Bethell F
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1. Véase nota sobre la población indígena americana en vísperas de las invasiones europeas,
HALC, I, pp. 120-121, y, para las contribuciones más importantes sobre el derrumbe demográfico
que inauguró la conquista, véase HALC, IV, ensayo bibliográfico 1.
2. Véase Murdo J. Macleod, Spanish Central America. A socioeconomic history 1520-1720,
Berkeley y Los Ángeles, 1973, partes 1 y 2 passim (hay traducción castellana: Historia socio-
económica de América Central, Piedra Santa, 1980).
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 17
practicado ya recuentos y eran por lo tanto más proclives a ser enumeradas por
los españoles. Por lo demás, el clima seco ha ayudado a la preservación de las fuentes
coloniales. La información sobre la demografía andina no abunda, con todo, tanto
como en México.
En la actual Colombia, la población indígena menguó a una cuarta parte, apro-
ximadamente, en los tres primeros decenios de la conquista. Los naturales de Tün-
ja, de 232.407 disminuyeron a 168.444 entre 1537 y 1564, según las revistas de tri-
butarios estudiadas primero por J. Friede y más recientemente por G. Colmenares.
Al cabo de un siglo, en 1636, sólo quedaban allí 44.691 habitantes, menos de un
quinto de la cantidad original.^ Otras tierras altas de la región oriental, como Vé-
lez, Santa Fe y Pamplona, perdieron una proporción equivalente."
Los incas llevaron cuenta cumplida de los subditos sujetos a tributo. En nudos
atados convencionalmente a lo largo de los cordeles que formaban el quipu, anota-
ban las cantidades. Los museos conservan aún bastantes quipus, pero su significa-
do se ha perdido. El hallazgo de una cinta perforada de ordenador tampoco diría
nada a quien desconociera el código. Los oficiales reales españoles, al emprender
alguna visita, pidieron, por suerte, algunas veces que los caciques descifraran los
quipus ante escribano piíblico. TVanscrita en papel, la información ha sido en estos
casos preservada. De esta manera sabemos, por ejemplo, parcialidad por parciali-
dad, cuántos tributarios aymará y uros tenía el inca en Chucuito. Antes de las cam-
pañas septentrionales de Huáscar, Chucuito contaba con 20.280 hombres tributa-
rios de entre 30 y 60 años de edad, equivalentes a unas 170.000 personas. Diez de
San Miguel visitó allí 63.012, en 1567. En unos 40 años la población se había redu-
cido, pues, a poco menos de un tercio.' La visita de Chucuito es una de las tantas
que mandó hacer el virrey marqués de Cañete. De su antecesor restan algunas más.
Para los primeros años del Perú colonial, las fuentes demográficas no proliferan
empero. Para estimar la masa aborigen inicial y seguir su evolución posterior, la
base documental es todavía endeble. Las investigaciones más recientes de N. David
Cook estiman en 9 millones la población con que contaba el Perú actual en el tiem-
po de la conquista, valoración que sugiere una ocupación relativamente densa de
la tierra (aunque no tanto como en el México central), decayendo a 1,3 millones
en 1570. A partir de 1570, el margen de duda que aqueja a la información demo-
gráfica se reduce. Concluida la congregación en pueblos de los indios dispersos,
el virrey Toledo los enumeró entonces con el fin de fijar cuánto debería pagar cada
comunidad. A medida que la población indígena se reducía, fue necesario ir ajus-
tando las tasas. De tanto en tanto, un recuento parcial evidenciaba la disminución
local. Sin embargo, hasta 1683 no se levantó una segunda matrícula general. En
lo que atañe a Perú, Cook ha reconstruido la evolución general de la población
entre 1570 y 1620 sobre la base de esas revisitas: llega a la conclusión de que la
6. Obras escogidas de Fray Bartolomé de Las Casas, Madrid, 1958, vol. V, pp. 134-181. Sobre
la información demográfica en Las Casas, véase Nicolás Sánchez-Albornoz, «La población de las
Indias en Las Casas y en la historia», En el quinto centenario de Bartolomé de Las Casas, Madrid,
1986, pp. 85-92.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 19
7. David R. Radell, «The Indian slave trade and population of Nicaragua during the sixteenth
century», en W. M. Denevan, ed., The native population of the Americas in 1492, Madison, 1976,
pp. 67-76.
20 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
de momento, sino por largo tiempo. La reducción de indios a esclavitud no fue pri-
vativa de Nicaragua. Ocurrió también en Yucatán y en Honduras para el abasteci-
miento de trabajadores a Cuba.
La mano de obra fue requisada también localmente para servicios personales
o de las instituciones coloniales. La suma de tales punciones fue igualmente cala-
mitosa, fray Toribio de Motolinía llamó a la reconstrucción de Tenochtitlan la «sép-
tima plaga» por las vidas que se cobró. El grandioso programa arquitectónico en
que se embarcaron las órdenes monásticas en México de 1530 a 1570 tuvo, en efec-
to, un costo humano considerable, al punto que las autoridades hubieron de frenar
las edificaciones.
Con frecuencia se alega que las labores mineras provocaron la muerte de multi-
tud de indios. Se ha logrado demostrar a través de los censos, cómo, por ejemplo,
la minería despobló la zona de Muzo (en la actual Colombia) a mediados del siglo
XVII.* No obstante, se ha apuntado acertadamente que, en el momento en que las
minas empezaron a operar en gran escala y requirieron abundancia de brazos, la
población había disminuido ya en más de la mitad. La gran minería agravó el de-
clive demográfico, pero no lo desencadenó.
Los conquistadores abusaron de los aborígenes vez tras vez, sin preocuparles
las consecuencias de sus actos. Tanto abundaban los indios que no parecía que la
mano de obra fuera a agotarse. Ante el derroche de vidas, algunas autoridades no
tardaron en levantar su voz de alarma, obteniendo respuesta de la corona. Se pro-
mulgaron leyes que prohibían, por ejemplo, el trabajo forzoso de los indígenas en
las minas. Algunos abusos fueron mitigados, pero los naturales no cesaron de dis-
minuir. Por entonces, ello no era tanto consecuencia de los malos tratos recibidos,
como del régimen socioeconómico al que se veían sometidos.
La conquista importó un cambio de dieta a la vez que una alteración del modo
de producción. Los españoles introdujeron en las Indias la aUmentación medite-
rránea basada en trigo, vino, aceite, carne ovina o bovina y dulces (miel o azúcar).
El ganado y la caña encontraron en América condiciones óptimas para su propa-
gación; el trigo menos. Las plantaciones de caña ocuparon en las tierras calientes
de las Antillas, por ejemplo, el suelo que la desaparición de los indios había dejado
vacante. En zonas densamente pobladas, como las de Nueva España, los hatos
de ganado se establecieron en tierras anteriormente habitadas. Tanto los animales de
esos hatos como los baguales, que también abundaban, invadían constantemente
los cultivos de los pueblos de indios vecinos, destruyendo sus cosechas y forzando
el abandono de la tierra. El vacío provocado invitaba a los hacendados a ampliar
sus estancias o a fundar otras nuevas. El ganado introducido arrinconaba luego
aún más a las comunidades supervivientes. La agricultura y la ganadería europeas
se extendían, pues, a expensas del indígena: contra más plantas o más animales,
menos hombres. Sólo en un caso el ganado benefició francamente al indio. En el
norte de México o en las pampas del Río de la Plata, caballos y vacuno se reprodu-
jeron vertiginosamente. Los cazadores se transformaron en nómadas ecuestres, mejor
nutridos y dotados de una moviUdad que les hizo temibles.
La introducción del trigo ocasionó una nueva distorsión al forzar a los indios
8. Juan Friede, «Demographic changes in the mining community of Muzo after the plague
of 1629», en Hispanic American Historical Review [HAHR], 47 (1967), pp. 338-343.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 21
a alterar los cultivos. Sus mejores tierras hubieron de producir ese cereal para pago
del tributo o para abastecer a las ciudades. Violentados por la imposición, faltos
de experiencia en su cultivo y repugnando su consumo, los indios se resistieron a
cultivarlo, y cuando lo hicieron, obtuvieron rendimientos inferiores a los que saca-
ban de granos tradicionales, como el maíz. Los conquistadores optaron en conse-
cuencia, por repartirse tierras de labranza, con detrimento, naturalmente, de la pro-
piedad aborigen.
La despoblación inicial facilitó la apropiación del suelo para producir bienes
de consumo para la sociedad colonial o de exportación para la metrópoli. El cacao
y el añil de Guatemala constituyen ejemplos de estos cultivos comerciales. La cuña
introducida así en la economía indígena de subsistencia profundizó más aún el de-
clive demográfico. Guerra y violencia suscitaron la primera contracción; el reacon-
dicionamiento económico y social aceleró el derrumbe.
A las causas materiales se sumaron motivos psicológicos. Refiriéndose a la des-
población de la provincia peruana de Santa, el virrey marqués de Castelfuerte es-
cribía tardíamente que: «El traspaso que hacen los conquistados del mando, de la
estimación, de la riqueza, de la abundancia y lozanía a la nación conquistadora
[afectan] naturalmente la propagación y la crianza de los hijos que no pueden man-
tener».' La pauperización, unida a la pérdida de la cultura propia, estrangularon,
pues, la capacidad reproductiva de los naturales. La contracción no procede sólo
de la mortalidad causada por violencia o desnutrición, sino de una caída de la fer-
tilidad, fundada no tanto en razones biológicas, aunque probablemente también
las hubo, como en una decisión personal.
El tamaño de la familia indígena empezó a menguar pronto. El repartimiento
de los indios de las haciendas reales de Santo Domingo arroja, en 1514, menos de
un hijo por familia, excepto entre los caciques polígamos. Las Casas había obser-
vado, sin embargo, que a la llegada de los castellanos las indias solían tener de tres
a cinco hijos. En Huánuco, en los Andes centrales, se ha calculado que la familia
se contrajo de unos 6 miembros en tiempo incaicos a 2,5 en 1562.'° La disminu-
ción proviene en parte de la desmembración de la pareja, pero sobre todo del me-
nor nacimiento de hijos. En Nueva Granada, a principios del siglo xvii, la mitad
de las familias no tenían hijos. Lo común en las restantes eran dos, y una pareja
con cuatro era excepción. La familia aborigen se redujo adrede. El aborto y el in-
fanticidio eran prácticas frecuentes, como lo atestigua fray Pedro de Córdoba, quien
escribía desde Santo Domingo:
Las mujeres, fatigadas de los trabajos, han huido de concebir y el parir, porque
siendo preñadas o paridas no tuviesen trabajo sobre trabajo; es tanto que muchas,
estando preñadas, han tomado cosas para mover y han movido las criaturas, y otras
después de paridas con sus manos han muerto sus propios hijos."
9. Memorias de los virreyes que han gobernado el Perú durante el tiempo del coloniaje espa-
ñol, vol. III, Lima, 1857, p. 132.
10. Elda R. González y Rolando Mellafe, «La función de la familia en la historia social hispa-
noamericana colonial», en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas, 8, Rosario, 1965,
pp. 57-71.
11. Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización
de las antiguas posesiones españolas, vol. XI, Madrid, 1869, p. 219.
22 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
coUztli, una perniciosa variedad de calenturas. La epidemia provocada por este mal
en 1576 fue una de las más mortíferas, al punto que la capacidad productiva de
Nueva España y Centroamérica quedó gravemente afectada. La epidemia de 1588
partió de un foco distinto: se declaró en Cartagena en un cargamento de esclavos.
De ahí trepó a Bogotá, pasó a Quito, Lima, Cuzco, Alto Perú y Chile. Hacia el
norte, se propagó luego a Nueva España.
De la secuencia cronológica se desprende que las epidemias tuvieron una recu-
rrencia casi decenal a lo largo del siglo xvi. No se había repuesto una generación
de uno de estos males, cuando otro más virulento volvía a barrer a la población.
De una a otra crisis, los efectivos disminuían. Caían todas las edades, pero en par-
ticular los estratos más jóvenes, comprometiéndose así la futura masa reproducto-
ra. Las epidemias no sólo provocaban la muerte repentina de decenas de miles de
indios, sino que al concatenarse carcomían las futuras promociones.
Por el contrario, gran parte de las epidemias que brotaron a lo largo del siglo
XVII tuvieron un origen local, quedando confinadas geográficamente. En México
y América Central se registraron epidemias de tifus, peste o viruela en 1607-1608,
1631, 1686, 1693-1694. La ciudad de Buenos Aires, en el extremo opuesto del conti-
nente, sufrió ataques consecutivos en 1642-1643, 1652-1653, 1670, 1675, 1687, 1694,
1700-1705, 1717-1720, 1734 y 1742. Las series podrían multiphcarse. No escasean
los registros de defunciones. Las fechas se superponen, pero no por eso responden
a una misma causa. Lo que pierden en radio de acción, las epidemias lo ganan en
frecuencia. Entre los males que pasaron a ser endémicos destaca la fiebre amarilla.
Las costas bajas tropicales americanas brindaron al mosquito portador de la infec-
ción condiciones de reproducción similares a las que disfrutaba en África. A me-
diados del siglo XVII, la fiebre amarilla se había adueñado de las costas de Cuba,
Veracruz y Yucatán. El «vómito negro», como también se la conocía, hizo estragos
entre la capa alta de europeos de los centros urbanos.
En general, sin embargo, por una serie de razones, los europeos resultaron me-
nos vulnerables que los indios a las epidemias, ya fuera porque llegaron inmuniza-
dos de ultramar, ya porque hubieran heredado mecanismos de defensa de sus ante-
pasados, o porque sin duda vivían en condiciones más higiénicas y saludables.
INMIGRACIÓN Y ASENTAMIENTO
12. Catálogo de pasajeros a Indias durante los siglos xvi, xvii y xviii, 3 vols., Sevilla,
1940-1946.
13. Huguette y Pierre Chaunu, Séville et l'Atlantique (1504-1650), 8 vols., París, 1955-1959.
14. Para las aportaciones de P. Boyd-Bowman y Magnus Mórner sobre la emigración españo-
la hacia América durante el período colonial, véase HALC, IV, ensayo bibliográfico 1.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 25
15. Juan López de Velasco, Geografía y descripción universal de las Indias, [1574], Madrid,
1894; 2.' ed., Madrid, 1971.
26 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
16. Antonio Vázquez de Espinosa, Compendio y descripción de las Indias [c. 1628], Washington,
D.C., 1948; 2.' ed., Madrid, 1969.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 27
así más fácil. Sin perjuicio, además de que el reagrupamiento dejaba vacante, a
disposición de la corona, grandes extensiones de tierra, con las que podía gratifi-
carse a los colonizadores. La política de concentración de los indios es tan antigua
como las leyes de Burgos de 1512, anteriores a la invasión del continente. A pesar
de la insistencia de los monarcas, el proceso tardó en ser completado. En Guatema-
la, los frailes realizaron la reducción pronto y con éxito. Hacia 1550, la mayoría
de los indios residía en pueblos de nueva planta. En México central, el virrey Velas-
co llevó a cabo una intensa campaña civil entre 1550 y 1564. La tarea debió ser
completada por el virrey Montesclaros entre 1603 y 1605. Se ha estimado que la
segunda campaña afectó a un cuarto de millón de indios, proporción considerable
de la población indígena que todavía permanecía dispersa, aunque ni siquiera esta
vez la abarcara totalmente." Las nuevas localidades albergaban a un promedio de
400 a 500 tributarios, unos 2.000 a 2.500 habitantes. A escala mayor y más siste-
mática fue la reducción general realizada en 1573 por el virrey Toledo en Perú. Por
la misma época, Yucatán presentaba la misma situación. En Nueva Granada, el
visitador Luis Henríquez intentó, en 1602, llevar la concentración a rajatabla, pero
la resistencia local, tanto de los indígenas como de los encomenderos afectados por
los trasplantes, frustró su propósito.
La mayoría de los españoles vivían en las ciudades principales, mientras los in-
dios quedaron relegados a los pueblos más pequeños. A pesar de las leyes, la segre-
gación en dos «naciones» no se aplicó con rigor. Nunca faltaron los indios en las
ciudades, donde se les necesitaba para un funcionamiento eficaz. Por otra parte,
los españoles fueron entrando poco a poco en los pueblos ricos de indios o forma-
ron al pie de sus haciendas pueblos cuyo estrato inferior estaba formado por peo-
nes indígenas o mestizos.
RECUPERACIÓN DEMOGRÁFICA
Durante los siglos xvii y xviii, los índices de mortalidad siguieron siendo al-
tos. La mortalidad infantil en particular arrebataba una fracción regular de los más
jóvenes. «Diezmo infantil» solía llamarse, más por exigirse anualmente que por-
que se cobrara una décima parte. Tasas por encima del doble de esta cuota eran
corrientes en aquella sociedad, con diferencias, naturalmente, según estrato social
o categoría étnica. En León —población del Bajío— a fines del siglo xviii, el 19
por 100 de las muertes entre los españoles eran de párvulos; entre las castas el
36 por 100 y entre los indios el 51 por 100. «Párvulos» corresponde en verdad a
una categoría más amplia que la simple «mortalidad infantil».
Aparte del goteo que día a día producían las defunciones individuales, cada tanto
sobrevenían mortalidades extraordinarias. Los registros de varias parroquias ma-
yormente indígenas de la región de Puebla-Tlaxcala, en el centro de México, mues-
tran la recurrencia de estas zozobras. Han sido analizados los libros de las parro-
19. Howard F. Cline, «Civil congregations of the Indians in New Spain, 1598-1606», en HAHR,
29 (1949), pp. 349-369.
30 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
20. Thomas Calvo, Acatzingo, Demografía de una parroquia mexicana, México, D.F., 1973;
Claude Morin, Santa Inés Zacatelco (1646-1812). Contribución a la demografía del México colo-
nial, México, D.F., 1973; Elsa Malvido, «Factores de despoblación y reposición de la población
de Cholula (1641-1810)», en Historia Mexicana [HM], 89 (1973), pp. 52-110.
21. Miles de kilómetros al sur de Zacatelco, en el valle andino del río Coica, la parroquia de
Yanque registra una letanía similar de tribulaciones: 1689, 1694, 1700, 1713, 1720-1721, 1731, 1742,
1756, 1769, 1780, 1785, 1788 y 1790-1791. Ambas series no son coincidentes, sin embargo. En Yan-
que, como en todo Perú, 1720 fue una fecha especialmente fatídica; no fue así en México. Véase
N. D. Cook, The people of Coica valley. A population study, Boulder, 1982, p. 76.
22. Donald B. Cooper, Epidemic disease in México City, 1761-1813. An administrative, social
and medical study, Austin, 1965.
23. D. A. Brading, Haciendas and ranchos in the Mexican Bajío, León 1700-1860, Cambrid-
ge, 1976, pp. 174-204.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 31
los terremotos incidieron sobre todo en los siglos xvii y xviii. En el de 1797, por
ejemplo, murieron respectivamente el 9 y el 14 por 100 de la población de los corre-
gimientos de Riobamba y Ambato, en la audiencia de Quito.^"
El retroceso de la muerte que puede observarse a fines del siglo xviii, tímido
y contradictorio, no se explica fácilmente. No resulta de mejoras sanitarias, por más
que el esfuerzo público fuera entonces considerable. Los resultados no pasaron en
cambio de limitados. La acción más sonada en este terreno fue la introducción de
la vacuna contra la viruela en 1780. A este primer paso siguió una intervención
más enérgica en 1797-1798. Cinco años después, las autoridades emprendieron fi-
nalmente una ambiciosa campaña cuasicontinental de vacunación. A su cabeza fi-
guró el médico Francisco Javier de Balmis. Éste zarpó de La Coruña en 1803 al
frente de un equipo médico. Llevaba consigo además decenas de niños inoculados
con virus. En las pústulas formadas en sus brazos se mantenían activos por meses
y kilómetros los cultivos de donde se extraía el fluido aplicado a criaturas y a adul-
tos en las Indias.
La campaña de inoculación empezó en las islas Canarias, siguió en Puerto Rico
y pasó luego a la costa septentrional de América del Sur. En Barranquilla, la expe-
dición se dividió. Una parte, con José Salvany al frente, se adentró en Panamá y
más tarde se dirigió al sur. Salvany visitó Bogotá, Quito, Cuenca, Piura, Trujillo
y llegó hasta Lima. Nueva bifurcación aquí: mientras que la rama principal subía
a Arequipa y por Puno se internaba en el altiplano para descender hasta el puerto
de Buenos Aires, donde llegó finalmente al cabo de cinco años de la partida de
España; otra rama recorrió el interior del Perú y luego bajó a Chile. Entre tanto,
el equipo dirigido por el propio Balmis recorrió Cuba y Yucatán. En Mérida se des-
gajó un tercer grupo, que se ocupó de vacunar la capitanía de Guatemala. Balmis
pasó a Veracruz, por donde entró en Nueva España. Allí, México y Puebla consti-
tuyeron su campo principal de operaciones. Balmis también recorrió Zacatecas y
Durango, por el norte, y navegó desde Acapulco hacia Manila. Cumplida su acción
filantrópica allí, Balmis regresó por último a Cádiz, habiendo dado la vuelta al
mundo mientras propagaba la inoculación salutífera.
Por más que la expedición de Balmis haya recorrido Hispanoamérica casi de
punta a punta, mal pudo atender a todos sus habitantes. Los niños tuvieron priori-
dad. Unos 100.000 fueron inoculados en México entre julio de 1804 y enero de 1806,
pero éstos no constituían sino un quinto de cuantos hubieran necesitado la vacuna.
Grandes ciudades y puertos fueron los lugares más beneficiados por la campaña
y, en ellos, las capas más esclarecidas, naturalmente. La aplicación de la vacuna
entre los campesinos y otros estratos populares, aunque gratis, resultó difícil, por
el recelo con que se la acogía. Más que las vidas que la inoculación haya podido
salvar, el mayor legado del periplo de Balmis quizá sea la difusión del conocimien-
to entre el público y los profesionales, paso para una lenta pero continua propa-
26. Claude Mazet, «Population et société á Lima aux xvi.' et xvii.'^ siécles», en Cahiers des
Amériques Latines, 13-14 (1976), pp. 53-100.
27. Rene Salinas Meza, «Caracteres generales de la evolución demográfica de un centro urba-
no chileno: Valparaíso, 1685-1830», en Historia, 10 (1971), pp. 177-204.
28. Marcelo Carmagnani, «Demografía y sociedad. La estructura social de los centros mine-
ros del norte de México, 1600-1720», en HM, 21 (1972), pp. 419-459.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 33
que las parejas mixtas. En Pelarco, parroquia rural de Chile, el 63 por 100 de los
niños bautizados como mestizos entre 1786 y 1796 eran ilegítimos y sólo el 37 por
100 había sido procreado dentro de matrimonios regulares. Entre los mulatos, el
48 por 100 era espurio. Este porcentaje descendía al 39 por 100 entre los indios y
al 20 por 100 entre los blancos." La ilegitimidad, ciertamente no exclusiva de las
castas de mezcla, recogió, sin embargo, una fracción importante del fruto de las cre-
cientes uniones interraciales. A pesar de las barreras legales o del prejuicio, las unio-
nes consensúales fueron comunes a lo largo del siglo xviii. El mestizo constituye el
sector que, al parecer, creció más rápido. Un trasvase permanente venía a engrosar sus
filas desde otros grupos étnicos. Sólo inferior socialmente al blanco, como éste go-
zaba asimismo de una fecundidad más elevada que la de los indios, negros o mulatos.
En el siglo xviii, las tendencias demográficas de la población indígena no fue-
ron determinantes del tamaño de la población de Hispanoamérica, como sí había
ocurrido en los dos siglos precedentes. Sin embargo, no deja de ser significativo
que las áreas de mayor implantación aborigen —centro de México (desde las pri-
meras décadas del siglo xvii) y los Andes centrales (desde las primeras décadas del
siglo xviii)— comenzasen a recuperarse desde el punto más bajo del bache demo-
gráfico, a pesar de que la tendencia general fuera lenta e interrumpida con frecuen-
cia por brotes epidémicos. Las liquidaciones de medio real que los indios pagaban
anualmente para la construcción de las catedrales, han permitido a José Miranda
calcular la progresión de la población tributaria en tres obispados de Nueva Espa-
ña. Entre mediados y fines del siglo xvii, aumentó un 32 por 100 en México, un
53 por 100 en Michoacán y sólo un 19 por 100 en Puebla.^" Las investigaciones de
Charles Gibson sobre los aztecas del valle de México y las de Cook y Borah sobre
la Mixteca alta arrojan proporciones superiores en un lapso, cierto es, también más
extendido, ya que su trabajo abarca hasta mediados del siglo xviii.'' Como en el
caso de los indios encomendados de Yucatán, su número casi se triplicó entre 1688
y 1785." Su incremento fue bastante notable, del orden del 1,1 por 100 acumula-
tivo anual. Se ha estimado, por otra parte, que la población aborigen se multiplicó
en México del orden de un 44 por 100 a lo largo de la segunda mitad del siglo xviii,
más en la periferia de México que en la zona central." Cuando más entrado el si-
glo xviii, la intensidad del crecimiento demográfico aumenta. No siempre, sin em-
bargo, ocurrió así: de hecho, las parroquias rurales de la zona de Puebla, ya men-
29. H. Aranguiz Donoso, «Notas para el estudio de una parroquia rural del siglo xviii: Pe-
larco, 1786-1796», en Anales de la Facultad de Filosofía y Ciencias de ¡a Educación (1969), pp. 37-42.
30. José Miranda, «La población indígena de México en el siglo xvii», en HM, 12 (1963),
pp. 182-189.
31. Charles Gibson, The Aztecs under Spanish Rule. A history of the Indians of the Valley
of México, 1519-1810, Stanford, 1964 (hay traducción castellana: Los aztecas bajo el dominio espa-
ñol (1519-1810), Siglo XXI, México, D.F., 1967); Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Thepopu-
lation of the Mixteca Alta, 1520-1960, Berkeley, 1968 (hay traducción castellana: La población de
¡a Mixteca Alta, 1520-1960, México, 1968).
32. Sherburne F. Cook y Woodrow Borah, Essay in population history: México and the Ca-
ribbean, 2 vols., Berkeley, 1974 (hay traducción castellana: Ensayo sobre historia de la población:
México y el Caribe, 3 vols., Siglo xxi, México, D.F., 1971-1979).
33. Delfina E. López Sarrelangue, «Población indígena de Nueva España en el siglo xvín»,
en HM, 12 (1963), pp. 516-530.
34 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
34. James J. Parsons, Antioqueño colonization in Western Colombia, 2." ed., Berkeley, 1968.
35. Michael T. Hamerly, Historia social y económica de la antigua provincia de Guayaquil,
1763-1842, Guayaquil, 1973.
36. Marcello Carmagnani, «Colonial Latin American demography: growth of Cliilean Popu-
lation, 1700-1830», en Journal of Social History, 1 (1967), pp. 179-191.
37. Nancy M. Farriss, Maya Society under Colonial rule. The collective enterprise ofsurvi-
val, Princeton, 1984, pp. 206-218.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 35
Los aportes migratorios provenientes de Europa siguieron siendo una fuente im-
portante del crecimiento demográfico de finales de la era colonial. Se ha estimado
en 53.000 los españoles que emigraron a América en el curso del siglo xviii. Me-
dio millar por año en término medio parece poco. Desde luego, el número debió
de ser inferior a los de los siglos xvi y xvii. Muchos de los recién llegados ocupa-
ron las altas esferas de la burocracia civil, militar o eclesiástica, así como del co-
mercio. Algunos vinieron, sin embargo, en tanto que simples colonos. La corona
adoptó una política poblacionista respecto a las Indias, con la que pretendía en
parte aliviar la superpoblación de ciertas zonas de España. Fueron numerosos los
canarios que cruzaron el Atlántico para establecerse sobre todo en las islas del Ca-
ribe y en las costas de la América del Sur septentrional. Gallegos, asturianos y mon-
tañeses acudieron a poblar las nuevas plazas o colonias agrícolas. La extracción
38. Nicolás Sánchez-Albornoz, Indios y tributos en el Alto Perú, Lima, 1978, p. 52.
39. Censo de Larrazábal, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, 9, 18.8.5, 18.8.6 y 18.8.7.
36 HISTORIA DE AMÉRICA LATINA
geográfica de la mayoría de los emigrantes fue entonces distinta a la del siglo xvi.
El foco de expulsión se había desplazado del sur al norte de España, incluyendo
numerosos catalanes. Las manufacturas y productos básicos catalanes encontra-
ban en ultramar excelentes oportunidades. Cualquier lista de comerciantes revela
la presencia de muchos apellidos de ese origen en los grandes puertos de la Améri-
ca española. La corona española estaba también interesada en ocupar las extensas
zonas sobre las cuales disfrutaba de título legal pero en las cuales no había llegado
a asentarse, en una área crecientemente conflictiva. Las frustradas colonias de la
Patagonia, establecidas en 1779 y 1786 en parajes inhóspitos, perseguían ese objeti-
vo. La inmigración promovida en tiempos del intendente Ramírez por la Junta de
Población Blanca tuvo como propósito contrabalancear la entrada masiva de es-
clavos africanos en Cuba.
40. Ramiro Guerra y Sánchez, Historia de la nación cubana. La Habana, 1952, vol. I, p. 162.
LA POBLACIÓN DE LA AMÉRICA COLONIAL ESPAÑOLA 37
ees, la sangre negra era ya mayoritaria en la isla. En contraste con Cuba (y más
aún con Haití, la parte occidental de La Española) sólo el 3 por 100 de los 100.000
habitantes con que contaba Santo Domingo a principios del siglo xix eran escla-
vos, aunque también había un escaso porcentaje de negros libres y de mulatos. El
componente africano abundó igualmente en la costa septentrional de América del
Sur, no tanto en Barcelona o Cumaná, en el oriente venezolano —donde predomi-
naban los indígenas—, como en los valles y costas centrales o, sobre todo, en el
golfo de Maracaibo. El litoral atlántico de Nueva Granada, centrado en Cartage-
na, contó asimismo con una fuerte proporción de africanos en su población.