mis pantalones hacia abajo.
—No lo diré si no lo haces —se ríe, resoplando en el proceso como si
fuera lo más divertido.
—Solo si me toca después. —Le guiña un ojo a Yosuf.
En algún momento, mi cuerpo y mi mente se separan. Sigo sintiendo todo.
El peso sobre mi cuerpo, sus manos separando mis piernas, su polla entrando
en mi cuerpo y partiéndome en dos.
Y continúa, su aliento en mi nuca mientras entra y sale de mí, su sudor
transfiriéndose en mi espalda cuando aumenta sus movimientos, y luego su
semilla cuando se gasta dentro de mí.
Pero no reacciono.
Mi cuerpo está inmóvil, mi mirada fija en la de Vanya mientras nos
perdemos el uno en el otro, buscando consuelo donde no lo hay.
Sus ojos me dicen todo lo que necesito saber.
No estás solo.
Superaremos esto.
Juntos.
Jadeo, abro los ojos de golpe y extiendo la mano para tomar algo.
Me estoy ahogando.
No hay otra explicación para ello, ya que lucho por mi respiración
mientras mis dedos se la arrebatan a otra persona.
El cuerpo del Dr. Reese se desmorona sin vida a mis pies. Apenas
reacciono mientras salgo a trompicones del gabinete, con todo mí ser hecho
trizas, mis heridas sangrando donde no hay sangre.
Solo cuando doy la vuelta al edificio llamo a Maxim, dándome cuenta de
que tiene que limpiar mi desastre. Después de eso, simplemente deambulo...
caminando sin rumbo por las ajetreadas calles de la ciudad, ahogándome en el
ruido, ahogándome en mí mismo.
Sisi.
La necesito más que a mi próximo aliento y, sin embargo, me siento
demasiado manchado para alcanzarla.
Caminando por la ciudad, no sé cuántas horas paso a la deriva, sin
racionalizar realmente nada de lo que ocurre a mí alrededor. Pero aun así, no
puedo evitar que mis pies me lleven a mi única fuente de consuelo.
Al subir a su ventana, el corazón se me desploma en el pecho cuando me
doy cuenta de que su habitación está vacía. La desesperación pura me agarra
mientras entro en la casa, moviéndome con sigilo, pero cortejando el peligro a
cada paso.
Y entonces la escucho charlar y reír con alguien, un hombre que no soy
yo. Apenas me controlo, sintiendo que mi temperamento, cada vez más
volátil, se eleva y quiere tomar el control. Me hace falta todo lo que hay en mí
para no irrumpir en la habitación, derramando sangre para calmar mi rabia,
una advertencia de que nadie puede tenerla.
Me planto en la escalera, con vista directa al salón, mientras mis ojos se
centran en Sisi, sentada tan cómodamente en presencia de otro hombre.
Se ríe de algo que él ha dicho antes de levantar la mirada, y sus ojos se
abren de par en par al verme.
Unas pocas palabras y ya está volando hacia mí, tirando de mi mano y
arrastrándome a su habitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? Dios, Vlad, has sido muy imprudente —
sigue hablando, cerrando la puerta tras ella y echando el pestillo.
Mi respiración se vuelve agitada, una neblina roja cubre mi mirada
mientras la agarro por el cuello, empujándola contra la pared, con mi cara
enterrada en el pliegue de su cuello.
—¿Quién es él? —le pregunto, apenas reconociendo mi propia voz—.
¿Para quién sonreías?
—¡Vlad, cálmate! —Sus manos van a mis hombros, frotándolos con
movimientos tiernos—. Solo es un amigo. Nada más.
—¿Quién. Es. Él? —siseo, necesitando saber el nombre de mi futura
víctima. Porque no se saldrá con la suya. No después de lo que he visto.
—Es mi amigo. De verdad, Vlad, no pasa nada. Por favor. —Esa sola
palabra tiene el poder de derribar todos mis muros. Una mano se extiende
para tocar mi brazo, su expresión tan encantadora, tan llena de calidez.
Mis rodillas se doblan y caigo, rodeándola con mis brazos para apoyarme.
Aprieto la cabeza contra su estómago, respirando con dificultad mientras me
aferro a ella para salvar mi vida.
—Sisi —se me escapa un sonido angustioso. Por primera vez, siento que
vuelvo a ser yo mismo, que su presencia es el bálsamo que necesito para
sanar.
—Dios mío, ¿qué ha pasado? —susurra, tomando mi cara entre las manos
y poniéndose de rodillas para estar a mi altura.
—Sisi. —Ni siquiera puedo articular bien mis pensamientos mientras la
miro a los ojos, con su expresión llena de preocupación—. Para mí... —
murmuro, con mis dedos recorriendo sus rasgos.
—Háblame —dice mientras coloca sus labios sobre los míos. Me abro
para dejarla entrar, saboreando la salinidad de las lágrimas, humillado de que
llore por mí.
Pero cuando abro los ojos, me doy cuenta tardíamente de que soy yo
quien llora, mis lágrimas fluyen por mis mejillas sin control.
Ella no dice nada. Se limita a acercarme a su pecho, a mecerse conmigo
mientras me dice que todo irá bien.
—Dime que eres mía —ronco, mi cuerpo casi convulsiona por el dolor
acumulado—. Por favor —le imploro, buscando la seguridad de que nunca
me va a dejar. Que yo soy suyo y ella es mía.
—Soy tuya —dice—, siempre y para siempre. —Sus dedos acarician mi
cabello, su barbilla se posa sobre mi cabeza—. Igual que tú eres mío —
continúa, y sus brazos me rodean con fuerza.
Me empapo de su presencia. Dejo que impregne cada átomo de mi ser
mientras intento estabilizarme.
Envueltos el uno en el otro, nos quedamos así durante lo que parecen
horas, mi cuerpo fundiéndose con el suyo, nuestros olores fundiéndose en
uno. Me aferro tanto a ella que olvido dónde empiezo yo y dónde acaba ella.
Solo somos nosotros.
—¿Qué ha pasado, Vlad? —me pregunta al cabo de un rato.
—Fui a un psiquiatra —le digo, relatando brevemente lo que había
pasado, pero omitiendo los detalles de la violación. No quiero ni pensar en su
expresión cuando se dé cuenta de lo destrozado que estoy.
—Vlad —me dice preocupada mientras me abre la camisa y me recorre
las cicatrices con las manos antes de inclinarse para besarlas—. Ven siempre
a mí —levanta la cabeza para mirarme a los ojos—, siempre.
—Sí —digo—, siempre.
—Ven. —Me toma de la mano, me lleva al baño y me desnuda
lentamente antes de hacer lo mismo ella. Me empuja suavemente y me mete
en la ducha, el agua caliente cae sobre mi piel y mis ojos se cierran en un
suspiro cuando entra en contacto con mi cuerpo.
Toma una esponja, la enjabona y la baja por el pecho, limpiándome.
Observo con los ojos encapuchados la forma en que me cuida, y mi
corazón se aprieta dolorosamente en mí ya destrozado pecho.
—Estás a salvo conmigo —susurra mientras la acerco, la piel al ras, la
frialdad junto al calor. Dejo que su calor se filtre a través de mí, su suave
cuerpo amortiguando el mío.
—Eres mi hogar —le digo, apartando su cabello para tener acceso a su
cuello—. Eres el lugar en el que quiero recostar mi cabeza para la eternidad.
—Rozo con mi mejilla su delicada piel, inhalando el aroma que es
únicamente suyo.
—Tú también eres mío. No sabes lo mucho que significas para mí. —Sus
palabras me conmueven de una manera que nunca creí posible. Le rodeo la
espalda con los brazos, con sus tetas apretadas contra mi pecho, pero ninguno
de mis pensamientos es de naturaleza sexual.
Ella es Sisi. Valiente, hermosa y amable. Es el calor que no sabía que
necesitaba, el rayo de sol en mi vida siempre oscura.
Y ella es mía.
Cierra el grifo, toma una toalla y me seca la piel. Es minuciosa y a la vez
amable conmigo, como si yo fuera lo más preciado. Solo sus acciones me
hacen llorar, el cuidado que me da es más de lo que podría haber imaginado
que alguien como yo se merece.
Me lleva a la cama, acomoda las almohadas y levanta las sábanas para que
me meta.
Se acuesta cerca de mí, piel desnuda contra piel desnuda, sus ojos se
clavan en los míos.
—Te he preparado algo —susurra, con el dorso de la mano acariciando mi
mejilla. Se gira brevemente para abrir un cajón y saca un trozo de tela
cuadrado.
—Lo he bordado para ti. Para que siempre esté contigo —me muestra las
letras que deletrean su nombre junto a las que ha dibujado un pequeño
corazón.
—Sisi... —No sé ni qué decir mientras miro el precioso material—.
Gracias. —Me vuelvo hacia ella, colocando mis labios sobre los suyos.
Ella se abre, su lengua se encuentra con la mía mientras sus brazos rodean
mi cuello. Vierto todo lo que significa para mí en este beso, queriendo que
sepa que solo cuando estoy con ella soy realmente completo. Un beso lento
que me tortura con su dulzura.
Y por fin estoy en paz.
8
En ruso “Hermosa”
9
En ruso “¿Pero que es esto?
—¡No me toques! —siseo, moviendo la cabeza hacia un lado.
—Vasily —silba otro hombre—, la gatita tiene garras —ríe burlonamente.
Me tomo un momento para mirar a mi alrededor, observando que hay
cinco hombres dentro de la furgoneta. Cuatro de ellos rondan los cuarenta o
cincuenta años, mientras que el que está a mi lado parece ser el más joven,
con unos treinta años.
—Kuznetsov no tiene mal gusto —dice uno de los mayores con voz
acentuada, y finalmente caigo en la cuenta de por qué estoy aquí.
Vlad.
—Pensé que era gay —se ríe el más joven.
—Quizá sea su barba.
—Esperemos que no, o el plan no funcionará —dice el mayor, volviendo
su atención hacia mí.
—Dime, pajarito, ¿es su barba? 10
Entrecierro los ojos hacia él, sin estar del todo segura de la pregunta pero
sin querer mostrarles ninguna debilidad.
—La última vez que lo comprobé estaba bien afeitado. —Le sonrío por lo
bajo.
Me mira fijamente durante un segundo antes de estallar en carcajadas.
—Oh, es una luchadora. Quizá no sea su barba, después de todo. Dios
sabe que una mansa no tendría ninguna posibilidad.
—Ya llegamos —me señala uno de los hombres de atrás—, embólsala —
dice y yo frunzo el ceño, sin entender su significado.
10
Es un juego de palabras en inglés, pájaro es “bird” y barba es “beard”
De repente, me ponen una mordaza en la boca y me tiran una bolsa
enorme por la cabeza mientras uno de los hombres me echa al hombro y sale
de la furgoneta.
Parece que esta vez Vlad ha cabreado de verdad a algunas personas. Sé
que debería tener miedo, pero por alguna razón confío en que Vlad no dejará
que me pase nada.
Estos tipos, por otro lado... Me siento mal por ellos, y se lo habría dicho si
no me hubieran puesto esta maldita mordaza en la boca. Pueden pensar que
conocen a Vlad, pero se van a llevar una gran sorpresa cuando se den cuenta
de lo peligroso que puede ser.
—¡Caballeros, llegan temprano! —Escucho la voz de Vlad cuando saluda
a los hombres. Resuena un eco, así que supongo que es una sala grande.
Algunos arrastres y me tiran al suelo.
—Ah, ¿y también has traído un regalo? —pregunta con esa voz tan
divertida que tiene.
Muevo los pies, esperando que se fije en mis zapatos, pero es en vano, ya
que los hombres siguen dirigiéndose a él.
—No pudimos resistirnos después de recibir tus regalos —habla uno de
ellos—, sobre todo teniendo en cuenta que Ilya era mi cuñado. —Puedo oír la
tensión en su voz y, por alguna razón, estoy segura de que los regalos de Vlad
no habían tenido ninguna buena intención.
—Bueno, eso te trajo aquí, ¿no? —pregunta, moviéndose por la
habitación—. Tendrás que disculpar la falta de entretenimiento. No te
esperaba hasta... —se interrumpe, y me lo imagino consultando su reloj de
pulsera—, dentro de dos horas. Las chicas que he contratado para esta noche
no empiezan su turno hasta medianoche —suspira audiblemente y yo sonrío
contra la mordaza, su teatralidad nunca deja de divertirme.
—Menos mal que también hemos traído algo. Podemos usarla mientras
tanto —dice el más joven, cuya voz ya he memorizado, arrancando la bolsa
de mi cuerpo.
Parpadeo dos veces, tratando de acomodar mis ojos a la luz, cuando me
doy cuenta de que estamos en un almacén. Un almacén enorme. Hay dos filas
de mesas alrededor, todas adornadas con comida y bebida, una especie de
altar al final del almacén, un enorme icono dorado de la Virgen María
adornando la pared. Todo parece casi regio, desde los cubiertos y platos de
oro hasta los cálices de plata y oro, parece el banquete de un zar.
Vlad está de pie a unos metros de mí, sus ojos me miran intensamente
antes de volverse hacia los demás, sonriendo.
—Maravilloso —dice, sin revelar ninguna emoción.
Aparte de los cinco hombres de antes, no hay nadie más en los
alrededores, y por un momento temo que Vlad se vea superado en número.
Incluso Seth, que debería estar aquí protegiendo a Vlad, no aparece por
ninguna parte.
Pero entonces recuerdo sus acrobacias en el restaurante y me doy cuenta
de que no debería preocuparme demasiado.
—¿No la reconoces? —pregunta uno, ligeramente molesto por la reacción
de Vlad.
Vlad camina hacia mí, mirándome de pies a cabeza.
—No. ¿Debería? —Se encoge de hombros, mirando a los hombres. Su
actuación es tan impecable que hasta ellos empiezan a dudar de si han
acertado o no.
—Entonces, ¿por qué no empiezo yo? —dice Vasily, acercándose a mí y
poniendo su mano en mi pecho.
La mirada de Vlad se ensombrece y una sonrisa siniestra aparece en su
rostro.
—Sí, ¿por qué no? —dice en voz baja, pero habría que ser sordo para no
oír el inconfundible peligro que se desprende de ella.
Vasily desata la cuerda alrededor de mi torso, liberando mis brazos. Pero
no llego a disfrutar de mi recién encontrada libertad, ya que rasga el corpiño
de mi vestido, desgarrando toda la parte delantera a lo largo de las costuras,
con mis pechos rebotando.
Me quedo quieta, con los ojos abiertos al ser incapaz de reaccionar al
repentino asalto.
—¡Sisi, retrocede! —me grita Vlad, con todo el cuerpo rígido y a punto
de estallar. Hago lo posible por moverme, pero Vasily me tiene firmemente
agarrada, sus ojos codiciosos me devoran mientras mira mis pechos desnudos.
No llega a tocarme de nuevo porque un cuchillo se le incrusta en la
garganta, su expresión es de sorpresa mientras se aferra con las manos a la
herida sangrante.
Me escabullo hacia la parte de atrás, logrando evitar a otro hombre
mientras corro hacia donde Vlad me indicó.
—Así que sí importa. Kuznetsov, nos divertiremos mucho con ella una
vez que nos hayamos ocupado de ti —dice un hombre mayor, sin reaccionar
lo más mínimo ante la hemorragia de Vasily, o el hecho de que Vlad apenas
haya movido un dedo para herirlo mortalmente—. Tal vez te mantengamos
con vida para que puedas mirar —continúa.
Un fuerte ruido estalla en el almacén cuando Vlad empieza a reírse,
agachándose para agarrarse el estómago mientras se le escapan más y más
risas.
—¿Ustedes? —pregunta, señalando a los cuatro hombres que siguen en
pie—. ¿Ustedes? —Vuelve a preguntar, conteniendo a duras penas su risa.
Los hombres ya están en posición, levantando sus armas para apuntar a
Vlad, todo un arsenal a su disposición. Por primera vez, tengo miedo.
Porque sí, Vlad es un magnífico luchador y, en teoría, podría vencer a
esos cuatro ancianos. Pero también está indefenso, y por mucho que diga lo
contrario... es solo un hombre.
—Sisi, ponte detrás del altar —ordena, el cambio en su voz es inmediato.
Con dedos temblorosos, intento desatar la cuerda que me rodea los pies,
frustrada cuando no cede inmediatamente.
—Ahora, Sisi —grita Vlad. Una vez desatada la cuerda, me apresuro a ir
detrás del altar, con la espalda pegada al marco del icono dorado.
—¿De verdad crees que puedes con todos nosotros, Kuznetsov?
—Ah, señores —Vlad se pasea despreocupadamente, tomando una copa
de vino dorada—, ¿quién les ha enseñado a molestar al dragón dormido? —
pregunta, poniéndose una vez más una máscara de diversión.
—¿Crees que puedes matar a nuestros hombres y que vendremos en paz?
—dice otro hombre. Asomo la cabeza por el pequeño altar, observando cómo
se desarrolla la escena.
—Más bien pensé que me lo agradecerías —responde Vlad con audacia—
, después de todo, ¿de qué sirve tener hombres inútiles a tu alrededor? Te he
hecho un favor. —Se encoge de hombros, con una sonrisa de suficiencia en el
rostro.
—Tú... —Se adelanta un anciano, con la boca fruncida, pero otro hombre
lo detiene—. Nunca me has caído bien, muchacho. ¿Crees que puedes dar
órdenes a todo el mundo para que cumplan tus deseos? Hace tiempo que
decidimos que había que darte una lección. Esta es la ocasión perfecta —
escupe con su arma apuntando a Vlad.
—Verán, caballeros, hoy quería ser un anfitrión amable. Pueden ver
que… no he escatimado en gastos. Incluso el oro es de verdad. —Levanta su
copa, la luz golpea el metal y lo hace brillar—. ¿Y tienes que venir a mi
propia casa y faltarme al respeto como tal? —Sacude la cabeza, haciendo un
sonido “tsks”—. Yo también los habría dejado marchar con sus vidas intactas,
pero realmente tenían que ir allí. Tenían que meterse en mi propiedad. —
Tuerce los labios, con el ceño fruncido.
¿Su propiedad? ¿Yo soy su propiedad?
Tendremos que hablar de eso cuando acabe con esta gente.
—Míralo —se ríe un hombre, balanceando su arma—, se comporta como
si ya hubiera ganado.
—Oh. —Sonríe Vlad, y la copa cae al suelo con un ruido sordo—. Pero lo
he hecho —dice justo cuando se agacha, el ruido de los disparos impregnando
el aire—. Falló. —Suena su voz mientras rueda al suelo, llevándose consigo
el mantel, todos los cubiertos, platos y comida cayendo al suelo en un ruido
ensordecedor. Más disparos, con algún que otro «fallado», de Vlad mientras
se mueve como un fantasma, sus movimientos son increíblemente rápidos
mientras esquiva todas las balas que le llegan.
Él no puede ser real.
Me froto los ojos, pensando que estoy viendo cosas, pero los movimientos
de Vlad son una locura bajo cualquier punto de vista, e incluso a los hombres
que van contra él les cuesta creer lo que están viendo.
Está jugando con ellos mientras se agacha, rueda, moviendo su cuerpo
como un gimnasta entrenado. Ni siquiera intenta pasar a la ofensiva. Más
bien, disfruta dejando que le persigan, la frustración que genera parece
aumentar su disfrute.
Los sonidos de los disparos suceden hasta que se detienen de repente. Los
hombres siguen apretando el gatillo de sus armas, completamente sin
munición.
—Bueno, supongo que ahora podemos hablar como gente civilizada. —
Vlad sale de una esquina, moviéndose despreocupadamente como si no
hubieran vaciado las cuatro pistolas que le persiguieron por la habitación.
—¡Vete a la mierda! —grita uno, lanzándose sobre Vlad. Una mirada a su
cara y puedo ver cómo pone los ojos en blanco.
Vlad se limita a dar unos pasos hacia la derecha, y su pie sale disparado
cuando hace tropezar al hombre. Cayendo al suelo, gime de dolor. El pie de
Vlad presiona su espalda, sujetándolo al suelo.
—¿No te dije que era inútil? —Mueve la cabeza hacia ellos, con un
cuchillo en la mano mientras juega con la hoja.
Los hombres no se inmutan y abordan a Vlad, agarrando los cuchillos del
suelo e intentando dar un golpe.
Vlad suspira profundamente, maniobrando su propio cuchillo mientras lo
lanza al primer hombre, dándole justo en el ojo. Con la facilidad que le
caracteriza, da una vuelta, evitando cualquier golpe directo, y su mano se
extiende para desalojar el cuchillo antes de empujarlo hacia otro hombre.
La escena continúa cuando utiliza un solo cuchillo para apuñalar a los tres
hombres, dejándolos sangrando en el suelo.
Cuando ve que todos están fuera de combate, se acerca a mí y me toma en
sus brazos.
—Lo siento —susurra—, ¿Han...? —se interrumpe y yo sacudo
rápidamente la cabeza, viendo cómo el alivio inunda sus facciones—. No
esperaba que fueran por ti, lo cual fue un descuido por mi parte —confiesa,
uno de los pocos momentos en los que he visto a Vlad admitir que estaba
equivocado.
—Sabía que te encargarías de ellos —le digo. Mi fe en él no ha flaqueado
ni un segundo.
—Maldita sea, tienes razón. Nadie te toca y vive —me sonríe, y por fin
me permito relajarme.
Pero es demasiado pronto cuando nos damos la vuelta, alertados por el
chirrido de los neumáticos de otro coche que se detiene frente al almacén.
Hay una fracción de segundo en la que Vlad me empuja hacia atrás, detrás
del altar, con su cuerpo sobre el mío, mientras suenan más disparos, esta vez
el ruido es más potente que antes.
—Mierda. Han sacado la artillería pesada —murmura, sus manos
abriendo un armario detrás de la mesa del altar y sacando unas cuantas armas
propias.
—¿Dónde está Seth? ¿O Maxim? —pregunto, preocupada de que esta vez
esté realmente en inferioridad numérica.
—No me maldigas, chica del infierno, pero en realidad envié a Seth a
vigilar tu casa. Deben haberte agarrado justo antes de que él llegara —
explica, un poco exasperado—. Me temo que por ahora solo estoy yo.
—Será mejor que no hagas que te maten. O que me maten a mí —
murmuro mientras más disparos se dirigen hacia las puertas del almacén, todo
acribillado a balazos.
—Nunca. —Me mira fijamente antes de rozar ligeramente sus labios con
los míos—. Quédate escondida —susurra antes de armarse hasta la
empuñadura y salir a recibir a sus invitados.
Solo cuando miro a los hombres que ya han caído, me doy cuenta de que
su juego de persecución ha consistido en no hacer sangre. Y a medida que
más hombres armados irrumpen en el almacén, sé que es Solo cuestión de
tiempo antes de que se quiebre de verdad.
Y todos lamentarán haber despertado a la bestia.
El jugueteo empieza a remitir cuando salta delante de un hombre,
poniendo su arma fuera de su alcance antes de noquearlo y apuntar a los
demás a su alrededor. Es una masacre mientras dispara como un loco, con una
sonrisa de pura felicidad en su rostro mientras cinco hombres caen al suelo.
Por un momento me pregunto cuántos más vendrán, ya que cada vez son
más los que entran en el almacén.
Vlad sigue disparando, agachándose y escondiéndose cuando el fuego se
dirige hacia él, utilizando las mesas como escudos.
Nadie tiene ninguna posibilidad.
Es tan claro como el día mientras hace llover el caos sobre ellos, su
regocijo es audible mientras mata a un hombre tras otro. Las balas vuelan por
el aire, el icono que hay detrás de mí se llena de agujeros, los sonidos son
ensordecedores.
—Tira el arma. —Escucho gritar a alguien. Al asomar la cabeza por la
mesa del altar, veo a Vlad en medio del almacén, respirando con dificultad.
Hay cuatro hombres más frente a él, todos apuntándole con sus armas.
—Es interesante verlos a todos trabajando juntos —bromea Vlad,
caminando lentamente—, ¿tienen siquiera más balas en ese rifle? —Señala
con la cabeza el arma de un hombre.
—Estás muerto —le sisea el hombre.
—¿Lo estoy? —pregunta, fingiendo sorpresa—. Deja que te diga cómo va
a ser, viejo amigo. Ese rifle que tienes en las manos tiene como mucho treinta
balas —dice con una sonrisa de oreja a oreja al ver sus armas—. Alguien no
ha estado contando —se ríe.
—Qué...
—Vamos, dispárame si puedes —dice Vlad, extendiendo los brazos como
un águila que espera ser cazada furtivamente—. No puedes, ¿verdad? —Se
encoge de hombros, divertido.
Yo también sonrío, dándome cuenta de que se ha cebado con ellos para
disparar todas sus rondas, contando las balas.
Maldita sea, eso es impresionante.
—No te muevas. —Siento un aliento en mi cuello mientras una mano se
cuela sobre mi boca, obligándome a moverme de detrás del altar. El cañón de
una pistola se clava en mi sien, sus palabras me producen escalofríos mientras
se deleita diciéndome lo que me hará después de matar a Vlad—. No eres el
único con un as en la mano, Kuznetsov. —El hombre que está detrás de mí
habla, empujándome hacia delante mientras casi me pongo en pie a
trompicones, con la pistola aún amenazante en mi cabeza.
Vlad se gira lentamente, con una lentitud peligrosa, y su mirada se nubla
al ver al hombre que está detrás de mí. La sonrisa desaparece por completo
cuando da unos pasos hacia nosotros.
—Así que este era tu maravilloso plan —añade con sorna—, unirse como
un solo hombre.
—Has molestado a gente muy importante, Kuznetsov. Solo estamos
entregando el mensaje. —Sus manos se tensan sobre mí y mi mirada vuela
hacia la de Vlad, preocupada por lo que pueda pasar a continuación.
Él mira entre los dos, de repente con una expresión de aburrimiento en su
rostro.
—Hagamos un recuento, ¿de acuerdo? Veo al menos quince hombres en
el suelo. Faltan cinco más. ¿Cuáles crees que son las probabilidades? —
pregunta, bajando la mano muy lentamente con la inclinación de la cabeza, y
volviendo a mirarme.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de lo que está
tratando de comunicarme, y asiento lentamente con la cabeza.
Una mano sobre el rifle, la otra descansa a su lado, sus dedos se
despliegan lentamente en una cuenta.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuando veo el tercer dedo, agacho la cabeza, tomando impulso y
empujándome hacia atrás con toda la fuerza que puedo reunir antes de volver
a bajar.
En una fracción de segundo, el arma de Vlad está levantada, con el dedo
en el gatillo, la bala pasa zumbando por encima de mi cabeza y se aloja en la
frente del hombre.
Cae al suelo con un golpe, los pasos lánguidos de Vlad lo llevan junto a
mí.
—Escóndete —susurra, y no pierdo tiempo en obedecer.
Se agacha junto al hombre caído y saca una larga espada que clava en el
pecho del hombre.
Los otros hombres están atrás, Solo mirando, con sus armas levantadas
como espectáculo, ya que no tienen munición para usar.
Apuesto a que nunca pensaron que necesitarían tantas balas para un solo
hombre.
La hoja de Vlad atraviesa la piel, utilizando la culata del arma para
atravesar la caja torácica hasta tener un claro acceso al corazón.
No...
Una mano rodea el corazón, arrancándolo del pecho del hombre. El
órgano sangrante sigue goteando sangre, un rastro que se va formando
mientras Vlad se pasea por el almacén, bombeando el corazón con sus propias
manos.
—¿Se te ha ocurrido entrar en mi casa y amenazar lo que es mío? —Su
voz suena... es diferente.
Hay una cualidad ominosa en ella, e incluso yo reacciono ante la pura
maldad que hay detrás de su máscara. Se ha ido, o al menos casi se ha ido.
Pero cuando se lleva el corazón a la boca y muerde un gran trozo, con la
sangre bajando por la boca y los jadeos horrorizados resonando en el
almacén, tengo mi confirmación.
Se ha ido...
Dios mío, pero no sé qué va a pasar ahora. Ha luchado tanto por
mantenerse bajo control, jugando con los asaltantes para evitar un
enfrentamiento cara a cara que acabara en un derramamiento de sangre.
Y ahora...
Observo con horror cómo su boca se ensancha en una sonrisa maléfica,
todo su semblante ha cambiado. Sus siniestras intenciones se desprenden de él
cuando toma a un hombre por el cuello, lo levanta en el aire con facilidad
antes de llevarle la cabeza al suelo, aplastando el cráneo con tanta fuerza que
toda la cavidad se rompe, la materia cerebral se escapa.
No se detiene.
Sigue golpeando hasta que no queda más que una masa de cerebro y
hueso destrozados, ambos apenas colgando del cuerpo alrededor del cuello.
Los otros hombres intentan huir cuando ven su verdadera naturaleza, sus
manos se mueven rápidamente en la señal de la cruz mientras rezan.
En vano.
Uno tras otro, Vlad los persigue. Manejando con maestría su espada, corta
los brazos de un hombre, la sangre se escurre, una expresión de horror en el
rostro de la víctima. Pero la sonrisa de Vlad no hace más que ampliarse
mientras utiliza las propias palmas del hombre para abofetearlo hasta que se
aburre, pues su víctima ya está desangrada.
Recogiendo su larga espada, acecha a su siguiente presa, cortando al
hombre por la cintura en una línea tan suave que el torso se separa
inmediatamente de la parte inferior del cuerpo, desparramándose los órganos
por el suelo.
La risa de Vlad llena la habitación mientras se unta la cara con la sangre y
las entrañas del muerto.
Supongo que no bromeaba al decir que se baña en vísceras.
Todavía hay dos hombres más, ambos escondidos por la habitación y
tratando de evitar que Vlad los detecte.
Pueden pensar que están a salvo, pero Vlad los encuentra con facilidad
detrás de una mesa, sus manos se agarran a sus sienes mientras los arrastra
hacia el centro de la habitación.
El suelo ya está enrojecido por la sangre, que fluye cada vez más de todas
las víctimas, tanto de las masacradas como de las fusiladas. Es como un
océano de sangre cuando arroja a los dos hombres encogidos en medio de
ella.
Caen al suelo, la sangre salpicando alrededor, sus expresiones de horror
mientras intentan alejarse de Vlad. Recogen todo lo que está cerca de ellos y
lo lanzan contra él, pero es inútil.
Con la espada en alto, les corta la cabeza sin esfuerzo, cayendo ambos al
suelo y rodando por él. Pero no se detiene solo en eso. Sigue golpeando,
introduciendo la hoja en sus cuerpos y destruyendo lo que queda de ellos.
La carne cuelga, la sangre se derrama, el hueso se rompe.
Solo hay destrucción a su paso mientras sigue destrozando también los
demás cuerpos, cortándolos en pedazos, lo único que le satisface ligeramente.
Las paredes están salpicadas de materia orgánica, todo el almacén está
casi completamente pintado de rojo.
Sigo detrás del altar, insegura de mis próximos pasos.
Vlad parece aún más feroz mientras se rasga la camisa por las costuras,
arrancándose la ropa hasta quedar desnudo en medio del baño de sangre.
Agita el líquido con reverencia, usando sus manos para pintarse de pies a
cabeza con sangre.
Como un dios pagano, está de pie entre sus sacrificios, la sangre es su
armadura y su debilidad.
Me quedo sin palabras mientras lo observo con asombro, el rojo intenso
contra su piel entintada, la mirada de puro arrebato en su rostro.
¿Cómo puede ser humano?
Se le escapa un sonido bajo mientras cae de rodillas, la sangre salpicando
a su alrededor y manchando aún más su piel.
Tengo que ayudarle.
Cómo es que incluso en esta forma no le tengo miedo. Lo veo como el
demonio que es, y aunque sus habilidades no dejan de sorprenderme, no
puedo evitar que me excite en todo su sangriento esplendor.
Haciendo acopio de valor para salir de mi escondite, camino con cuidado,
acercándome a él lentamente. Su cabeza se echa hacia atrás, su mirada se
desenfoca mientras me mira, como un animal listo para saltar en cualquier
momento. Sus orejas se agudizan con cada paso que doy, el sonido reverbera
en la habitación.
Se gira completamente hacia mí, sus ojos me observan de cerca pero sin
un atisbo de reconocimiento.
—Vlad —susurro cuando estoy casi a su lado, arrodillada frente a él.
Inclina la cabeza hacia un lado, observándome.
Lentamente, extiendo mis manos para tocar su cara. Se estremece al
contacto, pero no se aparta, me mira con una mezcla de curiosidad y deseo.
Me inclino hacia él y aprieto mis labios contra los suyos, feliz cuando no me
aparta.
Pero tampoco me devuelve el beso.
Sabiendo que tarda en volver a ser él mismo, lo instigo suavemente con
mis labios, aplicando una mínima presión mientras me acerco a él.
Me mira, con los ojos casi en blanco, mientras trata de entender lo que
está pasando. Mi lengua sale a hurtadillas y le lamo los labios, buscando la
entrada en su boca. Sus labios se separan ligeramente, permitiéndome entrar.
Con cuidado, le rodeo el cuello con los brazos y lo aprieto contra mi pecho
mientras profundizo el beso.
Se mantiene rígido, con los ojos abiertos siguiendo todos mis
movimientos.
Respirando con dificultad, me inclino hacia atrás, con la sangre
filtrándose desde el suelo hasta el material de mi vestido. Me tomo un
momento para observarle, en busca de cualquier indicio que pueda estar más
cerca de reaccionar. Cuando mi mirada recorre su cuerpo, me doy cuenta de
que está completamente erecto.
Sin pensarlo mucho, me desabrocho rápidamente la cremallera del vestido
y me lo quito del cuerpo hasta quedar tan desnuda como él, de pie frente a él
como una ofrenda.
Oh, pero lo soy.
Tomo su mano y me la llevo a la boca, chupando su dedo. Su mirada es
aguda y sigue todos mis movimientos. Con una lentitud tentadora, llevo su
mano por mi cuello y mis pechos, instándole a que me toque.
Su otra mano sube por sí sola, su palma se ajusta a mi pecho mientras
tantea mi carne.
Bajo su mano incluso, empujándola entre mis piernas para encontrarme
empapada para él.
Parpadea rápidamente, sus dedos rozando mi clítoris en un movimiento
lento. Suelto un gemido ante el repentino contacto, observando su expresión
embelesada mientras explora mi coño, un dedo jugando con mi entrada antes
de sumergirse.
Pero su mano desaparece pronto y se lleva los dedos a la nariz, inhalando
mi aroma antes de llevárselos a la boca y chuparlos.
Todavía no hay reconocimiento en sus ojos, pero a medida que se vuelve
más reactivo, me vuelvo más atrevida, arrastrando mis manos por su pecho
hasta llegar a su erección.
Con las pupilas dilatadas, sus labios se separan mientras rodeo su
contorno con mis dedos, acariciándolo.
—Vuelve a mí, Vlad —susurro. Su cabeza se echa hacia atrás al oír mis
palabras, y su mano se dispara hacia delante y se enrosca en mi cuello. En
menos de un segundo, estoy de espaldas, su cuerpo se cierne sobre mí
mientras él se acomoda entre mis piernas, con su polla moviéndose contra mi
estómago.
Sus fosas nasales se abren cuando baja la cabeza hacia mi cara, respirando
profundamente. Se le escapa un gruñido y enseña los dientes mientras me
lame la piel. Continúa explorando la carne justo debajo de mi mandíbula, con
su nariz rozando y su lengua húmeda arrastrándose detrás. Como un animal,
intenta determinar mi identidad por el olor y el sabor.
La sangre se adhiere a mi cabello y a mi cuerpo cuando me empuja más
hacia el suelo, el líquido mancha mi piel y la hace pegajosa cuando me
muevo.
—Vuelve a mí. —Sigo arrullándolo con mi voz, mi mano acaricia su
cabello mientras él continúa la exploración con su boca.
De la nada, sus grandes manos agarran mi culo, abriendo más mis piernas
para acomodar sus caderas.
Ni siquiera llego a hablar cuando se lanza hacia delante, empalándome en
su polla en un suave deslizamiento. Toda la resistencia cae ante su asalto, mi
coño se estira alrededor de él en lo que posiblemente sea el peor dolor que he
experimentado nunca.
Con los ojos muy abiertos, mi boca se abre en un grito, y mi voz resuena
en la habitación.
Me duele.
Está completamente situado dentro de mí, el dolor es tan intenso que mis
ojos lagrimean incontrolablemente. Pero él no se da cuenta. Ni siquiera
parece notar mi grito de angustia. Con sus manos en el culo, se introduce aún
más en mi interior, mi coño se encuentra con la base de su polla antes de que
vuelva a salir de repente, golpeando dentro de mí con una fuerza que me hace
ver las estrellas.
Es como si me partiera en dos.
Dios...
Sus dedos se clavan en la piel justo por encima de los huesos de la cadera,
sus movimientos se precipitan mientras entra y sale de mí, la agonía es tan
intensa que siento que me deslizo.
Pero no puedo.
Tengo que hacer esto por él, aguantar hasta que vuelva a mí.
Aunque me mata por dentro, el dolor punzante es tan cegador que casi me
desmayo, le rodeo con las piernas y muevo ligeramente la pelvis para
facilitarle el movimiento.
—Vuelve a mí —susurro entre sollozos, con la garganta obstruida por el
ardor que deja su polla al avanzar y retroceder.
Sus empujones son tan potentes, su gruesa polla me estira más de lo que
puedo imaginar mientras me toca en lo más profundo. A pesar del dolor, es
como si pudiera sentirlo en mi alma.
—Te amo —confieso—. Mucho. —Gimoteo mientras sigue destrozando
mi cuerpo, mis palabras apenas son coherentes mientras jadeo cada vez que se
desliza dentro.
Se suponía que esto iba a ser un acto tan hermoso. La culminación de
todos nuestros momentos robados, de todo el tiempo que habíamos pasado
aprendiendo el cuerpo del otro. Se suponía que iba a ser una experiencia única
al entregarnos por completo al otro por primera vez.
¿Pero ahora? Me hace falta todo lo que hay dentro de mí para no
desmayarme, el dolor de mi alma es tan intenso como el de mi cuerpo, viendo
cómo nos arrancan este momento tan especial.
—Te amo —repito, anclándome en el amor incondicional que siento por
él. Una emoción tan envolvente que es lo único que me hace aguantar.
Hace una pausa, levanta la cabeza y me mira, pero sigue teniendo un
aspecto salvaje, como si no entendiera el lenguaje humano.
Me pasa la lengua por la clavícula y su boca se aferra a mi pecho,
mordiéndome tan fuerte el pezón que estoy segura de que me ha sacado
sangre.
—¡No! —grito, con la respiración entrecortada. Mis manos golpean su
espalda, el dolor combinado del mordisco y el ardor que aún siento en la
entrada de mi coño me hacen retorcerme contra él, intentando que vaya más
despacio.
—Por favor —susurro, con la voz entrecortada por los gritos y la vista
nublada por las lágrimas. Lo que le pido, sin embargo, no lo sé.
Solo sé que haría cualquier cosa por él, incluso dejar que me destroce el
cuerpo si eso es lo que le va a hacer volver.
Me suelta el pecho y su lengua lame la sangre que mana de mi herida
antes de dirigirse de nuevo a mi cuello.
Sus movimientos son cada vez más violentos, como los de un animal en
pleno proceso de apareamiento, sus dedos magullando mi carne, su polla
entrando y saliendo de mí a una velocidad antinatural.
A estas alturas, Solo puedo esperar que esté cerca, así que aprieto mis
paredes en torno a él, esperando que alcance su clímax más rápido.
Sus dientes me mordisquean el cuello, su cuerpo se aprieta contra mí para
que no tenga espacio para respirar. Y entonces vuelve a morder.
Pero esta vez rompe la piel de una sola vez, y siento sus afilados dientes al
llegar a mi músculo, la sangre saliendo de la herida y rodeando su boca. Me
agarra la piel con tanta fuerza que siento el desgarro en mi alma.
—Vlad. —Se me escapa un débil sonido, el dolor es tan intenso que casi
pierdo el conocimiento. Se ha aferrado a mi garganta, como un perro que se
lanza a la yugular, con sus dientes clavados en ella, y su lengua arremetiendo
contra la carne rota.
El miedo se agolpa en mi estómago cuando me doy cuenta de que podría
matarme.
Tengo que escapar.
Le doy una patada y uso las manos para apartarlo de mí. Consigo tomarlo
por sorpresa, sus ojos se desenfocan mientras le empujo hacia un lado, con
carne y sangre en la boca.
Mi carne y mi sangre.
Me palpo la herida y compruebo que hay un agujero abierto donde mi
hombro se une a mi cuello. El pánico bulle en mi interior y Solo puedo
retroceder, consiguiendo de algún modo ponerme en pie antes de correr.
Pero no llego muy lejos: una mano en el cabello me tira hacia atrás y
caigo de culo, con el cuero cabelludo ardiendo por su ataque.
—Vlad, no. —Intento zafarme de su agarre, pero sus ojos son
simplemente desalmados, mirándome mientras lucho, su boca tirando hacia
arriba como si disfrutara de mi dolor—. Por favor. —Vuelvo a añadir,
intentando desenredar sus dedos de mi cabello.
En lugar de aflojar su agarre, esto solo hace que apriete sus manos sobre
mi cuero cabelludo, arrastrándome hacia atrás, la sangre en el suelo hace más
fácil que mi cuerpo se deslice contra el suelo.
—Vlad, me haces daño —sigo hablando, sin perder la esperanza.
Sabiendo que de alguna manera podré llegar a la parte de él que es mía y Solo
mía—. Vlad, por favor.
Al arrojarme hacia delante, mi espalda golpea el frío y árido suelo, y más
dolor estalla en mis articulaciones. Sin embargo, ni siquiera llego a
reaccionar, ya que sus dos manos me rodean la garganta mientras me levanta
sobre el altar, y el borde de la mesa me golpea el culo mientras me extiende
sobre su superficie.
—Vlad... —Me cuesta hablar, pero a él no le importa. Ladea la cabeza,
mirándome con los ojos entrecerrados, sus manos apretando mi cuello
mientras me penetra de nuevo.
Mi excitación ha desaparecido hace tiempo. El único lubricante que
facilita su entrada es la sangre de mi himen roto. Sus caderas se mueven
dentro y fuera de mí, follándome tan bruscamente que apenas me sostengo.
Siento que sale aún más sangre de mi coño mientras empuja su polla dentro
de mí con tal ferocidad que no estoy segura de volver a estar entera.
Sus empujones ganan velocidad, sus manos aplican aún más fuerza en mi
garganta. Intento empujar sus hombros, mi respiración es cada vez más
superficial. Me siento mareada, mis miembros pierden casi toda su fuerza.
Me está ahogando.
Mis brazos caen, la lucha en mí casi muere. Mis labios están
probablemente morados, cada respiración que hago me acerca a la última.
Y entonces ocurre.
Siento que sus músculos se tensan, que su polla se sacude dentro de mí
mientras se corre, que su cálida descarga sube a chorros e inunda mis
entrañas. Sus embestidas se ralentizan mientras me llena de más semen, sus
manos se aflojan y todo su cuerpo se estremece.
Sus ojos se abren de par en par durante un segundo antes de caer encima
de mí, completamente fuera de sí. Yo solo puedo mirar el alto techo, con las
lágrimas secas por mis mejillas, las heridas aun sangrando.
Tardo un rato en recuperar el aliento y, cuando siento que recupero algo
de fuerza, le empujo. Su espalda choca con la mesa, su polla se desliza fuera
de mí y deja un rastro ardiente a su paso.
Con las piernas temblorosas, casi me caigo al bajar de la mesa del altar.
Una mezcla de sangre y semen fluye fuera de mí, goteando lentamente por el
interior de mi muslo. Ni siquiera me atrevo a tocarme la zona, dolorida y
sensible por el estrago que ha causado en mi cuerpo. Todavía siento un dolor
persistente y me parece que no puedo ni sentarme. Respiro profundamente
para intentar recomponerme, ignorando que todo lo demás me duele
muchísimo.
Dando vueltas por la habitación, ignoro la carnicería que me rodea
mientras tomo un mantel y lo envuelvo en una bata. Rompiendo un poco más
de tela, me la pongo contra la herida del cuello, ya que la hemorragia sigue
siendo intensa.
No quiero ni imaginarme el aspecto que tiene, ya que el mero hecho de
sentirlo hace que casi me muera. Estoy segura de que me ha arrancado la piel
y los músculos del cuello al morderlo.
Gimoteo en voz alta, aguantando a duras penas mientras busco algo de
beber. Encuentro una botella de agua sin abrir y bebo con avidez, intentando
recuperar la concentración.
Maldita sea, Vlad. Casi me matas.
La risa burbujea dentro de mi pecho al pensarlo. Todo mi cuerpo está
golpeado y maltrecho, pero no puedo evitarlo al pensar en la hilaridad de la
situación.
Había querido tanto evitar hacerme daño, y había acabado destruyéndome
por completo.
Es un rato después cuando por fin vuelve en sí.
—¿Sisi? —Escucho su áspera voz llamándome.
Apenas puedo moverme mientras me dirijo hacia él. Está desorientado al
ver el baño de sangre que le rodea, su propio cuerpo pintado de rojo.
—¿Sisi? —repite, acercándose a mí.
—Has vuelto —susurro, aliviada.
—¿Qué...? —Me estudia, frunciendo las cejas.
Se acerca a mí y me quita la tela del cuerpo, con la mirada horrorizada al
ver mi carne magullada.
—No pasa nada. —Me apresuro a asegurarle.
—¿Yo hice eso? —Su voz es baja y grave, y su mano se acerca para
tocarme. Sin siquiera pensarlo, retrocedo, ya que mi cuerpo tiene mente
propia y el dolor sigue grabado en su memoria. Parece que le he golpeado
cuando ve que evito su contacto—. Lo he hecho yo —afirma sin comprender.
—No es tan grave —le digo mansamente, aunque el mero hecho de hablar
me saque de quicio.
—No es tan grave... —repite, horrorizado.
Dándome la espalda, vuelve a caminar entumecido hacia el altar,
apoyando los brazos en la mesa.
—¿Vlad? —Me acerco a él y le pongo una mano en la espalda. Siento su
respiración, su pecho subiendo y bajando.
—No. —Se gira, tomando mi mano. Sus ojos, aunque vuelven a la
normalidad, están helados, un escalofrío recorre mi columna vertebral ante su
escrutinio.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunto, confundida.
—Deberías irte —dice en voz baja, y es como si ya no lo reconociera.
—¿Qué quieres decir con que debería irme?
Su mano desenreda la tela que rodea mi cuello, un músculo se crispa en su
mandíbula al ver la evidencia de su salvajismo.
—Está bien, no me duele tanto —miento, mi mano va a mi cuello para
cubrir la herida.
—¿No te duele? —Levanta una ceja, y mis ojos buscan una arruga
alrededor de sus ojos, o cualquier tipo de diversión que denote que mi Vlad
ha vuelto. En cambio, no encuentro nada.
Y eso me asusta más que cualquier dolor físico.
Me roza mientras va a buscar su propia ropa, poniéndosela lentamente.
Mirando alrededor, encuentra un teléfono, llamando a Maxim y ordenándole
que venga aquí.
—¿Vlad? —pregunto, insegura de todo.
¿Por qué tiene que ser tan frío?
No me importa el dolor mientras pueda tener sus brazos a mí alrededor, su
voz diciéndome que todo va a estar bien. Solo quiero recuperar a mi Vlad.
—Maxim te llevará a casa —dice secamente, pero con indiferencia.
—Vlad... no me dejes fuera —le suplico, asustada por este cambio en él.
—¿Por qué iba a dejarte fuera si no hay ningún sitio donde acogerte? —
Se encoge de hombros.
—¿Qué... qué quieres decir? —tartamudeo, el dolor físico y la confusión
mental me están afectando.
—Esto no está funcionando Sisi. Está claro. —Sonríe, señalando con la
cabeza la sangre derramada en el suelo, los cadáveres que ensucian toda la
sala—. Deberías irte.
—No lo entiendo —digo con sinceridad—. ¿Qué es lo que no funciona?
—Esto. —Señala entre los dos, su voz casi robótica—. Te mantuve cerca
porque pensé que podrías ayudarme con mis episodios, pero claramente, no
está funcionando.
Él me está dejando fuera.
No puedo dejarle hacer eso. No ahora...
—No te vas a librar de mí tan fácilmente, Vlad. Sí, esto fue un evento
desafortunado, pero lo superaremos.
—¿No lo entiendes? —Se acerca a mí, con su aliento en mi cara mientras
pone sus ojos sin emoción en mí—. Ahora eres inútil para mí.
Parpadeo. Una vez. Dos veces. Sigo parpadeando, pensando que no le he
oído bien.
—¿Qué... qué has dicho?
—Ya no me sirves para nada —repite, con una sonrisa cruel en la cara,
sus dedos enredados en mi cabello mientras hace girar un mechón—. Te
mantuve cerca por una razón, y solo por una razón. Creía que eras la
excepción a la regla —levanta la comisura de la boca—, pero eres tan
ordinaria como las demás —afirma, y mi oído se oscurece, el corazón me late
con fuerza en el pecho.
—Para —susurro—. Para antes de que digas algo de lo que te arrepientas
—le ruego.
—¿Por qué iba a arrepentirme? —Se encoge de hombros, mirándome
como si fuera insignificante.
¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo?
Siento la garganta pesada, las lágrimas me arden detrás de los ojos ante
sus palabras.
—Te amo, Vlad. Tienes que saberlo, yo...
—¿Me amas? —Se ríe, el sonido es doloroso para mis oídos—. Sisi, Sisi,
realmente fuiste y lo hiciste, ¿no? —Me sacude la cabeza burlonamente—.
Sabes que no siento nada. Sabías desde el principio que lo máximo que podía
ofrecerte eran unos cuantos orgasmos. Nada más y nada menos.
—Detente. —Cierro los ojos, queriendo que deje de hablar. Ya me está
doliendo demasiado sin que él retuerza aún más el cuchillo.
Porque solo me está rompiendo el corazón, y yo ya estoy físicamente rota,
no necesito que me dé también el último golpe.
—Debería haberme dado cuenta de que confundirías mi interés por los
sentimientos. —Frunce los labios, mirándome con disgusto—. Mierda,
debería haberme dado cuenta de que alguien tan indeseado como tú se
aferraría a la primera persona que le prestara atención. ¿Pero el amor? ¿De
dónde has sacado esa idea? —pregunta divertido.
—Estás siendo cruel. —Mis palabras apenas superan un susurro, una
lágrima cayendo por mi mejilla.
—Estoy siendo realista. Sabías perfectamente quién era yo y de lo que era
capaz. Te lo advertí, ¿verdad? Te advertí que no me convirtieras en algo que
no soy.
—Pero...
—Deberíamos dejar de vernos —afirma, mirándome fijamente—, después
de todo, está claro que ya no me sirves —dice con ligereza.
Lo miro estupefacta, preguntándome cómo todo lo que me importaba
puede irse al diablo en el lapso de unas horas.
Lleva puesta su máscara sin emociones y no puedo leerlo bien.
Sinceramente, lo único que quiero hacer es rogarle que recapacite, decirle
que lo haré mejor, que haré lo que él quiera que haga y seré quien él quiera
que sea. Solo que no me deje.
Pero cuanto más lo miro, tan seguro de su decisión, tan despreocupado
por dejarme, me doy cuenta de que ¿por qué debería hacerlo?
Una cosa le había pedido. Solo una.
Que nunca me abandone...
No me importa lo mucho que abuse de mí, o de mi cuerpo, o la cantidad
de mierda que me arroje. Estaba dispuesta a aceptar todas sus facetas: el
asesino, el animal y el amante. Pero no hay amante, ¿verdad? Solo hay una
máquina sin emociones que se disfraza de humano.
Y de repente veo lo inútil que es todo.
Se muestra engreído mientras me mira, probablemente esperando que me
ponga de rodillas y le suplique que no me abandone. Después de todo, eso es
lo que haría alguien tan indeseado como yo, ¿no?
Pero no puedo... No sé si quiere decir las palabras que dijo o no, pero las
dijo.
Y duelen.
Peor que el dolor en mi hombro, o el que tengo entre las piernas. Duelen
de una manera que no creo que se pueda curar.
Le quiero, incluso cuando no es adorable. Le quiero, pero no puedo ir en
contra de mí misma, abandonando todo lo que he construido para mí solo por
un amor falso.
—Ya veo —respondo lentamente.
Y por el amor que le profeso, estoy dispuesta a darle una oportunidad
más.
—Deja de apartarme, Vlad. Todavía estoy aquí. Y seguiré aquí si tú
quieres. No tienes que mentir para hacerme daño... —Me detengo cuando
empieza a reírse.
El momento en que mi corazón se rompe... irremediablemente.
—¿Mentir? ¿Para hacerte daño? Dios, Sisi, ¿quién te crees que eres? —
Sigue riendo, haciéndome sentir esos ojos mortales.
Vacío.
—No eres la única mujer en esta tierra, joder. —Se ríe—. Es justo, intenté
ver si podías ayudarme, y ahora que has fracasado ya no te necesito. Es tan
sencillo como eso.
—Ya veo —respondo sombríamente—. Has tomado tu decisión —le digo
con la cabeza, manteniéndome erguida a pesar del dolor, a pesar de que toda
mi alma se rompe bajo el peso de sus palabras.
—Elección —Sacude la cabeza—, no seas tan dramática. Fue una simple
cuestión de ensayo y error. Y bueno —sonríe—, parece que esto fue un error.
Agarrando el cuchillo más cercano que veo, aprieto los dedos alrededor de
él, notando una ligera reacción en sus ojos.
—Y ahora hago la mía —le digo antes de agarrar el largo de mi cabello,
tirar de él hacia delante y cortarlo con la hoja.
Lo que antes era mi posesión más querida, ahora no es más que un
montón de basura.
Los mechones caen al suelo, empapándose de sangre. Su mirada no se
aparta de mí mientras sigo cortando hasta que toda la longitud ha sido
cortada.
Arrojándolo a sus pies, hago lo posible por ser fuerte.
—Si tú puedes alejarme, yo también. Pero no te equivoques, a partir de
este momento estás muerto para mí. —No sé cómo no estoy llorando a mares
ahora mismo.
Pero mientras miro mi cabello, muerto y recogido a sus pies, se que es
cuestión de tiempo que me rompa. Y no quiero darle la satisfacción de ver
cómo lo que queda de mi corazón se rompe en pedazos aún más pequeños.
—Te dije una vez, Vlad, que aceptaría cualquier cosa que me lanzaras...
cualquier cosa, con tal de que nunca me abandonaras. —Respiro
profundamente, y el cuchillo cae al suelo—. A partir de este momento somos
extraños —declaro, por su bien y por el mío también.
No reacciona, como sabía que lo haría. Se limita a encogerse de hombros,
ni siquiera me mira el cabello mientras pasa junto a mí, dejándome atrás.
Sobreviviré.
He sobrevivido durante tanto tiempo que ya no hay nada que pueda
matarme.
Pero mientras observo su figura en retirada, me doy cuenta de que una
parte de mí ha muerto hoy.
Una parte que tal vez nunca recupere.
Capítulo 20
Vlad
11
Marca popular de refresco de cola
12
En la historia original está escrito en español
13
En la historia original está escrito en español
Recostado en el coche, me subo las gafas de sol a la nariz. El calor es casi
insoportable para alguien acostumbrado a los inviernos de Nueva York, y me
cuesta concentrarme en las divagaciones de Joaquín.
—Supongo que es de esperar que algo inusual haga hablar a los
supersticiosos. —Permito, sabiendo que no había causado una buena
impresión aquí.
—¿Insólito? —Joaquín se burla—, te llaman el demonio 14, Vlad. Para
ellos, eres la personificación del mal. Ningún chamán querrá trabajar contigo
—dice con decisión.
—¿Y perderse el desterrar el demonio de mí? Dudo que no haya un solo
chamán en toda esta cuenca amazónica que no sienta una remota curiosidad
por mí. —Le devuelvo el fuego, con demasiada confianza. Después de todo,
había intuido que mi reputación podría ser un impedimento. Sin embargo,
esta gente se enorgullece de su poder espiritual, y ¿no sería realmente
grandioso poder vencer al mismísimo diablo?
—He dicho que es difícil. No imposible. Hay un... —se detiene.
—Genial, ahí vamos —exclamo, dispuesto a conocer a esta persona y
acabar con ella.
No estoy necesariamente seguro de que nada vaya a funcionar en este
momento, pero no puedo decirlo hasta que lo haya intentado absolutamente
todo. Es una promesa que me hice a mí mismo. Si quiero ser digno de Sisi,
tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para salvarme.
—Un pequeño problema. —Tose Joaquín en su puño, pareciendo un poco
culpable.
—¿Qué?
—No es... normal —dice tímidamente.
14
En la historia original está escrito en español
—Maravilloso, ya que yo tampoco soy normal.
—No es eso. Es que... está recluido y rara vez realiza ceremonias para los
forasteros —continúa.
—Entonces vamos con otro. —Casi le pongo los ojos en blanco. ¿No ve
que tengo prisa? Cuanto antes vea a este chamán y tenga mis problemas bajo
control, antes podré tener a Sisi de nuevo en mis brazos.
—Vlad —suspira, exasperado—. No hay otro. Ya te lo he dicho. Nadie
quiere trabajar contigo. Todos creen que estás lleno de energía negativa.
Nadie quiere trabajar contigo. Ni si quiera quieren acercarse a ti. El viejo es
el único que queda 15. —Habla rápido, y tengo que obligarme a seguir su
español.
—Bien. ¿Qué tengo que hacer para convencer a este viejo de que me
reciba?
—Lo decidirá cuándo te vea. Él es... —Joaquín sacude la cabeza—. Puede
que este recluido, pero eso es porque es muy poderoso. Ve lo que otros no
ven y es demasiado abrumador para él.
—Vayamos allí, entonces. Te lo dije por teléfono. Tengo prisa.
—Estas cosas no se apuran, Vlad —me reprende—, el viejo te dirá más y
él decidirá si te acepta o no. —Su tono me dice que discutir sería en vano. Así
que asiento con la cabeza y continuamos hacia el hotel.
Una muda de ropa, una mochila bien cargada con recursos suficientes
para unos días, estamos listos para emprender el viaje a la mañana siguiente.
Mientras tanto, encuentro más datos intrigantes sobre este chamán al que
todos llaman el viejo 16. Es uno de los chamanes más poderosos de Perú y uno
de los pocos con fama de poder ver tanto la dimensión humana como la
espiritual.
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En la historia original está escrito en español
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En la historia original está escrito en español
Por supuesto, me esfuerzo por no resoplar cada vez que Joaquín empieza
a hablar de sus proezas.
—Se dará cuenta de tu escepticismo —me dice cuando comenzamos
nuestro viaje.
—Tú más que nadie deberías saber que no hago esto porque crea en ello.
Es simplemente mi último recurso.
—Entonces puede que estemos haciendo este viaje en vano. El viejo lo
sabrá. Y este tratamiento es solo para los que sienten la llamada —gruñe,
claramente poco impresionado por mi falta de comprensión de su tradición.
—Sabes que no pretendo faltar al respeto, Joaquín —me dirijo a él en
tono juguetón—, pero soy un hombre de ciencia. Seguro que puedes ver cómo
se ven estas afirmaciones desde mi punto de vista.
—Y sin embargo estás aquí, buscando beneficiarte de esas afirmaciones.
—Prueba y error, nada más —sonrío—, simplemente estoy probando la
validez, aunque la ciencia que hay detrás es endeble en el mejor de los casos.
—Hay agentes químicos en estas plantas que han demostrado ayudar con
trastornos del ámbito psiquiátrico —responde.
—Estoy de acuerdo. Pero hay una gran diferencia entre algunos
beneficios y los momentos que cambian la vida, como algunos profesan.
—Entonces tendrás que ver —se encoge de hombros—, y juzgar por ti
mismo si te cambiará la vida o no.
Partiendo de Manu, tenemos que aventurarnos fuera de los caminos
trillados y adentrarnos en la selva. Según Joaquín, la morada del viejo está en
algún lugar cercano a la frontera con Brasil.
El viaje nos llevará un par de días con algunas paradas intermedias.
La humedad del aire hace que sea difícil respirar, el calor directo del sol
me molesta los sentidos. Joaquín está acostumbrado al clima y a aventurarse
en la selva, así que para él es pan comido.
Caminamos durante casi diez horas, y Joaquín se vuelve cada vez más
simpático cuando empieza a interactuar con la fauna, contándome historias y
datos sobre cada animal.
Él fue la elección correcta.
Como era de esperar, como antiguo guarda forestal, conoce muy bien la
zona y los peligros.
Cuando se pone el sol, finalmente hacemos un descanso, acampando junto
a un enorme ceibo.
—¿Por qué ahora? —pregunta Joaquín mientras nos sentamos alrededor
de un pequeño fuego, asando algo de carne que habíamos traído—. Te
conozco desde hace años, Vlad, y nunca has dado señales de querer cambiar.
—Diferentes circunstancias. —Me encogí de hombros.
Joaquín había sido el primero en sugerir que buscara un chamán para mis
problemas, citando una desconexión entre mi corazón y mi psique como la
razón principal de mis ataques. Yo no estaba de acuerdo, después de todo mi
corazón es solo un órgano que bombea sangre. Nada más y nada menos. Sí,
me mantiene vivo, pero no dicta nada más.
Sin embargo, puede que me haya equivocado.
Nunca había entendido el significado de la angustia, o el desamor, o
cualquier cosa relacionada con el corazón. ¿Por qué iba a doler un órgano
perfectamente sano? Biológicamente la única explicación sería un ataque al
corazón, o una especie de dolencia cardíaca.
Pero ahora...
Cierro los ojos y veo a Sisi, con todo el cuerpo cubierto de moratones y
marcas de mordiscos, la sangre brotando de sus heridas. Parecía golpeada y a
punto de desmayarse.
Y por primera vez me dolió el corazón.
Como una fisura que comienza lentamente en un extremo y llega al otro,
sentí un rayo que atravesaba ese órgano que solo debe bombear sangre. Mi
pecho se sintió de repente pesado y me costó respirar.
Dolor de corazón.
Me ha costado un poco más de dos décadas aprender lo que es el dolor de
corazón.
¡Y duele, demonios!
Teniendo en cuenta que mis receptores del dolor están silenciados en un
noventa por ciento, ese dolor había resonado en todo mi cuerpo. No sé cómo
no había sucumbido bajo su peso.
—¿Qué puede haber cambiado para que el poderoso Supay pida ayuda?
—bromea.
—Deja de llamarme así. No soy un demonio —respondo con una sonrisa.
—Es discutible. —Se encoge de hombros—. Todavía no has respondido a
mi pregunta.
—Por fin he encontrado algo por lo que vivir —digo, evitando más
preguntas sobre el tema.
La noche se nos echa encima, y trato que no me molesten los mosquitos,
que no dejan de atacarme. Vanya ha estado callada todo el día, casi como si
estuviera emocionada y aprensiva al mismo tiempo.
—¿Y si desaparezco? —pregunta, con la cabeza apoyada en las manos
mientras me mira fijamente a los ojos desde su pequeña cama improvisada
frente a mí.
—No te quejabas con Sisi —susurro, ya que ella nunca había dicho nada
sobre cómo la presencia de Sisi parecía socavar la suya.
—Pero al menos entonces sabía que la tenías. Ahora... —dice, con cara de
cansancio.
—¡Vete a dormir, hombre! —La voz de Joaquín suena, y suspiro, viendo
como la forma de Vanya se posa en el suelo, como un fino polvo, sus ojos
cerrados, su cuerpo desaparecido en segundos.
Y por fin puedo dormir.
Los dos días siguientes los pasamos vadeando la selva y evitando
encuentros cercanos con algunos animales peligrosos.
—Deberíamos llegar allí al atardecer —menciona Joaquín cuando nos
detenemos a tomar un refrigerio.
Desacostumbrado a demasiado sol, estoy más cansado que de costumbre,
así que la noticia es música para mis oídos.
—Perfecto —respondo, metiendo una pieza de fruta en la boca.
De la nada, un pequeño mono salta sobre mi hombro, con sus pequeñas
manos alcanzando la comida. Su pelaje marrón rojizo brilla a la luz, su
enorme cola cuelga sobre mi espalda mientras me roba la comida.
—Mono Titi —señala Joaquín, sonriendo ante las travesuras del mono—.
Su compañera no debe estar muy lejos —dice, y justo a tiempo aparece otro
mono, llevando a su cría en la espalda.
—Qué lindo —dice Vanya, tratando de agitar su mano hacia el mono que
actualmente reside en mi espalda.
Joaquín asiente.
—Son una de las pocas especies de monos que son monógamas —explica,
entrando en detalles sobre la población de monos de Perú.
—¡Vlad, mira! —grita Vanya cuando el mono salta de mi espalda,
siguiendo a su compañero mientras ocupan su lugar en un árbol. Sus colas
cuelgan hacia abajo, moviéndose lentamente la una hacia la otra hasta que se
entrelazan.
—Se llama emparejamiento de colas —señala Joaquín, y Vanya no puede
dejar de correr, maravillada por lo lindos que son los monos—. Es un gesto de
afecto para ellos —explica, y los ojos de Vanya se abren de par en par.
—¡Es una señal, Vlad! Es una señal. —Vuelve corriendo hacia mí, con
los brazos agarrados con fuerza—. Es una señal —continúa, casi sin aliento.
—¿Qué señal? —pregunto, ignorando la extraña mirada de Joaquín.
Ella abre la boca para hablar, pero no sale nada. En un abrir y cerrar de
ojos se ha ido, con un chillido inusual sonando en el bosque.
—¡Mierda! —Joaquín maldice—. Tenemos que movernos. —Empieza a
recoger sus cosas, instándome a hacer lo mismo.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño, confundido por la prisa.
—Tenemos que llegar a el viejo antes del atardecer —dice crípticamente.
Ocupándome de mis cosas, me coloco la mochila sobre los hombros y le
sigo.
Efectivamente, llegamos al lugar designado justo cuando el sol abandona
el cielo. Un par de cabañas conectadas en medio de la nada, las viviendas de
el viejo no son gran cosa, no es que esperara mucho, de todos modos.
Al entrar en el recinto, un hombre con una larga túnica sale de una de las
cabañas, con los ojos entrecerrados mientras nos observa.
—Abuelo. —Se dirige Joaquín a él, bajando la cabeza en señal de respeto.
El hombre apenas le presta atención mientras avanza, con movimientos
rápidos para alguien de su edad.
Al detenerse frente a mí, levanta la cabeza para mirarme a los ojos.
—Te estaba esperando —afirma, mirándome de arriba a abajo antes de
cerrar los ojos y respirar el aire de alrededor.
Se mueve en círculo y empieza a cantar algo, con la voz baja.
—Márchese, por marcharse adelante —entona, el viento aúlla con fuerza
como si reaccionara a su voz.
—Vengan —nos dice finalmente, invitándonos a entrar en su casa—.
¿Qué buscas aquí, forastero? —El viejo se vuelve hacia mí, y por un
momento siento que sus ojos pueden ver a través de mí.
—Lo que hace todo el mundo —sonrío—, para que se calme mi
curiosidad.
—Ah, un no creyente. Ya veo. —Asiente para sí mismo.
—Le dije que no sería bien recibido porque no cree —interviene Joaquín.
—No cree y sin embargo está aquí. Siempre hay una razón —dice
moviéndose por el pequeño espacio y ofreciéndonos un té recién hecho.
—Dígame, forastero. ¿Qué le atormenta?
Nos sienta en el suelo, acomodándose junto a nosotros y completando un
círculo de tres.
—Tengo algunos episodios —empiezo tímidamente, contando lentamente
mi problema. Puede que no crea en esto, pero la mera posibilidad de que
pueda funcionar, en caso de que sea solo una casualidad, me empuja a seguir
adelante.
La necesito a ella.
Sisi es mi único impulso para seguir adelante, incluso cuando todo el
proceso es tan antitético a mis creencias fundamentales.
—Ya veo —responde el viejo, estudiándome, sus ojos astutos lo captan
todo—. Estás desesperado —continúa, y Joaquín se ríe.
—El mero hecho de que esté aquí significa que está más que desesperado.
Ha oído hablar de él, abuelo, el Supay.
El viejo no responde, sigue mirándome.
—Tú mandas sobre la muerte, cuando la vida está frente a ti —dice en
voz baja—. Te ayudaré, forastero. Pero no porque te lo merezcas. —Me clava
la mirada—. Porque sabes que no lo mereces.
Asiento a sus palabras, el simple hecho de haber puesto mi mano sobre
Sisi me convierte en el hijo de puta menos digno que jamás haya existido.
—Sino porque otra persona se lo merece. Y a través de ti, tendrán lo que
se merecen —continúa crípticamente, y yo frunzo el ceño.
—No lo hagas. —Levanta una mano cuando estoy a punto de hablar—.
Puede que nos acabemos de conocer, forastero, pero se quién eres. —Hace
una pausa, el aire se arremolina, la tensión aumenta—. Tú, que no profesas
ningún dios ni ninguna religión, sino que tomas la ciencia como credo. Pero
ahora no hay ciencia y aquí estás tú. —Sus palabras son rebuscadas, sus
frases son misteriosas en el mejor de los casos mientras sigue desnudando
toda mi identidad—. Conozco tu problema. —Su mano se acerca para tocar
mi frente—. Está aquí y… —La mano desciende hasta posarse sobre mi
corazón—. Tu cabeza lo domina todo, tu corazón está a dos metros bajo
tierra. No puedes entender cuando nunca has intentado escuchar.
—Mis episodios deben estar arraigados en mis recuerdos ausentes —
hablo, mirándole fijamente a los ojos—. Y eso es cuestión solo de esto —digo
mientras señalo mi cerebro—. Es defectuoso, y he oído que sus pociones
pueden ayudar con eso.
El viejo me mira fijamente durante un segundo antes de empezar a reírse.
—Forastero —sonríe—, tu problema no es una mente defectuosa. No
puedes decirle a un perro que corra mientras sostienes la correa —responde,
de nuevo con palabras indirectas al azar—. Suéltala y todo se irá con ella —
dice, levantándose.
—Ve a dormir. Todos nosotros. Mañana empezaremos. —Ni siquiera nos
dedica una mirada mientras sale del camarote.
—Me ha guiñado el ojo. —Se acerca Vanya para susurrarme al oído con
vértigo. Me limito a poner los ojos en blanco.
Pero mientras me duermo, no puedo evitar seguir contemplando sus
palabras, con la excitación hirviendo en mi interior a pesar de que mi cerebro
lógico intenta frenar esto.
Al día siguiente, con la taza en la mano, veo que el viejo me mira
expectante, así que me lo tomo de un trago. Habíamos pasado todo el día
preparándonos para este momento: el consumo de la ayahuasca. El viejo
había hablado la mayor parte del día, tratando de empujarme a superar mis
propios prejuicios y a abrazar lo desconocido.
Desgraciadamente, sus palabras habían caído en saco roto. Y mientras
espero a que el brebaje haga efecto, me doy cuenta de que no funciona. Ni
una hora después, ni siquiera cinco. Ni siquiera al día siguiente.
—No estás preparado para la ayahuasca, forastero, y ella no considera
ayudarte si no puedes ayudarte a ti mismo.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Aquí. —Empuja su dedo hacia mi pecho—. Te aferras tanto a tu
control, sobre tu mente, sobre todo. Tienes que soltarlo —dice y yo sigo sin
comprender.
—No puedo —respondo con sinceridad. Renuncio al control cuando
pierdo la cabeza en mis episodios, no voy a dejar que eso ocurra mientras
tenga el control... mientras pueda evitarlo.
—Pero mira, ese es justo tu problema. Te lo guardas todo tan, tan fuerte.
Las cosas quieren salir, y lo hacen de la única manera que pueden. Buscan
grietas, y cuando las encuentran, las emboscan para poder salir. Tus episodios
no son más que la representación de lo que no quieres que salga —me dice, y
sus palabras me aturden.
Porque no quiero que las cosas salgan.
—¿Cómo? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda
detenerme. Cómo podría hacer esto cuando sé que una vez que abra las
puertas, el infierno se derrumbará.
—Despacio —gruñe, diciéndome que le siga.
Una vez que pasa el shock inicial del embarazo, empiezo a aceptar la idea.
De hecho, se podría decir que me estoy emocionando demasiado con la
perspectiva de un bebé.
Por fin tendré a alguien solo para mí. Alguien a quien amaré y que me
amará. El hecho de que sea parte de él es un plus, ya que así tendré algo de él.
Marcello ha estado entrando y saliendo de casa con sus tratamientos, así
que no he encontrado un buen momento para contarle la noticia del
matrimonio. Pero sobre todo, no he podido saber nada de él.
—Dios, ni siquiera puedo decir su nombre —murmuro para mí, molesta.
Se ha convertido en una especie de «el que no debe ser nombrado» en mi
cabeza, sobre todo porque incluso pensar en su nombre me causa un profundo
dolor. Pero eso no impide que sienta curiosidad por él y que me pregunte qué
ha estado haciendo.
Marcello ha estado muy callado y, aparte de eso, no tengo otra forma de
saber de él.
—Me pregunto si te parecerás a tu padre. —Me acaricio la barriga, con
una sonrisa en la cara al imaginarme un niño de cabello y ojos oscuros, una
copia de él. Lo único que sé es que prodigaré todo mi amor a este niño y que
nunca tendrá que dudar de si es querido o no.
—Te quiero, pequeño —susurro, la felicidad ya me envuelve mientras
imagino nuestro futuro. Puede que él no esté en él, pero tendré lo siguiente
mejor.
Y eso lo hará soportable.
Raf no ha sido más que un encanto, ya que ha preguntado por mi salud
casi a diario. Sé que este matrimonio es ventajoso para él también, ya que su
padre lleva mucho tiempo deseando una unión con nuestra familia.
Y cuando nos casemos, su padre lo dejará por fin en paz y todo estará en
orden para la sucesión de la herencia. Puede que Raf no quiera el poder, pero
alguien tendrá que tomarlo, y mejor él que su horrible ser de hermano.
Aun sabiendo que también le beneficia a él, le estoy eternamente
agradecida por haberse ofrecido a ayudarme.
Acostada en la cama, empiezo a leer un libro sobre el embarazo que había
conseguido en Internet, queriendo saber todo lo que pueda y estar preparada
cuando llegue el momento. Ya tengo el presentimiento de que va a ser un
niño y he empezado a buscar nombres.
Inmersa en mi lectura, me sorprendo cuando mi teléfono empieza a sonar,
con el nombre de Raf parpadeando en la pantalla.
—Estaré en la casa en una hora —dice en cuanto contesto.
—¿Una hora? ¿Cómo es eso? —Frunzo el ceño, ya que hoy no habíamos
acordado nada.
—He pedido permiso a tu hermano para sacarte. Con un acompañante,
por supuesto —bromea y yo suelto una pequeña risa. Marcello ha estado muy
tenso con todo, especialmente con dejarme sin vigilancia en presencia de
cualquier hombre.
Si supiera las cosas que he hecho con Vlad...
Una sonrisa se dibuja en mis labios al pensarlo. Había sido tan insistente
en que tuviera cuidado con los hombres, y especialmente con Vlad, que no
dudo de que le daría una apoplejía si supiera que ya estoy embarazada de él.
Sacudiendo la cabeza ante la idea, le hago saber a Raf que estaré lista para
él. Me levanto lentamente de la cama y busco algo de ropa.
Procuro ocultar la cicatriz del cuello con un pañuelo, ya que no quiero que
nadie haga preguntas sobre lo que claramente parece una marca de mordisco.
Pero cuando tomo asiento en mi tocador para maquillarme, no puedo evitar
que mis ojos se fijen en el joyero y el collar que contiene.
Me lo había quitado esa noche y no me lo había vuelto a poner desde
entonces. Sin embargo, no había sido capaz de tirarlo a la basura. Tal vez
porque la situación no había calado en ese momento, o tal vez porque todavía
tenía la esperanza de que él volviera a mí.
¿Lo habría aceptado de nuevo?
No lo sé. Si hubiera vuelto corriendo mientras yo no había tenido tiempo
de asimilarlo todo, quizá le hubiera dado una oportunidad. Pero a medida que
pasaban los días, me di cuenta de que, si alguna vez cedía, solo le demostraría
que podía pasarme por encima en cualquier momento. Que debido a mis
sentimientos por él me lo tomaría todo con calma, dispuesta a perdonarle a
cambio de un poco de atención.
No deseada...
No, lo hecho, hecho está. Y necesito dejar todo atrás. Me espera un nuevo
capítulo, y solo apartándolo de mí mente podré encontrar realmente algo de
felicidad.
Antes de saber lo que estoy haciendo, palmo la pequeña caja, llevándola
conmigo.
Raf ya está abajo, esperándome. Y cuando salimos de la casa, tiro la caja
en la primera papelera pública que veo.
—Sisi. —Sacude la cabeza Raf cuando ve lo que he hecho. Me encojo de
hombros y sigo caminando.
—Ya está hecho —digo, sintiendo una enorme pérdida dentro de mi
corazón, pero convencida de que es algo temporal, me encojo de hombros.
No soy la primera que sufre un corazón roto y, desde luego, no seré la
última.
Sobreviviré.
Al menos, espero hacerlo. No sé cómo en tan poco tiempo se ha
convertido en una parte tan importante de mi vida. Incluso ahora, saber que
no está cerca de mí casi me hace estallar en escalofríos, su proximidad lo
único que podría hacerme feliz.
Señor, tengo que dejar de pensar en él. Se me pasará.
Con el tiempo...
No le había contado a Raf todas las particularidades de nuestra ruptura,
pero él había deducido lo suficiente como para saber cuánto me había dolido
Vlad. Y por eso había sido un encanto, y había tratado de no sacarlo mucho a
relucir.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —pregunto mientras paseamos por las
calles de Nueva York, con su tía unos pasos por detrás de nosotros haciendo
de chaperona.
—Pensé que te gustaría ir al hospital. Para un chequeo —susurra.
—Raf. —Me quedo con la boca abierta ante su consideración—. ¿Qué
pasa con tu tía? Incluso ahora está tan pendiente. —Observo mientras la
mujer estrecha los ojos hacia nosotros por estar demasiado cerca.
—Ya he reservado la cita. Puedo distraerla un rato hasta que termine. Dile
que te arreglarás el cabello o algo así —sugiere—. Hay una peluquería justo
al lado de la clínica.
—Vaya, sí que has planeado esto, ¿no? —Le observo asombrada mientras
un rubor le sube por el cuello. Contrasta con su tez clara y es visible de
inmediato.
—He estado leyendo sobre ello. Y es bueno tener una consulta antes de
tiempo —dice tímidamente, y tomo su mano entre las mías, dándole un fuerte
apretón.
—Eres un encanto —le digo con una sonrisa.
A veces no puedo creer lo amable que es Raf. Seguro que alguien como él
no puede ser real. Y sigue sorprendiéndome con su consideración.
—Gracias.
Fiel a su plan, nos dirigimos a la peluquería, y mientras ellos se ponen
cómodos en la sala de espera, yo salgo por la parte de atrás y me dirijo a la
clínica.
Supongo que a estas alturas ya tengo suficiente práctica para
escabullirme, así que no me preocupa demasiado. Sobre todo porque Raf ha
planeado esto a la perfección.
Dentro de la clínica me recibe rápidamente una enfermera y, tras hacerme
rellenar un cuestionario, me conduce a la consulta.
—Buenas tardes, señorita Lastra. —Entra el médico saludándome. Yo le
devuelvo la sonrisa, aunque estoy un poco nerviosa por lo que supone la
revisión.
Se esfuerza por ponerme cómoda antes de empezar con el examen
pélvico. Intento ignorar lo que está sucediendo, o el hecho de que está
mirando mis partes femeninas.
—Todo se ve bien aquí —dice finalmente, y llama a una enfermera para
que traiga una máquina—. Vamos a hacer una ecografía.
Asiento con la cabeza y ella me levanta la camiseta y me echa un chorro
de gel frío en el estómago. Saca una varilla de la máquina y empieza a
moverla por la superficie de mi vientre, el gel hace que se deslice sin
esfuerzo.
—Ahí está. —Sonríe el doctor, señalando un pequeño punto en la
pantalla—. Yo diría que estás de siete u ocho semanas —me dice, pero yo
escucho a medias, con los ojos pegados a la pantalla.
—Puedes oír los latidos del corazón —continúa, y yo cierro los ojos,
concentrándome en el sonido.
Dios mío, voy a ser madre.
No sé por qué escuchar ese pequeño latido me hace llorar, pero no puedo
contener mis emociones cuando por fin me doy cuenta de que voy a tener un
bebé.
Una vida humana.
Es irónico que de toda esa muerte y destrucción hayamos acabado
creando una vida.
El doctor me receta unas vitaminas y programa mi próxima cita. Cuando
todo está listo, le doy las gracias y vuelvo a la peluquería, con un nuevo
optimismo surgiendo dentro de mí.
Las cosas van a cambiar. Esta vez tendré a alguien a quien cuidar. Con
una mano en el estómago y una sonrisa en la cara, me encuentro de nuevo con
Raf y su tía.
Ella no parece sospechar en lo más mínimo ya que se limita a asentir con
la cabeza, volviendo a una de sus llamadas telefónicas.
—Te dije que no se daría cuenta. —Raf me dedica una sonrisa
conspiradora mientras nos dirigimos al auto que nos espera.
—Vaya, vaya, pero si es mi hermano retrasado. —Resuena una voz
maliciosa detrás de nosotros.
Al darme la vuelta, observo que un hombre se acerca a nosotros, con los
brazos alrededor de dos chicas mientras mira a Raf. Lleva un traje de cuero
que resalta su delgado cuerpo.
Se detiene frente a nosotros y se coloca las gafas de sol sobre el cabello,
los largos mechones oscuros ondulados e inquietos por el viento, y sus ojos
claros están llenos de animosidad.
Hay una malicia que proviene de él y no puedo evitar que mi labio se
curve con disgusto mientras sigue insultando a Raf en su cara.
—H-hermano —responde Raf, casi escondiéndose detrás de mí, con los
hombros caídos y los ojos clavados en el pavimento.
—¿Y qué tenemos aquí? —Silba, mirándome de arriba abajo antes de
reírse—. Por supuesto, el retrasado y la repulsiva —bromea, sus ojos en mi
marca de nacimiento mientras las chicas a su lado comienzan a reírse—. Las
dos R —continúa, aparentemente muy satisfecho de sí mismo mientras las
chicas se limitan a mirarlo con asombro como si acabara de citar un soneto de
Shakespeare.
—Este debe ser tu hermano repudiable —asiento hacia él, sin hacer nada
por ocultar mi disgusto—, las tres erres. —Le dedico una sonrisa falsa.
Raf me había hablado de su hermano, Michele, y de lo tensa que era su
relación. De hecho, tensa podría ser un eufemismo, ya que Michele es
claramente un imbécil de grado A.
Había oído todo sobre el origen de su conflicto y el hecho de que su padre
quería que Raf heredara el título de capo, y no Michele, a pesar de que este
último era el mayor por unos meses. Raf no había sido capaz de decirme por
qué su padre se empeñaba en hacer eso, aunque su hijo mayor se desviara del
camino. Pero cuanto más imponía Benedicto el tema, más se defendía
Michele, haciendo todo tipo de cosas desagradables para llamar la atención.
Por supuesto, Raf siempre había sido el blanco de sus burlas, y una de las
razones por las que Raf siempre intentaba no llamar la atención.
—Y tú debes ser la monja con la que se va a casar mi hermano —
continúa, acercándose y poniéndose en mi cara, con una sonrisa de suficiencia
en los labios, ya que sin duda cree que puede intimidarme—. ¿No podría
haber encontrado otra? Seguro que no sabe ni qué hacer con una polla. —
Intenta hacer otra broma y, por supuesto, las chicas que están a su lado
piensan que ha dicho lo más gracioso, sus risas son irritantes.
Sin temerle, ya que he conocido a más de un matón como él, alzo
ligeramente la barbilla, encontrando su mirada con la mía.
Porque, él podría ser la contraparte masculina de Cressida.
—Bueno —empiezo, con una mirada dulce mientras le pego lentamente
las pestañas—, ciertamente no sabría qué hacer con las tuyas. —Me muevo
ligeramente hacia él, con las manos sobre sus hombros mientras le doy unas
ligeras palmaditas.
Él frunce el ceño, sin darse cuenta de lo que quiero decir, al menos no
hasta que mi rodilla hace contacto con dicha polla. Hace un gesto de dolor y
se inclina hacia delante, con los ojos clavados en mí.
—Probablemente deberías comprarte una nueva. —Le guiño un ojo justo
cuando las chicas a su lado jadean, intentando ayudarle.
Una mirada a Raf y asiente, ambos subimos al auto y llamamos a su tía
para que venga también.
Ya puedo oír sus maldiciones y la forma en que me llama perra mientras
el auto sale del aparcamiento.
—Querido, ¿era tu hermano? —pregunta la tía de Raf, que apenas nos
presta atención—. Debería haber saludado. —Frunce el ceño un momento
antes de continuar con su conversación telefónica, olvidándose enseguida de
nosotros.
—Lo siento. —Raf se disculpa en cuanto el auto se pone en marcha,
alejándonos al máximo de ese horrible ser humano.
—No lo hagas. Ahora entiendo por qué le odias. Es vil —respondo, con
los labios fruncidos—. Unos minutos en su presencia y me dan ganas de
restregarme la piel. Eww. —Saco la lengua en señal de asco.
Raf se ríe, diciéndome que eso era un Michele leve, y que normalmente él
es aún peor.
Escucho con atención, temiendo que pronto vaya a ser mi cuñado. Una
cosa es segura. Si Michele intenta algo, se va a llevar unas cuantas sorpresas.
Puede que crea que soy una monja, pero supongo que se llevará una santa
sorpresa cuando vea que no acepto la mierda de nadie.
—¿Por qué? —gimoteo de dolor mientras miro fijamente su cara.
Tan carente de emociones.
—Esto era solo un experimento, Sisi. Y ha fracasado. —Se encoge de
hombros, acercándose a mí y mirándome con asco—. Pero estoy seguro de
que hay suficientes mujeres por ahí para ocupar tu lugar, después de todo, no
eres nada especial.
Jadeo ante su crueldad, con lágrimas en la comisura de los ojos.
—Por favor, no digas eso —susurro, deseando con todo mi ser que se ría
y diga que está bromeando.
—¿Por qué? —Se acerca aún más a mí, arrinconándome contra la
pared—. ¿Estoy hiriendo tus tiernos sentimientos? —dice mientras un dedo
baja por mi cara, el contacto me hace temblar—. ¿Te estoy haciendo sentir...
indeseada? —Me roza el oído, y todo mi cuerpo se paraliza ante esas
palabras.
—Para, por favor —le ruego, las palabras resuenan en mis oídos, su eco
es imparable—. Para.
Pero no lo hace.
Me rodea el cuello con las manos y me aprieta hasta que apenas puedo
respirar.
—Para. —Incluso mi voz se vuelve apenas audible mientras intento
apartarlo de mí.
Pero no se mueve.
Tiene una sonrisa malvada pintada en su cara, como si no pudiera
esperar a matarme más rápido.
Una mano abandona mi cuello, la otra sigue apagando la vida de mí.
Levantando mi falda, está dentro de mi cuerpo de un solo empujón, el dolor
me deja en blanco.
—¡No! —grito, saliendo disparada de la cama. Estoy cubierta de sudor,
todo mi cuerpo hiperventilando.
Ha sido un sueño. solo ha sido un sueño.
Respiro profundamente, intentando calmar mis nervios.
Pero cuando miro hacia abajo, mi boca se abre en un grito silencioso al
ver un charco de sangre entre mis muslos, con las sábanas empapadas.
Parpadeo dos veces, intentando ahuyentar el sueño, convencida de que
sigue siendo un sueño. Pero cuando vuelvo a abrir los ojos y veo que la
sangre sigue ahí, un nuevo miedo me envuelve.
No... No... mí bebé.
Y grito. Grito a pleno pulmón, el miedo me invade y me hace temblar sin
control.
Venezia es la primera en irrumpir por mi puerta, sus ojos se abren de par
en par al ver toda la sangre que me rodea.
—Llama a una ambulancia. —No sé cómo encuentro fuerzas para hablar.
Más aún, para decir frases coherentes. Pero lo hago. Y cuando caigo en la
cuenta de que tengo que actuar rápido, me doy cuenta de que no puedo
sucumbir al miedo, ni a la desesperación.
Tengo que luchar.
Quizá no sea demasiado tarde. Había leído sobre la mancha. Tal vez sea
solo eso.
Aunque viendo la cantidad de sangre, no es eso.
Sigo aguantando, incluso mientras me suben a la ambulancia, y todo el
camino hasta el hospital. Solo cierro los ojos y me imagino a mi bebé de
cabello oscuro y lo felices que seremos juntos. Me aferro a ese pensamiento,
y es lo único que se interpone entre mí y una crisis nerviosa.
Y entonces sucede.
—Lo siento, señorita Lastra, pero ha sufrido un aborto espontáneo —dice
el médico, y después no puedo escuchar nada.
Así, sin más, todo me ha sido arrebatado.
Ya no puedo ni siquiera encontrar en mí las ganas de llorar, ni de
lamentarme, ni de gritar ante la injusticia. Solo puedo mirar las paredes que
parecen compartir mi desolación, con sus sombras oscuras llenando la luz.
Al cabo de un rato, Marcello viene a verme y me siento aún peor por
haberle molestado.
¿Y si me echa? ¿Otra vez?
La idea es insoportable, así que hago lo único que puedo: mentir.
—Nos vamos a casar —digo con toda la seguridad que puedo, intentando
ignorar cómo me duele el corazón al mentir sobre el amor a Raf, o sobre todo.
Como el hermano sobreprotector que es, Marcello se arrepiente y trata de
convencerme de que no tengo que casarme con Raf.
Pero no lo entiende. No se da cuenta de que no tengo que hacerlo, sino
que lo necesito.
Incluso ahora siento que sucumbo más profundamente en mí misma, y sé
que si continúo así solo me volveré peor.
Necesito a alguien que me quiera, aunque sea por las razones
equivocadas. Solo necesito un lugar al que pertenecer.
—Ya veremos. —Frunce los labios Marcello, saliendo del salón.
Le prometí a Raf que me casaría con él, y lo haré. Quizá en el proceso
también me encuentre a mí misma de nuevo.
Lina y Venezia me visitan y me sorprenden por lo mucho que se han
preocupado por mí. Se me saltan las lágrimas al ver que hay gente que se
preocupa por mí en este mundo.
Pero más tarde, cuando el médico me da el alta y vuelvo a estar sola, no
puedo evitar tomar la pequeña foto de la ecografía que había escondido en el
cajón.
La sostengo contra mi pecho e intento imaginar de nuevo cómo habría
sido el niño de cabello oscuro que sé que nunca conoceré.
Y las lágrimas comienzan de nuevo.
—Oh, Dios... ¿por qué estoy tan maldita? —pregunto, en voz alta. Solo el
silencio me recibe.
No hay otra explicación para ello. Estoy maldita.
Y lo peor es que... La vida me lanza el anzuelo, dándome la ilusión de que
puedo encontrar la felicidad, solo para arrancármela en el peor momento,
cuando estoy más feliz.
Parece que mi destino es estar siempre sola... y siempre indeseada.
Los días pasan, pero apenas noto si es de día o de noche. Los preparativos
de la boda se suceden con rapidez, la gente va y viene de la casa, la familia de
Raf prácticamente acampa aquí ya que cada vez están más emocionados por
la boda.
Fingí una sonrisa y traté de pasar por encima de todo, sin que nada me
hiciera reaccionar.
Ni siquiera Raf, con su dulzura, consigue sacarme de mi estado actual.
Simplemente estoy sobreviviendo.
—Sisi. —Escucho la voz de Lina cuando llama a mi puerta la noche antes
de la boda.
—Pasa —le digo, viéndola entrar en la habitación, con la incertidumbre
en el rostro.
—Quería hablar contigo antes de... —dice al ver mi rostro inexpresivo.
Asiento con la cabeza, indicándole que se acerque a la mesa junto a la
ventana.
—No puedo evitar sentir que no has sido tú misma —empieza, con las
manos jugueteando en su regazo. Vuelvo la cabeza hacia ella, con la mirada
vacía -como suele ser- y me encojo de hombros.
—Estaré bien —respondo, casi con indiferencia.
—Sé que perder a un hijo puede ser muy doloroso, pero... —empieza a
hablar, y mis oídos ya lo ignoran todo.
Había mentido diciendo que no sabía que estaba embarazada. Que estaba
tan sorprendida como ellos. Así era más fácil evitar sus miradas lastimeras, y
aún más fácil para mí fingir que estoy bien.
Pero no lo estoy.
Todo lo que quiero hacer es gritar al mundo que no estoy bien. Que quiero
recuperar a mi bebé. Que lo quiero a él de vuelta.
Pero nunca va a suceder. No importa cuánto me diga a mí misma que no
es real, lo es. Y me duele.
Dios, casi a diario tengo que luchar conmigo misma incluso para salir de
la cama. No sé cómo he conseguido ponerme ropa, una sonrisa bonita y
asentir a las palabras de todo el mundo.
Quiero que me dejen en paz.
—No tienes que casarte con él, Sisi. Si no quieres. —La mano de Lina
cubre la mía, la compasión reflejada en su mirada casi me conmueve.
Pero, ¿cómo se puede conmover algo que ya no existe?
Cada vez estoy más segura de que mi corazón debió de morir en el mismo
momento en que lo hizo mi bebé. Porque esa fue la última vez que sentí algo.
—Todo saldrá bien, Lina —digo con rigidez—. Todo irá bien.
Las palabras también suenan falsas a mis oídos, así que no me extraña que
Lina frunza el ceño preocupada, se acerque a mí y me tome en brazos.
En otro tiempo, ese abrazo me habría revitalizado. Ahora se siente
simplemente... sombrío.
—No quiero que te sientas forzada a algo solo porque te acostaste con él.
Marcello no es como mis padres, Sisi. Nunca te va a imponer esas normas
anticuadas —me dice, acariciando ligeramente mi cabello corto.
Es curioso que nadie haya cuestionado mi repentino cambio de
comportamiento, mi nuevo cabello o el hecho de que no pueda salir de casa
sin bufanda... en verano. A pesar de su preocupación, ¿realmente les importa?
—Quiero —respondo, con la mirada ya fija en el césped de fuera, donde
antes me esperaba mi príncipe, para salvarme de mi torre—. Todo va a salir
bien —repito.
Lina no parece convencida, pero me deja por fin sola.
Y por fin puedo volver a dormir, el único momento en que puedo estar
junto a mi bebé.
—Estás muy bella, Sisi. —La voz de Lina me hace parpadear dos veces, e
intento prestar atención a lo que dice.
Entrelazando el velo de encaje con una pequeña diadema de diamantes, lo
coloca sobre mi cabello peinado.
—No puedo creer que te vayas a casar. —La miro a través del espejo
mientras se limpia una lágrima de la mejilla—. Eres una novia tan bonita. La
más hermosa. —Se inclina para besar mi frente.
—Yo tampoco —murmuro, forzando una sonrisa.
Todos los que me rodean están muy contentos y, dada mi atroz mentira,
entiendo que se alegren por mí. Así que trato de jugar con la ilusión que he
creado, estirando mis labios en una sonrisa perpetua para asegurar que no
haya dudas sobre mi estado de ánimo.
Al fin y al cabo, soy la novia.
Miro fijamente mi reflejo, incapaz de creer que haya llegado a este punto.
Cómo ha degenerado mi vida en el lapso de un mes. Nunca me había
considerado especialmente afortunada, no teniendo en cuenta todo lo que he
pasado. Pero por un momento había pensado que todas las dificultades darían
paso a la felicidad.
Había dejado el convento que era la fuente de todas mis pesadillas, y por
fin había encontrado a alguien que me entendía. Que me veía, con lo bueno y
lo malo. Por fin me había encontrado a mí misma después de vagar sin rumbo
toda mi vida.
Pero no había durado.
¿Y ahora? Una vez más, me espera una vida de fingimiento.
Fingiendo que soy buena.
Fingiendo que estoy enamorada de mí marido.
Fingiendo que no estoy... más.
Reconociendo la dirección de mis pensamientos, me sacudo de mis
cavilaciones, volviéndome hacia Lina y sonriéndole ampliamente.
—Va a ser increíble. —La mentira sale a borbotones de mi boca—. Nunca
te he dado las gracias, Lina —me dirijo a ella, lo único sincero que estoy
dispuesta a decir hoy—. Por todo lo que has hecho por mí en el Sacre Coeur.
No creo que hubiera estado aquí sin ti. —Le aprieto la mano.
Sus ojos vuelven a lagrimear y no puede evitar moquear, lanzando todo su
cuerpo hacia mí y envolviendo sus brazos en un gran abrazo.
—Oh, Sisi. Sabes lo mucho que te quiero. Siempre serás mi hermana.
Nunca lo olvides —susurra.
—Gracias. Tú y Claudia eran las únicas personas que me mantenían
cuerda allí —admito, devolviéndole el abrazo.
Puede que ella no sepa el alcance de lo que me ocurrió en el Sacre Coeur,
pero ha sido mi única fuente de consuelo durante esos fríos años. Por eso, no
hay palabras que puedan hacer justicia a lo mucho que le agradezco.
—Tú también Sisi. Siempre fuiste valiente y nos diste un poco de coraje
cada vez. —Sonríe.
Ojalá tuviera ese valor ahora, porque aunque mis pies me llevan hacia
Raf, mi corazón ya está muerto y enterrado.
Todo el séquito de la boda se dirige a la iglesia, y Marcello y yo somos
los últimos en llegar, preparados para caminar del brazo hacia el altar.
—Estoy orgulloso de ti, Sisi —me dice Marcello, besando mis mejillas
justo antes de hacer nuestra entrada. Es la primera vez que me toca durante
más de un segundo, y me empapo del contacto—. Pero no olvides que
siempre tendrás un hogar con nosotros —continúa, y yo asiento con la cabeza,
con lágrimas en los ojos.
Siguiendo la señal musical, entramos lentamente.
Raf me está esperando en el altar, con su esmoquin negro, su cabello
rubio peinado hacia atrás y resaltando sus ojos azules.
Ah, cómo me gustaría haberle amado primero. Me habría ahorrado un
mundo de dolor de corazón.
Pero incluso cuando esos pensamientos se inmiscuyen en mi mente, sé
que son erróneos. Porque, aunque soy consciente de mi propio desamor,
también sé que solo hay un hombre al que podría amar. Un hombre que
parece haber sido hecho solo para mí.
Pero no estaba destinado a ser.
Tal vez éramos las personas adecuadas en el momento equivocado. O tal
vez él era el adecuado para mí, y yo estaba equivocada para él.
Mis pies se sienten pesados mientras pongo un pie delante del otro, la
distancia se reduce a cada segundo.
Y, de repente, me encuentro al lado de Raf, el cura comienza la ceremonia
y todos parecen muy felices mientras nos animan desde la barrera.
Un pánico sin precedentes se apodera de mí, y apenas puedo evitar
temblar.
Las palabras del sacerdote se desdibujan y en mis oídos resuena lo que
solo puedo describir como un sonido ensordecedor.
Cierro los ojos, parpadeando rápidamente. Pero entonces toda la sala se
oscurece, el humo se infiltra en la iglesia.
Por alguna razón, no sé si esto es real o si es solo algo que mi mente
enferma está produciendo, rechazando la realidad en la que me encuentro y
creando de alguna manera una nueva.
La gente grita, hay disparos. Los ruidos son cada vez más fuertes.
Un brazo se cuela alrededor de mi cintura, una mano en mi boca mientras
siento un aliento caliente en mi cuello.
—No te vas a librar de mí, chica del infierno —dice, un sonido peligroso
que hace que mi corazón, ya muerto, llore.
Y entonces el mundo se vuelve negro.
PARTE III
Deja que me duerma, mi amor.
Los monstruos están llegando.
Capítulo 22
Assisi
Una palpitación en las sienes me obliga a abrir los ojos, los párpados
pesados, todo el cuerpo dolorido. Tardo un momento en recuperar la
orientación y recordar lo que ha pasado.
Al levantarme, me doy cuenta de que todavía llevo puesto el vestido de
novia. Pero al echar un vistazo a la habitación me doy cuenta de que estoy en
un lugar extraño.
Estoy sentada en una enorme cama de matrimonio en medio de una
habitación igualmente enorme. Intento mover mis extremidades, feliz al ver
que nada está mal conmigo.
Pero, ¿qué ha pasado?
Recuerdo que estaba tan metida en mi cabeza, intentando bloquear la
ceremonia y todo lo que me rodeaba, que no me había dado cuenta cuando
toda la iglesia se había llenado de humo. Y entonces...
Mis ojos se abren de par en par al recordar sus palabras. En mi oído. Sus
brazos. En mi cuerpo.
—En nombre de Dios, ¿qué ha pasado? —murmuro, más bien para mí.
Toda la habitación está vacía, salvo la cama. Las ventanas que casi llegan
al techo permiten que se infiltre mucha luz en la habitación, y tengo que
desviar la mirada, mis ojos están cegados por ella.
Bajo las piernas de la cama y me dirijo directamente a la puerta.
Si este es otro de los juegos de Vlad, se va a llevar una pequeña sorpresa,
porque no voy a permitir que me enrede con sus cambios de humor.
Ya puedo prever por qué ha hecho esto. Se había aburrido demasiado y
había decidido meterse conmigo y con Marcello.
Se me escapa una sonrisa amarga al darme cuenta de que no debería
creerme tan importante para él, después de todo, ¿no había dicho exactamente
lo mismo? ¿Que yo no era la única mujer del mundo? Probablemente lo había
hecho para jugar con Marcello.
En cualquier caso, no me quedaré sentada esperando a que vuelva a
ponerme en ridículo. No importa que mi corazón siga latiendo dolorosamente
en mi pecho sabiendo que está en algún lugar cercano. No. Nuestro tiempo ha
pasado.
Rodeando con mi mano el pomo de la puerta, tiro hacia abajo, sin
sorprenderme al encontrar la puerta cerrada.
Al igual que las ventanas, la puerta también tiene el techo alto. También
es vieja, la madera estropeada en las esquinas, la pintura desprendiéndose en
feas rayas.
Por un momento me entristece lo que voy a hacer, ya que se trata
claramente de un edificio histórico. Pero no me ha dejado otra alternativa.
Levantando el pie, me equilibro sobre la otra pierna mientras intento
tomar todo el impulso posible antes de dar la patada.
La planta de mi pie conecta con la madera, el sonido reverbera en la
habitación.
No se mueve.
Cuanto más pateo, más me doy cuenta de que, a pesar de su aspecto
ruinoso, la madera es fuerte, demasiado fuerte para mis patadas.
—Maldita sea —murmuro, usando el dorso de la mano para limpiar el
sudor de mi frente. Hace calor y este vestido pesa una tonelada.
Respiro profundamente un par de veces mientras observo la habitación y
decido que tengo que cambiar de estrategia. Sin embargo, pase lo que pase,
no voy a dejar que Vlad se salga con la suya. Puede que se aburra y busque
peones para mover en su partida de ajedrez, pero yo no seré uno de ellos.
Solo ahora me doy cuenta de lo que Marcello ha estado diciendo todo el
tiempo. Vlad no conoce el significado de la amistad, ni de ninguna relación.
Solo sabe cómo utilizar a la gente para lograr sus objetivos.
Como hizo conmigo... hasta que demostré ser inútil para él.
Incluso ahora, probablemente tiene alguna cámara instalada en alguna
parte, y está mirando desde detrás de su pared llena de pantallas, riéndose a
mi costa y de mis pobres intentos de escapar.
En cuanto la idea se forma en mi cabeza, me vuelvo rápidamente hacia el
techo, encontrando inmediatamente la cámara.
Sintiendo que mi ira aumenta, pisoteo hasta situarme justo delante de ella.
No sé si esto tiene sonido o no, pero no tengo nada que perder.
—Has elegido a la persona equivocada para meterte con ella, Vlad —
digo, mirando directamente a la lente crispada—. No puedes vencer a alguien
que no tiene nada que perder. —Sonrío, mis manos se dirigen a mi largo
vestido de novia mientras me agarro al dobladillo.
Sin siquiera pensarlo, rasgo el encaje hasta las rodillas, revelando el
vestido de satén que hay debajo. Con los dientes, hago lo mismo hasta que la
parte inferior del vestido desaparece por completo.
Con un poco de espacio para respirar, me siento inmediatamente más a
gusto, el aire fluye alrededor de mis piernas y refresca mi cuerpo. Mis
movimientos también se sienten menos restringidos.
Y como tengo muy poca paciencia, también le muestro el dedo corazón.
Oh, cómo me gustaría verle reaccionar a eso.
Pero no tengo tiempo para pensar en eso. No cuando necesito salir de
aquí.
Viendo que la puerta no será una buena opción, me dirijo a las ventanas,
exhalando aliviada cuando una de ellas se abre.
Al menos no tendré que romper esto.
Pero mi alivio pronto se convierte en miedo cuando miro hacia abajo y me
doy cuenta de que no estoy cerca del suelo. ¿Qué es esto? ¿Segundo? ¿Tercer
piso?
—¡Caramba! —Me entran unas ganas irrefrenables de persignarme,
porque incluso viendo lo lejos que está el suelo de mi posición, no puedo
evitar concentrarme en él—. No es que no haya hecho esto antes. —Intento
convencerme.
¿Pero no era tan alto?
—Bien, es ahora o nunca —susurro. Cuanto más lo pienso, más miedo me
da y nunca lo haré. Como no me apetece seguir siendo una prisionera, esta es
la única opción—. Vete a la mierda, Vlad —murmuro, indignada por haberme
puesto en esta situación en primer lugar.
Me agarro al marco de la ventana y me subo al alféizar, sujetándome con
fuerza, con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué tiene que ser tan alto? —grito de frustración.
Pero respirando profundamente, me calmo.
Uno. Dos. Tres.
Y salto.
Con los ojos aún cerrados, espero el inminente contacto con el suelo.
—Veo que todavía te mueres por caer debajo de mí. —Una voz dice en
mi cabello, unas manos fuertes me sujetan mientras me bajan al suelo.
Abriendo un ojo, y luego el otro, no sé ni cómo reaccionar al verlo en
carne y hueso.
Parpadeo, con los ojos puestos en él como si tratara de resolver un
rompecabezas.
Sigue siendo el mismo, aunque hayan pasado más de tres meses desde la
última vez que nos vimos. Pero hay algo diferente.
Puedo sentirlo.
Su piel está bronceada y tiene una barba nueva que antes no existía. En
todo el tiempo que llevamos juntos, nunca había visto a Vlad más que bien
afeitado.
Pero el cambio no es solo superficial. Más que nada, hay algo diferente en
su energía.
Algo más cálido... algo...
¡Para!
Estoy haciendo esto de nuevo. Tratando de entenderlo donde no hay
absolutamente nada que entender. Mi labio se dobla de asco ante mi propia
persona y mi reacción ante él, y empujo mis manos hacia adelante,
apartándolo de mí.
—Maldita sea, chica del infierno. ¿Así es como saludas a tu futuro
marido? —dice, y su voz sigue teniendo esa cualidad seductora que siempre
me ha cautivado.
Trago saliva, mi propio cuerpo me traiciona mientras se me pone la piel
de gallina.
—¿Qué acabas de decir? —Frunzo el ceño, dando un paso atrás y
poniendo algo de distancia entre nosotros.
—Qué bien que te despiertes —dice, sus ojos miran de arriba abajo mi
cuerpo de forma extraña—, el ministro está esperando.
Ni siquiera me deja responder, ya que rodea mi muñeca con sus dedos,
tirando de mí hacia él y casi arrastrándome hacia la entrada de la casa.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de dónde estamos.
O más bien, al parpadear repetidamente, segura de que esto debe ser un
sueño.
—Tú no... —susurro mientras contemplo la fachada de la casa,
comprobando una vez más mis sospechas de que sí lo hizo.
—¿Me has traído a Nueva Orleans? —pregunto asombrada, mirando la
casa más bonita que he visto en mi vida. Debería saberlo, ya que he estado
acechando su página en las redes sociales durante mucho tiempo,
simplemente hipnotizada por la historia y la arquitectura.
Debería haberme dado cuenta de que él vigilaría mis redes sociales.
¡Maldita sea!
—Y su futuro hogar en el futuro inmediato —dice, sus dedos se clavan en
mi carne mientras me guía por los tres escalones de la entrada, y solo se
detiene cuando llegamos al gran vestíbulo, donde un hombre con traje espera
frente a un libro abierto.
—Señor Kuznetsov —sonríe, sus ojos se dirigen a mí—, y la futura
señora Kuznetsov, supongo —pregunta.
—«Kuznetsova», pero sí. Ahora, por qué no hacemos esto rápido. Tengo
prisa —comenta Vlad, con todo su cuerpo tenso.
Estoy tan sorprendida por el giro de los acontecimientos que mi reacción
se retrasa y doy un paso atrás, liberando mi mano de su agarre.
—¿Qué demonios es esto, Vlad? —Vuelvo mis ojos ardientes hacia él. No
me puedo creer la maniobra que ha hecho, sobre todo porque antes me había
dejado claro que no le servía de nada.
¿Qué ha cambiado ahora?
—Sisi, baja la voz. —Se acerca a mí, su olor inunda mis sentidos—.
Aceptarás todo lo que diga el oficiante y firmarás con tu nombre en ese papel.
—Estás loco. —Es todo lo que puedo pronunciar mientras observo sus
rasgos, la forma en que su labio se curva ligeramente en una sonrisa
arrogante, o la forma en que su cabello, más largo de lo habitual, cae sobre su
frente, haciéndolo parecer más joven y más peligroso al mismo tiempo.
—No haré tal cosa —le siseo, dando otro paso atrás.
Parece que no entiende que no quiero estar cerca de él, ya que me hace
retroceder hasta la pared, enjaulándome.
—Lo harás. —Se inclina y su aliento roza el lóbulo de mi oreja en una
lenta y sensual caricia—. Moverás tu bonito culo hacia la mesa y dirás que sí.
Sonreirás y luego firmarás tu maldito nombre en ese pedazo de papel, o tu
dios me ayude, no te gustará lo que haré.
—¿Qué demonios te pasa? —Frunzo el ceño, su repentino arrebato me
produce escalofríos.
Su mano se acerca a mi mandíbula y me gira para que le mire a los ojos.
—No pruebes mi mano, Sisi. Esta vez no. Estoy a dos segundos de
estallar, y habrá muchos cadáveres si no haces lo que te digo. —Aprieta los
dientes, con los ojos inflexibles mientras sus dedos se tensan sobre mi carne.
—No me voy a casar contigo, Vlad —digo, con la voz más suave—. Ni
ahora ni nunca. —Agarro su mano y la tiro a un lado, empujando mi hombro
contra el suyo para esquivarlo.
Es rápido y pasa un brazo por detrás de mi cintura, apretándome contra él.
—No te lo diré dos veces, chica del infierno —me dice, y siento la energía
enroscada en su cuerpo, la forma en que sus dedos juegan con la parte baja de
mi espalda como si fuera a partirme en dos en cualquier momento.
—Sonreirás —Levanta la mano hacia mi cara, un dedo arrastrando la
comisura de mi boca hacia arriba—, y parecerás feliz como la novia que eres
hoy. Hazlo y nadie tendrá que morir —hace una pausa, acercando su rostro
hasta que su boca está a un suspiro de la mía—, por ahora.
No puedo creer su descaro. Me mira como si ya hubiera ganado la partida.
Como si supiera que le voy a obedecer. Demonios, veo el movimiento de su
mejilla, un hoyuelo que amenaza con formarse mientras se esfuerza por no
proclamar la victoria todavía.
Una sonrisa se curva en mis propios labios mientras le sigo el juego por
un breve momento. Abriendo la boca, atrapo su dedo y lo muerdo.
Con fuerza.
Bueno, tan fuerte como puedo.
Y él ni siquiera reacciona.
—Sisi, Sisi —me reprende—, mi querida Sisi, puedo ver las ruedas
girando en tu cabeza, tratando de encontrar una salida. Créeme, no hay
ninguna. No quería hacer esto —suspira dramáticamente—, pero parece que
debo hacerlo.
Frunzo el ceño, su teatralidad ya me está cansando.
—O te casas conmigo ahora, o me veré obligado a hacer algo más...
drástico. Como, por ejemplo, detonar una bomba en tu casa. Porque, tu
hermano y su familia, así como tu hermana, deben estar ya allí...
Mis ojos se abren de par en par, mientras sus labios se dibujan en una
sonrisa.
—Tú no...
—Oh, pero yo sí —responde, con ese falso encanto que desprenden sus
palabras.
Y así, vuelve a ser el Vlad que conozco. El Vlad insensible, el que toma lo
que quiere, al que parece habérsele metido en la cabeza que se casará
conmigo.
Y sé que cumplirá su amenaza.
—Que así sea —le respondo, convirtiendo mis rasgos en una máscara de
indiferencia.
Porque podría amenazar a mi familia y podría pensar que esto es solo un
juego. Pero no pienso ceder ante él, nunca más. Puede que firme con mi
nombre en ese certificado de matrimonio, pero eso es todo lo que obtendrá de
mí.
Ni siquiera espero su respuesta y me libero de su agarre, me dirijo al
oficiante y hago exactamente lo que Vlad me ha ordenado: sonreír, decir que
sí y firmar el maldito papel.
—Les deseo lo mejor, señor y señora Kuznetsov —dice el hombre al
marcharse, con la angustia reflejada en sus facciones.
Y entonces nos quedamos solos.
Hay tal vez un pie de distancia entre los dos. Ambos nos miramos
fijamente, con la respiración entrecortada.
Parece al borde de un ataque, y tengo que obligarme a no huir, con el
recuerdo de su último episodio aún fresco en mi mente y en mi cuerpo.
Mi mirada se desplaza sobre él en lo que llamaría mi primer examen
minucioso desde que lo volví a ver. Lleva un traje, como siempre. De color
azul marino con rayas blancas, el material moldeado no distrae de sus gruesos
muslos ni de sus poderosos brazos. No, al contrario, solo sirve para resaltar
aún más sus musculosos miembros, y por un momento tengo que preguntarme
si no habrá engordado aún más.
Su cuello está tenso, las venas sobresalen mientras trata de regular su
respiración, sus ojos se fijan en mí, inmóviles.
Ha visto a su presa y está listo para saltar. Y así mismo mis pies están
listos para llevarme lejos de él también.
La tensión es intensa, la conciencia aún peor cuando siento que mi cuerpo
responde a su proximidad. Se podría pensar que, después de haber sido casi
arrasada hasta la muerte, no tendría ningún deseo de probar suerte por
segunda vez, pero cuando parecemos encontrar un ritmo en nuestras
respiraciones, emulándonos mutuamente, descubro que a mi cuerpo no le
gusta escuchar.
Ya está preparado para más, para la violencia, para la sangre y la
destrucción.
Y lo odio.
Odio que llame a esa parte primaria de mí que he intentado enterrar toda
mi vida. Odio que, aunque mi mente sepa que es un farsante y un traidor, mi
cuerpo no reconozca el peligro que representa para todo mi ser.
—¿Por qué me has traído aquí, Vlad? ¿A qué juego estás jugando ahora?
—pregunto, entrecerrando los ojos hacia él.
Está tan tenso que veo el contorno de sus músculos a través del material
de su traje. Sus ojos no se apartan de los míos mientras da un paso adelante. Y
otro más.
Y entonces retrocedo uno.
—¿Estás aburrido? ¿Es eso? —pregunto, retrocediendo más en la
habitación.
Me gustaría no sentirme tan intimidada por él, pero su simple presencia
empequeñece todo lo que le rodea.
—¡Vlad! —le digo bruscamente, levantando la voz—. ¿Qué demonios te
pasa?
—¿Qué demonios me pasa? —Está delante de mí antes de que pueda
parpadear—. ¿Qué crees que me pasa, Sisi? —Me sonríe, su mano se
extiende para agarrar mi cabello, desenredando mi peinado hasta que los
mechones caen por mis hombros.
—No me toques. —Le aparto la mano.
—Vamos, chica del infierno, no puedes decirme que no has echado de
menos mis caricias. —Su voz suave me afecta incluso cuando intento
permanecer estoica.
—No. No puedo decir que lo haya hecho —respondo secamente, tratando
de evitar sus manos errantes.
—Mentirosa —susurra, acercándose para aspirar mi aroma—. No me
engañas, Sisi. Puedo sentir cómo tu cuerpo anhela el mío. —Su dedo recorre
el corpiño de mi vestido y, aunque me deja un poco sin aliento, no borra el
hecho de que estoy tratando con un androide disfrazado de humano.
Atrapando su dedo, lo arrojo fuera de mi cuerpo.
—He dicho que no me toques, Vlad. Lo digo en serio. Puede que hayas
amenazado a mi familia para que firme mi nombre en ese certificado de
matrimonio, pero hace tiempo que perdiste tu oportunidad —le digo, con el
tono serio—. ¿Qué pasó? ¿Te aburriste y decidiste volver a jugar con la pobre
monja? ¿Es eso? —Hago lo posible por mantener mi voz bajo control, pero su
sola presencia combinada con su atrevimiento me dan ganas de echarle en
cara.
—Sisi, me estás rompiendo el corazón —bromea, tomando mi palma y
ajustándola sobre su pecho—. ¿Ves cómo te late? —pregunta con suavidad,
esbozando una sonrisa.
Por un momento -un momento muy corto pero embarazoso- me encuentro
sintiendo su corazón y tratando de entender sus latidos. Pero es solo un
momento antes de reconocer mi propia debilidad y empujar contra él.
—Estás loco. —Sacudo la cabeza, convencida de que debe de haber
sufrido alguna crisis mental.
¿Por qué se comporta como si no hubiera pasado nada? ¿Como si no me
hubiera utilizado y descartado hace un rato?
—Sí. —Me acerca tanto a él que nuestras caras apenas se separan—. Soy
un loco de remate. Y es solo porque he estado sin ti durante mucho tiempo.
—Me acaricia la cara con el cabello, el gesto es tan incomprensible que solo
puedo quedarme quieta como una estatua, tratando de entender quién es este
hombre.
Porque no es el Vlad que conozco.
—Suéltame —digo entre dientes apretados, la proximidad me mata
suavemente.
Si esto no es el peor tipo de castigo, entonces no sé lo que es... ser
provocado con la única cosa que siempre has querido solo para que te la
arranquen en el último momento.
Sin embargo, no caeré en el mismo truco dos veces.
—No —responde con naturalidad. Con su gran mano extendida sobre mi
nuca, me acerca a él, rodeando mi espalda con su brazo para tenerme pegada
a su cuerpo.
Su boca se cierne sobre mi cara mientras me inspira, con los ojos cerrados
como si disfrutara del sabor.
—Nunca te dejaré ir, chica del infierno —responde, con los ojos abiertos,
oscuros y temibles mientras me miran fijamente con una convicción
inquebrantable—, nunca más —dice justo antes de que su boca descienda
sobre la mía, con un beso que me hace morder mientras intenta abrir mis
labios con su lengua.
Flexionando los brazos, intento escapar de la jaula en la que me tiene
metida, pero es demasiado fuerte para dejarme mover. Por mucho que me
esfuerce en zafarme de sus garras, es en vano. En todo caso, sus brazos me
rodean aún más y me obligan a devolverle el beso.
Mantengo la boca cerrada, mis labios firmemente sellados, negándole la
más mínima apertura.
—Abre la boca —me ordena contra mis labios, pero me limito a sacudir
un poco la cabeza, con las manos atrapadas entre nosotros mientras sigo
empujando contra su pecho.
Pero cuando nada funciona, me doy cuenta de que tengo que cambiar de
estrategia. Dejo que mi cuerpo se afloje contra el suyo. Ya no hay resistencia,
pero tampoco reacción.
Continúa besando mis labios de forma unilateral hasta que finalmente se
da cuenta de la inutilidad de ello.
—Maldita sea, Sisi —maldice, soltándome.
Llevando el dorso de mi mano a la boca, lo limpio de mis labios, con los
ojos puestos en los suyos para que pueda ver el asco en mi expresión.
—Después de todo lo que me has hecho —empiezo, la rabia, la tristeza y
la frustración se mezclan y suben a la superficie—, tienes la desfachatez de
apartarme de mi boda, amenazarme con firmar mi maldito nombre en un puto
papel —respiro con dureza—, que por cierto no significa nada para mí —Mi
labio se curva con desagrado—, ¿y ahora quieres que te bese sin más? ¿Como
si los últimos tres meses no hubieran pasado? ¿Como si no me hubieras
aplastado el corazón y me hubieras dejado sangrando literal y figuradamente?
Se estremece, reaccionando por primera vez a mis palabras. Pero no
puedo parar. Ya no. Las lágrimas de frustración amenazan con salir a la
superficie mientras sigo hablando.
—Me has destruido, Vlad. No tienes ningún derecho a volver a
pavonearte en mi vida como si no hubiera pasado nada. Fingir que no ha
pasado nada. Y luego esperar que me comporte como si nada hubiera pasado.
¿Qué demonios te pasa? —le grito, con todo mi cuerpo temblando—.
Después de todo lo que he pasado... no tienes derecho —digo, cerrando los
ojos y respirando profundamente.
No quiero derrumbarme delante de él, por mucho que me enfade. No
quiero mostrarle nunca mi debilidad, ni el hecho de que él es mi debilidad.
Ni siquiera responde. Se limita a observarme, con una expresión cerrada.
Como no puedo soportar un momento más en su presencia, me dispongo a
marcharme.
—Estabas embarazada —dice finalmente, sus palabras renuevan mi dolor.
Estaba...
—Sí —respondo, deseando que mi voz no me traicione. De todas las
cosas que podría haber sacado a colación, tenía que hacerlo. ¿Por eso ha
vuelto a mi vida? ¿Para preguntar por el bebé? ¿Tal vez para ofrecerme una
disculpa insincera?
Pero, ¿por qué iba a importarle?
—¿Era mío? —me pregunta, y su pregunta me deja helada. Giro la cabeza
y mis ojos entran en contacto con los suyos.
Y Dios... realmente piensa...
Algo se rompe dentro de mí cuando me doy cuenta de que en su mente yo
simplemente saltaba de una cama a otra. ¿Realmente piensa tan poco en mi
amor?
Pero lo hace.
La risa amenaza con desbordarse cuando caigo en la cuenta.
No deseada... por supuesto que me follaría a cualquiera por atención. ¿No
es eso lo que ha insinuado desde el principio?
Aprieto los puños y siento el repentino deseo de hacerle daño, aunque
dudo que le importe. Solo quiero borrar la sonrisa de su cara de una vez por
todas. Si no puedo herir sus sentimientos, al menos puedo herir su orgullo.
Así que respondo a su pregunta.
—No lo sé —miento, conteniendo mi expresión. Podría haber dicho
fácilmente que no, pero entonces él podría haberme echado un farol. No, esto
debería ahondar más en su ego y hacer que se pregunte cuánto tiempo
después de él me dirigí a otro.
Hay una ligera reacción en la forma en que su mandíbula se aprieta, su ojo
se tuerce mientras dirige su mirada mortal hacia mí.
—¿Te lo has follado? —Las palabras son bruscas, la violencia gotea de
ellas mientras da un paso hacia mí.
No me echo atrás. Levanto la barbilla, mis ojos se encuentran
valientemente con los suyos mientras le demuestro que no me asusta.
—¿Por qué te importa? —lanzo la pregunta, intentando parecer lo más
despreocupada posible.
—Lo hiciste. Tú. Follar. ¿Él? —Aprieta los dientes, su cuerpo ya se
aprieta al mío mientras me empuja hacia la pared.
—No —respondo, manteniendo el contacto visual, disfrutando de la
forma en que el alivio inunda sus rasgos antes de continuar, queriendo
retorcerlo por dentro y hacer que le duela como a mí—, hice el amor con él.
No es que tú sepas lo que eso significa —Le dedico una brillante sonrisa,
entrando en su juego. Inclinándome hacia delante para susurrarle al oído,
añado—, adoró mi cuerpo y me hizo el amor dulcemente. Me enseñó que no
tiene por qué doler. Y cuando lo hace, duele bien.
No sé de dónde viene todo esto, pero quiero ser mezquina. Quiero
causarle al menos el uno por ciento del daño que me ha causado.
—Estás mintiendo —escupe, entrecerrando los ojos hacia mí.
Ah, pero parece que funciona.
Veo que su cuerpo tiembla lentamente y que su mandíbula se mantiene
firme mientras me mira. Puede que no tenga sentimientos, pero tiene su
orgullo. Y creo que acabo de herirlo.
Me hace falta todo lo que hay en mí para no regodearme en el hecho, y no
provocarlo aún más. Pero para que me crea de verdad, no puedo caer tan bajo.
Lo contrario del amor no es el odio, es la apatía.
Y él ha sido el mejor maestro al mostrarme cuánto duele la indiferencia.
Así que le devuelvo el favor.
—Piensa lo que quieras, Vlad. Francamente, me da igual. —Me encojo de
hombros, con cara de pocos amigos—. Me abandonaste, y él estaba allí para
recoger los pedazos. ¿Puedes culparme? —Levanto una ceja, esperando a que
su mente lógica lo procese todo.
Su expresión se transforma ante mis ojos, sus ojos se ensanchan de horror
y tengo mi confirmación de que me cree. Retrocede y sacude ligeramente la
cabeza mientras me mira consternado, con los músculos de los brazos
sobresaliendo al apretar y aflojar los puños.
No sé qué tipo de reacción esperaba, pero desde luego no está.
De espaldas a mí, da un puñetazo en la mesa, rompiéndola por la mitad.
Me hago a un lado, su arrebato me toma por sorpresa.
—Sisi —dice mi nombre, con la voz desgarrada.
Sin mirar hacia mí, sigue golpeando la mesa, destruyéndola. Y cuando ya
no hay nada más que golpear, cae de rodillas, con las manos sangrantes en las
sienes mientras empieza a golpearse a sí mismo.
Se le escapa un gemido bajo y angustioso, algo parecido al dolor.
Pero no puede ser...
—Sisi —sigue diciendo mi nombre, con una voz cada vez más grave, más
áspera y llena de... dolor.
Sacudo la cabeza, incapaz de comprender este despliegue frente a mí.
—Vlad, ¿qué pasa? —Me acerco a él, mi preocupación por él supera mi
desprecio.
—No —Levanta una mano—, todo es culpa mía —murmura algo, su
respiración entrecortada y pesada.
—Vlad...
—Quédate atrás —resopla, doblándose de dolor.
—Y... —Me quedo sin palabras, observando cómo se tambalea, con toda
la cara tensa y los ojos cerrados.
—Corre. —Las palabras son apenas audibles.
—Vlad. —Me acerco un paso, preocupada.
—¡Corre! —grita, y un vistazo a sus rasgos hace que mis pies se muevan
por sí solos—. Sótano... Enciérrate... —No llega a terminar la frase porque se
le escapa otro gemido de dolor. Parece estar luchando consigo mismo por el
control.
Sé que debería aprovechar esta oportunidad y salir corriendo, pero la
visión de él agachado en el suelo y dolorido está grabada en mi mente, sin
dejarme hacer nada más que dirigirme al sótano y esperar.
17
Eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto
trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor y llegaban a morder sus escudos y no había fuego y acero que los
detuviera.
—Nunca me aburriré. —Le paso el dedo por los labios, sus pupilas se
dilatan mientras bajo la cabeza—. Ahora vamos a comer —digo contra sus
labios.
Desgraciadamente, los dos nos habíamos olvidado de los huevos mientras
hablábamos por teléfono, así que conseguí quemar la única comida disponible
en la casa.
—Voy a pedir algunos, no te preocupes. —Intento calmarla un rato
después mientras me apresuro a buscar mi portátil, temiendo de repente que
se ponga de mal humor si tiene demasiada hambre, y eso desde luego no me
dará ningún punto extra.
La comida tarda un poco en llegar, pero una vez que está extendida en la
mesa y los dos nos ponemos a comer, se hace el silencio.
De vez en cuando me mira con curiosidad y, mientras me pierdo en su
belleza, intento recordar algunos de los consejos que he leído.
—Estás muy guapa cuando comes —la felicito, con una pequeña sonrisa
que se dibuja en mis labios.
Su mano se detiene en el aire cuando está a punto de morder una alita de
pollo.
—No es que no seas guapa todos los días. De hecho, eres guapa en todo
momento —continúo, temiendo haber metido la pata de alguna manera.
Ella inclina la cabeza hacia un lado, sin dejar de mirarme.
—Bonita, no guapa —rectifico.
Maldita sea, había olvidado que las mujeres se preocupan por las
particularidades.
—¿Es así? —pregunta ella, poco convencida, con la mano rozando su
flequillo y revelando la marca de nacimiento en su cara.
—Por supuesto. Incluso esa mancha que tienes en la cara es encantadora
—añado por si acaso, ya que no hay parte de ella que no me guste.
Parpadea dos veces, lentamente. Su boca se abre y se cierra un par de
veces antes de levantarse de repente, tomando todo el cubo de alitas de pollo
y arrojándolo sobre mi cabeza.
—Eres un canalla —murmura, y sale de la cocina dando pisotones.
Y yo me quedo con el ceño fruncido, incapaz de entender qué he dicho
tan mal.
Demonios, ¿pero por qué soy tan idiota?
Algo de lo que he dicho debe de haberla molestado, y ahora vuelvo a estar
a cero. ¿O es menos?
Suspiro, poniéndome de pie y viendo cómo se me caen más alitas de pollo
del cabello.
¿Por qué las mujeres son tan difíciles?
Ser completamente ignorado por ella me hace creer que tengo que
cambiar de estrategia. Al menos ligeramente. La ropa, los zapatos y las bolsas
habían llegado, pero ella ni siquiera los ha notado. Una vez más ha puesto los
ojos en blanco y ha seguido adelante.
Por suerte, esta vez abastecí la cocina para que tuviera ingredientes para
hacer algo de comer.
A pesar de su enfado conmigo, preparó suficiente comida para dos, y me
dio un plato también. Tengo que admitir que tal vez lo miré demasiado, que
casi me lo quitó.
—¿Acaso comerás? —Me había preguntado, su voz me decía que no
debía molestarla más.
Pero no era que no quisiera comer. Más bien, no quería que se acabara tan
rápido. Después de todo, era algo que había hecho con sus manos, para mí.
Bueno, no para mí, pero aun así, sentía que era para mí y quería
conservarlo un poco más.
—Por supuesto —respondí inmediatamente, tomando el tenedor y
clavándolo.
Ah, pero había estado tan bueno.
Creo que no he comido tan bien en toda mi vida, y me aseguré de
señalárselo. Pero incluso ese cumplido había caído en saco roto. Se limitó a
asentir con la cabeza y se marchó a su habitación cuando terminó,
indicándome que lavara los platos.
El trato frío continúa durante más de una semana. Intento llevarle regalos
para demostrarle que voy en serio, pero los ignora, me mira fijamente a los
ojos y me frunce el ceño, como si fuera la escoria de la tierra.
En cierto modo lo soy, porque sé que lo que le hice fue imperdonable. Sé
que le hice demasiado daño como para que me diera otra oportunidad.
Pero no puedo dejar de intentarlo. No cuando la alternativa es una muerte
lenta y asfixiante. Porque sin ella me dirijo definitivamente a una tumba
temprana.
Hay un poco de consuelo en saber que está cerca y que nadie más puede
llegar a ella. Pero, ¿cómo me ayuda eso cuando ella ha despreciado todos los
intentos que he hecho para demostrarle lo mucho que me arrepiento de mi
comportamiento?
El tiempo pasa, y aunque ella ya no parece ir activamente contra mí,
probablemente ya resignada a que no hay salida, su comportamiento hacia mí
no se descongela.
Cuando pasa otra semana y todavía no he conseguido ningún avance, sé
que ha llegado el momento de cambiar de estrategia.
Así que me encuentro con un dilema. ¿Qué puedo hacer para
tranquilizarla? ¿Hacerle ver que mis intentos son auténticos y que mis
cumplidos también son de corazón?
Tal vez debería darle mi corazón en bandeja.
Pero eso no funcionará. Por mucho que me gustara hacer eso, me gustaría
estar presente para ver su reacción, y no sería capaz de hacerlo muerto.
¿Y si...?
Hago una pausa, una idea que echa raíces en mi mente. Y para
asegurarme de no cometer más errores, ya que no me gustaría volver a
enfadarla, abro mi portátil y empiezo a navegar por la lista de los más
buscados del FBI.
Luego hago mi magia para encontrar a alguien en la ciudad.
Un poco más de tiempo del que me hubiera gustado, ya que ahora me
perderé una mañana de regalos. Pero tal vez ella aprecie la creatividad extra.
Armado y con un plan bien ideado, me aseguro de cerrar toda la casa
antes de salir por la noche.
Michael Garrett.
El único hombre que había terminado en los alrededores resultó ser el
pedófilo más buscado en cinco estados. Mientras Maxim me consigue un
suministro semanal de presos para mi proceso terapéutico, esto tiene que ser
más personal, ya que lo hago por Sisi.
Así que voy a uno de los lugares que había sacado de su teléfono móvil -
un bar de las afueras- y luego tiendo la trampa con cuidado, asegurándome de
que esté drogado antes de llevarlo a la casa.
Michael no parece un tipo tan brillante, aunque lleva un tiempo evadiendo
a los federales. Pero, de nuevo, no debería sorprenderme demasiado que las
organizaciones estatales se tambaleen. Después de todo, soy yo quien se
beneficia de su incompetencia.
Una vez que su cuerpo está cargado en el coche y estoy de vuelta a casa,
tengo que ser muy cuidadoso para que la sorpresa no se arruine para Sisi.
Al ir al sótano, accedo a una parte separada del resto. No quería que Sisi
lo viera y se asustara de mí, otra vez.
Y así, cuando llego a mi sala de sangre, tumbo a Michael en una mesa y
me pongo rápidamente a trabajar.
La parte fácil es abrirlo y sacarle el corazón. De hecho, tardo menos de
media hora en cortar la piel, abrir su cavidad torácica y sacar el corazón. Y
como no es mi primer rodeo, incluso me las arreglo para hacerlo sin ensuciar.
En cuanto saco el corazón, lo vacío de sangre y cauterizo las arterias para
que no pierdan más líquido después.
Luego, tomo un bisturí y me pongo a trabajar, tallando una dedicatoria
especial para Sisi.
En comparación con la parte de la cosecha, acertar con los trazos es
mucho más difícil, ya que el músculo tiene estrías y es en general irregular.
Me lleva unas cuantas horas de concentración para asegurarme de que
todo esté perfecto. Cuando termino, ya está a punto de amanecer, así que sé
que no puedo perder tiempo.
Tomando una bandeja de plata y esparciendo algunos pétalos de rosa, por
fin estoy satisfecho con el aspecto general.
Si no puedo darle mi propio corazón, le daré el siguiente mejor.
Pero, ¿y si me pide el mío?
¿Y si no se conforma con un sustituto? Quiero decir, estoy seguro de que
podría conseguir un trasplante de corazón... Sí, eso funcionaría. Estaría vivo
para ver su reacción, y ella aún tendría mi corazón.
Todos salimos ganando.
Solo para asegurarme de que tengo todo cubierto, llamo a Maxim y le
pido que me reserve una consulta de corazón.
Tal vez así vea lo honestas que son mis intenciones.
Aun así, espero que esto sea suficiente, ya que un trasplante me dejaría
fuera de juego durante un tiempo, y hay demasiadas cosas que hacer como
para perder el tiempo.
Ya he perdido un día de regalos, así que justo antes de que ella abra su
puerta, estoy allí, esperando.
—¿Qué es esto? —pregunta cuando me encuentro cara a cara con ella.
—Te he hecho una cosita —le digo, tratando de sonar confiado, aunque
ya tengo miedo de ofenderla una vez más.
—¿Otra vez? —Levanta una ceja, con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras espera a que retire la tapa del plato.
—Bueno, lo he trabajado más. No lo he comprado sin más —le digo con
mi sonrisa característica, con los dedos en la tapa mientras la levanto,
observando cuidadosamente su expresión.
Ella entrecierra los ojos al ver el corazón, y durante unos segundos se
queda callada.
Y luego se ríe.
—Vlad —empieza, apenas capaz de hablar entre carcajadas—, ¿qué es
esto?
—Un corazón —respondo, un poco inseguro de mí mismo.
Maldita sea, pensé que le gustaría.
—¿Me has traído un corazón? —Levanta su mirada para encontrarse con
la mía y yo asiento.
—Es en lugar de mi corazón ya que no pude traerlo, ya sabes, traerlo de
verdad —intento explicarme, pero ella se limita a reírse.
—Vlad —Se obliga a mantener una expresión seria—, ¿tallaste un
corazón en un corazón? —Vuelve a estallar en carcajadas.
Giro el corazón hacia mí, intentando ver qué es lo que le hace tanta gracia.
Había tallado su nombre con una punta de flecha y un tres al lado, ya que es
lo que la gente utiliza para indicar el amor en Internet.
—No entiendo —hablo despacio, frunciendo el ceño por la confusión.
—Esto —Señala la punta de flecha y el tres—, es un corazón. Tallado en
un corazón. —Se ríe.
—¿No estás enfadada? —pregunto, solo para estar seguro—. Pensé que te
gustaría. —Vuelvo a sonreír, con la esperanza de seducirla.
—Es bastante inusual —responde ella, frunciendo los labios—. Pero me
gusta —señala, y finalmente suspiro aliviado.
—Bien, bien. Pensaba que habrías querido que te diera mi propio corazón,
pero eso habría sido un poco más difícil —digo y sus cejas se juntan con
consternación—, no imposible —rectifico—, solo más difícil.
—¿Me habrías dado tu corazón? —pregunta, parpadeando como si
estuviera sorprendida.
—Por supuesto. Todavía puedo hacerlo, solo que no inmediatamente. Le
pedí a Maxim que me reservara para una consulta de trasplante, y después de
eso puedes tenerlo. —Mis labios se estiran en una sonrisa.
—¿Por qué? —Su pregunta me desconcierta.
—¿Por qué, por qué? Para que veas que no estoy jugando —Respiro
profundamente—, lo estoy intentando de verdad —confieso.
—Sin embargo, ¿de dónde sacaste un corazón? —Cambia de tema, sin
reconocer realmente mi afirmación.
—No era un inocente, lo juro —me apresuro a defenderme—, era un
conocido pederasta, y justo llegué a él antes que la policía —digo, sacando
rápidamente mi nuevo teléfono del bolsillo y mostrándole su nombre en la
lista del FBI.
—Ya veo —responde pensativa—. ¿Está limpio?
—¿Limpio? —repito, confundido. Pero entonces caigo en la cuenta de lo
que quiere decir—. Sí, está muy limpio —respondo con una sonrisa.
—Entonces, ven chico amante. Estoy hambrienta y tú has atrapado el
desayuno. Deberías cocinarlo. —Me guiña un ojo, me coge de la mano y me
lleva a la cocina.
Mierda, ¡me está tocando! ¡Ha funcionado!
Acabo asando bien el corazón mientras Sisi hace una salsa para
acompañarlo, y en poco tiempo estamos los dos en la mesa, probando la
comida. También abro una botella de vino tinto al lado.
—Sabes —empieza, con la boca llena—, nunca pensé que diría esto, pero
el corazón de un pedófilo no sabe nada mal —comenta, con una sonrisa
traviesa en la cara.
—Efectivamente. —Es todo lo que puedo decir mientras la veo dedicarme
una sonrisa por primera vez en mucho tiempo. Y así, siento que mi propio
corazón da un extraño salto mortal en mi pecho.
—Lo siento —le digo sinceramente, aprovechando la única vez que no
está enfadada conmigo.
Ella frunce el ceño y deja el tenedor para centrar su atención en mí.
—Nunca te lo he dicho, pero siento lo que te hice —trago saliva, las
imágenes de aquella noche aún me persiguen—, y lo que dije. Quiero que
sepas que nunca quise decir nada de eso, solo necesitaba que estuvieras lo
más lejos de mí.
—¿Por qué? —Me mira solemnemente, con la cabeza inclinada hacia un
lado.
—No quería herirte más de lo que ya lo hice. Y... —Me quedo sin
palabras, las palabras me fallan. No es que sea bueno con ellas, como puede
atestiguar Sisi.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué haces esto ahora, Vlad? Tuvimos una ruptura
limpia. Tres meses sin saber de ti, ¿y ahora de repente estás aquí, delante de
mí, diciéndome que lo sientes?
—No iba a entrar en tu vida nunca más, Sisi. Realmente pensé que eso era
todo. —Mis puños se aprietan bajo la mesa, y hago lo posible por mantener el
control.
—¿Entonces qué ha cambiado? —Ella frunce el ceño.
—Yo lo hice. —Su boca se abre ligeramente—. Me di cuenta de que no
podía hacerlo. No podía existir sin ti. Así que traté de mejorar. Yo estoy
mejor.
—No lo entiendo —responde, y veo que es mi oportunidad antes de que
vuelva a encerrarse en sí misma.
Apartando la silla, me desabrocho la camisa, me la quito y la tiro al suelo.
Me acerco a ella, tomo su mano y la pongo sobre mi pecho, justo en el ángulo
agudo del triángulo.
—Esto no es solo un triángulo, Sisi —le digo, usando sus propias manos
para trazar su verdadera forma—. Es una A.
—Una... —Frunce el ceño mientras se acerca para estudiar la tinta de mi
piel.
—La A que mantiene a raya a los monstruos —continúo, mi mano en su
cabello mientras lo acaricio ligeramente—. Aquella noche mentí, Sisi.
Mierda, mentí en todo. Pero lo único que tienes que saber es que para mí no
eres corriente. Eres única —inspiro profundamente, empujando su barbilla
hacia arriba para que pueda ver la sinceridad en mis ojos—, mi única.
—Vlad —empieza, y puedo ver que las lágrimas brillan en sus ojos.
—No, no tienes que decir nada. —Le aprieto un dedo en los labios y uso
la otra mano para limpiar la humedad de sus pestañas—. Te esperaré. No
importa cuánto tiempo me lleve, te esperaré. Pero no voy a dejarte ir. No esta
vez.
Mi plan está empezando a funcionar poco a poco. Desde hace unos días,
Sisi y yo hemos desarrollado una agradable compañía y ya no me cierra la
puerta en las narices. De hecho, ahora incluso reconoce mi presencia, lo cual
es más de lo que hubiera esperado.
Pero como no es el mejor progreso, tengo que intensificar mi juego.
Después de leer varios artículos, he decidido seguir sus consejos, ya que todos
parecen recomendar lo mismo: jugar duro para conseguirlo.
No estoy del todo seguro de que éste sea el mejor enfoque, ya que solo he
conseguido que me hable, pero si ésta es la clave para que se interese más por
mí, que así sea.
Mientras miro en varios sitios, veo que tengo que ser yo quien la ignore
ahora. Todo, por supuesto, para que ella se acerque primero.
—Maldita sea —murmuro para mí, un poco reacio a cambiar de actitud.
Pero si dicen que va a funcionar...
Durante los dos días siguientes, hago precisamente eso. Cuando la veo,
apenas digo unas palabras, la mayoría de las veces me muestro poco
disponible para ella.
Veo que le molesta mi repentino cambio de actitud, y me cuesta todo lo
que hay en mí no dejarlo inmediatamente y disculparme con ella. Pero cuanto
más miro los consejos en Internet, más recomiendan lo contrario.
Al tercer día, ni siquiera tengo que intentarlo, ya que me llaman para todo
el día. Maxim me llama de repente para pedirme ayuda para tratar con la
policía el caso de unos presos desaparecidos. Y como Maxim no es el mejor
en diplomacia, prefiero ocuparme yo mismo.
Después de todo un día de entrevistas, llego a casa dispuesto a irme a la
cama. Abriendo la puerta de mi habitación, ni siquiera presto atención a mi
entorno mientras me quito la americana y la corbata antes de aflojar los
botones de la camisa.
—Mierda, me has asustado. —Me muevo de un salto cuando se enciende
la luz y veo a Sisi sentada en mi escritorio, con las manos sobre la mesa
mientras me mira con desconfianza.
—Tenemos que hablar —dice, levantándose y parándose frente a mí.
—¿Tenemos? —Levanto las cejas, un poco confuso.
—Sí. —Asiente, cruzando los brazos sobre el pecho en una postura que
me indica que va en serio.
Maldita sea, creo que estoy jodido.
Ahora solo tengo que ver qué he hecho mal.
Otra vez.
Capítulo 24
Assisi
Sigo haciendo clic en pestaña tras pestaña, todas con el mismo contenido.
Ni siquiera puedo mantener una cara seria mientras leo los artículos,
algunas de las ideas son absolutamente ridículas. Como hacerte el difícil.
Espera…
Mis ojos se abren de golpe, mi corazón late con fuerza en mi pecho. Unos
rayos de sol se filtran por los barrotes de la única ventana de la habitación.
Mi hermana está acurrucada a mi lado, todo su cuerpo temblando, sus
labios morados.
—V, despierta. —Empujo sus hombros, pero solo unos pequeños ruidos
escapan de sus labios mientras intenta abrir los ojos, su cuerpo se enrolla con
fuerza para conservar el calor.
Rápidamente me deslizo de mi camisa delgada, colocándola encima de ella.
Pero mientras trato de cubrirla con ella, mi mano roza su frente y noto que se
está quemando.
—V… —murmuro, preocupado.
Hemos estado aquí por mucho tiempo. Ni siquiera estoy seguro de cuánto
tiempo ha pasado. Lo único que sé es que los días se convierten en noche y
luego en días otra vez. A veces nos sacan de la habitación para una consulta
médica, pero aparte de eso, nos dejan solos.
Las únicas personas con las que hemos interactuado han sido los médicos,
que no son muy habladores. Solo registran sus medidas y luego nos llevan de
regreso a nuestras jaulas.
Porque no puedo llamar a esta habitación más que una jaula. No cuando las
rejas significan que nos tratan peor que a los animales.
Y por eso ahora estamos los dos a un paso de volvernos locos, el
aislamiento casi insoportable.
—V —sigo haciendo que se despierte.
—¿Qué…? —murmura, sus ojos son lentos mientras trata de forzarlos a
abrirse—. Toma —le digo, tomando un poco de agua y obligándola a beber.
—Tienes que aguantar, V —le digo, acariciando su cabello.
Se ha estado debilitando cada vez más desde hace un tiempo, y las pruebas
a las que tenemos que someternos no ayudan mucho. No cuando cada
extracción de sangre la debilita aún más.
—Yo… —Ella niega con la cabeza, algunas gotas de agua caen por su
barbilla—. No sé cuánto tiempo más… —susurra.
—Tienes que hacerlo, V. Por mí. —Tomo su mano, juntando nuestros
meñiques—. Estamos juntos en esto. Siempre —le digo, desesperado por
hacer que no pierda la esperanza.
—Siempre —susurra, sus labios tirando hacia arriba lentamente.
La verdad es que tampoco sé cuánto tiempo podré seguir así. He estado
tratando de ser fuerte por su bien, pero incluso yo estoy perdiendo la
esperanza.
Vanya finalmente supera la fiebre y el color comienza a subir por sus
mejillas. Sin embargo, su estado de ánimo no mejora.
Un día, los guardias nos recogen y nos llevan a una nueva habitación,
donde nos esperan dos médicos que no hemos visto antes.
Las pruebas son de rutina, y ya estamos acostumbrados a las extracciones
de sangre o a las máquinas raras que nos ponen. Pero esta vez, además, nos
dan unos cuestionarios y unos dibujos para interpretar.
No estoy exactamente seguro de qué es esto, pero aparentemente ambos
pasamos todas las pruebas, ya que los médicos nos informan que nos
trasladarán a otra instalación.
Ambos estamos confundidos por el movimiento del torbellino, todo está
sucediendo demasiado rápido.
Subidos en una camioneta negra, nos llevan al siguiente lugar, pero nuestras
condiciones de vida no mejoran. En todo caso, son incluso peores que antes.
La celda está sucia y la comida es apenas comestible. La única diferencia es
que ahora tenemos guardias las 24 horas y aún más pruebas.
Sin embargo, la primera semana que estamos allí, también recibimos un
regalo.
El primer regalo que nos han dado aquí.
Uno de los guardias viene y trae un conejo bebé, diciéndonos que debemos
asegurarnos de criarlo apropiadamente.
Inmediatamente soy escéptico, y mi sospecha no disminuye. Pero la llegada
del conejo hace que Vanya salga de su caparazón y comienza a ser más
activa. Ahora sonríe más y su estado de ánimo ha mejorado
considerablemente.
Ver los cambios en ella también me descongela hacia el conejo.
—Lo llamé Lulu. —Vanya me sonríe, sosteniendo al conejo de dos meses
en sus brazos. Definitivamente está creciendo todos los días, y no puedo creer
que nos cargaron con otra boca para alimentar cuando apenas tenemos
suficiente comida.
—Eso es bueno, V. —Trato de devolver la sonrisa.
—Le gusta cuando le froto la barriga. Mira. —Se ríe, volteando a Lulu
sobre su espalda y acariciándolo en el estómago.
No sé si a Lulu le gusta mucho eso, pero hace feliz a Vanya y eso es
suficiente. Aunque me desanima un poco que el pelaje de Lulu esté limpio y
brillante mientras que la ropa de Vanya no se ha cambiado en meses.
Sonríe feliz con su vestido andrajoso y sucio, un marcado contraste con el
abrigo inmaculado de Lulu.
—No puedo creer que nos dejen quedárnoslo —susurra, abrazando a Lulu
contra su pecho y arrullándolo suavemente.
—No creo que debamos apegarnos demasiado, V. No tengo un buen
presentimiento sobre esto. —le digo por milésima veces.
—Ha pasado tanto tiempo, hermano… —Niega con la cabeza—. Si
hubieran tenido la intención de hacer algo, ya lo habrían hecho. Han pasado
meses y nos han dejado quedarnos con Lulu —dice, y aunque tengo que estar
de acuerdo con su razonamiento, todavía no me siento cómodo.
La puerta de la celda suena y dos guardias entran en la habitación.
—Su turno, mocosos —gritan, entrando y agarrándonos bruscamente.
Vanya deja caer accidentalmente a Lulu, sus ojos inmediatamente se llenan de
lágrimas mientras el conejo grita de dolor.
Pero no tenemos tiempo para reaccionar cuando nos empujan fuera de la
celda y nos llevan por un pasillo oscuro.
—Vlad —susurra en voz baja—. Tengo miedo. —Me mira, con los ojos
muy abiertos por el miedo.
Yo también, pero no puedo demostrarlo. No cuando necesita mi apoyo.
—Todo va a estar bien. Al igual que las otras consultas. —Trato de ser
optimista, pero algo en esta se siente terriblemente siniestro.
Incluso el edificio se ve peor que en el que habíamos estado antes, así que
no tengo muchas esperanzas.
Giramos a la derecha por una estrecha escalera antes de que nos conduzcan
dentro de una enorme sala llena de equipos médicos.
Los guardias nos separan a Vanya y a mí mientras nos empujan hacia un
par de camas altas. Apenas tenemos tiempo de reaccionar mientras estamos
subidos en las camas, con las manos y los pies atados a las bisagras de metal.
Los guardias se han ido, no pasa mucho tiempo antes de que un hombre
entre. Lleva una túnica blanca, como los demás médicos. Su altura es como la
de mi padre, pero no tiene los músculos para acompañarla. Cabello castaño
claro y ojos azul oscuro, no se ve tan amenazador como los otros doctores.
Incluso tiene una pequeña sonrisa en su rostro cuando viene hacia nosotros,
recogiendo un par de guantes en el camino.
—¿Qué tenemos aquí? —exclama, su mirada se mueve rápidamente sobre
mí antes de cambiar a Vanya, sus ojos se iluminan con interés.
Trago saliva, sin saber si me gusta eso.
—¿Y quién es esta princesita? —Se dirige al lado de Vanya, toma un
mechón de su cabello y lo lleva a su nariz, inhalando.
—¿Cómo te llamas, cariño? —pregunta, con una extraña sonrisa en su
rostro.
—Vanya. —Parpadea mi hermana, tan confundida como yo.
—Vanya, un nombre tan bonito. Para una dama bonita —comenta,
recorriendo su mesa llena de utensilios, sus manos moviéndose
dramáticamente en el aire como si estuviera contemplando cuál elegir.
Finalmente, se decide por un pequeño juego de agujas y se vuelve hacia
nosotros con una sonrisa aún más amplia.
—Soy Miles —dice con orgullo—, y tienen mucha suerte de que los
eligieran. Mi criterio es muy estricto y tengo que decirlo. No hemos tenido un
par completo de gemelos que hayan pasado las pruebas en mucho tiempo. —
Se mueve y se sienta al lado de la cama de Vanya.
—Y tú, querida, eres la primera chica en mucho tiempo —suspira—. Pero
qué cosa tan bonita eres —continúa, su mano enguantada arrastrándose por su
mejilla.
Supongo que se podría decir que Vanya es bonita. Definitivamente es la
más guapa de los dos. Con su cuerpo frágil, cabello y ojos negros contra la
piel pálida, parece una muñeca de porcelana. Pero no me gusta la forma en
que se lo dice. Se siente… depredador.
—Porque, me divertiré mucho rompiéndote —dice emocionado, y yo
frunzo el ceño, sin entender realmente lo que quiere decir.
Se dirige a mi lado primero, mirándome por un momento con los ojos
entrecerrados antes de elegir una aguja bastante grande.
—Ahora, veamos cómo se siente esto —dice, insertando la aguja en mi
brazo sin aviso previo.
Me alejo del dolor, con los ojos muy abiertos mientras veo su sonrisa.
—En una escala del uno al diez, ¿cuánto duele? —pregunta, su mano
aplicando presión sobre la aguja y moviéndola.
—Cinco —respondo, tomando una respiración profunda y obligando a mis
ojos a no llorar de dolor.
De alguna manera creo que él no apreciaría esa exhibición.
—Maravilloso —responde, sacando la aguja, la sangre brotando de mi piel
antes de elegir otra y clavándola de nuevo en el mismo lugar. La punta es más
grande, por lo que inmediatamente agranda la herida.
Ahogo un gemido de dolor.
—¿Ahora?
—Siete —digo, maldiciéndome de inmediato por no haber ido a un número
más alto. Porque si esto son siete…
Su sonrisa no titubea mientras toma una aguja aún más grande, repitiendo el
procedimiento hasta que grito un doloroso diez.
Cuando termina conmigo, mi brazo es un desastre sangriento. Ni siquiera
puedo ver la herida original ya que varios agujeros están centrados alrededor
de la misma área, la sangre brota a borbotones.
A diferencia de las consultas anteriores, ni siquiera se molesta en ponerme
una gasa para el brazo, ni en limpiarme un poco la sangre.
No, su atención se dirige a Vanya y su sonrisa se ensancha al mirar su
rostro pálido. Se me hace un nudo en el estómago porque sé que él hará lo
mismo con ella, pero solo puedo ver con impotencia cómo Vanya vuelve sus
ojos hacia mí, sus lloriqueos se apagan mientras él hace un desastre con su
carne.
—Dios mío —exhala Miles, asombrado por la perseverancia de Vanya—.
Eres una maravilla, ¿no? —exclama con incredulidad después de deshacerse
de la décima aguja. Parece estar impresionado de que Vanya no haya gritado
ni una sola vez.
Sin embargo, lo que él no sabe es que mi hermana ya desarrolló su propio
mecanismo para lidiar con los estímulos externos. Ella encuentra su refugio
en mí. En el momento en que nuestros ojos se encontraron, supe que ella se
cerraría, esperando solo a que Miles terminara.
Incluso cuando la sangre brota de sus heridas, apenas hay reacción.
—Creo que tengo una ganadora —agrega Miles, con una expresión de pura
felicidad en su rostro.
No me detengo en eso, ya que rápidamente nos llevan y nos devuelven a
nuestras celdas. Vanya vuelve a ser ella misma en el momento en que ve a
Lulu, tomándolo en sus brazos y manchando su pelaje blanco con su sangre.
—V. —Trato de apartar su mano, usando el extremo de mi camisa para
limpiar un poco de la sangre.
—Estoy bien. —Se encoge de hombros, dándome una sonrisa.
Pero no pasa mucho tiempo después de que otro guardia llega a nuestra
celda. Esta vez específicamente para Vanya.
—Pero siempre estamos juntos —agrego mientras intentan apartarla de mi
lado—. No puedes llevártela.
—Órdenes son órdenes, niño. Él solo la quiere a ella. —Señala hacia
Vanya. Y cuando trato de ponerme físicamente entre él y mi hermana,
fácilmente me empuja hacia un lado, el dorso de su mano se conecta a mi
mejilla y me hace volar.
—Está bien, Vlad. Estaré bien —Vanya agrega con una sonrisa
comprensiva, y solo puedo ver cómo me la quitan.
Paso el día y la noche siguiente sin cerrar los ojos ni un segundo.
¿Dónde está?
Mi cuerpo simplemente no puede relajarse mientras imagino miles de
escenarios, todos ellos terminando con mi hermana muerta.
Pero la temida espera llega a su fin cuando se abre la puerta de la celda y
Vanya entra pavoneándose con un vestido rosa y el cabello largo recogido en
dos coletas.
—¿V? —Doy un paso hacia ella, sorprendido por su cambio de apariencia.
Incluso su herida había sido atendida.
Sin embargo, a pesar de toda la ropa limpia, tiene un aspecto angustiado.
—V. —Me apresuro a su lado, mis manos sobre sus hombros—. ¿Qué
paso, estas bien? —pregunto, palmeándola. Su reacción es inmediata cuando
me empuja, retrocediendo ante mi toque.
Se traslada a un rincón de la celda, se acuesta y lleva las rodillas al pecho.
—V —pregunto tentativamente, por primera vez realmente preocupada.
Fuera lo que fuera lo que nos había pasado, ella nunca me había hecho la
ley de hielo.
Nunca.
Las visitas exclusivas continúan y lentamente, incluso Lulu no logra
despertar el interés de Vanya. Apenas me habla, y cuando trato de consolarla
rechaza todo mi contacto.
—V, por favor háblame —le suplico un día cuando regresa con otro vestido
nuevo, pero con lágrimas cayendo por sus mejillas—. ¿Qué pasó?
—Dijo que yo era su chica especial —gime ella, con las manos en la cara
mientras los sollozos atormentan lentamente su cuerpo.
—V… —Me detengo, sin saber cómo ayudarla.
—Duele… pero tengo que fingir que no —susurra.
—¿Qué hace? ¿Qué duele? —Inmediatamente me imagino a Miles
lastimándola aún más, tratando de llevar su umbral de dolor a un extremo
diferente cada vez. En mi mente, no puedo evitar verla ensangrentada y
magullada, pero apenas hay una marca en su piel.
—A él le gusta cuando estoy sobre mis manos y rodillas —comienza, su
voz es pequeña—. Desnuda… —Se aleja y yo frunzo el ceño.
¿Desnuda?
—Hay algo hurgando dentro de mi cuerpo, y me duele. Cada vez… —Ella
toma una respiración profunda—. Y no estás ahí para ayudarme a superarlo
—dice las últimas palabras con un sollozo, las lágrimas inundando sus
mejillas.
Me acerco a ella, envolviendo lentamente mis brazos alrededor de su
cuerpo, y por primera vez ella permite mi toque.
No entiendo lo que le está pasando al principio. Me toma un tiempo antes
de darme cuenta completamente de lo que está pinchando su cuerpo cada vez,
y lo que Miles le está haciendo a mi hermana.
Y solo lo hago cuando me pasa a mí también, durante una de las ausencias
de Vanya cuando un guardia se cuela dentro de nuestra celda.
Atrapado y despojado de todo, solo puedo esperar que no dure. Casi el
triple de mi tamaño, no tengo ninguna oportunidad cuando empuja su codo en
mi nuca, sosteniéndome en el lugar mientras acaricia mi trasero.
No importa cuánto intente moverme o gritar en protesta, es en vano
mientras se empuja dentro de mí, mi cuerpo grita de dolor mientras me
destroza. Por mucho que mi cuerpo quiera rechazarlo, la fuerza de su asalto
no es rival para el cuerpo de un niño. Siento su desagradable dureza enterrada
dentro de mí, el dolor insoportable mientras se entierra más profundo antes de
retirarse.
En algún momento simplemente dejo de luchar, me mantengo quieto
mientras él empuja dentro y fuera de mí, el olor de su cuerpo sudoroso sobre
el mío amenaza con enfermarme.
Pero incluso mientras escucho sus gruñidos encima de mí, todo lo que
puedo pensar es en mi hermana. Mi hermanita que tuvo que soportar esta
violación una y otra vez, retirándose más profundamente en sí misma y
rechazando incluso el toque de su hermano, sangre de su sangre.
Solo entonces entiendo realmente por lo que Vanya tiene que pasar cada
vez que Miles la llama, y no creo que pueda soportarlo. No creo que pueda
vivir sabiendo que alguien lastima a mi hermanita así.
Necesito hacer algo al respecto.
Es el punto de inflexión cuando me doy cuenta de que debo salvar a mi
hermana de alguna manera. Porque ella es todo lo que importa. Puedo
soportar cualquier cosa.
Violación. Dolor. Tortura.
Soportaré todo mientras pueda evitárselo a ella.
Armado con una firme convicción, el método para quitarle la atención se
me ocurre durante nuestras consultas.
Cada vez que corta mi piel, preguntando mi nivel de dolor, cierro los ojos,
deseando que mi cuerpo me obedezca, y digo el número más bajo que puedo.
Sigo apretando los dientes incluso cuando sus experimentos crecen en
tamaño, cuando ya no está satisfecho con las agujas y ahora necesita cuchillos
para cortar nuestra carne.
Lo soporto incluso cuando lo veo despegar la piel de mi brazo,
descubriendo mis venas y músculos.
De hecho, este experimento en particular finalmente me llama la atención.
—Tal vez me equivoqué —señala, estudiando mis reacciones mientras
empuja y pincha mi brazo expuesto.
Después de tanto tiempo con sangre y cuchillos, ya estoy insensible a ver
mi propia carne desnuda.
—Ya veremos —comenta, volviendo a Vanya.
Este es su momento para montar un espectáculo. Le pedí, le supliqué, que
llorara y se lamentara en el momento en que le cortara la carne. Para no
contenerse y no refugiarse en mí. Simplemente dejarlo salir.
Una mirada inquisitiva en mi dirección y asiento. En el momento en que el
cuchillo toca su brazo, comienza a gritar de dolor. Los ojos de Miles se abren
con horror, como si no pudiera creer lo que está pasando.
Sigue cortando, pero Vanya sigue gritando.
Hasta que termina.
Se quita los guantes, los tira al suelo, sale de la habitación y deja que uno
de sus asistentes entre y nos cosa de nuevo.
Y sé que finalmente tengo su atención.
Y así, las visitas especiales de Vanya se detienen.
Ahora me he dado cuenta de lo que Miles parece estar buscando: el sujeto
de prueba que se desempeñe mejor en sus experimentos.
Y si eso asegura que mi hermana se quedará en paz, entonces seré el mejor.
No importa lo que tenga que hacer.
Sé que mi plan funciona cuando al día siguiente soy yo quien llama a su
oficina.
Al entrar, es mejor que cualquier cosa que haya visto. Todo es tan brillante
y nuevo, y hay muchos dispositivos en todas partes.
Tan pronto como un guardia me empuja adentro, Miles se levanta de su
silla, su sonrisa es amplia mientras observa mi pequeña forma.
—Vlad, ¿no es así? —pregunta, y hay un aire falso en todo su
comportamiento. Pero sabiendo que esta es la única manera de ahorrarle a
Vanya aún más dolor, asiento con la cabeza, siguiéndole el juego.
—Sí, señor —respondo, y él me indica una silla a su lado.
Me siento, tratando de ignorar la forma en que mi ropa sucia o mi cuerpo
aún más sucio manchan el cuero brillante, o cómo Miles ensancha sus fosas
nasales cuando capta mi olor.
Después de todo, ¿de quién es la culpa de mi lamentable estado?
—Te he estado observando, Vlad. —Miles cruza las piernas, adelanta los
brazos y apoya la barbilla en la mano—. Y creo que me has estado ocultando
tu potencial.
—No lo sé, señor —respondo, tratando de parecer desconcertado por su
pregunta.
—Aquí —dice, agarrando mi brazo recién suturado bruscamente. Me
estremezco internamente por el dolor, pero por fuera, no lo muestro.
Solo parpadeo una vez, mirando a Miles y mostrándole exactamente lo que
quiere ver, sin reacción.
—Pensé que tu hermana estaba por encima del promedio. Pero tú,
muchacho —silba—, podrías ser mi pequeño milagro.
—¿Para qué es esto, señor? —pregunto antes de que pueda evitarlo.
Entrecierra los ojos hacia mí antes de reírse.
—Una mente inquisitiva. Me gusta —dice, levantándose de su silla y
diciéndome que lo siga.
Al presionar algunos botones en un teclado, se abre otra puerta en la parte
trasera de la oficina. Cuando entramos en la habitación, veo computadoras y
otras máquinas, todas rodeadas de filas y filas de libros.
—Es interesante, pero eres el primero en preguntarme cuál es el propósito
—señala, y puedo decir que hay un placer subyacente en su voz.
Se detiene frente a una enorme pizarra, toda la superficie garabateada con
signos blancos.
—Esto —tira de un papel, bajándolo y mostrándome una ilustración—, es
el cerebro. —Comienza a explicar—. Y esto —señala una región en el
centro—, es la amígdala. En pocas palabras, regula algunas de las emociones
básicas en los humanos, en particular el miedo.
Camina alrededor, charlando con entusiasmo.
—Verás, hay gente por ahí, psicópatas, que no tienen la función completa
de la amígdala y, como tal, no pueden sentir lo que siente la gente común. No
conocen el miedo y no conocen el remordimiento. Pero hay una trampa. Los
psicópatas son impredecibles. Demasiado impredecibles —murmura entre
dientes.
Se detiene y espero a que continúe, curioso de cuál era el punto de esto.
—Pero también hay gente como tú. Intermediarios —dice, con la boca
curvada hacia arriba—. Tu amígdala está desarrollada de tal manera que, si
bien no estás tan ido como un psicópata, tampoco eres completamente
normal.
—Quiere decir que mis emociones no son tan fuertes —comento.
—Sí y… no. He estudiado a los de tu clase durante mucho tiempo. —
Sonríe—. Soy mayor de lo que parezco —bromea—. Y aunque no todos los
especímenes son iguales, he notado un patrón. No hay una falta de
sentimiento per se, pero hay una diferencia en lo que puedes sentir. Todos son
diferentes —dice encogiéndose de hombros—. Algunas personas no conocen
el amor, algunas no conocen el odio y otras simplemente no conocen el
miedo.
Se vuelve completamente hacia mí.
—Por supuesto, solo me interesan aquellos que carecen de miedo. Verás, el
miedo es uno de los peores rasgos humanos. Aceptable, desde un punto de
vista evolutivo. Pero no desde un mercenario. —Golpea con el pie con
ansiedad—. Pero por lo que tengo en mente, es el rasgo requerido para tener.
—¿Qué quieres decir?
—Súper soldados. —Sonríe—. El arma humana perfecta que no conoce el
miedo, ni —asiente hacia mi brazo—, dolor. Una máquina de matar, por así
decirlo.
—¿Qué pasa con el remordimiento? ¿No lo tienen algunas personas
mientras que otras no? —pregunto, su teoría remueve algo dentro de mí. A
pesar de toda mi apatía hacia el hombre por lastimar a mi hermana, no puedo
evitar sentirme intrigado por la forma en que funciona su mente.
—Inteligente. —Su boca se dibuja—. Simplemente te la borramos. Un paso
a la vez. —Se acerca hasta que está sentado justo frente a mí—. Y tú, mi
pequeño milagro, podrías ser mi premio ganador.
—¿Yo?
—¿Crees que no te había observado hasta ahora? Tus atributos intelectuales
son perfectos. Pero nunca me habían convencido de tus habilidades físicas o
emocionales —dice jovialmente—, hasta ahora.
Se acaricia la mandíbula pensativo antes de agregar:
—Y si tu forma física es mejor de lo que esperaba, eso solo deja una cosa.
Se detiene y levanto la cabeza para mirarlo.
—Tus emociones —declara felizmente, dándome mi primera tarea.
—Muéstrame lo equivocado que estaba contigo, Vlad, y juntos
conquistaremos el mundo —me dice, después de lo cual me llevan una vez
más a mi celda.
Lo primero que veo es a Vanya acariciando a Lulu, sus rasgos se iluminan
por primera vez en mucho tiempo. Y el dilema en mí crece.
¿Quitarle la felicidad o quitarle el dolor?
Pero en ese momento, sé que solo hay una respuesta correcta.
Me callo mientras pisoteo hacia ella, envolviendo mis dedos en el abrigo de
Lulu y tirándolo de sus brazos. Dando unos pasos hacia el centro de la
habitación para darle a la cámara la mejor vista, levanto mis ojos sin
emociones hacia la lente roja.
Levanto con una mano a Lulu luchando hacia la cámara, uso la otra para
sentir su cuello. Encontrando un agarre adecuado, retuerzo dolorosamente
hasta que escucho un crujido.
El cuerpo inmóvil de Lulu cae al suelo y dejo todo en blanco.
Los gritos de Vanya, su condena y sobre todo sus pequeños puñetazos
cuando golpean mi piel.
Yo solo bloqueo todo.
Ese día marca el nacimiento del pequeño milagro de Miles.
Una máquina de matar.
Capítulo 26
Vlad
18
Me dijo mucho, todos tus secretos.
Ella bate sus pestañas hacia mí, lamiendo sus labios sugestivamente antes
de decir.
—Podría decírtelo. Después de que me cuentes de qué se trata todo esto. —
Señala hacia el cuarto de sangre. Frunciendo los labios hacia mí, espera una
respuesta.
—Es… complicado —le respondo, sin saber cuánto debería decirle. Porque
si se entera de todo… No sé cómo reaccionará ante eso.
—No lo es. —Ella niega con la cabeza, sus dientes se asoman mientras se
muerde el labio inferior—. Estamos juntos en esto —dice, con una sonrisa
tirando de sus labios—. Prometiste que confiarías en mí. No más secretos.
—Chica del infierno —gimo, sabiendo que tiene razón—. Confío en ti. —
Respiro hondo, mis ojos buscando los de ella—. Pero es posible que no me
veas igual cuando descubras algunas cosas sobre mí.
Su mano se aprieta sobre la mía mientras la lleva a sus labios, depositando
un pequeño beso en mis nudillos.
—Vlad —dice ella, su tono es serio—. Te he visto en tu peor momento, y
todavía estoy aquí.
—Esto podría ser peor que eso… —me interrumpo y ella pone los labios en
una delgada línea mientras levanta una ceja inquisitiva hacia mí.
¡Mierda! Es ahora o nunca.
Sé que Sisi no dejará esto. Cada vez que tiene algo en mente, siempre lo
lleva a cabo. Es una de las cosas que amo de ella, pero en este caso, me temo
que podría causar una ruptura entre nosotros. Porque no hay azúcar cubriendo
mi pasado. Sólo necesito esperar que ella no me vea diferente.
—Te conté sobre mi hermana, Vanya, y que no recordaba lo que pasó
cuando nos llevaron. —Tomando una respiración profunda, empiezo. Sisi
escucha atentamente y me obligo a contarle todo lo que he estado reprimiendo
durante tanto tiempo.
—Estaba muerta cuando nos encontraron. —Uso una mano para apartar un
mechón de su cabello—. Lo que no te dije es que no me di cuenta de que
estaba muerta hasta años después.
—¿Qué quieres decir? —Ella frunce el ceño
—Algo me pasó allí. —Frunzo los labios ante la subestimación—. Y nunca
registré su muerte. Para mí, ella todavía estaba viva. Como tú, podía tocarla.
—Muevo mi mano sobre su mejilla—. Hablarle, hacer todo con ella.
—¿Estás diciendo que estabas viendo el fantasma de tu hermana? —
pregunta ella, incrédula.
—No un fantasma. Más como un producto de mi mente. Un fantasma
nacido de mi dependencia de ella. —Suspiro, sabiendo que estoy a punto de
quitarme todas las capas y mostrarme desnudo ante ella—. Estaba muy solo
cuando era niño. Nadie quería hacer nada conmigo. Vanya era la única con la
que podía hablar… interactuar. La única a mi lado. Hasta que me di cuenta de
que no era real.
—¿Cuándo lo notaste?
—Tenía quince años —comienzo, contándole el incidente con la ropa y
cómo mi padre me había dicho que Vanya había estado muerta durante
mucho tiempo—. Ahí fue cuando tuve mi primer episodio completo —le
explico, la idea de nunca volver a ver a Vanya había sido tan agonizantemente
enloquecedora que acabe por estallar.
Así que le cuento todo desde el principio. Cómo todos me habían evitado
desde que Valentino me encontró y cómo mi morbosa fascinación por la
muerte había hecho que la gente me temiera o me considerara un bicho raro.
Vanya, o quien pensé que era Vanya, había sido la única a mi lado, y lo único
que me mantenía remotamente cuerdo.
—Y entonces llegaste tú. —Le doy una sonrisa—. Desde ese primer
momento en la iglesia, algo pasó.
—Vlad. —Sisi dice mi nombre en voz baja, y veo dolor en su mirada. Por
mí. Las lágrimas se juntan en la esquina de sus ojos, su mano aprieta la mía
mientras hablo.
—Por primera vez, Vanya desapareció —continué, y sus cejas se fruncen
en confusión.
—Quieres decir… —Sisi se calla, y se da cuenta cuando retrocede—. ¿Es
por eso que me buscaste? —pregunta de repente, con la voz entrecortada. Un
pequeño movimiento de su cabeza y puedo sentir todo su cuerpo temblando.
¡Maldita sea! Estoy haciendo un lío de esto.
—Al principio. Sí. Quería averiguar por qué parecías alejarla —hablo
rápido, tratando de sacar todo antes de que saque conclusiones precipitadas—.
Pero un momento en tu presencia y todo se desvaneció. Puedo prometerte,
Sisi, que la presencia o ausencia de Vanya era lo último en lo que pensaba
cuando estaba contigo.
Parpadea rápido, tratando de procesar todo. Por un segundo temo que se lo
tome a mal, que solo estoy con ella por eso.
—Sigue —dice vacilante.
—Ya se fue. Para siempre —le aseguro, contándole mi viaje a Perú, mi
último intento de controlarme. Sus ojos se agrandan cuando le digo lo que he
estado haciendo en los últimos meses, y cómo bajo la tutela del viejo había
logrado desbloquear una parte profunda de mí mismo. También comparto que
mi pequeño ritual de sangre ha sido de gran ayuda para ayudarme a superar
mis crisis.
Cuando ella no habla, simplemente me mira en silencio, me siento obligado
a aplacarla.
—Por favor, no creas que estoy contigo por eso. ¿Es por eso que te busqué
inicialmente? Sí —admito, haciendo una mueca por dentro ante mis propias
palabras—, pero no es por eso que me quedé. Estoy aquí. Te amo, chica del
infierno, y antes de ti, nunca pensé en mejorar. Estaba bien viviendo entre
episodios.
Sisi asiente pensativa.
—¿Por qué dejaste de verla? —Ella eventualmente pregunta.
Cierro los ojos, temiendo lo que viene a continuación.
—Porque comencé a recordar lo que sucedió durante mi tiempo con Miles
—comienzo, y le digo todo lo que recordaba hasta ahora, todo lo que nos pasó
a Vanya y a mí, pero también lo que hice para conseguir agradar a Miles. Los
detalles son espantosos, y su rostro se arruga con horror mientras me escucha.
No endulzo nada mientras le cuento sobre las visitas de los guardias, o incluso
las inclinaciones depravadas del propio Miles.
—Dios mío —susurra Sisi, su mano acariciando mi mejilla—. ¿Es esto lo
que tenías miedo de decirme? Dios, Vlad. ¿Por qué? ¿Por qué pensarías que
te juzgaría por algo así? Mi corazón llora por lo que tú y tu hermana pasaron.
Y nada de eso fue culpa tuya. —Ella apoya su frente sobre la mía—. Nada —
repite ella.
—Todavía no sé todo el alcance. Pero tengo la sensación de que algo que
Miles me hizo me dañó por completo —confieso—. Estaba tratando de
construir el soldado perfecto. Y en cierto modo, lo logró…
—No lo hizo —me interrumpe—. Apostó a que no tuvieras sentimientos,
Vlad. Tal vez no tengas miedo cuando se trata de la muerte y no tengas
remordimientos cuando se trata de matar. Pero no tuvo en cuenta tu capacidad
para amar. —Me incita a mirarla a los ojos, tan claros y chispeantes de
calidez.
—Sisi… por favor, no me conviertas en algo que no soy —le digo,
sabiendo mis propias, bastante desafortunadas, limitaciones.
—No, escúchame, Vlad. Escuché todo lo que me dijiste. ¿Y sabes lo que
veo? —pregunta, su tono es serio y niego con la cabeza, casi
distraídamente—. Veo a un hermano amoroso que haría cualquier cosa por su
hermana. Veo a un hombre leal que dedicó su vida entera a encontrar y
vengar a sus hermanas. Un hombre solitario que buscó refugio en la memoria
de la persona más querida para él. —Frunce los labios—. Y un hombre feroz
que lucharía incluso consigo mismo para estar con la persona que ama.
Hace una pausa y puedo oír los latidos de su corazón, así como los míos. La
habitación está completamente en silencio excepto por esos pequeños golpes
que parecen aumentar en velocidad con cada segundo que pasa.
—Veo a un hombre con una capacidad ilimitada para el amor. Tal vez te
falten otros sentimientos, Vlad. Pero creo que lo compensas de otras maneras.
—Su mano se posó sobre mi corazón—. Tu capacidad de amar es del tipo
sobre el que la gente escribe sonetos, mitos y cuentos de hadas. El tipo que lo
abarca todo. —Sus labios se estiran en una sonrisa—. Y me siento
inmensamente bendecida de que yo sea a quien elegiste para darme tu amor.
—Mierda, Sisi. Yo… —Coloca un dedo en mis labios, silenciándome.
—Te veo, Vlad, con lo bueno y lo malo. Veo tu verdadero yo. El asesino, el
animal, el amante. —Su mano cae sobre mi pecho y dibuja pequeños círculos
sobre mi corazón—. Y amo cada una de tus facetas. Para mí solo eres tú. —
Respira hondo—. De ahora en adelante, no me vuelvas a dejar fuera por
miedo a que piense menos de ti, porque eso nunca sucederá.
—Maldita sea, Sisi, ¿qué he hecho yo para merecerte? —Envuelvo mis
brazos alrededor de sus hombros, atrayéndola en mi abrazo—. Eres única en
tu clase, chica del infierno. Mi única en su clase —hablo contra su cabello.
Nos quedamos así por lo que parece una eternidad, envueltos el uno en el
otro, la sangre pegada a nuestros cuerpos, los corazones latiendo al unísono.
Debería haberme dado cuenta de que mi Sisi no sería más que comprensiva.
Y, sin embargo, había tenido miedo de contarle todo, siempre pensando que
se daría cuenta de su error y decidiría dejarme. Sin embargo, de alguna
manera, con solo unas pocas palabras, logró apagar todo ese miedo.
Necesito confiar en ella.
Mi valiente Sisi tiene la fuerza de mil hombres. Por supuesto que ella no se
resistiría a nada.
Aprieto mi agarre alrededor de su cuerpo, todo mi ser está lleno de amor
por ella.
—Maté a alguien. —Sisi habla de repente, su voz tiembla mientras respira
hondo—. No fue mi intención, pero tampoco me arrepiento —continúa,
contándome sobre una niña mayor que la aterrorizó durante años y cómo se
deshizo de su cuerpo—. No eres el único con un pasado manchado, Vlad —
dice, inclinándose hacia atrás para mirarme.
—A mis ojos, no podrías hacer nada malo, Sisi —le digo con sinceridad—.
Podrías matar a un millón de personas y seguirías siendo mi Sisi. —En todo
caso, estoy aún más orgulloso de ella por enfrentarse a sí misma y por tomar
una posición contra aquellos que querían lastimarla. Porque cualquiera que se
atreva a meterse con mi Sisi no merece más que dolor.
Y mi objetivo es ver que eso se haga. Pronto.
Levantando mi mano, le quito algunos mechones de cabello de la frente.
—Eres perfecta para mí.
—¿Ves? Eso es lo que siento por ti también. No serías mi Vlad sin tus
defectos. Y por eso eres perfecto para mí.
Se levanta y, entrelazando sus brazos alrededor de mi cuello, presiona sus
labios contra los míos.
Disfruto de la suave sensación de su boca contra la mía, la forma en que sus
labios se separan ligeramente, su lengua se encuentra con la mía mientras
bailan uno alrededor del otro.
La acerco a mí, mis manos en su espalda baja mientras profundizo el beso.
Sus tetas rozando mi pecho, su estómago amortiguando mi dura polla, ya
siento que estoy a punto de entrar en combustión.
¿Cómo es que una mirada a ella y me pongo dolorosamente duro, un toque
de ella y estoy listo para derramarme?
Como alguien que nunca ha estado interesado en el sexo opuesto,
simplemente estoy desconcertado por la forma en que mi cuerpo reacciona al
de ella. El epítome de la femineidad es excepcionalmente atractiva, hecha
solo para mí. Y planeo adorarla mientras viva.
—No más secretos ahora —susurra contra mis labios.
—No más secretos —concuerdo.
Con sus manos aseguradas alrededor de mi cuello, la tomo en mis brazos,
saliendo de la piscina. Gotas rojas de sangre mezcladas con agua se adhieren
a nuestra piel a medida que descienden, goteando al suelo.
Sisi me mira con los ojos entornados, un cómodo suspiro se le escapa
mientras se acurruca más cerca de mí.
Llevándola a las duchas, abro el agua y dejo que nos lave todo.
Bajo el potente chorro de la ducha, el agua turbia cae sobre nuestros
cuerpos, lavando el rojo. La pongo de pie y, agarrando una esponja, la
enjabono mientras empiezo a recorrer su cuerpo, limpiando cada mancha.
Ella no habla mientras muevo la esponja sobre su cuello y bajo sus tetas,
solo observándome de cerca, con la boca entreabierta mientras libera un
pequeño jadeo cada vez que mi mano roza sus pezones.
Me muevo lentamente mientras limpio su cuerpo, lavando la sangre para
revelar su piel prístina.
Cayendo de rodillas frente a ella, deslizo mi mano sobre su estómago y
bajo, hacia el mechón de vello entre sus piernas. Se le entrecorta la
respiración mientras toco suavemente el área.
—Vlad —susurra, mirándome. Sus ojos están empañados, por las lágrimas
o el agua de la ducha, no lo sé.
La comisura de mi boca se curva hacia arriba en una sonrisa torcida
mientras me inclino hacia delante y le doy un beso en el vientre. Apoyo la
mejilla en su piel, cierro los ojos y simplemente disfruto de sentirla a mi lado.
Pasa sus manos por mi cabello, masajeando el champú en mi cuero
cabelludo. Su toque es firme pero suave, limpiando a fondo mi cabello. Se me
escapa un suspiro de placer, siento un hormigueo en la piel cuando desliza sus
dedos por mi rostro antes de tomar mi mejilla.
—Vamos a superar todo —dice ella—. Juntos. Somos un equipo,
¿recuerdas? —Ella me sonríe y siento que mis propios labios se contraen en
respuesta. Tomo su mano, besando su palma abierta.
—Sí. Somos un equipo, chica del infierno —concuerdo, poniéndome de
pie. Nos paramos por un momento bajo el fuerte chorro de agua, dejando que
nos enjuague la piel, antes de que la saque, la envuelva en mantas y la seque.
No espero a que diga nada mientras la llevo a mi habitación, con la
intención de mostrarle lo mucho que significa para mí.
La diosa de mi corazón.
Ella no cuestiona adónde vamos, o lo que estoy haciendo mientras la
acuesto en mi cama, alejándome para verla en todo su esplendor, tendida en la
cama, ella es la tentación personificada, el epítome de la calidez en una fría
noche de invierno.
Porque ella es lo único que ha hecho que mi corazón helado se derrita, el
hielo se derrite lentamente, los latidos se aceleran. Y así, late sólo por ella.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, casi con timidez cuando me ve abrir
un cajón y sacar una botella de aceite corporal.
Ya que compré todo lo que una mujer podría necesitar, estoy
completamente equipado para satisfacer todos sus deseos.
—Mimándote. —Le sonrío mientras me acomodo en el colchón, mi mano
acariciando lentamente su muslo—. Quiero cuidar de ti —continúo, mi mano
se mueve más arriba hasta que llega a la curva de su trasero.
Ella ronronea suavemente, girando sobre su estómago y empujando su
trasero en el aire. Al igual que la primera vez que la vi, me siento cautivado
por sus curvas sinuosas.
Trazo el contorno de sus nalgas con mis dedos, disfrutando la forma en que
la piel de gallina aparece en toda su piel.
Un leve escalofrío recorre su columna vertebral, un pequeño maullido
escapa de sus labios mientras cierra los ojos, su cuerpo entero está flojo y
relajado mientras me deja hacer lo que quiera con ella.
Como no dejo que una invitación se desperdicie, me apresuro a rociar un
poco de aceite en mis palmas, colocándolas sobre su piel y esparciendo la
humedad por todas partes.
—Eso se siente tan bien —gime mientras me muevo más arriba,
masajeando el aceite en su espalda.
A horcajadas sobre su trasero, mi pene descansa entre sus nalgas mientras
mis manos se mueven suavemente por su espalda, masajeando sus hombros y
su cuello.
Ella no se da cuenta, pero hay un ligero empujón de su culo hacia mí,
empujando mi polla más adentro del valle de su trasero, la acción es tan
inocente pero tan enloquecedora que me cuesta mucho controlarme.
Aprieto los dientes, continuando con mis cuidados y tratando de ignorar la
forma en que mi polla parece pedir misericordia, el bastardo retorciéndose en
busca de su agujero.
¡Esto es sobre ella!
Repito eso en mi cabeza, tratando de encontrar algún equilibrio. Pero la
verdad es que en el momento en que tengo a Sisi desnuda en mi cama, todas
las apuestas están canceladas.
—Debería pedirte un masaje todos los días a partir de ahora —dice—, eres
bastante bueno en eso.
—Estarías tentando al destino, chica del infierno —digo arrastrando las
palabras, la idea de tenerla desnuda y debajo de mí todos los días sin poder
hacer nada es una tortura pura. Pero si mi chica quiere un masaje, entonces
solo puedo complacerla.
Ella levanta la cabeza, mirándome, sus ojos se sumergen en mi polla
dolorosamente dura. Su boca se abre en una pequeña o, sus ojos se abren
ligeramente. Inmediatamente, sus labios se tuercen y una sonrisa traviesa
aparece en su rostro.
Ella retrocede, desenredando su cuerpo del mío.
La miro inquisitivamente. El aceite que cubre su piel brilla a la luz,
haciéndola lucir etérea como un hada, el brillo de su piel solo aumenta su
atractivo y hace que mi sangre lata más rápido, toda se acumula más abajo y
hace que mi excitación sea increíblemente dolorosa.
A gatas, se mueve hacia mí, un deslizamiento sensual de sus extremidades
que me detiene la respiración. Sobre todo, cuando se lame los labios,
mirándome por debajo de sus pestañas y tentándome a la perdición.
¡Maldito Hades!
Si antes pensaba que me había ido, entonces ahora simplemente estoy
borrado. La vista de su boca sonrosada y labios regordetes mientras se pasa
los dientes por la superficie del labio inferior, mordisqueando tan levemente,
me hace doler físicamente.
Se necesita una fuerza hercúlea para quedarme quieto y no hacer algo de lo
que me pueda arrepentir, como sujetarla a la cama y encontrar mi alivio en su
dulce cuerpecito.
—Mierda —murmuro por lo bajo, su mano en mi polla mientras su lengua
se asoma para lamer la cabeza—. Sisi —gimo, la humedad de su boca es
demasiado tentadora para que me quede quieto.
Mi puño envuelto en su cabello, la insto a que avance mientras abre la boca
para absorber más de mí. Su lengua acaricia la parte inferior y mi respiración
se acelera cuando ella aprieta su agarre, chupándome profundamente en su
boca.
Ella lame toda la longitud antes de colocar un beso en la cabeza.
Subiendo por mi cuerpo, enrosca sus brazos alrededor de mi cuello, sus
ojos en los míos mientras dice las palabras que hacen que mi corazón se
detenga en mi pecho.
—Por favor, hazme el amor —susurra.
Mis ojos se abren ante su pedido y busco en su rostro alguna pista de que es
lo que realmente quiere. Hay un pequeño rastro de aprensión mientras
continúa mordiéndose el labio, su mirada es una mezcla de miedo y deseo.
—No tienes que hacerlo, Sisi. Ciertamente no para complacerme —le digo,
aunque mis bolas se contraen en señal de protesta.
—Quiero hacerlo. —Acaricia mi mejilla—. Te deseo. Quiero sentirme tan
cerca de ti como pueda —continúa, con las manos extendidas sobre mi
espalda.
—Sisi… —gruño. No tiene que decírmelo dos veces. La pongo sobre su
espalda, sus piernas abiertas a cada lado de mi cuerpo, su dulce coño
llamándome.
Mis manos rodean su cintura mientras llevo mi boca a su piel, rozando la
parte inferior de su pecho antes de tomar un pezón en mi boca. Me deleito con
sus tetas como un hombre hambriento. Sostenerla en mis brazos durante tanto
tiempo y no atreverme a hacer nada más que abrazarla había sido agonizante.
Ahora que finalmente me ha dado luz verde, pretendo adorarla como la
diosa que es.
Sus piernas están inquietas mientras trata de empujarme hacia arriba de su
cuerpo, sus manos alcanzan mi polla. Una mirada a ella y puedo ver la
frustración en sus rasgos, la forma en que está respirando con dificultad como
si pudiera morir si no me meto dentro de ella en el próximo segundo.
—Todavía no, mi pequeña pecadora —le digo, mi lengua trazando la
cicatriz en el bulto de su pecho antes de moverse a la pequeña marca que dejé
alrededor de su pezón, besándolo suavemente—. Tienes que estar lista para
tomarme —le digo mientras me muevo más abajo, deslizando mi lengua
sobre su estómago antes de abrir mis labios y chupar su piel, la sangre se
acumula en la superficie y la marca como mía.
Sigo tomándome mi tiempo para besar todo su torso y dejar pequeñas
mordidas de amor por todas partes, el orgullo hinchando mi pecho cuando la
veo cubierta con mis marcas.
—Por favor —gime mientras me acerco más, mi boca se cierne sobre su
coño. Inhalo su aroma, el sabor almizclado me hace cosquillas en los sentidos
y me embriaga.
—Esto es mío, Sisi —hablo contra su montículo, rozando mi boca contra
sus pequeños labios y soplando aire suave contra su brillante excitación.
—Sí —responde ella en un tono entrecortado. Sus ojos están cerrados, su
columna arqueada, mientras abre sus piernas aún más, invitándome a darme
un festín con ella.
Deslizo mis manos por su cintura hasta que mis palmas ahuecan sus
caderas, mis pulgares empujan la suave piel justo encima de los huesos de su
cadera mientras la acerco a mi boca.
—Dilo —digo con voz áspera, mi boca se hace agua por probarlo.
—Tuyo —gime, tratando de acercarme—. Soy toda tuya. —Me da las
palabras que tienen el poder de despojarme.
Paso mi nariz por su coño, abriendo sus labios y dándole una larga lamida,
lamiendo sus jugos. Ella ya está goteando, su coño brota néctar para que yo
me emborrache.
—Fui hecho para adorar tu coño, chica del infierno —digo mientras la
bebo. Es dulzura y pecado mezclados en una combinación mortal. Como la
ambrosía para un simple mortal, su esencia tiene el poder de hacerme
invencible. Porque con ella a mi lado, realmente me siento indestructible.
Sus manos encuentran su camino en mi cabello mientras pongo mi atención
en su clítoris, chupándolo en mi boca y haciéndola gritar de placer, sus
piernas temblando, sus muslos apretándose alrededor de mi cabeza mientras
trata de mantenerme encerrado en mi lugar.
Su respiración es desigual, y no la dejo descansar ni un segundo mientras
sigo provocándola, comiendo su coño como si fuera la mejor comida que he
tenido en toda mi vida. A estas alturas, hemos explorado el cuerpo del otro lo
suficiente como para saber exactamente lo que le gusta al otro, y me encanta
usar ese conocimiento para volverla loca, una y otra vez.
Para cuando termine con ella, estará tan mojada y relajada que se olvidará
por completo de su miedo, su coño perfectamente preparado para tragarme
todo.
Usando mi lengua, la giro alrededor de su entrada, empujándola hacia
adentro lo suficiente como para hacerle cosquillas en la pared exterior,
sabiendo que solo necesita unas pocas caricias para que se corra.
—¡Vlad! —grita, su voz cada vez más fuerte, sus manos causando estragos
en mi cuero cabelludo.
Aun así, no paro.
Siento la forma en que su cuerpo tiembla mientras baja de su clímax, y
quiero que disfrute de su placer por más tiempo.
Empujo dos dedos en su entrada, probando su estrechez. Todavía está
estrecha como un guante y, por un momento, temo que vuelva a dolerle. Pero
tan pronto como ese pensamiento cruza mi mente me doy cuenta de que si
ella todavía siente dolor, entonces no he hecho bien mi trabajo.
Mi boca en su clítoris, empiezo a moverlos dentro y fuera, sintiendo sus
paredes apretar mis dedos, sus gemidos vibrando en el aire. Agregando un
tercer dedo, trato de estirarla aún más.
—Vlad… —susurra en un tono incierto, sus ojos bien abiertos para
mirarme.
—Shhh. —Soplo aire sobre su clítoris, sin dejar de bombear tres dedos
dentro y fuera de ella. Aunque al principio estaba aprensiva, está empezando
a relajar los músculos, su entrada se estiró para permitir la circunferencia
adicional.
Aumento la velocidad, mordiendo su clítoris al mismo tiempo.
—¡Mierda! Vlad… no puedo… —Trata de hablar, pero todo su cuerpo se
derrumba cuando comienza a temblar incontrolablemente, su orgasmo
reverberando a través de cada célula y cada rincón de su ser. Con la boca
abierta, los ojos en blanco en la parte posterior de su cabeza, solo puede
montar su placer antes de que comience a disminuir.
Verla desnuda así es mejor que mil orgasmos, sus labios entreabiertos, sus
mejillas sonrojadas.
Subo por su cuerpo, todavía dejando un rastro de besos por su cuello,
chupando su piel para dejar marcas más visibles en su cuerpo, queriendo que
todos vean a quién pertenece.
—Te amo —susurro antes de tomar sus labios en un largo beso, usando mi
mano para alinear mi pene con su entrada.
Solo puedo empujar la cabeza dentro de su cálido calor antes de sentirla
tensarse, su cuerpo entero se pone rígido debajo de mí.
—Sisi. —Levanto la cabeza para mirarla y veo las lágrimas no derramadas
en el rabillo de sus ojos. Está temblando ligeramente mientras trata de
mantenerse quieta—. Podemos parar —le digo, mi mano acariciando su
mejilla.
—No. —Niega con la cabeza—. Quiero esto. Realmente lo quiero. —
Agarra mis hombros, sus piernas se aprietan alrededor de mi trasero mientras
trata de acercarme a ella.
Sus rasgos están tensos, sus ojos se cierran inmediatamente mientras espera
que llegue el dolor. De alguna manera, eso solo es suficiente para detenerme.
Pongo las palmas de mis manos sobre su trasero y nos damos la vuelta
hasta que mi espalda toca el colchón, Sisi rebota encima de mí.
Sus ojos se abren cuando ve el cambio de posiciones. Su coño está sentado
justo encima de la base de mi polla, su humedad goteando sobre mis bolas y
haciéndome gemir de frustración.
Tan cerca pero tan lejos.
Su mirada se posa en mi polla, con aprensión en sus ojos mientras pasa una
mano por mi longitud, sus labios fruncidos mientras sin duda está pensando
en mi tamaño y lo que eso significará para su cuerpo.
—Sisi, mírame. —Empujo su barbilla hacia arriba—. Esto es todo tuyo. —
Señalo mi cuerpo—. Tú tienes el control, chica del infierno. Así que úsame
—le insto, con la esperanza de que al darle las riendas de esto parezca menos
desalentador.
Se necesita todo en mí para quedarme quieto mientras ella comienza a
mecerse lentamente sobre mi polla, sus ojos aún evaluándola con leve temor.
Pero la dejo marcar su propio ritmo, sabiendo que necesita esto para superar
su miedo.
Ella apoya sus rodillas en el colchón mientras se empuja hacia adelante.
Tomando mi polla en su mano, se levanta sobre mí, colocando la cabeza en su
entrada.
—Estás a cargo —le aseguro una vez más.
Asintiendo hacia mí, se agacha un poco y observo hipnotizado cómo sus
pliegues envuelven mi polla. La sensación de sus paredes húmedas y cálidas
inmediatamente me golpea como una bala en el pecho, y necesito todo lo que
hay en mí para controlarme. Especialmente porque sigue siendo tan cautelosa,
incluso ahora que cierra los ojos, su labio inferior tiembla mientras me acepta
en su cuerpo.
En el momento en que estoy unos centímetros dentro, ella se detiene, un
jadeo escapa de sus labios. Ella apoya sus brazos en mi pecho, manteniéndose
quieta.
—¿Duele? —pregunto de inmediato, preocupado.
Hice todo lo posible para que se corriera tantas veces como fuera posible
para asegurarme de que estuviera resbaladiza y goteando, lo suficiente como
para aceptarme sin problemas. Pero sé mi tamaño, e incluso si ella no fuera
todavía virgen, tendría problemas para acomodarme dentro de ella.
Levanto mi mano a su rostro, acariciando su mejilla con mis nudillos.
Se muerde el labio, sus ojos en mí mientras sacude lentamente la cabeza.
—Siento que me estiras —dice, bajando otros centímetros. Con la boca
entreabierta, un gemido sale de sus labios mientras sus ojos se cierran, esta
vez de placer, no de temor—. Se siente tan bien —gime, y finalmente me
relajo, recostándome y dejándola ir a su propio ritmo.
—Eres tan grueso y… —se calla, su lengua se asoma para humedecer sus
labios mientras parece quedarse sin palabras. Se ve tan jodidamente sexy,
como un sueño húmedo hecho realidad, el brillo de la transpiración en su
cuerpo me excita aún más, ya que no puedo evitar imaginarla completamente
cubierta por mi semen.
Sus manos descansan sobre mi abdomen, sus brazos forman un triángulo
invertido que enfatiza sus deliciosas tetas, alegres y llenas y tentándome más
que el diablo.
Lentamente, se empuja hacia abajo otro centímetro, mi polla llorando de
alegría por ser recibida en el cielo. Echo mi cabeza hacia atrás, la sensación
de estar rodeado por su calor como ninguna otra. Como no recuerdo mucho
de mi episodio, esta es la primera vez que experimento esto, la forma en que
mi polla se acomoda dentro de ella.
Sus paredes se cierran sobre mí, apretándome con tanta fuerza que tengo
que hacer un esfuerzo consciente para no correrme demasiado rápido.
—Te sientes como el cielo, Sisi. Demonios… —murmuro
incoherentemente, incapaz de verbalizar lo que ella me hace.
Supe desde el momento en que la vi por primera vez que ella era la
tentación encarnada, logrando hacerme sentir cosas por nadie más antes que
ella. Sabía lo peligrosa que era, para mis sentidos, para mi corazón, para mi
puto todo. Porque un golpe de esas bonitas pestañas suyas en mi dirección, y
estaba jodidamente condenado.
Condenado a ser su esclavo por una eternidad.
Las comisuras de su boca se curvan mientras me ve rendirme al éxtasis de
estar dentro de ella, y parece ganar nueva confianza mientras respira
profundamente antes de empujarse hasta el fondo de mi polla.
Ambos suspiramos de placer ante la sensación, y mientras viva, no creo que
jamás olvide la vista de ella encima de mí, mi polla tan profundamente dentro
de ella.
—Dios, Vlad —dice ella en un tono entrecortado—. No tenía idea. —
Parece tan aturdida como yo mientras se mece ligeramente, sus paredes
acariciando mi polla en una tentadora caricia que me hace ver las estrellas.
Yo tampoco.
—¿Puedes sentir eso, chica del infierno? —pregunto mientras extiendo mi
mano sobre su estómago, sintiendo el lugar donde estamos unidos—. Somos
uno.
—¿Ah sí? —pregunta con picardía, sus dedos dibujan figuras al azar en mi
pecho—. ¿Eso te convierte en un chico del infierno, entonces? —Me da una
sonrisa maliciosa mientras se levanta ligeramente antes de volver a bajar.
Mi boca se abre para responder, pero no sale ningún sonido, el placer es tan
intenso que temo que pueda romperme para siempre.
—Mientras sea tu otra mitad, seré lo que quieras que sea —respondo, mi
voz es espesa y ronca. Cualquier cosa para asegurar que ella nunca se vaya de
mi lado.
—Hmm… —se calla, moviendo sus manos por mi pecho hasta que
descansa sobre mis pectorales, y usándome para empujarse hacia arriba, esta
vez hasta que estoy a mitad de camino antes de deslizarme hacia abajo de
nuevo, con más fuerza.
—¿Qué pasa si decido tomar mis votos y convertirme en monja? —
continúa preguntando, y veo lo que está tratando de hacer. Quiere torturarme,
sabiendo que nunca podría durar un día sin ella.
Se vuelve cada vez más difícil evitar mi clímax, la pequeña descarada
disfruta atormentándome con sus pequeños movimientos.
—Entonces te seguiré y me convertiré en un sacerdote y trataré de
profanarte a cada paso —le respondo con un gemido estrangulado.
—Eres malvado. —Ella traga, sus pupilas eclipsan sus iris mientras vuelve
su mirada hacia mí, el deseo goteando de ella y solo inflamando más el mío.
—Soy tuyo. Sin embargo, y quienquiera que quieras que sea. Soy tuyo —
confieso, mis manos en sus caderas mientras la insto a moverse, finalmente
sacándome de mi miseria.
—Bien. —Me sonríe, levantándose hasta que mi polla se libera de su coño,
y la agonía me golpea de inmediato cuando me siento privado de su calor—.
Pero todo lo que quiero es a ti.
Su pequeña mano rodea mi longitud mientras me guía de regreso a su
refugio, bajando fácilmente sobre mí esta vez, su coño tan jodidamente
empapado que sus jugos se derraman por mi eje.
Ahora así es como se siente el cielo.
Capítulo 27
Assisi
19
Mi familia, en Vladivostok.
20
Nunca te dije que no. Sabes que siempre quise ayudar.
21
Por favor.
—Zemlya tebe puhom 22 —susurra Vlad mientras se agacha, colocando su
palma abierta sobre el rostro de Maxim y cerrando los ojos.
Viniendo hacia mí, no puedo evitar sentir su dolor como el mío. Así que
hago lo único que puedo. Me encuentro con él a mitad de camino, mis brazos
envueltos alrededor de su torso mientras lo jalo en un gran abrazo.
Está congelado por un momento antes de que comience a reaccionar,
devolviendo el abrazo.
—Estás a salvo, Sisi. Eso es todo lo que importa —habla, acariciando mi
cabello, su boca en mi sien mientras deja un dulce beso en mi piel.
—Estamos a salvo —lo corrijo—. No quiero imaginar un mundo sin ti —le
digo, mis palabras mezcladas con la agonía que sentí al pensar que algo
podría pasarle.
—Yo tampoco —responde, su voz hueca—. Yo tampoco.
Un rápido barrido de la casa para recoger algunas pertenencias y luego los
dos estamos en el auto, rumbo al aeropuerto.
De vuelta a Nueva York.
No quiero ni imaginar lo que nos espera allí. Desde los enemigos de Vlad
hasta mi propia familia que lo desaprueba, no creo que nadie nos reciba con
los brazos abiertos.
Al menos estamos juntos. Y juntos lo enfrentaremos todo.
22
Descansa en paz.
Capítulo 28
Vlad
23
Te amo.
24
Dilo.
25
Te amo mucho.
26
Yo también.
27
Cariño, te amo tanto, en esta vida solo te necesito a ti.
—Lo digo en serio, Vlad. Puedes bajarme. —Toco su hombro, pero él ni
siquiera responde esta vez, avanzando con dificultad.
Por casualidad, veo que se acerca un coche y empiezo a agitar las manos en
el aire, con la esperanza de llamar su atención.
Una pareja de cuarenta y tantos años pasa por nosotros y nos evalúan antes
de invitarnos a compartir el coche con ellos. Por suerte, también se dirigen al
norte, por lo que nos pueden dejar en algún lugar cerca de la casa de
Marcello.
Una vez dentro del auto, tanto Vlad como yo empezamos a relajarnos un
poco. Aun así, no creo que sepa el significado de relajarse, y puedo ver la
forma en que su mente está trabajando una vez más, muy probablemente
trabajando en teorías y probando mentalmente escenarios futuros.
Suspirando profundamente, solo puedo esperar que la confrontación con
Marcello no sea tan mala. Y antes de darme cuenta, mis ojos se cierran, un
sueño profundo me reclama.
No es mucho más tarde que siento que Vlad me sacude lentamente para
despertarme. Abro los ojos aturdida justo cuando él me toma en sus brazos,
agradeciendo a la pareja por llevarnos y deseándoles un buen viaje.
—Puedes bajarme —le digo, mi voz ronca por el sueño. Parece un poco
reacio a hacerlo, pero finalmente me pone de pie.
Me estiro un poco, mis extremidades me duelen por todo el esfuerzo, y
miro a nuestro alrededor para tratar de evaluar dónde estamos.
—¿Cuánto falta para la casa de Marcello? —Levanto la cabeza para
mirarlo.
Sus ojos están enfocados en mí mientras una lenta sonrisa comienza a
dibujarse en su rostro.
—¿Qué? —Arrugo la frente.
—Dijiste la casa de Marcello. Antes, solías llamarla hogar —responde,
demasiado orgulloso de sí mismo.
—¿Ah sí? —Finjo ignorancia mientras sigo caminando. Aun así, no puedo
quitarme la sonrisa de la cara cuando me doy cuenta de que tiene razón. Ha
pasado bastante tiempo desde que dejé de llamarlo hogar. Y todo porque mi
hogar pasó de ser un lugar a ser una persona.
—Sé que estás sonriendo —grita detrás de mí, claramente divertido—. Y
vas en la dirección equivocada —señala después de que ya estoy bastante por
delante de él.
Me giro bruscamente, mis ojos se entrecerraron hacia él.
—Solo admite que soy tu hogar. —Sus ojos brillan con picardía mientras
viene a mi lado, toma mi brazo y lo coloca en el hueco de su codo.
—Tal vez. —Mis labios se tuercen, pero es todo lo que estoy dispuesta a
darle. Su ego ya está demasiado inflado.
—Lo sabía —silba, tirando de mí más cerca y diciéndome que la casa no
está demasiado lejos.
—¿Estás preocupada por la reunión? —Eventualmente pregunta, su tono es
serio.
Inclino mi cabeza hacia él, considerando brevemente la pregunta.
—No lo sé —respondo honestamente. Porque realmente no lo sé. Marcello
me prohibió con vehemencia tener algo que ver con Vlad, así que sé que no
será un encuentro agradable en lo más mínimo.
Sin embargo, estoy un poco preocupada por decepcionarlo. Puede que no
nos conociéramos desde hace mucho tiempo, pero había aprendido a
respetarlo a él y su verdadero interés por la familia. Puede que no sea un libro
abierto la mayoría de los días, pero siempre ha sido justo conmigo y me ha
dado la oportunidad de vivir con él cuando no tenía que hacerlo. Yo era,
después de todo, técnicamente un adulto cuando dejé Sacre Coeur, y
definitivamente no era su responsabilidad.
Y entonces me encuentro acorralada en una esquina, ya que no quiero
perder la consideración de Marcello, pero definitivamente no renunciaré a
Vlad.
—Podemos esperar lo mejor, ¿verdad? —pregunto, forzando una sonrisa.
—Marcello no es un ogro —bromea Vlad—. A pesar de todas sus
tendencias de ogro. Pero puede ser bastante inflexible —menciona Vlad, pero
al ver que mis ojos se abrieron un poco por la preocupación, corrige—. Pero
me encargaré de eso, Sisi. No te preocupes. De hecho, no te preocupes por
nada. Yo me encargaré de todo. —Me mira, su expresión es tan sincera que
no puedo evitar inclinarme ligeramente hacia él, poniendo toda mi confianza
en él.
—Está bien —respondo suavemente.
La pareja realmente nos hizo un favor al dejarnos cerca de la casa, por lo
que solo tenemos que caminar un par de kilómetros para llegar a las puertas
principales.
Al vernos, los guardias inmediatamente abren las puertas para nosotros,
dándonos la bienvenida adentro.
Supongo que no recibieron el memorándum de que Vlad es persona non
grata.
Hay un largo caminero que va desde las puertas principales de entrada a la
casa, macizos de flores a ambos lados del camino de piedra.
Estamos a mitad de camino cuando siento a Vlad tensarse. Ni siquiera
tengo tiempo para preguntar qué está pasando cuando me empuja detrás de él,
un fuerte disparo impregna el aire.
Con los ojos muy abiertos, miro hacia arriba para ver a mi hermano y Lina
en la puerta. Marcello tiene una expresión asesina en su rostro mientras nos
apunta con un arma directamente.
—¿En serio, ‘Cello? —Vlad arrastra las palabras, dando un paso adelante.
Su brazo todavía está extendido para mantenerme detrás de él.
Pero algún tipo de advertencia se dispara en mi mente, y golpeo su brazo a
un lado, yendo a su lado. Observo con horror cómo la sangre brota de su
hombro, la bala profundamente alojada en su interior. A Vlad ni siquiera
parece importarle ya que su mirada está firmemente en mi hermano.
—¿Estás loco? —Salgo, gritando a Marcello—. Y tú. —Giro mi cabeza
ligeramente—. ¡Te acaban de disparar! —exclamo, ya entrando en pánico.
Nunca había visto a Vlad lastimado antes, y ver esa sangre corriendo por su
camisa es suficiente para hacerme hiperventilar.
Una cosa es cuando está en una pelea y sé que no hay nadie que pueda
vencerlo. Pero es otra cosa muy diferente en esta situación, porque estoy
segura de que no va a comprometer a mi hermano de ninguna manera.
Lo he visto antes, en mi fiesta de cumpleaños. Hay una parte de Vlad que
considera a Marcello su amigo más cercano, y aunque mi hermano no
comparta ese sentimiento, está claro que el código moral sesgado de Vlad
nunca le permitiría hacerle algo. A su manera retorcida, se preocupa por
Marcello.
Los labios de Vlad se levantan en una sonrisa torcida mientras coloca su
mano sobre el lugar donde le dispararon, buscando el agujero. Con los dedos
juntos, los mete dentro de la herida, buscando la bala.
Mis ojos deben ser del tamaño de dos platillos ya que no puedo hacer nada
más que mirar esta muestra de locura.
Sus labios se contraen cuando encuentra la bala, más sangre gotea de la
herida y corre por su mano. Una vez que la tiene bien agarrada, la saca,
dejándola caer al suelo con un ruido sordo.
Su camisa es un desastre, el material está hecho trizas alrededor del sitio del
arma. Pero es el agujero de la bala lo que me tiene preocupada, tan enojada
que parece que a borbotones sale aún más sangre.
En todos los programas médicos que he visto, siempre es imperativo no
retirar el objeto extraño, ya que podría provocar una hemorragia.
Vlad también lo sabe. Sé que lo hace. Entonces, ¿qué cree que tendrá éxito
con esta versión?
Actúo solo por puro instinto, agarro el dobladillo de mi vestido y lo rasgo.
No pierdo tiempo mientras me apresuro a su lado y empiezo a envolver el
material alrededor de su hombro a través de su herida.
—Estás loco —murmuro, un poco desilusionada con él por tomar su propia
seguridad tan a la ligera.
¿Sobrevivimos a un casi accidente de avión solo para que él se desangrara
por un disparo innecesario? No señor. No lo aceptaré
—Soy tu loco —murmura en voz baja, su mirada gentil mientras mira mis
esfuerzos por alcanzar su hombro y vendarlo adecuadamente.
Tardíamente, escucho el sonido de pasos detrás de mí, así que hago lo único
que puedo. Me doy la vuelta y coloco mi propio cuerpo frente al de Vlad.
—¡Suficiente! —le digo a mi hermano
Tal vez esté a unos pasos de distancia, su arma aun apuntando a Vlad. Lina
está detrás de él, su mirada llena de preocupación mientras mira entre Vlad y
yo.
—Sisi, entra a la casa. —Marcello grita la orden, con los ojos fijos en Vlad.
—No voy a ir a ninguna parte —respondo, colocándome firmemente frente
a su arma—. Y tampoco vas a dispararle a nadie.
—Sisi, entra. —Aprieta los dientes, y me pregunto si este es su punto de
quiebre. Aun así, sabiendo lo cabeza dura de Vlad sobre mi hermano, no voy
a dejarlo solo para que pueda ofrecerse como sacrificio.
—No. —Doy unos pasos hacia atrás hasta que mi espalda golpea el frente
de Vlad—. No voy a dejar a mi esposo —afirmo con confianza.
—¿Esposo? —Marcello balbucea y los ojos de Lina se agrandan mientras
me mira fijamente, probablemente tratando de determinar la validez de la
afirmación.
Parpadeo dos veces cuando me doy cuenta de una escapatoria en la que no
había pensado antes. Inclinándome hacia Vlad, susurro:
—El matrimonio es real, ¿verdad?
—Por supuesto que es real —responde de inmediato, casi insultado—. No
fingiría casarme contigo.
—Bien. —Asiento con la cabeza—. Solo quería asegurarme ya que el
ministro parecía un poco fuera de lugar. Pensé que tal vez contrataste a un
actor —admito pensativamente.
—Era real —murmura Vlad—. Solo usé un poco de intimidación con él,
nada más. Pero el certificado es real y está archivado. Me aseguré de ello yo
mismo. —Se acicala, y de alguna manera no puedo tomarlo en serio con un
enorme agujero en su hombro que ahora sangra por toda la correa de tela que
lo envolví.
—Genial —agrego secamente.
—¡Sisi! —Mi hermano me grita y me alejo de Vlad, un poco
desorientada—. No sé qué te dijo para aceptar casarte con él, pero debes
retroceder. Yo me ocuparé de él.
—¿Debería decirle con lo que me amenazaste para que me casara contigo?
—le pregunto, casi divertida.
Inmediatamente niega con la cabeza, la comisura de su labio medio girada.
—No creo que ayudaría a la situación en la que estamos —bromea.
Marcello gime, y por el rabillo del ojo lo veo moviendo el arma
imprudentemente.
—¿Primero puedes soltar el arma y hablamos después? —Le doy a mi
hermano una sonrisa, con la esperanza de endulzarlo de alguna manera.
Lina está tranquila a su lado, observándonos de cerca a Vlad y a mí.
Marcello está a punto de responder, pero luego entrecierra los ojos sobre
mí, específicamente sobre mi cuello.
—Estás jodidamente muerto, Vlad. Tú… —Marcello niega con la cabeza,
tanta ira saliendo de él—. ¡La jodidamente marcaste! —grita, señalando el
tatuaje en mi cuello.
Antes de que pueda parpadear, el arma está levantada y lista para dispararle
a Vlad de nuevo.
—¡Detente! —grito a todo pulmón, el miedo y la preocupación me
carcomen—. Solo detente —resoplo, mi voz áspera—. Le pedí que me hiciera
este tatuaje —explico, pero Marcello no parece enmendable en lo más
mínimo.
—Él no me obligó a hacer nada —continúo, avanzando lentamente hacia
Marcello—. Por favor, solo detente y escúchanos, ¿de acuerdo? Él no es un
peligro para mí. —Estoy casi frente a él mientras mantengo mis ojos en él.
Mi mano se estira para envolver la suya, tratando de evitar que agite el
arma.
—Es mi esposo y lo amo. Solo danos la oportunidad de explicarlo todo —
agrego, y por primera vez noto una reacción en Marcello.
—¿Lo amas? —pregunta, la incredulidad goteando de su voz.
—Sí —confirmo, finalmente logrando que baje el arma.
No habla por un momento mientras su mirada va de mí a Vlad.
—En mi oficina. Tienen cinco minutos —dice antes de girar rápidamente
sobre sus talones, agarrar el brazo de Lina y arrastrarla dentro de la casa.
Todavía me está mirando, sus rasgos llenos de preocupación. Pero tendré
tiempo para tratar con ella más tarde.
Después convenceremos a Marcello de que nuestra relación es real.
Me apresuro al lado de Vlad, con la intención de establecer algunas reglas
básicas antes de enfrentarme a mi hermano.
—No lo provoques —empiezo—. Sé que querrás hacerlo. Sé que es posible
que no puedas evitarlo. Pero, por favor, no lo provoques.
—Me hieres, chica del infierno —gime—. Ahora, ¿dónde estaría la
diversión en eso?
—Ya estás herido, Vlad. Probablemente lo estarás aún más si no mantienes
la boca cerrada. Necesitamos su ayuda, no su ira.
—Bien. —Deja escapar un gran suspiro—. Por ti, haré una excepción. Pero
solo puedo prometer que bajaré el tono. Sabes que a veces no puedo evitar
dejar escapar cosas —suspira, y una mirada hacia él me hace fruncir los
labios para dejar de reír.
—Sí, he sido el objetivo de tu lengua errante —respondo, apenas
conteniendo mi risa mientras nos dirigimos al interior de la casa.
Vlad se detiene, girando la cabeza ligeramente, sus labios se curvaron en
una sonrisa maliciosa.
—Sí, es cierto —dice antes de seguir caminando.
Frunzo el ceño y me toma un segundo entender el doble sentido.
—Eres malvado. —Le doy un ligero codazo, con una sonrisa en mis labios.
Pero cuando entramos en el estudio de mi hermano, inmediatamente relajo
mis rasgos, queriendo parecer seria.
Marcello y Lina están detrás del escritorio de mi hermano. Su mirada tiene
una cualidad de halcón mientras se centra en nosotros, observándonos
mientras tomamos dos asientos frente a ellos.
Al principio, nadie habla. El silencio es ensordecedor mientras todos
participan en una especie de concurso de miradas.
—Entonces… —Me aclaro la garganta, queriendo terminar con esto lo
antes posible para poder coser a Vlad de nuevo. Es un milagro que haya
mantenido la calma como lo ha hecho, ya que le sale mucha sangre de la
herida—. Vlad y yo estamos casados —empiezo, y mi hermano me mira con
los ojos entrecerrados.
—Me di cuenta de eso —agrega secamente.
—'Cello, 'Cello, ¿no puedes relajarte un poco? —Vlad pregunta, y mi boca
se abre cuando lo veo levantar sus piernas y apoyarlas en el escritorio de
Marcello.
Me giro bruscamente hacia él, mi expresión le dice claramente que se
detenga.
Tiene una amplia sonrisa en su rostro mientras se recuesta en su silla,
levanta los brazos y los coloca detrás de la cabeza como si no tuviera un
maldito agujero en el hombro.
No queriendo dar a Marcello y Lina la impresión de que estamos en
términos menos que estelares, me recuesto en mi silla, acercándome un poco
más a él y murmurando en voz baja:
—Pórtate bien.
Sus labios se curvan aún más, y resisto el impulso de poner los ojos en
blanco. Él simplemente no puede evitarlo.
—Sisi, creo que es mejor que lo sepamos de ti. —Finalmente habla Lina,
dirigiéndose a mí—. ¿Qué pasó? ¿Qué pasa con Raf? —Las preguntas brotan
de ella, y siento una punzada de arrepentimiento. Todo este tiempo y nunca
me detuve a pensar cómo se debe haber sentido Raf en todo este desastre.
De acuerdo, el secuestro había estado fuera de mi control, pero incluso
después de eso, entre las peleas con Vlad y nuestra reconciliación, no había
pensado ni por un minuto en Raf.
¡Maldita sea!
—No pasaba nada entre Raf y yo —empiezo, tomando una respiración
profunda. Lina y Marcello están concentrados en mí mientras hablo, así que
admito todas las mentiras que dije, con la esperanza de que no estén
demasiado decepcionados conmigo—. Me propuso un matrimonio de
conveniencia cuando supe que estaba embarazada.
—¿Sabías? —Lina jadea—. ¿Sabías que estabas embarazada?
Asiento lentamente, la vergüenza subiendo por mis mejillas.
Pero luego siento la mano de Vlad encima de la mía mientras me da un
apretón rápido y es todo lo que necesito para continuar.
—Sí —admito—. Lo sabía.
—Sisi. —Lina niega con la cabeza hacia mí—. Sabías que podrías haber
acudido a mí en cualquier momento. ¿Por qué ibas a…? —Se calla y puedo
ver la decepción en su mirada.
—Tenía miedo —susurro, lista para poner todas las cartas sobre la mesa.
Pero Marcello me interrumpe, su voz estruendosa mientras prácticamente
dispara dagas a Vlad con sus ojos.
—Quieres decir que Raf no era el padre, ¿verdad? —pregunta mi hermano,
y no sé por qué me siento tan avergonzada de admitir esto, pero mientras
asiento lentamente puedo sentir que me acaloro más, mi vergüenza me hace
sudar.
—Mierda, te aprovechaste de ella, ¿no? —gruñe, golpeando su palma
contra la mesa, el ruido me hace estremecer.
Vlad está tranquilo incluso cuando mi hermano sigue enfurecido. Su mano
sobre la mía es la única fuente de consuelo mientras me encuentro en una de
las situaciones más incómodas en las que he estado.
—No me aproveché de ella, Marcello. Los dos somos adultos y ella puede
tomar sus propias decisiones —dice Vlad con pereza, con los pies todavía
sobre la mesa, su postura relajada.
Y esto parece enojar aún más a mi hermano, su cara roja de furia mientras
mira a Vlad.
—Ella creció en un maldito convento, Vlad. ¿Qué tipo de adulto crees que
es? —pregunta, y yo frunzo el ceño, no me gusta la dirección que está
tomando—. Maldición, probablemente ni siquiera sabía lo que era el sexo —
continúa mi hermano y en este punto mis ojos están muy abiertos en estado de
shock—. ¿Qué te dijo para convencerte de acostarte con él? —continúa,
dirigiendo la pregunta hacia mí—. ¿Te obligó? ¿Te prometió algo? Dios, no
puedo creer esto —maldice en voz baja, aparentemente sin tener el control de
sí mismo.
—No soy una niña, Marcello, y preferiría que no te refirieras a mí como tal
—empiezo, la necesidad de enfrentarme a mí misma me carcome. Puede que
no quiera decepcionar a mi hermano, pero eso no significa que dejaré que me
quite todo mi albedrío—. Y tampoco soy idiota. Puede que haya crecido en
un convento, pero eso no me quitó el sentido común. —Casi pongo los ojos
en blanco—. Sabía exactamente en lo que me estaba metiendo con Vlad.
—Sisi. —Sacude la cabeza hacia mí—. No estoy tratando de decir que eres
una niña. Pero eres joven e inexperta. Es diez años mayor que tú, por el amor
de Dios. ¿Cómo es que eso no es aprovecharse de ti?
—Marcello —suspiro, casi exasperada—. Tú también lo conoces —
agregué, echando un vistazo furtivo a Vlad y encontrándolo observándome de
cerca, con una expresión intensa en su rostro. Su labio inferior ligeramente
curvado hacia arriba, sé que está disfrutando el espectáculo. Pero más que
nada, me alegro de que me deje pelear mis propias batallas, ya que sin duda si
comienza a hablar solo pondrá su pie en su boca, empeorando la situación de
lo que ya es.
—Tiene la inteligencia emocional de un niño pequeño.
—Oye —protesta Vlad desde un lado, tratando con todas sus fuerzas de
ocultar una sonrisa creciente.
—Él ni siquiera sabía cómo hablar con una mujer antes de que yo llegara
—continúo, y Vlad gime, con el dorso de la mano en la frente en una escena
típicamente dramática.
—¿En serio, chica del infierno? ¿Tienes que revelar todos mis secretos? —
pregunta, con una sonrisa divertida en su rostro.
—Es verdad. —Me encojo de hombros—. Ni siquiera sabías besar —
agrego, guiñándole un ojo.
—Yo sabía más que tú. Yo, al menos, tenía la base teórica —responde.
—Cierto —resoplé—. Es por eso por lo que estabas listo para cortarte el
brazo para que te besara de nuevo —Levanté una ceja hacia él, un poco
perdida en el ida y vuelta.
—Tienes algo por la sangre, admítelo —responde, sus ojos más oscuros que
el negro mientras sus pupilas superan sus iris.
Siento la necesidad de abanicarme, especialmente mientras mis ojos
recorren su torso, la sangre se acumula en su camisa y un poco todavía fluye
libremente de su herida. Pero me muevo más abajo y noto que no soy la única
demasiado acalorada por esta conversación, una parte de él crece justo bajo
mi mirada.
—Tal vez. —Mi voz viene en un tono sin aliento cuando vuelvo mis ojos a
los suyos.
—¿Pueden ustedes dos parar? —Las palabras de Marcello nos interrumpen,
pero la energía aún es pesada cuando me acomodo en mi asiento, tomo su
mano en la mía y me deleito con su toque.
Me hace olvidarme de mí misma. Incluso en situaciones como esta, cuando
sé que debo mantener la cabeza en el juego, hace que todo se desvanezca.
—Él no me coaccionó de ninguna manera, Marcello. Simplemente… —Me
giro hacia Vlad—. Nos enamoramos.
—¿Y cuándo se enamoraron exactamente? No recuerdo que te hayas
encontrado con él más de un puñado de veces. Demonios, ni siquiera sé
cuándo tuvieron tiempo ustedes dos para… —Se apaga, casi reacio a decir la
palabra sexo de nuevo.
Oculto una sonrisa cuando me doy cuenta de que mi propio hermano podría
ser más mojigato que yo.
—Me escapé —admito, procediendo a darle un resumen de cómo nos
conocimos—. Y antes de que digas algo, quería hacerlo.
—Estoy decepcionado de ti, Assisi —dice Marcello sin rodeos después de
que le cuento sobre nuestras reuniones nocturnas y cómo Vlad y yo
terminamos pasando tiempo juntos—. Te dije específicamente que te
mantuvieras alejada de él e ignoraste mi advertencia. —Niega con la cabeza.
Siento a Vlad tensarse a mi lado y le doy un suave apretón en la mano,
haciéndole saber que no debe intervenir.
Hay una pausa mientras Lina y Marcello se miran, algo pasa entre los dos.
—Bien —dice Marcello—. Digamos que entiendo su historia. —Agita su
mano hacia nosotros—. Lo hecho, hecho está. No puedo cambiar el pasado.
Pero eso no significa que tengas que seguir casada con él —dice con desdén.
—Creo que olvidaste la parte donde dije que lo amo —murmuro
secamente—. No voy a dejarlo.
—¿Lo amas? —Él ríe—. Él no sabría lo que es el amor aun si lo golpeara
en la cara. Lamento reventar tu burbuja, Assisi, pero te han engañado —
menciona casualmente. Lina frunce los labios y mira preocupada a su marido.
—Marcello. —Ella pone una mano gentil en su brazo, tratando de que deje
de hablar.
Pero no lo hace.
—Tienes razón en que lo conozco. Por eso sé que habrá un día frío en el
infierno antes de que Vlad muestre algún tipo de sentimiento.
—Entonces debe estar helado —agrego irónicamente en voz baja.
Vlad me escucha, sus ojos brillan con picardía, y estoy impresionada por lo
tranquilo que está. Tal vez está tomando mi consejo en serio.
—Bueno. —Se encoge de hombros, quitando los pies del escritorio y
poniéndose de pie—. Lo intentamos —dice con ligereza, tomando mi mano y
tirando de mí para ponerme de pie.
—No la vas a llevar a ninguna parte. —Mi hermano se pone de pie, dando
la vuelta para detener a Vlad—. No sé qué mentiras le dijiste, o cómo lograste
seducirla, pero termina aquí, Vlad.
Las facciones de Vlad cambian en un abrir y cerrar de ojos. La expresión
divertida anterior se ha ido, reemplazada por una fría e insensible.
—Tal vez puedas tocarme ahora, Marcello. Pero será mejor que quites la
mano antes de que te la rompa —afirma con frialdad, arrojando el brazo de
mi hermano a un lado y empujándome detrás de él—. Por cortesía hacia ti,
quería darle a Sisi la oportunidad de explicarte cómo sucedió todo. Pero te lo
dije antes. En el momento en que intentas alejarla de mí, todas las apuestas
están canceladas.
—¿En serio? —Mi hermano da una risa cruel—. ¿Y dónde estabas cuando
ella estaba en el hospital abortando a tu hijo? —pregunta y yo jadeo, mi mano
va a mi boca ya que apenas puedo creer que haya golpeado tan bajo.
Los hombros de Vlad están temblando con una tensión no liberada, y por
un momento temo que se rompa.
—¡Suficiente! —Me coloco entre ellos—. Eso es entre Vlad y yo, y hemos
hecho las paces con eso —declaro, sosteniendo la mirada de Marcello.
—Sisi, ve a buscar tus cosas. —La voz de Vlad es baja y áspera para los
oídos, ya que apenas se contiene.
—Vlad…
—Ahora —susurra, y esa palabra suavemente pronunciada me dice todo lo
que necesito saber.
Con una última mirada a Lina y Marcello, me alejo del estudio, casi
corriendo escaleras arriba hacia mi habitación.
Sabiendo que es probable que Vlad esté pendiendo de un hilo, tomo una
bolsa grande y meto algunas de mis cosas más preciadas adentro, pensando
que quizás nunca regrese aquí.
Había anticipado que Marcello no estaría emocionado por nosotros, pero no
pensé que sería tan francamente tiránico.
Niego con la cabeza mientras siento las lágrimas arder detrás de mis ojos, la
decepción asentándose profundamente en mi estómago. Realmente no había
querido que las cosas salieran así. Sobre todo, porque todo lo que siempre
había querido era tener una familia.
Una familia que no me alejara.
Un sollozo se atasca en mi garganta mientras meto algunos de los vestidos
que compré con Lina en una bolsa, los pocos recuerdos que había hecho en
esta casa saliendo a la superficie y haciéndome sentir aún más triste.
—Sisi. —Me giro bruscamente hacia la puerta para ver a Lina entrar
tentativamente.
—No te preocupes, nos iremos rápido —le digo, secándome los ojos.
De alguna manera, no quiero que ella vea cuánto me está afectando esto.
—Sisi —repite, viniendo hacia mí, sus brazos amortiguando mi cuerpo
mientras me atrae hacia su pecho—. Nadie te va a echar. No tienes que irte.
—Me acaricia el pelo.
—Pero tengo que hacerlo. —Me inclino hacia atrás, mirando hacia otro
lado—. Marcello claramente nunca nos aprobará, y no voy a ir a ninguna
parte sin Vlad —le digo con sinceridad.
—¿Tanto lo amas? —pregunta, apretando los labios con consternación.
—No puedo expresar con palabras cuánto lo amo —susurro, parpadeando
para quitar las lágrimas.
¿Por qué tengo que elegir entre mi familia y Vlad? ¿Por qué no pueden
simplemente aceptar nuestra relación? Sí, sé que Vlad no tiene el mejor
historial, pero al menos podrían darle una oportunidad.
—Pero ya sabes quién es. —Ella frunce el ceño, como si no pudiera
entender cómo podría amar a alguien como él.
—Sí —respondo—, sé exactamente quién es, y por eso lo amo. Nunca me
ha mentido sobre quién es, y siempre lo he aceptado de todo corazón.
—Pero es un asesino, Sisi. Es un asesino violento e insensible.
—¿Qué pasa con mi hermano? —contesto—: Sé lo que te hizo, Lina. Y
todavía estás aquí, con él. ¿No puedes entenderme al menos un poco? —Mi
voz se adelgaza, mi garganta se obstruye con la emoción.
Se ve como si la hubiera abofeteado, un tinte rojo trepando por sus mejillas.
—Vlad no es un santo. Lo sé. Dios, soy consciente de que es
probablemente uno de los hombres más peligrosos de este mundo. Pero es
mío. —Señalo mi pecho—. No tienes idea de lo mucho que me ama, o lo
querida que me hace sentir. Me completa de una manera que nunca creí
posible, y no voy a renunciar a eso. Ni siquiera por ti —le digo firmemente y
sus ojos se abren un poco.
—Sisi… —Su mirada divaga mientras intenta leerme.
—Entiendo si tú o Marcello no pueden aceptar eso. Es tu elección. Así
como es mía ir con él. —Sigo colocando mis cosas en la bolsa, negándome a
sucumbir a mis emociones—. ¿Dónde están Claudia y Venezia? Quiero
despedirme. —Otra punzada golpea mi pecho al darme cuenta de que
probablemente no podré ver a ninguna por mucho tiempo.
A Venezia acababa de conocerla, pero ¿Claudia? Habíamos crecido una al
lado de la otra y, a veces, ella se siente tanto mi hermana como mi hija.
—Están en el museo con su profesora. Quédate, Sisi. Quédate a verlas. No
hace falta que te vayas —me sigue suplicando Lina, y el dolor de sus ojos
solo sirve para renovar el mío.
—No puedo, Lina —susurro, todo mi ser rebelándose ante esta situación en
la que me encuentro. Oh, pero cómo desearía poder tener a ambos, mi familia
y mi amor.
Pero uno no puede tener todo lo que desea, creo que eso ya debería estar
bastante claro.
—Después del bebé… —Me interrumpo, respirando hondo y queriendo
explicarle para que entienda—. Estaba en un lugar muy oscuro. Tan oscuro
que no pensé que saldría nunca. Vlad fue lo único que me hizo sentir mejor,
como mi antiguo yo. Él es quien me mantiene cuerda cuando el dolor
amenaza con desbordarse.
Ella frunce los labios, la tristeza en su rostro mientras escucha mis palabras.
Sé que no es justo para ella, ya que no le había dicho a nadie mis problemas.
Y es porque lo contuve todo por lo que me perdí en el dolor.
—No sé si tiene sentido, si es algo menos que una locura, pero… —
Levanto mi mirada hacia ella para que pueda ver la sinceridad de mis
palabras—. Él es mi único requisito para vivir.
En ese momento, la puerta se abre ligeramente y Vlad entra. Tiene el labio
roto y asumo que Marcello no estaba satisfecho con hacerle un agujero en el
pecho, también tuvo que darle un puñetazo.
La bolsa cae de mis manos mientras me apresuro a su lado, mis dedos
recorriendo la carne ya magullada.
—Ni siquiera te defendiste, ¿verdad? —pregunto suavemente. Ya había
esperado que no opusiera resistencia y aceptara lo que fuera que Marcello le
diera. En el fondo, creo que hay una parte de él que cree que se lo merece
porque traicionó a su amigo.
Porque ese es el tipo de hombre que es Vlad. Honorable. Puede que sea un
asesino, pero tiene principios, y respeto su sistema de honor, por
distorsionado que sea.
—¿Por qué pelearía cuando sé que ganaría? —Se encoge de hombros
levemente, tomando mi mano.
—Yo… —Lina murmura algo, y me doy cuenta de que todavía está en la
habitación—. Me iré ahora —dice ella, sus ojos pasando de Vlad a mí antes
de salir corriendo de la habitación.
—Lo siento —murmura mientras redirijo mi atención al equipaje—. No
pensé que sería tan inflexible —suspira profundamente.
—Al menos no te mató —señalo con media sonrisa.
—Al menos está eso —se ríe, caminando por la habitación y ayudándome a
empacar.
Abriendo un cajón se queda quieto, su expresión tensa. Me vuelvo hacia él,
mis propios rasgos se contraen por el dolor cuando lo veo levantar la pequeña
imagen de ultrasonido.
—Chica del infierno —gime, abriendo sus brazos para que me encuentre—.
Mierda, lo siento mucho. Marcello tenía razón. Debería haber estado aquí.
Debería haber estado a tu lado —dice en mi cabello, sosteniéndome cerca de
su pecho.
Traté todo el día de ser fuerte, pero de alguna manera la vista de esa foto
me hizo derrumbarme, los sollozos atormentaron mi cuerpo cuando
finalmente dejé caer las lágrimas.
—Shh —susurra, tomándome en sus brazos y colocándome en la cama—.
Cuando sufres, yo sufro —susurra, acariciando lentamente mi espalda.
Capítulo 30
Marcello
—¿Estás seguro de que está muerto? —pregunto, usando mi pie para girar
el cuerpo.
—Sí. —Ella rueda los ojos—. Lo golpeé bastante fuerte. —Se agacha, dos
dedos recorriendo su cuello para encontrar su punto de pulso.
—Deberías haberme esperado, chica del infierno —gimo, agachándome
para comprobarlo también.
Como le prometí a Marcello, habíamos investigado un poco sobre los
nuevos sacerdotes de Sacre Coeur y, de hecho, de los dos, uno había sido peor
que el otro, con afición a las prostitutas.
Después de mucho debate y argumentos de mi parte, Sisi había logrado
convencerme de que la dejara manejar al sacerdote acercándose a él en
público y pidiéndole ayuda. Tuve un micrófono con ella en todo momento
mientras conducía al hombre a un callejón oscuro, y estuve a punto de estallar
demasiado pronto un par de veces cuando sus palabras habían estado al borde
de ser ofensivas.
Sé que Sisi quería que le confiara esto, pero, aunque mi mente sabe que
puede manejarse sola, mi corazón no puede aceptar la idea de que podría estar
en peligro.
Había necesitado todo de mí para quedarme quieto y dejar que ella hiciera
lo suyo, especialmente cuando me dijo cuánto quería sentir que era parte de la
operación.
—No quiero sentirme impotente, Vlad. Nunca más. Me gusta tener el
control, y aunque aprecio tu preocupación, sabes que puedo cuidar de mí
misma. —Resopló, y metiéndose de lleno, enumeró todas las razones por las
que podía tratar con el sacerdote por su cuenta.
Y así me quedé quieto hasta que ya no pude más. A la primera señal de que
había habido una lucha entre ellos, salí corriendo de mi escondite solo para
encontrar al sacerdote en el suelo, inconsciente.
—El plan era que tú lo atrajeras, no que lo mataras a la vista —agrego
cuando me doy cuenta de que no hay pulso.
—Dile eso —murmura entre dientes, levantándose y reforzando su ropa—.
Estaba a un segundo de volverse demasiado hábil, así que lo golpeé en el
cuello, como me enseñaste. Creo que podría haberlo golpeado demasiado
fuerte —agrega pensativa, mirando al hombre muerto.
—Mataste a un hombre con tus propias manos. Y no sé si estar orgulloso de
ti o enojado porque te pusiste en peligro. —Silbo, la vista de ella con esa
falda ajustada me da una tercera opción: follarla por hacerme sentir orgulloso
y enojado.
Ella bate sus pestañas, moviéndose lentamente hacia mí mientras pasa por
encima del cadáver.
—Normalmente te preguntaría qué vas a hacer al respecto —dice mientras
señala con el dedo mi pecho, arrastrándolo por mis pectorales y mi cuello y
dejándolo descansar debajo de mi mandíbula—. Pero no creo que sea
inteligente con un hombre muerto a nuestros pies. A simple vista.
—Chica del infierno. —Atrapo su dedo, ya incómodamente duro—. No
estás jugando limpio. —Gruño cuando la siento encajada en mi frente, mi
polla contra su estómago.
Mi mano se sumerge mientras coloco una pierna sobre mi cadera, sintiendo
su carne desnuda mientras muevo mis dedos por su muslo, trazando la forma
de una nalga.
—Sabes que me pones duro cuando me hablas de cadáveres, chica del
infierno. ¿Pero cuando en realidad los dejas caer a mis pies? —gimo, mi
pulgar deslizándose entre sus nalgas mientras me muevo más abajo.
—Pensé que disfrutarías el espectáculo. —Ella tiene el descaro de
sonreírme, acariciando su rostro en el hueco de mi cuello, su lengua
asomándose para lamer mi pulso.
—Sisi. —Cierro los ojos, mis dedos ya empapados en su excitación—.
Estoy a un segundo de follarte contra la pared, justo en este callejón sucio
donde todos pueden vernos. —Mi respiración entrecortada, mi polla
dolorosamente dura, apenas puedo controlarme mientras deslizo un dedo
dentro de ella, sintiendo su cómodo canal estrangularme.
—¿Sería eso tan malo? —pregunta, su voz baja y tan jodidamente
seductora que estoy a punto de correrme en mis pantalones solo por el sonido.
—Mierda, Sisi —maldigo, empujándola contra la pared—. ¿Eso te excita?
¿Gente mirando mientras me empujo dentro de ti? ¿O es el cadáver? ¿Quieres
correrte alrededor de mis dedos sabiendo que hay un puto cadáver a tus pies?
—pregunto mientras empujo dos dedos dentro de ella.
Su boca se abre, su respiración sale a borbotones. Mi mano alrededor de su
cuello, masajeo lentamente el área antes de moverme hacia arriba, mi pulgar
separando sus labios y deslizándose dentro de su boca.
—Dime, ¿es eso lo que quieres? —Empujo más fuerte en su coño y su
humedad fluye por mis dedos, cubriendo toda mi mano. Siento la forma en
que su cuerpo se afloja en mis brazos, sus ojos se agrandan como si nunca
dejaran los míos, su lengua juega con la punta de mi pulgar mientras suelta
suaves gemidos maulladores.
—Dime —repito, queriendo escuchar exactamente lo que está deseando.
No importa cuán depravado.
—Tú —responde en voz baja, con los ojos cerrados mientras empuja mis
dedos—. Eres todo lo que quiero —continúa, chupándome el pulgar mientras
le follo el coño.
—Esa es la respuesta perfecta, mi dulce florecita —murmuro contra sus
labios, inclinándome hacia adelante y dándole una larga lamida con mi
lengua—. Porque te voy a dar un premio por tu muerte. —Sigo empujando
dentro y fuera de ella, mi pulgar en su clítoris mientras rodeo el pequeño
capullo hasta que se retuerce en mis brazos.
Con mi rodilla entre sus piernas, dejo que coloque todo su peso sobre mí
mientras comienza a correrse, su orgasmo la hace jadear contra mi boca.
—Pero no voy a follarte ahora. No cuando alguien puede verte. Te lo dije
antes, chica del infierno. Eres solo para mis ojos. Tus sonidos. —Aplico más
presión en su coño con toda mi mano, el dorso de mi palma presionando su
clítoris mientras mis dedos están enterrados profundamente dentro de ella—.
Tus expresiones faciales. Todo es para mí, y solo para mí. ¿Entendido?
—Sí. —Apenas puede hablar mientras choca contra mí, su cabeza sobre mi
hombro, su respiración agitada.
—Bien. —Levanto los dedos cubiertos con su esencia y los llevo a mi boca,
chupándolos—. Porque tendría que matar a cualquiera que te viera —agrego,
mi otra mano todavía en su cuello mientras masajeo suavemente su carne—.
Les sacaría los ojos y convertiría sus cerebros en papilla —digo con voz
áspera, la violencia hirviendo a fuego lento dentro de mí al pensar en otro
mirándola.
—¿Les harías una lobotomía? —sondea, divertida.
—Obliteraría todos los órganos sensoriales —continúo, y noto que se está
equivocando con mi descripción—. Haría que no quedara nada de ellos. ¿Es
eso lo que quieres, chica del infierno? ¿Quieres que los desarme miembro por
miembro mientras miras? Te gustaría eso, ¿no? Mirar el río de sangre que
fluye de sus venas… —Me interrumpo, sintiendo la forma en que su pulso se
acelera—. ¿Crees que no me he dado cuenta de que la sangre te enciende? —
Ella jadea suavemente, levantando esos bonitos ojos suyos para mirarme, tan
ligeros y grandes y que me jodan si la forma en que me mira no me desarma.
—¿Qué es lo que te excita tanto? ¿Es el color? ¿Ese rojo intenso que
hipnotiza y atormenta los sentidos? ¿O es la consistencia? ¿Esa sensación
pegajosa que te recuerda mi semen en todo tu pequeño y apretado cuerpo?
Su cuerpo comienza a temblar, mis palabras la afectan al igual que mi
toque. Sus mejillas están sonrojadas, sus pupilas tan jodidamente grandes
como si se hubiera ahogado en belladona.
—O espera. —Me río suavemente, moviendo mi boca sobre su mejilla
hasta llegar a su oído, mordisqueando el pequeño lóbulo—. Creo que es la
vista de la vida dejando un cuerpo que te tiene tan caliente y molesta. El
hecho de que el rojo es la esencia misma de la vida, y cuando fluye… —Hago
una pausa cuando escucho su respiración—. Obtienes control sobre la muerte.
Su boca se abre, y el comienzo de un gemido escapa de sus labios antes de
tragarlo entero con mi boca, sintiendo su placer como el mío. Esa mera acción
hace que me corra en el acto, mi polla se sacude en mis jeans, chorros de
semen manchan el interior de mis pantalones.
Minutos más tarde, recupera el control de su cuerpo, y cuando me mira, sé
que puede sentir lo jodidamente duro que me vine solo por complacerla.
Las comisuras de su boca se levantan en una sonrisa traviesa.
—Eres peligroso —susurra, bajando la mano por mi pecho—, pero tal vez
yo sea más peligrosa —dice mientras desliza su mano debajo de la cintura de
mis pantalones, tomándome y dándome un rápido golpe, su mano recogiendo
todo mi semen mientras se lo lleva a la boca. Ella me provoca con su lengua
mientras lame mi semilla de sus dedos, mientras me da esa mirada inocente
suya.
—Eso es todo, Sisi. Tenemos que volver —exhalo, apenas capaz de
contenerme—. Ahora.
Parpadeó dos veces cuando se dio cuenta de la urgencia de mis palabras y
por una vez empezó a comportarse, probablemente sabiendo que si me
presionaba, me la follaría aquí mismo, y luego tendría que matar a cualquier
transeúnte desafortunado.
Silenciosamente cargamos al sacerdote en la parte trasera de mi auto y
luego regresamos al complejo, finalizando los planes.
Fiel a su palabra, Sisi había diseñado un tablero de conexiones para todas
las personas sobre las que habíamos podido encontrar información, con
algunas personas que aún tenían signos de interrogación, como DeVille y
Guerra.
También hay un signo de interrogación entre Meester y Miles, pero sus
otras conexiones, con mi padre y mi hermano, se están volviendo más claras.
Vestida con un par de pantalones anchos y una camisa ajustada, está parada
frente al panel, su pulgar acariciando su mandíbula mientras considera la
información.
—Hay algo que no me cuadra. —Se vuelve hacia mí, frunciendo el ceño.
Le hago un gesto con la cabeza para que continúe, tomo una silla y espero a
que hable.
—Mira aquí —señala a todos los sindicatos rusos que se ha confirmado que
están involucrados con Miles. Los mismos que buscan mi sangre ahora—.
Algunas de estas son organizaciones muy pequeñas —señala, tomando un
archivo y revisando cada organización en parte—. Vasiliev tiene tal vez
cincuenta personas en total, Semenov tiene incluso menos. Tú y Yelchin
tienen la mayoría debajo de ti, pero incluso eso no es ideal.
—¿Estás criticando mi organización, chica del infierno? —Arrastro las
palabras, pero ella solo pone los ojos en blanco.
—Con estos números, ¿por qué estarían invirtiendo en un experimento de
súper soldado? ¿Qué hay para ellos? ¿Y un experimento que tampoco tiene
datos confiables?
Mis labios se curvan y no puedo evitar mirarla con asombro.
—Tendrías razón. —Me levanto de la silla y me dirijo a su tablero, sin
dejar de mirarla mientras me explica su razonamiento.
—Al principio, pensé que tal vez querrían a estos súper soldados para su
propia organización, y ciertamente, quién no querría a alguien que no sienta
dolor. —Inclina la cabeza hacia mí—. No tiene miedo y es prácticamente una
máquina de guerra. Pero esta es una cantidad exorbitante de dinero que ha
estado fluyendo desde y hacia sus cuentas. —Me pasa los papeles.
Ni siquiera tengo que mirar para saber de qué está hablando ya que ya los
tengo memorizados.
—Entonces pensé que tal vez estaban buscando venderlos, ya que serían un
producto de moda para cualquier ejército privado o nacional —continúa y mis
labios se tuercen, el orgullo hinchándose en mi pecho cuando veo a dónde se
dirige.
Ella es mi pareja. En absolutamente todos los sentidos.
—Pero ¿por qué arriesgarían tanto dinero en algo que no se parece ni
remotamente a un producto terminado? —pregunta con tono serio.
—¿Estás diciendo que soy un producto inacabado, chica del infierno? —
respondo de vuelta, disfrutando la forma en que se pone nerviosa.
—¡Vlad! —exclama, furiosa conmigo.
—Adelante, adelante. —Levanto mis manos para tranquilizarla.
—Lo que trato de decir —respira hondo y se vuelve hacia la pizarra—, es
que no creo que el Proyecto Humanitas sea el lugar donde están canalizando
el dinero hacia adentro o hacia afuera —explica—. Tal vez algo de eso
termine ahí, ya que Miles es claramente un fanático, pero ¿cuánta gente crees
que compraría la mierda del súper soldado? Mi padre ciertamente no lo hizo
y, según todos los informes, le habría encantado la perspectiva de tener
máquinas de matar a su entera disposición.
—Cierto —respondo, mis ojos brillan de emoción—. Entonces, ¿de dónde
crees que viene el flujo de efectivo?
Ella frunce los labios, juntando las cejas.
—Algún tipo de tráfico humano. Pero debe ser a una escala insana.
Piénsalo. Faltan niños. Faltan personas sin la mutación. Debe haber algún tipo
de red clandestina y todos están involucrados. La pregunta es, sin embargo,
¿qué podría ser tan importante que todas estas personas estuvieran tan
interesadas en invertir? Está claro que todo se relaciona con Miles de alguna
manera, pero además de sus planes extraños, bastante personales, sobre los
súper soldados, no hay otra información sobre lo que podría estar haciendo.
—Tienes razón —concuerdo, mi voz llena de orgullo—. Creo que una vez
que Miles se dio cuenta de que no podía obtener la inversión que necesitaba
para su proyecto, recurrió a otra cosa para atraer a la gente. Al mismo tiempo,
canalizó parte de ese dinero en su propia investigación. Estás acertada que no
todo el mundo creería en la mierda de súper soldado que tenía, aunque los
resultados parecen atractivos. Sin embargo, la investigación no es lo
suficientemente confiable como para que él pueda llevarla a las personas más
escépticas —agrego, llegando a pararme junto a ella frente al tablero.
>>Y creo que ahí es donde entra en juego Meester —señalo su foto en la
parte superior del tablero, trazando su conexión con Miles con mis dedos—.
Desde que mi padre lo tomó bajo su protección, ha estado exaltando las
virtudes del tráfico de personas como fuente de dinero rápido. En ese
momento, mi padre tenía su propio negocio bastante rentable con las drogas,
y no era un hombre propenso para cambiar lo que ya estaba funcionando para
él.
—Así que Meester comenzó lo suyo.
—Sí. Viste la situación en Papillion. Hay una demanda para todo.
Simplemente no hay suficientes personas que puedan cumplir con estas
demandas. Animales, humanos, rarezas, cada uno de ellos es valioso para el
comprador correcto. Y Meester ciertamente aprovechó eso.
—Y las peleas —señala.
—Sí. Su negocio principal son las peleas. Compra esclavos de todo el
mundo y los entrena para ser la siguiente mejor opción.
—¿Crees que podría ser eso? ¿Peleas ilegales? ¿Pero no se beneficiaría eso
de luchadores fuertes y genéticamente superiores?
—También pensé en eso, y logré extraer algunos datos de sus peleas
pasadas. Pero debido a que todo es tan clandestino, no pude encontrar mucho.
La información que tengo apunta hacia peleadores regulares. Entonces, si él
tiene algunos de esos súper soldados que Miles podría haber creado, aún no
los ha mostrado al público.
—Entonces no pueden ser peleas ilegales en las que todo el mundo está tan
interesado, ¿verdad?
Niego con la cabeza.
—No. Es demasiado específico e impredecible para que tanta gente se
involucre en esto. También he hablado con Enzo, ya que muchas de las cosas
que suceden en esa esfera están vinculadas a su nombre. Ha estado
investigando y me prometió enviarme un archivo actualizado con
compradores y proveedores.
—¿Crees que Jiménez podría haber estado involucrado en esto? —
pregunta, frunciendo el ceño.
Le había dado un resumen completo de los negocios de Enzo y todo lo que
había sucedido en los últimos años cuando Enzo había llegado a un acuerdo
con Jiménez para vender a su familia. Pero con la muerte prematura de
Jiménez se había convertido en el único albacea de la mitad de su fortuna.
Y dado que Jiménez era un traficante sexual conocido en la región, podría
tener sentido que estuviera involucrado en esta mierda.
Excepto que no lo está.
Debería saberlo ya que he estado escuchando todas las conversaciones de
Enzo durante la mayor parte del año, lo que me da una buena idea de lo que
dejó Jiménez y cómo Enzo ha estado usando esos recursos.
—No —respondo sin dudarlo—. Se podría decir que estoy íntimamente
familiarizado con el funcionamiento del imperio de Jiménez ya que él fue el
primero en el que traté de infiltrarme en mi búsqueda de Katya. Conozco casi
todas las facetas de su negocio y puedo asegurarles que no podría haber sido
involucrado. Principalmente porque no pudo ingresar a Nueva York hasta
hace muy poco. Esto —señalo hacia la junta de conexiones—, es mucho más
antiguo y probablemente se remonta a más de una década.
—Ya veo —asiente, digiriendo la información.
—Pero ahora, cuando incluyes a Sacre Coeur en la ecuación, creo que es
algo un poco diferente —agrego, entrecerrando los ojos.
Tengo una corazonada de lo que podría ser, pero me reservaré el juicio para
después de que obtengamos la información de la Madre Superiora.
—Definitivamente es algo valioso si tanta gente está dispuesta a apostarlo
todo.
—Descubrimos qué es eso y encontramos a Miles. Porque una operación de
esta magnitud seguramente necesitará mucho espacio para administrar ese
flujo de personas. Y, definitivamente, estamos hablando de muchos
funcionarios corruptos que permiten que esto suceda.
—Dios mío, pero eso significa niveles y niveles de corrupción —agrega
horrorizada.
—Sí. Y sabiendo lo peligroso que va a ser ir tan profundo, habría dejado de
hacerlo de inmediato por tu seguridad. Pero ya nos están apuntando, así que
necesito asegurarme de que sean borrados de la faz de esta tierra. Solo
entonces estaré en paz —digo, resuelto en mi decisión de poner fin a esto para
siempre.
Mientras alguien tenga como objetivo lastimar a mi Sisi, es como si
estuviera muerto.
—Vlad. —Se vuelve hacia mí—. Sabes que nunca te dejaría hacer eso.
Incluso si fuera por mi seguridad. Necesitas encontrar a tu hermana, y aún
más, debes averiguar qué le pasó a Vanya. De lo contrario nunca podrás
superar esto.
Levanta la mano y la coloca en mi mejilla.
—Has visto cómo desbloquear algunos de tus recuerdos te ha ayudado.
Creo que una vez que sepas con certeza lo que les sucedió a ustedes dos,
podrás seguir adelante. Y tal vez tus episodios también desaparezcan, esta vez
para siempre —dice suavemente, su cálida mirada llena de amor.
—Tienes razón —respiro hondo—. Y necesito mejorar. Por ti —empiezo,
apoyándome en su toque—, y por la familia que tendremos en el futuro. Sé
que no sería capaz de confiar en mí mismo… —Me interrumpo y ella sabe
exactamente lo que quiero decir mientras su boca se dibuja en una sonrisa
triste.
—Eres suficiente para mí, Vlad. Solo quiero que seas mejor para ti.
—Puede que ahora sea suficiente. —Paso un dedo por su rostro, colocando
un mechón detrás de su oreja—. Pero no seré suficiente para siempre —le
digo con sinceridad.
Lo supe desde que vi lo afectada que había estado por el aborto espontáneo.
Es tan amable y está tan llena de amor que cualquier niño sería afortunado de
tenerla.
—Con el tiempo vas a querer tener hijos, Sisi, y yo necesito ser lo
suficientemente normal para poder dártelos.
—Vlad…
—No. —Coloco mi dedo sobre sus labios—. No me mientas y no te
mientas a ti misma, Sisi. Sé que algún día querrás una familia. Y yo también
quiero eso, porque sé lo buena madre que serás. Pero hasta que llegue ese
momento, haré todo lo posible para trabajar en mí mismo para no ser un
peligro para ti o para nuestros hijos.
—Dios, Vlad —susurra, con los ojos brillantes por las lágrimas—. ¿Por qué
eres tan perfecto? —suspira profundamente.
—No lo soy. Pero pretendo serlo. Para ti. —Me inclino para besar su frente.
—Tenemos que centrarnos en su oficina y su vivienda —le digo después
de ver detenidamente algunas de las imágenes de Sacre Coeur, tomando
algunas notas sobre los patrones de la Madre Superiora.
—Ella es el tipo de persona que mantendría todo en papel —señala Sisi
mientras se vuelve a poner el hábito.
A diferencia de las monjas que tomaron sus votos, su hábito no es negro,
sino azul claro.
—No puedo creer que tenga que usar esto otra vez —murmura en voz baja
mientras se mete el cabello en la capucha—. ¿Y bien? —Se vuelve hacia mí,
levantando una ceja.
—¿Qué quieres que te diga? Para mí te verías sexy vestida con cualquier
cosa.
—Esto —resopla, tomando un espejo de mano y examinando su marca de
nacimiento—. Es por eso que odiaba estos tocados. Esto siempre es tan
visible. —Suelta un suspiro decepcionado.
—Sisi. —En dos pasos estoy detrás de ella, girándola para mirarme y
haciendo que suelte el espejo—. Esto —paso mi mano por su marca roja—,
solo te hace más única. Le da carácter a tu belleza.
Me inclino para besar el lugar justo encima de su ceja.
—La suma de tus imperfecciones es lo que te hace perfecta para mí, Sisi.
—Ahí vas de nuevo con tus dulces palabras —murmura, sonrojándose hasta
la raíz de sus cabellos.
—No vuelvas a bajar la cabeza. —Le levanto la barbilla para que pueda
mirarme a los ojos—. Te lo dije, chica. De ahora en adelante, todos se
inclinarán ante ti, no te menospreciarán.
Ella asiente hacia mí.
—Tienes razón. Debería dejar de avergonzarme de esto. —Se toca la marca
de nacimiento con el dedo—. Es parte de lo que me hace ser yo —dice y no
podría estar más orgulloso de ella.
—Sí, me alegro de que estemos en la misma página —me río entre dientes,
dándole un rápido beso en los labios—. Ahora termina de vestirte para que
podamos irnos.
—Terminé —dice, evaluándome con los ojos—. Sin embargo, no puedo
decir lo mismo de ti, Sr. Sacerdote Ardiente. —Señala mi cuello.
Me había vestido completamente de negro, con una sotana católica clásica,
pero aún no me había puesto el alzacuellos.
Tomando la pieza blanca de la mesa, la coloca alrededor de mi cuello,
asegurándose de que esté en su lugar y cubriendo mi tatuaje.
—Ahora, si fueras mi sacerdote —comienza descaradamente, moviendo
sugerentemente sus manos por todo mi pecho—, sé que sería un elemento
permanente para la hora de la confesión.
—En serio —digo arrastrando las palabras—. ¿Y cuál sería tu confesión,
chica del infierno? —pregunto, curioso por ver qué dice.
Sus labios se curvan hacia arriba en una sonrisa felina, sus pestañas
revolotean de esa manera enloquecedora suya.
—Pediría perdón… —se calla, de repente imitando a una tímida colegiala
mientras me mira tímidamente—. Por jugar con mi coño mientras pienso en ti
—susurra, dos puntos rojos tiñendo sus mejillas.
¡Mierda!
—¡Maldita sea, Sisi! No puedes decir cosas así y asumir que no voy a pasar
todo el tiempo pensando en ti en ese maldito confesionario, jugando contigo
misma mientras te escucho gemir tus pecados —gimo, cerrando los ojos y
deseando que mi cuerpo se comporte.
Tenemos un plan. Un plan cuidadosamente diseñado que no tiene lugar
para ningún error. O para una cita ilícita en el confesionario, o yo
follándomela sobre la mesa del altar, porque, maldita sea, eso no es todo en lo
que puedo pensar ahora, la imagen de ella desnuda ante mí, rodeada de
objetos sagrados cuando en realidad es la más sagrada de todos ellos…
—Mierda, Sisi. Me estás matando aquí, chica del infierno —murmuro
mientras me agacho para ajustar mi polla.
—Bueno, ¿no vienes? —Abro los ojos para verla ya en la puerta, con una
sonrisa de satisfacción en su rostro.
—Eres una maldita provocadora de pollas, ¿no? —grito mientras envaino
mis cuchillos antes de seguirla.
Su suave risa es la única respuesta que obtengo mientras trato de volver a la
zona.
Soy un hombre simple. Solo tengo dos configuraciones predeterminadas:
matar y Sisi. Y cuando este último esté activado, puedes apostar a que seré
inútil para otra cosa que no sea ella.
El viaje a la iglesia nos lleva más de una hora, tiempo en el que repasamos
el plan una vez más. Como Sisi conoce todos los rincones de Sacre Coeur, no
nos vamos a ciegas. Aunque hice mi tarea estudiando las imágenes de
seguridad, solo hay unas pocas cámaras de seguridad dirigidas a los claustros
y las viviendas de las monjas. Así que confiaré en su conocimiento para eso.
Tan pronto como estamos en algún lugar cerca del convento, estaciono el
auto, haciendo una última revisión.
Sisi tiene toda una artillería atada a su cuerpo debajo de su hábito, al igual
que yo. Queríamos ser lo más minuciosos posible, y dado que Sacre Coeur ha
estado involucrado en tratos turbios durante años, no deberíamos subestimar
el lugar.
—Revisa tu comunicador —le digo mientras sale del auto.
El plan es que ella entre primero, fingiendo que regresa al convento después
de una visita prolongada con su familia, y pronto me reuniré con ella después
de pasar por el proceso de validación en las puertas.
Se lleva la mano a la oreja, hace clic en el dispositivo y me pide que diga
algo.
—Funciona —confirma.
—Bien. Dame una señal cuando estés adentro —le digo, casi acostumbrado
a verla irse sola.
—Nos vemos en un rato. —Me da un beso rápido antes de irse.
Mientras espero, escucho atentamente todo lo que sucede a su alrededor, mi
sed de sangre solo aumenta cuando escucho algunos elogios de los guardias
sobre ella.
—No les hagas caso —susurra mientras pasa por el punto de control de
seguridad—. Probablemente escucharon los rumores sobre mí —dice como si
no fuera gran cosa que la llamaran foránea.
Aprieto mi puño, mi rabia aumenta cuando me doy cuenta de que esto es
solo un poco de lo que ha tenido que soportar a lo largo de los años.
Y ah, pero definitivamente desearán haber mantenido la boca cerrada hoy.
Especialmente después de que termine con ellos.
—Estoy cerca del gráfico —le dice al comunicador—, deberías acercarte en
aproximadamente cinco.
A su señal, salgo del auto, una vez más comprobando dos veces que todas
mis armas están en su lugar. Como soy una nueva incorporación al convento,
definitivamente me harán pasar por el detector de metales. Así que tuve que
ser un poco inteligente y armarme con cuchillos de obsidiana. También había
apilado piezas impresas en 3D de un arma en mi capa, listas para
ensamblarlas en caso de necesidad.
Considerándolo todo, debería poder pasar cualquier control de seguridad.
Al cruzar las puertas, me encuentro con dos guardias que me miran de
arriba abajo y me tratan de inmediato diez veces mejor que a Sisi.
Probablemente porque soy un hombre.
Malditos bastardos, examino sus rostros cuidadosamente mientras siguen
todo el protocolo conmigo, asegurándome de que sabré a quién matar más
adelante.
Hay algunos papeles por firmar, pero pronto estoy examinado y listo para
empezar.
—¿Dónde estás? —le pregunto a Sisi cuando los supero.
Habían sido inusualmente laxos conmigo, ni siquiera se molestaron en
hacerme pasar por el detector de metales.
—Cerca de la capilla —responde ella.
—Bien, te veré allí.
Ni siquiera puedo terminar mis palabras cuando escucho que alguien se
dirige a Sisi.
—Oh, mira quién está aquí —dice una chica—. Assisi —pronuncia su
nombre con desdén mientras continúa insultando a mi esposa—. Qué pasó, se
dieron cuenta de lo perdedora que eras y te devolvieron —continúa, riéndose
de ella.
—Probablemente tuvieron demasiada mala suerte y decidieron deshacerse
de ella —se suma otra, y ambas parecen reírse de Sisi.
Mi Sisi.
Mis pies me llevan rápidamente en esa dirección, mi visión se agudiza
porque solo veo una cosa: la muerte.
—Auch. —Mis ojos se abren cuando escucho una voz gritar de dolor—.
Basta —continúa, y en ese momento doy la vuelta en la esquina, teniendo una
vista perfecta de la capilla.
Una sonrisa tira de mis labios mientras me quedo quieto, cruzando los
brazos sobre mi pecho y mirando con orgullo cómo mi chica se ocupa de esas
chicas.
Sisi está de pie junto a las dos chicas, sujetando a una con un
estrangulamiento, mientras que la otra está en el suelo, con la cara pegada al
pavimento mientras Sisi le empuja el pie en la mejilla.
—Por favor —una sigue pidiendo clemencia.
—¿En serio? ¿Qué hiciste cuando dije por favor? —Sisi pregunta, su voz
inflexible—. Mira, esto es lo que sucede cuando dices por favor. —Sonríe
antes de girar a la otra monja, empujándola contra el suelo, golpeando su
cabeza contra el pavimento.
Solo hay jadeos de dolor ya que ni siquiera puede ponerse de pie, sus
manos tiemblan en un pobre intento de moverse.
—¿Quieres decir por favor también? —Sisi le pregunta a la otra monja,
agachándose para mirarla.
Ella no responde, o no puede responder porque el pie de Sisi todavía la
sujeta. Sin embargo, justo cuando creo que podría dejarlas ir, da un paso más
y levanta el pie, aprovechando el impulso para estrellarlo contra la cara de la
chica.
Hay un pequeño sonido a través del comunicador ya que estoy
completamente seguro de que se ha roto el arco de la frente.
—Sisi, ven aquí —le digo, por un lado, extremadamente orgulloso de ella,
por el otro preocupado de que esto pueda atraer una atención no deseada
hacia nosotros, lo cual me parece bien, pero solo después de que hayamos
asegurado lo que estamos buscando.
Levanta la cara y me ve a lo lejos. Sus labios se curvan y comienza a correr
hacia mí, una expresión despreocupada en su rostro que me hace quedarme
quieto, mirándola a ella y su magnífica belleza.
Fóllame.
Estoy bastante seguro de que tengo la boca abierta porque solo puedo verla
correr hacia mí, su jodida sonrisa me ciega.
—¿Viste? —me pregunta emocionada, pero sin aliento—. Les devolví lo
que se merecían —continúa, con puro deleite en su voz.
—Estoy orgulloso de ti, chica del infierno —la elogio, acariciando
suavemente su cabeza.
De alguna manera, su hábito la hace parecer aún más pequeña y delicada, la
parte superior de su cabeza apenas llega a la mitad de mi pecho. Me había
acostumbrado tanto a tenerla a mi alrededor todo el tiempo que incluso
nuestras diferencias de tamaño se habían convertido en un punto discutible.
Aunque es pequeña en comparación conmigo, su personalidad es una fuerza a
tener en cuenta, lo que me hace olvidar por completo que estoy tratando con
un humano del tamaño de un bocado.
Ella es mi Sisi.
Estoy haciendo todo lo posible para mantener una distancia cómoda en caso
de que alguien nos vea. Aun así, la vista de su sonrisa alegre mientras me dice
con entusiasmo cómo ha querido hacer eso durante mucho tiempo solo hace
que mi corazón lata más rápido.
—Nunca había recurrido a la violencia —suspira—. Principalmente porque
tenían fuerza en número y sabía que podría haberlas lastimado una vez, pero
la próxima vez se asegurarían de pagarme con creces. Pero ahora… —Mira
hacia arriba, sus labios se abren en una sonrisa tan deslumbrante, me está
costando mucho no pedirle que me deje pintarla e inmortalizarla para
siempre—. Eso se sintió tan bien —exclama, saltando arriba y abajo en un
baile feliz.
—Chica del infierno. —Me detengo de repente, y ella se vuelve hacia mí,
inclinando la cabeza y luciendo preocupada.
—Esto —le digo mientras coloco dos dedos en las comisuras de su boca,
tirando de ellos hacia abajo en una posición neutral—. Voy a tener
dificultades para concentrarme si sigues sonriendo, así que, por favor, espera
hasta que terminemos —le instruyo, mi tono serio.
Ella comienza a reírse de mí antes de sacudirse, una repentina expresión
seria en su rostro mientras asiente.
—Entendido —responde ella, aunque sus labios están temblando con una
risa no liberada.
El descaro.
Capítulo 32
Assisi
Vlad no puede evitar su sonrisa astuta cada vez que me mira, y a pesar de
todas sus protestas y de que yo no debería tentarlo más, seguro que hace un
buen trabajo para provocar esa respuesta en mí.
Mientras nos dirigimos a los edificios administrativos, me doy cuenta de
que el convento está más silencioso de lo que estoy acostumbrada. Sobre
todo, porque aún no es el toque de queda.
Hubo una reunión no tan bienvenida con Sofía y Carlotta, quienes
simplemente tuvieron que escupirme su veneno. Pero por primera vez les
había dado su merecido, aunque fuera una imprudencia de mi parte hacerlo.
Pero cuando me dijeron que traía mala suerte, estallé. Los años en los que
me han llamado así a la cara me han hecho olvidar todo menos la venganza.
Sinceramente, esperaba que Vlad me reprendiera un poco por haberme
salido del plan, pero en lugar de eso se limitó a decir que estaba orgulloso de
mí, con una expresión de apoyo tan grande que casi me derrito en el acto.
Aun así, no puedo volver a desviarme del plan hasta que terminemos con
la Madre Superiora.
Y así, cuando entramos en el edificio que alberga su despacho, las
habilidades de Vlad para forzar cerraduras tienen la oportunidad de brillar.
—Y esa es otra habilidad que añadir a tu arsenal —apunto, divertida.
—Ya verás, chica del infierno. Hay pocas cosas en las que no soy bueno.
—Me guiña un ojo, y la puerta se abre con un mínimo empujón.
—Presumido —murmuro justo cuando me hace un gesto para que entre,
diciendo “las damas primero”.
El despacho es muy sencillo, con un escritorio, una silla y unos cuantos
cajones.
—Según lo que he observado, sólo viene a la oficina los martes y jueves,
así que tenemos mucho tiempo para buscar sin miedo a que aparezca —dice
mientras abre un cajón, sacando los archivos.
Empezamos a clasificar todo lo que hay en el despacho, pero la mayoría
de los documentos son papeles administrativos de Sacre Coeur o de alguno de
los orfanatos.
—Esto es sobre todo donaciones. —Suspiro mientras termino con un
cajón.
—Tampoco hay nada de mi parte —comenta mientras revuelve los
papeles, sus ojos buscan rápidamente palabras clave.
A veces olvido que estoy tratando con alguien que no es del todo humano.
En el tiempo que me ha llevado revisar una pila, él ha revisado tres.
—Puede que tengamos que revisar su habitación —añado, decepcionada.
Esperaba que encontráramos todo lo que buscábamos en su despacho para no
demorarnos más de lo necesario.
—Todavía no —dice Vlad, con los ojos todavía puestos en los papeles.
Cuando termina de leerlos, los deja caer sobre el escritorio con un ruido
sordo, luciendo molesto.
—Dijiste que ella solo guardaba registros físicos —empieza, su pulgar
acariciando su mandíbula.
Asiento con la cabeza.
—Era bastante conocida por su aversión a la tecnología. Incluso
intentaron añadir más dispositivos a la iglesia y a otros lugares del convento
para facilitarnos las cosas. Pero ella no quiso. Fue un gran escándalo hace un
par de años. Ella seguía diciendo que la tecnología es obra del diablo y que no
tiene lugar en la casa de Dios. A menos que sea más hipócrita de lo que yo
creía, no creo que tenga ninguna tecnología.
—Puede que tengas razón. —Rodea el escritorio, retirando la silla e
inspeccionando la pared—. ¿Ves? No hay cables para ethernet, ni siquiera un
enchufe. En ese sentido, ¿quién no usa al menos una lámpara? —Sacude la
cabeza, con una sonrisa en los labios—. A menos de que esté leyendo todos
estos documentos a la luz de las velas —bromea.
Pero justo al girar la cabeza veo un candelabro vacío y se lo enseño.
—A la luz de las velas —le digo y él se ríe.
—¿Por qué alguien a quien claramente no le interesan los productos
básicos de la vida moderna se dedica a la trata de personas? ¿Qué hace con el
dinero? —Frunce los labios y sigue mirando a su alrededor.
—Deberíamos ir a su habitación, ya que no hay nada aquí. —Desempolvo
mi hábito mientras me pongo de pie, guardando todo en los cajones para que
no parezca que alguien ha estado aquí.
—No, todavía no —murmura Vlad, dando unos pasos atrás y estudiando
las paredes.
Aunque el convento es antiguo, los edificios administrativos se
construyeron más recientemente, en algún momento de finales del siglo XX,
así que todo lo que hay alrededor es puro cemento.
—Si ella no confía en las computadoras para mantener sus cosas a salvo
—Estrecha los ojos mientras estudia la pared detrás del escritorio—, entonces
debe confiar en algo, ¿no?
Su mirada perspicaz recorre lentamente cada centímetro de cemento.
Frunzo el ceño cuando llego a su lado, intentando ver lo que está mirando,
pero sin encontrar nada fuera de lo común. Sólo paredes lisas y blancas.
—¿Qué es? —le pregunto cuando da un paso adelante, centrándome
inmediatamente en un punto en particular: el que se esconde detrás de los
cajones.
Él no responde. En cambio, mueve los cajones hacia el centro de la
habitación, dirigiéndose de nuevo a la pared y golpeando ligeramente en el
cemento. Sigue haciéndolo, moviéndose unos centímetros hacia la derecha
cada vez.
Hasta que se detiene.
—Escucha eso —dice, con la oreja pegada a la pared. Cuando estoy a su
lado, vuelve a golpear, y mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de lo
que quiere decir.
—Está hueco.
Asiente con la cabeza, sus manos se mueven por la superficie de la pared
como si buscara algo. Cuando llega a algunos bultos en la mitad inferior de la
pared, aplana la palma de la mano contra ellos, empujándolos hacia adentro.
Unos cuantos intentos, y una trampilla construida dentro de la pared se
abre de golpe.
—Supongo que éste es su lugar de confianza. —Sonríe, claramente
satisfecho de sí mismo.
Al abrir la pared falsa, encontramos un espacio de almacenamiento muy
pequeño, todo lleno de cajas.
—Supongo que pasaremos bastante tiempo aquí —agrego secamente
mientras sacamos las cajas y las colocamos en el suelo—. O no... —Pongo los
ojos en blanco cuando lo veo dejando un par de archivos, que ya ha revisado.
—Soy un lector rápido. —Se encoge de hombros.
—No, eres un lector increíblemente rápido. ¿Qué es eso? —Tomo una
caja, saco unos cuantos papeles y empiezo a revisarlos.
—Puedo leer casi dos mil palabras por minuto —dice
despreocupadamente—, ayuda a filtrar mucha información.
—Vaya, por supuesto que te medirías a ti mismo —añado
juguetonamente—, buen golpe para tu ego.
Levanta los ojos, mirándome con extrañeza.
—Fue Miles quien nos hizo probar nuestra velocidad. Quería que
sobresaliéramos en todos los ámbitos. Y yo, por supuesto, era su alumno
estrella —bromea, y aunque intenta parecer divertido, me doy cuenta de que
no deja de afectarle ese recuerdo.
Quiero disculparme por sacar el tema, pero sé que no le gustaría. A Vlad
le gusta fingir que es invencible, especialmente cuando se trata de asuntos de
naturaleza más emocional, ya que no está acostumbrado a sus sentimientos.
Eso no significa que no sea humano, con reacciones perfectamente
humanas. Simplemente no sabe cómo manejarlos.
Continuamos revisando cada documento por partes hasta que Vlad por fin
encuentra algo interesante.
—¿Qué es eso? —le pregunto mientras saca una pila de carpetas del
fondo de la caja.
Frunce el ceño mientras las extiende.
—Expedientes médicos —dice, leyendo los nombres de las personas a las
que pertenecen.
—Conozco a esas personas —interpongo inmediatamente—. Todos son
del Sacre Coeur. Espera... ¿significa eso que también hay uno para mí? —Me
levanto, tomando rápidamente asiento a su lado.
—Veamos. —Revuelve entre ellos hasta que, seguramente, hay uno con
mi nombre.
Se lo quito de las manos, con demasiada curiosidad por ver lo que hay
dentro.
—Esto no tiene sentido —murmuro mientras reviso todos los resultados
del laboratorio. Vlad se inclina para leer, frunciendo las cejas mientras señala
algo.
—Sisi —empieza, y solo por su voz puedo decir que se trata de algo
malo—. Estas son todas las pruebas que hacen para la compatibilidad de
órganos.
—¿Qué quieres decir?
—Aquí —me quita la carpeta y señala una página—, esto es una
confirmación de compatibilidad para médula ósea. —Sigue escaneando la
información, pero me cuesta digerir lo que acaba de decir.
—Un trasplante de médula ósea. ¿Para mí? Pero no recuerdo haber estado
enferma —le digo.
—Según este expediente, tenías tres años y siete meses cuando ocurrió
esto. Y no estabas enferma —dice con mala cara, y hay un matiz de violencia
en sus palabras—, tú fuiste la que dio la médula. Maldición, Sisi... —maldice
en voz baja, volviendo rápidamente a los otros expedientes.
—Esto. Todo esto —dice, abriendo cada archivo y mirando los numerosos
resultados del laboratorio—, todos estos son resultados de compatibilidad.
Maldita sea. —Cierra los ojos, con los puños cerrados.
—Vlad, más despacio. —Le toco el brazo, con una pizca de pánico
creciendo dentro de mí—. ¿Qué está pasando?
—Trasplantes ilegales de órganos. Esa era la pieza que faltaba. Por eso
todo el mundo estaría tan dispuesto a involucrarse, y por eso hay tantos
niveles de corrupción. Porque qué no daría la gente por un nuevo riñón, o un
nuevo pulmón, cuando por los canales oficiales esperas años por un nuevo
órgano que quizá nunca llegue.
—Vlad. —Respiro profundamente, demasiado abrumada por esto—.
¿Estás diciendo que me quitaron médula ósea para vendérsela a alguien? ¿Así
de fácil?
Asiente con un gesto esquivo, los papeles en su mano crujen bajo la
presión de su agarre.
—Maldición, Sisi. Lo siento mucho —dice, pero no puedo oír nada más.
Cierro los ojos, recordando vagamente las visitas al hospital en las que
todos los niños habían recibido caramelos después de alguna intervención.
Me esfuerzo por recordar lo que había pasado, pero no se me ocurre nada.
—¿Quién más? ¿Quién más ha donado? —Me tiembla ligeramente la voz
mientras me vuelvo hacia Vlad, arrebatándole las carpetas del regazo—. ¿Qué
han donado?
Pero a medida que revisamos todos y cada uno de los expedientes, lo que
descubrimos es espeluznante. Hay casos en los que todos los órganos han sido
extraídos de niños.
¡Niños!
Y cuanto más profundizamos en las otras cajas, encontramos más
nombres de los otros orfanatos.
—Es un anillo entero —susurro—. Y han estado haciendo esto durante
décadas. Décadas, Vlad. ¿Y nadie lo ha descubierto?
—Pero eso es justo lo que pasa, chica del infierno. Todo el mundo lo
sabía. Sólo protegían sus propios intereses porque sabían que, en algún
momento, también necesitarían estos servicios.
—Así que esto es lo que Miles aprovechó para conseguir financiación
para su proyecto. Él establecería las instalaciones para los trasplantes, y
proporcionaría el personal médico, ¿verdad?
—Sí. Exactamente. Y eso significa que la Madre Superiora debe saber
dónde está su cuartel general, ya que apuesto a que realiza todos sus
procedimientos en el mismo lugar.
—Yo también quiero saberlo —susurro, con los ojos puestos en él—.
Quiero saber quién me quitó eso. Quiero saber quién pagó por mi médula
ósea. Diablos, Vlad, yo... —Me quedo sin palabras, con la garganta atascada
por la emoción al darme cuenta de lo mucho que me ha explotado este lugar.
A mí y a todos estos niños.
—Sisi. —Me agarra por la nuca y acerca mi frente a la suya. Cerrando los
ojos, me abraza, con su aliento en mis labios, su calor en mi piel—. Lo
averiguaremos. Te lo prometo. Y mataré a todos los que hayan tocado un
cabello de tu cuerpo, ¿me entiendes?
Sus manos se mueven lentamente para acariciar mis mejillas, instándome
a mirarle a los ojos.
—¿Me entiendes, Sisi? Mataré a todos los que quieras. Sólo tienes que
darme un nombre y ya está. Maldición. —Suelta una respiración
entrecortada—. Demonios, Sisi. No puedo... —Se inclina más cerca, besando
mi frente, mi nariz y finalmente mis labios—. Pensar en ti, pequeña e
indefensa en una puta cama de hospital mientras una enfermera improvisada
te clava una aguja en la columna me está matando. —Suspira
profundamente—. Me está matando, maldición.
—No lo recuerdo. Realmente no lo recuerdo. —Aprieto mi propia mano
en su mejilla—. Tal vez sea mejor así, pero todavía tengo que averiguarlo.
Yo... Esto no puede continuar, Vlad. Sé que el mundo es un lugar jodido, pero
estamos hablando de niños. Niños indefensos que no tienen a nadie que los
cuide. —Se me hace un nudo en la garganta, porque esto se siente demasiado
cerca de casa.
Yo fui uno de esos niños, después de todo.
—No pueden salirse con la suya —continúo, casi sofocada por esta
angustia, un profundo abismo se abre en mi corazón al darme cuenta de la
suerte que tuve de salir con vida.
Cuando otros no lo fueron.
—No lo harán —se apresura a decir—. No lo harán. Una palabra tuya,
chica del infierno, y aprieto el gatillo. Eso es todo. Sin preguntas. —Me
acaricia el pelo con suavidad, la emoción en sus rasgos casi refleja la mía.
Porque somos uno.
—Soy tu máquina de matar. Así que úsame. Mata a todos los que quieras.
Dices la palabra y sus cabezas caen. Es así de fácil —continúa, y puedo ver
que esta es la única manera en que sabe reconfortarme.
—Lo haremos. Juntos —digo, más decidida que nunca.
Cuando terminamos de filtrar todo, ya es de noche. Volvemos a poner
todo en su sitio y nos dirigimos hacia la sala de estar.
—¿Cómo vamos a hacerla hablar? —pregunto justo antes de entrar en el
edificio.
—Deja eso en mis manos, Sisi. Me aseguraré de que nos cuente todo
antes de matarla de la forma más dolorosa por todo lo que te ha hecho.
—No. —Me detengo, con mi mano en su brazo—. Déjame —Levanto mis
ojos hacia los suyos—. Quiero ser yo quien lo haga. Yo...
Pone su dedo en mis labios, sin dejarme continuar.
—Lo sé. Lo sé. —Aprieta los labios en una línea apretada—. Te ayudaré
en lo que necesites. Sabes que siempre te cubro la espalda —dice, sus dulces
palabras me calientan por dentro.
—Sé que el objetivo de todo esto era encontrar a Miles —le digo antes de
perder el valor—. Pero también siento que por fin estoy cerrando un capítulo
doloroso de mi vida. Los secretos del pasado están siendo revelados, y la
gente que hizo de mi vida un infierno va a ser castigada.
—Me alegro. —Me lleva la mano a la boca—. Mientras tú seas feliz, yo
soy feliz —dice y no puedo evitarlo, me estiri rápidamente para depositar un
beso en su mejilla.
—¡Hagamos esto!
Excepto que la Madre Superiora no está en su apartamento. La buscamos
por todas partes, pero no está dentro.
—Déjame revisar las cámaras rápidamente. —Vlad saca su teléfono,
accediendo a la transmisión y busca cualquier señal de ella.
—Ahí. —La encuentra en un cuadro, saliendo de sus aposentos a
medianoche. Accediendo a algunas de las otras cámaras, conseguimos
localizarla en algún lugar alrededor de la iglesia.
Vlad también hace uno de sus trucos y consigue desviar todas las
imágenes de seguridad, colocándolas en un bucle para que no haya rastro de
nosotros.
—Ella debe estar dentro de la iglesia —apunto cuando llegamos frente a
ella.
—Un poco tarde para rezar por sus pecados, ¿no crees? —murmura Vlad
secamente, la agresividad saliendo de su voz.
Ha estado así desde que encontramos mi expediente médico. Aunque no
lo ha dicho abiertamente, me doy cuenta de que le duele aún más que a mí, ya
que no recuerdo nada. Pero él sabe muy bien lo que se siente al ser cortado y
sondeado, así que no debe haber sido fácil escuchar que yo había estado en
una situación similar.
Desde el principio he podido notar el cambio en la atmósfera que lo rodea
cada vez que su estado de ánimo oscila, y la tensión se había vuelto cada vez
más insoportable al verlo apretar y aflojar los puños cuando creía que yo
estaba distraída.
A su manera, no quiere tocar el tema por temor a que pueda desencadenar
un recuerdo, así que sé que se está conteniendo mucho. Pero después de que
terminemos con la Madre Superiora, pretendo tener una conversación con él.
Deteniéndome frente a la iglesia, respiro profundamente, dispuesta a
enfrentarme a todos mis demonios del pasado. Asintiendo a Vlad, abro la
puerta de un empujón.
Está detrás de mí, y noto cómo sus ojos estudian cada centímetro de
nuestro entorno, así que sé que nada puede hacerme daño. Tenerlo a mi lado
me hace sentir realmente invencible, y por eso le dedico una última sonrisa
antes de educar mis facciones.
El momento de ajustar cuentas ha llegado.
Mientras caminamos por el pasillo, veo la forma acurrucada de la Madre
Superiora. Está de rodillas, con la cabeza agachada frente al altar y un largo
rosario colgando de sus manos. Su cabeza se vuelve hacia atrás en cuanto oye
el ruido detrás de ella, sus ojos tienen dificultades para discernir quién es el
que perturba su tiempo de intimidad.
—¿No sabes que es la hora del toque de queda? —me pregunta, su voz
me pone de los nervios al recordar de repente cada insulto y cada burla
pronunciados por esa misma voz.
No respondo y me adentro en la iglesia.
Mi propio caballero de brillante armadura me sigue, mezclándose con las
sombras mientras observa, dejándome hacer lo que tengo que hacer. Y su
confianza incondicional es lo único que me hace capaz de seguir adelante.
La única luz dentro de la iglesia proviene del altar, donde hay una docena
de velas encendidas en un pequeño círculo, el parpadeo de la luz se limita a
una pequeña zona.
Y no es hasta que estoy a pocos pasos de ella que la Madre Superiora se
da cuenta de quién soy, sus ojos se abren de par en par y su boca se queda
abierta por la sorpresa.
—Assisi —balbucea, nerviosa—. ¿Qué... qué haces aquí?
—Madre superiora —digo sombríamente, y un pensamiento perverso para
jugar con ella se cruza en mi mente—. He venido a darte tu cuota —continúo,
poniendo muy lentamente un pie delante del otro.
—¿Cómo es que estás aquí? No puedes estar aquí. —Se pone en pie,
mirándome confundida.
—¿No es aquí a donde todos vamos cuando estamos sin rumbo? ¿Al lugar
que conocemos mejor? ¿A casa? —La palabra casa arde en mis labios, y
saber que éste había sido de hecho mi hogar durante tanto tiempo hace poco
para apagar la necesidad de destrucción que se está gestando en mi interior.
—Qué... No sé de qué estás hablando —contesta inmediatamente, aunque
noto un ligero tic en su ojo mientras mira a su alrededor en busca de alguna
salida.
—¿Sabías lo que me hicieron? —pregunto, conteniendo una sonrisa
cuando ella estrecha los ojos hacia mí. A pesar de su aparente bravuconería,
puedo ver el ligero temblor de sus manos, las cuentas del rosario moviéndose
de un lado a otro y chocando entre sí—. ¿Cómo tomaron de mi cuerpo hasta
que no quedó nada? Y tú lo permitiste —entono, poniendo toda la fuerza en
mi voz y disfrutando del modo en que el sonido resuena en la iglesia. Levanto
el dedo y la señalo, y por fin recibo la reacción que estaba esperando de ella.
Sus rasgos se quedan en blanco, su máscara cae al darse cuenta de lo que
quiero decir.
—¿Qué...? —susurra, alejándose lentamente de mí—. Tú no eres real. —
Niega con la cabeza.
Bueno, bueno, pero creo que mi charla fantasmal parece estar
funcionando. Y entonces empujo, queriendo ver el miedo grabado en su cara.
—Es tu culpa —digo mientras doy un paso más hacia ella.
Ella sigue negando con la cabeza, cerrando los ojos y haciendo la señal de
la cruz sobre su cuerpo, sus labios murmurando una silenciosa oración.
—¿Tienes miedo ahora? ¿Asustada de enfrentar tus pecados? —Mi tono
es consistente en todo momento, y hago un esfuerzo consciente para no
delatarme estallando en un grito, exigiendo saber exactamente qué me hizo.
Y parece que funciona, ya que ella sigue retrocediendo hasta que tropieza
con los pequeños escalones del altar, cayendo de culo.
Sus ojos miran salvajemente a su alrededor en busca de una salida, su
mano empuja el rosario hacia mi cara como si pudiera protegerla de mí.
Me arrodillo frente a ella y se lo quito de las manos, arrojándolo al suelo.
—Tú —dice, con las cejas fruncidas y la mano extendida para tocarme el
brazo—, no estás muerta —continúa, con voz acusadora.
Y ahí está el problema. ¿Por qué cree que estoy muerta si no está metida
hasta las rodillas en todo este asunto?
—¿Y cómo sabrías si morí? —Inclino la cabeza hacia un lado, estudiando
sus reacciones.
—Tú... —balbucea, y sus manos vuelven a alcanzarme, probablemente
tratando de aplicar otro de los castigos que me infligía cuando era más joven.
Sólo hay un problema.
Ya no soy una niña.
Atrapo sus manos en el aire y la retuerzo hasta que mi brazo rodea su
cuello, restringiendo su flujo de aire.
—Creo que tenemos algunos problemas sin resolver, Madre Superiora —
le susurro al oído—. Y me gustaría que cooperara —continúo, cogiendo el
rosario del suelo y rodeando su garganta, con las cuentas clavándose en su
carne.
Una mirada hacia atrás y le hago un gesto a Vlad para que se acerque.
Se acerca despreocupadamente al altar, inmovilizando inmediatamente los
miembros de la Madre Superiora a la mesa.
—Y ese demonio —escupe la palabra cuando consigue ver claramente a
Vlad—. ¡Claro! No podía esperar otra cosa de ti, que te codees con el
demonio. Te lo dije, ¿no? —suelta una risa maníaca—, que acabarías
empapada de pecado. —Me mira con desprecio y, antes de que pueda
evitarlo, mi puño vuela hacia su cara, tirándola a un lado.
Con los ojos muy abiertos, me mira como si no pudiera creer que me haya
atrevido a hacer eso.
—Ah, pero yo elegiría a mi leal demonio antes que a tu dios gracioso en
cualquier momento del día. —Me inclino hacia delante—. Tú que condenas
los pecados, pero te bañas en ellos en privado. Tú… —mis fosas nasales se
encienden mientras mi ira aumenta—, ¿tienes el descaro de decirme que estoy
empapada de pecado? Como si cada centímetro de tu monstruosa carne —
agarro su mandíbula con las manos, sujetándola con fuerza para que no pueda
apartar la vista—, no se estuviera pudriendo mientras hablamos.
—¿Por qué estás aquí, Assisi? —pregunta, su mirada se encuentra
definitivamente con la mía—, ¿todavía tienes complejos por haber sido
abandonada? —Se ríe, pensando que sus palabras me van a herir.
Ah, pero ella tendrá una revelación diferente esta noche.
Me alejo de ella y simplemente me desabrocho el hábito, dejándolo caer
al suelo para revelar la artillería que hay debajo.
Llevo un traje de látex negro, completamente moldeado al cuerpo para
permitir la libertad de movimiento. En cada centímetro utilizable, hay un
cuchillo o una pistola atados a mi cuerpo.
Los ojos de la Madre Superiora se abren de par en par con horror al
contemplar mi aspecto, mientras Vlad se limita a silbar con admiración.
—Ve a por ello, chica del infierno. —Me guiña un ojo, y no puedo evitar
el rubor que sube por mis mejillas.
Ya me había costado mucho rechazar sus insinuaciones cuando nos
preparamos, pero ahora me caliento bajo su aguda mirada, y la idea de la
venganza y el sexo, en ese orden, me hace respirar con excitación.
—Sabemos lo de la red de tráfico —empiezo, tomando asiento frente a
ella y desenvainando una cuchilla—, lo que no entiendo es por qué te has
involucrado en esto.
Ella resopla y gira la cabeza para no mirarme. Moviendo la cuchilla en mi
mano, la acerco a su mejilla, dejando que la punta se amolde lentamente a su
carne, pero sin clavarse.
—¿Qué dices, vas a responder o voy a cortar?
Me mira y veo una pizca de miedo en sus ojos, incluso cuando finge ser
desafiante.
—Que así sea. —Me encojo de hombros, dejando que la hoja se deslice
hacia abajo hasta llegar al cuello de su hábito. El cuchillo está tan afilado que
no hace falta mucha presión para cortar el material, y sigo una línea recta
hasta que todo el corpiño queda abierto. Lleva una camisón debajo, así que
también lo corto, dejando al descubierto su carne desnuda.
Toda su piel está cubierta de piel de gallina por el frío, y una sonrisa se
dibuja en mis labios mientras continúo pasando la hoja por la superficie,
engañándola sobre el momento en que realmente la cortaré.
—Hmm, ¿qué pasa con Miles? ¿Cómo lo conoces? —Hago otra pregunta,
y un ligero temblor en su labio superior me avisa de que podría haber tocado
un punto sensible.
Vlad me observa como un halcón, su mirada atenta a todo lo que hago,
pero no interfiere. En todo caso, cada vez que miro hacia él me hace un gesto
de aprobación que me estimula aún más.
Y cuando veo que la comisura de su boca se curva, sé que también ha
notado su reacción.
—Ese demonio de ahí —hago un gesto hacia Vlad—, me ha enseñado
bastantes cosas —digo justo cuando empujo la hoja en la parte superior de su
pecho—, todas ellas incluyen cierto grado de dolor.
Ella empieza a gemir por lo bajo, el dolor se apodera de ella cuando uso la
punta de la cuchilla para cavar un pequeño agujero justo en la parte superior
de su pecho izquierdo.
Los gemidos se convierten en gritos cuando procedo a extraer un trozo
considerable de carne, quedando un hueco en su pecho. La hemorragia es
mínima, y el corte es muy eficaz.
—Mhm, diablos, chica, esas habilidades quirúrgicas. —Se lleva los dedos
a los labios en forma de beso, aprobando mi método.
—Intentémoslo de nuevo —digo, dándole un pequeño respiro al dolor, ya
que tengo grandes planes para ella. Todos los cuales incluirán algunas de las
cosas que he sufrido a lo largo de los años—. Háblame de Miles —repito.
Dirige su mirada maliciosa hacia mí, y por un momento dudo de que
coopere. Pero cuando su cuerpo empieza a temblar lentamente, por el miedo o
el dolor, sé que la tengo.
—Él coordina los trasplantes —murmura, casi ahogándose en sus
palabras—. Él proporciona las instalaciones y el personal médico —continúa
y yo levanto la vista para encontrar la mirada de Vlad.
Las palabras no se pronuncian. Es exactamente como lo habíamos
teorizado.
—¿Y quién se encarga de la parte financiera? —pregunto, notando el
pequeño gesto de aprobación de Vlad ante mi pregunta.
—No lo sé... —Niega con la cabeza—. Lo juro. Sólo he tratado con
algunas personas que son sus intermediarios. Son los que supervisan la
logística, mientras Miles se ocupa de los trasplantes reales.
—¿Quiénes son los intermediarios, entonces?
Sus ojos recorren la habitación antes de pronunciar dos nombres.
—Guerra y Lastra —susurra, y mis ojos se abren de par en par.
Alzo rápidamente la vista para ver a Vlad con la misma expresión de
incredulidad, sobre todo después de que Marcello nos asegurara que las
finanzas de Guerra estaban en orden.
—Quizá Benedicto no sea tan transparente como quiere aparentar —
comenta Vlad desde la esquina.
—¿Benedicto? —La madre superiora frunce el ceño: —No, no. Benedicto
no. Franco Guerra y Nicolo Lastra. Esos fueron los que coordinaron todo lo
que pasó aquí —dice ella.
—Ahora eso —Vlad se acerca a mí, poniendo su mano en mi hombro—,
lo creo. Pero ambos están muertos ahora, así que ¿con quién estás en
contacto? —Levanta una ceja.
La Madre Superiora parpadea rápidamente, sorprendida de haber sido
atrapada en ese único vacío legal.
Todo su cuerpo se vuelve rígido, sus labios fruncidos mientras se niega a
seguir hablando.
—Interesante —señala Vlad, instándome en silencio a continuar.
Poniéndome de pie, me muevo alrededor del altar, observando los
diversos objetos colocados sobre la mesa. Una sonrisa tortuosa aparece en mi
rostro ya que tengo el método exacto para hacerla hablar.
Tomo una vieja lámpara de aceite de la mesa, la desarmo, viendo que
queda algo de aceite en su interior. Luego, recogiendo una vela encendida, me
vuelvo a posar frente a la Madre Superiora.
El agujero en su pecho tiene un aspecto airado, pero no es lo
suficientemente profundo como para llegar al hueso.
Eso se solucionará pronto.
—Diablos, chica del infierno, seguro que sabes cómo ponérmela dura —
gime desde un lado, observando los objetos que tengo en las manos y
anticipando lo que tengo en mente.
La madre superiora me mira horrorizada mientras intenta comprender,
pero solo cuando empiezo a verter el aceite en la herida se da cuenta de lo que
tengo planeado para ella.
—No —dice ella, su voz apenas por encima de un susurro—, te lo diré —
continúa, retorciéndose contra sus ataduras.
Es demasiado tarde, ya que en el momento en que el aceite llena el
agujero de su pecho hasta el borde, acerco la llama de la vela y veo cómo se
enciende todo.
Los gritos de dolor inundan la iglesia mientras el fuego devora su carne.
No quiero ni imaginarme la agonía que debe estar sufriendo mientras el calor
se extiende por su cuerpo, la llama quemando sus receptores de dolor y
haciéndola sudar, con la respiración entrecortada.
—Michele —jadea—, Michele Guerra —dice finalmente, y yo soplo en el
fuego, apagándolo momentáneamente.
Se desploma, su respiración es errática mientras intenta controlarse. Todo
su cuerpo se convulsiona, completamente cubierto de sudor, con los ojos casi
en blanco.
—Michele es mi contacto —exhala.
—De verdad —digo, sin sorprenderme del todo de que alguien tan baboso
como Michele esté involucrado en esto.
—Bien. Veo que podemos hablar civilizadamente. —Le sonrío—. Y
ahora la pregunta ganadora. ¿Dónde está el centro de trasplantes?
Ella trata de retroceder más en la mesa aunque sus ataduras no le permiten
mucho movimiento. Niega con la cabeza mientras mira entre Vlad y yo, casi
ponderando si vale la pena guardar el secreto por más dolor.
—Ellis Island —responde finalmente, con la voz apenas por encima de un
susurro.
Me giro hacia Vlad para ver las ruedas girar en su cabeza.
—Hay un hospital abandonado allí, pero es terreno federal —frunce el
ceño, cerrando los ojos y exhalando—, esto es mucho más grande de lo que
creíamos, chica del infierno.
—Lo abordaremos. Una persona a la vez. Al menos ahora también
sabemos lo de Michele —añado con una sonrisa burlona.
Sólo había visto al hombre una vez, pero había sido suficiente para
ponerlo firmemente en mi lista negra. Es un cretino intolerante que parecía
disfrutar haciendo sufrir a los más débiles que él.
—No, no puedes... —La Madre Superiora comienza a moverse, haciendo
una mueca de dolor cuando la cuerda le corta las muñecas—. No puedes
hacerle daño —continúa y yo frunzo el ceño.
—¿Por qué? —Vlad se agacha frente a ella y le chasquea los dedos
cuando se queda en blanco.
—Él es tu hermano. —Levanta su mirada hacia mí, y por primera vez veo
puro miedo en ella—. No puedes matar a tu propio hermano —continúa, con
la voz quebrada.
—¿Qué? Eso es imposible. —Me vuelvo hacia Vlad y tiene la misma
expresión de incredulidad.
—No lo es. —Su voz tiembla al continuar. —Nicolo... él —traga
audiblemente—, cuando era más joven, Michele tenía leucemia. Nicolo vino
a verme con una idea, diciéndome que podría ponerse bien si encontrábamos
una pareja. —En el momento en que pronuncia esas palabras ya sé por dónde
va.
Todo mi cuerpo se pone rígido, pero sólo puedo escucharla mientras lo
cuenta todo.
—Sabía que Michele era su hijo —suelta una risa seca—, igual que
Benedicto sabía que no era suyo. Desde el principio, Nicolo había tratado de
encontrar discretamente una pareja, y había pasado por todos sus familiares
sin éxito. Hasta que vino a verme y me dijo que podía haber otra posibilidad
—se detiene, levantando su mirada hacia la mía—, tú.
—No lo entiendo.
—Nicolo dijo que existía la posibilidad de que fueras su hija, y en ese
momento eras la última opción. Michele estaba casi muerto y empeoraba día
a día. Así que hicimos las pruebas —hace una pausa, sus ojos brillan con algo
parecido a... ¿compasión?—. Y dieron positivo. No sólo eras su hermana,
sino que también eras compatible —dice, y hay una cadencia inusual en su
voz, como si tuviera un interés personal en esto.
—Así que tú hiciste el trasplante —continúo, y ella se limita a asentir.
Vlad está ahí para sujetar mis hombros cuando siento que me estoy
mareando.
Nicolo es... era mi padre biológico. Igual que Michele es mi hermanastro
biológico. Mis manos empiezan a temblar de rabia cuando me doy cuenta de
que Nicolo lo sabía desde el principio y, sin embargo, había estado demasiado
dispuesto a sacrificarme por Michele.
—Sisi —me susurra Vlad en el cabello, pero levanto una mano.
—¿Por qué? —me dirijo a la Madre Superiora—. ¿Por qué pasar por
todos estos problemas para ayudarlo?
Su boca se aprieta en una línea dura mientras gira la cabeza.
—¿Por qué? —repito, agarrando otra vela.
Ella reacciona inmediatamente, echando su cuerpo hacia atrás.
—Es mi sobrino —susurra—, por parte de su madre —admite finalmente
y por un momento siento pena por ella, porque todo lo que hizo fue por el
bien de su familia.
Pero al mismo tiempo, ¿cuántas otras personas tienen que sufrir por eso?
¿Por qué tuve que sufrir yo por ello?
Me libero del abrazo de Vlad, mis dedos se tensan sobre el pequeño
recipiente de aceite.
Le abro la mandíbula y le vierto todo el líquido por la garganta,
disfrutando del sonido de los gorgoteos cuando se ahoga al intentar escupirlo.
Cuando lo ha ingerido todo, simplemente agarro la empuñadura del cuchillo y
se lo clavo en el estómago; años de dolor y humillación salen a la superficie y
hacen que me ahogue en los recuerdos.
Giro la hoja y le hago un agujero aún mayor en el vientre bajo. Sus gritos
de dolor ni siquiera me molestan, mi único objetivo es que su muerte sea lo
más dolorosa posible.
Por mí y por todos los que ella abuso.
Le abro el estómago hasta que se abre un agujero, la sangre sale a
borbotones y se derrama por el suelo. Grita y se ahoga con la sangre que le
sale por la boca y la nariz, pero todos sus intentos son inútiles porque está
sujeta con correas.
Agarro otra vela y le acerco el fuego al estómago, manteniéndolo cerca y
quemando sus entrañas hasta que la llama se encuentra con el aceite
inflamable en su estómago, una chispa que se enciende y se extiende
rápidamente por sus entrañas abiertas.
Doy un paso atrás, respirando con dificultad. Sólo puedo admirar mi
trabajo mientras su cuerpo se enciende como una hoguera, sus gritos tragados
por pequeñas explosiones. Su expresión es de horror, con los ojos muy
abiertos y la boca abierta. Ya se ha desmayado por el dolor, y yo saboreo la
forma en que la venganza nunca se sintió más dulce.
Durante un largo rato, me quedo mirándola, dejando que su muerte me
atraviese en un intento de llenar el vacío de mi propio corazón.
¿Pero realmente funciona?
Al salir de mis cavilaciones, miro a mi alrededor y veo que Vlad no está.
—¿Vlad? —lo llamo.
He estado tan concentrada en hacer pagar a la Madre Superiora que no he
prestado atención a nada más.
Por un momento me preocupa que la visión de la sangre le haya llevado a
uno de sus episodios y se haya marchado para recomponerse. Pero cuando las
puertas de la iglesia se abren de golpe, Vlad entra pavoneándose y arrastrando
a dos mujeres por el cabello detrás de él, me doy cuenta de lo que ha estado
haciendo.
Una sonrisa aparece en mi rostro mientras le doy un ligero beso.
—Sabes cómo llegar a mi corazón —digo mientras él tira al suelo a la
hermana Celeste, acompañada por la hermana Matilde, mi antigua maestra.
—Te dije que todos los que te han hecho daño estarán muertos, chica del
infierno. También he visitado a esas dos odiosas chicas de antes, y puedo
decir que no volverán a salir de sus camas.
—Fuiste rápido —elogio, y él se limita a sonreírme, mostrando unos
dientes blancos y brillantes, con sus caninos largos y sobresalientes que le
hacen parecer aún más el depredador que es.
—¿Para ti? En un abrir y cerrar de ojos. —Me guiña un ojo.
Las dos mujeres me miran atónitas, y sus expresiones no hacen más que
empeorar cuando miran a la muy inflamable Madre Superiora, que en estos
momentos está lanzando chispas por toda la iglesia.
—¿Assisi? —pregunta la hermana Celeste, levantando la cabeza para
mirarme.
—¿Qué significa esto? —pregunta mi antigua maestra.
Miro sus patéticas formas y, de repente, sólo puedo sentir lástima por
ellas. Piedad por las amargadas que desperdiciaron su vida abusando de los
demás, y que probablemente nunca conocieron ningún tipo de felicidad.
—Haz lo tuyo, Vlad —le digo—. Quiero mirar —digo al tiempo que tomo
asiento.
Hay un vacío dentro de mí que espero que se llene teniendo un asiento en
primera fila para el espectáculo que será su muerte.
Vlad no decepciona. No en lo más mínimo mientras construye un guion
para colgarlas del techo, cabeza abajo.
Es aún más impresionante cuando utiliza hábilmente sus cuchillas para
abrirlas desde la unión entre sus piernas hasta sus mandíbulas. Sus cuchillas
están tan afiladas que basta con un buen corte para que los órganos se
derramen por el suelo; un tirón más fuerte y la caja torácica se abre también.
Cruzo las piernas, con la barbilla apoyada en la palma de la mano,
mientras observo su rápido destripamiento. Cuando sólo quedan los
cadáveres, coge lo que queda de aceite de la lámpara y lo salpica alrededor de
los dos cuerpos antes de lanzarles una vela.
Las llamas no tardan en engullirlas, y al igual que la Madre Superiora,
todas se pierden en el fuego, el humo se acumula en la iglesia, el olor a carne
quemada impregna cada rincón. Toda la parte trasera de la iglesia está ahora
llena de llamas voraces que buscan engullir todo lo que encuentran a su paso.
Me pongo en pie, dispuesta a marcharme.
Tras arrojar la última vela, alimentando las voraces llamas, Vlad se vuelve
hacia mí, con la sangre manchando su rostro y todo su atuendo. Sus ojos son
negros como la medianoche mientras sus pupilas se funden en sus iris, su
boca tirando de las esquinas en una sonrisa arrogante pero peligrosa.
Hay algo que decir sobre la forma en que me mira, especialmente cuando,
manteniendo el contacto visual, abre la boca, su lengua lamiendo la sangre de
sus labios, sus dientes manchados de rojo.
Un escalofrío me recorre la espalda y retrocedo instintivamente.
Conozco esta faceta suya. Es la que demanda que la sangre fluya. Y, sin
embargo, no es sólo eso.
Él se acerca, levanta la mano en el aire e inspecciona las motas de sangre.
El fuego chirría detrás de él, las motas de luz iluminan sus rasgos y le hacen
parecer exactamente como la Madre Superiora había dicho: un demonio.
Un demonio de las profundidades del infierno, que pisa terreno sagrado y
causa todo tipo de destrucción. Y no hay nada que pueda detenerlo.
Sus ojos se dirigen a los míos y su sonrisa se intensifica. Sólo una palabra
cruza sus labios, y sé que estoy en problemas.
—Corre. —El suave sonido se le escapa, pero sé que lo que me espera es
cualquier cosa menos suave.
Mis pies retroceden lentamente, mis ojos en él mientras observo cada uno
de sus movimientos.
Pero él también lo hace. Un depredador al acecho, no hay nada que se le
escape, cada uno de mis pasos provoca una reacción en él.
Es la forma en que su hoyuelo se acentúa, su sonrisa es más forzada.
—Corre —repite y no me entretengo, retrocediendo y corriendo a toda
velocidad.
Atravesando el patio principal, me dirijo al cementerio, recordando el
mausoleo que había sido mi verdadero hogar en este lugar durante años.
Lo siento pisándome los talones, pero no me siento amenazada, no de
verdad. Con su velocidad, podría haberme alcanzado ya antes. Podría
haberme abordado e inmovilizado en el barro, con su gran cuerpo sobre el
mío.
Se me entrecorta la respiración, discutiendo si es por la carrera o por la
humedad que corre por el interior de mis muslos.
Corro a lo largo de las tumbas, salto sobre una pequeña cruz que no había
visto y casi me caigo. Al recuperar el equilibrio en una fracción de segundo,
echo una mirada furtiva hacia atrás, viendo la forma de su figura en la noche,
la forma en que su contorno promete mi destrucción.
No me detengo mientras llego por fin al mausoleo, abro la puerta de un
golpe y entro en el interior, esperando que esto me sirva de refugio.
Pero basta con que ese pensamiento se forme para que me dé cuenta de
que no hay forma de escapar de él. Mis manos bajan por las piernas mientras
toco los cuchillos que aún tengo enfundados en mi cuerpo, aferrándome a la
esperanza de que puedan salvarme algún tiempo.
Apenas doy unos pasos hacia el interior cuando la puerta es arrancada de
sus bisagras, con las manos de Vlad a cada lado de la misma mientras la
arroja fácilmente hacia un lado.
Un temblor bajo sale de mis labios, baja por mi cuerpo y se instala en lo
más profundo de mi vientre.
—Vlad. —Su nombre en mis labios le provoca una sonrisa de suficiencia
mientras merodea por el interior, con pasos pesados y seguros. Sigo
retrocediendo y él sigue avanzando, con los ojos clavados en los míos, con la
lengua relamiéndose ante la promesa de sangre.
Más sangre.
Un movimiento y me tiene agarrada por el cuello, mi cuerpo pegado al
suyo mientras sube y baja su nariz por mi cuello, respirándome.
—Mía —me gruñe al oído, mientras me sujeta el cuello con más fuerza.
Mis brazos se agitan para intentar quitármelo de encima, pero él ni siquiera
me da la oportunidad, empujándome hacia atrás hasta que mi espalda choca
con el ataúd de mármol que debe albergar aún los restos de Cressida.
—Vlad —exhalo, mis manos se encuentran con sus hombros mientras
empujo con toda la fuerza que puedo reunir. Ni siquiera se mueve. En todo
caso, mis forcejeos parecen excitarlo aún más mientras me hace girar.
Con su mano en la nuca, me empuja sobre el ataúd, de espaldas a él,
mientras aprieta su erección contra mí.
Apenas me doy cuenta de lo que está ocurriendo cuando coge un cuchillo,
cortando mi traje de látex de mi cuerpo. Empezando por el cuello y bajando
hasta llegar a mis piernas, lo destroza, el aire frío golpea mi carne desnuda y
me hace jadear.
—Vlad, por favor. —Intento razonar con él una vez más, pero no
reacciona a mis palabras.
No, sólo se oye su respiración agitada mientras pasa el cuchillo por mi
piel desnuda, ejerciendo la suficiente presión sobre la hoja para que sienta que
me roza la piel, pero no lo suficiente como para cortarla.
Sabiendo que el margen de tiempo es limitado antes de que haga algo aún
peor, dejo de luchar contra él. Le hago creer que ya me he sometido a él,
dejándole hacer lo que quiera con mi cuerpo.
Entonces, justo cuando baja la hoja, entre mis nalgas, me muevo, con la
mano en la empuñadura del cuchillo.
Todo sucede a cámara lenta mientras me sacudo, retorciéndome y girando
hasta que la punta de mi cuchillo conecta con su pecho, sacando sangre.
Observo horrorizada cómo el tajo que he hecho parece hacerse más
grande bajo los ojos, saliendo más sangre a borbotones.
Y cuando levanto la mirada, me doy cuenta de que está sonriendo hacia
mí.
Sin previo aviso, el cuchillo sale despedido de mi mano, cayendo al suelo
de mármol con un golpe seco.
Una pizca de miedo me recorre la espina dorsal al mirar sus ojos
insensibles y la forma en que toda su conducta no promete más que dolor y
destrucción. Durante una fracción de segundo trato de agacharme y correr
junto a él, pero sus dedos vuelven a estar en mi garganta, empujándome de
nuevo sobre el ataúd, esta vez levantándome para que me siente sobre él.
Muevo las piernas, intentando que me suelte, pero en todo caso, eso sólo
le hace más gracia, pues se ríe de mis pobres intentos.
Con una mano sujeta mi cuello, ya que no necesita mucho para
mantenerme sometida, utiliza la otra para rasgar su propia ropa, rasgando la
capa de sacerdote hasta que su pecho entintado queda descubierto a mi vista.
Su piel brilla a la luz de la luna, su salvajismo se ve acentuado por la cruel
iluminación. Como un caudillo bárbaro, su rabia es su espada, y cuando mi
mirada desciende, observo una espada muy peligrosa que me apunta.
—Hablemos de esto —suelto. Cualquier cosa para aplacarlo.
Pero al igual que la última vez, él no me escucha. Sus oídos se agudizan
con el ruido, pero no escucha nada de lo que digo.
—Vlad. —Le tiendo la mano, pero él me la aparta y se coloca firmemente
entre mis piernas abiertas—. Por favor, Vlad —le suplico de nuevo, justo
cuando la punta de su polla se introduce entre mis pliegues.
Se frota contra mí, burlándose ligeramente antes de lanzarse hacia delante,
y la embestida casi me hace saltar del ataúd.
—V... —Abro la boca para decir su nombre, pero no sale nada. Nada más
que un fuerte gemido mientras me empala en su longitud.
Sus dedos se clavan en mi cadera mientras me mantiene en su sitio,
retrocediendo todo el tiempo antes de volver a clavarse en mí con toda su
fuerza.
Todas y cada una de las palabras que podría haber intentado pronunciar
me fallan, ya que solo puedo sentir cómo me desgarra, un dolor tan dulce que
me hace gemir, mis paredes contrayéndose a su alrededor, mi coño
apretándolo en lo que solo puedo describir como un orgasmo cegador.
Pierdo de vista todo. No hay tiempo ni espacio, sólo sus brutales
embestidas mientras sigue prolongando el amargo placer.
Antes de que me dé cuenta, me ha puesto boca abajo y me penetra por
detrás, llenándome aún más. Sus embestidas son más fuertes, más dolorosas,
pero también infinitamente más dulces mientras me acaricia tan
profundamente que no puedo controlar los gemidos desenfrenados que se
escapan de mis labios.
—Mía —dice en voz baja, resonando en el pequeño recinto.
Con su mano aún en el cuello, me atrae hacia él y su boca me besa
dejando un rastro de humedad en el hombro antes de morderme.
—Vlad —jadeo, sus dientes rompen la piel, el dolor es breve pero
abrasador mientras él aumenta el ritmo de sus empujones. Con su boca en mi
hombro, alterna entre chupar y lamer, asegurándose de no desperdiciar ni una
gota de sangre.
Sus caderas entran y salen de mí a una velocidad tan aterradora que mi
mente no puede seguir el ritmo, y otro orgasmo me desgarra y me hace caer
sobre el ataúd, con los brazos sueltos en los laterales.
Entonces, de repente, se retira, con la polla todavía dura mientras la
golpea contra mi coño, cubriendo todo su eje con mis jugos antes de
arrastrarlos hacia arriba, entre mis nalgas.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de lo que está
intentando hacer, pero mi cuerpo está demasiado flácido para oponer
resistencia.
Me separa las nalgas y mueve la mano alrededor de mi entrada mientras
prueba el apretado anillo de músculos con el pulgar. Al igual que la última
vez, lo empuja hacia dentro, aprovechando mi propia excitación para facilitar
la entrada. Pero su pulgar no tarda en salir, sustituido por la cabeza de su
polla.
La cabeza de su enorme polla.
—Vlad —gimoteo, ya asustada por tener ese monstruo en mi culo.
Diablos, si me ha destrozado el coño, no estoy segura de cuánto daño va a
causar a mi agujero del culo—. Por favor —suplico, pero no sé exactamente
lo que le estoy pidiendo.
Con su polla firmemente agarrada, guía la cabeza alrededor de mi
apretado agujero, bajándola de vez en cuando para recoger algo de humedad
de mi coño. Pero justo cuando creo que va a introducirla, a desgarrarme de
una forma que me hará pedir clemencia, no lo hace.
Parpadeando con claridad, me muevo, inclinando la cabeza hacia un lado
para ver lo que está haciendo.
La hoja de un cuchillo brilla a la luz de la luna, el frío acero me hace
temblar al tocar mi piel. Pero no es mi carne la que corta.
Es la suya.
Agarra con fuerza los lados de la hoja, arrastrándola lentamente por la piel
de su palma abierta hasta que la sangre brota, goteando cada vez más rápido
por la hoja y hasta mi culo.
Al principio no me doy cuenta de lo que quiere hacer. Pero cuando coge
la polla con su mano sangrante, untando la sangre que fluye libremente por
toda su longitud, me doy cuenta de cuál es su plan. Ni siquiera llego a
protestar cuando la cabeza de su polla vuelve a rozar mi entrada, esta vez
resbaladiza y húmeda y llena de sangre mientras mi cuerpo se abre lentamente
y empieza a aceptarlo.
La cabeza apenas se desliza por mi anillo de músculos antes de que
vuelva a bajar la hoja por la palma de la mano, asegurándose de que fluya
más sangre entre mis nalgas, reuniéndose toda en ese lugar donde su polla
está penetrando en mi culo. La sustancia viscosa ayuda a que su polla se
deslice más y más dentro de mí.
Al mismo tiempo, me siento dolorosamente llena, un tipo diferente de
plenitud cuando su gruesa erección estira mis músculos, llevándolos a sus
límites y mostrándome un nuevo tipo de placer. La sangre sigue fluyendo, el
calor resbaladizo unido a su gorda polla clavándose en mi interior me hace
sentirme mareada, con demasiado placer acumulándose en mi interior, mi
clítoris ardiendo por la tensión no liberada.
Lentamente, avanza centímetro a centímetro hasta que está
completamente asentado dentro, un gemido ronco se le escapa cuando sus
bolas golpean mi coño, mi humedad haciendo contacto con su carne sensible.
—Maldición. —Creo oírle sisear mientras me agarra las caderas con
ambas manos, sacando su polla de mí antes de volver a meterla de golpe, con
la sangre actuando como lubricante para facilitar sus movimientos.
Jadeo ante la sensación extraña, pero no puedo evitar que mi cuerpo se
abra al suyo, aceptando todo lo que me ofrece. Cerrando los ojos, me entrego
a la sensación de ser dominada por él. Su marca está grabada en mi alma.
Al principio, sus embestidas son lentas, pero se aceleran a medida que mi
cuerpo se relaja lo suficiente para permitir la intrusión. Tengo la perversa
sensación de estar dominada y, al mismo tiempo, siento que soy yo la que
tiene el poder, haciéndole perder todo el sentido en cuanto está dentro de mí.
Deslizando su brazo sobre mi vientre, me acerca aún más a él, y sus dedos
dejan un rastro de fuego a su paso, hasta que se posan en mi clítoris. Lo
presiona al mismo tiempo que empuja su polla dentro de mí. Los fuegos
artificiales estallan ante mis ojos, y mientras él sigue acariciando mi clítoris,
yo sólo puedo correrme más fuerte, mi liberación no tiene fin.
Él no se queda atrás y me empuja un par de veces más antes de que su
polla salga completamente de mí.
Oigo sus gemidos desgarrados justo cuando siento su cálida semilla
aterrizar en la parte baja de mi espalda, y no puedo evitar que el corazón se
me apriete en el pecho.
Él es mío. Este hombre salvaje es todo mío.
Todavía estoy desplomada sobre el ataúd cuando me ayuda a bajar, me
coge en brazos y me envuelve en las tiras de tela de su sotana.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta, acariciando mi cabello, con la
calidez de su mirada inconfundible.
—No, en absoluto —suspiro complacida y me acuesto más cerca de él—.
Creo que hay algo mal conmigo —admito en voz baja.
Cuando habíamos urdido un pequeño plan, justo antes de enfrentarnos a la
Madre Superiora, había sido yo quien había sugerido hacer un simulacro de la
última vez, cuando él se había perdido en la sangre. Pero esta vez, él tendría
el control.
Sé que siempre quiere follar después de una espantosa matanza, así que le
había pedido que me persiguiera y me tomara como una bestia. Quería ser
dominada por él. A su merced, mientras me golpea como un salvaje.
Al principio se había mostrado un poco reticente, pero como le había
asegurado que si me hacía daño yo gritaría una palabra de seguridad, se había
mostrado abierto a intentarlo.
Hay algo que decir sobre ser despojado del control, estar a merced de la
pura lujuria animal mientras él me domina.
Y sólo porque es él puedo dejarme llevar.
Mis mejillas se enrojecen al darme cuenta de cuánto he disfrutado de la
sensación de ser su presa, de la adrenalina que corre por mis venas al
mezclarse con la serotonina de su reclamo. El mero hecho de sentir sus manos
en mi garganta mientras me penetraba sin piedad me había hecho correrme
más que nunca.
Me ha penetrado como una bestia, con un deseo que va mucho más allá de
lo que habíamos intentado antes.
Y sé que a él también le gusta, le gusta más de lo que le gustaría admitir.
Pero se ha estado negando a sí mismo porque no puede soportar la idea de
hacerme daño.
—No te pasa nada, Sisi. —Se inclina para depositar un beso en mi frente,
acariciando tiernamente mi rostro.
—No lo sé —suelto un suspiro—, tal vez debería estar más traumatizada
después de lo que pasó —digo y él parpadea lentamente, con el dolor evidente
en sus ojos—, pero hay algo en el hecho de cederte a ti todo el control. —
Alzo la mano para ahuecar su cara—. Creo que eso me excitó desde la
primera vez que nos conocimos.
—No —me pone un dedo en los labios—, no dejes que nadie te diga lo
que debes sentir o no. Maldición, he estado luchando contra mí mismo desde
el principio, intentando ser suave contigo como te mereces, cuando lo único
que quería era lanzarte contra una pared y salirme con la mía —sonríe de
forma lobuna—, violentamente —susurra—, sin piedad —recorre mi labio
lentamente—, como un animal en celo. Te marcaría de una forma que no
podrías borrar de tu maldita alma.
Respira profundamente, sus ojos son charcos infinitos de fuego, pero el
ahogo nunca había parecido tan caliente.
—Tú sabes que tengo esta violencia en mí. —Lleva mi palma a su pecho,
justo sobre su corazón—. Es oscura, turbulenta y apenas contenida, y no
quiere nada más que tragarte entera. Que abraces cada parte de mí, incluso la
salvaje e incivilizada... —se interrumpe, y puedo ver el conflicto que hay en
su interior.
—Sé que no eres muy creyente, Vlad —mis labios se fruncen—, pero
nuestro encuentro estaba destinado a ser. Inevitable. Así es como llamaría a
nuestra relación. No hay bien o mal... sólo nosotros.
—Inevitable —asiente pensativo—, eso me gusta.
—Te amo —le digo, inclinándome hacia él, mi lengua sale a hurtadillas
para lamer la superficial herida de cuchillo que le he hecho.
—Maldición, Sisi —sisea de placer—. Yo también te amo, chica del
infierno. —Respira con fuerza, con los ojos cerrados—. Tanto, maldita sea.
Es un poco más complicado limpiarse después de nuestra pequeña
aventura, pero nos las arreglamos para salir desapercibidos del Sacre Coeur
cuando todo el mundo está alucinando con el incendio de la iglesia. Tanto la
policía como los bomberos están en el lugar de los hechos, y la pura
incompetencia es asombrosa, ya que Vlad también se sale con la suya
matando a los guardias de seguridad.
—Te ofendieron. —Se encoge de hombros mientras volvemos al auto.
Niego con la cabeza, aunque su mirada nunca deja de calentarme.
Una vez que volvemos al recinto, empezamos a planear.
Capítulo 33
Vlad
ENTONCES.
UN MES DESPUÉS.
—¿Qué estás haciendo fuera de casa? —Con las manos en las caderas, lo
fulmino con la mirada, con una expresión que demuestra que no estoy
bromeando.
—Estoy bien, chica del infierno. Además, ¿quién va a ayudar con las
renovaciones? —Me dedica esa encantadora sonrisa suya con la esperanza de
que derrita mi enfado.
Puede que me derrita, pero no mi ira. No cuando acaba de salir de la
cama, con los puntos de sutura aún sin curar.
—No alguien que recibió cuatro disparos en el pecho, Vlad —le pongo
los ojos en blanco—. Ciertamente no alguien que acaba de estar a las puertas
de la muerte. Suelta la pala y ven conmigo —le hago señas para que se
acerque, con una ceja levantada, esperando que él discuta.
No lo hace, porque sabe que no ganará. No cuando me he quedado día y
noche a su lado, cuidando su cuerpo y su mente.
Algo le había sucedido ese día en el recinto de Miles. Recuperar todos sus
recuerdos había hecho que algo cambiara en él, y había cambiado... total e
irrevocablemente.
Durante los días posteriores a su herida mortal, languideció en la cama,
luchando entre la vida y la muerte, y creo que nunca he sentido mayor
angustia que la de pensar que él podría... morir.
Aun así, tuve que ser fuerte por los dos. No me separé de él ni un minuto.
Incluso cuando mi propia carne magullada me había dolido, mi espalda
acribillada por pequeñas heridas del impacto de las balas contra el chaleco
antibalas.
Lo había dejado todo a un lado, porque en ese momento tenía un solo
propósito: él.
Pero cuando volvió en sí, el cambio fue evidente en sus rasgos, en su
forma de comportarse. Más que nada, pude ver una nueva luminosidad en sus
ojos.
Al principio no hablaba, miraba al vacío.
Pero poco a poco, comenzó a abrirse, contándome todo lo que había
pasado.
Cómo murió Vanya.
Aunque racionalmente se da cuenta de que no fue su culpa, no puede
evitar hacerse responsable de todo lo que le pasó a su hermana.
—Eres tan sexy cuando te pones mandona —dice cuando llega a mi lado,
con su brazo rodeando mi cintura.
Lo atrapo y lo aparto de un manotazo mientras me vuelvo hacia él, con
una expresión atronadora en la cara.
—No puedes jugar al pícaro encantador cuando apenas estás de pie, señor.
Si se te ocurre volver a salir de la cama, te enterraré yo misma, ya que está
claro que tienes un ferviente deseo de mori.
—Chica del infierno —murmura mientras se acerca, su boca rozando mi
mejilla—, sabes que me encanta que me amenaces. —Su aliento en mi piel,
no puedo evitar el escalofrío involuntario que me recorre el cuerpo—. Dejaré
que me entierres —empieza, y noto la diversión en su tono—, sólo si tengo
visitas conyugales —susurra, y mis labios se crispan.
—Vlad —exclamo, escandalizada.
No puedo creer que todavía tenga ganas de bromear.
—Bien, bien —acepta finalmente—, volveré a la cama. Pero tú vienes
conmigo.
No me atrevo a negarme, así que acabo yendo a la cama con él.
—Deberías perdonar a tu hermano —dice de repente mientras me abraza
a él—. Sabes que tenía buenas intenciones.
—Te habría matado —susurro, todavía incapaz de quitarme esa escena de
la cabeza—. Una bala más y habrías muerto, Vlad —me tiembla la voz
mientras lo miro, sus ojos oscuros me observan con atención.
—Me salvaste cuando no lo merecía, Sisi. —Su mano se posa en mi
cabeza antes de mover lentamente sus dedos por mi pelo—. Pero estaba fuera
de control. Podría haber... —Se le corta la respiración en la garganta, y
reconozco la agonía tras su expresión.
—Pero no lo hiciste. Estás aquí, conmigo. Los dos estamos vivos. En
cuanto a Marcello... Lo haré, eventualmente. Todavía no —suspiro.
Entiendo por qué ha hecho eso, pero al mismo tiempo mi corazón no
soporta pensar en la alternativa, en lo que podría haber pasado si hubiera
llegado un segundo tarde.
Lo habría matado.
Y por eso, no creo que pueda perdonar a Marcello pronto. Ni siquiera
puedo soportar la idea de estar en la misma habitación que él, el impulso de
hacerle daño es demasiado abrumador.
—No has tenido ningún episodio hasta ahora —cambio de tema mientras
salto de la cama para coger el botiquín y cambiarle las vendas.
Se pone en posición sentada mientras espera que vaya a atenderlo, con
expresión pensativa.
—No creo que vaya a tener más en el futuro —menciona, y yo frunzo el
ceño.
—¿Por qué?
Acercando el botiquín a la cama, empiezo a quitarle las vendas con
cuidado antes de inspeccionar el estado de sus heridas.
—Tienen buen aspecto —sonrío mientras limpio las zonas, contenta de
ver que no hay infección y que todo parece curarse estupendamente.
Gruñe, mirando por encima de mi cabeza mientras sigo cambiando las
vendas. Estoy concentrada en mi tarea cuando lo escucho hablar de nuevo.
—Los episodios —empieza, con la voz lejana—. Creo que eran mi forma
de afrontar la muerte de Vanya y la culpa que tenía por ella. La sangre... —
respira profundamente, y yo me quedo quieta, sabiendo que es un momento
importante para él.
—La sangre me recordaba lo que había hecho. De su sangre en mis
manos. Y cada vez que la veía, me volvía un poco loco.
Está claro que ha estado pensando mucho en esto y no puedo evitar
preocuparme por él. Desde el día en que descubrió que había matado a su
propia hermana ha cambiado. No sé si es un cambio consciente, pero creo que
el último episodio liberó algo dentro de él.
—Vlad. —Alzo la mirada hacia él, buscando su expresión—. Vanya no te
habría culpado. Lo sabes.
Él frunce los labios en una sonrisa triste.
—Lo sé. Lo sé, Sisi. Pero eso no quita que sienta un vacío —se lleva el
puño al pecho—, aquí.
—Es normal. —Cubro su puño con mis manos, llevándolo a mi boca y
rozando ligeramente mis labios sobre sus nudillos—. Es normal sentirse así.
Es humano. Y aunque es discutible —mis labios se curvan—, eres humano.
Date tiempo. Para llorar. Para hacer el duelo. Para perdonarte a ti mismo.
Además de su lesión física, su psique ha sido la más afectada por lo
ocurrido. Poco a poco está empezando a abrirse sobre sus pensamientos y
sentimientos, y aprecio todo lo que decida compartir conmigo. No importa el
tiempo que tarde, estaré a su lado y le ofreceré mi amor y mi apoyo
incondicional.
Al fin y al cabo, no debe ser fácil para un hombre que nunca se ha
permitido sentir nada en toda su vida, verse de repente inundado por todas
estas extrañas emociones. A veces lo veo luchar para darle sentido a lo que
está pasando dentro de su mente, y me duele el corazón porque no hay nada
que pueda hacer para quitarle el dolor.
Asiente pensativo a mis palabras, aunque su mirada es distante.
—Tiempo... —repite.
—Ahora tenemos todo el tiempo. Y tal vez acercarte a Katya podría
ayudarte —lanzó la idea y él hace una mueca de inmediato.
Amedrentados por enfrentarse al mundo exterior y aun acostumbrándose a
la libertad, Katya y Tiberio han estado viviendo en el complejo subterráneo
de Vlad durante el último mes. Mientras tanto, nos habíamos quedado en la
casa de la infancia de Vlad, ya que había pensado que el aire fresco y un poco
de espacio abierto le vendrían bien.
Aunque todavía no le hablo a mi hermano, la ayuda de Lina había sido
una bendición, ya que había ayudado a Katya y a Tiberio a adaptarse a su
nueva realidad mientras yo cuidaba a Vlad.
Los había visitado varias veces, y ellos también habían venido a menudo.
Sin embargo, Vlad no se ha mostrado demasiado abierto con su hermana,
apenas intercambian palabras, sus encuentros son rígidos e incómodos.
No puedo culparlo exactamente, ya que sé que alberga algún tipo de culpa
por lo que le ocurrió a ella, pero no puede seguir así para siempre.
—Lo intentaré —refunfuña, las palabras apenas audibles.
—Más te vale. —Le doy una palmada juguetona en el brazo.
—¡Auch! Hay un convaleciente aquí, chica del infierno —finge un
gemido de dolor.
—Como si —resoplo—, no estabas convaleciente cuando intentabas cavar
un agujero en el jardín. ¿No podías haber pedido a alguien que lo hiciera si
era tan urgente? —Pongo los ojos en blanco.
Su reacción al dolor sigue siendo la misma: inexistente. Aunque eso me
hace feliz en este escenario particular, ya que no puedo imaginar cuánto
dolerían cuatro balas en el pecho.
La verdad es que Vlad siempre ha sido una persona muy activa
físicamente, y no puedo imaginarme lo que le debe estar haciendo estar en
reposo. Aun así, no voy a poner en peligro su salud sólo porque me ponga
mala cara.
—Pero tenemos que empezar pronto —se queja.
Después de que volviera en sí, tuvimos largas conversaciones sobre
nuestro futuro y lo que queríamos hacer a continuación. También tuvimos
conversaciones muy difíciles sobre lo que habíamos encontrado en el
complejo de Miles y cómo íbamos a afrontarlo. Pero juntos, habíamos
decidido ayudar a los niños que habíamos rescatado de los laboratorios de
Miles, y darles un nuevo propósito en la vida.
—¿Una academia? —Me había sorprendido cuando Vlad había sugerido
la idea.
—Todos son diferentes. Ya sea por nacimiento o por lo que les han hecho.
No saben cómo encajar en la sociedad, y la mayoría de ellos no tienen a nadie
a quien recurrir —había explicado, consiguiendo sorprenderme con su
reflexión.
>>Les enseñaríamos a adaptarse al mundo, y les daríamos un propósito —
su sonrisa se había ampliado, y yo había sabido que tenía que ser algo
descabellado—. Una academia de asesinos —había declarado con orgullo,
haciéndome parpadear confundida.
>>Piénsalo. Ya están preparados para matar. Pero así podemos enseñarles
a matar de forma más ética —había hecho una pausa, probablemente dándose
cuenta de que eso no se aplica exactamente a él—, o al menos algún tipo de
sistema de honor para que no se vuelvan demasiado peligrosos. Para que no
se conviertan en mí.
—No es una mala idea —respondí. Y cuanto más lo meditaba, más me
daba cuenta de los méritos del proyecto.
—En lugar de imponerles unas normas imposibles, como había hecho
Miles, fomentaremos sus talentos naturales y los convertiremos en los
mejores asesinos que el mundo haya visto jamás.
Cuanto más hablaba, más me daba cuenta de lo entusiasmado que estaba
ante la perspectiva. Y con su estado mental tan frágil, sabía que esto era
perfecto para ayudarle a salir de su depresión.
Tendría un objetivo, una misión. Y así no se dejaría sucumbir al dolor que
supone la verdad de la muerte de Vanya.
Pero aunque apoye activamente su nueva misión, eso no significa que
pueda forzar su cuerpo apenas curado. Tiene mucha gente para trabajar en
eso.
Otro efecto secundario del derribo del negocio de Miles y Meester había
sido el reclutamiento de mucha gente nueva bajo el liderazgo de Vlad. La
mayoría también lo había buscado después de que se supieran que había sido
él quien había matado a todos los líderes del sindicato, y muchos hombres
habían declarado que querían trabajar para el más fuerte, no para el más débil.
Había sido bastante fortuito, ya que recientemente hemos elaborado los
planes para la academia, y necesitaremos mucha gente para hacer realidad la
visión de Vlad.
—Quiero que las cosas vuelvan a la normalidad. Me siento inútil así... —
gime, llevándose los dedos a las sienes y masajeándolas.
—Lo sé —suspiro—. Pero yo necesito que estés sano, Vlad. No puedo
pasar otro susto como ese.
Todavía tengo pesadillas en las que le disparan, en las que la sangre sale a
borbotones...
Me sacudo, sabiendo que nunca es útil pensar en eso.
—No lo harás. Te lo prometo. —me agarra de la mano y me atrae hacia
él—. Eres mi única razón para recuperarme, chica del infierno. Así que lo
haré —murmura suavemente, con sus labios en mi frente mientras me da
pequeños besos por toda la cara—. Todo por ti.
—Bien —susurro, inclinándome hacia él y sintiendo su calor en mi piel—
. Te amo —le digo, con los labios separados mientras me entrego a un beso
que me deja sin aliento.
—Yo también te amo. Siempre.
28
Familia en italiano.
Y cuando me arrastra a un rincón más oscuro de la casa donde la música
no está tan alta, sé que sólo tengo un pequeño margen de tiempo para
defender mi caso.
—Antes de que digas nada, chica del infierno. Sí, sabía lo de la
recompensa por su cabeza, pero no tenía ni idea de que lo habían visto. Ese
cártel está activo sobre todo en Nuevo México, así que no tenía motivos para
indagar más.
—¿Pero por qué no me lo dijiste? Lo compartimos todo —responde y
siento la ligera decepción en su voz.
—No me gusta que hables de él —admito en voz baja—. Hace falta todo
lo que hay en mí para no entrar en una furia asesina cuando se le menciona.
—Vlad —suspira—, es mi amigo. Nunca ha sido nada más que mi amigo.
—Lo sé. Pero no puedo evitarlo, chica del infierno. La mera idea de que
podrías haberte casado con él me atormenta incluso ahora. No puedo no estar
celoso, incluso cuando sé que no debería estarlo.
—Tu bestia tonta. —Sacude la cabeza, una pequeña sonrisa jugueteando
en sus labios mientras me golpea juguetonamente—. Sabes que eres el único
para mí —murmura suavemente.
—Lo sé. Lo sé —susurro contra su cabello mientras la abrazo—. Pero eso
no significa que vaya a dejar de estar celoso. Nunca.
No cuando sé el premio que es ella y la suerte que tengo yo de que mire
en mi dirección.
—Bueno... —se detiene—, tienes suerte de que a veces me guste cuando
estás celoso —continúa mientras pasa su dedo por mi pecho—, cuando
vuelves a un estado cavernícola y tienes tu perversa forma de ser conmigo.
—Demonios, Sisi. —Le agarro la mano, con la respiración agitada
mientras lucho por una pizca de autocontrol—. Me estás volviendo loco.
—Ahora no —replica ella con picardía—. Esta noche.
—Esta noche —repito sombríamente, contando ya los segundos.