Espeja Pardo - Cap IV
Espeja Pardo - Cap IV
Espeja Pardo - Cap IV
I
La iniciación cristiana
Sobre la iniciación cristiana debe decirse que es el proceso por el cual la persona se introduce en el
conocimiento y participación en la vida de la comunidad creyente que es la Iglesia. Esta iniciación es
constituida por tres sacramentos que son llamados de iniciación porque se celebran para que el hombre,
movido por la palabra, profese públicamente su fe y participe de la vida de esta comunidad de fe:
bautismo, confirmación y Eucaristía.
Cap. IV
La constitución Dogmática Sacrosanctum Concilium afirma que Cristo está presente siempre en su
Iglesia, especialmente en las acciones litúrgicas: en el sacrificio de la misa, en la persona del ministro y,
sobre todo, bajo las especies eucarísticas.
La experiencia o fe de la Iglesia: se debe considerar aquí que el Resucitado se hace presente y activo en
la Iglesia, que, en la vida y muerte de Jesús, los hombres tenemos acceso a Dios, que en este
movimiento nace y crece la comunidad cristiana. En este sentido, Jesucristo es la presencia definitiva de
Dios entre los hombres, es el culmen de toda la manifestación de Dios a los hombres. Ese Dios, que
dirige en medio de la historia a los hombres en la esperanza gozosa de la realización de las promesas,
hacia la plenitud en un culto en espíritu y verdad, en donde Dios habitará en medio de nosotros.
Respecto a este último aspecto sobre la morada de Dios en medio de los hombres, se debe considerar
que Cristo Resucitado está presente en la Iglesia, el encuentro con el Resucitado es la seguridad de que,
por su muerte y resurrección, los hombres tenemos acceso a Dios y somos incorporados a Él como su
cuerpo, como caminantes que somos guiados por la fe en Jesucristo, el Salvador de la humanidad, quien
vivió y murió para que tengamos vida en abundancia.
La Eucaristía ofrece un sentido sacrificial nuevo en el que Dios mismo se hace servidor del hombre, se
despoja de su vida para servir a los demás, es un compromiso de fraternidad y solidaridad con todos los
hombres para la nueva humanidad. Esta entrega es un gesto profético para que todos los hombres tengan
vida en abundancia, es pan que baja del cielo que exige apertura y aceptación libre de los hombres que
son capaces de seguir a Jesús en el amor y el servicio de los unos a los otros, que anuncia la muerte del
Señor y que une realmente a Cristo, a su cuerpo como aquellos granos que forman un mismo pan.
Sobre la presencia real: Esta discusión discurre a través de la historia. En los primeros siglos se habla
de la presencia para alimentar y promover a la comunidad creyente, pero a medida que la fe se va
inculturizando van apareciendo discusiones doctrinales sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía:
la tradición griega habla del pan y del vino como símbolos, pero no opuestos a la realidad simbolizada;
la tradición latina resalta la exigencia ética de la presencia real para quienes deben ser testigos en la
persecución, y san Agustín da prioridad a la presencia de Cristo en la Iglesia, en la comunidad.
La crisis a este respecto se da en los siglos IX-XI en donde se comienza a introducir una mentalidad
realista y cosista, en donde se pregunta sobre la realidad o símbolo de la Eucaristía, se generan ideas
como el cafanarnaísmo que se pregunta si puede éste darnos a comer su carne. Se afirma entonces en
1050 la presencia del cuerpo y sangre verdadero de Nuestro Señor Jesucristo. Así mismo, se genera la
discusión sobre el cómo y en qué momento se da el cambio de sustancia. La teología escolástica
responderá con la categoría de la transubstanciación, que en Santo Tomás se explica, por el sacramento
que no se percibe por los sentidos, sino por la fe que se apoya en la autoridad divina. La conversión
eucarística no es creación, sino una radical transformación de las especies del pan y del vino.
Los reformadores del siglo XVI van a recuperar el carácter de cena y simbolismo de comida de la
Eucaristía, pero pondrán en duda la presencia real de Cristo y la transubstanciación. A esto el concilio de
Trento responde con la afirmación de la presencia real y sustancial del cuerpo y sangre de Cristo, por la
transubstanciación y la permanencia en cada especie y parte de las especies. Ya en el siglo XX se dan
nuevas interpretaciones surgidas de los conceptos de transignificación y transfinalización, que Pablo VI
aceptará, pero sin contradecir la transubstanciación, como nueva realidad ontológica. Como verdad
permanente debe considerarse que Cristo Resucitado está en su presencia real y activa en el pan y en el
vino eucarísticos. El Vaticano II ha ampliado esta presencia a la Iglesia misma como cuerpo de Cristo.
Para que los hombres tengan vida: la finalidad de la Eucaristía es alimentar a los hombres. Cristo se
dona como alimento, por ello en el banquete eucarístico se recibe una prenda de la gloria futura, se
perfecciona la vida, se da alimento a los que aún estamos en camino, se nos une en el vínculo de la
caridad, donde somos reconciliados y que genera en nosotros un compromiso, una invitación ineludible
para estar al servicio de los débiles, los pobres, los que no cuentan. La Eucaristía nos perfecciona en la
unión con Dios y entre los hombres.