La Justicia y Los Lobos

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 7

LA JUSTICIA Y LOS LOBOS

Leonardo Padrón

Armando Cabrera jugaba dominó un sábado a las 7 pm en


un club cuando un amigo lo llamó para decirle que lo habían
matado. El se lo tomó a guasa: “No me manden flores, mándenme
dólares” No le dio relevancia. Total, este país se especializa en
falsos rumores. Al día siguiente, otro amigo lo llamó para hacerle
una fe de erratas crucial: “Armando, la noticia no es que te
mataron, sino que tú mataste a alguien”. En ese instante, se enteró
que para buena parte del país ya calificaba como homicida. El
asombro lo cubrió de pies a cabeza. Buscó a alguien que le creara
una cuenta en las redes. “No uso Twitter, no uso Internet, soy un
dinosaurio en ese sentido” Pero necesitaba responderle al
periodista que lanzó la noticia.
“Presunto actor mata a un transexual”, fue el titular que
comenzó a replicarse en distintos portales web. El adjetivo
parecía un chiste. La presunción recaía sobre su oficio, no sobre el
delito. “A lo mejor ese periodista me fue a ver en alguna obra, no
le gusté como actor y dijo: ¡a este coño de madre hay que meterlo
preso!”, bromea Armando mientras reconstruimos su inesperado
calvario.
Lo grave fue la inescrupulosa reproducción de una noticia
sin asidero ni investigación previa. En el portal Sin Etiquetas el
periodista Gustavo Henao escribió: “El hecho ocurrió el pasado
sábado 14 de mayo en horas de la madrugada en la calle
Tamanaco con avenida Pichincha de El Rosal. El agresor fue
Armando Cabrera, un actor venezolano que después de haber
solicitado sus servicios sexuales, le disparó tres veces por la
espalda dentro de su vehículo color gris. Luego la arrojó y huyó”.
Otro portal tituló: “Asesinato de transexual cometido por actor
Armando Cabrera podría ser pasional”. Así. Sin un milímetro de
pudor, sin la cautela que dicta la ley mientras no se ha
comprobado un delito, la prensa lo sentenció. Algunos le
endosaron una inexistente declaración donde argumentaba que lo
había matado en defensa propia.
Era un hecho. Estábamos ante un homicida.
El estupor recorrió a todo el gremio actoral. ¿Armando
Cabrera un asesino? Nadie podía creerlo. Pero, ¿podrían estar
equivocados tantos portales de noticia y periodistas de sucesos?

***

Armando Cabrera es un lobo solitario. En el ámbito teatral


es conocida su afición a los excesos y su frecuente incursión en
los submundos del sexo callejero. “Como nadie me malcrío, yo
me hice malcriado”, me comenta, con sorna. Aunque ha hecho
gala de cierto talante autodestructivo, nadie que lo conoce lo
imagina capaz de hacerle daño a ningún otro ser humano que no
sea él mismo.
El miércoles siguiente Armando Cabrera respondió a la
citación del CICPC. Su intención era descifrar el equívoco. Pero
terminó encerrado en un calabozo por la presunta comisión del
delito de homicidio calificado.
Comenzaba su temporada en el infierno.
***
Los 47 días exactos que Armando Cabrera pasó en los
calabozos de El Llanito son imborrables. Él, un gigante de casi
1,90 mts de estatura, tuvo que convivir en un espacio de 1 x 5 mts
con otros detenidos en un flujo que descendía a cuatro y ascendía
a once personas en sus días pico. Los primeros días no lograba
dormir ni comer. “¿Dios mío, qué hago yo aquí?”, se preguntaba
mientras se espantaba el llanto e intentaba dormir en el suelo,
ovillado sobre su propia dimensión. “Me bañé apenas cinco veces
en más de un mes de reclusión. El baño era una cosa espantosa”,
relata. Tanto, que prefería descargar sus intestinos en potes de
comida china. En la celda terminaron acumulando 17 botellas
plásticas de jugo llenas de orín, pues comenzaron a demoler el
baño: “Tardaron más en matar las 200 millones de cucarachas que
en tumbar el baño”.
Se suele decir que las amistades se prueban en la cárcel y en
el hospital. Así lo comprobó. Su sobrina de 26 años, su único
familiar en Caracas, sufría tanto al verlo allí que los efectivos
debían consolarla. Basilio Álvarez, un actor y director de teatro
con el que ha trabajado largamente, se convirtió, según sus
palabras, en su ángel personal. No dejó de visitarlo ni de llevarle
insumos para la supervivencia. Armando, que confiesa no ser
amante de la lectura, le imploró: “Tráeme libros”. Basilio
seleccionó ciertos libros y dejó que otros libros lo eligieran a él.
Así, entraron a esa minúscula celda autores como Dostoievski,
Vargas Llosa, Javier Cercas, Rosa Montero, Alejandro Dumas o
Carlos Ruiz Zafón. El pésimo lector, en 47 días, se tragó 16
libros. Vaya manera de descubrir el prodigio de la lectura.
También leyó innumerables cartas de aliento que Basilio se
encargó de pedirle a sus amigos. No eran cartas, eran bombonas
de oxígeno.
Un día ocurrió una buena noticia. Uno de los detenidos
recibió un pequeño televisor. Armando no dejó de lamentar que el
dueño del aparato sintonizara con recurrencia el canal TVES,
aunque todos convenían en, llegada la hora, cambiar de canal para
ver la novela Viva La Pepa y esa antídoto a la tristeza que es El
Chavo.
Mientras tanto, Armando Cabrera seguía siendo un sórdido
asesino para el resto del país.

***

Lo que llevó a la policía a detener a Armando Cabrera fue el


testimonio de “La Guara”, un transexual que aseguró ver cuando
montó a su amiga en una camioneta gris y 100 metros más
adelante la lanzó a la calle, mortalmente herida. Según su relato la
víctima, antes de morir, mencionó el nombre del homicida. Como
en las películas. Aunque dijo Alberto, no Armando. Aunque la
descripción física no concordaba.
No se le pudo hacer el examen de parafina pues habían
transcurrido más de 72 horas desde el suceso. Pero, insistamos,
los datos de la acusación no coincidían con su realidad. Armando
Cabrera no tiene una camioneta, sino un Camry del 96. (“¿Será
entonces que tengo otro carro oculto con el que salgo a matar
transexuales en la noche?”, replicó con acritud). Nunca en su vida
ha poseído un arma. Y si así fuera, no hubiera podido accionarla
pues la movilidad de la mano derecha no le da ni para prender un
yesquero. A finales de febrero lo atracaron y le fracturaron
salvajemente el brazo. El daño aún persiste. Su traumatólogo
corroboró el episodio. Más aún, a la hora del crimen dormía en su
casa. Una prueba de telefonía celular comprobó el dato. El celular,
la mano, el carro: salvoconductos.
En conclusión, mientras alguien asesinaba a un transexual
en el Rosal, él roncaba sin saber que tres días después estaría
preso por ese crimen.
Finalmente, la justicia decidió liberarlo. No hay una sola
prueba para declararlo culpable. Armando Cabrera ha vuelto a la
vida, con 11 kilos menos y el aliento de la redención encima: “El
que salió de ese calabozo es mejor que el que entró”. Dios no deja
de asomarse en sus palabras. En la cárcel descubrió algo decisivo:
su esquema de prioridades estaba equivocado.
El misterio: ¿Por qué alguien insiste en culparlo!? ¿Qué
busca? ¿Encubrir al verdadero homicida? ¿Por qué surge su
nombre? Sin duda, era un cliente habitual, un sospechoso en
potencia. ¿Es, simplemente, un chivo expiatorio?

***

Conversando sobre este punto de quiebre en su vida,


Armando invoca un proverbio cherokee. Aquel donde el abuelo le
habla al nieto sobre la batalla que ocurre entre dos lobos que están
en el interior de todos. Uno: el lobo de la ira, la envidia, el
resentimiento y el ego. El otro: el de la bondad, la serenidad y la
compasión. El nieto pregunta cuál suele ganar la batalla. El
abuelo responde “el que tú alimentes mejor”.

Y entonces, con entusiasmo, me cuenta que leyendo


“Historia del Rey Transparente” de Rosa Montero descubrió el
verdadero significado de la palabra compasión. (“Ahora, Leola, te
regalo la mejor de las palabras, la única por la que no se mata,
ni se aprisiona, no se humilla, ni se calla, no se juzga, y esta es la
compasión, porque la compasión te hace meterte en la piel del
otro, ser como él es, sentir como él siente”).

Armando ahora habla de libros.

***

El sábado pasado Armando Cabrera fue a visitar a sus ex


compañeros de prisión. Les cocinó una fabada, les compró
cachitos y se los llevó. La convivencia generó un vínculo.

Hoy está en libertad condicional bajo régimen de


presentación y tiene prohibido circular fuera de Caracas sin pedir
consentimiento. Es la burocracia de la ley. Una posdata del
castigo que debe pagar por un crimen que no cometió. Toneladas
de lodo cayeron sobre su nombre gracias a una prensa que se
engolosinó con el morbo de una noticia jugosa para ganar el
premio de un click en sus respectivos portales. Una noticia
jugosa, pero falsa.

Uno de sus abogados me confesó que “esas publicaciones


amarillistas, de una u otra forma, causaron la detención preventiva
de Armando Cabrera. Una fiscal y el tribunal de guardia, al ver
todas esas publicaciones, se abstuvieron de darle la libertad que le
correspondía; no tomando en cuenta que se presentó de forma
voluntaria, demostrando que no había peligro alguno de fuga,
principio fundamental para poder restringir su libertad, cuando no
hay suficientes elementos probatorios”.

Michel Hausmann, quien lo ha dirigido ya en seis montajes,


colgó en el muro de su Facebook una interpelación medular:
“Espero que esta experiencia sirva para la reflexión (…) Para
pensárselo dos veces antes de redactar un titular escandaloso.
Nosotros, en el teatro, lo único que tenemos es nuestra
credibilidad ante el público. El público cree las historias que
contamos, los personajes que creamos, la obra que escribimos, el
drama que representamos, la risa que ofrecemos. Ustedes, señores
periodistas, son juzgados con la misma vara: sus lectores, como
nuestros espectadores, deben creerles. Sin embargo, debo admitir
que nuestro trabajo es menos riesgoso que el de ustedes: cuando
nuestro trabajo en el teatro es mediocre, simplemente perdemos
nuestro público; cuando el suyo lo es, arruinan vidas”.

Armando Cabrera ha sido un dragón en una obra infantil,


Herodes en Jesucristo Superestrella, Tevye en El Violinista sobre
el Tejado, padre de Mónica Spear en El Desprecio, Max
Bialystock en Los Productores y el Rey Claudio en Hamlet. Ha
sido muchas personas en la ficción. En su propia vida ha sido un
hombre solitario, víctima de sus propios laberintos. Alguien que
ha pasado demasiado tiempo con el lobo oscuro que todos
tenemos. Ha sido un hombre frágil que encontró en el teatro su
lugar en el mundo. Ha sido muchas cosas, pero jamás un asesino.
Ninguno de los periodistas que lo colocó en el paredón de
fusilamiento redactó la decencia de una frase para retractarse de
lo dicho o de lo replicado de forma autómata.
En esta historia hubo dos asesinatos: el de Keiduin
Alexander Suárez, un transexual de 28 años de edad, abaleado por
alguien aún desconocido y en libertad. Y el de Armando Cabrera,
asesinado moralmente por la forma más perniciosa del
periodismo: el amarillismo y la invención.

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy