Caso Jorge Villanueva

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CASO JORGE VILLANUEVA

Una sentencia cargada de racismo, contradicciones del testigo


clave, falta de pruebas fehacientes, pánico colectivo y la
creación de un personaje: el Monstruo de Armendáriz.
Por Camila Zapata

“Vengo a anunciarle que la condena de muerte ha sido confirmada y que será


fusilado”, anunció el Juez Carlos Carranza Luna, encargado de notificar a Jorge
Villanueva Torres que su vida acabaría pronto.

La Corte Suprema había dado el fallo definitivo. La pena de muerte estaba


confirmada y el rostro del presunto victimario se desfiguraba progresivamente.
Hubo un silencio escalofriante en la sala y en el preciso instante en el que el
escribano Froilán Manrique sacó el papel de su máquina de escribir para iniciar
la lectura de la sentencia, Villanueva Torres clamó mirando al juez: “pueden leer
lo que quieran, usted sabe que yo soy inocente, usted me hace matar y puede
hacerlo cuando quiera”.

Había pasado años desde que fue apodado por la opinión pública, bajo
unanimidad, como el ‘Monstruo de Armendáriz’. Pero finalmente tan solo unas
horas lo separaban de la ejecución en el paredón.

Por la tarde el párroco del panóptico, Juan Bautista Caspari, lo consoló y lo


preparó para su muerte. Hicieron la confesión y nuevamente él insistió en su
inocencia. Por la noche, entregó una carta a su abogado, Carlos Enrique Melgar.
Las letras estaban dedicadas a su hijo de siete años. Villanueva fue claro con
Melgar: cuando su hijo tuviese uso de razón debía explicarle lo ocurrido: «dígale
que no se avergüence de mí y que el tiempo esclarecerá todo”. Finalmente, se
echó a dormir entre lágrimas y con el cuerpo frío -como si ya sufriese el proceso
de descomposición- esperando que unas balas atraviesen su cuerpo.

La cuenta regresiva de Jorge Villanueva inició tres años antes de ser aniquilado.
Se trató de una muerte progresiva. Inicialmente fue asesinado por la prensa, al
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mismo tiempo que lo hizo la sociedad limeña: pedían a gritos al culpable de tan
atroz crimen. Por último, la justicia peruana escuchó las plegarias y, sin más,
acabó con su vida.

“Niño es asesinado y dejan su cuerpo en covachas de la bajada Armendáriz”

Transcurrían las 11 de la mañana cuando el niño de tres años, Julio Hidalgo


Zavala, salió de su casa ubicada en el Jr. Atahualpa mientras su madre hacía las
compras en el mercado. Era 7 de setiembre de 1954.

Fausta, la madre de Julio, se percató de la ausencia de su hijo una hora y media


después. Avisó a su esposo, el señor Abraham Hidalgo, para que emprenda la
búsqueda y siente denuncia. Hidalgo se echó a correr preocupado y solicitó a los
guardias de la Comisaría de Barranco que encuentren a su hijo. Los mismos que
le informaron que debía esperar 24 horas para que pudieran intervenir. Esto no
fue necesario.

Marcelo Rojas Pérez y Alfonso Navarro Vilca, dos estudiantes que caminaban
curiosos entre las malezas de la quebrada de Armendáriz, quedaron atónitos
cuando vieron el diminuto cuerpo de un niño se encontraba puesto
apresuradamente en una covacha sin signos vitales y con huellas de haber sido
golpeado en la cabeza. Buscaron ayuda escandalizados.

Las calles se hicieron un murmullo continuo. Había ocurrido un crimen y frente a


la covacha se pararon a observar -con la cabeza hacia un lado y la boca
semiabierta- policías, periodistas y gente, mucha gente.

En ese entonces, la hoy reconocida entrada hacia la Costa Verde, era un lugar
lejano y de poco uso por el que tan solo transitaban algunos vehículos entre los
sembríos de vid.

Entre la muchedumbre apareció un hombre delgado, de mediana estatura y de


bigotes ralos, era Abraham y esperaba lo inevitable. Su búsqueda había
terminado y la concluyó con un grito que no había pegado nunca. Su hijo había
muerto. Todos lo miraron con ojos de consuelo y coincidieron en algo: había que
encontrar al culpable.

“Crece caza de Monstruo”

El caso alborotó las redacciones. Había una historia con piezas por colocar y una
audiencia ansiosa de detalles. Los diarios utilizaron sus primeras planas para
colocar titulares llamativos y la historia del Monstruo se hacía cada vez más
relevante.

Poco se había leído antes de aquella manera. El formato tabloide y el periodismo


de masas cobró valor y enloqueció al público. El diario Última Hora fue uno de
los protagonistas en mostrar la trama: había aparecido en enero de 1950 y fue
el primero en utilizar el lenguaje popular y los grandes titulares.

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La crónica policial de aspecto sensacionalista le calzaba bien a la pauta pero
todo se intensificó cuando apareció un nuevo personaje que introdujo el nudo y
el desenlace de la historia.

“Por la amenaza del Monstruo turronero se encierra aterrorizado”

Uldarico Salazar, un turronero que trabajaba en la misma cuadra donde vivía el


pequeño Julio, afirmó a la policía que el día del presunto homicidio un sujeto se
llevó al niño por la quebrada de Armendáriz y que él era testigo. Este hombre, -
refirió-, le compró una melcocha. “Era un sujeto negro y alto (…) me compro 20
centavos de turrón para el niño. yo lo puedo reconocer”, culminó y las luces del
escenario fueron a parar sobre su cabeza.

Así que lo sentaron y sobre una mesa regaron varias fotografías de hombres que
habían calificado en la investigación policial como posibles homicidas. No tardó
mucho tiempo y señaló a Jorge Villanueva Torres. Luego, insistió en los detalles.

A las 11 de la mañana del 7 de septiembre cuando se retiraba al Parque de


Barranco Villanueva lo detuvo para comprarle unas melcochas, “llevaba pantalón
marrón, zapatos mocasines y el dedo pulgar chato”, sentenció.

Luego, el señor Ulderico Salazar estuvo frente a frente con Villanueva, lo


examinó con la mirada y se aseguró de culparlo una y otra vez.

Finalmente, declaró a la prensa: “logré identificarlo porque cuando compró el


dulce y me pagó con 20 céntimos tenía un dedo torcido”.

Había presunto culpable y en las calles de Lima nuevamente se paseaba un


murmullo sofocador. Se aclamaba la pena de muerte y la prensa prácticamente
terminó de sepultar a Jorge Villanueva Torres, bautizado por todos como el
“Monstruo de Armendariz”.

Así, el titular del diario La Crónica del 15 de septiembre de 1954 refería: “Es el
crimen más cruel de todos los tiempos y merece ser castigado por la muerte”.

“Este es el Monstruo que mató al niño Julio Hidalgo Zavala”

Continuó informando la prensa cuando ya se había dado con el paradero de


Jorge Villanueva Torres, el mismo que, según información filtrada de la policía a
los medios, confesó que cometió el crimen.

La esencia de la Lima conservadora y el racismo empezó a jugar un rol


protagónico. Villanueva empezó a ser juzgado por su apariencia.

Lo cierto es que Jorge Villanueva sí tenía mala fama en el barrio barranquino.


Era un “piraña” o “pájaro frutero”, como se decía en aquella época. Robaba en
los tranvías, quitaba carteras, era un ladronzuelo de poca monta y se le conocía
en las comisarías. Desde su niñez se había formado en un contexto criminal y a
sus 35 años ya había pisado la cárcel.

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“Monstruo será juzgado por atroz crimen”

El proceso judicial inició en Tercer Tribunal Correccional de Lima con una


sentencia cantada. Se quería la muerte del “Monstruo”.

Un joven sanmarquino tomó la defensa del acusado, el abogado Carlos Enrique


Melgar. Dentro de su afanosa labor logró que se le retire el cargo de violación a
Jorge Villanueva, puesto que no habían pruebas. E incluso, argumentó que el
niño pudo haber sido víctima de un “indolente chofer”, quien luego de arrollarlo
lo habría llevado hacia las covachas. Además, aseguró que la confesión de
Villanueva ante las autoridades policiales se realizó en un contexto de presión
de tipo moral: le prometieron que pasaría menos tiempo en la cárcel si
confesaba. Esto fue confirmado por Jorge Villanueva, que gritaba ansioso que
fue obligado a autoculparse.

Pero nadie le creyó, y por el contrario, su actitud rebelde y conflictiva hacían que
la sentencia se haga más fácil.

Cuando le tocó declarar al turronero, este fue demoledor. Juró que Villanueva
era el asesino, pues se había llevado al niño a la quebrada. Villanueva Torres
intentó defenderse pero su necedad poco le ayudó.

Pasaron dos años de juicio hasta que el 8 de octubre de 1956 se dictó la


sentencia. La justicia junto a una incesante presión popular, condenaron por
homicidio a la pena de muerte a Jorge Villanueva Torres, juzgado así por la
Constitución de 1933, aprobada en el gobierno de Sánchez Cerro, donde la pena
de muerte era aplicada para los delitos de homicidio calificado, traición a la patria,
espionaje, violación de menores de siete años, asesinato por lucro,
envenenamiento, fuego o explosión y robo con muerte de la víctima.

La lectura de la sentencia se escuchó a medias. Villanueva desahogó toda su


ira, gritó desde el pecho, intentó agredir a los magistrados y tuvo que ser
maniatado a la fuerza. Finalmente, se escuchó la voz quebrada de un hombre
muerto en vida: “yo he cometido muchos delitos…he sido un hombre malo…pero
este crimen no me pertenece”.

“Enfurecido como una fiera el “Monstruo de Armendáriz”, insultó groseramente a


los jueces y rompió algunas lunas del tribunal, pocos minutos después que le
leyeran la sentencia en que era condenado a muerte”, describió Última Hora, un
día después, el martes 9 de octubre.

Aquella sentencia de primera instancia tuvo su confirmación el 9 de diciembre de


1957. El fallo escribía: “con inequívoca certeza de que es agente responsable de
excepcional peligrosidad y conducta inmodificable se reclama la más severa
sanción”.

El abogado Carlos Enrique Melgar, quien se había tomado el caso muy a pecho
reclamó: «con indicios no se condena a muerte. No hay convicción, miente el
turronero. En caso de duda hay que estar a lo favorable al reo, ¡Indubio pro reo!»,
haciendo alusión a lo que indica la Constitución.

El Diario Última Hora escribió esta vez: “El más alto tribunal de la República
confirmó la pena de muerte contra “El monstruo de Armendáriz”. Tomaron esta
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decisión, en defensa de la sociedad, los siguientes magistrados: Alberto Eguren,
Domingo García Rada, Tello Velez, Napoleón Valdez Tudela y Ricardo
Bustamante Cisneros”.

“Fusilaron al Monstruo. Pagó con su vida el crimen abominable que cometió en la


quebrada de Armendáriz”

En el patio de veinticuatro metros de largo por veintidós metros de ancho, una


mesa y una lámpara esperaban el eco de la muerte. A las 5:05 a.m. ingresaron
ahí el Juez Instructor Carlos Carranza Luna y el escribano Froilan Manrique.
Frente a ellos yacía un madero y unos costales de arena para amortizar el peso
del occiso. En total eran 67 espectadores al interior del recinto grisáceo.

Tal cual describieron los periódicos de la época, la friolenta y nublada mañana


del 12 de diciembre de 1957 a las 5:30 a.m. Jorge Villanueva fue llevado con
mucha violencia a la Penitenciaría de Lima, donde hoy está ubicado el Hotel
Sheraton y el Centro Cívico.

A punta de golpes e insultos fue arrastrado hacia el único lugar al que ahora
pertenecía: el madero de fusilamiento. Vestía unos jeans azules gastados y
andaba descalzo. Su mirada poco ha sido descrita, como si careciera de rostro,
pero se recuerda cómo fue amarrado a un palo de madera con una soga vieja.
El hombre ya agotado, lejano de la vida no resistió a nada y asumió que lo último
que escucharía sería un “bum” y lo último que vería serían 67 rostros ajenos,
expectantes, casi que televisivos.

Al patio del pelotón de fusilamiento ingresaron ocho soldados del regimiento de


la Guardia Republicana bien vestidos, con la cabeza en alto y un orgullo
representativo. Iban al mando del alférez Orlando Carrasco.

Los vigilantes del penal quisieron ponerle una capucha, pero el testarudo Jorge
Villanueva se resistió. Dejó únicamente que le colocaran la escarapela negra
encima del corazón. Hacia ahí debían ir los disparos.

El silencio oportuno para esperar la muerte era únicamente interrumpido por el


rezo del religioso y así transcurrieron los minutos entre actos protocolares, hasta
que en un acto de rebeldía pura Jorge Villanueva gritó mirando directamente al
juez y al escribano: “usted es el culpable de mi muerte”.

¡Preparar, apunten, fuego!

Ocho disparos emprendieron el viaje hacia el cuerpo cuando por última vez la
voz de Villanueva resonó fuerte y clara: “soy inocente, yo perdono, pero a él…”
y sus frases se desvanecieron junto a su cuello y cabeza que quedaron
inclinadas hacia adelante, siendo tres las balas que lo asesinaron.

Otra vez el silencio golpeó el patio y aturdió a todos. Sin piedad y como indicaba
la ley, Carrasco se acercó y le propinó el tiro de gracia en la sien derecha y
rompió con el silencio para que todo vuelva a la normalidad.

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El director de la Penitenciaría se dirigió a los asistentes y con solemnidad afirmó:
“señores, se ha hecho justicia. Eran las 5:40 a.m.

“¡Al parecer hubo un error judicial, parece que se fusiló a un inocente!”

Reescribían los periódicos, poco agotados del caso, ansiosos por nuevos
protagonistas e indicios de que ahí no acababa la cosa.

Ulderico Salazar, el testigo, declaró días más tarde: «espero que la sociedad me
dé un trabajo estable para mantener a mis tres hijos». El diario La Prensa informó
que Salazar se había contradicho más de 30 veces durante el proceso.

Juan Bautista Caspari, el párroco que lo acompañó en sus últimos minutos de


vida, detalló que Villanueva afirmó su inocencia hasta el final, incluso en su
confesión.

Asimismo, se opacó una noticia política de gran relevancia. Mientras las grandes
planas se hacían del Monstruo de Armendáriz, en el fondo de los periódicos
aparecía el nombre de Zenón Noriega Agüero, el brazo derecho y colaborador
más cercano del General Odría, el mismo que fue detenido organizando un golpe
de Estado. Un hecho que podría haber significado la debilidad del gobierno.

Cincuenta años después, Víctor Maúrtua Vásquez, médico legista y testigo de la


ejecución del reo, dio a conocer una reinterpretación de los hechos. Él observa
una inexacta reconstrucción de la secuencia de las lesiones en el cuerpo del
niño. Los partícipes de la época, en un razonamiento especioso, trazaron la línea
de tiempo de esta manera: rapto (resistencia de la víctima), violencia (golpe en
la cabeza, estrangulamiento), ultraje y muerte por asfixia. Sin embargo, Maúrtua
señala detalles inadvertidos y propone una secuencia: atropello vehicular, lesión
en la pierna derecha, deslizamiento del cuerpo por la ladera, golpe en la cabeza
y desvanecimiento, posición decúbito ventral, por lo tanto, muerte por asfixia por
sofocamiento.

Finalmente, dando indicios de la polémica del caso, el pasado viernes 16 de junio


del 2017, Duberlí Rodríguez, entonces presidente del Poder Judicial, dejó abierta
la posibilidad de absolver póstumamente a Jorge Villanueva. Sin embargo,
aquella orden moral hasta la fecha no se ha logrado concretar.

Referencias:

https://somosperiodismo.com/este-crimen-no-me-pertenece-la-historia-del-monstruo-de-
armendariz/

https://www.infobae.com/america/peru/2022/04/10/el-monstruo-de-armendariz-fue-
acusado-de-matar-a-un-nino-por-su-color-de-piel-y-clamo-su-inocencia-hasta-el-momento-de-
su-fusilamiento/

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