Amada Por El Duque - Christi Caldwell (THoaD)

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Amada por el Duque


The Heart of a Duke Series (4)

Christi Caldwell

Traducción: Manatí
Lectura Final: Bicanya

Durante diez años, Lady Daisy Meadows ha estado enamorada de Auric,


el Duque de Crawford. Desde su valiente rescate años antes, Daisy sabía
que estaba destinada a ser su duquesa. Desafortunadamente, Auric la ve
como la hermana de su mejor amigo y nada más. Pero tal vez, si logra
encontrar el legendario colgante del corazón de un duque, podrá
conquistar el corazón de su duque.

Auric, el Duque de Crawford disfruta de la compañía de Daisy. Sin


embargo, lo último en lo que está interesado es en buscar un romance
con una mujer que él conoce desde que ella estaba en pañales. Esta
temporada, Daisy aparece en los lugares más extraños y él no puede
evitar notar que ya no es una niña. Pero Auric no haría algo tan insensato
como enamorarse de Daisy. No podría. No con la culpa que él carga por
sus pecados pasados... No cuando no tiene derecho a su corazón... Pero
tal vez, solo tal vez, ella puede perdonar el pasado y confiar en que él
siempre apreciará su corazón, pero ¿se lo permitirá?

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

¡Para nuestros lectores!

El libro que estás a punto de leer, llega a ti debido al trabajo


desinteresado de lectoras como tú. Gracias a la dedicación de los
fans este libro logró ser traducido por amantes de la novela
romántica histórica—grupo del cual formamos parte—el cual se
encuentra en su idioma original y no se encuentra aún en la versión
al español, por lo que puede que la traducción no sea exacta y
contenga errores. Pero igualmente esperamos que puedan disfrutar
de una lectura placentera.

Es importante destacar que este es un trabajo sin ánimos de lucro, es


decir, no nos beneficiamos económicamente por ello, ni pedimos
nada a cambio más que la satisfacción de leerlo y disfrutarlo. Lo
mismo quiere decir que no pretendemos plagiar esta obra, y los
presentes involucrados en la elaboración de esta traducción quedan
totalmente deslindados de cualquier acto malintencionado que se
haga con dicho documento. Queda prohibida la compra y venta de
esta traducción en cualquier plataforma, en caso de que la hayas
comprado, habrás cometido un delito contra el material intelectual y
los derechos de autor, por lo cual se podrán tomar medidas legales
contra el vendedor y comprador.

Como ya se informó, nadie se beneficia económicamente de este


trabajo, en especial el autor, por ende, te incentivamos a que sí
disfrutas las historias de esta autor/a, no dudes en darle tu apoyo
comprando sus obras en cuanto lleguen a tu país o a la tienda de
libros de tu barrio, si te es posible, en formato digital o la copia física
en caso de que alguna editorial llegué a publicarlo.

Esperamos que disfruten de este trabajo que con mucho cariño


compartimos con todos ustedes.

Atentamente

Equipo Book Lovers

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Prólogo
Leeds, Inglaterra
1805

Con apenas once años de edad, Lady Daisy Laurel Meadows, con toda
su sabiduría infinita, se dio cuenta de la tontería inherente de su
nombre. Todos lo sabían. Frunció el ceño ante los adultos dispersos por la
mesa, desayunando, y luego fijó su mirada en las dos personas responsables
del más tonto de los nombres. Sus padres, por lo demás absortos en una
conversación con el Duque y la Duquesa de Crawford, no notaron su
disgusto.
Es decir, todos lo sabían... excepto su madre y su padre, el Marqués y la
Marquesa de Roxbury. Ellos parecían estar pensando que no había nada
malo en nombrar a la hija de uno, Daisy. Mientras que su apellido era
Meadows 1.
Ella apoyó los codos en la mesa. Qué nombre más tonto. Desde el otro
lado de la mesa, el grupo de tres chicas miró a Daisy, riéndose detrás de sus
manos. Ella tomó el bollo de mantequilla de su plato y lo rasgó con los
dientes.
Por supuesto, su madre eligió ese preciso momento para levantar la
vista. Le dirigió a Daisy una mirada mordaz. Daisy masticó el pan caliente y
escamoso y tragó. Dejó caer el resto del bollo en su plato.
Alguien le puso las manos sobre los hombros y ella se sobresaltó. Una
sonrisa se dibujó en sus labios mientras miraba a su hermano mayor. —
¡Lionel!
Él susurró cerca de su oído. —Solo están celosas, Daisy.
—Viniste.— Ella arrugó la nariz. —Y no, no lo están—. Ellas tenían
rizos dorados y una piel blanca de porcelana perfecta, mientras que ella
tenía el cabello castaño liso y demasiadas pecas.
—¿Te imaginas que Madre y Padre me hubieran permitido no asistir a
su fiesta anual de verano?
Ella resopló. —Ciertamente no.

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Refiere a que su nombre Daisy en inglés es —margarita— mientras que Meadows significa —prados—.
En suma, su nombre parecería ser —Prado de margaritas—.

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él le pellizcó la nariz. —Y sí, Daisy. Esas señoritas están verdes de


envidia. Algún día te darás cuenta de lo encantadora que eres—. Miró a sus
dos amigos, Marcus, Lord Wessex, y Auric, Lord Ashburn, futuro Duque
de Crawford. —¿No es así, caballeros? Ella es perfectamente encantadora,
¿no?
Lord Marcus bostezó y se acercó al aparador. Su respuesta fue bastante
clara.
Lord Auric le guiñó un ojo. —Perfectamente encantadora—. Se inclinó
hacia abajo. —De hecho, cuando tengas tu presentación, con mucho gusto
te haré mi futura duquesa.
Su corazón dio un vuelco.
—¿Ves eso, Daisy?— Ella giró la cabeza para mirar a su hermano. —
Algún día te convertirás en duquesa cuando todas esas otras chicas,
desagradables, se encontrarán con meros futuros marqueses como yo.
Ella le dio un manotazo en el brazo. —No seas tonto. No te dejaré
casarte con una de esas criaturas desagradables.
Lionel la tomo por la barbilla. —Bueno, serás una duquesa, así que
podrás darme órdenes incluso a mí con una sola mirada—. Él golpeó a su
amigo en el brazo. —Por supuesto, cuando tengas tu presentación, Auric
será uno de esos viejos duques con un monóculo en su ojo.
Lord Auric abrió la boca para decir algo cuando una ráfaga de susurros y
otra ronda de risas se extendieron desde el otro lado de la habitación. Lady
Leticia, un año más joven y un millón de veces más bonita que Daisy, señaló
con el dedo en dirección a Daisy y se rió. Lord Auric frunció el ceño en su
dirección y los ojos azules de la niña formaron lunas en su rostro. Él se
deslizó en el asiento vacío al lado de Daisy mientras Lionel reclamó la silla
en su lado opuesto. El trío se calló al instante.
—Se lo merecen—, murmuró Daisy y agarró su bollo una vez más. Ella
lo rasgó con los dientes.
—Daisy—, reprendió su madre desde el otro lado de la mesa.
Ella conocía todas las tonterías que le había inculcado la Señora
Wimpleton, su antigua institutriz, pero en realidad esos pequeños trozos
desmenuzados y mordisqueados eran más adecuados para un pequeño
ratón que para un niño humano.
Lord Auric recogió el bollo parcialmente comido de su plato. Arrancó
un enorme trozo con los dientes y le guiñó un ojo una vez más.
Ella sonrió. Era realmente encantador. Y atractivo. Y del todo
maravilloso. Con un suave suspiro, apoyó un codo en la mesa y dejó caer la

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

barbilla sobre la mano. Con la mano libre buscó su vaso de agua. Sus dedos
rozaron la fría plata.
Se oyeron gritos en la mesa y el candelabro de plata se inclinó hacia un
lado. La marquesa retiró la mano, mientras varios lacayos se apresuraban a
apagar las pequeñas llamas que ahora lamían el mantel blanco de encaje
italiano.
Lord Auric le dio la vuelta a la mano en la suya, mucho más grande, en
busca de marcas. —No hay quemaduras—, murmuró.
—¡Daisy Meadows!
Su madre la tomó por el antebrazo y condujo a Daisy a ponerse de pie.
Ella se dejó arrastrar del mantel ligeramente carbonizado. Otra ronda de
risitas del trío de chicas malas la siguió. Mientras su madre la regañaba en
silencio, Daisy lanzó una última mirada por encima del hombro al joven
marqués, ahora totalmente absorto en la conversación con Lionel.
Suspiró. Realmente no necesitaba al futuro Duque de Crawford. Sólo
Auric sería suficiente.

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 1
Londres, Inglaterra
21 de abril de 1816

Lady Daisy Meadows era invisible.


Oh, no siempre había sido una figura desaliñada y sin forma que todos
pasaban por alto. De hecho, había sido la pesadilla de su pobre madre y de
su padre, y propensa a todo tipo de travesuras, ya que una niña tenía tan
pocas esperanzas de ser nombrada Reina de Inglaterra como de lograr la
hazaña de la invisibilidad. Y, sin embargo, ella lo había logrado con una
notable delicadeza, sin ningún tipo de ayuda. Podía señalar el momento
preciso en que dejó de serlo.
Tomó el ejemplar de The Times de la mesa de caoba con incrustaciones de
rosa y escaneó las palabras de la primera página, tan familiares que ya las
había memorizado.
Duque de C en el mercado buscando duquesa, abandonado por Lady AA, etc., etc.
Ofendida por la maldita página, Daisy sacó la lengua ante las palabras
burlonas y arrojó el papel sobre la mesa. —En el mercado buscando
duquesa—, murmuró en voz baja. —Como si estuviera buscando un
caballo de buena calidad.
El Duque de C. Nada menos que el ilustre y buscado Duque de
Crawford. Buscado por todas... Miró la página una vez más. Pues no
todas. Después de todo, la entonces Lady Anne Adamson había rechazado
su oferta a favor del pícaro Conde de Stanhope. La tonta.
Una tonta con la que Daisy estaba en deuda. Pero una tonta, no
obstante.
Con un gruñido de molestia, agarró el bastidor de bordado. Tomó la
aguja y la atravesó por el bastidor con tanto entusiasmo que clavó la punta
afilada en la carne suave de su dedo índice. —Condenación.— Se metió el
dedo herido en la boca y chupó la gota de sangre. Cuando se volvió
invisible, también comenzó a bordar. Lo había estado haciendo durante
casi siete años. Era tan inútil como lo era ganar el corazón de cierto duque.
Con la aguja en la mano y con un mayor cuidado por su parte, lo
atravesó por el contorno del corazón... arrugó la frente... o, tenía la
intención de ser un corazón. Ahora tenía la forma de un círculo triste con

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

un ligero doblez en el medio. Pasó la aguja una vez más con demasiado
enojo y volvió a meter el dedo. —Doble condenación.
Renunciando a la esperanza de distracción, arrojó el bastidor a un lado
donde aterrizó en la página condenatoria con un golpe. Se puso de pie de
un salto y luego se dirigió al hogar. Un pequeño fuego brindaba calidez en
la habitación fría. Se frotó las palmas de las manos y contempló las llamas
parpadeantes.
No debería importar lo que las hojas de escándalo informaran sobre
cierto duque en el mercado por una esposa. Sabía que era inevitable que él
se casara y hacía tiempo que se había acostumbrado a la triste y lamentable
verdad de que no sería ella, sino una impecable belleza inglesa como Lady
Anne. Se había hablado de un legendario colgante de corazón regalado por
una gitana y llevado por la dama para conquistar el corazón de un duque.
Nada más que susurros de damas románticas que creían en esos tontos
talismanes. No hubiera importado que Lady Anne tuviera un armario lleno
de colgantes mágicos. Con sus rizos rubios y dorados y una figura
notablemente curvada, podría haber tenido cualquier duque, marqués o, en
el caso de la dama, el conde que quisiera. A diferencia de la regordeta y
desgraciadamente curvilínea Daisy. Para Auric, el 8º Duque de Crawford,
era tan invisible como para todo el mundo.
Ella levantó la mirada y observó su reflejo en el enorme espejo dorado.
Una sonrisa irónica se formó en sus labios demasiado grandes. Resulta
extraño que una dama maldita con el pelo castaño oscuro y una cantidad
chocante de pecas, y de forma tan regordeta, lograra la hazaña de la
invisibilidad, y sin embargo lo había conseguido. —Ahora, yo—, le dijo a la
criatura de enormes ojos marrones. —Necesito algún objeto encantado—.
Nada menos que el encanto de una gitana la ayudaría a ganarse el
obstinado y ciego corazón de Auric.
Unos pasos arrastrados sonaron en el vestíbulo, llamando su atención.
Su madre estaba enmarcada en el umbral de la puerta mirando con una
mirada vacía el salón, como si hubiera entrado en un mundo extraño y no
supiera cómo escapar de él. Era la misma mirada vacía y la misma expresión
de desgana que llevaba desde que se enteraron de lo que sucedió con
Lionel.
Su hermano. Su protector. Defensor. Y campeón. Sonriendo y
pellizcando su nariz un día. Al siguiente, perdido de la manera más brutal
imaginable. Con su muerte sin sentido, se había llevado la única felicidad
de sus padres, y con su dolorosa ausencia, la había dejado invisible.
—Madre—. Había un dolor que nunca desaparecería al saber que, como
hija viva, Daisy nunca podría devolver la felicidad al mundo de su madre.
La marquesa parpadeó varias veces. —¿Daisy?
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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Sí—. Como si no fuera la hija de la mujer y única descendiente viva.


—Yo...— Su madre se tocó la sien con las yemas de los dedos, como si
tuviera una viciosa migraña. —Me duele un poco la cabeza—. Miró por la
habitación. —¿Está Aur...?
—No está aquí—, la interrumpió. Tras la muerte de su esposo dos años
antes, el Duque de Crawford se había convertido en la única persona por la
que su madre abandonaba la privacidad de sus oscuros aposentos. En su
presencia, ella encontraba de alguna manera rastros de la madre, la
anfitriona y la persona que había sido antes de que su mundo, o mejor
dicho, el de todos, se rompiera.
—No está—, repitió su madre, frunciendo el ceño. Con sus visitas, era
como si el manto de miseria que había llevado estos años se levantara, y la
mujer mostrara rasgos de la verdadera anfitriona que había sido hace
tiempo. Pero con su partida, ella se instalaría en la niebla de la
desesperación una vez más.
—No, mamá—, dijo suavizando su tono como si le hablara a una yegua
díscola. Auric llevaba casi un mes sin venir. Tres semanas y seis días para
ser exactos. ¿Pero quién llevaba la cuenta? —¿Seguro que no esperas que te
visite siempre?— No había ninguna razón para que lo hiciera. —Pronto
tomará una duquesa—. Odiaba la forma en que su corazón se retorcía
dolorosamente ante esa verdad.
Un destello de lucidez iluminó los ojos gris-azulados de la marquesa. —
No seas grosera, Daisy.
—No estoy siendo grosera—. Estaba siendo sincera. Aunque anhelaba
ser la razón de su visita, hacía tiempo que había aceptado que sus visitas se
debían a una obligación ducal con los queridos amigos de sus difuntos
padres. Y a pesar de todo, Daisy seguía siendo invisible. —Sus visitas son
simplemente una visita social obligatoria, madre.
—No puedo pensar cuando hablas así—. Su madre apretó los ojos con
fuerza y se frotó las sienes, presionando con los dedos la piel. —Yo...
El remordimiento la inundó y recorrió la habitación. —Shh—. Tomó a
su madre por los hombros y le dio un suave apretón. —Deberías descansar.
La mujer mayor asintió. —Sí. Sí. Es una muy buena idea. Debería
descansar—. Se dio la vuelta y se marchó en un mar de faldas negras
abombadas. La única vez que sustituyó su atuendo de luto fue cuando se
vio obligada a salir a la sociedad con su hija aún soltera.
Con un suspiro, Daisy volvió a la chimenea y se quedó mirando las
llamas de color rojo anaranjado. El fuego chasqueaba y silbaba
ruidosamente en la tranquilidad de la habitación. Cuando era pequeña, le
encantaba saltar. Saltaba en dos pies, hasta que descubrió la emoción de
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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

ese salto inestable con un solo pie. Entonces su madre la descubrió


saltando y puso fin a ese comportamiento.
Al menos, cuando existía la posibilidad de que su madre estuviera cerca.
Ahora, con su padre ausente, muerto mientras dormía no hace ni dos años,
y una madre que había dejado de notar su existencia, Daisy cambiaría con
gusto su estado actual por el de aquella madre autoritaria y a menudo
regañona.
Se subió suavemente el dobladillo del vestido y saltó sobre sus dos pies
con zapatillas. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando la emoción
familiar de lo prohibido la llenó. Aunque sólo fuera lo prohibido que existía
en su mente, desde hace mucho tiempo. ¿Recordaba siquiera cómo saltar?
No lo había hecho en... buscó en su mente. ¿Siete años? Seguramente no.
Demasiado tiempo para que una persona no haga algo tan agradable como
saltar o brincar.
Daisy extendió los brazos a los lados y experimentó con un salto
tentativo. Se mordió los labios. Las botas habían sido siempre mucho más
propicias para esta forma de diversión. —Qué tontería—, murmuró para sí
misma. Era una tontería. Bastante infantil, en realidad. Y sin embargo, a
pesar de saberlo y de todas las lecciones de decoro que le habían inculcado,
el vértigo le llenó el pecho. Con una sonrisa cada vez más amplia, subió de
un salto y vio su reflejo en el espejo, una especie de testimonio del hecho de
que, en realidad, era visible. Todavía real. Todavía estaba viva cuando el
hermano amado y apreciado ya no lo estaba. —Estoy aquí—, dijo
suavemente en el silencio del salón de marfil. Daisy se levantó la falda y dio
un salto sobre un pie. Su moño suelto soltó varios rizos castaños. Le
cayeron sobre los ojos y los echó hacia atrás.
Las damas no saltaban. Sin embargo, a las invisibles se les permitían
ciertas libertades.
Su sonrisa se amplió ante la trivialidad de sus acciones. Durante muchos
años, la había asediado la culpa por atreverse a sonreír o reír cuando Lionel
no volvería a hacer ninguna de las dos cosas. Eventualmente, lo había
hecho. Y junto con el sentimiento de culpa había también algo de alegría
por el recordatorio de que ella estaba de hecho... —Ejem, el Duque de
Crawford.
Daisy cayó con fuerza sobre su tobillo y, con una maldición, se
derrumbó ante la chimenea. Los latidos de su corazón se aceleraron al
vislumbrar la imponente figura de Auric, sobre el sofá de satén marfil, en la
entrada. Llevaba su familiar ceño ducal. Sin embargo, el normalmente
estoico e imperturbable noble se cernía parpadeando hacia ella en su
montón de faldas verdes como la espuma del mar.
Ella esbozó una sonrisa. —Hola—. Se puso en pie.

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Él atravesó la habitación en tres largas zancadas. —¿Qué estás


haciendo?— No: ¿cómo estás? No: ¿Estás bien? Y ciertamente no: Mi amor, por favor,
no te hagas daño.
Ella alzó una ceja. —Oh, sabes, simplemente estoy sentada aquí
admirando el encantador fuego—. Su ceño se frunció.
Entonces, con un movimiento sin esfuerzo, la levantó y la puso de pie.
Un estremecimiento de calor la recorrió al sentir sus fuertes manos sobre
su persona. —¿Estás herida?
Bueno, un poco tarde, pero supuso que más vale tarde que nunca. —
Estoy bien—, le aseguró. Su criada apareció en la puerta. —Agnes, ¿puedes
ocuparte de los refrigerios?
La joven, que llevaba casi seis años con ella, giró sobre sus talones y se
apresuró a atender las órdenes de su ama. Agnes había llegado a saber, al
igual que cualquier otro sirviente, noble y persona, que no había peligro
para la reputación de Daisy cuando se trataba del Duque de Crawford.
Ella dio un paso tentativo, probando si estaba herida.
—Habías señalado que no estabas herida—, dijo él en un tono de
desaprobación, como si le perturbara la idea de que estuviera herida.
Dios, no querría molestarlo por estar herida. —Estoy bien—, respondió
ella automáticamente. Entonces, —¿Qué estás haciendo aquí?— Un calor
mortificado quemó sus mejillas ante la audacia de su propia pregunta.
Él le dirigió una mirada indescifrable.
—No es que no seas bienvenido a visitarnos—. Cállate ahora mismo, Daisy
Laurel. —Por supuesto, eres bienvenido—. Él continuó estudiándola de esa
manera inescrutable suya. En algún momento entre el encantador joven de
dieciséis años y el de ahora, había perfeccionado la altanería ducal. Molesta
por el completo dominio de sus emociones, se deslizó junto a él y reclamó
un asiento en el sofá de marfil. —Lo que pretendía decir es que mi madre
echaba de menos tus visitas.
Hubo una ligera tensión en las comisuras de sus labios. Sin embargo,
más allá de eso, no dio ninguna indicación de que le importara, recordara o
se preocupara por la Marquesa de Roxbury.
Se sentó de nuevo en su asiento. —¿Te gustaría sentarte?— ¿O prefieres
quedarte ahí de pie mirando con esa forma amenazante tuya?
Él se sentó. Y siguió mirando con esa forma amenazante suya. —¿Qué
estabas haciendo?
Daisy parpadeó ante esta grieta en su máscara anteriormente fría. —
¿Qué estaba haciendo?

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Antes de tu caída—. Auric levantó la barbilla hacia la chimenea. —


Parecía que estabas—, miró por la longitud de su nariz aguileña. —
Saltando—. El Auric sonriente de su juventud la habría retado a una
competición de saltos. Esta persona dura en la que se había convertido
hablaba con el hombre que encontraba las diversiones tontas, bueno...
tontas.
Soltó una risa forzada. —Oh, saltando—. Daisy hizo un gesto con la
mano que esperaba que transmitiera —qué-tonta-idea-por-qué-haría-algo-
tan-infantil-como-saltar—. Para que sus dedos tuvieran algo que hacer,
tomó su bastidor de bordado y miró con cautela la aguja que se había roto.
Auric se movió en la silla Rey Luis XIV tomando el bastidor en sus
manos. —Tú no bordas.
No, por la pobre representación que había en el bastidor, él tenía razón
en ese sentido. A pesar de lo deplorable que era, realmente lo disfrutaba. Su
costura era algo que hacía para sí misma. Era un placer secreto que le
pertenecía a ella y a nadie más. Un secreto que Auric compartía ahora. —
Me gusta bordar—. En la inmediatez de la muerte de Lionel, cuando las
pesadillas no la dejaban dormir, fijaba su energía en la atención que le
llevaba completar una escena viva en la tela. Algunas de sus piezas más
horribles la habían alejado del desorden de jadeos y llantos que tan a
menudo presentaba en aquellos primeros días.
A Auric se le escapó un resoplido poco ducal, y totalmente impropio de
él, y así fue como se convirtió en el hombre que ella recordaba y no en la
figura severa que presentaba ante la alta sociedad.
—¿Qué?—, preguntó ella a la defensiva, incluso cuando se calentó con la
facilidad restaurada entre ellos. —Es cierto—. Para demostrarlo, tiró de la
aguja a través de la tela, soltando un suspiro de alivio cuando la aguja
atravesó la tela y, esta vez, salvó su pobre carne herida.
—¿Desde cuándo bordas?— Auric se pasó el tobillo por la rodilla.
Con el rabillo del ojo, le echó un vistazo. —Desde hace algunos años—.
Siete, para ser exactos. Sin ceder a los pensamientos oscuros, se detuvo
para arquear una ceja. —Espero que un noble duque como tú apruebe que
una dama borde—. Y que haga todo tipo de cosas aburridas.
Pero él se negó a morder el delicado cebo que ella le había tendido, así
que, con un pequeño suspiro, volvió a centrar su atención en el bastidor.
Siempre había sido muy divertido burlarse de Auric. Él le devolvía la
broma. Ambos sonreirían. Ahora, siempre estaba serio y sombrío y muy
ducal.
El incómodo silencio se extendió entre ellos, interminable, hasta que su
piel ardió por la impenetrable mirada que él le dirigía. Se detuvo para echar

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

otra mirada de reojo y lo encontró tratando de distinguir la imagen en su


bastidor, totalmente desinteresado en la propia Daisy.
Invisible.
—¿Qué es eso?—, le dijo su barítono en voz baja, interrumpiendo sus
pensamientos.
Un pequeño grito se le escapó mientras se clavaba la aguja en la yema
del dedo. —¿Qué es qué?— Hizo una mueca de dolor y se metió el dedo
herido en la boca.
—Dijiste algo.
Daisy sacudió la cabeza con firmeza y sacó el dedo para evaluar la marca
roja y furiosa. —No, no lo hice—. No intencionadamente, al menos. Había
desarrollado el molesto hábito de hablar consigo misma y crear horribles
bordados. —Me atrevo a decir que como hace tiempo que no vienes a
visitarme—, tres semanas y seis días, pero realmente ¿quién llevaba la
cuenta? —¿Has venido por alguna razón?— Su pregunta, al borde de la
grosería, le hizo arquear las cejas. Entonces, los duques poderosos como él
probablemente no estaban acostumbrados a las respuestas agrias y a las
jóvenes molestas.
—Siempre te visito los miércoles.
—No—, corrigió ella. Antes de heredar el título de duque, un año
después de la muerte de Lionel, con un accidente de carruaje que se había
cobrado a su padre y a su madre, había sido un hombre muy diferente. —
No, no es así—. Él siempre había ido de visita. Esta temporada había
dedicado su atención a la búsqueda de una duquesa, que es donde debería
estar su atención. Los labios de ella dibujaron una mueca. Bueno, no
necesariamente en encontrar una esposa, sino en él mismo y en su propia
felicidad. Ella nunca había querido ser una carga para él, nunca había
querido ser una obligación.
No siempre fue así...
Auric tamborileó con las yemas de los dedos en el borde de su muslo y
ella siguió el sutil movimiento. Se le secó la boca al contemplar los gruesos
y fornidos músculos encerrados en unos pantalones de piel de becerro.
Realmente poseía unos muslos espléndidos. No eran las piernas que uno
podría esperar de un duque. Sino más bien... —Estás disgustada, Daisy.
Sus palabras la sacaron de sus reflexiones impropias. —¿Con qué
tendría que estar disgustada?— Disgustada nunca sería la palabra correcta.
Arrepentida. Decepcionada. Durante los años que había pasado esperando
que él viera más en lo que a ella se refería, él seguía sin ver nada en
absoluto. Para que sus dedos tuvieran algo que hacer, Daisy pasó la aguja

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

por el bastidor, trabajando en su pieza, mientras su piel se erizaba por la


sensación de ser estudiada.
—¿Qué es?
Levantó la cabeza con tanta rapidez que se le retorcieron los músculos
del cuello. Daisy se estremeció, resistiendo el impulso de amasar la carne
apretada. —¿Qué es qué?— Miró a su alrededor.
Auric señaló con la cabeza su trabajo.
—¿Esto?— Oh, maldición. ¿Por qué tiene que ser tan astuto? Alternó su
atención entre la mirada puntiaguda de él y su bastidor de bordado, y luego
lo acercó protectoramente a su pecho.
Sus firmes labios se movieron con un indicio casi imperceptible de
diversión. —Sí, ¿qué estás bordando?
Luego, sabiendo que sería inútil ignorar casualmente su audaz pregunta,
dio la vuelta al bastidor. Incluso mientras revelaba su trabajo, sus mejillas
se calentaron de vergüenza por sus pobres esfuerzos.
—¿Qué es eso?— Su aguda carcajada la sorprendió
momentáneamente. El sonido surgió oxidado, por falta de uso, pero rico y
lleno, no obstante. Ella extrañaba su risa. Aunque preferiría que no se
dirigiera hacia ella.
—Oh, silencio—. Ella volvió a colocar el bastidor sobre su regazo. Luego
miró hacia abajo al marco de tela. En realidad no estaba tan mal. O tal vez lo
estaba. Después de todo, había pasado varios años tratando de perfeccionar
esta maldita imagen y apenas podía, ella misma, descifrar el pobre intento.
—¿Qué crees que es?— Realmente tenía mucha curiosidad.
—Me atrevo a decir que requeriría otra mirada.
Daisy le dio la vuelta y lo sostuvo para su inspección. El silencio se
prolongó. Seguramente, él tenía alguna conjetura. —¿Y bien?—, le
preguntó.
—Todavía estoy tratando de entenderlo—, murmuró como para sí
mismo. Unas líneas de consternación arrugaron su frente. —¿Un círculo
con un desnivel en el centro?
—Precisamente—. Precisamente lo que ella había interpretado, de
todos modos. Daisy tiró el bastidor encima de la mesa, haciendo crujir
inadvertidamente la hoja de chismes y atrayendo la atención de Auric de
una vergüenza... a la siguiente.
Con la misma decisión como si estuviera sentado en su propio salón,
alcanzó el papel. Con presteza, Daisy lo apartó de la mesa justo cuando sus
dedos rozaron la esquina de las hojas. —Tú no lees chismes—. Lo dejó caer

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

por encima del hombro, donde cayó al suelo con un ruidoso crujido. —Los
duques no leen hojas de escándalo.
—Y tú tienes mucha experiencia con duques, ¿verdad?— La diversión
subrayó su pregunta.
Ella no tenía mucha experiencia con ningún caballero. —Tú eres mi
único duque—, confió ella. No podía simplemente mencionar su notable
falta de experiencia con los caballeros.
Sus labios volvieron a crisparse.
Una criada se apresuró a entrar en la habitación llevando una bandeja
de plata con galletas y te, interrumpiendo lo que tenía pensado decir. La
joven depositó su carga en la mesa ante ellos, hizo una reverencia y salió de
la habitación. La criada de Daisy, Agnes, volvió a entrar y tomó asiento en
un rincón, con su propio bordado. La sirvienta era mucho más
impresionante con la aguja de lo que Daisy podría llegar a ser.
—¿Cómo está tu madre?
Ah, por supuesto. El motivo de su visita. Auric, el Duque de Crawford,
era el siempre respetuoso e infalible caballero.
—Está indispuesta—, dijo con deliberada vaguedad. Sólo Auric
comprendía realmente la profundidad de la miseria de su madre y, aun así,
no comprendía todo el alcance del dolor de la mujer. Daisy no lo atraería a
su pequeño y triste mundo. Alcanzó la tetera de porcelana y preparó una
delicada taza llena, añadiendo leche y tres terrones de azúcar. Aventuró
que él ya tenía suficiente con su pequeño y triste mundo.
Auric aceptó la frágil taza de porcelana. —Gracias—, murmuró,
tomando un sorbo.
—Bueno, adelante—. Daisy sirvió otra, también con leche y tres
terrones de azúcar. —Tras tu ausencia, debe haber una razón para tu visita.
—¿No se me permite venir?
Ella resopló. —Eres un duque. Me atrevo a decir que se te permite hacer
lo que quieras—. Para que la nueva versión de su yo más joven supiera que
estaba bromeando, Daisy siguió sus palabras con un guiño.

~*~
Daisy lo miró expectante.
Auric consideró su pregunta. ¿Por qué vengo de visita? Repetidamente. Una
y otra vez. Semana tras semana. Año tras año.

~ 15 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La verdad era que la culpa lo traía de vuelta. Era un sentimiento


poderoso que lo había mantenido en un control implacable durante siete
años y sospechaba que siempre lo haría. Egoístamente, hubo momentos en
que deseó que Daisy fuera invisible. Pero ella no lo era. Tampoco lo sería
alguna vez. No importaba cuánto lo hubiera querido. —Vamos, Daisy—,
Auric tomó un sorbo y luego dio la respuesta segura y cortés. —Disfruto de
tu compañía. Seguramente lo sabes.
Ella se atragantó con el té. —Bueno, eso llegó un poco tarde.
Él frunció el ceño, sin preocuparse particularmente por poner en tela de
juicio la veracidad de sus palabras, incluso si ella era por una joven dama
que había conocido desde que había sido un bebé llorón y balbuceante.
—Me refería a tu respuesta—, aclaró, innecesariamente. Luego, como
una institutriz que elogia a su pupilo, Daisy se inclinó y le dio una
palmadita en la rodilla. —Sin embargo, fue muy correcta y educada.
—¿Estás cuestionando mi sinceridad?— Habiéndola conocido desde
que estaba en la guardería, y siendo él un niño de ocho años, no había nada
de servilismo o simpatía en Daisy Meadows.
—Sólo un poco—, susurró y le guiñó el ojo una vez más. Luego, una
seriedad reemplazó el brillo de la alegría en sus ojos. —Deduzco que no has
venido porque todavía tienes el corazón roto por tu Lady Anne—. Lady
Anne Adamson, o mejor dicho, la antigua Lady Anne Adamson.
Recientemente casada con el pícaro Conde de Stanhope, ahora era
conocida como la Condesa de Stanhope en la sociedad educada. La joven
también era la mujer que él había elegido como futura duquesa.
—¿Un corazón roto?—, se burló. —No tengo el corazón roto—. Tenía a
la joven en alta estima. Le parecía una mujer franca que lo tendría por algo
más que su título, pero no había habido amor. Daisy le dirigió una mirada
mordaz. —A pesar de todo, ¿qué sabes tú de Lady Anne?
—Vamos, Auric—, se burló ella. —Que haya hecho mi debut hace años
y haya desaparecido de tu vida no significa que no me haya preocupado
siempre por tu felicidad—. Ante su franqueza, una punzada de
culpabilidad lo golpeó. Siempre había sido mucho mejor amiga para él de lo
que se merecía. La entrada inicial de Daisy en la sociedad se había visto
truncada por la prematura muerte de su padre. Ella y su madre se habían
sumido en el luto y sólo habían reaparecido este año.
Él se removió en su asiento, no se sentía nada cómodo discutiendo con
Daisy temas de su interés por otra mujer. Ella era... era... bueno, Daisy. —
Pensé que no leías las columnas de chismes ¿o sí?—, preguntó en un intento
de desviar la conversación de los asuntos del corazón.

~ 16 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Ah, yo dije que tú no leías las hojas de escándalo—. Ella levantó un


dedo y lo agitó. —Tú eres un duque, después de todo. Yo sólo soy una
florero soltera para la que tales actividades son perfectamente aceptables.
—Tú no eres...
—Sí, lo soy—, dijo ella simplemente, como si no le preocupara más su
estado marital que su té que se enfriaba rápidamente. —Soy una florero y
estoy muy contenta—. Tomó un sorbo.
—¿Tienes que hacer eso?—, refunfuñó, aunque no era nada ducal hacer
algo tan común como refunfuñar. Ella siempre había tenido una extraña
habilidad para terminar sus pensamientos, como él lo hacía con los de ella.
Sin embargo, era bastante desconcertante cuando esa habilidad se volvía
contra una persona.
—Sí, simplemente no hay forma de evitarlo. Me temo que tendré una
temporada tras otra hasta que...
—Me refería a terminar mis frases.
Daisy dejó su taza de té en la mesa frente a ellos y se inclinó hacia
adelante, con las palmas de las manos apoyadas en las rodillas. —Lo sé,
Auric—, susurró como si estuviera revelando un gran secreto. —Sólo
estaba bromeando. Aunque supongo que no estás acostumbrado a que la
gente bromee contigo.
Él tomó otro sorbo y pensó una vez más en la única dama que había
logrado captar su atención. Lady Anne Adamson, ahora Condesa de
Stanhope. No había nada de adulador en la dama, lo que había sido parte
del atractivo para la ahora casada.
Daisy le dio una palmadita en la mano. —Te conviene que pertenezca al
conde. No deberías casarte con una mujer que está enamorada de otro.
Un sordo rubor le calentó el cuello ante la íntima dirección por la que
ella había dirigido su conversación una vez más. Las palabras de amor y
afecto y los corazones no tenían lugar entre él y Daisy. La suya era una
cómoda amistad nacida de la conexión de sus familias y reforzada por una
pérdida que compartían. Una amistad que probablemente no existiría si
ella se enterara del papel que él había desempeñado en la muerte de su
hermano. Desde luego, ella no sonreiría y se burlaría de él como lo hacía
ahora. El dolor le acuchilló el pecho. Con un esfuerzo forzado, hizo
retroceder sus oscuros y arrepentidos pensamientos. —He aceptado la
decisión de Lady Anne—. Esa era una respuesta suficientemente vaga. Se
sintió inclinado a añadir: —Tampoco mi corazón estaba totalmente
comprometido.
Daisy dejó escapar un suspiro atribulado. —Si ése era el romanticismo
que reservabas para la dama, no es de extrañar que eligiera a otro.
~ 17 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

En lugar de responder a su provocación, preguntó: —¿Eres una


romántica ahora, Daisy Meadows? ¿Soñando con uniones por amor?
—¿Con qué debería soñar?— Ella enarcó una ceja oscura. —¿Con una
unión fría y sin emociones con un caballero que se casaría conmigo por mi
dote?
Auric se congeló y miró a la chica, Daisy, y admitió, en este momento en
el que se hablaba de corazones y encuentros amorosos y uniones, que ya no
era una chica, sino una mujer. —Siempre has sido una romántica—. Una
mujer que, con su entrada, y desaparición, y luego reaparición en la
Sociedad, estaba en su tercera Temporada, nada menos. Ella se consideraba
una florero. La miró un momento. Se fijó en el pelo oscuro y rizado que
llevaba en la cabeza, en las pecas que tenía en las mejillas y en la nariz, en
su boca demasiado grande. Singularmente diferente a las Incomparables,
nunca sería considerada una gran belleza según los rígidos estándares de la
sociedad, y sin embargo era lo suficientemente interesante como para
unirse con un caballero apropiado. —Entonces, ¿deseas amor?—, preguntó,
odiando que no fuera Lionel quien tuviera esta discusión con ella, por
muchas razones.
Auric esperaba que ella debatiera la acusación. En cambio, ella volvió a
suspirar y recogió su bastidor de bordado. —Siempre fuiste demasiado
práctico—. Hizo una pausa. —E inteligente. En efecto, tienes razón. Soy
una romántica—. Daisy miró un largo momento su bastidor de bordado y
luego volvió el ambiguo punto de aguja hacia él. —¿Realmente no puedes
decir qué es?
—Ni idea—, dijo escuetamente. A raíz de eso, surgió una posibilidad
repentina, inesperada e inoportuna. —¿Algún caballero ha captado tu
afecto?— Quienquiera que fuera el desgraciado, era indigno de ella.
Ella hizo una pausa, por el lapso de un latido. —No seas tonto.
Sus hombros se hundieron de alivio. No le importaba pensar en que
Daisy fijara su afecto en algún caballero porque eso requeriría que Auric
tomara un papel en la determinación de la idoneidad de ese hombre como
su pareja y él no veía con buenos ojos esa responsabilidad. Todavía no. Oh,
como ella había señalado, estando en sociedad por segunda vez, era
probable que necesitara encontrar una pareja pronto. Sin embargo, no era
una perspectiva que a él le gustara. Había demasiada responsabilidad que
implicaba velar por su futuro. Auric terminó su té y dejó la taza a un lado.
Sacó una cadena de su bolsillo y consultó el reloj adjunto.
—¿Tienes asuntos que atender?—, preguntó ella con una sequedad en el
tono que daba a entender que había identificado su afán por marcharse.

~ 18 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Efectivamente—, murmuró él mientras se ponía en pie. —¿Le darás


mis saludos a tu madre y le enviarás mis disculpas por no visitarla en...?
—¿Tres semanas?— Daisy se levantó en un revuelo de faldas de espuma
de mar, con aquel tonto bordado en sus manos. —Lo haré—. Con su
mirada marrón chocolate, buscó su rostro. Por un momento abrió la boca,
como si quisiera decir algo más, pero luego la cerró.
Esbozó una reverencia y se dirigió a la puerta.
—¿Auric?
Su pregunta en voz baja le hizo detenerse y se congeló en el umbral.
Echó una mirada interrogativa por encima del hombro.
Daisy cruzó las manos, una con guante y la otra sin esa prenda. Observó
sus dedos por un momento; largos, expuestos, elegantes. ¿Cómo no se había
dado cuenta de las magníficas manos que poseía? Con un fuerte
movimiento de cabeza, se concentró en las palabras de la dama. —No
tienes que sentirte obligado para con nosotras. Tienes responsabilidades.
Mi madre y yo lo sabemos—. Una presión le apretó el pecho. Ella le sostuvo
la mirada. —Lionel también lo hubiera sabido—, le aseguró ella, apretando
aún más el torniquete sin darse cuenta, dificultando la respiración.
Lo más educado y, como mínimo, caballeroso, era asegurarle a Daisy que
su visita era algo más que una visita obligada. Pero eso sería una mentira.
Su deuda con esta familia era grande. Logró asentir con una sacudida y
salió de la habitación, sintiendo el alivio familiar de cada salida de la casa
de la Marquesa de Roxbury, inundada de recuerdos.
Auric recorrió los largos pasillos alfombrados, pasando por los lienzos
de paisajes y escenas bucólicas del campo.
A pesar del alivio por haber hecho la visita de rigor, se sintió culpable.
Un nuevo sentimiento de culpa que no tenía que ver con sus fracasos la
noche en que Lionel había sido asesinado, sino con la repentina y
asombrosa verdad de que Daisy Meadows estaba en su tercera temporada,
soltera y... se estremeció, era una romántica.
Maldito infierno. La niña había crecido y él quería tener tan poco que
ver con Daisy soñando con una unión por amor, como con una calculadora
madre casamentera que tenía planes para su título. La presión era
demasiado grande para no equivocarse en lo que a ella se refiere.
Llegó al vestíbulo. El devoto mayordomo de pelo blanco del difunto
Marqués de Roxbury estaba a la espera, con la capa negra de Auric en sus
manos. —Su carruaje espera, Su Excelencia—. Había mucho que decir de
un hombre que dejaba el empleo del hombre que heredó el título y
permanecía en el personal más modesto de la marquesa y su hija.

~ 19 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Gracias, Frederick—, murmuró al sirviente que conocía desde su


infancia.
El hombre inclinó la cabeza mientras Auric se encogía de hombros
dentro de su capa y entonces Auric vaciló. Como duque, necesitaba la
ayuda de muy pocos. No solía hacer preguntas a los sirvientes,
especialmente a los de otras personas, y sin embargo, éste era el
mayordomo que había demostrado discreción con todos los planes de él y
Lionel a lo largo de los años. Un hombre que había rechazado el puesto de
mayordomo del nuevo Marqués de Roxbury tras la muerte del otro hombre
y que había permanecido leal a Daisy y a su madre. —Dime, Frederick,
¿hay...— Se sacudió una pelusa imaginaria de la manga. —¿Ha captado
cierto caballero las atenciones de Lady Daisy?
—¿Perdón, Su Excelencia?
—Un caballero—. Hizo ademán de ajustarse la capa. —¿Más
particularmente un caballero indigno del que usted—, yo, —se preocuparía
en lo que respecta a la dama?— Un caballero con intenciones deshonrosas,
tal vez, o uno de esos canallas tras su dote, que se aprovecharía de sus
caprichosas esperanzas de amor. Se apretó las manos queriendo acabar con
aquel desalmado sin rostro, sin nombre y todavía, por ahora, ficticio.
Frederick bajó la voz. —No hay un caballero indigno, Su Excelencia.
No.
Auric soltó un suspiro mientras el viejo sirviente se apresuraba a abrir la
puerta. Pero mientras bajaba el puñado de escalones hacia el carruaje que le
esperaba, volvió a mirar la puerta cerrada, con el ceño fruncido cuando las
palabras del mayordomo se hicieron notar en su anterior alivio.
No hay un caballero indigno... No. No hay ningún caballero que haya capturado el
afecto de la dama.
Eso sugería que había, de hecho, un caballero. Y Daisy, con sus tontos
sentimientos románticos, requería una mirada más cuidadosa. —Maldito
infierno—, murmuró mientras subía a su carruaje. Tenía una obligación
con Lionel, y con Daisy, la hermana de su amigo.
Lo deseara o no.

~ 20 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 2
Sentada en el borde del salón de baile de Lady Harrison, Daisy
jugueteaba con sus faldas. Las parejas pasaban en una explosión de
coloridos vestidos de raso. Miraba a los bailarines con anhelo y golpeaba
sus zapatillas sin hacer ruido al ritmo del uno-dos-tres del vals.
...no importa que seas una horrible bailarina. Cuando amas algo lo suficiente como tú
lo haces, resultará. Ahora concéntrate. Uno-dos-tres. Uno-dos-tres...
Las suaves palabras de reprimenda pronunciadas hace tiempo
susurraron en su memoria con tanta fuerza que miró a su alrededor, casi
esperando que su hermano estuviera allí, firme, apoyándola, y a su lado
como siempre había estado. Por desgracia, las delicadas sillas junto a la
suya permanecían convenientemente vacías. El doloroso agujero que
quedaría para siempre en su corazón palpitaba y se frotaba el pecho. Buscó
a un caballero en particular cuya presencia tranquilizadora siempre hacía
retroceder la agonía de echar de menos a Lionel. Desgraciadamente, todas
las demás jóvenes no casadas esperaban sin aliento la rumoreada llegada
del Duque de Crawford. Sin embargo, con la rapidez con la que había
emprendido la huida aquella tarde, como si su casa estuviera en llamas y él
estuviera empeñado en sobrevivir, Daisy estaba segura de que ella era, de
hecho, la última persona a la que él quería ver.
Se recostó en su asiento y suspiró. A pesar de lo molesto que resultaba
ser invisible, había ciertas ventajas. Se tocó el cuello desnudo con los dedos
enguantados, ya que la tonta idea que había arraigado a primera hora de la
tarde había crecido. El colgante. Necesitaba un collar. No, no cualquier
collar, sino aquel que se susurraba que llevaban la Condesa de Stanhope y
la mujer que tenía delante: la hermana gemela de la condesa.
Ambas desconocidas para Daisy. Ella se puso de pie lentamente,
cambiando su mirada hacia su madre enfrascada en la conversación. Con
los ojos en blanco, moviendo los labios, la marquesa era su habitual cáscara
vacía y ciertamente no notaría si su hija invisible hiciera algo tan
escandaloso como escabullirse del salón de baile. Sola. Sin compañía.
Tampoco le importaría si notara una aberración tan chocante con respecto a
la personalidad predecible de Daisy.
Desde el otro lado de la sala, un destello de faldas de color naranja
intenso resaltó en medio del mar de blanco y marfil. El corazón de Daisy se
aceleró cuando la encantadora mujer rubia dorada echó una mirada casi
escrutadora a su alrededor y luego abandonó el salón de baile.

~ 21 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Antes de que su valor la abandonara, Daisy bordeó la pista de baile y se


escabulló de la aglomeración del evento anual de Lady Harrison. Con sus
pasos silenciosos sobre el suelo alfombrado, se escabulló por el pasillo de su
anfitriona. Fijó su mirada en las faldas de satén naranja intenso que
desaparecían por el pasillo y aceleró su paso, detestando sus piernas más
bien cortas que tendían a complicar todo el asunto de las prisas. Daisy llegó
al final del pasillo y se giró a tiempo para ver cómo su objetivo se introducía
en el invernadero de su anfitrión.
Una dama que se escabulle en el invernadero de su anfitrión no puede
hacer nada bueno. Alargó su paso y se abrió paso por el pasillo. Entonces,
las mujeres casadas gozaban de mucha más libertad. Daisy, por el contrario,
coqueteaba con la ruina a escondidas en la opulenta casa de su anfitrión.
Se detuvo frente a la habitación y asomó la cabeza al interior. La joven
de pálidos rizos dorados estaba sentada en un banco examinando un
dobladillo roto. Delgada, rubia, de ojos azules y piel impecable, la belleza
representaba todo lo que la regordeta y pecosa Daisy, con su pelo castaño y
liso, nunca sería. Había aceptado su falta de singularidad entre los
diamantes de la primera agua. Sin embargo, en este instante, en este mismo
momento, cambiaría sus dos dedos más pequeños por una pizca de la
perfecta belleza inglesa que poseía la joven.
—Maldición y doble maldición—, murmuró la mujer.
Daisy hizo una pausa. Porque con esa sola maldición, eliminó el aire de
perfección que Daisy le había atribuido a la dama y la hizo humana, y más...
accesible. Ella se aclaró la garganta. —¿Milady?
Lady Stanhope chilló. El banco debajo de ella se inclinó precariamente
hacia atrás y, por un horrible e infinitesimal momento que se extendió
hasta la eternidad, Daisy sospechó que la mujer se caería hacia atrás.
Luego, milagrosamente, el banco se tambaleó hacia delante y se
enderezó.
Llena de horror, Daisy se apresuró. —Oh, milady, perdóneme—. El calor
mortificado ardía en sus mejillas. Casi había volcado a la encantadora
condesa. Acostumbrada a la fría rigidez de otras mujeres de la alta
sociedad, Daisy se preparó anticipando una reprimenda mordaz.
En cambio, ella recibió una sonrisa. —Oh, no se preocupe—. La joven
recién casada agitó una mano —Ciertamente no habría sido la primera vez
que me cayera.
Había pasado la mayor parte de tres semanas resentida con esta
mujer. Daisy quería odiarla, quería despreciarla por tener todo lo que Daisy
alguna vez deseó. Pero ella no pudo. No con su sonrisa y humildad. —Es
amable de su parte decir eso, milady—, dijo pragmáticamente. —Pero fue

~ 22 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

completamente mi culpa—. Siempre había tenido una desafortunada


tendencia a tirar objetos. Parecería que ahora agregaría personas a ese
hábito bastante molesto.
—En absoluto—, le aseguró Lady Stanhope. Hizo un gesto hacia su
dobladillo deshilachado. —Me rasgué el vestido y busqué un momento de
privacidad—. Un bonito sonrojo manchó sus mejillas y Daisy no sabía nada
sobre encuentros robados y reuniones clandestinas, pero sabía que la
condesa esperaba a alguien.
La envidia, oscura y fea, se retorcía en el interior de Daisy, al considerar
con quién se había acordado la condesa para reunirse. Seguramente el
correcto y educado Duque de Crawford no se entretenía con damas
casadas, ¿verdad? Excepto que en el borde de ese pensamiento estaba la fea
idea de que él anduviera con cualquier mujer. Los celos le hicieron un
doloroso nudo en el estómago y se llevó las manos a la cintura en un intento
de amortiguar la sensación. —Milady—, dijo. —Soy Lady Daisy
Meadows—. Un nombre horrible. No podría haber recibido un nombre
ligero y femenino como Anne o un nombre regio y majestuoso como
Katherine.
La sonrisa de la condesa se amplió, la calidez de la misma brilló en sus
ojos azules. Azules. No marrones. —Por favor, no hace falta tanta
formalidad. Es sólo Anne.
Una mujer de su belleza, con su tono ronco y melódico, nunca podría ser
cualquier cosa. Lo que la llevó de nuevo al asunto de este intercambio
orquestado. Para calmar sus temblorosos dedos, Daisy alisó las palmas de
las manos sobre sus pálidas faldas amarillas. —Milady... Anne—, enmendó.
Respiró profundamente y miró a su alrededor. Cuando volvió a centrar su
atención en la condesa, encontró a la otra mujer estudiándola, con la cabeza
ligeramente inclinada.
—¿Hay algo en lo que pueda ayudarla, Lady Daisy?
—Daisy—, corrigió ella. —Por favor, sólo Daisy—. Ninguna otra dama,
desde luego ninguna conocida de Daisy, le ofrecería ayuda con tanta
sinceridad. Lo que hizo más fácil continuar. —He oído hablar de un
collar—, dijo en voz baja. Incluso cuando las palabras salieron de su boca,
la tontería inherente a la creencia en tal talismán la golpeó.
Lady Stanhope la miró sin pestañear. —¿Un collar?— La pregunta llegó
vacilante.
Daisy asintió. Se tocó el cuello. —Un colgante de corazón, para ser
exactos. He oído que lo han llevado tú y tu hermana y... y otras. Que quien
lleve ese colgante poseerá el corazón de un duque—. En cuanto las palabras
salieron de su boca, se mordió el interior de la mejilla. La fría practicidad
volvió a asomar la cabeza y la vergüenza tanto de su atrevimiento como de
~ 23 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

su insensatez al creer en objetos encantados. —Er, perdóname—, dijo


apresuradamente. —Yo...— soy una tonta. Se dio la vuelta para irse.
—Espera—, la exclamación de la mujer detuvo su movimiento.
Daisy se obligó a mover las piernas y volvió a mirar lentamente a Lady
Anne. Una dolorosa vergüenza recorrió su ser. Le enroscó los dedos de los
pies y le quemó las mejillas.
—Oh—, dijo la condesa. Una sonrisa se dibujó en sus labios en forma de
arco. —Has oído hablar del colgante.
Un estremecimiento de esperanza hizo retroceder toda la vergüenza
anterior. —Es verdad, entonces—. Las palabras se le escaparon en un
susurro. Hacía tiempo que había aprendido que todos los cuentos que
difunden los chismosos sólo contienen una mínima parte de verdad, si es
que tienen alguna, y había sospechado que la leyenda del corazón no era
más que un chisme de tontos.
Lady Stanhope se puso de pie y se acercó a la enorme mesa de trabajo,
llena de peonías rosas y rosas carmesí, y dos copas llenas hasta el borde de
burbujeante champán. El fragante aroma de la primavera flotaba en el
invernadero de cristal, en contraposición con el fresco de la intempestiva
noche de finales de primavera. —Es verdad.
La esperanza se encendió en el pecho de Daisy. —Lo sabía—, susurró,
más para sí misma. Hacía siete años que había dejado de creer en la magia y
el destino, pero en esto, en esto se atrevía a tener esperanza. Porque la
emoción, aunque enterrada, de alguna manera empujaba una parte de su
corazón, recordándole que aún habitaba dentro de ella. Real y... allí.
Aunque se lo negara a sí misma. —¿Puedo...?— Daisy se humedeció los
labios, sofocando la pregunta que ansiaba hacer. No era más que una
extraña para esta mujer y no tenía derecho a pedir ese favor tan
horriblemente íntimo. La mujer la miró con ánimo y, antes de que el valor la
abandonara, soltó: —Te estaría eternamente agradecida si estuvieras
dispuesta a compartir tu collar conmigo—. Se estremeció al ver lo patético
que resultaba esa súplica. Desesperada. Sin esperanza. Una dama dispuesta
a humillarse ante una desconocida por el sueño de la mano de cierto
caballero.
La condesa la estudió un largo rato, con la cabeza inclinada hacia un
lado, como si examinara una rareza recién desenterrada. Entonces, un lento
amanecer de comprensión iluminó los ojos de la mujer. —Oh, tú deseas el
corazón de un duque.
—¡No!— La exclamación rebotó burlonamente en las ventanas de
cristal. Otra oleada de calor abofeteó sus mejillas. —No—, dijo ella, esta
vez con un tono mucho más firme. Pero eso no era del todo cierto. —Bueno,

~ 24 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

sí—. Daisy apretó los labios, mirando la puerta de cristal que daba al jardín
cerrado del Marqués de Harrison y contempló momentáneamente la
posibilidad de escapar. —No en sí. Más bien...— Porque, la verdad era que
ella no quería el corazón de cualquier duque.
Ella quería el corazón de Auric. Lo quería, aunque él aún la viera como
nada más que la hermana de Lionel. Lo deseaba incluso cuando se había
abierto paso a trompicones en no sólo una, sino casi tres temporadas
londinenses, con el siempre cortés Auric visitándola o acompañándola en
los bailes de rigor, pero nunca en un vals.
—¿Daisy?
La suave insistencia la sacó de sus lamentables cavilaciones. —
Perdóname—, murmuró. —Estaba distraída—. Había sido lo
suficientemente valiente como para humillarse hasta ahora orquestando
esta reunión. Daisy cuadró los hombros y siguió adelante. —Necesito el
colgante, milady—. El legendario collar representaba el último resquicio de
inocencia y esperanza: la esperanza de Auric, y más aún, la esperanza de
Daisy para ellos.
—Oh, Daisy—. La expresión de la condesa se llenó de compasión. —Lo
siento mucho.
¡No! Ella no quería las palabras que sabía que vendrían. Ella quería su
esperanza y su trozo de magia y sabiduría gitana. Su vida estaba llena de
suficientes verdades tristes.
—Después de casarme con Lord Stanhope, no necesité más el colgante.
Reclamé el corazón del único hombre que había deseado y le di el collar a
otra joven—. La esperanza volvió a brotar en su pecho. La condesa sabía
quién poseía el colgante del corazón: —Lady Imogen se ha casado—. La
mente de Daisy se aceleró. Tenía un nombre. Un brillo iluminó los ojos de
Lady Stanhope. —No con un duque, pero encontró el amor, que es lo que
más importa—. Todo lo que Daisy debía hacer era acercarse a Lady Imogen
y humillarse ante otra desconocida. Auric valía el sacrificio. —Desde
entonces la hemos devuelto al cuidado de su legítimo dueño.
El corazón de Daisy se hundió. Por supuesto, Lady Stanhope, recién
casada, y su hermana gemela, la Duquesa de Bainbridge, poseían lo que
todas las jóvenes se atrevían a soñar: un matrimonio feliz y amoroso; trozos
de cuentos de hadas en los que Daisy había dejado de creer.
Sólo que ahora, con la verdad de lo cerca que había estado de poseer ese
colgante, se enfrentaba de nuevo a la burlona verdad de su propia estupidez
por esperar y creer en cuentos de hadas y perseguir el arco iris cuando la
vida ya le había mostrado la penumbra de la lluvia. Tragó saliva.
Desapareció. Había perdido su única esperanza. Su única oportunidad.

~ 25 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy bajó la mirada al suelo, haciendo una cortés reverencia. —Perdone


que la haya importunado, milady—. La emoción se le atascó en la garganta
al enfrentarse una vez más a la desagradable posibilidad de saber qué
compañía esperaba ahora la condesa. Tosió en su mano. —Le permitiré su
privacidad—, repitió. Se dio la vuelta para irse.
—Daisy.
Se congeló y volvió a mirar a Lady Stanhope de forma interrogativa.
—Cuando descubrí la existencia del colgante Corazón de Duque, creí
que me traería el corazón de un duque.
Y así fue. Aunque la tonta había elegido a otro en lugar del Duque de
Crawford, Lady Stanhope se había ganado el corazón de Auric. —¿No es
así, milady?—, preguntó en voz baja. —Los periódicos afirmaban que
Aur...— Ella encorvó los dedos de los pies de vergüenza ante aquella
revelación tan contundente. —El Duque de Crawford—, enmendó, —le hizo
una oferta—. Daisy lo sabía. Lo sabía porque se había azotado a sí misma
con cada palabra tortuosa en las hojas de escándalo. Lo sabía porque había
observado a Auric mientras cortejaba públicamente a la belleza dorada. Un
dolor como una aguja le punzó el corazón.
La comprensión brilló en los ojos de la mujer. —Él te importa.
—No—, dijo ella rápidamente. Porque él no le importaba realmente. Ella
lo amaba. Y el amor, ese sentimiento profundo, duradero, retorcido y
doloroso que causaba estragos en los pensamientos de uno, era mucho más
grande que el mero hecho de que le importara una persona. —Lo conozco
de toda la vida—, murmuró en el silencio condenatorio. Y lo amaba desde el
picnic en la casa de campo de sus padres, cuando él le había prometido
hacerla su duquesa y le había salvado los dedos de ser quemados. Daisy
apartó la mirada, incapaz de desvelar sus mayores esperanzas y deseos a
esta mujer. Nadie sabía de su amor por Auric. Sobre todo porque Daisy
Meadows había dejado de existir durante los últimos siete años, desde la
muerte de su hermano Lionel.
Anne reclamó sus dedos y se sobresaltó ante aquel inesperado
atrevimiento. —Sabes, el colgante que llevaba mi hermana mayor, Aldora,
se perdió. Se lo devolvieron a la gitana que se lo confió a ella y a sus amigas.
No, no había sabido que la pieza había salido del cuidado de las
hermanas Adamson, hasta ahora.
—Siempre llega a manos de la dama que lo necesita, Daisy—. Una
sonrisa melancólica tiró de los labios de Anne. —Para mí, el colgante
representaba—, su mirada adquirió una cualidad lejana. —Bueno,
representaba mucho para mí. Cuando descubrí que había desaparecido, me
comprometí a encontrarlo. Arrastré a mi hermana Katherine a la Feria

~ 26 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Frost para buscarlo—. La Feria Frost. Ese tonto evento celebrado en el


Támesis congelado hace casi dos inviernos. Anne se rió, con un sonido claro
como el de las campanas. —Todo por la palabra de una gitana y una
doncella que indicaron que allí se podía encontrar—. Atravesó a Daisy con
su mirada. —¿Sabes por qué te cuento esto?
Daisy negó con la cabeza. La otra mujer hablaba con una esperanza y un
optimismo que Daisy no había conocido en siete años. Una puñalada de
envidia la golpeó por razones totalmente diferentes.
—Verás, Daisy, yo quería ese collar con mucha desesperación. No estaba
dispuesta a renunciar a mis esperanzas sólo por el inconveniente de no
poder encontrarlo. Me puse a buscarlo—. Su sonrisa se amplió. —Por
supuesto, Katherine lo descubrió en la Feria Frost.
Toda la sociedad conocía la romántica historia. Un duque con el
corazón roto rescató a la entonces Lady Katherine Adamson del Támesis
congelado y ahora tenían un gran amor, del tipo que hacía suspirar de
envidia a las debutantes y a las viudas.
—A veces, Daisy—, dijo la mujer, interrumpiendo sus pensamientos. —
A veces tendrás que buscar más o esforzarte más, pero si lo haces, al final
encontrarás el corazón de un duque.
Cuando amas algo lo suficiente como tú lo haces, resultará. Un viento fresco
golpeó las ventanas. Daisy cruzó los brazos sobre el pecho y se frotó,
mientras la voz de Lionel resonaba en su mente.
Unos pasos sonaron en el vestíbulo y, al unísono, dirigieron sus miradas
hacia la entrada del invernadero de lord Harrison. Un caballero alto y de
pelo dorado entró.
—Hola, am...— Las palabras del Conde de Stanhope se interrumpieron
mientras movía su mirada entre su esposa y Daisy.
Era el Conde de Stanhope. Una respiración vertiginosa llenó el pecho de
Daisy, amenazando con levantarla y sacarla de la habitación con la brusca
brisa que golpeaba los cristales del invernadero. Era el esposo de la dama.
La condesa se había escapado del salón de baile para encontrarse con su
esposo. No con Auric. Sino con su propio marido.
Sintiéndose de repente como la peor de las intrusas, Daisy hizo una
reverencia. —Perdónenme—, murmuró. Debería estar debidamente
escandalizada por haber interrumpido el interludio robado entre dos
amantes. Pero el alivio no le permitía sentir nada más.
Anne extendió una mano. Daisy se sobresaltó cuando la condesa le tomó
los dedos. —La mujer a la que se lo devolvimos es una vieja gitana llamada
Bunică. No puedo decirte dónde estará—. La condesa apretó las manos de
Daisy. —Pero si tiene que ser así, la encontrarás.
~ 27 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La frustración se enfrentó a la esperanza. La gitana, Bunică, había sido


encontrada en el corazón del Támesis helado, por las calles de Gipsy Hill, la
campiña inglesa. La mujer bien podría estar en cualquier parte. Daisy
cuadró los hombros. Y sin embargo, el corazón estaba allí. Había sido
entregado a la mujer, Bunică, después de ver a más de tres damas casadas y,
lo que es más importante, enamoradas. Una lenta sonrisa torció los labios
de Daisy. Lady Stanhope tenía, en efecto, razón. Algunas jóvenes, bueno, las
afortunadas, encontraban el amor sin el beneficio de chucherías y
talismanes. Las otras, las Daisy Meadows del mundo, con sus nombres
ridículos y sus mejillas pecosas, tenían que buscar más y esforzarse más por
la felicidad, por el caballero que las amara. Algunos hombres merecían ser
buscados, y Auric era uno de ellos.
Incluso si hubiera sido un absoluto imbécil a través de los años. No
todos los años. Solo siete de ellos. Los siete más importantes. —Muchas
gracias, milady—, dijo Daisy suavemente. Ella hizo otra reverencia, corrió
hacia la puerta y luego se detuvo un momento al lado del guapo conde.
Realizó una reverencia y se hizo a un lado, pero Daisy se detuvo en la
puerta y se dio la vuelta. —¿Milady?
—¿Si?
—Es muy afortunada.
El brillo de felicidad en los ojos de la mujer indicaba que ella también lo
sabía. —Y tú también lo serás.
Después de haber robado suficiente tiempo de la pareja, Daisy se deslizó
del invernadero y cerró la puerta detrás de ella. Comenzó a caminar por el
largo pasillo, volviendo sobre sus pasos hacia el ruidoso salón de baile
abarrotado. A medida que cada paso la acercaba, los hilos del vals de la
orquesta y las risas de los invitados de Lady Harrison crecían cada vez más
en volumen.
Daisy se detuvo al borde de la entrada del salón de baile y examinó a las
parejas que giraban, bañadas por el suave resplandor del candelabro
encendido con velas. Se apoyó contra la columna y observó las sonrisas sin
adulterar, las risas exultantes. ¿Alguna vez había sido ella tan
feliz? Dejando de lado la melancolía familiar, examinó el pasillo. Daisy
buscó y luego encontró a su madre mirando tristemente a los bailarines.
En ese momento, un zumbido llenó el salón de baile como un millón de
abejas en enjambre. Daisy siguió las miradas y los susurros rabiosos y se
quedó quieta.
Auric estaba en la entrada del salón de baile. Su corazón se aceleró al ver
su ancha y poderosa figura, que se alzaba sobre la abarrotada sala; un rey
entre simples mortales. Y deseó poder apartar la mirada, deseó ser diferente

~ 28 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

a todas las demás jóvenes esperanzadas e igualmente sin esperanzas


presentes. Por desgracia, había perdido su corazón por él desde el
principio. Los susurros se convirtieron en murmullos de madres ansiosas y
desesperadas por emparejar a sus hijas con el poderoso duque, que había
demostrado con su cortejo a Lady Stanhope que, de hecho, estaba
buscando esposa.
—Él está aquí. Pon una cara bonita, querida—, le susurró una ansiosa
madre a su hija de pelo dorado, recién en su primera temporada.
La joven hinchó el pecho e inclinó la barbilla hacia arriba en un intento
de captar la atención de Auric.
Daisy resistió el impulso de dirigir su mirada al techo. No es que nadie
se hubiera dado cuenta si, de hecho, ella estuviera apuntando su mirada a
cualquier parte, o estuviera saltando en un pie, o girando en un círculo. Y
menos aún, Auric. Sólo ella parecía sospechar la verdad. El Duque de
Crawford no sólo estaba en el mercado buscando esposa. Estaba en el
mercado buscando una esposa en particular. Dos cosas muy diferentes.
Había elegido a Lady Stanhope y, tras el encuentro de Daisy con la mujer en
el invernadero, no podía culparle por la sabia decisión.
Se sentó junto a la columna blanca Scamozzi y aprovechó el momento
para estudiarlo. Con qué facilidad se movía entre la multitud de invitados,
con una gracia despreocupada que la mayoría de los hombres se esforzaban
por emular y nunca esperaban dominar. Los caballeros hacían reverencias
profundas y deferentes. Las damas bajaban la mirada y se llevaban una
mano a sus seguramente agitados corazones.
Mientras que otras damas querían a Auric por su título, a Daisy le
importaba un bledo el título de duquesa. Ella quería que él fuera el hombre
que una vez había conocido. Quería a ese hombre, que había rescatado a
una chica que necesitaba ser rescatada con frecuencia. Sin embargo, tras la
muerte de Lionel, Auric se había convertido en una figura rígida y sombría.
La alta sociedad, que no lo conocía de verdad, atribuía su austeridad al
título de duque. Ella sabía la verdad. Había cambiado para siempre por la
pérdida que ambos habían sufrido. Ahora, Auric era el que necesitaba
desesperadamente ser salvado y la tonta de Daisy, por supuesto, se había
propuesto ser esa persona. Lo quisiera o no.
Auric se detuvo junto al anfitrión y la anfitriona. Sus duros labios se
movieron, las palabras se perdieron en la distancia entre ellos. Ella buscó
un indicio del joven sonriente que había sido una vez. Los años habían
añadido profundidad y fuerza a sus rasgos y a su figura. Los planos ásperos
y angulosos de su rostro, la nariz aguileña, bien podrían haber sido
cincelados en piedra. Su pelo castaño, recortado a la moda y con una ligera
tendencia a rizarse, tenía el mismo tono castaño que antes ella envidiaba.

~ 29 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Había desaparecido la complexión delgada y ceñida, sustituida por una


musculatura imponente. Se movió y la tela negra de su abrigo de noche se
estiró sobre el músculo tenso de sus tríceps. Su corazón se aceleró.
¿Por qué no podía ser uno de esos viejos duques con monóculo? Sería
mucho más fácil odiarlo a él, el hombre educado y remoto que ella apenas
reconocía.
Como si sintiera su mirada sobre él, se puso rígido. Con su mirada fría y
distante, recorrió el salón de baile. El brillo distante de sus ojos denotaba
su aburrimiento por los insignificantes entretenimientos. Entonces su
mirada chocó con la de Daisy. El fantasma de una sonrisa jugó en los labios
de Auric y su corazón se aceleró. Ella le devolvió la sonrisa. Justo en ese
momento, su anfitrión y su anfitriona dijeron algo a su venerado invitado
que desvió su atención de Daisy. La dura máscara volvía a estar firmemente
en su sitio. ¿Acaso se había imaginado el ligero ablandamiento cuando él la
encontró entre la multitud?
Tal vez aquellos años de risas y bromas que recordaba haber pasado con
él y Lionel habían sido meras conjeturas de una niña solitaria y triste.
Excepto que había habido una sonrisa. Aunque débil y rápida, había sido, al
menos, real. Aunque la lógica y el decoro le decían que mirara hacia otro
lado y le permitiera continuar como lo hacía en esas rígidas y estiradas
veladas, ella captó su mirada a través de las cabezas de los bailarines que
giraban y le guiñó el ojo dos veces, en rápida sucesión, su silencioso y tácito
secreto compartido entre ellos.
Él vaciló un momento. Su mirada se detuvo en la parte superior de su
cabeza y luego apartó la vista.
La vergüenza le abofeteó las mejillas. Desde luego, uno tendría que
fijarse en Daisy Meadows para haber reconocido que la dama había
recibido el corte de forma directa. Por Auric. Y la Sociedad no prestaba
demasiada atención a la florero en el estante. Cruzó los brazos sobre el
pecho y apretó la boca en una línea amotinada. Él pensaba ignorarla.
Evitarla como si él no hubiera estirado sus rizos cuando no era más que una
niña y le hubiera prometido hacerla su duquesa. Es cierto que sólo tenía
once años. Pero una promesa es una promesa.
Con determinación en su andar, comenzó a cruzar el salón de baile.
Auric podría verla como nada más que la hermana menor de Lionel, pero
debería tener cuidado. Porque ella tenía la intención de conseguir ese
maldito colgante, y por Dios, cuando lo hiciera, iba a tener su maldito
corazón.

~ 30 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 3
Cristo. Ella le había guiñado un ojo dos veces.
Habían pasado... la mente de Auric se aceleró... unos siete años desde
que ninguno de los dos se había guiñado el ojo. Tanto tiempo, de hecho,
que casi había olvidado ese código secreto que sólo ellos dos conocían.
—Debes guiñar el ojo una vez si lo estás pasando de maravilla.
Daisy, de doce años, había resoplado. —¿Y qué pasa si lo estoy pasando
horriblemente mal?—
Él le pellizcó la nariz. —Dos guiños.
No lo recordaba, hasta este mismo momento.
Auric recuperó una copa de champán de un sirviente con librea y la
llevó a la esquina más alejada del salón de baile. O, para ser más precisos, al
rincón más alejado de la joven pecosa y regordeta que todavía lo miraba
abiertamente. Él fulminó con la mirada el contenido de su vaso. No mires. No
mires. No mires.
Había tenido mucho cuidado en relegar a Lady Daisy Meadows y su
nombre floral al papel de niña que no crecía y, sin embargo, en cada baile,
cena o velada que asistía donde ella estaba presente, recibía la burla de la
verdad de que ya no era una niña. Toda la inocencia que una vez habían
conocido, la facilidad en la compañía del otro se había hecho añicos. No.
Verla sólo le recordaba sus mayores fallos hacia un amigo al que había
querido como a un hermano.
Verla nunca dejaba de acribillarlo de culpa y pesar por todos sus
pecados, por todo lo que no había hecho. Con demasiada frecuencia, ella
permanecía olvidada al margen del pasillo y él tenía que abrirse paso entre
la multitud y ofrecerle su brazo, en un intento por borrar la tristeza
frecuente que cubría su rostro.
Auric gruñó y dio un largo trago a su champán, y dejó de lado los
pensamientos sobre Daisy. En su lugar, se centró en el propósito de su
asistencia esta noche. Práctico y largamente guiado por la lógica, había
llegado el momento de cumplir con su deber requerido por el título.
Necesitaba una esposa, un heredero y un repuesto. Esa lección le había sido
inculcada desde muy temprano por sus padres, tutores y la Sociedad. Con
ese propósito en mente, observo a la multitud, evitando deliberadamente la
vista de una cierta señorita traviesa con sus labios en forma de arco. La
única dama en todo el abarrotado salón que se atrevió a fruncirle el ceño. El

~ 31 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

resto de las damas con vocación matrimonial mostraban sonrisas


practicadas y agitaban las pestañas cuando él las miraba. Todas ellas con
una única aspiración: convertirse en su duquesa. A pesar de toda su
practicidad en estos años, aspiraba a ser visto como algo más que un duque.
Bebió otro sorbo de champán y frunció el ceño sobre el borde de la copa. Y
se fijó en su duquesa perfecta, Lady Anne Adamson, ahora Condesa de
Stanhope. Rubia, con amplias caderas y una encantadora voz de cantante, y
totalmente poco impresionada por su título, habría sido una buena esposa para
él. Ella, sin embargo, había ido y aceptado tontamente la oferta del Conde
de Stanhope por encima de su oferta claramente superior y más ventajosa.
Lo que lo había empujado de nuevo al mercado matrimonial, en busca de
una duquesa alternativa.
Y no había una sola dama que le llamara la atención desde entonces.
Como resultado, había reanudado su búsqueda de una esposa con un vigor
renovado y expectativas muy específicas. Tendría que ser al menos
pasablemente bonita, refinada, una señorita inglesa adecuada. Lo que no
necesitaba era una descarada problemática, que necesitara ser rescatada
con frecuencia, con demasiadas pecas y con el ceño constantemente
fruncido. Hacía tiempo que había renunciado a las descaradas
problemáticas con pecas. Sin embargo, ella no siempre había fruncido el
ceño. Hace mucho tiempo, siempre había tenido una sonrisa para Auric.
Él sabía lo que había matado la inocencia de la niña. A través de su
negligencia e influencia, él era el culpable. Verla era siempre como un
latigazo de culpabilidad aplicado a su piel. Auric bebió el contenido de su
copa y acunó el vaso vacío. Un sirviente se apresuró a relevarlo de la flauta
de cristal.
Sin darse cuenta, la mirada de Auric se dirigió de nuevo a la alta
columna junto a la que se encontraba Daisy. Apartó la mirada. Un ceño
fruncido se formó en sus labios. Además, ¿qué hacía una joven soltera sola,
sin acompañante? ¿Dónde estaba la madre de la joven, que era muy correcta?
Entonces su mirada se posó en la sombría Marquesa de Roxbury. La otrora
vivaz mujer, amiga cercana de sus difuntos padres, era ahora una mera
cáscara de la persona que había sido antes de la muerte de su hijo, el
heredero del difunto marqués.
Un fuerte zumbido llenó sus oídos mientras el rostro sonriente de
Lionel revoloteaba en su mente. Auric tomó otra copa de champán y dio un
largo trago, tratando de alejar el recuerdo de su amigo. Dirigió su atención
hacia donde debía residir -encontrar a su duquesa porque la idea de eso no
le quitaba el aliento de los pulmones y martillaba su mente con la culpa...
—Su Excelencia.

~ 32 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Maldito infierno—. Se le escapó una maldición sorprendida ante la


inesperada aparición de la sigilosa Daisy.
Ella amplió los ojos. —¿Acaba de maldecir?
—¿He maldecido?—, repitió sin comprender. Él no era nada si no
controlado. De hecho, se enorgullecía de su capacidad para no dejarse llevar
por las emociones desde aquella noche de hace siete años. —No sé qué es lo
que...— El brillo de sus ojos marrones lo llamaba mentiroso cuando sus
palabras no lo hacían. Una sonrisa tiró de sus labios en las esquinas. —
Lady Daisy Meadows—. La dama que se negaba a permanecer enterrada en
las cámaras propias de su mente. —Imaginé que sabría que es impropio
hablar sin presentación.
Ella resopló. —Me atrevo a decir que maldecir en el baile de Lady
Harrison es mucho más inapropiado—. Daisy movió las cejas. —Incluso
para un duque, sospecho—. Su sonrisa se amplió. —Y teniendo en cuenta
la larga conexión de nuestras familias, se me permite un mero hola.
Realmente no necesitaba provocarla. Eso simplemente alentaba su
insolencia. —No hubo ninguno—. Por desgracia, siempre había sido un
desastre en lo que respecta a Daisy.
Ella inclinó la cabeza.
—Un mero hola—, señaló él. —Usted emitió un simple 'Su Excelencia',
sin reverencia—. Ella había sido la única mujer en el curso de su vida que se
había sentido más molesta con su título que impresionada. Sus palabras
provocadoras tuvieron el efecto deseado.
Ella juntó las cejas en una sola línea —¿Perdón?
—Una reverencia, milady—. Le hizo un gesto hacia las piernas. Ese
gesto descortés era una libertad más que se le permitía como duque. —Una
expresión general que se practica en un saludo cortés—. Hizo una pausa,
alargando el momento. —Y está perdonada.
Daisy abrió la boca para probablemente lanzar un reproche punzante
que le chamuscara los oídos y él parpadeó una vez, obligándola a guardar
silencio. Ella se rascó la frente arrugada. ¿De verdad creía que él había
olvidado el lenguaje secreto y tácito que sólo ellos compartían? No estaba
dispuesto a usarlo, pero recordaba todo y cualquier cosa cuando se trataba
de Daisy. Ella había sido la hermana que nunca tuvo.
Luego ella hizo un movimiento de sus rizos castaños, con el conocido
brillo de sus ojos. —Ah, sí, la reverencia—. Se golpeó los dedos contra la
frente. —Cómo podría olvidarlo, la siempre importante reverencia que
suele ir precedida de una inclinación cortés—. Habría que no tener oído para
no notar el fuerte sarcasmo que subrayaba su sutil advertencia. Su Daisy
siempre tuvo un espíritu indomable. Recordó su anterior afirmación de ser
~ 33 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

una florero. Qué extraño que ni un solo caballero inglés tuviera el sentido
común de apreciar a la dama. Tontos, todos ellos.
Lo que le recordó su propio propósito de estar aquí esta noche. Con no
poca reticencia, dejó de lado el fácil intercambio con ella y volvió a dirigir
su atención a la pista de baile, renovando su búsqueda de una duquesa.
Daisy se aclaró la garganta.
Seguramente no era una tarea tan difícil encontrar una duquesa
adecuada.
Ella tosió.
Ciertamente, no había escasez de mujeres clamando por el venerado
papel.
Daisy volvió a toser.
Con la excepción de Lady Stanhope, que lo había rechazado por el
Conde de...
—Dije, 'ejem'.
Por el amor de todo lo sagrado. —¿Tiene algo en la garganta,
madame?— Por el rabillo del ojo detectó la ligera inclinación de su cabeza.
—Tal vez debería tomar ponche, o champán, o un poco de vino para aclarar
cualquier aflicción que le moleste.
—No me estaba disculpando.
Él la miró sin pestañear.
—Antes—, continuó explicando. —Por la falta de reverencia. Eso no era
una disculpa. Sólo pensé que debía saberlo, Su Gracia.
Ah, ella lo estaba tratando de —Su Gracia—. Ella siempre hacía eso
cuando estaba disgustada con él. Incluso cuando era un simple marqués.
¿Siempre había sido tan molesta? Los acordes del vals llegaron a su fin y la
colección de bailarines en la pista aplaudió cortésmente. Luego, tomados
del brazo, las parejas abandonaron la pista de baile. Sí, sí, ahora recordaba
que ella había sido eso. Y traviesa. Y propensa a la cháchara, que desde
entonces había conseguido dejar de lado. Auric bebió un sorbo de
champán.
—Deduzco que está buscando a su duquesa.
Él se atragantó.
Las motas doradas de los ojos de Daisy bailaron divertidas y se dispuso a
darle una palmadita en la espalda.
—No lo haga—, le espetó.

~ 34 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella suspiró. —Oh, solía ser mucho más divertido que este frío, brusco y
malhumorado duque—. Daisy movió las cejas. —¿Y bien?
No la complazcas. —¿Y bien, qué?—, espetó él, porque nunca había sido
capaz de no complacerla. No desde que era una niña pequeña con
demasiadas pecas y no desde que se había convertido en esta mujer con...
bueno, todavía demasiadas pecas.
—¿Quién es ella?
Auric echó una mirada a su alrededor para averiguar si alguna señorita
esperanzada había oído aquellas peligrosas palabras pronunciadas por la
bruja a su lado. —Acuérdate de dónde estás, Daisy—. Le dirigió una mirada
tranquilizadora. Se trataba de un juego peligroso que en realidad no era tal,
dado que ella jugaba en público. Su interés por la ahora casada Lady
Stanhope no había hecho más que alentar a las mamás casamenteras y a las
confabuladoras cazadoras de títulos.
Daisy apuntó sus ojos al techo. —Bah, suena como mi madre.
Y debido a que conocía a la marquesa desde que él había sido un niño
chillón en la guardería, sabía exactamente a qué se refería con eso, y de
ninguna manera era un cumplido.
Sólo que la dama olvidó que él la conocía tan bien como ella a él. —Y
deduzco que tú estás buscando un esposo—. Sus mejillas se sonrosaron e
inmediatamente apretó sus labios carnosos. Hmm. Así que esto es todo lo
que habría necesitado para silenciarla. Excepto que ahora, él la miraba con
un interés renovado. Esto era interesante. La Daisy que él conocía, sin
embargo, nunca hacía algo tan revelador como sonrojarse. —Ah, vamos,
Daisy, ¿eres tímida de repente? Apostaría a que hay cierto caballero que ha
captado tu atención—. Su color se tornó rojo maduro, tragándose sus
pecas.
—Er, si me disculpa. Mi madre me está haciendo señas.
Auric se interpuso en su camino, impidiéndole escapar. —No puedes
saber eso.
—Por supuesto que puedo saberlo—. Ella erizó los hombros de
indignación. —Después de todo, es mi madre.
—Sí—, se inclinó y murmuró cerca de su oído. —Pero también resulta
que está colocada detrás de ti.
Daisy se dio la vuelta y encontró a la marquesa y luego volvió a centrar
su atención en él. —Oh.— Si sus mejillas se pusieran más rojas, se
incendiarían.

~ 35 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Sí. Oh—. A pesar de sí mismo, Auric sonrió. Había olvidado lo que era
burlarse y que se burlen de él. Era mucho más agradable cuando era él el
que provocaba y no el que era provocado.
Ella hizo una reverencia apresurada. —Si me disculpa, debo permitirle
volver a su cacería de duquesa y yo...
—No me digas—. Levantó una sola ceja. —¿Tu madre te está haciendo
señas?
Daisy señaló sus ojos al techo una vez más. —Eres insufrible—,
murmuró. Con eso, giró sobre sus talones y lo dejó riendo a su paso.

~*~
Oh, el gran tonto.
Daisy se alejó con paso firme y buscó la hilera precisa de siete sillas que
se encontraban al fondo, en la parte central del salón de baile de Lord y
Lady Harrison.
O bien carecían por completo de lógica o eran deliberadamente crueles
al colocar a las damas sin pareja en el centro del salón, en el lugar exacto al
que inevitablemente se dirigían los ojos de todos los lores y damas
aburridos, aunque sólo fuera por su evidente ubicación.
Ella ocupó un asiento vacío y echó un vistazo a la fila vacía. Era una
noche solitaria para las floreros.
Golpeó con su zapatilla amarilla sobre el suelo de mármol. Y eso era otra
cosa completamente distinta. En realidad, nunca debería existir una clase
tan poco gloriosa como la de las floreros. Mientras existieran los caballeros,
todas las jóvenes deberían tener al menos una pareja. Entonces, teniendo en
cuenta el rechazo más bien burlón del Duque de Crawford, tal vez el sueño
de la caballerosidad había sido sentenciado a muerte.
Daisy miró la tarjeta vacía que colgaba de su muñeca. Eso no quería
decir que deseara cualquier pareja. No quería a cualquier caballero. Todo lo
contrario. Quería a uno en concreto. El gran idiota que realmente no
merecía su respeto y que, sin embargo, lo tenía de todos modos, por el
hombre que una vez fue, y por el hombre que ella sabía que podía ser.
El hombre que ahora registraba el abarrotado salón de baile.
—Probablemente buscando a su próxima duquesa—, murmuró en voz
baja. Él no había confirmado su suposición, pero no había tenido que
hacerlo. Ella sabía que Auric, un hombre que valoraba tanto la
responsabilidad y el honor como para visitar casi semanalmente a la familia
de su difunto amigo, se ocuparía, por supuesto, de sus obligaciones ducales.
~ 36 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Se casaría con una señorita rubia como Dios manda, tendría un heredero y
otro más, y viviría su aburrida vida ducal.
Con otra mujer.
Distraídamente, se tocó con un dedo el cuello desnudo. Eso hablaba de
su desesperación por haber colgado su esperanza de Auric, Duque de
Crawford, en el amuleto repartido por una gitana. Probablemente, la gitana
tenía un gran número de colgantes de corazón que regalaba a las jóvenes
tontas y románticas que buscaban un esposo y que también soñaban con el
amor. Sospechaba que la locura de fijar su felicidad en esa chuchería, todo
para ganar el corazón de Auric, provenía de un deseo de volver a una época
en la que había conocido la felicidad. Desde que el cuerpo inerte de Lionel
les fue devuelto, silenciado para siempre, una nube perpetua había seguido
a su familia. El tipo de tristeza espesa que ninguna sonrisa o broma tonta
podía atravesar.
Recorrió la multitud y encontró a su madre precisamente donde Auric
le había indicado que estaba por última vez. La marquesa estaba de pie a la
derecha de la sala con la mirada perdida mientras Lady Marlborough
parloteaba a su lado. No recordaba la última vez que su madre había
sonreído. Daisy suspiró, sin ceder a la ola de autocompasión que
amenazaba con consumirla. Lo mejor era centrar su atención en el lugar al
que pertenecía.
En Auric.
...que ahora estaba conversando con Lady Windermere y su bonita hija
rubia de ojos azules, Lady Leticia.
Daisy arrugó la nariz. Realmente, ¿todas las jóvenes inglesas poseían
rizos dorados y esos ojos azul pálido? Auric se inclinó sobre la mano de
Lady Leticia y estampó su nombre en su tarjeta. —Humph—, murmuró
ella.
Y eso era otra cosa. Él sabía muy bien que a Daisy le gustaba bailar el
vals. De hecho, le había servido de tutor de facto cuando el miserable
francés contratado por sus padres había atormentado sus oídos por no
poseer ni una pizca de talento. Auric y Lionel se habían convertido en sus
instructores de baile y se habían turnado para hacerla bailar el vals por la
habitación hasta que dejó de pisarles los pies. Sin embargo, él reservaba los
aburridos minués y los reels para Daisy y uno de esos valses
escandalosamente maravillosos para esas otras damas.
¿No le importaba que todas las demás jóvenes se conformaran con el
miserable Duque de Crawford por la única razón de que estaba a un paso
de la realeza? Mientras que Daisy lo quería por el hombre que era. No, a
esas jóvenes probablemente no les importaba que Auric fuera serio y que
apenas se riera... Echó la cabeza hacia atrás y se rió de algo que dijeron Lady
~ 37 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Leticia y su madre. El profundo estruendo resonó en el salón de baile. —


Humph—, volvió a murmurar. Si ella hubiera hecho algo tan escandaloso
como reírse de esa manera tan estruendosa y desenfrenada, habría
cosechado todo tipo de miradas desagradables. Pero él, como duque, se
permitía libertades como la de reírse a carcajadas.
Aunque fuera una risa falsa.
A diferencia de Lady Leticia y de otras damas con intenciones en ser
duquesas, Daisy recordaba su sonido profundo y seductor. Lento y
silencioso, como si sopesara lo que había escuchado y le prestara especial
atención.
La orquesta entonó los primeros hilos de una cuadrilla. Ella tomó su
abanico y golpeó su brazo al ritmo de la animada danza.
—Te he estado buscando, Daisy.
Se sobresaltó ante la inesperada aparición de su madre. —Me he roto el
dobladillo—, mintió. Aunque sospechaba que su madre, siempre triste,
también mentía. No había estado buscándola. Ya no parecía recordar que
había tenido un segundo hijo. Su corazón había muerto con Lionel.
—¿Te estás divirtiendo?—, preguntó, sus palabras extrañamente
desprovistas de inflexión.
—Oh, sí.— La mentira fue fácil. Daisy no envidiaba a su madre por la
dolorosa pena en la que se había envuelto. Primero había perdido a su único
hijo y luego a su esposo pocos años después. Entendía la pérdida quizás
mejor que nadie. Daisy paseó su mirada por la sala y encontró a Auric, solo
una vez más, con su mirada remota clavada en algún punto desconocido del
vasto salón de baile.
Bueno, excepto Auric. Él y Lionel habían sido uña y carne con las manos
en la cesta de la colecta dominical del vicario. Nacidos con pocos meses de
diferencia, habían sido inseparables, asistieron juntos a Eton y luego fueron
a la universidad. Sólo un chico había conseguido salir de la universidad
para ver el mundo con ojos de hombre.
Volvió a mirar a su madre. Por primera vez, una chispa inusual cobró
vida en sus ojos apagados. —Es Auric—. La emoción le hizo apretar la
garganta. Levantó a Daisy de la mano.
Daisy gruñó. —Madre...
—Vamos, Daisy. Seguramente no serás tan grosera como para evitar a
Auric.
No. Todo lo contrario. Si su madre hubiera abierto los ojos y la hubiera
visto de verdad hace un rato, se habría dado cuenta de que se había
avergonzado bastante ante el caballero en cuestión. —Acabo de hablar con

~ 38 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

él, mamá—. Y ella se burló de él y fue burlada por él. Su corazón revoloteó
salvajemente en su pecho. Contrólate, Daisy Laurel Meadows. Desde entonces
había cambiado su enfoque hacia Lady Leticia y las otras criaturas de pelo
dorado que prefería.
Su madre ignoró sus protestas y siguió arrastrándola. —Seguro que no.
Daisy asintió con un movimiento de cabeza que desprendió un rizo
errante. Se le cayó sobre la frente. —Seguro.
Lo que aparentemente no importaba en absoluto. Con un único
propósito, su madre casi arrastró a Daisy entre la multitud de invitados.
Agitó su mano libre. —¿Hola, Su Excelencia?
—Madre, por favor—, dijo ella con los labios apretados.
—¿Auric?—, continuó su madre, ignorando a Daisy como era su
costumbre. Oh, maldita sea. El calor le quemaba todo el cuerpo mientras la
gente miraba por encima del hombro la audaz persecución de la Marquesa
de Roxbury al codiciado duque. La gente no se daba cuenta de que ese
empeño por el Duque de Crawford no era fruto de una madre casamentera,
sino de una madre que anhelaba cualquier rastro que pudiera robar de un
hijo amado y fallecido hace tiempo.
Varios centímetros más allá del metro ochenta, el imponente cuerpo de
Auric se alzaba sobre las personas de menor rango dispersas a su alrededor.
El duque se puso rígido. Se concentró en su madre.
—¡Auric!— Su madre volvió a gritar.
Y por un momento horrible y dolorosamente agonizante pensó que
Auric se voltearía y les daría a ambas el corte directo. Ella podía perdonar el
carácter miserable con el que él se había revestido. Pero no podía perdonar
ninguna crueldad hacia su afligida madre. Su madre se tambaleó hasta
detenerse ante él. Entonces sonrió y la tensión abandonó el cuerpo de Daisy
en una lenta exhalación. Puede que fuera la misma sonrisa vacía y fría que
ofrecía a los miembros de la Sociedad, pero el esfuerzo estaba ahí para
evitarle a la mujer el dolor y la vergüenza, y por esa bondad, él siempre
poseería un trozo de su corazón. De todos modos, el resto siempre había
sido suyo. ¿Cuál era el trozo restante?
—Lady Roxbury, un placer—, inclinó la cabeza, siempre cortés y
amable con su madre. —Perdóneme por no haberle hecho una visita
recientemente—. También podría haber rematado eso con —he estado
ocupado en la caza de una duquesa.
Su madre soltó las manos de Daisy y se llevó los dedos temblorosos a los
labios. —Oh, Auric, es tan, tan maravilloso verte. No te vemos lo suficiente.
Siempre lo digo—. Atendió brevemente a Daisy. —¿Verdad, Daisy?

~ 39 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric deslizó una mirada en su dirección.


—Efectivamente—. Otro puñado de mentiras por parte de todos. Por
parte de todos ellos. Del duque por decir que era un placer. De su madre
por sugerir que le había dicho algo a Daisy. Y de ella por apoyar la mentira.
Tocó con dedos suaves el antebrazo de su madre. —Madre, ven, el duque
está muy ocupado.
Los ojos de su madre se abrieron de par en par. —No seas tonta. Nunca
seríamos una imposición. No para Auric. ¿No es cierto, Auric? Asegúrale a
Daisy que sólo está siendo tonta y maleducada.
Daisy apretó tanto los dedos de los pies que le dolieron. No le pasó
desapercibido el hecho de que él no reconociera la petición de su madre. En
su lugar, la marquesa, habitualmente lacónica, se lanzó a una ráfaga de
preguntas y comentarios, como siempre hacía cerca de Auric. Para él, su
madre encontraba de alguna manera la forma de ser la mujer vivaz que
había sido antes.
Con agónica vergüenza, Daisy se apartó el mechón de pelo que le cubría
el ojo y evitó tenazmente la atención de Auric, aunque era difícil ignorar a
un hombre tan imponente. Con su mirada azul hielo, podía dominar la
habitación con un solo vistazo. Ella nunca había apreciado realmente la
perfección masculina que él mostraba, el- —...debes bailar con Daisy.
Dos pares de ojos se posaron en Daisy. Su madre frunció el ceño,
instando a Daisy con sus ojos a decir algo, y Auric, demasiado divertido por
las urgencias de su madre. —No será necesario. Estoy segura de que el
duque ya tiene una pareja para este set—. Todos los sets. Después de todo,
había un mar de elegantes criaturas inglesas, perfectamente rubias,
esperando a un duque.
Su madre la fulminó con la mirada. —Por supuesto que bailará contigo.
¿No es así, Auric?
Él vaciló. —Será un placer—. Como no era nada, si no era bien educado,
alcanzó la tarjeta de baile de Daisy.
Daisy acercó su tarjeta a su pecho. —¿Qué estás haciendo?— Ella había
detectado su ligera, casi imperceptible, pausa tras la petición de su madre.
Él se congeló.
Después de Lionel, Daisy se había convertido en nada más que una joven
por la que la Sociedad sentía compasión. Estaba cansada de que le tuvieran
lástima. No bailaría con Auric porque se sintiera mal por ella ni porque la
hubieran intimidado a hacerlo.
—¡Daisy!— Su madre la miró con mucha más vida de la que había
mostrado en semanas.

~ 40 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy inclinó la barbilla en un ángulo obstinado. Tampoco quería otro


de los corteses reels campestres de Auric. Le encantaba interpretar los
pasos de todos y cada uno de los bailes, pero ya estaba harta de esos
malditos juegos de cortesía con él.
Con la misma audacia que había mostrado de joven, Auric hizo otro
intento por alcanzar su muñeca. —Estoy marcando tu tarjeta.
Daisy sostuvo el objeto ofensivo cerca de su pecho. Ella lo quería, pero
no así. No asociándose con ella por encargo de su madre, un favor piadoso
de un duque magnánimo. La mirada de él siguió aquella tarjeta
condenatoria y se detuvo. Alguna emoción caliente se encendió en sus ojos.
Durante un leve instante imaginó que se fijaba en sus pechos, lo cual era, en
primer lugar, una tontería porque Auric no se fijaba en nada de ella y, en
segundo lugar, era humillante imaginar que la miraba allí. Humillantes
montículos de carne. Eso es lo que eran. Ella realmente deseaba tener una
cintura delgada y un pecho pequeño. No la figura demasiado redondeada
que nunca encajaría con los dictados de la alta sociedad sobre la belleza.
Al final, la marquesa resolvió la disputa entre ellos de la misma manera
que lo había hecho cuando eran niños peleones. Invariablemente, Auric
siempre había tenido la razón. —No seas ridícula, Daisy—, le espetó su
madre mientras tomaba la muñeca de Daisy y la extendía hacia Auric.
El pulso de Daisy se aceleró cuando sus dedos rozaron la sensible piel de
su muñeca. Un toque no debería provocar esos escalofríos de conciencia,
del tipo que... Se mordió el interior de la mejilla mientras Auric escaneaba
la tarjeta.
La tarjeta vacía. O sea, sin parejas. Como si fuera totalmente humillante.
Como si quisiera que el suelo del salón de baile se la tragara a ella y a su
miserable tarjeta, entera. O al menos ese registro en su muñeca.
Sin indicar que se había dado cuenta de su notable falta de parejas, él
escribió su nombre para un set, como hacía a veces, y luego hizo una
respetuosa reverencia, como hacía siempre. —Si me disculpa. Lady Roxbury,
un placer como siempre. Lady Daisy—, murmuró, su bajo barítono la bañó
como un satén caliente.
Mientras él se alejaba, ella jugueteaba con la tarjeta que colgaba de su
muñeca.
—¿Cómo has podido ser tan grosera con Auric, Daisy?—, la reprendió
su madre. —Es un querido amigo de esta familia.
Él había sido un querido amigo. Ahora era más bien un educado
caballero que la visitaba con frecuencia a ella y a su siempre triste madre.
Entonces, con una energía inusual en su paso, su madre se dio la vuelta y
volvió al lugar que había ocupado anteriormente en el lado del salón de
~ 41 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

baile. Lo que la otra mujer no comprendía era que Auric sólo se había visto
obligada a asociarse con ella. Nada más que la insistencia de su madre y su
maldito sentido de la obligación habían motivado su oferta.
De forma ausente, Daisy miró su tarjeta y su corazón se detuvo. Un vals.
Levantó la mirada y la pasó por la sala abarrotada de gente, y entonces lo
localizó conversando con otra señorita de pelo dorado y vocación
matrimonial y con la madre de la dama. Miró más allá de la joven. Si Auric
hubiera querido evitar el contacto con ella, seguramente habría reclamado
una cuadrilla o un reel campestre disponible. Pero no lo hizo. Había
reclamado su vals. Un vals, cuando nunca antes se había atrevido a
asociarse con ella en ese set tan íntimo y aún ligeramente escandaloso.
Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios mientras buscaba su
anterior asiento. Si él había reclamado su vals sin ni siquiera el beneficio del
pendiente en forma de corazón, el Duque de Crawford tenía pocas
posibilidades cuando ella tuviera esa chuchería sujeta al cuello. Animada,
Daisy se sentó y golpeó con los pies el animado reel campestre de la
orquesta. Aunque detestaba las multitudes de Londres y las diversiones sin
sentido de los bailes y las veladas, realmente disfrutaba bailando.
Era una pena que no tuviera más oportunidades de practicar los
intrincados pasos de la cuadrilla o los movimientos prohibidos o el vals.
Cielos, ella se conformaría incluso con el minué fuera de moda. Y, ni
siquiera sería exigente con su pareja de baile. Frunció el ceño y volvió a
localizar a Auric entre el mar de bailarines. Eso, suponiendo que el
caballero no hubiera sido obligado a participar en dicho set por la inflexible
mamá de Daisy.
Su ceño se frunció. Auric se movía con elegante precisión a través de los
movimientos de la danza. Su compañera no era otra que Lady Leticia, de
pelo dorado y corazón negro y totalmente vil: todos los criterios necesarios
para ser una duquesa elevada. Daisy enroscó los dedos en el borde de su
asiento. Se merecía algo más que un enredo vacío y sin emoción.
¿Y si no es sin emoción? ¿Y si él lleva el mismo deseo anhelante por Lady Leticia que
yo llevo por...?
—Daisy Meadows, la chica de las flores.
Un pequeño chillido se le escapó, ganándose las miradas curiosas de
quienes la rodeaban. Se sonrojó y, con una mano en su acelerado corazón,
se puso en pie. Una sonrisa involuntaria se dibujó en sus labios. —
Marcus—, saludó cordialmente. Lord Wessex y Auric habían sido amigos
rápidamente y leales de su hermano y, por lo tanto, siempre ocuparían un
lugar especial en su corazón roto. Ignoró el grito de indignación de la
florero solitaria que estaba sentada un puñado de asientos más atrás.

~ 42 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy, Marcus y Auric, los tres compartían un vínculo que desafiaba las
normas sociales y las cuestiones de decoro. Su relación se había cimentado
para siempre por el desafortunado vínculo que compartían en la gran
pérdida de su amigo, su hermano.
Marcus, el Vizconde de Wessex se inclinó sobre su mano. —Hola,
Daisy—. Mientras que Auric había sido una especie de elemento fijo a
través de los años en su casa, el vizconde se había hecho escaso. Entonces,
según los periódicos, Marcus había sido durante mucho tiempo el pícaro
impenitente, viviendo para sus propios placeres, y ciertamente sin tiempo
para la antigua chica que había encontrado bajo sus pies. —Buenas noches,
milord.
—Vaya, qué formal eres—. Movió una ceja rubia. —¿Debo esperar que
empieces a parlotear sobre el buen tiempo que hemos disfrutado?
Ella inclinó la cabeza y adoptó su expresión de anfitriona más correcta.
—Espléndido tiempo primaveral el que tenemos, ¿no le parece, milord?—
Un trueno retumbó y sacudió los cimientos de la elegante casa, como si
agradeciera su irónico intento de humor.
Él se rió. —Efectivamente—. Entonces Marcus hizo un rápido y
desapegado repaso de su persona. —Estás encantadora, como siempre.
Ella resopló. —Parece que te has convertido en uno de esos caballeros
educados que sueltan cumplidos.
Su sonrisa se amplió, y luego una máscara de seriedad reemplazó su
anterior alegría. —¿Cómo estás, Daisy?— Buscó su rostro con su mirada
azul.
Ella pegó una sonrisa en sus labios. —Estoy bien.
Marcus se aclaró la garganta. —Debería haber hecho una visita.
Ella agitó una mano. —Está bien—. No lo había estado durante muchos
años. Con el tiempo, había aprendido a respirar de nuevo, y a reír de nuevo,
por sí misma sin el apoyo de los que le habían importado a Lionel.
Él negó con la cabeza. —No lo está.
Parecieron darse cuenta como un solo de que él aún sostenía su mano.
Daisy retiró sus dedos. Aunque no era una persona que llamara la atención
con frecuencia, no le convenía que la vieran sosteniendo la mano de un
caballero durante demasiado tiempo, aunque sólo fuera Marcus. A la alta
sociedad no le importaba el tiempo que una dama conociera a un caballero
respetable o las conexiones familiares que compartieran, sino el jugoso
bocado de chismes que pudieran representar para la nobleza. Ella alisó las
palmas de las manos sobre sus faldas y volvió a prestar atención al suelo del
salón de baile.

~ 43 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—¿Acabas de descartarme, Daisy?—, dijo y desapareció la figura


sombría de un hombre, en su lugar, el notorio pícaro.
—Eh... no—. Aunque ciertamente ella podía ver cómo parecía eso.
Marcus se colocó hombro con hombro junto a ella, y luego, con una
lentitud deliberada, cruzó los brazos sobre el pecho.
Ella le echó un vistazo de reojo. Su mirada permanecía fija en la
abarrotada pista de baile. —¿Qué estás haciendo?
Los labios de él se levantaron en las esquinas. —Intentando averiguar
quién se ha ganado tu atención.
El calor le quemó las mejillas y volvió a centrar su atención en las
ordenadas filas de bailarines que aplaudían.
—Ah, ¿entonces no me lo vas a decir?
No, no lo haría. Apretó los labios en una línea apretada y decidida.
Prefería arrancarse cada mechón de pelo demasiado rizado de la cabeza
antes de reconocer ante él, Auric o cualquier otra persona que el único
caballero cuya atención anhelaba era, de hecho, el propio Duque de
Crawford.
—Lo tomo como un no—, murmuró Marcus.
Ella asintió con firmeza. —Eso es un no.
Él se abalanzó más rápido que el gato del cocinero sobre los ratones de
la cocina. —Lo que significa que hay cierto caballero que ha captado tu
atención.
Señaló con los ojos hacia el techo. —Yo no he dicho eso, Marcus—. Era
peor que Lady Jersey con su afán de chismes.
—No era necesario.
La réplica, el borde burlón, pero duro y protector, que subrayaba sus
palabras parecía tan parecido al trato irritante de su hermano, que su
corazón se estrechó con el doloroso recordatorio y, por un momento, olvidó
que buscaba ocultarle la verdad, olvidó que se había ido y se había
enamorado de un caballero que parecía haber olvidado que ella existía.
Entonces Marcus la sacó de sus cavilaciones. —¿Quién es, Daisy?
La melodía de la orquesta alcanzó un animado crescendo y el zapateo y
los aplausos amenazaron con ahogar sus palabras. Ella se llevó una mano a
la oreja. —¿Qué fue lo que dijiste?— Daisy negó con la cabeza. —No te he
oído—, dijo con la boca.
Él se llevó las manos a la boca. —He dicho...

~ 44 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Y cuando parecía que él iba a gritar sus sospechas ante una sala llena de
testigos, ella dijo con la boca: —No te atrevas.
Marcus parpadeó con fingida inocencia. —Pero tú indicaste que no
podías oír...
Ella le dio un golpe con su tarjeta de baile. —Oh, cállate. Sabes que
estaba siendo deliberadamente difícil para igualar tu deliberada actitud
difícil.
Compartieron una sonrisa. Se hizo un silencio agradable mientras
miraban el suelo del salón de baile. —Así que no me lo vas a contar—. Por
el rabillo del ojo, ella detectó la dura y decidida postura de la mandíbula de
él. —Muy bien. Me veré obligado a adivinar—, dijo él, con su repentina
preocupación en desacuerdo con el joven indiferente, y luego hombre, que
ella había conocido a lo largo de los años. Incluso como amigo de su difunto
hermano, la relación entre ella y Marcus nunca había sido estrecha. A
diferencia de su relación con el duque, quien, si la consideraba molesta, él
nunca había manifestado tales sentimientos. Si lo hubiera hecho, tal vez
ella no hubiera pensado en él con tanto cariño a lo largo de los años —¿Está
presente esta noche?
A pesar de sí misma, localizó a Auric con la mirada. Con su gran mano
entrelazada con la de Lady Leticia, hacían una pareja bastante llamativa. —
¿Hmm?— Apretó los dientes con fastidio, detestando la imagen que se
presentaba a la Sociedad. Lady Leticia no tenía nada de regordeta ni de
pecosa.
—¿Daisy?
Se sobresaltó ante la suave insistencia de Marcus y sacudió la cabeza. —
No. No te lo diré.
Él suspiró. —Me obligarás a adivinar la identidad del indigno canalla.
Daisy mordió una sonrisa. —Preferiría que no gastaras esfuerzos en
adivinar la identidad del er... caballero.
Marcus capturó su barbilla entre el pulgar y el índice y se frotó. —
Hmm, entonces contéstame esto. ¿Es un buen hombre? Porque no voy a
permitir que atraigas la atención de un pícaro como yo.
Ella no se había ganado la atención de nadie, y desde luego no del
caballero al que esperaba, como dijo Marcus, atraer. —Él es, honorable—,
dijo ella en voz baja.
—Bien, entonces. Me quedaré con las ganas de adivinar.
—Sí, creo que ya lo hemos conjeturado—, dijo ella secamente.
—Humph—, murmuró él.

~ 45 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella se mordió el interior de la mejilla para no sonreír, negándose a ceder


a su provocación. Apostaría el uso de su mano derecha a que él nunca
adivinaría la identidad del caballero en cuestión. Ni Auric ni Marcus la
habían visto nunca como algo más que una extensión fraternal de Lionel.
Sin embargo, a pesar de la molestia que Marcus se hacía a sí mismo, se
sentía muy bien que le tomaran el pelo. Durante demasiados años, tanto
con los sirvientes como con la sociedad educada, se había acostumbrado a
que pasaran de puntillas, a se hablara de ella con lástima. Lady Daisy
Meadows, la pobre y joven dama, cuya familia se había desmoronado,
primero con la pérdida de Lionel y luego con la de su papá.
La frenética interpretación de la orquesta se detuvo y el público
prorrumpió en un montón de aplausos. Los violines arrancaron los
primeros compases de la siguiente pieza.
Marcus extendió el codo.
Ella lo miró. —¿Qué estás haciendo?
—Bailando contigo.
Ella se cruzó de brazos y se alejó un paso de él. —¿Me lo pides o me lo
ordenas?—
Él se acercó y volvió a mover una ceja. —Ten compasión, Daisy-querida.
¿Cómo voy a averiguar la identidad del caballero que ha captado tu
atención si no investigo un poco?
Una risa estrangulada subió por su garganta. —Bueno, entonces en
nombre de tu investigación, supongo que debo permitirte este set—. Ella
puso las yemas de los dedos en la manga de su abrigo y le permitió guiarla
hacia la pista de baile.
Él la guió de forma experta entre la multitud. —¿Lord Darbyshire?—, le
susurró cerca del oído.
Ella miró a su alrededor. —¿Dónde?
—¿Es Lord Darbyshire quien ha captado tu interés?
Ella le pellizcó el brazo. —Lord Darbyshire tiene por lo menos sesenta
años.
—Incluso los caballeros mayores requieren el amor de una buena y
amable dama.
—Idealmente de una buena y amable dama más cercana en edad a la
suya—, dijo ella, con un tono divertido.
Se colocaron junto a las otras parejas que ocupaban la pista. Ella hizo
una reverencia con la fila de damas. Marcus hizo una reverencia.
Caminaron por el centro de la fila. —¿Lord Willoughby, entonces?

~ 46 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Cambiaron de pareja. Ella sacudió un poco la cabeza y recorrió los pasos


de la cuadrilla hasta que ella y Marcus se juntaron. Levantaron las palmas y
ejecutaron los siguientes movimientos del baile. —Me atrevo a decir que un
vals sería más propicio para descubrir tu secreto, Daisy Meadows—, dijo
en voz baja.
—Deberías haber trazado una mejor estrategia antes de solicitar
apresuradamente la cuadrilla—. Ella se rió, ganándose las miradas de
desaprobación de los demás bailarines. —Estamos llamando la atención,
milord.
Él guiñó un ojo. —Por lo que te convendría compartir el nombre de tu
pretendiente.
Algo de su diversión murió. Tenía las mismas posibilidades de llamar a
Auric su pretendiente que de ser nombrada la favorita de la Reina. Ambas
cosas eran tan probables como un arco iris sin lluvia. —No tengo ningún
pretendiente—, murmuró.
La danza los separó una vez más.
Cuando los pasos los volvieron a unir, él tomó su mano y la hizo girar
suavemente. —Sabes que no me dejarás otra opción que conseguir el apoyo
de Auric.
Daisy tropezó.
La sonrisa burlona de Marcus se desvaneció y la enderezó.
—Lo siento—, se apresuró a decir, agradecida cuando el baile los volvió
a separar. Miró a su alrededor en busca de Auric y lo localizó en el extremo
opuesto de la pista de baile, donde ahora se encontraba, con una copa de
champán colgando despreocupadamente entre sus elegantes dedos. Con un
interés casi indiferente, observó el salón de baile. Ella frunció el ceño. No,
no sería bueno que Marcus descubriera que ella había ido y hecho algo tan
imprudente como enamorarse del inalcanzable duque.
Los pasos del baile la unieron a Marcus una vez más. La luz burlona de
sus ojos azules pálidos había desaparecido. Se le apretó el estómago
mientras se preparaba para la conciencia que se desprendía de su
inteligente mirada.
—Sabes que sólo estaba bromeando. No me atrevería a pedir el apoyo de
Crawford.
La tensión se desvaneció y una sensación de alivio casi vertiginosa la
invadió. —Oh, ¿es un estirado?— Marcus no se había dado cuenta de que el
caballero del que se había enamorado desesperadamente y sin remedio
hacía muchos años era, de hecho, su mejor amigo.

~ 47 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La respuesta de Lord Marcus fue automática. —Ciertamente. Es un


estirado sin remedio y parece que lo es más en los años transcurridos desde
que se convirtió en duque.
Recorrieron los delicados y circulares pasos de la cuadrilla.
Los padres de Auric habían muerto hacía varios años en un trágico
accidente de carruaje. No mucho después de la muerte de Lionel. El dolor le
punzó el corazón. Egoístamente, había estado asediada por la agonía de su
propia pérdida y nunca se había detenido a considerar la gran angustia que
él había conocido en tan poco tiempo. Lo buscó entre la multitud una vez
más y volvió a tropezar.
Su mirada fría y distante observó su movimiento sin gracia, el rápido
rescate de Marcus, y luego volvió a mirar a través de la pista, descartándola
rápidamente.
No siempre había sido tan ducal. No con ella. Nunca con ella. Ella lo
quería como lo recordaba, y estaba dispuesta a luchar por ese hombre.
Tanto si él lo quería como si no.

~ 48 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 4
Durante la mayor parte de la velada, Daisy había estado sentada en ese
innoble lugar del fondo, en la parte central del vasto salón de baile, relegada
al destino de las floreros. ¿Qué anfitriona colocaba una pequeña fila de
sillas en esa zona para que todos vieran, embobados y boquiabiertos, a las
pobres criaturas sin pareja? De las cuales, sólo hubo una durante la mayor
parte de la velada. Una que le importaba mucho. Se había pasado la noche
estudiándola, echando humo al darse cuenta de que Daisy era, de hecho,
una de esas pobres criaturas sin pareja. ¿Cómo no se había dado cuenta? Tal
vez porque no la veía como una joven en busca de un esposo, sino como una
niña pequeña que correteaba por los terrenos de la finca de su familia.
Ahora, la estudiaba por razones totalmente diferentes.
Contempló sus pasos gráciles y elegantes mientras el Vizconde Wessex,
su único amigo en el mundo, la guiaba por los movimientos de la cuadrilla.
En ese momento, Wessex tocó con su mano la curva de la espalda baja de
Daisy y le dijo algo cerca del oído. Un rubor carmesí tiñó sus mejillas y ella
titubeó. Auric entrecerró los ojos. Una oscura niebla roja descendió sobre
su visión. Parpadeó para retirarla. Wessex no se atrevería a traicionar la
memoria de Lionel volcando su pícaro encanto sobre Daisy. No es que su
molestia con Marcus importara por otra razón que no fuera la de honrar la
memoria de Lionel. Esta furia hirviente no tenía absolutamente nada que
ver con la dama misma. Nada, en absoluto.
Auric continuó estudiando a ella y a Wessex mientras daban un círculo
deliberado alrededor del otro. ¿Tenía el otro hombre que sujetar su cintura
de esa manera? Ella no era una de las muchas damas ligeras de faldas del
vizconde. Sus dedos se crisparon con el repentino impulso de plantarle un
golpe en la cara al otro hombre, y para no hacerlo, Auric tamborileó con las
yemas de los dedos en el borde de su muslo mientras la observaba
objetivamente, viéndola como la veían los jóvenes petimetres tontos que la
habían relegado al papel de florero. Allí estaban sus rizos castaños y el
conjunto de pecas. Entonces, era difícil ver a la dama y no ver esos rasgos
tan singulares que la diferenciaban de las demás damas. Ahora, sin
embargo, se obligó a mirar más allá de los rizos y las pecas, y entonces abrió
los ojos, tragando una maldición.
Daisy Meadows había pasado de ser una niña problemática a una mujer
voluptuosa. Muy diferente de las criaturas delgadas, delicadas y doradas
que él solía preferir, poseía una rica cabellera castaña que brillaba a la luz
de las velas. Su rostro en forma de corazón nunca se consideraría

~ 49 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

característicamente bello como el de una delicada dama inglesa y, sin


embargo, sus grandes ojos marrones y sus labios en forma de arco eran
suficientes para hacer que un hombre soñara con todo tipo de
pensamientos perversos relacionados con esos labios. Una oleada de
conciencia lo recorrió.
Un trueno retumbó fuera, haciendo temblar las paredes del salón de
baile. Era la forma en que la tierra le decía que pasaría el final de sus días en
el infierno por desear a Daisy Meadows. No es que la deseara en sí, porque
tenía el suficiente sentido común, el suficiente honor, para no contemplar a
Daisy. Más de lo que ya lo había hecho. Simplemente se fijó en su
exuberante figura, como haría cualquier otro caballero. Como Wessex.
Volvió a centrar su atención en el encantador vizconde.
Su amigo, en cambio, fue menos discreto en su apreciación. Auric
frunció el ceño cuando la mirada de Wessex se desvió demasiado tiempo
hacia la generosa hinchazón de su pecho. Por Dios, seguro que el hombre
tenía el suficiente sentido común como para no andar detrás de la hermana
de Lionel. Auric terminó el contenido de su champán y dejó la copa en una
bandeja que pasaba.
Esta rabia negra que le nublaba la vista provenía de un deseo de
proteger a Daisy del daño. Eso era todo. Una mera reacción forzosa. A pesar
de todo, ella nunca albergaría sentimientos románticos por Wessex. La
idea era tan ridícula como que la dama desarrollara una atracción por el
miserable de Auric. Fijó su mirada en la pareja. Justo en ese momento, el
otro hombre, que podía encandilar a las matronas y a las jóvenes por igual,
dijo algo que a Daisy le pareció sumamente gracioso. Su risa se ganó las
miradas de desaprobación de las matronas cercanas.
Auric aspiró un poco, mientras Daisy se transformaba temporalmente
de alguien anodino en alguien realmente cautivador. Sus caderas eran
generosas, su cintura bien curvada, sus pechos... Él le guiñó un ojo. Dos
veces. El guiño de un ojo que, si ella hubiera estado mirando, habría
sugerido que se necesitaba ayuda inmediata. Y tal vez la necesitaba. Porque
no tenía derecho a apreciar los exuberantes pechos de Daisy Meadows.
Cielos, se había convertido en una mujer que necesitaba un esposo. Con
la misma precisión metódica que aplicaba a todos los aspectos de la vida,
Auric dirigió su atención al abarrotado salón de baile, observando a los
caballeros reunidos. Por lo que había admitido esa mañana, la dama
buscaba... él se estremeció, romance. Resistió el impulso de tirar de su
corbata, repentinamente demasiado apretada, y no le gustó nada la idea de
pensar en Daisy como una dama romántica que buscaba el amor.
¿A quién de los presentes habría aprobado Lionel? Con la devoción del
hombre por su hermana menor, la respuesta obvia era, de hecho, nadie.

~ 50 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Lionel, el mayor defensor de Daisy, su más ardiente defensor, se habría


burlado de la posibilidad de que casi cualquiera de los caballeros presentes
cortejara o se casara con su hermana.
El resentimiento se agitó en su pecho. No quería esta responsabilidad.
La tarea era demasiado grande. El riesgo de fracasar no se podía
contemplar. Registró a la orquesta concluyendo la animada cuadrilla.
Pero, al menos, le debía esto a Lionel. Los detalles de aquella noche
seguían envueltos en un manto negro. No podía ordenar los recuerdos si no
era por una colección inconexa de experiencias que pertenecían a otro. Él y
Lionel, que nunca habían discutido, habían discutido, pero ¿sobre qué? Al
final, Auric había animado al otro hombre a unirse a él en el club, Auric
había pagado por la mujer que había llevado a Lionel a otra habitación, y
había sido Lionel, quien finalmente había pagado... con su vida.
Cerró los ojos con fuerza mientras una enfermiza ola de vértigo lo
golpeaba.
La orquesta tocaba los inquietantes hilos de un vals, la melodía
discordante se adaptaba inquietantemente a los oscuros recuerdos. Se
obligó a abrir los ojos y allí, al otro lado de la pista de baile donde aún se
reunían los bailarines, su mirada chocó con la de Daisy junto a la misma
columna Scamozzi. Sólo que ahora no estaba sola. Estaba con Wessex. El
otro hombre también había sido para ella más un hermano que otra cosa a
lo largo de los años, tratándola como una hermana menor y molesta.
Al ver la sonrisa amplia y sin tapujos con la que Daisy se dirigía al otro
hombre, una extraña presión se apretó en el pecho de Auric. Él soltó una
carcajada. ¿Por qué iba a importar que estuviera con Wessex? La presencia
del vizconde lo liberaba de responsabilidad. Excepto que ahora no había
nada de fraternal en la atención de Wessex, y el fastidio se apoderó de
Auric ante la verdad.
Con paso decidido, Auric atravesó el salón de baile, dejando de lado a
las señoritas con intenciones casaderas y a sus esperanzadas mamás. Se
detuvo ante Daisy y Wessex. —Wessex—, dijo con el tono indolente que
había perfeccionado cuando era un muchacho que sabía que ascendería al
papel de duque. Ignoró el estrechamiento de la mirada de su amigo y
cambió su atención a la joven del brazo. —Hola, Daisy.
Ella frunció el ceño. —Hola, Su Excelencia.
Frunció el ceño. Cuando había sido todo sonrisas y risas bulliciosas para
Wessex, lo que solo importaba porque era la hermana de Lionel. Él
extendió su codo. —Creo que este es mi set.
Daisy vaciló un momento y luego colocó las yemas de sus dedos a lo
largo de la manga de su abrigo.

~ 51 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Wessex extendió los brazos y se inclinó. —Le doy las buenas noches,
dama de las flores—. Ese apelativo apretó los dientes de Auric. Con un
guiño, el vizconde se fue.
Sin volver a mirar al otro hombre, Auric guió a Daisy a la pista de baile.
Amistad o no, no estaría bien que Wessex estuviera guiñando el ojo a la
joven en público.
—Oh, Auric, es simplemente Marcus—, dijo ella como si regañara
suavemente a un niño pequeño.
—Yo no he dicho nada.
La sonrisa de la dama volvió a estar en su sitio. —No tenías que
hacerlo—. Le dio un guiño. Un solo guiño.
Debes guiñar el ojo una vez si lo estás pasando de maravilla... Su corazón aceleró
el ritmo. En el borde de la maldita ligereza en su pecho había una oleada de
molestia consigo mismo.
—¿Quieres ir más despacio?— murmuró Daisy a su lado.
Arrepintiéndose de inmediato, ajustó su paso y los guió hasta el borde
del piso del salón de baile. Ocuparon su lugar junto a las demás parejas. —
Wessex, ¿es así?—, preguntó él, colocando la mano de ella sobre su hombro
y la suya a lo largo de su cintura. La orquesta tocó los acordes de la atrevida
y aún mal vista danza.
Otro rubor manchó sus mejillas pecosas. —¿Wessex es qué?
Un músculo le marcó la comisura de la boca. ¿Era el rubor porque había
comprobado su interés por Lord Wessex? —¿No me digas que las
románticas esperanzas que tienes de una unión amorosa residen en
Wessex?
Una risa escapo de sus labios llenos y con forma de arco. —Imagino que
eso no es asunto tuyo, Auric.
Levantó una sola ceja. —Todo lo que haces es asunto mío, Daisy—.
Había hecho esa promesa sobre el cuerpo sin vida de Lionel.
Una carcajada resoplante brotó de ella. —Cielos, creo que en toda tu
arrogancia ducal realmente crees eso—. Entonces, ella era Daisy y nunca se
había impresionado por su título de marqués y la promesa de que se
convertiría en un futuro duque. Le dio una palmadita en el brazo. —Te
aseguro, como le aseguré a Lord Wessex, que no necesito más cuidados
maternales—. Se dijo a sí mismo que la ráfaga de alivio tenía más que ver
con el hecho de que Wessex tenía las honorables intenciones de verla
protegida, y sin embargo, ¿por qué eso se sentía como una mentira?
—¿Y si te dijera que es porque me importa, Daisy?

~ 52 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

~*~
¿Y si te dijera que es porque me importa...?
El corazón de Daisy se aceleró con esa pregunta, una admisión más que
cualquier otra cosa. Si ella respondiera con sinceridad, su respuesta sería:
—He estado esperando que me notaras, desde siempre...
Excepto que sus palabras no nacieron de un hombre que amaba a una
mujer. Él no la amaba. No en la forma en que ella quería desesperadamente
que lo hiciera. Ella sabía que a él le importaba. Probablemente daría su vida
para protegerla debido a la conexión compartida entre sus familias. Pero
ella quería más de él que eso.
Él aplicó una suave presión sobre su cintura y el calor irradió en el
punto de su toque. Emociones de conciencia la recorrieron. Su caricia firme
invocaba una familiaridad que desafiaba los simples lazos familiares y
hablaba de su conciencia de él como hombre.
Daisy se humedeció los labios y sacó una respuesta adecuada. —
Gracias—, dijo simplemente. Porque aunque él no se preocupaba por ella
como ella deseaba, importaba que él todavía recordara su existencia
cuando su propia madre la había olvidado.
Auric observó su rostro. —Me importa, Daisy. He sido deplorablemente
negligente estas últimas cuatro semanas—. Tres semanas y seis días.
La calidez anterior se desvaneció. Ella nunca había sido más que una
responsabilidad. Con su equivocado sentido de la obligación hacia ella y su
familia, se había insertado en su vida como un hermano más, sin darse
cuenta de que su constancia nunca sustituiría a Lionel. Ella levantó la
barbilla. —Te agradezco que visites a mi madre—, dijo, porque así era. Su
presencia, aunque obligada, alegraba mucho a la afligida marquesa. —Pero
tienes deberes que van más allá de mi familia—. Los músculos de su
garganta apretaron. —En tu esfuerzo por ser leal y devoto a la memoria de
Lionel, no te das cuenta de que tienes que vivir tu vida para ti, primero—. Y
ese es el único crimen del que había sido culpable en las semanas que había
cortejado a Lady Anne y se había comprometido a encontrar una duquesa.
Bueno, eso y el crimen de romperle el corazón.
Los fuertes músculos de su brazo se agitaron bajo los dedos de ella,
insinuando la tensión en su cuerpo. Sin embargo, no le pasó desapercibido
el hecho de que él no emitiera ninguna protesta falsa a sus palabras.
Desvió su mirada hacia los bailarines que giraban a su alrededor. Sus
ojos chocaron con la sonriente Lady Stanhope y su esposo. El alto y rubio

~ 53 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

caballero susurró algo que hizo que las mejillas de la dama se sonrojaran.
Incluso por encima del estruendo de la orquesta y el zumbido de las
conversaciones en el salón de baile, detectó la risa ronca de la mujer
mezclada con la risa del conde. La envidia le tiraba del pecho. Eso era lo
que anhelaba para sí misma, y sin embargo, al estudiar a la otra mujer en su
gloria dorada, que era tan perfectamente agradable y amable y cálida,
¿acaso era de extrañar que Auric la hubiera querido como duquesa?
Auric siguió su mirada.
—Es encantadora—, murmuró ella.
Él no fingió haber entendido mal. —Está casada.
—¿Todavía estás dolido por el rechazo de tu oferta por parte de ella?—
Ella inmediatamente quiso devolver las palabras. —No es que sea asunto
mío—. Luego le dedicó una sonrisa seca. —Después de todo, no soy un
duque y no tengo derecho a hacer preguntas tan íntimas—, añadió en un
intento de desviarlo de esa pregunta inmediata que la exponía ante él.
Una media sonrisa torció sus labios en la comisura y a ella se le cortó la
respiración. —Lo que es y lo que no es, nunca te ha detenido antes—. Sus
sonrisas, que antes se daban con tanta facilidad, eran ahora meros destellos
fugaces de alegría que luego enterraba bajo su practicada expresión ducal y
su distanciamiento. Esto la devolvió al joven que había maquinado de
buena gana con ella cuando era una niña.
Ella se encontró sonriendo. —No, esto es verdad—. Daisy quería que su
vals se prolongara eternamente y robarle más tiempo a Auric, y sin embargo
los últimos hilos de la orquesta indicaban el final del set. Los bailarines se
detuvieron, aplaudiendo cortésmente a su alrededor mientras se retiraban
de la pista.
Ambos se quedaron un momento estudiándose el uno al otro y luego se
recompusieron al mismo tiempo. Ella hizo una apresurada reverencia y
permitió que él la guiara desde la pista de baile hasta el lado de su madre.
Cuando se detuvieron junto a su melancólica madre, los ojos de la mujer
se iluminaron con entusiasmo. —Auric.
Él sonrió. —Lady Roxbury.
El corazón le dio un tirón. Él era siempre tan paciente con las humildes
muestras de emoción de su madre. Por un momento, se recuperó un atisbo
de la anfitriona burlona y vivaz de su juventud. Tomó la mano de Daisy y le
dio un apretón. —Le dije a mi Daisy que no te limitabas a sentirte obligado
con ella, ¿no es así Auric?
Oh, Dios.

~ 54 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El fantasma de una sonrisa rondó sus labios. —Efectivamente, no. Es,


por supuesto, un estimable placer reclamar un baile con Daisy—. Cualquier
otra dama seguramente se sentiría complacida y a punto de desmayarse
ante tan grandes elogios del joven duque.
Entonces, ella nunca había sido una dama cualquiera en lo que respecta
a Auric. Ella guiñó el ojo dos veces. Porque, si esto no merecía algún tipo de
salvación, no podía determinar qué otra cosa lo haría.
Él se rió y luego enterró ese sonido detrás de una tos. —Si me
disculpan—, dijo una vez más.
Su madre extendió una mano audaz y la envolvió en su antebrazo. —
Promete que vendrás con más frecuencia, Auric. Echamos mucho de menos
tu presencia.
Avergonzada de que su madre se humillara tanto, Daisy la reprendió
suavemente. —Mamá, por favor—. Echó una mirada a los curiosos lores y
damas que se fijaban en el audaz gesto de la marquesa.
Auric captó la mirada de Daisy, con una suave seguridad y comprensión
en su cálida mirada azul. —Me comprometo a visitarla más a menudo—,
murmuró.
Y ella recordó todas las razones por las que se había enamorado de él en
primer lugar. Él esbozó otra reverencia y se excusó una vez más, antes de
alejarse hacia el lado opuesto del salón de baile. Por Lady Leticia. Ella
frunció el ceño. Daisy estudiaba abiertamente a la pareja que presentaban
con el mismo interés que los miembros de la alta sociedad presentes. La
sociedad había empezado a aceptar apuestas desde el momento en que
había hecho su debut, en el sentido de que Daisy Meadows se convertiría
en la Duquesa de Crawford. Habían basado esa tonta y errónea decisión en
esas fieles visitas y en su leal asistencia a Almack's y a cualquier otro evento
al que ella tuviera la desgracia de asistir. Todos esos rumores se
desvanecieron cuando ella salió del luto hace dos años, sin que el Duque de
Crawford le hiciera ninguna oferta. Eso había demostrado, de hecho, que no
había nada remotamente romántico en la relación del duque con Daisy.
Nada en absoluto.
Ahora, los entrometidos de Londres se preguntaban quién sería la
duquesa en espera, ya que no sería Lady Stanhope.
Auric guió a Lady Cordelia, otra belleza inglesa de pelo dorado e
impecable, a la pista de baile y otro trozo de su corazón se rompió. Cerró
las manos en apretados puños. Incluso a través de la tela de sus finos
guantes, sus uñas estropearon su carne.
—Él se dará cuenta de que estás ahí, Daisy.

~ 55 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Se quedó quieta, mirando con los ojos muy abiertos a las parejas que
ejecutaban los intrincados pasos de un reel campestre. Por un momento se
imaginó que sólo había pensado esas palabras en su cabeza, o peor aún, que
había expresado sus pensamientos privados en voz alta, como hacía con
demasiada frecuencia.
Su madre le puso una mano en la cintura y le dio un suave apretón. —Lo
hará—, repitió, en voz baja, sólo para sus oídos.
Quería recordarle a su madre que ése no era el lugar, ni mucho menos el
momento, para hablar de sus esperanzas, sus sueños y su amor por Auric, el
Duque de Crawford. Y sin embargo... retiró su mirada del perfecto cuadro
presentado por la pareja de bailarines y la dirigió a su madre. ¿Cómo lo
sabía? ¿Cómo, si había dejado de ver a Daisy en los últimos siete años?
La mujer mayor le dirigió una mirada cómplice. —Las madres lo saben
todo, Daisy—. Le hizo un guiño lento y deliberado. —Algún día lo
descubrirás por ti misma. Lady Harrison me hace un gesto—. La tensión se
instaló en las líneas de su boca. En un momento dado, hace una vida, su
mamá habría salido corriendo a charlar y a reírse como muchas de las otras
matronas presentes. Ahora, se movía con dolor y torpeza en la mayoría de
los intercambios. —¿Te importa si voy a hablar con ella?— Por un
momento, Daisy sospechó que su madre deseaba secretamente que su hija
emitiera algún tipo de protesta.
—En absoluto—, dijo en voz baja. Sin embargo, no estaría ayudando
realmente si permitía que su madre permaneciera dentro de la cáscara de
persona en la que se había convertido. La marquesa vaciló y luego, con un
suspiro, se alejó en un mar de faldas azul zafiro, el color más cercano y
apropiado al atuendo negro de luto que adoptó en casa. Daisy se quedó
mirando tras ella. Cuánto había visto su madre a lo largo de los años y qué
poco crédito le había dado Daisy. Había algo dolorosamente revelador en
descubrir ante un salón de baile abarrotado que no era tan invisible como
había creído todos estos años.
Volvió a mirar a los bailarines, escudriñando a la multitud, pero sólo se
preocupaba por uno: un caballero alto y poderoso y su indigna pareja de
baile. Daisy lo encontró con la mirada, mientras pensaba en el puñado de
palabras de su madre que, en efecto, habían hecho tambalear todo lo que
Daisy había creído durante siete años. Se había creído invisible. Se había
convencido de que su madre y su padre no la veían a ella ni a las esperanzas
que albergaba en su alma tan viva. Se había equivocado en que su madre no
la veía. Si se había equivocado en eso, quizás también se había equivocado
en lo que respecta a Auric. Tal vez él, de hecho, veía más de ella de lo que
ella creía.

~ 56 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Justo en ese momento, él miró por encima de las cabezas de los


bailarines que ejecutaban los pasos del reel campestre. Sus miradas se
cruzaron.
Y él le lanzó dos lentos guiños.

~ 57 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 5
A la mañana siguiente, Daisy miró por la ventanilla del carruaje el paso
de las calles de Londres. Las calles de moda daban paso al abarrotado
distrito comercial de North Bond Street y continuaban rodando junto a los
lores y damas elegantes hacia Gipsy Hill. Auric, como la noche anterior,
sonriendo y guiñando un ojo y tan amable con su madre, era el único foco
de sus pensamientos.
Soltó la cortina. Desde el fallecimiento de Lionel, que era la única forma
en la que se permitía pensar en su muerte, el Auric sonriente y reflexivo de
su juventud había sido sustituido por un duque… más sombrío. Tamborileó
con las yemas de los dedos sobre los cómodos sillones de cuero del carruaje.
Él se había metido en el papel de duque y le sentaba de maravilla.
No en el buen sentido.
A veces se permitía creer que el hombre al que amaba no era más que un
recuerdo, pero entonces, cuando la visitaba y le guiñaba el ojo dos veces,
como había hecho la noche anterior, vislumbraba al verdadero hombre
enterrado bajo el decoro y las obligaciones ducales. Ella no amaba a Auric
por el título que poseía. Lo amaba por un millón de razones diferentes, la
menor de las cuales tenía que ver con el estúpido y maldito título.
Buscaba el colgante, que le haría ganar el corazón de Auric. Los
pequeños pitidos de la lluvia golpeaban las ventanas del carruaje y se
burlaban de sus esfuerzos en este día. No permitiría que el cielo gris la
disuadiera en este día.
—Milady, tal vez este no sea el mejor día para ir de compras.
—Oh, no es cierto—. Daisy descorrió la cortina y miró el cielo oscuro.
Gruesas nubes de lluvia gris y blanca rodaban por encima. —Vaya, es un
día perfectamente espléndido para ir de compras—, le aseguró a la nerviosa
criada. Las calles lluviosas significaban calles vacías. La bendita soledad era
justo lo que ella necesitaba. Soledad y falta de atención de la sociedad
educada. No es que Daisy frecuentara las tiendas de moda de North Bond
Street, donde es más probable que la vean los miembros de la sociedad.
El carruaje se detuvo bruscamente. En un intento de frenar las reservas
en los labios separados de su criada, Daisy abrió la puerta del carruaje de un
empujón y luego saltó al suelo. Sus pies resbaladizos se hundieron en un
profundo charco. Con un suspiro, Daisy sacó el pie de las aguas turbias y lo
sacudió. Las zapatillas habían sido una pésima idea. Sin esperar a ver si

~ 58 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Agnes la seguía, Daisy se apresuró a recorrer las calles llenas de gitanos que
vendían sus productos.
A pesar de haber descartado la lluvia, el frío la sacudió y se acercó la
capa para protegerse del frío primaveral. Se abrió paso entre los
transeúntes mientras recorría las calles empedradas y llenas de basura y se
tocó la nariz con un pañuelo perfumado, ya que el olor de las verduras
podridas y las golosinas azucaradas se fundían en una mezcla nauseabunda.
Las cosas que una dama hace por amor. Se apartó del camino justo cuando un
comerciante lanzaba un cubo de agua desde la puerta de su tienda. El agua
marrón roció los adoquines y estropeó sus faldas.
Con un grito ahogado, Daisy retiró su dobladillo, ya irremediablemente
manchado. Por desgracia, su capa de muselina verde ya había sufrido un
daño irreparable. Se ciñó la prenda y continuó, cada paso alimentado por el
recuerdo de aquellos dos guiños de la noche anterior y del baile de Auric y
ella. Oh, él le había pedido que bailara cualquier cantidad de cuadrillas y
reels educados y campestres, pero nunca un vals... hasta la última noche. Es
cierto que, con la insistencia de su madre, Auric no podía dejar de invitarla
a bailar. Sin embargo, él podría haber elegido un baile más educado y
menos íntimo. Y aun así, había elegido un vals. Seguramente, eso
significaba algo para el duque. Las esporádicas gotas de lluvia tocaron su
piel. Se quitó una gota de humedad de la punta de la nariz.
—Milady—, la llamó su criada, con un tono bastante suplicante.
Se detuvo y volvió a girar. El viento tiraba de las faldas de Daisy. —
Agnes, tenemos un buen número de tiendas y carros que registrar. No me
perderé de vista, pero si quiero tener alguna esperanza de encontrar este
collar en particular, necesito tu ayuda.
Agnes suspiró. —Milady, la marquesa me despedirá si descubre que me
he ido de su lado—. Pasó su mirada preocupada por los caminos
empedrados de Gipsy Hill. —En estas calles de Londres, nada menos—.
Daisy dio una palmadita reconfortante en el hombro de la chica. —Oh,
Agnes, no lo haría. Te lo prometo—, añadió, en un intento de calmar las
preocupaciones de la joven.
Cuando su madre estaba en uno de sus arrebatos, que era lo más
frecuente, no se daba cuenta de que Daisy se levantaba las faldas por
encima de las rodillas y saltaba en un pie por los pasillos gritando su
nombre. Tras el baile de Lady Harrison de la noche anterior, la marquesa se
había retirado a sus aposentos y se había excusado con una de sus
familiares migrañas. Aunque Daisy hacía tiempo que sospechaba que en
realidad no eran dolores de cabeza, sino más bien un deseo de soledad para
poder estar a solas con el recuerdo del hijo que había perdido. No,
indispuesta como estaba, su madre no sabría, ni probablemente le
~ 59 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

importaría, que Daisy estuviera a un puñado de carros de su criada


mientras hacía compras en Bond Street. Incluso si se trataba de las partes
poco elegantes de Gipsy Hill.
Agnes la estudió y luego suspiró. —Muy bien. ¿Es un corazón, dice?
Contenta de tener por fin una ayuda en este loco plan que había ideado,
Daisy asintió con entusiasmo. —Sí, un corazón. Me han dicho que es así de
grande—, señaló con los dedos. —Y dorado con tenues grabados—. Con el
labio inferior, miró hacia arriba y hacia abajo por la calle llena de
vendedores que ofrecían sus productos. —Imagino que seremos más
eficaces si nos movemos por los lados opuestos de la calle—. Tomó a Agnes
suavemente por los hombros y la dirigió hacia la columna de carros. —
Ahora, vete.
Agnes dudó un largo momento y luego, murmurando en voz baja, se
dejó impulsar suavemente hacia adelante.
Como no quería arriesgarse a que Agnes cambiara de opinión y se
aferrara inútilmente a su lado como una carabina más bien débil, Daisy
levantó un poco el dobladillo, apartando la tela del charco espeso y
embarrado, y pisó el agua turbia. Mientras se dirigía a los carros de los
gitanos, recordó las palabras de Lady Stanhope de la noche anterior sobre
una anciana llamada Bunică. La gitana de pelo canoso era, de hecho, la
legítima propietaria y la última en tener el colgante del corazón. ¿Qué
posibilidades había de que alguna joven hubiera encontrado ya a la gitana y
le hubieran dado el colgante en forma de corazón? Es más, ¿qué dama iría
en busca de esa baratija?
Se detuvo en la concurrida acera. —Todas las mujeres del maldito
reino—, murmuró para sí misma.
Un vendedor cercano, un hombre mayor con el pelo blanco, se quitó una
gorra negra de la cabeza. —¿Cómo dice, madam?
El calor abofeteó sus mejillas. —Eh, nada—. El molesto asunto de
hablar consigo misma. Realmente necesitaba un confidente o un amigo. No
había nada más para ello. Sacudió la cabeza para despejarse, volviendo a su
propósito de estar aquí ese día, y no era para ponerse melancólica por sus
circunstancias. El gitano se dirigió a su carro repleto de telas y una serie de
pequeños objetos de adorno, llamando la atención de la mujer sobre su
mercancía. Se acercó y pasó los dedos por el borde de la gran carreta de
madera con fuertes mellas y abolladuras. El viento arrastra la suave lluvia y
le salpica la mejilla. Con las puntas de los dedos enfundados en un guante,
Daisy se limpió una gota y se acercó lentamente al lado de su carro.
Una pequeña pieza redonda de vidrio, salpicada de gotas de lluvia llamó
su atención. La delicada pieza reluciente por las gotas de humedad,

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

hicieron que Daisy se detuviera. Inclinándose sobre el conjunto ecléctico de


artículos, ella recogió la pequeña pieza de vidrio y con la punta de su dedo,
sacudió la lluvia del vidrio liso.
Por supuesto, cuando tengas tu presentación, Auric será uno de esos viejos duques con
un monóculo en su ojo…
Una sonrisa melancólica apareció en sus labios al oír la voz de Lionel,
tan clara como el día que pronunció esas palabras, que sonó en las
bulliciosas calles. Ella buscó desesperadamente a su hermano, que solía
sonreír. Sin embargo, no había ni una cara conocida ni una sonrisa amistosa
entre la multitud de desconocidos. Estaba sola. Tal y como había estado
estos siete años. Su sonrisa disminuyó.
—¿Quiere comprar eso, milady?— Las palabras del gitano la trajeron de
vuelta de sus tristes reflexiones.
—No. Yo...— pasó el dedo por el marco y luego se congeló ante el ligero
adorno plateado en el centro. Una margarita. El viento tiró de su cabello,
liberando un rizo. El monóculo2 de cristal era perfecto. —Sí. Creo que sí—
. Metió la mano en la retícula que colgaba de su muñeca y pescó en el fondo
del saco de satén. Daisy retiró un soberano y se lo tendió al hombre que
miró la moneda con asombro.
Sus ojos reumáticos se abrieron y se quitó el sombrero una vez más. —
Muchas gracias. ¿Hay algo más en lo que la pueda ayudar?
Daisy le dedicó una sonrisa. —No gracias.— Ella dejó caer el monóculo
dentro de su retícula. —Esto servirá perfectamente.
Él guardó el generoso pago y realizó una reverencia.
Con paso ágil, Daisy comenzó a cruzar la calle. Todos los duques
necesitaban un monóculo. Especialmente los duques que se acercaban a los
treinta años. Quizá sirviera para recordar a Auric que tenía que casarse. Y
pronto. El viento tiró de su capa y ella pasó las palmas de las manos por la
parte delantera, alisando la tela. Por supuesto, él ya parecía haberse dado
cuenta de esa importante parte de su responsabilidad ducal. Simplemente
no la había visto a ella como algo que encajara en sus obligaciones ducales.
Salió a la calle justo cuando otra ráfaga de viento, más feroz y cortante,
le azotó la capucha sobre los ojos. Daisy la echó hacia atrás y un grito se
alojó en su garganta cuando un caballero que montaba su caballo al galope
rápido se cruzó en su camino. Ella tropezó. Su pie giró sobre los adoquines
desiguales y cayó hacia atrás, cayendo con fuerza sobre su trasero. Daisy
gruñó cuando las palmas de las manos rozaron las rocas y el camino lleno

2
Un —quizzing glass—, traducido como monóculo en este caso, era una lente de aumento en un mango
que se sostenía ante el ojo para permitir un escrutinio más cercano del objeto a la vista.

~ 61 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

de tierra, destrozando sus finos guantes. Hizo una mueca de dolor que le
subía por la espalda. El viento la azotó y le soltó varios mechones de pelo y
los largos rizos le golpearon las mejillas. Con la boca llena de pelo, se sacó
varios mechones húmedos y se los colocó detrás de la oreja, con una mueca
de asco por el mal olor de sus dedos. Echó una mirada a su alrededor y se le
escapó un suspiro de alivio al encontrar a su criada al otro lado de la calle,
totalmente absorta en su búsqueda. Daisy se quitó los guantes con cuidado
e inspeccionó los daños causados en las palmas de las manos. La pobre
chica sufriría una apoplejía si descubriera a su ama en ese momento, ya que
estaba tirada en el suelo. Daisy se puso en pie y se quitó el polvo de las
piedras y la suciedad que le escamaban las manos.
Esperaba que ésta no fuera la opinión del destino sobre su búsqueda del
colgante Corazón de un Duque.
Entonces empezó a llover a cántaros.

~*~

Auric contemplaba las lluviosas calles londinenses desde el interior de


su carruaje. Tras su visita de ayer a Daisy, en la que ella le había señalado su
ausencia durante las últimas semanas, se había sentido avergonzado por su
abandono tanto de la joven como de su madre. Así que, con la culpa como
motivo, se encontró de camino a la casa de la Marquesa de Roxbury para
hacer la visita necesaria. La familiar fachada de la residencia de las damas se
hizo visible y, momentos después, su carruaje se detuvo lentamente ante la
casa. Un lacayo vestido de librea abrió la puerta y el viento fresco se filtró
en el carruaje, alborotando su cabello. Alisando las manos sobre la parte
delantera de su capa, Auric bajó. La tela negra le azotó los tobillos con
furia, mientras un trueno retumbaba ominosamente en la distancia.
En cinco largas zancadas llegó a la conocida puerta principal. Una
puerta por la que había entrado más veces de las que podía contar; como
niño al lado de su padre, como joven que visitaba a su amigo más cercano y
como caballero que buscaba la absolución de un pecado que nunca podría
ser perdonado. Golpeó una vez.
Casi inmediatamente la puerta se abrió. El mayordomo, tan familiar
como la puerta de entrada, dio un paso atrás, admitiéndolo.
—Buenas tardes, Frederick.

~ 62 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Su Gracia—, dijo el antiguo sirviente, esbozando una profunda y


respetuosa reverencia. Se aclaró la garganta, interpretando correctamente
el motivo de la visita de Auric. —La marquesa está indispuesta.
De nuevo, el sentimiento de culpa se asentó como una piedra en su
vientre. La mujer se retiraba con frecuencia a sus aposentos durante el día.
La pena la había vuelto abatida, una mera cáscara vacía de la refinada
anfitriona que había sido antes. Inclinó la cabeza en señal de comprensión.
—Por favor, dígale a Lady Daisy que he venido a visitarla—. Resultaba
extraño que Daisy, la chica que aborrecía todos los eventos sociales
organizados por sus padres, hubiera intervenido como anfitriona para
recibirlo cuando su madre estaba indispuesta. Pero entonces, todos habían
crecido. Hacía mucho tiempo que no eran niños. El remordimiento se
apoderó de él por la simplicidad de la vida que una vez conocieron, ahora
perdida.
—Lady Daisy no está aquí, Su Gracia—, murmuró el viejo sirviente.
Auric frunció el ceño. —¿No está aquí?
—No está aquí—, repitió el hombre. Un destello de preocupación llenó
los ojos reumáticos del hombre. —Se ha ido—, tosió en su mano, —de
compras.
—De compras—, repitió mudo, sabiendo que debía sonar como un
completo imbécil y, sin embargo, desde que conocía a Daisy Laurel
Meadows, que era todo el curso de su existencia, la dama había detestado
las compras.
—Sí, Su Excelencia—, confirmó Frederick con un movimiento de
cabeza. —De compras.
Auric arrugó la frente. El único placer que había encontrado en ello
cuando era niña fue cuando él y Lionel la habían llevado al bazar y habían
comprado una colección de soldaditos para la pequeña que se veía obligada
a jugar en secreto con las figuritas, después de que su correcta mamá le
hubiera negado el placer.
Frederick echó una mirada a su alrededor y luego volvió a prestar
atención a Auric. —Si se me permite el atrevimiento, Su Excelencia...
—Puede—, dijo él con brío.
—La dama se ha ido.
—Se ha ido—. Sabía que sonaba como uno de esos loros tan favorecidos
por las aburridas damas y caballeros de la alta sociedad. —Creo que dijo
que la dama se había ido de compras—. Pero Daisy no iba de compras.
—Pero sí fue de compras, Su Excelencia—. La preocupación hizo que el
tono del hombre se volviera áspero. —Ha ido a Gipsy Hill.

~ 63 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La inquietud le llenó el vientre y Auric abrió la boca, pero enseguida la


cerró para no repetir las palabras del criado una vez más. Gipsy Hill, en las
afueras de la zona de moda de Londres, Daisy no debía estar allí. Reprimió
una maldición. —¿Ha llevado un acompañante?—, espetó, porque que Dios
la ayudara si no lo había hecho, le dejaría ampollas en los oídos cuando la
encontrara.
—Ha llevado a su criada.
¿Su criada? Sí, haría mucho más que ampollar los oídos de la dama por
semejante imprudencia. —Gracias, Frederick—, dijo secamente.
El criado abrió la puerta. Una ráfaga de viento sopló a través de la
entrada, abofeteando la cara de Auric con gotas de lluvia. —Gracias, Su
Gracia—, dijo el mayordomo en voz baja.
Él se detuvo y lo miró interrogativamente.
—Por preocuparse por ella—, aclaró. —Lord Lionel se lo habría
agradecido—, dijo Frederick y luego cerró la puerta.
Con pasos furiosos, Auric se dirigió hacia la calle, con las palabras
erróneas del hombre arrastrándose tras él. Lionel no habría estado
agradecido. Porque, en la muerte, Lionel seguramente detestaba a Auric por
haberlo llevado a ese pecado y por no ser quien cuidara de Daisy, como
debía ser cuidada.
—Gipsy Hill—, ordenó al llegar a su carruaje. El conductor de librea
abrió la puerta y Auric subió al interior. ¿Qué asuntos tenía la dama en esa
parte tan poco elegante de Londres? Buscó en su mente, pensando en la
chica que había conocido estos años. No había creído que Daisy estuviera
motivada por los adornos y las fruslerías que animaban a las damas de la
alta sociedad y, sin embargo, ¿hasta qué punto la conocía realmente, ahora?
Los soldados con los que antes jugaba habían sido sustituidos por un
bastidor de bordado. Durante todos estos años que había ido a visitarla,
había cumplido con las obligaciones de una visita, pero ni una sola vez
había notado la verdad: Daisy estaba creciendo. Su ceño se frunció. No, ya
no era una niña y él ya no conocía los intereses de la dama. A excepción de
ese asunto del bordado.
El conductor tiró de las riendas del vehículo y éste avanzó a
trompicones. Mientras el carruaje de Auric retumbaba por las abarrotadas
calles londinenses, él se asomó a las espesas nubes grises y a las pequeñas
gotas de lluvia que golpeaban las ventanas. El tiempo se adaptaba
perfectamente a su estado de ánimo y sólo reforzaba la absoluta locura de
que la dama saliera sin más protección que la de una criada. Un gruñido se
acumuló en su pecho, lleno de un miedo acelerado por las implicaciones de
que ella estuviera en Gipsy Hill, sin protección.

~ 64 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

A pesar del aire frío y de sus manos enguantadas, las palmas de sus
manos se humedecieron al recordar los horrores de su pasado. En un
momento dado, Auric había sido un bastardo ensimismado que había
buscado la emoción de bailar al borde de la respetabilidad. Había obligado
a Lionel a entrar en los bajos fondos de Londres y, por el egoísmo de Auric,
esa decisión errónea le había costado la vida a Lionel, muerto en la cama de
una puta con la navaja de un despreciable ladrón callejero enterrada en su
vientre.
También le había costado a Daisy su único hermano. Todas las
implicaciones de que ella saliera sola se deslizaron en su mente, enfriándolo
con la perspectiva de una Daisy sonriente y pecosa asesinada de forma
igualmente cruel. Las náuseas se agitaron en sus entrañas. Si le ocurría algo,
no se lo perdonaría. Sería la traición definitiva, que nunca podría ser
expiada.
Los recuerdos llegaron ahora con fuerza y rapidez: Lionel, tendido en un
charco de sangre, mirando sin ver el techo manchado de agua. Pero la
imagen cambiaba y era Daisy la que estaba sola en esa habitación con un
desconocido sin rostro. Un gemido agónico le subió por la garganta, casi
ahogándolo. Golpeó con fuerza el techo. —Más rápido, hombre—, tronó.
El carruaje aumentó su ritmo, avanzando a toda velocidad por las calles
empedradas. Hacia adelante.
Miró fijamente a los jinetes que pasaban de vez en cuando y a los carros
y carretas que bordeaban el camino empedrado de Gipsy Hill mientras
buscaba a Daisy.
El agudo relincho de un caballo llamó su atención al otro lado de la calle.
Mientras su carruaje avanzaba, se asomó al exterior, entrecerrando los ojos
en la distancia, justo cuando el viento le levantó la capucha a una joven.
Auric estrechó los ojos al ver el alboroto de cabellos castaños y una serie de
pecas. Apretó la frente contra el cristal de la ventana y golpeó una vez el
techo. El vehículo se detuvo de inmediato con una fuerte sacudida. Apoyó
los pies en el suelo, abrió la puerta de un empujón y saltó del carruaje. Un
fuerte chirrido rompió el ruido de las calles concurridas y el viento aullante.
Un espeluznante escalofrío le recorrió la columna vertebral, absorbiéndole
la vida. El tiempo se congeló en un momento agonizante, su mundo se
paralizó cuando Daisy se salvó por poco de ser pisoteada por las enormes
pezuñas de la yegua negra de algún tonto.
El pulso le latía con fuerza en los oídos, y Auric corrió por el camino
empedrado. Esquivó entre carros y carruajes mientras la sangre bombeaba
furiosamente por su cuerpo. A lo lejos, registró el frío gélido de los gruesos
charcos que penetraban en los tacones de sus botas y el empuje ahora
cegador de la lluvia. —Daisy—, ladró, la palabra se perdió por el furioso
viento que golpeaba su capa. La joven parpadeó varias veces como si
~ 65 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

estuviera aturdida. Por Dios, nunca se perdonaría a sí mismo si ella


estuviera herida. Su vida sería eternamente oscura sin ella.
Auric acortó la distancia entre ellos en apenas un puñado de zancadas.
La lluvia le ensuciaba el pelo y corría en constantes riachuelos por sus
pálidas mejillas. Ella levantó la vista y lo miró fijamente. Con el ceño
fruncido por la consternación, inclinó la cabeza como si tratara de
localizarlo, lo que, por supuesto, era una tontería. Él la conocía desde que
era un bebé y la había llevado a hombros por toda la finca del marqués. —
Auric—, saludó ella con una sonrisa.
Ante esa sonrisa fácil, una confirmación de que no estaba herida, su
corazón volvió a latir con normalidad.
Alimentó su fastidio, prefiriendo ese sentimiento al empalagoso temor
de descubrirla aquí, sola en las calles. ¿Auric, dijo ella? Como si se
encontraran en medio de un salón de baile o en un saloncito y no en las
embarradas y peligrosas calles de Londres. La furia sustituyó al miedo
adormecedor de hace unos momentos y él recorrió la distancia restante
hasta ella. Sus ojos se abrieron de par en par, ¿quizás de miedo? Bien,
debería tener miedo. Alimentó su ira. —¿Qué está haciendo aquí con este
clima, sin acompañante, en esta parte de Londres, milady?— La lluvia le
nubló la vista y se quitó las gotas con rabia.
—Estoy de compras—. Ella alzó los brazos. —La mejor pregunta sería,
¿qué estás haciendo tú aquí, Auric?
—Devolviéndote a tu casa.
—Oh, no, no lo harás—. Le guiñó el ojo una vez.
Se estaba divirtiendo mucho, ¿verdad? —Esto no es un juego—, espetó
él. La dama no se daba cuenta de que arriesgaba su vida al venir aquí.
—Nunca dije que lo fuera—, dijo ella con un suspiro atribulado.
Entrecerró los ojos. Un brillo sospechoso iluminó sus profundidades
marrones. —Y para el caso, Su Excelencia, ¿cómo me encontró aquí?—
Daisy arrugó la nariz. —¿Me está espiando?— Lo que sugería que la dama
estaba realizando actividades que merecían que él la espiara. Se pasó una
mano por la cara. Que Dios lo ayudara. Podía administrar sus propiedades
de manera que sus arcas estuvieran abundantemente llenas. Podía hacer
callar a una sala de nobles con una sola mirada. Sin embargo, no estaba
preparado para manejar este asunto de ser un hermano mayor. —¿Y
bien?—, le espetó ella, con molestia en su tono.
Auric bajó el brazo a su lado. —Frederick fue muy esclarecedor—.
Porque el viejo sirviente tenía claramente más sentido común que Daisy y
su madre juntas.

~ 66 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Traidor—, murmuró ella. Luego, dio una sacudida a sus rizos


húmedos. —De todos modos, tengo asuntos importantes que atender—.
Con eso, giró sobre su talón embarrado y comenzó a recorrer el camino.
Auric no se movió del sitio, parpadeando varias veces en rápida
sucesión. Por Dios, ¿ella se había alejado de él? ¿Con este clima? ¿Sin
acompañante? ¿En esta parte de Londres? Con un gruñido, salió tras ella. —
Lady Daisy Meadows, por Dios, si no te detienes te echaré al hombro y te
llevaré a mi carruaje—. Se plantó delante de ella e impidió que avanzara.
Ella se detuvo. Lo cual fue bueno. Porque realmente no quería hacer algo
tan bárbaro como arrojarla sobre su hombro. Lo cual haría si fuera
necesario. Pero aun así prefería no hacerlo. No con Daisy. Ni con ninguna
jovencita. Pero especialmente no con Daisy. A pesar de todos los pecados
de los que era culpable, le importaba dejar de lado cualquier otro que
involucrara a Daisy y, muy especialmente, cualquier acto escandaloso que
implicara sus manos sobre su persona.
La lluvia corría en una corriente constante alrededor de ellos, como
gotas de cristal en sus mejillas. Pero entonces ella sonrió, la única
salpicadura de alegría en un mundo por lo demás sin alegría, y por un breve
momento, él olvidó el terror que lo había perseguido desde que Frederick
había anunciado los planes de la dama de visitar Gipsy Hill y cualquier
molestia. —¿En qué pensabas al salir sin acompañante?—, preguntó,
cuando por fin consiguió formar palabras.
—Tengo acompañante—. Daisy miró a su alrededor. Un ceño fruncido
tiró de sus labios hacia abajo y luego levantó un dedo. —Ah, aquí está.
Como si se tratara de una señal, una mujer joven con una capa marrón
muy útil apareció en la calle. —Milady, tenemos que irnos. Es...— Se
detuvo al ver a Auric y guardó silencio.
Volvió a prestar atención a Daisy. —Eso no es un acompañante, milady.
Ella cruzó los brazos sobre el pecho. —En efecto, ella lo es.
Auric respiró lenta y tranquilamente y contó hasta cinco. —No. No, ella
no lo es—. Era una joven doncella que no parecía lo suficientemente fuerte
como para mantenerse en pie con el viento aullante que los golpeaba ahora.
Un escalofrío le recorrió ante la idea de todo tipo de peligro que podría
haberle ocurrido.
—¿Qué clase de locura te ha sobrevenido para venir aquí sola, Daisy?—,
preguntó, escurriéndose de la formalidad. Su madre haría bien en no
perderla de vista durante el resto de la temporada, o mejor aún, hasta que
estuviera casada y firmemente envuelta en la protección de algún caballero.

~ 67 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Salvo que, entonces, se la imaginaba con algún bastardo de esposo que


no la merecía, y entonces sentiría todo un nuevo comienzo de culpa por la
ausencia de su hermano, que se habría ocupado del importantísimo detalle
de asegurar una pareja para su... para su...
Daisy murmuró y procedió a rebuscar en su retícula.
Arrugó la frente. —¿Qué estás haciendo?
Ella siguió rebuscando en el interior de su bolsa de satén amarillo
pálido.
—Daisy, te he preguntado qué estás....
Su cabeza se levantó y su sonrisa se amplió. —Toma—. Le entregó un
pequeño objeto de plata.
Auric aceptó la delicada pieza. —¿Un monóculo?— Alternó su mirada
entre Daisy y el frágil objeto.
Ella señaló el objeto. —Imagino que si no puedes ver a Agnes de pie ante
ti para saber que no estoy, de hecho, sola, entonces necesitas esto incluso
antes de lo que había imaginado.
Se pasó una mano por la cara. —¿Daisy?
—¿Sí, Auric?
—Sube a tu maldito carruaje. Ahora.
Daisy abrió la boca para protestar cuando un trueno retumbó en la
distancia. Ella saltó. Desgraciadamente, sus pies con zapatillas acabaron en
el charco que crecía rápidamente entre ellos. Miró con tristeza su
dobladillo empapado. —Sabes, todo esto es realmente tu culpa.
Si no estuviera tan preocupado por ponerla a salvo dentro de su
carruaje, le habría encantado escuchar una explicación de eso. —Te aseguro
que, a pesar de todo el poder que poseo, no puedo hacer que el cielo truene.
Su boca formó un pequeño mohín de sorpresa.
Él se inclinó hacia abajo, tan cerca que detectó el toque de miel y
lavanda que se le pegaba. —¿Imaginaste que había olvidado tu miedo a los
truenos y relámpagos?
Ella arrugó la nariz. —No sigo teniendo miedo a los truenos y
relámpagos—. Como para demostrar que era una mentirosa, un rayo
agrietó el espeso cielo gris y se le escapó un pequeño grito.
Él sonrió, guardando su regalo en el bolsillo. Una sonrisa de verdad, la
primera que lograba en más años de los que podía recordar. No era muy
apropiado que una joven soltera le hiciera un regalo a un caballero que no
era su pariente. Pero esta era Daisy. —Mentirosa.

~ 68 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Eso no me sorprendió—, dijo ella, arrugando el ceño. —Es...—


Arqueó una ceja. —Es...— Ella suspiró. —Muy bien, puede que todavía
esté un poco asustada. Un poquito—, añadió cuando su sonrisa se hizo más
profunda. —Pero más que nada me asustó el rayo. Como a la mayoría de la
gente. Asustada por un rayo— añadió como si él fuera un completo imbécil
que no hubiera podido entender lo que ella había sugerido. Un mechón
castaño y húmedo le cayó sobre el ojo y sopló el mechón. Por desgracia, el
mechón empapado seguía pegado a su frente.
Su mano salió disparada por su propia voluntad y le pasó el mechón por
detrás de la oreja. —Ya está—, murmuró.
—¿Qué estás haciendo?
—Te acompaño a tu carruaje.
—Oh, eso no será necesario. ¿No es así, Agnes?—, dirigió a su criada.
La sabia criada tuvo el sentido común de permanecer en silencio.
Con una maldición silenciosa, Auric alcanzó la muñeca de Daisy y
colocó sus dedos sobre su manga. La criada, Agnes, murmuró una silenciosa
oración de agradecimiento y se puso en marcha hacia su carruaje. —
Supongo que tu madre se pondrá furiosa—, dijo él por la comisura de los
labios. La Daisy de hace años habría temido como es debido la
amonestación de su madre.
—Te equivocarías—, murmuró ella.
Él resopló. La joven Daisy Meadows parecía ser la perdición de la
existencia de su madre. La pobre marquesa había sacudido la cabeza en
señal de lamento tantas veces, que él y Lionel habían bromeado diciendo
que la mujer seguramente andaba en un perpetuo estado de mareo por el
movimiento.
Reconoció el carruaje negro de Daisy. El conductor bajó de un salto de
su pescante y abrió la puerta. Auric miró a Daisy. —Espero que use más el
sentido común, milady, que salir de compras con este clima olvidado por
Dios. No me imagino que merezca la pena arriesgar la vida por una
chuchería.
—Estás equivocado—. Algo se encendió en sus ojos. —Era importante.
Es importante—, enmendó. —Y no me disculparé contigo por haber salido
a la lluvia, Auric. Ya no soy una niña, ni una mujer que responde ante ti—.
Su pecho subía y bajaba con la fuerza de su emoción, atrayendo la mirada
de él hacia abajo, hacia la generosa hinchazón de sus pechos aplastados
bajo la tela húmeda de su capa.

~ 69 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

No. En algún momento, en estos últimos siete años, Daisy se había


convertido en una mujer. Una mujer hermosa. Auric tragó con fuerza y
forzó su mirada hacia su rostro.
—¿Hay algo más que quiera decir, Su Gracia?
Ah, ¿así que ahora ella lo trataba de Su Gracia? Bien, esto era seguro.
Podía lidiar con las acusaciones agrias y los —Su Gracia— enfadados
mucho mejor que con los abundantes pechos y las generosas caderas de
Daisy. —Le advierto que use su mejor juicio, milady—. Le tomó la mano
para ayudarla a subir al carruaje.
Los labios de ella se movieron en una mueca de incomodidad.
Auric bajó la mirada. Le dio la vuelta a la mano y, con una maldición, le
quitó suavemente los delicados guantes de piel de cabritilla, ahora
destrozados. Un moretón rojo y furioso se hizo patente, un pequeño
rasguño con una fina línea de sangre cruzaba su palma. Las náuseas se
revolvieron en sus entrañas y cerró los ojos un momento contando hasta
tres para alejar el horror del pasado que confluía con el presente. La visión
de la sangre lo transportó, y sospechó que lo haría para siempre, a aquel
horrible día.
—¿Auric?— Su pregunta tentativa lo hizo volver al momento.
Se tragó la bilis que tenía en la garganta. —Maldito infierno, Daisy—,
gruñó. Sacó un pañuelo de la parte delantera de su abrigo. —¿Por qué no
dijiste que te habías herido?
—Es sólo un rasguño—, dijo ella en voz baja.
La mayoría de las jóvenes se habrían puesto histéricas al ver la sangre y
los moratones. Daisy no. Además, la chica que solía cebar sus propios
anzuelos cuando pescaba en el bien surtido lago de su padre, nunca había
sido remilgada. Él utilizó el borde de la tela para limpiar la suciedad y los
pequeños fragmentos de guijarros alojados en las delicadas líneas de su
palma. Ella jadeó. —Lo siento—, se disculpó. Prefería desprenderse del
brazo derecho antes de causarle más dolor. Se congeló a mitad de
movimiento, la culpa asoló su conciencia al considerar la mayor agonía que
ya le había causado.
—¿Qué pasa?— Su pregunta susurrada lo sacó de su ensueño. —Te has
puesto muy serio.
La expresión de él se tornó apagada. —Siempre estoy serio—. No
siempre lo había estado.
—Sí—. Ella negó con la cabeza. —Pero esto es diferente. Tus labios
están...

~ 70 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Listo.— Él se apresuró a envolver la mano de ella con el paño. No


sería bueno que los descubrieran en las calles de Gipsy Hill con Daisy
hablando de su boca, o de cualquier parte de su persona. —Ahora, vete a
casa, Daisy, y ten más cuidado en el futuro.
—Pero...
Él la subió al carruaje.
Ella asomó la cabeza. —Auric...
Cerró la puerta.
Daisy apartó las cortinas de terciopelo rojo y lo miró con desprecio.
Y, si el cochero no hubiera dado un golpe a las riendas y puesto en
marcha a los caballos, no dudaba de que Daisy Meadows hubiera vuelto a
bajar y le habría dicho exactamente lo que pensaba de su prepotencia. Sus
labios se levantaron en una sonrisa lenta y desconocida. Se quedó allí,
mientras su carruaje desaparecía por el camino, una débil marca negra en el
horizonte gris, con su capa empapada por la incesante lluvia.
No se había dado cuenta hasta ese momento de cuánto había echado de
menos sonreír.

~ 71 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 6
Sentada en el sofá azul huevo de petirrojo del Salón Azul, Daisy
trabajaba rápidamente en su bordado. Pasó el hilo carmesí por la tela.
Bueno, en cualquier caso, intentaba trabajar en él. Con un suspiro, se detuvo
para evaluar su sexto intento de corazón de la semana. Había mejorado un
poco. Este parecía más bien una lágrima unida, lo que era mucho mejor que
un círculo con una caída en el centro.
Ella bajó el bastidor y se puso en pie. Los rayos del sol se filtraban a
través de las cortinas abiertas e iluminaban la habitación con un brillo
suave y etéreo. Atraída por el calor, se acercó a la ventana y descorrió aún
más la cortina, agradeciendo la relajante caricia del sol en sus mejillas.
Después de varios días de lluvia, las densas nubes se disiparon y
permitieron que se viera un rastro de sol. Daisy estudió las bulliciosas
calles de abajo. No había encontrado el colgante con forma de corazón. Por
supuesto, no había sido tan ingenua como para creer que lograría encontrar
a la vieja gitana, en medio de un mar de gitanos, después de una tarde poco
productiva.
No del todo improductiva. Una sonrisa se dibujó en sus labios, mientras
su corazón latía con fuerza. Porque ayer, en la fría y lúgubre mañana
londinense, había llegado a una asombrosa revelación. Por mucho que
creyera que Auric no la había visto todos estos años, tampoco era invisible
para él. Si su relación con ella era estrictamente una obligación, en el
momento en que la visitó y encontró a su madre indispuesta y a Daisy
fuera, podría haber dado media vuelta y haber buscado sus clubes o haber
hecho lo que fuera que hicieran los caballeros. En lugar de eso, salió a
buscarla.
No, él presionó a Frederick para que le diera detalles sobre su paradero
y luego salió tras ella. Si era sincera, después de años sin que nadie la viera,
oyera o notara, había algo vivificante en el descubrimiento de que, para los
que importaban, ella no había dejado de existir, como había creído durante
tanto tiempo. Era cierto que había sido brusco y grosero y ducal, pero
también había habido rastros de gentileza. Sus manos, aún doloridas,
palpitaban con el recuerdo de sus dedos sobre la suave piel de su palma. Su
rostro sonriente se reflejó en el cristal.
Se giró para mirar a su criada Agnes en la esquina. —Volvemos a Gipsy
Hill.
La joven dudó. —¿Está segura, milady? Su Gracia...

~ 72 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Vamos, Agnes,— Ella no quería oír una palabra sobre la opinión


prepotente de Auric sobre sus excursiones. —El sol está brillando—.
Saliendo. Brillando. Todo era realmente lo mismo. —Gipsy Hill es mucho
más tentador en el sol que en un día triste, frío y lluvioso.
—Como usted diga.— Lo que, por supuesto, significaba que Agnes
estaba en total desacuerdo, pero era demasiado educada para decirlo. Con
todo el entusiasmo de una persona que es llevada a la horca, se puso de pie.
Echó una mirada dudosa a las cortinas abiertas: —Haré que preparen el
carruaje, milady—, anunció.
Poco después, Daisy se dirigió del salón al vestíbulo. Frederick estaba a
la espera, con su capa de muselina verde en las manos. Ella lo miró con
cautela. —Frederick—, saludó mientras se encogía dentro de la capa. —
Tengo la intención de ir de compras una vez más—. Le frunció el ceño. —A
Gipsy Hill—. A los veintiún años disfrutaría de la libertad de comprar
donde quisiera.
El fantasma de una sonrisa jugó en sus labios. —Muy bien, milady.
—Si cierta... gentil persona—, el duque, —pasara por aquí preguntando
por mi paradero—, cosa que ella ciertamente no preveía, ya que Auric había
hecho su visita de rigor. —¿Serías tan amable de no mencionar a dónde he
ido?— Después de todo, difícilmente lograría encontrar el colgante si sus
esfuerzos se veían frustrados tanto por un mayordomo protector como por
un tonto obstinado, demasiado ciego para ver que estaba
irremediablemente enamorada de él.
—Como desee, milady—. Frederick inclinó la cabeza. Presionó una
mano contra su corazón. —Tiene mi palabra de que no voy a decir una
palabra de su paradero a Su... er... a algún caballero.
Daisy lo miró un momento en un intento de calibrar su sinceridad.
Frederick le había sido muy leal a lo largo de los años. Nunca había
revelado su paradero a las severas institutrices, e incluso, en algunos casos,
cuando su madre estaba de mal humor, a la señora de la casa.
Arqueó una ceja blanca y tupida. —¿Hay algo más que necesite, Lady
Daisy?
Sólo su discreción. —No, eso es todo—. Con un movimiento de cabeza,
atravesó la puerta abierta y bajó el puñado de escalones hasta el carruaje
que la esperaba. Aceptó que el cochero la ayudara a subir al carruaje y se
acomodó en el asiento frente a su criada.
El sirviente cerró la puerta tras ella y luego el carruaje se sumergió
mientras él subía a su pescante. Daisy se acomodó en su asiento con un
vigor renovado. Todos estos años había creído que Auric no la veía. Y sin
embargo, su último intercambio reveló que, de hecho, la veía. Tal vez no de

~ 73 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

la manera que ella esperaba. Pero según Lady Stanhope, todo lo que Daisy
necesitaba era ese colgante. Sus labios volvieron a sonreír. Qué maravilloso
se sentía entregarse a la esperanza. Había lamentado el perpetuo estado de
seriedad de su madre y de Auric todos estos años, pero ¿había sido Daisy
realmente diferente? Con sus pensamientos tristes y sus arrepentimientos
agonizantes, realmente no se diferenciaba de ninguna de las dos personas
que le quedaban.
Bueno, ya no. El tiempo de la tristeza, los ceños fruncidos y los
arrepentimientos había llegado a su fin. Lionel no habría querido que
ninguno de ellos se moviera por la vida en una tristeza constante. Miró las
calles que pasaban. El sol se asomaba a través de los cielos oscuros y grises,
y luego era tragado por las nubes de tormenta que se movían rápidamente.
No, Lionel se habría dedicado a provocar sonrisas y risas, porque ése había
sido el tipo de hombre que había sido.
Era hora de honrar su memoria viviendo.
El trueno retumbó en lo alto... y liberó sus miedos.
...Bah, ¿miedo a los truenos? Pues imagínate a todos los invitados de mamá y papá
jugando una estridente partida de bolos...
—Milady, ¿tal vez deberíamos volver?— Agnes preguntó desde el banco
de enfrente. —El clima es incierto.
Se inclinó al otro lado del banco y palmeó las manos de la otra mujer. —
Bah, son sólo algunos truenos—. Su sonrisa se intensificó. No tenía
intención de abandonar su búsqueda por un poco de lluvia. No, libre de la
austera presencia de Auric este día, haría buen uso de su búsqueda. Con
truenos o sin ellos.

~*~

Un trueno sacudió los cimientos de su casa y Auric se congeló, su pluma


se balanceó a mitad del movimiento y su mirada se fijó en el puñado de
palabras escritas.
Querido Lionel
Te he fallado otra vez...
Golpeó el borde de su pluma sobre ese puñado de palabras marcadas en
su diario abierto con un ritmo deliberado y entrecortado. Escribir y dedicar
palabras a su amigo lo había sacado del borde de la locura desde el
principio. Cuando el sueño se le escapaba, o los recuerdos amorfos se

~ 74 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

colaban, escribía a su amigo. Encontraba una paz tranquilizadora en ser


honesto, al menos con las páginas de un volumen de cuero negro.
Pero se detuvo a mitad de camino y se quedó mirando esas siete
palabras. Hoy estaba preocupado. Levantó la pluma y se fijó en la punta
afilada. Con dos reuniones esta semana, había visitado más de lo necesario
la casa de la Marquesa de Roxbury. El consabido sentimiento de culpa que
arrastraba, una deuda que nunca podría saldar con aquellas personas rotas,
los amigos más queridos de sus padres, ya fallecidos, seguía sin ser
disipado.
Soltó un suspiro reprimido. Estaba el asunto de la todavía problemática
Daisy. La molestia se despertó en su pecho. No, esto era algo mucho más
apasionante y potente. Le absorbió el aliento hasta que sus dedos buscaron
la presencia tranquilizadora de su libro de cuero negro. Respiró varias
veces. ¿Qué locura la había poseído para irse sola a Gipsy Hill? ¿Acaso no se
preocupaba de los peligros que podían acaecer a una joven que se
aventurara más allá de la zona elegante de Londres?
Auric dejó de lado su pluma. Buscó en el interior de su chaqueta y sacó
la pequeña ficha de plata que le habían dado ayer. Un rayo de sol se filtró a
través de las cortinas, un toque de alegría en medio del cielo nublado. La
pizca de sol se reflejaba en el metal brillante y enviaba haces de luz que
irradiaban hacia las paredes. Es extraño que, incluso en medio de una
oscuridad tan densa, haya una pizca de luminosidad. Pasó el monóculo de
un lado a otro entre sus manos, y su mente se dirigió una vez más a Daisy.
Seguía siendo una señorita descarada e insolente. Y exasperante. Y
molesta. Y hermosa. Frunció el ceño. ¿De dónde diablos había salido esa
locura?
Un golpe sonó en la puerta.
Agradecido por la interrupción, Auric cerró su diario y lo dejó a un lado.
—Adelante—. Un lacayo entró, llevando una pequeña bandeja de plata con
una nota encima. El joven se apresuró a acercarse y le tendió la misiva. Con
un murmullo de agradecimiento, Auric aceptó el trozo de terciopelo
doblado, escrito con una letra desconocida. —Eso es todo—, dijo con
displicencia, desplegando la página.
Me pareció esencial informarle a Su Gracia del regreso de cierta dama a Gipsy Hill....
—¡Espera!— Auric se levantó de un salto con tal presteza que su silla
con respaldo de alas cayó hacia atrás.
El sirviente vestido de librea se congeló en el umbral.
—Mi caballo—, ladró. —Que preparen mi caballo al instante.

~ 75 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El joven asintió y salió corriendo para cumplir la orden de Auric. Con


una oscura maldición, releyó el puñado de frases de la misiva sin marcar y
luego la metió en la parte delantera de su chaqueta. A grandes zancadas, se
dirigió desde su despacho hasta el vestíbulo.
¿Qué locura poseía a la dama? No se podía explicar su mal juicio al salir
no una, sino dos veces a Gipsy Hill. Y cuando encontrara al despreciable
caballero responsable de esos viajes mal pensados, por Dios que le metería
los dientes hasta el fondo de la garganta.
Su mayordomo estaba al acecho, con la capa de Auric extendida entre
sus viejos y nudosos dedos. —¿Cuándo llegó esa reciente misiva?— Se
encogió dentro de la gruesa prenda negra.
—Hace poco tiempo, Su Excelencia—, dijo el sirviente, con demasiada
calma.
¿Minutos? ¿Segundos? ¿Horas? —¿Cuándo?—, mordió. Porque cada
momento que no se contaba era otro maldito momento en que la dama
estaba sola, sin compañía con algún granuja... Un gruñido profundo se le
clavó en el pecho.
—Seis minutos y un puñado de segundos, Su Excelencia—. Si cualquier
otra persona hubiera pronunciado esas palabras, habrían insinuado
sarcasmo. Sin embargo, el preciso y magistral sirviente, Justin, atendía sus
deberes con una precisión de tipo militar. Abrió la puerta y Auric atravesó
el umbral y bajó los escalones hasta su montura, un caballo negro llamado
Valiant. —Gipsy Hill—, murmuró. El caballo relinchó como si estuviera
disgustado. Incluso su maldito caballo lo sabía mejor. ¿Qué demonios
estaba haciendo la dama en ese barrio tan poco elegante de Londres? Otra
vez.
El criado le entregó las riendas a Auric. —¿Milord?—, preguntó con el
ceño fruncido.
¿No podía quedarse en North Bond Street con cualquier otra dama
sensata? —Nada—, dijo y luego emitió un tardío agradecimiento. Subió a
horcajadas y empujó a Valiant hacia delante. Entonces, Daisy nunca había
sido como cualquier otra dama inglesa. Había sido descaradamente audaz y
orgullosa y... apretó los dientes, intrépida. Tal cosa lo había divertido en un
tiempo. Ahora, con ella como dama adulta, era mucho menos entretenido.
Apretó la mandíbula. De hecho, no había nada de divertido en la visita de
Daisy a Gipsy Hill. Otra vez. Después de que él lo hubiera prohibido
expresamente. Auric aceleró el paso de su caballo por las afortunadamente
tranquilas calles londinenses, en dirección a Gipsy Hill. A cada momento,
se sentía más y más abatido por las profundidades en las que había fallado a
Lionel, y a Daisy.

~ 76 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Había asumido erróneamente que la atención que había prestado a


Daisy y a la marquesa durante años era suficiente. Había sacado tiempo de
su agenda para visitar regularmente a madre e hija. Se había asegurado de
estar presente en su debut, aquellos años atrás, brindando su apoyo como
Duque de Crawford. El dolor de eso, de ser el protector de facto de una joven
de ojos abiertos con demasiados volantes blancos, de estar a su lado cuando
la responsabilidad había pertenecido a otro, siempre estaría con él. Debería
haber sido Lionel.
Auric acarició a Valiant en la cruz y le dio un empujón. La fiel criatura se
deleitó con la libertad y aceleró sus pasos. En la devoción de Auric por la
familia de Lionel, había creído que esa atención disminuiría su sentimiento
de culpa por la pérdida de su amigo. El tiempo le había demostrado, sin
embargo, que nunca se libraría de esos sentimientos. No pasaba un solo día
ni dormía una noche en la que la última noche de Lionel con vida no se
arrastrara y se mantuviera en sus pensamientos. Este momento no era una
excepción. Auric se desolló a sí mismo con la culpa de su propia obra.
Jóvenes, todavía en la universidad, él y Lionel habían sido imprudentes y
temerarios, viviendo en un mundo en el que su condición de nobles los
había hecho inmunes a las duras realidades de la vida. Por insistencia de
Auric, habían visitado un infierno de mala reputación en los Siete Diales. La
bilis ardía como un ácido en su garganta. Lionel había querido volver al
extremo cómodo, limpio y seguro de las zonas de moda de Londres. ¿Y cómo
había respondido Auric al malestar del otro hombre? Con una risa burlona
y una oferta de pagar por alguna muchacha ligera de faldas. Había enviado
a Lionel arriba de las escaleras con alguna criatura escasamente vestida.
Lionel nunca había vuelto a bajar. No vivo.
Observó distraídamente los escaparates de las tiendas y los carros de
madera que se alineaban en las calles y ralentizó las zancadas de Valiant. La
posibilidad de fallarle tanto a Daisy como a Lionel lo atormentaba. Si ella
resultaba herida en su ingenua confianza al visitar lugares como Gipsy Hill,
la culpa lo destruiría.
Auric escudriñó las calles atestadas de gente y entonces su mirada
chocó con un revuelo de rizos castaños oscuros y una capa familiar. La
vibrante tela verde era un brillante toque de color en medio del día lluvioso.
Con una maldición negra, hizo que su montura se detuviera y luego saltó al
suelo. Le indicó a un joven que se acercara, sin dejar de mirar a Daisy.
El chico se acercó corriendo. —¿Señor?
—Cuida de él por mí—, le indicó. Sacó un saquito de monedas y se lo
lanzó al muchacho, que lo atrapó sin esfuerzo. —Habrá más cuando vuelva.

~ 77 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El muchacho hinchó el pecho y se puso a la espera con el caballo de


Auric.
Auric se puso en marcha tras Daisy. Frunció el ceño cuando ella pasó
con cuidado por encima de un charco especialmente considerable y miró a
su alrededor en busca de un lacayo alto y poderoso. Él gruñó. Maldito
infierno, ella ni siquiera había tenido el sentido común de añadir un
sirviente para la protección. ¿Acaso no se daba cuenta de que un cochero
dejado en el carruaje de la dama le servía de poco? No cuando había
bastardos despiadados y sin escrúpulos.
Justo en ese momento, Daisy se detuvo junto a un enorme carruaje y se
señaló el cuello. Una vieja gitana de pelo ensortijado sacudió la cabeza una
vez y Daisy siguió adelante. Esta vez, se detuvo junto a un carro
perteneciente a un hombre de edad anodina.
Con una rabia creciente, Auric alargó su paso. Se había acostumbrado
tanto a que la gente tomara sus palabras como una orden ducal que, cuando
ayer había subido a Daisy a su carruaje, ni siquiera había considerado el
hecho de que ella desobedeciera su orden, una orden que él había hecho
con la intención de protegerla. Aceleró su paso cuando ella continuó. —
Debería haber hablado con su madre—, murmuró en voz baja, ganándose
las miradas curiosas de los hombres y mujeres que vendían sus productos.
Su bota se hundió en un charco húmedo e ignoró el frío que se filtraba a
través del cuero de sus antaño relucientes Hessianas.
Porque si hubiera hablado con la marquesa, Daisy estaría a salvo en la
seguridad de su casa o, como mínimo, en presencia de un acompañante que
tuviera el sentido común de llevar a la dama a North Bond Street, donde
todas las jóvenes iban de compras. Se detuvo en el lado opuesto de la calle,
justo enfrente de Daisy. Bueno, no todas las jóvenes, como indicaba la
presencia de Daisy. Las jóvenes sensatas, en todo caso.
Auric entró en la calle empedrada justo cuando Daisy se quitó la
capucha. Se quedó helado cuando un rayo de sol se coló entre las biliosas
nubes blanco-grisáceas. El rayo de sol besó su piel cremosa y tocó sus
sedosos mechones castaños que estaban sueltos en la base del cuello. Una
ráfaga de viento le arrancó un mechón que le golpeó la mejilla. Ella se rió de
algo que dijo el vendedor y se pasó el mechón por detrás de la oreja. Su
aliento se atascó en el pecho. Y él, que antes sólo había visto el rubio, vio el
mundo en tonos rojizos.
A partir de ahora, mi mente enamorada se expresará
en tonos rojizos y en honestos tonos caoba.
Otra amenazante nube de tormenta se tragó el sol, justo cuando pasaba
un carruaje, y sacó a Auric del momentáneo hechizo que había lanzado. El

~ 78 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

mundo volvió a girar. Y con él, la molestia, un sentimiento mucho más


seguro para la hermana de Lionel, ahuyentó su momentáneo lapso de
cordura. Auric miró a la izquierda y luego cruzó la calle a toda prisa.
Daisy se acercó su capa y siguió adelante. Él empezó a seguirla,
acelerando su paso. Ella se detuvo junto a otro gran carro de madera repleto
de telas y adornos y le dijo algo a la vendedora, una anciana de pelo blanco.
Con dedos torcidos y arrugados, la gitana rebuscó entre algunas de sus
mercancías. Daisy frunció el ceño y negó con la cabeza.
¿Cuál era la razón de ese pequeño temblor desamparado? ¿No tenía
suficientes fondos? ¿Buscaba algo más extravagante? Ninguna de esas
suposiciones encajaba con todo lo que él sabía de ella.
Se cruzó de brazos y tamborileó con las yemas de los dedos sobre los
antebrazos. Tal vez la conocía mucho menos de lo que creía. Porque la
joven y enérgica chica que había conocido no habría arriesgado todo por
una joya. La mujer romántica que creía... -Se quedó quieto, mientras sus
pensamientos se agitaban con una lentitud infinita y luego se aceleraban
con una velocidad frenética que intentaba ordenar. Una mujer romántica,
que creía en el amor, sin embargo, arriesgaría su seguridad y saldría sola sin
el beneficio de una carabina.
A pesar de la distancia que los separaba, aún pudo detectar esos
exuberantes y rojos labios torneándose en una sonrisa. Un pensamiento
insidioso se deslizó en su mente: algún canalla, el caballero con el que ella
probablemente iba a encontrarse ahora, reclamando esa boca,
explorándola...
La rabia, que se parecía mucho a los celos, lo invadió y le arrebató el
pensamiento racional, hasta que vio, sintió y respiró ira. Luchó por el
control. La idea de que estuviera celoso por Lady Daisy Meadows era
absurda. Auric tenía una obligación con Lionel y ésa era la única razón de
esa furia que lo aturdía. Estaba claro que a Daisy le importaba poco su
seguridad, pero Auric se lo debía a Lionel. Sin embargo, ¿por qué le
quedaba el deseo de destrozar al pretendiente sin nombre con sus propias
manos? Con furia en sus pasos, se acercó a ella, cerrando la distancia que
quedaba entre ellos. Se plantó detrás de ella. —¿Qué tenemos aquí?
Un grito de sorpresa se le escapó a Daisy mientras se giraba. Lanzó un
puño, conectando con un sólido puñetazo en su nariz.
Parpadeó mientras la sangre recorría sus labios. Por Dios, le había dado
un puñetazo. Su estómago se revolvió mientras la sangre espesa y pegajosa
se filtraba por su nariz.
—¡Auric!— La horrorosa sorpresa que se estampó en el rostro de Daisy
hizo que volvieran a aparecer todos los recuerdos de aquella espantosa
noche. —Dios mío, me has asustado.
~ 79 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Y sabía que debía parecer el mayor de los imbéciles, pero allí, de pie, con
la sangre brotando de su nariz, Auric sonrió.

~*~
¡Oh, condenación!
Daisy se tapó la boca con la mano. Su corazón aún martillaba por la
sorpresa de la repentina e inesperada aparición de Auric. —Te golpeé—,
espetó ella. Y luego registró las gotas carmesí manchando sus dedos.
Auric buscó alrededor del interior de su capa y sacó un pañuelo. Lo
presionó contra su nariz y se estremeció. —Así es—, dijo arrastrando las
palabras, sonando mucho más animado de lo que la situación justificaba.
La vieja vendedora le tendió un pequeño trozo de tela. Daisy recogió la
tela de la anciana. Se atrapó el labio inferior entre los dientes cuando una
ola de culpa la inundó. —Lo siento mucho—, dijo a toda prisa. Y ella lo
sentía. Pero aun así... —Me sorprendiste—. Un hombre tampoco debía
acercarse sigilosamente a una dama.
Él siguió sosteniendo su pañuelo bordado sobre su herida. —Usted da
un buen golpe, milady. El mismísimo Gentleman Jackson estaría
impresionado por sus esfuerzos.
Daisy le arrancó el pañuelo manchado de sangre de los dedos y lo metió
en su retícula. Le entregó el que le había dado la gitana. —Lionel—, dijo
Daisy. Rebuscó en su retícula y entregó varias monedas a la anciana, que
tomó la pequeña fortuna con los ojos muy abiertos. Cuando Auric enarcó
las cejas, aclaró: —Lionel me enseñó. Dijo que todas las damas debían saber
defenderse correctamente—. Como si de alguna manera hubiera sabido que
él mismo no estaría allí para ocuparse de ese papel.
—No creo que Lionel se imaginara que necesitarías esas habilidades
mientras estabas de compras—. Él acercó su cabeza a la de ella. —Sin un
acompañante. Otra vez—. Su aliento le hizo sentir un delicioso aroma a
brandy y menta. La sensualidad de él la bañó y la calentó por completo.
Sus párpados se agitaron cuando, por un lapso de tiempo, imaginó que
él pretendía besarla, aquí, en las calles embarradas de Londres, para que
todos lo vieran. Lo cual era realmente una tontería, porque el correcto y
poderoso Duque de Crawford nunca haría algo tan escandalosamente
maravilloso como besarla a ella, Daisy Meadows, en las calles de Londres,
para que todos... —¿Daisy?
—¿Hmm?
—¿Tienes algo en el ojo?

~ 80 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Sus ojos se abrieron de golpe y su piel ardió ante la extraña inclinación


de la cabeza de Auric mientras la estudiaba. El vendedor le tendió otro
paño. —Eh...— Ella rechazó el gesto. —No.
Sus cejas castañas se hundieron aún más.
—Er... es decir... no tengo nada en el ojo—. Solo que, como explicar el
tonto aleteo de sus pestañas. —O puede que sí—, dijo apresurada, su boca
se movía más rápido que su mente. —Pero ya no. Creo que he
conseguido...— Deja de hablar, Daisy Meadows. Deja de hablar. Sus palabras se
interrumpieron mientras él seguía estudiándola alrededor de la tela
manchada de su paño. —Estoy bien—, dijo ella con un suspiro. El viento
tiró de su capa y ella se la acercó.
—¿Qué estás haciendo?—, preguntó él sombríamente.
Ella levantó los hombros encogiéndose de hombros. —He salido de
compras—. Era cierto. Aunque no era una mera fruslería lo que buscaba.
—A la Daisy que recuerdo le encantaba montar a horcajadas y escupir y
maldecir. Detestaba ir de compras.
Se mordió el interior de la mejilla. ¿Así es como todavía la veía? Como la
niña pequeña y molesta que había perseguido cada paso suyo y de Lionel. Y
sin embargo, tenía razón. Siendo ya una mujer adulta, seguía detestando ir
de compras. Con su regordeta figura, se había cansado de las burlas de las
modistas sobre sus generosas proporciones.
—¿Qué es tan importante para que salgas sin escolta, Daisy?— Su
barítono bajo retumbó en su pecho.
Si su tono hubiera sido desaprobador y condescendiente, ella habría
girado sobre sus talones e ignorado su pregunta. Pero no lo era. En cambio,
era suave e insistente al mismo tiempo. —Estoy buscando un collar—.
Después de años de ser relegada al papel de niña olvidada y sobreviviente,
había algo cálido en saber que a alguien le importaba y se preocupaba por
ella.
Él metió la tela amarilla manchada de sangre dentro de su capa. —¿Un
estilo particular de collar?
Hacía tiempo que había aprendido a desconfiar de demasiadas
preguntas de Auric. Daisy lo miró con cautela. —Tal vez—, dijo sin
comprometerse. Se preparó para su severo disgusto ducal.
Sus labios se movieron de una manera que le recordaba al joven burlón
que ella conocía. —Eso es vago—. Él se cruzó de brazos en el pecho. Y
esperó. Y como ella había sido testigo de primera mano de la fuerza de su
obstinación a lo largo de los años quizás mejor que nadie, también sabía

~ 81 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

que se quedaría allí hasta que el cielo nocturno se deslizara por el horizonte
dentro de muchas horas.
—Muy bien—. Daisy se balanceó sobre sus talones. —Es un colgante
con forma de corazón—. Juntó los dedos. —Así de grande, y de oro con
ligeros grabados en él.
Auric miró hacia arriba y hacia abajo de la calle las interminables filas de
carros y carretas llenas de mercancías de los vendedores ambulantes. —¿Y
esperas encontrar este corazón?
—Sí—, dijo ella en voz baja. Tenía que encontrar ese corazón. Porque,
según Lady Anne y las hermanas de la dama, encontrarlo significaría
encontrar el corazón de Auric. No se le escapaba la estupidez de tales
pensamientos, y sin embargo... aún necesitaba creer, en algo: un colgante,
Auric, el sueño de ellos. De no tener esta pequeña esperanza se encontraría
vacía, sin nada. Se preparó para su sonrisa fría y sus palabras burlonas. Él
no dijo nada durante un largo rato y ella se revolvió de un lado a otro sobre
sus pies. Realmente deseaba que él dijera algo, aunque fuera una respuesta
fríamente burlona sobre la inutilidad de su búsqueda. Cualquier cosa ante
este silencio. Echó una mirada a su alrededor y localizó a su criada. Agnes
se movía rápidamente entre una fila de carros, obediente en su búsqueda.
Daisy miró una vez más a Auric.
Él le tendió el codo.
Daisy apretó la mandíbula. Cruzó los brazos sobre el pecho. —No me
iré, Auric. No voy a permitir que me metas en el carruaje como si fuera una
niña recalcitrante. Soy una mujer adulta y...
—¿Daisy?
—¿Sí?
—Toma mi brazo—. Su tono suave y refinado no dio ninguna indicación
sobre sus pensamientos.
Ella lo miró con recelo. Porque seguramente él estaba tan perturbado
con ella este día como lo estaba tan a menudo. —¿Por qué?— Ella no sería
arrojada sin ceremonias a su carruaje como él había hecho ayer.
El fantasma de una sonrisa jugó en sus labios. —Necesitarás ayuda para
buscar este collar.
Su corazón se detuvo. —¿Qué?— Ella odiaba la falta de aliento en su
voz.
Auric señaló los carros que estaban al borde del camino empedrado. —
No me lo perdonaría si te dejara por tu cuenta buscando un colgante de
flores entre el sinfín de carros.

~ 82 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él quería unirse a ella. —Es un corazón—, susurró ella. Seguramente se


trataba de una protección obligatoria por parte de él hacia ella y, sin
embargo, no se apresuró a llevarla de vuelta a su carruaje como había hecho
en su anterior encuentro. En cambio, se quedó.
Hizo un gesto con el codo.
Con una sonrisa, Daisy puso las yemas de los dedos en la manga de su
abrigo. Continuaron por la calle.
—¿Un corazón, dices?
Ella asintió.
—¿Qué tiene de especial este collar en particular?
Todo era especial en el colgante Corazón de un Duque. Los dedos de ella
se apretaron por reflejo en la manga de él. Mantuvo la mirada fija hacia
delante, levantando el dobladillo mientras rodeaban un charco
especialmente profundo. —Bueno, es...— Buscó las palabras. —Hermoso—
. Como nunca había visto el collar, no podía decirlo con certeza. Sin
embargo, sabía lo que predecía y por la fábula que rodeaba al famoso collar,
eso en sí mismo lo hacía hermoso.
Él se detuvo junto a un carro. Daisy se desenredó del brazo de él y
recorrió el perímetro del carro escudriñando el surtido de artículos. —Por
desgracia, no veo tu colgante de corazón.
Ella tomó un pequeño monóculo y miró en la delicada lente. —¿Quizás
ha olvidado su monóculo, Su Excelencia?— El rostro de Auric se desdibujó
ante su único ojo, su sonrisa torcida entraba y salía de foco.
—¿Puedo ayudarlo a encontrar algo para su dama, su señoría?
El monóculo se le escapó de los dedos con un suave golpe. —Oh, no.
Yo...
Auric examinó los bienes del hombre. Levantó un par de peinetas para
el cabello, con un corazón rojo de filigrana grabado en su centro. —Nos
llevaremos estos—. Tomó un soberano y se lo lanzó al vendedor con los
ojos muy abiertos. Este sonrió, mostrando una fila desigual de dientes
manchados y agrietados. El duque le entregó los peines. Ella los miró con
atención, mojándose los labios. La indecencia de ser descubierta aquí con
él, a solas, sería ruinosa, ser vista aceptando un regalo sería desastroso. —
Tómalos, Daisy—, la instó él.
Ella los tomó, pasando el dedo por el adorno de corazón en el centro de
cada pieza intrincada. Un corazón. No la pieza de fábula de la que
susurraban las damas ansiosas por el título de duquesa. Ese gran símbolo
que se revelaba una y otra vez, un collar, sus horrendos bastidores de
bordado, y ahora... el regalo de Auric.

~ 83 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él levantó el codo una vez más. —Ahora, a buscar el collar a juego con
tus peinetas.
Daisy abrió su retícula y los dejó caer dentro. Cuando le agarró el brazo
una vez más, el cielo se abrió, lloviendo a cántaros. Maldición y doble
maldición. Ella echó una mirada a las biliosas nubes que había sobre su
cabeza.
Auric se inclinó hacia abajo. Su corazón se aceleró cuando él le puso la
capucha de la capa en su sitio. —Me temo que el tiempo no tiene intención
de cooperar con tus esfuerzos por encontrar este collar en particular—.
Miró al otro lado de la calle, donde su criada se dirigía a toda prisa hacia
ellos. Con un suspiro, dejó que Auric la guiara de vuelta a su carruaje.
Avanzaron rápidamente por la calle.
Su cochero esperaba con la puerta abierta. Agnes se apresuró a entrar en
el carruaje.
Daisy se demoró, reacia a que el momento terminara. —Gracias,
Auric—, ronroneó.
Él inclinó la cabeza. La lluvia constante le empapaba el pelo castaño y
procedía a correr en riachuelos por sus ojos, sus mejillas aguileñas y su dura
boca. Y sin embargo, a pesar de eso, seguía siendo totalmente elegante,
fríamente hermoso. Así se vería Poseidón, ese gran y poderoso dios griego
del mar, cuando emergiera de las profundidades submarinas. Ella suspiró.
—¿Daisy?
Realmente era magnífico. —¿Sí, Auric?— Más de lo que cualquier
hombre tenía derecho a ser.
—A menos que quiera morir de frío, le sugiero que entre al carruaje,
milady—. Con eso, casi la arrojó adentro.
Cuando el cochero cerró la puerta tras ella, ella miró su figura que se
retiraba mientras él se dirigía a su propio caballo. Daisy apoyó la barbilla en
la mano y sonrió.

~ 84 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 7
Daisy pasó los dedos por el borde del arrugado pañuelo manchado de
rojo que había metido en su retícula ese mismo día. Estudió las iniciales
cosidas en oro sobre la tela. En su primera búsqueda para localizar el
colgante del Corazón de un Duque, se encontró con palmas heridas, una
nariz roja y un pañuelo perteneciente a Auric, pero sin collar. Sentada al
borde de la cama, miró con nostalgia el trozo de tela en sus manos. Aunque
no era la legendaria chuchería, la tela bordada pertenecía a Auric y, por eso,
importaba. Daisy se llevó el pañuelo a la nariz y se congeló a medio
movimiento. Ella gimió y dejó caer la cabeza hacia atrás. —Soy una señorita
patética—. Ella se había convertido en una de esas del tipo soñadoras.
Un golpe sonó en la puerta. Ella levantó la cabeza rápidamente. —¿Si?
Su doncella asomó la cabeza dentro de la habitación. —La marquesa la
está esperando en el vestíbulo, milady.
Con un suspiro, metió la tela debajo de la almohada. —Gracias, Agnes.
La criada asintió y salió de la habitación.
Daisy se levantó del borde de su cama con un revuelo de faldas de raso
verde. Llevaba temiendo la cena informal de Lord y Lady Windermere
desde la cena del año pasado y el anterior. Ahora que lo pensaba, siempre
había odiado esas reuniones íntimas con los estirados amigos de sus padres.
Sin embargo, por la forma en que la marquesa se había retirado de los
vivos, de alguna manera se animaba a su pequeño e íntimo círculo de
distinguidos amigos. ¿Quizás se sentía así más cerca de su pasado? Esos
amigos, sin embargo, no veían o no les importaba que la sonrisa que lucía la
marquesa fuera, en realidad, falsa.
Daisy avanzó en silencio por el pasillo, con sus pasos amortiguados por
la fina alfombra malva. Poco después de la muerte de Lionel, cuando ya no
podía derramar una lágrima más, se había preguntado cuántos días
tendrían que pasar antes de sentir que podía volver a respirar. Se
preguntaba si alguna vez podría reír o sonreír, o moverse de nuevo sin
sentir que iba a astillarse en mil millones de fragmentos de dolor roto.
Daisy se detuvo junto a una puerta siempre cerrada. Tocó con la mano el
panel de madera.
—Golpea tres veces cuando me necesites...
Ella rodeó con sus brazos la cintura de su hermano. —Pero, ¿qué pasa si no estás
aquí?

~ 85 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Siempre estaré aquí, Daisy querida...


El pasillo aún resonaba con las risas que seguían a esas palabras
jactanciosas de un joven caballero y hermano mayor que se había creído
invencible.
Golpeó la puerta tres veces. Por mucho que llamara o por muchas veces
que lo hiciera, él no iba a volver. Cuando su hermano había muerto, se
había creído incapaz de volver a sonreír. Sin embargo, a pesar del dolor que
aún tenía el poder de succionar el aire de sus pulmones, con el tiempo,
volvió a sonreír.
Daisy dejó caer la mano a su lado y continuó el largo y lento camino por
el pasillo. En los momentos más negros, cuando llegaban las pesadillas,
anhelaba la presencia tranquilizadora de Auric. Porque él era el único que
compartía ese feo e irrompible vínculo. Cuando su mundo se había
derrumbado a su alrededor, sabía que si alguien podía enseñarle a reír y a
sonreír de nuevo, sería Auric; que de joven había acogido en su redil a una
chica torpe y sin amigos, que se había burlado de ella como si perteneciera
a un club especial del que sólo él, Lionel y Marcus eran miembros. Pero
después del funeral de Lionel, Auric también había cambiado para siempre.
Aquel muchacho sonriente y afable fue reemplazado por el duque sombrío
y de ceño fruncido.
Entonces, ¿cómo no iba a estarlo? Como dama, había sido
cuidadosamente protegida de las verdades de esa noche y, como resultado,
había podido retomar cierto sentido de normalidad. Sin embargo, Auric,
como la última persona que había visto, hablado o reído con Lionel, no sería
tan afortunado. Hasta ese momento, no había pensado en lo mucho que le
había afectado a él y en cómo eso seguramente lo había cambiado.
Siguió por el pasillo, hacia la amplia escalera que desembocaba en el
vestíbulo. Su madre permanecía en silencio al pie de la escalera, con la
mirada perdida en la pared. Daisy había aprendido a sonreír. Su madre, sin
embargo, no. Subió los escalones rápidamente. —Hola, madre.
Su madre se agitó. —Daisy—, murmuró.
Es extraño, Daisy había pasado los primeros trece años de su vida
deseando que su madre pudiera haber sido alguien más que la consumada
anfitriona que disfrutaba de todas y cada una de las funciones de la alta
sociedad. Ahora, cambiaría su mano derecha por tener de vuelta a esa mujer
familiar, ahora perdida.
El mayordomo le dedicó a Daisy una rápida sonrisa de apoyo y luego
abrió la puerta. Su madre salió. Daisy la siguió hasta el carruaje. Aceptó la
ayuda del lacayo con un murmullo de agradecimiento. El lacayo cerró la

~ 86 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

puerta detrás de ella y el espacioso vehículo se dirigió hacia la casa de Lord


y Lady Windermere.
—Espero que Auric esté allí.
Acostumbrada desde hacía tiempo a tener como única compañía sus
propios pensamientos y palabras, el cuerpo de Daisy se tensó. Miró a su
alrededor un momento.
Luego, su madre volvió a hablar. —Fue maravilloso volver a verlo.
Siempre es un chico tan querido—, continuó su madre con un tono
melancólico y lejano.
Sí, sí, era su madre la que hablaba. La emoción obstruyó la garganta de
Daisy y justo en ese momento se atrevió a creer que tal vez su madre podría
volver a vivir, encontrando algún motivo para volver a sonreír. Aunque
fuera por el recuerdo de la amistad de Lionel con el duque. Eso podría ser
suficiente, sería suficiente. Para esta mujer suavemente murmuradora era
enormemente preferible a un fantasma silencioso. —Sí, lo es.
Entonces, su madre sacudió la cabeza y la ceguera se apoderó de su
expresión, borrando el indicio de vida.
Daisy desvió su atención hacia las calles que pasaban por la ventana. Sí,
su vida había vuelto a girar sobre su lento y predecible eje, pero aún así, por
eso, quería más. Ella quería recuperar a Auric, su recuerdo. El sueño que él
representaba.
La casa de Lord y Lady Windermere apareció en primer plano. La luz de
las velas iluminaba la impresionante estructura de estuco blanco con un
suave resplandor anaranjado. Dejó caer la cortina en su sitio cuando el
conductor abrió la puerta. Su madre salió y se dirigió a la casa, con Daisy
siguiéndola.
Daisy pasó por encima de los charcos y subió el puñado de escalones
hasta la casa. Un mayordomo abrió la puerta y aceptó sus capas. Las
condujo al salón del primer piso.
Habían llegado unos diez invitados de Lady Windermere. La mujer se
apresuró a saludar a la marquesa. Mientras las dos intercambiaban
cumplidos, Daisy observó el opulento espacio. Su mirada se posó en Lady
Leticia, sentada en una pequeña y ordenada fila junto a las némesis de la
infancia de Daisy, las hermanas Caroline y Amelia Davidson. Leticia dijo
algo que provocó la risa de las otras chicas.
Ella suspiró. A pesar de los numerosos aspectos de la vida que
cambiaban, los asuntos mundanos seguían marchando con una tediosa
previsibilidad.

~ 87 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

En ese momento, el Vizconde Wessex apareció al lado de Daisy. —Lady


Daisy Meadows. Es un placer volver a verla—, dijo, siempre encantador.
Daisy sonrió. —Si tu yo más joven pudiera oírte en este momento, te
llamaría la peor clase de mentiroso.
Sus labios se movieron en las esquinas. —Pero entonces, todos
crecemos, ¿no? La vida nos muestra los errores que hemos cometido y las
equivocaciones.
—Sí, supongo que eso es cierto—. Sin proponérselo, su mirada se desvió
en busca del amigo de la infancia del vizconde.
—Me atrevo a decir que esa expresión melancólica pertenece a una
dama que busca a un caballero en particular—, dijo el vizconde, llamando
de nuevo su atención. Enarcó una ceja. —¿Quizás el mismo caballero que
buscabas en el baile de los Harrison?
El calor inundó las mejillas de Daisy. —No—. Sacudió la cabeza con
fuerza. —No lo era. Es decir...— Sus suaves ojos azules brillaron con
calidez. —Oh, te estás burlando de mí—, terminó diciendo ella, dándose
cuenta demasiado tarde de que había confirmado una suposición que en
realidad no había sido ninguna clase de suposición, sino más bien una burla
de buen carácter que continuaba desde su última réplica.
—Me estaba burlando de ti—, añadió en voz baja. —Ahora te lo
pregunto por razones totalmente diferentes.
Daisy se movió sobre sus pies. —No te prefiero serio y protector. Te
prefiero...
—¿Inconsciente y desinteresado?
—Iba a decir sonriente y despreocupado—, añadió ella secamente.
Lord Wessex bajó la voz. —En este caso, parece que despreocupado
quiere decir, de hecho, ser descuidado.
Daisy hizo un sonido de protesta. —No seas tonto—. Hizo un gesto con
la mano. —Ya tienes suficientes responsabilidades con tu hermana y tu
madre y...
—Y ciertamente podría haber tenido cierto recaudo para notar que
algún granuja había captado tu atención.
—Él no es un granuja—. La mirada de él indicaba que ella había caído
muy bien en su trampa. —Ni siquiera es real—, murmuró ella en voz baja,
lo cual no era del todo una mentira. Para Auric, ella también podía ser
invisible, en los aspectos que importaban.
—Llámame tonto—, susurró él. —Pero no me consideres un imbécil
que creería esa débil mentira.

~ 88 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy suspiró. Debería estar agradecida por su preocupación y la de


Auric y, con la existencia más bien solitaria que había vivido desde la
muerte de Lionel, debería disfrutar de todas y cada una de las atenciones
que le prestaban... y, sin embargo, no quería que ni él ni Auric actuaran por
un sentido equivocado de obligación hacia su hermano. Ninguno de los dos
lo reemplazaría, ni ella quería que lo hicieran. Sobre todo Auric, cuyo
corazón había decidido hace tiempo que debía poseer.
Una ráfaga de susurros exaltados interrumpió su intercambio,
evitándole responder.
Su corazón se aceleró cuando el alto e imponente cuerpo de Auric llenó
la puerta. Lord y Lady Windermere se apresuraron a saludarlo mientras
Auric observaba la habitación, como si buscara a alguien. Lo más probable
es que se tratara de una de las señoritas del trío vestidas de oro que se
encontraban en el sofá, suspirando y murmurando en su dirección.

—Es en momentos como este que me alegra ser un simple vizconde.


Una risa inesperada salió de sus labios ante las palabras burlonas de
Marcus, agradecida de que ya no fuera el tipo de hermano severo y
desaprobador. Ese Marcus era extraño. A ese hombre estaba acostumbrada
y se sentía cómoda con él.
Volvió a buscar a Auric. Él estaba conversando con su madre. Cualquier
cosa que dijera se perdía por el tamaño de la habitación. La marquesa, de
vez en cuando, asentía. Qué dedicado era Auric a su familia. A través de las
habladurías, las penas y los susurros, él había estado allí. Había estado allí,
pero todo el tiempo no la veía realmente, al igual que el resto de la sociedad.
En ese momento, la piel de Daisy se erizó con las miradas familiares. Se
puso rígida y levantó la vista a tiempo. Dos de los invitados de Lady
Windermere la miraban descaradamente y sacudían la cabeza con lástima.
Se le apretaron las tripas y apartó la mirada.
Allí estaban. Esas miradas de compasión reservadas para ella y la
Marquesa de Roxbury. Daisy se mordió el interior de la mejilla, mientras
ese potente deseo la recorría: el deseo de hacerse notar, no por la tragedia
que rodeaba a su familia, ni por su relación con Lionel, sino porque alguien
se diera cuenta de que había una joven llamada Daisy Meadows... una mujer
digna de atención y amor. Su mirada se desvió una vez más hacia Auric. Él
seguía absorto en la conversación, sin saber, como siempre, que Daisy
estaba a la espera.
—Estás más callada de lo que recordaba, Daisy.
La observación de Marcus la trajo al presente. Se obligó a apartar su
atención de Auric. —Es como tú has dicho. He crecido.
~ 89 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El vizconde abrió la boca para decir algo, pero entonces miró hacia un
punto más allá del hombro de ella.
—Wessex—, dijo una voz aburrida y familiar.
Un estremecimiento de conciencia la recorrió y Daisy se enderezó,
volviéndose para saludar a Auric. Dios mío, con su paso de piernas largas se
movía rápidamente.
Marcus se inclinó, devolviendo el saludo, y luego se congeló. —¿Qué
demonios le ha pasado a tu ojo, Crawford?
Un rubor moteado manchó las mejillas de Auric. —Nada—, dijo.
En los ojos de Marcus se reflejaba una diversión que sólo podía provenir
de una familiaridad compartida durante tantos años que desafiaba el
elevado título de Auric. —Desde luego, no parece que no...
—Lárgate—, le espetó Auric de una manera totalmente poco ducal. No
por primera vez, una ola de remordimiento la abofeteó por su rostro herido.
La intensidad acalorada de su mirada no la abandonó y ella tragó saliva. —
Su Excelencia—. Hizo una reverencia. —Espero que se encuentre bien.

~*~

¿Esperaba que él se encontrara bien? Por Dios, ¿le ofrecería luego té y


galletas? ¿Le reservaría una sonrisa despreocupada a Wessex y a él, le haría
una insolente reverencia y le daría una expresión de dos palabras en la
forma de su título?
—Indudablemente—, dijo él en su tono más cortante y ducal, que le
hizo fruncir el ceño. Sin embargo, él no estaba indudablemente bien.
Estaba... No sabía cómo estaba. Molesto, tal vez. ¿Indignado? ¿Furioso?
Quizás una combinación de las tres. Por alguna razón desconocida, su
familiaridad con Wessex le irritaba. Lo cual no tenía mucho sentido.
Recurriendo a los años de pulida cortesía ducal que le habían inculcado,
logró decir: —¿Estás bien, Wessex?
—¿Era una pregunta o una afirmación, Crawford?— La pregunta del
vizconde fue subrayada con un humor divertido.
—Oh, indudablemente era una afirmación—, dijo Daisy con demasiada
diversión en sus palabras.
Al ver su diversión a costa suya, Auric apretó tanto los dientes que el
dolor le subió por la mandíbula. Por desgracia, los dos parecían no darse

~ 90 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

cuenta de su disgusto o no se inmutaron. Por la mirada maliciosa que se


cruzó entre Daisy y Wessex, probablemente era lo segundo.
Entonces Marcus levantó la cabeza. —Yo también estoy bien—.
Entonces se le formó una media sonrisa en los labios. —Ya hemos
comprobado que los tres estamos— -movió las cejas- bien.
Una aguda carcajada se le escapó a Daisy y Wessex se le unió. Auric
quería enterrar su puño en el vientre del otro hombre por ser tan
malditamente gracioso y encantador y un maldito parangón para hacer
sonreír a Daisy. Lo cual no debería importar. Debería alegrarse de que la
dama sonriera. Pero no estaba feliz. Estaba enfurecido e hirviendo con una
furia realista.
Nunca agradeció tanto la interrupción del criado que entró en la
habitación para anunciar la cena. Con respeto al compromiso de rango, la
anfitriona, Lady Windermere, se acercó. Con una última mirada a Daisy,
extendió su brazo, maldiciendo la tonta pomposidad de una simple comida.
Odiando que ella colocara su brazo sobre la manga de su pareja, Wessex, y
se alineara detrás de Auric.
Cuando las parejas tomaron sus respectivos asientos en la amplia mesa,
cubierta con un mantel blanco y austero e inundada por el suave
resplandor de los cuatro candelabros de plata distribuidos uniformemente,
Auric miró de reojo a Daisy, sentada a su izquierda. Wessex entabló
conversación con la joven que estaba a su derecha. La hija de los
anfitriones, Lady Leticia, se sonrojó y se burló de la atención. Daisy, sin
embargo, permanecía sentada en silencio, mirando fijamente el candelabro
de plata, y él se vio transportado a una mesa diferente, a una época
diferente, que no había recordado hasta ese mismo momento. Una Daisy de
diez u once años con los codos apoyados con desesperación en la superficie
de la mesa.
El recuerdo se le escapó al considerar la mujer en la que se había
convertido. El resplandor de la vela bañaba sus mejillas con suavidad y él se
sobresaltó. Era realmente encantadora y, sin embargo, a pesar de esa
belleza fresca y poco común, había algo muy nostálgico, muy triste en ella.
Una presión visceral le apretó el corazón, mientras una culpa familiar se
deslizaba por él. Por su egocentrismo en aquella horrible noche, la había
reducido a esto y... Miró momentáneamente a su lacónica madre, había
reducido a la mujer mayor a la criatura marchita y sombría en que se había
convertido.
Como si sintiera su mirada, Daisy lo miró, con una pregunta en los ojos.
Auric se inclinó y le susurró al oído. —¿Está la sopera demasiado lejos
de tu alcance, Daisy? No quiero que derribes el candelabro y hagas arder la
mesa.

~ 91 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La sorpresa iluminó los ojos de ella. —¿Lo recuerdas?


—¿Cómo podría olvidarlo?— Se rió. —Sin duda, el más memorable de
todos los picnics que han disfrutado nuestras familias.
Un brillo nostálgico iluminó sus ojos, transformándolos de un simple
marrón a un rico tono chocolate que le hizo pensar en la bebida caliente en
un día frío y... Dio una fuerte sacudida a su cabeza, disipando la
enloquecedora dirección que habían tomado sus pensamientos. Todos los
cuales involucraban a la joven a su lado y sus pechos llenos expuestos para
su adoración.
Si no se hubiera decidido hace años, iría al infierno. Porque sólo un
granuja tendría sueños escandalosos con la hermana de su mejor amigo.
Auric tomó su copa de vino y dio un largo trago.
Un lacayo se apresuró a servir primero a Auric y luego a Daisy un plato
de sopa de tortuga. Ella tomó su cuchara y revolvió con delicadeza el
contenido de su tazón blanco de porcelana. El delicado movimiento atrajo
sus ojos hacia sus ligeras palmas. ¿Sabía ella que había puesto su mundo
patas arriba?
Auric rompió el silencio. —Confío en que estés bien—. Maldijo en
silencio el patético intento de conversación y deseó, no por primera vez,
poseer una pizca de la facilidad de Wessex con las damas.
Los labios de Daisy se movieron.
Dios, detestaba la necesidad de una conversación banal y educada. —Es
decir, confío en que te encuentres bien tras tu caída—. Entonces, hablar del
tiempo y de otros temas considerados educados era mucho más seguro que
los perversos pensamientos que corrían por su mente, incluso ahora.
Hizo una pausa a mitad de camino. —Lo estoy—. Ella se llevó una
cucharada de caldo a la boca y los ojos de él se dirigieron inexplicablemente
a sus labios rojos, llenos y con forma de arco, cuando se separaron.
Auric contuvo un gemido y tomó otro sorbo de vino. Se quedó mirando
el contenido de su vaso sin querer mirarla, no fuera que la locura se
apoderara de sus sentidos y su razón. Codiciar a Daisy Meadows era la
máxima traición a la memoria de Lionel.
—Oh, cielos—, dijo Daisy. Hizo un sonido de negación.
Conocía a la diablilla lo suficientemente bien a lo largo de los años como
para saber que lo último que debía hacer era ceder a su cebo.
Entonces ella suspiró.
—¿Qué pasa?

~ 92 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Me temo que tu visión es mucho peor de lo que había imaginado—.


Señaló su copa de vino parcialmente vacía. —Pareces muy concentrado en
el contenido y sólo puedo imaginar que es debido a la disminución de tu
visión ducal.
Él se erizó y dejó la copa de cristal en la mesa. —No estoy en edad
avanzada como para necesitar un monóculo—. Aunque, por alguna razón,
había guardado el tonto regalo que ella le había dado dentro de su abrigo y
seguía llevándolo allí. No porque necesitara esa tontería. Su visión estaba
bastante bien y debería estarlo durante otros treinta años más o menos.
—Auric, todos los duques requieren un monóculo—. Bajó la voz a un
susurro conspirador. —Especialmente los duques que envejecen, como tú.
—Sólo tengo unos meses más de veintinueve—, dijo él, con un toque de
actitud defensiva subrayando sus palabras.
Daisy asintió con decisión. —Ciertamente lo suficientemente mayor
como para necesitar un monóculo—. Le guiñó un ojo y volvió a prestar
atención a su sopa.
Ella le había guiñado el ojo. Guiñado. En medio de una cena íntima, y
más, lo había ignorado. Abrió la boca, pero entonces Wessex dijo algo en su
lado opuesto, llamando su atención. Una neblina de indignación nubló
momentáneamente su visión, que no tenía nada, absolutamente nada, que
ver con que Daisy lo ignorara para hablar con el vizconde. Después de todo,
el vizconde había sido como un segundo hermano para ella, al igual que
Auric.
Sólo que su involuntaria atención a la exuberante figura de ella, más
adecuada para las alcobas que para los salones de baile, no le parecía en
absoluto fraternal. Tomó su vino y dio otro largo trago, acabando por vaciar
el contenido de su copa. Si no se había decidido hace siete años, sin duda
estaba decidido ahora: con sus pensamientos lujuriosos, Auric se iba a ir al
infierno.
Un lacayo le quitó la sopa intacta.
—¿Su Excelencia?— Su anfitriona, Lady Windermere, miró el cuenco
casi de forma interrogativa, pero demasiado infaliblemente educada como
para atreverse a preguntar al duque si había encontrado algo desfavorable,
le ofreció en cambio una apretada sonrisa. —Lamento mucho haberme
enterado de la decisión de Lady Anne de casarse con el Conde de
Stanhope—. Sacudió la cabeza. —Son días muy tristes, Su Excelencia,
cuando las jóvenes eligen la oferta matrimonial de un conde antes que la de
un estimado duque—. Pero no parecía demasiado descortés hacer una
afirmación tan desmañada sobre su cortejo de la ahora Lady Stanhope. —
Perfectamente encantadora, es la condesa con sus rizos dorados y su
agradable sonrisa.
~ 93 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Los sirvientes se apresuraron a colocar las bandejas de pato, huevos de


chorlito en gelatina aspic, una macedonia de frutas y otras raciones
diversas.
Lady Windermere se acercó. —Aunque mi hija, también tiene unos
preciosos rizos dorados y los periódicos, por supuesto, dicen que usted
nunca tendría una dama con pelo castaño como duquesa. Aunque, ¿quién
puede culparlo?—, continuó.
Un fuerte golpeteo de plata contra porcelana resonó en el comedor. Por
el rabillo del ojo, detectó el rubor en las mejillas de Daisy, que se apresuró a
recoger su utensilio. Volvió a encontrarse en otra mesa con una Daisy más
joven y beligerante y con él mismo. ¿Acaso la dama tenía que enfrentarse
siempre a las burlas condescendientes y a los comentarios sarcásticos?
¿Cómo era posible que los miembros de la sociedad educada no vieran que
con sus mejillas pecosas y sus apretados rizos castaños tenía una
singularidad que hacía palidecer a todas las demás damas a su lado? Auric
apoyó los brazos en la silla de comedor de caoba. Mantuvo su rostro como
una fría máscara. —Hay que tener cuidado de no fiarse de los chismes que
se cuentan en las hojas de escándalo, Lady Windermere—. Al diablo con
las amistades familiares. Él no vería a Daisy avergonzada o humillada ante
nadie.
Un rubor apagado manchó sus mejillas ante su cortante reprimenda.
—¿Y Lady Windermere?
—¿Sí?—, graznó ella.
—¿No cree que hay algo agradable en el color marrón?
Ella tragó fuerte. —Er, uh-bueno s-sí, indudablemente,— tartamudeo y
luego volvió a centrar su atención en su esposo que estaba sentado en la
cabecera de la mesa, frente a ella.
Aunque había cortejado a Lady Anne con la intención de ofrecerle
matrimonio, estaba claro que los sentimientos de ella estaban
comprometidos de otra manera. Su interés había sido despertado por la
poco convencional señorita, pero nunca había habido nada más que una
duquesa adecuada para su posición de duque.
Un pequeño codo le dio un empujón, sacando su antebrazo de su lugar
en el brazo de la silla. Motas de oro bailaron en los ojos de Daisy. —Eso
estuvo bien hecho de tu parte, Auric.
Compartieron una sonrisa. Así, con un suave empujón y una sonrisa sin
esfuerzo, se convirtieron simplemente en Auric y Daisy. Y si era sincero
consigo mismo, podía admitir lo correcto que era.

~ 94 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 8
La noche siguiente, sentado en la mesa privada en la parte trasera de su
club, Auric miró el contenido de su brandy. Tomó un sorbo lento y
reconoció el gran cambio que había ocurrido en él, con Daisy, con ellos. En
algún momento había visto el mundo en esos tonos rojizos y ya no podía
dejar de notarlos. Giró el vaso en un pequeño círculo y luego tomó un largo
sorbo. Más específicamente, no podía ignorar que Daisy había crecido. Y
más, la joven con intenciones románticas que se fue sola a Gipsy Hill, sin
acompañante, la hermana de su mejor amigo necesitaba ser cuidada. Sus
labios hicieron una mueca y dio otro trago a su bebida. Aquello más bien
hacía que la dama sonara como un perro de caza preferido. Pero, con su
boca generosa, su figura exuberante y su risa ronca, no era un perro de caza.
Con una maldición silenciosa, bebió el contenido restante de su bebida.
No tenía por qué pensar en la gloriosa figura de Daisy. Levantó la vista de
su vaso vacío. Desde la entrada de White's, el Vizconde de Wessex
atravesaba el sagrado club. Se movía con un propósito único. El caballero,
habitualmente afable, ignoró los saludos que se le dirigían. Se detuvo ante
la mesa de Auric y parecía más serio de lo que había estado hace siete.... Él
empujó hacia atrás el recuerdo de Lionel.
—Wessex—, saludó. Ambos compartían un vínculo que ningún hombre
querría, habiendo descubierto juntos el cuerpo sin vida de Lionel.
El vizconde no perdió el tiempo con galanterías. Sacó un asiento. Un
sirviente se apresuró a acercarse con una copa vacía. Sin palabras, el otro
hombre lo aceptó y rechazó la oferta de ayuda. Procedió a servirse una copa
alta de brandy y luego dejó la botella con fuerza. La botella cayó
estrepitosamente sobre la mesa. El otro hombre recogió su copa y se la
bebió de un largo y lento trago. Hizo una mueca y volvió a tomar la botella.
Vertió varios dedos en el vaso.
Auric frunció el ceño. Hacía tiempo que Wessex se había ganado la
reputación de pícaro indolente y réprobo. Sin embargo, la alta sociedad no
se fijaba lo suficiente en la verdadera imagen que tenían delante para
reconocer que el vizconde no había tocado ni una gota más después de la
muerte de Lionel.
Hasta ahora. Este agitado caballero que tenía ante sí no era alguien a
quien reconociera. Wessex se llevó la copa a los labios y esta vez dio un
sorbo más pausado. Rompió el silencio. —Daisy Meadows.
El ceño de Auric se frunció. —¿Daisy?

~ 95 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—La hermana de Lionel—, dijo, como si hubiera otra Daisy que les
importara a los dos. Wessex agitó la mano y varias gotas salpicaron la
inmaculada mesa de Auric. Miró a su alrededor, asegurándose de que no
había fisgones cerca, y luego volvió a centrar su atención en Auric. —Hay
un caballero.
¿De qué hablaba el otro hombre? Miró a su alrededor en busca del
caballero al que se refería su amigo.
—No lo entiendes—, siseó Wessex. Se esforzó por inclinarse sobre la
mesa. —Un caballero ha captado el afecto de Daisy.
Auric abrió la boca, pero no salió ninguna palabra. Una niebla descendió
sobre su visión. Una cosa había sido cuando esas mismas preocupaciones le
pertenecían sólo a él. Entonces, habían sido temores infundados sobre
Daisy. Otra cosa era cuando el vizconde les daba vida y los volvía
verdaderos.
El otro hombre se recostó en su asiento. —No debería ser una sorpresa.
Ya no es una niña, aunque así la verás siempre.
El sentimiento de culpabilidad se agolpó en su vientre. Porque a pesar
de que Wessex lo tomaba como el honorable caballero y leal amigo, Auric
se había fijado en su boca. Y en sus pechos. Y en su... —¿Crawford?
Sacudió la cabeza para aclararse. —¿En qué has basado tu...?— Daisy,
como había estado en Gipsy Hill, moviéndose entre carros de gitanos,
revoloteó por su mente. —...tu...— El aire lo abandonó en una lenta
exhalación. Había dejado de lado la idea de que Daisy estuviera con otro
caballero cuando la descubrió por primera vez en el extremo menos
elegante de Londres. Sólo que ahora, sus escandalosas acciones unidas a las
palabras de Wessex pintaban la posibilidad bajo una luz mayor.
—¿Qué?
Se frotó una mano sobre la boca. —La descubrí en Gipsy Hill—. Dos
veces. —Sin acompañante—. Ella había afirmado estar en busca de un
collar. Pero, por supuesto, una mujer con el sentido común y el espíritu
romántico de Daisy no se aventuraría en ese extremo de Londres sólo para
buscar una baratija barata. No, ¿qué otra cosa podría llevar a una dama a
hacer algo tan insensible, aparte de un encuentro clandestino entre dos
amantes? La rodilla de Auric saltó por reflejo, golpeando la mesa. Por Dios,
mataría a ese hombre.
—¿Gipsy Hill?
Auric asintió escuetamente con la cabeza.

~ 96 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El vizconde se hundió en su asiento, desconcertado. Se acarició la


barbilla. —También estaba el baile de los Harrison—, declaró, más para sí
mismo.
La tensión recorrió el cuerpo de Auric. Sus pensamientos y emociones se
mezclaban y desdibujaban en una masa de confusión. —¿Qué hay de eso?—
Con la confirmación por parte de Wessex de sus propias sospechas
anteriores, se vio obligado a considerar todo tipo de cosas que prefería no
hacer: sobre Daisy, su futuro, su obligación de velar por ese futuro.
Wessex volvió a quitar el vaso de la mesa y bebió un sorbo. Lo dejó con
fuerza y, durante un largo rato, no dijo nada, de modo que Auric creyó que
no tenía intención de hablar. Luego: —Ella estaba estudiando a un
caballero.
—¿A quién?—, dijo duramente.
—Oh, simplemente me burlé de ella, sin creer, sin pensar que en
realidad estaba...
—¿Quién?—, dijo lo suficientemente alto como para ganarse las miradas
curiosas de quienes los rodeaban. Esperó a que los nobles entrometidos que
estaban cerca volvieran a prestar atención a su propia bebida y compañía.
—Ese es el problema, Crawford. He interrogado a la dama varias veces
en busca de la identidad del granuja. En vano—. Wessex levantó los
hombros en un ligero encogimiento de hombros. —Pero si fuera
honorable...
Daisy no saldría corriendo a su encuentro por las calles de Londres y su
identidad no sería un secreto.
Wessex dejó su vaso. Giró las manos e hizo un ademán de estudiarse las
palmas. —Es soltera. ¿Sabes cuántas temporadas ha tenido?
—Dos—. Ambos respondieron simultáneamente.
—Eso es correcto—. El vizconde asintió. Tras el fallecimiento del
marqués, Daisy había desaparecido y, por desgracia, cuando volvió a entrar
en la sociedad casi dos años después, los dandis que buscaban esposa no se
dieron cuenta de la rareza de Daisy. Ella era el colgante oculto entre los
demás adornos, sólo que nadie se había molestado en ver lo que tenían
delante. Su estado de soltería y su espíritu romántico explicaban por qué
una joven romántica como Daisy desechaba la lógica y la razón para
perseguir a un inútil en las lluviosas calles de Londres.
Wessex sostuvo su mirada, entrometiéndose en sus pensamientos
turbulentos. —La marquesa ha olvidado su existencia.
Wessex le sostuvo la mirada, inmiscuyéndose en sus turbulentos
pensamientos. —La marquesa ha olvidado su existencia.

~ 97 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Eso es absurdo—, se burló Auric. Recordó a la mujer mayor tirando


de Daisy detrás de ella en el baile de Lord y Lady Harrison. —Su madre
siempre ha prestado mucha atención a Daisy.
—Tal vez en algún momento, pero no desde...— Sus ojos azules se
oscurecieron un tono casi negro. —No desde... Por cierto, ¿qué demonios le
ha pasado a tu ojo?
Ah, sí, el impresionante hematoma negro violáceo que ahora llevaba,
mérito de los esfuerzos de Daisy en Gipsy Hill. Auric agitó la mano. —No
importa.
Afortunadamente, Wessex se contentó con dejar descansar su pregunta,
centrándose acertadamente en Daisy. —Se me ocurrió anoche, en casa de
Lord y Lady Windermere, que teníamos la obligación de cuidar de ella,
Crawford, y fallamos.
La cuchilla de la culpa se retorció aún más al recordar Marcus otro error
que Auric había cometido. Primero, al llevar a Lionel a ese infierno y
costarle al hombre su vida, y a sus padres su futuro, y ahora... a Daisy.
Ambos tenían la obligación de protegerla y defenderla.
Wessex pareció estar de acuerdo porque continuó. —No sólo le hemos
fallado a Daisy, le hemos fallado a Lionel. Se me ocurre que uno de
nosotros— -aspiró con una audible respiración- —debe hacer lo correcto
por ella—. Agarró su vaso de cristal con tanta fuerza que se le blanquearon
los nudillos. —Se lo debemos a Lionel.
El significado del otro hombre era claro. Debían encontrarle un esposo.
Las manos de Auric se tensaron por reflejo sobre los brazos de su silla. No
sabía por qué debería importarle que Daisy Meadows se casara, siempre y
cuando lo hiciera con un tipo lo suficientemente decente que la cuidara y
tal vez le diera un puñado de hijos. Sin embargo, le importaba. Mucho. Algo
ardiente y caliente le lamió las entrañas, algo que se parecía mucho a los
celos... lo cual era, por supuesto, bastante ridículo, no tenía derecho a estar
celoso y menos por... —¿Crawford? ¿Me estás escuchando?
Él se aclaró la garganta. —¿Decías?— Tomó su brandy, apreciando de
repente la necesidad de un buen licor francés en un momento como éste.
No podía seguir siendo un cobarde. Se dijo a sí mismo que había sido un
sentimiento de lástima. Había visto la tarjeta sin nombres de caballeros y
algo se había agitado en su pecho. Tal vez era la culpa. Porque si Lionel
hubiera vivido, seguramente se las habría arreglado para atraer a algún
caballero que mereciera no sólo cortejar a la joven Daisy, sino también
casarse con ella.
—Necesita un esposo—, dijo Wessex sin rodeos.

~ 98 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Una imagen inundó su mente. Daisy, en toda su exuberante gloria,


extendida sobre suaves sábanas de satén mientras él la cubría con su
cuerpo. —¿Seguro que no propones que uno de nosotros se case con ella?—
, preguntó, con la voz ronca.
El vizconde se rascó la frente. —Cielos, no, hombre—. Dio un falso
escalofrío.
Auric apretó la mandíbula. ¿Qué era lo que el otro hombre encontraba
tan desagradable en la joven? Era perfectamente encantadora y mucho más
inteligente y enérgica que cualquier otro miembro de la nobleza.
—No es que encuentre nada objetable en la dama—, continuó Wessex,
sin tener idea de lo cerca que estaba Auric de enterrarle el puño en la cara.
—Ella es...
Enarcó una ceja gélida.
—Es la hermana de Lionel—, remató solemnemente el vizconde. —Y
tenemos que presentarle caballeros adecuados, honorables—, enmendó, —
que serían un buen marido para ella—. Una niebla roja descendió sobre su
visión, cegándolo momentáneamente. ¿Qué era esa extraña presión en su
pecho? —Con tu influencia, es probable que puedas conseguir cualquier
número de buenos caballeros que quieran casarse con ella.
Esas palabras lograron de alguna manera penetrar y recuperar el control
de su inexplicable y nada fraternal interés por Daisy. —Tienes razón—,
dijo con la lógica fría, plana y sin emociones que lo había formado todos
estos años. Pues sí, su amigo tenía razón. Se lo debían no sólo a Lionel sino
también a Daisy. —¿Qué sugieres?— Apenas reconoció el tono
entrecortado como propio.
Wessex le sostuvo la mirada. —Le presentamos opciones. Nosotros...—
Auric echó su silla hacia atrás y se puso de pie. —¿Adónde vas?—, lo llamó.
—Tengo que atender un asunto.
Tal vez su amigo tenía razón. Tal vez este repentino e inesperado interés
que tenía por la dama provenía de un sentimiento de remordimiento. Daisy
necesitaba un esposo y él se encargaría de verla debidamente casada.
Ignoró a los que levantaban la mano en señal de saludo y continuó hacia el
frente de White's.
Quizás entonces, cuando ella estuviera cómodamente casada, podría
vivir su vida sintiendo que, al menos en este aspecto, no le había fallado a
Lionel.

~*~
~ 99 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Sentada en el sofá tapizado azul, Daisy levantó el bastidor de bordado


para la inspección de su criada.
Los labios de la joven se torcieron. —Uh... un...
—No digas que es un círculo con un hundimiento en el centro—,
imploró.
Agnes cerró rápidamente la boca y se inclinó hacia delante para analizar
mejor el último trabajo de Daisy. Nunca era bueno que el trabajo de uno
requiriera ese nivel de escrutinio. —¿Una lágrima?—, aventuró.
Sí, no era nada bueno en absoluto. Tiró el bastidor a un lado. —¿Serías
tan amable de recoger—, otro, —el bordado que dejé en mis aposentos?
Agnes se levantó de un salto, hizo una reverencia y se fue arrastrando
los pies. Daisy recogió el patético y, de hecho, séptimo intento de su
corazón. Inclinó la cabeza estudiándolo objetivamente. Se le escapó un
suspiro. Sí, no había forma de evitarlo. Era realmente horrible. Así que la
práctica no siempre hacía al maestro, ahora lo sabía. Demasiado bien.
Se oyeron pasos en el vestíbulo. Levantó la vista cuando el mayordomo
admitió a Auric. Su corazón dio un extraño aleteo. Él la miró de esa manera
anodina, ambos en silencio, estudiándose mutuamente. Frederick se aclaró
la garganta. —Milady, Su Gracia, el Duque de Crawford.
Ella se puso en pie. —Frederick, ¿pedirías refrigerios...?
—No será necesario—, interrumpió Auric.
Ella arrugó la frente. Él había adoptado un tono de —estoy aquí por un
serio asunto ducal—. Daisy le indicó que se acercara. Él se dirigió con un
puñado de largas y poderosas zancadas y, mientras Frederick salía de la
habitación, ella juró que vio el fantasma de una sonrisa en sus labios. Se
hundió en el borde de su asiento y lo miró expectante.
Auric juntó las manos detrás de él y se balanceó sobre sus talones... y
permaneció de pie.
—¿Quieres sentarte, Auric? ¿O pretendes cernirte sobre mí como una
institutriz demasiado severa?
En lugar de una sonrisa, su ceño se frunció. Esto era un asunto muy
serio. Sin embargo, Auric movió los faldones de su abrigo y se sentó. Con
toda la audacia que le otorgaba su condición de duque, se acercó a su
bastidor de bordado y examinó su trabajo. —¿Una nube?
—¿Una nube roja?—, se burló ella. Seguramente, si hubiera querido una
nube, habría sido gris o blanca. Bueno, eso no funcionaría. El blanco se
perdería en el fondo igualmente blanco. —¿Has venido a evaluar mis
habilidades como costurera?— ¿O había venido con la única intención de
verla? Desde luego, ella prefería lo segundo. Una excitación la recorrió.
~ 100 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él bajó el bastidor. —No estás casada.


Daisy se atragantó mientras su júbilo anterior moría. Tosió en su mano y
rechazó la pregunta preocupada que se formaba en sus labios. —
¿Perdón?— Había sonado como si él hubiera dicho- —No estás casada—.
Auric tamborileó con las yemas de los dedos en el brazo de su silla. —
Seguramente, has considerado con quién te casarás.
—Sin duda—, dijo ella con un humor seco que él no detectó ni le
importó. —Después de todo, así es como pasan el día todas las jóvenes
solteras.
—Por supuesto—. Oh, el patán. —¿Y?—, insistió.
Su corazón adquirió un ritmo extraño. ¿Qué motivos tenía él para hablar
de matrimonio con ella a menos que él mismo hubiera considerado esa
misma posibilidad? —¿Y estás aquí presentándome una oferta?
Auric retrocedió con un horror tal que habría escocido dolorosamente si
su reacción no fuera tan poco propia de Auric. —Dios, no.
Bueno, hasta aquí llegó ese deseo en particular. Contuvo un suspiro y,
para que él no mirara demasiado y viera la esperanza que llevaba en su
corazón grabada en su rostro, se inclinó y le dio una palmadita en la rodilla.
—Quédate tranquilo, Auric. Sólo estaba bromeando—. Él se puso rígido.
¿Por sus palabras? ¿Por la audacia de su toque? En cualquier caso, ella le
mintió. Ella lo tomaría como su esposo bajo cualquier circunstancia, si
simplemente pronunciaba las palabras.
Él lanzó una mano al aire. —Estoy aquí para discutir la cuestión de tu
esposo.
—No tengo esposo—, no pudo resistirse a bromear. Pero ella tenía un
duque en particular que serviría espléndidamente. Si el tonto abriera los
ojos y viera.
Cuando amas algo lo suficiente como tú lo haces, resultará... Las palabras
susurradas de Lionel la envolvieron, reconfortantes por su familiaridad y
verdad, y porque le pertenecían a él.
Auric se puso en pie de un salto. —Precisamente por eso he venido—.
Comenzó a recorrer un rápido camino sobre la alfombra de Aubusson.
Ella observó sus inquietos movimientos. —¿Para casarte conmigo?—,
preguntó ella, con sus palabras enhebradas por su consternación. —
Realmente no estás siendo muy claro, Aur...
—He venido con la intención de ayudarte a encontrar un esposo.
Daisy se detuvo, con la mirada fija en las piernas bien musculadas de él,
enfundadas en esos pantalones negros como la medianoche. Habló con
tanta ligereza como si se refiriera a la recuperación de su pañuelo olvidado
~ 101 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

y no a un hombre al que estaría atada para siempre. Un zumbido llenó sus


oídos como un millar de abejas revoloteando cerca de su cabeza. Cerró las
manos en puños apretados, agradeciendo el escozor de sus uñas al morder
la palma. Con una lenta toma de conciencia que hizo que su corazón se
hundiera en las suelas de sus zapatillas, se enfrentó a la fea verdad: —Me
encontrarías un esposo—. Sus palabras, un susurro apenas perceptible, lo
hicieron detenerse inmediatamente.
Auric llevó su puño a la palma de la mano y se detuvo bruscamente
frente a ella. —Precisamente, Daisy. Un caballero honorable, y—, su boca
se tensó, —y cualquier otro requisito que encuentres esencial en un esposo.
Daisy dobló el cuello en un ángulo incómodo para mirarlo. —No debe
ser un gran, gran idiota—, espetó, porque eso era precisamente lo que Su
Gracia estaba siendo.
—Por supuesto que no—, dijo él con brusquedad. Asintió con la cabeza.
—Se necesita un caballero inteligente.
—Si es que existe tal cosa—, murmuró ella, porque seguramente un
duque inteligente podría ver a la mujer perfecta para él sentada allí mismo,
ante sus —todavía demasiado jóvenes ojos que no requerían un monóculo.
—¿Qué fue eso?
Daisy se puso en pie de un empujón, a un pelo de su alta y poderosa
complexión. Su respiración se entrecortaba ante el calor que él desprendía
sobre ella y maldijo a su cuerpo por reaccionar como lo hizo cuando él no
debía ni siquiera obtener una pizca del deseo de su corazón. —¿Sabes lo
que yo quiero?
Auric inclinó la cabeza hacia abajo y el aroma de él, sándalo y café y el
más leve toque de brandy, bailó sobre ella, embriagador. —¿Qué...?— La
pregunta se interrumpió cuando la mirada de él se hundió y se fijó en los
labios de ella.
¿Se imaginó la audible inhalación de aliento? Ella deslizó la lengua sobre
su labio inferior. —Quiero...— Él reclamó sus labios bajo los suyos. Movió
su boca sobre la de ella exigiendo y buscando al mismo tiempo.
Auric le rodeó la cintura con una mano y la acercó, inclinando la cabeza
para profundizar el beso. Incluso a través de la tela de su vestido, la piel de
ella ardía con la caliente pesadez de su contacto y gimió, apretándose a él.
Él apartó la cabeza, apartándola de él con tal presteza que ella tropezó con
la mesa de caoba. El duque retrocedió, con el rostro envuelto en una
máscara de horror. —Yo... Yo...
—Yo quería que lo hicieras—, dijo ella con una prisa sin aliento, porque
no podía soportar la conmoción y el asco que seguirían a esa respuesta
tartamudeada.
~ 102 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Normalmente imperturbable, el estoico duque se pasó una mano


temblorosa por el pelo. —Necesitas un esposo—. Hablaba como si con la
unión de sus labios no hubiera sacudido su mundo y le hubiera insuflado la
esperanza de que fueran una pareja. —¿Qué deseas— -un rubor sordo
trepó por su cuello y salpicó sus mejillas- —en un esposo?—, le espetó, sus
palabras sonaron afligidas.
A ti. Te deseo a ti. Daisy alisó las palmas de las manos sobre la parte
delantera de sus faldas. —Debe ser devoto hacia mí. Debe preocuparse por
mi bienestar y mi felicidad—. Y verme como algo más que una simple obligación.
—Devoto. Atento—. Auric asintió bruscamente y con ese puñado de
deseos de ella, se marchó.

~ 103 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 9
Querido Lionel,
Dios me perdone. Besé a tu hermana...
Con un gemido, Auric tiró la pluma a un lado y miró las páginas
condenatorias de su diario, sin sentirse mejor por haber puesto la verdad en
la hoja vacía. Había besado a Daisy Laurel Meadows. Ese beso no había sido
un gesto cortés y vacuo sobre sus dedos enguantados, ni siquiera un suave
encuentro de meros labios. Más bien, el suyo había sido una exploración
explosiva y apasionada de dos personas que se aprendían mutuamente, con
hambre de más.
Ella sabía a primavera, a vida y a inocencia, y él había querido ahogarse
en su dulzura. Las nueve palabras grabadas en negro le devolvieron la
mirada en una silenciosa recriminación. —Sé que fue imperdonable—,
reconoció.
Desde que se había despedido precipitadamente de Daisy, había sido
incapaz de borrar de sus pensamientos el recuerdo de sus labios o la curva
de su cadera. Con un gemido, Auric dejó caer la cabeza sobre esas palabras
condenatorias. Golpeó su frente contra el diario abierto, arrugando sin
remedio la página.
¿Qué clase de locura lo había poseído para besarla? Por el amor de Dios,
no tenía derecho a desearla como lo hacía. Era la hermana de un hombre al
que había hecho que muriera y una chica a la que nunca había visto más
que como una niña irritante y animosa, y luego como una joven igualmente
irritante y enérgica.
Sólo que ahora sabía que ella sabía a chocolate caliente y a miel con un
toque de agua de lavanda en su persona y, que Dios lo perdonara, había
querido buscar el lugar donde ella había rociado esa fragancia
embriagadora. —Me voy a ir al infierno—, murmuró en el volumen de
cuero. Abrió los ojos y se quedó mirando las páginas de marfil. —Sólo fue
un beso—, dijo y con determinación se sentó de nuevo en su asiento. Sólo
un beso. Respirando hondo y calmado, alisó las manos sobre la página
arrugada intentando poner un poco de orden en sus turbulentos
pensamientos. Por supuesto que reaccionaría como lo había hecho con
Daisy. Como Wessex había señalado tan poco útilmente, ella ya no era una
niña pequeña que perseguía sus pasos y le guiñaba el ojo una vez cuando
las cosas iban espléndidamente o dos veces cuando necesitaba ser
rescatada. No, en cambio, era la zorra problemática que vagaba por las

~ 104 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

calles de Londres sin acompañante y le guiñaba el ojo una vez cuando las
cosas iban espléndidamente y dos veces cuando necesitaba ser rescatada.
Con una respiración lenta y deliberada más, evaluó el puñado de palabras
que había escrito momentos antes de ser consumido por el recuerdo de lo
bien que se había sentido al tener a Daisy en sus brazos.
Hojeó las páginas de su libro, deteniéndose en la entrada de ayer por la
noche.
Querido Lionel,
Es mi intención encontrar un caballero devoto y atento para tu hermana...
Él tamborileó con los dedos sobre la tinta ahora seca. Había sabido por
mucho tiempo que Daisy poseía un corazón romántico. Ahora sabía que
ella buscaba un marido que fuera devoto, ya que ella ciertamente no
merecía nada menos. Auric apretó los labios en una línea dura y furiosa y
continuó pasando las páginas a la entrada completada más recientemente.
Querido Lionel,
He compilado una lista de los siguientes caballeros que podrían ser buenas parejas
para Daisy...
Por el rey y todos sus hombres, arruinaría al hombre que no le diera su
fidelidad. Sin embargo, con la cantidad de pícaros, canallas y bastardos que
había en Londres, que tomaban sus placeres donde querían y seguían con
putas, amantes y viudas, ¿qué caballero había demostrado ser digno de ella?
Auric buscó en su mente a todos los caballeros que había conocido a lo
largo de los años.
Estaba el Marqués de Fenworth. Con dos hermanas menores ya en
Londres, el joven marqués había demostrado ser un hermano devoto,
estando a su lado en cualquier número de veladas y bailes. Auric mojó su
pluma en tinta y añadió el nombre del hombre a la lista de Daisy.
—Algún día te convertirás en duquesa cuando todas esas otras chicas poco amables
se conformarán con meros futuros marqueses como yo...— Las palabras de Lionel a
su hermana, todos esos años atrás, en la fiesta de verano de la Marquesa de
Roxbury, resonaron muy claramente en su mente. Un escalofrío recorrió la
columna vertebral de Auric.
Dibujó una marca oscura y dura a través de ese nombre. Nada de
marqueses. Un marqués le recordaría para siempre el papel que Lionel
estaba destinado a desempeñar y ella no merecía esa tristeza. Con un
pequeño ceño contemplativo, Auric tamborileó la punta de su pluma de un
lado a otro.
El Conde de Coventry. Anotó el nombre del hombre. El caballero de
pelo oscuro y alto, bastante impresionante con Gentleman Jackson era
~ 105 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

diligente en su rutina diaria. Su destreza en el ring y su compromiso


hablaban de su devoción. Excepto que también sirvió para conjurar una
imagen del musculoso caballero emparejado con Daisy, besando sus labios
de la manera que Auric anhelaba. Con un gruñido, arrastró la punta de su
pluma por el nombre de Coventry. El hombre era demasiado guapo, y los
caballeros guapos eran invariablemente pícaros que inevitablemente
conducían a corazones rotos. No permitiría que Daisy se casara con un
pícaro.
Maldita sea. ¿Quién estaba allí? Por supuesto. El Barón de Winterhaven.
Ah, sí. Winterhaven sería su pareja perfecta. El caballero bibliófilo de sus
días en Oxford había sido tan dedicado a sus estudios que tenía fama de no
faltar a ninguna clase en ninguno de sus días en la universidad. Un hombre
culto y de letras sería fiel. Un hombre así también carecía del fuego y la
pasión de Daisy, lo que encajaba perfectamente con Auric. Daisy. Una
unión sin pasión y segura le vendría bien a Daisy, porque... bueno,
simplemente le vendría bien. Miró la lista que se extendía con un gesto de
satisfacción.
Sonó un golpe en la puerta. No levantó su atención del volumen de
cuero. —Adelante—, dijo, contemplando qué otro devoto caballero podría
ser una pareja aceptable para Daisy. Tendría que ser un hombre cuya
felicidad se entrelazara con la de la dama, que la viera... —El Vizconde
Wessex—, anunció su mayordomo.
Abandonando sus esfuerzos, levantó la vista cuando Wessex entró en la
habitación. El otro hombre se acercó, pareciendo demasiado aburrido y
desinteresado para alguien que había identificado su obligación con Daisy.
Con un bostezo, se sentó en una de las dos sillas de cuero frente al
escritorio de Auric. —¿Y bien?
—¿Y bien?—, preguntó impaciente. ¿Acaso el hombre lo creía un lector
de mentes?
—Conociéndote a ti y a tu fijación por ese diario—, señaló con la
barbilla el libro abierto. —Ya has alineado al menos tres posibles
pretendientes para la dama en esas páginas. Bueno, entonces, ¿quiénes
son?— Sin dar a Auric la oportunidad de responder, se inclinó y sacó el
libro de su escritorio. Wessex pasó su mirada por encima de la página. —
Hmm.
Enfadado por la audacia del otro hombre, Auric frunció el ceño.
Entonces, Wessex tendría que, primero, levantar la vista para notar su
disgusto y, segundo, preocuparse. Su amistad se remontaba lo
suficientemente lejos como para que él nunca se intimidara fácilmente. La
curiosidad de Auric se apoderó de él. —¿De qué se trata?

~ 106 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Yo también había considerado a Fenworth—. Su amigo, sin embargo,


no dijo nada más sobre su decisión final sobre la idoneidad de aquel
caballero. —Coventry—, murmuró en tono contemplativo. Levantó la
cabeza y le dirigió una mirada interrogante. —¿Qué tiene de malo
Coventry?
—Él es...— Demasiado guapo. —Es...— Agitó una mano y deseó
parcialmente poder arrancar del aire las palabras adecuadas. —Un
pícaro—, logró.
—Ohh,— Esa pronunciación de una sola sílaba, insinuó una diferencia
de opinión. —¿Lo es?
—Lo es—, dijo escuetamente.
El vizconde volvió a prestar atención a la página. —¿Winterhaven?—
Por la incredulidad que subrayaba ese nombre en particular, Auric dedujo
que también tenían opiniones opuestas sobre ese posible pretendiente.
Conteniendo su enfado, se puso en pie. —Deduzco que también has
preparado una lista de posibles caballeros—, preguntó, dudando mucho de
que Wessex hubiera pensado en Daisy y su futuro novio. Auric se inclinó
sobre la mesa y recogió su diario de los dedos del otro hombre. Cuando se
había comprometido a cuidar de la familia de Lionel, Wessex había pasado
los últimos siete años dedicado a su propia felicidad y a sus propios afanes.
Su amigo metió la mano en la parte delantera de su chaqueta y sacó una
hoja doblada. —Bueno, echa un vistazo—. La dejó sobre el escritorio de
Auric.
Desconcertado un momento por la sorpresa, buscó la lista de Wessex.
Su lista muy completa. El vizconde había logrado identificar, uno-dos-tres,
señaló con el dedo cada nombre, cuatro-cinco-seis, siguió contando. —
¿Diez nombres?—, acusó.
Wessex rodó los hombros. —Ciertamente es una muestra mejor que tu
escasa selección—, dijo, confundiendo el motivo de la pregunta de Auric.
—No tienes más que a Winterhaven y Danport.
No era el momento de mencionar que tenía la intención de borrar el
nombre de Danport de la hoja. El Conde de Danport no era un pícaro, pero
era demasiado encantador. Eso nunca serviría.
—La lista—, dijo su amigo, haciéndole reaccionar al momento.
La irritación se le clavó en el pecho mientras volvía a prestar atención a
los posibles maridos seleccionados por el vizconde. Seguramente, Wessex
no creía que hubiera tantos hombres dignos de Daisy. No, a diferencia de
Auric, él no se había tomado el tiempo de indagar sobre las expectativas y
requisitos de Daisy para el hombre que tomaría como esposo, lo que
probablemente explicaba esa lista tan completa.
~ 107 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Coventry estaba allí. Fenworth, también. ¿Winterhaven...? Levantó la


mirada.
—Winterhaven no está ahí—, confirmó Wessex, anticipándose a su
pregunta no formulada.
Él lanzó la hoja hacia atrás y ésta se agitó en el aire. El otro hombre la
atrapó por reflejo, arrugando la hoja.
Auric frunció el ceño. Amigo o no, ¿qué sabía el vizconde pícaro sobre
quién le vendría bien a Daisy? —¿Y qué razonamiento has seguido para
seleccionar a los respectivos caballeros?—, preguntó, sin poder evitar que
el fastidio se reflejara en su tono.
Singularmente indiferente al disgusto de Auric, Wessex sonrió. —
Busqué un caballero respetuoso, libre de escándalos, para la dama.
Él clavó los codos en el borde de la mesa. —¿Ese es tu principal criterio
para la dama?— Cuando debería ser su felicidad y asegurarse de que
hubiera un hombre que no sólo deseara su corazón, sino también, y más
importante, que cuidara de él.
Wessex resopló. —Oh, y espero que tú, con toda tu arrogancia ducal,
hayas determinado el criterio correcto.
Auric frunció el ceño. No había pensado mucho más allá de los propios
deseos de Daisy y la inmediatez de sus propios sentimientos apasionados.
Nada de caballeros apuestos. Nada de pícaros. Ningún hombre que adorara
esa boca como él lo había hecho ayer por la tarde. Sacudió la cabeza.
Su amigo entrecerró los ojos, mirándolo de cerca a través de finas
aberturas. —¿Qué es eso?
Auric miró a su alrededor. —¿Qué es...?
—En tu frente—. Señaló la frente de Auric. —Parece que tienes tinta
justo encima de la ceja.
Probablemente por golpear su frente contra esa página. Buscó en la
parte delantera de su chaqueta y sacó un pañuelo bordado. Recordando
demasiado tarde, el pequeño monóculo grabado con margaritas se deslizó
entre los pliegues de la tela blanca y cayó con estrépito sobre su escritorio.
Al instante lo recogió.
Wessex siguió su mirada. Abrió los ojos. Se le escapó una aguda
carcajada. —Por Dios, ¿qué demonios es eso, hombre?— Profundas
carcajadas brotaron de sus labios y se golpeó la rodilla. —No me digas que
por tu avanzada edad ducal necesitas un monóculo.

~ 108 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Basta—, ordenó, aunque conocía al otro hombre lo suficientemente


bien a través de los años como para confiar en que Wessex no renunciaría
tan fácilmente al asunto.
Lágrimas de alegría se filtraron por el rabillo de sus ojos, mientras
resoplaba con diversión. —L-la alternativa es que has p-protegido aún más
tu papel de e-estirado y ceñudo a la perfección.
Ante las palabras del otro hombre, Auric frunció el ceño. ¿Así es como le
veía el mundo? ¿Cómo ese tipo miserable, desagradable y desaprobador que
nunca tendría su nombre tachado en una lista como la de Daisy?
—...Solías ser mucho más divertido que este frío, brusco y malhumorado duque...
No es que quisiera estar en la lista de Daisy. Tampoco ella tenía una
lista. Pero si la tuviera, él no querría que su nombre estuviera en ella.
Porque... —Vete al infierno—, le gruñó a un Wessex que seguía riéndose.
No le gustaba la idea de que se divirtiera a su costa.
Wessex se puso de pie. Sacó su propio pañuelo y, con el borde de la tela,
se quitó la humedad de las mejillas. —Sé de buena fuente que los tres
primeros caballeros de esa lista están buscando esposa.
Auric tomó los nombres de Coventry, Fenworth y el Vizconde
Marsdale. Los caballeros que estaban en el mercado por una esposa
generalmente buscaban una pareja por una razón. Ningún hombre la
tendría por su dote. Él se encargaría de eso. —¿Sus finanzas?
—No hay ninguna deuda. He hecho averiguaciones específicas.
Levantó la vista con no poca sorpresa.
Un destello de molestia iluminó los ojos del otro hombre. —Vamos,
¿crees que sería deshonroso para Daisy y, al hacerlo, con la memoria de
Lionel?
—No—, contestó al instante, y una oleada de culpa lo golpeó por la
infalible precisión de su amigo con esa acusación.
Tiró de las solapas de su chaqueta. —En cualquier caso, yo
recomendaría Astor.
El obscenamente rico Conde de Astor no se sentaba en las mesas de
juego. Se rumoreaba que tenía una sola amante y que nunca hacía nada tan
escandaloso como visitar esos infames lugares. En resumen, el hombre era
un maldito parangón. Siempre había detestado a Astor.
—¿Crawford?
—Eh, claro. Le haré una visita al caballero—. Después de todo, ¿cuál era
la probabilidad de que Astor estuviera en el mercado por una esposa con
labios demasiado carnosos y caderas generosas, y...?

~ 109 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—¿Y?— Wessex pinchó.


Habló con los dientes apretados. —Y lo convocaré para que visite a
Daisy.
Otra carcajada aguda brotó de los labios del vizconde y Auric se sintió
cada vez más molesto por el disfrute del otro hombre a su costa.
—¿Ese es tu plan?— El vizconde negó con la cabeza. —Dime cómo
responderá Daisy a tu... visita con el conde—. Hizo una reverencia. Con
otra ronda de risas a su paso, Wessex se despidió.
Frunciendo el ceño hacia la puerta ahora vacía, miró una vez más las dos
listas muy diferentes compuestas por dos grupos de nombres de caballeros
muy distintos.

~*~

El carruaje de Daisy llegó a la puerta de su casa y se detuvo lentamente,


sin esfuerzo. Apretó los labios. Otra maldita salida y otro intento fallido.
Aunque apreciaba el optimismo de Lady Stanhope de que Daisy se las
arreglaría para encontrar el colgante Corazón de un Duque si buscaba, era
más bien como encontrar una aguja en las calles de Londres.
Un lacayo abrió la puerta y la hizo bajar. Ella le mostró una sonrisa al
joven lacayo Thomas. —Gracias—, murmuró y se dirigió a la entrada de su
casa.
Sí, apreciaba el optimismo de la dama, pero también... Daisy se detuvo al
pie de la escalera y frunció el ceño. Bueno, al infierno y al maldito infierno,
estaba frustrada porque había ido tres veces a Gipsy Hill sin una pista de la
gitana Bunică. De todos los gitanos a los que había preguntado, ni uno solo
la había guiado hasta el paradero de la mujer. Y eso suponiendo que la vieja
gitana y su colgante estuvieran allí. En lugar de eso, las preguntas de Daisy
habían sido recibidas con un silencio sepulcral y miradas recelosas. Subió el
puñado de escalones y Frederick, tan misterioso como lo había sido desde
que ella era una niña que recorría los pasillos de la entonces alegre casa de
la ciudad, abrió la puerta.
—Lady Daisy—, saludó.
—Frederick—. Un sirviente se apresuró a acercarse y ella se quitó la
capa. La victoria del corazón de Auric residía en ese colgante y, aunque
hacía muchos años que había dejado de creer en la magia y en los cuentos
de hadas de los felices para siempre, se permitió este último sueño. Daisy

~ 110 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

empezó a subir las escaleras. Frederick se aclaró la garganta. Aunque era


una tontería colgar todas las esperanzas que le quedaban en una baratija de
gitana, éste era el último sueño que tenía, y renunciar a él representaría la
última pizca de alegría que le quedaba en el alma.
Frederick emitió otra sutil tos. Miró por encima del hombro. —Me
tomé la libertad de acompañar a Su Gracia, el Duque de Crawford, al salón,
así como...
—¡Gracias, Frederick!— Su corazón se aceleró y saltó los escalones de
una manera que habría hecho que su madre de antaño se estremeciera.
Después de su visita de ayer, cuando le habló de unirse en matrimonio a
otro, un hombre que no era él, se sintió asediada por sentimientos
alternados de indignación, dolor y molestia. Llegó al final del pasillo y se
detuvo rápidamente. Daisy se pasó las manos por las mejillas y luego se
pasó las palmas de las manos por la parte delantera de la falda, para
serenarse. A lo largo de los años, había creído que sus frecuentes visitas
eran una mera visita social obligatoria que le hacía a su madre, y sin
embargo, estando la marquesa tan a menudo indispuesta, ¿por qué, por qué
volvería Auric día tras día si no fuera porque una pequeña parte no
anhelaba verla? Daisy giró por el pasillo. Por qué, a menos que... Entró en la
habitación.
Su mirada se clavó en Auric, de pie junto a la chimenea, con los brazos
agarrados a la espalda. Y entonces se percató de la presencia de otro
caballero, sentado en el sillón del Rey Luis XIV, que parecía tan molesto
con Auric como la propia Daisy. Un caballero alto, delgado y de pelo
oscuro, el Conde de Astor. No había conocido al hombre más allá de una
presentación y dos o tres sets en total en diversas funciones. Desde luego,
no era suficiente para merecer una visita inesperada por la tarde. A no ser
que... Su mente dio vueltas rápidamente. Entonces la verdad se asentó en su
cerebro y Daisy entrecerró lentamente los ojos. Por Dios, le haría sangrar la
nariz a Auric por esto, lo haría. Y si tenía suerte, eso sería todo lo que haría.
Lord Astor sacó la lengüeta de su reloj y miró la figura silenciosa de ella
en la puerta. Se puso en pie de un salto. —Milady—, saludó, en un barítono
nada desagradable.
Auric se puso rígido y se dio la vuelta lentamente, con la frialdad que lo
caracterizaba. Conteniendo su enfado, desvió su atención de él hacia el
sonriente Lord Astor. —Milord—, saludó. Hizo una reverencia y luego
entró en la habitación. Su doncella, Agnes, se apresuró a entrar detrás de
ella y se puso de centinela en su asiento habitual en el sillón azul de la
esquina derecha de la sala. Haciendo a un lado el impulso de estrangular a
Auric, Daisy se apoyó en sus años de buena educación y le indicó su silla. —
¿Quiere sentarse?— El joven conde, con sus rasgos cincelados y su

~ 111 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

mandíbula dura y cuadrada, dudó un momento y luego recuperó su asiento.


Ella ocupó la silla más cercana frente a él.
El tonto de la esquina cruzó en tres formidables zancadas. Con una
mirada de soslayo, Auric se sentó en el sofá azul, haciendo que el elegante
mueble pareciera desesperadamente delicado con su ancha y poderosa
figura.
Daisy cruzó las manos primorosamente sobre su regazo. —¿Le apetece
un refrigerio?
—No—, espetó Auric.
Ella arqueó una ceja y luego miró al conde.
Él sonrió. —No, refrigerios, gracias, milady.
El caballero tenía modales, lo cual era mucho más de lo que ella podía
decir de ciertos duques groseros que se encargaban de ir a seleccionar a los
hombres que ella podría tomar como marido. La furia volvió a agitarse en su
vientre. Se obligó a adoptar una máscara agradable e imperturbable.
Un incómodo silencio se apoderó de la habitación, aún más evidente por
el incesante tic-tac del ruidoso reloj.
Una charla agradable. Una charla agradable. Repasó años de lecciones de
comportamiento. El clima. Descartó ese tema aburrido e insulso que no le
importaba a nadie. Al fin y al cabo, quizá bastaba con dirigir la mirada a la
ventana para comprobarlo.
La mirada del conde recorrió la habitación.
—A Lady Daisy le gusta mucho la música—, dijo Auric, sin ser de
ayuda.
Ella apretó los labios para no decirle lo que pensaba de su declaración.
¿Le haría enseñar los dientes a continuación?
—¿De verdad?— inquirió Lord Astor, con una expresión bastante
dolida, y ella apreció la honestidad de esa reacción.
—Así es—. ¿Es eso lo que Auric creía saber de ella después de toda una
vida de amistad? Le daría una patada en la espinilla si no hubiera un
invitado más presente.
Daisy negó con la cabeza. —No, no es cierto.
Ambos hombres se sobresaltaron ante su contradicción. Ella sonrió. —
Me gusta bailar al ritmo de la música—. Arrugó el ceño. —Detesto el
pianoforte, ya que soy bastante deplorable en él.
Lord Astor hizo un sonido caballeroso de protesta.

~ 112 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella hizo un gesto con la mano. —Oh, no necesita disculparse por mí—.
Daisy bajó la voz a un susurro no demasiado silencioso. —Soy realmente
terrible. Mi madre se desesperaba por mis inexistentes habilidades a lo
largo de los años.
La primera sonrisa de verdad hizo que los duros labios del caballero se
volvieran hacia arriba y se alivió parte de la rigidez de sus hombros. Apoyó
las manos en las rodillas y se inclinó hacia delante, reduciendo el espacio
entre ellos. —Su secreto está a salvo conmigo—, le susurró.
Auric tosió con bastante ruido.
Daisy apartó la mirada del conde. —¿Se encuentra mal?
El conde sacudió la cabeza de forma brusca. —Estoy bien—, dijo entre
los labios apretados.
—Me atrevo a decir que una mujer de su gracia no es deplorable en
nada—, dijo Lord Astor en tono sombrío. Todas las palabras correctas que
deberían despertar un sentimiento de romance en su pecho, y sin
embargo... Ella prefirió su anterior reacción honesta a cualquier respuesta
fingida. —Todo lo contrario—, dijo él con seguridad.
—Es...
—Astor se estaba por despedir—, espetó Auric, levantándose
repentinamente.
El hombre inclinó la cabeza. —¿En serio?— La mirada negra que le
dirigió el poderoso duque le hizo ponerse rápidamente en pie. —Eh, claro,
eh, sí—. Se agachó por la cintura. —Milady, si me permite el atrevimiento
de solicitar la oportunidad de visitarla en el futuro.
Ella inclinó la cabeza y le dedicó una sonrisa. —Por supuesto—, dijo,
mientras se ponía de pie.
Abrió la boca para decir algo más, pero Auric lo fulminó con la mirada.
Con eso, Lord Astor giró sobre sus talones y se retiró apresuradamente.
¿A qué venía eso? —¿Por qué huyó Lord Astor?— ¿El caballero que había
traído? Daisy dio un paso hacia Auric y le clavó un dedo antes de que
pudiera hablar. —Y en primer lugar, ¿por qué estaba Lord Astor aquí?
¿Contigo?.
Un rubor moteado manchó sus robustas mejillas. —Astor es un
caballero perfectamente agradable.
No es que ella haya tenido tiempo de darse cuenta en la breve, muy
breve, visita del conde. —¿Así que amistosamente lo echaste?— Sus
palabras lo hicieron callar al instante. Era una hazaña impresionante,
teniendo en cuenta que ningún sirviente, par o el propio Príncipe podía

~ 113 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

silenciar al poderoso y austero Duque de Crawford. —¿Por qué estaba él


aquí?—, repitió ella, con un tono firme, aun sabiendo la respuesta.
—Para cortejarte.
¿Cortejarla? —¿Para cortejarme?—, soltó ella. Entonces se le escapó una
aguda carcajada. Daisy sacudió la cabeza con tristeza. —Ciertamente, ese
no era un caballero cortejándome—. No por su propia voluntad, al menos.
Ella ensanchó los ojos. Él no lo haría. Lo había hecho. Ella gimió y se cubrió
los ojos.
—¿Qué pasa?— Auric se erizó.
—Le has obligado a venir.
Él vaciló. —Apenas le he obligado.
Y ella apenas le creía. Daisy cerró los ojos, sin saber si reír o llorar ante la
idea de que el hombre al que amaba llegara a tal extremo para organizar un
encuentro entre ella y otro caballero. Ella abrió los ojos. —Agnes, ¿puedes
ir por refrigerios?— preguntó ella, sin apartar la mirada de él.
Agnes se levantó y corrió hacia la puerta.
—No necesito refrigerios.
La doncella se congeló con un pie sobre el umbral. Miró expectante a su
ama.
¿Él entraría en su casa y jugaría a ser casamentero? —Creo que sí—, dijo
Daisy. Porque le conocía de toda la vida para saber que no le gustaría que le
ampollasen las orejas ante su criada.
Agnes completó su paso.
Auric arrugó la frente con consternación. —Te aseguro que no—. Se
volvió hacia su criada.
Por Dios, si le daba instrucciones a su criada, ella lo haría caer sobre su
pomposo y ducal trasero ante toda la sociedad londinense. —Agnes,
refrigerios—. Auric podía ser un duque todopoderoso que podía dominar
una habitación sólo con su mirada, pero ella no se acobardaría ante él. Ni
tampoco su criada.
La joven aliviada casi salió corriendo de la habitación.
El silencio llenó el salón. Auric lo rompió. —¿No te interesa Lord
Astor?— Habló como si eligiera a un posible novio de la misma manera que
se elige una galleta de chocolate en lugar de un pudín de higos dulce para el
postre.
Daisy contó hasta cinco para tener paciencia. —No lo sé, Auric—, dijo
en tono tranquilo y sosegado. —Más allá de su opinión sobre que no soy

~ 114 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

terrible y una posible sugerencia de que soy agraciada, dijo solo dos
comentarios—. Excluyendo su saludo y su apresurada despedida.
Auric asintió con un gesto seco. —Estoy bastante de acuerdo. Sería un
marido deplorable.
A pesar de la indignación por su prepotencia, los labios de Daisy se
crisparon y las palabras que levantaban ampollas en sus labios murieron.
¿Él había determinado todo eso con sólo un puñado de intercambios?
Incluso de niño había poseído la misma arrogancia. Entonces, cuando uno
nacía heredero de uno de los ducados más antiguos y respetados, esa
prepotencia era inevitable.
Dio un paso hacia ella, y luego otro, y otro, hasta que sólo los separó un
pelo. El calor se desprendía de la musculatura de él y el pulso de ella se
aceleró ante la proximidad de su cuerpo. Luchando por frenar el fastidio y
la diversión casi dolorosa que la atravesaban, inclinó la cabeza hacia atrás y
le sostuvo la mirada.
Un rizo apretado se desprendió de su peinado y, casi en un movimiento
reflejo, Auric capturó el mechón entre el pulgar y el índice. Estudió el
mechón oscuro como si nunca hubiera visto un solo mechón de pelo antes
de éste. —¿Qué más necesitas en un esposo, Daisy?— Su voz, un susurro
profundo y ronco, la inundó y su cerebro tuvo que recordar a sus pulmones
que tomaran aire y lo soltaran una vez más. —Dime y lo encontraré para ti.
Ella ya lo había encontrado. Sólo que él estaba demasiado ciego para
verla. Ella se humedeció los labios y su mirada bajó más, siguiendo ese sutil
movimiento. —Confianza—, logró forzar la única palabra.
Sus gruesas pestañas bajaron.
—Querría que fuera decidido—. De modo que una simple mirada de
otro hombre, incluso si ese otro hombre resultaba ser un duque, no le
hiciera huir con las mejillas marchitas. Auric el niño y ahora Auric el
hombre era intrépido y audaz en todos los asuntos.
Él soltó su mechón de pelo, como si le quemara y luego se alejó un paso.
Luego otro. —Decidido—, repitió, como para sí mismo.
—En todos los asuntos—. En los del corazón, en sus creencias, en sus
esperanzas y sueños. Tal como sería Auric.
Con otra reverencia, giró sobre sus talones y se despidió sin palabras.
Sus hombros se hundieron y se acercó a la ventana. Descorrió la cortina
y miró hacia la calle. La puerta principal se abrió y Auric salió. Se detuvo en
el último escalón y observó la calle. Luego, como si sintiera su mirada sobre
él, levantó la vista. Con un jadeo, soltó la cortina y la dejó caer en su sitio.
—¿Daisy?

~ 115 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Se giró y se llevó una mano al pecho. —Madre—. ¿Qué hacía su madre


fuera de sus aposentos? Rara vez salía de sus habitaciones.
—Se ha ido, madre—, le informó a la dama. O mejor dicho, se ha ido
corriendo. El cobarde.
Una expresión de nostalgia se dibujó en su rostro. —Creo que te está
cortejando—, susurró, con un leve indicio de alegría en esas palabras. Era
extraño que cualquier otra madre de la Sociedad se fijara en ese vínculo con
el Duque de Crawford por su título y que, sin embargo, su propia madre
anhelara esa conexión por razones muy diferentes. Razones que no eran en
absoluto materiales.
Daisy detestaba robarle a su triste progenitora el único indicio de algo
que le proporcionaba una remota felicidad. —No me está cortejando,
mamá—, le dijo suavemente. Sin embargo, no podía permitir que se aferrara
a falsas esperanzas.
Su madre se acercó con una ráfaga de faldas negras. Se detuvo frente a
Daisy. —Él te visita a ti.
—Llegó con el Conde de Astor.
—¿El Conde de Astor?— Líneas de preocupación arrugaron su frente.
—¿Es amigo del conde?
Ella no creía que Auric fuera amigo de nadie más allá de Marcus. Como
no vio otra manera de dejar a la otra mujer en paz, dijo: —Está haciendo de
casamentero, mamá.
—¿Está haciendo de casamentero para ti?— Su madre frunció los labios.
—No seas tonta. ¿Por qué iba Auric a hacer de casamentero?
Probablemente porque sentía alguna forma de obligación fraternal hacia
ella. Excepto que no había nada fraternal en su beso. —Tal vez por algún sentido
erróneo de lealtad a Lionel—. La devoción de Auric a Lionel a través de los
años, en vida y en muerte, había sido firme.
Daisy bien podría haber clavado una daga en el pecho de su madre. Esas
palabras, la mera mención de Lionel, erizaron a la otra mujer. —No seas
tonta.
Ella no dudaba, incluso con su muerte, que Auric tenía un compromiso
con la familia de su mejor amigo. —Eso es todo lo que somos—, dijo,
necesitando las palabras más para sí misma. —Una obligación, mamá. Él
debe vivir su vida.
Su madre se alejó. —Detente en este instante—, exigió ella, tapándose
las orejas con las manos. —Esto no es sobre... sobre...

~ 116 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Lionel—, suplió Daisy, sintiendo una aguja de culpabilidad mientras


su madre se alejaba. —Y sí se trata de Lionel, porque no hay otra
explicación para sus frecuentes visitas—. Aunque ella deseaba que hubiera
más, él había demostrado con su interés en verla casada que no había más.
Está el beso...
Agnes entró en la habitación, con una bandeja de refrigerios. Miró entre
madre e hija y luego se apresuró a dejar su carga. Daisy esperaba que su
madre se llevara las manos a la sien, dijere que tenía una migraña y se
marchara a toda prisa, como solía hacer. En lugar de eso, reclamó un
asiento en el sofá y procedió a servirse una taza de té. —Siéntate, Daisy—.
Daisy parpadeó y se sentó automáticamente en la silla frente a su madre.
La otra mujer añadió azúcar y leche y luego tomó un sorbo. —¿Desde
cuándo lo amas?—
Se atragantó. —¿Desde cuándo lo he...?
—Lo has amado. ¿Trece años? ¿Catorce?— Doce. —Me atrevo a decir
que no serías tan despectiva con Auric si tuvieras su corazón—. Le dirigió
una mirada cómplice y maternal por encima del borde de su taza.
Poco acostumbrada a comunicarse con su madre no sólo de esta manera,
sino de cualquier otra, Daisy miró su regazo. —Él no sabe que existo—.
Después de tantos años sin nadie con quien hablar y confiar, había algo
dulce y maravilloso en escuchar su propia voz y saber que alguien más la
escuchaba también.
Su madre resopló. —Si ese fuera el caso, entonces no vendría semana
tras semana, incluso cuando yo no recibo visitas.
—¿Y los pretendientes que intenta endilgarme?— El dolor le apretaba el
corazón. ¿Por qué iba a hacer eso si realmente se preocupaba por ella de la
forma en que ella deseaba que se preocupara?
—Oh, nunca dije que fuera inteligente. Después de todo, es un caballero
y apenas conocería sus propios sentimientos como si viese el sol caer del
cielo.
Una carcajada sorprendida brotó de los labios de Daisy y se deleitó con
un destello del antiguo brío de su madre.
Su madre le dedicó una sonrisa. —Ahora, querida, en lugar de todo este
dolor por haberte presentado posibles pretendientes, te sugiero que hagas
algo mucho mejor.
Daisy inclinó la cabeza.
Su madre tomó otro sorbo y luego bajó la delicada pieza de porcelana a
su regazo. —Bueno, lo pones celoso.

~ 117 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Había más probabilidades de que el sol cayera del cielo, como su madre
había comentado antes, que de que Auric estuviera celoso de ella. Daisy
emitió un sonido de impaciencia y se puso en pie de un salto. —¿Ponerlo
celoso?— Una risa sin humor se le escapó. —Te quiero, madre, pero no
ves...— Dejó escapar las palabras. Porque la misma mujer que había dejado
de recordar la existencia de su hija estos años, ahora la miraba a través de la
lente de una madre orgullosa, con el juicio sesgado.
—¿Ver qué, Daisy?—, dijo su madre desde su asiento. —Tienes un
cabello precioso.
—Es castaño—, se quejó ella. Lady Stanhope y Lady Leticia y todos sus
gloriosos rizos dorados y sueltos se deslizaron en su mente. —Y muy
rizado—. Cuando todas las demás damas codiciadas tenían esos rizos
sueltos y fluidos.
—Es único. Igual que tus pecas.
Único, que en realidad era sólo una forma educada de decir —muy
extraño—. Daisy se acercó al espejo ornamentado con marco de oro. Se
estudió a sí misma con ojo crítico. Veía esos rizos castaños y esas pecas e
intentaba, desesperadamente, ver una pizca de verdad en las orgullosas
palabras de su madre. Con un movimiento de cabeza de disgusto, cambió
su atención a su forma. —Y estoy regordeta—, señaló, sin apartar la mirada
de la figura nada esbelta y ágil que apreciaban los caballeros. O mejor
dicho, apreciada por el único caballero que importaba.
Su madre se puso en pie y se acercó. —Sí que estás regordeta.
Los labios de Daisy se levantaron en una esquina en una sonrisa irónica.
—Gracias—. No se sintió insultada. Apreció esa sinceridad.
Su madre la golpeó en los nudillos. —Calla, no había terminado—.
Agarró los hombros de Daisy y forzó su mirada a la mujer regordeta y
pecosa que se reflejaba en ellas. —Tienes una figura que cualquier caballero
sensato admiraría—. La marquesa ignoró el bufido de Daisy. La tomó de las
manos.
—¿Qué estás haciendo?— preguntó Daisy, moviéndose torpemente
sobre sus pies, mientras su madre la hacía girar, mirándola como un
cocinero podría evaluar un corvejón de carne.
—Shh—, le instó su madre. Ella la soltó de repente y se llevó una mano
a la barbilla. —Hmm—. Se golpeó el labio inferior con la punta del dedo y,
salvo por el brillo meditativo de sus ojos, no dijo nada. Durante un largo
rato.
Daisy se movió sobre sus pies, y en ese momento descubrió que prefería
la falta de atención a este estudio contemplativo. Se había acostumbrado

~ 118 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

tanto a ser invisible ante su madre que no sabía qué hacer con este
escrutinio.
Entonces su madre dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza. —Oh,
Daisy, qué negligente he sido—. Miró las faldas malva de Daisy, con la
vergüenza desbordando sus ojos.
Alisando las palmas de las manos sobre la parte delantera de su vestido,
miró hacia abajo y trató de ver lo que le había valido la mirada de pesar de
su madre.
—He dejado de verte durante demasiado tiempo, querida.
Una oleada de emoción se agolpó en la garganta de Daisy. —Está bien—
, logró, deseando que sus palabras salieran claras y llenas de convicción.
—No. No está bien.
Sin embargo, egoístamente, una parte de ella había deseado tener alguna
orientación sobre esos asuntos tontos que, bueno, importaban a otras damas.
Un hermoso vestido. Un peinado adecuado. Sólo que ella había sabido, en
el esquema de lo que su familia había perdido, cuán triviales, cuán
disparatados habían sido esos deseos.
Entonces, los labios de su madre se perfilaron en la primera sonrisa real
que recordaba desde la muerte de Lionel. Tomó a Daisy de la mano y, sin
mediar palabra, empezó a tirar de ella hacia la puerta.
—¿Adónde vamos?
Su madre echó una mirada por encima del hombro, con un brillo en los
ojos. —Vamos a visitar a la modista, querida. Es hora de capturar el
corazón de un duque.

~ 119 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 10
Auric no había oído ni una pista ni un susurro de Daisy en tres días. No
desde que se despidió de ella, lo cual no fue por falta de esfuerzo. Había
intentado visitar a la dama tres veces.
Sacudió la cabeza. Las damas. Él había intentado visitar a la marquesa y a
su hija. Cada vez se habían encontrado indispuestas. Al principio le había
invadido el pánico. Desde que conoció a Daisy, ella había sido vivaz y
saludable y poseía una constitución fuerte. Al segundo día, había empezado
a creer que la había ofendido inadvertidamente con el caballero que le
había puesto delante. Después de todo, Astor no era decidido y... Bueno, no
era decidido, y Auric estaba seguro de que había un montón de otros
agravios que podía presentar contra el otro hombre si se sentía inclinado a
hacerlo.
Al tercer día, se vio obligado a aceptar que Lady Daisy Laurel Meadows,
que había perseguido sus pasos, ni una sola vez aduló su título y se burlaba
de él sin piedad, lo estaba evitando y él la echaba de menos. Se había
convencido a sí mismo estos últimos años de que ella no era más que una
obligación, una deuda que tenía con Lionel pagada con visitas semanales.
Sin embargo, se había producido algún cambio en él, entre ellos, y la
necesidad de verla era un dolor físico.
Pasó una mirada deliberada por el abarrotado salón de baile de Lord y
Lady Ellis, y buscó a Daisy. ¿Dónde diablos estaba? Sabía por su
mayordomo, que a su vez sabía por el mayordomo de la Marquesa de
Roxbury, que la dama era, de hecho, un modelo de salud y que planeaba
asistir al baile anual de Lady Ellis. Eran días lamentables en los que el
Duque de Crawford se veía obligado a pedir ayuda a sus sirvientes y a
confiar en la discreción y en las investigaciones de los sirvientes de otro
hombre.
Seguramente, Daisy reconocía que él tenía la intención de ayudarla a
conseguir una pareja. No, no cualquier pareja, sino un caballero devoto,
atento y, ahora, decidido. Auric hizo una bola con las manos a los lados,
reconociendo ahora que no podía identificar a ningún hombre presente que
se ajustara a los requisitos de la dama, porque ningún caballero la merecía.
Y más, lo destrozaría si eligiera a cualquiera que no fuera él...
El aire salió de sus pulmones en un siseo. Que Dios lo ayude. Él...
—¿Buscas a alguien en particular, Crawford?—, dijo el Vizconde de
Wessex al detenerse junto a su hombro.

~ 120 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric se sobresaltó ante la inesperada aparición del otro hombre. Se


tragó una maldición y lo ignoró.
—¿Quizás alguien que encaje con tus estrictas e irreales expectativas
para cierta dama?— De nuevo, los celos crearon en su pecho.
—No son mis expectativas—, le espetó. Más bien, habían sido las de
Daisy. Él no traicionaría su confianza. Ni siquiera a uno de sus amigos más
cercanos. —¿Qué te trae por aquí, Wessex?— Hasta el último lord y la
última dama de Londres sabían que el vizconde evitaba cuidadosamente los
eventos de la sociedad educada. Sin embargo, esta misma temporada había
empezado a asistir a cenas y bailes. —¿No me digas que estás buscando
esposa?—, preguntó en un intento de desviar la atención de las
conversaciones sobre Daisy y todos los hombres con los que Wessex
emparejaría a la dama.
—No seas ridículo—, se burló el vizconde. Sin embargo, algo en el rubor
apagado de sus mejillas decía otra cosa. —No importa.— Sí, parece que hay
algo más. Su amigo desvió la conversación hacia ese peligroso e indeseable
tema. —Se ha rumoreado que Lord Astor visitó a Daisy
Volvió su atención hacia Wessex. Una sensación oscura y desagradable
se arremolinó en su pecho. —¿Cuándo?— La pregunta brotó de él. ¿Ella lo
había rechazado a él pero había recibido al conde?
Un criado se detuvo ante ellos con una bandeja de champán. Con un
murmullo de agradecimiento, el vizconde aceptó una de las copas. —Me
atrevo a decir que deberías recordarlo—, dijo cuándo el lacayo continuó. —
Después de todo, te uniste al caballero allí—. Algo de la tensión se filtró del
cuerpo de Auric. —¿Supongo que tuvo algo que ver con Astor?
Sus hombros se hundieron en señal de alivio. Sólo había habido esa
visita, entonces. No otra. Sólo que... Reflexionó sobre el destello de aprecio
en la mirada interesada del hombre. Y sus adulaciones. Y los nauseabundos
cumplidos. Qué maldito tonto había sido, solo le había servido a la dama en
bandeja de plata. —Simplemente coordiné una reunión con—, el bastardo
poco original, —el conde y Daisy—. Cualquier visita posterior era
producto del atractivo y el encanto de Daisy. La dama merecía mucho más
que Astor. Un caballero resuelto no se habría dejado corromper por el
disgusto de un duque, ni por el de nadie. —Astor no será suficiente—, dijo
por fin, con la comisura de los labios.
Wessex estaba decidido a ser una molestia. —Ahh, esperaba que dijeras
eso—. Inclinó la cabeza. —He compuesto otra lista.
¿Cuántos hombres creía realmente el imbécil que podía conseguir para
que Daisy hiciera una unión apropiada?
—Sólo tres nombres esta vez.

~ 121 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—¿Eso es todo?—, dijo, forzando un tono divertido cuando en realidad


había querido arrancar la maldita lista y hacérsela tragar a su amigo.
Wessex continuó como si no hubiera hablado. —El Conde de Warwick.
—Demasiado aficionado a las mesas de faro.
—El Barón Wright—, respondió.
—Un niño de mamá—. Daisy se merecía mucho más que un caballero
devoto, atento y decidido para con su madre y a ninguna persona más.
—El Vizconde Reddingbrooke.
Auric frunció el ceño. Reddingbrooke era... Y luego... Su ceño se frunció.
—Es demasiado viejo—, dijo al fin. Bueno, el hombre debía tener...
Wessex se rió, atrayendo una atención no deseada. —Es un año más
joven que tu miserable persona, Crawford, lo que supongo que explica tu
necesidad del monóculo—. Su risa se redobló.
La delicada pieza que llevaba en la parte delantera del bolsillo de su
chaqueta, un regalo que le había hecho Daisy, prestaba una silenciosa burla
a las palabras de Wessex. —Basta—, le dijo duramente. —Yo...
La alegría de Wessex se desvaneció, y miró hacia la puerta, sin
pestañear. —Toma—. Puso su flauta de cristal en las manos de Auric.
—¿Qué?— Perplejo, Auric miró entre la copa y su amigo.
—Toma un trago—, le aconsejó Marcus.
Un revuelo de actividad en la entrada del salón de baile captó la
atención de Auric. El zumbido de ruidosos susurros inundó la sala,
mientras las damas y los caballeros dirigían su atención hacia la parte
delantera del salón.
A Auric le importaban un bledo los chismes de la Sociedad y sus últimas
ocurrencias. Había que atender el asunto de Daisy. Cuando ella dejara de
lado su temperamento poco típico suyo y lo admitiera una vez más.
Wessex emitió un sonido estrangulado en su garganta.
Auric lo miró, preocupado, e hizo ademán de darle una palmada en la
espalda. —¿Qué...?— Luego, siguió la mirada sorprendida del otro hombre
hacia el frente de la línea de recepción. El aire abandonó a Auric en una
rápida exhalación. Había algo familiar en los planos en forma de corazón de
su rostro y, sin embargo, algo totalmente diferente. Por el toque de color de
sus mejillas pecosas y sus rizos castaños oscuros bien enrollados, reconoció
el rostro de Daisy con la misma certeza de reconocer el suyo propio. Y, sin
embargo, la voluptuosa mujer vestida de raso azul hielo, con la tela pegada
a las generosas caderas y los abundantes pechos, era una sirena.

~ 122 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Wessex dejó escapar un suave silbido. —Por Dios, el pato se convierte


en cisne.
No, la dama no era un cisne. Se le secó la boca cuando una ola de anhelo
tan profunda y poderosa amenazó con consumirlo allí mismo, ante toda la
sociedad. Ella se movía con la misma comodidad y facilidad, una sonrisa en
sus labios carnosos, un brillo de excitación en sus ojos. Su Daisy. Su chica
de las flores. Sus anfitriones, Lord y Lady Ellis, le dijeron algo. Ella asintió
con la cabeza y luego, con su madre a su lado, se dirigió a ocupar su lugar
en el lateral del salón de baile.
Luego, su tonta madre se alejó para conversar con Lord y Lady Ingold.
¿Qué clase de padre la dejaría desatendida para que cualquier inútil y
sinvergüenza pudiera...?
Una avalancha de caballeros convergió sobre ella. —Maldito infierno—,
dijo. Algo primitivo cobró vida en su interior. Una furia hirviente que
amenazaba con quemarlo con su propia rabia al ver a los indignos
bastardos garabatear sus nombres en esa delicada tarjeta en su muñeca.
—En efecto—, murmuró Wessex.
—Maldito infierno—, maldijo una vez más, ignorando la mirada
sorprendida de Wessex.
El vizconde levantó la barbilla en su dirección. —Esto supondrá un
problema a la hora de elegir a la mejor pareja para la dama—. A pesar de la
ligereza de esas palabras, la dureza de su boca indicaba la preocupación de
Wessex por la transformación de Lady Daisy Meadows.
Auric apuró el champán del vizconde. En efecto, así era. Se fijó en esta
nueva figura que estaba siendo examinada por todo tipo de pícaros lascivos
e inmerecidos. Con otra maldición, dejó la copa en una bandeja cercana y
comenzó a seguir a Daisy. No se quedaría sentado mientras esos caballeros le
quitaban el vestido de seda con sus ojos pícaros.
—¿A dónde vas, hombre?— dijo Wessex detrás de él.
Auric lo ignoró, moviéndose con una sola intención, estrechando la
mirada cuando el Marqués de Rutland, un notorio réprobo y canalla de
corazón negro, susurró algo cerca del oído de la dama que levantó un rubor
en sus mejillas. Aceleró su paso y se abrió paso entre la colección de dandis
y petimetres que adulaban a Daisy. Con una negra mirada ducal,
largamente practicada, hizo que varios de los hombres salieran corriendo
por temor a ganarse su desaprobación ducal. —Rutland—, dijo.
Daisy se estremeció y el color subió a sus mejillas. La molestia se agitó.
Seguramente, la dama era lo suficientemente sabia como para no ser presa
de un depredador como Rutland.

~ 123 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El marqués se puso rígido y, enderezando los hombros, se giró


parcialmente. —Crawford—, dijo en un susurro casi letal.
El deseo de Auric de alejar a Rutland de Daisy no tenía nada que ver con
el título de marqués, que le recordaría para siempre a Lionel, y sí con la
lasciva mirada de aquel hombre mientras miraba sus pechos.
Daisy frunció el ceño y miró entre ellos, con una pregunta en una mirada
demasiado inocente para alguien como Rutland.
—Lady Daisy—, Auric esbozó una rápida reverencia y luego buscó su
tarjeta de baile y se congeló. Miró el programa lleno y luego levantó la
cabeza. Por Dios, qué rápido se habían abalanzado los buitres y habían
reclamado todo menos... miró la tarjeta una vez más. Una cuadrilla.
—Un poco tarde—, dijo Rutland burlonamente. La orquesta hizo sonar
los primeros hilos de un vals. Le tendió una mano a Daisy.
La furia apretó el vientre de Auric. Por Dios, antes entregaría a Rutland
al diablo que permitirle poner sus sucias manos sobre su persona. Con la
furia recorriendo su ser, Auric se interpuso entre ellos. —Voy a reclamar
este set—.
—¿En serio?— Rutland pronunció esas dos sílabas de forma burlona.
Extendió la mano hacia Daisy una vez más. —Creo que no, Crawford.

~*~

Daisy miró desconcertada a los caballeros. El rubor moteado en las


mejillas de Auric, el músculo que se movía en la esquina de su ojo derecho,
no eran característicos de alguien tan sereno, tan austero y tan
perfectamente ducal. Y, sin embargo, la gélida furia que emanaba de su
cuerpo hacía pensar en un hombre a punto de enfrentarse a golpes con el
marqués. Se aclaró la garganta. —Milord—, dijo, llamando la atención del
marqués. —Había olvidado mi promesa de reservar este set para el
duque—, mintió. Un escalofrío recorrió su espina dorsal, al ver el brillo
oscuro en los ojos del hombre.
Auric se acercó un paso y extendió el codo. Ella puso las yemas de los
dedos en la manga de su abrigo y le permitió guiarla hacia la pista de baile,
donde los bailarines se estaban reuniendo para el siguiente set. Daisy
levantó la mano hacia el hombro de él y una emoción la recorrió cuando él
posó su gran y cálida palma en su cintura.
El zumbido inquietante y ligeramente discordante de un vals llenó el
salón de baile y Auric y Daisy se movieron en un silencio forzado y tenso.
~ 124 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ellos, que a lo largo de los años nunca se habían privado de palabras o


bromas o incluso insultos, ahora no tenían palabras. Cuando su madre le
había propuesto confeccionar un nuevo vestuario, Daisy había reconocido
la inutilidad de los objetivos de la mujer. Aunque la creación de satén azul
hielo era, con mucho, la pieza más grandiosa y exuberante, aunque
atrevida, que jamás se había puesto. Sin embargo, no había despertado más
que una mirada oscura de Auric.
¿Él no le diría nada?
—No te quiero cerca de Rutland.
Ella lo miró a través de las finas rendijas de sus ojos. ¿Eso es lo que diría?
—¿Perdón?— Le daba órdenes como si no fuera más que un hermano
protector. El recuerdo de Lionel le produjo un dolor agudo.
Auric la acercó, bajando la cabeza. —Esto no es un juego, Daisy—. Se
quedó sin aliento ante la proximidad de sus labios, recordando su boca
sobre la suya y anhelando vergonzosamente la embriagadora pasión que
había conocido en aquel abrazo demasiado breve. —Rutland es un oscuro y
vil réprobo—. Su boca se endureció. —Y sin duda no es el caballero devoto,
atento y decidido del que hablaste.
Ella se sacudió. ¿Se atrevía a echarle en cara sus anhelos? Daisy habló en
voz baja. —Has pasado tantos años siendo el Duque de Crawford, dando
órdenes a los demás y llegando a esperar una sumisión ciega, que has
olvidado cómo hablar con un amigo—, lo reprendió. Su ceño se frunció. —
Usted se encargó, Su Gracia, de decidir que yo necesitaba un esposo e
incluso fue tan audaz como para conseguir un pretendiente—. Con cada
palabra, las implicaciones de sus acciones de los últimos días la llenaban de
una furia ardiente. Ella continuó, hablando con los dientes apretados. —
Me encontrarías un esposo. ¿Con qué fin, Auric?
Él abrió la boca para hablar, pero ella habló por encima de él. —Para
absolverte de la culpa por la muerte de Lionel.
Él se puso blanco y una momentánea ola de remordimiento la abofeteó
por lanzarle esa acusación de esa manera tan pública. Si tan sólo, tal vez, la
hubiera visto y escuchado realmente a través de los años, habría notado su
necesidad de más de él. —Me gustaría verte feliz, Daisy.
—¿Por qué?—, preguntó ella.
Auric vaciló. Dime que es porque te interesas por mí de la forma en que un hombre
se interesa por una mujer. Dime que es porque por fin has mirado dentro de tu corazón y
te has dado cuenta de que está completo gracias a mí. —Eres mi amiga—, dijo con
un tono plano y vacío, de algún modo más doloroso que el gélido fastidio
ducal que ella esperaba de él.

~ 125 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

No quiero ser tu amiga. Eso ya no era suficiente. —Siempre me viste como


una hermana, ¿no es así?—, susurró la pregunta más bien para sí misma.
Una sonrisa casi melancólica se cernió sobre sus labios. —Siempre
seguiste nuestros pasos, ¿no es así?—, dijo él de forma reflexiva sobre el
pasado, sin escuchar las palabras dolorosas que realmente pronunciaba. —
En un momento dado te encontré bajo mis pies, y eso cambió. ¿Sabes
cuándo fue eso?
Un vínculo de su pasado tiró de ella, donde incluso en este momento,
eso era suficiente. El vínculo con los tiempos que una vez habían
compartido. —¿Cuándo puse tinta en tu té?
Su sonrisa se amplió. Era la sonrisa real y sin complicaciones de un
hombre que, de hecho, recordaba esa simple expresión de alegría. —Tinta
destinada a Lionel.
Ella soltó una risita al recordar al joven marqués y sus dientes
manchados de tinta. —Sí, sí lo era. Estaba muy disgustada por haber sido
excluido de su excursión de pesca—. Y con este recuerdo no hubo agonía
por la pérdida de su hermano, sino más bien la alegría que se encontraba en
esos recuerdos demasiado cortos de él.
—No fue el incidente del té.
Daisy le guiñó un ojo. —Realmente hay demasiados incidentes para
recordar, ¿no es así? ¿Fue cuando corté la tela de tus chaquetas y las de
Lionel para convertirlas en prendas para mi muñeca?
—Estaba bastante espléndida con su vestido negro de medianoche, pero
no, no fue eso.
Ella le pellizcó discretamente el brazo. —Deja de ser deliberadamente...
—El picnic anual de verano de tus padres. Te enfrentaste a tus
hostigadoras y pusiste la mesa en llamas con gran fortaleza.
Su corazón se aceleró graciosamente en su pecho. Luego tomó aire en un
intento de calmar el revoloteo de su vientre. —Por supuesto que recuerdas
ese día—, murmuró. —¿Quién no recordaría un incendio en una mesa?— Y,
sin embargo, era la segunda vez que recordaba aquello. ¿Así que quizás
también significaba algo más para él?
Su sonrisa ladeada encajaba con el caballero que había mirado con
malos ojos a las hostigadoras como Lady Leticia. —Sí, es bastante difícil
olvidar los gritos de algunos de los principales miembros de la sociedad
mientras el fuego lamía el mantel. Excepto que eso no es lo que recuerdo de
ese día, Daisy—. Él miró fijamente a un punto por encima de su cabeza. —
Eras la única que no gritaba—, se dijo en voz baja. —Tenías una expresión
lejana.

~ 126 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Porque, fue el momento en que ella se había enamorado de él, y aunque


seguramente debería dolerle que en todos los años que se había unido a él y
a Lionel, Auric, de hecho, la había encontrado como una molestia... hasta
ese día mucho más tarde, cuando ella había oscilado en la cúspide de la
niñez y la feminidad.
El set llegó a su fin. Se deslizaron hasta una suave parada. Mientras las
parejas que los rodeaban aplaudían cortésmente y luego se retiraban de la
pista de baile, ellos se quedaron encerrados en un silencioso e intenso
escrutinio mutuo. Daisy hizo una reverencia y permitió que él la guiara
hasta el borde del salón de baile. No se le pasó por alto que, en lugar de
devolverla al lugar que había ocupado antes, él buscó a su madre.
—¿Dónde está tu madre?—, buscó entre la multitud. No era un secreto
para nadie, a excepción de Auric, al parecer, que su madre rondaba al
margen de la actividad, decaída e irremediablemente retraída. Daisy se
encogió de hombros. —Ah, ya la veo—, observó él.
Frunció los labios. Seguramente estaba ansioso por librarse de ella.
Daisy no dijo nada, sino que le permitió que la acompañara hasta la blanca
columna dórica donde estaba su madre.
Los ojos de la marquesa, normalmente sin vida, se iluminaron. —Mi
querido muchacho, qué bonito es verte—. Les dirigió una mirada tan
certera que Daisy se movió sobre sus pies rezando para que ese sutil
movimiento provocara de alguna manera un desplazamiento en el suelo y a
su vez la tragara entera.
—El placer es mío, Lady Roxbury—, respondió él, impecable, correcto y
siempre respetuoso.
—Deduzco que has disfrutado bastante de tus visitas a Daisy—. Ella se
tragó un gemido, su piel se erizó con el fantasma de una sonrisa en los
labios de Auric. El gran patán se estaba divirtiendo mucho a su costa. —Sin
duda—, murmuró Daisy. —O, seguramente, puede decirse que sí—, suplió
ella por él. Su sonrisa se amplió y su corazón se aceleró.
Lord Astor eligió ese preciso momento para acercarse a grandes
zancadas y detenerse ante ellos. La fácil camaradería entre ella y Auric
desapareció cuando él se convirtió de nuevo en el remoto y educado duque.
Los dos hombres se miraron un largo momento, sus miradas haciendo una
forma de inventario del otro. —Crawford—, se apresuró a decir el conde,
rompiendo el silencio. Intercambiaron cortesías y luego Astor dirigió su
atención a la madre de Daisy. —Buenas noches, milady.
Un pequeño gesto de desagrado se formó en los labios de la mujer
mayor. —Lord Astor, un placer—. Aunque por la evidente decepción que
subrayaba su tono, esas palabras sonaban de todo menos a eso. —Confío en
que su madre esté bien.
~ 127 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—En efecto, bien—, dijo rápidamente. Le tendió el codo a Daisy.


Ella se quedó mirando su brazo durante un largo momento. Los acordes
de la cuadrilla llenaron su mente mientras trataba de entender por qué él
tenía el brazo extendido. —Nuestro baile—, soltó él. Su piel se calentó. —
Er, uh, si, muy bien—, dijo ella, colocando apresuradamente sus dedos
sobre la manga de él.
Mientras el conde la guiaba hacia la pista de baile, su cuello se
estremeció con la intensidad de la mirada de Auric. Es extraño, hasta ese
momento no había pensado mucho en la necesidad de ese colgante de
corazón que llevaba Lady Stanhope.
Sería necesario hacer otra visita a Gipsy Hill, sobre todo después de las
admisiones de Auric esta noche.

~ 128 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 11
El tic tac del reloj de caja larga llenó el silencio, puntuado por la rapidez
de la mano de Auric mientras escribía frenéticamente en la página vacía de
su diario.
Querido Lionel,
He visto a tu hermana como una obligación y nada más que como una hermana
durante toda mi vida. Mi deuda contigo es grande y por haber sido la razón por la que
perdiste tu vida. Prometo verla casada.
Esas palabras catárticas siguieron llenando las páginas y encontró una
sensación de libertad al dar esto, su disculpa por haber descuidado a Daisy
durante mucho tiempo, y más, por haberla deseado como lo hizo.
Auric terminó su anotación y dejó la pluma. Sopló sobre la página,
secando la tinta, y un momento después cerró el libro con un golpe firme.
Con un suspiro, se sentó de nuevo en su asiento. Desde que se había
despedido de Daisy, no había podido librarse de los pensamientos sobre
ella, tal y como había sido, y sobre todos aquellos bastardos que la habían
mirado, viendo a la mujer transformada. Debía sentir una abrumadora
sensación de alivio al saber que ella no tardaría en recibir una oferta de
matrimonio de algún caballero. Se pasó la mano por la cara.
Sin embargo, no la habían apreciado como siempre había sido. No
habían visto su sonrisa y su espíritu audaz ni su descaro exasperante, no de
la forma en que él lo había hecho. Pero, ¿tú la has visto de verdad? ¿O la había
relegado a Lady Daisy Laurel Meadows, su chica de las flores sin edad? En
eso, realmente no era diferente de todos los demás tontos que no habían
visto el alma complejamente única que constituía Daisy. Con un gruñido,
rechazó tales reflexiones sin sentido, sin gustarle que hubiera caído en una
categoría con todos los demás lores. —No seas ridículo—, murmuró en voz
baja. Además, no estaba del todo seguro de por qué debería importar que
los lores en busca de una esposa hubieran finalmente prestado atención,
sólo que lo habían hecho.
Auric tamborileó con las yemas de los dedos sobre su diario. Sería más
importante que nunca prestar cuidadosa atención a los hombres que la
cortejaban y, sobre todo, a los hombres que ella consideraba como posibles
novios. Esta responsabilidad de ver a Daisy feliz y cuidada era una deuda
con Lionel. No tenía nada, absolutamente nada que ver con la propia Daisy
Meadows.
Seguramente no era así.

~ 129 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Miró a través de la habitación, su mirada se posó en el reloj de la caja.


Hacía varios días que no visitaba a la Marquesa de Roxbury. ¿Cómo había
podido ser tan negligente? Auric metió su diario en el cajón superior y lo
cerró. Sí, una visita a la dama, y a su hija, sólo por la naturaleza de su
posición en la casa, era ciertamente necesaria. Se puso en pie y se dirigió a
la puerta para salir de su despacho.
¿Por qué sentía que se mentía a sí mismo?

~*~

Poco después, Auric estaba en la puerta de la casa de la Marquesa de


Roxbury. Golpeó una vez y esperó. Y siguió esperando. Con el ceño
fruncido, se asomó a la concurrida calle. Hacía años que su presencia había
dejado de llamar la atención. La sociedad conocía desde hacía tiempo la
estrecha relación familiar entre sus difuntos padres y la Marquesa de
Roxbury y su ya fallecido esposo. Golpeó con impaciencia su mano contra
el muslo. Sin embargo, en todos los años que llevaba conociendo al
mayordomo, nunca había sabido que hiciera esperar a un visitante.
Auric levantó la mano para llamar a la puerta, justo cuando un
Frederick un poco sin aliento abrió la puerta. —Frederick, ¿cómo...?— El
simpático saludo murió en sus labios ante el atribulado sirviente de pelo
blanco y el Barón de Winterhaven, con toda su fría arrogancia. El otro hombre
se estremeció.
El barón se recompuso. —Crawford—, saludó, esbozando una
reverencia.
Debía parecer el imbécil con la boca abierta. Auric cerró los labios. —
Winterhaven—, devolvió el saludo.
—Buenos días—. El otro hombre se acomodó el sombrero en la cabeza y
luego se deslizó junto a Auric.
Se quedó mirando tras el hombre un momento, y luego entró en las
puertas familiares. ¿Winterhaven? ¿Realmente había anotado el nombre del
hombre como un pretendiente adecuado para Daisy? Seguramente no. El
hombre era demasiado distante y lacónico para la parlanchina Daisy. Él
miró al viejo sirviente. —¿Qué significa eso?—, preguntó, encogiéndose de
hombros para quitarse la capa.
Los labios del otro hombre se movieron. —Me atrevo a decir que no sé a
qué se refiere, Su Gracia—, comentó, aceptando la capa y pasándosela a un
lacayo que esperaba.

~ 130 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric volvió en sí y entró en silencio junto al fiel sirviente, recorriendo


los familiares pasillos hasta el Salón Azul. Como Duque de Crawford, se
atenía a ciertas normas y expectativas. Una cosa era preguntar al criado por
el bienestar de Daisy. Y otra muy distinta era indagar audazmente sobre la
inesperada aparición de un granuja que no tenía nada que ver con las dos
damas del lugar. Él se rió. ¿Realmente consideraba a Winterhaven aburrido
e intelectual? No, el hombre era probablemente un pícaro, totalmente
indigno de Daisy. Auric frunció el ceño. Seguro que recordaba alguna
mención a Winterhaven en las columnas de chismes. No es que Auric diera
mucha importancia a los chismes... Se detuvieron frente al salón. Una
carcajada ronca salió de la puerta abierta hacia el vestíbulo, el sonido de la
alegría desenfrenada de Daisy era tan vibrante que lo congeló
momentáneamente en el suelo. El deseo lo recorrió. ¿Cómo no había notado
el cautivador tono de su risa? Registró la mirada curiosa de Frederick. ¿Qué
clase de locura había tejido sobre él estos últimos días? Dio un tirón a sus
solapas.
Auric entró en la sala y encontró a Daisy con la mirada sentada en el sofá
azul huevo de petirrojo, con un caballero demasiado cerca. Entrecerró los
ojos. Daisy y el Conde de Danport estaban sentados absortos en una
conversación. Por Dios, sabía que había hecho bien en tachar discretamente
el nombre del hombre de aquella maldita lista. Con la rodilla apoyada en la
falda de ella, Danport contemplaba el generoso pecho de Daisy como si
fuera una baya madura que quisiera arrancar. Un gruñido primitivo
retumbó en el pecho de Auric y la pareja miró como una sola hacia donde él
estaba enmarcado en la puerta. ¿Se imaginó el rubor culpable en las mejillas
de Daisy?
—Su Excelencia, el Duque de Crawford—, anunció Frederick con
retraso y luego se despidió sabiamente.
Un silencio cayó sobre la habitación. La molestia le ardía en el pecho.
¿Dónde estaba la risa anterior de Daisy o su sonrisa desenfadada? En su
lugar, ella lo estudiaba con una expresión pensativa.
Auric desplazó su mirada y se posó en un ramo de margaritas en un
jarrón de cristal. Entrecerró los ojos.
Al percibir su atención, Daisy se aclaró la garganta. —¿No son
preciosas? El conde—, señaló a Danport, —las ha traído—. El otro hombre
le había traído flores. Volvió a centrar su atención en el conde, que se puso
lentamente en pie y, a juicio de Auric, hizo una reverencia insolente. —
Crawford—, dijo el demasiado encantador caballero.
Elegante, poseedor de todas las palabras correctas y de una actitud
despreocupada, el conde era todo lo que Auric nunca había sido. Ni le había

~ 131 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

importado ser. —Danport—, dijo rígidamente. Hasta ahora. Luego,


dirigiendo su atención a Daisy, descartó al instante al otro hombre.
Ella jugueteaba con sus faldas de color rosa pálido, apretando la tela de
una manera que él había llegado a reconocer como nerviosismo. Él
entrecerró los ojos. ¿Estaba nerviosa? ¿Cerca de él? El enfado lo invadió y se
acercó, deteniéndose ante ella. El silencio se prolongó y él le dirigió una
mirada expectante.
—Siéntese—, dijo ella. Él enarcó una ceja. —Es decir, ¿quiere
sentarse?—. Sus mejillas se sonrosaron.
—Sí—, respondió él con el tono indolente y ducal que había practicado
de niño.
Sus labios carnosos formaron un pequeño mohín de desagrado y él
apostaría todas sus tierras a que si Danport no estuviera presente, ella le
habría dado una buena reprimenda por su prepotencia. Así las cosas, ella
reclamó su asiento.
Él y Danport siguieron su ejemplo. Auric golpeó con la punta de los
dedos el brazo de la estrecha silla de caracol que ocupaba.
Daisy se aclaró la garganta. —¿Le gustaría...?
—No.
—Pero ni siquiera terminé mi...
—¿Pretendía preguntar si necesitaba un refrigerio?
Danport miró a uno y otro lado con el ceño cada vez más fruncido. Se
puso lentamente en pie. Daisy desvió su atención hacia el alto y demasiado
encantador caballero. —Si me disculpa—, se ofreció, enfrentando con el
hombro a Auric. —Tengo asuntos que atender—. El cobarde huiría. Sí,
Daisy se merecía mucho más que éste. —La dejare a usted y a Su Excelencia
con su visita.
Daisy se levantó de un salto, y Auric la siguió de mala gana. —Gracias
por las margaritas—, dijo en voz baja y Dios, si Auric no quería besarla
hasta el silencio y deshacerse de Danport para tenerla para él solo.
Ella le dirigió una mirada mordaz. Auric recordó los años de cortesía
que le habían inculcado demasiados tutores y esbozó una reverencia. —
Danport, un placer como siempre—, mintió.
—Crawford—. Los ojos entrecerrados del otro hombre indicaron que
había detectado esa falsedad, pero con una cortante reverencia, se despidió.
Una vez que el conde se hubo marchado, Auric miró fijamente el jarrón
de cristal. —¿Margaritas?— Sabía que estaba siendo grosero, maleducado y
hosco. ¿Pero margaritas?

~ 132 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy se giró hacia él. —Sí. ¿Qué tiene de malo?


Apretó los dientes para no enumerar todas las cosas malas del regalo del
conde. El bastardo poco original le había regalado margaritas. —Además...
—No has dado ninguna razón, Auric.
—¿No lo hice?— Se movió mientras parte de la furia de los celos lo
abandonaba, dejando tras de sí una saludable dosis de vergüenza.
—No. No lo hiciste—. Daisy apoyó las manos en las caderas. —¿De qué
se trata?—, le preguntó.
Él parpadeó varias veces. —¿De qué se trata qué?— Aunque él sabía a
qué precisamente se refería ella.
Siempre habían poseído una extraña habilidad para saber lo que el otro
estaba pensando. —Oh, sabes precisamente a qué me refiero—. Una
maldita molestia, eso era.
En varios pasos, redujo la distancia entre ellos. Bajó su cabeza cerca de
la de ella, detectando la ligera inhalación audible de su respiración. —¿Y si
digo que es porque desprecio a Danport?—, susurró.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás para encontrarse con sus ojos; la
emoción llenaba los penetrantes iris marrones. —¿Por qué?—, preguntó
ella.
Él le dio la única respuesta que tenía: la verdad. —No lo sé—, dijo en
voz baja. Auric le acarició la mejilla con la mano. —Lo único que sé es que
ver a Danport cerca de ti, a tu lado, o contigo de cualquier manera, me
carcome como un veneno—. Estos no eran los sentimientos de un hombre
que veía en ella a una simple hermana.
Ensanchó los ojos hasta formar lunas redondas en su rostro.
—Él no te merece, Daisy.
Ella se pasó la lengua por los labios, humedeciéndolos. —¿Y quién me
merece?—, preguntó ella, descaradamente atrevida en su interrogatorio.
Sus palabras le hicieron detenerse en seco. Desde luego, él no. Dejó caer
la mano a su lado. Con algo parecido al horror, Auric dio un rápido paso
atrás y otro más. Su mente se descontroló como un faetón a toda velocidad.
Sus piernas chocaron contra la mesa de caoba con incrustaciones de rosa,
haciendo sonar el servicio de té de la visita anterior.
—¿Qué pasa?—, preguntó ella, extendiendo una palma hacia él.
Auric se quedó quieto mientras, con un horror incipiente, se enfrentaba
a la verdad de sus emociones. Él la quería.

~ 133 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

~*~
Durante una de las fiestas anuales de verano de sus padres, Daisy se
había encontrado con Auric, solo a la orilla del lago de su padre. Víctima de
un plato de arenques rancios, su rostro estaba gris y una capa de sudor
salpicaba su frente. En ese momento, tenía un gran parecido con aquel
joven de antaño.
—¿Estás bien?—, le preguntó tímidamente.
Él asintió con una sacudida, pero permaneció en silencio.
Daisy se acercó unos pasos, esperando que él retrocediera como lo había
hecho hace unos momentos, pero su mirada permaneció fija en un punto
más allá de su hombro. Durante el lapso de un latido, cuando él le había
acariciado la mejilla y la había estudiado a través de sus gruesas pestañas
castañas, ella se había atrevido a creer que él estaba aquí porque había
mirado dentro de su propio corazón y había encontrado su amor por ella.
El dolor la atravesó. Ella nunca tendría su amor. —¿Has comido un
plato de arenques?— Pero siempre tendría su amistad. ¿Alguna vez creyó
realmente que eso sería suficiente? Ella quería todo de él, en todas las
formas y maneras en que una mujer podía realmente poseer a un hombre.
—¿Si he...?— Sus palabras se interrumpieron, y luego una lenta media
sonrisa hizo que sus labios se levantaran. Ah, Dios, cómo quería más de él.
—No, no he comido arenques en diez años.
Nueve años. Este verano se cumplirían diez. Sin embargo, señalar los
detalles de la fecha sólo la humillaría ante él, como la patética criatura que
lo había anhelado al margen de la vida desde que era sólo una niña. —¿Por
qué estás aquí, Auric?—, preguntó con una audacia nacida de su conexión
de toda la vida.
Un músculo saltó en el rabillo del ojo, pero aun así no dijo nada.
—Vienes aquí día tras día...
—Apenas un día sí y otro no—, dijo él con sequedad. Sí, tenía razón.
—Muy bien, entonces, vienes aquí cada semana—. Todos los miércoles
para ser precisos, como había sido el caso durante casi siete años. Excepto
por los días en los que había cortejado a Lady Anne, se había convertido en
un elemento fijo en esta casa. Ella se había cansado de ello. —Agnes—,
llamó a la criada que estaba en la esquina trasera del salón.
La joven conocía tan bien a Daisy que se levantó de un salto y salió
corriendo de la habitación, cerrando parcialmente la puerta tras ella. Ni
siquiera los sirvientes temían que los dos estuvieran solos. La verdad obvia
sólo alimentó su creciente fastidio.

~ 134 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—No deberías despedir a tu criada.


Ella abrió los ojos. ¿Él la regañaría? —No creo que mi reputación esté en
peligro a tu lado—, dijo ella. Sus ojos se oscurecieron. —Hablas de
encontrarme un pretendiente—. Sus labios se comprimieron en una línea
dura. —Traes a Astor y luego lo instas a irse—. Ella señaló la puerta. —
Haces huir a Lord Danport...
—Él es un pícaro.
Daisy apuntó sus ojos al techo. —No es un pícaro—. Bastante respetado
por los lores y las damas, Lord Danport apenas se había ganado la negra
reputación de algunos de los más escandalosos y descarados bribones y
sinvergüenzas. Por razones probablemente relacionadas con una obligación
familiar, Auric se había encargado de encontrarle pretendientes y juzgar su
valía. Todos estos años que ella había pasado amándolo, y él dedicaba sus
energías a encontrarle un esposo. Su paciencia se rompió. Le clavó el dedo
en el pecho. —No necesito que tú me encuentres un esposo—. No cuando
ya había encontrado uno, pero el terco patán estaba demasiado ciego para
verla, para verla de verdad.
Él miró su mano como si le hubiera clavado una cuchilla sin filo en el
corazón.
Ella le clavó el dedo en el pecho una vez más. —No necesito—, otro
hermano. —Tu interferencia—, sustituyó ella.
Con una gracia sin esfuerzo, él capturó su mano en su amplia y fuerte
mano. —¿Es eso lo que soy?—, preguntó. —¿Una interferencia?— Le
acercó la muñeca a la boca y ella se quedó sin aliento, ya que, por un latido
infinitesimal del corazón, creyó que él tenía la intención de acercar sus
labios a la sensible piel de ese lugar.
Daisy se esforzó por pronunciar palabras, deseando tener alguna
respuesta frívola que no indicara lo desesperadamente que deseaba más de
él.
Él recorrió su rostro con la mirada y luego fijó su mirada ilegible en sus
labios. En los destellos de emoción que brillaban en sus ojos azules, ella
detectó el mismo indicio de deseo del momento en que la había besado por
primera vez. Inclinó la cabeza hacia atrás, acortando la distancia entre sus
labios, deseando su beso, necesitándolo en todos los sentidos. Auric bajó la
cabeza.
Sonaron pasos en el pasillo y él se apresuró a colocar el sofá entre ellos.
Frederick reapareció con otra llamada. —El Conde de Astor—, anunció.
Su corazón cayó en algún lugar cerca de los dedos de los pies mientras la
decepción la invadía. Ella hizo una reverencia, consciente de la mirada

~ 135 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

suspicaz del joven conde que alternaba entre ella y Auric. —Milady—,
saludó él. —Crawford—, dijo, las palabras de mala gana surgieron más
bien como una ocurrencia tardía.
—Milord—, murmuró ella.
Auric guardó un frío silencio, mirando por la longitud de su aguileña
nariz al conde, el caballero que había traído por primera vez cuatro días
antes.
Lord Astor se movió, como si se sintiera desconcertado por el
imponente duque. Hizo un rápido examen de la habitación, notando
claramente la ausencia de la doncella.
La piel de Daisy se calentó a medida que aumentaba la sospecha en su
mirada. Dio las gracias en silencio cuando Agnes entró corriendo en la
habitación con una bandeja de té. O, mejor dicho, otra bandeja de té.
—Como ha pedido, milady—, aseguró Agnes, dejando su carga sobre la
mesa entre Daisy y Auric. Echó una mirada hacia arriba y lanzó un guiño
conspirador.
Auric esbozó una rígida y cortés reverencia. —La dejo con su visita—,
dijo, con una voz sin emoción.
Una protesta surgió en sus labios, pero se la tragó y siguió sus
movimientos mientras él salía de la habitación. De mala gana, Daisy volvió a
prestar atención al caballero que, por sus visitas, daba todos los indicios de
que la tendría por esposa. Esperó que su corazón se acelerara, o que se
produjera un estremecimiento de excitación ante la perspectiva de ello.
Sin embargo, cuando se sentó frente al joven y apuesto conde, se dio
cuenta de lo mucho que anhelaba a otro hombre que, de no ser por ese
inesperado beso, nunca la vería como algo más que la chica que una vez
conoció. Con una sonrisa forzada, Daisy dejó de lado los pensamientos
sobre Auric y se entretuvo con su pretendiente.

~ 136 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 12
A la mañana siguiente, sentado en su sala de desayunos, el plato de
jamón frío y galletas de Auric estaba ante él sin tocar. Ojeó las páginas de
The Times, y él, un hombre que nunca había confiado en los chismes, leyó
las hojas de escándalo. Esto es a lo que se había reducido. Mejor dicho, a
esto lo había reducido ella. Pasó por alto los otros chismes sobre lores y
damas que no significaban nada para él, en lugar de centrarse en una dama
en particular.
La Dama DM ha tomado a la alta sociedad por sorpresa... siendo cortejada por el
Conde de D.
Con una maldición, tiró la página a un lado y alcanzó su café negro.
Sopló sobre la taza humeante y tomó un sorbo tentativo, haciendo una
mueca de disgusto por la amargura de la infusión, con la mente revuelta por
su encuentro con Daisy. Durante algún tiempo, había relegado a Daisy al
papel de niña sin edad, viéndola como nada más que la misma chica de la
que Lionel y él se habían burlado y defendido con igual intensidad. Ya no.
La niña había sido sustituida por una tentadora sirena. Aun así, a pesar de
la ausencia de rizos dorados y ojos azules, Daisy Laurel Meadows, su chica
de las flores, era cautivadora, y ahora todos los malditos dandis lo sabían
también.
Auric repasó a todos los caballeros que habían contemplado a Daisy.
Astor y Danport, incluso Rutland en el maldito baile de hace dos noches.
Cada uno de esos hombres tenía lujuria en sus ojos. Auric apretó su taza
por reflejo, casi rompiendo la porcelana.
Sonaron pasos en el vestíbulo y levantó la vista cuando su mayordomo le
presentó a Wessex. El rostro del otro hombre tenía una máscara seria. —
Crawford—, saludó, y su mirada se fijó en las hojas de escándalo esparcidas
por la mesa. Cuando volvió a prestar atención a Auric, había astucia en sus
ojos demasiado perspicaces.
Un rubor sordo subió por el cuello de Auric. Le hizo un gesto al otro
hombre para que se acercara.
Wessex pasó por alto el aparador. —Veo que te has vuelto un
aficionado a leer las columnas de chismes—, dijo con algo más que una
pizca de conocimiento mientras se deslizaba en la silla a la derecha de
Auric.
—Vete al infierno—, espetó él, dando otro sorbo a su café.

~ 137 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Un lacayo se apresuró a traer una taza humeante para el joven vizconde,


que la aceptó con una palabra de agradecimiento, antes de volver a
centrarse en Auric. —Ella debe casarse—, dijo sin preámbulos.
Los músculos del pecho de Auric se tensaron dolorosamente. —Ya lo
sé—. Sólo que, ahora que pensaba en la mujer Daisy con un canalla
inmerecido como Rutland, y en el hombre aprendiendo cada exuberante
contorno de su cuerpo, algo oscuro y primitivo rugió en su pecho hasta que
quiso echar la cabeza hacia atrás y aullar como una bestia primitiva.
Tampoco había nada remotamente fraternal en este deseo de aplastar a
todos aquellos hombres indignos que se atrevieran a mirarla.
Cuando se hizo evidente que no tenía intención de hablar, Wessex dejó
su copa y se inclinó hacia delante en su asiento. —Ambos, juntos, hemos
llegado a tener veinte—, diecisiete, —nombres de posibles pretendientes.
—Ninguno de los caballeros sería una pareja adecuada para ella—, dijo,
la molestia haciendo su tono agudo. —No tengo nombres—, dijo cuándo el
vizconde siguió mirándolo en un silencio recriminatorio.
—Le debemos a Lionel el verla casada—. Wessex era incansable. Apoyó
los codos sobre la mesa. —Si hubiera sido uno de nosotros...— Tragó con
fuerza. —Si hubiera sido uno de nosotros—, repitió, —quien hubiera
dejado una hermana menor a la que cuidar, él sin duda se habría ocupado
de que al menos un caballero decente se casara con ella—. Con cada una de
las palabras que salían de los labios de Wessex, su culpabilidad se
duplicaba.
Porque Lionel había sido esa clase de persona devota y leal. Siempre más
adulto que niño, había tenido una habilidad única para reír mientras
estudiaba el mundo a través de una lente propia de un alma mucho más
vieja y madura.
Auric dejó el café con fuerza y se puso en pie. —Sin embargo, no habría
visto a Daisy casada con cualquiera—. Y ciertamente no habría aprobado al
pícaro Danport o al Conde de Astor.
Wessex se hundió en su asiento. Las líneas de su rostro se convirtieron
en una máscara de enfado. —Difícilmente diría que he tratado de casarla
simplemente con alguien. ¿Qué defecto encuentras en Astor?
Astor, que le había acariciado la cintura y la había guiado por los pasos
del vals. —Todo está mal en él—. La protesta estalló en él. Comenzó a
caminar. —Él... y...— Con una maldición negra, aumentó su frenético
movimiento de ida y vuelta. Maldita sea, detestaba cuando se equivocaba, y
sin embargo... Auric se detuvo bruscamente. —Le pisoteó los pies hace dos
noches—. Incluso cuando la endeble excusa salió de sus labios, reconoció
lo patético que sonaba.

~ 138 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El fantasma de una sonrisa se cernió sobre los labios de Wessex y luego


se desvaneció rápidamente.
Cerrando las manos en puños apretados, Auric recuperó su asiento
sintiéndose expuesto ante el otro hombre de una manera que no entendía,
ni le importaba explorar en ese momento. Quizá nunca. Tomó su café,
ahora tibio, y bebió un sorbo del horrible producto. Mientras tanto, su piel
se erizaba bajo el escrutinio del vizconde.
Wessex se aclaró la garganta. Dejó el vaso y buscó en la parte delantera
de su chaqueta. —Tengo un último nombre—, murmuró el vizconde. —
Sólo hay un caballero que no hemos considerado; un hombre que es digno
de ella—. Colocó su lista sobre la mesa.
Auric bebió el contenido restante de su café. Dejó la taza sobre la mesa y
echó una mirada molesta a otra de las magistrales listas de su amigo. No
quería ver otro maldito nombre de un posible marido para Daisy. De hecho,
quería ponerlo en los candelabros encendidos sobre la mesa. Lo que sólo
sirvió para recordarle a la Daisy de once años y las risas que había conocido
con ella, antes de que él se fuera y le robara todo rastro de verdadera
felicidad. Quitó la hoja doblada de la mesa y la desdobló.
El Duque de Crawford.
Miró sin pestañear el único nombre marcado en la página. Sus dedos
temblaron ligeramente y levantó la cabeza. —¿Qué significa esto?—,
preguntó, con un tono duro. Auric agitó la página. —¿Es una especie de
broma? Porque si lo es, te aseguro que no tiene la menor gracia—. Su pulso
latía tan fuerte en sus oídos que el ritmo constante y entrecortado
amenazaba con ahogar la respuesta de Wessex.
El vizconde sacudió la cabeza y, cuando habló, lo hizo en tono solemne.
—Esto no es un juego—. Wessex se recostó en su asiento y apoyó los
brazos en los costados de su sillón. —Hace dos noches, después de
marcharme del baile de Lady Ellis, reflexioné sobre la magnífica
transformación de Daisy. Pasé la mayor parte de esa noche contemplando
quién podría ser digno de la hermana de Lionel. ¿A quién le habría confiado
su felicidad?— No lo digas. —¿A quién le habría confiado su corazón?
—No—, dijo con voz áspera.
—¿Quién cuidaría de ella de manera que nunca le faltara nada y fuera
protegida y apreciada?— Wessex le sostuvo la mirada. —Eres tú—, dijo
suavemente. —Estás destinado a casarte con ella. Es por eso que no puedes
aceptar un nombre. Es por lo que...
—Basta—, ladró. La aguda orden rebotó en las paredes y esa explosión
de emoción no hizo más que exponerlo a la potente deducción de su amigo.
—No sabes lo que dices. Esta es Daisy—. La hermana de Lionel. La chica

~ 139 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

que había visto como hermana. No, la mujer que una vez vio como hermana.
Excepto que, desde el momento en que la tomó en sus brazos y exploró los
exuberantes contornos de sus labios carnosos, todo lo que una vez había
creído había dejado de ser, arrojándolo a un mundo que ya no entendía.
—Cásate con ella.
¿Esas palabras le pertenecían a él? ¿O eran de Wessex en su
implacabilidad?
Auric bajó la mirada a la hoja y luego levantó el ojo, sin comprender. —
Estás loco.
Una risa retumbó en la garganta del otro hombre. —Sí, hay algo de
verdad en eso—. Inclinó la barbilla hacia la nota apretada en el puño de
Auric. —Sin embargo, también hay algo de cierto en mis palabras.
Miró fijamente la familiar letra de su amigo. El nombre cuidadosamente
grabado en la página. El suyo propio. —No puedo—. Su voz llegó como por
un largo pasillo. Las palmas de sus manos se humedecieron, la habitación
giró como siempre lo hacía cuando el remordimiento lo lamía.
—Sí puedes—. Wessex se inclinó hacia delante y la silla de madera
crujió en señal de protesta. —Y deberías—. Sostuvo la mirada de Auric. —
La dama te ama.
A Auric se le secó la boca. —No seas tonto. Ella...
—Te ama—, repitió él.
Y que Dios lo ayude por ser el peor tipo de bastardo. Quería aprovechar
la sugerencia de Wessex y hacer suya a Daisy, por razones que no tenían
nada que ver con el honor y la lealtad y sí con un nuevo deseo por la
enérgica descarada. —Yo...— la deseo. Aunque no tenga derecho a ella. Cualquier
cosa que se interpusiera entre Daisy y yo, el hombre responsable del asesinato de su
hermano, era el tipo de historia trágica que captaba el propio Bardo. Auric estudió la
lista que se le había entregado hace unos momentos. —Aunque deseara
más de la dama, que no es así—, dijo cuándo su amigo arqueó una ceja. —
Esta...— Lionel. Siempre habría Lionel entre ellos. Había un vínculo sellado
por su pérdida.
—No fue tu culpa.
El mismo vínculo que impedía cualquier posible unión entre ellos.
Porque a pesar de la insistencia de Wessex, la verdad era que Auric había
tenido la culpa.
—¿Me has oído?— Wessex insistió con la misma temeridad mostrada
por una madre casamentera.

~ 140 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La muerte de Lionel bien podría haber estado en manos de Auric como


si él mismo le hubiera destripado el vientre aquella noche. —Te he oído—,
dijo, con un tono deliberadamente duro. Aquel momento transformador de
su vida había marcado todo el rumbo que trazaría a partir de entonces.
También fue la razón por la que no podía hacer lo que su amigo le sugería y
tomar a Daisy como esposa. Ella nunca podría perdonar su papel en la
muerte de Lionel, ni él merecía su perdón.
Aunque la desee... Dejó de lado el pensamiento. Ella seguía siendo Daisy, la
chica a la que había enseñado a cebar su caña de pescar. Sólo que ahora
poseía unos labios exquisitos y una figura de generosas curvas que había
perseguido sus momentos de vigilia y de sueño durante días.
—Cásate con ella—, instó Wessex una vez más.
No podía. Auric se apretó los dedos contra las sienes y se los clavó en la
carne sensible, en un intento desesperado de apartar esta lenta
comprensión. La deseo. Y éste no era el sentimiento de un hombre que sólo
deseaba su cuerpo. Quería todo de Daisy: su sonrisa, su picardía y su
espíritu.
Con una sonrisa lenta y cómplice, Wessex confirmó: —Por fin te das
cuenta.
—No puedo—. Aunque deseaba conocerla en todos los sentidos.
Siempre estaría Lionel entre ellos.
Lo que su amigo pretendía decir fue interrumpido por la aparición del
mayordomo de Auric. El sirviente llevaba una bandeja de plata con una
misiva. Auric la tomó, reconociendo la letra de cierto mayordomo. Frunció
el ceño e ignoró la mirada curiosa de Wessex, dirigiendo su atención a la
nota. Incluso al desdoblar la vitela de marfil, supo lo que dirían esas
malditas palabras.
La dama ha regresado a Gipsy Hill.
Su fiel servidor
Con una maldición, arrugó el papel de marfil en sus manos y se puso en
pie de un salto. El corazón se le subió a la garganta, amenazando con
ahogarlo con su propio miedo. La tonta. La maldita tonta. Se dirigió a la
puerta.
—¿Qué pasa?— Wessex gritó.
—Tengo que ocuparme de un asunto importante—, respondió, sin
perder el ritmo para pronunciar esas palabras. Pidió a su caballo a gritos.
Por Dios, la dama era irritante y exasperante y con cada acción
imprudente se ponía en peligro. Mientras avanzaba con largas y decididas
zancadas por los pasillos, el corazón se le subió a la garganta y amenazó
~ 141 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

con ahogarlo. Daisy necesitaba un marido y, a pesar de todas las razones


por las que una unión entre ellos era errónea, él podía nombrar la razón
singular y más importante por la que era correcta. No era por el hecho de
que él la deseara, cosa que hacía.
Ella necesitaba protección. Su protección. Con el pulso fuerte en los
oídos, casi corrió hacia el vestíbulo, casi chocando con su mayordomo. —
¿Mi ca...?
—El caballo ha sido preparado, Su Excelencia.
Un lacayo se apresuró a traer su sombrero y su capa. Auric se encogió de
hombros y se puso el sombrero en la cabeza. Bajó a toda prisa el puñado de
escalones e, ignorando las miradas llenas de curiosidad que le dirigían los
lores y las damas que pasaban, corrió a recoger las riendas de Valiant.
Subió a horcajadas y rápidamente puso en marcha al caballo. Con un
único propósito, guió a Valiant por el extremo de moda del distrito de
Mayfair hacia las partes menos populares y más sórdidas de Londres. El
pánico le atenazaba la garganta. Incluso con la pérdida de Lionel, Daisy
había conservado su inocencia. No comprendía las profundidades de la
depravación y la vileza del hombre. Sin embargo, se condujo a las afueras de
Londres, poniendo en peligro su seguridad.
Auric apretó las riendas. Si le ocurría algo, no se lo perdonaría. Este
daño sería la manera de destruirlo. Apretó los ojos cerrados mientras el
familiar terror se apoderaba de él. Ella, al igual que muchos de los lores y
damas de moda de Londres, ansiaba la emoción romántica que se
encontraba fuera del reluciente mundo de la alta sociedad. Auric lo sabía
porque había habido un tiempo en el que se había exultado de la libertad y
el atisbo de peligro que suponía alejarse de lo correcto y las
responsabilidades para adentrarse en algo más crudo.
Se concentró en la lenta subida y bajada de su pecho, de lo contrario se
ahogaría bajo el peso del remordimiento. En una noche, todas las ilusiones
que había llevado se habían hecho añicos a costa de la vida de Lionel.
Nunca más vio la exactitud de las palabras de Wessex: Daisy necesitaba
desesperadamente un esposo, porque entonces no se le ocurriría ir a... él
gruñó. Hacer lo que fuera que estuviera haciendo en Gipsy Hill.
Y si se trataba de un hombre con el que se encontrara, Astor, Danport o
cualquier otro, por Dios que se encontraría con él a punta de pistola al
amanecer y acabaría con el hombre por atreverse a invadir lo que le
pertenecía.

~ 142 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 13
El carruaje de Daisy se detuvo en las bulliciosas calles de Gipsy Hill. El
cochero abrió la puerta. Ella le dedicó una sonrisa y permitió que la ayudara
a bajar. Daisy se detuvo y volvió la cara hacia el cielo. Saboreó el resplandor
de los rayos del sol que bañaban su rostro con calidez. —Es una señal.
—¿Qué es una señal, milady?—, preguntó su criada, mientras se detenía
a su lado.
Daisy se estremeció. Sonrió a la joven. —El tiempo, por supuesto.
Agnes arrugó el ceño y echó una mirada al cielo azul y despejado, como
si buscara alguna señal literal entre las nubes blancas que pasaban.
Sin permitir que el escepticismo de la joven le quitara el ánimo, Daisy
comenzó a recorrer la calle en dirección a las coloridas tiendas y caravanas
que bordeaban el camino.
—Milady, por favor, no debe irse...— gritó Agnes, casi corriendo tras
ella.
Daisy se detuvo y se enfrentó a la mujer. —Agnes, el sol está brillando,
estamos en Gipsy Hill. Disfruta del día.
La joven miró a su alrededor. —Pero, milady, Su Gracia fue muy claro en
su última reunión...
—¿Agnes?
—¿Sí?
Se dirigió a ella como si le hablara a una yegua díscola. —Sólo he venido
en busca de un colgante de corazón vendido por una vieja gitana—. La
criada puso la mandíbula en un ángulo amotinado, pero Daisy se lanzó al
argumento más convincente que podía exponer a la criada. —Cuanto antes
encontremos el collar, antes podremos irnos y no volver jamás—. Agnes
pareció considerar las palabras. —Empieza por ahí—. Daisy señaló una
tienda de color rojo carmesí con un gitano vendiendo sus productos. —Y
yo estaré justo allí—. Señaló el carro cubierto de zafiro.
—Muy bien, milady—, dijo la doncella con un suspiro atribulado. Se
dispuso a cumplir las órdenes de su señora.
Una pizca de culpabilidad la invadió por haber afligido a su doncella al
obligarla a abandonar su puesto de acompañante, y sin embargo... Observó
la bulliciosa actividad de la calle. El olor aromático del macis permanecía en
el aire. Se mezclaba con el olor de las castañas que vendía un viejo gitano.

~ 143 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La euforia recorrió a Daisy, un entusiasmo por estar aquí y participar en


actividades mundanas que la mayoría daba por sentadas.
Con energía en sus pasos, se abrió paso con entusiasmo por las calles
empedradas, evitando a los vendedores que reconocía de sus dos visitas
anteriores a Gipsy Hill. Mientras avanzaba por la calle hacia la tienda de
zafiro, reflexionó sobre cómo estas salidas robadas le servían de
recordatorio de la vida. Daisy se detuvo junto a un gran carro y tocó con las
manos el borde del bastidor de madera tosca. Cerró los ojos y se perdió en
los sonidos y olores que se desprendían del simple hecho de estar viva.
Una poderosa mano le rodeó la muñeca. —¿Te has vuelto loca?
Daisy gritó y levantó el puño. Le dio un puñetazo en la nariz al alto y
dominante hombre. Auric la soltó y, por segunda vez, sacó su pañuelo
bordado y se lo llevó a la nariz. Aplicó una ligera presión para detener el
flujo de sangre. Por encima del borde de la tela, la fulminó con la mirada.
Ella apretó los dedos sobre su boca. —Auric. No me di cuenta de que
eras tú—. Oh, Dios. Ella lo había golpeado. Otra vez. Bueno, eso nunca le
haría ganar el corazón del duque.
El azul profundo de sus ojos se perdía en la rendija cada vez más
estrecha por la que la miraba.
Daisy dejó caer los brazos a los lados. —Me has asustado—. Supuso que
un tono ligeramente acusador no era el adecuado cuando él estaba en uno
de sus arrebatos ducales.
—Te he asustado—, susurró él, dando un paso hacia ella.
Ella retrocedió y miró a su alrededor. Por desgracia, los transeúntes se
dedicaban a sus asuntos cotidianos, revoloteando de vendedor en
vendedor, sin saber que ella había desatado una poderosa bestia.
—¿Tienes miedo, Daisy?— Incluso a través del ruido de las calles
mundanas, su duro susurro llegó a sus oídos.
—No seas tonto—, se burló ella. —Como si tuviera miedo de ti—. Sus
palabras terminaron en un grito ahogado cuando él rodeó su muñeca con
sus dedos. Su piel se calentó con el calor de su tacto y ella alternó su mirada
entre la mano enguantada de él sobre su persona y sus ojos chasqueantes.
Se humedeció los labios, tratando de calmar el salvaje revoloteo de su
vientre.
—Debería tener miedo, madame—. Auric bajó la cabeza. Su aliento le
abanicó la oreja. —Mucho miedo.
Daisy tiró de su mano para liberarla. No se había acobardado ante él
cuando era niña y no permitiría que la intimidara con toda su furia gruñona
ahora. En algún momento, entre su maldita lista de pretendientes y esta

~ 144 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

demostración prepotente, se había cansado de esta posición fraternal que él


había asumido. —No soy una niña que necesita protección—. Ella levantó
la barbilla. —Soy una mujer, Auric—. Una mujer que lo había deseado
durante más tiempo del que ella podía recordar. —Y no necesito responder
ante ti—.
Pasó su mirada por su rostro. —¿Crees que no sé que eres una mujer?—
Había un tono ronco en sus palabras que la envolvía y la dejaba sin aliento.
Porque este hombre, que se mantenía erguido, con los ojos velados y la boca
endurecida, no tenía nada que ver con el correcto y educado Auric, Duque
de Crawford. Esta figura era la de un hombre que deseaba a una mujer. —
Mi chica de las flores ha florecido en algo bastante espléndido y cautivador.
Y la esperanza que ella había pateado hace tiempo, la esperanza de que
algún día la viera, revivió una vez más. Porque con sus palabras, había
revelado que la veía como algo más que la hermana de Lionel. La veía a ella.
Allí, en medio del bullicio de la calle, con los gitanos vendiendo sus
mercancías, sin importarle quién la mirara, ella inclinó la cabeza hacia
atrás, con los párpados cerrados, deseando su beso. Necesitándolo.
Su barítono bajo y melifluo le hizo abrir los ojos. —¿Qué te trae por
aquí? Él se quitó el sombrero y señaló las concurridas calles empedradas.
Una suave brisa le tiró del pelo, haciendo caer un mechón castaño sobre su
ojo, dándole un aspecto casi juvenil, cuando no había habido nada de
juvenil en el austero y distante duque desde aquel trágico día. Auric no
esperó su respuesta, sino que recorrió la zona con un ceño negro en los
labios, como si buscara a alguien.
—El corazón de un duque—, susurró ella.
Él volvió a centrar su atención en ella.
Ella enroscó los pies en las suelas de sus zapatillas en señal de abyecta
mortificación.
—¿Perdón?— preguntó Auric, que permanecía inmóvil.
—Es decir, el collar del corazón, duque—, enmendó fingiendo una
despreocupación que no sentía.
—Nunca te has dirigido a mí como duque.
¿Debía ser tan astuto como para captar incluso esas humillantes e
inadvertidas palabras de sus labios? —Eh, cuando eres prepotente lo
hago—. Lo cual no era cierto. Si ese fuera el caso, ella estaría tratándolo de
—duque— hasta el fin de la eternidad. Agitó una mano de forma
despreocupada. —Y es bastante prepotente de tu parte venir aquí y
prohibirme salir...
—¿Dónde está tu acompañante?—, preguntó él entre dientes apretados.

~ 145 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Con mi criada como acompañante—, continuó ella por encima de él.


—Ahora, si me disculpas—. Luego, con una valentía que no sentía, se
marchó, dejándolo allí parado.
Las largas zancadas de Auric se comieron de inmediato la distancia que
los separaba.
Ella lo miró de reojo y tragó saliva. El músculo que se movía en la
esquina de su ojo derecho y la tensión de su boca indicaban su disgusto.
Realmente era una figura imponente cuando se enfadaba. —¿Qué estás
haciendo?— Si no lo hubiera conocido desde que estaba en pañales, supuso
que estaría aterrorizada por el enfurecido duque.
—Acompañándote.
Lo cual, por su tono agraviado, no era algo con lo que él sonara del todo
encantado. El patán. Mientras se movían entre la multitud de compradores,
él acercó su cuerpo al de ella de forma casi protectora.
Una vieja gitana gritó. —¿Le gustaría que le leyeran la suerte, milady?
Daisy se detuvo junto a un colorido carro que pertenecía a la anciana de
pelo canoso y espeso. Una energía inexplicable irradiaba en su persona, una
sensación de familiaridad. Por supuesto que no conocía a la mujer. Sólo
había estado en Gipsy Hill tres veces antes de esto. —¿Nos conocemos?—,
soltó, olvidando momentáneamente a Auric.
La misteriosa sonrisa de la mujer se amplió. Le hizo un gesto para que se
acercara. —Venga, le contaré su futuro. Una bella dama como usted
seguramente sueña con el amor. ¿No se pregunta si el hombre cuyo corazón
desea será suyo?— Todos los días. Daisy se salvó de responder. La mirada de
la gitana se desvió, hacia el caballero que se había colocado al lado de Daisy,
mirándolo con curiosidad. La anciana ensanchó los ojos. —Ah, perdóneme.
Me he equivocado. Ya tiene amor.
Exclamaron Daisy y Auric al unísono. —¡No!
Las mejillas de Daisy ardieron ante la volátil respuesta de Auric. Se
aclaró la garganta. —Se equivoca—. Yo quiero amor. Su amor.
La mujer le dirigió una mirada cómplice. —Tengo justo lo que necesita,
milady—. Se apresuró a dar la vuelta al otro lado de su enorme carro y
rebuscó entre las mercancías que había dispuesto, murmurando para sí
misma, mirando periódicamente a Daisy, observando a Auric con el ceño
fruncido, y luego volviendo a prestar atención a su colorida colección de
artículos.
—Tu presencia aquí es una locura, Daisy.
—Tal vez—. Sólo que había pasado los últimos años sin vivir ni ser vista
de verdad, que momentos robados como éste le servían para recordar que

~ 146 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

vivía. —Pero dime que no hay algo vigorizante en ver lugares que
normalmente no ves y explorar un lado del mundo que no conocerías de
otra manera.
—Harías del mundo al que no perteneces algo que no es—, espetó. La
gitana levantó la vista de los objetos que rebuscaba, con los ojos llenos de
curiosidad. Auric bajó la voz. —Crees que es romántico y...— Un hombre
de aspecto tosco, con la piel picada de viruelas y vestido con ropa
harapienta, chocó con Daisy. Auric maldijo y la atrajo hacia sí,
enderezándola. Miró al hombre con su mirada negra. El desconocido tragó
saliva y luego giró y se dirigió en dirección contraria.
¿Cuándo se había convertido en este caballero rígido y desaprobador?
Ella puso los brazos en alto. —No tienes que ser tan grosero y
condescendiente, Auric.
—¿Habrías querido que lo invitara a tomar el té?
—Bueno, té no—, dijo ella, arrugando la nariz, y entonces registró su
tono ligeramente burlón.
Auric cerró los ojos y sus labios se movieron como en una oración
silenciosa. Cuando los abrió, eran los ojos duros y dominantes de un
hombre acostumbrado a que se cumplan todos sus deseos. —Esto no es un
juego, Daisy.
—Nunca dije que lo fuera—, espetó ella.
—Ah, aquí está—, dijo la vieja gitana con un gesto de satisfacción.
Auric miró a la mujer como si fuera una loca que se hubiera librado del
hospital Bedlam y hubiera instalado su carro aquí, en Gipsy Hill. Con otra
maldición, tomó a Daisy por la muñeca.
Mientras Auric la arrastraba, Daisy lanzó una mirada de disculpa al
viejo gitano. —¿Qué estás haciendo?
—Me voy. Nos vamos—, corrigió él. —No te quiero aquí—. Sus palabras
fueron una orden audaz que despertó la molestia en su vientre. —No te
quiero cerca de nadie en esta parte de Londres.
Un jadeo escapó de ella y soltó la mano, obligándolo a detenerse. —
¿Qué te ha pasado? ¿Eres desagradable con los hombres y las mujeres sólo
por la posición de su nacimiento?— Ella sacudió la cabeza con tristeza. —
El Auric que yo conocí nunca sería tan fríamente arrogante—. Tampoco le
gustaban los atisbos de este lado oscuro y desconocido de él.
—¿Y me conoces tan bien?—, se burló.
Tal vez no, porque ella tampoco había conocido a este hombre
condescendiente. —Sí, lo conozco—, inclinó la cabeza hacia atrás,
manteniéndole la mirada fija.
~ 147 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él le dirigió una mirada dura y furiosa y luego, de una manera poco


común en Auric, maldijo.
Ella abrió los ojos. ¿Qué más no sabía de él?
Auric se puso el sombrero en la cabeza. —No es seguro para ti, Daisy—,
siseó. —¿Seguramente Li...?— Ella aspiró, apretando y soltando las manos
contra su pecho. Un rubor moteado manchó sus mejillas. —¿Seguro que la
vida te ha enseñado a ser cautelosa a la hora de aventurarte en lugares
donde ninguna dama educada debería estar?
Su pecho se movía con fuerza con las respiraciones ásperas y furiosas
que hacía. Daisy abrió los ojos. Por fin tenía sentido su urgencia, casi de
pánico, por sacarla de Gipsy Hill. —Oh, Auric—, susurró. ¿Cómo no se
había dado cuenta? Había sido una completa tonta. Muchos de los detalles
que rodeaban el asesinato de su hermano le habían sido cuidadosamente
ocultados. Incluso los aspectos más impactantes de su muerte, por su
propia naturaleza truculenta, no habían sido difundidos, como sucedía con
casi todos los chismes. Pero Auric conocía todos los detalles. Lo sabía,
porque había estado allí. El aire que los rodeaba se llenó de las furiosas y
ásperas respiraciones de Auric.
—No me haré daño—, dijo ella con suavidad.
Una risa amarga, carente de todo humor, escapó de los labios de él. —
Qué ingenua eres al creer que podrías evitar algo así—. No había ninguna
carga acalorada en esas palabras. Apretó y soltó las manos a los lados,
insinuando el escaso nivel de control que tenía sobre sus emociones.
—Auric—, habló en voz baja, queriendo tomarlo en sus brazos y borrar
el horror del pasado de la memoria de ambos. —Yo...
—Cásate conmigo.
Ella parpadeó. Seguramente, en sus propios anhelos desesperados, ella
había formulado la petición que llevaba en su corazón.
Él se acercó un paso más y le tomó las manos, llevándose los nudillos a
la boca. —He dicho que te cases conmigo.

~*~

¿Qué demonios había hecho?


Sin duda, Daisy necesitaba un esposo. Sin embargo, no merecía un
esposo que había enviado a su hermano a la tumba. ¿No querría Lionel que
cuidaras de ella...? Auric sacudió la cabeza. Se había demostrado incapaz la
~ 148 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

noche en que había encontrado su placer en los brazos de una puta,


anteponiendo sus propias y bajas necesidades a la vida de sus amigos.
El temblor de sus tentadores labios y el nostálgico brillo de sus
penetrantes ojos le indicaron la maldita y peligrosa locura que había
cometido. Porque Daisy soñaba con el romance y los cuentos de hadas y
anhelaba el amor, y él nunca podría estar más alejado de esos caprichosos
sentimientos.
Auric le soltó las manos rápidamente y se quitó el sombrero una vez
más, golpeándolo contra su pierna. Se aclaró la garganta mientras el
silencio se prolongaba. Tal vez ella no había escuchado su oferta... pero no,
estaba el temblor en sus labios, labios que él anhelaba capturar bajo los
suyos, y la esperanza en sus ojos que hablaba de toda una serie de verdades
y problemas condenatorios.
—Sí—, susurró ella.
Sí. —Sí—, dijo él tontamente. Su corazón se movió extrañamente en su
pecho.
Una sonrisa jugó en sus labios.
Se colocó el sombrero sobre la cabeza, se dio un tirón de las solapas y,
sin palabras preparadas en los labios, dijo: —Eh, sí, entonces.
Algo de la luz de sus ojos se atenuó y durante el tiempo de un latido, un
momento infernalmente largo, él pensó que ella tenía intención de cambiar
de opinión. Y por un momento igualmente largo, la ansiedad se revolvió en
su interior. Luego, su sonrisa se mantuvo firme.
Incapaz de encontrar su mirada y toda la presión que conllevaba las
expectativas que veía allí, recorrió las calles. —Has venido a buscar algo
otra vez—, murmuró él. Cualquier cosa menos hablar de la oferta que le
había hecho y que la haría suya para siempre. —Un collar, ¿no?— Había
hablado de un colgante de corazón.
Daisy sacudió ligeramente la cabeza. —Resulta que necesito ese
colgante mucho menos de lo que había imaginado.
Deseoso de dejar atrás este extremo de Londres y llevar a Daisy a las
zonas más seguras y transitadas de North Bond Street o Mayfair, le tendió
el codo. —Entonces, permíteme acompañarte a tu carruaje.
Ella puso las yemas de sus dedos a lo largo de la manga de él y luego, sin
palabras, la guió hasta el carruaje que la esperaba en el extremo opuesto de
la calle, un poco más adelante. Su criada se apresuró a ir detrás.
Y mientras Auric la subía a su carruaje, pensó que todo lo que
inicialmente había parecido correcto con el argumento de Wessex, ahora

~ 149 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

parecía el peor de los errores. No podía ser para Daisy el hombre que ella
merecía.
Que Dios lo ayude, la quería de todos modos.

~ 150 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 14
El primer encuentro había sido el más fácil.
Auric había hecho la debida visita al primer tutor de Daisy, el hermano
de la Marquesa de Roxbury. El caballero, de edad avanzada y ojos
bondadosos, había hecho todas las preguntas apropiadas y había mostrado
una genuina preocupación por la felicidad de su sobrina.
El segundo encuentro era el que había estado temiendo desde que le
había pedido a Daisy que se casara con él. Un encuentro ya inminente.
Auric se encontró siguiendo al actual mayordomo del Marqués de
Roxbury por pasillos familiares en una casa conocida. Sus pasos iban al
mismo ritmo. El hombre con peluca, de edad indeterminada, mantenía la
mirada fija en el frente, con el rostro en una máscara adecuada.
Pasaron por delante de un retrato tras otro de antiguos marqueses que
cubrían las paredes de yeso, los hombres que habían precedido al actual
intruso. Las miradas de aquellos que se habían ido para siempre
conmemoraban la ascendencia de Roxbury, con una naturaleza ligeramente
acusadora. Las figuras inanimadas incluso reconocían al responsable de la
pérdida del legítimo heredero de Roxbury que estaba aquí hoy. El
sentimiento de culpa le erizó la piel al pasar junto al padre de Lionel y
Daisy, y dio las gracias en silencio cuando llegaron al final del maldito
pasillo bordeado por los retratos. El paso de sus botas era silencioso en los
pasillos extraños mientras pasaba por delante de otros retratos familiares
de otros antepasados con pelucas y talcos.
Un cuadro en particular detuvo su avance. La figura solitaria de un
hombre plasmada en el lienzo siempre sonriente, siempre joven, pero nunca
marqués. El mayordomo le devolvió la mirada interrogante y Auric levantó
la mano en un movimiento para indicar que se detenía. Se acercó y se
detuvo junto al cuadro, encajado entre una dama con una cofia y una madre
con dos niños a sus pies. Se le apretó el pecho al contemplar el último
cuadro realizado a Lionel. No debería haber sido el último. Su imagen
pertenecía a la sala anterior, junto a los demás herederos y marqueses
legítimos.
La emoción amenazó con ahogarlo y cerró momentáneamente los ojos.
Cielos, hombre. Mis padres me harán sentarme para otro maldito cuadro. Pienso sonreír
durante toda la sesión. Eso debería alegrar a mi querida mamá... Las paredes
resonaban aún con la risa bramante de Lionel.

~ 151 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El mayordomo tosió discretamente en su mano y Auric sacudió la


cabeza una vez y reanudó la marcha. A cada paso, el peso de la culpa se
hacía más pesado. ¿Cómo podía casarse en conciencia con Daisy? Una
mujer de su agudo ingenio y espíritu merecía mucho más en el hombre al
que llamaría esposo. Ciertamente, más que la mera protección y la
seguridad de un título. Debería tener amor y felicidad, y un caballero que
sonriera. Y Auric, bueno, ya no recordaba lo que era sonreír libremente. No
de la manera en que una vez lo había hecho y no de la manera en que ella
merecía.
Se detuvieron ante el despacho del actual marqués y un escalofrío lo
recorrió. El mayordomo golpeó una vez y luego abrió la puerta de golpe. —
Su Excelencia, el Duque de Crawford.
El delgado caballero sentado detrás de su escritorio levantó la vista de
los libros de contabilidad abiertos sobre su mesa y luego se puso de pie.
Después de la muerte del padre de Lionel, dos años atrás, Auric había
evitado cuidadosamente al primo lejano que había asumido el papel de
marqués. Pero se fijó en este desconocido. Con ojos inteligentes y rasgos
afilados, el marqués probablemente no era más de un año menor o mayor
que el propio Auric.
Auric rompió el silencio —Roxbury—, murmuró al entrar en la puerta.
El mayordomo cerró la puerta tras él.
—Su Excelencia—, dijo el hombre, con un tono modulado y amable.
Extendió los brazos, indicándole que se acercara. —Deduzco, por el
contenido de su misiva, que ha venido a hablar sobre el asunto de mi
pupila.
Resulta extraño pensar que la exuberante e inteligente Daisy, una mujer
de veintiún años, sea llamada pupila. Los pupilos eran niños pequeños
cuyos padres se habían ido demasiado pronto y señoritas a punto de
debutar. —Sí—, respondió, adentrándose en la habitación. Por desgracia,
eso es lo que era. Con su egoísmo, siete años atrás, la había convertido en
esa pupila.
Con una mirada apreciativa, el marqués lo evaluó. Luego, en un
movimiento sin esfuerzo, salió de detrás de su escritorio y cruzó hasta el
aparador. Levantó una jarra de cristal. —¿Una copa, Su Gracia?
Auric rechazó la oferta mientras Roxbury llenaba su propio vaso. Lo
llevó de nuevo a su escritorio. —Siéntese, siéntese, por favor—, lo animó,
mientras se deslizaba en los pliegues de su asiento.
Auric se sentó frente a él, sin dejar de observar al hombre. Roxbury
agitó el contenido de su vaso en un lento círculo y luego tomó un pequeño
sorbo. Luego, con el vaso entre los dedos, miró a Auric por encima del
borde de su copa. Un resentimiento irracional hacia ese joven caballero lo
~ 152 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

invadió, aun reconociendo lo equivocado de esos sentimientos. Roxbury se


acomodó en los pliegues de su silla de cuero con respaldo alado. Y esperó.
Ansioso por liberarse de este hombre y de este lugar, dijo en tono frío y
cortante: —Me gustaría casarme con Lady Daisy Meadows—. No sabía qué
esperaba que dijera el otro hombre.
Roxbury sonrió por encima de su brandy. —Por supuesto.
Sin embargo, no fue eso. Frunció el ceño. —¿Por supuesto?—, repitió. La
furia se desprendía de su persona en oleadas. Extraño, nunca había sabido
que se podía saborear, ver y respirar la rabia. Era volátil y potente, y
amenazaba con consumirlo. Respiró lenta y tranquilamente varias veces.
Tuvieron poco efecto para contener su ira.
—Sí—. Una sonrisa irónica torció los labios del otro hombre, que
probablemente no tenía ni idea de lo cerca que estaba de recibir una paliza.
—Por supuesto.
Apretó los dientes, contento por fin de tener una base más sólida con la
que odiar al marqués. —Ni siquiera me conoce—. El rostro sonriente de
Daisy pasó por su mente.
—Usted es un duque, Crawford—. Roxbury le hizo un gesto, agitando
su bebida en su dirección. —Es obscenamente rico y tiene una conexión
conocida con la familia de la dama. Creo que su idoneidad ha sido calibrada
adecuadamente.
Auric apretó las manos sobre los brazos de su asiento mientras
consideraba el puñado de duques que conocía. Una combinación de
ancianos, lujuriosos y viudos, ni uno solo de ellos habría sido apto para
rozar el dobladillo de la falda de Daisy con las yemas de sus dedos
enguantados, y mucho menos para casarse y acostarse con ella. Según los
estándares de Roxbury, entonces, cualquiera de esos duques con sus
gordos bolsos habría sido aceptado apresuradamente, lo quisiera la dama o
no.
Roxbury se aclaró la garganta. —¿Quiere que le diga que no?—,
preguntó, con la consternación subrayando esa pregunta.
Sí, sí, si Auric no la merecía, eso es precisamente lo que haría el hombre.
—No—. Sí. ¿Cómo podría una respuesta ser ambas cosas? Y sin embargo, lo
era. Haría que el hombre al menos le permitiera presentar su oferta y
determinar su valor como hombre. Tragándose una maldición, apartó la
mirada. Un incómodo silencio se apoderó de la sala, interrumpido por el
tic-tac del reloj en la esquina trasera de la habitación.
Esta insostenible existencia que Daisy había conocido a lo largo de los
años, con un extraño responsable de su cuidado, lo estremeció. Qué
equivocados estaban él y Wessex. La necesidad de protección de la dama
~ 153 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

desafiaba un mero vínculo matrimonial. Necesitaba que la salvaran de su


mundo solitario, en el que el hombre encargado de su cuidado no era más
que un extraño, el único primo varón del difunto Roxbury, que se había
deslizado hacia el papel de marqués tras el fallecimiento del hombre mayor.
El sentimiento de culpa se le hizo un nudo en la garganta, casi ahogándolo.
Detestaba la idea de que ella dependiera de alguien como él para su
cuidado. Volvió a centrar su atención en Roxbury, manteniéndole la
mirada. —No, no quiero que rechace mi oferta—. Procedió a exponer los
generosos términos del contrato que hicieron que el otro hombre levantara
las cejas casi hasta la línea del cabello.
La absoluta corrección de estar aquí llenó a Auric. No tenía mucho
derecho a ella, pero la cuidaría y se encargaría de que no viviera en esta
incierta y oscura existencia que ahora llevaba. Se puso en pie. —
Conseguiré una licencia especial. Nos casaremos en una semana.
Eso, en sí mismo, debería haber despertado la preocupación del
caballero como tutor. En cambio, Roxbury continuó dando sorbos a ese
maldito brandy, tan despreocupado como lo había estado todo el maldito
intercambio. —Por supuesto—, dijo, pronunciando otro de esos malditos
—por supuesto—. No se preocupaba por Daisy. Roxbury dejó su vaso y se
puso de pie. —¿Hay algo más que necesite?
Sólo a Daisy. —No. Eso es todo—. Con movimientos rígidos, se dirigió a
la puerta y luego se detuvo en la entrada, cuando le vino un pensamiento.
—En realidad, necesito algo, Roxbury—. El hombre escuchó mientras
Auric hablaba, asintiendo en todos los lugares apropiados. Con eso, se
despidió de Roxbury. Auric necesitaba ver a Daisy.

~*~
Daisy se sentó en el asiento de la ventana y, a través del ligero hueco en
las cortinas de raso marfil, contempló las calles de Londres. Acercó las
rodillas a su pecho y se le escapó un pequeño suspiro. Él le había pedido
matrimonio. Una excitación casi vertiginosa le subió al pecho y se derramó
por sus labios. Metió la cabeza en la falda y se rió. El sonido fue
desenfrenado, libre y real.
Había pasado la mayor parte de los últimos años creyendo que él no la
veía, no de la forma en que ella deseaba que se fijara en ella. Sin embargo, su
presencia en Gipsy Hill, no una, ni dos, sino una tercera vez, no eran las
acciones de un caballero desinteresado que no registraba su existencia.
Tampoco eran simplemente las acciones de un hombre con una obligación
hacia su hermano, como se evidenció en su propuesta. Y su beso. Y la
manera acalorada en la que la había estudiado a través de los párpados
~ 154 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

entrecerrados. De repente, el adorno de gitana que llevaban Lady Stanhope


y sus hermanas ya no importaba. El talismán en el que Daisy había
depositado sus esperanzas, era ahora innecesario e inservible, ya que se
había demostrado que había algo mucho más grande que la magia: el amor
que sentía por Auric.
Daisy arrugó la frente. Y lo que fuera que Auric sintiera por ella. ¿La
amaba? Su mente bailaba alrededor de la verdad de esa pregunta. Por
supuesto que la amaba. No le habría pedido matrimonio si no lo hiciera.
¿Por qué, Daisy? ¿Acaso la mayoría de los matrimonios no se basan en
poderosas conexiones y en un afecto general entre dos personas y no
mucho más? Dejó a un lado las dudas que le asaltaban.
Levantó la cabeza y corrió la cortina hacia atrás, ampliando su visión de
la actividad que había debajo. Después de que Auric la llevara a su carruaje
ayer por la mañana, no había dicho ni una palabra más sobre su oferta. No
había indicado cuándo llamaría a su tutor, el primo segundo de su padre, al
que se le había encargado su cuidado. Se mordió el labio inferior. Una parte
de ella creía que llegaría a primera hora de la mañana para hablar con el
nuevo marqués y que vendría inmediatamente después de su reunión. Echó
un vistazo al reloj ormolu a través de la habitación.
Una vez más, sus propios recelos se arremolinaron en su vientre. En
todos los sueños que había tenido sobre el momento en que Auric por fin
notara su amor por ella, esa oferta habría sido muy diferente a esa pregunta
casi precipitada que no había sido realmente una pregunta en medio de
Gipsy Lane. Ella no había necesitado nada de lo material como flores o
sonetos de él. Sin embargo, sí su gran declaración de amor inquebrantable.
En el cristal de la ventana se reflejaba su rostro ceñudo. —No seas
tonta—, murmuró ella. De la misma manera que la vida la había cambiado a
ella, también Auric había pasado de ser un muchacho sonriente y locuaz a
este tipo a menudo sombrío y lacónico, venerado por todos y temido por la
mayoría. Él nunca sería uno de esos caballeros a los que les gusta la poesía,
ni ella ansiaba esas palabras vacías. Más bien, ella tendría su corazón y al
hombre en el que se había convertido con el paso del tiempo.
Un carruaje negro con la conocida cresta de un león rugiente
interrumpió sus cavilaciones. Ella balanceó sus piernas sobre el lado del
banco. Sus faldas se acomodaron alrededor de sus tobillos con un suave
crujido. Un criado abrió la puerta y Auric bajó. El viento agitó su capa y
ésta se arremolinó en torno a sus gruesas y bien musculadas piernas
vestidas con unos inmaculados pantalones negros.
Se le secó la boca y, como él no se dio cuenta de su presencia, lo estudió,
congelado en las calles de abajo. Se llevó un dedo a los labios recordando su
beso. Su primer beso. Ardía en deseos de saber más de él, quería conocer en

~ 155 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

sus brazos, todos los secretos íntimos compartidos entre un hombre y una
mujer. Auric sacudió la cabeza y tiró de sus solapas. El tic-tac del reloj
ormolu y el sonido de su propia respiración llenaron sus oídos mientras él
permanecía fijo en su sitio en la calle. Luego, con una expresión de dolor
estampada en su rostro, se dirigió hacia la puerta principal. Su corazón se
aceleró. Su mirada no era la de un hombre ansioso por ver a su prometida.
—¿Qué estás mirando, Daisy?
Ella jadeó y la cortina se le escapó de los dedos. —Madre—, saludó,
poniéndose en pie.
Su madre llevaba el ceño perpetuamente fruncido y las faldas negras de
satén. —No está bien que te vean mirando por la ventana—. Ah, esta dama
reprensiva, impulsada por el decoro, tenía indicios de la persona que solía
ser. Parte de la mirada ausente que había afectado a estos siete años se
había disipado, aunque Daisy sospechaba que parte de ese gran dolor de
corazón siempre permanecería. Entonces, ¿cómo podría una mujer
recuperarse de la pérdida que su madre había conocido?
—Es Auric—, dijo Daisy al fin, sabiendo que si algo podía disipar el
disgusto o la decepción de su madre, era la mención del duque.
—¡Qué bonito! Ha venido de visita—. Se dispuso a llamar a un sirviente.
Daisy la llamó, deteniéndola. —No creo que esté aquí por una visita
social—. Juntó las manos y estudió sus dígitos entrelazados.
—¿Qué estás...?
Levantó la cabeza. —Creo que viene de hablar con mis tutores.
Levantó la cabeza. —Creo que viene de hablar con mis tutores.
—¿Hablar con tus tutores?—, repitió su madre. —¿Sobre qué?
Ella vaciló. La tensión en la boca de Auric y su tez pálida no la habían
hecho pensar en un novio ansioso, que se apresuraba a venir después de
obtener el permiso correspondiente de sus tutores. —Yo...— vaciló. Dejó de
lado sus recelos. —Me pidió que me casara con él—. Nada podía obligar a
Auric a hacer algo que no deseaba. Él quería casarse con ella. Si no, no se lo
habría pedido.
El silencio respondió a su pronunciamiento. Entonces, un grito escapó
de los labios de su madre y enterró la expresión de alegría en sus dedos.
Incluso en su felicidad, adscribiéndose a los dictados de la sociedad para un
comportamiento apropiado. —Oh, Daisy, ¿cómo no has dicho nada?— Se
acercó en un revuelo de faldas negras y tomó las manos de su hija. Había un
suave reproche en sus ojos.
—Yo...— No estaba completamente segura de no haber soñado todo el
intercambio. Tampoco podía estar segura de que entre su encuentro de
~ 156 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

ayer por la mañana y este momento no se hubiera arrepentido de su


petición. —Pensé que sería mejor esperar hasta que hubiera hablado con el
marqués y el tío—, se conformó con decir.
Las lágrimas llenaron los inquietantes ojos azules de su madre y
resbalaron por sus mejillas en una elegante muestra de tranquila felicidad.
—Siempre supe que le importabas.
Al igual que Daisy. Ella simplemente había pensado que sus
sentimientos eran los reservados para una hermana menor. Donde ella lo
había amado con un corazón de mujer.
—Tendremos una gran ceremonia...
Un sonido de protesta se le escapó. —No, mamá, por favor—. Se había
acostumbrado a la introvertida que evitaba toda conversación, que no
había previsto que su madre quisiera exhibirla a ella y a Auric ante toda la
sociedad educada. —Preferiría una reunión pequeña e íntima—. Había un
tono ligeramente suplicante en sus palabras. Detestaba la atención. A lo
largo de los años había sido invisible para la alta sociedad y, como tal,
nunca había conseguido moverse con la gracia y la seguridad que mostraba
Auric.
—Bah, por supuesto que habrá una gran ceremonia. Debemos invitar a
Lady Jersey—, gimió Daisy, —y me atrevo a decir que el propio Prinny
vendrá—, continuó su madre por encima de ella. —Después de todo, no
todos los días se casa un duque.
Daisy enterró la cabeza entre las manos y la sacudió de un lado a otro. A
su madre le importaba un bledo que su hija estuviera contenta. Sin
embargo, le importaban mucho los deseos de Auric. —Auric no verá con
buenos ojos un evento fastuoso, mamá. Estoy segura de ello—. El hombre
de su juventud lo habría hecho. Mientras que Daisy siempre había sido
irremediablemente desmañada y torpe en las fiestas de verano organizadas
por sus padres, Auric se había movido con la misma gracia sin esfuerzo que
poseía, incluso hasta el día de hoy.
—Hmm—. Su madre se llevó un dedo a los labios. —¿Lo crees?
—Oh, estoy segura de ello.
—Por supuesto, nos someteremos a los deseos del duque en este
asunto—. Rodeó a Daisy con sus brazos.
—¡Oomph!— Ella se tambaleó bajo el peso de la inesperada estructura
de su madre y se puso rígida cuando ella le pasó la palma de la mano por la
espalda como lo había hecho cuando Daisy era una niña pequeña que había
tropezado o se había caído. Daisy mantuvo su cuerpo tenso por la falta de
familiaridad de este abrazo. Habían pasado demasiados años en los que su
madre no había conseguido mirar a su hija, y mucho menos abrazarla.
~ 157 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Estoy muy contenta—, dijo su madre, con la voz cargada de emoción.


Daisy cerró los ojos y aceptó el afecto de su madre. De la misma manera
en que había extrañado la burlona y sonriente presencia de Auric, era la
misma en que había deseado regresar a los tiempos más simples en que su
madre había sido severa y desaprobadora y su padre jovial, y Lionel, solo
era Lionel. Había habido un vacío y Auric había sido quien lo había llenado,
y al hacerlo había sanado a una parte de su madre destrozada.
La marquesa pareció volver en sí misma. Soltó a Daisy y dio un paso
atrás. —Bueno—, dijo, alisando las palmas de las manos a lo largo de la
parte delantera de sus faldas. Un rubor rosado manchó sus mejillas. —¿Si
me disculpas?— Con eso, su madre giró sobre sus talones y dejó a Daisy
sola.
Sus labios se curvaron hacia arriba en una sonrisa desenfrenada. Ahora
ya no volvería a estar sola. Daisy recuperó su asiento y volvió a tomar su
bastidor de bordado, desviando periódicamente su atención del trozo de
tela hacia el reloj ormolu, que hacía tictac en la repisa de la chimenea. Un
pequeño ceño fruncido se dibujó en sus labios. ¿Dónde diablos estaba? Se
había bajado del carruaje... y ella echó un vistazo al reloj, hacía varios
minutos. ¿Quizás quería hablar primero con su madre?
Se quedó quieta, sintiendo su presencia. Entonces, siempre habían
compartido una conexión única, una que desafiaba la muerte de Lionel.
Frederick apareció en la entrada de la habitación.
—Su Excelencia, el Duque de Crawford—, dijo en voz alta y luego se
retiró, permitiéndoles su privacidad.
El silencio resonó en la quietud del Salón Azul y Daisy se puso en pie. —
Hola—, dijo tardíamente.
—Daisy—, murmuró. Unas gruesas pestañas que ningún caballero tenía
derecho a poseer se deslizaron hacia abajo mientras él la miraba.
Cuando llegó hace un rato, ella detectó un destello de pánico y horror en
su rostro, y luego desapareció en el interior, de modo que ella se preguntó si
había imaginado su inexplicable reacción. Con la forma en que su mirada
caliente se detuvo en la protuberancia de su escote, todos sus recelos se
disiparon al ver su apreciación masculina. Jugueteó con el bastidor de
bordado, agradecida por su reconfortante presencia en sus manos. —
Hola—, dijo. Otra vez. Dos veces. ¿O tal vez no lo había hecho? —¿Quizás
sólo lo había pensado en mi cabeza?— Una media sonrisa se dibujó en los
labios de él cuando se acercó y se detuvo a varios metros de distancia. —
No, en efecto, me has saludado dos veces.

~ 158 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy se mordió el interior de la mejilla. —Oh.— Un hábito molesto. —


¿Quieres sentarte?—, preguntó, señalando la colección de asientos que
había en la sala.
Sin mediar palabra, inclinó la cabeza y esperó a que ella recuperara su
sitio, encaramada al borde del sofá. Auric se sentó a su lado. Su ancha y
poderosa figura llenaba el sillón de caoba Rey Luis XIV. Apoyó su bordado
sobre su regazo.
—He hablado con tu t...— Auric dejó caer una mirada contemplativa
sobre su regazo.
Ella lo levantó para que lo viera.
—¿Una lágrima?
Daisy negó con la cabeza. —¿Por qué querría capturar una lágrima en
un pañuelo?
Auric sonrió. —Tienes razón—. Se inclinó hacia ella y, de una manera
muy poco ducal, se lo arrancó de los dedos.
—¿Y bien?—, incitó ella.
Con la punta del dedo índice, recorrió los hilos de color rojo carmesí,
perfilados en oro. Su ceño fruncido hablaba de su concentración, lo que sin
duda nunca era una señal prometedora de la destreza de uno en el bordado,
o más bien de la falta de ella. Ella suspiró y lo tomó de sus dedos. —Oh,
dame eso.
—¿Tú sabes lo que es?—, bromeó él.
Daisy señaló sus ojos hacia el techo. —Por supuesto que sí—. Le dio una
patada en el pie con la punta de las zapatillas. —Calla—. Sin embargo,
secretamente, ante la burla de él, se alegró; el tipo de alegría sin
complicaciones que nunca había creído conocer y, con toda seguridad,
nunca más de él, el estoico y sombrío Duque de Crawford. Procedió a pasar
su aguja enhebrada por la tela con deliberado cuidado.
—He hablado con tus tutores.
Hizo una pausa, sin apartar la mirada del indescifrable corazón en el
que trabajaba. —¿Lo hiciste?— El corazón le latía con fuerza en el pecho.
—Pedí tu mano.
Daisy clavó la punta de la aguja en la yema del pulgar. Por reflejo, sus
dedos se abrieron y el bastidor se deslizó de sus dedos.
Auric se quitó los guantes y los arrojó sobre la mesa de caoba con
incrustaciones de rosa, mientras la observaba con una expresión
inescrutable.

~ 159 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él no había cambiado de opinión. —¿L-lo hiciste?— Una sensación de


vértigo sustituyó la tensión en su pecho.
Él extendió una mano y reclamó sus dedos, su mirada sosteniendo la de
ella. —Lo hice—, confesó. La fuerza vital de sus dedos color oliva le quemó
la piel. —¿Creías que iba a cambiar de opinión?— Luego, con una lentitud
perversamente deliciosa, le pasó la yema del pulgar por la palma de la
mano.
Bueno, la idea había entrado en sus pensamientos. Tragó con fuerza, una
cálida sensación revoloteó en su vientre. —No—, logró decir, con la voz
entrecortada, mientras el toque experto de Auric hacía que todo tipo de
escalofríos deliciosos recorrieran su ser. El temor de que él hubiera
reconocido la locura de desposarse con la regordeta y pecosa Daisy
Meadows no había entrado en sus pensamientos, hasta que él se detuvo en
las calles empedradas hace un rato, con una expresión de dolor. Desde
entonces, la consumía el temor de que con la mañana él entrara en razón y
recordara que podía tener a cualquier criatura gloriosa y dorada, a la que
seguramente favorecía, como demostraba su cortejo a Lady Anne Stanhope.
Sus pestañas se cerraron mientras él arrastraba la punta de su dedo
índice sobre las líneas de intersección de su palma. ¿Cómo era posible que
un simple toque la afectara tanto? Daisy dejó caer su mirada y estudió
aquella caricia seductoramente inocente. Todo el tiempo su corazón
bailaba un ritmo divertido en su pecho. —Estás callada. Nunca recuerdo
que estuvieras callada.
No podía admitir que la dura y pesada contención de la mano de él le
robaba el pensamiento coherente, que le hacía casi imposible hilvanar
palabras. —No soy la misma mujer que era—. Excepto que, con esas
palabras, había despertado inadvertidamente el fantasma que siempre
estaría entre ellos y formaría parte de sus vidas. Ella no rompería este
momento con la fealdad que los uniría para siempre.
Su mirada se apagó y su dedo reanudó su movimiento lento y
exploratorio. —Sí, ya lo has dicho, ¿no?— Ahora le pasó el pulgar por la
palma de la mano y de un lado a otro de la muñeca.
La boca de ella se secó y todos los pensamientos se esfumaron cuando él
se llevó lentamente la mano a la boca. Sus labios acariciaron el punto en el
que su corazón latía locamente por él. Sólo por él. Sólo él. Siempre había
sido él. Los párpados de ella se cerraron mientras él seguía adorando la piel
con su beso.
—Obtendré una licencia especial para que podamos casarnos en una
semana—. Su declaración penetró en la espesa niebla de deseo despertada
por su contacto.

~ 160 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El calor abanicó su corazón una vez más. —¿Una licencia especial?— La


rapidez con la que se casaría dejaba entrever su deseo de tomarla como
esposa y evitaría a Daisy los grandes planes de su madre para el dichoso día.
Auric se llevó la otra mano a la boca y dejó caer un beso sobre sus
nudillos. —¿Te arrepentirás de no haber tenido una ceremonia adecuada
y...?
—No.— Ella respiró entrecortadamente. —Nada de eso me importa,
Auric—. Nunca lo había hecho. —Nunca he anhelado un evento elaborado
ante un mar de lores y damas que no importan.
Él le soltó las manos y ella lamentó la pérdida de aquella caricia sencilla,
pero tentadora. —¿Qué deseas?— Su tono era serio. Como si ella pidiera las
estrellas, él le daría la luna. —¿Qué quieres, Daisy?
¿Cuándo fue la última vez que alguien se preguntó por sus deseos?
Se puso de pie, con la mirada fija en el corazón rojo sangre y
distorsionado que intentaba plasmar en la tela de su bastidor de bordado.
Lo recogió y pasó el dedo distraídamente por el hilo dorado cosido
torcidamente en la tela. —Quiero una familia, Auric—. Algo que una vez
tuvo, pero que perdió. Daisy lo miró una vez más. —Quiero amar y ser
amada—. ¿Se le pusieron las mejillas de cera? Los frisones de la inquietud
recorrieron su espina dorsal. Ni una sola vez te ha hablado de amor, Daisy, le
espetó una voz oscura. Pero entonces, ella tampoco lo había hecho. —Eso
es todo—, terminó diciendo tímidamente.

~ 161 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 15
Eso es todo.
Ella bien podría haber pedido la luna y las estrellas, y si bien él hubiera
buscado subir al cielo y recogerle un puñado de ellas, ¿podría amarla, como
ella merecía? Porque con sus aparentemente inocentes palabras de niños
entre ellos, despertó imágenes de los cuerpos de él y de Daisy moviéndose
como uno solo en un hermoso y sincronizado ritmo. Y él la deseaba a ella y
a esos niños que le pertenecían. Le dolía el cuerpo por el deseo de
explorarla y marcar la sedosa suavidad de su piel en sus palmas, ahuecar
sus generosos pechos y... Un gemido ahogado se alojó en su garganta.
Daisy jugueteó con ese tonto bastidor. Sin mediar palabra, lo llevó hasta
la ventana y se quedó mirando las calles de abajo. Luego inclinó su cuerpo
hacia atrás para mirarlo. —Se me ocurre que, a pesar de todo lo que
sabemos el uno del otro, no nos conocemos realmente, ¿o sí?
—Por supuesto que sí—, dijo él, frunciendo el ceño ante sus palabras.
Él, la conocía mejor que nadie. —Tu color favorito es el azul.
Ella abrió los ojos con sorpresa. —¿Te acuerdas de eso?
Su silencioso y cobarde yo, aún temeroso de las implicaciones de su
propia admisión hace unos momentos, le instó a mentir. —Por supuesto
que lo recuerdo, Daisy—, dijo él con brusquedad. No había un solo detalle
que no recordara en lo que a ella se refería. La sociedad la habría
considerado una pintora horrible.
—Mi madre decía que era simplemente pintura salpicada sobre el
lienzo—, dijo más para sí misma.
Auric, sin embargo, sólo había visto la impresionante maestría del color.
Las obras maestras que había realizado para su inspección y la de Lionel
habían capturado más matices de azul de los que él jamás había sabido que
existían. —Admiraba que no te limitaras a los dictados de la sociedad—.
Con los recuerdos de su pasado desentrañándose entre ellos, se adentró en
un camino cada vez más irreversible, cimentando esta nueva relación en la
que eran más extraños que no.
—Pero eso no es conocer de verdad a alguien—, dijo suavemente. —El
color que me gusta o los colores que odio...
—Naranja y púrpura—, suministró él automáticamente.
—...no hablan de los sueños que llevo en mi corazón.

~ 162 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él se quedó callado. Porque en esto, ella hablaba de verdad. Más allá de


ese deseo tan íntimo que ella había compartido sobre el amor y la familia, él
no conocía realmente los intereses de Daisy. Sabía que en algún momento
de los últimos años había empezado a bordar, pero no sabía por qué o si la
habían obligado a hacerlo o si simplemente se desafiaba a sí misma con la
tediosa tarea, y que Dios lo ayudara, anhelaba conocer todas esas partes de
ella. Auric respiró lenta y pausadamente al darse cuenta de que quería
saber todo lo que había que saber sobre Daisy. Quería saber las cosas que la
hacían sonreír ahora como mujer, las tareas que disfrutaba y, lo que era más
importante, deseaba saber por qué las disfrutaba.
—A pesar de todo lo que hemos compartido, y del tiempo que nos
conocemos, hay mucho que no sabemos el uno del otro, incluso así—. Sus
palabras sirvieron de eco a sus tumultuosos pensamientos.
Atraído por ella como la sirena, Calipso, sus piernas por voluntad propia
lo llevaron más y más cerca hasta que un mero pelo los separó. —¿Qué
quieres saber?— Sus palabras surgieron roncas.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás. —¿Qué deseas, Auric?
A ti. La palabra colgaba, sin ser pronunciada en sus labios. Te deseo a ti.
Desde aquella fatídica noche de hace siete años, no había llevado a otra
mujer a su cama. Tenía hambre de ella como un hombre hambriento anhela
la comida. Y sin embargo, esta fuerza de la emoción que se apoderó de él
desafiaba la mera conciencia física. —Paz—. La palabra bailó en el aire
entre ellos. —Deseo la paz—. Y escapar de los recuerdos infernales que
cargaba, recuerdos que probablemente siempre tendría.
Daisy deslizó su mano en la de él y levantó sus dedos entrelazados. De
nuevo, ese vínculo que sólo compartían ellos, que habían conocido esta
trágica pérdida. —Entonces conoceremos la paz juntos.
El calor se deslizó dentro de su corazón. El órgano frío y hueco cobró
vida.
Ella estudió sus manos unidas. —Seguramente, deseas algo más que la
paz—. Daisy levantó la mirada. —Tu cortejo a Lady Stanhope no nació sólo
de la esperanza de paz.
Había habido un gran atractivo en la encantadora, joven y rubia mujer
que no había adulado su título como cualquier otra dama en edad casadera.
Sin embargo, buena parte de eso había surgido de su absoluta desconexión
de la parte más oscura de su vida. La condesa no conocía los vergonzosos
detalles de su juventud, ni los horrores de aquella noche. Daisy, en cambio,
estaría para siempre intrínsecamente conectada a todo su pasado.
Tras un largo rato de silencio, Daisy dejó caer el brazo a su lado y la
mano de él se enfrió al perder su toque tranquilizador.

~ 163 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric le pasó los nudillos por debajo de la barbilla y le devolvió la


mirada. —Vamos, seguro que no quieres que hable de mi anterior cortejo.
—Sí, sí quiero—, dijo ella con la misma audacia que él esperaba de Lady
Daisy Meadows a lo largo de los años. Ella enrojeció, como si se sintiera
avergonzada por tal admisión, pero continuó mirando fijamente. —¿Te
importaba ella?
Una emoción poderosamente intensa en sus ojos lo hizo detenerse. Era
algo que indicaba que su respuesta era importante y que una respuesta
equivocada resultaría desastrosa en formas que él no comprendía del todo.
—La dama no adulaba mi título—, dijo él, escogiendo con cuidado este
intercambio.
—¿Y te habrías casado con la dama sólo por esa razón?
—Yo diría que eso habla del honor de la dama—. El bajó su frente a la
de ella. —No hablaría de mi cortejo con otra. No hoy—. No cuando él se
había ofrecido tan recientemente por ella. La mención de Lady Stanhope o
de cualquier otra ensuciaba lo que fuera esa atracción indefinida que había
entre ellos. Él curvó su mano alrededor de las gráciles líneas de su largo
cuello.
El labio inferior de ella tembló cuando él la acercó —Sólo hablaría de ti,
Daisy—. Tomó su boca bajo la suya como había deseado desde que probó
por primera vez la dulzura de su beso y la pasión de sus labios, ese anhelo
que se hizo más fuerte cuando ella entró en el salón de baile de Lady Ellis,
un voluptuoso ángel enviado al tormento. Auric deslizó su boca sobre la de
ella una y otra vez hasta que ésta se desplomó. Fácilmente la atrajo hacia él
y la acercó contra su estructura. Su cuerpo rugió con la conciencia caliente
y primitiva de un hombre que no se había entregado a otra y que ahora sólo
deseaba conocerla a ella y a ninguna otra. Deslizó su lengua dentro de la
boca de ella.
Ella gimió y, al principio, rozó tímidamente su lengua con la de él y
luego se encontró descaradamente con la suya en una danza ancestral. Lo
que antes había estado mal porque ella era la Daisy de su pasado, ahora se
convirtió en algo correcto en todos los sentidos. Él retrocedió y ella enredó
los dedos en su pelo, intentando acercarlo, pero él se limitó a continuar su
incansable exploración. Ardiendo en la necesidad de explorarla por
completo, trazó un camino de besos sobre sus mejillas pecosas.
—Hermosas—, susurró.
La cabeza de Daisy se echó hacia atrás y un gemido se escapó de sus
labios cuando él movió los suyos hasta la comisura de la boca y bajó hasta
el lugar donde su pulso latía salvajemente en su cuello. El aroma de la
lavanda se adhirió a su piel y él aspiró una bocanada embriagadora que lo

~ 164 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

arrastró al pasado: la visita a su familia, una familia que él había destruido


para siempre.
Él se apartó, su pecho se agitó en respiraciones agónicas y
estremecedoras.
Las pestañas de ella se agitaron salvajemente y parpadeó varias veces,
como si tratara de despejar la bruma de pasión que la había envuelto. —
¿Qué...?
—Perdóname—, dijo bruscamente, con la culpa asolando su conciencia.
—No hay nada que perdonar.
Sólo que había todo que perdonar. La culpa se agitó en su vientre.
Ella levantó las palmas de las manos malinterpretando el motivo de su
arrepentimiento. —Vamos a casarnos—. La emoción llenó sus ojos. —Y te
amo.
Un zumbido sordo llenó sus oídos con las palabras de ella que llegaban
como por un largo pasillo. Él sacudió bruscamente la cabeza. Las
implicaciones de esta admisión eran mucho mayores que el deseo amorfo
del que ella había hablado antes de amar y ser amada. Ahora, ella hablaba
de él y de los anhelos de su corazón, cuando no conocía la oscura mentira
que él le había ocultado. Antes porque las palabras de su vergonzoso
pasado nunca serían aptas para los oídos de una dama respetable, ahora
porque era un cobarde. Ella se merecía la verdad, aunque eso matara toda la
calidez de sus ojos, dejándolo oscuro y vacío. Pero él no podía entrar en una
unión con esto entre ellos. Se pasó una mano por los ojos y se giró
rígidamente, necesitando poner distancia entre ellos, demasiado cobarde
para presenciar el momento en que todo el amor de ella por él fuera
reemplazado por ese merecido aborrecimiento.
Daisy se precipitó a su alrededor en un revuelo de faldas azules y se
plantó frente a él. —¿Tienes intención de irte?— La incredulidad subrayó
su pregunta. Colocó las manos en las caderas, con las cejas bajas.
Pero a pesar de los detalles de una noche que se guardó para sí, siempre
había optado por la franqueza. Bajó la voz, hablando en voz baja. —Seguro
que sabes que me importas—. Se habría desprendido de su brazo izquierdo
si eso le diera felicidad. —Hay algo que me gustaría que...
Las líneas de su rostro se suavizaron. —Oh, Auric—, susurró ella,
acariciando su mejilla.
Él se estremeció. Nunca había sido digno de su afecto. Ella lo había
convertido, con sus visitas a lo largo de los años, en alguien honorable y
bueno, cuando en realidad no había nadie más cómplice que él. —Daisy—,

~ 165 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

dijo una vez más, con voz ronca. Le tomó la muñeca con la mano, con la
intención de quitársela de encima para poder decirle por fin la verdad.
Se oyeron pasos en el vestíbulo. Sus miradas se dirigieron al mismo
tiempo hacia la puerta, donde la Marquesa de Roxbury se encontraba
enmarcada en la entrada; una sonrisa más amplia que la que él recordaba de
la dama en estos años adornaba su envejecido rostro. Ella dio una palmada.
—Oh, Auric, he oído las espléndidas noticias.
Él dejó caer una reverencia. El entusiasmo de la mujer lo apuñaló con
más culpa agónica. Había metido la pata en todo esto. Daisy debería haber
recibido la verdad antes de que él se apresurara a ofrecer su mano. —Lady
Roxbury, es un placer—. Sólo que, en lo más profundo de la verdad,
reconoció que era la única manera de tenerla. El pánico subió por su
garganta, amenazando con ahogarlo. —¿Si me disculpas? Aunque me guste
venir de visita, hay asuntos que atender.
—Por supuesto, por supuesto que los hay—, exclamó ella. Tomó la
mano de Daisy y entrelazó sus dedos. —No recuerdo cuándo fue la última
vez que conocí esta felicidad—, dijo suavemente.
¿Se sentiría así la mujer si supiera que él no era el hombre honorable y
devoto que ella había considerado que era a lo largo de los años? Giró sobre
sus talones y huyó como si los sabuesos del infierno le mordieran los
talones.
Y si alguna vez había habido una duda en estos años, su precipitada
retirada sólo demostraba algo que sabía desde hacía tiempo: que era un
maldito cobarde.

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 16
Cuando era niña, Lionel se había burlado de Daisy por su extraordinaria
capacidad para dormir durante todo, desde las volátiles tormentas de
verano hasta los fuertes golpes de su madre en las puertas de la habitación
de Daisy. La única vez en la vida de Daisy que le costó dormir fue la noche
de la muerte de Lionel. Se había quedado en su cama mirando el techo. Se
había puesto de lado, de un lado a otro, durante toda la noche, hasta que al
final volvió a ponerse de espaldas para mirar el techo sobre su cabeza. La
ansiedad se le había revuelto en el vientre y le había recorrido la espalda, y
no había sabido dar sentido a ese inexplicable recelo.
De la misma manera que había tenido una sensación innata de oscuridad
que se cernía sobre ella, también la tuvo después de que Auric se retirara
rápidamente tres días antes. No lo había visto desde aquella precipitada
huida. Sus acciones no son las de un caballero enamorado. Además, él nunca había
hablado de amor, ni siquiera de afecto. Sin embargo, nadie podría o haría
que Auric hiciera algo que no quisiera. Su vida era una prueba de ello.
Seguramente, no se casaría con ella si no la amara al menos con una parte
de su corazón. No, un hombre que recordaba detalles como su color
favorito y sus colores menos favoritos y las comidas que le gustaban
demostraba que al menos sentía algo por ella.
Una sombra cayó sobre ella y se estremeció. —Estás callada, Daisy.
Ella lanzó una mirada hacia arriba. —Madre—, respondió. —No te he
oído entrar—. Porque de alguna manera, con la oferta de matrimonio de
Auric, Madre se había convertido en la invisible y Daisy en la perdida en su
propio mundo, un mundo que tenía muy poco sentido.
Su madre se sentó junto a ella en el sofá tapizado de satén azul. —Me
atrevería a decir que tendrías más bien una sonrisa. Al fin y al cabo, éste va
a ser el día de tu boda.
Daisy forzó una sonrisa.
Si la marquesa detectó la falta de sinceridad en esa expresión de
felicidad, no dio ninguna indicación. —Siempre soñé con una unión entre
tú y Auric—, habló en esos tonos profundamente introspectivos.
Como lo había hecho ella. Desde que estuvo a punto de quemar la mesa
de sus padres durante un picnic de verano. Sólo que no se había permitido
la esperanza real de eso en estos últimos años, ya que con la madurez
hastiada de una mujer veía su interés reservado para otra. Seguro que sabes que

~ 167 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

me importas... Cualquier otra palabra que hubiera pronunciado había sido


cortada por la inoportuna aparición de su madre.
Daisy sacudió la cabeza, dejando de lado cualquier recelo. Él no había
dicho mucho más con la repentina aparición de su madre, pero no podía
dudar de que el amor habría impulsado su oferta. Miró el reloj de caja larga,
con el estómago revuelto por la emoción. Llena de una energía inquieta, se
acercó a la ventana y corrió la cortina. Miró hacia abajo, hacia las calles
tranquilas. Él llegaría pronto. Dentro de poco, se casarían y todas sus
esperanzas se harían realidad, y ella ya no sería invisible ni estaría sola. Se
tendrían el uno al otro.
Desde el cristal de la ventana, miró a su madre. La marquesa, más vieja
que sus años, lanzó una mirada vacía por la habitación y luego el fantasma
de una sonrisa se asomó a sus labios mientras se enfrentaba a los sueños
que una vez había tenido. —Me imaginaba una gran ceremonia para ti y un
extravagante desayuno con todos los principales lores y damas de la
sociedad presentes—. Una perspectiva con la que Daisy se había
estremecido. —¿Qué son esos?
Daisy miró por encima del hombro. —¿Que son qué?
Con un movimiento de la mano, su madre señaló las peinetas de
mariposa tejidas artísticamente a través de los mechones castaños y
apagados de Daisy aquella mañana. —Son peinetas—, dijo pacientemente,
fingiendo que no entendía.
—Ya lo veo—. Su madre arrugó la nariz. —Siempre te había imaginado
con algo mucho más extravagante, con diamantes y rubíes.
Los primeros recuerdos que Daisy tenía de su madre eran los de la mujer
resplandeciente en impecables y costosas telas francesas, con el cuello
repleto de brillantes piedras preciosas. Qué diferente había sido siempre de
su madre. —Adoro estas—, dijo en voz baja. No eran las piezas grandiosas
que llevaban aquellos diamantes de la primera agua, pero por lo que
representaban -el primer regalo que le hizo Auric en medio de las calles de
Londres y que los había unido de la manera más significativa-, eran más
valiosos que la corona de la Reina.
Su madre dejó escapar un pequeño suspiro. —Estaba tan segura de que
te equivocabas y de que Auric desearía una ceremonia fastuosa acorde con
su rango.
Entonces su madre no conocía a Auric de la manera íntima en que Daisy
lo había hecho a lo largo de los años. El hombre en el que se había
convertido habría rechazado con la mirada a todos los invitados para
asegurar su privacidad.

~ 168 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Un carruaje solitario rodó por la calle y luego ese familiar transporte


negro se detuvo frente a su casa. —Él está aquí.
Su madre corrió hacia la ventana. —¿Está aquí?
Daisy se sobresaltó sin darse cuenta de que había hablado en voz alta,
pero permaneció con la mirada fija en Auric mientras éste descendía del
carruaje.
—Suelta la cortina—, le advirtió su madre. —No será bueno que te
descubran estudiándolo tan descaradamente.
¿Cuántas veces se había acobardado ante ese ceño fruncido? Hubo un
tiempo en que Daisy habría bajado la cabeza, humillada ante esas palabras
de reprimenda. Ya no.
—¿Me has oído, Daisy?
Daisy la ignoró. Pasó las puntas de los dedos por el cristal, buscando el
atisbo de vacilación que había visto días atrás en el rudo y bello rostro de
Auric. —Te he oído, madre—. No había ninguno. Su rostro estaba
convertido en una dura máscara. —A una joven se le concedería tal
atrevimiento el día de su boda, seguramente—. Él le dijo algo a su cochero.
El hombre asintió y se apresuró a volver al carruaje.
—Seguramente no—, dijo su madre con la indignación de la dama
correcta que había sido. —¿Parada en la ventana, mirándolo para que
cualquiera vea?— Se lanzó a una diatriba sobre el comportamiento
correcto y el decoro. En definitiva, siete años demasiado tarde. Tras la
muerte de Lionel, su madre y su padre habían dejado de verla y, por tanto,
su influencia en su vida había dejado de importar. No había sido un insulto
deliberado, sino simplemente su intento de supervivencia emocional.
Daisy siguió observándolo. Empezó a avanzar, pero luego, como si
sintiera su mirada fija sobre él, se congeló a mitad de camino. Auric levantó
la vista y observó el puñado de ventanas de la casa, hasta que su mirada
encontró la de ella. Su corazón se aceleró. Nunca había sido una de esas
damas que adoran la moda y, sin embargo, ahora deseaba estar envuelta en
uno de esos elaborados vestidos de raso y no en este modesto vestido azul
elegido para el día de su boda. Él entrecerró los ojos, mirando a través de
unos ojos cerrados en finas rendijas, y ella apretó sus faldas de raso azul.
¿Qué veía él cuando la miraba? Entonces desvió su atención hacia su capa.
Ella frunció el ceño, consternada, mientras él rebuscaba en la parte
delantera de su chaqueta y luego sacaba algo. La calidez la invadió y se le
escapó una carcajada cuando él acercó un monóculo a su ojo, el monóculo
que ella le había regalado.
Y ella se enamoró de él de nuevo.

~ 169 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella sacudió la cabeza, la risa se derramó por sus labios. —Eres


incorregible—, articuló.
Con dos guiños, él tocó el ala de su sombrero, sorprendiendo otra aguda
carcajada de sus labios.
—Por favor, Daisy. Es de mala educación reír.
Ella le devolvió el saludo con un gesto ansioso que hizo gritar a su
madre. —Vamos, madre. Creo que es preferible ir por la vida riendo que
con el ceño fruncido.
Su madre no oyó ni apreció el reproche. —Oh, Daisy, aléjate de esa
ventana.
Daisy volvió a mirar a los adoquines de abajo, localizando a Auric justo
cuando atravesaba la puerta abierta. Soltó la tela y ésta volvió a su sitio. —
Seguramente, a una novia se le permite algo de emoción en el día de su
boda—. Pensamientos impropios que ninguna verdadera dama debería
atreverse a tener, vagaron por lo que sucedería en su noche de bodas. El
nerviosismo se enfrentaba a un afán escandaloso que le quemaba las
mejillas.
—Nunca hay lugar para una excitación tan desenfrenada en la vida de
una dama educada y respetable—, respondió su madre.
Su madre ciertamente creía eso. Daisy agradeció en silencio que la
correcta marquesa no pudiera adivinar las verdaderas cavilaciones que
pasaban por la cabeza de Daisy incluso ahora.
Los labios de Daisy se movieron en las esquinas.

~*~
Silencio llenaba el Salón Azul: espeso, incómodo y tenso. Salvo por el
susurro del vestido de satén azul de Daisy, que de vez en cuando se movía
de un lado a otro sobre sus pies, y por la respiración del puñado de
invitados presentes, la sala estaba en silencio. Como lo había estado desde
que el mayordomo había hecho pasar a Auric al interior hace un rato.
Los tutores de la dama estaban callados. La marquesa estaba radiante. Y
Daisy estaba, bueno, maldito infierno, él no podía decir con precisión cómo
estaba la dama. La zorra sonriente que saludaba audazmente desde su lugar
en la ventana se había convertido en esta desconocida apagada en el
momento en que él había entrado en el salón.
¿Sentía que se había ligado al más vil de los bastardos? ¿Un vil monstruo
que, en su silencio, le quitaría la elección de las manos? Los músculos de su
estómago se apretaron. Te amo... Que Dios le ayude por ser egoísta e
~ 170 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

interesado, pero la quería incluso con las mentiras que había entre ellos.
Extraño, debió vivir la mayor parte de sus vidas sin verla como nada más
que Daisy, su pequeña niña de las flores; una obligación con la que tenía
una responsabilidad. Ahora, era una mujer a la que ansiaba poseer en todos
y cada uno de los sentidos: cuerpo, mente y alma. Se merecía algo más que
un matrimonio construido con mentiras. Apartó los gruesos dedos de la
culpa que lo atenazaban. Él sería bueno con ella. La protegería y la haría
sonreír. Con el tiempo se lo diría y entonces, tal vez, ella podría perdonarlo,
aunque él nunca podría perdonarse a sí mismo.
—Le debes a la dama al menos unas palabras. Al fin y al cabo, es el día
de su boda—, susurró a su lado el Vizconde de Wessex, amigo, testigo y
partícipe de esta triste colección de personas con un pasado oscuro.
Lo fulminó con la mirada. Pero Daisy eligió ese inoportuno momento
para levantar la vista de su posición en la ventana del piso. Lo miró con el
ceño fruncido y luego cambió su atención a las calles de abajo.
—Lo menos que puedes hacer es dejar de fulminar a la pobre dama—,
insistió Wessex.
El corazón le latía con fuerza en los oídos, y Auric la contempló,
enmarcada como estaba por la cortina de damasco blanco. Que Dios lo
ayude. —No puedo hacer esto—, susurró. No con las mentiras entre ellos.
Dio un paso hacia ella.
Wessex sacó una mano, agarrando a Auric por el antebrazo, deteniendo
su movimiento. Miró sin comprender los duros dedos enguantados. —Ya
has superado eso—, espetó con la comisura de la boca, y su tono grave
apenas llegó a los oídos de Auric. —Si no haces esto, la arruinarás.
No si la propia Daisy lo cancelaba en ese momento. El escándalo
atraería, por supuesto, las habladurías, pero su reputación no quedaría
devastada. Encontraría un caballero digno de ella. Un hombre que Auric
odiaría con cada fibra de su ser hasta el momento en que exhalara su último
aliento. Pero entonces, cuando uno amaba a alguien, lo ponía en primer
lugar. Empezó a mirar la graciosa curva de su cuello, las sencillas peinetas
de mariposa que le había regalado hace seis días... ¿Hace toda una vida?
Cómo no se había dado cuenta hasta ese momento, cuando la perdería, de
que ella le pertenecía en todos los sentidos y de que su corazón latía por
ella y sólo por ella.
—No lo hagas—. Había algo ligeramente suplicante en la súplica de
Wessex. —No lo hagas por los dos.
Se encogió de hombros y comenzó a avanzar. Justo entonces, un destello
de plata le llamó la atención. Auric se volvió, observando a la Marquesa de
Roxbury, de aspecto débil y a menudo indispuesta. Hoy, sin embargo, una
sonrisa atípica delineaba los labios de la mujer. Sin embargo, a pesar de esa
~ 171 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

sonrisa, la misma tristeza que se aferraba a ella se cernía sobre el estrecho


cuerpo de la mujer e incluso llenaba esta habitación, en el día de la boda de
su hija. Auric apartó la mirada y miró a Daisy. Ella se balanceaba hacia
adelante y hacia atrás sobre las puntas de los pies de la misma manera que
lo hacía cuando era niña, como si la excitación vibrara a través de su ser y
buscara una salida. Una mujer con su espíritu acabaría asfixiada aquí. No,
no podía permitir que siguiera siendo la hija solitaria y olvidada del difunto
Lord Roxbury. Daisy merecía más. Aunque creía que nunca sería lo mejor
para ella, no podía ir por la vida sabiendo que era la hija solitaria de una
madre a menudo deprimida.
El vicario se aclaró la garganta y la decisión estaba tomada. —
¿Procedemos?
Era una decisión por la que Auric probablemente iría al infierno, si no se
hubiera ganado ya un lugar en la guarida del diablo hace siete años.
Daisy se asomó a la ventana y durante un momento demasiado largo su
corazón quedó suspendido por el temor de que ella hubiera entrado en
razón y no tuviera intención de seguir adelante con su intención de casarse
con él. Entonces, ella cruzó y se detuvo junto a él. Los demás invitados
ocuparon sus lugares en los diversos asientos repartidos por la sala. Auric
fijó su atención en el vicario, que pasaba las páginas de su Libro de Oración
Común, mientras la piel de Auric ardía con la mirada de Daisy fija en su
persona.
El anciano abrió la boca para hablar, cuando Daisy habló, su pregunta
llegó hasta sus oídos. —¿Has cambiado de opinión?
Él parpadeó.
El vicario rápidamente cerró la boca.
Auric dirigió su atención a Daisy.
—Porque si lo hicieras, si te dieras cuenta de que no me amas—, te amo
en todas las formas en que un hombre puede amar a una mujer. Ella continuó
apurada, con las mejillas rojas. —Si te dieras cuenta, entonces te liberaría
para que pudieras encontrar a la mujer cuyo corazón tendrías.
Ah, Dios, ella era mucho más honorable y buena de lo que él jamás
podría ser. Incluso amándolo como lo hacía, ella lo dejaría libre. Entonces,
con las decisiones que había tomado en la vida, hacía tiempo que había
demostrado ser egoísta e interesado.
El vicario se quitó las gafas e hizo un gesto de limpiarlas, haciendo un
esfuerzo por ignorar el intercambio entre el novio y la futura esposa.
—¿Cómo puedes no saber que te amo?—, le preguntó él suavemente.
Ella aspiró una respiración audible. —Yo...

~ 172 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él bajó su frente cerca de la de ella. —Te he conocido casi toda mi vida


y, sin embargo, no pude ver lo que realmente tenía ante mí. Estaba
incompleto en formas que desconocía hasta que abrí los ojos y por fin te
vi—. Así de fácil, los muros protectores que había construido sobre su
corazón, la fachada protectora de duque helado, se levantaron, cuando esta
verdad lo liberó. Los labios de ella se separaron.
—¿Procedemos?—, dijo amablemente el vicario, y sus miradas giraron
como una sola hacia el sonriente siervo de Dios. Como si temiera que la
pareja alterara su decisión de casarse, se lanzó a los versos. —Queridos
hermanos, nos hemos reunido aquí a la vista de Dios, para unir a este
Hombre y a esta Mujer en Santo Matrimonio; que es un estado honorable,
instituido por Dios...
Sus reservas y temores se disiparon. Porque allí, con Daisy en sus faldas
de raso azul estampadas con delicadas margaritas, Auric sabía que el
vínculo entre ellos era demasiado grande, su amor lo suficientemente fuerte
como para no ser destruido por el pasado.
—...y por lo tanto no debe ser emprendida por nadie, ni tomada en mano, imprudente,
ligera o interesadamente, para satisfacer las lujurias y apetitos carnales de los hombres,
como bestias brutas que no tienen entendimiento; sino reverentemente, discretamente...—
Las palabras del vicario cortaron las reflexiones silenciosas de Auric. Sus
versos un recordatorio burlón de las mentiras y la inutilidad en sus
esperanzas deliberadamente ingenuas para él y Daisy. La estudió
abiertamente. Su mirada se fijó en el vicario, con una expresión melancólica
en su rostro.
Al sentir su mirada en su persona, Daisy lo miró interrogante.
—Por lo tanto, si alguien puede mostrar alguna causa justa, por la que ellos no
puedan unirse legalmente, que hable ahora, o que calle para siempre...
—No veo por qué no puedo unirme a su conversación...— La voz infantil de
Daisy llenó los rincones de sus recuerdos.
La habitación resonó con el lejano sonido recordado de la risa de Lionel.
—Vamos, Daisy querida, deja de parlotear, deja hablar a Auric—. Auric abrió la
boca para ser la única y sensata voz de protesta, pero entonces el fantasma
de su amigo más cercano se escabulló de la habitación y la ceremonia
continuó.

~ 173 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 17
A lo largo de los años, Daisy casi había olvidado lo que era cenar en una
mesa animada y llena de energía. Hubo un tiempo en el que el comedor se
llenaba de risas, las suyas y las de Lionel, mientras su madre se quejaba y se
lamentaba de sus hijos irremediablemente mal educados. Desde la muerte
de su padre, desayunar y todas las demás comidas había sido una
experiencia solitaria. Cuando su madre no estaba indispuesta, se mostraba
lacónica y, egoístamente, el peso de la miseria de su madre había llegado a
ser tan grande que Daisy había evitado deliberadamente participar en esas
comidas.
Esta comida debía ser diferente. Se suponía que un banquete de bodas
era un asunto de celebración y, sin embargo, no lo era. A pesar de toda la
alegría de este día, el día de su boda con Auric, su confesión de amor y la
promesa de su futuro juntos, había algo bastante sombrío y doloroso en
este desayuno con Auric, Marcus y estos otros observadores externos del
dolor privado de su familia.
Al sentir una mirada fija sobre su persona, levantó la vista de su plato y
encontró a su tío Charles y al actual Marqués de Roxbury estudiándola con
expresiones de pesar. Rápidamente devolvió su atención a su plato sin
tocar. Hacía tiempo que había aceptado que las miradas curiosas y los
susurros formarían parte de su vida para siempre. Daisy y su madre y,
cuando vivía, su padre, se habían convertido en algo extraño. Al fin y al
cabo, no todos los días un noble moría acuchillado por un desconocido en
la calle. O, al menos, eso era lo que había deducido de los susurros que
había escuchado entre sus padres.
Esos crímenes no les ocurrían a los miembros de la sociedad educada. O
eso era lo que la alta sociedad creía erróneamente. Daisy, sin embargo,
había aprendido la verdad. A toda la gente le ocurren cosas oscuras y feas.
Nacer con riqueza y estatus no lo hacía a uno inmune al dolor.
Independientemente de la posición o la suerte en la vida, uno sentía dolor,
sangraba y lloraba. En resumen, uno sufría.
Daisy tomó su tenedor y empujó los huevos sin tocar en su plato.
Cometió el error de mirar a tiempo para captar la mirada preocupada de
Marcus. El tenedor se le resbaló de los dedos y cayó estrepitosamente sobre
el plato. Había llegado a detestar esas miradas de compasión y las palabras
de arrepentimiento susurradas sobre ella y su destrozada familia. Escondió
las manos bajo la mesa, doblándolas en el regazo, y volvió a centrar su
atención en los huevos, el jamón frío y el salmón que había en el plato. ¿No

~ 174 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

podía ser este día diferente? ¿No podía esta pequeña colección de invitados
sonreír y celebrar como ella deseaba? Tal vez eso hablaba del egoísmo de
Daisy, ya que en este día, el día en que se había unido a Auric, enterraría los
recuerdos de Lionel y de la pérdida y de aquella noche oscura de hace
mucho tiempo.
Cuando era una niña, anhelaba tener unos rizos dorados y gloriosos, una
cintura esbelta y algo que la distinguiera, más que las pecas que tenía en las
mejillas. Ahora, anhelaba no ser diferente de cualquier otra mujer. Cuando
tuvo su debut, no aspiraba al estatus de diamante de la primera agua. Más
bien, sólo quería ser ordinaria y normal. La simple Daisy con su aspecto
anodino y su madre perfectamente correcta y educada.
Una mano grande y cálida se posó sobre la suya y se estremeció. Levantó
la mirada hacia Auric, quien, bajo las protecciones de la mesa, acarició sus
pesados y tranquilizadores dedos sobre los de ella. Le sostuvo la mirada un
largo momento y luego, demasiado rápido, el contacto desapareció y él
retiró la mano. Sin embargo, sólo metió la mano en la parte delantera de su
chaqueta y sacó el pequeño monóculo grabado con margaritas. —Toma—,
le susurró al oído. Por debajo de la mesa, le puso la delicada pieza en la
palma de la mano. La piel de ella se calentó con el calor de su tacto. —
Parece que tu matrimonio con un viejo duque anticuado te ha convertido
en una duquesa anticuada—. Le pellizcó la nariz. —Tu nuevo rango parece
haber afectado tu visión y necesitas ayuda para ver el contenido de tu
plato—, dijo con un suave humor burlón, y con ello se le escapó una
pequeña risa. La ligereza le animó el corazón al recordar que la persona que
había sido, un hombre que bromeaba y sonreía, seguía existiendo. No había
muerto aquella noche junto a Lionel. Como si percibiera sus pensamientos,
le dio un suave apretón en la mano.
Desde el otro lado de Auric, su madre dijo algo que exigía su atención.
Le dio un apretón más a la mano de Daisy y luego cambió su atención a la
marquesa.
—No es el mismo joven burlón y encantador que recuerdas de tu
pasado—, murmuró Marcus.
Daisy frunció el ceño y miró al joven vizconde, sentado a su izquierda,
sin saber cómo dar sentido a sus crípticas palabras. —Tal vez—, dijo ella
sin comprometerse a responder. Aunque en realidad, al igual que veía
rastros del nuevo hombre en el que se había convertido y que su madre no
veía, también veía destellos del niño sonriente que había sido, una figura
que Marcus ya no veía. Jugó distraídamente con el delicado lente con
incrustaciones de margaritas que Auric le había puesto en la mano. —Creo
que es importante encontrar la felicidad que todos llevamos dentro, la
sencillez de lo que una vez fuimos—, dijo para sus oídos.

~ 175 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Marcus posó las manos ante el mantel. —Me temo que si sigues
creyendo en la simplicidad de ese pensamiento, entrarás en tu matrimonio
con Auric idolatrando al niño que ha sido y no te darás cuenta del hombre
honorable y entregado en el que se ha convertido.
La misma inquietud de hace tres días, cuando Auric subió los escalones
de su casa, con una expresión curiosamente inexpresiva, la invadió. —
¿Crees que me equivoco porque elijo ver la luz y la felicidad?—, preguntó
ella, incapaz de mantener el hilo de la defensiva en su tono.
Él bajó la voz. —Creo que te equivocas porque nunca amarás de verdad
al hombre en el que se ha convertido si sigues viéndolo con los ojos de tu
pasado—. Marcus tomó su copa de champán y bebió un largo y lento trago.
El ceño de Daisy se frunció mientras trataba de ordenar aquella críptica
advertencia. —¿Hay algo que quieras decirme?— Nunca le habían gustado
los comentarios velados y las insinuaciones que le gustaban a la alta
sociedad, sino que prefería la más absoluta sinceridad.
El joven y apuesto vizconde inclinó la cabeza. —No me corresponde a
mi decirlo—. Miró el contenido de su copa casi vacía, como si estuviera
perdido en sus pensamientos. —Sin embargo, sí me corresponde
disculparme contigo.
Ella frunció el ceño. —¿Disculparte?— Marcus había estado tan
interesado en ella de joven como un pecador muestra interés en asistir al
sermón del domingo. Ese desinterés se había prolongado hasta su edad
adulta. Pero por eso nunca la había agraviado. —No has cometido ningún
agravio—, dijo en voz baja.
Un músculo saltó en el rabillo del ojo y él pareció dispuesto a decir algo,
pero entonces la sonrisa raquítica y encantadora que había agitado
demasiados corazones torció las comisuras de sus labios. —Quizá me
conozcas mucho menos de lo que imaginas—. La suya era una táctica
deliberada para cambiar la conversación a algo más seguro que la
advertencia velada que había lanzado momentos atrás.
Como nunca había participado en su conversación coqueta, sólo le
dedicó una pequeña sonrisa. Un inexplicable alivio la llenó cuando él volvió
su atención a cortar limpiamente su salmón frío. Sus palabras y
advertencias sobre Auric y ese tono ligeramente acusador que había
adoptado al mencionar su ingenuidad nublaron sus pensamientos,
robándole por completo su capacidad de comer.
Ella pasó la yema del dedo por el monóculo de Auric, recorriendo la
lente redondeada y el mango frío, firme y grabado con margaritas. Había
pasado muchos años creyéndose hastiada, cínica y desconfiada del mundo.
La pérdida de un hermano le hacía todo eso a una persona. Así que era algo

~ 176 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

humillante y casi vergonzoso que la acusaran de mirar el mundo a través de


la lente de una inocente que sólo veía el sol en la vida.
—¿Qué te tiene tan inusualmente callada?— Auric murmuró contra su
oído, llamando de nuevo su atención.
Ella se humedeció los labios y empujó la oscura y críptica advertencia de
Marcus a los rincones distantes de su mente. —Estaba pensando en lo
mucho que te a...
Auric se puso en pie tan rápidamente que su silla rozó ruidosamente el
suelo de madera. —Un brindis—, su barítono profundo y dominante
rebotó en las paredes, mientras sostenía su copa en alto.
Daisy frunció el ceño. Si no lo supiera, creería que él había intentado
deliberadamente reprimir la declaración en sus labios. Pero entonces Auric
la miró, sosteniendo su mirada. —Por mi esposa. Que siempre conozca la
paz y la felicidad.
Los demás invitados levantaron sus copas en señal de saludo.
Ella se tragó una oleada de emoción al tiempo que se le escapaban las
últimas reservas. A lo largo de los años, había llegado a no depender de
nadie y a confiar sólo en sí misma. Con la pérdida de su hermano y su padre
y la miseria de su madre, Daisy se había encontrado sola. Durante mucho
tiempo se había creído madura y capaz, sin necesitar la ayuda de nadie. Sin
embargo, con el breve pero revelador brindis de Auric, él le había recordado
que todo el mundo, en algún momento, necesitaba a alguien. Y ahora ella lo
tenía a él.

~*~
Nunca antes Auric había agradecido tanto el final de una comida, como
su desayuno de boda. Él y Daisy estaban de pie en el vestíbulo, en medio de
la multitud de invitados. Los sirvientes iban de un lado a otro con los
objetos restantes que le pertenecían a ella.
Frederick se apresuró a traer la capa verde de Daisy y la ayudó mientras
ella se ajustaba a ella con un murmullo de agradecimiento.
Las lágrimas inundaron los ojos del viejo sirviente y a Auric se le ocurrió
que, desde el fallecimiento de Lionel, el mayordomo se había convertido en
un miembro más devoto de la familia que quizá la propia madre de Daisy.
La marquesa se acercó y tomó las mejillas de Daisy entre sus palmas.
Logró esbozar una sonrisa acuosa, pero no dijo nada. En su lugar, dio unas
suaves palmaditas a su hija en la mejilla antes de volverse hacia Auric.
Tomó sus manos entre las suyas.

~ 177 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él se puso rígido ante la calidez que desprendían sus ojos grises y


azules: los ojos de Lionel. —Siempre te he querido como a un hijo, Auric.
El pozo que se había formado en su vientre desde que había registrado
las implicaciones en la boda de Daisy a pesar de los secretos entre ellos
creció hasta el tamaño de una roca. No se merecía el calor y el afecto de la
marquesa. Se aclaró la garganta, incómodo por la muestra de emoción.
Como si volviera en sí misma, la marquesa retiró las manos y dejó caer
los brazos a los lados.
—Cuidaré de ella—, dijo en voz baja. Cuidaría de ella cuando no había
cuidado del otro hijo querido de la mujer.
Los músculos de la garganta de Lady Roxbury se movieron. —Confío en
ti—, dijo en voz baja, retorciendo sin darse cuenta esa hoja de culpa aún
más profunda.
Necesitaba liberarse de aquí. Auric tendió la mano a Daisy y ella colocó
audazmente las yemas de sus dedos en los de él. Una carga de conciencia se
disparó entre ellos y él guió la mano de ella hacia su manga. Frederick se
apresuró a abrir la puerta. Las líneas arrugadas de su rostro transmitían el
pesar del hombre. Auric sospechaba que la única pizca de alegría que le
había quedado en estos años había sido la presencia de la dama aquí. ¿Qué
quedaba cuando Daisy se había ido?
Daisy dedicó una sonrisa al viejo criado. —Te echaré de menos,
Frederick—. ¿Había otra dama en todo el reino tan descaradamente buena
y amable con sus sirvientes?
El anciano parpadeó rápidamente en un intento de evitar que el brillo de
las lágrimas cayera sobre sus ojos.
—Gracias—, dijo Auric en voz baja. Por cuidar de ella cuando sus
padres no lo hicieron. Por cuidarla cuando yo les fallé a ella y a Lionel. Las
palabras se quedaron sin pronunciar.
El sirviente asintió. —Ha sido un honor, Su Gracia—, dijo, enderezando
los hombros con orgullo.
Con eso, Auric y Daisy salieron de una casa de la que se habían
despedido innumerables veces a lo largo de los años, y se adentraron en el
cegadoramente brillante día de primavera. Las grandes y blancas nubes que
llenaban el cielo azul se arremolinaban sobre el sol, tapando los brillantes
rayos. Avanzaron en un agradable silencio por la acera y se detuvieron
junto al carruaje de Auric. Un apuesto lacayo extendió una mano para
ayudar a Daisy a subir al carruaje, pero con el ceño fruncido, Auric pasó por
delante del joven y la ayudó a subir él mismo, sin comprender ese deseo
posesivo y primitivo de mantenerla sólo para él.

~ 178 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Desde su gran locura, se había enorgullecido de su practicidad y


compostura. Con Daisy, se olvidó de los años de decoro cuidadosamente
arraigados en él. Las nubes cambiaron de lugar y un rayo de sol entró en el
carruaje, congelándolo momentáneamente. Él podría ser feliz. Ellos podrían
ser felices. Tal vez ella no necesitara saber nunca la verdad de la muerte de
Lionel. Los horrores de aquella noche, la vergüenza que cargaba, eran
demasiado feos y merecían ser enterrados.
Daisy asomó la cabeza fuera del carruaje. —Bueno, ¿vienes?
Una media sonrisa le arrancó los labios y subió al interior, reclamando el
banco de enfrente. El lacayo cerró la puerta tras él. Un momento después, el
carruaje se puso en movimiento. Estaban sentados, dos personas que se
conocían de toda la vida, antes amigos, ahora casados. Su mirada se dirigió
a las peinetas de mariposa colocadas hábilmente en los rizados cabellos
castaños de ella. Se inclinó y la levantó sobre su regazo. El brusco
movimiento soltó varios rizos de seda. Estos cayeron sobre su frente.
Un grito de sorpresa escapó de ella. —¿Qué estás...?
Auric le dio un beso en la esquina de la oreja. —¿Cómo no he visto lo
que tenía delante?—, susurró para sí mismo. Tomó uno de los rizos sedosos
y lo frotó entre el pulgar y el índice, maravillado por la textura sedosa.
Ella le sostuvo la mirada, con una sonrisa trémula en los labios. —Tal
vez porque necesitabas tu monóculo—, susurró ella.
—Ah, sí—. Acomodó uno de los mechones en el peine de mariposa. —
¿Porque soy un duque viejo y anticuado?
Ella se rio. —Bueno, tal vez no anticuado.
Auric reclamó sus labios, explorando su tacto. Se le escapó un suspiro y
él se tragó ese sonido. Su lengua encontró la de ella. Daisy le rodeó el cuello
con las manos e inclinó la cabeza, como si quisiera aprovechar mejor su
boca. Él retrocedió y un sonido de protesta subió por su garganta y salió de
sus labios. Él dirigió su atención al cuello de ella, moviendo los labios sobre
el pulso que palpitaba salvajemente. Le abrió la capa y, a través de la tela
del vestido, le tocó el pecho.
La cabeza de Daisy cayó hacia atrás y gimió. —Auric—, suplicó.
Él le acarició la punta hasta que ella emitió desesperadas y jadeantes
bocanadas de aire. El carruaje chocó con un gran bache y sus cabezas
chocaron dolorosamente. Se separaron sobresaltados y luego se miraron, la
suave risa de ella se mezcló con la de él. Auric la abrazó y dejó caer la
barbilla sobre sus rizos castaños. La frotó de un lado a otro. No se merecía
este nivel de felicidad.

~ 179 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Como si percibiera sus pensamientos, Daisy se apartó. —¿En qué estás


pensando?— Pasó su mirada por su rostro. Antes de que él pudiera
responder, ella preguntó: —¿Te arrepientes de no haberte casado con Lady
Anne?
El mayor error que había cometido en su vida había sido aquella
imprudente noche con Marcus y Lionel. Tomó su rostro entre las palmas de
sus manos, forzando su mirada hacia la suya. —Te amo—, dijo él
simplemente. Casarse con Lady Anne en su lugar, y no ver lo que su
corazón siempre había sabido, habría sido el segundo mayor error. —Si
fuera uno de esos encantadores caballeros, tendría las palabras y los
sonetos que te mereces—. Pero él nunca había sido uno de esos caballeros
afables. ¿Quizás la vida se había movido de otra manera?
—No necesito palabras bonitas ni sonetos, Auric—, dijo ella, señalando
con los ojos hacia el cielo. —¿Cómo no te has dado cuenta de lo que quería?
—¿Qué era eso?—, preguntó él, con un tono rudo.
Ella le pellizcó la nariz. —Cielos, tu corazón, tonto duque.
El carruaje se detuvo ante su casa. No, la casa de ellos. El conductor abrió
la puerta principal y ayudó a Daisy a bajar. Auric se quedó mirando. ¿Se
sentiría realmente así si supiera la verdad?
Daisy le devolvió la mirada. Su sonrisa se desvaneció y ladeó la cabeza
en esa forma inquisitiva que él había llegado a conocer a lo largo de los
años. —¿Qué?
Sacudió la cabeza y saltó del carruaje. —Nada en absoluto, Su
Excelencia—. Y colocando su mano en la parte baja de la espalda de ella, la
guió hasta su casa, donde podrían encontrar juntos la paz y la felicidad que
ambos habían anhelado durante estos años.

~ 180 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 18
Daisy se sentó al borde de la cama. No su cama. Su nueva cama, enmendó
una vez más. Mirando fijamente, como lo había hecho durante la mayor
parte de la noche, el panel de madera de la puerta. No estaba del todo
segura de todo este asunto de la cama nupcial. Su madre no había hablado
mucho con ella a lo largo de los años y, desde luego, no había hablado de
asuntos tan personales. Pero Daisy sospechaba que, en la noche de bodas de
una dama, el novio no haría algo tan grosero como hacer esperar a su dama
nerviosamente desde que se había retirado a dormir.
En cuanto llegaron, un sirviente se apresuró a mostrarle a Daisy las
escaleras de su habitación. Sin embargo, Auric no había subido la gran
escalera de mármol italiano que conducía a la sala de estar. En su lugar, se
había quedado un momento al pie de la escalera, con esa expresión
inquietantemente distante en los ojos, antes de girar rápidamente sobre sus
talones y continuar por el pasillo hacia... hacia... dondequiera que fueran los
novios el día de su boda.
Se cruzó de brazos y un molesto rizo cayó sobre su ojo. Daisy lo echó
hacia atrás. Como mínimo, habría esperado que se llevara la cena con ella.
Sobre todo porque le habían enviado una bandeja a sus aposentos. No es
que tuviera muchas ganas de comer. Su estómago seguía revuelto por el
nerviosismo y todas las preguntas que tenía, preguntas que serían
respondidas esta noche.
—O preguntas que deberían ser respondidas esta noche—, murmuró en
voz baja. Con un gruñido de fastidio, se puso en pie y comenzó a caminar
por el frío suelo de madera. Seguramente, él tenía la intención de... de...
bueno, de visitarla. Por su beso en el carruaje, ella esperaba que él, con su
piel calentada, al menos estuviera ansioso por ocuparse del asunto del novio.
Daisy se acercó al bastidor de bordado que había abandonado a la
primera hora de estar tan olvidada por Auric. Lo sacó del tocador y estudió
el décimo intento de esta pieza en particular. Los hilos rojos bien podrían
haber sido una mancha carmesí indescifrable. Había trabajado en esa
maldita cosa y ella apenas podía discernir qué era el maldito diseño.
Con otro gruñido, se dirigió a la puerta y la abrió de un tirón.
Necesitaba liberarse de su nueva habitación, porque si se quedaba aquí
esperando en silencio a Auric, sólo con ella como compañía, se volvería
loca. Daisy caminó por los pasillos, inquietantemente silenciosos. Los
candelabros dorados de las paredes proyectaban un brillo inquietante
sobre la alfombra malva. Un escalofrío la recorrió y sacudió la cabeza.

~ 181 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Nunca había temido a los fantasmas y no empezaría a hacerlo ahora. Daisy


bajó las escaleras, sujetando el bastidor de bordado con una mano y
pasando la otra por encima de la barandilla.
¿Cuántas veces había visitado esta misma casa? Cuando era pequeña, le
encantaba escapar de la mirada poco atenta de sus niñeras y correr por los
largos pasillos en busca del trío de chicos. Con el tiempo, su propia madre
había sofocado esas demostraciones de entusiasmo. En cambio, Daisy se
había encargado de correr, pero no con una madre vigilante cerca.
Se detuvo en la base de la escalera y miró el elevado vestíbulo hacia el
mural pintado en la parte central del techo. Había soñado con convertirse
en la señora de esta gran casa por razones que no tenían nada que ver con la
fastuosa opulencia y el venerado título de duquesa. Simplemente quería a
Auric.
Ahora ella lo tenía. No en este preciso momento, necesariamente, ya que
había extraviado a su marido. En su noche de bodas. Sus labios hicieron
una mueca. Bueno, extraviado podría no ser la opción correcta.
Abandonada. Había sido abandonada en su noche de bodas.
Daisy siguió caminando por el pasillo hacia la biblioteca. Con sus
altísimas estanterías y su enorme colección, había sido durante mucho
tiempo una de sus habitaciones favoritas en la casa de los Duques de
Crawford. Se detuvo ante la puerta cerrada y un estremecimiento la
recorrió. Pulsó la manilla. La puerta se abrió silenciosamente. —¿Auric?—,
llamó en voz baja. Parpadeó varias veces mientras sus ojos se adaptaban al
espacio poco iluminado. Vacío. Un sentimiento de decepción la invadió.
Daisy echó una mirada por encima del hombro, considerando la posibilidad
de buscarlo. Pero no sería la novia que buscaba a su reciente esposo en la
oscuridad de la noche. Enfrentada a la alternativa de correr hacia sus
exasperantemente silenciosos aposentos, optó por la quietud de esta
habitación llena de alegres recuerdos.
Daisy entró en la habitación y recorrió el perímetro. Paseó su bastidor
sobre los volúmenes de libros de cuero. Tal vez tenía asuntos que atender.
Asuntos importantes. Toda la noche. Asuntos que le impedirían cenar con
ella. Su esposa. —Malditamente improbable—, murmuró. Daisy se dio la
vuelta con un resoplido y se dirigió al sofá de cuero con botones y se
hundió en la vieja tela. Contempló el patético intento de corazón sobre la
tela blanca y descarnada que tenía en sus manos. La mancha carmesí servía
de recordatorio burlón del corazón de cierto duque.
Atravesó la tela con la aguja. Por más que repasara en su mente las
acciones de Auric durante los últimos quince días, no podía entender sus
estados de ánimo contradictorios. En un momento le hablaba de amor y la
besaba hasta que ella no podía ni recordar su nombre. Al siguiente, se

~ 182 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

escondía de ella con una facilidad que habría impresionado a sus jóvenes
versiones hace tantos años. Siguió trabajando su aguja a través de la tela del
bordado con una velocidad nacida de la necesidad de distracción. Había un
aspecto sombrío en él y lo había sido durante los últimos siete años. Se
detuvo y estudió un momento el corazón rojo y distorsionado mientras
reflexionaba sobre las palabras de Marcus en el desayuno de bodas. En
aquel momento, se sintió insultada por el hecho de que él sugiriera que ella
era inocente e ingenua respecto a todo lo que había sucedido en la vida de
Auric, convirtiéndolo en ese hombre sombrío.
Ella sabía mejor que nadie cómo la vida y sus tragedias cambian a una
persona. Sin embargo, ahora, en la tranquilidad de la biblioteca, sin más
compañía que la de sus propios pensamientos, reconocía la verdad
evidente: no había considerado realmente cómo había cambiado Auric para
siempre aquella noche oscura. Daisy pasó la yema del pulgar por la tela.
Tanto Auric como Marcus habían estado con Lionel aquella última noche, y
cuando era una niña de trece años, escuchando fuera del despacho de su
padre, con el oído pegado al panel de madera de la puerta, había oído lo
suficiente de las palabras amortiguadas como para saber que ellos habían
descubierto el cuerpo de Lionel. Su corazón se desgarró. Cómo eso puede
moldear a una persona para siempre. ¿Era de extrañar que Auric se hubiera
convertido en el hombre severo, distante y a menudo amargado que veía la
sociedad?
Daisy volvió a tirar lentamente de su aguja a través de la tela. Sólo que se
había permitido aferrarse a los destellos del chico burlón, devoto y cariñoso
que había conocido. Hasta las palabras de Marcus, no se había dado cuenta
de la inmadurez que suponía relegarlo a un hombre sin cambios.
Independientemente de lo que la vida hubiera hecho de él, ella lo amaría.
Él siempre había tenido su corazón. Y siempre lo tendría.

~*~
Sentado en el borde del sillón de cuero con respaldo alado de su
despacho, Auric miró el reloj de caja larga a través de la habitación poco
iluminada. Era la medianoche. Dejó caer la cabeza entre las manos y se
presionó los ojos con los talones de las palmas.
Ella debería estar durmiendo ahora. Ella, o sea Daisy. Su esposa y
duquesa. No es que él prefiriera que estuviera durmiendo. No era así. La
prefería despierta. En sus brazos, bajo él, a su lado. Se preparó para la
familiar oleada de terror que tal admisión había provocado hace apenas
unos días, cuando reconoció que se había enamorado de Daisy. Pero el
~ 183 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

terror no llegó. Ni tampoco la culpa o el arrepentimiento por todos los


males que había cometido. Oh, con el tiempo sospechó que los
sentimientos familiares volverían a abofetear su conciencia. Hoy, sólo podía
ver y sentir su amor por ella.
Eso, así como su propio y maldito nerviosismo. También sintió eso. Le
hacía un nudo en el estómago y le había dificultado el movimiento durante
la mayor parte del día. Desde el momento en que vio a Daisy al otro lado de
la calle en Gipsy Hill, con el viento azotando sus rizos rojizos, le dolía el
deseo de conocerla en todas las formas en que un hombre puede conocer a
una mujer.
Y él, que se había enorgullecido de su inquebrantable valor y confianza,
se sentó solo en su despacho, en su noche de bodas, obligado a reconocer la
verdad ante sí mismo: le aterraba hacer el amor con su esposa. Después de
haberse precipitado al buscar sus placeres en aquel notorio infierno con sus
amigos como acompañantes aquella noche de hace mucho tiempo, nunca
había llevado a otra mujer a su cama. Había sido un pequeño sacrificio por
los pecados de su juventud. Ahora, deseaba saber más para poder ser,
incluso en esta unión física de él y Daisy, todo lo que ella merecía.
Con un gruñido de frustración, Auric se puso en pie y comenzó a
caminar. Sin embargo, aun deseando poder acercarse a ella como uno de
esos hábiles amantes, una parte de esto se sentía de alguna manera
correcta: saber que, de no ser por un intercambio nacido de la lujuria de un
joven hace siete años, Daisy sería para siempre la única mujer que llevaría a
su cama. Se detuvo a mitad de camino y miró la puerta cerrada. Es decir, si
buscaba su cama.
La cuchilla de la culpa se retorció aún más. No le cabía duda de que la
siempre curiosa y atrevida Daisy lo habría esperado y, a cada momento,
seguro que tenía preguntas para su inexperto marido en cuestiones de
alcoba. Si conociera a Daisy, incluso ahora estaría llena de un ardiente
fastidio por el hecho de que no hubiera ido a buscarla.
Auric respiró lenta y profundamente. La quería a ella y todas las
preguntas, la confusión y la incertidumbre podrían resolverse más tarde.
Con paso decidido, se dirigió a la puerta. La abrió de un tirón y luego
avanzó por el pasillo enmoquetado. Sus pasos cayeron silenciosamente en
el zumbido del silencio de medianoche. Pasó por delante de las puertas
cerradas del salón y de la sala de estar y se detuvo junto a un panel de
madera ligeramente entreabierto.
—Malditamente improbable...— Las palabras murmuradas salieron del
interior de la biblioteca hacia el pasillo. Sus labios se crisparon y reajustó
sus intenciones anteriores de buscar los aposentos de cierta dama y se
acercó a esa puerta parcialmente abierta. Se asomó por el pequeño hueco y

~ 184 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

entrecerró los ojos en el espacio oscuro. Sus ojos tardaron un momento en


adaptarse y, cuando lo hicieron, la encontró fácilmente.
Desde su asiento en el sofá de cuero, Daisy miró la fina muselina. Sin
tener en cuenta la oscuridad, clavó su aguja con saña en la costosa tela.
Hizo una mueca de dolor, sintiendo un sentimiento de culpa por ese objeto
inanimado en particular, que probablemente era portador del descontento
de la dama con su nuevo novio. Ella movía sus largos dedos con un ritmo
rápido y brusco. No era la primera vez que se preguntaba cuándo se había
aficionado a ese pasatiempo tan femenino.
Independientemente de cuándo, cómo o por qué, en ese momento sólo
había una certeza: Daisy no tenía por qué pasar su noche de bodas sola en
la oscura biblioteca, maltratando la austera tela blanca. Dejando a un lado
las dudas y la ansiedad que arrastraba desde el momento en que llegaron
esa tarde como recién casados, empujó la puerta y entró. —No estás
durmiendo.
Daisy chilló y se puso en pie de un salto. El bastidor de madera cayó al
suelo con un suave golpe. —Auric—, respiró. Se llevó una mano al corazón.
—Me has asustado.
La luz blanca y suave de la luna se coló por las ventanas hasta el suelo y
la bañó en un brillo etéreo. —Perdóname—, se disculpó. Se adentró en la
habitación. Su modesta y blanca prenda nocturna lo atrajo como una polilla
a la llama.
Ella se mojó los labios. —¿Debería estar durmiendo?
Él arqueó una ceja. Seguramente, ella no quería decir lo que él creía...
—Por supuesto que debería estar durmiendo a estas horas—, dijo ella
apresuradamente. —Después de todo, no puedo imaginar una sola cosa que
nosotros debamos hacer que no sea dormir—. Entonces abrió los ojos y
apretó los labios en una línea firme. Si sus mejillas se pusieran más rojas, la
cara de la dama se incendiaría.
Con mucho gusto le mostraría ahora la alternativa a la pregunta que
tenía en los labios. Auric se detuvo junto a ella. —¿Oh?—, dijo. Se agachó y
recuperó el bastidor olvidado, estudiándolo un momento. El objeto de
puntadas doradas y rojas seguía siendo indefinible y no sabía qué era lo que
su esposa pretendía plasmar con esos mismos hilos.
—Efectivamente—, dijo ella agitando sus rizos castaños oscuros y luego
sus ojos se abrieron de par en par. —Nosotros—, soltó.
Una sonrisa se dibujó en sus labios.

~ 185 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Es decir, lo que pretendía decir es que no puedo imaginar una sola
cosa que deba hacer que no sea dormir. No dormir contigo—, añadió ella,
parloteando.
Él se mordió con fuerza el interior de la mejilla para no reírse, sabiendo
que ella creería que se estaba riendo de ella.
Por desgracia, Daisy a menudo lo conocía mejor que él mismo. Ella
entrecerró los ojos. —¿Te estás riendo de mí?
Auric endureció sus facciones y extendió las manos. —Te conozco lo
suficiente como para no hacer nunca algo tan escandaloso—, dijo con
pulcritud.
Daisy le arrancó el bastidor de los dedos. —¿Algo escandaloso?— Puso
una mano en la cadera. —Como por ejemplo, evitar a la propia esposa.
Nada menos que en su noche de bodas—. Entonces, un destello muy
decidido y enfadado parpadeó en sus ojos e hizo sonar las campanas de
alarma.
Sólo Daisy se atrevería a hablar con tanta franqueza sobre su falta de
atenciones esta noche. Y una vez más, deseó ser uno de esos encantadores
pícaros con un millón de palabras preparadas. —¿Supongo que estás
enfadada conmigo?—, preguntó en tono apaciguador.
Eso sólo sirvió para que su mujer bajara las cejas del todo. —¿Sabes,
Auric?— Oh, Dios, el tono apaciguador nunca había sido el más adecuado
con ella. —Estoy bastante enfadada contigo—. Ella dio un paso furioso
hacia él y él retrocedió. —He estado sola. En mis aposentos. Por mi
cuenta—. Sí, ese era más bien el significado de la palabra solo. Sin embargo,
no sería conveniente señalar tal cosa. Más precisamente, no en este
momento en particular.
Ella realmente merecía una explicación. Su cuello se calentó de
vergüenza. —Daisy—, dijo. Buscó las palabras a tientas, pero se quedó con
la vergonzosa verdad. A pesar de todas las mujeres que ella imaginaba que
él había llevado a su cama, salvo una mujer sin nombre en su juventud,
nunca había habido otra.
—¿Sí?—, susurró ella.
Tampoco habría nunca otra, sino ella. Él tiró de sus solapas. —Yo...—
Ciertamente no pudo decir —oh, verás que sólo he estado con otra mujer
en mi vida y había sido una mujer ligera de faldas, y no tú, la mujer que
capturó mi corazón entre una excursión sin acompañante a Gipsy Hill y
una visita vespertina en ese Salón Azul.
—Eso no es todo, esposo—. Esa palabra lo envolvió, rodeándolo con la
absoluta rectitud de la misma. Ella golpeó su bastidor de bordado en su
pecho. —¿Me estás escuchando?
~ 186 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Él gruñó. No. —Sí—, mintió.


—Tampoco deberíamos estar simplemente durmiendo, Auric—. Se
quedó quieto. ¿Qué sabía ella de lo que debían hacer? —¿Me has oído?—
Daisy lo pinchó de nuevo con el bastidor de madera. La aguja que colgaba
de la tela atravesó la tela de su chaqueta. —No conozco todos los
detalles—, dijo ella del modo en que un agente de Bow Street podría
discutir los términos de un caso. —Pero ciertamente he averiguado lo
suficiente.
—Los detalles—, respondió él. Lo cual sólo evocó todo tipo de detalles
que terminaron con Daisy de espaldas en el sofá de cuero con las faldas
recogidas en la cintura. Un gemido retumbó en su pecho.
—Sí—. Ella dio un respingo a sus rizos. —Los detalles.
No debería preguntar. Realmente no debería. Los años de conocerla le
habían enseñado eso. —Y sólo... eh, ¿de dónde has sacado esos detalles?
Un rubor creciente tiñó sus mejillas. —Realmente no importa—, dijo
rápidamente. Demasiado rápidamente. De una manera que sugería que las
lecciones y los detalles impartidos no habían llegado de la mano de una
madre adecuada, como debía ser.
Por Dios, él mataría al infiel que le había llenado los oídos con palabras
de seducción y se atrevía a poner sus manos sobre lo que le pertenecía. Ella
siempre le había pertenecido, aunque se lo negara a sí mismo. —Daisy—,
exclamó. Contó en silencio hasta cinco para tener paciencia.
Ella levantó los hombros encogiéndose de hombros. —Oh, muy bien.
Lecciones de ganadería y procreación del Sr. Fenerson.
Seguramente, ella no había dicho... Oh, Dios, reírse sería la mayor de las
locuras. Se fijó en la coronilla de sus rizos oscuros para no mirarla con la
cara arrugada en profunda seriedad y se concentró en su respiración. —
Lecciones de Ganadería y Procreación...
—Del Sr. Fenerson—, interrumpió ella, moviendo la cabeza de arriba
abajo con un rápido movimiento de cabeza. —Sí. Y fue muy esclarecedor—.
Probablemente resultaría perfectamente esclarecedor para las ovejas, las
vacas y los caballos. —¿Lo fue?—, preguntó él, incapaz de acallar lo
divertido de su tono. Sin duda, no sería útil en cuestiones de amor entre
criaturas de dos patas.
—Oh, sin duda—, dijo ella con otra pequeña inclinación de cabeza. Un
mechón de pelo oscuro le cayó sobre la frente. Se lo apartó.
Ella realmente no necesitaba explayarse. Ambos estarían mucho mejor
si ella...

~ 187 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Se explayara. —Explicaba sobre los instrumentos necesarios...


—¿Instrumentos?—, su voz surgió entrecortada por la risa dolorosa.
Ella abrió los ojos. —Auric Kinsley Richards, te estás riendo de mí—. No
de ella en sí, pero sospechaba que esa ligera distinción no supondría una
gran diferencia para su fogosa esposa. Por la furia que se reflejaba en sus iris
marrones, la dama se sintió bastante ofendida por su falta de protestas.
—En absoluto—, dijo él, tardíamente y demasiado tarde.
—Humph—, dijo Daisy marchando a su alrededor, con su miserable
trabajo de bordado en la mano.
Auric cerró el espacio entre ellos en dos largas zancadas. Le puso la
mano suavemente en el antebrazo, impidiendo que avanzara. A través de
los ojos abiertos, ella miró los dedos de él envueltos en su persona con el
ceño fruncido, y luego la pequeña indicación de su disgusto se levantó
cuando sus labios se separaron ligeramente. Con nada más que el silencio
sobre ellos, la rápida inhalación de su respiración resonó en la quietud.
Él apartó el bastidor del bordado y le puso la otra mano en el cuello. —
No me estaba riendo—, ronroneó, dándole un beso en la boca. Los
párpados de ella se agitaron salvajemente. —Bueno, tal vez me estaba
riendo—. Él movió sus labios hacia la esquina opuesta de su boca. —Pero
no de ti—. Sus bocas se encontraron en un beso exploratorio. —Nunca de
ti, Daisy.
Sus labios temblaron bajo los de él. —De mi falta de experiencia
entonces—, susurró ella cuando él bajó los labios por su cuello. Él separó
su modesta prenda y depositó un beso en la turgencia de sus pechos. Ella
gimió.
—Eso nunca. Te tendré inocente—. La habría tenido de cualquier
manera, pero habría destruido una parte de él al saber que otro había
conocido los perfectos contornos de su cuerpo generosamente curvado.
Auric la atrajo contra el pliegue de sus muslos, acercándola a su dura y
dolorosa carne. Le tocó el pecho a través de la tela del camisón y jugó con el
botón. Éste se estremecía bajo sus atenciones.
Un pequeño gemido, sin aliento, se le escapó de los labios y ella volvió a
acercarse a él. —M-me imagino que un hombre como tú tiene una e-
experiencia sexual ilimitada—. Mordisqueó suavemente su cuello. —C-
con...
Ella pensaba mal. —¿Con?— respiró contra el lugar donde su pulso
golpeaba su conciencia de él.

~ 188 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—N-no puedo pensar cuando tú...— Un sonido, medio grito, medio


gemido, acabó con el resto de sus palabras. Se apretó contra él como si
intentara unir sus carnes.
Auric la tomó entre sus brazos como había deseado hacer pero se había
negado a sí mismo. Lo que antes estaba mal por lo que ella era y por todo lo
que había entre ellos, se convirtió en lo correcto por todas las razones que
importaban. —Te amo—, susurró él mientras la llevaba a través del umbral
de la puerta y por los silenciosos pasillos.
Ella le acarició la mejilla. —Yo también te amo—. Daisy capturó su labio
inferior entre los dientes. —Deberías bajarme—. Antes correría por las
calles de Londres, bramando como un loco. Ella le dio un codazo en el
costado. —He dicho...
Él gruñó cuando su afilado codo chocó con sus costillas, pero continuó
su camino hacia delante por los pasillos. —No.
Cuando llegaron a la base de la escalera, ella se contoneó en sus brazos
hasta que él se vio obligado a detenerse o arriesgarse a dejarla caer. Auric se
detuvo, con un pie en la base de la escalera. —¿Sí?—, preguntó con mucha
menos paciencia de la que sentía.
—Realmente deberías dejarme bajar—. Meneando las caderas de un lado
a otro, ella siguió moviéndose entre sus brazos.
Él apretó los dientes. —Maldita sea, estoy tratando de ser romántico—.
Y ahora él había dicho maldita sea. —Maldito infierno—, murmuró. Y
ahora había dicho —maldito infierno.
Sus labios se separaron en una mueca de sorpresa.
—Ahora, ¿si puedo seguir llevándote por las escaleras?— No había
subido más de tres escalones.
—No—, negó con la cabeza contra su pecho. —No, no puedes.
Auric apretó los ojos cerrados un momento. —Por el amor de...
—Estoy demasiado regordeta—, soltó ella y luego se calló de inmediato.
Daisy, a la que nunca le faltaban las palabras, que parloteaba cuando estaba
nerviosa, se quedó de repente callada. Ah, Dios. ¿Es así como se veía a sí
misma? ¿Cómo no se daba cuenta de que con su figura y sus pecas era más
cautivadora que cualquiera de esas malditas estatuas creadas para la
mismísima diosa griega Atenea? Le acarició la mejilla y le volvió la cara
hacia la suya. —¿Daisy?
Ella evitó cuidadosamente sus ojos. —¿Sí, Auric?
—Eres perfecta en todos los sentidos—. Y no por primera vez, deseó ser
capaz de decir todas las palabras que ella merecía. —Eres...

~ 189 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—No soy rubia—, cortó ella, inclinando la barbilla hacia arriba en un


atrevido desafío.
Él arrugó el ceño. ¿De qué hablaba?
—No soy rubia y no tengo rizos de oro y no sé coser y soy bastante
horrible con el pianoforte.
Ahh. Por fin, tenía sentido. Lady Anne Stanhope. ¿Cómo podía Daisy no
ver que la quería a ella y sólo a ella? Auric no dijo nada durante un largo
rato. En cambio, la llevó por el resto de las escaleras y por el pasillo hasta
sus habitaciones. Se detuvo junto a las puertas de su habitación y luego se
dirigió al dormitorio de ella.
—No hace falta que digas nada, ¿sabes?—, le aseguró mientras él abría
la puerta de un empujón y luego la cerraba con el tacón de la bota. La llevó
a la cama y luego la dejó ir, cayendo sobre el colchón de plumas de felpa. —
Oomph—. Otro rizo marrón cayó sobre su ojo.
Auric se colocó sobre ella. —Nunca he deseado a otra como te he
deseado a ti—. Y era cierto. A pesar de su celibato durante tantos años,
nunca había deseado a una mujer como lo hacía con Daisy. Se colocó a su
lado y le pasó el mechón recalcitrante por detrás de la oreja. —Nunca he
amado a Lady Anne—, dijo en voz baja. Tampoco le importaba hablar de
una mujer que nunca pudo, ni podrá, rivalizar con Daisy en belleza y valor.
Daisy tiró de la colcha de seda con los dedos. Estudió sus propios
movimientos distraídos como si trabajara una obra maestra en la tela azul
pálido. —Debo confesar que estoy un poco nerviosa por ti...— Ella se
sonrojó. —Usando algún tipo de instrumento, como mencionaba el
manual.
Una oleada de ternura se abalanzó sobre él. Dios, cómo la amaba. Auric
atrajo su cuerpo rígido contra él y luego la guió suavemente hacia la cama.
Se puso de lado y rozó con los nudillos la piel suave y satinada de su mejilla.
Ella se inclinó hacia su tacto como un gatito que busca el calor de su amo.
—Aprenderemos juntos, Daisy—, dijo él en un tono tranquilo y silencioso.
Sus palabras hicieron que sus pestañas se abrieran. Ella lo miró, con mil
preguntas en sus ojos marrones. Auric dejó caer un beso sobre su frente,
aspirando el toque de agua de lavanda que se pegaba a ella, con un aroma
embriagador. Sin dejar de mirarla, se quitó el corbatín y el chaleco.
Mientras se desvestía, con toda su audacia, Daisy captó cada uno de sus
movimientos. El deseo le recorrió. Una necesidad hambrienta de hacerla
suya, ahora. Él se inclinó y se quitó la chaqueta, y luego la tiró a un lado. La
camisa siguió su ejemplo. Con una lenta respiración, bajó por encima de
ella, enmarcándola entre sus brazos. —Yo—, se aclaró la garganta. —Sólo
he estado con una mujer—. Se preparó para la sorpresa en los ojos de ella.

~ 190 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

En lugar de eso, ella inclinó la cabeza en un ángulo entrañable y lo miró.


Una sonrisa tembló en sus labios. Abrió la boca para hablar y luego su
sonrisa de satisfacción se desvaneció. —¿La amabas?— Su pregunta surgió
como un susurro vacilante.
Sus palabras tuvieron el mismo efecto que si lo hubieran mojado con un
cubo de agua helada del Támesis. La pregunta inocente, la suposición más
probable de su esposa. Rodó sobre su espalda y miró el mural de un
bucólico escenario campestre pintado en azules, verdes y rosas pálidos en
el centro del techo. Auric se fijó en la mancha blanca. ¿Cómo podía hablarle
a Daisy de alguna parte de esa noche? Una mujer a la que había pagado
monedas por la oportunidad de acostarse en sus brazos y perderse en los
placeres de su cuerpo. Se tapó los ojos con un brazo. Cuánto le había
costado aquella noche... y tantas otras.
Las sábanas crujieron cuando ella se acercó a él. Su suave toque de
pluma se posó sobre él. —¿Auric?— Se puso rígido ante la delicadeza de su
tacto, sin merecer esa cálida caricia.
Bajó el brazo a su lado. —Era una mujer ligera de faldas—, dijo al fin.
Un rubor sordo subió por su pecho, por su cuello y luego por su cara. Se
pasó una mano por los ojos. Seguramente eran la única pareja casada en
todo el maldito reino que hablaba de prostitutas en su noche de bodas.
—Ya veo—. Pero su tono y la forma en la que frunció la boca de forma
contemplativa indicaban que no veía en absoluto.
Sabiendo que no podría aplastar el resto de sus preguntas a menos que
fuera sincero, Auric dijo: —Daisy, sólo he conocido a una mujer antes de ti.
Si hubiera sabido que estarías tú, y…—, señaló entre ellos, —esto.
Nosotros—, corrigió. —Nunca la habría buscado. Pero no puedo deshacer
esa noche—. Una oleada de emoción se alojó en su garganta y tosió en un
intento de alejar la culpa y el dolor y, en cambio, centrarse en lo correcto de
él y Daisy. El colchón se hundió cuando ella se arrodilló a su lado y luego
deslizó su mano en la de él. Él se quedó mirando sus dedos entrelazados, la
palma más pequeña y delicada de ella contra la más grande de él. Tan
diferentes y, sin embargo, perfectamente emparejados. —Todo lo que sé es
que te amo y te deseo, y que no me pasaría la noche hablando de otras m...
Daisy se inclinó y lo besó.

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 19
Mientras Daisy besaba a Auric, una ligereza etérea llenaba su pecho.
Sólo había habido otra mujer antes que ella. Y aunque aborrecía a la
desconocida sin rostro y sin nombre, se deleitaba al saber que, de no ser por
esa otra, él le pertenecería de esta forma tan íntima.
Él la rodeó con sus brazos y, mientras la acercaba a su pecho, deslizó su
lengua en el interior y se acopló a la de ella en un ritmo dulcemente erótico.
Daisy siguió con audacia sus movimientos. Un gemido le subió a la
garganta y él se llevó a la boca ese sonido desesperado de deseo.
Daisy buscó entre ellos la mano de él y, al encontrar sus dedos, se los
llevó a los pechos como había deseado que la tocara desde la biblioteca
hacía unos momentos. Con un pequeño gemido, ella dejó caer la cabeza
hacia atrás cuando el fuerte calor de la palma de la mano de él irradió a
través de la fina tela.
Él se agitó. Sus ojos azules se nublaron y la miró con una expresión
inescrutable.
Daisy se puso roja de vergüenza por su atrevimiento. —¿No debería?
¿No debería...?
Auric le puso un dedo en los labios, silenciando sus palabras. —
Deberías—. Luego, con movimientos rápidos y seguros, la despojó de su
bata nocturna. La arrojó a un lado, donde aterrizó en una ondulación
blanca sobre su pila de ropa. —Cualquier cosa entre nosotros está bien,
Daisy—. Su barítono profundo y melifluo cayó en cascada sobre ella y
todos los vestigios anteriores de vergüenza fugaz desaparecieron.
Lentamente, él le quitó el camisón, pero la hilera de botones a lo largo de la
espalda de la modesta prenda se enganchó en su pelo.
El jadeo de Daisy fue tragado por la maldición de Auric. Una sonrisa le
hizo cosquillas en los labios cuando él se puso a trabajar para desenredar
sus rizos sueltos de los botones. Hizo un gesto de dolor cuando él tiró con
demasiada fuerza. —Permíteme—, dijo ella y alargó la mano. Sus dedos se
rozaron.
—Lo tengo—, murmuró él, y un momento después la presión disminuyó
al liberar los mechones. Con movimientos más precisos, desabrochó
cuidadosamente la interminable hilera de botones. Sus largos dedos
temblaban a lo largo de la piel de ella insinuando su nerviosismo, y todo su
corazón cayó en sus manos. —Estoy haciendo un espectáculo bastante

~ 192 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

patético—, susurró él contra sus labios mientras reclamaba su boca en otro


beso.
Daisy inclinó la cabeza para recibirlo mejor. —No...— Él bajó los labios
a su cuello. —No lo h-haces.
—Desearía acercarme a ti con la gracia y la seguridad que te mereces,
Daisy—, dijo suavemente, bajándola sobre el colchón. Se movió sobre ella
una vez más.
Ella prefería que se acercara a ella tal y como era. —Te amo tal y como
eres—, maulló ella. Sus dedos se agitaron con el deseo de tocar el pecho
poderosamente musculoso de él, cubierto por una capa de rizos muy
apretados. Daisy acarició el disco plano de su pezón. —Qué diferente—, se
maravilló. Donde él era duro, ella era suave.
Auric bajó la cabeza y capturó la punta de su pecho entre sus labios.
Daisy jadeó. Apretó las manos en sus mechones castaños y lo acercó a su
pecho para que él no dejara de adorarla mientras lo hacía. El deseo lamía
sus sentidos, haciendo retroceder el pensamiento lógico, de modo que todo
lo que era capaz de hacer era sentir. Su cuerpo ardía de dentro a fuera en un
calor abrasador. Él se burló del capullo hasta que el calor se instaló, caliente
y pesado, entre sus piernas.
—Au-Auric—, gimió ella cuando él cambió su atención al otro pecho,
acariciando la punta descuidada con su tierna atención. Daisy agitó la
cabeza sobre el colchón, arrugando sin remedio la tela de la colcha y sin
importarle nada más que el hambre de su cuerpo por él.
Él se apartó de ella y ella gritó, rozando con los dedos su espalda en un
intento de acercarlo, pero él se resistió. Excepto que él sólo se quitó las
botas y las tiró al suelo, donde cayeron con un fuerte golpe. Daisy se
levantó sobre los codos y lo observó con los ojos muy abiertos cuando sus
dedos se dirigieron a sus pantalones. Sus miradas se cruzaron y se
mantuvieron mientras él se los bajaba.
Se le secó la boca cuando parte de su deseo anterior fue sustituido por
un repentino nerviosismo. Echó un vistazo hacia abajo para ver el
instrumento de él... y se atragantó. Era enorme. La carne roja y enfadada
brotaba orgullosa de una mata de rizos castaños. Y tampoco era en
absoluto lo que el manual del Sr. Fenerson había sugerido. —¿Qué vas a
hacer con eso?— Su pregunta surgió confusa. Al parecer, el ganado y los
hombres eran diferentes, muy, muy diferentes. Maldito sea el Señor
Fenerson y su manual tan engañoso.
Auric se arrastró hacia ella en la cama. —Todo irá bien—, murmuró, y le
besó la comisura de los labios. —Confía en que no te haré daño—. Él bajó
la cabeza a su pecho una vez más y luego tiró de la punta hinchada hasta
que parte de la ansiedad se filtró de su cuerpo. Entonces tocó los rizos que
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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

ocultaban su feminidad y las caderas de ella salieron disparadas de la cama.


El aire la abandonó en un siseo mientras él deslizaba un dedo en su húmedo
calor. Ella abrió las piernas, permitiéndole un mejor acceso a su palpitante
centro.
Él introdujo otro dedo, y una necesidad caliente y pesada ardió en su
interior, un deseo de conocer la sensación de él. Ella se mordió el labio
inferior con fuerza, y sus pestañas se cerraron mientras él la penetraba con
sus dedos. El placer surgió de esa parte íntima que él acariciaba, pero como
una conflagración, el dolor del deseo era tan intenso que el placer se
confundía con el dolor, y se extendía por todos los rincones de su ser hasta
que temió astillarse en un millón de pedacitos que nunca podrían volver a
unirse.
Daisy percibió vagamente cómo él desplazaba su alto y poderoso cuerpo
sobre ella. Quitó los dedos. Ella gimió por la pérdida, su cuerpo pedía a
gritos un alivio que había sentido tan cercano. Él se acomodó entre sus
piernas y apoyó su gran eje contra los húmedos rizos que ocultaban su
feminidad. Ella esperaba sentir algún tipo de pudor o vergüenza de
doncella ante la desvergonzada respuesta de su cuerpo a él. Porque las
damas seguramente no gritaban ni gemían con este deseo licencioso, y sin
embargo, no podía dejar de responder a su tacto como no podía dejar de
respirar.
Los músculos de la garganta de él se movían, ese sutil movimiento de
arriba a abajo insinuaba el delgado hilo de control que él conservaba. Ella
levantó la mirada entrecerrada y contempló los planos escarpados de sus
mejillas duras y cinceladas. Gotas de sudor salpicaban su frente. Auric
apretó los ojos con tanta fuerza que un músculo le hizo un tic en la
comisura del ojo derecho. Su rostro tenso tenía esa misma mezcla de placer
y dolor, que ella misma conocía. Daisy se puso rígida cuando él se apretó
contra ella, tensándose por reflejo.
Sus ojos se abrieron de golpe. —No quiero hacerte daño—, dijo, con la
voz ronca por la emoción, mientras proseguía moviéndose más
profundamente.
Su cuerpo lo acogió lentamente en su estrecho canal. —E-eso es
bueno—, dijo ella con una sonrisa. —Porque yo t-tampoco quiero que me
hagas d-daño.
Una sonrisa se dibujó en una de las comisuras de sus labios y en ese
momento se transformó en el joven tranquilo y despreocupado que había
conocido antes, y ella dejó de lado el nerviosismo y se limitó a sentir.
Cerró los ojos cuando él metió la mano entre ellos y encontró el
resbaladizo nudo de su centro, jugueteando con él. La habitación resonaba
con sus rápidas respiraciones unidas en un ritmo fuerte y áspero. Daisy se

~ 194 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

movió contra su mano, desesperada por estar más cerca, lo que le llevó más
adentro.
—Detente—, le ordenó él con brusquedad. Una sola gota de sudor
corrió por su mejilla.
Sin embargo, su cuerpo sufría con la conciencia palpitante de su dureza,
dentro de su apretado calor, y continuó ondulando contra él. Ella se elevó
más y más, acercándose a una peligrosa cresta que temía y a la vez ansiaba...
Auric flexionó sus caderas.
Un grito salió de sus labios ante la repentina e inesperada sensación de
que él la llenaba por completo. Ella cerró los ojos con fuerza, fijándose en
los restos persistentes de esa casi gloria de la que había estado tan cerca.
—Lo siento mucho, Daisy—. Aquella disculpa ronca salió como
arrancada de algún lugar profundo.
—Está bien—, le aseguró ella, mintiendo a través de sus dientes
apretados. Él era duro y palpitante y demasiado enorme para ella. Ella sabía
que el Sr. Fenerson se había equivocado. Ninguno de esos instrumentos de
los que había escrito podía encajar de la manera que él había sugerido.
Ahora lo sabía.
Auric capturó sus labios bajo los suyos y ella le devolvió el beso. Él
deslizó su lengua y los zarcillos de calor se desplegaron en su vientre una
vez más. Mientras tanto, él seguía trabajando con su mano como lo había
hecho antes, cuando ella había estado tan cerca de una especie de explosión
magistral que no había entendido. Entonces él empezó a moverse. Ella se
preparó, pero parte de la incomodidad desapareció y un creciente dolor de
deseo se extendió, llenándola de nuevo. Daisy arqueó las caderas, pero esta
vez no sintió dolor, sino una pizca de incomodidad que fue rápidamente
sustituida por la sensación de placer que le producía el movimiento en su
interior. Lo miró. Sus ojos estaban fuertemente apretados, como si
estuvieran concentrados. El sudor le cubría la frente. Ante la evidencia de
su férreo control, una sonrisa temblorosa le hizo subir los labios. Auric, con
su título, su poder y su riqueza, podría haber elegido a cualquier dama de
todo el reino y, sin embargo, la había elegido a ella. Él le pertenecía a ella. Y
ella a él. Por fin. En todos los sentidos, en todas las formas, para siempre. Su
corazón se hinchó de amor y le acarició la mandíbula tensa.
Su suave caricia le hizo abrir los ojos. —Te amo—, dijo él con voz ronca.
Le dijo las palabras que ella había anhelado oír de él durante los últimos
diez años. Por un momento, una ola de emoción la recorrió, consumiendo
su intensidad. —Yo también te amo—, susurró ella, y luego correspondió a
sus lentas y profundas embestidas, y todo desapareció excepto la sensación
de que se unían como una sola cosa, de una manera que ella nunca había

~ 195 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

imaginado que pudieran unirse dos almas. Él cerró la boca sobre el pico de
su pecho y un grito quejumbroso se escapó de sus labios.
Estaba cerca. Tan cerca. Y entonces se rompió en un millón de pequeños
fragmentos y el éxtasis la invadió mientras cabalgaba cresta tras cresta de
una explosión de sensaciones y sentimientos que adormecían la mente.
Auric se puso rígido sobre ella y luego, con una última flexión de sus
caderas, se derramó, llenándola con su semilla.
Con un gemido, se desplomó sobre ella. Ella lo rodeó con los brazos y
acarició con los dedos la amplia extensión de su espalda. Una pequeña
sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios. Auric se apartó de ella y se
puso de lado. Ella lamentó la pérdida de la cercanía de su cuerpo, pero él la
atrajo hacia la curva de su brazo. Pasó una mirada preocupada por su
rostro. —¿Te he hecho daño?
—Sólo un poco, y ya no—, se apresuró a asegurarle.
Él dudó, y ella lo miró escudriñando, conociendo los sutiles matices de
su cuerpo lo suficiente como para saber que había algo más que él deseaba
decir. —¿Estabas... Tú lo...?— Un apagado rubor marcó sus mejillas.
Su corazón se hinchó aún más de amor al darse cuenta de su pregunta.
—¿Cómo puedes dudar de que no lo disfruté?—, murmuró ella contra sus
labios. —¿Y sabes qué, Auric?
—¿Qué?
—Eso no se aprende en un manual—. Ella le guiñó un ojo.
Una carcajada retumbó en el pecho de él y luego se fundió con sus
propias risas sin aliento. Con un suspiro de contención, se acurrucó contra
él y, por primera vez en siete años, conoció la paz. Durante tantos años lo
había amado con el corazón de una niña. Ahora lo amaba de todas las
formas en que una mujer podía amar a un hombre. Nunca había necesitado
una baratija de gitano para capturar lo que había anhelado durante los
últimos diez años... el corazón de Auric.

~ 196 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 20
La tarde siguiente, Auric se sentó detrás de su inmaculado escritorio de
caoba. Tamborileaba con la punta de su pluma hacia adelante y hacia atrás
sobre su diario abierto, tal y como había hecho durante la mayor parte de la
mañana y ahora a primera hora de la tarde.
Había sido inevitable. Por fin, la culpa amenazaba con consumirlo. Dejó
la pluma y hojeó las páginas del leal volumen de cuero. Auric hojeó las
páginas que contenían sus listas de pretendientes para Daisy, todos
hombres a los que odiaba sólo por haber sido hipotéticamente señalados
como esposos para ella. Siguió pasando las páginas y luego se congeló. Se le
apretaron las tripas y metió el dedo en medio de la página.
Maté a su hermano. Aquellas cuatro palabras tintadas en negro lo miraron
fijamente y se concentró en ellas tan intensamente que las marcas de la
página se desdibujaron ante él.
Había un millón de razones por las que no debería haberse casado con
ella, pero la hoja no necesitaba tener más razones que esa. Pasó la página y
estudió las otras cartas que había escrito.
Querido Lionel,
Te prometo que me casaré con ella. Porque ella ha sido descuidada y desatendida
durante mucho tiempo. Sé que necesita protección. Y también, que su vida es muy
solitaria y triste.
Es extraño, cuando anotó todas las razones para casarse con Daisy, en
su altivez ducal, pensó en ella en términos de responsabilidad, negando la
verdad muy real y muy obvia: la amaba. Esas palabras pertenecían a esa
hoja inútil que había confeccionado apresuradamente ante la insistencia de
Wessex.
Con una maldición, Auric pasó rápidamente las páginas una y otra vez,
leyendo frenéticamente, y finalmente se detuvo en las palabras acusadoras
escritas con su propia mano: —Maté a su hermano—. ¿Acaso las razones para
casarse con Daisy superaban el papel que había desempeñado en la muerte
de Lionel?
El sentimiento de culpa se agolpó y se retorció en su estómago y se
quedó con la mirada perdida ante la maldita confesión. Le debía la verdad.
No después de su matrimonio, sino antes, cuando ella habría decidido si
podía dejar de lado los crímenes de su juventud, perdonarlo y amarlo,
aunque no mereciera ese amor. Se había aferrado al fugaz momento de

~ 197 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

locura en el que había asumido que lo que había sucedido en los Siete
Diales podía permanecer enterrado.
Cuando llegó la mañana, debió levantarse y compartir con ella cada
oscuro y sórdido detalle de aquella noche. Porque aunque era una dama,
como hermana de Lionel, y más, esposa y amiga de Auric, le debía la verdad.
En lugar de eso, salió corriendo de su cama, dejándola roncando,
acurrucada en un ovillo de satisfacción, y trató de poner cierta distancia
entre ellos.
Dejó el diario en la esquina de su escritorio y se pasó una mano por los
ojos. Wessex había sostenido que Auric no había tenido la culpa. Sin
embargo, él sabía la verdad. Sin embargo, cuando ella había sido
simplemente Daisy, la hermana menor de Lionel, compartir detalles que
acabarían destrozando su corazón nunca había sido algo que él
pretendiera. Durante todos estos años, la había visto como una
responsabilidad, una deuda que había que pagar, una obligación contraída
con su amigo más cercano. La verdad no era apta para los oídos de una
joven. Empujó su silla hacia atrás con tanta fuerza que raspó el suelo de
madera. Inquieto, se puso en pie y se acercó a la chimenea vacía. Se quedó
mirando la fría y oscura rejilla.
Todo había cambiado tan rápidamente que no se había permitido
considerar las ramificaciones de amarla o, peor aún, de casarse con ella.
Había demostrado el mismo egocentrismo que lo había llevado a él, un
entonces aburrido y joven estudiante universitario, a un infierno sórdido al
que no pertenecía ninguna persona decente o indecente. Auric metió la
mano en la parte delantera de su chaqueta y sacó el monóculo que llevaba
cerca de su corazón. Sostuvo la delicada pieza en la palma de la mano, el
frío metal grabado en margaritas desde aquel día en que había dejado de ver
el mundo en tonos dorados y sólo veía a Daisy, para siempre Daisy.
—Aquí estás.
Su suave contralto lo congeló en su lugar. Había una timidez, una
vacilación, en su tono que él nunca había conocido de ella, pero entonces,
¿no había tantas partes de cada uno que ambos no conocían?
Auric controló sus rasgos y se dio la vuelta. —Daisy—, saludó,
guardando el monóculo en su lugar familiar junto a su corazón. Ella se
quedó en la puerta, sosteniendo su bastidor de bordado cerca del pecho.
Esbozó una reverencia.
Un pequeño ceño fruncido marcó sus labios carnosos. Unos labios que
le trajeron todo tipo de recuerdos perversos de cómo se había sentido en
sus brazos, y de cómo anhelaba enterrarse en ella una vez más y... —
¿Acabas de hacer una reverencia?

~ 198 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Sus palabras recordaban inquietantemente a aquella noche, no hace


mucho, en el salón de baile de Lady Harrison.
—Sí, una reverencia—. Él enarcó una ceja. —Una expresión general que
se practica al saludar cortésmente.
Parte de la tensión pareció abandonar sus hombros y ella se adentró en
la sala, deteniéndose a varios pasos de distancia. —Ah, sí. La siempre
importante reverencia que suele ir precedida de una cortés inclinación.
Un silencio espeso y prolongado se produjo entre ellos. Nunca se habían
quedado sin palabras, hasta ahora. Él se aclaró la garganta, repentinamente
incómodo. —Confío en que hayas dormido bien.
—Oh, sí, muy bien—, se apresuró a interrumpir ella y entonces sus
mejillas se encendieron. —¿Y tú...?
—También bien—. Auric cruzó las manos detrás de la espalda y se
balanceó hacia adelante sobre las puntas de los pies.
Ambos se quedaron callados, una vez más.
Daisy bajó los brazos a los lados y golpeó su bordado contra la pierna.
—No estabas allí—, soltó. —Esta mañana, cuando me levanté, y entonces
esperaba que desayunaras conmigo, es decir... porque es por la tarde y
seguramente ya has desayunado y...— Apretó los labios en una línea.
Ella quería saber por qué la había dejado, otra vez. Díselo. Dile todas las
verdades y falsedades entre ustedes. Seguramente, ella podría perdonarlo.
Pero, ¿cómo iba a perdonarlo ella, si él nunca podría perdonarse a sí
mismo? —Tenía asuntos de los que ocuparme—, dijo en su lugar. Lo cual
no era del todo falso. Había un gran número de asuntos y responsabilidades
que tenía que atender. Sin embargo, esos asuntos no tenían ni de lejos la
importancia de tener prioridad sobre ella.
—Oh—, dijo ella. Señaló el sofá. —¿Puedo acompañarte?
—¿Acompañarme?—, respondió él, siguiendo su mano gesticulante. —
Por supuesto—, dijo él.
Con una sonrisa, Daisy se acercó al asiento, con el bastidor de bordado
en la mano. Rápidamente se sentó y procedió a pasar la punta de su aguja
por la tela blanca. Él la estudió un largo momento, con la cabeza inclinada
sobre su trabajo, y algo lo atrajo. Con sus faldas azules y su silencio de
compañía, ella presentaba un cuadro bucólico que él no se había permitido
creer para sí mismo. Había imaginado una vida en la que se casaba con una
señorita inglesa que sería una duquesa suficiente, pero en la que ningún
vínculo emocional verdadero los unía.
Y todo el tiempo, Daisy había estado allí.

~ 199 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Paz. Esta era la paz que no se había permitido creer posible. No para él.
Sólo que, en el momento en que ella lo supiera todo, todo esto se
desvanecería.
Ella se levantó de su trabajo y lo miró interrogativamente, sacándolo de
su ensueño. Él volvió a su escritorio, el diario que contenía todos sus
pecados lo miraba con desprecio. Auric tomó una pluma y la sumergió en el
tintero de cristal, y procedió a ocuparse de sus cuentas.
Excepto que ahora, con ella aquí, las ordenadas filas de columnas le
resultaban aún menos atractivas que desde el momento en que había
entrado en su despacho esa misma mañana. ¿Cómo iba a pensar con Daisy
tan cerca, con su aroma a lavanda flotando hacia él, impregnando sus
sentidos y consumiendo sus pensamientos? Levantó la vista hacia ella.
Estaba sentada con las rodillas pegadas al pecho, con los tobillos al
descubierto mientras trabajaba intensamente en aquel bastidor de
bordado.
Al sentir su mirada sobre su persona, Daisy levantó la cabeza. Sonrió al
captar su mirada, pero luego su sonrisa se desvaneció. —¿Qué pasa?
Auric forzó una sonrisa. —Simplemente me pregunto a qué has
dedicado tus esfuerzos ahora—. Apretó la pluma que tenía en la mano,
aborreciendo la facilidad con la que se le escapaba la mentira. La pluma
crujió en sus dedos y la soltó rápidamente.
Daisy levantó las piernas por el lado de su asiento con un ruidoso
crujido de muselina. Levantó el bastidor de madera para que él lo
inspeccionara.
Auric dejó la pluma y se recostó en su asiento. —Hmm—. Hizo un
ademán de estudiar las puntadas rojas y doradas. —¿Una flor?—, aventuró.
No había nada que no le gustara de ella. Incluso su horrible habilidad para
bordar y la alegría que ella parecía encontrar en ello.
Señaló con los ojos el techo. —¿Esto parece ser una flor, Auric?—,
preguntó, con un tono lleno de exasperación. Se levantó de un salto y se
dirigió a su escritorio.
Bueno, para ser justos, la deforme... forma, no parecía ser gran cosa. Él
rodó los hombros, con la atención puesta no en ese maldito bordado sino
en ella. El modesto vestido de muselina se ceñía a todas las curvas de su
voluptuoso cuerpo, la tela besaba su piel cuando ella se movía. Nunca
tendría suficiente de ella.
Daisy se detuvo en el borde de su escritorio y apoyó la cadera en el
borde. Le puso el bastidor delante de la nariz.

~ 200 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric le tomó la muñeca y se la llevó a los labios. Le dio un beso


prolongado en el pulso que latía con fuerza. —Hermoso—, murmuró
contra su piel suave y satinada.
Los músculos de la garganta de ella subieron y bajaron con la fuerza de
su deglución. —B-bueno—, susurró ella sin aliento. —Echa un vistazo—.
Todos sus intentos de dar órdenes se perdieron en un pequeño susurro sin
aliento, que despertó imágenes de cómo habían pasado la noche,
entrelazados en los brazos del otro.
Auric tragó un gemido y la soltó, cambiando su atención a esos hilos
familiares. Tomó el delicado bastidor de madera con la mano, con cuidado
de evitar la aguja que colgaba. Luego, se sentó de nuevo en su asiento y
procedió a estudiar sus esfuerzos.
—Soy bastante horrible en esto, lo sé—, confesó ella. Él siempre había
admirado su franqueza, que la diferenciaba de cualquier otra mujer que
hubiera conocido. Cuando la mayoría de las mujeres prevaricaban, sobre
todo ante él como duque, Daisy había sido impenitentemente honesta. Por
el rabillo del ojo, detectó sus pequeños movimientos de distracción
mientras se retorcía las manos. —Sin embargo, lo disfruto.
Recordó a una Daisy de siete años detrás de las cortinas azules del
despacho del Marqués de Roxbury, mientras se escondía de una niñera que
pretendía inculcar a la niña de entonces las lecciones adecuadas, sobre
bordado y canto y todo tipo de cosas que la joven Daisy había detestado. —
Lo detestabas de niña—. ¿Qué había cambiado?
Ella pasó la palma de la mano por la superficie de su escritorio en un
movimiento de ida y vuelta, con la mirada fija en su propio movimiento
distraído. —Cuando... mi hermano murió me encontré sin poder dormir.
Él se quedó quieto. Cuántas noches había pasado en vela él mismo,
acribillado por pesadillas que se hacían aún más horribles por su verdad.
Incluso entonces, cuando el sueño había llegado a él, había sido torturado
por sus propios gritos que se fundían con los recuerdos de aquella noche.
Su mano se detuvo. —Yo bordaba—, admitió. —A veces me pinchaba el
dedo con la aguja—. Una sonrisa melancólica jugó con sus labios. —O más
bien, la mayoría de las veces me pinchaba el dedo con la aguja sin querer.
Pero, por mucho que aborrezca el bordado a lo largo de los años, me daba
algo en lo que concentrarme. Aunque fuera algo tan estúpido y sin sentido
como bordar—. El silencio respondió a su admisión. Ella lo miró. —Es una
tontería, ¿verdad?.
—No es en absoluto una tontería—, dijo él, con la voz áspera por la
agonía del arrepentimiento. Bajó la vista una vez más, con la mirada puesta
en el bastidor.

~ 201 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

...Sí. Un corazón. Me han dicho que es así de grande. Y dorado con débiles grabados...
Por fin, tenía sentido. Era un corazón.

~*~
Daisy aprovechó la preocupación de su marido para estudiarlo. Había
una gran tristeza en él. La llevaba en los planos ásperos y angulosos de su
rostro y en el conjunto sombrío de su boca. Odiaba la tristeza que había
perdurado todos estos años.
—Sabes que en los primeros días de la muerte de Lionel—, dijo ella
suavemente, —a veces me encontraba sonriendo o riendo por algo, a veces
por nada. Y entonces me sentía inmediatamente culpable—. Él no dio
ninguna reacción externa que escuchara. La ligera tensión de sus hombros,
sin embargo, indicaba que se concentraba intensamente en sus palabras. —
Una vez, sin embargo, entré en sus habitaciones—. Había sido la primera y
última vez desde su fallecimiento que ella había entrado en aquellas
tranquilas habitaciones. —Hablé con él y me disculpé por seguir
encontrando la felicidad cuando él no estaba. Pero cuando me tumbé en su
cama y miré al techo, me di cuenta de que él no quería que fuera infeliz o
estuviera triste. Habría querido que me riera, como también habría querido
que fueras feliz.
Un músculo saltó en el rabillo del ojo de él. Tragó saliva varias veces,
como si lo asediara una ola de emoción. —Te equivocas.
Ella tenía una necesidad física de tomarlo en sus brazos y alejar toda la
tristeza que quedaba, para que lo único que conocieran fuera la felicidad el
uno con el otro, en el otro. —Por supuesto que sí, Auric. Él te amaba—. Ella
se puso de pie y se paseó por la habitación.
Él habló, sus palabras la hicieron detenerse en el borde de la enorme
pieza de caoba.
—Hay algo que me gustaría decirte, Daisy—. Las palabras de Auric,
apenas un susurro, llegaron a sus oídos.
Apoyó la mano en el borde de su escritorio. Sus dedos rozaron un trozo
de papel. —¿Qué es?—, preguntó ella, mientras los primeros frisones de
inquietud recorrían su columna vertebral. Aquellos mismos sentimientos
peligrosos, volátiles y sabios que había conocido una vez en su vida y que
hablaban de una fatalidad inevitable. Se apartó a la fuerza de ese pánico
absurdo.
—Te he ocultado la verdad—. Él soltó su bastidor de bordado. La
delicada pieza de madera cayó con estrépito sobre el escritorio.

~ 202 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Fue la razón por la que Daisy miró hacia abajo y por la que notó la
página bajo sus manos y por la que captó el puñado de palabras rayadas en
la hoja, de puño y letra de su esposo. Y fue la razón por la que vio esas
cuatro palabras encadenadas.
Maté a su hermano.
Un zumbido sordo llenó sus oídos y sacudió la cabeza en un intento de
dar sentido a las palabras de aquella página. Con dedos temblorosos,
levantó el libro.
—Daisy—, dijo Auric con voz ronca y se puso en pie de un salto. Él
alcanzó la página.
Ella la mantuvo fuera de su alcance y se apartó de él. Con el corazón
palpitando con fuerza en sus oídos, Daisy hojeó la página y pasó a la
siguiente. Sacudió la cabeza para aclararse. No. Esto era un error. Una
mentira, volcada en una página. Daisy levantó la mirada del libro abierto.
Su esposo estaba de pie, estoico e inmóvil, culpable en su silencio. Ella
volvió a mirar la página.
Siento haberte matado. Cumpliré el papel de hermano y prometo tratarla como a mi
propia hermana.
Pero, no importaba cuántas veces las leyera, ni cuántas veces quisiera
que desaparecieran, la tinta oscura seguía siendo la misma. El silencio
amenazaba con volverla loca. —¿Qué es esto?—, susurró ella, levantando la
cabeza una vez más.
El rostro de él era una máscara devastada de dolor.
—¿Qué es esto?—, gritó, agitando la página, y entonces vislumbró las
palabras en el lado opuesto. Le dio la vuelta a la maldita hoja y el aire la
abandonó en una rápida exhalación.
Prometo casarme con ella. Porque hace tiempo que está abandonada y desatendida.
Sé que necesita protección. Y también, que su vida es muy solitaria y triste.
Oh, Dios mío. Ella retrocedió. Se había casado con ella por un sentido de
responsabilidad por su papel en la muerte de Lionel. La habitación se
hundió y se balanceó bajo sus pies y ella buscó apoyo y lo encontró contra
la pared. Se apoyó en el duro yeso, y su respiración entrecortada se aceleró.
—Puedo explicarlo—, dijo, con el tono apagado. —Te debía la verdad
antes de casarnos.
¿La verdad? Sus palabras se mezclaron y confundieron. —¿Qué
verdad?— Apenas reconoció aquel grito agudo y de pánico como propio.
Él reanudó la marcha y se detuvo a varios metros de ella. Daisy movió la
cabeza de un lado a otro, buscando una salida. Dios, él había matado a su

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

hermano. Los detalles de aquella noche que nadie conocía salvo Auric. Ella
había creído que Wessex había permanecido envuelto en secretos y
misterios y...
—No me mires así—, le suplicó, con la voz ronca. —Como si fuera un
monstruo.
—¿Qué verdad?—, volvió a preguntar ella, orgullosa de la firmeza e
indecisión de la pregunta esta vez.
Él le tendió una mano y ella retrocedió. Se había pasado la vida
amándolo, deseándolo, queriéndolo, y todo el tiempo él había sido un
extraño.
—Te merecías la verdad antes de esto—. Aspiró una lenta bocanada de
aire y permaneció en silencio durante tanto tiempo, que la inquietud llenó
cada rincón de su ser hasta que quiso huir de él, y de esta habitación, y
volver a la noche anterior, cuando él había sido simplemente Auric y ella
había sido Daisy, y ambos habían estado enamorados.
Mentiras. Mentiras. Mentiras. Todo aquello.
—Fuimos a un...— Auric se sonrojó. —Un lugar no apto para ningún
hombre o caballero y, desde luego, ningún lugar que deba conocer una
dama—. Ladeó la cabeza, tratando de seguir este intercambio inconexo. —
Lionel no quería ir. Quería quedarse en el extremo elegante de Londres
con...— Cerró los ojos. —...las mujeres ligeras de faldas más finas.— Oh,
Dios. —Insistí en que visitáramos un... un... lugar—, tropezó con sus
palabras. —Incluso pagué las monedas de la mujer con la que él se fue a
acostar, y en algún momento durante ese—, se atragantó con sus palabras.
—intercambio, fue apuñalado—. Un sonido estrangulado, mitad sollozo,
mitad risa, se le escapó. —Todo por una bolsa de monedas y su reloj de oro.
Daisy gimió. El sonido salió de su garganta, doloroso. —No. No. No—,
gimió, moviendo la cabeza de un lado a otro. Soltó el diario y se tapó los
oídos con las manos para tapar su voz.
Un fuerte brillo de lágrimas llenó los ojos de él, esas expresiones
inútiles, vacías, sin sentido. Más mentiras. —Yo no lo maté—. Se pasó una
mano por la cara. —Pero estaba allí por mi culpa... y, ah, Dios mío, la culpa
de eso siempre estará conmigo.
Las lágrimas inundaron sus propios ojos y parpadeó para alejarlas. Una
gota recorrió un camino por su mejilla, seguida de otra, y otra, hasta que los
torrentes se abrieron, y ella sollozó abiertamente. Cruzó los brazos en
torno a su cintura y se abrazó con fuerza, pero no sirvió de mucho para
alejar la dolorosa agonía que amenazaba con desgarrarla. No había
escuchado más que débiles susurros sobre aquella oscura noche. Lo que
había sucedido era demasiado oscuro y vil para que incluso los chismosos

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

se atrevieran a hablar de ello ante la sociedad educada. Ahora, ella sabía la


verdad. Auric, Lionel y Marcus habían ido a los extremos poco elegantes de
Londres... para conocer los placeres de una puta y, al final, su hermano, que
según Auric no había querido ir, había pagado con su vida.
Apretó los ojos cerrados, su cuerpo se agitó con sollozos silenciosos,
cuando por fin todo cobró sentido. —P-por eso has v-venido—, consiguió
decir entre gritos estremecedores. Esa lealtad, ese sentimiento de
obligación hacia ella, y hacia su madre, y hacia su padre, había sido su
intento de absolución de su culpa. Y, en última instancia, esa culpa lo había
llevado al matrimonio, a ella, abandonada y desatendida, a la triste y
solitaria Daisy Meadows.
Auric le tendió la mano y ella la apartó.
—¿Por eso has venido todos estos años?—, preguntó ella con voz suave
y firme.
Él dejó que sus dedos cayeran a su lado. —Al principio—, concedió, con
los ojos torturados. ¿Estaba torturado? Él, que había mentido y luego se
había casado con ella por culpa, ¿estaba torturado? No le importaba más
que ella hubiera descubierto la verdad de su engaño.
Daisy apartó su mirada de la de él y la alternó con el libro que tenía en
sus manos. —Desde luego, qué estúpida fui al no ver—, susurró para sí
misma. —Casi echaste pretendientes en mi proverbial camino, viniendo
con Lord Astor y hablándome de matrimonio... porque te sentías obligado a
verme protegida—. Si se hubiera casado, entonces él no tendría que hacerle
visitas.
—Disfruté viéndote, Daisy—, dijo él torpemente.
Una risa sin gracia burbujeó en sus labios, asustándola con el vitriolo
que había allí. — ¿Disfrutaste viéndome?— Su risa se redobló.
Auric dio otro paso hacia ella y cuando ella volvió a extender la mano
para detenerlo, esta vez continuó acercándose de todos modos. —
Detente—, le suplicó ella. Él la agarró por los hombros con un agarre suave
y firme a la vez, impidiendo su retirada.
—No te voy a mentir—. Se sonrojó de nuevo. —Más de lo que ya lo he
hecho. El sentimiento de culpa me trajo de visita. Cuando te vi, recordé
todo lo que te había costado a ti y a tu familia—. Y aun así se casó con ella.
Dios mío, su culpa debía ser grande. Ella apartó su mirada de la de él. La
amargura tenía un sabor oxidado y seco en su boca.
Auric habló apresuradamente. —Luego te vi en Gipsy Hill y al principio
temí por tu bienestar, pero luego te vi a ti, Daisy—. Le dio un suave

~ 205 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

apretón. —Te vi de verdad. Y odié a Astor y a cualquier otro hombre que


pudiera ser un esposo para ti, porque yo quería ese papel.
Ella negó con la cabeza, disipando más de sus mentiras. ¿Cómo podía
esperar que ella creyera algo pronunciado por sus labios traidores?
—Te amo—, dijo él, bajando su frente a la de ella. —Siempre te he
amado, Daisy, incluso cuando eras una niña que me perseguía. Sólo me
llevó un poco más de tiempo abrir los ojos y ver que te habías convertido en
la mujer que adoraba, la mujer sin la que no podía vivir, la mujer...
Ella se zafó de su agarre y giró para alejarse de él, necesitando poner
distancia entre ellos y las emociones desenfrenadas que la agitaban. —
Basta—, le suplicó. Porque cuando él hablaba le daba ganas de olvidar todo
lo que había pasado y seguir como la pareja que habían sido la noche
anterior. ¿Acaso sólo había sido una noche atrás?
Daisy retrocedió otro paso y otro más, hasta colocar las sillas de cuero
con respaldo de alas entre ellos. Miró sin comprender las páginas
condenatorias que contenían más verdades que cualquier otra cosa que
Auric, el Duque de Crawford, hubiera pronunciado en los últimos siete
años. —No me amabas—, se dijo en voz baja, para sí misma. —No de
verdad. Nunca me viste como algo más que la hermana de Lionel—. Cerró
los ojos. —Donde yo, sólo te veía a ti—. Todos estos años simplemente
había querido que alguien la viera, que de verdad la viera a ella, a Daisy
Meadows. No quería ser un objeto de lástima o compasión. Al final, con la
obligada oferta de matrimonio de Auric, él la había consignado a un
matrimonio basado en esos mismos sentimientos que ella detestaba. Daisy
abrió los ojos. Auric estaba de pie, imponente y poderoso en toda su gloria
masculina. Se mordió con fuerza el interior de la mejilla, queriendo que él
dijera algo, cualquier cosa. Pero no había palabras. Ninguna profesión de
amor. Por mucho que ella lo odiara por su engaño, él siempre sería el dueño
de su corazón. —Qué tonta he sido—, susurró ella.
—No—. La palabra surgió como un graznido confuso.
Daisy apretó con fuerza el volumen de cuero. —Hablas de amor y de
obligación, pero nada de eso tuvo que ver conmigo o con el amor, Auric—.
Su labio se despegó en una mueca. —Sólo se trataba de ti. Se trataba de tu
culpa y tu arrepentimiento y de tratar de encontrar la paz dentro de ti—.
Le arrojó el libro, que cayó ineficazmente a sus pies. El grueso brillo de las
lágrimas empañó su imagen y ella se llevó con rabia los signos de debilidad
que fluían. —Intentaste sustituir a Lionel, sin darte cuenta de que yo no
quería un hermano. Tenía un hermano. Tuve un hermano y murió—. Daisy
le sostuvo la mirada. —Yo quería un esposo, Auric—. Te quería a ti.
—Por favor...

~ 206 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—¿Por favor qué?— Ella arqueó una única y cínica ceja. —¿Perdonarte?
¿Por mentirme? ¿Por Lionel?— Con una risa rota y oxidada, sacudió la
cabeza. —No te perdonaré nada de eso, Auric, y sospecho que eso no te
importará mucho, de todos modos. El único que puede darte la absolución
que necesitas eres tú... y nunca la encontrarás.
Con eso, ella salió de la habitación, dejándolo con los restos de su
corazón roto por única compañía.

~ 207 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 21
Daisy estaba sentada a la orilla del río Serpentine. El rojo carmesí y las
tonalidades anaranjadas pintaban el cielo del amanecer en un resplandor de
colores a la vez majestuosos y tristes. Miró el bastidor de bordado, la
imagen de un corazón por fin perfectamente plasmada. Tras siete años de
lucha con la aguja demasiado pequeña y sus torpes dedos, había conseguido
lo que consideraba una hazaña imposible. Durante mucho tiempo había
encontrado consuelo y comodidad en esta habilidad que en realidad no lo
era; ni para ella, ni como lo era para otras damas. Cuando vivía, una sombra
invisible en la casa de sus padres y echaba de menos a Lionel, sus bordados
habían representado un reto. Algo tan difícil que requería toda su atención
y, al hacerlo, la obligaba a prestar atención a lo insustancial.
Dejó a un lado el bastidor de madera y acercó las rodillas al pecho.
Apoyó la barbilla sobre sus faldas y contempló los vastos y vacíos terrenos
de Hyde Park. Una brisa primaveral agitaba el haya, removiendo las hojas
en lo alto. Ahora, la tarea estaba terminada, y cuando sus pensamientos
debían estar en Lionel y en el doloroso agujero que siempre habitaría en su
corazón, ella pensaba en otro.
Un hombre que, según admitió, había matado a Lionel. Su corazón
sufrió un espasmo. Desde que leyó esas palabras condenatorias en las
páginas del diario de Auric y escuchó sus afirmaciones de culpabilidad,
alternó entre una conmoción que la aturdía y, que Dios la ayudara, el odio
hacia el hombre que debería haber sido un amigo de Lionel y que, en
cambio, lo había llevado a la muerte. Su vida, y los años posteriores de dolor
y soledad que había conocido, que él había escrito tan
despreocupadamente en las páginas de ese libro, eran secundarios para
Lionel. Ella habría cambiado hasta la última de sus sonrisas con tal de
poder tener a su hermano de vuelta en su vida aunque fuera por un día.
Después de una noche de demasiadas lágrimas, había huido de su nuevo
hogar y de Auric, necesitando poner espacio entre ellos para poder ordenar
las palabras condenatorias de su esposo. Se había quedado en la cama, con
la mirada perdida en el mural del centro del techo. ¿Cómo podía mirarlo y
ver algo más que la oscuridad de aquella noche? Un escalofrío la recorrió
ante las verdades que él había pronunciado. Y sin embargo, a la luz del día,
aunque quisiera culparlo por la pérdida de Lionel, no podía. Desde que
conoció a su hermano, éste nunca había ido a ningún sitio ni había hecho
nada que no deseara. Se había ido por su propia voluntad y su muerte fue el
resultado de sus propias acciones.

~ 208 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Oh, había poco consuelo que encontrar en eso. Porque siempre habría
una necesidad de dar sentido a un acto desmedido cometido contra un
hombre que sólo tenía veintidós años. El viento tiró de su peinado y soltó
un solo rizo. Le cayó sobre la frente. Cerró los ojos pensando en Auric y en
todas las veces que había capturado un mechón en su mano, estudiando el
bucle como si fuera el más raro de los artefactos expuestos en el Salón
Egipcio. Daisy abrió los ojos. Un pelícano rosa se deslizaba por la suave
superficie del río. Sumergió su enorme cabeza bajo la superficie y emergió
un momento después con un pez dentro de su enorme y anaranjado pico.
No podía odiar a Auric, ni culparlo, ni despreciarlo por aquella noche de
juerga y desenfreno. Ellos habían sido jóvenes y no eran diferentes de la
mayoría de los jóvenes caballeros que acababan de salir de la universidad.
Simplemente habían participado en actividades de las que ella nunca había
oído hablar por su carácter escandaloso.
Daisy recogió su tela terminada y pasó los dedos por el corazón
impecable. Sin embargo, no podía perdonar ni aceptar este matrimonio por
obligación que él le había impuesto. Una unión en la que él la veía como
una responsabilidad, una deuda con Lionel, que ahora él pasaría el resto de
su vida pagando en forma de matrimonio con la solitaria y desprotegida
mujer. Mentiras. Mentiras. Todo aquello.
Te amo, Daisy. Ella hizo una mueca. ¿Había sido algo real?
Se detuvo con la punta del dedo en el hueco del corazón rojo. Se había
convencido a sí misma de que Auric se había casado con ella por amor, y
porque él sentía las mismas emociones desesperadas que ella llevaba desde
hacía tiempo en su propio corazón. Sólo que la verdad era que su
matrimonio había sido cuidadosamente construido sobre mentiras y
engaños y un pasado trágico. ¿Dónde podría haber felicidad en una unión
así? Una presión visceral le apretó el corazón. Ella merecía más de un
matrimonio. Al igual que Auric merecía más. La belleza de cabello dorado
que había capturado su afecto revoloteó por su mente. Lady Stanhope. La
amable, encantadora e impecable belleza inglesa era la mujer que él habría
tenido en su vida. Oh, en su noche de bodas había hablado de su amor por
Daisy y emitido protestas de cualquier consideración emocional real por la
condesa.
Pero ella había sido la mujer a la que había cortejado... y no había habido
ni Lionel ni culpa ni obligación que impulsara su oferta de matrimonio. La
presión se hizo más fuerte, cortando su flujo de aire. Mientras que Daisy
siempre fue y ahora, como su esposa, siempre sería, una responsabilidad
eterna.
Un pequeño bostezo cortó sus tristes cavilaciones y miró a su criada
sentada a cierta distancia. La pobre mujer se apoyaba en la base de uno de

~ 209 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

aquellos tulipanes, con los ojos cerrados un momento, como si estuviera


agotada.
El sentimiento de culpabilidad se apoderó de Daisy. Había arrastrado a
la pobre mujer a una hora insólita. Miró a su criada. Agnes se apartó del
árbol y se acercó corriendo. —¿Necesita algo, Su...?— La boca de la joven
sirvienta formó un pequeño mohín de sorpresa. Miró el bastidor de
bordado en las manos de Daisy y luego volvió a mirar a Daisy. —Dios mío,
lo ha hecho, Su Gracia. Es un corazón.
Agnes había estado con ella durante casi seis años. Había visto esos
primeros intentos de corazón cuando era más bien una esfera amorfa, y
cuando Daisy había necesitado pañuelos para limpiar los dedos heridos por
su ineptitud.
—Lo hice—, repitió en voz baja. ¿Dónde estaba la sensación de logro?
¿Dónde estaba la alegría? Daisy se congeló. ¿Solo que esto era realmente
alegría? ¿Este trozo de tela vacío con su corazón perfectamente grabado? La
única pizca de felicidad a la que se había aferrado no había sido ésta, ni
siquiera los recuerdos de Lionel, sino de Auric... como había sido antes, y
como había sido después.
Todo entre ellos había sido falso. ¿O no? Pensó en las acusaciones que le
había lanzado, en el dolor que había visto reflejado en sus ojos, unos ojos
que solían ser máscaras indescifrables que no dejaban entrever ningún
pensamiento o emoción. Daisy respiró lentamente. A pesar del dolor que
sentía por su matrimonio basado en la obligación y la responsabilidad,
necesitaba ver a su esposo, aunque sólo fuera para retractarse de las
horribles acusaciones que le había lanzado, considerándolo culpable de
crímenes que no eran de nadie más que de la persona que había asesinado a
Lionel.
—Es hora de volver a casa, Agnes—, le confió. Murmuró su
agradecimiento mientras la joven se ponía a trabajar doblando la manta y
recogiendo el puñado de pertenencias que habían traído esa mañana.
¿Y qué, entonces? ¿Qué pasaba después de que hablaran? ¿Simplemente
volverían a ser amigos como lo habían sido antes? Sacudió la cabeza,
despejando el pensamiento. Ellos nunca podrían tener la relación sencilla y
de confianza que habían conocido antes. ¿O es que iban a ser uno de esos
duques y duquesas educados y correctos que asistían juntos a las funciones
de la sociedad y organizaban las cenas y los bailes de rigor, sin llegar a ser
nada más?
—¿Está lista, Su Gracia?— Agnes preguntó.
Daisy asintió y tomó su kit de bordado, liberando a Agnes de esa carga.
Paseaban en silencio por el parque vacío. El suave grito matutino de un

~ 210 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

cernícalo marcó la paz en los terrenos vacíos y bien cuidados. Siguió a


Agnes hasta el carruaje que la esperaba y permitió que el sirviente vestido
de librea la llevara al interior. Hizo lo posible por cerrar la puerta. Daisy le
tendió la mano, deteniendo el momento. —Al hogar de la Marquesa de
Roxbury primero.
El conductor asintió y un momento después, el carruaje se puso en
marcha. Ella corrió la cortina y miró las calles londinenses que pasaban.
Vacías y silenciosas, había una paz casi espeluznante que permitía olvidar,
aunque fuera por un momento, que habitaban en la oscura y sucia ciudad
de la falsedad brillante. Observó cómo el carruaje de Auric la devolvía a la
familiar hilera de casas adosadas, antes de detenerse ante su antiguo hogar.
El conductor abrió la puerta y Daisy bajó. —No tardaré mucho—, declaró y
luego comenzó a avanzar.
Daisy respiró lentamente y miró la estructura de estuco blanco y luego
siguió adelante, subiendo el puñado de escalones. Golpeó una vez.
La puerta se abrió inmediatamente. Frederick la miró un momento, con
la boca abierta, y luego se sonrojó. —Su Excelencia—, se hizo a un lado,
permitiéndole la entrada.
Daisy se quitó los guantes. —No hay necesidad de tanta formalidad,
Frederick—, le dijo suavemente al sirviente que la había cuidado con
mucho más esmero que incluso sus propios padres a lo largo de los años.
Él abrió los ojos como si ella hubiera expresado sus intenciones de
arrancarle la cabeza a la Reina y llevarse su corona.
Se dirigió hacia las escaleras y comenzó la lenta subida. —He vuelto por
algo—, explicó y marchó hacia arriba, temiendo que si él hacía preguntas o
decía siquiera una palabra, su determinación la abandonaría. Llegó al
rellano principal y continuó por el pasillo, deteniéndose finalmente junto a
una puerta conocida y cerrada desde hacía tiempo.
Toca tres veces...
Pero si no estás cerca...
Yo siempre estaré...
Daisy pulsó el pomo y entró. Sus ojos tardaron un momento en
adaptarse a las oscuras habitaciones. Las cortinas de terciopelo esmeralda
seguían corridas como hacía siete años. Empujó la puerta para cerrarla y el
suave chasquido retumbó en el espacio vacío.
Se quedó en la puerta. Cerró los ojos un momento y respiró buscando un
indicio de Lionel. No sabía lo que esperaba. ¿Quizás un rastro del aroma a
sándalo que a él le gustaba? O el eco de su risa. Sólo se encontró con un
silencio oscuro y vacío. Daisy dejó los guantes sobre una mesita auxiliar y

~ 211 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

recorrió el perímetro de la habitación. Recorrió con la punta de los dedos


las paredes de yeso y se detuvo junto al armario de caoba.
Sin pensarlo, Daisy abrió las puertas. Inmaculadas, las camisas blancas y
los chalecos de zafiro y esmeralda, esos tonos oscuros siempre predilectos
de Lionel, colgaban perfectamente en su interior. Si no fuera por las líneas
ligeramente pasadas de moda de los pantalones, las prendas bien podrían
haber pertenecido a un hombre que todavía asistía a funciones de la alta
sociedad y visitaba sus clubes. Extendió una mano reverente y acarició el
lino blanco de una camisa.
Luego sacudió la cabeza con lentitud y tristeza y cerró la puerta. Apoyó
su frente en ella. —Hombre tonto, tonto. ¿Por qué fuiste a ese lugar?— El
silencio respondió a su dolorosa pregunta. Ella golpeó su cabeza contra el
panel de madera. —No permitías que nadie te arrastrara a ningún sitio,
nunca—. Como hermana que había perseguido sus pasos, ella sabía que él
nunca alteraría el camino que había trazado.
Daisy se alejó y se acercó a la cama intacta. Ella vaciló, temerosa de
perturbar la colcha sobre la que él había estado una vez y robar el fantasma
de su memoria. Con un suspiro tranquilo, se sentó en el borde. Una pizca
de polvo se desprendió de la tela, las motas plateadas bailaron en el
aire. Auric no había forzado a Lionel allí. Se había ido por su propia
voluntad. Tal como lo hicieron Marcus y Auric. La culpa era inútil y no
corregiría el pasado. Daisy se acostó. Solo que deseaba que hubieran
tomado decisiones completamente diferentes, porque entonces Lionel
ahora viviría y seguiría habiendo risas y sonrisas sin complicaciones que
todos habían compartido una vez. Se puso de lado y miró la mesita de
noche junto a la cama de Lionel. Cuando todo lo que ansiaba era un
recuerdo tangible de él, algo a lo que ella pudiera aferrarse, la pieza de
caoba bien podría haber pertenecido a cualquier otro joven y a cualquier
otra cámara, al igual que el armario y las prendas.
—Te has ido—, susurró. No se había ido. —Moriste—. Esa palabra, no
dicha hasta ahora, le quito el aliento de los pulmones. A lo largo de los años
de escuchar en el ojo de la cerradura a sus padres hablar del asesinato de
Lionel, nadie se había atrevido a pronunciar las palabras, como si al decirlas
se hicieran realidad.
Solo que siempre habían sido ciertas. No se podía deshacer. Cualquier
culpa que llevara Auric no traería de vuelta a Lionel. Se le escapó un
sollozo. Se sentó y acercó la almohada de Lionel a su pecho y se meció de
un lado a otro, llorando tanto que le dolía el pecho. Se había ido y no fue
culpa de Auric. Y luego lloró aún más, los sollozos amenazaban con partirla
en dos por la culpa que había arrojado sobre sus hombros ya pesados. Lloró
hasta que pensó que podría romperse y luego no quedó más que un hipo
tembloroso y húmedo. Ninguno de ellos había vivido realmente estos siete
~ 212 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

años. Ni su madre, ni ella, ni Auric, y ella no se aventuraría con


Marcus. Aunque había hecho un buen acto de risa e intentando disfrutar de
la vida, nunca lo había hecho, realmente, profundamente. Más bien, la suya
había sido una fachada cuidadosamente construida de una mujer que
buscaba demostrarle a su familia y a la Sociedad que su corazón estaba
curado y que no había necesidad de miradas y susurros compasivos.
—Quiero vivir de nuevo—, dijo suavemente en las cámaras vacías. —
Creo que tú también querrías eso, Lionel—. De mala gana, Daisy se sentó y
permaneció encaramada al borde de su cama. Odiar por irse con esto se
sintió más una despedida de lo que realmente había tenido con Lionel. Pasó
la palma de su mano sobre la superficie de su mesa auxiliar y sacó
distraídamente el cajón. Desde el interior de los oscuros confines del
compartimento, un pañuelo blanco y rígido bordado con las letras en
negras del nombre de Lionel, llamó su atención. Con dedos temblorosos,
ella retiró la tela. Algo se deslizó al suelo y aterrizó con un ruido metálico
sobre la madera dura. Daisy bajó la mirada al suelo y su corazón se
detuvo. Un colgante de margarita unido a una cadena de oro yacía en un
pequeño montón triste en el suelo. La emoción obstruyó su garganta y ella
rápidamente la recuperó, aplastando involuntariamente la delicada pieza
en su mano.
Su regalo.
Te he conseguido algo especial, Daisy querida...
No necesito nada especial...
Te mereces algo especial porque eres especial... pero tendrás que esperar para ver, mi
niña...
Daisy se levantó, acunando la pieza cerca de ella. Era hora de irse a
casa. Los dos, ella y Auric. Se dirigió hacia la puerta de la cámara, la abrió y
salió al pasillo.
—Daisy.
Ella se agitó y luego se volteó.
Su madre estaba en el pasillo, con la cabeza inclinada en señal de
consternación. Como si tratara de encontrarle sentido a la presencia de su
hija fuera de la puerta sagrada, alternaba su mirada entre las habitaciones
de Daisy y Lionel.
—Hola, madre—. Se estudiaron mutuamente un largo rato hasta que
Daisy habló, rompiendo el silencio. —Él se ha ido.
Ella arrugó la frente. —¿Quién se...?
—Lionel—. La mujer envejecida por el dolor se sacudió como si la
hubieran golpeado. Daisy se acercó a su madre. Observó las líneas
~ 213 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

arrugadas de unas mejillas antes suaves y elegantes. —Se ha ido, mamá—,


repitió las palabras que todos habían tenido que decir hace algunos años.
—¿De qué hablas?—, graznó su madre, agarrándose el cuello.
—Lionel se...
—Por supuesto que sé que se ha ido—, espetó con más fuerza de
emoción de la que Daisy recordaba, más de la que imaginaba capaz a la
mujer rota. —¿Crees que puedo olvidarlo?
Daisy negó con la cabeza. —No olvidarlo. Deberías recordarlo siempre,
pero él no habría querido que tú—, ni yo, ni Auric, —nos convirtiéramos en
esto—. Con su mano libre tomó los fríos dedos de su madre entre los suyos.
—Deja ir tu pena, mamá. Ya es hora.
Su madre le arrancó los dedos y se alejó. —¿Cómo te atreves, Daisy?—,
siseó. —¿Vienes aquí y me reprendes por amar a mi hijo? ¿Quieres que
vuelva a sonreír? ¿Por qué hay que sonreír?— Los pasillos resonaron con su
grito.
Estoy yo. Hay que sonreír por mí.
Y allí, en medio de los tristes y silenciosos pasillos, con el pecho de su
madre agitado por la fuerza de su furiosa y superficial respiración, el
silencio de Auric durante todos estos años cobró por fin sentido. Observó
las facciones de su madre, muy marcadas, y la amargura que brotaba de sus
ojos azules. El dolor le tiró del corazón al imaginar la culpa y la
responsabilidad que su esposo debió sentir a lo largo de los años al venir
aquí, con la valentía de ser testigo de la agonía de su madre y, cuando
estaba vivo, de su padre. Por supuesto que Auric viviría con la culpa de la
muerte de Lionel. ¿Cómo no iba a sentir su peso presionando sobre él?
Le había ocultado sus secretos porque temía que ella reaccionara,
precisamente como lo había hecho. Daisy cerró los ojos y sacudió la cabeza
lentamente, de un lado a otro. Cuando los abrió, miró a su madre y la vio de
verdad. La mujer mayor la miraba fijamente con fuego en los ojos. Su madre
nunca podría ser libre y si Daisy se aferraba al dolor y a la amargura,
entonces ella también se convertiría en la misma mujer que ya no reconocía.
—Adiós, mamá—, dijo suavemente. Se acercó y le dio un beso en la mejilla.
Su madre se puso rígida. —No era mi intención molestarte.
La verdad nunca habría dado a sus padres ninguna forma de consuelo.
Auric lo sabía y probablemente eso explicaba su silencio. —Te amo—.
Daisy empezó a caminar por el pasillo, dispuesta a dejar atrás la tristeza de
estos años y a intentar arreglar su mundo con Auric. Puede que no se haya
casado con ella por amor, pero su relación se había forjado sobre algo
mucho más profundo que la mayoría de las parejas casadas. Era su mejor
amigo. Y eso tenía que significar algo.

~ 214 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Entonces, por el rabillo del ojo, el rostro sonriente de Lionel le devolvió


la mirada y ella se detuvo de repente. Atraída por el retrato de su hermano,
congelado para siempre como el joven alegre y cariñoso que había sido,
Daisy se acercó. El cuadro, que en su día colgaba en las paredes de los
marqueses de Roxbury, debía haber sido el último de Lionel hasta que
ascendiera al título. En cambio, había sido su último cuadro.
—Auric se lo pidió al actual Marqués de Roxbury.
Daisy se giró. —¿Qué?
—El día de tu boda—, murmuró su madre.
La emoción le obstruyó la garganta, dificultando el habla. Este era el
hombre que era Auric. Desde que lo conoció, siempre había tenido en
cuenta la felicidad, el bienestar y los sentimientos de los demás. Ese era el
hombre del que se había enamorado, y era el único hombre al siempre
amaría. De mala gana, Daisy apartó su mirada de la imagen de Lionel y
forzó sus piernas a moverse.
—¿Daisy?—, gritó su madre, deteniendo su movimiento.
Ella se dio la vuelta.
—Yo también te amo—, susurró su madre.
Daisy le sonrió. —Lo sé, mamá—. Con eso, se despidió. Era hora de
encontrar a su esposo.

~ 215 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 22
Auric estaba sentado en la biblioteca, con la cabeza enterrada entre las
manos. La botella de brandy medio vacía en la que se había perdido durante
la mayor parte del día yacía olvidada a sus pies junto al diario abierto que lo
había salvado estos años y que ahora lo había destruido ante la mujer que
amaba.
Las acusaciones y las palabras de Daisy resonaban en su mente, igual
que lo habían hecho desde que se despidió de él ayer por la tarde, con el
odio que desprendían sus ojos marrones, antes tan cariñosos.
Se pasó las manos por el pelo y buscó su copa de brandy. Se bebió el
contenido restante de un trago largo y lento, haciendo una mueca mientras
se abría un camino de fuego en su garganta. ¿Había esperado una reacción
diferente de ella? Y más aún, ¿se merecía él una reacción totalmente
distinta?
Y lo peor de todo era que las acusaciones que ella le había lanzado
tenían una horrible verdad. Todos estos años, él había pensado que había
algo honorable en su dedicación a la familia de Lionel. En realidad, esas
cosas no habían sido por Daisy, ni por el Marqués y la Marquesa de
Roxbury: habían sido por él. Levantó el libro y miró fijamente aquellas
palabras que habían matado para siempre el amor que Daisy llevaba en su
corazón.
Maté a su hermano...
Auric aplastó el libro de cuero en su mano. Sin embargo, Daisy tenía
razón. No había absolución. No había perdón. Pero ahora había una verdad
entre ellos. Sin embargo, él no había sido liberado por esas verdades como
contaban todos esos grandes cuentos. En cambio, lo había encadenado a un
matrimonio sin amor, con el pecado aún más negro por su papel en la
muerte de Lionel y en su engaño.
Deseó que las mentiras permanecieran entre ellos. Porque así, al menos,
esas falsedades seguirían carcomiéndolo, pero Daisy permanecería intacta
por la vileza de aquella noche. Ahora ella sabía cosas que ninguna joven
tenía derecho a saber, y lo veía como el bastardo egocéntrico que era, y que
siempre había sido. Auric abanicó las páginas de su diario y su dedo se
detuvo al azar en una página.
Lionel,
Daisy necesita un esposo... Me encargaré de que se case con un caballero honorable,
respetable y decidido como ella desea y merece...
~ 216 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Sólo una mentira más. Porque sabiendo que Astor u otro habrían sido
una mejor pareja, liberándola del dolor de su pasado, Auric había ido y se
había casado con ella de todos modos. Su matrimonio le recordaría para
siempre a Daisy lo que había perdido y lo que él le había costado. Cerró las
páginas de golpe. Thwack. El eco de eso le dio poca satisfacción. Auric se
puso en pie con las páginas malditas en las manos y cruzó la habitación
hasta el hogar. Un suave fuego crepitaba y chasqueaba en la rejilla metálica,
desprendiendo calor de las llamas bajas y anaranjadas. Era extraño que
pudiera estar tan caliente por fuera y, sin embargo, congelado por dentro.
Se fijó en una llama que sobresalía por encima de las demás. Todos estos
años había luchado por una apariencia de paz y normalidad en su vida.
Desde el momento de aquel gran error, había dedicado su vida a ser un
hombre que pudiera ser respetado por la vida moral y correcta que llevaba.
Cada parte de su vida después de Lionel había sido una fachada
cuidadosamente orquestada, destinada a engañar a la sociedad, a Daisy, a
su familia y a sí mismo. Siempre lo había sabido y la culpa de ese engaño lo
corroía. Auric dio la vuelta al diario en sus manos y estudió las cálidas y
familiares páginas de un libro que había sido más amigo y confidente para
él. Cuando su vida había estado hecha de mentiras, estas páginas habían
conocido verdades. Cuando las pesadillas habían amenazado con
consumirlo y destruirlo, este libro había evitado que cayera por el
precipicio de la locura.
Extraño, el libro que le había traído consuelo y solaz estos años lo había
destruido inevitablemente. Vio su rostro en el reflejo del espejo dorado.
Una sonrisa dura y amarga torció sus labios. Este diario no lo había
destruido. Él se había destruido a sí mismo, porque eso era lo que siempre
hacía. La vida de Lionel, la suya, la de Daisy, la de sus padres.
Auric acercó el borde del libro al fuego. La llama carmesí lamía la
esquina, haciendo que el borde se volviera negro. Se fijó en esa marca
carbonizada que crecía rápidamente, expandiéndose, hasta que echó
chispas anaranjadas. Con una maldición, lo tiró al suelo y apagó la pequeña
llama con el tacón de la bota. Miró fijamente su diario. Quemar el libro
nunca conseguiría deshacer todo lo que se había hecho.
Sonó un golpe en la puerta y su cabeza se levantó, con el corazón
suspendido en la esperanza. Entonces, su mayordomo atravesó la puerta y
el órgano se cayó.
El viejo sirviente abrió los ojos al vislumbrar a su empleador. —El
Vizconde Wessex—, murmuró, evitando cuidadosamente la mirada de su
desaliñado patrón. Admitió al vizconde y salió corriendo de la habitación,
cerrando apresuradamente la puerta tras de sí.

~ 217 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Sus labios se torcieron en una sonrisa irónica y sin gracia. Ah, sí, los
sirvientes, al igual que toda la sociedad educada, seguían viendo al pulido y
refinado Duque de Crawford. No veían a este hombre borracho, desaliñado,
descuidado y patético.
Donde el sirviente había desviado la mirada con horror, Wessex le echó
un vistazo superficial. Dio varios pasos hacia Auric y luego se detuvo de
golpe. —Por Dios, hombre—. Arrugó la nariz. —Hueles como si te
hubieras bañado en alcohol.
Brandy y whisky para ser precisos.
—¿Qué es lo que...?— Sus palabras se interrumpieron cuando la mirada
de Wessex se dirigió al suelo y al diario quemado a los pies de Auric.
Cuando volvió a mirar a Auric, su expresión era cuidadosamente
inexpresiva.
El vizconde se dirigió al aparador y rebuscó entre las jarras de cristal.
Las levantó, una por una, como si estudiara su color y calidad, y luego se
decidió por el más antiguo y mejor brandy francés de Auric. Wessex tomó
una copa y entonces sonó el tintineo del cristal tocando el cristal mientras
servía una copa hasta el borde. Se volvió para mirar a Auric y apoyó la
cadera en el borde del aparador Chippendale. —Tienes un aspecto
infernal—, dijo sin preámbulos, sus palabras eran una observación más que
una acusación.
Bueno, tener un aspecto infernal era apropiado para un hombre que
vivía en el infierno y, como no había duda, se agachó y recuperó el libro. Lo
llevó a su escritorio y lo arrojó sobre la superficie, por lo demás inmaculada.
Todo el tiempo su piel ardía bajo el escrutinio del otro hombre. Auric se
sentó.
—Ella lo sabe—, murmuró Wessex sin preámbulos.
Asintió escuetamente con la cabeza.
—¿Cómo...?
—Descubrió mi diario—. Él había sido descuidado. No es que ese
detalle deba importar. Lo que contenían las páginas del diario importaba
menos que el hecho de que hubiera mantenido en secreto los detalles de
esas páginas.
Wessex no dijo nada por un momento, simplemente se sentó allí tan
despreocupadamente, dando un sorbo a su brandy, cuando todo el mundo
de Auric se había derrumbado a su alrededor. —Ella te ama—, dijo por fin.
La aversión que se reflejaba en la mirada de la mujer y la mueca de sus
labios carnosos revelaban la verdad: una vez lo había amado, pero ya no.
Volvió a negar con la cabeza. —Todo lo contrario—, consiguió decir. —Me

~ 218 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

odia—. Te amo... Lo odiaba, cuando antes había habido amor en sus ojos y en
su corazón y en su boca con esas dos palabras que le habían devuelto la
vida y le habían hecho creer que podía ser feliz. Que ellos podían ser felices.
Tonto. Tonto. Tonto.
Su amigo se apartó del aparador. —Vamos—, se burló. —Seguramente,
sabes que la dama te ama desde hace años. Aquella noche, en el baile de
Lady Harrison, buscó entre la multitud a cierto caballero.
Auric apretó dolorosamente los dedos sobre los brazos de la silla. Ella
habría estado mejor con cualquiera de los caballeros de las malditas listas
armadas tanto por él como por su amigo. Se le apretó el estómago y levantó
los ojos para encontrarse con la mirada curiosamente inexpresiva del otro
hombre. —Creía que su boda con otro me destruiría—. Pasó la palma de la
mano por el libro de cuero negro. —¿Cómo no me di cuenta de que casarse
con ella nos destruiría a los dos?.
Un sonido de impaciencia se le escapó a su amigo y, con la mano libre,
sacó la silla de cuero con respaldo de ala y se sentó en el borde. —Ella
estaba molesta, Auric.
La esperanza se agitó en su pecho. Quizás Wessex tenía razón. Intentó
imaginar la conmoción que supondría enterarse de todo lo que había
escuchado Daisy en cuestión de momentos. Por supuesto que ella se
llenaría de conmoción, de asco, de repugnancia, pero quizás, con el tiempo,
podría llegar a ver... a darse cuenta... Auric cerró los ojos un momento y
sacudió la cabeza. Cuando los abrió, se encontró con la sombría mirada
azul del vizconde clavada en él. —No hay perdón para lo que he hecho—,
dijo con la voz hueca.
—¿Lo que has hecho?— siseó Wessex, inclinándose hacia delante en su
asiento con tanta rapidez que el cuero envejecido crujió en señal de
protesta. Apoyó las palmas de las manos en el borde del escritorio. —No
tienes la exclusividad de la culpa de esa noche, Auric. No eras el único que
deseaba visitar ese infierno aquella noche, ni obligaste a Lionel a ir. Él fue.
Todos lo hicimos.
Los recuerdos se inmiscuyeron, como lo hacían a menudo. Esporádicos e
inconsistentes. Auric se restregó las manos por la cara, tratando de enfocar
aquella maldita noche. —Lo obligué...
La risa de Wessex cortó su admisión de culpa. —Vamos, hombre. Sé
que probablemente sea producto de tu elevado título de duque, pero no
pudiste obligarme a mí a hacer nada, y ciertamente nunca pudiste obligar a
Lionel.

~ 219 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

La respiración de Auric se congeló mientras trataba de ordenar las


palabras de su amigo. Luego, rápidamente dejó de lado el generoso perdón.
—Recuerdo esa noche—, dijo rotundamente.
El cuero volvió a gemir en señal de protesta cuando el vizconde se
inclinó hacia él. —¿La recuerdas?—, repitió, apoyando los codos en el
escritorio de Auric. —¿Recuerdas de verdad aquella noche?— Con una
intensidad tenaz, sostuvo la mirada de Auric.
¿Cómo podría olvidar aquella fatídica noche en las sórdidas calles de
Londres? —Por supuesto—. Excepto que los recuerdos sólo vivían en
partes fragmentadas que él había ensamblado en algún marco que tuviera
sentido.
—Bah—, dijo Wessex, golpeando el aire con una de sus manos. —
¿Recuerdas realmente lo que ocurrió? ¿O has elegido selectivamente lo que
quieres recordar?
Esas palabras hicieron reflexionar a Auric.
—Has basado el hombre en el que te convertiste en una noche que no
puedes reconstruir. ¿Y sabes la verdad?— No esperó a que Auric
respondiera. —La verdad es, Auric, que no te permitirás recordar—, su voz
se quebró y se aclaró la garganta. —Al igual que no hablarás de lo que pasó,
como yo había intentado hacer en aquellos primeros días.
Una oleada de emoción se alojó en su garganta. En los primeros días
después del fallecimiento de Lionel, Marcus había acudido a él, intentando
hablar de aquella noche y de los asuntos de los vivos. Al final, Auric no se
había puesto a su disposición. ¿Cuántas veces había hecho callar al otro
hombre, desviando el tema hacia algo, cualquier cosa, que no fuera esa
noche? Hasta que, finalmente, el tema de Lionel y esa noche no volvió a
surgir. ¿A quién había recurrido Marcus después de que Auric traicionara
su amistad? —Lo siento—, dijo, con la voz ronca por el remordimiento.
Sólo que Wessex continuó. —Yo también lo perdí. No lo querías más,
aunque te hayas convencido de eso en tu mente. Yo también soy tu amigo...
y no sólo quería ayudarte a ver las verdades de esa noche... no sólo por ti,
sino también por mí—. La culpa se redobló en el pecho de Auric y recibió
cada latigazo. —No me hablarías—. Dirigió su barbilla hacia el libro de
cuero negro quemado que había sobre el escritorio de Auric. —Sin
embargo, confiarías en las páginas de tu diario allí, contento de vivir aquí
solo, en tu mundo cerrado, erigiendo esta fortaleza protectora a tu
alrededor, construida de culpa. En tu arrogancia asumías todo esto, cuando
en verdad—, se detuvo y se inclinó sobre el escritorio, mirando a Auric
directamente a los ojos. —Todos éramos culpables. Tú. Yo. Y Lionel.
No.

~ 220 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

—Sí—, dijo Wessex, esa pronunciación de una sola palabra, silenciosa


y, sin embargo, tan poderosa como para recorrer la habitación. Se enderezó
y alisó sus manos sobre la parte delantera de su chaqueta. —Quizás si
hubiéramos hablado de esto antes...— Daisy. —Este momento, entonces no
habría sido el tumulto que es. Para cualquiera de nosotros. Seguro que
sabes que la culpa no es sólo tuya.
Auric deslizó su mirada hacia otro lado, porque la verdad era que no lo
sabía. Todo lo que sabía eran los recuerdos que revoloteaban por su mente,
inconexos y sin sentido, pero que cuando los unía sólo apuntaban a su
culpabilidad.
—Dios mío—, dijo Wessex en voz baja. El aire lo abandonó en una lenta
exhalación, llamando de nuevo la atención de Auric. —No recuerdas todos
los detalles de esa noche, ¿verdad?.
—Recuerdo lo suficiente—, dijo a duras penas.
—Lionel quería ir a ese club—. Ante mi insistencia. Su amigo movió la
cabeza de un lado a otro lentamente. —No, Auric—. Se sentó una vez más.
—Por su insistencia.
Auric ladeó la cabeza. —Discutimos sobre...
—Ustedes discutieron—, interrumpió Wessex. Tomó su brandy. —
Pero estás recordando mal sobre qué discutieron.
Los engranajes de la mente de Auric se agitaron lentamente mientras
intentaba arrancar restos de sus recuerdos rotos. Estaban ahí, a su alcance
como siempre, pero cada vez que se acercaba a la verdad, la cortina negra
descendía. Luchó a través de la espesa y negra sombra y con un gruñido de
fastidio se puso en pie. Habían discutido, con la burlona jocosidad de dos
jóvenes que se disputaban el control y la posición..., yendo de un lado a
otro. ¿Por qué? ¿Para qué? Auric comenzó a caminar rápidamente detrás de
su escritorio. ¿Qué había que discutir cuando él había cedido y...? Se detuvo
bruscamente y miró sin pestañear hacia las ventanas del piso.
—Fue idea de Lionel visitar ese infierno.
¿Esas palabras pertenecían a Wessex? O eran suyas. Se giró para mirar
al otro hombre. —Fue decisión de Lionel ir allí.
Wessex miró el contenido de su vaso, haciendo girar las gotas de ámbar
en un lento círculo. —Tú no querías formar parte de los sucios bajos fondos
de Londres.
Auric se pasó unos dedos temblorosos por el pelo y cerró los ojos una
vez más, mientras intentaba reunir el resto de las piezas de aquella noche.
Él había querido visitar uno de los burdeles de lujo... Entonces dejó que su
mano volviera a caer a su lado. —La mujer.

~ 221 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

El silencio de su amigo fue la confirmación de su recuerdo.


La ágil criatura con rizos negros que caían sobre sus hombros y una
promesa en sus ojos. Ambos habían querido un lugar en la cama de la dama
esa noche. Al final, Lionel había cedido la oportunidad, yendo con otra, y
finalmente encontrando su muerte.
Habría sido yo. Oh, Dios. La habitación se inclinó y se balanceó, y él
extendió una mano, aferrándose a la pared para evitar que sus piernas se
desmoronaran bajo él. Las náuseas se agitaron en su vientre cuando por fin
se levantó la cortina y se reveló el pasado. —Debería haber sido yo—, dijo
con un ronco graznido.
Wessex maldijo. Las tablas del suelo crujieron, indicando que el otro
hombre se había movido. —¿Todavía asumirías la culpa de esa noche?
Incluso sabiendo...
—Si hubiera ido a sus habitaciones en lugar de...
—Entonces estarías muerto—, dijo su amigo sin rodeos.
Y Lionel estaría vivo.
Pensó en Daisy, su esposa, y en los secretos que le había ocultado. En
realidad, no había mayor crimen que éste. La emoción se agolpó en sus
entrañas, se aferró a su mente e hizo retroceder la lógica y la razón. Si no se
marchaba, descendería a la locura. Atravesó el suelo con paso firme.
—¿A dónde vas?— exclamó Wessex.
Auric lo ignoró, necesitando liberarse de los recuerdos que ahora
surgían a través de él con una claridad asombrosa, más horrible y
nauseabunda por lo reales que eran. Abrió la puerta de un tirón y chocó con
Daisy.
Auric alzó las manos y la sujetó por los hombros. La soltó de repente,
observando su tez pálida. Sus pecas destacaban en marcado contraste con
sus pálidas mejillas blancas. Ella abrió y cerró la boca varias veces.
Él tragó con fuerza y, sin decir nada más, la rodeó y huyó de las
verdades, de los ojos agonizantes de su mujer y de una culpa de la que
nunca se libraría.

~*~
Daisy se quedó mirando la figura de su marido, que se retiraba
rápidamente y desaparecía por el pasillo. Su corazón retumbaba, golpeando
dolorosamente las paredes de su pecho. Se apoyó en el marco de la puerta,

~ 222 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

tomando prestado el apoyo de la madera, mientras todo lo que había


escuchado se reproducía en su mente.
Todos estos años Auric había asumido la culpa como propia. Había
vivido en un infierno creado en su mente, en el que, por una culpa
equivocada de haber sobrevivido, se había apropiado de sus acciones, las de
Lionel y las de Marcus aquella noche. Había sido una decisión de Lionel y,
de no ser por un leve y significativo giro del destino, Auric había ido con
otra mujer, y al hacerlo ahora vivía. Podría haber sido él.
Debería haber sido yo.
Ella se llevó los dedos a la boca, mientras el dolor la recorría en lentas
oleadas. ¿Eso es lo que él creía? ¿Que un mundo en el que él no estaba era el
preferible? Amando a Lionel como lo hacía, y siempre lo haría, Dios la
perdone, nunca habría sacrificado a Auric, para que su hermano pudiera
vivir. Ella lo necesitaba. De todas las maneras y en cualquier forma en que
pudiera tenerlo. Ahora. Se dispuso a marcharse.
—Daisy—, el barítono de Marcus la congeló. Se giró para mirarlo. Él la
miró con preocupación y algo indefinido en sus ojos azules. —Te has
enterado—. Un rubor sordo tiñó sus mejillas.
Lo suyo no era una declaración y, sin embargo, incapaz de palabras o de
cualquier respuesta suficiente, asintió. Lanzó otra mirada por encima del
hombro, deseando salir tras su esposo. Daisy cerró la puerta tras ella y se
apoyó en el duro panel de madera maciza.
—Estabas enfadada—, dijo él sin preámbulos.
Esas palabras habrían sido insolentes si hubieran venido de cualquier
otra persona. Sin embargo, a pesar de su fastidio con ella cuando era una
niña, Marcus seguía siendo para ella más un hermano que otra cosa. —
Estaba sorprendida—, dijo ella, con un rastro de actitud defensiva en su
tono.
Él endureció la mandíbula. —No fue su culpa—. Se agachó y recuperó
un diario ahora ennegrecido. El mismo artículo que no hacía ni un día había
puesto patas arriba su mundo. —A pesar de tu presencia y la mía, y de su
papel visible en la sociedad educada, él ha estado solo estos años.
Su corazón se apretó ante la verdad de aquello. Con los celos y el
remordimiento que sentía por su cortejo de Lady Anne, Daisy habría
cambiado su propia felicidad, su propio corazón, si eso pudiera significar
que Auric tuviera lo que merecía: la paz que ansiaba, el amor con Lady
Anne.
—Toma, acepta esto—. Marcus sostuvo el libro en alto.

~ 223 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella sacudió la cabeza bruscamente, pensando en la reconciliación que


había hecho con el pasado de él, de ellos y de Lionel. —No necesito leer sus
palabras—. Había leído y escuchado lo suficiente para saber que eran sus
palabras y que le pertenecían. Todos habían superado su dolor, a su
manera, o en el caso de sus padres, no lo habían superado. Ella no le robaría
su intimidad para conseguir un consuelo vacío. Daisy cruzó los brazos
sobre su pecho. Sólo lo necesitaba a él.
—Él te ama, Daisy—. Tardó un momento en darse cuenta de que esas
palabras pertenecían a Marcus y no eran simplemente los anhelos que
había llevado tanto tiempo en su corazón.
Levantó la cabeza, con el corazón acelerado. —¿Él dijo eso?— La
pregunta surgió vacilante.
Una risa dolorosa se le escapó a Marcus y se pasó una mano por la cara.
—Oh, Daisy, esto es bueno.
Ella ladeó la cabeza.
Él golpeó el aire con la mano, haciendo un gesto en su dirección,
haciendo crujir ruidosamente las páginas del libro de Auric. —Él siempre
te ha amado. Al igual que tú siempre le has amado a él. Los dos han estado
ciegos a la verdad que han visto todos los que los han conocido.
Daisy apretó el colgante de margarita en su mano con tanta fuerza que
el metal le mordió la palma. —Yo era una obligación—, susurró para sí
misma.
—Si crees que eras una obligación, entonces eres tan tonta como lo fue
él con su maldita insistencia en encontrarte un esposo, que no fuera él
mismo—, dijo.
Ella se estremeció sin saber que había hablado en voz alta. —¿Dónde ha
ido, Marcus?— Había una nota ligeramente suplicante en esas palabras. —
Necesito verlo—. Necesitaba decirle que lo amaba y que no había culpa,
para que tal vez pudiera empezar a sanar.
Marcus levantó los hombros encogiéndose de hombros. —No lo sé—.
Una expresión pensativa se instaló en su rostro.
Ella se apresuró a acercarse en un torbellino de faldas y le tomó las
manos. —Encuéntralo, Marcus. Tráelo a casa—. A ella. A donde siempre
había pertenecido.
Él la miró a la cara un momento y luego asintió con brusquedad. Con
una breve reverencia, entregó el diario de Auric y se marchó.
Daisy dirigió su atención al volumen de cuero mal quemado, que pesaba
en sus manos. Abanicó las páginas y se desprendieron trozos de ceniza
negra. ¿A dónde iría... a dónde iría...? Los dedos de Daisy se congelaron en

~ 224 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

medio del movimiento. El constante tic-tac-tic-tac del reloj de caja larga


chirriaba en la quietud de la habitación vacía. Culpable, dejó caer su mirada
sobre el libro que tenía en sus manos. Había jurado no leer las palabras de
Auric.
Se humedeció los labios y la culpa la recorrió. Pero ya no se trataba del
pasado. Se trataba del futuro. Daisy abrió el libro y pasó las páginas,
hojeando fechas, y pasando páginas.
Y se detuvo.
22 de abril de 1816
Su corazón se aceleró. El día en que él volvió a entrar en su vida. Ojeó las
frases, sintiéndose la peor de las entrometidas en sus pensamientos
privados, una ladrona, robando palabras a las que no tenía derecho.
Veía el mundo en tonos rojizos... Su corazón latía a un ritmo extraño. En
Gipsy Hill...
El corazón de Daisy aumentó su ritmo. Por supuesto. Cerró el libro y se
dirigió a la puerta.

~ 225 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Capítulo 23
Auric se encontraba en el borde de la calle empedrada. Los gritos de los
gitanos que vendían sus productos se confundían en su mente en una
cacofonía. Miró el monóculo que tenía en la mano, dándole vueltas en la
palma. Los rayos del sol de la mañana se reflejaban en la lente lisa, brillaban
en el metal y lo cegaban momentáneamente.
Es un monóculo. Te ayuda a ver...
Sólo que muy poco había visto realmente en estos años. Todo lo que
siempre había querido, todo lo que nunca había sabido que necesitaba,
siempre había estado ahí, justo delante de él. Ella había estado allí. Y sin
embargo, la había perdido. La había perdido, hace mucho, mucho tiempo.
—¿Puedo ayudarlo a encontrar algo, buen señor?— La voz de la mujer,
envejecida y tranquila, cortó sus silenciosas cavilaciones.
Auric volvió a meter el monóculo en el bolsillo delantero de su chaqueta.
—No—, murmuró. Ni siquiera estaba seguro de qué lo había atraído a este
preciso lugar. No, eso era otra mentira. Sabía lo que lo había traído aquí.
Éste había sido el lugar en el que había dejado de ver a Daisy como una niña
pequeña que necesitaba protección y había descubierto a Lady Daisy
Laurel Meadows, la mujer que le había abierto el corazón y le había
recordado lo que se sentía al volver a sentir.
Y maldita sea si no detestaba todo lo que conllevaba volver a vivir.
—¿Quizás un regalo para su dama?
Se puso rígido y volvió a prestar atención a la insistente mujer de pelo
negro y gris. Abrió la boca, pero ella blandió una larga cinta amarilla,
terminando las palabras en sus labios. —¿Tal vez una cinta para el pelo de
la dama?
Él negó con la cabeza. —Yo...
Ella levantó un pequeño espejo de mano chapado en marfil. —¿Un
espejo entonces para capturar su belleza?— Ella no le permitió hablar, pero
continuó. —O un par de peinetas para el pelo.
Una imagen de ella el día de su boda, resplandeciente y sonriente con las
peinetas de mariposa acomodadas en sus rizos castaños oscuros revoloteó
por su mente y una presión se instaló en su pecho. Consiguió sacudir la
cabeza y ella volvió a prestar atención a su colorida colección de artículos.
Auric metió la mano en su abrigo y sacó una pequeña bolsa de monedas.
—Tome—, dijo bruscamente, deteniendo los movimientos de la anciana.
~ 226 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Ella levantó la mirada expectante y luego observó el saquito durante un


largo rato.
—Tómelo—, dijo en voz baja, y apretó la bolsa en sus nudosos dedos.
La vieja gitana dudó y luego metió la bolsa en el bolsillo de su colorido
vestido morado. Él emprendió la marcha por la calle empedrada.
—Milord.
Ignoró a la mujer y dio un paso, otro, y luego se detuvo. Auric cerró los
ojos un momento y giró para mirarla.
Ella le sonrió, mostrando una hilera de dientes amarillos y torcidos. —
¿Quizás un collar para su dama?— La cadena giraba de un lado a otro en
sus dedos doblados, el sol se reflejaba en la pieza de oro.
Es un colgante en forma de corazón... Así de grande, y de oro con ligeros grabados en
él...
Aspiró un poco de aire y, por voluntad propia, sus piernas lo llevaron
hacia adelante.
Sin palabras, ella le tendió el collar y Auric aceptó automáticamente la
pequeña baratija. Los músculos de su garganta se movieron dolorosamente.
Un corazón. Era un corazón. El mismo talismán que su esposa había
intentado plasmar en su bastidor de bordado. —Es perfecto—, dijo en voz
baja. Buscó en la parte delantera de su chaqueta más monedas para la
mujer, pero ella levantó ambas palmas.
—No, no. No habrá más monedas para eso—. Ella bajó la voz y habló en
un tono tan bajo que él se esforzó por oír. —Hay una leyenda detrás de ese
collar—. Una sonrisa lenta y misteriosa le hizo subir los labios. —Algunos
incluso dicen que es mágico, que presagia que el portador del mismo...
—¡Auric!
Se giró y buscó en las calles atascadas a la mujer a la que pertenecía ese
ronco contralto.
Daisy estaba de pie a varios carros de distancia, con vacilación en sus
orgullosos y estrechos hombros. Acercó su retícula a su persona y dio un
paso tentativo hacia él. Sus miradas se cruzaron y un doloroso anhelo de
una vida con ella lo asedió. Se humedeció los labios y siguió caminando
hacia él. —Te fuiste—. Sus palabras tenían un tono de falta de aliento, una
acusación, calentada por la intensidad de sus ojos.
No había ninguna razón para quedarse. Sus dedos se enroscaron
reflexivamente sobre el colgante de oro que llevaba en la mano.

~ 227 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Daisy levantó las palmas de las manos en señal de súplica. —Había


muchas razones para quedarse, Auric—. La retícula se retorcía y giraba con
la débil brisa primaveral.
Su garganta se cerró de emoción. Siempre habían compartido una
conexión en la que podían completar los pensamientos del otro. —¿Las
había, Daisy?— Su voz surgió, ronca e irreconocible para sus propios oídos.
¿Cómo podía ella perdonar todo lo que le había costado?
Daisy dejó que su retícula se deslizara hasta el suelo, donde aterrizó con
un golpe a sus pies. Se puso de puntillas y capturó su rostro entre las
manos. —¿Crees que podría vivir en un mundo en el que tú no estuvieras?
¿Crees que podría o que alguna vez te habría sacrificado por Lionel?
La agonía lo atravesó. Ella apretó más su rostro. —Quería a mi hermano,
Auric—, dijo en voz baja. —Siempre lo haré y el dolor de su pérdida
siempre, siempre estará conmigo.
Los músculos de su estómago se tensaron. —Yo lo...
Ella sacudió bruscamente la cabeza, quedándose con esa disculpa inútil.
Sí, en algún momento, él también se había reconciliado con el hecho de
que uno nunca se libra verdaderamente de una pérdida así. El agujero
mellado y vacío que dejaba la ausencia de Lionel nunca se curaría del todo.
—Ese dolor siempre estará con nosotros—, enmendó suavemente. Daisy lo
miró fijamente. —Pero no quiero imaginar un mundo sin ti en él—. Ella
dejó caer sus manos a los lados y él lamentó la pérdida de su tacto.
Ah, Dios, él no la merecía.
El pecho de Daisy subía y bajaba con la fuerza de su emoción. Se acercó
un paso más, de modo que sólo un pelo de espacio los separaba. —Tal vez
sólo me casaste por obligación—, dijo.
—No—. La negación brotó de sus labios. Auric no podía vivir sabiendo
que ella se creía una responsabilidad y nada más. ¿Cómo no podía saber lo
mucho que ella significaba para él? Porque nunca la dejaste entrar como se
merecía... Tomó aire. —Me convencí de que sólo era eso, Daisy—. Se pasó
una mano temblorosa por el pelo. —¿Cuál era la alternativa? Amarte a ti, la
mujer que...
Ella presionó las yemas de sus dedos sobre sus labios, deteniendo el
flujo de esas palabras. —Sé que me amas, Auric—. Una sonrisa temblorosa
se asomó a sus labios. —Y te tendré de cualquier manera que pueda
tenerte. Si el tuyo es sólo el amor de un amigo...
Él tomó sus labios debajo de los suyos en un beso lento y silencioso. El
ruidoso grito de los vendedores que anunciaban sus productos y el
traqueteo de los carruajes a lo largo de los caminos empedrados se

~ 228 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

desvaneció y él, que había pasado años valorando y honrando el decoro y la


respetabilidad porque no podía enfrentar la verdad, besó a su esposa, sin
preocuparse por nadie y por cualquiera alrededor de ellos. Daisy se apoyó
en su toque y se encontró con su beso. Él retrocedió y pasó su mirada sobre
su preciosa cara en forma de corazón. Sus pestañas revolotearon
salvajemente, y cuando abrió los ojos, estaban vidriosos de pasión. Él
acarició su labio inferior. —Te amo, Daisy Laurel Meadows.
Ella no dijo nada durante un buen rato, estudiándolo con un silencio
evaluador, y luego esa lenta, traviesa y típica sonrisa de Daisy movió sus
labios hacia las esquinas. —Y yo te amo a ti, esposo.
Auric dejó caer en su bolsillo la barata chuchería que le había dado la
gitana. Ella entrecerró sus viejos y sabios ojos que ahora los estudiaban
intensamente, pero entonces una joven se acercó al carro y llamó su
atención y se apresuró a ayudar a la joven. Él recuperó la retícula de Daisy y
se la entregó. —¿Nos vamos a casa?— Le tendió la mano.
Daisy le miró los dedos un momento y luego colocó las yemas de sus
dedos en los de él. —¿No te has dado cuenta, Auric?—, susurró.
Él arrugó la frente.
—Ya estamos allí—, dijo ella en voz baja.
Sus palabras lo inundaron, y una ligereza que nunca pensó que volvería
a sentir le llenó el pecho, liberándolo, y por fin conoció la paz.

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Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Epílogo
17 de enero de 1817

—Es hora de que nos despidamos—, murmuró Auric. Su voz se escuchó


en las paredes de su oficina. —Siempre apreciaré todo lo que has hecho, el
amigo que has sido conmigo—. Contuvo el aliento lento y constante. —Sin
embargo, ya no necesitaré tu ayuda—, dijo en voz baja. Incluso cuando las
palabras salieron de su boca, reconoció lo desagradecidas que parecían, tan
formales y muy distantes. —Ya ves, tengo a otra persona que escucha y me
entregaré por completo a ella—. El pauso. —Y sé que lo aprobarías.
Auric se recostó en su silla y estudió el libro de cuero negro ligeramente
carbonizado sobre la superficie de caoba de su escritorio. Pasó la palma de
la mano sobre el frente de esta pieza que había estado con él durante ocho
años. Extraño cómo un objeto inanimado lo había sacado del borde de la
desesperación y le había proporcionado un poco de consuelo. Él se
levantó. Sin embargo, ya no necesitaba una pizca de consuelo. Daisy había
llenado su vida con la paz y la felicidad que había creído siempre fuera de
su alcance. Con un propósito en sus movimientos, se levantó y llevó el libro
a través de la habitación hasta la chimenea ardiente.
Tocó con los labios la cubierta del volumen y lo arrojó al fuego. Las
llamas de color rojo carmesí lamieron los bordes del libro, devorando
rápidamente las páginas, hasta que ardió en una llamarada de color rojo
anaranjado. —Adiós—, susurró.
Una sensación de paz le invadió. Con eso, se dio la vuelta y se dirigió a
la puerta. La abrió de un tirón y se abrió paso por los pasillos vacíos y
silenciosos de su casa de Londres, pasando por delante de los retratos de
sus severos y ceñudos antepasados ducales y de sus remilgadas y poco
sonrientes duquesas, en nada parecidas a Daisy. Auric subió las escaleras y
se dirigió al conjunto de puertas de la cámara.
Consciente de lo tarde que era, pulsó la manilla y entró en silencio. Sus
ojos tardaron un momento en ordenar la oscura habitación. Localizó a
Daisy apoyada entre un grupo de almohadas con un precioso bulto en los
brazos. —Hola—, susurró ella en voz baja, con una sonrisa que cubría sus
mejillas regordetas y pecosas. Él le devolvió la sonrisa. Volvió a prestar
atención al pequeño bebé acunado contra su corazón. La alegría se hinchó
en su pecho, poderosa y envolvente. Se tragó una oleada de emoción. El
fuego rugiente chasqueó y silbó con furia, calentando completamente la
habitación.
~ 230 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

Auric se acercó con cuidado a la cama. —¿Estás despierta?—, preguntó


en voz baja, mientras se sentaba en el borde de la cama. El colchón se
hundió bajo su peso.
Daisy levantó la vista del bebé que tenía en brazos, de apenas dos días.
—No podía dormir—, dijo con otra sonrisa.
Entonces, ambos llevaban una sonrisa perpetua estos días. Él pasó la
mano por el pequeño mechón de pelo de la cabeza del bebé. No, el bebé de
él y de Daisy. Ella abrió sus ojos grises y nublados con esfuerzo y sus labios
se movieron en una lenta y silenciosa succión. Entonces ella lo encontró.
Ah, Dios, él la amaba. Ella y Daisy eran más alegría de la que él, o cualquier
otro hombre, tenía derecho a recibir. —Hola, Lionella—, dijo en voz baja.
Sus pestañas se cerraron una vez más y se durmió. Un ligero brillo de
lágrimas empañó su visión y las devolvió parpadeando.
Esto era la paz. Ellos tres, en este momento que él congelaría para
siempre en el tiempo si pudiera. Metió la mano en la parte delantera de su
chaqueta. —Te he traído algo.
Daisy lo miró expectante.
—Lo encontré en nuestra Gipsy Hill, y esperé el momento adecuado
para dártelo—. Nunca habría un momento más adecuado que éste. Levantó
la cadena de oro que le había dado la vieja gitana.
Un grito ahogado escapó de sus labios y alternó una mirada incrédula
entre él y el collar. —Sé que buscabas un colgante en forma de corazón—.
Daisy había demostrado un singular interés por el corazón. —Y aunque no
es elegante y de los rubíes y diamantes que te mereces—, murmuró él y se
inclinó hacia delante para colgárselo al cuello. —Parecía perfecto—. Tal y
como ella era y siempre sería. Cerró el broche con un suave clic que resonó
en el silencio.
Él se acercó a Lionella y Daisy le entregó el precioso bulto. El amor se
hinchó en su pecho mientras la acunaba en sus brazos. Su cuerpo se calentó
ante la dulce delicadeza de su diminuto cuerpo contra él.
Daisy tocó el collar con la punta de los dedos. Los músculos de su
garganta se movieron. Rozó con los nudillos las suaves y satinadas mejillas
de Lionella. —El corazón de un duque—, susurró Daisy.
Él la miró inquisitivamente.
—El collar—, explicó ella, con los dedos aún en el cuello. —Quien lo
lleve poseerá el corazón de un duque.
Sus labios se alzaron ante la soñadora romántica que siempre había
sido. Quería que su hija tuviera todas las características de su valiente,

~ 231 ~
Amada por el Duque – Corazón del Duque #4

audaz y enérgica madre. Bueno, excepto por el hecho de que se le metiera


en la cabeza correr por las calles de Londres sin acompañante.
—Sabes—, dijo Daisy en voz baja. —Nunca quise el corazón de un
duque, de todos modos.
Sus palabras lo congelaron.
Ella acercó su mano a la de él, mientras juntos acunaban a su bebé. —
Sólo te quería a ti, Auric. Sólo a ti.
Y finalmente... él estaba completo.

El fin.

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