Morally Ambiguous

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¡Importante!

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Contenido
¡Importante! _______________________ 3 Capítulo 18 _______________________400
Staff ______________________________ 5 Capítulo 19 _______________________434
Prefacio ___________________________ 6 Capítulo 20 _______________________480
Sinopsis ___________________________ 8 Capítulo 21 _______________________515
Prólogo __________________________ 10 PARTE III _________________________538
Parte I ___________________________ 14 Capítulo 22 _______________________539
Capítulo 1 ________________________ 15 Capítulo 23 _______________________564
Capítulo 2 ________________________ 26 Capítulo 24 _______________________586
Capítulo 3 ________________________ 38 Capítulo 25 _______________________609
Capítulo 4 ________________________ 49 Capítulo 26 _______________________634
Capítulo 5 ________________________ 62 Capítulo 27 _______________________665
CAPÍTULO 6 _______________________ 83 Capítulo 28 _______________________713
Capítulo 7 _______________________ 105 Capítulo 29 _______________________762
Capítulo 8 _______________________ 131 Capítulo 30 _______________________789
Capítulo 9 _______________________ 156 Capítulo 31 _______________________798
Capítulo 10 ______________________ 180 Capítulo 32 _______________________830
Capítulo 11 ______________________ 204 Capítulo 33 _______________________864
Capítulo 12 ______________________ 225 Capítulo 34 _______________________894
Capítulo 13 ______________________ 250 Capítulo 35 _______________________923
Capítulo 14 ______________________ 277 Capítulo 36 _______________________947
Capítulo 15 ______________________ 307 Capítulo 37 _______________________968
Capítulo 16 ______________________ 340 Epílogo __________________________987
Capítulo 17 ______________________ 366 Postfacio________________________1001
Staff

Traducción
Hada Musa
Hada Eolande
Hada Nayade
Hada Gwyn
Hada Fay

Corrección Corrección Final


Hada Fay Hada Mir
Hada Tinkerbel

Lectura Final Diseño


Hada Anya Hada Anjana
Prefacio

Estimado lector,
Morally Ambiguous es el cuarto libro de la serie Morally Questionable, y
NO debe leerse de forma independiente. Tenga en cuenta que los eventos en
Morally Ambiguous se superponen con los eventos en los otros libros y Vlad
es un personaje principal en los libros anteriores.
Esto debería haberse dividido en dos libros, pero sé que todos esperaban
la historia de Vlad, así que quería lanzar todo de una vez.
También me gustaría empezar con una advertencia de que me he tomado
algunas licencias creativas con algunos de los temas científicos que se tratan
en el libro, y si tienes curiosidad por saber más, por favor lee el postfacio,
donde hablo con más detalle de las suposiciones hechas en el libro.
Dicho esto, este es mi libro más oscuro hasta el momento, y le insto a que
considere las advertencias antes de leerlo.
También fue el libro más difícil de escribir, porque cuando uno está
atravesando un período oscuro en su vida, lo último que quiere es escribir
sobre más tragedias.
Pero lo que me hizo seguir adelante fue el hecho de que esta historia, a
diferencia de la vida real, sí tiene un "felices para siempre". A pesar de todo
lo que les sucede a los protagonistas, ellos prevalecen y encuentran la
felicidad.
Espero que disfruten de su historia.
P.D. Tenga en cuenta que Vlad no es muy políticamente correcto. Si te
sientes fácilmente ofendida, este podría no ser el libro para ti.
ADVERTENCIAS: abuso de animales, sangre (gore), juegos con sangre,
canibalismo, no consentimiento, muerte, términos despectivos, abuso infantil
descriptivo, violación descriptiva, drogas, armas, violencia gráfica extrema,
situaciones sexuales gráficas extremas, representaciones extremas de tortura,
grooming, secuestro, juegos con cuchillos, aborto, asesinato, no-con/dubcon,
juegos primarios, autolesiones, abuso de sustancias, suicidio, situaciones
religiosas incómodas.
Sinopsis

Lo llaman el Berserker.
El psicópata sin sentimientos.
El mejor amigo de mi hermano mayor.
Cuando pierde el control, los cuerpos caen.
Y cuando ve sangre, aparece más sangre.
Él estuvo a punto de matarme a mí también.
Pero no lo hizo.
En cambio, me buscó, diciéndome que calmaba a su bestia.
Me hizo sentir que pertenecía a alguien, que era suya.
Miradas furtivas y toques robados, me prometió el mundo.
Hasta que finalmente perdió el control.
Hasta que devastó mi cuerpo y mató mi alma.
¿Y ahora? Me quiere de vuelta.
Lo suficientemente malo como para desatar una carnicería infernal para llegar
a mí.
¿Pero cómo amar a alguien que no puede sentir amor?

Moralmente ambiguo es una novela completa de 260.000 palabras y el cuarto


libro de la serie Moralmente cuestionable. Se recomienda su lectura después
de Moralmente Blasfemo. Este es un libro muy oscuro. Por favor, compruebe
los desencadenantes antes de continuar.
Prólogo
Assisi

—Estás muy guapa, Sisi. —La voz de Lina me hace parpadear dos
veces, e intento prestar atención a lo que dice.
Entrelazando el velo de encaje con una pequeña diadema de
diamantes, lo coloca sobre mi cabello peinado.
—No puedo creer que te vayas a casar. —La miro a través del espejo
mientras se limpia una lágrima de la mejilla—. Eres una novia tan bonita.
La más hermosa. —Se inclina para besar mi frente.
—Yo tampoco —murmuro, forzando una sonrisa.
Todos los que me rodean están muy contentos y, dada mi atroz
mentira, entiendo que se alegren por mí. Así que trato de jugar con la
ilusión que he creado, estirando mis labios en una sonrisa perpetua para
asegurar que no haya dudas sobre mi estado de ánimo.
Al fin y al cabo, soy la novia.
Miro fijamente mi reflejo, incapaz de creer que haya llegado a este
punto. Cómo se ha deteriorado mi vida en el lapso de un mes. Nunca me
había considerado especialmente afortunada, no teniendo en cuenta todo
lo que he pasado. Pero por un momento había pensado que todas las
dificultades darían paso a la felicidad.
Había dejado el convento que era la fuente de todas mis pesadillas, y por
fin había encontrado a alguien que me entendía. Que me veía, con lo bueno y
lo malo. Por fin me había encontrado a mí misma después de vagar sin rumbo
toda mi vida.
Pero no había durado.
¿Y ahora? Una vez más, me espera una vida de fingimiento.
Fingiendo que soy buena.
Fingiendo que estoy enamorada de mi marido.
Fingiendo que no soy... más.
Reconociendo la dirección de mis pensamientos, me sacudo de mis
cavilaciones, volviéndome hacia Lina y sonriéndole ampliamente.
—Va a ser increíble. —La mentira sale a borbotones de mi boca—. Nunca
te he dado las gracias, Lina. —Me dirijo a ella, lo único sincero que estoy
dispuesta a decir hoy—. Por todo lo que has hecho por mí en el Sacre Coeur.
No creo que hubiera estado aquí sin ti. —Le aprieto la mano.
Sus ojos vuelven a lagrimear y no puede evitar moquear, lanzando todo su
cuerpo hacia mí y envolviendo sus brazos en un gran abrazo.
—Oh, Sisi. Sabes lo mucho que te quiero. Siempre serás mi hermana.
Nunca lo olvides —susurra.
—Gracias. Tú y Claudia eran las únicas personas que me mantenían
cuerda allí —admito, devolviéndole el abrazo.
Puede que ella no sepa el alcance de lo que me ocurrió en el Sacre Coeur,
pero ha sido mi única fuente de consuelo durante esos fríos años. Por eso, no
hay palabras que puedan hacer justicia a lo mucho que le agradezco.
—Tú también Sisi. Siempre fuiste la valiente y nos diste un poco de
coraje cada vez. —Sonríe.
Ojalá tuviera ese valor ahora, porque, aunque mis pies me llevan hacia
Raf, mi corazón ya está muerto y enterrado.
Todo el séquito de la boda se dirige a la iglesia, y Marcello y yo somos
los últimos en llegar, preparados para caminar del brazo hacia el altar.
—Estoy orgulloso de ti, Sisi —me dice Marcello, besando mis
mejillas justo antes de hacer nuestra entrada. Es la primera vez que me
toca durante más de un segundo, y me empapo del contacto—. Pero no
olvides que siempre tendrás un hogar con nosotros —continúa y yo
asiento, con lágrimas en los ojos.
Siguiendo la señal, entramos lentamente.
Raf me está esperando en el altar, luciendo apuesto con su esmoquin
negro, su cabello rubio peinado hacia atrás y resaltando sus ojos azules.
Ah, cómo me gustaría haberle amado primero. Me habría ahorrado
un mundo de dolor de corazón.
Pero incluso cuando esos pensamientos se inmiscuyen en mi mente, sé
que son erróneos. Porque, aunque soy consciente de mi propio desamor,
también sé que solo hay un hombre al que podría amar. Un hombre que
parece haber sido hecho solo para mí.
Pero no estaba destinado a ser.
Tal vez éramos las personas adecuadas en el momento equivocado. O
tal vez él era el adecuado para mí, y yo era la equivocada para él.
Mis pies se sienten pesados mientras pongo un pie delante del otro, la
distancia reduciéndose a cada segundo.
Y, de repente, estoy al lado de Raf, el cura comenzando la ceremonia,
y todos pareciendo muy felices mientras nos aclaman desde los
banquillos.
Un pánico sin precedentes se apodera de mí y apenas puedo evitar
temblar.
—¿Quieres…? —Las palabras del sacerdote se desdibujan y en mis
oídos resuena lo que solo puedo describir como un sonido ensordecedor.
Cierro los ojos, parpadeando rápidamente. Pero entonces toda la sala se
oscurece, y el humo se infiltra en la iglesia.
Por alguna razón, no sé si esto es real o si es solo algo que mi mente
enferma está produciendo, rechazando la realidad en la que me encuentro y
creando de alguna manera una nueva.
La gente está gritando, y hay disparos. Los ruidos son cada vez más
fuertes.
Un brazo se cuela alrededor de mi cintura, una mano en mi boca mientras
siento un aliento caliente en mi cuello.
—No te vas a librar de mí, niña del infierno —dice, un sonido peligroso
que hace que mi corazón, ya muerto, llore.
Y entonces el mundo se vuelve negro.
Parte I

Pequeño monstruo, pequeño monstruo, ven a jugar


Capítulo 1
Vlad

EL PASADO
OCHO AÑOS,

—¿Está seguro de que no le pasa nada? —Mi padre se pasea por el


pequeño despacho, mirando fijamente al médico.
—Le hemos hecho pruebas. Teniendo en cuenta su estado… —El médico
me mira de arriba abajo, frunciendo los labios mientras sus ojos se centran en
mi pecho desnudo—. Tiene una salud espectacular. Es bastante
extraordinario, en realidad. —Su mano sube para acariciar su barbilla.
Inclino la cabeza, devolviendo su mirada con la mía, mis ojos
encontrándose con los suyos y manteniendo el contacto. Inquieto, aparta
rápidamente la mirada.
—Míralo y dime que es normal —continúa padre, señalándome con el
dedo.
No reacciono, ya que no me importa su opinión. Y mientras miro
alrededor de la habitación, mis ojos se centran en un destello de metal.
Mentalmente, hago una estimación del tiempo y la cantidad de movimientos
que me llevaría alcanzarlo.
—Te digo que le pasa algo en los ojos —dice mi padre, y mi atención
cambia momentáneamente hacia él. Se acerca, pero sigue manteniendo la
distancia. Lo veo en su expresión y en la forma en que su labio se curva
ligeramente en la comisura cuando me mira. Le doy asco.
Lo he hecho desde que volví.
No reacciono cuando de repente me pone los dedos delante de la cara,
chasqueándolos dos veces. Sin pestañear, vuelvo los ojos hacia él,
mirándolo con curiosidad.
—¿Ves? Es un maldito desalmado. Sea lo que sea que le hayan
hecho… —se interrumpe, negando con la cabeza. El médico se apresura a
asegurar a mi padre que estoy perfectamente sano y que puede tratarse de
un trauma temporal.
—Trauma, una mierda. No habla. Lo único que hace es mirarme como
un maldito mudo —exclama mi padre, levantando las manos y
paseándose de nuevo por la habitación.
El médico se acerca y me mira con los ojos entrecerrados mientras me
incita a decir algo.
Observo con fastidio cómo ralentiza su discurso y utiliza palabras
demasiado simplificadas como si yo fuera retrasado.
Un pequeño ceño aparece en su cara mientras sube su mano para
comprobar mi cuello. Sus dedos no llegan a su destino cuando los atrapo
en el aire, doblándolos hacia atrás hasta que grita de dolor.
Un rápido movimiento y el objeto afilado y acerado está en mi mano.
El doctor ni siquiera llega a reaccionar cuando la hoja hace contacto con
su piel. Una línea limpia de oreja a oreja aparece justo debajo de su
mandíbula y la sangre sale a borbotones como un chorro, pintándome de
rojo de pies a cabeza. El cuerpo del médico cae al suelo con un ruido
sordo y mi padre gira la cabeza, con los ojos abiertos de par en par por el
horror.
Se lleva una mano a la frente y se masajea las sienes, mientras maldice
todo tipo de obscenidades.
¿Yo?
Solo tengo ojos para el rojo de la sangre, el hipnotizante color que parece
recordarme algo.
El líquido gotea por mi cara, su sensación en mi piel es embriagadora y
liberadora.
Cierro los ojos, concentrándome en esa sensación. Mi lengua se escabulle
para lamerme los labios, probando la sustancia prohibida y deleitándose con
el sabor metálico.
Tan familiar...
—Eres un puto monstruo —me escupe mi padre. Abro los ojos para
mirarle con expresión de aburrimiento y eso parece avivar aún más su ira, ya
que empieza a lanzarme cosas.
Un jarro me da en un lado de la cabeza.
Lo que debería haber sido un dolor cegador queda silenciado por mis
receptores de dolor, ya muertos. Mi piel se rompe y se abre para dejar salir
aún más líquido rojo. Me cae por la cara, me cubre las pestañas y me ciega el
ojo derecho.
Padre está respirando con dificultad, con la mirada fija en el corte junto a
la línea del cabello. Lentamente, sus ojos encuentran los míos y nos miramos
fijamente en una batalla contenida de voluntades.
—¡Bozhe 1! —susurra, tres dedos van a su frente antes de descender a su
torso para hacer la señal de la cruz. Finalmente, una mano se posa en la
empuñadura de su pistola y parece debatirse entre matarme o no.

1
¡Dios!
Le facilito la decisión al saltar de la cama y avanzar hacia él sin dejar
de mirarle. Envolviendo mis dedos sobre los suyos, saco el arma y la
apunto hacia mi cabeza, la fría culata de la pistola haciendo contacto con
mi carne.
—¡Davai 2! —ladro, con la voz aturdida y desgarrada por la falta de uso.
Mis cejas se juntan con consternación mientras le insto a que lo haga. Que me
mate.
—Ubei menya 3—vuelvo a pronunciar, y sus ojos se abren de par en
par en señal de asombro antes de que su mano apriete el mango, apartando
el arma de mí.
—Límpiate —murmura antes de salir de la habitación.
Respirando profundamente, me permito sentirme decepcionado por un
momento antes de volver al cadáver del doctor.
Puede que padre no lo sepa, pero acaba de dejarme un regalo. Y
pienso aprovecharlo al máximo.
Horas más tarde, los guardias de padre aparecen y me encuentran con
los codos metidos en la cavidad torácica del doctor mientras reorganizo
sus órganos.

—No podemos dejar que se quede aquí, Dima —le susurra mi madre a
mi padre, creyendo que no los oigo. Giro la cabeza hacia un lado, con la
mirada fija en el pájaro que salta alrededor del alféizar de la ventana.

2
¡Vamos!
3
Mátame
Sé que no me quieren en la casa, y todos han dejado claro que no desean
compartir un espacio conmigo. No es que los culpe, ya que he notado el
miedo en sus ojos cuando me miran. Todos temen que vaya a estallar de
alguna manera, pero ni siquiera ese miedo es suficiente para que me maten.
Después de todo, soy un niño, e incluso los asesinos experimentados
no ven con buenos ojos matar a los jóvenes. Si supieran lo que hay en mi
mente... seguramente no dudarían.
—¿Eres mi hermano? —Miro a los ojos curiosos de una niña. Su cabello
está dividido en el centro, con dos cintas rosas que mantienen los mechones
unidos. Me recuerda extrañamente a algo.
—Oye. —Me toca el costado, frunciendo el ceño cuando no respondo—.
Eres mi hermano. Sé que lo eres —dice con más confianza, cruzando las
manos sobre su pecho.
Me encojo de hombros y vuelvo a mirar al pájaro. Información extraña
empieza a inundar mi cerebro. Me parece haber leído en alguna parte que los
pájaros tienen huesos huecos, sus estructuras diferentes para permitir el vuelo.
Me pregunto cómo serían por dentro...
Mi mano sale disparada, mis dedos envuelven el delgado cuerpo del
pájaro. Soy lo suficientemente rápido como para que no tenga tiempo de
desplegar sus alas.
Lo traigo hacia mí y estudio la forma en que se cierran sus ojos, la
membrana que sirve de tapa incitando mi interés. Afilado... Necesito algo
afilado.
Estoy a punto de coger un cuchillo cuando la mano de la niña cubre la
mía. Parece aterrorizada mientras mira entre el pájaro y yo.
—Qué... no… —balbucea, con el labio inferior temblando.
Inclino la cabeza para mirarla, con los ojos ligeramente entrecerrados.
Intenta apartar mis dedos del pájaro, pero sus esfuerzos son inútiles.
Cuando por fin se da cuenta de que no va a poder hacerlo, se le acumulan las
lágrimas en las esquinas de los ojos.
Me quedo quieto, la visión es impactante y extraña. Despierta algo
incómodo en mi pecho. Por primera vez, al sopesar las opciones, me
inclino por hacer que deje de llorar, aunque eso signifique dejar de
satisfacer mi curiosidad.
—¡Katya! —exclama mi madre indignada, apartándola de mí. Mis
ojos siguen el rastro de sus lágrimas, ya embelesados por ellas. Mis dedos
se sueltan involuntariamente hasta que el pájaro sale volando, ileso.
—No vuelvas a hacer esto, ¿me oyes? Nunca te acerques a tu hermano
sola. Es peligroso.
Mi madre sigue regañando a Katya, diciéndole lo horrible que soy,
pero al mirarla a los ojos, veo algún tipo de comprensión.
Mis padres deciden colocarme en el ático, lo más lejos posible de sus
otros hijos. Es curioso, porque por mucho que mi pasado antes de hace un
par de meses sea un vacío, no creo que nunca me haya sentido
especialmente cerca de mi familia, ni siquiera antes.
Solo ha habido una persona que ha estado a mi lado en las buenas y en
las malas: mi gemela, Vanya. Y es la única que no teme relacionarse
conmigo, incluso arriesgándose a la ira de nuestros padres si se enteran.
Para todos los demás, solo soy un mal necesario...
Lo que no parecen entender es que mi comportamiento no es
intencional. No me propongo hacer daño. Simplemente... sucede.
Como una niebla cubriendo mi mente, me olvido de mi entorno y me
concentro en un solo objeto: mi presa. Me concentro en mi objetivo y todo
lo demás desaparece. De repente, todo se reduce a las preguntas sin
respuesta. ¿Cuántos bombeos de sangre le quedan al corazón después de
la muerte? ¿Cómo se ven los órganos desde el interior del cuerpo? Tantas
preguntas, y tantas situaciones que explorar.
—Así, corta también el estómago —aconseja Vanya y yo hago caso,
cogiendo la cuchilla y haciendo un corte recto desde el esternón hasta el
pubis. La grasa que hay bajo la piel me dificulta llegar al interior, pero
mientras Vanya me insta a seguir adelante, solo puedo profundizar el filo del
cuchillo, un sonido agudo indicándome que he dado con el hueso: las
costillas.
Uno de los hombres de mi padre había venido a traerme comida. Pero
justo en ese momento, Vanya había tenido una idea diferente. Aunque no
siempre la complazco, esta vez me hizo un mohín y no pude encontrar en mí
la forma de decirle que no.
—¿Por qué no preguntaste cuando maté al primer hombre? —murmuro en
voz baja. Ya había matado accidentalmente a un hombre por la mañana.
Habría sido bastante fácil realizar un experimento entonces. Pero cuando a
Vanya se le mete algo en la cabeza, es difícil disuadirla.
—No era interesante. —Se encoge de hombros y me rodea para sentarse
en una silla. Mira con curiosidad el cuerpo, sus ojos negros centrados en la
sangre que se acumula en el suelo.
Es una condición que ambos compartimos... esta sed de sangre.
Me pongo manos a la obra, abriendo el pecho, los colgajos de carne
doblados a ambos lados del cuerpo.
—¿Y ahora qué? —Levanto la vista brevemente y Vanya frunce los
labios, mirando la cavidad abierta con interés.
—El estómago. Veamos qué ha comido. —Se levanta de un salto, y sus
pies chocan con el suelo de madera y hacen un sonido áspero. Sus labios se
estiran en una amplia sonrisa, indicando que la emoción la está afectando.
Sacudo la cabeza lentamente, pero una sonrisa se dibuja en mis
propios labios.
Tiro del estómago, cortando el tejido conectivo hasta que puedo retirarlo.
Colocándolo en el suelo, cojo el cuchillo y hago unas cuantas incisiones,
la bolsa cediendo inmediatamente ante el filo de la hoja, y el contenido se
derrama.
Líquido digestivo y trozos de comida sin digerir inundan el suelo. Me
muevo ligeramente hacia la derecha para evitar que me manchen los
zapatos. Vanya también frunce la nariz cuando llega el olor, pero, aun así,
sus ojos están pegados a los trozos de comida apenas reconocibles.
—Quien acierte más, gana. —Se agacha a mi lado para mover los
trozos, tratando de distinguir lo que son.
—Claro. —Estoy de acuerdo, aunque ambos sabemos que ella ganará.
¿Cuándo no la he dejado ganar?
Pasamos la siguiente hora debatiendo qué podría ser cada miga,
siendo una partícula verde especialmente esquiva.
—Brócoli. —Se inclina hacia atrás, segura de su respuesta.
Sacudo la cabeza, pero no digo lo que estoy pensando: broccolini. En
su lugar, uso el cuchillo para mover un trozo del tallo hacia ella, sabiendo
que sumará dos y dos.
Sus ojos se abren de par en par y me sonríe.
—¡Broccolini! Yo gano. —Se levanta saltando por la habitación y
regodeándose de su pequeña victoria.
Mis ojos vuelven a mirar el desorden que hay a mi lado y suelto los
utensilios. Con las manos desnudas, tomo el corazón y lo arranco del
pecho. Mis pulgares están en posición y empiezo a bombear, con la
curiosidad de saber cuánta sangre queda dentro y cómo reaccionará a una
fuerza exterior.
La sangre sale a borbotones, un sonido chirriante que impregna el aire.
Vanya y yo nos quedamos mirando el pobre y maltratado corazón por un
momento, antes de que ambos empecemos a reírnos.
—Ha sonado como un pedo. —Vanya se agacha en el suelo, sujetándose
el vientre con una mano y limpiándose las lágrimas de los ojos con la otra.
No puedo evitar unirme a ella.
Sin embargo, nuestra alegría se interrumpe al oír el crujido del suelo.
—¡Viene alguien! —Vanya se recompone inmediatamente y se levanta
para buscar un escondite.
Me echa una mirada y se lleva el dedo a los labios para decirme que
mantenga la boca cerrada.
Nadie puede saber que ha estado conmigo, y mucho menos nuestros
padres.
Mirando el gran armario, abre la puerta y se escabulle dentro, dejándome
en medio de un lío sangriento.
Cuando mi padre abre la puerta, su expresión ya es de resignación al ver
el desastre.
No pierde tiempo en agarrarme por el cogote y arrastrarme fuera. No
reacciono, ni siquiera cuando sus dedos se clavan dolorosamente en mi piel.
Llegamos al sótano y mi padre me tira al suelo delante de él.
—Si eres un puto psicópata, será mejor que le des un buen uso a esos
impulsos tuyos. —Señala con la cabeza al hombre atado a una silla. Su cara
ya está reventada, la hinchazón púrpura quitándole cualquier apariencia de
humanidad.
—Veamos lo que tienes. —Mi padre cruza las manos sobre el pecho, da
un paso atrás y me mira expectante.
Mirando a mi alrededor, observo una variedad de herramientas en un
lado, así que me tomo mi tiempo para elegir una que se adapte a mis
necesidades.
No sé lo que padre espera ver, pero no voy a desperdiciar esta oportunidad
tratando de complacerlo. No cuando mi mente ya está concentrada en mi
próximo experimento.
Unos pocos pasos y estoy frente al prisionero, con un par de pinzas en
la mano. Me apresuro a abrirle la mandíbula y a sacarle la lengua, las
tenazas se acomodan bien contra el trozo de músculo. El hombre apenas
tiene tiempo de reaccionar antes de que tire con fuerza. Puede que mi
fuerza no sea la de un adulto, pero una buena medida de ángulos y la
lengua cede.
El hombre se retuerce de dolor mientras aprieto los dedos en el mango
de las pinzas y doy un último tirón, la lengua escapándose de la cavidad.
Largo y con estrías de color rosa y rojo, el músculo no parece tan
interesante como había pensado al principio.
Con una maldición en voz baja, lo arrojo al suelo, acercándome de
nuevo al prisionero y forzando su boca a abrirse, curioso por el daño.
Está sangrando, la sangre se acumula en su garganta mientras hace lo
posible por no ahogarse con ella.
Como el camino está despejado, de repente siento curiosidad por el
interior de su garganta. Agarrando un poco de metal, le abro la mandíbula
para que sus dientes no me aprieten la piel. Luego, doblando mi mano
agradablemente alrededor de una pequeña hoja, introduzco mi brazo en su
boca, palpando el cálido canal, antes de bajar por su garganta. Mi brazo es
lo suficientemente pequeño como para que quepa en su esófago.
Su boca casi toca mi hombro y doy un último empujón antes de sentir
el borde del estómago. Soltando la hoja de mi mano, la maniobro y
penetro en la pared desde el interior, empujando hasta que la punta del
cuchillo alcanza la superficie.
El hombre ni siquiera puede gritar de dolor, debe ser un gran dolor
porque empiezo a levantar el cuchillo y continuo cortando a través de su
tejido.
Para cuando mi brazo está fuera de su cuerpo, está muerto, con el torso
convertido en un amasijo sangriento de cortes desordenados.
¡Maldita sea!
No es bonito. Quizá la próxima vez lo haga mejor. Estudio
cuidadosamente mis errores, olvidando ya la presencia de mi padre.
Me sobresalta una palmada en la espalda, el cuerpo de mi padre junto al
mío mientras mira fijamente mi trabajo.
—Que me aspen… —susurra, casi asombrado.
Parece que puedo ser útil después de todo.
Capítulo 2
Assisi

EL PASADO
OCHO AÑOS

Trago con fuerza. Me duele la garganta, y mi respiración es muy


agitada, pero no puedo detenerme ahora. Corro lo mejor que puedo,
sabiendo exactamente lo que me espera si me atrapan.
Los edificios del convento se acercan a mí y miro a mi alrededor,
buscando una salida. Cuando no veo ninguna, hago lo único que se me
ocurre... Entrar en la iglesia.
Unos pasos pesados resuenan detrás de mí, señal de que no están muy
lejos.
Me fijo en el confesionario y abro la puerta con rapidez, metiéndome
dentro. Me llevo una mano a la boca y trato de regular mi respiración para
que nadie me oiga.
Mi pulso está por las nubes y el miedo me invade, sobre todo cuando
oigo el ruido chirriante de la puerta de la iglesia al abrirse.
Ya están aquí.
Oigo sus pasos mientras buscan en los pasillos, sus voces fuertes, el eco
reverberando en el edificio.
—La he visto entrar aquí. Debe estar escondida en algún sitio. —Una
de ellas murmura, el fastidio goteando de su tono.
—¡Assisi! ¡Sal de ahí! Cuanto más tiempo perdamos buscándote, más me
enfadaré, y no te gustará que me enfade —grita Cressida, mi pesadilla
personal.
Unos años mayor que yo, Cressida siempre ha tenido algo contra mí. Es
raro que pase un día sin que alguien me diga o haga algo. Y normalmente
Cressida es la mente maestra detrás de todas mis desgracias. No sé qué le he
hecho para que me odie tanto.
Aunque yo estoy en el Sacre Coeur desde que nací, Cressida solo llegó
aquí hace un par de años. Había sido abandonada por su madre en la puerta
del convento.
Sé muy bien lo que es ser abandonada, ya que mi propia familia me dejó
al cuidado de las monjas desde que tenía apenas unos días de edad, un hecho
que me han inculcado las monjas mayores desde el principio. Dios no quiera
que olvide lo indeseada que he sido.
Aun así, nunca había descargado mi ira en otros. No como Cressida.
Desde que había llegado al convento, se había convertido en una especie
de líder para las chicas mayores, y éstas no disfrutaban más que metiéndose
con las demás.
Como yo ya estaba condenada al ostracismo por las monjas mayores,
había sido el blanco perfecto para sus burlas y castigos.
No basta con que tenga que soportar los susurros de todo el mundo de que
soy la hija del diablo, o el hecho de que nadie se asociaría voluntariamente
conmigo ya que traigo mala suerte. No, Cressida y su pandilla de chicas
malas han tenido que recurrir a los castigos corporales para asegurarse de que
mi vida sea un infierno. Después de todo, es un destino apropiado para la
hija del diablo.
—Comprueba la parte de atrás, yo comprobaré la de delante —les ordena
Cressida, y entonces oigo arrastrar los pies.
Sus pasos se acercan cada vez más a mi escondite, y mi cuerpo ya se
estremece de miedo. Lo que me harán cuando me encuentren... No quiero
ni pensar en ello.
Esta semana, una de mis tareas había incluido el trabajo en la cocina,
así que he estado ayudando a algunas de las otras monjas en la
preparación de la comida. Pensé que sería bastante fácil, ya que podía
cortar verduras y pelar patatas sin interactuar con nadie. Esa es siempre
mi tipo de tarea perfecta, ya que nadie podría meterse conmigo de
ninguna manera.
Esta vez, sin embargo, no había funcionado a mi favor.
De alguna manera, Cressida se había puesto enferma por la comida de
ayer, y de alguna manera se había enterado de que yo había ayudado con
la comida, y en su mente, yo ya era culpable. Había contaminado la
comida con mis sucias manos y por eso tenía que pagar.
Tras la misteriosa enfermedad de Cressida, otras chicas habían caído
enfermas, por lo que me había convertido en el centro del desprecio de
todos.
Más ruidos me alertan de sus movimientos y parecen saquear cada
parte de la iglesia.
Por favor, que no me encuentren... Por favor...
Todavía tengo las cicatrices de mi último encuentro con Cressida. Mis
rodillas se habían roto tanto, que había cojeado durante dos semanas. Y
eso había sido simplemente por cruzarme con sus ojos. Me llamó
impertinente y procedió a mostrarme mi lugar.
No quiero imaginar lo que me hará ahora que cree que le hice algo a su
comida.
—¿De verdad crees que puedes esconderte? —La voz sarcástica de
Cressida resuena justo antes de que la puerta del confesionario traquetee bajo
la fuerza de su patada.
Retrocedo más hasta chocar con la pared, la vieja madera del
confesionario crujiendo.
—La tengo. —Cressida sonríe divertida mientras abre la puerta de un
tirón para mirarme con malicia en los ojos.
Se me corta la respiración cuando su mano se dirige directamente al
cuello de mi uniforme, tirando de mí con fuerza para sacarme de la cabina y
tirarme al suelo.
Mis miembros tiemblan al ver que las otras chicas se reúnen a mi
alrededor. Intento en vano retroceder y encontrar alguna forma de escapar de
ellas, pero cuando forman un círculo cerrado, me doy cuenta de que no puedo
hacer nada más que sufrir lo que me tienen reservado.
—Mírala. —Una de ellas se ríe, y su pie hace contacto con mi brazo.
Inmediatamente hago una mueca de dolor, intentando apartarme de su
alcance.
—No. —El brazo de Cressida se dispara hacia delante para detenerla—.
Recuerda lo que hemos hablado. No resolveremos nada si la golpeamos.
Mis ojos se abren de par en par ante sus palabras, y estoy a punto de
suspirar aliviada, pero entonces ella continúa, y sus palabras me hacen
temblar de horror.
—Tenemos que limpiar el pecado de ella. —Sonríe insidiosamente
mientras me mira, y las otras chicas están inmediatamente de acuerdo.
No es que no haya oído eso antes, ya que la propia Madre Superiora me
lleva semanalmente a una sesión de oración privada para limpiar el pecado de
mí. Como nací con una marca roja en la frente “la marca del diablo”
parece que estoy destinada a ser pecadora. Pero, aunque había accedido a
seguir los consejos de la Madre Superiora para librarme del mal, pensando
que eso haría que la gente me aceptara, nunca estuve realmente de
acuerdo con su método.
Porque no creo que haya nada malo en mí...
Ahora, mirando fijamente a los ojos de Cressida, me aterroriza lo que
pueda pasarme.
—No, por favor —gimoteo, pero las chicas ya están sobre mí, una a
cada lado, agarrando un brazo y una pierna y llevándome hacia el altar.
Cressida nos sigue, ladrando las instrucciones.
Retiran todos los objetos sagrados de la mesa y me colocan sobre ella,
asegurando rápidamente mis extremidades con una cuerda. Intento darles
una patada, pero sus uñas se clavan dolorosamente en mi piel y me doy
cuenta de que no soy rival para ellas.
No cuando me superan en número.
Cuando ya estoy inmovilizada en la mesa, las chicas dan un paso
atrás, dejando pasar a Cressida que viene a mi lado.
—No sé por qué mantienen aquí a alguien como tú. Está claro que
estropeas todo lo que tocas —dice, con la comisura de la boca ligeramente
curvada.
Coge la Biblia de un rincón, la abre y lee un versículo. Una chica trae
un recipiente lleno de agua y, ante el asentimiento de Cressida, me lo echa
por toda la cara.
Parpadeo dos veces, sorprendida por sus acciones. Siguen vertiendo
agua sobre mi cara hasta que me ahogo y balbuceo.
—Líbrala del mal. —Oigo brevemente la voz de Cressida retumbar en
la iglesia, pero mi atención se centra en mover la cabeza para evitar que el
agua me entre en la boca o la nariz. Pero el ritmo al que están vaciando el
recipiente en mi cara hace que sea difícil no tragar un poco.
—Para —dice Cressida, entrecerrando los ojos ante mi cara mojada—.
Esto no está funcionando. Todavía puedo sentir el mal que irradia de ella. —
Finge consternación al ver mi expresión de terror—. Tenemos que
asegurarnos de que todo su cuerpo está santificado. —Da instrucciones a las
chicas, que no tardan en obedecer, despojándome de la ropa hasta dejarme
casi desnuda y temblando sobre la mesa del altar.
Cressida sigue riendo, mi tormento parece estar alimentando su alegría.
Siguen echándome agua, y pronto mis dientes empiezan a rechinar por el
frío.
—Pobre Assisi, debe estar helada —comenta una de las chicas, y todas
comienzan a reírse.
Al acercarse a la mesa, su mano me agarra el cabello, desgarrando mi
peinado para que los mechones se desparramen hacia abajo.
—Hmm —empieza Cressida, con los ojos brillantes de interés. Mis ojos
se abren de par en par cuando se acerca, con la mirada puesta en mi cabello.
Por favor, no...
Aunque sé que nunca seré guapa con mi cara manchada, mi cabello es lo
único remotamente atractivo de mí. También es lo único que he cuidado con
esmero, asegurándome de que esté siempre peinado y limpio. Y me lo he
dejado crecer durante años.
Cuando miro a Cressida evaluando mi cabello, ya sé lo que me espera. Y
me está matando.
—Por favor, cualquier cosa menos mi cabello —susurro, esperando apelar
a algún lado humano de ella. Pero mientras rebusca en el altar un cuchillo, me
doy cuenta de que no hay ninguno.
—Algo bonito —señala—, para alguien como tú.
Rodea con sus manos la longitud de mi cabello, tirando de él hacia abajo
hasta que mi cuero cabelludo arde de dolor.
—No te preocupes —me susurra al oído—, te daré lo que te mereces.
Sujetando con fuerza mi cabello, utiliza la cuchilla para cortarlo.
Trato de luchar contra mis presas, con lágrimas en las esquinas de los
ojos, mientras deseo que todo esto no sea más que un mal sueño.
Pero no lo es. Y al sentir la hoja cada vez más cerca de mi cabeza, sé
que la batalla ya está perdida.
Me quedo quieta, con los ojos en blanco y las lágrimas gastadas.
¿Por qué? ¿Por qué yo?
No hay nadie que responda a mis preguntas, ni siquiera a mi más
profundo deseo: que me dejen en paz.
No, el tormento continúa cuando Cressida se levanta, sujetando con
suficiencia mi larga melena con una mano y agitándola delante de mí.
Miro desoladamente mi posesión más preciada, que ahora ya no es
mía.
Y para continuar con la falta de respeto, lo arroja al suelo como si
fuera basura.
Un sollozo se me atasca en la garganta al ver mi precioso cabello
ahora tirado en el frío suelo, y de repente me resigno. ¿Qué puede ser peor
que eso?
¿Qué pueden hacer que me duela más que el hecho de que me
arranquen con saña mi única cosa de valor?
Pero mientras veo a Cressida moverse con su grupo de chicas, me doy
cuenta de que quizá me he adelantado.
Es tarde, ya está oscuro y la única fuente de luz de la iglesia son las velas
colocadas alrededor del altar y en los pasillos.
Cada chica coge una vela y me rodean de nuevo, susurrando algún
tipo de oración en conjunto.
Estoy confundida mientras las observo, pero pronto queda claro lo que
Cressida tiene en mente.
—Hay una forma de asegurarse de que el diablo se mantenga alejado de
tu cuerpo. —Me sonríe, inclinando una vela hasta que la cera caliente entra en
contacto con mi piel.
Las otras chicas hacen lo mismo y dejan caer cera caliente por todo mi
cuerpo. Cada vez que la cera toca mi piel, siento una sensación de ardor hasta
que se enfría y se endurece. Pero una y otra vez, el dolor se hace cada vez más
insoportable.
—Ahora, chicas —habla por fin Cressida, levantando un collar de cruces
de plata y sujetándolo por la cadena—. Vamos a asegurarnos de que su
cuerpo está debidamente limpio de maldad —continúa, con el mal del que
tanto habla mirándome a la cara.
Me duele la cabeza por la prolongada exposición al dolor, pero al ver a
todas las chicas sosteniendo sus velas bajo la cruz, el fuego calentando el
metal, empiezo a sacudir la cabeza, deseando que mis miembros se muevan.
La sonrisa de Cressida se intensifica y me sube la pequeña cruz por el
pecho hasta situarla sobre el corazón.
—Por favor, no —le suplico, implorándole con la mirada. Ella se ríe.
Con suficiencia, presiona la cruz sobre mi piel, con una sensación de
ardor distinta a la de antes. Mi boca se abre en un gemido bajo, mis ojos
lagrimean por el intenso dolor.
Presiona la cruz contra mi piel hasta que se derrite, dejando que el diseño
se incruste para siempre en mi carne.
Tiemblo, a punto de desmayarme, mientras ella sigue aplicando
presión, el metal caliente destrozándome.
Ni siquiera me doy cuenta de cuándo me lo quita. Ni siquiera siento
cuando me desata las ataduras de las piernas y las muñecas.
Me siento allí, desnuda, dolorida y sola.
Las chicas hace tiempo que se han ido, pero apenas encuentro fuerzas
para levantarme y ponerme la ropa sobre mi cuerpo dolorido. Es como si
el tiempo se detuviera. No sé cuánto tiempo me lleva orientarme, ni cómo
salgo de la iglesia para dirigirme a mi habitación. Me agarro con fuerza a
lo que queda de mi cabello y lo escondo en mi bolsa.
Luego, intento volver cojeando a mi dormitorio.
Es pura casualidad que vea a la hermana Celeste en mi camino de
vuelta, y por primera vez, abro la boca.
—Hermana Celeste —empiezo, mis labios tiemblan hasta que
empiezo a bramar, contándole todo lo que me ha pasado—. ¿Por qué?
¿Qué he hecho para merecer esto? —le pregunto, con hipo por el exceso
de llanto.
Al levantar los ojos hacia ella, me encuentro con una mirada de
desaprobación. No es en absoluto la mirada comprensiva que esperaba.
—Assisi —comienza, su tono es severo—, no puedo creer que
inventes historias tan extrañas sobre tus hermanas. —Sacude la cabeza,
golpeando el pie con ansiedad—. Siempre te metes en problemas, de una
forma u otra.
¿Yo? Siempre intento evitar los problemas. ¿Cómo es que tengo la
culpa de que todo el mundo me odie?
Abro la boca para decir eso, pero la hermana Celeste habla primero.
—No quiero hacer esto, pero necesitas una lección. No puedes ir por ahí
acusando a tus compañeras de cosas tan atroces. Esto es exactamente por lo
que no le gustas a nadie.
La miro con confusión, y poco a poco me doy cuenta de que yo soy la
culpable.
—Ven. —La hermana Celeste me da una palmada en la espalda y me
dirige hacia el ala oeste.
—Pero ese no es mi dormitorio —susurro, casi haciendo una mueca de
dolor cuando toca mi tierna piel.
—Esta noche no vas a dormir en tu habitación —dice, y yo frunzo el
ceño.
No puedo hacer más preguntas porque me lleva a un edificio en el que
nunca he estado. Parece más antiguo que el resto, y tengo una sensación
extraña cuando entramos. Se me pone la piel de gallina, por el aire frío o
porque tengo miedo, no lo sé.
Me guía por un estrecho camino, abre una puerta con una llave y me
empuja al interior. La habitación está vacía, salvo una mesa junto a la
ventana.
—No es la primera vez que oigo que causas problemas, Assisi. —Me mira
acusadoramente.
—No he hecho tal cosa. —Trato de defenderme, pero antes de darme
cuenta su palma conecta con mi mejilla y caigo al suelo, mis ojos parpadean
rápidamente las lágrimas de la punzante bofetada.
—Hermana Celeste… —susurro, sorprendida por el giro de los
acontecimientos. ¿No se supone que ella es alguien a quien puedo recurrir?
Pero al mirarla, tan engreída, veo en ella la expresión de Cressida y sé que
no es más que otra matona.
Y yo soy la persona más odiada del Sacre Coeur.
Arrastrándome hacia la ventana, me zarandea mientras coge algunos
objetos de la mesa.
Me repliego, asustada por lo que pretende hacerme.
—Assisi —empieza, y me quedo helada al ver lo que tiene en la
mano.
Jabón.
—Debes aprender a no hablar mal de tus hermanas —repite,
arrodillándose frente a mí, con el jabón en la mano mirándome
amenazadoramente.
No es la primera vez que me ocurre esto, y probablemente no será la
última.
Pero cuando me obliga a abrir la boca, pasándome el jabón por los
labios y haciéndome chupar un poco, no sé qué es peor: mi herida con
ampollas o las burbujas en mi boca, el sabor químico que no desaparecerá
en horas.
Observa con deleite cómo mi cara se contorsiona, mitad por el dolor,
mitad por el asco, y sigue echándome más jabón.
Más y más hasta que me agito en el suelo. Escupo y escupo, pero el
sabor no desaparece.
—Mocosa desagradecida —dice, sus palabras mordaces. Se levanta y
tira el jabón sobre la mesa, echándome una última mirada.
—Espero que después de esto aprendas. —Espera mi respuesta, y solo
puedo darle lo que quiere.
—No volveré a hablar en contra de mis hermanas —susurro.
—¿Qué has dicho? —Me pide que lo aclare, y lo hago. Mis lágrimas
ya están secas mientras le doy las palabras que tanto desea.
—Bien —se regodea—, ahora para asegurarnos de que lo recordarás. —
Me levanta una ceja—. Pasarás la noche aquí.
No espera a que le responda y sale de la habitación, el sonido de la puerta
al cerrarse haciéndome saber que no hay salida.
Me arrastro de rodillas hasta llegar al jabón, con la cara contraída por el
asco, el sabor todavía en la lengua.
Pero había aprendido algo en mis años en el Sacre Coeur. Las heridas
supuran y se infectan. Y la cruz quemada en mi pecho no será diferente. Ni
siquiera estoy segura de que el jabón ayude, pero limpia las manos, ¿no?
También debería limpiar las heridas.
Lo envuelvo con los dedos y, bajando el uniforme, lo llevo a mi herida,
frotándolo lentamente.
—Ahhhhh. —Mi voz sale en chorros dolorosos, la sensación
abrasándome y acercándome a mi umbral de dolor. Pero lo soporto, sabiendo
que si esto se infecta nadie me ayudará.
Aprieto los dientes y contengo las lágrimas mientras lavo lo que puedo de
la herida.
Cuando termino, ya no tengo fuerzas y me derrumbo en el suelo.
Está oscuro... muy oscuro y frío.
Con el rechinar de los dientes, me pongo de lado, rodeando las rodillas
con las manos y doblando el cuerpo para conservar el calor.
Dios... ¿estoy tan maldita? ¿Soy tan malvada?
Todo el mundo parece pensar que lo soy…
Capítulo 3
Vlad
EL PASADO.
DOCE AÑOS.

Afilando mi cuchillo, miro de reojo la obra de arte de Marcello. A


regañadientes, tengo que admitir que tiene un don para este tipo de cosas.
Mientras que mi producto final es a menudo desordenado, el suyo es
pulcro, cada detalle en su lugar como si hubiera sido pensado de
antemano. Y así fue. Marcello no es impulsivo, eso me lo deja a mí. No,
su trabajo es exquisitamente minucioso.
—¿Has terminado?
Sus herramientas caen al suelo con un ruido sordo. Asiente con la
cabeza y se limpia la sangre de la cara con la manga.
Marcello, solo un par de años mayor que yo, es el hijo de un capo
italiano, socio de nuestra familia.
Desde nuestra primera misión juntos, hace algunos años, los adultos
habían decidido que trabajábamos mejor juntos y nos habían emparejado
repetidamente para que hiciéramos los trabajos más desagradables.
Con una expresión de aburrimiento en mi rostro, examino la obra de
Marcello. El hombre muerto había sido una rata que mi padre había
atrapado dando información a los albaneses.
Había observado lo suficiente para saber que la nuestra era la posición
más estratégica. Con acceso a todos los puertos principales, éramos los
primeros en saber cuándo llegaría un cargamento especial. Por supuesto,
todo el mundo competía por ese tipo de información, lo que hacía de nuestra
organización el objetivo perfecto para la infiltración.
Mi padre había sido el encargado de imponer los castigos en el pasado.
Pero desde que fue testigo del daño que Marcello y yo podíamos hacer a un
prisionero, decidió dejarnos las ratas a nosotros.
Un corte baja desde el cuello hasta el pubis, partiendo al hombre en dos.
Sus brazos y piernas habían sido bien rotos y doblados hacia adentro de
manera grotesca. Todo esto era para el espectáculo, ya que su cuerpo pasará al
menos un par de días en la gran sala.
Un recordatorio para no volver a traicionar al Pakhan. Después de todo,
ningún hombre querría que su cuerpo fuera profanado y expuesto en un
espectáculo enfermizo.
Sé que disfrutaré de mi tiempo cuando termine la exposición, ya que
podré hacer un examen exhaustivo de sus restos.
Vanya ya está inquieta pensando en la oportunidad.
En los últimos años había aprendido a controlarme mejor, y le había
hecho la promesa a mi padre de que los únicos hombres que morirían por mi
mano serían los que tuvieran una sentencia de muerte sobre sus cabezas. A
cambio, él me ofrecería todos los cadáveres que pudiera para satisfacer mi
morbosa curiosidad.
Sin embargo, no se da cuenta de que no es solo mi curiosidad, sino
también la de Vanya. Compartimos la misma obsesión por cómo funcionan
las cosas... lo que hace que los humanos funcionen. Y disfrutamos nuestro
tiempo diseccionando y discutiendo las entrañas de un cadáver.
Vanya no solo es mi gemela. Es mi compañera en el crimen. Y por
mucho que mis padres se opongan a que mis hermanas se acerquen a mí
por miedo a su seguridad, Vanya nunca ha dejado que los demás la
disuadan cuando ha tomado una decisión. Y ya éramos inseparables desde
que nacimos.
Pero, aunque sea tan desviada como yo, también es la más humana de
los dos. La única que puede anclarme a la tierra cuando siento que se me
escapa el control.
Puede que haya prometido a mi padre no matar a sus hombres, pero
eso no significa que sea fácil para mí. No es una decisión consciente
cuando sucede. Es más bien un compás de espera. Una palabra de Vanya,
sin embargo, y cumplo.
Me muevo de mi silla para evaluar el trabajo de Marcello de cerca,
notando algunas marcas de indecisión.
—¿Qué te pasa? —Entrecierro los ojos mientras observo las líneas
irregulares. Líneas que en cualquier otro momento serían perfectamente
rectas.
Marcello no me mira. Está mirando el charco de sangre en el suelo, su
expresión una mezcla de arrepentimiento y melancolía.
—No me digas que te has ablandado. —Inclino la cabeza para
estudiarlo.
Cuanto más desordenado sea el trabajo, más difícil será para mí salvar
algo del cuerpo. Y es completamente diferente a Marcello.
Refunfuña algo en voz baja, da un paso atrás y se dirige al baño
improvisado. Abre el grifo y se echa agua en la cara.
Me estoy impacientando, y Vanya también lo hará si no terminamos
esto pronto. Ya le había prometido la tarde, y siempre le da un ataque
cuando no cumplo mis promesas.
Marcello vuelve a entrar en la habitación en silencio, con la cabeza baja.
Reprimo las ganas de poner los ojos en blanco.
—Mi hermana —empieza, y me vuelvo hacia él, sorprendido por sus
palabras—. Es el cumpleaños de mi hermana. Hoy cumple tres años.
—No sabía que tenías una hermana. —Me limito a decir. Nunca había
visto a Marcello así... lleno de emociones desconocidas.
Es un estado con el que no puedo lidiar.
—Tenía... esa es una buena manera de decirlo —dice con una risa amarga.
Frunzo el ceño, confundido.
—Ni siquiera sé su nombre —continúa, suspirando profundamente antes
de dejarse caer en una silla.
Me acerco.
Marcello se pasa los dedos por el cabello, de repente parece cansado y
mucho más viejo de lo que es.
Puede que no empatice con sus sentimientos, pero sé lo que Vanya
significa para mí, y un mundo sin ella sería completamente desolador.
—¿Qué le pasó? —No sé qué me impulsa a preguntarle eso, ya que
debería ignorarlo y seguir con mi día. Sin embargo, de alguna manera, mi
curiosidad se apodera de mí.
—En un convento... está mejor allí. Aun así, me gustaría… —Sacude la
cabeza, levantándose y dirigiéndose a la puerta.
Aprieto los labios, tratando de identificar lo que está pasando con
Marcello y cómo puedo ayudarle a recuperar su capacidad de trabajo normal.
Al fin y al cabo, somos un equipo, y una mitad que haga un mal trabajo
afectará a todo el conjunto.
Justo cuando estoy barajando todas las posibilidades, la puerta del sótano
se abre para revelar a mi padre. Trae consigo dos cuerpos maltrechos.
—Es tu día de suerte, hijo. —Me guiña mi padre mientras arroja los
cuerpos al suelo.
Qué suerte.
El asunto de Marcello se olvida firmemente mientras miro a las
nuevas incorporaciones a la sala de tortura.
—¿Permiso? —pregunto, necesitando saber qué puedo y qué no
puedo hacer.
Con los ojos puestos en los cuerpos, me mojo los labios de excitación,
pasando por mi mente todo tipo de castigos.
—Son todos tuyos. Los pillamos robando en el depósito. Ya tenemos
uno para la sala.
Padre mira el trabajo de Marcello, sus labios tiran hacia arriba de la
abominación que reside actualmente en la silla de tortura. Ya no parece
humana, y cuando los nuevos prisioneros también miran el espectáculo de
horror, se dan cuenta de que su turno no está lejos.
Haciendo entrar a algunos de sus hombres, se lleva la obra de arte
destinada a ser exhibida, y yo aprovecho la fuerza bruta de los soldados
para pedir algunos favores propios. Viendo que Marcello no va a tomar la
delantera en esto, podría aprovechar y cumplir una de mis propias
fantasías.
Vanya se pondrá muy contenta cuando se lo cuente, ya que habíamos
desarrollado juntos esta particular hipótesis.
—Cuelguen a los prisioneros al techo —empiezo, señalando a los
hombres en el suelo—. Pies abajo.
Pronto, mi padre y sus hombres se van. Me quedo con un Marcello
melancólico, y decido que ya es hora de que deje de estar deprimido.
¿Y qué podría ser más divertido que el asesinato y la mutilación?
—Marcello —le llamo, y procedo a exponer mis planes. Le explico que se
trata de una competición, y que el objetivo es cortar la mayor parte del cuerpo
sin matarlos.
—Lo más probable es que mueran por la pérdida de sangre, así que
tenemos que ser cuidadosos con nuestros cortes. El que corte más partes del
cuerpo y cuyo prisionero siga vivo es el ganador —digo, satisfecho con el
juego y emocionado por estar en el bando ganador.
Tal vez esté aprovechando el estado tumultuoso de Marcello para ganar
algo de ventaja en esta competición, ya que sus cortes no serán tan precisos
como siempre. Pero tal vez esto sea lo que necesita para ponerse a tono.
Cuando termino de explicarle las reglas, asiente pensativo, aceptando mis
condiciones.
Cada uno de nosotros se hace con su propio alijo de cuchillos, cuchillas,
sierras y otras herramientas antes de pasar al lado de los prisioneros.
—¡Comencemos!
Tomamos una cuchilla cada uno y empezamos a cortar. Fiel a su ética de
trabajo, Marcello empieza por lo más pequeño: sierra los tobillos.
Evaluando mi propio proyecto, trato de pensar estratégicamente. Cada
pieza que corte aumentará la hemorragia.
Cerrando los ojos, puedo ver un libro de anatomía que he leído, buscando
las arterias principales y cómo atraviesan los cuerpos. Mi mejor opción es
tener en cuenta la arteria femoral y cortar lo más alto que pueda. Mientras
repaso mentalmente todos los escenarios, se me ocurre otra idea.
Sonriendo, miro mi alijo y me complace ver un pequeño lanzallamas.
Parece que me he anticipado antes de pensarlo.
Agarro una de las sierras y empiezo a cortar, centrando mi incisión justo
donde la cavidad de la cadera se une al fémur. Tengo que ser lo más rápido
posible para que la hemorragia sea mínima.
Pero, aunque tengo todo mi plan previsto, hay una cosa que Marcello
tiene sobre mí: la fuerza. La pubertad le ha dado la ventaja de la estatura y la
fuerza, así que tendré que encontrar la forma de evitarlo.
Tomo una pequeña silla y me subo a ella para estar a la altura del
estómago del prisionero. Me inclino ligeramente para tener un mejor
acceso y continúo cortando.
Cuando llego a la arteria, la sangre sale a borbotones, bañando mi
ropa. Apenas evito el chorro en mi cara mientras me apresuro a utilizar el
lanzallamas para cauterizar la herida.
Marcello estrecha los ojos al ver mi truco, y yo solo sonrío.
—No va contra las reglas. —Sonrío.
Él sacude la cabeza, pero no hace más comentarios, utilizando su
propio método para frenar el flujo de sangre.
Inteligente.
Ha cambiado de posición, acercando las piernas del hombre a su
pecho y asegurándolas allí con una cuerda. La posición asegura que la
sangre no fluya tan rápido debido a la gravedad.
Al terminar un muslo, me dirijo al otro. De vez en cuando compruebo
que el prisionero sigue vivo.
Los sonidos del acero contra el hueso y los gritos ahogados tras las
mordazas de los hombres resuenan en la habitación.
Cuando termino con el segundo muslo, la arteria cauterizada y el flujo
de sangre mínimo, me detengo a pensar en mis próximos pasos.
Marcello suspira al ver cómo se acumula la sangre de su propio
prisionero. Él también había intentado ir por el camino más rápido,
apuntando a los muslos. Pero sin fuego para cerrar la arteria, la sangre
simplemente fluye libremente.
—Tú ganas. —Sacude la cabeza, dando un paso atrás y desatando las
piernas del hombre para que el cuerpo vuelva a estar en posición vertical.
La sangre sale a borbotones, como una fuente, cayendo a chorros e
inundando el suelo.
Me relamo los labios, el espectáculo es lo suficientemente tentador como
para hacerme olvidar mi propio proyecto.
Pero no del todo.
—¿Y ahora qué? —Marcello se acerca para ver mi trabajo.
Ya me había deshecho de sus piernas, pero ahora es aún más difícil. Un
poco más arriba y los órganos se derramarán.
Una sonrisa tortuosa se dibuja en mi cara. Ah, qué pena que Vanya no
esté aquí para presenciar esto.
—Ayúdame, ¿quieres? —digo, bajando de la silla—. Al fin y al cabo, soy
el ganador. —Le guiño un ojo, tomando la motosierra y conectándola.
—No querrás decir... —Los ojos de Marcello se abren ligeramente.
—Ahora no me sirve de mucho. He ganado, y estadísticamente hablando,
las posibilidades de que corte más sin matarlo son muy bajas. Así podremos
disfrutar del espectáculo. —Le sonrío.
Poniendo en marcha la motosierra, me subo de nuevo a la silla, apunto al
diafragma del hombre y le clavo la hoja giratoria en el costado.
Debería haber usado gafas.
Me doy cuenta tarde, cuando trozos de carne y de órganos me saltan a la
cara. Me los quito de encima y sigo cortando.
Marcello parece haberse aburrido conmigo, y ni siquiera he llegado a la
mitad.
—Podrías ayudarme, sabes —añado con sorna. Él es el que tiene la fuerza
extra.
—¿De verdad? —replica irónicamente, pero termina por quitarme la
motosierra de las manos, cortando la última parte del torso del hombre.
Apenas da un paso atrás antes de que toda la cavidad torácica del
hombre caiga al suelo, los intestinos desenrollándose lentamente en una
serpentina, la sangre, la bilis y los jugos estomacales mezclándose en una
asquerosa combinación.
Marcello aprieta la nariz, poniendo rápidamente distancia entre él y el
medio cuerpo que sigue colgado del techo.
Levanto la vista, contemplando los ojos clavados en el horror
perpetuo, la fealdad de la vida y la muerte combinadas para embelesar y
repugnar a la vez. Mis pies me llevan más cerca, y no puedo evitar quedar
hipnotizado por la visión del rojo del caos y la destrucción.
Es como si un recuerdo largamente olvidado tratara de salir a la
superficie, una necesidad de herir y ser herido que me engulle mientras
permanezco clavado en el sitio.
Mucho más tarde me doy cuenta de que debo haber perdido la noción
del tiempo. Marcello ya se ha ido. Las limpiadoras de mi padre están
trabajando.
También está mi hermano mayor, Misha, que me observa desde un
rincón, con el labio torcido por el asco.
—Friki. —Es todo lo que dice cuando encuentro su mirada con la mía.
No respondo. No tengo que hacerlo. Simplemente dejo que mi boca se
abra ampliamente en una sonrisa completa. Su compostura se rompe de
inmediato y se va corriendo, murmurando algo para sí mismo.
A pesar de su tendencia a intimidar, Misha no es más que un cobarde.
Y por mucho que se meta conmigo, sé que teme lo que yo le haría.
Después de todo, se lo dije con todo detalle una vez que lo vi meterse
con Katya y Elena. Ahora tiene casi dieciséis años, pero su fascinación
por Elena, nuestra hermana menor, no se me escapa. Mamá y papá me
prohíben relacionarme con mis hermanas, pero hacen la vista gorda con
Misha.
Tal vez debería matarlo y acabar con él. Pero Vanya no me deja. Cada vez
que intento contarle mi plan para deshacerme de él, tiene que sermonearme
que la familia es donde debo poner el límite.
—Nosotros no matamos a la familia, Vlad —me decía con un mohín, con
los brazos cruzados sobre el pecho. Y yo le di la razón a regañadientes. Pero
tuvo que dar un paso más y hacerme jurar que nunca levantaría una mano
contra la familia.
Mi palabra es probablemente lo único que me hace humano, ya que hace
tiempo que me propuse hacerla vinculante. No puedo comportarme como la
gente normal, y no puedo empatizar con sus situaciones. Eso, había
aprendido, me hace extremadamente peligroso. Pero Vanya me había hecho
ver que aún podía funcionar en la sociedad -tener el control de alguna
manera- teniendo un conjunto de límites personales de los que me haría
responsable.
¿Quién habría imaginado que alguien como yo acabaría teniendo
principios? Pero son lo único que me impide sucumbir a una rabia puramente
animal.

—¿También quieres ir allí? —Vanya viene a mi lado y me pone una mano


en el hombro.
Mirando por la ventana hacia el jardín, solo puedo asentir con la cabeza
mientras veo a Katya y a Elena correr por ahí, jugando con una cometa. Sus
risas son tan extrañas, pero al mismo tiempo tan fascinantes, que no puedo
evitar mirar como un extraño.
Vanya es la única lo suficientemente astuta como para colarse a visitarme.
Pero también es la única que me conoce de verdad, la única que me ve.
Hemos estado juntos desde el principio. Habría sido extraño que no me
hubiera buscado.
Sin embargo, Katya y Elena son demasiado jóvenes para entender por
qué no se les permite relacionarse con su hermano mayor. He
intercambiado algunas palabras con ellas de pasada, pero nunca he
formado parte de su pequeño mundo.
Y quiero hacerlo.
No sé por qué. Sé que no soy como otros niños de mi edad. Sé que
hay algo malo en mí. Pero cuando las veo sonreír sin preocupaciones,
deseo, solo por un momento, ser normal también. Jugar con los demás y
disfrutar de su compañía. Porque tal y como están las cosas, o me temen o
me toleran.
Nunca deseado.
—Nunca te dejaría, hermano. —Los brazos de Vanya se cuelan por mi
cintura mientras apoya su cabeza en mi hombro—. Lo sabes, ¿verdad?
—Sí —respondo, casi distraído.
Porque ella es la única que se preocupa por mí, que ve algo más que
un bicho raro o una máquina de matar.
Ella me ve a mí.
—Para siempre —susurra, y su pequeño dedo envuelve el mío en una
solemne promesa.
—Para siempre —le prometo.
Capítulo 4
Assisi

EL PASADO.
DOCE AÑOS.

—No te preocupes por mí, Lina. —Le sonrío, dejando la ropa limpia
sobre la cama—. Tómate tu tiempo. Sé que ahora es difícil para ti.
—Sisi… —Sacude la cabeza, y puedo ver la decepción en su rostro. No
tengo intención de disgustarla aún más, así que me limito a darle unas ligeras
palmaditas en la mano—. Por favor, no te preocupes por mí. Tengo mis
amigos, ¿recuerdas? —Sigo sonriendo, aunque la mentira me arde en los
labios.
Ella asiente lentamente, con rastros de incertidumbre aún en sus rasgos.
—Lo siento —dice, justo antes de que abandone la habitación.
No creo que pueda quedarme allí sentada más tiempo, sabiendo que
podría romper a llorar en cualquier momento. Lina ha sido mi salvación en
este lugar olvidado de la mano de Dios, pero ni siquiera ella sabe lo que
ocurre cuando salgo de nuestra habitación. Y no quiero que lo sepa.
Tuve la suerte de que Lina le suplicara a la Madre Superiora que nos
permitiera alojarnos juntas. Pero criar a una bebé no ha sido fácil para ella,
por mucho que intente negarlo.
Claudia había sido una inclusión bienvenida a nuestra pequeña
unidad, pero también había significado que la atención de Lina se había
centrado por completo en su pequeña. En cierto modo, es más fácil para
mí evitar las preguntas en sus ojos cuando ve los moratones en mis brazos
y rodillas, o las cicatrices que han estropeado permanentemente mi piel.
Y, además, yo también había desarrollado un afecto por la niña, y
nunca intentaría quitarle el amor de su madre.
A pesar de lo desesperada que pueda estar por ello.
Especialmente ahora que Claudia ha estado enferma durante unos
días. He tratado de alejarme y darle a Lina un poco de espacio. Aunque
me rompe el corazón que esté sola de nuevo en este día.
Dirigiéndome a la parte trasera de la iglesia, me dirijo al único lugar
en el que sé que no me molestarán: el viejo cementerio.
Es una pequeña zona delimitada por una vieja y crujiente valla. Hay
unos cuantos mausoleos que albergan a algunas de las figuras más
eminentes del Sacre Coeur, aunque, por lo que sé, hace mucho tiempo que
no se entierra a nadie en este cementerio.
Me dirijo al mausoleo de mármol blanco situado en la parte trasera.
Usando unos trozos de alambre, abro la puerta y me cuelo dentro.
El año pasado, había encontrado este lugar por casualidad. Cressida y
sus acólitos me habían perseguido por todo el convento y pensé que tal
vez no se atreverían a entrar en el cementerio.
Pero lo hicieron, así que improvisé algo sobre la marcha,
consiguiendo abrir la puerta del mausoleo y colándome dentro.
Desde entonces, se ha convertido en mi refugio.
En el interior, un ataúd alto reside en el centro, con algunos objetos a
los lados. El resto de la habitación está desnuda, y es lo suficientemente
espaciosa como para que yo me quede por ahí. Incluso he echado alguna
siesta de vez en cuando, pero durante el invierno es más difícil dormir, ya que
el suelo se enfría mucho.
Me siento, apoyando la espalda en el féretro, y respiro hondo, deseando
no llorar. Hoy no.
Parpadeando dos veces, miro a mi alrededor y veo algunas velas usadas,
pero sin terminar.
Tal vez...
La idea me impulsa a actuar y reúno algunas de las velas, buscando algo
para encenderlas.
Justo cuando estoy a punto de rendirme, veo una pequeña caja de cerillas
junto al ataúd. Tomándola en la mano, la abro rápidamente para ver que
quedan un par de cerillas.
Sí.
Me apresuro a colocar las velas delante de mí, acercando las rodillas al
pecho y observando el baile de las llamas.
—Feliz cumpleaños para mí —susurro, con los ojos cada vez más
húmedos.
Con el borde de la manga, me limpio las lágrimas, diciéndome que no
vale la pena.
Pasa todos los años. ¿Por qué esta vez tiene que ser más dolorosa que las
demás?
Todas las demás chicas tienen algún tipo de celebración de cumpleaños.
Todas menos yo.
Como las monjas dicen que soy hija del diablo, creen que el día de mi
nacimiento no fue un acontecimiento alegre, sino maldito. ¿Por qué iban a
celebrar un día maldito?
Así que he tenido que ver desde los banquillos, año tras año, cómo
todo el mundo tiene su pequeño día cuando es la persona más importante.
Y a mí me olvidan.
—¿Por qué sigue doliendo? —me pregunto, incapaz de responder a la
pregunta.
Tal vez sea porque finalmente encontré algún tipo de aceptación con
Lina y Claudia. O porque, de vez en cuando, mi hermano, Valentino, se
acuerda de visitarme. Incluso había visto a mi otro hermano, Marcello,
una vez, hace años. Había sido amable pero distante.
Como todos los demás.
Mirando fijamente a la luz de las velas, me armo de valor para pedir
un deseo.
Deseo que alguien me quiera por encima de todo.
Decido ser egoísta y pedir todo lo que quiero, sabiendo que es poco
probable que lo consiga.
Quiero ser el todo de alguien... La razón de ser de alguien.
Cerrando los ojos e imaginando el calor de ese amor -mi alma
asfixiada por el exceso de amor- soplo en las velas.
Quizá esta vez funcione.
Suspiro profundamente, sabiendo en el fondo que todo es en vano. Me
pregunto cuánto tiempo tardará en morir mi esperanza. Me quedan largos
años por delante en este horrible lugar. Los suficientes como para que la
última gota de esperanza de mi espíritu se agote.
Me gustaría poder entender al menos por qué. ¿Por qué me ha
abandonado mi familia? ¿También piensan que traigo mala suerte? ¿Que
soy despreciable?
Deben hacerlo.
Apoyando la cabeza sobre las rodillas, me ciño los brazos alrededor del
cuerpo, acurrucándome en un pequeño ovillo para conservar el calor.
Se hace tarde y las noches son frías, sobre todo teniendo en cuenta que el
edificio es de mármol.
Me demoro un poco más y decido volver.
Abro la puerta del mausoleo con un chirrido y me encuentro cara a cara
con mi pesadilla: Cressida.
—Te dije que estaba aquí —dice una de las otras chicas, con expresión de
suficiencia.
Cressida me observa con malicia en su mirada, e instintivamente doy un
paso atrás.
—Pensó que podía huir de nosotras —dice con sorna, mirándome de
arriba abajo. Probablemente esté buscando los moratones de la última vez.
Sacudo la cabeza y trato de poner toda la distancia posible entre nosotras.
Camino hacia atrás hasta chocar con el frío metal del ataúd, mis manos
aferrándose a él para apoyarse.
—Por favor. Deja que me vaya. Es casi la hora del toque de queda —
añado en voz baja, esperando que la amenaza del castigo de la Madre
Superiora por incumplir el toque de queda les disuada.
—Assisi, Assisi, ¿cuándo vas a aprender? —Se acerca a mí, su mano va a
mi barbilla para inclinar mi cabeza hacia arriba, llevando mis ojos a los
suyos—. Aquí no le importas a nadie. La Madre Superiora probablemente me
daría un premio por mostrarte tu lugar. Después de todo, la basura solo
pertenece a un lugar… —Me sonríe, su boca se cierne sobre mi oreja—. En la
basura.
Me empuja ligeramente el hombro, pero ya no tengo ningún sitio al que ir,
así que intento esquivarla.
—¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho? —Me tiembla el labio
inferior al imaginar todas las cosas que podrían hacerme, anticipando ya el
dolor y la humillación.
—¿Por qué? —Se ríe y me da una bofetada en la cara. Giro
rápidamente la cabeza para evitarlo, pero la punta de sus dedos sigue
haciendo contacto con mi mejilla derecha. La otra palma de la mano le
sigue de cerca, golpeando mi mejilla izquierda con fuerza.
Hago una mueca de dolor y agacho la cabeza, esperando que mi
sumisión haga que se apiade de mí.
—Porque puedo. Eres tan patética que es muy divertido ver el miedo
en tus ojos. —Y para que quede claro, sigue abofeteándome.
Levanto los brazos, intentando desviar algunos de los golpes, pero
siguen rozando mi piel, dejando una sensación de escozor.
—¡Déjame en paz! —grito, sin poder soportarlo más—. Solo...
déjame en paz. —Me trago un sollozo, todo converge a un nivel
insoportable.
—Chicas, vengan a ver. Assisi ha respondido de vuelta.
Las otras chicas empiezan a reírse, acercándose y formando un círculo
a mi alrededor.
—¿Quieres que te deje en paz, Sisi? —pregunta, burlándose del apodo
que me había puesto Lina.
—Déjame en paz —repito, aunque la confianza de antes casi ha
desaparecido. Con cinco chicas rodeándome, ¿qué puedo hacer?
—¿Qué dicen? ¿la dejamos sola? —pregunta Cressida y las demás se
ríen.
—Deberíamos. De todos modos, ya casi es el toque de queda —
responde otra, y las demás parecen estar de acuerdo.
Apretando los ojos, el alivio empieza a llenarme cuando me doy cuenta de
que no tienen tiempo para hacerme más cosas.
—Tienes razón —dice Cressida antes de empujarme repentinamente
al suelo.
Al caer, intento zafarme de ellas, pero un movimiento de mano de
Cressida y el resto de las chicas están sobre mí, sujetándome.
—No podemos saltarnos el toque de queda. Pero Sisi sí. —Sonríe
insidiosamente, indicando a su amiga que la ayude.
Veo con horror cómo desenganchan el candado del ataúd, ambas empujan
la parte superior hasta que cede, formándose una abertura en la boca del
ataúd.
Aterrada, solo puedo sacudir la cabeza mientras intento liberar mis brazos
y piernas de su agarre.
No... ¡no!
Cuando la parte superior está a medio camino, Cressida frunce el ceño en
señal de disgusto.
—¡Puaj! ese olor… —Su cara entonces se transforma lentamente en
satisfacción—. Perfecto para Assisi.
Las chicas empiezan a moverme de un lado a otro, y aunque intento
patearlas, nada funciona.
Pronto me tiran en el ataúd, mi espalda cayendo sobre algo duro, y el
sonido de los huesos crujiendo resuena en el pequeño espacio.
Tiemblo de pies a cabeza, pero no me atrevo a moverme por miedo a lo
que pueda ver.
—Dulces sueños, querida Sisi. —Cressida me mira con suficiencia.
Al igual que se había quitado, la tapa se cierra lentamente y el mundo
entero se empapa de oscuridad.
Me mantengo quieta, esperando a que se vayan. Después intentaré
salir.
Pero justo cuando ese pensamiento se cruza en mi mente, oigo el
traqueteo del pestillo. Mis ojos se abren de par en par con incredulidad.
—No es real. No es real —susurro para mis adentros. Pero cuando me
muevo solo un centímetro hacia la derecha y me choco con un objeto
duro, de repente es muy real.
—Cálmate. Necesito calmarme —digo en voz alta, esperando que el
ruido me ayude a concentrarme en algo que no sea el miedo.
Inhalo y exhalo mientras dejo que mi mano recorra el lugar. Apenas
he visto lo que había dentro cuando me han metido dentro, y quizá sea
mejor así.
El olor es como lo había descrito Cressida... putrefacto. Es viejo y
mohoso, y hay algo que me hace contener la respiración con asco.
Me muevo y siento algún tipo de material, así como lo que imagino
que es hueso.
¡Hueso humano!
De todas las cosas que me han hecho a lo largo de los años, esta tiene
que ser la más extrema.
El pánico se apodera de mí cuando empiezo a imaginarme encerrada
para siempre en este ataúd.
¿Y si llevan su broma al extremo? ¿Y si piensan que nadie me va a
echar de menos y se olvidan de mí aquí?
No sería la primera vez que alguien desaparece del Sacre Coeur y
nadie se inmuta. Estaba Delilah, que solo había estado aquí un año, y
también estaban las gemelas, Kat y Kris, que habían desaparecido al
mismo tiempo. Y nadie había vuelto a hablar de ellas. Era como si nunca
hubieran existido en primer lugar.
Y pronto seré yo también.
Cuanto más pienso en mi sombrío futuro, más me doy cuenta de que
no estoy preparada para morir. Ni ahora ni pronto.
Ni siquiera he vivido.
Cierro las manos en puños y las aprieto contra la parte superior del ataúd,
dando puñetazos, arañando, golpeando... todo con la esperanza de que el
pesado objeto ceda.
Pero no lo hace.
Le doy patadas con los pies, usando toda la fuerza que puedo reunir.
Nada.
De alguna manera, la idea de que voy a morir aquí, y en mi cumpleaños,
sin embargo, me hace querer luchar.
Puede que no tenga nada por lo que luchar, pero al menos me tengo a mí
misma. Y puede que nadie más me quiera, pero yo sí.
Y quiero vivir.
Quiero seguir adelante, porque quizás, algún día, mi deseo se haga
realidad.
Sabiendo que no puedo rendirme, continúo dando patadas en la cima hasta
que el agotamiento me reclama y me dejo caer hacia atrás, con mis
extremidades sin fuerzas, pero mi determinación sigue siendo de acero.
Porque puedo hacerlo.
Lleva años atormentándome porque puede. Y tenía razón en eso.
Porque la dejé.
Ahora, mientras me siento en la oscuridad de este espacio cerrado,
algo de claridad se abre paso en mi mente. Más allá del miedo, más allá
del pánico a no volver a ver la luz del sol y a morir junto a una pila de
huesos viejos, hay una comprensión repentina.
Dejé que me pisoteara.
Una y otra vez me insultó, golpeó y castigó. Solo porque podía
hacerlo.
¿Y yo? A pesar de mi declaración de inocencia, fui una participante
voluntaria. Porque había permitido que todo sucediera.
Había dejado que me maldijeran, que me golpearan hasta que mi piel
se llenara de cicatrices y que me atormentaran hasta que las pesadillas no
me dejaran dormir.
¿Cómo no me di cuenta antes?
Había estado tan ocupada compadeciéndome de mí misma y llorando
por mi desdichado estado que no me había parado ni un minuto a
preguntarme por qué dejé que sucediera.
No creías que te merecieras más.
Eso es probablemente lo máximo que estoy dispuesta a admitirme a
mí misma, la verdad que me abre en carne viva por dentro y me hace
mirar mi propio reflejo.
Había estado tan enfrascada en intentar ser buena, en intentar pasar
desapercibida complaciendo a todo el mundo, que ni una sola vez me
había defendido.
Y por primera vez, juro que, si salgo viva, voy a cambiar.
Tal vez no pueda controlar el comportamiento de los demás, pero
puedo asegurarme de que nunca más me vean débil.
¿Por qué ser buena cuando la gente es mala?
Por qué, exactamente.
Toda mi vida he tratado de mostrar a la gente que soy más que la
marca en mi cara. Que en realidad no estoy maldita. Pero nadie ha intentado
ver más allá de mis imperfecciones físicas.
Desde el principio me habían tachado de hija del diablo, así que había
hecho todo lo posible por demostrar a todo el mundo que era buena.
¿Y para qué?
Las horas pasan, y el ataúd se enfría cada vez más. Intento ignorar la idea
de que estoy acostada encima de los viejos huesos de alguien, o el simple
hecho de que estoy compartiendo un lugar diminuto con una persona muerta.
Me concentro en una cosa: mi creciente determinación.
He terminado de ser el saco de boxeo de todo el mundo, al igual que he
terminado de ser indeseada.
Si no me quieren, que así sea. Yo tampoco los quiero.
Abandóname una vez, y que caiga la vergüenza sobre ti. Abandóname dos
veces... y que la vergüenza caiga sobre mí.
Pero la próxima vez, no habrá un dos veces.
Si es que hay una próxima vez.

El canto matutino de un gallo me avisa del paso del tiempo. Con el


rechinar de los dientes y la rigidez de los miembros por el frío, apenas soy
consciente del tiempo que llevo aquí.
Hay algunas grietas dentro del ataúd que permiten algo de luz, y la
absorbo toda, pensando tontamente que podría calentar mi cuerpo.
Al cabo de un rato entro y salgo de la conciencia. El hambre y la sed
me carcomen, y ya me resigno a no salir nunca de aquí.
—Ojalá… —Intento mojar mis ya agrietados labios con la lengua, mi
único pensamiento para mantenerme despierta—. Ojalá —empiezo de
nuevo, pensando en mi deseo de cumpleaños.
Quizá en otra vida...
—Ella vuelve en sí. Puede que tengamos que mantenerla...
—¿Mantenerla? ¿Aquí? No. Me la llevo conmigo —una voz cada vez
más acalorada.
Me muevo un poco, y me doy cuenta de que me cuesta hacer
reaccionar mis miembros. Siento los músculos de la cara, rígidos y
doloridos, e intento abrir los ojos.
—Sisi. —Lina se precipita a mi lado—. Dios mío, qué te ha pasado —
susurra con lágrimas en los ojos.
Sus manos recorren mi cara, mi cuerpo, y su tacto es tierno y
afectuoso.
—Lina —balbuceo, me cuesta hablar.
—No, no hables. Te tengo —dice, con sus cálidas manos acariciando
mi cabello.
—Catalina, no estoy segura...
—Hermana María, Sisi es mi amiga y puedo cuidarla. Va a volver
conmigo. —La voz de Lina tiene una seguridad que nunca había oído
antes.
Intento levantarme, pero ella vuelve rápidamente a mi lado,
cogiéndome en brazos y abrazándome contra su pecho.
—Dios, Sisi, ¿qué ha pasado?
—Estoy bien —consigo soltar, aunque no estoy segura de cuánto tiempo
estuve en ese ataúd.
—¿Cómo has...? —Me quedo sin palabras, mis fuerzas son limitadas.
—Las hermanas de guardia de jardinería te oyeron gritar. No puedo creer
que estuvieras encerrada ahí... Sisi. —Sacude la cabeza hacia mí, con
preocupación en su mirada.
—Estoy bien. Solo era un juego —miento, porque he aprendido la lección
cuando se trata de delatar a las otras chicas.
No. Nadie puede ayudarme más que yo misma.
Y eso es exactamente lo que voy a hacer.
—¿Un juego? Pero...
—¿Podemos volver? —pregunto, esperando que ella deje el tema. No
quiero que sepa lo que me ha pasado, tanto como no quiero que sepa lo que
haré a partir de ahora.
He probado suficiente crueldad humana para toda una vida.
Es hora de que devuelva algo.
Capítulo 5
Vlad

EL PASADO.
QUINCE AÑOS.

Con la mirada fija en el tatuador, observo cómo traza el contorno de


su diseño en mi brazo, la aguja de la pistola penetrando en mi piel en lo
que debería haber sido un pinchazo ligeramente doloroso. Dado que mis
receptores del dolor ya están deteriorados, lo único que siento es una
sensación de cosquilleo cuando mueve la pistola por mi piel.
—¡Es tan bonito! —exclama Vanya desde mi lado, estirando el cuello
para ver mejor el nuevo diseño.
Yo gruño en señal de acuerdo.
En tan solo una semana, he pasado de la piel desnuda a una armadura
casi completa. Hacía tiempo que deseaba borrar la fealdad de mi piel y
bañarla con algo significativo pero agradable a la vista.
El apodo que Misha prefiere para mí “friki” no solo está relacionado
con mi comportamiento menos que normal, sino también con las marcas
que recorren mi cuerpo. Tantos cortes, que me había llamado
abominación frankensteiniana cuando me había visto sin camiseta.
Los cortes y las crestas de carne cicatrizada recorren todo mi torso,
brazos y piernas. Aunque mi espalda no se ha salvado, mi pecho es el
peor, con una gruesa cicatriz que va desde el esternón hasta el ombligo. Como
un árbol, se ramifica en líneas más pequeñas, algunas más prominentes, otras
más superficiales.
Mi cara es lo único que no tiene manchas, una maravilla.
Para evitar las miradas interrogantes de la gente, así como la condena o la
lástima en sus expresiones, había decidido cubrirlo todo con tinta.
Aunque hacía tiempo que quería hacerlo, el tatuador me había
desaconsejado hacerlo antes de llegar a la pubertad, ya que los diseños
podrían distorsionarse con el estirón. Así que en cuanto vi un cambio en mi
cuerpo, pedí la cita.
Hacía una semana que habíamos empezado el proceso, y me había
costado mucho convencerme de que podía soportar los sucesivos dolores. Por
suerte, es uno de los artistas a los que recurre la Bratva y debe haber oído
hablar de mi reputación no tan estelar, porque en el momento en que me había
mostrado un poco triste, había acabado aceptando el trabajo.
Vanya ha estado a mi lado en todo momento, maravillada con los diseños
y tratando de convencerme de que le deje tener el suyo propio. Por supuesto,
eso nunca ocurriría, ya que nuestro padre me cortaría las pelotas si le pasara
algo a su pequeña.
Hasta ahora, el tatuador había terminado mis piernas, mi pecho y mi
espalda, así como mi brazo derecho. El brazo izquierdo es el único que aún
necesita algo más de tinta.
Había pasado noches en vela con Vanya eligiendo los diseños, y habíamos
discutido largo y tendido sobre la cohesión del conjunto. Ella, más que nadie,
sabe lo que significa para mí.
El cuerpo se divide en tres eventos: antes, durante y después.
En mi pecho, justo debajo del ombligo, hay un cofre de madera con
intrincados diseños entreabierto: la caja de Pandora. De los confines del cofre
sale un humo negro entintado que se convierte lentamente en calaveras,
cada una de ellas pintada con una expresión de malicia, desesperación y
desolación: el mal desatado en esta tierra.
Los espíritus corruptos ocupan la mayor parte del espacio de mi
pecho, sus rostros podridos llegan hasta mis omóplatos y se disuelven en
una niebla tranquilizadora. Desde los hombros hasta las muñecas, hay
runas budistas a lo largo de mis brazos, destinadas a contener el mal y
evitar que se extienda como una enfermedad.
Del mismo modo, mi espalda es un mosaico de guerreros en diferentes
posturas de combate, todos encargados de proteger la caja. Por otra parte,
también están destinados a ofrecer un amortiguador entre las fuerzas del
mal y el mundo exterior, en caso de que la caja se abra involuntariamente.
A Vanya se le ocurrió ese pequeño detalle.
—A veces, las pequeñas grietas se convierten en agujeros de
magnitudes asombrosas —había dicho, insinuando la posibilidad de que,
por mucho que uno intente no abrir la caja, ésta se abrirá de todos modos.
Así que sugirió un mecanismo de seguridad. Algo que impida que lo malo
se derrame.
—Los guerreros te protegerán, pero también protegerán al mundo... de
ti —comentó pensativa, tomando un bolígrafo y esbozando su idea en un
papel.
Sus palabras me habían tocado la fibra sensible. Me conoce tan bien
que es consciente de que hay muchas posibilidades de que me quiebre en
algún momento.
Entonces, la última pieza “las piernas” representa lo que ocurrirá
cuando el último resto del bien sea vencido. El descenso al tártaro. El
lugar donde el mal hace su juego, y la última parada.
El destino final.
Pero si todo lo demás fallara, los desdichados espíritus desatados de la
caja de Pandora no se aventurarían solos en el infierno. No, arrastrarían a
cualquier alma inocente que pudieran encontrar.
Y eso... debería evitarse a toda costa.
—No puedo creer que no duela. —Vanya nota como la aguja se adentra
más en mi brazo.
—¡Duele muchísimo! —Finjo quejarme, guiñándole un ojo.
El tatuador levanta la mirada, mirando entre Vanya y yo, con las cejas
juntas antes de encogerse de hombros, con la atención puesta de nuevo en su
trabajo.
—Es raro —se queja Vanya, levantándose de su silla y estirándose un
poco por la habitación.
—¡Vanya! —Dejo que mi voz retumbe un poco, preocupado de que ella
pueda estar tramando algún tipo de travesura. Ella puede hacer lo que quiera,
pero solo después de que mi tatuaje esté hecho.
—Tranquilo, no voy a hacer nada —suspira, sus hombros desplomándose
mientras vuelve.
—Bien. Si te comportas, puede que hable con padre para que te deje
hacerte el tuyo —menciono y su cara se ilumina inmediatamente.
—¿Lo prometes? —Se apresura a intervenir, y yo sacudo la cabeza,
divertido.
—Lo prometo —me río.
El cuerpo de Vanya tiene marcas similares a las mías, y sé que ella
también está acomplejada por ellas. Peor que yo, tiene una cicatriz que le
atraviesa el ojo derecho. Con el tiempo, se ha curado de modo que ahora solo
queda una débil línea por encima y por debajo de sus pestañas.
Aun así, está en una edad en la que su apariencia es muy importante
para ella. Aunque le había prometido que hablaría con nuestro padre en su
nombre, no será fácil, ya que no se le permite interactuar conmigo de
ninguna manera. Incluso ahora, tengo miedo de que el artista del tatuaje le
diga a padre sobre su presencia aquí. Pero cuando a Vanya se le mete algo
en la cabeza, no puedo hacer nada. No pude decirle que no cuando me
pidió venir conmigo.
¿Cuándo podré decirle que no?
Es la única que tengo. La única persona con la que puedo hablar
libremente.
Con el tiempo, las cosas solo han empeorado. He conseguido
controlar mis impulsos y he hecho todo lo posible por adoptar una actitud
más amistosa. Todo con la esperanza de que la gente no huyera de mí.
No ha servido de nada.
Ahora, más que nunca, la gente parece tenerme más miedo cuando
intento sonreír o hacer una broma. A pesar de todos mis esfuerzos por
asimilarme con los demás, me he convertido en una persona aún más
condenada al ostracismo.
Está Marcello, pero él es diferente. Aunque nos llevamos bien, puedo
ver que odia lo que hace. Hace su parte del trabajo, pero sus ojos están
muertos por dentro cuando eso sucede.
No es como yo... No siente la emoción de cortar el interior del cuerpo
humano, la fascinación por lo que se esconde en el interior, un millón de
preguntas sin respuesta que, sin embargo, nos miran a la cara.
No lo entiende.
Sin embargo, a pesar de su disgusto por nuestras actividades
extracurriculares, es el único, aparte de Vanya, que no me desprecia.
Puede mirarme fijamente a los ojos y desafiarme sin temer que le corte el
cuello en un momento de inconstancia. Puede hablar y discutir conmigo,
sobre nada y sobre todo.
No se da cuenta de lo mucho que me importan esas pequeñas cosas.
No cuando la gente huye de mí en cuanto intento abrir la boca para hablar.
—Esto debería ser todo —suspira el tatuador, inclinándose hacia atrás
para examinar su trabajo—. Ahora debes tener cuidado —procede a
instruirme sobre cómo cuidarlos.
Pronto, Vanya y yo salimos por la puerta y nos dirigimos a casa. La tienda
de tatuajes no está muy lejos de nuestra casa, pero tomamos un desvío
mientras nos escabullimos por algunas de las calles más pobladas de Brighton
Beach.
—¡Espera! —exclama Vanya mientras se apresura a acercarse a uno de
los escaparates, con cara de asombro al contemplar los vestidos de los
maniquíes.
—Sabes que papá nunca te dejará ponerte algo así —digo, divertido,
mientras señalo el largo del vestido. Apenas llega por encima de la rodilla, y
padre tiene una regla firme para todas sus hijas. Nada que muestre demasiada
piel.
Vanya suspira con frustración, y sus ojos se mueven entre su vestido a
medio muslo y el que está en el escaparate.
—¿Crees que alguna vez me dejará ponerme algo así? —pregunta con un
tono bastante desesperado.
—Lo dudo —respondo con sinceridad.
Ser el Pakhan de la Bratva de Brighton Beach significa que la imagen del
padre debe ser impecable. Eso se extiende a su propia familia, especialmente
a sus hijas. Los estándares son diferentes, por supuesto, para sus hijos.
Las mujeres de la familia deben ser recatadas, con un talante tímido y lo
suficientemente maleables para sus homólogos masculinos.
Los hombres, en cambio, demuestran su fuerza por la cantidad de
violencia que pueden ejercer sobre sus enemigos, la crueldad con la que
dirigen.
En ese sentido, yo soy el hijo modelo de mi padre, aunque sé que en el
fondo le aterrorizo. Vanya, en cambio, es lo contrario de todo lo que
representan, y hasta ahora ha conseguido ocultar bien su lado oscuro.
Nadie, aparte de mí, sabe de qué es realmente capaz.
Por suerte, mi padre tiene a mis otras dos hermanas, que son la
personificación del decoro, dulces y recatadas.
—Maldita sea —maldice en voz baja, con los ojos todavía
concentrados en ese trozo de tela.
Sin siquiera pensarlo, la tomo de la mano, entrando en la tienda y
llenando sus brazos con montones de ropa.
—Vamos, pruébatelos —la insto cuando sus ojos se abren de par en
par en forma de pregunta.
—¿De verdad? —Su voz es pequeña cuando pregunta y yo solo
asiento con la cabeza—. Pero no tenemos dinero...
—Sí tenemos. Yo sí, así que no te preocupes —le aseguro, guiándola
hacia los vestuarios.
Sus labios tiemblan ligeramente y se lanza hacia mí, rodeando mi
cuello con sus brazos en un abrazo.
Cierro los ojos, disfrutando del pequeño gesto.
Nadie me toca.
Nadie se atreve, de todas formas. Son pequeños momentos como este
los que me recuerdan que soy humano, con necesidades humanas.
¿Cuándo fue la última vez que alguien me abrazó?
Yo... no lo recuerdo.
¿Alguien me ha abrazado alguna vez?
—¡Ve! —vuelvo a decir, sacudiéndome de mis cavilaciones, feliz de
haber decidido hacer esto por ella.
Entra corriendo en el vestuario, y el sonido de las perchas cayendo al
suelo me indica que está más que excitada.
Una sonrisa se dibuja en mis labios mientras absorbo parte de su
contagioso placer.
Vanya procede a mostrarme todos los vestidos, y yo le doy mi aprobación,
haciéndole saber que puede comprar lo que quiera.
Tengo algo de dinero guardado, y ya que no lo necesito para mí, al menos
puedo gastarlo en ella.
Cuando termina de probárselos, pagamos los vestidos y nos vamos. Pero
antes de volver a casa, también la llevo a un centro comercial para que elija
algo para la cara.
Ya que le molesta tanto su cicatriz, quizá haya formas de cubrirla sin
recurrir a los tatuajes. Me detengo frente al pasillo de maquillaje y la ayudo a
decidirse por un tono de polvos más parecido al de su piel.
Cuando también hemos pagado el maquillaje, la sonrisa que me dedica
podría iluminar el mundo entero. Estoy tan satisfecho con el giro de los
acontecimientos, que empiezo a pensar en qué trabajos podría hacer para
ganar más dinero.
Vanya se merece todo y más.
De la mano, por fin nos vamos a casa.
Mis ojos se detienen en la pieza del rompecabezas, tratando de
visualizar la imagen completa. Tardo un par de segundos en imaginar
todas las posibilidades y pronto todo el rompecabezas se forma en mi
mente. Con un suspiro, empiezo a colocar las piezas en su sitio.
A veces ni siquiera sé por qué me molesto con los rompecabezas, ya
que siempre me lleva el mismo tiempo terminarlos, independientemente
del nivel de dificultad.
Desde que mi padre decretó que solo puedo matar con su permiso, mi
tiempo libre casi se ha duplicado. Al principio había intentado leer
algunos libros de texto para obtener mi diploma, pero incluso eso había
sido demasiado fácil. Tener una memoria fotográfica significa que solo
necesito leer algo una vez para recordarlo para siempre. Un poco irónico,
teniendo en cuenta que mis propios recuerdos son casi inexistentes antes
de los ocho años.
Paso al siguiente rompecabezas y estudio la imagen durante un
segundo, con la esperanza de que éste sea un poco más difícil que el
anterior.
Estoy concentrado en resolver el rompecabezas cuando un bulto de
ropa cae frente a mí, con las piezas ya colocadas revueltas.
Frunzo el ceño y levanto lentamente la mirada para encontrarme con
la de mi padre, que está enfadado.
—¿Por qué tienes esto? —Es todo lo que pregunto, notando que es la
misma ropa que le había comprado a Vanya hace un par de días.
—¿Por qué...? —balbucea padre, sacudiendo la cabeza y dando un
paso atrás—. Imagina mi sorpresa cuando tu hermano me dijo que te
había visto con una bolsa llena de ropa. Nada menos que ropa de chica —
dice, evaluándome con astucia.
Misha... Por supuesto que iría corriendo a ver a padre.
—¿Y qué? —Me encojo de hombros, imperturbable.
—Hijo —empieza, claramente incómodo—, quizá deberíamos hablar.
Inclino la cabeza, entrecerrando los ojos hacia él.
¿Hablar?
Cuando ve que le observo en silencio, suelta una tos falsa y sus ojos se
desvían con desconfianza antes de volver a hablar.
—Sé que estás en una edad en la que… —más toses falsas. Casi me dan
ganas de poner los ojos en blanco y decirle que lo escupa de una vez—, en la
que te fijas en las chicas —dice por fin, y la comisura de mi boca se levanta.
Así que ese es el quid de la cuestión.
Las conquistas de mi hermano son legendarias, si hay que creer los
rumores de la calle. No hay una chica a la que no se haya tirado. Por
supuesto, según los rumores. Una mirada a Misha y se podría decir que
probablemente pagó a la gente para difundirlos. Y teniendo en cuenta lo
cobarde que es, apuesto a que incluso tiene ansiedad por el rendimiento.
—Efectivamente —digo, apoyándome en las palmas de las manos y
esperando lo que sea que padre tenga que decirme.
—Quizá debería pedirle a tu hermano que tenga una charla contigo —
añade pensativo al cabo de un rato, y mi cara se frunce inmediatamente de
disgusto.
—No te preocupes por eso, padre. Estoy perfectamente bien como estoy.
Y no tengo ningún interés en… —Hago una pausa, eligiendo cuidadosamente
mis palabras—, eso, al menos todavía no —digo con sinceridad.
¿De verdad cree que alguna chica querría relacionarse conmigo? Los
hombres adultos se esfuerzan por evitarme. Las chicas reaccionan como lo
hacen las chicas: me echan un vistazo y salen corriendo, gritando.
Por lo visto, Misha no es el único con reputación en el barrio.
—Oh. —Frunce el ceño ligeramente, mirando la ropa en el suelo.
—Hijo... ¿eres...? —balbucea, y yo quiero gemir en voz alta. Seguramente
no me va a preguntar por mi orientación sexual—, ¿gay?
Parpadeo una vez, lentamente.
—No —respondo, mirándole fijamente a los ojos—. No soy gay.
Tampoco soy travesti —añado, sabiendo que es lo siguiente que
preguntaría.
—Ya veo —responde, fortaleciendo su columna vertebral. Está, sin
duda, contento de no tener que avergonzarse por un hijo gay o no
conforme con el género.
En nuestra cultura, admitir algo así sería como firmar mi sentencia de
muerte, y sé que a papá le entristecería dejar ir su arma favorita.
No es que no haya pensado en ello también. Tiene razón en que estoy
en una edad en la que debería fijarme en las chicas, o en los chicos, o... en
alguien. Pero no puedo reunir el interés por nadie ni por nada. Mis
pensamientos se centran únicamente en mi próximo asesinato: cuándo,
quién y cómo.
Además, aunque lo hiciera, ¿quién se atrevería a acercarse a mí?
Le hago un gesto con la cabeza, levantando con cuidado la ropa de mi
rompecabezas y depositándola a mi lado.
—Vanya me va a matar —murmuro en voz baja, sabiendo que se
enfadará si le pasa algo a su ropa nueva.
Papá se detiene en seco. Medio girado; su perfil está bañado en
sombras mientras me mira con extrañeza.
—¿Qué acabas de decir? —pregunta, sus palabras son lentas y
medidas.
—Nada —miento. No voy a tirar a Vanya debajo del autobús. No cuando
su presencia es lo único que me mantiene cuerdo.
—Sí, lo hiciste —continúa, acercándose a mí. Sus ojos se oscurecen y
me cuesta identificar la emoción en su rostro.
¿Está enfadado? ¿Sorprendido? ¿Miedo?
Sus rasgos se dibujan en una combinación de los tres, y por un momento
me veo incapaz de reaccionar.
—No, no lo hice —repito, manteniendo el engaño. Incluso dejo que mis
labios se ensanchen en una pequeña sonrisa.
—Sí, lo hiciste. Dijiste el nombre de tu hermana. Te he oído claramente.
—Su mano busca mi camisa y me levanta.
Atónito, lo miro confundido. Es la primera vez en años que me toca
voluntariamente. No importa que también sea la primera vez que se atreve a ir
contra mí.
—No sé de qué estás hablando —respondo, fingiendo ignorancia.
—¿Crees que Ilya no me ha contado tu pequeña aventura en la tienda de
tatuajes? —me pregunta, y tengo que evitar reaccionar. No hará más que
provocar su ira, y es lo último que necesito ahora.
No puedo permitirme que encierre a Vanya o que le prohíba volver a
visitarme. Eso sería insoportable.
—No es su culpa. —Inmediatamente empiezo a hablar—. La convencí
para que me acompañara allí. Le preocupaba molestarte, pero la obligué. —
Miro a padre a los ojos mientras digo esto, queriendo que crea mis palabras.
—Tu… tu hermana —continúa, con su rostro la misma mezcla de
emociones irreconocibles de antes.
—Sí. Vanya no quería, pero la convencí —repito, y observo, casi a
cámara lenta, cómo sus ojos se abren de par en par, sus manos soltando mi
camisa.
Me recompongo y pongo distancia entre nosotros. No quisiera hacerle
daño, ni siquiera por accidente. Había prometido que nunca haría daño a
mi familia y me atendré a ello.
—¿Vanya... hablaste con Vanya? —Padre repite, casi como si
estuviera aturdido. Asiento con la cabeza.
—No es culpa de ella. Por favor, no la castigues, padre.
Levanta los ojos hacia mí, con las comisuras inclinadas hacia abajo.
Su rostro parece de repente viejo y cansado.
—¿Cuánto tiempo llevas hablando con Vanya, hijo? —Su tono es más
suave, y mis cejas se juntan en señal de confusión.
—No es su culpa. —Es todo lo que digo, pero padre se apresura a
asegurarme que no le pasará nada.
—Sé que ella... que es tu gemela —corrige, y eso me da un poco de
esperanza. Tal vez vea lo importante que es Vanya para mí, y que debería
quedarse a mi lado.
Ella es, después de todo, mi media naranja.
—Desde el principio. Ella se ha escabullido para verme. Por favor,
déjanos salir. Ella me calma —le digo, esperando que lo entienda.
—¿Ella te calma? —pregunta.
—Sí, lo hace.
—Hijo… —empieza, sacudiendo la cabeza y dando un paso atrás—,
tu hermana está muerta.
—¿Qué? —Parpadeo rápidamente, temiendo haberle entendido mal—
. ¿Qué has dicho?
—Tu hermana está muerta. Lleva muerta siete años —me explica, pero
dejo de escuchar.
Me pitan los oídos, un sonido ensordecedor que late en mis tímpanos. Mis
manos van a cubrirlos, esperando disminuir el impacto del ruido, pero nada
funciona.
Caigo de rodillas, con los ojos muy abiertos y los miembros temblando.
No... está mintiendo.
—Vanya está viva —firmo, lleno de confianza. Porque la había visto hace
apenas unas horas.
—Hijo, mírame —dice padre, y entumecido, lo hago—. Valentino Lastra
los encontró a ti y a tu hermana en una jaula. Los había secuestrado un loco
y… —hace una pausa, respirando profundamente—. Tu hermana ya estaba
muerta cuando los encontraron, y tú no estabas muy lejos. Yo... el médico me
dijo que probablemente habías bloqueado la información porque fue un
evento traumático, pero esto... Bozhe, la has estado viendo desde el
principio… —Sacude la cabeza—. Esto no es normal.
—¿Muerta? —pregunto, mi mente se concentra en esa palabra—. ¿Vanya
está muerta?
¿Ha estado muerta todo este tiempo?
¡No! Todo este tiempo, ella ha estado aquí conmigo.
—No está muerta —afirmo de nuevo, y por el rabillo de un ojo la veo.
Pero ante mis ojos, la Vanya de quince años que había crecido junto a mí se
transforma de repente en una niña, con la ropa desgarrada y sucia, y la sangre
brotando de todos los orificios.
—No… —murmuro, y mis pies comienzan a moverse, persiguiendo
cualquier fantasma que resida en mi cabeza—. No está muerta —vuelvo a
decir, corriendo tras ella.
No sé dónde estoy ni a dónde voy. El tiempo dejó de existir en el
momento en que padre se atrevió a insinuar que mi hermana está muerta.
No lo está.
¿Cómo puede estar muerta si ha estado a mi lado todos estos años?
La he visto, oído y tocado. Hemos pasado días y noches hablando,
debatiendo y compartiendo nuestros pensamientos más personales.
No puede estar muerta.
Miro fijamente los asientos vacíos del metro, con la mente hecha un
lío de pensamientos. He seguido la silueta de Vanya por toda la ciudad,
saltando de parada en parada con la esperanza de que me hablara.
Para confirmar que no está muerta.
Incluso ahora, mis sentidos están en alerta, buscando cualquier señal
de ella.
No puedo evitar pensar en todos los momentos que compartimos,
buscando indicios de que podría haber sido toda una mentira. Pero al
examinar cada interacción, me queda una sensación de pérdida aterradora.
Porque para mí, todo parecía tan real.
Pero si no lo es...
Mi visión se tambalea y las imágenes comienzan a confundirse frente
a mí, todo es borroso y poco claro. Levanto las manos para frotarme los
ojos, queriendo que la niebla desaparezca de mi vista.
—Vanya —susurro cuando la veo en el vagón de al lado, apoyada en la
puerta. Sonríe con picardía, con la cabeza inclinada hacia un lado mientras me
estudia.
Me levanto de un salto, me pongo en pie y la sigo.
La puerta suena cuando el tren llega a la estación y Vanya sale corriendo.
La sigo, pisándole los talones.
Sale corriendo del metro y se dirige al parque de enfrente. Ya es de noche
y cada vez me cuesta más concentrarme en su figura.
Sus risas llenan mis oídos mientras corre por la verde extensión del
parque.
—¡Vanya! —la llamo por su nombre. Se gira ligeramente y levanta una
ceja antes de cambiar de dirección.
Solo cuando empiezo a jadear, ya sin aliento, se detiene, poniéndose
tímidamente delante de mí.
Tiene un aspecto etéreo con su largo vestido color crema, su rostro pálido
a la luz de la luna y la cicatriz de su cara aún más prominente.
—Vanya —exhalo, con la necesidad de tocarla -para asegurarme de que
es real y está viva- corroyéndome.
Doy un paso más. Cuando veo que ya no corre, doy otro paso.
—Hermano —responde ella, su voz es una suave melodía para mis oídos.
Pero cuando alzo la mano para tocarla, mis dedos atraviesan su forma.
Como un holograma, su sonrisa no vacila mientras mis manos arañan su
forma inexistente.
Sigo tocándola, esperando que en algún momento mis manos se
encuentren con carne sólida.
—¿Por qué... cómo? —Me quedo atónito cuando la comprensión empieza
a inundar mi cerebro.
Ella no es... real. Realmente no es real.
La miro con asombro, su dulce rostro siempre congelado en una sonrisa
de bienvenida.
—No. —Agito la mano, dando un paso atrás—. Esto no puede ser...
Mi mente se vuelve loca, miles de escenarios se forman en mi cabeza,
y ninguno de ellos agradable.
Mi hermana, mi gemela... mi todo.
Ella está muerta.
Llevaba siete años muerta.
Mientras mi cerebro empieza a racionalizar esta información, mi
corazón -ese lamentable órgano de mi cuerpo, inútil salvo para bombear
sangre- no soporta dejarla ir.
Estoy tan fascinado por la ilusión que tengo delante que ni siquiera
oigo los pasos que hay detrás. Solo siento el golpe en la cabeza al ser
empujado al suelo por la intensidad del ataque.
Voces... Oigo voces. Pero de alguna manera no puedo traducirlas en
frases significativas. Sé que la gente habla a mi alrededor, pero para mí
solo son sonidos incoherentes.
Al levantar la mirada, veo a una decena de personas, algunas de mi
edad, otras mayores, que se agolpan a mi alrededor.
Algunos sacan navajas de sus bolsillos y las blanden frente a mí,
mientras dicen algo. Sus labios se mueven, los sonidos salen de sus bocas,
pero por mi vida que no puedo entender nada.
Aturdido, me llevo la mano a la nuca, y no me sorprende que esté
cubierta de una sustancia pegajosa. Al llevar la mano ensangrentada a mi
campo de visión, no puedo evitar quedarme embelesado con la sangre que
fluye libremente por mi palma.
Por un momento, la gente que me rodea se olvida. Solo estoy yo y la
sustancia roja. Mis sentidos parecen reaccionar a ella de un modo tan
familiar, mis pupilas se dilatan, mis fosas nasales se agitan al inhalar el sabor
metálico.
Me llevo un dedo a los labios, untando la sangre y probando su esencia.
En un suspiro, mis ojos se cierran, mis sienes palpitan.
De repente, abro los ojos y ahí está ella.
Vanya.
Es pequeña... más pequeña de lo que debería ser cualquier niña de su
edad. Sus ropas están rotas por las rodillas y por todo el torso, la sangre brota
de las heridas abiertas.
Sus ojos son sombríos cuando me mira, sus pequeños labios se separan en
una palabra silenciosa.
Me quedo paralizado al ver mejor su rostro, con una cicatriz profunda y
nudosa, y un ojo casi fuera de su órbita.
—Vanya —susurro.
Ella da un paso hacia mí antes de caer de rodillas, con más sangre
acumulándose en el suelo.
De alguna manera, esa sangre es todo lo que puedo ver o pensar. Y
cuando uno de los presentes me carga con un cuchillo, toda mi conciencia se
derrumba.
Me desmorono.
No sé exactamente qué está pasando. Es como si estuviera, pero no lo
estoy.
Mi mano se extiende para agarrar el extremo afilado de la hoja. Siento que
me corta la carne, pero no siento nada.
Me pongo de pie, con los ojos vidriosos por lo que sea que me haya
sucedido. Es como si ya no hubiera espacio para el pensamiento lógico. Todo
es sensación... instinto primario.
Dando la vuelta a la hoja, se la arranco de la mano y con el puño se la
clavo en el cuello.
Sus ojos se abren de par en par por un momento, pero no le doy
ninguna oportunidad. Agarro el mango del cuchillo, lo empujo hacia abajo
en su torso y le corto la carne, saboreando la forma en que la piel cede
ante el filo de la hoja, y más y más sangre se acumula.
Es como si fuera un adicto y hubiera encontrado por fin mi droga,
porque al ver que el líquido rojo se acumula en cubos en el suelo, solo
puedo susurrar.
—Más.
Dos hombres más cargan contra mí, y rápidamente los desarmo,
usando sus propios cuchillos para acabar con sus vidas.
Tripas, intestinos y órganos se derraman por el suelo. Y sangre...
mucha sangre.
Empiezo a reír maníacamente mientras contemplo el asfalto inundado,
mi único pensamiento para provocar un diluvio de proporciones bíblicas.
Sangre... más sangre.
Los otros tipos se apresuran a huir, pero han perdido su oportunidad.
No, para empezar, nunca tuvieron una oportunidad porque eligieron el
objetivo equivocado... en el momento equivocado.
Me relamo los labios y sonrío mientras les invito a huir, con la
necesidad de persecución ya hirviendo en mis venas, casi tanto como la
necesidad de extraer sangre. Como un depredador, el deseo de ganarme a
mi presa es casi tan satisfactorio como el de conseguirla finalmente.
Mis ojos no tardan en seguir sus figuras en retirada, y luego simplemente
corro.
La sed, como nunca había conocido, me araña, haciendo que mi
corazón tamborilee con la intensidad de mil latidos por minuto. Y en ese
momento, sé, en el fondo, que ya no soy humano.
Ya no queda racionalidad alguna. Solo un impulso omnipresente de matar,
mutilar y destruir. Bañarme en un río de sangre.
Los chicos nunca tuvieron una oportunidad. Uno tras otro, caen. Mis
manos cortan al azar su carne, y cuando la frustración se hace insoportable,
abandono las armas en favor de mis propias manos.
Clavando los dedos en el cuerpo, ya muy abierto, envuelvo las costillas,
disfrutando de la forma en que se rompen bajo mi fuerza. La forma en que los
órganos se convierten en papilla cuando empujo en ellos, destrozando todo en
pedazos.
Más...
Ya no sé quién soy mientras persigo a un hombre tras otro, convirtiendo
sus cuerpos en un amasijo irreconocible de carne, sangre y bilis. Pero el color
es, oh, tan seductor, que parece que no puedo detenerme.
Incluso cuando el último ha caído, este intenso anhelo dentro de mí
florece aún más, la necesidad de seguir matando es casi abrumadora.
Mis ojos se mueven rápidamente a mi alrededor, mirando más allá del
parque y en las calles, donde los transeúntes involuntarios están caminando.
Casi puedo sentir el pulso bajo su piel, y mi deseo de más sangre se
intensifica.
Doy un paso adelante. Y dos. Al tercero mis piernas se sienten pesadas,
todo mi cuerpo cae bajo un extraño letargo.
Por el rabillo del ojo, vislumbro a mi padre, con una pistola
tranquilizante en la mano mientras me apunta. No está solo, y pronto me
doy cuenta de que estoy acorralado por todas partes.
Sin embargo, por mucho que quiera quedarme y luchar, mi cuerpo deja de
obedecerme.
Y caigo.
CAPÍTULO 6
Assisi

EL PASADO.
QUINCE AÑOS.

Atando la guirnalda al final, utilizo algunas de las flores para ocultar la


formación irregular. Volviéndome hacia Claudia, la bajo por encima de su
cabeza, observando con satisfacción cómo se dibuja una sonrisa en su rostro.
Sus manos se levantan y empieza a buscar las flores.
—Guau —exhala, con los ojos muy abiertos por el asombro.
—¿Te gusta?
—¿Que si me gusta? ¡Me encanta! Gracias, tía Sisi. —Se abalanza sobre
mí, casi haciéndome perder el equilibrio. Abro los brazos para devolverle el
abrazo.
—¿Ves? Yo también soy buena en algunas cosas —añado con un poco de
sorna, y Claudia se ríe.
Entre Claudia, Lina y yo existe la broma de que nunca hago nada bien. Es
cierto que rara vez me esfuerzo, pero tienen razón al reírse de mí cuando fallo
incluso en las cosas más básicas. Por ejemplo, hace poco me asignaron mi
primera tarea de repostería. Antes, me había limitado a ayudar a las hermanas
mayores, así que no había sido demasiado difícil. Esta vez, sin embargo,
había sido la única encargada de hacer el pastel del domingo, y por error
había añadido sal en lugar de azúcar.
¿Cómo iba a ser culpa mía si tenían el mismo aspecto? Incluso los
envases eran del mismo color.
Pero ese pequeño error me había metido en muchos problemas. Nadie
podía comer la tarta, así que la madre superiora se había encargado de que
aprendiera cuál era el azúcar y cuál la sal, limpiando y organizando toda
la cocina. Parte de mi castigo había sido también la prohibición de comer
nada hasta que la cocina estuviera reluciente.
Tuve suerte de que Lina me hubiera llevado a escondidas algo de
comida, ya que esa cocina es enorme. Me habría muerto de hambre antes
de terminar de limpiarla.
—Eres buena conmigo. —Se ríe, dejando mis brazos para ir a recoger
más flores.
Cambio de posición, doblo las piernas debajo de mí y vuelvo a centrar
mi atención en mi actual castigo, recogiendo el voluminoso libro y
abriéndolo en mi regazo.
Este no es tan malo como el de la cocina, pero todavía tengo que
elegir un pasaje del Antiguo Testamento y escribir una redacción entera
sobre él. Supongo que eso me pasa por quedarme dormida
accidentalmente en clase.
Pero realmente, ¿cómo se supone que voy a prestar atención cuando
todo es tan... poco interesante? Llevo escuchando las mismas historias de
Dios creando el mundo, o de Jesús sacrificándose por nosotros, desde que
era pequeña. Probablemente me sé algunos pasajes de memoria si me
concentro lo suficiente. Siempre es la misma discusión sobre los mismos
textos. ¿Por qué iba a estar intrigada por eso?
Sé que hay más que aprender que los mismos cuentos de siempre. Una
vez, incluso conseguí colarme en la biblioteca y vi tantos textos
interesantes... Todavía sobre el tema de Dios y la religión, pero eran
exquisitamente diferentes de todo lo que había leído o escuchado antes.
Me las arreglé para robar una copia de las Confesiones de San Agustín, y la
escondí en mi escondite en el mausoleo. Lo leí cada vez que pude, y aunque
la moraleja de la historia es que una vida religiosa es mejor que una
pecaminosa, había podido leer entre líneas.
La vida en el exterior.
Pecaminosa, inmoral, seductora. Mostraba cómo no hay que comportarse,
pero solo me hacía desear experimentarlo aún más. Incluso había hablado de
relaciones carnales...
Un rubor envuelve toda mi cara al recordar que me comí esas palabras
directamente de la página, mi curiosidad por tal acto solo aumentó cuanto
más reservado era San Agustín en su narración. ¿Por qué mencionarlo si va a
cortar sus palabras? A pesar de todas sus descripciones de su existencia
inmoral ante la iglesia, todavía no sé exactamente en qué consiste el acto.
Suspiro, la dirección de mis pensamientos alejándome cada vez más de mi
tarea. Teniendo en cuenta que tengo que entregarlo mañana, necesito
concentrarme.
Me llevo las manos a las sienes y me las froto rápidamente, cerrando los
ojos con fuerza para concentrarme.
—¡Claudia, no te vayas muy lejos! —la llamo cuando la veo correr en
dirección contraria.
Sus hombros se desploman al oír mi voz y, abatida, regresa.
—Sabes que tu madre cuenta conmigo para asegurarse de que estás a
salvo —añado mientras acaricio su pequeña espalda.
Me dedica una sonrisa trémula y asiente con la cabeza, tomando
asiento a mi lado y concentrándose en las flores que ya había recogido.
Empieza a jugar con ellas, intentando construir otra guirnalda.
Por casualidad, al cambiar de posición y tratar de ponerse más cómoda,
veo de cerca sus piernas desnudas.
Frunzo el ceño al ver una masa de moratones marrones y amarillos
que se extienden desde la espinilla hasta la rodilla.
—Claudia —me dirijo a ella—, ¿qué ha pasado? —Le señalo los
moratones y sus ojos se abren de par en par. Se tapa las piernas con el
uniforme, impidiéndome ver.
—Nada —murmura en voz baja—. Me he caído.
—¿Te has caído? ¿Cuándo? ¿Lo sabe tu madre? —Las palabras salen
de mi boca, aunque puedo apostar que Lina no lo sabe. Es tan protectora
con Claudia que, si supiera de esos moratones en la piel de su hija, no la
habría dejado ni oír el final del asunto; probablemente tampoco la dejaría
jugar más.
Lina es un poco exagerada a veces cuando se trata de la seguridad de
Claudia, pero puedo entender y apreciar su atención.
Cómo me gustaría que alguien se preocupara por mí así también...
—No. —Baja la cara ligeramente, antes de acercarse a mí—. Por
favor, no se lo digas. Sabes cómo va a reaccionar —dice mientras me
suplica con sus grandes ojos.
Estoy dividida. Por un lado, le debo a Lina el contarle, por otro, no
quiero que Claudia pierda su confianza en mí.
—Cuéntame lo que pasó —le insisto, y empieza a contar cómo se
tropezó y cayó en el duro suelo del aula. Fue solo un accidente y no quiere
que Lina le dé importancia.
—No me estás mintiendo, ¿verdad? —Entrecierro los ojos hacia ella, y
enseguida niega con la cabeza—. Si... alguien te estuviera haciendo esto, me
lo dirías, ¿verdad? —añado por si acaso, sabiendo lo fácil que es que se metan
conmigo.
Yo ya había tenido bastantes moratones cuando crecía, y las cosas solo
habían cambiado en los últimos años cuando simplemente me negué a entrar
en el juego de los matones. En lugar de mostrarles miedo, como había hecho
en el pasado, ni siquiera me molesté en mirarlos. Mi indiferencia parece haber
funcionado, ya que después de un tiempo simplemente dejaron de
molestarme, incapaces de sacarme una respuesta.
Al fin y al cabo, esa clase de maldad se alimenta del miedo, la vergüenza
y el auto desprecio, y yo había tenido montones de las tres cosas.
—No ha pasado nada, tía Sisi —reitera—, solo me he tropezado.
Le sostengo la mirada un poco más, queriendo asegurarme de que está
diciendo la verdad.
—Bien —suspiro—, puedes seguir jugando, pero no te pierdas de vista,
¿vale?
Ella acepta de inmediato y se va una vez más.
Ligeramente satisfecha con sus respuestas, pero todavía un poco recelosa,
destierro todos los pensamientos de mi cabeza y empiezo a concentrarme en
mi tarea.
Aquí va.

Salgo a trompicones del aula, con las palmas de las manos sangrando por
la lección de la profesora. Había hecho mi tarea y había plasmado en el papel
todos mis sinceros pensamientos, evitando la interpretación estándar en
favor de la mía propia.
Gran error.
La hermana Matilde, mi profesora, se había escandalizado al leer mi
redacción y me había pedido que me sentara delante de toda la clase
mientras me daba otra lección. Había cogido un palo de madera y me
había golpeado con él las palmas de las manos abiertas hasta que la piel se
rompió y la sangre casi llegó a la superficie.
Lo había soportado todo sin mostrar ninguna debilidad. Me di cuenta,
al igual que Cressida y su pandilla, de que la hermana Matilde estaba
esperando que fluyeran mis lágrimas, que mis rodillas se doblaran cuando
me arrodillara para pedir perdón.
No le di nada de eso.
Me había quedado quieta, soportando estoicamente el dolor y las
burlas que me lanzaban mis compañeros. Había aguantado todo el dolor
sin hacer ruido, esperando a que la hermana Matilde se cansara de
pegarme.
Respirando profundamente, me concentro en no ceder al dolor. No es
que sea la primera vez que ocurre esto. Pero desde luego es la única vez
que la hermana Matilde no se había guardado nada.
Camino lentamente hacia mi habitación cuando veo a Claudia. Con la
cabeza gacha y los hombros caídos, sigue a un grupo de chicas de su edad
hacia el fondo del claustro.
Confundida, ya que nunca he oído a Claudia mencionar a ninguna
amiga del colegio, la sigo de cerca.
La zona abierta me permite ver exactamente lo que está ocurriendo, y
jadeo cuando Claudia es empujada al suelo.
Las chicas, formando un círculo a su alrededor, empiezan a burlarse de
ella y a llamarla con todo tipo de nombres desagradables. La situación me
resulta demasiado familiar cuando veo a Claudia soportarlo todo. Con la
cabeza agachada, ni siquiera intenta defenderse cuando una chica intenta
golpearla.
Salgo de mi escondite, corriendo hacia ella y tratando de disolver esta
horrible turba.
Señor, uno pensaría que en un lugar de Dios la gente sería más... piadosa.
Pero no. El hecho de que se les haya enseñado desde jóvenes que ser bueno
significa estar por encima de todos los demás hace que estas chicas piensen
que porque Claudia ha nacido fuera del matrimonio merece su desprecio.
—¡Basta! —grito, abriéndome paso dentro de su círculo y tomando a
Claudia en mis brazos—. ¿Qué creen que están haciendo? —pregunto,
sacudiendo la cabeza en señal de reproche.
Algunas chicas tienen la decencia de parecer avergonzadas por haber sido
atrapadas, pero una en particular, la líder supongo, todavía tiene una mirada
de arrogancia en su rostro.
—¿Estás bien? —le pregunto rápidamente a Claudia y ella asiente, con los
ojos llenos de lágrimas no derramadas.
—No pueden ir por ahí maltratando a la gente —me dirijo a las demás,
cuyas miradas se centran ahora en el suelo—. ¿Cómo se sentirían si alguien
les hiciera esto también? —pregunto, pero nadie responde.
Sacudiendo la cabeza con disgusto, tiro de Claudia para que se ponga en
pie, acercándola a mi lado.
—Váyanse ahora antes de que les dé a probar su propia medicina —digo
con mi voz más adulta y veo cómo las chicas se alejan corriendo. Su líder es
la única que se queda atrás, pero incluso ella se va cuando ve que ha perdido
su apoyo.
—¿Estás herida? —le pregunto a Claudia, preocupada por si se ha
hecho nuevos moratones. Ella niega con la cabeza, pero no me convence.
Empiezo a acariciarla cuando oigo otra voz familiar.
—Mira a quién le han crecido las agallas —se ríe Cressida desde
atrás. Me giro bruscamente para verla a ella y a su grupo, con las manos
en la cadera, y con una mirada de suficiencia mientras se burlan de
nosotras.
Instintivamente, arrastro a Claudia detrás de mí, adoptando una
postura defensiva.
—Vete, Cressida —digo, con una voz llena de confianza. No voy a
echarme atrás, no cuando Claudia también está conmigo.
—Vete, Cressida —imita mi voz, poniendo una cara fea, y las demás
empiezan a reírse—. Míralas a los dos, rechazadas. El engendro del diablo
y tú… —Estira el cuello para ver mejor a Claudia—, con la puta de tu
madre. ¿No les da vergüenza ni siquiera mostrar sus caras por aquí?
—Qué original —contraataco—, solo dices las mismas cosas
recicladas de siempre.
Aprieto la mano de Claudia y me alejo lentamente, no quiero un
enfrentamiento directo que pueda resultar en que ella salga perjudicada.
La comisura de la boca de Cressida se inclina hacia arriba en una
media sonrisa viciosa mientras se adelanta lentamente a nosotras.
Es una de las chicas más grandes de nuestro grupo de edad, y sé que
no tengo ninguna posibilidad, especialmente si Claudia puede estar en
peligro.
—Vete a casa —le susurro a Claudia, y sus grandes ojos se vuelven
hacia mí en forma de pregunta.
—Vete, yo me encargo de esto.
Parece reacia, pero cuando la insto con la mirada parece comprender la
gravedad de la situación y sale de repente del claustro en dirección al
dormitorio.
Cuando se pierde de vista, suelto un suspiro de alivio y me vuelvo a
enfrentar a mi peor enemigo. Y esta vez, no me echo atrás.
—¿Crees que no podemos atrapar a esa mocosa también? La banda de
Annie se asegurará de que reciba su merecido —dice con suficiencia.
—Deja a Claudia fuera de esto. Tu problema es conmigo —respondo,
encontrando su mirada.
Nunca pensé que mis problemas influyeran también en el trato a Claudia...
Y ahora que me enfrento a esa posibilidad, no creo que pueda dejarlo pasar.
La gente puede odiarme y tratar de derribarme todo lo que quiera. Pero no
pueden ir por mi familia.
Una sonrisa se dibuja de repente en mi cara y avanzo unos pasos hasta
estar a su lado.
—No quiero —responde, con la mano ya levantada y preparada para
atacar. Esta vez, sin embargo, estoy preparada para ello, y la atrapo en el aire,
con mis dedos apretando su muñeca en un doloroso agarre.
Una pequeña mueca de dolor cruza su rostro y se apresura a utilizar su
otra mano. No le doy ninguna oportunidad y subo la rodilla para golpearla en
el estómago.
Una súbita toma de aire y ella jadea, doblándose hacia delante por el
dolor. No me detengo y le llevo la mano a la cara, aplicando toda mi fuerza en
una bofetada que la hace retroceder. Sus amigas están al margen, observando
con los ojos muy abiertos cómo Cressida cae al suelo. Les dirijo una rápida
mirada y sacuden la cabeza, sin querer involucrarse.
—Incluso tus amigas te abandonan cuando estás más débil —le digo,
observando su lamentable forma—. Esta es la diferencia entre nosotras,
Cressida. Tú tienes amigos cuando tienes el poder de aterrorizarlos, pero
mira cómo reaccionan cuando estás mal —le sonrío. Sus ojos siguen
llenos de malicia mientras intenta recomponerse.
—Puede que todos me odien, pero al menos tengo a mi familia —
enuncio cada palabra, sabiendo que la mayoría de las chicas de alrededor
son huérfanas, y una familia es lo que más ansían—. Cuando todos se van,
¿a quién tienes?
Acerco mi pie como si estuviera a punto de golpearla solo para ver
que se enrosca, doblando su cuerpo en un movimiento tan patético que no
me atrevo a rebajarme a su nivel.
Dando un paso atrás, le sacudo la cabeza antes de irme.
Cuando llego a la residencia, Claudia me espera fuera, con los ojos
rojos de tanto llorar.
—Tía Sisi —grita, lanzándose sobre mí y dejando correr sus lágrimas.
—Shh, está bien. No ha pasado nada —le acaricio el cabello,
abrazándola.
—Pero ellas... ellas —dice con hipo, sus palabras tragadas por la
intensidad de sus sollozos.
La tomo por los hombros y me pongo a su altura.
—Claudia, lo que ha pasado hoy no está bien —empiezo—, nunca
debes sufrir sola. Si te hacen daño, díselo a alguien.
—No puedo... mamá ya tiene bastante con lo suyo —gimotea, y
siento que mis propios ojos se empañan. Catalina siempre ha tratado de
cuidar de nosotras, a veces incluso sin tener en cuenta su propia salud.
Además, para conseguir algunas cosas extra para Claudia, a veces se
encarga del doble de tareas.
—Entonces dime —le digo—, siempre estaré ahí para ayudarte, ¿ok? No
te lo guardes. Esta gente —sacudo la cabeza, mis propias emociones
afloran—, cree que somos menos por nuestras circunstancias. Pero no lo
somos. No lo eres, ¿me oyes?
Ni siquiera sé cómo expresar todo lo que he guardado dentro de mí
durante tanto tiempo. ¿Cómo puedo aconsejar a otra persona sobre esto
cuando apenas sobrevivo yo misma?
—Sí, tía Sisi —Claudia susurra, y yo uso las yemas de mis pulgares para
limpiar las lágrimas de su cara.
—No dejes que otros te digan lo que vales. Tú eres la única que puede
determinarlo. Por muy cruel que sea la gente —añado, tanto para ella como
para mí—, solo pueden hacerte daño si tú se lo permites.
Ella asiente con sus pequeñas manos cerradas en puños. Asiente con la
cabeza antes de acercarse y abrazarme.
—Gracias —dice contra mi pecho—. Gracias.
Nos abrazamos durante un rato y volvemos a entrar cuando las lágrimas
se han secado y hemos vuelto a ser alegres, por el bien de Catalina.

—Sisi —me llama Lina una tarde. Confundida, alzo las cejas en señal de
pregunta, pero ella se limita a hacerme un gesto para que me acerque.
—Ven —susurra cuando llego a su lado—, tengo algo para ti.
Al entrar en nuestro alojamiento, levanta el colchón y descubre unas
cuantas pilas de libros. Saca unos cuantos y me los pone en los brazos.
—Le pedí a mi hermano que colara algunos libros —empieza
señalando los títulos—, le dije algo más romántico pero clásico. —Se
sonroja mientras habla.
Mis ojos bajan a los libros y veo que la mayoría son de alguien
llamado William Shakespeare.
—Son para ti —añade al ver que los miro con asombro.
—¿Para mí? —repito, casi con adormecimiento.
Ella asiente con la cabeza.
—Sé que tu cumpleaños ha pasado, pero… —Baja la mirada, casi
avergonzada—. Te he visto esconderte con ese libro tuyo y sé que quieres
leer algo... diferente.
—Son para mí —repito con asombro, parpadeando rápidamente para
ahuyentar las lágrimas.
Es la primera vez que alguien me regala algo... para mí.
—Para ti —confirma, dedicándome una de sus amables sonrisas. Dejo
los libros sobre la cama y le doy un fuerte abrazo.
—Gracias —empiezo, intentando mantener la voz firme—, esto
significa mucho para mí. —Tanto que no puede imaginar.
—Me alegra que te guste. —Me palmea la espalda cariñosamente.
—Me encanta —me siento obligada a reforzar.
Retrocediendo, Lina frunce los labios.
—Deberás tener cuidado. Si la Madre Superiora o alguna de las
hermanas te pilla...
—No te preocupes. Tendré mucho cuidado —le aseguro, cambiando
inmediatamente mi atención a los libros.
Son tres, lo suficientemente delgados como para caber en mi uniforme.
Rápidamente ojeo los títulos Como quieras, Antonio y Cleopatra, y Romeo y
Julieta.
Los hojeo rápidamente, frunciendo un poco el ceño ante el
complicado lenguaje, pero sin dejar de disfrutar de este regalo.
El primero.
Agradeciendo a Lina una vez más, me dirijo a mi santuario y escondo los
libros dentro del ataúd, sabiendo que nadie mirará allí.
Durante la semana siguiente, trato de sacar un poco de tiempo al día para
leer, y el contenido de las obras me asombra, me hace jadear de emoción y
llorar de indignación.
Pronto, una de las obras se convierte en mi favorita y, mientras leo las
luchas de Antonio y Cleopatra por estar juntos, así como su devoción mutua,
no puedo evitar desear algo así para mí.
¿Cómo sería... que alguien me amara así?
Pero incluso cuando me hago la pregunta, sé que es un punto discutible.
Estoy destinada a una vida de soledad, y aún más cruel. Una vez que Lina y
Claudia se hayan ido... No quiero ni pensar en eso.
Respiro profundamente, tratando de no pensar en eso, sabiendo que si me
detengo demasiado en ello solo voy a deprimirme más. ¿Y por qué debería
arruinar mi estado de ánimo cuando estos libros me hacen tan feliz?
El anhelo entre los dos protagonistas es tan palpable en las páginas que mi
propio pulso se acelera al imaginarlos en un abrazo ilícito.
Pero como mi señor vuelve a ser Antonio, yo seré Cleopatra.
Tan entrelazados estaban que uno no podía estar sin el otro.
Suspiro profundamente, tratando de imaginarme a un hombre sin
rostro abrazándome también, susurrándome palabras de amor al oído y
salpicándome la cara de besos.
Puede que nunca ocurra, pero al menos puedo soñar con ello.
Cierro los ojos y me pierdo en esta fantasía cuando me arrebatan el
libro de las manos.
Sobresaltada, giro la cabeza y me encuentro cara a cara con Cressida,
con una mirada de suficiencia mientras mira mi libro.
—Devuélvemelo. —Me levanto de un salto y agarro la mano para
tomarlo. Pero como Cressida es más alta que yo, al levantar la mano en el
aire, no tengo ninguna posibilidad de alcanzarla.
—¿Después de avergonzarme delante de todos? —me escupe las
palabras y, por un segundo, me quedo clavada en el sitio al darme cuenta
de que, por primera vez, su rostro desprende pura malicia.
—Tú te lo buscaste —añado, saltando para agarrar el libro.
Al verme tan desesperada por mi libro, empieza a moverlo de mano en
mano, disfrutando de mis inútiles esfuerzos por recuperarlo.
Con un suspiro de decepción, me detengo.
—¿No estás harta de esto? ¿Por qué siempre tienes que meterte
conmigo? —Intento apelar a su lado racional, si es que lo tiene.
Se encoge de hombros.
—Estás ahí. Es fácil.
A diferencia de lo que había dicho hace años, sorprendentemente, sus
palabras no tienen ningún efecto en mí. He tenido suficiente tiempo para
pensar en todo y me he dado cuenta de que la forma en que me trata no es
un reflejo de quién soy yo, sino de quién es ella.
Yo no soy el problema.
—Entonces, ¿qué tal si se lo pongo más difícil? —digo justo antes de
saltar de nuevo, aprovechando que su atención está desviada para
arrebatarle el libro.
Ella reacciona un segundo tarde, pero cuando mi mano se mueve con el
libro, sus dedos atrapan la mitad del mismo, tirando hacia atrás hasta que oigo
un gran desgarro.
Las dos tropezamos hacia atrás, cada una con la mitad del libro en la
mano.
Su expresión es de satisfacción, mientras que la mía es de desolación.
Mi libro...
No reacciono durante un buen segundo. No hasta que Cressida continúa
su vil juego cogiendo su mitad y haciéndola aún más trizas, cayendo al suelo
las palabras que había adorado hasta hace un momento.
Siento que se me hace un nudo en la garganta mientras veo impotente
cómo pisotea mi preciada posesión.
De repente, todos los años de tormento, tanto mental como físico, pasan
ante mis ojos. Recuerdo cómo me empujaba, me pegaba y me cortaba el
cabello. Cómo todavía tengo las cicatrices de todo lo que me ha hecho y
cómo casi muero en nuestro último enfrentamiento en este mismo lugar.
Y de repente, he terminado.
La mitad rota del libro que tengo en la mano cae al suelo con un golpe
seco. Ya no me importa nada, me abalanzo sobre ella, con las manos cerradas
en un puño mientras la tomo desprevenida.
Su boca forma una “o” en el momento en que mi puñetazo le cae en el
estómago y se tambalea un poco hacia atrás. Una fuerte inhalación y ya está
lanzando sus propios puñetazos, dirigidos a mi cara.
Me duele cuando me golpea, pero no me importa. Continúo,
empujándola al suelo mientras nos enredamos en el frío mármol, con las
manos en el cabello de la otra.
Rodamos hasta que estoy encima de ella, con mis puños apuntando a su
cara.
—¡No más! —respiro, con una rabia sin precedentes que se apodera
de mí—. No voy a ser más tu saco de boxeo —digo mientras sigo
golpeándola.
Es irónico que la trate como mi propio saco de boxeo, pero después de
todo lo que me ha hecho, es lo menos que puedo hacer.
Las lágrimas caen por mi cara mientras sigo golpeando, sus jadeos de
dolor solo alimentan mi rabia.
Un segundo de retraso, sin embargo, y me da la vuelta, golpeándome
también.
Cierro los ojos, haciendo una mueca de dolor, pero luchando por
quitármela de encima. Haciendo acopio de toda la fuerza que puedo,
concentro todas mis fuerzas en las piernas. Doblándolas hacia mí, respiro
profundamente y empujo con todas mis fuerzas, empujándola hacia un
lado.
Se aparta de mí, su espalda golpea el duro ataúd y su cabeza se golpea
contra una esquina.
Respiro con dificultad mientras me tomo un momento para
recomponerme, la tensión de la pelea afectándome.
Pero pasa un segundo, luego dos, y me doy cuenta de que Cressida no
se mueve en absoluto.
Giro la cabeza y me encuentro con la cara de Cressida, con los ojos
abiertos de par en par. La sangre se acumula a un lado de su cabeza,
donde ha hecho contacto con el ataúd.
—¿Qué...? —susurro mientras me pongo en pie, con todo el cuerpo
dolorido.
Doy un paso adelante y dejo que mi mano recorra su cuerpo en busca de
alguna señal de vida.
Buscando la línea del pulso, no encuentro ninguna.
Está... muerta.
Con la boca abierta, contemplo el cadáver de Cressida. Una chica que yo
he matado. Miro con asombro su ser inmóvil y no siento... nada.
Ni tristeza, ni arrepentimiento, ni remordimiento.
Solo una profunda sensación de alivio.
Ella se ha ido.
¿Pero qué dice eso de mí?
Maté a alguien. Es cierto que fue alguien que me torturó toda la vida, pero
no pude reunir ningún tipo de arrepentimiento.
¿Qué me pasa?
Pero mientras la miro fijamente, más y más, la risa empieza a burbujear
dentro de mí. Empieza lentamente. Mis labios se curvan en una sonrisa de
satisfacción mientras miro su cuerpo sin vida, y luego estalla desde lo más
profundo de mí. Ni siquiera puedo parar mientras me agarro el estómago, que
aún me duele por sus golpes. Solo me río.
Está muerta.
Por fin.
Tardo un rato en recomponerme, con todo el regocijo de ver a la persona
que he odiado durante años recibir su merecido. Pero cuando me calmo por
mi arrebato, me doy cuenta de que tengo que asegurarme de que no la
encuentren.
Por un segundo, pienso en lo que podría pasar si se descubre su
cuerpo. Probablemente me enviarían a la cárcel.
¿Es la cárcel tan diferente de este lugar?
Por una vez, no me importan las consecuencias de mis actos. O la
encuentran y voy a la cárcel, o no la encuentran y el mundo simplemente
no la echará de menos.
Ciertamente no lo haré.
Mi determinación es firme, solo necesito deshacerme de su cuerpo...
Mientras mis ojos recorren la habitación, tengo el lugar justo.
Después de todo, ¿no había querido ella que yo muriera encerrada en
un frío ataúd? Es lógico que sea ella la que pase una eternidad en ese
mismo lugar.
Mis labios se crispan cuando la ironía se hace presente. Quizá sea un
retorcido juego del destino, pero al menos hay algún tipo de justicia en el
mundo.
Y sé que dormiré mejor por la noche sabiendo que está fuera de mi
vida para siempre.
Poniendo manos a la obra, abro la tapa del ataúd. El esfuerzo ya es
suficiente para hacerme sudar. Después, utilizo mis manos para arrastrar
su cuerpo hasta una posición vertical, encontrando dificultades para
maniobrar debido a su tamaño. Tardo tres intentos en ponerla a la altura
del ataúd, y consigo sostenerla el tiempo suficiente para empujarla dentro
del espacio reducido, manchando el suelo y el exterior del ataúd con la
sangre de su herida en la cabeza.
Cae dentro con un ruido sordo, y respiro profundamente mientras miro
su cuerpo sin aliento, esos ojos que siguen abiertos de par en par.
Debería ser anormal... mirar a la cara de la muerte tan directamente y con
tanta despreocupación. Pero descubro que, después de mis propios roces con
la muerte, soy anormalmente inmune a ella.
Asegurando que el cuerpo de Cressida cabe en el espacio cerrado, me
pongo a limpiar el suelo. Como no tengo nada más con lo que limpiar la
sangre, me conformo a regañadientes con las páginas rotas de mi libro.
Pero tengo la mala suerte de que, en lugar de limpiar la sangre, solo la
embadurnan más. Pongo los ojos en blanco, molesta, hasta que se me ocurre
otra idea.
Volviendo al ataúd, meto la mano en el interior y busco algún material.
Primero compruebo al anterior ocupante del ataúd, pero como el material del
hábito es tan viejo y quebradizo, temo que pueda hacer un lío aún mayor. Con
un suspiro, me vuelvo hacia el cuerpo de Cressida, arrancando algunas telas
de su uniforme.
Luego, me agacho una vez más en el suelo y empiezo a limpiar. El
material es un buen absorbente, y pronto el suelo de mármol blanco queda
chirriantemente limpio. Me vuelvo hacia el exterior del ataúd y limpio
también las paredes, asegurándome de que no quede ningún rastro de sangre
en ninguna parte.
Cuando por fin he terminado con eso, me muevo al otro lado para empujar
la tapa del ataúd y cerrarla.
—Maldita sea —murmuro mientras fijo los pies en el suelo, el mármol
resbaladizo no ayuda con mi esfuerzo. Me muevo un poco para que mis
talones se apoyen en la pared y mis manos en la tapa. Entonces, empujando
con todas mis fuerzas, finalmente veo que se mueve.
Una vez hecho esto, levanto la mano, me limpio el sudor de la frente y
pienso cómo proceder a continuación.
Compruebo el cerrojo del ataúd, asegurándome de que todo está
cerrado en su sitio.
Esto es todo... Supongo.
Todavía me duele el estómago cuando vuelvo al dormitorio, y opto por
dirigirme sigilosamente a la zona de las duchas y lavar algunas de las
salpicaduras de sangre de mi uniforme.
Claudia sigue en clase, así que solo está Lina dentro de la habitación,
con las cejas fruncidas mientras se concentra en coser un vestido viejo.
—Oh, Sisi. —Levanta la vista, sorprendida de verme. Le doy una
rápida sonrisa y salgo corriendo de la habitación antes de que pueda hacer
más preguntas.
El cuarto de baño está formado por duchas comunes que todos los del
piso comparten. Me dirijo al interior, deposito mi ropa limpia en el lavabo
y me meto en la ducha.
Me quito rápidamente el vestido del uniforme y lo pongo directamente
bajo el chorro de agua. Tomando un trozo de jabón, froto las zonas
manchadas, aliviada al ver que el rojo se convierte en un color
amarillento. Cuanto más froto, más se desvanece también.
Cuando termino de desvestirme, me meto en la ducha, esperando que
el agua caliente alivie los continuos dolores de estómago.
Me agarro a la cintura y respiro profundamente, deseando calmarme.
Pero mientras continúo lavando mi cuerpo, con la mano moviéndose entre
mis piernas, no puedo evitar jadear en voz alta al ver la sangre.
Mucha sangre.
Y está saliendo a borbotones de mí.
—Dios mío —murmuro, mirando fijamente el rojo que cubre mi mano,
convencida de que es una señal—. Estoy maldita... debe ser eso —digo en
voz alta.
Por primera vez, el pánico empieza a apoderarse de mí. Porque por
mucho que me lave, la sangre sigue brotando de mí.
Esto es... la evidencia física de mi pecado.
No puede haber otra explicación. Me están castigando por haber quitado
otra vida, y nada es más apropiado que la sangre que sale lentamente de mi
propio cuerpo, hasta que me desangre.
Mis piernas se doblan y caigo al suelo, con la espalda apoyada en la
pared, mientras el agua sigue cayendo sobre mí. A medida que va cayendo
sobre mi cuerpo, se vuelve de un color turbio, mezclándose con mi sangre en
una combinación adecuada.
Todo lo que toco está maldito.
Las palabras que he escuchado tantas veces de las monjas y otras
hermanas empiezan a tener sentido.
—¿Sisi? —La voz de Catalina interrumpe mis cavilaciones, y de repente
temo que se entere de lo que he hecho.
Puede que no me importen los demás, pero sí me importa su opinión. No
quiero que se sienta decepcionada conmigo.
Antes de que pueda inventar algo para que me deje en paz, abre la puerta
de la caseta y me encuentra acurrucada en un rincón, con agua ensangrentada
a mis pies.
—Sisi —exclama, con horror en su voz—. ¿Qué ha pasado?
Levanto la vista, la miro a los ojos y digo lo único que se me ocurre.
—No para... la sangre.
Lina me mira bien y suspira.
—Sisi...
Ayudándome a levantarme y a salir de la ducha, sale brevemente del baño
y vuelve con una compresa. Después de vestirme y colgar el uniforme
para que se seque, me lleva a nuestra habitación para hablar.
—Es normal. —Me explica que no pasa nada, que solo tengo la regla.
—¿Regla? —repito, confundida.
Lina frunce los labios.
—Cuando una mujer madura, comienza su menstruación. Es una señal
de que ahora estás… —se interrumpe, apareciendo un rubor en su
rostro—, lista para tener hijos.
—¿Lo estoy? —Mis ojos se abren de par en par, repentinamente
asustados. Pero Lina se apresura a disipar mis preocupaciones, haciendo
todo lo posible por explicarme cómo se hacen los niños y que no tengo
nada de qué preocuparme.
—Solo será un poco incómodo cuando tengas los dolores menstruales.
Y tendrás que cambiarte la compresa cada cierto tiempo —continúa,
repasando todos los detalles.
Asiento con la cabeza, medio aliviada y sorprendida.
Qué ironía, que alcance mi madurez derramando sangre, cuando acabo
de derramar sangre. La risa enfermiza se forma en mi garganta hasta que
no puedo contenerla más. Lina me mira con recelo, pero yo me encojo de
hombros como si nada.
Porque al final, una calma inesperada se instala en mí.
Ya que voy a ir al infierno. Más vale disfrutar del viaje.
Capítulo 7
Vlad
EL PASADO.
EINTE AÑOS.

Al ponerme bajo el chorro de agua caliente, veo cómo se acumula algo de


sangre a mis pies. Tanteo la herida de cuchillo y mis dedos miden su
profundidad. Satisfecho por el hecho de que no es demasiado profunda, salgo
de la ducha y saco el botiquín.
Obligo a mi cerebro a callar todo el ruido que me rodea, concentrándome
únicamente en arreglar esta maldita herida.
Me coloco frente al espejo para ver mejor mi cuerpo. Luego, cogiendo
una gasa y empapándola en desinfectante, la empapo por toda la zona
afectada. El dolor es mínimo, casi como una sensación de cosquilleo. Ni
siquiera recuerdo la última vez que me había dolido el cuerpo, o que me había
dolido alguna herida.
Ahora, simplemente están ahí. Sé que debo tener cuidado para que no se
vuelvan sépticos, pero aparte de eso no interfieren con mis otras actividades.
Me he hecho esta en concreto por culpa de Bianca, mi nueva compañera.
Aprieto los dientes al pensar en eso, porque la mayoría de las veces
simplemente me molesta con su presencia.
Esta vez no había sido diferente. Me había incitado a pelear y, cuando
llegamos a nuestro objetivo, perdí el control y maté a toda una habitación.
Fue durante ese baño de sangre que alguien debió clavarme un puñal en las
costillas, aunque no lo recuerdo.
Si tan solo Marcello siguiera aquí.
Suspiro mientras continúo con la tarea, cogiendo una tirita y
colocándola encima de la herida.
Marcello y yo nos habíamos entendido en silencio y habíamos
trabajado en una de esas raras asociaciones en las que uno ni siquiera
tenía que hablar para que el otro le siguiera. Estábamos igualados en la
mayoría de las cosas, su intelecto era agudo, sus habilidades no tenían
comparación. Pero ciertas cuestiones le habían hecho abandonar su lugar
en la familia.
Todavía lo vigilo, pero algo ha cambiado. Está... roto.
Eso no significa que le perdone por haberme dejado sin pareja, ya que
mi padre ha tenido que buscar un sustituto porque no confía en mí para
hacer un trabajo por mi cuenta.
Diablos, tampoco confío en mí mismo.
Después de mi colapso en Harlem, hace unos años, me puso bajo
estricta supervisión, sabiendo que mi cordura había disminuido
considerablemente desde que descubrí que mi hermana estaba, de hecho,
muerta.
Aunque no aprecio la atención constante, incluso yo tengo que
admitir que soy demasiado peligroso para que me dejen solo.
Mi fascinación por la sangre no hizo más que aumentar después de
aquel incidente. Pero la misma sustancia que antes me alegraba, ahora se
ha convertido en mi principal desencadenante. Si antes vivía por la visión
de la sangre que brotaba de mis víctimas, ahora la evito como la peste,
sabiendo que, si me cautiva demasiado, se me irá la cabeza.
Por lo general, puedo sentir que se acerca una crisis, y hago todo lo
posible por calmarme. Pero a veces, la sed de sangre se vuelve tan fuerte que
simplemente dejo de ser humano.
Una máquina de matar. Un monstruo. Un berserker.
La gente me ha dado muchos apodos a lo largo de los años, pero solo uno
se me ha quedado: Berserker. Irónicamente también mi nombre en clave, me
habían dado el apodo por los guerreros nórdicos sin mente. Aquellos que
luchan en un trance de furia sin reconocer lo que les rodea, excepto la
destrucción. Porque eso es exactamente en lo que me convierto cuando me
pierdo.
Un monstruo sin mente.
Por supuesto, mi padre no podía deshacerse de su arma perfecta, así que
buscó controlarme de la forma menos intrusiva: una nueva compañera.
Bianca es tres años más joven que yo, y aunque su edad la situaría
firmemente en una categoría inofensiva, también es una asesina nata.
Diagnosticada clínicamente con Trastorno Antisocial de la Personalidad,
Bianca es impetuosa, temeraria y un gran incordio.
Nos complementamos bien en el campo de batalla, ya que sus armas son
las pistolas y las mías son los cuchillos. De este modo, yo entro en combate
cuerpo a cuerpo y ella me cubre la espalda a distancia.
En teoría, no es un mal arreglo, ya que trabajamos bastante bien juntos.
Pero también es una mocosa inmadura y su descuido a veces pone en peligro
nuestras misiones.
Con la herida vendada y lista para salir, me pongo algo de ropa y me
dirijo al gimnasio, pensando en pasar el tiempo que me queda antes de la
próxima misión entrenando.
Empiezo a tararear una suave melodía para mí mismo, obligándome
todavía a desconectar de todo.
Pero cuando cruzo el patio trasero para llegar al gimnasio, oigo la voz
lasciva de mi hermano.
—Vamos, Lenochka, deja la toalla —dice, y yo giro ligeramente la
cabeza, observando que están todos junto a la piscina.
Misha está sentado junto a la piscina, apoyándose en los codos
mientras mira sugestivamente a Elena.
Katya y Elena están sentadas tímidamente en un rincón, con las
manos agarrando con fuerza las toallas que cubren sus cuerpos.
Parecen un poco aprensivas al ver a Misha, y veo que los ojos de
Elena se mueven entre la piscina y la casa.
Ya son casi adolescentes, y aunque mi padre mantiene a Misha bajo
control, es innegable la forma lasciva en que mira a nuestras hermanas,
especialmente a Elena.
Le mencioné esta obsesión a mi padre y gruñó, asegurando que Misha
nunca sobrepasaría sus límites. Pero tengo que preguntarme. ¿No ve papá
la peste que tiene en su propia casa? ¿Está tan cegado por el hecho de que
Misha es su hijo mayor que está dispuesto a pasar por alto su
comportamiento cobarde y su reputación decididamente deshonrosa?
Elena da un paso atrás, encogiéndose detrás de Katya. Nacida con
solo un año de diferencia, Katya siempre ha sido la más fuerte de las dos.
A veces su relación me recuerda a la que tenía con Vanya…
Sacudiéndome de esa línea de pensamiento, me doy la vuelta para
irme.
Misha elige ese momento exacto para ser el imbécil que es,
levantándose de la piscina y yendo hacia donde están las chicas. Veo con
el rabillo del ojo cómo sus dedos rodean la muñeca de Elena, empujándola
hacia él.
—Suéltala —retumba la voz de Katya, pero ni siquiera eso es
suficiente para detener a Misha mientras arranca la toalla del cuerpo de Elena.
—Mírate, Lenochka —silba, y sus ojos recorren su cuerpo con interés—,
¿quién iba a saber que tenías una gran potencia? —continúa, y una mano se
dirige a su pecho.
No sé exactamente cuándo me muevo, pero antes de que Misha pueda
tocar a Elena, le rodeo el cuello con la mano, apretando dolorosamente.
Puede que nos separen años de edad, pero hace tiempo que le supero,
tanto en altura como en masa corporal.
Sus pies no tocan el suelo mientras aprieto, mirándole a los ojos y
disfrutando del miedo que refleja. Sus párpados se mueven con rapidez y trata
de disipar el terror que sé que le recorre el cuerpo.
—¿Qué te he dicho sobre esas manos errantes, Misha? —le pregunto,
mientras me inclino, con mi cara a milímetros de la suya—. ¿No me digas que
no recuerdas lo que te dije?
Veo cómo las emociones juegan en su cara: terror, indignación,
arrogancia. Incluso con mis dedos sofocando la vida de él, se atreve a tener
una expresión de suficiencia en su rostro.
—Vete a la mierda, friki —escupe, y su saliva golpea mi mejilla.
Cierro los ojos un segundo, deseando calmarme. No me sorprenden sus
patéticos intentos. Después de todo, ¿cuándo ha hecho Misha algo digno de
mención?
Levantando la otra mano, me limpio la cara con el dorso de la mano.
—Parece que lo has olvidado. No te preocupes, yo no lo he hecho. —
Le doy mi sonrisa más brillante mientras mi dedo recorre sus rasgos,
posándose justo encima de su ojo.
—Friki —se burla, con una falsa chulería en la cara—, no puedes
hacerme nada. Mi padre te matará antes de dejar que dañes a un...
Se interrumpe, sus palabras se convierten en un grito cuando mis
dedos se clavan en la cuenca de su ojo. Agarro su ojo y tiro. No tarda en
salirse de la órbita.
Las chicas gritan horrorizadas detrás de mí y se alejan corriendo.
Solo tengo ojos para mi querido hermano. Es un juego de palabras.
Mis labios se mueven hacia arriba mientras tiro de su globo ocular.
Empujo hacia delante, mis dedos enroscándose en su órbita, clavándose, y
sus gritos son música para mis oídos.
Ya he hecho esto muchas veces, así que sé qué esperar cuando las
yemas de mis dedos se encuentran con el hueso. Solo tengo que romper el
esfenoide y tendré fácil acceso a su cerebro.
Justo cuando estoy a punto de darle su merecido, oigo otro chillido en
mi oído. Hago lo posible por ignorarlo, pero su voz rompe mis defensas.
—Lo prometiste, hermano. Prometiste que nunca matarías a la
familia —dice, y su forma se materializa junto a mí. Me rodea el brazo
con su mano fantasmal, instándome a que lo suelte.
Mis ojos se abren de par en par al verla... tan pequeña, tan impotente.
Está vestida con los mismos trapos ensangrentados, todo su cuerpo es un
desastre de cortes y heridas, su propio ojo cuelga de la cuenca.
Todo mi cuerpo empieza a temblar y lo suelto. Misha se derrumba en
el suelo y yo doy un paso atrás.
—No —susurro para mí.
Ella no es real. Nunca es real.
Uno pensaría que los años de ver a la hermana muerta de uno harían
que fuera más fácil para los ojos. Pero cada vez que veo su pequeño y
débil cuerpo atormentado por el dolor, me vuelvo loco.
Intento regular mi respiración, casi perdiendo de vista lo que ocurre a mi
alrededor. Cómo irrumpen los guardias de padre, llevándose a Misha para
darle asistencia médica.
O cómo alguien me clava una aguja en la piel, el mundo entero
empezando a balancearse conmigo.
—Otra vez no. —Es lo último que digo mientras me desmayo.
Vuelvo en mí mucho más tarde y me doy cuenta de que estoy en mi
habitación. Tengo un trapo frío en la frente y unas manos pequeñas me
atienden.
No pienso. Solo reacciono, agarrando el brazo del intruso. Un pequeño
grito ahogado escapa de sus labios, y me doy cuenta de que estoy mirando a
mi hermana.
Katya.
—¿Qué estás haciendo aquí? —grazno, mirando a su alrededor en busca
de algún guardia.
Sus labios tiemblan mientras sus ojos se mueven entre mí y mi doloroso
agarre. La suelto rápidamente, esperando que se mueva.
No lo hace.
—Gracias —comienza, un poco insegura—, por lo que hiciste allí. Misha
siempre se mete con Elena y... —se detiene, mirando hacia otro lado,
repentinamente avergonzada.
—¿Qué? —pregunto, con la voz un poco brusca.
—La hace sentir incómoda —dice finalmente—. Siempre intenta
acorralarla a solas, y yo no puedo estar siempre con ella. Quizá ahora...
—No volverá a molestarla. Me aseguraré de ello —declaro.
No sé de dónde viene esto, pero mientras ella me sonríe, me
encuentro feliz por mi decisión de intervenir.
—Gracias —vuelve a decir, y me sorprende de nuevo cuando se
inclina hacia delante para besarme la mejilla.
La miro fijamente, aturdido. Ella... me ha tocado.
Todo el mundo tiene miedo de acercarse a mí y, sin embargo, ella,
por voluntad propia, me ha tocado.
Mis ojos deben delatar mi desconcierto, porque ella confiesa.
—No eres tan malo, sabes.
Levantándose, sale de la habitación. Y yo sigo reflexionando sobre
sus palabras... y su amabilidad hacia mí.

—¡Hijo de puta! ¿Qué crees que estás haciendo? —Bianca me grita


desde atrás.
Giro ligeramente la cabeza hacia ella, levantando un trozo de carne.
—¿Barbacoa? —pregunto en broma.
Ella no se lo toma muy bien, porque rápidamente saca su pistola,
apuntando hacia mí y disparando.
La bala pasa zumbando por mi oído en un sonido ensordecedor,
alojándose firmemente en la cabeza del hombre que está a mi lado.
No reacciono, aunque Vanya, sentada a mi lado, se pone rápidamente las
palmas de las manos sobre las orejas, con los ojos cerrados.
—Eso sí que ha sido mezquino. —Le hago un mohín, medio molesto.
—Hombre, le has estado despellejando vivo. Durante horas. ¿Qué te
pasa? —Me sacude la cabeza y se acerca a mirar mi obra de arte.
—Se suponía que era un trabajo rápido. Entrar y salir. Y pensar que
normalmente soy yo la que da problemas —murmura en voz baja, arrugando
la nariz con disgusto cuando se inclina para mirar lo que queda del hombre.
Sí, debería haber sido un trabajo rápido. Pero una vez que me di cuenta
de quién era nuestro objetivo -un traficante de personas armenio a cargo de
algunas redes de tráfico cuestionables en Maine- mi interés se había
despertado. No es frecuente que nos envíen tras los traficantes de personas.
Puede que sea porque mi padre es el que elige nuestros objetivos, y no quiere
que me acalore en un trabajo, ya que sabe que había jurado hacer pagar al
asesino de Vanya.
Pero al igual que este tipo sin piel que tengo delante, no sé mucho sobre
las circunstancias de la muerte de Vanya.
Mi memoria de los años anteriores a mi regreso con mi familia es
borrosa. Solo he logrado reconstruir algunas cosas. Como el hecho de que
Vanya y yo habíamos sido secuestrados cuando teníamos tres años y
habíamos estado cautivos por una especie de loco durante casi cinco años.
Aunque mi padre y sus socios nos buscaron sin descanso, solo por casualidad
los italianos llegaron a nosotros primero.
El hermano de Marcello, Valentino, dirigía un equipo que investigaba
una red de tráfico de personas dirigida por gente peligrosa cuando nos
encontraron, o más bien a una Vanya muerta y a su hermano medio muerto.
Ni siquiera él había sido capaz de darme más información, alegando que el
descubrimiento repentino del lugar se debía a la suerte.
Nos encontraron a los dos en una jaula. Los detalles son, incluso
ahora, difíciles de digerir. Vanya había estado bien en su camino a la
putrefacción, ¿y yo? Muerto de hambre hasta el extremo, ya tenía un pie
en la tumba.
Debido a las circunstancias de la muerte de Vanya, así como a mi
propio estado bastante mórbido, un médico me había dicho que es normal
que el cerebro bloquee algunos recuerdos, especialmente los traumáticos.
También me dijo que la presencia de Vanya en mi mente podría
explicarse por el trauma de vivir con su cadáver durante días.
Bueno, ciertamente esa es una forma de verlo.
Pero también está mi manera. Vanya está aquí conmigo para
asegurarme de encontrar a su asesino y castigarlo como corresponde.
Ojo por ojo.
Incluso ahora, como si supiera la dirección de mis pensamientos, se
acicala, y sus labios se extienden en una lánguida sonrisa.
Le sacudo la cabeza y vuelvo a prestar atención a Bianca.
—Quizá podría haberle sacado alguna información —murmuro—,
eventualmente.
Mirando todas las rayas de carne que le he quitado de los muslos y la
espalda, de repente me da pena no haber podido hacer el cuerpo entero.
También había ido muy bien, ya que la hemorragia había sido mínima y
mi estado mental nunca había estado mejor.
—Claro —se burla, levantando una ceja hacia mí.
—Ahora bien, ¿dónde está la gracia de sacar el resto de la piel si está
muerto? —suspiro, volviendo a la tarea y continuando con su pecho.
—Espera —dice B, llevándose los dedos a las sienes—. A ver si lo
entiendo. ¿Vas a seguir despellejándolo? Está muerto.
—Claro que está muerto —añado con sorna—, tú lo has matado.
Resisto el impulso de poner los ojos en blanco. Pero, al ver que estoy
de tan buen humor, me niego a seguir peleando con ella.
—Me lo agradecerás cuando recibas tu regalo de Navidad. Te haré una
nueva y brillante funda de cuero. Cien por cien hecha por el hombre también
—le guiño un ojo.
Cuando entiende lo que quiero decir, retrocede, con las manos en alto y
los ojos medio cerrados por el asco.
—No, gracias. Puedes guardarlo para ti —me dice, yendo a una silla
vacía y abriendo su portátil.
—¿Otra vez stalkeando? —le pregunto, divertido.
Su cara se ilumina inmediatamente y gira la pantalla para mostrarme las
últimas fotos del objeto de su obsesión.
—No lo entiendo. —Niego con la cabeza y vuelvo a mi trabajo. Es mejor
terminar esto ahora.
—Claro que no lo entiendes —murmura Bianca—. Hemos comprobado
que no sabes lo que es el amor —dice con un suspiro soñador, mirando
fijamente al ordenador y sin duda imaginándose con ese traje suyo.
Ni siquiera me digno a responder, porque no está muy lejos de la
realidad. No sé lo que es el amor. Al menos no el tipo de amor que ella
insinúa. Conozco la lealtad y los lazos familiares. Conozco mi conexión con
Vanya, del tipo que ni siquiera la muerte puede cortar.
¿Pero el tipo de amor del que ella habla? ¿Las mariposas mezcladas con
fluidos corporales y la devoción eterna? Gimoteo mentalmente ante la
imagen, depositándola firmemente fuera de mi mente.
Ese tipo de amor no es para mí, y probablemente nunca lo será. Después
de todo, solo tengo un propósito.
Encontrar al asesino de mi hermana y devolverle el favor. Cuando eso
esté hecho... tendré que ver si me quedo por aquí.

Tras el enfrentamiento con Misha, las cosas empeoran


progresivamente en casa. Mi padre me envía a una misión tras otra para
asegurarse de que Misha y yo no estemos en el mismo lugar al mismo
tiempo. En cualquier otro momento, habría estado encantado de realizar
asesinatos sancionados las veinticuatro horas del día. Sin embargo,
después de un tiempo, ni siquiera la perspectiva de la sangre logra
despertar mi interés.
Mi mente, mi mayor enemigo, no me deja en paz. Y no solo en forma
de la pequeña Vanya rondando a mi alrededor en todo momento. No, esta
vez me estoy volviendo cada vez más paranoico sobre Misha y sus
intenciones.
Había hecho que un médico le viera el ojo y se lo pusiera en su sitio,
así que el daño no había sido demasiado grave. Pero su comportamiento
posterior había sido muy preocupante. Había sido... agradable. O tan
amable como Misha puede ser. Sin embargo, había sido demasiado
perturbador estar en el extremo receptor de tal falta de astucia.
Incluso se había disculpado con Elena.
Muy diferente a Misha.
Cuanto más sospechaba de mi hermano, más empezaba a hacer cosas
innecesarias. Como hackear la transmisión en vivo de nuestro complejo.
O el ordenador central. O a todos los asociados con Misha.
Cuando eres tan antisocial como yo, tiendes a desarrollar pasatiempos
que no implican... socialización. O humanos. O cualquier cosa que viva,
respire y responda. Excepto por Vanya, pero ella no está realmente viva,
de todos modos. Los ordenadores son el maná celestial para alguien como yo.
No solo son extremadamente interesantes, sino que también me proporcionan
desafíos constantes, ya que mi impaciencia podría ser mi cualidad ganadora.
Mi tiempo se reparte entre la pantalla del ordenador y los cadáveres, así
que podría decirse que me he convertido en un experto. En ambas cosas.
—¿Vas a seguir haciendo eso? —pregunta Bianca, bostezando y
estirándose hacia atrás.
Nos habían asignado la supervisión de un envío de drogas fuera del
estado. Algo inusual, ya que nuestras misiones en el pasado siempre
terminaban con alguien muerto, pero aun así entraba dentro de los parámetros
normales, teniendo en cuenta el plan de mi padre de mantenernos separados a
Misha y a mí.
Me encojo de hombros, cerrando el portátil y dejándolo a un lado. Puede
que lo haya hecho hasta la saciedad, ya que mi curiosidad no me deja hasta
llegar al fondo de todo lo que está pasando, pero no voy a dejar que Bianca se
entere de mis sospechas. No cuando hay pocas pruebas que apoyen mi teoría.
Solo tengo mi intuición y mis habilidades no tan estelares para leer a la gente,
que ningún científico que se precie tomaría como algo falso.
—Estoy aburrido —respondo.
Ella suspira, casi exasperada.
—Has estado aburrido durante las tres últimas misiones —continúa, y yo
reprimo las ganas de poner los ojos en blanco.
Puede que seamos un equipo, pero seguimos poniéndonos de los
nervios... la mayoría de las veces.
Para pasar el rato, me pongo a leer en algún momento,
intercambiando golpes con Bianca en otros.
No es hasta que el camión que transporta nuestros culos y la mercancía se
detiene repentinamente, desequilibrándonos, que nos damos cuenta de que
algo puede estar mal.
Tanto Bianca como yo reaccionamos ante la posible amenaza: ella
con las manos en las armas y yo con los dedos alrededor de mis shashkas.
No tardamos mucho en darnos cuenta de que nos han tendido una
emboscada, con gente que viene hacia nosotros desde todas las
direcciones.
Pero no habían contado con una cosa. A pesar de nuestras
discusiones, Bianca y yo somos asesinos de primera clase, y la
proximidad forzada solo ha mejorado nuestra compatibilidad de trabajo.
Matamos rápido, y en sincronía. Quienquiera que enviara a estos tipos
claramente no había hecho sus deberes.
Cuando todos los cadáveres abundan en el suelo, queda claro que no
se trata de un simple ataque.
—Bratva. —Hago una mueca al notar sus tatuajes.
De repente, mis preocupaciones anteriores se vuelven urgentes y
apenas puedo contener mi ira, poniéndome al volante y gritando a Bianca
para que suba al coche.
—Es un golpe de Estado —añado finalmente, con los ojos fijos en la
carretera mientras rompo todos los límites de velocidad.
—¿Un golpe? ¿Pero quién? —Ella frunce el ceño.
—El estúpido de mi hermano ¡Mierda! Debería haberlo visto venir.
Misha siempre ha estado hambriento de poder, pero no pensé que hiciera
esto —las palabras salen de mí.
Debí haber confiado en mis instintos.
—Pero...
—Nadie más podría haber ordenado a esos soldados de Bratva que
vinieran a por nosotros. Piénsalo, B —le digo cuando parece no estar
convencida.
Misha debe haberles prometido algo a cambio de ayudarle a derrocar a
mi padre. Siempre ha estado insatisfecho con su papel dentro de la
organización, sobre todo porque sabía que padre no confiaba en él tanto como
debería, siendo el primogénito y el heredero.
Sin embargo, nuestros continuos conflictos no han hecho más que
reforzar su decisión de tomar las riendas del asunto.
Debería haber sabido que alguien como él nunca se conformaría con no
ser importante. Pero independientemente de lo que esté haciendo para hacerse
cargo de la Bratva, mi mayor preocupación es por Elena y Katya.
¡Mierda!
Si se ha deshecho de padre y sus leales soldados, entonces no hay nada
que se interponga entre él y hacer lo que quiera con ellas.
La idea de eso, junto con los gritos de Vanya en mis oídos, solo sirven
para hacerme pisar el acelerador con más fuerza, acelerando por la autopista
con la esperanza de llegar a tiempo.
—Los matará. —Vanya sigue hablando a mi lado, y sus palabras no
ayudan a mi ya tenso espacio mental.
Apenas quito los ojos de la carretera un momento para que Bianca cargue
la señal de la cámara del complejo.
En el momento en que las pantallas cobran vida, no me sorprende ver
sangre por todas partes, mi padre asesinado por su propio hijo, su cuerpo
tendido en medio del gran salón.
Misha hace que sus hombres trasladen el cadáver de mi padre a la
zona de exhibición, el lugar reservado a los traidores y enemigos de la
Bratva.
—Maldita sea —murmuro, dándome cuenta de que puede que haya
subestimado a Misha. No es tan tonto como me ha hecho creer.
Y el hecho de que esté exhibiendo el cuerpo de padre de esa manera
en el gran salón es una advertencia para todos los que piensen ir contra él.
Llegamos al recinto en tiempo récord, y Bianca se ofrece a usar sus
habilidades como francotiradora para cubrirme las espaldas y atrapar a
Misha.
Una vez que nos separamos, ella dirigiéndose hacia un buen punto de
observación y yo hacia el vestíbulo, me dirijo a Vanya.
—Ves, no será por mi mano —bromeo, y ella me dedica una brillante
sonrisa. Saber que no seré yo quien acabe con el bastardo parece hacer
maravillas en el ánimo de Vanya.
Unos cuantos guardias se interponen en mi camino, pero me apresuro
a partirlos por la mitad, con mis espadas recorriendo suavemente sus
estómagos.
Suena la alarma y sé que es cuestión de tiempo que me rodeen.
Sonriendo para mis adentros, espero.
Efectivamente, unos cuantos soldados salen del gran salón, todos
rodeándome. Me dejo atrapar, porque sé que Bianca debería estar ya casi
en la torre sur, lo que me daría unos minutos ininterrumpidos de
conversación con mi querido hermano.
Un par de patadas y los hombres creen que he caído, me sujetan por
los brazos y me arrastran al interior de la habitación.
Misha está de pie en medio del pasillo, con las manos a la espalda
mientras contempla el cadáver de padre.
Echo un vistazo rápido a la habitación y no veo a nadie más, ni a mi
madre ni a mis hermanas.
—Hermano —me escupe cuando los guardias se detienen frente a él.
—Menuda bienvenida —le digo.
—Ya deberías estar muerto —continúa, claramente ofendido por mi
repentina presencia.
—Y tú ya deberías haber aprendido que no soy tan fácil de matar —
replico.
—Ah, pero no te preocupes. Esta vez lo harás, y además por mi mano —
dice, paseándose frente a mí.
Nervioso. Un poco demasiado nervioso.
—¿Dónde están las mujeres?
Se detiene, levantando los ojos para encontrarme. Me sostiene la mirada
un momento antes de empezar a reír.
—¿Las mujeres? —pregunta, con los brazos abiertos en señal de
asombro—. No hay más mujeres —responde enigmáticamente, y yo
entrecierro los ojos hacia él.
—¿Qué has hecho, Misha?
—¿Qué he hecho? —repite, con aspecto desquiciado, mientras sigue
dando vueltas—. Por fin estoy donde debo estar. En la cima.
Por el rabillo del ojo veo que Vanya se planta delante de padre, con una
expresión inescrutable en su rostro. Sus ojos están abatidos, las comisuras de
su boca inclinadas hacia abajo. Está... triste.
Al volver la vista hacia Misha, me sorprende verle parlotear sobre cómo
va a dar la vuelta a la Bratva y el trato que ya ha hecho en nombre de padre.
—Deberías haberte quedado fuera, friki. Entonces padre no habría
estado tan en contra del tráfico de personas. Las drogas no traen el dinero
que solían, pero los humanos… —Silba.
Ah, así que este era su objetivo.
—¿De verdad? ¿Y cómo vas a hacerlo? —Sigo sus movimientos para
que su forma se alinee con la abertura de la ventana—. Sabes que los
Agosti tienen el monopolio de eso —añado, con curiosidad por saber con
quién ha estado hablando.
—Mi contacto es aún más poderoso —resopla—, y cuando unamos
nuestras fuerzas, tomaremos la ciudad por asalto. —Sigue parloteando
sobre su gran plan, pero no hay detalles sobre su misterioso socio.
—Dudo que alguien se alíe contigo —empiezo, tratando de incitarlo a
revelar con quién está trabajando—. ¿No sabe que tienes un historial de
tomar decisiones estúpidas?
Se detiene un segundo, acercándose a mí.
—Ellos confían en mí, hermano. A diferencia de otros, ven mi
potencial.
Ellos... Interesante.
Estoy a punto de abrir la boca para preguntar más cuando oigo un
sonido agudo y aparece un círculo en la frente de Misha. La sangre sale de
ella, sus ojos giran en la parte posterior de su cabeza. Y entonces se cae.
Aprovecho la ligera desorientación de los hombres que me sujetan y
me suelto las manos, yendo inmediatamente a por las cuchillas que tengo
escondidas en las botas.
Los hombres no tienen ninguna posibilidad cuando lanzo los
cuchillos. Se alojan en lo más profundo de sus gargantas, dando en el
punto perfecto.
Y caen.
Me vuelvo hacia la ventana, donde probablemente Bianca sigue
mirándome a través de su rifle, y le guiño un ojo.
Ahora...
Vanya está dando saltos de alegría, mirando el cadáver de Misha con un
deleite que no había visto en mucho tiempo.
Sacudiendo la cabeza, vuelvo a la vivienda principal, necesitando
asegurar que Katya y Elena están a salvo.
El pasillo está vacío, y a medida que me dirijo al segundo piso, me
preocupa cada vez más.
No oigo nada...
Irrumpo en la habitación de las chicas y parpadeo dos veces, antes de
apartar los ojos. Vanya huye de mi lado y yo cierro la puerta suavemente.
El cuerpo desnudo de Elena está en el suelo, con un corte furioso en el
cuello. Toda la alfombra está empapada de su sangre.
Doy otro paso y mi peor sospecha se confirma.
Los moretones alrededor de sus muslos y la sangre entre sus piernas me
dicen exactamente qué ha pasado aquí. O quién.
Suspiro profundamente, decepcionado por este giro de los
acontecimientos. Esperaba que estuvieran bien...
Vanya, por su parte, está de rodillas frente a Elena. Está llorando a mares,
con las manos tocando su cara, su cabello. Está llorando por la hermana que
corrió la misma suerte que ella.
Tomando una manta de la cama, cubro el cuerpo de Elena, con la
esperanza de ofrecerle algo de pudor, al menos en la muerte.
Vanya está inconsolable mientras sigue intentando despertar a su
hermana. Todo en vano.
Sacudiendo la cabeza, miro a mi alrededor buscando a Katya,
confundido porque no está aquí.
Una pequeña esperanza brota en mi interior al pensar que podría
haberse salvado. Busco en todas las habitaciones de la casa, encontrando
el cadáver de mi madre y el de los leales a mi padre.
No está Katya...
Por casualidad, tropiezo con alguien que gime de dolor. Al darme
cuenta de que aún vive, me agacho junto a él, pensando que podría
obtener algunas respuestas.
Está boca abajo en la alfombra y, al darle la vuelta, observo que es el
médico de la familia: Sasha.
—Sasha —digo, dándole una palmada en la cara para llamar su
atención.
Sus ojos están desenfocados, pero finalmente encuentra las palabras.
—Vlad...
—¿Dónde está Katya? —pregunto, yendo directamente al tema.
—Katya… —grazna, haciendo una mueca de dolor—. Él se la
entregó —dice finalmente.
—¿Él? ¿A quién?
Sasha sacude la cabeza.
—El compañero de Misha. —Es todo lo que dice antes de que sus
ojos se cierren.
Todavía sintiendo el pulso, lo pongo sobre mi hombro y me reúno
con Bianca de vuelta en el gran salón. Vanya se queda atrás, con una cara
de desolación por haber perdido a sus dos hermanas.
Colocando a Sasha en una mesa, me doy cuenta de que ahora soy yo
quien manda. Así que me limito a dar órdenes, sacando mi teléfono y
marcando un contacto tras otro, sabiendo que todo el lugar necesita una
limpieza.
—¿Tus hermanas? —pregunta Bianca, y yo niego con la cabeza.
Puede que Elena esté muerta, pero Katya no.
Solo tengo que encontrar al hombre que se la llevó.
—Les harás pagar, hermano. Prométemelo —dice Vanya, con los ojos
empañados por las lágrimas.
La miro y siento que el corazón se me agita un poco en el pecho.
—Lo prometo —digo, tomando su pequeña mano entre las mías.
Parece que tengo mucho trabajo por delante.
Dos hermanas. Dos enemigos sin rostro.
Una sonrisa se dibuja en mis labios.

—Shh, está empezando —me hace callar Vanya, dirigiendo su mirada


hacia el escenario, con sus grandes ojos llenos de curiosidad.
Por alguna razón, su ojo malo no cuelga tanto de su cuenca hoy.
Me recuesto en mi asiento y bebo un poco de champán, sabiendo que van
a tardar un rato en llegar a la parte interesante.
Con una expresión de aburrimiento en la cara, veo cómo un hombre con
una máscara de perro se pasea por el escenario, llamando a un número e
invitando a un hombre y a una mujer a subir al escenario.
El hombre de la máscara les ordena que se pongan de rodillas antes
de bajarse la cremallera y sacar la polla, metiéndola y sacándola de las
bocas del hombre y la mujer.
Miro con recelo a Vanya, pensando que es demasiado joven para ver algo
así. Pero entonces recuerdo que ella no es real.
Su atención está totalmente centrada en las personas del escenario. En
poco tiempo, sus posiciones cambian. La mujer está arrodillada y su
compañero la golpea por detrás, mientras que el enmascarado se folla al
hombre por el culo. El espectáculo se vuelve aún más interesante cuando
llaman a otro número, y otro hombre se une a ellos en el escenario. El
enmascarado da un paso atrás, haciendo que el recién llegado se sume al
tren de la follada antes de coger su polla con la mano una vez más y
montarle el culo.
Es como una cadena interminable, sobre todo cuando siguen diciendo
nombres, se unen más personas, aunque el hombre enmascarado siempre
tiene el control al final de la fila. Los hombres y las mujeres están
dispuestos alternativamente, de modo que siempre hay una polla follando
un agujero.
Por extraño que parezca, el escenario es el aspecto menos
problemático de todo este lugar. Y fantasma o no, le pido a Vanya que no
mire alrededor, especialmente no hacia arriba.
Como un teatro de ópera, toda la sala está dividida en palcos en
diferentes niveles, todos mirando hacia el escenario.
Pero los palcos pertenecen a los más ricos y depravados. Los que
anhelan el anonimato que la multitud no puede darles.
Dejo que mis ojos vaguen brevemente, pero las imágenes son
demasiado, incluso para mí.
Hombres de más de cincuenta años se dejan chupar la polla por
adolescentes. Algunos han renunciado a toda moralidad y están follando
activamente con niños. Pero, probablemente, el peor palco es el que tiene
a varias personas viendo a niños follando entre sí.
Sabía que vería gente enferma aquí, solo que no me había dado cuenta de
cuán enferma.
—¿Crees que la encontraremos? —Vanya vuelve a hablar, con voz
esperanzada.
Intento apartar de mi mente las cosas que había visto mientras vuelvo mi
atención hacia ella.
—No lo sé —respondo con sinceridad.
Han pasado meses desde la desaparición de Katya y había utilizado todos
los recursos a mi disposición para indagar en las redes de tráfico de personas
de la zona, pensando que aparecería en una subasta.
Después de todo, es la hija virgen de un Pakhan. Eso asegura unas buenas
monedas en cualquier lugar. Así que estuve escuchando la charla en el mundo
subterráneo, sabiendo que encontraría algo, eventualmente. Y lo hice. Me
enteré de esto.
The Block, llamado así por sus famosas subastas, es una de las redes de
tráfico de personas más exclusivas de la Costa Este. Dirigida por un
escurridizo señor de la droga, atiende a la élite y a los más libertinos del
grupo.
Había resultado un poco más difícil conseguir una invitación, y había
tenido que poner toda mi experiencia con los ordenadores para crearme una
persona totalmente nueva en la Dark Web.
Un cebo aquí y allá, y de alguna manera me las arreglé para conseguir
una invitación. Una invitación VIP.
Pero enfrentarse al Bloque no había resultado tan fácil. Tenían
subastas regulares, y con el tiempo, las posibilidades de que encontrara a
Katya se reducían considerablemente.
He estado viniendo aquí por un tiempo, y todavía no hay rastro de
ella.
—Sin embargo, no nos vamos a rendir —le aseguro rápidamente.
Después de que termine la orgía masiva, el segundo evento de la
noche consiste en cocinar a un hombre vivo. Bueno, esto lo aguanto mejor
que eso.
Unas cuantas veces aquí y había aprendido que puedo excusarme de
ciertos eventos que no me hacen... cosquillas.
Ciertamente me excusé del festival de sexo. Incluso ahora me
estremece pensar en estar cerca de tantos fluidos corporales... tan poco
apetecibles.
Ya es suficiente con que me bañe en vísceras humanas cuando pierdo
la cabeza, a menudo me despierto en charcos de sangre, con los órganos
colgando de mi ropa. No voy a participar en eso mientras estoy lúcido
también.
Un hombre necesita mantener algo de dignidad.
Pero en mi primer viaje aquí me gané el gusto por la carne humana.
No estaba tan mal, pero lo había cocinado demasiado. Culpo a Vanya por
eso, ya que me distrajo hasta que la carne se quemó.
Después, como miembro habitual, he podido dar a conocer mis
preferencias.
Vanya está bostezando para cuando se abre la subasta, y yo tomo
prestados los prismáticos de la mesa para estudiar detenidamente a todas
las chicas que encajan con la edad y el colorido de Katya.
Horas más tarde, sin embargo, volvemos al punto de partida.
—¿Y si...? —Vanya comienza mientras nos dirigimos a la salida del
club.
La miro, pero un hombre con un traje negro choca contra mí. Frunzo el
ceño mientras veo cómo tantea unas hojas de papel caídas al suelo,
ayudándole a recogerlas.
—Gracias —dice, mirándome fijamente, sus ojos me resultan
extrañamente familiares. Sin embargo, no puedo decir que lo haya visto antes.
Su mano se aferra demasiado a la mía hasta que me la quito de encima,
avanzando e ignorando la forma en que mis sienes palpitan de dolor.
Qué raro.
—¿Hm? —Me vuelvo hacia mi hermana, brevemente distraído.
—¿Y si ese hombre no la vendió? ¿Y si... se la quedó? —Vanya pregunta
y yo me quedo quieto, con los ojos abiertos al darme cuenta.
¡Mierda!
Había centrado todos mis recursos en encontrar focos de tráfico de
personas, pensando que ella podría acabar en venta. Pero esto... Vanya tiene
toda la razón.
¿Y si se la quedó?
—Entonces tenemos que duplicar nuestros esfuerzos y encontrar quién
era el compañero de Misha.
Compañeros... Había mencionado el plural.
—Podemos hacerlo. —Me asiente Vanya con seguridad.
—Efectivamente —respondo.
Encontraremos a todos los implicados. Y cuando Katya esté a salvo y de
vuelta a casa, volveré a centrarme en atrapar al asesino de Vanya.
Quién iba a saber, sin embargo, que el reloj estaba corriendo.
Y no a mi favor…
Capítulo 8
Assisi

PRESENTE.
VEINTE AÑOS.

—¿Dónde te duele exactamente? —me pregunta la hermana Magdalene, y


yo bajo ligeramente la cabeza, fingiendo un dolor de estómago.
Me hace estirar en la cama de la enfermería mientras me palpa el
abdomen.
—¿Aquí? —pregunta, y yo emito un leve gemido de dolor. Sus cejas se
juntan en señal de concentración—. ¿Y aquí? —Baja la mano y yo reacciono
cerrando los ojos.
Alejándose de mí, sacude la cabeza, frunciendo los labios y mirándome
pensativamente.
—Creo que tenemos un nuevo cargamento de analgésicos en la parte de
atrás. Déjame ir a buscarlos. —dice finalmente, apoyándome en las
almohadas y saliendo de la habitación.
Casi me da pena lo que voy a hacer, ya que la hermana Magdalene es una
señora muy dulce. Puede ser un poco gruñona, pero nunca ha sido más que
amable conmigo.
Cómo desearía que ella hubiera estado a cargo de la enfermería cuando
yo era más joven.
Todas las heridas que he acumulado a lo largo de los años han creado
un mosaico de cicatrices en mi cuerpo. Tal vez las cosas no habrían sido
tan graves si ella hubiera estado...
Me sacudo de mis cavilaciones. He venido aquí con un propósito, así
que no puedo demorarme.
Bajando las piernas de la cama, me dirijo hacia el botiquín, abriéndolo
y mirando las etiquetas.
He tomado prestado el teléfono de Catalina y he buscado en Internet
exactamente lo que tenía que hacer. Después de mi último enfrentamiento
con la Madre Superiora, había decidido darles a probar su propia
medicina.
Aparte de algunas bromas justificadas aquí y allá, me mantuve alejada
de los problemas. Manteniéndome al margen y haciendo mis tareas, había
intentado evitar un conflicto con otra Cressida. Pero, de alguna manera, la
Madre Superiora me seguía vigilando y, de la nada, había decidido
duplicar mi carga de trabajo.
Nunca me había quejado de mis tareas, ya que sé que cada una hace su
parte en beneficio de toda la comunidad. Ya sea en la cocina o en la
limpieza, siempre me esforcé por hacer mi trabajo correctamente.
Esta vez, sin embargo, la cantidad de tareas que la madre superiora me
había asignado había sido demasiado. ¿Su razonamiento? He terminado
mi educación, así que ahora puedo dedicar todo mi tiempo a la
comunidad.
Durante una semana, todos los días, me habían asignado la tarea de
ayudar a preparar la comida para el desayuno y el almuerzo, y luego
limpiar las aulas por la tarde, cuando terminaban las clases. Al principio
había funcionado bien.
Pero a medida que se acumulaba el trabajo, empecé a funcionar con el
piloto automático como un robot. Ni siquiera me di cuenta de cómo un día
se convertía lentamente en otro, mi concentración se atenuaba, y mis
fuerzas se desvanecían.
Hasta que llegó el momento de la verdad, cuando la Madre Superiora me
envió a limpiar su despacho. Un poco privada de sueño y con los músculos
tensos por el esfuerzo, me había distraído un poco al tratar de limpiar todo a
fondo. Sin embargo, cuando estaba limpiando su escritorio, debí de chocar
con uno de sus jarrones, porque en un momento estaba concentrada en quitar
el polvo de la superficie, y al siguiente me había asustado al escuchar el
sonido de algo que caía al suelo.
Cuando la madre superiora vino a comprobar mis progresos, me miró
limpiando los trozos del suelo y se puso a gritar.
Lo había soportado todo ya que había sido mi culpa que el jarrón se
hubiera roto. Pero había tenido que pasarse de la raya.
—No sé por qué te acogimos cuando ni siquiera tus padres te querían —
había dicho con suficiencia, y yo había hecho lo posible por no mostrar lo
mucho que me afectaban esas palabras.
Siguió profiriendo más insultos, y todo el tiempo solo pude pensar en que
se supone que éste es un lugar para adorar a Dios y hacer buenas acciones.
Toda la misión del Sacre Coeur es ayudar a los demás y, sin embargo, la
Madre Superiora y su ejército de monjas solo me han demostrado que si no
encajas en un molde específico de desvalido entonces no vales nada para
ellas.
Siempre están invocando una posición moral más elevada, criticándonos a
mí y a Lina por las circunstancias que nos han llevado al Sacre Coeur,
olvidándose a menudo de mirarse a sí mismas y de cómo su propio
comportamiento hacia nosotras no las hace mejores.
Bueno, veamos lo altivas y poderosas que son en una situación menos
ética.
Mis ojos recorren las filas llenas de medicamentos hasta que encuentro lo
que busco.
Me meto todo en el bolsillo, escribo rápidamente una nota para la
hermana Magdalene dando a entender que estoy mejor y salgo corriendo
de la enfermería.
Ya está oscuro afuera, así que trato de mezclarme en las sombras,
yendo directamente a la iglesia y entrando en ella sin que nadie me vea.
Me lleva un rato registrar la zona del altar, pero finalmente encuentro
el recipiente con el vino. Desenroscando la tapa del frasco de pastillas, leo
las instrucciones, midiendo la dosis que debo añadir para conseguir el
efecto deseado. Calculo los gramos frente al volumen percibido del
recipiente y me pongo a trabajar.
Tomando un cuchillo de la mesa del altar, empiezo a triturar las
pastillas hasta convertirlas en un polvo lo más fino posible. Cuando lo he
hecho hasta la dosis recomendada, añado el polvo al recipiente y lo
remuevo bien.
Poniendo el vino en su sitio, me voy al dormitorio.
Al día siguiente, vamos todos a misa. El cura comienza su sermón y
no puedo evitar el vértigo que siento en el pecho al pensar que esas
mujeres van a recibir por fin lo que se merecen.
Apenas presto atención a las oraciones que me rodean, mis
pensamientos se centran en el resultado de mi plan. Lástima, sin embargo,
que no sea inmediato.
—Sisi, ¿qué pasa? —me pregunta Lina cuando volvemos a nuestra
habitación.
—Nada. —Le regalo una sonrisa, aunque por dentro estoy demasiado
impaciente. Cojo un libro y me siento en la cama, intentando distraerme
un rato.
Solo unas horas más tarde, cuando vamos a recoger algo de fruta, nos
enteramos de la maravilla que ha sucedido.
Todas las monjas mayores, incluida la Madre Superiora, habían
desarrollado un dolor de estómago bastante desagradable, tras el cual se
habían encerrado rápidamente en el baño.
Sin embargo, había un problema: no había suficientes baños disponibles
para las monjas, y algunas habían tenido que hacer sus necesidades en la
naturaleza.
—Dios mío, ¿están bien? —pregunta Lina a la hermana que le ha
transmitido la noticia.
—No todas. —Sacude la cabeza, con los labios fruncidos por la
preocupación.
—Pero... ¿cómo ha podido pasar esto? —tartamudea Lina, con cara de
preocupación.
—Efectivamente —finjo sorpresa—. ¿Cómo ha podido pasar esto? Y todo
de golpe. —Sacudo la cabeza, intentando emular sus expresiones de
consternación.
—No lo sabemos. Las pocas que no llegaron al baño estaban mortificadas.
Pobres almas —dice antes de mirar a su alrededor sospechosamente—.
Usaron los arbustos del jardín —susurra de forma conspiradora.
Tanto Lina como yo jadeamos ante esta noticia.
—Qué terrible —añade Lina con sinceridad. Por supuesto que se siente
mal por esas monjas, aunque sean las mismas que la habían aterrorizado
antes.
Sin embargo, no es una sorpresa cuando la Madre Superiora, una vez
que ha conseguido controlar sus intestinos, pide a todos una reunión de
emergencia.
Todavía me estoy riendo por dentro, sobre todo cuando veo a todas las
víctimas en una esquina, con un aspecto bastante desmejorado.
Mi labio superior no deja de temblar mientras la Madre Superiora
procede a hablar del incidente como si hubiera sido un sacrilegio.
—Quienquiera que haya hecho esto será castigado. —Su voz retumba
en la sala. Todo el mundo se calla mientras ella nos mira fijamente. Pero
entonces, en el silencio de la sala, los sonidos crecientes de un estómago
reverberan en el aire.
Una de las monjas más veteranas levanta la vista con culpabilidad,
antes de salir corriendo de la habitación, presumiblemente en busca de un
baño.
No puedo aguantar más la risa y se me escapa una pequeña carcajada.
El codo de Lina entra en contacto con mi costado mientras me mira.
Por suerte, la voz de la Madre Superiora la disimula enseguida al
continuar su discurso.
—Hemos investigado la enfermería, el único lugar de donde alguien
podría haber sacado los laxantes —continúa la Madre Superiora, sacando
el frasco de laxantes de su hábito y sosteniéndolo.
—Falta la mitad de su contenido. Sabemos que alguna de ustedes lo
hizo. Si nadie lo admite, entonces tendremos que hacer que la hermana
Magdalene cargue con el castigo, ya que las pastillas estaban bajo su
cuidado —dice la Madre Superiora con suficiencia y la hermana
Magdalene palidece.
—Pero… —empieza la hermana Magdalene, la Madre Superiora no lo
acepta y levantando una mano para detenerla, se dirige a la sala una vez
más.
—Tienes cinco minutos para revelarte. Si no… —Señala con la
cabeza a la hermana Magdalene, que se resigna inmediatamente a su destino.
¡Maldita sea! No pensé que llegaría tan lejos. Desde luego, no pensé que
la Madre Superiora fuera a culpar a la Hermana Magdalene.
Los ojos de la hermana Magdalene se cruzan con los míos desde el otro
lado de la habitación, y sé que no puedo dejar que cargue con la culpa de algo
que es enteramente obra mía. Además, puedo añadir algo más a mi venganza.
Dando un paso adelante, salgo de la formación y me dirijo directamente a
la Madre Superiora.
—Yo lo hice —admito—. Puse los laxantes en el vino.
Los ojos de la Madre Superiora se centran en mí.
—Debería haber sabido que solo podías haber sido tú —escupe las
palabras, pero no me inmuto.
—Pero… —empiezo, arrastrando mi mirada por la habitación—. ¿Por qué
todos los demás están bien, entonces? Todos participaron en el vino de la
comunión. ¿Cómo es que solo unos pocos desarrollaron problemas?
Al oír mis palabras, parece que le han dado un golpe.
La gente empieza a susurrar, preguntando lo mismo que yo. ¿Por qué ellas
estaban bien cuando las monjas mayores no lo estaban?
—Si miras en la caja, encontrarás las instrucciones de cómo consumir las
pastillas para que sean efectivas. Sí, estaban en el vino. Pero solo si se bebía
una determinada cantidad de vino los laxantes habrían hecho efecto —señalo,
casi orgullosa de mí misma por no titubear.
—¿Cuánto vino bebió, madre superiora? —pregunto, con un poco de
descaro.
—¿Cómo...? ¿Qué...? Tú… —balbucea ella, con los ojos desorbitados.
—¿Qué? es verdad. Debes haber bebido bastante... Me pregunto, ¿no
es eso también un pecado? Sucumbir al vicio... tsk, tsk.
Su cara se convierte en una masa moteada de rojo cuando mis
palabras calan, y todos jadean al darse cuenta de que podría tener razón.
—¡Assisi! Estás castigada —grita, acercándose a mí.
Retrocedo, pero ya estoy a un paso de la tumba, más vale que me meta
de lleno.
—¿Y qué hay de ti? ¿O las otras monjas? ¿No debería alguien
castigarlas por emborracharse con el vino de la comunión? —Sé que estoy
sobrepasando muchos límites y rompiendo muchas reglas en este
momento, pero mientras todos me miran, estupefactos, solo puedo sonreír.
—¡Cállate, Assisi! —La Madre Superiora me alcanza, su mano rodea
mi muñeca mientras intenta arrastrarme fuera de la sala. Lina me mira con
preocupación en los ojos, pero yo le sacudo la cabeza. Este es mi lío.
—¿Por qué? Ya no eres tan prepotente, ¿verdad? —hablo más alto,
dirigiéndome también a las otras monjas. La Madre Superiora me arrastra
de la mano hasta que salimos por la puerta.
—Esta vez sí que te has pasado, Assisi —continúa reprendiéndome la
Madre Superiora, pero no encuentro en mí la forma de preocuparme.
Ni siquiera cuando me arroja a la habitación oscura y estéril que había
llegado a asociar con todos mis castigos, ni cuando me dice que voy a
pasar todo el tiempo aquí hasta que me arrepienta.
Cuando cierra la puerta tras de sí y me deja en la fría habitación, tomo
asiento en el suelo y me llevo las rodillas al pecho para entrar en calor.
—Ah, pero cómo podría arrepentirme —murmuro para mí, con una
sonrisa jugando en mis labios. Solo con ver a las monjas mayores
avergonzadas delante de todos había sido suficiente. Porque había
demostrado mi punto de vista.
Ni siquiera ellas están por encima de los reproches.

Cerrando los ojos, dejo que el agua tibia se derrame sobre mí, con la
esperanza de eliminar el frío que se había metido en lo más profundo de mis
huesos. Debería haber sabido que la Madre Superiora no me habría dejado
salir sin una buena razón. Me había dejado en aquella habitación oscura
durante casi tres días hasta que vino a buscarme, ordenándome que me
vistiera y me pusiera presentable.
Estaba confundida por su comportamiento, pero cuando supe que mi
hermano, Marcello, había venido a visitarme, todo cobró sentido. No quería
que el Sacre Coeur se metiera en problemas por abuso.
Cansada y helada hasta la médula, había intentado dar mi mejor imagen,
aunque estoy segura que debí de recalcar demasiado mi felicidad, mi sonrisa
tensa en un intento de convencer que mi vida era perfecta.
Hacía casi una década que no veía a Marcello; Valentino era el único que
me visitaba cada dos años, más o menos. Pero esta vez, Marcello tenía una
buena razón para venir.
Valentino está muerto.
Me sorprendió cuando me enteré de que se había quitado la vida. Pero no
pude reunir ningún otro sentimiento aparte de la pena, ya que nunca habíamos
estado cerca.
Venía cada pocos años para asegurar que yo estaba bien, pero siempre
había parecido más un deber que su propio deseo de ver a su hermana.
Sin embargo, esta vez Marcello se las arregló para sorprenderme. Había
insinuado que podría traer a mi hermana menor, Venezia, de visita.
Suspiro profundamente al pensar en ello.
Ni siquiera conozco a Venezia. Todo lo que sé de ella es por
Valentino, pero incluso eso no es mucho.
Es curioso que la mayoría de las niñas criadas aquí sean huérfanas, sin
nadie a quien recurrir. Y aunque mis propios padres están muertos, tengo
familia por ahí. Solo que no me quieren...
Cuando termino de lavarme, vuelvo a la habitación, y una vez más me
pongo una máscara y finjo que todo está bien. La curiosidad de Lina por
mi hermano tampoco ayuda, ya que no puede evitar hacer preguntas.
Con una sonrisa plasmada en la cara, le cuento todo lo que hemos
hablado. Intento ignorar cómo se me contrae el corazón cuando pienso en
la familia que tengo tras los muros del Sacre Coeur. Porque al final,
¿realmente los tengo si no puedo contar con ellos?
El tiempo pasa, y un nuevo sacerdote llega al Sacre Coeur. Toda la
persona del padre Guerra está rodeada de misterio, y los rumores sobre su
afiliación con la mafia resultan ser lo más interesante que ha visto Sacre
Coeur desde la desaparición de Cressida años atrás.
A pesar de su reputación potencialmente peligrosa, todo el mundo está
prendado del tipo, incluida Lina. Ella había tenido sus reservas al
principio, pero al ver cómo había sido amable con ella y con Claudia,
había decidido dejar de lado sus prejuicios contra él.
Bueno, todavía estoy indecisa.
Ha intentado en numerosas ocasiones hablar conmigo e invitarme al
confesionario, pero me he negado todas las veces. Hay algo demasiado
sospechoso en el hombre. Está en la forma en que sus ojos se mueven por la
habitación, como si estuviera catalogando a todo el mundo. Su mirada es más
la de un depredador que la de un hombre de Dios.
Pero, aunque mi instinto me dice que no debo confiar en él, el hecho de
que no se haya mostrado desagradable conmigo como otros antes le ha valido
el beneficio de la duda. Puede que no me guste, pero eso no significa que
vaya a ser grosero.
Todo se desmorona una tarde cuando Claudia desaparece. Lina y yo nos
separamos para buscarla por los alrededores, pero es como si se hubiera
esfumado.
Después de buscar por todas partes, vuelvo a nuestra habitación y
encuentro a Claudia acurrucada en su cama, con los ojos rojos de tanto llorar.
—¿Claudia? —jadeo, yendo a su lado de inmediato—. ¿Qué ha pasado?
—La tomo en mis brazos, abrazándola contra mi pecho.
Está sollozando incontroladamente y hago lo posible por calmarla.
—¿Alguien te ha vuelto a acosar? Me prometiste que me lo contarías —le
digo con dulzura.
Ella niega con la cabeza y entierra su cara en mi pecho.
La abrazo y la dejo llorar hasta que se le secan las lágrimas. Pero cuando
empieza a hablar... Siento que todo mi mundo se tambalea.
—El padre Guerra —empieza, con la voz entrecortada—, ha tocado... —
se interrumpe, tragando profundamente antes de levantar los ojos para
mirarme—. Mamá le ha pillado...
Sus ojos me dicen todo lo que necesito saber, y la razón por la que Lina
aún no ha vuelto.
Mis manos se cierran en un puño al pensar en ese hombre levantando una
mano contra Claudia. Solo espero que Lina esté bien también...
Mientras espero a Lina, hago lo posible por calmar a Claudia,
asegurándole una vez más que no ha hecho nada malo.
Un rato después, Lina abre lentamente la puerta, asomando la cabeza al
interior.
—¿Lina? —pregunto, frunciendo las cejas al ver sus rasgos pálidos y
sus ojos llenos de miedo.
—¿Puedes salir un momento? Y tráeme un vestido. —Frunzo el ceño,
pero accedo.
Dejo a Claudia en la cama y rebusco rápidamente un vestido. Al salir
de la habitación, me recibe una visión que nunca pensé que vería.
—¿Qué está pasando? —pregunto mientras mis ojos recorren su ropa
manchada de sangre.
¿Está herida?
—Ha pasado algo malo. Algo terrible. —Me sonríe levemente,
mientras todo su cuerpo tiembla.
—Lina... me estás asustando.
—¿Claudia te dijo algo?
—No... solo mencionó que estabas con el padre Guerra. —No digo
que he deducido lo que debe haber pasado. En su lugar, espero a que me
lo cuente.
—Él la estaba tocando... —su voz sale en un susurro mientras se
derrumba, todo su cuerpo convulsionándose con los sollozos.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, conteniendo la respiración.
—La estaba tocando por debajo de la ropa...
—¡No! —Llevo mi mano a la boca. Había imaginado que algo malo
debía haber pasado, pero había pensado que el padre Guerra la había
golpeado o castigado... no esto.
—¿Dónde está? ¿Qué ha pasado? —continúo, mi mente ya trabajando en
un plan. Esa escoria tiene que pagar por esto.
—Yo... lo maté —dice Lina en voz baja, y yo me mantengo quieta.
—Estás bromeando. —La miro en busca de alguna señal de que se trata
de una broma. Pero no lo es.
—No... lo he matado de verdad. No era mi intención, pero...
Empieza a contarme todas las particularidades y yo la escucho
atentamente. Ya está en estado de shock, así que sé que debo ir con cuidado.
Sin embargo, nunca hubiera esperado esto de Lina. Había golpeado al padre
Guerra en defensa propia, y el cuchillo que había utilizado le había hecho
desangrarse y morir. En su estado de shock, trató de ocultar el cuerpo
colocándolo en el confesionario. Cuanto más habla, más me estremezco,
pensando en lo cerca que ha estado todo, tanto para ella como para Claudia.
Pero estoy orgullosa de ella por defenderse a sí misma y a su hija.
—Tenemos que hacer algo al respecto —empiezo, dirigiendo la discusión
hacia un curso de acción más lógico.
—Tú... Maté a un hombre. —Me mira confundida. No quiero decirle que
tengo experiencia en el manejo de asesinatos, así que reacciono con la mayor
naturalidad posible.
—Sí, y yo también lo habría matado. ¡Ese inútil! Ahora, sobre la cabina
del confesionario —digo, pensando en la mejor manera de deshacerse del
cuerpo del padre Guerra. Ya que lo ha metido en el confesionario, tenemos
que actuar rápido antes de que alguien lo encuentre.
—Por eso he vuelto. No puedo hacerlo sola. Sé que es mucho pedir,
pero...
—¡Nada de peros! —intervengo inmediatamente—. Vamos, vístete y lo
resolveremos.
La dejo hablando con Claudia mientras intento pensar en una forma de
deshacerme del cuerpo. En mi caso, había sido bastante fácil ya que el ataúd
había estado justo al lado nuestro. Pero esto... tendríamos que transportar al
padre Guerra de alguna manera y enterrarlo en el cementerio. Es la única
manera.
Cuando Lina vuelve, le cuento mi idea, así como el hecho de que
podríamos utilizar su maleta vacía para transportar el cuerpo. Podría ser
un poco complicado, pero en este momento es nuestra mejor opción.
—Sisi, ¿estás segura de que quieres hacer esto? Es mi culpa... Puedo
simplemente decirles lo que pasó. —Se detiene Lina para preguntarme
cuando estamos más cerca de la iglesia.
—¿Y quién te va a creer? Ya has dicho que es de una familia
importante. Probablemente tienen suficiente influencia para asegurarse de
que te culpen de todo. Piensa en Claudia. ¿Qué sería de ella sin su madre?
—Mientras que a mí me parecía perfectamente bien ir a la cárcel, ya que
no dejaría nada atrás, para Lina es completamente diferente. Ella tiene a
Claudia y yo haría todo lo necesario para que madre e hija no sean
separadas.
Incluso, si llegara el momento, asumir la culpa yo misma.
Discutimos las circunstancias más a fondo, dándonos cuenta de que la
oportunidad del padre Guerra de tener a Claudia a solas podría no haber
sido una casualidad. Normalmente, Lina y yo nos turnamos para vigilar a
Claudia, pero desde que la Madre Superiora se empeñó en aumentar aún
más mi carga de trabajo, cada vez tenía menos tiempo para estar con ellas.
No quiero pensar que nadie, ni siquiera la Madre Superiora, sancione
una acción así, pero sabiendo lo que sé de la mujer y su odio hacia
nosotras, es demasiado posible.
Cuando llegamos a la iglesia, Lina me muestra dónde ha metido al
padre Guerra. Al abrir la puerta del confesionario, veo su enclenque
cuerpo empapado de sangre, y siento un pequeño grado de satisfacción al
saber que ya no puede hacer daño a nadie.
Debería haber sufrido más.
Obligándome a concentrarme, evalúo la situación y comento.
—Es demasiado grande.
—Solo tenemos que doblarlo un poco. —dice Lina, e intento visualizar
cómo podría encajar.
—¿Qué tal si probamos la posición fetal? —sugiero, rodeando la maleta y
buscando la mejor posición para tumbarlo.
—Intentémoslo —acepta Lina, y empezamos a meter su cuerpo en la
maleta, doblando sus extremidades en diferentes posiciones hasta que
conseguimos meterlo entero. Luego, presionando sobre la solapa de la maleta,
hacemos lo posible por cerrar las cremalleras y cerrar el equipaje.
—Maldita sea —exhalo, un poco cansada por el esfuerzo.
El trayecto hasta el cementerio es bastante fácil, ya que las ruedas del
equipaje facilitan su transporte. Lo difícil será cavar un agujero para poder
enterrarlo.
Como estoy extremadamente familiarizada con el cementerio, conozco la
parada exacta que debería pasar desapercibida. Esta parcela específicamente
no está marcada y está situada bajo la sombra del árbol, que debería ocultar la
tierra recién removida.
Entrando en la parte de atrás para conseguir algunas palas, tanto Lina
como yo empezamos a cavar.
—Sinceramente, esto no ha estado tan mal —comento cuando hemos
terminado de cavar.
—Creo que prefiero cavar tumbas que lavar platos. ¿Crees que puedo
solicitar el puesto? —digo medio en broma. Sinceramente, no me importaría
tanto. Los muertos no pueden hacerte daño. Los vivos, sin embargo, ...
—Sisi... —Lina empieza a reír—. ¿De verdad quieres cambiar platos por
tumbas?
—Sigue siendo trabajo. —Me encojo de hombros, pero me tiembla el
labio.
Pasan los días y tratamos de apartar de nuestra mente el incidente del
padre Guerra, convencidos de que lo peor ha pasado.
Nos equivocamos.
Y lo descubrimos de la peor manera posible. Al encontrarnos cara a
cara con el cuerpo putrefacto del padre Guerra expuesto en la gráfica del
convento. Todas las monjas se arrodillan en una oración para ser liberadas
del mal, algunas desmayándose al ver y oler el cuerpo profanado.
Lina, en cambio, está horrorizada. Porque quien haya hecho esto debe
saber que ella mató al padre Guerra. De hecho, un masaje escrito con
sangre lo confirma.
No nos quedamos fuera más de lo necesario y, una vez de vuelta a la
habitación, Lina empieza a hablar.
—Lo saben... y vienen a por mí —dice aterrada. Procede a relatar que
nuestras dos familias están, de hecho, profundamente involucradas con la
mafia. La escucho atónita mientras me habla de las cinco familias y de
cómo todas ellas están involucradas en negocios ilegales, un hecho que las
hace extremadamente peligrosas.
—Puede que mis conocimientos sobre la mafia sean limitados —
respira profundamente—, pero sé que la mayoría se rige por un principio:
la venganza. Su familia querrá justicia por lo que le he hecho.
No hablo durante mucho tiempo. Sobre todo, porque me cuesta asimilarlo
todo.
Eso significa que Valentino... y ahora Marcello son jefes de la mafia.
—Tengo que llamar a Enzo, contarle todo —dice Lina de repente,
levantándose y sacando su teléfono.
Mientras habla con su hermano, me tomo un momento para digerir todo lo
que acaba de decirme.
Llevo el mal en las venas.

Lina acaba marchándose con su hermano, su seguridad y la de Claudia es


lo más importante.
—Lo siento mucho Sisi —me susurra al oído mientras me da un último
abrazo.
—¡No lo hagas! Tienes que pensar en Claudia —intento tranquilizarla,
aunque no tengo ni idea de cómo voy a sobrevivir en este lugar sin ella.
Desde el principio supe que se iría en algún momento. Pero ahora que ha
llegado el momento, me aterra la perspectiva de estar sola.
—Toma esto. —Me entrega su teléfono—. Tiene datos y puedes llamarme
en cualquier momento.
—Lina... —Me quedo sin palabras, parpadeando rápidamente para no
llorar.
—Nos veremos pronto. Estoy segura de ello. —Me dedica una última
sonrisa antes de marcharse.
También me despido de Claudia, y puedo ver la confusión en sus ojos.
Pobrecita, no tiene ni idea de lo que está pasando.
—Volveremos a vernos —le susurro en el cabello mientras la aprieto
entre mis brazos.
Entonces... se van.
Tardo en recuperar mi ritmo anterior, pero su ausencia es como una
herida abierta. Durante el día sigo con mi trabajo, pero durante la noche es
lo peor. El silencio ensordecedor de la habitación es asfixiante y apenas
puedo conciliar el sueño.
Echo de menos oírles respirar.
Aunque no habláramos, sabía que estaban ahí.
Ahora... solo estoy yo.
El convento intenta dejar atrás el incidente del padre Guerra, aunque
las monjas se han vuelto cada vez más proclives a creer en el ocultismo.
La cantidad de historias de fantasmas que circulan por ahí, o el hecho de
que el padre Guerra pueda haber sido un muerto viviente, sería divertido,
si no fuera porque tengo que volver a una habitación vacía por la noche.
Me enorgullezco de ser el tipo de persona que no tiene ese tipo de
nociones fantasiosas. Pero a altas horas de la noche, incluso los sonidos
más pequeños, como el crujido del suelo, me hacen estar alerta y en
guardia.
—Maldita sea —murmuro para mis adentros mientras regreso a la
habitación después de todo el día de trabajo. Me duelen los músculos y se
me cierran los ojos.
Ya paranoica, me aseguro de cerrar la puerta con llave antes de
cambiarme de ropa y meterme en la cama. Me desvanezco en el sueño
cuando el teléfono zumba a mi lado.
Pensando que podría ser Lina, lo cojo rápidamente y lo abro. Hay un
mensaje sin leer. Frunciendo el ceño, miro el texto, confundida.
Enhorabuena. Has ganado un flamante iPhone nuevo. Sigue el enlace
para canjear el premio.
¿Se ha apuntado Lina a algo? Vuelvo a leer el mensaje, intentando pensar
qué responder. No puedo canjear el premio de buena fe, ya que, de todas
formas, no puedo hacer que me lo envíen al Sacre Coeur. En su lugar, decido
redactar un mensaje aconsejándoles que elijan a otro ganador.
Gracias por su consideración. Sin embargo, no puedo aceptar este
regalo. Otra persona afortunada podría beneficiarse más de él. Por favor,
reenvíelo a otra persona.
Al pulsar “enviar” me acurruco de nuevo bajo la almohada.
Sin embargo, apenas consigo cerrar los ojos cuando mi teléfono vuelve a
sonar.
Enhorabuena. Has ganado un flamante iPad nuevo. Sigue el enlace para
canjear el premio.
Me desplazo hacia arriba y me doy cuenta de que es un número diferente
al anterior. Seguramente, Lina no había participado en tantos concursos.
Escribo el mismo mensaje y le doy a enviar.
Sin embargo, cuando llega el siguiente mensaje, no estoy sorprendida. Por
el contrario, empiezo a sospechar.
¡Enhorabuena! Has ganado un coche nuevo. Sigue el enlace para canjear
el premio.
Un número diferente, pero el mismo texto. La única diferencia es el
premio. Enfadada con quien me manda mensajes sin venir a cuento, decido
entrar en su juego.
El enlace no funciona.
La pantalla se ilumina inmediatamente con otro texto. Esta vez, una
respuesta.
Mis disculpas. Por favor, inténtalo con este.
Mi paranoia está por las nubes en este momento. ¿No pueden
responder a mis mensajes anteriores, pero sustituyen rápidamente el
enlace? Algo no está bien. Nadie conoce este número aparte de Lina y su
hermano. A menos que...
Mis ojos se abren de par en par ante la posibilidad de que sean los
familiares del padre Guerra. ¿Y si creen que Lina está en el extremo
receptor?
El teléfono cae inmediatamente de mis manos y me alejo de él. Pero
cuanto más lo pienso, menos sentido tiene. ¿Por qué enviaría la mafia
estos ridículos mensajes? Tal vez sea simplemente una broma. Para
comprobar mi teoría, escribo otro mensaje.
Lo siento, pero soy monja y he renunciado a todas las posesiones
terrenales. No puedo reclamar ese premio.
Le doy a enviar y espero. Y, sin duda, otro mensaje. Esta vez, del
mismo número.
Enhorabuena. Has ganado dos galones de agua bendita de Jerusalén.
Sigue el enlace para canjear el premio.
Miro la pantalla con la boca abierta antes de soltar una carcajada.
Ahora se están burlando de mí. Quienquiera que esté al otro lado se está
burlando de mí. Bueno, que empiece el juego.
¿Solo dos? ¿Cómo es posible que tenga el mismo precio que un
iPhone? Me siento engañada.
Sonrío descaradamente a mi respuesta, sobre todo cuando veo que el
desconocido me ha devuelto el mensaje, abandonando por fin el formato.
¿Cuántos quieres?
Usted, señor, se está burlando de una pobre monja. ¿No sabe que es
un pecado? Acabará en el infierno.
No me parece que sea muy monja. He oído que el vino de comunión es
bastante peligroso hoy en día...
Mi sonrisa muere en mis labios al leer el mensaje. Esta persona lo sabe...
eso solo puede significar una cosa. Quien me envía el mensaje sabe que no
soy Lina. Dios mío, tal vez sea la mafia. Y tal vez saben que ayudé a Lina a
enterrar al padre Guerra.
¿Te enviaron para matarme?
Con aprensión, presiono el botón de enviar.
¿Matarte? No, demasiado morboso. Pero podrías hacer clic en ese
enlace. No hay muertes de por medio. Lo prometo.
¿Quién podría ser? Si no es alguien que envió Guerra, ¿quién más?
Envíame el agua bendita con una certificación de Jerusalén y puede que
haga clic en el enlace.
Levantando la barbilla, me siento un poco orgullosa de mí misma por no
ceder. En su lugar, apago el teléfono y lo vuelvo a colocar en su escondite.
Si no planean matarme, esa es toda la seguridad que necesito.
Pues bien, imagina mi sorpresa cuando abro la puerta para salir a trabajar
a la mañana siguiente.
Agua bendita. Dos galones de ella.
Colgando del cuello de la botella hay una cinta y una pequeña nota.
Con amor desde Jerusalén.
Con incredulidad, intercalo la mirada entre la nota y el agua. ¿Es alguien
de dentro? Tiene que serlo, de lo contrario nadie habría podido colocar el
agua aquí. La seguridad del Sacre Coeur es más estricta que la de una
cárcel, así que nadie de fuera podría haber hecho esto.
Hago lo único que se me ocurre. Agarro el teléfono, lo enciendo y envío
otro mensaje.
¿Quién eres?

A pesar de mis reservas iniciales, el número desconocido y yo


establecemos una rutina de mensajes de texto de ida y vuelta. Me da un
poco de vergüenza admitir, incluso ante mí misma, que empecé a desear
las interacciones simplemente porque me siento sola. Es curioso que
cuando Lina y Claudia estaban cerca me consideraba una persona tan
fuerte y declaraba con seguridad que no necesitaba a nadie. Sin embargo,
en el momento en que desaparecieron de mi vida empecé a apoyarme en
un extraño...
No es mi mejor momento.
Nuestras interacciones no son constantes, y consisten sobre todo en
que él intenta formas novedosas de conseguir que haga clic en ese maldito
enlace, y yo no lo hago. Pero de alguna manera se han convertido en lo
más destacado de mi día.
Cuando todo lo que hago es trabajar y dormir, un poco de interacción
humana no maliciosa puede hacer maravillas. Incluso me he vuelto un
poco imprudente al empezar a llevar mi teléfono conmigo fuera de mi
habitación.
¡Felicidades! Has ganado una vaca nueva. Sigue el enlace para
canjear tu premio.
Sacudo la cabeza ante el mensaje, tecleando rápidamente mi respuesta y
adjuntando una foto. Cuando había visto que los premios normales no
funcionaban, había empezado a idear las cosas más locas, como la que
tenía entre manos.
No, gracias. Ya tengo una vaca.
Envío una foto que había tomado de Lizzy, mi vaca favorita, cuando la
ordeñaba. La respuesta, sin embargo, no me sorprende lo más mínimo.
Enhorabuena. Has ganado un flamante buey para aparear con tu vaca.
¡Sigue el enlace para canjear tu premio!
Se me escapa una ligera risita, pero me recompongo rápidamente al ver
que unas monjas se dirigen hacia mí. Temiendo que me pillen con el teléfono
encima, me apresuro hacia el cementerio, ya que hoy no debería haber nadie.
Pero justo cuando paso junto a la iglesia, oigo un grito espeluznante. Me
quedo quieta, frunciendo el ceño. Antes de darme cuenta, entro corriendo,
abro la puerta y me dirijo al altar.
Una de las hermanas más jóvenes está en el suelo, mirando fijamente al
frente con asombro. Todo su cuerpo tiembla mientras intenta encontrar la voz
para volver a gritar. Cuando vuelvo la vista hacia la fuente de su terror, mis
ojos se abren de par en par.
—Señor —susurro, casi dejando caer mi teléfono.
Detrás del altar, el cuerpo de la hermana Elizabeth está clavado en la
pared, con el hábito abierto de par en par para revelar una cavidad torácica
vacía.
Doy un paso adelante y observo que sus órganos y todo lo que debería
haber estado dentro de ella están depositados sobre la mesa del altar.
Me acerco y el rasgo más llamativo salta a la vista.
La letra C está marcada en su frente.
—Lina... —Mis pensamientos me llevan inmediatamente a Lina.
Porque esto se parece demasiado a cómo habían tratado el cuerpo del
padre Guerra, los órganos a la vista, el cuerpo destrozado por algún tipo
de bestia salvaje.
Ni siquiera pienso mientras marco su número, temiendo que esto
pueda estar destinado a ella.
—Lina —empiezo cuando responde—, algo malo ha pasado...
PARTE II
Despierta, pequeño monstruo, la oscuridad te está
llamando.
Capítulo 9
Assisi

Manteniéndome alejada de la multitud que ya se ha formado frente a


la iglesia, sigo dando vueltas a la espera de que lleguen Lina y Marcello.
Debo admitir que la he echado tanto de menos que, cuando me llama
para decirme que ya está aquí, me alegro muchísimo. Hace demasiado
tiempo que no la veo y no puedo evitar la felicidad que florece dentro de
mi pecho.
—¿Lina? —La veo a lo lejos y corro hacia ella—. ¡Oh, Lina! Te he
echado de menos. —Me coge en brazos y me acaricia la espalda
cariñosamente.
—Sisi, ¿estás bien? —me pregunta, y por un momento cierro los ojos,
simplemente empapándome de su presencia.
Asiento con la cabeza, pero al dar un paso atrás, me doy cuenta de que
no está sola.
—¿Marcello? Y... —Desvío la mirada hacia el recién llegado,
sorprendida por su aura letal.
Es grande, tan alto como Marcello, y con un físico que rivaliza con el
de mi hermano. Todo está bien escondido bajo su traje inmaculado, pero
no se puede confundir la forma en que sus hombros se abultan bajo el
material. Hay una tensión que irradia de él a pesar de la máscara de
cordialidad que parece tener.
Ensayado. Demasiado ensayado.
Debería saberlo, lo he hecho demasiadas veces.
—Vlad —se presenta, con una voz grave y áspera. Mientras habla, su
sonrisa es demasiado amplia y no llega a sus ojos. Levanto mi mirada hacia la
suya y, como dos pozos sin fondo, sus ojos oscuros parecen engullirme por
completo.
Peligroso.
No sé qué me hace pensar eso, pero todo su lenguaje corporal habla de un
depredador listo para abalanzarse sobre su presa. Incluso ahora, me está
evaluando audazmente bajo la apariencia de civilidad, pero cuando nuestros
ojos se encuentran, algo pasa entre nosotros.
Un temblor recorre mi cuerpo y mis sienes palpitan bajo el asalto de su
escrutinio. Una suave presión recorre mis extremidades y se instala en las
yemas de mis dedos, que se entumecen de repente.
Me tiende la mano y espera que la coja, como dicta la cortesía. Pero, de
alguna manera, los cabellos de mi cuerpo se erizan solo con la idea de estar
cerca de él.
Finalmente separo mis ojos de los suyos y parpadeo dos veces.
—Bien, entonces —digo, dándome cuenta de que su presencia me ha
desorientado ligeramente.
¿Quién es y qué es para Marcello?
Sus rasgos no cambian, y no hay ninguna reacción a pesar de que acabo
de ignorarlo. De hecho, sus labios se mueven un poco, estirándose aún más,
como si tratara de compensar.
Me vuelvo hacia Lina, pero sigo viéndolo de reojo. No sé por qué,
pero tengo el impulso de correr en ambas direcciones a la vez: lejos y
cerca.
—Cuéntanos lo que ha pasado —me apremia Lina, y trato de buscar
consuelo en el tema que nos ocupa. Ciertamente, intento ignorar el
zumbido dentro de mi cuerpo o la forma en que todos mis sentidos
parecen estar en alerta.
—Tampoco conozco todos los detalles, pero estaba cerca de la capilla
cuando una monja empezó a gritar. Entré y... Deberías verlo por ti misma
si la Madre Superiora te lo permite. Es que... —Sacudo la cabeza, tratando
de actuar lo más perturbada posible por lo que he visto.
—Ella lo permitirá —interviene Vlad con seguridad, y me siento muy
tentada de mirarlo a hurtadillas. ¿Por qué está tan seguro? ¿Conoce a la
Madre Superiora? Todo tipo de preguntas pasan por mi mente cuando me
doy cuenta de que mi cuerpo se ha vuelto instintivamente hacia el suyo,
mis ojos pegados a él.
Me devuelve la mirada atrevida y, por un momento, se le cae la
máscara, y la sonrisa cortés se convierte en una lánguida indagación. Sus
ojos brillan a la luz del sol cuando se centra en mí, y un pequeño ceño
fruncido aparece en su rostro.
No puedo detenerme en eso, ya que su expresión cambia de repente y
su sonrisa afable vuelve a estar en su sitio.
—Tranquila. —Su mano me sostiene el brazo, su tacto abrasándome
la piel. Me alejo de inmediato, y la claridad vuelve a mi mente.
¿Qué...?
Marcello y Lina van delante de nosotros, así que me giro en silencio
para seguirlos, frotando con los dedos el lugar que él ha tocado. Puede
que no haya estado muy cerca de los hombres, pero no creo que esto sea
normal...
Cuando llegamos a la iglesia, decenas de monjas están fuera, algunas
rezando, otras sollozando, y la Madre Superiora parece tener dificultades
para calmar los temores de todas.
Fiel a su palabra, Vlad se acerca a la Madre Superiora y habla con ella,
volviendo a confirmar que les ha permitido estar en la escena del crimen.
No es de extrañar que Marcello intente hacernos esperar fuera mientras
ellos investigan, presumiblemente queriendo preservar nuestras delicadas
sensibilidades. Sin embargo, Lina y yo no lo toleramos y finalmente cede y
nos permite unirnos a ellos.
Durante todo esto, Vlad se queda en silencio detrás de nosotros,
observando. Sin embargo, cada vez que sus ojos se posan en mí, me siento
como si estuviera en una cama de agujas, todas ellas pinchando mi piel.
Al entrar en la iglesia, el cadáver de la hermana Elizabeth está
completamente expuesto detrás del altar. Todo su cuerpo había sido
profanado de tal manera que incluso a mí me había costado reconocerla.
Aunque mi reacción inicial había sido de conmoción, ya que lo primero que
habían percibido mis ojos había sido su vientre abierto, vacío de sus órganos,
con las costillas al aire libre, rápidamente me había quedado embelesada por
la visión.
Pasé un poco de tiempo estudiando su forma y cómo había sido colocada
como una ofrenda, todo el espectáculo intrigante y un poco... seductor. Había
habido brutalidad en su muerte, pero la forma en que se había dispuesto todo
hablaba de alguien muy organizado. Más que eso, el hecho de que los órganos
hubieran sido cuidadosamente colocados en la mesa del altar de forma
simbólica era aún más cautivador. Porque incluso con mi mente novata, podía
reconocer que esto no era obra de un simple asesino.
Incluso ahora, al entrar, no puedo evitar sentirme atraída por todo el
conjunto, una cierta belleza que surge de la muerte.
—¿Quién haría esto...? —Lina jadea, con los ojos muy abiertos de horror
mientras mira el cuerpo.
Intento no mostrar lo fascinante que me parece toda esta escena, pero
mi propio cuerpo me traiciona cuando mis ojos se centran en el cadáver
abierto de la hermana Elizabeth.
—Esto se parece inquietantemente a lo que le ocurrió al padre Guerra
—señalo, casi distraídamente—. Sus entrañas también habían sido
manipuladas. Bueno, no de esta manera, pero bastante similar. —Ambos
cuerpos habían sido tratados con el mismo tipo de cuidado... Puede no
parecerlo con lo grotesco que parece todo, pero había habido una gran
consideración por cada pieza de la escena.
—Pero ¿quién haría eso? Todavía no sabemos quién desenterró al
padre Guerra y lo puso en la gráfica... —Lina interviene, negando con la
cabeza. —¿Y por qué? ¿Por qué la C? —Veo cómo sus labios tiemblan
ligeramente al contemplar el rostro de la hermana Isabel, la C que nos
mira con rabia.
Vlad se mueve detrás de nosotros, y su presencia es como un humo
espeso que se infiltra en toda la habitación, lo sientes en cada uno de tus
átomos. Incluso ahora, la conciencia es antinatural, ya que siento sus más
mínimos movimientos, o la forma en que sus ojos parecen clavarse en mi
espalda.
Respirando profundamente, trato de concentrarme en el cuerpo, y algo
en el fondo me llama la atención.
—Espera... —digo, frunciendo el ceño. Mis pies se mueven por sí
solos hasta que me detengo frente al cuerpo, mis ojos recorriendo su
forma.
—Assisi, ¿qué estás haciendo? —pregunta Marcello, casi exasperado.
—Creo que he visto brillar algo ahí dentro... —Me detengo, viendo
algo dentro de su cuerpo. Ni siquiera pienso mientras meto la mano en su
cavidad torácica, entrecerrando los ojos para ver mejor mientras mis dedos se
mueven.
Para mi sorpresa, quienquiera que haya hecho esto ha hecho un trabajo
maravilloso. Los órganos han sido extraídos sin problemas.
—Assisi —vuelve a gritar Marcello, pero no me importa.
Entonces, lo oigo. Un sonido parecido a un gemido de dolor escapa de sus
labios, y mis ojos se dirigen inmediatamente hacia atrás. Me mira con una
extraña expresión en el rostro, sus ojos negros insensibles, pero
desprendiendo una extraña calidez.
Temblando, vuelvo a centrar mi atención en el cuerpo, tratando de ignorar
el grito de indignación de Lina, o la forma en que Marcello sigue gritando mi
nombre.
—¡Maldición! —murmuro cuando mis dedos finalmente agarran lo que
sea que haya dentro del cuerpo.
Agarrando con fuerza, saco el puño y tiro el contenido sobre la mesa del
altar.
—¿Qué...? —exclama Marcello, con la mirada fija en los dientes
ensangrentados de la mesa.
Vlad, en cambio, parece un poco perturbado mientras saca un pañuelo,
secándose el sudor de la frente.
Qué raro. No me parece un tipo delicado.
—Ahora, este es un giro interesante de los acontecimientos. ¿No te
parece, Marcello? —Se agacha para estudiar los dientes. Su voz tiene un
encanto añadido. Está en su tono de voz mientras finge que no le molesta.
Una vez más, mi atención se centra en él, y no me gusta. Frunciendo
el ceño, vuelvo al cuerpo.
—Hay algo más. No he podido captarlo antes. —Saco el otro trozo,
esforzándome por no volver a mirar a Vlad.
No sé qué tiene, pero me asusta y me intriga al mismo tiempo.
Es su sonrisa. Su sonrisa tan falsa.
—¡Aquí! —Agarro el material, lo saco y lo pongo sobre la mesa.
—Es piel... quizá piel humana —Vlad habla primero, sacando un
cuchillo del interior de su chaqueta y utilizándolo para dar la vuelta al
trozo de carne. Frunciendo el ceño, saca su pañuelo y retira la sangre.
—Pagando por los pecados de otros —lee Marcello y Lina reacciona
con una repentina inhalación.
—Es por mi culpa, ¿no? Quienquiera que esté haciendo esto, es por lo
que hice... —dice y Marcello se apresura a consolarla.
Me inclino para ver de cerca el trozo de piel.
—¿De quién es esta piel? —pregunto—. ¿Es de ella?
—Probablemente no —responde Marcello con una mueca.
—¿Cómo estás tan seguro? —continúo. Al mover mi mirada de
Marcello a Vlad, es obvio que saben más de lo que dicen.
—Porque quienquiera que haya hecho esto —comienza, dirigiendo a
Lina una mirada triste—. No te tiene como objetivo a ti.
—¿Qué quieres decir?
—Esto —interviene Vlad, girando su cuchillo y señalando hacia la C
en la frente de la hermana Elizabeth—, es la marca de un asesino en serie.
La C por sí sola podría haberte señalado —se vuelve hacia Catalina—,
pero los dientes confirman que es un asesino en serie al que hemos estado
buscando.
—¿Qué...? —Entrecierro los ojos hacia él. ¿Por qué tengo la sensación de
que no nos están contando todo?
Las miradas conspiradoras que se cruzan entre Vlad y Marcello dejan
claro que están familiarizados con esto.
Y eso solo hace que me intrigue más.
—A ver si lo entiendo. —Pongo las manos en las caderas, inclinando la
cabeza hacia un lado mientras me dirijo a ellos—. ¿Dices que la persona que
mató a nuestra hermana es un asesino en serie? Entonces, ¿qué pasa con el
padre Guerra? No creo que sea una coincidencia que estas cosas hayan
ocurrido con casi menos de una semana de diferencia. —Cerrando los ojos,
llevo mi mano a masajear mi frente, tratando de pensar en la conexión entre el
Padre Guerra y la Hermana Elizabeth.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, me encuentro cara a cara con Vlad. Se
acerca cada vez más a mí hasta que nos separan apenas unas bocanadas.
Qué...
Se me corta la respiración cuando su presencia me abruma. Está tan cerca
que puedo olerlo. Su olor no se parece a nada que haya encontrado antes, un
toque de sándalo quemado mezclado con almizcle sobre una tenue capa de
vainilla. Es bastante embriagador, como la oscuridad envuelta en seda,
acariciando mis sentidos hasta sobrecargarlos.
Parpadeo rápidamente al darme cuenta de que su mirada se centra en mi
frente, justo donde está mi marca de nacimiento.
—¡Vlad! —grita Marcello, pero es como si no lo oyera.
Sus rasgos están tensos, su sonrisa ha desaparecido por completo y ha
sido sustituida por una mirada puramente depredadora. No nos tocamos, pero
puedo sentir la peligrosa tensión que irradia.
De repente, me siento como una gacela en la sabana, mi único
objetivo es la supervivencia mientras hago que mis miembros se queden
quietos, esperando evitar que el depredador me detecte.
—¡No te muevas! —Marcello me sorprende susurrando desde un lado y
yo asiento.
Los orificios nasales de Vlad se agitan ligeramente mientras sus ojos
acarician mi rostro en una lenta examinación exhaustiva. Se inclina más
cerca, inhalando.
—¡Vlad! —Vuelvo a oír la voz de Marcello, pero es como si todo se
desvaneciera. Todo se silencia cuando Vlad vuelve sus ojos inexpresivos
hacia mí, su aliento en mis labios.
Su mano se mueve lentamente, con suavidad, en total desacuerdo con
el gran hombre corpulento que me amenaza con su cercanía. Entonces
hace lo más inesperado. Me pasa los dedos por la frente, cogiendo parte
de la sangre que había manchado antes con mi mano y llevándosela a los
labios.
—¿Qué...? —susurro, aturdida.
Sus labios se abren para acoger el líquido rojo, su mirada todavía fija
en mi rostro. Mis extremidades se sienten pesadas y cálidas junto a las
suyas, su boca sorprendentemente seductora. Respiro profundamente y me
sudan las palmas de las manos.
—Assisi, ven aquí, pero despacio. Puede ser peligroso —dice
Marcello.
Es extraño, porque puedo sentir el peligro que emana. Es puro y crudo
y no muy diferente a un león acechando su próxima comida. Sin embargo,
también puedo sentir algo más. Un vacío que me llama silenciosamente, y
una vez más mis instintos me dicen que me quede y que corra al mismo
tiempo.
Sin embargo, al ver lo preocupados que están Lina y Marcello, me alejo
lentamente de él.
—¿Qué le pasa? —pregunto, viendo que Vlad sigue en la misma
posición. Dudo que haya notado mi ausencia.
—No es... normal —me dice Marcello.
—¿No es... normal? —repito entumecida, mi mente perturbada
encontrando esto demasiado fascinante. Veo cómo Marcello va al lado de
Vlad, chasqueando los dedos delante de él como si intentara despertarlo de un
trance.
—Más... —Me parece oír hablar a Vlad, pero no puedo estar segura.
—Marcello, ¿qué estás...? —Doy un paso atrás cuando veo que mi
hermano se dobla las mangas, con las facciones tensas mientras examina la
situación.
No le hagas daño.
No sé de dónde viene esto, pero mi único pensamiento es asegurarme de
que Marcello no le haga nada a Vlad.
Avanzo, apartando el brazo de Lina e ignorando los gritos de Marcello
para que me quede atrás.
Vlad también se mueve, con demasiada rapidez, y se encuentra conmigo
en medio. Ni siquiera llego a reaccionar cuando su mano sale disparada,
rodeando mi cuello y empujándome contra la pared.
Oigo el grito de alarma de Lina, y a Marcello cuando trata de impedir que
intervenga, pero no parece importarme.
Sus dedos envueltos en mi punto de pulso, su calor transfiriéndose de su
piel a la mía me hacen perder toda la razón. Intento entrar en razón, pero es
como si mi cuerpo dejara de obedecer y se rindiera a las sensaciones.
Su agarre es firme, pero suave. Aparte de nuestra posición enredada,
su agarre no es doloroso. En todo caso, es casi tierna la forma en que sus
dedos juegan con mi piel, casi como una suave caricia envuelta en
violencia.
Nada en este hombre tiene sentido. Desde que lo conocí hasta ahora, no
ha actuado ni una sola vez como yo esperaba. Y eso... me intriga.
Levanto los ojos hacia los suyos, encontrando esos llamativos orbes
negros contra la piel pálida, e intento comprender.
¿Quién eres?
Hay una extraña dicotomía en él: la matanza que deja paso a la calma,
y la agresividad atemperada por la civilidad. La sed de sangre que se
refleja en su mirada debería darme miedo. Pero solo hace lo contrario.
Llama a mi sed.
Dios mío, pero todo mi cuerpo empieza a temblar, pequeños
temblores me recorren y se acumulan en lo más profundo de mi vientre.
Cuanto más me mira así, como si quisiera matarme y besarme al
mismo tiempo, más reacciona mi cuerpo.
—Assisi, ¿estás bien? —pregunta Marcello, preocupado.
—Estoy bien... no me está haciendo daño. —Consigo decir las
palabras, con los ojos todavía fijos en Vlad.
—Vlad, necesito que te centres, ¿vale? Estás haciendo daño a mi
hermana ahora mismo. —Mi hermano comienza a tratar de llegar a un
lado de Vlad que aún no se ha ido.
Marcello sigue hablando con Vlad, y noto un pequeño cambio, sus
brazos se flexionan ligeramente, y sus ojos adquieren un matiz de
reconocimiento.
—¿Hermana? —un sonido áspero escapa de sus labios.
Su mano se estrecha sobre mi garganta, sus ojos se mueven salvajemente
sobre mi cara.
—Sí, es mi hermana. Y la estás lastimando ahora mismo.
—¿Hermana? —repite, la palabra parece provocar una reacción—.
Hermana...
En un momento estoy en el aire, al siguiente mis pies tocan el suelo. Y lo
que es más sorprendente, Vlad se tambalea de rodillas, con las facciones
dibujadas por el dolor, la boca abierta en un sonido que no sale.
Le miro a los ojos y solo veo una cosa.
Sufrimiento.
Sus brazos me rodean por la cintura, acercando su cara a mi vientre. El
calor emana de donde su cuerpo se encuentra con el mío, y una profunda
sensación de confort se instala en mis huesos.
—Hermana —vuelve a susurrar Vlad, y siento el repentino deseo de
enhebrar mis dedos en su cabello, de adormecerlo en una sensación de
seguridad en la que por fin pueda relajarse, lejos de los demonios que parecen
haberlo poseído.
Sus brazos me rodean con fuerza mientras sigue repitiendo la palabra
“hermana” cada vez con más urgencia que antes.
No sé cómo reaccionar. Solo sé que quiero ayudarle a superar lo que sea
que esté pasando.
Bajando mi mano a su espalda, le doy unas palmaditas lentas, tratando de
ofrecerle algo de consuelo. Reacciona inmediatamente a mis caricias,
ronroneando como un gran gato cuanto más lo acaricio.
—No pasa nada. Estás a salvo aquí —me siento obligada a añadir, y sus
hombros se hunden ligeramente, su cabeza se mueve sobre mi hábito como si
buscara algo. Entonces, de la nada, su respiración se regula, su pecho sube
y baja suavemente.
—Creo que está durmiendo —digo después de un rato. De alguna manera,
lo único que deseo es seguir abrazándolo, pero sé que no es el lugar que me
corresponde.
Probablemente nunca lo será.
Así que me quito lentamente sus brazos de encima, con un nudo en la
garganta al verle caer al suelo.
—¿Qué fue eso? —le pregunto a Marcello una vez que estoy a su
lado.
—Él... —Frunce el ceño, tratando de encontrar las palabras adecuadas
para explicar el estado de Vlad—. Tiene algún trauma. Esto debe haber
detonado el interruptor.
Asiento distraídamente, aunque mi mirada sigue desviándose hacia su
forma en el suelo.
—Antes de irnos, quiero preguntarte algo —me sorprende Marcello
diciendo.
—¿Qué? —Frunzo el ceño.
—¿De verdad quieres hacer tus votos? Si sientes de alguna manera
que esta vida no es para ti, puedes decírmelo. Me preocupa tu seguridad
aquí, y la Madre Superiora no me deja contratar un guardia para ti.
Mis ojos se abren de par en par y no sé qué responder.
—Tú... estás diciendo... —Exhalo lentamente, temiendo haber
malinterpretado su significado—. ¿Dices que puedo dejar el convento?
Pero ¿dónde podría ir...? Yo...
—Puedes venir a vivir con nosotros —interviene Catalina,
acercándose a mí—. Nos encantaría tenerte, ¿no es así, Marcelo?
Mi hermano asiente.
—También es tu casa. Y allí estarías más segura.
—Yo... —No sé qué decir. Ni en mis mejores sueños me había atrevido a
creer que dejaría este convento—. Sí, sí, por favor —respondo con prontitud,
la felicidad estallando en mi pecho ante la idea—. ¡Gracias! Yo... no
entiendes lo que eso significa para mí.
—¿No te gustaba este lugar? —pregunta, estudiándome con confusión.
—No es eso —empiezo, sin querer parecer desagradecida—. Creo que no
soy apta para ser monja —admito, bajando la mirada.
Si supieran lo poco apta que soy para ser monja...
—Creo que esta es la mejor opción. Siempre he sabido que Sisi no estaba
hecha para esta vida. —Catalina está de acuerdo, tomando mi mano entre las
suyas.
Estoy tan feliz ante la perspectiva de dejar este maldito lugar que apenas
oigo a Vlad moverse.
Lina y Marcello le devuelven la mirada, y yo también me giro, viendo
cómo se despierta lentamente de su sueño.
—Maldita sea —maldice. Tiene un aspecto desaliñado, pero demasiado
atractivo—. ¿Qué ha pasado?
—Creo que ya has tenido suficiente sangre por hoy —añade Marcello, y
una mirada conspiradora pasa entre los dos.
—Lo siento —dice, mirando alrededor de la habitación. Sus ojos me
encuentran y frunce el ceño, inclinando la cabeza hacia un lado como si viera
algo que no puede explicar. Y entonces se termina el momento.
En un momento todo su ser parece estar envuelto en la oscuridad y el
dolor, y al siguiente su boca se estira en otra sonrisa falsa, borrando todo
rastro de su verdadero ser.
—Me alegro de que estés bien —le dice Lina, pero yo me limito a
entrecerrar los ojos.
¿Cuál es su problema exactamente?
—¿Qué me he perdido? —Sonríe, como si no acabara de poner en
peligro mi vida.
Levanto una ceja, pero su sonrisa se amplía al ver mi expresión
contrariada.
Terminamos nuestros asuntos en la iglesia y Marcello me hace saber
que hablará con la Madre Superiora en mi nombre y que puedo volver a
casa con ellos.
Me limito a esbozar una agradable sonrisa, sin atreverme a soñar con
ello hasta que se produzca.
Pero parece que esta vez, el destino está realmente de mi lado.

Intento no mostrar lo afectada que estoy por todo lo que está pasando.
Cómo el simple hecho de estar en un coche, alejándome de ese miserable
lugar, me hace sentir como en una nube. O cómo mirar por la ventana
todos los edificios que pasan y que no son el Sacre Coeur me da un
vértigo increíble.
Marcello no lo sabe, pero acaba de darme el mejor el regalo de mi
vida. No sé si realmente me quiere cerca, o si piensa que seré un
inconveniente, pero pienso hacer todo lo posible para no causar ningún
problema que pueda hacer que se arrepienta de haberme acogido.
Cuando llegamos a su casa, me sorprende su tamaño. Más aún, la belleza
de la arquitectura del interior. Al Sacre Coeur no le había faltado eso, pero
había sido una belleza clínica. Había sido una casa, no un hogar.
De repente, puedo ver los toques de Lina por todas las habitaciones, y
una calidez me envuelve.
—No te lo he dicho —me inclino para susurrarle al oído—, pero me
alegra que te hayas casado con mi hermano —le digo sinceramente.
—Yo también —responde ella, sonrojándose ligeramente.
Siempre he considerado a Lina y Claudia como mi familia, pero ahora lo
son de verdad. Y saber que vamos a volver a vivir en el mismo sitio... No
puedo evitar sentir una vertiginosa felicidad al pensarlo.
Con una inclinación de cabeza, Marcello nos deja a nuestro aire y le pide
a Lina que me enseñe mi habitación.
—¿Siempre es así? —Frunzo el ceño cuando nos quedamos solos.
—Es... —Frunce los labios—, más reservado. Pero ha sido maravilloso
conmigo.
—Me alegro. —Le aprieto la mano en señal de consuelo.
Me ha contado las circunstancias de su matrimonio y el hecho de que los
Guerra siguen siendo un peligro para ella y Claudia.
A decir verdad, todavía me cuesta conciliar el hecho de que nuestras
familias estén involucradas en el crimen organizado. Y eso me hace sentir una
ligera curiosidad por la conexión de Vlad con la mafia, ya que parecía ser un
buen amigo de Marcello.
No es la primera vez desde que dejamos el Sacre Coeur que mis
pensamientos se desvían hacia ese hombre. Quizá sea porque no estoy
acostumbrado a los extraños, pero su presencia me ha impactado. Puedo
imaginarme sus ojos oscuros mirándome fijamente, sus manos sobre mi
cuerpo...
Sacudiendo la cabeza ante los pensamientos intrusivos, me aferro al
presente.
Lina me lleva a una habitación de invitados en el segundo piso,
diciéndome que tendremos tiempo de ir de compras y decorarla en el
futuro.
Solo puedo asentir, ya que cualquier cosa es perfecta para mí. Y la
habitación que me muestra es más grande de lo que hubiera imaginado. Es
un dormitorio sencillo, con una cama doble, un tocador, un armario y un
pequeño baño. Pero es mío.
Todavía no me muevo del sitio, admirando la habitación, cuando Lina
me da un golpecito en el hombro y me entrega unas cuantas prendas.
—Tenemos una talla similar, así que esto debería servir hasta que te
consigamos más ropa. Por fin puedes quitarte el hábito —dice,
mirándome de arriba a abajo y arrugando la nariz.
No sé ni cómo responder mientras le cojo la ropa. Nunca me he puesto
otra cosa que la ropa que me han proporcionado en el Sacre Coeur, así
que es una experiencia nueva para mí.
Impaciente, dejo la ropa sobre la cama y empiezo a tirar de mi hábito,
dispuesta a deshacerme de él. Lina frunce el labio al ver mi excitación y
cierra la puerta para que pueda tener algo de intimidad.
Buscando entre la ropa, elijo un vestido verde que no es demasiado
corto ni demasiado largo.
—No tengo ningún sujetador que te sirva, pero podemos comprarlo
mañana —comenta Lina, y yo asiento con la cabeza, manchando de rosa
mis mejillas. Ese es el único aspecto en el que Lina y yo no coincidimos,
ya que he sido maldecida con unos pechos enormes. Aun así, no es que
me haya puesto antes otra cosa que no sea un corpiño. Aunque, al mirarme en
el espejo después de ponerme el vestido, veo que la forma sería más
favorecedora con un sujetador.
—Vaya, casi no te reconozco —respira cuando me ve. Mi cabello también
está desatado y fluye por mi espalda.
—Ciertamente se siente diferente. —Sigo mirándome en el espejo como
si me viera por primera vez.
—No tienes ni idea de lo feliz que estoy de que estés aquí. —Lina apoya
su cabeza en mi hombro y me sonríe.
—Yo también —respondo.
Demasiado feliz.
Y eso me da un poco de miedo. Porque ahora que he probado la felicidad,
si me la arrancan, me matará.
El día tiene aún más sorpresas, ya que voy a conocer a mi hermana,
Venezia. Mi primera impresión es que no nos parecemos en nada. Mientras
que Marcello y yo podemos tener nuestra coloración en común, ya que ambos
tenemos el cabello rubio, el de Venezia es de un suave color marrón. También
sus ojos son de un tono avellana en comparación con los míos, de color
marrón claro.
Me quedo mirándola, intentando encontrar algún punto en común, pero no
hay ninguno.
—Eres muy bonita —digo en algún momento, abrumada por el hecho de
que ella es exactamente igual a una muñeca.
Ella parpadea dos veces antes de que un rubor le suba por el cuello, y baja
los ojos.
Por lo que me había dicho Lina, habría esperado que fuera más
atrevida y franca, pero la Venezia que tengo delante se muestra tímida,
dudando de cada una de sus palabras.
—Gracias —acaba susurrando.
Nuestra conversación es un poco atropellada, ya que ninguna de las dos
puede dar con un tema. Pero tenemos tiempo suficiente para conocernos.
—¿Puedo...? —comienza, algo nerviosa—, ¿darte un abrazo?
—¡Por supuesto! —respondo inmediatamente, sin perder tiempo en
atraerla hacia mis brazos abiertos.
Tras dar las buenas noches a Lina y Claudia, me dirijo a mi propia
habitación, todavía asombrada de poder tener un espacio totalmente mío.
¿Cuántas veces he soñado con esto? Antes de que Lina llegara al
Sacre Coeur, me alojaba con docenas de chicas. La idea de tener algo para
mí cuando todo había sido compartido siempre ha sido difícil de entender.
Poniendo la mano sobre la cama, trazo el contorno de las sedosas
sábanas, y la excitación se forma en mi interior ante la idea de dormir con
tanto lujo.
Me ducho rápidamente, secándome bien la piel antes de deslizarme
entre las sábanas. Suspiro profundamente, el frescor del material contra
mi piel desnuda sintiéndose divino.

Su mano me rodea la garganta y me empuja bruscamente sobre el


altar. Mi espalda choca con la fría mesa y mis ojos se abren de par en
par por el terror. Al apartar toda la parafernalia religiosa, veo que una
cruz cae al suelo y el sonido resuena en la iglesia.
Me examina de pies a cabeza, con su mirada fundida, dulce pero mordaz,
como un dios pagano que espera su sacrificio, mi muerte como combustible
para su propia esencia.
—Para —susurro cuando sus dedos se cierran en torno a mi carne,
deteniendo mi flujo de aire. Por un momento, mi respiración se entrecorta y
solo puedo mirar fijamente esos ojos oscuros que pretenden consumirme, en
cuerpo y alma.
Su otra mano se pasea libremente por mi cuerpo, y la piel de gallina
aparece mientras recorre con sus dedos mi muslo, hasta que se detiene en la
curva de mi cadera, con la palma de la mano extendida sobre mi cintura.
Sus labios se ensanchan en una sonrisa perversa, la primera genuina que
he visto en él. Parece indomable mientras se cierne sobre mí, mi vida y mi
muerte bajo su control.
Intento luchar contra su agarre, mis manos empujan sus hombros, pero
todo lo que hago es en vano. Es demasiado fuerte, me tiene inmovilizada con
su enorme cuerpo, y tengo que admitir que estoy a su merced.
Su boca se acerca a mi oreja mientras susurra algunos sonidos
indiscernibles, y su asfixia se convierte poco a poco en una tierna caricia.
De repente, su mano desaparece. Mis ojos se abren de par en par cuando
empieza a besar mi cuello, y mi cuerpo se estremece con una mezcla de
miedo y curiosidad.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto con voz temblorosa.
Él no responde. Se limita a sonreír contra mi piel antes de que su boca se
abra y sus dientes se claven en mi carne.
Grito, el dolor es surrealista cuando rompe la piel, la sangre fluye
libremente de la herida. La lame y la extiende por todo mi cuello y mi mejilla,
con su lengua diabólica haciendo círculos en la superficie de mi piel.
Levanta brevemente la cabeza, con una amplia sonrisa que muestra
los dientes manchados de sangre.
—Eres mía. Para matar y para...
Me despierto de golpe, desorientada y cubierta de sudor. Al
encontrarme en mi cama, miro alrededor de la habitación vacía,
respirando aliviada al ver que no hay nadie alrededor. Mis manos recorren
inmediatamente mi cuerpo, tratando de asegurar que sigo de una pieza.
Mis dedos se detienen en mi cuello, encontrando la piel intacta.
Un suave temblor recorre mi cuerpo al recordar la forma tan vívida en
que sus dientes se habían sentido sobre mí, el agudo dolor que había
sacudido todo mi ser mientras él empujaba implacablemente contra mí.
Me había esforzado tanto por olvidar el incidente de la iglesia, y ahora
él persigue mis sueños. Su presencia debe haberme afectado más de lo
que me he permitido creer, porque no hay otra explicación para esto.
El viento sopla fuera, la cortina se balancea, entra y sale de la
habitación. Frunciendo el ceño, salgo de la cama para comprobarlo.
Estoy segura de haber cerrado la ventana antes de acostarme.
Un poco paranoica, bajo la ventana y tiro del pestillo para que quede
bloqueada. Al mirar hacia afuera, solo veo la extensión verde del patio
trasero. No hay rastro de nada ni de nadie.
Aliviada de que solo sea mi imaginación hiperactiva, vuelvo a la
cama. Pero cuando vuelvo a meterme entre las sábanas, me doy cuenta de
algo más. Hay una humedad entre mis piernas que no estaba allí antes. Va
acompañada de un zumbido bajo en mis entrañas, un cosquilleo casi como
un picor. Mi mano baja y me sorprende encontrar mis dedos cubiertos de
una sustancia viscosa. Lo primero que pienso es que debo de haberme
asustado tanto que he mojado la cama. Pero la textura es totalmente
diferente, y por un momento temo que algo esté mal conmigo.
Tomando rápidamente mi teléfono, abro el navegador web y busco lo que
significa.
La respuesta, sin embargo, no ayuda.
Excitación. Deseo sexual.
—Oh, diablos, no —murmuro para mí mientras leo un artículo tras otro.
No puede haberme excitado ese... hombre que intenta matarme. Me siento
casi asqueada de mí misma por permitirme pensar eso, así que apago el
teléfono y lo coloco sobre la mesa.
—Es solo un miedo irracional —intento convencerme a mí misma.
Apenas puedo dormir, y cuando tengo que despertarme por la mañana
estoy bastante malhumorada. Sigo teniendo la molesta sensación de que Vlad
está cerca y que me va a matar. Sé que es un miedo irracional, pero de alguna
manera estoy convencida de que encontraré mi fin en sus manos.
Hay algo aterrador en él, al igual que fascinante.
Una vez más, mientras me reúno con las chicas para ir de compras, no
puedo evitar que se apodere de mis pensamientos. Es como si todo lo que
hago me recordara en cierto modo a él, y a ese sueño.
Sus ojos negros, sin fondo, y su tacto abrasador se han grabado en mi
mente. Solo tengo que cerrar los ojos, y es como si su aliento estuviera en mi
cuello, su boca cerca de mi piel.
—Ese te queda tan bien, Sisi —dice Lina con sinceridad, y yo despierto.
Parpadeo dos veces, intentando concentrarme.
—Yo también lo creo —respondo, un poco tarde.
Si se da cuenta de lo distraída que estoy, no lo menciona. Seguimos
comprando de todo, desde ropa hasta teléfonos y ordenadores portátiles.
Al pasar por una peluquería, sin embargo, se me ocurre una idea.
—Quiero hacerme un flequillo —le digo a Lina, explicándole que
tener algo que me cubra la frente me facilitaría las cosas, ya que la gente
no se quedaría mirando tanto.
Ella asiente pensativa.
—Si eso es lo que quieres, por supuesto.
Lina y Claudia van a por unos dulces mientras yo aguanto las
atenciones del peluquero. Ya me siento mal al ver que mi cabello se
acumula en el suelo, y los recuerdos de los castigos de Cressida pasan por
mi cabeza.
Me hace falta todo lo que hay en mí para no salir corriendo. Por
suerte, todo termina en unos minutos y el nuevo aspecto parece sentarme
perfectamente.
Le doy las gracias al peluquero y me dirijo a pagar.
Mientras tanto, mi piel se eriza de conciencia, como si alguien me
observara desde atrás.
Al girarme rápidamente, veo que una forma sombría se refugia detrás
de una de las columnas.
Ni siquiera espero a que me den el cambio, diciéndoles que se queden
con el resto mientras corro, persiguiendo a lo que sea que me esté
siguiendo.
No hay nadie.
No hay nadie detrás de la columna, ni en ningún lugar alrededor de
ella. Me paro en medio del centro comercial, desorientada, mientras miro
a mi alrededor, intentando distinguir el fantasma que he visto.
Me estoy volviendo loca.
No perdí la cabeza durante los veinte años que pasé en ese miserable
lugar, pero ahora sí. Por el amor de Dios, solía frecuentar un cementerio y
nunca me habían asustado los fantasmas ni ninguna otra criatura sobrenatural.
Parece bastante ridículo volverse tan paranoica ahora.
Todo es culpa suya.
—Tía Sisi —Claudia grita mi nombre, corriendo hacia mí. Poniendo una
sonrisa en mi cara, finjo que todo está bien.
Una vez que tenemos todo, estamos listas para volver.
Ya estoy cansada, tanto física como mentalmente, y en cuanto llegamos a
casa me excuso a mi habitación.
Necesito una siesta.
Con suerte, esta vez no tendré un huésped no invitado en mis sueños.
Abriendo la puerta de mi habitación, coloco las bolsas en el suelo, mis
manos ya en la cremallera de mi vestido.
De repente, una mano me tapa la boca, un brazo se cuela por mi cintura y
me acerca a un pecho duro.
¿Qué?
Mi primer instinto es intentar gritar, sin tener en cuenta la palma que me
presiona los labios. Mis miembros empiezan a forcejear y muevo la cabeza,
intentando dar una patada a quien está detrás de mí.
—Shhh —me susurra una voz escalofriante al oído—, no queremos que tu
hermano me encuentre aquí.
Con el corazón en la garganta, solo puedo dejar de moverme. Todo mi
cuerpo se pone rígido cuando me doy cuenta de quién está detrás de mí,
tomándome como rehén.
Oh, diablos. Puede que muera después de todo.
Capítulo 10
Vlad

Tarareando para mis adentros, abro la puerta del sótano y deposito las
herramientas que he traído sobre una mesa.
Vanya está enfurruñada en un rincón, y solo me dirige una mirada
hostil antes de girar la cabeza y proceder a ignorarme. Lleva así las
últimas horas, y aún no he encontrado la causa de su disgusto.
Aunque puede que tenga una idea.
Centrándome en la tarea que tengo entre manos, aparto ese tema en
particular de mi mente.
—Confío en que el estado de su alojamiento haya sido de su agrado.
—Sonrío al hombre que está atado a una silla en el centro de la
habitación—. Espera. —Frunzo el ceño—. Se me olvidaba que no puedes
hablar. —Sacudo la cabeza y en dos pasos estoy frente a él, quitándole la
mordaza y dejando que ejercite la boca un rato.
Y si sabe lo que le conviene, la ejercitará bien.
—Qué demonios... ¿Dónde estoy...? —balbucea, sus ojos evaluando
salvajemente la cámara, antes de posarse en mí—. ¿Y quién eres tú?
—Sr. Petrovic, me ofende profundamente que no sepa quién soy —
digo en voz baja, instalándome en el suelo frente a él.
El primer asalto va a ser fácil. El siguiente... depende de él.
—¿Cómo voy a saberlo? —me escupe.
Sacudiendo la cabeza, chasqueo la lengua mientras recojo el extremo
de mi manga y la doblo en mi brazo. Extiendo la mano para que vea mi
tatuaje, y veo cómo toda la valentía anterior desaparece de su cara.
Mi reputación, por así decirlo, es más hablado que por pruebas sólidas.
Después de todo, me retiré de la parte más desagradable del negocio hace
años, cuando me di cuenta de que mi reacción a la sangre había empeorado,
haciéndome demasiado inestable. En su lugar, me dediqué a pulir una imagen
más elegante que, sin embargo, infunde miedo a mis adversarios.
Aunque la mayoría de la gente no sabe qué aspecto tengo, sí sabe algo: mi
nombre y el tatuaje que me identifica como el actual Pakhan.
El señor Petrovic debería sentirse honrado, de hecho, de que le atienda
personalmente, ya que mis incursiones en el asesinato o la tortura son más
bien limitadas estos días, hecho que lamento profundamente, ya que ambos
son la mejor cura para satisfacer mi aburrimiento.
Tal y como están las cosas, incluso mis experimentos científicos han
quedado en suspenso, ya que las posibilidades de que arruine los pasos más
sangrientos son mayores que las de que complete el proyecto.
Pero él...
Sonrío solo de pensarlo.
Hacía años que no encontraba una pista sólida sobre la persona que se
había llevado a Katya. Y solo había podido hacerlo buscando entre todas las
conexiones y comunicaciones ocultas de Misha. Mucha de la gente que había
encontrado había acabado muerta, pero unos cuantos habían cambiado de
identidad a lo largo de los años, intentando huir.
De mí, o de alguien más, no puedo decirlo.
Por ejemplo, el Sr. Petrovic había cambiado de identidad diez veces
en la última década, eligiendo cada vez una nacionalidad diferente y
trasladándose a otra parte del país.
Supongo que se había creído seguro con todas esas medidas de seguridad.
Pero no había contado con mi empeño en encontrarlo.
Hace unos años, había acabado mejorando un software de
reconocimiento facial que ahora podía tomar imágenes antiguas y
analizarlas en busca de patrones de comportamiento y tics. Puedes
esconderte del mundo, pero no puedes esconderte de ti mismo. Y el Sr.
Petrovic puede haber cambiado su nombre, y su apariencia hasta cierto
punto. Pero algunas cosas nunca cambian. Como su ligera cojera, una
antigua lesión en la tibia distal que hace que la conexión con el astrágalo
sea bastante inestable.
Su análisis de la marcha había presentado una precisión del noventa
por ciento y, en mi desesperación, había pasado por alto el diez que no era
concluyente.
Sin embargo, mi software había hecho su trabajo.
—Ahora que las presentaciones han terminado, centrémonos en el
tema de hoy, ¿de acuerdo? —Le sonrío, abriendo mi pequeña bolsa y
sacando un cuchillo y una manzana.
—Así es como van a ir las cosas. Yo voy a hacer preguntas y tú vas a
responder. Si me gustan tus respuestas, no hay dolor. Si no me gustan —
Levanto las cejas—, bueno, ya verás.
Su cabeza se mueve por la habitación, probablemente buscando una
salida.
—Estamos en un nivel subterráneo. No hay salida, señor Petrovic. Ni
siquiera si se las arregla para pasar por encima de mí, lo cual,
admitámoslo —Frunzo los labios—, no va a suceder. Así que su mejor opción
es ser lo más cooperativo posible.
Empiezo a pelar la manzana, con los ojos firmemente puestos en su
expresión aterrorizada.
—¿Por qué no empezamos con su conexión con Misha? —digo, dando un
mordisco a la manzana.
Ya sé que el Sr. Petrovic solía actuar como intermediario entre Estados
Unidos y Europa, trayendo gente con la promesa de un trabajo y luego
vendiéndola más adelante. Lo que lleva a la pregunta. ¿Por qué estaría
involucrado con Misha?
—No sé quién es —dice, demasiado rápido.
—Sr. Petrovic —suspiro, un poco desanimado de que no vaya a ser tan
rápido como hubiera querido—. Soy un hombre ocupado. Muy ocupado.
Piénselo, en lugar de interrogarlo durante horas, podría estar disfrutando del
sol, matando a una docena de personas y recibiendo mi dosis diaria de
vitamina D. En cambio, tengo que estar encerrado dentro, con la perspectiva
de matar a una sola persona. —Sus hombros se hunden y sus ojos se abren un
poco.
Bien.
—¿Cómo es eso justo para mí? —Doy otro mordisco, sin dejar de mirarle.
—Por favor... —El grito de ayuda es apenas audible, pero supongo que
por fin se ha dado cuenta de la situación en la que se encuentra.
—No te he oído. —Me llevo una mano a la oreja, esperando a que se
repita.
—No puedo decírtelo —dice, casi resignado a su destino—. Matarán a mi
familia —continúa, sus ojos suplicantes.
Bueno, esta es una de esas situaciones que suelo temer, porque si la
familia de alguien está en peligro, las posibilidades de que hablen son...
escasas. Aunque no son nulas. Solo es cuestión de ajustar la tortura en
consecuencia para que se rompan.
—Supongo que hablaremos en unos días, Sr. Petrovic. —Me levanto
para irme, y oigo su suspiro de alivio. Supongo que no se da cuenta de lo
que supondrán esos pocos días.
Un mensaje rápido a uno de mis hombres, Maxim, y ya está aquí.
—¿V sadu 4? —pregunta, mirando al prisionero.
Oh, Maxim, qué bien me conoces.
—Efectivamente, en el jardín —respondo, con un brillo de picardía en
los ojos.
Maxim asiente, se acerca al Sr. Petrovic y lo agarra por la silla. Lo
levanta fácilmente en el aire, y yo lo sigo mientras lo lleva al jardín.
Como todo el nivel de este lugar, el jardín también es subterráneo. Es
más bien un invernadero, si te soy sincero, pero lo he construido de tal
manera que emula las condiciones del exterior.
Llegamos al jardín y Maxim va al fondo, a un par de tirantes.
Maniobrando la silla, engancha las patas de la silla a través de los tirantes,
asegurándose de que la silla esté a unos sesenta centímetros del suelo.
—¿Qué... qué está pasando? —El Sr. Petrovic sigue hablando, con los
ojos desorbitados.
—Este es mi intento de convencerte que hables. Veremos si funciona.
Dentro de unos días. —Le doy una sonrisa brillante, después de lo cual
Maxim rápidamente lo amordaza de nuevo. Luego, retira la parte inferior

4
¿En el jardín?
de la silla, de modo que el trasero del Sr. Petrovic se amolda lentamente a
través del agujero.
Debajo de la silla suspendida, hay unos cinco brotes de bambú, todos
recién plantados y listos para crecer altos y hermosos. El Sr. Petrovic está
a punto de ponerse en contacto con algunos de ellos, y muy pronto. Si
tiene suerte, uno podría incluso penetrarle en el trasero, y estimular su
próstata. Un poco de placer en medio de todo el dolor.
Por desgracia, no creo que tenga tanta suerte.
Al salir del invernadero, miro la hora, sabiendo que tengo otro asunto que
atender.
Vanya viene detrás de mí, su actitud ha mejorado mucho.
—La encontraremos —dice con confianza, saltando en un baile de
felicidad.
Cómo me gustaría poder compartir su perspectiva.
Pero han pasado nueve años desde que se llevaron a Katya. Nueve años en
los que le fallé, y si sigue viva, probablemente haya vivido innumerables
terrores.
A veces tengo que preguntarme si prefiero encontrarla viva pero rota, o
muerta y en paz.

Assisi Lastra.
Dejo que el nombre ruede en mi lengua mientras recuerdo a la pequeña
jovencita de ojos ardientes. Es mi deber poner a prueba una teoría cuando
surge, y ella acababa de plantearme un reto.
Conocerla había sido... interesante. Por decirlo de alguna manera.
Ciertamente no era lo que yo esperaba, dado que había crecido en un
convento. Diablos, ni siquiera había estado en mi radar hasta hace poco,
cuando el padre Guerra había aparecido muerto en el Sacre Coeur.
Me enorgullezco de tener ojos y oídos en todos los lugares, pero la
hermana de Agosti había sido un punto ciego. No es que ella hubiera sido
de interés hasta que Guerra terminó destripado en público. Así que decidí
obtener un poco más de información sobre ese evento en particular.
Puede que ella sea solo una pequeña jugadora, pero en el gran
esquema de las cosas, son los pequeños jugadores los que deciden el
resultado de un juego. En su insignificancia, son los mejores peones, que
pasan desapercibidos y a los que la gente presta la menor atención.
Así que me puse a hackear su teléfono. Ni siquiera había sido difícil
averiguar su número, ya que Agosti no es el mejor para mantener en
secreto la comunicación con su hermana. Un mensaje de phishing y estaba
seguro de que picaría. Después de todo, una señorita ingenua como ella es
el mejor objetivo para estas cosas.
Pero no lo había hecho. En su lugar, respondió con la cosa más
escandalosa. Había renunciado a su premio en favor de otra persona. Solo
después de unos cuantos intentos, un poco embarazosos, me di cuenta de
que no estaba hablando con Catalina Agosti, sino con su amiga íntima,
Assisi, la hermana de Marcello.
Me quedé aún más perplejo cuando sus réplicas tomaron un matiz
humorístico y me vi obligado a continuar con las bromas.
Desde luego, no esperaba disfrutar tanto con ella, ni durante tanto
tiempo. Dada mi escasa interacción con el mundo exterior, había sido solo
una forma de librarme del aburrimiento.
Pero luego la conocí en persona... Bueno, eso había sido inesperado. Para
ser una cosa tan pequeña, impregnada de la ignorancia de esas enseñanzas
dogmáticas en el Sacre Coeur, había sido ciertamente intrigante. Su reacción
ante la monja mutilada había sido simplemente sorprendente.
Debería haberme dado cuenta, por sus cáusticas respuestas a mis
mensajes, de que no sería una señorita cualquiera. Mientras que yo habría
esperado que corriera gritando al ver la sangre y los órganos, ella había dado
un paso más allá al ensuciarse las manos.
Mis labios se crispan al recordar sus codos metidos en las tripas de la
monja. Teniendo en cuenta que es una de las últimas cosas que recuerdo de
ese encuentro en particular, definitivamente me impresionó. Lo último que
recuerdo es que me fijé en su cara, una cara muy bonita. Pero su marca de
nacimiento, esa mancha roja justo encima de las cejas, había captado mi
atención y la había mantenido.
Había sido como quedar hipnotizado por ese rojo. Luego tuvo que
mancharla de sangre, y yo simplemente me perdí.
Sin embargo, cuando me desperté, ocurrió algo extraordinario. Había
puesto mi vista en ella, y de la nada, Vanya simplemente había desaparecido.
Me quedé atónito por su repentina desaparición. He vivido con ella a mi
lado durante los últimos veintidós años. Ni una sola vez se había desvanecido
en el aire. De un modo u otro, siempre ha estado conmigo. Puede que no
siempre hable o interactúe conmigo, pero nunca está fuera de mi vista.
Hasta Assísi.
Frunzo el ceño mientras pienso en el quid del problema. En el momento
en que Assisi había desaparecido de mi vista, Vanya había regresado con toda
su fuerza.
No fue hasta ese momento que me di cuenta de lo refrescante que
había sido tener un momento de paz, sin que mi hermana me persiguiera
constantemente.
Tan pronto como hice esa observación, me aseguré de volver a ver a
Assisi antes de que se fuera del Sacre Coeur. Y una vez más, Vanya había
desaparecido.
No tengo ni idea de cómo, ni siquiera de por qué, podría ocurrir algo
así, pero tengo que comprobarlo una vez más. Solo para asegurarme de
que no había sido una casualidad.
He intentado pensar qué podría haber causado esta ruptura mental, ya
que Vanya es, y siempre ha sido, parte de mi mente. Incluso le había
preguntado a Marcello qué había pasado mientras yo estaba fuera. Todo
para averiguar qué podría haber desencadenado esta conexión entre Assisi
y Vanya.
Aun así... nada.
El cerebro funciona de forma misteriosa. De eso estoy seguro. Pero
años de consultas con profesionales, y ni una sola vez ha desaparecido
Vanya de mi lado. ¿Y de repente, un encuentro con una mujer
intrascendente y se va?
Debo estudiar este fenómeno en profundidad para llegar al fondo de
esto. Porque si puedo deshacerme permanentemente de Vanya...
No es que no me guste tener a mi hermana cerca, pero llevo décadas
con ella a mi lado, y eso puede llegar a ser tedioso.
Aparcando mi coche justo al lado de la carretera, saco un portátil para
comprobar la situación. Conociendo a Marcello, habría reforzado la
seguridad nada más mudarse. Sin embargo, eso no me detiene. Me salto
su ciberseguridad y me meto en su estructura. Desde ahí, es fácil acceder
a las cámaras de seguridad de toda la casa.
Adelanto los acontecimientos de hoy hasta que veo a Assisi, viendo
exactamente cuál es su habitación. Una vez confirmado, un breve cálculo
de ángulos y localizo la ventana de su habitación.
Segundo piso.
Por suerte, tengo suficiente experiencia en escalar edificios para que esto
sea pan comido.
Dejando mis cosas, me escabullo entre los arbustos hasta llegar a la parte
trasera de la casa de Marcello. Identificando la ventana, trepo utilizando el
relieve del edificio como apoyo. Como siempre, Vanya está a mi lado,
subiendo a su ritmo. Cuando llego a su habitación, utilizo un pequeño
destornillador para abrir la ventana, balanceándome sin esfuerzo dentro de la
habitación.
Marcello cortaría mi cabeza si supiera que estoy espiando a su hermana.
Una sonrisa se dibuja en mis labios ante la hilaridad de la situación. Aun
así, soy lo suficientemente egoísta como para aprovechar una oportunidad de
deshacerme del fantasma de mi hermana, sin importar a quién tenga que
utilizar para lograr mi propósito.
La habitación está envuelta en la oscuridad, salvo por un rayo de luz de la
luna. Entro con cuidado y me dirijo a la cama que hay en el centro de la
habitación.
Una pequeña figura está acurrucada en medio de la cama, la sábana cubre
todo su cuerpo mientras duerme plácidamente.
Mis ojos se fijan en ella por un momento antes de mirar a mi alrededor,
llamando mentalmente a Vanya.
Ya no está.
Recorro la habitación en silencio y observo que no está a la vista.
Interesante.
Apoyándome en la pared frente a la cama, estudio la forma dormida
de Assisi, preguntándome qué es exactamente lo que tiene que hace
desaparecer a Vanya.
Tal vez sea su santidad.
Pero justo cuando surge ese pensamiento, se me escapa una risita.
Según lo que he aprendido de ella, definitivamente no es así.
La curiosidad rebosa en mi interior, me acerco un paso, tomando
asiento cuidadosamente en la cama para poder inspeccionarla mejor.
Con los ojos cerrados y los labios ligeramente separados, tiene un
aspecto casi angelical. Su cabello, sin atar, con mechones esparcidos por
la almohada, parece un halo alrededor de su cabeza. Creo que nunca he
visto un tono de rubio más claro. Su rostro en forma de corazón es
objetivamente exquisito, y la marca roja de su frente no hace sino realzar
su singularidad.
Justo en ese momento se mueve, arrastrando los pies en la cama, y la
sábana se desliza lentamente por su cuerpo.
¡Mierda!
Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de que no lleva nada
debajo. Hasta ahora había sido fácil referirme a ella como una chica, pero
cuando sus amplias tetas se liberan, sus pezones se fruncen y llaman la
atención, me doy cuenta de mi error.
No es una chica.
Mierda, pero no me había dado cuenta de que la señorita monja
tendría el cuerpo de una estrella porno.
También me doy cuenta de otra cosa. Justo encima de su pecho, hay
una cicatriz nudosa en forma de cruz. Frunzo el ceño, pero a medida que
mis ojos recorren su pecho, veo más cicatrices, algunas más pequeñas,
otras más grandes, como si hubiera sido torturada durante años.
¿De dónde las habrá sacado?
Un pequeño sonido escapa de sus labios. Con el ceño fruncido, sigue
moviéndose y la sábana se desliza aún más hacia abajo.
Parpadeo dos veces ante el inesperado espectáculo de striptease que tengo
delante. Sin darme cuenta, mis ojos recorren su carne desnuda, su pequeña
cintura y su tenso estómago y...
—Dios, aún podría convertirme en un creyente —murmuro en voz baja,
incapaz de creer lo que estoy viendo.
Rodando en la cama, termina más cerca de mí, la curva de su trasero en el
aire mientras gime en lo profundo de su garganta.
Me pongo de pie, repentinamente incómodo con la dirección de mis
pensamientos. Siento que el calor sube por mis mejillas y tengo que
sacudirme.
Piensa en el asesinato, o en la mutilación, o en romper los huesos de
alguien.
El escafoides, el trapecio, el capitado...
Tarareo para mí los huesos que disfruto rompiendo, encontrando poco a
poco un mínimo de control.
Se suponía que esto era solo una prueba. Una forma de explicarme
racionalmente por qué Vanya desaparecería en presencia de Assisi.
No un ejercicio de lo rápido que puedo perder la cabeza.
Maldiciendo en voz baja, desvío la mirada, centrándome en una esquina
vacía para ordenar mis pensamientos.
Tiene que haber una explicación lógica.
Pero cuanto más pienso en ello, más me doy cuenta de que tiene que
haber algo más. No puedo resolver un problema de veintidós años en una
noche. Así que debo pensar en algo más.
Assisi está inquieta en su sueño, el crujido de las sábanas solo sirve
para distraerme de mis ejercicios mentales, tentándome a echar un vistazo
a su encantador trasero.
Por desgracia, esto no es lo que he venido a buscar.
Pero Vanya no está mirando...
Apago ese pensamiento con firmeza, intentando en su lugar idear un
plan para estudiar este fenómeno más a fondo. Pero para eso, necesitaría
la ayuda de Assisi. Y debo admitir que no he dado la mejor primera
impresión.
Bueno, si ella no está dispuesta, entonces tendré que hacer que lo
esté.
Ahora solo es cuestión de averiguar qué es lo que más quiere, y
dárselo.
Evitando mirarla más de lo necesario, salgo de la habitación, con un
plan ya formado en mi cabeza.

—¿Por qué estás tan interesado en ella? —pregunta Vanya desde mi


lado. Solo le dirijo una mirada, con los ojos fijos en el ordenador mientras
reviso las imágenes del Sacre Coeur, todo ello para intentar comprender
mejor a Assisi. Si consigo averiguar lo que más desea, podré dárselo a
cambio de su colaboración.
—Es bonita —miento a medias. No sé por qué le oculto la verdad a
Vanya, ya que no es un ser sensible que pueda molestarse.
—Lo es —asiente ella, acercándose para estudiar el rostro de Assisi—
. Pero nunca te habías interesado por una chica. Ni siquiera una bonita —dice,
clavándome su mirada inquisitiva.
—Hay una primera vez para todo, ¿no? —murmuro.
Se encoge de hombros y gira la cabeza para ver las imágenes conmigo.
El Sacre Coeur solo tiene cámaras en lugares estratégicos, por lo que el
vídeo no me da muchas pistas.
Por casualidad, sin embargo, veo a Assisi saliendo de la casa con Catalina
y su hija, cogiendo un coche para ir a algún sitio. Mis labios se fruncen
mientras me felicito por haber montado una pantalla para seguir el
movimiento dentro y fuera de la casa de Marcello.
Tardo un rato en localizar el coche, pero lo encuentro aparcado en un
centro comercial.
Bueno, esto debería ser interesante.
Acabo pasando una tarde entera observando a la mujer brincar de tienda
en tienda, tratando de mantener la concentración mientras archivo cada pieza
de información relevante.
Como el hecho de que le gusta el azul.
Nunca me había dado cuenta de lo tediosas que pueden ser las compras de
mujeres, pero por el bien de la recopilación de datos, debo sufrirlas.
Al final, lo único destacable es el entusiasmo de Assisi por cada tienda.
Hasta la cosa menos interesante parece llamar su atención. El hecho de que se
detenga para maravillarse con los muebles -aburridos y comunes- me hace
gemir en voz alta.
Incluso se detiene en una juguetería, ojeando las estanterías y mirando
muñecas y animales de peluche. Parece que no puede apartar los ojos de un
oso de peluche de tamaño humano. Sigue caminando por la tienda, pero
siempre acaba delante del oso de peluche, mirándolo fijamente hasta que se
atreve a tocarlo.
Espera un momento. ¿Podría ser eso lo que más desea?
Bueno, eso no fue tan difícil.
Esperando a que se vaya, voy a la tienda y compro el oso de peluche,
convencido de que eso me hará caer en gracia y la hará cooperar.
Mientras me esfuerzo por llevar el enorme oso hasta el coche, Vanya
decide hacer acto de presencia, frunciendo el ceño al ver el peluche en mis
brazos.
—¿Por qué tienes eso? —pregunta con una mirada de incredulidad.
Rápidamente le explico que estoy tratando de impresionar a una dama,
omitiendo la razón por la que estoy tratando de hacerlo.
—No puedo creer que seas mi hermano. —Vanya sacude la cabeza,
frunciendo los labios y cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Crees que
es lo que más desea?
—Sí. No paraba de admirarlo en la tienda —me explico, un poco
sorprendido por la vehemencia de su voz.
Ella estrecha los ojos hacia mí, con una mirada de incredulidad en su
rostro.
—¿Y porque lo admiraba crees que es lo que más desea?
—Exactamente —respondo, empujando el oso de peluche en el
asiento trasero del coche.
—Idiota —murmura en voz baja, y me vuelvo hacia ella, confundido.
—No quiere el oso, idiota —continúa—, quiere lo que el oso representa.
—¿Qué quieres decir? —Ahora es mi turno de fruncir el ceño.
—Nunca ha vivido fuera de ese convento, ¿verdad? Así que nunca ha
tenido una vida normal. Quiere experimentar el mundo exterior —dice
Vanya, y con un resoplido se sube al asiento del copiloto del coche.
Mientras reflexiono sobre sus palabras, me doy cuenta de que puede tener
razón. A ella le fascinaba todo, incluidos esos extraños muebles.
Quizá Vanya tenga algo de razón.
Regreso rápidamente a la casa de Marcello, mientras reflexiono sobre la
cuestión que Vanya ha planteado y sobre la mejor manera de proceder en este
caso.
Entonces, como la noche anterior, me meto en su habitación y espero a
que vuelva. Después tendré que convencerla de que puedo darle el mundo si
me devuelve la paz.
No tengo que esperar mucho tiempo, ya que la puerta de la habitación se
abre, Assisi se pavonea dentro y coloca sus bolsas en el suelo. No le doy la
oportunidad de gritar, de salir corriendo, o de ambas cosas. La agarro por la
cintura y le pongo la mano sobre la boca, susurrándole al oído.
—Shhh, no queremos que tu hermano me encuentre aquí.
Marcello probablemente dispararía primero y preguntaría después. Desde
luego, no le gustaría que estuviera en la misma habitación que su hermana,
sola. Su preocupación no es totalmente injustificada, ya que soy una bomba
de relojería. Y aunque normalmente no pondría en peligro a un inocente, esta
vez no puedo mantenerme al margen.
Se debate entre mis brazos, con su cuerpo tentadoramente cerca del mío,
mientras intenta encontrar un hueco para darme una patada.
—Deja de moverte —susurro, apretando su cintura. Mi palma se mueve
sobre su estómago y no puedo evitar que la visión de su cuerpo desnudo entre
en mi mente.
¡Maldita sea! Tengo que concentrarme.
—Si me prometes que no vas a gritar, te soltaré —le digo,
reprendiéndome inmediatamente por haber corrido el riesgo.
Su cabeza se mueve lentamente hacia arriba y hacia abajo en un gesto
de asentimiento, y la dejo ir.
No pierde tiempo en poner distancia entre nosotros, llegando hasta el
otro extremo de la habitación.
—En nombre de Dios, ¿qué haces en mi habitación? —pregunta, con
los ojos clavados en mí.
—Aghh —gimo en voz alta, levantando una mano—, ¡no lo
menciones! No estamos en buenos términos.
Ella levanta una ceja.
—Te das cuenta de que estás hablando con una novicia.
—Antigua novicia. Me parece que te has desprendido de tu hábito.
¿Era demasiado restrictivo? —Le muevo las cejas de forma sugerente.
—No sé de qué estás hablando —dice, sus ojos brillan mientras da un
paso atrás.
—¿Te doy miedo? —le pregunto sin rodeos, acercándome a ella,
acorralándola. Mis ojos se mueven por su pecho, su generoso pecho, ya
que tendría que estar ciego para no notar esos magníficos montículos
ocultos por su odioso vestido conservador. Noto la aceleración de su
pulso—. Sí, ¿verdad?
No la culpo por tenerme miedo. No es la primera ni, desde luego, la
última. Aunque eso hará más difícil nuestra conversación.
—¡Claro que no! Pero estás en mi habitación, sin invitación. No es
apropiado.
—No me digas que temes por tu virtud —digo, usando un dedo para
acariciar su mejilla.
Sus ojos se abren de par en par, pero no pone distancia entre nosotros.
En todo caso, levanta su mirada para encontrarse con la mía, desafiándome
directamente.
—¡No temo nada de eso! Puedo defenderme. —Cruza las manos sobre el
pecho, levantando sus voluptuosas tetas.
Gimo en voz alta, apartando los ojos de su pecho. Incluso yo no soy más
que un hombre, y unas tetas como las suyas son material de primera para
meter a un hombre en problemas, incluso a los monjes.
—¿Puedes? —Levanto una ceja.
—¡Por supuesto! —Apenas consigue pronunciar las palabras cuando mi
mano sale disparada, empujándola sobre su cama, con mi cuerpo encima del
suyo.
—Por favor, hazlo —digo, divertido.
Ella estrecha los ojos, pero no pierde la calma. En todo caso, parece estar
aún más serena que antes.
—¿Nada? —Mis cejas se alzan interrogativamente. —Podría hacerte
muchas cosas desde esta posición. Por ejemplo, levantarte el vestido...
No reacciona a mi burla. En cambio, vuelve los ojos hacia mí y su mirada
se suaviza.
—Podrías —dice en un tono jadeante, su mano se acerca a mi cara.
Frunzo el ceño, sin entender lo que está intentando hacer.
Sonríe brevemente antes de inclinarse hacia delante y presionar sus labios
sobre mi mejilla.
Decir que estoy aturdido sería un eufemismo. Me quedo congelado en el
sitio mientras mi piel se empapa de ese pequeño gesto.
Diablos, puedo contar con una mano las veces que alguien me ha
besado voluntariamente la mejilla.
Pero no tengo más tiempo para preguntarme sobre esta inusual
situación, ya que su rodilla se aloja entre mis piernas, dándome una patada
en los huevos con una fuerza que me hace ver las estrellas.
—Mierda —jadeo de dolor, apartándome de ella y rezando a todas las
deidades para que mis pelotas sigan intactas.
—¿Ves?, no estoy indefensa. —Me sonríe, sacando las piernas de la
cama y levantándose.
—¿Qué eres, una monja ninja? —murmuro, con la visión doble por el
dolor.
—No sé qué significa esa palabra, pero tienes que irte —dice,
golpeando el suelo con el pie impacientemente.
Respiro profundamente, luchando contra el dolor.
Esa es una región en la que mis receptores del dolor no están
embotados.
Me controlo y me levanto, poniendo mi sonrisa más encantadora. En
lugar de hacer que se ablande hacia mí, hace todo lo contrario.
—Borra esa sonrisa de tu cara —me dispara, y me quedo
momentáneamente aturdido por su reacción. Pero me recupero
rápidamente.
—¿Tienes miedo de enamorarte de mí? —le pregunto en tono de
broma, tratando de llevar la conversación a un terreno tonto pero cómodo.
—Como si eso fuera a pasar —resopla—. Ve al grano. ¿Por qué estás
aquí?
—¿Por qué te enseñaron esas monjas a dar una bienvenida tan cálida,
Assisi? —Me recuesto en la cama, apoyándome en los codos y
observando cómo aparece el fastidio en su rostro.
—No, me enseñaron a no aguantar imbéciles. —Inclina la cabeza
hacia mí—. Sobre todo, de tipo masculino —dice, mirándome.
Mi boca se curva.
—Ah, la vieja misandria. Sabes, tengo una teoría sobre las monjas y por
qué son tan amargadas —digo despacio, y noto una pizca de interés en sus
rasgos.
—¿En serio? —pregunta ella, con un tono de sospecha.
—Solo necesitan una buena follada. —Me encojo de hombros sin darle
importancia, pero mis ojos se fijan en su expresión, atentos a cualquier
mínimo cambio. Cuando no veo ninguno, añado algo más, solo para
irritarla—. Pero probablemente no sepas lo que eso significa.
La reacción es tardía, ya que sus cejas se juntan en señal de confusión
antes de que sus ojos se abran en señal de comprensión.
—¡Canalla! —exclama indignada, cogiendo una de sus bolsas y
lanzándomela.
—¿Por qué? —Levanto las manos para defenderme—. ¡Sabes que tengo
razón!
Se hace pasar por una doncella escandalizada muy bien, pero puedo ver el
ligero temblor de su labio superior y la forma en que se esfuerza por no
sonreír.
—Puede que tengas razón, pero eres un canalla por señalarlo —continúa,
manteniendo esa sonrisa descarada.
—¿Por qué? ¿Porque eso significaría que tú también necesitas una buena
follada? —añado antes de pensar en ello. Se queda con la boca abierta, con
los párpados moviéndose rápidamente hacia arriba y hacia abajo, como si
no pudiera creer lo que he dicho.
Incluso yo no puedo creer lo que he dicho.
Deben ser sus tetas. Me distraen y me hacen pensar en cosas sucias.
No hay otra explicación para ello. Y cuando mis ojos bajan hasta el
ascenso y descenso de su pecho, tengo que tragar profundamente.
Sus ojos se ensañan conmigo y, antes de que me dé cuenta, me
aborda, moviendo sus manos arriba y abajo en un intento de agarrarme.
Le sigo el juego, inmovilizándola fácilmente, pero cuando se resiste a
mi agarre, rodamos por el borde de la cama.
Con Assisi encima, mi espalda golpea el suelo y reprimo un gemido
por el impacto.
Ella levanta ligeramente la cabeza y me observa con el ceño fruncido.
—¿Estás bien? —pregunta preocupada. Me muerdo una sonrisa
mientras guardo otra información sobre ella.
A pesar de su ladrido, tiene un corazón blando.
Eso podría ser muy útil.
—Ouch —digo con un gruñido falso de dolor, cerrando los ojos y
fingiendo que me he lesionado.
—¡Dios mío! Lo siento mucho. —Se revuelve en posición sentada,
sus manos se dirigen a mis hombros mientras inspecciona los daños—.
¿Dónde te duele? Te juro que no quería hacerte daño de esa manera —
continúa parloteando, mientras sus ojos recorren la parte superior de mi
cuerpo. Sigo fingiendo gemidos, disfrutando de alguna manera de ser el
objeto de su preocupación.
Sin embargo, tardíamente me doy cuenta de que esta nueva posición
no ayuda en absoluto. De alguna manera, ha acabado sentada a horcajadas
sobre mí, con sus piernas a cada lado de las mías y su pelvis frotando sobre la
mía.
Ah, ella tiene un núcleo blando de hecho.
—Oh no, estás todo rojo —continúa, usando sus manos para abanicar un
poco de aire en mi cara.
—Estoy bien —murmuro, dividido entre mantenerla donde está o moverla
y controlarme.
Ella frunce el ceño, pero acaba asintiendo y se aparta.
Exhalo, aliviado, y me giro para ajustarme los pantalones antes de volver
a encararla.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta de nuevo, esta vez con un tono más
suave. Dirige su mirada inquisitiva hacia mí, y detecto una pizca de interés.
—Tengo una oferta para ti —digo, recordándome mentalmente que deje
de contrariarla. Necesito hacerme amigo de ella, no hacer que desconfíe de
mí.
—¿Una oferta?
—Tu hermano es mi amigo, y sería negligente si no te ofreciera mis
servicios.
—¿Qué tipo de servicios? —Arquea una ceja, volviendo rápidamente a su
actitud sospechosa.
—Como tu hermano está bastante ocupado luchando contra algún
enemigo desconocido, he decidido encargarme yo mismo de tu introducción
en la sociedad —añado con una sonrisa.
No parece muy convencida y me mira con recelo.
—¿Y mi hermano sabe de este... empeño tuyo?
—Por supuesto que no —digo, devanándome los sesos en busca de una
buena razón.
¿Por qué no lo he pensado antes?
De alguna manera, mis neuronas abandonan la conversación cuando se
trata de ella.
—No conoces a Marcello como yo. Puede ser extremadamente
sobreprotector. Estoy seguro de que no te gustaría salir de una prisión
para encontrarte en otra. —Hago una pausa, buscando una reacción en sus
rasgos.
—Continúa.
—Yo también tengo hermanas -tenía- así que puedo entender la lucha,
por eso he decidido ayudarte a familiarizarte con el mundo.
—¿Y qué hay para ti?
—Puede que necesite uno o dos favores en el futuro. —Me mira
escéptica, así que corrijo mis palabras—. Nada demasiado difícil.
Acompáñame a uno o dos eventos —me apresuro a añadir, explicando
que mi posición puede requerir mi asistencia con una cita.
Ella asiente pensativa, no del todo convencida.
—Ya veo. Pero ¿por qué yo?
—¿Por qué no tú? —le respondo, esta vez permitiéndole un poco de
sinceridad. —No me tienes miedo, como ya hemos establecido. Ni
siquiera después de lo que pasó en el Sacre Coeur. La mayoría de la gente
no intentaría derribarme al suelo, como ya has hecho tú. Eso solo me
confirma que eres la persona perfecta para el trabajo.
Al decir estas palabras, siento un nuevo respeto por ella, porque pocas
personas me enfrentarían como ella lo hizo, o incluso se atreverían a
mirarme a los ojos. Solo por eso, ella es la única apta para el trabajo.
—Hay algo que no me estás contando. —Estrecha los ojos y me
encojo de hombros.
—Puedes aceptar o negarte —miento, su negativa está completamente
fuera de discusión. Pero parece que tengo que presionarla más—. Siempre
puedo encontrar a otra persona. Tú, en cambio... —Me detengo.
Como su expresión no cambia, me levanto, dispuesto a marcharme.
—Espera —dice ella, y mis labios se estiran en una lánguida sonrisa—. Si
hacemos esto... —Agita la mano—. Lo haremos a mi manera. Hacemos las
cosas que yo quiero hacer.
—De acuerdo —asiento.
—Bien —responde torpemente, tambaleándose sobre los talones de sus
pies, de repente sin palabras.
Intercambiamos rápidamente los números de teléfono y le digo que estaré
en contacto.
Justo cuando estoy a punto de saltar por la ventana, me toca la espalda.
—Si vamos a ser amigos, puedes llamarme Sisi —añade, sin mirarme a
los ojos.
—Sisi —digo la palabra en voz alta, y una pequeña sonrisa aparece en su
cara—. Te veré pronto, Sisi.
Capítulo 11
Assisi

La cena familiar había sido un asunto interesante, pero me resultaba


difícil concentrarme en lo que se decía a mi alrededor. No cuando lo único
en lo que podía pensar era en Vlad y en su extraña, pero extrañamente
atractiva, oferta.
Su presencia en mi habitación me había cogido por sorpresa, y por un
momento me había dado miedo. Pero no por mucho tiempo. Desde luego,
no después de que abriera la boca. No sé cómo había conseguido
insultarme y divertirme en la misma frase.
Pero había demostrado ser incluso más intrigante de lo que había
pensado en un principio.
Poco a poco fui dejando de temerle, y sentí curiosidad por saber por
qué intentaba llegar a mi habitación tan sigilosamente. Siendo amigo de
Marcello, uno pensaría que usaría la puerta principal, no la ventana.
Ninguna de sus acciones tiene sentido, lo que, en teoría, debería
hacerme más cautelosa. En la práctica, sin embargo, esto solo hace que
me interese más por él.
También es probablemente la razón por la que acepté su oferta en
primer lugar. No es que no me importe vivir un poco, pero su persona
parece intrigarme más que el mundo exterior.
Sin embargo, no soy tonta. Me di cuenta de que había algo que no me
estaba diciendo. No me había creído su endeble excusa de que quería
hacerle un favor a su amigo, o que podría necesitar mi ayuda en el futuro.
E incluso para sus oídos debía sonar demasiado falso.
Aun así, con él ocupando mi mente durante tanto tiempo, había
aprovechado la oportunidad de saber más sobre él. Sobre todo teniendo en
cuenta esa dualidad suya, la forma en que había parecido más bestia que
hombre en el Sacre Coeur, o la forma en que se había sentido demasiado
hombre debajo de mí.
Un rubor envuelve mis rasgos al recordar lo bien que se había sentido o
cómo había parecido avergonzado por la respuesta de su propio cuerpo.
En Internet hay mucha información, y por lo que he leído, él es todo
menos indiferente a mí.
Debería asustarme esta sensación extraña que parece haberse instalado en
mi cuerpo. Pero, aunque siento cierta aprensión, ya que no conozco a Vlad tan
bien, quiero remediarlo.
Golpeo la pantalla de mi teléfono y espero ansiosamente su mensaje, ya
que me había prometido llevarme a algún sitio esta noche.
Mi teléfono zumba, y me apresuro a abrir el mensaje.
Abre la ventana.
Lo hago, mirando hacia el césped donde Vlad me saluda. Frunzo el ceño y
miro a mi alrededor, ya que estoy segura de que Marcello ha aumentado el
número de guardias alrededor de la casa recientemente.
—Baja —vocaliza con la boca, señalando con los dedos hacia el suelo.
—¿Cómo? —le respondo de vuelta, observando cómo saca su teléfono
para enviar un mensaje de texto.
¡Salta! Te atraparé.
Leo el mensaje dos veces, mirando entre mi teléfono y Vlad y
levantando una ceja ante la escandalosa idea.
Al ver el escepticismo escrito en mi cara, me envía otro mensaje.
Prometo atraparte. ¿Confías en mí?
Inclino la cabeza hacia un lado, mirándole por un momento. Tiene una
sonrisa tentadora en la cara, como si me estuviera desafiando a saltar,
dispuesto a burlarse de mí si no lo hago.
Tomando una respiración profunda, me subo la falda y salgo por la
ventana, mi cabeza ya dando vueltas al ver la distancia que hay entre mi
habitación y el suelo.
—Vamos —dice, con los brazos abiertos y las manos señalando hacia
él.
Supongo que es ahora o nunca.
Sin darle demasiadas vueltas, cierro los ojos y quito las manos del
alféizar, lanzándome hacia delante y hacia los brazos de Vlad que me
esperan.
Mi aterrizaje no es lo que esperaba. Fiel a su palabra, los brazos de
Vlad me rodean, encerrándome en su abrazo.
Nuestros rostros están a milímetros de distancia, y cuando miro
fijamente sus ojos negros, todo lo demás se desvanece.
—Uy —susurra, tambaleándose un poco antes de inclinarse hacia
atrás y caer, conmigo encima de él.
—No debería tener la costumbre de caerme encima de ti —susurro, mi
pulso acelerándose al sentir el calor que emana de su cuerpo.
—La próxima vez puedes caer debajo de mí. —Me guiña el ojo, y
tardo un momento en darme cuenta de lo que quiere decir.
—Tú... —Aprieto el puño, dispuesta a borrar la sonrisa de su cara, cuando
oigo un ruido repentino.
Vlad también lo hace, porque sus rasgos cambian inmediatamente, su
expresión juguetona desaparece y es sustituida por una seria.
Me ayuda rápidamente a ponerme en pie, me echa por encima del hombro
y corre en dirección contraria al ruido.
Se detiene frente a un coche y me coloca sobre el capó. Con los brazos
apoyados a ambos lados de mí, me dedica una sonrisa de oreja a oreja.
—Ha estado cerca —digo, casi sin aliento—. Espero no tener que saltar
por la ventana cada vez que nos veamos.
—¿Y perderte la diversión de caer en mis brazos? ¿Por qué no? —
responde, divertido.
Sacudo la cabeza, empujando su hombro y bajando de un salto.
Me abre la puerta, invitándome a entrar.
—Me sorprende que tengas modales. —Observo con sorna mientras se
pone al volante y se abrocha el cinturón de seguridad.
Con la cabeza inclinada hacia un lado, me lanza una mirada peligrosa.
—En el momento en que olvide mis modales —empieza, con un tono
sombrío—, sales corriendo.
Parpadeo dos veces, sorprendida por el rápido cambio en su disposición.
—¿Es eso lo que pasó en el Sacre Coeur? —pregunto, curiosa.
Frunce los labios y por un momento no parece dispuesto a responder a mi
pregunta. Pero luego veo un asentimiento casi imperceptible.
—Si eso vuelve a ocurrir, tienes que huir lo más lejos posible de mí —
acaba diciendo, y se me escapa una risita. Pero veo que no comparte mi
opinión, y sus rasgos siguen siendo graves.
No está bromeando.
Me pongo seria de inmediato, y un millón de preguntas pasan por mi
cabeza.
—¿Estás... enfermo? —me animo a preguntar.
Se le escapa una risa seca, con los ojos todavía centrados en la
carretera.
—¿Enfermo...? Ojalá. Al menos una enfermedad tiene una causa... y
una cura. Lo que yo tengo no tiene ninguna de las dos.
—No entiendo —respondo, frunciendo el ceño ante sus crípticas
palabras.
—No es para que lo entiendas, Sisi. La mayoría de los días tampoco
me entiendo a mí mismo. —Sonríe con pesar—. Pero he tenido suficiente
tiempo para hacerme a la idea de que quizás nunca esté bien.
—¿Desde cuándo tienes esta... condición?
—Condición... Es una forma interesante de decirlo. Quién sabe, tal
vez siempre la he tenido. No recuerdo una época en la que fuera diferente.
Simplemente empeoró progresivamente con los años.
—¿Duele?
Me dedica una mirada.
—A mí no —afirma, y recuerdo la forma en que sus ojos se habían
vidriado, cómo sus manos habían estado listas para acabar con mi vida.
Excepto que no lo hizo.
—Ibas a matarme, ¿verdad? —insisto, viendo esto como una
oportunidad para aprender más sobre él.
—Pero no lo hice —responde ambiguamente.
—¿Por qué?
No responde por un momento. Se vuelve lentamente hacia mí, con los
ojos claros y la mirada perspicaz.
—Eso es lo que estoy intentando averiguar.
No hablamos durante mucho tiempo. Intento asimilar lo que acaba de
decirme y un escalofrío me envuelve el cuerpo.
¿No es eso lo que te cautivó en primer lugar? El puro salvajismo que se
esconde detrás de su traje caro.
Si soy sincera conmigo misma, eso es exactamente lo que me había
atraído de él. El hecho de que es a la vez hombre y bestia; humano, pero no
del todo humano. Hay algo en su interior que podría aplastarme en un
segundo.
Cuando le miro a hurtadillas, me sorprende una vez más la forma en que
se enroscan sus músculos, como si tratara de evitar que se rompa en cualquier
momento. Incluso cuando su actitud juguetona es óptima, sigue habiendo una
tensión que irradia de él.
También es cada vez más claro que estoy buscando el peligro al estar con
él. Sin embargo, ¿por qué no puedo encontrar en mí la forma de
preocuparme?
Tal vez porque veo en él lo que me he esforzado por superar en mí misma.
Una violencia que pide ser liberada, una sangre que exige ser derramada.
Estoy en un punto en el que tengo que preguntarme si soy lo que soy
porque he sido obligada a ello, al ser llamada malvada toda mi vida. O
simplemente siempre he sido así, y algunas personas se han dado cuenta
astutamente antes de que mi maldad se manifestara.
Me pregunto... ¿qué diría si supiera que soy una asesina?
De alguna manera, creo que ni siquiera pestañearía.
—¿Has matado alguna vez a alguien? —pregunto, con los ojos
puestos en su perfil. Cuanto más le miro a la cara, más absorta me
encuentro en sus micro expresiones, tanto las ensayadas como las
espontáneas.
Su labio se levanta divertido y se ríe.
—¿Alguien? Define alguien.
—¿Una persona? ¿Dos? —Si está en la mafia como mi hermano,
entonces podría haber cometido crímenes.
Casi me río para mis adentros al darme cuenta de que no hace mucho
estaba adorando a Dios en su misma casa, y ahora estoy aceptando todo
tipo de crímenes.
—¿Una? —Se vuelve hacia mí, con una expresión de incredulidad—.
Sisi, me has herido. —Finge una expresión de dolor.
—Entonces, ¿cuántas?
—¿Seguro que quieres saberlo? Podrías salir corriendo —dice, pero
yo insisto, pensando que no puede ser tan grave.
—Dímelo.
—No puedo decir que lo haya contado. —Se gira ligeramente hacia
mí, como si esperara ver mi reacción—. Pero deben ser unos miles. —Se
encoge de hombros.
Me quedo mirándolo fijamente. Con la boca abierta. Simplemente me
quedo mirándolo fijamente, esperando que diga que es una broma.
Cuando ve que no reacciono, para el coche.
Se gira completamente hacia mí, y sus labios se dibujan en una línea
apretada.
—No trates de excusarme, ni de convertirme en algo que no soy, Sisi
—dice, y sus dedos pasan por debajo de mi barbilla, empujándola hacia
arriba y obligándome a mirarle fijamente a los ojos—. Es mejor que entremos
en esto con cierto grado de transparencia. Soy un asesino a sangre fría. No
necesito una razón para matar. Simplemente lo hago. Así que la próxima vez
que me veas furioso, corre. Porque no puedo prometer que no serás la
siguiente.
—Estás tratando de asustarme —susurro, mi labio superior temblando.
—¿Funciona?
Sacudo la cabeza. No sé por qué. La parte racional de mí sabe que debería
estar asustada. Debería haberme asustado en el momento en que me tuvo
agarrada por el cuello, con los pies en el aire, con sus ojos sin emoción
mientras me miraba. Podría haberme roto el cuello fácilmente.
—Debería. —Se acerca, y siento su aliento como si fuera el mío. Mi pulso
se acelera, mis ojos bajan de sus ojos a sus labios—. Debería asustarte, Sisi.
Debería aterrorizarte, mierda —ruge, pero no estoy prestando atención a sus
palabras. Solo puedo ver cómo se mueven sus labios, su lengua saliendo a
hurtadillas para mojar el labio inferior, sus dientes blancos y rectos, el sueño
de la otra noche haciéndome apretar los muslos con incomodidad al recordar
su doloroso mordisco en mi piel.
—¿Cómo... me matarías? —Levanto la mirada hacia la suya, tragando con
fuerza al ver exactamente lo que quiere que vea: un asesino sin emociones.
—¿Por qué? —Su voz es gruesa, su mirada inquebrantable.
—Cuéntame —le insisto, con un deseo enfermizo formándose en mi
interior.
Demasiado tiempo en el cementerio debe de haberme adormecido el
cerebro.
Su mano se acerca a mi cara y me quita el flequillo de la frente.
—Me gusta bañarme en vísceras humanas —dice con cara seria—.
Cuanto más sangriento, mejor. Pero por ti, haría una excepción —comenta, y
yo frunzo el ceño. Sus dedos acarician mi marca de nacimiento antes de
bajar por mi mejilla y mi cuello—. No pondría ni una sola marca en tu
cuerpo.
Confundida, estoy a punto de abrir la boca y preguntarle qué quiere
decir. Pero justo cuando mis labios se separan para hacer una pregunta, un
dedo me silencia, y su boca roza mi oreja.
—Inyección letal. Estarías muerta en minutos. Luego embalsamaría tu
cuerpo y te guardaría solo para mis ojos. —El zumbido grave de su voz
hace que los pelos de mi cuerpo se ericen.
Está hablando de matarme y quedarse con mi cadáver, y lo único que
siento es un intenso cosquilleo en la barriga.
—¿Y qué harías con mi cuerpo? —pregunto con un tono jadeante.
La comisura de su boca se levanta, pero no responde. En su lugar,
responde con una pregunta propia.
—¿Qué haría yo, en efecto? Dime, Sisi, ¿qué crees que haría?
No puedo responder, aunque en el fondo lo sé. Solo puedo mirar
fijamente esos ojos perversos, embriagada por la depravación que veo en
ellos.
Nunca estuve destinada a ser una monja.
No cuando me excito pensando que este hombre peligroso me
mataría... y me mantendría.
—¿Todavía no tienes miedo? —pregunta, con las cejas levantadas de
forma expectante.
Sacudo la cabeza, el más breve movimiento mientras una sonrisa se
extiende en su rostro.
—Me sorprendes, chica del infierno —susurra—. Casi parece que lo
dices en serio.
—¿Chica del infierno?
—Lo único santo en ti, Sisi, es tu nombre. El resto... —dice, y sus ojos
se dirigen a mi pecho.
Se me corta la respiración ante su mirada. Tengo el repentino deseo de
coger su mano y apretarla contra mi piel.
—Eres malvado —consigo decir en voz alta.
—Qué bien que lo creas —dice, cogiendo mi mano y separando mis
dedos. Baja sus labios hasta las puntas, el calor de su boca produciéndome un
escalofrío en el cuerpo—. Hazme saber cuando tengas miedo.
—¿Por qué?
—El miedo sabe mejor —ronronea y me dedica una sonrisa pícara, con
los dientes brillando, y tengo un repentino recuerdo de mi sueño, y de sus
dientes manchados de sangre.

Vlad aparca el coche y se acerca para abrirme la puerta. Colocando mi


mano en la suya, dejo que me guíe por las calles poco iluminadas, los ruidos
de la ciudad contribuyendo a crear una atmósfera bulliciosa.
Incluso ahora, de noche, la gente camina por las calles, disfrutando de la
libertad de perderse entre la multitud.
—Vaya —exhalo al ver las luces intermitentes.
—Supongo que esto es más allá de tu toque de queda habitual —bromea
mientras caminamos por la calle, simplemente disfrutando del aire nocturno.
—Oh, sí —concuerdo fácilmente—. Pero nunca me había importado.
Cuando trabajas desde el amanecer hasta el atardecer, lo único que quieres es
meterte en la cama y dormir.
Frunce el ceño y se gira ligeramente hacia mí.
—No sabía que las monjas trabajasen tanto —dice, cogiendo mi mano
y enlazándola por su codo.
—Una en particular lo hacía —murmuro en voz baja, ya que estoy
bastante segura de que era la única que tenía que trabajar casi el doble de
horas.
Él levanta una ceja, pero yo me encojo de hombros.
—No creo que el Sacre Coeur sea conocido por sus condiciones de
trabajo justas —añado brevemente, antes de comentar—: me sorprende
que no tengas guardias contigo. —Todo ello en un intento de desviar el
foco de atención de mí.
Lo último que necesito es que alguien se compadezca de mí por todo
lo que ha pasado allí. Ya pasó y no es como si pudiera cambiar el pasado.
Y desde luego, nunca querría que me vieran como una víctima.
—¿Por qué iba a necesitar guardias?
—Mi hermano requiere que Lina tenga al menos cinco guardias con
ella en todo momento. Supuse que, con ustedes… —Miro a mi alrededor
antes de inclinarme para susurrar—. Estando en este negocio de la mafia
no sería seguro andar por ahí sin vigilancia.
—Y, sin embargo, aquí estás —sonríe—, paseando conmigo sin
vigilancia.
—Es diferente —digo antes de poder pensarlo.
—¿Diferente cómo? —Inclina la cabeza hacia un lado, esperando mi
respuesta.
Me haces sentir segura.
Pero no lo digo.
—Has dicho que eres un asesino a sangre fría —respondo con media
sonrisa—. Estoy dispuesta a apostar que la gente rara vez se cruza contigo...
—Levanto la vista y me encuentro con que me mira divertido, con la
comisura de la boca curvada.
—Tienes razón. La gente sería tonta si me atacara —concuerda—. Pero, a
diferencia del resto de la… —Emula mis acciones, inclinándose para
susurrarme al oído “chusma” antes de enderezar su espalda de nuevo—.
Tengo cierta reputación que mantiene a la gente alejada de mí.
—¿En serio? —pregunto, aunque lo que en realidad quiero decir es
cuéntame más.
—Tengo un guardia que uso a veces para mantener las apariencias,
aunque si estás al tanto… —Sonríe, desabrochando la manga de su camisa
para mostrarme su muñeca, y el diseño que tiene grabado en su piel.
Sorprendida, me inclino hacia él y mis dedos trazan la tinta. En el centro
hay un cráneo humano empalado en una cruz. Solo hay un ojo en la cuenca,
bien abierto y mirándome. Una balanza de la justicia está equilibrada a cada
lado de la cruz, un lado blanco, el otro negro.
Sus músculos se tensan cuando las puntas de mis dedos se mueven
lentamente sobre la superficie, y al levantar la vista me encuentro con que él
también me estudia, con el ceño fruncido.
—¿Qué significa?
—Retribución —dice secamente—. Ojo por ojo.
—¿Cómo funciona eso? —pregunto, curiosa.
—Acción y reacción. —Cubre mi mano con la suya—. En este mundo,
ninguna mala acción queda impune.
—¿Y la gente reconoce el tatuaje? —Asiente con la cabeza, tirando de
mi mano hacia el pliegue de su codo una vez más.
—La gente difunde historias. Es fácil distorsionar la verdad cuando tu
nombre está en boca de todos. Ciertamente, me he ganado mi reputación.
Pero hay algunas cosas que incluso a mí me resultan desagradables. —
Frunce el ceño en señal de disgusto.
—¿De verdad? ¿Cómo qué? —Mi voz sale un poco entrecortada, y
soy incapaz de evitar la emoción en mi voz.
Vlad se presenta como una persona más grande que la vida, y su
enigmática personalidad solo hace que quiera saber más sobre él.
Una sonrisa se dibuja en sus labios.
—Hay un rumor de que colecciono los órganos de mis víctimas, y que
tengo una colección de ellos escondida en mi sótano.
—Déjame adivinar, ¿no es cierto?
—No exactamente. Necesitaría un montón de formol. Puede que haya
guardado algo, en alguna ocasión, pero solo con fines científicos —dice,
con cara de estar rememorando un grato recuerdo.
—¿Qué más?
—Hmm. —Mira pensativo—. Hay un rumor de que solo como carne
humana.
—¿Lo haces? —chillo, la respuesta es inesperada.
—No soy particular a ello, no. Pero no puedo decir que no lo haya
probado antes.
—Vaya —exhalo, asombrada—. Así que estás diciendo que, por muy
locos que sean los rumores, todavía hay algo de verdad en ellos.
—¿No es esa la naturaleza de los rumores? Siempre hay algo de
verdad, pero nunca se sabe cuánto.
—Ya veo. —Asiento pensativa.
—¿Ya te has asustado? —Su aliento me abanica la cara mientras me
susurra al oído.
—No. —Me vuelvo hacia él, tan cerca que casi puedo tocarlo—. Pero
toda esta charla sobre carne humana me ha dado hambre. Ahora, a menos que
pienses invitarme a cenar, te sugiero que me lleves a algún sitio a comer —
digo en voz baja, observando cómo se dilatan sus pupilas y sus labios se
estiran hacia arriba.
—No podemos tenerte hambrienta, ¿verdad? —dice, divertido,
guiándome por un animado bulevar—. ¿Alguna preferencia? —pregunta
cuando aparecen restaurantes a ambos lados de la calle.
Como no estoy muy familiarizada con la comida de los restaurantes, dejo
que él decida por mí. Se decide por una hamburguesería y me dice que es algo
que debo probar. Entramos y, como todo me suena tan bien, dejo que pida
también por mí.
—Oh, Dios —digo, con la boca llena, cuando por fin me sumerjo. Esta
hamburguesa es jodidamente divina—. Gran elección —añado, cerrando los
ojos y disfrutando del sabor.
Hay mucha carne y el sabor estalla en mi lengua. Ni siquiera me doy
cuenta de que se me escapa un gemido.
Mis ojos se abren de par en par y rápidamente miro a mi alrededor,
avergonzada.
—Nadie lo ha oído. —La mano de Vlad se acerca a mi boca, limpiando
un poco de salsa—. Excepto yo —dice, dedicándome una sonrisa traviesa.
—Es demasiado bueno —le contesto, apartando su mano.
—Estoy de acuerdo. —Se lleva el dedo a la boca, sacando la lengua y
probando la salsa. Su mirada en la mía, me siento hipnotizada ante el gesto.
Tan perdida estoy en sus ojos negros, que me sobresalto cuando suelto
un hipo.
Mi mano vuela hacia mi boca, y mi vergüenza aumenta. Al ver que el
hipo no cesa, Vlad me acerca un vaso de agua. Lo cojo y me lo trago de
un tirón.
—Despacio —me dice con una sonrisa lánguida.
Sus ojos son agudos cuando su mirada pasa de mí al resto del
restaurante, y por primera vez me doy cuenta de que nos ha sentado en la
parte de atrás, a la vista de la entrada.
Su sonrisa no decae, mientras se gira hacia mí, con una voz grave y
baja.
—A mi señal, te pones detrás de la mesa.
Le miro fijamente, con curiosidad, pero asiento con la cabeza.
Un hombre camina hacia el fondo y Vlad se orienta lentamente hacia
la derecha, estirando sus largas piernas por el pasillo para bloquear el paso
del hombre.
Todo sucede a cámara lenta, pero cuando veo un destello de acero en
los pantalones del hombre, Vlad me da un golpecito, empujando
rápidamente la mesa hacia abajo. Me doy cuenta de que es mi señal, así
que me agacho, escondiéndome detrás de la mesa.
Por el rabillo del ojo, veo a Vlad dar una patada a la pierna del
hombre, haciéndole tropezar. El hombre intenta forcejear, pero Vlad es
demasiado rápido y su mano agarra la pistola, sacándola de los pantalones
del hombre y lanzándomela.
—Por si acaso. —Me guiña un ojo y utiliza el dorso de la palma de la
mano para golpear la mandíbula del hombre hasta que se retuerce de dolor
en el suelo.
Hay más ruido en la parte delantera de la tienda, y cuando me giro para
ver qué pasa, los demás clientes salen corriendo del restaurante. Todos menos
cuatro hombres. Se levantan de sus asientos, apuntando con sus armas a Vlad.
—Petrovic —habla un hombre—. Sabemos que lo tienes, y lo
necesitamos de vuelta. —Sus palabras son forzadas, su acento extranjero.
—Bueno, vengan por él —dice Vlad, abriendo los brazos en señal de
invitación.
Me vuelvo hacia él, estupefacta de que haya hecho algo así, sobre todo
porque está en campo abierto con hombres apuntándole con sus armas,
directamente.
Temiendo repentinamente por su vida, cierro la mano sobre el arma,
sintiendo el frío metal bajo mi palma. Un escalofrío de excitación me recorre
mientras la examino.
—El seguro está quitado —la voz de Vlad suena en mi oído—. Solo
aprieta el gatillo. Pero no hacia mí, por favor. —Tiene el descaro de bromear,
incluso ahora que los hombres se acercan a él.
Mi boca se abre como una advertencia cuando veo movimiento, uno
apuntando a Vlad con su arma. Pero él no se preocupa lo más mínimo.
En su lugar, coge una bandeja de plata de una mesa cercana y la levanta,
la bala conecta con el metal y lo abolla en su intento de romper el material.
¿Qué?
Vuelven a volar más balas, y observo con asombro cómo Vlad utiliza la
bandeja como escudo, frustrando todos sus disparos.
Una breve pausa y veo que intentan recargar sus armas. Es suficiente para
que Vlad se deshaga del escudo y lo utilice como disco arrojadizo para
apuntar a la garganta de uno de ellos. Se mueve más rápido que nadie que
haya visto mientras patea una mesa, rompiendo las patas y haciéndolas volar
hacia los hombres.
Es una cacofonía de sonidos mientras siguen disparando más veces, y
Vlad se defiende con nada más que sus manos desnudas y cualquier cosa que
encuentre por ahí.
Apretando el arma, levanto ligeramente la cabeza, buscando al
hombre más cercano. Levantando el cañón, rezo para que mi puntería no
sea mala y aprieto el gatillo. Mi disparo le da en las tripas, su mano se
dirige al estómago y se aferra a la herida abierta.
Mientras mi esfuerzo por ayudar resulta exitoso, ahora los demás fijan
sus miradas en mí, cambiando el enfoque de Vlad a mi escondite.
Vlad emite un sonido de “tsk” casi aburrido, antes de agarrarme de la
mano y ponerme en pie sin esfuerzo y en sus brazos.
—Sedienta de sangre. —Sonríe—. Me gusta —comenta antes de
hacerme girar, con su frente ajustada a mi espalda, su brazo abrazando el
mío mientras acaricia la mano que sostiene la pistola, colocando
firmemente su dedo sobre el mío.
Un giro y aprieta el gatillo, dando al blanco en la cara. Otro giro y
evita una bala, inclinándose hacia atrás para disparar a otro hombre.
Tres muertos, dos más.
Los otros, viendo que sus armas son inútiles, las abandonan en favor
de sus puños.
—Agárrate fuerte —me susurra al oído mientras un hombre nos
aborda. Colocando su mano bajo mi trasero, me levanta, apuntando con
mis piernas abiertas al hombre que tenemos delante.
—Patada —dice, y yo solo puedo obedecer, empujando mis pies en la
cara del hombre hasta que se tambalea hacia atrás. Un empujón más y
queda fuera, su cabeza chocando con el borde de una mesa.
Vlad me hace girar, con una mano alrededor de mi cintura y la otra
cogiendo un cuchillo de una mesa cercana. Sin esfuerzo, lo balancea hacia
delante y se incrusta en el ojo del último hombre.
Mientras el hombre se retuerce de dolor y se lleva la mano al ojo
herido, la sangre empieza a correr por su cara. Al soltarme, Vlad coge otro
cuchillo y lo clava en el cuello del hombre, abriendo la carne y observando
cómo fluye más sangre de su cuerpo.
El labio superior de Vlad se contrae y sus pupilas se dilatan mientras sus
ojos se concentran en la sangre. Está en trance mientras lleva la mano a la
garganta del hombre, cubriendo la palma de su mano con sangre y mirándola
con reverencia.
Al sentir el cambio en él y recordar el incidente en el Sacre Coeur, me
muevo rápidamente. Le agarro del brazo y le doy la vuelta, enmarcando su
cara con mis manos para que me mire a los ojos.
Observo la palidez de su rostro y cómo sus ojos negros parecen un pozo
de alquitrán. Parpadea dos veces, mirándome fijamente sin ningún indicio de
reconocimiento en su mirada.
¿Llego demasiado tarde?
Ni siquiera tengo miedo mientras sigo suplicándole con la mirada. Incluso
sabiendo de lo que es capaz, no tengo ningún deseo de huir, ni de
esconderme.
—Vuelve —susurro—. Vuelve a mí.
Inclina la cabeza hacia un lado, estudiándome como un depredador, con
las orejas aguzadas al oír mis palabras. Pero no parece entenderme ni darse
cuenta de lo que ocurre a su alrededor.
Incapaz de quitármelo de encima, hago lo único que se me ocurre.
Me levanto sobre las puntas de los pies y al mismo tiempo acerco su
cara a la mía. Sin dejar de sujetar sus mejillas, frunzo los labios y los
aprieto contra los suyos.
Él no reacciona.
Sin inmutarme, aplico más presión, empujando hacia él hasta que mis
labios están al ras de los suyos. Su boca es suave, un contraste con su
dureza, sobre todo ahora que parece entrar en el territorio de la rabia
asesina.
Conteniendo la respiración, mantengo mis labios sobre los suyos todo
el tiempo que puedo antes de darme cuenta de que me he quedado sin
oxígeno. Al llenar mis pulmones de aire, mi boca se abre ligeramente
sobre la suya y, por primera vez, obtengo una reacción.
Su labio superior tiembla débilmente, pero responde a mi beso,
rozando ligeramente su boca con la mía.
Es surrealista cuando abro los ojos y noto los cambios en su
comportamiento. La vida vuelve a fluir en su rostro, el color infunde sus
mejillas, que inmediatamente se vuelven rojas.
De la nada, sus manos me agarran por los hombros y me apartan de él,
con las cejas fruncidas.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, con voz áspera.
—¿Intentando ayudarte? —Le doy una sonrisa tímida que él devuelve,
incluso en su estado de shock.
—Ahh, el beso de la vida —ronronea, volviendo a ser el de siempre—
. Por mucho que quiera más, deberíamos salir antes de que llegue la
policía —señala justo cuando oímos las sirenas en la distancia.
—Lo has hecho bien, chica del infierno —elogia una vez que
entramos en el coche—. Lo has hecho muy bien de hecho.
Me acicalo ante sus palabras, ocultando una sonrisa de satisfacción.
—Dijiste que la gente no te atacaría —añado, inusualmente serena
teniendo en cuenta que nos acaban de disparar y que Vlad probablemente
haya matado a algunos de los hombres.
—Eran tontos. —Se ríe—. Pero no puedo decir que no haya disfrutado del
ejercicio. —Se estira en su asiento y mis ojos se posan en sus bíceps.
Desde la primera vez que lo vi, Vlad solo vestía un traje negro de
negocios. Ahora que se ha quitado la chaqueta, puedo ver mejor sus abultados
músculos, y me recuerdo la facilidad con la que había despachado a esos
hombres. Incluso conmigo a su lado, se paseó sin esfuerzo, todo más como un
juego que como lo que realmente era: una situación de vida o muerte.
No es la primera vez que me digo a mí misma que debería sentirme de
otra manera con esto... con él.
Hay tanta violencia y brutalidad bajo su pulida fachada, todo ello
esperando a ser desatado. Sin embargo, no puedo evitarlo. Como una polilla a
la llama, esa volatilidad suya solo me atrae, haciéndome querer saber todo
sobre él.
Si antes mi lugar en el infierno estaba asegurado, con Vlad a mi lado se
personalizará en un verdadero infierno.
—¿Qué habría pasado si... si hubieras perdido tus modales? —pregunto,
utilizando el eufemismo que había sugerido.
Frunce los labios, con los ojos puestos en la carretera mientras se adentra
en la noche.
—Habría destrozado a todo el mundo —afirma sin rodeos.
Me quedo en silencio por un momento.
—¿Incluida yo?
Me dedica una mirada, con una expresión cerrada, pero con una pizca
de curiosidad cuando me mira.
—No lo sé —admite—. Nadie ha escapado con sus vidas intactas cuando
yo he... ahm, perdido mis modales —dice medio divertido.
—Yo lo hice. Dos veces —observo.
—Lo hiciste. —Estrecha sus ojos hacia mí—. Y estoy deseando
descubrir por qué.
—Quizá fue mi beso mágico —bromeo, riendo.
—Entonces quizá deberías volver a hacerlo —me dice moviendo las
cejas, y yo le doy un codazo en el brazo.
—¿Así es como me agradeces que te haya ayudado? ¿Aprovechando
mi amabilidad?
—¿Es eso lo que era eso de antes? —pregunta, y su voz profunda me
hace temblar—. ¿Solo amabilidad?
Puesta en un aprieto, vuelvo la mirada a la carretera, incapaz de pensar
en una respuesta apropiada.
Porque no había sido solo amabilidad. Había sido mucho más.
Capítulo 12
Vlad

Espero a que me responda, deseando, no, necesitando que me diga que no


era solo amabilidad.
Imagina mi sorpresa cuando vuelvo en mí, solo para sentir unos suaves
labios apretados contra los míos y el embriagador aroma de su cuerpo
invadiendo mis fosas nasales.
Nunca había sucedido antes. Nunca había salido de uno de mis episodios
como hoy, y todo gracias a ella.
La miro a hurtadillas y, por milésima vez, me pregunto qué es lo que
tiene. Solo he estado cerca de ella durante unas horas, y ya me siento más en
paz que en años.
Tal vez sea porque Vanya no está cerca, invadiendo mi espacio y
haciéndome responsable de todo lo que sucede a mi alrededor. Por primera
vez, solo estoy yo.
Y ella.
Mierda, y ese beso que no fue realmente un beso sino más bien un
picoteo... Incluso ahora, pensando en ello, solo quiero cerrar los ojos e
incrustarlo en mi memoria.
Ella no se da cuenta de que estar así de cerca de ella ha sido lo más
cerca que he estado de otro ser humano desde... siempre. Es atrevida y
abierta con su tacto, y a veces su mano alcanza la mía sin que se dé
cuenta.
Me sorprende.
Me deleita.
Creo que nunca había sentido la ausencia de tacto hasta que ella
decidió pavonearse en mi vida y ponerla patas arriba. ¿Qué puede hacer
un hombre cuando de repente se encuentra con todas las cosas que nunca
ha tenido, todas al alcance de la mano?
Tomar. Tomar y tomar egoístamente.
Pero lo más extraño es su fácil aceptación de mí. No se escandalizó, ni
se asustó, cuando tantos antes de ella me han rechazado y condenado al
ostracismo, siendo el miedo el último impulso para sus acciones.
No en su caso.
Me he acostumbrado tanto a que los demás me tengan miedo que
tengo que preguntarle continuamente si ya está asustada, preocupado de
que pueda llegar un momento en el que yo sea demasiado para ella y
simplemente... desaparezca.
No, eso está fuera de discusión.
La mantendré a mi lado aunque tenga que luchar contra ella, o contra
Marcello y todo un ejército. Ya lo había decidido cuando estuve en su
habitación, pero esta noche ha consolidado mi decisión.
Además, si ella está ahí para detener mi mente ausente, también está
ayudando a otras personas, ya que no mataré a tantas. Tal y como yo lo
veo, es una situación en la que todos ganan.
Satisfecho con mi línea de pensamiento, una sonrisa se dibuja en mis
labios.
—¿Por qué sonríes? —me pregunta con cara de desconfianza, con los
brazos cruzados sobre el pecho... Mis ojos ya siguen otro camino y tengo
que sacudirme para centrarme en la carretera.
—¿Yo? —Finjo inocencia, pero al ver su mohín, esos labios carnosos
reclamando toda mi atención, no puedo evitarlo—. Cuando pierda mis
modales la próxima vez, ¿me besarás de nuevo?
Sus ojos se abren de par en par y parpadea rápidamente, mirándome como
si no me hubiera oído.
—Si debo hacerlo —murmura, un poco demasiado bajo, pero es todo el
incentivo que necesito para detener el coche.
—¿Qué...? —Se calla cuando me ve abrir un pequeño compartimento,
coger un juego de cuchillos y probar cada hoja antes de decidirme por una.
Justo cuando estoy a punto de cortarme el brazo, me detiene, y su mano cubre
la mía mientras intenta arrebatarme el cuchillo.
—Estás loco —murmura, apartando con fuerza mis dedos del cuchillo—.
¿Por qué te harías eso?
—Para que puedas volver a besarme —respondo con sinceridad.
Ella me mira con curiosidad, mientras saca todos los objetos afilados de
mi proximidad y los vuelve a meter en el compartimento.
—¿Tanto te ha gustado? —pregunta, bajando la mirada mientras un rubor
envuelve sus mejillas.
—Estuvo bien. —Me encojo de hombros.
Sus ojos se centran inmediatamente en mí y, por alguna razón, sé que he
dicho algo malo.
—¿Bien? —pregunta, con las cejas alzadas—. Bien —repite entumecida.
Asiento con la cabeza. ¿Tal vez no ha sido agradable para ella? No lo
había pensado. ¿Y si lo había hecho en el momento y luego se había
arrepentido? ¿Y si no le gustaba? Sé que no soy tan feo. Bianca me decía
que podría conseguirlo si no fuera tan psicópata. No sé exactamente a qué
se refería, pero supongo que me estaba haciendo un cumplido.
—¿Solo bien? —pregunta incrédula, enfatizando la palabra “bien”
como si tuviera una connotación negativa.
Ahh, ya veo.
Debo haber ofendido su sensibilidad femenina.
—Bueno —empiezo, y por primera vez me encuentro un poco
inseguro—. No tengo nada con lo que compararlo, pero sé que los besos
implican un poco... más. —Le dedico una de mis encantadoras sonrisas—.
Podemos intentarlo mejor la próxima vez —la tranquilizo rápidamente.
Puede que no tenga experiencia directa, pero he presenciado
suficientes besos para saber que implican algo más que el simple roce de
los labios.
Por un momento no habla. Se limita a mirarme con los ojos muy
abiertos y temo haber dicho algo malo. Otra vez.
—¿Nunca has besado a nadie antes? —pregunta, confundida.
Inclino la cabeza hacia un lado, estudiándola. Como esto es territorio
desconocido, no quiero decir algo que la ofenda o que haga que no quiera
volver a besarme. La sensación de sus labios sobre los míos no se parece a
nada anterior y me gustaría recrearla. Solo para asegurarme de que no fue
mi percepción errónea en ese momento.
La ciencia. Sí, es solo ciencia.
—¿Es eso malo? —hablo despacio. Nunca en mi vida había sentido
tanta incertidumbre sobre algo, y es como si todo mi ser dependiera de sus
próximas palabras.
Ella se da cuenta de mi perplejidad, así que responde inmediatamente.
—No, en absoluto. Solo me sorprende. —Sus labios se extienden
ampliamente por su cara en una sonrisa cegadora.
Yo sigo mirándola fijamente, y mi boca emula la suya mientras le
devuelvo la sonrisa.
Sus ojos se suavizan al mirarme y toca su mano con la mía.
—Ya que estamos en el mismo barco, ¿por qué no me enseñas a qué te
refieres con más? —dice, con un rubor que tiñe sus mejillas.
La miro con asombro, sobre todo porque no puedo creer que esté
dispuesta a hacerlo de nuevo. Aunque no quería creerlo, en el fondo estaba
seguro de que el primer beso había sido una casualidad, y que ella no había
tenido realmente la intención de hacerlo.
Porque ¿quién querría besarme a mí?
A lo largo de los años, puede que haya dejado que mi mente se pregunte
brevemente cómo sería estar con alguien, sobre todo por mi curiosidad
intrínseca. Pero incluso entonces había sido más que consciente de que tenía
demasiadas cosas en contra para acercarme a otro ser humano, entre ellas una
hermana fantasma, una reputación no muy agradable y la falta de autocontrol.
Por no mencionar el hecho de que no creo haber encontrado nunca a nadie
atractivo.
Y, sin embargo, esta mujer que tengo delante parece anularlo todo.
Me mira por debajo de las pestañas y noto una repentina timidez en su
comportamiento. Como no soy de los que pierden una oportunidad cuando se
presenta, actúo rápidamente.
Me inclino hacia ella, le desabrocho el cinturón de seguridad y la agarro
por la cintura mientras la deslizo hacia mí.
Me observa atentamente, sus piernas colocándose a ambos lados de mi
asiento mientras se sienta a horcajadas sobre mí. Se estabiliza ante el
repentino movimiento y extiende las palmas de las manos por todo mi pecho,
cuyo calor atraviesa el material de mi camisa y llega hasta mi piel.
Sus ojos se abren de par en par mientras estudia mi rostro, y una de
sus manos sube para acariciar mi mejilla.
—Eres peligroso —susurra, y sus dedos dejan un rastro de fuego a su
paso hasta que se posan en mi boca.
Separo los labios y succiono las puntas de sus dedos.
—¿Ya tienes miedo? —le pregunto, y sus ojos se vuelven divertidos.
Niega con la cabeza.
—No, todavía no.
La acerco más, su pecho se acerca al mío, y mis manos suben por su
cintura hasta rodear su caja torácica.
Las ganas de llegar aún más lejos me enloquecen, pero no quiero
apresurarla. Todavía no.
—¿Y ahora qué? —susurra mirándome a los ojos. Estamos tan cerca
que nuestras respiraciones se mezclan, y puedo sentir su calor en mi piel.
—Ahora —digo, bajando la cabeza y rozando mis labios con los
suyos. Al igual que antes, ella frunce los suyos, manteniéndose quieta ante
el contacto—. Relájate —digo contra su boca, y mi lengua se cuela para
separar sus labios. Se pone rígida y noto que frunce el ceño en señal de
confusión, pero no se aparta.
—Déjame entrar —susurro, acercando una mano a su cara y
ahuecando su mejilla.
Suave.
Nunca me había dado cuenta de lo suave que es la piel de una mujer. Y,
como un niño curioso, sigo rodeando su cara con el pulgar. Debe de gustarle,
porque se deshace en mis brazos, separa ligeramente los labios y suspira
profundamente.
Aprovecho y acomodo mi boca a la suya, dejando que mi lengua indague
en su interior.
Esto es... la teoría contra la práctica.
Duda al acercar su lengua a la mía, y se le escapa un gemido al contacto.
Me trago el sonido, abriendo más la boca y devorándola.
Sisi comienza a corresponder el beso y pronto nuestras bocas se enredan
en una lenta danza, un dar y tomar que tienta los sentidos.
La sensación de su suave boca abriéndose bajo la mía, la intensidad de su
beso mientras iguala mi ritmo me vuelven loco mientras la acerco aún más a
mí.
Cristo, pero ella no solo me convertiría en un creyente. Me convertiría en
un discípulo que la adoraría como mi religión.
Me rodea el cuello con los brazos, ofreciéndome voluntariamente su
abrazo mientras se mece lentamente contra mí. Me siento mareado al ceder a
esta maravillosa tentación, toda la sangre bajando a mi miembro.
Soy un hombre muerto.
Sé que ella también lo siente, porque sube y baja por mi miembro erecto,
y el movimiento le sale tan natural.
Sería tan fácil... bajar mi cremallera y apartar sus bragas. Me deslizaría
dentro de su acogedor calor y...
Grito contra sus labios.
¡Mierda! Nunca en mi vida había estado tan excitado, y eso está
haciendo cosas en mi cerebro. La capacidad de pensar racionalmente me
abandona por completo y por un momento me pregunto si el daño será
permanente.
Nuestras bocas se devoran vorazmente en este punto, la exploración
tentativa de antes ha desaparecido y ha sido sustituida por un puro
abandono salvaje.
Sisi está tan descerebrada como yo, sus manos me arañan la espalda
mientras intenta acercarme aún más a ella. Su sexo está ajustado justo
encima de mi miembro mientras se mueve, sus labios rozándome a través
de mis pantalones.
Ah, mierda, está empapada.
A pesar de mis tendencias destructivas, nunca me ha gustado
intercambiar fluidos corporales. Sin embargo, no puedo evitar
preguntarme cómo sabría Sisi, su sabor cubriendo mi lengua mientras la
llevo al borde.
—Vlad, yo... —Separa su boca de la mía, con las pupilas dilatadas y
los labios hinchados—. Me pasa algo, yo... —Parece confusa, y su boca se
separa en un gemido insonoro mientras su cuerpo empieza a temblar entre
mis brazos.
La abrazo aún más fuerte, dejándola montar su placer mientras beso
su cuello, mis dientes mordisqueando su carne. Me invade una sensación
de poder como ninguna otra, ni siquiera de muerte, al saber que la he
hecho correrse sin siquiera tocarla.
—Deja que te inunde —le susurro en el cabello, mientras deslizo
lentamente mis dedos por su espalda.
Respira con dificultad mientras se apoya en mi pecho. Mi miembro sigue
estando dolorosamente duro, pero prefiero sufrir con las pelotas azules que
obligarla a hacer algo para lo que no está preparada.
Por una vez en mi vida encuentro algo bueno, y no estoy dispuesto a
dejarla ir. En todo caso, seguiré aferrándome a ella, dispuesto a hacer
cualquier cosa para que siga mirándome así, con la inocencia y el asombro en
sus ojos.
Restriega su cara en mi cuello, su boca dejando un rastro húmedo de
besos a medida que va subiendo.
—Ah, mierda, Sisi —gimoteo, sus pequeñas atenciones solo hacen que
me cueste más controlar mi parte inferior.
En ese momento, unos golpes en la ventana nos sobresaltan a los dos y, al
girar la cabeza, veo a un agente de policía que nos ilumina.
Por primera vez me sorprende el hecho de no haberme dado cuenta de
nada de lo que ocurría a mi alrededor. Años de entrenamiento mental se han
ido al garete en un segundo.
Y solo hay una culpable.
Sisi.
Está acurrucada contra mi pecho, con los ojos muy abiertos por la
confusión, y mientras gira esos grandes orbes hacia mí, solo puedo hacer lo
posible por protegerla.
—¿Algún problema, oficial? —pregunto mientras bajo la ventanilla.
El policía nos mira sospechosamente a Sisi y a mí antes de pedirnos que
salgamos del vehículo.
Mi mano busca inmediatamente la pistola que tengo bajo el asiento, y
cuando Sisi se da cuenta de mi intención, dirige su deslumbrante sonrisa hacia
el agente.
—¿Cuál parece ser el problema, oficial? Mi marido me estaba
consolando después de escuchar una mala noticia —miente, y observo
con asombro cómo su rostro cambia de inmediato, su actuación es de
primera—. Verá, mi gato, bendito sea, finalmente sucumbió a la muerte.
—Suelta un sollozo, cogiendo una servilleta de un compartimento y
secándose las lágrimas falsas.
La expresión del oficial se suaviza y parece casi avergonzado.
—Ya veo, señora. Lamento su pérdida... —balbucea, y mientras Sisi
bate las pestañas, juro que veo aparecer un rubor en la cara del maldito.
—Gracias, oficial. Pero como puede ver, mi mujer está pasando por
un mal momento. No deberíamos molestarla más. —Fijo mis ojos en él y
traga incómodo. Lo que sea que esté viendo en mi expresión le está
haciendo dudar de su próximo movimiento.
Mi sonrisa se amplía lentamente, y su incomodidad no hace más que
aumentar al percibir la agudeza de mi mirada.
Ah, la presa reconoce al depredador.
—Sí... bueno... Siento haberlos parado —dice finalmente, dando unos
pasos hacia atrás—. Pueden irse —cede antes de volver corriendo a su
coche patrulla, alejándose apresuradamente.
Cuando se pierde de vista, Sisi se ríe y me golpea suavemente en el
brazo.
—¿Puedes dejar de asustar a la gente? —pregunta, divertida.
Le agarro la mandíbula, un poco más bruscamente de lo que pretendía,
y acerco su cara a la mía para darle un rápido beso.
Sisi está haciendo que me dé cuenta de algunas cosas nuevas sobre mí,
y la última de ellas es que no me gusta que otros hombres la miren.
A falta de unas horas para el amanecer, la llevo a mi recinto. El trayecto
solo me hace sentir más frustrado al contemplar su deliciosa forma, mis bolas
llorando por un necesitado alivio. También es lo suficientemente aleccionador
como para hacerme reconsiderar mi postura.
Me había acercado a ella por su efecto en Vanya, queriendo averiguar por
qué su presencia hace desaparecer a mi hermana. En vez de eso, estoy
deseando verla como un colegial con su primer enamoramiento.
Está bien, tal vez sea el equivalente a un colegial con su primer
enamoramiento, pero tengo que frenar mi creciente enamoramiento de ella
para que no arruine mis planes.
Sin embargo, es más fácil decirlo que hacerlo, cuando la sola visión de
sus tetas me pone duro, con innumerables visiones de mí palmeándolas,
lamiéndolas y chupándolas, asaltándome sin previo aviso.
Por el amor de Dios, he evitado esta aflicción particular durante más de
dos décadas, y solo hace falta una casi monja para hacerme perder el juego.
Por supuesto, no parece una monja, ni actúa como tal.
Necesito concentrarme.
Por un momento, desearía que Vanya estuviera aquí. Tal vez ella podría
darme algún consejo sobre cómo lidiar con Sisi.
—¿Ya hemos llegado? —Su voz me saca de mis cavilaciones y la miro,
con el cabello alborotado y los labios hinchados.
¡Mierda!
—Sí, a la vuelta de la esquina —respondo secamente, dirigiendo el
coche hacia un garaje subterráneo. Me remuevo un poco en mi asiento,
ajustando mi erección y poniéndome mentalmente a tierra.
Cuando salimos del coche, vuelvo a ser el mismo de siempre, o todo lo
que se puede ser.
—Te llevaré a mi habitación y podrás echarte una siesta antes de que
te lleve a casa —le digo, guiándola hacia el interior.
—¿Qué vas a hacer? —Ella frunce el ceño.
—Tengo que hacer una visita a mi amigo Petrovic. —Esa es mi
primera orden del día, ya que quienquiera que haya pagado a esos
hombres para que vengan a por mí tiene que estar bastante desesperado.
Ahora, para mí eso solo significa una cosa.
Petrovic sabe algo.
—¿Puedo ir? —pregunta, saltando de un lado a otro para seguir mi
paso.
—No —respondo, mi tono no deja lugar a la discusión.
Mientras que en cualquier otro momento podría haberla dejado, ahora
no puedo arriesgarme. No con ella viendo el estado en que debe estar
Petrovic, ni con el hecho de que pueda influir en él para que no hable.
Cuando llegamos a una gran puerta de acero, presiono el dedo en el
pad biométrico y se abre.
—Vaya, esto parece una fortaleza —observa al ver el grosor de la
puerta metálica.
Lo es.
La mandé a construir hace un par de años, cuando mis desmayos se
hicieron más frecuentes y mi nivel de sed de sangre casi se duplicó. Es
para mantenerme dentro y para proteger de mí a la gente que trabaja para mí.
Lo que Sisi no sabe es que todo el complejo está construido con un
propósito expreso: mantenerme dentro. Teniendo en cuenta que mi cordura es
cuestionable en el mejor de los casos, tengo que asegurarme de que estoy
contenida, por si llega el día en que finalmente la pierda.
En el interior, la habitación está vacía, excepto por una cama grande, un
armario y un baño contiguo. No es que necesite mucho.
—Ponte cómoda —le digo, quitándome la chaqueta y colocándola en una
percha—. Puedes ducharte si quieres. Hay toallas limpias en el armario. —Le
señalo el armario.
Ella toma asiento en la cama, probando la suavidad del colchón, y yo
tengo que apartar los ojos de ella, sabiendo que si sigo mirando solo
imaginaré lo que me gustaría hacerle en esa cama.
Sacudiéndome de mi ensoñación, salgo de la habitación y me dirijo
directamente al jardín.
Cuando abro la puerta, me recibe al instante un hedor pútrido, y me alegro
de no haberme dejado acompañar por Sisi.
—Ups, no tiene muy buena pinta —comenta Vanya, sorprendiéndome
con su voz.
—Cuánto tiempo sin verte, forastera —añado estratégicamente, con
curiosidad por ver si va a comentar su ausencia.
—¿Me has echado de menos? —Se acicala a mi lado, acercándose a
abrazarme la cintura.
—¿Dónde te escondías, V? —pregunto, pero ella se limita a sonreírme,
negando con la cabeza.
—¿No te gustaría saberlo? —Dice crípticamente antes de salir corriendo a
saludar a nuestro encantador prisionero.
Los brotes de bambú ya han crecido, y tres de ellos han empalado su
cuerpo. Se retuerce de dolor cuando un movimiento hace que el bambú se
desplace en su encaje.
Dos brotes de bambú le han atravesado la parte superior de los
muslos, y uno de ellos ya se ha roto limpiamente al llegar la cabeza al otro
lado de la pierna.
El tercero, sin embargo, parece haberle perforado el ano.
—Bastardo con suerte —murmuro, divertido por la ironía.
La sangre y las heces se derraman a lo largo del bambú,
contribuyendo ambas al olor que ha impregnado toda la habitación.
Con la cabeza colgando, gime de dolor mientras mueve el cuello,
intentando levantarlo para mirarme.
Me sorprende mucho que siga aguantando, a pesar de todo. Pero creo
que le debo un poco de agradecimiento a Maxim, ya que debe haber
asegurado que el Sr. Petrovic no muriera de sepsis hasta ahora.
—Sr. Petrovic —digo, trayendo una silla y colocándola frente a él—.
Parece que estamos en un punto muerto. He tenido el placer de conocer a
algunos de sus socios, y es justo decir que no disfrutaron de mi
bienvenida.
Levanta ligeramente la cabeza, parpadeando dos veces para enfocar la
vista.
—Espero que esta vez tengas algo para mí. —Pregunto, levantando
las cejas hacia él.
—Eres demasiado fácil con él, hermano. —Vanya hace un mohín a mi
lado, sus ojos evaluando a Petrovic y su trasero empalado.
—Estoy ocupado, Vanya. —Le digo antes de dirigirme a mi
prisionero.
—No puedo... —tartamudea, con el sudor pegado a la cara.
—Ya hemos pasado por esto antes, señor Petrovic. Usted puede. Solo
que no quiere. Ve, hay una diferencia. —Hago un sonido de tsk
decepcionado, yendo a la parte de atrás y cogiendo un pequeño juego de
herramientas.
—No puedo —vuelve a respirar, antes de pronunciar dos palabras—:
Comida, agua.
Frunzo el ceño, seguro de que Maxim ya debería haberle dado de comer.
—¿Así que dices que si te doy comida y agua hablarás? —pregunto con
escepticismo y su cabeza se mueve en un lento movimiento.
Me encojo de hombros. Tal vez quiera una última comida antes de morir,
ya que no vivirá mucho tiempo más.
Estoy a punto de enviar un mensaje a Maxim para que traiga algo de
comida y bebida antes de que Vanya me detenga, haciéndome señas para que
escuche su plan susurrado. Seguro que tiene una imaginación hiperactiva
mientras detalla una interesante forma de autofagia.
El Sr. Petrovic frunce las cejas mientras mira entre Vanya y yo, sin duda
preguntándose si me he vuelto loco.
La respuesta es sí.
Pero si me considera loco, entonces podría estar más inclinado a hablar.
Después de todo, será él quien soporte mis tácticas de locura.
Después de enviarle un mensaje de texto a Maxim para que me traiga los
artículos necesarios, intento hablar un poco más con mi adorable prisionero,
con la esperanza de disipar algo del aburrimiento que, sin embargo, debe estar
sintiendo atrapado allí arriba con bambúes metidos en el trasero.
—Para demostrarte que soy un buen hombre —empiezo, enchufando la
parrilla eléctrica y esperando a que se caliente—. Te voy a dar un filete de
primera. Cortesía de mi hermana, por supuesto, ya que ella fue la autora
intelectual de esto.
Sus cejas se fruncen mientras me mira confundido. No puedo culparle, ya
que ¿cómo es justo que Vanya decida mostrarse solo a mí?
—Verás, a veces me sorprende con el salvajismo. Es como si
fuéramos gemelos. —Bromeo, pero él no lo entiende.
Vanya, por su parte, se ríe a mi lado, mirando la parrilla con
curiosidad e instándome a seguir.
—¿De qué lado? —pregunto, y ella se vuelve hacia el señor Petrovic
para analizarlo. Se acerca más y le mira el trasero, que está casi
derrumbado, y yo gimo en voz alta.
Fantasma o no, Vanya sigue siendo una niña. No debería mirar el
trasero de los hombres.
—Vanya. —Le doy un golpecito con el pie, sabiendo que entenderá lo
que quiero decir.
Suspirando profundamente, ella baja los hombros mientras vuelve a
estar a mi lado.
—El muslo, justo alrededor del agujero —sugiere, y yo entrecierro los
ojos hacia ella.
—Podría estar infectado. Se le indigestará —respondo.
—Bueno, entonces sí. —Se encoge de hombros, con una sonrisa
traviesa jugando en sus labios.
—Tus deseos son órdenes para mí. —Finjo una reverencia antes de
coger un cuchillo y agacharme, bajo el trasero del señor Petrovic—.
Vanya, Vanya, todo esto es por ti —digo con voz cantarina.
No puedo decir que no la haya echado de menos, pero al mismo tiempo
había sido liberador estar solo por primera vez en décadas. Y Sisi...
Maldita sea. No puedo permitir que se inmiscuya en mis pensamientos
cuando estoy repartiendo tortura. ¿Qué clase de jefe de la mafia sería si mi
mente estuviera fijada en una mujer las veinticuatro horas del día?
Una vez más, tengo que apartar todos los pensamientos sobre ella de mi
mente, antes de que mi miembro decida tomar las riendas, y el incidente con
el policía me ha demostrado que no se me da bien ese tipo de multitarea.
Frunzo la nariz ante el hedor que desprende el señor Petrovic, y me pongo
rápidamente a trabajar. Utilizo el pequeño cuchillo para cortar cubos de carne
alrededor de la herida, ampliando lentamente el agujero. El Sr. Petrovic está
tan agotado que apenas puede hacer ruido, aunque esto debe doler mucho. Me
aseguro de que mis cubos tengan predominantemente más carne que piel, para
que el Sr. Petrovic pueda disfrutar de una abundante comida antes de su
inevitable fallecimiento.
Cuando he cosechado suficiente carne, me dirijo a la parrilla ya caliente y
los coloco cuidadosamente en ella. Luego, revisando algunos de los
condimentos que Maxim me había traído, aplico algunos y cocino la carne.
El olor recorre el aire y cierro los ojos ante el aroma. Es difícil de creer
que esto venga del Sr. Petrovic, considerando su actual estado de asco.
Es casi... apetitoso.
—¿Qué estás mirando V? ¿Quieres un poco de carne? —Cojo un trozo y
lo pongo delante de ella. Ella cierra los ojos, inhalando.
—Ojalá pudiera —dice, sus ojos siguen el filete.
Cuando todos los trozos se han cocinado, me pongo delante del Sr.
Petrovic, incitándole a probar un poco de su carne.
—Vamos, Sr. Petrovic. No todos los días se puede degustar. —Hago una
pausa, riéndome para mis adentros—. Bueno, al menos no así. Así que por
qué no abre la boca y hasta le haré los honores de darle de comer —le
digo, moviendo el tenedor con la carne delante de él.
Pone cara de asco mientras mira entre el trozo de carne y yo, pero
cuando su estómago gruñe, parece rendirse. Abriendo la boca, le meto el
trozo dentro, observando con satisfacción cómo mastica su propio muslo.
—¿Y? ¿Cómo está? —Mis labios se estiran en una amplia sonrisa
mientras él se esfuerza por tragar—. No estaba tan asqueado como decías,
V. —digo, mirando hacia atrás para encontrar que Vanya se ha ido.
Con las cejas fruncidas, examino todo el jardín en busca de ella, pero
no está a la vista.
Y solo puede haber una explicación.
—Sisi, puedes mostrarte. —La llamo, y no tarda ni un segundo en
salir de detrás de unos arbustos del fondo.
Sus ojos se fijan en el estado no tan estelar del Sr. Petrovic y frunce la
nariz.
Mierda, no quería que oliera esto...
—¿Qué está pasando? —Sisi se adelanta, quitándose el polvo del
dobladillo del vestido, y me doy cuenta de que tiene barro embadurnado
por haberse arrodillado en el barro.
—Te dije que te quedaras en mi habitación. —Exhalo, pensando en
formas de explicar todo este fiasco. Aunque la tortura del bambú no es mi
método habitual, no se ve ni huele muy bien.
Se encoge de hombros y se acerca a inspeccionar la carne en la
parrilla.
—Deberías haber sabido que me daría curiosidad —responde, con los
ojos centrados en los trozos de carne restantes.
—Esto huele delicioso. —Coge un trozo.
—¡Sisi, no! —Me apresuro a pasar delante de ella justo a tiempo para
detener su mano.
Vuelve la cara hacia mí, entrecerrando los ojos.
—Es carne humana, ¿no? —Pregunta, señalando al Sr. Petrovic.
Me siento obligado a asentir, apretando los labios y esperando su
condena.
¿Cómo ha encontrado el jardín? Voy a tener algunas palabras con
Maxim.
—Pensé que habías dicho que ya no comías humanos. —Me mira
fijamente mientras levanta la mano, con el trozo de carne aún en su poder.
—No lo hago —respondo, cuadrando los hombros—, es para él —señalo
hacia el señor Petrovic.
—¿Le estás dando de comer su propia carne? —Sus ojos se abren de par
en par con sorpresa.
Ya está. Ahora es cuando me maldice y se va.
Asiento muy despacio, esperando su arrebato. Supongo que hay una línea
entre verme golpear a algunos hombres y... esto.
—¡Es una genialidad! —exclama—. Creo que no he oído hablar de algo
así. ¿Cómo se te ocurrió?
—Quería una última comida —digo, estudiándola a ella y a su inusual
reacción.
Ella lo lleva aún más lejos riéndose de la broma.
—Ingenioso, me gusta. —Comenta justo antes de meterse el trozo en la
boca.
Su gesto me desconcierta momentáneamente, pero al recordar el estado no
tan bueno del señor Petrovic, que en estos momentos gime pidiendo ayuda, no
puedo permitirle en conciencia que se coma eso. Si quiere probar la carne
humana, le daré un poco. O mejor aún, le daré un pedazo de mi propio
cuerpo.
Maldita sea, pero ¿no sería eso el colmo del erotismo?
Actuando con rapidez, la agarro por la cintura y la traigo hacia mí,
forzando su boca a abrirse con la mía, y arrancando la carne de ella.
Con los ojos muy abiertos, no se resiste mientras le doy un beso casto
en los labios y presiono los dientes para masticar la carne.
—Tú... —se interrumpe, mirándome como si me hubiera crecido una
segunda cabeza—. Dios mío, Vlad —se inclina, riendo.
—Ayuda... —El Sr. Petrovic sigue intentando llamar su atención.
—Cállate —me vuelvo hacia él al mismo tiempo que Sisi. Al ver que
nuestras acciones coinciden, ambos estallamos en carcajadas.
—Estás loco —grazna ella, con el labio inferior temblando de tanto
reír.
—¿Yo? ¡Tú eres la que ha intentado comerse un trozo de mi
prisionero! —acuso en broma.
—Bueno, no los dejes tirados por ahí. Además, ¿no es de buena
educación ofrecer comida a los invitados? —Me levanta una ceja.
—Pensé que habíamos establecido que me faltaban modales —
respondo.
—Hmm, y creo que también establecimos cómo me encargaría de tu...
falta de modales —responde con picardía, y no es la primera vez que esta
noche me encuentro cautivado por ella.
—Ayuda —vuelve a gemir el señor Petrovic, y ambos nos volvemos
bruscamente hacia él.
—¿No ves que estamos hablando? —Sisi le sacude la cabeza, viene a
mi lado y apoya su cabeza en mi hombro.
—¿Ahora te importa decirme de qué va todo esto? —Pregunta, sus ojos
examinando el desolado estado del trasero del señor Petrovic.
—Oh, chica del infierno —gruño, mi brazo se cuela alrededor de sus
hombros—. No eres nada aprensiva, ¿verdad?
—Bueno, la carne no estaba tan mal, aunque solo la probé.
—La próxima vez —le aseguro, repasando rápidamente mis planes con
Petrovic y contándole cómo creo que podría ser el eslabón perdido para
encontrar a quien se llevó a mi hermana.
—Lo siento —susurra cuando termino de relatar todo. Es extraño que ni
siquiera Bianca, que ha sido mi compañera durante casi una década, conozca
los detalles de mis planes. Sin embargo, una noche con Sisi y estoy a punto de
contarle mis más profundos y oscuros secretos.
¡Infierno y condenación!
—Pero te das cuenta de que, sobre todo después de eso, no es probable
que hable —comenta ella, y yo suspiro profundamente.
—No creí que durara tanto. Solo el palo en el trasero debe doler como una
mierda... —Frunzo los labios, admitiendo por primera vez que el Sr. Petrovic
está mostrando más resistencia de la que le había atribuido.
Sisi frunce los labios y se acaricia la barbilla con el pulgar. Sus ojos se
iluminan brevemente y me lleva a un lado, fuera del alcance del Sr. Petrovic.
—Dijiste que temía por su familia —susurra, y yo asiento—. Entonces
amenázalo con su familia.
—No sé dónde están —le respondo con desgana. Ese había sido mi
primer pensamiento también, pero él los ha escondido bien.
—Haz como si lo supieras —dice, y mis oídos se agudizan.
—Tengo que decir, chica del infierno, que sigues sorprendiéndome. —Me
río cuando sugiere que juguemos al poli bueno y al poli malo.
—A ver si funciona.
Volviendo a la situación, continúo dándole la carne al señor Petrovic,
mientras Sisi se pasea por la habitación, con aspecto extremadamente
ansioso.
—Tiene que hablar, Vlad. Sé que lo hará. Pero, por favor, no hagas
daño a su familia... ¡son inocentes! —Toda su cara se transforma cuando
se mete en su papel, con las cejas dibujadas en señal de preocupación y la
boca girada hacia abajo.
—Sisi —gruño, metiéndome en mi papel.
—Esto es exactamente por lo que no te quería aquí. Ahora te da pena.
—¡Son niños, Vlad! El mayor solo tiene ocho años... ¿Cómo puedes
hacerles eso? —Grita, las lágrimas ya se acumulan en la esquina de sus
ojos.
Maldita sea, pero ella está matando esto.
—¿Sabes lo que estaba haciendo cuando tenía ocho años? Estaba
destripando a los guardias de mi padre. Estará bien —agito la mano en el
aire—. Un poco de dolor nunca hace daño a nadie —añado e
inmediatamente noto la rápida toma de aire del señor Petrovic.
—Pero eres tú... eres como el engendro del mal —dice y puedo ver
una pequeña sonrisa jugando en sus labios—, es solo un niño inocente.
—Nadie es inocente en este mundo Sisi. Puede que lo sea ahora, pero
espera a que crezca y quiera vengar a su padre. Mejor cortarlos mientras
son jóvenes —digo, disfrutando de su mirada escandalizada.
—¿De qué estás hablando? —oigo la voz baja del señor Petrovic.
—¡Vlad, es un niño! —me grita Sisi, adelantándose para agarrarme de
las solapas de la camisa—. ¿Eres tan desalmado como para hacer daño a
un niño? —grita, sus manos van a mi pecho mientras me golpea.
—Shh… —digo sujetando su rostro—. Tal vez la próxima comida del Sr.
Petrovic será un poco más fresca. Digo, carne de ocho años... —Me detengo,
y los ojos de Sisi se abren de par en par. Por un momento, temo haber ido
demasiado lejos, pero ella continúa con el juego.
—No lo harías. —Sacude la cabeza, dando un paso atrás, con los ojos
llenos de horror.
—¡Para! —El Sr. Petrovic finalmente dice, su tono derrotado. —Te lo
diré solo... por favor... no dejes que haga daño a mis hijos. —Mira a Sisi
mientras dice esto.
—Habla —le indico, repentinamente ansioso por escuchar lo que tiene
que decir.
—Proyecto Hu-Humanitas... —se interrumpe, respirando
profundamente—. No sé demasiado, solo que tu hermana fue entregada a
Miles, el jefe del Proyecto Humanitas. —Mira entre Sisi y yo antes de
suplicarle una vez más—. Por favor, no hagas daño a mi familia.
Proyecto Humanitas...
—¿Vlad? —pregunta Sisi al ver que no respondo.
Parpadeo dos veces, algún tipo de recuerdo que resurge antes de
desaparecer de nuevo.
—¡Vlad! —Siento su mano en mi brazo mientras me pellizca, y
finalmente reacciono.
—Tengo que irme —murmuro, desenredando sus dedos del material de
mi camisa.
Estoy casi en trance cuando salgo del jardín y me dirijo directamente a mi
habitación. Vagamente, me doy cuenta de que Sisi me pisa los talones, pero
no parece importarme en este momento.
Me apresuro a arrancarme la camisa de la espalda, desechando los
pantalones y la ropa interior antes de meterme en la ducha. El agua está
hirviendo en mi piel, roja en su estela mientras cae en cascada por mi cuerpo.
—Proyecto Humanitas —me susurro, el dolor me asalta al pronunciar las
palabras.
Aturdido, caigo de rodillas y me agarro a la cabina del baño para
apoyarme.
—Vanya —grito, mi voz apenas supera un susurro—. ¿Dónde estás,
Vanya? —pregunto, desesperado por oír su voz. ¿Por qué no está aquí
cuando más la necesito?
Mi respiración se entrecorta mientras mi cuerpo empieza a temblar
incontroladamente, con visiones de sangre y órganos, todo a mis pies
mientras mato y mutilo.
—Vanya, por favor —digo entre sollozos, apoyando la cabeza contra
la pared—. ¿Dónde estás? —Vuelvo a preguntar, golpeando mi cabeza
aún más fuerte—. Por favor —se me quiebra la voz mientras le suplico
que me responda.
Sigo golpeando mi cabeza contra la pared hasta que el rojo brillante se
mezcla con el agua clara.
—¿Vlad? —Me parece oír una voz que me llama por mi nombre.
Apenas soy consciente cuando Sisi se mete en la ducha conmigo, con los
brazos abiertos mientras me abraza.
—Estás a salvo —me susurra en el cabello—. Ahora estás a salvo —
su suave mano acaricia mi cuerpo y éste recupera lentamente sus
funciones.
—Yo... —Comienzo cuando recupero la lucidez—. Lo siento —digo
en voz baja, viendo la situación en la que me encuentro.
—¿Qué ha pasado? —su mirada es suave al mirarme, su tacto tan
reconfortante.
—El Proyecto Humanitas... —Apenas consigo decir el nombre en voz
alta—. Han matado a mi hermana.
—¿Qué? —Ella frunce el ceño—. ¿Cómo lo sabes?
—No es Katya... —susurro—. Mi hermana gemela, Vanya.

Y ellos me hicieron lo que soy hoy.


Capítulo 13
Assisi

—Sisi, no tienes muy buen aspecto —menciona Lina cuando me ve en


el desayuno. Le dedico una sonrisa tensa, aunque sé que debo tener unas
ojeras bastante grandes, ya que durante la última semana me he
escabullido casi a diario para ver a Vlad. Ni siquiera recuerdo cuándo fue
la última vez que dormí una noche entera.
Aun así, no cambiaría el tiempo que paso con Vlad por el sueño, no
cuando todo lo que le rodea es tan... fascinante.
Fiel a su palabra, me ha enseñado la ciudad y me ha llevado a donde
he querido. Pero pasamos la mayor parte del tiempo en su casa, donde
hablamos de todo y de nada.
Lo que he descubierto sobre él no ha hecho más que confirmar mi
primera impresión. La soledad se aferra a él como una segunda piel, y
puedo decir que incluso las pequeñas cosas que hago le sorprenden. Es
como si esperara que saliera corriendo en cualquier momento.
—¿Ya tienes miedo? —me pregunta, casi en broma, pero puedo ver la
verdad en sus ojos. Tiene miedo de hacer algo y asustarme.
Tiene miedo que le deje.
Francamente, cuanto más veo cómo es su vida, más pena me da.
Apenas habla con la gente fuera de su mano derecha, Maxim. Incluso con
él, intercambia unas pocas frases aquí y allá, casi siempre por medio de
mensajes de texto. ¿El resto del tiempo? Puede que esté planeando su
venganza o la dominación del mundo, pero lo hace solo.
Con su habitación desnuda, o el hecho de que toda su casa esté bajo tierra,
es difícil no sentirse triste por su sombría existencia.
Pero puedo ver por qué. Él no es... normal. Diablos, él es probablemente
la definición de anormal. Incluso sabiendo eso no puedo alejarme. Él es
simplemente... él.
Y de una manera perversa, nos complementamos. Él alimenta mi
necesidad de destrucción y yo alimento su necesidad de cordura.
¡Dios!
Me abanico al ver que mis pensamientos se dirigen a un territorio de
clasificación R. No me ha vuelto a besar ni me ha pedido que le bese, aunque
a veces es lo único que puedo pensar cuando estoy cerca de él.
Las sensaciones que había arrancado de mi cuerpo habían sido
simplemente de otro mundo. No hay otra forma de describir la forma en que
mi cuerpo se abrió para él, mostrándome que era capaz de sentir un gran
placer en lugar de dolor.
Ah, y su beso... El hecho de que nunca hubiera besado a otra mujer me
había encantado. Por primera vez, sentí que algo era verdaderamente mío.
Nadie había estado tan cerca de él, y nadie lo estará si tengo algo que decir al
respecto.
Porque una semana me ha bastado para decidir algo.
Me voy a quedar con él -personalidad disfuncional incluida-.
Él no había mencionado el incidente del baño y yo no había indagado.
Verlo tan perdido, tan lleno de sufrimiento, había hecho algo en mi corazón.
Lo único que quería era abrazarlo y quitarle todo el dolor.
—¿No tienes hambre? —La voz de Lina me hace volver a la tierra.
Últimamente he estado muy distraída, sobre todo porque todos mis
pensamientos giran en torno a un hombre, y a sus malvados labios.
—Oh, lo siento, solo estaba jugando. —Sonrío y me sirvo la comida
en la mesa.
Mi hermano y Lina habían decidido contratar a una institutriz para
Claudia, Venezia y yo, diciendo que a todos nos vendría bien tener una
educación más formal. Ya hemos empezado las clases, pero no creo que
lo necesite tanto. Después de todo, tengo toda la información que necesito
en la punta de los dedos.
Vlad me ha ayudado mucho enseñándome a manejar un ordenador y a
navegar por Internet. Desde entonces, mi tiempo se divide principalmente
entre él y mi portátil. Hay tanto que leer, tantas cosas que forman parte de
la vida normal pero que no habían sido accesibles durante mi estancia en
el Sacre Coeur.
Y él ha estado más que dispuesto a guiarme lentamente por todo.
—Sé que es difícil acostumbrarse a la vida fuera del Sacre Coeur... —
Lina comienza, su mano alcanza la mía—. A mí también me cuesta, pero
no estuve allí desde que nací. Para ti es lo único que has conocido —
respira profundamente—. Por favor, hazme saber si hay algo que pueda
hacer para ayudar. No me gusta verte tan cerrada.
—Estoy bien, Lina. En serio. Es mucho para asimilar, pero lo estoy
consiguiendo —le doy una sonrisa tranquilizadora.
Marcello observa la interacción entre las dos, con los ojos fijos en mí.
—Assisi, por favor, veme en mi despacho después del desayuno —
dice, clavando su mirada en mí un momento antes de volver a su comida.
Frunzo el ceño, ya que Marcello no había intentado hablar conmigo hasta
ahora. Incluso Lina parece un poco preocupada, pero me aprieta la mano para
consolarme.
Claudia y Venezia se enzarzan en una charla juguetona y, de repente,
la casa parece un poco más como... un hogar.
Pero por mucho que quiera creerlo, no puedo. Cuanto más miro a mi
alrededor, más me siento como una extraña.
Mi lugar no había sido en el Sacre Coeur, y claramente tampoco lo es
aquí. No cuando veo a todos los que me rodean hablar con tanta facilidad, con
tanta familiaridad. Hacen la foto perfecta, conmigo al margen tomándola.
Cuando termina el desayuno, Marcello me hace un gesto con la cabeza y
le sigo mientras se dirige a su despacho.
Me pican las palmas de las manos, la ansiedad me mata. Hasta ahora no
he tenido tiempo de mantener una conversación en profundidad con Marcello,
y sigo teniendo la sensación de ser un extra en esta casa.
Al cerrar la puerta tras de mí, le veo rodear su escritorio para tomar
asiento, indicándome que haga lo mismo.
Me siento, con la espalda recta como me han condicionado, las cicatrices
son demasiado dolorosas para hacerme doblar siquiera un poco. Con las
manos en el regazo, soy el modelo del decoro.
No me envíes de vuelta.
Lo único que se me ocurre es que no quiero volver a pisar el Sacre Coeur.
Y mientras por dentro hiervo de curiosidad por saber qué me dirá Marcello,
por fuera me veo tan serena como siempre. Es muy útil haber perfeccionado
la cara de póquer a lo largo de los años.
—Assisi —empieza Marcello, mirándome fijamente—. ¿Cómo te estás
acostumbrando a la casa? Confío en que todo sea de tu agrado.
—Por supuesto —acepto de buen grado—. Es más de lo que podría
haber pedido. Gracias por esto —añado.
Asiente casi distraído, y tengo la vaga impresión de que quiere que esta
reunión termine cuanto antes. Me sudan las palmas de las manos, pero
mantengo la sonrisa.
Parece dudar al preguntar.
—¿Estuvo bien el Sacre Coeur? ¿Hubo algún problema?
Por un segundo, solo un segundo, me planteo contarle todo lo que he
sufrido. Cómo mi cuerpo está plagado de cicatrices de esas monjas justas.
Por ese pequeño momento, quiero poner todo sobre la mesa y preguntarle
por qué. ¿Por qué tuvieron que abandonarme allí? ¿Qué hice además de
nacer?
A lo largo de los años, las monjas habían disfrutado diciéndome que
me habían abandonado por mi marca de nacimiento y que mi familia no
quería cargar con un niño maldito. Les había encantado señalar siempre
que nadie me quería.
Pero en cuanto esos pensamientos resurgen, los alejo. ¿Por qué
recordar el pasado? Y, sobre todo, ¿por qué preguntar algo cuya respuesta
podría no gustarme? ¿Y si me dice exactamente lo que no quiero oír?
—Estuvo bien —empiezo, estirando aún más los labios—. Las monjas
fueron muy buenas conmigo —miento, esa única falsedad me quema al
salir de mis labios—. Pero también me han ayudado a entender que no
estoy hecha para la vida monástica —añado para estar segura. Si cree que
las monjas no me quieren, entonces no puede enviarme allí.
—¿Por qué? —Levanta una ceja y me pone en aprietos—. ¿Por qué no
eras apta para la vida monástica?
—Yo...
—Solo trato de entenderte mejor, Assisi —interviene Marcello, con sus
ojos clavados en mí.
¿Por qué siento de repente como si me estuvieran interrogando?
—Era demasiado curiosa —admito con sinceridad—. Y no estaba
predispuesta a seguir el dogma. Se podría decir que mis profesores y yo nos
enfrentábamos a menudo por opiniones dispares. —Elijo mis palabras con
cuidado. Si él supiera las maniobras que hice en el Sacre Coeur...
Después de años de abuso, simplemente creo que me volví loca. Ya no me
importaba lo que me pasaba, así que simplemente actuaba. Ciertamente,
después de la muerte de Cressida, solo me esperaban cosas peores. Así que
me rendí, y por primera vez me mantuve fiel a mí misma en lugar de forzarme
a ser alguien que ellos querían que fuera.
Y demonios, si no ha sido un alivio. Como si me quitara un peso de
encima, por fin he encontrado un mínimo de felicidad. Tal vez por eso
también me siento tan atraída por Vlad. No me juzga por lo que soy. Al
contrario, me anima, nuestras locuras se mezclan.
—Ya veo —responde Marcello.
¿Qué es lo que ve?
¿Por qué es tan cerrado? No puedo obtener una lectura de él para saber si
mis respuestas son satisfactorias o no.
—Es bueno ser curioso —continúa—, nunca hay que dejar de hacer
preguntas.
El silencio nos envuelve y solo nos miramos, la incomodidad no hace más
que aumentar.
—Bien —digo finalmente—, si eso es todo.
Me asiente con la cabeza, cogiendo sus gafas y poniéndoselas.
Mientras baraja algunos expedientes en su mesa, me doy cuenta de que
me ha despedido.
Y mientras salgo de su despacho, no puedo evitar preguntarme.
¿Me quiere aquí?

—¿Por qué la gente necesita tantos perfiles? —pregunto, viendo cómo


Vlad me ayuda a configurar mis perfiles en las redes sociales.
Él levanta la vista, encogiéndose de hombros.
—Yo no uso ninguno —responde, haciendo clic en algunas cosas en
el ordenador hasta que el perfil está terminado.
—¿Por qué? —Inclino la cabeza para estudiarlo. Había leído sobre los
perfiles de las redes sociales y había hecho una lista de los que quería que
me ayudara a crear. Había investigado mucho sobre el tema, porque según
algunas personas, si no tienes presencia en las redes sociales, no existes.
—No soy precisamente un ciudadano ejemplar —sonríe—. No
necesito ese tipo de exposición. Sobre todo, porque hoy en día se puede
rastrear todo.
—¿Qué quieres decir?
—¿Ves esto? —Me enseña una foto que me había hecho torpemente
para añadirla a mi perfil. Asiento con la cabeza—. Todas las fotos tienen
metadatos que muestran cuándo y dónde fueron tomadas. —Unos cuantos
clics más y abre una nueva ventana.
—Esa es la dirección de Marcello —digo, con la boca abierta por la
sorpresa.
—Sí, lo es. Solo hace falta alguien un poco hábil con los ordenadores
para conseguirlo. Cada foto que publicas tiene el potencial de dar
información vital a los enemigos. También hay otros trucos, ya que todo lo
que haces en Internet deja una firma —continúa explicando, y yo escucho
atentamente. Parece que sabe mucho del tema y, mientras habla, sus rasgos
muestran un mínimo indicio de excitación.
—Pero yo no tengo enemigos.
—No los tienes. Pero tu hermano sí. Y yo también. —Me mira
intensamente durante un segundo, antes de volver la vista al ordenador—. Por
suerte para ti, voy a montarlo todo bien e instalar también algunos
mecanismos de seguridad —dice, poniéndose ya manos a la obra.
Le veo hacer su magia y repaso mentalmente mis líneas ensayadas. Como
hace tiempo que no intenta besarme, creo que debo presionarle para que lo
haga. Después de todo, los artículos de internet mencionan que los hombres
disfrutan siendo los agresores.
—¡Hecho! —dice, devolviéndome el ordenador mientras se desplaza por
los diferentes perfiles.
—Hay una plataforma más —añado, y él levanta una ceja, mirándome
expectante—. Esto. —Le abro la pestaña, mientras observo subrepticiamente
su reacción.
—¿Un sitio de citas? —pregunta incrédulo, mirando a un lado y a otro de
la pantalla—. ¿Por qué necesitas un perfil de citas? —Repite, entrecerrando
los ojos hacia mí.
—¿No lo necesita todo el mundo?
—No. No lo necesito. —Me fulmina con la mirada.
—Pero tú no tienes citas —le respondo con un resoplido fingido.
—¡Y tú tampoco lo harás! —exclama rápidamente, con los ojos
abiertos por su propio arrebato.
—¿Qué? Claro que lo haré. Soy joven, por fin he empezado a vivir y
tengo que pensar en salir en algún momento —miento, estudiando
detenidamente su expresión.
—No —decreta, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándome
desafiante.
—¿Perdón? —pregunto fingiendo indignación.
—¡No puedes! —Me quita el portátil y pulsa rápidamente algunas
teclas.
—¿Qué estás haciendo? —Frunzo el ceño ante su inusual reacción.
Solo quería darle un pequeño empujón para que me besara de nuevo.
—Ya está —me lo devuelve.
—He bloqueado todos los sitios de citas de tu ordenador —dice con
suficiencia.
—¿Por qué has hecho eso? —empujo, necesitando al menos una
explicación. Si no va a besarme todavía, me conformaré con una pequeña
admisión de que no quiere que tenga citas.
—No es seguro —responde rápidamente, apareciendo un pequeño
ceño en su rostro—. Además, ¿cuándo tendrías tiempo para salir con
alguien? Yo ocupo la mayor parte de tu tiempo —razona, pareciendo muy
satisfecho de sí mismo.
—Lo tienes, ¿verdad? —indago, con una sonrisa jugando en mis
labios.
—Exactamente —responde—. ¿Para qué vas a necesitar un novio si
me tienes a mí?
La reacción se retrasa al darse cuenta de lo que acaba de decir. Parpadea
dos veces, con la boca entreabierta, ya que sin duda debe estar pensando en la
forma de corregir su error.
En cambio, me sorprende cuando continúa.
—Es cierto, yo te encontré primero. El que lo encuentra se lo queda —
declara con orgullo, colocando el portátil en la mesa frente a él. De la nada, su
brazo se extiende y sus dedos se aferran a mi barbilla mientras tira de mi a un
beso contundente.
—Ahí lo tienes —dice contra mi boca—. Sellado con un beso.
Solo puedo mirarle a los ojos, las pupilas tan grandes que casi eclipsan sus
iris. No parece esperar mi aprobación, pues me mira como un animal salvaje
dispuesto a devorar a su presa. De la nada, su lengua se escabulle y me lame
los labios con un largo golpe.
Me quedo helada por sus acciones, porque incluso en mi mente protegida
esto no es normal. Pero cuanto más lo miro, más me doy cuenta de que no es
normal. Probablemente no tiene ni idea de cómo comportarse con una mujer.
Señor, me sorprende que incluso sepa cómo comportarse con otras personas.
Hay un salvajismo en él que no puede ser domado por los modales
superficiales. Y por muy caros que sean sus trajes, o por muy practicadas que
sean sus expresiones, no puede ocultar lo que realmente es.
Una bestia.
Una sonrisa me tira de los labios, y le devuelvo el lametón con uno de los
míos.
Puede que sea una bestia, pero no me sentiría tan atraída por él si no lo
fuera.
Sus dientes atrapan mi lengua y la succiona en su boca, con la palma de la
mano alrededor de mi garganta mientras me lleva hacia él.
—He preparado algo para ti —susurra, con sus dientes mordisqueando
mis labios.
—¿Qué? —pregunto con un tono jadeante. Ya me asaltan visiones, de
nosotros desnudos juntos, los miembros enredados, las bocas fusionadas...
Ah, mis muslos se aprietan solo de pensar en eso.
—El océano. Te voy a llevar al océano —dice, y de repente se quita
de encima y se arregla la ropa.
—Eso suena increíble —respondo, tratando de evitar que la decepción
aparezca en mi voz. A duras penas he conseguido que me bese de nuevo,
y no ha perdido el tiempo en encontrar una razón para parar.
Por un breve momento tengo que preguntarme si tal vez no se siente
atraído por mí. A su edad, es casi inaudito que nunca haya besado a nadie.
Debería saberlo ya que he pasado cantidades exorbitantes de tiempo
investigando sobre hombres y relaciones. ¿Y qué pasa si... no le gustan las
mujeres en absoluto?
La idea me hace quedarme quieta, y cuando me coge de la mano y me
lleva al coche, tengo que obligarme a sonreír.
El trayecto es rápido y llegamos a la casa de la infancia de Vlad, que
está a pocos pasos de la playa. Se queda callado cuando le pregunto más
sobre su familia, principalmente comentando que están todos muertos.
—Así que solo queda Katya —comento mientras bajamos del coche.
Vlad lleva un par de mantas para que podamos sentarnos en la arena, y
una cesta con algunos aperitivos y bebidas. La verdad es que me
sorprende el esfuerzo que ha hecho.
—Sí... si es que aún vive —responde, dedicándome una media
sonrisa.
Como no quiero arruinar el momento, cambio rápidamente de tema.
—¿Te das cuenta de que esto se parece mucho a una cita? —añado con
descaro mientras nos quitamos los zapatos y caminamos descalzos por la
arena.
Se vuelve hacia mí y, un poco pensativo, comenta.
—Tienes razón. Parece una cita.
Sin añadir nada más, camina delante de mí, dejando la cesta en el suelo y
depositando las mantas en la arena.
Sacudo la cabeza, dándome cuenta de que no entiende las indirectas.
¿Parece una cita?
¿Tan difícil habría sido acordar que es una cita?
Me froto los brazos con las manos mientras el aire frío de la noche me
roza la piel. No me había dado cuenta de que haría tanto frío en una noche de
verano, pero supongo que es por la brisa del mar.
—¡Hecho! —Exclama, luciendo una expresión de orgullo mientras mira
el pequeño picnic que había montado.
—Buen trabajo —añado con sorna, y su sonrisa decae de repente.
—No te gusta —afirma, con la expresión abatida.
—No, sí me gusta —le tranquilizo rápidamente—. Me encanta que hayas
pensado tanto en esto —añado, y su cara se ilumina.
—¡Perfecto! No estaba seguro de lo que les gusta a las chicas... —dice,
rascándose la nuca. De repente me doy cuenta de que no soy la única que está
confundida.
Cuanto más lo pienso, más no puedo controlarme y estallo en carcajadas.
Vlad me mira como un cachorro perdido, como si su vida dependiera de mi
aceptación.
—Entonces, ¿por qué...? —se interrumpe, y nada me apetece más que
cogerlo en brazos y colmarlo de besos.
¿Cómo es posible que este asesino experto pueda mostrarse confiado
y mortífero en un momento y, al siguiente, volverse tan tímido e inseguro
de sí mismo?
—Me acabo de dar cuenta de que lo he hecho todo mal —le digo,
bajando a la manta y dándole unas palmaditas en el asiento de al lado. Se
sienta, con los ojos grandes y llenos de curiosidad mientras se pega a mí.
—¿Qué quieres decir?
—He estado dándole vueltas a todo lo que ha pasado entre nosotros,
pensando que quizá no te resulte atractiva o... —Siento que mis mejillas
se calientan y, por alguna razón, me cuesta sacar a relucir el hecho de que
había pensado que no le gustaban las mujeres—. O que no te gustaban
necesariamente las mujeres —admito finalmente.
—Tú... pensabas... —una sonrisa se dibuja en sus labios antes de que
él también comience a reír.
—Oh, Sisi, si supieras... —gime, acercando su cara a la mía. Nuestras
narices se tocan, nuestros ojos tienen su propio concurso de miradas—.
Me gustan las mujeres —afirma sin rodeos—. Una mujer en concreto —
corrige, y mis labios se mueven en respuesta—. Pero admito que no soy el
mejor en el trato con las mujeres, ya que tú eres la única con la que he
estado en mucho tiempo.
—Creo que hemos llegado a la conclusión de que ninguno de los dos
es muy bueno para entender al sexo opuesto —menciono bromeando.
Sus ojos se oscurecen y su mirada se clava en mí. Me entran
escalofríos por todo el cuerpo al absorber su intensidad.
—Pero no te equivoques —susurra, con su aliento tan cerca de mi
piel.
—¿Sí? —Pregunto sin aliento.
—Me pareces muy atractiva, Sisi. Tanto que cada vez que te vas tengo
que darme una puta ducha fría. ¿Es eso lo que quieres oír? Que el mero
hecho de estar cerca de ti me pone tan dolorosamente duro que nada me
gustaría más que levantarte la falda. —Sus dedos me rozan la pierna mientras
me sube el dobladillo del vestido en un movimiento tentadoramente lento—,
y cogerte cruda y sangrienta hasta que los dos estemos agotados. —Su boca
roza mi garganta.
—¿Por qué no lo haces? —Mi voz sale en un gemido bajo.
—Lo haré, pero aún no. —Me roza la piel de la clavícula con la mejilla—.
Esto no es una carrera hasta la meta, es un maratón. Y por primera vez en mi
vida, me doy cuenta de que prefiero tener paciencia —sus labios presionan
justo encima de mi corazón—, y desenvolverte poco a poco.
De repente, separa su boca de mi cuerpo, se levanta y se quita la camiseta.
Mis ojos se abren de par en par al contemplar su esculpido torso, todo él un
lienzo para una miríada de imágenes. Apenas hay un punto que no haya sido
tocado por la tinta.
—Vaya —susurro.
Las comisuras de su boca se curvan y no pierde tiempo en levantarme de
la manta y cogerme en brazos.
—¿Qué?
—Te he traído al océano para que disfrutes del océano —me dice en el
cabello mientras se lanza hacia las violentas olas del océano.
Mis brazos se estrechan alrededor de su cuello mientras nos sumerge a los
dos en el agua fría.
Los dos nos hundimos cuando nos sumerge por completo en el agua. Mis
manos se tensan alrededor de él, pero no me suelta, ni siquiera un segundo.
—¿Qué… ? —pregunto, balbuceando cuando por fin volvemos a la
superficie. El agua está increíblemente fría y de repente empiezo a temblar—.
¿Por qué has hecho eso? —exijo, escandalizada.
Vlad tiene una sonrisa malvada en la cara, y no parece que el frío le haga
mucho daño a su cuerpo. No, su piel sigue estando increíblemente caliente
mientras me acurruco más cerca de él.
—Necesitaba una ducha fría —replica, y yo solo puedo mirarlo con la
boca abierta.
—Quieres decir... —Me quedo sin palabras, señalando su parte
inferior.
Me acerca hasta que mi frente está pegada a la suya, y puedo sentir su
dura silueta.
¡Dios, es enorme!
—¿Cómo puedes pensar que no me atraes cuando pareces un pecado
caliente? —Su mano recorre mi cuello, sus dedos rozando la piel
sensible—. Solo necesito mirar tus putas tetas y toda la sangre baja a mi
miembro —su voz rasposa y fundida es el fuego que necesitaba para
mantenerme caliente en el agua.
—Entonces deja que te ayude —susurro, y mis manos se dirigen ya al
cierre delantero de mi bata, desatando el nudo y deslizando lentamente el
material de mi cuerpo.
Mis pechos rebotan libres de los límites del corpiño, y la mirada de
Vlad se fija inmediatamente en mis pezones fruncidos.
—Hace frío —me excuso rápidamente, pero él me interrumpe,
sacudiendo la cabeza mientras los mira con reverencia.
Su mano baja lentamente mientras explora el valle de mis pechos, su
tacto es caliente y excitante.
—Mierda —maldice en voz baja con un silbido. Una mano se cuela por
detrás de mi cintura mientras me incita a rodear su cintura con las piernas,
poniendo en contacto esa parte dura de él con mi centro.
Se me escapa un gemido ante la sensación, y no puedo evitarlo mientras
sigo frotándome contra él.
—Maldita sea, chica del infierno, me estás volviendo loco —dice,
agachando la cabeza y dando un largo lametón a un pecho antes de rodear mi
pezón con sus labios, chupándolo en su boca.
El calor de su boca contrasta con mi piel fría, el efecto en mi cuerpo es
sublime. Sigue el contorno de mi pecho, depositando pequeños besos en la
cicatriz que hay justo encima de mi corazón. En cualquier otro momento, me
sentiría cohibida por las numerosas marcas que tengo en el cuerpo, pero
mientras él sigue adorando mi carne como si fuera la octava maravilla del
mundo, parece que no puedo reunir la vergüenza.
Aprieto las piernas en torno a él, incitándole a seguir chocando con él,
mientras su lengua hace maravillas en mi carne. Se turna entre los dos pechos,
chupando, provocando y lamiendo.
—Podría darme un festín contigo para siempre —dice, y su aliento
caliente me hace jadear. Coge un capullo entre sus dientes y lo muerde. Con
fuerza.
—Vlad —medio grito, mientras siento que un relámpago va directo a mi
corazón.
—Estoy tan cerca —digo a duras penas, pero él parece saber exactamente
lo que necesito, ya que sigue prodigando el mismo tipo de atención al otro
pezón hasta que tengo espasmos en sus brazos. El frío del agua se olvida
enseguida al sentir cómo el cosquilleo se extiende por todo mi cuerpo.
Con el cuerpo agotado y los miembros casi entumecidos, apenas me doy
cuenta de que me saca del agua.
Me deposita suavemente en la manta, con sus ojos todavía
hambrientos al mirar mi cuerpo semidesnudo.
Se arrodilla entre mis piernas y me agarra por los tobillos, arrastrándome
hacia él, con sus manos recorriendo mis pantorrillas.
—Me alegro de que hayas estado escondida en el Sacre Coeur hasta
ahora —admite, con voz ronca. Inclino la cabeza para verle mejor, sus
ojos están vidriosos de deseo mientras sus dedos exploran mi cuerpo.
—¿Por qué? —pregunto lánguidamente, con los sentidos todavía
abrumados por el placer que me ha arrancado del cuerpo antes.
—Porque eres solo para mis ojos. —Utiliza un dedo para levantar el
dobladillo de mi vestido, empujándolo sobre mis muslos. Sigo sus
movimientos con atención, y justo cuando creo haber descubierto su
trayectoria, me sorprende agarrando mi vestido con ambas manos y
rasgándolo por la mitad. El material se desprende inmediatamente, su
fuerza me sorprende una vez más.
Las manos de un asesino.
Una rápida inhalación y me doy cuenta de que hay un cambio en él.
Ya no es el pícaro juguetón de antes, ahora es un depredador al acecho.
¿Por qué me excita aún más saber que tiene el poder de acabar con mi
vida? Sería tan fácil, unas manos alrededor de mi garganta, un chasquido
de mi cuello, y él acabaría conmigo.
¿Y por qué quiero eso?
Casi puedo imaginar la forma en que sus dedos se clavarían en mi
carne, justo debajo de mi mandíbula, apretando su agarre hasta que apenas
pueda respirar antes de soltarme, concediéndome un pequeño respiro. Hay
una parte oculta en mí que quiere que me domine hasta que pida
clemencia, y eso me asusta y me excita a la vez.
—¿Qué estás haciendo ahora? —Estoy aturdida mientras lo miro, todo
tinta y músculo abultado, su pecho ondulando con cada pequeño esfuerzo.
Quiero extender las palmas de las manos sobre su carne, sentir su dureza,
y cuando intento hacerlo, él me detiene.
Mueve la cabeza, divertido.
—En el momento en que me tocas, chica del infierno, me quemo —dice,
con sus dedos dibujando círculos sobre mi carne desnuda—. Apenas puedo
controlar las cosas. En el momento en que me saques el miembro, o en el
momento en que, Dios no lo quiera, me pongas las manos encima, perderé
todo el control que me queda —dice con voz gruesa y tensa, y puedo ver que
está intentando luchar contra sí mismo.
Pasa el dorso de su mano por mis bragas húmedas y se me corta la
respiración cuando roza esa parte tan sensible de mí.
Una parte que nadie más que yo ha tocado antes.
Un rubor envuelve mis rasgos ante esa idea, pero he leído lo suficiente en
Internet para saber qué esperar, y ese conocimiento solo sirve para
humedecerme aún más, mi sexo gotea en un intento de que le preste la
atención que ansía.
—Estás mojada para mí, ¿verdad, Sisi? —me pregunta, deslizando el
material a un lado para introducir su dedo entre mis empapados pliegues,
sintiendo exactamente lo que su voz -su sola presencia- me provoca. Se
mueve lentamente mientras coge parte de la humedad, cubriendo todo su dedo
y llevándoselo a la boca.
Observo hipnotizada cómo abre los labios; esos labios sensuales que
deberían ser ilegales en un hombre, introduce el dedo y chupa.
—Haces que me guste esto —respondo sin aliento mientras él utiliza su
lengua para lamer hasta la última gota.
Lo que él no sabe es que desde el primer momento en que lo vi me
hizo sentir así. Puede que no lo reconociera entonces, pero en el momento
en que me dirigió esos ojos negros, sus manos en mi garganta mientras me
levantaba en el aire, me había excitado dolorosamente, todo mi ser
cosquilleaba por su cercanía.
—Mierda, Sisi. No tienes ni idea de lo que me hacen esas palabras —
ronca, con los ojos medio cerrados y una expresión de dolor en el rostro.
Está de rodillas entre mis piernas separadas, y muevo mis ojos más
abajo, hacia su estómago lleno de piedras, la tinta solo sirve para enfatizar
más los apretados cuadrados de sus abdominales. Su cintura se estrecha, y
observo sus pantalones mojados y la forma en que se amoldan a sus
caderas y...
Trago con fuerza al ver el contorno de su miembro, y me hago una
idea de lo que le hacen mis palabras.
No me avergüenza admitir que he explorado Internet en mi búsqueda
para averiguar por qué me hace sentir así, y he leído lo suficiente para
saber que eso no es lo normal. Pero además, todo en él es superlativo, así
que no debería sorprenderme que su miembro tenga también un tamaño
escandaloso.
Y, sin embargo, aunque a mis ojos les cuesta creer que algo tan
grande pueda caber dentro de mí, no puedo evitar la forma en que quiero
apretar mis piernas instintivamente, casi capaz de imaginarlo deslizándose
dentro y...
Un gemido escapa de mis labios, la imagen es demasiado vívida, mi
cuerpo está más despierto que nunca.
Su mirada se ensombrece al ver cómo mi sexo se contrae lentamente,
más humedad saliendo de mí.
—Maldita sea, chica del infierno —gruñe, palmeando ese monstruo en sus
pantalones.
—Tu sexo es jodidamente perfecto —dice, sacudiendo la cabeza
mientras sigue mirando.
De repente, sus manos rozan el borde de mis bragas y se me corta la
respiración cuando las desliza por mis piernas. La acción es tan
tentadoramente lenta que no hace más que aumentar mi expectación... y mi
frustración.
Se ríe al ver mi impaciencia, se inclina y me acaricia los labios con los
suyos.
—Quiero destrozarte, Sisi —susurra, con su boca sobre la mía. Hay una
intensidad en la forma en que me mira, y realmente lo creo capaz de
destrozarme. En todo caso, lo agradecería.
Tal vez incluso le rogaría que lo hiciera.
—Quiero destrozarte y recomponerte —me pasa la lengua por la cara y la
barbilla, y se me pone la piel de gallina—. Pero en la fase de reconstrucción,
me quedaría con algo tuyo —sus dientes rozan la curva de mi cuello—. Para
que nunca estés completa sin mí.
—Sí. —Me encuentro de acuerdo, aunque sus palabras deberían hacerme
correr—. Por favor —susurro, y su boca se abre de par en par justo en la
unión de mi cuello, sus dientes se alojan en mi piel y rompen la superficie.
Jadeo ante el inesperado dolor. Aplica succión, y mis piernas se abren,
dejándole encajar entre ellas, buscando ese contacto cercano.
—Por ahora —susurra mientras levanta la cabeza, con la sangre
manchando sus blancos dientes—. Me conformaré con esto.
Un áspero beso y continúa su recorrido por mi cuerpo, deteniéndose
brevemente sobre mi estómago y arrastrando su lengua hacia abajo. Acomoda
su cabeza entre mis piernas, y por un breve momento quiero protestar.
Pero cuando me da un largo lametón, mi cabeza golpea la manta con
un fuerte gemido.
—Eres perverso —exhalo, y siento que sonríe contra mi sexo. Rodea
mi clítoris con sus labios y lo succiona en su boca.
Mis manos se aferran a la manta y mis muslos tiemblan mientras él
continúa con sus atenciones. Lleva su dedo a mi entrada y comprueba mi
abertura, encontrando que estoy bien ajustada a él.
—Dios —exclama, su aliento caliente abanicando mi sexo me hace
retorcer, y una mano se cuela detrás de mi cintura, manteniéndome
pegada a él—. Estás tan apretada que apenas me cabe un dedo, chica del
infierno. Mierda, no puedo dejar de imaginarme cómo sangrarás sobre mi
miembro —ronca, sus palabras pretendían escandalizar, pero en lugar de
eso solo me excitan más.
Quiero sangrar sobre él.
Dios, pero debo estar perdiendo la cabeza.
Metiendo y sacando el dedo, sigue provocándome con la lengua, y un
dolor se forma en mi interior a medida que aumenta mi excitación. Me
retuerzo bajo él, mis muslos se agitan, mis músculos se tensan cuando me
muerde el clítoris, el dolor se mezcla con el placer en un crescendo
imparable.
En un momento dado, siento que es demasiado, e intento apartarme de
él, pero no me deja. Me sujeta aún más fuerte, entra y sale de mí, con su
lengua deslizándose sobre mi clítoris.
De repente, empiezo a tener espasmos a su alrededor, y un chorro de
humedad sale de mi canal. Continúa lamiendo mi cuerpo, devorando mi
liberación. Es un asalto a los sentidos mientras sigue causando estragos en
mi cuerpo, provocando más sensaciones.
Cuando por fin termina conmigo, me quedo sin huesos.
—¿Qué me estás haciendo? —Apenas encuentro fuerzas para preguntar,
con los ojos caídos y la respiración agitada.
—Sobornándote —dice, pasando lentamente su lengua por mi vientre—.
Dándote tanto placer que te vas a volver adicta a mí —me sonríe.
Casi grito por su arrogancia, pero la verdad es que sería muy fácil hacerse
adicta a él. Ciertamente, sus besos se han convertido en mi nueva forma
favorita de sustento. Si añadimos los orgasmos a mi nueva dieta, es casi
indispensable.
Pero hay más en él que eso. Mucho más.
Está en sus ojos más oscuros que el negro, y en el sufrimiento que a veces
se filtra por las grietas. Está en su fachada perfectamente construida y en la
forma en que se presenta al mundo. Pero, sobre todo, está en la forma en que
me permite vislumbrar lo que hay debajo de su máscara.
Veo la soledad estridente y la inestabilidad maníaca, todo ello dejando
paso a un genio puro pero incomprendido.
Y lo quiero todo.
Lo anhelo todo.
No hay explicación para las cosas que me hace sentir. Mi propia esencia
llama a la suya de una manera que a veces me hace cuestionar mi propia
cordura.
Pero ¿realmente necesito estar cuerda cuando estoy con él?
Hay libertad en su marca de locura, de despiadada violencia y brutalidad.
Y por mucho que intente racionalizarlo, simplemente no puedo.
Está más allá de la lógica, e incluso de los sentimientos, en un reino
propio en el que las reglas no existen.
Interrumpe mi hilo de pensamiento cuando sube por mi cuerpo, tomando
mi boca en un beso agresivo y haciéndome perder la cabeza.
Intoxicante.
Así es como llamaría a sus labios cuando tocan los míos.
Me pierdo en su abrazo y ni siquiera me doy cuenta de que nos hace
girar hasta que estoy tumbada encima de él, con mi piel desnuda contra la
suya.
Suelto un suspiro de satisfacción, sintiéndome más feliz que nunca,
con una sensación de pertenencia que me atrae poco a poco y me hace
saber que quizá he encontrado mi lugar.
Acariciando mi mejilla en el pliegue de su cuello, empiezo a rastrear
sus tatuajes, observando que muchas de las figuras se parecen a demonios.
—¿Qué significan? —pregunto, levantando la vista para encontrarlo
mirándome con una mirada inescrutable.
—Mi maldición —responde crípticamente, estrechando sus brazos
alrededor de mí.
Respirando profundamente, me permito disfrutar de la proximidad de
su cuerpo, de cómo se siente mi piel junto a la suya, y cuando empezamos
a hablar un poco más, me encuentro confiando en él sobre mi dilema con
mi hermano.
—No creo que sea bienvenida allí —admito, exponiendo mi
vulnerabilidad ante él.
—¿Por qué? —Él frunce el ceño.
—Marcello es... —Me detengo, sin saber cómo decirlo, ya que es
amigo de mi hermano.
—No parece muy contento de que esté allí. La mayor parte del tiempo
me ignora, y cuando por fin hemos tenido una conversación ha sido
increíblemente torpe —respiro profundamente, tratando de disipar el nudo
que se me forma en la garganta.
Vlad guarda silencio por un momento.
—No lo juzgues con demasiada dureza —dice finalmente,
volviéndose para mirarme a los ojos. Su mano me acaricia la cara y me pasa
un mechón por detrás de la oreja—. Conozco a Marcello desde que éramos
jóvenes. No lo ha tenido fácil, y teniendo en cuenta las circunstancias de tu
nacimiento, no le culpo por ser un poco cerrado.
—¿Qué quieres decir? —pregunto, parpadeando rápidamente.
¿Qué circunstancias de mi nacimiento?
—No estoy seguro de cuánto sabes sobre tu madre biológica —continúa
Vlad, con una voz inusualmente calmada—. Pero era una enferma mental.
También era una fanática religiosa que creía que el diablo intentaba tentarla
en todo momento. Marcello no tuvo una infancia fácil por eso. Cuando
naciste, ella estaba convencida de que tenías la marca del diablo —dice,
mientras sus dedos trazan la marca roja sobre mi frente—. Marcello sabía que
no podía dejarte vivir con ella, ni con tu padre, ya que él era aún peor, así que
pensó que lo mejor era enviarte al Sacre Coeur. Sin embargo, no creo que se
haya perdonado nunca el haberte enviado lejos —menciona Vlad.
Me tomo un momento para digerir lo que dice.
—¿Eran tan malos? —pregunto finalmente, porque en mi mente nada
podría ser peor que lo que había soportado en el Sacre Coeur.
—No quieres saberlo —responde Vlad—. Hay malos, y luego están tus
padres —dice, y le tomo la palabra. Si Vlad cree que eran malos, lo más
probable es que lo fueran.
—Gracias por decírmelo —susurro, rozando mis labios con los suyos.
Esto cambia las cosas, y hace que quiera esforzarme por conocer un poco
más a mi hermano. Tal vez no soy tan indeseable como había pensado
inicialmente.
Al día siguiente me cuesta mantener los ojos abiertos. Vlad me había
devuelto a casa de madrugada y apenas pude pegar ojo. Habíamos
acabado comiendo, bebiendo y hablando toda la noche, alternando entre
jugar en el agua y pasear por la playa. Ser las únicas personas allí había
sido liberador, y habíamos disfrutado de un pequeño descanso de la
monotonía de la vida cotidiana. También sé que Vlad se ha estresado cada
vez más con la búsqueda de su hermana, y que es lo único que hace en el
tiempo que no estoy con él.
Con un dolor de cabeza creciente, me dirijo al comedor, preparada
para la hora de la familia. Aunque Vlad ha arrojado algo de luz sobre
Marcello y su comportamiento, eso no significa que no me sienta como
una extraña.
Justo cuando empiezo a bajar las escaleras, veo a mi hermano y a Lina
besándose en el pasillo.
Al menos alguien está contento.
—¿Sisi? —pregunta Lina, y yo desvío la mirada, ocultando una
sonrisa al presenciar su tierno momento con Marcello—. ¡Sisi, espera! —
me llama mientras me dirijo al comedor.
—¿Qué? —Me vuelvo hacia ella, frunciendo el ceño.
—¿Qué es eso? —pregunta ella, acercándose a mi lado y apartando mi
cabello. Me señala algo en el cuello y tardo un momento en darme cuenta
de qué está hablando... y de cómo me lo he hecho.
Oh, ¡maldita sea!
—¿Estás enferma? —continúa, obviamente preocupada por mí. El
corazón me late con fuerza en el pecho y murmuro una excusa.
—¿Qué? No... algo me habrá picado. —La mentira se desliza con
facilidad, pero no me atrevo a mirarla a los ojos.
—Tengo hambre, te veo en el comedor —me excuso rápidamente y salgo
corriendo.
Ha estado a punto.
¿En qué estaba pensando Vlad para dejar ese tipo de marca en mi piel,
sabiendo que la gente la vería? Más que nada, en qué estaba pensando yo para
permitir algo así.
Sacudo la cabeza contra mí misma. Es como si perdiera todas las
inhibiciones en el momento en que me encuentro en su presencia.
Cada vez corremos más riesgos, y no quiero pensar en las reacciones de
Lina o Marcello si se enteran de cómo he estado pasando las noches. Conocer
un poco mejor a Vlad me ha hecho ser consciente de algo. Puede que
encajemos perfectamente juntos, pero eso no significa que el mundo exterior
lo vea así.
Por lo que me ha contado Vlad, he podido deducir que no es muy
aceptado en la sociedad. Diablos, Marcello, que según todos los indicios es su
amigo, no confía en que no entre en una furia asesina en cualquier momento.
Si alguien supiera el tiempo que pasamos juntos, o lo mucho que ha
empezado a significar para mí, no dudo que intentaría poner fin a nuestras
reuniones. Y por eso, no puedo permitirme un desliz, ni siquiera un poco.
Sí, Vlad es mi pequeño secreto, pero en este momento es lo único que me
mantiene cuerda.
Es más tarde en la noche que me animo a buscar a Marcello.
Llamo a la puerta de su estudio, y me armo de valor cuando oigo su
voz diciendo:
—Adelante —Al entrar, levanto la cabeza y tomo asiento frente a él—.
¿Sí? —dice, sorprendido de verme.
—Quería darte las gracias —empiezo, y sus cejas se disparan
confundidas—. Por acogerme y por ofrecerme esta oportunidad de
empezar de nuevo —le explico.
—Sisi, no tienes que darme las gracias por nada —responde, y por un
momento me sorprendo al oírle usar mi apodo en lugar de mi nombre
completo, como suele hacer—. Esta también es tu casa. En todo caso,
debería pedirte perdón por no haber preguntado antes si querías quedarte
en el Sacre Coeur. Supuse que... —se interrumpe, pareciendo incómodo—
. Me equivoqué al pensar que solo porque Sacre Coeur era todo lo que
conocías no tendrías curiosidad por el mundo exterior.
—No podías saberlo —le digo—. A todos los efectos, me sentía como
en casa en el Sacre Coeur.
Suspiro profundamente. Años de interactuar con la misma gente
parecen haber atrofiado mi capacidad de relacionarme con los demás.
—Me alegro de que hayamos hablado sobre esto. —Le dedico una
pequeña sonrisa.
—A mí también. No me gustaría que pensaras que no eres bienvenida
en tu propia casa. Sé que tienes una relación muy estrecha con Lina y
Claudia, pero me gustaría que nos conociéramos también. Poco a poco. —
Me devuelve la sonrisa con una propia.
—Me gustaría. —Asiento con la cabeza.
Capítulo 14
Vlad

—Me sorprende verte aquí —menciona Enzo, levantando una ceja


mientras se enciende un cigarrillo.
—¿Lo estás? —pregunto, tomando asiento y poniéndome cómodo.
Teniendo en cuenta nuestra anterior enemistad, podría parecer
sorprendente que esté visitando a Enzo justo en su casa. Pero recientemente
he encontrado algunos datos que han cambiado mi percepción de él y de
nuestra situación. El hecho de que no me reciba con una escopeta en la cara
solo confirma lo que ya sé: Enzo Agosti es un hijo de puta astuto.
Y tengo que admitir a regañadientes que mi respeto por el hombre ha
aumentado.
Hacía tiempo que tenía los ojos puestos en el negocio de Agosti, sobre
todo desde que escuché algunos rumores no tan glamurosos a través de la red.
En mi desesperación, había sido todo el impulso que había necesitado para
poner a Agosti bajo la lupa. Y había utilizado a mi antigua compañera,
Bianca, para hacerlo. En un intercambio quid pro quo, ella había colocado
unos cuantos micrófonos en la oficina de Enzo, y desde hacía meses la
información que había obtenido me había ayudado a reducir mis opciones.
—Ve al grano, Kuznetsov —afirma Enzo, que parece ya aburrido.
Ah, pero cuando escuche lo que tengo que decir ese aburrimiento
seguro que se le borra de la cara.
—Qué impaciente. Y yo que era el que tenía déficit de atención. —
Bromeo, sirviéndome de su paquete de cigarrillos sin ser invitado.
Enfoca sus ojos hacia mí mientras lo enciendo, dando una calada
completa al cigarrillo.
—No estoy de humor para tus payasadas, Vlad. —Pone los ojos en
blanco, esperando claramente que me vaya pronto.
—Hmm, ¿y de qué payasadas estamos hablando? —Finjo ignorancia.
Él levanta una ceja.
—¿En serio? —Niega con la cabeza—. ¿Te recuerdo lo que pasó la
última vez que estuvimos juntos en la misma habitación? —pregunta, y yo
empiezo a reírme.
Hemos tenido nuestras diferencias a lo largo de los años, y todas ellas
empezaron por su mujer, o al menos por su actual esposa. Después de la
debacle inicial, no habíamos tenido muchas oportunidades de
encontrarnos. Pero una vez, en una cumbre, volvimos a llegar a las manos
cuando contraté un conjunto de strippers para que hicieran su entrada en
medio de la reunión. Incluso los había enviado con el mensaje
personalizado de que eran para su mujer, ya que él no es capaz de
satisfacerla.
Enzo se había avergonzado mucho, tal como yo quería, pero su
reacción no había sido tan vehemente como yo había previsto.
Ahora sé por qué...
Aun así, la mala sangre es profunda, y dudo que esta conversación lo
arregle todo por arte de magia. Sin embargo, él tiene algo que yo quiero,
así que me doblegaré un poco.
—Vamos, Agosti. ¿Dónde está tu sentido del humor? También eran de
primera clase. No tienes ni idea de lo que cobran esos por hora. —Le miro de
arriba abajo, con los labios crispados—. Sabes, si alguna vez quieres retirarte,
esa podría ser una vía. No estás mal visto. Desde luego, las mujeres te
adoran... —Me detengo cuando veo el tic en su mandíbula.
—Me pregunto si tienes ganas de morir, Kuznetsov. Siempre he sabido
que eres imprudente, pero no del todo suicida.
—Ahh, Enzo, Enzo —me río—. La imprudencia no es más que el deseo
de morir sin el valor real. Tal vez solo me gusta cortejar a la muerte, pero no
estoy del todo preparado para encontrarme con mi creador —digo, divertido.
—Pues aquí estás —me contesta secamente, y decido ir al grano para que
no saque sus armas contra mí. Prefiero no tener ningún agujero cuando me
encuentre con Sisi esta noche.
—Quiero información —le digo, con la sonrisa completamente borrada.
Se burla de mí y sé que tengo que sacar la artillería pesada.
—Jiménez —empiezo, y su atención se centra en mí—. Sé que has estado
trabajando con él. Lo que significa que actualmente estás en posesión de
algunos de sus negocios.
Su máscara no se cae ante mi mención, pero sus orejas sí se agudizan.
—¿Qué quieres? —pregunta, tenso. Ah, sabía que Enzo era inteligente. Si
se da cuenta de que estoy al tanto de sus actividades extracurriculares,
entonces debe entender que sé mucho más que eso.
—Te lo dije. Información. Estoy buscando a un tal Miles, afiliado al
Proyecto Humanitas.
Vuelve su gélida mirada hacia mí, debatiendo durante un minuto qué
responder.
—Vamos, Agosti, no te cuesta nada ayudar a un compañero. Por otro
lado... podría salirle muy caro a alguien que vive en el Sacre Coeur. —Me
estiro en mi asiento, observando con regocijo cómo mi amenaza se hunde.
Aprieta los dientes, pero me hace un gesto enérgico con la cabeza.
—No sé nada de un Proyecto Humanitas —dice, y me apresuro a
espetarle—, pero —continúa—, hay un Miles que es conocido en la
escena del Club, especialmente en el territorio de Jiménez. No conozco al
tipo personalmente, pero tiene múltiples corredores que le compran cada
mes.
—Maravilloso —exclamo, con una amplia sonrisa en los labios—,
¿dónde puedo encontrar a ese Miles entonces?
—Como te dije, no se presenta. Pero puedes encontrar sus corredores
—continúa, sacando su ordenador y pulsando algunas teclas—. Estos son
los clubes que sé con certeza frecuenta. —Empuja la pantalla hacia mí y
me inclino para leer la lista de clubes y sus direcciones.
—No sabía que Papillion era el club de Jiménez —estrecho los ojos.
El resto me resulta familiar, ya que he estado en todos ellos en el pasado
en mi búsqueda de respuestas. Pero todos están fuera del estado. Papillion,
sin embargo, está en Nueva York, y es ampliamente conocido por estar
bajo el mando de Agosti.
—Nadie lo estaba —explica Enzo—, pero como no era bien recibido
en Nueva York, disimuló el club. Fue la primera condición que acepté
cuando me asocié con él. Yo abriría un club a mi nombre, y él tendría vía
libre sobre él.
—Ya veo —digo—, voy a necesitar acceso al club.
Enzo se detiene un momento.
—Confío en tu discreción con...
—Tienes mi palabra.
Asiente, saca su teléfono y hace unas cuantas llamadas.
—Vas a ir como VIP. Intenta no destacar demasiado. Puede que tenga
mi nombre en esto, pero está fuera de mi control —dice.
—No te preocupes, Agosti. Seré una mosca en la pared. —Le doy una
sonrisa deslumbrante, y él cierra los ojos, sus manos van a las sienes.
—Eso es lo que me preocupa —gime—. Hablo en serio, Vlad. La gente
que frecuenta esos lugares no es gente que quieras como enemigos. Es mejor
que llames la atención lo menos posible.
—Vamos, ¿qué tan malo puede ser? —Pensaría que debería ser al revés,
ya que mi estado de ánimo es voluble en el mejor de los casos.
No muerde mi anzuelo. En cambio, saca un USB, lo conecta a su
ordenador y programa algunas cosas en él.
—Esto te dará acceso a la fuente. Ya sabes lo que hay que hacer. El club
es una fachada, las subastas están en el sótano. Papillion es conocido sobre
todo por los inmigrantes —comenta, entregándome el USB.
Ah, quiere deshacerse de mí lo antes posible. No puedo más que
complacerle mientras me levanto y me guardo el USB en el bolsillo.
Sin embargo, al salir, me siento obligado a añadir
—Un favor por un favor, Agosti. Tu secreto está a salvo conmigo.
No miro atrás mientras salgo de su casa, dándome cuenta de que tengo
que planear mi siguiente movimiento.

Con una última mirada a las bolsas de ropa que había comprado, solo
puedo esperar que a Sisi le gusten. Como nuestra desventura saltando por la
ventana no había funcionado muy bien, hemos improvisado y desarrollado
un sistema para que ella salga sin ser detectada por la puerta del personal
en la parte trasera de la casa.
Ya he aparcado el coche fuera de la carretera principal y ahora solo
espero que venga.
Después de salir de la casa de Enzo, me pasé todo el día observando la
transmisión de Papillion, haciendo un plano del lugar e ideando planes de
respaldo en caso de que nuestra visita pudiera atraer atención no deseada.
Había decidido que Sisi me acompañara por tres razones. Uno... bueno, no
quiero perderme un día con ella. Dos, me ayudará a pasar desapercibido, y
tres, se asegurará de que me mantenga concentrado, ya que Vanya no será
un problema si ella está allí.
No hay razón para no llevarla conmigo, especialmente porque confío
en mí mismo para mantenerla a salvo.
—Estás sonriendo de nuevo. —Vanya señala, y yo la miro.
—No lo hago —resoplo.
—Sí lo estás. —Cruza las manos sobre el pecho, levantando una ceja
hacia mí—. Es la chica, ¿no? —pregunta con conocimiento de causa.
—Claro que no —respondo un poco rápido, y ella se limita a
sonreírme.
—Es la chica —repite, y yo suspiro.
—Está bien, puede que sea la chica. Pero no digo que lo sea. Digo que
hay una posibilidad. —Evito la cuestión, esperando que deje el tema.
No es la primera vez que Vanya saca el tema. En sus propias palabras,
está intentando que me dé cuenta de mis sentimientos por Sisi y de que
debería casarme con ella lo antes posible. Quiero decir, técnicamente, lo
que está diciendo no es una mala idea. Si me casara con ella, me
pertenecería solo a mí. La parte de los sentimientos es un poco turbia, ya
que no creo que los tenga —defecto de fábrica, por desgracia—, pero
ciertamente puedo fingir.
—¡Lo sabía! —exclama—. Siempre tienes esa mirada soñadora de
estrella, en la cara —añade y yo me quedo con la boca abierta.
—¡No lo hago! —afirmo con vehemencia, pero ella se limita a mirarme
con sorna.
—Protestas demasiado. —Me sonríe antes de que su forma desaparezca
en el aire. Al levantar la mirada, veo a Sisi corriendo hacia el coche en la
distancia.
Por un momento, pienso en las observaciones de Vanya. Estoy de acuerdo
en que quizá sea un colegial enamorado. ¿Pero quién no lo estaría? Sisi no
solo es increíblemente atractiva, sino que también es ingeniosa y divertida, y
está a la altura de mi jodido sentido del humor. Incluso aprueba mis
inclinaciones menos morbosas de lo habitual. Si eso no es un buen partido,
entonces no sé lo que es.
Tal vez debería esposarla.
La idea no es tan mala. Marcello podría intentar matarme, pero al menos
no estaríamos a escondidas todo el tiempo. Incluso sería capaz de verla a la
luz del día, hecho que ha demostrado ser muy difícil hasta ahora. Uno
pensaría que nosotros somos vampiros con nuestros horarios nocturnos.
Pero cuanto más tiempo paso con ella, más la anhelo. No me basta con
tenerla cerca, con escuchar su risa, con saborear su propia esencia.
—Dios —gimo en voz alta, bajando la mano para ajustar mi miembro. Ya
es algo habitual. Solo tengo que pensar en ella y se me pone dura. Es así de
sencillo.
La otra noche en la playa estaba tan loco por ella que me corrí en los
pantalones. Incómodo, pero fui capaz de quitarlo de encima sugiriendo otro
baño en el agua. Su olor, su sabor, el simple hecho de sentir su sexo en mi
lengua había sido una experiencia sin igual.
Y como alguien que antes se burlaba de la idea de acercarse tanto a otro
ser humano, ahora me parece que no puedo acercarme lo suficiente.
Para ello, tengo que hacer todo lo posible para no estropear las cosas.
Sé que no tengo demasiadas cosas a mi favor, y que ella podría hacerlo
mucho mejor —y más normal—, pero tengo que demostrarle que, incluso
con mis defectos, soy la mejor opción.
Menos mal que tengo fuertes protecciones en mi ordenador, porque
sería vergonzoso mirar mi historial de navegación.
¿Qué tipo de asesino entrenado busca consejos sobre cómo enamorar
a una mujer?
Peor aún, ¿qué tipo de asesino pasa su tiempo en foros de mujeres
catalogando ideas de citas? Sería una vergüenza para toda la comunidad
de asesinos, si es que existe tal cosa.
¿Mis víctimas me temerían ya si supieran que me paso horas eligiendo
ropa de mujer? ¿O que ahora sé que hay diferentes tonos de azul? Debo
haber memorizado toda la paleta de colores en mi búsqueda de algo que le
guste a Sisi.
¡Maldita sea!
Esta vez sí que me estoy perdiendo.
—Estás aquí. —Ella abre la puerta del pasajero, subiendo. Está sin
aliento por haber corrido hacia el coche, pero su sonrisa es amplia en su
rostro.
—Estás aquí —repito insensiblemente, sonando como un disco
rayado.
Sisi no pierde el tiempo y se inclina hacia delante para darme un rápido
beso.
—Entonces, ¿qué hay para esta noche? —me pregunta emocionada, y
me encuentro dejando atrás todas mis aprensiones, buscando en cambio
empaparme de su presencia.
—Esta noche, nos vamos de caza —le digo, detallando rápidamente mi
plan.
El Papillion funciona de forma un poco diferente al Block, otro de los
clubes más famosos de Jiménez.
Mientras peinaba las imágenes, había marcado un patrón. El club abre a
las doce y funciona como un club de striptease normal hasta las dos. Después,
los iniciados son invitados al sótano para ver los espectáculos de la noche y
pujar por sus favoritos. Enzo no había bromeado cuando dijo que los
inmigrantes eran la principal atracción.
El club recibe solicitudes de diferentes tipos de personas de todo el
mundo, pero en lugar de satisfacerlas en un trato único, prefieren hacer que
los compradores se peleen por la mercancía, y así aumentar sus beneficios.
Todo es bastante ingenioso, desde el punto de vista empresarial, ya que
aparentemente la capacidad de Papillion para subcontratar cualquier tipo de
humano no tiene comparación.
Definitivamente puedo ver por qué ese Miles sería un habitual en un lugar
así. Ahora, sin embargo, tengo curiosidad por saber qué peticiones
personalizadas hace.
Por suerte, por lo que he podido averiguar, el anfitrión pide las
especificaciones, lo que pone en aprietos al posible comprador y garantiza
que la posible competencia se entere de ello para hacer subir los precios.
Todo el esquema es brillante, y solo puedo imaginar el tipo de dinero que
Papillion trae.
Nuestro plan es bastante sencillo. Sisi y yo entraríamos, nos
quedaríamos hasta que nos llamaran para la subasta y luego estaríamos
atentos a la gente de Miles.
Los trajes que nos había conseguido deberían ayudarnos a pasar
desapercibidos. Había optado por un estilo completamente distinto al
habitual. Así, aunque alguien me conociera, se sentiría desconcertado por
dos cosas: la presencia de Sisi y mi ropa.
—¿Hablas en serio? —Sisi arquea una ceja mientras termina de
ponerse la ropa que le he comprado.
—Maldita sea —silbo, admirando la vista.
Ok, quizá debería haber ido más conservadora.
Lleva un par de pantalones de cuero que acentúan sus piernas, el
atrevido contorno de su trasero hace que los hombres quieran llorar.
Ciertamente, mi miembro lo aprueba. Mi cabeza, sin embargo, no tanto,
ya que todos los demás verán lo mismo.
Para la parte de arriba he optado por una simple camisa negra, esta
vez asegurándome de que no se vea ningún escote, ya que sus tetas son un
billete de ida al infierno para cualquiera que desvíe la mirada, aunque sea
un poco.
—Vamos, no puedes estar hablando en serio —repite, mostrando el
corte de cuero que dice Propiedad de Berserker.
—¡Es bonito! —respondo dándole la espalda y señalando el Berserker
escrito en el mío—. Coincidimos, ¿ves?
Ella niega con la cabeza, pero finalmente cede y se lo pone.
Francamente, había tenido que improvisar rápido y encontrar un buen
disfraz, sobre todo para ese tipo de club. Así que he optado por lo más
fácil: fingir que formo parte de un grupo de MC inventado llamado White
Trash y que voy a Papillion con mi chica motera a comprar nuevos humanos.
Teniendo en cuenta que todo mi cuerpo está lleno de tinta, no parece
demasiado descabellado que forme parte de alguna banda nefasta. Pero, sobre
todo, es tan opuesto a cómo suelo presentarme que debería pasar
desapercibida.
A juego con el atuendo de Sisi, también llevo unos pantalones de cuero,
una camiseta blanca de tirantes y el corte de cuero con el nombre del club.
Está por ver si alguien capta la ironía del nombre, aunque, basándome en
experiencias anteriores, el golpe debería caer en saco roto.
También me había esforzado en modificar temporalmente mi tatuaje de
Bratva, para que nadie lo reconociera.
—No puedo creer que haya aceptado esto —murmura Sisi en voz baja.
—Tenemos que entrar sin ser detectados. Piensa en ello como una nueva
aventura. ¿Cuándo volverás a tener la oportunidad de ser una motera?
—No estoy segura de que esta sea mi definición de aventura. —Pone los
ojos en blanco—, pero te ayudaré.
—¡Genial! —digo, golpeando fuertemente su trasero.
—¡Auch! ¿Por qué has hecho eso? —Se lleva las manos al trasero
mientras intenta calmar el dolor.
—Me meto en el personaje. —Le guiño un ojo.
Y para rematar, también había conseguido una vieja Yamaha que ha
estado acumulando polvo en mi garaje. Esta vez, cuando Sisi ve la moto, no
se burla de ella. Por el contrario, se entusiasma ante la perspectiva de
conducirla.
—Guau —exhala cuando le entrego el casco. —Esto es increíble.
—¿Tan feliz eres montando perra? —bromeo, y sus ojos se abren de par
en par antes de recibir un golpe en las costillas.
—De broma, de broma. —Alzo las manos en señal de rendición.
Ella hace un mohín y yo me vuelvo hacia ella, tomando su boca en un
áspero beso, mis dientes atrapando su labio inferior mientras lo muerdo.
—Agárrate fuerte —digo contra sus labios, cogiendo sus brazos y
envolviéndolos alrededor de mi cintura.
Llegamos a la discoteca justo cuando abre, y después de mostrarle al
portero que tengo la aprobación de Enzo, nos invitan a entrar y nos dicen
que esperemos a que un miembro del personal nos muestre nuestra sala
VIP.
Cuando entramos en el club, observo que no es nada especial. Al
menos, comparado con otros lugares que he visto, este es bastante
tranquilo.
Hay mini escenarios por todas partes, en los que hay bailarinas de
barra y strippers rodeadas de hombres cachondos. Hay unos cuantos sofás
y mesas en la parte de atrás, todos ocupados con hombres y mujeres en
diferentes etapas de follar. Desde lejos, parece un banquete digno del
mismísimo Calígula.
—¿Eso es? —susurra Sisi cuando ve el espectáculo, y por un segundo
me arrepiento de haberla traído aquí. Yo no quiero que vea el miembro de
un desconocido.
Protegiendo sus ojos con mi mano, desvío su atención dirigiéndola
hacia la barra.
—Vaya —sigue diciendo, mirando a su alrededor con asombro—. Eso
parece muy divertido —señala hacia las chicas que bailan en los postes—.
Pero también difícil. —Frunce el ceño cuando las ve hacer un movimiento
bastante complicado.
—Se necesitan músculos fuertes para hacer eso. —Apenas miro la barra,
toda mi atención está puesta en ella. Sus expresiones son tan vívidas, tan
hipnotizantes, que tienen el poder de hacerme olvidar.
—Quiero probarlo —responde animada.
—¿Qué?
—Quiero probarlo. Parece muy interesante —repite, soltando un suspiro
soñador mientras sigue admirando los movimientos de las chicas.
Negando con la cabeza, ya que claramente eso está fuera de discusión, me
dirijo al camarero y le pido dos chupitos de vodka.
—Toma. —Le doy uno, un poco molesto por el hecho de que su atención
esté centrada en el escenario. Ni siquiera me mira cuando me quita el vaso de
la mano y se lo bebe, balbuceando rápidamente. Se lleva la mano a la cara
mientras se abanica y se vuelve hacia mí con los ojos muy abiertos mientras
pide ayuda.
—Respira. —Me inclino para susurrar.
—Es tan fuerte... —apenas le salen las palabras.
Hasta ahora, solo le había ofrecido bebidas más suaves, como vino o
champán, queriendo facilitarle la exploración del alcohol.
—¿De quién es la culpa de que te lo tomes como un profesional? —le
digo, divertido—. Deja que te enseñe cómo se hace —le digo, con los ojos
fijos en ella.
Cojo mi vaso de chupito y me lo bebo de un tirón. Entonces, antes de que
pueda reaccionar, mi mano sale disparada, agarrándola por la mandíbula, y mi
pulgar abre sus labios mientras me burlo de ella con mi boca. Abriendo bien
la boca, comparto la bebida con ella, lamiendo sus labios cuando he
terminado.
Se queda callada mientras sus ojos me recorren, su excitación es
evidente en la forma en que se dilatan sus pupilas. Se muerde los labios
lentamente, un gesto de acercamiento que me pone duro al instante.
Estoy tan concentrado en ella y en sus seductores jueguecitos que no me
doy cuenta de que otra mujer se pone delante de nosotros.
Sisi es la primera en mover la cabeza, estudiando a la mujer con los
ojos entrecerrados.
—¿Un baile erótico? —pregunta, poniendo su mano en mi hombro—,
ella puede mirar —asiente hacia Sisi. La mujer está vestida solo con un
bikini, con toda la mercancía a la vista, ya que sin duda está tratando de
encontrar clientes para la noche.
Estoy a punto de quitarle la mano de encima, pero Sisi se me adelanta,
agarrando bruscamente su muñeca y doblándola.
—No, gracias —finge una amplia sonrisa, poniéndose en pie y
colocándose entre la mujer y yo.
Vaya, qué interesante...
—No te he preguntado —responde la mujer con suficiencia antes de
volverse hacia mí—, no sabía que las perras podían contestar —continúa,
mirando a Sisi de arriba abajo con desagrado y me lleva un momento
darme cuenta de que las chicas moteras deben ser sumisas.
Por desgracia, he fallado en la elección de este disfraz, ya que Sisi es
cualquier cosa menos sumisa.
—Oh, esta sí puede —Sisi responde, apretando la muñeca de la mujer
y retorciéndola. Ella gime de dolor, pero no parece rendirse mientras
dirige su otra mano hacia el cabello de Sisi.
Pienso en intervenir, pero una mirada de Sisi y levanto las manos,
dejándola hacer lo suyo. Así que me inclino hacia atrás y observo el
espectáculo.
Sisi se apresura a parar la mano de la mujer, rodeando su nuca con los
dedos y haciendo que su cabeza choque con la mesa del bar. Un sonoro
golpe, y todo el mundo fija repentinamente sus miradas en el combate en
curso.
Observo con placer cómo Sisi sigue golpeando la cabeza de la mujer
contra la mesa hasta que la sangre empieza a brotar de su cara.
Mierda, si esto no me pone aún más duro.
Es interesante que nadie intervenga para ayudar a la mujer, teniendo en
cuenta que es una empleada de aquí. No, en lugar de eso todo el mundo
aplaude a Sisi mientras arruina la cara de la mujer.
Su sonrisa se tuerce en las esquinas; tiene una mirada de pura satisfacción
mientras causa aún más estragos en el cuerpo de la mujer. Solo cuando la
mujer queda inerte entre sus brazos, la suelta y se derrumba en el suelo,
inmóvil.
Sisi no se inmuta mientras pasa por encima de su cuerpo y viene a mi
lado.
—Tenía razón, sabes, deberías ser sumisa —añado con sarcasmo, y antes
de darme cuenta, su puñetazo sale disparado, sus nudillos rozando mi mejilla.
—Dejaste que te tocara —me sisea, y yo parpadeo dos veces, sorprendido
por su arrebato.
—¿Lo hice? —pregunto lentamente, extrañamente excitado por esta parte
de ella.
—Dejaste que te tocara, mierda —me clava el dedo en el pecho, la
agresión se desprende de ella mientras se acerca a mí.
Mis ojos recorren su cuerpo, la forma en que su pecho sube y baja
rápidamente, su garganta contrayéndose y formando un hueco justo por
encima de la clavícula.
—¡Fóllatela! Fóllatela. Fóllatela. —Los cánticos se hacen más fuertes
a medida que nos rodea más gente, todos interesados en el espectáculo en
curso.
—¡Fóllatela! ¡Que se vaya a la mierda! Que se joda.
Como no soy de los que se pierden una salida dramática, levanto
rápidamente a Sisi de sus pies, echándola sobre mi hombro, y hago una
señal a un patrón para que nos acompañe a nuestra sala.
Una mosca en la pared... Bueno, misión cumplida.

La habitación es pequeña pero privada, con un sofá redondo y una


mesa en el centro. Asiento con la cabeza al personal y cierro la puerta,
dejando caer finalmente a Sisi al suelo.
—Tú —me grita, y es la primera vez que la veo así.
Y me encanta.
No pierde el tiempo y me empuja al sofá, subiéndose encima de mí,
con las manos en el material de mi camisa.
Su arrebato me divierte y deleita al mismo tiempo, así que me
recuesto y dejo que me haga lo que quiera.
—¿Querías un baile erótico? —me pregunta, con una expresión seria
y sedienta de sangre. Mi miembro se estremece en mis pantalones, el
cabrón adora este lado de ella.
—Si no recuerdo mal, ni siquiera reaccioné a su sugerencia —señalo,
tratando de mantener una cara seria. Pero ella no lo acepta.
Se aleja de mí y se quita el corte y la camiseta, quedándose solo con el
sujetador. Ese delicioso cuerpo suyo me va a dar un ataque al corazón en
el futuro.
—Maldita sea —susurro, mis ojos se centran en sus tetas.
—Tendrás un baile en el regazo —me dice, moviéndose de forma sensual,
con sus tetas moviéndose mientras se sube a mí muy lentamente.
Trago. Con fuerza.
—¿Acaso sabes hacer un baile erótico? —le pregunto sonriendo.
—No puede ser tan difícil —murmura en voz baja. Su expresión cambia
de inmediato, mientras me lanza seductoramente las pestañas y roza su pecho
con el mío mientras me sopla aire caliente en el cuello.
Con sus manos, me acaricia los brazos, ondulando su trasero hasta que se
desliza tentadoramente sobre mi miembro. Mis ojos ya están vidriosos, mi
atención centrada únicamente en esta tentadora mujer que tengo delante y
quien parece tener una vena posesiva.
Rodeando su cintura con un brazo, la aprisiono contra mi pecho y detengo
sus movimientos. Me mira con desconfianza mientras agarro su mano y la
pongo entre nosotros.
—Siente esto, chica del infierno —le digo, presionando su mano sobre mi
erección para que pueda ver lo mucho que me afecta—. Esto es solo para ti.
Solo se me pone dura por ti.
La acerco más a mí, con mi frente apoyada sobre la suya.
—Métete en ese bonito cráneo tuyo que no voy a mirar a otra mujer.
Nunca.
—Bien. Si no, me vería obligada a hacer algo que no me gustaría —dice,
con los ojos todavía clavados en mí.
—¿Qué? —digo, el mero hecho de sentirla contra mí me vuelve loco.
—Matarte —susurra, sus manos acarician mi pecho hasta que se
detiene en la cintura de mis pantalones.
—Te cortaría el miembro y luego te mataría —continúa, con sus
dedos trazando el contorno de mi duro miembro a través de mis
pantalones.
—¿Es así? —pregunto, con la lujuria hirviendo en mi sangre. Mierda,
pero ¿por qué tiene que ser tan sexy mientras dice que me cortaría el
miembro?
—Sí, y me pondría muy triste —hace un mohín, sacando la lengua y
dándome un largo lametón en la mejilla—. Pero tal vez me la quedaría de
recuerdo —respira contra mi cara y yo casi me peino solo con eso.
—Es tuyo —gimo cuando me baja lentamente la cremallera y sus
manos pasan por la cintura de mis bóxers.
Es tentadoramente lenta, y mi respiración se detiene cuando me pone
la mano encima.
Por Dios, esto es una tortura.
Por un momento tengo que hacer una pausa mental, haciendo todo lo
posible por no reventar una nuez en este mismo instante.
Ella emite un sonido en el fondo de su garganta, su palma se abre
sobre mi miembro mientras me acaricia desde la punta hasta la base.
Mis ojos se cierran, la sensación de su pequeña mano sobre mi
miembro me hace estremecer.
—Leí en internet sobre la energía de los miembros grandes —dice,
con la voz baja y ronca.
—¿Lo hiciste? —pregunto con un gemido estrangulado.
Sé que lo hizo. Diablos, me sé de memoria todo su historial de búsqueda.
Incluso sé que mi monja pecadora ha estado leyendo libros traviesos, y está
claro que ha tomado notas para complacerme.
No es que sea yo quien hable, ya que he estado haciendo lo mismo.
Se inclina para lamerme la oreja.
—Me queda bien —susurra mientras me sujeta con más fuerza y yo gimo
en voz alta.
Su mano ya está subiendo y bajando por mi miembro, y su pulgar pasa
por la cabeza de mi miembro mientras utiliza el pre-semen para lubricar sus
movimientos.
Sí, definitivamente ha tomado notas.
—Me estás matando, chica del infierno —la agarro por el cuello,
manteniendo su cara pegada a la mía—. Me estás matando, mierda.
—Todavía no —responde con descaro.
—¿Esto es lo que te enseñan en el convento? ¿Cómo volver locos a los
hombres? Porque, mierda, lo estás consiguiendo —aprieto los dientes
mientras ella sigue poniendo en práctica esas delicadas manos suyas.
Su boca se levanta en una sonrisa y se muerde el labio en el proceso.
—Bueno, técnicamente somos las novias de Cristo... —dice de forma
sugestiva y yo casi pierdo la cabeza.
Mierda, ¿estoy celoso de un profeta de ficción?
Pero la idea de que alguien, incluso un santo, toque o incluso mire a Sisi
me vuelve loco.
Apenas puedo controlarme, dejando que ella tome las riendas y deseando
no doblegarla y follarla como a un animal, rápido y sucio, hasta que renuncie
a su religión y me proclame su nuevo dios.
Y mientras su mano sigue torturándome, con movimientos cada vez
más rápidos, no puedo más que tomar su boca en un beso amortiguado,
nuestras lenguas luchando, nuestras bocas chocando. Me deleito en su
salvajismo, que parece reflejar el mío.
Con la mano clavada en su cuero cabelludo, la mantengo cerca de mí
mientras la mordisqueo y la muerdo, queriendo marcarla
permanentemente como mía.
—Mierda —maldigo mientras ella sigue acariciándome.
De repente, me aparta la mano, se pone de rodillas y abre la boca para
meterse el miembro. Sus labios se extienden por la cabeza mientras la
lame y la besa, pasando la lengua por la parte inferior como una maldita
profesional.
La calidez de su boca mientras envuelve más mi miembro casi me
hace perder el conocimiento, la nueva sensación es estimulante.
Pero solo porque es ella.
Sigue metiéndome en su boca, sus labios se deslizan sin esfuerzo
sobre mi miembro mientras lo besa por todas partes. Su mano sigue
moviéndome hacia arriba y hacia abajo, usando su saliva para mojar toda
mi longitud.
¡Mierda!
Alargo la mano y le acaricio la mejilla, sujetándole el cabello a un
lado mientras me la chupa como si tuviera que adorar a Jesús.
—Eres una monja muy mala —le digo con rudeza, alternando los ojos
cerrados y abiertos.
Ella sonríe con mi miembro en la boca, y vaya si he visto una imagen
más bonita. Me mira con las pestañas en alto y me mete en la boca,
atragantándose con mi miembro hasta ahogarse.
La forma en que me mira, con su mirada seductora envuelta en inocencia,
me tiene al borde.
Me toca las bolas, masajeándolas lentamente. Me levanta el miembro
con una mano mientras lame hacia abajo, cerrando sus labios sobre mis bolas
y chupándolas en su boca.
—Sisi —mi voz suena extraña para mis oídos mientras me aprieta
suavemente los huevos en su boca antes de dejar un rastro de saliva por toda
mi longitud.
¿Cómo puede ser real?
Es una tentadora que ha bajado para atraerme al pecado, y no es que no
estuviera ya metido hasta las rodillas. Pero mierda, si no estoy agradecido de
que haya estado escondida todo este tiempo. Porque si no, habría tenido que
matar a toda la ciudad para hacerla mía.
Alguien con la belleza y la inteligencia de Sisi habría atraído todo tipo de
atenciones, y habría podido elegir a los hombres.
Mierda, pero ni siquiera sé si me habría dado la hora si no hubiera llegado
a ella primero. Y ese pensamiento hace que me quede quieto.
Nunca la dejaré ir.
Ahora está ensillada conmigo, y soy un bastardo tan posesivo que ningún
otro hombre ni siquiera rozará su mano. No, todas sus caricias están
estrictamente reservadas para mí. Todas sus sonrisas y sus miradas
seductoras.
Todo.
Sus manos me acarician de arriba a abajo, su boca chupa la cabeza, sus
ojos se fijan en mí. Mueve su lengua alrededor de la punta, dejando que la
saliva gotee por mi miembro y utilizándola para aumentar la fricción.
Es tan hermosa que apenas puedo respirar. Y cuando me da una última
chupada, con esos labios gruesos envolviendo mi miembro en lo que solo
puedo describir como un cielo cálido y húmedo, sé que no puedo aguantar
más.
—Me voy a correr —le advierto, sintiendo un cosquilleo en la
columna vertebral mientras mis bolas se contraen. Espero que se aparte,
pero no lo hace.
Sigue trabajando mi miembro hasta que mi semen sale disparado en su
boca. No se detiene hasta que estoy totalmente agotado, tragando hasta el
último trozo de mi descarga.
Con una sonrisa perversa, ondula su cuerpo mientras sube de nuevo,
con sus piernas a ambos lados de las mías mientras se sienta a horcajadas
sobre mí.
—Perdóname, padre, porque he pecado —me susurra pícaramente al
oído.
—¿Cuál es tu pecado? —me encuentro preguntando.
—He sido muy, muy mala —suspira.
—¿Cómo es eso? —Mi mano se dirige a su larga cabellera y recojo un
mechón, llevándolo a mi nariz e inhalando profundamente.
—He chupado un miembro... y me ha gustado —admite tímidamente.
—¿Te gustó? Eso está muy, muy mal —le digo, mientras mi mano
recorre su espalda hasta que le toco el trasero—. Podrías ir al infierno.
Finge una expresión de horror mientras sus ojos se abren de par en par
y su boca se abre.
—¡Oh, no! —exclama—. Pero no pasa nada —corrige con picardía—.
Tendré compañía —me guiña un ojo.
Maldita sea, nunca voy a dejar que esta mujer se vaya.
Con un rápido chasquido de botón, le abro los pantalones y mi mano
empuja sus bragas a un lado para encontrarlas empapadas.
—Estás ardiendo, chica del infierno. —La miro a los ojos, mis dedos ya
acarician su sexo antes de posarse en su clítoris—. ¿Por qué no rezas una
oración para que pueda llevarte al cielo? —Acaricio mi cara en el pliegue de
su cuello, su respiración es agitada mientras se restriega sobre mis dedos—.
¿Puedes hacer eso? —pregunto, y ella jadea cuando entro en ella, utilizando
sus jugos para facilitar mi entrada.
—Nuestro padre, que está en los cielos —empieza, y se detiene cuando la
penetro, metiendo dos dedos hasta la empuñadura—, santificado sea... —gime
cuando uso mi pulgar para acariciar su clítoris—, tu nombre —aclara su
garganta, sus paredes se contraen a mi alrededor. Está tan jodidamente
apretada, su sexo se aferra con avidez a mis dedos mientras la acaricio
profundamente.
—Que venga tu reino... —dice con un largo gemido mientras enrosco mis
dedos dentro de ella, encontrando su punto G.
—Por favor, haz que me corra —respira con fuerza, abandonando la
oración y bajando sobre mi mano mientras busca su liberación.
Por un momento quiero seguir provocándola, disfrutando de sus pequeños
gemidos y de la forma en que se hace más fácil en mis brazos. Pero una
mirada a sus ojos y no puedo contenerme y concentro mi atención en su
clítoris hasta que grita mi nombre.

No me había dado cuenta de lo celosa que eres —comento mientras me


mira a través de sus pestañas. Está tumbada sobre mi pecho, agotada y
ronroneando de satisfacción mientras muevo mi mano por sus brazos en
una ligera caricia.
Me dedica una sonrisa tímida.
—Me tomo en serio mis posesiones —añade, bostezando ligeramente.
—¿Es eso lo que soy para ti? —Levanto una ceja, fingiendo estar
ofendido.
—Mmm. —Entierra su cara en mi pecho—, eres mío —dice, trazando
su nombre en mi piel con sus dedos.
Nunca había pertenecido a nadie, y la perspectiva de ser suyo me llena
de un calor sin precedentes.
—Yo... —Empiezo, pero me interrumpe un golpe en la puerta.
Rápidamente la ayudo a vestirse y me pongo mi propia ropa mientras
abro la puerta.
—El espectáculo está a punto de comenzar —me informa un
empleado, y le hago un gesto con la cabeza.
—¿Lista? —Me vuelvo hacia Sisi, y ella viene a mi lado, entrelazando
sus dedos con los míos.
—Vamos a hacerlo —susurra, besando mi mejilla.
El empleado toca con el dedo una puerta de acero en la parte trasera
del club y nos indica que le sigamos. Nos conduce por un pasillo oscuro
hasta que llegamos a unas escaleras. Cuando empezamos a descender
hacia el sótano, los ruidos empiezan a atacar mis oídos. La música suena a
todo volumen, pero está casi ahogada por las voces colectivas que gritan,
animan y maldicen. Por un momento, estoy confundido, ya que se supone
que esto es simplemente una subasta.
Pero al subir a la plataforma, con todo el sótano extendiéndose ante
nosotros, me doy cuenta de por qué Enzo había dicho que su
entretenimiento es variado.
El sótano se ha convertido en una arena de combate. Un gran
escenario se extiende en el centro de la sala, con gente que lo rodea mientras
anima, algunos agitando sus palas de subasta mientras gritan cantidades
exorbitantes.
Mientras el empleado nos muestra un rincón, me da una paleta de subasta
con el número 64 en ella. Ni siquiera mira a Sisi mientras se va, y me
recuerda una vez más que en estos lugares las mujeres son poco más que
ganado.
Ella no parece darse cuenta de la afrenta, sus ojos están pegados al
escenario mientras un hombre sube, con un micrófono en la mano.
—¿Están todos listos para esta noche? —grita, la gente le grita que sí. Se
presenta como Mauro y hace una breve introducción de lo que va a ocurrir
esta noche.
Le escucho a medias, con los ojos concentrados en mi entorno mientras
observo a todo el mundo, buscando caras conocidas. De entrada, veo a gente a
la que había seguido durante años, todos metidos de lleno en el tráfico de
personas.
Ahora, ¿quién podría ser el agente de Miles?
De alguna manera no dudo que el Sr. Petrovic debe haber trabajado para
él en algún momento, o cualquier otra persona influyente, ya que alguien debe
haber enviado a esa gente a buscarlo. Había investigado sus antecedentes
tratando de relacionarlos con alguien del círculo íntimo del señor Petrovic,
pero no había obtenido ningún resultado al respecto. Lástima que el Sr.
Petrovic acabara muerto poco después de divulgar el nombre de Miles, ya que
no dudo que tenía más información de la que había impartido.
—Están... —Sisi me tira de la mano mientras asiente hacia el
escenario. Dos hombres, que parecen más máquinas de matar que otra
cosa, entran en el escenario.
—A la derecha tenemos a Seth, procedente directamente de las
pirámides. Con un total de cincuenta muertes en su haber, aún está invicto
en el ring. Ha estado sin maestro durante los últimos dos meses, así que
hagan sus apuestas, caballeros. Vamos a tener un espectáculo interesante.
—El presentador presenta a uno de los hombres, una bestia corpulenta de
al menos dos metros y medio. Todo su cuerpo está lleno de cicatrices, uno
de sus ojos se sustituye por uno de cristal.
—Maldita sea, debe ser duro —murmuro.
—¿Por qué? —Sisi se inclina hacia mí.
—Es una gran desventaja para un luchador. Necesitas los ojos para
coordinarte, pero también para tener una visión periférica. Si ha
conseguido tantas victorias con un solo ojo... —Silbo en señal de
admiración.
—El siguiente es Drew, nuestro campeón residente. El Sr. Meester
nos ha permitido tomarle prestado para otra entretenida velada. Demos un
aplauso al señor Meester. —El anfitrión señala a uno de los hombres de
los balcones que saluda con suficiencia al público.
—¿Quién es él? —pregunta Sisi.
—Un señor del crimen, más o menos. —digo con media sonrisa.
Esperaba ver aquí a gente conocida, ya que la mayor parte del mundo
criminal no tiene escrúpulos, y menos cuando se trata de la forma más
fácil y barata de explotación: el tráfico humano y la sexualidad. Pero
ciertamente no esperaba ver aquí a Petro Meester.
Y ahora es imperativo que no se dé cuenta de mi presencia.
—Espero que no llamemos su atención —le digo a Sisi, dándole un rápido
resumen de mi historia con el hombre.
Un inmigrante ucraniano, que había estado bajo el ala de mi padre
durante mucho tiempo antes de ramificarse y construir su propio imperio.
Todo había ido bien, hasta que Misha mató a mi padre, y luego yo maté a
Misha. Petro me propuso una posible alianza con su hija, que yo rechacé de
inmediato. Se lo tomó como algo personal, y desde entonces nos hemos
enfrentado en más de una ocasión, pero sobre todo en los negocios. No sé por
qué se había ofendido tanto por mi negativa, pero cada vez que estaba a punto
de cerrar un trato, intervenía para intentar detenerlo.
—Su mezquindad no tiene límites —añado con sorna.
Nunca me había desviado de su camino para investigarlo, pero lo último
que supe es que se dedicaba al tráfico de metanfetaminas. Es interesante que
haya subido de nivel, y me hace preguntarme si tiene alguna conexión con
Jiménez y los Gallagher.
—Drew es el favorito del señor Meester, y tiene un total de doscientos
cincuenta y cuatro asesinatos en su haber. Toda una discrepancia, ¿no? —
pregunta el presentador al público, y todos se apresuran a gritar sus
predicciones. Que Drew acabará con Seth.
—¿Qué sentido tiene todo esto? —pregunta Sisi, con cara de intriga.
—Está presumiendo, sin duda —le explico. Conociendo la arrogancia de
Petro, esa es exactamente la razón por la que prestaría a su campeón a una de
estas peleas—. Aparte de eso, supongo que debe haber una puja por el
ganador, en caso de que Seth gane en lugar de Drew.
—¿Qué piensas? ¿Quién ganará?
Miro de cerca a los dos hombres. Sus físicos están muy igualados, pero
lógicamente, Drew tiene más experiencia y debería ser el favorito en esta
batalla.
—Seth —digo, entrecerrando los ojos en el escenario.
—¿Qué? ¿De verdad? ¿Por qué? Él tiene cincuenta muertes contra
doscientos cincuenta y cuatro. ¿Cómo puede tener una oportunidad?
—Ya veremos —añado, también con curiosidad por el resultado.
Pero, aunque los dos luchadores parecen igualados en fuerza física,
Seth tiene algo que Drew no tiene: el deseo de vivir. Las numerosas
victorias de Drew deben de haber alimentado su ego, porque puedo ver la
suficiencia en su mirada cuando mira a Seth con desprecio.
Un largo monólogo del presentador y el gong es golpeado, la lucha
comienza oficialmente.
Drew es el primero en avanzar, tomando inmediatamente la ofensiva.
Seth, por su parte, se escabulle por el escenario, evitando un
enfrentamiento directo. En su lugar, su buen ojo se centra en los
movimientos de Drew, catalogando cada paso y cómo se hacen esos
pasos.
Interesante.
Más bailes alrededor del otro, y Drew se impacienta, al igual que la
multitud. Y de esa impaciencia nace el primer error. Drew salta sobre
Seth, lanzando todo su peso hacia delante, sin duda contando con derribar
a Seth al suelo. En cambio, Seth se queda quieto hasta que Drew está a un
milímetro de él, tras lo cual se aleja rápidamente con una velocidad
increíble para alguien de su tamaño.
Coloca su cuerpo en diagonal, apoyando su mitad inferior en el suelo
mientras gira su torso hacia la derecha. Manteniendo un pie en el suelo,
utiliza el otro para dar un rodillazo a su adversario en las tripas, el
impulso combinado del salto de Drew más la fuerza de la patada de Seth
magnifican el dolor. Drew hace una mueca de dolor, con el aire perdido, y
se toma un segundo para estabilizarse.
Un segundo de más, porque Seth finalmente libera su verdadero potencial,
arremetiendo contra Drew con sus puños. Se concentra en su cabeza,
descargando golpe tras golpe en sus sienes hasta que Drew apenas puede
mantenerse en pie.
Un golpe más, y Drew mira aturdido al público antes de que sus rodillas
se doblen y caiga al suelo.
—Vaya... —Sisi respira, y yo comparto la sensación.
Impresionante. Muy impresionante.
Toda la sala se queda en silencio, ya que probablemente estén llorando la
pérdida de sus apuestas, y miro furtivamente al señor Meester, que mira al
escenario como si no pudiera creer lo que acaba de suceder.
Tal y como predije, el presentador suelta un pequeño discurso y
finalmente pone a Seth en la puja.
—El precio de salida lo determina el señor Meester, ya que es su pérdida
—dice el presentador, pero el señor Meester ya se ha ido de su balcón, sin
duda la decepción es demasiado grande para su frágil ego.
Mis labios se dibujan en una sonrisa cuando el anfitrión fija una cantidad
al azar, con múltiples personas que ya intentan subir la oferta anterior.
—Diez —alzo mi paleta, sin poder evitarlo.
Es como si todo se detuviera cuando el anfitrión me mira con recelo,
poniendo los ojos en blanco sin duda por mi actual vestimenta.
—Lo siento, señor, pero estamos hablando de millones, no de miles —
dice casi exasperado.
—Diez millones —acepto, encogiéndome de hombros.
Sisi me mira como si me hubiera crecido una segunda cabeza, mientras
que toda la sala parece estar terriblemente callada ante mi pronunciamiento.
—Bien, entonces... diez millones a la una, diez millones a las dos…
—ni un alma cuestiona la cantidad, por lo que el anfitrión se ve obligado a
declararme ganador.
—¿Qué haces con un luchador? —Sisi pregunta asombrada.
—¿Un luchador de diez millones de dólares? ¿qué podría hacer?
Hacerle luchar, por supuesto —le regalo una brillante sonrisa.
Ver sus habilidades de primera mano me lo ha confirmado. Es el
candidato perfecto. Porque en algún momento en el futuro, tendrá que
luchar. Aunque es intrigante. Seth podría ser el guerrero dibujado en mi
espalda manifestado en la realidad.
El que salvará al mundo de mí.
Capítulo 15
Assisi

A veces miro a Vlad y no sé a quién estoy viendo. Por mucho que lo


conozca, hay tanto oculto, tanto que no dice. Siempre me da los hechos. Pero
nunca más que eso. Con él, siempre son hechos fríos y lógicos.
Como ahora.
Observo estupefacto cómo ofrece diez millones de dólares por un hombre,
y no puedo entender por qué lo haría.
Una vez terminada la subasta, Mauro viene a hablar con Vlad, diciéndole
que podrá recoger su compra después del receso, ya que tienen que preparar a
Seth para su nuevo dueño. Vlad gruñe en señal de aprobación, su mano no se
aparta de mi cintura mientras ultima los detalles.
—¿Cuál es el plan? —pregunto cuando el anfitrión se va, y Vlad me lanza
una mirada extraña.
—No hay plan. Ha sido una mera decisión improvisada. —Se apresura a
dedicarme una de sus encantadoras sonrisas, pero ya veo lo que pretende.
—No me engañas. —Le miro con los ojos entrecerrados. Puedo ver a
través de la máscara que está tratando de poner, y estoy segura de que debe
haber una razón ulterior para ello.
—Sisi, Sisi —me dice, agachándose para que nuestras caras estén a la
misma altura.
—A veces tu intuición me sorprende —dice, la intensidad de sus ojos
me hace temblar—. Puede que tengas razón, pero también puede que te
equivoques —bromea, y sus labios se levantan en una sonrisa ladeada.
Tantas máscaras, tantas caras. ¿Cuándo lo conoceré de verdad?
Sacudo la cabeza, con una expresión que le indica que lo he
descubierto. Pero justo cuando le miro a los ojos en busca de algún signo
de vulnerabilidad, sus rasgos se vuelven graves, su mano me agarra por el
cuello y sus dedos me masajean el pulso.
—A veces —se inclina hacia delante y me susurra al oído—, la
ignorancia es una bendición, Sisi.
—Y el conocimiento es poder —le respondo, observando cómo una
miríada de emociones se filtra en su rostro, para acabar decantándose por
una falsa jovialidad. Su sonrisa se amplía cuando sus labios rozan los
míos.
—El conocimiento también es una condena —responde, con una voz
profunda y un toque de amenaza.
—¿No estamos ya condenados? —pregunto, subiendo la mano y
acariciando su mejilla.
No responde, sus ojos me clavan en el sitio, su tacto me convierte en
su prisionera. Incluso el bullicio que nos rodea se desvanece mientras nos
miramos, tan cerca y tan lejos.
Y tal como empezó, todo se acabó. Me quita las manos de encima y
me acomoda a su lado, dirigiendo su atención al escenario y a la
continuación del espectáculo.
Habíamos estado tan compenetrados no hacía mucho tiempo, y esa
intimidad que acabábamos de compartir me había hecho pensar que nos
habíamos convertido en... más. Por primera vez para los dos, realmente
pensé que en ese momento él era irremediablemente mío.
Deslizo mi mano en la suya, enhebrando nuestros dedos, y por primera
vez la frialdad de su piel parece filtrarse en la mía. Es como una escultura de
mármol que se cierne sobre los simples mortales, su presencia es imponente y
sobrecogedora.
Mirando su perfil, tengo que preguntarme si este hombre puede pertenecer
realmente a una persona. Es tan crudo, tan poco contenido, que a veces siento
que podría abrumarme. Está lleno de encanto perverso y de intenciones
siniestras, una combinación mortal tanto para mi cuerpo como para mi
corazón. Pero ¿por qué me siento tan atraída por él? ¿Tan atraída por esta
inexplicable oscuridad que se encuentra justo debajo de la superficie,
esperando a engullirme por completo? ¿Por qué lo anhelo como un adicto a su
próxima dosis? Porque apenas puedo pasar el día cuando él no está conmigo.
En tan poco tiempo me he vuelto tan dependiente de su presencia, tan
acostumbrada al calor de su piel sobre la mía, que no sé qué haría si de
repente desapareciera.
Le deseo.
Por primera vez en mi vida, me permito ser codiciosa. Quiero lo malo y lo
bueno. Lo quiero todo.
El ruido procedente del escenario me devuelve a la realidad y me sacudo
de mis cavilaciones.
Cinco mujeres casi desnudas suben al escenario justo cuando la música
cambia de animada a seductora. Por un segundo estoy confundida, ya que el
ambiente parece idéntico al del bar. Sin embargo, Mauro se apresura a
explicar lo que va a suceder.
Las cinco chicas están disponibles para una ronda, y cada una pujará por
separado.
—¿Una ronda? —pregunto, confundida por la terminología, y Vlad hace
una mueca.
Una tras otra, las chicas son subastadas a alguien del público. Cuando
se llama a la quinta, todos los hombres que han ganado se dirigen al
escenario, abofeteando a las mujeres y arrancándoles la ropa del cuerpo.
—¿Qué? —frunzo el ceño, pero pronto queda claro lo que significa
una ronda.
Los hombres se apresuran a bajarse la cremallera de los pantalones, y
eso es lo último que veo cuando Vlad me retuerce repentinamente frente a
él, bloqueando mi visión del escenario.
—No mires —susurra, sujetándome con fuerza.
—¿Por qué? ¿No es ese el objetivo de que estemos aquí?
—No quiero que veas a hombres desnudos. —Me levanta la barbilla,
asegurándose de que le mire a los ojos—. Quiero que solo me veas a mí
—sonríe—. No eres la única con la vena celosa —bromea.
El calor se despliega dentro de mi cuerpo ante su pronunciamiento.
—¿Es así? —Dejo que mis manos suban por sus brazos musculosos,
sintiendo la tensión que bulle bajo su piel.
Atrapa mis manos errantes y se las lleva a la boca, con sus dientes
mordisqueando mis dedos.
El volumen de la música baja, los gemidos y los gritos resuenan en la
habitación.
—Soy el único hombre al que puedes mirar. —Su lengua hace cosas
perversas en mis dedos, y mi respiración se entrecorta cada vez que se
mete las puntas en la boca—. El único al que puedes tocar... —pasa sus
labios por mi muñeca, justo por encima del punto del pulso—. El único al
que puedes coger.
Me faltan las palabras y me pierdo en su mirada seductora. ¿Cómo es
posible que pueda ser tan indiferente en un momento y tan suave en el
siguiente?
—¿Quieres... quedarte conmigo? —pregunto, con la voz baja. Por
primera vez, pregunto lo que he querido saber desde el principio.
Un brazo me rodea la cintura y él baja su boca hasta mi oído.
—¿Mantenerte? Eres mía, Sisi. Irás donde yo vaya, en el infierno o más
allá. —Siento que sonríe contra mi piel—. Viva o muerta —dice y un
escalofrío recorre mi piel—. Aunque tenga que matarte yo mismo.
—Mientras nunca me abandones —me inclino hacia atrás para que pueda
ver la seriedad de mi mirada—. Soy tuya. Viva o muerta. —Debo estar loca
para aceptar algo así, pero por él haría casi cualquier cosa.
—Me alegro de que estemos de acuerdo. —Sonríe, jugueteando con un
largo mechón de cabello—. Porque echaría de menos tus encantadores
latidos.
—¿Me matarías si te dejara?
No contesta, su sonrisa es amplia.
Solo cuando oímos la voz de Mauro anunciando el siguiente evento, Vlad
me deja dar la vuelta, manteniendo un brazo posesivo alrededor de mí.
Mientras todos se dirigen al bar del otro extremo de la sala para tomar un
refrigerio, uno de los empleados nos invita a seguirle para llegar hasta Seth.
Me aferro a Vlad mientras avanzamos por un pasillo poco iluminado antes
de detenernos frente a una fila de jaulas.
—Señor —susurro cuando veo unos ojos que brillan en la oscuridad de la
sala, curiosos y llenos de dolor. Me impresiona momentáneamente lo que
estoy viendo, y Vlad me empuja hacia delante, sacudiendo la cabeza hacia mí.
El empleado abre una de las jaulas para revelar a Seth, ya vestido con
una camisa y unos pantalones limpios, su mirada vacía y adormecida
mientras nos mira.
—Este es su controlador. —El hombre le da a Vlad un pequeño
dispositivo y le explica que Seth tiene un chip implantado en el cerebro y
que el controlador le hace obedecer—. Los dejo para que se familiaricen.
Diez minutos más hasta el evento principal. —El hombre guiña un ojo—.
No querrás llegar tarde a la diversión —se ríe mientras se aleja.
Vlad evalúa en silencio a Seth, moviéndose en círculo mientras
estudia su forma.
—Lo harás —declara, satisfecho de sí mismo.
Hasta ahora Seth no ha reaccionado a nada, ni siquiera a su propia
venta. Se limita a mirar inexpresivamente en la distancia.
Vlad frunce las cejas al notar lo mismo: Seth está inmóvil.
—Bueno, hola a ti también. —Agita una mano frente a él.
No hay reacción.
—¿Te ha comido la lengua el gato? —Vlad se ríe, saca el mando y lo
estudia—. Me pregunto qué pasaría si pulsara este botón —entona, sus
dedos se deslizan por la suave superficie del mando—. Sabes, siempre he
tenido una obsesión por los botones. Y nunca me he resistido a la
tentación —señala justo cuando está a punto de pulsar el botón.
El ojo bueno de Seth se mueve hacia Vlad en su primera reacción
desde que llegamos.
—Oh, genial. Por un momento pensé que eras un robot. Es bueno
saber que eres humano —le dice Vlad, dando dos pasos hasta situarse
frente a Seth.
Le coge la mano y le pone el mando. Seth frunce el ceño y se atreve a
mirar el aparato que tiene en la palma de la mano.
—Así es como va a ir esto. Eres libre de hacer lo que quieras. Te has
ganado con creces ese derecho. No sé cómo acabaste aquí, ni qué pasó en
tu pasado, y francamente no me importa.
Seth ladea la cabeza hacia Vlad, entrecerrando los ojos hacia él como si
no entendiera lo que está diciendo.
—Quizá no hable inglés. —Le doy un codazo a Vlad.
—Lo hace, ¿no es así, muchacho?
Seth mueve la cabeza hacia la derecha, como si por fin prestara atención a
Vlad.
—Tengo una oferta para ti. Me gustaría darte un trabajo. De nuevo, sin
condiciones. Eres libre si quieres irte, pero me vendría bien alguien con tu
habilidad. Te pagaré y te daré un lugar para vivir. Actuarás como mi
guardaespaldas, de alguna manera. No es demasiado difícil, si lo digo yo.
Vlad se engalana y me mira en busca de confirmación.
Pongo los ojos en blanco ante lo que solo puede ser el principio de una
actuación dramática.
—No requiero mucho de tu tiempo, y serás justamente compensado. Vlad
sigue hablando de las ventajas de trabajar para él, haciéndose pasar por una
especie de príncipe mimado que necesita una vigilancia constante.
Supongo que, en otra vida, tal vez. Una sonrisa se me dibuja en los labios
mientras veo a Vlad hacer todo lo posible por convencer a Seth de que venga
a trabajar para él.
No puedo creer que haya pagado diez millones de dólares y que lo deje
libre. Un nuevo respeto por él florece en mi pecho al verle intentar ofrecer a
Seth una oportunidad justa de vivir.
El discurso de Vlad termina, pero aún no hay respuesta de Seth.
—Bueno. —los hombros de Vlad se hunden para dar un efecto
dramático—. Lo he intentado —dice encogiéndose de hombros, cogiendo mi
mano y girando hacia la salida.
De la nada, la mano de Seth está en el hombro de Vlad y lo detiene.
Abriendo la boca, le señala la lengua... o lo que queda de ella.
—Así que el gato se llevó tu lengua. —Vlad bromea, y rápidamente se
tranquiliza y le pasa a Seth su teléfono para que escriba una respuesta.
Se apresura a escribir algo, y la expresión de Vlad me dice que es una
respuesta positiva.
—¿Qué dice? —pregunto, y él se limita a mostrarme el teléfono.
Ayúdame a vengarme y tienes un trato.
—Bienvenido a bordo, Seth. —Vlad le da unas palmaditas en la
espalda, y vuelvo a sentirme intrigada por las intenciones de Vlad.

De vuelta a la arena, el evento principal está a punto de comenzar


mientras Vlad y yo volvemos a ocupar nuestros lugares. Todo el mundo
nos mira con recelo mientras Seth se sitúa detrás de nosotros, con su ojo
bueno escudriñando al público.
Mauro vuelve al escenario, presentando el evento mientras varias
personas se acercan a traer diferentes accesorios.
—Ha llegado el momento que todos estaban esperando —hace una
pausa, mirando a su alrededor para aumentar la expectación—. Sin duda,
la mayoría de ustedes han presentado solicitudes y están esperando
ansiosamente tener el premio en sus manos. Pero como cada vez, su petición
se compartirá públicamente, y todo el mundo tendrá la oportunidad de pujar.
Cuanto más inusual, más dinero tienes que gastar —se ríe, y la multitud
parece indignada.
Aun así, unos cuantos engreídos asienten con la cabeza, sin duda seguros
de que podrán asegurar su pedido.
—Entonces, ¿qué es? ¿Solo gente? —Me inclino para preguntarle a Vlad.
Me había dado un resumen del club, pero no me había contado ningún
detalle.
—Ya lo has oído. Gente inusual —responde, con la mirada fija en el
escenario.
Mauro presenta a la primera persona que sale a subasta: la virgen Kumari.
Una joven vestida con ropas ostentosas y con la cara pintada en una
combinación de rojo y negro es introducida. Cuatro personas la llevan en un
trono y la colocan en el centro del escenario.
—¿Kumari?
Vlad tiene la mandíbula desencajada mientras observa la subasta en curso.
—Kumari es una tradición nepalí que utiliza a las jóvenes para encarnar a
una diosa viva. Aunque solo pueden cumplir el papel hasta que alcanzan la
pubertad —explica y mis ojos se abren de par en par con horror.
—Quieres decir...
—Sí. Algunas personas probablemente piensan que obtendrán algunos
poderes divinos si se follan a una niña. —Sacude la cabeza con disgusto.
—¿No podemos hacer algo? —susurro, mirando entre él y el escenario.
La niña parece aturdida mientras se mantiene inmóvil en el trono, sin
mostrar absolutamente ningún temor por lo que sin duda le ocurrirá.
—Podemos —responde Vlad, y yo inspiro, aliviada—. Pero no lo
haremos. —Le miro con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con que no lo haremos?
—Sisi —empieza, con los ojos aún pegados al escenario—. Habrá
más chicas como ella. Más personas que necesitan ayuda. No podemos
salvar a todos.
—Pero podemos intentarlo —digo débilmente.
—Diablos, chica —se vuelve hacia mí, con el dorso de su mano
recorriendo mi mejilla—. No me había dado cuenta de que tenías corazón
—comenta con ironía, sin duda tratando de apartar mi mente de lo que
está pasando.
—Y yo no me di cuenta de que no tenías ninguno —replico, con la
mirada acusadora.
—Un poco tarde para darse cuenta —me dice con sorna, acercándose
para susurrarme al oído—. Ya te lo dije una vez, Sisi. No me conviertas
en algo que no soy. No soy amable, ni gentil, y definitivamente no soy un
buen hombre.
—Pero Seth...
—Nada de lo que hago es sin un propósito —me interrumpe—. Nunca
confundas mis acciones con la bondad. Solo conseguirás que te hagan
daño —dice y es como si ya no le reconociera.
—Entonces, ¿qué pasa conmigo? ¿Cuál es mi propósito? —pregunto,
de repente asustada por el cambio en él. Es curioso que nunca me asuste
cuando está más violento, pero cuando percibo esta apatía en él, me entran
ganas de salir corriendo lo más lejos posible.
Sus ojos carecen de emoción mientras me estudia, casi desanimado
por mi pregunta.
—Eres mía —responde—. Eso es.
Da por terminada la conversación mientras dirige su atención hacia el
escenario donde se ha elegido una oferta ganadora.
Unas cuantas rondas más de personas con discapacidades, o personas con
un determinado tipo de sangre raro, y ya estoy temiendo todo esto.
Sé lo que es que te quiten la libertad. Pero no puedo imaginar por lo que
deben estar pasando estas personas, sabiendo que simplemente no hay salida.
Solo dolor... y abuso.
Vlad me explicó que muchas veces se utiliza a estas personas para
trasplantes de órganos si son compatibles, y que la mayoría de las veces se
piratean los expedientes médicos y se persigue a las personas por este motivo
en particular. Es simplemente un mercado negro de humanos.
La siguiente persona es traída. Vestido completamente de negro, solo
sirve para enfatizar la palidez de su piel, la blancura de su cabello.
—¿Qué le pasa? —le suelto cuando le veo dar tumbos.
—Tiene una condición genética llamada albinismo. Su cuerpo no produce
melanina, por lo que carece de color —comienza, hablándome de la biología
que hay detrás del trastorno—. Deberías mirar hacia otro lado, Sisi —me
dice, tirando de mí hacia su lado, dispuesto a protegerme.
—¿Por qué?
—Es probable que se vuelva brutal —frunce los labios—. Los albinos
suelen ser buscados por una cosa —dice y justo en ese momento, el brazo del
hombre es atado a una mesa, otro hombre se une a ellos en el escenario y
empuña una enorme espada.
—Última oportunidad —susurra Vlad, pero sacudo la cabeza.
Necesito ver esto. Quiero ver lo jodido que está este mundo. En mi
ingenuidad, pensaba que había soportado lo peor en el Sacre Coeur, pero poco
a poco estoy descubriendo que la vida fuera de los muros del convento no
es menos brutal.
De hecho, esto es francamente atroz.
Con su brazo alrededor de mí, me doy cuenta de que está tratando de
consolarme, especialmente cuando la hoja cae sobre el brazo del albino,
cortándolo en el codo.
Un grito espeluznante estalla en el aire y la gente se anima, todos
gritan ya de forma desorbitada.
La mano es tomada del albino, y colocada en una olla.
—No querrás decir que ellos... —Me sorprendo al ver que cocinan el
brazo en una estufa.
—Los miembros albinos se utilizan en la brujería. Mucha gente
supersticiosa cree que una pócima hecha con carne de albino les dará
prosperidad —habla Vlad, y yo observo estupefacta cómo hacen
precisamente eso, preparar una pócima viva para quien quiera gastar
millones en ella.
—Dios —susurro.
—Deberías haber mirado hacia otro lado, Sisi.
—No. Esta es la realidad en la que vivimos. Tengo que ver.
El primer bote se subasta por dos millones, y se preparan otros tres
botes con el otro brazo y sus dos piernas. Los gritos continúan mientras
dos hombres le cortan las piernas con una sierra. Al pobre hombre no le
han dado nada para el dolor y la multitud parece vitorear sus continuos
gritos. A medida que el hueso cede, la sangre comienza a fluir lentamente
en el suelo, antes de brotar repentinamente en riachuelos mientras le
quitan las extremidades.
Su expresión está casi cerrada, el dolor es demasiado. Tengo que
preguntarme cuánto tiempo más va a vivir.
Mirando a mi alrededor, todo el mundo se emociona al ver esta
manipulación inhumana de una persona. Alguien incluso grita que le
corten la cabeza también. De repente me doy cuenta de lo profunda que es la
depravación y de que, en cierto modo, el mundo exterior funciona igual que el
Sacre Coeur.
Comer o ser comido.
Solo hay dos opciones. Ser la víctima o el agresor.
Una mirada a Vlad y veo que desvía la mirada del sangriento espectáculo
que tenemos delante. El escenario ya está rojo, ya que la mayor parte de la
sangre se ha escurrido del cuerpo del hombre. Los hombros de Vlad tiemblan
ligeramente mientras lucha por un mínimo de control.
—¿Estás bien? —Me vuelvo hacia él, notando la palidez de sus rasgos y
la tensión en su mandíbula. Está a punto de estallar. Lo noto.
Asiente con rapidez, pero no parece estar bien. Agarro su cara con las
manos y me pongo de puntillas, apartándolo del espectáculo sangriento. Me
inclino hasta que mis labios se encuentran con los suyos.
Sus ojos están desenfocados mientras se mantiene quieto, y la escena del
restaurante se repite en mi mente.
—Estoy aquí —digo contra sus labios—. Todo está bien. —Rozo mis
labios de un lado a otro en él, burlando con el más mínimo contacto—. Te
tengo a ti.
Comienza a reaccionar lentamente, separando sus labios bajo los míos,
permitiéndome explorar las profundidades de su boca.
Lo que empieza como un beso tentativo pero sensual pronto se convierte
en uno hambriento y acalorado cuando me acerca a su cuerpo y su boca se
abre sobre la mía para devorarme. Ya está empalmado, y un escalofrío
recorre mi cuerpo al ser capaz de despertar esta reacción en él.
Su boca se aleja de mis labios y empieza a dar pequeños besos por mi
cuello, chupando la piel de la unión entre mi cuello y mi clavícula, con
sus dientes rozando la superficie.
—Estoy aquí —repito mientras le veo bajar lentamente de su crisis,
con las pupilas dilatadas, todo su cuerpo lleno de tensión no liberada.
—Dios, Sisi —gime, acercándome a su pecho mientras acurruca su
cabeza sobre mi corazón—. Gracias —respira profundamente y exhala—.
Gracias —repite.
Una sonrisa me tira de los labios cuando veo que el color vuelve a sus
mejillas.
—Creo que sé cuál es mi propósito —digo con descaro, casi perdida
en esos ojos negros suyos.
—¿Lo sabes? —pregunta, con una voz peligrosamente pecaminosa.
—Te traigo de vuelta —respondo, complacida por el descubrimiento.
Porque si lo hago, entonces él nunca me descartará. Siempre me
necesitará.
Una sonrisa triste juega en sus labios mientras sacude la cabeza.
—No solo me castigas, Sisi. Me haces jodidamente humano.
Me empapo de los elogios, increíblemente feliz ante la perspectiva de
ser indispensable para él.
Una vez que Vlad está bajo control, volvemos a centrar nuestra
atención en el escenario mientras se producen más y más ofertas extrañas.
Un par de gemelos unidos y algunas personas con trastornos
increíblemente raros se precipitan al escenario, desfilan delante de todos y
se venden por millones.
Todo es increíblemente revelador, y pronto surge un patrón.
Poder. Control.
Todas estas personas son más débiles y, por tanto, más fáciles de
controlar. Y son simplemente utilizados por los bastardos enfermos para
obtener su impulso diario de ego.
Justo cuando creo que lo he visto todo, un hombre que lleva un mono con
una correa se pavonea en el escenario presentándolo al mundo.
—¿Eso es...? —me quedo con la boca abierta por la sorpresa.
El mono no tiene cabello, lleva un bikini de dos piezas y una peluca, toda
su cara está pintada de forma grotesca.
—¿Por qué una mona...? —Me quedo sin palabras.
—Es un mono —corrige Vlad, con cara de contrariedad—. Un orangután
concretamente. Y parece que a alguien de por aquí le gustan las parejas no
humanas —añade con sorna.
—¿Quieres decir que alguien quiere cogerse a un orangután? —pregunto,
estupefacta.
—No te sorprendas, Sisi. Los humanos son seres degenerados. Y
lamentablemente, lo que has visto esta noche es solo la punta del iceberg.
Mientras tengas dinero, puedes permitirte cualquier cosa... y a cualquiera.
—Alguna vez has... —pregunto tímidamente, temiendo la respuesta.
—¡Claro que no! —su respuesta es inmediata y vehemente—. No me
malinterpretes, atiendo a otro tipo de vicio, pero después de lo que les pasó a
mis hermanas nunca podría soportar el tráfico de personas. Seré sincero, es
una de las industrias más lucrativas, ya que los humanos tienen una capacidad
de trabajo y una diversidad de uso casi ilimitadas. Es realmente el mejor
recurso que existe si quieres hacerte rico —explica, y yo suspiro aliviada.
Esto es exactamente lo que me gusta de él.
Es un malvado sin paliativos, pero su brújula moral está singularmente
sesgada. Para él no hay bien ni mal. Pero hay justo e injusto.
—A veces me sorprendes.
—¿Por qué? ¿Porque no trato con humanos? —bromea—. No te
preocupes, hago muchas otras cosas que pueden ser igual de malas o
peores. No olvidemos que el asesinato es mi pecado capital. —Me dedica
su característica sonrisa diabólica, con un pequeño hoyuelo en la mejilla
derecha.
—Puedes asesinarme cuando quieras —murmuro, mirándole
seductoramente por debajo de mis pestañas.
—Mierda, chica, sabes cómo llegar al corazón de un hombre —sonríe
divertido, besando la parte superior de mi cabeza y acercándome a él.
Mauro va presentando a más personas en el escenario, enumerando lo
que las hace especiales, y pronto empiezo a desconectarme de todo. Vlad
también parece increíblemente aburrido mientras da golpecitos con el pie,
mirando el reloj de vez en cuando. Seth, en cambio, se queda en un
segundo plano, tomándose ya en serio su trabajo como guardaespaldas de
Vlad.
Cada vez que alguien se acercaba demasiado, levantaba una mano y
guiaba a la gente para que mantuviera la distancia. Vlad, por supuesto, no
pudo evitar sonreír ante las acciones de Seth, repitiendo que había tomado
la decisión correcta.
—Por último, pero no menos importante, tenemos una petición muy
popular. Hemos tenido múltiples personas preguntando por esto, así que
es justo empezar la puja en cinco millones —habla Mauro por el
micrófono, y la multitud se alborota, algunos diciendo que es demasiado
para el comienzo, mientras que otros simplemente tienen curiosidad por
saber qué tipo de mercancía podría ser tan cara.
—Una rara mutación en la amígdala que da lugar a una forma inusual de
autismo. Es más frecuente en gemelos, ya puedes ver lo difícil que es
encontrar esto en la naturaleza —bromea Mauro, y siento que Vlad se
tensa a mi lado.
—Pero no te preocupes. Hemos conseguido una pareja de gemelos con
estas especificaciones exactas. El primero que encontramos en los últimos
cinco años —dice y la gente jadea.
—Sí señores, es así de raro, y la razón por la que partimos de cinco
millones.
Mauro continúa su discurso y presenta a los gemelos de cinco años, un
hermano y una hermana. Se dirigen hacia el escenario, con sus caritas
fruncidas por la confusión al ver a la multitud que los mira.
Con sus rizos rubios angelicales, los dos niños parecen tan inocentes
vestidos de blanco. Se cogen de la mano mientras suben al escenario, la niña
se vuelve tímida e intenta esconderse detrás de su hermano.
—Dulce Jesús y Madre de Dios —oigo murmurar a Vlad, que por primera
vez utiliza un apelativo religioso.
Me vuelvo hacia él y lo encuentro mirando con asombro a los gemelos,
con los ojos muy abiertos y la boca abierta.
—¿Vlad? —le llamo por su nombre y le tiendo la mano—. ¿Qué pasa? —
le pregunto, al verlo tan agitado.
—No puede ser —frunce el ceño, con las cejas fruncidas mientras inclina
la cabeza hacia un lado, con los ojos moviéndose rápidamente y evaluando su
entorno.
—¿Qué es? —repito mi pregunta, pero es como si no me oyera. Su
atención se centra únicamente en el escenario y en los niños que intentan
escapar del escrutinio público.
Casi una eternidad después, por fin responde.
—Esa mutación —comienza, su mirada es sagaz, sus rasgos afilados.
—Eso es lo que tengo. Lo que teníamos mi hermana y yo.
—¿Tu hermana gemela? —Asiente con la cabeza, me suelta la mano y
se adelanta entre la multitud.
La puja ya ha comenzado y, en contra de los sonidos iniciales de
descontento, la gente parece bastante entusiasmada por pujar toda una
fortuna por los gemelos.
Pero ¿por qué?
—¿Por qué? —Le alcanzo, le agarro de la mano y le hago mirar hacia
mí—. ¿Por qué es tan importante esta mutación?
—Veinte millones —dice alguien sin más, y yo jadeo ante la cantidad.
—¿Por qué? —Vlad se ríe, pero su cara no es sonriente—. Yo tengo la
misma pregunta. ¿Por qué alguien pagaría tanto por unos gemelos con una
mutación aleatoria?
—No parece aleatoria —comento, ya que la gente no estaría tan
interesada en adquirir a los gemelos si fuera solo una casualidad.
—¿Te da súper poderes, o qué? —Hago una broma, pero me doy
cuenta de que no es el momento adecuado.
Vlad no está de buen humor. Y a medida que sigue de cerca la puja,
parece ponerse más tenso, sus músculos se crispan, sus puños se enrollan
y desenrollan.
—Treinta —dice Mauro.
—Treinta a la una... treinta a las dos... ¡Vendido al número 16!
Enhorabuena. —Mauro anuncia el ganador, y yo sigo la mirada de Vlad
hacia un hombre escuálido que baja la pala con el número 16.
—Quédate con ella —le ordena a Seth, antes de correr hacia la
multitud, perdiéndose rápidamente de vista.
—¿Qué...? —susurro, mis pies se mueven por sí solos mientras intento
seguirle, pero Seth me coge del brazo, reteniéndome.
Una mirada y sacude la cabeza, indicándome que me quede quieta.
—Por el amor de Dios —murmuro en voz baja, molesta. Aun así, no
puedo evitar preocuparme por Vlad. ¿Qué cree que está haciendo? Sobre
todo, cuando está a punto de estallar. Acaba de recuperarse de un encuentro
cercano y ahora se lanza de cabeza a otro.
¿Qué pasa si se rompe?
Señor, no quiero imaginar la carnicería. Y con tanta gente alrededor, no
quiero pensar lo que podría pasarle a Vlad si alguien intentara detenerlo.
Por favor, vuelve... No hagas nada estúpido.
Solo puedo esperar que piense bien esto. Lo que sea que signifique esa
mutación y el hecho de que Vlad la tenga también debe haber desencadenado
algo en él.
Estoy inquieta mientras espero, con los brazos rodeando mi vientre
mientras escudriño la multitud en busca de él. Finalmente, solo cuando lo veo
dirigirse hacia nosotros puedo suspirar aliviada.
—¿En qué estabas pensando? —Corro hacia él, con las manos envueltas
en el material de su camisa.
—Tengo lo que hemos venido a buscar —dice—. Información. —Me
guiña brevemente el ojo antes de asentir a Seth—. Tenemos que irnos. Ahora.
Acabo de sobornar a un empleado para que me dé la información de contacto
de quien ha comprado a los gemelos. Imagina mi sorpresa cuando resulta que
es nuestro Miles. —Frunce el ceño—. Así que tenemos que actuar rápido y
seguir a su agente.
Cogiéndome de la mano, nos colamos de nuevo en el club, saliendo por la
entrada principal para llegar al aparcamiento.
—Y ahora —dice Vlad, acariciando su barbilla—. Como tenemos un
invitado más, la moto está descartada —reflexiona, sus ojos se iluminan
mientras se mueven por el aparcamiento—. Pero eso es perfecto. —señala un
coche grande
No espera a que le responda y se dirige rápidamente al coche. Sacando
su corte de cuero, lo envuelve en su puño antes de hacerlo caer sobre la
ventana, haciéndola pedazos.
Reconociendo que ya lo ha planeado todo, me limito a esperar
mientras termina lo que sea que esté haciendo.
Metiendo la mano dentro, abre sin esfuerzo la puerta del coche y nos
llama para que subamos.
—Estás loco —murmuro mientras me subo al asiento del copiloto, y
Seth ocupa el de atrás.
—Tenemos que ser rápidos, chica del infierno. No puedo perder el
tiempo —sonríe, pateando el tablero del coche y agarrándose a los cables
de debajo.
—¿Sabes lo que estás haciendo? —pregunto justo cuando veo que
alguien más sale del club, con los ojos fijos en el coche que estamos
intentando robar.
—Tal vez. —Arrastra la nariz, peinando los cables con atención.
—Creo que deberías, porque esa gente no parece muy amigable. —
Señalo a los tres hombres que ya están desenfundando sus armas y
apuntando hacia nosotros.
—Casi —murmura Vlad, que agita los cables hasta que se produce
una chispa—. Ya está —dice, satisfecho de sí mismo.
Pero justo cuando el coche ronronea, las balas empiezan a llover sobre
nosotros.
—¡Abajo! —Vlad me empuja hacia abajo, mi cabeza golpea su regazo.
Maniobra el coche y pone la marcha atrás justo cuando las balas impactan en
una ventana.
Pisando el acelerador, sale con éxito del aparcamiento.
—¿Y ahora qué? —pregunto sin aliento cuando por fin salgo a tomar aire.
Seth está imperturbable en la parte de atrás, con la mirada tan vacía como
antes.
Vlad, en cambio, tiene una sonrisa maníaca en la cara mientras acelera por
la calle.
—Ahora, vamos a la entrada trasera y esperamos a que el agente salga con
los gemelos —responde, con la voz llena de entusiasmo.
—¿Entonces lo seguimos?
Asiente con los ojos brillantes mientras dirige el coche hacia un lugar
oculto unas manzanas más abajo. Aparca justo al lado de la entrada, para el
motor y esperamos.
—¿Puedes contarme más sobre esta mutación? —Me armo de valor para
preguntar, ya que la primera vez no parecía muy receptivo.
Se echa hacia atrás en su asiento, con los ojos puestos en mí.
—No sé mucho al respecto, solo que en mi caso hace que mis emociones
se silencien —comienza—. No hay mucha investigación al respecto, pero el
único médico con el que he hablado ha señalado que generalmente afecta a
las áreas de las emociones, y a las interacciones sociales.
—¿Tus emociones están silenciadas? —pregunto, parpadeando
rápidamente mientras intento digerir la información.
¿Significa eso que no tiene sentimientos?
—Efectivamente. —Sus labios se ensanchan en una sonrisa que no
llega a sus ojos. Lo miro fijamente y cada momento de nuestra relación se
repite en mi mente.
Sus comportamientos aprendidos y las máscaras sociales que se pone. La
sonrisa malvada que pone en su cara para que todo lo que dice se tome
como una broma, incluso cuando es lo más alejado de ella. La forma en
que sus palabras parecen divertir, pero siempre esconden un doble sentido
que nadie más que él conoce. El vacío en su mirada que noto en los raros
momentos de despreocupación, o la forma en que sus ojos recorren la
habitación como un depredador al acecho de su presa.
Todo tiene sentido... Y, sin embargo, no lo tiene.
Todo en él está tan cuidadosamente elaborado, tan minuciosamente
creado para representar solo una determinada imagen. ¿Pero qué pasa con
el verdadero? ¿Cuántas capas tengo que pelar antes de conocer al
verdadero Vlad?
—Entonces, ¿qué sientes? —No quiero saberlo, pero no puedo no
saberlo.
—¿La verdad? —su boca se curva y yo asiento—, nada.
Nada.
La palabra resuena en mi cerebro, un repentino mareo se apodera de
mí.
—Nada —repito, entumecida. Las palabras se hunden y hacen que mi
corazón lata con fuerza en mi pecho, un pequeño dolor reverbera en el
núcleo de mi ser.
—Tengo hambre y sed. —Y dirigiendo una mirada a Seth, se inclina
para susurrar—. Estoy caliente. —antes de retomar su posición—. Pero
eso es todo. Siento deseo, pero mis deseos son más egoístas que los de la
mayoría.
—¿Qué quieres decir?
—Si quiero algo, lo tomo. Sin importar las consecuencias. —Se
encoge de hombros—. Solo he aprendido a jugar con el sistema para que no
lo parezca.
—Es cierto... —Intento esbozar una sonrisa, pero todo mi cuerpo se
rebela.
—Por supuesto, a lo largo de los años he conseguido estudiar las
interacciones sociales, y he perfeccionado mi forma de tratar a la gente. No
soy exactamente un salvaje —continúa, sin darse cuenta de que asiento
mecánicamente.
—Tengo un sistema honorífico de lo que está bien y lo que está mal que
he desarrollado, y siempre devuelvo mi cuota en especie. Verás, no soy tan
complicado. De hecho, se podría decir que no tener emociones es liberador.
—Ya veo —respondo vagamente, y él no parece notar el repentino
cambio en mi comportamiento.
Porque con una sola palabra, ha echado por tierra todas mis esperanzas.
—Ahí está —menciona Vlad, preparando el coche.
El hombre lleva a los gemelos a un coche, los carga en la parte trasera con
dos guardias antes de ponerse al volante.
Cuando se marcha, Vlad le sigue.
Con las manos cruzadas en el regazo, miro por la ventana, bloqueando
todo.
No puede sentir.
Siempre he querido una cosa. Ser amada. Una vez quise ser la persona
más importante para alguien, y justo cuando pensé que podría haberlo
encontrado, me lo arrebataron brutalmente.
Dios, ¿cómo es justo todo esto?
Tal vez debería haber dudado de todo desde el principio. Después de
todo, es un asesino despiadado. ¿Cómo podría alguien así tener
sentimientos tiernos? ¿O algún sentimiento?
Pero había visto la forma en que me trataba, la forma en que se
preocupaba por mí... como si fuera preciosa. Era la primera vez que
alguien me daba tanta consideración en mi vida y por eso me permití creer
que, tal vez, sentía algo por mí.
No puede sentir.
Las lágrimas arden detrás de mis ojos cuando toda la fantasía que
había construido en mi mente se hace simplemente añicos.
Continuamos siguiendo el coche durante lo que parece una eternidad,
Vlad tomando las medidas necesarias para que no vean que estamos
detrás de ellos. Llegan a la parte trasera de una fábrica abandonada y Vlad
frena el coche, aparcándolo fuera de la carretera.
—Qué raro —observa, mirando alrededor de la zona—. Habría jurado
que estos edificios estaban en fase de reurbanización.
Se desabrocha el cinturón de seguridad y sale del coche. Yo hago lo
mismo, pero cuando intento abrir la puerta, Vlad me detiene, empujando
su mano contra ella.
—Quédate aquí —dice, mirando a Seth—. No es seguro.
—Tampoco es seguro para ti —protesto, empujando la puerta—. Y no
vas a dejar a Seth conmigo —hablo antes de que tenga la oportunidad—.
Él también puede ayudarte, si pasara algo dentro —señalo.
—Sí, pero no quiero que corras peligro. —Suena exasperado mientras
trata de mantenerme dentro del coche.
—No voy a dejar que te vayas solo. Así que decide rápido, porque, de
cualquier manera, iré tras de ti —declaro, cruzando los brazos sobre el
pecho.
Puede que él no tenga sentimientos, pero yo tengo bastantes, para él.
Se lo piensa un momento antes de ceder con un suspiro, abrirme la
puerta y ayudarme a salir.
—Quédate a mi lado en todo momento —me susurra al oído, con su mano
en la mía.
Es en momentos como este cuando siento que le importa. ¿Por qué si no
iba a ser tan cuidadoso con mi seguridad?
Sabiendo que necesito estar alerta, aparto mi decepción de mi mente y me
concentro en la situación.
Seth nos sigue, y entramos en el almacén, encontrando el primer nivel
completamente vacío y en ruinas.
—¿A dónde habrán ido? —pregunto, mirando a mi alrededor
desconcertada por el espacio desocupado.
—Debe haber algo por aquí —reflexiona Vlad en voz alta, escudriñando
los alrededores. Recorre las paredes, revisando cada grieta—. No pueden
haber desaparecido sin más —murmura mientras sus manos palpan el
hormigón de las paredes—. Mira esto. —Golpea en un lado antes de moverse
unos metros para golpear en otro—. Esto está vacío —dice golpeando de
nuevo, un sonido hueco le responde—. Debe haber una abertura —habla para
sí mismo mientras tantea la superficie de la pared.
Seth y yo nos quedamos atrás, dejando que Vlad haga lo suyo, ya que está
claro que lo tiene controlado.
—Aquí. —Mueve una piedra, y aparece una fisura alrededor de la pared
al desprenderse un trozo de ella, que sobresale por fuera. Agarrándolo, Vlad
lo empuja hacia él para revelar una puerta—. Interesante —murmura,
haciéndonos un gesto para que nos acerquemos.
Agarrando mi mano una vez más, entramos en el túnel.
No tardamos en llegar a otra sala, donde la luz se filtra en el túnel y
confirma que la fábrica es utilizada por alguien.
—Shh. —Vlad se lleva la mano a los labios mientras da un paso adelante,
con voces que resuenan desde la otra habitación.
—Tenemos que mantener esto en secreto todo el tiempo que podamos
—dice un hombre.
—Necesita a los niños pronto —responde otro.
—Los otros ya están acabados. El niño murió y la niña está
destrozada. No cree que pueda salvar nada, y la perra ya no puede
quedarse embarazada.
—¿Qué esperabas, Glen? La ha utilizado como yegua de cría durante
demasiado tiempo. Me sorprende que haya durado hasta ahora —suspira,
y puedo oír a alguien dando vueltas.
—Ya sabes lo raro que es. Lleva décadas buscando más sujetos y
apenas encuentra alguno cada pocos años. Ni siquiera entonces. Estamos
hablando de revolucionar la guerra, Patrick. Ahora es difícil, pero dentro
de unos años, cuando su investigación esté completa, los países clamarán
por sus estudios.
—No me gusta esto. Está tomando demasiados riesgos.
—Tu trabajo no es que te guste esto. Solo haz sus tareas. Necesito un
examen físico completo de los gemelos, y hazme saber si hay algo
rescatable de los otros. A veces le gusta quedarse con los órganos —dice
Glen, y está claro que es él quien manda.
—De acuerdo —cede Patrick, y entonces se oyen más barajadas.
Vlad está tenso mientras sigue de cerca la conversación. Se vuelve
hacia mí, poniendo la mano en el cuchillo que había escondido en la parte
trasera de mis pantalones. Le hago un gesto con la cabeza, y veo cómo
saca sus propios cuchillos, ofreciéndole algunos a Seth. Éste niega con
firmeza con la cabeza, señalando sus brazos y puños.
Vlad enarca una ceja, pero finalmente se encoge de hombros con una
sonrisa.
Levantando tres dedos, baja lentamente cada uno de ellos, dándonos la
señal de cuándo entrar en la habitación. Es el primero en irrumpir en el
interior, inmovilizando inmediatamente a un hombre, mientras hace un gesto
a Seth para que haga lo mismo con el otro.
Miro entre los dos, notando que uno está vestido con una bata blanca
mientras que el otro lleva un traje gris.
—Supongo que tú eres Patrick. —Vlad señala al hombre de blanco que en
estos momentos se debate en la sujeción de Seth—, y tú eres Glen. —Le da
un empujón, sus rodillas se doblan y golpean el suelo.
—¿Quién... quién eres tú? —Glen grita angustiado, mirando entre Vlad y
Seth.
—Dependiendo de tus respuestas... —Vlad se interrumpe, sonriendo de
oreja a oreja antes de añadir—: el diablo o... —Frunce los labios, pareciendo
indeciso—, el diablo.
—¡Yo no he hecho nada! —Patrick se apresura a profesar su inocencia.
—Me están pagando. Solo hago mi trabajo. Por favor... Tengo una familia...
Vlad le hace un guiño.
—Y no me importa. Ahorra tu aliento. —Le pone los ojos en blanco antes
de volverse hacia Glen.
—Ahora, ¿dónde están los gemelos?
Está temblando de pies a cabeza, y solo parece empeorar a medida que la
paciencia de Vlad se acerca a su fin.
—No puedes llevártelos —gime, tratando de zafarse de su agarre.
Vlad tiene una expresión de aburrimiento en su rostro mientras saca un
cuchillo, jugando con él a lo largo de la garganta de Glen.
—Y tú estás fuera de tu alcance, Glen —comienza Vlad, arrastrando el
cuchillo hacia su cara—. Déjame decirte cómo va a ir esto. Me dices
dónde están los gemelos y luego respondes a mis preguntas sobre tu jefe,
Miles. —Glen palidece al escuchar el nombre de Miles, y Vlad se limita a
sonreírle—. Si cooperas, te mataré rápidamente. Si no lo haces, tendré que
cortar una parte de tu cuerpo cada vez.
Levantando la vista, se dirige a Patrick.
—Eres un médico, ¿verdad? —El hombre asiente lentamente, o todo
lo que puede, dado el firme agarre de Seth—. Bien. ¿Por qué no le dices a
mi amigo, Glen, lo doloroso que es perforar el tímpano?
Vlad se ríe mientras coloca la punta del cuchillo justo sobre la oreja de
Glen.
—No te oigo —dice con voz cantarina cuando Patrick no responde
inmediatamente.
—Es muy... muy —traga—, doloroso.
—¡Ahí lo tienes, Glen! Una opinión profesional.
—¡No puedo decírselo! —exclama—, me matará —grita, las lágrimas
se acumulan en las comisuras de los ojos.
—Glen, Glen —le dice Vlad sacudiendo la cabeza—. Somos un poco
débiles, ¿no? —Con un suspiro decepcionado, Vlad clava la afilada punta
del cuchillo en la oreja de Glen. Sus ojos se abren de par en par, su boca
se abre en shock mientras un chillido escapa de sus labios.
—¡Te lo diré! Te lo diré —grita justo cuando la sangre sale de su
oreja.
—Están en la sala de examen. La última... la última puerta —exhala, con
todo el cuerpo agitado por los temblores.
—Sisi, ¿puedes traer a los gemelos? —pregunta Vlad y yo asiento con
la cabeza, moviéndome rápidamente en la dirección que Glen había indicado
y dejando a Vlad para que los interrogue más.
Diviso la puerta, y mientras me dirijo hacia ella oigo más gritos, prueba
de que Glen y Patrick podrían no haber sido demasiado comunicativos con el
resto de sus respuestas.
Y al entrar en la habitación, me doy cuenta de que nada de lo que Vlad
pudiera hacer a esos hombres podría compensar el horror que estoy viendo.
Los gemelos están acurrucados en un rincón, agarrándose el uno al otro
para darse calor. En el centro de la habitación hay dos camas quirúrgicas,
cada una con un habitante sobre ellas.
Muertos.
Me acerco tímidamente a las camas y tengo que respirar hondo ante la
visión. Dos niños, ambos cortados desde el cuello hasta la pelvis, sus
cavidades torácicas expuestas, sus órganos colocados en unos contenedores
junto a ellos. Parece una especie de sala de autopsias, y mi corazón se rompe
aún más cuando oigo una vocecita.
—No mires.
Al volverme, veo al niño protegiendo a su hermana, empujándola detrás
de él mientras se dirige a mí.
—Hola —ofrezco tímidamente, sin saber cómo consolarlos o conseguir
que confíen en mí.
El niño me mira con desconfianza.
—¿Quién eres tú? —Estrecha los ojos hacia mí, con un brazo extendido
para mantener a su hermana detrás.
—Vengo a llevarte a casa —le digo, viendo cómo frunce la nariz al
mirarme, evaluándome de pies a cabeza—. ¿Quieres ir a casa?
Por un momento, no hay respuesta. Pero entonces, oigo la suave voz de
una chica al pronunciar un único: —Sí.
—Deja que los lleve a casa. —Doy un paso hacia ellos—. Les
prometo que los llevaré a casa. —Me agacho frente a ellos cuando estoy a
un paso, dándoles una sonrisa trémula y esperando que se sientan
cómodos confiando en mí.
—¿Lo prometes? —vuelve a preguntar la chica, y su hermano la
empuja hacia atrás.
—Para, Leila —le sisea.
—No pasa nada. Está bien que desconfíes, sobre todo después de lo
que te ha pasado. Pero mi amigo y yo estábamos allí y vimos cómo te
llevaban. Los hemos seguido hasta aquí y queremos ayudarlos a volver
con sus familias —hago lo posible por explicar.
—Por favor, Leo —habla la chica, pellizcando a su hermano—.
Vamos a casa.
Leo parece inseguro mientras mira entre su hermana y yo, pero al ver
la expresión de Leila parece hacer que reconsidere su postura.
—Bien. —Da un paso hacia mí, aun manteniendo a su hermana
detrás.
Alargo la mano para sostenerlo, sorprendida cuando lo permite.
—Todo va a salir bien —repito, esperando que mi promesa no sea en
vano.
Volvemos hacia donde están Vlad y Seth, y Glen ya está muerto, con
el cráneo medio abierto y el cerebro visible a través de las grietas de los
huesos.
Mantengo a los niños detrás para que no vean la matanza, pero dada la
abundancia de sangre que ahora cubre el suelo, no puedo evitarlo mientras
compruebo cómo está Vlad.
—¿Estás bien? —le llamo y levanta la cabeza de repente, como si no se
hubiera dado cuenta de mi presencia. Me asiente con rapidez, y su pie sale
disparado para patear el cadáver de Glen al suelo antes de centrarse en
Patrick.
—Seth, ¿por qué no llevas a los niños al coche? —dice Vlad
distraídamente mientras se agarra a Patrick, arrojándolo al suelo.
Seth obedece de inmediato, llegando a mi lado y tomando rápidamente a
un niño en cada brazo. Los gemelos están demasiado asombrados por el
tamaño y el aspecto de Seth como para protestar, y lo miran como si nunca
hubieran visto a un humano.
Me hace un gesto con la cabeza antes de volver a salir con los niños.
—Había dos cuerpos de niños en la habitación. Autopsias. —le digo a
Vlad mientras me reúno a su lado.
—El trabajo del doctor, no me extraña —comenta, con los ojos fijos en
Patrick.
—Deberías haberme dejado llevar a los niños al coche. Si se ponen
inquietos o hacen preguntas, Seth no puede responderlas.
—Debería haberlo hecho —responde vagamente—. Pero tú te quedas a
mi lado. Siempre.
Agarrando a Patrick por la nuca, lo arrastra hacia la sala de autopsias.
—Ahora, vamos a evaluar tu habilidad doc. —dice, indicándome que le
siga.
Vlad abre la puerta de una patada, arrojando a Patrick al centro de la sala
mientras evalúa su entorno.
—¡Habla! —le ordena, y me doy cuenta de que ya no está de humor
para bromas.
Su labio se curva con desagrado mientras observa los cadáveres de los
niños, y su brazo sale disparado, ahogando a Patrick y levantándolo en el
aire.
—He dicho que hables. —Vlad vuelve a enunciar, golpeándolo contra
una de las mesas. Su mano se desplaza hacia su nuca mientras empuja su
cabeza hacia la cavidad torácica abierta de uno de los niños—. Ves, este
es tu brillante trabajo. ¿Cómo se ve de cerca y en persona? —pregunta, y
Patrick emite sonidos de asfixia, sus brazos se agitan.
Me da tanto asco lo que le están haciendo a los niños, que solo puedo
esperar que Vlad le dé su merecido. Mis ojos recorren los utensilios,
cogiendo algunos y colocándolos junto a Vlad.
—Debería sentirlo en su propia piel. —Asiento hacia Patrick, un
deseo enfermizo tomando forma dentro de mí. Quiero verlo sufrir por lo
que ha hecho. Incluso más que a Glen, quiero verlo suplicar por su vida
mientras Vlad lo abre como una rata de laboratorio.
—Una chica a mi gusto —me sonríe Vlad, enviándome un beso al aire
antes de volver a ponerse serio de repente, sacando a Patrick de la
cavidad. Respira con fuerza, jadeando, con los ojos muy abiertos de
horror mientras mira entre nosotros.
—Habla o...
—¡Solo hago lo que me pagan por hacer! —exclama, a punto de
llorar.
—¿Y eso es?
—Me traen gente... niños... y les hago exámenes físicos, si están
vivos. Si están muertos... —se interrumpe, mirando los cadáveres sobre la
mesa—, hago autopsias.
—¿Por qué? ¿Qué busca Miles?
—El fracaso —dice Patrick en voz baja.
—¿Fracaso? —Repito en voz alta, frunciendo el ceño ante su elección de
palabras.
—Quiere saber por qué fracasaron sus experimentos —explica Patrick.
—¿Qué experimentos?
—No puedo... —dice, moviéndose salvajemente en los brazos de Vlad.
Está cada vez más ansioso cuanto más sondea Vlad sobre Miles.
De la nada, empuja sus pies sobre una cama, escapando brevemente del
agarre de Vlad. Sin embargo, en lugar de correr, busca los instrumentos,
cogiendo un bisturí y llevándoselo al cuello.
—Mi familia... —Sacude la cabeza, retrocediendo unos pasos hasta
chocar con un mostrador. Una mano en el bisturí, la otra busca algo bajo la
mesa—. Lo siento —dice justo antes de hundir el bisturí en su propio cuello,
la sangre brota libremente, sus ojos están en blanco y sin vida mientras cae al
suelo.
Al mismo tiempo, suena una alarma en el edificio, acompañada de una
voz robótica que hace una cuenta atrás.
Los ojos de Vlad se abren de par en par e inmediatamente se acerca a mí,
cogiéndome en brazos mientras empieza a correr.
—Agárrate fuerte —me susurra en el cabello mientras corre hacia el túnel,
al que apenas llega antes de que una enorme explosión nos impulse a los dos
hacia delante.
Acunándome contra su pecho, intenta llevarse la peor parte de la caída,
pero de alguna manera siento un dolor en la sien antes de que todo se
desvanezca.
Capítulo 16
Vlad

—Sisi —gimo mientras me doy la vuelta, tomándola en brazos.


Maldito Patrick. No me lo había imaginado como alguien leal. De hecho,
habría pensado que sería el eslabón más débil entre los dos. Ciertamente no
había pensado que el laboratorio tendría un modo de autodestrucción. Y ahora
eso me hace sentir aún más curiosidad por lo que esconden.
Me pongo en posición de sentado, molesto por la destrucción que nos
rodea.
Al menos hemos salido a tiempo.
—Sisi. —La sacudo pero no reacciona.
Frunciendo el ceño, la arrastro hasta mi regazo, usando mis manos para
revisar su cuerpo en busca de heridas.
—Sisi, no es divertido —añado, por si acaso se le ocurriera gastarme una
broma.
En ese momento, mi mano roza su frente y un pequeño riachuelo de
sangre comienza a fluir por su sien, cubriendo mis dedos en el proceso.
Mis ojos se fijan en el tono rojo de su sangre, mis párpados se cierran
mientras me llevo los dedos a la boca, saboreándola.
Maldición.
Ya siento que me deslizo, el encanto de la sangre es casi demasiado.
Más...
Mis manos se cierran en puños mientras intento resistirme,
concentrándome en cambio en la humana que aún respira entre mis brazos.
Concéntrate.
—¿Sisi? —me tiembla la voz mientras la agito, intentando que reaccione.
Porque si la pierdo, ella es la única que puede traerme de vuelta... la
única.
Intento regular mi respiración, mientras palpo su cuerpo en busca de más
heridas. Una herida en la cabeza podría ser peligrosa. La información se filtra
en mi cerebro y me concentro en ella. Los hechos son seguros, la ciencia es
segura.
Otra respiración profunda.
Sacando rápidamente mi teléfono del bolsillo, activo el flash. Luego
levanto un párpado, colocando la luz en su ojo y observando cómo se contrae
al encontrarse con la luz. Por primera vez, como si le molestara la insistente
luz, empieza a moverse entre mis brazos, y un gemido bajo se le escapa de los
labios.
Suspiro aliviado.
Está bien.
—Sisi —uso un tono más suave mientras llevo mis dedos a su cara,
acariciando su mejilla y evitando mirar la tentadora sangre que mancha sus
pálidos rasgos.
Dios, pero es como un festín para un hambriento.
—¿Qué...? —susurra, gimiendo de dolor mientras acerca su cara a mi
camisa.
No pierdo el tiempo y la atraigo hacia mi pecho, sosteniendo todo el peso
de su cuerpo mientras me pongo de pie. Estoy un poco tembloroso,
probablemente por la sobrecarga de adrenalina, pero ahora mismo lo más
importante es llevar a Sisi a mi casa y conseguir los cuidados que necesita.
Salgo corriendo hacia el auto, donde Seth ya está fuera, esperando. Al ver
a Sisi en mis brazos, me mira interrogante.
—Se pondrá bien —le digo, negándome a creer que no se pondrá bien.
Los niños están callados en la parte de atrás mientras cargo a Sisi junto a
ellos, ambos la miran con preocupación en sus ojos. Teniendo en cuenta que
comparten la misma condición que Vanya y yo, ciertamente parecen más
empáticos que nosotros.
Seth se abrocha el cinturón de seguridad en el asiento de al lado, y estoy
listo para partir.
Vuelvo al recinto en un tiempo récord, ordenando a Maxim que instale a
Seth y entregando los niños a su esposa, que es la única mujer que vive aquí y
que quizá sepa cómo comportarse con los niños.
Cuando todo el mundo tiene algo que hacer, llamo a Sasha, nuestro
médico residente, para que vea la herida de Sisi.
Al llegar a mi habitación, le quito la ropa y la visto con una de mis
camisas para que esté más cómoda. La tumbo en la cama, tomo rápidamente
una toalla húmeda del baño y le lavo la herida.
—¿Me oyes, chica del infierno? —pregunto, limpiando suavemente la
sangre de su cara.
—Mmm —suelta un sonido bajo en su garganta, girando en la cama como
si no pudiera encontrar una posición cómoda—. ¿Qué ha pasado? —bosteza,
abriendo lentamente los ojos para mirarme.
Siempre me ha maravillado el color de sus ojos, un ámbar claro que se
arremolina con motas oscuras. Son sencillamente fascinantes, y a veces me
pierdo en ellos, casi como si me perdiera en el rojo de la sangre. El mundo se
desvanece cuando ella dirige su mirada hacia mí, batiendo esas bonitas
pestañas y haciéndome perder la cabeza.
Literalmente.
Como alguien que se enorgullece de su agudo intelecto, el hecho de que
pueda descolocarme tan fácilmente en su presencia es un poco perturbador.
—Hubo una explosión —le explico lo sucedido y que en este momento
estamos en mi habitación.
Ella está un poco desorientada mientras mira a su alrededor, levantándose
sobre los codos para tomar un sorbo de agua.
Por suerte, Sasha llega justo a tiempo y le hace un chequeo,
asegurándome que su herida no es nada grave y que debo dejarla descansar,
pero vigilarla durante toda la noche. Le doy las gracias y me vuelvo hacia
Sisi, que frunce el ceño, confundida.
—Tengo que ir a casa —murmura, levantándose de la cama y caminando
hacia la puerta.
—No, no tienes que hacerlo. —La detengo y le pongo las manos en el
hombro para tranquilizarla.
—Pero... —Frunce el ceño, todavía con la mirada perdida.
—Yo me encargo —le digo, ya pensando en formas de asegurar que nadie
se entere de su desaparición—. Sabes que puedes confiar en mí, chica del
infierno. —Le guiño un ojo, tratando de quitarle seriedad al asunto.
—Está bien —asiente, balanceándose un poco sobre sus pies.
—Te tengo. —La levanto en brazos, la devuelvo a la cama y le tapo el
cuerpo con la manta.
—¿Los niños? —pregunta mientras se pone de lado, colocando las manos
bajo la cabeza.
—Están bien. Seth también —le respondo, apartándole el cabello de la
cara.
Sasha le ha puesto una tirita en la herida de la sien.
—¿Te duele? —le pregunto mientras paso la mano por la gasa. Mueve
ligeramente la cabeza y suelta un gran bostezo.
—Me siento cansada —susurra, con aspecto agotado.
—Descansa —le digo, acariciando su frente—, yo te cuidaré.
—¿Puedes...? —interrumpe, y juro que detecto un rubor subiendo por sus
mejillas—. ¿Puedes… —se aclara la garganta—, meterte en la cama
conmigo?
—¿Quieres que me meta en la cama contigo? —una sonrisa se dibuja en
mi cara—, debe ser mi carisma magnético que encanta incluso a los
convalecientes. —Apenas termino la frase cuando sus manos me dan un
manotazo.
—Bien, entonces no lo hagas —me dice con un mohín, moviéndose para
darse la vuelta de espaldas a mí.
—No, no —exclamo, deshaciéndome rápidamente de mi ropa y
metiéndome en la cama con ella—. No te vas a librar de mí, chica del infierno
—digo mientras me acerco a ella.
Sus labios se dibujan en una sonrisa mientras pasa un brazo por encima de
mi vientre, apoyando su cabeza en mi hombro y dándome un rápido beso.
—¿Has encontrado lo que querías hoy? —me pregunta.
Le paso el brazo por la espalda y la atraigo hacia mí, apoyando la barbilla
sobre su cabeza.
—No lo sé —admito con sinceridad.
Ciertamente, había descubierto algo. Pero solo me había confundido más.
Necesitaré más tiempo para unir todas las piezas y tener la imagen completa.
—Una cosa es segura. Esta gente es más poderosa de lo que creía. Al
menos ahora sé la verdad sobre por qué nos raptaron a Vanya y a mí cuando
éramos pequeños.
—Tu condición —añade Sisi, y yo asiento.
—Si pudiera recordar lo que pasó en esos años... Tendría más información
sobre cómo opera esta gente, porque está claro que realizan experimentos con
la gente.
—¿Crees...? —empieza ella, haciendo una mueca—, ¿crees que también
te lo hicieron a ti?
—Si lo hicieron, no lo recuerdo. Quizá fue demasiado horrible y lo
bloqueé —bromeo, pero a Sisi no le hace gracia.
—No... —levanta la cabeza para mirarme a los ojos—, no tiene sentido
que puedan haber... —se interrumpe mientras traza las crestas elevadas de mi
estómago—. Dios —susurra, poniéndose en posición sentada y extendiendo
sus manos sobre mi pecho—. Por eso tienes tantos tatuajes, ¿no? —Levanta la
cabeza, con una mirada acusadora—. Dios mío, hay tantos... —Sacude la
cabeza mientras sigue encontrando una cicatriz tras otra.
Líneas largas y dentadas que parecen suturas de cirujano marcan todo mi
torso. Antes de cubrirlas con tinta, parecía un monstruo frankensteiniano,
partes del cuerpo cosidas para dar la apariencia de algo humano, cuando
intrínsecamente era todo lo contrario. Todavía recuerdo las miradas de
lástima que, sin embargo, se transformaban en horror cuando la gente se
apartaba de mí con asco.
Un bicho raro.
El apelativo de Misha podría haber sido apropiado, ya que no solo estaba
mal por dentro. También estaba mal por fuera.
Llevo mi mano sobre la suya, deteniéndola.
—Eres demasiado inteligente para tu propio bien, chica del infierno —
digo, mirándola fijamente.
No quiero que conozca esa parte de mi vida, al igual que no quiero que
me mire de otra manera. Siempre he sabido lo que soy, pero la perspectiva de
que ella también lo sepa de verdad es inusualmente angustiosa.
Y no entiendo cómo ha podido relacionar lo que vio en la fábrica con las
cicatrices de mi cuerpo.
—Es cierto, ¿no? —continúa, con sus rasgos llenos de preocupación.
—Puede ser —me encojo de hombros—. No lo recuerdo.
Es técnicamente cierto, pero por primera vez me encuentro incómodo en
mi propia piel. Nadie ha visto o tocado mis cicatrices aparte de Vanya. Pero
viendo que ella es solo un producto de mi imaginación, no creo que cuente.
—Vlad, eso es horrible —susurra, con lágrimas acumuladas en las
comisuras de los ojos.
Me quedo paralizado, atónito, cuando veo que una lágrima se abre paso
por su mejilla.
—Tú... —Parpadeo dos veces, sin saber qué está pasando—. Estás
llorando —digo insensiblemente—, por mí...
—Por supuesto, tonto. —Me da un ligero puñetazo en el pecho—. Cómo
no voy a hacerlo si solo tengo que cerrar los ojos y ver el niño que eras y las
cosas que te habrán hecho —se moquea, y más lágrimas caen por sus
mejillas.
—Sisi —digo su nombre, sin palabras por primera vez.
Nadie ha llorado nunca por mí. Nadie se ha preocupado lo suficiente
como para hacerlo.
Levanto lentamente las manos, secando sus lágrimas con los pulgares,
sencillamente impresionado de que alguien llore por mí.
—No, Sisi —le digo—, no merezco tus lágrimas. —Acaricio con ternura
sus mejillas.
A veces soy más animal que humano, y los animales no se merecen
emociones fuera de lugar. No se merecen nada.
—Tú. —Su boca se abre en shock, sus ojos se abren de par en par con el
dolor—. ¿De qué estás hablando? —Mueve la cabeza, cubre mi mano con la
suya y se la lleva a la boca—. Tú lo vales. —Deposita un beso en mi palma
abierta—. Tú lo vales para mí —continúa, y yo solo puedo mirarla fijamente,
incapaz de afrontar las respuestas que está sacando de mí.
Ojalá viniera con un manual de instrucciones. Así sabría cómo reaccionar
cuando este ser exquisito decidiera malgastar su energía en alguien como yo.
—Tú lo vales —repite, inclinándose hacia delante para tocar sus labios
con los míos, rozándolos de un lado a otro de mi piel. Puedo saborear el sabor
salado de sus lágrimas, y están impregnadas de un extraño aroma, que
provoca un cosquilleo en mi cuerpo.
Es incómodo. Está fuera de mi zona de confort.
—Sisi —gimo, pero ella se limita a seguir con sus atenciones, besando mi
cuello antes de bajar a mi pecho—. ¿Qué estás haciendo?
—Demostrarte que eres digno —dice contra mi piel, lamiéndola una vez
antes de soplar su aliento caliente y hacerme temblar.
Se toma su tiempo al trazar cada cicatriz, sus labios son la cura que no
sabía que necesitaba. Y mientras se deslizan más y más abajo, cubriendo cada
centímetro de mi piel, no puedo ignorar la forma en que todo mi ser responde
a ella.
Me está empujando a un rincón desconocido, y por un segundo me siento
atrapado y abrumado por miles de cosas a la vez.
No puedo hacerlo.
En lugar de pensar en las otras cosas que me hace sentir, me concentro en
la respuesta de mi cuerpo a la suya y en la forma en que solo ella puede
hacerla reaccionar.
—Demonios, chica —ronco, acercándola para poder saborear sus labios
de nuevo. Ya estoy empalmado y solo pensar que apenas hay un trozo de
material entre nosotros me tiene al borde—. Estás casi desnuda, rechinando
sobre mi polla, y estoy a punto de perder el poco control que me queda —
hablo contra sus labios, haciéndola descender sobre mi erección para que
pueda ver lo que me está haciendo.
Eso es. Esto es más familiar.
—Entonces piérdelo —dice, acunando mi cabeza entre sus manos—,
tómame, Vlad. Soy tuya —su lengua se escabulle para lamer el borde de mis
labios. Se me está ofreciendo en bandeja y sería un tonto si no la aprovechara.
Por fin podría reclamarla, la idea de su apretado y húmedo coño
engullendo mi polla me hace gemir en voz alta.
—Así no. —No sé de dónde saco la fuerza para decirlo. No cuando todos
mis instintos me dicen que la tome. Ponerla de espaldas y follarla hasta que
grite como un loco. Bombear mi semen dentro de ella y marcarla como mía
para siempre.
Pero no puedo. Todavía no.
—Te mereces algo mejor que un simple revolcón —le digo con
sinceridad, sorprendido de mí mismo y del control que estoy demostrando—.
Cuando finalmente te folle quiero que estés completamente bien —le
mordisqueo el labio inferior—, para poder destrozarte yo mismo.
—Maldita sea, Vlad —gime a medias, encajando su húmedo coño justo
encima de la cabeza de mi polla. Cierro los ojos, en guerra conmigo mismo.
Solo nos separa un trozo de tela, y la idea me hace gemir en voz alta.
¿Quién me ha dicho que sea tan jodidamente noble?
Pero la verdad es que sé que acabaría conmigo si hiciera algo malo y ella
nunca me lo perdonaría.
Hay un impulso dentro de mí de tomarla como un animal, montarla y
follarla como una bestia. Pero si cedo... Tengo miedo de que se aleje de mí.
Finalmente se dé cuenta de lo antinatural que somos mis deseos y yo y me
deje.
No puedo arriesgarme a eso. No puedo arriesgarme a que me rechace. Y
si tengo que negarme a mí mismo, que así sea.
—¿Así que vas a dejarme así? —gime, con las manos puestas en mi pecho
mientras sube y baja por mi pene.
—¿Cómo podría hacerlo? —Sonrío, bajando mis manos por su cuerpo
hasta llegar a sus bragas. Son tan finas, tan frágiles, que ceden con un
chasquido de la tela. Cuando me encuentro con acceso libre a su coño, no
puedo evitarlo.
Me bajo los calzoncillos y dejo mi polla tiesa en las manos de Sisi, que
me acaricia con el pulgar. Ya estoy goteando, como siempre que ella está tan
cerca de mí. Me quita parte de la humedad de la polla y se la lleva a la boca,
lamiendo sus dedos.
Está muy animada para alguien que hace un momento gemía de dolor.
—Me encanta tu sabor —dice tentadora, pasando su lengua por mis labios
en un movimiento descarado. Abro la boca, atrapándola y chupándola.
—A mi monjita sucia le gusta la polla —muerdo su lengua hasta que
siento que la sangre entra en mi boca. Sisi no se aparta, con los ojos vidriosos
por la excitación, mientras me lanza una mirada de acercamiento,
desafiándome a consumirla. Desliza su lengua sobre mis dientes,
atrayéndome a profundizar el beso. Y cuando lo hago, me devuelve el favor,
tomando mi lengua y mordiéndola hasta que mi propia sangre llena su boca.
—Sí —exhala, gimiendo en mi boca—. Soy tu monjita sucia. —Se echa
hacia atrás para mirarme con los ojos entornados, la comisura de su boca
manchada con nuestra sangre combinada, y por primera vez el líquido rojo
me hace querer follar, no matar.
—¿Y en qué me convierte eso? —pregunto con descaro, fascinado por la
forma en que sus rasgos reaccionan a cada toque.
—Dios —responde, con los ojos entrecerrados—, Dios mío —continúa,
con los brazos rodeando mi cuello mientras me cede el control total de su
boca.
Ah, pero ¿cómo puedo negarme a eso?
La abrazo con fuerza y la devoro, intercambiando sangre en un beso
peligroso que me hace tambalearme en el precipicio. Agarro su culo y la
conduzco sobre mi pene, con los labios de su coño abiertos para acomodar mi
longitud.
—¿Y qué haces por tu Dios, mi sucia monjita?
Mis manos en sus nalgas, las amasan mientras ella se mueve en
movimientos circulares sobre mi erección, la cabeza rozando su entrada, el
codicioso bastardo empujando hacia adelante mientras intenta pasar su
barrera. Está tan jodidamente mojada que su coño se desliza sin esfuerzo
sobre mi polla. Sería tan fácil deslizarse dentro...
—Rezar —grita justo cuando mi polla se desliza sobre su clítoris—,
adorar, obedecer. —Sus palabras me ponen aún más duro y necesito todo lo
que hay en mí para no correrme o para follarla hasta que grite mi nombre.
O ambas cosas.
—Mierda, sí —muevo mis labios más abajo sobre su garganta, chupando
el punto del pulso—. Pídemelo —ronco, queriendo oír su suave voz
seduciéndome, pidiéndome que la folle hasta la eternidad y más allá.
Ah, pero lo haría. Haría un trato con el mismísimo diablo si pudiera atarla
a mí para siempre.
—Oh, Dios mío —empieza, con una sonrisa pícara en su cara mientras me
mira—, por favor, chúpame los pechos.
—¿Quieres que te chupe estas bonitas tetas? —pregunto, y mi mano se
acerca a ellas a través del material de su camiseta.
—Sí, por favor —me dice con las pestañas, la pícara sabe perfectamente
que no puedo resistirme a ese truco.
Le bajo la camiseta y sus pechos rebotan hacia mi cara. Me inclino hacia
delante y me llevo un pezón a la boca mientras mi mano juega con el otro.
—Vlad —grita mi nombre, aumentando la fricción mientras siente placer.
Muerdo su pezón, y su orgasmo llega, todo su cuerpo tiembla, su coño
empapa aún más mi polla.
Sus manos me arañan la espalda, sus uñas ya se clavan en mi piel
mientras se tensa, sus músculos sufren espasmos mientras alcanza el clímax.
Aprovechando su estado de aturdimiento, la pongo de espaldas, con las
piernas abiertas y su bonito coño recibiéndome bien saciado. Separando sus
rodillas, me inclino hacia abajo, dándole un largo golpe mientras saboreo su
liberación, chupando su clítoris en mi boca y haciendo que se corra de nuevo.
Con las manos en el cabello, me tira del cuero cabelludo mientras sus
muslos se cierran en torno a mi cabeza, con la voz alta gritando mi nombre.
—Vlad —gime, me agarra por los hombros y me arrastra hacia su cuerpo
para besarme, y sus manos buscan mi polla.
A estas alturas estoy tan empalmado que casi reviento. Acerco mi polla a
su coño, empujando contra sus labios mientras muevo mi longitud hacia
arriba y hacia abajo, sus cálidos jugos cubriendo mi eje y haciéndome gemir
por la sensación. Al bordear su agujero, casi me siento tentado de tirar la
cautela al viento y tomarla, pero por primera vez no quiero permitir que mis
deseos egoístas le arruinen esta experiencia.
Aunque daría cualquier cosa por tener solo la punta de mi polla dentro de
su apretado cuerpo...
—Maldita sea —maldigo, cerrando los ojos para recuperar el control
sobre mí mismo.
—Déjame —susurra ella, rodeando mi polla con sus manos mientras me
masturba, moviéndose arriba y abajo, con un agarre firme y apretado. Sus
dedos hacen su magia mientras yo simplemente cierro los ojos, entregándome
al placer que solo ella puede darme. Mi semen se dispara en chorros calientes
sobre su estómago, mi liberación no tiene fin mientras lucho por encontrar mi
respiración.
—Demonios, chica... —Mis ojos se abren de golpe para ver cómo se
arremolina mi semen en su estómago, cubriendo sus dedos con una gruesa
capa antes de sumergirlos en su coño. Juega consigo misma, sus dedos
rozando su clítoris mientras esparce mi semen por sus labios. Dos dedos
bajan, empujando su entrada mientras presiona mi semilla hasta el fondo.
—Mi monjita codiciosa —ronco, incapaz de apartar los ojos de la forma
en que su coño se come mi semen, el blanco perfecto contra su rosa
reluciente. Cogiendo mis dedos, me incita a hacer lo mismo.
—Me gustan más los tuyos, son más grandes —se sonroja, y yo solo
puedo complacerla.
Usando dos dedos, aprieto todo mi semen dentro de ella, manoseando sus
paredes, el tacto aterciopelado de su canal solo hace que mi polla llore de
envidia. Moviendo lentamente mis dedos dentro y fuera, Sisi no tarda en
gemir de nuevo, levantando sus caderas y ensanchando sus piernas para que
pueda follarla mejor.
—Eso es... justo ahí —grita mientras la acaricio profundamente, sus
paredes se contraen inmediatamente alrededor de mis dedos—. ¡Sí, Dios!
Me desplomo junto a ella y se acerca más, acurrucándose en el hueco de
mi brazo. Sus dedos vuelven a recorrer la superficie de mi pecho, y mi
malestar de antes reaparece. Me hace sentir un cosquilleo en la piel que antes
no tenía, y no sé si me gusta. Mientras continúa con sus caricias, mi
respiración se entrecorta y mi mente se pone en marcha. Empiezo a pensar en
todas las posibilidades, en todas las cosas que podrían pasar pero que no
deberían.
—Voy a ducharme —le digo, quitándome las manos de encima y
levantándome de la cama—. Después te llevaré a casa —digo, sin esperar su
respuesta, mientras me dirijo al baño.
Paso un rato bajo la ducha, el agua helada para calmar mi corazón errante
y aportar algo de claridad a mi turbulenta mente. No me gusta sentirme así...
Es como estar en la cúspide de un ataque que nunca llega, mi cuerpo
preparado para la lucha, mi mente lista para resbalar.
Pero no lo hace.
Me estoy derrumbando. No hay otra explicación para ello. Mi fecha de
caducidad se acerca. Hacía tiempo que sabía que no iba a vivir eternamente,
no con la forma en que tanto el cuerpo como la mente me traicionan.
Mis miembros empiezan a temblar, por el frío o por la adrenalina residual,
no lo sé. Solo reconozco que mi propio cuerpo, que está fallando, busca el
equilibrio.
La biología humana es tan alucinante que puede reconocer
inmediatamente los cuerpos extraños y expulsarlos, asegurando la
continuación de la vida. Todo el propósito del cuerpo es protegerse del
exterior.
Pero, ¿y si el peligro viene del interior?
Yo soy el ente extraño en mi propio cuerpo, y puedo sentir que intenta
rebelarse contra mi presencia, luchando con mi propia conciencia para
echarme.
Se me acaba el tiempo.
La comprensión es aleccionadora y, por primera vez, triste.
Necesito llegar a Katya antes de que me pase algo. Necesito castigar al
asesino de Vanya.
Y más que nada, necesito más tiempo con Sisi antes de perderme.

Tengo problemas para concentrarme durante todo el día, mis


pensamientos vuelven a Sisi. Había conseguido llevarla a casa antes del
mediodía y, por suerte, nadie se había dado cuenta de que no estaba en su
habitación. Me dijo que Marcello y Catalina la habían dejado de lado porque
pensaban que le estaba costando adaptarse a la vida fuera del Sacre Coeur, así
que la habían dejado a su aire. Aunque su explicación había sido satisfactoria,
no pude evitar darme cuenta de que se había cerrado un poco, que no me
miraba a los ojos y que ni siquiera se ofreció a besarme cuando la dejé.
Se limitó a mirarme fijamente y a despedirse de mí, prácticamente
echándome.
¿He hecho algo?
Llevaba todo el día devanándome los sesos, pensando que tal vez la había
ofendido de alguna manera. Había repasado todas las interacciones,
catalogando mis respuestas y sus reacciones, y todo me parecía satisfactorio.
La había hecho correrse al menos cuatro veces, y parecía perfectamente
satisfecha.
Hasta que de repente no lo estaba...
¿Tal vez porque le dije que la llevaría a casa? ¿Quería dormir conmigo en
mi cama? Pero había sido ella la que quería llegar a casa antes de que nadie
notara su ausencia, así que realmente no entiendo qué pude haber hecho para
que se comportara así.
Suspirando profundamente, cierro el ordenador y me masajeo las sienes.
Ya que hoy no puedo hacer nada de trabajo, mejor concentro mis esfuerzos en
otra cosa.
Un rato después, me encuentro en casa de Marcello, haciéndole una breve
visita. Parece ciertamente sorprendido de verme, ya que entrecierra los ojos y
me invita de mala gana a entrar en su despacho.
Ah, pero sé exactamente por qué me da una bienvenida tan cálida. Cree
que soy un peligro en su casa, sobre todo ahora que tiene algo que perder.
—Deja de preocupar a esa bonita cabeza tuya —digo mientras tomo
asiento—, no voy a ir a matar pronto.
—Más vale prevenir que lamentar —murmura en voz baja, y yo pongo los
ojos en blanco.
—Marcello, Marcello, no dirías que somos amigos desde hace más de dos
décadas —le digo.
—¿Amigos? —se burla de mí—. ¿Así es como llamas a los amigos? Oh,
lo siento, no tienes ninguno.
—Ah, «Chelo» —me llevo la mano al corazón—, me hieres. Ya sabes lo
popular que soy. Tengo que ahuyentar a los aspirantes a amigos con la punta
de mi cuchillo —sonrío, y noto que sus labios también se curvan.
—Y precisamente por eso no tienes ninguno. Todos acaban muertos.
—Basta de eso. —Agito la mano—. No he venido aquí a reñir contigo,
por muy divertido que sea —añado, viendo que su cara se relaja ligeramente.
Marcello no ha sido el mismo en la última década, y puede resultar
extraño, pero a veces echo de menos nuestros tiempos juntos en el pasado.
—¿A qué has venido? ¿Tienes más información sobre el envío?
Hace algún tiempo ambos habíamos sufrido algunas pérdidas cuando
algún culpable desconocido había decidido ser inteligente y atacar nuestros
envíos. Aunque me había enfadado bastante que alguien se hubiera atrevido a
eso, y con ello a arruinar mi estado de ánimo, lo había apartado rápidamente
de mi mente, ya que tenía cosas más importantes de las que ocuparme.
Marcello, sin embargo, está siempre en guardia, ya que cree que alguien lo
tiene como objetivo a él y a su mujer.
—Puede que sí —sonrío—, pero necesitaré algo de ti —añado.
Me mira con desconfianza, como siempre, aunque a lo largo de los años
me ha pedido ayuda en numerosas ocasiones. A pesar de sus esfuerzos por
llevar una vida alejada de la delincuencia, siempre ha encontrado el camino
de vuelta a mí, pidiéndome que infrinja la ley por él.
—¿Qué pasa? —me pregunta escuetamente.
—Nada exagerado, viejo amigo, no voy a pedirte tu primogénito —
observo cómo sus rasgos se dibujan con dolor—, pero tal vez me conforme
con tu hermana. Es muy guapa —añado, queriendo irritarlo un poco.
—Aléjate de mi hermana —aprieta los dientes—. Lo digo en serio, Vlad.
No te acerques a Venecia ni a Asisi, o tendremos problemas.
—Vaya, el gran hermano haciendo acto de presencia. Un poco tarde, ¿no
crees?
—Vlad. —Sus fosas nasales se agitan, y me doy cuenta de que estoy a un
paso de ir demasiado lejos.
¿Pero quién soy yo para resistirme?
—Marcello, de verdad —gimo—, imagínate que somos una gran familia
feliz —continúo, pero una mirada a la expresión de Marcello y sé que he ido
un poco demasiado lejos.
—Hablo en serio, Vlad. Aléjate de mis hermanas, o que Dios me ayude, te
mataré —aprieta la mandíbula.
—Tú y tu dios —suspiro, resistiendo el impulso de decirle que su
hermana me llama su dios—. Bien, lo dejaré. Por ahora —le sonrío, aunque
eso me confirma lo que pensaba.
Marcello nunca me dejaría acercarme a Sisi. Y eso complica un poco las
cosas. Especialmente porque planeo atarla a mí, de una manera u otra. Por
desgracia, si tengo que hacer otro enemigo en el ínterin, que así sea.
—¿Todavía tienes las cosas de Valentino? —Finalmente llego a la razón
por la que estoy aquí.
—¿Qué necesitas? —Frunce el ceño.
—Quizá recuerdes que hace veintitantos años Valentino estaba
investigando una red de tráfico de personas cuando se toparon conmigo, o
más bien con lo que quedaba de mí —le dedico una sonrisa de pesar—.
Quiero saber si tenía más información sobre esa red, y sobre un Proyecto
Humanitas.
—¿Proyecto Humanitas? —Arquea una ceja, se levanta y se dirige a su
archivador—. Recuerdo haber visto ese nombre, déjame ver. Pero debo
advertirte que Tino dejó sus asuntos en un estado disoluto. Dudo que haya
algo que pueda ayudar aquí. En cuanto a lo de hace veinte años... —Se
interrumpe, con aspecto pensativo—. Mi padre aún estaría por aquí, así que
debió de tener la mayor parte de la información.
Comienza a hojear los archivos, mirando atentamente los documentos.
El padre de Marcello había sido una figura interesante. Un poco
demasiado sádico para mi gusto (irónico, lo sé), era la definición de mental.
—Toma —dice, sacando un expediente y entregándomelo—. No es
mucho, pero es la única mención del Proyecto Humanitas que recuerdo haber
visto. —Vuelve a sentarse—. ¿Por qué estás investigando esto ahora? —
pregunta, pero yo estoy ocupado estudiando el archivo que tengo en mis
manos.
—¿Sabías que tu padre quería invertir con un tal Dr. Miles Holloway?
El expediente contiene una propuesta de negocio presentada por el Dr.
Miles Holloway al padre de Marcello, en la que pide cuarenta millones de
dólares. La propuesta pinta el Proyecto Humanitas como un programa de
rehabilitación diseñado para crear los soldados perfectos, borrando su noción
del bien y del mal y haciéndolos susceptibles de seguir ciegamente las
órdenes: las perfectas máquinas de matar. La propuesta, sin embargo, solo
menciona la terapia conductual y no ningún tipo de experimentos físicos.
—No, ¿qué es?
—Quería que tu padre le pagara cuarenta millones por el acceso a su
investigación. —Sonrío, dándole de repente sentido a la presencia de
Valentino en el laboratorio cuando me habían encontrado—. Supongo que tu
padre quería ver por sí mismo en qué iba a invertir su dinero, así que envió a
tu hermano a comprobar el proyecto, de incógnito, por supuesto.
—Y te encontró —dice Marcello, con expresión grave. Asiento con la
cabeza.
—Sabes, Tino nunca me contó los detalles de cómo acabó en ese lugar.
Pensando en ello, sí parece inusual que te encontrara milagrosamente cuando
tu padre no había podido hacerlo durante años.
—Exactamente. Tu padre nunca compartió sus conocimientos sobre el
Proyecto Humanitas, y ahora tengo que preguntarme si de alguna manera no
estuvo involucrado.
Él habría tenido muchas oportunidades de decirle a mi padre quién nos
había secuestrado a Vanya y a mí y por qué, pero nunca lo había hecho. Tal
vez no quería incriminarse a sí mismo.
—¿Puedes investigar las finanzas de tu padre en esa época? —le pregunto
a Marcello, con la esperanza de poder encontrar un rastro de papel al menos.
—Lo haré. —Me da un rápido asentimiento, y me levanto para irme.
—¿Qué te pasó ahí? —me pregunta mientras me dirijo a la puerta—. ¿Por
qué quieres encontrarlos ahora?
Me giro ligeramente, encogiéndome de hombros.
—Cosas que les pasan a los niños indefensos —añado, sin querer entrar
en detalles. Puede que no recuerde lo que pasó, pero mi cuerpo es otra
historia—. Miles y otra persona fueron los que envenenaron a Misha contra
mi padre y nuestra familia, prometiéndole el liderazgo si les ayudaba. Y Miles
es el que se llevó a Katya.
—Ya veo —responde Marcello, con las manos en los bolsillos—. Lo
investigaré.
—Gracias. —Le hago un simulacro de saludo y me voy.
Terapia conductual.
Además de los experimentos, también hacían terapia conductual.
Entonces... ¿y si mis crisis son el resultado de esa terapia? ¿Y si tienen una
cura?
No llego a pensar en eso porque otro pensamiento se inmiscuye en mi
mente, y me encuentro subiendo subrepticiamente las escaleras, encontrando
la habitación de Sisi con facilidad.
—Te he dicho que no estoy de humor —oigo su voz mientras abro
lentamente la puerta.
—Tú. —Frunce las cejas cuando me ve entrar en su habitación, cerrando
la puerta tras de mí—. ¿Qué haces aquí? —pregunta, entrecerrando los ojos.
Por un segundo, todo mi estado de ánimo se rompe al darme cuenta de
que no soy bienvenido.
—Estaba visitando a tu hermano y pensé en pasarme por aquí. —Finjo
una sonrisa.
—Te estás arriesgando demasiado —me frunce el ceño, levantándose de
la cama y acercándose a mí—, nosotros también acabamos de vernos.
—¿Y qué si quiero volver a verte? —Le doy mi sonrisa más encantadora
mientras mi brazo se cuela alrededor de su cintura, atrayéndola hacia mí—.
Dime que no me has echado de menos. —Inhalo el aroma de su cabello recién
lavado y, por primera vez hoy, me siento en paz.
—Acabamos de vernos —suspira—, ¿cuándo iba a tener tiempo de
echarte de menos? —Levanta una ceja y trata de separar mis manos de su
cuerpo.
—Deberías irte antes de que alguien te encuentre aquí —repite, y me
siento completamente sorprendido.
¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho mal?
—¿Te encuentras bien? —pregunto, de repente preocupado por su lesión.
Mi mano roza su frente, pero ella me detiene y la aparta.
—Sí, no te preocupes. Solo estoy cansada y quiero dormir. —Me da la
espalda, vuelve a la cama y se mete debajo de la manta.
—Deberías. No estás durmiendo lo suficiente —le digo, preocupado por
haberla hecho trasnochar demasiado. Tomo asiento junto a la cama y pongo
mi mano sobre la suya.
—Sí... —acepta, pero algo en su expresión me molesta—. Quizá
deberíamos dejar de vernos durante unos días —sugiere, sus palabras me
desconciertan por completo.
—¿Qué quieres decir?
—Para que pueda descansar un poco. —Bosteza y se acurruca más bajo la
manta.
Estoy a punto de protestar, pero verla tan cansada me hace reconsiderar
mi postura. La he retenido hasta muy tarde. Aunque estoy acostumbrado,
como sé que va a ser doloroso estar sin ella, necesito dejarla descansar un
poco.
—De acuerdo —respondo, escudriñando mis rasgos. No quiero que note
la decepción en mi mirada.
Parece sorprendida por mi fácil aceptación, así que se limita a asentir.
—¿Nos vemos el lunes? —pregunto, pensando que dos días deberían ser
suficientes para que recupere las fuerzas.
Sus ojos se abren de par en par.
—¿El lunes? ¿Por qué?
—Bueno, sé que a Marcello le gustan los domingos y esperará que estés
presente. Así que queda el lunes. Deberías estar descansada para entonces.
—Claro... —murmura, y me encuentro de nuevo desconcertado por su
expresión.
¿Qué está pasando?
—Perfecto. Te mandaré un mensaje con los detalles. —Me inclino para
darle un rápido beso en la frente antes de salir de su habitación, bajando
sigilosamente y saliendo de la casa.
Supongo que tengo suerte de que Marcello no sea el mejor en la elección
de sus guardias, ya que he conseguido colar a algunos de mis propios
hombres dentro. Es una de las razones por las que Sisi ha conseguido
escabullirse con éxito durante tanto tiempo.
Y ahora tengo que esperar hasta el lunes...
Gimoteo en voz alta al pensar en ello. ¿Qué puedo hacer hasta el lunes
para distraerme?
Salgo de casa y me dirijo al estacionamiento, con la mente todavía en el
extraño comportamiento de Sisi cuando entro en mi coche.
El lunes...
Hay algo que me remuerde la conciencia, y no puedo precisarlo. Siento
que me falta algo.
Solo cuando vuelvo a casa y compruebo el expediente de Sisi me doy
cuenta de lo que me he perdido y de la razón por la que se ha comportado así.
El lunes es su cumpleaños.
¡Maldita sea! Probablemente piense que me he olvidado, o que no me voy
a acordar y por eso está enfadada conmigo.
Como no soy de los que se asustan, me recuerdo a mí mismo que tengo
dos días más para planear algo que la deje boquiabierta. Estará tan
impresionada conmigo que me lanzará esas bonitas pestañas y me rogará que
la bese.

Satisfecho con lo que había preparado, le envié un mensaje a Sisi para que
se reuniera conmigo en el límite de la propiedad de su hermano. Había
organizado una cena con velas para su cumpleaños, con una comida completa
y cien velas que decían «feliz cumpleaños».
Había buscado en Internet ideas que le hicieran ver que me había
esforzado mucho y que no me había olvidado. Incluso había contratado a un
chef para que cocinara la cena perfecta, y había elegido todas sus comidas
favoritas.
Para su regalo, había decidido regalarle el oso de peluche gigante que le
había visto admirar en el centro comercial, así como un collar Cartier
personalizado con su nombre. Ese había sido un poco más complicado de
conseguir, ya que solo había tenido dos días a mi disposición, así que me
había conformado con amenazar al joyero con una pistola en la sien mientras
trabajaba en el collar. Me impresionó que no le temblaran las manos mientras
trabajaba en el collar. Ni siquiera cuando había incrustado los diamantes en
las letras. De hecho, pude ver por qué sus cosas eran tan caras.
Ahora solo me queda esperar que a ella también le guste y que me
perdone por lo que haya hecho. Me pasé todo el fin de semana pensando qué
podía haber hecho para ofenderla, y llegué a la conclusión de que todo era
posible. Después de todo, no soy el mejor cuando se trata de tratar con
mujeres.
Ni siquiera las columnas de consejos de Internet habían sido capaces de
darme una respuesta directa. Incluso me apunté a un foro y pedí consejo, pero
otro hombre me respondió que las mujeres son un enigma por naturaleza, y
que no debía tomármelo a pecho. Me había recomendado flores, así que, por
supuesto, las añadí al conjunto de la cena.
De nuevo, no había sido tan fácil conseguir mil rosas para esparcir por el
suelo, pero un poco de intimidación hace maravillas.
Aun así, he aprendido la lección. A partir de ahora nunca olvidaré cuándo
es su cumpleaños y me aseguraré de tenerlo todo preparado con antelación.
Al echar un vistazo al reloj, me doy cuenta de que llega tarde. Espero
otros cinco minutos y, aun así, no hay rastro de ella, así que intento llamarla.
Nada.
¿Me está ignorando? La perspectiva es angustiosa, así que sigo llamando
a su teléfono.
Otros diez minutos, y un montón de llamadas perdidas después, abandono
el lugar de la cena y decido confrontarla en su propia casa. Seguro que si me
enfrento a ella directamente podrá decirme qué he hecho mal y por qué ha
estado tan enfadada conmigo.
Incluso durante el fin de semana había sido muy tajante en sus respuestas,
y aunque eso había sido preocupante, había apostado todo a esta cena y a
cortejarla con mi maravillosa planificación.
Qué carajo...
Ya estoy inquieto al imaginarme un sinfín de escenarios que entran en
juego al enfrentarme a ella, siendo el peor que diga que no quiere volver a
verme, o que piense que soy demasiado para ella.
Maldición... ¿y si cree que puede hacerlo mucho mejor?
Quiero decir, técnicamente puede, pero eso no significa que vaya a dejar
que lo haga.
Mientras camino -más bien, corro- hacia la casa, no puedo evitar que mi
cerebro me haga pensar en los peores escenarios posibles.
Sea como sea, le pediré perdón y entonces podremos seguir adelante.
Seguramente, no puede estar tan molesta conmigo, ¿verdad?
Incluso mientras escalo las paredes de su habitación, sigo teniendo
visiones de ella diciendo que me odia ahora, y me doy cuenta de que
probablemente debería prohibir la palabra odio de su vocabulario, solo para
estar seguro en el futuro.
Abro la ventana y me meto dentro, a punto de llamarla por su nombre,
cuando me doy cuenta de que la habitación está vacía.
Su teléfono está tirado en medio de la cama, pero no hay rastro de ella.
Y mientras observo el juego de sombras en la pared, me doy cuenta de
que, por primera vez, me siento verdadera y totalmente perdido.
¿Y si ella ha decidido que no soy digno después de todo?
Capítulo 17
Assisi

Me doy la vuelta en la cama y, por segundo día consecutivo, no consigo


dormirme. Suspiro con frustración.
Todo se debe a él.
Incluso ahora, cuando recuerdo sus palabras —que no siente nada—, se
me forma un profundo abismo en el corazón y tengo que evitar sollozar en
voz alta. Ya lo he hecho bastante.
¿Cómo se supone que voy a seguir estando con él sabiendo que mis
propios sentimientos por él se profundizan cada día? Es una receta para el
desamor, lo mire como lo mire.
Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que tengo que separarme de
alguna manera. Sobre todo porque nos vemos casi todos los días desde hace
un tiempo. ¿Cómo puedo evitar enamorarme de alguien que me trata como
una princesa? Que me respeta y me colma de atenciones, mostrándome
siempre que soy importante.
¿Cómo puede alguien resistirse a eso?
Aparte de su lado asesino y su falta de emociones, Vlad es bastante
perfecto.
Como alguien que nunca se ha sentido importante, me hizo sentir que era
la única para él. Y yo había caído irremediablemente en la madriguera
sabiendo que él también era solo mío.
Pero no lo es. No realmente. Porque nunca podrá serlo. ¿Cómo puede ser
realmente mío si no puede ofrecerme lo que más quiero?
Había racionalizado todo. Señor, había pensado en él día y noche,
tratando de aceptar mis emociones y lo que hay que hacer para proteger mi
corazón. Ya he tenido bastantes desaires en el pasado, y no quiero que él
llegue a eso.
Me rompería.
Y sin embargo, sabiendo que nunca podrá darme lo que más deseo, ¿por
qué no puedo dejarlo ir? Está en mi mente las veinticuatro horas del día.
Lógicamente, sé que debería alejarme, pero no puedo evitarlo cuando mis
pensamientos se desvían hacia él... hacia sus cicatrices y sus malos ataques.
¿Cómo puedo dejarlo solo cuando sé que no hay nadie que lo cuide? ¿Para
ayudarle en sus crisis? ¿Para mostrarle que él también importa?
Parece que, por primera vez, mi mente está en guerra con mi corazón.
Me paso el resto del día sin hacer nada. Es curioso que pensé que podría
dormir un poco estos días, pero mis inquietos pensamientos simplemente no
me lo permiten.
Le echo de menos...
Sacudiéndome, me centro en la conversación actual con Claudia.
—Me dijo que podía pasar a lo más avanzado —dice orgullosa, con una
pequeña sonrisa que aparece en su rostro.
—Me alegro mucho por ti. —Le aprieto la mano.
Marcello había contratado a una institutriz para Claudia y Venezia, y me
había sugerido que asistiera también a algunas de las clases, para
complementar la (no tan buena) educación que había recibido en el Sacre
Coeur 5.
Para Claudia es el arreglo perfecto, ya que está empezando a entrar en sí
misma, ya no está retenida por las viejas dogmáticas. De repente, puede sacar
todo su potencial y estudiar a gusto.
En cuanto a mí... habría sido genial si hubiera sido capaz de
concentrarme. Pero al ver que mi mente está pendiente de alguien en todo
momento, es un poco difícil concentrarse en las lecciones.
Claudia sigue hablándome de sus estudios, mostrándose muy animada
mientras describe todo lo que la nueva institutriz le ha dado a leer. Asiento
con la cabeza y trato de escuchar con atención, hasta que, de la nada, salta a
mis brazos, besando mi mejilla.
—Feliz cumpleaños, tía Sisi —susurra, apareciendo un rubor en sus
mejillas.
—Gracias —respondo, un poco sorprendida de que se haya acordado. Le
devuelvo el abrazo, rodeándola con mis brazos.
—Se supone que no debo decir nada —empieza, con la voz baja—, pero
mamá dice que tiene algo preparado para ti.
—¿Para mí? —me sorprendo.
Ella asiente con una sonrisa tímida.
Ahora que ha sembrado la semilla en mi cabeza, no puedo evitar esperar
lo que sea que Lina haya preparado para mí, la perspectiva de que alguien se
acuerde y trate de hacer algo especial para mí me emociona al máximo.
Lina viene a buscarme más tarde para decirme que me vista y que vamos
a ir a un sitio. Como ya deduzco que ésta podría ser la sorpresa, me siento
demasiado aturdida mientras elijo un vestido para ponerme.

5
Sagrado corazón escrito en Frances
Al bajar al vestíbulo, veo a todos ya vestidos, incluidos Marcello y
Venezia.
—¿A dónde vamos? —pregunto mientras Lina me toma del brazo con una
sonrisa reservada.
—Ya lo verás —me susurra al oído.
Nos repartimos entre dos autos y, al mirar por la ventanilla, me doy
cuenta de que nos adentramos en la ciudad.
El viaje dura unos treinta minutos, el auto se detiene frente a un
restaurante de lujo.
Salimos del auto y nos reunimos todos en la entrada antes de que un
empleado nos haga pasar al interior.
—¡Sorpresa! —dice Lina cuando llegamos a la parte trasera del
restaurante, donde un gran cartel anuncia el feliz cumpleaños, con globos y
regalos por todas partes.
Sigo, mis ojos recorren con avidez la sala, incapaz de creer que esto sea
para mí.
—¿Para mí? —grazno con incredulidad, necesitando una confirmación
verbal de que esto es realmente para mí.
Hay globos de todos los colores suspendidos en el techo y colgados en las
paredes. En un rincón, junto a la mesa principal, hay regalos cuidadosamente
envueltos, uno encima de otro.
—¡Feliz cumpleaños! —gritan todos, acercándose individualmente a
felicitarme.
—No sé qué decir... —Me siento un poco fuera de mí mientras miro a mi
alrededor, asimilando todo lo que han preparado específicamente para mí.
Dios, pero se me saltan las lágrimas.
Me limpio los ojos, sintiéndome increíblemente abrumada.
—Sisi —Lina me toma en brazos—, no llores —me acaricia la espalda.
—Queríamos —tose Marcello—, hacer algo especial por tu cumpleaños.
Lina me ha dicho que no podías hacer mucho en el Sacre Coeur. Espero que
te guste esto —dice, pareciendo un poco fuera de sí.
—Me encanta —le aseguro inmediatamente—. ¡Muchas gracias!
—¿Quieres abrir los regalos ahora o después de la cena? —pregunta Lina.
—No tenías que regalarme nada... esto ya es mucho —resoplo, y más
lágrimas caen por mis mejillas—. Gracias —repito.
—Sisi...
—¡Abre los regalos! —dice Claudia, y Venezia asiente.
Un poco insegura, voy hacia el fondo, abriendo un regalo tras otro. Han
pensado en todo, desde libros hasta ropa, incluso algo de maquillaje. Y al ver
las notas personales adjuntas a cada regalo, no puedo evitar sentir un calor en
mi corazón.
Así que esto es lo que se siente al tener una familia.
—Gracias. No tienes ni idea de lo que significa para mí —añado después
de haber conseguido controlar mis lágrimas.
—Me alegro de que te guste, Sisi —responde Marcello, que parece un
poco incómodo.
Nos sentamos a la mesa y dos camareros se acercan a servirnos. Me
colocan entre Claudia y Venezia, y Lina y Marcello se sientan uno al lado del
otro.
No se me escapan las miradas que comparten, ni los toques ocultos bajo la
mesa. Puede que no haya estado tan presente en la casa, pero está claro que
Lina y mi hermano se llevan bien.
Más que bien.
Marcello mira a Lina como si el mundo empezara y terminara con ella,
una ternura tan distinta a la del hombre que había llegado a conocer. Y Lina
tampoco parece inmune, si sus rubores son una indicación.
—Tu madre parece feliz —Le susurro a Claudia en tono conspirador, y
ella me dedica una amplia sonrisa.
—Lo parece, ¿verdad? A mí también me gusta Marcello. Es amable
conmigo.
—Me alegro —digo, revolviendo su cabello.
Aunque Marcello no parece necesariamente inclinado a las
demostraciones afectivas, al menos tiene emociones. A diferencia de cierta
persona.
No voy a ir allí.
—También me ha ayudado con mis estudios —dice Claudia, y por
primera vez noto una pizca de felicidad en sus rasgos.
Me alegro mucho de que haya salido del Sacre Coeur antes de que le
hicieran un daño duradero, como a mí. Lina se ha esforzado mucho por
conseguir ayuda profesional tras el incidente del padre Guerra, y viendo su
expresión despreocupada, definitivamente ha dado sus frutos.
Más charla, y la conversación fluye cómodamente, todos contribuyendo al
ambiente general de la mesa. Incluso Venezia, que suele ser cerrada, participa
e incluso bromea con Claudia.
—¿Has pensado qué quieres hacer, Sisi? —pregunta Marcello, y yo
parpadeo rápidamente, su pregunta me toma por sorpresa.
—¡Marcello! Es su cumpleaños. A veces tienes muy poco tacto. —Lina le
da un ligero puñetazo en el hombro, negando con la cabeza. Hace una mueca,
enmendando rápidamente que no era su intención incomodar.
—Tengo curiosidad por saber si tienes algún interés que te gustaría
explorar. Podemos arreglar que vayas a la universidad si es algo que te
gustaría —continúa, y yo me siento un poco incómoda al ser puesta en
aprietos.
A decir verdad, no había pensado mucho en lo que quería hacer. En el
Sacre Coeur, tenía un millón de ideas, soñando con innumerables escenarios
de lo que haría si pudiera. Pero ahora que puedo, ninguna de ellas me parece
ni remotamente atractiva.
Todo es culpa suya.
—Me gusta el trabajo de investigación —digo finalmente.
Acompañar a Vlad a todas partes mientras buscaba pistas para sus
hermanas había sido estimulante. Encontrar pistas y unirlas para obtener una
visión global es extrañamente satisfactorio y no me importaría hacer eso
también en el futuro.
—¿De verdad? —Marcello sonríe—, ¿qué tenías pensado? —pregunta,
dando un sorbo a su vino.
—Quizá trabajo de detective —me encojo de hombros—, he estado
leyendo sobre el FBI —continúo, y Marcello se atraganta con su vino.
—Trabajo de detective —repite, lanzando una mirada de soslayo a Lina—
. Lina, ¿le has explicado a Sisi a qué se dedica nuestra familia?
Lina asiente.
—Sí, lo sabe.
—Entonces, ¿no crees que sería... un conflicto de intereses por así
decirlo? —pregunta, forzando una sonrisa.
Me contengo, intentando no reírme del eufemismo.
—Tú eras abogado —señalo.
—Sí, pero los abogados pueden estar... —se interrumpe, mirando
incómodo entre Claudia y Venezia—, en el otro lado de la ley también.
—Bueno, ¿los detectives no pueden estar también al otro lado de la ley?
—replico con descaro, observando cómo Marcello intenta encontrar una
respuesta, sobre todo porque parece preocupado por que Venezia y Claudia
escuchen su respuesta.
He observado las interacciones de Vlad con la ley lo suficiente como para
saber que hay policías corruptos en todas partes. Incluso tiene un juego que
practica con la policía de Nueva York, como me había contado alegremente.
Cada vez que hay un nuevo detective en la ciudad, a Vlad le gusta burlarse de
ellos y poner a prueba su lealtad, ofreciéndoles tentaciones y esperando a ver
si ceden. Más de la mitad de las veces lo hacen, lo que dice mucho de la
integridad de la gente cuando hay incentivos de por medio.
—¿Te gustaría ser detective al otro lado de la ley? —Marcello levanta una
ceja para mirarme.
Le miro atentamente, sin saber cuánto revelar.
—No me importa especialmente de qué lado estoy —admito—, sigue
siendo un trabajo de investigación. A decir verdad, me interesan los
asesinatos —añado tímidamente—, y viendo que mueren tanto buenos como
malos, ¿importa realmente de qué lado estoy?
—Interesante enfoque. ¿Tiene algo que ver con lo que ocurrió en el Sacre
Coeur? —continúa, y Lina frunce los labios, lanzándole una mirada que dice
que lo deje.
—En parte —respondo. Esta es la primera conversación real que tengo
con Marcello, y aunque me está poniendo en un aprieto, no puedo evitar
alegrarme de que al menos me trate como a un adulto—. Ciertamente ha
despertado mi interés —digo, tomando un sorbo de agua.
—Si vas en serio, puedo indicarte la dirección correcta. Adrian, mi mejor
amigo, tiene experiencia en el asunto —comenta justo cuando llega el
siguiente plato.
Cuando estamos a punto de empezar a comer, el sonido de alguien
aplaudiendo atrae nuestra atención a la entrada.
—Qué gran familia feliz —Vlad aplaude y se acerca lentamente a la mesa.
Mis manos siguen en los cubiertos y mi expresión es de sorpresa al ver a
la única persona que no esperaba aquí esta noche.
—Vlad —murmura Marcello, con la mandíbula apretada, todo su cuerpo
rígido por la tensión.
—Una fiesta —silba, leyendo el deseo de cumpleaños en la pared—, ¿y
no se te ocurrió invitarme? 'Cello, 'Cello 6, deberías leer sobre la etiqueta de la
amistad —le dice a mi hermano, mirando alrededor de la habitación con
desinterés—. ¿Y de quién es el cumpleaños que celebramos? —Sonríe,
dejándose caer en una silla de la mesa, justo al lado de Marcello.
—Es el cumpleaños de Sisi —responde Lina, con la mano en el brazo de
Marcello.
—Es así... —Estrecha los ojos, su mirada recorre la mesa hasta encontrar
la mía—. Feliz cumpleaños. —Toma un vaso y se sirve un poco de vino tinto.
Lo levanta para brindar y me sonríe mientras lo bebe, sin apartar sus ojos de
los míos—. Tengo que decir, mi querido Marcello, que no has escatimado en
gastos. Cosecha de 1996. No está mal.
—¿Desde cuándo eres tan experto en vinos? —le dice Marcello.
—Es rojo —se encoge de hombros Vlad, sin apenas quitarme los ojos de
encima mientras habla con mi hermano—, como la sangre.

6
Diminutivo de Marcello
—Vlad —Marcello no parece muy contento de tener a Vlad aquí, y de
repente me preocupa un posible conflicto.
—¿Por qué no comemos? —Intervengo, esperando que esto dé a todos
algo que hacer.
Un camarero viene a traerle un plato a Vlad, y por un momento todos se
quedan callados mientras empiezan a comer.
—¿Cómo nos has encontrado aquí? —pregunta Marcello, con el puño
sobre la mesa.
—De la misma manera que puedo encontrarte en cualquier parte —le
guiña Vlad—. ¿No les has dicho que éramos almas gemelas? —pregunta
Vlad, con una expresión inocente en el rostro. Entorno los ojos hacia él, sin
entender el propósito de su visita.
¿Ha venido solo para arruinar mi cena de cumpleaños?
—¿Almas gemelas? —pregunta Lina con curiosidad—, ¿qué quieres
decir?
—¡Ah, buena pregunta! Verás, Marcello y yo nos conocemos desde hace
mucho tiempo. ¿Cuánto hace, veinte años?
—Vlad, basta. —Aprieta los dientes Marcello, mirando a Vlad como si
nada le gustara más que dispararle.
—Vamos, viejo amigo, ¿has olvidado nuestros días dorados?
—Vaya, ¿conoces a Marcello desde hace tanto tiempo? —Catalina no
parece darse cuenta de la tensión entre los dos, su habitual talante bonachón
brilla mientras intenta incluir a Vlad en la conversación—. ¿Qué puedes
decirme de él? —Ella sonríe, ajena al trasfondo, mientras entrelaza sus dedos
con los de Marcello.
—Qué puedo, en efecto. —El rostro de Vlad estalla en una amplia y
encantadora sonrisa. Sabe que tiene una entrada a través de Lina y la
aprovecha al máximo—. Estábamos más unidos que los hermanos, ¿verdad,
Marcello? —Levanta una ceja.
—¿Era tan melancólico entonces como ahora? —se apresura a preguntar
Lina, inclinándose sobre la mesa, con el rostro lleno de curiosidad.
—Oh, aún más. Apenas podía sacarle una palabra. A veces tenía que
hacer una pregunta y responderla también —Vlad se ríe y todos se unen, ya
que Marcello no es el individuo más hablador—. Pero tenía un don.
—¿Un don? —Es Venezia quien pregunta.
De alguna manera, Vlad ha logrado entrar en toda la mesa y hacer que
todos se involucren en su historia.
—Sí, un don para el arte. Es un escultor maravilloso. Deberías haber visto
sus obras de arte. —Vlad sacude la cabeza, frunciendo los labios y soltando
un sonido lúgubre—. Lástima que lo haya dejado.
—Vlad, detente —la voz de Marcello es baja y detecto un tinte de
amenaza.
—¿Arte? ¿De verdad? Oh, Marcello, tienes que enseñármelo —dice Lina
con entusiasmo.
—Quizá en otra ocasión —murmura mi hermano.
—Sí, necesita materiales muy específicos. —Vlad se echa hacia atrás en
su asiento, con una expresión de satisfacción en su rostro.
—¿Qué quieres decir? —pregunta Lina, con el ceño fruncido mientras
mira entre Vlad y Marcello.
—Hmm, ¿a qué se refiere, Marcello? —Inclina la cabeza hacia un lado,
levantando la barbilla como si desafiara a mi hermano a responder—. La
lengua de un traidor, la piel de un engañador, la d…
—¡Ya basta! —La mano de Marcello golpea la mesa, y todos se callan de
repente.
—¿Lengua de traidor? —pregunta Claudia, con los ojos muy abiertos.
—Vlad, que Dios me ayude o haré lo que prometí —habla Marcello, la
amenaza inconfundible.
—Ves, a esto me refiero. Tú y tu dios... —Vlad sacude la cabeza,
suspirando profundamente—, ¿es por quien me dejaste? Ves, no entiendo este
asunto de los dioses. Los amigos imaginarios no son tan divertidos como
crees.
—Hay niños en esta mesa, Vlad, contrólate —le dice Marcello, el toque
de Lina es la única atadura que le impide estallar.
—Los niños son niños, hasta que dejan de serlo —responde Vlad
vagamente, con los labios manchados de rojo por el vino.
Mis ojos se centran en eso, y cada vez me resulta más difícil fingir que no
lo conozco, o que no soy consciente de su presencia en esta habitación. Solo
tengo que mirar sus anchos hombros, la forma en que su garganta se contrae
cuando traga, su nuez de Adán moviéndose ligeramente, o cómo el hueco de
su cuello me hace desear que mi lengua lo rodee, goteando vino dentro y
lamiéndolo hasta dejarlo limpio.
Maldita sea, ¿por qué tengo que desearlo tanto?
No sé a qué juega, y por qué está irritando a mi hermano
intencionadamente, ya que está claro que tiene ganas de morir. Y mirando a
Marcello, sé que es cuestión de tiempo que estalle.
La mirada de Vlad recorre la mesa hasta que se posa en mí.
—¿Y qué edad tiene ahora nuestra cumpleañera?
—Veintiuno —respondo, entrecerrando los ojos hacia él. Él sabe
perfectamente cuántos años tengo.
—Eso significa que puede beber alcohol legalmente, ¿no? —Se levanta y
se lleva la botella y dos vasos. Coloca uno delante de mí, llenándolo hasta el
borde, antes de hacer lo mismo con el suyo.
—¡Feliz cumpleaños! —Choca las copas antes de tomar un sorbo de la
suya, sin apartar sus ojos de los míos.
Tomo mi propio vaso y me lo llevo a la boca. Pero justo cuando el líquido
está a punto de llegar a mis labios, una mano me detiene.
—No tienes que beber, Sisi —dice Marcello, que ya ha pedido a Claudia
y a Venezia que vayan a sentarse junto a Lina—. Vlad se va.
—Ya es legal, Marcello. Es su prerrogativa beber o no —sonríe, sacando
la lengua para lamerse los labios.
Trago.
El demonio.
Sabe exactamente lo que hace.
—Tienes que irte, Vlad —le dice Marcello—. Entiendo que estás
aburrido, y sin amigos, y lo que sea, pero no te lo voy a repetir. Aléjate de mi
familia. —Aprieta los dientes, me quita el vaso y lo golpea contra la mesa, el
líquido se tambalea en el borde y se derrama sobre el paño blanco que cubre
la mesa.
—Maldita sea, 'Cello, te has puesto en plan lobo feroz. ¿Tienes miedo de
que vaya a arrancar esta flor? —Me pone la mano en el hombro y escucho
que alguien jadea en la mesa.
Todo sucede a cámara lenta.
Entra un camarero que trae una enorme tarta de cumpleaños en un carrito.
La mano en mi hombro desaparece justo cuando Marcello hace girar a Vlad,
apartándolo de mí y dándole un puñetazo en la cara.
Las manos de Lina se dirigen a los ojos de Claudia, mientras Venezia
parece extrañamente intrigada.
Vlad ni siquiera reacciona, ni se defiende mientras acepta el puñetazo, su
cuerpo es lanzado hacia atrás y hacia mi pastel.
Mi boca se abre en un sonido silencioso al ver cómo la mitad de la cara de
Vlad aterriza en el pastel, arruinándolo todo.
Marcello tiene una expresión de suficiencia mientras mira a Vlad, y por
primera vez, estoy harta de los dos.
—¡Alto! —Me pongo de pie, interponiéndome entre ellos antes de que el
conflicto vaya a más—. Esta es mi cena de cumpleaños, y los dos la están
arruinando —hablo, con la voz seria—. Tú, deja de golpear a la gente —
señalo a Marcello—. Y tú —me dirijo a Vlad—, deja de pedir que te peguen.
—¿Yo? ¿Pedir que me peguen? —Vlad se endereza, la parte superior de
su traje llena de pastel mientras le cae más de la mejilla.
—¡Detente! —Tanto Marcello como yo hablamos al mismo tiempo.
Apenas puedo contener una sonrisa al ver la crema en la cara de Vlad, y
me limito a sacudirle la cabeza.
—Así es como va a ir esto —digo, mirando a todos—. Se van a calmar —
me dirijo a Vlad—, y luego vendrás conmigo a limpiarte. Después, todo el
mundo se comportará y comeremos lo que queda de la tarta en paz. ¿Crees
que puedes hacerlo?
Estoy casi al límite de mis fuerzas y solo hay una razón para ello.
—No vas a ir a ninguna parte con él. —Me detiene Marcello. Me vuelvo
hacia él, poniéndole mi expresión más despreocupada.
—Estaré bien —digo—, si intenta algo le daré más tarta —mis labios se
mueven—, parece que lo hace callar bien.
—Oye, estoy aquí —interviene, pero antes de que pueda insultar más a mi
hermano, lo tomo del brazo y lo llevo al baño, cerrando la puerta tras nosotros
para que no nos molesten.
—¿Qué te pasa? —le siseo cuando por fin estamos solos.
—Me has dejado plantado —responde en voz baja, con las manos en los
bolsillos.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Se supone que habíamos quedado. Hace una hora, para ser más exactos
—dice, mostrándome su teléfono y los mensajes que me ha enviado...
bastantes.
—No tengo mi teléfono conmigo, y nunca planeamos nada.
Murmura algo en voz baja que no puedo entender, pero con su cara medio
empapada, ni siquiera puedo tomarlo en serio.
—¿Por eso has venido tan dispuesto a dar guerra? —pregunto, pasando el
dedo por su cara y probando un poco de crema.
—Me dejaste plantado —es todo lo que dice. Como un niño hosco, pone
mala cara, mirando a cualquier parte menos a mí.
—No te he dejado plantado. Ni siquiera sabía que habíamos quedado —le
digo, un poco exasperada por las circunstancias actuales.
¿Por qué tiene que ser tan imprudente? Podría haberlo estropeado todo, y
no me cabe duda de que Marcello lo habría matado... y a mí.
—Bien... —acepta, pero no parece más contento.
Negando con la cabeza, lo empujo hacia el fregadero, mojando una
servilleta y limpiando el pastel de su cara y su ropa. Mientras tanto, me
observa con una extraña expresión en la cara, como si no me entendiera.
Tiene los labios ligeramente separados y la respiración entrecortada
mientras le paso el paño por la cara. Se me pone la piel de gallina al sentir su
presencia, tan cercana, y se me eriza la piel de pies a cabeza. Siento las
mejillas acaloradas y las palmas de las manos sudorosas.
De la nada, su mano sale disparada y me agarra la muñeca, bajándola. Sin
dejar de mirarme, me arrincona en una esquina y me aprieta con su cuerpo
hasta que queda pegado a mi frente.
Está duro.
Es lo primero que siento cuando se aprieta contra mí, y mis propios
muslos se aprietan en respuesta.
Sus dedos me rozan el cuello, antes de agarrarme con dolor, acercando mi
cara a la suya.
—No me dejas plantado —ronca, con su aliento en mis labios.
—¿No lo hago? —Parpadeo dos veces, el cambio en su comportamiento
me desconcierta. En un momento parece un cachorro perdido, y al siguiente
me lanza contra la pared dispuesto a violarme.
—Eres mía, chica del infierno. Eso significa que solo eres mía. —Sus
labios recorren mi mandíbula—. Me lo prometiste —dice, y su pulgar se
mueve sobre mis labios, separándolos.
—Te lo prometí —respondo, la intensidad de sus ojos me hipnotiza.
—Dilo —susurra, besándome ligeramente en los labios—. Dilo.
—Soy tuya —digo y él deja escapar un gran suspiro, como si se sintiera
aliviado.
—Nunca te dejaré ir —susurra, con un sonido apenas audible.
—¿De verdad tenías que ser tan malo con Marcello? —Levanto la mano
para acariciar su mejilla, y mi enfado con él ya se desvanece.
—Eres mía —repite, inclinándose para profundizar el beso antes de darme
la vuelta de repente, haciéndome apoyar las manos en la pared.
—¿Vlad? —pregunto, insegura de lo que va a hacer.
Sus manos rodean el dobladillo de mi vestido mientras lo arrastra por
encima de mi culo.
—No tenemos tiempo —susurro, aunque lo único que quiero es que
siga—. Vendrá a buscarnos.
—Un momento —dice, con la voz baja y angustiada—. Necesito saber
que eres mía.
Su mano pasa por encima de la banda de mi ropa interior y se mete entre
mis piernas, sus dedos se hunden entre mis labios mientras rodea mi clítoris.
Se me corta la respiración, se me cierran los ojos mientras me concentro en
las sensaciones que está arrancando de mi cuerpo.
—Estás muy mojada, chica del infierno. Y todo para mí —dice, con su
boca mordisqueando mi oreja.
—Sí —respondo, apretándome contra su mano.
Empieza a moverse más rápido, sus dedos hacen magia en mi coño
mientras su boca masajea lentamente la columna de mi cuello, alternando
entre chupar, lamer y provocar.
Enseguida me corro, apenas conteniendo la voz mientras empujo mi culo
hacia su erección. Me agacho contra él y mi cuerpo se convierte en gelatina
mientras aprovecho los últimos estertores del orgasmo.
—Feliz cumpleaños —susurra.
Me giro y me apoyo en la pared, observando cómo toma sus dedos y los
lame.
—Mejor que la tarta. —Su voz me produce escalofríos, sus ojos negros
me mantienen cautiva.
Apenas soy consciente de lo que ocurre cuando se mete las manos en los
bolsillos, saca una pequeña caja y me la pone en la cara.
—¿Qué es esto? —pregunto, tomándola en la mano.
—Tu regalo —me dice, sin mirarme a los ojos.
Curiosa, y un poco sorprendida de que me haya comprado algo, abro la
caja y encuentro un collar con mi nombre, con diamantes incrustados en las
letras.
—¿Para mí? —Miro fijamente el hermoso objeto, incapaz de creer que lo
haya comprado para mí.
—Permíteme —dice, sacándolo de la caja y colocándolo alrededor de mi
cuello.
—Una hermosa joya para una hermosa dama —comenta, y mientras me
miro en el espejo, sintiendo el frío metal contra mi piel, no puedo evitar
suspirar de satisfacción.
—Gracias. —Lo atraigo más cerca, dándole un sonoro beso—. Es
increíble.
Por primera vez, veo una sonrisa genuina en su cara mientras acurruca su
mejilla en el pliegue de mi cuello.
Terminamos en el baño y volvemos a la mesa.
Marcello nos mira con desconfianza.
—Han tardado bastante —murmura.
—No sabía que tuviera miedo al agua. —Me encojo de hombros, tomando
asiento.
—¡No lo tengo! —protesta Vlad, agarrando la silla de al lado. Con
Claudia y Venezia sentadas junto a Lina, por fin puede sentarse más cerca de
mí.
—Claro —me encojo de hombros, divertida—, por eso decía que se iba a
derretir si el agua tocaba su piel.
—Qué puedo decir —mueve los ojos inocentemente hacia todos—, no es
mi culpa ser pariente de la bruja malvada. No podemos elegir a nuestros
padres —dice, dirigiendo su atención a Marcello—, tú más que nadie deberías
saberlo.
Marcello no responde, pero la tensión en su mandíbula me dice que el
golpe es personal.
—¿Alguien quiere tarta? —pregunto en voz alta, ya cansada de hacer de
niñera.
—¡Sí! —Claudia responde
—Yo también —responde también Venezia.
Se sirve la tarta y, por primera vez, nadie quiere matar a nadie. Y para
recompensar a Vlad por su comportamiento, le agarro la mano por debajo de
la mesa.
Parece ligeramente sorprendido, pero la aprieta, sujetándola con fuerza.
Supongo que esto es lo que se siente al tener una familia...

Salgo de la cama y me dirijo con sueño al baño, donde me ducho y me


cepillo los dientes. Estoy tan cansada que apenas puedo ver bien.
Me envuelvo en una toalla y vuelvo a la cama. Al comprobar mi teléfono,
me doy cuenta de la hora que es.
¡Mierda!
—¡Despierta! —Empujo los hombros de Vlad, tratando de despertarlo—.
Es tarde, tienes que irte —le digo, pero parece no escuchar nada mientras
murmura algo en sueños.
—¡Vlad! —Sigo sacudiéndolo. De la nada, sus ojos se abren de golpe y
me mira fijamente—. Tienes que irte antes de que los guardias hagan su ronda
—suavizo la voz.
Su mirada sigue clavada en mí, su mano se aferra a mi toalla,
desenredándola.
—¡Vlad! —exclamo, escandalizada.
Se apresura a ponerme de espaldas y se cierne sobre mí mientras aspira mi
aroma.
—Todavía no —susurra contra mi piel, con sus labios rozando un pezón.
—Qué... —Me desvanezco cuando lo rodea con sus labios y lo succiona
en su boca. Mis piernas se abren automáticamente, invitándole a meterse
dentro.
Todavía lleva puesta la ropa interior, pero puedo sentir la inconfundible
dureza de su erección cuando la aprieta contra mí.
—Necesito una última probada —dice contra mi piel, con la boca abierta
sobre mi estómago mientras baja su lengua—, para que me dure hasta más
tarde.
—Es tarde. —Intento una última excusa, pero cuando atrapa mi clítoris
entre sus labios, mordiéndolo y chupándolo, olvido por qué tiene que irse.
Con las manos en su cabello, le insto a seguir, con su magistral lengua
haciendo cosas maravillosas en mi coño y haciéndome gemir de placer.
—¿Sisi? —Escucho la voz de Lina al otro lado de mi puerta mientras
llama suavemente.
Mis ojos se abren de par en par y, por puro instinto, arrojo la manta sobre
Vlad, cubriéndome hasta la barbilla.
—Cállate —susurro, pero él no responde. No, sigue asaltándome con su
lengua, los dedos de mis pies se curvan mientras intento fingir que no estoy
pasando el mejor momento de mi vida con mi amante secreto.
—¿Sí? —Toso para aclararme la voz.
—Siento venir tan temprano, pero estaba pensando que podríamos tener
una tarde para nosotras solas —me dice, con una sonrisa en la cara.
—¡Por supuesto! —Acepto inmediatamente, con una mano en el cabello
de Vlad, que parece no poder contenerse. Me cuesta todo lo que hay en mí no
reaccionar a su lengua diabólica, o a la forma en que la empuja dentro de mí,
follándome con ella.
Lina sonríe ante mi respuesta y enumera algunas actividades que tiene en
mente. Escucho con media oreja, asintiendo hasta que hace que se vaya.
¡Dios!
Un pequeño sonido escapa de mis labios cuando Vlad introduce dos dedos
dentro de mí, su lengua vuelve a chupar mi clítoris.
—¿Estás... bien? —Lina se detiene, girándose para preguntar.
—Sí, por supuesto —mi voz sale rara, y me cuesta mucho escolarizar mis
rasgos para no mostrar la forma en que mis ojos quieren rodar en la parte
posterior de mi cabeza, mi clímax inminente.
—Estás un poco roja. Y sudada. ¿No tienes calor? —Señala la gruesa
manta que hay sobre mi cuerpo.
—No, no. Tengo mucho frío por la noche —miento, y justo en ese
momento Vlad aumenta la velocidad de sus dedos. Me muerdo el labio. Con
fuerza. Es lo único que me impide no gritar en voz alta. Me tiemblan las
piernas, todo mi cuerpo se ve sacudido por pequeños temblores mientras él
me arranca un orgasmo.
—Si estás segura... —Sigue en la puerta, con cara de no estar convencida.
—Sí —exhalo con brusquedad—. Te veo luego —digo, con el sudor
recorriendo todo mi cuerpo.
Acaba por asentir y sale de la habitación.
Tiro de las sábanas para ver la sonrisa traviesa de Vlad mientras me da
otro largo lametón con su lengua.
—Eres malvado —le reprocho, negando con la cabeza.
¿Por qué se vuelve cada día más imprudente? Esto es prueba suficiente de
que no parece importarle que nos puedan pillar en algún momento.
Donde una vez decidí distanciarme de él por miedo a que me rompieran el
corazón, parece que es más fácil decirlo que hacerlo. No, hacer eso es mucho
más difícil de hacer.
Después de que apareciera sin invitación en mi fiesta de cumpleaños, se
volvió implacable, encontrando una razón para pasar tiempo conmigo cada
día. Como su determinación era imparable, empecé a dejar que se quedara a
dormir, pensando que así yo descansaría y él se saciaría de mí. Por supuesto,
yo también me saciaría de él, ya que apenas hay un día en el que no lo quiera
a mi lado. Después de todo, el hecho de que me persiga con tanto ardor solo
me ha hecho ver que quiero todo lo que pueda darme.
¿Y qué si no tiene emociones? No creo que no se preocupe por mí. Y
mientras yo sea suya, y él sea mío, eso es suficiente para mí.
Por ahora...
—¿Y si nos pillan? Ya sabes lo que piensa Marcello de que estés en la
misma habitación que yo —le digo, frunciendo los labios.
Después de la debacle del cumpleaños, Marcello me había llevado aparte
y me había advertido contra Vlad, diciéndome que podría parecer encantador,
pero que no es más que una fachada. Por supuesto, me nombró todos los
defectos de Vlad, sin contar con que yo los encontrara atractivos.
Asentí con la cabeza, fingiendo comprensión, y cerramos la discusión.
—No podrá hacer nada cuando me case contigo —susurra contra mi
garganta mientras me toma en sus brazos.
—No recuerdo que me lo hayas propuesto —replico.
No es la primera vez que dice que se casará conmigo, y aunque lo
aceptaría en un abrir y cerrar de ojos, quiero que se lo piense. No me
conformaré con nada menos que la propuesta perfecta. Además, debería darse
prisa si alguna vez quiere tener sexo, ya que, por alguna razón puramente
idiota, se le ha metido en la cabeza que solo se acostará conmigo cuando
estemos casados.
—Es lo que te mereces. —Intentaba convencerme, incluso cuando su
polla estaba a un empujón de reclamarme.
Ya lo habíamos intentado varias veces, pero él no cabía dentro, una
terrible combinación de que yo era demasiado pequeña y él tenía una polla
anormalmente grande. Cuando se daba cuenta de que me hacía demasiado
daño, paraba enseguida, preocupado. Lo máximo que había conseguido era la
cabeza, y aunque había dolido, también se había sentido de forma celestial.
Habría soportado todo el dolor si me la hubiera metido y hubiera acabado con
ella. Pero no, había reaccionado como si fuera él el que estaba sufriendo.
Para alguien que dice no tener sentimientos, seguro que había mostrado
más consideración de la que tendría mucha gente.
Suspiro solo de pensarlo.
—Pronto —susurra, levantándose de repente para vestirse.
Le observo con interés, pensando que no estaría nada mal tener esto todos
los días.
—Pronto... —repito, un poco decepcionada.
Es más tarde, cuando salgo de mi habitación, cuando Marcello me llama a
su estudio, con una expresión grave en el rostro.
Por un momento, temo que sepa lo de Vlad, y estoy dispuesta a negarlo
todo hasta el último suspiro. Después de todo, no quiero que se derrame
sangre, como no dudo que ocurriría si él supiera lo que realmente estamos
tramando.
No entiendo muy bien cómo funciona su relación. Ambos dicen ser
amigos, pero Marcello prefiere mantener a Vlad a distancia, ciertamente lejos
de la familia. Y al ver cómo lo trata un supuesto amigo, no puedo evitar sentir
pena por Vlad. ¿Por qué nadie trata de entender también su lado?
—Sisi —se levanta Marcello—, tengo que hablarte de algo y necesito tu
discreción.
—Sí, por supuesto —respondo, frunciendo un poco el ceño ante su
petición.
—Ya conoces la situación con Lina y el Sacre Coeur —continúa
diciéndome que sospecha que otra familia de la mafia, Guerra, podría haber
tenido algo que ver con la muerte de la monja.
—Como represalia por el padre Guerra querrás decir —añado y él asiente.
—El padre Guerra era sobrino de Benedicto, el actual capo. Es lógico que
quieran algún tipo de venganza. Sin embargo, en mis interacciones con
Benedicto, no he podido calibrar ningún rencor oculto. Al contrario, se ha
mostrado muy entusiasmado con la idea de trabajar juntos y... —se
interrumpe, pareciendo un poco incómodo.
—¿Y?
Marcello hace una mueca.
—Se ha mostrado especialmente entusiasta a la hora de presentarte a su
hijo.
—¿Su hijo? —pregunto entumecida, sin estar segura de entender a dónde
va esto.
—Su hijo, Rafaelo, tiene más o menos tu edad y... —Parece muy
incómodo.
—Suéltalo ya, Marcello. ¿Qué pasa con su hijo?
Respira profundamente.
—Tiene la esperanza de que haya un entendimiento entre los dos.
Mis ojos se abren de par en par con incredulidad y estoy dispuesta a
inventar una excusa, cualquier cosa para no tener que lidiar con eso. Pero
Marcello enmienda rápidamente sus palabras.
—Por supuesto, le dije que solo podía ser tu elección, pero quiere una
reunión al menos. Para ver si te conviene.
—Ya veo —respondo, un poco con desgano.
—Sé que es mucho pedir, pero ¿podrías al menos pretender pasar un rato
con él? Todavía no estoy seguro de las intenciones de Guerra y sería una
buena forma de observar.
—Pero no tengo que casarme con él, ¿verdad? —Tengo que asegurarme
de que eso no está sobre la mesa.
—No. A no ser que quieras, es decir —me dedica una sonrisa tensa—,
debo advertirte que su hijo tiene algunos... problemas —continúa hablándome
de su tartamudez y de su personalidad tímida.
Viendo que no tiene prisa por casarme, acepto su plan, prometiendo
entretener a Rafaelo cuando llegue el momento.
Pues bien, para mi eterna sorpresa, el momento llega mucho antes de lo
que había previsto, con la visita sorpresa de Benedicto, su mujer y Rafaelo.
Estamos todos reunidos en el salón, antes de que Benedicto y Marcello se
retiren al estudio para hablar de negocios.
Lina y yo nos quedamos con su mujer, Cósima, y Rafaelo. Cósima parece
tener unos cuarenta años, sus rasgos son claros y su estilo es elegante y
arreglado. También parece ser muy habladora, ya que empieza a hablar de
esto y aquello, y su voz ya me pone nerviosa.
Rafaelo, en cambio, está tranquilamente sentado al lado de su madre, con
los hombros caídos y la cabeza inclinada hacia delante, como si no se
atreviera a mirarnos a los ojos. De hecho, apenas consigue saludar sin
desmayarse.
¿Acaso los hombres se desmayan?
Rafaelo es ciertamente propenso a ello, mientras se balancea sobre sus
pies, con un profundo rubor en sus rasgos.
—Assísi, qué nombre tan bonito tienes. —Cósima trata de involucrarme
en su conversación, sus ojos me miran de arriba abajo, sin duda juzgándome.
—Gracias —le respondo con sorna, pero sigo intentando mantener una
cara de póquer.
—Ahora, dime, ¿qué piensas del matrimonio? —Cósima se lanza, y tengo
que esforzarme para no reírme en su cara por su falta de tacto.
—M-m-madre —se interpone Rafaelo, haciendo lo posible por formar
algunas palabras—. P... para.
—¡Tonterías, Raf! —Ella calla a su hijo, devolviendo su mirada a mí.
—No he pensado en ello desde que tenía que hacer mis votos antes de
dejar el Sacre Coeur. —Le doy una respuesta bastante neutra, intentando no
mostrar lo mucho que me está empezando a disgustar.
—Hay tiempo suficiente para eso, querida —dice despreocupadamente—.
¿Por qué no van allí y se conocen ustedes dos un poco mejor? —Ni siquiera
intenta disimular sus intenciones al despedirnos.
Murmuro una maldición en voz baja, pero mantengo una sonrisa en la
cara mientras me muevo de sofá con Rafaelo.
Durante mucho tiempo, se limita a sentarse a mi lado, con la mirada fija
en el suelo. Ciertamente, ni siquiera parece reconocer mi presencia. Está
desplomado, casi como si hubiera algo interesante en el suelo que tiene su
atención embelesada.
Me tomo un momento para estudiarlo y noto que no sería poco atractivo si
no fuera por su horrible lenguaje corporal. Casi parece forzado con lo tensos
que parecen sus hombros mientras intenta mantener la postura.
—Esto es aburrido, ¿no? —Intento romper el hielo, el silencio es aún más
desconcertante.
Gira lentamente la cabeza hacia mí, con los ojos todavía bajos mientras
mira a cualquier parte menos a mí.
—No muerdo —siento la necesidad de añadir—, ni juzgo. —Me encojo
de hombros, recostándome en mi asiento—. Vamos a estar aquí un tiempo,
así que más vale que nos conozcamos.
Hay algo en su presencia que da pena, y no es su tartamudez. No, hay un
aura de tristeza perpetua a su alrededor.
—¿P-por q-qué? —pregunta, con la cara inclinada hacia mí.
—¿Por qué hablar? No lo sé. Es lo que hacen los humanos. —Intento
hacer un chiste, y por una fracción de segundo temo haberle ofendido, ya que
no habla muy bien.
Pero entonces aparece en su rostro un atisbo de sonrisa.
—S-sí q-que l-lo h-hacen, ¿no? —pregunta, con su tartamudeo
ligeramente más pronunciado.
Frunzo un poco el ceño, algo me inquieta mientras empiezo a estudiarlo
más.
—Entonces, habla. Háblame de ti —le digo, queriendo probar una
hipótesis.
Dios, ahora parezco Vlad.
Demasiado tiempo en su presencia y ya mi cerebro se sincroniza con el
suyo. Me estoy volviendo paranoica con todo y con todos.
Pensando en eso, necesito asegurarme de que Vlad no se entere de Guerra
o de sus intenciones hacia mí. No creo que quiera su sangre en mis manos,
considerando todo. Solo provocaría un Armagedón de la mafia, como le gusta
llamarlo a Vlad.
Maldita sea, tengo que dejar de pensar en él por un segundo. O pensar
como él...
Volviendo mi atención a Raf, observo el juego de emociones en su cara
mientras intenta encontrar sus palabras.
—M-me gustan las rocas —dice finalmente—. Estudio rocas en la
universidad —continúa, levantando sus ojos para encontrarse con los míos
por primera vez.
Maldita sea, no estaba preparada para eso.
Sus ojos tienen el tono de azul más claro que he visto nunca, y su cabello
rubio resalta su inusual tonalidad.
—Genial —respondo, mi conocimiento de las rocas es bastante
limitado—. ¿Por qué te gustan las rocas?
—No h-hablan.
Le miro fijamente durante un segundo antes de soltar una carcajada. Al
darme cuenta de que podría ser malinterpretado como si me burlara de él, me
detengo inmediatamente. Pero una mirada a su rostro y parece más relajado
que antes.
—Eres gracioso —añado, reprimiendo una sonrisa.
Él es lento, pero su boca también se tensa en una.
—N-nunca me habían ll-llamado gracioso —dice, y de nuevo noto un
extraño patrón en su forma de hablar.
—¿Probablemente porque no hablas mucho? —Levanto una ceja. En
lugar de ofenderse, se encoge de hombros, pero en su rostro se percibe una
sonrisa.
—No e-eres lo q-que me i-imaginaba —me dice, recostándose en el sofá y
poniéndose más cómodo. Su postura se abre un poco, su espalda ya no es tan
encorvada.
—¿Y qué te has imaginado? —pregunto, con curiosidad, pero también
con la necesidad de oírle hablar más.
—N-n-no sé... ¿Una m-monja? —pregunta, bromeando por primera vez.
—Me parece justo —le respondo, y seguimos conversando. Sigue
hablando con frases cortas, casi como si tuviera miedo de decir demasiado a
la vez.
Observo que Cósima nos vigila atentamente desde el otro extremo de la
habitación, sin duda evaluando la situación y las perspectivas de su hijo.
Pero cuanto más entablo una conversación con Rafaelo, más me doy
cuenta de las cosas. Está en la forma en que todo está fabricado, desde su
postura hasta su voz, y luego está su forma de hablar.
—No tienes problemas de habla, ¿verdad? —Me inclino hacia delante y le
susurro al oído.
—¿Q-qué q-quieres d-decir? —pregunta, y siento que mis labios se
estiran en una sonrisa ante la confirmación silenciosa.
—Tartamudeas solo la segunda palabra de una frase cuando estás
relajado, como si fuera un patrón enseñado, pero tartamudeas toda la frase
cuando quieres demostrar algo. —Me encojo de hombros, esta observación es
una de las muchas que he hecho a lo largo de nuestra corta conversación. Más
que nada, veo la forma en que su cuerpo reacciona a los estímulos externos,
como si estuviera haciendo un esfuerzo consciente para encerrarse y
coordinar sus movimientos.
—N-no s-sé a-a q-qué t-te r-refieres —intenta defenderse, pero observo su
postura rígida. Si me hubiera equivocado, se habría enfadado, quizá
retrocediendo y alejándose de mí. En cambio, se mantiene firme, con la
tensión enroscada en sus músculos. Se parece más a un animal listo para
abalanzarse que a uno a punto de huir.
Cuando pasas años huyendo de gente que quiere hacerte daño, empiezas a
aprender algunos patrones. El cuerpo nunca miente, incluso cuando la boca lo
hace.
—¡Raf, querido! ¡Es hora de irnos! —La voz de Cósima resuena en la
habitación, y en la cara de Rafaelo hay un atisbo de alivio.
Se levanta del sofá, retomando su postura encorvada mientras se dirige
tambaleándose al lado de su madre.
—No te preocupes —le detengo, con la mano en el hombro—. Tu secreto
está a salvo conmigo. —Le guiño un ojo.
No sé por qué se presenta de forma tan negativa, pero eso es cosa suya.
Todo el mundo tiene secretos.
Volvemos con Lina y Cósima. Siguen conversando mientras Raf ocupa su
lugar al lado de su madre.
Mete la mano en el bolsillo y la saca rápidamente, cayendo algo pequeño
al suelo. Los dos nos inclinamos para recogerlo y me doy cuenta de que es
una pequeña piedra marrón.
La empuja hacia mí, su mirada es clara cuando se encuentra con la mía
por primera vez.
—Gracias —susurra, sin rastro del tartamudeo anterior.
Recojo la piedra, jugando con ella en mis manos mientras los veo
marcharse.
Interesante.

Tarareando una suave melodía para mí, tiro del hilo, satisfecha por el
diseño que empieza a tomar forma. Últimamente, Lina y yo salimos mucho, y
ha empezado a enseñarme a bordar.
Como he visto que Vlad siempre lleva un pañuelo consigo, he decidido
hacerle uno personalizado, con mi nombre, por supuesto. Así podrá llevarme
siempre consigo, y las demás mujeres podrán ver que también está elegido.
Sonrío para mis adentros mientras añado un pequeño corazón rojo junto a
mi nombre.
—Veo que alguien ha estado ocupada —comenta Lina mientras toma
asiento a mi lado, con los ojos puestos en mi trabajo.
Por un segundo estoy tentada de disimularlo, pero cuando sigue hablando,
exhalo aliviada al darme cuenta de que cree que es para otra persona.
—No puedo creer que Raf y tú sean tan amigos —dice sugestivamente.
—Sí, nos hemos hecho amigos —le respondo.
Es técnicamente cierto. Después de la visita inicial, se ha dejado caer unas
cuantas veces más, y poco a poco me ha ido confiando el motivo de su
comportamiento.
—Cuando la gente te considera débil, no te ve como competencia me
había dicho, dando a entender que intentaba pasar lo más desapercibido
posible.
Pero cuando me habló de su hermano y de su sed de poder, quedó claro
por qué intentaba pasar desapercibido.
En el tiempo que había llegado a conocer a Raf, me había dado cuenta de
que es un alma muy gentil a la que nada le gustaría más que ser dejada en paz.
Desde luego, no tiene aspiraciones de poder ni de dinero, por mucho que su
padre quiera que tome las riendas de la familia Guerra en el futuro.
—Eres la primera que ha conseguido darse cuenta —me había dicho en
algún momento, sorprendido de que hubiera visto más allá de su máscara.
No sabía que tengo la habilidad de ver detrás de las máscaras.
—Y no tenías que confirmar mis sospechas, ¿por qué lo hiciste? —le
respondí. Ciertamente, podría haber seguido negando mis acusaciones. En
cambio, había terminado por confiar en mí.
—Tú no eres como ellos —se había encogido de hombros, aunque no
había explicado a quiénes se refería.
Y así había surgido una agradable amistad. Tan agradable que incluso me
había pedido que me casara con él, para mi gran disgusto. Por un momento
me preocupó que tal vez le hubiera dado señales equivocadas, pero
rápidamente me aseguró que solo me ve como una amiga y que, como está
tan a gusto conmigo, no sería mala idea que nos casáramos, ya que su padre
no deja de empujarle a ello.
Yo me negué amablemente, explicándole mis propias circunstancias y que
ya tengo a alguien. Se alegró mucho por mí cuando le conté más cosas sobre
Vlad, e incluso me sugirió utilizarlo como tapadera si era necesario.
Es seguro decir que una asociación había florecido desde el más
improbable de los lugares.
—Seguro que le gustará. —Señala el corazón con una sonrisa cómplice, y
yo me sonrojo instintivamente.
Oh, sí. Vlad lo disfrutará. Después del esfuerzo que he puesto en esta
cosa, más vale que nunca la saque del bolsillo.
—Me alegro mucho por ti, Sisi —continúa, soltando un suspiro soñador—
. Después del incidente de tu cumpleaños me preocupé por un momento.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Seguro que Marcello ya te ha hablado de Vlad. No es... alguien con
quien debas relacionarte.
—¿Por qué? —pregunto con un poco de vehemencia.
¿Por qué todo el mundo está tan en contra de él? ¿Qué les ha hecho?
Por lo que he visto, siempre ha ayudado a todo el mundo cuando se le ha
necesitado, y sin embargo, ni siquiera Marcello, que es el que más le conoce,
puede ofrecerle la más mínima consideración.
—No es un buen hombre, Sisi. Sé que eres nueva en este mundo, pero hay
malos... y luego hay muy malos. —Ella frunce los labios, mirándome con
preocupación en sus ojos.
—¿Cómo es que es tan malo? —Me acaloro, la necesidad de defenderlo
me carcome. Sé que todo lo que dice viene de un buen lugar, pero me estoy
cansando de que todo el mundo lo crucifique sin siquiera tratar de entenderlo.
—Mata a la gente, Sisi —empieza, y yo resisto el impulso de poner los
ojos en blanco—, es un asesino a sangre fría.
Discutible, yo diría que está bastante bien.
—Sencillamente no tiene brújula moral. —Sacudo la cabeza, como si no
estuviera casada con la misma calaña.
—¿Y mi hermano? —le respondo y ella frunce el ceño.
—Hay un mundo de diferencia entre Vlad y tu hermano —añade, casi
horrorizada de que yo insinúe algo así.
—Mira, creo que te equivocas, Lina. Es solo una cuestión de perspectiva.
—Me encojo de hombros.
—Sisi...
—Tu villano podría ser mi héroe, Lina. ¿Existe realmente el blanco y el
negro? ¿O moral e inmoral?
—Sisi... ¡Espero que no estés simpatizando con él! —Suena
escandalizada, y me doy cuenta de que estoy pisando terreno muy difícil.
—Por supuesto que no —respondo—, solo intento decir que no se puede
conocer realmente a una persona hasta que no se ha caminado una milla en
sus zapatos. —Me encojo de hombros.
Se queda callada un momento mientras me mira pensativa.
—Te has convertido en todo un filósofo —sonríe finalmente.
Mis labios se estiran y le devuelvo la sonrisa.
Uno tiene que hacerlo cuando su amante es el villano de la historia de
todos.
Pero no en la mía.
Capítulo 18
Vlad

—Esto debería funcionar hasta que te consigamos una nueva prótesis de


lengua. —Le entrego a Seth su nuevo dispositivo—. Es de texto a voz.
Incluso puedes elegir tu voz —le explico—, pero, por favor, no elijas una voz
de mujer. No creo que pueda conciliar eso con… —Señalo su enorme cuerpo.
Él gruñe y teclea rápidamente una respuesta.
—No es mi especialidad. —Una voz masculina robótica responde.
—Bien —asiento—, no es que haya juzgado. Soy de mente muy abierta.
—Le dedico una gran sonrisa.
Él no la devuelve mientras toma asiento frente a mí, tecleando
furiosamente en el aparato.
—¿Están los niños a salvo?
—Sí. Han sido devueltos con éxito a sus padres. Me he ofrecido a
reubicarlos en caso de que esa gente los busque de nuevo. A veces me
sorprendo a mí mismo —suspiro profundamente. Estoy perdiendo mi encanto
si ahora estoy ayudando a la gente en lugar de perjudicarla.
¿Y dónde está la diversión en eso?
Seth asiente con la cabeza y vuelve a teclear.
—En cuanto a tu promesa —empieza, y le hago un gesto para que
continúe—. Quiero acabar con Arsen Aliyev.
—¿El magnate azerbaiyano? —Levanto una ceja, sorprendido de que sea
el objetivo de su venganza—. ¿Por qué?
Hay un destello de dolor en sus ojos.
—Él me convirtió en lo que soy —hace una pausa, cerrando los ojos
brevemente—, y me robó lo que más amaba —dice crípticamente, pero puedo
leer entre líneas.
—Por mí está bien. Solo me he encontrado con él un par de veces, pero no
creo que hayamos intercambiado más que unas pocas palabras. —Me encojo
de hombros. Le había prometido venganza, y la cumpliré—. Todos mis
recursos están a tu disposición, y todo lo que necesites.
Entorna los ojos hacia mí.
—¿Por qué? —pregunta, con sus rasgos dibujados con sospecha—.
Aliyev es un hombre poderoso. ¿Por qué te arriesgarías?
Abriendo el cajón de mi estudio, tomo un paquete de chicles y me lo meto
en la boca.
—Porque hay muy poca gente a la que no haya molestado hasta ahora.
¿Qué es uno más? Además, tengo un trabajo más importante para ti.
—¿Qué trabajo?
Abriendo mi ordenador, lo dirijo hacia él.
—Creo que te has dado cuenta de que este recinto tiene una estructura un
poco diferente.
Asiente con la cabeza, estudiando la distribución.
—Hay una razón para ello. —Me inclino hacia atrás en mi silla, no
disfrutando el hecho de tener que hacer pública mi debilidad—. Tengo
algunos episodios... crisis si se quiere, y me vuelvo extremadamente
impredecible.
Levanta una ceja en forma de pregunta.
Unas cuantas teclas y reproduzco uno de mis episodios del año pasado,
cuando acabé con la mitad del personal. No fue mi mejor momento, pero el
ataque había sido tan repentino que no había sido capaz de verlo venir, y
menos de controlarlo.
Seth me observa atentamente, estudiando mis movimientos. Ya sé lo que
está viendo. Una criatura que lleva la piel de un hombre, pero que no es
ninguna de las dos cosas. He visto la cinta suficientes veces para saber el
daño que he causado al cortar a todos en pedazos.
Escucho gritos en el vídeo y sé que debe ser el momento en que empiezo
a bañar las paredes del pasillo en sangre, rompiendo absolutamente todo a mi
paso.
Seth guarda silencio cuando el vídeo termina, levantando lentamente la
cabeza para encontrarse con mi mirada.
—Cómo puedes ver, no soy precisamente un paseo por el parque. De
hecho, suelen ser necesarios los esfuerzos de unas diez personas para
inmovilizarme, e incluso eso no está exento de bajas. Tú, en cambio, tienes la
habilidad que necesito.
—¿Quieres que te mate? —pregunta y me encojo de hombros.
—Si se llega a eso. Desde luego, quiero que me detengas antes de que
llegue demasiado lejos. Normalmente me recupero después de un tiempo,
pero... —Me detengo—. Desde hace un tiempo mis episodios son cada vez
peores, algunos duran días. Si no salgo de uno...
—Lo entiendo —afirma.
—Sin embargo, debo advertirte. A pesar de toda tu destreza, que por
cierto es estupenda, impresionante partido —le elogio con una sonrisa,
tratando de aliviar algo de la fatalidad que hay en el ambiente—, no voy a
caer fácilmente. ¿Cuánto tiempo has entrenado?
—Catorce años —responde.
—Yo tengo más de dos décadas de experiencia —me limito a decir para
que vea en qué se está metiendo.
—Pero tú eres... —Frunce el ceño, ya que tenemos más o menos la misma
edad.
—Sí. El primer asesinato que recuerdo fue a los ocho años. Puede que
haya matado antes. —Me encojo de hombros, casi seguro de haber matado
antes.
Nadie se despierta de repente con sed de sangre sin haber sido
condicionado a ello. Y cada vez estoy más seguro de que lo que Miles me
hizo debe haber dañado algo dentro de mí.
—Así que ya ves, no voy a ser tan fácil de derribar. Por eso me gustaría
entrenarte hasta que te familiarices con mis movimientos.
Seth asiente, intrigado.
—Hay una cosa más —añado—, y probablemente la más importante.
Nunca, y quiero decir nunca, dejes que dañe a Sisi. Prefiero que me maten
antes de que la tenga en el punto de mira.
Puede que por ahora sea capaz de castigarme, pero no quiero correr
ningún riesgo con su seguridad. Prefiero estar muerto a saber que le he hecho
algo en uno de mis ataques de ira. Porque conociendo los resultados
habituales, solo puedo imaginar el estado en que la dejaría.
—¿Tu novia? —me pregunta Seth, y mis labios se dibujan en una sonrisa.
—Sí, mi novia. Debes protegerla en todo momento. Ella está a tu cargo.
Yo estoy en segundo lugar.
Ladea la cabeza, mirándome atentamente antes de teclear algo.
—¿Ella lo sabe?
—No, no lo sabe. Y lo mantendremos así —sonrío con pesar.
Puede que Sisi me odie, pero por primera vez descubro que prefiero
preservar la vida de alguien antes que quitársela.
Paso un rato repasando todo con Seth, queriendo asegurarme de que las
cosas estarán perfectas en caso de que ocurra algo.
Al final de la tarde, ya estoy cansado.
Cada vez estoy más cansado.
Agotado podría ser una palabra mejor para este cansancio que parece
colarse en mis huesos y despojarme de todo.
Es curioso que hace unos meses hubiera estado bien simplemente pasando
por la vida como siempre lo he hecho, de forma imprudente y despreocupada,
incluso la prisa por matar se desvanece con el tiempo.
Ahora está ella...
Y su presencia en mi vida me ha mostrado lo patético que he sido antes.
La idea de que tal vez no me quede mucho tiempo me habría encantado en el
pasado. Al fin y al cabo, ¿por qué querría alguien vivir si nada le diera
alegría, siendo el simple hecho de vivir una carga? Ahora, por primera vez,
morir me da miedo. Porque entonces ya no estaría.
No la vería, ni tocaría, ni olería.
—Maxim —mientras marco su número—, búscame el mejor psiquiatra de
la ciudad.
Me estoy agarrando a un clavo ardiendo, pero tengo que intentarlo.
Por ella.
Mi último recurso es Miles, pero me ha costado nueve años llegar hasta
aquí. ¿Quién sabe cuándo lo encontraré? Y con lo rápido que avanza mi
condición, me temo que no lo lograré.
—No estés triste. —Los labios de Vanya están torcidos hacia abajo
mientras me toma en cuenta—. No me gusta que estés triste —dice, bajando
los pies de la cama y acercándose a mi lado.
—No estoy triste, V. No puedo estarlo, ¿recuerdas? —Intento sonreír en
su beneficio.
—Lo estás. Lo noto. —Me toma la mano y se la lleva al pecho. Su gesto
es entrañable, así que lo permito por un momento.
Pero al parpadear, veo mi mano alojada en su cavidad torácica, con sangre
cayendo por mis nudillos.
—Qué... —Retrocedo como si me quemara.
El pecho de Vanya tiene un enorme agujero, su corazón no está presente y
la sangre sigue saliendo a borbotones.
—Ayúdame —susurra, con el ojo colgando en su cuenca—. Ayuda...
Doy un paso atrás, mientras sacudo la cabeza.
No es real. Nunca es real.
Mi espalda choca con la pared y me caigo. La forma de Vanya sigue
acercándose, con aún más sangre acumulándose a sus pies.
—Ayúdame, hermano. No me dejes morir —sigue murmurando, su voz es
una melodía inquietante que suena como un chillido en mis oídos.
Cierro los ojos y cuento hasta diez, imaginando el suave sonido de un
péndulo que calma mi mente. Lo hago hasta que no hay más sonido.
Respirando profundamente, abro los ojos y me encuentro cara a cara con
Vanya. Está frente a mí, con sus rasgos distorsionados, su carne podrida.
—Me has fallado —susurra, el iris del ojo que cuelga se mueve mientras
mira a su alrededor—. Me has fallado —sigue diciendo hasta que empieza a
gritarme al oído.
—No... —susurro—, no lo hice.
Pero ella no se detiene. El sonido es ensordecedor y siento que me
deslizo. Sin siquiera pensarlo, saco mi teléfono del bolsillo y la llamo
rápidamente.
—¿Vlad? —responde al primer timbrazo, y yo exhalo, aliviado—. ¿Estás
ahí? —pregunta, su voz es la cura que necesitaba.
Observo con asombro cómo la forma de Vanya se hace cada vez más
pequeña hasta que desaparece, como en el aire.
Diablos, si fuera más supersticioso diría que es un fantasma y que la
santidad de Sisi la está alejando.
Tal y como están las cosas, soy muy consciente de que la enfermedad está
en mi cerebro. Mi mente es la que está infectada con lo que sea que me ha
estado plagando.
—Sisi —exhalo, con el cuerpo temblando por la tensión no liberada.
—¿Cómo es que has llamado? No te esperaba hasta medianoche —dice y
me empapo de su voz, cerrando los ojos e imaginando que está a mi lado.
—¿No puedo echarte de menos? —pregunto con un tono divertido, sin
querer delatar el estado en el que me encuentro.
Puede que ella conozca algunos de mis secretos, pero no está preparada
para todos ellos.
—¿Estás aburrido? ¿Por eso me llamas?
—Sisiiii —gimo.
—Te veré esta noche —me dice con voz suave—, yo también te echo de
menos, pero tengo que irme.
Cuelga.
Mantengo el teléfono pegado a la oreja un poco más, deseando poder
poner su voz en bucle. Los demonios vienen de nuevo, y esta vez no se
conformarán con nada menos que mi cordura.
Fijada la cita con el psiquiatra, no le cuento a Sisi mis intenciones, no
queriendo darle esperanzas donde no las hay.
A lo largo de los años había acudido a diferentes especialistas, a los que
había dejado sondear y pinchar hasta que había llegado a un punto en el que
ya no me importaba. Me había reconciliado con mi mortalidad, que se
acercaba con bastante rapidez, y estaba bien con ello.
Claro que lamentaba los conocimientos que nunca lograría adquirir, los
experimentos que nunca realizaría y, simplemente, el mundo que no iba a
experimentar. Pero había sido bastante sencillo convencerme de que, con mis
sentidos ya apagados, no había realmente ninguna alegría en ello de todos
modos. Interesante era el mayor sentimiento que podía reunir, pero incluso
eso era una sobreestimación.
Pero, sobre todo, sabía que nadie me echaría de menos. Tal vez Bianca
pondría un epitafio en mi lápida, pero ella no es más capaz de una emoción
más profunda que yo.
Al final, nadie estaría de luto.
Pronto olvidado.
Nunca amado.
Últimamente he notado que me invade una melancolía. Por primera vez
estoy reflexionando sobre cosas de carácter espiritual, preguntándome si tal
vez no es demasiado tarde para mí.
Es demasiado tarde.
Soy un tonto por esperar que las cosas sean diferentes. Supongo que la
llegada de Sisi a mi vida ha hecho mella en mí. Sentir algo más que el
aburrimiento puede despertar hasta a un muerto de su sueño.
Y ciertamente he sido despertado. Ahora solo tengo que encontrar la
manera de mantenerme despierto.
Mirando mi reloj, me doy cuenta de que es la hora del enfrentamiento.
Me aprieto la corbata alrededor del cuello y me dirijo a la sala de
reuniones.
Con tantas cosas sobre Miles y el Proyecto Humanitas saliendo a la luz,
había empezado a pensar más en profundidad sobre ello y habían surgido
algunas cuestiones evidentes.
La más importante, ¿cómo es que Miles y su socio habían podido
acercarse tanto a Misha como a Giovanni Lastra? Y además se habían ganado
su confianza. Así que había empezado a trazar un mapa de todos los
acontecimientos, sobre todo los que condujeron al golpe de Misha.
Recuerdo que padre le había puesto a cargo de las rutas de viaje de Nueva
Jersey, y que había estado viajando entre estados para asistir a reuniones y
llegar a acuerdos con los proveedores. ¿Fue durante uno de esos viajes que
conoció a Miles?
La pieza que falta es el socio desconocido. Sin él, es simplemente un
rompecabezas interminable, ya que podría haber sido fácilmente el enlace
entre ellos.
Pero como ahora tengo el nombre completo de Miles, planeo tender una
pequeña trampa. He convocado a todos los segundos al mando esta noche
para una breve reunión, con la esperanza de convocar pronto una cumbre del
sindicato.
No es que haya estado en buenos términos con ninguno de los otros
packans, pero ellos me necesitan más que yo a ellos, después de todo, Nueva
York es uno de los mayores centros de la Costa Este. Sabiendo eso, todas las
evidencias apuntan a alguien que ganaría algo con el liderazgo de Misha, por
lo que todos los packans de la Costa Este caen bajo sospecha.
Ahora solo tengo que hacer que hablen, y ¿qué mejor manera que celebrar
una cumbre? Solo necesito a todos juntos en el mismo lugar. Les
proporcionaré todo lo que deseen -alcohol, drogas y mujeres- y solo voy a
esperar que sus lenguas se suelten lo suficiente.
Intentaría la tortura, pero ni siquiera yo soy tan imprudente como para
tener a toda la Costa Este sobre mi espalda. Bueno... la mitad quizás, pero no
todos.
Y como todo el mundo tiene un hueso que cortar conmigo, tendré que ser
inventivo con esta invitación.
Saliendo de la habitación, me encuentro con Seth.
—¿Listo? —Asiente con la cabeza, balanceando la gran mochila que lleva
a la espalda. Lleva unos cuantos artículos interesantes que deberían alegrar la
fiesta.
—Entonces que empiece el espectáculo —le guiño.
Unos diez hombres me esperan en la sala de conferencias, todos reunidos
alrededor de la mesa redonda.
—Caballeros —les saludo con los brazos abiertos.
Seth ocupa su lugar en la parte de atrás mientras yo doy la vuelta,
estrechando las manos de todos y besando sus mejillas.
Un último beso. ¿Quién dijo que no soy generoso?
Mientras tomo asiento en la parte superior de la mesa, Maxim me hace un
gesto con la cabeza, cerrando las puertas y encerrándonos dentro.
Los hombres ni siquiera se dan cuenta de ese pequeño detalle, su atención
se centra ahora totalmente en mí.
—Dime, Kuznetsov, ¿por qué nos has llamado aquí? —Uno de ellos
pregunta, y tengo que entrecerrar los ojos para mirarlo, su nombre se me
escapa por el momento.
—Perdone, pero ¿quién es usted? —pregunto, disfrutando de la forma en
que la indignación se extiende por sus rasgos.
—¿Qué? —escupe, con cara de ofendido.
Algunos de los otros hombres reprimen una carcajada. Por desgracia, un
nombre es solo un nombre, igual que una tumba es una tumba.
Inclino la cabeza hacia la derecha y hago un pequeño gesto a Seth.
Abriendo el bolso, me lo entrega para que haga mi elección.
Frunciendo los labios, ojeo los objetos y finalmente me decido por un
machete. Tan pronto como lo saco de la parte trasera, oigo los gritos de júbilo
detrás de mí, los hombres sin duda luchando por sus armas.
Desgraciadamente, les han confiscado las armas, así que probablemente
solo dispongan de unos insignificantes cuchillos.
Volviéndome hacia ellos, pruebo el filo de la hoja contra mi dedo, y la
sangre brota al instante.
Me lo llevo a la boca y sonrío mientras lamo el líquido rojo.
—Entonces, señores, ¿dónde estaba yo? —Los fulmino, saltando sobre la
mesa y eligiendo cuidadosamente el primer objetivo.
El hombre que había hablado primero es también el primero en volar
hacia la puerta. Ah, por supuesto, los más ruidosos son los más ruidosos por
una razón.
Dos grandes pasos y salto justo delante de él, balanceando el machete en
un ángulo, su cabeza cae sin esfuerzo al suelo.
—Maldita sea, pero está afilado —observo justo cuando alguien intenta
abordarme por detrás.
Me agacho, y su pequeño cuchillo golpea el aire justo cuando ruedo por el
suelo, golpeando su rodilla. Cae al suelo justo cuando dos más se acercan a
mí. No pierdo el tiempo y le corto la cabeza con un rápido movimiento,
dándome la vuelta para ocuparme de los recién llegados.
Un corte aquí, otro allá y dos cabezas más ruedan por el suelo. La
adrenalina corre por mis venas, mi sangre bombea con fuerza mientras mis
pupilas se dilatan al ver la sangre.
Oh, está en marcha.
El resto es un borrón de movimientos, partes del cuerpo y tripas
derramadas por el suelo, toda la habitación pintada de rojo mientras la sangre
fluye libremente.
El machete se convierte en un brazo extendido mientras corto y atravieso
los cadáveres, disfrutando de la sensación de la carne cediendo a mi afilada
hoja.
Cuando todas las cabezas han caído, no puedo evitarlo y empiezo a
desgarrar los cuerpos, utilizando el machete para cortarlos en pedacitos.
Sangre. Más sangre. Tanta sangre que me ahogo en ella, la risa burbujea
en mi garganta mientras mis manos agarran el líquido viscoso, cubriendo mi
cuerpo como una sábana. Siento que me cubre la piel, que fluye por mis
extremidades hasta cubrirme como una armadura.
De sangre en sangre.
Hasta que se acaba.
No sé cuánto tiempo después abro los ojos, la claridad vuelve a mi
mirada. Estoy tumbado de espaldas en la mesa, con la ropa destrozada y
sangre por todas partes. Al moverme un poco, me doy cuenta de que no me
duele nada, así que no es mi sangre.
—¿Estás bien? —La voz robótica de Seth pregunta desde la esquina.
Está relativamente limpio teniendo en cuenta el desorden que hay
alrededor.
—Ahora sí —gimoteo, levantándome y observando mi obra de arte—.
¿He dañado alguna de las cabezas? —pregunto, esperando que al menos esas
estén intactas.
—No. Me las arreglé para recogerlas mientras estabas ocupado —
responde con cara seria, señalando debajo de la mesa, donde las diez cabezas
están alineadas en una fila.
—Corte limpio —silbo, asombrado por la habilidad demostrada.
Llamando a Maxim al interior, le digo que catalogue las cabezas y las
envíe como regalo a sus respectivos jefes.
Con las invitaciones hechas, solo me queda esperar a que lleguen mis
invitados.
Ah, ¿quién dijo que soltarse de vez en cuando no era divertido?

—Cuéntame más sobre tu infancia —me dice el Dr. Reese, y casi me


siento tentado de ponerle los ojos en blanco. Pero me había prometido a mí
mismo que haría un esfuerzo.
—Pensé que se lo había dicho, doc. Sangre —bromeo—, mucha sangre.
Suspira y deja el cuaderno de notas en el suelo.
—Vlad, esto no nos ayuda a ninguno de los dos. Has venido aquí con un
problema, y no vas a resolverlo si no vas a ser sincero conmigo. Estoy aquí
para ayudarte —dice con su voz paternal.
—Esto fue un error —murmuro, levantándome de mi asiento y
dirigiéndome a la puerta.
—Quizá no quieras ayuda —comenta y me detengo, con la mano en el
picaporte.
Mi mente evoca la cara de Sisi, la idea de tener más tiempo con ella me
hace estar quieta.
Sí quiero esto.
—No recuerdo mi infancia. O gran parte de ella —me doy la vuelta,
sentándome despreocupadamente en el sofá.
—Bien, eso es un comienzo. ¿Qué es lo primero que recuerdas?
Matar a un médico.
—Me secuestraron cuando tenía tres años con mi hermana gemela. No
recuerdo ninguno de los años que pasé en cautiverio —empiezo,
separándome—. Mi hermana, Vanya, murió allí —digo, observándola
acurrucada en un rincón, con los ojos llenos de lágrimas—. Yo no lo hice —
Me encojo de hombros.
—¿Crees que la muerte de tu hermana puede tener algo que ver con que
bloquees los recuerdos? —me pregunta con voz suave.
—No lo sé —respondo con sinceridad—. Puede ser. Todavía... —respiro
profundamente y miro hacia el asiento de al lado, donde aparece de repente
Vanya—. Todavía la veo —admito, y su cara se frunce de horror, su boca se
abre para gritarme al oído. Me cuesta mucho no taparme los oídos, o hacer
una mueca de dolor cada vez que hace una nota más alta.
—¿Está aquí? ¿Ahora?
Giro lentamente la cabeza hacia el doctor y asiento con la cabeza.
—Interesante. Probablemente estabas muy traumatizado por su muerte, ya
que era tu gemela.
Asiento con la cabeza.
—Pasé años pensando que seguía viva. Y cuando me enteré...
—¿Qué pasó?
—Se desencadenó algo en mí. Antes tampoco estaba bien, pero exacerbó
lo que había en mi cerebro. Empecé a tener desmayos... desmayos muy
violentos.
El Dr. Reese asiente pensativo, anotando cosas en su libreta.
—Podría ser un síntoma de TEPT 7. ¿Tiene alguna idea de lo que le
ocurrió durante esos años de cautiverio?
Lo miro fijamente por un momento, debatiendo si debo mostrárselo o no.
Al final, me levanto, me desabrocho la camisa y la abro para que pueda verme
el pecho.
—Impresionante —se ríe al ver mis tatuajes.
—Mire más de cerca —le digo. Se inclina hacia delante, con las gafas
puestas, y se queda con la boca abierta al darse cuenta de lo que esconden los
tatuajes.
—¿Puedo? —pregunta mientras levanta la mano. Asiento con la cabeza y,
con las yemas de los dedos, traza algunas de las cicatrices, frunciendo el
ceño—. Son quirúrgicas —afirma.
—Sí. Apostaría a que esto me ocurrió en el cautiverio —añado con
sorna—. Los médicos me hicieron exámenes completos y no pudieron
encontrar ningún problema.
Dedico algo más de tiempo a repasar mis desmayos, evitando los detalles
asesinos, pero dándole lo suficiente para que sepa que soy peligroso.
—Y tu novia...

7
Trastorno de estrés post-traumatico
—-Ella me calma. Pero... —respiro profundamente para explicarle dónde
está el problema—, han ido empeorando. Temo que cuando llegue uno malo
ni siquiera su presencia será suficiente. Y le haré daño.
—Ya veo —frunce los labios—. ¿Has tratado de recordar esos años?
Pueden ser la clave para entender tus síntomas actuales.
—Por eso estoy aquí.
—Te das cuenta de que esto no es una ciencia exacta. No puedo
asegurarte de que nada te vaya a devolver los recuerdos —advierte, pero
agito la mano con desprecio.
—Lo sé. Y, sin embargo, estoy aquí probándolo como último recurso.
Seré el primero en protestar que ni siquiera es una ciencia, ya que no tiene
la característica principal de la replicabilidad para que se considere una
ciencia propiamente dicha. Pero un hombre desesperado haría cualquier cosa.
Y yo me encuentro cada vez más desesperado.
Quién sabe, mañana puedo arrodillarme frente a una imagen que llora.
Cosas más raras han sucedido.
—Me alegro de que lo entiendas. Me gustaría sugerir una regresión de
edad para su problema, y después de eso evaluaremos y avanzaremos en
consecuencia.
El Dr. Reese repasa el procedimiento, detallando todo lo que sucederá.
Asiento con la cabeza, todavía un poco escéptico, pero me animo a hacerlo.
Me indica que me coloque en una posición relajada y que utilice su voz
como guía.
Cierro los ojos y hago lo que me dice, dejando que mi mente se relaje y
siga sus palabras.
—Respira profundamente. —Creo que le escucho decir mientras me
indica que regule mi respiración, sus palabras tienen un efecto soporífero en
mí.
Una negrura se dibuja en mi mente, todo lo demás se desvanece. Mi
cuerpo se ralentiza, sus funciones casi en standby.
—Retrocede —su voz suena como un eco en la distancia—, ya tienes
siete años.
Habla un poco más, la negrura frente a mí se distorsiona cuando la luz se
abre paso entre las grietas. Me protejo los ojos y es como si el techo se
desintegrara, trozos de cristal negro cayendo sobre mí.
Y entonces caigo.
Mi espalda choca con una superficie sólida y mis ojos se abren de golpe al
ver lo que me rodea.
—Bisturí. —Escucho decir a alguien mientras mis pupilas se adaptan a la
luz que se dirige hacia mí. Al mover la cabeza hacia un lado, veo a un
hombre. Su rostro está oculto por las sombras, pero lleva un uniforme y sus
manos enguantadas sostienen un bisturí mientras se inclina sobre mi cuerpo.
Por primera vez, me atrevo a mirar hacia abajo, y mis ojos se abren de par
en par al ver mi pecho abierto, con las costillas a la vista. El médico toma el
bisturí, cortando tejido, y sin embargo apenas siento dolor.
—Ves. —Escucho una voz—. Está despierto y no hace ruido. Creo que
está funcionando.
—Esto es... —Se une otra voz, y veo otra figura al margen que camina
alrededor de la cama quirúrgica, mirándome con asombro.
—Dime, mi pequeño milagro, ¿te duele? —me pregunta el médico que
corta, con su mano rozando tiernamente mi mejilla. Mis ojos no parpadean
mientras le miro fijamente, formando lentamente un no.
—Ves, mi pequeña maravilla ya está a kilómetros de distancia de las
demás —habla, su mano sigue trabajando dentro de mi cuerpo.
—Ahora entiendo por qué no nos dejas tocarlo —gruñe el otro,
claramente disgustado.
—Por supuesto. —Frunce el ceño el doctor—. ¿Dónde podría encontrar
otro espécimen perfecto como él? —Se gira bruscamente hacia el otro.
Sigo aturdido, toda la situación parece surrealista mientras siento un vacío
dentro de mí que se extiende por todo el cuerpo.
—Vete a la mierda, Miles. Sabes lo que nos prometiste... —Las palabras
se convierten en un zumbido en mi oído.
—Tienes bastante para elegir, maldición. ¡Esto es revolucionario!
Siempre se puede mojar la polla, pero esto... —Señala hacia mí—, su
capacidad de soportar el dolor es inaudita. Es el único capaz de esto del lote.
Su hermana ni siquiera se acerca, y eso que son gemelos —Sacude la
cabeza—, no sé qué tiene él, pero...
Parpadeo una vez y toda la escena cambia. No sé cuántos años tengo, pero
me siento más viejo de lo que es...
Estoy en una celda, y Vanya está acurrucada a mi lado, con todo su
cuerpo temblando mientras intenta aferrarse a mí para tener algo de calor.
—Tengo hambre —susurra, con los labios casi azules por el frío.
—Sabes que no puedes comer nada sólido después de la prueba. —Le
acaricio el cabello, deseando poder quitarle el dolor.
La puerta de la celda se abre y entran dos guardias. Hay algo en sus ojos
que no me gusta.
Uno de ellos toma a Vanya por la nuca, haciéndola arrodillarse en medio
del suelo, mientras el otro me sujeta las manos a la espalda, manteniéndome
inmóvil.
Hay un pánico en mi interior, pero no sé por qué. Lo que sí sé es que no es
la primera vez que ocurre algo así.
—Por favor, hoy no. Le vas a romper los puntos. —Me escucho hablar,
luchando contra el hombre que me sujeta.
—¡Cállate! —Ríe detrás de mí, poniendo su mano sobre mi boca,
sofocando mis sonidos.
Veo con horror cómo Vanya se arrodilla en el suelo, con las manos
alrededor de su vientre mientras intenta sujetar sus puntos.
El guardia la mira, sus carnosos dedos agarrando su mandíbula mientras la
levanta para mirarla a los ojos.
—¿Me echas de menos, dulzura? —le pregunta, con su sucia mano
atreviéndose a tocarla.
Respiro con dificultad mientras algo en mi interior crece hasta el punto de
ser doloroso. Es una sensación extraña, como si supiera lo que va a pasar y
estuviera preparado para la batalla.
Sus manos acarician sus mejillas, y hay una mirada vacía en sus ojos
mientras se limita a mirar hacia delante, su cuerpo se hunde como si estuviera
agotado.
El guardia baja la cremallera de su mono, saca su polla erecta y se la clava
en la cara.
—Traga, y hoy seré suave —le dice, escupiendo en la palma de la mano y
moviendo la mano arriba y abajo de su erección.
No puedo ver esto.
Mis miembros comienzan a agitarse y hago todo lo posible para escapar
del agarre del guardia.
Tengo que ayudar a Vanya.
Pero todo es en vano.
De una patada, me empuja boca abajo al suelo, con todo el peso de su
cuerpo sobre mí mientras me mantiene inmóvil.
Mis ojos siguen pegados a mi hermana, mi gemela, y se me llenan los ojos
de lágrimas al verla abrir la boca para chupar la polla del cabrón. Cómo sus
dedos regordetes acarician sus inexistentes pechos, o cómo le rasga la ropa
para meterla entre las piernas.
Un sonido que no sale se forma en mi mente, todo mi ser asaltado por un
dolor distinto a cualquier otro.
—Este mierdecilla no deja de moverse. —El hombre que me sujeta
comenta, los gruñidos del otro guardia llenan la habitación mientras mi
hermana le chupa la polla como si lo hubiera hecho un millón de veces en el
pasado.
Vanya...
—Cuidado con él, es el especial. —El guardia se ríe, su mano empuja la
cabeza de mi hermana hacia delante hasta que se ahoga con su polla, sus ojos
húmedos de lágrimas no derramadas.
—Especial mi trasero —dice el hombre detrás de mí, y una mano
comienza a manosearme, bajando más y más...
—No, Yosuf, no podemos tocarlo —gime, pero Yosuf no parece oírle
mientras empieza a tirar de mis pantalones hacia abajo.
—No lo diré si no lo haces —se ríe, resoplando en el proceso como si
fuera lo más divertido.
—Solo si me toca después. —Le guiña un ojo a Yosuf.
En algún momento, mi cuerpo y mi mente se separan. Sigo sintiendo todo.
El peso sobre mi cuerpo, sus manos separando mis piernas, su polla entrando
en mi cuerpo y partiéndome en dos.
Y continúa, su aliento en mi nuca mientras entra y sale de mí, su sudor
transfiriéndose en mi espalda cuando aumenta sus movimientos, y luego su
semilla cuando se gasta dentro de mí.
Pero no reacciono.
Mi cuerpo está inmóvil, mi mirada fija en la de Vanya mientras nos
perdemos el uno en el otro, buscando consuelo donde no lo hay.
Sus ojos me dicen todo lo que necesito saber.
No estás solo.
Superaremos esto.
Juntos.
Jadeo, abro los ojos de golpe y extiendo la mano para tomar algo.
Me estoy ahogando.
No hay otra explicación para ello, ya que lucho por mi respiración
mientras mis dedos se la arrebatan a otra persona.
El cuerpo del Dr. Reese se desmorona sin vida a mis pies. Apenas
reacciono mientras salgo a trompicones del gabinete, con todo mí ser hecho
trizas, mis heridas sangrando donde no hay sangre.
Solo cuando doy la vuelta al edificio llamo a Maxim, dándome cuenta de
que tiene que limpiar mi desastre. Después de eso, simplemente deambulo...
caminando sin rumbo por las ajetreadas calles de la ciudad, ahogándome en el
ruido, ahogándome en mí mismo.
Sisi.
La necesito más que a mi próximo aliento y, sin embargo, me siento
demasiado manchado para alcanzarla.
Caminando por la ciudad, no sé cuántas horas paso a la deriva, sin
racionalizar realmente nada de lo que ocurre a mí alrededor. Pero aun así, no
puedo evitar que mis pies me lleven a mi única fuente de consuelo.
Al subir a su ventana, el corazón se me desploma en el pecho cuando me
doy cuenta de que su habitación está vacía. La desesperación pura me agarra
mientras entro en la casa, moviéndome con sigilo, pero cortejando el peligro a
cada paso.
Y entonces la escucho charlar y reír con alguien, un hombre que no soy
yo. Apenas me controlo, sintiendo que mi temperamento, cada vez más
volátil, se eleva y quiere tomar el control. Me hace falta todo lo que hay en mí
para no irrumpir en la habitación, derramando sangre para calmar mi rabia,
una advertencia de que nadie puede tenerla.
Me planto en la escalera, con vista directa al salón, mientras mis ojos se
centran en Sisi, sentada tan cómodamente en presencia de otro hombre.
Se ríe de algo que él ha dicho antes de levantar la mirada, y sus ojos se
abren de par en par al verme.
Unas pocas palabras y ya está volando hacia mí, tirando de mi mano y
arrastrándome a su habitación.
—¿Qué estás haciendo aquí? Dios, Vlad, has sido muy imprudente —
sigue hablando, cerrando la puerta tras ella y echando el pestillo.
Mi respiración se vuelve agitada, una neblina roja cubre mi mirada
mientras la agarro por el cuello, empujándola contra la pared, con mi cara
enterrada en el pliegue de su cuello.
—¿Quién es él? —le pregunto, apenas reconociendo mi propia voz—.
¿Para quién sonreías?
—¡Vlad, cálmate! —Sus manos van a mis hombros, frotándolos con
movimientos tiernos—. Solo es un amigo. Nada más.
—¿Quién. Es. Él? —siseo, necesitando saber el nombre de mi futura
víctima. Porque no se saldrá con la suya. No después de lo que he visto.
—Es mi amigo. De verdad, Vlad, no pasa nada. Por favor. —Esa sola
palabra tiene el poder de derribar todos mis muros. Una mano se extiende
para tocar mi brazo, su expresión tan encantadora, tan llena de calidez.
Mis rodillas se doblan y caigo, rodeándola con mis brazos para apoyarme.
Aprieto la cabeza contra su estómago, respirando con dificultad mientras me
aferro a ella para salvar mi vida.
—Sisi —se me escapa un sonido angustioso. Por primera vez, siento que
vuelvo a ser yo mismo, que su presencia es el bálsamo que necesito para
sanar.
—Dios mío, ¿qué ha pasado? —susurra, tomando mi cara entre las manos
y poniéndose de rodillas para estar a mi altura.
—Sisi. —Ni siquiera puedo articular bien mis pensamientos mientras la
miro a los ojos, con su expresión llena de preocupación—. Para mí... —
murmuro, con mis dedos recorriendo sus rasgos.
—Háblame —dice mientras coloca sus labios sobre los míos. Me abro
para dejarla entrar, saboreando la salinidad de las lágrimas, humillado de que
llore por mí.
Pero cuando abro los ojos, me doy cuenta tardíamente de que soy yo
quien llora, mis lágrimas fluyen por mis mejillas sin control.
Ella no dice nada. Se limita a acercarme a su pecho, a mecerse conmigo
mientras me dice que todo irá bien.
—Dime que eres mía —ronco, mi cuerpo casi convulsiona por el dolor
acumulado—. Por favor —le imploro, buscando la seguridad de que nunca
me va a dejar. Que yo soy suyo y ella es mía.
—Soy tuya —dice—, siempre y para siempre. —Sus dedos acarician mi
cabello, su barbilla se posa sobre mi cabeza—. Igual que tú eres mío —
continúa, y sus brazos me rodean con fuerza.
Me empapo de su presencia. Dejo que impregne cada átomo de mi ser
mientras intento estabilizarme.
Envueltos el uno en el otro, nos quedamos así durante lo que parecen
horas, mi cuerpo fundiéndose con el suyo, nuestros olores fundiéndose en
uno. Me aferro tanto a ella que olvido dónde empiezo yo y dónde acaba ella.
Solo somos nosotros.
—¿Qué ha pasado, Vlad? —me pregunta al cabo de un rato.
—Fui a un psiquiatra —le digo, relatando brevemente lo que había
pasado, pero omitiendo los detalles de la violación. No quiero ni pensar en su
expresión cuando se dé cuenta de lo destrozado que estoy.
—Vlad —me dice preocupada mientras me abre la camisa y me recorre
las cicatrices con las manos antes de inclinarse para besarlas—. Ven siempre
a mí —levanta la cabeza para mirarme a los ojos—, siempre.
—Sí —digo—, siempre.
—Ven. —Me toma de la mano, me lleva al baño y me desnuda
lentamente antes de hacer lo mismo ella. Me empuja suavemente y me mete
en la ducha, el agua caliente cae sobre mi piel y mis ojos se cierran en un
suspiro cuando entra en contacto con mi cuerpo.
Toma una esponja, la enjabona y la baja por el pecho, limpiándome.
Observo con los ojos encapuchados la forma en que me cuida, y mi
corazón se aprieta dolorosamente en mí ya destrozado pecho.
—Estás a salvo conmigo —susurra mientras la acerco, la piel al ras, la
frialdad junto al calor. Dejo que su calor se filtre a través de mí, su suave
cuerpo amortiguando el mío.
—Eres mi hogar —le digo, apartando su cabello para tener acceso a su
cuello—. Eres el lugar en el que quiero recostar mi cabeza para la eternidad.
—Rozo con mi mejilla su delicada piel, inhalando el aroma que es
únicamente suyo.
—Tú también eres mío. No sabes lo mucho que significas para mí. —Sus
palabras me conmueven de una manera que nunca creí posible. Le rodeo la
espalda con los brazos, con sus tetas apretadas contra mi pecho, pero ninguno
de mis pensamientos es de naturaleza sexual.
Ella es Sisi. Valiente, hermosa y amable. Es el calor que no sabía que
necesitaba, el rayo de sol en mi vida siempre oscura.
Y ella es mía.
Cierra el grifo, toma una toalla y me seca la piel. Es minuciosa y a la vez
amable conmigo, como si yo fuera lo más preciado. Solo sus acciones me
hacen llorar, el cuidado que me da es más de lo que podría haber imaginado
que alguien como yo se merece.
Me lleva a la cama, acomoda las almohadas y levanta las sábanas para que
me meta.
Se acuesta cerca de mí, piel desnuda contra piel desnuda, sus ojos se
clavan en los míos.
—Te he preparado algo —susurra, con el dorso de la mano acariciando mi
mejilla. Se gira brevemente para abrir un cajón y saca un trozo de tela
cuadrado.
—Lo he bordado para ti. Para que siempre esté contigo —me muestra las
letras que deletrean su nombre junto a las que ha dibujado un pequeño
corazón.
—Sisi... —No sé ni qué decir mientras miro el precioso material—.
Gracias. —Me vuelvo hacia ella, colocando mis labios sobre los suyos.
Ella se abre, su lengua se encuentra con la mía mientras sus brazos rodean
mi cuello. Vierto todo lo que significa para mí en este beso, queriendo que
sepa que solo cuando estoy con ella soy realmente completo. Un beso lento
que me tortura con su dulzura.
Y por fin estoy en paz.

Me acuesto más cerca de ella, la sensación de despertarme con ella a mi


lado es mejor que mil muertes. Acariciando mi nariz en su cabello, acerco su
culo a mi polla, encajándola entre sus nalgas.
—Buenos días —susurra, estirándose a mi lado y regalándome una amplia
sonrisa.
—Eres la cosa más bonita que he visto nunca —le digo, observando su
rostro fresco y la forma en que sus ojos brillan con picardía.
—¿Ah, sí? —me dice con sus pestañas, girando para recostarse en mi
pecho.
—Por eso es mejor que me digas quién era ese hombre. No creas que me
he olvidado de él. —Le enarco una ceja.
—Aguafiestas —murmura, haciendo un mohín.
—Te escucho. —La agarro por la nuca, acercando su cara a la mía, mis
labios mordisqueando su barbilla—. Y no vas a salir de esta cama hasta que
me lo digas. —Mi expresión pasa de ser juguetona a seria.
Podemos bromear sobre esto todo el día, pero no voy a tener a nadie
moqueando cerca de ella.
—Es solo un amigo —suspira, pero procede a contarme todo sobre su
nuevo amigo Raf. El simple hecho de que tenga un apodo para él hace que
frunza el labio con disgusto.
—¿Y estás segura de que no tiene ningún plan para ti? —pregunto, aún
sin convencerme.
—¡Claro que no! —pone los ojos en blanco—, lo sabe todo sobre ti —
Señala, hurgando en mi pecho—, e incluso ha accedido a ayudarme con una
tapadera si alguna vez lo necesito. —Me sonríe y sé que no puedo seguir
enfadado con ella.
—No me gusta —murmuro. Cuanta más gente conozca, más se dará
cuenta de que está mejor sin mí, y eso no puede ocurrir.
Jamás.
—Por favor, prométeme que no vas a matarlo —murmura, y yo sonrío
tímidamente. Ella había adivinado la dirección de mis pensamientos.
—No, no puedo hacerlo. —Sacudo la cabeza, dándome la vuelta.
—Por favor... —continúa, salpicando de besos mi cuello antes de bajar.
—No —repito, decidido en mi decisión.
Como me tomo mis promesas en serio, no puedo comprometerme a algo
que sé que voy a hacer.
—Por favor. —No se detiene, batiendo esas largas pestañas hacia mí
mientras baja por mi cuerpo, agarrando mi polla con la mano, su lengua
lamiéndola desde la base hasta la punta.
—Mierda —gimo—, no estás jugando limpio, chica del infierno —digo
justo cuando me toma entre sus labios, con los ojos clavados en mí mientras
baja su boca sobre mi polla hasta que llega al fondo de su garganta. La saliva
le resbala por la barbilla mientras se atraganta con mi polla, tratando de
meterme todo lo que puede, pero solo consigue la mitad.
Con la mano en su cabello, la animo a seguir chupando, y la visión de sus
hermosos labios estirados alrededor de mi polla me hace estremecer de placer.
Pecado caliente. Es un puto pecado caliente, todo para mí.
—¿Por favor? —Me lame la parte inferior, concentrándose en el punto
que sabe que me gusta, mientras me mira con esos ojos suyos que parecen un
ciervo.
—Cristo, mujer. —Mi cabeza golpea la almohada mientras me bombea
vigorosamente, su boca es un cielo caliente y acogedor cuando me corro. Sus
labios se cierran sobre mí, dejándome seco.
Se levanta lentamente, ondulando su cuerpo en una danza pecaminosa
mientras se acerca a mí, con la boca abierta y mi semen en su lengua.
—¿Por favor? —vuelve a preguntar, jugando con mi semen en su boca y
mostrándome cómo traga como la buena monja que es. Absolutamente
hipnotizado por ella, acabo cediendo, dándole mi promesa.
Ella se arrastra sobre mí, dándome un sonoro beso en la mejilla.
Poniéndola de espaldas, estoy a punto de devolverle el favor cuando suena mi
teléfono.
—Tu hermano —le digo con la boca que se calle. Ella suelta una risita, y
tengo que ponerle la mano sobre la boca para que se calle—. Marcello, me
alegro de saber de ti —exclamo, realmente sorprendido de que me haya
tendido la mano.
—Sí, claro —responde con sorna—. Pensé que querrías saber que
Valentino rescató a otro chico por aquel entonces —añade y yo me quedo
quieto.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
Sisi ve mi expresión y me arrebata el teléfono de la mano, poniéndolo en
el altavoz.
—Curiosamente acabó con Agosti. No sé cómo, pero ahora trabaja para
Enzo. Tal vez puedas organizar una reunión —dice, claramente apurado por
terminar la conversación.
—¿Cómo se llama? —pregunto, y Sisi me mira con preocupación en los
ojos.
—Nero. Tiene más o menos tu edad. Habla con Agosti. —Ni siquiera
espera a que le responda mientras cuelga.
—Marcello sigue guardando rencor —comenta Sisi, y tengo que estar de
acuerdo. Todavía está enfadado por la última vez, pero sé que va a
recapacitar. Siempre lo hace.
—Quizá este Nero sepa más —añado, un poco optimista por primera vez.
Después de los flashbacks que he tenido de lo que nos pasó a Vanya y a
mí allí, sé que lloverá el infierno sobre todos los implicados. Deberían
encontrar a su dios rápidamente y rezar, porque nada me impedirá hacer de
sus vidas una auténtica pesadilla.
Con mi plan establecido para el día, solo me voy cuando mi chica está
ronroneando de satisfacción.
Un rato más tarde había conseguido concertar una cita con Nero en casa
de Enzo. He llamado a Agosti y le he explicado las circunstancias -o todo lo
que necesita saber- y se ha mostrado bastante complaciente al ayudarme a
reunirme con Nero.
Llego a su casa un poco después del mediodía y me invitan a su estudio.
Desde el primer momento en que miro a Nero, puedo ver una familiaridad.
No sé si lo he conocido antes, pero sus ojos tienen la misma cualidad que
los míos: ambos carecen de alma. Se confirma aún más cuando se mueve, una
rigidez robótica que me resulta algo familiar. En mi caso, sin embargo, me he
pasado años intentando combatirla, observando cómo se comportaba la gente
a mí alrededor y emulando esos comportamientos.
—Vlad —le sonrío mientras estiro el brazo para saludarlo.
Sus ojos se quedan en blanco y se limita a asentir con la cabeza,
dirigiéndose al sofá y tomando asiento.
Maldita sea, pero es aún más grosero que yo.
Tomo asiento a su lado, continuando mi observación.
Tiene la espalda recta, sin tocar el sofá, con las manos en las rodillas
mientras su columna forma un ángulo de noventa grados. Es como un soldado
en un simulacro. Sus ojos miran al frente, como si yo no estuviera en la
habitación, pero puedo ver pequeños movimientos en la esquina: está
evaluando su entorno.
—Supongo que tienes curiosidad por saber de qué quería hablarte ya que
no nos conocemos —comienzo, manteniendo mi tono jovial.
Él sigue sin responder, limitándose a mirar hacia delante. Por un momento
me pregunto si es como Seth y el gato también tiene la lengua.
—Proyecto Humanitas —voy al grano, y su mandíbula se tensa, señal de
que el nombre significa algo para él.
—¿Qué sabes del Proyecto Humanitas? —me pregunta, y por primera vez
escucho su voz. Es cruda y rasposa, como si hubiera estado expuesto al humo
durante mucho tiempo, con las cuerdas vocales dañadas.
—Estuve allí. —Me encojo de hombros, esperando que me dedique algo
más que un gesto facial.
Lentamente, su rostro se vuelve hacia mí, con los ojos entrecerrados.
—Me han dicho que nos sacaron a los dos al mismo tiempo. Por
Valentino Lastra —añado, feliz de que reaccione al nombre.
Se queda en silencio un rato antes de preguntar.
—¿Qué te hicieron? —Parpadea lentamente, casi de forma mecánica.
Supongo que no está de más enseñárselo, ya que supongo que ha pasado
por cosas similares a las mías. Me abro la camisa y le muestro los surcos de
las cicatrices quirúrgicas, y él asiente.
Sorprendentemente, él hace lo mismo y me muestra una gran cicatriz en la
espalda, que va desde el cuello hasta la pelvis.
—Me sorprende que hayas sobrevivido —comento, notando la extensa
cicatriz.
—Lo mismo digo —responde él, volviendo a ponerse la ropa.
—¿Qué recuerdas? —le pregunto, diciéndole que muchos de mis
recuerdos del cautiverio han desaparecido.
—Tienes suerte —dice en voz baja—. No hay un día que no recuerde lo
que me hicieron... lo que intentaron —se ríe.
—¿Qué quieres decir?
—Eres consciente de que intentaban construir el soldado perfecto —
empieza y yo asiento—, y para ello necesitaban niños que tuvieran un cierto
defecto de nacimiento que les hiciera poco probable que les importara el bien
o el mal. Piensa en una especie de psicópata.
—La mutación en la amígdala. ¿Tú también la tienes?
—Sí. Todos los que estaban allí la tenían. Esa era la línea de base.
Después de eso, intentaron condicionarnos para convertirnos en máquinas de
matar, quitándonos la humanidad y sustituyéndola por la sed de sangre. Pero
también necesitaban algo más... —se interrumpe, levantando la manga y
doblando el extremo de la camisa y los pantalones para mostrarme un brazo y
una pierna biónicos—. Destreza física. Querían a alguien invencible, así que
intentaban eliminar el dolor y convertir nuestros cuerpos en armas.
—¿Ellos te hicieron eso? —Mis ojos se abren de par en par y él se encoge
de hombros.
—Me implantaron metal en la columna vertebral. Se conecta al brazo y a
la pierna. Quedó mal después de que me rescataran, ya que necesité que me
cambiaran el tamaño, y no hay muchos ingenieros por ahí que puedan hacerlo
—comenta despreocupado.
Mierda, es mitad robot.
Eso explica su postura.
—¿También eras gemelo? —pregunto, y por primera vez veo un destello
de dolor en sus ojos.
—Sí. Aunque hace tiempo que se fue.
—El mío también —añado, y tenemos un breve momento de
comprensión.
—¿Por qué preguntas por ellos ahora? Han pasado más de veinte años. —
Frunce el ceño, ladeando la cabeza y mirándome con curiosidad.
—Me han hecho saber que mi hermana menor fue vendida a Miles del
Proyecto Humanitas hace unos nueve años.
—¿Por qué? ¿Tenía ella la mutación?
—No. Pero creo que él la necesitaba para otra cosa. —Algunas cosas
están cada vez más claras, y aunque no me detendré hasta que el Proyecto
Humanitas esté bajo tierra, espero encontrar a Katya muerta. Porque la
alternativa es mucho más espantosa.
—Aislar el gen de alguna manera —señala astutamente, y yo asiento con
tristeza.
—Supondría que es algo de familia —añado.
—Tendría sentido. Tengo entendido que es bastante raro. Si Miles tuviera
una fábrica propia, las cosas serían mucho más fáciles para él.
Gruño. Lo había pensado, pero no había querido admitirme a mí mismo
que mi hermana podría haber sido utilizada como rata de laboratorio todos
estos años, sometida a innumerables horrores. Diablos, ahora que sé una
fracción de lo que nos pasó a Vanya y a mí, puedo apostar sobre lo que le
harían a ella también.
Las palabras de Patrick en particular me habían llevado a ese
razonamiento, ya que había mencionado a alguien dando a luz repetidamente.
Solo puedo esperar que no sea Katya...
—Me gustaría preguntarte si recuerdas algo que pueda serme útil para
encontrarlos —le digo a Nero, sorprendido cuando se ofrece a enviarme un
relato detallado.
—Avísame si los encuentras. Tienen que pagar por lo que le hicieron a mi
hermano.
—Por supuesto —acepto de buena gana, dispuesto a marcharme.
—No, Enzo, no puedo. —Escucho la voz elevada de Catalina cuando me
dispongo a salir—. Por favor, lleva a Claudia... Necesito un momento —dice,
subiendo las escaleras a toda prisa.
Qué raro.
Sin embargo, su presencia aquí, angustiada, solo debe significar una cosa.
Ella lo sabe.
Maldita sea. Me pregunto cómo estará Marcello. Por un momento estoy
tentado de llamar y preguntar, pero sé que no sería bien recibido.
Especialmente a esta hora.
Así que me subo al auto y conduzco a casa, ansioso por recibir noticias de
Nero.
Las piezas van encajando, y no estoy seguro de que me guste la imagen
que estoy obteniendo.
—Me acuerdo de él —dice Vanya, sentada en el asiento del copiloto.
—¿Lo recuerdas? —Levanto una ceja con escepticismo.
—Sí. Era el chico del hoyuelo. Era simpático —dice con un suspiro
soñador.
—¡Estabas enamorada de él! —me burlo, y ella se sonroja de pies a
cabeza.
—Tal vez —susurra, y se queda en silencio mientras mira por la ventana.
El recuerdo que había visto resurge, y tengo que preguntarme qué tipo de
vida teníamos allí.
Ya casi estoy en casa cuando suena mi teléfono. Al ver que es uno de los
guardias de la casa de Marcello, contesto inmediatamente, temiendo que haya
pasado algo.
—¿Sí?
Se apresura a decirme que Sisi ha encontrado a Marcello cubierto de
sangre y que ya están de camino al hospital.
¡Maldita sea!
Tal vez Marcello necesitaba un amigo después de todo. Lástima que
nunca soy yo…
Capítulo 19
Assisi

—Estoy preocupada, Vlad. Le dije al médico que no intentaría suicidarse,


pero ¿y si lo hiciera? —Camino fuera del salón de Marcello. Las enfermeras
habían tenido que sedarlo después de que se despertara, rogándole a Vlad que
lo matara en el vestíbulo del hospital.
—Se va a poner bien —dice Vlad, tomándome del brazo y tirando de mí
hacia su lado—. No creo que realmente intentara suicidarse. Pero sospecho
que la abrupta salida de Catalina de la casa debe haber tenido algo que ver.
—¿Cómo lo has sabido? —Frunzo el ceño, inclinándome hacia atrás para
mirarle.
—La vi en casa de Agosti. Y no tenía mucho mejor aspecto que tu
hermano. —Vlad frunce los labios.
—¿Qué ha podido pasar...? —murmuro, confundida.
¿Cómo es posible que todo haya sucedido de golpe? Lina había salido de
casa con tanta prisa, llevándose a Claudia con ella y sin responder a ninguna
de mis llamadas. Por primera vez, me había dejado realmente fuera, y no sé
qué hacer al respecto.
—Son ellos los que tienen que resolverlo, chica del infierno. Solo
podemos asegurarnos de que tu hermano salga ileso de esto.
—¿Puedes quedarte a dormir? No hay nadie en la casa y... —Me quedo
sin palabras. No sé por qué la perspectiva de una casa vacía me asusta tanto.
Tal vez porque todavía me dan un poco de miedo los lugares oscuros y
solitarios.
—No hace falta que me lo pidas —me dice, e inmediatamente me siento
más tranquila—. No se me ocurriría dejarte sola. Sobre todo si circulan
rumores de la ausencia de Marcello.
Asiento con la cabeza. No había pensado en eso, pero tiene sentido que
nos vean como un blanco fácil. He aprendido un par de cosas sobre la mafia
desde que dejé el Sacre Coeur, y la familia es siempre el punto débil más
explotado.
—Dios, ¿cuándo acabarán las desgracias? —gimo en voz alta,
hundiéndome contra el cuerpo de Vlad.
—Confío en que tu hermano se dé cuenta de las cosas —suspira—, y en
cuanto solucione sus cosas, le hablaré de nosotros. Incluyendo que quiero
casarme contigo —declara, y mis ojos se abren de par en par ante sus
palabras.
Me retiro y lo miro con desconfianza, estudiándolo de pies a cabeza.
—¿Qué ha provocado esto? —pregunto. Ya había dicho casualmente que
iba a casarse conmigo, pero no me lo había tomado a pecho, ya que Vlad
tiene un don para el dramatismo. Eso y su seco sentido del humor forman una
combinación mortal, que hace que rara vez me tome en serio sus palabras.
¿Pero ahora? Me parece muy serio.
—Estoy cansado de esconderme y de andar con pies de plomo a su
alrededor. Pero, sobre todo, no quiero separarme más de ti —me dice, con
una mirada derrotada.
Me tranquilizo rápidamente, sabiendo que debe haber algo más. Sobre
todo teniendo en cuenta cómo se comportó anoche, con la desesperación
aferrada a él mientras yo intentaba consolarlo en mis brazos. El puro shock
que sentí cuando me di cuenta de que las lágrimas corrían por sus mejillas...
Lo que sea que haya averiguado durante su visita al psiquiatra debe haberle
afectado más de lo que había dicho.
Incluso ahora, con su cuerpo contra el mío, puedo sentir la tensión que se
desprende de él, su habitual sonrisa desaparecida, como si mantener la farsa
de la jovialidad fuera demasiado para él.
Sé que no me está contando todo, y me mata por dentro verlo así.
—¿Por qué? —Le lanzo la pregunta, la duda me acecha.
Su ojo se tuerce mientras fuerza una sonrisa en su rostro.
—Te lo dije, Sisi. Tú mantienes a raya a los demonios. —Es todo lo que
dice mientras me atrae hacia él, con sus labios sobre los míos.
Me permito disfrutar del beso, pero un pensamiento extraño invade mi
mente.
Él nunca me ha dicho qué demonios.
Diablos, lo más que sé de sus problemas es que tiene malos episodios.
Pero además de eso, sigue siendo un enigma. Conozco su historia, conozco su
búsqueda, conozco todos los hechos. ¿Pero por qué siento que me falta la
pieza más grande del rompecabezas?
La verdad es que estoy demasiado lejos para considerar lo que podría
significar para mí o para nuestra relación. Ya le quiero demasiado como para
plantearme dejarle, independientemente de lo que le ocurra. Haré todo lo
posible para ayudarle a superarlo.
Sé que mientras le sea útil nunca me dejará, así que tendré que
asegurarme de ser indispensable para él.
—De acuerdo —acepto con voz suave—. Nunca me dejes ir y seré tuya.
Esa es mi única condición, Vlad. —Respiro profundamente—. Sé quién eres
y de lo que eres capaz —levanto la mano para acariciar su mejilla, sus ojos
me clavan su intensa mirada—, y te acepto tal y como eres —rozo mi pulgar
contra sus labios—, lo malo y lo bueno. Pero no me dejes nunca. —Mis
propios labios tiemblan al pronunciar las palabras, desnudando mi alma y mi
única debilidad ante él.
—No creo que pueda imaginar un mundo en el que no estés, Sisi. Ya no
—confiesa y mis labios se tensan hacia arriba.
—Bien. —Le regalo una sonrisa plena.
Porque yo tampoco creo que pueda imaginar un mundo sin ti.
No sería justo decir que no tengo miedo al futuro, sobre todo porque Vlad
es tan... volátil. Pero supe, en el momento en que me di cuenta de mis
sentimientos por él, que amarlo nunca sería fácil. Siempre será una batalla
conmigo misma y con él. Conmigo misma porque no creo que deje de anhelar
su amor, aun sabiendo que no es capaz de hacerlo. Y con él porque puede
llegar un día en que su mente lógica le diga que soy un lastre, y que ya no
sirvo para nada.
Mientras él no me suelte, yo nunca lo haré.
—Te amo. —Recuesto mi cabeza sobre su pecho, susurrando las palabras
en voz tan baja que no puede oírlas, porque ni siquiera sabría qué hacer con
ellas. No, son solo para mi beneficio, ya que estoy tratando de materializar
este amor que siento tan profundo en mi pecho.
—¿Qué ha sido eso? —Frunce el ceño, pero yo solo sacudo la cabeza y
sonrío.
—Nada —digo, refugiándome en el calor de sus brazos, el único tipo de
calor que es capaz de darme.
Un par de días en el hospital y Marcello recibe el alta para volver a casa.
A pesar de todas sus protestas de que no había intentado suicidarse, el médico
responsable me pide que lo supervise para que no vuelva a intentar nada.
Vlad ha pasado todo su tiempo libre conmigo mientras yo estaba sola en
la casa, aunque sé que también tiene algunos asuntos pendientes. Su gesto
había sido dulce, y habíamos encontrado formas de entretenernos.
Definitivamente, se había entusiasmado demasiado al compartir sus
películas favoritas conmigo, a pesar de que yo no las encontraba románticas
en lo más mínimo. Debería haber sabido que con un título como Human
Centipede, no iba a encontrar nada remotamente ñoño en su interior, aparte de
un montón de fluidos corporales que fluyen libremente.
Dado que era una de las pocas veces que lo había visto tan inmerso en
algo, traté de compartir su entusiasmo, especialmente cuando se adentró en la
parte científica y se entusiasmó con la creatividad de las escenas.
—Quizá deberías probar esto la próxima vez que tortures a alguien —
bromeé, y él se volvió hacia mí con los ojos muy abiertos, dándome un gran
beso mientras me decía que era un genio.
—¿Por qué no lo pensé antes? Mierda, esto es exactamente lo que
necesito para mi próximo experimento, y tampoco tiene que haber demasiada
sangre. —Se había entusiasmado mucho y yo le había escuchado
pacientemente mientras empezaba a diseñar el experimento, utilizando
algunas indicaciones de la película, pero dándole su propio giro.
Pero en dos días me había acostumbrado a su presencia, y ahora que
Marcello ha vuelto hay que tener más cuidado. Al menos hasta que las cosas
se calmen.
Todavía tengo dudas sobre si Marcello es un suicida o no, y por eso
quiero ser más cuidadosa con Vlad, anticipando ya cómo va a reaccionar
Marcello ante la noticia.
—¿Necesitas algo? —le pregunto a mi hermano mientras lo ayudo a
llegar a su habitación. El mero hecho de que permita que le toque cuando ha
sido una bestia para las enfermeras es sorprendente. Vlad me había dado
algunos detalles sobre su aversión al tacto, pero nada concreto.
—No. —Suena hosco al responder, saltando hacia su cama y apoyando la
pierna en ella.
—Marcello... —empiezo, pero no me deja continuar porque me pide que
salga.
Suspirando, lo hago, pero eso no me impide visitarlo cada pocas horas,
solo para asegurarme de que no hace ninguna tontería.
—No está muy cooperativo —le digo a Vlad por teléfono después de
darle las buenas noches a Marcello—. No sé qué puede haberle hecho
comportarse así...
—No te preocupes por lo que pasa por esa bonita cabeza tuya, chica del
infierno. Es algo entre él y su mujer, y deberían resolverlo en algún momento.
—Tienes razón, pero —bajo la voz a un susurro—, creo que le he oído
llorar, Vlad. No creo que esté bien del todo. Estoy preocupada. —Me muerdo
el labio, con la frente arrugada.
—Sisi —gime Vlad—, es complicado.
—Así que sabes lo que pasó —le disparo.
—Claro que lo sé —responde, casi ofendido—, no sería yo si no lo
supiera —bromea, y ya puedo ver su sonrisa de satisfacción tras el teléfono.
—Bueno, escúpelo. ¿Qué pasó?
—Puede que conozca las circunstancias, pero no es mi historia para
compartirla Sisi. Tu hermano la cagó, pero no puedo decir que fuera
totalmente culpable —dice crípticamente, evitando responder a cualquiera de
mis preguntas sobre el tema.
—Bien, ya lo resolveré —murmuro, colgando.
No entiendo todo el secretismo. Marcello es hosco, Vlad sabe lo que ha
pasado pero no me lo cuenta, y Lina ni siquiera responde a mis llamadas.
Estoy a un minuto de ir a la casa de su hermano y exigir una reunión.
—¿Sisi? —Venezia llama a mi puerta.
—Sí, pasa. —Le doy una sonrisa de bienvenida. Si estoy a oscuras, no
puedo imaginar cómo se siente Venezia.
Entra lentamente, casi insegura de sí misma.
—Siéntate. —Le doy una palmada en la cama de al lado.
—¿Crees que Lina y Claudia volverán alguna vez? —pregunta en voz
baja, su tono me dice que no cree que lo hagan.
—Lo harán —intento tranquilizarla—, tienen que hacerlo. —Le tomo la
mano y la aprieto suavemente.
Ella me dedica una sonrisa trémula y se inclina hacia delante para apoyar
su cabeza en mi hombro. La estrecho entre mis brazos y la abrazo.
—Lo harán —repito, aunque ni siquiera yo estoy segura de ello.
Pero puedo ver a mi yo más joven en Venezia, y cómo lo único que había
esperado era la aceptación, un lugar al que pertenecer. Por primera vez había
tenido una apariencia de familia, y se había desintegrado rápidamente.
—Me alegro de que estés aquí con nosotros —susurra, con los ojos
húmedos de lágrimas no derramadas—. Me gusta tener una hermana.
—A mí también —respondo, besando la parte superior de su cabeza—. A
mí también.
La situación no mejora. Cada día que pasa, Marcello se vuelve más
retraído, pasando todo el tiempo encerrado en su estudio. Las pocas veces que
he intentado acercarme, me ha dejado claro que no soy bienvenida y que debo
ocuparme de mis asuntos.
Cuando pasa una semana y todos mis intentos por sacarlo de su caparazón
son inútiles, recurro a llamar a Vlad, la espina confesa que tiene clavada en el
trasero.
—Me haces daño, chica del infierno —se queja Vlad por teléfono cuando
le cuento mi idea.
—Sabes que es verdad. Así que vete a hacer lo que puedas y molesta a
Marcello para que vuelva a unirse al mundo de los vivos.
—Bien. —Se rinde, aunque me doy cuenta de que, por dentro, le da
vértigo la idea de meterse un poco con mi hermano. Ciertamente tienen una
dinámica extraña.
Un rato después, me doy cuenta de que Vlad ha hecho su magia, pero no
en el buen sentido.
—Aléjate de él, Sisi. Lo digo en serio. Le dejé claro que no se relacionara
ni contigo ni con Venezia, pero parece que no puede evitarlo —me dice
Marcello tras su encuentro con Vlad, con cara de enfado.
—Marcello, no entiendo por qué estás tan en contra de él. Son amigos,
¿no? —Levanto una ceja.
—Amigos... —Suelta una risa seca—. Vlad no tiene amigos. Solo tiene
gente a la que utiliza. Así que no intentes sentir pena por él.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué te ha hecho? —Estoy cansada de que
Marcello me advierta sobre Vlad pero nunca me diga nada más.
—Él no es como los demás, Sisi. No intentes encontrar nada bueno en él
porque no lo hay. Sí, es condenadamente inteligente, y se asegura de utilizar
ese cerebro suyo para manipular a todos los que le rodean —continúa, y yo
reprimo las ganas de poner los ojos en blanco.
—Sigues sin decirme por qué te cae tan mal.
Marcello suspira.
—No me desagrada en sí, pero sé que hay que tener cuidado con él. Es...
imprevisible. Tiene sus intereses y no le importa a quién perjudica con tal de
alcanzar sus objetivos. Por qué, bien podría haber sido él quien puso la pistola
en la mano de Valentino —murmura, y yo sigo.
—¿Qué quieres decir?
—Es complicado Sisi. Ya te dije que no es lo que parece, y necesito que
confíes en mí que nada bueno saldrá de que estés cerca de él. Solo la muerte
viene a aquellos que se enredan con él.
—Bien. —Miento para aplacarlo, aunque todavía no me ha dicho por qué
desconfía tanto de Vlad.
El lado bueno es que al menos Marcello vuelve a hablarme.
Cuando empiezo a esperar que la armonía vuelva a nuestra casa, Marcello
vuelve a meterse en problemas. Es cierto que esta vez es por salvar a Lina,
pero después de lo que le ha hecho es lo menos que podía hacer.
Sin embargo, no me doy cuenta de lo grave que es su situación hasta que
llego al hospital. Vlad y Adrian ya están allí, y me dicen que Marcello ha
tenido un estrecho encuentro con la muerte. Lina se ha librado solo de unas
cuantas magulladuras, y Enzo ha conseguido convencerla de que se vaya a
casa a descansar.
—Al menos ya no hay peligro, ¿verdad? —le pregunto a Vlad cuando por
fin estamos solos. Marcello ha sido trasladado a un salón privado, pero la
anestesia no ha desaparecido, así que aún no podemos verlo.
—Sí. Yo mismo maté a Nicolo. De hecho, tengo su cuerpo en el maletero
de mi coche y probablemente debería deshacerme de él pronto. —Se rasca la
nuca, fingiendo una mirada inocente.
—Maldita sea —le doy un manotazo—, eso es una imprudencia —le
digo, entrecerrando los ojos, y él mira con timidez hacia otro lado—. Te das
cuenta de que no me voy a casar contigo en la cárcel —añado, observando
cómo una sonrisa tímida se dibuja en su rostro.
—¿Y echar de menos las visitas conyugales? —Un dedo recorre la parte
delantera de mi vestido, acariciando ligeramente mi pezón.
—Saque la cabeza de la alcantarilla, señor —atrapo su dedo,
apartándolo—, tenemos que deshacernos de ese cuerpo mientras mi hermano
aún está fuera de él.
—Olvidé que no eres del tipo aprensivo, chica del infierno —dice,
aprisionándome contra la pared. Una mirada a mi alrededor y me doy cuenta
de que estamos a la vista de todo el hospital.
—La gente está mirando. —Alzo los ojos y lo encuentro mirándome con
una expresión divertida en el rostro.
—Que miren. —Baja su boca hasta mi oído, su voz hace que los vellos de
mi cuerpo se ericen—. Sabes cómo reacciona mi polla cada vez que hablas de
asesinato —susurra, su lengua se escabulle para lamer el lóbulo de mi oreja.
—El asesinato ya ha ocurrido —menciono, tratando de dirigir la
conversación hacia un orden de cosas más serio—. Tenemos que hacer la
limpieza.
—No importa, tiene que ver con un cadáver. Un cadáver —continúa,
pasándome la lengua por la mejilla—, sabes que me encanta que me hables de
cadáver —dice y no puedo evitar soltar una risita.
—¿Ah, sí? ¿Te encanta que te hable como un cadáver? —Lo agarro por
las solapas, atrayéndolo hacia mí.
—Maldición, chica, no tienes ni idea de lo mucho que me pusiste la
primera vez que te vi meter la mano en las tripas de esa monja. Mierda, fue el
espectáculo más caliente que he visto nunca. —Raspa contra mi carne.
—Ya que es hora de confesarse —empiezo, viendo cómo sus pupilas se
dilatan por la excitación, sus fosas nasales se abren mientras se empuja dentro
de mí, frotando su erección contra mi estómago—, estaba empapada cuando
me asfixiaste en la iglesia.
—Sisi —gime, con los hombros caídos—. No deberías decir algo así.
—¿Por qué?
—Me hace querer hacer más cosas. Cosas que te harían gritar de placer y
de dolor.
—Hazlo —le reto, deseando todo lo que tiene que ofrecer.
—¡Mieeeeerda! —respira profundamente—. Vamos a deshacernos del
cuerpo.
Una sonrisa tira de mis labios ante su expresión obviamente frustrada, y
mientras llegamos al estacionamiento, abre el maletero para darme un vistazo
a Nicolo... o a lo que queda de él.
—¿No podrías haber hecho esto más limpio? —Sacudo la cabeza. La
totalidad del cráneo de Nicolo había volado en pedazos.
—Bueno —hace una mueca—, me metí demasiado. —Se encoge de
hombros.
—¿Cuándo no te metes demasiado? —murmuro en voz baja, divertida—.
Bien, ¿cuál es el siguiente paso?
—Hmm —Se acaricia la barbilla pensativo—, depende de lo que quieras
hacer con él. Podemos quemarlo, trocearlo y tirarlo al fondo del océano, o
mejor aún, trocearlo y esparcirlo por la ciudad. Como una búsqueda del
tesoro. —Se le ilumina la cara.
—¿Y las pruebas? ¿No sería eso cortejar con el peligro?
—¿No es eso lo bonito? —Inclina la cabeza hacia atrás, sonriendo—.
¿Por qué alguien mataría sin la emoción de ser atrapado? Es como una droga.
—Respira profundamente, controlando su excitación.
—¿Es eso lo que haces normalmente? —Levanto una ceja.
Puede que Vlad sea volátil, pero también es lo suficientemente inteligente
como para cubrir sus huellas siempre.
—A veces —se encoge de hombros—, cuando quiero jugar con la policía.
Les dejo una migaja aquí, una allá. Es muy divertido ver cómo muerden el
anzuelo y siguen pistas falsas —explica, con una amplia sonrisa en la cara,
mientras recuerda algunos de sus encuentros con el FBI—. Una vez, incluso
me trajeron como testigo, si puedes creerlo —se ríe—, tuve que hacer la
mejor actuación de mi vida mientras intentaba parecer afligido. Puede que
incluso haya derramado una lágrima —relata, orgulloso de sí mismo.
Aunque a él le parezcan graciosos estos hechos, a mí me parecen más bien
tristes. ¿Es eso lo que hace porque no tiene amigos con los que jugar? Desde
luego, parece un niño solitario que intenta llamar la atención sin importar de
quien, aunque sea de la policía.
—Bien —respondo secamente—, hagamos lo del fondo del océano. No
creo que necesitemos ningún escrutinio ahora mismo.
Especialmente con mi hermano en el hospital, lo último que necesitamos
es que la policía llame a nuestras puertas.
—No eres divertida —se queja, pero se sube al asiento del conductor,
poniendo el auto en marcha y saliendo del estacionamiento.
—Vamos, tenemos que pasarnos por tu casa y cortar las partes
reconocibles —añado, habiendo leído un poco sobre el tema.
Puede que a Vlad le guste la emoción de ser perseguido por la policía,
pero a mí me gusta la emoción de saber que un cadáver se queda muerto y no
se puede buscar.
—Diablos, chica, tus conocimientos me asombran —elogia, llevando mi
mano a sus labios para un beso—. Puede que incluso te deje hacer los
honores.
—Vaya, Vlad, puede que eso sea lo más romántico que me hayas dicho
nunca. —Le doy un guiño, entrando en su juego.
—Solo para ti —me murmura suavemente, y siento un cosquilleo en la
región inferior, la idea de que me lleve encima del maletero del auto mientras
el cadáver de mi tío yace bajo nosotros me pone increíblemente caliente.
Pronto estamos de vuelta en el complejo, la luna alta en el cielo mientras
Maxim saca a Nicolo del maletero, llevándolo a una de las salas de ciencias
de Vlad y poniéndolo sobre una mesa.
—¿Qué es lo primero? —pregunto mientras Vlad pone en marcha el
drenaje, la sangre se acumula bajo la mesa y entra en un sistema construido
específicamente para deshacerse de los fluidos corporales.
—¿Las manos? —Saca un par de guantes y me da uno a mí también.
—Ven. —Me toma en sus brazos y me pone de espaldas a él. Su polla
está encajada justo entre las mejillas de mi culo mientras envuelve mis dedos
alrededor de una hoja.
Su aliento en mi cuello, me guía mientras empujo el extremo afilado del
cuchillo en la carne muerta. Con su mano sobre la mía, suple la fuerza
necesaria para que la hoja perfore la piel.
Se me entrecorta la respiración cuando levanta mi mano y la hace
descender con tanta fuerza contra el hueso que lo atraviesa y los trozos se
rompen a nuestro alrededor.
—Sí —susurra—, así —raspa contra mi oído, e instintivamente empujo
mi culo hacia él.
—Sí —repito tras él, embelesada por la forma en que el cuerpo de mi tío
cede a la presión, más huesos astillados volando por el aire, la carne
rompiéndose pero poca sangre saliendo de los cortes abiertos.
—Te excita, ¿verdad? —murmura Vlad, con su boca abierta recorriendo
mi cuello—, la muerte, la destrucción, la devastación... te hace mojar,
¿verdad?
Gimoteo, incapaz de responder mientras mis piernas se separan por sí
solas. Vlad no tarda en quitarse los guantes de las manos, y sus dedos
desnudos recorren el interior de mi muslo. Estoy casi doblada sobre el
cadáver, con la espalda arqueada mientras las puntas de sus dedos encienden
el fuego en mis venas.
—Corta —ordena, entregándome el cuchillo de carnicero, mientras toma
otro más fino.
Obedezco mientras introduzco la hoja en la suave carne, y se me escapa
un jadeo cuando siento que me separa las nalgas, un objeto extraño colándose
entre mis pliegues.
—Tan jodidamente húmedo —gime, empujando la empuñadura del
cuchillo contra mí—. Imagínate que es mi polla la que te folla, la que te
presiona. —Sus palabras no hacen más que humedecerme mientras la parte
superior del cuchillo tantea mi entrada, deslizándose fácilmente en su interior.
Es casi del mismo tamaño que dos de sus dedos, pero la sensación prohibida
de ser follada por un cuchillo hace que casi me corra en el acto.
—Vlad... —gimo ante la sensación mientras el cuchillo entra y sale
lentamente de mí.
—La próxima vez será algo más grande, y más grande —me dice,
empujándolo más profundamente dentro de mí—, hasta que estés preparada
para recibir mi gran polla en tu apretado cuerpecito. —Me aparta el cabello y
me besa por la espalda.
—¡Corta! —me dice al oído mientras sigue empujando dentro de mí, y
tengo que obligarme a obedecer, llevando la cuchilla sobre el cuerpo de mi
tío, el placer es tan intenso que ya ni siquiera sé dónde estoy cortando.
Solo balanceo la hoja, cortando al azar mientras Vlad me folla con su
cuchillo.
—Dios —gimo cuando aumenta la velocidad, y siento que un líquido
cálido recubre la empuñadura del cuchillo al entrar en mí, lubricando aún más
las paredes del coño.
—Córrete —exige, con un dedo jugando con mi clítoris hasta que me
lleva al límite, mi voz resuena en la habitación mientras aprieto las manos
sobre mi propio cuchillo, golpeando con toda la fuerza que puedo, clavando el
pecho de mi tío mientras la hoja se aloja en su esternón.
Colgado contra él, retira lentamente el cuchillo de mi coño, acercándolo a
su boca y aspirando la mezcla de mis jugos y mi sangre.
Mis ojos se abren de par en par al ver la sangre que gotea de la hoja, pero
entonces me doy cuenta de dónde viene. La mano de Vlad está envuelta en la
parte afilada del cuchillo, con la piel rota y sangrando.
—Qué... —Le quito el cuchillo de la mano, girando la palma hacia arriba
para poder ver el daño—. ¿Por qué...? —Me detengo, observando su intensa
mirada, la oscuridad de sus pupilas cuando se le clavan los ojos.
—Quería derramarme dentro de ti —susurra, mientras su palma se desliza
por mi cuello y me mancha la piel con su sangre.
Me cautiva su presencia, aunque siento que se tambalea en el precipicio
cuando su mirada se concentra en el rojo de mi cuerpo.
Llevando su mano a mi boca, chupo cada dedo, con los ojos puestos en
los suyos mientras dejo que mi lengua acaricie su herida abierta.
—Eres mi jodida criptonita —dice antes de pegarme con fuerza a él,
chocando nuestros dientes mientras su boca se abre sobre la mía y me besa
con una ferocidad inesperada. Puedo saborearme en su lengua, así como el
sabor metálico de su sangre. Saber que ha bombeado su sangre en mi coño me
pone aún más cachonda, y procedo a demostrarle lo mucho que lo hace
adorando su polla con mi boca.
Al final, Nicolo es arrojado a un horno, su cuerpo es quemado y
convertido en cenizas. La excusa de Vlad, sin embargo, es que quería ver mi
lado salvaje mientras profanaba el cuerpo de mi propio tío.
Me enfadaría con él si no hubiera sido el colmo del erotismo,
confirmando una vez más que no hay nada que Vlad pueda hacer que me aleje
de él, ni siquiera que me folle encima de un cadáver. De hecho, se podría
decir que ese es su atractivo.
—No podré venir mañana —me dice mientras me deja en casa, parando el
auto enfrente de mi casa—, tengo una reunión y puede que me lleve todo el
día —suspira.
—¿Qué reunión? —pregunto, al enterarme de esto por primera vez.
—Estoy invitando a los jefes del sindicato de la Costa Este a una pequeña
fiesta —responde, sin sonar en lo más mínimo entusiasmado—. Quiero ver si
saben algo sobre Miles —explica por qué cree que podrían tener alguna
información, relatando cómo su hermano había sido un enlace con los otros
estados y cree que podría haber conocido a Miles o al menos a su socio a
través de algunos de los otros jefes.
—¿Y realmente crees que hablarán?
—No —sonríe con pesar—, pero me propongo engatusarlos suavemente
para que hablen.
—Estás de broma. —Le enarco una ceja cuando me cuenta su gran plan
de organizar un desenfreno lleno de mujeres desnudas, drogas y alcohol.
—No puedo matarlos así como así —hace un mohín—, me convertiría en
el enemigo público número uno. No es que no lo sea ya. Pero estoy
intentando no convertirme en el objetivo de todo el mundo. —Suspira, como
si fuera lo más difícil que ha hecho nunca: no matar a alguien.
—Estoy contigo en eso —cruzo las manos sobre el pecho—, hasta la parte
de las mujeres desnudas.
—¿Celosa? —Me menea las cejas, con una sonrisa jugando en sus labios.
—Si quieres que tu polla siga donde está: pegada a tu cuerpo —me
inclino hacia él, mis dedos rozando la parte delantera de sus pantalones
mientras lo agarro—, más vale que seas sordo y ciego a cualquier cosa que
vaya allí.
—Maldita sea Sisi —respira con dureza, maniobrándome encima de él—,
¿cómo voy a soportar dejarte sola cuando dices algo así? —acaricia su cara en
mi cabello—, sabes que me encanta que me amenaces.
—Eres raro —bromeo.
—Y tú eres la única para mí. Creía que ya lo habíamos establecido. —Me
mira a los ojos, con expresión seria—. Ahora vete antes de que decida
esposarte a mi lado.
—Tentador —digo, arrastrando mis uñas por su pecho.
—Pero no es productivo. Al menos por ahora —me dedica una sonrisa
embriagadora—, tal vez más tarde —susurra contra mis labios mientras me da
un último beso.
A regañadientes, me separo de él y me dirijo a mi habitación, ya que el
cansancio del día por fin me ha alcanzado.
Pero mientras me acuesto, solo puedo soñar con lo dulce que será el
futuro.
—Hasta luego, Venezia. —Le doy un abrazo mientras rebusco en mi
bolsa, asegurándome de que lo llevo todo. Con el ajetreo que hay por aquí,
tengo que tomar un taxi que me lleve al hospital.
He hablado con Adrián por la mañana y me ha asegurado que Marcello
está bien, recién salido de la operación. Al oír la magnífica noticia, no pude
evitarlo, ya que le había prometido quedar con él en el hospital para visitar a
mi hermano.
Lástima que aún no haya noticias de Lina, y hasta cierto punto me
preocupa que su conflicto con Marcello se extienda también a nosotros.
Después de todo, aún no ha devuelto ninguna de mis llamadas.
Intentando pensar en una forma de conseguir que hable conmigo, ni
siquiera me doy cuenta de que una furgoneta se detiene justo delante de las
puertas de la casa. Mi reacción es demasiado tardía y me doy la vuelta,
sintiendo un fuerte dolor en el cuello antes de caer al suelo. Me pesa la mirada
y tengo la vaga impresión de que alguien me lleva hacia la furgoneta.
El sonido de un auto en movimiento me hace vibrar los oídos y me
despierta una parada repentina.
—Krasivaya. 8 —Escucho a un hombre murmurar en mi oído, con sus
manos manoseando mi caja torácica. Empiezo a moverme para intentar
quitármelo de encima, pero me doy cuenta de que tengo una cuerda alrededor
de la parte superior del cuerpo que me sujeta. Mis pies también están atados
por los tobillos.
—¿No, shto eta 9? —pregunta el mismo hombre, apartando mi flequillo
para mostrar mi frente.

8
En ruso “Hermosa”
9
En ruso “¿Pero que es esto?
—¡No me toques! —siseo, moviendo la cabeza hacia un lado.
—Vasily —silba otro hombre—, la gatita tiene garras —ríe burlonamente.
Me tomo un momento para mirar a mi alrededor, observando que hay
cinco hombres dentro de la furgoneta. Cuatro de ellos rondan los cuarenta o
cincuenta años, mientras que el que está a mi lado parece ser el más joven,
con unos treinta años.
—Kuznetsov no tiene mal gusto —dice uno de los mayores con voz
acentuada, y finalmente caigo en la cuenta de por qué estoy aquí.
Vlad.
—Pensé que era gay —se ríe el más joven.
—Quizá sea su barba.
—Esperemos que no, o el plan no funcionará —dice el mayor, volviendo
su atención hacia mí.
—Dime, pajarito, ¿es su barba? 10
Entrecierro los ojos hacia él, sin estar del todo segura de la pregunta pero
sin querer mostrarles ninguna debilidad.
—La última vez que lo comprobé estaba bien afeitado. —Le sonrío por lo
bajo.
Me mira fijamente durante un segundo antes de estallar en carcajadas.
—Oh, es una luchadora. Quizá no sea su barba, después de todo. Dios
sabe que una mansa no tendría ninguna posibilidad.
—Ya llegamos —me señala uno de los hombres de atrás—, embólsala —
dice y yo frunzo el ceño, sin entender su significado.

10
Es un juego de palabras en inglés, pájaro es “bird” y barba es “beard”
De repente, me ponen una mordaza en la boca y me tiran una bolsa
enorme por la cabeza mientras uno de los hombres me echa al hombro y sale
de la furgoneta.
Parece que esta vez Vlad ha cabreado de verdad a algunas personas. Sé
que debería tener miedo, pero por alguna razón confío en que Vlad no dejará
que me pase nada.
Estos tipos, por otro lado... Me siento mal por ellos, y se lo habría dicho si
no me hubieran puesto esta maldita mordaza en la boca. Pueden pensar que
conocen a Vlad, pero se van a llevar una gran sorpresa cuando se den cuenta
de lo peligroso que puede ser.
—¡Caballeros, llegan temprano! —Escucho la voz de Vlad cuando saluda
a los hombres. Resuena un eco, así que supongo que es una sala grande.
Algunos arrastres y me tiran al suelo.
—Ah, ¿y también has traído un regalo? —pregunta con esa voz tan
divertida que tiene.
Muevo los pies, esperando que se fije en mis zapatos, pero es en vano, ya
que los hombres siguen dirigiéndose a él.
—No pudimos resistirnos después de recibir tus regalos —habla uno de
ellos—, sobre todo teniendo en cuenta que Ilya era mi cuñado. —Puedo oír la
tensión en su voz y, por alguna razón, estoy segura de que los regalos de Vlad
no habían tenido ninguna buena intención.
—Bueno, eso te trajo aquí, ¿no? —pregunta, moviéndose por la
habitación—. Tendrás que disculpar la falta de entretenimiento. No te
esperaba hasta... —se interrumpe, y me lo imagino consultando su reloj de
pulsera—, dentro de dos horas. Las chicas que he contratado para esta noche
no empiezan su turno hasta medianoche —suspira audiblemente y yo sonrío
contra la mordaza, su teatralidad nunca deja de divertirme.
—Menos mal que también hemos traído algo. Podemos usarla mientras
tanto —dice el más joven, cuya voz ya he memorizado, arrancando la bolsa
de mi cuerpo.
Parpadeo dos veces, tratando de acomodar mis ojos a la luz, cuando me
doy cuenta de que estamos en un almacén. Un almacén enorme. Hay dos filas
de mesas alrededor, todas adornadas con comida y bebida, una especie de
altar al final del almacén, un enorme icono dorado de la Virgen María
adornando la pared. Todo parece casi regio, desde los cubiertos y platos de
oro hasta los cálices de plata y oro, parece el banquete de un zar.
Vlad está de pie a unos metros de mí, sus ojos me miran intensamente
antes de volverse hacia los demás, sonriendo.
—Maravilloso —dice, sin revelar ninguna emoción.
Aparte de los cinco hombres de antes, no hay nadie más en los
alrededores, y por un momento temo que Vlad se vea superado en número.
Incluso Seth, que debería estar aquí protegiendo a Vlad, no aparece por
ninguna parte.
Pero entonces recuerdo sus acrobacias en el restaurante y me doy cuenta
de que no debería preocuparme demasiado.
—¿No la reconoces? —pregunta uno, ligeramente molesto por la reacción
de Vlad.
Vlad camina hacia mí, mirándome de pies a cabeza.
—No. ¿Debería? —Se encoge de hombros, mirando a los hombres. Su
actuación es tan impecable que hasta ellos empiezan a dudar de si han
acertado o no.
—Entonces, ¿por qué no empiezo yo? —dice Vasily, acercándose a mí y
poniendo su mano en mi pecho.
La mirada de Vlad se ensombrece y una sonrisa siniestra aparece en su
rostro.
—Sí, ¿por qué no? —dice en voz baja, pero habría que ser sordo para no
oír el inconfundible peligro que se desprende de ella.
Vasily desata la cuerda alrededor de mi torso, liberando mis brazos. Pero
no llego a disfrutar de mi recién encontrada libertad, ya que rasga el corpiño
de mi vestido, desgarrando toda la parte delantera a lo largo de las costuras,
con mis pechos rebotando.
Me quedo quieta, con los ojos abiertos al ser incapaz de reaccionar al
repentino asalto.
—¡Sisi, retrocede! —me grita Vlad, con todo el cuerpo rígido y a punto
de estallar. Hago lo posible por moverme, pero Vasily me tiene firmemente
agarrada, sus ojos codiciosos me devoran mientras mira mis pechos desnudos.
No llega a tocarme de nuevo porque un cuchillo se le incrusta en la
garganta, su expresión es de sorpresa mientras se aferra con las manos a la
herida sangrante.
Me escabullo hacia la parte de atrás, logrando evitar a otro hombre
mientras corro hacia donde Vlad me indicó.
—Así que sí importa. Kuznetsov, nos divertiremos mucho con ella una
vez que nos hayamos ocupado de ti —dice un hombre mayor, sin reaccionar
lo más mínimo ante la hemorragia de Vasily, o el hecho de que Vlad apenas
haya movido un dedo para herirlo mortalmente—. Tal vez te mantengamos
con vida para que puedas mirar —continúa.
Un fuerte ruido estalla en el almacén cuando Vlad empieza a reírse,
agachándose para agarrarse el estómago mientras se le escapan más y más
risas.
—¿Ustedes? —pregunta, señalando a los cuatro hombres que siguen en
pie—. ¿Ustedes? —Vuelve a preguntar, conteniendo a duras penas su risa.
Los hombres ya están en posición, levantando sus armas para apuntar a
Vlad, todo un arsenal a su disposición. Por primera vez, tengo miedo.
Porque sí, Vlad es un magnífico luchador y, en teoría, podría vencer a
esos cuatro ancianos. Pero también está indefenso, y por mucho que diga lo
contrario... es solo un hombre.
—Sisi, ponte detrás del altar —ordena, el cambio en su voz es inmediato.
Con dedos temblorosos, intento desatar la cuerda que me rodea los pies,
frustrada cuando no cede inmediatamente.
—Ahora, Sisi —grita Vlad. Una vez desatada la cuerda, me apresuro a ir
detrás del altar, con la espalda pegada al marco del icono dorado.
—¿De verdad crees que puedes con todos nosotros, Kuznetsov?
—Ah, señores —Vlad se pasea despreocupadamente, tomando una copa
de vino dorada—, ¿quién les ha enseñado a molestar al dragón dormido? —
pregunta, poniéndose una vez más una máscara de diversión.
—¿Crees que puedes matar a nuestros hombres y que vendremos en paz?
—dice otro hombre. Asomo la cabeza por el pequeño altar, observando cómo
se desarrolla la escena.
—Más bien pensé que me lo agradecerías —responde Vlad con audacia—
, después de todo, ¿de qué sirve tener hombres inútiles a tu alrededor? Te he
hecho un favor. —Se encoge de hombros, con una sonrisa de suficiencia en el
rostro.
—Tú... —Se adelanta un anciano, con la boca fruncida, pero otro hombre
lo detiene—. Nunca me has caído bien, muchacho. ¿Crees que puedes dar
órdenes a todo el mundo para que cumplan tus deseos? Hace tiempo que
decidimos que había que darte una lección. Esta es la ocasión perfecta —
escupe con su arma apuntando a Vlad.
—Verán, caballeros, hoy quería ser un anfitrión amable. Pueden ver
que… no he escatimado en gastos. Incluso el oro es de verdad. —Levanta su
copa, la luz golpea el metal y lo hace brillar—. ¿Y tienes que venir a mi
propia casa y faltarme al respeto como tal? —Sacude la cabeza, haciendo un
sonido “tsks”—. Yo también los habría dejado marchar con sus vidas intactas,
pero realmente tenían que ir allí. Tenían que meterse en mi propiedad. —
Tuerce los labios, con el ceño fruncido.
¿Su propiedad? ¿Yo soy su propiedad?
Tendremos que hablar de eso cuando acabe con esta gente.
—Míralo —se ríe un hombre, balanceando su arma—, se comporta como
si ya hubiera ganado.
—Oh. —Sonríe Vlad, y la copa cae al suelo con un ruido sordo—. Pero lo
he hecho —dice justo cuando se agacha, el ruido de los disparos impregnando
el aire—. Falló. —Suena su voz mientras rueda al suelo, llevándose consigo
el mantel, todos los cubiertos, platos y comida cayendo al suelo en un ruido
ensordecedor. Más disparos, con algún que otro «fallado», de Vlad mientras
se mueve como un fantasma, sus movimientos son increíblemente rápidos
mientras esquiva todas las balas que le llegan.
Él no puede ser real.
Me froto los ojos, pensando que estoy viendo cosas, pero los movimientos
de Vlad son una locura bajo cualquier punto de vista, e incluso a los hombres
que van contra él les cuesta creer lo que están viendo.
Está jugando con ellos mientras se agacha, rueda, moviendo su cuerpo
como un gimnasta entrenado. Ni siquiera intenta pasar a la ofensiva. Más
bien, disfruta dejando que le persigan, la frustración que genera parece
aumentar su disfrute.
Los sonidos de los disparos suceden hasta que se detienen de repente. Los
hombres siguen apretando el gatillo de sus armas, completamente sin
munición.
—Bueno, supongo que ahora podemos hablar como gente civilizada. —
Vlad sale de una esquina, moviéndose despreocupadamente como si no
hubieran vaciado las cuatro pistolas que le persiguieron por la habitación.
—¡Vete a la mierda! —grita uno, lanzándose sobre Vlad. Una mirada a su
cara y puedo ver cómo pone los ojos en blanco.
Vlad se limita a dar unos pasos hacia la derecha, y su pie sale disparado
cuando hace tropezar al hombre. Cayendo al suelo, gime de dolor. El pie de
Vlad presiona su espalda, sujetándolo al suelo.
—¿No te dije que era inútil? —Mueve la cabeza hacia ellos, con un
cuchillo en la mano mientras juega con la hoja.
Los hombres no se inmutan y abordan a Vlad, agarrando los cuchillos del
suelo e intentando dar un golpe.
Vlad suspira profundamente, maniobrando su propio cuchillo mientras lo
lanza al primer hombre, dándole justo en el ojo. Con la facilidad que le
caracteriza, da una vuelta, evitando cualquier golpe directo, y su mano se
extiende para desalojar el cuchillo antes de empujarlo hacia otro hombre.
La escena continúa cuando utiliza un solo cuchillo para apuñalar a los tres
hombres, dejándolos sangrando en el suelo.
Cuando ve que todos están fuera de combate, se acerca a mí y me toma en
sus brazos.
—Lo siento —susurra—, ¿Han...? —se interrumpe y yo sacudo
rápidamente la cabeza, viendo cómo el alivio inunda sus facciones—. No
esperaba que fueran por ti, lo cual fue un descuido por mi parte —confiesa,
uno de los pocos momentos en los que he visto a Vlad admitir que estaba
equivocado.
—Sabía que te encargarías de ellos —le digo. Mi fe en él no ha flaqueado
ni un segundo.
—Maldita sea, tienes razón. Nadie te toca y vive —me sonríe, y por fin
me permito relajarme.
Pero es demasiado pronto cuando nos damos la vuelta, alertados por el
chirrido de los neumáticos de otro coche que se detiene frente al almacén.
Hay una fracción de segundo en la que Vlad me empuja hacia atrás, detrás
del altar, con su cuerpo sobre el mío, mientras suenan más disparos, esta vez
el ruido es más potente que antes.
—Mierda. Han sacado la artillería pesada —murmura, sus manos
abriendo un armario detrás de la mesa del altar y sacando unas cuantas armas
propias.
—¿Dónde está Seth? ¿O Maxim? —pregunto, preocupada de que esta vez
esté realmente en inferioridad numérica.
—No me maldigas, chica del infierno, pero en realidad envié a Seth a
vigilar tu casa. Deben haberte agarrado justo antes de que él llegara —
explica, un poco exasperado—. Me temo que por ahora solo estoy yo.
—Será mejor que no hagas que te maten. O que me maten a mí —
murmuro mientras más disparos se dirigen hacia las puertas del almacén, todo
acribillado a balazos.
—Nunca. —Me mira fijamente antes de rozar ligeramente sus labios con
los míos—. Quédate escondida —susurra antes de armarse hasta la
empuñadura y salir a recibir a sus invitados.
Solo cuando miro a los hombres que ya han caído, me doy cuenta de que
su juego de persecución ha consistido en no hacer sangre. Y a medida que
más hombres armados irrumpen en el almacén, sé que es Solo cuestión de
tiempo antes de que se quiebre de verdad.
Y todos lamentarán haber despertado a la bestia.
El jugueteo empieza a remitir cuando salta delante de un hombre,
poniendo su arma fuera de su alcance antes de noquearlo y apuntar a los
demás a su alrededor. Es una masacre mientras dispara como un loco, con una
sonrisa de pura felicidad en su rostro mientras cinco hombres caen al suelo.
Por un momento me pregunto cuántos más vendrán, ya que cada vez son
más los que entran en el almacén.
Vlad sigue disparando, agachándose y escondiéndose cuando el fuego se
dirige hacia él, utilizando las mesas como escudos.
Nadie tiene ninguna posibilidad.
Es tan claro como el día mientras hace llover el caos sobre ellos, su
regocijo es audible mientras mata a un hombre tras otro. Las balas vuelan por
el aire, el icono que hay detrás de mí se llena de agujeros, los sonidos son
ensordecedores.
—Tira el arma. —Escucho gritar a alguien. Al asomar la cabeza por la
mesa del altar, veo a Vlad en medio del almacén, respirando con dificultad.
Hay cuatro hombres más frente a él, todos apuntándole con sus armas.
—Es interesante verlos a todos trabajando juntos —bromea Vlad,
caminando lentamente—, ¿tienen siquiera más balas en ese rifle? —Señala
con la cabeza el arma de un hombre.
—Estás muerto —le sisea el hombre.
—¿Lo estoy? —pregunta, fingiendo sorpresa—. Deja que te diga cómo va
a ser, viejo amigo. Ese rifle que tienes en las manos tiene como mucho treinta
balas —dice con una sonrisa de oreja a oreja al ver sus armas—. Alguien no
ha estado contando —se ríe.
—Qué...
—Vamos, dispárame si puedes —dice Vlad, extendiendo los brazos como
un águila que espera ser cazada furtivamente—. No puedes, ¿verdad? —Se
encoge de hombros, divertido.
Yo también sonrío, dándome cuenta de que se ha cebado con ellos para
disparar todas sus rondas, contando las balas.
Maldita sea, eso es impresionante.
—No te muevas. —Siento un aliento en mi cuello mientras una mano se
cuela sobre mi boca, obligándome a moverme de detrás del altar. El cañón de
una pistola se clava en mi sien, sus palabras me producen escalofríos mientras
se deleita diciéndome lo que me hará después de matar a Vlad—. No eres el
único con un as en la mano, Kuznetsov. —El hombre que está detrás de mí
habla, empujándome hacia delante mientras casi me pongo en pie a
trompicones, con la pistola aún amenazante en mi cabeza.
Vlad se gira lentamente, con una lentitud peligrosa, y su mirada se nubla
al ver al hombre que está detrás de mí. La sonrisa desaparece por completo
cuando da unos pasos hacia nosotros.
—Así que este era tu maravilloso plan —añade con sorna—, unirse como
un solo hombre.
—Has molestado a gente muy importante, Kuznetsov. Solo estamos
entregando el mensaje. —Sus manos se tensan sobre mí y mi mirada vuela
hacia la de Vlad, preocupada por lo que pueda pasar a continuación.
Él mira entre los dos, de repente con una expresión de aburrimiento en su
rostro.
—Hagamos un recuento, ¿de acuerdo? Veo al menos quince hombres en
el suelo. Faltan cinco más. ¿Cuáles crees que son las probabilidades? —
pregunta, bajando la mano muy lentamente con la inclinación de la cabeza, y
volviendo a mirarme.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de lo que está
tratando de comunicarme, y asiento lentamente con la cabeza.
Una mano sobre el rifle, la otra descansa a su lado, sus dedos se
despliegan lentamente en una cuenta.
Uno.
Dos.
Tres.
Cuando veo el tercer dedo, agacho la cabeza, tomando impulso y
empujándome hacia atrás con toda la fuerza que puedo reunir antes de volver
a bajar.
En una fracción de segundo, el arma de Vlad está levantada, con el dedo
en el gatillo, la bala pasa zumbando por encima de mi cabeza y se aloja en la
frente del hombre.
Cae al suelo con un golpe, los pasos lánguidos de Vlad lo llevan junto a
mí.
—Escóndete —susurra, y no pierdo tiempo en obedecer.
Se agacha junto al hombre caído y saca una larga espada que clava en el
pecho del hombre.
Los otros hombres están atrás, Solo mirando, con sus armas levantadas
como espectáculo, ya que no tienen munición para usar.
Apuesto a que nunca pensaron que necesitarían tantas balas para un solo
hombre.
La hoja de Vlad atraviesa la piel, utilizando la culata del arma para
atravesar la caja torácica hasta tener un claro acceso al corazón.
No...
Una mano rodea el corazón, arrancándolo del pecho del hombre. El
órgano sangrante sigue goteando sangre, un rastro que se va formando
mientras Vlad se pasea por el almacén, bombeando el corazón con sus propias
manos.
—¿Se te ha ocurrido entrar en mi casa y amenazar lo que es mío? —Su
voz suena... es diferente.
Hay una cualidad ominosa en ella, e incluso yo reacciono ante la pura
maldad que hay detrás de su máscara. Se ha ido, o al menos casi se ha ido.
Pero cuando se lleva el corazón a la boca y muerde un gran trozo, con la
sangre bajando por la boca y los jadeos horrorizados resonando en el
almacén, tengo mi confirmación.
Se ha ido...
Dios mío, pero no sé qué va a pasar ahora. Ha luchado tanto por
mantenerse bajo control, jugando con los asaltantes para evitar un
enfrentamiento cara a cara que acabara en un derramamiento de sangre.
Y ahora...
Observo con horror cómo su boca se ensancha en una sonrisa maléfica,
todo su semblante ha cambiado. Sus siniestras intenciones se desprenden de él
cuando toma a un hombre por el cuello, lo levanta en el aire con facilidad
antes de llevarle la cabeza al suelo, aplastando el cráneo con tanta fuerza que
toda la cavidad se rompe, la materia cerebral se escapa.
No se detiene.
Sigue golpeando hasta que no queda más que una masa de cerebro y
hueso destrozados, ambos apenas colgando del cuerpo alrededor del cuello.
Los otros hombres intentan huir cuando ven su verdadera naturaleza, sus
manos se mueven rápidamente en la señal de la cruz mientras rezan.
En vano.
Uno tras otro, Vlad los persigue. Manejando con maestría su espada, corta
los brazos de un hombre, la sangre se escurre, una expresión de horror en el
rostro de la víctima. Pero la sonrisa de Vlad no hace más que ampliarse
mientras utiliza las propias palmas del hombre para abofetearlo hasta que se
aburre, pues su víctima ya está desangrada.
Recogiendo su larga espada, acecha a su siguiente presa, cortando al
hombre por la cintura en una línea tan suave que el torso se separa
inmediatamente de la parte inferior del cuerpo, desparramándose los órganos
por el suelo.
La risa de Vlad llena la habitación mientras se unta la cara con la sangre y
las entrañas del muerto.
Supongo que no bromeaba al decir que se baña en vísceras.
Todavía hay dos hombres más, ambos escondidos por la habitación y
tratando de evitar que Vlad los detecte.
Pueden pensar que están a salvo, pero Vlad los encuentra con facilidad
detrás de una mesa, sus manos se agarran a sus sienes mientras los arrastra
hacia el centro de la habitación.
El suelo ya está enrojecido por la sangre, que fluye cada vez más de todas
las víctimas, tanto de las masacradas como de las fusiladas. Es como un
océano de sangre cuando arroja a los dos hombres encogidos en medio de
ella.
Caen al suelo, la sangre salpicando alrededor, sus expresiones de horror
mientras intentan alejarse de Vlad. Recogen todo lo que está cerca de ellos y
lo lanzan contra él, pero es inútil.
Con la espada en alto, les corta la cabeza sin esfuerzo, cayendo ambos al
suelo y rodando por él. Pero no se detiene solo en eso. Sigue golpeando,
introduciendo la hoja en sus cuerpos y destruyendo lo que queda de ellos.
La carne cuelga, la sangre se derrama, el hueso se rompe.
Solo hay destrucción a su paso mientras sigue destrozando también los
demás cuerpos, cortándolos en pedazos, lo único que le satisface ligeramente.
Las paredes están salpicadas de materia orgánica, todo el almacén está
casi completamente pintado de rojo.
Sigo detrás del altar, insegura de mis próximos pasos.
Vlad parece aún más feroz mientras se rasga la camisa por las costuras,
arrancándose la ropa hasta quedar desnudo en medio del baño de sangre.
Agita el líquido con reverencia, usando sus manos para pintarse de pies a
cabeza con sangre.
Como un dios pagano, está de pie entre sus sacrificios, la sangre es su
armadura y su debilidad.
Me quedo sin palabras mientras lo observo con asombro, el rojo intenso
contra su piel entintada, la mirada de puro arrebato en su rostro.
¿Cómo puede ser humano?
Se le escapa un sonido bajo mientras cae de rodillas, la sangre salpicando
a su alrededor y manchando aún más su piel.
Tengo que ayudarle.
Cómo es que incluso en esta forma no le tengo miedo. Lo veo como el
demonio que es, y aunque sus habilidades no dejan de sorprenderme, no
puedo evitar que me excite en todo su sangriento esplendor.
Haciendo acopio de valor para salir de mi escondite, camino con cuidado,
acercándome a él lentamente. Su cabeza se echa hacia atrás, su mirada se
desenfoca mientras me mira, como un animal listo para saltar en cualquier
momento. Sus orejas se agudizan con cada paso que doy, el sonido reverbera
en la habitación.
Se gira completamente hacia mí, sus ojos me observan de cerca pero sin
un atisbo de reconocimiento.
—Vlad —susurro cuando estoy casi a su lado, arrodillada frente a él.
Inclina la cabeza hacia un lado, observándome.
Lentamente, extiendo mis manos para tocar su cara. Se estremece al
contacto, pero no se aparta, me mira con una mezcla de curiosidad y deseo.
Me inclino hacia él y aprieto mis labios contra los suyos, feliz cuando no me
aparta.
Pero tampoco me devuelve el beso.
Sabiendo que tarda en volver a ser él mismo, lo instigo suavemente con
mis labios, aplicando una mínima presión mientras me acerco a él.
Me mira, con los ojos casi en blanco, mientras trata de entender lo que
está pasando. Mi lengua sale a hurtadillas y le lamo los labios, buscando la
entrada en su boca. Sus labios se separan ligeramente, permitiéndome entrar.
Con cuidado, le rodeo el cuello con los brazos y lo aprieto contra mi pecho
mientras profundizo el beso.
Se mantiene rígido, con los ojos abiertos siguiendo todos mis
movimientos.
Respirando con dificultad, me inclino hacia atrás, con la sangre
filtrándose desde el suelo hasta el material de mi vestido. Me tomo un
momento para observarle, en busca de cualquier indicio que pueda estar más
cerca de reaccionar. Cuando mi mirada recorre su cuerpo, me doy cuenta de
que está completamente erecto.
Sin pensarlo mucho, me desabrocho rápidamente la cremallera del vestido
y me lo quito del cuerpo hasta quedar tan desnuda como él, de pie frente a él
como una ofrenda.
Oh, pero lo soy.
Tomo su mano y me la llevo a la boca, chupando su dedo. Su mirada es
aguda y sigue todos mis movimientos. Con una lentitud tentadora, llevo su
mano por mi cuello y mis pechos, instándole a que me toque.
Su otra mano sube por sí sola, su palma se ajusta a mi pecho mientras
tantea mi carne.
Bajo su mano incluso, empujándola entre mis piernas para encontrarme
empapada para él.
Parpadea rápidamente, sus dedos rozando mi clítoris en un movimiento
lento. Suelto un gemido ante el repentino contacto, observando su expresión
embelesada mientras explora mi coño, un dedo jugando con mi entrada antes
de sumergirse.
Pero su mano desaparece pronto y se lleva los dedos a la nariz, inhalando
mi aroma antes de llevárselos a la boca y chuparlos.
Todavía no hay reconocimiento en sus ojos, pero a medida que se vuelve
más reactivo, me vuelvo más atrevida, arrastrando mis manos por su pecho
hasta llegar a su erección.
Con las pupilas dilatadas, sus labios se separan mientras rodeo su
contorno con mis dedos, acariciándolo.
—Vuelve a mí, Vlad —susurro. Su cabeza se echa hacia atrás al oír mis
palabras, y su mano se dispara hacia delante y se enrosca en mi cuello. En
menos de un segundo, estoy de espaldas, su cuerpo se cierne sobre mí
mientras él se acomoda entre mis piernas, con su polla moviéndose contra mi
estómago.
Sus fosas nasales se abren cuando baja la cabeza hacia mi cara, respirando
profundamente. Se le escapa un gruñido y enseña los dientes mientras me
lame la piel. Continúa explorando la carne justo debajo de mi mandíbula, con
su nariz rozando y su lengua húmeda arrastrándose detrás. Como un animal,
intenta determinar mi identidad por el olor y el sabor.
La sangre se adhiere a mi cabello y a mi cuerpo cuando me empuja más
hacia el suelo, el líquido mancha mi piel y la hace pegajosa cuando me
muevo.
—Vuelve a mí. —Sigo arrullándolo con mi voz, mi mano acaricia su
cabello mientras él continúa la exploración con su boca.
De la nada, sus grandes manos agarran mi culo, abriendo más mis piernas
para acomodar sus caderas.
Ni siquiera llego a hablar cuando se lanza hacia delante, empalándome en
su polla en un suave deslizamiento. Toda la resistencia cae ante su asalto, mi
coño se estira alrededor de él en lo que posiblemente sea el peor dolor que he
experimentado nunca.
Con los ojos muy abiertos, mi boca se abre en un grito, y mi voz resuena
en la habitación.
Me duele.
Está completamente situado dentro de mí, el dolor es tan intenso que mis
ojos lagrimean incontrolablemente. Pero él no se da cuenta. Ni siquiera
parece notar mi grito de angustia. Con sus manos en el culo, se introduce aún
más en mi interior, mi coño se encuentra con la base de su polla antes de que
vuelva a salir de repente, golpeando dentro de mí con una fuerza que me hace
ver las estrellas.
Es como si me partiera en dos.
Dios...
Sus dedos se clavan en la piel justo por encima de los huesos de la cadera,
sus movimientos se precipitan mientras entra y sale de mí, la agonía es tan
intensa que siento que me deslizo.
Pero no puedo.
Tengo que hacer esto por él, aguantar hasta que vuelva a mí.
Aunque me mata por dentro, el dolor punzante es tan cegador que casi me
desmayo, le rodeo con las piernas y muevo ligeramente la pelvis para
facilitarle el movimiento.
—Vuelve a mí —susurro entre sollozos, con la garganta obstruida por el
ardor que deja su polla al avanzar y retroceder.
Sus empujones son tan potentes, su gruesa polla me estira más de lo que
puedo imaginar mientras me toca en lo más profundo. A pesar del dolor, es
como si pudiera sentirlo en mi alma.
—Te amo —confieso—. Mucho. —Gimoteo mientras sigue destrozando
mi cuerpo, mis palabras apenas son coherentes mientras jadeo cada vez que se
desliza dentro.
Se suponía que esto iba a ser un acto tan hermoso. La culminación de
todos nuestros momentos robados, de todo el tiempo que habíamos pasado
aprendiendo el cuerpo del otro. Se suponía que iba a ser una experiencia única
al entregarnos por completo al otro por primera vez.
¿Pero ahora? Me hace falta todo lo que hay dentro de mí para no
desmayarme, el dolor de mi alma es tan intenso como el de mi cuerpo, viendo
cómo nos arrancan este momento tan especial.
—Te amo —repito, anclándome en el amor incondicional que siento por
él. Una emoción tan envolvente que es lo único que me hace aguantar.
Hace una pausa, levanta la cabeza y me mira, pero sigue teniendo un
aspecto salvaje, como si no entendiera el lenguaje humano.
Me pasa la lengua por la clavícula y su boca se aferra a mi pecho,
mordiéndome tan fuerte el pezón que estoy segura de que me ha sacado
sangre.
—¡No! —grito, con la respiración entrecortada. Mis manos golpean su
espalda, el dolor combinado del mordisco y el ardor que aún siento en la
entrada de mi coño me hacen retorcerme contra él, intentando que vaya más
despacio.
—Por favor —susurro, con la voz entrecortada por los gritos y la vista
nublada por las lágrimas. Lo que le pido, sin embargo, no lo sé.
Solo sé que haría cualquier cosa por él, incluso dejar que me destroce el
cuerpo si eso es lo que le va a hacer volver.
Me suelta el pecho y su lengua lame la sangre que mana de mi herida
antes de dirigirse de nuevo a mi cuello.
Sus movimientos son cada vez más violentos, como los de un animal en
pleno proceso de apareamiento, sus dedos magullando mi carne, su polla
entrando y saliendo de mí a una velocidad antinatural.
A estas alturas, Solo puedo esperar que esté cerca, así que aprieto mis
paredes en torno a él, esperando que alcance su clímax más rápido.
Sus dientes me mordisquean el cuello, su cuerpo se aprieta contra mí para
que no tenga espacio para respirar. Y entonces vuelve a morder.
Pero esta vez rompe la piel de una sola vez, y siento sus afilados dientes al
llegar a mi músculo, la sangre saliendo de la herida y rodeando su boca. Me
agarra la piel con tanta fuerza que siento el desgarro en mi alma.
—Vlad. —Se me escapa un débil sonido, el dolor es tan intenso que casi
pierdo el conocimiento. Se ha aferrado a mi garganta, como un perro que se
lanza a la yugular, con sus dientes clavados en ella, y su lengua arremetiendo
contra la carne rota.
El miedo se agolpa en mi estómago cuando me doy cuenta de que podría
matarme.
Tengo que escapar.
Le doy una patada y uso las manos para apartarlo de mí. Consigo tomarlo
por sorpresa, sus ojos se desenfocan mientras le empujo hacia un lado, con
carne y sangre en la boca.
Mi carne y mi sangre.
Me palpo la herida y compruebo que hay un agujero abierto donde mi
hombro se une a mi cuello. El pánico bulle en mi interior y Solo puedo
retroceder, consiguiendo de algún modo ponerme en pie antes de correr.
Pero no llego muy lejos: una mano en el cabello me tira hacia atrás y
caigo de culo, con el cuero cabelludo ardiendo por su ataque.
—Vlad, no. —Intento zafarme de su agarre, pero sus ojos son
simplemente desalmados, mirándome mientras lucho, su boca tirando hacia
arriba como si disfrutara de mi dolor—. Por favor. —Vuelvo a añadir,
intentando desenredar sus dedos de mi cabello.
En lugar de aflojar su agarre, esto solo hace que apriete sus manos sobre
mi cuero cabelludo, arrastrándome hacia atrás, la sangre en el suelo hace más
fácil que mi cuerpo se deslice contra el suelo.
—Vlad, me haces daño —sigo hablando, sin perder la esperanza.
Sabiendo que de alguna manera podré llegar a la parte de él que es mía y Solo
mía—. Vlad, por favor.
Al arrojarme hacia delante, mi espalda golpea el frío y árido suelo, y más
dolor estalla en mis articulaciones. Sin embargo, ni siquiera llego a
reaccionar, ya que sus dos manos me rodean la garganta mientras me levanta
sobre el altar, y el borde de la mesa me golpea el culo mientras me extiende
sobre su superficie.
—Vlad... —Me cuesta hablar, pero a él no le importa. Ladea la cabeza,
mirándome con los ojos entrecerrados, sus manos apretando mi cuello
mientras me penetra de nuevo.
Mi excitación ha desaparecido hace tiempo. El único lubricante que
facilita su entrada es la sangre de mi himen roto. Sus caderas se mueven
dentro y fuera de mí, follándome tan bruscamente que apenas me sostengo.
Siento que sale aún más sangre de mi coño mientras empuja su polla dentro
de mí con tal ferocidad que no estoy segura de volver a estar entera.
Sus empujones ganan velocidad, sus manos aplican aún más fuerza en mi
garganta. Intento empujar sus hombros, mi respiración es cada vez más
superficial. Me siento mareada, mis miembros pierden casi toda su fuerza.
Me está ahogando.
Mis brazos caen, la lucha en mí casi muere. Mis labios están
probablemente morados, cada respiración que hago me acerca a la última.
Y entonces ocurre.
Siento que sus músculos se tensan, que su polla se sacude dentro de mí
mientras se corre, que su cálida descarga sube a chorros e inunda mis
entrañas. Sus embestidas se ralentizan mientras me llena de más semen, sus
manos se aflojan y todo su cuerpo se estremece.
Sus ojos se abren de par en par durante un segundo antes de caer encima
de mí, completamente fuera de sí. Yo solo puedo mirar el alto techo, con las
lágrimas secas por mis mejillas, las heridas aun sangrando.
Tardo un rato en recuperar el aliento y, cuando siento que recupero algo
de fuerza, le empujo. Su espalda choca con la mesa, su polla se desliza fuera
de mí y deja un rastro ardiente a su paso.
Con las piernas temblorosas, casi me caigo al bajar de la mesa del altar.
Una mezcla de sangre y semen fluye fuera de mí, goteando lentamente por el
interior de mi muslo. Ni siquiera me atrevo a tocarme la zona, dolorida y
sensible por el estrago que ha causado en mi cuerpo. Todavía siento un dolor
persistente y me parece que no puedo ni sentarme. Respiro profundamente
para intentar recomponerme, ignorando que todo lo demás me duele
muchísimo.
Dando vueltas por la habitación, ignoro la carnicería que me rodea
mientras tomo un mantel y lo envuelvo en una bata. Rompiendo un poco más
de tela, me la pongo contra la herida del cuello, ya que la hemorragia sigue
siendo intensa.
No quiero ni imaginarme el aspecto que tiene, ya que el mero hecho de
sentirlo hace que casi me muera. Estoy segura de que me ha arrancado la piel
y los músculos del cuello al morderlo.
Gimoteo en voz alta, aguantando a duras penas mientras busco algo de
beber. Encuentro una botella de agua sin abrir y bebo con avidez, intentando
recuperar la concentración.
Maldita sea, Vlad. Casi me matas.
La risa burbujea dentro de mi pecho al pensarlo. Todo mi cuerpo está
golpeado y maltrecho, pero no puedo evitarlo al pensar en la hilaridad de la
situación.
Había querido tanto evitar hacerme daño, y había acabado destruyéndome
por completo.
Es un rato después cuando por fin vuelve en sí.
—¿Sisi? —Escucho su áspera voz llamándome.
Apenas puedo moverme mientras me dirijo hacia él. Está desorientado al
ver el baño de sangre que le rodea, su propio cuerpo pintado de rojo.
—¿Sisi? —repite, acercándose a mí.
—Has vuelto —susurro, aliviada.
—¿Qué...? —Me estudia, frunciendo las cejas.
Se acerca a mí y me quita la tela del cuerpo, con la mirada horrorizada al
ver mi carne magullada.
—No pasa nada. —Me apresuro a asegurarle.
—¿Yo hice eso? —Su voz es baja y grave, y su mano se acerca para
tocarme. Sin siquiera pensarlo, retrocedo, ya que mi cuerpo tiene mente
propia y el dolor sigue grabado en su memoria. Parece que le he golpeado
cuando ve que evito su contacto—. Lo he hecho yo —afirma sin comprender.
—No es tan grave —le digo mansamente, aunque el mero hecho de hablar
me saque de quicio.
—No es tan grave... —repite, horrorizado.
Dándome la espalda, vuelve a caminar entumecido hacia el altar,
apoyando los brazos en la mesa.
—¿Vlad? —Me acerco a él y le pongo una mano en la espalda. Siento su
respiración, su pecho subiendo y bajando.
—No. —Se gira, tomando mi mano. Sus ojos, aunque vuelven a la
normalidad, están helados, un escalofrío recorre mi columna vertebral ante su
escrutinio.
—¿Qué? ¿Por qué? —pregunto, confundida.
—Deberías irte —dice en voz baja, y es como si ya no lo reconociera.
—¿Qué quieres decir con que debería irme?
Su mano desenreda la tela que rodea mi cuello, un músculo se crispa en su
mandíbula al ver la evidencia de su salvajismo.
—Está bien, no me duele tanto —miento, mi mano va a mi cuello para
cubrir la herida.
—¿No te duele? —Levanta una ceja, y mis ojos buscan una arruga
alrededor de sus ojos, o cualquier tipo de diversión que denote que mi Vlad
ha vuelto. En cambio, no encuentro nada.
Y eso me asusta más que cualquier dolor físico.
Me roza mientras va a buscar su propia ropa, poniéndosela lentamente.
Mirando alrededor, encuentra un teléfono, llamando a Maxim y ordenándole
que venga aquí.
—¿Vlad? —pregunto, insegura de todo.
¿Por qué tiene que ser tan frío?
No me importa el dolor mientras pueda tener sus brazos a mí alrededor, su
voz diciéndome que todo va a estar bien. Solo quiero recuperar a mi Vlad.
—Maxim te llevará a casa —dice secamente, pero con indiferencia.
—Vlad... no me dejes fuera —le suplico, asustada por este cambio en él.
—¿Por qué iba a dejarte fuera si no hay ningún sitio donde acogerte? —
Se encoge de hombros.
—¿Qué... qué quieres decir? —tartamudeo, el dolor físico y la confusión
mental me están afectando.
—Esto no está funcionando Sisi. Está claro. —Sonríe, señalando con la
cabeza la sangre derramada en el suelo, los cadáveres que ensucian toda la
sala—. Deberías irte.
—No lo entiendo —digo con sinceridad—. ¿Qué es lo que no funciona?
—Esto. —Señala entre los dos, su voz casi robótica—. Te mantuve cerca
porque pensé que podrías ayudarme con mis episodios, pero claramente, no
está funcionando.
Él me está dejando fuera.
No puedo dejarle hacer eso. No ahora...
—No te vas a librar de mí tan fácilmente, Vlad. Sí, esto fue un evento
desafortunado, pero lo superaremos.
—¿No lo entiendes? —Se acerca a mí, con su aliento en mi cara mientras
pone sus ojos sin emoción en mí—. Ahora eres inútil para mí.
Parpadeo. Una vez. Dos veces. Sigo parpadeando, pensando que no le he
oído bien.
—¿Qué... qué has dicho?
—Ya no me sirves para nada —repite, con una sonrisa cruel en la cara,
sus dedos enredados en mi cabello mientras hace girar un mechón—. Te
mantuve cerca por una razón, y solo por una razón. Creía que eras la
excepción a la regla —levanta la comisura de la boca—, pero eres tan
ordinaria como las demás —afirma, y mi oído se oscurece, el corazón me late
con fuerza en el pecho.
—Para —susurro—. Para antes de que digas algo de lo que te arrepientas
—le ruego.
—¿Por qué iba a arrepentirme? —Se encoge de hombros, mirándome
como si fuera insignificante.
¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cómo?
Siento la garganta pesada, las lágrimas me arden detrás de los ojos ante
sus palabras.
—Te amo, Vlad. Tienes que saberlo, yo...
—¿Me amas? —Se ríe, el sonido es doloroso para mis oídos—. Sisi, Sisi,
realmente fuiste y lo hiciste, ¿no? —Me sacude la cabeza burlonamente—.
Sabes que no siento nada. Sabías desde el principio que lo máximo que podía
ofrecerte eran unos cuantos orgasmos. Nada más y nada menos.
—Detente. —Cierro los ojos, queriendo que deje de hablar. Ya me está
doliendo demasiado sin que él retuerza aún más el cuchillo.
Porque solo me está rompiendo el corazón, y yo ya estoy físicamente rota,
no necesito que me dé también el último golpe.
—Debería haberme dado cuenta de que confundirías mi interés por los
sentimientos. —Frunce los labios, mirándome con disgusto—. Mierda,
debería haberme dado cuenta de que alguien tan indeseado como tú se
aferraría a la primera persona que le prestara atención. ¿Pero el amor? ¿De
dónde has sacado esa idea? —pregunta divertido.
—Estás siendo cruel. —Mis palabras apenas superan un susurro, una
lágrima cayendo por mi mejilla.
—Estoy siendo realista. Sabías perfectamente quién era yo y de lo que era
capaz. Te lo advertí, ¿verdad? Te advertí que no me convirtieras en algo que
no soy.
—Pero...
—Deberíamos dejar de vernos —afirma, mirándome fijamente—, después
de todo, está claro que ya no me sirves —dice con ligereza.
Lo miro estupefacta, preguntándome cómo todo lo que me importaba
puede irse al diablo en el lapso de unas horas.
Lleva puesta su máscara sin emociones y no puedo leerlo bien.
Sinceramente, lo único que quiero hacer es rogarle que recapacite, decirle
que lo haré mejor, que haré lo que él quiera que haga y seré quien él quiera
que sea. Solo que no me deje.
Pero cuanto más lo miro, tan seguro de su decisión, tan despreocupado
por dejarme, me doy cuenta de que ¿por qué debería hacerlo?
Una cosa le había pedido. Solo una.
Que nunca me abandone...
No me importa lo mucho que abuse de mí, o de mi cuerpo, o la cantidad
de mierda que me arroje. Estaba dispuesta a aceptar todas sus facetas: el
asesino, el animal y el amante. Pero no hay amante, ¿verdad? Solo hay una
máquina sin emociones que se disfraza de humano.
Y de repente veo lo inútil que es todo.
Se muestra engreído mientras me mira, probablemente esperando que me
ponga de rodillas y le suplique que no me abandone. Después de todo, eso es
lo que haría alguien tan indeseado como yo, ¿no?
Pero no puedo... No sé si quiere decir las palabras que dijo o no, pero las
dijo.
Y duelen.
Peor que el dolor en mi hombro, o el que tengo entre las piernas. Duelen
de una manera que no creo que se pueda curar.
Le quiero, incluso cuando no es adorable. Le quiero, pero no puedo ir en
contra de mí misma, abandonando todo lo que he construido para mí solo por
un amor falso.
—Ya veo —respondo lentamente.
Y por el amor que le profeso, estoy dispuesta a darle una oportunidad
más.
—Deja de apartarme, Vlad. Todavía estoy aquí. Y seguiré aquí si tú
quieres. No tienes que mentir para hacerme daño... —Me detengo cuando
empieza a reírse.
El momento en que mi corazón se rompe... irremediablemente.
—¿Mentir? ¿Para hacerte daño? Dios, Sisi, ¿quién te crees que eres? —
Sigue riendo, haciéndome sentir esos ojos mortales.
Vacío.
—No eres la única mujer en esta tierra, joder. —Se ríe—. Es justo, intenté
ver si podías ayudarme, y ahora que has fracasado ya no te necesito. Es tan
sencillo como eso.
—Ya veo —respondo sombríamente—. Has tomado tu decisión —le digo
con la cabeza, manteniéndome erguida a pesar del dolor, a pesar de que toda
mi alma se rompe bajo el peso de sus palabras.
—Elección —Sacude la cabeza—, no seas tan dramática. Fue una simple
cuestión de ensayo y error. Y bueno —sonríe—, parece que esto fue un error.
Agarrando el cuchillo más cercano que veo, aprieto los dedos alrededor de
él, notando una ligera reacción en sus ojos.
—Y ahora hago la mía —le digo antes de agarrar el largo de mi cabello,
tirar de él hacia delante y cortarlo con la hoja.
Lo que antes era mi posesión más querida, ahora no es más que un
montón de basura.
Los mechones caen al suelo, empapándose de sangre. Su mirada no se
aparta de mí mientras sigo cortando hasta que toda la longitud ha sido
cortada.
Arrojándolo a sus pies, hago lo posible por ser fuerte.
—Si tú puedes alejarme, yo también. Pero no te equivoques, a partir de
este momento estás muerto para mí. —No sé cómo no estoy llorando a mares
ahora mismo.
Pero mientras miro mi cabello, muerto y recogido a sus pies, se que es
cuestión de tiempo que me rompa. Y no quiero darle la satisfacción de ver
cómo lo que queda de mi corazón se rompe en pedazos aún más pequeños.
—Te dije una vez, Vlad, que aceptaría cualquier cosa que me lanzaras...
cualquier cosa, con tal de que nunca me abandonaras. —Respiro
profundamente, y el cuchillo cae al suelo—. A partir de este momento somos
extraños —declaro, por su bien y por el mío también.
No reacciona, como sabía que lo haría. Se limita a encogerse de hombros,
ni siquiera me mira el cabello mientras pasa junto a mí, dejándome atrás.
Sobreviviré.
He sobrevivido durante tanto tiempo que ya no hay nada que pueda
matarme.
Pero mientras observo su figura en retirada, me doy cuenta de que una
parte de mí ha muerto hoy.
Una parte que tal vez nunca recupere.
Capítulo 20
Vlad

—Está en casa —me dice Maxim por teléfono, y yo suelto un profundo


suspiro.
Está a salvo.
Tan segura como puede estar. Y tan lejos de mí como sea posible.
—Esta vez sí que lo has hecho. —Vanya bromea desde un rincón,
moviendo las piernas arriba y abajo en una silla.
—Vete, Vanya —le digo, sin ganas de nada.
—Te va a odiar, ¿sabes? —continúa, y siento que mi ira aumenta.
—¡VETE! —le grito, con los ojos abiertos por mi propio arrebato.
La expresión de Vanya refleja la mía mientras las lágrimas se acumulan
en las esquinas de sus ojos. Y así, sin más, se va.
Me desplomo en mi silla, deseando poder borrar el día de mi mente.
Demonios, deseando poder olvidar todo.
Sisi.
En el momento en que abrí los ojos y la vi... vi la magnitud de lo que
había causado, un pozo sin fondo se había formado dentro de mi estómago,
haciéndome incapaz de procesar nada más.
Solo podía ver las huellas de mis palmas alrededor de su cuello, la herida
abierta en su hombro, sangrando y desangrándose...
Y entonces...
Cierro los ojos, la imagen es demasiado. Su cuerpo desnudo estaba
plagado de moratones, de huellas dactilares y de marcas rojas que yo había
provocado en su piel. Las había visto en sus muslos, en sus caderas... en sus
pechos.
—Señor —gemí en voz alta, la fea marca del mordisco en su pecho
amenazaba con ponerme enfermo.
Pero luego estaba lo peor de todo. La sangre entre sus piernas. La misma
sangre manchando mi polla y haciéndome saber exactamente lo que había
hecho.
Podría haberla matado.
La melancolía se apodera de mí cuando me doy cuenta de que esto es
realmente el final. Me permití creer que podía salvarme, y en el proceso la
condené a ella también.
Maldición, pero verla tan maltrecha, tan rota, ha matado algo dentro de
mí. A pesar de todas mis afirmaciones de insensibilidad, verla así me había
destrozado.
Recojo el cabello ensangrentado que había rescatado del suelo, mis dedos
se tensan alrededor de los mechones mientras me los llevo a la nariz,
inhalando.
—Sisi... —susurro, deseando por primera vez que las cosas fueran
diferentes, que yo fuera normal y que la mereciera.
La idea de no volver a verla provoca una agonía tan profunda en mi
interior que no sé cómo me las arreglaré. Me constriñe la respiración solo con
imaginar un día sin ella, pero ¿un futuro?
Levantándome lentamente de la silla, me dirijo al baño, lavando
cuidadosamente el cabello y colocándolo en un lugar seguro para que pueda
secarse.
Lo último que tocaré de ella...
Pero no puedo arrepentirme de mi decisión. No cuando casi la había
matado. La visión de sus muslos ensangrentados o la herida abierta en su
garganta amenazan con enfermarme.
Y también su expresión cuando había mentido entre dientes, hiriéndola
donde sabía que le dolería. Porque sabía que mi valiente y hermosa Sisi nunca
me dejaría a menos que yo la dejara primero. Ella resistiría
incondicionalmente hasta que yo la matara.
Y eso no lo puedo permitir.
Por primera vez en mi vida valoro una vida humana, y descubro que para
preservarla, haría cualquier cosa.
—Estúpido —me susurro a mí mismo, llevando lentamente la cabeza
contra la pared, el impacto apenas me hace cosquillas en la superficie de la
piel—. Estúpido —repito, empujando la cabeza aún más contra la pared,
deseando el dolor, necesitando el dolor.
Pero no llega. Ni siquiera cuando la piel se rompe y la sangre se acumula
en mi frente.
Simplemente no hay dolor exterior, no como el interior, mi pecho se
comprime con una sensación extraña.
Así que me golpeó la cabeza contra la pared, con el conocimiento del
dolor que le he causado como principal impulso.
—¿Por qué? —Rápidamente, llevando los puños hacia adelante—. ¿Por
qué no puedo ser normal? —grito, cansado de esta existencia... cansado de
todo lo que me rodea—. ¿Por qué no puede ser mía? —Las palabras salen de
mi boca mientras caigo al suelo.
Nunca había querido algo para mí, nunca había anhelado nada como a
ella. Ella era la única persona que me recibía con los brazos abiertos, la única
que me veía. La única persona que me hizo sentir humano.
Y casi la maté.
Siento los ojos húmedos, de sangre o de lágrimas, no tengo ni idea. No
cuando todo lo que puedo pensar es en mi futuro estéril sin ella.
—¿Por qué no puede ser mía? —Lanzo la pregunta al universo, sabiendo
ya la respuesta.
No la mereces. Nunca la has tenido.
Y sin embargo, la tuve. Durante unos breves momentos, ella fue mía y yo
fui suyo.
Todavía soy de ella, pero nunca volverá a ser mía.
Nunca quise lastimarla. Diablos, la había tratado con guantes de seda,
temiendo que mi naturaleza bruta la ahuyentara y le hiciera ver lo poco
normal que era. Y había sido tan cuidadoso.
Maldita sea, pero había sido tan cuidadoso. Me había negado a mí mismo
innumerables veces cuando todo lo que quería era deslizarme dentro de su
calor resbaladizo, perderme en ese cuerpo delicioso de ella... finalmente
hacerla mía.
Pero me había abstenido, porque le habría causado dolor.
Y nunca quise causarle dolor.
No puedo evitar que las imágenes de su cuerpo maltratado inunden mi
mente, el hecho de haberla tomado como a un animal me hace desear acabar
con mi propia y miserable existencia. Los recuerdos danzan ante mis ojos.
Pequeños retazos de mi penetración como una bestia, sus gritos de dolor
cuando intentaba detenerme, sus pequeñas manos empujando mis hombros
cuando había sido demasiado duro.
—Sisi —grito, con el miedo, la desesperación y la desolación que se
gestan en mi interior, creciendo hasta un crescendo tal que empiezo a temblar
incontroladamente. Todo mi cuerpo empieza a temblar, mi visión se vuelve
borrosa cuando todo se derrumba.
Le he fallado. Le he fallado. Le he fallado.
—Mierda —maldigo, sintiendo que me resbalo, que las voces se agolpan
en mi cabeza, que mi pulso se dispara mientras más y más pensamientos
extraños buscan volverme loco.
No sé cómo salgo a trompicones del baño, dirigiéndome directamente a
mi armario secreto y sacando un sedante, inyectándomelo en las venas.
Su rostro es lo último que veo. Su hermoso, hermoso rostro. La más bella
que he visto nunca, en realidad. Su silueta comienza a tomar forma frente a
mí. Con los ojos caídos, solo puedo mirarla con embeleso.
—Demonios, chica —Extiendo la mano, el aire claro me saluda—. Lo
siento —digo por fin las palabras que ella merece escuchar—. Ojalá fuera
normal —murmuro, mi cuerpo se apaga lentamente—. Entonces sería capaz
de amarte también.
Y entonces solo hay negrura.

—¿Cuánto tiempo vas a pasar deprimido? —pregunta Vanya mientras


arrastro uno de los cuerpos a la parte de atrás para que Maxim se ocupe de
ellos.
—No estoy deprimido —murmuro en voz baja.
—Lo estás. Solo esta semana has matado a diez personas. ¿Veinte?
—Más bien cincuenta —murmuro, y ella levanta una ceja.
—Todos se lo merecían —le digo—, han venido por mí para vengarse
uno tras otro. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Recibirlos con los brazos
abiertos?
—Tal vez. —Se encoge de hombros, acercándose a mi lado para estudiar
los resultados de mi último episodio—. Ya que está claro que tienes ganas de
morir. Sabes muy bien que ahora eres el objetivo de todos. Sin embargo, has
dejado de llevar un arma. Si eso no es un suicidio, entonces no sé qué lo es.
—¿Qué puedo decir? Mis habilidades desafían cualquier arma —digo con
suficiencia, pero ella me clava el codo en el costado, señalando mi nueva
herida.
—Claro, ¿entonces qué es eso?
—No lo recuerdo. Alguien debió apuñalarme durante la última pelea. —
Me encojo de hombros y me subo la camisa para mostrar un corte de aspecto
desagradable bajo las costillas. Casi como una sensación de cosquilleo,
apenas lo siento.
—Un día de estos te vas a desangrar. —Sacude la cabeza y me arrastra
hasta el botiquín.
—¿No sería eso una misericordia? —susurro suavemente.
Han pasado tres semanas desde el incidente del almacén, y todo lo que he
hecho ha sido cortejar a la muerte, pero sin ningún resultado real. Al fin y al
cabo, mi instinto de conservación se dispara cada vez, y aunque quiera, no
puedo bajar.
—Tienes que cuidarte, hermano —dice Vanya, con preocupación en sus
ojos—. No olvides tu promesa. —Me recuerda, y yo cierro los ojos,
suspirando.
Todo lo que he hecho en las últimas semanas ha sido olvidar mi promesa.
Había estado tan empeñado en hacer todo lo posible para escapar del encierro
de mi propio cuerpo que había ignorado por completo mi promesa de
venganza.
—Tienes razón, Vanya —concedo—. Necesito volver a meter la cabeza
en el juego.
—Se podría decir que necesitas sacar la cabeza del juego. Dejar de matar
a la gente por un segundo e interrogarla. ¿Recuerdas lo que dijo Oleg?
Su pregunta me hace reflexionar, y repaso los acontecimientos del día,
haciendo una mueca de dolor porque esos recuerdos la contienen a ella... Pero
Vanya tiene razón. Oleg había insinuado que yo había molestado a algunas
personas importantes.
—¿Crees que tienen algo que ver con el Proyecto Humanitas?
—Puede ser —Se encoge de hombros Vanya, instándome a tomar una
venda—, pero merece la pena investigarlo.
—Tienes razón —coincido.
Tomando algunas de las gasas, empiezo a limpiar la sangre de la herida,
notando que no es tan superficial como había pensado anteriormente. La
limpio y la desinfecto, pero es probable que necesite puntos de sutura.
—Llama a Sasha —me dice Vanya, pero yo solo sacudo la cabeza.
—Yo me encargo —respondo, tomando una aguja quirúrgica e hilo.
Atravieso la piel con la aguja y coso los dos lados. Puede que mis puntos no
sean tan limpios como los de Sasha, pero funcionan. Al fin y al cabo, ¿a quién
le importa que mi cuerpo quede aún más desfigurado de lo que ya está? Solo
me ha importado lo que piense una persona y...
Cierro los ojos y respiro profundamente.
He intentado con todas mis fuerzas no pensar en ella durante este tiempo,
pero lo malo de tener una memoria casi perfecta es que puedo recordar con
detalle todas nuestras interacciones... la forma en que su piel se sentía sobre la
mía, o cómo su simple presencia me calmaba.
Esto no está funcionando.
Clavo la aguja con más fuerza en mi piel, deseando poder hacer el mismo
daño que le hice a ella. Pero todavía no hay nada. Lo máximo que siento es
una ligera caricia.
—¿Vlad? —Vanya me llama, y tardo un momento en reaccionar—.
¡Vlad!
—Sí —murmuro, levantando la cabeza para mirarla.
—¿Qué te pasa? —pregunta ella, entrecerrando los ojos hacia mí.
—No sé a qué te refieres —digo, terminando rápidamente de coserme y
poniendo todo en su sitio. Dando la espalda a Vanya, concentro mi atención
en la pila de cuerpos que hay al final de la habitación.
—Estás diferente —hace ella la observación—, hay algo diferente en ti.
—V, vamos —finjo una risa—, soy el mismo bastardo maníaco de antes
—bromeo, pero ella no responde. Se limita a observarme atentamente, el
escrutinio de su mirada es un poco desconcertante—. Probablemente debería
quemar los cuerpos —digo en voz alta, dirigiendo la discusión hacia un
territorio cómodo.
—Es ella, ¿no? —Señala astutamente Vanya, viniendo a mi lado y
obligándome a responder.
—No sé de qué estás hablando.
—Es ella —afirma. Pero justo entonces Maxim entra en la habitación con
un carro. Empieza a apilar los cuerpos dentro antes de ir al horno para
quemarlos.
—No te vas a librar de mí. —Me sigue Vanya hasta mi habitación.
—¿Acaso no lo sé? —murmuro, la ironía extrañamente divertida.
—Es ella. Por eso eres diferente.
—Déjalo, V. No quiero hablar de ello. —Mi voz es cansina, y mientras
abro el cajón para sacar el sedante, solo puedo pensar en olvidar.
Al clavar la aguja en mis venas, puedo oír a Vanya diciendo más cosas,
reclamándome por mi comportamiento, pero mientras sucumbo lentamente a
la paz, su rostro empieza a aparecer frente a mí.

Y por fin vuelvo a sentirme ligero.

—Gracias, Seth —le digo mientras me trae la última tanda de fotos de


Sisi.
Le pedí que la cuidara porque, por mucho que quisiera alejarme, no podía.
Necesito saber que está a salvo más que mi próximo aliento. Y las fotos que
ha tomado para mí han sido lo único que me ha hecho seguir adelante.
Nunca hubiera pensado que me obsesionaría tanto con alguien, y menos
con una mujer. Pero Sisi no es cualquiera.
Ella lo es todo.
Recogiendo las fotos, paso el dedo por sus rasgos. Lleva un pañuelo en el
cuello y siento una punzada en el pecho al pensar que podría haberle marcado
la piel para siempre.
No ha salido mucho de casa, y todas las fotos están tomadas en el jardín.
Es tan dolorosamente hermosa que ni siquiera encuentro palabras para
describirla. Incluso con el cabello que solo le llega a los hombros, es
simplemente exquisita.
Por puro instinto, rebusco en mi bolsillo y saco el pañuelo que me había
bordado. He colocado un poco de su cabello dentro, atándolo en las puntas
para tenerlo siempre conmigo.
Extiendo el pañuelo sobre la mesa, saco algunos mechones de cabello, me
los llevo a la nariz e inhalo, intentando sentir su olor, pero cuanto más tiempo
pasa, más se apaga.
Al final, casi desaparece.
—¿Por qué no admites que la amas? —Vanya aparece de la nada, dando
vueltas frente a mí. No es la primera vez que empieza a interrogarme sobre
Sisi. Después de todo, ella es la única razón de mi ligero cambio de
comportamiento.
Vanya ha sido la primera en notar que me había vuelto más retraído y cien
por cien más imprudente, así que había empezado a acorralarme a cada paso,
exigiendo que hiciera algo al respecto.
Y después de mi último incidente con los opiáceos, entiendo por qué se
había enfadado cada vez más conmigo. Después de todo, yo había sido la que
criticó a Bianca cuando se hizo adicta a la coca, y aquí estaba yo, siguiendo
lentamente sus pasos.
Sin embargo, puedo decir que aprendí la lección cuando casi tuve una
sobredosis. Aparentemente mi cuerpo es totalmente capaz de tener una
sobredosis, solo que no puede reaccionar tan bien al dolor.
De cualquier tipo.
—Sabes que no puedo amar —respondo con un suspiro. Ya hemos
hablado de esto antes. Estoy roto de nacimiento y no es como si algo pudiera
arreglarlo mágicamente.
Si pudiera, Sisi sería la primera... no, la única a la que ofrecería mi amor.
—No puedes amar, aunque la ames. —Ella levanta una ceja, con los
brazos cruzados sobre el pecho mientras se detiene frente a mí.
—¡No es amor! —gimoteo en voz alta—. Es solo mi deseo egoísta de
tenerla conmigo en todo momento. Sentirla conmigo... tenerla en mis brazos...
—Me alejo, el dolor en mi pecho se expande. ¿Por qué siento que no puedo
respirar? Como si toda la habitación se hiciera cada vez más pequeña.
Cierro los ojos y respiro profundamente. Todavía recuerdo haberla visto
con las pruebas de lo que había hecho. El hecho de que podría haberla matado
fácilmente casi me había destruido. Por primera vez en mi vida, había
conocido el miedo real ante la perspectiva de que se fuera. Había sido como
el peor golpe en el pecho, mi mente se nubló, todo mi ser se atormentó con el
peor dolor que jamás había sentido.
Mis dedos se tensan sobre su cabello mientras la tengo cerca, lo único que
parece calmarme estos días.
—Egoístamente no la amas pero desinteresadamente la dejas ir para
protegerla, aunque te esté matando por dentro —dice Vanya negando con la
cabeza—. Si eso no es amor... —Se interrumpe y yo levanto los ojos para
mirarla—. Tú, hermano mío, eres un imbécil —afirma, exasperada—. ¡Pones
su bienestar por encima del tuyo! Esa es la definición misma del amor.
—¿Y cómo lo sabes? —pregunto, bastante molesto.
—¡Porque eso es lo que tú también hiciste por mí! —me grita.
La miro estupefacta, totalmente sorprendida por su arrebato.
—Tú la quieres, solo que no sabes amar. Hay una diferencia —señala.
—Pero ¿cómo puedo amar si no sé cómo? —pregunto entrecortadamente.
Solo la quiero a ella... Solo la quiero a ella.
—Solo tienes que hacer lo que hacen los demás. Cuidarla, colmarla de
atenciones, demostrarle que es la única para ti.
—¡Pero lo es! —le suelto.
—Hermano mío, a veces me pregunto cómo estamos emparentados. Eres
un idiota de grandes proporciones. ¡Tienes que demostrárselo! Diablos,
probablemente ella te odia ahora mismo. Por abandonarla tan
despiadadamente.
—Pero tenía que... —digo débilmente, las imágenes de su pobre cuerpo
maltratado aún rondan mi mente.
—¡No tenías que hacerlo! Simplemente huiste al ver que las cosas se
complicaban un poco más. Ni siquiera pensaste en buscar ayuda en lugar de
alejarla.
—Lo hice... y mira a dónde me llevó. Maté al maldito psiquiatra. —
Desvío la mirada, los flashbacks que había recuperado de esa sesión siguen
siendo un tema doloroso. Sobre todo al mirar a mi hermana...
—¡Y solo por ella! —Vanya levanta las manos, exasperada—. Lo
intentaste una vez y te rendiste. Vamos, Vlad. Tiene que haber más formas —
me dice—. No entiendo cómo puedes ser tan inteligente cuando se trata de los
demás, pero tan tonto cuando se trata de tu propio maldito ser —dice
enfadada, y yo frunzo los labios, sus palabras no son injustificadas.
—¿Qué más puedo hacer, V? Me da miedo incluso ponerme en el mismo
radio a diez millas de ella, sabiendo que si está remotamente cerca entonces
me abalanzaré sobre ella y... —Mi respiración se entrecorta—, la lastimaré de
nuevo.
Es por eso que estoy enviando a Seth para que la controle. Nunca podría
evitar ir hacia ella si supiera que está cerca.
—Tienes que hacer algo con tus episodios. Es la única manera —me dice.
Me quedo callado por un momento, la mera perspectiva de volver a tener
a Sisi en mi vida me llena de algo parecido a la felicidad. No es que sepa lo
que es la felicidad, pero espero que sea algo parecido a lo que me produce su
presencia.
Pero antes de poder hacerlo, tengo que controlarme.
Esforzarme más.
Maldita sea, pero haría cualquier cosa con tal de asegurarme de que no
soy un peligro para ella. Se me acaban las ideas.
—Bien —acepto—. Puede que tengas razón. ¿Pero cómo lo arreglo?
Parecía tan desolada cuando se lo dije... —Aunque consiga controlar mis
episodios, dudo que me perdone tan fácilmente. No quiero ni recordar las
palabras que le había escupido, las mentiras que le había dicho a propósito
para herirla.
Había querido alejarla lo más posible de mí, y lo había conseguido.
—Ve a ella y ruega que te perdone. Tendrás suerte si te lo concede —me
dice Vanya enarcando una ceja, y me doy cuenta de que está de parte de Sisi.
Aunque me gustaría discutir con ella, tiene razón.
Me asusté y lo tiré todo por la borda. Debería haber luchado más,
haberme esforzado más. Después de todo, Sisi es la única persona en este
mundo que no me habría vilipendiado por mi episodio.
Pero en mi defensa, nunca había sentido tanto miedo como cuando vi lo
que le había hecho. Diablos, nunca había sentido miedo en absoluto. Había
estado dispuesto a pedirle que me sacara de mi miseria. Había estado
jodidamente aterrorizado de hacer más... de matarla. Porque un mundo sin
Sisi no es un mundo en el que quiera vivir.
—Tienes razón. —Respiro profundamente, por fin dispuesto a
enfrentarme a mis demonios—. Tengo que hacerlo. Porque creo que la amo
—admito, mis labios tiemblan al pronunciar la palabra amor.
Las deducciones de Vanya son perfectamente lógicas. No habría
reaccionado así si no la amara. Diablos, me enorgullezco de mi egoísmo, y
sin embargo con ella había sido inusualmente desinteresado. Tal vez no sea el
amor que siente la gente normal, pero es lo más parecido que puedo sentir. Y
lo acepto. Porque entonces podría tener algo que ofrecerle.
Algo más que la destrucción.
—¡Por fin! —Vanya pone los ojos en blanco—. Mi hermano idiota, tienes
el trabajo hecho.
—¿No lo sé? —murmuro.
Una cosa es segura. Cuando uno está desesperado, recurre a medidas
desesperadas.
Había pensado que acudir a un psiquiatra había sido el colmo de la
insensatez, dadas mis propias creencias bastante decididas respecto a su
validez científica.
Pero lo que voy a hacer ahora desafía toda ley de la lógica.

Observo cómo el avión se acerca a la pista de aterrizaje improvisada, y ya


veo la vasta extensión de bosque que se extiende alrededor de la línea del
horizonte.
Uno de mis contactos de Perú, Joaquín, me espera cuando aterrizo, con el
itinerario preparado para este último intento de recuperar la cordura.
—Me alegro de verte, Vlad —añade con sorna cuando coloco mi equipaje
en el carro que me espera.
—Joaquín, querido, si alguien te oyera pensaría que no te alegras de
verme —bromeo, aunque sé que nuestra relación es, en el mejor de los casos,
tensa. Aun así, me debía un favor y lo estoy cobrando.
—No puedo decir que esperaba verte aquí, Vlad. Nunca más —
murmura—, no después de que casi causaras una guerra civil aquí.
—Eso también lo dejé. —Sonrío.
Desde que me hice cargo de la Bratva, también continué con su
pasatiempo favorito: las drogas. Es un negocio lucrativo, y a lo largo de los
años me ha llenado los bolsillos de oro, pero también es un desastre. Había
continuado con las asociaciones empresariales de mi padre con ciertas
organizaciones de Sudamérica, y Perú ha demostrado ser la mejor vía para
abastecerse de hojas de coca y convertirlas en el pasatiempo favorito de la
gente, por desgracia, no la coca cola 11.
Esta zona en particular no había visto mucha competencia de cárteles u
otras organizaciones, así que había centrado mis recursos aquí.
En el momento en que puse mis ojos en este lugar, también lo hicieron
otras personas. Y una pequeña guerra había comenzado en la región. Aunque
no puedo decir que yo haya causado el conflicto, definitivamente lo aplasté
cuando maté a todas esas almas valientes tan dispuestas a tomar un arma e ir
contra mí.
—¿Hiciste los arreglos? —le pregunto mientras nos dirigimos al jeep.
—Después del lío que has causado aquí, no puedo decir que haya mucha
gente dispuesta a trabajar contigo. —Suspira—. A estas alturas, casi todo el
mundo conoce tu nombre, o al menos ha oído hablar del Supay.
—No me había dado cuenta de que me había ganado tal reputación.
—La gente habla 12, Vlad. Los rumores de tu matanza recorrieron toda la
región. No me sorprendería que la gente del otro lado del país hable del Supay
con sus cuchillos 13.

11
Marca popular de refresco de cola
12
En la historia original está escrito en español
13
En la historia original está escrito en español
Recostado en el coche, me subo las gafas de sol a la nariz. El calor es casi
insoportable para alguien acostumbrado a los inviernos de Nueva York, y me
cuesta concentrarme en las divagaciones de Joaquín.
—Supongo que es de esperar que algo inusual haga hablar a los
supersticiosos. —Permito, sabiendo que no había causado una buena
impresión aquí.
—¿Insólito? —Joaquín se burla—, te llaman el demonio 14, Vlad. Para
ellos, eres la personificación del mal. Ningún chamán querrá trabajar contigo
—dice con decisión.
—¿Y perderse el desterrar el demonio de mí? Dudo que no haya un solo
chamán en toda esta cuenca amazónica que no sienta una remota curiosidad
por mí. —Le devuelvo el fuego, con demasiada confianza. Después de todo,
había intuido que mi reputación podría ser un impedimento. Sin embargo,
esta gente se enorgullece de su poder espiritual, y ¿no sería realmente
grandioso poder vencer al mismísimo diablo?
—He dicho que es difícil. No imposible. Hay un... —se detiene.
—Genial, ahí vamos —exclamo, dispuesto a conocer a esta persona y
acabar con ella.
No estoy necesariamente seguro de que nada vaya a funcionar en este
momento, pero no puedo decirlo hasta que lo haya intentado absolutamente
todo. Es una promesa que me hice a mí mismo. Si quiero ser digno de Sisi,
tengo que hacer todo lo que esté en mi mano para salvarme.
—Un pequeño problema. —Tose Joaquín en su puño, pareciendo un poco
culpable.
—¿Qué?
—No es... normal —dice tímidamente.

14
En la historia original está escrito en español
—Maravilloso, ya que yo tampoco soy normal.
—No es eso. Es que... está recluido y rara vez realiza ceremonias para los
forasteros —continúa.
—Entonces vamos con otro. —Casi le pongo los ojos en blanco. ¿No ve
que tengo prisa? Cuanto antes vea a este chamán y tenga mis problemas bajo
control, antes podré tener a Sisi de nuevo en mis brazos.
—Vlad —suspira, exasperado—. No hay otro. Ya te lo he dicho. Nadie
quiere trabajar contigo. Todos creen que estás lleno de energía negativa.
Nadie quiere trabajar contigo. Ni si quiera quieren acercarse a ti. El viejo es
el único que queda 15. —Habla rápido, y tengo que obligarme a seguir su
español.
—Bien. ¿Qué tengo que hacer para convencer a este viejo de que me
reciba?
—Lo decidirá cuándo te vea. Él es... —Joaquín sacude la cabeza—. Puede
que este recluido, pero eso es porque es muy poderoso. Ve lo que otros no
ven y es demasiado abrumador para él.
—Vayamos allí, entonces. Te lo dije por teléfono. Tengo prisa.
—Estas cosas no se apuran, Vlad —me reprende—, el viejo te dirá más y
él decidirá si te acepta o no. —Su tono me dice que discutir sería en vano. Así
que asiento con la cabeza y continuamos hacia el hotel.
Una muda de ropa, una mochila bien cargada con recursos suficientes
para unos días, estamos listos para emprender el viaje a la mañana siguiente.
Mientras tanto, encuentro más datos intrigantes sobre este chamán al que
todos llaman el viejo 16. Es uno de los chamanes más poderosos de Perú y uno
de los pocos con fama de poder ver tanto la dimensión humana como la
espiritual.

15
En la historia original está escrito en español
16
En la historia original está escrito en español
Por supuesto, me esfuerzo por no resoplar cada vez que Joaquín empieza
a hablar de sus proezas.
—Se dará cuenta de tu escepticismo —me dice cuando comenzamos
nuestro viaje.
—Tú más que nadie deberías saber que no hago esto porque crea en ello.
Es simplemente mi último recurso.
—Entonces puede que estemos haciendo este viaje en vano. El viejo lo
sabrá. Y este tratamiento es solo para los que sienten la llamada —gruñe,
claramente poco impresionado por mi falta de comprensión de su tradición.
—Sabes que no pretendo faltar al respeto, Joaquín —me dirijo a él en
tono juguetón—, pero soy un hombre de ciencia. Seguro que puedes ver cómo
se ven estas afirmaciones desde mi punto de vista.
—Y sin embargo estás aquí, buscando beneficiarte de esas afirmaciones.
—Prueba y error, nada más —sonrío—, simplemente estoy probando la
validez, aunque la ciencia que hay detrás es endeble en el mejor de los casos.
—Hay agentes químicos en estas plantas que han demostrado ayudar con
trastornos del ámbito psiquiátrico —responde.
—Estoy de acuerdo. Pero hay una gran diferencia entre algunos
beneficios y los momentos que cambian la vida, como algunos profesan.
—Entonces tendrás que ver —se encoge de hombros—, y juzgar por ti
mismo si te cambiará la vida o no.
Partiendo de Manu, tenemos que aventurarnos fuera de los caminos
trillados y adentrarnos en la selva. Según Joaquín, la morada del viejo está en
algún lugar cercano a la frontera con Brasil.
El viaje nos llevará un par de días con algunas paradas intermedias.
La humedad del aire hace que sea difícil respirar, el calor directo del sol
me molesta los sentidos. Joaquín está acostumbrado al clima y a aventurarse
en la selva, así que para él es pan comido.
Caminamos durante casi diez horas, y Joaquín se vuelve cada vez más
simpático cuando empieza a interactuar con la fauna, contándome historias y
datos sobre cada animal.
Él fue la elección correcta.
Como era de esperar, como antiguo guarda forestal, conoce muy bien la
zona y los peligros.
Cuando se pone el sol, finalmente hacemos un descanso, acampando junto
a un enorme ceibo.
—¿Por qué ahora? —pregunta Joaquín mientras nos sentamos alrededor
de un pequeño fuego, asando algo de carne que habíamos traído—. Te
conozco desde hace años, Vlad, y nunca has dado señales de querer cambiar.
—Diferentes circunstancias. —Me encogí de hombros.
Joaquín había sido el primero en sugerir que buscara un chamán para mis
problemas, citando una desconexión entre mi corazón y mi psique como la
razón principal de mis ataques. Yo no estaba de acuerdo, después de todo mi
corazón es solo un órgano que bombea sangre. Nada más y nada menos. Sí,
me mantiene vivo, pero no dicta nada más.
Sin embargo, puede que me haya equivocado.
Nunca había entendido el significado de la angustia, o el desamor, o
cualquier cosa relacionada con el corazón. ¿Por qué iba a doler un órgano
perfectamente sano? Biológicamente la única explicación sería un ataque al
corazón, o una especie de dolencia cardíaca.
Pero ahora...
Cierro los ojos y veo a Sisi, con todo el cuerpo cubierto de moratones y
marcas de mordiscos, la sangre brotando de sus heridas. Parecía golpeada y a
punto de desmayarse.
Y por primera vez me dolió el corazón.
Como una fisura que comienza lentamente en un extremo y llega al otro,
sentí un rayo que atravesaba ese órgano que solo debe bombear sangre. Mi
pecho se sintió de repente pesado y me costó respirar.
Dolor de corazón.
Me ha costado un poco más de dos décadas aprender lo que es el dolor de
corazón.
¡Y duele, demonios!
Teniendo en cuenta que mis receptores del dolor están silenciados en un
noventa por ciento, ese dolor había resonado en todo mi cuerpo. No sé cómo
no había sucumbido bajo su peso.
—¿Qué puede haber cambiado para que el poderoso Supay pida ayuda?
—bromea.
—Deja de llamarme así. No soy un demonio —respondo con una sonrisa.
—Es discutible. —Se encoge de hombros—. Todavía no has respondido a
mi pregunta.
—Por fin he encontrado algo por lo que vivir —digo, evitando más
preguntas sobre el tema.
La noche se nos echa encima, y trato que no me molesten los mosquitos,
que no dejan de atacarme. Vanya ha estado callada todo el día, casi como si
estuviera emocionada y aprensiva al mismo tiempo.
—¿Y si desaparezco? —pregunta, con la cabeza apoyada en las manos
mientras me mira fijamente a los ojos desde su pequeña cama improvisada
frente a mí.
—No te quejabas con Sisi —susurro, ya que ella nunca había dicho nada
sobre cómo la presencia de Sisi parecía socavar la suya.
—Pero al menos entonces sabía que la tenías. Ahora... —dice, con cara de
cansancio.
—¡Vete a dormir, hombre! —La voz de Joaquín suena, y suspiro, viendo
como la forma de Vanya se posa en el suelo, como un fino polvo, sus ojos
cerrados, su cuerpo desaparecido en segundos.
Y por fin puedo dormir.
Los dos días siguientes los pasamos vadeando la selva y evitando
encuentros cercanos con algunos animales peligrosos.
—Deberíamos llegar allí al atardecer —menciona Joaquín cuando nos
detenemos a tomar un refrigerio.
Desacostumbrado a demasiado sol, estoy más cansado que de costumbre,
así que la noticia es música para mis oídos.
—Perfecto —respondo, metiendo una pieza de fruta en la boca.
De la nada, un pequeño mono salta sobre mi hombro, con sus pequeñas
manos alcanzando la comida. Su pelaje marrón rojizo brilla a la luz, su
enorme cola cuelga sobre mi espalda mientras me roba la comida.
—Mono Titi —señala Joaquín, sonriendo ante las travesuras del mono—.
Su compañera no debe estar muy lejos —dice, y justo a tiempo aparece otro
mono, llevando a su cría en la espalda.
—Qué lindo —dice Vanya, tratando de agitar su mano hacia el mono que
actualmente reside en mi espalda.
Joaquín asiente.
—Son una de las pocas especies de monos que son monógamas —explica,
entrando en detalles sobre la población de monos de Perú.
—¡Vlad, mira! —grita Vanya cuando el mono salta de mi espalda,
siguiendo a su compañero mientras ocupan su lugar en un árbol. Sus colas
cuelgan hacia abajo, moviéndose lentamente la una hacia la otra hasta que se
entrelazan.
—Se llama emparejamiento de colas —señala Joaquín, y Vanya no puede
dejar de correr, maravillada por lo lindos que son los monos—. Es un gesto de
afecto para ellos —explica, y los ojos de Vanya se abren de par en par.
—¡Es una señal, Vlad! Es una señal. —Vuelve corriendo hacia mí, con
los brazos agarrados con fuerza—. Es una señal —continúa, casi sin aliento.
—¿Qué señal? —pregunto, ignorando la extraña mirada de Joaquín.
Ella abre la boca para hablar, pero no sale nada. En un abrir y cerrar de
ojos se ha ido, con un chillido inusual sonando en el bosque.
—¡Mierda! —Joaquín maldice—. Tenemos que movernos. —Empieza a
recoger sus cosas, instándome a hacer lo mismo.
—¿Por qué? —Frunzo el ceño, confundido por la prisa.
—Tenemos que llegar a el viejo antes del atardecer —dice crípticamente.
Ocupándome de mis cosas, me coloco la mochila sobre los hombros y le
sigo.
Efectivamente, llegamos al lugar designado justo cuando el sol abandona
el cielo. Un par de cabañas conectadas en medio de la nada, las viviendas de
el viejo no son gran cosa, no es que esperara mucho, de todos modos.
Al entrar en el recinto, un hombre con una larga túnica sale de una de las
cabañas, con los ojos entrecerrados mientras nos observa.
—Abuelo. —Se dirige Joaquín a él, bajando la cabeza en señal de respeto.
El hombre apenas le presta atención mientras avanza, con movimientos
rápidos para alguien de su edad.
Al detenerse frente a mí, levanta la cabeza para mirarme a los ojos.
—Te estaba esperando —afirma, mirándome de arriba a abajo antes de
cerrar los ojos y respirar el aire de alrededor.
Se mueve en círculo y empieza a cantar algo, con la voz baja.
—Márchese, por marcharse adelante —entona, el viento aúlla con fuerza
como si reaccionara a su voz.
—Vengan —nos dice finalmente, invitándonos a entrar en su casa—.
¿Qué buscas aquí, forastero? —El viejo se vuelve hacia mí, y por un
momento siento que sus ojos pueden ver a través de mí.
—Lo que hace todo el mundo —sonrío—, para que se calme mi
curiosidad.
—Ah, un no creyente. Ya veo. —Asiente para sí mismo.
—Le dije que no sería bien recibido porque no cree —interviene Joaquín.
—No cree y sin embargo está aquí. Siempre hay una razón —dice
moviéndose por el pequeño espacio y ofreciéndonos un té recién hecho.
—Dígame, forastero. ¿Qué le atormenta?
Nos sienta en el suelo, acomodándose junto a nosotros y completando un
círculo de tres.
—Tengo algunos episodios —empiezo tímidamente, contando lentamente
mi problema. Puede que no crea en esto, pero la mera posibilidad de que
pueda funcionar, en caso de que sea solo una casualidad, me empuja a seguir
adelante.
La necesito a ella.
Sisi es mi único impulso para seguir adelante, incluso cuando todo el
proceso es tan antitético a mis creencias fundamentales.
—Ya veo —responde el viejo, estudiándome, sus ojos astutos lo captan
todo—. Estás desesperado —continúa, y Joaquín se ríe.
—El mero hecho de que esté aquí significa que está más que desesperado.
Ha oído hablar de él, abuelo, el Supay.
El viejo no responde, sigue mirándome.
—Tú mandas sobre la muerte, cuando la vida está frente a ti —dice en
voz baja—. Te ayudaré, forastero. Pero no porque te lo merezcas. —Me clava
la mirada—. Porque sabes que no lo mereces.
Asiento a sus palabras, el simple hecho de haber puesto mi mano sobre
Sisi me convierte en el hijo de puta menos digno que jamás haya existido.
—Sino porque otra persona se lo merece. Y a través de ti, tendrán lo que
se merecen —continúa crípticamente, y yo frunzo el ceño.
—No lo hagas. —Levanta una mano cuando estoy a punto de hablar—.
Puede que nos acabemos de conocer, forastero, pero se quién eres. —Hace
una pausa, el aire se arremolina, la tensión aumenta—. Tú, que no profesas
ningún dios ni ninguna religión, sino que tomas la ciencia como credo. Pero
ahora no hay ciencia y aquí estás tú. —Sus palabras son rebuscadas, sus
frases son misteriosas en el mejor de los casos mientras sigue desnudando
toda mi identidad—. Conozco tu problema. —Su mano se acerca para tocar
mi frente—. Está aquí y… —La mano desciende hasta posarse sobre mi
corazón—. Tu cabeza lo domina todo, tu corazón está a dos metros bajo
tierra. No puedes entender cuando nunca has intentado escuchar.
—Mis episodios deben estar arraigados en mis recuerdos ausentes —
hablo, mirándole fijamente a los ojos—. Y eso es cuestión solo de esto —digo
mientras señalo mi cerebro—. Es defectuoso, y he oído que sus pociones
pueden ayudar con eso.
El viejo me mira fijamente durante un segundo antes de empezar a reírse.
—Forastero —sonríe—, tu problema no es una mente defectuosa. No
puedes decirle a un perro que corra mientras sostienes la correa —responde,
de nuevo con palabras indirectas al azar—. Suéltala y todo se irá con ella —
dice, levantándose.
—Ve a dormir. Todos nosotros. Mañana empezaremos. —Ni siquiera nos
dedica una mirada mientras sale del camarote.
—Me ha guiñado el ojo. —Se acerca Vanya para susurrarme al oído con
vértigo. Me limito a poner los ojos en blanco.
Pero mientras me duermo, no puedo evitar seguir contemplando sus
palabras, con la excitación hirviendo en mi interior a pesar de que mi cerebro
lógico intenta frenar esto.
Al día siguiente, con la taza en la mano, veo que el viejo me mira
expectante, así que me lo tomo de un trago. Habíamos pasado todo el día
preparándonos para este momento: el consumo de la ayahuasca. El viejo
había hablado la mayor parte del día, tratando de empujarme a superar mis
propios prejuicios y a abrazar lo desconocido.
Desgraciadamente, sus palabras habían caído en saco roto. Y mientras
espero a que el brebaje haga efecto, me doy cuenta de que no funciona. Ni
una hora después, ni siquiera cinco. Ni siquiera al día siguiente.
—No estás preparado para la ayahuasca, forastero, y ella no considera
ayudarte si no puedes ayudarte a ti mismo.
—¿Qué quieres decir? —Frunzo el ceño.
—Aquí. —Empuja su dedo hacia mi pecho—. Te aferras tanto a tu
control, sobre tu mente, sobre todo. Tienes que soltarlo —dice y yo sigo sin
comprender.
—No puedo —respondo con sinceridad. Renuncio al control cuando
pierdo la cabeza en mis episodios, no voy a dejar que eso ocurra mientras
tenga el control... mientras pueda evitarlo.
—Pero mira, ese es justo tu problema. Te lo guardas todo tan, tan fuerte.
Las cosas quieren salir, y lo hacen de la única manera que pueden. Buscan
grietas, y cuando las encuentran, las emboscan para poder salir. Tus episodios
no son más que la representación de lo que no quieres que salga —me dice, y
sus palabras me aturden.
Porque no quiero que las cosas salgan.
—¿Cómo? —Las palabras salen de mi boca antes de que pueda
detenerme. Cómo podría hacer esto cuando sé que una vez que abra las
puertas, el infierno se derrumbará.
—Despacio —gruñe, diciéndome que le siga.

Casi dos meses después, días llenos de trabajo duro y meditación, y el


viejo finalmente me considera listo para probar la ayahuasca de nuevo.
Por primera vez había dejado de lado mis propios prejuicios y le había
permitido guiarme, desde decirme lo que debía recoger de la selva, hasta
construir cosas con mis propias manos y, finalmente, poner la mente en
blanco y dejarme llevar, aunque solo fuera por un minuto.
Empezamos despacio, y él ha tratado de enfocar la rabia que tengo en mi
interior. Los ejercicios de respiración, además de las sesiones diarias de
meditación, parecen haber hecho maravillas en mi estado de ánimo, y por
primera vez soy optimista respecto al futuro.
También Joaquín se ha quedado bastante sorprendido por el esfuerzo que
he hecho. Me dejó aquí al cabo de un par de días y ha vuelto hace poco,
curioso por mis progresos.
—Has hecho mucho en este poco tiempo, forastero —me dice el viejo,
entregándome mi taza de ayahuasca recién preparada.
En el tiempo que he estado aquí, también he tenido la oportunidad de
aprender más sobre la flora y la fauna de la región, y especialmente sobre lo
que hace que estas plantas sean tan codiciadas. El viejo me habló de sus
antepasados y de cómo utilizaban estas plantas para comunicarse con los del
más allá.
Aunque no me he convertido de repente en un creyente, sí que he
empezado a escuchar y a analizar las cosas desde su punto de vista,
comprendiendo la cultura, la geografía y la topografía de cómo se perciben
estas plantas y por qué algunas son incluso veneradas.
Me llevo la taza a los labios, saboreando el amargo líquido y dando un
pequeño agradecimiento a la madre naturaleza por todo lo que me ha dado
estas últimas semanas. Cerrando los ojos, me dispongo a relajarme, sabiendo
que esta vez funcionará.
—Estoy aquí, forastero. Deja que la ayahuasca te guíe en tu viaje. —
Escucho la voz del viejo mientras la negrura de mis párpados cerrados
empieza a transformarse en colores y formas, y todo el espacio cambia
conmigo hasta que siento que me reduzco al tamaño de una partícula.
Con la respiración entrecortada, siento que mi corazón late con fuerza en
mi pecho, que mis venas se esfuerzan por bombear mi sangre. Es como si
cada sonido se magnificara, o tal vez en mí pequeña estatura estoy más cerca
de esos sonidos.
Siento... todo. Escucho el zumbido de las abejas, de los grillos y de
cualquier otra criatura que se arrastre por esta tierra. Abro los ojos y casi
puedo tocar las partículas de luz, tan finas y separadas en el éter mientras
saludan a mí ser.
¿Soy o no soy?
Ni siquiera sé qué soy... o quién soy, mientras me dejo caer y me
convierto en uno con la naturaleza. La totalidad de mi historia se desvanece
mientras contemplo la inmensidad del mar, el miedo está totalmente ausente
mientras me dejo llevar por las olas, sin importarme que puedan ahogar mi
pequeño ser.
El agua inunda mis sentidos, hasta que vuelvo a estar en la orilla.
Miro a mí alrededor y no hay ni un alma en los alrededores, la extensión
de tierra es infinita para lo que mis ojos pueden abarcar.
Camino durante lo que parece una eternidad antes de divisar algo más.
Un conejo.
Un pequeño conejo blanco salta hacia mí, deteniéndose cuando está a
unos pasos. Sus ojos son de color rojo sangre mientras me mira.
Parpadea. Luego corre.
No sé por qué, pero le sigo, corriendo detrás de la pequeña criatura hasta
que choco con una pared de ladrillos, todo mi cuerpo se tambalea por el
impacto.
—Qué... —susurro, levantando la cabeza para mirar la pared que se
avecina. Aunque miro al cielo, no consigo encontrar su punto final.
—Aquí. —Escucho una voz que me llama, y sin siquiera pensarlo la sigo.
La voz se hace cada vez más fuerte, hasta que me encuentro en otra
habitación, esta vez llena de niños.
Me encuentro en medio de la multitud mientras decenas de niños se
arremolinan a mi alrededor, todos gritando y protestando por algo.
De repente, vuelven sus ojos hacia mí, notando mi presencia por primera
vez. Sus rasgos se dibujan con rabia y dan un grito antes de perseguirme.
Ni siquiera sé cómo los evado. Solo corro, corro y corro. Mis pies me
llevan a lugares a los que no debería poder acceder. Mi cuerpo reacciona
primero y luego mi mente le sigue.
Observo cómo, bajo mis ojos, el fondo vuelve a cambiar, los muros se
levantan a mí alrededor, la maquinaria de acero aparece por todas partes.
—Eso es, mi pequeño milagro. —Escucho decir a alguien, su aliento junto
a mi oído—. La aorta es la arteria más grande del cuerpo. Has aprendido bien
la lección —elogia, poniendo delante de mí una bandeja de plata con
diferentes instrumentos.
—Vamos a ver cómo la pones en práctica. Disecciona la aorta de
principio a fin y puede que te ganes un premio.
Asiento con la cabeza, agarrándome a los instrumentos que ya conozco
por su nombre. Cada paso, cada término técnico, está grabado en mi mente
mientras comienzo la disección, cortando en carne viva, los gritos de mi
sujeto son ensordecedores pero tan familiares que ni siquiera me importan.
Estoy totalmente concentrado en complacer al hombre que me observa,
sabiendo que si lo hago, la recompensa será buena, y no solo para mí.
Le hago descender el bisturí sobre el pecho, retirando toda la piel y la
carne del hueso, cortando en el músculo hasta que se ve el esternón. Luego,
cambio de instrumento para abrir la cavidad torácica y acceder al corazón.
La sangre sale a borbotones, mi técnica es nueva y poco practicada. Pero
no me importa, ya que mi único objetivo es poner fin a esto y conseguirle a
mi hermana un nuevo juego de ropa.
Hermana.
¿De dónde viene ese pensamiento?
¿Tengo una hermana?
Levanto la cabeza de la carcasa abierta frente a mí y la veo.
Es pequeña, tan insoportablemente pequeña, mientras se aferra al conejo
que había perseguido antes. Se da cuenta de que la miro y se vuelve hacia mí
lentamente, dedicándome una sonrisa deslumbrante.
—Has vuelto, hermano —susurra, con un tono cálido.
—V... —empiezo, el nombre se me queda en la lengua.
Un ligero temblor recorre mi entorno, aumentando hasta que el propio
edificio en el que estoy empieza a temblar, las paredes se desmoronan.
—V! —le grito, extendiendo mi mano hacia ella para ponerla a salvo.
Pero ella se limita a sacudir la cabeza, con los brazos apretados sobre el
conejo.
Toda la estructura se derrumba, pero ninguno de los escombros me toca.
Parpadeo y las olas empiezan a chocar contra mí, el agua es tan roja que
se diría que es sangre.
—Corre. —Escucho la voz de Vanya en mi cabeza, así que lo hago, las
olas me siguen. Una mirada hacia atrás y, como un tsunami, las olas son cada
vez más altas.
Abro la boca para responderle, pero todo sucede a la vez. El agua me
traga por completo, inundando mis sentidos. Saboreo el toque metálico de la
sangre en mi boca, y aunque hago todo lo posible por luchar, no puedo hacer
nada ya que empiezo a ahogarme con ella.
—No deberías haber venido aquí, hermano —me dice mi hermana
mientras se acerca lentamente a mí. Sigo tosiendo sangre, el escenario ha
cambiado de nuevo.
Una habitación blanca y estéril, sin nada más que Vanya y yo.
—¿V? —pregunto, con la voz entrecortada.
—Deberías haberte quedado atrás. Sobreviviste después de todo, ¿y no es
la vida el mejor regalo de todos? —pregunta ella, agachándose frente a mí.
—V... ¿qué está pasando?
—Hay una razón por la que no puedes recordar, Vlad. Era la única
manera de seguir viviendo —me dice, con voz triste y apenada.
—No lo entiendo.
—¿No lo entiendes? Hemos estado juntos desde que nacimos. Te conozco
mejor que nadie —vuelve su mirada hacia mí—, mi gemelo, mi propia carne.
Mi protector. Pero lo que nos pasó allí... —respira profundamente—. No serás
el mismo si lo recuerdas, Vlad. —Su voz es suave mientras su mano cubre la
mía.
—Necesito hacerlo. Necesito encontrar a Miles y hacerle pagar y... —Me
detengo.
—Sé lo que quieres, hermano mío. Tus secretos nunca han sido un
secreto. Quieres ser digno de su amor. —Suspira, poniéndose de pie y
paseando por la habitación—. Pero me temo que no serás capaz de soportar
los recuerdos.
—Puedo —respondo, con la voz resuelta—. Puedo —repito con aún más
seguridad.
—Quizá estés preparado... quizá hayas crecido por fin —susurra, casi para
sí misma.
Se planta frente a mí, materializa un cuchillo y me lo entrega.
—Entonces hazlo. Acaba con lo único que se interpone entre tú y el
pasado —me indica mientras cierra mi mano sobre la empuñadura del
cuchillo.
—¿Qué... qué quieres decir? —balbuceo, con los ojos muy abiertos.
—He estado a tu lado todos estos años, hermano mío. He velado por ti,
guiándote en lo que creía que era la dirección correcta. Pero veo que te he
fallado. —Gira la cabeza hacia un lado, con una única lágrima cayendo—. He
dejado que me usaras como tapón, para que nunca tuvieras que enfrentarte a
lo que realmente pasó. Pero ya no. —Sacude la cabeza, limpiándose los ojos.
—V... No lo entiendo.
—Tienes que dejarme ir, Vlad. Déjame volver a mi sitio para que tú
también puedas volver al tuyo.
Orienta el cuchillo con la punta hacia su corazón, empujándolo
ligeramente.
—No... no... No puedo —digo de repente, la perspectiva de no volver a
verla nunca más me da demasiado miedo.
—Ella estará ahí para ti, hermano. Apóyate en ella como te apoyaste en
mí. Incluso más. —Sonríe con tristeza—. Pero para eso tienes que dejarla
entrar. No más secretos, no más omisiones. —Hace una pausa—. Háblale de
mí. —Empuja el cuchillo un poco más profundo.
—No, V. No puedo hacerlo. Eres... —me detengo, con lágrimas en los
ojos.
—Soy parte de ti, Vlad. Siempre lo he sido. Pero también soy... más —su
boca se curva—, y tienes que dejarme ir.
—V... —Sacudo la cabeza, con el corazón latiendo con fuerza en mi
pecho.
—Lo has reprimido todo, hermano. Pero todo está aquí. —Me toca con el
dedo la cabeza—. Solo tienes que dejar que todo vuelva.
—¿Ayudará a los episodios? —pregunto, avergonzado de siquiera
contemplar esto.
—Episodios. —Se ríe Vanya y yo frunzo el ceño—. Me temo que son
culpa mía. Me esforcé tanto en sellar la grieta en tu mente... en desterrar todos
los malos recuerdos, que no esperaba que se resistieran. Deberían disminuir
una vez que me haya ido, así como tus recuerdos deberían volver lentamente.
—Quieres decir... —Parpadeo desorientado, sus palabras son extrañas y a
la vez tienen sentido.
—He sido tu escudo durante demasiado tiempo, Vlad. Estoy cansada. Por
favor, déjame ir —susurra, empujando el cuchillo aún más profundo.
—V...
—Por favor, hermano. —Vuelve sus ojos hacia mí, esos iris negros tan
parecidos a los míos, y me doy cuenta de que tengo que tomar una decisión.
—Gracias, V. Por hacerme compañía durante tanto tiempo. Y lo siento —
susurro, clavando finalmente el cuchillo en su corazón.
Una sonrisa triste aparece en su rostro y, al cerrar los ojos, su forma se
disipa en el aire.
Y por primera vez, sé que es para siempre.
—Adiós, hermana mía. Te quiero —susurro, cerrando los ojos.
La siguiente vez que abro los ojos estoy de vuelta en la cabaña, con el
viejo sentado a mi lado meditando.
—Has vuelto —dice sin mirarme.
—Así es... —respondo, mis ojos recorren la habitación, buscándola.
Levantándome rápidamente, me dirijo al exterior, todavía buscándola con
la mirada.
—Se ha ido, forastero —dice el viejo—. Es lo mejor.
—¿Cómo...? —Estoy a punto de preguntarle cómo sabe de ella en primer
lugar, pero una mirada a su expresión reservada y me doy cuenta de que
algunas cosas no están destinadas a ser entendidas.
—Dijo que los episodios disminuirán con el tiempo —le explico lo que
me había dicho Vanya, el viejo asiente expectante como si hubiera estado
seguro del resultado desde el principio.
—Tienes que enfrentarte a tu principal desencadenante. La sangre. Lo
más probable es que sea una de las cosas que te hizo bloquear tus recuerdos,
pero también lo que te los devolverá —afirma, repasando algunas cosas que
podrían ayudarme.
—Gracias —le digo con sinceridad, y mi escepticismo desaparece por
primera vez.
Hay una ligereza en mi interior que antes no existía, como si pudiera
desplegar unas alas inexistentes y volar.
—No me des las gracias todavía, forastero. Hay mucho trabajo por hacer
todavía —dice, repasando otro plan de meditaciones y tratamientos con
ayahuasca—. Estos deberían acelerar el retorno de tu memoria.
Asiento con la cabeza, dispuesto a seguir todas sus instrucciones.
Un par de días después, cuando vuelvo a Manu para reunirme con Joaquín
y conseguir algunos recursos del pueblo, mi teléfono suena por primera vez
en meses.
—Vaya, hola, viejo amigo —bromeo cuando veo que es Marcello.
—Vaya, por fin te dignas a contestar el teléfono —dice con sorna—.
Llevo semanas intentando localizarte.
—Pues aquí estoy. ¿Qué pasa?
—Quería agradecerte tu ayuda con Nicolo. Y con todo. —Respira
profundamente, y por primera vez me quedo perplejo ante algo que ha dicho
Marcello.
—De nada.
Tose ligeramente.
—Como ofrenda de paz, he intentado localizarte para invitarte a la boda.
Pero has estado desaparecido durante tanto tiempo que ya es mañana. —Se
ríe.
—¿Qué boda?
¿Está renovando sus votos con Catalina? De alguna manera eso es dulce.
—Mi hermana, Assisi, se va a casar con uno de los hijos de Benedicto —
empieza, pero dejo de escuchar tras oír el nombre de Sisi. Todo mi cuerpo se
afloja y me cuesta respirar.
—¿Qué has dicho? —pregunto con brusquedad.
—Ha tenido la peor de las suertes. —Suspira Marcello—. Se dio cuenta
de que estaba embarazada a principios del mes pasado, así que hemos
intentado retrasar la boda para que no hubiera un escándalo —continúa, pero
yo lo ignoro todo.
El teléfono se me cae de la mano y los pies apenas me sostienen.
Sisi. Matrimonio. Embarazada.
Llevo mi puño al pecho, golpeándome tan fuerte como puedo, sintiendo
un ataque entrante.
Quería hacer lo correcto por una vez. Convertirme en un hombre digno
para ella. Pero parece que estoy destinado a ser el villano de todos modos,
porque no hay nada en el infierno ni en ninguna dimensión infernal que me
impida recuperarla.
Aunque ella me odie aún más.
La sangre me late en las venas y siento que vuelvo a resbalar.
Maldita sea, pero solo pensar en ella con otro hombre es suficiente para
que me den ganas de arrasar el pueblo.
Tengo que controlarme.
Sé que si me dejo llevar, si cedo a esta rabia asesina que llevo dentro,
entonces nunca voy a llegar a tiempo para esa puta boda.
Y la perderé para siempre.
—¿Dónde estás, V? Te necesito —susurro y, por primera vez, nada me
responde.
Incluso mientras lucho con mi propio yo por el control de mi cuerpo, una
cosa es segura. Nada es más importante que Sisi.
Y por ella, prevaleceré.
Capítulo 21
Assisi

—¿Lo conseguiste? —Acompaño a Raf al interior de la casa, ya inquieta


por la ansiedad.
Como Marcello está hoy en su terapia de grupo, había invitado a Raf a
venir, pidiéndole un gran favor.
Sonrojado profundamente, asiente lentamente, entregándome la bolsa.
—Dios, eres un encanto. —Le doy un fuerte abrazo antes de meter la
mano en la bolsa para encontrar el paquete.
—¿Estás segura? —me pregunta mientras lo arrastro a mi habitación.
—No lo sé, Raf. He estado leyendo en internet sobre los síntomas y
encajan. Además —añado bajando la cabeza—, no es del todo improbable. Él
hizo... —Me detengo al ver que se sonroja aún más—. Ahora no importa.
Veremos lo que dice la prueba —declaro.
Desembolso la prueba con movimientos apresurados, casi con miedo a
averiguarlo.
Desde hace unas semanas me siento mal. Debilidad y náuseas por las
mañanas y un estado general de cansancio inexplicable. Todo se vino abajo
cuando me di cuenta de que mi periodo se retrasaba.
Nunca se había retrasado.
Desde la primera vez que tuve la regla, siempre había llegado justo a
tiempo, así que sabía cuándo esperarla. Cuando llegó el día y pasó y todavía
no había llegado la regla, empecé a preocuparme. Así que recurrí a Internet.
Embarazada.
Ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de quedarme
embarazada. Después de que Maxim me dejara en casa ese día, me
desconecté. Mental y físicamente.
Mi cuerpo se había llevado la peor parte, y había pasado una semana en la
cama recuperándome de las diversas heridas que me había infligido. Dos de
ellas incluso me habían dejado cicatrices muy fuertes, la del cuello y la del
pecho. No quiero ni saber qué había pasado ahí abajo, porque los primeros
días había sido insoportable sentarse, moverse o incluso ir al baño.
Por suerte, con Marcello en el hospital y Lina y Claudia fuera, no había
tenido que explicar mi lamentable estado a nadie. Me había puesto un pañuelo
alrededor del cuello y algo de maquillaje en beneficio de Venezia, y ella no se
había dado cuenta de que algo andaba mal.
Poco a poco, mi cuerpo había empezado a curarse, pero mi mente se
quedaba atrás. No había un momento en el que no pensara en él o tratara de
entender por qué me había hecho eso cuando yo nunca lo habría dejado.
Sin importar el daño a mi cuerpo, me habría quedado junto a él. Porque
sabía que no era él. Sabía que él no tenía el control.
Le habría perdonado todo el dolor que le había causado a mi cuerpo. Pero
lo que no pude y nunca perdonaré es el dolor que le causó a mi alma.
No deseada...
Días y días había tenido pesadillas, sus palabras resonando en mis oídos,
sus insultos burlones incrustándose tan profundamente en mi cabeza que no
podía librarme de ellos.
Se había puesto tan mal que apenas podía dormir, sabiendo que si cerraba
los ojos lo vería mirándome con desprecio.
Y, sin embargo, a pesar de destrozarme por dentro, no podía deshacerme
del amor que siento por él.
Soy una maldita idiota.
Había estado tan segura de que con el tiempo sería capaz de dejar todo
atrás, y aunque todavía estoy trabajando en no amarlo, el tema que nos ocupa
complica las cosas. Porque si estoy embarazada, entonces me encontraré con
un problema bastante permanente.
Respirando hondo, me dirijo al baño, siguiendo las instrucciones del
paquete y orinando en el palillo. Después, espero.
—¿Qué vas a hacer si estás embarazada? —me pregunta Raf. Está sentado
en mi cama, viéndome pasear como una lunática.
—¿Puedo no pensar en eso por ahora? —Mi voz es baja y un poco
temblorosa.
—Sisi... —continúa, y sé que tiene buenas intenciones. No es algo que
deba tomarse a la ligera.
—No lo sé —admito—. Nunca he pensado... —Nunca he pensado en
tener hijos. ¿Yo? ¿Una madre? ¿Qué sé yo de ser madre si nunca he tenido
una? —Tiene que haber una solución —digo, aunque mi voz carece de
confianza.
—Siempre puedes abortar —apunta Raf—. Podría ayudarte —continúa,
pero rápidamente niego con la cabeza.
—No. Eso está descartado —le digo. Él debería saber que nunca haría
eso, dada mi propia historia de abandono en el Sacre Coeur. Nunca haría
voluntariamente nada que dañara a un hijo mío.
—Lo sé —suspira—, lo tiré sobre la mesa por si acaso. —Me dedica una
sonrisa triste.
El teléfono suena para indicar que se ha acabado el tiempo. Me sudan las
manos y me tiembla todo el cuerpo al tomar la prueba. Cierro los ojos y rezo
una breve oración antes de abrirlos.
Estoy embarazada.
—¿Y bien? —pregunta Raf, y yo suelto un sollozo, con los ojos ya
humedecidos por las lágrimas. Le entrego el test y me siento en la cama.
Con la cabeza entre las manos, me masajeo las sienes, tratando de aliviar
esta sensación de fatalidad que se ha instalado en mí.
Un niño.
Dios mío, ¿pero cómo voy a tener un hijo? También está Vlad y él...
bueno, él no puede manejar un niño aún más. Es demasiado inestable para
estar cerca de uno.
No es que él quiera hacerlo.
¿Por qué hay veces que olvido que me dejó de lado? ¿Que yo no
significaba nada para él? En sus propias palabras, él estaba aburrido y yo solo
era un experimento. Alguien con quien pasar el tiempo.
—Sisi. —Raf se sienta a mi lado, tomándome en sus brazos—. Todo va a
salir bien. Podemos pensar en algo —susurra en mi cabello.
Los sollozos sacuden mi cuerpo mientras expulso todo lo que he estado
guardando dentro de mí.
—Marcello lo matará. Me matará a mí, me... —Ni siquiera puedo formar
palabras adecuadas—. ¿Qué sé yo de bebés? —grito, mis pensamientos se
mezclan en mi cabeza, todas mis emociones salen a la superficie—. No sé qué
voy a hacer —le digo sinceramente.
Me siento muy superada.
—Cásate conmigo —dice de repente, y yo giro la cabeza hacia atrás, con
los ojos abiertos ante sus palabras.
—¿Qué?
—Cásate conmigo, Sisi, y nadie tendrá que saberlo. Nuestras familias ya
esperan que seamos más.
—Raf... —Sacudo la cabeza, sin palabras.
—Puede que no nos conozcamos desde hace mucho tiempo, pero eres mi
amiga más querida, y la única con la que me siento lo suficientemente seguro
como para compartir mi secreto. Tal vez con el tiempo... —Se interrumpe.
—No sé qué decir, Raf. Esto es tan repentino. Demasiado repentino.
Nunca había pensado en Raf como algo más que un amigo, y no creo que
lo vea de otra manera.
No después de él.
—Resolvería los problemas de ambos. De todos modos, mi padre quiere
que me case pronto, y podría reclamar a tu bebé como propio —continúa,
sorprendiéndome aún más.
—Raf... Gracias, pero sabes que no siento eso por ti —admito. Habíamos
hablado de esto desde el principio. Y aunque ahora Vlad esté fuera de juego,
eso no significa que no siga estando en mi corazón.
—Entonces no tenemos que ser más. Estaremos bien como amigos —
comienza, tomando mis manos entre las suyas—. Sé que no estás enamorada
de mí, igual que yo no estoy enamorado de ti. Pero tenemos lo que a otras
personas les falta: confianza. Y te juro que cuidaría de tu bebé igual que te
cuido a ti —dice con sinceridad, y por un momento me pierdo en sus ojos
claros. Tan llenos de bondad, y tan fundamentalmente diferentes del par que
amo.
—Tengo miedo —susurro, respirando profundamente—. Nunca pensé
que me encontraría en esta situación.
¿Pero cuál es la alternativa, realmente? ¿Dar a luz fuera del matrimonio y
ser rechazada como lo fue Lina? Si Marcello no nos mata a mí y a Vlad
primero, claro. He oído hablar lo suficiente de nuestro mundo como para
saber que eso simplemente no se hace, y he visto de primera mano lo que
Lina había tenido que soportar por no estar casada cuando tuvo a Claudia.
Podría soportarlo. Después de todo, se me da bien aguantar los insultos de
la gente. ¿Pero qué pasa con mi hijo? Es inocente y sé que se llevará la peor
parte.
—Está bien —susurro—, hagámoslo. Tienes razón en que es la única
manera, y te prometo que seré la mejor esposa posible. Pero no esperes... —
Me desvío, y él capta lo que quiero decir.
—Sé dónde está tu corazón, Sisi. No tienes que preocuparte en ese
sentido. —Me dedica una pequeña sonrisa.
—Gracias. —Le rodeo con los brazos—. Gracias —repito.

Una vez que pasa el shock inicial del embarazo, empiezo a aceptar la idea.
De hecho, se podría decir que me estoy emocionando demasiado con la
perspectiva de un bebé.
Por fin tendré a alguien solo para mí. Alguien a quien amaré y que me
amará. El hecho de que sea parte de él es un plus, ya que así tendré algo de él.
Marcello ha estado entrando y saliendo de casa con sus tratamientos, así
que no he encontrado un buen momento para contarle la noticia del
matrimonio. Pero sobre todo, no he podido saber nada de él.
—Dios, ni siquiera puedo decir su nombre —murmuro para mí, molesta.
Se ha convertido en una especie de «el que no debe ser nombrado» en mi
cabeza, sobre todo porque incluso pensar en su nombre me causa un profundo
dolor. Pero eso no impide que sienta curiosidad por él y que me pregunte qué
ha estado haciendo.
Marcello ha estado muy callado y, aparte de eso, no tengo otra forma de
saber de él.
—Me pregunto si te parecerás a tu padre. —Me acaricio la barriga, con
una sonrisa en la cara al imaginarme un niño de cabello y ojos oscuros, una
copia de él. Lo único que sé es que prodigaré todo mi amor a este niño y que
nunca tendrá que dudar de si es querido o no.
—Te quiero, pequeño —susurro, la felicidad ya me envuelve mientras
imagino nuestro futuro. Puede que él no esté en él, pero tendré lo siguiente
mejor.
Y eso lo hará soportable.
Raf no ha sido más que un encanto, ya que ha preguntado por mi salud
casi a diario. Sé que este matrimonio es ventajoso para él también, ya que su
padre lleva mucho tiempo deseando una unión con nuestra familia.
Y cuando nos casemos, su padre lo dejará por fin en paz y todo estará en
orden para la sucesión de la herencia. Puede que Raf no quiera el poder, pero
alguien tendrá que tomarlo, y mejor él que su horrible ser de hermano.
Aun sabiendo que también le beneficia a él, le estoy eternamente
agradecida por haberse ofrecido a ayudarme.
Acostada en la cama, empiezo a leer un libro sobre el embarazo que había
conseguido en Internet, queriendo saber todo lo que pueda y estar preparada
cuando llegue el momento. Ya tengo el presentimiento de que va a ser un
niño y he empezado a buscar nombres.
Inmersa en mi lectura, me sorprendo cuando mi teléfono empieza a sonar,
con el nombre de Raf parpadeando en la pantalla.
—Estaré en la casa en una hora —dice en cuanto contesto.
—¿Una hora? ¿Cómo es eso? —Frunzo el ceño, ya que hoy no habíamos
acordado nada.
—He pedido permiso a tu hermano para sacarte. Con un acompañante,
por supuesto —bromea y yo suelto una pequeña risa. Marcello ha estado muy
tenso con todo, especialmente con dejarme sin vigilancia en presencia de
cualquier hombre.
Si supiera las cosas que he hecho con Vlad...
Una sonrisa se dibuja en mis labios al pensarlo. Había sido tan insistente
en que tuviera cuidado con los hombres, y especialmente con Vlad, que no
dudo de que le daría una apoplejía si supiera que ya estoy embarazada de él.
Sacudiendo la cabeza ante la idea, le hago saber a Raf que estaré lista para
él. Me levanto lentamente de la cama y busco algo de ropa.
Procuro ocultar la cicatriz del cuello con un pañuelo, ya que no quiero que
nadie haga preguntas sobre lo que claramente parece una marca de mordisco.
Pero cuando tomo asiento en mi tocador para maquillarme, no puedo evitar
que mis ojos se fijen en el joyero y el collar que contiene.
Me lo había quitado esa noche y no me lo había vuelto a poner desde
entonces. Sin embargo, no había sido capaz de tirarlo a la basura. Tal vez
porque la situación no había calado en ese momento, o tal vez porque todavía
tenía la esperanza de que él volviera a mí.
¿Lo habría aceptado de nuevo?
No lo sé. Si hubiera vuelto corriendo mientras yo no había tenido tiempo
de asimilarlo todo, quizá le hubiera dado una oportunidad. Pero a medida que
pasaban los días, me di cuenta de que, si alguna vez cedía, solo le demostraría
que podía pasarme por encima en cualquier momento. Que debido a mis
sentimientos por él me lo tomaría todo con calma, dispuesta a perdonarle a
cambio de un poco de atención.
No deseada...
No, lo hecho, hecho está. Y necesito dejar todo atrás. Me espera un nuevo
capítulo, y solo apartándolo de mí mente podré encontrar realmente algo de
felicidad.
Antes de saber lo que estoy haciendo, palmo la pequeña caja, llevándola
conmigo.
Raf ya está abajo, esperándome. Y cuando salimos de la casa, tiro la caja
en la primera papelera pública que veo.
—Sisi. —Sacude la cabeza Raf cuando ve lo que he hecho. Me encojo de
hombros y sigo caminando.
—Ya está hecho —digo, sintiendo una enorme pérdida dentro de mi
corazón, pero convencida de que es algo temporal, me encojo de hombros.
No soy la primera que sufre un corazón roto y, desde luego, no seré la
última.
Sobreviviré.
Al menos, espero hacerlo. No sé cómo en tan poco tiempo se ha
convertido en una parte tan importante de mi vida. Incluso ahora, saber que
no está cerca de mí casi me hace estallar en escalofríos, su proximidad lo
único que podría hacerme feliz.
Señor, tengo que dejar de pensar en él. Se me pasará.
Con el tiempo...
No le había contado a Raf todas las particularidades de nuestra ruptura,
pero él había deducido lo suficiente como para saber cuánto me había dolido
Vlad. Y por eso había sido un encanto, y había tratado de no sacarlo mucho a
relucir.
—Entonces, ¿a dónde vamos? —pregunto mientras paseamos por las
calles de Nueva York, con su tía unos pasos por detrás de nosotros haciendo
de chaperona.
—Pensé que te gustaría ir al hospital. Para un chequeo —susurra.
—Raf. —Me quedo con la boca abierta ante su consideración—. ¿Qué
pasa con tu tía? Incluso ahora está tan pendiente. —Observo mientras la
mujer estrecha los ojos hacia nosotros por estar demasiado cerca.
—Ya he reservado la cita. Puedo distraerla un rato hasta que termine. Dile
que te arreglarás el cabello o algo así —sugiere—. Hay una peluquería justo
al lado de la clínica.
—Vaya, sí que has planeado esto, ¿no? —Le observo asombrada mientras
un rubor le sube por el cuello. Contrasta con su tez clara y es visible de
inmediato.
—He estado leyendo sobre ello. Y es bueno tener una consulta antes de
tiempo —dice tímidamente, y tomo su mano entre las mías, dándole un fuerte
apretón.
—Eres un encanto —le digo con una sonrisa.
A veces no puedo creer lo amable que es Raf. Seguro que alguien como él
no puede ser real. Y sigue sorprendiéndome con su consideración.
—Gracias.
Fiel a su plan, nos dirigimos a la peluquería, y mientras ellos se ponen
cómodos en la sala de espera, yo salgo por la parte de atrás y me dirijo a la
clínica.
Supongo que a estas alturas ya tengo suficiente práctica para
escabullirme, así que no me preocupa demasiado. Sobre todo porque Raf ha
planeado esto a la perfección.
Dentro de la clínica me recibe rápidamente una enfermera y, tras hacerme
rellenar un cuestionario, me conduce a la consulta.
—Buenas tardes, señorita Lastra. —Entra el médico saludándome. Yo le
devuelvo la sonrisa, aunque estoy un poco nerviosa por lo que supone la
revisión.
Se esfuerza por ponerme cómoda antes de empezar con el examen
pélvico. Intento ignorar lo que está sucediendo, o el hecho de que está
mirando mis partes femeninas.
—Todo se ve bien aquí —dice finalmente, y llama a una enfermera para
que traiga una máquina—. Vamos a hacer una ecografía.
Asiento con la cabeza y ella me levanta la camiseta y me echa un chorro
de gel frío en el estómago. Saca una varilla de la máquina y empieza a
moverla por la superficie de mi vientre, el gel hace que se deslice sin
esfuerzo.
—Ahí está. —Sonríe el doctor, señalando un pequeño punto en la
pantalla—. Yo diría que estás de siete u ocho semanas —me dice, pero yo
escucho a medias, con los ojos pegados a la pantalla.
—Puedes oír los latidos del corazón —continúa, y yo cierro los ojos,
concentrándome en el sonido.
Dios mío, voy a ser madre.
No sé por qué escuchar ese pequeño latido me hace llorar, pero no puedo
contener mis emociones cuando por fin me doy cuenta de que voy a tener un
bebé.
Una vida humana.
Es irónico que de toda esa muerte y destrucción hayamos acabado
creando una vida.
El doctor me receta unas vitaminas y programa mi próxima cita. Cuando
todo está listo, le doy las gracias y vuelvo a la peluquería, con un nuevo
optimismo surgiendo dentro de mí.
Las cosas van a cambiar. Esta vez tendré a alguien a quien cuidar. Con
una mano en el estómago y una sonrisa en la cara, me encuentro de nuevo con
Raf y su tía.
Ella no parece sospechar en lo más mínimo ya que se limita a asentir con
la cabeza, volviendo a una de sus llamadas telefónicas.
—Te dije que no se daría cuenta. —Raf me dedica una sonrisa
conspiradora mientras nos dirigimos al auto que nos espera.
—Vaya, vaya, pero si es mi hermano retrasado. —Resuena una voz
maliciosa detrás de nosotros.
Al darme la vuelta, observo que un hombre se acerca a nosotros, con los
brazos alrededor de dos chicas mientras mira a Raf. Lleva un traje de cuero
que resalta su delgado cuerpo.
Se detiene frente a nosotros y se coloca las gafas de sol sobre el cabello,
los largos mechones oscuros ondulados e inquietos por el viento, y sus ojos
claros están llenos de animosidad.
Hay una malicia que proviene de él y no puedo evitar que mi labio se
curve con disgusto mientras sigue insultando a Raf en su cara.
—H-hermano —responde Raf, casi escondiéndose detrás de mí, con los
hombros caídos y los ojos clavados en el pavimento.
—¿Y qué tenemos aquí? —Silba, mirándome de arriba abajo antes de
reírse—. Por supuesto, el retrasado y la repulsiva —bromea, sus ojos en mi
marca de nacimiento mientras las chicas a su lado comienzan a reírse—. Las
dos R —continúa, aparentemente muy satisfecho de sí mismo mientras las
chicas se limitan a mirarlo con asombro como si acabara de citar un soneto de
Shakespeare.
—Este debe ser tu hermano repudiable —asiento hacia él, sin hacer nada
por ocultar mi disgusto—, las tres erres. —Le dedico una sonrisa falsa.
Raf me había hablado de su hermano, Michele, y de lo tensa que era su
relación. De hecho, tensa podría ser un eufemismo, ya que Michele es
claramente un imbécil de grado A.
Había oído todo sobre el origen de su conflicto y el hecho de que su padre
quería que Raf heredara el título de capo, y no Michele, a pesar de que este
último era el mayor por unos meses. Raf no había sido capaz de decirme por
qué su padre se empeñaba en hacer eso, aunque su hijo mayor se desviara del
camino. Pero cuanto más imponía Benedicto el tema, más se defendía
Michele, haciendo todo tipo de cosas desagradables para llamar la atención.
Por supuesto, Raf siempre había sido el blanco de sus burlas, y una de las
razones por las que Raf siempre intentaba no llamar la atención.
—Y tú debes ser la monja con la que se va a casar mi hermano —
continúa, acercándose y poniéndose en mi cara, con una sonrisa de suficiencia
en los labios, ya que sin duda cree que puede intimidarme—. ¿No podría
haber encontrado otra? Seguro que no sabe ni qué hacer con una polla. —
Intenta hacer otra broma y, por supuesto, las chicas que están a su lado
piensan que ha dicho lo más gracioso, sus risas son irritantes.
Sin temerle, ya que he conocido a más de un matón como él, alzo
ligeramente la barbilla, encontrando su mirada con la mía.
Porque, él podría ser la contraparte masculina de Cressida.
—Bueno —empiezo, con una mirada dulce mientras le pego lentamente
las pestañas—, ciertamente no sabría qué hacer con las tuyas. —Me muevo
ligeramente hacia él, con las manos sobre sus hombros mientras le doy unas
ligeras palmaditas.
Él frunce el ceño, sin darse cuenta de lo que quiero decir, al menos no
hasta que mi rodilla hace contacto con dicha polla. Hace un gesto de dolor y
se inclina hacia delante, con los ojos clavados en mí.
—Probablemente deberías comprarte una nueva. —Le guiño un ojo justo
cuando las chicas a su lado jadean, intentando ayudarle.
Una mirada a Raf y asiente, ambos subimos al auto y llamamos a su tía
para que venga también.
Ya puedo oír sus maldiciones y la forma en que me llama perra mientras
el auto sale del aparcamiento.
—Querido, ¿era tu hermano? —pregunta la tía de Raf, que apenas nos
presta atención—. Debería haber saludado. —Frunce el ceño un momento
antes de continuar con su conversación telefónica, olvidándose enseguida de
nosotros.
—Lo siento. —Raf se disculpa en cuanto el auto se pone en marcha,
alejándonos al máximo de ese horrible ser humano.
—No lo hagas. Ahora entiendo por qué le odias. Es vil —respondo, con
los labios fruncidos—. Unos minutos en su presencia y me dan ganas de
restregarme la piel. Eww. —Saco la lengua en señal de asco.
Raf se ríe, diciéndome que eso era un Michele leve, y que normalmente él
es aún peor.
Escucho con atención, temiendo que pronto vaya a ser mi cuñado. Una
cosa es segura. Si Michele intenta algo, se va a llevar unas cuantas sorpresas.
Puede que crea que soy una monja, pero supongo que se llevará una santa
sorpresa cuando vea que no acepto la mierda de nadie.
—¿Por qué? —gimoteo de dolor mientras miro fijamente su cara.
Tan carente de emociones.
—Esto era solo un experimento, Sisi. Y ha fracasado. —Se encoge de
hombros, acercándose a mí y mirándome con asco—. Pero estoy seguro de
que hay suficientes mujeres por ahí para ocupar tu lugar, después de todo, no
eres nada especial.
Jadeo ante su crueldad, con lágrimas en la comisura de los ojos.
—Por favor, no digas eso —susurro, deseando con todo mi ser que se ría
y diga que está bromeando.
—¿Por qué? —Se acerca aún más a mí, arrinconándome contra la
pared—. ¿Estoy hiriendo tus tiernos sentimientos? —dice mientras un dedo
baja por mi cara, el contacto me hace temblar—. ¿Te estoy haciendo sentir...
indeseada? —Me roza el oído, y todo mi cuerpo se paraliza ante esas
palabras.
—Para, por favor —le ruego, las palabras resuenan en mis oídos, su eco
es imparable—. Para.
Pero no lo hace.
Me rodea el cuello con las manos y me aprieta hasta que apenas puedo
respirar.
—Para. —Incluso mi voz se vuelve apenas audible mientras intento
apartarlo de mí.
Pero no se mueve.
Tiene una sonrisa malvada pintada en su cara, como si no pudiera
esperar a matarme más rápido.
Una mano abandona mi cuello, la otra sigue apagando la vida de mí.
Levantando mi falda, está dentro de mi cuerpo de un solo empujón, el dolor
me deja en blanco.
—¡No! —grito, saliendo disparada de la cama. Estoy cubierta de sudor,
todo mi cuerpo hiperventilando.
Ha sido un sueño. solo ha sido un sueño.
Respiro profundamente, intentando calmar mis nervios.
Pero cuando miro hacia abajo, mi boca se abre en un grito silencioso al
ver un charco de sangre entre mis muslos, con las sábanas empapadas.
Parpadeo dos veces, intentando ahuyentar el sueño, convencida de que
sigue siendo un sueño. Pero cuando vuelvo a abrir los ojos y veo que la
sangre sigue ahí, un nuevo miedo me envuelve.
No... No... mí bebé.
Y grito. Grito a pleno pulmón, el miedo me invade y me hace temblar sin
control.
Venezia es la primera en irrumpir por mi puerta, sus ojos se abren de par
en par al ver toda la sangre que me rodea.
—Llama a una ambulancia. —No sé cómo encuentro fuerzas para hablar.
Más aún, para decir frases coherentes. Pero lo hago. Y cuando caigo en la
cuenta de que tengo que actuar rápido, me doy cuenta de que no puedo
sucumbir al miedo, ni a la desesperación.
Tengo que luchar.
Quizá no sea demasiado tarde. Había leído sobre la mancha. Tal vez sea
solo eso.
Aunque viendo la cantidad de sangre, no es eso.
Sigo aguantando, incluso mientras me suben a la ambulancia, y todo el
camino hasta el hospital. Solo cierro los ojos y me imagino a mi bebé de
cabello oscuro y lo felices que seremos juntos. Me aferro a ese pensamiento,
y es lo único que se interpone entre mí y una crisis nerviosa.
Y entonces sucede.
—Lo siento, señorita Lastra, pero ha sufrido un aborto espontáneo —dice
el médico, y después no puedo escuchar nada.
Así, sin más, todo me ha sido arrebatado.
Ya no puedo ni siquiera encontrar en mí las ganas de llorar, ni de
lamentarme, ni de gritar ante la injusticia. Solo puedo mirar las paredes que
parecen compartir mi desolación, con sus sombras oscuras llenando la luz.
Al cabo de un rato, Marcello viene a verme y me siento aún peor por
haberle molestado.
¿Y si me echa? ¿Otra vez?
La idea es insoportable, así que hago lo único que puedo: mentir.
—Nos vamos a casar —digo con toda la seguridad que puedo, intentando
ignorar cómo me duele el corazón al mentir sobre el amor a Raf, o sobre todo.
Como el hermano sobreprotector que es, Marcello se arrepiente y trata de
convencerme de que no tengo que casarme con Raf.
Pero no lo entiende. No se da cuenta de que no tengo que hacerlo, sino
que lo necesito.
Incluso ahora siento que sucumbo más profundamente en mí misma, y sé
que si continúo así solo me volveré peor.
Necesito a alguien que me quiera, aunque sea por las razones
equivocadas. Solo necesito un lugar al que pertenecer.
—Ya veremos. —Frunce los labios Marcello, saliendo del salón.
Le prometí a Raf que me casaría con él, y lo haré. Quizá en el proceso
también me encuentre a mí misma de nuevo.
Lina y Venezia me visitan y me sorprenden por lo mucho que se han
preocupado por mí. Se me saltan las lágrimas al ver que hay gente que se
preocupa por mí en este mundo.
Pero más tarde, cuando el médico me da el alta y vuelvo a estar sola, no
puedo evitar tomar la pequeña foto de la ecografía que había escondido en el
cajón.
La sostengo contra mi pecho e intento imaginar de nuevo cómo habría
sido el niño de cabello oscuro que sé que nunca conoceré.
Y las lágrimas comienzan de nuevo.
—Oh, Dios... ¿por qué estoy tan maldita? —pregunto, en voz alta. Solo el
silencio me recibe.
No hay otra explicación para ello. Estoy maldita.
Y lo peor es que... La vida me lanza el anzuelo, dándome la ilusión de que
puedo encontrar la felicidad, solo para arrancármela en el peor momento,
cuando estoy más feliz.
Parece que mi destino es estar siempre sola... y siempre indeseada.
Los días pasan, pero apenas noto si es de día o de noche. Los preparativos
de la boda se suceden con rapidez, la gente va y viene de la casa, la familia de
Raf prácticamente acampa aquí ya que cada vez están más emocionados por
la boda.
Fingí una sonrisa y traté de pasar por encima de todo, sin que nada me
hiciera reaccionar.
Ni siquiera Raf, con su dulzura, consigue sacarme de mi estado actual.
Simplemente estoy sobreviviendo.
—Sisi. —Escucho la voz de Lina cuando llama a mi puerta la noche antes
de la boda.
—Pasa —le digo, viéndola entrar en la habitación, con la incertidumbre
en el rostro.
—Quería hablar contigo antes de... —dice al ver mi rostro inexpresivo.
Asiento con la cabeza, indicándole que se acerque a la mesa junto a la
ventana.
—No puedo evitar sentir que no has sido tú misma —empieza, con las
manos jugueteando en su regazo. Vuelvo la cabeza hacia ella, con la mirada
vacía -como suele ser- y me encojo de hombros.
—Estaré bien —respondo, casi con indiferencia.
—Sé que perder a un hijo puede ser muy doloroso, pero... —empieza a
hablar, y mis oídos ya lo ignoran todo.
Había mentido diciendo que no sabía que estaba embarazada. Que estaba
tan sorprendida como ellos. Así era más fácil evitar sus miradas lastimeras, y
aún más fácil para mí fingir que estoy bien.
Pero no lo estoy.
Todo lo que quiero hacer es gritar al mundo que no estoy bien. Que quiero
recuperar a mi bebé. Que lo quiero a él de vuelta.
Pero nunca va a suceder. No importa cuánto me diga a mí misma que no
es real, lo es. Y me duele.
Dios, casi a diario tengo que luchar conmigo misma incluso para salir de
la cama. No sé cómo he conseguido ponerme ropa, una sonrisa bonita y
asentir a las palabras de todo el mundo.
Quiero que me dejen en paz.
—No tienes que casarte con él, Sisi. Si no quieres. —La mano de Lina
cubre la mía, la compasión reflejada en su mirada casi me conmueve.
Pero, ¿cómo se puede conmover algo que ya no existe?
Cada vez estoy más segura de que mi corazón debió de morir en el mismo
momento en que lo hizo mi bebé. Porque esa fue la última vez que sentí algo.
—Todo saldrá bien, Lina —digo con rigidez—. Todo irá bien.
Las palabras también suenan falsas a mis oídos, así que no me extraña que
Lina frunza el ceño preocupada, se acerque a mí y me tome en brazos.
En otro tiempo, ese abrazo me habría revitalizado. Ahora se siente
simplemente... sombrío.
—No quiero que te sientas forzada a algo solo porque te acostaste con él.
Marcello no es como mis padres, Sisi. Nunca te va a imponer esas normas
anticuadas —me dice, acariciando ligeramente mi cabello corto.
Es curioso que nadie haya cuestionado mi repentino cambio de
comportamiento, mi nuevo cabello o el hecho de que no pueda salir de casa
sin bufanda... en verano. A pesar de su preocupación, ¿realmente les importa?
—Quiero —respondo, con la mirada ya fija en el césped de fuera, donde
antes me esperaba mi príncipe, para salvarme de mi torre—. Todo va a salir
bien —repito.
Lina no parece convencida, pero me deja por fin sola.
Y por fin puedo volver a dormir, el único momento en que puedo estar
junto a mi bebé.

—Estás muy bella, Sisi. —La voz de Lina me hace parpadear dos veces, e
intento prestar atención a lo que dice.
Entrelazando el velo de encaje con una pequeña diadema de diamantes, lo
coloca sobre mi cabello peinado.
—No puedo creer que te vayas a casar. —La miro a través del espejo
mientras se limpia una lágrima de la mejilla—. Eres una novia tan bonita. La
más hermosa. —Se inclina para besar mi frente.
—Yo tampoco —murmuro, forzando una sonrisa.
Todos los que me rodean están muy contentos y, dada mi atroz mentira,
entiendo que se alegren por mí. Así que trato de jugar con la ilusión que he
creado, estirando mis labios en una sonrisa perpetua para asegurar que no
haya dudas sobre mi estado de ánimo.
Al fin y al cabo, soy la novia.
Miro fijamente mi reflejo, incapaz de creer que haya llegado a este punto.
Cómo ha degenerado mi vida en el lapso de un mes. Nunca me había
considerado especialmente afortunada, no teniendo en cuenta todo lo que he
pasado. Pero por un momento había pensado que todas las dificultades darían
paso a la felicidad.
Había dejado el convento que era la fuente de todas mis pesadillas, y por
fin había encontrado a alguien que me entendía. Que me veía, con lo bueno y
lo malo. Por fin me había encontrado a mí misma después de vagar sin rumbo
toda mi vida.
Pero no había durado.
¿Y ahora? Una vez más, me espera una vida de fingimiento.
Fingiendo que soy buena.
Fingiendo que estoy enamorada de mí marido.
Fingiendo que no estoy... más.
Reconociendo la dirección de mis pensamientos, me sacudo de mis
cavilaciones, volviéndome hacia Lina y sonriéndole ampliamente.
—Va a ser increíble. —La mentira sale a borbotones de mi boca—. Nunca
te he dado las gracias, Lina —me dirijo a ella, lo único sincero que estoy
dispuesta a decir hoy—. Por todo lo que has hecho por mí en el Sacre Coeur.
No creo que hubiera estado aquí sin ti. —Le aprieto la mano.
Sus ojos vuelven a lagrimear y no puede evitar moquear, lanzando todo su
cuerpo hacia mí y envolviendo sus brazos en un gran abrazo.
—Oh, Sisi. Sabes lo mucho que te quiero. Siempre serás mi hermana.
Nunca lo olvides —susurra.
—Gracias. Tú y Claudia eran las únicas personas que me mantenían
cuerda allí —admito, devolviéndole el abrazo.
Puede que ella no sepa el alcance de lo que me ocurrió en el Sacre Coeur,
pero ha sido mi única fuente de consuelo durante esos fríos años. Por eso, no
hay palabras que puedan hacer justicia a lo mucho que le agradezco.
—Tú también Sisi. Siempre fuiste valiente y nos diste un poco de coraje
cada vez. —Sonríe.
Ojalá tuviera ese valor ahora, porque aunque mis pies me llevan hacia
Raf, mi corazón ya está muerto y enterrado.
Todo el séquito de la boda se dirige a la iglesia, y Marcello y yo somos
los últimos en llegar, preparados para caminar del brazo hacia el altar.
—Estoy orgulloso de ti, Sisi —me dice Marcello, besando mis mejillas
justo antes de hacer nuestra entrada. Es la primera vez que me toca durante
más de un segundo, y me empapo del contacto—. Pero no olvides que
siempre tendrás un hogar con nosotros —continúa, y yo asiento con la cabeza,
con lágrimas en los ojos.
Siguiendo la señal musical, entramos lentamente.
Raf me está esperando en el altar, con su esmoquin negro, su cabello
rubio peinado hacia atrás y resaltando sus ojos azules.
Ah, cómo me gustaría haberle amado primero. Me habría ahorrado un
mundo de dolor de corazón.
Pero incluso cuando esos pensamientos se inmiscuyen en mi mente, sé
que son erróneos. Porque, aunque soy consciente de mi propio desamor,
también sé que solo hay un hombre al que podría amar. Un hombre que
parece haber sido hecho solo para mí.
Pero no estaba destinado a ser.
Tal vez éramos las personas adecuadas en el momento equivocado. O tal
vez él era el adecuado para mí, y yo estaba equivocada para él.
Mis pies se sienten pesados mientras pongo un pie delante del otro, la
distancia se reduce a cada segundo.
Y, de repente, me encuentro al lado de Raf, el cura comienza la ceremonia
y todos parecen muy felices mientras nos animan desde la barrera.
Un pánico sin precedentes se apodera de mí, y apenas puedo evitar
temblar.
Las palabras del sacerdote se desdibujan y en mis oídos resuena lo que
solo puedo describir como un sonido ensordecedor.
Cierro los ojos, parpadeando rápidamente. Pero entonces toda la sala se
oscurece, el humo se infiltra en la iglesia.
Por alguna razón, no sé si esto es real o si es solo algo que mi mente
enferma está produciendo, rechazando la realidad en la que me encuentro y
creando de alguna manera una nueva.
La gente grita, hay disparos. Los ruidos son cada vez más fuertes.
Un brazo se cuela alrededor de mi cintura, una mano en mi boca mientras
siento un aliento caliente en mi cuello.
—No te vas a librar de mí, chica del infierno —dice, un sonido peligroso
que hace que mi corazón, ya muerto, llore.
Y entonces el mundo se vuelve negro.
PARTE III
Deja que me duerma, mi amor.
Los monstruos están llegando.
Capítulo 22
Assisi

Una palpitación en las sienes me obliga a abrir los ojos, los párpados
pesados, todo el cuerpo dolorido. Tardo un momento en recuperar la
orientación y recordar lo que ha pasado.
Al levantarme, me doy cuenta de que todavía llevo puesto el vestido de
novia. Pero al echar un vistazo a la habitación me doy cuenta de que estoy en
un lugar extraño.
Estoy sentada en una enorme cama de matrimonio en medio de una
habitación igualmente enorme. Intento mover mis extremidades, feliz al ver
que nada está mal conmigo.
Pero, ¿qué ha pasado?
Recuerdo que estaba tan metida en mi cabeza, intentando bloquear la
ceremonia y todo lo que me rodeaba, que no me había dado cuenta cuando
toda la iglesia se había llenado de humo. Y entonces...
Mis ojos se abren de par en par al recordar sus palabras. En mi oído. Sus
brazos. En mi cuerpo.
—En nombre de Dios, ¿qué ha pasado? —murmuro, más bien para mí.
Toda la habitación está vacía, salvo la cama. Las ventanas que casi llegan
al techo permiten que se infiltre mucha luz en la habitación, y tengo que
desviar la mirada, mis ojos están cegados por ella.
Bajo las piernas de la cama y me dirijo directamente a la puerta.
Si este es otro de los juegos de Vlad, se va a llevar una pequeña sorpresa,
porque no voy a permitir que me enrede con sus cambios de humor.
Ya puedo prever por qué ha hecho esto. Se había aburrido demasiado y
había decidido meterse conmigo y con Marcello.
Se me escapa una sonrisa amarga al darme cuenta de que no debería
creerme tan importante para él, después de todo, ¿no había dicho exactamente
lo mismo? ¿Que yo no era la única mujer del mundo? Probablemente lo había
hecho para jugar con Marcello.
En cualquier caso, no me quedaré sentada esperando a que vuelva a
ponerme en ridículo. No importa que mi corazón siga latiendo dolorosamente
en mi pecho sabiendo que está en algún lugar cercano. No. Nuestro tiempo ha
pasado.
Rodeando con mi mano el pomo de la puerta, tiro hacia abajo, sin
sorprenderme al encontrar la puerta cerrada.
Al igual que las ventanas, la puerta también tiene el techo alto. También
es vieja, la madera estropeada en las esquinas, la pintura desprendiéndose en
feas rayas.
Por un momento me entristece lo que voy a hacer, ya que se trata
claramente de un edificio histórico. Pero no me ha dejado otra alternativa.
Levantando el pie, me equilibro sobre la otra pierna mientras intento
tomar todo el impulso posible antes de dar la patada.
La planta de mi pie conecta con la madera, el sonido reverbera en la
habitación.
No se mueve.
Cuanto más pateo, más me doy cuenta de que, a pesar de su aspecto
ruinoso, la madera es fuerte, demasiado fuerte para mis patadas.
—Maldita sea —murmuro, usando el dorso de la mano para limpiar el
sudor de mi frente. Hace calor y este vestido pesa una tonelada.
Respiro profundamente un par de veces mientras observo la habitación y
decido que tengo que cambiar de estrategia. Sin embargo, pase lo que pase,
no voy a dejar que Vlad se salga con la suya. Puede que se aburra y busque
peones para mover en su partida de ajedrez, pero yo no seré uno de ellos.
Solo ahora me doy cuenta de lo que Marcello ha estado diciendo todo el
tiempo. Vlad no conoce el significado de la amistad, ni de ninguna relación.
Solo sabe cómo utilizar a la gente para lograr sus objetivos.
Como hizo conmigo... hasta que demostré ser inútil para él.
Incluso ahora, probablemente tiene alguna cámara instalada en alguna
parte, y está mirando desde detrás de su pared llena de pantallas, riéndose a
mi costa y de mis pobres intentos de escapar.
En cuanto la idea se forma en mi cabeza, me vuelvo rápidamente hacia el
techo, encontrando inmediatamente la cámara.
Sintiendo que mi ira aumenta, pisoteo hasta situarme justo delante de ella.
No sé si esto tiene sonido o no, pero no tengo nada que perder.
—Has elegido a la persona equivocada para meterte con ella, Vlad —
digo, mirando directamente a la lente crispada—. No puedes vencer a alguien
que no tiene nada que perder. —Sonrío, mis manos se dirigen a mi largo
vestido de novia mientras me agarro al dobladillo.
Sin siquiera pensarlo, rasgo el encaje hasta las rodillas, revelando el
vestido de satén que hay debajo. Con los dientes, hago lo mismo hasta que la
parte inferior del vestido desaparece por completo.
Con un poco de espacio para respirar, me siento inmediatamente más a
gusto, el aire fluye alrededor de mis piernas y refresca mi cuerpo. Mis
movimientos también se sienten menos restringidos.
Y como tengo muy poca paciencia, también le muestro el dedo corazón.
Oh, cómo me gustaría verle reaccionar a eso.
Pero no tengo tiempo para pensar en eso. No cuando necesito salir de
aquí.
Viendo que la puerta no será una buena opción, me dirijo a las ventanas,
exhalando aliviada cuando una de ellas se abre.
Al menos no tendré que romper esto.
Pero mi alivio pronto se convierte en miedo cuando miro hacia abajo y me
doy cuenta de que no estoy cerca del suelo. ¿Qué es esto? ¿Segundo? ¿Tercer
piso?
—¡Caramba! —Me entran unas ganas irrefrenables de persignarme,
porque incluso viendo lo lejos que está el suelo de mi posición, no puedo
evitar concentrarme en él—. No es que no haya hecho esto antes. —Intento
convencerme.
¿Pero no era tan alto?
—Bien, es ahora o nunca —susurro. Cuanto más lo pienso, más miedo me
da y nunca lo haré. Como no me apetece seguir siendo una prisionera, esta es
la única opción—. Vete a la mierda, Vlad —murmuro, indignada por haberme
puesto en esta situación en primer lugar.
Me agarro al marco de la ventana y me subo al alféizar, sujetándome con
fuerza, con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué tiene que ser tan alto? —grito de frustración.
Pero respirando profundamente, me calmo.
Uno. Dos. Tres.
Y salto.
Con los ojos aún cerrados, espero el inminente contacto con el suelo.
—Veo que todavía te mueres por caer debajo de mí. —Una voz dice en
mi cabello, unas manos fuertes me sujetan mientras me bajan al suelo.
Abriendo un ojo, y luego el otro, no sé ni cómo reaccionar al verlo en
carne y hueso.
Parpadeo, con los ojos puestos en él como si tratara de resolver un
rompecabezas.
Sigue siendo el mismo, aunque hayan pasado más de tres meses desde la
última vez que nos vimos. Pero hay algo diferente.
Puedo sentirlo.
Su piel está bronceada y tiene una barba nueva que antes no existía. En
todo el tiempo que llevamos juntos, nunca había visto a Vlad más que bien
afeitado.
Pero el cambio no es solo superficial. Más que nada, hay algo diferente en
su energía.
Algo más cálido... algo...
¡Para!
Estoy haciendo esto de nuevo. Tratando de entenderlo donde no hay
absolutamente nada que entender. Mi labio se dobla de asco ante mi propia
persona y mi reacción ante él, y empujo mis manos hacia adelante,
apartándolo de mí.
—Maldita sea, chica del infierno. ¿Así es como saludas a tu futuro
marido? —dice, y su voz sigue teniendo esa cualidad seductora que siempre
me ha cautivado.
Trago saliva, mi propio cuerpo me traiciona mientras se me pone la piel
de gallina.
—¿Qué acabas de decir? —Frunzo el ceño, dando un paso atrás y
poniendo algo de distancia entre nosotros.
—Qué bien que te despiertes —dice, sus ojos miran de arriba abajo mi
cuerpo de forma extraña—, el ministro está esperando.
Ni siquiera me deja responder, ya que rodea mi muñeca con sus dedos,
tirando de mí hacia él y casi arrastrándome hacia la entrada de la casa.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de dónde estamos.
O más bien, al parpadear repetidamente, segura de que esto debe ser un
sueño.
—Tú no... —susurro mientras contemplo la fachada de la casa,
comprobando una vez más mis sospechas de que sí lo hizo.
—¿Me has traído a Nueva Orleans? —pregunto asombrada, mirando la
casa más bonita que he visto en mi vida. Debería saberlo, ya que he estado
acechando su página en las redes sociales durante mucho tiempo,
simplemente hipnotizada por la historia y la arquitectura.
Debería haberme dado cuenta de que él vigilaría mis redes sociales.
¡Maldita sea!
—Y su futuro hogar en el futuro inmediato —dice, sus dedos se clavan en
mi carne mientras me guía por los tres escalones de la entrada, y solo se
detiene cuando llegamos al gran vestíbulo, donde un hombre con traje espera
frente a un libro abierto.
—Señor Kuznetsov —sonríe, sus ojos se dirigen a mí—, y la futura
señora Kuznetsov, supongo —pregunta.
—«Kuznetsova», pero sí. Ahora, por qué no hacemos esto rápido. Tengo
prisa —comenta Vlad, con todo su cuerpo tenso.
Estoy tan sorprendida por el giro de los acontecimientos que mi reacción
se retrasa y doy un paso atrás, liberando mi mano de su agarre.
—¿Qué demonios es esto, Vlad? —Vuelvo mis ojos ardientes hacia él. No
me puedo creer la maniobra que ha hecho, sobre todo porque antes me había
dejado claro que no le servía de nada.
¿Qué ha cambiado ahora?
—Sisi, baja la voz. —Se acerca a mí, su olor inunda mis sentidos—.
Aceptarás todo lo que diga el oficiante y firmarás con tu nombre en ese papel.
—Estás loco. —Es todo lo que puedo pronunciar mientras observo sus
rasgos, la forma en que su labio se curva ligeramente en una sonrisa
arrogante, o la forma en que su cabello, más largo de lo habitual, cae sobre su
frente, haciéndolo parecer más joven y más peligroso al mismo tiempo.
—No haré tal cosa —le siseo, dando otro paso atrás.
Parece que no entiende que no quiero estar cerca de él, ya que me hace
retroceder hasta la pared, enjaulándome.
—Lo harás. —Se inclina y su aliento roza el lóbulo de mi oreja en una
lenta y sensual caricia—. Moverás tu bonito culo hacia la mesa y dirás que sí.
Sonreirás y luego firmarás tu maldito nombre en ese pedazo de papel, o tu
dios me ayude, no te gustará lo que haré.
—¿Qué demonios te pasa? —Frunzo el ceño, su repentino arrebato me
produce escalofríos.
Su mano se acerca a mi mandíbula y me gira para que le mire a los ojos.
—No pruebes mi mano, Sisi. Esta vez no. Estoy a dos segundos de
estallar, y habrá muchos cadáveres si no haces lo que te digo. —Aprieta los
dientes, con los ojos inflexibles mientras sus dedos se tensan sobre mi carne.
—No me voy a casar contigo, Vlad —digo, con la voz más suave—. Ni
ahora ni nunca. —Agarro su mano y la tiro a un lado, empujando mi hombro
contra el suyo para esquivarlo.
Es rápido y pasa un brazo por detrás de mi cintura, apretándome contra él.
—No te lo diré dos veces, chica del infierno —me dice, y siento la energía
enroscada en su cuerpo, la forma en que sus dedos juegan con la parte baja de
mi espalda como si fuera a partirme en dos en cualquier momento.
—Sonreirás —Levanta la mano hacia mi cara, un dedo arrastrando la
comisura de mi boca hacia arriba—, y parecerás feliz como la novia que eres
hoy. Hazlo y nadie tendrá que morir —hace una pausa, acercando su rostro
hasta que su boca está a un suspiro de la mía—, por ahora.
No puedo creer su descaro. Me mira como si ya hubiera ganado la partida.
Como si supiera que le voy a obedecer. Demonios, veo el movimiento de su
mejilla, un hoyuelo que amenaza con formarse mientras se esfuerza por no
proclamar la victoria todavía.
Una sonrisa se curva en mis propios labios mientras le sigo el juego por
un breve momento. Abriendo la boca, atrapo su dedo y lo muerdo.
Con fuerza.
Bueno, tan fuerte como puedo.
Y él ni siquiera reacciona.
—Sisi, Sisi —me reprende—, mi querida Sisi, puedo ver las ruedas
girando en tu cabeza, tratando de encontrar una salida. Créeme, no hay
ninguna. No quería hacer esto —suspira dramáticamente—, pero parece que
debo hacerlo.
Frunzo el ceño, su teatralidad ya me está cansando.
—O te casas conmigo ahora, o me veré obligado a hacer algo más...
drástico. Como, por ejemplo, detonar una bomba en tu casa. Porque, tu
hermano y su familia, así como tu hermana, deben estar ya allí...
Mis ojos se abren de par en par, mientras sus labios se dibujan en una
sonrisa.
—Tú no...
—Oh, pero yo sí —responde, con ese falso encanto que desprenden sus
palabras.
Y así, vuelve a ser el Vlad que conozco. El Vlad insensible, el que toma lo
que quiere, al que parece habérsele metido en la cabeza que se casará
conmigo.
Y sé que cumplirá su amenaza.
—Que así sea —le respondo, convirtiendo mis rasgos en una máscara de
indiferencia.
Porque podría amenazar a mi familia y podría pensar que esto es solo un
juego. Pero no pienso ceder ante él, nunca más. Puede que firme con mi
nombre en ese certificado de matrimonio, pero eso es todo lo que obtendrá de
mí.
Ni siquiera espero su respuesta y me libero de su agarre, me dirijo al
oficiante y hago exactamente lo que Vlad me ha ordenado: sonreír, decir que
sí y firmar el maldito papel.
—Les deseo lo mejor, señor y señora Kuznetsov —dice el hombre al
marcharse, con la angustia reflejada en sus facciones.
Y entonces nos quedamos solos.

Hay tal vez un pie de distancia entre los dos. Ambos nos miramos
fijamente, con la respiración entrecortada.
Parece al borde de un ataque, y tengo que obligarme a no huir, con el
recuerdo de su último episodio aún fresco en mi mente y en mi cuerpo.
Mi mirada se desplaza sobre él en lo que llamaría mi primer examen
minucioso desde que lo volví a ver. Lleva un traje, como siempre. De color
azul marino con rayas blancas, el material moldeado no distrae de sus gruesos
muslos ni de sus poderosos brazos. No, al contrario, solo sirve para resaltar
aún más sus musculosos miembros, y por un momento tengo que preguntarme
si no habrá engordado aún más.
Su cuello está tenso, las venas sobresalen mientras trata de regular su
respiración, sus ojos se fijan en mí, inmóviles.
Ha visto a su presa y está listo para saltar. Y así mismo mis pies están
listos para llevarme lejos de él también.
La tensión es intensa, la conciencia aún peor cuando siento que mi cuerpo
responde a su proximidad. Se podría pensar que, después de haber sido casi
arrasada hasta la muerte, no tendría ningún deseo de probar suerte por
segunda vez, pero cuando parecemos encontrar un ritmo en nuestras
respiraciones, emulándonos mutuamente, descubro que a mi cuerpo no le
gusta escuchar.
Ya está preparado para más, para la violencia, para la sangre y la
destrucción.
Y lo odio.
Odio que llame a esa parte primaria de mí que he intentado enterrar toda
mi vida. Odio que, aunque mi mente sepa que es un farsante y un traidor, mi
cuerpo no reconozca el peligro que representa para todo mi ser.
—¿Por qué me has traído aquí, Vlad? ¿A qué juego estás jugando ahora?
—pregunto, entrecerrando los ojos hacia él.
Está tan tenso que veo el contorno de sus músculos a través del material
de su traje. Sus ojos no se apartan de los míos mientras da un paso adelante. Y
otro más.
Y entonces retrocedo uno.
—¿Estás aburrido? ¿Es eso? —pregunto, retrocediendo más en la
habitación.
Me gustaría no sentirme tan intimidada por él, pero su simple presencia
empequeñece todo lo que le rodea.
—¡Vlad! —le digo bruscamente, levantando la voz—. ¿Qué demonios te
pasa?
—¿Qué demonios me pasa? —Está delante de mí antes de que pueda
parpadear—. ¿Qué crees que me pasa, Sisi? —Me sonríe, su mano se
extiende para agarrar mi cabello, desenredando mi peinado hasta que los
mechones caen por mis hombros.
—No me toques. —Le aparto la mano.
—Vamos, chica del infierno, no puedes decirme que no has echado de
menos mis caricias. —Su voz suave me afecta incluso cuando intento
permanecer estoica.
—No. No puedo decir que lo haya hecho —respondo secamente, tratando
de evitar sus manos errantes.
—Mentirosa —susurra, acercándose para aspirar mi aroma—. No me
engañas, Sisi. Puedo sentir cómo tu cuerpo anhela el mío. —Su dedo recorre
el corpiño de mi vestido y, aunque me deja un poco sin aliento, no borra el
hecho de que estoy tratando con un androide disfrazado de humano.
Atrapando su dedo, lo arrojo fuera de mi cuerpo.
—He dicho que no me toques, Vlad. Lo digo en serio. Puede que hayas
amenazado a mi familia para que firme mi nombre en ese certificado de
matrimonio, pero hace tiempo que perdiste tu oportunidad —le digo, con el
tono serio—. ¿Qué pasó? ¿Te aburriste y decidiste volver a jugar con la pobre
monja? ¿Es eso? —Hago lo posible por mantener mi voz bajo control, pero su
sola presencia combinada con su atrevimiento me dan ganas de echarle en
cara.
—Sisi, me estás rompiendo el corazón —bromea, tomando mi palma y
ajustándola sobre su pecho—. ¿Ves cómo te late? —pregunta con suavidad,
esbozando una sonrisa.
Por un momento -un momento muy corto pero embarazoso- me encuentro
sintiendo su corazón y tratando de entender sus latidos. Pero es solo un
momento antes de reconocer mi propia debilidad y empujar contra él.
—Estás loco. —Sacudo la cabeza, convencida de que debe de haber
sufrido alguna crisis mental.
¿Por qué se comporta como si no hubiera pasado nada? ¿Como si no me
hubiera utilizado y descartado hace un rato?
—Sí. —Me acerca tanto a él que nuestras caras apenas se separan—. Soy
un loco de remate. Y es solo porque he estado sin ti durante mucho tiempo.
—Me acaricia la cara con el cabello, el gesto es tan incomprensible que solo
puedo quedarme quieta como una estatua, tratando de entender quién es este
hombre.
Porque no es el Vlad que conozco.
—Suéltame —digo entre dientes apretados, la proximidad me mata
suavemente.
Si esto no es el peor tipo de castigo, entonces no sé lo que es... ser
provocado con la única cosa que siempre has querido solo para que te la
arranquen en el último momento.
Sin embargo, no caeré en el mismo truco dos veces.
—No —responde con naturalidad. Con su gran mano extendida sobre mi
nuca, me acerca a él, rodeando mi espalda con su brazo para tenerme pegada
a su cuerpo.
Su boca se cierne sobre mi cara mientras me inspira, con los ojos cerrados
como si disfrutara del sabor.
—Nunca te dejaré ir, chica del infierno —responde, con los ojos abiertos,
oscuros y temibles mientras me miran fijamente con una convicción
inquebrantable—, nunca más —dice justo antes de que su boca descienda
sobre la mía, con un beso que me hace morder mientras intenta abrir mis
labios con su lengua.
Flexionando los brazos, intento escapar de la jaula en la que me tiene
metida, pero es demasiado fuerte para dejarme mover. Por mucho que me
esfuerce en zafarme de sus garras, es en vano. En todo caso, sus brazos me
rodean aún más y me obligan a devolverle el beso.
Mantengo la boca cerrada, mis labios firmemente sellados, negándole la
más mínima apertura.
—Abre la boca —me ordena contra mis labios, pero me limito a sacudir
un poco la cabeza, con las manos atrapadas entre nosotros mientras sigo
empujando contra su pecho.
Pero cuando nada funciona, me doy cuenta de que tengo que cambiar de
estrategia. Dejo que mi cuerpo se afloje contra el suyo. Ya no hay resistencia,
pero tampoco reacción.
Continúa besando mis labios de forma unilateral hasta que finalmente se
da cuenta de la inutilidad de ello.
—Maldita sea, Sisi —maldice, soltándome.
Llevando el dorso de mi mano a la boca, lo limpio de mis labios, con los
ojos puestos en los suyos para que pueda ver el asco en mi expresión.
—Después de todo lo que me has hecho —empiezo, la rabia, la tristeza y
la frustración se mezclan y suben a la superficie—, tienes la desfachatez de
apartarme de mi boda, amenazarme con firmar mi maldito nombre en un puto
papel —respiro con dureza—, que por cierto no significa nada para mí —Mi
labio se curva con desagrado—, ¿y ahora quieres que te bese sin más? ¿Como
si los últimos tres meses no hubieran pasado? ¿Como si no me hubieras
aplastado el corazón y me hubieras dejado sangrando literal y figuradamente?
Se estremece, reaccionando por primera vez a mis palabras. Pero no
puedo parar. Ya no. Las lágrimas de frustración amenazan con salir a la
superficie mientras sigo hablando.
—Me has destruido, Vlad. No tienes ningún derecho a volver a
pavonearte en mi vida como si no hubiera pasado nada. Fingir que no ha
pasado nada. Y luego esperar que me comporte como si nada hubiera pasado.
¿Qué demonios te pasa? —le grito, con todo mi cuerpo temblando—.
Después de todo lo que he pasado... no tienes derecho —digo, cerrando los
ojos y respirando profundamente.
No quiero derrumbarme delante de él, por mucho que me enfade. No
quiero mostrarle nunca mi debilidad, ni el hecho de que él es mi debilidad.
Ni siquiera responde. Se limita a observarme, con una expresión cerrada.
Como no puedo soportar un momento más en su presencia, me dispongo a
marcharme.
—Estabas embarazada —dice finalmente, sus palabras renuevan mi dolor.
Estaba...
—Sí —respondo, deseando que mi voz no me traicione. De todas las
cosas que podría haber sacado a colación, tenía que hacerlo. ¿Por eso ha
vuelto a mi vida? ¿Para preguntar por el bebé? ¿Tal vez para ofrecerme una
disculpa insincera?
Pero, ¿por qué iba a importarle?
—¿Era mío? —me pregunta, y su pregunta me deja helada. Giro la cabeza
y mis ojos entran en contacto con los suyos.
Y Dios... realmente piensa...
Algo se rompe dentro de mí cuando me doy cuenta de que en su mente yo
simplemente saltaba de una cama a otra. ¿Realmente piensa tan poco en mi
amor?
Pero lo hace.
La risa amenaza con desbordarse cuando caigo en la cuenta.
No deseada... por supuesto que me follaría a cualquiera por atención. ¿No
es eso lo que ha insinuado desde el principio?
Aprieto los puños y siento el repentino deseo de hacerle daño, aunque
dudo que le importe. Solo quiero borrar la sonrisa de su cara de una vez por
todas. Si no puedo herir sus sentimientos, al menos puedo herir su orgullo.
Así que respondo a su pregunta.
—No lo sé —miento, conteniendo mi expresión. Podría haber dicho
fácilmente que no, pero entonces él podría haberme echado un farol. No, esto
debería ahondar más en su ego y hacer que se pregunte cuánto tiempo
después de él me dirigí a otro.
Hay una ligera reacción en la forma en que su mandíbula se aprieta, su ojo
se tuerce mientras dirige su mirada mortal hacia mí.
—¿Te lo has follado? —Las palabras son bruscas, la violencia gotea de
ellas mientras da un paso hacia mí.
No me echo atrás. Levanto la barbilla, mis ojos se encuentran
valientemente con los suyos mientras le demuestro que no me asusta.
—¿Por qué te importa? —lanzo la pregunta, intentando parecer lo más
despreocupada posible.
—Lo hiciste. Tú. Follar. ¿Él? —Aprieta los dientes, su cuerpo ya se
aprieta al mío mientras me empuja hacia la pared.
—No —respondo, manteniendo el contacto visual, disfrutando de la
forma en que el alivio inunda sus rasgos antes de continuar, queriendo
retorcerlo por dentro y hacer que le duela como a mí—, hice el amor con él.
No es que tú sepas lo que eso significa —Le dedico una brillante sonrisa,
entrando en su juego. Inclinándome hacia delante para susurrarle al oído,
añado—, adoró mi cuerpo y me hizo el amor dulcemente. Me enseñó que no
tiene por qué doler. Y cuando lo hace, duele bien.
No sé de dónde viene todo esto, pero quiero ser mezquina. Quiero
causarle al menos el uno por ciento del daño que me ha causado.
—Estás mintiendo —escupe, entrecerrando los ojos hacia mí.
Ah, pero parece que funciona.
Veo que su cuerpo tiembla lentamente y que su mandíbula se mantiene
firme mientras me mira. Puede que no tenga sentimientos, pero tiene su
orgullo. Y creo que acabo de herirlo.
Me hace falta todo lo que hay en mí para no regodearme en el hecho, y no
provocarlo aún más. Pero para que me crea de verdad, no puedo caer tan bajo.
Lo contrario del amor no es el odio, es la apatía.
Y él ha sido el mejor maestro al mostrarme cuánto duele la indiferencia.
Así que le devuelvo el favor.
—Piensa lo que quieras, Vlad. Francamente, me da igual. —Me encojo de
hombros, con cara de pocos amigos—. Me abandonaste, y él estaba allí para
recoger los pedazos. ¿Puedes culparme? —Levanto una ceja, esperando a que
su mente lógica lo procese todo.
Su expresión se transforma ante mis ojos, sus ojos se ensanchan de horror
y tengo mi confirmación de que me cree. Retrocede y sacude ligeramente la
cabeza mientras me mira consternado, con los músculos de los brazos
sobresaliendo al apretar y aflojar los puños.
No sé qué tipo de reacción esperaba, pero desde luego no está.
De espaldas a mí, da un puñetazo en la mesa, rompiéndola por la mitad.
Me hago a un lado, su arrebato me toma por sorpresa.
—Sisi —dice mi nombre, con la voz desgarrada.
Sin mirar hacia mí, sigue golpeando la mesa, destruyéndola. Y cuando ya
no hay nada más que golpear, cae de rodillas, con las manos sangrantes en las
sienes mientras empieza a golpearse a sí mismo.
Se le escapa un gemido bajo y angustioso, algo parecido al dolor.
Pero no puede ser...
—Sisi —sigue diciendo mi nombre, con una voz cada vez más grave, más
áspera y llena de... dolor.
Sacudo la cabeza, incapaz de comprender este despliegue frente a mí.
—Vlad, ¿qué pasa? —Me acerco a él, mi preocupación por él supera mi
desprecio.
—No —Levanta una mano—, todo es culpa mía —murmura algo, su
respiración entrecortada y pesada.
—Vlad...
—Quédate atrás —resopla, doblándose de dolor.
—Y... —Me quedo sin palabras, observando cómo se tambalea, con toda
la cara tensa y los ojos cerrados.
—Corre. —Las palabras son apenas audibles.
—Vlad. —Me acerco un paso, preocupada.
—¡Corre! —grita, y un vistazo a sus rasgos hace que mis pies se muevan
por sí solos—. Sótano... Enciérrate... —No llega a terminar la frase porque se
le escapa otro gemido de dolor. Parece estar luchando consigo mismo por el
control.
Sé que debería aprovechar esta oportunidad y salir corriendo, pero la
visión de él agachado en el suelo y dolorido está grabada en mi mente, sin
dejarme hacer nada más que dirigirme al sótano y esperar.

Es horas más tarde cuando vuelvo a salir del sótano. Me ha sorprendido


mucho ver una habitación del pánico en el nivel inferior, con una puerta de
acero que asegura que nada pueda pasar. Me hace preguntarme si vino con la
casa o es una nueva adición.
Construida específicamente para él.
Cuando llego a la planta baja de la casa me encuentro cara a cara con un
Vlad recién duchado, con una toalla alrededor de la cintura.
—Venía a buscarte —dice.
—Me alegro de que estés mejor —le digo con la cabeza, esta vez
controlando mejor mi indiferencia—. Ahora, si puedes llevarme de vuelta,
sería genial —añado, cruzando los brazos sobre el pecho.
Necesito estar lo más lejos posible de él. Solo así podré controlarme.
Incluso ahora, al ver los signos de cansancio en su rostro, me preocupa, un pie
adelante, mi cuerpo preparado para ir hacia él y asegurarse de que está bien.
Y no puedo permitirlo.
Hace tiempo que asumí el hecho de que tiene un cierto efecto antinatural
en mí. Pero saber que mi inclinación natural es alcanzarlo significa que
también soy capaz de controlarme.
—Eso no va a pasar —responde despreocupadamente, usando una toalla
para secarse el cabello—. Tu habitación no está cerrada con llave. He dejado
algunas cosas para ti allí, así que ve a ponerte cómoda —dice, pasando por
delante de mí.
—¿Qué quieres decir? No puedes retenerme aquí —Frunzo el ceño y me
doy la vuelta para seguirle por las escaleras y entrar en una habitación no muy
distinta a la que me había despertado.
—Oh, pero sí puedo, Sisi —me dedica una sonrisa diabólica—, eres
oficialmente mi esposa. Eso significa que tu lugar está conmigo. —Recoge su
reloj de la mesa, colocándolo en su muñeca.
—Contra mi voluntad. De verdad, Vlad, ¿qué sentido tiene esto? —
suspiro, harta de todo—. ¿Por qué no puedes dejarme en paz?
—Porque te lo he dicho —habla despacio, enunciando cada palabra—.
Nunca te voy a dejar ir. Donde yo voy tú vas. Y donde tú vas...
—Yo voy sola. —No le dejo terminar sus palabras, ya enfadándome de
nuevo con él.
—Te sigo. —Se acerca más. Tan cerca que aún puedo ver algunas gotas
de agua pegadas a su piel, la tinta llamando mi atención. Pero al notar que mis
ojos bajan cada vez más, levanto inmediatamente la cabeza.
Demasiado tarde.
Me mira con expresión divertida, con una ceja levantada.
—¿Te gusta lo que ves? —pregunta, con voz arrogante mientras se coloca
frente a mí.
—He visto cosas mejores —miento, encogiéndome de hombros y pasando
por delante de él para sentarme en su cama—. Tenemos que tener una
conversación seria, así que deja de lado esos movimientos seductores que
intentas hacer conmigo. No va a funcionar. —Pero incluso mientras digo las
palabras, no puedo evitar la forma en que mis ojos intentan absorberlo.
Y entonces lo veo.
Frunzo el ceño mientras miro mejor, dándome cuenta de que sus tatuajes
parecen diferentes. Hay...
—Eso no estaba antes —hablo antes de poder evitarlo, señalando el
triángulo dibujado sobre los espíritus malignos, casi como si los enjaulara.
—Perceptiva. —Sonríe—. Tienes razón. Es una nueva adición —dice,
pero no da más detalles.
Finjo una tos para aclararme la garganta.
Necesito controlarme.
—Bien, entonces —Enderezo la espalda—, tengo que volver a Nueva
York. Marcello ya debe estar preocupado.
—He dejado una nota. —Se encoge de hombros, moviéndose alrededor de
la cama y hacia un gran armario empotrado. Viendo que hace lo posible por
evitar esta conversación, le sigo.
—¿Así que sabe que estoy contigo? —pregunto, sorprendida de que haya
sido tan directo.
—Algo parecido —dice, divertido, antes de dejar caer su toalla.
Es tan repentino que apenas tengo tiempo de reaccionar. Mis ojos se abren
de par en par y mi boca forma una pequeña «o» cuando simplemente capto su
cuerpo.
Definitivamente, está abultado.
No puedo evitar sentir el calor subiendo por mi cuello al ver su culo, tan
increíblemente bien esculpido. Incluso cubierto completamente de tinta, la
forma en que sus músculos se flexionan cuando se mueve es inconfundible.
Y entonces subo la mirada y lo veo observándome con una expresión de
suficiencia en el rostro, así que me doy la vuelta inmediatamente,
avergonzada por haber sido sorprendida mirando.
—No he escuchado nada sobre tu prometido. ¿No te echará de menos él
también? —me pregunta, y para mi eterna vergüenza, tardo en controlar mi
corazón errante para responderle.
—Por supuesto. Raf también. Seguro que está frenético de preocupación
—digo distraídamente, con las imágenes de su carne desnuda aun jugando
frente a mis ojos.
Maldita sea.
Tenía razón la primera vez. Estoy maldita. Y mi maldición es tener que
cargar con él.
—Qué pena que ya estés casada, ¿no crees? —Su aliento llega de repente
a mi cuello.
Apartando mi cabello, pasa sus labios por mi nuca y se posa sobre mi
cicatriz. Es un toque fantasma, pero suficiente para hacerme temblar de pies a
cabeza.
—Vlad —digo su nombre, con las uñas clavadas en las palmas de las
manos mientras me obligo a permanecer inmóvil—. Deja el juego.
Su lengua se escabulle y siento cómo se mueve lentamente contra mi piel.
Se me entrecorta la respiración, pero cuando me doy cuenta de que está
consiguiendo la reacción que quería de mí, me doy la vuelta rápidamente,
apartándolo de mí.
—Para un momento. Por favor. —Respiro con dificultad. Por la
excitación o por la ira, no lo sé. Sus pupilas están dilatadas mientras me mira,
y ni siquiera tengo que bajar la vista para saber que debe estar empalmado—.
Y ponte algo de ropa —digo con ligereza, sin dejar de mirar su cara.
—Vete a tu habitación, Sisi —dice, pasándose los dedos por el cabello—.
A menos que quieras que pase algo más, será mejor que vayas a tu habitación
y cierres la puerta.
—Vlad —gimoteo, exasperada—. Tenemos que hablar y arreglar este lío.
Realmente no entiendo por qué haces esto, pero necesito volver a casa y tú
debes ocuparte de tus asuntos —digo con seguridad, satisfecha de mí misma
por haber sacado tantas palabras y con tanta fluidez. Y con la forma en que
me está mirando, es un milagro que no esté ya con hipo, o peor, jadeando.
Jadeando... Dios mío, pero estaría jodida. Literalmente.
—Si te vas a quedar aquí podemos hablar, sí —empieza, y una sonrisa de
satisfacción me tira de los labios—. Pero no va a ser el tipo de charla que
estás pensando. —Sonríe—. Así que a menos que... —continúa, la
insinuación es clara mientras se acerca a mí.
—Vete al infierno, Vlad. —Me doy la vuelta, ya fuera de la puerta. Su
risa resuena detrás de mí, casi incitándome a reaccionar.
Maldito sea, y maldito sea esto y maldito sea todo.
Después de dar vueltas por la casa durante un rato, finalmente encuentro
el camino hacia la habitación, encerrándome dentro.
Tiene que haber una manera de ponerse en contacto con Marcello.
No puedo quedarme aquí, esperando a que Vlad se aburra de nuevo
conmigo. Porque sé cómo va a terminar este juego. Con mi corazón roto, otra
vez.
—Maldita sea —susurro para mí misma, con los ojos humedecidos por las
lágrimas.
Me quito el vestido de novia y me quedo solo con la camiseta de raso que
hay debajo. Cansada y frustrada, me meto en la cama y espero a que me
llegue el sueño.
Maldito seas, Vlad. ¿Por qué tienes que seguir haciéndome daño?
¿No podía haber desaparecido de mi vida para siempre? Al menos así el
dolor se habría desvanecido con el tiempo. Ahora el dolor está en carne viva
de nuevo, mis heridas se abren y sangran de nuevo.
Después de una buena noche de sueño, mi determinación se fortalece.
Solo tengo que encontrar un teléfono, llamar a Marcello para que venga a
buscarme y todo lo demás debería estar resuelto también.
Al final.
Al salir de la cama, me doy cuenta de que Vlad no había mentido cuando
dijo que había depositado algunas cosas en la habitación. Hay un par de
vestidos como los que solía llevar, así como zapatos, artículos de aseo e
incluso ropa interior.
Maldito sea.
Tengo que agradecer a regañadientes que me haya proporcionado todo lo
que necesitaba, pero eso no me hace menos prisionera.
Preparándome para el día, abro la puerta, con la intención de buscarlo
para otra discusión. Sin embargo, no consigo dar un paso fuera de mi
habitación, ya que todo el pasillo está lleno de juguetes.
Hay osos de peluche de todas las formas y tamaños, esparcidos por el
pasillo y bloqueando mi camino.
¿Qué...? Debe haber cientos de ellos.
—¡Vlad! —grito su nombre, suspirando profundamente al darme cuenta
de que se avecina otra discusión.
—Sí —responde, saliendo del final del pasillo.
Lleva una camisa negra y un pantalón de chándal gris, y tengo que decir
que creo que nunca lo había visto vestido de manera tan informal.
—¿Qué es esto? —pregunto, agitando la mano hacia el ejército de osos de
peluche que parecen haber asediado mi puerta.
—Bueno —empieza, pareciendo un poco incómodo. Levanta la mano y se
rasca la nuca mientras evita mi mirada.
—¿Por qué hay un ejército de osos de peluche aquí? —pregunto,
golpeando el pie con impaciencia.
—Para ti —acaba diciendo, bajando la voz.
—¿Para mí? —repito, incrédula.
Cierro la puerta de mi habitación y me abro paso entre los numerosos osos
de peluche, tratando de ignorar que son tan suaves y tan bonitos. Pero este no
es ni el lugar ni el momento para deleitarse con los peluches.
—¿Has robado toda una tienda de osos de peluche? —Cruzo los brazos
sobre el pecho y entrecierro los ojos—. A menos que... —Mis ojos se
amplían—. ¿Pusiste algo en ellos? ¿Bombas? ¿Dispositivos de audio? —Me
apresuro a agarrar el oso más cercano -uno azul diminuto que es tan suave
que quiero simplemente acariciarlo- y tiro de él, desgarrándolo por las
costuras.
Es imposible que Vlad haga esto sin una razón. ¿Cuál es su propósito?
¿Conseguir que baje la guardia?
Hablando de caballos de troya...
—Sisi —gime, intentando quitarme el oso—, no hay nada dentro de los
osos.
—No te creo —contraataco, tirando el primer oso y tomando otro,
repitiendo el procedimiento y tanteando en busca de cables ocultos o
cualquier otro dispositivo que Vlad pudiera haber colocado en su interior—.
Sabía que eras un canalla, pero no me imaginaba que cayeras tan bajo como
para utilizar osos de peluche. ¿Qué te pasa, Vlad? —Le sacudo la cabeza,
triste por haber destruido unos juguetes tan bonitos.
—Sisi. —Sus manos cubren las mías, impidiendo que siga destrozando
los osos—. Eran un regalo. Nada más. Te lo prometo —dice solemnemente,
pero me limito a apartar sus manos.
—Como si tus promesas contaran para algo —murmuro, sin mirarle.
—Lo digo en serio. Solo quería regalártelos.
—¿Por qué? —disparo de inmediato.
—Para que no te sientas... sola —admite, bajando la cabeza.
Frunzo el ceño, incapaz de entenderlo. ¿Cuál es su objetivo esta vez?
—¿Para qué no me sienta sola? —repito, mis cejas se alzan ante su
explicación antes de estallar en carcajadas.
—Deduzco que no te han gustado —dice en voz baja, mirando lo que
queda del osito en el suelo.
Pero antes de que tenga la oportunidad de responder, se va, llevándose el
osito roto.
Lo sabía.
Debe de tener algo dentro que yo no he notado, así que se lo lleva para
ocultar las pruebas.
Sacudiendo la cabeza, decido que cuanto antes me vaya de aquí, mejor.
Quién sabe qué otros trucos tiene en la manga.
Para mi sorpresa, no veo a Vlad en el resto del día. Hasta la mañana
siguiente no vuelvo a notar su presencia, y esta vez además con un gesto
exagerado.
—¿En serio? —Pongo los ojos en blanco, levantando el dobladillo de mi
vestido para que no se ensucie. Luego me esfuerzo por pasar de él y me dirijo
a la planta baja para desayunar.
Capítulo 23
Vlad

—Vanya, ¿dónde estás cuando te necesito? —Suspiro, apoyando la


cabeza en mis manos. Ella habría sabido qué hacer en esta situación.
No sé qué esperaba de volver a verla. Desde luego, no había pensado
mucho en ello. Había actuado de forma improvisada, sabiendo que nunca
podría dejar que se casara con nadie más que conmigo. Y así me aseguré -con
bastante fuerza- de que nadie pudiera casarse con ella. Casándome yo mismo
con ella.
Pero parece que todo se ha vuelto en contra.
¿Qué diría Vanya?
—¡Claro que te salió el tiro por la culata, idiota! Amenazaste con matar a
toda su familia. —Intento imitar a mi hermana.
Bueno, cuando lo pones así...
Había estado tan desesperado que nada parecía fuera de los límites en ese
momento. Habría hecho cualquier cosa para atarla a mí para siempre.
Diablos, habría matado a su familia.
No hay absolutamente nada que no haría por ella, y eso incluye el
asesinato en masa. Y el genocidio. E incluso la guerra nuclear.
¿Hay algo peor que una guerra nuclear?
Probablemente robarle un caramelo a un niño. ¡Y yo también lo habría
hecho!
Pero ahora ella me odia...
No es que la culpe, ya que tiene todo el derecho a odiarme. Pero no sé
cómo arreglarlo. No sé cómo hacerle ver que soy sincero y que no estoy
jugando. No sé cómo demostrarle que he cambiado -al menos ligeramente- y
que estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario para recuperar su amor y su
confianza.
—He metido la pata —murmuro para mis adentros, mi comportamiento
de ayer ha sido nada menos que atroz.
Pero ¿cómo podría haber reaccionado de otra manera cuando ella
consiguió romperme el corazón con solo unas palabras?
Él adoró mi cuerpo y me hizo el amor dulcemente. Me demostró que no
tiene por qué doler. Y cuando lo hace, duele bien.
Levanto el puño, golpeándolo contra mi corazón con la esperanza de que
pueda disminuir el dolor. Desde que las pronunció, esas palabras han seguido
repitiéndose en mi cabeza, torturándome con el conocimiento de que ella ya
no es mía.
Que ella...
No solo no puedo imaginar que otra persona la vea desnuda, o la toque.
¿Pero otro hombre dentro de ella? ¿Proporcionándole placer? ¿Tomando mi
lugar?
—Maldición. —Me doy un puñetazo aún más fuerte.
¿Por qué parece que hay escasez de oxígeno en la habitación? ¿O es que
mis pulmones ya no pueden procesarlo? Porque cuanto más pienso en Sisi
“mi Sisi” incluso en la misma habitación que otro hombre, quiero volverme
loco. ¿Pero pensar en ella follando con otro?
El dolor es tan insoportable que ni siquiera puedo mantenerme en pie. Mis
pies apenas me llevan a la cama y me derrumbo, boca abajo, sobre el colchón.
—Todo es culpa mía —susurro, sabiendo que no tengo a nadie a quien
culpar sino a mí mismo.
La empujé.
La empujé a sus brazos.
Ella tiene razón. ¿Puedo culparla cuando todo lo que hice fue herirla,
tanto física como emocionalmente?
Ahora solo puedo esperar que algún día me perdone. Aunque tenga que
hacer penitencia cada día durante el resto de mi vida, lo haré mientras ella
esté conmigo.
Ella es mi única esperanza en este jodido mundo, la única estrella que
brilla solo para mí. Y pase lo que pase, recuperaré su confianza.
¿Pero por dónde empezar?
También tengo que hacerlo rápido, ya que estoy seguro de que Marcello
acabará descubriendo que fui yo quien la robó de la iglesia, y vendrá a por mí,
a cañonazos.
Es la razón por la que había elegido este lugar, ya que está lo
suficientemente lejos de Nueva York como para no darle ninguna idea, pero
también es un lugar del que sé que Sisi está enamorada desde hace mucho
tiempo.
Es cierto que solo conozco este dato porque he estado vigilando toda su
presencia en Internet desde el primer día, siguiendo a menudo sus
movimientos en la red para entenderla mejor, sus gustos y disgustos.
Cuando vi que había guardado varias fotos de este lugar, incluyendo
algunas de la ciudad, inmediatamente hice una oferta por el lugar, con la
intención de sorprenderla.
Por desgracia, parece que la sorpresa se quedó en nada, y ella no quedó
tan impresionada conmigo.
Por lo menos, todo mi fisgoneo ha garantizado que tengo todos los
conocimientos para cortejarla adecuadamente esta vez. Puede que se enfade
conmigo, pero haré todo lo que esté en mi mano para demostrarle que voy en
serio.
He preparado una extensa lista de cosas que podrían gustarle y, con la
ayuda de algunos artículos muy perspicaces en Internet sobre cómo
conquistar a una mujer, he diseñado el plan perfecto para cortejarla.
Seguramente, al menos algunas de las sorpresas que he planeado deberían
minar su desconfianza.
Pero incluso eso me da un poco de miedo, ya que la primera ya había ido
tan mal.
Me vuelvo para ver la mirada desolada del oso de peluche roto y mi
esperanza se derrumba aún más en mi pecho.
Y todavía tengo el oso gigantesco que le había regalado por su
cumpleaños...
Ella no había reaccionado como yo esperaba. Pensé que como le gustan
tanto los osos de peluche, una legión entera de ellos la haría extra feliz.
Solo la enfadó más.
Debería haberme dado cuenta de que no se iba a fiar de mis intenciones,
ya que no le he dado mucho juego. Desde el momento en que entró en esta
casa, me limité a amenazarla y a burlarme de ella, porque estar a la defensiva
era mucho más fácil que exponerme a que me hicieran mucho daño.
Pero no es una buena estrategia.
No, según los artículos de Internet, debería intentar mostrarle mi lado
vulnerable, no mi lado bárbaro. Por supuesto, todo ello además de regalos,
cumplidos y atenciones.
Desde luego, tengo mucho trabajo por delante si tengo que creer a estos
gurús online. Pero como no pienso rendirme -no hasta que ella me perdone-
tengo toda una lista de cosas que hacer que deberían ponerla de mejor humor.
Al terminar mi breve sesión de reflexión —ya que no puedo permitirme
perder el precioso tiempo de cortejo—, me doy una ducha y elijo la ropa con
cuidado.
Un artículo había especificado que debía esforzarme en mi aspecto, así
que me he pasado toda la noche comprando en Internet conjuntos de moda.
Desde que me aventuré en el loco mundo de las compras online, también
acabé comprándole muchas cosas que aparentemente gustan a las mujeres:
perfumes, joyas, bolsos y zapatos. Y como no me había dado cuenta de lo
caras que son estas cosas, había tenido que tener unas cuantas palabras con mi
banco repetidas veces a lo largo de la noche.
Supongo que eso es lo que pasa cuando te gastas miles de dólares en
ropa.
Y mientras sigo esperando que me las entreguen, tengo otra sorpresa
planeada para hoy.
Recién duchado y con un nuevo atuendo -de moda- me dirijo a la entrada
de la casa para recibir el pedido de chocolate que había hecho.
Después de todo, todos los artículos mencionan el chocolate y que a las
mujeres les encanta. Además, sé con certeza que a Sisi le encantan los dulces,
por lo que debería ganar puntos extra.
Firmo en el formulario y meto el carro lleno de chocolatinas, incluida una
fuente de chocolate bastante grande.
Rápidamente instalo todo frente a su habitación -una ofrenda a mi diosa- y
luego espero.
Miro el reloj con ansiedad, esperando a que abra la puerta de su
habitación y vea el mar de chocolate que he colocado en su puerta.
Justo a tiempo, abre la puerta de un tirón y sus ojos se abren de par en par
al ver mi sorpresa. Observo atentamente su expresión, esperando ver una
reacción positiva.
—¿En serio? —pregunta, poniendo los ojos en blanco y levantando la
falda para evitar el chocolate.
Observo estupefacto cómo sale del pasillo y se dirige a la planta baja.
Ni siquiera se ha inmutado.
Como no soy de los que se rinden, la sigo rápidamente.
—Te gusta el chocolate —le digo cuando la encuentro en la cocina,
mirando los distintos armarios vacíos.
Se detiene y se vuelve hacia mí para levantar una ceja.
—¿Qué intentas hacer esta vez, Vlad? ¿Envenenarme? ¿Darme algún tipo
de pócima para que sucumba a tus artimañas? —Niega con la cabeza y vuelve
a centrar su atención en la cocina.
—No he puesto nada dentro. Mira —le digo, mostrándole una gran caja
de chocolate y el hecho de que esté cerrada. La abro y me meto unos trozos
en la boca, para que vea que no hay veneno ni ningún tipo de poción.
Me mira con los ojos entrecerrados, casi como si no quisiera creerme.
Mientras tanto, no puedo evitar mirarla, su belleza nunca deja de dejarme sin
palabras.
Incluso con su cabello corto, es simplemente impresionante, y esos labios
carnosos... Me cuesta tragar mientras me pierdo en sus rasgos, sus ojos color
miel me mantienen cautivo.
Maldita sea, hace que me olvide de mí mismo.
—Está muy bueno. Toma un poco. —Doy unos pasos para acercarme a
ella y le pongo la caja de bombones en la cara.
Ella los mira por un segundo antes de negar con la cabeza.
—Tengo hambre. Así que, a no ser que pienses darme algo de comer de
verdad, ahora no me interesan los bombones —dice, y mis ojos se abren de
par en par.
Por supuesto. ¿Por qué no se me había ocurrido eso?
—Perfecto. —Le sonrío, dejando la caja sobre la mesa y tomando sus
manos para llevarla a una silla—. Siéntate y te prepararé algo de comer —
digo, con demasiado entusiasmo para alguien que no sabe cocinar.
Pero, ¿qué tan difícil puede ser?
—Sin veneno —murmura con media sonrisa, y no puedo evitar la
felicidad que florece en mi pecho al ver eso. Aunque sea a medias, está a
medio camino.
—Por supuesto. Te haré el mejor desayuno —declaro.
Dejándola en la mesa, revuelvo la cocina en busca de algo de comida,
dándome cuenta de que no he conseguido mucho.
Solo hay unos huevos en la nevera. Nada más.
¡Mierda!
Mirando hacia atrás, la veo mirándome expectante, y sé que esto es algo
en lo que no puedo fallar.
Sacando los huevos, intento recordar si alguna vez he leído cómo se
cocinan, y entonces sigo los pasos de memoria.
Identificando una receta de tortilla, busco un bol, y rompiendo los huevos
empiezo a batirlos.
—No sabía que supieras cocinar. —Sisi observa desde atrás, todavía
mirándome con atención.
Yo tampoco lo sabía.
—Pan comido. —Le sonrío, aunque por dentro estoy sudando al pensar
que lo estoy haciendo mal.
Solo son huevos. ¿Qué tan difícil puede ser?
Cuando la mezcla parece lo suficientemente homogénea, caliento una
sartén y la vierto dentro.
Totalmente concentrado en hacerlo bien, me sorprendo cuando siento a
Sisi detrás de mí, echándose sobre mi espalda, con sus manos palpando mis
hombros.
—Has estado haciendo ejercicio —señala, bajando sus manos y
distrayéndome de mi tarea.
—Sí —le respondo con dificultad, respirando su presencia, su fresco
aroma invadiendo mis fosas nasales e hipnotizándome.
—Por todas partes —susurra, con sus dedos recorriendo mi espalda hasta
llegar a mi culo...
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de lo que está
haciendo.
La cuchara se me cae de la mano y me doy la vuelta rápidamente,
aprisionándola contra la barra. Como era de esperar, mi teléfono está en su
mano, mientras me lanza la mirada más dulce del mundo.
—Eres astuta, chica del infierno. —Me gusta la forma en que me mira
como si no la hubiera pillado intentando robarme el teléfono—. ¿Qué es lo
siguiente? ¿Llamar a tu hermano mayor? —Levanto una ceja.
Ella no se echa atrás mientras levanta la barbilla, mirándome
valientemente a los ojos.
—Sí, de hecho, lo haré —me dice, y una sonrisa juega en mis labios.
Marcello se iba a enterar en algún momento, así que no me preocupa
tanto. Seguro que me hará cambiar un poco de planes, pero ya he decidido
que nada ni nadie me alejará de Sisi, incluido yo mismo.
—Adelante —la desafío. Me pregunto qué hará cuando se dé cuenta de
que Marcello no podrá ayudarla. Ni ahora ni nunca.
Entorna los ojos, dudando de mis intenciones. Me encojo de hombros,
incluso presionando el dedo para desbloquear el teléfono.
—Hazlo —la desafío de nuevo.
Además, será algo bueno, ya que anunciaré oficialmente al mundo que
ella está tomada.
Con el ceño fruncido, busca rápidamente en mi lista de contactos y llama
a su hermano.
—¿Marcello? —pregunta cuando él contesta, y yo tiro de su mano hacia
mí, asegurándome de que el teléfono está en el altavoz. Me lanza una mirada
mortal que yo solo devuelvo con una de mis encantadoras sonrisas.
—¡Sisi, Dios! ¿Estás bien? ¿Dónde te encuentras? —Marcello se
desahoga, disparando pregunta tras pregunta.
—No te preocupes, estoy bien. Por ahora —añade ella, levantando los
ojos para encontrarse con los míos.
—¿Dónde estás? Voy a buscarte —continúa, pero solo la dejo decir
Nueva Orleans antes de tomar el relevo.
—Marcello, querido amigo, o debería llamarte cuñado ahora —añado,
ignorando cómo los ojos de Sisi me lanzan dagas.
—Vlad —dice Marcello escuetamente—. ¿Qué carajos estás haciendo?
—¿No hay una cálida bienvenida a la familia? Triste...
—Vlad, ¿por qué está Sisi contigo? ¿Qué demonios está pasando?
—Creí que mi nota lo dejaba suficientemente claro —hablo, empujando
mi dedo contra los labios de Sisi para callarla—, acabo de recuperar mi
propiedad. Ya sabes, primero intenté en objetos perdidos, pero imagina mi
sorpresa cuando me dirigieron a una iglesia —Finjo un escalofrío—, ya sabes
cómo odio esos lugares. —Sisi pone los ojos en blanco, pero yo continúo,
oyendo ya a Marcello estallar de fondo—. Pero ahora que la he encontrado,
no la voy a soltar nunca —añado—, solo una advertencia amistosa.
—Vlad. —Puedo oír la tensión en su voz—. ¿Cuál es tu juego? Y qué
demonios es lo que haces con mi hermana. Sisi, ¿estás bien?
—¿Por qué todo el mundo cree que estoy jugando? —gimo, empujando
mis dedos contra los labios de Sisi cuando veo que intenta hablar. La pequeña
descarada me lanza una mirada desafiante antes de abrir la boca, chupando mi
dedo.
—Mierda —murmuro involuntariamente.
—¿Vlad? Te juro que si le tocas un cabello...
—Cuñado, cálmate. No voy a hacer daño a tu hermana. De hecho, está
muy ocupada chupando mi... —No llego a terminar ya que la mano de Sisi
agarra el teléfono, apartándome de ella.
—¡Vlad! —Marcello grita al teléfono.
—Estoy bien, Marcello. —Sisi finalmente se hace cargo, dándome una
mirada que dice que me quede quieto—. No me va a hacer daño, pero se
empeña en casarse conmigo.
—Ya lo hize —añado disimuladamente.
—Lo voy a matar, maldita sea —sigue Marcello maldiciendo un rato, y
hasta Sisi se está aburriendo de su perorata.
—Iré por ti, no te preocupes. No voy a dejar que se salga con la suya —
continúa Marcello, y me doy cuenta de que es hora de poner fin al juego.
Le quito el teléfono a Sisi y me hago cargo de la conversación,
asegurándome de que Marcello hace caso a mi advertencia.
—No te metas en esto, Marcello. He dejado que te llame por cortesía,
pero no te equivoques, nunca me la quitarás. Esto se extiende a todo el
mundo, incluyendo a ese flacucho que pensó en casarse con ella. Lo diré solo
una vez. Ella es mía. Y créeme, olvidaré toda nuestra historia en un segundo
si se da el caso —digo, con la voz seria.
—Estás loco —responde.
—Puede ser. Pero recuerda que soy el tipo de loco que arrasaría con todo
un país si se diera el caso. Así que hazte un favor a ti mismo y a todos los
demás y no te metas en esto.
—Estás jodidamente muerto, Vlad. —Intento no poner los ojos en blanco
ante sus amenazas, pero parece que no lo entiende.
—-No, Marcello. Cualquiera que intente alejar a Sisi de mí está
jodidamente muerto. Tú incluido. —Aprieto los dientes. Si me obligan, les
demostraré a todos por qué me llamaron berserker 17 en primer lugar. Y nadie
escapará con sus vidas intactas—. Ella está a salvo, y no le haré daño. Eso,
tienes mi promesa —digo, girando mi mirada hacia ella—. Pero ella es mía
—repito antes de colgar y tirar el teléfono al suelo.
—Qué... —Los ojos de Sisi se abren de par en par—. Lo has destruido...
—murmura mientras mira la pantalla rota.
—Eso era una advertencia para tu hermano, pero también para ti, chica
del infierno. —La atraigo hacia mí, obligándola a mirarme a los ojos—.
Nadie te apartará de mí.
—Hasta que te aburras —susurra.

17
Eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate bajo cierto
trance de perfil psicótico, casi insensibles al dolor y llegaban a morder sus escudos y no había fuego y acero que los
detuviera.
—Nunca me aburriré. —Le paso el dedo por los labios, sus pupilas se
dilatan mientras bajo la cabeza—. Ahora vamos a comer —digo contra sus
labios.
Desgraciadamente, los dos nos habíamos olvidado de los huevos mientras
hablábamos por teléfono, así que conseguí quemar la única comida disponible
en la casa.
—Voy a pedir algunos, no te preocupes. —Intento calmarla un rato
después mientras me apresuro a buscar mi portátil, temiendo de repente que
se ponga de mal humor si tiene demasiada hambre, y eso desde luego no me
dará ningún punto extra.
La comida tarda un poco en llegar, pero una vez que está extendida en la
mesa y los dos nos ponemos a comer, se hace el silencio.
De vez en cuando me mira con curiosidad y, mientras me pierdo en su
belleza, intento recordar algunos de los consejos que he leído.
—Estás muy guapa cuando comes —la felicito, con una pequeña sonrisa
que se dibuja en mis labios.
Su mano se detiene en el aire cuando está a punto de morder una alita de
pollo.
—No es que no seas guapa todos los días. De hecho, eres guapa en todo
momento —continúo, temiendo haber metido la pata de alguna manera.
Ella inclina la cabeza hacia un lado, sin dejar de mirarme.
—Bonita, no guapa —rectifico.
Maldita sea, había olvidado que las mujeres se preocupan por las
particularidades.
—¿Es así? —pregunta ella, poco convencida, con la mano rozando su
flequillo y revelando la marca de nacimiento en su cara.
—Por supuesto. Incluso esa mancha que tienes en la cara es encantadora
—añado por si acaso, ya que no hay parte de ella que no me guste.
Parpadea dos veces, lentamente. Su boca se abre y se cierra un par de
veces antes de levantarse de repente, tomando todo el cubo de alitas de pollo
y arrojándolo sobre mi cabeza.
—Eres un canalla —murmura, y sale de la cocina dando pisotones.
Y yo me quedo con el ceño fruncido, incapaz de entender qué he dicho
tan mal.
Demonios, ¿pero por qué soy tan idiota?
Algo de lo que he dicho debe de haberla molestado, y ahora vuelvo a estar
a cero. ¿O es menos?
Suspiro, poniéndome de pie y viendo cómo se me caen más alitas de pollo
del cabello.
¿Por qué las mujeres son tan difíciles?

Ser completamente ignorado por ella me hace creer que tengo que
cambiar de estrategia. Al menos ligeramente. La ropa, los zapatos y las bolsas
habían llegado, pero ella ni siquiera los ha notado. Una vez más ha puesto los
ojos en blanco y ha seguido adelante.
Por suerte, esta vez abastecí la cocina para que tuviera ingredientes para
hacer algo de comer.
A pesar de su enfado conmigo, preparó suficiente comida para dos, y me
dio un plato también. Tengo que admitir que tal vez lo miré demasiado, que
casi me lo quitó.
—¿Acaso comerás? —Me había preguntado, su voz me decía que no
debía molestarla más.
Pero no era que no quisiera comer. Más bien, no quería que se acabara tan
rápido. Después de todo, era algo que había hecho con sus manos, para mí.
Bueno, no para mí, pero aun así, sentía que era para mí y quería
conservarlo un poco más.
—Por supuesto —respondí inmediatamente, tomando el tenedor y
clavándolo.
Ah, pero había estado tan bueno.
Creo que no he comido tan bien en toda mi vida, y me aseguré de
señalárselo. Pero incluso ese cumplido había caído en saco roto. Se limitó a
asentir con la cabeza y se marchó a su habitación cuando terminó,
indicándome que lavara los platos.
El trato frío continúa durante más de una semana. Intento llevarle regalos
para demostrarle que voy en serio, pero los ignora, me mira fijamente a los
ojos y me frunce el ceño, como si fuera la escoria de la tierra.
En cierto modo lo soy, porque sé que lo que le hice fue imperdonable. Sé
que le hice demasiado daño como para que me diera otra oportunidad.
Pero no puedo dejar de intentarlo. No cuando la alternativa es una muerte
lenta y asfixiante. Porque sin ella me dirijo definitivamente a una tumba
temprana.
Hay un poco de consuelo en saber que está cerca y que nadie más puede
llegar a ella. Pero, ¿cómo me ayuda eso cuando ella ha despreciado todos los
intentos que he hecho para demostrarle lo mucho que me arrepiento de mi
comportamiento?
El tiempo pasa, y aunque ella ya no parece ir activamente contra mí,
probablemente ya resignada a que no hay salida, su comportamiento hacia mí
no se descongela.
Cuando pasa otra semana y todavía no he conseguido ningún avance, sé
que ha llegado el momento de cambiar de estrategia.
Así que me encuentro con un dilema. ¿Qué puedo hacer para
tranquilizarla? ¿Hacerle ver que mis intentos son auténticos y que mis
cumplidos también son de corazón?
Tal vez debería darle mi corazón en bandeja.
Pero eso no funcionará. Por mucho que me gustara hacer eso, me gustaría
estar presente para ver su reacción, y no sería capaz de hacerlo muerto.
¿Y si...?
Hago una pausa, una idea que echa raíces en mi mente. Y para
asegurarme de no cometer más errores, ya que no me gustaría volver a
enfadarla, abro mi portátil y empiezo a navegar por la lista de los más
buscados del FBI.
Luego hago mi magia para encontrar a alguien en la ciudad.
Un poco más de tiempo del que me hubiera gustado, ya que ahora me
perderé una mañana de regalos. Pero tal vez ella aprecie la creatividad extra.
Armado y con un plan bien ideado, me aseguro de cerrar toda la casa
antes de salir por la noche.
Michael Garrett.
El único hombre que había terminado en los alrededores resultó ser el
pedófilo más buscado en cinco estados. Mientras Maxim me consigue un
suministro semanal de presos para mi proceso terapéutico, esto tiene que ser
más personal, ya que lo hago por Sisi.
Así que voy a uno de los lugares que había sacado de su teléfono móvil -
un bar de las afueras- y luego tiendo la trampa con cuidado, asegurándome de
que esté drogado antes de llevarlo a la casa.
Michael no parece un tipo tan brillante, aunque lleva un tiempo evadiendo
a los federales. Pero, de nuevo, no debería sorprenderme demasiado que las
organizaciones estatales se tambaleen. Después de todo, soy yo quien se
beneficia de su incompetencia.
Una vez que su cuerpo está cargado en el coche y estoy de vuelta a casa,
tengo que ser muy cuidadoso para que la sorpresa no se arruine para Sisi.
Al ir al sótano, accedo a una parte separada del resto. No quería que Sisi
lo viera y se asustara de mí, otra vez.
Y así, cuando llego a mi sala de sangre, tumbo a Michael en una mesa y
me pongo rápidamente a trabajar.
La parte fácil es abrirlo y sacarle el corazón. De hecho, tardo menos de
media hora en cortar la piel, abrir su cavidad torácica y sacar el corazón. Y
como no es mi primer rodeo, incluso me las arreglo para hacerlo sin ensuciar.
En cuanto saco el corazón, lo vacío de sangre y cauterizo las arterias para
que no pierdan más líquido después.
Luego, tomo un bisturí y me pongo a trabajar, tallando una dedicatoria
especial para Sisi.
En comparación con la parte de la cosecha, acertar con los trazos es
mucho más difícil, ya que el músculo tiene estrías y es en general irregular.
Me lleva unas cuantas horas de concentración para asegurarme de que
todo esté perfecto. Cuando termino, ya está a punto de amanecer, así que sé
que no puedo perder tiempo.
Tomando una bandeja de plata y esparciendo algunos pétalos de rosa, por
fin estoy satisfecho con el aspecto general.
Si no puedo darle mi propio corazón, le daré el siguiente mejor.
Pero, ¿y si me pide el mío?
¿Y si no se conforma con un sustituto? Quiero decir, estoy seguro de que
podría conseguir un trasplante de corazón... Sí, eso funcionaría. Estaría vivo
para ver su reacción, y ella aún tendría mi corazón.
Todos salimos ganando.
Solo para asegurarme de que tengo todo cubierto, llamo a Maxim y le
pido que me reserve una consulta de corazón.
Tal vez así vea lo honestas que son mis intenciones.
Aun así, espero que esto sea suficiente, ya que un trasplante me dejaría
fuera de juego durante un tiempo, y hay demasiadas cosas que hacer como
para perder el tiempo.
Ya he perdido un día de regalos, así que justo antes de que ella abra su
puerta, estoy allí, esperando.
—¿Qué es esto? —pregunta cuando me encuentro cara a cara con ella.
—Te he hecho una cosita —le digo, tratando de sonar confiado, aunque
ya tengo miedo de ofenderla una vez más.
—¿Otra vez? —Levanta una ceja, con los brazos cruzados sobre el pecho
mientras espera a que retire la tapa del plato.
—Bueno, lo he trabajado más. No lo he comprado sin más —le digo con
mi sonrisa característica, con los dedos en la tapa mientras la levanto,
observando cuidadosamente su expresión.
Ella entrecierra los ojos al ver el corazón, y durante unos segundos se
queda callada.
Y luego se ríe.
—Vlad —empieza, apenas capaz de hablar entre carcajadas—, ¿qué es
esto?
—Un corazón —respondo, un poco inseguro de mí mismo.
Maldita sea, pensé que le gustaría.
—¿Me has traído un corazón? —Levanta su mirada para encontrarse con
la mía y yo asiento.
—Es en lugar de mi corazón ya que no pude traerlo, ya sabes, traerlo de
verdad —intento explicarme, pero ella se limita a reírse.
—Vlad —Se obliga a mantener una expresión seria—, ¿tallaste un
corazón en un corazón? —Vuelve a estallar en carcajadas.
Giro el corazón hacia mí, intentando ver qué es lo que le hace tanta gracia.
Había tallado su nombre con una punta de flecha y un tres al lado, ya que es
lo que la gente utiliza para indicar el amor en Internet.
—No entiendo —hablo despacio, frunciendo el ceño por la confusión.
—Esto —Señala la punta de flecha y el tres—, es un corazón. Tallado en
un corazón. —Se ríe.
—¿No estás enfadada? —pregunto, solo para estar seguro—. Pensé que te
gustaría. —Vuelvo a sonreír, con la esperanza de seducirla.
—Es bastante inusual —responde ella, frunciendo los labios—. Pero me
gusta —señala, y finalmente suspiro aliviado.
—Bien, bien. Pensaba que habrías querido que te diera mi propio corazón,
pero eso habría sido un poco más difícil —digo y sus cejas se juntan con
consternación—, no imposible —rectifico—, solo más difícil.
—¿Me habrías dado tu corazón? —pregunta, parpadeando como si
estuviera sorprendida.
—Por supuesto. Todavía puedo hacerlo, solo que no inmediatamente. Le
pedí a Maxim que me reservara para una consulta de trasplante, y después de
eso puedes tenerlo. —Mis labios se estiran en una sonrisa.
—¿Por qué? —Su pregunta me desconcierta.
—¿Por qué, por qué? Para que veas que no estoy jugando —Respiro
profundamente—, lo estoy intentando de verdad —confieso.
—Sin embargo, ¿de dónde sacaste un corazón? —Cambia de tema, sin
reconocer realmente mi afirmación.
—No era un inocente, lo juro —me apresuro a defenderme—, era un
conocido pederasta, y justo llegué a él antes que la policía —digo, sacando
rápidamente mi nuevo teléfono del bolsillo y mostrándole su nombre en la
lista del FBI.
—Ya veo —responde pensativa—. ¿Está limpio?
—¿Limpio? —repito, confundido. Pero entonces caigo en la cuenta de lo
que quiere decir—. Sí, está muy limpio —respondo con una sonrisa.
—Entonces, ven chico amante. Estoy hambrienta y tú has atrapado el
desayuno. Deberías cocinarlo. —Me guiña un ojo, me coge de la mano y me
lleva a la cocina.
Mierda, ¡me está tocando! ¡Ha funcionado!
Acabo asando bien el corazón mientras Sisi hace una salsa para
acompañarlo, y en poco tiempo estamos los dos en la mesa, probando la
comida. También abro una botella de vino tinto al lado.
—Sabes —empieza, con la boca llena—, nunca pensé que diría esto, pero
el corazón de un pedófilo no sabe nada mal —comenta, con una sonrisa
traviesa en la cara.
—Efectivamente. —Es todo lo que puedo decir mientras la veo dedicarme
una sonrisa por primera vez en mucho tiempo. Y así, siento que mi propio
corazón da un extraño salto mortal en mi pecho.
—Lo siento —le digo sinceramente, aprovechando la única vez que no
está enfadada conmigo.
Ella frunce el ceño y deja el tenedor para centrar su atención en mí.
—Nunca te lo he dicho, pero siento lo que te hice —trago saliva, las
imágenes de aquella noche aún me persiguen—, y lo que dije. Quiero que
sepas que nunca quise decir nada de eso, solo necesitaba que estuvieras lo
más lejos de mí.
—¿Por qué? —Me mira solemnemente, con la cabeza inclinada hacia un
lado.
—No quería herirte más de lo que ya lo hice. Y... —Me quedo sin
palabras, las palabras me fallan. No es que sea bueno con ellas, como puede
atestiguar Sisi.
—¿Por qué ahora? ¿Por qué haces esto ahora, Vlad? Tuvimos una ruptura
limpia. Tres meses sin saber de ti, ¿y ahora de repente estás aquí, delante de
mí, diciéndome que lo sientes?
—No iba a entrar en tu vida nunca más, Sisi. Realmente pensé que eso era
todo. —Mis puños se aprietan bajo la mesa, y hago lo posible por mantener el
control.
—¿Entonces qué ha cambiado? —Ella frunce el ceño.
—Yo lo hice. —Su boca se abre ligeramente—. Me di cuenta de que no
podía hacerlo. No podía existir sin ti. Así que traté de mejorar. Yo estoy
mejor.
—No lo entiendo —responde, y veo que es mi oportunidad antes de que
vuelva a encerrarse en sí misma.
Apartando la silla, me desabrocho la camisa, me la quito y la tiro al suelo.
Me acerco a ella, tomo su mano y la pongo sobre mi pecho, justo en el ángulo
agudo del triángulo.
—Esto no es solo un triángulo, Sisi —le digo, usando sus propias manos
para trazar su verdadera forma—. Es una A.
—Una... —Frunce el ceño mientras se acerca para estudiar la tinta de mi
piel.
—La A que mantiene a raya a los monstruos —continúo, mi mano en su
cabello mientras lo acaricio ligeramente—. Aquella noche mentí, Sisi.
Mierda, mentí en todo. Pero lo único que tienes que saber es que para mí no
eres corriente. Eres única —inspiro profundamente, empujando su barbilla
hacia arriba para que pueda ver la sinceridad en mis ojos—, mi única.
—Vlad —empieza, y puedo ver que las lágrimas brillan en sus ojos.
—No, no tienes que decir nada. —Le aprieto un dedo en los labios y uso
la otra mano para limpiar la humedad de sus pestañas—. Te esperaré. No
importa cuánto tiempo me lleve, te esperaré. Pero no voy a dejarte ir. No esta
vez.

Mi plan está empezando a funcionar poco a poco. Desde hace unos días,
Sisi y yo hemos desarrollado una agradable compañía y ya no me cierra la
puerta en las narices. De hecho, ahora incluso reconoce mi presencia, lo cual
es más de lo que hubiera esperado.
Pero como no es el mejor progreso, tengo que intensificar mi juego.
Después de leer varios artículos, he decidido seguir sus consejos, ya que todos
parecen recomendar lo mismo: jugar duro para conseguirlo.
No estoy del todo seguro de que éste sea el mejor enfoque, ya que solo he
conseguido que me hable, pero si ésta es la clave para que se interese más por
mí, que así sea.
Mientras miro en varios sitios, veo que tengo que ser yo quien la ignore
ahora. Todo, por supuesto, para que ella se acerque primero.
—Maldita sea —murmuro para mí, un poco reacio a cambiar de actitud.
Pero si dicen que va a funcionar...
Durante los dos días siguientes, hago precisamente eso. Cuando la veo,
apenas digo unas palabras, la mayoría de las veces me muestro poco
disponible para ella.
Veo que le molesta mi repentino cambio de actitud, y me cuesta todo lo
que hay en mí no dejarlo inmediatamente y disculparme con ella. Pero cuanto
más miro los consejos en Internet, más recomiendan lo contrario.
Al tercer día, ni siquiera tengo que intentarlo, ya que me llaman para todo
el día. Maxim me llama de repente para pedirme ayuda para tratar con la
policía el caso de unos presos desaparecidos. Y como Maxim no es el mejor
en diplomacia, prefiero ocuparme yo mismo.
Después de todo un día de entrevistas, llego a casa dispuesto a irme a la
cama. Abriendo la puerta de mi habitación, ni siquiera presto atención a mi
entorno mientras me quito la americana y la corbata antes de aflojar los
botones de la camisa.
—Mierda, me has asustado. —Me muevo de un salto cuando se enciende
la luz y veo a Sisi sentada en mi escritorio, con las manos sobre la mesa
mientras me mira con desconfianza.
—Tenemos que hablar —dice, levantándose y parándose frente a mí.
—¿Tenemos? —Levanto las cejas, un poco confuso.
—Sí. —Asiente, cruzando los brazos sobre el pecho en una postura que
me indica que va en serio.
Maldita sea, creo que estoy jodido.
Ahora solo tengo que ver qué he hecho mal.
Otra vez.
Capítulo 24
Assisi

¿Cómo se pasa de prometer que nunca me dejará ir un día, a


ignorarme por completo al día siguiente?
Estoy tan frustrada que estoy lista para lanzar mis manos al aire. Me
enorgullecía de poder leer a Vlad bastante bien, e incluso me encontré
creyendo sus disculpas y sus garantías de esperarme.
¿Pero ahora? Es como si hubiera hecho un giro de ciento ochenta.
Hace unos días me estaba ofreciendo su corazón en bandeja de plata,
literalmente. Es cierto que fue un gesto muy dulce que me hizo derretirme un
poquito. Pero ahora apenas reconoce mi presencia.
A decir verdad, después de sus muchas exhibiciones de regalos opulentos
y sorpresas, comencé a tener un poco de curiosidad sobre lo que haría a
continuación. Bueno, considérenme completamente sorprendida cuando abrí
mi puerta a la nada.
¿Es así?
¿Pensó que porque tuvimos una conversación civil ya está perdonado? ¿O
que ya no tiene que esforzarse más? Si ese es el caso, entonces se llevará una
sorpresa.
Puede que me suavice un poco con él, pero eso no significa que todo esté
perdonado. De hecho, si alguna vez quiere que crea una palabra de lo que
dice, será mejor que se esfuerce para demostrar que es digno de confianza.
De acuerdo, hay un lugar especial en mi alma solo para él, y no puedo
negar la forma en que sigue haciendo que mi corazón se acelere solo por estar
cerca. Combina eso con sus dulces gestos y se las arregló para
impresionarme. Ciertamente no lo habría catalogado como del tipo romántico,
pero ha ido más allá para demostrarme que puede serlo.
Pero el problema no es si puede impresionarme con gestos fuera de este
mundo, aunque el corazón ha sido un toque agradable, sino si realmente
puedo confiar en sus acciones.
Y viendo lo rápido que se ha dado por vencido, no sé si ese es el caso.
He tenido suficiente tiempo para reflexionar sobre su comportamiento y
su personalidad de Jekyll y Hyde, y solo se me han ocurrido más preguntas.
¿Por qué ahora?
¿Fue su orgullo lo que recibió un golpe al pensar que me casaría con otro
hombre? Dado que hace tiempo que establecimos que no puede sentir nada,
¿cuál es su motivación?
Y ese es todo mi problema. Si pudiera sentir, aunque sea un atisbo del
amor que tengo por él, entonces no dudaría en darle una segunda oportunidad.
Pero como lo conozco incapaz de cualquier tipo de sentimiento, no puedo
volver a arriesgar mi corazón. No cuando su mente voluble podría decirle que
me dejara ir de nuevo en cualquier momento.
Un par de días de su comportamiento bipolar y ya estoy harta. Y entonces
me encuentro marchando hacia su habitación, lista para exigirle una
respuesta.
—Vlad —lo llamo cuando lo veo salir de su habitación a toda prisa. Me
mira por un segundo antes de parpadear y sacudir la cabeza.
—Te veré luego. —Es todo lo que dice mientras pasa a mi lado.
¿Qué?
Y así se fue, dejándome sola una vez más.
Me quedo sin palabras durante un minuto completo mientras miro el
espacio que acaba de dejar libre, incapaz de encontrar una explicación para su
comportamiento confuso.
—Maldita seas —murmuro, lista para darme la vuelta y perder aún más
tiempo en mi habitación sola. Sin embargo, por casualidad, me doy cuenta de
que no cerró la puerta de su habitación con llave, y la curiosidad ya me está
matando mientras la veo.
La había visto antes, pero había estado bastante vacía. Ahora, en
comparación, puedo ver que está llena de cosas.
Ni siquiera lo pienso dos veces cuando entro en la habitación, mi mirada
evalúa rápidamente su contenido.
Ahí está su cama, y evito mirar más de lo necesario para no empezar a
imaginármelo durmiendo allí por la noche… sin ropa… las sábanas
deslizándose…
¡Maldita sea!
Me obligo a ignorar la forma en que mi corazón late en mi pecho ante la
idea.
¿Por qué solo él puede hacerme sentir así?
En los últimos tres meses había tenido más libertad, gracias a la perpetua
ausencia de Marcello en casa y la compañía de Raf. Habíamos salido varias
veces y vi muchos hombres convencionalmente atractivos en las calles o en
los restaurantes. Ni una sola vez sentí nada más que aburrimiento.
Estoy convencida de que hay algo que no es del todo común en Vlad que
me atrae así: es simplemente antinatural, la forma en que mi cuerpo
simplemente canta en su presencia, todo mi ser se eleva, bañado en un tipo de
ligereza sin precedentes. Por todo el dolor que me ha causado, no debería
hacerme sentir así, como si solo estuviera completa cuando él está cerca.
Es como si estuviera hecha para él, y solo para él.
Sacudiéndome de mis cavilaciones, examino el resto del contenido de su
habitación. Hay un escritorio con una computadora, algunas bolsas negras
llenas hasta el borde de cosas, y luego está su armario.
Tantas opciones.
Por supuesto, conociéndolo, mi primera inclinación es ir a ver su
computadora, incluso mientras dudo que esté desbloqueada.
Tiro de la silla, poniéndome cómoda en el escritorio y muevo un poco el
dedo sobre el panel táctil, haciendo que la pantalla vuelva a la vida.
Mis ojos se abren.
Desbloqueada.
Maldición, pero había estado tan apurado que incluso había dejado su
computadora desbloqueada. Me hace preguntarme adónde tenía que ir, y con
quién.
Con los puños apretados, respiro hondo mientras me obligo a
concentrarme en el tesoro frente a mí. Tal vez no sea del todo correcto que
husmee, pero dado que técnicamente soy su prisionera, creo que hemos
superado los dilemas morales en este momento.
Miro alrededor de su escritorio, notando una multitud de aplicaciones,
todas esparcidas al azar.
Por supuesto que estaría desordenado.
Al no reconocer ninguna, solo abro su navegador. Inmediatamente,
decenas de pestañas aparecen en la pantalla.
—¿Qué? —Estrecho los ojos ante los diversos títulos.
Mujeres 101.

Diez ideas para cortejar a una mujer.

Consigue su corazón y guárdalo.

Sigo haciendo clic en pestaña tras pestaña, todas con el mismo contenido.

Cómo impresionar a tu crush.

La guía del hombre para la mujer.

Ni siquiera puedo mantener una cara seria mientras leo los artículos,
algunas de las ideas son absolutamente ridículas. Como hacerte el difícil.
Espera…

—Seguramente no. —Las comisuras de mi boca se levantan cuando me


doy cuenta exactamente de lo que Vlad ha estado haciendo. Hay bastantes
artículos que sugieren ignorar al interés amoroso de uno para que reaccione y
lo persiga. Cuanto más leo, incluidos los pasajes resaltados, más empiezo a
reírme, la ironía es excelente.
—Maldito Vlad. —Sacudo mi cabeza hacia el monitor.
Debería haberme dado cuenta de que alguien con sus habilidades sociales
limitadas y su inteligencia emocional inexistente no sería capaz de idear
estrategias de cortejo por sí mismo. Vaya, ha estado leyendo guías sobre
cómo impresionarme.
—¿Por qué es tan lindo? —murmuro, incapaz de borrar la sonrisa de mi
rostro.
Ha estado investigando seriamente este tema, y cuando miro más a fondo
su historia, veo que incluso tiene libros sobre el tema.
Solo por curiosidad, abro su biblioteca de libros electrónicos, no me
sorprende encontrarla llena de libros sobre citas y psicología femenina. Aún
más sorprendente, sin embargo, es lo minucioso que ha sido. Hay notas que
acompañan a cada libro y cientos, si no miles, de pasajes resaltados.
Incluyendo el llamado hacerse el difícil.
De repente, todo tiene sentido. Ha estado poniendo mucho esfuerzo en
esto, por equivocado que esté. Y no puedo evitar sentirme impresionada y un
poco halagada.
Mi estado de ánimo mejora, y rápidamente cierro la computadora, curiosa
por ver qué más está escondiendo en su habitación.
Primero, reviso las bolsas grandes escondidas en la esquina de su
habitación. Al abrir una, noto una multitud de cajas, una encima de la otra.
Al revisar algunas de ellas, me doy cuenta de que son regalos que nunca
me dio: zapatos y carteras.
Otra bolsa negra y observo más artículos de moda, desde ropa, pasando
por perfumes hasta todo lo que puedas imaginar.
—¿De verdad cree que estas cosas pueden comprar mi perdón? —
murmuro, sacudiendo la cabeza. Aunque realmente no me importan la
mayoría de las cosas que ha comprado, no puedo evitar derretirme un poco,
solo un poco, por el esfuerzo que ha hecho.
Cuando he husmeado en todas las bolsas, abro su armario, curiosa por lo
que hay dentro. Un poco más de ropa que la última vez que estuve aquí, pero
aparte de eso…
Todavía, parpadeando repetidamente como si no pudiera creer lo que
estoy viendo. Dando unos pasos, llego al fondo del armario y me encuentro
cara a cara con un osito de peluche de tamaño humano. De hecho, es
prácticamente de la misma altura que yo.
No puede ser…
Azul con una cinta rosa, el oso se parece extrañamente al que había visto
meses atrás, durante mi primera visita a un centro comercial. Se había
quedado grabado en mi memoria porque nunca había visto un juguete tan
grande, y era azul, mi color favorito. La cinta rosa solo lo había hecho más
entrañable y recuerdo haber pasado un tiempo admirándolo, apenas reuniendo
el coraje para tocarlo.
Me recordó todo lo que siempre quise al crecer, pero nunca recibí; sobre
todo, me recordó la comodidad.
No sé por qué. Tal vez fue el tono del azul, o la suavidad del material,
pero por un breve momento lo deseé más que nada. Por supuesto, no lo había
comprado, ya que ¿por qué una mujer adulta necesitaría un oso?
Pero verlo aquí…
Mi mirada se desvía aún más abajo, y reconozco el osito de peluche que
rompí frente a Vlad el otro día. Este, de un tono diferente de azul, es solo un
poco más grande que mi mano.
Frunzo el ceño, de repente me doy cuenta de algo. Todos los osos habían
sido azules, o al menos un tono de azul.
Al levantarlo, casi me siento mal por cometer un osocidio, pero cuando lo
acaricio tratando de localizar el desgarro que le causé, me doy cuenta de que
no hay ninguno.
En su lugar, hay una línea irregular negra y fea que comienza en la parte
inferior del oso y sube hasta el cuello, lo que mantiene unidas las costuras.
Él no…
No sé por qué esto de todas las cosas hace que mis ojos ardan con
lágrimas contenidas, pero mientras busco más en la parte trasera del armario,
encuentro un pequeño kit de costura.
Lo hizo.
Y de repente estoy más confundida que nunca.
¿Por qué a alguien que no tiene sentimientos le importaría algo tan trillado
como esto?
—¿Qué…? —No puedo evitar mirar al pequeño oso, y el pobre pero
entrañable intento de volver a armarlo.
¿Por qué alguien que mata gente a sangre fría se preocuparía por un
estúpido osito de peluche?
Aturdida, camino de regreso a la habitación, todavía estoy aferrada al oso,
mis pensamientos son un gran desorden.
Ahora, más que nunca, parece que no puedo entender adecuadamente a
Vlad.
Hay tanta información contradictoria que ya no sé qué creer. Está
poniendo demasiado esfuerzo en esto para alguien a quien supuestamente no
le importa.
Mi corazón traicionero se concentra en ese pensamiento, y no puedo dejar
de tener esperanza.
Necesito llegar al fondo de esto… antes de que me rompan el
corazón de nuevo.
Me decido, decido esperar y confrontarlo. Después de todo, es lo único
que puedo hacer para asegurarme de que no estoy simplemente construyendo
escenarios en mi cabeza.
Porque ya he aprendido que la esperanza fuera de lugar duele más. Y no
quiero volver a ser presa de eso.
Decido esperar hasta que llegue a casa, alternando entre fisgonear un poco
más y revolcarme en su gran cama, inhalando sin vergüenza el olor de sus
sábanas.
Una pequeña siesta y mucho aburrimiento después, ya es de noche. Estoy
muy cerca de rendirme cuando la puerta de la habitación se abre y entra Vlad.
Ni siquiera me nota al principio, con la intención de quitarse la ropa.
—Diablos, me asustaste —dice cuando enciendo la lámpara en su
escritorio, levantando una ceja hacia él. Levantándome lentamente, me coloco
frente a él, sin querer darle ninguna oportunidad para evitarme esta vez.
—Tenemos que hablar —le digo.
—¿En serio? —pregunta, confundido.
—Sí —confirmo, cruzando los brazos frente a mí—. Tienes que dejar de
evitarme. —Voy directo al grano.
—No te estoy evitando. —Inmediatamente comienza a negarlo, pero no lo
permitiré. En cambio, coloco mi pulgar en sus labios, disfrutando la forma en
que sus ojos se abren, especialmente ahora que los roles se invierten por
primera vez.
—Sí, lo haces. Y tienes que dejar de seguir los consejos de Internet. Dudo
que sepan lo que están diciendo —continué.
—¿Qu...? —trata de hablar, pero niego con la cabeza hacia él, no he
terminado.
—No más juegos, Vlad. Pongamos nuestras cartas sobre la mesa de una
vez por todas.
Su mano sube, capturando mi muñeca mientras la lleva a sus labios, su
lengua se asoma para lamer el área sensible. Se me acelera el pulso, pero me
niego a dejarme seducir.
—Vlad. —Empujo mi barbilla hacia arriba, mis ojos desafiándolo a que
me tome en serio.
—Has husmeado. —Es todo lo que dice, sus ojos me mantienen cautiva
con su intensidad. No hay condenación en su mirada, ningún indicio de que
esté enojado por mi fisgoneo. Así que solo asiento.
—Estás haciendo todo mal —le digo, tirando de mi mano y tomando
asiento en la cama—. No necesitas intentar trucos como hacerte el difícil. —
Pongo los ojos en blanco y él tiene la decencia de parecer avergonzado por
mis palabras—. Podemos tener una conversación seria. Soy todo oídos —le
digo, feliz de haber logrado mantener la compostura.
Me mira por unos segundos antes de asentir lentamente y venir a sentarse
a mi lado.
No está demasiado cerca pero tampoco demasiado lejos. Su posición
también es terriblemente rígida, con las piernas separadas y las manos
apoyadas en las rodillas.
El silencio desciende cuando ninguno de nosotros comienza a hablar.
Es ahora o nunca.
No sé si estoy tomando un gran riesgo, pero estiro mi brazo hacia su
costado, mi palma descansa sobre su mano.
Parece sorprendido por el toque, su cuerpo se sacude ligeramente antes de
relajarse lentamente. Aun así, hay mucha tensión debajo, y puedo sentir que
él está tratando de controlarse.
—¿Por qué arreglaste el oso, Vlad? —hago la pregunta que más me ha
desconcertado. Volviéndome hacia él, lo observo tragar saliva, tomándose su
tiempo para responder como si estuviera eligiendo sus palabras con cuidado.
—Fue un regalo. Para ti —dice finalmente, en voz baja y sin su confianza
habitual.
—¿Y? —sigo sondeando. Sus hombros se inclinan hacia arriba en un
encogimiento de hombros descuidado, sus labios fruncidos como si él
tampoco supiera la respuesta.
—Me sentí mal por eso. —Finalmente responde, y sus palabras tiran de
mi corazón—. Quería que lo tuvieras —continúa, y por primera vez noto una
cruda vulnerabilidad en él—. Te gustan los osos de peluche. Sé que te gustan.
—Sus ojos se encuentran con los míos, su mirada nublada por la confusión.
—¿Por qué estás haciendo todo esto? ¿Qué estás tratando de ganar?
Respira hondo, sonando casi derrotado.
—Sé que lo que te hice no merece perdón. Lo sé. —Hace una pausa, con
el ceño fruncido—. Pero no puedo hacer esto sin ti, Sisi. Pensé que podía.
Pensé que estarías mejor sin mí. Demonios, probablemente estés mejor sin
mí. Pero soy un bastardo egoísta que no puede dejarte ir —dice, su voz áspera
envía escalofríos por mi espalda.
—¿Qué estás tratando de decir, Vlad? Ayúdame a entenderte, porque,
honestamente, todas tus acciones hasta ahora no han hecho más que
confundirme —le digo, con mi mano todavía en la suya.
—Sisi… —gime, inclinando la cabeza hacia abajo.
—Sabes que no soy indiferente a ti, Vlad. Pero al mismo tiempo, no sé si
puedo confiar en ti. Me hiciste a un lado una vez. ¿Quién puede decir que no
lo harás de nuevo? —expreso mi mayor preocupación—. Enfocas todo desde
un ángulo lógico. ¿Qué pasa si la próxima vez decides lógicamente que soy
una carga otra vez? No puedo hacer esto todas las veces. No puedo
simplemente esperar a que cambie tu estado de ánimo.
—Sisi, nada de ti es lógico. Nada de lo que he hecho en lo que respecta a
ti es lógico. Sé que la cagué. Mierda, sé que he sido el mayor idiota, además
de lastimarte físicamente también. Pero, por favor, solo dame una
oportunidad más para probarte que no quise decir lo que dije. Que realmente
eres la persona más importante para mí. —Levanta la palma de la mano,
ahueca la mía y la aprieta—. No soy yo mismo sin ti —confiesa—. Sé que
suena extraño. Demonios, incluso para mis oídos suena ridículo. Pasé treinta
años bien sin ti, pero ahora me doy cuenta de que no estaba bien. —Cierra los
ojos, tomando una respiración profunda—. Tardé menos de un día en darme
cuenta de que ya no soy yo sin ti. —Se inclina hacia adelante, cerrando la
distancia entre nosotros—. No hay Vlad sin Sisi —susurra, su aliento en mi
mejilla—, pero estaba demasiado malditamente aterrorizado de mí mismo y
de lo que podría haberte hecho.
Estoy perdida en sus ojos. Sus palabras nunca han sido más suaves, o más
imbuidas de emoción que ahora. Incluso sabiendo que no puede sentir, hay
tanto sentimiento.
Y vacilé.
—Demonios, Sisi. —Baja la frente, apoyándola en mi hombro.
Me mantengo quieta, su respiración entrecortada solo hace que mi
corazón lata más rápido.
—Fui tan cuidadoso —susurra—. Quería darte una primera vez perfecta
—dice, sorprendiéndome una vez más.
Solo escucho, sabiendo que este es un momento raro para él.
—Tuve mucho cuidado de no causarte ningún dolor. ¿Y qué hice? —Da
una risa amarga—. Tomé tu virginidad como una maldita bestia. Yo… —se
calla, un sonido bajo escapa de sus labios—. Creo que nunca podré
perdonarme por el daño que te causé.
—Vlad… —digo.
—Incluso sabiendo eso, no puedo evitarlo. Sé que es mucho pedir, pero
solo puedo prometer que pasaré el resto de mi vida tratando de hacer las
paces. Solo por favor, dame otra oportunidad.
No sé cómo responder. Simplemente me quedo sin palabras mientras me
aferro a él, parpadeando para quitar las lágrimas y tratando de evitar que mis
sentimientos nublen mi juicio. Porque la verdad es que lo sigo amando.
Nunca dejé de amarlo.
Y sus palabras ahora mismo son como un bálsamo para mi maltrecho
corazón.
Pero ¿cuánto puedo creer?
—No sé cómo —respondo sinceramente, mi voz suave y uniforme—. No
sé cómo, Vlad —repito, levantando la mano para secarme una lágrima del
ojo—. Sabes que crecí en Sacre Coeur —empiezo, temblando levemente
cuando los recuerdos vuelven.
Retrocede un poco, sus ojos todavía en mí mientras espera que continúe.
—No fue agradable —admito, siendo no agradable un eufemismo—. Era
una marginada, haciendo todo lo posible para sobrevivir. Honestamente, solo
era una niña que buscaba a alguien que me amara, pero en cambio solo
encontré odio.
Junto mis manos en mi regazo, apretándolas mientras recuerdo el abuso
que he soportado durante años.
—Pero mi tiempo allí me hizo quien soy hoy. Me dio mis miedos y mis
sueños. Y por eso, no sé cómo seguir con esto. No sé cómo perdonarte —le
susurro, limpiando más lágrimas de mis ojos.
Sin pensarlo dos veces, me levanto, mis manos temblorosas en el cierre de
mi vestido. Sus ojos lucen angustiados mientras me mira, todo su cuerpo
rígido, como si no se atreviera a hacer un movimiento en falso.
Antes de perder el coraje, dejo caer mi vestido al suelo, quedándome solo
en ropa interior. Necesito mostrarle la verdad, hacerle entender por qué.
—Tenía cinco años cuando me hice esta cicatriz —señalo una fea línea
que atraviesa mi codo—. Estaba huyendo de unas niñas que me llamaban
maldita y… —Trago saliva, los recuerdos todavía dolorosos—. Y el engendro
del diablo.
>>Alguien me hizo tropezar y me caí. Mi codo estaba abierto y, aun así,
no se detuvieron. Yo estaba tirada en el suelo, sangrando y llorando de dolor,
y todo lo que pudieron hacer fue reírse de mí. Burlarse de que era lo que me
merecía porque eso es lo que merecen las personas malditas: dolor. Las
monjas no fueron mejores. Debería haber recibido ayuda inmediata para mi
herida, pero en lugar de eso, me castigaron por correr. —Se me corta la
respiración al recordar ese castigo en particular.
>>Estuve encerrada en una habitación oscura durante dos días. Dos días
en los que me dolía muchísimo el codo y nadie pensó en ayudarme, ni
siquiera en preguntar por mí. Finalmente, la herida se cerró sola, pero como
nunca la habían limpiado, se cerró con algunos guijarros adentro. Tuve
múltiples ataques de infección hasta que la madre superiora decidió que
finalmente debería ver a un médico. Pero incluso entonces, ¿sabes lo que
hicieron? —pregunté, con la atención de Vlad completamente puesta en mí—.
La madre superiora dijo que no necesitaba ningún anestésico para cuando me
cortaran la piel para quitarme las piedritas, que no deberían desperdiciar
preciosos recursos en una niña traviesa.
—Sisi…
—No, necesito decir esto —lo detengo—. Esa fue la primera vez que me
di cuenta de que a nadie le importaba si vivía o moría. Y las cosas
empeoraron. —Llevo mi mano a mi seno derecho, donde me marcaron con la
cruz—. Esto. —Trazo el contorno de la cicatriz—. Se suponía que era un
exorcismo. Querían asegurarse de que el diablo saliera de mí y se mantuviera
fuera de mí —explico, haciendo mi mejor esfuerzo para no sentirme
abrumada por el pasado.
Sigo mostrándole cicatriz tras cicatriz. Mis rodillas que fueron rotas
demasiadas veces, mis palmas llenas de abrasiones por haber sido golpeada
con palos de madera hasta que sangré, las pequeñas hendiduras en todo mi
estómago mientras me pateaban y pateaban hasta que ya no podía respirar.
Y luego alcanzo los más nuevos.
—Y sabes cómo obtuve esto —le digo y él se estremece, luciendo como si
acabara de abofetearlo—. Pero ¿sabes lo que todos tienen en común? Por
cada cicatriz, no importa lo pequeña que sea, el dolor interno era el mismo.
Por cada vez que mi cuerpo gritaba de dolor, mi alma lloraba por
misericordia. ¿Sabes las veces deseé la muerte? ¿Cuántas veces deseé poder
detener el dolor de una vez por todas? —Todo mi cuerpo está temblando en
este punto, mi respiración sale a borbotones dolorosos—. Porque el dolor
aquí. —Llevo mi puño contra mi pecho—. Hace palidecer cualquier otro tipo
de dolor—. No tienes idea de lo bendecido que eres por no poder sentir ese
dolor, porque ese es el verdadero infierno.
Él sigue mirándome, sus ojos me absorben como si me estuviera viendo
por primera vez.
—Y por eso, me prometí a mí misma que nunca le rogaría a nadie amor o
atención. Tenías razón acerca de que no me deseaban —digo, y noto la forma
en que aprieta la mandíbula, sus puños apretados con tanta fuerza que sus
nudillos están rígidos y blancos—. Pero me juré a mí misma que nunca
volvería con alguien que me tiraría fácilmente. Era la única forma de hacer las
paces con la forma en como me trataron.
Llevo mis brazos alrededor de mi cuerpo, frotando mi piel, el aire
repentinamente frío.
—Y por eso, Vlad, no sé cómo perdonarte —susurro, más lágrimas
cayendo por mis mejillas—. Porque perdonarte significaría traicionarme a mí
misma. Y no sé si puedo vivir con eso.
Parpadea, sus ojos desenfocados. Lentamente, se levanta de la cama,
viniendo hacia mí hasta que estamos cara a cara.
Todavía manteniendo el contacto visual, hace algo que me deja
completamente anonadada.
Él cae de rodillas.
Con la cabeza inclinada hacia abajo, cae de rodillas frente a mí, con las
manos apretadas a los costados, todo su cuerpo temblando con una tensión no
liberada.
Este hombre orgulloso está de rodillas ante mí.
Con los ojos muy abiertos, lo observo hacer algo que nunca hubiera
asociado con Vlad: se está inclinando ante mí.
Sumisión.
El solo hecho de que esté de rodillas frente a mí, una experiencia de lo
más humillante me dice que habla en serio sobre esto.
—Sisi —comienza, su voz sombría pero mezclada con angustia—. Sé que
no tengo derecho —respira profundamente—, pero te suplico que me
perdones —susurra, con el cuerpo apretado como si sufriera un dolor físico.
—Vlad… —Niego con la cabeza, incapaz de creer lo que estoy viendo—.
¿Qué? ¿Por qué…?
—Me equivoqué. Pero créeme que nunca quise decir lo que te dije. Sabía
que era lo único que te alejaría de mí, y viendo lo que te había hecho, te
necesitaba lo más lejos de mí como fuera posible.
—Vlad. —Extiendo mi mano, palmeando su mejilla mientras vuelvo su
mirada hacia mí—. ¿Realmente importa si lo dijiste en serio o no? —Hago la
pregunta, sin esperar una respuesta—. Te dije que mi tiempo allí dio forma a
mis miedos y sueños. Mi mayor sueño siempre ha sido encontrar a alguien
que me ame por encima de todo. Y sé que ese no puedes ser tú —le digo
suavemente, esperando que entienda por qué no puedo ceder ante él.
Incluso si lo perdono por lo que pasó, no borra el hecho de que él no es
capaz de hacer lo que más quiero.
Sus ojos lucen brillantes cuando los levanta para encontrarse con los míos,
su boca entreabierta como si no pudiera creer lo que he dicho.
—Quiero algo que no eres capaz de darme —susurro, mi mano
moviéndose sobre su rostro en una ligera caricia.
—¿Y si pudiera? —pregunta, tomando mi mano con la suya y llevándola
a sus labios.
Parpadeo para quitar las lágrimas ante su pregunta, el dolor en mi pecho
se expande.
—Sabes que no puedes —respondo lentamente, mi propia esperanza
muriendo en el momento en que lo reconozco en voz alta.
—Sisi. —Se mueve hacia mí de rodillas, poniendo su cuerpo en contacto
directo con el mío—. Creo que te amo —dice, y mi corazón da un vuelco al
escucharlo.
Pero luego me doy cuenta de que solo está tratando de aplacarme. Y duele
aún más.
—Por favor, no me mientas —gimoteo.
—No estoy mintiendo. —Toma mis manos entre las suyas antes de
colocarlas sobre su pecho—. Por favor, escúchame —dice entrecortadamente,
y aunque sigo sacudiendo la cabeza con incredulidad, no puedo dejar de
escuchar.
—Nunca supe que era capaz de amar hasta que llegaste tú, Sisi —
comienza—, siempre he sido un bastardo egoísta, muy egoísta. Hasta que
llegaste tú. Nunca me importó la vida humana, nunca me importó un carajo a
quién mataba. Hasta que llegaste tú. Nunca me había preocupado por la
felicidad de nadie antes, sobre todo haciendo todo lo posible por causar
infelicidad. Hasta que llegaste tú.
Le da a mis manos un suave apretón.
—No sé si esto es amor, ya que no tengo nada con lo que compararlo.
Pero tú eres la persona más importante en mi vida, Sisi. Eres la única razón
por la que todavía sigo con vida. La única razón por la que estoy tratando de
mejorar… Para quizás merecerte en algún momento en el futuro. —Sus
palabras resuenan en mis oídos, la sinceridad detrás de ellas es inconfundible.
—Vlad —digo su nombre, abrumada por su declaración.
—Sé que hice una burla de tu amor por mí, cuando en verdad, me
calentaba donde no sabía que tenía frío. Me calentaste, Sisi. —Empuja mis
manos sobre su corazón—. Hiciste que este maldito órgano hiciera algo más
además de apenas mantenerme con vida. Hiciste que quisiera estar vivo —
continúa, con el cuello tenso—. Entonces, por favor, Sisi, por favor, déjame
mostrarte que puedo amarte por encima de todo. Porque sé que tomaría todo
el mundo por ti.
Mis propias rodillas se doblan y caigo a su lado, mis ojos llorosos buscan
en sus rasgos la confirmación de que está diciendo la verdad.
—Eres mi especial chica del infierno. La única. Y no sé si así es como la
gente normal siente el amor… —Lo detengo, presionando mi dedo contra sus
labios.
—Lo es —susurro—, porque tú también eres mi especial —le digo y
observo con asombro cómo cambia su expresión ante mis ojos. Un rostro
devastado por el dolor de repente se llena de alegría, su boca se estira en la
sonrisa más hermosa que he visto en mi vida.
—Te amo, Sisi —repite, y solo esas palabras tienen una manera de
conmoverme más allá de lo imaginable.
—Yo también te amo, Vlad —le digo de vuelta, acercándome a él y
envolviendo mis brazos a su alrededor, sumergiéndome en la sensación de
estar completa finalmente.
Porque me completa de una manera indescriptible.
—Tanto. —Su voz acaricia mis sentidos mientras se aferra a mí.
Y lo siento.
Siento su amor y, retrospectivamente, puedo verlo en cada una de sus
acciones.
Simplemente no sabía que era amor.
—Por favor, perdóname —susurra contra mi cabello.
Mis manos se aprietan en su camisa mientras las lágrimas recorren mi
cuerpo.
—Lo haré mejor. Te prometo que nunca te volveré a lastimar —continúa,
meciéndose lentamente conmigo, sus brazos apretados alrededor de mi
cintura, su cara en el hueco de mi cuello.
—Está bien. —Me encuentro diciendo. A pesar de mi mente rebelde, a
pesar de toda mi historia, me encuentro cediendo—. Te perdono —susurro,
sabiendo que las palabras son ciertas en el momento en que las pronuncio.
Puede que me haya perdido esa noche, pero sus palabras de amor
sirvieron como un faro para traerme de vuelta a mí misma.
Y porque siento su amor, en cada acción conflictiva y en cada palabra mal
pronunciada, sé que nunca más podré soltarlo.
—Te estoy confiando mi corazón. Por favor, no lo aplastes de nuevo —le
digo.
No sé si es la decisión correcta. De hecho, no estoy segura de nada más
que del hecho de que lo amo. Y tal vez por una vez debería dejarme llevar por
mi corazón, no por mi mente.
Nos quedamos así en silencio, simplemente agarrándonos el uno al otro.
—Lo siento por el bebé —finalmente habla, y siento una punzada en el
pecho—. Incluso si no era mío —continúa, y siento su respiración pesada en
mi cuello—. Lamento que hayas tenido que pasar por eso.
Sollozo, inclinándome hacia atrás para mirarlo.
¡Dios, realmente lo dice en serio!
—Era tuyo —admito, repentinamente avergonzada de mi mentira—.
Nunca pasó nada con Raf. Mentí. Quería lastimarte de alguna manera… —
Me detengo.
Pero la mirada en sus ojos me hizo parpadear para quitarme las lágrimas,
una luminosidad apareció en su rostro, sus hombros se hundieron de alivio.
—Sisi —gime, sus manos ahuecando mi rostro—. Me hiciste daño —dice
en voz baja—. Creo que nunca he conocido un tormento mayor que
imaginarte con otra persona. Embarazada de otra persona. —Cerrando los
ojos, suspira, como si le hubieran quitado un peso de encima.
—¿Nunca? —pregunta de nuevo y niego con la cabeza. Acerca mi cara a
la suya, salpicándome de besos—. No tienes idea de lo que eso significa para
mí —dice entre beso—, eres mía… solo mía…
—Lo soy —admito—, eres el único hombre al que he besado, el único al
que he tocado, y serás el único al que me entregaré. Tienes mi palabra.
¿Cómo podría siquiera pensar en alguien más cuando todo lo que veo eres tú?
¿Cuándo mi corazón está tan lleno de ti? Incluso cuando te odiaba, te amaba
—confieso.
E incluso cuando lo odiaba podía reconocer que nadie podría
reemplazarlo.
—Sisi…
—Tampoco soy yo sin ti. —Acaricio mi cara contra su pecho, dándome
cuenta de que nunca he dicho palabras más verdaderas—. No hay Sisi sin
Vlad. —No hay nada lógico en nosotros, nada remotamente explicable en lo
que siento por él. Solo lo hago. Incluso ahora, lo siento muy dentro de mí, su
presencia me tranquiliza y calma mi alma clamorosa.
—Y no hay Vlad sin Sisi —completa la oración, apoyando su frente sobre
la mía—. Soy tuyo. Totalmente tuyo también, Sisi. Ni siquiera miraría a una
mujer que no seas tú, y mucho menos tocarla. Eres la única en el mundo para
mí —dice con voz áspera, y el alivio inunda mis sentidos.
Ni siquiera dejaría que mis pensamientos vagaran allí, porque sabía que la
idea de él con otra persona me volvería loca. Pero escuchar su confirmación
hace maravillas en mi estado de ánimo.
Nos miramos a los ojos y siento que la paz se apodera de mí.
—Lo siento por el bebé. —Me da una expresión de dolor—. Si quieres, te
doy diez. No, cien bebés. Todo para hacerte feliz, Sisi. Todo —dice con una
convicción tan inquebrantable que no puedo evitar llorar aún más.
—Por ahora eres suficiente —susurro, conmovida por sus palabras, pero
sin saber si estoy lista para pasar por otro dolor en el corazón, otra vez.
Él asiente, con una pequeña sonrisa en su rostro mientras un dedo recorre
mis cicatrices. Su boca sigue rápidamente mientras besa su camino a través de
todo mi cuerpo, cubriendo cada cicatriz.
Me acuesta en el suelo, abierta para él, una mirada de pura adoración en
su rostro mientras sus ojos me examinan.
—Eres perfecta, Sisi. Y amo cada cicatriz tuya —murmura, bajando la
cabeza para trazar la cicatriz cruzada con la lengua—. Te convirtieron en lo
que eres —continúa, hablando contra mi piel y haciéndome temblar, la
combinación de su lengua húmeda y su cálido aliento nublando mis
sentidos—. Y eso las hace hermosas.
Presiono mi mano en su mejilla, absorbiendo su calor, incapaz de creer
que algo de esto sea real.
—Por favor, no me hagas daño de nuevo —susurro, con un miedo
residual todavía en el fondo de mi mente.
—Preferiría morir antes que causarte dolor de nuevo, Sisi. —Me toma en
sus brazos sin esfuerzo, llevándome a la cama—. Pasaré toda mi vida
compensándote por todo lo que hice —susurra, su aliento abanicando mi
rostro.
Sus labios toman los míos en el beso más dulce, y puedo saborear su
desesperación detrás de él, la forma en que está poniendo todo lo que tiene en
este único beso.
—Quédate conmigo —dice, apretando sus brazos alrededor de mi
cuerpo—. Quédate conmigo esta noche.
Sigo en silencio, el dolor de antes todavía fresco en mi mente.
—No tenemos que hacer nada. Solo quiero abrazarte. Por favor, Sisi —
suplica, y me encuentro asintiendo.
—Tengo miedo de… —Me detengo, tratando de encontrar las palabras
adecuadas.
—Lo sé —responde—. Y no puedo culparte. Lo siento —se disculpa de
nuevo, y no creo que haya pedido perdón a nadie antes, y mucho menos tantas
veces.
—Lo superaremos. —Acaricio ligeramente su rostro—. Lentamente.
—Iré tan lento y gentil como tú quieras, Sisi. Solo necesito saber que
estás a mi lado. El resto no importa.
Me sostiene cerca de su cuerpo, acurrucándome contra él mientras le
cuento todo lo que pasó en los últimos meses, así como por qué acepté
casarme con Raf. Puedo sentir la tensión en su cuerpo cada vez que menciono
su nombre, así que quiero dejar claro que Raf nunca ha sido más que un buen
amigo.
—No sé qué habría hecho si realmente te hubieras acostado con él —dice
de repente, con voz sombría—. ¿Lo mataría? ¿Perseguiría a toda su familia y
mataría a todos sus parientes vivos? ¿Te haría una lobotomía…? —se calla y
una sonrisa divertida se dibuja en mi rostro.
—¿Me habrías hecho una lobotomía? —Me muevo, girándome para poder
enfrentarlo.
Y definitivamente no está bromeando.
—Para que te olvides de haber estado con él. Para que yo sea el único
para ti. Siempre —continúa, tan serio como antes.
—Oh, Vlad. —Una pequeña sonrisa tira de mis labios mientras su
expresión permanece estoica.
—Hablo en serio. —Hace un puchero, y de repente recuerdo lo lindo que
puede llegar a ser a pesar de sus tendencias psicóticas. Pero eso es lo que me
encanta de él. Esa dualidad y el hecho de que sé que solo es lindo conmigo.
Soy su única excepción, al igual que él es la mía.
—Te amo —le susurro, apoyando mi cabeza en su pecho, todo mi ser
infundido de felicidad cuando dice las palabras de vuelta.
Y duermo plácidamente por primera vez en meses.
Capítulo 25
Vlad

—Mmm… —La acerco más a mí, mi cara en el hueco de su cuello—.


¿Podemos quedarnos así para siempre? —pregunto somnoliento, preocupado
de que una vez que abra los ojos la realidad se derrumbará y todo habrá sido
un sueño.
El mero hecho de que ella esté a mi lado y me deje tocarla es más de lo que
podría haber esperado.
Demonios, cuando me contó sobre su tiempo en Sacre Coeur, solo pude
escuchar, haciendo mentalmente una lista de todas las personas que necesito
despachar, y dolorosamente, también.
Pensar en Sisi, mi valiente y bella Sisi, me mata de tanto sufrimiento. Y
tengo la intención de asegurarme de que esas personas obtengan lo que se
merecen: una muerte muy prolongada al final de mi cuchillo.
Todavía no puedo creer el bastardo afortunado que soy, y que ella
realmente me perdonó, incluso obsequiándome con esas palabras otra vez:
amor.
¡Mierda! Estoy tan jodido.
Ahora que la escuché decir las palabras, nunca me cansaré de escucharlas.
Incluso ahora, mirando su figura somnolienta, con la forma en que sus
labios se contraen, las comisuras se levantan ligeramente, tengo esta loca
necesidad de asfixiarla con besos.
¿Es así como se siente el amor?
Porque creo que me gusta. No, borra eso, me encanta. Y ella. Siempre ella.
Jodidamente la amo.
Maldito Hades en el noveno círculo del infierno. Estoy en problemas. Esta
vez, sin embargo, es del tipo bueno.
Nuestra conversación de anoche me había dado una mejor idea de lo que
convierte a Sisi en la mujer magnífica que es: la perseverancia. Contra todo
pronóstico, ella sobrevivió.
Y fui yo quien la encontró.
Ahora me la quedaré por el resto de mi vida y haré todo lo posible para que
sea lo más feliz posible.
Un poco demasiado feliz ante la perspectiva, sigo apretando mis brazos
alrededor de ella, queriendo no dejarla ir nunca. Para tenerla siempre cerca.
Tal vez debería esposarla a mí.
En el momento en que el pensamiento me viene a la mente, me quedo
quieto, mis ojos se abren lentamente mientras me doy cuenta de la gran idea
que es. De esa manera, no tengo que pasar nunca un momento sin ella.
—¿Qué está pasando por esa mente tuya? —Su voz me devuelve a la
realidad, y miro hacia abajo para ver sus hermosos ojos brillando con picardía
mientras me mira de cerca.
—Que me gustaría esposarte a mí —le digo con seriedad—. De esa manera
no tendré que extrañarte nunca más.
—No es una mala idea —susurra, inclinándose hacia mí. Lleva solo un
sostén y su ropa interior, pero de repente eso es todo lo que mi mente puede
procesar, y mi polla.
Maldita sea, necesito controlarme.
Sé que no está lista para nada físico, probablemente no lo estará por mucho
tiempo. Y no quiero que piense que la presionaré de ninguna manera.
Vamos a su ritmo, aunque me mate.
—No puedo recordar la última vez que dormí tan bien. —Pasa el dorso de
sus dedos por mi mejilla, arrastrándolos lentamente hacia abajo—. O fui así
de feliz.
Capturo su mano, llevándola a mis labios.
—Yo también, chica del infierno. Yo también. Y por eso, no quiero dejar
esta cama. —Sonrío, acercándola a mí y abrazándola.
Su pequeño tamaño hace que se sienta como en casa en mis brazos, y
escucho sus pequeños sonidos, la forma en que parece ronronear cuando llevo
mis manos por sus brazos en una ligera caricia.
—Entonces no lo hagamos. Siempre podemos ver una película en la cama
—sugiere y rápidamente acepto.
Cualquier cosa para mantenerla cerca. Cuanto más tiempo pase a su lado,
más me daré cuenta de que no es un sueño y que en realidad es mía.
Terminamos pasando todo el día en la cama, alternando entre ver películas
y peleas de almohadas, todas terminando con nosotros en posiciones bastante
comprometedoras que hacen que mi polla se muera por un alivio.
Como ahora.
La miro a los ojos, sus piernas se abren para acomodar mi pelvis, mis
manos se ciernen sobre su cabeza mientras sostengo una almohada. Los dos
respiramos con dificultad, y no sé si es por el esfuerzo o por el contacto
tentador.
¿Sabe lo duro que estoy?
Sus ojos se deslizan más abajo, hacia la tienda de campaña en mis
pantalones, y un rubor se desliza por su cuello. Estoy tan jodidamente
aturdido por su belleza, que me quedo quieto, la almohada se me cae de las
manos, mis ojos se fijan en el bonito rojo de sus mejillas, o en la forma en que
tira de su labio inferior, mordiéndolo de una manera completamente inocua,
sin embargo, solo eso hace que la sangre corra hacia mi polla.
Levanta una ceja hacia mí, pero no pierde tiempo en cambiar nuestras
posiciones hasta que ella es la que está encima de mí, su almohada apuntando
a mi cabeza.
Dándome una sonrisa astuta, la baja sobre mi cabeza, algunas plumas salen
volando de la funda de la almohada y la hacen reír.
—Gané —susurra, y ahora se da cuenta de que, aunque ha ganado esto, su
posición significa que está sentada justo encima de mi pene.
—No puedo evitarlo, chica del infierno. Tienes ese efecto en mí. —Le
sonrío.
Ella sigue jugando con su labio, sus dientes mordisqueándolo como si no
estuviera muy segura de qué hacer a continuación.
Apartándose un poco, mantiene sus ojos en mí.
—¿Por qué no haces algo al respecto? —pregunta, y veo la forma en que
sus pupilas se expanden, su pecho subiendo y bajando con cada respiración
dificultosa.
Ella está tan excitada como yo.
Pero sé que no podemos hacer nada todavía.
—¿Qué quieres que haga, chica del infierno? Soy todo tuyo —le digo. Tal
vez ayude si recupera algún tipo de control sobre esto. Sé que el último
incidente la marcó, tanto mental como físicamente, y probablemente me
arrepienta de lo que le hice mientras viva. Y por eso, estoy dispuesto a hacer
lo que sea necesario hasta que ella se sienta cómoda conmigo de nuevo. Iré
tan lento como ella quiera, incluso cuando mis instintos exijan que la folle
hasta el olvido.
¡Necesito controlarme!
—Quiero mirarte —dice sin aliento, sus ojos demorándose en mi
erección—. Sin tocar. Solo mirar.
Ella no tiene que decírmelo dos veces mientras me bajo los pantalones, mi
polla salta libre y golpea contra mi abdomen.
—Olvidé lo grande que eras —susurra, su expresión cambia a una de
aprensión.
Siento una punzada en el pecho, la idea de lastimarla físicamente me
lastima a mí.
—Es solo para tu placer, chica del infierno. Nada de dolor —le aseguro—.
A menos que lo pidas. —Le sonrío, usando mi mano para agarrar la base de
mi pene, mi puño apretando mi eje.
Su boca se abre ligeramente mientras me observa mover mi longitud hacia
arriba y hacia abajo, sus ojos siguen cada uno de mis movimientos.
Lentamente, se quita la parte superior, dejando a la vista sus voluptuosas
tetas, sus pezones apretados y tensos en el aire.
Dejo escapar un gemido ante la vista, el pre-semen rezumando
generosamente de la punta. Deslizo mi pulgar sobre la cabeza, usando la
humedad para cubrir todo mi eje.
—Maldición, chica del infierno, eres la tentación personificada —digo con
voz áspera, observándola levantar las manos para jugar con sus pezones—.
¿Te tocaste mientras yo no estaba? —pregunto, la imagen ya formándose en
mi mente y poniéndome aún más duro.
Ella se sonroja, asintiendo lentamente.
—¿Y en qué pensaste mientras acariciabas tu pequeño clítoris? —pregunto,
apretando mi agarre al mismo tiempo que escucho su pequeño jadeo, su
columna arqueada y empujando sus tetas en el aire.
—En ti—dice ella, su voz apenas por encima de un susurro. Un rubor se
extiende por su pecho y sus mejillas, su lengua se asoma para lamerse los
labios entre pequeños gemidos.
—¿Qué estaba haciendo? —continúo sondeando, sus pequeños sonidos
hacen maravillas con mi polla, el bastardo acicalándose con los sonidos, mis
bolas casi se contraen de dolor por estar demasiado llenas de semen. No tengo
idea de qué hechizo me ha lanzado, la forma en que mi cuerpo reacciona solo
ante ella, pero no me quejo.
¡Ella me posee!
—Follándome. —Sus ojos se cierran—. Follándome como un animal —
continúa, su voz se vuelve cada vez más aguda y entrecortada—.
Persiguiéndome y tomándome en cuatro… como una bestia —dice con un
gemido estrangulado y apenas puedo evitar mi clímax. Parece que a pesar de
todo su miedo al dolor, también hay una emoción secreta en ser perseguida y
sometida. Mi monja sucia podría ser más traviesa de lo que esperaba.
Podríamos permitirnos esas fantasías en el futuro.
—Quítate las bragas —emito la orden sin siquiera pensar—. Déjame ver
ese bonito coño —le digo con voz ronca.
Ni siquiera duda, la descarada. Desliza sus bragas por sus piernas,
colocándose justo en frente de mí antes de abrir lentamente sus piernas y
dejarme ver la maravilla anidada entre ellas.
Está mojada, resbaladiza y brillando de necesidad, y nada me gustaría más
que sumergirme, saborearla con mi lengua y hacer que se corra por toda mi
cara.
Pero no ahora.
—Desliza tus dedos por tu pequeño y apretado coño —le ordeno, mientras
continúo trabajando mi polla, imaginando que mi mano es su coño,
agarrándome con fuerza y chupándome la jodida vida.
Oh, pero con gusto moriría.
Ella hace lo que se le indica, dos dedos descienden entre los labios de su
coño. Están casi inmediatamente cubiertos por su excitación y ella lo usa para
untarlo, poniéndome celoso de un maldito dedo.
—¿De quién es ese coño, chica del infierno? —exijo, deseando sus
palabras.
—Tuyo, sólo tuyo —grita, con los ojos cerrados, sus dedos rodeando su
clítoris.
Mis propios movimientos ganan velocidad ya que prácticamente puedo oler
su excitación desde donde estoy sentado, el aroma embriagador y tan
jodidamente delicioso que estoy a un segundo de saltar sobre ella, listo para
lamer sus jugos.
—¿Te estás imaginando que soy yo tocándote? —sigo preguntando,
disfrutando la forma en que sus mejillas se sonrojan, su boca se abre y se
cierra con cada caricia de su clítoris.
—Sí —gime—. Me estoy imaginando que es mi dios tocándome —dice, las
palabras me toman por sorpresa y hacen que mis bolas se contraigan, mi
orgasmo inminente.
—Mierda, chica del infierno —gimo—. ¿Cómo puedo durar cuando dices
cosas así?
Aprieto mi polla, mis ojos casi se ponen en blanco en la parte posterior de
mi cabeza ante la sensación.
—A mi pequeña monjita no tan santa le gusta jugar sucio —digo
arrastrando las palabras, viendo sus propios movimientos acelerarse, su boca
entreabierta, su respiración saliendo a borbotones.
—Córrete por mí, Sisi, déjame ver ese coño correrse por su dios —le
ordeno, y no pasa mucho tiempo antes de que esté gimiendo mi nombre, sus
piernas temblando mientras cabalga su clímax, su coño brotando con jugos y
empapando sus dedos.
¡Mierda!
Sus ojos se abren de golpe, sus pupilas vidriosas se fijan en mi polla
hinchada y la forma en que la estoy bombeando como un loco, la vista de ella
solo alimenta mi propio placer.
—Vamos —dice, moviéndose a cuatro patas y viniendo lentamente hacia
mí hasta que su cara está a la altura de mi polla—. Córrete sobre mí —repite,
y es suficiente para hacerme reventar, semen saliendo de mi polla y por toda
su cara.
Ella es como una diosa esperando su ofrenda, labios entreabiertos, lengua
afuera, mi semen golpeando su boca antes de asentarse agradablemente en
toda su cara.
—Mierda —gimo, la vista de ella cubierta en mi semilla me deshace.
Marcada. Ella está marcada.
Ella parpadea, sus ojos enfocándose en mí antes de que una sonrisa
seductora aparezca en su rostro, sus dedos deslizan mi semen y lo llevan a su
boca.
—Te amo, Sisi —le digo, mi mano en su nuca mientras la atraigo hacia mí,
manteniéndola cautiva mientras destrozo su boca con la mía, saboreándome
en su lengua.
Envuelvo mi mano alrededor de su muñeca, llevo sus dedos a mi boca, los
chupo y finalmente saboreo el néctar que me había estado perdiendo todos
estos meses.
¡Y demonios, si no me vuelve a poner duro!
—Necesito empezar con el control de natalidad —suspira Sisi,
acurrucándose más cerca de mí un rato después, después de que ambos nos
ducháramos.
—No tenemos prisa. Te lo dije, vamos a tu ritmo —le digo, alisando su
cabello con mi mano, disfrutando de su textura sedosa.
—Solo para estar preparada. No quiero quedar embarazada y pasar por eso
otra vez.
—¿Fue tan malo? —pregunto. Leí en línea sobre abortos espontáneos y
traté de entender todo lo que pude. Aun así, ese era solo el lado teórico, no el
más personal.
Ella asiente, su pequeña mano se aprieta en un puño.
—Ya me lo había imaginado —dice—. Se parecería a ti, con el cabello
oscuro y los ojos negros. —Su voz tiembla, y sé que esto es difícil para ella.
Puede que no tenga tanta experiencia con este asunto de los sentimientos,
pero cualquier cosa que lastime a Sisi también me lastima a mí. Así que
simplemente envuelvo mis brazos alrededor de ella, sosteniéndola cerca y
deseando poder quitarle algo de su dolor.
—Cuéntame sobre eso —le insto, pensando que eso podría ayudarla a
desahogarse.
Y ella lo hace. Me cuenta todo sobre el niño que había imaginado y cómo
ya lo amaba. Sus lágrimas caen suavemente por mi pecho cuando finalmente
libera todo lo que ha tenido dentro durante tanto tiempo.
Agotada emocionalmente, no pasa mucho tiempo antes de que se duerma.
Todavía aferrándome a ella, cierro los ojos también, sin darme cuenta de
que, como todo lo demás, la felicidad también es efímera.
La pesadilla acaba de comenzar.

Mis ojos se abren de golpe, mi corazón late con fuerza en mi pecho. Unos
rayos de sol se filtran por los barrotes de la única ventana de la habitación.
Mi hermana está acurrucada a mi lado, todo su cuerpo temblando, sus
labios morados.
—V, despierta. —Empujo sus hombros, pero solo unos pequeños ruidos
escapan de sus labios mientras intenta abrir los ojos, su cuerpo se enrolla con
fuerza para conservar el calor.
Rápidamente me deslizo de mi camisa delgada, colocándola encima de ella.
Pero mientras trato de cubrirla con ella, mi mano roza su frente y noto que se
está quemando.
—V… —murmuro, preocupado.
Hemos estado aquí por mucho tiempo. Ni siquiera estoy seguro de cuánto
tiempo ha pasado. Lo único que sé es que los días se convierten en noche y
luego en días otra vez. A veces nos sacan de la habitación para una consulta
médica, pero aparte de eso, nos dejan solos.
Las únicas personas con las que hemos interactuado han sido los médicos,
que no son muy habladores. Solo registran sus medidas y luego nos llevan de
regreso a nuestras jaulas.
Porque no puedo llamar a esta habitación más que una jaula. No cuando las
rejas significan que nos tratan peor que a los animales.
Y por eso ahora estamos los dos a un paso de volvernos locos, el
aislamiento casi insoportable.
—V —sigo haciendo que se despierte.
—¿Qué…? —murmura, sus ojos son lentos mientras trata de forzarlos a
abrirse—. Toma —le digo, tomando un poco de agua y obligándola a beber.
—Tienes que aguantar, V —le digo, acariciando su cabello.
Se ha estado debilitando cada vez más desde hace un tiempo, y las pruebas
a las que tenemos que someternos no ayudan mucho. No cuando cada
extracción de sangre la debilita aún más.
—Yo… —Ella niega con la cabeza, algunas gotas de agua caen por su
barbilla—. No sé cuánto tiempo más… —susurra.
—Tienes que hacerlo, V. Por mí. —Tomo su mano, juntando nuestros
meñiques—. Estamos juntos en esto. Siempre —le digo, desesperado por
hacer que no pierda la esperanza.
—Siempre —susurra, sus labios tirando hacia arriba lentamente.
La verdad es que tampoco sé cuánto tiempo podré seguir así. He estado
tratando de ser fuerte por su bien, pero incluso yo estoy perdiendo la
esperanza.
Vanya finalmente supera la fiebre y el color comienza a subir por sus
mejillas. Sin embargo, su estado de ánimo no mejora.
Un día, los guardias nos recogen y nos llevan a una nueva habitación,
donde nos esperan dos médicos que no hemos visto antes.
Las pruebas son de rutina, y ya estamos acostumbrados a las extracciones
de sangre o a las máquinas raras que nos ponen. Pero esta vez, además, nos
dan unos cuestionarios y unos dibujos para interpretar.
No estoy exactamente seguro de qué es esto, pero aparentemente ambos
pasamos todas las pruebas, ya que los médicos nos informan que nos
trasladarán a otra instalación.
Ambos estamos confundidos por el movimiento del torbellino, todo está
sucediendo demasiado rápido.
Subidos en una camioneta negra, nos llevan al siguiente lugar, pero nuestras
condiciones de vida no mejoran. En todo caso, son incluso peores que antes.
La celda está sucia y la comida es apenas comestible. La única diferencia es
que ahora tenemos guardias las 24 horas y aún más pruebas.
Sin embargo, la primera semana que estamos allí, también recibimos un
regalo.
El primer regalo que nos han dado aquí.
Uno de los guardias viene y trae un conejo bebé, diciéndonos que debemos
asegurarnos de criarlo apropiadamente.
Inmediatamente soy escéptico, y mi sospecha no disminuye. Pero la llegada
del conejo hace que Vanya salga de su caparazón y comienza a ser más
activa. Ahora sonríe más y su estado de ánimo ha mejorado
considerablemente.
Ver los cambios en ella también me descongela hacia el conejo.
—Lo llamé Lulu. —Vanya me sonríe, sosteniendo al conejo de dos meses
en sus brazos. Definitivamente está creciendo todos los días, y no puedo creer
que nos cargaron con otra boca para alimentar cuando apenas tenemos
suficiente comida.
—Eso es bueno, V. —Trato de devolver la sonrisa.
—Le gusta cuando le froto la barriga. Mira. —Se ríe, volteando a Lulu
sobre su espalda y acariciándolo en el estómago.
No sé si a Lulu le gusta mucho eso, pero hace feliz a Vanya y eso es
suficiente. Aunque me desanima un poco que el pelaje de Lulu esté limpio y
brillante mientras que la ropa de Vanya no se ha cambiado en meses.
Sonríe feliz con su vestido andrajoso y sucio, un marcado contraste con el
abrigo inmaculado de Lulu.
—No puedo creer que nos dejen quedárnoslo —susurra, abrazando a Lulu
contra su pecho y arrullándolo suavemente.
—No creo que debamos apegarnos demasiado, V. No tengo un buen
presentimiento sobre esto. —le digo por milésima veces.
—Ha pasado tanto tiempo, hermano… —Niega con la cabeza—. Si
hubieran tenido la intención de hacer algo, ya lo habrían hecho. Han pasado
meses y nos han dejado quedarnos con Lulu —dice, y aunque tengo que estar
de acuerdo con su razonamiento, todavía no me siento cómodo.
La puerta de la celda suena y dos guardias entran en la habitación.
—Su turno, mocosos —gritan, entrando y agarrándonos bruscamente.
Vanya deja caer accidentalmente a Lulu, sus ojos inmediatamente se llenan de
lágrimas mientras el conejo grita de dolor.
Pero no tenemos tiempo para reaccionar cuando nos empujan fuera de la
celda y nos llevan por un pasillo oscuro.
—Vlad —susurra en voz baja—. Tengo miedo. —Me mira, con los ojos
muy abiertos por el miedo.
Yo también, pero no puedo demostrarlo. No cuando necesita mi apoyo.
—Todo va a estar bien. Al igual que las otras consultas. —Trato de ser
optimista, pero algo en esta se siente terriblemente siniestro.
Incluso el edificio se ve peor que en el que habíamos estado antes, así que
no tengo muchas esperanzas.
Giramos a la derecha por una estrecha escalera antes de que nos conduzcan
dentro de una enorme sala llena de equipos médicos.
Los guardias nos separan a Vanya y a mí mientras nos empujan hacia un
par de camas altas. Apenas tenemos tiempo de reaccionar mientras estamos
subidos en las camas, con las manos y los pies atados a las bisagras de metal.
Los guardias se han ido, no pasa mucho tiempo antes de que un hombre
entre. Lleva una túnica blanca, como los demás médicos. Su altura es como la
de mi padre, pero no tiene los músculos para acompañarla. Cabello castaño
claro y ojos azul oscuro, no se ve tan amenazador como los otros doctores.
Incluso tiene una pequeña sonrisa en su rostro cuando viene hacia nosotros,
recogiendo un par de guantes en el camino.
—¿Qué tenemos aquí? —exclama, su mirada se mueve rápidamente sobre
mí antes de cambiar a Vanya, sus ojos se iluminan con interés.
Trago saliva, sin saber si me gusta eso.
—¿Y quién es esta princesita? —Se dirige al lado de Vanya, toma un
mechón de su cabello y lo lleva a su nariz, inhalando.
—¿Cómo te llamas, cariño? —pregunta, con una extraña sonrisa en su
rostro.
—Vanya. —Parpadea mi hermana, tan confundida como yo.
—Vanya, un nombre tan bonito. Para una dama bonita —comenta,
recorriendo su mesa llena de utensilios, sus manos moviéndose
dramáticamente en el aire como si estuviera contemplando cuál elegir.
Finalmente, se decide por un pequeño juego de agujas y se vuelve hacia
nosotros con una sonrisa aún más amplia.
—Soy Miles —dice con orgullo—, y tienen mucha suerte de que los
eligieran. Mi criterio es muy estricto y tengo que decirlo. No hemos tenido un
par completo de gemelos que hayan pasado las pruebas en mucho tiempo. —
Se mueve y se sienta al lado de la cama de Vanya.
—Y tú, querida, eres la primera chica en mucho tiempo —suspira—. Pero
qué cosa tan bonita eres —continúa, su mano enguantada arrastrándose por su
mejilla.
Supongo que se podría decir que Vanya es bonita. Definitivamente es la
más guapa de los dos. Con su cuerpo frágil, cabello y ojos negros contra la
piel pálida, parece una muñeca de porcelana. Pero no me gusta la forma en
que se lo dice. Se siente… depredador.
—Porque, me divertiré mucho rompiéndote —dice emocionado, y yo
frunzo el ceño, sin entender realmente lo que quiere decir.
Se dirige a mi lado primero, mirándome por un momento con los ojos
entrecerrados antes de elegir una aguja bastante grande.
—Ahora, veamos cómo se siente esto —dice, insertando la aguja en mi
brazo sin aviso previo.
Me alejo del dolor, con los ojos muy abiertos mientras veo su sonrisa.
—En una escala del uno al diez, ¿cuánto duele? —pregunta, su mano
aplicando presión sobre la aguja y moviéndola.
—Cinco —respondo, tomando una respiración profunda y obligando a mis
ojos a no llorar de dolor.
De alguna manera creo que él no apreciaría esa exhibición.
—Maravilloso —responde, sacando la aguja, la sangre brotando de mi piel
antes de elegir otra y clavándola de nuevo en el mismo lugar. La punta es más
grande, por lo que inmediatamente agranda la herida.
Ahogo un gemido de dolor.
—¿Ahora?
—Siete —digo, maldiciéndome de inmediato por no haber ido a un número
más alto. Porque si esto son siete…
Su sonrisa no titubea mientras toma una aguja aún más grande, repitiendo el
procedimiento hasta que grito un doloroso diez.
Cuando termina conmigo, mi brazo es un desastre sangriento. Ni siquiera
puedo ver la herida original ya que varios agujeros están centrados alrededor
de la misma área, la sangre brota a borbotones.
A diferencia de las consultas anteriores, ni siquiera se molesta en ponerme
una gasa para el brazo, ni en limpiarme un poco la sangre.
No, su atención se dirige a Vanya y su sonrisa se ensancha al mirar su
rostro pálido. Se me hace un nudo en el estómago porque sé que él hará lo
mismo con ella, pero solo puedo ver con impotencia cómo Vanya vuelve sus
ojos hacia mí, sus lloriqueos se apagan mientras él hace un desastre con su
carne.
—Dios mío —exhala Miles, asombrado por la perseverancia de Vanya—.
Eres una maravilla, ¿no? —exclama con incredulidad después de deshacerse
de la décima aguja. Parece estar impresionado de que Vanya no haya gritado
ni una sola vez.
Sin embargo, lo que él no sabe es que mi hermana ya desarrolló su propio
mecanismo para lidiar con los estímulos externos. Ella encuentra su refugio
en mí. En el momento en que nuestros ojos se encontraron, supe que ella se
cerraría, esperando solo a que Miles terminara.
Incluso cuando la sangre brota de sus heridas, apenas hay reacción.
—Creo que tengo una ganadora —agrega Miles, con una expresión de pura
felicidad en su rostro.
No me detengo en eso, ya que rápidamente nos llevan y nos devuelven a
nuestras celdas. Vanya vuelve a ser ella misma en el momento en que ve a
Lulu, tomándolo en sus brazos y manchando su pelaje blanco con su sangre.
—V. —Trato de apartar su mano, usando el extremo de mi camisa para
limpiar un poco de la sangre.
—Estoy bien. —Se encoge de hombros, dándome una sonrisa.
Pero no pasa mucho tiempo después de que otro guardia llega a nuestra
celda. Esta vez específicamente para Vanya.
—Pero siempre estamos juntos —agrego mientras intentan apartarla de mi
lado—. No puedes llevártela.
—Órdenes son órdenes, niño. Él solo la quiere a ella. —Señala hacia
Vanya. Y cuando trato de ponerme físicamente entre él y mi hermana,
fácilmente me empuja hacia un lado, el dorso de su mano se conecta a mi
mejilla y me hace volar.
—Está bien, Vlad. Estaré bien —Vanya agrega con una sonrisa
comprensiva, y solo puedo ver cómo me la quitan.
Paso el día y la noche siguiente sin cerrar los ojos ni un segundo.
¿Dónde está?
Mi cuerpo simplemente no puede relajarse mientras imagino miles de
escenarios, todos ellos terminando con mi hermana muerta.
Pero la temida espera llega a su fin cuando se abre la puerta de la celda y
Vanya entra pavoneándose con un vestido rosa y el cabello largo recogido en
dos coletas.
—¿V? —Doy un paso hacia ella, sorprendido por su cambio de apariencia.
Incluso su herida había sido atendida.
Sin embargo, a pesar de toda la ropa limpia, tiene un aspecto angustiado.
—V. —Me apresuro a su lado, mis manos sobre sus hombros—. ¿Qué
paso, estas bien? —pregunto, palmeándola. Su reacción es inmediata cuando
me empuja, retrocediendo ante mi toque.
Se traslada a un rincón de la celda, se acuesta y lleva las rodillas al pecho.
—V —pregunto tentativamente, por primera vez realmente preocupada.
Fuera lo que fuera lo que nos había pasado, ella nunca me había hecho la
ley de hielo.
Nunca.
Las visitas exclusivas continúan y lentamente, incluso Lulu no logra
despertar el interés de Vanya. Apenas me habla, y cuando trato de consolarla
rechaza todo mi contacto.
—V, por favor háblame —le suplico un día cuando regresa con otro vestido
nuevo, pero con lágrimas cayendo por sus mejillas—. ¿Qué pasó?
—Dijo que yo era su chica especial —gime ella, con las manos en la cara
mientras los sollozos atormentan lentamente su cuerpo.
—V… —Me detengo, sin saber cómo ayudarla.
—Duele… pero tengo que fingir que no —susurra.
—¿Qué hace? ¿Qué duele? —Inmediatamente me imagino a Miles
lastimándola aún más, tratando de llevar su umbral de dolor a un extremo
diferente cada vez. En mi mente, no puedo evitar verla ensangrentada y
magullada, pero apenas hay una marca en su piel.
—A él le gusta cuando estoy sobre mis manos y rodillas —comienza, su
voz es pequeña—. Desnuda… —Se aleja y yo frunzo el ceño.
¿Desnuda?
—Hay algo hurgando dentro de mi cuerpo, y me duele. Cada vez… —Ella
toma una respiración profunda—. Y no estás ahí para ayudarme a superarlo
—dice las últimas palabras con un sollozo, las lágrimas inundando sus
mejillas.
Me acerco a ella, envolviendo lentamente mis brazos alrededor de su
cuerpo, y por primera vez ella permite mi toque.
No entiendo lo que le está pasando al principio. Me toma un tiempo antes
de darme cuenta completamente de lo que está pinchando su cuerpo cada vez,
y lo que Miles le está haciendo a mi hermana.
Y solo lo hago cuando me pasa a mí también, durante una de las ausencias
de Vanya cuando un guardia se cuela dentro de nuestra celda.
Atrapado y despojado de todo, solo puedo esperar que no dure. Casi el
triple de mi tamaño, no tengo ninguna oportunidad cuando empuja su codo en
mi nuca, sosteniéndome en el lugar mientras acaricia mi trasero.
No importa cuánto intente moverme o gritar en protesta, es en vano
mientras se empuja dentro de mí, mi cuerpo grita de dolor mientras me
destroza. Por mucho que mi cuerpo quiera rechazarlo, la fuerza de su asalto
no es rival para el cuerpo de un niño. Siento su desagradable dureza enterrada
dentro de mí, el dolor insoportable mientras se entierra más profundo antes de
retirarse.
En algún momento simplemente dejo de luchar, me mantengo quieto
mientras él empuja dentro y fuera de mí, el olor de su cuerpo sudoroso sobre
el mío amenaza con enfermarme.
Pero incluso mientras escucho sus gruñidos encima de mí, todo lo que
puedo pensar es en mi hermana. Mi hermanita que tuvo que soportar esta
violación una y otra vez, retirándose más profundamente en sí misma y
rechazando incluso el toque de su hermano, sangre de su sangre.
Solo entonces entiendo realmente por lo que Vanya tiene que pasar cada
vez que Miles la llama, y no creo que pueda soportarlo. No creo que pueda
vivir sabiendo que alguien lastima a mi hermanita así.
Necesito hacer algo al respecto.
Es el punto de inflexión cuando me doy cuenta de que debo salvar a mi
hermana de alguna manera. Porque ella es todo lo que importa. Puedo
soportar cualquier cosa.
Violación. Dolor. Tortura.
Soportaré todo mientras pueda evitárselo a ella.
Armado con una firme convicción, el método para quitarle la atención se
me ocurre durante nuestras consultas.
Cada vez que corta mi piel, preguntando mi nivel de dolor, cierro los ojos,
deseando que mi cuerpo me obedezca, y digo el número más bajo que puedo.
Sigo apretando los dientes incluso cuando sus experimentos crecen en
tamaño, cuando ya no está satisfecho con las agujas y ahora necesita cuchillos
para cortar nuestra carne.
Lo soporto incluso cuando lo veo despegar la piel de mi brazo,
descubriendo mis venas y músculos.
De hecho, este experimento en particular finalmente me llama la atención.
—Tal vez me equivoqué —señala, estudiando mis reacciones mientras
empuja y pincha mi brazo expuesto.
Después de tanto tiempo con sangre y cuchillos, ya estoy insensible a ver
mi propia carne desnuda.
—Ya veremos —comenta, volviendo a Vanya.
Este es su momento para montar un espectáculo. Le pedí, le supliqué, que
llorara y se lamentara en el momento en que le cortara la carne. Para no
contenerse y no refugiarse en mí. Simplemente dejarlo salir.
Una mirada inquisitiva en mi dirección y asiento. En el momento en que el
cuchillo toca su brazo, comienza a gritar de dolor. Los ojos de Miles se abren
con horror, como si no pudiera creer lo que está pasando.
Sigue cortando, pero Vanya sigue gritando.
Hasta que termina.
Se quita los guantes, los tira al suelo, sale de la habitación y deja que uno
de sus asistentes entre y nos cosa de nuevo.
Y sé que finalmente tengo su atención.
Y así, las visitas especiales de Vanya se detienen.
Ahora me he dado cuenta de lo que Miles parece estar buscando: el sujeto
de prueba que se desempeñe mejor en sus experimentos.
Y si eso asegura que mi hermana se quedará en paz, entonces seré el mejor.
No importa lo que tenga que hacer.
Sé que mi plan funciona cuando al día siguiente soy yo quien llama a su
oficina.
Al entrar, es mejor que cualquier cosa que haya visto. Todo es tan brillante
y nuevo, y hay muchos dispositivos en todas partes.
Tan pronto como un guardia me empuja adentro, Miles se levanta de su
silla, su sonrisa es amplia mientras observa mi pequeña forma.
—Vlad, ¿no es así? —pregunta, y hay un aire falso en todo su
comportamiento. Pero sabiendo que esta es la única manera de ahorrarle a
Vanya aún más dolor, asiento con la cabeza, siguiéndole el juego.
—Sí, señor —respondo, y él me indica una silla a su lado.
Me siento, tratando de ignorar la forma en que mi ropa sucia o mi cuerpo
aún más sucio manchan el cuero brillante, o cómo Miles ensancha sus fosas
nasales cuando capta mi olor.
Después de todo, ¿de quién es la culpa de mi lamentable estado?
—Te he estado observando, Vlad. —Miles cruza las piernas, adelanta los
brazos y apoya la barbilla en la mano—. Y creo que me has estado ocultando
tu potencial.
—No lo sé, señor —respondo, tratando de parecer desconcertado por su
pregunta.
—Aquí —dice, agarrando mi brazo recién suturado bruscamente. Me
estremezco internamente por el dolor, pero por fuera, no lo muestro.
Solo parpadeo una vez, mirando a Miles y mostrándole exactamente lo que
quiere ver, sin reacción.
—Pensé que tu hermana estaba por encima del promedio. Pero tú,
muchacho —silba—, podrías ser mi pequeño milagro.
—¿Para qué es esto, señor? —pregunto antes de que pueda evitarlo.
Entrecierra los ojos hacia mí antes de reírse.
—Una mente inquisitiva. Me gusta —dice, levantándose de su silla y
diciéndome que lo siga.
Al presionar algunos botones en un teclado, se abre otra puerta en la parte
trasera de la oficina. Cuando entramos en la habitación, veo computadoras y
otras máquinas, todas rodeadas de filas y filas de libros.
—Es interesante, pero eres el primero en preguntarme cuál es el propósito
—señala, y puedo decir que hay un placer subyacente en su voz.
Se detiene frente a una enorme pizarra, toda la superficie garabateada con
signos blancos.
—Esto —tira de un papel, bajándolo y mostrándome una ilustración—, es
el cerebro. —Comienza a explicar—. Y esto —señala una región en el
centro—, es la amígdala. En pocas palabras, regula algunas de las emociones
básicas en los humanos, en particular el miedo.
Camina alrededor, charlando con entusiasmo.
—Verás, hay gente por ahí, psicópatas, que no tienen la función completa
de la amígdala y, como tal, no pueden sentir lo que siente la gente común. No
conocen el miedo y no conocen el remordimiento. Pero hay una trampa. Los
psicópatas son impredecibles. Demasiado impredecibles —murmura entre
dientes.
Se detiene y espero a que continúe, curioso de cuál era el punto de esto.
—Pero también hay gente como tú. Intermediarios —dice, con la boca
curvada hacia arriba—. Tu amígdala está desarrollada de tal manera que, si
bien no estás tan ido como un psicópata, tampoco eres completamente
normal.
—Quiere decir que mis emociones no son tan fuertes —comento.
—Sí y… no. He estudiado a los de tu clase durante mucho tiempo. —
Sonríe—. Soy mayor de lo que parezco —bromea—. Y aunque no todos los
especímenes son iguales, he notado un patrón. No hay una falta de
sentimiento per se, pero hay una diferencia en lo que puedes sentir. Todos son
diferentes —dice encogiéndose de hombros—. Algunas personas no conocen
el amor, algunas no conocen el odio y otras simplemente no conocen el
miedo.
Se vuelve completamente hacia mí.
—Por supuesto, solo me interesan aquellos que carecen de miedo. Verás, el
miedo es uno de los peores rasgos humanos. Aceptable, desde un punto de
vista evolutivo. Pero no desde un mercenario. —Golpea con el pie con
ansiedad—. Pero por lo que tengo en mente, es el rasgo requerido para tener.
—¿Qué quieres decir?
—Súper soldados. —Sonríe—. El arma humana perfecta que no conoce el
miedo, ni —asiente hacia mi brazo—, dolor. Una máquina de matar, por así
decirlo.
—¿Qué pasa con el remordimiento? ¿No lo tienen algunas personas
mientras que otras no? —pregunto, su teoría remueve algo dentro de mí. A
pesar de toda mi apatía hacia el hombre por lastimar a mi hermana, no puedo
evitar sentirme intrigado por la forma en que funciona su mente.
—Inteligente. —Su boca se dibuja—. Simplemente te la borramos. Un paso
a la vez. —Se acerca hasta que está sentado justo frente a mí—. Y tú, mi
pequeño milagro, podrías ser mi premio ganador.
—¿Yo?
—¿Crees que no te había observado hasta ahora? Tus atributos intelectuales
son perfectos. Pero nunca me habían convencido de tus habilidades físicas o
emocionales —dice jovialmente—, hasta ahora.
Se acaricia la mandíbula pensativo antes de agregar:
—Y si tu forma física es mejor de lo que esperaba, eso solo deja una cosa.
Se detiene y levanto la cabeza para mirarlo.
—Tus emociones —declara felizmente, dándome mi primera tarea.
—Muéstrame lo equivocado que estaba contigo, Vlad, y juntos
conquistaremos el mundo —me dice, después de lo cual me llevan una vez
más a mi celda.
Lo primero que veo es a Vanya acariciando a Lulu, sus rasgos se iluminan
por primera vez en mucho tiempo. Y el dilema en mí crece.
¿Quitarle la felicidad o quitarle el dolor?
Pero en ese momento, sé que solo hay una respuesta correcta.
Me callo mientras pisoteo hacia ella, envolviendo mis dedos en el abrigo de
Lulu y tirándolo de sus brazos. Dando unos pasos hacia el centro de la
habitación para darle a la cámara la mejor vista, levanto mis ojos sin
emociones hacia la lente roja.
Levanto con una mano a Lulu luchando hacia la cámara, uso la otra para
sentir su cuello. Encontrando un agarre adecuado, retuerzo dolorosamente
hasta que escucho un crujido.
El cuerpo inmóvil de Lulu cae al suelo y dejo todo en blanco.
Los gritos de Vanya, su condena y sobre todo sus pequeños puñetazos
cuando golpean mi piel.
Yo solo bloqueo todo.
Ese día marca el nacimiento del pequeño milagro de Miles.
Una máquina de matar.
Capítulo 26
Vlad

Me despierto de golpe, el sudor se me pega a la piel mientras reproduzco


los eventos de mi sueño en mi mente.

Demonios, pero había sido peor de lo que imaginaba. Mucho peor. Y de


alguna manera estoy seguro de que este es uno de los más dóciles.
Desde que regresé de Perú, mis sueños han servido como flashbacks, a
veces el recuerdo tan nítido como hoy, otras veces desvanecido. Aun así, cada
pieza del rompecabezas se dirige en una dirección.
Yo era el juguete de Miles. Y Vanya debió haber pagado el precio por
convertirse en un experimento inútil.
Mis puños se aprietan cuando me doy cuenta de lo que le pasó a mi
hermana, mi mente clama con fuertes voces, mi pecho late con dolor.
Mierda.
Necesito salir de aquí.
Miro hacia abajo a la forma dormida de Sisi, incluso ahora su cuerpo busca
el mío, un pequeño suspiro escapa de sus labios, y recuerdo por qué estoy
luchando. Le prometí que nunca la dejaría y no la volvería a decepcionar.
Incluso si tengo que matar una parte de mí mismo para asegurarme de que
eso suceda.
Ya siento que me resbalo y siento las manos pegajosas de sangre. Abriendo
mis palmas frente a mí, me toma algunos intentos antes de que mis ojos
puedan ver la realidad y no otro fantasma nacido de mi mente enferma.
Parpadeo, y las manos vacías se vuelven sangrientas, antes de que vuelvan a
la normalidad y ensangrentadas de nuevo.
¡Maldición!
Mi vista se nubla, y aunque sé que lo que estoy viendo es falso, un
espejismo, no puedo evitar dudar de mí mismo.
Mis manos están sudorosas, y el sudor que se pega a mis dedos se parece a
la sangre que rezuma manchándolos después de cada muerte.
Reconociendo que me dirijo por un camino sin retorno, salgo rápidamente
de la habitación, con la esperanza de que Sisi no se dé cuenta de mi ausencia
por un tiempo.
Puede que no quiera admitirlo, pero sigo siendo un peligro para ella, y
nunca volvería a hacer nada que pudiera dañarla.
Ya le he causado suficiente dolor para toda su vida y es una verdadera
maravilla que me haya perdonado. No voy a poner en peligro nada de eso.
Como me fui de Perú antes de lo esperado, tuve que renunciar a algunas de
las cosas que me había recetado el viejo. En cambio, me había dado algunas
pautas sobre cómo controlar mis episodios.
—Entiende la fuente y sabrás la respuesta —había dicho crípticamente.
Pero comprender la fuente no es tan fácil cuando uno no puede recordar la
fuente.
Los sueños y recuerdos que he tenido de mi tiempo con Miles me han dado
una idea de lo que sucedió allí. Estaba tratando de convertirme en una
máquina de matar perfecta y, como tal, solo puedo imaginar el entrenamiento,
tanto mental como físico, al que me sometió. Seguramente, mis cicatrices
muestran un lado de la historia, y dado lo que recuerdo ahora, estoy
convencido de que la mayoría de ellas son de sus intentos de insensibilizarme
al dolor.
Cierro los ojos, tratando de alejar los recuerdos. Verme a mí mismo
inmovilizado bajo el peso de algún ser humano baboso definitivamente no
había ayudado a mejorar mi estado de ánimo. En todo caso, el flashback solo
sirvió para aumentar mi sed de sangre, la necesidad de matar envolviendo mis
sentidos.
Fuerzo un pie delante del otro mientras me dirijo al sótano. Apenas logro
llamar a Maxim y pedirle que se asegure de que la habitación esté lista para
mí. Pero con la forma en que me tambaleo de pared a pared, mis movimientos
descoordinados y lentos mientras mi vista me traiciona y mi mente se me
escapa, tendrá suficiente tiempo para poner las cosas en orden.
Para poner en práctica las enseñanzas del viejo, tuve que improvisar un
poco. Ciertamente, su consejo de comprender el origen de mi detonante y
enfrentarlo en lugar de tratar de evitarlo me había dado un gran dilema.
Desde que vi lo que mis episodios le hacen a mi entorno, siempre traté de
controlarlos, evitando mirar sangre lo mejor que pude, incluso si eso ha
resultado un poco difícil en mi profesión.
Aun así, me volví inventivo, usando todo tipo de técnicas de tortura que
aseguraban que mis prisioneros derramaran sus secretos, pero no su sangre.
Desde arañas venenosas, serpientes hasta hormigas bala y gusanos carnívoros,
encontré múltiples formas de obtener lo que quería de un objetivo sin
sucumbir a un episodio.
Aun así, mantenerme alejado de mi gatillo no había sido tan eficiente, y lo
he notado en los últimos años. Mientras que antes hubiera sido necesaria
mucha sangre para perderme, ahora solo tengo que ver un par de gotas y me
voy.
Cuanto más intentaba reprimirme, más perdía el control. Y se ha vuelto tan
malo que nadie está a salvo a mi alrededor.
Entiende la fuente.
No puedo entender la fuente si no la recuerdo. Entonces, el curso de acción
más seguro por ahora es ceder a mis episodios. Abrazarlos por completo a
medida que vienen y dejarme destruir todo a mi alrededor, en un entorno
controlado, por supuesto.
Así que recurrí a construir mi propia sala de matanza. Si mi bestia quiere
sangre, sangre tendrá.
Finalmente llego al sótano y, al marcar un código, entro en la habitación.
Construida al estilo de un baño romano, la sala está hecha completamente
de mármol blanco. Hay dos columnas a cada lado de la habitación, que
mantienen unida una arcada con un techo pintado: escenas de guerra y
derramamiento de sangre. En el medio, solo hay una piscina circular llena de
agua dulce del Mississippi. Toda la sala dispone de un sistema de drenaje
destinado a recoger todos los líquidos de la piscina.
Y por supuesto, como pagano que soy, no puedo comenzar mi ritual sin un
sacrificio. Tan pronto como entro en la habitación, cinco hombres corpulentos
me abordan, todos gritando y gritándome obscenidades, probablemente
porque Maxim los había secuestrado y encerrado aquí.
Sin embargo, tan pronto como tengo un objetivo a la vista, ya no escucho ni
veo nada más que un río de sangre esperándome, sus cadáveres son la última
ofrenda.
Y así me muevo.
Mis movimientos son puro instinto cuando golpeo, me agacho y golpeo de
nuevo, evadiendo con fluidez cada golpe mientras conecto el mío. Dos
hombres caen rápidamente, y los otros tres son solo cuestión de tiempo.
Bailando al ritmo de sus corazones, aplico toda mi fuerza en mis puños
mientras atrapo uno en su manzana de Adán, escucho su tráquea romperse, la
fuerza de mi puñetazo empujando sus huesos hacia atrás y cortando su
suministro de aire. Con un aliento ahogado, él también cae.
Los siguientes dos son pan comido mientras apunto a puntos vitales, sus
ojos giran en la parte posterior de sus ojos mientras sucumben al suelo.
Jadeando, la niebla se aclara solo un poco, lo suficiente para que me dé
cuenta del cuchillo que Maxim arroja a la jaula desde una ventana secreta en
el techo.
Me apresuro a agarrar el mango, arrastrando los cuerpos hasta que quedan
alineados con los pequeños tubos de drenaje, mi hoja les corta la garganta y
observo cómo la sangre se acumula hasta que lentamente comienza a moverse
hacia la piscina.
Hago lo mismo con cada cuerpo, colocando sus gargantas cortadas para que
toda la sangre se recoja en la piscina. Ahora, los cinco puntos de drenaje están
ocupados por cadáveres que filtran la esencia de su vida en mi pozo.
En poco tiempo, el agua limpia se vuelve turbia y la sangre le da color. Y
lentamente, muy lentamente, un color óxido da paso al rojo.
Más sangre llena el charco y cierro los ojos, la vista acariciando todo mi
ser.
Con impaciencia, rasgo mi ropa por las costuras mientras prácticamente me
lanzo hacia adelante, el agua ensangrentada golpea mi piel y me hace suspirar
de placer. El olor metálico abruma mis fosas nasales, y solo puedo intentar
inhalar más profundo.
Sumergiéndome en el agua, dejé que la sangre cubriera cada centímetro de
mi piel, la textura, aunque diluida, alimenta mi bestia interior. Y aunque pide
más, siempre lo hace, finalmente está en paz.
Me quedo bajo el agua, perdiéndome en el mar de sangre, la muerte que me
rodea, el rojo que todo lo abarca.
Y espero
No muy diferente a las otras veces, estar bañado en sangre me calma. Y
encuentro que mi conciencia comienza a regresar lentamente.
Subo a la superficie del agua, respirando con dificultad, mis ojos finalmente
se adaptan a la vista que me rodea, la claridad vuelve a mi mente.
—Maldita sea —murmuro mientras observo las apariencias destrozadas de
los hombres que acabo de sacrificar.
Ciertamente había hecho un esfuerzo adicional para asegurarme de que
estuvieran realmente muertos.
Pasé mucho tiempo reflexionando sobre el consejo del viejo y tratando de
aplicarlo a mi propia situación. Por fin, me di cuenta de que solo había una
solución: ceder a la sangre. Literalmente.
Había sido un poco más complicado obtener los recursos para esto, pero
rápidamente encontré una manera de robar algunos prisioneros, personas a las
que nadie extrañaría, después de asegurarme de que sus análisis de sangre
estuvieran actualizados, por supuesto.
Maxim ha estado a cargo de conseguir prisioneros sanos para que los mate
y, bueno, me bañe en su sangre.
—Sonaba mejor en mi cabeza —digo en voz alta, poniendo los ojos en
blanco ante mis propias circunstancias, de alguna manera divertida de haber
tenido que recurrir a esto. Después de todo, no soy Elizabeth Bathory. Mis
propias inclinaciones no se inclinan hacia el logro de la vida eterna. Seré feliz
si llego a retener esta.
Y ha estado funcionando. Sorprendentemente, mis crisis se han acortado, y
una vez que me sumerjo en sangre durante un par de horas, casi desaparecen.
Claro, tengo que matar a algunas personas para eso. Pero prefiero la seguridad
de Sisi a la de cualquiera.
Esta práctica me ha hecho menos volátil y más propenso a controlarme
incluso al comienzo de una crisis. Mientras que normalmente me habría
quedado en blanco de inmediato, ahora me queda un poco de conciencia
incluso durante lo peor del ataque.
Me hace… esperanzado.
Ahora, si tan solo pudiera recordar cuál fue el desencadenante inicial.
Todos los flashbacks que había tenido hasta ahora mostraban mucha sangre, y
la mayoría de las veces era mía. Pero hasta ahora no he sentido nada más que
indignación por mis recuerdos. Nada de lo que había visto me había hecho
particularmente receptivo o enojado. Por supuesto, mi brújula está un poco
torcida, ya que probablemente tuve que soportar cada locura que uno pudiera
imaginar. Desde la violación a la tortura mental y física, a tener mi cuerpo
abierto para la alegría pervertida de Miles, no creo que haya mucho que pueda
superar eso.
Estoy sumido en mis pensamientos, mi cuerpo todavía hasta el cuello en
sangre, cuando escucho el crujido de la puerta.
Echo la cabeza hacia atrás y observo con horror cómo Sisi entra
tentativamente, con los ojos muy abiertos mientras contempla la carnicería
que hay a su alrededor. Su mirada finalmente se posa en mí, y me mira con
curiosidad, inclinando la cabeza hacia un lado y estudiándome como si fuera
una curiosidad.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, mi voz brusca.
¿Cómo entró aquí?
Había tomado todas las precauciones para asegurarme de que ella no se
enterara de esto. Ahora que finalmente conseguí que me diera otra
oportunidad, no necesito que vea esto y se dé cuenta de que sigo siendo un
monstruo.
La habitación está oculta a propósito y la puerta está protegida con
contraseña. ¿Cómo pudo encontrar el camino hasta aquí y abrir la puerta
también?
Ella no responde, simplemente se encoge de hombros mientras se mueve
por la habitación, evaluando el daño. Inclinándose un poco, estudia el cadáver
de uno de los prisioneros, su dedo arrastrándose sobre mi corte recto. Ella
hace lo mismo con todos los cuerpos antes de detenerse frente a mí.
—Interesante —señala, y hago mi mejor esfuerzo para leerla.
¿Está enojada? ¿Decepcionada de mí? ¿Me va a dejar? Ella no puede hacer
eso. No, por supuesto que no la dejaré hacer eso.
Pero ¿es bueno interesante o malo interesante?
¿Cree que la he estado engañando?
Maldito Hades, pero eso me hará ganar puntos negativos, y apenas obtuve
algunos. No puedo perder su confianza. O su consideración. O a ella. Nada.
Mi corazón comienza a latir salvajemente en mi pecho cuando me doy
cuenta de que me tiene acorralado. Empiezo a salir del agua, vadeando hacia
ella, pero solo estira un brazo hacia mí, su mano levantada mientras mueve un
dedo de un lado a otro en un movimiento del tipo no te atrevas.
Maldita sea… estoy jodido.
—Puedo explicarlo —le digo de inmediato, pero ella continúa llevándose
los dedos a la boca en un movimiento de silenciamiento.
Mi mente está inmediatamente a toda marcha mientras ordeno a mi cerebro
que piense en todos los escenarios posibles y en lo que puedo hacer para salir
de este lío. Ya tengo preparada una lista de regalos, así como más corazones
tallados ya que parece que dan resultado.
Me dispongo a salir de la piscina, pero justo cuando doy otro paso hacia
ella, me detiene. Con una mano hacia arriba, sacude la cabeza hacia mí,
indicándome que me quede quieto.
Sus dedos ya están en los botones de su vestido mientras los desabrocha
lentamente. Sus ojos están sobre mí, como si me desafiara a mirar sus
sensuales movimientos.
No hace falta que me lo diga porque ya estoy cautivado por la carne que
sobresale de su clavícula… luego su escote… Pronto, todo el largo del
vestido ha sido desabrochado, y ella lo desliza fuera de su cuerpo, dejándolo
caer al suelo.
—Maldición —susurro mientras mis ojos recorren su figura.
No lleva nada debajo.
La observo de pies a cabeza. Su piel oliva dorada brilla en la iluminación de
la habitación, haciéndola parecer una diosa bajada del cielo, respondiendo a la
ofrenda de sangre. Sus tetas son redondas y firmes, los pezones ya duros
como guijarros.
Mi mirada va más abajo, a su estómago suave y cintura definida.
Yo trago.
No creo que nunca me acostumbre a verla. Ella es tan exquisita que no hay
palabras para describirla. Mierda, pero incluso un diccionario probablemente
se quedaría sin palabras, ¿o no tiene palabras?
¡Incluso mi cerebro funciona mal cuando se trata de ella!
Sus caderas son curvas y bien formadas, ligeramente ensanchadas hacia
afuera en la figura perfecta de un reloj de arena. Me muevo más abajo, al
pequeño parche de vello rubio recortado ubicado entre sus piernas. Ese
delicioso lugar que es solo mío, y solo será mío.
—Sisi —siseo, mi cuerpo ya está preparado para el de ella, mi polla se
esfuerza por prestar atención mientras mis ojos disfrutan de su gloria.
Fui hecho para adorar a esta mujer.
No hay duda al respecto. No cuando mis rodillas tiemblan levemente, ya
buscando arrodillarme frente a ella y darle el respeto que se merece.
Ella es la única cosa en todo el universo que podría ponerme de rodillas, y
oh, pero con gusto me caería. Por probarla, haría más que eso. Me postraría a
sus pies.
Ella se mueve, sus pies casi se deslizan sobre el piso de mármol, sus piernas
largas y tonificadas se flexionan y enfatizan aún más su forma.
¡Maldita sea!
Sumerge los dedos de los pies en el agua ensangrentada y sus labios se
contraen cuando aprueba la temperatura. Luego, lentamente, tentadoramente,
comienza a descender, el agua ensangrentada saluda su piel y la tiñe.
Observo, hipnotizado, cómo se sumerge hasta que su cabello se empapa en
sangre, el rubio claro se vuelve un tono entre rojo rosado.
Subiendo por aire, levanta una ceja hacia mí mientras vadea el agua para
llegar a mi lado. Toda su cara ahora está rojiza, no muy diferente a la mía, y
siento la necesidad de agarrarla y traerla hacia mí.
Simplemente devorarla.
Pero primero necesito ver qué tan enojada está conmigo.
—Sisi —empiezo, pero ella coloca su dedo en mis labios, viene a mi lado y
acaricia mi garganta, su nariz se mueve hacia arriba y hacia abajo sobre la
superficie de mi cuello en una suave caricia. Yo todavía, sin saber cómo
reaccionar.
—Has sido travieso —susurra en mi oído, sus dientes atrapan el lóbulo
mientras mordisquea mi piel.
—Diablos, Sisi —me quejo—, no puedes andar diciendo cosas así.
Especialmente con ese aspecto —le digo, con la voz tensa.
—¿Con cuál? —pregunta, inclinándose hacia atrás para batir esas bonitas
pestañas hacia mí, sus ojos brillan con significado oculto y picardía.
El descaro.
Deslizo mi brazo alrededor de su cintura, acercándola a mí. En dos pasos, la
tengo contra la pared de la piscina, sus piernas abiertas mientras me
envuelven, su coño rozando mi polla.
—Lo sabes muy bien, mi pequeña seductora —le digo, mis dedos se clavan
en sus mejillas mientras levanto su cabeza para mirarla a los ojos—. Eres el
epítome del pecado. —Mi aliento en sus labios, deslizo mi mano por su
cuello, clavícula, antes de rozar la punta de mis dedos sobre su pezón.
Ella jadea, una rápida toma de aire mientras sus ojos se vuelven hacia mí.
—¿Cómo entraste aquí, Sisi? —Me inclino hasta que estamos separados
por meros suspiros. Ella no aparta la mirada, sosteniendo mi mirada
desafiante.
—A través de la puerta. —Se encoge de hombros, con un atisbo de sonrisa
en los labios.
—Sisi. —Levanto una ceja—. Esa puerta en particular está protegida con
contraseña —le digo.
—Y de quién es la culpa —comienza, acercándose aún más, su lengua se
asoma y roza mis labios mientras bordea mi mejilla para susurrarme al oído—
, ¿que la contraseña es mi cumpleaños?
Puedo escuchar la diversión en su voz, y mis propios labios se contraen.
—Hmm, mi culpa —digo arrastrando las palabras, llevándola de nuevo
hacia mí, mi pulgar debajo de su barbilla—. Pero ¿cómo encontraste la
puerta? Solo Maxim y yo lo sabemos.
—Tu amigo Maxim puede ser muy hablador con el incentivo correcto —
continúa, arrastrando sus uñas sobre mi pecho.
Su toque me está haciendo perder la cabeza, especialmente cuando necesito
mantener la cabeza en el juego. Una violación de la seguridad es una
violación de la seguridad, sin importar quién sea el intruso. Y dado que
Maxim apenas puede hablar una palabra de inglés, tengo aún más curiosidad
de cómo obtuvo la información.
—¿Qué hiciste, Sisi? —pregunto, con una expresión grave en mi rostro. Por
dentro, sin embargo, estoy casi rebosante de orgullo.
Ella es única.
—Acabo de detallar un procedimiento de un libro de texto de anatomía —
sonríe tímidamente—. Me has corrompido —dice seductoramente, sus dedos
extendidos sobre mi pecho. Y para mostrarme lo descarada que es, se pone de
puntillas para darme un beso en los labios—. On mne mnoga skazal. Vse tvai
secreti 18 —susurra descaradamente, mis ojos se agrandan ante sus palabras.
—¡Sisi! —gimo, cierro los ojos, mis oídos disfrutan del sonido del ruso en
sus labios.
—Aprendí. Un poco. —Se sonroja un poco.
—¿Por mí? —pregunto, increíblemente sorprendido. Nunca hubiera
pensado que ella se hubiera esforzado tanto por mí.
Ella asiente.
—Quería poder decirte que te amo en tu idioma también, entre otras cosas
—continúa, y mis labios se abren en una sonrisa.
Conocer a Sisi, entre otras cosas, significa que no quiere que la mantengan
al margen, su curiosidad inherente es insaciable.
—¿Y? —la insto, muriéndome por escuchar las palabras.

18
Me dijo mucho, todos tus secretos.
Ella bate sus pestañas hacia mí, lamiendo sus labios sugestivamente antes
de decir.
—Podría decírtelo. Después de que me cuentes de qué se trata todo esto. —
Señala hacia el cuarto de sangre. Frunciendo los labios hacia mí, espera una
respuesta.
—Es… complicado —le respondo, sin saber cuánto debería decirle. Porque
si se entera de todo… No sé cómo reaccionará ante eso.
—No lo es. —Ella niega con la cabeza, sus dientes se asoman mientras se
muerde el labio inferior—. Estamos juntos en esto —dice, con una sonrisa
tirando de sus labios—. Prometiste que confiarías en mí. No más secretos.
—Chica del infierno —gimo, sabiendo que tiene razón—. Confío en ti. —
Respiro hondo, mis ojos buscando los de ella—. Pero es posible que no me
veas igual cuando descubras algunas cosas sobre mí.
Su mano se aprieta sobre la mía mientras la lleva a sus labios, depositando
un pequeño beso en mis nudillos.
—Vlad —dice ella, su tono es serio—. Te he visto en tu peor momento, y
todavía estoy aquí.
—Esto podría ser peor que eso… —me interrumpo y ella pone los labios en
una delgada línea mientras levanta una ceja inquisitiva hacia mí.
¡Mierda! Es ahora o nunca.
Sé que Sisi no dejará esto. Cada vez que tiene algo en mente, siempre lo
lleva a cabo. Es una de las cosas que amo de ella, pero en este caso, me temo
que podría causar una ruptura entre nosotros. Porque no hay azúcar cubriendo
mi pasado. Sólo necesito esperar que ella no me vea diferente.
—Te conté sobre mi hermana, Vanya, y que no recordaba lo que pasó
cuando nos llevaron. —Tomando una respiración profunda, empiezo. Sisi
escucha atentamente y me obligo a contarle todo lo que he estado reprimiendo
durante tanto tiempo.
—Estaba muerta cuando nos encontraron. —Uso una mano para apartar un
mechón de su cabello—. Lo que no te dije es que no me di cuenta de que
estaba muerta hasta años después.
—¿Qué quieres decir? —Ella frunce el ceño
—Algo me pasó allí. —Frunzo los labios ante la subestimación—. Y nunca
registré su muerte. Para mí, ella todavía estaba viva. Como tú, podía tocarla.
—Muevo mi mano sobre su mejilla—. Hablarle, hacer todo con ella.
—¿Estás diciendo que estabas viendo el fantasma de tu hermana? —
pregunta ella, incrédula.
—No un fantasma. Más como un producto de mi mente. Un fantasma
nacido de mi dependencia de ella. —Suspiro, sabiendo que estoy a punto de
quitarme todas las capas y mostrarme desnudo ante ella—. Estaba muy solo
cuando era niño. Nadie quería hacer nada conmigo. Vanya era la única con la
que podía hablar… interactuar. La única a mi lado. Hasta que me di cuenta de
que no era real.
—¿Cuándo lo notaste?
—Tenía quince años —comienzo, contándole el incidente con la ropa y
cómo mi padre me había dicho que Vanya había estado muerta durante
mucho tiempo—. Ahí fue cuando tuve mi primer episodio completo —le
explico, la idea de nunca volver a ver a Vanya había sido tan agonizantemente
enloquecedora que acabe por estallar.
Así que le cuento todo desde el principio. Cómo todos me habían evitado
desde que Valentino me encontró y cómo mi morbosa fascinación por la
muerte había hecho que la gente me temiera o me considerara un bicho raro.
Vanya, o quien pensé que era Vanya, había sido la única a mi lado, y lo único
que me mantenía remotamente cuerdo.
—Y entonces llegaste tú. —Le doy una sonrisa—. Desde ese primer
momento en la iglesia, algo pasó.
—Vlad. —Sisi dice mi nombre en voz baja, y veo dolor en su mirada. Por
mí. Las lágrimas se juntan en la esquina de sus ojos, su mano aprieta la mía
mientras hablo.
—Por primera vez, Vanya desapareció —continué, y sus cejas se fruncen
en confusión.
—Quieres decir… —Sisi se calla, y se da cuenta cuando retrocede—. ¿Es
por eso que me buscaste? —pregunta de repente, con la voz entrecortada. Un
pequeño movimiento de su cabeza y puedo sentir todo su cuerpo temblando.
¡Maldita sea! Estoy haciendo un lío de esto.
—Al principio. Sí. Quería averiguar por qué parecías alejarla —hablo
rápido, tratando de sacar todo antes de que saque conclusiones precipitadas—.
Pero un momento en tu presencia y todo se desvaneció. Puedo prometerte,
Sisi, que la presencia o ausencia de Vanya era lo último en lo que pensaba
cuando estaba contigo.
Parpadea rápido, tratando de procesar todo. Por un segundo temo que se lo
tome a mal, que solo estoy con ella por eso.
—Sigue —dice vacilante.
—Ya se fue. Para siempre —le aseguro, contándole mi viaje a Perú, mi
último intento de controlarme. Sus ojos se agrandan cuando le digo lo que he
estado haciendo en los últimos meses, y cómo bajo la tutela del viejo había
logrado desbloquear una parte profunda de mí mismo. También comparto que
mi pequeño ritual de sangre ha sido de gran ayuda para ayudarme a superar
mis crisis.
Cuando ella no habla, simplemente me mira en silencio, me siento obligado
a aplacarla.
—Por favor, no creas que estoy contigo por eso. ¿Es por eso que te busqué
inicialmente? Sí —admito, haciendo una mueca por dentro ante mis propias
palabras—, pero no es por eso que me quedé. Estoy aquí. Te amo, chica del
infierno, y antes de ti, nunca pensé en mejorar. Estaba bien viviendo entre
episodios.
Sisi asiente pensativa.
—¿Por qué dejaste de verla? —Ella eventualmente pregunta.
Cierro los ojos, temiendo lo que viene a continuación.
—Porque comencé a recordar lo que sucedió durante mi tiempo con Miles
—comienzo, y le digo todo lo que recordaba hasta ahora, todo lo que nos pasó
a Vanya y a mí, pero también lo que hice para conseguir agradar a Miles. Los
detalles son espantosos, y su rostro se arruga con horror mientras me escucha.
No endulzo nada mientras le cuento sobre las visitas de los guardias, o incluso
las inclinaciones depravadas del propio Miles.
—Dios mío —susurra Sisi, su mano acariciando mi mejilla—. ¿Es esto lo
que tenías miedo de decirme? Dios, Vlad. ¿Por qué? ¿Por qué pensarías que
te juzgaría por algo así? Mi corazón llora por lo que tú y tu hermana pasaron.
Y nada de eso fue culpa tuya. —Ella apoya su frente sobre la mía—. Nada —
repite ella.
—Todavía no sé todo el alcance. Pero tengo la sensación de que algo que
Miles me hizo me dañó por completo —confieso—. Estaba tratando de
construir el soldado perfecto. Y en cierto modo, lo logró…
—No lo hizo —me interrumpe—. Apostó a que no tuvieras sentimientos,
Vlad. Tal vez no tengas miedo cuando se trata de la muerte y no tengas
remordimientos cuando se trata de matar. Pero no tuvo en cuenta tu capacidad
para amar. —Me incita a mirarla a los ojos, tan claros y chispeantes de
calidez.
—Sisi… por favor, no me conviertas en algo que no soy —le digo,
sabiendo mis propias, bastante desafortunadas, limitaciones.
—No, escúchame, Vlad. Escuché todo lo que me dijiste. ¿Y sabes lo que
veo? —pregunta, su tono es serio y niego con la cabeza, casi
distraídamente—. Veo a un hermano amoroso que haría cualquier cosa por su
hermana. Veo a un hombre leal que dedicó su vida entera a encontrar y
vengar a sus hermanas. Un hombre solitario que buscó refugio en la memoria
de la persona más querida para él. —Frunce los labios—. Y un hombre feroz
que lucharía incluso consigo mismo para estar con la persona que ama.
Hace una pausa y puedo oír los latidos de su corazón, así como los míos. La
habitación está completamente en silencio excepto por esos pequeños golpes
que parecen aumentar en velocidad con cada segundo que pasa.
—Veo a un hombre con una capacidad ilimitada para el amor. Tal vez te
falten otros sentimientos, Vlad. Pero creo que lo compensas de otras maneras.
—Su mano se posó sobre mi corazón—. Tu capacidad de amar es del tipo
sobre el que la gente escribe sonetos, mitos y cuentos de hadas. El tipo que lo
abarca todo. —Sus labios se estiran en una sonrisa—. Y me siento
inmensamente bendecida de que yo sea a quien elegiste para darme tu amor.
—Mierda, Sisi. Yo… —Coloca un dedo en mis labios, silenciándome.
—Te veo, Vlad, con lo bueno y lo malo. Veo tu verdadero yo. El asesino, el
animal, el amante. —Su mano cae sobre mi pecho y dibuja pequeños círculos
sobre mi corazón—. Y amo cada una de tus facetas. Para mí solo eres tú. —
Respira hondo—. De ahora en adelante, no me vuelvas a dejar fuera por
miedo a que piense menos de ti, porque eso nunca sucederá.
—Maldita sea, Sisi, ¿qué he hecho yo para merecerte? —Envuelvo mis
brazos alrededor de sus hombros, atrayéndola en mi abrazo—. Eres única en
tu clase, chica del infierno. Mi única en su clase —hablo contra su cabello.
Nos quedamos así por lo que parece una eternidad, envueltos el uno en el
otro, la sangre pegada a nuestros cuerpos, los corazones latiendo al unísono.
Debería haberme dado cuenta de que mi Sisi no sería más que comprensiva.
Y, sin embargo, había tenido miedo de contarle todo, siempre pensando que
se daría cuenta de su error y decidiría dejarme. Sin embargo, de alguna
manera, con solo unas pocas palabras, logró apagar todo ese miedo.
Necesito confiar en ella.
Mi valiente Sisi tiene la fuerza de mil hombres. Por supuesto que ella no se
resistiría a nada.
Aprieto mi agarre alrededor de su cuerpo, todo mi ser está lleno de amor
por ella.
—Maté a alguien. —Sisi habla de repente, su voz tiembla mientras respira
hondo—. No fue mi intención, pero tampoco me arrepiento —continúa,
contándome sobre una niña mayor que la aterrorizó durante años y cómo se
deshizo de su cuerpo—. No eres el único con un pasado manchado, Vlad —
dice, inclinándose hacia atrás para mirarme.
—A mis ojos, no podrías hacer nada malo, Sisi —le digo con sinceridad—.
Podrías matar a un millón de personas y seguirías siendo mi Sisi. —En todo
caso, estoy aún más orgulloso de ella por enfrentarse a sí misma y por tomar
una posición contra aquellos que querían lastimarla. Porque cualquiera que se
atreva a meterse con mi Sisi no merece más que dolor.
Y mi objetivo es ver que eso se haga. Pronto.
Levantando mi mano, le quito algunos mechones de cabello de la frente.
—Eres perfecta para mí.
—¿Ves? Eso es lo que siento por ti también. No serías mi Vlad sin tus
defectos. Y por eso eres perfecto para mí.
Se levanta y, entrelazando sus brazos alrededor de mi cuello, presiona sus
labios contra los míos.
Disfruto de la suave sensación de su boca contra la mía, la forma en que sus
labios se separan ligeramente, su lengua se encuentra con la mía mientras
bailan uno alrededor del otro.
La acerco a mí, mis manos en su espalda baja mientras profundizo el beso.
Sus tetas rozando mi pecho, su estómago amortiguando mi dura polla, ya
siento que estoy a punto de entrar en combustión.
¿Cómo es que una mirada a ella y me pongo dolorosamente duro, un toque
de ella y estoy listo para derramarme?
Como alguien que nunca ha estado interesado en el sexo opuesto,
simplemente estoy desconcertado por la forma en que mi cuerpo reacciona al
de ella. El epítome de la femineidad es excepcionalmente atractiva, hecha
solo para mí. Y planeo adorarla mientras viva.
—No más secretos ahora —susurra contra mis labios.
—No más secretos —concuerdo.
Con sus manos aseguradas alrededor de mi cuello, la tomo en mis brazos,
saliendo de la piscina. Gotas rojas de sangre mezcladas con agua se adhieren
a nuestra piel a medida que descienden, goteando al suelo.
Sisi me mira con los ojos entornados, un cómodo suspiro se le escapa
mientras se acurruca más cerca de mí.
Llevándola a las duchas, abro el agua y dejo que nos lave todo.
Bajo el potente chorro de la ducha, el agua turbia cae sobre nuestros
cuerpos, lavando el rojo. La pongo de pie y, agarrando una esponja, la
enjabono mientras empiezo a recorrer su cuerpo, limpiando cada mancha.
Ella no habla mientras muevo la esponja sobre su cuello y bajo sus tetas,
solo observándome de cerca, con la boca entreabierta mientras libera un
pequeño jadeo cada vez que mi mano roza sus pezones.
Me muevo lentamente mientras limpio su cuerpo, lavando la sangre para
revelar su piel prístina.
Cayendo de rodillas frente a ella, deslizo mi mano sobre su estómago y
bajo, hacia el mechón de vello entre sus piernas. Se le entrecorta la
respiración mientras toco suavemente el área.
—Vlad —susurra, mirándome. Sus ojos están empañados, por las lágrimas
o el agua de la ducha, no lo sé.
La comisura de mi boca se curva hacia arriba en una sonrisa torcida
mientras me inclino hacia delante y le doy un beso en el vientre. Apoyo la
mejilla en su piel, cierro los ojos y simplemente disfruto de sentirla a mi lado.
Pasa sus manos por mi cabello, masajeando el champú en mi cuero
cabelludo. Su toque es firme pero suave, limpiando a fondo mi cabello. Se me
escapa un suspiro de placer, siento un hormigueo en la piel cuando desliza sus
dedos por mi rostro antes de tomar mi mejilla.
—Vamos a superar todo —dice ella—. Juntos. Somos un equipo,
¿recuerdas? —Ella me sonríe y siento que mis propios labios se contraen en
respuesta. Tomo su mano, besando su palma abierta.
—Sí. Somos un equipo, chica del infierno —concuerdo, poniéndome de
pie. Nos paramos por un momento bajo el fuerte chorro de agua, dejando que
nos enjuague la piel, antes de que la saque, la envuelva en mantas y la seque.
No espero a que diga nada mientras la llevo a mi habitación, con la
intención de mostrarle lo mucho que significa para mí.
La diosa de mi corazón.
Ella no cuestiona adónde vamos, o lo que estoy haciendo mientras la
acuesto en mi cama, alejándome para verla en todo su esplendor, tendida en la
cama, ella es la tentación personificada, el epítome de la calidez en una fría
noche de invierno.
Porque ella es lo único que ha hecho que mi corazón helado se derrita, el
hielo se derrite lentamente, los latidos se aceleran. Y así, late sólo por ella.
—¿Qué estás haciendo? —pregunta, casi con timidez cuando me ve abrir
un cajón y sacar una botella de aceite corporal.
Ya que compré todo lo que una mujer podría necesitar, estoy
completamente equipado para satisfacer todos sus deseos.
—Mimándote. —Le sonrío mientras me acomodo en el colchón, mi mano
acariciando lentamente su muslo—. Quiero cuidar de ti —continúo, mi mano
se mueve más arriba hasta que llega a la curva de su trasero.
Ella ronronea suavemente, girando sobre su estómago y empujando su
trasero en el aire. Al igual que la primera vez que la vi, me siento cautivado
por sus curvas sinuosas.
Trazo el contorno de sus nalgas con mis dedos, disfrutando la forma en que
la piel de gallina aparece en toda su piel.
Un leve escalofrío recorre su columna vertebral, un pequeño maullido
escapa de sus labios mientras cierra los ojos, su cuerpo entero está flojo y
relajado mientras me deja hacer lo que quiera con ella.
Como no dejo que una invitación se desperdicie, me apresuro a rociar un
poco de aceite en mis palmas, colocándolas sobre su piel y esparciendo la
humedad por todas partes.
—Eso se siente tan bien —gime mientras me muevo más arriba,
masajeando el aceite en su espalda.
A horcajadas sobre su trasero, mi pene descansa entre sus nalgas mientras
mis manos se mueven suavemente por su espalda, masajeando sus hombros y
su cuello.
Ella no se da cuenta, pero hay un ligero empujón de su culo hacia mí,
empujando mi polla más adentro del valle de su trasero, la acción es tan
inocente pero tan enloquecedora que me cuesta mucho controlarme.
Aprieto los dientes, continuando con mis cuidados y tratando de ignorar la
forma en que mi polla parece pedir misericordia, el bastardo retorciéndose en
busca de su agujero.
¡Esto es sobre ella!
Repito eso en mi cabeza, tratando de encontrar algún equilibrio. Pero la
verdad es que en el momento en que tengo a Sisi desnuda en mi cama, todas
las apuestas están canceladas.
—Debería pedirte un masaje todos los días a partir de ahora —dice—, eres
bastante bueno en eso.
—Estarías tentando al destino, chica del infierno —digo arrastrando las
palabras, la idea de tenerla desnuda y debajo de mí todos los días sin poder
hacer nada es una tortura pura. Pero si mi chica quiere un masaje, entonces
solo puedo complacerla.
Ella levanta la cabeza, mirándome, sus ojos se sumergen en mi polla
dolorosamente dura. Su boca se abre en una pequeña o, sus ojos se abren
ligeramente. Inmediatamente, sus labios se tuercen y una sonrisa traviesa
aparece en su rostro.
Ella retrocede, desenredando su cuerpo del mío.
La miro inquisitivamente. El aceite que cubre su piel brilla a la luz,
haciéndola lucir etérea como un hada, el brillo de su piel solo aumenta su
atractivo y hace que mi sangre lata más rápido, toda se acumula más abajo y
hace que mi excitación sea increíblemente dolorosa.
A gatas, se mueve hacia mí, un deslizamiento sensual de sus extremidades
que me detiene la respiración. Sobre todo, cuando se lame los labios,
mirándome por debajo de sus pestañas y tentándome a la perdición.
¡Maldito Hades!
Si antes pensaba que me había ido, entonces ahora simplemente estoy
borrado. La vista de su boca sonrosada y labios regordetes mientras se pasa
los dientes por la superficie del labio inferior, mordisqueando tan levemente,
me hace doler físicamente.
Se necesita una fuerza hercúlea para quedarme quieto y no hacer algo de lo
que me pueda arrepentir, como sujetarla a la cama y encontrar mi alivio en su
dulce cuerpecito.
—Mierda —murmuro por lo bajo, su mano en mi polla mientras su lengua
se asoma para lamer la cabeza—. Sisi —gimo, la humedad de su boca es
demasiado tentadora para que me quede quieto.
Mi puño envuelto en su cabello, la insto a que avance mientras abre la boca
para absorber más de mí. Su lengua acaricia la parte inferior y mi respiración
se acelera cuando ella aprieta su agarre, chupándome profundamente en su
boca.
Ella lame toda la longitud antes de colocar un beso en la cabeza.
Subiendo por mi cuerpo, enrosca sus brazos alrededor de mi cuello, sus
ojos en los míos mientras dice las palabras que hacen que mi corazón se
detenga en mi pecho.
—Por favor, hazme el amor —susurra.
Mis ojos se abren ante su pedido y busco en su rostro alguna pista de que es
lo que realmente quiere. Hay un pequeño rastro de aprensión mientras
continúa mordiéndose el labio, su mirada es una mezcla de miedo y deseo.
—No tienes que hacerlo, Sisi. Ciertamente no para complacerme —le digo,
aunque mis bolas se contraen en señal de protesta.
—Quiero hacerlo. —Acaricia mi mejilla—. Te deseo. Quiero sentirme tan
cerca de ti como pueda —continúa, con las manos extendidas sobre mi
espalda.
—Sisi… —gruño. No tiene que decírmelo dos veces. La pongo sobre su
espalda, sus piernas abiertas a cada lado de mi cuerpo, su dulce coño
llamándome.
Mis manos rodean su cintura mientras llevo mi boca a su piel, rozando la
parte inferior de su pecho antes de tomar un pezón en mi boca. Me deleito con
sus tetas como un hombre hambriento. Sostenerla en mis brazos durante tanto
tiempo y no atreverme a hacer nada más que abrazarla había sido agonizante.
Ahora que finalmente me ha dado luz verde, pretendo adorarla como la
diosa que es.
Sus piernas están inquietas mientras trata de empujarme hacia arriba de su
cuerpo, sus manos alcanzan mi polla. Una mirada a ella y puedo ver la
frustración en sus rasgos, la forma en que está respirando con dificultad como
si pudiera morir si no me meto dentro de ella en el próximo segundo.
—Todavía no, mi pequeña pecadora —le digo, mi lengua trazando la
cicatriz en el bulto de su pecho antes de moverse a la pequeña marca que dejé
alrededor de su pezón, besándolo suavemente—. Tienes que estar lista para
tomarme —le digo mientras me muevo más abajo, deslizando mi lengua
sobre su estómago antes de abrir mis labios y chupar su piel, la sangre se
acumula en la superficie y la marca como mía.
Sigo tomándome mi tiempo para besar todo su torso y dejar pequeñas
mordidas de amor por todas partes, el orgullo hinchando mi pecho cuando la
veo cubierta con mis marcas.
—Por favor —gime mientras me acerco más, mi boca se cierne sobre su
coño. Inhalo su aroma, el sabor almizclado me hace cosquillas en los sentidos
y me embriaga.
—Esto es mío, Sisi —hablo contra su montículo, rozando mi boca contra
sus pequeños labios y soplando aire suave contra su brillante excitación.
—Sí —responde ella en un tono entrecortado. Sus ojos están cerrados, su
columna arqueada, mientras abre sus piernas aún más, invitándome a darme
un festín con ella.
Deslizo mis manos por su cintura hasta que mis palmas ahuecan sus
caderas, mis pulgares empujan la suave piel justo encima de los huesos de su
cadera mientras la acerco a mi boca.
—Dilo —digo con voz áspera, mi boca se hace agua por probarlo.
—Tuyo —gime, tratando de acercarme—. Soy toda tuya. —Me da las
palabras que tienen el poder de despojarme.
Paso mi nariz por su coño, abriendo sus labios y dándole una larga lamida,
lamiendo sus jugos. Ella ya está goteando, su coño brota néctar para que yo
me emborrache.
—Fui hecho para adorar tu coño, chica del infierno —digo mientras la
bebo. Es dulzura y pecado mezclados en una combinación mortal. Como la
ambrosía para un simple mortal, su esencia tiene el poder de hacerme
invencible. Porque con ella a mi lado, realmente me siento indestructible.
Sus manos encuentran su camino en mi cabello mientras pongo mi atención
en su clítoris, chupándolo en mi boca y haciéndola gritar de placer, sus
piernas temblando, sus muslos apretándose alrededor de mi cabeza mientras
trata de mantenerme encerrado en mi lugar.
Su respiración es desigual, y no la dejo descansar ni un segundo mientras
sigo provocándola, comiendo su coño como si fuera la mejor comida que he
tenido en toda mi vida. A estas alturas, hemos explorado el cuerpo del otro lo
suficiente como para saber exactamente lo que le gusta al otro, y me encanta
usar ese conocimiento para volverla loca, una y otra vez.
Para cuando termine con ella, estará tan mojada y relajada que se olvidará
por completo de su miedo, su coño perfectamente preparado para tragarme
todo.
Usando mi lengua, la giro alrededor de su entrada, empujándola hacia
adentro lo suficiente como para hacerle cosquillas en la pared exterior,
sabiendo que solo necesita unas pocas caricias para que se corra.
—¡Vlad! —grita, su voz cada vez más fuerte, sus manos causando estragos
en mi cuero cabelludo.
Aun así, no paro.
Siento la forma en que su cuerpo tiembla mientras baja de su clímax, y
quiero que disfrute de su placer por más tiempo.
Empujo dos dedos en su entrada, probando su estrechez. Todavía está
estrecha como un guante y, por un momento, temo que vuelva a dolerle. Pero
tan pronto como ese pensamiento cruza mi mente me doy cuenta de que si
ella todavía siente dolor, entonces no he hecho bien mi trabajo.
Mi boca en su clítoris, empiezo a moverlos dentro y fuera, sintiendo sus
paredes apretar mis dedos, sus gemidos vibrando en el aire. Agregando un
tercer dedo, trato de estirarla aún más.
—Vlad… —susurra en un tono incierto, sus ojos bien abiertos para
mirarme.
—Shhh. —Soplo aire sobre su clítoris, sin dejar de bombear tres dedos
dentro y fuera de ella. Aunque al principio estaba aprensiva, está empezando
a relajar los músculos, su entrada se estiró para permitir la circunferencia
adicional.
Aumento la velocidad, mordiendo su clítoris al mismo tiempo.
—¡Mierda! Vlad… no puedo… —Trata de hablar, pero todo su cuerpo se
derrumba cuando comienza a temblar incontrolablemente, su orgasmo
reverberando a través de cada célula y cada rincón de su ser. Con la boca
abierta, los ojos en blanco en la parte posterior de su cabeza, solo puede
montar su placer antes de que comience a disminuir.
Verla desnuda así es mejor que mil orgasmos, sus labios entreabiertos, sus
mejillas sonrojadas.
Subo por su cuerpo, todavía dejando un rastro de besos por su cuello,
chupando su piel para dejar marcas más visibles en su cuerpo, queriendo que
todos vean a quién pertenece.
—Te amo —susurro antes de tomar sus labios en un largo beso, usando mi
mano para alinear mi pene con su entrada.
Solo puedo empujar la cabeza dentro de su cálido calor antes de sentirla
tensarse, su cuerpo entero se pone rígido debajo de mí.
—Sisi. —Levanto la cabeza para mirarla y veo las lágrimas no derramadas
en el rabillo de sus ojos. Está temblando ligeramente mientras trata de
mantenerse quieta—. Podemos parar —le digo, mi mano acariciando su
mejilla.
—No. —Niega con la cabeza—. Quiero esto. Realmente lo quiero. —
Agarra mis hombros, sus piernas se aprietan alrededor de mi trasero mientras
trata de acercarme a ella.
Sus rasgos están tensos, sus ojos se cierran inmediatamente mientras espera
que llegue el dolor. De alguna manera, eso solo es suficiente para detenerme.
Pongo las palmas de mis manos sobre su trasero y nos damos la vuelta
hasta que mi espalda toca el colchón, Sisi rebota encima de mí.
Sus ojos se abren cuando ve el cambio de posiciones. Su coño está sentado
justo encima de la base de mi polla, su humedad goteando sobre mis bolas y
haciéndome gemir de frustración.
Tan cerca pero tan lejos.
Su mirada se posa en mi polla, con aprensión en sus ojos mientras pasa una
mano por mi longitud, sus labios fruncidos mientras sin duda está pensando
en mi tamaño y lo que eso significará para su cuerpo.
—Sisi, mírame. —Empujo su barbilla hacia arriba—. Esto es todo tuyo. —
Señalo mi cuerpo—. Tú tienes el control, chica del infierno. Así que úsame
—le insto, con la esperanza de que al darle las riendas de esto parezca menos
desalentador.
Se necesita todo en mí para quedarme quieto mientras ella comienza a
mecerse lentamente sobre mi polla, sus ojos aún evaluándola con leve temor.
Pero la dejo marcar su propio ritmo, sabiendo que necesita esto para superar
su miedo.
Ella apoya sus rodillas en el colchón mientras se empuja hacia adelante.
Tomando mi polla en su mano, se levanta sobre mí, colocando la cabeza en su
entrada.
—Estás a cargo —le aseguro una vez más.
Asintiendo hacia mí, se agacha un poco y observo hipnotizado cómo sus
pliegues envuelven mi polla. La sensación de sus paredes húmedas y cálidas
inmediatamente me golpea como una bala en el pecho, y necesito todo lo que
hay en mí para controlarme. Especialmente porque sigue siendo tan cautelosa,
incluso ahora que cierra los ojos, su labio inferior tiembla mientras me acepta
en su cuerpo.
En el momento en que estoy unos centímetros dentro, ella se detiene, un
jadeo escapa de sus labios. Ella apoya sus brazos en mi pecho, manteniéndose
quieta.
—¿Duele? —pregunto de inmediato, preocupado.
Hice todo lo posible para que se corriera tantas veces como fuera posible
para asegurarme de que estuviera resbaladiza y goteando, lo suficiente como
para aceptarme sin problemas. Pero sé mi tamaño, e incluso si ella no fuera
todavía virgen, tendría problemas para acomodarme dentro de ella.
Levanto mi mano a su rostro, acariciando su mejilla con mis nudillos.
Se muerde el labio, sus ojos en mí mientras sacude lentamente la cabeza.
—Siento que me estiras —dice, bajando otros centímetros. Con la boca
entreabierta, un gemido sale de sus labios mientras sus ojos se cierran, esta
vez de placer, no de temor—. Se siente tan bien —gime, y finalmente me
relajo, recostándome y dejándola ir a su propio ritmo.
—Eres tan grueso y… —se calla, su lengua se asoma para humedecer sus
labios mientras parece quedarse sin palabras. Se ve tan jodidamente sexy,
como un sueño húmedo hecho realidad, el brillo de la transpiración en su
cuerpo me excita aún más, ya que no puedo evitar imaginarla completamente
cubierta por mi semen.
Sus manos descansan sobre mi abdomen, sus brazos forman un triángulo
invertido que enfatiza sus deliciosas tetas, alegres y llenas y tentándome más
que el diablo.
Lentamente, se empuja hacia abajo otro centímetro, mi polla llorando de
alegría por ser recibida en el cielo. Echo mi cabeza hacia atrás, la sensación
de estar rodeado por su calor como ninguna otra. Como no recuerdo mucho
de mi episodio, esta es la primera vez que experimento esto, la forma en que
mi polla se acomoda dentro de ella.
Sus paredes se cierran sobre mí, apretándome con tanta fuerza que tengo
que hacer un esfuerzo consciente para no correrme demasiado rápido.
—Te sientes como el cielo, Sisi. Demonios… —murmuro
incoherentemente, incapaz de verbalizar lo que ella me hace.
Supe desde el momento en que la vi por primera vez que ella era la
tentación encarnada, logrando hacerme sentir cosas por nadie más antes que
ella. Sabía lo peligrosa que era, para mis sentidos, para mi corazón, para mi
puto todo. Porque un golpe de esas bonitas pestañas suyas en mi dirección, y
estaba jodidamente condenado.
Condenado a ser su esclavo por una eternidad.
Las comisuras de su boca se curvan mientras me ve rendirme al éxtasis de
estar dentro de ella, y parece ganar nueva confianza mientras respira
profundamente antes de empujarse hasta el fondo de mi polla.
Ambos suspiramos de placer ante la sensación, y mientras viva, no creo que
jamás olvide la vista de ella encima de mí, mi polla tan profundamente dentro
de ella.
—Dios, Vlad —dice ella en un tono entrecortado—. No tenía idea. —
Parece tan aturdida como yo mientras se mece ligeramente, sus paredes
acariciando mi polla en una tentadora caricia que me hace ver las estrellas.
Yo tampoco.
—¿Puedes sentir eso, chica del infierno? —pregunto mientras extiendo mi
mano sobre su estómago, sintiendo el lugar donde estamos unidos—. Somos
uno.
—¿Ah sí? —pregunta con picardía, sus dedos dibujan figuras al azar en mi
pecho—. ¿Eso te convierte en un chico del infierno, entonces? —Me da una
sonrisa maliciosa mientras se levanta ligeramente antes de volver a bajar.
Mi boca se abre para responder, pero no sale ningún sonido, el placer es tan
intenso que temo que pueda romperme para siempre.
—Mientras sea tu otra mitad, seré lo que quieras que sea —respondo, mi
voz es espesa y ronca. Cualquier cosa para asegurar que ella nunca se vaya de
mi lado.
—Hmm… —se calla, moviendo sus manos por mi pecho hasta que
descansa sobre mis pectorales, y usándome para empujarse hacia arriba, esta
vez hasta que estoy a mitad de camino antes de deslizarme hacia abajo de
nuevo, con más fuerza.
—¿Qué pasa si decido tomar mis votos y convertirme en monja? —
continúa preguntando, y veo lo que está tratando de hacer. Quiere torturarme,
sabiendo que nunca podría durar un día sin ella.
Se vuelve cada vez más difícil evitar mi clímax, la pequeña descarada
disfruta atormentándome con sus pequeños movimientos.
—Entonces te seguiré y me convertiré en un sacerdote y trataré de
profanarte a cada paso —le respondo con un gemido estrangulado.
—Eres malvado. —Ella traga, sus pupilas eclipsan sus iris mientras vuelve
su mirada hacia mí, el deseo goteando de ella y solo inflamando más el mío.
—Soy tuyo. Sin embargo, y quienquiera que quieras que sea. Soy tuyo —
confieso, mis manos en sus caderas mientras la insto a moverse, finalmente
sacándome de mi miseria.
—Bien. —Me sonríe, levantándose hasta que mi polla se libera de su coño,
y la agonía me golpea de inmediato cuando me siento privado de su calor—.
Pero todo lo que quiero es a ti.
Su pequeña mano rodea mi longitud mientras me guía de regreso a su
refugio, bajando fácilmente sobre mí esta vez, su coño tan jodidamente
empapado que sus jugos se derraman por mi eje.
Ahora así es como se siente el cielo.
Capítulo 27
Assisi

Aprieto mis muslos alrededor de él, el placer me atraviesa con el más


mínimo movimiento.
¡Dios, pero no me di cuenta de que sería así! Construí todo ese miedo en mi
mente, pensando que sería como la última vez. Solo hubo dolor. Pero ahora…
solo hay placer.
Nunca hubiera pensado que algo tan monstruosamente grande como su
polla se deslizaría dentro de mí tan suavemente. Ciertamente no con la forma
en que parecía crecer en tamaño cuanto más lo miraba. Había habido una
sensación de estiramiento al principio, pero incluso eso se había desvanecido
a medida que tomaba más de él en mi cuerpo.
Suspiro en voz alta cuando siento que su polla golpea profundamente
dentro de mi útero. Estoy tan llena de él que no creo que quiera volver a estar
sin él.
—No me di cuenta —susurro mientras me apoyo sobre él, sintiendo sus
músculos abultados bajo mis manos—. Esto se siente tan bien que podría
desmayarme —exhalo, el pequeño balanceo de su polla contra mis paredes
envía escalofríos por mi espalda.
Mis ojos se cierran de golpe cuando siento que me corro, solo por ese
pequeño empujón.
—Siento lo mismo, Sisi —dice con voz áspera, levantándose sobre los
codos para acercarse a mí—. Me haces sentir cosas que nunca imaginé —
confiesa, sus palabras llenando todo mi ser de calidez.
Paso mis brazos alrededor de su cuello, acercándolo a mí. Mis pezones
rozan la suave superficie de su pecho, y me estremezco por la sensación de
estar tan cerca de él.
Somos uno.
Sus manos en mis caderas, me levanta hacia arriba y hacia abajo en su
longitud, cada golpe de su polla me hace querer morir de puro placer.
—No tienes idea —apenas logro pronunciar las palabras—, de cuánto te
amo —digo entre gemidos.
Carne chocando contra carne, sus brazos están apretados alrededor de mi
cintura mientras empuja su polla aún más dentro de mí, la fuerza de sus
embestidas duplicando mi placer.
—Sí, Sisi, sí —dice contra mi mejilla, y puedo sentir el sudor adherirse a su
piel—. Porque siento lo mismo.
Agarrando mi mandíbula con una mano, gira mi cabeza, su boca sobre la
mía mientras se traga mis gemidos. Mete la lengua en mi boca y me besa con
una intensidad que hace que todo mi cuerpo llore de una dicha inimaginable.
—Sí —gimo cuando lo siento aún más profundo.
Ahí es cuando me doy cuenta de que quiero todo lo que tiene para ofrecer.
No solo esto. Quiero sentir su salvajismo en mis huesos, la forma en que me
golpea como si pudiera romperme.
Solo pensar en él tomándome como una bestia hace que mi coño se apriete
en respuesta, más jugos fluyen por su eje.
Sí. Lo quiero. Al verdadero él.
Inclinándome hacia atrás, lo insto a cambiar de posición para que esté
arriba. Mi espalda golpea el colchón, mis piernas se abren para acomodar su
pelvis.
Sus manos están en mi cintura mientras sigue empujándome, empujones
lentos y medidos que están destinados a mi comodidad.
Pero no quiero eso.
Ahora que mi cuerpo se da cuenta de que no hay dolor, ya no hay
impedimento para dejar que me tome como quiera.
Sabiendo que necesitará algo de persuasión, tomo sus manos entre las mías
y las muevo por mi cuerpo hasta que llegan a mi cuello.
Envolviéndolos alrededor de mi garganta, aprieto mis piernas, atrapándolo
en su lugar.
Sus manos están flojas mientras me mira, confusión mezclada con deseo en
sus ojos. Pero también veo algo más.
Esperanza.
Él quiere esto tanto como yo. Y cuando ve la confirmación en mi mirada, el
alivio inunda su rostro, sus manos se aprietan sobre mi cuello, sus embestidas
toman un giro violento.
Mi boca se abre con un sonido que nunca sale de mis labios, mi coño se
abre para encontrar cada uno de sus enloquecedores empujones. Siento la
forma en que su polla llega profundamente antes de retirarse, la base de su eje
golpea mi coño mientras me invade aún más. Largo y espeso, logra estimular
cada punto sensible dentro de mí.
Aplica más presión a los lados de mi cuello. No lo suficiente como para
lastimarme, pero sí lo suficiente como para marearme mientras continúa
presionándose contra mi cuerpo, asaltando mis sentidos con un placer tan
intenso que temo perder el conocimiento.
Ya me ha hecho correrme tantas veces, y como siento que se acerca otro
orgasmo, dudo que pueda aguantar mucho más.
—Maldita sea, Sisi —gruñe, sus dedos se clavan en mi carne, sus caderas
entran y salen de mí—. Eres jodidamente increíble —gime, un sonido
profundo que resuena en mi ser—. Mi jodidamente increíble.
Me aferro a él, mis manos en sus brazos mientras tomo todo lo que tiene
para dar.
De la nada, me cambia de posición, arrojándome sobre mi vientre y
abriendo mis piernas antes de zambullirse de nuevo.
Apoyándome en mis codos, jadeo cuando me doy cuenta de que está mucho
más profundo que antes.
¿Cómo es esto posible?
Arrastra mis caderas hacia las suyas, sus dedos se clavan en mi trasero
mientras continúa empalándome en su polla.
Solo puedo empujar mi trasero contra él, encontrándolo empuje tras empuje
mientras me concentro en la sensación de finalmente ser una con el hombre
que amo.
El único hombre que amaré.
—Eres mía —gruñe, su voz ronca. Su mano aterriza en una nalga en una
nalgada resonante, la ligera picadura solo aumenta el placer.
—Más —exijo, sabiendo que tiene más para darme.
Salvaje. Irrestricto. Bestial.
Quiero todo de él.
—Mi monjita sucia quiere más —se ríe, otra nalgada cae en mi trasero.
Gimoteo, apretando mis paredes a su alrededor en señal de aprobación.
Entonces su puño está de repente en mi cabello, sus dedos se clavan en mi
cuero cabelludo mientras me atrae hacia él, mi espalda contra su frente. Tiene
mi cabello envuelto alrededor de sus dedos mientras gira mi cabeza para
mirarlo.
Hay un salvajismo en su mirada que no estaba allí antes. Y diablos, si no
me pone más caliente, mi coño se estremece a su alrededor cuanto más tira de
mi cabello.
Su boca se estira cuando nota mi reacción, una sonrisa arrogante envuelve
sus rasgos mientras baja su boca hacia mi oído.
—Quieres que te arruine, ¿no es así, chica del infierno? —Su voz profunda
envía escalofríos por mi espalda, la forma en que su cálido aliento se desliza
sobre mi oído, todo mi cuerpo preparado para responder al suyo de cualquier
manera.
—Sí —respondo, luchando por contenerme de gemir la respuesta.
—Bien. Porque soy tu dueño —dice, y sus palabras no deberían ponerme
tan caliente. Dios, realmente no deberían. Pero en este momento todo lo que
quiero es ser propiedad de él, estar a su merced mientras hace lo que quiera
con mi cuerpo—. Soy dueño de cada agujero en tu cuerpo —continúa,
inclinándome hacia adelante y embistiendo contra mí aún más fuerte, la mano
en mi trasero se mueve lentamente hacia abajo hasta que su pulgar acaricia mi
entrada trasera.
Lo siento escupiendo en mi trasero, su pulgar haciendo girar la saliva
mientras la empuja dentro de mi agujero, los músculos se resisten al principio
antes de ceder lentamente.
Jadeo, la sensación es completamente nueva pero no desagradable.
Sigue embistiendo dentro de mí, su pulgar imita los mismos movimientos y
mi cuerpo es incapaz de soportar la doble estimulación.
—Tu coño es mío —gruñe, su polla se desliza casi por completo, la cabeza
provoca mi entrada en un empuje superficial antes de entrar completamente y
golpear mi punto G—. Tu trasero es mío. —Su pulgar se desliza más adentro,
y mis músculos inmediatamente se tensan a su alrededor.
—Cada centímetro de ti es mío —declara, arrancándome sensaciones que
nunca creí posibles.
—Sí —gimo, dejándolo hacer lo que quiera con mi cuerpo—. Y tú también
eres mío —continúo, necesitando esa confirmación.
—¿Tuyo? —pregunta, casi ofendido—. No soy yo sin ti, chica del infierno.
Eres dueña de cada pedazo de mí —dice entre dientes.
—Mi mente —empujó—, mi corazón —empujó—, mi puta maldita alma —
empujó—, esta polla —dice, tirando completamente mientras golpea su
longitud contra mi clítoris antes de acariciarlo a lo largo de mis labios
vaginales—. Eso nunca ha estado dentro de otra, eso nunca estará dentro de
otra —gruñe—. Al igual que tu coño es solo mío y solo será mío.
Mi corazón da un vuelco con sus palabras, y disfruto la forma en que
tenemos esta conexión única.
De la nada, se mueve detrás de mí. Miro hacia atrás para verlo de rodillas,
su boca en mi coño. Su dedo todavía en mi culo, continúa moviéndolo
lentamente dentro y fuera de mí mientras su lengua lame mi humedad antes
de empujarla contra mi entrada, girando alrededor de mi abertura mientras me
bebe vorazmente.
—Nadie —habla contra mis labios, su aliento caliente mientras sopla aire
sobre mi clítoris y me hace temblar—, nadie va a saber lo dulce que sabe tu
néctar —continúa lamiendo, un largo lengüetazo de mi clítoris a mi culo, la
sensación me sorprendió cuando de repente reemplazó su pulgar con su
lengua, el apretado anillo de músculo se relajó y respondió bajo sus
cuidadosos movimientos.
Dios, pero nunca había soñado con la mitad de las cosas que me está
haciendo. Parece tan sucio y prohibido y amo cada momento.
—O cómo tu pequeño y apretado culo ruega por mi polla. —Empuja su
lengua dentro y mis ojos se abren como platos, un placer alucinante
disparándose a través de mí—. Y lo obtendrás, pero no ahora —declara y la
anticipación crece dentro de mí.
¡Sí! Quiero todo lo que tiene para ofrecer.
Antes de que pueda responder, está de vuelta dentro de mí, acariciándome
tan profundamente que quiero llorar.
—Te amo —gimo, tanto mi corazón como mi cuerpo están alineados
mientras un orgasmo me atraviesa.
—Yo también te amo, chica del infierno. Te adoro. Te adoro. No hay nadie
que se compare contigo —gruñe, sus embestidas aceleran—. Nadie que pueda
compararse contigo. Mi maldita diosa —murmura casi incoherentemente.
Mi coño hormiguea con la conciencia, sus sonidos guturales junto con la
forma en que su polla todavía golpea con fuerza en mí lo suficiente como para
hacerme correrme violentamente, otra vez, mis paredes espasmódicas
alrededor de su longitud.
—Sí, eso es todo, chica del infierno. Córrete por mí —ordena en mi oído.
Su mano envuelta en mi cabello, lo agarra con fuerza mientras me acerca a
él, mi espalda completamente pegada a su frente, su boca en mi cuello
mientras lame mi cicatriz. Su otra mano acaricia lentamente la parte delantera
de mi cuerpo, desde la parte inferior de mis senos hasta mi estómago antes de
posarse finalmente en mi clítoris.
Ya sensible por los muchos orgasmos que me ha dado, es casi doloroso al
tacto.
—No puedo… —Me detengo, incapaz de correrme de nuevo.
—Sí, puedes —afirma, su voz seria mientras sus dedos continúan
estimulando mi clítoris.
Mi cuerpo trata de alejarse del suyo, pero él me sostiene con fuerza en el
lugar, su toque me enciende de nuevo a pesar de la promesa inicial de dolor.
—Vlad —gimoteo, al borde del precipicio. Tan cerca pero tan lejos.
Baja su boca a mi cuello, chupando la piel sensible, sus movimientos en mi
clítoris se aceleran mientras su polla continúa asaltándome.
Y de repente, la acción combinada me hace gritar mi clímax, la fuerza es
tan poderosa que literalmente estoy viendo blanco frente a mis ojos.
Todo mi cuerpo se afloja cuando caigo boca abajo sobre el colchón.
—Esa es una buena chica. —Escucho la voz satisfecha de Vlad mientras
palmea mi trasero cariñosamente.
Apenas puedo moverme, pero todavía puedo sentir la ferocidad de sus
embestidas mientras persigue su propio placer.
Su polla se hincha dentro de mí aún más, y siento el calor de su semilla
mientras se dispara directamente a mi útero. Sostiene mi culo con fuerza
mientras se vacía dentro de mí, asegurándose de que no se desperdicie ni una
gota de su semen en ningún otro lugar.
Colapsando encima de mí, me aprieta contra su pecho, su polla todavía
dentro de mí, sus brazos apretados alrededor de mis hombros.
—¿Te lastimé? —pregunta, acariciando su nariz en el hueco de mi cuello.
—No. Fue perfecto —le digo, sosteniéndolo cerca y acurrucándome en su
abrazo—. Te amo.
—Yo también te amo, Sisi. Más que a nada —dice y mi pecho se expande
con una abrumadora cantidad de felicidad.
Él es mío. Y yo soy suya.
Finalmente.
Su boca deja un rastro de besos húmedos por mi mejilla, su barba
incipiente me hace cosquillas mientras me muevo en la cama. Mis ojos se
abren, mis pupilas se acomodan a la luz mientras lo observo, recién bañado e
increíblemente atractivo.
—No te afeitaste —le susurro, mi palma ahuecando su leve crecimiento.
—Sé que te gusto cuando abrazo mi lado menos civilizado. —Me sonríe y
mis propios labios se levantan en una sonrisa.
Tiene razón. Me gusta cuando deja sus modales caballerosos en la puerta.
Especialmente porque perder sus modales nunca ha sido más dulce.
—¿Qué hora es? —pregunto aturdida mientras trato de despertarme.
—Es hora de una sorpresa —dice con bastante vigor, tomándome en sus
brazos y levantándome de la cama.
—¿Qué? —De repente estoy alerta, frunciendo el ceño en confusión—.
¿Qué sorpresa? ¿A dónde vamos?
Aunque tengo la costumbre de admitirlo, estoy un poco adolorida por
nuestras actividades de anoche.
—Ya verás. —Su boca se curva mientras me saca de la habitación y me
lleva al sótano—. Probablemente hayas notado que todo el sótano está hecho
a medida —comienza mientras ingresa una contraseña para otra puerta de
acero—. Y también hice algo para ti —me dice, y puedo decir que está
demasiado entusiasmado con esto.
Una vez que la puerta está abierta, me lleva dentro de una habitación que
parece bastante estéril, con solo una silla y algunas herramientas en el medio.
—¿Me vas a torturar? —pregunto, divertida. Todo el entorno parece una
cámara de tortura y, conociendo la afinidad de Vlad por la tortura, no me
sorprendería.
—Solo hay un tipo de tortura que tengo reservada para ti, chica del infierno.
—Su voz es baja y seductora mientras sopla aire caliente en mi oído—. Y es
del tipo por el que suplicas —continúa, y sin siquiera volverme hacia él puedo
sentir su sonrisa arrogante.
Niego con la cabeza, incapaz de borrar la sonrisa de mi rostro.
—Detén esto y dime qué estamos haciendo aquí —exijo, un poco
demasiado curiosa por su sorpresa.
Camina hacia el centro de la habitación en dos pasos, colocándome con
cuidado en la silla. Dejando un beso rápido en mi frente, arrastra una mesa
con herramientas hacia mí, señalando con la mano los diversos dispositivos.
—Te voy a hacer un tatuaje —declara con orgullo, abriendo el kit para
revelar una pistola de tatuajes y otras herramientas.
—Un tatuaje. —Frunzo el ceño, un poco sorprendida por él.
—¡Sí! —exclama, y su emoción parece haberse duplicado—. Me pediste
uno hace un tiempo —continúa, desabrochando lentamente mi camisón para
revelar las cicatrices en mi pecho.
Después de que descubrí que sus muchos tatuajes eran para ocultar sus
cicatrices, me entusiasmé demasiado por hacerme uno también. Pero Vlad no
había sido demasiado receptivo en ese momento, diciendo que no quería nada
en mi piel.
Me pregunto qué le hizo cambiar de opinión…
—¿Por qué ahora? —Estrecho mis ojos hacia él.
Estoy muy feliz de hacerme un tatuaje, pero también quiero saber qué
provocó su cambio de opinión, ya que al principio se mostró bastante
inflexible acerca de no tatuarse.
—Porque lo quieres —comienza, eligiendo sus palabras con cuidado—, y
porque no quiero que tengas malos recuerdos de ese lugar, nunca más.
Lo miro estupefacta por un momento antes de que una estúpida sonrisa
aparezca lentamente en mi rostro.
Tomando sus mejillas en mis manos, lo acerco para besarlo.
—Gracias —susurro contra sus labios.
Sus ojos brillan de alegría y parece que ha ganado la lotería cuando
comienza a preparar el equipo.
Lo observo divertida, una vez más sorprendida de ver lo poco que se
necesita para hacerlo feliz. Y mientras miro su sonrisa despreocupada, me
doy cuenta de que su felicidad siempre ha estado a cuestas de hacerme feliz.
Cada vez que ha hecho algo para complacerme, también ha estado
complacido consigo mismo, y el hecho de darme cuenta me reconforta aún
más.
No puedo evitarlo cuando extiendo la mano, colocando mi palma en su
mejilla. Se ve sorprendido, pero inmediatamente me regala una hermosa
sonrisa mientras coloca un beso en el centro de mi palma.
—Eres tan bueno conmigo, Vlad —le digo, luchando por contener las
lágrimas.
Hay algo infinitamente especial en él y en la forma en que me trata, su
amor sin límites.
—No. Eres buena conmigo, Sisi —responde, sosteniendo mi mano cerca de
su rostro—. Tú me haces más feliz —dice simplemente.
Mis latidos se aceleran y siento un cosquilleo en la parte baja de mi vientre.
Mariposas. Me hace sentir mariposas en el estómago.
Toda su presencia me da tanto vértigo que mi cuerpo ya no es mío cuando
él está cerca.
—Me encanta que hayas pensado en esto —agrego cuando lo veo probar la
pistola de tatuajes—, pero, ¿sabes tatuar?
Su gesto puede ser dulce, pero tengo que preguntarme acerca de su destreza
artística. En todo el tiempo que habíamos pasado juntos, nunca mencionó una
pasión por eso, o mejor aún, un talento.
Se queda quieto, levantando los ojos para mirarme. Apretando los labios, se
queda callado por un segundo, y casi gimo en voz alta.
—No sé no tatuar —responde, con una sonrisa tímida en su rostro.
—¡Vlad! —Mis ojos se agrandan y lo golpeo juguetonamente—. No estarás
pensando en hacer garabatos en mi piel, ¿verdad?
—¿Sería eso tan malo? —Se encoge de hombros, y mi boca se abre en
estado de shock. No sé si escandalizarme o impresionarme con él. Claro, es la
idea lo que cuenta, pero ¿estoy realmente considerando dejarlo hacer esto?
—Estás bromeando, ¿verdad?
—Relájate. —Agarra mi mano, sosteniéndola con fuerza en la suya—. He
tenido suficiente experiencia a lo largo de los años con mis propios tatuajes.
¿Quién crees que los completó o continuó algunos de los diseños? —Se
medio arranca la camisa del torso, señalando varios diseños.
—Mira, yo hice esto —declara con orgullo.
Entrecierro los ojos para distinguir las formas y asiento apreciativamente.
—No me di cuenta de que tenías una habilidad especial para dibujar —
comento mientras trazo las intrincadas formas en su pecho—. Espera —digo
todavía, mi dedo en la parte superior del triángulo en su pecho—. ¿Agregaste
esto? —pregunto y él asiente.
—Me gusta modificar los diseños de vez en cuando. Pero esta fue la
primera vez que alteré el significado del conjunto original.
—Me encanta —le digo sinceramente.
—Ahora veamos lo que quieres. —Su entusiasmo es contagioso a medida
que comenzamos a repasar posibles diseños y conceptos.
—Quiero uno aquí en la cruz —señalo la fea cicatriz en la parte superior de
mi pecho—, y uno aquí. —Muevo mi mano hasta mi cuello, hacia la cicatriz
que me había dejado hace meses.
Parpadea, sus ojos enfocados en ese punto mientras traga profundamente.
—Lo siento —se disculpa de nuevo, cierra los ojos y luego aparece una
mirada de pura agonía en su rostro—. No creo que alguna vez pueda
compensarte por eso… ni nada —suspira, sus rasgos tristes mientras mira a
cualquier parte menos a mí.
—Vlad. —Le levanto la cabeza—. Tenemos que seguir adelante. Estamos
aquí ahora, y juntos somos más fuertes debido a ese incidente. Por favor, deja
de torturarte con eso. Te lo dije. —Tomo una respiración profunda, queriendo
que vea la sinceridad en mis ojos—. Te perdono.
—Gracias —dice con seriedad, y le regalo una sonrisa.
—Toma. —Señalo mi cuello—. Quiero una V.
Sus ojos se abren inmediatamente. Estupefacto, me mira como si me
hubiera salido una segunda cabeza.
—Quieres decir… —Se calla, estupefacto, y mientras viva no creo que
olvide esa mirada en su rostro. La incredulidad en su rostro me recuerda la
vez que se consideró indigno de mis lágrimas.
—Quiero una daga aquí. —Tomo su dedo, la punta toca mi piel mientras le
muestro lo que tengo en mente—. Y otra línea que comience desde la punta
de la hoja, aquí. —Muevo su dedo en forma de V.
Él no habla, sigue mirándome con reverencia, su mirada fija en la pequeña
cicatriz en la base de mi cuello.
—Y quiero que una gota roja de sangre caiga de la hoja —continúo,
dejando que su dedo se deslice hacia mi clavícula—. Porque nuestra relación
se forjó con sangre, se probó con sangre y se fortaleció con sangre —le
recuerdo.
Nuestros caminos se habían cruzado a causa de la sangre, y nuestra relación
se había destruido a causa de la sangre. Pero en la sangre nos volvimos a
encontrar y compartimos cada pedacito de nosotros mismos, cada pecado y
cada transgresión.
—Sisi… —comienza, sacudiendo la cabeza hacia mí como si todavía no
pudiera creerlo.
—Te quiero conmigo siempre.
—Tu deseo es mi orden, Sisi —responde, su voz llena de emoción.
Abriendo un tubo de crema anestésica, lo aplica suavemente sobre mi piel,
su atención totalmente enfocada en esparcirla uniformemente.
Después de limpiarla, hace un borrador rápido con bolígrafo, dándome un
espejo para comprobar el diseño.
—Wow —susurro mientras estiro el cuello para ver el dibujo completo. La
cicatriz ya no es visible debajo de ella.
Incluso agregó algunos detalles intrincados a la daga, haciéndola parecer
una reliquia antigua. La empuñadura es más gruesa que la hoja y termina con
una esquina redondeada que tiene una joya incrustada.
—Rubí —dice cuando me ve examinar la joya—. Rojo como la sangre.
Precioso como la sangre. Y hermoso como tú.
Y así vuelve al trabajo, centrado de nuevo en mi cuello. Como si no hubiera
derretido mi corazón con una sola frase.
—Dime si te duele —susurra mientras acerca la pistola de tatuajes a mi
piel, trazando el boceto que había hecho.
No duele en absoluto. Como una sensación de cosquilleo, solo lo siento
deslizarse sobre mi piel, su aliento caliente aterriza justo en el lóbulo de mi
oreja, haciéndome apretar los muslos en respuesta.
¿Cómo es que hace que cada acción mundana sea tan caliente? No puedo
evitarlo, aunque sé que necesita concentrarse en mi cuello.
En cambio, mis ojos se fijan en la gran extensión de sus músculos tatuados,
la flexión de sus brazos, los pectorales definidos y…
Trago saliva mientras mi mirada se sumerge más abajo en su abdomen
lleno de pectorales, la necesidad de tocarlo es casi insoportable.
—Listo —dice y yo casi me tiro de la silla. No había estado prestando
atención a nada más que a él. Aunque el tatuaje no es grande, me sorprende
que lo haya hecho tan rápido.
Limpia el área antes de darme el espejo nuevamente para inspeccionar el
producto final. La V está claramente definida incluso cuando la daga toma el
escenario central, atrayendo inmediatamente la atención hacia ella. Para la
sangre y el rubí había elegido un rojo intenso, y cuando veo las gotas caer del
rubí por la hoja y hacia mi clavícula, no puedo evitar sentirme impresionada.
—Esto es increíble. —Respiro, volteándome para encontrarlo mirándome
con una expresión inescrutable en su rostro—. ¿Qué pasa? —Arrugo la frente.
Chica del infierno… no tienes idea de lo que es ver mi inicial en tu piel —
dice, con la mano sobre el tatuaje.
Una idea loca salta a mi mente, y la dejo escapar antes de que pueda pensar
en ella.
—Déjame darte una también. Tatuajes a juego. Puedes obtener una A.
Aquí. —Señalo hacia su cuello, una de las pocas áreas de su cuerpo que no
está cubierta de tinta.
—¿Me la dibujarías? —pregunta, casi como si no pudiera creerlo. Asiento
con la cabeza y una amplia sonrisa se extiende por todo su rostro.
—¡Hazlo! —Se gira, mostrándome el lado de su cuello, la misma área en la
que había hecho mi diseño, repasando rápidamente los conceptos básicos del
tatuaje.
Ni un momento después y tengo la pistola de tatuaje en mi mano, la punta
toca su piel mientras hago todo lo posible para evitar que mis dedos tiemblen.
No puedo creer que haya accedido tan fácilmente a esto, especialmente
porque sé que mantuvo su cuello limpio de tinta para que no se asomara por
su ropa. Con la inicial que estoy dibujando, está obligado a mostrar y dejar
que todos sepan a quién pertenece.
Y eso me hace sentir confusa por dentro.
Me concentro en escribir bien la letra, haciendo una A cursiva en lugar de
una estándar. Mientras cruzo la mitad de la letra, agrego una gota de sangre
que cae al suelo para emular mi propio diseño. Aunque no está ni cerca de su
nivel de habilidad, la letra es limpia y simple. Después de agregar un último
trazo, me recuesto, examinando mi trabajo.
—Creo que se ve bien —le digo con orgullo.
Toma el espejo, lo inspecciona, y una sonrisa reverente aparece en su
rostro.
—Gracias —dice, incapaz de apartar los ojos de él—. Ahora también puedo
tenerte conmigo siempre.
Toma un tiempo antes de que podamos pasar al siguiente tatuaje,
principalmente porque Vlad parece estar bastante enamorado de su nueva
pieza de tinta, agarrando el espejo y mirándola fijamente cada pocos minutos.
—¿Has pensado en lo que quieres allí? —pregunta cuando finalmente deja
el espejo a un lado.
—Sí —le digo.
Había tenido mucho tiempo para pensar qué me gustaría que tomara el
lugar de la odiosa cruz que me recuerda mis peores pesadillas.
Al principio, solo deseaba que se hubiera ido. Pero con el tiempo, me di
cuenta de que sigue siendo una marca que prueba que pasé por el fuego y salí
con vida.
Tomando un bolígrafo y un papel, empiezo a mostrarle cómo me gustaría
que la cruz se cambiara en un diseño diferente.
Incrustada profundamente en mi piel, la cicatriz es bastante retorcida, los
bordes son de un rosa intenso debido al hecho de que nunca se había curado
correctamente. Solo pensar en el dolor que me había causado durante meses
renueva mi ira hacia Sacre Coeur y todo lo que tuve que soportar allí.
—Eso es increíble, chica del infierno. —Vlad finalmente habla cuando
termino—. Y encarna todo lo que representas.
Asiento, contenta de que lo entienda.
Después de repasar todos los detalles, comienza dibujando la imagen en mi
piel. Pronto, está tomando la pistola de tatuajes, comenzando a grabar la tinta
permanente en mi piel.
Esta es más complicada y lleva el doble de tiempo hacerlo todo bien.
—¿Qué opinas? —pregunta, su tono esperanzado mientras baja la pistola,
entregándome el espejo.
Al tomarlo, empiezo a estudiar su trabajo, inmediatamente asombrada por
el nivel de precisión.
—Eres realmente bueno en esto —lo alabo, y juro que noto el más mínimo
rubor en sus mejillas.
Sonriendo para mis adentros, sigo mirándome en el espejo. Había
representado perfectamente a una mujer siendo quemada en la hoguera, el
cuerpo de la cruz sirviendo como la madera que mantenía cautiva a la mujer,
con las manos y los pies atados, la boca amordazada. Pequeñas llamas
envuelven la hoguera mientras la mujer sucumbe lentamente a su muerte. Aun
así, sus ojos no parpadean mientras enfrenta su ejecución con coraje, sabiendo
que no es su culpa que esté siendo castigada. Es solo el mundo en el que vive
el que no acepta esas diferencias.
Ella lleva la marca del diablo, y toda su vida ha sido rechazada por eso,
todos buscan condenarla por algo que no fue su culpa.
Pero al final, aun sabiendo que su vida iba a terminar, prefirió morir por sus
principios e ideas, la barbilla en alto, las convicciones inquebrantables. Nunca
consideró cambiar para adaptarse a las creencias de otras personas, nunca
tomó el camino más fácil.
Y así, me encuentro en el dibujo. Toda mi vida había sido condicionada
para ser de cierta manera, condenada en el momento en que no encajaba en el
molde de otras personas.
Pero mientras miro el tatuaje, el dibujo permanente que hace su casa en mi
piel, no puedo evitar sentirme feliz con todas las elecciones que hice.
Sí, había sufrido por ser diferente. Pero no me había conformado. Me había
mantenido fiel a mí misma y había sido recompensada por todo.
Colocando el espejo hacia abajo, dirijo mi mirada hacia él, mi premio.
Porque nunca habría llegado a este punto si no me hubiera aferrado a mi
verdadero yo. No había dejado que esas monjas me obligaran a obedecer. No
había dejado que las chicas malas destruyeran mi núcleo. Y por eso estoy
aquí.
Con él.
Ambos con nuestra idiosincrasia, ambos a juego y complementando al otro.
Sé que fuimos hechos el uno para el otro, nuestros mismos seres vibran el uno
con el otro.
—Es perfecto —susurro, las lágrimas ya en la esquina de mis ojos.
Se las arregló para ilustrar exactamente lo que había estado sintiendo
durante años.
—Eres perfecta, chica del infierno. —Se acerca a mí, su pulgar debajo de
mi barbilla mientras me pide que lo mire a los ojos—. Eres la mujer más
valiente y maravillosa que he conocido. Y por eso, sé lo afortunado que soy
de que me hayas perdonado —dice, bajando la boca sobre mi mejilla, su
lengua deslizándose para lamer una lágrima
—Sé lo mucho que te aferras a tus principios. Y sé lo que debe haberte
costado perdonarme —continúa, moviéndose hacia la otra mejilla y repitiendo
el movimiento, tragándose todas mis lágrimas—. Por eso, no puedo decirte lo
agradecido que estoy.
Levanto mis ojos hacia los suyos, notando los estragos en sus rasgos
mientras me mira con amor, tristeza y más amor.
Adoración.
Podría ser más adecuado llamarlo adoración. La forma en que sé que nunca
podría durar sin mí. La forma en que sé que nunca podría durar sin él.
Y de repente estoy en paz con mi pasado. Todo el resentimiento se asienta
en mi corazón cuando me doy cuenta de que todo sucedió no para derribarme,
sino para fortalecerme.
Hacerme lo suficientemente fuerte para él.
—Vlad, en realidad podrías sonar como un romántico. —Lo empujo
juguetonamente, un poco abrumado por la emoción.
—Por supuesto. —Sonríe, la tensión de su rostro se ha ido—. Estoy
adoptando el romance como mi nueva religión, contigo como su diosa.
Su lengua simplista nunca deja de sorprenderme.
—¿Ah sí? —pregunto, arrastrando mi dedo por su pecho, una vez más
maravillándome de la dura pared de músculo que se encuentra con mi toque.
—Sí —dice con voz áspera, su voz llena y ronca—. Te adoraré —
comienza, y mi pulso se acelera—. Besaré el suelo sobre el que caminas. —
Mi respiración se atasca en mi garganta, sus palabras comienzan a afectarme,
la habitación de repente está demasiado caliente—. Seré tu sirviente, tu chivo
expiatorio, lo que quieras que sea —continúa y mis ojos se cierran de golpe,
su voz profunda acaricia mis sentidos y me hace temblar.
—Hmm —murmuro, sintiéndolo tan cerca, pero demasiado lejos—. Tus
argumentos son bastante convincentes —me las arreglo para decir—.
Supongo que podría permitirte estar a mi lado —agrego descaradamente, y él
sonríe—. Pero pensé que eras mi dios. —Le levanto una ceja.
—Todavía lo soy. —Me guiña un ojo, la arrogancia seductora gotea de su
sonrisa torcida, su hoyuelo prominente y pidiendo ser besado—. Pero ¿qué es
un dios sin su diosa? Gobernamos juntos, chica del infierno. —Su mano sube
a mi cara, su pulgar roza mis labios mientras me empuja contra la pared.
—Recuerda, no hay Vlad sin Sisi. —Su mirada intensa sobre mí, no extraño
la forma en que sus pupilas se dilatan, su cuerpo entero listo para violarme.
Un brazo serpentea alrededor de mi cintura, me levanta sin esfuerzo en sus
brazos, mis piernas envolviéndose alrededor de su cintura.
—Y no hay Sisi sin Vlad —completo la oración, su boca reclamando la mía
en un beso abrasador que tiene los dedos de mis pies curvándose de emoción.
Aferrándome a él, dejo que me muestre cuánto somos la mitad de un todo,
siempre necesitando al otro para estar completos.
—Más fuerte —ordena, su voz severa mientras se cierne detrás de mí, sus
ojos evaluando agudamente la forma de mi puño.
—Así. —Chasquea la lengua, acercándose. Su frente se ajusta a mi frente,
envuelve su mano sobre mi puño, empequeñeciéndolo.
No es la primera vez que noto que sus manos gigantes parecen tragarse las
mías.
Cuidadosamente organiza mis dedos en un ajuste más apretado, sus pies
golpean los míos mientras organiza mi postura también.
Me tambaleo un poco cuando él patea mis pies, mi posición ahora emula la
suya.
—Cuando alguien intenta algo —susurra, su voz profunda y grave—,
primero pateas, después preguntas. O incluso mejor —siento una sonrisa en
sus labios—, matas primero, preguntas… nunca. —Se ríe, y mis propios
labios se contraen.
—Vamos, sabes que he mejorado—. Me quejo un poco, girando la cabeza a
medias para batir mis pestañas hacia él. La acción lo toma por sorpresa, como
sabía que sucedería, sus ojos se concentran en mis pobres intentos de flirteo.
Aun así, es suficiente para tenerlo completamente cautivado, su manzana de
Adán subiendo y bajando mientras traga con fuerza, sus pupilas se dilatan.
Aprovechando la milésima de segundo que tiene la guardia baja, me agarro
a su camisa, colocando mis manos y piernas de la forma en que me enseñó
para equilibrar un peso mucho mayor que el mío. Mi agarre es sólido, pongo
toda mi fuerza en moverlo.
Es como una roca: pesado e inquebrantable. Y a pesar de que mi técnica es
impecable, puedo ver que no es probable que le saque ventaja. Ni siquiera
usando su debilidad, lanzando mis pestañas hacia él.
Hay una fracción de segundo de reacción cuando noto que la comisura de
su boca se levanta antes de que su cuerpo se afloje. Apenas me doy cuenta de
lo que estoy haciendo, lo tiro al suelo, su cuerpo cae, sospechosamente sin
esfuerzo.
Vlad incluso tiene el descaro de quejarse del dolor cuando su espalda
golpea el suelo duro.
Simplemente levanto una ceja hacia él, sabiendo que solo lo hizo para
complacerme.
—Otra vez. —Cruzo los brazos frente a mí, haciéndole señas para que
retome una posición de pelea.
Casi desde el principio había insistido en enseñarme a pelear, diciendo que
se sentiría mucho más tranquilo si supiera que podía cuidarme sola.
Habíamos hecho un poco de entrenamiento básico en Nueva York, pero
desde que llegamos aquí, había sido más estricto con el programa de
entrenamiento, dándome lecciones de tiro, lucha con cuchillos y puños. Para
mi gran sorpresa, no bromeaba cuando dijo que todo el sótano está hecho a
medida. Hay un campo de tiro equipado con todo lo necesario para
asegurarme de que alcance mis objetivos, pero también hay un par de salas de
entrenamiento, una diseñada específicamente para cuchillos y otra que parece
un gimnasio.
Me quedé estupefacta por el tamaño del sótano, pero Vlad me contó que lo
había ampliado debajo de los jardines también, no solo debajo de la casa.
Esencialmente está imitando su propio búnker subterráneo de Nueva York.
A veces esto me da que pensar y me hace preguntarme si esto es todo lo
que sabe: vivir bajo tierra y lejos de la gente.
Ciertamente, parece más cómodo bajo una capa de cemento.
—Deja de tratarme como si fuera frágil —le digo. No importa cuánto
quiera entrenarme, no puede evitar contenerse.
—No eres frágil —dice mientras vuelve a ponerse de pie—. Eres cualquier
cosa menos frágil, Sisi. —Su mano ahueca mi mejilla mientras me acerca a
él—. Pero soy un bruto, y conozco mi fuerza. Así que no puedo no tener
cuidado contigo.
Pongo los ojos en blanco, un poco molesta porque no se está esforzando
más, sino entendiendo de dónde viene.
—Bien —resoplo, dando un paso atrás y asumiendo una posición de pelea
de nuevo.
Hacemos algunas rondas más en las que me enseña algunos movimientos
de parada y cómo evadir la captura antes de centrarnos estrictamente en
desarrollar mi fuerza a través del levantamiento de pesas.
—Lo estás haciendo muy bien —elogia cuando termino un set, mis brazos
ya me duelen.
—No eres un mal maestro. —Me encojo de hombros, tomo la toalla que me
ofrece y me seco el sudor de la cara y el cuerpo.
Vlad había pensado en todo, y me había comprado un juego completo de
ropa de gimnasia, la mayoría de ellos con pantalones de yoga y un sostén
deportivo, que en retrospectiva no había sido la mejor decisión.
No cuando apenas puede apartar los ojos de mis pechos cuando estamos
haciendo ejercicio. O la forma en que sé que está mirando mi trasero cuando
me pongo en cuclillas.
Incluso podría haber hecho todo lo posible para provocarlo un poco,
flexionando mi trasero o rebotando mis senos cuando sé que él está mirando,
pero fingiendo que no lo hace.
La reacción es inmediata y lo atrapan rápidamente. Él no es el único con
ropa traicionera, y sus pantalones de chándal hacen poco para ocultar lo
afectado que está.
Después de horas de entrenamiento, finalmente terminamos el día,
duchándonos rápidamente antes de salir a cenar a la ciudad.
—Mañana haremos cuchillos —habla mientras el mesero nos trae la
comida.
—Sí —exclamo, golpeando mi puño en el aire.
Él había hecho un horario estricto para mí, con todos los días
contabilizados. De alguna manera, sin embargo, había decidido que el
enfoque debería estar en desarrollar mi fuerza y aprender el combate cuerpo a
cuerpo. Así que solo preparó un día para cuchillos y otro para disparar.
—Siempre se te puede quitar un arma —comentaba cada vez que hacía un
puchero al respecto. Sabe que he desarrollado una afinidad por los cuchillos,
probablemente gracias a él. Aun así, no había cedido en su convicción.
Los labios de Vlad se levantan en una sonrisa ante mi emoción y no puedo
dejar de notar lo guapo que es, recién bañado y con un elegante traje. Vestido
todo de negro, solo sirve para enfatizar aún más sus llamativos rasgos.
Su cabello es más largo, negándose a cortarlo desde que lo felicité por ello.
Y me gusta. Lo hace parecer más joven, más despreocupado. Especialmente
con la forma en que se riza alrededor del extremo, dándole una apariencia
despeinada.
—Eres la cosa más hermosa que he visto en mi vida —dice de repente,
tomándome por sorpresa con el cambio de tema. Sus ojos están fijos en mí y
es como si me estuviera devorando con su mirada.
Un rubor sube por mis mejillas ante su escrutinio.
Cuando me dijo que planeaba invitarme a cenar, traté de esforzarme un
poco en mi apariencia.
Como no tenía mucha práctica con el maquillaje y la vestimenta,
rápidamente busqué en Internet algunas ideas. Me las arreglé para ponerme
un poco de delineador de ojos y rímel, así como un lápiz labial rojizo para
contrastar con mi cabello pálido.
También había elegido ir con un vestido blanco de encaje, no demasiado
largo, pero tampoco demasiado corto ya que Vlad se había negado con mucha
vehemencia a dejarme salir de casa si se veía demasiada piel.
—Deberías haber sido un poeta, no un asesino —replico, acercando mi
vaso de limonada y colocando mis labios alrededor de la pajilla.
—¿No puedo ser ambos? —Levanta una ceja—. Aunque imagina si pudiera
matar a la gente con mis palabras —dice pensativo, profundizando en los
méritos de matar personalmente a alguien a través de un apoderado.
—Está este manga, Death Note —comienza, explicando que es un cómic
japonés—, y el protagonista adquiere un cuaderno en el que una vez que
escribe el nombre de alguien, muere rápidamente.
—¿No me digas que te gustaría uno de esos también? —pregunto, un poco
divertida. Aunque, mientras cuenta con entusiasmo los eventos de Death
Note, me encuentro involucrada en la historia y sus giros. Ciertamente, puedo
ver el atractivo para alguien como Vlad, que podría ser el nerd de los nerds.
—No lo sé. Dependiendo de mis objetivos —agrega después de pensarlo un
rato—. Si mi objetivo fuera dominar el mundo, entonces una Death Note
definitivamente sería más útil que mis propias manos. Especialmente cuando
pueden dejar evidencia ya que la ciencia forense está evolucionando y la
tecnología es más sensible a cualquier rastro de evidencia.
—Pero tú no quieres eso —digo con confianza, porque lo conozco. Nunca
optaría por dominar el mundo porque sería demasiado aburrido para él. Tal
vez disfrutaría un día, pero después de eso querría volver a su rutina habitual
de asesinatos y caos.
—Es cierto —dice arrastrando las palabras, con los labios abiertos en una
amplia sonrisa, sus dientes blancos brillando en el restaurante con poca luz y
haciéndolo parecer el depredador que es.
—La dominación mundial es para los débiles —añade—. Prefiero hacer las
cosas a mi manera. —Lleva los brazos sobre la mesa, tronándose los nudillos.
Mis ojos se sienten atraídos por las venas que se hinchan en sus brazos, la
forma en que sus grandes manos podrían quitarle la vida a un hombre sin
siquiera intentarlo.
—Puede que me guste estar al tanto, pero rara vez interactúo.
—Eso es porque para ti, el poder no está en los números —observo—, sino
en el conocimiento.
—Exactamente. —Sonríe—. Me conoces bien, chica del infierno —
menciona, y me encojo de hombros.
—Te he estado estudiando. Después de todo. —Me inclino hacia adelante,
sacando mis senos mientras lo hago, sus ojos se fijan inmediatamente en mi
escote—. El diablo que conoces es mejor que el diablo que no conoces.
—¿Es eso lo que soy para ti, chica del infierno? ¿El diablo? —Se acerca, y
aunque estamos en lados opuestos de la mesa, estamos tan cerca que nuestras
caras casi se tocan.
—Hmm —murmuro, dejándolo tentado un poco—. Eres el único demonio
que quiero conocer.
—Bien. —Exhala, sus ojos enfocados en mí de una manera que me pone la
piel de gallina—. De lo contrario, podría haber tenido que hacerte cambiar de
opinión —dice con voz áspera, y por un momento solo puedo imaginar lo que
tiene en mente. Su mirada me mantiene cautiva mientras me veo extendida
sobre la mesa, y él trabajando duro para hacerme cambiar de opinión.
—¿Están disfrutando su comida? —La voz del camarero me devuelve a la
realidad, mis ojos se agrandan por la forma en que había perdido la noción de
todo.
Vlad me mira divertido, haciendo girar su copa de vino tinto.
—Es maravilloso. Gracias —le dice al mesero, puro encanto goteando de su
voz.
Ni siquiera presto atención mientras el mesero murmura algo antes de irse.
Todavía estoy concentrada en él, y en la forma en que mi corazón late
increíblemente rápido.
—Sabes —comienza, con una sonrisa maliciosa en los labios—, hay algo
más que me encantaría dominar —dice sugerentemente, y cruzo las piernas,
la humedad ya se acumula entre mis muslos.
—¿Ah sí? —pregunto, casi sin aliento.
Me doy cuenta de que apenas hemos tocado nuestra comida. Absortos en la
conversación, simplemente habíamos olvidado que estaba allí. Y
especialmente ahora, cuando me mira como si me fuera a comer, no puedo
tener apetito.
Al menos no para la comida.
—Pero no necesitaría ningún cuaderno para eso.
—¿En serio? —Sacudiendo un zapato, levanto mi pierna hacia él debajo de
la mesa, mi pie toca su muslo antes de moverlo lentamente hacia su
entrepierna, sintiéndolo duro y listo para mí tal como yo lo estoy para él.
Ahoga un gemido justo cuando rozo los dedos de mis pies a lo largo de su
longitud.
—Solo necesito esto. —Levanta las manos para mostrármelas antes de
esconderlas debajo de la mesa, atrapando mi pie y acariciándolo suavemente.
Se me corta el aliento en la garganta mientras él masajea lentamente mi pie
antes de tomarlo y colocarlo justo encima de su polla.
—Vlad —medio gimo, la impaciencia crece dentro de mí.
Arrebatando mi pie de él, rápidamente me pongo el zapato antes de
ponerme de pie.
—Voy al baño —le digo, un poco demasiado bruscamente. Pero cuando me
alejo dos pasos de la mesa, me giro para mirarlo, sus ojos en mi trasero.
Con una sonrisa atrevida jugando en mis labios, uso un dedo para darle una
señal. Luego, simplemente me dirijo al baño.
Apenas entro cuando él irrumpe, cerrando la puerta con llave.
Un paso y me tiene de frente al lavabo, mi espalda contra su frente mientras
baja rápidamente la cremallera de sus pantalones. Levanta bruscamente el
vestido sobre mi trasero, inclinándome sobre el lavadero. Con una mano en
mi cabello, la otra en mi cadera, me penetra rápidamente, un empuje brutal
que casi me hace correrme en el acto.
—No puedes evitarlo —gruñe, sus movimientos cobran impulso, su polla
entra y sale de mí a la velocidad del rayo—. Tienes que tentarme cada
maldito segundo —continúa, imprimiéndose salvajemente en mi cuerpo. Su
mano se mueve de mi cabello a mi garganta, apretando suavemente mientras
me acerca a él, inmóvil.
—Mírate —me pide que me mire en el espejo, viéndonos enredados,
nuestras mejillas sonrojadas, nuestro aliento caliente empañando el vidrio. Mi
boca se abre en un gemido, pero desliza su pulgar dentro, bloqueando el
sonido.
—Mira cómo me vuelves tan loco… —habla, su aliento en mi mejilla—,
tan fuera de control —continúa, cada palabra acentúa sus feroces
embestidas—, completamente loco.
Apenas me doy cuenta de nada más que de su invasión, intento, pero no
puedo evitar gritar su nombre mientras me corro, mis paredes se cierran a su
alrededor y hacen que grite mi nombre mientras me llena con su semen.
—Mi maldita tentadora —habla contra mi mejilla, el sudor se adhiere a
nuestra piel por el breve, aunque laborioso acto.
Es solo cuando estamos de vuelta en nuestra mesa que finalmente nos
adentramos en nuestra comida, nuestros apetitos aparentemente regresaron.

El cuchillo se desliza fácilmente de mi mano, girando en el aire antes de


llegar al centro del objetivo.
—No está mal. —Asiente hacia mí.
Está recostado contra la pared mientras me observa arrojar los cuchillos,
sus ojos astutos analizan todo, desde mi postura hasta mi respiración y cómo
sostengo el cuchillo, tiene indicaciones para todo.
Vlad a veces puede ser un ogro autoritario, pero es un maestro maravilloso.
La evidencia es mi loco progreso en tan solo un poco de tiempo.
Si antes tenía problemas incluso para que el cuchillo se incrustara en un
objetivo con el lado afilado hacia adelante, ahora puedo lanzarlo sin esfuerzo
y más o menos dar en el blanco.
Sé que tengo un largo camino por recorrer. Ciertamente, no creo que haya
nadie más hábil en esto que él.
Camina hacia mí, agarra la bolsa a su lado y la tira a mis pies.
—Estás avanzando rápido, chica del infierno. Es hora de cambiar las
cuchillas —bromea, abriendo la bolsa para revelar aún más cuchillos, de
diferentes formas y tamaños.
—Has aprendido a lanzar cuchillos básicos, pero ¿qué tal si probamos
algunas dagas? —Se deja caer en el suelo, revisando la bolsa.
Curiosa, me siento también, observo de cerca mientras quita las cuchillas y
las organiza en el suelo, señalando cada una y contándome algo al respecto.
—Sabes cuáles son mis cuchillas preferidas. —Señala las shashkas, las
hojas curvas que siempre usa en combate—. Para el combate cuerpo a cuerpo,
la curva de la hoja facilita el control del movimiento y corta la garganta de
alguien —explica, tomando un shashka y mostrándome cómo manejarlo.
—Siempre apunta a la garganta y la batalla terminará de inmediato —dice,
levantando sus ojos hacia los míos. Un destello travieso y tiene la hoja contra
mi garganta antes de que pueda parpadear.
De hecho, la parte cóncava parece encajar perfectamente en mi cuello, y él
la mueve ligeramente, mostrándome lo fácil que es perforar la piel si es
necesario.
—Ves, pan comido. —Él sonríe, tirando el shashka antes de pasar al
siguiente.
Él presenta cuchillos de todo el mundo, dándome una breve descripción de
cada uno.
—También me gustan las espadas japonesas. —Recoge un cuchillo con una
hoja triangular gruesa y una empuñadura más pequeña que termina en una
esquina hueca redondeada—. Esto es un kunai, y puede que lo encuentres más
fácil de manejar. —Lo coloca en mi mano, permitiéndome familiarizarme con
su forma y peso.
—Esto es más cómodo —estoy de acuerdo.
No tan largos como los cuchillos normales, el extremo redondeado facilita
el agarre.
—Mira esto. —Sonríe, reuniendo cinco kunai. Sosteniendo uno en su
mano, los otros están envueltos alrededor de sus dedos.
De pie, apenas se enfoca en el objetivo mientras los lanza, uno por uno, con
tal velocidad y facilidad que tengo que obligarme a no parpadear para no
pasar ninguno por alto.
—Guau —susurro cuando mi mirada se mueve hacia el objetivo. Los cinco
están reunidos en el mismo lugar, con las puntas separadas por milímetros,
casi como si estuvieran luchando por la supremacía.
—La práctica hace lo mejor —dice mientras me ayuda a ponerme de pie.
Recogiendo los cuchillos, arregla mi postura, envolviendo mis dedos
cuidadosamente alrededor de la empuñadura del kunai.
Todavía detrás de mí, susurra palabras de aliento en mi oído.
—¡Ahora!
A su orden, pongo mi fuerza en mi brazo, apuntando el kunai al objetivo.
—Eres natural —elogia, inspeccionando el resultado. Un poco fuera de
lugar, todavía había dado en el blanco.
—Me encanta esto —le digo con sinceridad.
Hay un cierto tipo de emoción al empuñar una cuchilla poderosa, y puedo
ver por qué es su actividad favorita.
Retrocediendo hacia él, siento el contorno de su cuerpo ajustado al mío.
Volviéndome de repente, coloco la punta de mi espada en su cuello.
—¿Sanguinaria? —pregunta, sin siquiera pestañear ante el borde afilado
actualmente alojado justo debajo de la nuez de Adán.
—Solo tengo sed —respondo sugestivamente, moviendo juguetonamente la
hoja alrededor de su carne—. A veces me pregunto si eres humano —
murmuro, el peligro rodando de él, los ojos de un depredador observando
cada uno de mis movimientos—. Si sangras como el resto de nosotros… —
me interrumpo, bajando la hoja por su cuello y alrededor de su clavícula.
Lleva una camisa negra que está completamente moldeada a sus músculos,
el amplio escote me da acceso a su piel.
—¿Crees que no soy humano, chica del infierno? —pregunta, su mano
sobre la mía mientras la aprieta sobre la hoja.
—Eres… algo —respondo.
Hay una cualidad mítica en él, tanto en la forma en que se presenta al
mundo como en la forma en que lo conozco íntimamente. Hay un salvajismo
profundamente arraigado en sus huesos, una ferocidad en su mirada cuando la
pone sobre mí. Me hace sentir querida de una manera primaria y primordial.
Como si no hubiera espacio, ni tiempo, ni nada.
Solo él.
Me recuerda la primera vez que lo vi. Cómo me había excitado el puro
peligro que emanaba de sus poros, la forma en que su promesa de muerte
nunca había sido más dulce.
Es inexplicable.
Magnetismo animal, atracción primitiva, seducción mortal.
Encarna todo aquello de lo que debería huir, no hacia lo que debería correr.
Mi mano se afloja en la suya, pero él no la suelta. Sus ojos todavía en los
míos, una sonrisa sensualmente malvada aparece en su rostro mientras clava
el cuchillo en su piel, justo por encima del cuello de su camisa.
Observo estupefacta cómo la hoja corta la carne, gotas rojas brotan a través
de la superficie y cubren la punta.
Con los ojos muy abiertos, lo miro inquisitivamente.
—Dime —ronronea, su tono suave y seductor—. ¿Sangro?
No me deja responder, empujando la hoja aún más profundo, más sangre
saliendo a la superficie.
—Yo sangro —continúa, en la parte baja de su garganta—, pero sólo por ti.
Levantando mi otra mano, paso mi dedo sobre la pequeña herida, limpiando
un poco de sangre y llevándola a mis labios.
—¿Sólo por mí? —repito, el sabor metálico inundando mi boca.
—Chica del infierno —gime mientras me mira lamerme los dedos—, no es
justo.
—¿Justo? —pregunto, divertida—. ¿Cómo es esto justo, entonces? —Mis
labios dibujan una sonrisa traviesa mientras muevo la hoja hacia la otra mano.
Me suelta, frunciendo el ceño mientras me observa empuñar el arma en el
aire.
Dándole una sonrisa de complicidad, pongo la hoja en mi propio pecho,
empujando la punta muy levemente. Siento un pequeño pellizco antes de que
la piel ceda, un líquido rojo brota lentamente.
Su mirada está enfocada en mi piel, y por un segundo me preocupa haber
pinchado a la bestia. Se ve salvaje mientras me empuja contra la pared, con
una mano agarrando ambos brazos y levantándolos por encima de mi cabeza.
—No es justo —gruñe antes de bajar su boca a mi piel. Siento la succión
cuando sus labios se envuelven alrededor de la pequeña laceración, y él lame
la sangre, asimilando todo.
El ligero escozor del corte junto con su boca cálida hace que sea cada vez
más difícil para mí respirar, los vellos de mi cuerpo se erizan mientras quiero
rogarle que se salga con la suya conmigo.
Pero tan pronto como está sobre mí, se va.
Con la cabeza gacha, da un paso atrás, sin mirarme. Hay residuos de sangre
alrededor de sus labios, y cuando comienza a caminar inquieto, sé que podría
haberlo empujado demasiado lejos.
—Necesito… —Se detiene, frunciendo el ceño como si tampoco supiera lo
que tiene que hacer.
—Ve —lo insto—. Te alcanzaré más tarde.
Él gira su cabeza hacia mí, mirándome por un momento antes de asentir
enérgicamente. Su rostro está pálido, sus facciones tensas y llenas de tensión.
Sin demorarse, se va y se dirige directamente a la sala de sangre.
Mientras escucho que la puerta se cierra detrás de él, me siento un poco
culpable por provocarlo cuando sé que la sangre es su principal
desencadenante. Aun así, hubo un momento en el que no quería nada más que
ofrecerle la mía a cambio de la suya.
Tal vez sea una locura, pero su disparador podría ser mi mayor excitación.
Sacudiendo la cabeza ante ese absurdo tren de pensamientos, sigo
practicando.
Me esfuerzo más y dos horas más tarde sigo lanzando cuchillos a los
objetivos. Con la respiración entrecortada, me detengo por un momento, me
siento en el suelo y agarro una botella de agua.
Un poco cansada, termino mirando la pared por un minuto completo,
incapaz de recomponerme.
Sin embargo, de la nada, un sonido de explosión estalla en el aire, y mis
manos automáticamente van a mis oídos para protegerlos.
¿Qué?
Desorientada, miro a mi alrededor hasta que localizo la tableta en la pared
al otro lado de la habitación, la pantalla es de un rojo brillante. Poniéndome
de pie, me apresuro hacia allí, ingresando la contraseña para acceder al marco
principal de la casa.
La pantalla se enciende, y un mensaje de advertencia me saluda, toda el
área roja. Hago clic en algunas cosas y aparecen varias ventanas, cada una de
las cuales muestra una parte diferente de la casa.
La transmisión en vivo.
Pero cuando miro a través de cada una de ellas, me doy cuenta de lo que
activó la alarma.
Mis ojos se agrandan cuando veo al menos a cinco hombres armados
caminando por el jardín y evaluando el perímetro. Otros dos ya están en la
casa, en la planta baja, y más suben las escaleras.
¡Mierda!
Todos están fuertemente armados y con equipo completo. Algunos parecen
militares, pero no puedo estar segura. Todo lo que sé en este momento es que
tengo que llegar a Vlad.
Negándome a perder la calma, empiezo a recolectar tantos cuchillos como
puedo, atándolos alrededor de mi cuerpo. Necesito ser inteligente con esto. Lo
mejor que puedo hacer es buscar a Vlad e ir juntos a la sala del pánico.
Ya sé que es probable que lo encuentre desnudo y desarmado, así que eso
no ayudará contra las armas.
Comprobando la transmisión de nuevo para asegurarme de que aún no están
en el sótano, me armo de valor y abro la puerta, dirigiéndome al pasillo.
¡Maldita sea, Vlad!
¿Por qué tuvo que construir este gigantesco sótano? Es del tamaño de toda
la propiedad, probablemente incluso más grande que un campo de fútbol, lo
que significa que, aunque los intrusos aún no están aquí, podrían llegar en
cualquier momento con el tiempo que me toma llegar al cuarto de sangre.
Sosteniendo con fuerza los cuchillos en mi mano, me apresuro por el
pasillo, mis sentidos agudizados mientras escucho cualquier ruido.
Estoy a mitad de camino cuando escucho disparos. Instintivamente, me
agacho, cerrando los ojos.
¡Mierda!
Los disparos vienen de arriba, y por el sonido están disparando hacia abajo.
¡La trampilla!
Mis ojos se agrandan mientras giro mi cabeza, mirando la trampilla que
conduce al sótano desde la sala de estar. Parte de la construcción original de
la casa, está hecha completamente de madera.
Y no es a prueba de balas.
—Estoy jodida —me susurro a mí misma, mirando a mi alrededor como
una loca.
Puedo cruzar corriendo y apresurarme al baño de sangre, pero sin duda
llegarían abajo antes de eso y sería un objetivo directo en un campo abierto.
Dispararían antes de que pudiera hacer algo.
No, esa no es una opción.
Dándome la vuelta, catalogo las distintas habitaciones alrededor. Incluso la
habitación del pánico está demasiado lejos, pero eso está fuera de discusión
mientras Vlad no esté conmigo. Nunca podría salvarme sabiendo que él sería
un objetivo viviente. No importa cuán competente sea en todo, no es inmortal.
Un poco más cerca está el campo de tiro, y cuando escucho el pestillo de la
madera ceder, sé que tengo la mejor oportunidad de llegar allí, tal vez incluso
de armarme más.
Corro lo más rápido que puedo, llegando a la puerta justo cuando la
trampilla se rompe en pedazos. Cerrando la puerta, me esfuerzo por no
desesperarme. Sólo necesito encontrar armas y municiones.
De acuerdo, no había tenido tantas lecciones de tiro como me gustaría para
sentirme cómoda con un arma, pero supongo que hoy es una excepción.
Abriendo el gabinete de armas, trato de recordar las lecciones de Vlad.
Necesito algo que pueda contener la mayor cantidad de balas, ya que sé que
soy lenta para recargar y ese es tiempo que no puedo perder.
Clasificando varias pistolas, finalmente encuentro un rifle. Al revisar el
cartílago, estoy feliz de ver que está completamente cargado, así que no
tendré que perder tiempo buscándolo también.
Armada con mi mejor habilidad, me dirijo a la tableta en la pared,
introduzco la contraseña y accedo a la transmisión desde el pasillo.
Tres personas están abajo, buscando en el sótano, con el resto todavía
arriba.
Vale, tres no es tanto. Tres es factible.
Pero no para mí.
Maldita sea, pero ¿qué estoy haciendo? No soy una guerrera. Estoy muy
lejos de serlo si se tiene en cuenta que llevo veinte años en un maldito
convento. Pero al conflicto y a la muerte no les importará si soy monja o
soldado, así que mejor me pongo mis calzones de niña grande y afronto esto.
Por ahora, solo necesito llegar a Vlad.
Liberando un suspiro, asiento para mí misma. Pero cuando miro la pantalla
de nuevo, me doy cuenta de que los hombres ya se dirigen al otro lado del
nivel.
A la sala de sangre.
No sé cómo encontrarán a Vlad, y si estará en condiciones de pelear. Su
estado de ánimo es tan voluble que simplemente no puedo arriesgarme.
Frunciendo los labios, digo una pequeña oración antes de abrir la puerta.
Con el rifle bajo el brazo, mi postura preparada como él me había enseñado,
me pongo en cuclillas y apunto.
Los tres hombres están en formación, uno delante, dos detrás. Tengo la
ventaja de que todavía no se han dado cuenta de mi presencia, así que me
concentro en el que está delante, ya que estoy pensando que podría ser el
líder. Dado que todos están vestidos con uniforme, probablemente con equipo
antibalas debajo, mi única apuesta es la cabeza.
Una vez que tengo una buena puntería, el rifle apuntando a la parte
posterior de su cabeza, a la piel desnuda entre su cuello y su gorra, aprieto el
gatillo.
Me tambaleo hacia atrás mientras la bala vuela hacia su objetivo,
incrustándose rápidamente justo donde su cráneo se encuentra con las
vértebras cervicales.
Es una fracción de segundo cuando cae al suelo, los otros dos hombres
inmediatamente sobre mí mientras ladran algunas órdenes.
Parpadeando rápidamente, me doy cuenta de que no hay tiempo que perder.
No cuando también me están disparando. Apenas tengo tiempo de arrojarme
dentro de la habitación antes de que las balas pasen volando por la puerta.
El tiempo es esencial ya que tengo que decidir rápidamente cómo abordar
esto. Los hombres seguramente vendrán a la habitación y, al igual que el
pasillo, es un campo abierto.
Tratando de controlar mi pánico, me doy cuenta de que el único escondite
está… detrás de la puerta.
Cerrando los ojos, respiro hondo, colocándome detrás de la puerta y
esperando a que irrumpan. Si puedo derribar a uno, entonces puedo manejar
solo a una persona, ¿verdad?
Mejor espero que sí.
Unos segundos más y los hombres casi derriban la puerta.
—Tenemos que llegar a Kuznetsov. —Uno dice mientras el otro gruñe,
usando sus dedos para señalar algo.
Espero hasta que estén más adentro de la habitación antes de anunciar mi
presencia. Sujetando con fuerza el rifle, apunto, logrando atrapar a uno de
ellos en su mejilla.
La sangre brota cuando cae de rodillas, su arma cae al suelo, sus gritos de
dolor son peores que los de una mujer. Ni siquiera tengo tiempo para
considerar eso cuando veo que el otro me apunta.
Antes de darme cuenta de lo que estoy haciendo, tiro de la puerta hacia mí,
usándola como escudo.
Las balas golpearon la puerta de acero, y estoy agradecida de que Vlad
haya hecho todo el nivel a la medida. Ciertamente hizo la diferencia entre la
vida y la muerte en este momento.
Debatiendo qué hacer a continuación, me arriesgo y dejo caer el rifle.
En este punto, todo es cuestión de tiempo, y tomarme el tiempo para acertar
con el objetivo puede costarme segundos preciosos. Envolviendo mis dedos
alrededor de la empuñadura de un cuchillo, espero hasta que las balas se
calmen antes de mirar dentro de la habitación, inmediatamente lanzándole el
cuchillo.
Fallo.
Sin balas, está abandonando su propia arma y recogiendo la de su amigo
caído.
¡Mierda!
Ya en piloto automático, me revelo una vez más, mi vista clara cuando
hago contacto visual con él. Tiene una expresión de suficiencia en su rostro,
como si ya hubiera ganado esto, a pesar de que su compañero está sentado en
un baño de sangre que provoqué.
Dejo que mis labios se extiendan en una sonrisa antes de mover mi hombro
hacia atrás, preparándome para el lanzamiento. Él sonríe mientras toma mi
cuchillo, probablemente esperando que falle de nuevo.
Ah, pero tengo una sorpresa para él.
Después de todo, si hay algo que sé hacer bien, es sobrevivir.
Así que mantengo mi sonrisa, mis dedos apretados contra la empuñadura
del kunai, y lanzo.
Sus labios están atrapados en una sonrisa perpetua cuando la punta de mi
cuchillo aterriza justo entre sus ojos. Cae al suelo con un ruido sordo, pero ni
siquiera puedo regodearme en mi victoria.
No cuando tengo que llegar a Vlad lo antes posible.
Casi salgo corriendo de la habitación y me dirijo directamente a la sala de
sangre. Pero justo cuando estoy a dos pasos de abrir la puerta, aparecen cuatro
personas más en el pasillo, todas provenientes de la dirección de la escotilla.
Mis ojos se abren con horror cuando me doy cuenta de que estoy realmente
atrapada.
Sus armas apuntan hacia mí mientras avanzan lentamente.
Podría rendirme, pero eso simplemente está fuera de cuestión. No cuando
sé lo que es probable que me hagan si me atrapan. Preferiría morir antes que
abrirme a ese tipo de infierno.
Tomo otro cuchillo de la parte de atrás de mis pantalones, listo para hacer
lo que sea necesario.
—Es solo una chica. —Uno de ellos menciona mientras se acercan a mí.
—¿Dónde está Kuznetsov? Nos dijo que estaría aquí. —Otro dice y yo
frunzo el ceño.
¿Quién les dijo?
—No importa, conoces el procedimiento. Sin testigos. —El tercero
interviene y sé que se me acabó el tiempo.
Vlad…
Pero justo cuando estoy a punto de dejar que me maten o de hacer los
honores yo misma, la puerta del cuarto de sangre se abre.
Un Vlad desnudo completamente cubierto de sangre sale pavoneándose, sus
ojos inmediatamente se cruzan con los míos. Me mira de arriba abajo,
asintiendo levemente cuando se da cuenta de que estoy ilesa.
Cuando sale completamente de la habitación, me doy cuenta de que no está
desarmado. Con un rifle en una mano, un cadáver en la otra mientras arrastra
el cuerpo por el suelo, no parece estar todavía en medio de un episodio.
En todo caso, parece perfectamente cuerdo.
Los hombres miran dos veces cuando lo ven, verlo con un traje de sangre
aparentemente hace sudar incluso a los soldados experimentados.
Mi propio corazón finalmente se calma cuando sé que él está aquí y que
está lúcido. Eso significa que no tienen ninguna posibilidad. Y entonces dejo
escapar un suspiro de alivio.
—Agáchate. —Su voz es suave y ni siquiera cuestiono la orden,
lanzándome detrás de él y agachándome en la entrada de la sala de sangre.
Todo sucede en cámara lenta cuando Vlad abre fuego sin esfuerzo contra
los tres hombres, las balas llueven sobre ellos y penetran cada centímetro de
sus cuerpos sin armadura. Es tan rápido que ni siquiera pueden apuntar sus
armas hacia él.
Cuando uno hace un débil intento de dispararle a Vlad, simplemente
levanta el cadáver con una mano, usándolo como escudo humano.
Una vez que todos están abajo, tira el cadáver y se apresura hacia mí.
—Mi valiente, valiente, chica. —Me toma en sus brazos, meciéndose
conmigo—. Lamento no haber estado allí antes —dice, abrazándome tan
fuerte que apenas puedo respirar.
—Está bien —le digo, aunque mi cuerpo está temblando ligeramente por el
residuo de adrenalina—. Estamos bien. Los dos estamos bien. —Me recuesto
para mirarlo.
Sacude la cabeza ligeramente, ahuecando mis mejillas y depositando besos
por toda mi cara.
—Tenemos que salir de aquí —menciona, tirando de mí para ponerme de
pie.
—Hay más gente arriba —le digo lo que había visto en la cámara, incluido
el hecho de que alguien debe haberles dicho su ubicación.
—Maldición —maldice por lo bajo.
Al pasar junto a los muertos, recoge sus armas, me da dos y se queda con
dos.
—Quédate a mi lado, chica del infierno. Si alguien dispara, ponte detrás de
mí, ¿de acuerdo?
Sus facciones son severas, su voz grave mientras más o menos me ordena
que le deje recibir las balas destinadas a mí.
Quiero discutir, decirle que nunca haría algo así, pero una mirada y sé que
no es probable que sea dócil. Así que solo asiento.
—Bien —gruñe, tomando mi mano mientras vamos al nivel del suelo—.
Tenemos que llegar al auto, y luego nos dirigiremos directamente al
aeropuerto —me explica, diciéndome que la casa está comprometida ahora y
que no tomará ningún riesgo con mi seguridad.
Estamos en el ascensor de servicio, que afortunadamente también tiene una
tableta, por lo que Vlad puede monitorear la actividad en la casa.
—Tú derribaste a tres, yo a cuatro… —habla, más para sí mismo, haciendo
cuentas mientras cuenta un par de personas más en el piso superior—.
Enviaron una jodida unidad entera.
Una pizca de sonrisa aparece en su rostro, y frunzo el ceño.
—Quien les habló de mí les dio buenas instrucciones. —Sonríe, un tirón
siniestro de sus labios que promete derramamiento de sangre y muerte.
Aunque me siento más segura a su lado, solo puedo lamentar el día en que
esas personas decidieron atacarlo. Porque no creo que haya nadie más
peligroso ahí fuera. Si existe tal cosa como una cadena trófica asesina,
entonces él está en la cima.
Y demuestra mi punto cuando me deja en el ascensor con un encogimiento
de hombros y un beso, caminando en medio de la sala de estar en toda su
gloria desnuda sangrienta, armas en alto mientras dispara algunas rondas en el
aire.
Pasos sordos resuenan en la casa mientras los hombres restantes se
apresuran a bajar las escaleras. Encerrada en el ascensor, solo puedo mirar a
través de la transmisión de video mientras los atrae al aire libre.
Un total de cinco hombres lo emboscan, todos aparentemente estupefactos
al encontrarlo desnudo y cubierto de sangre.
—¿Se atreven —dice con una sonrisa y enciendo el volumen de la cámara,
no queriendo perderme nada—, a entrar en mi casa y amenazar a mi mujer?
—Su voz retumba en la habitación, pero la sonrisa sigue en su lugar.
Los hombres están en posición, pero a Vlad no parece importarle ya que
simplemente tira sus armas al suelo.
Mis ojos se abren y no puedo creer lo que estoy viendo. Sobre todo, porque
había insistido en quitárselos a los muertos.
Pero cuando los demás le apuntan con sus armas, él hace algo que me
sorprende por completo. Se agacha, arrojándose entre dos hombres.
Todo sucede tan rápido que es como si alguien aplicara efectos especiales
al metraje.
Se levanta sin esfuerzo justo detrás de los dos hombres. Ni siquiera tienen
tiempo de reaccionar cuando Vlad agarra sus gorras protectoras, acercándolos
y golpeándoles la cabeza.
Luchan en su agarre, pero no son rival para él. Incluso con su
entrenamiento militar, ya que son claramente profesionales, parecen niños
regañados por un adulto.
Los otros tres hombres están listos para disparar, pero parecen reacios ya
que Vlad está usando los cuerpos de los dos hombres como escudos.
—No son tan valientes ahora, ¿verdad? —pregunta, golpeando las cabezas
de los hombres una vez más, pero esta vez, les desabrocha las gorras,
tirándolos al suelo antes de golpear sus cabezas nuevamente. El sonido de los
huesos rompiéndose es inconfundible, e incluso a los hombres restantes les
cuesta creer lo que están viendo.
Ciertamente, incluso para mí parece casi imposible, y estoy acostumbrada a
asociar la palabra imposible con Vlad. Su fuerza debe ser increíble si les está
rompiendo el cráneo con sus propias manos. Y se ve sin esfuerzo, sin tensión
visible en su rostro.
Continúa el movimiento hasta que la piel se rompe y el cerebro se escapa
de la bóveda craneal. En este punto, los hombres ya ni siquiera luchan, sus
cuerpos están relajados, sus armas ahora están a disposición de Vlad.
Todo esto es un juego para él. Un espectáculo.
—Que…
—Él no es humano… no puede serlo —maldice un hombre.
Y mientras los demás siguen murmurando frases incoherentes, me doy
cuenta del verdadero propósito de Vlad para el espectáculo: quiere su miedo.
El pánico es visible en sus rostros, sus pies inconscientemente retroceden
unos pasos.
La sonrisa de Vlad es inquebrantable, pero su mirada es letal.
Aun así, no puedo sentir lástima por ellos, porque entraron en nuestra casa
con la intención de matarnos. Ellos se lo buscaron.
Con los dedos moldeados al arma, Vlad dispara.
Dos hombres caen, la sangre brota de sus cuellos e inunda el suelo. Solo
uno sigue vivo, y es a propósito, ya que Vlad deja caer los cadáveres y avanza
hacia él.
El hombre ni siquiera intenta dar pelea mientras cae de culo, tratando de
arrastrarse hacia atrás, con una expresión de puro terror en su rostro.
—¿Quién te envió? —Vlad pregunta, llegando a pararse justo en frente del
hombre. Descuidadamente balancea el arma en su mano un par de veces antes
de apuntar directamente a su cabeza.
—¿Quién te envió? —pregunta de nuevo, el cañón del arma moviéndose
lentamente a través de la cara del hombre—. No sé si te lo dijeron, pero no
soy fanático de las muertes rápidas. Tus amigos allí —señala a los hombres
caídos—, lo tuvieron fácil. Pero tú… —Hace un sonido de tsk—. O me lo
dices o te sacaré la respuesta. —Se encoge de hombros, dejándose caer sobre
su trasero frente al hombre asustado, como si no le importara un carajo si
intenta atacarlo o no.
Más que nada, Vlad parece… aburrido.
—Yo… —tartamudea el hombre—. Por favor no me hagas daño. —Llora
como una niña pequeña y la sonrisa de Vlad se ensancha.
—Dime —le pide.
—P… P… Petro Meester. —Finalmente pronuncia las palabras, y
entrecierro los ojos, casi segura de haber escuchado el nombre antes.
—¿En serio? —Vlad silba una melodía corta, en sorpresa o decepción, no
lo sé—. ¿Y quién te dijo dónde estaba? —continúa, y mis oídos se agudizan.
Observo atentamente, curiosa acerca de la persona que vendió a Vlad
porque sé con certeza que muy pocas personas conocían este lugar.
—Yo… —El hombre sigue tartamudeando, sus ojos buscando salvajemente
una salida donde no la hay.
Más impaciente que de costumbre, Vlad agarra su nuca, acercándolo a su
rostro. Subo el volumen del sonido al máximo, queriendo escuchar todo lo
que pasa entre ellos.
—Dime eso, y te daré una muerte rápida. Tienes mi palabra. Si no… —
Frunce los labios, diciéndole exactamente lo que le hará, un experimento
espantoso destinado a mantenerlo vivo mientras su cuerpo se retuerce de
dolor. Las descripciones son tan vívidas que el hombre se moja.
—No sé… un hombre calvo —dice, todo su cuerpo temblando de miedo.
Vlad asiente bruscamente, el cañón del arma en la sien del hombre antes de
que yo pueda siquiera parpadear, el sonido de la bala atravesando su cerebro y
matándolo inmediatamente es casi ensordecedor.
La expresión de Vlad es grave cuando se pone de pie, camina pensativo
hacia mi ubicación y abre las puertas del ascensor.
—Tenemos que irnos —me dice—, pero primero, necesito hacer una última
cosa.
Toma mi mano, llevándome al frente de la casa antes de empujarme detrás
de él.
—Sal, maldito cobarde —grita a todo pulmón—. ¡Maxiiiiiiim! —Su rugido
haría que cualquiera lo pensara dos veces antes de mostrarse frente a él.
Pero Maxim termina saliendo de la casa, con una mirada de resignación en
su rostro.
Trato de mirar a la cara de Vlad y tengo que preguntarme qué está
sintiendo. Sé que Maxim ha estado con él durante años. Tener que traicionar a
Vlad de esta manera debe ser horrible. Sobre todo, porque durante tanto
tiempo Maxim ha sido su único contacto con el mundo exterior.
Vlad da un paso adelante, solo una pregunta cruza sus labios.
—¿Por qué?
Maxim tiene la vergüenza de mirar hacia abajo, sus piernas tiemblan
mientras cae de rodillas.
—Moya semya, vo Vladivostoke 19 —comienza, su voz irregular mientras
habla sobre su familia en Rusia y cómo Meester le había ofrecido un trato a
cambio de sus vidas.
—Maxim —Vlad dice su nombre, y puedo reconocer un tinte de angustia
debajo.
Él no está afectado. Y eso me rompe el corazón.
—Podrías haber pedido ayuda. Ya nekagda ne tebe skazal net. Ti znaesh
shto ya vsegda hotel pomogat 20. —Sacude la cabeza, claramente
decepcionado.
Con la cabeza gacha, Maxim ni siquiera se atreve a mirar a Vlad. En
cambio, saca un shashka de su abrigo y se lo entrega con ambas manos.
—Pazhalusta 21 —susurra.
La expresión de Vlad cae por una fracción de segundo, antes de que su
frialdad regrese con toda su fuerza. Agarrando la hoja, ni siquiera duda
mientras la agita en el aire, el borde afilado corta la garganta de Maxim de
oreja a oreja.
Cae al suelo, la sangre brota de su cuerpo, sus ojos se abren de par en par
mientras mira fijamente a la nada.

19
Mi familia, en Vladivostok.
20
Nunca te dije que no. Sabes que siempre quise ayudar.
21
Por favor.
—Zemlya tebe puhom 22 —susurra Vlad mientras se agacha, colocando su
palma abierta sobre el rostro de Maxim y cerrando los ojos.
Viniendo hacia mí, no puedo evitar sentir su dolor como el mío. Así que
hago lo único que puedo. Me encuentro con él a mitad de camino, mis brazos
envueltos alrededor de su torso mientras lo jalo en un gran abrazo.
Está congelado por un momento antes de que comience a reaccionar,
devolviendo el abrazo.
—Estás a salvo, Sisi. Eso es todo lo que importa —habla, acariciando mi
cabello, su boca en mi sien mientras deja un dulce beso en mi piel.
—Estamos a salvo —lo corrijo—. No quiero imaginar un mundo sin ti —le
digo, mis palabras mezcladas con la agonía que sentí al pensar que algo
podría pasarle.
—Yo tampoco —responde, su voz hueca—. Yo tampoco.
Un rápido barrido de la casa para recoger algunas pertenencias y luego los
dos estamos en el auto, rumbo al aeropuerto.
De vuelta a Nueva York.
No quiero ni imaginar lo que nos espera allí. Desde los enemigos de Vlad
hasta mi propia familia que lo desaprueba, no creo que nadie nos reciba con
los brazos abiertos.
Al menos estamos juntos. Y juntos lo enfrentaremos todo.

22
Descansa en paz.
Capítulo 28
Vlad

Usando una toalla para secarme el cabello, vuelvo al área principal de


asientos del avión. Con el ataque improvisado a la casa, estoy agradecido de
haberme quedado con el avión en Nueva Orleans. No nos habíamos quedado
demasiado tiempo en la casa, agarrando solo lo que necesitábamos antes de
tomar el auto al aeropuerto. Ni siquiera había tenido tiempo de lavarme la
sangre, y definitivamente correría el riesgo de conducir empapado en sangre.
Aun así, es mejor ser detenido por un policía insignificante que arriesgar
aún más la seguridad de Sisi. Habían enviado una unidad para despacharme,
así que no hay duda de que otra seguirá cuando se den cuenta de que han
perdido la conexión con la primera.
Con las piernas cruzadas, está sentada junto a la ventana, mirando el
espacio vacío. No es la primera vez que me detengo a admirarla. Incluso
cansada, es deslumbrante, su belleza es única. Todavía está vestida con su
ropa de ejercicio, algunas salpicaduras de sangre en su piel. Su cabello rubio
está ligeramente teñido alrededor de las puntas. Le sugerí que usara la ducha
primero, ya que el baño del avión es demasiado pequeño para que quepamos
los dos, pero insistió en que yo lo necesitaba con más urgencia. Por supuesto,
ella manda y yo obedezco.
Está mirando por la ventana, su expresión serena. Demasiado serena
considerando lo que acaba de pasar, y eso solo me hace sentir más asombrado
por ella.
Para cuando me di cuenta de que se estaban disparando tiros en la casa, mi
Sisi se había ocupado de esos bastardos por su cuenta. Apenas puedo
perdonarme a mí mismo por dejar que los enfrentara sola. Pero incluso
cuando estoy enojado conmigo mismo por mi propio fracaso, no puedo evitar
admirarla. Los había enfrentado con valentía e incluso había matado a
algunos por su cuenta.
Una sonrisa tira de mis labios.
Ella realmente es única.
Aunque se hubiera desempeñado mejor de lo que hubiera esperado, jamás
permitiré que eso vuelva a suceder. Incluso si tengo que esposarla a mí, me
aseguraré de que nunca vuelva a estar en peligro.
No creo que pudiera manejarlo si algo le pasara. Ciertamente, no creo que
el mundo pueda manejarme si algo le pasara. Porque una cosa es segura. Yo
existo si ella lo hace. Ese es mi único requisito.
Ella me ve en la puerta, y me da una sonrisa tímida mientras me hace señas
para que me acerque.
—Ahí estás, guapo. —Su mano se estira para tocar mi rostro mientras me
siento a su lado.
Sin siquiera pensar, la jalo de su asiento y la pongo en mi regazo,
abrazándola con fuerza. No creo que la vista de esas personas apuntándola
con sus armas desaparezca de mi mente a corto plazo.
—Te amo —le digo, acariciando mi cara en el hueco de su cuello. Que ella
está aquí y sea mía es lo único que necesito saber para sentirme en paz.
—Yo también te amo —dice, su voz suave calmando a la bestia dentro de
mí.
A mí también me da miedo pensar de lo que sería capaz si algo le pasara a
Sisi. No creo que haya límites para la destrucción que provocaría antes de
unirme a ella.
—Te prometo que nunca más te pondré en peligro —le digo, mi mente ya
está trabajando en aniquilar cualquier peligro potencial, empezando por las
personas que me quieren muerto. Porque si quieren hacerme daño, seguro que
también intentarán hacerle daño a Sisi. Y eso no lo aceptaré.
—No puedes prometer eso, Vlad. Incluso tú no eres omnisciente u
omnipotente —me reprende gentilmente, inclinándose hacia atrás para
mirarme.
—Casi lo seré si eso significa asegurar que estés a salvo, Sisi.
—Oh, Vlad —suspira ella, sus ojos claros y jodidamente, tan malditamente
hermosos—. No importa cuánto me gustaría argumentar que a veces las cosas
simplemente suceden, no puedo. Sé lo que sientes porque yo también lo
siento. —Toma mi mano y la coloca sobre su pecho, justo encima de su
corazón—. La idea de que esos hombres pudieran llegar a ti mientras estabas
incapacitado, o incapaz de luchar contra ellos, casi me mata. Habría hecho
cualquier cosa para mantenerte a salvo.
—Entonces entiendes. Hay una furia monstruosa dentro de mí, lista para ser
desatada ante la mera sugerencia de que estarías en peligro. Y no es mi furia
de berserker. No, esto es algo mucho más potente, mucho más violento que
me temo que nadie saldría con vida.
—Confío en ti —dice de inmediato y las palabras calientan mi corazón.
Hace un tiempo pensé que nunca sería capaz de recuperar su confianza—. Y
sé que estoy a salvo contigo. —La comisura de su boca se levanta—. Eres mi
protector. —Su sonrisa se amplía—. Mi demonio guardián —agrega
descaradamente y me encuentro devolviéndole la sonrisa—. Mientras estés
cerca, sé que nada ni nadie puede hacerme daño.
Me hace humilde darme cuenta de que realmente quiere decir esas palabras.
Ella realmente confía en mí para protegerla, y en ese momento prometo nunca
decepcionarla.
—Pero tal vez ahora puedas decirme de qué se trata todo eso. —Me mira
inquisitivamente, y respiro profundamente.
—No estoy del todo seguro. ¿Recuerdas a Meester del club? —pregunto,
recordándole el breve encuentro y que él ha sido el dueño del luchador que
perdió contra Seth—. No sé por qué enviaría gente detrás de mí. Que yo sepa,
la única vez que lo ofendí fue hace años cuando rechacé el matrimonio con su
hija. Pero habría tenido tiempo de sobra para atentar contra mi vida antes de
ahora —agrego pensativamente.
Las cosas no tienen mucho sentido, y cuanto más lo pienso, más sospecho
de todos.
—Eso es extraño —señala y estoy de acuerdo.
—Sé que actualmente soy persona no grata en la costa este, especialmente
porque maté a los líderes de la mayoría de los sindicatos rusos en el área.
Honestamente, hubiera esperado que alguno de ellos estuviera detrás del
ataque, pero ¿Meester? —Niego con la cabeza, incapaz de encontrar una
conexión lógica—. ¿Tal vez si está actuando en conjunto con ellos?
—¿Crees que él también podría estar relacionado con Miles? —pregunta
Sisi, mordiéndose el labio consternada.
Ya le había dado un resumen de la situación con Miles, o al menos la nueva
información que había reunido recientemente, incluido el hecho de que el
ataque en el almacén debe haber tenido algo que ver con Miles.
Después de darme cuenta de que había acudido a Giovanni Lastra en busca
de financiación, tuve la idea de que no podía haber sido el único al que había
contactado.
Después del ataque, cuando Vanya me llamó la atención por ser demasiado
complaciente, investigué un poco dentro de las finanzas de los otros
sindicatos. Los resultados habían sido bastante predecibles y la mayoría de
ellos habían estado invirtiendo con una empresa fantasma durante años.
La única forma en que conseguí relacionar eso con Miles fue comparando
algunas de las transacciones más antiguas con las de Lastra, ya que terminó
haciendo algunos pagos a Miles.
Tal como parece, está claro que la empresa de Miles no es solo el trabajo
absurdo de un científico loco. Es un negocio. Y se las ha arreglado para
atrapar a algunos de los hombres más peligrosos de la Costa Este.
Todavía no estoy seguro de lo que les prometió o cuáles fueron los términos
de su acuerdo. Tengo que preguntarme si les prometió una parte del negocio
cuando logró crear el soldado perfecto, o si simplemente estaban interesados
en obtener esos soldados para sus propias organizaciones.
Aún así, parece un poco ridículo que tanta gente invierta ciegamente
basándose en solo teorías y conjeturas. En mis recuerdos, y que yo sepa,
Miles nunca había logrado crear un soldado perfecto.
Debe haber algo que estoy pasando por alto.
—Posiblemente —admito—. Tengo a Seth trabajando en Boston,
recopilando información de una de las Bratvas gobernantes. Por lo que me ha
estado diciendo, no es solo dinero lo que esta gente ha estado canalizando
hacia el negocio de Miles, sino también personas.
Sisi frunce el ceño.
—¿Quieres decir que han estado explorando posibles sujetos de prueba?
—Eso no me queda claro. Seth logró compilar una lista de personas
desaparecidas, pero hasta ahora ninguna ha tenido la mutación. Existe la
posibilidad de que no estuviera en sus registros. Pero con lo raro que es. —
Frunzo los labios—. Dudo que todos lo hubieran tenido.
—Entonces, ¿por qué las necesitaría Miles? ¿Más pruebas? ¿Tal vez está
intentando algo diferente?
—Eso es lo que tenemos que averiguar —agrego sombríamente.
Mientras estaba en Nueva Orleans, traté de no pensar demasiado en Miles y
la gente que me buscaba. Quería disfrutar mi tiempo a solas con Sisi. Juntos,
en nuestra pequeña burbuja, todo había sido perfecto. Pero parece que no
puedo descuidar esto para siempre.
—Sin embargo, una cosa es segura. Miles sabe que lo estoy buscando, y ha
estado tratando de sacarme por un tiempo —le digo, con una expresión
sombría en mi rostro. Todo mi fisgoneo había captado su atención por fin—.
¿Pero ahora Meester? Si él también está trabajando con Miles, entonces
podría tener sentido.
—¿Cuál es el plan? —pregunta—. Porque siempre tienes un plan. —
Levanta una ceja y me río.
—Tienes razón. Me he mantenido en contacto con Nero y él me ha estado
enviando información sobre su tiempo con Miles y todo lo que puede
recordar. Basado en eso, reuní un par de lugares donde Miles podría haber
tenido su cuartel general. Por supuesto, dudo que todavía esté allí hoy, pero es
un lugar para comenzar.
—Si es parte de una red tan grande, entonces dudo que sea tan imposible de
rastrear —comenta Sisi.
—Y, sin embargo, me ha estado eludiendo durante años —respondo
distraídamente antes de quedarme quieto, con los ojos muy abiertos—.
Mierda —murmuro.
—¿Qué? —Sisi frunce el ceño y se aleja de mí.
—Hagamos un resumen rápido. —Me pongo de pie, paseando por el pasillo
del avión—. Me enteré del Proyecto Humanitas por tu hermano, Valentino,
justo cuando me di cuenta de que Vanya había muerto. Así que eso fue hace
unos quince años —empiezo, sintiendo una pequeña burbuja de emoción
crece dentro de mí como siempre me pasa cuando estoy al borde de un
descubrimiento.
—Luego, el intento de golpe de Estado de Misha ocurrió hace unos diez
años, cuando Miles se llevó a Katya —continúo y mis ojos se agrandan al
recordar los eventos.
—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —maldigo, de repente me doy cuenta de
todo.
—¿Qué? ¿Qué es? —Sisi se pone de pie, poniéndose a mi lado.
—Lo entendí todo mal, chica del infierno… —Niego con la cabeza—.
Cuando Bianca y yo fuimos emboscados, tal vez había seis personas en total.
Si Miles estuvo involucrado en la planificación, entonces debería haber
sabido que seis personas nunca me habrían detenido. Y mucho menos el
hecho de que Bianca también estaba conmigo.
—¿Estás pensando que no fueron enviados para matarte? —Entrecierra los
ojos, pero veo que sus rasgos se iluminan lentamente a medida que ella
también entiende—. Fueron enviados para retrasarte —dice finalmente y yo
asiento.
—Miles no me quería muerto. Solo me quería lejos para poder llegar a
Katya. Al igual que probablemente sabía que Misha no tendría ninguna
posibilidad una vez que regresara.
—Engañó a tu hermano. ¿Pero por qué? ¿Todo este trabajo para no matarte
y solo llevarse a tu hermana?
—La mente de Miles no funciona como la gente normal —le digo,
apretando los dientes. Debería saberlo porque he estado emulando su forma
de pensar durante la mayor parte de dos décadas—. Necesitaba a Katya para
continuar con sus experimentos internamente. Pero para mí —niego con la
cabeza, sonriendo—, él tenía otros planes.
—No entiendo. —Sisi frunce el ceño.
—Piénsalo. Valentino me encontró en un lugar abandonado, con Vanya
muerta a mi lado. No había nadie más alrededor excepto Nero. Ahora, ¿por
qué Miles me dejaría ir si yo era su milagro?
Sisi parpadea dos veces y observo cómo las ruedas giran lentamente en su
cabeza. Mi pequeña monja puede haber crecido en un convento, pero no se
puede negar su inteligencia innata y su juicio sabio. Desde el principio me ha
asombrado la forma en que funciona su mente, su agudo sentido de
observación casi sin precedentes.
Pocas personas que he conocido han logrado sorprenderme tanto como ella,
y ese es uno de los mayores elogios que le puedo dar a alguien. Por supuesto,
también una de las razones por las que la amo tanto.
—Lo hizo a propósito. Quería que te encontraran. Pero por qué… —Sus
cejas se fruncen, su cabeza inclinada hacia un lado mientras reflexiona—.
Dios, él quería… —Sus ojos se agrandaron al darse cuenta y yo asentí.
—Exactamente. Quería estudiarme en mi hábitat natural, por así decirlo.
Esto significa que debí haber pasado sus pruebas y estaba listo para dejarme
llevar por el mundo. Nero también, y no me sorprendería si fue Miles quien le
dio a Nero sus nuevas piezas biónicas a través de un intermediario. Nos ha
estado observando.
—¡Dios mío! Es por eso que él siempre ha estado un paso por delante de ti
—susurra, ahora entendiendo la imagen completa—. Te ha estado observando
todo este tiempo, ¿no?
—Eso es lo que pienso —asiento con la cabeza.
—Entonces, ¿por qué te querría muerto ahora?
Sonrío, de repente todo se ve un poco diferente.
—¿Qué pasa si él no me quiere muerto exactamente? ¿Qué pasa si es sólo
otra prueba?
—Maldita sea —murmura Sisi, frotándose los brazos—. Eso tendría
sentido.
—Pero también, podría ser que Miles no esté personalmente detrás de los
ataques —agrego, ofreciendo otro ángulo—. Es un negocio en esencia, y si yo
lo persiguiera con toda su fuerza, afectaría a mucha gente.
—Eso también es cierto —suspira Sisi—. Tenemos un trabajo hecho para
nosotros, ¿no? —Hace un débil intento de sonreír.
—Lo resolveremos, chica del infierno. Ahora, si tan solo pudiera recordar
todo lo que sucedió mientras estaba con Miles… al menos podría entender
todo el alcance de su investigación.
—No te fuerces. —Su mano alcanza la mía, apretándola con comodidad—.
Los recuerdos vendrán. Cuando estés listo para ellos —dice y yo gruño.
—Hay otra cosa que me ha estado atormentando por un tiempo —le digo—
. Había una tercera persona involucrada con Misha. Es solo evidencia
circunstancial, pero según el círculo de conexiones, debe haber sido otra
persona del sindicato. Alguien con intereses en Nueva York.
—Tienes razón —está de acuerdo—, porque ¿quién más tendría acceso
directo a Misha y Miles sino alguien que los conociera a ambos?
Ya había revisado todas las conexiones de Misha en Nueva Jersey, la
mayoría de ellas ya muertas, y había salido con las manos vacías. Aun así,
hay una persona más…
—Necesito revisar de nuevo a todas las personas con las que Misha ha
estado en contacto —le digo.
Lo que no digo es que cada vez estoy más seguro de que esa persona podría
ser Meester. Conocía a mi padre y a nuestra familia, y seguro que conocía a
Misha. Además, su acalorado intento de hacerme casar con su hija hace años
para establecerse en Nueva York me hace sospechar.
Pero no he descubierto ninguna prueba de que haya estado en contacto con
Miles, de una forma u otra. Que haya enviado a todo un escuadrón para
acabar conmigo lo pone en la carrera, pero no quiero hablar sin tener ninguna
prueba que respalde mi corazonada.
—Deberíamos hacer uno de esos tableros de conexión como los que tienen
en los programas de detectives —sugiere Sisi, emocionada—. De esa manera
podemos hacer un seguimiento de todos.
—¿Sabes qué, chica del infierno? Esa no es una mala idea en lo absoluto —
la elogio, confiándole la tarea de hacer eso cuando lleguemos a casa.
Casa…
Es curioso cómo nunca había estado en casa antes. Pero una valiente ex
monja y toda mi vida ha dado un vuelco.
—Mierda, Sisi. Tu hermano —gimo cuando el pensamiento cruza
repentinamente mi mente.
Sorprendentemente, no había venido a buscarme a Nueva Orleans.
Conociendo a Marcello, habría asumido que enviaría un ejército completo
para rescatar a su santa hermana de las garras del diablo, armado con agua
bendita, por supuesto.
Pero ahora que estaremos de vuelta en la Gran Manzana, no hay forma de
que Marcello no sea alertado de nuestra presencia.
—No te preocupes. Yo me encargaré de eso. —Sisi levanta la mano, con
una expresión seria en su rostro—. Iremos a la casa y le explicaremos con
calma las circunstancias. Seguro que lo entiende, ¿no?
No quiero asustarla diciéndole que no hay forma de que Marcello lo
entienda. Pero me encuentro estando de acuerdo con ella de todos modos.
—Exactamente, no debería ser tan malo. —Asiento con la cabeza, mis
rasgos tensos.
Pero tiene razón en un aspecto. Cuanto antes resuelva la situación con
Marcello, antes tendré tiempo de centrar toda mi atención en Miles y sus
cómplices. Aunque estoy seguro de que habrá sangre derramada.
—También está Guerra. —Sisi se muerde el interior de la mejilla, con
expresión preocupada—. No creo que estén muy complacidos tampoco.
Querrán algún tipo de retribución para salvar las apariencias.
—Me ocuparé de Guerra, no te preocupes. —Agito mi mano con desdén.
Son la menor de mis preocupaciones en este momento.
—¿Cómo?
—Digamos que tengo algo que ellos quieren. —La comisura de mi boca se
levanta—. Y ciertamente se molestarían si ofreciera mis servicios a DeVille
en su lugar.
—Eres malvado. —Sisi golpea mi brazo juguetonamente.
—Es la política de nuestro mundo. —Me encojo de hombros—. Y te estás
volviendo cada vez mejor en el trato con ellos.
—Me adapto —responde ella, con una mirada un poco angustiada en su
rostro—. Siempre me adapto.
Serpenteando un brazo alrededor de ella, la acerco a mí, su frente pegada a
la mía. Nunca dejará de sorprenderme que, a pesar de nuestros diferentes
tamaños, encajemos tan bien, su lugar en mis brazos es como en casa.
—Ya no tienes que adaptarte, chica del infierno. A partir de ahora, el
mundo se adaptará a ti —le digo, tomando un mechón de su cabello y
empujándolo suavemente detrás de su oreja para ver mejor su hermoso rostro.
Ella levanta sus ojos hacia mí, su mirada aturdida mientras trata de
determinar la veracidad de mis palabras.
—Te hice una promesa, Sisi. Pondré el mundo entero a tus pies. Nadie
volverá a menospreciarte.
Levanto su barbilla, inclinándome hacia adelante para presionar un beso en
sus labios.
—De ahora en adelante, todos se inclinarán ante ti —continúo, viendo una
pequeña lágrima deslizarse por su rostro.
Presionando mi pulgar en su piel, la limpio.
—Eres mi diosa —murmuro en voz baja—, mi esposa, mi compañera. —
Dejo otro beso en su mejilla, saboreando lágrimas frescas—. Mi todo. Y eso
significa que gobernamos juntos.
—A veces eres demasiado dulce. —Levanta la mano para acariciar mi
mandíbula, sus labios se ensanchan en una hermosa sonrisa.
—Solo para ti, chica del infierno. Eres mi única excepción.
—Y tú eres la mía —responde, entrelazando sus brazos detrás de mi cuello
y tirando de mí hacia ella, nuestros labios se encuentran en un beso de infarto.
La verdad es que todo lo que hago es por ella y siempre lo será. Incluyendo
enfrentar mi pasado.
Porque sé que nunca podremos vivir en paz con tantos hilos sueltos
colgando sobre nuestras cabezas.

Las imágenes vienen espontáneamente. Mis cejas se contraen cuando me


veo a mí mismo adentrándome cada vez más en un paisaje extraño, todo el
paisaje desconocido y confuso.
Sin embargo, una cosa es segura.
Este soy yo.
—Tienes veinte minutos para completar la tarea. —Suena una voz a través
de un altavoz.
Miro a mi alrededor, estableciendo mi entorno.
La habitación es del tamaño de un estadio, con paredes grises y sombrías
que la rodean. Frente a mí, hay algunas paredes que parecen obstáculos, todas
de diferentes tamaños, oscureciendo lo que hay detrás de ellas. Hay un tablero
grande cerca del techo que muestra los nombres de todos los participantes,
cada uno con un cero al lado: el puntaje del juego de hoy.
A mi derecha e izquierda, veo a otros niños, todos de mi edad. Están en una
posición tensa, sus ojos enfocados mientras esperan la señal.
No sé cómo lo sé, pero lo sé.
De hecho, toda la situación se siente de alguna manera fuera de lugar. Me
siento como yo mismo, pero mi mente se siente vacía por alguna razón. Hay
una determinación férrea de ganar contra mar y tierra. Lo veo claro como que
lo único importante es la victoria.
Aparte de eso, no puedo sentir nada.
No hay miedo, no hay preocupación, nada. Me doy palmaditas para
asegurarme de que mis armas estén en los lugares designados y, al mismo
tiempo, tengo la oportunidad de comprobar que, de hecho, soy humano.
Hay un vacío en mi mente que nunca había encontrado. Incluso en mis
peores momentos, nunca he estado tan vacío. Como si todo mi cuerpo fuera
solo un estuche que alberga una conciencia ausente.
Aun así, hay una nitidez en mi mirada mientras filtro y catalogo todo lo que
me rodea. Tomo nota de la cantidad de personas contra las que estoy
compitiendo y estoy haciendo diez planes simultáneos, uno para cada
movimiento potencial que pueda hacer mi enemigo.
—En sus marcas —anuncia la voz de los altavoces, y flexiono las rodillas,
listo para despegar a la señal.
Mis manos están envueltas alrededor de las empuñaduras de los cuchillos
asegurados a mi cintura, y sé que no dejaré que nadie me gane en esto.
De hecho, mi boca se levanta cuando imagino el río de sangre que fluirá de
mis manos, la única emoción positiva que he sentido hasta ahora.
Se da la señal y todos empiezan a correr.
No sé mucho sobre los obstáculos o lo que hay detrás de las paredes, pero
sé que nada puede detenerme.
Paso una primera pared y veo por el rabillo del ojo una pequeña arma
automática escondida en el suelo. Es rápida y silenciosa cuando abre fuego y
comienza a disparar hacia nosotros.
Un niño es alcanzado en el brazo, mientras que otro recibe un disparo en la
cara, todo su cráneo explota ante mis ojos, pedazos de sangre, huesos y
materia cerebral se esparcen por el suelo y algunos también caen sobre mí.
Sonrío mientras me agacho y esquivo, observando de cerca el movimiento
del arma y calculando los ángulos.
Desde el primer momento en que la noté, comencé a observar patrones, la
forma en que el cuerpo se inclinaba ligeramente un grado en cualquier
dirección antes de cargar para disparar.
Es cuestión de concentrarme hasta en el más mínimo movimiento, y puedo
calcular el lugar donde caerá la bala.
Mientras todos intentan evitar al azar las balas entrantes, sé exactamente
dónde golpearán un segundo antes de que lo hagan.
Por suerte, mi cuerpo está bien entrenado y no hay demora entre mi orden
mental y la ejecución del movimiento. Moviéndome con fluidez a través de
las balas, corro hacia el punto de origen, salto en el aire y aterrizo justo detrás
del cañón del arma.
Sé que tengo un par de segundos como máximo antes de que gire hacia mí,
así que canalizo toda mi fuerza en mi brazo, agarro el cuerpo de metal y lo
tiro del suelo, lanzándolo hacia atrás. Y como llevo la cuenta del tiempo, no
me demoro.
El tablero que muestra nuestros nombres cambia repentinamente para
mostrar a los muertos, así como a los que avanzan al siguiente nivel. Miro
hacia arriba para ver mi nombre en blanco con un cien al lado.
La primera ronda.
De alguna manera, sé que necesito alcanzar los mil puntos para ser
coronado como el ganador. Diez rondas para ganar, diez rondas para mostrar
cuánto he mejorado.
También hay otras personas corriendo a mi alrededor, todas ellas con la
misma concentración intensa, manteniendo los ojos en el premio.
Todavía es demasiado temprano en el juego para comenzar a luchar entre
sí, las pruebas apenas comienzan. Sin embargo, sé que quienquiera que llegue
al final conmigo ya está muerto, y mis ojos se filtran por la habitación,
estudiando a cada persona para reflexionar sobre mi competencia.
Una sonrisa tira de mis labios cuando me doy cuenta de que esto será pan
comido. La parte más difícil es atravesar todos los obstáculos.
Sin tiempo para demorarme, me apresuro hacia adelante, comenzando la
siguiente etapa de la prueba. Al pasar junto a otro muro que delimita las
pruebas, encuentro un pozo lleno de víboras que ocupa todo el espacio de este
recinto cerrado. Y para avanzar al siguiente nivel, tengo que cruzarlo.
Rápido.
Hay una pequeña cuerda atada de un extremo al otro del hoyo, cruzando
justo sobre las víboras. La cuerda es quizás del tamaño de mi palma en
grosor. Suficiente para acomodar un pie a la vez.
Teniendo en cuenta que he tenido un extenso entrenamiento de equilibrio a
lo largo del tiempo, cruzarlo sería pan comido. El único problema es que las
víboras ya se han agitado y apestan a violencia mientras me silban.
En el momento en que mi pie golpee esa cuerda, sé que se abalanzarán
sobre mí. Apuesto a que Miles está mirando desde un costado, disfrutando del
espectáculo grotesco que estamos montando para él.
Y si quiere un espectáculo, lo tendrá.
Veo como un par de chicas se apresuran sobre la cuerda, apostando a la
velocidad para llegar al otro lado. Aunque sus movimientos no son lentos,
ciertamente no son rival para las víboras enojadas.
Las serpientes atacan desde todas las direcciones, atacando sus piernas y
asustándolas para que caigan al pozo.
Sus gritos resuenan dentro de la habitación, y bajo la mirada, mis labios
tirando hacia arriba mientras veo decenas de víboras enroscadas sobre sus
cuerpos, su veneno siendo inyectado en su piel.
Dejo que otro chico muestre su carta también, y no me sorprende cuando él
también termina cayendo, las víboras lo toman por sorpresa.
Hay más detrás de mí mirando con inquietud, probablemente tratando de
calcular cómo superar esto mejor.
Doy un paso adelante, y con una mirada rápida hacia el foso, decido que ha
llegado mi hora.
Poniendo todo el peso de mi cuerpo sobre la punta de los dedos de mis pies,
me concentro en regular mi respiración y ralentizar los latidos de mi corazón.
Cuando sé que estoy cerca de un estado catatónico, o como me gusta
llamarlo, tranquilo, me muevo.
Con un pie en la cuerda, mis ojos están evaluando astutamente la situación
de abajo, mis oídos atentos para escuchar cada sonido producido por un
ataque repentino.
Me muevo rápido, y ni tres pasos después llega el primer ataque de víbora.
Saltando, observo cómo se desliza más allá de la cuerda antes de volver a
bajar al pozo.
Mis pies vuelven a aterrizar en la cuerda, mi equilibrio bajo control
mientras me inclino hacia adelante, el arco de mi pie hace contacto con la
pequeña superficie. No pierdo el tiempo mientras me apoyo en mis manos,
dando un salto mortal en el aire mientras evito a dos víboras más que se
acercan.
Empujo mi cuerpo hacia adelante para cubrir la mayor distancia que pueda,
mi respiración es lenta y tranquila.
Esta es la clave.
Nunca puedo dejar que el pánico se apodere de mí. En el momento en que
permito eso, se acabó el juego.
Y así sigo haciendo una combinación de saltos, volteretas altas y caminar
con las manos sobre la cuerda, girando para evitar las serpientes, a veces
usando mis pies para patearlas.
Justo cuando estoy más cerca del otro extremo, escucho un silbido
acercándose y me doy cuenta de que viene por detrás de mí.
Por la proximidad del sonido, me doy cuenta de que no tengo tiempo para
agacharme. Así que simplemente me doy la vuelta, mi brazo extendido
mientras mi mano atrapa la cabeza de la víbora en el aire, mis dedos aprietan
su mandíbula para que no pueda morder. Sin embargo, antes de deshacerme
de ella, fuerzo sus dientes afilados en un trozo de tela de mi ropa, presionando
hacia adelante hasta que el veneno comienza a filtrarse por sus glándulas.
Recogiéndolo con fuerza, lo aseguro en una bolsa improvisada.
Arrojando a la víbora lejos de mí, salto a la superficie firme del otro lado.
Sin perder otro respiro, me apresuro rápidamente a la siguiente prueba.
Una pequeña cámara con un objetivo flotante, tomo un pequeño juego de
cuchillos. Las instrucciones son bastante simples. El objetivo es sensible al
tacto, y cada vez que golpeo el centro, gano diez puntos. Diez tiros y listo.
Coincidentemente, esta es una de mis pruebas favoritas, ya que mi puntería
es bastante perfecta, si puedo decirlo.
Agarrando con soltura los cuchillos, dejo que mis ojos sigan al objetivo por
un momento, tratando de aprender sus patrones. Como estoy convencido de
que una computadora controla los movimientos, sé que debe haber un patrón
oculto que me permitirá adivinar la siguiente posición.
Acertadamente, unos segundos y noto una ligera ondulación, el objetivo
hace dos subidas antes de bajar una vez. Luego baja dos veces antes de subir
una vez. El ritmo se repite, pero en lugar de una línea recta, el objetivo se
mueve en movimientos circulares. Aun así, el patrón es claro.
Cierro los ojos, confiando en mi oído mientras cuento las posiciones.
Apunto.
El cuchillo se incrusta justo en el medio, un fuerte ruido denota los puntos
agregados al lado de mi nombre en la pantalla.
Con una expresión de suficiencia en mi rostro, solo sigo anticipando cada
posición, lanzando cuchillos a derecha e izquierda.
En poco tiempo he acumulado el mayor número de puntos posibles,
finalizando la prueba.
Los siguientes son algunos similares que involucran una combinación de
armas y explosivos. La primera sigue poniendo a prueba nuestra puntería,
pero también nuestros reflejos mientras montamos un arma desde cero para
dispararla a diferentes objetivos. La segunda es un poco más complicada, ya
que nos pide que desenredemos los cables de un complejo explosivo C4.
La cantidad de C4 no es demasiado, pero es suficiente para hacer estallar a
la única persona que está jugando con los cables. Y así es una situación de
vida o muerte.
Afortunadamente, he estado prestando atención a todas las lecciones y he
memorizado cada pieza de información.
Llegué a un punto en el que no sé si mi memoria es mía o si me la han
impuesto en uno de los locos experimentos de Miles.
Todo lo que sé es que solo necesito ver algo una vez para recordarlo para
siempre, capaz de diseccionarlo a niveles atómicos mucho después de haberlo
visto.
Y también paso la prueba de explosivos.
A medio camino.
Sé lo suficiente sobre la mente malvada de Miles como para esperar lo
peor. Después de todo, esta es una prueba para separar a los débiles de los
fuertes. Los que avanzarán y los que no.
Muerto.
En el fondo de mi mente, siento una pequeña pulsación cuando pienso en
mi hermana, la primera apariencia de sentimiento en mucho tiempo. Al
menos me las arreglé para salvarla siendo el conejillo de indias exclusivo de
Miles. Ella ha estado empeorando por todos los experimentos a los que la
había subyugado, y su cuerpo le estaba fallando lentamente.
Lo sé. Miles lo sabe. Todo el mundo lo sabe. Aun así, si puedo mantenerla
con vida, lo haré.
Haré cualquier cosa para garantizar su seguridad.
Sin embargo, apenas la veo hoy en día. Miles me tiene entrenando o
probando todos los días. Lo máximo que logro es decirle unas palabras antes
de irme a dormir. Incluso con mis nuevas mejoras físicas, tengo problemas
para mantenerme al día con algunos aspectos del programa de Miles.
Las pruebas psicológicas han sido las más duras, porque pude notar poco a
poco, sin darme cuenta, que me estaban cambiando de adentro hacia afuera.
Desde el principio me he visto obligado a sentarme en una habitación
oscura con una sola pantalla, sin parar de ver atrocidades tras atrocidades
hasta que me he vuelto insensible a todo.
¿Carne? ¿Sangre? ¿Hueso?
No creo que haya nada que me pueda afectar más. Ciertamente, ni siquiera
como lo hago yo mismo, los videos extrañamente educativos, ya que me
enseñaron cómo cortar y sondear, toda la anatomía humana de repente al
alcance de mi mano.
Y Miles estaba encantado cuando vio que podía memorizar todo después de
verlos una vez. Así que empezó a dejarme realizar algunos de los
experimentos.
Cuando has cerrado hasta la última parte cuerda de ti mismo, casi no hay
nada que pueda hacerte reaccionar. De hecho, cuanto más comenzaba a
profundizar en los secretos del cuerpo humano, más intrigado me sentía, y
finalmente comencé a compartir el entusiasmo de Miles.
No me pondría en la misma categoría que él, pero al mismo tiempo sé que
no estoy muy lejos.
Apenas mantengo mi cabeza en el juego. Algunas pruebas mundanas más y
estoy a la cabeza con una puntuación perfecta. Estoy aburrido.
Deberíamos acabar con esto ahora, ya que todos sabemos quién será el
vencedor. Pero Miles no es de los que toman atajos. Incluso si tiene que
sacrificar a otros soldados potenciales en el proceso, se asegurará de que solo
los más aptos pasen al siguiente nivel.
Haciendo los movimientos, me doy cuenta de que ya estoy en la novena
tarea, y cuando veo cuál es, mi estado de ánimo mejora repentinamente.
Tortura.
La voz de los altavoces explica la tarea. Cada concursante que ha llegado a
este punto tiene que obtener información de los prisioneros, todos parte del
Mossad.
Conocidos por su entrenamiento completo, son los menos propensos a
romperse. Especialmente en la cara de unos pocos niños flacuchos.
Mi objetivo está frente a mí en una silla, atado de pies y manos, con una
bolsa en la cabeza.
Lo rodeo un par de veces, tratando de determinar con quién estoy tratando.
Otro dato que aprendí de Miles, el lenguaje corporal puede ofrecer una gran
cantidad de información. A decir verdad, mi única debilidad es reconocer las
emociones faciales. Por eso nunca me concentro en la cara.
En cambio, miro cómo las piernas se contraen levemente, o cómo los
músculos de sus brazos parecen moverse involuntariamente cuando me
escucha caminar a su alrededor.
Me está estudiando al igual que yo lo estoy estudiando a él, y la perspectiva
de encontrar a alguien de igual nivel tiene un nuevo tipo de emoción
hirviendo a fuego lento dentro de mí.
Puede que no sea más que un niño, pero mi conocimiento supera con creces
a la mayoría de las personas. Mi entrenamiento tampoco es nada de lo que
burlarse, y sé que solo mejoraré a medida que crezca.
Y así, para comenzar mi sesión, le quito la bolsa de la cabeza, dejándolo
verme, observando de cerca la forma en que sus hombros se relajan, todo su
cuerpo está tranquilo, ya que sin duda piensa que un niño no puede hacerle
daño.
Sí, subestimarme. Será tu muerte.
Por mucho que esté acostumbrado a admitir, Miles me ha dado la mejor
educación. Basándome en recursos de todo el mundo, mi mente está llena de
todo tipo de conocimiento que uno necesitaría para tener éxito en este turbio
negocio de la tortura.
Eso, junto con mi experiencia anatómica, me convierte en el candidato
perfecto para aplicar la tortura perfecta.
Una mirada a la cuenta regresiva y veo que tengo diez minutos más hasta
que termine toda la prueba. Pero considerando que hay otro nivel, no quiero
arriesgarme pasando demasiado tiempo con este señor.
Miro la nota que tengo en las manos, el aviso dice que debo averiguar la
ubicación de un par de armas nucleares extraoficiales escondidas en algún
lugar a lo largo de la costa.
Hay un kit muy básico de cuchillos y herramientas de tortura. Nada
demasiado elegante, solo lo suficiente para hacer el trabajo.
Él quiere que, después de todo, improvisemos por nuestra cuenta. Usar
nuestra creatividad y demostrarle que sus lecciones no han sido en vano.
Una sonrisa astuta aparece en mi rostro mientras arrastro mis dedos sobre
las herramientas, sabiendo que me está observando de cerca.
Como yo, está tratando de evaluar con quién está tratando.
Pero a diferencia de mí, ya está subestimando mis habilidades.
Recojo la hoja más pequeña, probando su filo en mi pierna. Satisfecho con
el resultado, la sangre gotea en el momento en que la punta de la cuchilla hace
contacto con la superficie de mi piel, la llevo a mis labios y la lamo para
limpiarla.
El hombre me mira como si no pudiera creer lo que está viendo.
Bueno. Está empezando a ponerse nervioso.
Con cuidado con la hoja, la llevo a su camisa, el material cede
inmediatamente, su pecho desnudo a la vista.
—¿Algún órgano que te guste especialmente? —Levanto mis cejas hacia él
en cuestión.
Él farfulla contra su mordaza, golpeando sus límites mientras intenta
moverse hacia mí.
—Tsk, tsk. Oye, eso es simplemente grosero —agrego, clavando el cuchillo
justo en su muslo, el movimiento calculado para no atrapar accidentalmente la
arteria femoral. Aun así, está alojado no muy lejos, asegurando el flujo
sanguíneo directo a la arteria. El cuchillo está tan profundamente incrustado
en su cuerpo que puedo sentir el hueso justo debajo de la punta, un ruido
chirriante resuena cuando lo empujo y lo muevo dentro de la herida, creando
una pequeña cavidad. El sonido es casi como clavos en una pizarra, el filo del
cuchillo garantiza el corte de todos los músculos y tejidos conectivos.
Ni siquiera puede gritar de dolor, aunque quiere hacerlo. Y eso me
entristece inmensamente, ya que habría sido música para mis oídos. Después
de todo, es todo lo que sé.
Abriendo mi pequeña bolsa, saco el cuchillo y observo cómo la sangre sale
disparada como un pequeño géiser, manchando su ropa y cayendo al suelo.
Me observa atentamente mientras sumerjo el cuchillo en la bolsa, cubriendo
la punta con una sustancia viscosa.
Él frunce el ceño, entrecerrando los ojos hacia mí.
—Veneno. —Le doy una amplia sonrisa—. Veneno de víbora —corrijo.
Cuando termino de recoger todo el veneno, simplemente vuelvo a colocar el
cuchillo dentro de la herida, observo su rostro contraerse en una agonía
inhumana, su piel enrojecerse, sus ojos desorbitados en su cabeza mientras
intenta soportarlo todo.
Ah, pero esto es sólo el principio.
Dejándolo hervir en el veneno, literalmente, vuelvo mi atención a su pecho,
haciendo rápidamente una incisión desde la clavícula hasta el ombligo.
Todavía con algunas trazas de veneno, en el momento en que la sustancia
tóxica golpea su carne abierta, se estremece de dolor. Debe ser como una
sensación de ardor que sigue ganando profundidad. Y a medida que corto más
profundo, sus reacciones también empeoran.
—Veamos —tarareo apreciativamente mientras abro cuidadosamente su
estómago, colgajos de piel a cada lado—. Creo que todavía puedes vivir con
un riñón —agrego, mi mano se cierne sobre el cómodo par en su costado—.
Me pregunto, sin embargo, ¿qué tan dolorosa es la extirpación sin anestesia?
—pregunto pensativamente.
Todavía no se ha desmayado por el dolor, lo que en sí mismo es una hazaña
y habla de su entrenamiento. Aun así, en el momento en que escucha sobre
sus riñones, y especialmente cuando puede mirar hacia abajo a su propio
vientre abierto, su rostro se muestra resignado.
Le tengo.
Calma, está recitando todo lo que necesitaba saber.
Mirando el reloj, me doy cuenta de que tengo cinco minutos más hasta el
final. Satisfecho con sus respuestas, simplemente balanceo la hoja debajo de
su garganta, cortándolo y asegurando una muerte rápida antes de pasar a la
ronda final.
Cruzando la pared final, me encuentro con una vista sorprendente.
Miles está casualmente sentado en un sofá, dos mesas a cada lado de él.
Aunque soy el primero en llegar, hay algunos otros que también lo logran.
Inmediatamente, nos señala las mesas, divididos en parejas.
Estoy emparejado con un chico un par de años mayor que yo en una mesa,
mientras que en la otra mesa hay una chica con otro chico de mi edad.
Frente a nosotros hay un juego de mesa de Go extendido. Mis labios se
contraen cuando me doy cuenta de cuál es la prueba final.
Estrategia.
Miles es un aficionado al Go y tiene su propia tabla en su oficina. Incluso
me enseñó a jugarlo una vez, así que tengo los conceptos básicos.
Al igual que el ajedrez, a un jugador se le asigna el lado blanco y al otro el
negro. Pero a diferencia del ajedrez, las piezas del juego son piedras pequeñas
y redondas. El objetivo del juego es ganar espacio en el tablero. Como un
mapa de guerra, las piezas son como banderas en las áreas conquistadas,
siendo ganador el que tenga más piezas en el tablero.
Es un juego emocionante, y ciertamente uno que puede hacer que
cualquiera se detenga.
Aun así, no es de extrañar que Miles haya elegido esto, además de su
interés personal en él. El juego se basa en la ubicación estratégica de las
piedras para maximizar el territorio. A sus ojos, nuestro éxito en la junta debe
reflejar nuestro éxito en el mundo exterior.
Solo hay un aspecto complicado.
Tres minutos.
Con tres minutos en el reloj, es poco probable que podamos terminar un
juego de Go y proclamar un ganador. Estos juegos pueden durar horas, sino
días, por lo que tres minutos es realmente absurdo.
Sin embargo, cuando miro a Miles, su sonrisa insidiosa amplia y casi
salvaje, me doy cuenta de que él también lo sabe.
Cierro mi lado escéptico y en su lugar me concentro en el juego en
cuestión, la victoria es mi único objetivo. ¿Y qué si es casi imposible? He
estado desafiando lo imposible desde que tengo memoria. Esto no debería ser
demasiado difícil.
Los segundos se alargan a medida que empezamos a colocar nuestras piezas
en el tablero. Soy negro mientras que mi oponente es blanco. Sin embargo, en
el momento en que comienza el juego, mi mente se concentra en anticipar
cada movimiento que podría hacer.
Siempre que pueda calcular sus movimientos por adelantado, también
debería poder calcular la cantidad de intentos que me tomaría ganar el juego.
Nuestras manos se mueven con extrema velocidad a medida que se coloca
pieza tras pieza en un cuadrado, los territorios comienzan a tomar forma.
Mi oponente no es malo. Pero tampoco es genial, lo que juega a mi favor.
Un minuto y treinta y cinco segundos.
Ahora la mitad del tablero está lleno, mis piezas eclipsan las suyas. Pero
hay un aspecto complicado en Go. A menos que declare que está perdiendo,
entonces el juego podría continuar para siempre.
Y así, con los segundos pasando, el tiempo corriendo, mi determinación por
la victoria se fortalece. Doblo mis esfuerzos, imaginando todos los resultados
posibles en mi mente mientras dejo una pieza.
Necesito arrinconarlo tanto que no tendrá otra opción que perder el juego.
Tres movimientos más y lo tengo donde quiero. Una mirada a él y sus
labios están temblando, toda su cara sudada por el esfuerzo mental.
Levanto una ceja hacia él, esperando que haga un movimiento donde no lo
hay.
Sus hombros se desploman y, finalmente, se resigna a ser la parte
perdedora.
Hay un pitido resonante en la habitación y todos se ponen de pie de repente.
—Bueno, bueno —dice Miles, descruzando las piernas y levantándose del
sofá. Es en un paso lento cuando viene hacia mí, su mano en mi espalda.
—Parece que tenemos un ganador —declara y una expresión de suficiencia
aparece en mi rostro. Ni siquiera me detengo a pensar qué podría estar
pasando con los que perdieron, disfruto de los elogios que Miles me ofrece y
sé que son limitados.
Como mini celebración, Miles me lleva a su oficina, me ofrece una copa de
su preciado bourbon y me cuenta sus grandes planes.
—Ya casi llegamos, Vlad —suspira felizmente—. Creo que nunca he visto
a alguien tan impresionante como tú, muchacho. Ciertamente has superado
mis expectativas.
Solo asiento con la cabeza, asimilando todos los elogios y prometiendo
hacerlo mejor. Porque, aunque al principio me había mostrado reacio, ahora
reconozco que esto no se trata solo de mí.
Se trata de revolucionar la ciencia y la forma en que se ve a los humanos.
Es simplemente evolución, y mi objetivo es estar en la cima cuando estos
hallazgos se hagan públicos.
Ciertamente, al principio pensé que las ideas de Miles eran extrañas y un
poco irracionales. Pero pronto quedó claro que estaba en algo.
Después de repetidos intentos, mi piel dejó de doler, el dolor era un eco
lento que reverberaba en mi cerebro, pero que podía apagar. Mi mente
también adquirió un nuevo enfoque cuando la claridad comenzó a filtrarse a
través de mi vieja neblina de emociones.
Tenía razón. Deshacerse de los sentimientos, y especialmente del miedo,
fue liberador como ninguna otra cosa. Eso, junto con la descarga de
adrenalina cuando cortaba carne, diseccionaba órganos y jugaba con tejido,
era casi divino.
Soy lo suficientemente inteligente como para darme cuenta de que parece
haber una relación inversamente proporcional entre mis sentimientos y mi
arrogancia. A medida que mis emociones se silenciaron, mi arrogancia creció,
mi vanidad no conoció límites.
Pero esa arrogancia también me hizo el mejor, porque me hizo querer
esforzarme continuamente para ser el mejor.
—Y ahora tu premio —añade Miles, levantándose y mostrándome un
atizador con un círculo de metal en la parte superior, el número cien grabado
en el interior.
Yendo a su chimenea, extiende el metal en el fuego, observando cómo se
calienta, el material se vuelve de un rojo intenso.
—Has completado oficialmente tu muerte número cien, mi pequeño
milagro. Es hora de celebrar —dice arrastrando las palabras, tomando el
atizador caliente y haciéndome señas para que le muestre mi piel.
Ni siquiera me estremezco mientras rasgo mi escote, agarro mi camisa y le
indico que la coloque justo en el medio de mi pecho.
Con una sonrisa satisfecha, lo hace, su felicidad solo crece a medida que el
olor a carne quemada impregna el aire.
Como de costumbre, hay un ligero eco de dolor, pero lo dejo a un lado,
concentrándome en este importante día.
Es tarde cuando regresé a los dormitorios.
Vanya está de espaldas, como de costumbre, las heridas de su estómago
todavía le causan problemas desde el último experimento.
Débil.
No puedo evitarlo mientras mi mente se concentra en esas palabras.
Ella es débil. No es digna.
—V. —Le hago un gesto con la cabeza cuando se levanta sobre los codos
para mirarme.
—Te fuiste mucho tiempo, hermano —dice con esa dulce voz suya y por un
momento siento una punzada desconocida, casi olvidada, en mi pecho.
—Gané. —Me encogí de hombros, mostrándole con orgullo mi marca.
Ella no reacciona como espero que lo haga. Apenas me mira mientras junta
sus rodillas contra su pecho, colocando su mejilla sobre ellas y suspirando
profundamente.
Tomo asiento también, acostándome en mi lado del colchón.
—Tengo miedo, hermano —susurra, su voz apenas audible.
Susto. Miedo. Debilidad.
—¿Por qué? —pregunto mecánicamente.
—Cambio. —Respiró hondo, girando sus ojos hacia mí—. El cambio da
miedo —señala.
—No es cierto —respondo un poco más agresivamente de lo que
pretendía—. Ser estático da miedo. El cambio es bueno —señalo.
—Hasta que no lo es… —se apaga—, porque no tiene que ser un buen
cambio. También puede ser un mal cambio.
—¿A qué quieres llegar, Vanya? —chasqueo.
—Tú, hermano. Estás cambiando. Y no sé si me gusta —murmura, su voz
pequeña mientras aparta la mirada de mí.
Sin decir una palabra más, se vuelve de espaldas a mí, terminando
rápidamente la conversación.
Miro el techo de nuestra celda aún sucia, contando las manchas de moho
mientras escucho la respiración uniforme de Vanya mientras duerme.
Cambio…
Tal vez ella tiene un punto. Hay algunos momentos de lucidez en los que
me pregunto qué estoy haciendo. Pero luego estoy una vez más envuelto en el
fascinante mundo de la ciencia, el asesinato y las curiosidades morbosas de
Miles.
Y me dejo resbalar.

—¿Vlad? —Una voz me llama.


Mis músculos están tensos cuando abro los ojos, cada fibra de mi cuerpo se
carga con violencia mientras los recuerdos resuenan en mi mente. Miles me
había envuelto alrededor de su dedo meñique.
Le había fallado a Vanya y me había fallado a mí mismo.
Una probada arrogante de sangre y había sucumbido, dejando todo atrás a
cambio de la búsqueda de conocimiento retorcido en gratificación de mi
intelecto pseudo-superior.
Hay una nada dentro de mí que resuena en mi pecho, la huella de los
recuerdos es demasiado fuerte, su control sobre mí incluso en mi estado de
vigilia es demasiado poderoso.
Me giro para mirar la fuente del ruido, mi propia mente es un lugar
abandonado lleno de fragmentos que gritan y campanas que lloran, la
capacidad de reconocer la realidad es tenue.
Su cabello es tan claro, parece un rayo de sol que pretende cegarme, la
necesidad de proteger mis ojos es cada vez más fuerte. Unos mechones de
cabello caen suavemente por su frente, enmarcando un rostro en forma de
corazón.
Siento otra punzada en el pecho mientras la miro fijamente, una vista
dolorosamente hermosa que me hace sofocar, mis pulmones se tensan cuando
el aire queda atrapado dentro.
Ella parpadea, sus ojos inusualmente claros y muy posiblemente la vista
más seductora que he visto en mi vida. Inclinándose hacia adelante, coloca su
mano en mi mejilla, su voz todavía resuena en mis oídos mientras sigue
repitiendo mi nombre.
Ese pequeño toque activa algo dentro de mí.
Mis fosas nasales se dilatan cuando aspiro su aroma, una mezcla de jabón
limpio y algo que es inherentemente suyo. Como flores en un nuevo día de
primavera, hay una dulzura que inunda mis sentidos, todo mi cuerpo se
estremece cuando cierro los ojos, simplemente inhalando.
—Vlad —dice de nuevo, y mis ojos se abren de golpe, entrecerrándose
mientras se mueven más abajo sobre su cuerpo.
Lleva un top diminuto que no deja nada a la imaginación, sus tetas llenas,
sus pezones como guijarros. Moviéndome más abajo, noto una pequeña
extensión de estómago que sobresale de unos pantalones ajustados que
acentúan las caderas bien formadas.
Mis propios pantalones se vuelven dolorosamente apretados, mi boca seca
como el desierto mientras trago incómodamente.
Necesidad.
Hay una creciente necesidad dentro de mí, y solo sé que la necesito más de
lo que necesito mi próximo aliento. Hay algo dolorosamente familiar en ella,
y en un mar de nada, ella es esa pequeña ola que choca contra mi ser.
Solo sé que necesito poseerla, hacerla tan irrevocablemente mía que nunca
pueda escapar de mí.
Y así, sin pensar, dejo que el instinto se haga cargo, mi cuerpo ya sabe lo
que quiere incluso mientras mi mente lucha por mantenerse al día.
Mi brazo sale disparado, acomodándose contra la parte baja de su espalda y
arrastrándola encima de mí. Ella se mueve naturalmente, sus piernas a cada
lado de las mías mientras se sienta a horcajadas sobre mí.
Con los ojos vidriosos, solo puedo mirarla con fascinación, mi nariz
enterrada en el hueco de su cuello mientras la arrastro de arriba abajo,
queriendo imprimirme con su olor.
Sorprendentemente, ella no opone resistencia mientras la atraigo aún más
contra mí, mis sentidos abrumados por su presencia mientras busco saciarme
de ella.
Muevo mi cara por su cuello, inhalando. Alcanzando sus labios, dejo que
mi lengua trace el borde, lamiendo mi camino hacia su mejilla.
Mi pecho se expande con una tensión insoportable, mi polla está tan dura
que podría hacer un agujero a través de mis pantalones. Y ella no está
ayudando, se retuerce muy levemente y alinea su pelvis justo encima de mi
eje.
Con una mano en su nuca, mis dedos clavándose en su carne, la acerco a
mí, levantando la mirada para que vea la tormenta que se avecina dentro de
mí, un salvajismo que espera ser desatado, siendo ella el único objetivo.
Sus pupilas están dilatadas por el deseo, su boca rosada se abre mientras
respira con fuerza, su culo se mueve ligeramente sobre mi erección, sus
pestañas revolotean arriba y abajo en un movimiento hipnotizantemente
seductor.
Manteniendo contacto visual, bajo mi boca a su pecho, tomando un pezón
entre mis dientes, dejando que mi lengua moje el capullo a través de su
camisa.
Ella empuja sus tetas más cerca de mi cara, prácticamente rogándome que
las prodigue con atención. Un sonido gutural de dolor se me escapa,
necesitando estar más cerca de ella. No, exigiendo estar más cerca de ella.
Sus suaves gemidos acarician mis oídos, sus pequeños movimientos solo
sirven para ponerme más inestable.
Usando mi lengua, dejo un rastro húmedo desde el valle de sus senos hasta
su cuello y finalmente hasta su rostro. Ella está a mi merced mientras me da
esos labios carnosos, permitiéndome probar todo lo que tiene para ofrecer.
Tomando su labio inferior entre mis dientes, lo mordisqueo, mientras
observo cada juego de emociones en su rostro, en sintonía con todo lo que es
ella.
No necesariamente entiendo lo que me está pasando, pero me entrego a esta
locura que amenaza con estallar fuera de mí.
Sosteniéndola más cerca, chupo su lengua en mi boca, exploro las
profundidades de su boca y me pregunto cómo responde mi cuerpo. Mi polla
se hincha aún más en mis pantalones, y siento que la punta se escapa, mis
bolas están pesadas y adoloridas.
Sus labios se cierran sobre los míos, profundizando el beso mientras me
deja tragarla entera, la urgencia del beso me hace sudar con impaciencia y
anticipación. Su lengua juega con la mía, permitiéndome tomar la iniciativa
mientras la persigo y ella retrocede, cada embestida envía un rayo a mi pene y
hace que se mueva contra mi cremallera.
Sus dedos en la parte superior de mis brazos, sus uñas se clavan en mi piel.
Deslizo mis manos por su espalda hasta que llego a su culo, palmeando lo
abundante que es y disfrutando de su peso mientras lo amaso, acercando su
coño a mi entrepierna y dejándola morderme más fuerte.
Pero incluso eso no es suficiente ya que siento que algo me supera, un loco
instinto animal que exige que la tome.
Que la folle tan duro y profundo que pierda de vista la vida y la muerte, yo
y ella, o cualquier otra cosa.
Mis manos sobre el material de sus pantalones, agarro bruscamente el
borde, separando las costuras y rasgando la tela.
No sé lo que estoy haciendo. Sólo sé que necesito estar dentro de ella.
Jadea, pero no se aleja, ayudándome a quitarme los pantalones, o lo que
queda de ellos. Su olor almizclado de excitación invade mis sentidos y me
hace perder la cabeza. Mi mano va entre sus piernas para encontrarla
empapada, más humedad goteando de su entrada mientras juego con ella.
—Mmm. —Sus sonidos sexys no hacen más que aumentar mi urgencia
mientras más o menos rasgo la cremallera de mis pantalones en mi intento de
quitármelos.
Mi polla rebota, tan jodidamente dura y cada vez más dura porque sé que su
coño me está esperando. Pre-semen goteando de la punta, deslizo mi dedo
sobre la cabeza, combinando nuestros jugos, llevándolo a sus labios.
Sus ojos se agrandan, pero envuelve esos labios carnosos alrededor de mi
dedo, chupándolo y girando su lengua alrededor de él.
Gimo en voz alta, esa vista es suficiente para llevarme al límite.
Todo mi cuerpo está tenso y sé que no puedo perder ni un segundo más.
Mis dedos se clavan en las nalgas de su trasero, la levanto sobre mi
erección, empalándola de un solo golpe.
Un gemido bajo se le escapa cuando empujo su cuerpo, sintiendo la forma
en que exprime la vida fuera de mí, su pequeño cuerpo apretado me toma tan
profundamente que mis bolas se encuentran con su trasero, un fuerte sonido
reverberando en el aire cuando la carne se encuentra con la carne.
—Mierda —maldigo, la claridad y la confusión hacen su hogar en mi
mente.
Como un hombre poseído, agarro sus caderas con fuerza, embistiendo el
coño con tal intensidad que la cabeza de mi polla golpea contra la parte
posterior de su matriz.
Con la cabeza echada hacia atrás, suelta un gemido estrangulado mientras
agarra mis brazos aún más fuerte para sostenerme.
—Sisi. —Escucho mi propia voz mientras digo su nombre, mis embestidas
aumentan en velocidad.
En el fondo sé que no estoy siendo gentil, demasiada agresión saliendo de
mí mientras la tomo.
Pero incluso eso no es suficiente.
Necesito más profundo. Más rápido. Más difícil.
—Sí —grita mientras me pongo de pie, llevándola conmigo, su cuerpo
todavía deslizándose arriba y abajo de mi longitud. Está tan jodidamente
mojada, sus jugos están por todo mi pene y se acumulan sobre mis bolas.
Todavía agarrándome de la cintura, la acomodo en una mesa, su espalda
golpea la superficie fría mientras prácticamente desgarro su parte superior.
Observo embelesado cómo sus tetas rebotan hacia arriba y hacia abajo con
cada embestida, y no puedo evitarlo cuando mis manos se cierran sobre ellas,
jugando con sus pezones.
—Maldita sea, Sisi —gruño, con los ojos medio cerrados, su respiración
entrecortada cada vez que golpeo profundamente dentro de su útero—. No
creo que haya estado más duro en mi vida —le digo, mi propia respiración
entrecortada.
Las marcas dejadas por mis manos ya se muestran en su cuerpo, profundas
marcas de dedos rojas que muestran que ha sido manipulada bruscamente y
solo me dan ganas de marcarla más.
—Vlad —comienza, apenas capaz de hablar, mis embestidas aumentan en
velocidad, la mesa temblando bajo el asalto. Junto con el hecho de que
estamos en el aire, la sensación es completamente alucinante—. Es demasiado
—exhala—. Demasiado bueno... demasiado…
Está fuera de control mientras sus gritos se intensifican, sus manos agarran
el borde de la mesa mientras trata de ponerse a tierra, cada embestida violenta
amenaza con lanzarla fuera de la mesa.
Recorro una mano sobre su estómago y bajo hasta su coño.
Ver sus bonitos labios abriéndose para mí y tragándome por completo me
tiene al límite.
—Siente esto, chica del infierno. —Tomo su mano y la llevo a la base de
mi polla—. Siente cómo te estoy follando.
Ella envuelve sus pequeños dedos sobre mi grosor, sintiendo el resbaladizo
lío hecho por su coño mientras mueve su mano arriba y abajo de mi longitud,
masturbándome justo cuando la punta se mueve en círculos en su entrada,
estirándola y estimulando el área sensible.
—Siente cómo tu coño me está tomando tan jodidamente profundo. —
Agarro su mano de nuevo, esta vez presionándola sobre la parte inferior de su
estómago al mismo tiempo que me meto completamente dentro de ella, sus
piernas se envuelven alrededor de mi cintura mientras mis bolas golpean su
trasero.
La dejo sentir el contorno de mi pene a través de su vientre, la cabeza
sobresaliendo ligeramente cada vez que empujo dentro de ella.
—Eres tan grande… —gime, mirando su estómago y la forma en que mi
pene se amolda a sus entrañas—. Dios, te siento en mi alma —suspira, su
cabeza golpea la mesa y se golpea contra el lado. Hago un sonido tsk hacia
ella, alertándola de su error.
—¿Qué dije sobre dios? —le pregunto juguetonamente.
Muevo mi pulgar sobre su clítoris, jugueteando lentamente, su espalda se
arquea sobre la mesa, todo su cuerpo se afloja. Sus paredes se contraen a mi
alrededor, agarrándome con fuerza, su repentina liberación la hace gritar por
piedad.
—Todavía no, chica del infierno. Todavía no. —Me río entre dientes
mientras veo un rubor envolver todo su cuerpo, su cara roja mientras respira
con dificultad, sonidos incoherentes deslizándose a través de sus labios.
—Ahora, ¿quién es tu dios? —Sigo acariciando su pequeño clítoris,
disfrutando la forma en que sigue teniendo espasmos, rogándome que me
detenga.
—Tú. Solo tú —jadea—. Eres mi dios. Mi todo —termina con un grito
ahogado cuando otro orgasmo la reclama.
Ella es tan jodidamente receptiva, cobrando vida en mis brazos.
Y solo tengo un objetivo en la vida: velar por su placer. Y eso significa que
nunca voy a parar. No hasta que haya tenido tantos orgasmos que apenas
pueda moverse. Esa es la única evidencia que necesito para saber que estoy
haciendo bien mi trabajo.
—Y tú eres mío. —Gira su mano para envolverla alrededor de la mía
mientras me mira a los ojos, tanta emoción brotando en su mirada—. Eres
todo mío —repite.
—Sí, chica del infierno. —Le doy un apretón rápido a su mano—. Todo
tuyo. En cuerpo y alma —le digo, mirando la sonrisa perezosa que tira de sus
labios, toda su cara se ilumina y hace que mi propio corazón congelado se
derrita.
Ella tiene el poder de convertirme en polvo. Y con una sonrisa tiene el
poder de hacerme indomable.
Solo con ella a mi lado siento que puedo conquistar el mundo.
Es curioso cómo siempre he sido un bastardo engreído, pero no fue hasta
ella que entendí lo que realmente significaba la verdadera confianza.
Su amor por mí me dio esperanza. Y mi amor por ella me dio la confianza
que necesitaba para salir adelante.
Estoy tan concentrado en ella que apenas oigo sonar mi teléfono. A medio
impulso, me detengo brevemente para comprobar el identificador de llamadas
y me doy cuenta que es Nero.
Frunciendo el ceño, me pregunto qué podría ser tan importante ya que
nunca me había contactado directamente antes.
Una mirada rápida a mi chica, desnuda y toda extendida sobre la mesa, y sé
que no puedo decepcionarla.
Mis labios se estiran cuando acepto la llamada, coloco el altavoz y dejo el
teléfono sobre la mesa antes de enfundarme dentro de su cuerpo nuevamente.
—Vlad. —Nero habla, su voz fuerte en el pequeño avión.
Los ojos de Sisi se abren cuando ve lo que hice, y trata de desenredarse de
mí. No dejo que se mueva mientras coloco una mano en su cadera, colocando
su coño al ras de la base de mi polla y asegurándome de tener las bolas dentro
de ella antes de poner mi otra mano sobre su boca, sabiendo que ella no puede
quedarse callada.
—Sí —respondo, tratando de no parecer afectado incluso mientras sigo
follando a mi chica. El único ruido en la habitación son los de piel contra piel,
la humedad resbaladiza producida por su coño realza los sonidos.
Sisi parece avergonzada, pero también excitada, su cuerpo busca
ansiosamente el mío mientras se empuja dentro de mí cada vez que disminuyo
la velocidad de mis embestidas.
—Recordé algo un poco extraño sobre el orfanato en el que estábamos mi
hermano y yo —dice, y mi pequeña descarada tiene el descaro de morderme
el dedo.
Una sonrisa amenaza con formarse en mi rostro ante su audacia. Aun
manteniendo mi mano en su boca, amortiguo sus sonidos mientras agarro su
cadera, tirando de ella más cerca. Deslizándome completamente fuera de ella,
froto la parte inferior de mi polla sobre su clítoris, observando la forma en
que sus ojos parecen cerrarse, su boca abierta bajo mi palma.
—Dado que fuimos reclutados para el Proyecto Humanitas desde allí, pensé
en preguntar un poco para ver si saben algo.
—Continúa —le insto, mi voz un poco tensa.
—La directora había cambiado, por supuesto, pero pude convencerla de que
me mostrara su archivo —continúa.
—¿Y?
—No había mucho, pero encontré una foto de mi hermano y yo. Te la envié
hace un momento. Es de una de las celebraciones navideñas que el orfanato
organiza todos los años en conjunto con alguna iglesia —dice. y frunzo el
ceño.
—¿Iglesia?
—Casi lo había olvidado todo, pero estaba esta señora que siempre venía a
inspeccionar a los niños. Durante mucho tiempo pensé que estaba en la Cruz
Roja porque también nos hacía exámenes físicos —explica y estoy intrigado
por ver a dónde va esto.
Al mismo tiempo, siento a Sisi sonreír bajo mi palma, su mano alcanza mi
polla, sus dedos rozan el punto sensible justo debajo de la cabeza.
Siseo, lanzándole una mirada de advertencia, pero ella no obedece.
Ella me empuja de vuelta a su cuerpo, apretando sus paredes al mismo
tiempo y manteniéndome cautivo en el lugar más apretado en el que he
estado.
Mi cuerpo comienza a sudar profusamente mientras hago todo lo posible
por no correrme en ese momento, el orgasmo casi sale de mí.
—Bien —respondo, y esta vez mi voz definitivamente suena apagada.
—Pero ahora me doy cuenta de que ella era de la iglesia. Y justo después
de nuestro último examen físico, nos llevaron del orfanato a las instalaciones
de Miles.
—¿Crees que esa dama podría haber tenido algo que ver con eso? —
pregunto, mi mente sintonizándose con sus palabras, pero mi cuerpo es
esclavo del de Sisi.
—Podría ser una pista. He estado tratando de localizarla desde que encontré
la foto, pero pensé que tendrías más suerte —dice y yo gruño.
—Veré qué puedo hacer —respondo, agradeciéndole rápidamente y
diciéndole que lo mantendré informado.
Rápidamente termino la llamada, dirigiendo mi atención a mi pequeña
descarada. Saca la mano de su boca, ahora me sonríe mientras mueve su
pelvis, follándose lentamente en mi polla.
—Eres malvado —susurra.
Ya estoy tan cerca y después de retrasar mi liberación durante tanto tiempo,
solo hay un lugar al que me gustaría ir.
Saliendo de ella, doy un paso atrás.
—De rodillas, chica del infierno —le ordeno y ella se atreve a batir sus
pestañas hacia mí.
—¿Va a ser así? —pregunta con un maullido suave, ondulando su cuerpo
hacia mí.
—Ahora, mocosa —digo con voz gruesa, mis bolas duelen por el alivio.
El pecado encarnado, mueve su cuerpo como si me estuviera dando mi
show personal. Saltando de la mesa, se pone de rodillas, mi polla temblando
mientras moja sus labios con su lengua.
—No sabes cómo recibir órdenes, ¿verdad? —Agarro su mandíbula,
mirándola.
—Hmm —tararea, inclinándose hacia mí hasta que su mejilla roza la parte
inferior de mi polla. Ella se mueve lentamente, su lengua sale para lamer la
cabeza antes de abrirse de par en par para tomarme profundamente dentro.
—Mierda —murmuro mientras chupa la punta, su lengua juega con la
hendidura.
Un segundo con su bonita boca sobre mí y ya me estoy volviendo loco. Con
la mano fuertemente envuelta en su cabello, me fuerzo más profundamente en
su boca, empujando hasta que mi polla golpea la parte posterior de su
garganta.
Ella se atraganta, escupe goteando por su barbilla, lágrimas en la esquina de
sus ojos mientras follo su boca como lo hice con su coño.
Como un animal.
Con los ojos en mí, sus manos están en mi trasero mientras se mantiene
quieta, relajando su garganta para darme la bienvenida lo más profundo que
puede. Aun así, sus labios están solo a la mitad de mi polla.
Siento que mis testículos se contraen, mi liberación se acerca. Echo su
cabeza un poco hacia atrás, solo queda la punta en su boca, más saliva se
acumula alrededor de su boca y baja por mi polla.
Y joder si he visto algo más caliente.
—No tragues —le digo, sus grandes ojos llenos de lágrimas me miran
confundidos. Ella asiente, su rostro dolorosamente inocente y angelical, pero
sé lo que hay debajo de la superficie.
Pecado. Mi pecado.
Sus labios se envuelven alrededor de la cabeza, pongo mi polla en un puño,
acariciándome hasta que chorros de semen se dispararon en su boca
expectante.
Como la niña obediente que es, esta vez, no traga.
—Muéstrame cómo tomas mi semilla, chica del infierno —le digo,
acariciando su mejilla—. Déjame ver mi semen en tu lengua.
Mi polla cae de sus labios, y observo fascinado cómo abre la boca para
mostrarme su lengua, el semen cubre toda la superficie con un poco de goteo
por los lados de su cara.
Se ve tan completamente follada, y marcada, que no puedo evitar la forma
en que mi corazón se hincha en mi pecho.
Dejándome caer de rodillas a su lado, porque no hay forma de que la haga
arrodillarse ante mí si no estuviera listo para hacer lo mismo, envuelvo un
brazo alrededor de su cintura, acercándola a mi pecho.
Mi mano sube por su cuello mientras llego a su boca, mi pulgar recoge el
semen errante de alrededor de sus labios y lo empuja hacia donde pertenece.
—Perfecto. Tan jodidamente perfecto —susurro, grabando la imagen de
ella así en mi mente.
Sus ojos se arrugan en las esquinas mientras me da una sonrisa descarada.
Cerrando la boca, succiona sus mejillas mientras agita el semen en su boca,
mezclándolo con su saliva antes de separar sus labios nuevamente,
mostrándome las burbujas en la superficie de su lengua y la forma en que
juega con él.
—Demonios, chica del infierno —digo con voz áspera, sintiéndome
endurecer de nuevo.
Me guiña un ojo, vuelve a cerrar la boca y traga con fuerza.
—Delicioso. —Se inclina para susurrar.
Solo por instinto, la agarro por la garganta, tomando su boca en un beso,
saboreándome en sus labios y amando la forma en que siempre somos uno.
—No puedo creer que me hayas follado en un avión —se ríe, poniéndose
de pie sobre sus pies tambaleantes y mirando dentro de la pequeña bolsa que
había empacado en la casa.
—Sabes que las matanzas me abren el apetito —bromeo y ella niega con la
cabeza.
Rebuscando en su mochila, saca un vestido largo, se lo pasa fácilmente por
la cabeza y se ata el cinturón alrededor de la cintura.
Me recupero, poniéndome de pie y subiendo la cremallera de mis
pantalones. Mi mirada todavía se desvía hacia ella, y no puedo evitar admirar
su belleza, el amarillo del vestido solo sirve para acentuar su deslumbrante
tez, la forma que muestra su cintura y su figura de reloj de arena.
—No. —Cruza los brazos sobre su pecho—. No vamos a hacer esto de
nuevo. Esta es la única prenda que me queda, y no vas a romper esto también.
—Aprieta los labios, sacudiendo la cabeza hacia mí.
—Sisi —gimo, aunque sé que tiene razón. Necesito controlarme.
—¿No tienes otras cosas que hacer? —pregunta, acercándose y tomando mi
teléfono—. La foto que envió Nero —explica mientras desbloquea el
teléfono.
—Mierda, lo olvidé —murmuro, dándome cuenta de que su presencia es
demasiado intoxicante. Me hace perder la noción de todo menos de ella.
Me uno a ella mientras abre la galería para buscar la imagen. Sus cejas
están fruncidas mientras mira muchas fotos de ella: durmiendo, comiendo,
caminando, pensando. Tengo una instantánea de todo lo que hace.
Ella mira hacia arriba, levantando una ceja hacia mí y me encojo de
hombros, dándole una sonrisa tímida, sin vergüenza de haber sido atrapado
acosándola.
—No puedo evitar que seas demasiado bonita para tu propio bien —le digo.
—¿Cómo es que nunca te he visto tomar esto? —continúa recorriendo al
menos otras cien fotografías de ella: en el jardín, en la ciudad, en la bañera o
en la cama. Me aseguré de atraparla en todos los estados.
Hay esta necesidad enfermiza dentro de mí de tenerla conmigo cada
maldito segundo. Me cuesta mucho quedarme quieto incluso cuando ella usa
el baño. Y ella también lo sabe porque le he prohibido ducharse sola.
Pero, inevitablemente, hay momentos en los que no siempre podemos estar
juntos, así que sacio mi sed por ella de la única manera que puedo: mirando
sus fotos.
Maldición, pero me he ido.
—No sería yo si me vieras tomarlas. —Le guiño un ojo.
Una sonrisa juega en sus labios y no parece ofendida en lo más mínimo
porque parece que tengo un altar dedicado a ella en mi teléfono. En todo caso,
parece acicalarse bajo la atención mientras se desplaza a través de más
imágenes.
—Espera… —Frunce el ceño cuando llega a algunas fotos más antiguas.
Gimo cuando me doy cuenta de cuáles está mirando.
—Me estabas mirando —susurra.
—Le pedí a Seth que me enviara fotos tuyas hasta que fui a Perú ya que no
había conexión allí —explico, y juro que sus ojos lucen brillantes por las
lágrimas contenidas.
—¿Por qué? —pronuncia esa pregunta tan suavemente y mi corazón se
rompe de nuevo por lo que la hice pasar.
—No podía alejarme —admito—, pero tampoco podía acercarme. Sabía
que en el momento en que estuviera a poca distancia de ti, dejaría toda
precaución e iría a buscarte. —Suspiro. Mientras recuerdo el tormento que
soporté al saberla lejos de mí.
Había sido el peor momento de mi vida, y sabiendo lo que sé ahora sobre
mi tiempo con Miles, eso es decir mucho.
—Vlad… —Sacude la cabeza, levantando la mirada para encontrarse con la
mía y estoy desconcertado por la emoción que encuentro en esos hermosos
ojos suyos—. Estoy aquí ahora —susurra en voz baja, levantándose de
puntillas para dejar un casto beso en mi mejilla—-. Contigo.
—Lo estás. —Cierro los ojos, deleitándome con su cercanía—. Y es por eso
que nunca te dejaré ir. Hay algo mal conmigo, Sisi —admito—, porque no
puedo no estar contigo. Hay una enfermedad aquí. —Tomo su mano y se la
señalo, mi cabeza, antes de bajarla a mi corazón—. Y aquí. Me está volviendo
loco solo pensar en un minuto sin ti. Es tan extremo a veces que apenas puedo
dormir, necesito asegurarme de que estás a mi lado. —Tomo una respiración
profunda, abriendo mis ojos para verla mirándome de cerca.
—Si estás enfermo, yo también lo estoy, Vlad. —Su melodiosa voz es lo
único que puede calmar la voz dentro de mí, y mientras habla, su mano
acaricia mi mejilla, sus ojos llenos de amor. No puedo evitar que me entregue
completamente a ella—. Porque tampoco puedo estar sin ti.
—Mierda, Sisi —murmuro, abrazándola—. Me alegro de que no estés
enojada con mi colección —digo, tratando de agregar un poco de ligereza a la
conversación pesada.
—¿Enojada? Solo estoy enojada porque no lo sabía, porque ahora quiero la
mía de ti. —Sonríe contra mi pecho.
Beso la parte superior de su cabeza, tomo el teléfono y abro la carpeta de
recibidos que no había visto.
—Toma —digo mientras levanto la foto, frunciendo el ceño un poco.
La imagen tiene un matiz grisáceo, lo que hace que el fondo del orfanato
parezca aún más embrujado y triste. Hay una antigua mansión en la parte de
atrás, algunas columnas en la entrada. En el porche, una mujer con dos niños
posa para la cámara.
La mujer está sentada rígidamente entre los niños mientras ellos sonríen
jovialmente, agarrando con fuerza un pequeño regalo envuelto en papel de
colores.
—Esa… —Sisi se apaga, entrecerrando los ojos para ver mejor la imagen—
. Esa es la Madre Superiora. Estoy segura. Pero ¿cómo? —Niega con la
cabeza—. No está usando su hábito —señala y yo asiento.
He visto suficientes cosas jodidas en este mundo como para que ya nada me
afecte. El hecho de que la Madre Superiora pudiera haber sido algún tipo de
exploradora ciertamente no era algo que hubiera anticipado, pero no me
sorprende. Más que nada, estoy enojado porque recién me estoy enterando.
—Es la Madre Superiora —coincido sombríamente—. Y eso complica las
cosas.
Porque si la Madre Superiora está involucrada de alguna manera, entonces
esta mierda ha estado pasando justo debajo de mis narices.
—Pero si ella está involucrada. —Sisi me mira, con el ceño fruncido
mientras analiza todas las implicaciones.
—Si ella está involucrada, entonces Sacre Coeur está involucrado. Y si
Sacre Coeur está involucrado. —Mis labios se estiran en una fina línea—.
Entonces las cinco familias están involucradas.
—Sabemos que Miles se acercó a mi padre, pero ¿los demás? ¿Sospechaste
alguna vez?
—Lo hice. Revisé las cuentas de todos. Los rusos eran culpables desde el
principio y ya obtuve la confirmación de su participación. ¿Pero los italianos?
—Niego con la cabeza, me muevo a nuestros asientos y saco mi computadora
portátil—. Revisé todas las cuentas que pude encontrar, y ninguna había
enviado ningún pago a ningún extranjero que pudiera vincular con Miles.
Ciertamente he rastreado todas sus otras transacciones. ¿Pero Miles? —Niego
con la cabeza otra vez.
—¿Qué significa eso, entonces? —Sisi se muerde el labio con
preocupación.
—Significa que es mucho más grande de lo que pensábamos. Y mucho más
grande que solo esos experimentos. —Frunzo los labios, infinitas
posibilidades se extendían ante mí—. Tenemos que hablar con tu hermano —
agrego sombríamente.
—Maldita sea —murmura Sisi.
—Sacre Coeur patrocina otros cinco orfanatos. —Saco un documento y Sisi
se inclina, arrugando la nariz mientras lee el contenido.
—Así que han estado alimentando niños en el programa de Miles —señala
antes de quedarse quieta de repente, con los ojos muy abiertos—. Vlad. —Su
mano se estira para agarrar mi camisa.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Acabo de recordar algo. Y creo que tienes razón. Esto es mucho más
grande de lo que esperábamos —dice, con los labios temblando ligeramente.
—¿Qué es?
—Es un recuerdo muy vago, pero no podía tener más de tres o cuatro años.
Pero recuerdo que me llevaron al hospital para hacerme algunas pruebas. No
fui la única. Todos los niños de mi clase fueron llevados también. —Ella
cuenta y me cuesta controlarme pensando en que alguien le ponga un dedo
encima a mi Sisi.
—Maldita sea —murmuro, indignado de que algo de esta magnitud se me
haya escapado.
—Pero hay más. Nunca entendí lo que pasó, pero los niños desaparecían
todo el tiempo en Sacre Coeur. Recuerdo que me preguntaba por qué nadie se
preocupaba por ellos. Después de que desaparecían, nadie volvía a pronunciar
sus nombres. Era como si ni siquiera hubieran existido —dice, contándome
sobre algunos a los que había conocido personalmente.
Sin siquiera pensarlo, la acerco a mi pecho, mis brazos apretados alrededor
de ella cuando me doy cuenta de lo cerca que ha estado del peligro.
¡Mierda!
Sacre Coeur no se saldrá con la suya. Especialmente porque ya había jurado
ver castigadas a las personas que lastimaron a mi Sisi.
—Lo resolveremos, chica del infierno —hablo contra su cabello.
Miro mi reloj y me doy cuenta de que debemos estar cerca del aeropuerto
pronto, así que le digo a Sisi que se prepare para aterrizar.
Pero justo cuando estoy a punto de guardar mis cosas, el avión se hunde
repentinamente y se escucha una pequeña explosión en el ala oeste.
¿Qué?
Apenas tengo tiempo de recuperar el equilibrio mientras agarro la mano de
Sisi, asegurándome de que siempre esté a mi lado.
El avión sigue tambaleándose, fuertes ruidos provenientes del motor.
Usando el intercomunicador, me comunico con el piloto.
—Creo que algo golpeó el motor izquierdo, señor —murmura el piloto.
Mi mano aún envuelve a Sisi, tiro de ella detrás de mí mientras miro por la
ventana hacia el motor izquierdo.
—Vlad… eso es… —Los ojos de Sisi se abren como platos mientras mira
las llamas que salen del motor.
—Creo que nos golpearon —digo sombríamente, maldiciendo—. No me di
cuenta de que tendrían tanta prisa por deshacerse de mí —agrego secamente.
—Vamos a bajar, ¿no? —pregunta, y me vuelvo hacia ella, impresionado
de que no se esté volviendo loca, gritando, o peor aún, desmayándose sobre
mí.
No, solo está mirando el fuego que sale del motor averiado, su rostro
sereno.
—Así es —respondo.
Sin perder un minuto más, abro el compartimento que alberga los
paracaídas, asegurándome rápidamente de que todo está en orden antes de
ponerme el chaleco y todo lo demás.
—Ven aquí, chica del infierno. —Le hago señas, atándola con fuerza a mi
frente—. Vamos a caer con fuerza, pero no vamos a morir hoy —le digo con
confianza.
Una vez que el paracaídas está asegurado alrededor de mi espalda, y Sisi
está bien amarrada a mí, empujo la puerta de seguridad a un lado, el aire entra
como un silbido desde la gran altura.
El avión se tambalea tratando de recuperar el equilibrio, pero aun así la
disminución de la altitud es visible, y sé que no lo hará sin el segundo motor
por mucho tiempo.
—¿Lista? —le pregunto, y ella simplemente asiente, sus ojos llenos de
confianza.
Sin más preliminares, simplemente saltamos.
Capítulo 29
Assisi

—No puedo creer que intentaron derribar nuestro avión. —Sacudo la


cabeza y me quito el arnés.
El viaje hacia abajo había sido realmente emocionante, y en ningún
momento me había preocupado por mi vida, ni nada, realmente. Sabía que
Vlad nos sacaría de allí y que sabría exactamente qué hacer. Mi confianza
está firmemente puesta en él.
Y no me había defraudado. No, en realidad había hecho que todo fuera
divertido. Desde el momento en que saltamos, había tratado de distraerme de
la distancia al suelo manteniendo mi atención en él, contando chistes tontos y
haciendo todo lo posible para hacerme reír para que olvidara la situación en la
que nos encontrábamos.
Si eso no es dulce, entonces no sé qué es.
Pero eso es solo Vlad. Mi dulce asesino.
Lanzo el equipo al suelo, me vuelvo para mirarlo, sorprendida de que no
responda.
Tiene una expresión ominosa en su rostro mientras observa el avión
cayendo en la distancia.
—¿Vlad?
—Se atrevieron —comienza, un estruendo profundo que hace que los pelos
de mi cuerpo se ericen—. Se atrevieron a poner en peligro tu vida. Una vez
más —dice furioso, un aura de peligro diferente a cualquier otra que emana
de él—. Voy a acabar con ellos —afirma, parpadeando dos veces antes de que
sus rasgos vuelvan a la normalidad.
—Sí, lo harás —le digo, agarrando su mano con la mía—, pero primero
debemos llegar a casa antes de que tengamos otro atentado contra nuestras
vidas —agrego en broma, pero él no está sonriendo.
—Vamos directamente a casa de tu hermano. Tenemos que arreglar este lío
antes de que suceda algo peor —dice.
—Nos va a matar —murmuro, pero a Vlad no parece importarle.
—Me ocuparé de Marcello. Probablemente lanzará algunos golpes y luego
podremos hablar. Pero como soy aún más paria que antes, necesitaré su ayuda
para resolver esto. —Suspira, rodando los ojos.
—¿En serio? —Inclino la cabeza para mirarlo—. ¿Quién te dijo que
comenzaras esta guerra sangrienta con los rusos? ¿Debería recordarte que tú
los provocaste enviándoles las cabezas de sus hombres por correo?
—¿Yo los provoqué? —Suena ofendido mientras murmura algo en voz
baja—. Simplemente jugué un poco con ellos, buscando confirmar mis
sospechas sobre su participación. Lo cual terminó siendo cierto, así que no es
como si estuviera equivocado —dice encogiéndose de hombros.
—Pero aun así lo empezaste.
—¿Lo hice? Tal vez iban a atacarme de todos modos ya que ciertamente no
les gustaba que fuera tan entrometido. —Se encoge de hombros,
mencionando el incidente del almacén donde los líderes de todos los East
Coast Bratvas se habían unido para tratar de matarlo.
Por desgracia, acababa de demostrarles que no se puede matar.
No por un humano, de todos modos.
—Vlad. —Frunzo mis labios hacia él, la diversión amenazaba con
desbordarse—. Solo admite que querías matarlos en primer lugar —le digo y
veo un pequeño rubor en sus rasgos.
—Tal vez. —Mira hacia otro lado, y no puedo evitar ponerme de puntillas
para besar su mejilla.
A veces es demasiado lindo.
Tomados de la mano, caminamos un par de kilómetros a través de un
campo sin fin antes de llegar a la carretera principal.
Ya cansada, le pido que tomemos un descanso hasta recuperar el aliento, el
sol ya asoma en el cielo lo que significa que los carros deben empezar a
circular por la zona.
—¿Por qué crees que Meester sigue intentando matarnos? —pregunto.
Está mirando a lo lejos, escudriñando el horizonte en busca de algún
movimiento, y por un segundo creo que no me escuchó.
—Tengo una corazonada —dice finalmente, dejándose caer en la hierba a
mi lado.
Simplemente levanto las cejas, esperando que continúe.
—Está protegiendo sus intereses.
—¿Qué quieres decir?
—He repasado todas las posibilidades en mi cabeza, chica del infierno. No
he tenido contacto con Petro en años, incluso una década. ¿Y de repente envía
gente a matarme? ¿Ir tan lejos como para chantajear a Maxim para que me
traicione? —Frunce los labios, arranca la parte superior de la paja de hierba y
se la lleva a la boca—. Solo hay una explicación. Y podría estarme
adelantando, ya que no tengo otra evidencia para ello. Pero… —Niega con la
cabeza—. Maldita sea, odio hacer conjeturas sin fundamento —maldice.
—Crees que fue el tercer hombre involucrado con Misha y Miles, ¿no? —
pregunto y él asiente, su expresión sombría.
—No hay otra razón por la que se empeñe tanto en borrarme de la faz de la
tierra. ¿Primero la casa en Nueva Orleans y ahora el avión? Y algo me dice
que él también estuvo detrás del incidente del almacén. Es urgente. Está
asustado por algo y está tratando de deshacerse de mí lo antes posible.
—¿Entonces crees que solo está protegiendo sus intereses comerciales?
—Lo más probable. Pero eso también significa que hay algo que proteger.
Necesitamos averiguar cómo está involucrado Sacre Coeur con Miles y
después de eso, tal vez podamos obtener una pista sobre el panorama general.
—Esto parece terriblemente complicado —observo. Hay tantas conexiones,
y me aturde tratar de pensar cómo cada hilo se conecta con el otro.
—Si no fuera así, no habría permanecido oculto por tanto tiempo. Tengo un
mal presentimiento sobre esto, chica del infierno.
—Estoy sorprendida de que nunca te hayas tropezado con él hasta ahora.
—Yo también. Pero a excepción de mi búsqueda para encontrar al asesino
de Katya y Vanya, nunca estuve en la escena del tráfico de personas. Se
suponía que nunca debía estar al tanto, y parece que me estaban observando
cuidadosamente para asegurarse de que nunca encontrara demasiado. —Se
encoge de hombros, y me doy cuenta de que está tratando de digerir toda la
información, una pequeña parte de él, sin duda, está decepcionada de sí
mismo por no haber visto lo que estaba justo debajo de sus narices.
—Te lo dije antes, cariño. Incluso tú no eres omnisciente. Deja de castigarte
por eso. —Pongo mi mano sobre la suya, tratando de darle algo de consuelo.
—Simplemente no entiendo cómo pude haber pasado por alto tantas
señales. En retrospectiva, las cosas están empezando a tener sentido…
—Pero esa es la cuestión. Miles te conoce. Sabe cómo funciona tu mente.
Y, según todos los informes, su propia mente funciona de manera similar. No
sería demasiado descabellado pensar que planeó todo para alejarte de ellos.
No hacia ellos.
—Correctamente —gruñe—. Con razón pasé casi diez años buscando en
todos los lugares equivocados. Vaya, el hecho de que encontré al Sr. Petrovic
y obtuve alguna información de él fue un milagro.
—Creo que el Sr. Petrovic fue la falla en el plan de Miles. Recuerda a los
matones en el restaurante —señalo y él asiente.
—Sí, no creo que él quisiera que me enterara de él todavía. Pero esa es la
cuestión, Sisi. Cuanto más recuerdo esos años que pasé con él, más me
pregunto si realmente quiero encontrar viva a mi hermana —dice, su voz
llena de vulnerabilidad.
—Vlad —susurro su nombre, acariciando su mano con la mía—. Lo
resolveremos. Encontraremos a tu hermana y podrás vengar a Vanya también
—le digo, apoyando la cabeza en su hombro—. Haremos todo juntos. Un
paso a la vez.
—Sisi. —Respira hondo, su cabeza toca la mía mientras me empuja más
cerca—. Estoy tan feliz de que estés conmigo. En todo este infierno, eres lo
único que me ha dado alegría. Verdadera alegría. —Levanta mi mano,
uniendo nuestros dedos—. Incluso cuando mi juicio se nubla, estás ahí para
ahuyentar la tormenta —continúa, y mi corazón da un vuelco en mi pecho.
—Sabes, todavía puedes abandonar tu vida criminal y convertirte en poeta.
—Una sonrisa tira de mis labios—. Te convertirías en un éxito de ventas
instantáneo —le digo, tratando de aligerar el ambiente.
—Por supuesto —responde al instante—. Serías mi musa y canalizaría toda
tu belleza en mis palabras. —Se vuelve hacia mí y finalmente veo que sus
labios se arquean divertidos—. Pero entonces también tendría que matar más
—continúa, con una expresión maliciosa en su rostro—, ya que nunca podré
compartirte con el mundo.
Apartando el pelo de mi cara, sus nudillos acarician mi piel, moviéndose
lentamente hacia abajo hasta que su pulgar roza mis labios.
—Ya es suficiente que quiera matar a todos los hombres que alguna vez te
han mirado. —Sus palabras me prenden incluso cuando me doy cuenta de la
precariedad de nuestra situación: varados en medio de la nada sin medios para
llegar a casa—. ¿Pero tener al mundo entero enamorado de ti también? —Él
niega con la cabeza.
—¿El mundo entero enamorado de mí? ¿No te estás precipitando?
—Nop —responde de inmediato—, porque no hay forma de que alguien te
mire y no se enamore de ti. —Su voz envía escalofríos por mi espalda, sus
palabras me recuerdan que Vlad no me ve como el resto. A sus ojos, soy tan
preciosa que no hay forma de que los demás me vean como menos.
Levanto mi mirada hacia él, atrapando su mano en la mía mientras la llevo
a mi boca, mis labios rodeando sus nudillos.
—Gracias —susurro—, por hacerme sentir tan amada.
Su consideración por mí nunca deja de sorprenderme, la forma en que su
amor puede ser tan puro y sin embargo tan malvado al mismo tiempo.
Me trata mejor que a una reina. Yo, la chica a la que todos menospreciaban,
la maldita, la no deseada. Sin embargo, cuando me mira con esos ojos oscuros
suyos, finalmente siento que importo. Que todo lo que soporté hasta ahora
nunca fue una desgracia, sino más bien una prueba. Tuve que ganar la fortuna
que ahora tengo y, francamente, no lo haría de otra manera.
Porque no solo mi pasado me formó en lo que soy, sino que también me
ayudó a reconocer cuán afortunada soy de tener el amor de este hombre
inusual.
—Nunca debes agradecerme, Sisi, por tratarte como te mereces. Demonios,
te mereces mucho más de lo que puedo darte. A veces me preocupa que
puedas encontrar a alguien más. Alguien… mejor.
Su voz es baja, su frente ligeramente arrugada cuando lo admite. La
vulnerabilidad detrás de su voz me asombra y me doy cuenta de que no soy la
única que piensa que no es digna.
El también.
—Vlad —digo suavemente su nombre, sus ojos oscuros en los míos
mientras me pierdo en esas profundidades—. No hay nadie mejor que tú.
Nunca habrá nadie más. Punto.
Hay una ligera contracción en su labio superior mientras me mira fijamente,
casi sin pestañear.
—Para mí, eres la otra mitad de mi alma —le digo, y sus rasgos se relajan,
una luminosidad aparece en su rostro—. Eres el único requisito que necesito
para vivir, al igual que sé que soy el tuyo. —Coloco su mano sobre mi
corazón, dejándolo escuchar cómo late por él—. Nunca pienses que eres
menos, Vlad. Porque para mí lo eres todo.
—Sisi. —Suelta un sonido angustiado—. Mi querida Sisi —dice mientras
me toma en sus brazos, sosteniéndome tan fuerte que podríamos fundirnos en
uno—. No puedo evitar preguntarme qué hice para merecerte. Eres solo… —
Se calla, sus dedos suben y bajan por mi espalda en una caricia lenta.
—Perfección —dice finalmente, y me acurruco más cerca de sus brazos,
permitiendo que su calor se filtre en mi piel, su amor en mi corazón, su
adoración en mi alma.
Y cuando el sol sale al cielo, un tono rojizo tiñe la línea del horizonte, nos
quedamos así, envueltos el uno en el otro y fingiendo que somos realmente
uno. Que no somos cuerpos separados, ni entidades separadas. No, mientras
mi mejilla descansa sobre la suya, mi cuerpo moldeado al suyo, somos un
solo ser.
—Ya lyublyu tebya 23 —murmuro suavemente en su cabello, diciéndole te
amo en su idioma, la única razón por la que quería aprenderlo.
Se queda quieto, sorprendido.
—Isho 24 —dice, instándome a decirlo de nuevo—. Isho.
—Ya ochen lyublyu tebya 25 —lo repito y él choca su boca contra la mía,
abriendo mis labios y respirando las palabras de mi boca.
—Ya tozhe 26 —dice con voz áspera—. Ah, milaya, ya tak tebya lyublyu…
v etu zhizn mne nuzhna tolka ti odna 27. —Su voz se quiebra cuando me dice
que soy lo único que necesita en esta vida, el sonido de su promesa de amor
nunca tan dulce como sé que lo diría en serio desde el fondo de su corazón.
No sé cuánto tiempo nos quedamos así, pero finalmente decidimos que
debemos seguir caminando hasta que encontremos un auto dispuesto a
llevarnos a la ciudad.
Al ver el cansancio en mi rostro, Vlad ni siquiera me deja intentar caminar,
me balancea sobre su hombro y me lleva a cuestas.
Me aferro con fuerza a sus hombros, permitiéndome absorber su calor.
Él sigue caminando, y después de un tiempo empiezo a sentirme culpable
de que soy un peso adicional en su espalda. No importa la evidencia de lo
contrario, sigue siendo humano.
—Deberías bajarme ahora. Descansé bien —le digo, pero él simplemente se
niega, tercamente continúa hacia adelante.

23
Te amo.
24
Dilo.
25
Te amo mucho.
26
Yo también.
27
Cariño, te amo tanto, en esta vida solo te necesito a ti.
—Lo digo en serio, Vlad. Puedes bajarme. —Toco su hombro, pero él ni
siquiera responde esta vez, avanzando con dificultad.
Por casualidad, veo que se acerca un coche y empiezo a agitar las manos en
el aire, con la esperanza de llamar su atención.
Una pareja de cuarenta y tantos años pasa por nosotros y nos evalúan antes
de invitarnos a compartir el coche con ellos. Por suerte, también se dirigen al
norte, por lo que nos pueden dejar en algún lugar cerca de la casa de
Marcello.
Una vez dentro del auto, tanto Vlad como yo empezamos a relajarnos un
poco. Aun así, no creo que sepa el significado de relajarse, y puedo ver la
forma en que su mente está trabajando una vez más, muy probablemente
trabajando en teorías y probando mentalmente escenarios futuros.
Suspirando profundamente, solo puedo esperar que la confrontación con
Marcello no sea tan mala. Y antes de darme cuenta, mis ojos se cierran, un
sueño profundo me reclama.

No es mucho más tarde que siento que Vlad me sacude lentamente para
despertarme. Abro los ojos aturdida justo cuando él me toma en sus brazos,
agradeciendo a la pareja por llevarnos y deseándoles un buen viaje.
—Puedes bajarme —le digo, mi voz ronca por el sueño. Parece un poco
reacio a hacerlo, pero finalmente me pone de pie.
Me estiro un poco, mis extremidades me duelen por todo el esfuerzo, y
miro a nuestro alrededor para tratar de evaluar dónde estamos.
—¿Cuánto falta para la casa de Marcello? —Levanto la cabeza para
mirarlo.
Sus ojos están enfocados en mí mientras una lenta sonrisa comienza a
dibujarse en su rostro.
—¿Qué? —Arrugo la frente.
—Dijiste la casa de Marcello. Antes, solías llamarla hogar —responde,
demasiado orgulloso de sí mismo.
—¿Ah sí? —Finjo ignorancia mientras sigo caminando. Aun así, no puedo
quitarme la sonrisa de la cara cuando me doy cuenta de que tiene razón. Ha
pasado bastante tiempo desde que dejé de llamarlo hogar. Y todo porque mi
hogar pasó de ser un lugar a ser una persona.
—Sé que estás sonriendo —grita detrás de mí, claramente divertido—. Y
vas en la dirección equivocada —señala después de que ya estoy bastante por
delante de él.
Me giro bruscamente, mis ojos se entrecerraron hacia él.
—Solo admite que soy tu hogar. —Sus ojos brillan con picardía mientras
viene a mi lado, toma mi brazo y lo coloca en el hueco de su codo.
—Tal vez. —Mis labios se tuercen, pero es todo lo que estoy dispuesta a
darle. Su ego ya está demasiado inflado.
—Lo sabía —silba, tirando de mí más cerca y diciéndome que la casa no
está demasiado lejos.
—¿Estás preocupada por la reunión? —Eventualmente pregunta, su tono es
serio.
Inclino mi cabeza hacia él, considerando brevemente la pregunta.
—No lo sé —respondo honestamente. Porque realmente no lo sé. Marcello
me prohibió con vehemencia tener algo que ver con Vlad, así que sé que no
será un encuentro agradable en lo más mínimo.
Sin embargo, estoy un poco preocupada por decepcionarlo. Puede que no
nos conociéramos desde hace mucho tiempo, pero había aprendido a
respetarlo a él y su verdadero interés por la familia. Puede que no sea un libro
abierto la mayoría de los días, pero siempre ha sido justo conmigo y me ha
dado la oportunidad de vivir con él cuando no tenía que hacerlo. Yo era,
después de todo, técnicamente un adulto cuando dejé Sacre Coeur, y
definitivamente no era su responsabilidad.
Y entonces me encuentro acorralada en una esquina, ya que no quiero
perder la consideración de Marcello, pero definitivamente no renunciaré a
Vlad.
—Podemos esperar lo mejor, ¿verdad? —pregunto, forzando una sonrisa.
—Marcello no es un ogro —bromea Vlad—. A pesar de todas sus
tendencias de ogro. Pero puede ser bastante inflexible —menciona Vlad, pero
al ver que mis ojos se abrieron un poco por la preocupación, corrige—. Pero
me encargaré de eso, Sisi. No te preocupes. De hecho, no te preocupes por
nada. Yo me encargaré de todo. —Me mira, su expresión es tan sincera que
no puedo evitar inclinarme ligeramente hacia él, poniendo toda mi confianza
en él.
—Está bien —respondo suavemente.
La pareja realmente nos hizo un favor al dejarnos cerca de la casa, por lo
que solo tenemos que caminar un par de kilómetros para llegar a las puertas
principales.
Al vernos, los guardias inmediatamente abren las puertas para nosotros,
dándonos la bienvenida adentro.
Supongo que no recibieron el memorándum de que Vlad es persona non
grata.
Hay un largo caminero que va desde las puertas principales de entrada a la
casa, macizos de flores a ambos lados del camino de piedra.
Estamos a mitad de camino cuando siento a Vlad tensarse. Ni siquiera
tengo tiempo para preguntar qué está pasando cuando me empuja detrás de él,
un fuerte disparo impregna el aire.
Con los ojos muy abiertos, miro hacia arriba para ver a mi hermano y Lina
en la puerta. Marcello tiene una expresión asesina en su rostro mientras nos
apunta con un arma directamente.
—¿En serio, ‘Cello? —Vlad arrastra las palabras, dando un paso adelante.
Su brazo todavía está extendido para mantenerme detrás de él.
Pero algún tipo de advertencia se dispara en mi mente, y golpeo su brazo a
un lado, yendo a su lado. Observo con horror cómo la sangre brota de su
hombro, la bala profundamente alojada en su interior. A Vlad ni siquiera
parece importarle ya que su mirada está firmemente en mi hermano.
—¿Estás loco? —Salgo, gritando a Marcello—. Y tú. —Giro mi cabeza
ligeramente—. ¡Te acaban de disparar! —exclamo, ya entrando en pánico.
Nunca había visto a Vlad lastimado antes, y ver esa sangre corriendo por su
camisa es suficiente para hacerme hiperventilar.
Una cosa es cuando está en una pelea y sé que no hay nadie que pueda
vencerlo. Pero es otra cosa muy diferente en esta situación, porque estoy
segura de que no va a comprometer a mi hermano de ninguna manera.
Lo he visto antes, en mi fiesta de cumpleaños. Hay una parte de Vlad que
considera a Marcello su amigo más cercano, y aunque mi hermano no
comparta ese sentimiento, está claro que el código moral sesgado de Vlad
nunca le permitiría hacerle algo. A su manera retorcida, se preocupa por
Marcello.
Los labios de Vlad se levantan en una sonrisa torcida mientras coloca su
mano sobre el lugar donde le dispararon, buscando el agujero. Con los dedos
juntos, los mete dentro de la herida, buscando la bala.
Mis ojos deben ser del tamaño de dos platillos ya que no puedo hacer nada
más que mirar esta muestra de locura.
Sus labios se contraen cuando encuentra la bala, más sangre gotea de la
herida y corre por su mano. Una vez que la tiene bien agarrada, la saca,
dejándola caer al suelo con un ruido sordo.
Su camisa es un desastre, el material está hecho trizas alrededor del sitio del
arma. Pero es el agujero de la bala lo que me tiene preocupada, tan enojada
que parece que a borbotones sale aún más sangre.
En todos los programas médicos que he visto, siempre es imperativo no
retirar el objeto extraño, ya que podría provocar una hemorragia.
Vlad también lo sabe. Sé que lo hace. Entonces, ¿qué cree que tendrá éxito
con esta versión?
Actúo solo por puro instinto, agarro el dobladillo de mi vestido y lo rasgo.
No pierdo tiempo mientras me apresuro a su lado y empiezo a envolver el
material alrededor de su hombro a través de su herida.
—Estás loco —murmuro, un poco desilusionada con él por tomar su propia
seguridad tan a la ligera.
¿Sobrevivimos a un casi accidente de avión solo para que él se desangrara
por un disparo innecesario? No señor. No lo aceptaré
—Soy tu loco —murmura en voz baja, su mirada gentil mientras mira mis
esfuerzos por alcanzar su hombro y vendarlo adecuadamente.
Tardíamente, escucho el sonido de pasos detrás de mí, así que hago lo único
que puedo. Me doy la vuelta y coloco mi propio cuerpo frente al de Vlad.
—¡Suficiente! —le digo a mi hermano
Tal vez esté a unos pasos de distancia, su arma aun apuntando a Vlad. Lina
está detrás de él, su mirada llena de preocupación mientras mira entre Vlad y
yo.
—Sisi, entra a la casa. —Marcello grita la orden, con los ojos fijos en Vlad.
—No voy a ir a ninguna parte —respondo, colocándome firmemente frente
a su arma—. Y tampoco vas a dispararle a nadie.
—Sisi, entra. —Aprieta los dientes, y me pregunto si este es su punto de
quiebre. Aun así, sabiendo lo cabeza dura de Vlad sobre mi hermano, no voy
a dejarlo solo para que pueda ofrecerse como sacrificio.
—No. —Doy unos pasos hacia atrás hasta que mi espalda golpea el frente
de Vlad—. No voy a dejar a mi esposo —afirmo con confianza.
—¿Esposo? —Marcello balbucea y los ojos de Lina se agrandan mientras
me mira fijamente, probablemente tratando de determinar la validez de la
afirmación.
Parpadeo dos veces cuando me doy cuenta de una escapatoria en la que no
había pensado antes. Inclinándome hacia Vlad, susurro:
—El matrimonio es real, ¿verdad?
—Por supuesto que es real —responde de inmediato, casi insultado—. No
fingiría casarme contigo.
—Bien. —Asiento con la cabeza—. Solo quería asegurarme ya que el
ministro parecía un poco fuera de lugar. Pensé que tal vez contrataste a un
actor —admito pensativamente.
—Era real —murmura Vlad—. Solo usé un poco de intimidación con él,
nada más. Pero el certificado es real y está archivado. Me aseguré de ello yo
mismo. —Se acicala, y de alguna manera no puedo tomarlo en serio con un
enorme agujero en su hombro que ahora sangra por toda la correa de tela que
lo envolví.
—Genial —agrego secamente.
—¡Sisi! —Mi hermano me grita y me alejo de Vlad, un poco
desorientada—. No sé qué te dijo para aceptar casarte con él, pero debes
retroceder. Yo me ocuparé de él.
—¿Debería decirle con lo que me amenazaste para que me casara contigo?
—le pregunto, casi divertida.
Inmediatamente niega con la cabeza, la comisura de su labio medio girada.
—No creo que ayudaría a la situación en la que estamos —bromea.
Marcello gime, y por el rabillo del ojo lo veo moviendo el arma
imprudentemente.
—¿Primero puedes soltar el arma y hablamos después? —Le doy a mi
hermano una sonrisa, con la esperanza de endulzarlo de alguna manera.
Lina está tranquila a su lado, observándonos de cerca a Vlad y a mí.
Marcello está a punto de responder, pero luego entrecierra los ojos sobre
mí, específicamente sobre mi cuello.
—Estás jodidamente muerto, Vlad. Tú… —Marcello niega con la cabeza,
tanta ira saliendo de él—. ¡La jodidamente marcaste! —grita, señalando el
tatuaje en mi cuello.
Antes de que pueda parpadear, el arma está levantada y lista para dispararle
a Vlad de nuevo.
—¡Detente! —grito a todo pulmón, el miedo y la preocupación me
carcomen—. Solo detente —resoplo, mi voz áspera—. Le pedí que me hiciera
este tatuaje —explico, pero Marcello no parece enmendable en lo más
mínimo.
—Él no me obligó a hacer nada —continúo, avanzando lentamente hacia
Marcello—. Por favor, solo detente y escúchanos, ¿de acuerdo? Él no es un
peligro para mí. —Estoy casi frente a él mientras mantengo mis ojos en él.
Mi mano se estira para envolver la suya, tratando de evitar que agite el
arma.
—Es mi esposo y lo amo. Solo danos la oportunidad de explicarlo todo —
agrego, y por primera vez noto una reacción en Marcello.
—¿Lo amas? —pregunta, la incredulidad goteando de su voz.
—Sí —confirmo, finalmente logrando que baje el arma.
No habla por un momento mientras su mirada va de mí a Vlad.
—En mi oficina. Tienen cinco minutos —dice antes de girar rápidamente
sobre sus talones, agarrar el brazo de Lina y arrastrarla dentro de la casa.
Todavía me está mirando, sus rasgos llenos de preocupación. Pero tendré
tiempo para tratar con ella más tarde.
Después convenceremos a Marcello de que nuestra relación es real.
Me apresuro al lado de Vlad, con la intención de establecer algunas reglas
básicas antes de enfrentarme a mi hermano.
—No lo provoques —empiezo—. Sé que querrás hacerlo. Sé que es posible
que no puedas evitarlo. Pero, por favor, no lo provoques.
—Me hieres, chica del infierno —gime—. Ahora, ¿dónde estaría la
diversión en eso?
—Ya estás herido, Vlad. Probablemente lo estarás aún más si no mantienes
la boca cerrada. Necesitamos su ayuda, no su ira.
—Bien. —Deja escapar un gran suspiro—. Por ti, haré una excepción. Pero
solo puedo prometer que bajaré el tono. Sabes que a veces no puedo evitar
dejar escapar cosas —suspira, y una mirada hacia él me hace fruncir los
labios para dejar de reír.
—Sí, he sido el objetivo de tu lengua errante —respondo, apenas
conteniendo mi risa mientras nos dirigimos al interior de la casa.
Vlad se detiene, girando la cabeza ligeramente, sus labios se curvaron en
una sonrisa maliciosa.
—Sí, es cierto —dice antes de seguir caminando.
Frunzo el ceño y me toma un segundo entender el doble sentido.
—Eres malvado. —Le doy un ligero codazo, con una sonrisa en mis labios.
Pero cuando entramos en el estudio de mi hermano, inmediatamente relajo
mis rasgos, queriendo parecer seria.
Marcello y Lina están detrás del escritorio de mi hermano. Su mirada tiene
una cualidad de halcón mientras se centra en nosotros, observándonos
mientras tomamos dos asientos frente a ellos.
Al principio, nadie habla. El silencio es ensordecedor mientras todos
participan en una especie de concurso de miradas.
—Entonces… —Me aclaro la garganta, queriendo terminar con esto lo
antes posible para poder coser a Vlad de nuevo. Es un milagro que haya
mantenido la calma como lo ha hecho, ya que le sale mucha sangre de la
herida—. Vlad y yo estamos casados —empiezo, y mi hermano me mira con
los ojos entrecerrados.
—Me di cuenta de eso —agrega secamente.
—'Cello, 'Cello, ¿no puedes relajarte un poco? —Vlad pregunta, y mi boca
se abre cuando lo veo levantar sus piernas y apoyarlas en el escritorio de
Marcello.
Me giro bruscamente hacia él, mi expresión le dice claramente que se
detenga.
Tiene una amplia sonrisa en su rostro mientras se recuesta en su silla,
levanta los brazos y los coloca detrás de la cabeza como si no tuviera un
maldito agujero en el hombro.
No queriendo dar a Marcello y Lina la impresión de que estamos en
términos menos que estelares, me recuesto en mi silla, acercándome un poco
más a él y murmurando en voz baja:
—Pórtate bien.
Sus labios se curvan aún más, y resisto el impulso de poner los ojos en
blanco. Él simplemente no puede evitarlo.
—Sisi, creo que es mejor que lo sepamos de ti. —Finalmente habla Lina,
dirigiéndose a mí—. ¿Qué pasó? ¿Qué pasa con Raf? —Las preguntas brotan
de ella, y siento una punzada de arrepentimiento. Todo este tiempo y nunca
me detuve a pensar cómo se debe haber sentido Raf en todo este desastre.
De acuerdo, el secuestro había estado fuera de mi control, pero incluso
después de eso, entre las peleas con Vlad y nuestra reconciliación, no había
pensado ni por un minuto en Raf.
¡Maldita sea!
—No pasaba nada entre Raf y yo —empiezo, tomando una respiración
profunda. Lina y Marcello están concentrados en mí mientras hablo, así que
admito todas las mentiras que dije, con la esperanza de que no estén
demasiado decepcionados conmigo—. Me propuso un matrimonio de
conveniencia cuando supe que estaba embarazada.
—¿Sabías? —Lina jadea—. ¿Sabías que estabas embarazada?
Asiento lentamente, la vergüenza subiendo por mis mejillas.
Pero luego siento la mano de Vlad encima de la mía mientras me da un
apretón rápido y es todo lo que necesito para continuar.
—Sí —admito—. Lo sabía.
—Sisi. —Lina niega con la cabeza hacia mí—. Sabías que podrías haber
acudido a mí en cualquier momento. ¿Por qué ibas a…? —Se calla y puedo
ver la decepción en su mirada.
—Tenía miedo —susurro, lista para poner todas las cartas sobre la mesa.
Pero Marcello me interrumpe, su voz estruendosa mientras prácticamente
dispara dagas a Vlad con sus ojos.
—Quieres decir que Raf no era el padre, ¿verdad? —pregunta mi hermano,
y no sé por qué me siento tan avergonzada de admitir esto, pero mientras
asiento lentamente puedo sentir que me acaloro más, mi vergüenza me hace
sudar.
—Mierda, te aprovechaste de ella, ¿no? —gruñe, golpeando su palma
contra la mesa, el ruido me hace estremecer.
Vlad está tranquilo incluso cuando mi hermano sigue enfurecido. Su mano
sobre la mía es la única fuente de consuelo mientras me encuentro en una de
las situaciones más incómodas en las que he estado.
—No me aproveché de ella, Marcello. Los dos somos adultos y ella puede
tomar sus propias decisiones —dice Vlad con pereza, con los pies todavía
sobre la mesa, su postura relajada.
Y esto parece enojar aún más a mi hermano, su cara roja de furia mientras
mira a Vlad.
—Ella creció en un maldito convento, Vlad. ¿Qué tipo de adulto crees que
es? —pregunta, y yo frunzo el ceño, no me gusta la dirección que está
tomando—. Maldición, probablemente ni siquiera sabía lo que era el sexo —
continúa mi hermano y en este punto mis ojos están muy abiertos en estado de
shock—. ¿Qué te dijo para convencerte de acostarte con él? —continúa,
dirigiendo la pregunta hacia mí—. ¿Te obligó? ¿Te prometió algo? Dios, no
puedo creer esto —maldice en voz baja, aparentemente sin tener el control de
sí mismo.
—No soy una niña, Marcello, y preferiría que no te refirieras a mí como tal
—empiezo, la necesidad de enfrentarme a mí misma me carcome. Puede que
no quiera decepcionar a mi hermano, pero eso no significa que dejaré que me
quite todo mi albedrío—. Y tampoco soy idiota. Puede que haya crecido en
un convento, pero eso no me quitó el sentido común. —Casi pongo los ojos
en blanco—. Sabía exactamente en lo que me estaba metiendo con Vlad.
—Sisi. —Sacude la cabeza hacia mí—. No estoy tratando de decir que eres
una niña. Pero eres joven e inexperta. Es diez años mayor que tú, por el amor
de Dios. ¿Cómo es que eso no es aprovecharse de ti?
—Marcello —suspiro, casi exasperada—. Tú también lo conoces —
agregué, echando un vistazo furtivo a Vlad y encontrándolo observándome de
cerca, con una expresión intensa en su rostro. Su labio inferior ligeramente
curvado hacia arriba, sé que está disfrutando el espectáculo. Pero más que
nada, me alegro de que me deje pelear mis propias batallas, ya que sin duda si
comienza a hablar solo pondrá su pie en su boca, empeorando la situación de
lo que ya es.
—Tiene la inteligencia emocional de un niño pequeño.
—Oye —protesta Vlad desde un lado, tratando con todas sus fuerzas de
ocultar una sonrisa creciente.
—Él ni siquiera sabía cómo hablar con una mujer antes de que yo llegara
—continúo, y Vlad gime, con el dorso de la mano en la frente en una escena
típicamente dramática.
—¿En serio, chica del infierno? ¿Tienes que revelar todos mis secretos? —
pregunta, con una sonrisa divertida en su rostro.
—Es verdad. —Me encojo de hombros—. Ni siquiera sabías besar —
agrego, guiñándole un ojo.
—Yo sabía más que tú. Yo, al menos, tenía la base teórica —responde.
—Cierto —resoplé—. Es por eso por lo que estabas listo para cortarte el
brazo para que te besara de nuevo —Levanté una ceja hacia él, un poco
perdida en el ida y vuelta.
—Tienes algo por la sangre, admítelo —responde, sus ojos más oscuros que
el negro mientras sus pupilas superan sus iris.
Siento la necesidad de abanicarme, especialmente mientras mis ojos
recorren su torso, la sangre se acumula en su camisa y un poco todavía fluye
libremente de su herida. Pero me muevo más abajo y noto que no soy la única
demasiado acalorada por esta conversación, una parte de él crece justo bajo
mi mirada.
—Tal vez. —Mi voz viene en un tono sin aliento cuando vuelvo mis ojos a
los suyos.
—¿Pueden ustedes dos parar? —Las palabras de Marcello nos interrumpen,
pero la energía aún es pesada cuando me acomodo en mi asiento, tomo su
mano en la mía y me deleito con su toque.
Me hace olvidarme de mí misma. Incluso en situaciones como esta, cuando
sé que debo mantener la cabeza en el juego, hace que todo se desvanezca.
—Él no me coaccionó de ninguna manera, Marcello. Simplemente… —Me
giro hacia Vlad—. Nos enamoramos.
—¿Y cuándo se enamoraron exactamente? No recuerdo que te hayas
encontrado con él más de un puñado de veces. Demonios, ni siquiera sé
cuándo tuvieron tiempo ustedes dos para… —Se apaga, casi reacio a decir la
palabra sexo de nuevo.
Oculto una sonrisa cuando me doy cuenta de que mi propio hermano podría
ser más mojigato que yo.
—Me escapé —admito, procediendo a darle un resumen de cómo nos
conocimos—. Y antes de que digas algo, quería hacerlo.
—Estoy decepcionado de ti, Assisi —dice Marcello sin rodeos después de
que le cuento sobre nuestras reuniones nocturnas y cómo Vlad y yo
terminamos pasando tiempo juntos—. Te dije específicamente que te
mantuvieras alejada de él e ignoraste mi advertencia. —Niega con la cabeza.
Siento a Vlad tensarse a mi lado y le doy un suave apretón en la mano,
haciéndole saber que no debe intervenir.
Hay una pausa mientras Lina y Marcello se miran, algo pasa entre los dos.
—Bien —dice Marcello—. Digamos que entiendo su historia. —Agita su
mano hacia nosotros—. Lo hecho, hecho está. No puedo cambiar el pasado.
Pero eso no significa que tengas que seguir casada con él —dice con desdén.
—Creo que olvidaste la parte donde dije que lo amo —murmuro
secamente—. No voy a dejarlo.
—¿Lo amas? —Él ríe—. Él no sabría lo que es el amor aun si lo golpeara
en la cara. Lamento reventar tu burbuja, Assisi, pero te han engañado —
menciona casualmente. Lina frunce los labios y mira preocupada a su marido.
—Marcello. —Ella pone una mano gentil en su brazo, tratando de que deje
de hablar.
Pero no lo hace.
—Tienes razón en que lo conozco. Por eso sé que habrá un día frío en el
infierno antes de que Vlad muestre algún tipo de sentimiento.
—Entonces debe estar helado —agrego irónicamente en voz baja.
Vlad me escucha, sus ojos brillan con picardía, y estoy impresionada por lo
tranquilo que está. Tal vez está tomando mi consejo en serio.
—Bueno. —Se encoge de hombros, quitando los pies del escritorio y
poniéndose de pie—. Lo intentamos —dice con ligereza, tomando mi mano y
tirando de mí para ponerme de pie.
—No la vas a llevar a ninguna parte. —Mi hermano se pone de pie, dando
la vuelta para detener a Vlad—. No sé qué mentiras le dijiste, o cómo lograste
seducirla, pero termina aquí, Vlad.
Las facciones de Vlad cambian en un abrir y cerrar de ojos. La expresión
divertida anterior se ha ido, reemplazada por una fría e insensible.
—Tal vez puedas tocarme ahora, Marcello. Pero será mejor que quites la
mano antes de que te la rompa —afirma con frialdad, arrojando el brazo de
mi hermano a un lado y empujándome detrás de él—. Por cortesía hacia ti,
quería darle a Sisi la oportunidad de explicarte cómo sucedió todo. Pero te lo
dije antes. En el momento en que intentas alejarla de mí, todas las apuestas
están canceladas.
—¿En serio? —Mi hermano da una risa cruel—. ¿Y dónde estabas cuando
ella estaba en el hospital abortando a tu hijo? —pregunta y yo jadeo, mi mano
va a mi boca ya que apenas puedo creer que haya golpeado tan bajo.
Los hombros de Vlad están temblando con una tensión no liberada, y por
un momento temo que se rompa.
—¡Suficiente! —Me coloco entre ellos—. Eso es entre Vlad y yo, y hemos
hecho las paces con eso —declaro, sosteniendo la mirada de Marcello.
—Sisi, ve a buscar tus cosas. —La voz de Vlad es baja y áspera para los
oídos, ya que apenas se contiene.
—Vlad…
—Ahora —susurra, y esa palabra suavemente pronunciada me dice todo lo
que necesito saber.
Con una última mirada a Lina y Marcello, me alejo del estudio, casi
corriendo escaleras arriba hacia mi habitación.
Sabiendo que es probable que Vlad esté pendiendo de un hilo, tomo una
bolsa grande y meto algunas de mis cosas más preciadas adentro, pensando
que quizás nunca regrese aquí.
Había anticipado que Marcello no estaría emocionado por nosotros, pero no
pensé que sería tan francamente tiránico.
Niego con la cabeza mientras siento las lágrimas arder detrás de mis ojos, la
decepción asentándose profundamente en mi estómago. Realmente no había
querido que las cosas salieran así. Sobre todo, porque todo lo que siempre
había querido era tener una familia.
Una familia que no me alejara.
Un sollozo se atasca en mi garganta mientras meto algunos de los vestidos
que compré con Lina en una bolsa, los pocos recuerdos que había hecho en
esta casa saliendo a la superficie y haciéndome sentir aún más triste.
—Sisi. —Me giro bruscamente hacia la puerta para ver a Lina entrar
tentativamente.
—No te preocupes, nos iremos rápido —le digo, secándome los ojos.
De alguna manera, no quiero que ella vea cuánto me está afectando esto.
—Sisi —repite, viniendo hacia mí, sus brazos amortiguando mi cuerpo
mientras me atrae hacia su pecho—. Nadie te va a echar. No tienes que irte.
—Me acaricia el pelo.
—Pero tengo que hacerlo. —Me inclino hacia atrás, mirando hacia otro
lado—. Marcello claramente nunca nos aprobará, y no voy a ir a ninguna
parte sin Vlad —le digo con sinceridad.
—¿Tanto lo amas? —pregunta, apretando los labios con consternación.
—No puedo expresar con palabras cuánto lo amo —susurro, parpadeando
para quitar las lágrimas.
¿Por qué tengo que elegir entre mi familia y Vlad? ¿Por qué no pueden
simplemente aceptar nuestra relación? Sí, sé que Vlad no tiene el mejor
historial, pero al menos podrían darle una oportunidad.
—Pero ya sabes quién es. —Ella frunce el ceño, como si no pudiera
entender cómo podría amar a alguien como él.
—Sí —respondo—, sé exactamente quién es, y por eso lo amo. Nunca me
ha mentido sobre quién es, y siempre lo he aceptado de todo corazón.
—Pero es un asesino, Sisi. Es un asesino violento e insensible.
—¿Qué pasa con mi hermano? —contesto—: Sé lo que te hizo, Lina. Y
todavía estás aquí, con él. ¿No puedes entenderme al menos un poco? —Mi
voz se adelgaza, mi garganta se obstruye con la emoción.
Se ve como si la hubiera abofeteado, un tinte rojo trepando por sus mejillas.
—Vlad no es un santo. Lo sé. Dios, soy consciente de que es
probablemente uno de los hombres más peligrosos de este mundo. Pero es
mío. —Señalo mi pecho—. No tienes idea de lo mucho que me ama, o lo
querida que me hace sentir. Me completa de una manera que nunca creí
posible, y no voy a renunciar a eso. Ni siquiera por ti —le digo firmemente y
sus ojos se abren un poco.
—Sisi… —Su mirada divaga mientras intenta leerme.
—Entiendo si tú o Marcello no pueden aceptar eso. Es tu elección. Así
como es mía ir con él. —Sigo colocando mis cosas en la bolsa, negándome a
sucumbir a mis emociones—. ¿Dónde están Claudia y Venezia? Quiero
despedirme. —Otra punzada golpea mi pecho al darme cuenta de que
probablemente no podré ver a ninguna por mucho tiempo.
A Venezia acababa de conocerla, pero ¿Claudia? Habíamos crecido una al
lado de la otra y, a veces, ella se siente tanto mi hermana como mi hija.
—Están en el museo con su profesora. Quédate, Sisi. Quédate a verlas. No
hace falta que te vayas —me sigue suplicando Lina, y el dolor de sus ojos
solo sirve para renovar el mío.
—No puedo, Lina —susurro, todo mi ser rebelándose ante esta situación en
la que me encuentro. Oh, pero cómo desearía poder tener a ambos, mi familia
y mi amor.
Pero uno no puede tener todo lo que desea, creo que eso ya debería estar
bastante claro.
—Después del bebé… —Me interrumpo, respirando hondo y queriendo
explicarle para que entienda—. Estaba en un lugar muy oscuro. Tan oscuro
que no pensé que saldría nunca. Vlad fue lo único que me hizo sentir mejor,
como mi antiguo yo. Él es quien me mantiene cuerda cuando el dolor
amenaza con desbordarse.
Ella frunce los labios, la tristeza en su rostro mientras escucha mis palabras.
Sé que no es justo para ella, ya que no le había dicho a nadie mis problemas.
Y es porque lo contuve todo por lo que me perdí en el dolor.
—No sé si tiene sentido, si es algo menos que una locura, pero… —
Levanto mi mirada hacia ella para que pueda ver la sinceridad de mis
palabras—. Él es mi único requisito para vivir.
En ese momento, la puerta se abre ligeramente y Vlad entra. Tiene el labio
roto y asumo que Marcello no estaba satisfecho con hacerle un agujero en el
pecho, también tuvo que darle un puñetazo.
La bolsa cae de mis manos mientras me apresuro a su lado, mis dedos
recorriendo la carne ya magullada.
—Ni siquiera te defendiste, ¿verdad? —pregunto suavemente. Ya había
esperado que no opusiera resistencia y aceptara lo que fuera que Marcello le
diera. En el fondo, creo que hay una parte de él que cree que se lo merece
porque traicionó a su amigo.
Porque ese es el tipo de hombre que es Vlad. Honorable. Puede que sea un
asesino, pero tiene principios, y respeto su sistema de honor, por
distorsionado que sea.
—¿Por qué pelearía cuando sé que ganaría? —Se encoge de hombros
levemente, tomando mi mano.
—Yo… —Lina murmura algo, y me doy cuenta de que todavía está en la
habitación—. Me iré ahora —dice ella, sus ojos pasando de Vlad a mí antes
de salir corriendo de la habitación.
—Lo siento —murmura mientras redirijo mi atención al equipaje—. No
pensé que sería tan inflexible —suspira profundamente.
—Al menos no te mató —señalo con media sonrisa.
—Al menos está eso —se ríe, caminando por la habitación y ayudándome a
empacar.
Abriendo un cajón se queda quieto, su expresión tensa. Me vuelvo hacia él,
mis propios rasgos se contraen por el dolor cuando lo veo levantar la pequeña
imagen de ultrasonido.
—Chica del infierno —gime, abriendo sus brazos para que me encuentre—.
Mierda, lo siento mucho. Marcello tenía razón. Debería haber estado aquí.
Debería haber estado a tu lado —dice en mi cabello, sosteniéndome cerca de
su pecho.
Traté todo el día de ser fuerte, pero de alguna manera la vista de esa foto
me hizo derrumbarme, los sollozos atormentaron mi cuerpo cuando
finalmente dejé caer las lágrimas.
—Shh —susurra, tomándome en sus brazos y colocándome en la cama—.
Cuando sufres, yo sufro —susurra, acariciando lentamente mi espalda.
Capítulo 30
Marcello

Lina me mira preocupada mientras sale corriendo del estudio detrás de


Sisi. Solo con la pesadilla de mi existencia, cierro los ojos, respirando
profundamente.
Antes de que pueda evitarlo, mi puño hace contacto con su mandíbula. Ya
noto la forma en que sus ojos siguen cada uno de mis movimientos, o cómo
simplemente permite que mis nudillos lastimen su carne sin poner ni el más
mínimo esfuerzo en defenderse.
Él parpadea. Lentamente. Luego, una sonrisa torcida aparece en su rostro
mientras se limpia la sangre de la boca y se la lleva a los labios.
—No está mal —se encoge de hombros—, pero nada comparado con el de
tu hermana —dice, y necesito todo mi poder para no abalanzarme sobre él de
nuevo.
Está tratando de provocarme.
Unas pocas respiraciones más tarde me mantengo bajo control. No puedo
caer en sus juegos mentales, especialmente porque sé que Vlad nunca hace
algo sin un propósito, y lo último que quiero es invitar al peligro a mi propia
casa.
Le doy la espalda, tomo la licorera de la mesa y me sirvo un trago fuerte.
Ya puedo sentir la insinuación de un dolor de cabeza cuando pienso en las
afirmaciones de amor de Sisi.
Bufo en voz alta, el pensamiento es tan increíblemente absurdo que quiero
reírme. Pero más que nada quiero saber cómo Vlad logró lavarle el cerebro de
esta manera. ¿Qué hay para él?
Nunca supe que estuviera interesado en una mujer antes, y además de
Bianca, no creo que haya interactuado con muchas tampoco. Una sonrisa
cínica tira de mis labios cuando me doy cuenta de que Sisi tenía razón en un
aspecto: Vlad no es exactamente un mujeriego.
Entonces, ¿cuál es su ángulo? ¿Qué está tratando de lograr yendo tras Sisi?
Siempre ha sido un bastardo voluble, pero incluso él no se habría rebajado
tanto como para involucrar a una inocente en sus juegos.
—¿Supongo que ahora podemos hablar abiertamente? —dice arrastrando
las palabras, dejándose caer en la silla de nuevo, con una sonrisa lánguida en
su rostro.
Es su habitual afabilidad fingida lo que me enfurece aún más porque sé que
no se lo está tomando en serio.
—Le prometí a Sisi que no te provocaría, pero qué difícil. —Se ríe para sí
mismo, frotándose la herida del hombro y mirando sus dedos manchados de
sangre con una expresión inescrutable. Pero tal como aparece, se ha ido, y me
sorprende ver que ya no está sucumbiendo a uno de sus episodios.
—Vamos al grano, Vlad. ¿Qué quieres para que dejes a Sisi en paz? —le
pregunto directamente.
Levanta la mirada para encontrarse con la mía, sus ojos se oscurecen.
—Eso no está sobre la mesa, Marcello. Ni ahora, ni nunca. Puede que no
me creas, pero amo a tu hermana. —Se encoge de hombros casualmente—. Y
ella es lo único que me mantiene cuerdo. Alejarla de mí… —Hace una pausa,
inclinando la cabeza para mirarme pensativamente—. Significaría provocar la
guerra.
—Guerra —resoplo.
—Y sabes cómo me gustan mis guerras. —Su boca se estira en una amplia
sonrisa, los dientes brillan en la tenue iluminación de la habitación—. Sin que
nadie quede en pie.
—Ves, ese es exactamente el problema, Vlad. Hablas tan casualmente de
matar a todos, pero quieres que crea que tienes a mi hermana en una especie
de consideración superior. —Le pongo los ojos en blanco.
—Sisi no es todo el mundo, Marcello. Y ese es tu primer error al asumir
que ella es como todos los demás. Ella es la única razón por la que no te he
matado por borrarle la sonrisa de la cara —dice, su voz baja, su tono grave.
Se pone de pie, viene a mi lado, toma la licorera y se sirve un vaso de
whisky. Sin embargo, en lugar de beberlo, lo levanta hasta su hombro, tirando
el contenido sobre su herida abierta.
Mis ojos están en su rostro que no muestra ninguna reacción. Ni siquiera
hay la más mínima sugerencia de que esté sufriendo.
Su sonrisa se amplía cuando ve mi expresión desconcertada, sirviendo otro
vaso y llevándoselo a los labios, bebiendo el líquido de un solo trago.
—¿Por qué no dejamos esto atrás? —comienza—. Sisi estaría triste si de
repente dejaras de estar en su vida, y eso es lo último que querría. Así que por
su bien —sus labios se contraen—, y de todos los demás, debemos hacer las
paces.
—¿Me estás amenazando, Vlad? —Levanto una ceja hacia él.
—¿Yo? —Sacude la cabeza, se le escapa una risa—. Olvidas una cosa,
'Cello. No amenazo. Sólo actúo. —Coloca el vaso sobre la mesa, un sonido
repentino que enfatiza aún más la tensión silenciosa entre nosotros.
—Así que solo quieres que me olvide de todo y te dé la bienvenida a la
familia con los brazos abiertos —le digo sarcásticamente y su rostro se
ilumina.
—Exactamente —entona rápidamente.
—No sé en qué mundo vives, Vlad, pero eso nunca va a suceder. —Suelto
una risa seca—. ¿Piensas hacer una puta de mi hermana y esperas que te
reciba con los brazos abiertos?
—Cuidado Marcello —tararea, su voz tensa, sus puños apretados—.
Cuidado con cómo hablas de ella. —Da un paso adelante, sus manos
repentinamente en mi camisa.
Veo la forma en que sus brazos tiemblan como si apenas pudiera
contenerse. Endereza el cuello de mi camisa, sus ojos en mi cuello.
—Cualquier otra persona y estarías en el fondo de una zanja —murmura en
voz baja antes de que sus labios se curven en una sonrisa de nuevo—. Pero no
puedo hacer eso ahora, ¿verdad? —continúa—, no cuando somos familia. —
Frunce los labios, acariciando mi pecho antes de retroceder.
Sin previo aviso, se da la vuelta, rompiendo uno de mis estantes en
pedazos. Solo hace falta un contacto con su puño para que la madera ceda,
partiéndose en dos.
Lo observo de cerca, esta exhibición es completamente diferente al Vlad
que conozco. Inclinando la cabeza hacia un lado, estudio la forma en que
respira con dificultad, cerrando los ojos y tratando de recuperar el control
sobre sí mismo.
—Nadie —aprieta los dientes, de espaldas a mí—, nadie insulta a Sisi. —
Las palabras son forzadas y apenas coherentes—. Y mucho menos la llama
puta —escupe la palabra como si fuera la cosa más vil.
Sus nudillos están magullados, la piel se le está pelando mientras continúa
asaltando mis estantes hasta que no queda nada en pie.
Aun así, no intervengo, esperando que su ira desaparezca.
Pero incluso mientras observo desde la distancia, no puedo evitar sentir que
hay algo diferente en Vlad. En el pasado, nunca se habría permitido tener un
arrebato como este a menos que fuera uno de sus episodios. Con su máscara
de civilidad firmemente en su lugar, le gusta presentarse como totalmente
inofensivo al mundo.
Y ahora está haciendo lo contrario.
Se vuelve, su perfil lateral hacia mí mientras sus fosas nasales se
ensanchan, sus dientes al descubierto. Sin otra palabra, sale por la puerta y la
cierra de un portazo.
Suelto una respiración profunda, ya cansado por la confrontación. Por lo
menos, Sisi no se veía peor por el desgaste. Excepto por ese monstruoso
tatuaje en su cuello, parecía ilesa.
Tomo asiento en mi escritorio, me quito las gafas y masajeo mi frente.
—Marcello. —La voz de Lina me sobresalta mientras se desliza por la
habitación, con los ojos muy abiertos cuando se da cuenta del desastre que
Vlad ha dejado atrás.
Estirando mi brazo hacia ella, la acerco a mi lado, mi cabeza descansando
contra su vientre.
—¿Estamos haciendo lo correcto, Lina? —pregunto, sin saber cómo
abordar esto. No quiero obligar a Sisi, pero al mismo tiempo conozco
demasiado bien a Vlad para no cuestionar su repentino interés en mi hermana.
—No lo creo —responde pensativa, sorprendiéndome.
—¿Qué quieres decir? —Levanto la cabeza para mirarla.
Su mano en mi cabeza pasa sus dedos por mi cabello en una suave caricia,
calmándome de la manera que solo ella puede hacerlo.
—Él fue a su habitación —me dice—, y yo… me quedé detrás para
escuchar a escondidas —confiesa, con un sonrojo en sus mejillas—. No creo
que tenga malas intenciones, Marcello. En todo caso, creo que podría ser
genuino.
—No tú también, Lina —gimo.
—No, escucha. —Me impide continuar—. Abre tu computadora y obtén la
transmisión de la cámara al otro lado de la habitación de Sisi. Dejé la puerta
entreabierta, así que deberíamos poder ver algo —sugiere, y mis ojos se abren
un poco.
—Eres perversa, ¿sabías? —Una sonrisa tira de mis labios.
—Quiero asegurarme. Nunca me perdonaría si dejo que Sisi se fuera sin
asegurarme… —Ella niega con la cabeza y puedo ver lo preocupada que está.
Para ella, Sisi es como una hermana menor. Ciertamente, es su mejor amiga
y sé cuánto se preocupa por ella y su seguridad. Bueno, desde su desaparición
en la boda, no creo que Lina haya logrado dormir bien por la noche.
Cada vez que recibía una llamada, ella venía a mi lado para pedirme más
noticias sobre Sisi.
Incluso cuando Vlad llamó y tuvimos la confirmación de que estaba a
salvo, me rogó que la encontrara lo más rápido posible.
Y lo intenté. Si no fuera por el hecho de que Vlad es un bastardo astuto,
habría encontrado su ubicación. En cambio, Vlad no había dejado rastro de sí
mismo, simplemente desapareció durante meses.
—Bien. —Estoy de acuerdo, necesitando esa confirmación también.
Lina se acomoda muy bien en mi regazo mientras enciendo la computadora.
La rodeo con mis brazos, acercándola a mi pecho.
—¿Te he dicho cuánto te amo hoy? —murmuro contra su mejilla. La
comisura de su labio se levanta.
—Solo cien veces —susurra, volteándose brevemente para darme un beso
rápido—. También te amo —habla contra mis labios, y solo esas palabras
tienen el poder de restaurar mi estado de ánimo.
La pantalla cobra vida y accedo rápidamente a la transmisión de la cámara.
Tal como había dicho Lina, la puerta de la habitación de Sisi está entreabierta
y la cámara tiene una visión directa del interior.
—¿Crees que podamos obtener algo de sonido, también? —pregunta, y yo
asiento, ajustando la configuración.
No es mucho, pero podemos distinguir algunos sonidos que salen de su
habitación.
Lo primero que vemos es a Vlad cargando a Sisi en sus brazos mientras se
acomoda en la cama. Él la sostiene cerca de su pecho, no muy diferente de la
posición en la que estoy con Lina.
—¿Está… llorando? —Lina susurra, esforzándose por escuchar.
—Sí —respondo casi automáticamente, incapaz de creer lo que veía.
Toda mi vida pensé que había visto todo lo que Vlad tenía. Un genio
robótico vestido con ropa humana, sus episodios son casos anormales para
una persona generalmente tranquila y serena. De hecho, su compostura era su
cualidad ganadora ya que le permitió estudiar la situación y tomar decisiones
informadas.
El arrebato de hoy había sido el primero, y el hecho de que esté tocando a
Sisi con tanta ternura también es el primero.
Su mano en su cabello, lo acaricia suavemente, como si ella fuera la
persona más preciada para él.
—Shh —parece decir—. Cuando sufres, yo sufro —continúa, y tanto Lina
como yo nos miramos fijamente, incapaces de creer que sea Vlad quien esté
diciendo esas palabras.
—Sigue siendo un asesino, Lina. —Me siento obligado a agregar.
—Sí. Pero es un asesino que derrama lágrimas. —Frunce los ojos,
señalando la pantalla.
Frunciendo el ceño, me vuelvo a poner las gafas, entrecerrando los ojos
para ver las supuestas lágrimas.
Mi mandíbula se afloja, mi boca se abre de par en par mientras observo
estupefacto al hombre que ha sido apodado Berserker por sus furias asesinas y
cómo sus ojos están derramando lágrimas.
—Nunca lo he visto llorar —agrego, casi en trance.
Demonios, nunca lo había visto hacer ninguna de estas cosas.
Está agarrando con fuerza a Sisi, tratando de consolarla. Levanta las manos
hacia su rostro, sus pulgares se mueven suavemente por sus mejillas y limpian
las lágrimas antes de inclinarse para salpicar su rostro con besos.
De repente me siento incómodo, como si me estuviera entrometiendo en un
momento privado destinado solo para ellos dos.
Sus manos recorren todo su frente mientras rápidamente le quita la camisa.
—Eso es todo, Lina —gimo, a punto de cerrar la computadora.
—No, espera. —Detiene mi mano—. Mira. —Frunce el ceño.
Sisi se levanta para recoger algo antes de volver a sentarse en la cama.
—Creo que le está cosiendo la herida —susurra Lina, con los ojos pegados
a la pantalla.
Y tiene razón cuando observo a mi hermana esforzarse por curar la herida
de Vlad, sus movimientos son descuidados incluso desde la distancia.
—Ella nunca ha sido buena en eso —bromea Lina, y una pequeña sonrisa
juega en mis labios.
—Me sorprende que no sea aprensiva —comento.
Vlad ni siquiera se inmuta cuando la aguja penetra en su piel, sus ojos están
completamente enfocados en Sisi.
Y ahí es cuando veo algo en su mirada que nunca hubiera asociado con
Vlad.
Amor.
—Creo que tienes razón, Lina —le digo, llevando su mano a mis labios
para un rápido beso—. Tal vez necesitemos tener otra charla con ellos.
Capítulo 31
Vlad

Mordiéndose el labio inferior, lucha por cruzar la aguja a través de mi


piel. Sus cejas se juntan mientras se concentra en hacerlo bien, aunque admite
que no es muy buena en las manualidades.
Con una sonrisa en mi rostro, la observo extasiado, el mero hecho de que
sus dos delicadas manos estén trabajando para volver a unirme hace que mi
corazón se hinche en mi pecho.
—¿Crees que todavía están mirando? —pregunta, bajando la voz.
—No lo sé —susurro, mi boca cerca de su oído.
Tan pronto como Catalina salió de la habitación, noté que se estaba
demorando un poco en el pasillo, su mano subiendo para abrir la puerta un
poco mejor, asegurándose de que el ángulo diera suficiente visibilidad en la
habitación. Una mirada en el pasillo y vi una cámara apuntando directamente
hacia nosotros.
Aunque no habíamos actuado per se, el dolor de Sisi aún estaba vivo, su
tristeza influía en la mía, le había susurrado al oído que su hermano podría
estar observándonos. Así que decidió que el mejor ejemplo de nuestro trabajo
en equipo sería coserme.
—Todavía no puedo creer que te disparó. —Frunce los labios mientras
perfora la piel. Dos dedos mantienen juntas las solapas de piel mientras las
cose en su lugar—. Y tuviste que sacar la bala también. —Sacude la cabeza y
una mirada a sus ojos y sé que me daría una palmada en el brazo si no fuera el
paciente.
—Todo se trata del espectáculo, chica del infierno —le digo mientras le
levanto la barbilla—. Quería que tu hermano viera que no me intimida, no
importa cuántas armas agite.
—¿Las lágrimas también fueron para el espectáculo? —pregunta en voz
baja.
—Sisi. —Mi voz baja una octava—. Tú sufres, yo sufro. —Llevo su mano
a mi corazón, presionándola contra mi pecho para que pueda sentir ese órgano
semi inútil que late solo para ella—. Tú lloras, yo lloro. Somos un equipo.
Una lenta sonrisa aparece en su rostro, iluminando sus facciones y haciendo
que sus ojos se arruguen en las esquinas.
—Bien —dice y dejo escapar un suspiro, sintiendo que acabo de pasar la
prueba más importante de mi vida.
—Deberíamos bajar ahora. —Asiento con la cabeza para que tome sus
cosas mientras me pongo la camisa.
Cuando está lista, me muestra su pequeño bolso y siento un dolor en el
pecho al ver sus escasas posesiones, juro que tendrá todo lo que desee en el
futuro.
Agarrando su bolso, le hago un gesto para que baje.
Como era de esperar, Marcello nos está esperando, una expresión sombría
en su rostro y sé que no quiere admitir que estaba equivocado. Se ve aún más
amargado cuando nos invita a regresar al estudio.
—Entonces, ¿qué te hizo cambiar de opinión, ‘Cello? —pregunto, mirando
alrededor de la habitación—. ¿Fue mi ojo para la redecoración? —Asiento
con la cabeza hacia los estantes caídos y él gime.
—Compórtate. —Sisi me lanza una mirada y yo accedo de inmediato,
imitando un cierre sobre mi boca con dos dedos.
—Lina y yo hemos decidido darte una oportunidad. —Se aclara la
garganta—. Podemos ver cuánto te ama Sisi, y solo por eso aceptaremos tu
relación —continúa, con la espalda erguida, toda su postura gritando alto y
poderoso.
Tengo que morderme la lengua muy fuerte para no responderle de la forma
habitual, ya que sé que esta es la rama de olivo más larga que está dispuesto a
extenderme.
—Gracias. —Sisi es la primera en hablar, toda su cara brillando de
felicidad. Y solo por eso mantendré mi maldita boca cerrada.
—Supongo que ahora vamos a un asunto más importante. —Cambio el
tema después de que todos hayan tenido tiempo de ponerse tontos.
—¿Qué quieres decir? —Marcello se vuelve hacia mí.
—Hemos descubierto algunas pruebas que apuntan a que Sacre Coeur tiene
tratos con Miles. Más específicamente, la Madre Superiora. —Rápidamente
les doy un resumen de todo lo que aprendimos, y de mala gana les cuento
sobre los ataques a la casa y al avión también, aunque ya puedo ver fuego en
los ojos de Marcello cuando escucha que puse en peligro a su preciosa
hermana.
—No. —Sisi se coloca entre nosotros cuando nuestro concurso de miradas
se vuelve demasiado acalorado—. No vamos a hacer esto de nuevo. Además,
sé defenderme. Vlad me ha estado enseñando cómo defenderme. —Ella
afirma con orgullo, con la barbilla levantada, sus rasgos inquebrantables.
¡Esa es mi chica!
—No los necesitamos a los dos en la garganta del otro —suspira mientras
niega con la cabeza—. No importa cuánto te disguste que él esté conmigo. —
Se vuelve hacia Marcello.
Demonios, pero me encanta cuando es tan asertiva. Me pone tan duro que
tengo que moverme para no llamar la atención innecesariamente, una vez
más. Estoy seguro de que a Marcello no le gustaría que le restregara en la cara
que su hermana y yo, de hecho, estamos teniendo sexo. O el mero hecho de
que su voz, olor y su maldita presencia son suficientes para ponerme duro,
como ahora.
—Bien. —Ella asiente satisfecha—. Me alegro de que podamos entablar
una conversación civilizada por una vez. —Se acerca a mí, toma mi mano y la
coloca en su regazo.
—Recuerdo esos casos, en el pasado —comienza Lina, cambiando el tema
de nuevo a Sacre Coeur—. Cuando los gemelos desaparecieron. Y algunos
otros también. Siempre me preguntabas por qué no los estaban buscando. —
Lina se dirige a Sisi, quien asiente sombríamente.
—Creemos que hay toda una red de traficantes que puede tener raíces en
Sacre Coeur y sus orfanatos —dice Sisi.
—Y hay una gran posibilidad de que las cinco familias estén involucradas
—señalo—. Sabemos que a tu padre le gustó la idea, incluso si nunca la llevó
a cabo por completo. —Le hago un gesto con la cabeza a Marcello—. Pero no
he podido encontrar ninguna evidencia de que las otras familias estén
involucradas. He hablado con Enzo, y no tiene idea de quién es Miles, así que
lo excluyo.
La sonrisa de Catalina crece cuando menciono que su hermano es inocente
y tengo ganas de poner los ojos en blanco. Enzo es cualquier cosa menos
inocente considerando la mierda en la que está involucrado en este momento.
Puede que no haya querido el imperio de Jiménez, pero se ha quedado con él.
Y por mi parte, no puedo esperar a ver cómo va a lidiar con eso.
—No me sorprendería si los Marchesi están involucrados, pero han estado
bastante ausentes de la escena —comienzo, pero Catalina me detiene.
—Están muertos —dice, y yo frunzo el ceño.
Ahora, esa es una noticia que aún no había escuchado.
—¿En serio? —Me recuesto en mi asiento, un poco sorprendido.
—Sí, y no sé quién es el próximo en heredar el negocio. Allegra tiene una
prima, pero no estoy completamente segura de los detalles —menciona,
entrando en detalles sobre el esquema de Marchesi y cómo los había matado.
Me guardo que ya conocía el secreto de Enzo, pero tengo que decir que
estoy impresionado de que ella sola haya matado a toda su familia.
—Entonces eso deja a Guerra y DeVille, y conociendo su enemistad, no
apostaría dinero a que ambos se inscribirían en lo mismo. —Me río entre
dientes.
El dilema de Guerra y DeVille es antiguo, se remonta a unas pocas
generaciones. Aun así, las dos familias siempre están en la garganta de la otra,
buscando formas de arruinar y destruir a la otra. Y después de que la hija
mayor de Benedicto, Gianna, se fugó con un DeVille, las tensiones
aumentaron más que nunca.
—Sí —asiente Marcello, luciendo pensativo—. Es uno u otro. He echado
un vistazo más de cerca a las finanzas de Benedicto desde que se suponía que
íbamos a fusionar nuestras familias —agrega secamente, la animosidad
dirigida completamente hacia mí—. Y no pude ver nada sospechoso.
Nuevamente, no estaba buscando ninguna conexión con Miles. Pero por lo
que vi, sus negocios son en su mayoría del lado legal.
—Entonces eso deja a DeVille —asiento sombríamente.
Lo que pasa con DeVille es que posiblemente sea la familia más insular de
Nueva York. Juegan con sus propias reglas y en realidad no se suscriben a los
mismos principios que los demás.
—Tengo curiosidad de cómo habría funcionado eso, ya que, según todos
los informes, la Madre Superiora era cercana a Guerra —lanzo la teoría.
—Bueno, ¿no es esa razón suficiente? —Marcello sonríe como un lobo—.
Compite con Guerra por los recursos. Es todo lo que han hecho. Benedicto
estaba seguro de que DeVille estaba detrás del secuestro de Sisi. —Levanta
una ceja hacia mí, y escucho la condena en sus palabras.
—Entonces le prestaré más atención a DeVille. Seguro que será interesante
—respondo, ignorando la burla de Marcello.
—Sabes que Guerra estará sediento de sangre, ¿no es así? Y no te voy a
ayudar con eso. —Marcello murmura.
—Puedo cuidar de mí mismo, cuñado. No te preocupes. —Le guiño un ojo.
—Puede ser más difícil ahora que Raf también está desaparecido —agrega
Catalina preocupada.
—¿Qué quieres decir? —Sisi es la primera en hablar y mi mano se aprieta
alrededor de la suya.
Sé que es amiga del chico, pero no puedo evitar la rabia que se forma
dentro de mí al pensar que, si hubiera llegado un minuto más tarde, la habría
perdido.
Ah, pero cómo habría matado al niño yo mismo si no fuera por esa estúpida
promesa que le hice a Sisi. Puedo ser un degenerado, pero soy un degenerado
que cumple sus promesas, para mi consternación.
—No conocemos las particularidades —responde Marcello—, pero
Benedicto ha estado en contacto, pensando que quien secuestró a Sisi también
secuestró a su hijo. Ahora, no le conté tu broma porque eso hubiera sido como
declararle la guerra —dice, todavía mirándome con hostilidad.
—Bueno eso está bien para mí —agrego, descansando en mi asiento, un
poco demasiado feliz por el giro de los acontecimientos. Ni siquiera tengo
que mover un dedo porque alguien más me ganó.
—Vlad. —Sisi me da un codazo y yo levanto una ceja hacia ella. Puede que
esté a su entera disposición, pero eso no significa que no pueda estar alegre
porque una espina en mi costado, una espina que no pude sacar, desapareció
repentinamente. Así que me encojo de hombros, con una sonrisa en mi rostro.
—Parece que la fortuna favorece a los audaces, después de todo. —Me
inclino, llevando su mano a mis labios y besando sus nudillos.
—O al imprudente —murmura en voz baja, y mi sonrisa se amplía.
—Nunca participo en la imprudencia, chica del infierno. Prefiero llamarlo
caos organizado —murmuro en voz baja, con mi mirada fija en la de ella.
—Solo tú te enorgullecerías de algo así —resopla.
—Pero, por supuesto. —Le sonrío—. Sabes que amo mis contradicciones.
—Hmm. —Me mira con los ojos entrecerrados, inclinándose hacia mí
lentamente hasta que puedo sentir su aliento en mi mejilla—. Tal vez porque
tú también lo eres —señala, su voz ronca y seductora y mierda si no es así.
Me vuelve loco.
Marcello de repente tose, mirando con curiosidad entre nosotros dos.
—Creo que estábamos discutiendo algo —interviene, casi divertido.
Empiezo a darme cuenta de lo peligroso que es tener a Sisi conmigo en
momentos como este. No solo soy incapaz de concentrarme, sino que solo
necesito una palabra de ella para que me pierda en su voz.
Definitivamente eso no es bueno para los negocios.
—Tengo un plan de contingencia en marcha, en caso de que Guerra decida
que quiere algún tipo de retribución —agrego con frivolidad—. Pero lo
importante ahora es descubrir cómo Sacre Coeur está involucrado con Miles y
averiguar qué sabe la Madre Superiora.
—No me sorprende escuchar que Sacre Coeur estaría involucrado en esto
—señala Catalina—. No con todo el abuso que ocurre en ese lugar.
Sisi asiente, con las cejas juntas, y solo puedo imaginar los recuerdos que
está reviviendo.
—Deberíamos entrar e interrogar a la madre superiora. —El rostro de Sisi
se ilumina de repente cuando la idea le viene a la cabeza—. Podemos ir de
incógnito —agrega emocionada.
Mis labios se curvan hacia arriba cuando acepto rápidamente, ya pensando
en lo mismo.
—Es posible que puedas salirte con la tuya —asiente Marcello hacia Sisi—.
¿Pero él? —resopla—. A menos que planees disfrazarlo de monja también.
Dime, Lina, ¿tenían alguna exconvicta en Sacre Coeur?
Catalina apenas puede contener su sonrisa mientras niega con la cabeza.
—¡Vamos, ‘Cello! —gimo, medio divertido medio sorprendido de que
Marcello todavía tenga sentido del humor. Hubiera pensado que todo se había
ido por ahora—. Sería una monja maravillosa. Vaya, incluso sé una oración.
—Una sonrisa tortuosa se curva en mis labios.
Todos me miran expectantes.
—¿En serio? —Arrastra las palabras, con una expresión cínica en su rostro.
—Por supuesto. Sisi ha sido una gran maestra —empiezo y veo que sus
ojos se abren cuando se da cuenta de qué tipo de oración sé—. Sé todo sobre
la gran venida —suelto, incapaz de contenerme—. Es genial. —Tengo tiempo
de añadir antes de que Sisi ponga su mano sobre mi boca, haciéndome callar.
—Él no es el alumno más brillante. —Ella fuerza una sonrisa, su pie
pateándome en la espinilla al mismo tiempo—. Creo que confundió las
oraciones.
—No entiendo por qué solo harían una segunda venida. Quiero decir, ¿qué
pasa con la tercera o la cuarta? —Continúo, bajando su mano.
Una mirada en su dirección y sus ojos me disparan láseres. Catalina, en
cambio, se ríe y Marcello no parece quedarse atrás. Vaya, hay un tic en su
labio superior.
—Tendrán que perdonarlo —agrega con dulzura—. No está precisamente
educado. Planeé ponerle un bozal, ya que se sabe que también muerde, pero,
por desgracia, eso fracasó. —Se vuelve hacia mí, levantando una ceja y
desafiándome a responder.
—Solo muerdo cuando me lo piden —hablo en voz baja, solo para sus
oídos.
Su boca se separa ligeramente, sus pupilas se agrandan, y sé que la tengo.
Rápidamente, vuelvo a la conversación y agrego.
—Ya que no crees que encajaría como monja —suspiro, profundamente
decepcionado—, entonces un sacerdote debería hacerlo.
—Solo hay dos sacerdotes en Sacre Coeur, y todos los conocen. ¿Cómo
crees que vas a manejar eso? —pregunta Sissi.
—Acabaremos con uno de ellos y yo seré el reemplazo.
También es bastante fácil, ya que los sacerdotes no siempre están en Sacre
Coeur. Solo tenemos que elegir uno, obtener una copia de su itinerario,
matarlo y luego apareceré de inmediato como reemplazo.
—Podría funcionar —asiente Marcello—, pero ¿matar a un sacerdote? ¿De
verdad? ¿No es eso aún más bajo, incluso para ti?
—Sopesaré sus pecados y elegiré al más malvado. —Pongo los ojos en
blanco—. Si tanto te preocupa el estado de mi alma inmortal.
—Más bien alma inmoral —murmura secamente—. Investigaré a DeVille,
tal vez pueda conseguir algo. —Me sorprende que se ofrezca a ayudar, pero
no voy a rechazarlo. No cuando soy el enemigo público número uno, al
menos en Nueva York.
Repasamos algunos detalles más, y Marcello promete estar atento a
cualquier información que pueda parecer relevante para nuestra búsqueda.
—Bueno, entonces tenemos un plan. —Me estiro en mi silla—. Supongo
que antes de irnos también debo decir que soy un hombre buscado. —Les doy
una sonrisa perezosa—. Así que, si alguien viene a buscarme, digan que no
me conocen.
Tomando la mano de Sisi, tiro de ella para ponerla de pie, lista para irme.
—Oh. —Me giro bruscamente—. Y necesito un auto.
Marcello parece a punto de estallar ya que sin duda está digiriendo mi
última frase. Parpadea dos veces y gimo en voz alta, sabiendo lo que está por
venir.
—Por el amor de Dios, Vlad. —Retumba su voz, e incluso Sisi parece
sorprendida por el cambio repentino en su comportamiento—. No te irás con
mi hermana. ¿En qué diablos estás pensando? —continúa furioso, hablando y
hablando de lo inseguro que es y de cómo debería avergonzarme de mí
mismo por ponerla en peligro.
Con un pie fuera de la puerta, espero hasta que termine su soliloquio antes
de responder.
—Ya deberías saber, ‘Cello. —Ladeo la cabeza, mi tono serio—. Que no
soy yo, ni Sisi, quien está en peligro. Es cualquiera que intente hacerle daño.
Me conoces y sabes de lo que soy capaz —le digo directamente—. Ten por
seguro que nadie saldrá con vida. ¿Es un inconveniente? Sí. —Me encojo de
hombros—. Pero Sisi está más segura conmigo, donde puedo verla, tocarla,
olerla. Si no… —Divago, girándome para mirarla y viendo la comprensión en
sus ojos—. Entonces nadie está a salvo.
Marcello continúa balbuceando, no es que pensara que se aplacaría de
inmediato, pero Catalina se apresura a calmarlo.
Tomando la mano de Sisi, salgo del estudio, me dirijo directamente a su
garaje y agarro uno de sus autos.
—Lo hiciste mejor de lo que esperaba —menciona cuando estoy detrás del
volante y acelerando el motor—. Y confío en que se recuperarán.
Eventualmente.
—Lo harán —acepto, arranco el auto y me preparo para un largo viaje a
casa.
Preferiría no regresar a mi casa, pero ahora es el lugar más seguro. El
marco subterráneo no tiene paralelo y, por mucho que se haya construido para
mantenerme dentro, también mantendrá a otras personas fuera.
Sisi está callada mientras mira por la ventana, sus ojos casi se cierran.
Con la intención de dejarla descansar un poco, me concentro en el camino,
repasando mentalmente los posibles escenarios.
La idea encubierta no es mala, y tan pronto como lleguemos a mis
computadoras, haré un análisis a profundidad de Sacre Coeur y revisaré
algunas de las imágenes recientes para conocer sus patrones. Ya sé que su
seguridad es bastante buena, y aunque había entrado antes con algo de
persuasión, la marea cambiará ahora que no soy la persona favorita de todos.
Sin duda, la Madre Superiora también debe haber sido alertada de mi
búsqueda de Miles, y seguramente tendrá algunas medidas de seguridad en su
lugar si llego buscándolo.
Mi labio se curva con disgusto cuando pienso en esa mujer que ha abusado
de Sisi toda su vida. Nunca me había gustado especialmente, pero dirigía
Sacre Coeur con mano dura, y sé que muchos de los mafiosos locales ven eso
como una ventaja cuando se trata de mantener a sus queridas hijas alejadas de
las tentaciones del mundo.
Sisi y Catalina no fueron las únicas enviadas allí. De hecho, muchas hijas
ilegítimas se han criado en Sacre Coeur durante décadas.
Vaya, recuerdo que el mismo Benedicto Guerra tiene una hermana que ha
hecho sus votos, con algunas otras en la misma situación.
Aun así, todos los involucrados en el plan de Miles deben haber sido
notificados de que estoy buscando sangre, así que no espero que Sacre Coeur
sea diferente. En cualquier otro escenario, habría sido infinitamente más fácil
irrumpir, saquear la oficina de la Madre Superiora, interrogarla y luego
marcharme.
Pero en este caso, la idea de Sisi de ir de incógnito tiene más mérito. Y sin
que ella lo sepa, tengo otro motivo oculto para querer infiltrarme en el
convento. Por fin, sus atormentadores van a aprender qué es el verdadero
infierno, allí mismo, en su lugar sagrado.
—¿Ya llegamos? —pregunta aturdida, frotándose los ojos con el dorso de
la mano.
—Ya casi —respondo y escucho gruñir su estómago, una mirada
avergonzada cruzando su rostro—. Pediremos algo de comida también —le
digo y ella me obsequia con una sonrisa.
—No veo la hora de tener una buena noche de sueño. —Bosteza, viéndose
repentinamente tan joven y vulnerable.
—Ambos lo haremos, y luego enfrentaremos todo.
Acelero a través de la ciudad, llegando a casa antes de que oscurezca.
El complejo está completamente vacío cuando entramos. Rápidamente nos
instalamos en el dormitorio y Sisi coloca todas sus cosas en mi armario antes
de ir a recoger la comida y dirigirnos a la cocina.
—Tienes que llamar a Sasha —menciona mientras le da un mordisco a su
hamburguesa—. No creo que haya hecho un buen trabajo con tu herida, y no
quiero que tengas complicaciones por eso.
—No duele. —Me encojo de hombros.
—Puede que no te duela, pero ¿quién sabe lo que está pasando dentro de tu
cuerpo? —Ella niega con la cabeza—. Quiero que un médico adecuado te
mire.
Quiero protestar y decirle que esto no es nada comparado con otras lesiones
que he recibido a lo largo de los años, pero una mirada y sé que no puedo
discutir. Así que cedo, llamo a Sasha y le doy un resumen de mis heridas.
—No es tan profundo —señala cuando estamos en la enfermería—.
Simplemente lo desinfectaré y lo cerraré correctamente. Tienes suerte de que
la bala no haya desgarrado el músculo. Eso te dejaría fuera de servicio por un
tiempo —comenta y gruño, notando la forma en que Sisi evalúa todo como un
tiburón, asegurándose de que Sasha me cuide bien.
—Listo —dice, colocando un vendaje sobre mi hombro—. Llámame si hay
algo más. —Asiente mientras sale de la habitación.
—Ves, eso no fue demasiado difícil. —Sisi levanta una ceja hacia mí,
tomando mi mano y llevándome a nuestra habitación.
Ambos nos quedamos dormidos en el momento en que nuestras cabezas
tocan la almohada. Sosteniéndola cerca de mí, sé que ahora que encontré mi
cielo nunca dejaré que nadie me lo quite.

—¿Estás seguro de que está muerto? —pregunto, usando mi pie para girar
el cuerpo.
—Sí. —Ella rueda los ojos—. Lo golpeé bastante fuerte. —Se agacha, dos
dedos recorriendo su cuello para encontrar su punto de pulso.
—Deberías haberme esperado, chica del infierno —gimo, agachándome
para comprobarlo también.
Como le prometí a Marcello, habíamos investigado un poco sobre los
nuevos sacerdotes de Sacre Coeur y, de hecho, de los dos, uno había sido peor
que el otro, con afición a las prostitutas.
Después de mucho debate y argumentos de mi parte, Sisi había logrado
convencerme de que la dejara manejar al sacerdote acercándose a él en
público y pidiéndole ayuda. Tuve un micrófono con ella en todo momento
mientras conducía al hombre a un callejón oscuro, y estuve a punto de estallar
demasiado pronto un par de veces cuando sus palabras habían estado al borde
de ser ofensivas.
Sé que Sisi quería que le confiara esto, pero, aunque mi mente sabe que
puede manejarse sola, mi corazón no puede aceptar la idea de que podría estar
en peligro.
Había necesitado todo de mí para quedarme quieto y dejar que ella hiciera
lo suyo, especialmente cuando me dijo cuánto quería sentir que era parte de la
operación.
—No quiero sentirme impotente, Vlad. Nunca más. Me gusta tener el
control, y aunque aprecio tu preocupación, sabes que puedo cuidar de mí
misma. —Resopló, y metiéndose de lleno, enumeró todas las razones por las
que podía tratar con el sacerdote por su cuenta.
Y así me quedé quieto hasta que ya no pude más. A la primera señal de que
había habido una lucha entre ellos, salí corriendo de mi escondite solo para
encontrar al sacerdote en el suelo, inconsciente.
—El plan era que tú lo atrajeras, no que lo mataras a la vista —agrego
cuando me doy cuenta de que no hay pulso.
—Dile eso —murmura entre dientes, levantándose y reforzando su ropa—.
Estaba a un segundo de volverse demasiado hábil, así que lo golpeé en el
cuello, como me enseñaste. Creo que podría haberlo golpeado demasiado
fuerte —agrega pensativa, mirando al hombre muerto.
—Mataste a un hombre con tus propias manos. Y no sé si estar orgulloso de
ti o enojado porque te pusiste en peligro. —Silbo, la vista de ella con esa
falda ajustada me da una tercera opción: follarla por hacerme sentir orgulloso
y enojado.
Ella bate sus pestañas, moviéndose lentamente hacia mí mientras pasa por
encima del cadáver.
—Normalmente te preguntaría qué vas a hacer al respecto —dice mientras
señala con el dedo mi pecho, arrastrándolo por mis pectorales y mi cuello y
dejándolo descansar debajo de mi mandíbula—. Pero no creo que sea
inteligente con un hombre muerto a nuestros pies. A simple vista.
—Chica del infierno. —Atrapo su dedo, ya incómodamente duro—. No
estás jugando limpio. —Gruño cuando la siento encajada en mi frente, mi
polla contra su estómago.
Mi mano se sumerge mientras coloco una pierna sobre mi cadera, sintiendo
su carne desnuda mientras muevo mis dedos por su muslo, trazando la forma
de una nalga.
—Sabes que me pones duro cuando me hablas de cadáveres, chica del
infierno. ¿Pero cuando en realidad los dejas caer a mis pies? —gimo, mi
pulgar deslizándose entre sus nalgas mientras me muevo más abajo.
—Pensé que disfrutarías el espectáculo. —Ella tiene el descaro de
sonreírme, acariciando su rostro en el hueco de mi cuello, su lengua
asomándose para lamer mi pulso.
—Sisi. —Cierro los ojos, mis dedos ya empapados en su excitación—.
Estoy a un segundo de follarte contra la pared, justo en este callejón sucio
donde todos pueden vernos. —Mi respiración entrecortada, mi polla
dolorosamente dura, apenas puedo controlarme mientras deslizo un dedo
dentro de ella, sintiendo su cómodo canal estrangularme.
—¿Sería eso tan malo? —pregunta, su voz baja y tan jodidamente
seductora que estoy a punto de correrme en mis pantalones solo por el sonido.
—Mierda, Sisi —maldigo, empujándola contra la pared—. ¿Eso te excita?
¿Gente mirando mientras me empujo dentro de ti? ¿O es el cadáver? ¿Quieres
correrte alrededor de mis dedos sabiendo que hay un puto cadáver a tus pies?
—pregunto mientras empujo dos dedos dentro de ella.
Su boca se abre, su respiración sale a borbotones. Mi mano alrededor de su
cuello, masajeo lentamente el área antes de moverme hacia arriba, mi pulgar
separando sus labios y deslizándose dentro de su boca.
—Dime, ¿es eso lo que quieres? —Empujo más fuerte en su coño y su
humedad fluye por mis dedos, cubriendo toda mi mano. Siento la forma en
que su cuerpo se afloja en mis brazos, sus ojos se agrandan como si nunca
dejaran los míos, su lengua juega con la punta de mi pulgar mientras suelta
suaves gemidos maulladores.
—Dime —repito, queriendo escuchar exactamente lo que está deseando.
No importa cuán depravado.
—Tú —responde en voz baja, con los ojos cerrados mientras empuja mis
dedos—. Eres todo lo que quiero —continúa, chupándome el pulgar mientras
le follo el coño.
—Esa es la respuesta perfecta, mi dulce florecita —murmuro contra sus
labios, inclinándome hacia adelante y dándole una larga lamida con mi
lengua—. Porque te voy a dar un premio por tu muerte. —Sigo empujando
dentro y fuera de ella, mi pulgar en su clítoris mientras rodeo el pequeño
capullo hasta que se retuerce en mis brazos.
Con mi rodilla entre sus piernas, dejo que coloque todo su peso sobre mí
mientras comienza a correrse, su orgasmo la hace jadear contra mi boca.
—Pero no voy a follarte ahora. No cuando alguien puede verte. Te lo dije
antes, chica del infierno. Eres solo para mis ojos. Tus sonidos. —Aplico más
presión en su coño con toda mi mano, el dorso de mi palma presionando su
clítoris mientras mis dedos están enterrados profundamente dentro de ella—.
Tus expresiones faciales. Todo es para mí, y solo para mí. ¿Entendido?
—Sí. —Apenas puede hablar mientras choca contra mí, su cabeza sobre mi
hombro, su respiración agitada.
—Bien. —Levanto los dedos cubiertos con su esencia y los llevo a mi boca,
chupándolos—. Porque tendría que matar a cualquiera que te viera —agrego,
mi otra mano todavía en su cuello mientras masajeo suavemente su carne—.
Les sacaría los ojos y convertiría sus cerebros en papilla —digo con voz
áspera, la violencia hirviendo a fuego lento dentro de mí al pensar en otro
mirándola.
—¿Les harías una lobotomía? —sondea, divertida.
—Obliteraría todos los órganos sensoriales —continúo, y noto que se está
equivocando con mi descripción—. Haría que no quedara nada de ellos. ¿Es
eso lo que quieres, chica del infierno? ¿Quieres que los desarme miembro por
miembro mientras miras? Te gustaría eso, ¿no? Mirar el río de sangre que
fluye de sus venas… —Me interrumpo, sintiendo la forma en que su pulso se
acelera—. ¿Crees que no me he dado cuenta de que la sangre te enciende? —
Ella jadea suavemente, levantando esos bonitos ojos suyos para mirarme, tan
ligeros y grandes y que me jodan si la forma en que me mira no me desarma.
—¿Qué es lo que te excita tanto? ¿Es el color? ¿Ese rojo intenso que
hipnotiza y atormenta los sentidos? ¿O es la consistencia? ¿Esa sensación
pegajosa que te recuerda mi semen en todo tu pequeño y apretado cuerpo?
Su cuerpo comienza a temblar, mis palabras la afectan al igual que mi
toque. Sus mejillas están sonrojadas, sus pupilas tan jodidamente grandes
como si se hubiera ahogado en belladona.
—O espera. —Me río suavemente, moviendo mi boca sobre su mejilla
hasta llegar a su oído, mordisqueando el pequeño lóbulo—. Creo que es la
vista de la vida dejando un cuerpo que te tiene tan caliente y molesta. El
hecho de que el rojo es la esencia misma de la vida, y cuando fluye… —Hago
una pausa cuando escucho su respiración—. Obtienes control sobre la muerte.
Su boca se abre, y el comienzo de un gemido escapa de sus labios antes de
tragarlo entero con mi boca, sintiendo su placer como el mío. Esa mera acción
hace que me corra en el acto, mi polla se sacude en mis jeans, chorros de
semen manchan el interior de mis pantalones.
Minutos más tarde, recupera el control de su cuerpo, y cuando me mira, sé
que puede sentir lo jodidamente duro que me vine solo por complacerla.
Las comisuras de su boca se levantan en una sonrisa traviesa.
—Eres peligroso —susurra, bajando la mano por mi pecho—, pero tal vez
yo sea más peligrosa —dice mientras desliza su mano debajo de la cintura de
mis pantalones, tomándome y dándome un rápido golpe, su mano recogiendo
todo mi semen mientras se lo lleva a la boca. Ella me provoca con su lengua
mientras lame mi semilla de sus dedos, mientras me da esa mirada inocente
suya.
—Eso es todo, Sisi. Tenemos que volver —exhalo, apenas capaz de
contenerme—. Ahora.
Parpadeó dos veces cuando se dio cuenta de la urgencia de mis palabras y
por una vez empezó a comportarse, probablemente sabiendo que si me
presionaba, me la follaría aquí mismo, y luego tendría que matar a cualquier
transeúnte desafortunado.
Silenciosamente cargamos al sacerdote en la parte trasera de mi auto y
luego regresamos al complejo, finalizando los planes.
Fiel a su palabra, Sisi había diseñado un tablero de conexiones para todas
las personas sobre las que habíamos podido encontrar información, con
algunas personas que aún tenían signos de interrogación, como DeVille y
Guerra.
También hay un signo de interrogación entre Meester y Miles, pero sus
otras conexiones, con mi padre y mi hermano, se están volviendo más claras.
Vestida con un par de pantalones anchos y una camisa ajustada, está parada
frente al panel, su pulgar acariciando su mandíbula mientras considera la
información.
—Hay algo que no me cuadra. —Se vuelve hacia mí, frunciendo el ceño.
Le hago un gesto con la cabeza para que continúe, tomo una silla y espero a
que hable.
—Mira aquí —señala a todos los sindicatos rusos que se ha confirmado que
están involucrados con Miles. Los mismos que buscan mi sangre ahora—.
Algunas de estas son organizaciones muy pequeñas —señala, tomando un
archivo y revisando cada organización en parte—. Vasiliev tiene tal vez
cincuenta personas en total, Semenov tiene incluso menos. Tú y Yelchin
tienen la mayoría debajo de ti, pero incluso eso no es ideal.
—¿Estás criticando mi organización, chica del infierno? —Arrastro las
palabras, pero ella solo pone los ojos en blanco.
—Con estos números, ¿por qué estarían invirtiendo en un experimento de
súper soldado? ¿Qué hay para ellos? ¿Y un experimento que tampoco tiene
datos confiables?
Mis labios se curvan y no puedo evitar mirarla con asombro.
—Tendrías razón. —Me levanto de la silla y me dirijo a su tablero, sin
dejar de mirarla mientras me explica su razonamiento.
—Al principio, pensé que tal vez querrían a estos súper soldados para su
propia organización, y ciertamente, quién no querría a alguien que no sienta
dolor. —Inclina la cabeza hacia mí—. No tiene miedo y es prácticamente una
máquina de guerra. Pero esta es una cantidad exorbitante de dinero que ha
estado fluyendo desde y hacia sus cuentas. —Me pasa los papeles.
Ni siquiera tengo que mirar para saber de qué está hablando ya que ya los
tengo memorizados.
—Entonces pensé que tal vez estaban buscando venderlos, ya que serían un
producto de moda para cualquier ejército privado o nacional —continúa y mis
labios se tuercen, el orgullo hinchándose en mi pecho cuando veo a dónde se
dirige.
Ella es mi pareja. En absolutamente todos los sentidos.
—Pero ¿por qué arriesgarían tanto dinero en algo que no se parece ni
remotamente a un producto terminado? —pregunta con tono serio.
—¿Estás diciendo que soy un producto inacabado, chica del infierno? —
respondo de vuelta, disfrutando la forma en que se pone nerviosa.
—¡Vlad! —exclama, furiosa conmigo.
—Adelante, adelante. —Levanto mis manos para tranquilizarla.
—Lo que trato de decir —respira hondo y se vuelve hacia la pizarra—, es
que no creo que el Proyecto Humanitas sea el lugar donde están canalizando
el dinero hacia adentro o hacia afuera —explica—. Tal vez algo de eso
termine ahí, ya que Miles es claramente un fanático, pero ¿cuánta gente crees
que compraría la mierda del súper soldado? Mi padre ciertamente no lo hizo
y, según todos los informes, le habría encantado la perspectiva de tener
máquinas de matar a su entera disposición.
—Cierto —respondo, mis ojos brillan de emoción—. Entonces, ¿de dónde
crees que viene el flujo de efectivo?
Ella frunce los labios, juntando las cejas.
—Algún tipo de tráfico humano. Pero debe ser a una escala insana.
Piénsalo. Faltan niños. Faltan personas sin la mutación. Debe haber algún tipo
de red clandestina y todos están involucrados. La pregunta es, sin embargo,
¿qué podría ser tan importante que todas estas personas estuvieran tan
interesadas en invertir? Está claro que todo se relaciona con Miles de alguna
manera, pero además de sus planes extraños, bastante personales, sobre los
súper soldados, no hay otra información sobre lo que podría estar haciendo.
—Tienes razón —concuerdo, mi voz llena de orgullo—. Creo que una vez
que Miles se dio cuenta de que no podía obtener la inversión que necesitaba
para su proyecto, recurrió a otra cosa para atraer a la gente. Al mismo tiempo,
canalizó parte de ese dinero en su propia investigación. Estás acertada que no
todo el mundo creería en la mierda de súper soldado que tenía, aunque los
resultados parecen atractivos. Sin embargo, la investigación no es lo
suficientemente confiable como para que él pueda llevarla a las personas más
escépticas —agrego, llegando a pararme junto a ella frente al tablero.
>>Y creo que ahí es donde entra en juego Meester —señalo su foto en la
parte superior del tablero, trazando su conexión con Miles con mis dedos—.
Desde que mi padre lo tomó bajo su protección, ha estado exaltando las
virtudes del tráfico de personas como fuente de dinero rápido. En ese
momento, mi padre tenía su propio negocio bastante rentable con las drogas,
y no era un hombre propenso para cambiar lo que ya estaba funcionando para
él.
—Así que Meester comenzó lo suyo.
—Sí. Viste la situación en Papillion. Hay una demanda para todo.
Simplemente no hay suficientes personas que puedan cumplir con estas
demandas. Animales, humanos, rarezas, cada uno de ellos es valioso para el
comprador correcto. Y Meester ciertamente aprovechó eso.
—Y las peleas —señala.
—Sí. Su negocio principal son las peleas. Compra esclavos de todo el
mundo y los entrena para ser la siguiente mejor opción.
—¿Crees que podría ser eso? ¿Peleas ilegales? ¿Pero no se beneficiaría eso
de luchadores fuertes y genéticamente superiores?
—También pensé en eso, y logré extraer algunos datos de sus peleas
pasadas. Pero debido a que todo es tan clandestino, no pude encontrar mucho.
La información que tengo apunta hacia peleadores regulares. Entonces, si él
tiene algunos de esos súper soldados que Miles podría haber creado, aún no
los ha mostrado al público.
—Entonces no pueden ser peleas ilegales en las que todo el mundo está tan
interesado, ¿verdad?
Niego con la cabeza.
—No. Es demasiado específico e impredecible para que tanta gente se
involucre en esto. También he hablado con Enzo, ya que muchas de las cosas
que suceden en esa esfera están vinculadas a su nombre. Ha estado
investigando y me prometió enviarme un archivo actualizado con
compradores y proveedores.
—¿Crees que Jiménez podría haber estado involucrado en esto? —
pregunta, frunciendo el ceño.
Le había dado un resumen completo de los negocios de Enzo y todo lo que
había sucedido en los últimos años cuando Enzo había llegado a un acuerdo
con Jiménez para vender a su familia. Pero con la muerte prematura de
Jiménez se había convertido en el único albacea de la mitad de su fortuna.
Y dado que Jiménez era un traficante sexual conocido en la región, podría
tener sentido que estuviera involucrado en esta mierda.
Excepto que no lo está.
Debería saberlo ya que he estado escuchando todas las conversaciones de
Enzo durante la mayor parte del año, lo que me da una buena idea de lo que
dejó Jiménez y cómo Enzo ha estado usando esos recursos.
—No —respondo sin dudarlo—. Se podría decir que estoy íntimamente
familiarizado con el funcionamiento del imperio de Jiménez ya que él fue el
primero en el que traté de infiltrarme en mi búsqueda de Katya. Conozco casi
todas las facetas de su negocio y puedo asegurarles que no podría haber sido
involucrado. Principalmente porque no pudo ingresar a Nueva York hasta
hace muy poco. Esto —señalo hacia la junta de conexiones—, es mucho más
antiguo y probablemente se remonta a más de una década.
—Ya veo —asiente, digiriendo la información.
—Pero ahora, cuando incluyes a Sacre Coeur en la ecuación, creo que es
algo un poco diferente —agrego, entrecerrando los ojos.
Tengo una corazonada de lo que podría ser, pero me reservaré el juicio para
después de que obtengamos la información de la Madre Superiora.
—Definitivamente es algo valioso si tanta gente está dispuesta a apostarlo
todo.
—Descubrimos qué es eso y encontramos a Miles. Porque una operación de
esta magnitud seguramente necesitará mucho espacio para administrar ese
flujo de personas. Y, definitivamente, estamos hablando de muchos
funcionarios corruptos que permiten que esto suceda.
—Dios mío, pero eso significa niveles y niveles de corrupción —agrega
horrorizada.
—Sí. Y sabiendo lo peligroso que va a ser ir tan profundo, habría dejado de
hacerlo de inmediato por tu seguridad. Pero ya nos están apuntando, así que
necesito asegurarme de que sean borrados de la faz de esta tierra. Solo
entonces estaré en paz —digo, resuelto en mi decisión de poner fin a esto para
siempre.
Mientras alguien tenga como objetivo lastimar a mi Sisi, es como si
estuviera muerto.
—Vlad. —Se vuelve hacia mí—. Sabes que nunca te dejaría hacer eso.
Incluso si fuera por mi seguridad. Necesitas encontrar a tu hermana, y aún
más, debes averiguar qué le pasó a Vanya. De lo contrario nunca podrás
superar esto.
Levanta la mano y la coloca en mi mejilla.
—Has visto cómo desbloquear algunos de tus recuerdos te ha ayudado.
Creo que una vez que sepas con certeza lo que les sucedió a ustedes dos,
podrás seguir adelante. Y tal vez tus episodios también desaparezcan, esta vez
para siempre —dice suavemente, su cálida mirada llena de amor.
—Tienes razón —respiro hondo—. Y necesito mejorar. Por ti —empiezo,
apoyándome en su toque—, y por la familia que tendremos en el futuro. Sé
que no sería capaz de confiar en mí mismo… —Me interrumpo y ella sabe
exactamente lo que quiero decir mientras su boca se dibuja en una sonrisa
triste.
—Eres suficiente para mí, Vlad. Solo quiero que seas mejor para ti.
—Puede que ahora sea suficiente. —Paso un dedo por su rostro, colocando
un mechón detrás de su oreja—. Pero no seré suficiente para siempre —le
digo con sinceridad.
Lo supe desde que vi lo afectada que había estado por el aborto espontáneo.
Es tan amable y está tan llena de amor que cualquier niño sería afortunado de
tenerla.
—Con el tiempo vas a querer tener hijos, Sisi, y yo necesito ser lo
suficientemente normal para poder dártelos.
—Vlad…
—No. —Coloco mi dedo sobre sus labios—. No me mientas y no te
mientas a ti misma, Sisi. Sé que algún día querrás una familia. Y yo también
quiero eso, porque sé lo buena madre que serás. Pero hasta que llegue ese
momento, haré todo lo posible para trabajar en mí mismo para no ser un
peligro para ti o para nuestros hijos.
—Dios, Vlad —susurra, con los ojos brillantes por las lágrimas—. ¿Por qué
eres tan perfecto? —suspira profundamente.
—No lo soy. Pero pretendo serlo. Para ti. —Me inclino para besar su frente.
—Tenemos que centrarnos en su oficina y su vivienda —le digo después
de ver detenidamente algunas de las imágenes de Sacre Coeur, tomando
algunas notas sobre los patrones de la Madre Superiora.
—Ella es el tipo de persona que mantendría todo en papel —señala Sisi
mientras se vuelve a poner el hábito.
A diferencia de las monjas que tomaron sus votos, su hábito no es negro,
sino azul claro.
—No puedo creer que tenga que usar esto otra vez —murmura en voz baja
mientras se mete el cabello en la capucha—. ¿Y bien? —Se vuelve hacia mí,
levantando una ceja.
—¿Qué quieres que te diga? Para mí te verías sexy vestida con cualquier
cosa.
—Esto —resopla, tomando un espejo de mano y examinando su marca de
nacimiento—. Es por eso que odiaba estos tocados. Esto siempre es tan
visible. —Suelta un suspiro decepcionado.
—Sisi. —En dos pasos estoy detrás de ella, girándola para mirarme y
haciendo que suelte el espejo—. Esto —paso mi mano por su marca roja—,
solo te hace más única. Le da carácter a tu belleza.
Me inclino para besar el lugar justo encima de su ceja.
—La suma de tus imperfecciones es lo que te hace perfecta para mí, Sisi.
—Ahí vas de nuevo con tus dulces palabras —murmura, sonrojándose hasta
la raíz de sus cabellos.
—No vuelvas a bajar la cabeza. —Le levanto la barbilla para que pueda
mirarme a los ojos—. Te lo dije, chica. De ahora en adelante, todos se
inclinarán ante ti, no te menospreciarán.
Ella asiente hacia mí.
—Tienes razón. Debería dejar de avergonzarme de esto. —Se toca la marca
de nacimiento con el dedo—. Es parte de lo que me hace ser yo —dice y no
podría estar más orgulloso de ella.
—Sí, me alegro de que estemos en la misma página —me río entre dientes,
dándole un rápido beso en los labios—. Ahora termina de vestirte para que
podamos irnos.
—Terminé —dice, evaluándome con los ojos—. Sin embargo, no puedo
decir lo mismo de ti, Sr. Sacerdote Ardiente. —Señala mi cuello.
Me había vestido completamente de negro, con una sotana católica clásica,
pero aún no me había puesto el alzacuellos.
Tomando la pieza blanca de la mesa, la coloca alrededor de mi cuello,
asegurándose de que esté en su lugar y cubriendo mi tatuaje.
—Ahora, si fueras mi sacerdote —comienza descaradamente, moviendo
sugerentemente sus manos por todo mi pecho—, sé que sería un elemento
permanente para la hora de la confesión.
—En serio —digo arrastrando las palabras—. ¿Y cuál sería tu confesión,
chica del infierno? —pregunto, curioso por ver qué dice.
Sus labios se curvan hacia arriba en una sonrisa felina, sus pestañas
revolotean de esa manera enloquecedora suya.
—Pediría perdón… —se calla, de repente imitando a una tímida colegiala
mientras me mira tímidamente—. Por jugar con mi coño mientras pienso en ti
—susurra, dos puntos rojos tiñendo sus mejillas.
¡Mierda!
—¡Maldita sea, Sisi! No puedes decir cosas así y asumir que no voy a pasar
todo el tiempo pensando en ti en ese maldito confesionario, jugando contigo
misma mientras te escucho gemir tus pecados —gimo, cerrando los ojos y
deseando que mi cuerpo se comporte.
Tenemos un plan. Un plan cuidadosamente diseñado que no tiene lugar
para ningún error. O para una cita ilícita en el confesionario, o yo
follándomela sobre la mesa del altar, porque, maldita sea, eso no es todo en lo
que puedo pensar ahora, la imagen de ella desnuda ante mí, rodeada de
objetos sagrados cuando en realidad es la más sagrada de todos ellos…
—Mierda, Sisi. Me estás matando aquí, chica del infierno —murmuro
mientras me agacho para ajustar mi polla.
—Bueno, ¿no vienes? —Abro los ojos para verla ya en la puerta, con una
sonrisa de satisfacción en su rostro.
—Eres una maldita provocadora de pollas, ¿no? —grito mientras envaino
mis cuchillos antes de seguirla.
Su suave risa es la única respuesta que obtengo mientras trato de volver a la
zona.
Soy un hombre simple. Solo tengo dos configuraciones predeterminadas:
matar y Sisi. Y cuando este último esté activado, puedes apostar a que seré
inútil para otra cosa que no sea ella.
El viaje a la iglesia nos lleva más de una hora, tiempo en el que repasamos
el plan una vez más. Como Sisi conoce todos los rincones de Sacre Coeur, no
nos vamos a ciegas. Aunque hice mi tarea estudiando las imágenes de
seguridad, solo hay unas pocas cámaras de seguridad dirigidas a los claustros
y las viviendas de las monjas. Así que confiaré en su conocimiento para eso.
Tan pronto como estamos en algún lugar cerca del convento, estaciono el
auto, haciendo una última revisión.
Sisi tiene toda una artillería atada a su cuerpo debajo de su hábito, al igual
que yo. Queríamos ser lo más minuciosos posible, y dado que Sacre Coeur ha
estado involucrado en tratos turbios durante años, no deberíamos subestimar
el lugar.
—Revisa tu comunicador —le digo mientras sale del auto.
El plan es que ella entre primero, fingiendo que regresa al convento después
de una visita prolongada con su familia, y pronto me reuniré con ella después
de pasar por el proceso de validación en las puertas.
Se lleva la mano a la oreja, hace clic en el dispositivo y me pide que diga
algo.
—Funciona —confirma.
—Bien. Dame una señal cuando estés adentro —le digo, casi acostumbrado
a verla irse sola.
—Nos vemos en un rato. —Me da un beso rápido antes de irse.
Mientras espero, escucho atentamente todo lo que sucede a su alrededor, mi
sed de sangre solo aumenta cuando escucho algunos elogios de los guardias
sobre ella.
—No les hagas caso —susurra mientras pasa por el punto de control de
seguridad—. Probablemente escucharon los rumores sobre mí —dice como si
no fuera gran cosa que la llamaran foránea.
Aprieto mi puño, mi rabia aumenta cuando me doy cuenta de que esto es
solo un poco de lo que ha tenido que soportar a lo largo de los años.
Y ah, pero definitivamente desearán haber mantenido la boca cerrada hoy.
Especialmente después de que termine con ellos.
—Estoy cerca del gráfico —le dice al comunicador—, deberías acercarte en
aproximadamente cinco.
A su señal, salgo del auto, una vez más comprobando dos veces que todas
mis armas están en su lugar. Como soy una nueva incorporación al convento,
definitivamente me harán pasar por el detector de metales. Así que tuve que
ser un poco inteligente y armarme con cuchillos de obsidiana. También había
apilado piezas impresas en 3D de un arma en mi capa, listas para
ensamblarlas en caso de necesidad.
Considerándolo todo, debería poder pasar cualquier control de seguridad.
Al cruzar las puertas, me encuentro con dos guardias que me miran de
arriba abajo y me tratan de inmediato diez veces mejor que a Sisi.
Probablemente porque soy un hombre.
Malditos bastardos, examino sus rostros cuidadosamente mientras siguen
todo el protocolo conmigo, asegurándome de que sabré a quién matar más
adelante.
Hay algunos papeles por firmar, pero pronto estoy examinado y listo para
empezar.
—¿Dónde estás? —le pregunto a Sisi cuando los supero.
Habían sido inusualmente laxos conmigo, ni siquiera se molestaron en
hacerme pasar por el detector de metales.
—Cerca de la capilla —responde ella.
—Bien, te veré allí.
Ni siquiera puedo terminar mis palabras cuando escucho que alguien se
dirige a Sisi.
—Oh, mira quién está aquí —dice una chica—. Assisi —pronuncia su
nombre con desdén mientras continúa insultando a mi esposa—. Qué pasó, se
dieron cuenta de lo perdedora que eras y te devolvieron —continúa, riéndose
de ella.
—Probablemente tuvieron demasiada mala suerte y decidieron deshacerse
de ella —se suma otra, y ambas parecen reírse de Sisi.
Mi Sisi.
Mis pies me llevan rápidamente en esa dirección, mi visión se agudiza
porque solo veo una cosa: la muerte.
—Auch. —Mis ojos se abren cuando escucho una voz gritar de dolor—.
Basta —continúa, y en ese momento doy la vuelta en la esquina, teniendo una
vista perfecta de la capilla.
Una sonrisa tira de mis labios mientras me quedo quieto, cruzando los
brazos sobre mi pecho y mirando con orgullo cómo mi chica se ocupa de esas
chicas.
Sisi está de pie junto a las dos chicas, sujetando a una con un
estrangulamiento, mientras que la otra está en el suelo, con la cara pegada al
pavimento mientras Sisi le empuja el pie en la mejilla.
—Por favor —una sigue pidiendo clemencia.
—¿En serio? ¿Qué hiciste cuando dije por favor? —Sisi pregunta, su voz
inflexible—. Mira, esto es lo que sucede cuando dices por favor. —Sonríe
antes de girar a la otra monja, empujándola contra el suelo, golpeando su
cabeza contra el pavimento.
Solo hay jadeos de dolor ya que ni siquiera puede ponerse de pie, sus
manos tiemblan en un pobre intento de moverse.
—¿Quieres decir por favor también? —Sisi le pregunta a la otra monja,
agachándose para mirarla.
Ella no responde, o no puede responder porque el pie de Sisi todavía la
sujeta. Sin embargo, justo cuando creo que podría dejarlas ir, da un paso más
y levanta el pie, aprovechando el impulso para estrellarlo contra la cara de la
chica.
Hay un pequeño sonido a través del comunicador ya que estoy
completamente seguro de que se ha roto el arco de la frente.
—Sisi, ven aquí —le digo, por un lado, extremadamente orgulloso de ella,
por el otro preocupado de que esto pueda atraer una atención no deseada
hacia nosotros, lo cual me parece bien, pero solo después de que hayamos
asegurado lo que estamos buscando.
Levanta la cara y me ve a lo lejos. Sus labios se curvan y comienza a correr
hacia mí, una expresión despreocupada en su rostro que me hace quedarme
quieto, mirándola a ella y su magnífica belleza.
Fóllame.
Estoy bastante seguro de que tengo la boca abierta porque solo puedo verla
correr hacia mí, su jodida sonrisa me ciega.
—¿Viste? —me pregunta emocionada, pero sin aliento—. Les devolví lo
que se merecían —continúa, con puro deleite en su voz.
—Estoy orgulloso de ti, chica del infierno —la elogio, acariciando
suavemente su cabeza.
De alguna manera, su hábito la hace parecer aún más pequeña y delicada, la
parte superior de su cabeza apenas llega a la mitad de mi pecho. Me había
acostumbrado tanto a tenerla a mi alrededor todo el tiempo que incluso
nuestras diferencias de tamaño se habían convertido en un punto discutible.
Aunque es pequeña en comparación conmigo, su personalidad es una fuerza a
tener en cuenta, lo que me hace olvidar por completo que estoy tratando con
un humano del tamaño de un bocado.
Ella es mi Sisi.
Estoy haciendo todo lo posible para mantener una distancia cómoda en caso
de que alguien nos vea. Aun así, la vista de su sonrisa alegre mientras me dice
con entusiasmo cómo ha querido hacer eso durante mucho tiempo solo hace
que mi corazón lata más rápido.
—Nunca había recurrido a la violencia —suspira—. Principalmente porque
tenían fuerza en número y sabía que podría haberlas lastimado una vez, pero
la próxima vez se asegurarían de pagarme con creces. Pero ahora… —Mira
hacia arriba, sus labios se abren en una sonrisa tan deslumbrante, me está
costando mucho no pedirle que me deje pintarla e inmortalizarla para
siempre—. Eso se sintió tan bien —exclama, saltando arriba y abajo en un
baile feliz.
—Chica del infierno. —Me detengo de repente, y ella se vuelve hacia mí,
inclinando la cabeza y luciendo preocupada.
—Esto —le digo mientras coloco dos dedos en las comisuras de su boca,
tirando de ellos hacia abajo en una posición neutral—. Voy a tener
dificultades para concentrarme si sigues sonriendo, así que, por favor, espera
hasta que terminemos —le instruyo, mi tono serio.
Ella comienza a reírse de mí antes de sacudirse, una repentina expresión
seria en su rostro mientras asiente.
—Entendido —responde ella, aunque sus labios están temblando con una
risa no liberada.
El descaro.
Capítulo 32
Assisi

Vlad no puede evitar su sonrisa astuta cada vez que me mira, y a pesar de
todas sus protestas y de que yo no debería tentarlo más, seguro que hace un
buen trabajo para provocar esa respuesta en mí.
Mientras nos dirigimos a los edificios administrativos, me doy cuenta de
que el convento está más silencioso de lo que estoy acostumbrada. Sobre
todo, porque aún no es el toque de queda.
Hubo una reunión no tan bienvenida con Sofía y Carlotta, quienes
simplemente tuvieron que escupirme su veneno. Pero por primera vez les
había dado su merecido, aunque fuera una imprudencia de mi parte hacerlo.
Pero cuando me dijeron que traía mala suerte, estallé. Los años en los que
me han llamado así a la cara me han hecho olvidar todo menos la venganza.
Sinceramente, esperaba que Vlad me reprendiera un poco por haberme
salido del plan, pero en lugar de eso se limitó a decir que estaba orgulloso de
mí, con una expresión de apoyo tan grande que casi me derrito en el acto.
Aun así, no puedo volver a desviarme del plan hasta que terminemos con
la Madre Superiora.
Y así, cuando entramos en el edificio que alberga su despacho, las
habilidades de Vlad para forzar cerraduras tienen la oportunidad de brillar.
—Y esa es otra habilidad que añadir a tu arsenal —apunto, divertida.
—Ya verás, chica del infierno. Hay pocas cosas en las que no soy bueno.
—Me guiña un ojo, y la puerta se abre con un mínimo empujón.
—Presumido —murmuro justo cuando me hace un gesto para que entre,
diciendo “las damas primero”.
El despacho es muy sencillo, con un escritorio, una silla y unos cuantos
cajones.
—Según lo que he observado, sólo viene a la oficina los martes y jueves,
así que tenemos mucho tiempo para buscar sin miedo a que aparezca —dice
mientras abre un cajón, sacando los archivos.
Empezamos a clasificar todo lo que hay en el despacho, pero la mayoría
de los documentos son papeles administrativos de Sacre Coeur o de alguno de
los orfanatos.
—Esto es sobre todo donaciones. —Suspiro mientras termino con un
cajón.
—Tampoco hay nada de mi parte —comenta mientras revuelve los
papeles, sus ojos buscan rápidamente palabras clave.
A veces olvido que estoy tratando con alguien que no es del todo humano.
En el tiempo que me ha llevado revisar una pila, él ha revisado tres.
—Puede que tengamos que revisar su habitación —añado, decepcionada.
Esperaba que encontráramos todo lo que buscábamos en su despacho para no
demorarnos más de lo necesario.
—Todavía no —dice Vlad, con los ojos todavía puestos en los papeles.
Cuando termina de leerlos, los deja caer sobre el escritorio con un ruido
sordo, luciendo molesto.
—Dijiste que ella solo guardaba registros físicos —empieza, su pulgar
acariciando su mandíbula.
Asiento con la cabeza.
—Era bastante conocida por su aversión a la tecnología. Incluso
intentaron añadir más dispositivos a la iglesia y a otros lugares del convento
para facilitarnos las cosas. Pero ella no quiso. Fue un gran escándalo hace un
par de años. Ella seguía diciendo que la tecnología es obra del diablo y que no
tiene lugar en la casa de Dios. A menos que sea más hipócrita de lo que yo
creía, no creo que tenga ninguna tecnología.
—Puede que tengas razón. —Rodea el escritorio, retirando la silla e
inspeccionando la pared—. ¿Ves? No hay cables para ethernet, ni siquiera un
enchufe. En ese sentido, ¿quién no usa al menos una lámpara? —Sacude la
cabeza, con una sonrisa en los labios—. A menos de que esté leyendo todos
estos documentos a la luz de las velas —bromea.
Pero justo al girar la cabeza veo un candelabro vacío y se lo enseño.
—A la luz de las velas —le digo y él se ríe.
—¿Por qué alguien a quien claramente no le interesan los productos
básicos de la vida moderna se dedica a la trata de personas? ¿Qué hace con el
dinero? —Frunce los labios y sigue mirando a su alrededor.
—Deberíamos ir a su habitación, ya que no hay nada aquí. —Desempolvo
mi hábito mientras me pongo de pie, guardando todo en los cajones para que
no parezca que alguien ha estado aquí.
—No, todavía no —murmura Vlad, dando unos pasos atrás y estudiando
las paredes.
Aunque el convento es antiguo, los edificios administrativos se
construyeron más recientemente, en algún momento de finales del siglo XX,
así que todo lo que hay alrededor es puro cemento.
—Si ella no confía en las computadoras para mantener sus cosas a salvo
—Estrecha los ojos mientras estudia la pared detrás del escritorio—, entonces
debe confiar en algo, ¿no?
Su mirada perspicaz recorre lentamente cada centímetro de cemento.
Frunzo el ceño cuando llego a su lado, intentando ver lo que está mirando,
pero sin encontrar nada fuera de lo común. Sólo paredes lisas y blancas.
—¿Qué es? —le pregunto cuando da un paso adelante, centrándome
inmediatamente en un punto en particular: el que se esconde detrás de los
cajones.
Él no responde. En cambio, mueve los cajones hacia el centro de la
habitación, dirigiéndose de nuevo a la pared y golpeando ligeramente en el
cemento. Sigue haciéndolo, moviéndose unos centímetros hacia la derecha
cada vez.
Hasta que se detiene.
—Escucha eso —dice, con la oreja pegada a la pared. Cuando estoy a su
lado, vuelve a golpear, y mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de lo
que quiere decir.
—Está hueco.
Asiente con la cabeza, sus manos se mueven por la superficie de la pared
como si buscara algo. Cuando llega a algunos bultos en la mitad inferior de la
pared, aplana la palma de la mano contra ellos, empujándolos hacia adentro.
Unos cuantos intentos, y una trampilla construida dentro de la pared se
abre de golpe.
—Supongo que éste es su lugar de confianza. —Sonríe, claramente
satisfecho de sí mismo.
Al abrir la pared falsa, encontramos un espacio de almacenamiento muy
pequeño, todo lleno de cajas.
—Supongo que pasaremos bastante tiempo aquí —agrego secamente
mientras sacamos las cajas y las colocamos en el suelo—. O no... —Pongo los
ojos en blanco cuando lo veo dejando un par de archivos, que ya ha revisado.
—Soy un lector rápido. —Se encoge de hombros.
—No, eres un lector increíblemente rápido. ¿Qué es eso? —Tomo una
caja, saco unos cuantos papeles y empiezo a revisarlos.
—Puedo leer casi dos mil palabras por minuto —dice
despreocupadamente—, ayuda a filtrar mucha información.
—Vaya, por supuesto que te medirías a ti mismo —añado
juguetonamente—, buen golpe para tu ego.
Levanta los ojos, mirándome con extrañeza.
—Fue Miles quien nos hizo probar nuestra velocidad. Quería que
sobresaliéramos en todos los ámbitos. Y yo, por supuesto, era su alumno
estrella —bromea, y aunque intenta parecer divertido, me doy cuenta de que
no deja de afectarle ese recuerdo.
Quiero disculparme por sacar el tema, pero sé que no le gustaría. A Vlad
le gusta fingir que es invencible, especialmente cuando se trata de asuntos de
naturaleza más emocional, ya que no está acostumbrado a sus sentimientos.
Eso no significa que no sea humano, con reacciones perfectamente
humanas. Simplemente no sabe cómo manejarlos.
Continuamos revisando cada documento por partes hasta que Vlad por fin
encuentra algo interesante.
—¿Qué es eso? —le pregunto mientras saca una pila de carpetas del
fondo de la caja.
Frunce el ceño mientras las extiende.
—Expedientes médicos —dice, leyendo los nombres de las personas a las
que pertenecen.
—Conozco a esas personas —interpongo inmediatamente—. Todos son
del Sacre Coeur. Espera... ¿significa eso que también hay uno para mí? —Me
levanto, tomando rápidamente asiento a su lado.
—Veamos. —Revuelve entre ellos hasta que, seguramente, hay uno con
mi nombre.
Se lo quito de las manos, con demasiada curiosidad por ver lo que hay
dentro.
—Esto no tiene sentido —murmuro mientras reviso todos los resultados
del laboratorio. Vlad se inclina para leer, frunciendo las cejas mientras señala
algo.
—Sisi —empieza, y solo por su voz puedo decir que se trata de algo
malo—. Estas son todas las pruebas que hacen para la compatibilidad de
órganos.
—¿Qué quieres decir?
—Aquí —me quita la carpeta y señala una página—, esto es una
confirmación de compatibilidad para médula ósea. —Sigue escaneando la
información, pero me cuesta digerir lo que acaba de decir.
—Un trasplante de médula ósea. ¿Para mí? Pero no recuerdo haber estado
enferma —le digo.
—Según este expediente, tenías tres años y siete meses cuando ocurrió
esto. Y no estabas enferma —dice con mala cara, y hay un matiz de violencia
en sus palabras—, tú fuiste la que dio la médula. Maldición, Sisi... —maldice
en voz baja, volviendo rápidamente a los otros expedientes.
—Esto. Todo esto —dice, abriendo cada archivo y mirando los numerosos
resultados del laboratorio—, todos estos son resultados de compatibilidad.
Maldita sea. —Cierra los ojos, con los puños cerrados.
—Vlad, más despacio. —Le toco el brazo, con una pizca de pánico
creciendo dentro de mí—. ¿Qué está pasando?
—Trasplantes ilegales de órganos. Esa era la pieza que faltaba. Por eso
todo el mundo estaría tan dispuesto a involucrarse, y por eso hay tantos
niveles de corrupción. Porque qué no daría la gente por un nuevo riñón, o un
nuevo pulmón, cuando por los canales oficiales esperas años por un nuevo
órgano que quizá nunca llegue.
—Vlad. —Respiro profundamente, demasiado abrumada por esto—.
¿Estás diciendo que me quitaron médula ósea para vendérsela a alguien? ¿Así
de fácil?
Asiente con un gesto esquivo, los papeles en su mano crujen bajo la
presión de su agarre.
—Maldición, Sisi. Lo siento mucho —dice, pero no puedo oír nada más.
Cierro los ojos, recordando vagamente las visitas al hospital en las que
todos los niños habían recibido caramelos después de alguna intervención.
Me esfuerzo por recordar lo que había pasado, pero no se me ocurre nada.
—¿Quién más? ¿Quién más ha donado? —Me tiembla ligeramente la voz
mientras me vuelvo hacia Vlad, arrebatándole las carpetas del regazo—. ¿Qué
han donado?
Pero a medida que revisamos todos y cada uno de los expedientes, lo que
descubrimos es espeluznante. Hay casos en los que todos los órganos han sido
extraídos de niños.
¡Niños!
Y cuanto más profundizamos en las otras cajas, encontramos más
nombres de los otros orfanatos.
—Es un anillo entero —susurro—. Y han estado haciendo esto durante
décadas. Décadas, Vlad. ¿Y nadie lo ha descubierto?
—Pero eso es justo lo que pasa, chica del infierno. Todo el mundo lo
sabía. Sólo protegían sus propios intereses porque sabían que, en algún
momento, también necesitarían estos servicios.
—Así que esto es lo que Miles aprovechó para conseguir financiación
para su proyecto. Él establecería las instalaciones para los trasplantes, y
proporcionaría el personal médico, ¿verdad?
—Sí. Exactamente. Y eso significa que la Madre Superiora debe saber
dónde está su cuartel general, ya que apuesto a que realiza todos sus
procedimientos en el mismo lugar.
—Yo también quiero saberlo —susurro, con los ojos puestos en él—.
Quiero saber quién me quitó eso. Quiero saber quién pagó por mi médula
ósea. Diablos, Vlad, yo... —Me quedo sin palabras, con la garganta atascada
por la emoción al darme cuenta de lo mucho que me ha explotado este lugar.
A mí y a todos estos niños.
—Sisi. —Me agarra por la nuca y acerca mi frente a la suya. Cerrando los
ojos, me abraza, con su aliento en mis labios, su calor en mi piel—. Lo
averiguaremos. Te lo prometo. Y mataré a todos los que hayan tocado un
cabello de tu cuerpo, ¿me entiendes?
Sus manos se mueven lentamente para acariciar mis mejillas, instándome
a mirarle a los ojos.
—¿Me entiendes, Sisi? Mataré a todos los que quieras. Sólo tienes que
darme un nombre y ya está. Maldición. —Suelta una respiración
entrecortada—. Demonios, Sisi. No puedo... —Se inclina más cerca, besando
mi frente, mi nariz y finalmente mis labios—. Pensar en ti, pequeña e
indefensa en una puta cama de hospital mientras una enfermera improvisada
te clava una aguja en la columna me está matando. —Suspira
profundamente—. Me está matando, maldición.
—No lo recuerdo. Realmente no lo recuerdo. —Aprieto mi propia mano
en su mejilla—. Tal vez sea mejor así, pero todavía tengo que averiguarlo.
Yo... Esto no puede continuar, Vlad. Sé que el mundo es un lugar jodido, pero
estamos hablando de niños. Niños indefensos que no tienen a nadie que los
cuide. —Se me hace un nudo en la garganta, porque esto se siente demasiado
cerca de casa.
Yo fui uno de esos niños, después de todo.
—No pueden salirse con la suya —continúo, casi sofocada por esta
angustia, un profundo abismo se abre en mi corazón al darme cuenta de la
suerte que tuve de salir con vida.
Cuando otros no lo fueron.
—No lo harán —se apresura a decir—. No lo harán. Una palabra tuya,
chica del infierno, y aprieto el gatillo. Eso es todo. Sin preguntas. —Me
acaricia el pelo con suavidad, la emoción en sus rasgos casi refleja la mía.
Porque somos uno.
—Soy tu máquina de matar. Así que úsame. Mata a todos los que quieras.
Dices la palabra y sus cabezas caen. Es así de fácil —continúa, y puedo ver
que esta es la única manera en que sabe reconfortarme.
—Lo haremos. Juntos —digo, más decidida que nunca.
Cuando terminamos de filtrar todo, ya es de noche. Volvemos a poner
todo en su sitio y nos dirigimos hacia la sala de estar.
—¿Cómo vamos a hacerla hablar? —pregunto justo antes de entrar en el
edificio.
—Deja eso en mis manos, Sisi. Me aseguraré de que nos cuente todo
antes de matarla de la forma más dolorosa por todo lo que te ha hecho.
—No. —Me detengo, con mi mano en su brazo—. Déjame —Levanto mis
ojos hacia los suyos—. Quiero ser yo quien lo haga. Yo...
Pone su dedo en mis labios, sin dejarme continuar.
—Lo sé. Lo sé. —Aprieta los labios en una línea apretada—. Te ayudaré
en lo que necesites. Sabes que siempre te cubro la espalda —dice, sus dulces
palabras me calientan por dentro.
—Sé que el objetivo de todo esto era encontrar a Miles —le digo antes de
perder el valor—. Pero también siento que por fin estoy cerrando un capítulo
doloroso de mi vida. Los secretos del pasado están siendo revelados, y la
gente que hizo de mi vida un infierno va a ser castigada.
—Me alegro. —Me lleva la mano a la boca—. Mientras tú seas feliz, yo
soy feliz —dice y no puedo evitarlo, me estiri rápidamente para depositar un
beso en su mejilla.
—¡Hagamos esto!
Excepto que la Madre Superiora no está en su apartamento. La buscamos
por todas partes, pero no está dentro.
—Déjame revisar las cámaras rápidamente. —Vlad saca su teléfono,
accediendo a la transmisión y busca cualquier señal de ella.
—Ahí. —La encuentra en un cuadro, saliendo de sus aposentos a
medianoche. Accediendo a algunas de las otras cámaras, conseguimos
localizarla en algún lugar alrededor de la iglesia.
Vlad también hace uno de sus trucos y consigue desviar todas las
imágenes de seguridad, colocándolas en un bucle para que no haya rastro de
nosotros.
—Ella debe estar dentro de la iglesia —apunto cuando llegamos frente a
ella.
—Un poco tarde para rezar por sus pecados, ¿no crees? —murmura Vlad
secamente, la agresividad saliendo de su voz.
Ha estado así desde que encontramos mi expediente médico. Aunque no
lo ha dicho abiertamente, me doy cuenta de que le duele aún más que a mí, ya
que no recuerdo nada. Pero él sabe muy bien lo que se siente al ser cortado y
sondeado, así que no debe haber sido fácil escuchar que yo había estado en
una situación similar.
Desde el principio he podido notar el cambio en la atmósfera que lo rodea
cada vez que su estado de ánimo oscila, y la tensión se había vuelto cada vez
más insoportable al verlo apretar y aflojar los puños cuando creía que yo
estaba distraída.
A su manera, no quiere tocar el tema por temor a que pueda desencadenar
un recuerdo, así que sé que se está conteniendo mucho. Pero después de que
terminemos con la Madre Superiora, pretendo tener una conversación con él.
Deteniéndome frente a la iglesia, respiro profundamente, dispuesta a
enfrentarme a todos mis demonios del pasado. Asintiendo a Vlad, abro la
puerta de un empujón.
Está detrás de mí, y noto cómo sus ojos estudian cada centímetro de
nuestro entorno, así que sé que nada puede hacerme daño. Tenerlo a mi lado
me hace sentir realmente invencible, y por eso le dedico una última sonrisa
antes de educar mis facciones.
El momento de ajustar cuentas ha llegado.
Mientras caminamos por el pasillo, veo la forma acurrucada de la Madre
Superiora. Está de rodillas, con la cabeza agachada frente al altar y un largo
rosario colgando de sus manos. Su cabeza se vuelve hacia atrás en cuanto oye
el ruido detrás de ella, sus ojos tienen dificultades para discernir quién es el
que perturba su tiempo de intimidad.
—¿No sabes que es la hora del toque de queda? —me pregunta, su voz
me pone de los nervios al recordar de repente cada insulto y cada burla
pronunciados por esa misma voz.
No respondo y me adentro en la iglesia.
Mi propio caballero de brillante armadura me sigue, mezclándose con las
sombras mientras observa, dejándome hacer lo que tengo que hacer. Y su
confianza incondicional es lo único que me hace capaz de seguir adelante.
La única luz dentro de la iglesia proviene del altar, donde hay una docena
de velas encendidas en un pequeño círculo, el parpadeo de la luz se limita a
una pequeña zona.
Y no es hasta que estoy a pocos pasos de ella que la Madre Superiora se
da cuenta de quién soy, sus ojos se abren de par en par y su boca se queda
abierta por la sorpresa.
—Assisi —balbucea, nerviosa—. ¿Qué... qué haces aquí?
—Madre superiora —digo sombríamente, y un pensamiento perverso para
jugar con ella se cruza en mi mente—. He venido a darte tu cuota —continúo,
poniendo muy lentamente un pie delante del otro.
—¿Cómo es que estás aquí? No puedes estar aquí. —Se pone en pie,
mirándome confundida.
—¿No es aquí a donde todos vamos cuando estamos sin rumbo? ¿Al lugar
que conocemos mejor? ¿A casa? —La palabra casa arde en mis labios, y
saber que éste había sido de hecho mi hogar durante tanto tiempo hace poco
para apagar la necesidad de destrucción que se está gestando en mi interior.
—Qué... No sé de qué estás hablando —contesta inmediatamente, aunque
noto un ligero tic en su ojo mientras mira a su alrededor en busca de alguna
salida.
—¿Sabías lo que me hicieron? —pregunto, conteniendo una sonrisa
cuando ella estrecha los ojos hacia mí. A pesar de su aparente bravuconería,
puedo ver el ligero temblor de sus manos, las cuentas del rosario moviéndose
de un lado a otro y chocando entre sí—. ¿Cómo tomaron de mi cuerpo hasta
que no quedó nada? Y tú lo permitiste —entono, poniendo toda la fuerza en
mi voz y disfrutando del modo en que el sonido resuena en la iglesia. Levanto
el dedo y la señalo, y por fin recibo la reacción que estaba esperando de ella.
Sus rasgos se quedan en blanco, su máscara cae al darse cuenta de lo que
quiero decir.
—¿Qué...? —susurra, alejándose lentamente de mí—. Tú no eres real. —
Niega con la cabeza.
Bueno, bueno, pero creo que mi charla fantasmal parece estar
funcionando. Y entonces empujo, queriendo ver el miedo grabado en su cara.
—Es tu culpa —digo mientras doy un paso más hacia ella.
Ella sigue negando con la cabeza, cerrando los ojos y haciendo la señal de
la cruz sobre su cuerpo, sus labios murmurando una silenciosa oración.
—¿Tienes miedo ahora? ¿Asustada de enfrentar tus pecados? —Mi tono
es consistente en todo momento, y hago un esfuerzo consciente para no
delatarme estallando en un grito, exigiendo saber exactamente qué me hizo.
Y parece que funciona, ya que ella sigue retrocediendo hasta que tropieza
con los pequeños escalones del altar, cayendo de culo.
Sus ojos miran salvajemente a su alrededor en busca de una salida, su
mano empuja el rosario hacia mi cara como si pudiera protegerla de mí.
Me arrodillo frente a ella y se lo quito de las manos, arrojándolo al suelo.
—Tú —dice, con las cejas fruncidas y la mano extendida para tocarme el
brazo—, no estás muerta —continúa, con voz acusadora.
Y ahí está el problema. ¿Por qué cree que estoy muerta si no está metida
hasta las rodillas en todo este asunto?
—¿Y cómo sabrías si morí? —Inclino la cabeza hacia un lado, estudiando
sus reacciones.
—Tú... —balbucea, y sus manos vuelven a alcanzarme, probablemente
tratando de aplicar otro de los castigos que me infligía cuando era más joven.
Sólo hay un problema.
Ya no soy una niña.
Atrapo sus manos en el aire y la retuerzo hasta que mi brazo rodea su
cuello, restringiendo su flujo de aire.
—Creo que tenemos algunos problemas sin resolver, Madre Superiora —
le susurro al oído—. Y me gustaría que cooperara —continúo, cogiendo el
rosario del suelo y rodeando su garganta, con las cuentas clavándose en su
carne.
Una mirada hacia atrás y le hago un gesto a Vlad para que se acerque.
Se acerca despreocupadamente al altar, inmovilizando inmediatamente los
miembros de la Madre Superiora a la mesa.
—Y ese demonio —escupe la palabra cuando consigue ver claramente a
Vlad—. ¡Claro! No podía esperar otra cosa de ti, que te codees con el
demonio. Te lo dije, ¿no? —suelta una risa maníaca—, que acabarías
empapada de pecado. —Me mira con desprecio y, antes de que pueda
evitarlo, mi puño vuela hacia su cara, tirándola a un lado.
Con los ojos muy abiertos, me mira como si no pudiera creer que me haya
atrevido a hacer eso.
—Ah, pero yo elegiría a mi leal demonio antes que a tu dios gracioso en
cualquier momento del día. —Me inclino hacia delante—. Tú que condenas
los pecados, pero te bañas en ellos en privado. Tú… —mis fosas nasales se
encienden mientras mi ira aumenta—, ¿tienes el descaro de decirme que estoy
empapada de pecado? Como si cada centímetro de tu monstruosa carne —
agarro su mandíbula con las manos, sujetándola con fuerza para que no pueda
apartar la vista—, no se estuviera pudriendo mientras hablamos.
—¿Por qué estás aquí, Assisi? —pregunta, su mirada se encuentra
definitivamente con la mía—, ¿todavía tienes complejos por haber sido
abandonada? —Se ríe, pensando que sus palabras me van a herir.
Ah, pero ella tendrá una revelación diferente esta noche.
Me alejo de ella y simplemente me desabrocho el hábito, dejándolo caer
al suelo para revelar la artillería que hay debajo.
Llevo un traje de látex negro, completamente moldeado al cuerpo para
permitir la libertad de movimiento. En cada centímetro utilizable, hay un
cuchillo o una pistola atados a mi cuerpo.
Los ojos de la Madre Superiora se abren de par en par con horror al
contemplar mi aspecto, mientras Vlad se limita a silbar con admiración.
—Ve a por ello, chica del infierno. —Me guiña un ojo, y no puedo evitar
el rubor que sube por mis mejillas.
Ya me había costado mucho rechazar sus insinuaciones cuando nos
preparamos, pero ahora me caliento bajo su aguda mirada, y la idea de la
venganza y el sexo, en ese orden, me hace respirar con excitación.
—Sabemos lo de la red de tráfico —empiezo, tomando asiento frente a
ella y desenvainando una cuchilla—, lo que no entiendo es por qué te has
involucrado en esto.
Ella resopla y gira la cabeza para no mirarme. Moviendo la cuchilla en mi
mano, la acerco a su mejilla, dejando que la punta se amolde lentamente a su
carne, pero sin clavarse.
—¿Qué dices, vas a responder o voy a cortar?
Me mira y veo una pizca de miedo en sus ojos, incluso cuando finge ser
desafiante.
—Que así sea. —Me encojo de hombros, dejando que la hoja se deslice
hacia abajo hasta llegar al cuello de su hábito. El cuchillo está tan afilado que
no hace falta mucha presión para cortar el material, y sigo una línea recta
hasta que todo el corpiño queda abierto. Lleva una camisón debajo, así que
también lo corto, dejando al descubierto su carne desnuda.
Toda su piel está cubierta de piel de gallina por el frío, y una sonrisa se
dibuja en mis labios mientras continúo pasando la hoja por la superficie,
engañándola sobre el momento en que realmente la cortaré.
—Hmm, ¿qué pasa con Miles? ¿Cómo lo conoces? —Hago otra pregunta,
y un ligero temblor en su labio superior me avisa de que podría haber tocado
un punto sensible.
Vlad me observa como un halcón, su mirada atenta a todo lo que hago,
pero no interfiere. En todo caso, cada vez que miro hacia él me hace un gesto
de aprobación que me estimula aún más.
Y cuando veo que la comisura de su boca se curva, sé que también ha
notado su reacción.
—Ese demonio de ahí —hago un gesto hacia Vlad—, me ha enseñado
bastantes cosas —digo justo cuando empujo la hoja en la parte superior de su
pecho—, todas ellas incluyen cierto grado de dolor.
Ella empieza a gemir por lo bajo, el dolor se apodera de ella cuando uso la
punta de la cuchilla para cavar un pequeño agujero justo en la parte superior
de su pecho izquierdo.
Los gemidos se convierten en gritos cuando procedo a extraer un trozo
considerable de carne, quedando un hueco en su pecho. La hemorragia es
mínima, y el corte es muy eficaz.
—Mhm, diablos, chica, esas habilidades quirúrgicas. —Se lleva los dedos
a los labios en forma de beso, aprobando mi método.
—Intentémoslo de nuevo —digo, dándole un pequeño respiro al dolor, ya
que tengo grandes planes para ella. Todos los cuales incluirán algunas de las
cosas que he sufrido a lo largo de los años—. Háblame de Miles —repito.
Dirige su mirada maliciosa hacia mí, y por un momento dudo de que
coopere. Pero cuando su cuerpo empieza a temblar lentamente, por el miedo o
el dolor, sé que la tengo.
—Él coordina los trasplantes —murmura, casi ahogándose en sus
palabras—. Él proporciona las instalaciones y el personal médico —continúa
y yo levanto la vista para encontrar la mirada de Vlad.
Las palabras no se pronuncian. Es exactamente como lo habíamos
teorizado.
—¿Y quién se encarga de la parte financiera? —pregunto, notando el
pequeño gesto de aprobación de Vlad ante mi pregunta.
—No lo sé... —Niega con la cabeza—. Lo juro. Sólo he tratado con
algunas personas que son sus intermediarios. Son los que supervisan la
logística, mientras Miles se ocupa de los trasplantes reales.
—¿Quiénes son los intermediarios, entonces?
Sus ojos recorren la habitación antes de pronunciar dos nombres.
—Guerra y Lastra —susurra, y mis ojos se abren de par en par.
Alzo rápidamente la vista para ver a Vlad con la misma expresión de
incredulidad, sobre todo después de que Marcello nos asegurara que las
finanzas de Guerra estaban en orden.
—Quizá Benedicto no sea tan transparente como quiere aparentar —
comenta Vlad desde la esquina.
—¿Benedicto? —La madre superiora frunce el ceño: —No, no. Benedicto
no. Franco Guerra y Nicolo Lastra. Esos fueron los que coordinaron todo lo
que pasó aquí —dice ella.
—Ahora eso —Vlad se acerca a mí, poniendo su mano en mi hombro—,
lo creo. Pero ambos están muertos ahora, así que ¿con quién estás en
contacto? —Levanta una ceja.
La Madre Superiora parpadea rápidamente, sorprendida de haber sido
atrapada en ese único vacío legal.
Todo su cuerpo se vuelve rígido, sus labios fruncidos mientras se niega a
seguir hablando.
—Interesante —señala Vlad, instándome en silencio a continuar.
Poniéndome de pie, me muevo alrededor del altar, observando los
diversos objetos colocados sobre la mesa. Una sonrisa tortuosa aparece en mi
rostro ya que tengo el método exacto para hacerla hablar.
Tomo una vieja lámpara de aceite de la mesa, la desarmo, viendo que
queda algo de aceite en su interior. Luego, recogiendo una vela encendida, me
vuelvo a posar frente a la Madre Superiora.
El agujero en su pecho tiene un aspecto airado, pero no es lo
suficientemente profundo como para llegar al hueso.
Eso se solucionará pronto.
—Diablos, chica del infierno, seguro que sabes cómo ponérmela dura —
gime desde un lado, observando los objetos que tengo en las manos y
anticipando lo que tengo en mente.
La madre superiora me mira horrorizada mientras intenta comprender,
pero solo cuando empiezo a verter el aceite en la herida se da cuenta de lo que
tengo planeado para ella.
—No —dice ella, su voz apenas por encima de un susurro—, te lo diré —
continúa, retorciéndose contra sus ataduras.
Es demasiado tarde, ya que en el momento en que el aceite llena el
agujero de su pecho hasta el borde, acerco la llama de la vela y veo cómo se
enciende todo.
Los gritos de dolor inundan la iglesia mientras el fuego devora su carne.
No quiero ni imaginarme la agonía que debe estar sufriendo mientras el calor
se extiende por su cuerpo, la llama quemando sus receptores de dolor y
haciéndola sudar, con la respiración entrecortada.
—Michele —jadea—, Michele Guerra —dice finalmente, y yo soplo en el
fuego, apagándolo momentáneamente.
Se desploma, su respiración es errática mientras intenta controlarse. Todo
su cuerpo se convulsiona, completamente cubierto de sudor, con los ojos casi
en blanco.
—Michele es mi contacto —exhala.
—De verdad —digo, sin sorprenderme del todo de que alguien tan baboso
como Michele esté involucrado en esto.
—Bien. Veo que podemos hablar civilizadamente. —Le sonrío—. Y
ahora la pregunta ganadora. ¿Dónde está el centro de trasplantes?
Ella trata de retroceder más en la mesa aunque sus ataduras no le permiten
mucho movimiento. Niega con la cabeza mientras mira entre Vlad y yo, casi
ponderando si vale la pena guardar el secreto por más dolor.
—Ellis Island —responde finalmente, con la voz apenas por encima de un
susurro.
Me giro hacia Vlad para ver las ruedas girar en su cabeza.
—Hay un hospital abandonado allí, pero es terreno federal —frunce el
ceño, cerrando los ojos y exhalando—, esto es mucho más grande de lo que
creíamos, chica del infierno.
—Lo abordaremos. Una persona a la vez. Al menos ahora también
sabemos lo de Michele —añado con una sonrisa burlona.
Sólo había visto al hombre una vez, pero había sido suficiente para
ponerlo firmemente en mi lista negra. Es un cretino intolerante que parecía
disfrutar haciendo sufrir a los más débiles que él.
—No, no puedes... —La Madre Superiora comienza a moverse, haciendo
una mueca de dolor cuando la cuerda le corta las muñecas—. No puedes
hacerle daño —continúa y yo frunzo el ceño.
—¿Por qué? —Vlad se agacha frente a ella y le chasquea los dedos
cuando se queda en blanco.
—Él es tu hermano. —Levanta su mirada hacia mí, y por primera vez veo
puro miedo en ella—. No puedes matar a tu propio hermano —continúa, con
la voz quebrada.
—¿Qué? Eso es imposible. —Me vuelvo hacia Vlad y tiene la misma
expresión de incredulidad.
—No lo es. —Su voz tiembla al continuar. —Nicolo... él —traga
audiblemente—, cuando era más joven, Michele tenía leucemia. Nicolo vino
a verme con una idea, diciéndome que podría ponerse bien si encontrábamos
una pareja. —En el momento en que pronuncia esas palabras ya sé por dónde
va.
Todo mi cuerpo se pone rígido, pero sólo puedo escucharla mientras lo
cuenta todo.
—Sabía que Michele era su hijo —suelta una risa seca—, igual que
Benedicto sabía que no era suyo. Desde el principio, Nicolo había tratado de
encontrar discretamente una pareja, y había pasado por todos sus familiares
sin éxito. Hasta que vino a verme y me dijo que podía haber otra posibilidad
—se detiene, levantando su mirada hacia la mía—, tú.
—No lo entiendo.
—Nicolo dijo que existía la posibilidad de que fueras su hija, y en ese
momento eras la última opción. Michele estaba casi muerto y empeoraba día
a día. Así que hicimos las pruebas —hace una pausa, sus ojos brillan con algo
parecido a... ¿compasión?—. Y dieron positivo. No sólo eras su hermana,
sino que también eras compatible —dice, y hay una cadencia inusual en su
voz, como si tuviera un interés personal en esto.
—Así que tú hiciste el trasplante —continúo, y ella se limita a asentir.
Vlad está ahí para sujetar mis hombros cuando siento que me estoy
mareando.
Nicolo es... era mi padre biológico. Igual que Michele es mi hermanastro
biológico. Mis manos empiezan a temblar de rabia cuando me doy cuenta de
que Nicolo lo sabía desde el principio y, sin embargo, había estado demasiado
dispuesto a sacrificarme por Michele.
—Sisi —me susurra Vlad en el cabello, pero levanto una mano.
—¿Por qué? —me dirijo a la Madre Superiora—. ¿Por qué pasar por
todos estos problemas para ayudarlo?
Su boca se aprieta en una línea dura mientras gira la cabeza.
—¿Por qué? —repito, agarrando otra vela.
Ella reacciona inmediatamente, echando su cuerpo hacia atrás.
—Es mi sobrino —susurra—, por parte de su madre —admite finalmente
y por un momento siento pena por ella, porque todo lo que hizo fue por el
bien de su familia.
Pero al mismo tiempo, ¿cuántas otras personas tienen que sufrir por eso?
¿Por qué tuve que sufrir yo por ello?
Me libero del abrazo de Vlad, mis dedos se tensan sobre el pequeño
recipiente de aceite.
Le abro la mandíbula y le vierto todo el líquido por la garganta,
disfrutando del sonido de los gorgoteos cuando se ahoga al intentar escupirlo.
Cuando lo ha ingerido todo, simplemente agarro la empuñadura del cuchillo y
se lo clavo en el estómago; años de dolor y humillación salen a la superficie y
hacen que me ahogue en los recuerdos.
Giro la hoja y le hago un agujero aún mayor en el vientre bajo. Sus gritos
de dolor ni siquiera me molestan, mi único objetivo es que su muerte sea lo
más dolorosa posible.
Por mí y por todos los que ella abuso.
Le abro el estómago hasta que se abre un agujero, la sangre sale a
borbotones y se derrama por el suelo. Grita y se ahoga con la sangre que le
sale por la boca y la nariz, pero todos sus intentos son inútiles porque está
sujeta con correas.
Agarro otra vela y le acerco el fuego al estómago, manteniéndolo cerca y
quemando sus entrañas hasta que la llama se encuentra con el aceite
inflamable en su estómago, una chispa que se enciende y se extiende
rápidamente por sus entrañas abiertas.
Doy un paso atrás, respirando con dificultad. Sólo puedo admirar mi
trabajo mientras su cuerpo se enciende como una hoguera, sus gritos tragados
por pequeñas explosiones. Su expresión es de horror, con los ojos muy
abiertos y la boca abierta. Ya se ha desmayado por el dolor, y yo saboreo la
forma en que la venganza nunca se sintió más dulce.
Durante un largo rato, me quedo mirándola, dejando que su muerte me
atraviese en un intento de llenar el vacío de mi propio corazón.
¿Pero realmente funciona?
Al salir de mis cavilaciones, miro a mi alrededor y veo que Vlad no está.
—¿Vlad? —lo llamo.
He estado tan concentrada en hacer pagar a la Madre Superiora que no he
prestado atención a nada más.
Por un momento me preocupa que la visión de la sangre le haya llevado a
uno de sus episodios y se haya marchado para recomponerse. Pero cuando las
puertas de la iglesia se abren de golpe, Vlad entra pavoneándose y arrastrando
a dos mujeres por el cabello detrás de él, me doy cuenta de lo que ha estado
haciendo.
Una sonrisa aparece en mi rostro mientras le doy un ligero beso.
—Sabes cómo llegar a mi corazón —digo mientras él tira al suelo a la
hermana Celeste, acompañada por la hermana Matilde, mi antigua maestra.
—Te dije que todos los que te han hecho daño estarán muertos, chica del
infierno. También he visitado a esas dos odiosas chicas de antes, y puedo
decir que no volverán a salir de sus camas.
—Fuiste rápido —elogio, y él se limita a sonreírme, mostrando unos
dientes blancos y brillantes, con sus caninos largos y sobresalientes que le
hacen parecer aún más el depredador que es.
—¿Para ti? En un abrir y cerrar de ojos. —Me guiña un ojo.
Las dos mujeres me miran atónitas, y sus expresiones no hacen más que
empeorar cuando miran a la muy inflamable Madre Superiora, que en estos
momentos está lanzando chispas por toda la iglesia.
—¿Assisi? —pregunta la hermana Celeste, levantando la cabeza para
mirarme.
—¿Qué significa esto? —pregunta mi antigua maestra.
Miro sus patéticas formas y, de repente, sólo puedo sentir lástima por
ellas. Piedad por las amargadas que desperdiciaron su vida abusando de los
demás, y que probablemente nunca conocieron ningún tipo de felicidad.
—Haz lo tuyo, Vlad —le digo—. Quiero mirar —digo al tiempo que tomo
asiento.
Hay un vacío dentro de mí que espero que se llene teniendo un asiento en
primera fila para el espectáculo que será su muerte.
Vlad no decepciona. No en lo más mínimo mientras construye un guion
para colgarlas del techo, cabeza abajo.
Es aún más impresionante cuando utiliza hábilmente sus cuchillas para
abrirlas desde la unión entre sus piernas hasta sus mandíbulas. Sus cuchillas
están tan afiladas que basta con un buen corte para que los órganos se
derramen por el suelo; un tirón más fuerte y la caja torácica se abre también.
Cruzo las piernas, con la barbilla apoyada en la palma de la mano,
mientras observo su rápido destripamiento. Cuando sólo quedan los
cadáveres, coge lo que queda de aceite de la lámpara y lo salpica alrededor de
los dos cuerpos antes de lanzarles una vela.
Las llamas no tardan en engullirlas, y al igual que la Madre Superiora,
todas se pierden en el fuego, el humo se acumula en la iglesia, el olor a carne
quemada impregna cada rincón. Toda la parte trasera de la iglesia está ahora
llena de llamas voraces que buscan engullir todo lo que encuentran a su paso.
Me pongo en pie, dispuesta a marcharme.
Tras arrojar la última vela, alimentando las voraces llamas, Vlad se vuelve
hacia mí, con la sangre manchando su rostro y todo su atuendo. Sus ojos son
negros como la medianoche mientras sus pupilas se funden en sus iris, su
boca tirando de las esquinas en una sonrisa arrogante pero peligrosa.
Hay algo que decir sobre la forma en que me mira, especialmente cuando,
manteniendo el contacto visual, abre la boca, su lengua lamiendo la sangre de
sus labios, sus dientes manchados de rojo.
Un escalofrío me recorre la espalda y retrocedo instintivamente.
Conozco esta faceta suya. Es la que demanda que la sangre fluya. Y, sin
embargo, no es sólo eso.
Él se acerca, levanta la mano en el aire e inspecciona las motas de sangre.
El fuego chirría detrás de él, las motas de luz iluminan sus rasgos y le hacen
parecer exactamente como la Madre Superiora había dicho: un demonio.
Un demonio de las profundidades del infierno, que pisa terreno sagrado y
causa todo tipo de destrucción. Y no hay nada que pueda detenerlo.
Sus ojos se dirigen a los míos y su sonrisa se intensifica. Sólo una palabra
cruza sus labios, y sé que estoy en problemas.
—Corre. —El suave sonido se le escapa, pero sé que lo que me espera es
cualquier cosa menos suave.
Mis pies retroceden lentamente, mis ojos en él mientras observo cada uno
de sus movimientos.
Pero él también lo hace. Un depredador al acecho, no hay nada que se le
escape, cada uno de mis pasos provoca una reacción en él.
Es la forma en que su hoyuelo se acentúa, su sonrisa es más forzada.
—Corre —repite y no me entretengo, retrocediendo y corriendo a toda
velocidad.
Atravesando el patio principal, me dirijo al cementerio, recordando el
mausoleo que había sido mi verdadero hogar en este lugar durante años.
Lo siento pisándome los talones, pero no me siento amenazada, no de
verdad. Con su velocidad, podría haberme alcanzado ya antes. Podría
haberme abordado e inmovilizado en el barro, con su gran cuerpo sobre el
mío.
Se me entrecorta la respiración, discutiendo si es por la carrera o por la
humedad que corre por el interior de mis muslos.
Corro a lo largo de las tumbas, salto sobre una pequeña cruz que no había
visto y casi me caigo. Al recuperar el equilibrio en una fracción de segundo,
echo una mirada furtiva hacia atrás, viendo la forma de su figura en la noche,
la forma en que su contorno promete mi destrucción.
No me detengo mientras llego por fin al mausoleo, abro la puerta de un
golpe y entro en el interior, esperando que esto me sirva de refugio.
Pero basta con que ese pensamiento se forme para que me dé cuenta de
que no hay forma de escapar de él. Mis manos bajan por las piernas mientras
toco los cuchillos que aún tengo enfundados en mi cuerpo, aferrándome a la
esperanza de que puedan salvarme algún tiempo.
Apenas doy unos pasos hacia el interior cuando la puerta es arrancada de
sus bisagras, con las manos de Vlad a cada lado de la misma mientras la
arroja fácilmente hacia un lado.
Un temblor bajo sale de mis labios, baja por mi cuerpo y se instala en lo
más profundo de mi vientre.
—Vlad. —Su nombre en mis labios le provoca una sonrisa de suficiencia
mientras merodea por el interior, con pasos pesados y seguros. Sigo
retrocediendo y él sigue avanzando, con los ojos clavados en los míos, con la
lengua relamiéndose ante la promesa de sangre.
Más sangre.
Un movimiento y me tiene agarrada por el cuello, mi cuerpo pegado al
suyo mientras sube y baja su nariz por mi cuello, respirándome.
—Mía —me gruñe al oído, mientras me sujeta el cuello con más fuerza.
Mis brazos se agitan para intentar quitármelo de encima, pero él ni siquiera
me da la oportunidad, empujándome hacia atrás hasta que mi espalda choca
con el ataúd de mármol que debe albergar aún los restos de Cressida.
—Vlad —exhalo, mis manos se encuentran con sus hombros mientras
empujo con toda la fuerza que puedo reunir. Ni siquiera se mueve. En todo
caso, mis forcejeos parecen excitarlo aún más mientras me hace girar.
Con su mano en la nuca, me empuja sobre el ataúd, de espaldas a él,
mientras aprieta su erección contra mí.
Apenas me doy cuenta de lo que está ocurriendo cuando coge un cuchillo,
cortando mi traje de látex de mi cuerpo. Empezando por el cuello y bajando
hasta llegar a mis piernas, lo destroza, el aire frío golpea mi carne desnuda y
me hace jadear.
—Vlad, por favor. —Intento razonar con él una vez más, pero no
reacciona a mis palabras.
No, sólo se oye su respiración agitada mientras pasa el cuchillo por mi
piel desnuda, ejerciendo la suficiente presión sobre la hoja para que sienta que
me roza la piel, pero no lo suficiente como para cortarla.
Sabiendo que el margen de tiempo es limitado antes de que haga algo aún
peor, dejo de luchar contra él. Le hago creer que ya me he sometido a él,
dejándole hacer lo que quiera con mi cuerpo.
Entonces, justo cuando baja la hoja, entre mis nalgas, me muevo, con la
mano en la empuñadura del cuchillo.
Todo sucede a cámara lenta mientras me sacudo, retorciéndome y girando
hasta que la punta de mi cuchillo conecta con su pecho, sacando sangre.
Observo horrorizada cómo el tajo que he hecho parece hacerse más
grande bajo los ojos, saliendo más sangre a borbotones.
Y cuando levanto la mirada, me doy cuenta de que está sonriendo hacia
mí.
Sin previo aviso, el cuchillo sale despedido de mi mano, cayendo al suelo
de mármol con un golpe seco.
Una pizca de miedo me recorre la espina dorsal al mirar sus ojos
insensibles y la forma en que toda su conducta no promete más que dolor y
destrucción. Durante una fracción de segundo trato de agacharme y correr
junto a él, pero sus dedos vuelven a estar en mi garganta, empujándome de
nuevo sobre el ataúd, esta vez levantándome para que me siente sobre él.
Muevo las piernas, intentando que me suelte, pero en todo caso, eso sólo
le hace más gracia, pues se ríe de mis pobres intentos.
Con una mano sujeta mi cuello, ya que no necesita mucho para
mantenerme sometida, utiliza la otra para rasgar su propia ropa, rasgando la
capa de sacerdote hasta que su pecho entintado queda descubierto a mi vista.
Su piel brilla a la luz de la luna, su salvajismo se ve acentuado por la cruel
iluminación. Como un caudillo bárbaro, su rabia es su espada, y cuando mi
mirada desciende, observo una espada muy peligrosa que me apunta.
—Hablemos de esto —suelto. Cualquier cosa para aplacarlo.
Pero al igual que la última vez, él no me escucha. Sus oídos se agudizan
con el ruido, pero no escucha nada de lo que digo.
—Vlad. —Le tiendo la mano, pero él me la aparta y se coloca firmemente
entre mis piernas abiertas—. Por favor, Vlad —le suplico de nuevo, justo
cuando la punta de su polla se introduce entre mis pliegues.
Se frota contra mí, burlándose ligeramente antes de lanzarse hacia delante,
y la embestida casi me hace saltar del ataúd.
—V... —Abro la boca para decir su nombre, pero no sale nada. Nada más
que un fuerte gemido mientras me empala en su longitud.
Sus dedos se clavan en mi cadera mientras me mantiene en su sitio,
retrocediendo todo el tiempo antes de volver a clavarse en mí con toda su
fuerza.
Todas y cada una de las palabras que podría haber intentado pronunciar
me fallan, ya que solo puedo sentir cómo me desgarra, un dolor tan dulce que
me hace gemir, mis paredes contrayéndose a su alrededor, mi coño
apretándolo en lo que solo puedo describir como un orgasmo cegador.
Pierdo de vista todo. No hay tiempo ni espacio, sólo sus brutales
embestidas mientras sigue prolongando el amargo placer.
Antes de que me dé cuenta, me ha puesto boca abajo y me penetra por
detrás, llenándome aún más. Sus embestidas son más fuertes, más dolorosas,
pero también infinitamente más dulces mientras me acaricia tan
profundamente que no puedo controlar los gemidos desenfrenados que se
escapan de mis labios.
—Mía —dice en voz baja, resonando en el pequeño recinto.
Con su mano aún en el cuello, me atrae hacia él y su boca me besa
dejando un rastro de humedad en el hombro antes de morderme.
—Vlad —jadeo, sus dientes rompen la piel, el dolor es breve pero
abrasador mientras él aumenta el ritmo de sus empujones. Con su boca en mi
hombro, alterna entre chupar y lamer, asegurándose de no desperdiciar ni una
gota de sangre.
Sus caderas entran y salen de mí a una velocidad tan aterradora que mi
mente no puede seguir el ritmo, y otro orgasmo me desgarra y me hace caer
sobre el ataúd, con los brazos sueltos en los laterales.
Entonces, de repente, se retira, con la polla todavía dura mientras la
golpea contra mi coño, cubriendo todo su eje con mis jugos antes de
arrastrarlos hacia arriba, entre mis nalgas.
Mis ojos se abren de par en par cuando me doy cuenta de lo que está
intentando hacer, pero mi cuerpo está demasiado flácido para oponer
resistencia.
Me separa las nalgas y mueve la mano alrededor de mi entrada mientras
prueba el apretado anillo de músculos con el pulgar. Al igual que la última
vez, lo empuja hacia dentro, aprovechando mi propia excitación para facilitar
la entrada. Pero su pulgar no tarda en salir, sustituido por la cabeza de su
polla.
La cabeza de su enorme polla.
—Vlad —gimoteo, ya asustada por tener ese monstruo en mi culo.
Diablos, si me ha destrozado el coño, no estoy segura de cuánto daño va a
causar a mi agujero del culo—. Por favor —suplico, pero no sé exactamente
lo que le estoy pidiendo.
Con su polla firmemente agarrada, guía la cabeza alrededor de mi
apretado agujero, bajándola de vez en cuando para recoger algo de humedad
de mi coño. Pero justo cuando creo que va a introducirla, a desgarrarme de
una forma que me hará pedir clemencia, no lo hace.
Parpadeando con claridad, me muevo, inclinando la cabeza hacia un lado
para ver lo que está haciendo.
La hoja de un cuchillo brilla a la luz de la luna, el frío acero me hace
temblar al tocar mi piel. Pero no es mi carne la que corta.
Es la suya.
Agarra con fuerza los lados de la hoja, arrastrándola lentamente por la piel
de su palma abierta hasta que la sangre brota, goteando cada vez más rápido
por la hoja y hasta mi culo.
Al principio no me doy cuenta de lo que quiere hacer. Pero cuando coge
la polla con su mano sangrante, untando la sangre que fluye libremente por
toda su longitud, me doy cuenta de cuál es su plan. Ni siquiera llego a
protestar cuando la cabeza de su polla vuelve a rozar mi entrada, esta vez
resbaladiza y húmeda y llena de sangre mientras mi cuerpo se abre lentamente
y empieza a aceptarlo.
La cabeza apenas se desliza por mi anillo de músculos antes de que
vuelva a bajar la hoja por la palma de la mano, asegurándose de que fluya
más sangre entre mis nalgas, reuniéndose toda en ese lugar donde su polla
está penetrando en mi culo. La sustancia viscosa ayuda a que su polla se
deslice más y más dentro de mí.
Al mismo tiempo, me siento dolorosamente llena, un tipo diferente de
plenitud cuando su gruesa erección estira mis músculos, llevándolos a sus
límites y mostrándome un nuevo tipo de placer. La sangre sigue fluyendo, el
calor resbaladizo unido a su gorda polla clavándose en mi interior me hace
sentirme mareada, con demasiado placer acumulándose en mi interior, mi
clítoris ardiendo por la tensión no liberada.
Lentamente, avanza centímetro a centímetro hasta que está
completamente asentado dentro, un gemido ronco se le escapa cuando sus
bolas golpean mi coño, mi humedad haciendo contacto con su carne sensible.
—Maldición. —Creo oírle sisear mientras me agarra las caderas con
ambas manos, sacando su polla de mí antes de volver a meterla de golpe, con
la sangre actuando como lubricante para facilitar sus movimientos.
Jadeo ante la sensación extraña, pero no puedo evitar que mi cuerpo se
abra al suyo, aceptando todo lo que me ofrece. Cerrando los ojos, me entrego
a la sensación de ser dominada por él. Su marca está grabada en mi alma.
Al principio, sus embestidas son lentas, pero se aceleran a medida que mi
cuerpo se relaja lo suficiente para permitir la intrusión. Tengo la perversa
sensación de estar dominada y, al mismo tiempo, siento que soy yo la que
tiene el poder, haciéndole perder todo el sentido en cuanto está dentro de mí.
Deslizando su brazo sobre mi vientre, me acerca aún más a él, y sus dedos
dejan un rastro de fuego a su paso, hasta que se posan en mi clítoris. Lo
presiona al mismo tiempo que empuja su polla dentro de mí. Los fuegos
artificiales estallan ante mis ojos, y mientras él sigue acariciando mi clítoris,
yo sólo puedo correrme más fuerte, mi liberación no tiene fin.
Él no se queda atrás y me empuja un par de veces más antes de que su
polla salga completamente de mí.
Oigo sus gemidos desgarrados justo cuando siento su cálida semilla
aterrizar en la parte baja de mi espalda, y no puedo evitar que el corazón se
me apriete en el pecho.
Él es mío. Este hombre salvaje es todo mío.
Todavía estoy desplomada sobre el ataúd cuando me ayuda a bajar, me
coge en brazos y me envuelve en las tiras de tela de su sotana.
—¿Te he hecho daño? —me pregunta, acariciando mi cabello, con la
calidez de su mirada inconfundible.
—No, en absoluto —suspiro complacida y me acuesto más cerca de él—.
Creo que hay algo mal conmigo —admito en voz baja.
Cuando habíamos urdido un pequeño plan, justo antes de enfrentarnos a la
Madre Superiora, había sido yo quien había sugerido hacer un simulacro de la
última vez, cuando él se había perdido en la sangre. Pero esta vez, él tendría
el control.
Sé que siempre quiere follar después de una espantosa matanza, así que le
había pedido que me persiguiera y me tomara como una bestia. Quería ser
dominada por él. A su merced, mientras me golpea como un salvaje.
Al principio se había mostrado un poco reticente, pero como le había
asegurado que si me hacía daño yo gritaría una palabra de seguridad, se había
mostrado abierto a intentarlo.
Hay algo que decir sobre ser despojado del control, estar a merced de la
pura lujuria animal mientras él me domina.
Y sólo porque es él puedo dejarme llevar.
Mis mejillas se enrojecen al darme cuenta de cuánto he disfrutado de la
sensación de ser su presa, de la adrenalina que corre por mis venas al
mezclarse con la serotonina de su reclamo. El mero hecho de sentir sus manos
en mi garganta mientras me penetraba sin piedad me había hecho correrme
más que nunca.
Me ha penetrado como una bestia, con un deseo que va mucho más allá de
lo que habíamos intentado antes.
Y sé que a él también le gusta, le gusta más de lo que le gustaría admitir.
Pero se ha estado negando a sí mismo porque no puede soportar la idea de
hacerme daño.
—No te pasa nada, Sisi. —Se inclina para depositar un beso en mi frente,
acariciando tiernamente mi rostro.
—No lo sé —suelto un suspiro—, tal vez debería estar más traumatizada
después de lo que pasó —digo y él parpadea lentamente, con el dolor evidente
en sus ojos—, pero hay algo en el hecho de cederte a ti todo el control. —
Alzo la mano para ahuecar su cara—. Creo que eso me excitó desde la
primera vez que nos conocimos.
—No —me pone un dedo en los labios—, no dejes que nadie te diga lo
que debes sentir o no. Maldición, he estado luchando contra mí mismo desde
el principio, intentando ser suave contigo como te mereces, cuando lo único
que quería era lanzarte contra una pared y salirme con la mía —sonríe de
forma lobuna—, violentamente —susurra—, sin piedad —recorre mi labio
lentamente—, como un animal en celo. Te marcaría de una forma que no
podrías borrar de tu maldita alma.
Respira profundamente, sus ojos son charcos infinitos de fuego, pero el
ahogo nunca había parecido tan caliente.
—Tú sabes que tengo esta violencia en mí. —Lleva mi palma a su pecho,
justo sobre su corazón—. Es oscura, turbulenta y apenas contenida, y no
quiere nada más que tragarte entera. Que abraces cada parte de mí, incluso la
salvaje e incivilizada... —se interrumpe, y puedo ver el conflicto que hay en
su interior.
—Sé que no eres muy creyente, Vlad —mis labios se fruncen—, pero
nuestro encuentro estaba destinado a ser. Inevitable. Así es como llamaría a
nuestra relación. No hay bien o mal... sólo nosotros.
—Inevitable —asiente pensativo—, eso me gusta.
—Te amo —le digo, inclinándome hacia él, mi lengua sale a hurtadillas
para lamer la superficial herida de cuchillo que le he hecho.
—Maldición, Sisi —sisea de placer—. Yo también te amo, chica del
infierno. —Respira con fuerza, con los ojos cerrados—. Tanto, maldita sea.
Es un poco más complicado limpiarse después de nuestra pequeña
aventura, pero nos las arreglamos para salir desapercibidos del Sacre Coeur
cuando todo el mundo está alucinando con el incendio de la iglesia. Tanto la
policía como los bomberos están en el lugar de los hechos, y la pura
incompetencia es asombrosa, ya que Vlad también se sale con la suya
matando a los guardias de seguridad.
—Te ofendieron. —Se encoge de hombros mientras volvemos al auto.
Niego con la cabeza, aunque su mirada nunca deja de calentarme.
Una vez que volvemos al recinto, empezamos a planear.
Capítulo 33
Vlad

—Tengo los ojos puestos en ello —digo.


Como Ellis Island no es precisamente el lugar más acogedor para los
forasteros, y las cámaras de seguridad que hay por allí tienen un área de
cobertura restringida, he tenido que pasar a un plan B. He enviado drones
para conseguir algunas imágenes.
Sé que es una vía arriesgada, pero tampoco voy a entrar sin estar
preparado. Necesito al menos tener una idea de la disposición del hospital y
del terreno circundante.
—¿Ya? —Sisi se levanta de su silla y viene a mi lado para mirar la
pantalla.
—Tres de los drones lograron entrar. Dos fueron derribados —explico—,
tenemos que esperar que estos consigan suficiente material antes de que los
encuentren también.
Es muy probable que ya los estén buscando, ya que los anteriores
deberían haberles alertado de la posible presencia de otros. Aun así, espero
que podamos conseguir algo.
—¿No los pondrá esto en guardia?
—Es un riesgo que tengo que correr —respondo con desgana—. No es lo
ideal, pero nunca entraría a ciegas.
Ella asiente con la cabeza y sigue mirando la pantalla.
Los drones restantes nos proporcionan una hora más de imágenes antes de
que también sean derribados. Pero esa hora es nuestra única visión de lo que
ocurre dentro del hospital, así que Sisi y yo empezamos a analizar
cuidadosamente cada fotograma, haciendo un esquema del edificio y de lo
que podemos esperar dentro.
Sin embargo, por lo que podemos ver, el hospital esta cualquier cosa
menos abandonado, con equipos nuevos y relucientes en todos los niveles.
Como habíamos enviado los drones por la noche, no había mucha gente
deambulando por los pasillos, pero los pocos que habíamos captado con la
cámara los habíamos podido identificar.
—Todos estos son inmigrantes —observo mientras recopilo una lista de
los rostros que hemos visto—. Médicos y enfermeras inmigrantes —continúo
mientras reviso los datos—. Tiene sentido, ya que algunos no podrían obtener
el reconocimiento de sus calificaciones para trabajar en un hospital oficial.
Aunque es un poco irónico, ya que el propio hospital solía ser un edificio de
inmigrantes —me río.
—¿Crees que saben lo que está pasando?
Frunzo los labios, asintiendo.
—Sí. Pero es probable que este sea el único tipo de trabajo que podrían
encontrar que no les pida sus certificaciones —digo mientras le muestro de
dónde vienen algunas de estas personas—. Es inteligente. Conseguir personal
de países desgarrados por la guerra para que no tengan forma de aportar
documentación.
—¿No es esta otra forma de tráfico? —pregunta pensativa, y una sonrisa
me arranca los labios.
—Solo si son sacados de sus países. Si fueron contratados cuando ya se
han instalado aquí, entonces no.
—Interesante —señala, mordiendo la punta de su bolígrafo—. ¿Qué crees
entonces? ¿Los contratan desde aquí o trafican con ellos?
Le acerco las fichas que habíamos impreso sobre el personal que
habíamos identificado y le señalo algunas de las fechas.
—Estas personas llevan años desaparecidas en sus respectivos países. Y
no hay constancia de que hayan estado en Estados Unidos. Mi opinión es que
los trajeron con el incentivo de empezar una nueva vida, pero luego los
metieron en el negocio.
—No lo siento por ellos. —Se encoge de hombros—. ¿Sabían las cosas
que Miles hacía con los niños y nunca se les ocurrió hablar?
—No creo que debamos juzgarlos directamente. Si a alguien se le
ocurriera hablar, ya no estaría vivo. Esto es demasiado profundo. Incluso si
alguien recopilara pruebas y las mostrara a las autoridades, ¿cómo sabría a
quién mostrárselas? Hay demasiada gente involucrada en todas las cadenas de
mando. El sistema simplemente está podrido hasta la médula.
—¿Pero no es esto como pelear con molinos de viento entonces?
Acabamos con el reinado de Miles, pero ¿quién dice que no habrá otro Miles
ocupando su lugar?
—Eso es lo que obtienes cuando llegas al vientre de la bestia. Cortas una
cabeza y otra crece en su lugar. Nunca se acaba de verdad. Especialmente
cuando se trata de algo tan rentable como esto. Donde hay demanda, habrá
oferta.
—Lo entiendo —suspira—, pero me hace sentir impotente, y no me gusta.
—Ojalá pudiera protegerte de todos los horrores del mundo, Sisi —me
dirijo a ella, colocando un mechón de pelo detrás de su oreja—, pero no
puedo. Lo único que puedo hacer es vencer cualquier peligro que pueda
amenazarte —hago una pausa—, y asegurarme de que seas lo suficientemente
fuerte para cuando yo no esté.
Su mano busca la mía y me dedica una de sus impresionantes sonrisas.
—Soy fuerte porque estás conmigo —dice en voz baja—, no quiero
pensar en un momento en el que no estés conmigo, Vlad. Porque eso está
fuera de discusión.
Gruño, porque yo tampoco podría concebir un momento sin ella. Pero por
mucho que me gustaría estar con ella para siempre, lo cierto es que este estilo
de vida podría acabar conmigo en algún momento.
Ni siquiera yo soy invencible.
Demonios, el hecho de haber llegado hasta aquí es asombroso. Pero
aunque las probabilidades no estén siempre a mi favor, por Sisi estoy
dispuesto a pasar por el infierno y volver para asegurarme de que nunca tenga
que derramar una lágrima por mí.
Seguimos viendo las imágenes en silencio, hasta que Sisi señala la
pantalla y detiene el video.
—Creo que hay algo en el subsuelo. —Señala, con el dedo en un pequeño
conducto de ventilación en la parte inferior del edificio.
Me acerco, observando los barrotes y el hecho de que parece haber algo
allí.
—Podría ser donde aloja su proyecto, si mantiene el hospital
estrictamente para trasplantes.
—¿Qué vamos a hacer, entonces? No podemos entrar sin más. —Se
muerde el labio, mirándome preocupada.
—No. Vamos a necesitar ayuda —frunce el ceño y aclaro—: apoyo. Ya
he hablado con tu hermano y está dispuesto a ayudar. Enzo y Nero también
están, así que nuestras fuerzas combinadas deberían ser suficientes.
—Pero sigue siendo terreno federal. ¿Cómo vas a sortear eso?
Mis labios se contraen.
—Me voy a adelantar un poco —añado, divertido, cuando veo que mi
teléfono parpadea con un mensaje de confirmación de Nero.
—Usaré a Meester —le digo, y sus ojos se abren de par en par.
—¿Cómo es que es la primera vez que oigo esto? —Ella levanta una ceja,
casi ofendida.
—Porque he estado intentando ultimar los planes con Nero y tu hermano
y asegurarme de que es una alternativa viable.
—Explícate. —Se echa hacia atrás, con los brazos cruzados sobre el
pecho.
—La isla está claramente bien protegida y nos verán venir
inmediatamente. Necesitamos una carta de triunfo para entrar sin ser
detectados.
—¿Y cómo vas a convencer a Meester para que te lleve a la isla si lleva
intentando matarte las últimas semanas? —pregunta con escepticismo.
—Nero lo tiene cubierto. —Me río entre dientes—. Tiene a su preciosa
hija actualmente en su poder. De hecho, haremos una videoconferencia con
Meester una vez que lleguemos a la casa de tu hermano, y estoy seguro de
que será muy convincente.
—Maldita sea —silba ella—, no es mala idea.
Pero luego frunce el ceño.
—¿Qué edad tiene su hija?
—Probablemente tenga unos veinte años. —Me encojo de hombros—.
Pero no te preocupes demasiado por ella. Tampoco es una inocente.
—¿Qué quieres decir?
—En los círculos restringidos la llaman la viuda negra. Se ha casado tres
o cuatro veces, y todos sus maridos acabaron muertos en circunstancias
misteriosas. Y todo ello al poco tiempo de casarse. He oído que Meester lleva
mucho tiempo intentando encontrarle otro marido, pero nadie es lo
suficientemente valiente como para casarse con ella.
—Parece interesante. —Sonríe Sisi—. Quiero conocerla.
—Y lo harás. Vamos a ir a casa de tu hermano mañana por la mañana.

Con un conocimiento aproximado de la isla y del hospital, damos por


terminado el día.
—No sabía que el sótano tenía otra entrada —dice Sisi, apretando su
brazo contra el mío.
Habíamos recopilado toda la información que pudimos encontrar sobre el
hospital, así que ahora la única cuestión pendiente es planificar el ataque.
Anoche, hable con Nero por teléfono, y aunque había tenido algunos
problemas menores con la hija de Meester, me había asegurado que estaría
aquí hoy y que podríamos poner en marcha el plan.
—Creo que Marcello selló la entrada de la casa —le respondo, hablándole
de la historia bastante disoluta del sótano—. Probablemente no quería que
Claudia o Venezia se aventuraran allí por accidente.
Dirigiéndome a la parte trasera de la casa, donde una trampilla conduce al
sótano, siento que se me eriza el vello del cuerpo, y mi cabeza gira en
dirección al techo.
Un paso y empujo a Sisi detrás de mí justo cuando una bala me golpea
directamente en la frente.
Una bala de pintura.
Mi boca se abre, pero no sale ningún sonido. No cuando Sisi me aparta la
mano, se pone delante de mí y se ríe a carcajadas.
—Estás completamente azul. —Apenas puede hablar mientras se agacha,
agarrándose el estómago, con lágrimas en la comisura de los ojos de tanto
reír.
Por si fuera poco, la puerta del sótano se abre y aparecen Marcello y
Catalina, seguidos de Adrián, todos riéndose a mi costa.
Pero si Adrián está aquí...
Levanto la vista justo a tiempo para ver a Bianca saltar desde el alféizar
de la ventana del primer piso, cayendo de pie y sonriéndome.
—Tú. —Aprieto los dientes, incapaz de reunir cualquier tipo de réplica,
ya que ¿quién va a tomar en serio a un hombre azul?
La pintura me mancha toda la cara y gotea por el traje, convirtiéndome
oficialmente en un pitufo.
—Bueno —empieza, con una expresión divertida en la cara—, obtuviste
tu deseo. —Se encoge de hombros, pavoneándose casualmente hacia su
esposo. ¿O es su antiguo ex esposo?
—¿Cuándo pedí que me pintaran de azul? —murmuro secamente,
levantando la mano y limpiando parte de la mucosidad de mis ojos.
Sisi sigue riéndose a mi lado, pero cuando ve que no me divierto
precisamente, rápidamente saca una servilleta, ayudándome a quitarme algo
de esta mierda de la cara.
—Oh, no lo sé —Bianca pone los ojos en blanco de forma dramática—,
¿tal vez cuando me llamaste sollozando y pidiéndome que te matara
sigilosamente para que no lo vieras venir?
Frunzo el ceño.
—¿Yo hice eso?
—Eres un imbécil —responde inmediatamente, sacando su teléfono y
reproduciendo una grabación.
¡Solo sácame de mi miseria, B! Antes de que haga algo peor... como ir
tras ella.
Trago saliva, avergonzado de que me pongan en un aprieto así, ya que esa
es claramente mi voz. Y aunque no recuerdo ese incidente en particular,
puedo apostar una conjetura sobre cuándo pudo haber ocurrido.
—Me encontraba mal —murmuro, pero ella tiene que dar un paso más y
poner otra grabación.
Una en la que realmente estoy llorando.
No puedo vivir sin ella...
El calor sube por mis mejillas cuando me doy cuenta de que no solo
estaba llorando. Estaba jodidamente sollozando.
—Hija de puta —murmuro en voz baja.
—¿Te suena? —Ella frunce el ceño, sabiendo que me tiene.
—¿Cuándo fue eso? —Sisi frunce el ceño y me mira inquisitivamente.
—Cuando te envié lejos —murmuro—, puede que experimentara con
algunos narcóticos “muchos narcóticos” pero no lo recuerdo muy bien.
—Y me estabas criticando —interviene Bianca, y cada vez me enfado
más con ella.
¿De verdad tenía que avergonzarme tanto delante de Sisi?
Pero ahora no tengo tiempo para eso. No cuando tengo que dejarle claro a
Sisi que no soy un drogadicto.
—Fue un momento de debilidad. —Me giro hacia Sisi, cogiendo sus
manos entre las mías e instándola a mirarme a los ojos—. Y fue una única
vez. Lo juro —le digo, necesitando que sepa que no me estoy inyectando en
secreto.
Ella frunce los labios y entrecierra los ojos.
Los demás hablan en voz baja, o al menos eso parece, porque toda mi
atención se centra en Sisi y su reacción. No quiero que piense que tengo un
problema de drogas además de todos los demás problemas que tengo.
—Eso no suena como una sola vez —responde escéptica, y yo maldigo.
—Ok, talvez fueron unos días. Una semana como máximo —corrijo,
encogiéndome ante mi propia explicación—. Pero no lo he tocado en meses,
chica del infierno. Te lo juro. —Le doy mi dedo meñique para que pueda ver
que voy en serio.
No parece muy convencida, pero entrelaza su dedo meñique con el mío.
—Bien. Te has librado —dice y yo exhalo, aliviado—. Pero solo porque
suenas malditamente lindo llorando por mí. —Se inclina para susurrar.
—Sisi —gimo—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo? No soy lindo. —
Porque, ¿cómo puede un hombre que se valore a si mismo ser lindo?—.
Puedes llamarme cualquier otra cosa. Como sexy, guapo... —Hago una pausa
para pensar—, ¿feroz?
—Por supuesto —acepta de buena gana. Casi con demasiada facilidad—.
Eres ferozmente guapo —continúa, terminando así conmigo.
Pero cuando se pone de puntillas y roza con sus labios el lóbulo de mi
oreja, no puedo evitar sentirme hipnotizado por ella.
—No olvides que el azul es mi color favorito —susurra, con una voz
ronca y sexy que hace cosas raras en mi corazón.
—Basta, tortolitos. —La voz de Marcello arruina el momento mientras
casi arrebata a Sisi de mi lado—. Puedo aceptar que estén juntos —señala
entre nosotros, casi con disgusto—, pero eso no significa que puedas
restregármelo en la cara —dice antes de colocarse rápidamente entre los dos.
Una sonrisa amenaza con tirar de mis labios y miro a Sisi para ver la
misma reacción.
—Maldición, 'Cello', pero estás llevando lo de hermano sobreprotector a
un nivel totalmente distinto —digo con disimulo, colando mi mano en su
espalda y agarrando el meñique de Sisi una vez más. Apenas puede contener
su diversión mientras mira a su hermano.
—Así es, Marcello —asiente—, creía que habíamos acordado que soy
adulta y puedo decidir por mí misma. Además, ya estamos casados.
Siento una oleada de satisfacción en el pecho al oírla defender nuestra
relación, y al captar su mirada, no puedo evitar guiñarle un ojo.
—Mírate siendo tan cursi —interviene Bianca mientras se acerca, de la
mano de Adrián.
Como si ella debiera hablar. Se olvida de cuanta cursilería he tenido que
soportar de ella durante años.
—Tengo que decir que nunca pensé que vería este día, Kuznetsov. —Se
ríe Adrián—. ¿Tú, enganchado? —Sacude la cabeza, como si fuera la cosa
más absurda—. Tengo que decir que durante mucho tiempo pensé que estabas
en el armario. —Se encoge de hombros, mirando a Bianca con una mirada de
adoración.
Pongo los ojos en blanco hacia ellos. ¿Desde cuándo mi orientación
sexual se ha convertido en un tema tan candente? Pero no respondo, porque
tampoco sería justo llamarme heterosexual. No cuando el único objeto de mi
atención es ella. En todo caso, soy assisiedo. Y si eso no es un término,
entonces lo convertiré en uno.
Eludiendo la forma poco flexible de Marcello, atraigo a Sisi a mis brazos,
un poco cansado de este pequeño juego que tienen en marcha.
Sé que tiene mucha culpa equivocada porque fue él quien la entrego al
Sacre Coeur, pero eso no significa que tengamos que preocuparnos para
siempre por su tierna sensibilidad.
—Ok, es suficiente —me dirijo a todos, con un tono serio—. Creo que
podemos dejar atrás las animosidades, Marcello. Sisi es mi esposa, y eso no
va a cambiar, te guste o no. En lugar de comentar sobre mi vida amorosa,
deberíamos discutir otros asuntos importantes. —Asiento con la cabeza.
Todos me miran como si me hubiera crecido una segunda cabeza. Incluso
Sisi me mira fijamente, con los ojos muy abiertos y la boca ligeramente
entreabierta.
—Ahora ya no es divertido. —Suspira Bianca, y los demás parecen unirse
a ella, todos con cara de decepción. En lugar de discutir, me dan la espalda y
vuelven al sótano. Incluso Marcello parece repentinamente desinteresado y ni
siquiera parpadea dos veces al vernos a Sisi y a mí tan cerca el uno del otro.
—¿Qué está sucediendo? —le pregunto a Sisi, un poco confundido por lo
que acaba de pasar.
—Se estaban burlando de ti porque te irritas con facilidad —me confiesa,
con una sonrisa tímida en su rostro—. Especialmente cuando se trata de mí.
—Maldita sea —murmuro, ya cansado de esto.
Y se preguntan por qué no me gusta socializar.
Entrando al sótano, nos dirigimos a la sala de reuniones, donde una mesa
redonda ocupa el centro de la habitación, con las sillas esparcidas en
desorden. Hay un par de computadoras a un lado y un gran proyector que
ilumina el otro lado de la habitación.
—Esto no ha cambiado mucho en los últimos diez años —agrego,
lanzando una mirada a Marcello. Yo había sido un visitante fijo en su casa
debido a la amistad de nuestros padres, y había estado aquí más veces de las
que podía contar—. Al menos le quitaste el polvo antes de llamarnos aquí. —
Paso la mano por la mesa, comprobando que está limpia.
—Vlad —Sisi toca mí brazo—, deja de enemistarte con la gente —
murmura, negando con la cabeza.
Encogiéndome de hombros, tomo asiento en la mesa y observo
atentamente, cómo Sisi también lo hace para que yo pueda poner su silla justo
al lado de la mía.
Mientras los demás toman asiento también, me dirijo a Bianca.
—¿Cómo es que estás aquí? ¿Tu contrato no expira en unos meses? —
Levanto una ceja.
Me he tomado muchas molestias para conseguirle un trabajo con algunos
contactos en Rusia y espero que no se descuide, ya que eso se reflejaría en mí.
Y con mi reputación ya destrozada en todo el país, no necesito eso también en
el extranjero.
—Estamos aquí para ayudar, idiota. —Pone los ojos en blanco y se lleva
la mano al estómago, y se acaricia y me doy cuenta de que es un bulto
bastante grande.
Mis ojos se abren de par en par.
Ahora, eso es algo que nunca hubiera esperado de Bianca.
—Está embarazada de cuatro meses —explica Adrián—, así que se está
tomando las tareas con calma. Pero cuando Marcello nos llamó para
contarnos tu situación, ella insistió en venir aquí —agrega secamente.
Adrián y yo nunca nos habíamos llevado bien, sobre todo porque siempre
ha estado celoso de mi amistad con su esposa. Aunque no sé por qué lo
estaría, ya que le he dejado claro que Bianca nunca ha estado en mi radar
como mujer, ni nada en realidad, excepto como mi compañera de armas.
Pero de alguna manera se le metió en la cabeza que yo era una amenaza, y
nunca ha dejado de ser un dolor en el culo por ello.
—Vaya, Hastings, debo decir que estoy impresionado —bromeo—, ya
son —miro mi reloj—, treinta minutos y no me has insultado. Podríamos
llegar a ser mejores amigos.
—En todo caso —resopla—, tienes más posibilidades de convertirte en un
santo canonizado —murmura en voz baja.
—No sería muy difícil. —Me encojo de hombros al notar la pequeña
sonrisa de Sisi. —Solo me aseguraría de ser momificado después de la
muerte. Tú harías eso por mí, ¿verdad, chica del infierno? —murmuro
suavemente, inclinándome hacia ella e inhalando su fresco aroma.
Ella se gira para que sólo se vea su perfil.
—Solo si puedo unirme a ti —responde con picardía—, seríamos dos
momias —su voz es entrecortada y maldita sea si mi polla no salta en mis
pantalones ante ese sonido tan sexy—, envueltas la una en la otra y listas para
la otra vida.
—Diablos, Sisi —gimo.
—Ew. —La voz de Bianca pone freno a mi creciente erección—. Ahora
veo por qué estás con ella —dice antes de señalar a Sisi—, o por qué estás
con él. —Niega con la cabeza, asqueada.
—¿Podemos dejar los morbos raros? —dice Marcello, masajeándose las
sienes con los dedos y luciendo completamente harto de nosotros. Catalina,
en cambio, parece un poco más receptiva a nuestra relación, ya que envía una
sonrisa reconfortante a Sisi.
Solo eso ya la sitúa en mi lista de favoritos.
Incluso Marcello, a pesar de sus protestas, ha conseguido sorprenderme
invitando a Bianca y a Adrián. Puede que no sea mucho, pero la unión hace la
fuerza, sobre todo cuando se trata de una asesina y un luchador entrenado.
En ese momento, Enzo y su esposa también entran por la puerta. Mis
cejas se disparan cuando me doy cuenta de que Marcello se ha pasado de la
raya con esto.
—Nero debería llegar pronto. —Es lo primero que dice Enzo mientras
toma asiento en la mesa.
—Tú —escupe Bianca, lanzándose sobre Allegra. Los ojos de ésta se
abren de par en par, y a duras penas esquiva el ataque de Bianca, Enzo se
coloca rápidamente entre las dos y protege a su esposa.
—Supongo que nadie le ha contado a B las novedades —bromeo, pero
nadie parece reírse.
Una breve explicación de Enzo y Bianca finalmente se retira con un
resoplido, dejándose caer de nuevo en su silla donde Adrián rápidamente trata
de consolarla.
—Es un placer conocer a todos —dice Allegra después de una ronda
completa de presentaciones. Su acento es más grueso que el de Enzo, y
probablemente la mejor manera de saber que no es su hermana, ya que Chiara
ha desarrollado un acento inglés impecable gracias a todos sus años de viaje.
Es seguro decir que Chiara no ha sido la favorita de nadie, y menos de
Bianca, ya que ha tenido una aventura con su padre mientras intentaba
conquistar a su marido.
Mientras esperamos a que Nero aparezca con lo más destacado de la
reunión de hoy, me pongo rápidamente al día de lo que hemos averiguado en
el Sacre Coeur.
—Sisi —jadea Catalina, horrorizada al escuchar que Sisi había sido objeto
de un trasplante de este tipo. Marcello aprieta los puños mientras, sin duda,
vuelve a culparse de lo que le ocurrió.
—Pero eso no es lo más importante —interviene Sisi, y se nota que
intenta apartar la conversación de ella, ya que no le gusta que la vean como
una víctima—. Hubo algo más que dijo la madre superiora. —Me mira
preocupada, pero al asentir, se vuelve hacia Marcello.
—Nicolo era mi padre biológico —explica con un suspiro.
Marcello hace todo lo posible por quedarse quieto, pero me doy cuenta de
lo mucho que lo está afectando esto, sobre todo a la luz de su propio conflicto
con Nicolo. Estaba tan obsesionado con la madre de Marcello que debió
agredirla en algún momento, lo que resulto en el nacimiento de Sisi.
—Pero el giro más inesperado —añado—, es que Nicolo engendro a otro.
—Hago una pausa y todos miran expectantes—. Michele Guerra.
—Estás bromeando. —Marcello es el primero en intervenir, y yo me
limito a negar con la cabeza.
—Ojalá fuera así —respondo, contándole todo sobre el diagnóstico de
leucemia de Michele y el hecho de que Sisi había sido compatible.
—Ese bastardo —maldice Enzo, jurando matar él mismo a Michele.
—Niños —levanté las manos—, nos estamos adelantando. Ahora mismo
lo más importante es desarticular la organización, y luego podremos
separarlos uno a uno.
—Bien, porque Michele es mío. —Marcello aprieta los dientes.
—¿También quieres reclamar el derecho? —le pregunto a Sisi, ya que
tiene muy buenas razones para guardarle rencor.
—La verdad es que no —se encoge de hombros—, él es un ser humano
tan malo que terminara muerto de una forma u otra. No estoy particularmente
interesada en ser quien lo mate.
—Yo lo haré por ti —propongo con entusiasmo la alternativa.
—No. —Ella pone su mano sobre la mía—. Deja que se hunda. Cuando la
operación de Miles termine, no tendrá más recursos. Quiero verlo ahogarse
como un pez en tierra firme —dice, con los ojos llenos de fuego mientras los
dirige hacia mí.
No puedo evitarlo y la agarro por la nuca, atrayéndola hacia mí para darle
un rápido beso.
—Y ahí va él de nuevo —murmura Marcello.
—Sabes, Kuznetsov, para alguien que proclamó que nunca intercambiaría
fluidos corporales con nadie, estás intercambiando bastante. —Se ríe Adrián.
—Y ahí se va nuestra tregua, Hastings —gimo, manteniendo todavía a
Sisi junto a mí—. Pero ella no es cualquiera —refunfuño, casi ofendido de
que meta a Sisi en la misma categoría que el resto de la gente corriente—.
Ella es la única que hace que el intercambio de fluidos corporales sea
locamente atractivo —hablo mientras miro su mejilla manchada de rojo.
También hay residuos azules de la pintura en mi cara, pero no voy a señalarlo.
En su lugar, le acaricio suavemente la cara mientras le quito todos los
restos de pintura. No quiero que se enoje conmigo por haberla ensuciado
también.
—¿Podemos parar de hablar de intercambio de fluidos corporales? —
interfiere Marcello en voz alta—, sobre todo porque es mi hermana. Y
realmente no quiero imaginarme... —se interrumpe, escapándosele un fuerte
suspiro—. Acabaré metiéndole una bala en el cerebro —murmura Marcello,
con Catalina a su lado tratando de calmarlo.
—Qué puedo decir, 'Cello'. Tengo ese efecto en la gente —añado con
suficiencia.
A estas alturas, conseguir que la gente quiera matarme parece ser una
habilidad.
Pasamos algo más de tiempo poniéndonos al día de lo que ha hecho todo
el mundo, y como Sisi me lo pide amablemente, hago un marcado esfuerzo
por no ponerme de los nervios con nadie... de nuevo. No es tan fácil como
parece, porque tengo que morderme la lengua para no soltar nada que pueda
ser malinterpretado como ofensivo. Al fin y al cabo, puede que estemos todos
reunidos aquí, pero sé que la mayoría no me tiene ningún cariño perdido.
En todo caso, sólo soy un mal necesario.
Con mi mano sobre la suya, ya que necesito tenerla cerca para funcionar,
me limito a poner mi sonrisa más encantadora mientras intento seguirle el
juego.
Un rato después, la puerta se abre de golpe y entra Nero, con un rostro sin
expresión alguna. Sobre su hombro está quien supongo que es la hija de
Meester, con todo el cuerpo metido en un saco de papas. Se oyen ruidos
apagados procedentes del interior, pero a él no parece importarle.
Con una mirada a la habitación, hace un rápido gesto con la cabeza antes
de acomodar a su prisionera en una silla, haciendo un rápido trabajo para
quitarle el saco mientras preserva sus límites.
—Salome Meester. —Asiente con la cabeza mientras le quita la tela de la
cabeza.
Salome Meester no es una mujer de mal aspecto, al menos eso creo. Mis
sentidos están sesgados cuando se trata de ese tipo de cosas porque sólo tengo
un estándar de oro, y ella está sentada a mi lado.
De pelo negro y piel pálida, Salomé tiene los ojos azul oscuro enmarcados
por pestañas oscuras. Juntos, le dan un aspecto casi de muñeca, y
definitivamente inofensivo. No se podría pensar que alguien con un aspecto
tan inocente haya pasado ya por al menos tres maridos.
Pero cuando vuelve los ojos hacia Nero, con una mirada mortal, puedo ver
que hay algo de fuego bajo esa apariencia inocua.
—¿Se la quito? —pregunta él, señalando su mordaza. Cuando todos están
de acuerdo, lo hace, bajándosela por la cara.
—Maldito bastardo. Voy a matarte. Te voy a atar con una correa en mi
zoológico y voy a hacer que mis animales salvajes se alimenten de ti —le
escupe, empujando su cuerpo hacia delante mientras sigue maldiciendo a
Nero.
—O no. —Asiente él tardíamente, colocando con firmeza la mordaza en
su sitio.
Su mano se detiene demasiado tiempo en su cara, sus ojos se abren
ligeramente.
Interesante.
—¿Supongo que finalmente podemos llamar a Meester? —pregunta
Marcello, y veo que no puede esperar a que todos salgamos de su casa.
No debería haber sido el anfitrión si va a ser tan gruñón al respecto.
—Yo haré los honores. —Me levanto de la silla y me dirijo lentamente
hacia donde están Nero y Salomé.
—Tú... —Ella estrecha sus ojos hacia mí y puedo ver un indicio de
reconocimiento.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Ocho años? —pregunto, divertido.
Ella era menor de edad cuando Meester tuvo que pedirme que me casara
con ella, y cuando me negué, la casó rápidamente con otro. Ni siquiera estoy
seguro de que fuera legal cuando eso ocurrió.
—¿Por qué estoy aquí?
—Estoy seguro de que Nero te dijo por qué —añado y sus ojos se dirigen
a Nero.
—¿Él? —pregunta—, hasta hace un rato estaba bastante segura de que era
mudo. —Le sonríe, pero él no reacciona en absoluto. Con una expresión de
aburrimiento en su rostro, se limita a mirarla fijamente. Cuando ve que su
burla no funciona, resopla y se vuelve hacia mí.
—¿Por qué estoy aquí? ¿Te has enterado de que he vuelto al mercado
matrimonial? —Agita las pestañas de forma sugerente.
Ya siento que alguien me hace un agujero en la espalda, y no tengo que
girarme para saber que Sisi está probablemente a un paso de arremeter.
—Llévala a la sala de tortura —le ordeno a Nero, sin querer tocarla y
meterme en problemas con mi esposa.
Nero hace lo que le han dicho, colocando la mordaza en su sitio y
sacándola de la habitación.
—Espero que no planees torturarla tú mismo —dice Sisi mientras viene a
mi lado.
—No —respondo—, ni siquiera la he tocado —continúo, levantando las
manos.
—Bien —asiente ella, satisfecha—. Yo puedo hacerlo.
—¿Tú? —pregunto, sorprendido.
—Por supuesto. Esto es principalmente un asunto nuestro, así que, si no
puedes hacerlo, me corresponde a mí —afirma con naturalidad, levantando
las manos y recogiendo su pelo en un moño apretado en la nuca.
—Claro —respondo, una vez más asombrado por ella—. Pero solo
tenemos que desbastarla un poco para que Meester nos tome en serio.
—No te preocupes —responde inmediatamente, doblando los puños de su
camisa y siguiendo a Nero.
—¿Esa es mi hermana? —pregunta Marcello casi con incredulidad, con
los ojos puestos en la figura de Sisi que se retira.
—No. Es mi esposa —digo con orgullo—, y es una fuerza a tener en
cuenta —le doy una palmada en la espalda, antes de seguirla.
Nos ocupamos rápidamente de la sala de tortura, decorándola para que se
vea que no estamos jugando, e instalando una cámara justo delante de
Salomé.
Sisi no bromeaba cuando dijo que lo tenía cubierto, ya que Salomé luce
ahora un labio roto y un ojo ya amoratado.
Sin embargo, lo más sorprendente fue el hecho de que, incluso en su
estado golpeado, estaba charlando con Sisi como si fueran amigas perdidas.
—No soy la mayor fan de tu padre —menciona Sisi—, ya que ha
intentado matarnos a Vlad y a mí al menos dos veces. Pero ya que no estás de
su lado, supongo que podemos ser amigas —sonríe—, después de que él esté
muerto.
—¿Ustedes piensan matarlo? —Salomé levanta la mirada alrededor
mientras hace la pregunta.
Nero gruñe, todavía a su lado.
De hecho, no se marchó, ni siquiera mientras Sisi le reacomodaba la cara.
Allegra está al final de la sala con Enzo y Adrián mientras Marcello
acomoda la cámara en su lugar. Catalina se ha llevado a Bianca arriba para
alimentarla ya que le han entrado antojos de embarazo.
—Sí —respondo con sinceridad—. Él esta tan bueno como muerto.
—Maldita sea —murmura en voz baja—. ¿Puedes asegurarte de que soy
su heredera oficial antes de matarlo? No quiero despertarme y descubrir que
ha donado todo su dinero a una organización benéfica o algo así. No es que
mi padre sea muy caritativo, pero lo haría solo para fastidiarme. —Suspira
profundamente.
—¿Por qué haría eso? —pregunta Sisi.
—Malditamente nos odiamos. La única razón por la que no lo he matado
yo misma es porque seguía esperando que cambiara su testamento —dice
Salomé, decepcionada.
Sisi se vuelve bruscamente hacia mí.
—¿Funcionará entonces? ¿Si él la odia?
—Oh, sí que me odia, pero todavía me necesita para tener un heredero
varón —interviene Salomé—. Eso es lo único para lo que sirvo
aparentemente. —Pone los ojos en blanco.
—Bien, eso funciona entonces. —Asiento, volviendo a la cámara para
asegurarme de que todo está bien.
Les digo a todos que se hagan a un lado, listos para grabar a Salomé
suplicando a su padre que la salve, pero me sorprende un poco ver que Nero
parece reacio a irse de su lado.
—¿Nero? —pregunto, con la voz aguda.
Su mirada se encuentra con la mía y asiente con la cabeza, haciéndose a
un lado.
—Pon tu mejor cara, Salomé. Puede que incluso forje su testamento para
ti si tienes éxito —le prometo.
Sus ojos se abren de par en par, sus pupilas brillan de emoción.
—Trato hecho —acepta.
Comienzo la cuenta atrás y le digo que empiece.
La cámara enfoca la cara de Salomé, su labio ensangrentado y su ojo
morado mientras tiembla, moqueando.
—¡Todo es tu maldita culpa, viejo! ¿Por qué no me dejaste en paz? —
grita, maldiciendo a su padre y llamándole de todo.
Bueno, si esta es su manera de sonar convincente, que así sea.
—¿Sabes lo que han amenazado con hacer? —sigue gritando, con la cara
roja por el esfuerzo—. Una histerectomía. Di adiós, adiós a tus herederos,
papi querido. Yo sé que no los echaré de menos. —Sonríe a la cámara.
Me llevo la mano a la frente, incapaz de creer cómo ese mensaje va a
conseguir que Meester coopere.

—Me sorprende que el vídeo haya funcionado —comenta Sisi mientras se


une a mí en la cubierta del barco.
Todo el mundo está completamente preparado para lo que sea que
vayamos a encontrar en la isla, y aunque me hubiera gustado que Sisi se
quedara atrás, ya que será peligroso, no podía impedir que viniera.
Sé que me habría seguido de todos modos, porque si hay algo que he
aprendido de ella es que tiene una terquedad en ella que infunde fuerza a
cualquier decisión que toma. Nunca se echa atrás, independientemente de los
peligros que conlleva, y el ataque en New Orleans me ha demostrado que, al
igual que yo llegaría a cualquier extremo para protegerla, ella también lo
haría por mí.
Entrelaza sus dedos con los míos y apoya su cabeza en mi hombro
mientras vemos cómo el barco abandona el puerto.
—Meester es tan mercenario como me lo imaginaba —le digo, echando
una mirada furtiva a donde Meester está sentado en cubierta, inmovilizado y
siendo interrogado por Enzo.
Las negociaciones con Meester habían ido según lo previsto. Aunque el
mensaje de Salomé no había sido el tradicional, se había concentrado en los
intereses de Meester.
Cuando había hablado con él había costado convencerlo de que realmente
teníamos a su hija, pero tras ver la grabación, todo rastro de duda se evaporo
y acepto ayudarnos a llegar a la isla. También había entregado su carta de
triunfo, ya que había pedido al menos una docena de veces que nos
aseguráramos de que su hija -específicamente su útero- estaría a salvo.
También había confirmado, sin un ápice de duda, que Meester ha estado
involucrado con Miles todo el tiempo, incluyendo todos esos años atrás
cuando habían involucrado a Misha en sus planes y atacado mi casa. Sólo por
eso, me reservo el derecho de mandarlo a la tumba cuando todo termine.
—Estamos tan cerca, Vlad —susurra Sisi.
—Efectivamente —respondo con rigidez.
Ahora que el momento de la verdad está tan cerca, no sé cómo sentirme
respecto a todo. Soy especialmente cauteloso con la esperanza de encontrar a
Katya con vida. Porque si lo está, podría ser sólo un caparazón humano.
Después de conseguir que Meester cooperara, armamos un plan de ataque,
y tanto Enzo como Marcello ofrecieron como voluntarios a algunos de sus
mejores hombres. Les había dado un resumen del experimento de Miles,
especialmente de las pruebas a las que nos había sometido cuando éramos
niños. Cualquiera que se haya criado en esas condiciones está destinado a
convertirse en un hijo de puta mortal, si tiene la suerte de llegar a la madurez.
Así que elegimos a los hombres con más experiencia en el combate cuerpo a
cuerpo y en el tiro.
El plan es bastante simple.
Tomando el barco de Meester para llegar a la isla, hemos escondido a
algunos de los mejores soldados a bordo. En cuanto lleguemos a la isla, la
primera tarea será eliminar a los guardacostas y asegurarnos de que el puerto
está despejado. Luego, algunos otros barcos vendrán a ayudar con la
evacuación.
Por lo que vi en las imágenes del dron, todo el hospital está ocupado, así
que necesitaremos espacio suficiente para poner a todos a salvo.
Entonces, después de que todos hayan sido evacuados del lugar,
asaltaremos el sótano.
Sisi había planteado la buena idea de que la evacuación debería ser
orgánica y no hostil, porque en el momento en que empecemos a sacar a tanta
gente del hospital y se envíen refuerzos desde el sótano, todos quedarán
atrapados en el fuego cruzado.
En su lugar, sugirió que nosotros dos entráramos disfrazados de personal
del hospital y diéramos la alarma de incendios, guiando a todos hacia una
salida donde los hombres de Enzo los recogerían y los llevarían hacia el
puerto.
Así tendríamos libertad para movernos mientras abordamos la situación
del sótano.
—Hay algo que te está carcomiendo —señala astutamente, inclinándose
hacia atrás para estudiarme.
Respiro profundamente. A ella nunca se le escapa nada.
—Después de tantos años, la venganza está tan cerca que casi puedo
saborearla. Pero ¿y después?.
En mis planes originales, me avergüenza admitir que no había planeado
vivir mucho más tiempo después de cumplir mis promesas. Todo había sido
cuestión de cumplir mi palabra con mis hermanas y luego...
Nunca había tenido nada que esperar, y con mi existencia solitaria, no
había mucho que mantuviera mi atención.
Ahora, pensando en estar libre de mi voto, y con todo atrás... me siento
perdido.
—Nos ocuparemos de ello cuando llegue el momento —responde ella,
tomando mi cara entre sus manos e instándome a mirarla a los ojos—. Pero
estoy aquí. Siempre estaré aquí. Y juntos superaremos todo.
—Tienes razón. —Me llevo sus nudillos a los labios, depositando un beso
en cada uno—. Lo tomaremos un día a la vez.
Sus labios se estiran en una sonrisa cegadora, del tipo que siempre tiene el
poder de dejarme sin aliento. Especialmente cuando va vestida con uno de
esos trajes de látex negro que se ha hecho a la medida, con las armas
enfundadas alrededor de su cuerpo.
Enrosco mis dedos en los aros que sujetan su cinturón, arrastrándola hacia
mí.
—¿Viste la forma en que los ojos de Marcello me lanzaban dagas cuando
vio lo que llevabas puesto?
—Él piensa que me has lavado el cerebro de alguna manera —se ríe—,
incluso me llevó aparte para preguntarme si estábamos drogados.
—Maldita sea Bianca y su bocota —le digo—. Ahora no solo parezco un
asesino disfuncional. Sino un asesino disfuncional drogado. Justo lo que
necesitaba —murmuro en voz baja.
—No te preocupes —sonríe con complicidad—, le dije que me habías
dado un fuerte cóctel de serotonina, oxitocina y dopamina. Y eso lo callo.
Parpadeo dos veces y, antes de darme cuenta, una sonrisa se dibuja en mi
cara.
—Chica del infierno —digo, con el orgullo hinchándose en mi pecho—.
Eso es lo mejor que he oído nunca. Creo que estoy enamorado —silbo,
guiñándole un ojo.
Parece que mi sentido del humor se le ha contagiado.
—Sin embargo, podría haber estado tramando algo —levanta una ceja—,
ya que nos estamos drogando —se inclina para susurrar—, el uno al otro.
—Sisi. —coloco mis manos sobre sus hombros, levantándola del suelo y
colocándola firmemente lejos de mí—. Vamos a la guerra, pero cuando me
hablas con esa voz ronca tuya, todo lo que puedo ver es a ti, a mí y una cama.
—Pensé que una cama no era necesaria —responde, y yo cierro los ojos.
Mis orificios nasales se abren, y me cuesta mucho controlarme mientras
miro sus tentadoras curvas y la forma en que cada sinuoso movimiento es una
jodida obra de arte. Incluso cuando levanta un dedo para apartar un mechón
de cabello de su peinado, no puedo evitar que mi polla se estremezca.
O la forma en que mi corazón late con fuerza en mi pecho, mis venas
palpitando con la presión no liberada.
Maldita sea.
Esta mujer será mi muerte.
La sonrisa oculta en su rostro me dice que sabe exactamente cómo me
afecta, y lo está aprovechando al máximo. Si no fuera por las circunstancias
en las que nos encontramos, no perdería ni un segundo en demostrarle que
una cama no es en absoluto necesaria: la cubierta estaría bien.
Pero a medida que la isla se acerca, el momento que hemos estado
esperando, ella se tranquiliza rápidamente.
Al reunirnos con todos en la cubierta, repasamos rápidamente el plan y
delegamos las tareas. Enzo y su esposa se encargan de sacar a todo el mundo
de la isla, mientras que Bianca, Adrián y Marcello son nuestros refuerzos para
cuando evacuemos el hospital.
Sus hombres también están a la espera de órdenes.
Después de comprobar de nuevo el equipo, asegurándonos de que todos
los dispositivos de comunicación funcionan, estamos listos para partir.
Mientras el barco atraca en el puerto, Enzo libera a Meester de sus
ataduras y va a hablar con los guardacostas.
Todos esperamos en la parte de atrás hasta que recibimos la señal para
continuar.
En cuanto pisamos tierra firme, se produce una pequeña pelea. Hay unos
cinco guardacostas en total, y yo y otro hombre tardamos otros tantos minutos
en despacharlos antes de que puedan dar la alarma.
Fase uno completada.
Unos cuantos hombres le quitan la ropa a los guardacostas y vuelven a
ocupar sus puestos en el puesto de control, listos para recibir a los demás
barcos que lleguen a la isla.
Sin embargo, antes de partir, me aseguro de dar a Meester su merecido.
Un corte en el estómago y ordeno a todos que lo dejen desangrarse antes de
tirarlo al agua. Es lo que merecen los traidores, después de todo. Y no creo
que Meester haya sido leal a nadie en su vida.
Vive como un traidor, muere como un traidor.
Además, ha sobrevivido a su uso. Y aunque merece una muerte más
prolongada por todo lo que ha intentado contra mí y contra Sisi, no hay
tiempo para detenerse en particularidades en este momento.
Tengo un propósito.
Llegar a Miles.
Con el camino despejado, Sisi y yo nos dirigimos al hospital, los demás
nos siguen en silencio y esperan nuevas instrucciones.
—Desde lejos esto parece abandonado —menciona Sisi mientras
llegamos a la entrada del servicio. Evitando cualquier cámara de seguridad,
saco algunas herramientas de mi bolsillo, trabajando en la cerradura.
—Es el lugar más inteligente para hacer esto sin ser molestado —le digo,
colocando la llave de tensión dentro de la cerradura—, ningún civil entraría
sin permiso, y nadie pensaría que algo raro está ocurriendo porque es terreno
federal.
La puerta cede con un chasquido y Sisi me dedica una sonrisa de ensueño,
entrando mientras yo la sigo.
Entramos en la zona de la lavandería y, dirigiéndose a mí, Sisi me asegura
que lo tiene controlado. Con una sonrisa en los labios, le hago un gesto con la
cabeza, instándola a seguir adelante.
Aunque no hay un momento en el que no me preocupe por su seguridad,
también confío en sus habilidades y sé que puede cuidar de sí misma. Y sé
que, si la asfixiara con mi sobreprotección, sólo estaría ahogando su
potencial. Lo que le dije antes iba en serio. Quiero que sea fuerte por sí
misma y que no dependa de nadie. Porque temo que llegue un momento en
que ella tenga que ser fuerte también por mí.
Mientras espero en una de las habitaciones, ella sale, llamando la atención
de una de las enfermeras.
—¿Qué haces aquí? No tienes permiso para estar aquí. —La mujer llama
a Sisi, su acento extranjero es inconfundible.
Un fuerte ruido y la puerta se abre con Sisi arrastrando a la mujer al
interior.
—Te estás volviendo muy buena para noquear a la gente. —Observo,
divertido, mientras ella coge la ropa de la enfermera y se la pone.
—Es divertido. —Se encoge de hombros y me guiña un ojo.
Una vez colocado su traje, vuelve a salir, esta vez atrayendo a uno de los
médicos a la lavandería.
En poco tiempo, estoy vestido como un doctor y ambos estamos en los
pasillos del hospital.
El edificio tiene varios niveles, pero a medida que pasamos por las
habitaciones abiertas, todas llenas de gente, el panorama empieza a volverse
más sombrío.
—Dios mío —susurra Sisi cuando se detiene en la puerta de una
habitación. Al girar la cabeza para ver lo que está mirando, me doy cuenta de
que la habitación no puede tener más de 30 metros cuadrados, pero tiene unos
seis niños, apiñados en literas, todos conectados a vías intravenosas.
—¿Cómo vamos a evacuarlos? —pregunta, señalando sus condiciones—,
no creo que estén en condiciones de caminar, y mucho menos de correr si hay
una alarma de incendio.
Mis labios se estiran en una fina línea mientras considero las
posibilidades. Levantando un dedo hacia mi comunicador, me pongo en
contacto con Enzo, haciéndole saber que el plan podría no salir tan bien.
—Enviaremos a gente a por los que no puedan moverse libremente —
responde, y elaboramos un nuevo plan.
En lugar de dar la alarma de inmediato, Sisi y yo hacemos algunas rondas
por todos los niveles, catalogando quiénes podrían necesitar ayuda y quiénes
pueden moverse por sí mismos.
Sin embargo, lo que vemos es terrible, y Sisi está cada vez más afectada al
ver más y más niños en sus camitas, apenas capaces de moverse porque
podrían romperse los puntos.
—Dios, Vlad —susurra—, podría haber sido yo. Podría haber sido
cualquiera de nosotros.
Le pongo la mano en el hombro y le doy un rápido apretón.
—No hay nada que podamos hacer ahora, excepto sacarlos de aquí —le
digo.
—Lo sé —suspira ella, anotando los últimos números de las habitaciones
que podrían necesitar ayuda.
Una vez hecho esto, hacemos sonar la alarma de incendios y vemos cómo
la gente empieza a correr de un lado a otro, formándose rápidamente un caos
en el hospital.
—No podemos quedarnos. —La atraigo hacia mí mientras sigue mirando
a los niños enfermos con tristeza en los ojos.
—Lo sé. —Acaba accediendo, pero puedo ver el cambio en su
comportamiento—. Ojalá pudiera hacerlos sufrir tanto —dice con voz apenas
más que un susurro, con las manos cerradas en un puño. Hay una nueva
convicción en sus ojos, y el hecho de que esto la moleste me hace ver rojo.
—Oh, pero yo lo haré, chica del infierno. —Tomo su mano,
desenrollando su puño y masajeándolo lentamente—, me aseguraré de que se
arrepientan del día en que nacieron. Y tú —levanto sus dedos a mis labios—,
tendrás una primera fila para presenciar su agonía.
Capítulo 34
Vlad

—Todo el mundo debería estar fuera ya —menciono mientras abro de una


patada una puerta que lleva al sótano.
Al revisar el edificio, también encontré un viejo plano de este. Aunque
puedo suponer que el nivel subterráneo fue construido mucho más tarde que
el plano del edificio; había encontrado una puerta que lleva directamente allí.
—¿No deberíamos esperar a los demás? —pregunta ella, mientras se quita
su traje de enfermera, tirándolo al suelo. Yo hago lo mismo con mi bata
blanca de médico, la ropa extra sólo limita nuestros movimientos. Y
necesitaremos toda la libertad para movernos.
—Ya vendrán. Al final —añado secamente.
Hay esta ansiedad creciendo dentro de mí, cada paso que doy me hace
imaginar el momento en que finalmente me enfrentaré a Miles por todo lo que
nos ha hecho.
Vanya.
No es la primera vez que deseo que ella siga aquí. Desearía que pudiera
verme haciendo pagar a Miles por lo que le hizo a ella, y por todo el
sufrimiento que nos hizo pasar a ambos.
Más que nada, desearía que pudiera verme cumplir mi promesa.
No te fallaré, V.
Décadas de preparación, y todo fue para este momento.
Agarrando fuertemente a Sisi, nos conduzco por un camino ventoso hasta
un espacio parecido a un sótano. Telarañas por todas partes, está claro que
esta entrada en particular no se ha utilizado en mucho tiempo.
—Los demás están en el edificio. —Sisi asiente con la cabeza justo
cuando llegamos a un largo pasillo.
—Quédate cerca de mí —le digo, mis ojos ya están explorando el área.
Respirando profundamente, me permito escudriñar los alrededores, con
todos mis sentidos preparados para captar cualquier señal.
Hay un silencio espeluznante, el único ruido son nuestros pasos mientras
avanzamos con cuidado.
Sisi frunce la nariz con disgusto cuando llegamos al área en particular en
la que el hedor del viejo sótano es demasiado.
Aprieto mi mano sobre la suya, haciéndole saber que debe estar en
guardia. Según los planos que habíamos visto, este túnel debería llevar a
alguna parte. Pero el destino no había sido registrado en el plano,
probablemente porque fue construido mucho después. Sin embargo, podría
adivinar a dónde conduce.
Me quedo quieto, levantando la mano para que Sisi se detenga también.
Me llevo un dedo a los labios y le pido que guarde silencio y escuche el ruido.
Es muy débil, pero cuando cierro los ojos y me concentro en él, casi
puedo distinguir el sonido de unos pasos.
Uno. Dos. Cinco.
Levanto la mano y uso los dedos para indicar cuántas personas se dirigen
hacia nosotros. Ella asiente con la cabeza, con una expresión sombría en su
rostro que poco a poco da paso a la excitación.
Debería saberlo, ya que emula muy bien la mía.
Supongo que hasta que lleguen nuestros refuerzos tendremos tiempo para
una pequeña obra.
Extiendo mi brazo hacia ella como si la invitara a bailar un vals, le guiño
un ojo y ella sabe exactamente qué hacer.
Finge una reverencia mientras baja las manos a sus pies, preparando sus
zapatos para la lucha. Todo su atuendo ha sido confeccionado con un solo
propósito: adaptarse a nuestro estilo.
Y hemos tenido suficiente tiempo de práctica para desarrollar un estilo
muy particular. Especialmente cuando mi mano estirada se estrecha sobre la
suya, atrayéndola hacia mí con un giro.
—¿Lista para el show, chica del infierno? —pregunto, divertido.
No sé qué tan preparados estarán los hombres que vienen hacia nosotros,
pero no tengo ninguna duda de que no son rivales para nosotros juntos.
Sus labios se curvan en las esquinas mientras me lanza las pestañas, y su
brazo se apoya en mi hombro.
—No tienes que pedírmelo dos veces —ronronea lentamente.
Puede que le haya enseñado a luchar y a defenderse, pero también nos
hemos entrenado para complementarnos en una pelea. Inspirados por la
primera vez que nos enfrentamos a esos hombres en el restaurante, hemos
practicado durante horas hasta que nuestros cuerpos se han sincronizado, no
es que no lo estuvieran ya.
Hay algo en la forma en que nos comunicamos. La mitad de las veces las
palabras quedan obsoletas, ya que una mirada lo dice todo.
El sonido de las botas golpeando el suelo se hace cada vez más fuerte
hasta que los cinco hombres que había contado aparecen a la vista, con las
armas levantadas y apuntándonos.
—Sabes que puede doler, ¿verdad? —exclamo mientras le paso la mano
por la espalda, donde su traje de látex cubre el equipo antibalas.
—Puedes besarlo después —murmura.
Mis labios ya están sobre los suyos, el rabillo del ojo estudiando los
movimientos de los hombres mientras cargan y...
La hago girar al compás de una melodía silenciosa, el único ruido son las
balas que pasan zumbando a nuestro lado mientras nos movemos de forma
sincronizada, evitando la mayoría de los disparos que nos llegan mientras
acortamos la distancia entre nosotros y los hombres.
Es un vals de la muerte mientras Sisi y yo nos deslizamos por el suelo,
cada paso nos acerca a nuestros objetivos.
Y justo cuando veo que estamos en el lugar correcto, extiendo mis manos
sobre su cintura, elevándola en el aire.
Los hombres parecen completamente desconcertados por nuestra
exhibición, y ya ni siquiera intentan apuntarnos, las balas vuelan
desordenadamente en todas direcciones mientras uno ladra algunas órdenes a
los demás para que se concentren.
Pero es en vano, ya que sus ojos se fijan en la forma pecaminosa de Sisi
mientras gira en el aire. Casi hipnotizados, ni siquiera ven los cuchillos que
salen disparados de sus manos y aterrizan en sus pechos.
El líder de la unidad grita algunas órdenes mientras dos hombres caen, los
demás entran inmediatamente en una formación diferente mientras nos
rodean.
—¿Lista? —pregunto, sonriendo.
—Hagámoslo —dice, con las manos firmemente puestas en mis hombros
mientras la lanzo en el aire, con las piernas estiradas y las cuchillas en la
punta de los zapatos extendidas. La hago girar y le doy suficiente impulso
para que coordine el ataque, y sus cuchillas golpean a dos hombres justo en
sus yugulares, y la sangre brota inmediatamente.
—Uno más detrás de mí, chica del infierno —susurro, levantándola en
alto antes de bajarla al suelo y empujarla hacia atrás. Se desliza por el suelo
entre mis piernas, y apoyándose en los codos, envía su pie justo a la cara del
último hombre, la hoja hace contacto con la zona bajo su barbilla.
Con el dedo en el gatillo, logra un último disparo antes de caer muerto.
—Bueno. —Me quito el polvo del traje, abriendo la camisa para sacar la
bala atascada en mi chaleco antibalas—. Yo diría que ha ido bien.
Me sonríe ampliamente.
—Ha sido bastante fácil —responde cuando la ayudo a levantarse.
—Y malditamente sexy —silbo y mis ojos recorren su figura con aprecio.
Aunque los hombres no nos hubieran apuntado con sus armas ni hubieran
querido matarnos, habrían acabado muertos por haber sido demasiado
generosos con sus miradas.
Recuperando nuestras armas de los hombres caídos, nos preparamos para
seguir adelante.
—Tengo que decir que esos no eran lo que esperaba —señala mientras
seguimos caminando—, ni siquiera tuvimos que intentarlo. Y eso que soy una
principiante —añade, casi indignada por su actuación.
—Supongo que alguien simplemente está jugando con nosotros —digo
mientras entrecierro los ojos a la salida del túnel.
Y así parece, porque en cuanto salimos de los viejos túneles, nos
encontramos en medio de una extraña cámara intermedia, con dos hombres y
una mujer esperando en la salida.
—¿Qué es esto, los juegos del hambre? —gimoteo al darme cuenta de que
es sólo un juego. Es probable que Miles nos esté observando incluso ahora,
divirtiéndose a nuestra costa.
—Yo me encargo de la chica, tú de los chicos —me dice Sisi con la
cabeza, su postura de lucha en su sitio mientras su atención se centra en la
chica.
Empuñando una larga cadena, la oponente de Sisi no parece tener más de
dieciocho años. Pero lo que me llama la atención de inmediato es su mirada:
está vacía.
—Sisi —grito, con la voz tensa—. Por favor, ten cuidado. No es normal.
Rápidamente observo a mis propios oponentes, notando los mismos ojos
vidriosos: sin emoción.
Tengo que acabar con ellos lo antes posible, porque si son parte del
experimento, lo más probable es que sean cualquier cosa menos normales.
Y Sisi no tiene ninguna posibilidad.
Con un ojo fijo en Sisi, doy un paso adelante hacia mis propios oponentes.
Ambos sostienen hachas de combate, y cuando me miran, una sonrisa aparece
en sus labios.
Ah, el sabor de la guerra.
Es algo con lo que estoy íntimamente familiarizado, ya que me costó
mucho adaptarme al mundo real después de volver a casa. Cada interacción
que tenía con alguien comenzaba con la idea de matarlo, esa sed de sangre tan
profunda en mí que me había llevado años aprender a dominar.
Y sé exactamente cómo se sienten. Hay emoción en la guerra, en la lucha,
en el sabor de la matanza. Hay un subidón embriagador que sólo se produce
cuando se tiene poder sobre la muerte, y durante más de la mitad de mi vida
había sido esclavo de ella. De esa bestia que llevo dentro y que nunca se
conforma con nada que no sea la destrucción, la aniquilación total.
Avanzan, sus sonrisas se amplían, y en sus arrogantes mentes ya pueden
saborear la victoria.
Por desgracia para ellos, fueron enviados tras la persona equivocada.
Ahora la cuestión es bastante simple. Armas o no armas. Pero mientras cargan
hacia adelante, no puedo tomar esa decisión. Ellos la toman por mí.
Con el labio curvado hacia arriba, me agacho y esquivo, esquivando cada
golpe de sus hachas, con un ojo todavía en Sisi.
Con un kunai en cada mano, se aferra con fuerza a la empuñadura
mientras esquiva los golpes de la cadena de la otra chica.
El aire pasa por delante de mi cara cuando la hoja del hacha se desliza a
un centímetro de mi piel.
Al darme cuenta de que les he dejado divertirse fácilmente, decido poner
fin al juego. Mis manos salen disparadas y envuelven el mango de sus hachas
justo cuando las hacen girar hacia mí.
Oh, ellos son fuertes.
Pero no tan fuertes como yo.
Con un pie por delante, empujo contra ellos, dejando que mi mano se
afloje por un momento como cebo antes de sujetar con fuerza y arrancarles
las hachas de las manos.
La fuerza de mi empuje los hace retroceder, y por un momento parecen
desorientados al darse cuenta de que sus armas han desaparecido de sus
manos.
Hay algo extraño en sus reacciones.
Además de los ojos muertos, ya que han estado allí, han hecho eso, hay
algo más, su enfoque está un poco apagado.
Y mientras siguen cargando contra mí, usando ahora sus puños, noto
inmediatamente lo que está mal.
Robótico.
Es como si todo su propósito fuera acabar conmigo, pero sin la acción
consciente que hay detrás.
¡Maldición!
Parece que Miles ha cambiado sus planes. Ciertamente, para que llegaran
a esta edad en el experimento, tendrían que haber sido casi tan fuertes como
yo. Para que sigan vivos...
Me agacho de nuevo, extendiendo los brazos y cogiendo impulso antes de
dejar que se abalancen sobre mí con toda su fuerza, doblando las rodillas y
cayendo al suelo justo cuando golpeo, cada hoja de hacha dirigiéndose a sus
tripas.
Sus gruñidos de dolor son lo único que oigo cuando el hacha los atraviesa,
abriéndolos, un río de sangre y órganos mientras sigo clavando la hoja en el
interior, asegurándome de que el daño sea debilitante y permanente.
Cuando hay un agujero enorme en el interior, les doy otro empujón, la
hoja golpea la parte posterior de la columna vertebral en lo que sólo puedo
llamar una melodía encantadora.
Ah, la sinfonía de la muerte.
Caen al suelo, sus gemidos de dolor se olvidan rápidamente mientras
vuelvo toda mi atención a Sisi.
Respira con dificultad, pero sigue resistiendo a la chica. Sin embargo, un
movimiento en falso y ella cae de espaldas, con la cadena lista para golpearla.
Me muevo más rápido de lo que me he movido en toda mi vida,
agachándome frente a ella y soportando todo el peso de la cadena cuando
hace contacto con mi espalda en un sonido ensordecedor. Es lo único que me
hace ser consciente de que me han golpeado, ya que no siento ningún dolor.
Los ojos de Sisi se abren de par en par al mirarme, pero no he terminado.
Me giro ligeramente y mis oídos se agudizan al escuchar a la chica que
empuña el arma. El aire se arremolina a mi alrededor cuando ella vuelve a
coger la cadena, tirando hacia ella antes de enviarla volando hacia mí una vez
más.
Esta vez, atento a la situación, alzo la mano, moviéndola hacia la
izquierda y atrapando la cadena justo cuando está a punto de golpearme.
Agarro con fuerza el extremo del metal, tirando de él y de la chica hacia mí.
Ella pierde el equilibrio al caer hacia delante, y soy lo suficientemente
rápido como para arrancarle la cadena de las manos, arrojándola a un lado.
Con la mano en la garganta, sólo consigo ver los ojos nublados cuando aplico
un poco de presión, su cuello se rompe y su cabeza se inclina hacia un lado.
Tirando su cuerpo a un lado, me vuelvo hacia Sisi, ayudándola a ponerse
de pie.
—Creo que nunca me acostumbraré a verte en acción —exhala, con el
pecho subiendo y bajando, los pechos acentuados por la estrechez del traje.
Sus palmas se posan en mi pecho mientras me palpa, su tacto enciende mi
cuerpo ya cargado de adrenalina.
—¿De qué están hechos tus músculos? ¿Puro hierro? —me pregunta, con
sus pupilas engullendo sus iris, y me doy cuenta de que puede que no sea el
único que piensa que las dos “f” van juntas. No cuando se pone de puntillas y
saca la lengua para lamerme la mejilla.
—Hmm —ronronea suavemente, su cálido aliento roza mi piel en una
dulce caricia—, incluso tu sudor me excita —continúa, y sus dedos suben
hasta trazar el contorno de mi tatuaje en el cuello.
Entonces, antes de que pueda reaccionar, se aparta de mí, con la mirada
detrás de mí.
—Cuidado —me advierte, y me doy la vuelta rápidamente, dispuesto a
enfrentarme a cualquier experimento fallido que Miles haya decidido
enviarme.
Pero sólo consigo dar un paso hacia el recién llegado antes de que una
bala se le clave en la frente y caiga muerto al suelo.
—No podías esperarnos, ¿verdad? —Oigo la voz de Bianca, y miro hacia
atrás para verla entrar en la habitación, con su esposo pisándole los talones y
Marcello con una expresión sombría en el rostro.
—¿En serio, Vlad? Podrías haber hecho que mataran a Sisi —me grita,
con las facciones marcadas por la ira.
—¿En serio, 'Cello', tan poca confianza tienes en mí? —exclamo,
resistiendo las ganas de poner los ojos en blanco.
—Estoy bien, Marcello. —Sisi se vuelve hacia él y le pone los ojos en
blanco.
Maldición, cómo amo a esta mujer.
No me rindo y la agarro para chocar los cinco, sabiendo que si el gruñón
Marcello aparece, no pasara mucho tiempo antes de que el engreído Marcello
haga lo mismo. Y sé que entonces no me escuchare el final.
—Te dije que he estado entrenando con él. No estoy indefensa. —Ella
levanta la barbilla, enfrentándose a él desafiante.
—Estas personas son asesinos entrenados, Sisi. No importa el
entrenamiento que tengas. Y además eres una chica —continúa, y casi gimo,
sabiendo que acaba de cavar su propia tumba.
—¿Qué? —Sisi parpadea asimilando las palabras—. Soy una chica —
habla lentamente—. ¿Entonces eso significa que no puedo luchar? ¿Que no
puedo defenderme? —Ella coloca sus brazos sobre el pecho y sé que estamos
en territorio serio.
Para alguien como Sisi, que disfruta teniendo el control de su propia vida
por encima de todo, que le recuerden que su género podría frenarla es como el
peor de los insultos.
La cuestión es que puede ser una chica, pero es una chica jodidamente
buena y cualquiera debería sentirse malditamente afortunado de tenerla a su
lado.
Sabiendo lo acalorada que debe estar, me uno a ella, colocando un brazo
por encima de su hombro.
—¿No eres tú la misma persona que nos dijo que nuestro género no
debería frenarnos? —Entrecierra los ojos hacia Marcello.
—Sí, pero no es lo mismo —responde él—. Puedes elegir la profesión que
quieras, pero eso no significa que debas lanzarte de cabeza al peligro. Y esto
—señala con la mano los cuerpos en el suelo—, es aún peor que el peligro
normal.
—Cello, cálmate. Mientras Sisi esté conmigo no hay nada de qué
preocuparse. Además, —le digo mientras miro su precioso rostro—, ella
puede patear traseros —la elogio y soy recompensado con una radiante
sonrisa.
—¿Tú? —casi grita. Otra vez—. Eres el hombre más inestable que he
conocido, Vlad. Sí, claro, la proteges del peligro porque tú eres el peor
peligro —murmura, molesto.
—¿Vamos a hacer esto de nuevo? —Levanto una ceja—. Te dije que Sisi
está en buenas manos. Nunca dejaría que nada le pase voluntariamente.
—¿Qué hay de involuntariamente? Todo el mundo aquí sabe de tus
episodios. No es un secreto que no eres normal. ¿Quién dice que, en lugar de
protegerla, la próxima vez la matarás tú mismo?
Cierro los ojos y respiro profundamente.
Pero no puedo controlar la reacción de mi propio cuerpo cuando me alejo
del lado de Sisi, y en dos segundos tengo a Marcello agarrado por el cuello,
arrinconándolo contra la pared.
—¿Qué estás insinuando, cuñado? —Apenas puedo contener la ira que
irradia de mí. Está en cada poro mientras busca salir.
—¡Esto! —Me mira a los ojos, ni siquiera parpadea mientras levanto toda
la masa de su cuerpo del suelo, mis dedos apretando su pulso—. Esto es
exactamente lo que quiero decir. Eres imprevisible.
Aprieto los dientes y, en lugar de demostrarle que efectivamente yo soy
así de peligroso, lo suelto, luchando contra mí mismo y tratando de regular mi
respiración.
Como a través de una bruma, siento que la pequeña mano de Sisi busca la
mía, acunándola contra su pecho mientras me mira con preocupación.
—Está mejor, Marcello —dice en voz alta, con los ojos puestos solo en
mí—. Ha estado trabajando en sí mismo y está mucho mejor. No ha tenido
ningún episodio desde New Orleans, y estoy orgullosa de él.
Diablos, pero ¿hay alguna forma de que pueda amar más a esta mujer? En
sus ojos, veo todo lo que he estado anhelando toda mi vida.
Amor. Ternura. Aceptación.
Ella conoce mis secretos más profundos, y nunca me ha dado la espalda.
No sólo eso, sino que ha dado la cara públicamente por mí, una y otra vez,
incluso contra su familia.
No creo que haya ningún universo en el que no la adore.
—Sisi...—Marcello empieza, pero basta una mirada aguda de Sisi para
que se calle de inmediato.
—Tú no lo entiendes, ¿verdad? —pregunta ella, con voz grave—. No hay
nada que puedas decirme sobre él que me haga quererlo menos. Sé quién es y
lo que ha hecho. Lo sé todo. Y sigo aquí. —Respira hondo, y me doy cuenta
de que se esfuerza por mantener su temperamento bajo control.
>>Toda mi vida me han dicho cómo ser, y cómo no ser. Sin embargo,
nadie me ha preguntado nunca lo que quiero. Nadie más que él. —Me señala
con el dedo—. Si le decía que quería pelear, él me enseñaba a pelear. Si le
dije que quería un tatuaje, me lo hizo. Si le dije que quería matar a alguien,
me dio la oportunidad de hacerlo. Nunca dudó de mí, nunca me dijo que no
podía hacer algo porque soy una chica.
Respira con dificultad, con los puños apretados a su lado mientras mira a
Marcello, sin inmutarse ante su dura mirada.
—Puede que no estés de acuerdo con nuestra relación, pero para mí, él es
el único que me ha dado alas para volar en lugar de arrastrarme y
encadenarme al suelo. Y ésta, hermano mío, es la última vez que vamos a
tener esta discusión. —Entorna los ojos hacia Marcello, antes de hacer algo
que me deja completamente pasmado. Da un paso adelante y levanta el puño,
golpeándolo contra el pecho—. Él. Es. Mío —dice, enfatizando cada
palabra—. Fin.
Se da la vuelta, sin esperar la respuesta de Marcello, y levanta una ceja
hacia Bianca y Adrián, que han estado observando todo en silencio.
—No me mires a mí —B se encoge de hombros—, me gustas. Y creo que
eres buena para él. —Señala hacia mí—. Además —continúa—, se necesita
un tipo de persona totalmente diferente para tratar con su rudo trasero, así que
sólo por eso tienes mi respeto—. Soy neutral —se apresura a señalar Adrián y
yo le hago un gesto de agradecimiento. Al menos sabe cuándo callarse.
—Bien. —Abro los brazos, con una amplia sonrisa en la cara ya que
ahora tengo el control total de mí mismo—. ¿Ahora podemos dejar atrás el
drama familiar e ir a matar a algunos tipos malos?
Sisi enlaza su brazo con el mío mientras vamos primero, ignorando los
gemidos que hay detrás de nosotros.
Dejando atrás los cadáveres, seguimos por otro pequeño pasillo que
finalmente da paso a un amplio túnel.
—Así que aquí es donde está la acción —añado con sorna al observar las
jaulas a cada lado del túnel.
Diablos, el recinto subterráneo parece ocupar toda la superficie de la isla.
Las primeras jaulas están vacías, pero a medida que avanzamos,
empezamos a ver niños pequeños y adolescentes a ambos lados.
—Diablos —maldice Marcello cuando ve el alcance de la depravación de
Miles.
También Bianca, a pesar de su comportamiento carente de emoción,
parece estremecerse al ver el estado en que se encuentran todos.
Ropas sucias, heridas supurantes, el olor a carne podrida está maduro en
el aire.
—¿Qué demonios? —resuena la voz de Adrián cuando nos detenemos
ante una jaula en la que un niño pequeño está sentado en el suelo, boca abajo,
con las moscas acumuladas en toda la superficie de su cuerpo. El olor que
desprende confirma que lleva tiempo muerto y que su compañero de celda,
otro niño de su edad ha tenido que soportar esto todo el tiempo.
Y lo que es peor, cuando miro más de cerca al chico acurrucado en el otro
extremo de la celda, me doy cuenta de que no está muy lejos de morir
también.
Tiene un enorme agujero en el estómago que gotea pus amarillo y verde,
la boca magullada y todo el cuerpo casi morado.
Nos ve detenernos junto a su jaula, pero no reacciona, no puede
reaccionar. Sólo sus ojos se mueven e indican que sigue vivo.
—Señor —susurra Sisi, con su mano apretando mi brazo—, esto es aún
peor que lo de arriba.
Gruño, con los labios fruncidos. De alguna manera, dudo que esto sea lo
peor que veamos aquí.
Las imágenes son cada vez más desagradables a medida que avanzamos, y
teniendo en cuenta el tamaño del recinto, tendremos mucho que ver.
Levantando un dedo hacia mi comunicador, le doy a Enzo un rápido
resumen de lo que se puede esperar aquí, y me aseguro de que se quede con
algunos de los médicos del hospital para cuidar a quien sobreviva de aquí.
Después de hacerme saber qué hará todo lo posible por traer gente para
llevarse a los niños, cierro la conexión.
—Estos son los fracasados —digo, encogiéndome ante mis propias
palabras.
Pero cuanto más miro sus jaulas deterioradas, la carne podrida y las
heridas infectadas, más parece que mi mente me empuja a algo. Como una
especie de recuerdo, está ahí, pero no puedo captarlo del todo.
—¿Estás bien? —pregunta Sisi, con un tono preocupado mientras me
mira. Me pongo la mano en la sien, aprieto los ojos y asiento con firmeza.
—Debe ser que me trae recuerdos —murmuro, aunque nada de lo que
había recordado hasta ahora había sido tan terrible.
Claro, Vanya y yo habíamos vivido en una pequeña habitación infestada
de moho, pero no había sido tan malo.
Ella asiente lentamente, aunque sus ojos me dicen que no me cree del
todo.
—Este debe ser el lugar al que los envían a morir. —Cambio de tema,
señalando otra jaula que alberga a otro muerto.
Pero cuanto más avanzamos, más pútrido es el hedor.
Todo el mundo se lleva las mangas a la nariz, incapaz de soportar los
olores.
Ya hemos llegado a la mitad del túnel y todas las celdas están llenas de
muertos.
—Maldito infierno —maldice Bianca, usando su mano para apartar
algunas moscas.
Pero no son solo moscas.
Hay ratas, gusanos y otros insectos esparcidos por la zona, el suelo está
repleto de ellos mientras persiguen su próxima comida.
Incluso a mí me da asco lo que veo, y no recuerdo la última vez que me
dio asco. Sobre todo, porque los bichos se arrastran por el suelo y se dispersan
cada vez que damos un paso adelante.
Sin poder evitarlo, agarro a Sisi y la hago subir a mi espalda. No la quiero
cerca de eso.
—No deberías haber venido, Bianca. —Oigo que le dice Marcello
mientras se agita a su lado—. No puede ser bueno para tu embarazo —
continúa mientras Adrián le palmea la espalda, intentando ayudarla.
—Estoy bien —dice ella—, no creo que a Diana le guste el olor a muerto
—bromea mientras se limpia la boca con el dorso de la mano.
—No creo que a nadie le guste —añado con sorna, mientras Adrián la
coge también en brazos, acunándola contra su pecho.
—Esto es una infestación. No puedo creerlo. —Marcello sacude la cabeza
mientras pisa unos cuantos bichos, el sonido de sus carcasas chasqueando
reverbera en el aire.
—¿Pero por qué los tienen aquí? Algunos llevan mucho tiempo muertos
—añade Adrián, señalando una celda en la que un cuerpo está medio comido
por los distintos insectos y carroñeros.
—Porque es un castigo —respondo.
—¿Un castigo? ¿Para quién? Ya están muertos —exclama.
—Para los que aún están vivos. —Señalo unas celdas que están más
limpias, donde no hay rastros de cadáveres—. Debe ser otro truco de lavado
de cerebro. Imagina pasar, aunque sea una hora en este lugar, rodeado de
muerte y de cosas que consumen muerte.
—Maldición. —Las facciones de Bianca se dibujan con asco—. Esto es
otro nivel de maldad.
—Lo es. —Estoy de acuerdo—. Y ni siquiera es lo peor —digo y siento
que los brazos de Sisi se estrechan alrededor de mi cuello.
—Lo siento —me susurra al oído, con su voz sólo para que yo la
escuche—. Esto no puede ser fácil para ti.
—No te preocupes por mí, chica del infierno. Estamos un paso más cerca
de Miles, y eso es lo único que importa.
El túnel finalmente termina, y es como si por fin pudiéramos respirar
profundamente un aire no tan podrido.
—¡Qué mierda! —maldice Bianca al exhalar, con el pecho subiendo y
bajando rápidamente—. Nunca he sido fan de la carne putrefacta —añade con
disimulo, con los labios curvados por el asco—. Eso es simplemente
demasiado.
—Sin embargo, es inteligente —dice Sisi mientras la pongo de pie—.
Otro tipo de terapia conductual. Especialmente para un niño, eso seguro que
le traumatiza.
—Exactamente —estoy de acuerdo—. Es una forma de control. En el
fondo, a nivel psicológico, porque sólo te asusta hasta la sumisión, pero
también porque simplemente te insensibiliza. Viste las miradas vacías de esa
gente.
—Y yo que pensaba que había visto lo peor que se puede ver de la
humanidad —murmura Marcello, frotándose los ojos—. Esto podría superarlo
todo.
—¿Qué tan grande es este complejo subterráneo? Llevamos una eternidad
caminando. —Bianca se queja, con una mano en el estómago mientras le
arrulla algo a su bebé.
Tengo que decir que nunca pensé que vería a Bianca como madre. ¿Y
ahora está embarazada? Me sorprende que Adrián la haya dejado venir, pero
es que estamos hablando de Bianca. Ella se habría salido con la suya, quisiera
él o no.
Aun así, observo cómo sus ojos no se apartan de ella, siempre dispuesto a
intervenir si es necesario. A diferencia de mi situación con Sisi, él deja que
Bianca haga lo que quiera mientras está preparado para protegerla en
cualquier momento.
Es curioso cómo las cosas se ponen de repente en perspectiva. Hace un
año nunca habría imaginado empatizar con Hastings, o con Bianca, ya que su
obsesión por él nunca había tenido sentido.
¿Y ahora? Quiero reírme a carcajadas de la ironía, porque en todo caso,
soy peor de lo que ha sido Bianca.
Le doy una mirada furtiva a Sisi, maravillado por la fuerza que reflejan
sus rasgos, y sé que lo que siento por ella va más allá de una simple obsesión.
Está bajo mi piel, en mi sangre, en mi maldito corazón. No hay lugar que no
haya tocado o dejado su marca.
Le pertenezco, cada maldito átomo de mi cuerpo es suyo.
Un repentino ruido me devuelve a la realidad, con los ojos entrecerrados y
la atención puesta en lo que sea que venga del otro lado del túnel.
—¡Abajo! —grito, justo cuando los demás escuchan el ruido.
Hago que Sisi se agache conmigo, complacido de que todos me hayan
escuchado y estén en el suelo.
Un segundo más y un proyectil vuela desde el otro extremo del túnel,
impactando en la parte trasera, produciendo una pequeña explosión.
—Maldita sea —maldigo—. Ha sacado la artillería pesada.
—¿No se derrumbará la estructura? —pregunta Marcello.
Niego con la cabeza.
—Las paredes principales son de acero revestido de concreto y ese era un
proyectil de pequeño alcance. Es poco probable que cause daños a la
estructura. Nosotros, sin embargo… —Me detengo justo cuando otro
proyectil vuela hacia nosotros.
—No podremos seguir avanzando si siguen golpeándonos. Ni siquiera
puedo ver el otro extremo —se queja Bianca.
Mis labios se estiran en una fina línea mientras analizo nuestras opciones.
Hay una especie de humo o niebla al final del túnel, probablemente a
propósito para que no podamos detectar a quien nos dispara. Y en el momento
en que nos levantemos para caminar, nos atacarán.
—B, dame tu pistola —le digo, con una idea formándose en mi cabeza.
—¿Mi pistola? —pregunta ella, escandalizada.
—No puedes ver, así que no puedes disparar —señalo.
—Bueno, tú tampoco puedes ver.
La maldita B y su obsesión con sus armas. Nunca ha dejado que nadie
maneje a sus preciosos bebés, y aunque puedo respetar eso, en este caso en
particular, es una tontería.
—Sí, pero puedo escuchar.
Me conoce lo suficiente como para darse cuenta de que es la única ventaja
que tenemos en este escenario particular.
—Biennnn —gime, empujando su arma hacia mí en el suelo.
—¿Qué vas a hacer? —Sisi me susurra al oído, con su cuerpo cerca del
mío.
—Voy a escuchar su ubicación.
Ella frunce el ceño.
—¿Puedes hacer eso?
—Espero que sí —respondo con tristeza.
La verdad es que esto también había sido parte del entrenamiento de
Miles. Había tenido extensas sesiones de lucha con los ojos vendados y
confiando en mis otros sentidos para calibrar un ataque y dar sentido a mi
adversario. Y después, había seguido fomentando esas habilidades, ya que mi
profesión se beneficiaba mucho de ellas.
—Silencio todos —digo mientras asumo mi posición.
Me acomodo sobre mi vientre, coloco un codo en el suelo para apoyarme,
mi otra mano en el arma mientras envuelvo un dedo alrededor del gatillo.
Cerrando los ojos, inspiro una vez antes de dejar de respirar del todo y
ralentizar los latidos de mi corazón para que no haya interferencias.
En cuanto el silencio me saluda, dirijo mi atención hacia la presencia
extranjera. Mis oídos se abren y es entonces cuando lo oigo. El sonido de las
botas balanceándose en el suelo, de las manos húmedas moviéndose alrededor
del arma y de las respiraciones ansiosas, ya que sin duda está tratando de
explorarnos.
Más que nada, oigo los pequeños movimientos que hace, el frío suelo casi
crujiendo bajo sus pasos.
Está avanzando.
Si no vamos hacia él, se acerca lentamente a nosotros.
Una sonrisa me tira de los labios y sigo escuchando sus pequeños pasos
mientras avanza. Hay una ligera vacilación en su forma de moverse, como si
su vida dependiera de esta tarea.
Y en cierto modo, así es.
Porque llega el momento en que estoy seguro de su posición, con la
pistola en la mano preparada y en ángulo, con el dedo apretando suavemente
el gatillo.
Y entonces escucho.
Hay una breve pausa antes de que dos respiraciones salgan a borbotones,
el sonido de las rodillas chocando contra el suelo me hace saber que le he
dado. Su cuerpo cae aún más, el metal de su arma golpea el cemento.
Documento cada sonido, asegurándome de que está fuera de combate.
Aunque sé que está muerto, sigo escuchando, por si acaso hay más gente.
—Despejado —digo cuando estoy seguro de que el peligro ha pasado.
Todos nos levantamos, avanzando hasta que nos encontramos con el
cuerpo caído de un adolescente.
—Maldita sea, tu puntería fue buena —señala Bianca cuando ve la bala
que atraviesa el cuello del chico, con una marca de salida limpia en el otro
lado.
—Me está poniendo a prueba —añado tenso—. Todo esto es una prueba.
—Así que él está observando —comenta Sisi, mirando alrededor del túnel
en busca de alguna cámara.
—Sí, y apuesto a que está disfrutando enormemente.
Al salir del túnel principal, el camino se bifurca: uno hacia la derecha y
otro hacia la izquierda.
—Deberíamos dividirnos —sugiere Adrián.
—Iremos por aquí —asiento con la cabeza hacia la derecha, tomando la
mano de Sisi en la mía—, llamaremos si hay algo.
—Yo voy con ustedes —se apresura a interponer Marcello, con la misma
expresión de mal humor en su rostro.
—Bien. —Hago un gesto de desprecio con la mano, ya que no estoy de
humor para otra discusión.
En cuanto establecemos unas reglas básicas, nos separamos.
Sujetando a Sisi, no puedo evitar divertirme al ver que Marcello nos sigue
de cerca, con toda su atención puesta en nosotros.
—Relájate, 'Cello', no voy a follarme a tu hermana en un pasillo sucio. —
Le dirijo una mirada aburrida, aunque la idea tiene mérito... en un futuro.
Marcello aprieta los labios, sin responder a mi burla. En cambio, sigue
caminando, casi refunfuñando algo en voz baja.
—No soy tan indefensa como te imaginas —le dice Sisi—. Realmente no
lo soy, Marcello.
—Sólo me preocupo por ti, ¿ok? —admite a regañadientes—. Sé que no
he estado presente en tu vida y que mi comportamiento puede parecer un
poco... abrumador. Pero tengo las mejores intenciones en el corazón, Sisi.
Sisi se queda callada durante un minuto, con los dientes mordisqueando
su labio inferior.
—Gracias. Significa mucho que te preocupes —comienza mientras le
dedica una sonrisa trémula—, pero yo me encargo de esto. Por favor, confía
en que sé lo que estoy haciendo.
—De acuerdo —cede, aunque no parece más feliz por ello.
—Bien, me alegro de que hayamos terminado este capítulo de infelicidad
familiar. Ahora podemos centrarnos en las cosas más importantes... —Me
quedo sin palabras cuando nos detenemos.
Todo el ambiente es diferente aquí, y cuando nos detenemos ante la puerta
de cristal, me doy cuenta de que acabamos de subir de nivel.
La puerta tiene protección biométrica, lo que confirma que no se trata de
un espacio ordinario. Trayendo mi reloj inteligente a la vista, intento entrar en
el sistema, un poco desanimado cuando me doy cuenta de que es una red
cerrada y no puedo acceder tan fácilmente.
Como no soy de los que se desesperan, simplemente arranco el panel de la
puerta, inspeccionando rápidamente los cables. Tengo que admitir que mis
conocimientos de ingeniería son, en el mejor de los casos, rudimentarios, pero
se me conoce por haber hecho algún que otro cableado en mi vida. Así que
unos minutos de ensayo y error y la puerta está rota, es decir, abierta.
Sin embargo, tan pronto como entramos en el interior, la diferencia es
notable.
Esta sala es estéril, el olor a lejía impregna el aire. Casi parece un
laboratorio en su estado inmaculado.
Paredes blancas, suelos blancos y cuatro puertas eléctricas.
—Un callejón sin salida —comento al darme cuenta de que las puertas
son probablemente jaulas de algún tipo, cada una de ellas con una pequeña
abertura para poder comer.
—Esto parece un psiquiátrico —señala Marcello mientras camina por el
lugar.
De la nada, se oye un golpe contra una de las puertas, seguido de otros
golpes en cada una de las demás.
—Hay alguien adentro. —Se dirige Marcello a una de las puertas,
devolviendo el golpe para que sepan que estamos allí.
—Tenemos que averiguar cómo abrir estas puertas —digo mientras
estudio cada una por aparte, observando que se abren con tarjetas de
identificación biométricas.
—Supongo que tendremos que hacer una repetición de la otra puerta —
murmuro secamente cuando veo que no hay otra forma de abrirlas sin
romperlas. Así que me pongo a trabajar tranquilamente en la primera puerta,
sacando el cuadro eléctrico y jugando con los cables. Una vez que tengo una
combinación ganadora, todo es cuestión de repetirla para las otras puertas.
—Nunca dejas de sorprenderme —susurra Sisi mientras se pone de
puntillas para besar mi mejilla.
—Tienes que dejar de lado el contacto físico, chica del infierno. Sabes
que mi mente sólo puede hacer malabares con muchas cosas a la vez —
murmuro suavemente.
La verdad es que, cuando se trata de ella, mi mente no puede soportar
nada más que a ella.
—Vlad. —Escucho la voz de Bianca en el comunicador—. Creo que
hemos encontrado la zona principal. Hay una arena enorme aquí —continúa,
describiendo una arena del tamaño de un campo de fútbol, llena de múltiples
niveles para los espectadores.
—Maldita sea —murmuro, dándome cuenta de para qué sirve eso
exactamente.
De repente, los recuerdos de las pruebas a las que nos sometieron
resurgen en mi mente. Cómo Miles nos había enfrentado unos a otros.
El ganador se lo lleva todo.
Y me había vuelto tan adicto a conseguir su aprobación que había hecho
todo lo posible para ganar esas pruebas. Había matado, mutilado y torturado.
Nadie se había librado de mi singular propósito.
Conviértete en el mejor.
Recordar las cosas que hice para ganar su aceptación me eriza la piel.
Porque puede que ahora lo deteste con todo mi ser. Pero en algún momento
no lo hice. Lo admire.
—Nos encontraremos allí después de comprobar algo aquí —le digo,
explicándole brevemente lo que encontramos.
—Vlad —grita Marcello, con las cejas fruncidas mientras mira de puerta
en puerta—. Hemos abierto las puertas y, sin embargo, nadie ha intentado
salir —señala y yo frunzo el ceño.
—Tienes razón.
Sin ningún preámbulo, abro de un tirón la primera puerta,
sorprendiéndome al ver a una niña que no podría tener más de diez u once
años sentada al final de la habitación, con la espalda apoyada en la pared, con
los ojos muy abiertos mientras nos mira asustada.
—¿Qué...? —Sisi susurra al ver mejor a la niña.
Sorprendentemente, parece sana. De hecho, incluso sus ropas están
limpias, lo cual no es algo que hubiera esperado teniendo en cuenta lo que sé
sobre cómo Miles lleva a cabo sus experimentos.
Curioso por ver quién más está en las otras habitaciones, abro la siguiente,
y la siguiente, hasta llegar a la última.
Todas albergan a chicas pre adolecentes.
Todas menos la última.
Mis ojos se abren de par en par cuando veo a una pareja acurrucada junto
a una cama. El varón obstruye mi visión de la chica al colocarse frente a ella
en posición protectora.
—¿Nero? —El nombre se me escapa de la boca, pero incluso entonces sé
que no se trata de Nero.
Sus rostros son idénticos. Pelo negro corto y ojos azules. Pero este
hombre es más grande. Su cuerpo es el de un culturista profesional, su
musculatura empequeñece la de la chica que está detrás de él.
—Tú eres el hermano de Nero —digo.
El que supuestamente murió hace veinte años.
—¿Nero? —Su voz difiere completamente de la de Nero también. Hay
una ronquera en ella, como si hubiera estirado sus cuerdas vocales al extremo.
—Nerón... —repite, sus rasgos se nublan como si tratara de recordar algo
largamente olvidado.
—Que me maldigan —murmura Marcello cuando ve al hombre, él
también se da cuenta de que es casi idéntico a Nero.
—Es su hermano gemelo —añado yo con mala cara—. Sisi, por favor, no
te acerques. —Estiro la mano para que no se acerque, reconociendo la postura
protectora que tiene sobre su mujer y sabiendo que puede ser peligroso si cree
que somos una amenaza.
—Está bien —empiezo, haciéndole un rápido resumen de quiénes somos
y de que vamos a ponerlos a salvo.
—¿Hermano? —pregunta, frunciendo el ceño—. ¿Mi hermano?
—Sí, Nero es tu hermano. Pensó que habías muerto hace años —le
explico.
Pero entonces una vocecita grita por detrás de él.
—¿Somos libres? ¿Podemos irnos? —pregunta la niña, asomándose
lentamente por encima de su hombro.
—Shh —el hermano de Nero se vuelve hacia ella—, no sé si podemos
confiar en ellos, Bia mia. Sabes que nunca te pondría en peligro.
Su voz es completamente diferente cuando se dirige a ella. Más suave,
más cálida.
Llena de amor.
—No te pasará nada. Te lo juro. En estos momentos estamos evacuando
todo el recinto. —Me siento obligado a explicar.
—Por favor, T —continúa, y veo que su mano se extiende para acariciar
su hombro, ese único toque lo hace incapaz de rechazarla.
—Si se te ocurre engañarnos, morirás por mis puños. —Se vuelve hacia
mí, con la mirada seria.
—De acuerdo. —Me encojo de hombros.
Ya me estoy inquietando al pensar en el inminente encuentro con Miles,
mis sienes palpitan al imaginar cómo voy a drenar la vida de él, lenta y
dolorosamente.
El hombre ayuda a la chica a sentarse, y lo primero que noto es el
pequeño bulto que ella acunando con las manos, su postura protectora
mientras da un paso cauteloso hacia nosotros.
Cuando la luz le da en la cara, me quedo helado.
Cabello oscuro que le cae por la espalda y le llega hasta las rodillas, piel
pálida que casi parece translúcida bajo la cruda luz de neón y los ojos oscuros
que veo cada vez que me miro en el espejo.
—¿Katya? —Me tiembla la voz al pronunciar esa palabra—. ¿Katyusha?
Parpadea lentamente, sus ojos se centran en mí como si no reconociera
quién soy.
Sin embargo, sus rasgos son idénticos a los de la Katya que conocía. La
Katya de hace diez años.
Sus labios tiemblan, sus ojos brillan cuando da un paso adelante.
El hombre, al notar el cambio en ella, se adelanta instintivamente para
colocarse entre nosotros.
—No, T. Lo conozco —dice ella en voz baja—. Lo conozco... —continúa,
con la voz quebrada en un sollozo—. Es mi hermano.
—¿Hermano? —pregunta el gigante, volviéndose hacia mí y
evaluándome detenidamente por primera vez—. ¿Vlad? —pregunta y yo
asiento con la cabeza, sorprendido de escuchar mi nombre saliendo de sus
labios.
—Vlad. —La voz de Katya resuena mientras sigue avanzando.
Lentamente, muy lentamente, se acerca a mis brazos, que la abrazan con
rigidez.
Katya. Mi hermana está viva.
—¿Cómo...? —Me quedo sin palabras por primera vez al mirarla.
No tiene mal aspecto. Ciertamente no es como me la hubiera imaginado si
la hubiera encontrado.
Pero hay un aspecto sombrío en sus ojos que ha sustituido el ambiente
juvenil de antes.
Parece desgastada, hastiada y demasiado vieja para sus veintiséis años.
—Estas aquí para sacarnos de aquí. —Respira ella, con un atisbo de
esperanza brillando en sus ojos—. T —se vuelve hacia el hombre—,
realmente vamos a ser libres —dice antes de volver a él, los sollozos sacuden
su cuerpo mientras cierra los brazos alrededor de su enorme estructura—. Lo
logramos.
—Oh, Bia mia —le acaricia suavemente el pelo—, lo logramos —susurra
mientras sigue abrazándola.
Una suave mano se desliza entre las mías, sacándome de la dulce escena
que tengo delante.
Sisi apoya su cabeza en mi hombro y sus dedos se estrechan sobre los
míos.
—Lo conseguiste, Vlad —su voz está tan llena de emoción, y una mirada
a su rostro me dice que está al borde de las lágrimas—, la encontraste. —Me
regala una sonrisa que podría rivalizar con el sol en su intensidad.
Y por primera vez siento que mi pecho se dilata, que el alivio inunda cada
célula de mi cuerpo.
—Lo hice —respondo—, nosotros lo hicimos —rectifico, porque ella ha
estado conmigo en todo momento.
Sin querer arriesgar su seguridad más de lo necesario, llamo a Enzo para
que envíe un equipo a evacuarlos, diciéndole que tenga especial cuidado con
ellos porque son de la familia.
Una vez que los hombres llegan a nuestra ubicación, los entrego con la
promesa de que nos pondremos al día más tarde, y que todo se solucionará.
Solos una vez más, nos dirigimos a la arena.
Capítulo 35
Assisi

Me duele el alma por Vlad al ver su expresión llena de confusión. La


forma en que estoy segura de que está más que feliz de haber encontrado a su
hermana, pero incapaz de mostrar el sentimiento.
Un sinfín de emociones cruzan su rostro, como si no supiera con cuál
quedarse, la sensación es totalmente desconocida.
Pongo mi mano en la suya y hago todo lo posible por reconfortarlo, por
hacerle saber que estoy a su lado con mi presencia.
Todo lo que hemos visto hasta ahora ha sido desgarrador, pero hay luz al
final del túnel, y al ver a Katya, con sus rasgos tan parecidos a los de Vlad, sé
que saldremos adelante. Ella podría ser la última pieza para curar su alma
fracturada.
Después de entregar a Enzo y su gente a las personas que habíamos
encontrado, continuamos en silencio hacia la arena, donde nos esperan Bianca
y Adrián.
Ya ni siquiera sé qué esperar. No después de lo que había presenciado
desde que bajé de ese barco, la tortura y el sufrimiento albergados aquí dentro
más allá de lo que hubiera podido imaginar. Las imágenes de esos niños
muertos cubiertos de moscas y devorados por los gusanos se quedaron
grabadas en mi retina, y no creo que las olvide pronto.
Sólo por eso, espero que Vlad le dé a Miles lo que se merece.
La peor muerte posible.
Aprovechando que mi hermano se adelanta, me inclino rápidamente hacia
Vlad para susurrarle.
—Lo hiciste genial—. Lo elogio suavemente, sabiendo que él no había
sabido exactamente cómo reaccionar, el abrazo que había compartido con su
hermana rígido e incómodo.
—Ella no se veía mal —responde, casi mecánicamente—. Se veía mucho
mejor de lo que esperaba encontrarla.
Asiento con la cabeza. Yo también me había sorprendido de verla con un
aspecto tan saludable.
—Está embarazada —comento—. ¿Crees que ese hombre es el padre?
No había sido difícil adivinar que había algo entre el gigante y Katya, no
con la forma en que estaba dispuesto a defenderla con su vida. Pero toda la
premisa del cautiverio parece antitética con un romance en ciernes.
—No estoy seguro —responde Vlad—. No sé a ciencia cierta cuál era el
propósito de esa zona, sobre todo porque los otros prisioneros eran todos
menores de doce años. Pero tengo una idea —añade sombríamente.
—Crees que los estaba apareando —digo lo que él ya había teorizado
meses antes. Porque, aunque Katya no tenía la condición de Vlad, podría
haber sido portadora de ella.
—Sí. Y es mucho más plausible que el hermano de Nero fuera utilizado
como donante de esperma, ya que tiene la condición.
—Pero eso significaría... —Me detengo, la idea me horroriza.
—Sí. Eso significaría que este no es su primer embarazo.
Han pasado casi diez años. No quiero ni imaginar por lo que ha pasado y
cuántos hijos ha perdido por culpa de ese monstruo. Habiendo pasado yo por
algo similar, sé el hueco que produce en el alma la pérdida de un hijo. Pero
hay un mundo de diferencia al comparar nuestras situaciones, y mi corazón
llora por lo que ella debe haber pasado.
Repasando las posibles teorías, cada vez está más claro por qué Miles
recurriría a portadores del gen para sus incubadoras humanas en lugar de a
personas que realmente tuvieran la mutación.
—Como son tan raros, Miles no desperdiciaría su potencial de esa
manera. No cuando, para empezar, ya tenía escasez de personas para incluir
en sus experimentos —explica Vlad.
Miles se quedaba con las chicas con la mutación para sus experimentos y
criaba a las que tenían el gen portador. Eso también explicaría las diferencias
en el tratamiento de las primeras frente a las segundas. Porque a pesar de
todos los traumas que Katya había soportado, las condiciones en las que vivía
podían considerarse lujosas en comparación con las demás.
Esto debería ser un crimen contra la humanidad.
No puedo evitar estremecerme cuanto más pienso en los horrores que han
visto estas paredes, y en todo el sufrimiento que han absorbido de todos los
niños inocentes que han vivido y muerto aquí.
No tardamos mucho en llegar hasta Bianca y Adrián, que esperan frente a
una puerta.
—¿No han entrado? —pregunta Vlad.
Ella niega con la cabeza.
—No sabíamos qué esperar, ya que es una zona abierta enorme —hace
una mueca—. Sin embargo, lance una mini cámara móvil para obtener
algunas imágenes.
Saca una pequeña tableta de su bolso y nos muestra el vídeo del interior.
—Hay cámaras por todas partes. —Señalo con el dedo, sorprendida al ver
que no se trata de un simple circuito cerrado de televisión. No, se trata de
cámaras grandes y profesionales totalmente equipadas con luces de anillo y
altavoces.
Hay escaleras a cada lado de la sala que llevan al campo principal.
Alrededor, veo una zona de asientos para los espectadores, y me doy cuenta
de que esto es exactamente como una arena.
—Está transmitiendo los eventos —comenta Vlad—. Inteligente —sonríe
a su pesar—. Como se trata de pruebas de vida o muerte, sin tener en cuenta
el hecho de que la mayoría son niños compitiendo entre sí, muchas personas
en la web oscura pagarían mucho dinero para verlos.
—¿Pero cómo vamos a entrar? Bianca tiene razón en que está demasiado
abierto. Podrían atacarnos por todos lados —pregunta Marcello, frunciendo
los labios.
—Déjame eso a mí.
Vlad ni siquiera espera a que le respondamos mientras empuja la puerta,
casi baja volando las escaleras y entra a grandes zancadas en la arena hasta
situarse en el centro del campo.
—Cuánto tiempo sin verte, Miles —grita.
Ni siquiera lo pienso mientras lo sigo, con mi hermano y el resto
pisándome los talones.
Y justo cuando llegamos al lado de Vlad, toda la arena cobra vida. Los
grandes focos que habíamos visto antes parpadean, y la luz invade todos los
rincones de la arena.
—Bienvenidos, bienvenidos —resuena una carcajada en los altavoces.
Vlad gira la cara hacia una gran cabina de la derecha, con una sonrisa
retorcida en los labios.
—Supongo que sabes por qué estoy aquí. —Vlad lo desafía, con la
barbilla levantada y los ojos como dos rendijas mientras se concentra en ese
lugar en particular.
—Hubiera preferido que este encuentro se produjera en otros términos —
retumba la voz de Miles—, pero no soy nada si no me adapto.
—Puede que te resulte difícil adaptarte a mis puños —murmura Vlad con
sorna.
—Ah, pero cómo echaba de menos ese malvado sentido del humor, Vlad.
Llevo años esperando este encuentro. Has resultado ser tal y como predije.
Invencible —bromea con orgullo.
—No exactamente —Vlad sonríe—. Hiciste todo lo posible para quitarme
toda la humanidad que tenía. Lamentablemente, no funcionó del todo.
Después de todo, estoy aquí.
—Aunque te tomo bastante tiempo —comenta Miles a través de los
altavoces.
Los puños de Vlad están apretados a su lado, y sé que Miles toca una fibra
sensible en él.
—Me remito a mi evaluación inicial, Vlad. Tus especificaciones son
impresionantes, pero siempre ha habido una cosa que te impide alcanzar la
perfección —continúa Miles—, tus insignificantes apegos. Pensé que tu
hermana era la clave para romper eso, y durante un tiempo vi realmente mi
éxito en ti. Pero tenías que seguir por el camino sin retorno —dice.
Es extraño, pero su forma de hablar me recuerda mucho a Vlad. Y no soy
la única que lo nota, ya que los demás miran a Vlad de una forma extraña.
—Vanya —subraya Vlad el nombre de su hermana, con la mandíbula
apretada por la tensión—. ¿Qué le hiciste?
Más risas.
—¿Qué le hice? —Miles se ríe—. ¿No te gustaría averiguarlo? Quién
sabe... —se interrumpe, la diversión es clara en su voz—, puede que incluso
tenga el vídeo.
—Vlad —me siento obligada a ir a su lado.
Porque sé leerlo mejor que nadie. Puedo ver detrás de su pulida fachada y
dentro de su alma torturada. Y sé que en este momento hay mares turbulentos
detrás de sus ojos oscuros, su control amenaza con romperse.
—Respira —lo insto, con voz suave, mientras le pongo una mano en el
brazo—. Respira —repito cuando parece que no me ha escuchado.
Pero poco a poco, muy poco a poco, su respiración se regula, la tensión se
alivia gradualmente a medida que vuelve a enfocar el mundo.
—Gracias —susurra en voz baja, con la mirada fija en la cabina
iluminada.
—Tengo un trato para ti. —Miles sale y una pantalla cobra vida detrás de
nosotros.
Me doy la vuelta y jadeo cuando veo la imagen en la pantalla.
Vlad y Vanya.
Ambos están acurrucados en una pequeña y sucia celda, con los ojos
desafiantes mirando a la cámara.
—¿Qué quieres? —Vlad aprieta los dientes.
—Muy sencillo. Quiero verte luchar contra mi mejor soldado. Una última
prueba. —Hay una diversión enfermiza en su voz—, si ganas, el vídeo es
tuyo. Si no lo haces... bueno, no lo haces.
Vlad frunce el ceño.
—¿Eso es todo?
—Pero... —Miles se detiene, con un tono travieso en su voz—, no hay
armas para ti. Tampoco equipo antibalas —continúa y yo me quedo quieta.
¿Sin armas? ¿Nada?
—Tienes un trato. —Vlad se apresura a responder, y ya está trabajando en
los botones de su camisa antes de tirarla al suelo. Hace lo mismo con el
chaleco antibalas. Se quita todo menos los calzoncillos.
—Sin armas —levanta los brazos para señalar.
—Vlad. —Tomo su mano entre las mías—, es demasiado peligroso. Ni
siquiera sabes contra quién estás luchando —intento suplicarle.
Porque una cosa está clara. Esta es otra de las pruebas de Miles. Y temo
que sea demasiado.
—No te preocupes por mí, chica del infierno. Sabes que no hay nadie que
pueda vencerme.
—No hay armas, Vlad. Para ti. Eso significa que él puede tener armas.
¿Cómo es eso justo?
—Miles es todo menos justo. Confía en que estaré bien —dice, quitando
mi mano de la suya.
—Cuídala —asiente a Marcello antes de alejarse a grandes zancadas.
Sólo puedo ver con estupefacción cómo corteja abiertamente a la muerte.
¿Y para qué? ¿Un vídeo para abrir sus heridas en carne viva de nuevo?
—Vlad. Sisi tiene razón. Esto es una locura. ¿Realmente necesitas ese
video? Sabes que él la mató. Debería ser suficiente —intenta argumentar
Marcello.
Una sonrisa ladeada aparece en el rostro de Vlad, la mitad de su cara
oscurecida por el juego de sombras.
El blanco de sus dientes brilla, sus caninos aún más acentuados por la
iluminación sesgada. El cambio es inmediato.
El depredador ha vuelto.
—Yo necesito saberlo —responde Vlad con brusquedad, el peligro
reflejado en sus ojos es inconfundible.
Y así, sin más, lo sé.
—Vamos —les hago un gesto para que se dirijan a las gradas, con los ojos
todavía puestos en el cuerpo casi desnudo de Vlad—. Confíen en él —les
digo cuando los veo dudar.
—Sisi... —gime mi hermano, pero rápidamente sacudo la cabeza.
—Piensa en esto —intento ser lo más racional posible—. Tus hombres
vienen hacia acá. De hecho, mientras hablamos están de camino hacia acá. Si
ocurriera algo —hago una pausa, porque no puedo imaginar que le ocurra
algo a Vlad. Ni ahora ni nunca—. Nos cubrirán las espaldas.
—Bien... —acepta a regañadientes, y todos nos dirigimos a la zona de
asientos de la arena.
Con las manos en el regazo, hago todo lo posible para no mostrar lo
mucho que me preocupa este combate. Porque, aunque mi confianza está
totalmente depositada en Vlad y sus habilidades, estamos hablando de Miles.
El mismo Miles que ha estado eludiendo a Vlad durante los últimos diez años.
Seguro que tiene algo bajo la manga, y sé que va a jugar sucio.
Solo en medio del campo, Vlad parece un guerrero bárbaro con su cuerpo
entintado y sus músculos ondulados.
—No sabía que llevaba eso bajo la ropa. —Incluso Adrián comenta, con
admiración en sus ojos.
La verdad es que el cuerpo de Vlad es una obra de arte. No tiene ni un
gramo de grasa, cada músculo está definido, y algunos se destacan mejor por
la presencia de la tinta negra sobre su piel pálida. Los tatuajes lo hacen
parecer aún más peligroso si se presta atención a los detalles: las escenas de
guerra bellamente representadas en su carne, los demonios luchando por salir
de él y asediar el mundo.
Y mientras lo veo adoptar su postura, sé que está listo para desatarlos
sobre quienquiera que Miles envíe.
—Va a ganar —afirmo con seguridad.
—Por supuesto que va a ganar —resopla Bianca—. El tipo es una
máquina de guerra. No creo que haya nadie que pueda superarlo —se detiene
bruscamente cuando las puertas de la arena se abren para revelar al oponente
de Vlad.
—Creo que me he expresado mal —corrige, parpadeando sorprendida
ante el recién llegado.
Cuando se adentra en la arena, lo veo bien.
Es enorme.
Eso es lo primero que pienso al ver su monstruosa figura. Mientras que la
complexión de Vlad es musculosa pero delgada, su oponente parece tener los
músculos llenos de aire.
Pero no es su aspecto lo que me asusta. Es lo que lleva puesto.
Toda la zona del pecho está cubierta por una especie de armadura con
púas que sobresalen del interior. Parece que la armadura cubre todos los
puntos débiles de su cuerpo, lo que le hace realmente indestructible.
Lleva un hacha de combate en cada mano, y las blande como si fueran
una parte más de su cuerpo.
—Dios mío —se me escapan las palabras.
Parece cualquier cosa menos humano mientras avanza. Y cuando lo veo
mejor, me doy cuenta de que tiene la misma mirada perdida que los soldados
con los que luchamos antes.
—¿Cómo puede pasar esa armadura? —Bianca sacude la cabeza,
haciéndose eco de mis propios pensamientos.
Hay muy pocos puntos abiertos en la armadura donde las piezas se juntan.
Pero aparte de eso, no hay absolutamente ningún lugar en el que Vlad pueda
golpear sin herirse primero.
El guerrero sonríe a Vlad, y entonces me doy cuenta de que lleva algo
más bajo la axila.
Un casco.
—Dios mío —no puedo evitar que mi cuerpo empiece a temblar, con la
ansiedad pegada a mí como una segunda piel mientras miro entre Vlad, casi
desnudo, y el recién llegado, completamente armado.
Se pone el casco, y al igual que su armadura, tiene púas por toda la
superficie superior.
—Creo que nunca he visto una armadura así —señala Adrián, frunciendo
el ceño ante la pieza de metal.
—Debe ser pesada, ¿no? —pregunto, con los ojos clavados en la arena.
Cuando están de acuerdo, continúo—. Entonces Vlad tiene la ventaja de la
velocidad. Estoy segura de que puede resolver algo. Ya lo conoces —me doy
media vuelta, con una débil sonrisa en los labios—, es imbatible.
—Ojalá pudiera compartir tu entusiasmo, Sisi —comenta mi hermano,
con rasgos sombríos.
En el momento en que ambos están a pocos metros de distancia, la batalla
ya ha comenzado.
Hago lo posible por distinguir la expresión de Vlad, curiosa por saber qué
opina de su oponente. Pero entonces recuerdo.
Él no conoce el miedo.
Y entonces mi ansiedad se dispara, porque no quiero que tenga una
confianza temeraria. No frente a eso.
Dan vueltas alrededor del otro, y Vlad parece evaluarlo, sus ojos recorren
la armadura en lo que sólo puedo suponer que es un intento de encontrar un
punto débil.
—¿Cómo se puede luchar contra algo así...? —Bianca murmura,
acercándose a su esposo.
—No creo que lo hagas —contesta él con gesto adusto.
Sus palabras me preocupan, ya que tiene años de experiencia como
luchador clandestino. Así que si alguien puede medir las probabilidades del
combate sería él.
Sin embargo, cuanto más habla, más me agito.
Cálmate.
Cerrando los ojos, respiro profundamente.
Estamos hablando de Vlad. No sólo es físicamente imbatible, sino que
también es un genio. Y si alguien puede vencer al tipo acorazado sin armas,
sin duda es él.
El gigante carga primero contra él, clavando su cuerpo acorazado en él y
esperando penetrarlo con las púas. Vlad es, en efecto, más rápido y se agacha,
rodando por el suelo hacia los pies del hombre.
Agarrando sus tobillos, una de las únicas zonas no cubiertas por las púas,
flexiona sus músculos para lanzar al hombre hacia delante.
Toda la cara de Vlad se enrojece por el esfuerzo, y por mucho que el
gigante lucha por zafarse de su agarre, no puede. En cambio, observo aturdida
cómo Vlad utiliza su fuerza antinatural para levantarlo del suelo lo suficiente
como para catapultarlo hacia delante.
El gigante pierde el equilibrio y el impulso le hace caer de cara, con el
casco golpeándole la cara desde dentro. Sin duda, al contacto con el suelo, las
púas también reverberan por todo su cuerpo. Se tambalea de dolor, intentando
levantarse lentamente.
—No puede ser —maldice Bianca.
—¿Cuánto crees que pesa ese hombre? —pregunto, aún conmocionada
por lo que acabo de presenciar.
—Por lo menos cuatrocientas libras. Más con la armadura —Marcello
murmura una respuesta, con los ojos fijos en la pelea, su expresión muestra el
mismo tipo de asombro que estoy sintiendo.
—Lo que me desconcierta es el ángulo —comenta Adrián—, ese fue un
lanzamiento infernal.
—Te dije que podía hacerlo —repito, mi confianza es más fuerte que
antes.
Él puede hacerlo.
Justo cuando el hombre intenta levantarse, Vlad salta rápidamente y
consigue arrebatarle una de las hachas de batalla al gigante.
—Ahora están un poco más igualados —dice Bianca, con los ojos
clavados en el centro de la arena.
Esta vez, es Vlad quien aborda a su oponente, irrumpiendo en él con el
hacha en alto. El otro hombre esquiva el golpe e intenta asestar uno de los
suyos al cuerpo de Vlad.
Los movimientos están sincronizados, ya que uno golpea y el otro desvía,
hacha contra hacha. Aun así, puedo ver que el otro hombre está intentando
acercar a Vlad a él para que pueda ser aplastado por su armadura.
Pero mientras continúan el duelo, está bastante claro que sus habilidades
están a un nivel similar en esa área.
—Puedes hacerlo —susurro, una oración para ayudarle a ganar.
La batalla continúa con Vlad manteniendo una cómoda distancia, pero sin
dejar de golpearlo con su hacha. Sin embargo, un movimiento en falso y el
hacha del gigante pasa justo al lado del brazo de Vlad, la hoja roza la piel lo
suficiente como para arañarla y sacar sangre.
Con el corazón en la garganta, no puedo evitarlo y me pongo de pie, con
las manos juntas en una oración.
Una sonrisa cruel aparece en el rostro de Vlad mientras sus dedos rozan la
sangre de su hombro y se la lleva a los labios.
El gigante ladea la cabeza como si tratara de entender lo que está
haciendo. Y justo en ese momento Vlad ataca.
Es tan rápido que resulta casi irreal, ya que golpea con el hacha justo en la
base del cuello del hombre. Pero en lugar de tratar de romper la armadura,
hace algo más. Enclava la hoja justo donde el casco se une a la armadura del
pecho, y moviéndola, aplica la fuerza suficiente para levantar un poco el
casco.
Se estira, retira la hoja y gira en un movimiento cegador que incluso a su
oponente le cuesta seguir.
Cambiando de mano, coloca el hacha en su mano izquierda, distrayendo
al hombre con la derecha mientras repite el golpe. Esta vez, el impulso le
sirve para enviar el casco por los aires.
El hombre lanza un grito de guerra, con los ojos muy abiertos y
enloquecidos, mientras carga sin más contra Vlad.
Observo con atención la expresión de Vlad, y me fijo en la forma en que
sus labios se curvan, sus ojos se arrugan con diversión.
Él está disfrutando esto.
El hombre se le echa encima justo cuando Vlad lanza el hacha a un lado, y
la fuerza la impulsa hacia algún lugar de las gradas. Luego, con la mano,
extiende las palmas abiertas sobre los hombros del gigante, incluso cuando las
púas buscan romper su piel.
Se me escapa un grito ahogado ante la visión.
Pero él sabe lo que hace.
Con las manos sobre los hombros, se eleva en el aire. En un momento está
haciendo una parada de manos sobre los hombros del hombre, las púas
entrando en sus manos, la sangre saliendo lentamente de las heridas, y al
siguiente está detrás de él, haciendo un giro en el aire y aterrizando espalda
con espalda con el hombre.
Pero esta vez, consigue agarrar el cuello del gigante en el espacio entre la
axila y el codo, presionando justo en la zona desprotegida del cuello.
Sus alturas son similares, pero a medida que Vlad aumenta la presión
sobre el cuello del hombre, éste comienza a doblarse hacia atrás, siguiendo
los movimientos de Vlad.
Observo la ligera curvatura de la comisura de su boca, la forma en que
empieza a caminar lentamente, arrastrando el cuerpo del gigante con él.
Todo es un juego.
Todo era un juego. Estoy casi segura de que se dejó golpear para hacer
creer al otro hombre que iba a caer y así ganar una ventaja sobre él.
El gigante sigue luchando, el agarre de Vlad en su cuello es demasiado
fuerte para permitir cualquier movimiento.
Arrastra su cuerpo agitado en un círculo alrededor de la arena en un lento
“jodete” a Miles. Volviendo al centro, mira a la cabina mientras simplemente
aprieta con fuerza, el cuello se rompe, los movimientos del hombre se
detienen.
Sin embargo, en lugar de dejar que el cuerpo caiga al suelo, coge el hacha
que el hombre había dejado caer y, agarrándolo por el pelo, procede a cortar
la cabeza del cuerpo.
Tres golpes, es todo lo que necesita para que la cabeza se desprenda del
cuello, la sangre fluye hacia el suelo.
—Ew —Bianca frunce la nariz con asco.
Girando el brazo hacia atrás, Vlad se inclina hacia atrás antes de lanzar la
cabeza con toda la fuerza que puede reunir hacia la cabina donde está Miles.
El cristal se rompe al ser atravesado por la cabeza.
—Vlad —grito, pero no me escucha.
En cambio, camina lentamente, pero con atención, hacia la cabina. Todo
su cuerpo está en tensión, la adrenalina corre por sus venas y lo hace aún más
imprevisible que su reputación.
Quiero ir hacia él, pero Marcello me retiene, sacudiendo la cabeza y
diciéndome que lo deje ocuparse de él.
Y cuando vuelvo la cabeza en dirección a Vlad, lo veo trepar por la pared,
utilizando diferentes cables para mantener el equilibrio hasta llegar a la
cabina.
Con su puño, rompe más cristales hasta que puede entrar. Pero no entra.
No, mete la mano dentro de la cabina, agarrando un trozo de material antes de
lanzar un cuerpo fuera.
—¿Qué...? —me quedo con la boca abierta mientras miro fijamente lo que
acaba de ocurrir.
Hay un hombre en el suelo de la arena. Un hombre pequeño y viejo que
tiene la sonrisa más retorcida que he visto nunca. Incluso mientras lucha por
levantarse del suelo, con la sangre ya brotando de una herida en la cabeza,
sonríe arrogantemente a Vlad.
Saltando de la cabina, los ojos de Vlad están completamente vidriosos
mientras se dirige a quien supongo que es Miles.
—Tenía razón —empieza el hombre—, tú eres mi pequeño milagro.
—Dime —Vlad gruñe mientras mantiene su ritmo, avanzando lentamente,
con los ojos completamente centrados en Miles—. Dime —repite con una voz
mortal que debería hacer temblar a la gente.
En lugar de eso, sólo hace que Miles se ría más, mirando a Vlad con una
mezcla de asombro y satisfacción.
—Eres mi mayor logro —dice, con los ojos brillando de ilusión.
—Y tú serás mi mayor asesinato —se burla Vlad, con las fosas nasales
encendidas mientras da un paso más, con los brazos en tensión, las venas
sobresaliendo, los músculos tensos.
—¿En serio? —Miles arquea una ceja—. ¿Sin averiguar qué le pasó a tu
hermana? —se ríe, y ese sonido enfermizo ya me pone de los nervios.
Quiero llegar yo misma y matarlo por todo lo que le ha hecho pasar a
Vlad. No se merece más que la peor tortura imaginable por todo lo que ha
hecho.
Mi propia sangre hierve mientras no puedo esperar a ver cómo encuentra
su final.
—Tú la mataste —Vlad escupe las palabras, y siento su rabia como la mía
propia.
—No, Sisi —Marcello me agarra con fuerza del brazo cuando intento ir
hacia él de nuevo—, deja que lo vea —me dice con la cabeza.
Pero justo cuando estoy a punto de decir algo, la risa maníaca de Miles
resuena en toda la arena, el eco reverbera por todos los rincones.
—¿Yo? Piénsalo otra vez —su boca se tuerce con arrogancia, justo
cuando levanta la mano, con un pequeño mando a distancia en sus manos.
Las puertas de la arena se abren de nuevo, y esta vez entran cinco
soldados. Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de que Miles nunca
tuvo la intención de decirle nada a Vlad. Simplemente quería probar sus
fuerzas.
—Estás muerto —amenaza Vlad cuando ve entrar a los demás en la arena.
—Me pregunto... —Miles bromea mientras pulsa un botón del mando a
distancia.
La pantalla vuelve a cobrar vida, la imagen de antes es ahora un vídeo.
Todos nos giramos para mirar la pantalla mientras los acontecimientos
comienzan a reproducirse. Lo que antes eran dos niños consolándose en la
oscuridad pronto se convierte en la escena más espantosa que he presenciado
nunca.
Las lágrimas se abren paso por mis mejillas al ver a Vanya caer al suelo,
con el cuerpo golpeado y maltrecho, con un enorme agujero en el pecho que
gotea sangre.
Pero mi corazón duele aún más por el chico que está a su lado. El que está
sujetando su corazón aún palpitante, aplastándolo en su agarre... toda la
sangre se escurre hacia el suelo.
Sus ojos están completamente vacíos mientras mira su cadáver, mientras
simplemente se lleva el corazón a los labios, su boca se cierra sobre el órgano
mientras lo muerde.
—Qué demonios —oigo la voz de Marcello detrás de mí.
Bianca y Adrián dicen algo, pero yo sólo puedo mirar los acontecimientos
que se reproducen en la pantalla.
—No... No... —La voz de Vlad llega a mis oídos mientras él también mira
fijamente la pantalla, con los ojos muy abiertos y la boca colgando de
sorpresa—. No puede ser...
—Es falso. Tiene que ser falso —susurro, aunque sé que es real—. Oh,
Vanya, ¿qué paso? —se me quiebra la voz al darme cuenta de que esto bien
podría ser el final.
Vlad cae de rodillas, su cuerpo entero tiembla, un fuerte aullido se escapa
de sus labios.
—Suéltame, Marcello. Necesito estar con él.
Tengo que estar con él.
Porque siento su dolor como propio, y todo mi ser tiembla de angustia.
Sus facciones se echan hacia atrás de tanto dolor, sonidos tortuosos se
escapan de sus labios mientras se lleva los puños al pecho, golpeándolos
fuertemente contra su caja torácica.
Sé lo que está haciendo. Intenta castigarse a sí mismo.
No puedo permitírselo.
—Suéltame, por favor. No lo entiendes —intento separarme de mi
hermano, sabiendo que cada segundo es importante.
Hay una urgencia dentro de mí, una reacción instintiva porque sé que esto
sólo puede acabar de una manera.
—No, Sisi. Es demasiado peligroso. Es demasiado peligroso.
Sacudo la cabeza, mis miembros tiemblan.
A él le duele, a mí me duele.
—No, Marcello. Necesito llegar a él. Necesito llegar a él antes de que...
—las palabras mueren en mis labios al ver el cambio repentino. El cambio
que sabía que iba a llegar.
No.
—No —susurro, todo mi corazón se rompe al verlo ceder a esta pena y
abrazar la oscuridad—. No, Vlad, por favor, no —continúo, aun sabiendo que
ya es en vano.
No queda nada detrás de sus ojos.
Nada.
Se ha ido.
Se me escapa un jadeo al darme cuenta de la inmensidad de lo que ha
ocurrido, de lo que seguirá ocurriendo. Se encerrará en sí mismo hasta
perderse por completo.
—¡Suéltame! —grito, con la desesperación clavada en mí mientras veo
que se levanta lentamente, con el depredador que lleva dentro despierto y listo
para la sangre.
Y sólo tarda unos pocos pasos en alcanzar a Miles, rodeando su cuello con
una mano mientras la otra se aferra a su cabeza.
Incluso la mirada de Miles está ahora llena de horror al darse cuenta de lo
que ha desatado.
Un poco de presión de sus dedos y su cuello se dobla hacia un lado, sus
ojos muertos al mundo. Igual que él. Pero Vlad no se detiene. No, eso no es
correcto. Este Vlad no se detiene.
Continúa dándole la vuelta a la cabeza hasta que las vértebras están todas
rotas, un colgajo de piel es lo único que mantiene la cabeza unida al resto del
cuerpo.
Apoyando su rodilla en los hombros, tira de la cabeza hasta que incluso la
piel cede, la sangre sale a borbotones y salpica todo el cuerpo desnudo de
Vlad.
—¿Qué...? —Adrián se queda boquiabierto mientras él y Bianca
contemplan esta muestra de salvajismo.
Excepto que no termina.
Coge la cabeza de Miles y la aplasta contra el suelo hasta que el cerebro
queda esparcido por el suelo, el cráneo roto en millones de pedazos.
Es pura fuerza y brutalidad.
No queda humanidad.
Siento que no puedo respirar al verlo así.
El sudor y la sangre se adhieren a su piel, sus ojos oscuros e inflexibles, y
en algún lugar de mi corazón lo sé.
Le perdí.
Todo mi mundo se derrumba al comprender todas las implicaciones, y una
vez más intento liberarme.
Vlad ya ha centrado su atención en los recién llegados, con una sonrisa
brutal en su rostro ensangrentado mientras se acerca a ellos.
Atacan con toda su fuerza, todos a la vez. Pero nadie tiene ninguna
posibilidad. No cuando él se mueve el doble de rápido, con su sed de sangre
como único impulso para continuar.
Agarra la cabeza de una chica y la golpea repetidamente contra la pared
hasta que su rostro queda irreconocible. Alguien intenta abordarlo por detrás,
pero incluso en esta neblina que cubre su mente, sus sentidos son agudos y se
aparta fácilmente, esquivando el ataque.
Dejando caer el cuerpo de la chica al suelo, comienza a golpear al hombre
que se atrevió a molestarlo.
Este baño de sangre sigue y sigue.
Nunca se detendrá.
Instigada por la pura desesperación recubierta de una desolación que me
toca la fibra sensible, doy un último empujón, empleando todas mis fuerzas
en liberar mi brazo. No espero a que Marcello reaccione mientras corro hacia
él.
Espera por mí.
Donde él va, yo voy. Si él va, yo voy.
Corro hacia él con todas mis fuerzas, pero ni siquiera eso es suficiente ya
que los brazos me rodean, reteniéndome.
De repente, Bianca y Adrián también están a mi lado, y Vlad, al ver que
no hay más víctimas para él, dirige su mirada enloquecida hacia nosotros.
—Tenemos que acabar con él. —Bianca sacude la cabeza, con su arma en
alto y lista para disparar.
—¡Por favor, no! —Consigo gritar, pero todo es en vano.
Vlad ya está arrancando el arma de sus manos, tirándola, con las manos
en su garganta mientras la levanta en el aire.
—¡Vlad, no! —Le suplico, aunque sé que no puede escucharme.
Adrián se le echa encima inmediatamente, consiguiendo a duras penas
apartarlo de Bianca, cogiéndola en brazos y alejándola de él. Un disparo
resuena en el aire, y no sé quién golpeó a quién.
No me importa.
Puede que me convierta en una persona horrible, pero no lo hago. Sólo me
importa una cosa.
Él.
—Déjame ir con él. Puedo hablar con él. —Vuelvo mis ojos llenos de
lágrimas hacia Marcello, intentando que entre en razón.
—Está fuera de control, Sisi. Es demasiado peligroso. Te matará. —Su
voz es grave cuando responde, su mirada en Vlad mientras examina sus
movimientos, alejándonos lentamente de él.
—No lo hará. —Sacudo enérgicamente la cabeza—. Realmente no lo
hará—.
—Ya no es el Vlad que conoces, Sisi. Se ha... ido.
—No lo hagas —jadeo, mi estómago se rebela, todo mi ser se rompe ante
esas palabras—. No lo hagas.
Él no puede haberse ido.
No sé qué está pasando, pero no puedo respirar. Toda la habitación
empieza a dar vueltas mientras jadeo por un aire que no llega. Mis pulmones
se sienten llenos y vacíos al mismo tiempo, pero por mucho que lo intente, no
consigo controlarme.
Tiemblo de pies a cabeza y hasta las palabras me fallan mientras trato de
ganar algo de control sobre mí misma.
Con los ojos empañados, siento que mi hermano me arrastra de vuelta a
las gradas. Ladra algunas órdenes, las palabras son casi extrañas. Pero cuando
miro a un lado, lo veo.
Hombres. Soldados. Todos armados.
Y todos apuntando a Vlad.
—Marcello... —las palabras apenas salen de mis labios—. ¿Qué está
pasando?
—Lo siento, Sisi. Pero él no querría ponerte en peligro —dice con gesto
adusto.
—Dime que no es lo que creo que es —susurro—. Dímelo.
—Lo siento, Sisi. Se ha ido. No hay nada que podamos hacer —continúa
justo cuando Vlad aborda a algunos de los soldados, desgarrándolos como un
animal salvaje.
No le queda conciencia. Lo sé. Pero sigue siendo Vlad.
Él sigue siendo mi Vlad.
—Déjame intentarlo. Por favor, no hagas algo de lo que te arrepientas —
le ruego, tratando de liberar mis muñecas.
Sólo necesito llegar a Vlad y todo estará bien. Lo sé.
Marcello me sujeta con fuerza, mientras me arrastra hacia atrás y trata de
poner más distancia entre nosotros y Vlad.
—Por favor, Marcello —continúo suplicándole, sin dejar de intentar
escapar de su agarre.
Mirándome, me dedica una sonrisa triste y un pequeño movimiento de
cabeza.
—Ahora —grita.
Inmediatamente, suenan disparos. Me vuelvo de golpe, girándome y
observando con horror cómo Vlad cae al suelo, con agujeros en el pecho
desnudo y sangre saliendo a borbotones.
—No, no, no —murmuro incoherentemente, y por primera vez en mi vida
no me importa nada.
Un breve momento de lucidez me recuerda los cuchillos de mis botas.
Levantando un pie, lo apoyo en la otra pierna mientras desenvaino el cuchillo
de la parte delantera de la bota. No pienso mientras doy un tajo, apuñalando a
mi hermano y asustándolo para que afloje su agarre sobre mí.
Entonces me lanzo.
Es una tormenta de balas mientras corro hacia él.
Hacia lo único que me importa.
Siento cada golpe, cada bala que golpea mi cuerpo. Y mientras caigo de
rodillas frente a él, sólo puedo cubrir su cuerpo con el mío. Protegerlo como
él ha hecho conmigo tantas veces antes.
Hay una cacofonía de sonidos cuando Marcello les ordena que cesen el
fuego, mi nombre en sus labios resuena en la arena mientras me grita. Una
voz tan cercana y a la vez tan lejana.
Hay sangre por todas partes.
Mi cuerpo. Su cuerpo.
Levanto una mano temblorosa hacia su cara, instándole a que me mire,
buscando alguna confirmación de que aún hay vida en sus ojos.
—Estoy aquí —susurro, sabiendo que no puede oírme. Sabiendo en el
fondo que se ha ido.
—Donde tú vas, yo voy. —Le acaricio suavemente la mejilla, con su
mirada hueca clavada en mí.
Se ha ido.
Y yo también.
Capítulo 36
Vlad

ENTONCES.

—No estás escuchando —La voz de Vanya me pone de los nervios


mientras sigue tirando de mi brazo.
—¿Qué quieres, Vanya? —Pongo los ojos en blanco.
¿Desde cuándo me necesita tanto? ¿No entiende que tengo otras cosas que
hacer?
Entreno a diario, desde el amanecer hasta el mediodía, y luego estudio y
ayudo a Miles con sus experimentos. Tengo muy poco tiempo libre, y cuando
lo tengo es para que Vanya me explote los oídos con su incesante parloteo.
No parece entender que lo que estoy haciendo va a revolucionar la ciencia
y la guerra. No parece entender nada.
Por mucho que intente explicarle que los descubrimientos de Miles
cambiarán el mundo, no lo entiende.
Todo lo que sabe es regañarme todos los días.
Siempre está hambrienta o asustada, o con dolor.
Débil.
Los pensamientos surgen sin proponérselo, y aunque sé que es mi
hermana, no puedo evitar sentirme avergonzado de ella. Llevo mucho tiempo
intentando excusarme con Miles sobre ella, diciéndole que es cuestión de
tiempo para que entre en razón y se dé cuenta de la importancia de lo que
estamos haciendo. Que por fin se va a esforzar en completar las pruebas y los
experimentos.
Pero cuanto más tiempo pasa, más la veo como lo que realmente es.
Débil.
Débil de cuerpo y de mente, sólo puede arrastrarme hacia abajo.
—Hoy tenemos un examen. —Le recuerdo en lugar de admitir que no
tengo ni idea de lo que ha estado hablando—. Deberías recomponerte. No
podemos permitirnos otro fracaso —le digo con gravedad.
Al fin y al cabo, su fracaso también se refleja en mí.
—Vlad... —Me vuelvo para mirarla, con ojeras y cortes en toda la piel—
¿Puedo saltármelo? —pregunta en voz baja.
—Vanya —empiezo, mi tono es serio—, te olvidas de lo que estoy
haciendo por ti —le recuerdo—, esto —trazo la pequeña laceración en su piel
que está casi curada—, es una bendición.
Ella también sabe lo que quiero decir, porque cualquier otra persona con
su escasa resistencia habría muerto hace mucho tiempo. En cambio, siempre
le asigné pruebas que sabía que podía soportar, y cuando surgió la
oportunidad de ayudarla lo hice. Pero hacer eso es arriesgado para mí.
Acabo de ganar la confianza de Miles. Si lo estropeo ahora, lo perderé
todo. Vanya también, ya que ella nunca sería capaz de sobrevivir en
condiciones normales.
—Ya sabes lo que les pasa a los demás —le enarco una ceja, levantando
mi propia camisa para mostrarle la miríada de cicatrices que recorren mi
torso.
Pero mi caso es diferente.
Me he acostumbrado tanto al dolor, a que me abran y me vuelvan a abrir,
que ya nada me perturba.
Nada me duele. Nada me sobresalta.
Estoy... vacío.
Es interesante cuando lo pones así, ya que en el tiempo que he estado con
Miles sólo me he vuelto más inteligente, más fuerte, más rápido. Pero
mientras mi cerebro se ha empapado de todo el conocimiento disponible, mi
alma se ha desvanecido lentamente.
Vacía.
Incluso la visión de Vanya maltratada y dolorida no logra despertar
ninguna simpatía en mí. La única reacción que tengo es una rabia racional
porque ella no puede hacerlo mejor.
Una racionalidad fría.
Todo tipo de calidez que pudiera poseer en algún momento ha
desaparecido. A veces, ni siquiera recuerdo cómo era... sentir.
—No puedo volver a hacer esto, Vlad —se queja, sacudiendo la cabeza
lentamente—. Yo...
Sus ojos están inyectados en sangre, sus labios agrietados.
—No sé cuánto tiempo podré seguir así —susurra, y veo lo que está
haciendo.
Lo ha hecho antes. Intentar que me compadezca de ella. Y quizás antes
hubiera funcionado, pero mi paciencia se ha agotado.
—Tienes que hacerlo, Vanya —le digo, exasperado—. Te harás más
fuerte. Ya lo verás —le digo con la cabeza, dejándola en su pequeño rincón
mientras me pongo de pie, enderezándome y preparándome para las pruebas
de hoy.
Miles y yo habíamos desarrollado otro sistema, una nueva área de la
inmunología que podría ayudarnos a mejorar nuestro modelo de soldado
perfecto.
El cuerpo puede ser fuerte y resistir como quiera ante el dolor, pero todo
es en vano si la inmunidad está comprometida.
Así que empezamos a teorizar y a confeccionar una lista de lo que podría
afectar a la inmunidad y cómo podríamos detenerla.
Todo el mundo ya está vacunado contra la mayoría de las enfermedades
conocidas, pero hay otras cosas por ahí que pueden resultar igual de mortales.
Como el veneno. O las toxinas.
Ya habíamos pasado por la etapa del veneno, y hemos estado ingiriendo
pequeñas dosis de hojas molidas de plantas venenosas como la belladona, el
acónito, la datura y muchas otras.
Por supuesto, perdimos a mucha gente hasta que acertamos con las dosis,
pero desde entonces he notado un aumento del estado de alerta, mi cuerpo
responde mejor a mis órdenes, y así se demuestra que nuestro experimento
iba por buen camino.
Después de una larga prueba, Miles había deslizado una dosis mayor de
acónito en mi comida sin decírmelo. Todo había sido para eliminar el sesgo o
el efecto placebo de los resultados del estudio, y viendo que sobreviví, diría
que el experimento funcionó.
A Vanya, sin embargo, no le ha ido tan bien. Ella ha estado lenta desde su
última dosis de belladona, su concentración se ha visto afectada, así como su
apetito.
Se está debilitando.
No quiero admitirlo, pero no sé cuánto tiempo va a durar así. Y no sé
cómo me hace sentir eso.
Me sigue lentamente mientras nos dirigimos a la zona del laboratorio,
arrastrando los pies por el suelo e intentando llamar mi atención con sus
pequeños trucos.
—No va a funcionar, Vanya —suspiro, agarrando su mano.
Su cabeza está agachada mientras sigue caminando conmigo.
—Ahí están —nos saluda Miles, con su bata blanca de laboratorio puesta
y su sonrisa fabricada—. Ya he preparado las muestras, y voy a seleccionar al
azar una para cada uno —aletea sus dedos sobre un par de jeringas como si
estuviera debatiendo cuál elegir primero.
—¿Entonces? —Se gira, arqueando una ceja, con la jeringa con el veneno
en la mano—. ¿Quién va primero?
Le doy un pequeño empujón a Vanya, mis ojos en ella mientras intento
decirle con mi expresión que esta es su oportunidad de demostrarle a Miles
que está mejorando.
Sus pestañas se agitan mientras parpadea rápidamente, sus ojos en mí
como si buscara mi opinión.
Le hago una rápida inclinación de cabeza y la empujo ligeramente hacia
Miles.
—La pequeña Vanya —exclama—, maravilloso.
La colocan rápidamente en la cama reclinable, con el brazo, ya plagado de
marcas de agujas, estirado y esperando la inyección.
Sus ojos se fijan en mí, con la mirada perdida.
No, eso no es correcto. Su mirada está llena de algo, pero me cuesta
entender qué es. Tiene los ojos bajos, pero claros. No es felicidad, ni tampoco
tristeza. Es...
No lo sé.
Puedo diferenciar algunas expresiones, y me he enseñado a mí mismo a
buscar en la felicidad y en la tristeza. ¿Pero su expresión? No es ninguna de
las dos cosas.
Frunzo el ceño mientras sigo viendo cómo Miles le inyecta el veneno en
la piel.
Aprieta los ojos ante la invasión, el lugar de la inyección ya está hinchado
y rojo.
—¿No tienes curiosidad por saber cómo irá esto? —me pregunta Miles
mientras le indica a Vanya que se baje de la silla para que yo ocupe su lugar.
—Sé que saldrá bien —respondo con seguridad mientras tomo asiento,
me doblo la manga y le presento mi brazo destrozado.
A pesar de todas las marcas de agujas que tiene Vanya en su piel, su brazo
parece inmaculado en comparación con el mío.
Largas cicatrices irregulares recorren todo mi antebrazo y llegan hasta la
parte superior del brazo. El resultado de cirugía sobre cirugía, de tener el
brazo abierto para probar mi dolor o para estudiar su estructura anatómica, lo
he soportado todo.
Incluso ahora, a Miles le cuesta encontrar una vena en la que inyectarme,
el tejido cicatricial es prominente y nudoso. Frunce los labios mientras me da
la vuelta al brazo hasta encontrar un buen sitio para verter el veneno en mi
piel.
—Cada uno tiene un veneno diferente. Veremos cómo reaccionáis a él —
sonríe.
Vanya mira entre los dos, y se le escapa un suspiro cuando se da cuenta de
que hemos empezado a hablar de los méritos del experimento y de cuál es la
siguiente etapa si tiene éxito.
Y cuando volvemos a nuestros dormitorios, ya no se molesta en hablar
conmigo.
Después de eso, sólo empeora. Ya no me pide que la ayude ni la perdone,
viene conmigo a todas las citas y le inyectan el veneno como era de esperar.
Ni siquiera se queja del dolor, ni de la piel hinchada.
De hecho, no interactúa conmigo en absoluto.
Al principio estoy extasiado, pensando que por fin ha entrado en razón y
que ha aceptado por qué estamos aquí y nuestra importancia en el gran
esquema de las cosas.
Pero pasa más tiempo y no puedo evitar notar que, a pesar de su
comportamiento tranquilo, hay algo extraño en ella.
No puedo precisarlo. Pero hay algo que me preocupa.
Algo no está bien.
Y sólo me doy cuenta cuando empieza a sentirse mal, su piel pálida
cambia de color, más magullada e hinchada de lo habitual. Apenas se mueve,
duerme en todo su tiempo libre.
Cuando le planteo el problema a Miles, me dice que probablemente sea el
veneno que está actuando lentamente en su cuerpo. Aunque asiento de mala
gana a su explicación, no puedo evitar sentir que algo no va bien.
Al día siguiente, Miles nos llama a Vanya y a mí a su sala de operaciones.
La situación ya es demasiado grave, y uno de los ojos de Vanya está tan
inyectado en sangre e hinchado que siento que va a estallar en cualquier
momento.
—No te preocupes —me sonríe Miles—. Esta es una oportunidad para
aprender —dice mientras le indica a Vanya que se suba a la cama.
Ella me mira, sus ojos casi brillan con sentimientos indefinidos. Pero no
protesta mientras se sienta.
Ni siquiera emite un sonido cuando Miles le hace una incisión alrededor
del ojo, cortando el tejido muerto que se había estado pudriendo en la cuenca.
Estoy al margen, observando cómo su ojo está semi desprendido,
colgando fuera de la cuenca, con pequeños movimientos que denotan que está
consciente y me observa incluso a través de ese ojo inerte.
Aunque no muestro ninguna reacción, siento un pequeño pinchazo en la
columna vertebral al ver cómo la sangre se acumula en su cara.
—Esto no debería estar aquí —dice Miles mientras retira una larva de
gusano bastante grande de detrás de su ojo—. Me pregunto cómo ha llegado
hasta aquí —reflexiona.
Sacando la larva de detrás de la retina, la deja caer en un pequeño vaso.
Luego se esfuerza por devolverle el ojo.
A pesar de su brillantez, sé que no es un cirujano ocular. Así que la
perspectiva de que trabaje tan a fondo alrededor del ojo de Vanya me hace
sentir un poco fuera de lugar. No puedo precisar el motivo, pero no es una
sensación agradable.
—Ya está —exclama, le dice que se baje y nos indica que volvamos a
nuestra habitación después de que nos administre una inyección más de
veneno en cada uno de nuestros brazos.
—¿Cómo está el ojo? —le pregunto a Vanya mientras se dirige a su
pequeño rincón. Miles le ha puesto una pequeña venda y lo ha dado por
terminado.
Se encoge de hombros, con las facciones en blanco, como si no le
importara.
—V, ¿cómo está el ojo? —pregunto de nuevo, algo aflora al verla tan
indiferente.
—Está bien —contesta, su voz es suave, pero hay algo que falta.
Sin poder evitarlo, ya que algo me inquietó y no soy de los que se echan
atrás ante un reto, voy al pequeño suministro que había cogido del
laboratorio, sacando un poco de desinfectante.
—Muéstrame. —Tomo asiento junto a ella, mi mano se dirige a su
vendaje.
Sé que Miles no usó ningún anestésico ni desinfectante, nunca lo hace.
Así que necesita que le limpien la zona, al menos en la medida de mis
posibilidades.
Pero cuando quito la gasa, su ojo cae inmediatamente, separándose unos
centímetros de la cuenca ocular.
Sin querer asustarla más de lo necesario, le echo un poco de desinfectante
y se lo pongo alrededor del ojo.
Me mira sin comprender, examinando mis rasgos con detalle. No
cuestiono su repentino interés por mi cara, feliz de que tenga algo que la
distraiga de su ojo. Cuando termino, empujo suavemente el ojo hacia atrás y
le pongo una gasa nueva encima.
Sin embargo, cuando me dispongo a moverme, ocurre algo. Su mano se
extiende y me toca el brazo.
—Me has llamado V —dice en voz tan baja que apenas la oigo—. Ya no
me llamas V —señala, apretando sus dedos sobre mi brazo.
Me encojo de hombros.
—Depende del momento —le digo, sin querer examinar el significado de
sus palabras ni el hecho de que, efectivamente, hace tiempo que dejé de
llamarla V.
—Me gusta —dice con una pequeña sonrisa—. Me recuerda a los viejos
tiempos.
Gruño.
—Cuando éramos un equipo —continúa, mirándome expectante.
—Todavía lo somos, V. Pero tú también tienes que poner de tu parte —
replico—. Sabes que lo hago por los dos —continúo, negando con la cabeza.
Su sonrisa cae de inmediato, su ojo bueno no parpadea mientras me
asimila.
—Ya veo... —dice, y no entiendo lo que está viendo.
—Bien —asiento, levantándome y preparándome para mi próximo
entrenamiento.
Los días siguientes son aún peores, ya que Vanya lucha por salir de la
cama. Sus miembros están hinchados, su piel tiene un tono amarillento y está
caliente al tacto.
Y justo cuando empiezo a preocuparme un poco, Miles me llama a su
despacho.
—Tu hermana no ha estado bien —es lo primero que dice cuando entro en
la habitación.
No respondo y tomo asiento, esperando lo que sea que quiera decirme.
—Sabes que aquí no necesito debiluchos —continúa, mirándome con una
ceja levantada, como si estuviera midiendo cómo reacciono a sus palabras.
—Sí, señor. —Asiento con la cabeza.
—Me alegro de que estemos de acuerdo, porque tengo un encargo para ti.
Frunzo el ceño. ¿Un encargo?
—Por supuesto —acepto de inmediato, ya que no me corresponde estar en
desacuerdo.
—La prueba final, si quieres. Y entonces serás el primer graduado del
programa —se ríe, sirviéndose un vaso de alcohol.
—¿Prueba final? ¿Qué quieres decir? —pregunto, confundido.
Es la primera vez que dice algo sobre la graduación, o un examen final.
Creía que todo iba a ser un aprendizaje continuo. Ensayo y error mientras
trazamos el camino hacia la revolución científica.
—¿Cuál fue la primera regla que te enseñé, Vlad? —pregunta, con la
comisura de la boca curvada mientras me mira atentamente.
—Eliminar todos los apegos —respondo inmediatamente, con la escena
en la que maté a Lulú pasando brevemente por mi mente.
—Efectivamente. ¿Crees que todavía tienes algún apego?
—No, señor.
—¿Y tu hermana, entonces? —pregunta, divertido.
—Ella no es nada. —Ni siquiera pienso mientras las palabras se deslizan
por mis labios.
—¿Así que...? —se pasea por la habitación, haciendo girar el líquido de
su vaso de forma pensativa.
Ladeo la cabeza, estudiándolo y tratando de entender lo que está pasando.
—Entonces no te será muy difícil matarla —se detiene de repente,
volviéndose hacia mí, con sus ojos evaluando sagazmente mi reacción.
—Por supuesto que no.
—Maravilloso. Confío en que se hará entonces.
Asiento lentamente, con el ceño fruncido cuando me doy cuenta de lo que
me está pidiendo.
—Pero aquí está la trampa, Vlad. No quiero una muerte limpia. No quiero
una muerte piadosa —sonríe—. Dame un espectáculo. —Abre los brazos en
un gesto dramático—. ¡Muéstrame cómo pones en práctica todo lo que te he
enseñado!
Se dirige a su escritorio, abre un cajón y me lanza un juego de cuchillos.
—¡Diviérteme, Vlad! —Inclina su vaso hacia mí antes de bebérselo de un
tirón.
Mientras vuelvo a la habitación, una pesadez se apodera de mí. No sé por
qué siento el pecho rígido, mi yo atrapado en mi cuerpo, una jaula que me
ahoga y me sujeta con tanta fuerza que apenas puedo respirar.
Una pequeña guerra se desarrolla en mi interior. ¿La mato? Es mi
hermana. Pero Miles tiene razón en que los apegos sólo te hacen débil. Y
débil es algo que nunca quiero ser.
No cuando he trabajado tan duro para limpiarme de cualquier debilidad
que pueda tener.
Y así, mientras sigo racionalizando la decisión, la respuesta es clara.
Yo necesito ser fuerte.
Vanya sólo me arrastrará hacia abajo, con este frágil apego que todavía
tengo a ella, y con su debilidad inherente.
Yo seré fuerte.
Cuando llego a nuestra habitación, la decisión está tomada. Y, de alguna
manera, Vanya también lo sabe.
Me observa atentamente cuando entro en la habitación, con el cuchillo
escondido a mi espalda. Cuando me mira a la cara, cierra el ojo y respira
profundamente. Cuando lo abre de nuevo, una paz parece instalarse en sus
facciones.
Lentamente, muy lentamente, se levanta. Sus pasos son vacilantes, sus
movimientos torpes, ya que apenas puede controlar su propio cuerpo.
—Vlad —dice mi nombre con esa voz melódica suya, y por un momento
mi corazón late dolorosamente en mi pecho, los latidos fuertes y agresivos
contra mi caja torácica.
E incluso mientras racionalizo la improbabilidad de eso, sé que algo va
mal.
Estoy equivocado.
Pero no me detengo en eso. No cuando la prueba final está a mi alcance.
Quién sabe, Miles podría aceptarme como su asistente a tiempo completo.
Está frente a mí, inclinando la cabeza hacia un lado y mirándome como si
fuera la última vez que me ve. Como si lo supiera.
—Nunca te lo he dicho —empieza, apartando de repente la mirada—,
pero sé lo que hiciste por mí.
Parpadeo dos veces, frunciendo el ceño.
—¿Qué quieres decir?
—Sé que intentaste salvarme y que en el proceso te perdiste. Y por eso sé
que... también es culpa mía —respira profundamente—, no te culpo. No te
culpo en absoluto.
—Vanya... V —la llamo por su nombre, una sonrisa triste se dibuja en su
rostro al escucharla.
—Si no hubiera sido por mí... —se interrumpe, y noto una lágrima en su
ojo bueno—. Tal vez todavía habrías sido tú.
—No lo entiendo —digo. Y no lo entiendo. ¿Cómo pude perderme
cuando finalmente encontré mi vocación?
—Sé que no lo entiendes —sacude la cabeza.
Al verla tan cerca, me doy cuenta de que tengo que aprovechar su
proximidad. Abriendo el juego de cuchillos, saco la hoja más grande,
dispuesto a cumplir mi misión.
Pero cuando lo levanto frente a ella, no se mueve. No reacciona en
absoluto.
Se limita a mirarme a los ojos, con un pequeño movimiento de cabeza
mientras espera que la mate.
Y en ese momento, a pesar de mi convicción de que tengo que hacerlo, a
pesar de mi razonamiento de que debería matar a mi propia hermana, mi
gemela, descubro que no puedo.
—No puedo —las palabras salen de mi boca, mi voz apenas supera un
susurro.
Tengo el pecho incómodamente rígido, una tensión que me late en las
sienes mientras miro a mi hermana. La forma en que su pelo, antes hermoso,
es ahora un amasijo de suciedad y sangre. O cómo su pálida piel, que antes
brillaba, está ahora amarilla y llena de moratones. O cómo sus ojos, antes
radiantes, son ahora...
Se me corta la respiración mientras los recuerdos se agolpan, el dolor
aumenta lentamente, mis miembros se paralizan por el miedo mientras la
miro.
—No puedo, V —susurro.
—Sí que puedes —responde ella, y antes de que me dé cuenta, agarra la
mano que sostiene el cuchillo, apuntando la punta de la hoja justo debajo de
su esternón antes de empujar con todas sus fuerzas, dirigiéndola hacia su
corazón.
Se escucha un fuerte jadeo.
No sé si es mío o de ella. Con los labios separados, sigue clavando el
cuchillo en su carne.
—Termínalo —me insta suavemente—. Déjame estar en paz, Vlad. No
quiero sufrir más.
Esas palabras rompen algo dentro de mí mientras empujo el cuchillo más
profundamente, con la realidad rezagada en mi mente.
Empujo y empujo hasta que sé que he perforado su corazón.
Y justo cuando retiro el cuchillo, con la sangre bajando y escurriendo de
ese órgano vital, algo más sucede.
Un sollozo se me atasca en la garganta, mis mejillas se humedecen
mientras mis ojos gotean una especie de lágrimas líquidas. Veo cómo la
sangre abandona lentamente su cuerpo, su ojo clavado en la misma posición,
su cuerpo agitándose antes de caer, y siento el peor dolor que he sentido en mi
vida.
Se supone que no debo sentir dolor.
Se supone que no debo sentir.
Y, sin embargo, lo siento. Lo siento hasta la médula de mi ser. Destroza
cada rincón de lo que considero el yo, hasta que me encuentro despojado de
lo que esencialmente me hace humano.
¿Lo fui alguna vez?
Mis ojos se centran en esa sangre -su esencia vital- mientras sigue
derramándose. Goteando y goteando hasta que no hay más que gotear.
—No —digo—. No —sacudo la cabeza, el cuchillo cae de mi mano
mientras me arrodillo ante ella, mis manos agarrando la sangre e intentando
devolverla a su interior.
—No puedes —murmuro incoherentemente—, no puedes dejarme, V...
No.
Hay una locura dentro de mí que parece desatarse en ese mismo
momento, mi cordura se desborda de los límites normales e inunda de locura
cada célula de mi cuerpo. Porque no hay otra explicación para lo que estoy
haciendo.
No mientras intento devolver la sangre en mi hermana ya muerta. No
mientras un grito de guerra lleno de dolor escapa de mis labios, mis dedos se
posan en el cuchillo mientras lo golpeo contra su pecho, abriéndola y
agarrando ese órgano de su cuerpo, acunándolo en mi mano e intentando que
vuelva a funcionar.
—Por favor, V —digo mientras bombeo el corazón.
Yo, que valoraba la lógica por encima de todo.
Conoce lo ilógico.
Pierdo la noción de todo mientras simplemente alejo mi mente racional
todo lo que puedo, encerrándola y tirando la llave. Me entrego a todo lo que
es irracional, salvaje y emocional.
Todo es una nebulosa mientras me veo destrozando su cuerpo en una furia
alimentada por la sangre.
La sangre está por todas partes.
Mi sangre. Su sangre. Nuestra sangre.
Baña mi cuerpo mientras me consuela saber que la fuerza de su vida está
en mí.
En mí.
Y como nada más funciona, me llevo su corazón a la boca, mordiéndolo,
sintiendo cómo su sangre me llena.
Somos uno.
Porque ella no puede irse. Nunca puede irse.
El rojo está en todas partes. Un rojo brillante que me atrae. Un rojo vivo
que promete cumplir todos mis deseos. Un rojo vivo que es ella. Mi Vanya.
Mi gemela.
Pero ella se ha ido.
Y me pierdo a mí mismo.
AHORA.

Todo está nublado mientras ya no puedo diferenciar entre lo que es real y


lo que no lo es; lo que es pasado y lo que es presente. Hay un golpeteo en mis
oídos mientras todo se convierte en ruido estático. Mi pulso se eleva, la
sangre late en mis venas y nubla mi juicio.
Sólo siento un profundo agujero en el pecho: el tamaño del agujero que le
hice a mi hermana al matarla sin piedad.
Años. Tantos años que pasé buscando a su asesino cuando podría haberme
limitado a mirarme en el espejo.
Vanya...
Lo que queda de mi corazón se rompe aún más al recordar sus palabras.
No quiero sufrir más.
¿De quién fue la culpa de que sufriera?
Mía.
Porque yo me había descontrolado, mi ego del tamaño de un rascacielos al
creer que tenía todas las respuestas. Un niño de apenas ocho años
enfrentándose al mundo entero y revolucionando la ciencia.
La risa burbujea en mi garganta al darme cuenta de lo mucho que había
permitido a Miles jugar con mi cabeza. Me había convertido en un robot
dispuesto a cumplir sus órdenes.
Y la maté.
Todo se precipita. Todos los acontecimientos de hace veinte años
aparecen de repente en mi mente como el cristal, mientras me veo
participando en todo tipo de experimentos, siendo la rata de laboratorio y la
bata de laboratorio.
Vanya...
No puedo evitarlo y caigo de rodillas, con los dientes expuestos mientras
se me escapa un aullido, todo el dolor que siento amenaza con dominarme.
Vanya...
Mi amable hermana que nunca hizo daño a nadie. Mi gemela.
Una vez mi todo.
No puedo hacerlo. No puedo aceptar que estas dos manos que estoy
mirando fueron la causa de su muerte. Que usé estos dedos para envolverlos
alrededor de la empuñadura de un cuchillo, apuñalando su corazón hasta que
toda la sangre se derramó.
No puedo.
Mi cuerpo empieza a temblar, la presión que crece en mi interior alcanza
un punto de ebullición.
Y me rompo.
Apenas me doy cuenta de cómo me muevo o cuándo me muevo. La
adrenalina corre por mis venas, todo mi cuerpo bombeado y listo para la
destrucción.
Solo siento que el viento acaricia mi piel mientras me deslizo por el suelo,
con los puños preparados para causar estragos, con el único propósito de
armar un infierno.
Necesito el caos. Me alimento del caos. Porque sólo en el caos puedo
acallar esa voz que me dice que soy el asesino de mi hermana.
Yo necesito el caos para sobrevivir.
Y ellos necesitan morir.
Avanzando, me aferro al débil cuerpo de Miles, todo pensamiento
racional me abandona, y sólo me queda un propósito.
Sangre.
Quiero ver su sangre inundando la habitación. Quiero ver su vida
abandonando su cuerpo.
Muerte. Quiero ver muerte.
Me aferro a su cuello, retorciéndolo hasta que ya no se mueve, pero sigo
tirando, sabiendo que acabará cediendo, desatando una violenta tormenta
mientras me bañan los riachuelos de sangre.
Y cuando su cuello estalla, la sangre y el hueso finalmente salen a
borbotones, no me detengo. Simplemente tomo su cabeza y la aplasto contra
el suelo hasta que su cráneo se convierte en trozos más pequeños que la arena
fina. Hasta que no haya más.
Pero necesito más.
Más sangre.
Siento que me abro paso entre la gente.
Golpeando, aplastando, destruyendo.
Sólo la sensación pegajosa de la sangre al cubrir mi cuerpo me hace sentir
un poco más en paz. Todo lo que se cruza en mi camino está condenado.
Escucho cómo se rompen los huesos, cómo se desgarra la piel y cómo
brota la sangre.
Un placer inigualable se apodera de mí cuando simplemente me rindo.
Sucumbo a esta furia animal, esperando perderme. Perder cada parte de mí
que aún recuerda, cada parte de mí que sabe sobre Vanya.
Porque la alternativa es demasiado dolorosa.
Y así continúo.
Mato y mato y mato. Es lo único que alimenta a la bestia.
Hasta que no puedo más.
No siento el dolor de la bala que impacta en mi costado. Sólo siento la
sangre que sale a borbotones, la fuerza del impacto me impulsa hacia atrás y
me hace perder el equilibrio.
Sin darme cuenta, caigo al suelo, con la respiración agitada y los párpados
pesados.
En el fondo de mi mente, sé que algo va mal. Que me han herido
gravemente. Pero no puedo reaccionar.
—Estoy aquí —me parece oír una voz.
Una voz muy familiar.
—Donde tú vas, yo voy —continúa, el sonido es tan melódico que hace
llorar a mi corazón muerto.
Y cuando siento que una pequeña mano me acaricia la mejilla, arrastrando
mi mirada hacia abajo, pestañeo con algo de claridad en mis ojos.
La niebla se levanta lentamente para revelar a una diosa rubia que me
mira, con los ojos enrojecidos por el llanto y las facciones contorsionadas por
el dolor.
Abro la boca, queriendo hablar, pero no sale ningún sonido salvo un
gruñido ronco.
Ella frunce el ceño, sin apartar la mano de mi piel, su cuerpo
amortiguando el mío incluso cuando cae más sangre entre nosotros.
—Si... Si... —Consigo pronunciar las sílabas, el esfuerzo parece sacarme
todo lo que tengo.
—Sí —susurra fervientemente—. Sí —me lleva las dos manos a las
mejillas y me atrae hacia ella, con sus labios sobre los míos y el sabor de la
sangre y las lágrimas—. Sí —habla contra mí, y yo inhalo las palabras igual
que la inhalo a ella.
—Chica del infierno —gimo, mi mente se pone en alerta.
—Vlad, mi Vlad —sigue hablando con sonidos cortos y dolorosos que
hacen que me duela por ella.
Te duele a ti, me duele a mí.
Todo se precipita, los recuerdos, el dolor.
El amor.
—Mi Sisi —murmuro, y mis brazos rodean su pequeño cuerpo para
atraerla hacia mí. Y al palpar su espalda, encuentro trozos de metal
incrustados en su ropa.
—¿Qué...? —Empiezo, pero ella me hace callar con otro beso.
—Estoy bien. Estamos bien —arrastra sus labios por mi mejilla—. Todo
va a estar bien.
No sé por qué esas palabras simplemente me rompen. Y hago algo que
debería haber hecho hace mucho tiempo.
Me permito sentir.
Capítulo 37
Assisi

UN MES DESPUÉS.

—¿Qué estás haciendo fuera de casa? —Con las manos en las caderas, lo
fulmino con la mirada, con una expresión que demuestra que no estoy
bromeando.
—Estoy bien, chica del infierno. Además, ¿quién va a ayudar con las
renovaciones? —Me dedica esa encantadora sonrisa suya con la esperanza de
que derrita mi enfado.
Puede que me derrita, pero no mi ira. No cuando acaba de salir de la
cama, con los puntos de sutura aún sin curar.
—No alguien que recibió cuatro disparos en el pecho, Vlad —le pongo
los ojos en blanco—. Ciertamente no alguien que acaba de estar a las puertas
de la muerte. Suelta la pala y ven conmigo —le hago señas para que se
acerque, con una ceja levantada, esperando que él discuta.
No lo hace, porque sabe que no ganará. No cuando me he quedado día y
noche a su lado, cuidando su cuerpo y su mente.
Algo le había sucedido ese día en el recinto de Miles. Recuperar todos sus
recuerdos había hecho que algo cambiara en él, y había cambiado... total e
irrevocablemente.
Durante los días posteriores a su herida mortal, languideció en la cama,
luchando entre la vida y la muerte, y creo que nunca he sentido mayor
angustia que la de pensar que él podría... morir.
Aun así, tuve que ser fuerte por los dos. No me separé de él ni un minuto.
Incluso cuando mi propia carne magullada me había dolido, mi espalda
acribillada por pequeñas heridas del impacto de las balas contra el chaleco
antibalas.
Lo había dejado todo a un lado, porque en ese momento tenía un solo
propósito: él.
Pero cuando volvió en sí, el cambio fue evidente en sus rasgos, en su
forma de comportarse. Más que nada, pude ver una nueva luminosidad en sus
ojos.
Al principio no hablaba, miraba al vacío.
Pero poco a poco, comenzó a abrirse, contándome todo lo que había
pasado.
Cómo murió Vanya.
Aunque racionalmente se da cuenta de que no fue su culpa, no puede
evitar hacerse responsable de todo lo que le pasó a su hermana.
—Eres tan sexy cuando te pones mandona —dice cuando llega a mi lado,
con su brazo rodeando mi cintura.
Lo atrapo y lo aparto de un manotazo mientras me vuelvo hacia él, con
una expresión atronadora en la cara.
—No puedes jugar al pícaro encantador cuando apenas estás de pie, señor.
Si se te ocurre volver a salir de la cama, te enterraré yo misma, ya que está
claro que tienes un ferviente deseo de mori.
—Chica del infierno —murmura mientras se acerca, su boca rozando mi
mejilla—, sabes que me encanta que me amenaces. —Su aliento en mi piel,
no puedo evitar el escalofrío involuntario que me recorre el cuerpo—. Dejaré
que me entierres —empieza, y noto la diversión en su tono—, sólo si tengo
visitas conyugales —susurra, y mis labios se crispan.
—Vlad —exclamo, escandalizada.
No puedo creer que todavía tenga ganas de bromear.
—Bien, bien —acepta finalmente—, volveré a la cama. Pero tú vienes
conmigo.
No me atrevo a negarme, así que acabo yendo a la cama con él.
—Deberías perdonar a tu hermano —dice de repente mientras me abraza
a él—. Sabes que tenía buenas intenciones.
—Te habría matado —susurro, todavía incapaz de quitarme esa escena de
la cabeza—. Una bala más y habrías muerto, Vlad —me tiembla la voz
mientras lo miro, sus ojos oscuros me observan con atención.
—Me salvaste cuando no lo merecía, Sisi. —Su mano se posa en mi
cabeza antes de mover lentamente sus dedos por mi pelo—. Pero estaba fuera
de control. Podría haber... —Se le corta la respiración en la garganta, y
reconozco la agonía tras su expresión.
—Pero no lo hiciste. Estás aquí, conmigo. Los dos estamos vivos. En
cuanto a Marcello... Lo haré, eventualmente. Todavía no —suspiro.
Entiendo por qué ha hecho eso, pero al mismo tiempo mi corazón no
soporta pensar en la alternativa, en lo que podría haber pasado si hubiera
llegado un segundo tarde.
Lo habría matado.
Y por eso, no creo que pueda perdonar a Marcello pronto. Ni siquiera
puedo soportar la idea de estar en la misma habitación que él, el impulso de
hacerle daño es demasiado abrumador.
—No has tenido ningún episodio hasta ahora —cambio de tema mientras
salto de la cama para coger el botiquín y cambiarle las vendas.
Se pone en posición sentada mientras espera que vaya a atenderlo, con
expresión pensativa.
—No creo que vaya a tener más en el futuro —menciona, y yo frunzo el
ceño.
—¿Por qué?
Acercando el botiquín a la cama, empiezo a quitarle las vendas con
cuidado antes de inspeccionar el estado de sus heridas.
—Tienen buen aspecto —sonrío mientras limpio las zonas, contenta de
ver que no hay infección y que todo parece curarse estupendamente.
Gruñe, mirando por encima de mi cabeza mientras sigo cambiando las
vendas. Estoy concentrada en mi tarea cuando lo escucho hablar de nuevo.
—Los episodios —empieza, con la voz lejana—. Creo que eran mi forma
de afrontar la muerte de Vanya y la culpa que tenía por ella. La sangre... —
respira profundamente, y yo me quedo quieta, sabiendo que es un momento
importante para él.
—La sangre me recordaba lo que había hecho. De su sangre en mis
manos. Y cada vez que la veía, me volvía un poco loco.
Está claro que ha estado pensando mucho en esto y no puedo evitar
preocuparme por él. Desde el día en que descubrió que había matado a su
propia hermana ha cambiado. No sé si es un cambio consciente, pero creo que
el último episodio liberó algo dentro de él.
—Vlad. —Alzo la mirada hacia él, buscando su expresión—. Vanya no te
habría culpado. Lo sabes.
Él frunce los labios en una sonrisa triste.
—Lo sé. Lo sé, Sisi. Pero eso no quita que sienta un vacío —se lleva el
puño al pecho—, aquí.
—Es normal. —Cubro su puño con mis manos, llevándolo a mi boca y
rozando ligeramente mis labios sobre sus nudillos—. Es normal sentirse así.
Es humano. Y aunque es discutible —mis labios se curvan—, eres humano.
Date tiempo. Para llorar. Para hacer el duelo. Para perdonarte a ti mismo.
Además de su lesión física, su psique ha sido la más afectada por lo
ocurrido. Poco a poco está empezando a abrirse sobre sus pensamientos y
sentimientos, y aprecio todo lo que decida compartir conmigo. No importa el
tiempo que tarde, estaré a su lado y le ofreceré mi amor y mi apoyo
incondicional.
Al fin y al cabo, no debe ser fácil para un hombre que nunca se ha
permitido sentir nada en toda su vida, verse de repente inundado por todas
estas extrañas emociones. A veces lo veo luchar para darle sentido a lo que
está pasando dentro de su mente, y me duele el corazón porque no hay nada
que pueda hacer para quitarle el dolor.
Asiente pensativo a mis palabras, aunque su mirada es distante.
—Tiempo... —repite.
—Ahora tenemos todo el tiempo. Y tal vez acercarte a Katya podría
ayudarte —lanzó la idea y él hace una mueca de inmediato.
Amedrentados por enfrentarse al mundo exterior y aun acostumbrándose a
la libertad, Katya y Tiberio han estado viviendo en el complejo subterráneo
de Vlad durante el último mes. Mientras tanto, nos habíamos quedado en la
casa de la infancia de Vlad, ya que había pensado que el aire fresco y un poco
de espacio abierto le vendrían bien.
Aunque todavía no le hablo a mi hermano, la ayuda de Lina había sido
una bendición, ya que había ayudado a Katya y a Tiberio a adaptarse a su
nueva realidad mientras yo cuidaba a Vlad.
Los había visitado varias veces, y ellos también habían venido a menudo.
Sin embargo, Vlad no se ha mostrado demasiado abierto con su hermana,
apenas intercambian palabras, sus encuentros son rígidos e incómodos.
No puedo culparlo exactamente, ya que sé que alberga algún tipo de culpa
por lo que le ocurrió a ella, pero no puede seguir así para siempre.
—Lo intentaré —refunfuña, las palabras apenas audibles.
—Más te vale. —Le doy una palmada juguetona en el brazo.
—¡Auch! Hay un convaleciente aquí, chica del infierno —finge un
gemido de dolor.
—Como si —resoplo—, no estabas convaleciente cuando intentabas cavar
un agujero en el jardín. ¿No podías haber pedido a alguien que lo hiciera si
era tan urgente? —Pongo los ojos en blanco.
Su reacción al dolor sigue siendo la misma: inexistente. Aunque eso me
hace feliz en este escenario particular, ya que no puedo imaginar cuánto
dolerían cuatro balas en el pecho.
La verdad es que Vlad siempre ha sido una persona muy activa
físicamente, y no puedo imaginarme lo que le debe estar haciendo estar en
reposo. Aun así, no voy a poner en peligro su salud sólo porque me ponga
mala cara.
—Pero tenemos que empezar pronto —se queja.
Después de que volviera en sí, tuvimos largas conversaciones sobre
nuestro futuro y lo que queríamos hacer a continuación. También tuvimos
conversaciones muy difíciles sobre lo que habíamos encontrado en el
complejo de Miles y cómo íbamos a afrontarlo. Pero juntos, habíamos
decidido ayudar a los niños que habíamos rescatado de los laboratorios de
Miles, y darles un nuevo propósito en la vida.
—¿Una academia? —Me había sorprendido cuando Vlad había sugerido
la idea.
—Todos son diferentes. Ya sea por nacimiento o por lo que les han hecho.
No saben cómo encajar en la sociedad, y la mayoría de ellos no tienen a nadie
a quien recurrir —había explicado, consiguiendo sorprenderme con su
reflexión.
>>Les enseñaríamos a adaptarse al mundo, y les daríamos un propósito —
su sonrisa se había ampliado, y yo había sabido que tenía que ser algo
descabellado—. Una academia de asesinos —había declarado con orgullo,
haciéndome parpadear confundida.
>>Piénsalo. Ya están preparados para matar. Pero así podemos enseñarles
a matar de forma más ética —había hecho una pausa, probablemente dándose
cuenta de que eso no se aplica exactamente a él—, o al menos algún tipo de
sistema de honor para que no se vuelvan demasiado peligrosos. Para que no
se conviertan en mí.
—No es una mala idea —respondí. Y cuanto más lo meditaba, más me
daba cuenta de los méritos del proyecto.
—En lugar de imponerles unas normas imposibles, como había hecho
Miles, fomentaremos sus talentos naturales y los convertiremos en los
mejores asesinos que el mundo haya visto jamás.
Cuanto más hablaba, más me daba cuenta de lo entusiasmado que estaba
ante la perspectiva. Y con su estado mental tan frágil, sabía que esto era
perfecto para ayudarle a salir de su depresión.
Tendría un objetivo, una misión. Y así no se dejaría sucumbir al dolor que
supone la verdad de la muerte de Vanya.
Pero aunque apoye activamente su nueva misión, eso no significa que
pueda forzar su cuerpo apenas curado. Tiene mucha gente para trabajar en
eso.
Otro efecto secundario del derribo del negocio de Miles y Meester había
sido el reclutamiento de mucha gente nueva bajo el liderazgo de Vlad. La
mayoría también lo había buscado después de que se supieran que había sido
él quien había matado a todos los líderes del sindicato, y muchos hombres
habían declarado que querían trabajar para el más fuerte, no para el más débil.
Había sido bastante fortuito, ya que recientemente hemos elaborado los
planes para la academia, y necesitaremos mucha gente para hacer realidad la
visión de Vlad.
—Quiero que las cosas vuelvan a la normalidad. Me siento inútil así... —
gime, llevándose los dedos a las sienes y masajeándolas.
—Lo sé —suspiro—. Pero yo necesito que estés sano, Vlad. No puedo
pasar otro susto como ese.
Todavía tengo pesadillas en las que le disparan, en las que la sangre sale a
borbotones...
Me sacudo, sabiendo que nunca es útil pensar en eso.
—No lo harás. Te lo prometo. —me agarra de la mano y me atrae hacia
él—. Eres mi única razón para recuperarme, chica del infierno. Así que lo
haré —murmura suavemente, con sus labios en mi frente mientras me da
pequeños besos por toda la cara—. Todo por ti.
—Bien —susurro, inclinándome hacia él y sintiendo su calor en mi piel—
. Te amo —le digo, con los labios separados mientras me entrego a un beso
que me deja sin aliento.
—Yo también te amo. Siempre.

UNOS POCOS MESES DESPUÉS,


—Sabes que no tienes que hacer esto, Sisi —me dice mi hermano desde
atrás.
Arreglándome el cabello, me giro para mirarlo.
—¿Vamos a hacer esto otra vez, Marcello? Creía que lo habíamos
superado —le sacudo la cabeza al ver la leve sonrisa en su rostro.
—Tenía que intentarlo —se encoge de hombros, dándome el brazo.
Mientras salimos de la casa y nos dirigimos al jardín, se detiene de
repente y me da un beso en la frente.
—Lo siento —se disculpa, y noto que lo dice en serio—. Conozco a Vlad
de toda la vida y creía que lo sabía todo sobre él. Pero supongo que nunca
intenté mirar más a fondo. No como tú. —Me dedica una breve sonrisa.
>>Puede que nunca me sienta completamente cómodo sabiendo que estás
con él, porque lo he visto en su peor momento, y… bueno, tú también
conoces su peor momento —se ríe—. Pero puedo ver lo feliz que te hace.
También he visto lo feliz que lo haces a él. Aunque me resista a admitirlo,
hay algo en ustedes dos cuando están juntos. Casi como si estuvieran siempre
en su propio mundo.
Mis labios se tensan en una sonrisa ante sus palabras, porque tiene razón.
Puede haber miles de personas alrededor, pero si Vlad está a mi lado, siempre
estaremos los dos solos.
—Reconozco que tienes algo especial, y tienes mi promesa de que no
intentaré interferir de nuevo.
—Gracias. Eso significa mucho para mí —le digo, poniéndome de
puntillas para darle un beso en la mejilla—. Y gracias por darme la
bienvenida a la familia.
—Sisi. Siempre seré tu familia. —Me atrae en un abrazo—. Pase lo que
pase —continúa, y mi corazón se calienta ante sus palabras.
—Bien —resoplo, ya con las ganas de llorar que me invaden—.
Deberíamos irnos antes de que me ponga a llorar —bromeo, cogiéndolo del
brazo y caminando de nuevo hacia el jardín.
Al final del camino hay una pequeña glorieta. Vlad la había construido
con sus propias manos cuando recibió la luz verde de que por fin podía hacer
un trabajo físico. Y la había dedicado a la memoria de su hermana. En la parte
superior del techo hay una insignia en forma de V, cuyo mármol brillante
reluce a la luz del sol.
Hay dos hileras de asientos a cada lado del ventoso camino, todas llenas
de amigos y familiares. Lina, Claudia, Venezia y Katya están en un lado,
todas con delicados vestidos azul claro, cada una con un pequeño ramo de
flores.
Sus rostros se iluminan cuando nos ven acercarnos, y les envío un beso al
aire y un guiño mientras seguimos caminando.
Al otro lado, Seth, Adrián y Tiberius están de pie detrás de Vlad, con sus
trajes negros descaradamente elegantes a pesar de que deben estar sudando
con este calor.
Y luego está él.
Mi Vlad.
Parece nervioso mientras camina, su cabeza girando en nuestra dirección
cuando nos acercamos a la glorieta.
Y cuando me ve, sus ojos se abren de par en par, su sonrisa es cegadora
cuando me mira, su mirada ardiendo con amor y... Me acaloro al sentir su
atención en mí, un rubor sube por mis mejillas.
De repente me quedo sin aliento al ponerme a su lado, Marcello le da la
mano, sin que tampoco le haga ninguna gracia.
—¿Lista? —susurra, acercándome.
Levanto la cabeza y me humedezco los labios para responderle, pero al
notar el brillo perverso de sus ojos, mi boca se separa por sí sola, sin emitir
ningún sonido.
La comisura de su boca se levanta en una sonrisa torcida mientras me
sonríe, con esa arrogancia pecaminosa que siempre destila y que me hace
querer matarlo y amarlo al mismo tiempo.
Sin embargo, no hay que confundir la adoración extasiada que hay en sus
ojos cuando me examina la cara, recorriendo cada centímetro de piel expuesta
y dejando un rastro de piel de gallina a su paso. No tiene que tocarme ni hacer
nada. Sólo la forma en que me mira, como si fuera a arrancarme el vestido de
novia del cuerpo antes de incitarme a correr para poder cazarme, me hace
sudar bajo las capas de tul.
Sé lo que está pensando.
Sus dientes rozan la superficie de su labio inferior mientras su atención se
fija en mi cuello, justo donde su inicial se marca contra mi piel.
—¿Estás contenta con el aspecto de todo? —ronronea, sin dejar de
mirarme.
—Sí —exhalo, la repentina cercanía se me sube a la cabeza y me marea
de deseo.
Maldita sea.
Ni siquiera ahora puedo controlarme cuando estoy cerca de él, tan perdida
en su aura, con su energía envolviéndome y tragándome.
—Es exactamente como lo quería —le digo, lo que lo hace sonreír.
La idea de celebrar una boda formal se me ocurrió después de encontrar el
vestido de novia perfecto en Internet. Estaba navegando por Internet cuando
encontré este impresionante vestido blanco con un corpiño ajustado y una
falda acampanada que me recordaba a un vestido de baile victoriano. Me
llamó tanto la atención que un día le dije a Vlad que quería una boda de
verdad.
Él se sorprendió al principio, ya que yo no lo había mencionado antes,
pero se adaptó rápidamente, llamando a todo el mundo y poniendo en marcha
las cosas para que yo tuviera mi boda perfecta.
Ha sido tan dulce, ocupándose de absolutamente todo, asegurándose de
que todo tuviera mi aprobación antes del gran día.
Ahora, me encuentro llevando el vestido de mis sueños, en la boda de mis
sueños, con el hombre de mis sueños. Y no puedo evitar el vértigo que se
forma en mi interior.
—¿Vamos entonces?
—Vamos —sonrío.
La ceremonia es corta pero dulce, y en comparación con mi primer intento
de boda, realmente escucho todas las palabras.
Mi mano en la suya, el calor que desprende su piel es el único consuelo
que necesito para saber que estamos en esto no sólo hasta que la muerte nos
separe, sino más allá.
La ceremonia se acerca a su fin cuando el ministro nos insta a
intercambiar los anillos.
—Sabía que se me había escapado algo la primera vez —murmura Vlad
divertido mientras desliza un precioso anillo de plata por mi dedo.
—Estaba tan enfadada contigo que no me di cuenta —admito, mientras
tomo mi turno para colocar el anillo en su dedo.
Los habíamos hecho a medida y habíamos grabado dos frases muy
queridas por nuestros corazones en el interior de los anillos. Las mismas
frases que pronunciamos ahora, cuando nos declaramos marido y mujer.
—No hay Vlad sin Sisi —dice él primero, llevando mis dedos a su boca
para un beso sensual.
—Y no hay Sisi sin Vlad —completo la frase, mi pulso se acelera cuanto
más se demora con sus labios en mi carne.
En este momento, por mucho que deseara una boda totalmente organizada
con la asistencia de todos, sólo lo quiero a él para que me arrebate de todos,
me marque, y se grabe en mi alma.
Pero, por desgracia, no podemos tener eso.
No cuando todos nos interrumpen de repente al venir a felicitarnos por las
nupcias.
—Felicidades, tía Sisi —Claudia me da un fuerte abrazo.
—Gracias, amor —le beso las mejillas, feliz de saber que ahora somos
bienvenidos en la casa de Marcello y que puedo verla cuando quiera.
Todos se acercan a mí para darme besos y un abrazo. Una mirada a la
derecha y observo que Vlad se encuentra en una situación similar, ya que los
hombres se acercan a estrecharle la mano, felicitándolo por la boda y por
haber conseguido por fin una mujer.
Casi me sonrojo al escuchar algunas de las conversaciones que mantienen,
pero las chicas se apresuran a apartarme, pues los chismes y el parloteo no
cesan.
Hemos convertido todo el jardín trasero en un lugar para la boda, y con su
vista frontal hacia el océano, es realmente la boda soñada.
—Siempre quise preguntarte —dice Bianca, con una copa de champán sin
alcohol en la mano—. ¿Cómo lo has domesticado?
—¿Domesticarlo? —Levanto una ceja.
—Lo conozco desde hace más de una década. Lo conozco. Y, sin
embargo, creo que no lo conozco, ¿verdad? —pregunta, su mirada se dirige
hacia donde Vlad está metido en una conversación con Adrián y Marcello.
—No lo he domesticado. No creo que alguien como él pueda ser
domesticado —respondo con sinceridad.
Incluso sin sus episodios, Vlad sigue teniendo un salvajismo que desafía
toda lógica. Es una bestia salvaje con un traje caro, y lo sabe. Definitivamente
lo sabe, ya que me dedica esa sonrisa malvada y arquea una ceja en señal de
desafío.
—Yo sólo... —Hago una pausa, tratando de encontrar las palabras—. Lo
vi. Vi quién era detrás de la máscara.
—Probablemente eres la primera y la última —murmura, bajando su
copa—. Voy a coger un poco de esa tarta —cambia repentinamente de tema,
con las palmas de las manos sobre su enorme barriga—, este chico será mi
muerte —sacude la cabeza, dirigiéndose al puesto de tartas.
Me mezclo un poco más con los invitados, aprovechando en parte para
hablar un poco con todos.
—¿Cómo estás, Katya? —Cogiendo un plato de tarta, tomo asiento junto
a ella.
No está tan avanzada como Bianca, pero su embarazo ha tenido algunas
complicaciones, así que no puede moverse mucho.
—Bien —sonríe—. Genial. Esto es... maravilloso. Me alegro mucho por
ustedes dos —me dice, sus palabras impregnadas de calidez mientras toma
mis manos entre las suyas.
Tiberio está junto a ella, parece fuera de su elemento entre tanta gente, su
mirada revolotea de un lado a otro como si esperara el peligro en cualquier
momento. Su mano está colocada de forma protectora sobre el hombro de
Katya y no se ha movido de su lado en ningún momento.
Todavía no sabemos exactamente el alcance de lo que les ocurrió en el
cautiverio, y ambos están viendo a un terapeuta para ayudarles a lidiar con el
trauma residual. Katya ha mencionado de pasada, sin embargo, que ha tenido
otros embarazos antes de este, pero no había indagado sobre lo que pasó con
esos bebés ya que debe ser un tema difícil para ella.
—Creo que nunca hubiera podido imaginar que sería Vlad quien me
salvara... a nosotros —continúa Katya, con la mirada puesta en su hermano—.
Siempre pensé que había algo más en él de lo que la gente decía. —Se vuelve
hacia mí—. Me alegro que te tenga a ti.
—Gracias. —Aprieto su mano—. Sé que ha sido difícil acercarse a él.
Pero no te rindas. No es el mejor cuando se trata de emociones.
—¿En serio? —pregunta divertida, señalando a la multitud que se ha
reunido en el fondo del jardín.
Frunzo el ceño al ver que Vlad empuja una parrilla y la prepara, llamando
la atención de todos.
—Gracias a todos por venir a celebrar nuestra boda. —Levanta una
copa—. ¿Creo que se supone que tengo que dar un discurso? —Frunce el
ceño—. Tal vez... o tal vez no —sonríe pícaramente—, pero daré uno de
todos modos.
Se quita la chaqueta del esmoquin, la deja sobre una silla y se dobla
lentamente las mangas de la camisa.
—La primera vez que vi a Sisi, supe que nunca podría vivir sin ella —
empieza y el rojo sube por mis mejillas al darme cuenta de lo que está
haciendo.
Todos aplauden sus palabras.
—Me miró y luego me ignoró. Si eso no es amor a primera vista, entonces
no sé qué es —continúa, y todos se ríen de su broma.
Rápidamente se tranquiliza pensando.
—Podría quedarme aquí y alabar sus virtudes eternamente, ya que hasta
sus imperfecciones me parecen perfectas —me guiña un ojo—, pero más que
nada quiero darle las gracias.
Mis cejas se disparan, con curiosidad por lo que tiene que decir. Todos
escuchan con atención también, y creo que para muchos es la primera vez que
ven a Vlad siendo algo más que su yo bromista.
—Gracias por intentar salvarme cuando todos pensaban que estaba
condenado. Gracias por salvarme cuando todos se dieron por vencidos. Y
gracias por salvarme cuando yo creía que ya no tenía salvación —hace una
pausa, con una intensidad inquebrantable en sus ojos mientras me mira—.
Que esté aquí, ahora mismo, es todo gracias a ti, chica del infierno. Y por eso
—sonríe—, en adelante sólo viviré para ti.
Todos aplauden de nuevo, y algunos susurran que no puede ser el mismo
Vlad que conocieron.
Pero al verlo, tan elegante con su sencilla camisa blanca y sus pantalones
negros, sólo puedo sentirme inmensamente halagada, con el corazón latiendo
con fuerza en mi pecho ante su declaración.
—También me gustaría hacerte un regalo —dice, y ahora siento aún más
curiosidad al verlo trabajar alrededor de la parrilla antes de quitarse la camisa
y sentarse en una silla.
Sasha se levanta y lo rodea, con una pequeña bolsa en la mano mientras
saca un bisturí.
Me quedo con la boca abierta cuando me doy cuenta de lo que está
haciendo.
No soy la única que se ha quedado completamente atónita ante esta
exhibición, los jadeos surgen a mi alrededor cuando el bisturí corta la espalda
de Vlad, extrayendo un pequeño cuadrado de carne y colocándolo en la
parrilla.
—Sé que es costumbre que los recién casados compartan el pastel, pero
quiero compartirme contigo, Sisi. Si me aceptas.
Me levanto con piernas temblorosas, caminando lentamente hacia él, con
la mente en mil lugares diferentes al darme cuenta de lo especial que es esto.
—Sí —respondo al llegar a su lado. Rodeando su espalda, coloco mis
manos sobre sus hombros mientras me inclino para lamer la sangre que brotan
del corte, cerrando mis labios sobre su piel—. Esta es la sorpresa más
maravillosa, Vlad —le digo sinceramente—. Pero antes, quiero que Sasha
también se lleve un trozo mío.
Las palabras apenas salen de mi boca cuando él se vuelve hacia mí, con
los ojos desorbitados.
—Demonios, chica —gime y creo que va a negarse. Apoya su frente en
mi hombro, respirando con dificultad—. Tener una parte de ti... —se
interrumpe—. No me atrevería a pedir eso.
—No tienes que hacerlo. Lo doy libremente. —Acaricio su mejilla,
depositando un rápido beso en ella antes de sentarme.
El proceso es rápido y no tan doloroso como hubiera imaginado.
El trozo de Vlad está hecho, mientras el mío se cocina rápidamente en la
parrilla caliente. Cuando ambos tenemos un trozo en nuestras manos, nos
miramos a los ojos y nos llevamos lentamente el bocado a la boca.
Veo cómo sus labios se cierran sobre un trozo mío justo cuando me llevo
el trozo de carne a la boca.
La explosión de sabor es inmediata, y necesito todo lo que hay en mí para
no gemir por el sabor. O peor aún, saltar sobre él y desgarrar su ropa.
Él parece tener una reacción similar, y su mirada no se aparta de mí
mientras mastica lentamente el trozo de carne.
—Ahora eres parte de mí, chica del infierno. Al igual que yo soy parte de
ti —dice, y su peligrosa sonrisa me envuelve por completo.
—Sí, por fin somos uno.
El momento se extiende entre nosotros, y es como si todo se desvaneciera.
No hay ruido, no hay gente alrededor, sólo nosotros.
Nos miramos el uno al otro y sé que lo que tenemos es más fuerte que
nada en este mundo. No hay nada que pueda separarnos.
Ni siquiera la muerte.
Porque donde va uno, va el otro.
En algún momento, los invitados se van y por fin estamos solos. La casa
entera, sin embargo, es un desastre y probablemente necesitará una limpieza a
fondo.
—Hoy has sido todo un caballero. —Lo elogio, jugando con el cuello de
su camisa y burlándome de la pequeña extensión de carne visible.
—¿De verdad? —pregunta, y mis ojos se centran en sus labios, lamiendo
los míos en respuesta.
Hay algo magnético en la forma en que me atrae hacia él sin siquiera
intentarlo. Mi cuerpo reacciona al suyo y, como una polilla atraída por una
llama, no puedo resistirme. Quiero que me consuma.
—No te equivoques, Sisi —empieza, sus manos bajan por mi vestido
hasta que agarra el tul de mi falda con firmeza en su puño—. Sigo siendo una
bestia. Pero ahora soy una bestia lúcida —esa peligrosa sonrisa de nuevo, y
en poco tiempo, tiene el material arrancado de mi cuerpo, los jirones cayendo
al suelo mientras una mirada de pura satisfacción aparece en su rostro.
—Corre, mi pequeña monja. Corre.
Me sonríe de forma lobuna, sus músculos ondulan con la tensión
contenida. Sus ojos están atentos a cada uno de mis movimientos y sé que
está listo para atacar.
¿Y qué haces cuando tienes a un depredador pisándote los talones?
Correr.
Y esperas que te atrape.
Epílogo
Vlad

UNOS AÑOS DESPUÉS.

—¿Estás lista, chica del infierno? —Trato de agarrar su mano, pero no


está a mi lado.
Al darme la vuelta, veo que sigue luchando por fijar su equipo en su sitio.
—Sisi —gimo, sobre todo cuando veo su pequeño ceño de concentración
y la forma en que se muerde el labio...
No es bueno para mi autocontrol.
—Sólo un segundo —dice, colocando un dedo hacia arriba.
No sólo tiene una expresión de “follame ahora” en la cara, sino que
también está empapada de sangre, y la combinación no podría ser más letal
para mis sentidos.
—Hecho —exhala, aliviada—. No importa cuántas veces haga esto, nunca
me sale bien —murmura antes de colocarse a mi lado, deslizando su mano en
la mía.
—Ya llegamos tarde. —Frunzo los labios y miro el reloj—. La fiesta
empezó hace treinta minutos.
—Llegaremos —me da una palmada en el hombro, guiñándome un ojo.
—Vamos a hacerlo —digo mientras abro la trampilla del avión, la presión
del aire me golpea inmediatamente en la cara.
Una mirada a Sisi y estoy listo para partir. Todavía cogidos de la mano,
saltamos.
En algún momento del descenso, ambos soltamos nuestros paracaídas y
aterrizamos en tierra firme.
—¿Cómo me veo? —me pregunta mientras se despoja de su equipo,
acariciando su vestido como si fuera lo más elegante.
—Bien —hago una mueca cuando las palabras salen de mi boca.
A mí me parece que está bien. No estoy seguro de que la gente aprecie
que aparezcamos empapados de sangre de pies a cabeza.
—Tenemos un aspecto terrible, ¿verdad? —suspira profundamente, con
los hombros erguidos.
—Si Bianca quiere que estemos presentes, también tendrá que recibirnos
así —intento animarla.
Ella niega con la cabeza, procediendo a caminar delante de mí. No dudo
en coger su mano, trayéndola hacia mí y abrazándola.
—Creo que la tradición dicta que te lleve en brazos —recorro su cara con
la nariz, aspirando su aroma.
—¿Y quién soy yo para discutir la tradición?
—Bien —me río—. Pensé que tendrías objeciones. Además, han pasado
aproximadamente cinco horas desde la última vez que te tuve en mis brazos.
Necesito ponerme al día.
Murmura algo incoherente, pero finalmente me sonríe, sin oponer
resistencia mientras la llevo hacia la casa de Bianca y Adrián.
Hoy es el cumpleaños de Bianca, y siempre es muy exigente con la
asistencia de todos. Y como Sisi y yo dependemos de su experiencia en la
academia, no podemos arriesgarnos a molestarla.
Poco después de que Bianca diera a luz, su contrato en Rusia terminó y se
puso a buscar un nuevo trabajo. Aunque no ha terminado del todo con los
asesinatos privados, aceptó ser instructora en nuestra academia, la Academia
V, llamada así en homenaje a mi hermana.
El primer año había sido un poco difícil, ya que las cosas acababan de
empezar, y los chicos estaban un poco nerviosos con nosotros porque se
estaban acostumbrando a todo.
De las personas que habíamos rescatado del recinto de Miles, trece habían
decidido quedarse con nosotros, con edades que iban desde los seis hasta los
quince años. Todos venían con diferentes traumas por haber sido las ratas de
laboratorio de Miles durante tanto tiempo.
Lo único que agradezco es que, por lo que deduje, los abusos sexuales
cesaron con la nueva generación. Las interacciones de los guardias con los
niños se controlaban de forma más estricta y no se permitían interferencias
externas en el plan de Miles. Por supuesto, eso no excluye las propias
depravaciones enfermizas de Miles, pero los niños no han sido demasiado
comunicativos en ese frente todavía.
Dado que cada alumno se enfrentaba a diferentes traumas, tuvimos que
hacer concesiones a cada uno, y eso significó diseñar un plan de estudios
estándar, pero también dirigirnos a cada grupo de edad por separado, a la vez
que cultivábamos cuidadosamente los puntos fuertes de cada uno.
Hay que decir que no ha sido fácil organizarlo todo.
Sisi y yo también hemos empezado a enseñarles con el ejemplo, y a veces,
cuando salimos de misión, elegimos a un alumno para que nos acompañe en
función de las habilidades que se requieren para esa misión en concreto.
La academia ha sido un éxito hasta ahora, y el mayor ya se ha embarcado
en misiones por su cuenta.
También hemos decidido recientemente expandirnos y buscar nuevos
reclutas.
Sisi había ideado un plan para buscar a gente como Seth, que se había
visto obligada a una vida de lucha perpetua para ganarse la vida y que no
tiene más habilidades que sus puños. Les aseguraríamos la libertad y un
trabajo si deciden quedarse con nosotros.
Acabábamos de regresar de una misión en Vermont, ya que algunas
fuentes habían hablado de una red de esclavitud infantil en la zona. Por
desgracia, había sido un fracaso.
—Al menos pudimos matar a algunos tipos malos —comenta Sisi,
haciéndose eco de mis propios pensamientos.
—Es cierto. Por lo menos, nos hemos dado una pequeña ducha de sangre
—le sonrío.
Teniendo en cuenta el estado de nuestra ropa, parece que nos hemos dado
un auténtico baño de sangre, no sólo una ducha.
Pero como es probable que la compañía de hoy no se ofenda por nuestro
aspecto, no tenemos prisa por cambiarnos.
—Hmm —murmuro en su cabello—. Tienes un aspecto tan delicioso que
ya sé lo que me gustaría hacer... —le digo de forma sugestiva.
—Primero la fiesta. Otras cosas... —mueve sus pestañas hacia mí—, más
tarde.
—Me estás matando, chica del infierno —me quejo.
Aunque mis episodios habían cesado después de descubrir la verdad sobre
la muerte de Vanya, no me he vuelto normal de repente.
La sed de sangre sigue ahí, sólo que ahora tengo pleno control sobre mí
mismo.
Y Sisi sabe muy bien cuánto amo verla a ella ensangrentada. Como nos
excita a los dos, continuamos la tradición de los baños de sangre al menos una
vez al mes.
Era bastante simple. Elegíamos al azar algunos objetivos de una lista de
buscados, y luego los matábamos hasta que el agua del baño estaba
completamente roja. Entonces, nos entregábamos a nuestros impulsos
animales en un apareamiento que normalmente nos dejaba a ambos fuera de
combate durante al menos un día.
Y al ver sus mejillas, tan bellamente sonrojadas, con la boca ligeramente
abierta, sé que lo desea.
Por suerte, antes de que mis pensamientos tomen un giro bastante oscuro,
llegamos a casa de Bianca.
—Les tomo bastante tiempo —dice Bianca en cuanto nos ve en la puerta.
Pero una mirada más cercana y frunce la nariz ante nosotros—. Por el amor
de Dios, ¿no podían ducharse? —sacude la cabeza, instándonos a entrar y a
dirigirnos al baño.
—Hay niños alrededor. —Entrecierra los ojos hacia nosotros, como si
hubiéramos cometido la peor ofensa—. Tomen esta ropa y salgan cuando
estén limpios. Sin sangre —exclama, poniendo algunas prendas en nuestros
brazos.
Ella no espera una respuesta y gira sobre sus talones, volviendo a la zona
principal de la casa.
Supongo que la maternidad sólo la ha hecho más irascible.
La fiesta está en pleno apogeo, con la música a todo volumen en la casa.
Y cuando miro a Sisi, su expresión de desconcierto refleja la mía, ambos
nos echamos a reír.
—Olvidamos decirle feliz cumpleaños.
—No creo que lo hubiera apreciado en nuestro estado actual —añado con
sorna, abriendo la puerta del baño y colocando la ropa limpia en un perchero.
—Para ser una asesina es muy sensible cuando se trata de sangre.
—Ella siempre ha sido así. Prefiere las muertes limpias. —Pongo los ojos
en blanco, porque no tiene ninguna gracia.
—Ella se lo pierde. —Sisi se encoge de hombros, se desabrocha
lentamente el vestido y se lo quita.
—¿Pero sabes qué significa esto? —pregunto mientras mis ojos se fijan
en su cuerpo pecaminoso. Ella sabe lo que hace, ya que se quita
seductoramente la ropa interior hasta que su carne desnuda queda a la vista.
Y toda mía.
En dos pasos estoy detrás de ella, mi frente ajustada a su espalda mientras
muevo lentamente mis dedos por sus hombros.
—Tenemos tiempo para uno rapidito —le susurro al oído.
Su respiración se entrecorta y su pulso se acelera mientras continúo
acariciando lánguidamente su piel.
—Maldición —murmura, el sonido de su voz ronca va directo a mi
polla—. Llevo todo el día esperando esto —dice, dándose la vuelta
rápidamente para mirarme.
—Diablos, chica —digo con rudeza cuando siento su mano bajando por
mi pecho antes de que meta la mano en mi pantalón—. He estado caminando
con una furiosa erección desde que sacaste el cuchillo de la garganta de ese
hombre —exhalo, la imagen formándose en mi mente de nuevo—, la sangre
brotando y bañándote en rojo... Hades en el noveno círculo del infierno, pero
te habría follado allí mismo, encima de su cadáver, si no hubiera aparecido la
policía.
Ronronea al oír mis palabras, inclinando su nariz hacia mí y respirando,
con sus manos agarrando el dobladillo de mi camisa y tirando de ella por
encima de mi cabeza.
—Y me habría encantado —responde justo cuando sus labios se acercan a
mi cuello, chupando y lamiendo.
—Demonios —maldigo, demasiado impaciente para esperar.
La agarro por la nuca y la atraigo con fuerza hacia mí, todo el deseo
reprimido estalla en un beso. Abro mi boca sobre la suya, devorando su
esencia mientras siento que sus curvas se amoldan a mi cuerpo, mi erección
encajada en su estómago.
Sus dedos bajan mientras tantea la cremallera, me baja los pantalones y
me rodea con la mano.
—Sisi —gimo al sentirla—. Te necesito ahora —le digo, y mis manos se
dirigen a su trasero mientras la levanto, empalándola en mi polla de un solo
empujón. Ya está empapada, su coño me acoge con facilidad, su calor
apretado me envuelve y me da la bienvenida.
Gime en lo más profundo de su garganta, y la empujo contra la pared, con
su espalda golpeando las frías baldosas mientras empiezo a bombear dentro y
fuera de ella.
Con las manos puestas en su caja torácica y sus piernas rodeando mi
cintura, continúo besándola brutalmente mientras la penetro agresivamente,
haciéndole sentir lo mucho que me afecta, lo mucho que le pertenezco.
—No puedo creer que haya aguantado hasta ahora —le digo entre fuertes
respiraciones.
—Yo tampoco —gime ella—. Seguí apretando los muslos en el avión —
hace una pausa en un gemido—, esperando que te dieras cuenta y… —grita
cuando toco un punto en lo más profundo de ella—, y me tomaras. Maldición,
Vlad, más fuerte —me ordena, y yo sólo puedo obedecer.
Tiene los ojos entrecerrados y la boca sonrosada entreabierta mientras
maúlla cada vez que avanzo y retrocedo.
—Oh, sí me di cuenta —bajo la boca por el cuello, con mis dientes
mordisqueando la sensible piel—, pero sabía que una vez que empezara no
podría haber parado hasta tenerte de rodillas y suplicando clemencia. Nunca
habríamos llegado hasta aquí.
Ella también lo sabe. Si hubiera metido una sola mano bajo su vestido, se
habría terminado el juego.
—Incluso esto es una tortura —continúo, chupando con fuerza su piel y
dejando mi marca—. Ya que es sólo un aperitivo.
—Esta noche —gime—, necesito más —prolonga el sonido mientras su
coño se aprieta a mi alrededor, sus piernas se tensan alrededor de mi cuerpo
mientras se corre.
—Esta noche —repito, mi mano recorre su cuerpo hasta que cierro mis
dedos sobre su cuello—, tendré tiempo para destruirte.
Sus ojos se ponen en blanco, mientras se entrega al placer, y eso por sí
solo es suficiente para llevarme al límite también, mi polla se hincha aún más
mientras me corro en lo más profundo de su coño.
—Es una promesa —dice mientras la bajo.
Mi semen corre por el interior de su muslo, y lo limpio con un dedo,
llevándoselo a la boca. Con los ojos clavados en mí, se abre y succiona mi
dedo.
—Te quiero toda marcada, chica del infierno. Quiero que todo el mundo
vea, huela y escuche a quién perteneces —susurro mientras me inclino hacia
ella, dejando otro mordisco de amor en su cuello, por si el primero no era
suficientemente visible.
—Sí —exhala, manteniendo a duras penas el equilibrio mientras se
tambalea hacia mí.
—Me pregunto si nuestro anfitrión preferiría el semen en lugar de la
sangre —le acaricio tiernamente la cara—, te tendría cubierta de él... —Mis
dedos rozan sus pezones y ella jadea, sus pupilas tan jodidamente dilatadas
que engullen sus iris—. El semen chorreando por cada centímetro de tu piel...
—Esta noche —dice con ese tono de respiración suyo y yo ya estoy
empalmado de nuevo.
Pero aún tenemos que salir del baño y mezclarnos con los invitados, así
que nos duchamos rápidamente, tras lo cual no puedo evitar volver a follarla,
esta vez asegurándome de que mi semen se quede dentro de ella para que me
sienta cada vez que dé un paso.
—No me había dado cuenta de que tardan horas en ducharse —Bianca
arquea una ceja cuando por fin salimos del baño.
—Había mucha sangre —se encoge de hombros Sisi, con una expresión
tan genuina que no se te ocurriría contradecirla.
—Lo que sea. —B se encoge de hombros, sus ojos se estrechan
repentinamente detrás de nosotros—. ¡Diana, no! El cuchillo no —grita antes
de correr hacia su hija.
—Feliz cumpleaños, B —le digo por detrás, queriendo asegurarme de que
no olvidamos la razón por la que estamos aquí.
Ella no parece escuchar, y mientras supervisa a los niños, empezamos a
mezclarnos con los demás invitados.
Acabamos tropezando con Allegra y Catalina, ambas muy embarazadas y
en medio de una discusión sobre la crianza de los hijos.
—¿Han planeado dar a luz al mismo tiempo? —pregunta Sisi,
inclinándose hacia mí.
—No, pero de alguna manera sucedió —se ríe Allegra—. Al menos
tendrán a alguien cercano en edad para jugar.
—No puedo creer que no te vuelvas loca con tantos niños.
—Te acostumbras —dice Lina antes de arrugar la nariz—, eventualmente.
—¿Algún plan para ti, Sisi? —pregunta Allegra de forma sugerente, y
noto el ligero rubor en las mejillas de Sisi.
—En algún momento. Todavía estamos en la fase de luna de miel —me
guiña un ojo, mirándome para confirmarlo.
—Lo que Sisi quiere, lo consigue —respondo, apretando su mano.
Habíamos hablado largo y tendido sobre el tema, y ambos estábamos de
acuerdo en que, si teníamos hijos, sería más adelante.
Le he dicho que estoy dispuesto a tener uno cuando ella lo desee, pero ella
me ha contestado que quiere tener más tiempo para nosotros. En el fondo,
creo que tiene miedo de tener otro aborto como la última vez, y sé que fue
uno de los períodos más oscuros de su vida. Si es así, sólo puedo estar a su
lado y apoyar su decisión cuando llegue el momento.
Diablos, me encanta tenerla toda para mí, todo el tiempo. Pero tal vez un
poco de Sisi corriendo por la casa no sería tan malo.
En algún momento.
—Por ahora, él es suficiente —dice suavemente, levantándose de puntillas
para darme un beso.
—Cuando lo hagas, nos tendrás a nosotros para ayudarte. Seguro que ya
conocemos todos los trucos —menciona Lina, divertida.
—Oh, especialmente cuando se trata de criarlos. —Allegra frunce los
labios, negando con la cabeza—. Son unos monstruitos muy divertidos hasta
que crecen. Ahí es cuando empieza la verdadera pesadilla.
—Dímelo a mí —suspira Lina—, Claudia está pasando por la pubertad y
no creo que hayamos tenido peores desavenencias que ahora.
—Vamos, Lina. Es una niña estupenda.
—Creo que ha aprendido de Venezia y su rebeldía adolescente. Ese es
otro tema que Marcello y yo hemos tratado —suspira—. Se le ha metido en la
cabeza que quiere terminar la secundaria en un colegio público.
—¿Sería tan malo? Necesita algún tipo de normalidad, Lina. Sabes que
nunca ha tenido amigos de fuera —comenta Sisi.
—No sé... Eso es lo que temo. Es joven y demasiado ingenua para dejarla
salir al mundo sola.
—Tiene que experimentar el mundo en algún momento. Piensa en esto
como una forma de facilitarle las cosas.
Me doy cuenta de que Sisi está un poco molesta por su reticencia con
Venezia.
Desde que habíamos reformado la casa de Brighton Beach, Venezia se
había convertido en una visita permanente, casi semanal. Ella y Sisi habían
desarrollado un vínculo muy estrecho y Sisi lleva tiempo intentando
convencer a Lina y Marcello de que le den un poco de libertad. Incluso sin
ningún peligro en el horizonte, Marcello no estaba muy entusiasmado con la
idea de enviar a su hermanita a una escuela pública.
—¿Por qué no la dejas probar durante un semestre al menos? Quién sabe,
puede que no le guste. Pero al menos déjala experimentar por sí misma —
continúa Sisi.
—Lo pensaremos —responde Lina, lo máximo que probablemente esté
dispuesta a consentir—. Así es, ¿te has enterado de lo de Raf? —cambia
rápidamente de tema.
Al oír su nombre, mi mano se aprieta en el hombro de Sisi, sobre todo
porque todavía me amarga que casi se haya casado con él.
—No. —Frunce el ceño—. ¿Lo encontraron? ¿Qué pasó?
—Lo vieron huyendo con gente del cártel. Marcello tiene una cuenta
sobre él, pero... No parece el mismo Raf que conociste, Sisi.
—¿Qué quieres decir?
—Es el principal hombre del jefe. Es un cártel oscuro, que ha aparecido
recientemente en el mapa.
—Fénix —añado con mala cara.
—¿Lo conoces? —Sisi se vuelve hacia mí.
—No exactamente. Sé de su existencia, pero como no interfiere en mis
asuntos, nunca he profundizado en ello —me encojo de hombros.
—¿Pero ¿cómo ha podido acabar con ellos? ¿Por qué no volver y ocupar
el lugar que le corresponde?.
No mucho después de la misteriosa desaparición de Rafaelo, Benedicto se
había levantado sospechosamente y había muerto, dejando a Michele el
control de todo dentro de la famiglia 28.
—Michele puso precio a su cabeza. No puede pisar ningún lugar de la
Costa Este sin que todos los asesinos de la zona le den caza —respondo con
desgana.
Sisi dirige su aguda mirada hacia mí, y sé lo que está pensando. ¿Por qué
nunca se lo he contado?
Pero ¿cómo iba a hacerlo si me vuelvo loco de celos sólo con pensar en
él? ¿Cuándo quiero ir a matarlo cuando alguien menciona su nombre? Puede
que sólo sea su amigo, pero para mí es un recordatorio de que podría haberla
perdido.
Y no puedo soportar ese pensamiento.
Las chicas siguen charlando mientras yo permanezco rígido al lado de
Sisi, intentando pensar en formas de redimirme con ella.

28
Familia en italiano.
Y cuando me arrastra a un rincón más oscuro de la casa donde la música
no está tan alta, sé que sólo tengo un pequeño margen de tiempo para
defender mi caso.
—Antes de que digas nada, chica del infierno. Sí, sabía lo de la
recompensa por su cabeza, pero no tenía ni idea de que lo habían visto. Ese
cártel está activo sobre todo en Nuevo México, así que no tenía motivos para
indagar más.
—¿Pero por qué no me lo dijiste? Lo compartimos todo —responde y
siento la ligera decepción en su voz.
—No me gusta que hables de él —admito en voz baja—. Hace falta todo
lo que hay en mí para no entrar en una furia asesina cuando se le menciona.
—Vlad —suspira—, es mi amigo. Nunca ha sido nada más que mi amigo.
—Lo sé. Pero no puedo evitarlo, chica del infierno. La mera idea de que
podrías haberte casado con él me atormenta incluso ahora. No puedo no estar
celoso, incluso cuando sé que no debería estarlo.
—Tu bestia tonta. —Sacude la cabeza, una pequeña sonrisa jugueteando
en sus labios mientras me golpea juguetonamente—. Sabes que eres el único
para mí —murmura suavemente.
—Lo sé. Lo sé —susurro contra su cabello mientras la abrazo—. Pero eso
no significa que vaya a dejar de estar celoso. Nunca.
No cuando sé el premio que es ella y la suerte que tengo yo de que mire
en mi dirección.
—Bueno... —se detiene—, tienes suerte de que a veces me guste cuando
estás celoso —continúa mientras pasa su dedo por mi pecho—, cuando
vuelves a un estado cavernícola y tienes tu perversa forma de ser conmigo.
—Demonios, Sisi. —Le agarro la mano, con la respiración agitada
mientras lucho por una pizca de autocontrol—. Me estás volviendo loco.
—Ahora no —replica ella con picardía—. Esta noche.
—Esta noche —repito sombríamente, contando ya los segundos.

El Fin (Por Ahora)


Postfacio
Habiendo llegado hasta aquí, probablemente te estés preguntando por
Vanya y la naturaleza de su presencia a lo largo del libro. No hay una
respuesta fija para esto. Vlad cree ciertamente que ella era solo un producto
de su imaginación, pero también es un escéptico decidido. De hecho, su
disposición a recurrir a prácticas no ortodoxas para encontrar una cura para
sus episodios demuestra lo comprometido que estaba con Sisi, incluso yendo
en contra de sus firmes convicciones para encontrar una forma de estar juntos.
Pero, ¿era Vania solo una muleta mental para él, o era más?
Otro punto que me gustaría tratar es la ciencia utilizada a lo largo del
libro. Se dice que Vlad y Vanya tienen una mutación en la amígdala que
provoca una forma de autismo que influye en las emociones, tanto expresadas
como percibidas. Hay algunas pruebas de la relación entre las funciones
anormales de la amígdala y las formas de autismo, pero la investigación está
en fase incipiente. Me tomé algunas licencias creativas al hacer que
prevaleciera en los gemelos, además de causar emociones apagadas.
La amígdala en sí misma se ocupa del miedo y de los estímulos basados
en el miedo, pero puede influir en otras áreas del comportamiento, incluidas
las respuestas emocionales. Si está familiarizado con la psicopatía, entonces
puede ser consciente de que, biológicamente, su amígdala está estructurada de
forma diferente. Sin embargo, como señaló Miles, los psicópatas son
demasiado imprevisibles y difíciles de controlar, por lo que no serían útiles
para sus experimentos. Por lo tanto, he modificado un poco la ciencia para
adaptarla al experimento.
En el caso de Vlad, su miedo y remordimiento son casi inexistentes, y
su rango emocional es bastante limitado. Solo es capaz de leer las señales
emocionales porque se ha enseñado a sí mismo a reconocerlas con el tiempo.
Pero aun así, a lo largo del libro le cuesta entender algunas situaciones
sociales. Su personaje bromista está minuciosamente elaborado no solo
para resultar afable a la gente, sino también para ocultar sus deficiencias
sociales.
Para las pruebas y experimentos de Miles, me inspiré en una serie de
acontecimientos de la vida real, entre los que destacan los experimentos
gemelos de Mengele, la Unidad 731 durante la Segunda Guerra Mundial,
la experimentación humana en la Unión Soviética, el experimento de la
prisión de Pitesti y el experimento de la prisión de Stanford.
La Unidad 731 se centró en gran medida en la investigación de cómo
reaccionaba el cuerpo en diferentes escenarios: amputaciones, disecciones
en vivo o ante enfermedades infecciosas.
Los otros tres se centraron más en el aspecto conductual, y tanto los
experimentos en la Unión Soviética (pensemos en los gulags) como el
experimento de la prisión de Pitesti trataron sobre la reeducación y el
concepto del yo y su lenta eliminación.
El Experimento de la Prisión de Stanford es probablemente el más
relevante por lo que le ocurrió a Vlad. De ser la víctima de Miles, poco a
poco se convirtió en su ayudante: el abusado se convirtió en el abusador.
Al ganarse la aprobación de Miles, también se le dio autoridad sobre los
demás presos y empezó a aplicar las mismas normas que Miles, llegando
incluso a realizar sus propios experimentos con otros niños.
Otro punto de controversia podría ser el viaje de Vlad a la cuenca del
Amazonas y su participación en la ayahuasca. No era mi intención sugerir
que los "remedios alternativos" curaban los episodios de Vlad, porque al
fin y al cabo no lo hicieron. En cambio, quería destacar su voluntad de
abrazar la pseudociencia como su voluntad de ir en contra de sí mismo para
estar con Sisi. En cuanto a lo que ocurrió en su viaje con la ayahuasca, dejaré
que tú decidas cómo interpretar sus visiones.
Una última nota: cuando Vlad le dice a Sisi en ruso "mne nuzhna tolka ti
odna", las palabras pretenden evocar una canción muy querida por mí,
Dimash Kudaibergen-Sinful Passion.
Gracias por leer hasta ahora y espero que esta breve explicación haya sido
de utilidad.

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