Prebisch y Pinedo

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Raúl Prebisch y Federico Pinedo

Author(s): Alejandro Blanco and Darlan Praxedes Barboza


Source: Desarrollo Económico , mayo 25, 2021, Vol. 60, No. 232 (mayo 25, 2021), pp. 314-337
Published by: Instituto de Desarrollo Económico Y Social

Stable URL: https://www.jstor.org/stable/10.2307/27032774

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DESARROLLO ECONÓMICO. REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES | VOL. 60 - N° 231 - pp. 314-337 | ISSN 1853-8185

Raúl Prebisch y Federico Pinedo: técnica y


política en la “década infame”
Alejandro Blanco* y Darlan Praxedes Barboza**

Resumen

l artículo reconstruye los orígenes familiares y las trayectorias sociales de Raúl Prebisch y de Federico
E
Pinedo con el fin de poner de relieve los factores sociales y políticos que propiciaron, durante la “década
infame” (1930-1943), el consorcio de Prebisch con la élite agroexportadora, que, ante la crisis de 1929 y su
secuela la Gran Depresión 1930-1932, apoyó su cruzada de dejar en manos de los economistas el manejo
de la política económica y financiera del país. ¿Por qué este movimiento de renovación intelectual y
política en medio del orden conservador restaurado convergió en las figuras de Pinedo y de Prebisch?
¿Cómo es que este último llegó a convertirse, a un mismo tiempo, en el hombre de confianza de la
oligarquía y en el líder de una nueva categoría de expertos, los economistas? ¿Por qué un decenio más
tarde devino en el intelectual aislado y maldito? Buscamos responder estos interrogantes al articular
dos planos de análisis: el del origen social y propiedades de trayectoria pertinentes de Pinedo y de
Prebisch, por un lado, y el de los diferentes imperativos y apremios políticos que marcaron esa década
tormentosa, por el otro.

Palabras clave: Prebisch, Pinedo, origen social, trayectoria, liderazgo, economistas.

RAÚL PREBISCH AND FEDERICO PINEDO: TECHNICAL EXPERTISE AND


POLITICS IN THE “DÉCADA INFAME"

Abstract

This article reconstructs the social origins and careers of Raúl Prebisch and Federico Pinedo in order to
highlight the social and political factors that led, during the “década infame” (1930-1943), to the Prebisch
consortium with the agro-export elite, which, in the face of the crisis of the 1929 and its aftermath the
Great Depression 1930-1932, supported his crusade to leave the management of the country economic
and financial policy to the economists. Why did this movement of intellectual and political renewal
in the midst of the restored conservative order converge on Pinedo and Prebisch figures? How was it
possible for him to become, at the same time, the trusted man of the oligarchy and the leader of a new
category of experts, the economist? Why would he turn to be the cursed and isolated intellectual only
a decade later? We are seeking to answer these questions by articulating two different approaches to
the analysis: on the one hand, the one based on Pinedo and Prebisch social origins and relevant career
properties, and on the other, that which stands on the different political imperatives and constraints
that marked that stormy decade.

Keywords: Prebisch, Pinedo, Social Origins, Career, Leadership, Economists.

Fecha de recepción: 2 de mayo de 2020


Fecha de aprobación: 8 de marzo de 2021

* Universidad Nacional de Quilmes, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, ablanco@unq.edu.ar.


** Doctorando del Departamento de Sociología de la Universidad de San Pablo, darlan.barboza@usp.br. Agradecemos los valiosos
comentarios y críticas de Roy Hora a versiones previas de este artículo. Asimismo, las observaciones de los evaluadores anónimos
de la revista y de Luiz Jackson.

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Raúl Prebisch y Federico Pinedo: técnica y política en la "década infame" | Alejandro Blanco y Darlan Praxedes Barboza ARTÍCULOS

Introducción
El economista Raúl Prebisch es reconocido en los medios intelectuales y
políticos de todo el mundo como el Secretario Ejecutivo de la Comisión
Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (Cepal),
fundador y primer director del Instituto Latinoamericano y del Caribe de
Planificación Económica y Social (ILPES) y de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD). Creador de instituciones
y “padre del desarrollo”, fue también el ideólogo de la industrialización en
América Latina y el fundador –junto con el brasileño Celso Furtado– del “es-
tructuralismo latinoamericano” (Rodríguez, 1981; Kay, 1991; Bielschowsky,
2000).
Sin embargo, esa imagen de un Prebisch latinoamericanista y estruc-
turalista en los países de la región y en el mundo no se impuso en la Argen-
tina con la misma fuerza ideológica que en esos otros lugares. Ni siquiera
ha sido posible durante mucho tiempo hablar de Prebisch en la Argentina
en el mismo sentido y en los mismos términos en que se ha hablado de
él desde la década de 1950 en la región –especialmente en Chile, Brasil y
México– sin dejar de hacer una serie de objeciones. En el país platino, la
imagen positiva o negativa de Prebisch –y por lo tanto la penetración de
sus ideas– fluctuó al gusto de las distintas coyunturas y de las diferentes
fuerzas políticas en el poder.
En la “década infame” (1930-1943) Prebisch fue uno de los hombres
más influyentes en la formulación de la política económica y financiera y
su nombre resonó en los círculos burocráticos, políticos, empresariales y la
prensa. Con el golpe de 1943 y la victoria de Perón en 1946 quedó proscripto
durante todo el decenio peronista. Su proscripción se produjo en el período
de posguerra, cuando los países latinoamericanos comenzarían a adoptar
una política de sustitución de importaciones con fuerte inversión y coordi-
nación estatal bajo la inspiración de las ideas de Prebisch y de la Cepal. El
golpe antiperonista de 1955 trajo de vuelta al país al ya consagrado jefe de
la Cepal y entusiasta de la industrialización para preparar un programa de
ajuste con importantes elementos ortodoxos, el “Plan de restablecimiento
económico”, que fue llamado “Plan Prebisch” por los peronistas (Jauretche,
1955). El plan fracasado fue severamente criticado por peronistas y desa-
rrollistas –también por sus colegas cepalinos (Furtado, 1985)– y Prebisch se
convirtió, una vez más, persona non grata en su país durante los siguientes
treinta años. Solo al final de su vida tuvo la posibilidad de un breve retorno,
cuando asesoró al gobierno de Raúl R. Alfonsín.
Esta trágica y accidentada trayectoria en su tierra de origen no puede
ser comprendida si se proyecta en la Argentina al maestro de las Naciones
Unidas, mejor explicado en el contexto de la posguerra (Caravaca y Espeche,
2016), sino si se la confronta con los cambios sociales e institucionales y los
apremios políticos de las décadas de 1930 y 1940 con el fin de vislumbrar
las opciones abiertas a él y a su generación de economistas, los cursos de
acción elegidos y sus respectivos costos políticos.
Intentamos demostrar que un factor decisivo para comprender los
logros y las derrotas que están en la raíz de la accidentada trayectoria de
Prebisch en la Argentina es el origen social escindido, inmigrante y plebeyo,
por un lado, que le infundió ese “espíritu” de reformador y de institution 315

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builder; argentino y patricio, por el otro, del que extrajo la confianza y la


seguridad subyacentes a su espíritu pionero y el ímpetu para comandar a un
ambicioso equipo administrativo en el corazón del Estado. Esta es también
la clave para comprender los conflictos de una personalidad fracturada entre
la certeza íntima del éxito de los elegidos y la incertidumbre que rodea a los
desplazados, entre la virilidad y la dignidad estatutaria de quienes dirigen
y la ardiente y disciplinada devoción al trabajo de aquellos que buscan un
lugar bajo el sol, entre el orgullo y la seguridad personal del insider y la
susceptibilidad e inseguridad del outsider, en fin, entre aquellos que están
bien equipados con activos sociales para triunfar y los que se aferran a sus
propios esfuerzos y viven en una incómoda dependencia de los de arriba.
De lo contrario, ¿cómo explicar la relación tensa (de confianza y des-
confianza; de proximidad y distancia relativa; de altanería y subordinación
incómoda) entre un Uriburu de Tucumán y sus padrinos políticos de los
diferentes gobiernos de la década de 1930? ¿No pertenecían a la misma
clase social? ¿Cómo explicar, asimismo, la lealtad e incluso la deferencia
casi religiosa a su liderazgo por parte de los economistas que se reunieron
a su alrededor, descendientes como él de inmigrantes? Nuestro argumento
es que estos problemas no pueden aclararse sin considerar la singularidad
del origen social y la trayectoria de Prebisch, que vivió con el tormento de
pertenecer y no pertenecer, simultánea y contradictoriamente, a las clases
dominantes y a las nuevas clases medias, que experimentó el lugar insóli-
to de alguien equidistante de ambas clases y, por lo tanto, de un insider y
outsider dondequiera que estuviera. Este es su drama y nuestro problema.
Las primeras generaciones de economistas desembarcaron en el Es-
tado en el contexto del proceso de expansión y diferenciación institucional
ocurrido a partir de la primera posguerra. La ampliación de las funciones
de coordinación estatal durante los gobiernos de Hipólito Yrigoyen (1916-
1922 y 1928-1930) así como la preocupación con las finanzas públicas en la
administración de Marcelo T. de Alvear (1922-1928) abrieron las primeras
oportunidades de empleo a los diplomados de la Facultad de Ciencias Eco-
nómicas de la Universidad de Buenos Aires (FCE/UBA), que gradualmente
se tornó un semillero de especialistas para la burocracia estatal.1
Pero los economistas ganarían un mayor y más importante protago-
nismo con la crisis de 1929 y sus consecuencias más inmediatas: la caída
generalizada de los precios de las exportaciones y una brutal contracción
del comercio internacional, el casi completo colapso de la economía agroex-
portadora entre 1929 y 1932 y los consecuentes desequilibrios financieros
y monetarios. La necesidad de contar con nuevos instrumentos de política
económica para hacer frente a esa emergencia acabó elevando la cotización
de las competencias de los economistas frente a las de políticos y abogados,
que hasta ese momento habían tenido a su cargo la política económica y
financiera del país (Caravaca, 2011). Con el pretexto del desorden financiero
de los gobiernos anteriores, y luego del fracaso de los compromisos de la
dictadura de Uriburu con el orden económico heredado (Gerchunoff y Ma-
chinea, 2015), el gobierno de Agustín P. Justo otorgó a los economistas aún
más poder para llevar a cabo nuevos experimentos de política económica
1 Una estructura tecnoburocrática formada por abogados, ingenieros y médicos ya se había formado
desde principios de siglo según las pautas del "liberalismo reformista" (Zimmermann, 1995).
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y resolver la disminución abrupta de la actividad económica y el deterioro


persistente de la salud del sistema financiero. Cuadro más joven y de ideas
más abiertas entre los miembros de los grupos dirigentes, el ministro de Ha-
cienda Federico Pinedo apoyó las credenciales de Prebisch y su equipo para
imponerse a la clase política en los asuntos de su competencia técnica con el
fin de legitimar el diagnóstico de problemas económicos y la formulación
de nuevas y políticamente costosas soluciones gubernamentales a la crisis.
Mostramos en el artículo que la paradoja de la primera experiencia
de planning,2 la del Plan de Acción Económica de 1933, implementada en
una nueva etapa de conservadorismo político, puede ser explicada, sin per-
juicio de análisis más detallados acerca de la desorientación reinante y los
dilemas de la política económica de este período conturbado (Gerchunoff y
Machinea, 2015; Gerchunoff y Llach, 2018), por el movimiento simultáneo
de rearticulación y renovación –incluso generacional– de los cuadros de las
elites políticas y burocráticas argentinas reconstruido en este texto por medio
del análisis sociológico de los orígenes familiares y trayectorias sociales de
Pinedo y de Prebisch, dos de sus agentes más rutilantes.

Pinedo: origen familiar y trayectoria política


Federico Pinedo (1895-1971) nació de la unión de dos familias pertenecien-
tes a los estratos dirigentes argentinos, los Pinedo, de Buenos Aires, y los
Saavedra Ovejero, de Salta y Jujuy. El linaje paterno era de una familia de
nobles españoles con carrera militar. Los Pinedo llegaron a Buenos Aires a
mediados de la década de 1740, defendieron intereses realistas en territorios
hispanoamericanos en el siglo XVIII y, en el siglo siguiente, participaron
activamente en la guerra de independencia, en conflictos civiles, en batallas
contra invasiones extranjeras y en disputas fronterizas en el Río de la Plata.
Alcanzaron prominencia como militares y se proyectaron políticamente en
la administración regia. El primero de ellos en tierras argentinas, Agustín
Fernando de Pinedo (1720-1780), sirvió en la Real Marina Española, fue
oficial del ejército, gobernador del Paraguay (1772-1778) y defensor de
los intereses españoles contra portugueses e indígenas en esta provincia
hispano-guaraní. Su nieto, el general Agustín de Pinedo (1789-1852), des-
pués de campañas militares y revoluciones fallidas se puso al servicio de
Juan Manuel de Rosas (1829-1833) y fue ascendido a comandante de Armas,
inspector general del ejército, ministro de Guerra y Marina de Buenos Aires
y presidente de la Legislatura rosista. Su hijo, el abogado Federico Agustín
Pinedo (1822-1875), fue decano y catedrático de la Facultad de Derecho de la
UBA y el hijo de este último, el también abogado, liberal y masón Federico
Guillermo Pinedo Rubio (1855-1928), padre de “Pinedito”, repartió su tiem-
po entre el ejercicio de la profesión y la política. Fue intendente de Buenos
Aires (1893-1894), ministro de Justicia e Instrucción Pública (1906-1907) en
la presidencia de José Figueroa Alcorta (1906-1910), cuando creó la Univer-
sidad del Litoral (compartió la fe en la educación pública y el “progreso”
de la “generación modernizadora”), y diputado nacional (1904-1920) por el
Partido Conservador de Buenos Aires. En cuanto al linaje materno, Pinedo
era hijo de Magdalena Hilaria María Saavedra Ovejero, descendiente de
2 Como señaló Halperín Donghi (2004), hasta principios de la década de 1930 no parecía haber una
palabra para designar adecuadamente esta noción en español.
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uno de los linajes más tradicionales de Salta y Jujuy, y también con raíces
en la política local y nacional.
“Hijo y nieto de abogados, padre y abuelo de abogados” (García Bel-
sunce, 1995), Pinedo se formó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
de la UBA, fue diputado nacional por la Capital Federal entre 1920-1925 y
1928-1933, respectivamente por el Partido Socialista (PS) y el Partido Socia-
lista Independiente (PSI), y se destacó en la oposición legislativa a Yrigoyen
al desplegar la bandera de la disciplina monetaria y fiscal en la Comisión
de Hacienda. Heredero del declinante linaje político de la “generación de
1880” de Julio Roca, Carlos Pellegrini (“el piloto de tormentas”) y Roque
Sáenz Peña (estos dos últimos, amigos, aliados políticos y socios de su pa-
dre en el estudio jurídico), su iniciación en la política con los socialistas en
la Facultad de Derecho –especialmente, con el ítalo-argentino Antonio de
Tomaso (1889-1933), “el más brillante político de su generación” (Halperín
Donghi, 2003, p. 15)– y la afiliación al PS, en 1913, fueron vistas como “una
tragedia en su grupo social y familiar” (Sanguinetti, 1981). Pinedo fue –él
y de Tomaso– el miembro más joven del primer y más “brillante” grupo
de legisladores socialistas entre las décadas de 1910 y 1920 (Juan B. Justo,
Nicolás Repetto, de Tomaso, Enrique Dickman, Augusto Bunge, Mario
Bravo, Héctor González Iramain, entre otros), y en 1927 forma parte de la
“inteligencia girondina” (Sanguineti, 1981) que rompió con los socialistas y
creó el PSI3, en el que se constituyó en uno de sus dirigentes más activos. En
el umbral de los cuarenta, en el contexto de los efectos de la crisis de 1929
sobre la economía argentina y ante el fracaso de las políticas contractivas
de la dictadura de Uriburu y las innovaciones financieras experimentadas a

3 Aunque examinada hasta ahora en el plano exclusivo de las ideas y los enfrentamientos por el
liderazgo partidario (Prislei, 2005; Walter, 1977; Wellhofer, 1974) o a la luz del excesivo “moralismo”
ejercido por la “familia chertkoffiana” (en alusión a las hermanas Chertkoff, casadas con los líderes
socialistas Juan B. Justo, Nicolás Reppetto y Enrique Dickmann), que tornaba intolerable la vida
de los afiliados (Sanguinetti, 1981), la existencia de esa división en el seno del Partido Socialista
podría ser mejor comprendida al remitirla a las diferencias de origen familiar y de trayectoria social y
escolar de sus principales cuadros dirigentes. Por un lado, la generación de los fundadores, hijos de
la inmigración de origen modesto y en su mayoría médicos de profesión (Justo, Repetto, Dickmann,
Mario Bravo); por el otro, los “disidentes” del PSI, en general, cuadros jóvenes, de porvenir político
venturoso y origen social más elevado –Antonio de Tomaso (padre albañil y madre costurera) y
Agustín Muzio (curtidor de oficio), casos desviantes–, abogados de profesión (de Tomaso, Pinedo,
Héctor González Iramain y Roberto Noble), y en menor medida, médicos (Augusto Bunge, Domingo
Arizaga y José Ciancio) y periodistas y profesores universitarios (Alfredo Bianchi y Roberto Giusti).
En virtud de ese origen social más elevado –señal inequívoca del “éxito social” alcanzado por el
partido en la sociedad argentina– los dirigentes del PSI detentaban un mayor grado de integración
en la elite social y política (en algunos casos eran miembros plenos de ella) y su participación en
algunos ritos de la vida mundana fue objetada por los viejos y ascéticos dirigentes del partido, como
el casamiento que por la Iglesia y en una pomposa ceremonia unió, en 1923, a Federico Pinedo
con María Teresa Obarrio Hammer, o la concurrencia de Alfredo Spinetto al Teatro Colón vestido
de gala (Tarcus, 2007). Antes que divergencias de credo y estrategia u “oportunismo político” de
los “socialistas aburguesados” (“arribistas” y “aventureros”), como prefieren los detractores, fueron
esas diferencias en los “estilos de vida” y, sobre todo, la aspiración de trascender la condición de
miembros de un partido de oposición lo que empujó a estos jóvenes dirigentes a desertar del
viejo partido y, poco después, unirse al golpe de 1930. La disolución del PSI ocurrida poco tiempo
después de la incorporación de sus principales figuras al gobierno de Agustín P. Justo –de Tomaso
y Pinedo, los dos primeros ministros socialistas del país– ofrece una prueba de esto último y revela,
en analogía con lo que ocurre en el campo artístico (Bourdieu, 1998), que los emprendimientos
heréticos comienzan colectivamente y terminan individualmente, porque el interés en seguir siendo
parte del grupo decrece a medida que sus miembros, y, sobre todo, sus líderes –dada la tendencia
a una desigual participación en los beneficios– obtienen reconocimiento o consagración.
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ciegas desde finales de 1931 (política de redescuento, control de cambios y


“empréstito patriótico”), Pinedo se proyectó como la gran promesa política
de su generación y se convirtió en el ministro de Hacienda (1933-1935) de
una alianza política con legitimidad para cambiar el régimen de política
económica, y dejar, así, atrás el período de innovaciones institucionales
aisladas y a menudo contradictorias (Gerchunoff y Machinea, 2015). Esto
en un gobierno –el de Justo– que, debe enfatizarse, adoptó como plataforma
electoral la recuperación de la estabilidad económica y la restauración de
la constitución y la democracia, que habían sido violadas por la dictadura
de Uriburu, y que tuvo el apoyo de un Congreso restaurado en 1932. Fue
nuevamente ministro de Hacienda en 1940 y 1962 en los gobiernos de Ro-
berto Ortiz (1938-1940) y José María Guido (1962-1963), respectivamente,
cuando su capital y trayectoria política habían palidecido.
Abogado y político de linaje oligárquico y liberal, pero sin formación
universitaria en economía, Pinedo adquirió competencia en ese campo, en
principio, por transmisión familiar, pues creció rodeado de una parentela
que solía discutir la política económica en su propia sala de estar; luego,
por intermedio de su educación formal, al familiarizarse con los clásicos
de las ciencias sociales y económicas (sabía francés e inglés y leyó a los
socialdemócratas y comunistas alemanes y también a los economistas de
la Escuela de Viena en su lengua original); finalmente, a través de su larga
experiencia política como diputado, líder partidario y ministro de Hacienda
entre las décadas de 1920 y 1940. De ello resultó la construcción gradual pero
definitiva de su reputación como “economista” y el “pragmatismo” en el
tratamiento de los problemas económicos, actitud ciertamente condiciona-
da por el modo de adquisición de esa competencia, mediatizado tanto por
propiedades de origen social –nació en el seno de una familia enraizada en
los grupos dirigentes– como por propiedades de trayectoria –ocupó desde
muy temprano posiciones en el campo político (fue elegido diputado en
1919, pero debió aguardar unos meses para asumir por no cumplir con la
edad mínima legal)–.
“Socialista moderado” en la juventud (Sanguinetti, 1981), “reformista”
a finales de la década de 1920 y principios de la de 1930, y “preparándose
para retornar al hogar paterno” (del liberal-conservadurismo) también en
esta última década (Halperín Donghi, 2004, p. 36), este “hijo pródigo de la
elite del antiguo régimen” (Halperín Donghi, 2004, p. 36) reunía los atribu-
tos y credenciales políticos y los antecedentes familiares para restaurar, en
nombre de las inspiraciones progresistas de los padres fundadores de la
Argentina moderna, la “auténtica democracia” y revitalizar la economía,
que estaba en un proceso de transformación de sus bases productivas, pero
que, en ese momento, todavía se basaba principalmente en la exportación de
productos agrícolas. Pinedo logró este protagonismo al costo de operaciones
ideológicas y zigzagueos políticos que se manifestaron en el apoyo al golpe
de 1930, divisor de aguas en la vida política argentina y en su propia tra-
yectoria. Su adhesión al golpe (al principio con Uriburu, luego apartándose
de él) y su papel en la articulación de la Concordancia (alianza de gobierno
integrada por demócratas nacionales, radicales antipersonalistas y socialistas
independientes, que estuvo vigente entre 1932 y 1943) marcaron el ascenso
triunfal y, una década más tarde, su lápida en la política argentina. 319

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Derrotadas consecutivamente en las elecciones presidenciales de 1916,


1922 y 1928 por la Unión Cívica Radical, representante partidario de las
masas urbanas e inmigrantes argentinas, las fracciones políticas desplazadas
por el radicalismo (un bloque heterogéneo de fuerzas e intereses, incluidos
los conservadores, socialistas independientes, radicales antipersonalistas y
militares disidentes) aprovecharon el clima general de descontento, espe-
cialmente, entre las clases medias, para tomar por asalto al Poder Ejecutivo
y expulsar a los radicales del gobierno. El presidente golpista, el general
Uriburu, “un patricio de las provincias mediterráneas y unido por lazos
firmes y numerosos a las familias tradicionales porteñas” (Pinedo, 1983),
tomó la delantera en esta amalgama política para restaurar el establishment.
Ya diputado por el PSI, agrupación que logró proyectarse como un
referente de relieve en la oposición parlamentaria al gobierno de Yrigoyen
(alcanzó la segunda mayor representación en la Cámara de Diputados en
las elecciones de 1928), luego, el nuevo portavoz del conservadurismo al
pactar con el régimen de 1930 (Ciria, 1974; Halperín Donghi, 2004), Pinedo
fue uno de los promotores civiles e intelectuales del golpe y articuló el apo-
yo del PSI al gobierno de Justo. En 1933, la renuncia de Alberto Hueyo al
Ministerio de Economía y la muerte prematura de Antonio de Tomaso, líder
indiscutible del PSI y ministro de Agricultura de Justo, convertirían a Pinedo
en el nuevo ministro de Hacienda y en el dirigente más importante del PSI.
Después de pasar a la oposición a la dictadura de Uriburu y de revisar
sus propias creencias monetaristas y la defensa cada vez más insostenible
del patrón oro en medio de una realidad cambiante, el nuevo ministro buscó
reactivar la economía argentina al apostar a perfeccionar el nuevo régimen
de control de cambios (tipos de cambio múltiples), a la lógica de “comprar
a quien nos compra” y a una política fiscal procíclica de sustentación del
precio de los agricultores y protección de la industria, “un proceso que apa-
recía con el paso del tiempo como el único camino para sostener el acceso
a bienes manufacturados, dado el cambio en los mercados internacionales,
y su impacto en la capacidad de exportación” (Gerchunoff y Machinea,
2015, p. 124).
En tiempos de políticas económicas contracíclicas y de llamamiento a
los economistas, como lo fueron las experiencias del New Deal de Roosevelt
y su brain trust, el plan de combate a la inflación alemana de Hajmar Scha-
cht y la estabilización del franco por Raymond Poincaré, Pinedo buscó en
Prebisch y en “el nuevo linaje de magos” y sus “artes esotéricas” (Halperín
Donghi, 2004) el soporte técnico necesario para hacer del Estado el motor
de la reactivación de la economía argentina. Como señaló en 1934 uno de
los economistas del grupo de Prebisch en un artículo cuyo título mismo
(“La misión de los técnicos en ciencias económicas”) escondía mal una es-
trategia de autopromoción, “los expertos son conocidos en todo el mundo,
incluso más que los grandes políticos o los grandes hombres de la ciencia”
(Wainer apud Nakhlé, 2015, p. 182). No deja de tener importancia, como se
verá enseguida, que esta nueva división intelectual del trabajo operada en
regiones jerárquicas del área económico y financiera del Estado argentino
se haya vista acompañada de un cambio en el patrón de reclutamiento
social. En efecto, “si en crisis anteriores [según Caravaca] eran abogados
o ingenieros pertenecientes a familias conectadas con el poder político 320

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quienes asumían la responsabilidad del manejo de la economía, ahora los


economistas, con una creciente preponderancia de su formación por sobre
sus redes familiares con el poder, eran llamados a resolver las coyunturas
críticas” (Caravaca, 2011, p. 119). Sin embargo, si ello era verdad para la
gran mayoría de esos economistas, “hombres de lo adquirido”, no lo era
para Prebisch. Al respecto, es sintomático que el mayor exponente de esa
generación haya necesitado de “espaldas anchas”, en términos de origen
familiar, para dar paso a su generación y a sí mismo, como si el carácter
“técnico” de esas nuevas competencias y la mayor apertura al “talento”
en la carrera económica no hayan bastado para fundar la autoridad de
estos nuevos expertos, como si estos últimos hayan necesitado de un plus
de “crédito social” para obtenerla. En ese sentido, al reunir lo que estaba
disociado, “formación económica” y “redes familiares”, Prebisch acabaría
erigiéndose en el agente ideal de esa intermediación y garante del crédito
para esas nuevas competencias.

Prebisch: origen familiar, formación escolar y trayectoria


profesional
Raúl Prebisch (1901-1986) fue el producto del casamiento entre Albin Pre-
bisch (1862-1934) y Rosa Linares Uriburu (1871-1921). Natural de Colmnitz,
Saxonia, Albin era hijo de Gottfried Prebisch y Amalia Jaeguer, familia de
pequeños agricultores. En el norte argentino, Albin se ganó la vida en el
ramo de impresión, como contador y profesor de inglés. Inmigrante con
espíritu de iniciativa y expectativas de ascenso social, penetró en los círculos
oligárquicos locales al contraer nupcias entre los Uriburu.4
Sus ocho hijos (cuatro hombres y cuatro mujeres) fueron educados en
Tucumán, que se destacó entre los siglos XIX y XX como uno de los princi-
pales polos económicos del país (producción y comercialización de azúcar)
y un centro dinámico de producción y consumo cultural. El capital familiar
y el ambiente intelectual estimulante en el que los Prebisch se formaron son
aspectos decisivos en la explicación del protagonismo que jugaron en las
diversas instituciones culturales del norte de la Argentina, especialmente,
y también, de Buenos Aires. Como notó Terán:

“[s]i bien de pocas generaciones en el país, es un apellido que aportó figuras


destacadas a su quehacer político, cultural, arquitectónico y económico. […]
la importancia que le dieron a los estudios universitarios y el destacarse den-
tro de las distintas universidades que los tuvieron como protagonistas, ya sea
en sus cuadros directivos, docentes o estudiantiles” (Terán, 1977).5

En lo que respecta específicamente a Raúl Prebisch, la unión entre un in-


migrante alemán y una Uriburu de Tucumán está en el origen del carácter
escindido de su biografía; por un lado, y como hijo de inmigrante, compartía
el horizonte más estrecho de las expectativas y posibilidades abiertas a los
sectores ascendentes de la nueva sociedad argentina de las primeras déca-

4 Los Uriburu se destacaron en las carreras militares y en la vida política argentina. Entre otros cargos,
el clan alcanzó por dos veces la presidencia con José Evaristo de Uriburu (1895-1898) y José Félix
Uriburu (1930-1931). Ver Luque (1943).
5 Sobre Prebisch y la renovación del ambiente cultural de Tucumán, Barboza (2020).
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das del siglo XX; por el otro, herencia de su linaje materno, encarnaba las
ambiciones propias de los vástagos de las elites tradicionales.
Prebisch se graduó como contador público en la FCE/UBA en 1922,
donde fue profesor de la cátedra de economía política entre 1924 y 1948.
Por recomendación de Eleodoro Lobos, decano de la Facultad y ex ministro
de Hacienda y de Agricultura, fue colocado al frente del Centro de Estadís-
tica de la Sociedad Rural Argentina (SRA). También, en la década de 1920,
fue consultor técnico del ministro de Agricultura Tomás Le Breton y, por
concurso, se convirtió en vicedirector de la Dirección Nacional de Estadís-
tica (DNE). Protegido de Luis Duhau y Enrique Uriburu, fue promovido
director de la Oficina de Investigaciones Económicas del Banco Nación en
1928. Bajo la influencia de aquellos políticos fue designado subsecretario
del Ministerio de Hacienda entre 1930 y 1933 en las gestiones de Enrique
Pérez (1930-1931), Enrique Uriburu (1931-1932) y Alberto Hueyo (1932-1933),
“ortodoxos” como Prebisch.6
Prebisch y los economistas vinculados con él pusieron en marcha en ese
momento una serie de medidas “de carácter puramente técnico” (Magariños,
1991) para frenar el déficit presupuestario tales como el impuesto sobre la
renta y las transacciones, la reforma presupuestaria, la contención de los
salarios del funcionariado público, entre otras, cuya aprobación, ocurrida
durante la dictadura de Uriburu, revelaba la fuerza inédita de los técnicos en
la política pública y el consenso en torno de su importancia. En virtud de la
postración de la economía argentina y del descrédito de los actores políticos,
Prebisch explotó la apertura del campo de acción a los economistas en el
sector público. Al verse a sí mismos como combatientes del caos financiero
y administrativo, cuya responsabilidad atribuían a los malos políticos, él y
su generación se asignaron la misión de restringir aquellos gastos públicos
que consideraban innecesarios, hicieron concesiones políticas autorizadas
en sus propósitos técnicos y se invistieron del papel de “tecnócratas” al
tornar la burocracia como su espacio de acción por excelencia y asumir las
responsabilidades estatales como razón de ser de sus carreras.
En 1933, Prebisch representó a su país en la Conferencia Económica
Mundial de la Liga de las Naciones y fue delegado en las negociaciones
del Tratado Roca-Runciman entre la Argentina e Inglaterra, que aseguró
una cuota en el mercado británico para las exportaciones argentinas, y que
motivaría, dos años más tarde, un arduo debate sobre las desigualdades
en las relaciones económicas entre los dos países.7 También, en el gobierno
de Justo, y ya al lado de Pinedo, asesoró a los Ministerios de Hacienda y
de Agricultura y fue uno de los principales responsables del Plan de Ac-
6 Según Prebisch: “[y]o tenía el cargo de consciencia de haber preconizado y logrado que la Argentina
siguiera, en el año treinta y uno y mitad del treinta y dos, la política más ortodoxa, cuando era
subsecretario de Hacienda: una política de contracción, de acuerdo con toda teoría aceptada de que
la crisis había que sobrepasarla con una serie de medidas de austeridad, cortar las obras públicas,
cortar el presupuesto, rebaja de sueldos, etcétera. Y después, pensando en esa experiencia, y ante
la prolongación de la depresión mundial, que todos creíamos que era una cosa transitoria, y no, fue
una cosa muy profunda, empecé yo a tener muchísimas dudas acerca de mi teoría ortodoxa” (apud
Fernández López, 1988, p. 213). O todavía: “[…] en mi calidad de joven economista, fui un neoclásico
y luché contra la protección. Pero durante la depresión mundial me convertí al proteccionismo,
asolando por la borda una parte considerable de mis creencias anteriores” (Prebisch, 1983, p. 346).
7 En 1935 el Tratado Roca-Runciman (1933) sería denunciado por sectores de la oposición –con el
senador Lisandro de La Torre a la cabeza– como contrario al interés nacional y parte de los planes
entreguistas del gobierno probritánico del general Justo.
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ción Económica y de la creación del Banco Central, en el cual trabajó como


gerente entre 1935 y 1943 (Pazos, 1988). La llegada de Pinedo al Ministerio
de Hacienda abrió las puertas de una vez por todas a Prebisch y su equipo,
que ya estaban en una rápida carrera ascendente, a los niveles superiores
de la administración pública.
El equipo que logró reunir en torno a su liderazgo sería la primera
experiencia de Prebisch como jefe y mentor intelectual de una generación
de economistas, lo que evidenció, desde entonces, un trazo permanente
de su “estilo” de actuación que se tornaría conocido en la Cepal: el de un
“caudillo intelectual” y “profeta armado” que despertó “entusiasmos ar-
dientes en una joven generación de economistas” y que dedicó a él “una
incondicional lealtad y una devoción casi apostólica” (Hodara, 1987, p. 12).
En la siguiente sección interrogamos las condiciones sociales que lo hicieron
posible, al examinar las propiedades de origen social y trayectoria que con-
dicionaron esa disposición socialmente adquirida para el mando, así como
las circunstancias favorables que lo condujeron a ocupar una posición que
él mismo contribuyó a producir.
Prebisch y el “cartel de cerebros”
Prebisch reclutó a sus colaboradores en la FCE/UBA, entre un grupo
de exestudiantes (Ernesto Malaccorto, Máximo J. Alemann, Enrique Siewers,
Julio Broide, Abraham I. Gerest, Héctor C. Liaudat, Edmundo G. Gagneux,
Guillermo W. Klein, Jacobo Wainer, Ramón C. Lequerica, Alfredo Peralta
Ramos y Alfredo Louro de Ortiz) unidos por lazos de lealtad y que, bajo
su comando, y durante los veinte años en los que actuaron en la función
pública en gobiernos de distintos matices político-ideológicos (de Marcelo
T. de Alvear a Ramón Castillo) dieron forma a nuevas instituciones y leyes
que reorganizaron la administración financiera del Estado. Todos ellos se
conocieron en la Facultad, como militantes del Centro de Estudiantes y como
colaboradores de la Revista de Ciencias Económicas de la FCE/UBA.
Esa generación, que estuvo comprometida en el reformismo uni-
versitario (1918) (Dosman, 2011) y en la defensa de un nuevo régimen de
repartición de la tierra y redistribución fiscal, pertenecía a las fracciones de
la clase media de origen inmigrante, “hijos y nietos de inmigrantes exitosos
[…] que pugnaron por alcanzar, sobre todo, puestos en la administración
pública o la actividad privada” (Louro de Ortiz, 1992, p. 15). Dada la condi-
ción de outsiders, acentuada, en algunos casos, por un origen social modesto,
sus posibilidades de movilidad social dependieron de la adquisición de
credenciales académicas para compensar las desventajas sociales– el decano
Eleodoro Lobos mencionaba en 1921 que el alumnado de la FCE provenía
“del pueblo trabajador” que les enviaba “cada vez en mayor número, su
juventud bien dispuesta” (apud Plotkin, 2006, p. 471). Pero en lugar de pro-
curar esas credenciales en los ramos tradicionales, como derecho, medicina o
ingeniería, fueron a buscarlas en una disciplina emergente, menos prestigiosa
y “recién llegada” como ellos. Y una vez graduados se lanzaron al desafío
de ocupar, en nombre de las nuevas competencias técnicas adquiridas, los
cargos públicos hasta entonces monopolizados por los abogados, más ricos
e influyentes que ellos (Neiburg y Plotkin, 2004).
Ramón C. Lequerica nació en Bilbao en 1892 y llegó a la Argentina
de niño. Fue técnico de la Dirección General de Estadísticas del Banco Na- 323

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ción, asesor técnico del Censo Industrial (1935), jefe de Contabilidad de los
Ferrocarriles del Estado y director general de Estadísticas de la Provincia
de Santa Fe. Máximo Alemann (1901-1986) provenía de una familia suiza
que se instaló en la Argentina en la dirección del tradicional semanario
argentino-alemán Argentinisches Tageblatt y en los negocios comerciales y
bancarios de la comunidad suiza (Friedmann, 2011), y prohijó una prole
de cuadros para el Estado argentino, como el propio Máximo, que llegó a
ser el director de Finanzas del Ministerio de Hacienda entre 1935 y 1943 y
los también economistas Roberto T. Alemann (1922-2020), ministro de Ha-
cienda dos veces, del gobierno de Frondizi y de la última dictadura militar,
y embajador en los Estados Unidos, y Juan E. Alemann (1927), asesor-jefe
de los Ministerios de Hacienda y de Seguridad Nacional en el gobierno de
José María Guido, Secretario de Hacienda en la última dictadura militar y
presidente del Banco Hipotecario Nacional.
Ernesto Malaccorto (1902-1991) era de una familia modesta de inmi-
grantes italianos que se ganó la vida en la Argentina en las lides rurales.
Entre las décadas de 1930 y 1940 fue vicedirector y director de la Oficina
de Investigaciones Económicas del Banco Nación, jefe de la Comisión de
Redescuentos y de la Oficina de Control de Cambios, fundó y presidió la
Dirección General de Impuesto de Renta y Transacciones y fue vicesecretario
del Ministerio de Hacienda. También Héctor C. Liaudat fue vicedirector de
la Oficina de Investigaciones Económicas del Banco Nación y sus estudios
sobre la explotación antieconómica del vino y la uva sirvieron de inspira-
ción para la creación de la Junta Nacional Reguladora de Vinos en 1935.
Edmundo Gagneux dirigió la Oficina de Control de Cambios, fue asistente de
Prebisch en la FCE/UBA, en el Banco Central y lo reemplazó en la Gerencia
del Banco entre 1943 y 1945. Alfredo Louro de Ortiz también fue director
de la Oficina de Control de Cambios.
No obstante, la escasez de informaciones con respecto de los otros
integrantes del grupo, cabe observar el origen judío de la mayoría de ellos
(Siewers, Broide, Gerest, Klein y Wainer). Siewers fue director del Depar-
tamento de Investigaciones Económicas del Banco Central e investigador
en la Sección de Desempleo y Migración de la Organización Internacional
del Trabajo en las décadas de 1930 y 1940; Wainer (1896-1982) fue contador
jefe de la Contaduría General de la Nación; Klein (1899-1986), que, al igual
que Prebisch, disponía de un considerable capital de relaciones sociales al
provenir de familia de inmigrantes entroncada por casamiento con la aris-
tocracia provinciana, actuó como funcionario de la Cámara de Diputados
entre 1926 y 1933 y como director del Movimiento de Fondos, Deuda Pública
y Bancos del Ministerio de Hacienda entre 1934 y 1943.
¿Cómo explicar la autoridad y liderazgo que consiguió ejercer Prebisch
sobre sus compañeros de facultad, algunos de los cuales eran mayores que
él y otros sus coetáneos? Su apetito innovador particularmente fuerte –como
el de su padre– lo convirtió en el pionero en todos los frentes (militancia
política,8 docencia, inserción profesional, carrera internacional) en los que
8 En las décadas de 1910 y 1920, la afinidad entre los estudiantes de la FCE y el socialismo era general,
pero fue Prebisch quien intentó unirse al PS como militante. El intento, sin embargo, no tuvo éxito
porque Prebisch creía que Juan B. Justo, el modelo del gran político-intelectual para su generación,
no daba la debida importancia a sus ideas económicas. El celo por el valor de sus propias ideas y
el sentido herido de dignidad lo alejaron del partido. Esta experiencia frustrada, que parece haber
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actuó con la obstinación propia de los recién llegados. Fue director del
consejo de la Revista de Ciencias Económicas, profesor asistente de Alejandro
Bunge en la FCE/UBA y en la Universidad Nacional de La Plata, y alcanzó el
rango de profesor de economía política de la FCE/UBA antes de graduarse,
y se convirtió, a su vez, en el orientador de tesis de algunos de sus futuros
colaboradores. Antes que ellos, había desarrollado también una carrera
como funcionario. En la década de 1920 viajó al extranjero (Australia, Nueva
Zelanda, Estados Unidos y Canadá) en misiones oficiales, y ganó, así, la
experiencia y la confianza de los políticos (Barboza, 2020). Un gran capital
lingüístico (sabía inglés, francés, alemán e italiano), condición de una mayor
“liquidez” de los agentes para moverse por el espacio social, fue sin dudas
un factor importante de su temprana y notablemente alta movilidad por el
espacio internacional, que sería un rasgo característico de toda su trayectoria
ocupacional. Durante esa década, asimismo, fue director de Estadísticas de
la SRA, del DNE y del Banco Nación, con lo que creó, así, oportunidades
(empleos y becas) para aquellos que serían parte del “cartel de cerebros” y
que se volvieron dependientes de sus contactos. Ya en la década de 1940,
y después de algunos años de incertidumbre sobre su futuro profesional,
Prebisch sería, una vez más, pionero, al apostar a una carrera internacional
en una Cepal todavía desconocida y resistida por los Estados Unidos, an-
ticipó, así, el camino de aquellos que en las décadas siguientes trabajarían
en las instituciones multilaterales de posguerra ya consolidadas. Last but no
least, Prebisch fue también, según el testimonio de quienes lo conocieron,
un orador brillante, que supo cautivar a sus oyentes y obtener apoyo para
sus ideas.
Esa confianza y seguridad estatutaria, que le permitió ser el primero
en todos los frentes y ganarse la admiración y el entusiasmo de quienes
serían sus colaboradores, hundía, sin dudas, sus raíces en su condición de
clase, más elevada que la de sus compañeros, y ennoblecida con un enorme
capital cultural y social familiar. La precocidad es siempre la manifestación
de una herencia cultural. Su posición en la fratría, el sexto de ocho hermanos
socialmente exitosos (sus tres hermanos mayores fueron a Buenos Aires
para estudiar en la UBA antes que él y uno de ellos, el arquitecto Alberto
Prebisch, pasó una temporada en París para estudiar con Le Corbusier a
principios de la década de 1920), y sus tempranos “triunfos” personales
obraron como un refuerzo de aquella confianza y seguridad que están en
la base de cualquier reclamo al mando y al liderazgo.
Su origen social escindido afectaría toda la trayectoria social de Pre-
bisch, y haría de él un agente social ambiguo, dividido entre dos mundos,
en fin, siempre desajustado o desplazado. En su actividad profesional fue
el provinciano y pariente pobre entre sus ricos protectores y mandamases
de la elite porteña (dominado entre los dominantes). Con el grupo de sus
más estrechos colaboradores y amigos compartía el origen inmigrante,
pero desentonaba de ellos por su acendrado origen criollo y provinciano,

obrado como un factor de desvío de trayectoria, dejaría su huella en Prebisch, quien también en
este aspecto (militancia política) pagó un alto precio por la ambigüedad de su condición de clase:
“[y]o hubiera sido el hombre más feliz en esos momentos si él (Juan B. Justo) me hubiera atraído.
Posiblemente, hubiera entrado al Partido y hubiera tenido una carrera política en la Argentina. [...] Ahí
tienes tú [Mateo Magariños] cómo un episodio humano que me sacude -falta de correspondencia
con el doctor Justo- me da otro rumbo en la vida” (Magariños, 1991, p. 41).
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que traía por linaje materno (dominante entre los dominados). Su alianza
matrimonial pareció sellar esa condición de desplazado al interior del grupo
familiar. Prebisch se casó tardíamente, en 1932, y contra las convenciones,
a diferencia de sus hermanos y hermanas (con excepción de una de ellas,
que permaneció célibe), que tuvieron beau mariage y se casaron más jóvenes
(Terán, 1977).9 Su esposa, Adela María Moll (1909-2013), música de profesión,
era hija de Carlos Moll, inmigrante alemán, como su padre Albin, y próspero
empresario que había alcanzado una posición relativamente encumbrada
en la comunidad alemana de Buenos Aires, por lo que llegó a convertirse
a fines de la década de 1920 en presidente del Club Alemán. Sin embargo,
durante la Gran Depresión quebró y en 1931 regresó a Alemania, su país
de origen, con las manos vacías. Uno de sus hijos sería encarcelado por
fraude empresarial y consiguió fugarse de la prisión y radicarse en España.
Prebisch conoció a Adela en esas duras circunstancias y por intermedio de
sus amigos en común, Ernesto Malaccorto, y, sobre todo, Max Alemann,
cuya familia tenía estrechos lazos con los Moll. Por entonces, Adela se las
arreglaba mediante el dictado de lecciones de piano, la venta de seguros de
vida al asistir como secretaria a Frau Keller, la esposa del embajador alemán,
y al realizar arreglos musicales para el Teatro Colón (Dosman, 2011).10 La
madre de Prebisch desaprobó el casamiento con una mujer salida de una
familia que no conocía (con lo que repitió, así, la misma actitud que su propia
familia había exhibido ante ella por su casamiento con Albin Prebisch). Ella
y Albin, probablemente molesto por la actualización del origen inmigrante
que quería olvidar,11 no asistieron a la ceremonia, de la que fue testigo el
diputado y dirigente socialista independiente Augusto Bunge, también de
ascendencia alemana. Su tío Enrique Uriburu, el ministro de Hacienda,
desaprobó igualmente la alianza, y le advirtió que un casamiento desigual
podría dañar su prometedora carrera (Dosman, 2011).12
Esa posición desplazada ha estado en el origen de sus difíciles relacio-
nes con los otros, próximos y distantes a la vez; con los dueños de la tierra,
9 Las alianzas matrimoniales constituyen un importante marcador de trayectoria en la medida en que
el matrimonio altera el conjunto de las propiedades sociales de cada uno de los cónyuges, al afectar
el sentido de las trayectorias, el espacio de los posibles y la toma de posición en los diferentes
dominios de la experiencia (familia, profesión, sociabilidad, etc.) (Bourdieu, 2003, p. 121).
10 La alianza matrimonial fue especialmente costosa para Adela, que tuvo que interrumpir su carrera
como pianista para impulsar la del ya célebre banquero central, lo que se explica por la existencia
de una asimetría de género reforzada por la diferencia de jerarquía estatutaria entre los cónyuges,
y encuentra su justificación ex post en la asociación entre el exitoso destino profesional que
consiguió Prebisch, un “gran hombre”, y la abnegación de Adela, que escondía mal sus frustraciones:
“[e]l creador de mucho talento con mucha frecuencia es como ciertos árboles que drenan toda el
agua a su alrededor, impidiendo que prospere la vida en el área que la circunda. [...] Recordé una
conversación que tuve cierto día con la primera mujer de Prebisch, que había comenzado una carrera
como pianista y se había visto obligada a abandonarla. Con gracia y humildad me había dicho:
‘Sabía que lo que hacía Raúl era tan importante que hubiera sido doloroso para mí no dedicar todas
mis energías para ayudarlo. No se puede tener todo…’” (Furtado, 1997, p. 81, traducción nuestra).
11 El biógrafo de Prebisch señala: “Albin insistía en que sus hijos se identificaran con las profundas
raíces de su madre en la historia argentina más que con la herencia alemana”; “no toleraba el uso del
alemán en casa por miedo a que debilitara el patriotismo de su descendencia” (Dosman, 2011, p. 43).
12 David Pollock, su colega en la Cepal y amigo, supo captar en un parágrafo expresivo la ambivalencia
de sentimientos de Prebisch y algunas de las consecuencias de una alianza matrimonial a
contramano de las expectativas familiares cuando escribió: “He loathed the military, was distrusted
by the oligarchy, and married so entirelly out of Buenos Aires elite that his rich relatives refused to
invite Adelita to their house. In these circumstances there was no prospect for entering politics”
(Pollock, 2006, p. 14).
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Raúl Prebisch y Federico Pinedo: técnica y política en la "década infame" | Alejandro Blanco y Darlan Praxedes Barboza ARTÍCULOS

para quienes trabajó en la década 1920 pero a los que consideraba como
una “aristocracia de establo”; con Juan B. Justo y los socialistas, de quienes
se apartó decepcionado por un reconocimiento que creía que merecía pero
que nunca llegaba; con los altos funcionarios, como el ministro de Finan-
zas Alberto Hueyo, de cuyo ministerio se fue dando un portazo porque el
ministro confiaba más en los banqueros privados (Dosman, 2011); en fin,
con sus padres, que se negaron a aceptar su casamiento. Y se sabe que los
agentes colocados en posiciones inestables, mal ubicados entre los dos
mundos entre los que están divididos, suelen lanzarse a las innovaciones
como una manera de superar esa incomodidad o malestar de posición.13
Prebisch reclutó y entrenó por primera vez a su equipo de colabora-
dores en la Oficina de Investigaciones Económicas del Banco Nación, cuya
dirección asumió en 1927, y que lo acompañaría más tarde en el Ministerio
de Hacienda y en el Banco Central, del que se tornaría su “cerebro gris”
(Rapoport, 2014). Asimismo, al tomar de Alejandro Bunge el bastón del
liderazgo de este proyecto de reforma intelectual e institucional del Esta-
do, vocalizó la creencia en el servicio público racional y protegido de las
presiones y condicionamientos políticos, creó estadísticas nacionales siste-
máticas (bancarias y agrarias), introdujo nuevas formas de compilación y
procesamiento de datos (inspirado en los modernos procesos de Australia
y Nueva Zelanda) para subsidiar nuevas investigaciones e informar las
políticas públicas (González Bollo, 2014). Fundó, asimismo, la Revista Eco-
nómica, publicación mensual del Banco Nación que difundió los datos, las
proyecciones y análisis económicos producidos por su grupo.
Asesor de los Ministerios de Agricultura y Hacienda, y al corriente
de las ideas de Keynes, Prebisch y demás técnicos formularon el Plan de
Acción Económica, que, en líneas generales, introdujo un conjunto de me-
didas para restringir las importaciones (establecer prioridades de acuerdo
con la capacidad de pago del país), interrumpir la evasión de capitales,
rescatar y estimular el sector agropecuario, aumentar los ingresos fiscales y
equilibrar la balanza de pagos. La agencia estatal protegió, principalmente,
los productos primarios de exportación, responsables de sostener el gasto
público, por lo que se crearon, para ese fin, una serie de organismos regu-
latorios (carnes, granos, yerba mate, algodón, vinos, leche, azúcar, batatas
y fibras textiles). No obstante, la promoción del mercado interno y del
empleo, la política económica de Pinedo, Duhau y Prebisch apuntó, en pri-
mer lugar, a proteger los precios y la renta de los sectores exportadores y a
disminuir sus pérdidas (Louro de Ortiz, 1992). Como el daño y la duración
de la crisis económica aún se desconocían, recurrieron pragmáticamente a
un conjunto de medidas proteccionistas improvisadas y temporarias para
detener el sangrado de la economía agroexportadora. Sin embargo, estas
medidas no tenían por objetivo un giro definitivo en la política económica
hacia la industrialización y el mercado interno, lo que sucedería solamente
con el derrotado “Plan Pinedo” (1940), cuando el equipo económico fue

13 La figura del “desplazado” como un factor importante de innovación o cambio social tiene una larga
historia en la tradición sociológica. Con denominaciones alternativas, como las de “extranjero” o
“marginal”, ha sido analizada por George Simmel (1972), Robert Park (1928), Karl Mannheim (1963),
Robert Merton (1972), Norbert Elias (1991 y 2003), Paul Lazarsfeld (1969) y Pierre Bourdieu (1998,
2012 y 2013).
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advirtiendo gradualmente que el cambio en la dirección de la economía


mundial era definitivo.14
Prebisch redactó el proyecto de ley de creación del Banco Central en
1935 para reorganizar el sistema bancario y monetario nacional, sanear los
bancos (vía socialización de las pérdidas de los banqueros), destrabar el
crédito a través de la Ley de Bancos y de la Ley del Instituto Movilizador
de Inversiones Bancarias, centralizar la recaudación de impuestos, aliviar
la situación fiscal a través de la conversión de las deudas interna y externa,
entre otros instrumentos que reforzaron el poder de agencia económica del
Poder Ejecutivo y que fueron severamente criticados por los sectores na-
cionalistas. También, en el Banco Central, formó una elite técnica reclutada
por exámenes de mérito y sometida a perfeccionamientos periódicos tales
como un período de estancia en la Universidad de Harvard. Con el apoyo
de Pinedo, amplió el poder de los técnicos con el argumento de que era ne-
cesario blindar al Banco de las injerencias políticas y garantizar autonomía
operacional e independencia.
Hasta 1943, cuando el sector nacionalista de las fuerzas armadas dio
un golpe de estado, ese grupo de técnicos mantuvo su influencia sobre las
decisiones estatales. Como muestra el “debate de las carnes” de 1935, que
expresó el conflicto entre aquellos y la clase política15, la presencia de los
técnicos en el Estado ya se había tornado un hecho consumado. Incluso el
presidente Juan Domingo Perón (1946-1952 y 1952-1955), que apartó a Pre-
bisch del Banco Central, se apoyaría en los técnicos de su confianza, muchos
de los cuales habían sido entrenados en el Banco Central y en las autarquías
públicas concebidas y dirigidas por Prebisch y su grupo (Berrotarán, 2012;
Stawski, 2012).16 Eso evidencia, al mismo tiempo, los avances de la profe-
sionalización de la economía en el interior del Estado y sus límites frente a
la extrema politización de la sociedad argentina.
El “cartel de cerebros” obtuvo el reconocimiento de la posición de
técnico estatal en la administración pública y, en alguna medida, gozó de
autonomía relativa en relación con la confrontación política y sus modus
operandi –al menos en cuanto a que contó con el aval de Pinedo y Duhau. Sin
embargo, como muestran los acontecimientos de 1943 y 1946, la suerte de
los avances conquistados y la permanencia de Prebisch y su grupo depen-
dieron íntimamente de la sobrevivencia de las oligarquías políticas atadas
a la suerte de un régimen que no podía sobrevivir sin fraude. Tan pronto

14 Con el “Plan Pinedo” (Llach, 1984), que en rigor nunca llegaría a aplicarse al ser rechazado por
la Cámara de Diputados de la Nación, la dupla Pinedo y Prebisch vería en la industria nacional
exportadora la salida para contrarrestar el deterioro de la economía del país en un contexto de
agudizamiento de las tensiones internacionales y cierre de los mercados como consecuencia de
la Segunda Guerra Mundial.
15 Con esa expresión quedaría conocido el duro interrogatorio al que fueron sometidos, en el Senado
de la Nación, los ministros Luis Duhau y Federico Pinedo y los funcionarios Ernesto Malaccorto y
Edmundo Gagneux, con respecto a los desvíos e ilegalidades en la comercialización de las carnes
argentinas por las empresas exportadoras extranjeras, británicas y americanas principalmente. El
“debate de las carnes” expresó un agudizamiento de la lucha política en esta tormentosa “década
infame” e exhibió, asimismo, la gravitación de estos técnicos estatales en el debate público, así
como las rivalidades que su presencia despertó en el mundo político.
16 Entre ellos, se destacaron los economistas Alfredo G. Morales (1908-1990) y Ramón A. Cereijo
(1913-1996), quienes comenzaron sus carreras en la Dirección General de Impuesto a los Réditos y,
durante los gobiernos peronistas, fueron, respectivamente, presidente del Banco Central y ministro
de Finanzas.
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como aquellas fueron desplazadas del poder político, esa elite técnica que
restructuró al Estado argentino fue apartada de sus funciones.
Después de renunciar al cargo de ministro de Agricultura en 1935, el
estanciero Duhau se apartó de la política y se dedicó a atender los negocios de
la familia. José Félix Uriburu y Enrique Uriburu, respectivamente expresiden-
te y ex ministro de Hacienda, fallecieron en la década de 1930. Agotado por
el debate de las carnes, Pinedo renunció al Ministerio –“La política malogró
a un gran estadista”, sentenció el diario Crítica (Azaretto, 1998, p. 130)–, fue
responsabilizado por la pérdida de gravitación y posterior desaparición del
PSI en 1937, tras ser diluido en la Concordancia (Sanguinetti, 1981), y fue
lanzado al ostracismo político a partir de 1943. Salvo sus diecinueve días
como ministro de Economía en 1962, trabajó hasta su fallecimiento, en 1971,
como abogado y consultor económico para instituciones privadas. Escribió
sus memorias políticas y también libros y artículos en la prensa sobre la
economía argentina y se refugió en los nostálgicos “tiempos de la república”,
por lo que se convirtió en el ícono del monetarismo en la Argentina y crítico
autorizado de las experiencias Estado-intervencionistas y nacionalistas de
su país y América Latina –incluso del Plan de Acción Económica y del “Plan
Pinedo”–.17 Finalmente, Marcelo T. de Alvear, Julio Roca, Roberto Ortiz y
Agustín P. Justo, “pilar del Grupo Prebisch-Pinedo” (Louro de Ortiz, 1992),
fallecieron en la década de 1940, lo que dejó al equipo de Prebisch “huérfa-
no de antiguos contactos” (Louro de Ortiz, 1992). Los escándalos públicos,
la inestabilidad del cuadro económico, los embates políticos en los cuales
estuvieron envueltos y la irrupción del peronismo, que agudizó la lucha
ideológica en un período en que los eventos históricos parecían moverse a
trancos, hicieron que Prebisch y Pinedo pasasen a ser vistos en las décadas
siguientes como “vendepatrias”, “cipayos”, oligárquicos y “cabezas de fierro
del imperio” (Jauretche, 1962), lo que los llevó al ostracismo en su propio país.
Prebisch fue despedido del Banco Central en junio de 1943 y la ma-
yoría de su personal en el Banco y el Ministerio de Hacienda renunció en
solidaridad con él. Lo que quedaba del equipo se desintegró en pocos años.
Los judíos del grupo renunciaron a sus posiciones en medio de la resistencia
del gobierno a romper con el Eje, que ocultaba la alineación con el régimen
nazi, y también por el asedio y la violencia contra los judíos en la Argenti-
na. A pesar de su importante papel en la reorganización de las finanzas del
país, estos judíos fueron despreciados en la década de 1930, perseguidos en
la de 1940 y relativamente olvidados a partir de entonces no solo porque
colaboraron con los gobiernos de la “década infame”, como Prebisch y los
demás, sino también porque eran judíos.18 Algunos signos de esa margina-

17 “Un poco por culpa de Prebisch, pero más por culpa mía, que era el responsable, tomamos algunas
medidas erradas. Acuérdese cuando hacíamos quemar maíz en las calderas, todo macanas” (Pinedo,
1971, p. 238).
18 Weil informa sobre el resentimiento en este período contra los judíos “[…] ganadores de exámenes
competitivos para la administración pública o posiciones académicas que antes, ‘por naturaleza’,
tendían hacia los niños bien nacidos, los jóvenes de las ‘buenas viejas’ familias” (Weil, 2010 [1945],
p. 85). Y concluye refiriéndose a Wainer: “[h]abía un judío en la Contaduría General de la Nación que
colaboró con los esfuerzos de Pinedo por ‘europeizar’ la administración. Se ganó el reconocimiento
por sus esfuerzos por impedir el derroche de fondos por parte de las varias oficinas públicas. Los
conservadores adulaban su eficiencia de la boca para afuera –y lo odiaban–. Había algunos judíos en
la Dirección General de Impuesto a los Réditos que fueron responsables por el excelente trabajo hecho
por esta organización. El impuesto a los réditos salvó al país de la bancarrota disminuyendo derechos
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ción pueden percibirse en el desplazamiento de los intereses profesionales


de Wainer, quien construyó una alternativa en el sector privado universitario
–fue el mentor y primer rector de la Universidad Argentina de la Empresa
(UADE)–, y en las trayectorias profesionales de Klein y Broide, que encon-
traron empleo fuera del país (el primero como director del Fondo Monetario
Internacional (FMI) en la década de 1960 y asesor del gobierno de Sierra
Leona; el segundo como funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo
(BID) entre las décadas de 1960 y 1970 –antes había sido subsecretario de
Hacienda y vice-presidente del Banco Central de la dictadura militar de
1955–). Después de un largo período en la actividad privada, Malaccorto
fue secretario de Agricultura y Finanzas y director del Banco Central en el
gobierno de Arturo Frondizi y trabajó en Washington para la Alianza para
el Progreso entre 1963 y 1966. De regreso en la Argentina, fue director y, en
1970, vicepresidente del Banco Central. Desde entonces, se concentró en su
propia empresa de consultoría “Estudio Ernesto Malaccorto” y fue miembro
de consejos directivos de instituciones privadas. También Lequerica trabajó
para el gobierno de Frondizi como presidente del consejo de la Dirección
General Impositiva y, entre 1958 y 1962, fue secretario de Hacienda.
El éxito del proyecto de Prebisch estuvo asociado primero a la política
de ajuste de la dictadura de Uriburu –el diario Crítica celebraría su salida
del Ministerio de Finanzas al llamarle “la esfinge” y el “rostro financiero
de la dictadura” (Dosman, 2011, p. 100), y luego, a fines de 1933, a la coa-
lición política con respaldo electoral, que, ante el fracaso de las medidas
económicas improvisadas para superar la crisis, y en procura de deshacerse
de la figura de Uriburu y de la mancha de haber participado en el golpe,
recurrió a un plan económico anticíclico que, de tener éxito, coronaría los
esfuerzos de Pinedo y Prebisch de convertirse en los líderes intelectuales de
las élites política y burocrática reformadas. Tal ambigüedad, que extrae su
sentido también del origen social escindido (inmigrante y patricio), marcó
la reputación de Prebisch en la Argentina. Frente a la crisis económica y
la contingencia del golpe de 1930 tuvo que decidir si asociaría su proyecto
a los de las fracciones golpistas o si esperaría a una nueva coyuntura de-
mocrática. La elección de la primera opción tuvo un tremendo impacto en
su carrera cuando el impasse político creado por el agotamiento del pacto
conservador y las tensiones planteadas por la guerra mundial se resolvió
a favor de Perón lo que anuló prácticamente cualquier posibilidad de
recuperar el protagonismo que había alcanzado en el decenio anterior. A
partir de entonces, la imagen de Prebisch en su país jamás se despegaría del
mote oligárquico y todo ello terminó eclipsando la recepción de sus ideas
cepalinas años más tarde.
Como indicamos más arriba, los acontecimientos de la década de 1940
interrumpieron las carreras ascendentes de Pinedo (¿un candidato potencial
de la coalición oficialista para la Presidencia de la Nación?19), de Prebisch
aduaneros, pero aquellos que lo hicieron un instrumento eficiente no se ganaron precisamente las
simpatías de los contribuyentes de altos ingresos” (Weil, 2010 [1945], p. 85).
19 El siguiente testimonio de Prebisch en una conferencia sobre política económica argentina en
Oxford (1981) –la distancia física y la vejez parecen haber dejado salir las frustraciones silenciadas
durante mucho tiempo– muestra, por un lado, el sentimiento común de amargura de una generación
desgarrada y que quedó huérfana con el ostracismo impuesto a Pinedo (la promesa política para
muchos de los jóvenes liberales y progresistas– y durante algún tiempo socialistas), y, por el otro,
la denuncia, por procuración, de su propio resentimiento hacia su país, que, inmerso en “pasiones
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(¿el probable presidente del Banco Central o Ministro de Hacienda?) y de


sus colaboradores, cuando la mayoría de ellos apenas había superado los
cuarenta años. Pero las diferencias de origen social y de trayectoria condi-
cionaron el modo en que cada uno de ellos reaccionó a esa interrupción de
carrera y ensayó una respuesta a ella. Un auténtico heredero de las oligar-
quías nostálgicas del pasado argentino y con “ambición de protagonismo”
(Halperín Donghi, 2004), Pinedo estaba umbilicalmente vinculado a su país,
clase y futuro político como para pensar en otra actividad que no fuera la
política. Apostó a que el peronismo fuese apenas un paréntesis en la política
del país y que pronto tendría la historia a su favor nuevamente. Prueba de
ello es el hecho de que no se le ocurrió la posibilidad de establecerse en las
nuevas instituciones multilaterales creadas en las décadas de 1940 y 1950 en
América Latina y los Estados Unidos, país que admiraba y en el que tenía
contactos. Ese camino le hubiera parecido una opción inferior o incluso
indigna para alguien de su clase y ambición. Se erigió en opositor al pero-
nismo y al desarrollismo, escribió contra las ideas de la Cepal y de Prebisch
–quien nunca le respondió– y fue relegado a los bastidores de la política.
Prebisch y sus colaboradores fueron a ganarse la vida como consultores
en el sector privado o se refugiaron en una incierta carrera internacional sin
saber que el prestigio adquirido en la actividad privada o en el extranjero se
convertiría en una nueva oportunidad de comandar, un decenio más tarde,
la política económica y financiera argentina (de hecho, con el golpe militar
contra Perón, algunos de ellos volvieron a ocupar cargos importantes en el
gobierno y en el Banco Central).
Una vez más, Prebisch tomó la delantera en la Cepal. Dueño ya para
entonces de un importante capital de reconocimiento internacional acumula-
do durante su extensa carrera de alto funcionario y arrojado a una situación
de incertidumbre profesional,20 respondió a esta última con una audaz
apuesta intelectual, al lanzar un desafío herético al corazón de la ortodoxia
del comercio internacional con su teoría del “deterioro de los términos del
intercambio”, y al iniciar, así, el camino –taked for granted por la literatura
secundaria– de su reconversión gradual, pero definitiva, de alto funcionario
“técnico” del Banco Central a “teórico” de la Cepal. Destinado a una carrera
pública en los más altos escalones de la vida política de su país terminó
convertido en el “profeta” de una nueva organización internacional. Pero

políticas”, no lo valoró como a su juicio debería haberlo hecho: “[…] digo sin dudar ni plantear
reservas de ninguna naturaleza, que este hombre extraordinario no fue apreciado debidamente en
nuestro país, debido a las pasiones políticas, pero que su significación crece con el tiempo. Bajo
condiciones políticas más favorables, hubiera podido haber sido uno de los grandes presidentes
de la historia argentina” (apud de Pablo, 2006, p. 4).
20 Prebisch había sido invitado a ser el primer secretario ejecutivo de la Cepal, creada en 1948, pero
rechazó el empleo por considerarlo de menor importancia frente a la oferta de un puesto de director
en el FMI. Esto último, sin embargo, no prosperó debido al impasse entre el FMI, el Tesoro y el
Departamento de Estado, que se debió al clima de caza de brujas vigente en los Estados Unidos y las
desconfianzas suscitadas por la gestión de Prebisch en el Banco Central de la Argentina (Dosman,
2011). En 1948, asimismo, Prebisch sería expulsado de su catedra de la FCE. Fue en este contexto
de frustración que aceptó la invitación para ayudar en la preparación del primer estudio de la Cepal
para convertirse, después de la Conferencia de Habana (1949), en su secretario ejecutivo: “[y]o tomé
la Secretaría Ejecutiva de la Cepal después de haber tenido la ligereza de decir, cuando primero me
la ofrecieron, dos años antes, ‘no me interesa perder mi tiempo en una organización internacional’.
Porque yo creía entonces que se iba a repetir lo que había visto en la Liga de las Naciones, que
nosotros éramos partiquinos de una gran ópera” (Magariños, 1991, p. 129).
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esa reconversión difícilmente podría comprenderse sin tener en cuenta los


activos de los que disponía, que encontraron en las oportunidades abiertas
por un nuevo contexto internacional la posibilidad de una “actualización”.
La respuesta de sus colegas, en cambio, no implicaría una discontinuidad
en la dirección de sus trayectorias, al proseguir sus carreras profesionales
como contadores y altos cuadros técnicos en el sector privado o en la bu-
rocracia nacional e internacional o como oferentes privados de servicios
de consultoría. Una vez más, las condiciones que permitieron a Prebisch
erigirse en el líder del grupo son las mismas que permiten comprender la
diferencia de los destinos sociales de uno y de otros ante las coyunturas
adversas de 1943 y 1946: una condición de clase más elevada y un mayor
volumen de capital cultural, fundamento de esa “distancia al rol” que alienta
a las reconversiones.
***
Prebisch se erigió en jefe de los economistas de la FCE/UBA al explotar
de manera pionera los espacios abiertos en la máquina estatal, al ofrecerles
posiciones en dicho espacio y al plasmar –en el rastro de Alejandro Bunge–
los motivos ideológicos o éticos de su acción en la necesidad de reforma del
Estado, que debía fundarse en la razón científica y a resguardo de los intere-
ses privados y político-partidarios. Al tornar los conocimientos económicos
en instrumentos de acción estatal, asumió la delantera de ese proceso y se
convirtió en una figura decisiva entre los agentes políticos de su generación.
Su proyección como guía de la nueva camada de funcionarios estatales
se explica, también, por su capacidad de transitar entre gobiernos de distin-
tos matices político-ideológicos y cuestionable legitimidad democrática y el
salvo conducto que de ellos recibió para rediseñar la burocracia al valerse de
sus redes de contactos entre las capas dirigentes, de su instrumental técnico
y científico altamente valorado y de su reconocida habilidad como orador.
Al moverse en los bastidores y, por tanto, a salvo de los gravámenes de los
embates políticos, papel reservado a las elites dirigentes, Prebisch fue acep-
tado como el jefe de los agentes de innovación en el condominio de poder
con la condición de que no desafiase la legitimidad política de aquellas elites
y actuase como fiador de su política económica y financiera. Esa posición,
que guarda una indudable “afinidad electiva” con la preferencia que tenía
Prebisch por el “despotismo ilustrado” (Halperín Donghi, 2008), explica la
flexibilidad de la que se valió para ajustarse al nuevo escenario del golpe
de 1930 y los sucesivos escándalos y fraude electoral.
No obstante la pretensión de “neutralidad”, Prebisch escaló posicio-
nes en el Estado y asentó su poder carismático sobre los contemporáneos
también en virtud de los lazos de amistad y confianza con los políticos
experimentados. Tales relaciones, que cobraron su precio en términos de
subordinación –no exenta de tensión– a los padrinos políticos, así como sus
vinculaciones familiares con los Uriburu, fueron decisivas para franquearle
su acceso a áreas centrales del Estado, particularmente, a partir del golpe
de 1930. El parentesco con el presidente Uriburu y el “afecto personal”
(Magariños, 1991) entre ellos obraron como condicionantes favorables a la
implementación de las reformas que propuso, de la que fue emblemática
la aprobación del impuesto a las altas rentas. Como señala Rapoport: “[e]n
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esta decisión no solo jugaron factores puramente económicos, sino también


lazos familiares y de timing político” (2014, p. 325).21
Marginada del poder hacia el final del siglo XIX (la segunda presiden-
cia del general Roca, entre 1898-1904, fue su canto de cisne), la elite del norte
argentino volvió inesperadamente a escena bajo el liderazgo del general
Uriburu, apoyado, en un primer momento, por los liberales y conservado-
res de Buenos Aires (que habían sido desplazados por el radicalismo), los
antipersonalistas y socialistas independientes (que disputaban el electorado
urbano con el personalismo) y la fracción militar descontenta. En ese con-
texto, Uriburu confió en su coterráneo y pariente tucumano, acreedor de un
saber técnico, la política financiera del gobierno. Poco después, con Pinedo
en el Ministerio de Hacienda, que hizo de Prebisch su asesor predilecto, se
produjo el encuentro entre los más jóvenes y promisorios exponentes que las
oligarquías declinantes22 (de Buenos Aires y de Tucumán, respectivamente)
fueron capaces de gestar en su esfuerzo de recuperación política.
A Pinedo le tocó dar paso y blindar políticamente a la elite técnica
entrenada y cohesionada bajo la supervisión de Prebisch. En el contexto
de una crisis económica que privó de encanto a las viejas concepciones y
abrió espacio a las innovaciones y sus vocalizadores, la oligarquía política,
nostálgica de la “generación de 1880” y del país que hasta hacía poco era
“el granero del mundo” (Hora, 2010), confió a Pinedo –no sin tensiones y
disputas– la defensa de sus intereses y las posibilidades de conservarse en
el poder frente a la cambiante realidad económica y política. A la manera
de esos creadores del Estado moderno que, salidos de las filas de la aristo-
cracia, se vieron obligados a atacar sus privilegios para mejor defenderlos
(Bourdieu, 2012), Pinedo vivió la incómoda condición de double bind, divi-
dido entre la sumisión al orden tradicional y los valores oligárquicos y la
construcción de un estado y de una economía modernas.
A su turno, al colaborar con los jefes políticos sin confrontarlos, Pre-
bisch y los demás técnicos contribuyeron a la legitimación y sustento de los
diferentes arreglos de poder de la “década infame” y se incrustaron en los
escalones superiores de la burocracia. El llamado a la administración respon-
sable de las finanzas públicas se plasmó en justificaciones utilizadas por los
golpistas de 1930 para derribar a Yrigoyen al hacerlo el único responsable
por el caos económico y financiero del país. De esta manera, las prédicas
pretendidamente “neutrales” y “apolíticas” de Prebisch vistieron elegan-
temente en el figurín del proyecto político de los conspiradores de 1930.
Que esos técnicos estatales hayan jugado un papel central en la legiti-
mación de los golpistas de 1930 y otros gobiernos de esta década no eclipsa,
sin embargo, el hecho de que forzaron al Estado en la dirección de la pro-
moción de innovaciones institucionales cuyas repercusiones escaparon al
control y usufructo exclusivo de esos grupos dirigentes. Ellos contribuyeron,
paradójicamente, a profundizar el proceso de profesionalización del apa-
rato estatal más allá de los experimentos de política económica realizados

21 Cabe mencionar, sin embargo, que un relativo consenso sobre la inevitabilidad de esta medida ya
existía desde al menos 1918, cuando un proyecto del Poder Ejecutivo fue ampliamente debatido
en la prensa y en la Revista de Ciencias Económicas (Plotkin, 2006).
22 El progresivo desplazamiento de los grupos dirigentes tradicionales de las posiciones de comando
político, social e intelectual fue examinado en estudios ya clásicos de la sociología y la historiografía
de la década de 1960 (De Imaz, 1964; Cantón, 1966; Di Tella y Halperín Donghi, 1969).
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a tientas al alentar la formación de instituciones y una elite técnica cuyos


efectos y benéficos se cristalizaron en el Estado argentino, al expresar, a su
vez, la creciente legitimidad social del conocimiento generado por la FCE
(Plotkin, 2006). La preservación y diversificación –también algunos retro-
cesos, sobre todo en los gobiernos de Perón (1946-1955), que socavaron el
desarrollo gradual de una élite técnica estatal– de ese legado institucional en
los años posteriores, ya sin la presencia de Prebisch, constituye una prueba
inequívoca de aquello.
Desterrado en su propio país, en el contexto político marcado por la
irrupción de la democracia, que acentúa el rasgo paradójico de este laberín-
tico período, Prebisch vivió años de amargura y con la expectativa de reunir
a su equipo de economistas, que se había dispersado, y de volver al mando
del Banco Central. Pero la situación política había cambiado por completo y,
después de zigzaguear en América Latina de un trabajo a otro y ver frustra-
das sus posibilidades de obtener un empleo en los Estados Unidos, aceptó la
nueva invitación de la recién creada Cepal, primero como consultor y luego
como secretario ejecutivo. En su segunda patria, Chile, reconstruyó su carrera
y se lanzó a la odisea latinoamericana que lo convertiría en una personalidad
política de expresión continental. Sin embargo, el dolor del exilio argentino y
el sentimiento de derrota nunca lo abandonarían incluso durante el apogeo
de la Cepal en la década de 1950. Desgarrado entre el costado patricio y la
fracción plebeya de su origen, entre el orgullo aristocrático y la disposición
y disciplina para el trabajo duro, entre la política y la técnica, en definitiva,
entre la vieja y la nueva Argentina, Prebisch experimentó en carne propia
los sinsabores de esa condición escindida y terminó aislado y marginado de
su propio país.
Examinada desde el punto de vista de las trayectorias de Pinedo y de
Prebisch, la década de 1930 fue, a un mismo tiempo, el pórtico de una entra-
da triunfal a la vida política argentina –ambos alcanzaron en esa década el
pináculo de sus carreras como hombres públicos– y casi una lápida para su
futuro político –toda vez que intentaron volver a escena serían descreditados
por sus compromisos con los gobiernos de una década que quedó grabada en
la memoria colectiva como “infame”–. Sin embargo, una visión de más largo
plazo de sus trayectorias permite advertir que la respuesta que ensayaron
para enfrentar esa situación arrojó dividendos muy diferentes para cada
uno de ellos. Pinedo, que apostó a la política, vio severamente afectadas sus
posibilidades por un cambio drástico en las relaciones de fuerza, que indujo
una devaluación del principal crédito que cuenta en dicho campo, el de la
credibilidad política. Prebisch buscó conservar su capital de competencias
técnico-intelectuales y organizativas y transferirlo, dada la imposibilidad
de valorizarlo en un mercado local que se había tornado adverso, al espacio
de un organismo internacional de planificación económica. En un contexto
de construcción y expansión de una burocracia internacional y regional
especializada en la planificación económica y social, esa estrategia de recon-
versión de Prebisch se revelaría exitosa, y promovería, así, su consagración
internacional. La existencia de una extensa producción bibliográfica sobre su
obra, trayectoria y actuación pública, en marcado contraste con la referida a
Pinedo, es un claro testimonio de esto último. En cierto modo, su consagración
internacional atenuó el estigma de la “década infame” y terminó por forzar,
aunque después de mucho tiempo, una cierta “consagración nacional”.
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