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Conoce tu fe

Mandamientos de la Ley de Dios

Mandamientos de la Ley de Dios

II. No tomarás el nombre de Dios en vano


Manda a respetar el nombre de Dios, usándolo sólo para bendecirlo y
alabarlo.
Por: Catholic.net | Fuente: Catholic.net

En ocasiones vemos como, para algunas personas, el segundo y tercer


mandamiento son mandamientos de relleno, parecería que no tener
importancia. Sin embargo, estos mandamientos poseen una gran riqueza
moral. Nos enseñan el lugar que Dios debe de ocupar en nuestra vida.

El nombre de Dios

En el Antiguo Testamento vemos como el hombre tenía miedo de pronunciar


el nombre de Dios y utilizaban los nombres de algunos atributos de Dios para
mencionar a Dios. De ahí el escándalo de los judíos cuando Cristo llama a
Dios “Padre”.
Para los judíos el conocer el nombre de alguien significaba tener dominio
sobre él, conocerlo en su intimidad, pensaban que el nombre y la persona
eran lo mismo. Cristo al decirle ”Padre” quería enseñarnos que Dios era
nuestro Padre. No hay que evitar nombrar a Dios sino hay que respetarle y
amarle como Padre. (Mateo 6, 7-15)
Siempre existe una relación entre el nombre y la persona que lo lleva. En la
Biblia cuando Dios le da una misión especial a alguien, también le da o le
cambia el nombre, Abram se convierte en Abraham, Saray en Sarah, Simón
en Pedro, etc. Por lo tanto, debemos de ser siempre respetuosos cuando
mencionamos el nombre de alguien.
Dios es santo, entonces su nombre también lo es. Cuando mencionamos la
palabra Dios, no estamos repitiendo una palabra de cuatro letras, sino que
estamos mencionando a Dios, Uno y Trino. El mismo Cristo nos lo dice
cuando nos enseña a rezar el Padrenuestro: “.... Santificado sea tu
nombre...”.
El mandamiento de “No tomar el Nombre de Dios en vano” pertenece a la
virtud de la religión y regula el uso de la palabra respecto a las cosas santas.
Manda a respetar el nombre de Dios, usándolo sólo para bendecirlo y
alabarlo. Nos pide cultivar el sentido de lo sagrado. También nos manda, por
lo tanto es un deber, dar gloria a Dios con todos los actos de la propia vida y
expresar de pensamiento, palabra y con acciones, la alabanza debida a su
nombre.

El invocar y anunciar el nombre de Dios es otro deber de este mandamiento


que incluye formas externas de reverencia y formas de apostolado. Incluye el
testimonio, la educación en la fe, la catequesis, etc. En el segundo
mandamiento se nos exige que siempre respetemos el nombre de Dios, así
como respetar todo aquello que está consagrado a Dios, como son:

1. Los lugares sagrados: iglesias y cementerios, las cuales siempre


debemos de respetar y actuar dignamente.

2. Las cosas sagradas: cáliz, altar, patena, copón y otros objetos


dedicados al culto.

3. Las personas sagradas: los ministros de Dios – sacerdotes y religiosos –


que merecen todo nuestro respeto por lo que representan y por ende,
nunca debemos hablar mal de ellos.

Así también hay que respetar los compromisos contraídos con Dios que
pueden ser de diferentes formas:

- Conjuro: consiste en apelar a la voluntad ajena, apoyándose en la


autoridad de Dios (“no hagas tal o cual por Dios”). Puede ser negativo
o positivo depende del carácter moral del acto. Debe de limitarse a
situaciones excepcionales y acciones positivas. Tiene como fin tocar la
conciencia del otro para ponerla ante Dios y su voluntad.

- Voto: que es una promesa hecha libremente por la que una persona se
obliga delante de Dios a hacer lo posible y mejor u omitir algo. Esta
promesa tiene que ser formal: es decir el compromiso de cumplirlo se
hace expresamente, considerando que hacemos un voto delante de
Dios y no un mero propósito. Tiene que ser deliberado, no porque se
me ocurrió de repente. También tiene que ser libre, no puede haber
coacción ninguna. Y lo prometido tiene que ser posible y razonable,
tiene que ser algo mejor que lo contrario. Dentro de los votos se
encuentran los votos religiosos

Es más que una promesa es un compromiso con una valoración moral.


(Código de Derecho Canónico c 1191)

- Juramento: poner a Dios como testigo y garantía de veracidad de una


afirmación.
Se puede jurar de varias maneras: invocando a Dios, a la Virgen, o algún
santo, nombrando algo que denote perfección como el cielo, la Iglesia, etc. y
jurando sin pronunciar palabra, poniendo la mano sobre la Biblia, etc. Para
que un juramento sea lícito tiene que ser veraz, afirmando sólo lo que es
verdad y prometiendo sólo lo que se tiene intención de cumplir, debe ser por
necesidad, cuando es realmente importante que se crea, o cuando lo exige la
autoridad civil o eclesiástica. También debe ser hecho con justicia, afirmando
o prometiendo algo lícito, nunca algo ilícito.

De todos modos, es conveniente acostumbrarse a hacer propósitos que nos


ayuden a mejorar y no a hacer votos o juramentos, a menos que sea por
Voluntad de Dios o absolutamente necesario.

PECADOS CONTRA EL SEGUNDO MANDAMIENTO:

1. Usar irreverentemente el nombre de Dios. Ej: bromas o chistes sobre


cosas sagradas. Normalmente son veniales.
2. Blasfemia: palabras o gestos que injurien a Dios, la Virgen, los santos o
la Iglesia. Estos pueden ser:

1. Directo, cuando se dirigen a Dios.


2. Indirecto, cuando se refiere a la Virgen, los santos o cosas sagradas.
3. Herético, cuando hay algún error contra la fe. Ej. ¡Dios es injusto conmigo!.
4. Execratoria, cuando hay odio a Dios.

La blasfemia siempre es pecado grave cuando va acompañada de pleno


conocimiento, pleno consentimiento.
3. Perjurio: juramento falso para avalar una promesa que no se tiene
intención de cumplir, una vez hecha no la mantiene o invocar a Dios
como testigo de una mentira. Hay grave irreverencia en poner a Dios
como testigo de una mentira.

Es grave ofensa utilizar el nombre de Dios al jurar algo que no es lícito, se


falta a la justicia. No se puede jurar sin prudencia o por cosas sin importancia.
Si hay escándalo o peligro de perjurio puede ser mortal, al igual que cuando
la materia es grave.

Incumplimiento del voto emitido válidamente. Su gravedad depende del


compromiso adquirido y de la actitud con que se quebranta.

Cuando es costumbre jurar por algo insignificante, hay que eliminar este
vicio, aunque normalmente no pase de pecado venial.

Con este mandamiento, al igual que con el tercero, sucede que no nos damos
cuenta de lo que implican, pero si son mandamientos que poseen muchas
exigencias.

Además, aunque en el Antiguo Testamento la relación del hombre con Dios


está caracterizado por el temor, en el Nuevo, Cristo nos enseña a amarle y
respetarle como Padre.

CATECISMOS DE LA IGLESIA CATÓLICA


ARTÍCULO 2
EL SEGUNDO MANDAMIENTO

«No tomarás en falso el nombre del Señor tu Dios» (Ex 20, 7; Dt 5, 11).

«Se dijo a los antepasados: “No perjurarás”... Pues yo os digo que no juréis
en modo alguno» (Mt 5, 33-34).

I. El Nombre del Señor es santo


El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor.
Pertenece, como el primer mandamiento, a la virtud de la religión y regula
más particularmente el uso de nuestra palabra en las cosas santas.

Entre todas las palabras de la Revelación hay una, singular, que es la


revelación de su Nombre. Dios confía su Nombre a los que creen en Él; se
revela a ellos en su misterio personal. El don del Nombre pertenece al orden
de la confidencia y la intimidad. “El nombre del Señor es santo”. Por eso el
hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un
silencio de adoración amorosa (cf Za 2, 17). No lo empleará en sus propias
palabras, sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo (cf Sal 29, 2; 96, 2; 113,
1-2).

La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de


Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca. El sentido de lo sagrado
pertenece a la virtud de la religión:

«Los sentimientos de temor y de “lo sagrado” ¿son sentimientos cristianos o


no? [...] Nadie puede dudar razonablemente de ello. Son los sentimientos
que tendríamos, y en un grado intenso, si tuviésemos la visión del Dios
soberano. Son los sentimientos que tendríamos si verificásemos su presencia.
En la medida en que creemos que está presente, debemos tenerlos. No
tenerlos es no verificar, no creer que está presente» (Juan Enrique Newman,
Parochial and Plain Sermons, v. 5, Sermon 2).

El fiel cristiano debe dar testimonio del nombre del Señor confesando su fe
sin ceder al temor (cf Mt 10, 32; 1 Tm 6, 12). La predicación y la catequesis
deben estar penetradas de adoración y de respeto hacia el nombre de
Nuestro Señor Jesucristo.

El segundo mandamiento prohíbe abusar del nombre de Dios, es decir, todo


uso inconveniente del nombre de Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de
todos los santos.

Las promesas hechas a otro en nombre de Dios comprometen el honor, la


fidelidad, la veracidad y la autoridad divinas. Deben ser respetadas en
justicia. Ser infiel a ellas es abusar del nombre de Dios y, en cierta manera,
hacer de Dios un mentiroso (cf 1 Jn 1, 10).
La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en
proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de
reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones,
en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a “los que blasfeman el
hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos” (St 2, 7). La
prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de
Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al
nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a
servidumbre, torturar o dar muerte. El abuso del nombre de Dios para
cometer un crimen provoca el rechazo de la religión.

La blasfemia es contraria al respeto debido a Dios y a su santo nombre. Es de


suyo un pecado grave (cf CIC can. 1396).

Las palabras mal sonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de
blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor. El segundo mandamiento
prohíbe también el uso mágico del Nombre divino.

«El Nombre de Dios es grande allí donde se pronuncia con el respeto debido
a su grandeza y a su Majestad. El nombre de Dios es santo allí donde se le
nombra con veneración y temor de ofenderle» (San Agustín, De sermone
Domini in monte, 2, 5, 19).

II. TOMAR EL NOMBRE DEL SEÑOR EN VANO

El segundo mandamiento prohíbe el juramento en falso. Hacer juramento o


jurar es tomar a Dios por testigo de lo que se afirma. Es invocar la veracidad
divina como garantía de la propia veracidad. El juramento compromete el
nombre del Señor. “Al Señor tu Dios temerás, a él le servirás, por su nombre
jurarás” (Dt 6, 13).

La reprobación del juramento en falso es un deber para con Dios. Como


Creador y Señor, Dios es la norma de toda verdad. La palabra humana está de
acuerdo o en oposición con Dios que es la Verdad misma. El juramento,
cuando es veraz y legítimo, pone de relieve la relación de la palabra humana
con la verdad de Dios. El falso juramento invoca a Dios como testigo de una
mentira.
Es perjuro quien, bajo juramento, hace una promesa que no tiene intención
de cumplir, o que, después de haber prometido bajo juramento, no
mantiene. El perjurio constituye una grave falta de respeto hacia el Señor
que es dueño de toda palabra. Comprometerse mediante juramento a hacer
una obra mala es contrario a la santidad del Nombre divino.

Jesús expuso el segundo mandamiento en el Sermón de la Montaña: «Habéis


oído que se dijo a los antepasados: “no perjurarás, sino que cumplirás al
Señor tus juramentos”. Pues yo os digo que no juréis en modo alguno... sea
vuestro lenguaje: “sí, sí”; “no, no”: que lo que pasa de aquí viene del
Maligno» (Mt 5, 33-34.37; cf St 5, 12). Jesús enseña que todo juramento
implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe
ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va
unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada
en cada una de nuestras afirmaciones.

Siguiendo a san Pablo (cf 2 Co 1, 23; Ga 1, 20), la Tradición de la Iglesia ha


comprendido las palabras de Jesús en el sentido de que no se oponen al
juramento cuando éste se hace por una causa grave y justa (por ejemplo,
ante el tribunal). “El juramento, es decir, la invocación del Nombre de Dios
como testigo de la verdad, sólo puede prestarse con verdad, con sensatez y
con justicia” (CIC can. 1199, §1).

La santidad del nombre divino exige no recurrir a él por motivos fútiles, y no


prestar juramento en circunstancias que pudieran hacerlo interpretar como
una aprobación de una autoridad que lo exigiese injustamente. Cuando el
juramento es exigido por autoridades civiles ilegítimas, puede ser rehusado.
Debe serlo, cuando es impuesto con fines contrarios a la dignidad de las
personas o a la comunión de la Iglesia.

III. EL NOMBRE CRISTIANO

El sacramento del Bautismo es conferido “en el nombre del Padre y del Hijo y
del Espíritu Santo” (Mt 28,19). En el bautismo, el nombre del Señor santifica
al hombre, y el cristiano recibe su nombre en la Iglesia. Puede ser el nombre
de un santo, es decir, de un discípulo que vivió una vida de fidelidad ejemplar
a su Señor. Al ser puesto bajo el patrocinio de un santo, se ofrece al cristiano
un modelo de caridad y se le asegura su intercesión. El “nombre de
Bautismo” puede expresar también un misterio cristiano o una virtud
cristiana. “Procuren los padres, los padrinos y el párroco que no se imponga
un nombre ajeno al sentir cristiano” (CIC can. 855).

El cristiano comienza su jornada, sus oraciones y sus acciones con la señal de


la cruz, “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”. El
bautizado consagra la jornada a la gloria de Dios e invoca la gracia del Señor
que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la cruz
nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.

Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1; Jn 10, 3). El nombre de todo
hombre es sagrado. El nombre es la imagen de la persona. Exige respeto en
señal de la dignidad del que lo lleva.

El nombre recibido es un nombre de eternidad. En el reino de Dios, el


carácter misterioso y único de cada persona marcada con el nombre de Dios
brillará a plena luz. “Al vencedor [...] le daré una piedrecita blanca, y grabado
en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe”
(Ap 2, 17). “Miré entonces y había un Cordero, que estaba en pie sobre el
monte Sión, y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la
frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre” (Ap 14, 1).

RESUMEN

2160 “Señor, Dios Nuestro, ¡qué admirable es tu nombre por toda la tierra!”
(Sal 8, 2).

El segundo mandamiento prescribe respetar el nombre del Señor. El nombre


del Señor es santo.

El segundo mandamiento prohíbe todo uso inconveniente del nombre de


Dios. La blasfemia consiste en usar de una manera injuriosa el nombre de
Dios, de Jesucristo, de la Virgen María y de los santos.

El juramento en falso invoca a Dios como testigo de una mentira. El perjurio


es una falta grave contra el Señor, que es siempre fiel a sus promesas.
“No jurar ni por Criador ni por criatura, si no fuere con verdad, necesidad y
reverencia” (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 38).
En el Bautismo, la Iglesia da un nombre al cristiano. Los padres, los padrinos y
el párroco deben procurar que se dé un nombre cristiano al que es
bautizado. El patrocinio de un santo ofrece un modelo de caridad y asegura
su intercesión.

El cristiano comienza sus oraciones y sus acciones haciendo la señal de la


cruz “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén”.

Dios llama a cada uno por su nombre (cf Is 43, 1).

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