Quijote
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ELditorial
etralia
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Colección Especiales
Internet, mayo de 2005
ELditorial
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Escribir es un arte
pero también es un oficio y una profesión. El poder de llevar la
creatividad al nivel de una obra maestra encaja en la primera
definición; el manejo apropiado de herramientas en la segunda;
corresponde a cierto carácter de escritores intentar que la tercera se
desarrolle en un esquema que no interrumpa al arte ni al oficio.
Q
En un lugar de las letras
Acaso mis lágrimas sean falsas, mas, ¿qué sabes tú del amor? ¿por qué no
cierras el libro y me miras a los ojos? Tanta fidelidad no puede ser buena. Yo sé
que temes el espacio vacío de tu cama, que sueñas con mis piernas, unas pier-
nas de niña de catorce y tres meses. Si son inadecuadas para tus caricias piensa
que soy perla preciosa y sin pulir.
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Q. En un lugar de las letras 5
Sancho Panza, un caballero andante
Gricel Ávila Ortega
[...] no sé decir razón sin refrán, ni refrán
que no me parezca razón; pero yo me enmendaré, si pudiere.
Sancho Panza.
Es posible afirmar que para la mayoría de los lectores del Quijote —queda
claro que el caballero andante es Alonso Quijano, pero no necesariamente— al
lado de este personaje siempre se encuentra la figura de Sancho Panza, un hu-
milde labrador que acepta fungir como escudero del Quijote bajo la promesa de
poseer una ínsula. A lo largo de la historia, Sancho Panza ocupa artificialmente
el segundo término (subordinado) junto a su amo; sin embargo, es en esta figu-
ra donde se desarrolla la imagen de caballero andante bajo otra perspectiva que
coincide en una evolución, la cual nos es posible mencionar: un caballero es-
condido en la imagen de un escudero, como gobernador, encantador y por últi-
mo termina con una vida estática al fin de sus aventuras, encontrando el reino
prometido: su casa.
Uniendo en un mismo punto las ideas explicadas, Sancho Panza es otro tipo
de caballero, el cual no se da cuenta de la condición que desempeña.
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Llegó Sancho a su amor marchito y desmayado...
También me vengara yo si pudiera, fuera o no
fuera armado caballero, pero no pude.5
Con este diálogo de Sancho se sustentan las ideas antes mencionadas que
crean al personaje como un caballero andante bajo el estilo del Renacimiento,
pues él está manejando el interés del movimiento del dinero; ve en la caballería
andante un medio para subsistir; es decir que Sancho no ve la intención de
salvar menesterosos como un bien humano de fraternidad sino que del benefi-
cio de las aventuras llegará su ínsula y con ello el sustento seguro. Finalmente,
la sencillez de Panza lo lleva a ser el nuevo tipo de caballero porque no se abs-
trae de la realidad; contrastando con su amo que crea su mundo de caballería.
La relación entre don Quijote y sus circunstancias empieza por un acto de
ensimismamiento en que el caballero se abstrae, concentra, medita, lee...7 Si-
guiendo una misma línea en relación con el personaje, mencionaremos sus di-
ferentes etapas en: escudero artificial, encantador y gobernador, que serán los
tres puntos base para sostener la idea del caballero andante.
Escudero artificial
Como se había mencionado con anterioridad, Don Quijote imita la estruc-
tura de las aventuras de caballería... es un falso caballero; por ende, Sancho es
un escudero artificial porque es creado por el Quijote (Alonso Quijano) que le
da un oficio ilusorio: de escudero.
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Q. En un lugar de las letras 7
lo de escudero típico de las novelas de caballería). Sancho no busca parecerse a
ningún escudero, más bien ve en las aventuras sus intereses.
Encantador
Dentro de su misma sencillez, el escudero artificial se convierte en la reali-
dad de la historia en el encantador de Dulcinea del Toboso, pero no de las de
caballería. El instrumento que utiliza Sancho Panza para llevar a cabo el encan-
tamiento es la mentira. Le plantea a su amo una situación aplicable a su modelo
caballeresco. El fenómeno mágico que nubla los ojos del Quijote es el engaño de
Sancho. El cual, al contrario de otros encantadores de historias de caballería, no
derriba a su amo con algún hechizo mágico y tampoco le roba a su amada; le
inventa a Dulcinea en una labradora, transfigura la belleza y la convierte en la
realidad por medio de la magia mentirosa... entonces la mentira satisface cuando
verdad parece y está escrita con gracia, que al discreto y simple aplace.8 Se ha
mencionado y descrito a Sancho Panza como encantador, pero falta apuntalar,
como elemento, las consecuencias que ocurren en la historia. Así como Sancho
es convertido por él mismo en el encantador, por medio de la designación de
personajes adversos (los duques), se vuelve desencantador.
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transfigure en Dulcinea.
Gobernador
Sancho Panza, después de escudero artificial y encantador, se torna gober-
nador conforme a la promesa del Quijote.
La ínsula es un regalo deseado por Sancho que don Quijote le promete como
recompensa de los servicios de escudero. En la segunda parte de la obra, éste
obtiene ese regalo, la ínsula Barataria. Aunque en la historia todo es un artificio
creado por los personajes de los Duques; los cuales utilizan la promesa del Qui-
jote, se la quitan de las manos y se la adueñan para obsequiársela. Sin embargo
es una realidad que vive Sancho, que no inventa ni la imagina como su amo,
sino que la presencia. Vive los sucesos del artificio de la ínsula en su entorno.
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Q. En un lugar de las letras 9
hace por el que la deseaba.
Sancho Panza
El curso de la vida de Sancho es ser él. Como caballero no ilusorio, que no
sigue un canon determinado más que su propia sencillez, le continúa una vida
a su verdadero reino: su casa. A diferencia del amo, para quien la vida era ser
caballero andante y este tiempo termina, retornando a ser el hacendado man-
chego y por ello su continuidad acaba, porque ya no habrá cabida a la ilusión.
Panza, desde sus diferentes cambios de escudero artificial, encantador y gober-
nador, no intentó regirse por ninguno de esos lineamientos, ni trató de inven-
tarse una realidad en torno a ello, porque el curso de vida que siguió Sancho a lo
largo de la historia fue ser Sancho. De ahí que tratara de adaptar el oficio de
escudero inventado por el Quijote, que le encontrara la forma de adecuar su
papel de encantador a sus intereses para desembocar como gobernador, donde
no consiguió adaptarse a un artificio.
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Bibliografía
Cervantes Saavedra, Miguel de; Don Quijote de La Mancha. Ed. Porrúa. México, 2000.
F. Sevilla Arroyo; Enciclopedia Universal. Micronte, 1998.
Durán, Manuel; La ambigüedad del Quijote. Universidad Veracruzana, Xalapa, México, 1981.
Rodríguez, A. El Quijote, mensaje oportuno. México, 1985.
Pérez Valera, José Eduardo. Una nueva lectura del Quijote. Universidad Iberoamericana,
Departamento de Ciencias Religiosas; México, D.F., 1994.
Notas
1. Pérez Valera, J. E.: Una nueva lectura del Quijote, 1994.
2. Rodríguez A.: El Quijote, mensaje oportuno, 1985.
3. F. Sevilla Arroyo: Enciclopedia Universal, Micronet, 1998.
4. Castro, Américo: 24.
5. Cervantes Saavedra, Miguel de. 2000: I: 125.
6. Ídem, I: 104: 106.
7. Durán, Manuel, 1981: 245.
8. F. Sevilla Arroyo: Enciclopedia Universal, 1998. Del Viaje al Parnaso, IV.
9. Ídem, II: 470.
10. Ídem, II: 618.
11. Ídem, II: 505: 506.
12. Ídem, II: 545.
13. Ídem, II: 620.
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Personajes de La Mancha
Abelardo Barceló Amorós
—Creo que nos hemos perdido Sancho, observa como nos miran estos ex-
traños seres.
—Mi señor, los que están perdidos son los demás; ¿acaso no observáis las
múltiples dudas que les aquejan? Están aquí parados y cuando suene una mú-
sica salen en busca de la otra orilla de este río que los duendes han petrificado.
¿No lo veis, señor?
—No, Sancho, eso no es así, lo que sucede es que esa música les protege de
los monstruos acorazados que se detienen al escucharla y por esa razón se irri-
tan y gritan desaforadamente, ¿no lo oyes, Sancho?
¿Por dónde empezaba el caballero? Era tímido por naturaleza, pero la histo-
ria le había encomendado que resolviera los asuntos que le parecieran injustos.
La misma historia le había trasladado a un lugar en él que era desconocido per-
sonalmente pero que todo el mundo había escuchado alguna de sus desavenen-
cias.
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—¿Por qué gritáis, botarates? —bramaba el hidalgo, y relinchaba Rocinante
elevando sus pezuñas y desbaratando la coraza de alguno de los monstruos que
abría sus entrañas y dejaba salir una de su crías que la emprendía a golpes con
una persona desorientada pero convencida de su misión. En estos instantes no
hacía otra cosa nada más que proteger su integridad, ya que su rostro era la
parte elegida por el extraño ser que lo había desmontado sin dificultad. A San-
cho no le quedó más remedio que observar la escena y el entorno que les rodea-
ba. Iba a ser muy difícil convencer a su señor de que no pertenecían a esa época,
ya que estaba viendo las múltiples ocasiones en que iban a intervenir.
La cara del hidalgo cada vez se deformaba más por los golpes y por la indig-
nación que empezaba a sentir. Había perdido su lanza en el forcejeo del otro
contra su desconcierto, pero aún le quedaba la espada. Un municipal se acercó
a ellos y acabó con la pelea al obligar al iracundo conductor a que se alejara de
allí.
Pero Sancho también tenía sus manos entrelazadas con otros grilletes y poco
podía hacer. Si acaso calmar a su señor, pero no podía ni dirigirse a él, que
preguntaba a los extraños que cómo se atrevían a ultrajar a un defensor de los
débiles.
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—Vamos a llevarlos a comisaría, aunque yo los llevaría al puerto y los tiraría
al mar, debe de ser muy divertido, ¿qué te parece?
—Perdón, señor D. Quijote, esto sólo es una forma de tratar a los huéspedes,
¿acaso no veis cómo nos aclaman desde el borde del río? La comitiva es cada vez
mayor.
—Daos prisa, mi señor, parece que nuestra velocidad aumenta, ¿qué va a ser
de nuestras monturas?
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— Señor, no puedo pasar, cada vez van más deprisa y tengo las manos ata-
das
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tuoso.
—Nunca repitas eso, Sancho, lo que sucedió fue que el temor ante mi empu-
je los petrificó. Igual que pronto va a suceder aquí. ¿No los ves cómo tiemblan,
no los ves cómo gritan?
—No, señor, sus gestos eran para sujetarse la mandíbula y sus gritos eran
risas hacia nuestra presencia.
—¿Por qué dices tamaña sandez, Sancho? Ellos son los extraños, ¿no lo ves?,
¿dónde tienen su coraza?
—No les hace falta, señor, ¿para qué la querrían en caso de ser bombardea-
dos?
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—Mi fiel Sancho, ¿de qué hablas?
—De algo que sucederá dentro de 500 años, señor. Ya le dije que nos había-
mos perdido, señor, estamos adelantados a nuestra época. Lo que es extraño es
que no conozcan a vuestra merced.
Les hicieron sentarse en una de las sillas que había alrededor de una mesa.
La mirada del Quijote iba, desde un ventilador que giraba, hacia una vela en la
pared que no tenía fuego. Se levantó y aproximó sus dedos a la bombilla; el
comisario hizo una seña a sus agentes para que no lo molestaran. Él sólo sufrió
la molestia cuando la incandescencia de la bombilla abrasó sus dedos.
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—¿Por qué vistes así, bellaco?, ¿dónde tienes tu armadura?, ¿eres el rey de
esta tribu?, tendrás que medir tu fuerza con la mía. Sancho prepara a Rocinante
y mis armas. Al amanecer tendrá lugar la puesta.
Al comisario dejó de parecerle burla, a pesar de que era una época en que los
disfraces poblaban la tierra: los hombres se hacían mujeres, los blancos se vol-
vían negros, los calvos se implantaban pelo y los que tenían pelo se volvían
calvos. ¿Por qué este hombre no podía rememorar las hazañas de un antiguo
caballero? Planta no le faltaba, aunque para ser más preciso le faltaba toda la
planta, y desfachatez para asegurar que los usurpadores eran ellos, ¿cómo ha-
cer comprender a un hombre que presidía todas las bibliotecas del mundo, to-
das las casas del mundo, todas las lenguas del mundo, de que no era real?, ¿cómo
convencerse él?, ¿de dónde había salido este personaje?
Mantuvo con ellos una larga conversación de la que dedujo que por alguna
extraña razón alguien los había trasladado a su mundo, a un mundo donde ha-
cían falta cientos de Quijotes como el que tenía delante de él. Posiblemente no
hubiera podido elegir entre la justicia y la tiranía, entre la honradez y la hipo-
cresía, entre la mentira y la verdad. No estaba convencido de quién era y dudaba
mucho que consiguiera alguna aclaración por parte de ninguno de los dos. El
escudero estaba asustado por su misma presencia en ese lugar tan extraño, y
por el temor que le causaba la posible reacción de su señor.
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Ordenó a uno de sus agentes que trajera un ejemplar de lo que tenía delante
de su cara y entonces comprendió que la historia le estaba eligiendo para que
pasara a los anales de ella. Era preciso no espantar la liebre, y parecía que la
misma locura del Quijote se metía dentro de él. Pensó que en realidad aquellos
personajes se habían escapado de un libro y habían acudido a su comisaría
esposados y con hidalguía. Donde ni siquiera la modernidad era capaz de do-
blegar su seguridad. En ese momento pudo comprobar que era cierto que se
había enfrentado él sólo contra los gigantes y contra un ejército que la leyenda
disfrazaba de ovejas, y que él desbarató como guerreros que tal vez pretendían
invadir su reino; admiraba en este hombre que era capaz de sonreír mirando
una estampa que se hallaba en la pared y que le daba su bendición. De ninguna
de las maneras iba a penetrar en la historia como el causante de haber desbara-
tado dos sueños inconclusos. No sabía qué hacer con ellos y decidió acercarlos
a un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quería acordarse.
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Don Quijote en Barcelona
Estrella Cardona Gamio
Dentro del plano de nuestra realidad cotidiana existen esos otros mundos
de los que hablaba Paul Eluard y todos tienen cabida en el nuestro por extraño
que parezca; no sólo cabida, incluso nos sobrepasan, invaden o interfieren has-
ta el punto de que en muchas ocasiones dudamos de que no sean ellos los ver-
daderos y nosotros su reflejo.
Los personajes se escapan del autor, tienen vida propia y propia historia,
marchan por sus caminos, y, al cabo del tiempo pueden convertirse en leyenda
o jugar con nosotros trasladándonos a un pasado que ya ha dejado de ser inexis-
tente a fuerza de releerlo. Don Quijote es uno de estos casos.
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ciudad, se verá agasajado por muchos de su fama sabedores, hospedándose en
casa de don Antonio Moreno, bailará con risueñas damas, que le harán excla-
mar luego: Dejadme en mi sosiego, pensamientos mal avenidos. Allá os ave-
nid, señoras, con vuestros deseos; que la que es reina de los míos, la sin par
Dulcinea del Toboso, no consiente que ningunos otros que los suyos me avasa-
llen y rindan.
(¿Conciencia culpable?).
Es testigo de prodigios en los que una cabeza de bronce parlante tiene mu-
cho qué profetizar, después visitará una imprenta, en donde ve cómo se impri-
me un libro, técnica que le maravilla, critica a los traductores con mucha ironía,
contempla el mar por primera vez, sube a una galera, avista un bergantín turco,
y finalmente es derrotado en buena lid por el Caballero de la Blanca Luna, que
no es otro sino el bachiller Sansón Carrasco.
Bien, sea lo que sea, la estancia de don Quijote en Barcelona hubo de crear
un itinerario que el hidalgo manchego llevó a cabo en plan transeúnte junto con
su fiel Sancho Panza, itinerario que, convertido en peregrinaje obligado, reali-
zan estos días quienes —turistas, familias enteras, colegiales, estudiantes, etc.—
, siguen sus huellas a través del llamado casco antiguo de la ciudad, en conjunto
diez y siete lugares con nombre propio como puedan ser, por ejemplo, la Cate-
dral, la imprenta de Sebastián Comellas, números 14-16 de la calle del Call, el
Portal de Mar y la calle de Perot lo Lladre.
(Por lo que hace al mencionado Perot lo Lladre —nombre que podría más o
menos traducirse como “Perico el Ladrón”—, y que en realidad se llamaba Perot
Rocaguinarda, hemos de decir que sí existió de verdad —nació el 18 de diciem-
bre de 1582, quinto de siete hermanos—, y que su vida y sus andanzas son fa-
mosas en Catalunya.
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Q. En un lugar de las letras 21
Por lo que se sabe era de carácter levantisco, así pues, sobre los veinte años,
después de enfrentarse con la guardia del palacio del obispo Francisco Robuster,
echóse al monte formando su banda. Convertido en una pesadilla para las fuer-
zas del orden, se puso precio a su cabeza, y así estaban las cosas de revueltas en
el año 1610, fecha en la cual Miguel de Cervantes llegó a Barcelona. En aquel
entonces Perot Rocaguinarda era ya una leyenda como el bandolero audaz que
siempre se burlaba de sus perseguidores, por lo tanto, en su calidad de persona-
je de moda, habría de ser introducido en el Quijote cuando Cervantes escribe la
segunda parte, que será publicada en 1615.
Esta ruta del Quijote nos sumerge en un mundo que nunca existió si toma-
mos al caballero de referencia, pero que gracias a la imaginación se nos hace
vívidamente presente cada siglo como esas legendarias ciudades que, hechiza-
das, regresan a nuestra época, de cien en cien años, durante un sólo día.
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Dos textos
Rafael Fauquié
Con su libro inmortal, Cervantes dibujó visiones y comprensiones que to-
dos los seres humanos en cualquier parte y en cualquier momento podían iden-
tificar e, incluso, compartir. Una de ellas, acaso la más rotunda y trascendente:
el contraste entre lo deseado y lo poseído; lejanía abrumadora, por ejemplo,
entre lo que esperábamos de la vida y lo que la vida nos dio, insalvable abismo
entre lo que suelen ser las ilusiones de la juventud y los naturales angostamientos
que hereda la vejez. En la temprana primera parte de sus vidas, los seres huma-
nos imaginan que todas las opciones pueden resultar posibles y todos los anhe-
los hacerse realizables. El transcurrir del tiempo acarrea el desvanecimiento de
esos espejismos. Vivir, crecer y envejecer, si vamos aprendiendo adecuadamen-
te lo que la vida pueda enseñarnos, acaso signifique aceptar refugiarnos
resignadamente en nuestros conquistados pequeños espacios: centros innega-
bles que logran resguardarnos de las promesas rotas y de las desmentidas fan-
tasías. De alguna manera, Cervantes con su Don Quijote supo aludir al fuego de
la vida, con su correspondiente suma de experiencias y memorias, de ilusiones
y desengaños. Las páginas de Cervantes dibujan, con extraordinario acierto,
una peripecia humana convertida en símbolo reconocible porque, acaso, todos
los seres humanos logramos distinguirla entre nuestros propios aprendizajes.
De un libro inédito, aún en proceso de escritura.
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Q. En un lugar de las letras 23
de un destino grabado a hierro y fuego. La fortuna era escasa y fueron pocos los
elegidos. La literatura se encargaría de describir las peripecias de esos pocos.
Del libro La voz en el espejo, Caracas,
Alfadil-Instituto de Altos Estudios de América Latina de la Universidad Simón Bolívar,
1993).
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2 4 Varios autores
Sobre el retablo de maese Pedro
Isidro Iturat Hernández
“Cristiano y amoroso caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,
viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!”.
R. Darío, Un soneto a Cervantes
Nota preliminar
El presente estudio intenta abordar la comprensión del texto de Cervantes
desde el mayor número de ángulos posible, eso sí, sin renunciar a poner el acento
en determinados rasgos considerados, bajo un criterio estrictamente personal,
de especial interés. Su extensión limitada hará necesario el omitir el análisis de
determinados elementos que para otros quizás fueran más merecedores de ser
tratados. Sólo desearé, pues, haber logrado un equilibrio óptimo entre la capta-
ción del conjunto y de lo concreto.
1. Introducción
Aunque nos pese, mucho me temo que el encuentro con maese Pedro resul-
ta una de aquellas ocasiones en las que al lector se le despierta cierto sentimien-
to de vergüenza ajena. Son ya muchos los caminos y capítulos andados junto a
este “centauro” llamado don Quijote y Sancho Panza, y uno ha tomado un ge-
nuino afecto a los caminantes, se siente amigo, y por tanto no puede dejar de
experimentar aquella sensación de bochorno (mezclada, como tantas otras ve-
ces, con la inevitable sonrisa) que aflora cuando se ve al compañero querido
meter la pata hasta la ingle.
Aun así, a estas alturas vemos a un don Quijote que deja traslucir ciertos
atisbos de cordura. Por vez primera y para gusto de Sancho, llegan a una venta
que nuestro ilustre loco juzga venta. También demuestra un sentido de la res-
ponsabilidad que no aflora en otras ocasiones. La enfermedad, la locura, es ex-
cusa perfecta para no hacerse cargo de los propios actos, si no que se lo digan al
ventero Palomeque (capítulo XVII de la 1ª parte), que ha de ver cómo un indivi-
duo esperpéntico se le va de la venta sin soltar un maravedí, para desgracia
final, sin embargo, del manteado Sancho.
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Q. En un lugar de las letras 25
El loco puede romper y desbaratar porque el pobre está loco. En otras oca-
siones es también, junto al bufón, el único que puede decir las verdades a la
cara de un rey sin que ruede su cabeza. Aquí, bueno, es la cabeza del mismísimo
emperador de Francia la que termina en dos partes, pero nuestro caballero, por
muchos encantadores que lo hayan encantado, acata la ley y paga lo debido.
2. Localización y argumento
Encontramos el material del relato en la segunda parte de la obra, la aventu-
ra se ubica en la tercera salida de don Quijote, capítulos XXV a XXVII.
Don Quijote y Sancho llegan a una venta para pasar la noche. A la misma
llega un titiritero con su espectáculo ambulante, maese Pedro, acompañado de
un muchacho, el trujamán. Ofrecen un doble espectáculo: por un lado, el titiri-
tero muestra a un mono con la supuesta facultad de conocer los hechos pasados
y presentes; por otro, un teatro de títeres portátil.
Maese Pedro suele conseguir hacer creíble la ficción del mono informándo-
se previamente sobre las personas de cada lugar al que llega. Es capaz de sor-
prender a don Quijote reconociéndole porque, en realidad, el titiritero no es
otro que el galeote Ginés de Pasamonte, liberado por el hidalgo en la primera
parte de la historia. Después de esto pasan a la representación de títeres, que
escenifica el romance medieval de don Gaiferos y Melisendra; su motivo princi-
pal es el rescate de la doncella a manos del caballero.
3. Temas y motivos
En primer término tenemos, claro, el tema de la locura, que es columna
vertebral de la obra entera, bajo la imagen del loco que pretende cambiar al
mundo y sucumbe ante él y que, queriendo arreglar las cosas, causa el estropi-
cio. En segundo lugar, el amor. Omnipresentes son los trances amorosos a lo
largo de toda la novela. En este caso utilízanse dos clisés propios del amor cor-
tés caballeresco: caballero rescatador de dama (Gaiferos a Melisendra) y caba-
llero protector de amantes (don Quijote como “protector”, con los resultados ya
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2 6 Varios autores
sabidos).
Como temas menores que salpican el relato podemos citar el del mundo
adivinatorio, al parecer no muy grato a los ojos de Cervantes. Se nos habla de un
mono adivino y ante tal fenómeno sospechará el caballero que es fruto de pacto
con el diablo. Mencionemos también la crítica que don Quijote se permite sobre
astrólogos y adivinadores en general, a los que tacha de embaucadores (2ª par-
te, capítulo XXV).
El motivo del prófugo disfrazado es también digno de anotar, así como uno
más extraño aun, aquel del jinete al que, dormido sobre su montura, se le sus-
trae ésta. El propio narrador se encarga de poner en nuestro conocimiento su
antecedente literario (proveniente de la novela caballeresca, por supuesto): “Gi-
nés le hurtó estando sobre él durmiendo Sancho Panza, usando de la traza y
modo que usó Brunelo cuando, estando Sacrispante sobre Albraca, le sacó el
caballo de entre las piernas”.
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el estropicio es espantoso; pero en el plano de las ideas vemos otra cosa: don
Quijote resulta mostrar un exquisito sentido de la moral, aflora el “hombre bue-
no”, que deja perplejos a los propios asistentes por su gran liberalidad. Ha de
asumir su error y lo asume pagando con moneda contante y sonante los desper-
fectos.
Por otro lado, podríamos pensar que Cervantes proporciona al caballero una
suerte de “desquite”, ya que maese Pedro, que roba el querido rucio de Sancho
en Sierra Morena, recibe un nada despreciable revés de la Fortuna, que ha ido a
ponerlo en las manos del hidalgo.
4. Los narradores
Algo que, a mi juicio, resulta muy atractivo en el Quijote es la multiplicidad
de voces que construyen la acción. El lector que quiera caminar despacio, o
como suele decirse “acariciando el detalle”, se encontrará, probablemente no
sin sorpresa, con estas:
b) Lo que podríamos llamar, para el caso concreto del episodio del retablo,
un segundo narrador omnisciente. Éste es el joven trujamán, que pone
voz a lo acaecido en la representación teatral.
c) Otros autores de la historia de Gaiferos: “le quiere dar con el ceptro media
docena de coscorrones, y aun hay autores que dicen que se los dio”.
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jurar Cide Hamete...”.
h) Como colofón y más allá del Quijote, el propio Ginés de Pasamonte será
autor de un gran volumen en el que contará sus bellaquerías y delitos.
5. Maese Pedro
El protagonista del episodio es descrito de forma indirecta por los narrado-
res omnisciente y ficticio, de forma directa por lo que él mismo hace y dice,
también a través de lo que don Quijote, Sancho y sobre todo el ventero dicen de
él.
Resulta muy curioso también que Cervantes, al igual que hace con don Qui-
jote, dota a este personaje de múltiples nombres. Lo llama Ginés de Pasamonte,
pero también Ginesillo de Parapilla y maese Pedro. ¿Para qué? Si puede indicar
esto alguna afinidad entre el ladrón y el hidalgo o se trata solamente de un juego
estilístico no he conseguido discernirlo. Por el momento, nos resignaremos a
dejar el interrogante abierto.
6. La pieza teatral
El retablo es un teatro de marionetas portátil, muy parecido a los teatros
italianos pupi, en los que solían figurar temas carolingios, muy populares en el
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Q. En un lugar de las letras 29
siglo XVI.
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A título personal, podría interpretar que se trata de una reacción muy lógica
para el loco al mostrarse en un espejo su insanía. Esos personajes no son más
que títeres, esto es, individuos que en el fondo son una mentira y, por supuesto,
que no tienen dominio de sí. Aunque, recalco, precepto del autor no tengo.
d) El tono imperativo. Ej.: “Niño, niño..., seguid vuestra historia línea rec-
ta...”. La exhortación directa suele dirigirla un personaje a otro, pero
muy fácilmente podría sentirse también aludido el mismo lector.
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Q. En un lugar de las letras 31
La última intercalación, que es además la de más peso (consta de tres ver-
sos) está fuera de la representación teatral, en boca no ya del joven trujamán
sino de maese Pedro. Nos da el llanto de don Rodrigo, último rey godo, ante la
pérdida de España. Estos versos aportan un golpe humorístico que devendrá
clímax de la acción:
“Ayer fui señor de España,
y hoy no tengo una almena
que pueda decir que es mía”.
7.3. Pluralidades
Una de las tendencias estilísticas de mayor relevancia en toda la prosa de
los siglos XVI y XVII, así como en el propio Quijote, se encuentra, según pala-
bras de Dámaso Alonso, en los fenómenos relacionados con la “pluralidad
sintáctica”; esto es, la disposición del discurso bajo estructuras de tipo correla-
tivo y paralelístico.
a) De tipo tautológico:
“No ha media hora, ni aun un mediano momento, que me vi señor de reyes y de
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La expresión bimembre evoca sobre todo una “falta de prisa”, hay en ella
una voluntad de expresar majestad, nobleza. Cuando la bimembración no se da,
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la prosa corre rápida; cuando sí, la expresión adquiere gravedad, poso, equili-
brio, gracias al balanceo de los dos términos que matizan una misma idea. De
ahí que se encuentre de forma omnipresente en el habla de don Quijote y mu-
chísimo menos en la de Sancho. Don Quijote sostiene un habla dual y sosegada,
las palabras son siempre sopesadas en una especie de “balanza mental”, que da
equilibrio a la expresión. El habla de Sancho suele ser monomembre y veloz,
propia del pueblo. Sancho va al grano, siguiendo una línea nunca bifurcada.
Véase el asíndeton:
“¡oh resucitador insigne de la ya puesta en olvido andante caballería! ¡Oh no jamás
1
como se debe alabado caballero don Quijote de la Mancha, ánimo de los desmayados,
2 3A 3B
arrimo de los que van a caer, brazo de los caídos, báculo y consuelo de todos los
4A 4B 5A 5B 6A(I) 6A(II) 6B
desdichados!”.
8. Conclusión
El lector atento que aborda esta novela podría tener ciertas cosas en común
con el científico que se dedica a contemplar el cosmos. El sorprenderse sería
una de las reacciones más probables para ambos (suponiendo, claro, que tratá-
semos con individuos de corazón aún no petrificado). Un investigador que ob-
servarse a través de un potente telescopio el “universo Quijote” bien podría asom-
brarse por su enorme riqueza y complejidad. Pero imaginemos que el buen cien-
tífico ajusta la lente hasta enfocar una sola galaxia: no haría sino descubrir un
nuevo espacio de igual riqueza. ¿Qué pasaría si restringe aun más la distancia
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Q. En un lugar de las letras 33
de observación y enfoca un planeta? Lo mismo: se desplegará un mundo igual-
mente complejo. ¿Qué pasaría si nuestro observador deja de lado el telescopio y
toma el microscopio? Se enfoca una molécula y... lo mismo: un cosmos nuevo y
exuberante se despliega ante la vista. ¿Qué pasa si observa un átomo? Idem e
idem e idem...
9. Bibliografía
· Don Quijote de La Mancha. Miguel de Cervantes. Edición de Martín de Riquer. Planeta.
1992.
· Aproximación al Quijote. Martín de Riquer. Teide. 1970.
· Meditaciones del Quijote. José Ortega y Gasset. Cátedra. 1990.
· Curso sobre el Quijote. Vladimir Nabokov. Ediciones B. 1997.
· Interpretación y análisis de la obra literaria. Wolfgang Kayser. Gredos. 1985.
· Seis calas en la expresión literaria española. Dámaso Alonso y Carlos Bousoño. Gredos.
1979.
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Simbiosidad poética del Quijote
Marco Massoni-Oyarzún
“En su húmeda tiniebla vida y muerte,
quietud y movimiento, son lo mismo”.
Octavio Paz, La poesía.
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Q. En un lugar de las letras 35
“Ya ves, mi querido Adimanto, que si nuestros jóvenes toman en serio esta clase de
historias, y si no se burlan de todas estas debilidades, como indignas de sí mismo;
puesto que de todas maneras no son más que hombres, no se avergonzarán de tales
acciones y discursos, y a la menor desgracia que les suceda, se abandonarán cobarde-
mente a los gemidos y las lágrimas”.3
El hecho que Alonso Quijano (desde ahora AQ) se dé a imitar a los caballe-
ros andantes, en la forma tercera que expone Aristóteles, lo sitúa en un estadio
de poeticidad. Pero, ¿qué es la poeticidad? Por ella entenderemos el acto mismo
del ser poético, es decir, de dar nuevo sentido a las cosas y es en este nuevo
sentido que aparece la negación de la realidad, puesto que esta última está otor-
gada por el entendimiento colectivo consensuado de una sociedad en un tiem-
po determinado.
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3 6 Varios autores
antes que a sí mismo, es un gesto de nombrar el mundo, es decir, lo que está
fuera, entonces al nombrar a su rocín AQ está significando de una nueva mane-
ra lo que es, otorgándole sentido poético.
“Puesto nombre y tan a su gusto a su caballo, quiso ponérsele a sí mismo, y en este
pensamiento, duró otros ocho días, y al cabo se vino a llamar Don Quijote, [...] Pero
acordándose que el valeroso Amadís, no sólo se había contentado con llamarse Amadís
a secas, sino que añadió el nombre de su reino y patria, por hacerla famosa, y se llamó
Amadís de Gaula, así quiso, como buen caballero, añadir al suyo el nombre de la suya,
y llamarse Don Quijote de la Mancha, con que a su parecer declaraba muy al vivo su
linaje y patria, y la honraba con tomar el sobrenombre della” (DQM I. Capítulo I).
Como hemos visto, DQ se funda en la poeticidad, cuyo poema son sus accio-
nes y a la manera de los poetas clásicos Homero y Virgilio que se dan a la tarea
de crear un mundo épico y mitológico que está fuera de su tiempo presente, DQ
intenta recrear los tiempos dorados (DQM I capítulo XI), restaurar la magia,
con esto dar un nuevo sentido al presente oscurecido por el materialismo.
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Q. En un lugar de las letras 37
que difieren en su ejercicio, estas semejanzas están dadas en que el mismo Cer-
vantes ejerció ambos oficios y, por lo mismo, DQ, personaje creado por él, re-
presenta esa dualidad, simbiótica por cierto, integrando al mismo tiempo estas
dos cualidades. Esto quiere decir que en tanto DQ se ha transformado en caba-
llero andante, por una metamorfosis metafórica interna, está poetizando el
mundo, dándole nuevo sentido. Schwalb sostiene que: “Don Quijote es más
bien el resultado de una lectura”,7 y esto nos lleva a pensar en que esa lectura es
una intertextualidad poética con el pasado, a la manera que los poetas clásicos
buscan develar la esencia de las cosas a través del mito.
Así, el sueño utópico del Quijote es volver a la edad Dorada, al paraíso per-
dido como lo escribiera Milton, pero no escribiéndolo sino siendo parte vivien-
te de aquella época, traer al presente lo pasado como lo hacen los poetas, pero
no con palabras, sino con hechos, acciones, es por lo mismo que la poeticidad
del Quijote está en su ser mismo, él es ante todo un poeta, rebelde y revolucio-
nario, reaccionario ante la tecnología que comienza a absorber a la modernidad.
Sin duda, hoy el Quijote estaría contra el imperialismo, el capitalismo y la glo-
balización, rechazando los modelos de vida que se alejan de la humanidad mis-
ma, del humanismo. Lo humano del Quijote es que ante todo es un poeta, un
soñador, y por lo mismo el mundo racionalista, al igual que Platón, quiere ex-
pulsar a los poetas de la República, porque son justamente ellos, los poetas,
soñadores quijotescos, los que ponen en tela de juicio los paradigmas sociales
del mundo en cualquier época.
Porque son los poetas los que dan sentido al mundo, son ellos los que en un
estadio de iluminación son capaces de guiar el tiempo; son videntes, están siem-
pre un paso delante de la ciencia y del pensamiento, porque son ellos, en defini-
tiva, los guardianes de la memoria.
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3 8 Varios autores
primera parte de DQ y es quien le cuenta a éste sobre la existencia del libro que
narra sus andanzas, es decir, Sansón Carrasco es quien enfrenta en el imagina-
rio de DQ los dos paradigmas de lectura: “quedó don Quijote esperando al ba-
chiller Carrasco, de quien esperaba oír la nuevas de sí mismo puestas en el
libro...” (DQM II, capítulo. III); como podemos apreciar, el bachiller es quien da
cuenta a DQ de sí mismo, imagen en el espejo, el bachiller es entonces el espejo
de DQ, por el cual este último sabe de sí. Bien se dice que la imitación es la
mayor forma de admiración, tanto así que el bachiller se transforma en el Caba-
llero de los Espejos (del Bosque), nótese el nombre por el cual vemos como este
caballero es espejo de DQ, extensión de éste y producto de éste. Así DQ al sentir
la presencia de otro caballero dice: “—No quiero yo decir —respondió don Qui-
jote— que ésta sea aventura del todo, sino principio della; que por aquí se
comienzan las aventuras...” (DQM II, capítulo XII). Vemos cómo DQ da cuenta
de que se inician las aventuras verdaderamente, en la realidad, porque él sabe
que lo que está haciendo es metáfora y no la realidad misma, por ello que el
encuentro con otro caballero andante da a DQ la noción de que su poesía está
siendo realizable, verdadera. Pero, ¿cómo principia el diálogo entre ambos ca-
balleros? Principia en la poesía, en el canto con la vigüela que el Caballero del
Bosque entona y por el cual DQ y Sancho caen en la cuenta que están ante otro
caballero andante. Si bien es cierto que Sansón Carrasco pretende vencer a DQ
para que éste regrese a su hogar y deje las armas, más cierto es que Sansón
Carrasco admira a DQ, puesto que su poeticidad es auténtica y además sabe que
DQ es todo un personaje, famoso y reconocible. Por lo tanto, el bachiller no sólo
busca hacer despertar a DQ, sino que busca la fama, el crédito de vencer al más
grande los caballeros andantes, porque sabe que DQ es un poeta en vida, un
poema viviente. El bachiller dice de sí mismo: “Y más —dijo Sansón Carrasco—
, que, como ya todo el mundo sabe, yo soy celebérrimo poeta...” (DQM II, capí-
tulo LXXIII). Podemos entender que en definitiva el duelo entre DQ y el Caba-
llero de los Espejos (del Bosque) es un duelo poético, donde se enfrentan dos
poetas, uno viviente y el otro escribiente. Pero veamos qué pasa en este primer
duelo: vence DQ al Caballero de los Espejos: “Eso os cumple —respondió San-
són—; porque pensar que yo he de volver a la mía hasta haber molido a palos a
don Quijote es pensar en lo excusado; y no me llevará a hora a buscarle el deseo
de que cobre su juicio, sino el de venganza; porque el dolor grande de mis
costillas no me deja hacer más piadoso mis discursos” (DQM II, capítulo XV).
El maestro DQ vence al discípulo, y es en esta segunda parte de DQ donde éste
se transforma en caballero andante verdadero, al derrotar al Caballero de los
Espejos. Entonces, el bachiller se transforma así en la herramienta necesaria
para que DQ se instaure como un verdadero caballero; antes, en la primera par-
te, DQ sólo era una metáfora de caballero y ahora es una realidad.
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Q. En un lugar de las letras 39
Pero como bien dice el refrán que todo buen maestro debe ser superado por
el discípulo, el segundo encuentro entre DQ y el bachiller convertido en el Caba-
llero de la Blanca Luna, será muy diferente, llevará a DQ a retirarse, pero el
sueño sigue en pie, la poeticidad no ha muerto aún en nuestro caballero, decide
hacerse pastor y dedicarse de lleno a la creación poética, y así esperar a que pase
el año para volver a las armas.
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Porque ahí va DQ con su lanza que es una pluma, con su escudo lleno de
metáforas y su armadura de palabras, ahí va, escribiendo, escribiendo sueños,
únicos y verdaderos espejos de lo que somos, una nube en un charco de agua,
ahí va, en la micro, a la hora que los obreros vuelven a sus casas.
Notas
1. Aristóteles, La poética, Editores Mejicanos Unidos, México, 1996, p. 131-132.
2. “Según la Retórica, III, 1, la voz es lo que el hombre posee de más apropiado para la
imitación: y a su vez la palabra es, según el libro Sobre interpretación, cap. IV, lugar en
que pueden aparecerse, sin hacer lo que son, todas las ideas de todas las cosas” (nota
original de García Bacca), op. cit., p. 179.
3. Platón, La República. Panamericana Editorial, Santafé de Bogota, 1994, p. 93.
4. Cursivas y negritas mías.
5. Miguel de Cervantes. Don Quijote de La Mancha (DQM), tomos I y II. Editorial Ercilla.
Santiago de Chile. 1984. p. 26-27.
6. Cursivas y negritas mías.
7. Schwalb, Carlos. “La cueva de Montesinos: condensación onírica”: Anales Cervantinos.
XXXI. 1993. p. 240.
8. Op. cit. p. 242.
9. Aguirre, Joaquín. Héroe y sociedad. En línea 22/6/2004, http://www.ucm.es/info/es-
peculo/numero3/heroe.htm.
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Q. En un lugar de las letras 41
El curioso impertinente
(Amicus usque ad aras)
Teatralización de páginas del Quijote
Alfredo Jorge Maxit
Esta versión teatral de los capítulos de la novela de El curioso impertinente del Quijo-
te nació durante una lectura de los mismos, en clase, con alumnos de cuarto año del
bachillerato. Mientras leíamos advertí que había allí dentro una comedia de enredos o
una farsa. Traté de ser lo más fiel al texto de Cervantes, agregando sólo lo necesario y
cambiando el orden de la exposición según las exigencias del discurso teatral. Si bien
en el Quijote, Leonela —la muchacha que trabaja en casa de su señora Camila— tutea
a su señora, no me pareció creíble al menos para los argentinos y, por lo tanto, puse en
su boca el tratamiento de usted para con su ama.
En este texto teatral colaboró eficientemente conmigo el actor y director teatral Se-
bastián Vázquez Montenegro.
Acto Primero
La acción transcurre en dos lugares: El de las afueras y casa de Anselmo en
la antigua Florencia, escenario principal, y el de la venta desde donde habla o
lee el Cura. Dos músicas de fondo que se cruzan: La italiana del Renacimiento.
La tradicional española.
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En Florencia, ciudad rica y famosa de Italia, en la provincia que llaman
Toscana, vivían Anselmo y Lotario, dos caballeros ricos y principales, y tan
amigos que, por excelencia y antonomasia, eran llamados los dos amigos
por todos los que los conocían. Andaba Anselmo tan perdido de amores de
una doncella principal y hermosa de la misma ciudad, que se determinó, con-
tando con el parecer de su amigo Lotario, de pedirla por esposa a sus padres,
y así lo puso en ejecución. Y el que llevó la embajada fue Lotario y el que con-
cluyó el negocio, tan a gusto de su amigo, que en breve tiempo se vio puesto en
la posesión que deseaba, y Camila tan contenta de haber alcanzado a Ansel-
mo por esposo, que no cesaba de dar gracias al cielo, y a Lotario, por cuyo
medio tanto bien le había venido.
ANSELMO.- Pues, créeme. No sé por qué desde hace unos días me fatiga y
aprieta un deseo extraño. Y puesto que ha de hacerse público, quiero que sea
en el archivo de tu secreto, confiando que, con él y con el cuidado que pondrás
en remediarme, yo me veré libre de tanta angustia.
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Q. En un lugar de las letras 43
El deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa, es tan buena y tan
perfecta como yo pienso.
ANSELMO.- Te pido, otra vez, que me escuches. Piensa. ¿Qué hay que agra-
decer que una mujer sea buena, si nadie le dice que sea mala? De modo que
por lo que te digo y por muchas otras razones, deseo que Camila, mi esposa,
pase por dificultades y que se acrisole y quilate en el fuego de verse requerida
y solicitada. Y si ella sale, como creo que saldrá, con la palma de esta batalla,
tendré yo sin igual mi ventura; podré yo decir que está colmado el vacío de
mis deseos.
LOTARIO.- (Lo mira un buen espacio, como si mirara otra cosa que jamás
hubiera visto que le causara admiración y espanto.) No me puedo persuadir,
¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas que me has dicho y reque-
rido. Porque las cosas que has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las
que me pides, las que se han de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque
los buenos amigos han de probar a sus amigos y valerse de ellos, como dijo un
poeta, usque ad aras, que quiso decir que no se habían de valer de su amis-
tad en cosas que fuesen contra Dios. Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia
de no responderme hasta que acabe de decirte lo que se me ofreciera acerca de
lo que te ha pedido tu deseo.
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ANSELMO.- Bien sabes que me place oírte. Di lo que quisieres, que no te
interrumpiré.
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Q. En un lugar de las letras 45
ANSELMO.- Escúchame, Lotario, y verás que estás obligado a hacerlo y
por una sola razón. Y es que estando, como estoy, determinado a poner en
práctica esta prueba, no has de consentir tú con que yo dé cuenta de mi desati-
no a otra persona.
CAMILA.- (Con ansia y cuidado) Oh, esposo mío, cuánto has tardado. Temí
que te hubiera ocurrido algo malo.
LOTARIO.- Eh...
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LOTARIO.- Gracias, Camila. Es tanto el sueño que no me permite ya mo-
verme. (Camila sigue con sus ocupaciones. Pasado un tiempo, regresa Ansel-
mo. Ve a Lotario acostado, aguarda inquieto que se despierte. Éste lo hace, fi-
nalmente, y tiene con Anselmo una mirada de complicidad.)
ANSELMO.- Ahora me ausentaré de nuevo, pero antes te daré dos mil es-
cudos de oro y otro tanto en joyas para cebarla. (Sale en busca de lo prometido
y retorna al instante con una bolsa.) Toma, aquí tienes. Continúa que Camila
no sabe de mi regreso. (Sale, pero regresa inmediatamente como que se ha olvi-
dado de algo. Al advertir que se acerca Camila, busca dónde esconderse. Camila
entra con una bandeja con grandes rodajas de pan. Se dirige al comedor, pero
antes se acerca a Lotario que ha vuelto a su posición de descanso. Anselmo es
ganado por la curiosidad y observa desde otra habitación sin ser visto. Lotario
abre un ojo.)
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Q. En un lugar de las letras 47
salida concerté con él que me envíe a llamar para que todo parezca más ver-
dadero. ¿Qué te parece?
EL CURA.- Fuése otro día Anselmo a la aldea, dejando dicho a Camila que
el tiempo que él estuviese ausente vendría Lotario a mirar por su casa y a
comer con ella; que tuviese cuidado de tratarle como a su misma persona.
Protestó Camila. Anselmo le replicó que aquel era su gusto, y que no tenía más
que bajar la cabeza y obedecerle. Asintió Camila pero contra su voluntad. Vino
al otro día Lotario y fue recibido con amoroso y honesto acogimiento. Pero no
pudo Lotario ver a solas a Camila, que ella siempre estaba rodeada de sus
doncellas, especialmente de Leonela, aunque ésta más de una vez no cumplía
con su señora y, siguiendo sus contentos, la dejaba —a pesar de su ama— con
el solo Lotario.
CAMILA.- (Leyendo lo que ha escrito) Así como suele decirse que parece
mal el ejército sin su general y el castillo sin su castellano, digo yo que parece
muy peor la mujer casada y moza sin su marido, cuando justísimas ocasiones
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4 8 Varios autores
no lo impiden. Yo me hallo tan mal sin ti, y tan imposibilitada de no poder
sufrir esta ausencia, que si presto no vienes, me habré de ir a entretener en
casa de mis padres, aunque deje sin guarda la tuya; porque la que me dejaste,
si es que quedó con tal título, creo que mira más por su gusto que por lo que a
ti toca; y, pues eres discreto, no tengo más que decirte, ni aun es bien que más
diga. (Llama con una campanilla y le entrega el recado a un criado, quien parte
inmediatamente.)
Acto Segundo
Cuadro Primero
Es a la nochecita del día del regreso de Anselmo. Camila y Leonela conver-
san en un cuarto intermedio entre el vestíbulo y el cuarto de servicio.
CAMILA.- Corrida estoy, amiga Leonela, de ver cuán poco he sabido esti-
marme. Temo que Lotario considere mal mi ligereza, sin que eche de ver la
fuerza que él me hizo para no poder resistirle.
CAMILA.- Pero no lo has visto todo, como que no sabes lo que sufrí duran-
te los primeros días de ausencia de Anselmo. Empezando por aquel en que
Anselmo me mandaba a decir de palabra —como respuesta a mi breve, pero
urgente nota— que no me fuese de casa, porque volvería a la brevedad. No
sabes lo confundida que estuve entonces. Ni me atrevía a permanecer en casa
ni a irme a la casa de mis padres. En fin, decidí quedarme sin referir nada a
nadie acerca de los requerimientos de Lotario, cada vez más insistentes. Bue-
no, pero, ¿por qué te cuento todo esto?
LEONELA.- Y era lo lógico, pero ¿no notó nada el señor, al regresar esta
mañana?
CAMILA.- Nada. Sólo me preguntó cuál había sido la ocasión por la que le
había escrito.
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Q. En un lugar de las letras 49
LEONELA.- ¡Qué encrucijada! ¿Y qué le contestó, señora Camila?
CAMILA.- Más. Me dijo que podía estar bien segura de lo errado de aque-
lla sospecha, por dos motivos. Primero, porque él sabía que Lotario andaba
enamorado de una doncella principal de la ciudad, a quien celebra en sus
poemas —que yo podré escuchar esta noche cuando nos visite— con el nombre
de Clori. Segundo, que, aunque no lo estuviera, no había de temer la lealtad de
Lotario y de la mucha amistad entre los dos.
LEONELA.- ¿Quién será Clori, mi ama? Nunca escuché ese nombre, pero
me parece que, al pronunciarlo, a usted le tembló la voz.
CAMILA.- Podría haber sido, pero no. ¿Entiendes por qué? Porque Lotario
ya me había advertido que, cuando Anselmo regresara, nos recitaría algunos
poemas que, bajo el nombre supuesto de otra mujer, ha escrito pensando en
mí. Pero déjame que retome el hilo de mis inquietudes, Leonela. Temo que
Lotario no valore la pronta posesión que hizo de mi voluntad.
CAMILA.- También se suele decir que lo que cuesta poco se estima en me-
nos.
LEONELA.- No corre por usted esa razón, porque el amor, según he oído
decir, unas veces vuela y otras anda; con éste corre y con aquél va despacio; a
unos entibia y a otros abrasa; a unos hiere y a otros mata. Y siendo así, ¿de
qué se espanta, o de qué teme, si lo mismo debe de haber acontecido a Lotario,
habiendo tomado el amor por instrumento para rendirla durante la ausencia
de mi señor? Todo esto sé yo muy bien, que también soy de carne y de sangre
moza. Y más, señora Camila, cuando usted no se entregó ni se dio tan en se-
guida, sino después de haber visto en los ojos, en los suspiros, en las razones y
en las promesas de Lotario toda su alma, advirtiendo en ella y en sus virtudes
cuán digno era Lotario de ser amado.
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5 0 Varios autores
propuesto evitarme el sufrimiento?
LEONELA.- No sólo en ese lazo, que dicen que han de tener los buenos
enamorados, sino también en el del abecé entero. (Muy desenvuelta) Porque
Lotario es, según veo y me parece, agradecido, bueno, caballero, dadivoso,
enamorado, firme, gallardo, honrado, ilustre, leal, mozo, noble, onesto, prin-
cipal, quantioso, rico, y las eses que dicen, y luego, tácito, verdadero.
CAMILA.- (Turbándose.) ¿De esta misma ciudad? ¿Y has ido más allá de
las conversaciones?
CAMILA.- Y también te ruego que trates tus cosas con secreto, para que no
vengan a ser noticias de Anselmo ni de Lotario. (Llaman a la puerta)
LEONELA.- Así lo haré, pero calle usted que llega ya la esperada visita.
CAMILA.- Y veo que Anselmo se dispone a abrir. Los dejaré solos algún
momento.
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Q. En un lugar de las letras 51
charlan un poco confidencialmente.)
LOTARIO.- Las de que tienes, ¡oh amigo Anselmo!, una mujer que digna-
mente puede ser ejemplo y corona de todas las mujeres buenas. Las palabras
que le he dicho se las ha llevado el aire; los ofrecimientos se han tenido en
poco; de algunas lágrimas mías fingidas se ha hecho burla notable. En reso-
lución, así como Camila es cifra de toda belleza, es archivo donde asiste la
honestidad y vive el recato y todas las virtudes que pueden hacer bien afortu-
nada a una honrada mujer. Conténtate, Anselmo y no quieras hacer más prue-
bas de las hechas.
LOTARIO.- Lo tengo.
CAMILA.- Lo poco que me has dicho. Pero que está enamorado se le nota
fácilmente en lo mudado del semblante.
ANSELMO.- ¿Le pedimos que nos diga uno de los sonetos a su amada, de
quien como no la conoces, podrá decirnos lo que quiera?
LOTARIO.- (Recita)
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En el silencio de la noche, cuando
ocupa el dulce sueño a los mortales,
la pobre cuenta de mis ricos males
estoy al cielo y a mi Clori dando.
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Q. En un lugar de las letras 53
cómo tu hermoso rostro está esculpido.
CAMILA.- (Que más que nada aplaude con los ojos.) Que bien merece que
Clori le corresponda prontamente.
Cuadro Segundo
Vuelta la luz, que será la de un nuevo anochecer. Se observa caminar a Lotario
hacia la casa de Anselmo. Poco antes de llegar, ve que sale el desconocido amante
de Leonela de la misma. Aprieta el paso, pero el mancebo se pone rápidamente
fuera de su alcance. Lotario se debate mentalmente, movido por los celos, pen-
sando en Camila. Vacila. Se enoja. Enfurece. Decidido llama a la casa. Anselmo
sale presto a recibirlo.
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5 4 Varios autores
LOTARIO.- Ha sido, amigo, por ver si era algún liviano antojo suyo, o si lo
hacía por probarme y también ver si eran con propósito firme tratados los
amores que, con tu permiso, con ella he comenzado.
LOTARIO.- Creí asimismo que ella, si fuera la que los dos pensamos, ya te
hubiera dado cuenta de mi solicitud; pero, habiendo visto que se tarda, conoz-
co que son verdaderas las promesas que me ha dado de que cuando otra vez
hagas ausencia de tu casa, me hablará en la recámara donde está el escondite
de tus alhajas.
LOTARIO.- No. No quiero que corras a ninguna venganza, que hasta aho-
ra no ha cometido pecado sino con el pensamiento. Y hasta podría suceder
que, desde éste hasta el tiempo de ponerlo en obra, Camila cambiase de pare-
cer y naciese en su lugar el arrepentimiento.
LOTARIO.- Finge un día de estos que te ausentas otra vez y quédate es-
condido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y las otras cosas te ofre-
cen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los
míos, lo que Camila quiere. Y si fuere la maldad que se puede temer antes que
esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agra-
vio.
ANSELMO.- (Callado por un buen espacio, mirando al suelo sin mover pes-
tañas.) Tú has obrado, Lotario, como yo esperaba de tu amistad. En todo he de
seguir tu consejo. Saldré y regresaré —al poco tiempo— para ser testigo. Pero
lo haré ahora mismo que ahí oigo que llega. (Aparece Camila, que saluda pru-
dentemente a Lotario y se incorpora a la conversación.) ¡Qué suerte que ya es-
tés aquí, esposa mía, porque debo partir inmediatamente por otro forzado e
inesperado llamado de negocio! Lotario te lo explicará todo. (Sale sin esperar
respuesta.)
CAMILA.- Primero, sabe, Lotario, que tengo una pena en el corazón que
parece que quiere reventar en el pecho. Y es acerca de la desvergüenza de
Leonela que ha llegado a tanto, que cada noche encierra a un galán suyo en
esta casa, y se está con él, tan a costa de mi crédito, que queda a campo abier-
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Q. En un lugar de las letras 55
to de ser juzgado por quien le viere salir a horas tan inusitadas de mi casa.
CAMILA.- Me cuesta creer que los celos te hayan puesto tan loco, Lotario;
tan insensato, tan injusto para conmigo. (Iluminándose.) Espera. (Apurada.)
Ándate ya de esta casa e ingresa nuevamente, cuando Leonela te llame. Y
cuando te hable, respóndeme como no sabiendo que Anselmo nos escucha.
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5 6 Varios autores
CAMILA.- ¡Ay, Leonela amiga! ¿No sería mejor que antes que llegase a
poner en ejecución lo que no quiero que sepas, porque no procures estorbarlo,
que tomases la daga de Anselmo que te he pedido, y pasases con ella este infa-
me pecho mío? Pero no lo hagas, que no es justo que yo lleve la pena de ajena
culpa. Primero quiero saber qué vieron en mí los atrevidos y deshonestos ojos
de Lotario que fuese causa de venir a descubrirme un tan mal deseo como el
que me ha descubierto, en desprecio de su amigo y en deshonra mía. Ponte,
Leonela, a esa ventana y llámale que debe estar en la calle esperando cumplir
su mala intención.
LEONELA.- ¡Ay, señora mía! ¿Qué es lo que quiere hacer con esta daga?
¿Quitarse la vida o quitársela a Lotario? Mejor es que disimule su agravio y
no dé lugar a que este mal hombre entre ahora en esta casa y nos halle solas.
Mire, señora, que somos débiles mujeres, y él es hombre, y determinado. Mire
que como viene con aquel mal propósito, quizá antes de que usted ponga en
ejecución el suyo, hará él lo que le estaría a usted más mal que quitarse la
vida. ¡Mal haya mi señor Anselmo, que tanta mano ha querido dar a este des-
vergonzado en su casa! Y ya señora, una vez que usted lo mate, como pienso
que quiere hacer, ¿qué hemos de hacer con él después de muerto?
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Q. En un lugar de las letras 57
dos tan sin culpa mía, quien me ha provocado. (Después de un juego de irse y
no irse, sale Leonela. Camila, consigo misma.) ¿No fuera más acertado despe-
dir a Lotario, como otras veces lo he hecho, que ponerlo en condición de que
me tenga por deshonesta y mala, siquiera este tiempo que he de tardar en
desengañarle? Mejor fuera, sin duda; pero no quedaría yo vengada ni la hon-
ra de mi marido satisfecha, si tan sin consecuencias y tan a paso llano se vol-
viera a salir de donde sus malos pensamientos le entraron. Pague el traidor
con la vida. Sepa el mundo que Camila no sólo guardó la lealtad a su esposo,
sino que le dio venganza del que se atrevió a ofenderle. Mas, con todo, creo
que fuera mejor dar cuenta de esto a Anselmo, pero no, que —como ya ocurrió
cuando le escribí— no habrá de creer a su esposa por defender tanto a su
amigo. (Comienza a pasear con la daga desenvainada, dando desconcertados y
desaforados pasos y haciendo ademanes como que le faltara el juicio y no fuera
delicada mujer sino un rufián desesperado.) Mas, ¿para qué hago yo tantos
discursos? ¿Tiene, por ventura, una resolución gallarda necesidad de consejo
alguno? No, por cierto. ¡Afuera, pues, traidores! ¡Aquí venganzas! ¡Entre el
falso, venga, llegue, muera y acabe, y suceda lo que sucediere! Limpia entré
en poder de lo que el cielo me dio por mío; limpia he de salir de él y, cuando
mucho, saldré bañada en mi casta sangre y en la impura del más falso amigo
que vio la amistad en el mundo. (Anselmo, que mira y escucha todo desde su
escondite, se dispone a salir, pero regresa al advertir que vuelve Leonela con
Lotario de la mano. Al verlo, Camila, traza con la daga en el suelo una gran
raya.) Lotario, advierte lo que te digo: si por ventura te atreves a pasar de esta
raya, más aun, a llegar hasta ella, en el momento en que vea que lo intentas
me pasaré el pecho con esta daga. Y antes de que me respondas quiero que me
escuches algunas cosas, que después me responderás según te agrade. Lo pri-
mero que quiero que me digas es si conoces a Anselmo mi marido y en qué
opinión lo tienes. Lo segundo si me conoces a mí. Y no pienses mucho lo que
me has de responder que no es nada difícil lo que te pregunto.
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5 8 Varios autores
CAMILA.- Si eso confiesas, enemigo mortal de lo que debe ser justamente
amado, ¿con qué rostro osas aparecer ante quien sabes que es el espejo donde
aquél se mira. Pero ahora caigo, ¡desdichada de mí! que debe de haber sido
alguna desenvoltura mía, que no quiero llamarla deshonestidad, pues no ha-
brá procedido de deliberada determinación, sino de algún descuido de los que
las mujeres que no tienen de quién cuidarse, suelen hacer inadvertidamente.
Si no, dime: ¿cuándo, ¡oh traidor! respondí a tus ruegos con alguna palabra o
señal de cumplir tus infames deseos? ¿Cuándo tus amorosas palabras no fue-
ron reprendidas con aspereza por las mías? ¿Cuándo tus promesas y regalos
te fueron creídas y admitidas? Pero, pensando que si has perseverado tanto
en tu intento amoroso ha sido por algún descuido mío, es que quiero castigar-
me y darme la pena que tu culpa merece. Y para que veas que siendo conmigo
tan inhumana, no es posible dejar de serlo contigo, te he traído como testigo
del sacrificio que pienso hacer a la ofendida honra de mi marido. Torno a
decirte que lo que más me fatiga es que algún descuido mío haya engendrado
en ti tan desvariados pensamientos y es a eso lo que quiero castigar con mis
propias manos. Pero antes de hacerlo, quiero matar muriendo y llevar conmi-
go a quien me acabe de satisfacer el deseo de venganza que tengo. (Arremete
contra Lotario con la daga desenvainada, queriendo frustradamente clavársela
en el pecho.) Pues la suerte no quiere satisfacer del todo mi justo deseo, a lo
menos no ha de ser tan poderosa que, en parte, me quite que no le satisfaga.
(Y, haciendo fuerza para soltar la mano de la daga, que Lotario la tenía asida, la
saca y guía su punta hasta herirse levemente en la axila izquierda, dejándose
caer en el suelo como desmayada. Lotario acude con presteza, despavorido y sin
aliento a sacar la daga y se tranquiliza al ver lo superficial de la herida, admiran-
do la sagacidad de la hermosa Camila. Leonela, entre tanto, llora.)
LOTARIO.- ¡Ay, Camila! ¿Por qué has hecho esto? Yo, yo soy el único cul-
pable de toda esta desgracia. ¿Quién habrá de perdonarme? ¡Ay, Camila, mujer
honrada!
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Q. En un lugar de las letras 59
CAMILA.- Cobarde debes llamarme, Leonela. Y de poco ánimo, que me ha
faltado el tiempo para quitarme esta vida tan aborrecida. ¿Qué he de hacer
ahora? ¿Le contaré a Anselmo todo lo sucedido?
CAMILA.- Veo que si no hemos de saber dar salida a esto, lo mejor será
decirle la verdad desnuda.
Tercer Acto
Es de noche. Anselmo y Lotario vienen hacia la casa del primero. En la otra
punta, la casa de Lotario.
ANSELMO.- (Cerca de la puerta.) Está bien. Aceptaré que aquí nos separe-
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6 0 Varios autores
mos, mientras pienso cómo pueda solucionar la diferencia sin que tengamos
que confesar a Camila nuestra estratagema.
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Q. En un lugar de las letras 61
CAMILA.- ¿Qué ha sucedido, esposo mío?
ANSELMO.- ¿Se ha ido solo? (Ignorancia del criado.) Gracias. (El Criado
cierra la puerta y Anselmo se dirige hacia su casa, a la que encuentra vacía,
totalmente sola. Va hacia el vestíbulo. Se sienta. Queda ensimismado un rato.)
Heme aquí, en un instante, sin mujer, sin amigo, sin criados, desamparado
hasta del cielo que me cubre, y, sobre todo, sin honra. (De pronto va a vestirse
como para emprender un viaje y sale. Camina. Se deja caer junto a un tronco de
un árbol, dando tiernos y dolorosos suspiros hasta callar, vencido. La luz indica
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6 2 Varios autores
el paso del tiempo. Casi al anochecer ve que viene un hombre desde la ciudad.)
Salud, buen ciudadano. ¿Qué buenas traes desde la ciudad?
CIUDADANO.- Las más extrañas que se hayan oído por estos días. Se dice
públicamente que Lotario, aquel grande amigo de Anselmo el rico, se llevó
esta noche a Camila, mujer de Anselmo, que tampoco aparece.
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Q. En un lugar de las letras 63
AMIGO.- (Lee.) Un necio e impertinente deseo me quitó la vida. Si
las nuevas de mi muerte llegaren a los oídos de Camila, sepa que yo
la perdono, porque no estaba ella obligada a hacer milagros, ni yo
tenía necesidad de querer que ella los hiciese; y pues yo fui el fabri-
cador de mi deshonra, no hay para qué... (Han entrado unos criados del
amigo. Entre todos se llevan hacia el interior de la casa a Anselmo muerto. La
luz de la casa del amigo va apagando gradualmente.)
EL CURA.- Dícese que, aunque Camila se vio viuda, no quiso salir del mo-
nasterio, pero tampoco hacer profesión de monja hasta que, no muchos días
después, le vinieron las noticias de la muerte de Lotario en una batalla, en el
reino de Nápoles. Entonces sí hizo profesión, y acabó en breves días la vida, a
manos de tristezas y melancolías. Éste fue el fin que tuvieron todos, fin nacido
de un tan desatinado principio. (Deja los pliegos sobre la mesa. Al público.)
Bien me parece esta novela, pero no me puedo persuadir de que esto sea
verdad; y si es fingido, fingió mal el autor, porque no se puede imaginar que
haya marido tan necio que quiera hacer tan costosa experiencia como Ansel-
mo. Si este caso se pusiera entre un galán y una dama, pudiérase llevar, pero
entre marido y mujer, algo tiene de imposible; y en lo que toca al modo de
contarlo, no me descontenta.
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6 4 Varios autores
Don Quijote
Víctor Montoya
Me ingresaron en este corral de locos, donde paso horas enteras queriendo
amarrarme los dedos como el nudo de una corbata.
Me agarro la cabeza y camino aquí y allí, sin saber qué hacer ni qué decir. A
veces, de puro aburrimiento, contemplo el retrato de don Quijote que la psi-
quiatra, dulce como doña Dulcinea del Toboso, colgó en la pared del cuarto.
Otras veces, atraído por el trino de los pájaros, salgo al patio y me siento a la
sombra de un árbol, por donde pasa y repasa cada loco con su tema.
Los locos hablan y hablan como locos. Hablan de la misma cosa y están al
pedo. Uno dice: soy Jesucristo, y nadie le cree. Otro dice: soy Buda, y tampoco
nadie le cree. Yo les digo que soy don Quijote de La Mancha y se matan de la
risa.
Entonces, herido en mis profundos sentimientos, los miró uno a uno y les
pregunto:
—Porque el loco no era don Quijote, sino el Manco de Lepanto alias Miguel
de Cervantes.
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Q. En un lugar de las letras 65
Dos personajes y su autor
en búsqueda de la utopía
Dixon Moya
“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos;
con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la
libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.
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6 6 Varios autores
Cervantes resumía a los tres hermanos, había ensayado la primera opción
(las armas), que lo dejó lisiado, intentando la segunda sin éxito. Sin oportuni-
dades para ejercer la tercera, crea una cuarta vía, la de las letras, que en vida
alcanzó a darle felicidad. Desde aquella época, no son pocos los que tratan no
sólo de ganarse la vida, sino ganar la inmortalidad, con un oficio que muchos no
consideran profesión, el de escribir.
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Q. En un lugar de las letras 67
ciente Caronte transportaba a los visitantes en recorrido turístico al reino de
Hades. En este caso, se llega a un paraje de indescriptible belleza, “ameno y
deleitoso prado”. Es probable que el gran Julio Verne, otro autor conmemorado
por estos días, se inspirara en este pasaje para describir un mundo perdido en
su delicioso Viaje al centro de la Tierra (1864).
“Por los pueblos de la España de los mendigos ingeniosos, los frailes anda-
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6 8 Varios autores
riegos, los hidalgos pobres y los nobles altivos e indiferentes, anda Cervantes de
burócrata oscuro, el brazo seco como un sarmiento. Investido de autoridad real
requisa aceite y trigo con el mandamiento de comisario de abastos, un oficio
que sólo atrae pendencias y enemistades, y del que hay que rendir cuentas ca-
bales para no caer en la desgracia de las sospechas. En un país plagado de
marrullas y cohechos, robarle a la hacienda pública sus bastimentos no causa
asombro, pero sí desdichas. Pleitea con los remisos, mete en la cárcel a quienes
se niega a entregar lo requerido, él mismo amenazado con prisión por los pode-
rosos a quienes intima; y cuando toca los bienes de la iglesia es excomulgado
por el obispo de Sevilla. Dos veces excomulgado”.
—Con tan buena memoria —dijo el duque—, no podrá Sancho errar en nada”.
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Q. En un lugar de las letras 69
cipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale
por sí sola lo que la sangre no vale...
”Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu
fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos
como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de
las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte en vejez
suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terce-
ros netezuelos”.
Aunque Sancho tiene sus propios intereses y ambiciones, como los confiesa
en la carta que le remite a su esposa Teresa, el episodio relatado en el Capítulo
XLV, sobre el ganadero y la mujer que le acusa de abusar de ella, demuestra su
sentido equitativo. Ramírez manifiesta que este apartado de la obra de Cervan-
tes se centra en el poder, desde diversas perspectivas, incluso desde la risa.
Sin embargo, surge una pregunta necesaria, ¿la realización de la utopía per-
sonal debe coincidir con la colectiva? ¿La ambición personal no choca con los
ideales de justicia social y redistribución de los recursos? Cervantes, como lo
manifiesta Ramírez, buscaba una oportunidad en el Nuevo Mundo, oportuni-
dad que significaba poder, es muy posible que cualquier ideal de justicia, por lo
menos de justicia común, quedara relegado frente a la libertad individual de
conseguir su propio beneficio a costa de los demás.
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7 0 Varios autores
himno de libertad”.
“¿Qué idea de la libertad se hace don Quijote? La misma que, a partir del
siglo XVIII, se harán en Europa los llamados liberales: la libertad es la sobera-
nía de un individuo para decidir su vida sin presiones ni condicionamientos, en
exclusiva función de su inteligencia y voluntad. Es decir, lo que varios siglos
más tarde, un Isaías Berlin definiría como ‘libertad negativa’, la de estar libre de
interferencias y coacciones para pensar, expresarse y actuar. Lo que anida en el
corazón de esta idea de la libertad es una desconfianza profunda de la autori-
dad, de los desafueros que puede cometer el poder, todo poder”.
“Un día como el de hoy, mi maestro William Faullkner dijo en este lugar:
‘Me niego a admitir el fin del hombre’. No me sentiría digno de ocupar este sitio
que fue suyo si no tuviera la conciencia plena de que por primera vez desde los
orígenes de la humanidad, el desastre colosal que él se negaba a admitir hace 32
años es ahora nada más que una simple posibilidad científica. Ante esta reali-
dad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una
utopía, los inventores de fábulas, que todo lo creemos, nos sentimos con el de-
recho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación
de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie
pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el
amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de
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Q. En un lugar de las letras 71
soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra
(...).
”En cada línea que escribo trato siempre, con mayor o menor fortuna, de
invocar los espíritus esquivos de la poesía, y trato de dejar en cada palabra el
testimonio de mi devoción por sus virtudes de adivinación, y por su permanen-
te victoria contra los sordos poderes de la muerte. El premio que acabo de reci-
bir lo entiendo, con toda humildad, como la consoladora revelación de que mi
intento no ha sido en vano. Es por eso que invito a todos ustedes a brindar por
lo que un gran poeta de nuestras Américas, Luis Cardoza y Aragón, ha definido
como la única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía”.
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7 2 Varios autores
La cocción del Quijote
Rafael Pérez Ortolá
La degustación de un plato con la enjundia de El Quijote requiere gran nú-
mero de coincidencias y una elaboración con todos los cuidados. También exige
algo que no se lleva demasiado en los ambientes actuales, la excelencia.
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Q. En un lugar de las letras 73
gusto final.
Hay que tener cada neurona en su sitio, para que la capacidad mental sea
capaz de ponernos en el plato un manjar tan exquisito, pleno de sencillez, fácil
para disfrutarlo, de digestión ligera y, pese a todo, con una profundidad con
visos de auténtico tratado de cocina. En este caso de cocina humana, de huma-
nidades.
Pues bien, ante estas premoniciones poco halagüeñas, ante humanidad tan
mal predispuesta; quiero abogar por una renovación cervantina, lanza en ristre,
para que todos vayamos convaleciendo y volviendo a la vida auténtica. Reco-
brando algunos muebles mentales del cocinero de El Quijote, la recámara
cervantina que yo veo así:
La recámara cervantina
Lo quijotesco el sentido nos limita,
queremos una lectura chocante,
y con bravo lenguaje hilarante
provocamos que la razón remita
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7 4 Varios autores
La labradora y el señor
Armando Quintero Laplume
—¡No me vengan con más historias! —protestó a gritos la joven Aldonza
Lorenzo—. Me da pena ese señor que ustedes dicen que me convirtió en su dama.
¿Dama, yo?, si sólo tengo el olor a bosta de las vacas que arreo, el aliento a los
ajos y cebollas que cosecho, y estas manos y ropas maltratadas de labranzas.
¡Déjense, vecinitas, de pasar los chismes! ¡Y déjennos en este lugar de La Man-
cha! A mí, con mis quehaceres. Y a él, con su triste figura. Bastante tenemos
cada uno con ello, ¡para estos tiempos que corren!
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Q. En un lugar de las letras 75
El Quijote de Indias
María Eugenia Sáez
Allí don Quijote estaba atento, sin hablar palabra, considerando estos tan extraños
sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería. Allí concertaron
que el capitán y Zoraida se volviesen con su hermano a Sevilla y avisasen a su padre
de su hallazgo y libertad, para que ... viniese a hallarse en las bodas y bautismo de
Zoraida, por no le ser al oidor posible dejar el camino que llevaba, a causa de tener
nuevas que de allí a un mes partía la flota de Sevilla a Nueva España, y fuérale de
grande incomodidad perder el viaje (Quijote, I, 43).
Varias obras maestras del Siglo de Oro dan mayor fruto si se leen con una
“orientación” indiana, aunque hayan sido escritas en España, por españoles, y
su tema parezca versar sobre la península solamente y no sobre el resto de lo
que entonces era el imperio hispano. El primero en demostrarlo fue John
Beverley, con las Soledades de Luis de Góngora, cuyo protagonista redescubre
el Nuevo Mundo como ámbito de la rapacidad imperialista.
La idea no surgió con Beverley, sin embargo, aunque sí fue él quien la desa-
rrolló. Hace medio siglo, Ángel del Río llamaba “literatura de Indias” a la Histo-
ria verdadera de la conquista de la Nueva España de Bernal Díaz del Castillo y
a otras relaciones de hechos, con lo que ponía al hispanismo sobre la pista co-
rrecta, a mi criterio. Esta pista es la de la escritura indianista. Es la pista que nos
conduce a los hispanistas, en el tercer milenio de nuestra lengua, hacia un hori-
zonte donde podamos albergar a los escritos de ambos lados del “charco” oceá-
nico en conjunto y en interconexión activa. Por la investigadora Ernestina Sal-
cedo Pizani hemos aprendido que el venezolano Tulio Febres Cordero fue el
pionero del tema, ya en 1905 con su Don Quijote en América, una década antes
de que Francisco Astrana Marín diera sus famosas conferencias.
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7 6 Varios autores
La idea ha resurgido en nuestro siglo entre hispanistas de toda procedencia.
Michael K. Schussler opina que el “descubrimiento” de América dio inicio a un
proceso sincrético, el cual llevó a que se creara un corpus de escritos diferencia-
do de sus “progenitores” europeos. Por su parte, Roberto González Echevarría,
profesor de Yale, presenta, en Mito y Archivo, a la literatura latinoamericana
como expresión de la confluencia de escritos literarios y documentos históricos
que conllevó el Encuentro entre dos mundos. Diana De Armas-Wilson, en el
libro que le publicó la editorial universitaria Oxford sobre el nacimiento de la
novela como género novomundista (The Quijote, the Rise of the Novel and the
New World), sondea el impacto de la exploración de las Indias sobre la episte-
mología europea. Asevera que la novela nació precisamente en medio de la hi-
bridez biológica y cultural del Imperio español, la cual Cervantes integró a sus
obras de varias formas, p.e., haciendo que sus personajes subalternos (gitanos,
rufianes, indianos, sirvientas) utilicen un léxico americano, con lo cual apunta
hacia la estructura social de su medio. Anne Cruz, profesora de la Universidad
de Chicago, y editora de una atinada serie de libros sobre el Siglo de Oro, decla-
ra que su propósito es “cambiar la perspectiva sobre el XVII para que, de una
era de descubrimiento, pase a ser vista como una de viajes de costa hispana a
costa hispana e intercambios culturales, en ambos sentidos”.
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Q. En un lugar de las letras 77
Juan Ruiz de Alarcón) y a peninsulares que vivieron en Indias (Tirso de Moli-
na).
El problema con las referencias del Manco a Indias es que detentan una
variedad tan sorprendente que se hace difícil distinguir un patrón entre ellas; y
no suelen ser alusiones directas. Por dar un ejemplo, en ambas partes del Qui-
jote aparece el tema de los negros —la esclavitud y/o la trata negrera— pero no
siempre se lo presenta en los términos avariciosos de Sancho (“¿Habrá más que
cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los
pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título?...” I, 29), sino
en los términos de su amo, el liberador de galeotes encadenados (entre los que
destaca el autor Ginés de Pasamonte) y de libros condenados a galeras. Don
Quijote describe al soldado viejo y pobre como “negro” al servicio de los pode-
rosos (Quijote, II, 16), situación de la que no se exime el de Lepanto, necesitado
de mecenas. No se le ocultaba a Cervantes que había que andarse con cuidado
de no ofender a algún Grande cuyos títulos y cargos estuvieran indisolublemente
ligados a la trata negrera en Canarias y el Mahgreb berberisco y a la propiedad
de esclavos negros en Andalucía.
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7 8 Varios autores
ticara el caótico desarrollo del imperio católico e inclusive su malignidad intrín-
seca? Todas estas interpretaciones me parecen dignas de escrutinio, aunque
me inclino a pensar que el Manco observó con atención lo americano y trató de
entenderlo como escritor en sus términos propios, que no eran exclusivamente
europeos. Lo habría predispuesto su paso por el África bereber como esclavo.
El Relato del Cautivo presenta el architema del libro: el contraste entre don
Quijote, el caballero anacrónico y aislado en La Mancha, frente al caballero co-
nectado con la Audiencia mexicana y ducho en arreglos solapados y silenciosos,
los cuales son las verdaderas “quimeras caballerescas”.
Pero dejémosle aquí [a don Quijote], que no faltará quien le socorra, o si no, sufra y
calle el que se atreve a más de lo que sus fuerzas le prometen, y volvámonos atrás
cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis respondió al oidor... (I, 44).
El lector es forzado a seguir la escena cada vez más de cerca, a cada paso
aguzando el oído, volviendo a leer. Cuando “se prosiguen los inauditos sucesos
de la venta”, como dice el epígrafe, uno de ellos es el caso literalmente no-oído
que don Luis expone al Oidor por obtener de éste la mano de su hija Clara. La
escena baja de tono hacia el susurro.
.. [Don Quijote] hubo de callar y estarse quedo, esperando a ver en qué paraban las
diligencias de aquellos [...].
—¿No conoce vuestra merced, señor oidor, a este caballero, que es el hijo de su veci-
no..?
—¿Qué niñerías son éstas, señor don Luis, o qué causas tan poderosas, que os hayan
movido a venir desta manera, y en este traje, que dice tan mal con la calidad vuestra..?
El oidor dijo ... que se sosegasen, que todo se haría bien; y tomando por la mano a don
Luis, le apartó a una parte y le preguntó qué venida había sido aquella y en tanto que
le hacía ésta y otras preguntas, oyeron grandes voces a la puerta de la venta...
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Q. En un lugar de las letras 79
gentilmente:
.... y el oidor quedó en oírle suspenso, confuso y admirado, así de haber oído el modo
y la discreción con que don Luis le había descubierto su pensamiento, como de verse
en punto que no sabía el que poder tomar en tan repentino y no esperado negocio; y
así no respondió otra cosa sino que se sosegasen por entonces ... porque se tuviese
tiempo para considerar lo que mejor a todos estuviese ... el oidor, que, como discreto,
ya había conocido cuán bien le estaba a su hija aquel matrimonio; puesto que, si fuera
posible, lo quisiera efetuar con voluntad del padre de don Luis, del cual sabía que
pretendía hacer de título a su hijo. (I, 44; mi énfasis).
Se incita al público lector del Quijote a que esté “tan atento” al “negocio”
como lo está el enrumbado a Indias, quien por su profesión, habrá de escuchar
varias versiones de un caso, antes de extraer una conclusión práctica de ellas:
Puestos, pues, ya en sosiego, y hechos amigos todos a persuasión del oidor y del cura
... el oidor comunicó con don Fernando, Cardenio y el cura qué debía hacer en aquel
caso, contándoseles con las razones que don Luis le había dicho ... y aun el Oidor, si no
estuviera tan pensativo con el negocio de don Luis, ayudara, por su parte, a la burla;
pero las veras de lo que pensaba le tenían tan suspenso ...Todo lo apaciguó el Cura, y
lo pagó don Fernando, puesto que el Oidor, de muy buena voluntad, había también
ofrecido la paga... (I, 45).
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8 0 Varios autores
En el Relato del Cautivo, “dieron al oidor cuenta del humor extraño de don
Quijote, de que no poco gusto recibió” y se irá con ese gusto a América. Es un
caballero de escritorio, atento a su negocio, hombre de confianza de los podero-
sos. Un allana-obstáculos. Recibe favores y los devuelve a quienes aprendan el
protocolo de la discreción. Don Quijote calla y observa y queda “captivado” en
La Mancha. El Oidor es el nuevo personaje caballeresco, el único viable, a través
del cual los habitantes de todo el imperio podían leer el texto del modo en que lo
planteó Cervantes en su redacción final: Don Quijote de las Indias y no sólo de
esa amanchegada España que a tantos cerraba el paso. Este personaje les servía
para muchas de las claves de la lectura.
Y aún nos sirve. ¿Será mucho estirar la imaginación que Cervantes, “hom-
bre que trata negocios ... y que tiene amigos” como le describió su hermana
Andrea, residente en la Corte, ducho en tribunales, nieto de un oidor de Gran-
des, deudo de alcaldes andaluces, contara con algún amigo bien colocado en
una Audiencia para asegurarse que su obra se abriera paso con celeridad en
Indias? Aunque no se hayan encontrado ejemplares coloniales de la obra maes-
tra de Cervantes, cosa ya de por sí digna de comentario, la gran parte de la pri-
mera edición tuvo como destino México, como señala José M. González de Men-
doza, mexicano nacido en Málaga.
Para 1590, el Relato del Cautivo circulaba sólo como historia “mora” de
amores; pero también hacia esas fechas se dio el segundo memorial de Cervan-
tes, es decir, el último fracaso al intentar pasar a Indias a ocupar uno de los
cuatro puestos vacantes, los cuales, a la sazón, eran: gobierno de Soconusco,
Guatemala; contaduría del reino de Nueva Granada; contador de las galeras de
Cartagena; o corregidor de La Paz. La respuesta vuelve a ser decepcionante:
“busque acá en que se le haga merced”. Era un frustrado “viajero de Indias”,
como lo llamo en honor de Francisco Herrera Luque, siquiatra y novelista vene-
zolano. Era uno de los muchos “caballeros andantes que vagan por España” (II,
1) para que se les reconocieran sus méritos y sus derechos —como el Inca y
como el novohispano Gaspar Pérez de Villagrá, autor de un poema de extraño
título Historia de la conquista de la Nueva México. Al cobijo de la sombra im-
perial prosperaban sólo los Grandes y sus deudos, homogéneamente repartidos
por el orbe:
....que esa grandeza aquí o allí se cría:
mas la que hoy la gobierna es sola una,
desde do nace a do se esconde el día...
(Grandeza mexicana)
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Q. En un lugar de las letras 81
las decisiones de la Inquisición, en la cárcel por un quitamesaspajas de cuentas
mal dadas sobre el grano avituallado para la Armada, su palabra de veterano de
Lepanto puesta en entredicho por cualquier clérigo avariento de lugar misera-
ble, ponderaría cómo se enriquecían a través de los virreinatos los “caballeros”
deudos y amigos de las familias conectadas al comercio indiano. Vería prolife-
rar en torno suyo varias zalameras épicas de tema americano en ecléctico mon-
tón, algunas escritas por quienes nunca estuvieron en América. Al irse conven-
ciendo de que sus proyectos, como burócrata o negociante, ya no iban a incluir
un pasaje a Indias, congregó su esperanza en hacerse un autor que trascendiera
fronteras. Dándose cuenta de que su “extraño caso” mahgrebí no era suficiente
para lograr reconocimiento, abrió los oídos de don Quijote a las componendas
del Oidor y así abrió el Quijote hacia los virreinatos. Ciertamente había cosas
muy grandes que oír.
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8 2 Varios autores
De Tobar y Guzmán hecho un injerto
al Sandoval, que hoy sirve de coluna
al gran peso del mundo y su concierto.
Era duro enterarse de este tipo de noticias, ya que el Prudente había dado
un edicto, en 1574, para controlar la escritura y circulación de relaciones de
hechos de Indias, por una parte, y que tampoco permitía que salieran obras
modernas sobre los fechos americanos (p.e. la del novohispano Baltasar de Obre-
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Q. En un lugar de las letras 83
gón). El control fue grande al punto que no hubo historia oficial de la conquista
hasta casi un siglo de ocurrida: en 1601, Juan de la Cuesta imprimió los Hechos
de los castellanos del cronista de España e Indias Alonso de Herrera y Tordesillas,
el mismo que encargó una relación al Manco y luego la sacó anónima en 1605,
año del Quijote (tras años de retener en galeras a la Topographia de Argel, obra
que mencionaba el heroico proceder del Manco, por fin fue impresa en 1612,
bajo la firma del cronista Herrera y Tordesillas). ¡Con razón don Quijote tiene
por ejemplo “moderno” de caballero a Cortés! (II, 8). No es que el manchego sea
particularmente anacrónico, pues aun el informado canónigo con quien dialo-
ga al cierre de la parte I, sólo llega en sus ejemplos de caballeros hasta el siglo
XV. Era duro enterarse de los sucesos “modernos”. Pero Cervantes estaba infor-
mado:
....pasarse a las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España, iglesia de los
alzados, salvoconducto de los homicidas, pala y cubierta de los jugadores a quien lla-
man ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de
muchos y remedio particular de pocos (El celoso extremeño).
Ante las palabras de don Quijote, que deben aludir a recientes sucesos andi-
nos y mexicanos,
En los reinos y provincias nuevamente conquistados nunca están tan quietos los áni-
mos de sus naturales, ni tan de parte del nuevo señor, que no se tenga temor de que
han de hacer alguna novedad para alterar de nuevo las cosas ... y así, es menester que
el nuevo posesor tenga entendimiento... (Quijote, I, 15),
hay que considerar como fuente literaria de Cervantes a los poemas épicos
de Indias. Éstos, a diferencia de la crónica, no dejaban de mencionar ni los
motines andinos y las incursiones de piratas (Arauco domado, del chileno Pe-
dro de Oña, Armas antárticas, del “criollo” Juan de Miramontes Zuázola, Purén
indómito, de Fernando Álvarez de Toledo), ni los hechos heroicos de los indios
(Purén indómito) y de los esclavos negros (Espejo de paciencia, o el de
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8 4 Varios autores
Miramontes), o las fabulosas fortunas y los enrevesados asuntos de escribano,
“la airosa pluma con sabor voltea”, que complacen a Balbuena en su Grandeza
mexicana:
Por todas partes la cudicia a rodo,
que ya cuanto se trata y se pratica
es interés de un modo o de otro modo.
Este es el sol que al mundo vivifica;
quien lo conserva, rige y acrecienta,
lo ampara, lo defiende y fortifica.
No hay por qué creer que Cervantes contemplara con melancolía la desarti-
culación quijotesca del tiempo, como si creyera que el país todavía era regido
desde Castilla. España había cambiado con la muerte del Prudente y seguía cam-
biando a paso veloz. Cervantes también cambia para adaptarse a la situación. El
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Q. En un lugar de las letras 85
don Quijote que en I, 8 arremetió contra un escudero que parte a Indias en
noble comitiva (“¿Yo no caballero? ¡Mientes!”), al cerrar la obra ya no puede
detener al Oidor, ni impedirle que corra a Sevilla a embarcarse. De hecho, ni
siquiera lo intenta. Cervantes calla a don Quijote, por atreverse a más de lo que
prometían sus fuerzas, le desarma y abandona a su estupor. Mientras, el Oidor
parte a Indias. Don Quijote queda varado, en seco y aislado.
....dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra
también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen debajo de lo que son
letras y letrados [Don Quijote, en su discurso de las Armas y las Letras, quien comen-
ta] estoy por decir que en el alma me pesa de haber tomado este ejercicio de caballero
andante en edad tan detestable como es ésta en que ahora vivimos (I, 38; énfasis aña-
dido).
y el cambio mucho tiene que ver, creo, con la presencia en la Corte del fraile
mexicano. Balbuena dedicará su Bernardo al conde de Lemos también. Con el
trasfondo del parnasianismo virreinal, Balbuena cultiva la égloga en su novela
sobre la Edad Áurea en las “selvas de Erífile”, insistiendo en un género que se
estaba dejando de cultivar en España pero que aún hizo a Cervantes prometer,
en el prólogo al Quijote, II, una segunda parte para La Galatea. Lo pastoril y lo
caballeresco fueron temas “anacrónicos”, que obsesionaron a Cervantes no
Editorial Letralia
8 6 Varios autores
menos que a Balbuena, creador del Bernardo, que es según Menéndez y Pelayo
la primera epopeya fantástica compuesta en suelo americano. Balbuena se doc-
tora en 1607 por la Universidad de Sigüenza (como el cura del Quijote). A los
pocos meses publica su novela pastoril Siglos de Oro en las selvas de Erífile. Es
factible trazar las huellas de su obra en el Quijote. Balbuena se refiere a los
excesos de la trata negrera en Puerto Rico (“¿debemos censurar [al gobernador
Juan Vargas]?”), tan casualmente como Sancho, gobernador de la Ínsula
Barataria, o como el cura con sus referencias al reino Micomicón y a Cartagena.
Sale por fin a luz el Quijote, tras una veintena de años de elaboración y cam-
bios, con la inclusión del personaje de la Audiencia mexicana, y la apertura del
texto hacia Indias. Percibo en la obra cervantina no una postura ideológica cla-
ra —salvo una insinuación contra la mentalidad capitalista en sus excesos—
sino un interés ante lo que el Nuevo Mundo revela sobre el Viejo (no siéndolo el
uno ni el otro). En este hiato de perplejidad de los tiempos que corren, en que
nos ofendemos por vocablos viejos y nos creemos las nuevas quimeras caballe-
rescas,
Digo que es un peregrino,
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Q. En un lugar de las letras 87
primo suyo y perulero,
de tan soberbio dinero,
que de las Indias nos vino ...
Embustero y perulero ...
¡O levantadas quimeras / en el ayre,
qual yo dixe! (La entretenida),
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8 8 Varios autores
servador, como autor. Se limita a presentar más que a criticar, reservando las
frases abiertamente críticas para lo que el común de los habitantes del Imperio
denostaba: la sexualidad libre de unas pocas mujeres llegadas de Indias a Sevi-
lla; y la rapacidad financiera de los que proceden con los dineros de la Corona
como si fueran propios, la “esponja y polilla” de la venalidad administrativa y el
desperdicio, por la que deja resoplar su furor en el Relato del Cautivo. El Quijo-
te tiene una dirección indiana como lo tiene toda la obra literaria del Manco: un
autor que destaca entre todos los escritores indianistas del Siglo de Oro, sean
peninsulares o americanos, de cualquier etnia y procedencia.
Obras citadas
Armon, Shirfa. “The Paper Key: Money as Text in Cervantes’s El celoso extremeño and José de
Camerino’s El pícaro amante”. Cervantes: Bulletin of the Cervantes Society of America. 18.1
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Q. En un lugar de las letras 89
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desde 1599 hasta 1614, escritas por Luis Cabrera de Córdoba (en galeras). http://users.ipfw.edu/
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9 0 Varios autores
De un realismo niño a un idealismo adulto
Octavio Santana Suárez
Cervantes, después de una trayectoria memorable que culmina en la derro-
ta de los turcos, no recibe recompensa alguna por su entrega de combatiente
entusiasmado, ni siquiera cumplen con sus demandas de un cargo en América.
En Sevilla vela entre rejas por unas presuntas irregularidades en la recaudación
con que abastecer a los barcos patrios —más tarde España perderá su armada
cerca de las costas de Inglaterra—, y de nuevo ve quebrar sus ansias de marchar
al continente recién abierto a Occidente; salta la banca que custodia los fondos
oficiales y regresa a la inoportuna prisión; en sus largas horas vacías, ¿preser-
vará del olvido su lustro de cautiverio en Argel?, sabemos que de su africano
encierro no guardó rencor, ¿qué situación más propicia convendría a un héroe
de guerra desairado en la paz para concebir y empezar una exposición de la
condición humana de la talla de su ilustre manchego?; en Toledo repite cárcel
por una violencia misteriosa frente a su domicilio. ¿No escoltan sus dichas y
desdichas la indiscutible victoria en Lepanto y el terrible fracaso de la Invenci-
ble, el optimismo místico del Renacimiento y el complejo pesimismo del Barro-
co, la salud palpitante de El Cortesano y el deprimente infarto de Gracián?, ¿la
plenitud del arte en medio de una etapa de extremada decadencia y crisis?, no
cabría explicar la inexplicable coincidencia más que por la vía de la paradoja.
Rompí con el orden temporal y, apenas en las afueras del tiempo, pretendí
un diálogo imaginario con el célebre protagonista que revolucionó la fabulación
literaria de arriba abajo.
—La pluma que me dio vida decidió caricaturizar los decires de sus fuentes
librescas y terminó por caer en brazos de sus alambicados modales.
—Tiró de una sutil ironía por el puro placer de la diversión, no por parodiar
el género.
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Q. En un lugar de las letras 91
—¿Te extraña entonces que purgues de infortunio en infortunio?
—Quizá llegue a las cotas más altas que logremos soñar despiertos.
—Un retiro de penitencia, porque sin amores me tendría por un árbol sin
hojas, sin fruto, por un cuerpo sin alma.
—No importa en caso de que tomes por cierto lo que atesoran las tiernas
páginas donde habito, ¿acaso, por hablar, no habla hasta el impresor?
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9 2 Varios autores
trocientos años de tu aparición en público?
—Por sazonar su mollera, converso más a menudo con quien suspira por el
gobierno de una ínsula.
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Q. En un lugar de las letras 93
—A dúo creamos un canto a la libertad en pro de aquel que cantó a la liber-
tad creadora.
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9 4 Varios autores
Estrategia Maritornes
Alicia Carolina Ugas Pazos
El ingenioso hidalgo ha salido de la venta en compañía de Sancho, el gordo
y fiel campesino que le ha seguido los pasos desde que abandonara, semanas
atrás, sus manchegas posesiones.
Por el camino van los dos, contritos y humillados, acaso habrán descubierto
que, tal vez, ayudar a pobres y desamparados no fue una buena idea después de
todo.
También ese no puede dar a entender que no lo acompañará más, o tal vez,
que no volverá a prestar atención a algún otro de sus muchos delirios. No obs-
tante, se prosigue la marcha, cabalgando juntos, el amo a su Rocinante, y San-
cho a su burrillo.
Cae pronto la noche y amo y sirviente toman escueta cena y áspero cobijo
bajo un espeso castaño. La molienda de palos los hace dormirse con rapidez,
pero al despuntar el alba, pegada con goma arábiga a la oreja de Rocinante, don
Quijote encuentra una nota, realizada con la ortografía más infame del globo
terráqueo, y escrita sobre un sucio papel de pulpería.
No hay ni que señalar lo mucho que alarma a don Quijote tan grave desig-
nio. Haciendo acopio de un valor tan flaco como su misma figura, el desgarbado
galán invernal piensa así:
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Q. En un lugar de las letras 95
Por supuesto que don Quijote, en su locura, no recuerda lo altanera y pica-
da de viruela que es la Maritornes, pero si él está negado a usar las gafas de
Quevedo, debo declarar, en mi descargo, cómo ese es un asunto que no me con-
cierne. Mi problema, que ahora también es del hidalgo, es ver cómo solventar lo
referente a los doscientos escudos y el subsiguiente rescate escuderil.
—Necesitaré algo más que el ingenio bueno y la mucha industria para salir
del atolladero en que esta pecadora me ha puesto. Además, ¿cómo podré conse-
guir los escudos pedidos? Tan sólo tengo algún maravedí en la bolsa... si es que
la encuentro. Bien sé que Tirante El Blanco y Amadís de Gaula no se dejarían
chantajear, pero estas gentes no mienten; a mi fe, dudo que la Maritornes actúe
sola en estos ensayos criminales, ha de ser toda una caterva de bandoleros quie-
nes le acompañan, y a lo que veo, muy capaces y dispuestos a devolverme al
buen Sancho hecho Callos de Gordo a la Juliana.
Presa de tanta agitación, sin querer, pero tal vez queriéndolo, Don Quijote
se resbala, se da un porrazo en la glorieta al caer, y pierde otras dos horas del día
víctima del desmayo.
—¡Qué me da la comezón! ¡Por las pulgas detrás de mis orejas! Los doscien-
tos escudos los birla mi señor a los malévolos de la venta donde Sancho y vos
fuisteis apaleados, que allí no ha de haber sino una pequeña guardia, puesto
que los empleados del ventero han de ser los mismos secuaces de la Maritornes,
y, por lógica, han de iros a encontrar a la Huerta de los Idelfonsos.
—¡Deo gratias!, lo has conseguido alazán, pero vamos, de cuándo acá ha-
bláis, y con tanto tino además.
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9 6 Varios autores
—Anda, desde que os desmayáis al menor accidentillo y a su merced debo
supliros en tales trances... después de todo, entre vos y yo no hay ningún otro
que sirva para ayudar.
—Detallar, detallar, pues vamos que sí, pero no os podría señalar cuántos
son porque yo no sé contar. No olvidéis, señor mío, que apenas soy un caballo.
—Ah, por el Dios grato, ¿cómo se me ocurre perder el tiempo hablando con
una bestia? Vamos, a por Sancho, mi fiel escudero. En el nombre del Buen Dios,
y de mi dama, doña Dulcinea del Toboso...
—Eso es asunto mío y de Nuestra Señora. Si a ella van a pedirle cosas las
rameruelas que trabajan en el serrallo que regenta el señor cura, no veo porque
yo no puedo hacer lo mismo de rogar y hacer votos por mi querido hermano, el
hijo de mi padre y de mi madre que tanta mala suerte ha tenido en este mundo
tan cruel.
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Q. En un lugar de las letras 97
—Buena mujer, buena hermana, así es como se habla.
Decía esto uno que parecía un tomate por lo rojo que tenía el morro de la
nariz. Oído aquello, y viendo que era para una humana causa (por cierto que al
pariente de la zafia lo acusaban de vender niños a los moros y prostituir a unas
ancianas), don Quijote se sintió tranquilizado a la ahora de entregar aquellos
dineros, que tan honestamente había robado en pro de la “Sancha Causa”. Ha-
bía cuidado, eso sí, de cambiar la bolsa original para que no se viera el sello de la
bodega de donde provenía.
—¿Dónde andará la bolsa con los dos mil escudos que me pagara ayer el
señor cura?
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9 8 Varios autores
Nabokov y su lectura del Quijote
Carlos Yusti
En nuestro país (Venezuela) tuvimos un presidente, de cuyo nombre no
quiero acordarme, que en sus alocuciones oficiales y entrevistas resolvía todo a
fuerza de refranes y frases hechas. Su aspecto regordete y su cara de cerdo picarón
enseguida nos recordaban a Sancho Panza. Quijotes hay en todas partes. Mu-
chas personas, las cuales no se han leído la novela de Cervantes, se etiquetan a
sí mismas como quijotescas por el simple hecho de ser obtusas y obstinadas.
Fredson Bowers escribe que Nabokov llegó a Estados Unidos en 1940. Con
el plan preconcebido de trabajar como profesor de literatura en alguna univer-
sidad, el escritor ruso ya había preparado algún material sobre literatura euro-
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Q. En un lugar de las letras 99
pea. Las lecciones sobre el Quijote, recopiladas póstumamente en un libro titu-
lado Curso sobre el Quijote, fueron escritas cuando ya tenía un puesto fijo en la
Universidad Cornell. Para preparar el material de su curso eligió la traducción
realizada por Samuel Putnam, publicada en 1949 por la editorial Viking Press.
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100 Varios autores
melgo enteco, que el libro vive y vivirá gracias a la auténtica vitalidad que Cer-
vantes ha insuflado en el personaje central de una historia muy deshilvanada y
chapucera, que sólo se tiene en pie porque la maravillosa intuición artística de
su creador hace entrar en acción a don Quijote en los momentos oportunos del
relato”.
Así mismo le atraía el libro como novelista, trataba de encontrar los meca-
nismos estilísticos y no esa periferia que rodeaba a la novela de Cervantes, ati-
borrada de apologías y críticas laudatorias pomposas. Le importaba una higa lo
poco que se conocía de la vida de Cervantes y por esa razón le dice a sus alum-
nos: “...sólo puedo echar una mirada de reojo a su vida, que ustedes, sin embar-
go, encontraran fácilmente en diversas introducciones a su obra. Aquí lo que
nos interesa son los libros, no las personas. Lo de la mano tullida de Cervantes
no lo sabrán por mí...”. Las comparaciones que hacen los eruditos y críticos
especializados entre Cervantes y Shakespeare son inevitables. Ambos escrito-
res murieron en 1616. (Aunque por Nabokov se entera uno que murieron bajo
diferentes calendarios y existe por lo tanto una diferencia de diez días). La in-
fluencia intelectual de ambos fue (y es) inmensa. Muchos críticos equiparan la
inteligencia, la imaginación y el humor de dramaturgo inglés con el sentido de
humor desplegado por Cervantes, su imaginación desbocada y su capacidad
intelectiva. Debido a esta exageración Nabokov dice: “No, por favor: aunque
redujéramos a Shakespeare sólo a sus comedias, Cervantes seguiría yendo a la
zaga en todas esas cosas. Del Rey Lear, el Quijote sólo puede ser escudero”.
En un libro reciente, Cómo leer y por qué, Harold Bloom repite los lugares
comunes en torno a Shakespeare y Cervantes: “Si se me permite ser totalmente
secular, a mí Cervantes me parece el único rival posible de Shakespeare en la
literatura imaginativa de los últimos cuatro siglos...”. Para mí que el señor Bloom
tampoco ha leído el Quijote. Se ha quedado en su periferia y repite como loro lo
leído hace mucho tiempo. Nabokov escribe: “No nos engañemos. Cervantes no
es un topógrafo. El bamboleante telón de fondo del Quijote es de ficción, y de
una ficción, además, bastante deficiente. Con esas ventas absurdas llenas de
personajes trasnochados de los libros de cuentos italianos y esos montes absur-
dos infestados de poetastros dolientes de amor y disfrazados de pastores de la
Arcadia, el cuadro que Cervantes pinta del país viene a ser tan representativo y
típico de la España del siglo XVII como Santas Claus es representativo y típico
del Polo Norte. Si Cervantes se salva a la larga es únicamente porque pudo más
el artista que llevaba dentro”.
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Q. En un lugar de las letras 101
texto se dibuja en la pantalla. Luego aparece el texto. Una voz va señalando las
notas a pie de página y descifrando los usos del lenguaje de la época. Quizá el
Quijote se lea como curiosidad lingüística, pero un lector atento descubrirá la
magia del caballero andante y su singular escudero. Lo escrito por Nabokov
valdrá para este tiempo y muchos otros: “Estamos ante un fenómeno interesan-
te: un héroe literario que poco a poco va perdiendo contacto con el libro que lo
hizo nacer; que abandona su patria, que abandona el escritorio de su creador y
vaga por los espacios después de vagar por España. Fruto de ello es que don
Quijote sea hoy más grande de lo que era en el seno de Cervantes. Lleva tres-
cientos cincuenta años cabalgando por las junglas y las tundras del pensamien-
to humano, y ha crecido en vitalidad y estatura. Ya no nos reímos de él. Su
escudo es la compasión, su estandarte es la belleza. Representa todo lo amable,
lo perdido, lo puro, lo generoso y lo gallardo. La parodia se ha hecho parangón”.
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102 Varios autores
Pícaros y crisis social
en Rinconete y Cortadillo
Jorge Zavaleta Balarezo
Rinconete y Cortadillo es, con La gitanilla y El licenciado Vidriera, una de
las más celebradas Novelas ejemplares, conjunto diverso y múltiple de doce
relatos que Cervantes publica después de la primera parte del Quijote. Una de-
tenida apreciación sobre el sentido del título permite varias lecturas. El propio
autor declara en el “Prólogo al lector” que estas novelas son “ejemplares” sobre
todo porque “...no podrán mover a mal pensamiento al descuidado o cuidadoso
que las leyere” (8). Además: “Heles dado el nombre de ejemplares, y si bien lo
miras, no hay ninguna de quien no se pueda sacar algún ejemplo provechoso...”
(8).
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Q. En un lugar de las letras 103
seguir, correlatos de una intención moralizante que, por ejemplo, busca distan-
ciarse de la novela italiana e italianizante del XVI, muy influyente y cargada de
elementos sexuales, quizá considerados hasta obscenos, de los cuales Cervan-
tes recusa en este siglo del Barroco y de una profunda crisis social en España. El
paradigma y la fe católicos, propios del Imperio Español, extendidos a su pobla-
ción, son, para el autor de las Novelas ejemplares, elementos de una ideología
predominante, y, a su vez, él mismo se convierte en portavoz que puede ayudar,
con sus obras, a “mejorar el espíritu” de las gentes.
Maravall apunta: “La novela picaresca se levanta para combatir (alguna vez
desde el lado más bien de los pobres, otras para advertir del peligro que su pre-
sencia entraña y mover a la opinión hacia reformas necesarias) las fuerzas que
se empeñan en mantener sujetas a las gentes al viejo orden, sólo que su proble-
ma es de solución disparatadamente inviable” (48).
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104 Varios autores
retrato de estos pillos o pícaros que deciden unir “esfuerzos” en busca de “em-
presas” mayores. Desde el principio, advertimos las intenciones de estos seres
que ya se nos presentan sin ninguna filiación o vínculo familiar, o si lo han
tenido es asunto cancelado, y, más bien y por el contrario, se proyectan como
sujetos cuyos actos son considerados, por sí mismos, como hazañas típicas de
su “oficio”.
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Q. En un lugar de las letras 105
les y de pareja (el caso de Juliana la Cariharta y Repolido), o estar atento a los
requerimientos de su propia madre, tan contradictoriamente religiosa, permisiva
e inconsciente a la vez.
Editorial Letralia
106 Varios autores
Maravall nos recuerda: “...(Cervantes) en Rinconete y Cortadillo hace el
encomio del ganapán, cuando un jovenzuelo esportillero expone a los dos com-
pañeros en qué consiste su oficio” (348).
Bibliografía
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Maravall, José Antonio. La literatura picaresca desde la historia social. Madrid: Taurus,
1986.
Parker, Alexander. Los pícaros en la literatura: la novela picaresca en España y Europa
(1599-1753). Madrid: Gredos, 1971.
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Q. En un lugar de las letras 107
Sobre los autores
Santiago Aguaded
Escritor español nacido en Lepe, Huelva, en 1962. Licenciado en Biología por la Universidad de
Sevilla (1988). Doctor en Biología Molecular (1992). Profesor asociado de la Universidad de
Huelva desde septiembre de 1996. Diversas publicaciones disciplinares. Autor de los poemarios
Poemas navegables, Pedagogía poética y Tratado de lo interino, todos inéditos. Está interesa-
do también en otras manifestaciones poéticas como la poesía visual, contando con diversos
poemas publicados en revistas nacionales e internacionales como Mani-Art, Carpetas del Pa-
raíso, Píntalo de Verde y Alabastro.
Rafael Fauquié
Ensayista y poeta venezolano (Caracas, 1954). Licenciado en letras por la Universidad Católica
Andrés Bello (1977), postgrado en sociología de la Literatura en la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales de París (1979) y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Central de
Venezuela (1984). Entre 1979 y 1985 dirigió los seminarios de literatura venezolana en la Uni-
versidad Católica Andrés Bello. Desde 1980 es profesor del Departamento de Lengua y Litera-
tura de la Universidad Simón Bolívar, institución de la que es profesor titular y en donde ejer-
Editorial Letralia
108 Varios autores
ció entre 1989 y 1993 el cargo de director de Extensión Universitaria. Ha publicado Espacio
disperso (Caracas, Academia Nacional de la Historia, col. El Libro Menor, 1983), Rómulo Ga-
llegos: la realidad, la ficción, el símbolo (Caracas, Academia Nacional de la Historia, col. Estu-
dios, Monografías, Ensayos, 1985), De la sombra el verso (poesía, Caracas, Epsilon Libros,
1985), El silencio, el ruido, la memoria (Caracas, Alfadil, col. Trópicos, 1991; Premio Conac de
Ensayo «Mariano Picón Salas», 1992), La voz en el espejo (Caracas, Alfadil, col. Trópicos, 1993),
La mirada, la palabra (Caracas, Academia Nacional de la Historia, col. El Libro Menor, 1994),
Espiral de tiempo (Caracas, Fundarte-Equinoccio, 1996), Arrogante último esplendor (Cara-
cas, Equinoccio, 1998), Puentes y voces (Caracas, Sentido, 1999), y El azar de las lecturas
(Caracas, Galac, 2001).
Marco Massoni-Oyarzún
Poeta chileno (Santiago, 1975), estudiante de pedagogía en lengua castellana y comunicación
de la Universidad de Los Lagos. Dirige la revista electrónica Claroscuro. Textos suyos han sido
traducidos al francés, alemán e inglés y publicados, respectivamente, en el periódico mundial
de poesía Le Monde Poétique (Francia, 1998) y en las antologías Poesie der Welt (Frankfurt,
2000) y Poetic anthology of all America (Nueva York, 2001). Ha publicado Relaciones peli-
grosas (1993), La Tierra es América (1995), El espejo roto (1996), Poemas para a(r)mar (1997),
Versos desnudos (1999), Trilogía vital (2001) y Monólogo del poeta (2002).
Víctor Montoya
Escritor, periodista cultural y pedagogo boliviano (La Paz, 1958). Perseguido, torturado y en-
carcelado durante la dictadura militar de Hugo Banzer, fue liberado en 1977, después de haber
pasado por las prisiones de mayor seguridad de San Pedro y Viacha, por una campaña de Am-
nistía Internacional. En prisión escribió su testimonio Huelga y represión. Se exilió en Suecia.
Es autor de Días y noches de angustia (1982), Cuentos violentos (1991), El laberinto del peca-
do (1993), El eco de la conciencia (1994), Antología del cuento latinoamericano en Suecia
(1995), Palabra encendida (1996), El niño en el cuento boliviano (1999), Cuentos de la mina
(2000), Entre tumbas y pesadillas (2002), Fugas y socavones (2002) y Literatura infantil:
lenguaje y fantasía (2003) Dirigió las revistas literarias PuertAbierta y Contraluz. Ha recibido
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premios y becas literarias y tiene textos traducidos y publicados en antologías internacionales.
Actualmente escribe para diversas publicaciones en América Latina y Europa.
Dixon Moya
Diplomático colombiano aficionado a la literatura. Fue cónsul de Colombia en Ciudad Guaya-
na (Puerto Ordaz, Venezuela) y actualmente desempeña un cargo diplomático en Nicaragua.
Ha publicado artículos en revistas de su país.
Editorial Letralia
110 Varios autores
Alicia Carolina Ugas Pazos
Escritora venezolana (Caracas, 1970). Es asistente de Redacción en la Revista Nacional de Cul-
tura. Formada como asistente editorial en el Centro Nacional del Libro (Cenal). Relatos y rese-
ñas literarias suyas han aparecido en la Revista Nacional de Cultura y en la revista Imagen.
Carlos Yusti
Escritor venezolano (Valencia, 1959). Es director de las Bibliotecas Municipales en Ciudad
Guayana. Forma parte del equipo que edita la revista cultural Predios, del fondo editorial del
mismo nombre. Ha publicado los trabajos ensayísticos De ciertos peces voladores, Pocaterra
y su mundo, Cuaderno de argonauta y Vírgenes necias, entre otros.
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