Un Marco Integrativo de Las Competencias Socio-Emocionales Tempranas: Cognición, Regulación y Comunicación
Un Marco Integrativo de Las Competencias Socio-Emocionales Tempranas: Cognición, Regulación y Comunicación
Un Marco Integrativo de Las Competencias Socio-Emocionales Tempranas: Cognición, Regulación y Comunicación
Resumen
Actualmente no existe consenso respecto a qué es el desarrollo socioemocional, cuáles son sus componentes y ruta de progreso,
dificultando el avance de investigaciones transdisciplinarias y el desarrollo de métodos de evaluación e intervención en
políticas públicas. En este artículo se propone un modelo integrativo para comprender el desarrollo socioemocional temprano,
en base a una extensa revisión de la literatura. El modelo propuesto distingue tres competencias socioemocionales: (a)
cognición socioemocional: conformada por la atención e interpretación (mentalización y empatía) en situaciones sociales; (b)
regulación emocional: conformada por la modulación emocional y el control; (c) comunicación emocional: conformada por
la gestualidad y el lenguaje en la interacción con otros.
Palabras clave
desarrollo socioemocional; competencias socioemocionales; primera infancia
Abstract
Currently there is no consensus on what is the socio-emotional development, what are its components and path of progress,
hindering the progress of transdisciplinary research and the development of evaluation and intervention methods in public
policies. The literature about socio-emotional development is extensively reviewed, offering a theoretical model that identified
three principal socio-emotional competencies: (a) socio-emotional cognition: composed by the attention and interpretation
(mentalization and empathy) of social situations; (b) emotion regulation: composed by the emotion modulation and control;
(c) socio-emotional communication: composed by verbal and no verbal communication with others.
Keywords
socioemotional development; socioemotional competencies; early childhood
1 Correspondence about this article should be addressed to Esteban Gómez Muzzio: esteban.gomez@americaporlainfancia.com
2 Conflicts of Interest: The authors declare that the research was conducted in the absence of any commercial or financial relationships that could be construed as a potential conflict of interest.
Reference: Gómez Muzzio, E., Strasser, K. (2022). Un marco integrativo de las competencias socio-emocionales tempranas: cognición, regulación y comunicación. Revista Interamericana
de Psicología/Interamerican Journal of Psychology. 56(1), e1330. https://doi.org/10.30849/ripijp.v56i1.1330
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Esteban Gómez Muzzio, Katherine Strasser
Introducción
Metodología
Se condujo una extensa revisión narrativa de la literatura científica sobre desarrollo socioemocional
a lo largo del curso de vida, con foco en primera infancia y niñez temprana. El problema que se buscaba
abordar era la carencia de un marco teórico integrativo de los diversos estudios empíricos sobre desarrollo
socioemocional, así como de una ruta de progresión a lo largo del ciclo vital en la infancia y niñez.
Para ello, se realizó una extensa búsqueda de literatura en los buscadores Google
Académico, ProQuest, EBSCO, Scielo, Redalyc y Springer Link, ingresando los términos:
“desarrollo socioemocional”, “competencia socioemocional”, “desarrollo social”, “competencia
social”, “desarrollo emocional”, “competencia emocional”,“primera infancia” y “niñez”, en
español e inglés. Asimismo, se amplió la búsqueda hacia términos relacionados que permitieran
explorar las conexiones entre programas de investigación (por ejemplo, entre regulación emocional,
temperamento y funciones ejecutivas).
Finalmente, se enriqueció la búsqueda y selección de literatura consultando las referencias de obras
prestigiosas como el Handbook of Emotion Regulation (Gross, 2014), Handbook of Infant Mental Health
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2022, Vol. 56, No. 1, e1330
(Zeanah, 2019), Handbook of Attachment (Cassidy & Shaver, 2016) y el Handbook of Child Psychology
and Developmental Science (Lamb, 2015). La búsqueda de literatura se realizó en una primera etapa entre
marzo de 2013 y noviembre de 2014, en el marco de la elaboración de un proyecto de tesis doctoral en
psicología, siendo actualizada en una segunda etapa entre octubre de 2018 y junio de 2019, para efectos
de esta publicación.
Resultados
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en preescolares (Denham et al., 2002; Reschke et al., 2018), el procesamiento de la información social
para evaluar eventos y regular comportamientos (Hornik & Gunnar, 1988; Cassidy & Shaver, 2016), la
mentalización (Fonagy, 2006; Cassidy & Shaver, 2016; Zenah, 2019), los componentes de percepción
del self y monitoreo del self en la teoría de funciones ejecutivas (Barkley, 2012; Lamb, 2015) y la teoría
de la mente (Wellman, 1990; Wellman, Lopez-Duran, LaBounty & Hamilton, 2008; Lamb, 2015).
En base a la literatura revisada, proponemos que la competencia de cognición socioemocional
se organiza en dos componentes principales: (a) la atención socioemocional y (b) la interpretación
socioemocional. Ambos componentes operan concertada y coordinadamente.
La atención socioemocional consiste en la capacidad que permite al niño o niña dirigir sus recursos
cognitivos a claves sociales e indicadores emocionales, en sí mismo y en los demás, como la mirada,
el contacto físico, el tono de voz o la gestualidad (Wellman et al., 2008; Meltzoff & Kuhl, 2016; Fu &
Pérez-Edgar, 2019; Boyer et al., 2020). El desarrollo de la capacidad de prestar atención a claves sociales
en la infancia predice la cognición social en la edad prescolar (Wellman et al., 2004; Mundy & Newell,
2007) y la empatía de primer y segundo orden (Heyes, 2018). La forma en que se configura la capacidad
atencional a señales emocionales, se ha vinculado al posterior desarrollo de dificultades socioemocionales
como los trastornos de ansiedad (Fu & Pérez-Edgar, 2019).
Los trabajos sobre imitación facial en recién nacidos instigados por el trabajo pionero de Meltzoff
y Moore en 1977, sugieren que la atención a los indicadores socioemocionales aparece de forma muy
temprana. Apenas una hora después del nacimiento, los bebés ya prestan atención a los rostros humanos,
e imitan expresiones faciales simples (Meltzoff & Kuhl, 2016). Se ha documentado que los bebés
occidentales pasan el 65% de sus horas de vigilia en contacto cara-a-cara con sus cuidadores/as, que las
conductas de conexión (matching) ocurren una vez por minuto durante estas interacciones, y que en 79%
de los casos la conexión sucede debido a que el adulto imita las diversas emociones del infante (véase
Heyes, 2018).
Otros hitos son el seguimiento de estímulos biológicamente significativos durante el primer mes de
vida; la atención conjunta responsiva entre el segundo y el sexto mes (esto es, la capacidad para seguir
la dirección de la mirada y gestos de los demás para compartir un punto de referencia); la capacidad
para categorizar rostros basados en género y raza en torno al tercer mes (Kelly et al., 2005 en Boyer et
al., 2020); la atención conjunta autoiniciada, después del sexto mes (esto es, el uso de gestos y contacto
ocular para dirigir la atención de los demás hacia diversos objetos, eventos y hacia sí mismo) (Carpenter
et al., 1998; Mundy & Newell, 2007; Meltzoff & Kuhl, 2016); la referencia social entre los 10 a 12 meses
-fenómeno en el cual los bebés miran el rostro de sus cuidadores (Feinman, 1982; Hornik & Gunnar,
1988) o siguen el sonido de su voz (Mumme et al., 1996; Vaish & Striano, 2004) en busca de señales
emocionales para decidir cómo responder a condiciones ambiguas (Walden & Ogan, 1988). Entre los 3
y 4 años estas capacidades cristalizan en habilidades más complejas que tienen como base la atención
social, por ejemplo, la adscripción de deseos sobre la base de la dirección de la mirada hacia los 3 o 4
años (Baron-Cohen et al., 1995; Wellman et al., 2004) o saber que los ojos pueden dar información que
las personas desean esconder, alrededor de los 5 años (Frischen et al., 2007). A los 7 años ya se habrán
vuelto bastante competentes en dominar la capacidad de usar la atención a las miradas y expresiones
faciales de los demás para descifrar el sentido de diversas situaciones sociales y emocionales (Frischen et
al., 2007). En todos estos hitos, prestar atención a las claves socioemocionales del entorno resulta clave
para el logro de la comprensión interpersonal (Yamaguchi et al., 2009).
El segundo componente de la cognición socioemocional es la interpretación. La interpretación
socioemocional permite procesar la información social y emocional, otorgando significado a las claves
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sociales y facilitando comprender y resonar con las emociones, intenciones y estados mentales propios
y de los demás, así como atribuirles significado cultural en el marco más amplio de un contexto
determinado. Nuestro concepto de interpretación socioemocional integra dos capacidades relacionadas:
la mentalización propuesta por Fonagy (Fonagy & Target, 1997; Fonagy, 2006; Fonagy et al., 2018); y la
empatía (Decety & Meyer, 2008; Decety, 2015; Decety et al., 2018; Heyes, 2018; Stern & Cassidy, 2018).
La mentalización se refiere al componente de la cognición social que permite la representación
simbólica de los estados mentales propios y ajenos, así como la función interpretativa interpersonal,
sosteniéndose en diversas habilidades cognitivas y permitiendo al niño distinguir la realidad interna de la
externa (Fonagy, 2006; Fonagy et al., 2018). Según Fonagy (2006), la función interpretativa interpersonal
comienza a desarrollarse aproximadamente a los seis meses, cuando los infantes reconocen que los objetos
animados se mueven a sí mismos, y diferencian entre movimientos biológicos y mecánicos (Woodward,
1998, en Fonagy, 2006). Aproximadamente a los 9 meses, comienzan a ver las acciones en términos
de las intenciones de quien las ejecuta; y entre los 9 y 10 meses, aparecen los primeros indicadores de
comunicación intencional (Hoff, 2006, p. 243). A partir del año, la capacidad de comprensión intencional
se vuelve más sofisticada (Hornik & Gunnar, 1988; Callaghan et al., 2004; Mundy & Newell, 2007;
Meltzoff, 2011), y durante el segundo año, los niños desarrollan una comprensión mentalista de la
agencia: descubren que ellos y los otros son agentes intencionales, movilizados por estados mentales y
deseos previos a la acción (Wellman & Phillips, 2000; Wellman, 2004; Wellman et al., 2008); y que
pueden producir cambios en otros, por ejemplo, usando el señalamiento (Corkum & Moore, 1995, en
Fonagy, 2006). Como puede verse, el concepto de mentalización es similar al concepto de “empatía
cognitiva” descrita en la literatura como “perspectivismo” o la capacidad para comprender los estados
subjetivos del otro, desde su punto de vista (Decety & Meyer, 2008; Decety, 2015; Heyes, 2018).
Comprender las acciones de sí mismo y de los demás como iniciadas y guiadas por supuestos
concernientes a las emociones, deseos y creencias de ambas partes, en un marco temporal y espacial,
es clave para lograr competencia social. Al finalizar la etapa preescolar, y a medida que se adentran
en la etapa escolar, los niños y niñas se han transformado en grandes cognoscentes de lo social y
emocional, observando e interpretando el mundo social cuidadosamente (Denham & Kochanoff, 2002;
Wellman et al., 2004; Yamaguchi et al., 2009). La mentalización es el componente de la interpretación
socioemocional que permite descifrar el sentido intencional de las interacciones en el mundo social. Pero
la mentalización no es suficiente para explicar cómo opera la interpretación socioemocional. Por ejemplo,
un psicópata puede mentalizar -o descifrar- el mundo emocional e intencional de los demás a la perfección
(Blair et al., 1996), pero al carecer de empatía puede terminar causando daño a los demás.
Complementando el aporte fundamental de la mentalización, identificamos la empatía, definida
como el proceso de experimentar una respuesta afectiva ante el estado emocional percibido en otro, y
que es similar a la emoción del otro (ej. Decety & Meyer, 2008; Eisenberg et al., 2014; Heyes, 2018).
La empatía se refiere en nuestro modelo a los componentes de “afecto compartido” y “preocupación
empática” (Decety, 2015), a la resonancia emocional con la experiencia emocional del otro, a dejarse
afectar por el mundo emocional del otro sin perderse en ese mundo (lo que convoca las competencias de
regulación emocional) y que viene a enriquecer el proceso de mentalización -o de empatía cognitiva- para
facilitar la conexión emocional con los otros, permitiendo una comunicación socioemocional efectiva.
Mientras que la empatía cognitiva aparece más tardiamente y aumenta gradualmente a lo largo de muchos
años, evolucionando junto a la capacidad de mentalización, la empatía emocional aparece muy temprano
en la ontogenia y se mantiene estable o registra un leve incremento los primeros 3 años de vida (Decety &
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Meyer, 2008; Decety et al., 2018), siendo por tanto fundamental lo que suceda en los vínculos tempranos
con sus figuras de apego desde la primera infancia y hasta la adolescencia (Stern & Cassidy, 2018).
La evolución de la empatía según Decety (2015) seguiría la siguiente progresión: con 6 a 8 meses
los bebés ya muestran preocupación empática por otro; durante el primer año de vida, pueden hacer
atribuciones de dolor y consuelan al otro en formas que son apropiadas al estrés de la persona (Davidov
et al., 2013, en Decety, 2015); a los dos años de edad, los niños y niñas se motivan por un deseo de
ver a la otra persona recibir ayuda (Hepach et al., 2012, en Decety, 2015); a los tres años, los niños
muestran menos preocupación empática por personas que exageran su dolor que por personas que parecen
genuinamente afectadas por una situación dolorosa (Hepach et al., 2013, en Decety, 2015; Stern &
Cassidy, 2018). Entre los tres y los seis años, la preocupación empática lleva al despliegue de recursos
prosociales en los niños, como compartir sus cosas (Williams et al., 2014, en Decety, 2015; Decety &
Meyer, 2008). A medida que los niños crecen, y se vuelven actores sociales más sofisticados, aprenden a
regular su empatía para dirigirla preferentemente hacia familiares, cercanos o personas que la merezcan
(Vaish & Warneken, 2012, en Decety, 2015).
Tabla 1.
Componentes y funciones de las competencias socioemocionales
La regulación de las emociones, o la capacidad para identificar y modular las propias emociones,
es uno de los aspectos más examinados en los estudios que evalúan el desarrollo socioemocional humano
(Egeland & Bosquet, 2002; Cole et al., 2004; Campos et al., 2004; Seguel, 2006; Robokos, 2007; Propper
& Moore, 2006; Kim-Spoon et al., 2013; Davis & Levine, 2013; Squires et al., 2013; Thompson, 2014;
Eisenberg et al., 2014; Lamb, 2015; Cassidy & Shaver, 2016; Bornstein et al., 2019; Zeanah, 2019). Una
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2000; Rothbart, 2011, todos en Eisenberg et al., 2014), aunque tomará muchos años más desarrollar las
capacidades involucradas en el control de las memorias emocionales (Engen & Anderson, 2018).
El segundo componente que proponemos como parte de la auto-regulación emocional, la
modulación emocional, consiste en transformar la intensidad, duración o dinámica de un proceso
emocional en curso y de las conductas directamente asociadas con este proceso. Campos, Mumme,
Kermoina y Campos (1994) hablan de la modulación emocional como la habilidad para regular
efectivamente las emociones con la finalidad de alcanzar las metas propias. Thompson (2014) señala que
la regulación emocional altera la dinámica de la emoción más que su cualidad, modulando la intensidad,
escalamiento o duración de una respuesta emocional, o el tiempo de recuperación (en ese sentido, se
equipara a nuestra definición del componente modulatorio más que inhibitorio de la regulación). Esto
permitiría la producción de respuestas adaptativas como el auto-consuelo, la búsqueda de ayuda y los
comportamientos y/o estrategias cognitivas de distracción, reevaluación de la experiencia y significación
en el lenguaje (Calkins et al., 1998, en Karreman et al., 2006; Davis & Levine, 2013, Engen & Anderson,
2018). Así, el control de impulsos, el control de las memorias emocionales y la modulación emocional
ocurren de forma entrelazada en la práctica, y muchas veces suceden secuencial y recursivamente.
La modulación emocional se puede lograr a través de estrategias conductuales. Por ejemplo, a partir
de los 6 meses de edad los infantes son capaces de responder desviando la mirada ante un estímulo novel
estresante (Crockenberg & Leerkes, 2004, en Eisernberg et al., 2014). De acuerdo a Eisenberg y colegas
(2014) a esta edad el desvío de la mirada sería una estrategia regulatoria primaria de modulación, mientras
que a los 12 meses es más frecuente el auto-consuelo (ej., succión del pulgar y enroscarse el pelo), lo
que disminuye a los 18 meses, declinando aun más claramente entre los 24 y 48 meses. Entre los 12 y
18 meses, los infantes incorporan estrategias de evitación conductual y de distracción con mucha más
frecuencia que a los 6 meses de edad, y ya a los 24 meses, la auto-distracción se convierte en la estrategia
más común y exitosa de regulación emocional en situaciones de miedo y frustración: esto es, a los dos
años la mayoría de los bebés saben usar sus capacidades atencionales para modular sus emociones en
situaciones desafiantes.
Si entendemos las emociones como un conjunto de herramientas biológicamente programadas para
construir y transportar significado en el flujo de experiencia, preparándonos para actuar (Cole et al.,
2004), la regulación emocional radicaría, por un lado, en poder alterar estos significados (por ejemplo,
modulando la intensidad de las emociones), y por otro, en modificar la tendencia a la acción gatillada
por una emoción (por ejemplo, inhibiendo la conducta dominante y activando una subdominante). La
combinación de estos procesos permitiría comportamientos de segundo orden en etapas posteriores
del desarrollo, como la obediencia o cooperación, la tolerancia a la frustración, la postergación de la
gratificación, la búsqueda de ayuda, la conducta prosocial o la petición de disculpas y reparación del daño
en situaciones sociales (Fabes et al., 2006).
La relevancia del control emocional y la modulación emocional en posibilitar el aprendizaje y
el desarrollo se evidencia en estudios longitudinales que muestran asociación entre la regulación de
la emoción y otros aspectos del desarrollo (Davis & Levine, 2013; Kim-Spoon et al., 2013; Gross,
2014; Schneider et al., 2018). Por ejemplo, Kim-Spoon y colaboradores (2013) encontraron que la
regulación emocional mediaba en la asociación longitudinal entre la reactividad emocional negativa (la
predisposición temperamental a experimentar más fácilmente emociones como el miedo o la rabia) y la
sintomatología internalizante (como síntomas depresivos o ansiosos) a los 7, 8 y 9 años de edad. Los niños
de temperamento reactivo negativo que tenían una buena capacidad de regulación emocional mostraron
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un riesgo menor de desarrollar síntomas ansiosos o depresivos, que sus pares con el mismo temperamento
y menores capacidades autoregulatorias.
Competencia de comunicación emocional: usar el cuerpo y el lenguaje para conectar con otros
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Existe evidencia que apoya estas ideas. Por ejemplo, en un estudio con 78 preescolares, su
grado de competencia lingüística se asociaba positivamente con su capacidad para utilizar estrategias
regulatorias como la distracción en situaciones de estrés, frustración y obediencia a los padres (Stansbury
& Zimmerman, 1999). Cohen y Mendez (2009) evaluaron 331 preescolares, encontrando una asociación
significativa entre el vocabulario receptivo y la regulación emocional, concurrente y prospectivamente.
Matte-Gagné y Bernier (2011) estudiaron longitudinalmente a 53 díadas madre-infante a los 15 meses,
2 y 3 años de edad, encontrando que el lenguaje expresivo mediaba la relación entre el apoyo parental
a la autonomía y el desempeño de los niños en tareas de funciones ejecutivas, especialmente control de
impulsos, por sobre el nivel inicial y el grupo socioeconómico. Roben y colaboradores (2013) evaluaron
a 120 niños desde los 18 a los 48 meses, encontrando que los niños con un mejor nivel de lenguaje y
aquellos cuyas habilidades de lenguaje se incrementaban más en el tiempo, se observaban menos enojados
a los 48 meses y que su enojo declinaba más en el tiempo. La literatura ha documentado una relación
entre el vocabulario del niño o niña y la competencia socioemocional, controlando otras características
cognitivas (Rose et al., 2018; Daneri et al., 2019; Whedon et al., 2018).
El lenguaje gestual también cumple un rol fundamental en el desarrollo socioemocional temprano
(Farkas, 2007; Hall et al., 2019). Los gestos deícticos se refieren a apuntar, mostrar, ofrecer y realizar
peticiones en forma ritual, correspondiendo a los gestos protodeclarativos y protoimperativos descritos
por Premack y Woodruff (1978) e investigados extensamente por Colwyn Trevarthen para demostrar la
naturaleza intersubjetiva de la mente humana que se orienta al vínculo y la construcción de significado
compartido desde el momento mismo del nacimiento (Trevarthen & Aitken, 2001). Su desarrollo requiere
la intención comunicativa triádica, o atención compartida, es decir, requieren de habilidades incipientes
de cognición socioemocional, que permitan al bebé reconocer un estado mental ajeno (por ejemplo, que
el otro está poniendo atención al mismo objeto). Así, las competencias comunicativas gestuales que
facilitan la interacción del bebé con su entorno social, se relacionan íntimamente con el desarrollo de las
competencias de cognición socioemocional propuestas previamente.
Los hitos en la progresión de la comunicación emocional dependen de avances en las áreas
fonológica, léxica, morfosintáctica y comunicativa del lenguaje (Hoff, 2006): recuérdese que la risa y
juegos vocales sólo aparecerán a los 3-4 meses, el balbuceo repetitivo a los 6-9 meses y las primeras
palabras a los 10-15 meses de edad; esto implica que el bebé cuenta con herramientas muy limitadas de
comunicación verbal el primer año de vida, sosteniéndose fuertemente en recursos corporales y gestuales
(Hall et al., 2019), lo que supone que la identificación y comunicación de estados emocionales dependen
significativamente del adulto y su sensibilidad, mentalización y uso del lenguaje (Trevarthen & Aitken,
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2001; Feldman, 2012; Farkas et al., 2017). Esto cambiará durante el segundo año, a medida que el
bebé acelera la incorporación de palabras a su vocabulario y aparecen las primeras combinaciones de
palabras (18-24 meses), permitiendo un mayor protagonismo en la comunicación de su mundo interno
y la conexión emocional con otros. La aparición de las primeras comunicaciones intencionales sucede a
los 9-10 meses; mientras que el desarrollo de la atención conjunta se observa a los 10-15 meses. El rango
de los propósitos comunicativos expresados por el niño/a, se expande desde los 12 meses en adelante,
desarrollando habilidades de conversación desde los 18 meses en adelante, mientras que las habilidades
narrativas aparecerán desde los 36 meses aproximadamente (Hoff, 2006, p. 243).
La adquisición de competencias lingüísticas cada vez más sofisticadas permite desde los 3 años
sostener conversaciones sobre emociones y comportamientos, incluyendo consejos sobre cómo manejarse
en las diversas situaciones sociales (Fabes et al., 2006; Farkas et al., 2017). Este entrenamiento emocional
parental (Gottman et al., 1997), se ha asociado a mayores habilidades de regulación emocional en los
niños (Shortt et al., 2010), mejor control de impulsos (Matte-Gagné y Bernier, 2011), mejores relaciones
con pares (Katz & Windecker-Nelson, 2006) y menos síntomas internalizantes y externalizantes en la
adolescencia (Shortt et al., 2010). Consistente con el trabajo de Gottman y colaboradores (1997) sobre
"coaching parental", Thompson (2014) ha mostrado que:
…la conversación da forma a las representaciones más amplias del niño sobre la emoción. Comprender las
causas y consecuencias de sus sentimientos, comprehender las expectativas de género y culturales sobre la
expresión emocional, aprender las funciones sociales del comportamiento emocional y otros aspectos de la
comprensión de emociones, se avanza gracias a las conversaciones padre-hijo (p. 181).
A los 4 años, los niños se apoyarán menos en sus figuras parentales y más en sí mismos, producto
en gran medida del desarrollo de un “lenguaje emocional” que les permite dominar de mejor forma
estrategias más sofisticadas de regulación emocional (Roben et al., 2013).
Conclusión
“sociales” básicas (incluye la corteza occipital inferior, la corteza temporal inferior, el surco intraparietal,
el área de la cara fusiforme, el surco temporal superior y la corteza temporal anterior), siendo equivalente
al componente de “atención socioemocional” propuesto en este trabajo; un nodo afectivo, que se dedica
a procesar aún más los componentes sociales y emocionales de un estímulo, cargándolos de un primer
significado (incluye la amígdala, el estriado ventral, el tabique, el núcleo del lecho de la estría terminal,
el hipotálamo y la corteza orbitofrontal) siendo equivalente, en parte, al componente de “interpretación
socioemocional” de nuestro modelo; y un nodo cognitivo-regulatorio, que se involucra en procesos
complejos como la inhibición de la respuesta, o la generación de comportamientos dirigidos a un objetivo,
y sería equivalente a la competencia de regulación emocional de nuestro modelo (incluye la corteza
prefrontal dorsomedial, así como las cortezas prefrontales dorsales y ventrales). El hecho de que exista una
confluencia similar desde ambas líneas de trabajo (neurociencias afectivas y psicología del desarrollo),
pensamos que entrega mayor soporte teórico y empírico a este trabajo respecto a las competencias
socioemocionales fundamentales.
El desafío de la integración teórica y empírica tiene una altísima relevancia para la investigación
científica del desarrollo humano; un esquema como el propuesto permite no solo organizar de mejor
forma la literatura o nuevos estudios en este campo, sino también generar nuevas preguntas con relevancia
potencial, por ejemplo, respecto a la conexión entre distintos componentes de una competencia y otra
(i.e., entre la comunicación verbal, la interpretación socioemocional, y la modulación emocional) y la
continuidad y estabilidad de estas competencias socioemocionales a lo largo del ciclo vital (Bornstein
et al., 2019).
El artículo ofrece un mapa tentativo respecto a cómo progresan estos componentes de las
competencias socioemocionales a lo largo del ciclo vital, a partir de la literatura empírica revisada. Sin
embargo, se observan importantes desafíos para completar este mapa, especialmente en lo que respecta
a la etapa escolar y adolescente. Se hace necesario desarrollar instrumentos de evaluación y modelos
de intervención derivados de este esquema, que permitan dar sustento empírico a la teoría y explorar
otras posibles organizaciones y trayectorias diversificadas donde, por ejemplo, pudiese encontrarse
el surgimiento de nuevas competencias socioemocionales en edades posteriores a la niñez temprana.
Completar un mapa de esta naturaleza resulta de especial importancia para las políticas públicas que
construyen Sistemas de Protección Integral a la Infancia como Chile Crece Contigo, Cero a Siempre o
Uruguay Crece Contigo, entre otros.
Agradecimientos
Agradecemos a CONICYT, Gobierno de Chile, por financiamiento parcial de este artículo mediante
la Beca de Doctorado Nacional 2013. Agradecemos a Fundación América por la Infancia y al Patronato
Madre-Hijo por financiamiento parcial de este artículo.
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Recibido: 02-06-2020
Aceptado: 03-01-2022
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