Obesidad y Cirugia Bariatrica
Obesidad y Cirugia Bariatrica
Obesidad y Cirugia Bariatrica
Santiago, 2011
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Agradecimiento
Deseo compartir la alegría y satisfacción que me embarga, con todas aquellas personas
que de una u otra forma, hicieron posible que mis esfuerzos y sacrificios rindieran el fruto
esperado.
Muchos fueron los que contribuyeron en la realización de esta investigación. Mi padre,
José Rogelio, que jugó un papel importante en la elección del tema de investigación, y cuyo
conocimiento y opiniones médicas ayudaron a brindarle la perspectiva que la misma posee. Mi
hermano Juan David, gracias por ayudarme con un juicio experto de dietista, compartiendo tus
opiniones y conocimientos en el tema. Muy especialmente gracias a mi directora de tesis, Sandra
Oksenberg Rapaport, quien con sus conocimientos y experiencia me guío por todo el trabajo de
investigación, definición del tema, y la sistematización y presentación de la información.
Sin duda, es mucho lo que debo a mis padres que me han apoyado en todos los momentos
de mi vida y quienes me brindaron la oportunidad de estudiar este magíster, a mis profesores que
me educaron y supervisaron, a mis compañeros, comunidad y amigos que me incentivaron y
contuvieron emocionalmente. También le debo mucho a todas las personas que contribuyeron y
me ayudaron en mi estadía en Chile, y quienes me apoyaron durante estos dos años. Pero, sobre
todo, no puedo concluir sin darle gracias a Dios por hacer posible que esto ocurriera. Gracias por
la vida, por la oportunidad que me ha dado no sólo de realizar y terminar esta tesis, sino de
estudiar en Chile y graduarme de magíster en psicología clínica.
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Índice General
Extracto.............................................................................................................................................4
Introducción......................................................................................................................................5
CAPÍTULO 1: Necesidad y deseo. Hambre...................................................................................16
CAPÍTULO 2: Imagen del cuerpo. Psicosomática.........................................................................21
CAPÍTULO 3: Trastornos alimentarios. Anorexia y bulimia........................................................25
CAPÍTULO 4: Adicción.................................................................................................................31
CAPÍTULO 5: Cultura contemporánea. Patologías de borde........................................................35
CAPÍTULO 6: Obesidad................................................................................................................41
CAPÍTULO 7: Cortes, castraciones y cirugías...............................................................................47
Conclusiones...................................................................................................................................55
Apéndice.........................................................................................................................................67
Apéndice 1: Caso 1, “Anne, el Monstruo” por Celia Salles...................................................69
Apéndice 2: Caso 2, “Akupera”por Celia Collazo..................................................................71
Bibliografía.....................................................................................................................................73
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Extracto
Introducción
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Por años se ha estado estudiando, desde el modelo médico y de las distintas corrientes de
psicología, los trastornos de alimentación como anorexia y bulimia. En psicoanálisis, son muchos
los estudios que se han hecho y tesis que tratan de explicarlas. La obesidad ha experimentado otro
abordaje. Ha sido considerada como un problema desde hace poco tiempo y, principalmente,
desde la medicina. Así, es tratada con dietas, planes nutricionales, ejercicios, etc., interviniendo
sólo sobre la parte fisiológica del problema. Son menos las investigaciones encontradas que se
cuestionan los factores psicológicos que influyen para que una persona sea obesa. Y son aún
menos las que desde la postura del psicoanálisis han tratando de buscar los factores inconscientes
determinantes en la obesidad.
Obesidad y medicina.
Desde la medicina, la obesidad es definida como una acumulación de grasa excesiva o
anormal que perjudica la salud (OMS, 2006). Considerando como sobrepeso a un índice de masa
corporal igual o mayor a 25, obesidad a uno igual o mayor a 30, y obesidad mórbida a uno igual o
mayor a 40. En la población mundial la obesidad ha ido aumentando. Cada vez hay más personas
que la padecen y los rangos de pesos van en aumento, de modo que se registran casos de personas
con mayor sobrepeso. De acuerdo a la OMS (2006), para el año 2005, aproximadamente 1.6
billones de adultos en el mundo padecían de sobrepeso y 400 millones de obesidad. La OMS
proyecta que para el 2015 estas cifras aumentarán a 2.3 billones de personas con sobrepeso y 700
millones con obesidad.
La situación en Chile respecto a la obesidad coincide con la del resto del mundo. De
acuerdo a los datos arrojados por la Encuesta Nacional de Salud 2003, en la población adulta, la
prevalencia de sobrepeso, obesidad y obesidad mórbida es de 37.8%, 21.9% y 1.3%
respectivamente. Por tanto, se puede decir que hay aproximadamente 205 000 personas que
sufren de obesidad mórbida en Chile.
Se ha comprobado (OMS, 2006) que el sobrepeso puede traer serias complicaciones
físicas de salud aumentando el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes,
desórdenes musculo-esqueléticos y algunos cánceres. Además, la Asociación Americana de
Cirugía Bariátrica (1997) declara que hay un aumento en el índice de mortalidad a medida que el
sobrepeso es mayor.
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Cirugía Bariátrica
Desde la perspectiva médica, viendo la cantidad de efectos y perjuicios que pueden
acontecer a una persona obesa, se han desarrollado distintos métodos para combatirla. Pero
cuando los casos son extremos, cuando la persona se ve afectada realmente y de urgencia por
posibles enfermedades cardiacas, diabetes, etc., el método que se ha empezado a aplicar son las
cirugías. Pues, la Sociedad Americana de Cirugía Bariátrica establece que hay publicaciones
científicas que reportan que “los métodos no-operatorios por si solos no han sido efectivos en
lograr una pérdida de peso médicamente significativa a largo plazo en adultos con obesidad
severa” (1997, sin página). La cirugía bariátrica es un método drástico y que en sí puede traer
muchas complicaciones, pero que de acuerdo a los estudios médicos produce menos daño que la
obesidad. Así, la Sociedad Americana de Cirugía Bariátrica lo considera como el único método
efectivo de pérdida de peso para los obesos severos.
Entre los distintos tipos de cirugía bariátrica están la banda gástrica, la gastrectomía en
manga, el balón intra-gástrico y distintos tipos de bypass gástrico. Los tres primeros tipos son
cirugías restrictivas que reducen el volumen de ingesta de alimentos (ASBS, 1997). Por otro lado,
el bypass gástrico, es una cirugía mucho más invasiva, en la cual se extirpa parte del estómago y
excluye parte del intestino delgado, disminuyendo no sólo la ingesta de alimentos, sino también
la absorción de los mismos.
Debido al aumento de obesidad mórbida en Chile y la necesidad de hacer algo al respecto,
desde mediados de 1980 se ha promovido la creación de grupos quirúrgicos enfocados a los
temas bariátricos (Bambs, C. et. al., 2008). Así, se reporta un boom entre el 2003 y el 2008 con la
realización de 4040 procedimientos bariátricos y 896 bypass gástricos, entre los centros médicos
privados y 10 universidades. La mayoría de estos procedimientos se realizaron en el Hospital
Clínico de la Universidad Católica, el Hospital Clínico de la Universidad de Chile e
Integramédica y Hospital San Juan de Dios.
La ASBS (1997), dice que se ha reportado en distintos estudios que las cirugías de
reducción de peso generan la mejoría de distintas condiciones como la apnea del sueño, diabetes,
hipoventilación asociada a la obesidad e hipertensión. De acuerdo a esta sociedad, la pérdida de
peso llega a su máximo entre los 18 y 24 meses después de haber sido operado; reportándose una
pérdida de 48 a 74% del peso con el bypass gástrico y de 50 a 60% con la banda gástrica, a los 5
años de haber sido operado. Uno de los grandes beneficios de la cirugía bariátrica es para los
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pacientes con diabetes tipo II, que corresponden al 15.3% de los pacientes obesos, pues esta se ve
anulada casi en su totalidad por la cirugía bariátrica (Bustamante, F. et. al., 2006).
Por otro lado, la ASBS (1997), también menciona que la cirugía puede tener muchas
complicaciones operatorias y post-operatorias. Entre estas están: complicaciones cardiacas,
hepáticas, respiratorias, neurológicas y renales, embolia pulmonar, abscesos, infección de la
herida, sangrado gastro-intestinal, obstrucción del intestino delgado, entre otras. Además de un
porcentaje de mortalidad de 0.17% en los próximos 30 días después de la cirugía. A largo plazo,
las cirugías gástricas restrictivas pueden causar reflujo y vómitos frecuentes, y el bypass gástrico
puede traer muchas consecuencias de índole nutricional, como la deficiencia de hierro, vitamina
B12, vitamina D y calcio. Por estos motivos, un paciente de bypass gástrico debe tomar multi-
vitaminas, B12 y calcio por el resto de su vida.
En vista de todos los riesgos que conlleva la cirugía bariátrica, la ASBS ha delimitado
algunos parámetros para la selección de pacientes. Establece que la opción de cirugía se le
“ofrece a pacientes con obesidad severa, que están bien informados, motivados y aceptan los
riesgos quirúrgicos” (2007, sin página). Además de que el paciente tiene que poder participar no
sólo del tratamiento, sino del seguimiento a largo plazo. Los posibles candidatos para cirugía son
aquellos que tienen un índice de masa corporal mayor a 40. Aunque a veces también se
consideran personas con un índice de masa corporal desde 35, si presentan un alto riesgo de
condiciones co-mórbidas o presentan problemas físicos que interfieren con su estilo de vida
debido a la obesidad. La ASBS recomienda que las personas que van a ser operadas hayan hecho
por lo menos un intento de pérdida de peso antes de someterse a cirugía; además de pasar una
evaluación psicológica, la cual se hace para medir la existencia de psicopatología y la
probabilidad de éxito de la operación.
muertes por suicidio y 14 por sobredosis de droga, cuando lo normal esperado para el número
poblacional era 2 suicidios en las mujeres y 1 en los hombres. Por tanto, se deduce que el número
de suicidios fue significativamente mayor a lo normal en esta población. De la misma manera,
Bustamante et. al., en un estudio realizado en Chile en el 2006, reportan que hay un porcentaje de
suicidio entre 8.8% y 37.5% posterior a la cirugía bariátrica.
Además, de los aumentos de suicidios, estos autores (Bustamante, F. et. al., 2006) señalan
que existen investigaciones que muestran que un alto porcentaje de pacientes de cirugía bariátrica
presentan trastornos de ánimo post-operatorios, sin haberlos presentado previamente a la cirugía.
Similar a esto, Montt et. al. comentan que la pérdida de peso dada por la cirugía bariátrica puede
generar importantes dificultades para adaptarse a las demandas del aumento de aceptación social,
a cambios en el estilo de vida y a la aceptación de la nueva imagen corporal. Por tanto, refieren,
que “no son escasos los reportes de patología afectiva después del sexto mes de cirugía, la
aparición de trastornos alimentarios en personas en quienes no se había reportado tal condición
previamente o el malestar psicológico asociado al importante cambio físico” (2005, p. 286).
En vista de esto, los médicos suelen exigir una evaluación psicológica a las personas que
postulan a la cirugía bariátrica y su posterior seguimiento. Pues, la Sociedad Americana de
Cirugía Bariátrica reconoce que “la cirugía bariátrica es un procedimiento altamente efectivo que
no solo reconfigura y/o restringe el estómago, sino que también afecta significativamente la
psique” (2004, sin página). Por esto, hacen una evaluación psicológica por medio de entrevistas y
pruebas psicológicas en las que evalúan los patrones de conducta respecto a la comida, el manejo
de estrés, la presencia de psicopatología, la adherencia a reglas, la actividad física realizada, entre
otros. Para así, de acuerdo a ellos, predecir qué tanto va a poder la persona adaptarse a los
cambios y restricciones que conlleva una cirugía de este tipo. De manera, que si ven que podría
haber una dificultad en la adaptación post-quirúrgica, se les puede recomendar a los pacientes
intervención farmacológica, psicoeducación, psicoterapia, grupos de apoyo y/o consultoría
nutricional.
Aún así, los datos muestran que estos intentos no son del todo suficientes. La misma
ASBS (1997) reconoce que las evaluaciones psicológicas realizadas han probado no ser
suficientes y tener un valor limitado. Simplemente llegando a conclusiones (ASBS, 1997) de que
no existe un tipo de personalidad específico para las personas obesas, que los obesos no presentan
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mayor índice de psicopatología que la población de peso normal y que la obesidad incluye
complicaciones como la distorsión de imagen corporal y por atracones de comida.
En contraste con la ASBS, diversos estudios encontrados que investigan sobre la relación
de la psiquiatría con la obesidad indican que las personas obesas tienen una peor calidad de vida,
alteración de su imagen corporal, antecedente de abuso sexual en la infancia, una mayor
frecuencia de trastornos de alimentación, dificultad en el reconocimiento y expresión de sus
propios estados internos, dificultad para exponerse en situaciones sociales, rasgos de
egocentrismo, auto-referencia, pasividad y dependencia, incapacidad para el control, deferencia
en lo interpersonal e hipersensibilidad a la crítica, entre otros (Bustamante, F. et. al., 2006; Montt,
D. et. al., 2005).
En una investigación realizada por la Universidad de Chile en el 2005 (Montt, D. et. al.),
encuentran estudios que indican que un alto porcentaje de pacientes obesos candidatos a la
cirugía bariátrica presentaban trastornos psiquiátricos concomitantes, con alta prevalencia de
depresión. En orden, los trastornos encontrados como más asociados a la obesidad mórbida
fueron: trastornos por atracón, trastornos afectivos, trastornos adaptativos y trastornos de
personalidad. Además, encuentran que en el 57% de los casos estudiados hay evidencia de
carencia de figuras parentales, ya sea por muerte o divorcio. Bustamante et. al., 2006, encuentra
datos similares, indicando además que estos pacientes suelen ser “negadores, impulsivos,
somatizadores, presentan dificultad para modular sus afectos y pensamiento dicotómico, junto a
conductas autodestructivas y baja autoestima” (sin página). Al examinar estos resultados
encontrados por los diversos investigadores, surge la pregunta de si estos rasgos son anteriores o
posteriores a la obesidad, ¿es la obesidad una causa o un efecto de los trastornos psiquiátricos y
rasgos mencionados?
Es necesario destacar, lo afirmado por Montt et. al., de que los pacientes obesos que
buscan tratamientos hospitalarios tienden a presentar mayor malestar psicológico que aquellos
que no buscan ayuda; presentando mayor presencia de ansiedad y depresión. Así concluyen
respecto al tema que “el grado de angustia y desesperación en individuos que buscan tratamiento
quirúrgico podría estar asociado a mayor comorbilidad psiquiátrica” (2006, p. 285).
Como se ha mencionado, el Trastorno por atracón (BED) es el prevalente en las personas
con obesidad mórbida candidatos a cirugía bariátrica (Bustamante, F. et. al., 2006; Montt, D. et.
al., 2005). El DSM-IV concibe el Trastorno por atracón como un trastorno alimentario no
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Psicoanálisis
Los datos muestran que a pesar de las insistencias por que un obeso adelgace, la mayoría
de estos no lo logran. No importa en cuántas dietas o ejercicios se vea involucrado, sigue siendo
obeso. Como comenta Vilhena et. al. (2008), la obesidad es una enfermedad según el enfoque
médico, una enfermedad del cuerpo que hay que curar, y se cura con la cirugía bariátrica. Pero si
así fuere, ¿por qué entonces los datos muestran que muchos no logran adelgazar con la cirugía, y
siguen ingiriendo grandes cantidades de comida a pesar de que su estómago lo impide? ¿Por qué,
si tanto se “desea” ser flaco, muchos no son capaces de asumir los cambios psíquicos y físicos
que conlleva este procedimiento? Parece que la obesidad va más allá de lo que propone la
medicina, más allá de la fuerza de voluntad por dejar de comer.
Una mirada del psicoanálisis considera que la corporeidad transmite un discurso. El
cuerpo tiene un lenguaje propio y comunica algo. En él se manifiestan toda la trama de relaciones
internas de la persona (Vilhena, J. et. al., 2008). El cuerpo habla de aquello que no es capaz de
decirse con palabras. Manifiesta en lo real lo que no puede ser simbolizado. Es el escenario del
discurso más primitivo de la persona. A diferencia del síntoma médico, para el psicoanálisis un
síntoma es muestra de un conflicto intrapsíquico. El síntoma aparece como sustituto de la
satisfacción de un instinto, como consecuencia de una falla en la represión.
Desde algunos planteamientos psicoanalíticos, la obesidad pasaría a ser un síntoma.
Vilhena et. al. lo especifican “la obesidad es un síntoma, ya que un síntoma es un fenómeno
estructurado como un lenguaje, pero también un gozo con el cual no se supo qué hacer. Síntoma
como punto de gozo que captura al sujeto, dejándolo en suspenso” (Op. cit., p. 395).
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Cuando una persona come es porque siente que le falta algo; por tanto, hay correlación
entre el comer y la falta, como especifica Zadra (2004), y la primera falta fue el alimento. El niño
pequeño es alimentado por la madre en el proceso de amamantamiento. Freud en los Tres
ensayos de teoría sexual, propone que la primera actividad del niño es la de mamar del pecho
materno, siendo esta indispensable para su vida; actividad que es asociada al placer que la misma
le produce. Así, “al comienzo, está claro, la satisfacción de la zona erógena se asoció con la
satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en las
funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se independiza de ella” (1905,
p. 165). Y más adelante continúa
Una primera organización sexual pregenital es la oral o si se prefiere, canibálica. La
actividad sexual no se ha separado todavía de la nutrición, ni se han diferenciado
opuestos dentro de ella. El objeto de una actividad es también el de la otra; la meta
sexual consiste en la incorporación del objeto, el paradigma de lo que más tarde, en
calidad de identificación, desempeñará un papel psíquico tan importante. (Freud, S.,
1905, p. 180)
A la mayoría de los obesos no les importa qué comen, se comen lo que tienen delante, sin
pensar qué es; no lo pueden evitar, necesitan incorporarlo, introyectarlo. Nos dice Zadra (2004, p.
91) que aunque se sienten culpables por comer no lo pueden evitar, pues “la pulsión va más allá”.
Nos dice Freud en Más allá del principio del placer, que “la compulsión a la repetición se
instaura más allá del principio del placer” (1920, p. 22). La persona tiende a repetir aquello que
no pudo tramitar cuando lo experienció por primera vez. Freud también especifica, en este mismo
texto, que esta repetición, lo lleva a un reencuentro con su identidad.
A la persona no le interesa qué come, sino comer, “incorporar” como dice Freud. Pero,
¿qué objeto está tratando de incorporar?, porque evidentemente parece que no es la comida en sí.
¿Qué es aquello que no pudo tramitar y que necesita repetir compulsivamente?
Como se planteó, una manera de entender a la persona obesa es que come porque está en
falta, come para que no haya falta, para no desear. A este deseo de no desear Freud (1920, p. 38)
lo llama la pulsión de muerte, pulsión que intenta “regresar a lo inanimado”. Esto es significativo,
pues la primera falta que sintió el niño pequeño fue la del alimento, la necesidad de comer,
necesidad cuya satisfacción fue asociada con un placer, momento en que se crea la demanda y lo
constituye en un sujeto deseante. Deseante de repetir el placer, de aplacar la insatisfacción para
dejar de desear. Por tanto, si está siempre lleno, no siente hambre, no desea.
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Pero aquí puede haber una trampa, pues como dice Zadra (2004, p. 92), el hambre y las
ganas de comer no son lo mismo. Incluso está en un dicho popular “se me mezcló el hambre con
las ganas de comer”. Esto recalca la diferencia entre la necesidad y el deseo, y entre la necesidad
de repetición y la repetición de la necesidad (Lacan, J., 1966). El obeso agota el hambre
ingiriendo comida, pero las ganas de comer permanecen, se sigue demandando algo, hay una
falta. Entonces necesita seguir comiendo. El deseo es metonímico, nos dice Lacan. El deseo se
repite una y otra vez.
La metonimia es, como yo les enseño, ese efecto hecho posible por la circunstancia de
que no hay ninguna significación que no remita a otra significación, y donde se produce
su más común denominador, a saber la poquedad de sentido (comúnmente confundida
con lo insignificante), la poquedad de sentido, digo, que se manifiesta en el fundamento
del deseo… Lo verdadero de esta apariencia es que el deseo es la metonimia de la
carencia de ser. (Lacan, J., 1966, sin página)
Desde esta perspectiva, cuando está por surgir el deseo, que es señal de una falta, de la
carencia de ser, aparece la angustia como señal de un deseo que quiere advenir; entonces, la
persona come para aplacar la angustia y tapar la falta, para no desear.
Así, se come todo lo que se le da; lo que se le da, porque no es capaz de desear él. Esta
carencia de ser lo llama a recibir el complemento del Otro (Lacan, J., 1966). El sujeto está
inmerso en la dinámica de ser lo que el Otro desea que sea. Se encuentra en la posición de goce,
de ser el deseo del Otro en que no hay corte posible. A fin de cuentas, es un problema en la
demanda, le demanda al Otro que lo demande. Está atrapado en la posición de goce. Necesita
estar siempre lleno. Como dice Zadra (2004), lleno mas no satisfecho, porque la satisfacción
corresponde al ámbito del deseo; y “la satisfacción de la necesidad no aparece allí sino como el
engaño contra el que se estrella la demanda de amor” (Lacan, J., 1966, sin página).
Lacan establece que la única manera de salir de la posición de goce es que haya un corte.
Un corte que haga presente la falta, la falta no de comida, sino de ser. Y si no se ha dado un corte
en lo simbólico, el corte debe ser en lo real. Un corte en lo real sería un corte en el cuerpo. Ya lo
preveía Freud en Más allá del principio del placer cuando dice “las posibilidades de contraer
neurosis se reducen cuando el trauma es acompañado por una herida física” (1920, p. 32). La
cirugía bariátrica es un corte en lo Real que busca cortar la obesidad. Pero, ¿qué obesidad? ¿La
del cuerpo o la psíquica? ¿Cortar la grasa que sobra, el hambre, o las ganas de comer?
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Los datos presentados muestran, que la cirugía elimina el hambre, pero la persona no
pierde las ganas de comer, sigue con “mentalidad de obeso”, sigue siendo obeso. Al final, se
corta el estómago para eliminar el hambre (hambre estomacal), cuando se quería eliminar las
ganas de comer. Por eso, se deduce, que cuando la persona obesa se somete a cirugía bariátrica y
físicamente es incapaz de comer, pero lo sigue haciendo, se enfrenta a que sus ganas de comer
van más allá del hambre, que no pertenecen al ámbito de la necesidad, que hay una falta más allá,
una falta en el ser. Esto es lo difícil de tolerar y tramitar, lo no simbolizado.
A partir de lo expuesto, se podría plantear el supuesto de que en algunas ocasiones lo que
se busca es que la cirugía bariátrica corte algo mucho más allá de la obesidad física. Hay una
obesidad psíquica que cortar. Se requiere un corte en lo real de aquello que no tuvo corte en lo
simbólico. Si las ganas de comer van mucho más allá que el hambre, entonces la obesidad
mórbida requiere un corte mucho más allá que el corporal.
cultura contemporánea y su papel en las nuevas patologías actuales, muchas de ellas conocidas
como patologías de borde.
Para culminar con el tema de la obesidad, se desarrolla otro capítulo en el que se habla
específicamente sobre las ideas psicoanalíticas encontradas que se relacionan directamente con
esta temática. De manera, que habiendo hecho este recorrido, el último capítulo habla sobre los
conceptos de corte, castración y cirugía, en un intento de ver la diferencia entre cada uno y el
papel que juegan en el psiquismo, para relacionarlo así con el tema de la cirugía bariátrica y las
posibles consecuencias que puede traer al realizarse en una persona que padece de obesidad.
Es necesario destacar cómo a lo largo de toda la investigación se destaca entre líneas el
papel de la palabra, los efectos de su presencia y ausencia, en la persona con obesidad mórbida y
en la realización de una cirugía bariátrica.
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aquello que une al cuerpo con la psique, y al esquema corporal con la imagen del cuerpo. Esto
lleva al planteamiento de que la psique y el cuerpo están unidos, pero también separados. Cada
uno tiene acciones propias pero que inevitablemente repercuten en el otro. Por tanto, sería válida
la idea de que el hambre sentida como física puede no tener su etiología en una necesidad
fisiológica en el momento, sino remitir a la necesidad de repetir una satisfacción de índole sexual,
a satisfacer la pulsión oral.
A la edad del desarrollo en que el esquema corporal debería ser mediador con otro para
la imagen del cuerpo, las pulsiones de dominantes activas están sometidas a las meras
satisfacciones de las necesidades naturales de tales niños. Son estas pulsiones las que dan
expresión a todos sus deseos, disfrazados de necesidades insaciables de beber o comer,
no verbalizadas. El niño se lo mete todo en la boca, los objetos pequeños, los guijarros,
los excrementos, todo lo que se presenta. (Doltó, F., 2007, p. 181)
Podría plantearse la similitud con el obeso que se mete todo en la boca. Como dice Doltó,
las pulsiones que dan expresión a los deseos quedan disfrazadas de la necesidad insaciable de
comer. Se confundió el hambre con las ganas de comer. Doltó (Op. cit., p. 177) refiere a la madre
el papel de mediador entre la necesidad y deseo y la hace responsable (por lo menos en parte) de
la confusión entre estos. Así como la madre, por medio del amamantamiento y su deseo sobre el
niño, es fuente originaria del propio deseo del niño por el placer obtenido, también es ella quien
por medio de las castraciones simbolígenas (dadas a través del lenguaje) lleva a las pulsiones
“una expresión distinta del mero e inmediato goce del cuerpo” (Op. cit., p. 119). Por tanto,
cuando la madre falla en dar la castración por medio del lenguaje, en el niño quedan confundidos
estos dos aspectos: la necesidad y el deseo; cuando esto ocurre, el sujeto se ve atrapado en el
mero goce del cuerpo suprimiendo el deseo.
Desde esta perspectiva, Donghi et. al., tomando a Lacán (1964, p. 213), refieren que en la
obesidad está en juego la satisfacción, satisfacción que “pertenece a otro orden y no hace ruido,
es silenciosa. Leemos en ella lo pulsional y, de esta manera, la libido termina siendo aquel órgano
irreal, pero al que, aún así, nada le impide encarnarse” (2009, sin página).
Hay un dato importante que Doltó menciona entre líneas, pero que se hace necesario
destacar, y es que “el deseo desborda siempre a la necesidad” (2007, p. 33). Por ende, aunque
queden vinculados el uno con el otro, parece que la mera satisfacción de la necesidad no va a
colmar al deseo, lo que llevaría a este a insistir en su búsqueda de objeto. El sujeto se ve
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enfrentado a tener que estar en una repetición constante de la satisfacción de la necesidad, pues
no se siente colmado, está en falta, el deseo continúa.
Pues, el deseo habla de una falta en el ser y no en el tener, que es a lo que apunta la
necesidad. Doltó lo explicita al hablar de la diferencia entre la imagen del cuerpo y el esquema
corporal: “la imagen del cuerpo está del lado del deseo, no ha de ser referida a la mera necesidad.
La imagen del cuerpo… da testimonio de la falta en ser que el deseo apunta a colmar, allí donde
la necesidad apunta a saturar una falta en tener (o hacer) del esquema corporal” (ibídem). Postura
que apoyan en su ensayo Donghi et. al. al decir que en la obesidad se ve “una captura narcisística
que produce un ‘mal-estar’ en silencio. Podríamos pensar entonces que para este sujeto, la
obesidad ya no se trata sólo del comer. Hay algo del Ser jugado en este objeto.” (2009, sin
página). Por esto, “aunque la boca quede ahíta – esa boca que se abre en el registro de la pulsión
– no se satisface con comida, sino como se dice, con el placer de la boca” nos dice Lacan (1964,
p. 175) citado por Dognhi , 2009; pues la pulsión se satisface en el recorrido. Según esto, el obeso
lo que buscaría no es la comida, sino comer, un ser comiendo; o en otras palabras, un niño
mamando, que no tiene falta, no desea.
Lo planteado abre a la posibilidad de que lo manifestado es un problema en la demanda,
más que de la necesidad o el deseo. Pues, el sujeto se queda entrampado en un goce compulsivo
en que parece satisfacer una necesidad, sin ser la necesidad la que lo mueve, pero tampoco logra
mantenerse como sujeto deseante capaz de tolerar la falta. Hay una demanda de un imposible, de
un imposible que no se tolera como tal. No es el objeto de la necesidad el que hace falta, mas
tampoco se ha constituido el deseo pues no se tolera la falta, no hay postergación.
Cuando pedimos comida, por ejemplo, también se trata de una demanda; cuando
justamente direcciono con palabras lo que es del orden de la pulsión y del deseo. La
comida es algo que se puede pedir, y nuestra primera comida se pide a gritos; por ello,
entra como un objeto de demanda, y luego adquiere una señal de amor. Sin embargo, si
para la necesidad está el alimento para la demanda ahí implícita, por más que la comida
adquiera una señal de amor no hay nada que pueda saciar, aunque se coma todo lo que
quiera, compulsivamente, sino que no hay un objeto para la pulsión, el deseo es falta
radical y constitutiva. (Rocha, L. et. al., 2009, p. 85-86)
Por ello, en la obesidad aparentemente sólo se demanda, se demanda algo que no se sabe
qué es. Pues no es cuestión de origen ni de objeto, sino de repetir el recorrido. Es cuestión de
estar suspendido en el límite. Idea que se basa en la propuesta de Lacan del cuerpo como
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una superficie que implica para el humano una dimensión de goce, goce que se instaura
en la pérdida del objeto de la necesidad y la instauración de la demanda; por un lado
esto da lugar a la producción de un discurso, la sumersión del viviente en lenguaje; por
el otro, disloca al humano del instinto y lo lleva a tener un cuerpo como imagen, lo deja
disyunto. (Tendlarz, 2010, sin página)
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Hablar de imagen del cuerpo no es lo mismo que hablar de esquema corporal. Según
Doltó, “el esquema corporal refiere el cuerpo actual en el espacio a la experiencia inmediata”
(2007, p. 22), es independiente del lenguaje y es el mismo para todos los individuos; además, es
inconsciente, preconsciente y consciente. Por otro lado, “la imagen del cuerpo refiere el sujeto del
deseo a su gozar, mediatizado por el lenguaje memorizado de la comunicación entre sujetos”
(ibídem), y es siempre inconsciente. La imagen del cuerpo se constituye en relación. “Para un ser
humano, la imagen del cuerpo es a cada instante la representación inmanente inconsciente donde
se origina su deseo” (Op. cit., p. 30).
La imagen del cuerpo, podría decirse, se estructura en la relación del niño con otro, con
otro que es generalmente y primariamente la madre. Es en la relación de deseo (al ser deseado y
por ende desear) que el bebe va adquiriendo su imagen del cuerpo, en la que se destacan las zonas
erógenas. El niño es visto y sentido de una forma; y así mismo, él huele, siente, oye, mira y chupa
a su madre. Por medio de estos sentidos que le hablan de una vida y que además satisfacen
necesidades, se va estructurando su imagen en el desarrollo de su libido.
Doltó nos habla de que la imagen del cuerpo “está constituida por la articulación dinámica
de una imagen de base, una imagen funcional y una imagen de las zonas erógenas donde se
expresa la tensión de las pulsiones” (Op. cit., p. 22). Y define cada una de la siguiente manera:
- Imagen de base: está referida al narcisismo primordial, que es la mismidad de ser (2007, p. 43).
Cuando la imagen de base se ve amenazada, esto es sentido como mortal (Op. cit., p. 292).
- Imagen funcional: “es la imagen escénica de un sujeto que tiende al cumplimiento de su deseo”
(Op. cit., p. 46). Es en ella donde se siente la falta que provoca el deseo. Al verse afectada la
imagen funcional las reacciones son de índole funcional, humoral y neuromuscular,
correspondientes al tono y la homeostasis (Op. cit., p. 292).
- Imagen dinámica: es el deseo de forma activa, participante y presente. “Corresponde al deseo de
ser y perseverar en un advenir” (Op. cit., p.49). Si se ve afectada “puede haber anulación o, por el
contrario, sobreexcitación del deseo, de manera que desborda lo que el sujeto es capaz de
dominar en cuanto al paso de su expresión al esquema corporal” (ibídem).
Son muchas las patologías que tienen como origen una falla en la estructuración de la
imagen del cuerpo, en cualquiera de sus imágenes constitutivas. Como se planteó con
anterioridad, la imagen del cuerpo se estructura en la relación y mediada por el lenguaje, pues
23
“todo es lenguaje en el ser humano. El cuerpo mismo… es lenguaje” (Op. cit, p. 291), dice Doltó
en su libro La imagen inconsciente del cuerpo. Así, las faltas de simbolización por medio del
lenguaje en el desarrollo del niño pueden producir desde problemas de psicosis o autismo hasta
anorexia y síntomas psicosomáticos.
En la medida que el niño va creciendo, teniendo experiencias en su cuerpo y en la relación
con su madre, va descubriendo nuevas zonas erógenas, al mismo tiempo que experimenta
castraciones de los placeres obtenidos en etapas anteriores y de los deseos. La madre nombra
aquello que experimenta su hijo y le explica las transiciones que va viviendo, le va simbolizando
sus experiencias por medio de un lenguaje no sólo verbal sino uno que va más allá. Doltó llama a
esta castración por medio del lenguaje, castración simbolígena. Castración que en psicoanálisis se
define como “el proceso que se cumple en un ser humano cuando otro ser humano le significa
que el cumplimiento de su deseo, con la forma que él quería darle, está prohibido por la Ley”
(Op. cit., p. 65).
En su libro La imagen inconsciente del cuerpo, Doltó, habla de cómo en el trastorno
psicosomático lo que se ve afectado es el narcisismo primario, aquel que se constituye en la
relación más primitiva con la madre y que tiene como momento crucial el del destete. Por esta
razón, este trastorno se ordenaría “en torno a la dependencia del comer y del hacer, o de la
autonomía con respecto al ser amado en la infancia” (Op. cit., p. 286). Se daría por la falta de
palabras para simbolizar el sufrimiento del quiebre en una relación vital.
Esta propuesta de lo psicosomático podría ayudar a pensar la obesidad, quizás como un
trastorno psicosomático en el que al ocurrir la separación que no es simbolizada adecuadamente,
que no lleva consigo también una castración simbolígena, el sujeto presenta una dependencia del
comer como síntoma del deseo por la dependencia materna. Así, se podría hipotetizar que la
constante búsqueda por la comida de la persona obesa refiere en realidad a la constante búsqueda
por la madre de quien la separación no se dio adecuadamente. Una demanda de ser demandado
por ella, de ser amado, de ser. Doltó comenta que el psicosomático sólo conoce “el verbo ser para
amar” (Op. cit., p. 286), lo que podría traducirse en “ser para comer” o a su inversa “comer para
ser” del obeso. Se vive para comer, para estar unido a la madre, y se come (símbolo de unión a la
madre) para poder ser.
Esta aproximación brindaría luces sobre las razones de por qué algunos se suicidan tras la
cirugía bariátrica. Si el síntoma psicosomático está asociado a la imagen de base (narcisismo
24
primario), al ser del sujeto, al cortar con él sin ser simbolizado, se está repitiendo el sufrimiento
que produjo originariamente el síntoma, y eliminando aquello que es la respuesta al intento de
simbolizar ese corte. Dicho de otra manera, si la obesidad es el intento de simbolizar el
sufrimiento dado por la separación con la madre de manera que al comer el sujeto se siente unido
a ella, porque si se separa no tiene vida; cuando se corta este síntoma con la cirugía, se está
cortando psíquicamente la ligazón del sujeto con su madre, madre nutricia que es su fuente de
vida. De acuerdo a esta hipótesis, la imagen de base se ve afectada produciendo efectos de índole
mortal, como el suicidio.
De acuerdo a esta postura, se estaría haciendo un hoyo, abriendo un espacio, que no tiene
palabras que lo revistan. En el obeso ya existe una falta, una separación, que se intenta cubrir con
comida, pues no encuentra palabras que la revistan; y si no hay palabras que la revistan, se reviste
con grasa. La separación que generalmente es necesaria para que surja un sujeto, en este caso es
intolerable porque no están las palabras que permiten tramitarla. De esta manera, con la cirugía se
elimina el mecanismo utilizado para tolerar el hoyo. Hoyo necesario y constitutivo, pero que al
mismo tiempo requiere palabras para ser tramitado.
Un factor importante es que se puede dar la confusión de pensar el síntoma psicosomático
como un tema fisiológico, pues está puesto en el cuerpo, algo que en realidad remite a un
conflicto psíquico. En palabras de Calvacante, “las quejas orgánicas recurren a la ciencia para su
entendimiento; sin embargo apuntan a lo que resta, a lo que escapa de la aprehensión del cuerpo
como carne, abriendo espacios a nuevos e inusitados entendimientos” (2004, p.173). Sucede, que
en estas patologías, los síntomas no están constituidos como circunscritos al registro simbólico;
sino que justamente un fenómeno es considerado psicosomático cuando los síntomas se inscriben
en el cuerpo médico, “en el cuerpo que demanda respuestas y explicaciones a la fisiopatología”
(ibídem). Lo importante es que “el lugar corporal tocado no expresa sólo un daño físico, un
síntoma médico, sino, antes que nada, un sufrimiento de su persona” (Eliacheff, C., 1993, p.45).
De acuerdo a la hipótesis planteada, si bien estas patologías se presentan en el cuerpo,
tienen su origen en la falta de simbolización, en la falta de palabra. Falta simbólica que se traduce
en el cuerpo real, pues como dice Nasio refiriéndose a la imagen del cuerpo, esta “es ante todo,
un elemento significante que transforma el objeto real del que es doble” (2008, p.106).
25
El deseo de nada de la anoréxica surge a partir de que el Otro la satura con objetos que
atentan con tapar la falta. “Ante esto el sujeto defiende su deseo con la nada, entonces desea
nada, ya que el Otro no puede satisfacer su demanda de amor” (Ruesgas, D. & Soliz, D., 2005,
p.5). Según la postura de Ruesgas & Soliz, lo que sucede es que hay un deseo que sobrepasa la
necesidad de ser nutrido. Hay un deseo que existe más allá de la necesidad. Pero si el sujeto se
deja alimentar, mata su deseo, por tanto evita nutrirse. “La anoréxica dice: no como para no ser
comida, para no ser devorada” (Op. cit.; p.6), para no ser eliminada como sujeto. Por otro lado,
afirman que la anorexia llega al extremo de buscar la desaparición del cuerpo para mantener el
deseo. Se ha hecho necesario el síntoma en lo real, la expresión del corte en el cuerpo, para poder
mantenerse como sujeto independiente de la madre. “La anorexia es el único modo que el
paciente pesquisó para llegar a surgir como sujeto deseante fuera del deseo de la madre que es ese
Otro” (ibídem).
Se podría plantear, entonces, que el síntoma de la anoréxica funciona como corte, como
corte en lo real, que permite la falta que mantiene el deseo. Es parte de las características de la
anoréxica el que le angustie comer. Al no comer, evita que surja la angustia. Recordemos la
perspectiva de Lacan en que la angustia surge por la falta de la falta. Si la anoréxica tapa su vacío
con comida, su deseo se ve obturado; la falta vendría a faltar y pondría en riesgo un deseo que
está más allá de la comida que quiere advenir pero no puede. En este contexto, tienen sentido las
palabras de Zusman cuando dice que “el desorden alimentario se considera un síntoma y, a la
vez, una inhibición de la función alimenticia que, inicialmente, tuvo el papel de no despertar la
angustia” (2004, p.18).
“El objetivo de negarse a comer será entonces el modo de crear una separación entre el
sujeto y el Otro encarnado en un otro -generalmente la madre-” (Ferrero, A., 2009, sin página).
Siguiendo a Ferrero, el síntoma funciona como corte, como separación. Según su postura, se
come nada para tratar de restituir la falta que podría relanzar el deseo; deseo que, como se dijo
con anterioridad, se ve “obturado por el Otro en su intento permanente de colmarlo -y colmarse-”
(ibídem).
La maniobra de la anoréxica es excluir al Otro estando llena; de manera que “surge el
rechazo como síntoma de deseo, llegando al punto del goce de la pulsión de muerte, y goce del
hambre, coincidencia fatal de un deseo en el que el sujeto al borde de la muerte intenta sostener
su ser” (Ruesgas, D. & Soliz, D., 2005, p.6). Este punto es de suma importancia, pues el corte es
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necesario para mantener la vida, pero al mismo tiempo este corte produce pérdida de libido. De
acuerdo a esto, el sujeto que se encuentra en “esta hiancia no orienta la pulsión sexual a objetos
exteriores, sino que encuentra su satisfacción en el propio cuerpo como objeto, se hace objeto,
entonces hablamos de una pulsión autoerótica” (íbidem).
De manera similar, Salles, propone que el obeso en la compulsión “amortiza las señales de
angustia y permanece en una posición de no querer saber” (2005, sin página), quedando
“prisionero de su intento de evitar la angustia, colocando el objeto nada en el cuerpo, impidiendo
su captura en el fantasma” (ibídem). Desde esta postura, se podría formular la pregunta de si es
este mismo corte de la anoréxica el que se busca con la cirugía bariátrica. Pensándolo desde la
perspectiva de que son todos intentos de separación de la madre, cortar con la comida podría
considerarse también como un intento de cortar con la madre. Madre, que es la madre nutricia, la
que proporciona el alimento al recién nacido.
En la anoréxica, parece suceder que en el intento de mantener el deseo, lo que se logra es
la anulación del mismo. Con su “no” a la comida, con el cual se revela ante el Otro, lucha por el
deseo en una batalla que al final gana la pulsión (Ruesgas, D. & Soliz, D., 2005). Pulsión oral
cuyo objeto es la comida, y que se encuentra alterada por la negativa de comer. “En la pulsión el
sujeto se encuentra en silencio, el cuerpo es el que habla por el sujeto, de modo que la anoréxica
entra en un silencio que da lugar al cuerpo, entonces deviene un sujeto hablado por su cuerpo”
(Op. cit., p.7). Es necesario recordar que Freud define a la pulsión como un concepto límite entre
lo anímico y lo somático, en que “tiene su fuente en una excitación (de tensión) corporal y su fin
es suprimir el estado de tensión a través del objeto” (Zusman T., L., 2004, p.41).
Zusman muestra que la falta de apetito o goce, que se observa en la anoréxica, se puede
leer como falta de libido. Lo que necesariamente remite a la hipótesis freudiana sobre la
melancolía que indica que la falta de libido viene dada por la pérdida del objeto; específicamente,
del objeto erótico original. De esta manera, Zusman, basándose en la postura de Freud, propone
que el niño pequeño al no poder tramitar la angustia que le genera la posibilidad de perder el
pecho de la madre y al mismo tiempo de fusionarse con ella, termina anulando el objeto erótico
original y su zona erógena correspondiente, la boca; y por consiguiente también el alimento. De
esta manera “el vacío no se siente” (Op. cit., p.79). Lo que lleva a la pérdida de libido y a la
negación de la sexualidad. Pues, como se ha venido explicitando, si no hay vacío no hay deseo.
29
Sucede que si la madre se retrasa constantemente con el alimento o no aparece, puede que
frente a la amenaza de la falta el niño resuelva por replegarse en sí mismo, desarrollando una
relación de objeto narcisista en vez de anaclítica. Este tipo de elección de objeto narcisista es
propio de la melancolía, en la que se da una regresión de la pulsión en busca del objeto de la fase
oral; es decir, el alimento. Se identifica con este objeto, en vez de poner su carga erótica sobre
otro. Así, “las relaciones entre la identificación, la ingestión y la incorporación abren un espacio a
la comprensión del problema alimentario al subrayar que la predisposición a la melancolía
concurre con el predominio de elección de objeto de tipo narcisista” (Op. cit.; p.21).
Considerando que el primer vínculo del infante es el que establece con la madre, que es tanto una
experiencia nutritiva como sexual; Zusman hace evidente que en los trastornos alimentarios es el
cuerpo el que sufre, pues “el cuerpo queda, por lo tanto, a merced de la identificación con el
objeto abandonado y fusionado con este” (Op. cit.; p.66).
Como en la melancolía, la persona con trastornos alimentarios se queja, se queja de su
cuerpo. Toda su energía está revertida sobre él, sobre su yo, se podría pensar. Revertida sobre el
yo, porque no se ha podido tramitar el duelo de la pérdida del objeto. Por tanto, nos dice Zusman
que las quejas de la anoréxica y su cuerpo emaciado transmiten “la incapacidad de lidiar con los
afectos más primitivos de un vínculo en falta y con las funciones básicas de los procesos más
tempranos, uno de los cuales es la alimentación.” (Op. cit., p.38-39). De esta forma, los síntomas
de comer o no comer, vomitar o no vomitar, son representaciones en lo real de un afecto no
tramitado, no simbolizado. Son reclamos y cortes, traducidos a términos morales, que intentan
reprimir el “vínculo erotizado con la madre y, posteriormente, con el padre, como la regresión a
un cuerpo prepuberal emaciado o susceptible de ser escindido” (Op. cit., p.125).
De acuerdo a esta postura sobre los trastornos alimentarios y la melancolía en que el
cuerpo queda a merced de procesos psíquicos en cuanto a las relaciones objetales, se podría
pensar de ellos como trastornos psicosomáticos. Zusman, ya se atreve a establecer esta
comparación de la anorexia con la psicosomática explicando que ella “puede ser emblemática de
la forma en que el cuerpo recibe el impacto de los aspectos no simbolizables de la vivencia
afectiva” (Op. cit.; p.19)
Por otro lado, es de conocimiento popular que para el desarrollo saludable de un sujeto
debe existir un padre instalado en un lugar diferente de la madre. La función paterna y materna
son ambas necesarias y diferenciadas. Los estudios sobre las familias de anoréxicos ponen en
30
evidencia la prevalencia del patrón de una presencia más relevante de la madre que del padre, de
una figura paterna poco fuerte y castrante. Patrón que se observa en la clínica contemporánea, en
que la función paterna se encuentra cuestionada, lo que ha llevado a la presencia de madres
devoradoras. Situación que produce que sea “el cuerpo el que queda conmovido, movido en su
régimen imaginario” (Hernández, L., 2007, p.117).
Es, quizá, en la fijación (¿excesiva?) de la figura materna que el no comer -después de la
pubertad- libera a la joven de tener que escoger entre un sustituto amoroso y su madre.
El cuerpo emaciado delata la falta de un espacio ¿físico y/o psíquico? para el otro. (…)
En este sentido, la sexualidad pareciera no tener lugar en el cuerpo emaciado de la
anorexia o en el cuerpo trajinado de la bulimia. (Zusman, L., 2004, p.58)
Desde esta perspectiva podría suponerse que en la obesidad tampoco hay lugar a la
sexualidad en el cuerpo tapado y recubierto por una gruesa envoltura de grasa. ¿Podría plantearse
la hipótesis de que es también un intento de cortar con la madre? O quizás todo lo contrario, ¿de
negar la falta del objeto perdido en el intento de llenar aquel vació a como dé lugar?
La postura del psicoanálisis propone que cuando un objeto es reprimido, este es
reemplazado por otros objetos sustitutivos. Objetos sustitutivos que nunca van a lograr satisfacer
en su totalidad. La primera experiencia de satisfacción jamás se va a poder repetir en su totalidad.
De esta manera, podría pensarse que en las bulímicas (y quizás también en los obesos) el objeto
madre es reemplazado por la comida como objeto sustitutivo. Así, “en la bulimia es frecuente el
‘hambre de estímulos’: si no es comida, es gasto, compras, salidas, promiscuidad (por la
denigración del objeto amoroso), etc.” (Op. cit., p.57).
Esta propuesta hace alusión a la pregunta sobre hambre de qué tiene un obeso, o un
bulímico en este caso, que no parece verse saciado con la comida. Como dice Zusman (Op. cit.,
p.58), en los desórdenes de alimentación el hambre y la saciedad se encuentran disociados.
Haciendo referencia al postulado de Duelo y melancolía al decir que
Freud afirmó que el melancólico sabe que ha perdido pero ignora lo que ha perdido.
¿Qué se perdió? Pareciera que la pérdida no ha podido ser decodificada por emerger en
el espacio dejado por la falta.
La saciedad es el gran ausente de los criterios diagnósticos de los desórdenes de la
alimentación y, paradójicamente, es el concepto que más evidencia la falta, la carencia,
el vacío, lo insaciable y la falta de representación. (Op. cit, p.104)
31
CAPÍTULO 4: Adicción.
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En una sociedad en la que están en auge las adicciones, no sólo las toxicómanas, sino al
trabajo, internet, compras, etc., vale preguntarse si la obesidad podría considerarse como una
adicción a la comida. Está presente la característica evidente de que el obeso come en exceso y
no puede parar, no tiene límite frente al consumo; la cual es una de las características
primordiales de una adicción. Así, el DSM-IV define el abuso de sustancias como “un patrón
desadaptativo del consumo de la sustancia que conlleva un deterioro o malestar clínicamente
significativos” (sin página).
De acuerdo al psicoanalista latinoamericano, Eduardo Kalina, la base de la adicción está
“en la incapacidad del ser humano de aceptar su condición de finitud, la condición de límite que
impone el propio cuerpo y el límite final, que es el conocimiento de la propia muerte” (Bilbao
M., F., 2002, p.4). O en palabras de Ortega Bobadilla “la droga es, pues así, el rechazo de la
finitud, de la castración y del ser para la muerte. Negación de todo límite posible, que prefiere la
promesa de la completud a la miseria de la falta que caracteriza a los seres humanos normales”
(2008, sin página).
El adicto está atrapado en un goce no fálico, que prescinde del otro. En un goce más
primario que el lenguaje. Un goce que no tiene límite y que por tanto lo lleva al extremo. En
palabras de Ortega Bobadilla “el drogadicto vuelve por un escaso instante a volver a ser el bebé
de brazos, alucinando la vuelta a la completud en el vientre de su progenitora… Ese acto de
completud lasciva y en el fondo incestuosa, substituye a cualquier operación simbólica y lo sitúa
más allá del lenguaje” (2008, sin página). Las adicciones vienen dadas por una falla en el borde,
no hay borde. Y el consumo es un intento de revestirse de un borde, de una piel.
Esta situación viene constituida en una época muy primitiva del sujeto, una época en que
aún no es sujeto. El niño no tolera la separación del pecho materno, si se le separa de la madre,
muere, porque no ha nacido psíquicamente, como dice Títolo (2006). El adicto no tolera la
escisión, rechaza la falta, o mejor dicho, rechaza el no ser omnipotente. Es una formación
narcisística, en la que intenta regresar al estado original de no deseo, no falta, de total completud
y satisfacción, como cuando se está en los brazos de la madre siendo amamantado. “Su goce
parece situarse en un más allá de lo imaginario y lo simbólico, en el plano del mero real. Su goce
empuja al autoerotismo y niega la diferencia, la diacronía, forzando al cuerpo a romper cualquier
límite y al toparse con la imposibilidad corpórea, real de lograrlo” (Ortega B., J., 2008, sin
página)
33
El ser separado del pecho, sentir el deseo, se experimenta como una aniquilación. Esto es
muestra de que el adicto está como muerto, pues no ha nacido psíquicamente. Hay dos
nacimientos, el biológico y el psíquico. El adicto no experimentó el segundo. Se quedó sumido en
la alucinación del pecho materno, la madre no rompió con ella. No se produjo un encuentro en
que la experiencia del mismo aportara placer, un placer que sobrepasara la mera necesidad.
De acuerdo a la postura de Piera Aulagnier, cuando la necesidad persiste y la
representación de aquello que debe acallarla y al mismo tiempo brindar placer, no logra colmar la
necesidad, el psiquismo otorga a lo representado el ser la fuente del sufrimiento. Por este motivo,
lo que se empieza a buscar es no representar, intenta retornar “al antes de toda representación”
(1975, p.45).
El deseo de no tener que desear es un objetivo inherente al propio deseo. Deseo de no
deseo: esta fórmula que utilizamos a menudo, expresa nuestra concepción de la pulsión
de muerte. Al ser parte constitutiva de los objetivos del deseo, el odio contra todo objeto
que manifieste la presencia del deseo corre el riesgo de imponerse en toda ocasión que lo
representado ya no logre ignorar la necesidad y, por eso mismo, en toda ocasión en la
que corre el riesgo de una experiencia de displacer. (Op. cit., p. 46)
En la estructura de las adicciones hubo una falla en la función del nombre del padre, quien
no le puso límite a la omnipotencia de la madre sobre el niño. La madre devoradora que da o no
placer al niño. Si hay placer está vivo, si no lo hay está muerto, es presencia o ausencia. No hay
otro, no hay madre. Es todo o nada. “Existe el goce o existe la nada”, como dice Moreno (Ortega
B., J., 2008). Así en la adicción, hay necesidad de estar consumiendo constantemente (estar
pegado permanentemente al pecho materno) o la falta es devastadora, es sentida como
aniquilación. Por tal motivo, con la droga se intenta poner un borde, un límite, al deseo. No hay
deseo, no hay necesidad, se es omnipotente. Situación que en lo profundo esconde una necesidad
absoluta. Pues, como dice Lacan, “no querer desear y desear es lo mismo…No querer desear es
querer no desear” (1964, sin página).
La obesidad quizás podría pensarse, así como la adicción, como una patología en que no
se tolera la falta. El obeso no le puede poner freno al consumo de la comida. Si no come, se
angustia. Hay una falla de la función paterna en colocar un límite. Esta presente el rasgo oral de
buscar estar en constante conexión con el pecho materno. Pero hay una diferencia, el obeso no
está muerto. El obeso no experimenta la aniquilación por la falta como el adicto, ni se ha quedado
en una fase alucinatoria del pecho. El obeso parece más bien, estar tratando de llenar una falta, de
llenarla y no tanto de anularla como el adicto. El obeso está en falta y por eso come, su deseo
parece estar remitido a la comida, aquella satisfacción que no le ha sido negada, de manera que
desea comida como objeto que condensa todos los otros objetos. El adicto niega la falta, es una
estructura narcisística en que no hay falta, se es omnipotente, la droga no niega el deseo de algo
más, sino que lo anula. La droga produce completud. La adicción es autoerótica y masturbatoria.
El adicto no necesita del otro. En cambio, el obeso busca al otro, lo busca en la comida, en un
sentido de dependencia. El adicto se busca a sí mismo, su propia vida. El obeso busca a su madre,
madre que le da el ser. El obeso busca el pecho materno para no estar en falta, el adicto para no
estar muerto. La obesidad se encuentra donde la palabra ha fallado, para el adicto la palabra
“nada vale”.
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La sociedad actual está caracterizada por la dinámica del consumo. Regida por sociedades
mercantiles, donde el acceso a los objetos es fácil e inmediato. Todo debe estar listo “para ayer”.
La competitividad de productos y servicios se hace cada vez más fuerte, la publicidad y el
“marketing” se vuelven una herramienta básica. Las necesidades básicas están cubiertas, ahora se
busca crear nuevas necesidades. Se crean productos para necesidades inexistentes, y con ellos se
introduce la necesidad que cada objeto satisface. Es una sociedad que “fundamentalmente
satisface las necesidades que ella misma crea”, en palabras de Ciaramelli (2001, p. 254). El
tiempo entre el surgimiento del deseo y su satisfacción es nulo.
Sin embargo, la tensión por la satisfacción inmediata desnaturaliza el deseo y termina
por poner en crisis su misma supervivencia. En efecto, si el esquema que rige el deseo es
el del consumo del objeto tal como se realiza en la satisfacción de la necesidad, el deseo
se ve privado del espacio simbólico del cual vive y sin el cual no logra salvaguardar su
creatividad y su autonomía. (Op. cit., p. 255)
La ley es gozar. Todo se puede, todo está permitido. Los avances técnicos y la nueva
mentalidad liberal (contraria a la de la época medieval), eliminan toda prohibición y todo límite.
La sociedad nos dice “goza”. La publicidad está plagada por frases como “entrega inmediata”,
“justo lo que necesitabas”, “no esperes más”, “sin barreras”, “atrévete a soñar”, etc.
Si una vez existió la prohibición de desear, hoy, por el contrario, se impone cada vez más
radicalmente el imperativo del deseo… Todo conspira y debe conspirar para suscitarlos,
provocarlos, renovarlos. Sin embargo, este enorme derroche de energías produce
solamente la inflación de los deseos y su crisis. (Op. cit., p.254)
Se está frente a un goce donde no hay límite. En esta sociedad parece no haber imposible.
El límite debería ser el cuerpo, el cuerpo como real es el que por defecto pone un tope. Pero se ha
borrado ese límite. Parece que el mismo cuerpo no tiene límite. Lo que se traduce en un romper
constantemente las barreras que impone. Se vive al borde de la muerte, llevando al cuerpo cada
vez a un más allá. Se está en la época de los deportes extremos, las cirugías plásticas, las
adicciones, la obesidad, la velocidad. Se “juega” con los límites, o se “vive al límite”,
rompiéndolos a cada instante. Se niega la muerte, se es omnipotente.
A estas manifestaciones se les llama patologías de borde. De borde porque llevan al sujeto
al borde, claman por un límite y se manifiestan en el cuerpo, en lo Real. También “de borde”
porque se encuentran al borde de toda clasificación previa de la psicopatología; pues no encajan
en los parámetros de la psicosis, neurosis o perversión. Están al borde de cada uno sin pertenecer
a ninguno. En palabras de Helman (2007), en la clínica actual se da “la aparición de nuevas
patologías o síntomas novedosos, no contemplados en los textos tradicionales de clínica y
38
psicopatología” (sin página) y refieren a “la categoría de lo inclasificable dentro de los cuadros
clásicos de neurosis, perversión y psicosis” (ibídem).
En ellas hay un “ensanchamiento del orden Real” (ibídem) con un “enflaquecimiento del
principio del placer y un abultamiento del goce como aquello no amarrado a un orden
representacional” (ibídem). Un goce que “está más acá y más allá del principio del placer”
(ibídem). La palabra pierde su valor y hay una “supremacía de la imagen respecto del concepto”
(ibídem), por lo que la tramitación del malestar queda en el cuerpo pulsional y las acciones
impulsivas (Laznick, D. et. al., 2002). De manera que el individuo queda entrampado en la
repetición de actos que marcan el cuerpo como tatuajes, cirugías, trastornos alimentarios,
cambios de identidad sexual.
Por su carácter pulsional, que no corresponde a la formación de un síntoma como tal, sino
a un problema en la demanda misma, Goldstein (2003) las llama “amor-exias”. Amor-exias
porque la demanda es siempre de amor y porque en ellas el amor al padre no se ha inscrito como
estructurante del deseo. El amor al padre, que debería ser la metáfora que permite el duelo
primario, se ha rechazado, quedando constituido como un mal (Goldstein, M., 2003). Estas
patologías remiten al niño en el estadio del espejo que no recibe la confirmación armónica de su
imagen por la mirada de amor del Otro a lo largo de su historia, lo que produce obstáculos en la
imagen de su cuerpo, en la demanda y en el deseo. Como el amor es un mal, la demanda que hace
de intermediario entre la necesidad y el deseo se niega, y se niega por medio de la repetición
continua de un acto que tiene que ver con la necesidad, pero que en el fondo demanda lo
imposible. Lo imposible porque por estructura la demanda del Otro al individuo y al Otro desde
el individuo nunca coinciden (Collazo, C., 2003). Se demanda el amor eterno e incondicional,
amor que
es imposible por estructura, luego si se forcluye la función de la demanda -que es
vehiculizar los significantes del Otro y por ende, vehiculizar lo imposible parcializando a
su vez la demanda al Otro y del Otro- si se forcluye la demanda como función aparecen
los “trastornos” y los estallidos imaginarios.
Son patologías de la demanda al Otro, que imbrica la pulsión oral, y la demanda del
Otro, que imbrica la pulsión anal. (Goldstein, M., 2003, sin página)
real es necesario que se haya instaurado adecuadamente la represión primaria. Pero si ha habido
una falla en la instalación de la metáfora del nombre del padre en su función de “almohadillado
en el orden simbólico”, como dice Freiría Santos (2005), algo escapa a la simbolización y queda
atascado en lo Real, pulsando, llevando al sujeto a repetir una y otra vez aquello que no tiene
palabras, que es indecible, manifestado en lo Real dejando al sujeto en un goce donde las
palabras no tienen efecto. Pues, “cuando el deseo de la madre no está simbolizado, el sujeto corre
el riesgo de enfrentarse con el deseo del Otro experimentado como una voluntad de goce sin
límite” (Novas, M., 2002, sin página). Por eso, ya no se puede hablar de la clínica clásica del
deseo, sino de una clínica del “no-todo”.
Del no-todo, porque el proceso de identificación con la propia imagen del cuerpo como
completa se ha visto obturado cuando debía ser sostenido por la mirada del otro. Así, el sujeto se
ve perturbado en la demanda y enfrentado a la posibilidad del desamparo, posibilidad que
produce angustia. De manera que aparecen sujetos con las llamadas patologías de borde que,
aunque no lo parezcan, sus actuaciones son manifestaciones de angustia (Ganem, E., 2009). Pues,
estas personas, se ven demandados a gozar por la estructura social, pero este goce es peligroso
por su falta de límite. En palabras de Staude, cuando el Otro social ejerce una presión muy grande
en su demanda de goce
sobre estructuras en las cuales la función paterna no fracasó totalmente pero no terminó
de constituirse, nos encontramos con lo que habitualmente llamamos comportamientos
"locos" (pero no psicóticos): los actings-out, los pasajes al acto, las manifestaciones
psicosomáticas, lo ataques de pánico, las adicciones. Son pacientes que ubicamos como
"patologías de borde" por la imposibilidad de constituir un borde a un goce que siempre
amenaza con una invasión devastadora. (1999, sin página)
CAPÍTULO 6: Obesidad.
42
por una carencia de dependencia. También menciona que la fantasía de capacidad energética se
crea en el momento de nacer, por tanto, de acuerdo a lo propuesto por Doltó, esta correspondería
a la imagen de base del sujeto. La constitución de la imagen de base ocurre en un momento
anterior a lo simbólico, por tanto, anterior al síntoma. Es el tiempo en que está en juego el
narcisismo primario, y por tanto se estaría hablando de un más allá del síntoma. En palabras de
Meza Peña et. al.,
Debemos comprender que asumir que los adultos pueden volcarse hacia la comida de
forma compulsiva dadas sus fijaciones orales, equivaldría a asumir un intento por
recuperar el confort y seguridad que experimentaban en la infancia, cuando el pecho de
la madre proveía un medio seguro. Esto lleva a cuestionarse sobre si esta necesidad de
recuperar ese confort tendría que ver con una forma de narcisismo primario. Un
narcisismo en donde no cabe el mundo externo. (2011, sin página).
El tema está en que esta relación nunca es tan perfecta, siempre hay algo que escapa a ese
reconocimiento, “un resto del cuerpo que no se inserta en ese proceso especular y simbólico”
44
(Op. cit., p. 82). La imagen es inestable por estructura, y en la obesidad mórbida lo que se
manifiesta es esta inestabilidad frente al cuerpo y a la imagen en que el sujeto no logra
reconocerse. Así, termina siendo la obesidad la etiqueta que los define, atrapándolos e
imposibilitándoles otras identificaciones, de manera que los devora y sofoca (Ibídem). Lo que
remite a la pregunta que retorna constantemente cuando se piensa en obesidad, ¿quién devora a
quién?
Lo complicado es que este modo de gozar le está dando una especie de identidad al
individuo, por ello la dificultad de cortar con la obesidad. El sujeto obeso está unido en un
vínculo mortífero con la comida, “devorado en ese gozo voraz” (Op. cit., p. 90). Siendo el cuerpo
pulsional, trazado por el gozo, el “que ocupa primariamente toda la escena” (Ibídem). El obeso
no come con un degustar placentero, es un comer desesperado que confirma la dimensión gozosa
del acto. Rocha menciona que al pensar en el vínculo de los obesos con la comida “esta parece
estar más como objeto condensador de gozo que como objeto de deseo” (2009, p. 89).
El obeso habla de sentirse como un pozo sin fondo, de tener un hambre insaciable, de no
llenarse nunca. “No se trata de un hambre que nunca pasa, ni de un deseo de comer que nunca se
satisface: el deseo es insatisfecho por naturaleza” (Ibídem). “Para el deseo del sujeto no existe
objeto, es un vacío constitutivo irreductible. El sujeto se constituye en una alteridad, pero cuando
busca constituirse y definirse no encuentra nada que lo defina terminantemente, solo lo que
encuentra es esa falta. Falta radical y fundamental que ahora en adelante lo constituye” (Vilhena,
J. et. al., 2009, sin página).
A fin de cuentas el obeso nunca está satisfecho porque demanda un imposible. Busca el
imposible del ser, de ser el deseo del Otro, de no estar en falta, y cumplir con su fantasía de
omnipotencia y completud. Plenitud imposible pues está trazada por una falta radical. El obeso
tiene “hambre de deseo, de ser deseado (por la madre y por el padre)” (Meza P., C. et. al., 2011,
sin página), de manera que no se satisface porque no logra satisfacer el deseo del otro y eso le
habla de una incompletud. La obesidad podría ser la forma de huir de esa incompletud, de asumir
la falta, de asumirse castrado. Es un intento repetitivo y constante de intentar llenarse.
Lacan propuso que para que haya deseo tiene que haber falta. Por tanto, el deseo va
siempre en la línea de la ley, de la ley que pone corte, que pone límite al goce permitiendo el
surgimiento del deseo. “Esta ley que habla el psicoanálisis es simbólica, rige al hombre conforme
es habitado por el significante y que tiene por objeto regular su acceso al Gozo. En la ley, el
45
padre se interpone en el acceso a la madre, bajo pena de castración, trazando el camino del
deseo” (Rocha, L. et. al., 2009, p. 84). Por tanto, lo que falta en la obesidad es esa ley que pone
corte que establece los límites entre el niño y su madre, el efecto de la palabra. “Las personas
obesas ocupan socialmente el lugar de transgresores” (Vilhena, J. et. al., 2009, sin página). En la
obesidad existe una huida al efecto de la ley y la prohibición del incesto, de manera que se
corporiza lo que produce placer (Meza P., C. et al., 2011, sin página). El obeso recuerda al
“pequeño bebé, cuando es más que un objeto del gozo de la madre, y que bien podría ser
devorado con avidez si no hay una separación: la operación de castración” (Rocha, L. et. al.,
2009, p. 88). La obesidad es señal de un deseo que no se satisface nunca, pues es un deseo
incestuoso. Por ello, el hambre del obeso no es fisiológica, es un hambre carnal, sexual,
incestuosa, en la que el deseo que no se logra reprimir se corporiza (Meza P., C. et. al., 2011).
En un caso presentado por Salles (2005)1, se ve claramente cómo la obesidad surge como
respuesta ante el horror del incesto como posible. Esta mujer se enfrenta a la posibilidad de ser
‘apetitosa’ para el padre y los demás hombres, pero frente a la reacción del padre que la nombra
como ‘el monstruo’, cumple con este fantasma y entra en la posición de goce convirtiéndose en
obesa. Así, oculta su femineidad, su ser mujer, de manera que la obesidad le evita ser
competencia para su madre y cumple con ser ‘el monstruo’ que el padre le propone que sea. Esto
confirma la hipótesis de la obesidad como señal de un deseo de otra cosa, de un deseo que
permanece insatisfecho, de un deseo carnal. Pero como el sujeto no es capaz de atravesar la
angustia que anuncia el deseo, retrocede y entra en la posición de goce. La paciente brinda luces
del lugar que ocupa su obesidad con las palabras que enuncia al decir que antes de adelgazar
(pues se sometió a una cirugía bariátrica) “pensaba que todos mis problemas se resumían en ser
gorda” (Salles, C., 2005, sin página), o “ser gordo es muy bueno, es bueno tener la comida para
calmarnos” (Ibídem), o al decir que no le gustaba la nueva ella que le trae tantos problemas.
De igual forma, Collazo (2003)2 habla de otro caso en que a partir de los dichos del
paciente se confirma la misma idea. Con la frase: “Con esto de mi gordura hago que nadie guste
de mí, que nadie me mire, me tapo, me da miedo tener algo con un hombre, entonces, me
escondo tras la gordura” (Collazo, C., 2003, sin página), la paciente declara la obesidad como una
1
Apéndice 1. Caso de “Anne, el Monstruo”. Presentado por Celia Salles (2005) en “Envoltorio de nada en la
obesidad”.
2
Apéndice 2. Caso presentado por Celia Collazo (2003) en “Akupera. Un caso particular de obesidad”. El Sigma.
46
huida frente al ser mujer, frente a asumir su sexualidad y femineidad. Y además, al agregar:
“Hablo y hablo y falta algo y no sé qué (y esto qué es), ¿qué soy en este momento?”, y “Comía,
resolvía, me hacía cargo, ¿y yo qué?” (Ibídem), se pone de manifiesto que en el comer hay un
cuerpo pulsional que es el que ocupa toda la escena, dejando al sujeto de lado. No hay palabras
que hagan efecto. El sujeto se encuentra en suspenso atrapado en la posición de goce, disyunto su
cuerpo pulsional de su cuerpo simbólico.
Hay cortes que se realizan en el cuerpo, cortes reales, o mejor dicho, en lo Real. Pero en
psicoanálisis también se habla de otro tipo de cortes, cortes que ponen límites. Cortes a los que se
enfrenta la persona en su historia, que vienen dados por los límites que encuentra a su hacer y a
su deseo, pérdidas de objetos, frustraciones. Estas son las castraciones físicas del diario vivir.
Además, están las castraciones simbolígenas, como las llama Doltó, que son aquellas que se
ponen con la palabra, que ponen límites simbólicos y dan sentido a los cortes experimentados en
el vivir, a las castraciones físicas.
De acuerdo a la postura de Lacan, cuando un corte no se realiza en lo simbólico entonces
aparece en lo Real, y Freud establece que la posibilidades de contraer neurosis se reducen si hay
una herida física que acompañe al trauma. Las heridas físicas en el cuerpo son cortes en lo Real,
y algunos ejemplos de ellas serían las automutilaciones, tatuajes, piercings, cirugías.
Las automotulaciones tienden a estar muy relacionadas con los trastornos de alimentación
como la anorexia y bulimia, al igual que con las adicciones. En la obesidad no se encontraron
registros de personas que realizan automutilaciones como tal, pero qué sucede con las cirugías
baríatricas. Si se piensa crudamente, la cirugía bariátrica es también una mutilación, pues se está
extirpando un pedazo de cuerpo. Hay algo que se corta y algo que se saca.
Las distintas posturas que hablan sobre automutilaciones tienden a coincidir en que
algunos de los motivos para realizarlas son para cerciorarse de que se está vivo y para lograr un
orden en un mundo caótico interno. De acuerdo con esto, Corbo, siguiendo a Lewkowicz, dice
que en algunos sujetos aparece “la necesidad de llevar marcas en la piel (…), huellas duraderas
que le confieran al sujeto el sentimiento de cohesión que la instantaneidad jaquea” (2010, sin
página).
Favazza, citado por Larocca, clasifica las automutilaciones como “una variedad morbosa
de auto-ayuda, ya que temporalmente alivia síntomas de dolor y de angustia” (2007, sin página).
Lo que coincide con la postura de que cuando no hay palabra que ponga corte, cuando lo
simbólico no surte efecto, el corte se hace sobre lo real. Freud ya lo decía, que cuando no existen
representaciones simbólicas que den sentido, entonces se representan en el cuerpo. Según
palabras de Zizek,
ciertas prácticas ejercidas por los/las sujetos sobre su cuerpo tales como el tatuaje, las
cirugías estéticas, las perforaciones en la carne deben ser puestas en relación con la
declinación del Otro o el achatamiento del orden Simbólico….se llega a la conclusión que
49
ante la declinación del orden Simbólico, lo Imaginario cae sobre lo Real [del cuerpo].
(Corbo, G., 2010, sin página)
Por otro lado, las castraciones (en un proceso normal) son parte de la vida en la que el
niño va experimentando el destete, su autonomía de los padres, la no omnipotencia, etc.; las
cuales lo inducen a seguir desarrollándose y humanizándose. Las castraciones deben ser dadas no
sólo en el ámbito físico, sino también en el psíquico. El niño necesita que sean simbolizadas por
medio del lenguaje. Como dice Doltó (2007), se hacen necesarias las castraciones simbolígenas
dadas por la madre.
La madre da el ser con la palabra, pues el lenguaje es el que crea la separación entre el
cuerpo y el goce dando origen al deseo (Ruesgas, D. & Soliz, D., 2005). Pero si la madre, aunque
estando presente, no se comunica con el niño o le habla como si no existiese, “la relación madre-
hijo se vuelve entonces meramente sensorial, excluida de todo deseo, en la que el intercambio se
reduce a la mera satisfacción de la necesidad” (Nasio, J.D., 2008, p.132). Al no haber esta
simbolización del sufrimiento por medio del lenguaje, o si la castración no es dada
adecuadamente, se da una descoordinación entre la imagen del cuerpo y el esquema corporal
produciendo síntomas o patologías que varían de acuerdo al caso específico.
Caroline Eliacheff postula, que el hambre desmesurada de comer, siempre es hambre de
palabra, de comunicarse, proponiendo incluso que los bebés que piden más comida usualmente
pueden calmarse de igual forma si se les habla. Refiriéndose a un caso, escribe que es muy
probable que el niño “no hubiera comido tanto si se le hubiera hablado más, si no se le hubiera
confundido la necesidad (comer) con el deseo (de comunicar)” (1993, p.104). Por tanto, de
acuerdo a esta postura, se confirma que el hambre desmesurada expresada en el cuerpo habla de
una falta de palabra; esto es, de una falta de ser. Pues es la palabra la que crea el corte necesario
para que surja el sujeto deseante. Zadra (2004), basándose en Lacan, también dice que el deseo de
comer es siempre de palabra, de la palabra que pone corte. Es lo simbólico que pone límite a lo
real. Pero si no hay ese corte en lo simbólico, es necesario que se dé en lo real, en el cuerpo. Se
corta el cuerpo, lo que sobra, se realiza una cirugía.
El “déficit simbólico estaría determinando la utilización del cuerpo como continente de
sensaciones inmanejables, en un estado pre-representacional a la espera de su traducción a
representaciones que se puedan inscribir de manera diferente en el psiquismo” (Corbo, G., 2010,
50
El cuerpo propio del niño no es, en los hechos, un objeto particular perteneciente a su
madre o a su padre, o a otra persona tutelar: es un objeto libidinal, para lo que en él es
placer oral (imaginario y sensorial), anal (motor); placer narcisista dentro de los límites
de una castración – las prohibiciones que se realizan con lo oral y con lo anal – que
constituye la humanización del niño. Pero para ello, es preciso que también la madre (y
asimismo el padre) haya aceptado ser castrada analmente de su hijo. ¿Qué se quiere
decir con esto? Que no necesita todo el tiempo de su hijo para su placer oral y anal, ni
tampoco gozar de su presencia, actuar en función de él, no necesita estar todo el tiempo
vigilándolo, besándolo, ni toquetearlo sin parar, manipularlo, vestirlo, desvestirlo,
acariciarlo, lavarlo, acostarlo, cuando le place a ella… Por el contrario, el niño está
llamado a asumirse él mismo en todos los gestos que puede y día tras día, a descubrir que
puede hacer las cosas solo y que desea hacerlas solo. (Doltó, F., 2007, p. 215)
Según la propuesta de Lacan, hay que descubrir que el Otro está castrado para descubrirse
uno como castrado. El padre permite que donde sólo había un objeto de gozo de la madre surja un
sujeto deseante, “a partir de una falta radical y fundadora” (Rocha, L. et. al., 2009, p. 85). La
función del nombre del padre se ejerce especialmente sobre el deseo de la madre que remite a una
carencia que no es la del niño. Como dice Lacan, “en el lugar donde se manifiesta la castración
en el Otro, donde el deseo del Otro es lo que está marcado por la barra significante, aquí, por esta
vía esencialmente, es como tanto en el caso del hombre como en el de la mujer se introduce eso
específico que funciona como complejo de castración” (Gandolfo, R., 2006, sin página).
La castración es aquella palabra que funciona como corte en la relación de goce entre
madre e hijo, “es efecto de esa lengua que atrapa al cuerpo, de ese simbólico que cae sobre lo real
del organismo para someterlo a un ordenamiento imaginario” (ibídem). La castración, es lo
simbólico que permite unir lo real con lo imaginario, poniéndole límite al goce e introduciendo al
sujeto al “no-todo” de su goce, no-todo que libera al sujeto y permite el deseo.
Tendlarz (2010) comenta cómo Lacan en el Seminario VII, habla de que el sujeto debe
“dejar caer la libra de carne”, sacrificar algo para ser saciado. Reconocerse en falta para poder
desear. Es aquí donde se encuentra el goce, en el punto de convergencia entre buscar algo que lo
sacie y encontrarse que es incapaz de atraparlo, de manera que repite la búsqueda de forma
pulsional una y otra vez. Sería dejar caer la libra de carne, sacrificar el estar lleno y encontrarse
con la falta, lo que permitiría hacerlo surgir como sujeto deseante; deseante de algo más allá del
cuerpo y la necesidad.
Hoyos et. al. (2010) proponen que en la demanda de una persona por una cirugía, la
mayoría de las veces hay algo que queda fuera. Es frecuente que tras una cirugía la persona no se
52
sienta satisfecha con la nueva imagen obtenida o en otros casos se desilusiona por no obtener la
plenitud que esperaba encontrar con ella. Esto se debe a la existencia de la hiancia entre el deseo
y la demanda, a que hay algo de la demanda que no alcanza a satisfacerse con el procedimiento
quirúrgico. “Hay algo de lo deseado que no logra significarse en la demanda de una cirugía” (Op.
cit., p.5). Esto denota que detrás de la demanda hay algo más, que su verdadero sentido es el
deseo que se ha capturado como un enigma en medio de la demanda.
Este modo de articulación ambiguo, mediado por esa hiancia entre lo deseado y la
satisfacción pretendida a partir de la formulación significante, le otorga a la demanda el
mismo carácter de un síntoma que metaforiza el deseo inconsciente, vía de formulación
que permite indicar que lo demandado no es lo deseado, que lo enunciado en la demanda
no corresponde a la enunciación del deseo sino a la figuración de un residuo que escapa
al significante. (Op. cit., p.8)
Como dice Collazo, “lo que se demanda nunca es lo que se recibe” (2003, sin página), de
modo que queda un resto. Un resto que en la obesidad ha caido en el cuerpo como significante.
Pues “el obeso aspira a que el deseo subsista corporeizado” (Meza P., C. & Moral de la Rubia, J.,
2011, sin página), siendo el cuerpo el “punto de partida y punto final de la pulsión” (Ibídem).
Cuando se demanda una cirugía, en este caso una cirugía bariátrica, se está pidiendo que
se reduzca el estómago, se saque un pedazo de cuerpo, se eliminen las ganas de comer, se quite la
gordura. Pero de acuerdo a lo visto, esta demanda esconde algo más, el pedir que se saque “una
libra de carne” parece remitir a la solicitud de que se fabrique una falta. Lo que se pide a la
medicina con la cirugía “es también un modo de separarse de una identificación sofocante con el
‘ser obeso’, como también de separarse de un modo de gozo voraz. Tal vez una petición de poder
gozar de otras formas, más articuladas a lo simbólico” (Rocha, L. et. al., 2009, p. 91). Se pide que
se ejerza la función del nombre del padre que impone la ley, el límite, e impide ser devorado por
el gozo voraz del Otro, que en el caso de la obesidad retorna en la relación con la comida.
El tema está en que con la cirugía sólo se puede operar lo que se ve. Con ella no se logra
el “acceso a lo que hay de subjetivo, de deseo y de gozo en el vínculo con la comida, o sea, a lo
que hay del sujeto en la construcción de su obesidad mórbida bien como en su movimiento
rumbo a la cirugía bariátrica” (Vilhena, J. et. al., 2008, p. 401). Pues, el sujeto que solicita la
cirugía bariátrica sólo habla de un segundo momento, en un primer tiempo hay un sujeto que se
encuentra entrampado en una forma de gozar con su cuerpo, en un no-saber que pulsa y lo hace
53
comer sin saber qué es lo que busca. Hay un sujeto que demanda, sin saber qué es lo que
demanda.
Por eso es necesario hacer un corte con la palabra, allí donde está la falta introducir la
palabra. La palabra que ponga límite al goce y realice la verdadera separación entre el obeso y la
comida, así como la separación que realiza entre la madre y el niño. Como dice Heiker y Miller,
en Meza Peña & Moral de la Rubia, lo conveniente en muchos casos sería “buscar descargar a la
persona de “cierto peso” mediante la acción de la palabra” (2011, sin página).
Cuando se realiza una cirugía bariátrica se deja caer la libra de carne, se corta el cuerpo y
se hace patente que al final no era una necesidad la que pulsaba, que era algo más. Se destapa la
falta de aquello otro que es realmente lo que se demanda. Por eso, surge la angustia. La angustia
es señal de un deseo que quiere advenir, dice Zimmerman (1994). La angustia se da ante la falta
de la falta. En palabras de Rivadero (1994), la angustia indica lo real, en su aparición se pueden
leer los puntos de amarre del goce y del deseo que se anuncia. Cuando la persona se somete a la
cirugía bariátrica, se da cuenta de que está en falta, que no está satisfecha, que su “hambre” es
sólo un intento de tapar esa falta. Se da cuenta, que la comida tapaba su falta. “La falta es la
condición del deseo. La angustia aparece cuando algo aparece en ese blanco, en esa falta, o mejor
aún – siguiendo la propuesta de Lacan – cuando la falta viene a faltar” (Bembibre, C.H., 2004,
p.21). Rivadero dice que lo que enferma al neurótico es la omnipotencia del Otro; por lo tanto, lo
que lo salva es descubrir que el Otro está castrado, está en falta. “Y si el Otro está castrado, algo
falta, el deseo se relanza” (2004, p. 24).
Al pensar en los suicidios que en ocasiones suceden a las cirugías baríatricas, es válida la
pregunta de si esos sujetos estaban en la capacidad para soportar esa falta. Para surgir como
sujeto deseante y asumir su propio deseo es necesario atravesar la angustia. Pero dice también
Rivadero (2004) que el neurótico no está dispuesto a darnos su angustia, así que nos da sus
síntomas. La cirugía bariátrica, podría pensarse, hace trastabillar la posición del Otro, del Otro
como completo, lo que conlleva un trabajo de duelo. Un duelo que va mucho más allá de un
duelo por el cuerpo, es un duelo por dejar de estar completo a asumir la falta. Trabajo de duelo
que lleva al sujeto a dejar de ser para tener (Rivadero, S.M., 2004).
Freud define el duelo como una reacción normal frente a “la pérdida de una persona
amada o de una abstracción que haga sus veces” (1917, p.241), y lo considera como un trabajo
que realiza la persona en el cual va retirando pieza por pieza la libido investida sobre el objeto
54
amado perdido. Por otro lado, así como en el duelo se sabe lo que se perdió, en la melancolía se
sabe “a quién perdió, pero no lo qué perdió en él” (Op. cit., p. 243). La melancolía ocurre, cuando
la libido retirada del objeto perdido se retira sobre el yo, “corresponde a una regresión desde un
tipo de elección de objeto al narcisismo originario” (Op. cit., p. 247) en que el sujeto se identifica
con el objeto amado. Identificación en que “querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la
devoración, de acuerdo con la fase oral o canibálica del desarrollo libidinal” (ibídem.).
De esta manera, se puede pensar que al realizarse una cirugía bariátrica, es evidente que se
tendrá que realizar un trabajo de duelo, un trabajo de duelo frente al cuerpo perdido, frente a la
imposibilidad de comer, frente a la imagen de gordo, por mencionar algunos elementos. Más aún,
si se sigue la postura de que el comer remite a algo más que la comida, que el ser obeso ocupa un
lugar, entonces el sujeto ha perdido algo más que eso. Y es aquí donde podría caer en la
melancolía, si es que no es capaz de hacer consciente aquello otro que pierde al realizarse una
cirugía, si la pérdida de su condición gozosa de sentirse completo no es trabajada y simbolizada.
Hay una pérdida en el ser, que requiere un proceso para poder asumir que no se es sino que se
tiene. Si el sujeto es incapaz de esto, cae en la melancolía en que se identifica con el objeto
perdido para poder mantener su ser. Y es en este punto, donde se abre la posibilidad de riesgo de
suicidio.
55
Conclusiones.
56
Desde una postura del psicoanálisis el cuerpo transmite un discurso, la corporeidad habla
más allá de lo que se dice con palabras. Por tanto, al pensar la obesidad se hace evidente que el
hambre del obeso va más allá del hambre fisiológica, que remite a algo más. Se puede pensar al
que padece de obesidad mórbida como a un sujeto que un primer momento tiene un hambre que
busca algo más allá de la comida. La muestra clara de esto es que el hambre del obeso no se sacia
con la ingestión de comida, confirmando la idea de que aquello que lo sacia tiene que ser otra
cosa. Esta primera observación, ha llevado a pensar la obesidad como inscrita en un discurso más
allá del médico. Si la raíz del hambre del obeso viene de un lugar distinto al cuerpo, entonces
interviniendo solamente en el cuerpo lo más probable es que no se llegará al conflicto nuclear del
padecimiento. Es por esto, que se deduce la importancia del papel del psicólogo, y más
específicamente del analista, en la temática de la obesidad. Es necesario no sólo ver un cuerpo
que sobrepasa su peso, sino un cuerpo que está comunicando algo, un cuerpo que sufre y habla de
aquello que padece.
La obesidad debe considerarse como un síntoma desde el punto de vista psicoanalítico,
pues está estructurada como un lenguaje. Según lo expuesto, se hace claro que con la obesidad se
está demandando algo. La pregunta es ¿qué es lo que se está demandando? La demanda es
siempre de amor, dice Goldstein (2003). La demanda se repite una y otra vez, no se agota. Es una
demanda que no se satisface nunca; por ello, de acuerdo a lo planteado, la obesidad es también un
gozo. Un gozo con el cual no se sabe qué hacer, y en el que el sujeto queda atrapado repitiendo
una y otra vez en una posición compulsiva. Pero, siguiendo a Lacan, esto no es porque la
necesidad se repita, sino al revés, se encuentra con la necesidad de repetir. El deseo es
metonímico, “es la metonimia de la carencia de ser” (Lacan, J., 1966, sin página). Se repite
porque no se satisface. Freud también deja claro que la compulsión a la repetición va más allá del
principio del placer, que lo que se repite es lo no tramitado. Se repite lo que no se ha podido
introyectar porque no ha sido simbolizado.
Es posible concluir que en la obesidad hay una demanda que no se sabe de qué es, pero
que ha quedado disfrazada de la necesidad del alimento. La demanda quedó ligada a la pulsión
oral o canibálica, que además, es la pulsión base en la incorporación, introyección e
identificación. Freud habla de que en la etapa donde la pulsión oral es la predominante, la meta
sexual y la necesidad de alimentación están unidas, de manera que “el objeto de una actividad es
57
también el de la otra; la meta sexual consiste en la incorporación del objeto” (Freud, S., 1905, p.
180). Más adelante, estas dos pulsiones deberían separarse.
Desde la perspectiva asumida, es la madre la encargada de hacer la mediación entre la
necesidad y el deseo. Ella, por medio del lenguaje, debe guiar al niño a expresar sus pulsiones
más allá del sólo goce del cuerpo. El problema estaría en que si la madre falla, el niño queda
atrapado en el goce de intentar satisfacer su deseo por medio de la satisfacción de la necesidad, lo
que no logra y por eso lo repite una y otra vez. Pues “el deseo desborda siempre a la necesidad”
(Doltó, F., 2007, p. 33), ya que el deseo habla de una falta en el ser y no en el tener, que es a lo
que apunta la necesidad.
Considerando lo anterior, se deduce que en la demanda por el alimento, parece haber un
tema con la identidad, con el ser. La obesidad habla de una falta en el ser. Por ello, la obesidad se
puede considerar como un síntoma psicosomático. De acuerdo a las conceptualizaciones
revisadas, el psicosomático sólo conoce el verbo “ser para amar” (Op. cit., p. 286), lo que en la
obesidad se puede traducir como “ser para comer” o a su inversa “comer para ser”. El
psicosomático no ha podido simbolizar la separación de la madre, y en su síntoma se expresa la
demanda de ser demandado por ella, de que le dé el ser. Doltó menciona, que debido a esto, lo
psicosomático se ordenaría “en torno a la dependencia del comer y del hacer, o de la autonomía
con respecto al ser amado en la infancia” (Op. cit., p. 286). A partir de ahí se postula que en la
obesidad se vive para comer, para estar unido a la madre, y se come para poder ser.
Por tanto, el problema está en la demanda, se demanda el ser, se demanda el amor eterno e
incondicional, amor que “es imposible por estructura” (Goldstein, M., 2003, sin página). Como
no se tolera la falta, la falta en el ser, el deseo se niega y se queda entrampado en la repetición
continua de un acto que tiene que ver con la necesidad, pero que en el fondo demanda lo
imposible. Tomando esta idea como base, los fenómenos de la obesidad y psicosomática
quedarían inscritos dentro de la gama de la nueva clasificación denominada patologías de borde.
En que el sujeto se ha quedado atrapado entre la necesidad y el deseo, demandando algo que no
sabe qué es. Se encuentra en el límite, en el ámbito de la pulsión que se expresa en el cuerpo pero
que remite a lo psíquico.
Según lo planteado, en ellas la satisfacción queda remitida al ámbito de la pulsión, que se
mueve de manera silenciosa entre lo psíquico y lo somático funcionado como un órgano irreal
que atrapa a ambos. La pulsión es repetitiva, pues en ella no importa el origen ni el objeto, sino
58
que se satisface en el recorrido, llevando al sujeto a repetir una y otra vez. Es por este carácter
compulsivo que la obesidad se puede considerar también como un gozo. Así, en un primer
momento, la obesidad hablaría de un sujeto que ha quedado en suspenso, capturado en lo
pulsional, en el gozo de ser un devorador insatisfecho. Las palabras de Tendlarz son adecuadas al
decir que la obesidad es “un esfuerzo, como sujeto dividido, por hacer coincidir el campo de lo
pulsional, lo silencioso, lo activo y el campo del Otro, del significante, lo pasivo en tanto se trata
-a su vez y al mismo tiempo- del campo narcisístico del amor” (2010, sin página).
La teoría revisada establece que en las patologías de borde hay un “abultamiento del
goce” (Helman, J., 2007, sin página), goce como aquello que no ha sido simbolizado que no se ha
amarrado a lo representacional, que se trasluce claramente en la obesidad. En ella, las palabras no
surten efecto, no hay palabra que llene ni ponga límite. En la obesidad hay una “supremacía de la
imagen respecto del concepto” (ibídem.), por ello se tramita el malestar de manera impulsiva a
través del cuerpo pulsional. Pues el cuerpo simbólico no ha logrado instalarse totalmente
recubriendo lo Real. De ahí, se podría considerar el hecho de que en la obesidad la imagen sea un
tema relevante.
El obeso no se reconoce en el espejo cuando se ve, y mientras más engorda menos se
reconoce. Desde la perspectiva asumida, se considera que no es por un desconocimiento, sino
porque no hubo un reconocimiento inicial por parte de los progenitores en el estadio de espejo.
La madre debe confirmarle al bebé que el cuerpo que ve en el espejo es suyo, para que él se
apropie de esa imagen, y a partir de ahí se constituye el narcisismo primario y se abre cabida a lo
simbólico. Pero en la obesidad parece que ha habido una falla en este proceso, hay algo de la
imagen de la cual el sujeto no se apropió y que quedó fuera de lo simbólico. Por ello, el sujeto
queda atrapado en lo pulsional que se manifiesta en el cuerpo, buscando con un cuerpo obeso que
crece cada vez más que alguien lo reconozca.
El obeso termina identificándose con su obesidad, como aquello que lo define, que le da
el ser. Lo que hace aún más difícil que salga de esta posición gozosa que lo define, atrapa y
sofoca, sin darle cabida a ninguna otra identificación posible; pues el cuerpo obeso como
devorador ocupa toda la escena dejando al sujeto en suspenso y en silencio, sin posibilidad de
palabras. Es un cuerpo sin narrativa.
Se puede plantear que la obesidad está ahí donde la palabra no hizo corte, no puso límite.
El cuerpo obeso parece no encontrar límite, sigue engordando más allá de lo que su cuerpo
59
permitiría. Pues no hay un límite simbólico que caiga sobre lo real. Falló la palabra, el corte no se
dio. Lo que falta en la obesidad sería esa ley que pone corte, que establece los límites entre el
niño y su madre, el efecto de la palabra. Se quedó el sujeto en el intentar lograr la completud del
ser, de ser un niño amamantado. Donde el hambre está siendo satisfecha, donde no hay falta
posible.
Siguiendo las conceptualizaciones revisadas, no se dieron adecuadamente las castraciones
simbolígenas que le dicen al niño que la manera en que ha buscado satisfacer su deseo hasta
ahora está prohibida. Ha habido una falla en la función del nombre del padre que le pone límite a
la relación madre – niño. El padre tiene la función de hacer ver que el deseo de la madre se dirige
a otro que no es el niño, de manera que da cuenta de una madre no completa que necesita a otro.
Lo que lleva al niño a verse también en falta y en la necesidad de buscar un nuevo objeto. Pero en
la obesidad parecería que esa búsqueda de un nuevo objeto no ocurrió, sino que se quedó pegado
con el objeto de la necesidad ligado a aquello que le da la madre, cumpliendo con ser el deseo de
la madre, de alimentarse del alimento que ella le da. Así, el obeso, estaría en un repetir
constantemente esa posición de ser un niño amamantado por una madre que posee el ser. Y
“cuando el deseo de la madre no está simbolizado, el sujeto corre el riesgo de enfrentarse con el
deseo del Otro experimentado como una voluntad de goce sin límite” (Novas, M., 2002, sin
página).
Esta podría considerarse como una razón por la cual el obeso nunca está satisfecho,
porque busca una completud que no existe. Demanda un imposible. Su demanda es una demanda
de amor, de ser deseado, su deseo es ser el deseo del Otro donde no hay falta. Pero, como dice
Lacan, para que haya deseo tiene que haber falta, tiene que haber una carencia de ser, y es esa
carencia la que el sujeto obeso no tolera y siente como devastadora. Devastadora porque remite a
la imagen de base donde se constituye el narcisismo primario. El obeso tiene hambre de palabras
que lo definan, que le pongan límites, que lo diferencien y separen del otro y le den el espacio de
surgir como sujeto deseante. Siguiendo a Eliacheff, el hambre es siempre de palabras.
Considerando esta postura, el hambre en la obesidad da constancia de la existencia de la
falta, falta que no encuentra palabras que la revistan. La separación necesita ser revestida;
sanamente sería con palabras, pero en este caso, a falta de palabras, se hace con una capa de
grasa. Pues, cuando no están presentes las representaciones simbólicas de lo vivido, el cuerpo
60
cumple la función de expresar su padecer según los mecanismos que posee en un lenguaje pre-
representacional.
Lo mismo ocurre con la anoréxica, según la revisión teórica realizada. Es un sujeto
hablado por su cuerpo. Este es también un fenómeno psicosomático y corresponde a las nuevas
patologías de borde. En ella, el cuerpo habla de una falta y de un deseo que quiere advenir pero
que no encuentra lugar, por lo que termina manifestándose en el único lugar posible, en el límite
entre lo psíquico y lo somático, en lo pulsional. La diferencia estaría en que el anoréxico
reconoce que el otro no puede satisfacer su demanda de amor, que no hay nada que satisfaga su
demanda. Por ello, niega el deseo, niega que demanda algo. Al igual que la obesidad, hay una
negación de la falta. Y como también en ambas el deseo ha quedado ligado a la necesidad lo que
se niega es el alimento. Así, la anoréxica desea nada negando su necesidad y su deseo, de manera
que es omnipotente, y el obeso, desea todo negando que no hay un todo posible. De acuerdo a la
postura teórica, ambos buscan el ser y como no lo encuentran se quedan atrapados en la
repetición de aquello que conocen como lo único que se los puede dar.
De ambas formas lo que no se tolera es la falta. En la anorexia, no comiendo, pues si se
come queda evidenciado que hay una falta que no se llena con la comida, y en la obesidad, por el
contrario, más primitivamente, en un negar que la falta es de algo más que la comida por tanto
come compulsivamente para llenarla. El tema con la falta, que es necesaria para el deseo, es que
produce angustia. Y en estos casos, la angustia es intolerable por su falta de sentido, por su falta
de palabras que la simbolicen. Por ello, niegan la falta y la angustia queda anulada, pero el deseo
también. El problema es que la falta sigue presente aunque se niegue, la pulsión no se agota, sino
que se repite.
De acuerdo a lo revisado, sería en esto que la obesidad se diferencia de las adicciones. En
la obesidad, como en la anorexia, la falta produce una angustia intolerable y por tanto se niega;
mas en las adicciones la falta es sentida como una aniquilación, la falta en el ser elimina al ser.
Por ello, el adicto niega toda falta posible y se siente omnipotente, completo. La adicción se
encuentra en un más allá del lenguaje. El adicto no ha nacido psíquicamente, por lo que no es
capaz de simbolizar en absoluto. Necesita estar unido permanentemente a la madre donde se está
completo y el otro no existe. No hay separación posible. Como dice Eduardo Kalina, la base de la
adicción está “en la incapacidad del ser humano de aceptar su condición de finitud, la condición
de límite que impone el propio cuerpo y el límite final, que es el conocimiento de la propia
61
muerte” (Bilbao M., F., 2002, p.4). En cambio, según la postura asumida, se ha concluido que la
obesidad se ubica donde la palabra falló, donde no logró hacer el corte, y es una búsqueda de ser
el deseo del otro.
El obeso parece estar tratando de llenar una falta, de llenarla y no tanto de anularla como
el adicto. El obeso está en falta y por eso come, desea comida como objeto que condensa todos
los otros objetos. El adicto niega la falta, es omnipotente, anula el deseo. La droga produce
completud. Por tanto, el adicto no necesita del otro, a diferencia del obeso que busca al otro en la
comida. El adicto se busca a sí mismo y su propia vida. El obeso busca el pecho materno para no
estar en falta, el adicto para no estar muerto.
En el ámbito estructural, a partir de lo expuesto, se puede plantear que todos estos
fenómenos psicosomáticos y pertenecientes a las patologías de borde, remiten al narcisismo
primario. Son expresiones distintas de una problemática referente al narcisismo primario; es
decir, a la estructuración de la imagen de base. Se considera que el sujeto presenta una elección
de objeto narcisística en vez de anaclítica. No logró reemplazar a su objeto madre, o mejor dicho
el objeto pecho, por otro objeto; sino, que se replegó sobre sí mismo he hizo una regresión al
objeto anterior de la necesidad. En el caso de la obesidad, al objeto alimento.
Por ello, en la obesidad, tambalea toda la imagen del cuerpo del sujeto. Pues, la falta y la
inestabilidad de la imagen, que son parte de su estructura como tal, no están revestidas, no son
toleradas. La imagen es inestable por estructura, y en la obesidad mórbida lo que se manifiesta es
esta inestabilidad frente al cuerpo y a la imagen en que el sujeto no logra reconocerse. Así, el
obeso no come placenteramente, sino de forma desesperada. No tolera la falta, no permite que se
manifieste el deseo, sino que corporiza lo que produce placer. El placer de estar unido a la madre.
A fin de cuentas, la obesidad hablaría de un deseo por la madre, un deseo sexual, carnal e
incestuoso; que, por tanto, no se satisface nunca. Hay una negación del deseo sexual, intolerable
por su falta, que se esconde detrás del deseo por la comida y de la capa de grasa.
La prevalencia de esta patología no debe sorprender si se enmarca en la dinámica de la
cultura contemporánea. Cultura con una estructura totalmente narcisista en que lo que prima es la
satisfacción inmediata, anulando el deseo. Con la instauración de necesidades que están siempre
satisfechas, da la sensación de una falsa omnipotencia y completud en la que no hay necesidad
del otro. Es totalmente autoerótica. Impulsa al sujeto a desear, eliminando así, el deseo e
introduciéndolo en el goce. En el goce sin límite. Se rompen las barreras del cuerpo y se va
62
siempre a un más allá. Por tanto, da cabida a las patologías de las que se ha estado hablando.
Patologías que se manifiestan en el cuerpo y que no encuentran límite alguno, que pretenden
eliminar la falta y terminan encontrándose con la eternidad de la misma. Por consiguiente, surge
la inquietud de si la obesidad es una simple manifestación de la cultura actual, un síntoma de la
misma, que habla de un malestar que va más allá. Esta pregunta se plantea para su simple
meditación, pues sobrepasa los alcances de la presente investigación, dejándose abierta para su
consideración en proyectos futuros.
La teoría revisada manifiesta que frente a la falta de límite, en el no encontrar tope al goce
pulsional, se empiezan a manifestar distintos actos que intentan ejercer el corte. Actos que van
más allá de lo simbólico y se manifiestan en lo real, como toda la sintomatología en cuestión.
Pues cuando no se da el corte en lo simbólico se hace necesario que se dé en lo real, propone
Freud. El sujeto, a fin de cuentas, busca algo que lo defina, un cuerpo que le ponga límite. Por
ello, se recubre de una capa de grasa, realiza deportes extremos, se produce automutilaciones y
demanda cirugías. Pues no tener límite es devorador, agotador y aniquilador. Es quedar esclavo
de ser, donde no hay espacio para el tener. El límite es el que permitiría que surja el deseo y el
sujeto como tal, el sujeto que puede dejar de ser para el otro y pasar a tener.
El tema está en que muchas veces estas manifestaciones de corte son interpretadas
simplemente desde el enfoque médico y no se realiza que demandan otra cosa. De acuerdo a lo
presentado hasta ahora, en muchos casos la demanda por una cirugía va más allá de lo expresado.
Es frecuente que tras una cirugía la persona se sienta desilusionada porque los resultados
obtenidos no son lo que esperaba. Esto se debe al espacio que hay entre el deseo y la demanda, a
que hay algo de la demanda que no alcanza a satisfacerse con el procedimiento quirúrgico. “Lo
demandado no es lo deseado, que lo enunciado en la demanda no corresponde a la enunciación
del deseo sino a la figuración de un residuo que escapa al significante” (Hoyos, J., Sierra, S.M. &
Giraldo, J.P., 2010, p.8).
Se puede concluir que cuando se demanda una cirugía bariátrica se está pidiendo que se
reduzca el estómago, se eliminen las ganas de comer, se quite la gordura; pero esta demanda
remite a algo más, parece que lo que de verdad se busca es que se fabrique un hoyo, una falta. Lo
que se pide a la medicina con la cirugía es una separación de un modo de gozo voraz. Se pide que
se ejerza la función del nombre del padre que impone la ley, el límite, e impide ser devorado por
el gozo de ser comido comiendo.
63
Desde la medicina, con la cirugía, sólo se puede operar lo que se ve, pero no se puede
abordar lo que hay de subjetivo en esa obesidad. Pues el sujeto que solicita la cirugía bariátrica
sólo habla en un segundo momento, en un primer tiempo hay un sujeto que se encuentra
entrampado en una forma de gozar con su cuerpo. El corte que necesita la persona, es un corte
simbólico, un corte con la palabra, es el corte que le hizo falta en su desarrollo, aquel dado por la
madre y por el padre. El sujeto necesita las palabras que le den sentido y simbolizen su deseo,
para poder despegarse del goce pegado a la necesidad. Pues es el lenguaje el que crea la
separación entre el cuerpo y el goce, dando origen al deseo.
Ya se mencionó que el sujeto obeso está pegado a su goce, a su necesidad que lo devora.
Y necesita separarse de ella, necesita ponerle un límite para poder descubrirse como un sujeto
que es más allá de ella y que desea más allá de la mera necesidad corporal. Necesita encontrarse
con que la comida no lo llena porque aquello que busca es otra cosa. Necesita encontrarse con la
falta, con su no completud. Por ello, muchos buscan la cirugía, el corte en el cuerpo. Pues cuando
no hay palabra que ponga corte, cuando lo simbólico no surte efecto, el corte se hace sobre lo
real. Freud ya lo decía, que cuando no existen representaciones simbólicas que den sentido,
entonces se representan en el cuerpo. El tema está en que la falta produce angustia, y si la misma
no es tramitada y simbolizada se puede sentir como aniquiladora.
Aplicando los conceptos revisados se puede postular que en algunos casos, cuando en una
persona se realiza una cirugía bariátrica y ese corte no es recubierto con palabras, se está
justamente repitiendo aquello de lo cual la persona ha estado huyendo con su obesidad, e
introduciéndolo en una angustia intolerable. La persona necesita atravesar esa angustia, pues la
angustia es señal de un deseo que quiere advenir según la postura de Lacan. Pero la angustia debe
ser simbolizada, debe ser atravesada con palabras. Someterse a una cirugía bariátrica no es
solamente perder un pedazo de estómago y un poco de grasa, sería también perder una posición
social de obeso, una relación con la comida, una imagen, un estilo de vida, una identidad, una
manera de ser, es un darse cuenta que el hambre que tiene no es de comida. El sujeto debe
realizar un trabajo de duelo en que la persona vaya retirando pieza por pieza la libido investida
sobre el objeto amado perdido. Un trabajo de duelo en que se pueda simbolizar todo aquello que
se está perdiendo, ponerle nombre, ponerle palabras. Un duelo que va mucho más allá de un
duelo por el cuerpo, es un duelo por dejar de estar completo a asumir la falta. Trabajo de duelo
que lleva al sujeto a dejar de ser para tener. Es aquí donde, a partir de los desarrollos teóricos
64
El trabajo de esta investigación tiene la finalidad de brindar bases para pensar los
fenómenos de la obesidad y la demanda de la cirugía bariátrica, que tienen tanto auge en la
cultura contemporánea. El mismo invita a realizar posteriores investigaciones que cuestionen o
confirmen el desarrollo teórico presentado, y en las que se pueda constatar con casos clínicos el
material expuesto.
65
Apéndice.
68
Apéndice 1.
Anne llegó con 140 kg de peso, diez días antes de realizar una cirugía. Apeló a diversos
tratamientos, tales como fórmulas adelgazantes y estadías en SPA, hasta concluir que solo la
cirugía resolvería su problema de obesidad. Después de la cirugía dice: “la cirugía trae problemas
que los médicos ni imaginan, ellos hablan de los cambios, pero no saben qué cambios son esos.
Ser gordo es muy bueno, es bueno tener la comida para calmarnos”. Así, una nueva percepción
de su vida le produce angustia, no experimentada antes de la cirugía.
En ese punto, Anne enfatiza cómo, antes de adelgazar, no percibía los problemas de su
vida: “pensaba que todos mis problemas se resumían en ser gorda”. Ejemplifica: antes de
adelgazar, decía que la obesidad no le permitía jugar con el hijo; después de la cirugía, constata
que no le gusta jugar con el hijo, y que usaba la obesidad como escudo para eso, así como para
otros hechos de su vida. A medida que adelgaza, siente el peso de la vida caer sobre sí. Un día,
llorando mucho, dice que envidia a los que pueden comer. Ahora, cuando se pone ansiosa, sufre
mucho, pues no tiene más la comida para calmarse. Al mismo tiempo, percibe que la Coca-Cola
es un vicio: cuando se pone ansiosa, bebe Coca-Cola y siente pavor al percibir que continúa con
mentalidad de obesa.
Interrogada sobre cómo llegó a ser obesa, explica que desde niña fue gorda. En la
infancia, la madre la repletaba de comida. A los nueve años, Anne realiza su primera dieta,
adelgaza, y a los diez años –siendo una niña con el cuerpo ya desarrollado, de una mujer- desfila
como modelo. Como premio por el desfile, recibe como regalo ropa que le gustó mucho: se la
pone y sale para encontrarse con su padre quien, al verla así vestida, la hace ir para la casa,
sacarse la ropa y devolverla en el negocio, porque era una ropa muy osada, era como si estuviese
desnuda. Ella sufrió mucho, porque le había gustado esa ropa y no entendió el acto del padre. A
los trece años, ya era una mujer, y las amigas aun tenían cuerpo infantil; cuando caminaba por la
calle, sentía la mirada de los hombres. Hoy, mira sus fotos de los trece años y percibe que era
70
“apetitosa”, pero en esa época se sentía un monstruo enorme: ser “apetitosa” le causó problemas
dolorosos.
Anne es la hija mayor del segundo matrimonio de su padre, que ya tenía cuatro hijos del
primer matrimonio y no quería más hijos. El padre acostumbraba decirle: “mi vida con tu mamá,
terminó cuando tú naciste”. Los padres se separan cuando ella tenía cinco años. En esa época, el
padre les dice a ella y al hermano: “quien viva conmigo, tendrá todo; a quien viva con la mamá,
no le daré nada”. Anne decide quedar con nada, y con la madre. Recuerda que en la época en que
los padres estaban casados, el padre pasaba Navidad con la primera familia y, en año nuevo, salía
con su madre: “la fiesta familiar pasaba con la primera familia, y la fiesta mundana, con mi
madre; mi hermano y yo pasábamos solos las dos fiestas”. A pesar de esos recuerdos, dice que
ama, adora al padre, y que solo quería que él la amase. Pero, para el padre, ella siempre fue “un
monstruo”, como él mismo la llamaba.
Luego de un año de cirugía, y habiendo perdido 40 kg., aun no conseguía mirarse al
espejo, no conseguía comprar ropas del tamaño actual de su cuerpo, tenía dificultades en aceptar
la flaca que comenzaba a surgir, llegando a decir que no sabía si quería ser flaca: no gustaba de la
Anne flaca que le traía tantos problemas.
71
Apéndice 2.
Marisa tiene 32 años, es profesora de escuela secundaria, vive con dos hermanas más chicas
y padece entre otras cosas de obesidad.
En la primera entrevista dice: “Soy como esa tortuga de los libros, que llevaba la tierra
encima, así me siento”. Comenta, que consulta, porque ha empezado a tener, taquicardia sinusal,
acompañada de angustia y esto le preocupa. Tiene un exceso de peso de aproximadamente 20
kilos. Cuando tiene ansiedad come más. Dice: “el médico me dijo que consulte a un psicólogo,
que esto que me pasa, es nervioso”. Pero además él, le dice otras cosas, como que: “si tiene
pareja, por qué nunca la tuvo a su edad, y qué está esperando para ello, alguien tan sensible como
ella que no encuentre con quién”.
Menciona tres muertes, dice: “son tres muertes que me pesan: mi padre murió cuando yo
tenía 19 años, de un infarto; mi madre cuando yo tenía 23, se dejó morir por la muerte de mi
papá; mi hermano mayor falleció de una aneurisma, 4 meses más tarde”. “Yo me hice cargo del
cuerpo muerto de mi hermano, nadie lo hacía, yo me hice cargo. Hice los trámites para el
velatorio, el entierro, sacarlo del hospital…”.
“Después, era la más grande, era responsable por mis dos hermanas. Sus problemas los tomo
como propios, los hago carne en mí”.
En esta oportunidad, intervengo, apuntando a marcar determinado texto que se iba
enhebrando en el discurso de la paciente, palabras tales como: “peso, exacto, sobrepeso, cuerpo,
hacerse cargo, muertes que pesan, hacerme cargo del cuerpo muerto de mi hermano, ser
responsable por los demás, problemas ajenos como propios, problemas que se hacen carne en
mí…”.
Al subrayar esto se dialectiza; aparecen distintos sentidos en cada ocasión, llegando a
construir un sin sentido necesario para el tratamiento.
Consulta teniendo cierto monto de angustia que posiblemente fue movilizado por la mirada
del médico, que en tanto hombre, la mira en esta oportunidad como a una mujer.
72
Le dice: “¿Qué está esperando, alguien tan sensible como ella, que no encuentra con quién?”.
Ella dice: “cuando fui a ver al médico, me dijo un montón de cosas, cosas que yo creía que
estaban bien, y no estaban bien. Con esto de mi gordura hago que nadie guste de mí, que nadie
me mire, me tapo, me da miedo tener algo con un hombre, entonces, me escondo tras la gordura”.
“Siempre dije que era feliz, pero feliz, no he sido”.
Aquí se abrió otra vertiente en el curso del trabajo analítico que tuvo que ver con la mirada
de un hombre que la invita a preguntarse: ¿qué es ser una mujer?.
“Cuando era adolescente, era la rebelde, la independiente, sentía que mis hermanas estaban
muy seguidas a mí y perdía por eso, mi posición por ellas, (aquí llora profundamente), ser la
rebelde o la independiente era mi forma de marcar que yo existía, costado pesado éste”. Llora y
dice: “tengo un peso menos dentro hoy”.
Aquí intenté apuntar a despegar la significación en relación a este peso, tratando de trabajar
sobre la misma, ya que ésta, era muestra de tanto engorde del goce, el cual podía ser puesto en
jaque desde el análisis.
Me preguntaba: dónde estaba como sujeto, por qué para ella todo debía ser, hacerse cargo de
los otros, por qué creía que los otros no podían resolver y se hacía cargo de esa resolución como
propia. Donde estaba en este momento puntual.
Relata: “Mi papá me decía, vos sos la más grande, tenés que cuidar a tus hermanas, tenés que
ser la responsable”. “Mi mamá, antes de morir me decía: puedo irme tranquila porque vos vas a
cuidar a tus hermanas. Ellas ya no me necesitan, estás vos”. “Cuando veían que engordaba se
preocupaban”. Produce en transferencia las siguientes frases: “ante la duda, yo como”. “Cuando
era chica, ante la duda, yo era culpable, cargaba con todos los pesos”. “Cuando me siento exigida,
como”. “Antes viajaba, me escapaba, comía para escapar”. Y más tarde produce estas otras:
“tengo que aprender a ser menos jodida conmigo misma (con la gordura yo no sé, si no me
autocastigo, veo linda ropa y digo ¡qué linda! pero hago todo lo posible para no entrar en ella)”.
“Cuando estaba flaca estaba interiormente mal, cuando estaba gorda creía estar interiormente
bien”. “La gordura de qué me ha defendido”. “Soy perfeccionista, tengo que hacer todo y bien,
¿por qué tengo que hacer todo y bien?”. “Hablo y hablo y falta algo y no sé qué (y esto qué es),
¿qué soy en este momento?”. “Comía, resolvía, me hacía cargo, ¿y yo qué?”.
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