2do Domingo A San Jose

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ORACIONES A REALIZAR
En cada Domingo

Se empieza con el Acto de Contrición


(pág. 11. ), luego con la Meditación
para cada domingo y el Ejemplo del
día correspondiente (pág. 12),
continua con el refuerzo de los 7
Dolores y Gozos de San José
resumidos para cada domingo (pág.
74 ) y por último las dos Oraciones a
San José (pág. 85).
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ACTO DE CONTRICION
Oración inicial para cada Domingo

Dios y Señor mío, en quien creo y


espero y a quien amo sobre todas las
cosas; al pensar en lo mucho que
habéis hecho por mí y lo ingrato que
he sido a vuestros favores, mi corazón
se confunde y me obliga a exclamar:
Piedad, Señor, para este hijo rebelde,
perdonadle sus extravíos, que le pesa
de haberos ofendido, y desea antes
morir que volver a pecar. Confieso que
soy indigno de esta gracia, pero os lo
pido por los meritos de vuestro Padre
nutricio, San José… Vos, glorioso
Abogado mío, recibidme bajo vuestra
protección y dadme el favor necesario
para emplear bien este rato en
obsequio vuestro y utilidad de mi alma.
Amén. Jesús, María y José.
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SEGUNDO DOMINGO

La Santa Comunión de este día se


ofrecerá para dar gracias a San José
por los favores que nos ha alcanzado;
la indulgencia plenaria se aplicará por
las almas del Purgatorio que tuvieron
devoción especial a la Sagrada
Familia.

MEDITACIÓN SEGUNDO DOMINGO

Sobre los dolores y gozos de San


José en el nacimiento del Hijo de Dios
en un establo.

1. El momento en que la Augusta


Virgen María va a dar al mundo el
Mesías prometido, desde tantos
siglos, ha llegado. Es en vano que
José pida para su angelical esposa un
asilo a los habitantes de Belén; sólo
recibe negativas y desdenes. Así es
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como se cumple a la letra el pasaje del
Evangelio: “El Hijo de Dios ha venido
en medio de los suyos, y éstos se han
negado a recibirle”. José se ve
precisado a guarecerse en un establo
abandonado; allí es donde quiere
nacer el Hijo del Eterno para morar
entre los hombres ¡Qué dolor tan
inmenso para el corazón de José
viendo al Divino Niño asimilado a los
animales, echado como ellos sobre un
poco de paja húmeda y fría, en la
estación más rigurosa del año! ¡Cómo
resonaría hasta en lo más íntimo de
sus entrañas de padre, el primer
lamento del Salvador ocasionado por
sus sufrimientos! ¡Cuán dulces y
amargas fueron las lágrimas que
mezcló a las que el Niño Dios
derramaba ya por nuestras faltas!

2. José prosternado con la frente en el


polvo, adora al recién nacido como a
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su Dios; le reconoce a pesar de su
anonadamiento y su debilidad por el
Creador del Cielo y de la tierra, por el
Salvador y Redentor del mundo, le
ofrece su corazón, sus fuerzas, su
vida entera, y le da mil gracias por
haberle escogido entre todos para
servirle de padre.

Y para colmo de su alegría, María le


presenta a su Divino Niño que Dios
confía a su ternura; José le recibe de
rodillas, le estrecha con tanto respeto
como amor sobre su corazón, le baña
de lágrimas, le cubre de besos, le
ofrece al Padre Eterno como rescate
de su pueblo esperanza y alegría de
Israel, y le deposita de nuevo en los
brazos de su querida Madre como el
único altar bastante puro para
recibirle.
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¡Oh! Cómo olvida las fatigas y las
angustias de la víspera cuando oye a
los ángeles celebrar con cánticos
armoniosos el nacimiento de Aquél
que él podría llamar su Hijo más rico
que todos sus antepasados, en medio
de sus privaciones posee el más
precioso tesoro del cielo; ante su
gloria se eclipsa toda la de su regia
estirpe. El podía contemplar con sus
ojos, estrechar contra su corazón al
Emmanuel que David saludaba de
lejos en sus proféticos aciertos como
su Señor y su Dios; iba a pasar su
vida con Aquel que sus antepasados
habían deseado con tanto ardor ver la
aparición. ¿Qué gloria no queda
eclipsada en presencia de esta gloria?
¿Qué dicha no desaparecerá ante
esta felicidad?

Así es como Dios forma en el corazón


tan puro de José una inefable mezcla
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de alegría y de pena, de gozo y de
dolor; pero el dolor no turba su gozo y
la alegría nada quita a la amargura de
su pena, porque la una y la otra
proceden de un mismo principio y el
amor que le hace gozar, le hace
también padecer.

EJEMPLO SEGUNDO DOMINGO

La priora de un convento de religiosas


escribe el siguiente caso:
Una de nuestras hermanas religiosas,
de edad de 28 años, que había
gozado siempre de cabal salud, fue
atacada hace ocho meses de un mal a
la garganta que le hizo perder
enteramente la voz, extendiéndose
muy largo hasta el estómago. Una
opresión continua y pesada, dolores
violentos en el pecho y en las
espaldas, una suma debilidad, todo
eso demostró ser una enfermedad de
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pecho el mal de nuestra hermana, el
cual declararon los médicos no tenía
remedio. No desconfiamos por eso;
acudimos a San José, y poniendo en
el él toda nuestra confianza le
consagramos repetidas novenas, sin
que se advirtiera ninguna mejoría en la
pobre enferma. Como estaba tan débil
que no podía andar llevamos en
procesión a la enfermería la venerable
imagen de San José, acompañándola
con cirios encendidos; y allí
empezamos la devoción de los SIETE
DOMINGOS, tan agradables al
poderoso San José, para que nos
obtuviese la curación que tanto
deseábamos, durante la sétima
semana la enferma padecía mucho,
estaba triste, y nosotras también
porque fundadamente temíamos que
bien pronto nos dejaría. No obstante,
el domingo siguiente mostró deseos
de ir al coro para asistir a la bendición
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del Santísimo, lo que efectuó con
mucha pena sostenida por nosotras, y
llegando allí sin poder respirar. En el
acto de la bendición quiso seguir a las
otras religiosas en el canto de un
himno lo que hizo con voz apagada.
Este era el momento escogido por el
Esposo de María para demostrarnos
su poderosa intercesión. Encontré a la
enferma que salía del coro y toda
conmovida me dijo: “Puedo hablar con
voz clara”, y volviendo al coro con
nosotras se puso a rezar con fuerte
acento unas letanías a San José.
Todas estábamos a su alrededor,
pasmadas, escuchando aquella voz
que ocho meses hacía no habíamos
oído, y dirigíamos mil preguntas a
nuestra querida hermana, admirando
en ella los dichosos efectos de la
protección de nuestro amado Padre.
Libre de toda opresión, no hallaba
palabras para expresarnos lo que
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sentía y desde entonces, vuelta a su
estado normal, practica todos los
actos de comunidad.

((Récense los dolores y gozos con los


padrenuestros, pág.74)

TERCER DOMINGO

Al prepararnos para recibir a Jesús


Sacramentado, saludad a San José y
pedidle su bendición. Al comulgar,
esforzaos en entrar en sus santas
disposiciones, cuando vio correr la
sangre del Salvador y ofrecer la
comunión por la conversión de los
enemigos de la Iglesia. Aplicad la
indulgencia por las almas que tuvieron
mucha devoción a la preciosa sangre
de Jesucristo.
74
DOLORES Y GOZOS DE SAN JOSÉ
PARA HACER CADA DOMINGO.
Todos juntos
PRIMER DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh castísimo Esposo de María! me


compadezco de las terribles angustias
que padeciste cuando creíste deber
separarte de tu esposa inmaculada, y
te doy el parabién (la felicitación) por
la alegría inefable que te causó saber
de boca de un ángel el misterio de la
encarnación. Por este dolor y alegría
te pido consueles nuestras almas en
vida y muerte, obteniéndonos la gracia
de vivir como cristianos y morir
santamente en los brazos de Jesús y
de María.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.


75
SEGUNDO DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh felicísimo Patriarca, que fuiste


elevado a la dignidad de padre
putativo del Verbo encarnado! Te
compadezco por el dolor que sentiste
viendo nacer al Niño Jesús en tanta
pobreza y desamparo; y te felicito por
el gozo que tuvisteis al oír la suave
melodía con que los ángeles
celebraron el nacimiento, cantando
“Gloria a Dios en las alturas”. Por este
dolor y gozo te pido nos concedas oír,
al salir de este mundo, los cánticos
celestiales de los ángeles en la gloria.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria.


76
TERCER DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh, modelo perfecto de conformidad


con la voluntad divina! Te compadezco
por el dolor que sentiste al ver que el
Niño Dios derramaba su sangren en la
circuncisión; y me gozo del consuelo
que experimentaste al oírle llamar
Jesús. Por este dolor y gozo te pido
nos alcances que podamos vencer
nuestras pasiones en esta vida y morir
invocando el dulcísimo nombre de
Jesús.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria


77
CUARTO DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh fidelísimo Santo, a quien fueron


confiados los misterios de nuestra
redención! Te compadezco por el
dolor que te causó la profecía con que
Simeón anunció lo que habían de
padecer Jesús y María; y me gozo del
consuelo que te dio el mismo Simeón
profetizando la multitud de almas que
se habían de salvar por la Pasión del
Salvador. Te suplico por este dolor y
gozo nos alcances ser del número de
los que se han de salvar por los
méritos de Cristo y por la intercesión
de su Madre.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria


78
QUINTO DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh custodio vigilante del Hijo de Dios


humanado! Me compadezco de lo
mucho que padeciste en la huída a
Egipto, de las grandes fatigas de
aquella larga peregrinación y de lo que
te costó el poder atender a la
subsistencia de la Sagrada Familia en
el destierro; pero me gozo de tu
alegría al ver caer los ídolos por el
suelo cuando el Salvador entraba en
Egipto. Por este dolor y gozo te pido
nos alcances que huyendo de las
ocasiones de pecar, veamos caer los
dolos de los afectos terrenos y no
vivamos sino para Jesús y María,
hasta ofrecerle nuestro último suspiro.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria


79
SEXTO DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh glorioso San José, ángel de la


tierra que viste con admiración al Rey
del Cielo sujeto a tus disposiciones! Si
tu consuelo, al volverte de Egipto, fue
alterado con el temor al Rey Arqué
lao, tranquilizado después por el Ángel
viviste alegre con Jesús y María en
Nazaret. Por este dolor, y gozo
alcánzanos a tus devotos que, libre
nuestro corazón de temores nocivos,
gocemos de tranquilidad de
conciencia, vivamos seguros con
Jesús y María y muramos teniéndolos
a nuestro lado.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria


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SEPTIMO DOLOR Y GOZO
(Para cada domingo)

¡Oh modelo de santidad, glorioso San


José! Te compadezco por el dolor que
sentiste al perder al Niño Dios sin
poderle hallar en tres días, y te doy el
parabién por la alegría con que lo
encontraste en el templo. Por este
dolor y gozo te pido nos alcances la
gracia de no perder jamás a Jesús por
el pecado; y si por desgracia lo
llegamos a perder, sírvanos tu
intercesión por las lágrimas de la
penitencia, y vivir unidos con El hasta
el último aliento de nuestra vida.

Padre Nuestro y Avemaría y Gloria


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ANTIFONA. Tenía Jesús al empezar
su vida pública cerca de treinta años y
aún se le creía hijo de José.

V. ¡Oh San José! Ruega por nosotros.

R. Para que seamos dignos de las


promesas de Cristo.

ORACIÓN
Oh Dios, que con providencia inefable
te dignaste elegir al bienaventurado
San José por esposo de tu Madre te
rogamos nos concedas que
merezcamos tener en los cielos por
intercesor a quien en la tierra
veneramos por protector, Señor, que
vives y reinas por los siglos de los
siglos, Amén.
82
NOTA

A los que practiquen la precedente


devoción de los siete domingos y en
cada uno confesándose y comulgando
y visiten algún templo, u oratorio
público, rogando por las intenciones
del santo Padre el Papa. Su Santidad
PIO IX concedió indulgencia plenaria
para cada domingo.
Los que no saben leer, y viven donde
esta devoción no se hace en público,
pueden hacer en vez de dichas
oraciones: siete Padrenuestros,
Avemarías y Gloriapatris. En honor de
los siete dolores y gozos de San José.
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PRIMERA ORACIÓN A SAN JOSÉ

Patrono de la Iglesia Universal


(Para cada domingo)

Castísimo José, esposo de María: me


gozo de veros elevado a tan sublime
dignidad y adornado de tan heroicas
virtudes. Por los dulcísimos ósculos y
estrechísimos abrazos que diste al
Divino Jesús, os suplico me admitáis
en el número de vuestros siervos.
Proteged a las vírgenes y alcanzadnos
a todos la gracia de conservar la
pureza de cuerpo y de alma. Amparad
a los pobres y a los afligidos por la
pobreza y amargas angustias que
padecisteis en compañía de Jesús y
María en Belén, Egipto y Nazaret; y
haced que sufriendo con paciencia
nuestros trabajos, merezcamos el
eterno descanso.
84
Sed protector de los pobres y esposos
para que vivan en paz y eduquen en el
Santo temor de Dios a sus hijos. Dad
a los sacerdotes las virtudes que
corresponden a su estado para tratar
dignamente el Cuerpo de Jesús
Sacramentado. A los que viven en
comunidad inspiradles amor a la
observancia religiosa. A los
moribundos asistidlos en aquel trance
supremo, pues tuviste la dicha de
morir en los brazos de Jesús y de
María.
Tended vuestra mano protectora a
toda la Iglesia, pues habéis sido
declarado por el Vicario de Cristo
Patrono de la Iglesia Universal. Y pues
libraste al Hijo de Dios del furor de
Herodes libra a la Iglesia, Esposa
tuya, del furor de los impíos y
alcanzad que se abrevien los días
malos y vengan la serenidad y la paz.
Así sea.
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SEGUNDA ORACIÓN A SAN JOSE

Compuesta y escrita por


Su Santidad León XIII
(Para cada domingo)

A Ti recurrimos en nuestra tribulación,


Bienaventurado José, y después de
implorar el socorro de tu Santísima
Esposa, pedimos también
confiadamente tu patrocinio por el
afecto que te unió con la Inmaculada
Virgen Madre de Dios y por el amor
paternal con que trataste al Niño
Jesús, te rogamos nos auxilies para
llegar a la posesión de la herencia que
Jesucristo nos conquistó con su
sangre, nos asistas con tu poder y nos
socorras en nuestras necesidades.
Proteged, oh prudentísimo Guardián
de la Sagrada Familia, a la raza
elegida de Jesucristo; presérvanos, oh
Padre amantísimo, de toda mancha de
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error y corrupción; muéstratenos
propicio y asístenos de lo alto del
Cielo, oh poderosísimo Libertador
nuestro, en la batalla que estamos
librando contra el poder de las
tinieblas; y así como libraste al Niño
Jesús del peligro de la muerte,
defiende ahora a la Santa Iglesia de
Dios contra la acechanza del enemigo
y contra toda adversidad. Concédenos
tu perpetua protección a fin de que
animados por tu ejemplo y tu
asistencia podamos vivir santamente,
piadosamente morir y alcanzar la
eterna beatitud del Cielo. Amén.

Su Santidad León XIII ha concedido


una indulgencia de siete años y siete
cuarentenas por cada vez que se rece
devotamente esta devoción.
(Decretos de 15 Agosto de 1889 y 21
Septiembre del mismo año)
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