Copia de Política Educativa y Equidad
Copia de Política Educativa y Equidad
Copia de Política Educativa y Equidad
contemporáneo
Revista Latinoamericana de Estudios Educativos (México), vol. LII, núm. 1, pp. 71-92, 2022
Universidad Iberoamericana, Ciudad de México
Resumen: A fin de contribuir a la construcción de políticas educativas que tengan como núcleo la equidad, se postula la
necesidad de responder a cinco desafíos en el México contemporáneo. El primero, consiste en la definición de políticas
educativas que converjan en resarcir el tejido social, en tanto que las políticas deben velar por la paz, el bienestar y el bien
común, de lo contrario están destinadas a fracasar. Un segundo desafío demanda construir políticas que prioricen la
atención de sectores y grupos que de manera sistemática han sido marginados ya sea por su condición social, económica,
racial, discapacidad e incluso por su estado migratorio. Un tercer desafío radica en definir políticas que transiten de la
equidad educativa a la equidad sistémica, lo cual implica generar acciones transversales y multisectoriales. Un cuarto
desafío, implica elaborar un nuevo modelo de escuela que aporte al desarrollo de las comunidades y de todos los agentes
involucrados, donde los conocimientos escolares sean motores de reflexión y transformación. Finalmente, un quinto
desafío consiste en apostar por la formación inicial y continua del profesorado como agentes de cambio que contribuyan a
la justicia social.
Introducción
El presente artículo de naturaleza analítica tiene como propósito mostrar un recorrido general
sobre las políticas educativas ancladas al constructo de equidad educativa en América Latina y
proyectar algunos desafíos que encara de manera específica México, país que en la región muestra
notables asimetrías sociales, enmarcado en un contexto multicultural amplio y diverso. Tal como se
expondrá, se aprecia que, pese a los esfuerzos consistentes en la región y la proliferación de
políticas educativas sustentadas en principios de equidad, persisten problemáticas que minan el
derecho a la educación y al aprendizaje, en especial en sectores sociales desfavorecidos y grupos
que de manera sistemática han sido excluidos por su condición de raza, nivel socioeconómico,
discapacidad e incluso por su estatus migratorio. Es así como la equidad se convierte en un asunto
que implica cambios estructurales en la conformación de los Estados latinoamericanos.
En las siguientes páginas se integran dos grandes apartados. En el primero, se caracterizan
políticas educativas en pro de la equidad, se entiende por dichas políticas aquellas que se orientan a
garantizar el acceso, la permanencia y el egreso exitoso de todos los estudiantes, en especial de
aquellos que por distintas condiciones –sociales, culturales, étnicas, estado migratorio,
discapacidad– han sido excluidos del goce al pleno derecho a la educación. En ese sentido, se
analizan políticas educativas contemporáneas desde la justicia social, reconociendo las múltiples
desigualdades y asimetrías que imperan en América Latina y en particular en México. Coincidiendo
con Sánchez y Manzanares (2014), colocar en el centro la equidad permite cuestionar las políticas
educativas en aras de avanzar hacia sociedades más justas, cohesivas y democráticas
En la segunda parte, se describen cinco grandes desafíos que enfrentan las políticas educativas en
materia de equidad en nuestro país. Éstos se muestran al lector como nodos de discusión que
atraviesan el sistema educativo en su conjunto. Para la construcción y definición de cada desafío se
consideró la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (UNESCO, 2015), en particular
el Objetivo 4. Educación de Calidad. Partiendo de dicho objetivo, se perfiló la siguiente pregunta:
¿qué asuntos son imprescindibles para aportar a una agenda de política educativa basada en equidad
que promueva la justicia social en el México contemporáneo? De ahí que cada desafío asume como
principio la mejora de las condiciones de los más desfavorecidos desde distintos nichos: sus
entornos inmediatos, los ámbitos escolares y la convergencia de esfuerzos comunes en aras de
dignificar la condición humana como meta de las políticas educativas.
Antecedentes
Las políticas educativas se entienden como el conjunto de decisiones que los Estados establecen
para guiar el funcionamiento de los sistemas educativos (Pérez, Carpio y San Martín, 2018). Dichas
decisiones, en general, son producto de negociaciones y de proyectos políticos que se ponderan
desde los grupos de poder, a fin de orientar los fines y propósitos de los sistemas educativos. Con
frecuencia, estas políticas expresan compromisos sociales (Santos, 2009) que convergen con
exigencias internacionales encabezadas por organismos internacionales, como la Organización de
las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En el caso de la primera, la Conferencia
Mundial sobre Educación para Todos celebrada en Jomtien (Tailandia) en la década de los noventa
del siglo XX, marcó un hito de trascendencia global que volcó a las naciones a establecer
compromisos comunes en torno al campo educativo. En la actualidad, la Agenda para el Desarrollo
Sostenible 2030 (UNESCO, 2015) es un ejemplo tangible sobre la implicación de la UNESCO. En
el ámbito educativo, se destaca el Objetivo 4, que a la letra refiere: “Garantizar una educación
inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida
para todos.”
En síntesis, las políticas educativas articulan, regulan y direccionan –recursos, bienes, servicios–
y, al mismo tiempo, ofrecen legitimidad a los Estados para transformar e intervenir en materia
educativa. Idealmente, dichas políticas debiesen de contribuir al derecho a la educación que a la
postre fortalezcan el desarrollo digno y pleno de todos, independientemente de los puntos de
partida de los individuos.
En América Latina se ha avanzado de manera consistente hacia la definición de políticas
educativas cuyo núcleo es la equidad. Reimers (2000) señala que, inicialmente, los esfuerzos se
dirigieron a generar condiciones de igualdad de oportunidades e identifica tres grandes etapas en el
siglo XX: 1) entre 1950 y 1980 las políticas se orientaron a aumentar el acceso a la educación
primaria, y de ahí el énfasis por universalizar y ampliar la cobertura; 2) a partir de 1990 inicia el
crecimiento de programas compensatorios destinados a mejorar las condiciones de las escuelas de
los sectores más pobres, y 3) a principios del 2000, se comienzan a gestar políticas educativas que
ponderaron acciones de discriminación positiva en pro de generar sociedades más justas.
Este viraje trajo consigo cambios radicales en la definición de políticas educativas, en tanto se ha
transitado de enfoques igualitarios –esencia de los nacientes sistemas educativos articulados a la
conformación de los Estados nación–, a enfoques sustentados en la equidad, lo cual cobra
relevancia en una región como América Latina, con profundas desigualdades, en tanto tratar igual
a los desiguales genera mayor desigualdad y es justo la creciente desigualdad la que pone en jaque
la pertinencia de una oferta educativa igual para todos. Cabe señalar que la noción de equidad no
sustituye a la de igualdad, sino más bien la fortalece y asume como brújula. Clarificando la
noción, López (2005, p. 68) advierte que la equidad:
Renuncia a la idea de que todos somos iguales, y es precisamente a partir de este
reconocimiento de las diferencias que propone una estrategia para lograr esa igualdad
fundamental… la noción de equidad tiene un carácter eminentemente político. Por un lado,
porque lleva implícita una valoración ética en su definición, al exigir una toma de posición
sobre cuál es la igualdad estructurante que se define como horizonte. Por el otro, porque en
tanto la equidad implica la búsqueda de la igualdad… no debe ser pensada como una
situación dada… sino como un proyecto, un principio de organización que estructura el
devenir de una sociedad. La idea de igualdad, pensada como proyecto, apela a la necesidad
de un consenso, un “pacto social”, que genere una dinámica orientada hacia el futuro.
De manera resumida, podemos afirmar que los enfoques de equidad en las políticas educativas
tienen como meta atajar las desigualdades y promover sistemas educativos y sociales de mayor
igualdad. En el contenido de dichas políticas es posible ubicar cierto consenso sobre cuáles son los
ejes de acción que promueven equidad en los sistemas educativos: igualdad en el acceso, igualdad
en las condiciones o medios de aprendizaje, igualdad en los logros o resultados e igualdad en la
realización social de estos logros (López, 2005).
Las políticas educativas de la región en las últimas décadas se han orientado a compensar de
manera prioritaria a aquellos sectores sociales cuyo origen de partida los pone en desventaja, sea
por su condición social, económica, racial, cultural, por discapacidad e incluso por situación
migratoria. Sin embargo, no basta con compensar los puntos de partida –igualdad en el acceso–, si
a la par no se interviene en: 1) los procesos educativos que promuevan la permanencia exitosa de
los educandos, y 2) se alcanzan resultados que redunden en el aprendizaje y en el ejercicio pleno
del derecho a la educación. Es en este último punto donde se concentra el impacto de las políticas
educativas orientadas a la equidad, es decir, en el logro exitoso de los aprendizajes que movilice el
desarrollo social y cultural de los alumnos independientemente de sus orígenes y favorezca su
inserción productiva y plena como ciudadanos, en cuanto rompa con las inercias y desventajas
lacerantes, en especial de los sectores más vulnerables.
En cuanto a medidas e indicadores de la equidad educativa, en la actualidad se vislumbran
algunos hallazgos que han aportado a la definición de políticas educativas. Se entiende por
indicadores aquella información a través de la cual se generan inferencias sobre el objeto de
medición. La definición y generación de indicadores en torno a la equidad educativa permite: a)
trazar un entramado teórico y conceptual sobre los atributos de la equidad educativa; b) perfilar
metas para los sistemas educativos; c) revelar posibles fuentes de desigualdad que a la postre sean
materia de intervención, y d) crear sistemas que permitan valorar el alcance de las políticas
educativas. La definición de indicadores sobre la equidad educativa ha sido materia de álgidos
debates y múltiples aproximaciones. Formichella (2014) advierte que desde el ámbito de la
economía son vastos los indicadores en torno a la equidad educativa; sin embargo, la misma autora
refiere que éstos varían dependiendo del concepto de equidad y sus componentes a cuantificar.
Derivado de una amplia revisión de la literatura, la autora en cuestión ofrece una clasificación de
trabajos que han tenido como propósito abonar a la definición de indicadores sobre equidad
educativa: por un lado, destaca aquellos que analizan la equidad educativa externa y, por otra parte,
los que se orientan al análisis de la equidad educativa interna, 1 entendiendo esta última como
aquella que tiene lugar al interior de los sistemas educativos. Partiendo de esta clasificación, se
advierte que:
los indicadores de equidad educativa interna se dividen en aquellos que se vinculan a
variables que forman parte de los insumos de la función de producción educativa
(indicadores de inputs) y aquellos que hacen hincapié en los resultados de la misma
(indicadores de outputs) (Formichella, 2014, p. 5).
Un ejemplo de la definición de indicadores de inputs en el contexto europeo y que guarda ciertas
similitudes con América Latina lo ofrece Lozano-Díaz (2019), quien enumera algunas medidas que
ciertos Estados han emprendido para aportar a la equidad educativa: a) descentralización de la
administración educativa; b) política de becas y ayudas; c) gratuidad de la educación preescolar; d)
duración de la educación obligatoria; e) formación continua del profesorado; f) atención a la
diversidad, y g) inversión en educación. Otro ejemplo lo ofrece Pascual (2006), para quien
los indicadores de equidad de acceso, permanencia y logros de aprendizaje (es decir, cierta
integración de indicadores de inputs y outputs) son aquellos que en mayor medida nos aproximan
al conocimiento de los niveles de equidad de un sistema educativo.
En América Latina se destacan propuestas relevantes que perfilan indicadores para la medición
de la equidad educativa. Por ejemplo, Haretche (2013), a partir de la revisión de la literatura,
concluye que distintas propuestas de indicadores coinciden en desglosar aquellos que dan cuenta
sobre el acceso u oportunidades (inputs), los procesos o tratamientos educativos y los resultados
(outputs). Es decir, coincide con los aportes de Formichella (2014) y suma indicadores vinculados
con los procesos educativos. Haretche (2013) puntualiza cuatro grandes dimensiones que ordenan
indicadores sobre equidad educativa: contexto, proceso educativo, consecuencias individuales y
consecuencias sociales. Además, aporta una clasificación de indicadores para el estudio de la
equidad educativa; para ello, distingue entre indicadores de oportunidades educativas y procesos a
través de los cuales se transmite la desigualdad (acceso a distintos niveles educativos, segregación
social, calidad de los procesos y aprendizaje efectivo) e indicador de capacidades básicas.
En el caso de México, Rodríguez (2008) ofrece un sistema de indicadores sobre equidad
educativa para monitorear los avances a nivel estatal integrado por dos grandes dimensiones: a)
desigualdades del contexto en que se imparte la educación y b) desigualdades internas de la
educación que se está impartiendo. Cada dimensión integra distintas variables e indicadores; en la
primera se incluye nivel de desarrollo social y económico, nivel educativo, diversidad cultural y
tamaño de la localidad y, en la segunda, cantidad de la educación recibida.
Es importante señalar que la definición de indicadores para la medición de la equidad educativa
es un campo inacabado, en parte por las distintas aproximaciones teóricas y metodológicas, aunado
a los cambios sociales y temporales. Sin embargo, y coincidiendo con Formichella (2014), es
importante incluir indicadores que permitan aproximarnos a la medición de la equidad educativa y,
además, incorporar perspectivas que incluyan como objeto de estudio a la calidad educativa.
Si bien en México se reconoce la experiencia acumulada y los esfuerzos sistemáticos en la
definición de políticas educativas que han tenido como eje rector la equidad (Martínez-Rizo,
2001; Torres y Tenti, 2000), también es cierto que su impacto se torna opaco cuando se contrastan
las condiciones y resultados de la educación, en especial aquella que es producto de los procesos de
escolarización. En este recorrido, y siguiendo a Aguilar (2019), se trazan los noventa del siglo XX
como el punto de quiebre, cuando cobra fuerza el concepto de equidad educativa a la par que
incrementaron de manera vertiginosa las desigualdades sociales y educativas en la región, en parte,
por las políticas económicas neoliberales que erosionaron aún más las desventajas de los sectores
sociales desfavorecidos. En dicha década se implementó un sinfín de programas compensatorios
destinados a los grupos con mayores desventajas económicas, a través de mecanismos de
discriminación positiva con el propósito de igualar oportunidades que facilitaran su tránsito en el
sistema educativo. A finales de los noventa comienzan a gestarse políticas que colocaron en el
centro la diversificación y contextualización de la oferta educativa a fin de responder a las
especificidades de los distintos grupos. Este giro, si bien abrió espacios para el reconocimiento y la
construcción de propuestas educativas ajustadas a los contextos y necesidades de los individuos,
mostró variadas limitaciones, ya que en la mayoría de los casos las acciones de reconocimiento,
lejos de disminuir las desigualdades, las ampliaron y colocaron en circuitos cerrados con poco
margen de acción para garantizar la igualdad en la realización social de los individuos. Un ejemplo
es la oferta de la educación media a distancia, los telebachilleratos estatales y comunitarios, tal
como ha quedado sustentado en la investigación de Guzmán (2018).
Por otra parte, en un estudio realizado por el Instituto Nacional para la Evaluación de la
Educación en colaboración con el Instituto Internacional de Planeamiento de la Educación de la
Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Tecnología (INEE-IIPE
UNESCO, 2018), se identificó que las políticas educativas se han condensado de manera reiterada
en cuatro focos de intervención: a) currículo y modelos de gestión; b) infraestructura, equipamiento
y tecnología; c) docentes, y d) equidad educativa. Cabe señalar que, en cada uno de los focos
referidos, la equidad educativa ha estado latente como eje transversal. Sin embargo, atendiendo al
análisis realizado por dichos organismos, las políticas educativas que han tenido como núcleo la
equidad se han centrado en el acceso, el tránsito y la permanencia en el sistema educativo
obligatorio y en la apropiación de conocimientos esenciales, según el currículum escolar de los
grupos sociales y sectores con mayor rezago educativo. Es decir, la equidad educativa en México se
ha orientado a garantizar la igualdad de oportunidades en el acceso y en la permanencia a través de
programas compensatorios y de discriminación positiva, a fin de eliminar barreras en el ejercicio
del derecho a la educación. Además, se destacan programas específicos orientados a fortalecer los
hogares de los que menos tienen, a fin de atender factores que inciden directamente en el
aprendizaje.
Sin embargo, la igualdad en los logros de aprendizaje y la igualdad en la realización social de
dichos logros –mejora en el bienestar y condiciones de vida de los sectores más vulnerables e
inserción digna en el sector productivo–, aún siguen siendo asignaturas pendientes en un marco
social altamente desigual, injusto y discriminatorio. Así, por ejemplo, se observan desigualdades
insidiosas considerando el nivel de marginación de las localidades, la pertenencia a comunidades
indígenas, discapacidades, el nivel educativo de los padres e incluso en la propia oferta educativa,
como es el caso de las escuelas comunitarias e indígenas donde, al contrastar los resultados de
aprendizaje a través de pruebas de aprovechamiento estandarizadas –por ejemplo Planea (Plan
Nacional para la Evaluación de los Aprendizajes)–, éstas arrojan de manera consistente valores
bajos comparados con escuelas generales y particulares. Además, se ha observado que en la
educación media, aunque obligatoria desde 2012, su alcance sigue aplazado en las regiones del país
con mayores carencias, cuando dicho nivel se reconoce como el mínimo indispensable para acceder
y consolidar conocimientos útiles para la vida, la participación como ciudadanos y la inserción al
campo laboral (INEE, 2013) para garantizar la igualdad en la realización social de los individuos.
Si bien en México de manera longitudinal se observan cambios favorables en indicadores como
la cobertura, la eficiencia terminal, el abandono escolar y la repitencia (INEE, 2019), aún se
enfrentan retos importantes que cuestionan de fondo la capacidad, no sólo del Estado, sino de la
sociedad en su conjunto por revertir las injusticias encarnadas en las estructuras de poder, tal como
lo refiere Reimers (2000, p. 46) cuando afirma que trastocar dichas estructuras es difícil dado su
carácter político, ya que pretenden “aumentar los beneficios educativos para los hijos de los pobres
en relación con otros grupos que se benefician del statu quo”, lo cual desestabiliza y resta terreno a
los más favorecidos. En síntesis, la posibilidad de revertir las distancias implica un posicionamiento
ético, solidario y de corresponsabilidad con la condición de aquellos sectores marginados y
desfavorecidos.
Llama la atención una de las conclusiones a las que llega la indagación a cargo del IIPE
UNESCO en colaboración con el INEE (2018, p. 40), cuando suponen que: “los problemas que
tiene el sistema educativo nacional son más de calidad de la oferta (en su infraestructura o en sus
dinámicas pedagógicas e institucionales) que de escasa presencia en territorio.” Dicha aseveración
obliga a instaurar debates arduos sobre el alcance de las políticas educativas y a trazar nuevos
derroteros que se traduzcan en proyectos con arraigo social que movilicen tanto las culturas y
sistemas escolares, como los entornos donde se desarrollan los individuos, en aras de que la
educación encuentre nichos para el bien común.
Con el cambio de régimen en el gobierno acontecido en el 2019, se han sumado aportes
significativos en materia de políticas educativas en el ámbito legislativo. Así, la Ley General de
Educación, en su Artículo 8° (DOF, 2019) ha estipulado que:
El Estado está obligado a prestar servicios educativos con equidad [cursivas del autor] y
excelencia. Las medidas que adopte para tal efecto estarán dirigidas, de manera
prioritaria, a quienes pertenezcan a grupos y regiones con mayor rezago educativo,
dispersos o que enfrentan situaciones de vulnerabilidad por circunstancias específicas de
carácter socioeconómico, físico, mental, de identidad cultural, origen étnico o nacional,
situación migratoria o bien, relacionadas con aspectos de género, preferencia sexual o
prácticas culturales.
Para avanzar del terreno legislativo a las acciones en el marco de la llamada Nueva Escuela
Mexicana, es momento de cambios radicales y de asumir que, a través de la participación colectiva
y dialógica, es posible apostar por cambios que beneficien a los más desfavorecidos. Es bajo esta
premisa que en las siguientes páginas se exponen cinco grandes desafíos que enfrenta el Sistema
Educativo Mexicano en aras de perfilar políticas educativas que promuevan la equidad. Se espera
que cada desafío sea analizado como rutas que requieren consensos y discusiones profundas en
torno a la educación como proyecto social, que se materialice en compromisos y acciones
específicas que trastoquen las desigualdades y al mismo tiempo, fortalezcan la identidad
multicultural y ampliamente diversa en el México contemporáneo.