El Cuento Policial
El Cuento Policial
El Cuento Policial
Pues bien, el género policial nació con un cuento. Antes hubo obras literarias que
contenían ingredientes del género: crímenes, delitos, abusos, matanzas. Charles
Dickens, Wilkie Collins y los folletinistas franceses aportaron en esta línea. Pero es
imposible, como han señalado varios expertos, hablar de lo policial antes de que
existiera la policía. Y ésta fue creada en Londres recién en 1829, como una
necesidad del desarrollo urbano y su secuela, la delincuencia. El género policial nace,
efectivamente, como un reflejo del explosivo crecimiento de las ciudades.
En los otros dos cuentos con Dupin, Poe aportaría nuevos elementos claves en la
estética del cuento policial. En La carta robada hay un proceso de deducción pura,
prácticamente sin acción; y en El asesinato de Marie Roget se desarrolla una trama
basada en un suceso de la vida real, una de las fórmulas particulares del género. Hay
un cuarto cuento de Poe, menos evidente pero significativo, El hombre en la multitud,
que sin duda influyó en la corriente noir, donde el detective aparece como un hombre
torturado, que observa cómo la maldad y el desorden en la vida urbana van ganando
lugar. Un toque misterioso o infernal, presente en las mejores narraciones del género,
fue también un aporte de Poe.
«La novela de detectives -ha afirmado Ellery Queen- es un cuento corto inflado con
personajes, descripciones y romances absurdos, a menudo con propósitos de
relleno». No hay necesidad de estar totalmente de acuerdo, pero dejémoslo así, un
homenaje al relato breve por parte de alguien que sabía mucho del tema. Vendría
pronto el más célebre de los detectives, Sherlock Holmes, un personaje que es figura
sobresaliente ante todo en el relato breve (novela corta o cuento largo, debaten
algunos). El llamado Canon consigna que su creador, Arthur Conan Doyle, produjo,
entre 1887 y 1927, 60 obras con Holmes: 56 cuentos y cuatro novelas. Los cuentos
son, sin duda alguna, los que le han dado al incomparable Sherlock Holmes, con su
pipa, su opio, su brillantez y sus manías, una fama vigente hasta nuestros días.
Por alguna razón, el cuento evolucionó hacia un género maldito para el medio
editorial, cuestión que persiste hasta el día de hoy. Se le moteja de mal negocio. Es
por ello que el cuento se refugió en los diarios y revistas inglesas y norteamericanas,
donde conoció un suceso que se transformaría en internacional (vía traducciones)
durante el período de entreguerras; y con gran fuerza en la segunda mitad del siglo
XX. Una primera muestra de la globalización en el mundo del libro. Pues allí, en el
ghetto de la prensa vulgar, las revistas baratas y el sensacionalismo, floreció una
pléyade de autores que, ay, no siempre lograron ver sus relatos publicados en libros;
y por lo tanto mantendrían un semi anonimato del cual los rescatarán sólo unos
cuantos fanáticos encarnizados.
Los imitadores de Sherlock Holmes son los primeros en aprovechar el boom del
cuento. Nick Carter, héroe de gusto del público juvenil; el severo Dr. Thorndyke,
creación de Austin Freeman; el entrañable Padre Brown, retoño católico
de Chesterton, maestro de la paradoja; el sabueso ciego Mark Carrados, invento
de Ernest Bramah; el astuto Hércules Poirot de Agatha Christie y su (digamos) rival,
el Lord Peter de Dorothy Sayers; el genio de la deducción apelado la máquina de
pensar, de Jacques Futrelle; y, para cerrar (aunque hay muchos más), el
estático Viejo en el rincón de la Baronesa de Orczy (la autora del folletín Pimpinela
Escarlata).
Estos autores lograron producir volúmenes de cuentos, los que aún cuando fueron
menos célebres que sus novelas, tuvieron ese reconocimiento mayor, esa suerte de
bendición que significa salir del periódico e ir las tapas duras y el formato más
«literario» del libro. Sin embargo, las revistas especializadas en el cuento policial
fueron un formato intermedio. Un par de datos para los coleccionistas: la revista
editada por Ellery Queen, una de las cimas del pulp, conoció ediciones en castellano
hechas en Argentina, Chile y México. La popular Manhunt nos llegó traducida,
ensalzando a autores de thrillers como Mickey Spillane y Richard. S. Prather; aún
cuando se colaron en sus páginas poetas del noir como David Goodis y Wlliam Irish.
También entre los norteamericanos se generó un boom del cuento, a través de las
mencionadas revistas pulp (llamadas así por la baja calidad del papel de impresión,
que garantizaba un bajo precio). En especial, la celebérrima Black Mask, que salió
entre 1920 y 1951. Fue un cambio importante, ya que conllevó la liberación de la
influencia de Sherlock Holmes. El enigma clásico dio paso a un modo de escribir más
libre, menos conservador, más cercano a la suciedad de la urbe, abriendo espacio
para reflejar los medios del hampa, la corrupción y la prevaricación. De paso,
liberando el lenguaje para dar cabida al argot. Para diferenciar, esto fue apelado
el noir o género “negro”.
Los cuentos policiales rara vez han tenido un tratamiento deferente, y a veces hay que
descubrirlos, camuflados como novelas por los editores. Nuestros
queridos Borges y Bioy Casares publicaron antologías del cuento policial (1943 y
1956), vueltas célebres, aunque es cuestionable su preferencia por los autores
ingleses de enigma, algunos bastante anacrónicos. Se les cita con frecuencia,
equivocadamente, como lo máximo en sabiduría respecto al cuento policial. Ellos
mismos publicaron cuentos con el pseudónimo común de H. Bustos Domecq,
inventando un detective sedentario y paródico llamado, no por casualidad, Isidro
Parodi.
Un formato vigente
El cuento policial siguió cultivándose vigorosamente durante la última parte del siglo
XX, y autores no especializados en el género incursionaron en ese formato. Sin
embargo, pocas revistas sobrevivieron al empuje de otras formas de entretención
masiva, como el cine y la televisión. Ambos medios audiovisuales depredaron el
patrimonio literario del género en busca de argumentos. No obstante, el relato breve
resistió y sigue vivo. Aún cuando no cuenta con la popularidad de la novela, y debe
vencer más dificultades para difundirse. El mercado manda. Pero hay una fórmula
editorial que ha permitido leerlos, en muchos casos un rescate de la poca difusión vía
medios escritos de circulación limitada. Me refiero a las antologías, ya mencionadas.
Las antologías, una vez agotado el concepto de “los mejores cuentos”, que irrita a los
auténticos aficionados por la repetición de títulos, se empezaron a especializar y a
especificar. El propio Ellery Queen lo hizo. A este último lo he citado bastante,
porque es el verdadero líder del cuento policial en la historia del género, con estudios,
revistas y selecciones.
Una de las formas novedosas son las antologías o compilaciones de “mejores cuentos
por año”, práctica que ha continuado hasta nuestros días. Una de las más antiguas
que conozco es de 1928, hecha por el padre Ronald Knox, donde hay un cuento
de Agatha Christie protagonizado por Miss Marple, su detective alternativo a
Hércules Poirot. Una antología más reciente, de 1999, recopilada por Ed MacBain,
trae cuentos de Lawrence Block, Loren Estleman, Joseph Hansen y Joyce
Carol Oates, entre otros autores del momento. Se siguen editando antologías
anuales, de vez en cuando se traducen a nuestro idioma.
Las antologías temáticas han sido otro aporte al género, ampliando el interés hacia
lectores distintos y haciendo descubrimientos sorprendentes. Así, se han publicado
antologías con cuentos policiales relacionados con el deporte. Hay una que trae
relatos de Conan Doyle (carreras de caballos), Ellery Queen (baseball), Dashiell
Hammett (boxeo), Leslie Charteris (póquer, con El Santo), Agatha
Christie (ajedrez), Dorothy Sayers (bibliofilia)…
También existen antologías de mujeres asesinas, de crímenes en Navidad, de la
realeza, de cuentos que transcurren en ciertos países, de parejas de detectives, de
estafadores, de asesinos en serie, de la buena mesa. Entre estas últimas, destaca
una que trae cuentos de Isaac Asimov, Ruth Rendell, Rex Stout (con el gordo Nero
Wolfe), Stanley Ellin, Janwillem van de Wetering, Bill Pronzini. Hay también
antologías del detective privado hard boiled o de la Serie Negra. Una de ellas trae
relatos de Fredric Brown, Erle Stanley Gardner, James Cain, Ross Macdonald,
Margaret Millar, etc. Y existen muchas más, he señalado algunas de las que he
tenido oportunidad de leer.
Una mención especial para las autoras mujeres que, como se sabe, han sido en el
género policial tan buenas y prolíficas como los autores varones. De todos modos
han tenido que luchar por sus derechos, como que han formado en Estados Unidos
una asociación de mujeres autoras, para escapar del machismo vigente entre algunos
de sus colegas. Pues las recopilaciones de cuentos de escritoras están entre las
mejores. Sara Paretsky, la creadora de Warschawski, la mujer policía de Chicago, ha
armado al menos dos excelentes (en 1992 y 1996), con relatos de Liza Cody, Marcia
Muller, Nancy Pickard, Amanda Cross, Margaret Maron, Linda Barnes y otras
autoras notables, todas en plena producción. Algunas de ellas han sido traducidas.
Todas ellas se hallan en la red virtual. En materia de cuentos, quien busca con
paciencia, encuentra.
Un elemento clave para la práctica de la crítica del cuento policial, que tan pocos
conocen en sus categorías básicas, es que las antologías permiten al compilador
(generalmente un autor de renombre o un especialista del género reconocido por los
lectores) elegir conforme a sus criterios y preferencias. Es que la calidad del cuento se
mide, por comparación a los demás cuentos y cada uno por separado, según su
fidelidad a los elementos básicos del género: el interés del crimen narrado, el carisma
el detective o investigador (si lo hay), la originalidad de la trama y la ambientación, la
resolución inteligente del enigma o el desenlace del caso, la recreación del lenguaje,
etc. Por eso, una buena antología hecha, digamos sólo como ejemplo, por Bill
Pronzini y Martin Greenberg (sobre detectives privados), Hugh Greene (los rivales
de Sherlock Holmes, una especialidad de este hermano de Graham Greene), John D.
MacDonald (autoras mujeres), Eric Ambler o los hermanos Greene (cuentos de
espías), Kurt Singer (crímenes reales), y muchos otros, deja contento al lector; a
veces más a veces menos, pero sabe qué va a encontrar en el libro; y según eso,
aprueba o desaprueba.
Al cuento policial se le pueden hacer todas las exigencias que a cualquier cuento,
digamos concisión y precisión, personajes bien definidos y locaciones adecuadamente
descritas, nada de repeticiones ni circunloquios; un inicio magnético y un final redondo
que cierre el círculo. Pero además debe responder a sus lectores específicos:
aquellos para quienes la literatura popular es una forma de distraerse con un producto
de buena ley, entretenido e inquietante. Agréguese como condimento esencial un
justo suspenso. El buen cuento policial, como género auténticamente literario,
prestigia a cualquier escritor y es por eso que hay tantos dotados cuentistas que no
han trepidado en hacer sus intentos; con resultados dispares por cierto. Y por eso
mismo no es raro encontrar en las mejores antologías de cuentos policiales, una
mezcla entre ciertos autores consagrados como serios, literarios, con otros escritores
especialistas en el género.
A manera de conclusión
Hoy en día el cuento policial y noir goza de perfecta salud, tanto por sus temas como
por sus variados autores, sus estilos y sus visiones. Da una imagen de lo que
acontece en la historia con minúscula, en el planeta de los comunes (el de los
hombres y mujeres que son estadísticas), mejor que casi ningún otro género literario;
lo que casi ningún superventas, casi ningún autor regalón de la crítica, puede dar.
Leer para creer. Cabe señalar que aún cuando el cuento relativamente largo (o novela
corta), como las historias de Sherlock Holmes, es considerado el máximo aporte del
género a la literatura, el relato breve policial o negro no ha sido ajeno al auge del
minicuento o microcuento. Allí también se pueden encontrar productos más que
rescatables; y suele haber calidad en manos de plumas rápidas e ingeniosas, amén
de aplausos de parte de los lectores, en especial los apresurados. Y los lectores de
teléfonos por supuesto…
[1] El presente texto es una versión ampliada del prólogo al libro “Cuentos para 1 año
2. Género policial”, selección de Bartolomé Leal, Editorial Nuevo Milenio,
Cochabamba, Bolivia, 2013.