LB Cuentocorto Profesional
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Laura Barrios
Cuento corto
Profesional
Era el aniversario. El niño ya sabía que ese era el día porque en su calendario colgado en su cuarto
había marcado desde hace unos años cada uno de los años siguientes ese específico día para no
olvidarlo, aunque de manera inconsciente ya lo recordaba solo con pensar que ese día estaba cerca.
Al ver pequeños rayos de sol desde los bordes de su ventana, sonrió con emoción porque era el
aniversario. No el aniversario de bodas de sus padres, no su cumpleaños que también contaba
como su propio aniversario… Era solamente el gran aniversario, y se lo tomaba tan en serio porque
era el día más especial de todo el año. Era el día de ver a la abuela.
Se levantó de su cama con un gran estirón, regresando a ver el piso para ver qué su gato no estuviera
sobre sus pantuflas y no fuera a pisarlo por accidente soltándole rasguños como siempre lo hacía,
hoy quería verse presentable así que mejor estar precavidos y cautelosos. Se lavó la cara, los
dientes, ¡Todo! ¡Hasta se peinó! Realmente era una ocasión especial para que esto sucediera.
De hecho, esta vez quiso hacerlo él, a pesar de que le tomaría más tiempo. Desayunó su cereal que
estaba listo en la mesa mientras sus papás estaban arreglándose para el trabajo, buscando de un
cuarto a otro sus camisas y maletines, al parecer iban tarde. Hoy no estaban preocupados por quién
podría quedarse a cuidar al niño, ya que hoy lo cuidaría la abuela.
Ella venía de visita una vez al año ya que vivía en un lugar muy muy lejos de la ciudad y solo
podía venir un día para ver a su nieto, el 3 de junio. Vio el reloj. Por andar distraído viendo a sus
padres volar como moscas de un lugar a otro, no había notado lo rápido que estaban avanzando las
manecillas y ya debía arreglarse para tal ocasión. Se acabó a grandes bocados su cereal y subió
corriendo a su habitación. Se vistió con su ropa nueva, unos pantalones de vestir y una playera
azul con botones. Azul como el cielo porque era su color favorito porque ese color siempre estaba
ahí, a donde sea que mirara cuando miraba hacia arriba. Se puso el perfume de su papá para simular
más edad y que la abuela le dijera que ya estaba muy grande. Que ya no le daría besos para que
las niñas se lo dieran a él, aunque de todos modos siempre le dejaría uno marcado en su mejilla
con su labial rosa pastel. Había colocado su mochila a un lado de su puerta para no olvidarla. Tenía
todo listo dentro, su dibujo, sus colores, algunos recuerdos que guardó durante todo el año para
enseñárselos. Todo perfectamente guardado en esa mochila para no olvidar nada. Salió al jardín
después de despedirse de sus papás. Ya casi era la esperada hora, debía ser exactamente al
mediodía. ¡Qué nervios! Siempre a unos minutos de que sucediera, el niño se ponía nervioso, las
manos se le mojaban, el corazón se le aceleraba. La alarma comenzó a sonar. Las 12 en punto.
La mano ya la tenía lista sobre la palanca, la jaló. Las gotas de sudor comenzaban a caer sobre su
frente, el sol estaba en todo su esplendor. Comenzó a temblar el suelo mientras se abría de este un
gran orificio profundo. Comenzó a asomarse la gran escalera que se dirigía hacia arriba, nunca
miraba de donde provenía porque le daba miedo lo profundo que podía estar y lo bajo que podía
caer si se resbalaba, así que solo veía lo lejos que llegaba. La escalera era de madera color blanco
como las nubes. Se detuvo. Ya había llegado a su punto máximo. Ahora era hora de subir.
Comenzó a escalar con seguridad, colocando bien fuerte sus manos en los pasamanos que estaban
polvosos. La mochila se la había sujetado al cuerpo, esta no le preocupaba porque sabía que nada
se podía salir. A medida que iba subiendo, el viento corría con fuerza quitándole el sudor. El pelo
le volaba al punto de que logró despeinarlo un poco, pero ¿qué más da? A pesar de que este viento
corría fuerte, la escalera no se movía. Era resistente, aunque ya tuviera sus años. No tardó tanto en
subir, cada vez sentía que el recorrido era más sencillo. Ya estaba cerca de esa nube, se detuvo
para tomar un fuerte respiro, no sabía cómo sería verla otra vez… pero siguió. Y ahí estaba la
abuela, sentada a la orilla de la nube.
–¡Cuánto has crecido! – dijo ella asomándose hacia él con los ojos llorosos y una sonrisa ligera.
Lo tomó de la mano y lo subió, lo sentó junto a ella y se abrazaron fuertemente. Ella acariciaba su
cabello negro y él solo mantenía su cabeza pegada a su pecho inhalando y exhalando su olor, tan
lindo y tan fresco. Dulce. Floral. Un poco a cielo.
La tarde estuvo llena de risas, de jugar, de bailar, de mantenerse al día, de Yo te cuento como está
todo allá abajo, y Yo te cuento como está todo acá arriba. Y tenían una tradición auténtica de
darse regalos, como si fuera un cumpleaños, solo que ninguno de los dos los cumplía ese día. El
niño de su mochila sacó todo lo que quería darle. Este año se había esmerado en darle muchos
regalos para ella.
–Mira abuela, te he traído este dibujo que te hice en la escuela, me pidieron que me dibujara con
mi persona favorita y nos dibuje a los dos... – en el dibujo se veía una casa, que era la casa del
niño, muy abstracta y colorida, él afuera de su casa viendo hacia arriba y ella en su nube, casi a un
lado del sol –, te pinté con tu blusa favorita, la de color morado pastel, y te traje también colores y
muchas hojas para que me dibujes lo que tú quieras y en un avioncito de papel me las envíes.
También te traje un espejo que el año pasado me dijiste que querías, tus zapatos favoritos y tu
collar de perlas –. El niño se tomó el tiempo de envolvérselo todo... bueno, con ayuda de su mamá.
La abuela actuó sorprendida, como si fueran cosas que no conocía ya antes, aún así, los tomó y los
abrió como si no recordara cómo eran. Y ahora era su turno.
–Mi nieto, tú sabes que de aquí arriba no puedo darte mucho porque tengo muy pocas cosas. A
pesar de eso, me he esforzado para darte algo. He tomado varías nubes y cachitos de cielo y con
mis manos te he tejido este suéter para el frío, es suave como una nube, y azul cielo porque no he
olvidado que es tu color favorito. Así que en tus días de lluvia o de frío, espero que me recuerdes
llevándome siempre contigo – dijo mientras se lo ponía al niño para ver cómo le quedaba, ella se
lo había diseñado para que le durara algunos años, es por eso que el largo de las mangas le quedaba
muy grande, pero nada que un doblez no ayudara.
El resto de lo que quedaba de tiempo pasó velozmente, entre pintar en las hojas y escuchar otras
historias de la abuela. Llegó sin falta el atardecer, lo que significaba que ya era hora de irse.
Siempre era difícil porque el niño comenzaba a llorar. –Es que te extrañaré mucho –le decía.
Y ella no respondía porque no sabía qué decir, así que solo lo abrazaba mientras le cantaba su
canción de cuna. La abuela le cantaba esta porque desde que era un bebé lo lograba tranquilizar, y
a pesar de que él ya no lloraba como antes, le gustaba escucharla cantar.
Se despidieron y se acercaron a la escalera, que seguía ahí: en esa esquina donde esa misma mañana
había subido. El niño se posicionó para regresar y antes de bajar, la abuela se arrodilló frente a él.
Tomó su rostro entre sus manos y acariciando sus mejillas, le dejó un beso en su cachete. –Todavía
estás muy pequeño para que otras niñas te den besos –le dijo al oído. Comenzó a bajar la escalera
y antes de verla irse en su nube escuchó: