Cuento
Cuento
Cuento
-Ya paso mucho tiempo desde que marcho -, fue lo que cruzo por su mente mientras bordeaba el río y
jugaba a hacer sapitos con piedras sobre el agua. En el horizonte se despedía la tarde dejándole como
regalo a la noche matices de color naranja y azul.
Un rato más tarde, entro a casa, dejó sus zapatos al lado de la puerta y caminó hasta el comedor.
En la mesa había una nota “Ya duerme tranquila, ceno muy bien. Jugo toda la tarde con las gaviotas en
la playa. Ha quedado maravillada con el atardecer, pidió que dejara descubierta la ventana. Te amo hijo,
nos vemos mañana”.
Sintió tranquilidad por el mensaje, sonrió, luego beso la nota y la dejo nuevamente en la mesa.
Se recostó sobre su cama, llevo las manos atrás de su cabeza, cerró los ojos y de repente le vino a su
mente una imagen de un pensamiento que produjo una sonrisa en su cara, pero también, una duda –
¿seré lo suficiente fuerte para hacerlo sin ti?, por favor indícame cómo hacerlo. Y se quedó
profundamente dormido.
Al rato se encontró sentado en la banca del rio en donde de regreso a casa jugaba a tirar piedras y hacer
sapitos; ella estaba a su lado, el viento movía sutilmente su pantalón blanco de seda y un rayo de luz
calentaba su pie descalzo. Con esa voz siempre tal dulce y cariñosa empezó a decir:
-Cuanto amor merece una mujer a la que tienes pensado entregarle tu alma-
El corazón de ella es un tesoro que brilla como gota de rocío, y en el cabe tanto amor como te puedas
imaginar. Solo que debes llegar a él muy suavemente y cuando tenga sus puertas abiertas, todos los
momentos importantes de su vida serán para ti. Sus suspiros, sus deseos y sus sueños, sus abrazos y sus
besos. Y por lejos que esté, jamás se apartará de ti. Deja que pinte su vida de colores, que juegue
siempre con gaviotas, que coleccione flores. Que encuentre un amor con el ejemplo de su padre, y que
ame, que ame infinitamente como una madre. Que siempre que mire al cielo y vea mi luz, se sienta
segura y cuidada, de la misma forma que lo haces tú.
Unas cuantas gotas de brisa golpearon su ventana, aquel hombre despertó, limpio sus ojos y contemplo
el olor y el fresco de la mañana. Camino por el pasillo y abrió la puerta de la habitación contigua; en
donde había una pequeña cama con adornos violetas. Despertó dulcemente a la pequeña niña que allí
dormía y cargándola en sus brazos, tiernamente susurrándole a oído le dijo – te voy a contar el sueño
que nos dejó mamá -.
Fin.
Alejandro Murillo