Ensayo Sobre La Escritura WEB
Ensayo Sobre La Escritura WEB
Ensayo Sobre La Escritura WEB
colección letras
e n s ayo
Rodrigo Garnica
Ensayo
sobre la
escritura
Alfredo Del Mazo Maza
Gobernador Constitucional
Consejo Editorial
Consejeros
Marcela González Salas y Petricioli, Rodrigo Jarque Lira,
Gerardo Monroy Serrano, Jorge Alberto Pérez Zamudio
Comité Técnico
Félix Suárez González, Rodrigo Sánchez Arce, Laura G. Zaragoza Contreras
Secretario Ejecutivo
Alfredo Barrera Baca
Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio
o procedimiento, sin la autorización previa de la Secretaría de Cultura y Turismo
del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración
Pública Estatal.
Índice
13 Introducción
28 “¿Qué es escribir?”
34 “¿Por qué se escribe?”
38 “¿Para quién se escribe?”
42 La idea sartreana del compromiso y la escritura de ficción
51 El escritor profesional
57 A la búsqueda del currículum anhelado
64 Decálogo del buen tallerista
(Sugerencias a los asistentes a un taller literario)
74 La segunda vocación
84 La aparición de la idea
85 Desarrollo del libro
86 La documentación y los personajes
93 La corrección: ¿infierno o paraíso?
94 ¿De qué escribir?
96 El libro concluido
Conclusiones
Para Asbel
15
16 Rodrigo Garnica
1
Jean-Paul Sartre, El idiota de la familia. Gustave Flaubert desde 1821 a 1857. Tomo I, Buenos Aires, Editorial
Tiempo Contemporáneo, 1975, p. 9.
18 Rodrigo Garnica
que cree ser genio, sea quien nos hable; sino que sea el hombre,
cualquier hombre, alguien que ha leído, escrito y está arrojado al
mundo para morir. Es un ser para la muerte, según Heidegger.
Basta con esos criterios de inclusión. Por eso hablo yo. Y por otra
razón muy sencilla: porque en nadie podré conocer el proceso tan
bien como en mí.
Varios autores contemporáneos han rebasado los límites de los
géneros creando una especie de “híbridos”; tal es el caso del inglés
Julian Barnes, con El loro de Flaubert, y de los españoles Vila-Matas,
con Bartleby y compañía, y Rosa Montero, con La loca de la casa. Las tres
obras pertenecen al campo de la escritura, aunque no de la novela,
en el sentido tradicional, ni al del ensayo. ¿O sí? ¿Son novelas? En los
tres casos, los autores reflexionan en voz alta —tan alta que la hicieron
pública— acerca de algunos aspectos de la creación literaria, en una
mezcla rica y chismosa de lo que a ellos les sucedía durante la redac-
ción de los libros. ¿A ellos? ¡Cuidado con la trampa! Por poco digo
que Barnes, Montero y Vila-Matas contaban los pormenores de sus
avatares durante la escritura de sus respectivos libros. ¡Claro que
no! Inventaron un personaje pasmosamente parecido a cada uno y
lo pusieron a narrar, igual que Marcel Proust y su Marcel de En busca
del tiempo perdido. Eso dio como resultado una acción transgresora
en el campo literario: la confusión de géneros. Para acentuar esa con-
fusión, Bartleby y compañía recibió varios premios: Premio Ciudad de
Barcelona, Prix “Fernando Aguirre”-Libràlire y Prix du Meilleur Livre
Étranger. Sí, el mejor libro extranjero, pero ¿en cuál género?
También intento hacer algunas reflexiones acerca de la liber-
tad y de cómo se las ingenian algunos escritores para ejercerla;
digo en una parte de este libro que el disparate —para no llamarlo
absurdo— es una buena posibilidad para ello. Lo propongo como
hipótesis de trabajo.
Mi contacto con la literatura fue previo a mi ingreso a la facultad
de medicina. Sin embargo, no diré que mi elección de carrera fue un
Ensayo sobre la escritura 19
2
Jean-Paul Sartre, ¿Qué es la literatura? Situations, Tomo II, Buenos Aires, Losada (Biblioteca clásica y con-
temporánea), 1976, p. 76.
20 Rodrigo Garnica
3
Marguerite Duras, Escribir, Barcelona, Tusquets (Fábula), 2009, p. 52.
4
Enrique Vila-Matas, Bartleby y compañía, Barcelona, Anagrama (Narrativas hispánicas), 2000.
22 Rodrigo Garnica
5
Marguerite Duras, op. cit., p. 56.
Ensayo sobre la escritura 23
6
Jean-Paul Sartre, op. cit., p. 44.
27
28 Rodrigo Garnica
“¿Qué es escribir?”
Son muchos elementos, pero es, sobre todo, escribir prosa. Porque
escribir poesía se trata, más que nada, de componer, como se com-
pone una pieza musical. Tiene algo que ver con mezclar, como se
mezclan los elementos de una pintura. El lenguaje de la poesía no
remite a otro significado y su significado está en sí mismo, en las
propias palabras que utiliza. Rimbaud escribió sobre el color de las
vocales, podría hablarse de la musicalidad de las palabras, sobre su
peso específico, sobre su fin en sí mismo. Son metáforas. La prosa,
7
Jean-Paul Sartre, op. cit., p. 100. [Las cursivas son del autor].
Ensayo sobre la escritura 29
8
Ibid., p. 47.
30 Rodrigo Garnica
9
José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía, Barcelona, Ariel (Filosofía), 2004, p. 1039. Episteme: neolo-
gismo creado por Foucault y que se refiere a los nichos del conocimiento estudiados, finalmente, por
la epistemología.
10
Rodrigo Garnica, Nacimiento y evolución de la psiquiatría, Ciudad de México, Trillas, 1991, p. 76. En 1889,
Santiago Ramón y Cajal publicó once trabajos de histología de animales vertebrados e invertebra-
dos que le permitieron establecer las bases del funcionamiento de las neuronas y la dirección del
impulso nervioso, estableciendo con ello la teoría de la neurona, paradigma del funcionamiento
del sistema nervioso desde entonces.
Ensayo sobre la escritura 31
11
Jean-Paul Sartre, op. cit., p. 90.
32 Rodrigo Garnica
12
Fernando Vallejo, Logoi. Una gramática del lenguaje literario, Ciudad de México, Fondo de Cultura Eco-
nómica, 2005, p. 10.
Ensayo sobre la escritura 33
13
Jean-Paul Sartre, op. cit., p. 66.
34 Rodrigo Garnica
14
Ibid., p. 67.
Ensayo sobre la escritura 35
todo siga como está. Leo en un folleto turístico: “La peña de Bernal
es uno de los tres monolitos más grandes del mundo. Se formó por
la expulsión de lava, consolidada tiempo después, que fuera arrojada
hace cuatro millones de años”. Yo no estaba entonces. Ella estará des-
pués de mí. ¿Por eso escribo? ¿Con la esperanza de que lo escrito per-
duré tanto tiempo como la peña de Bernal? No puedo mentirme de
manera tan flagrante. Pero lo hago. Y escribo. De pronto dejo de enga-
ñarme; luego escribo por otra razón.
¿Cuál otra razón? Sigamos. Vuelven a mí las palabras escu-
chadas a un viejo maestro: “Convertir el caos en cosmos”. ¡Cuánta
belleza! Como toda belleza, es artificial, es un artificio, es un arte.
Escribo para hacer arte, es decir, para engañarme. ¿Por qué desearía
engañarme? ¿De qué no quiero darme cuenta? Ah, claro: de que voy
a morir. Luego es cierto que escribo para no morir. Un contrasen-
tido, porque tengo la suficiente lucidez para saber que escribir no
evita el cumplimiento de la sentencia: la apoptosis, o muerte celular
programada.
Lo primero que propone Sartre para el acto de escribir es
una elección. No un accidente, ni una sobrecompensación, ni una
enajenación, sino un acto que se elige y que arranca de lo más pro-
fundo del individuo. ¿De cuál profundidad? Quisiera decir de la
del ser, pero eso equivaldría a decir que todos somos escritores,
mientras que sólo unos cuantos escribimos y otros no. Afirma-
ción insostenible. Volvamos, entonces, al filósofo francés en busca
de ayuda.
La peña de Bernal es la cosa revelada, revelada por el ser que
soy. La cosa revelada permanecerá y está desde antes de que mi
ser la revelara. Está fuera del ser: existe. Este hecho le da un carác-
ter absurdo al ser, un carácter de futilidad insoportable. Camus, en
El hombre rebelde, nos dice que el hombre vive su rebeldía ante ese
absurdo de doble futilidad: ser y rebelarse ante el hecho. Explica:
“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero si se
36 Rodrigo Garnica
18
John Gerassi, Conversaciones con Sartre, Ciudad de México, Sexto Piso, 2012, p. 219.
19
Idem.
Ensayo sobre la escritura 39
Para finalizar con esta parte de las citas de Sartre, y para recordar su
idea de la literatura como un compromiso, debemos repetir que
escribir es una elección, no un accidente y que, en última instancia,
es un acto de libertad, uno de los más evidentes. Pero es el ejercicio
de una doble libertad: la del autor y la del lector. El lector elige leer
a un autor, no importa que no lo conozca, lo elige —por curiosi-
dad, porque se lo recomiendan, porque conoció una reseña en el
periódico— y elige continuar la lectura. Del intercambio de esas
dos libertades surge una forma de comunicación que los iguala
y democratiza. Los homenajes a los escritores suenan un tanto
40 Rodrigo Garnica
20
Mario Vargas Llosa, Cartas a un joven novelista, Barcelona, Planeta, 1997, p. 11.
Ensayo sobre la escritura 41
21
Rosa Montero, La loca de la casa, Madrid, Santillana Ediciones Generales, S. L. Punto de Lectura, 2006,
pp. 181-183.
22
Partisan Review, El oficio de escritor, Ciudad de México, Era, 1970, p. 171.
42 Rodrigo Garnica
23
Ibid., p. 179.
Ensayo sobre la escritura 43
24
John Gerassi, op. cit., p. 27.
44 Rodrigo Garnica
25
Idem.
26
Ibid., p. 80.
27
Ibid., p. 70.
Ensayo sobre la escritura 45
28
Vladimir Nabokov, Curso sobre el Quijote, Barcelona, Ediciones B, 1997.
29
Vladimir Nabokov, Curso de literatura europea, Barcelona, Ediciones B, 1997.
48 Rodrigo Garnica
30
Herbert Lottman, Gustave Flaubert, Barcelona, Tusquets, 1989, pp. 85-87.
51
52 Rodrigo Garnica
sociedad, estriba en que recibe el apoyo por parte de aquello que está
incomodando: el poder. El escritor es una especie de empleado mal
pagado por la burocracia intelectual, mientras que los gobernantes
gastan carretadas de dinero en promover sus carreras políticas. No se
me ocurre, entonces, otra solución que la anterior separación entre
gobierno y Estado.
Igual podemos decir de los premios: argumentos a favor y en
contra. Los premios literarios han despertado desconfianza en los
últimos tiempos, pues se conocen casos en los cuales se cuenta
con elementos suficientes para pensar que hubo un arreglo entre
los convocantes y el premiado. Un caso reciente tuvo mucha reso-
nancia en los medios, puesto que debió aclararse ante los tribu-
nales. En este punto es muy delicado dar nombres, ya que se hace
indispensable aportar pruebas irrefutables, cuestión nada fácil.
De cualquier modo, para quien quiera ahondar en el tema, exis-
ten abundantes fuentes sobre ello en internet. Al igual que en el
caso de los rechazos de editoriales, hay información insuficiente a
favor o en contra de la hipótesis del arreglo, pues el elemento que
asegura el hecho corrupto es su capacidad para no dejar pruebas.
El corrupto debe ser inteligente para que el señalamiento a su persona
no pase de ser un rumor; el que es corrupto, y además tonto, ter-
minará de manera inevitable en la cárcel.
La fuerza del rumor en los premios se basa —sobre todo—
en el hecho de que éstos son cada día más cuantiosos en el recurso
metálico que otorgan, y la reflexión inmediata lleva al pensamiento
de “¿cómo es posible que se otorgue tanto dinero a un autor des-
conocido, aunque no se garantiza la recuperación de éste?”. No es
malo el argumento cuando uno piensa que hay galardones que
ascienden a seiscientos mil euros: ¡muchos millones de pesos
mexicanos al tipo de cambio actual! Aun después de pagar impues-
tos, resulta una cantidad suficiente para que cualquier trabajador se
retire para siempre y para que el escritor no vuelva a preocuparse
54 Rodrigo Garnica
por realizar otra tarea que no sea escribir. Ante una propuesta tan
seductora, la República de las Letras, no, el proletariado del Imperio
de la Escritura desconfía. ¿Será posible que me lo den a mí, que sólo
he publicado una novela en una editorial marginal y debí pagar
para que saliera mi libro, y completo mi obra con dos cuentos en
revistas de nula circulación? La literatura es bastante generosa
para que ese cuento de hadas se realice, hasta el momento de la
reflexión: ¿por qué escribo? No por dinero, debemos responder los
que todavía sentimos palpitar en nuestro pecho, o si se quiere en
nuestro vientre, la turbamulta de emociones que nos ha provocado
el último texto que escribimos, hundidos en la humilde buhar-
dilla parisino-mexicana o petersburguesa, sin dar importancia a
los toquidos brutales de la casera exigiendo su paga, al sastre que
amenaza con detener la confección de nuestro nuevo traje a menos
que liquidemos la deuda o, en una visión moderna, soportando la
enjundia de los abogados del banco porque hace seis meses que
no pagamos el mínimo de nuestra tarjeta de crédito y, ahora sí, nos
llevarán a juicio.
Por lo demás, es claro que nadie puede pensar seriamente en
resolver su situación económica con base en los premios recibidos
por su obra, a menos que el monto de éstos sea inusualmente alto.
Sí los hay, por supuesto, pero, de nuevo, son una excepción: tanto
los premiados como el monto del premio.
Al parecer, a la inmensa mayoría de los escritores no le queda
más remedio que trabajar en otra actividad para obtener sus ingre-
sos; esa otra labor puede ser cercana o no a la escritura.
Un escritor que comienza quiere hacerse profesional y ofrece
su trabajo a las editoriales. Tarea difícil desde el principio. El que
cree que es rechazado por las editoriales porque hay un complot
de las mafias literarias de su país en su contra no es un escritor, es
un simple paranoide. En ocasiones, el autor excluido tiene un dis-
curso más elaborado: las mafias literarias de su país, encabezadas
Ensayo sobre la escritura 55
31
Este punto ha cobrado una gran importancia en algunas disciplinas, como la medicina. La medicina
basada en evidencias, como se le llama al método, propone que, en la toma de decisiones para elegir
un tratamiento, en especial el farmacológico, se consideren varios criterios en orden de importancia: a)
los estudios de metaanálisis, que comprenden un buen número de estudios controlados que suman
una casuística mayor; b) en el caso de los estudios únicos, que estos sean doblemente ciegos acom-
pañados de un grupo control; c) los estudios observacionales, siempre y cuando el número de casos
nunca sea menor a diez; d) la opinión del experto. Un experto puede tener un amplio conocimiento
en la ejecución de un trabajo, pero eso no descarta que siempre lo haya hecho mal.
56 Rodrigo Garnica
este libro será siempre el más grave error cometido por la nrf
[Nouvelle Revue Française], y también uno de mis mayores pesares,
por no decir remordimientos, ya que, para mi vergüenza, yo fui en
gran parte responsable de aquel error”.32
Recordemos, también, la desconfianza de varios contemporá-
neos ante el manuscrito de Ulises, de James Joyce, sin manifestarse
al principio abiertamente partidarios de la calidad del libro —¡nada
menos que T. S. Elliot y Virginia Woolf! —.33 Mencionemos también
el caso de la novela Adiós, Mr. Chips, de James Hilton, citado por Rona
Randall,34 que fue rechazada por catorce editoriales y después se con-
virtió en un éxito de librerías que fue llevada al cine en diversas oca-
siones. Y qué decir de la que es, sin duda, la obra más importante de
la biología —naturalismo se llamaba entonces— en toda la historia,
El origen de las especies, de Charles Darwin, juzgada por su primer edi-
tor como un aburrido libro sobre la cría de palomas.35
Somos escritores. Por encima de todas las tribulaciones que
la actividad nos da, subsiste ese elemento intransferible de la satis-
facción absoluta de la escritura inmejorable, a nuestro juicio, para
combatir la muerte y soportar lo demás.
El escritor es uno de los últimos miembros puros de la socie-
dad. Escribe porque sí, “porque siente bonito”. Tiene conflictos con
el dinero, en especial si es hispanohablante, aunque en los países
desarrollados la situación tal vez no sea mejor. Escribe por encargo
y se ufana de contar, para publicar, con un editor en Nueva York para
la versión inglesa, y otro en París, para la francesa. Disfruta de las
regalías, lo consagran los entrevistadores. El escritor moderno en
esas naciones negocia sus contratos con la misma desfachatez que
los basquetbolistas, los beisbolistas o las estrellas del futbol, aunque
32
Edmundo Valadés, Por caminos de Proust, Ciudad de México, Samo, 1974, p. 40.
33
Richard Ellmann, James Joyce, Barcelona, Anagrama, 2002, pp. 587-588.
34
Rona Randall, Escribir ficción, Barcelona, Paidós, 2003, p. 32.
35
Charles Darwin, El origen de las especies, México, Conacyt, 1981, p. 29. La anécdota es relatada por Leakey,
quien escribió la introducción y sintetizó la enorme obra darwiniana.
Ensayo sobre la escritura 57
36
Stephen King, Mientras escribo, Barcelona, Plaza & Janés Editores, 2001, p. 114.
Ensayo sobre la escritura 59
37
Partisan Review, op. cit., pp. 174-175.
60 Rodrigo Garnica
xx? Pues dicha novela fue rechazada por al menos diez editoriales
antes de ser publicada.38
Pero, en sentido estricto, poco o nada queda claro acerca de
por qué se rechaza una obra. Pudiera tratarse de la más fina diplo-
macia para no decirle al autor lo malo que es, que debe seguir
algún curso de redacción, que para la próxima revise su ortogra-
fía o, de plano, ¿qué son esas huellas digitales estampadas en el
manuscrito, porque se le esparció la tinta de la impresora impi-
diendo la lectura del texto? Más desconcertante aún es cuando el
director de la editorial, que se hizo nuestro amigo ya, nos envía
el dictamen del árbitro donde la conclusión es “positivo; pero en
junta de consejo editorial no se aceptó la publicación de tu libro”.
¿Es comprensible semejante arabesco para un modesto escritor?
También me sucedió.
Más allá de las fallas obvias, ¿cuál es la razón para no publi-
car un original? El dinero, primero que nada. ¿Es bueno, entonces,
editar por cuenta propia, en eso que llaman ediciones de autor? No
es mala idea, pero nos hemos salido del tema y debemos volver al
mundo idílico de las universidades, los currículum, los méritos, los
cursos, o como se llame a todo lo que alguien, con la ambición de
convertirse en escritor, debe efectuar.
Inevitablemente, debo pasar a mi experiencia personal, la
menos doctoral de las opiniones, pero, otra vez, sobre la que más
información poseo.
Como he dicho, soy médico de profesión; modestia aparte, creo
que he hecho bien mi trabajo. Entre 1980 y 1981, me publicaron dos
novelas realizadas en calidad de escritor de fin de semana y siem-
pre que mi trabajo me permitiera un pequeño respiro de tiempo
y obligaciones. Un año antes había publicado tres cuentos en una
38
Juan Carlos Rodríguez, Los errores de la historia de la literatura (los rechazos más sonados de la industria
editorial), Ciudad de México, El Economista, 2008, p. 10.
62 Rodrigo Garnica
Todavía más:
39
“El estilo es el hombre mismo”.
40
“El estilo está ajustado a un pensamiento, proporcionando todas las circunstancias propias para pro-
ducir todo el efecto que debe producir ese pensamiento”.
41
John Middleton Murry, El estilo literario, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica (Breviarios),
1966, pp. 9-10.
42
Roland Barthes, El grado cero de la escritura, 4.ª ed., Ciudad de México, Siglo XXI Editores, 1980, pp. 17-20.
43
Ibid., p. 18.
Ensayo sobre la escritura 69
“Por su origen biológico el estilo se sitúa fuera del arte, fuera del pacto
que liga al escritor con la sociedad. Podemos imaginar, por tanto,
autores que prefieran la seguridad del arte que la soledad del estilo”.45
44
Ibid., p. 19.
45
Ibid., p. 20.
70 Rodrigo Garnica
46
Alberto Vital, Rilke, Rulfo, Ciudad de México, Samsara, 2012, p. 83.
Ensayo sobre la escritura 73
47
Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, Ciudad de México, Fondo de Cultura Econó-
mica, 1983, p. 33.
74 Rodrigo Garnica
La segunda vocación
48
Paul Auster, Brooklyn Follies, Ciudad de México, Planeta, 2014, pp. 174-175.
49
Son varias las referencias en este párrafo; las he reunido en una sola para no interrumpir demasiado
la lectura: Ismael es el personaje de Moby Dick, la novela clásica de Herman Melville, quien se supone
narra en primera persona y comienza su relato de esta manera: “Esos viajes son, para mí, el sucedáneo
de la pistola y la bala”. Meursault es el personaje de El extranjero, la novela de Albert Camus, quien
al parecer sufre de tedio crónico y mata a un hombre por razones por demás baladíes. Roquentin es
un arquetipo de la novela de Jean-Paul Sartre, La náusea, que popularizó la sensación metafórica de la
náusea o asco del mundo, tan cara entre los escritores existencialistas. Proust y Joyce son considerados
como dos de los novelistas más importantes del siglo xx, quienes renovaron el concepto de novela y
la manera de narrarla. Por último, Laurence Sterne es el autor de la obra Vida y opiniones del caballero
Tristram Shandy, libro de gran sentido del humor, convertido en un clásico de la digresión en la novela.
Ensayo sobre la escritura 75
ejemplo, cuando-tenga-tiempo-y-los-niños-hayan-crecido-y-
pueda-dejar-uno-de-los-dos-tres-cuatro-empleos-que-tengo-y-
por-fin-pueda-sentarme-a-escribir-la-Novela. Pienso entonces
vengativamente que algunos escritores profesionales sufren lo
mismo: falta de tiempo, necesidad de ganar dinero con otras acti-
vidades: “¡Ah, si pudiera encerrarme en un sótano donde me
pasaran la comida por una compuerta y nadie viniera a visitarme,
las obras que escribiría!”,50 dijo Kafka.
Pero tampoco es así. Los de la segunda vocación hemos vivido
apasionados la primera: la medicina, la antropología, la abogacía,
todas las -ías que siguen, los negocios, el deseo de ganar dinero.
También en ello hay pasión. Por tanto, se hace necesario, indispensable
para mí, comenzar con una pregunta personal: ¿por qué una novela o
un cuento o un poema o un ensayo? Desde luego la pregunta está mal
hecha y conlleva su lado tramposo. Prefiero la novela. Es igual para
cualquier segunda vocación. La novela me apasiona como le pasaba
a mi amiga con la cultura precolombina.
¿Cómo hacer para escribir una novela si el autor es alguien que
proviene de otro mundo —de otro planeta, en sentido estricto—?
No es un escritor profesional y ama tontamente el género al grado
de ponerle su casita, visitarla por las noches, volverla su cómplice,
igual que a una amante. Tenemos un autor emblemático, Antón
Chéjov, en cuya frase ya citada relaciona la medicina con la literatura.
Como todas las historias, ésta es personal —¿existen otras?— y
sólo busca conspirar con los iguales. ¿No mencionamos que lo dijo
Sartre? “¿Para quién se escribe?” Para los iguales. ¿Quiénes son mis
50
Maurice Blanchot, De Kafka a Kafka, Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1981, pp. 297-298.
Como se sabe, Kafka fue abogado de profesión y trabajó la mayor parte de su vida en una compañía
de seguros. Mostró gran responsabilidad en su empleo, aunque poca convicción. Ahora sabemos con
claridad que su vocación literaria fue la principal y de su anhelo, no sólo por dedicarse de tiempo com-
pleto a escribir, sino por disfrutar de una soledad monacal que lo mantuviese apartado de su familia y
de las mujeres con las que se comprometió a lo largo de su vida. La cita mencionada corresponde a su
diario.
Ensayo sobre la escritura 77
51
Julian Barnes, El loro de Flaubert, 4.ª ed., Barcelona, Anagrama, 1999, p. 180. La frase la atribuye Louise
Colet a Gustave Flaubert en una sección al parecer escrita por Colet acerca de su relación con el escritor.
52
Mario Vargas Llosa, op. cit., pp. 33-38.
78 Rodrigo Garnica
53
John Gardner, El arte de la ficción. Apuntes sobre el oficio para jovenes escritores, Ciudad de México, Publi-
grafics, 1987, p. 91.
Ensayo sobre la escritura 79
54
E. M. Forster, Aspectos de la novela, Barcelona, Debate, 1983, p. 12.
83
84 Rodrigo Garnica
La aparición de la idea
Es bastante difícil saber cuándo surge la idea de una novela. Los nove-
listas declaran con frecuencia que hacía muchos años tenían una idea
rondando por su cabeza sin que pudieran darle forma hasta que,
finalmente, surgió la chispa y allí estaba la historia entera. Pero nada
descarta que la idea parezca tan fresca que dé la impresión de haber
surgido apenas hoy. Por supuesto, no puede uno dejar de pensar en
ese misterioso sistema que emplea nuestra mente llamado la libre
asociación, que resultó uno de los puntos clave en el método freu-
diano para conocer el inconsciente, y que se completa con los sueños,
los olvidos y los actos fallidos. Hay autores que han declarado que la
novela entera ha surgido de una imagen, como si se tratara de una
fotografía. William Faulkner, por ejemplo, afirmó que su novela cum-
bre, El sonido y la furia, se le reveló a partir de una sola imagen; después
de esa visión casi mística supo que tenía la historia completa:
55
Partisan Review, op. cit., p. 175.
Ensayo sobre la escritura 85
56
Sigmund Freud, “Dostoievski y el parricidio”, en Obras completas. Tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu
editores, 1976, pp. 175-191.
86 Rodrigo Garnica
57
Mario Vargas Llosa, op. cit., p. 22.
Ensayo sobre la escritura 87
58
Umberto Eco, Confesiones de un joven novelista, Ciudad de México, Lumen, 2011, p. 51. Si hemos de
tomar como propio uno de los conceptos sartreanos sobre el arte, tendríamos que defender el prin-
cipio de que escribir no sólo es una elección; repitámoslo: “escribir significa creer en la libertad, en
una libertad absoluta. Todas las artes consisten en crear un mundo rebosante de libertad, un mundo
querido, meditado, construido por una conciencia, una conciencia libre” (véase John Gerassi, op. cit., p.
70). Si sólo fuera por esa razón, no podemos objetar el modo en que trabaja un escritor, sólo podemos
juzgar el resultado. Tratándose, además, de un sabio como Eco, sólo nos queda intentar aprender lo
más posible de su sabiduría.
88 Rodrigo Garnica
59
Honoré de Balzac, La comedia humana. Vol. I, Ciudad de México, Colección Málaga, 1969, p. 23.
90 Rodrigo Garnica
tantos como los nombres que Joyce pudo localizar”.60 En este caso,
se trata de “enumeración”, un método que tal vez arranca de muy
atrás en la literatura: ¿no es una irritante y fatigosa enumeración los
diferentes nombres populares que recoge Rabelais sobre cómo se
han llamado los órganos sexuales masculinos a través del tiempo
y las diferentes sociedades? Swift continúa con este método en Los
viajes de Gulliver, después corre por Flaubert en Bouvard y Pécuchet,
llega a Joyce y acaba perfeccionándolo Beckett en su famosa trilogía
de Molloy, Malone muere y El innombrable. Es esta la lista de cosas que
tanto gustaba a Umberto Eco.
Con frecuencia se habla de que el realismo ha pasado de
moda, quizá se trata de un fenómeno más complejo, quizá es que
la percepción de la realidad es distinta en cada época de la historia.
Cuando los surrealistas incorporaron los sueños a la literatura, a
las supuestas distorsiones que el inconsciente producía en el arte,
estaban haciendo arte realista, porque la realidad era otra ya. Y la
clásica escuela realista del siglo xix podría resultar tan irreal y fan-
tástica como la ignorancia humana lo determinaba en ese tiempo.
Entonces, quizá ese artilugio del escritor para hacer sus finas y
exhaustivas descripciones es un fenómeno tan irreal como cual-
quier otro. La percepción de la mansión balzaquiana pudiera ser
distinta si la persona es un hombre moderno, urgido por las nece-
sidades contemporáneas y con escaso tiempo para dedicarlo a la
lectura… y a la contemplación de los inmuebles.
Los personajes son el centro de la historia. Para la autora inglesa
Rona Randall, la novela conforma una serie de acciones de los perso-
najes, de manera que la novela sería sólo la envoltura de esos per-
sonajes para que el libro no parezca la obra de un psicótico cuyos
personajes no tienen soporte.
60
Hugh Kenner, Flaubert, Joyce y Beckett. Los comediantes estoicos, Ciudad de México, Fondo de Cultura
Económica, 2011, posición 933, e-book.
Ensayo sobre la escritura 91
Los personajes son parte del autor, quizá todos, pero nunca
un personaje es exactamente el autor. “¿Madame Bovary soy yo?”.
¡Claro! Pero no del todo. Los especialistas nos han explicado que
Flaubert sintió tal identificación, simpatía, conmiseración, curiosidad
por su personaje, y que, a través de él, conocimos muchos elementos
subjetivos del escritor. De seguro ese mecanismo opera en cual-
quiera que escribe ficción. No hay manera de escapar a los elemen-
tos esenciales del autor a través de los personajes. Incluidos los
asesinos, los sádicos, los que roban, los amorosos, los estúpidos.
Pero, sin pretender estudiar algunos elementos del inconsciente del
escritor, lo que me interesa señalar aquí es la parte consciente de la
61
Rona Randall, op. cit., p. 85.
62
Silvia Adela Kohan, Cómo se escribe una novela, Plaza & Janés, Barcelona, 1999, pp. 131 y ss.
92 Rodrigo Garnica
63
Rodrigo Garnica, El cerco de tu piel, Ciudad de México, Ediciones Eón, 2007.
Ensayo sobre la escritura 93
64
James Salter, El arte de la ficción, Salamandra, 2018, posición 251, e-book.
65
Fernando Corripio, Gran diccionario de sinónimos, Barcelona, Bruguera, 1974, p. 578.
94 Rodrigo Garnica
El libro concluido
66
Jean-Paul Sartre, op. cit., p. 68.
Ensayo sobre la escritura 97
digital, como el adn. Y, sin embargo, algún día hay que dar por
terminado el libro. Tendremos más oportunidades para extraer
de nuestro propio topus uranus aquello que no supimos hacer en
esa ocasión. Y la siguiente vez será una nueva oportunidad para
quedar insatisfechos.
Ahora bien, ¿qué hacemos con nuestro libro terminado? Allí
está él, desamparado, como nuestro hijo la primera vez que lo lle-
vamos a la escuela. Sabemos que estamos haciendo lo correcto,
comprendemos que la maestra que lo arrebata con brutalidad
de nuestros brazos cuidará de él, que nadie lo va a maltratar o a
dañar, pero ¿no podrían dejármelo un poco más de tiempo para
prepararlo mejor? Nuestro libro se deberá enfrentar al juicio de
los demás, igual que nuestro hijo deberá enfrentar al mundo, con
el rechazo y las reprobaciones correspondientes. Por eso se han
inventado los concursos. Es una buena opción y es anónima. Se
parece a jugar a la lotería, porque a algunos concursos concurren
varios cientos de libros como el nuestro y muchos podrían ser
mejores que el nuestro. Ni modo. Hay que participar. Algunos son
tan bien pagados que, estoy seguro, muchos escritores famosos
acuden a ellos con la esperanza de ganar y la ventaja de no saber
que perdieron. O no ganaron. Pero, para un principiante, es una
magnifica opción con tal de que se cuide de: a) no escribir para el
concurso, esto es, no preocuparse por saber cuáles son los criterios
para obtener el premio o los gustos de las editoriales para premiar
una obra de venta segura; escribir es un acto de libertad o no es;
b) nunca creer que el juicio de los árbitros es un juicio de valor en
sentido estricto: ya comentamos antes que la obra literaria se juzga
con criterios básicamente subjetivos; c) no creer que los premios
literarios dan algo más que dinero y la publicación de la obra y
nunca delirar con que son el camino a la fama y a la consagración,
a menos que sea el Premio Nobel —y aún está por verse— o el
Príncipe de Asturias o el Príncipe de Cundinamarca. Los premios
98 Rodrigo Garnica
literarios sólo dan la alegría de una fiesta, dura unos meses y des-
aparece con la prontitud con que llegó, no dejan nada más que
cierta pretensión curricular si uno busca trabajo como corrector
de estilo o profesor universitario. Más que eso, sirven para poco;
d) se buscan con la idea de que es el camino que los editores han
elegido para escoger las obras desconocidas que han de publicar y
el escritor, finalmente, lo que busca es eso, publicar; e) los premios,
la fama, la popularidad, el reconocimiento, las entrevistas por tele-
visión o por radio o las que aparecen en los periódicos son poca
cosa comparados con la verdadera felicidad del escritor: escribir.
Escribir es ser artista y está a muchos años luz más allá, rumbo
al mismísimo paraíso, de esa barata mundanidad de los honores.
Quien no esté pensando en acercarse siquiera al círculo que habita
Zeus será mejor que entre en un concurso de baile o de canto en la
televisión, para que deje de ocupar un espacio que sólo pertenece
a los dioses. Escribir, y de preferencia hacerlo bien, no tiene premio
equivalente a la propia grandeza del acto. Aquí debería romper la
computadora —el equivalente de romper el lápiz, como dijo un
escritor consagrado— para unirme a la afirmación de Shakespeare,
uno más de los únicos grandes: “Lo demás es silencio”.
¿Las editoriales no cuentan? Esas historias interesantes de los
escritores norteamericanos que envían su novela a una editorial —o
mejor, un cuento— y la editorial, formalidad anglosajona de por
medio, les responde que aceptan su short story para publicarse en
una revista y que le pagarán a tanto la palabra, son de una belleza
inimaginable. ¿Existen esos cuentos de hadas? Yo creo que en un
país en el que predominan los miserables, física y espiritualmente,
como México, no. Menos, cuando esos miserables detentan el
poder. Por tanto, hay que contar con conocidos, influencias, como
se dice, hacerse de amigos, moverse en el ambiente. Aun así, las edi-
toriales son negocios muy complejos para ocuparse de un novato
que entrega su trabajo y espera una respuesta. Dije bien: negocio.
Ensayo sobre la escritura 99
67
Jacques Derrida, No escribo sin luz artificial, Valladolid, cuatro.ediciones, 1999, pp. 37-38.
100 Rodrigo Garnica
68
Jean-Paul Sartre. op. cit., p. 132.
Ensayo sobre la escritura 101
escritura; sin embargo, al final del largo proceso, las conocemos por-
que alguien se dedicó a describirlas a través de la palabra escrita—.
Pero otra vez me salí del tema porque escribir podría parecer
que no es sinónimo de publicar. Kafka sería el ejemplo, pero Kafka
murió a los cuarentaiún años y no sabemos si algún día haría la
revisión deseada de sus libros para buscar su publicación. Tiendo
a creer que sí porque había publicado ya buena parte de su obra.
El mito que corre de que no deseaba publicar nada por razones
misteriosas es uno de los lugares comunes que tanto gusta a los
escritores que no pueden publicar por timidez o por falta de cali-
dad. Al parecer, Kafka era muy exigente con su trabajo, lo cual no
es raro que suceda a los verdaderos genios, quienes tienen la des-
gracia de ser sus primeros lectores. Esto se sumó a rasgos bastante
neuróticos de Kafka, que lo volvían muy inseguro en los campos
de la literatura y en las relaciones de pareja, y el hecho trágico que
ya mencionamos: murió joven. El resto de la historia es demasiado
conocido: su amigo Max Brod cometió un acierto y un error en rela-
ción con la obra de Kafka, al desobedecer la última voluntad del
autor, quien quería destruirla tras su muerte —ése fue su acierto—
y meterle mano despiadadamente sin la presencia del autor —ése
fue su error—.
Según Derrida, para Heidegger el pensamiento no existe o
no es suficiente con la palabra hablada. Para que se pueda hablar
de pensamiento deberá escribirse. Derrida hace un repaso por lo
que significa escribir a mano, adaptarse a la máquina de escribir
—primer fetiche de la intelectualidad moderna: la máquina de
escribir—, pasar a la máquina eléctrica y finalmente a la computa-
dora personal. En ese proceso histórico, el capítulo final es escribir-
publicar o escribir-comunicar.
O que unos escriban lo que otros dijeron. Existen tres figuras
emblemáticas de la cultura occidental que nunca escribieron, sólo
hablaron: Homero, Sócrates y Jesucristo. ¿Qué sería de la cultura
102 Rodrigo Garnica
Para volver al tema del origen de las ideas para una novela, utili-
zaré un ejemplo personal, por conocer a detalle el proceso de su
elaboración, y de esa manera ilustrar con mayor facilidad lo dicho
hasta ahora en este capítulo. La culminación de esta historia —que
comprende la escritura de mi novela— consiste en un final feliz:
la obtención de un premio nacional y la publicación de la obra. No
me dio la fama y muy probablemente tampoco la inmortalidad,
pero tiene la gracia del trabajo concluido en forma satisfactoria y
que podría servirme como modelo para mis siguientes intentos.
Puedo asegurar, con muy pocas probabilidades de equivocarme,
que la historia —otra vez, la esencia o el leitmotiv de la novela— surgió
de una imagen, esta vez no visual como en la anterior, sino mental
o psicológica. Estando en mi consultorio, recibí una llamada por la
extensión, a unos metros de mi despacho, para informarme que mi
siguiente paciente acababa de llamar y me pedía calma porque venía
retrasada, el tráfico de la ciudad la detenía, pero le era indispensa-
ble tener su consulta, ojalá pudiera esperarla. Un buen momento
para estirar las piernas, abrir un libro o el periódico, recostarme en
la mesa de exploración, dormir una pequeña siesta sentado, como
no es raro que hagamos quienes tenemos un trabajo intenso sin
pausas. Por la razón que sea, no hice nada de lo anterior, sino que
69
John Middleton Murry, op. cit., 1966, p. 7.
104 Rodrigo Garnica
71
Helena Beristáin, Diccionario de retórica y poética, 8.ª ed., Ciudad de México, Porrúa, 1997, pp. 269 y ss.
“Un texto puede llegar a ser una especie de collage de otros textos, algo como una caja de resonancia
de muchos ecos culturales, y puede hacernos rememorar no sólo temas o expresiones, sino rasgos
estructurales característicos de otras Lenguas, de géneros, de épocas, etc., pues, en efecto, otras Len-
guas y otros textos entran en un nuevo texto ya sea como citas (copiados), ya sea como recuerdos;
ya sea entre comillas o como plagios (Kristeva)”. En el título de este apartado, la autora coloca entre
paréntesis otras denominaciones cercanas (¿o sinónimas?): transtextualidad, intertextualidad, confi-
guración discursiva, recorrido figurativo, formante intertextual, etcétera. Y agrega: “La intertextualidad
es hoy un concepto cada vez más utilizado en análisis de textos y en semiótica”.
106 Rodrigo Garnica
72
Jean-Paul Sartre, El escritor y su lenguaje, Buenos Aires, Editorial Tiempo Contemporáneo, 1971, p. 31.
Ensayo sobre la escritura 107
73
Rodrigo Garnica, Los ácratas, Ciudad de México, Editorial Terracota, 2011.
108 Rodrigo Garnica
Parte de tres elementos, sin que pueda estar seguro del orden cro-
nológico, no de los sucesos reales, sino para convertirse en ideas
de una novela. Había dos personajes que despertaron mi interés
y provenían de mi novela anterior —la del premio—. Se llama-
ban Marcelo y Carmelo; les di ese nombre en honor a la novela
de Beckett Mercier y Camier, que me ha fascinado las tres o cuatro
veces que la he leído. Tiempo después, ya publicada mi novela, una
maestra de literatura me hizo el señalamiento de que los nombres
Marcelo y Carmelo constituyen, en realidad, un anagrama; yo no
me había dado cuenta; ¡ah, las trampas del inconsciente! Sostengo
la idea de que los personajes de Beckett están inspirados en Bou-
vard y Pécouchet, de la novela homónima de Flaubert, que sólo se
publicó después de la muerte del autor, así que “abueleaba” por-
que en mi interior rendía el debido culto a dos de mis escritores
preferidos. Los personajes me habían fascinado, tanto en las dos
novelas de estos grandes clásicos como en mi modesta evocación;
sin embargo, su aparición en mi novela anterior había sido muy
secundaria y pensé que merecían un protagonismo incuestionable.
El segundo elemento era una emoción. ¿No se ha escrito
hasta el cansancio que las novelas tratan, sobre todo, de las pasio-
nes humanas? ¿No se ha extendido esta afirmación a toda la litera-
tura, incluyendo las obras de teatro y la poesía? Claro que sí. ¿Cuál
era esa misteriosa emoción que movía todos mis resortes vocacio-
nales de la escritura, si es que los tengo, y que hacían irrefrenable el
impulso de escribir? La indignación. Es un hermoso sentimiento,
no cabe la menor duda; quiere decir, ni más ni menos, que estoy ofen-
dido porque alguien ha atentado contra mi dignidad. El sentimiento
provenía de la lectura de los periódicos y de las revistas de un país
latinoamericano, mi país, México, en los que, literalmente, a diario
aparecen noticias que tienen que ver con la corrupción: impuni-
dad de un latrocinio del funcionario en turno, elecciones trucadas
y fraudulentas, fallos imbéciles de una Suprema Corte de Justicia
Ensayo sobre la escritura 109
justicia que, por supuesto, era todo menos justa, pero que reunía
los elementos suficientes para que el inculpado no saliera impune?
Lo demás fueron cuartillas de vericuetos que hacían ir y venir a los
personajes con una autonomía desesperante, utilizando el mara-
villoso invento de Sterne, la digresión, pero condenados a cumplir
su indefectible destino.
Volvamos a decirlo. No importa el resultado, porque el juicio
del experto puede ser demoledor. Lo verdaderamente interesante del
fenómeno, y que es al final a lo que apuesta un editor con agallas, es
que se le revele un nuevo Flaubert, un nuevo Faulkner, un nuevo Rulfo
y haga el gran descubrimiento. O tope con uno más de tantos que
intentamos deslumbrar a los otros con nuestro supuesto talento. El
escritor ignora todo acerca de esa parte de su trabajo, pero algo que sí
debería intentar es una honestidad a prueba de tentaciones para lan-
zar los dados con su mano de la fortuna y nunca, bajo ninguna otra
circunstancia, escribir una obra para dar gusto a un público o para
alcanzar el éxito. Si gana el concurso, si obtiene premios, si lo editan, si
se hace famoso, que sea bajo sus condiciones. Remitámonos de nuevo
a uno de los dioses, a William Faulkner:
74
Partisan Review, op. cit., pp. 181-182.
112 Rodrigo Garnica
115
116 Rodrigo Garnica
La soledad
75
Laurence Stern, Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, Madrid, Cátedra, 1996.
122 Rodrigo Garnica
76
Virginia Woolf, Un cuarto propio, Ciudad de México, Colofón, 2004, p. 7.
Ensayo sobre la escritura 123
77
Idem.
124 Rodrigo Garnica
La experiencia personal
78
Jacques Derrida, op. cit., p. 10.
79
Stephen Crane, La roja insignia del valor, Madrid, Salvat, 2004.
Ensayo sobre la escritura 125
80
Harold Bloom, Novelas y novelistas. El canon de la novela, Madrid, Páginas de Espuma, 2012, p. 392.
126 Rodrigo Garnica
producirá una obra literaria de calidad. Puede tener una vida casi
cinematográfica de tantas aventuras corridas, y eso, por sí sólo, no le
servirá de nada. Mientras que lo contrario es perfectamente factible.
Cabe preguntar, entonces, ¿cuánto de la experiencia perso-
nal entra en nuestros textos? O, dicho de otra manera, ¿cuánto de
nuestra biografía se requiere para escribir? Con sorprendente fre-
cuencia, los amigos a los que les doy a leer mis textos de ficción
antes de publicarse, y otros ya publicados, me hacen el comentario
siguiente: “Eres tú, de cuerpo entero”. Y yo que trataba de disimu-
lar. Cuando ese comentario vino acompañado de otro muy elo-
gioso que me hizo una amiga, me puse tan ancho que no pasaba
por la puerta: “Tienes un estilo propio, lo reconocería con leer algo
tuyo, aunque no supiera que lo era”. ¡Había alcanzado al fin la con-
sagración! Tenía un estilo reconocible. Sin embargo, debo aceptar
que esa amiga ha sido compañera de todas mis andanzas literarias
desde que me tomé en serio mi entrenamiento y, al igual que ella
el mío, yo conozco todo su trabajo y sus avances y dudas y dificul-
tades para publicar, o tan sólo para escribir, por lo que yo también
puedo reconocer su estilo sin dificultad. Hay una altísima dosis de
complicidad. Ya quisiera escuchar eso de un lector que, sin cono-
cerme, me leyera con tanta minuciosidad y, más aún, identificara
lo que escribo como mío. Hay que decir, de paso, que el amable
comentario de los amigos y familiares no tiene nada que ver con
la despiadada opinión de los extraños; de un extraño que es un
enemigo mientras no se demuestre lo contrario. Y habría que agre-
gar que ésa es una de las razones más lamentables e insignifican-
tes para dejar de intentarlo, porque a nadie le importa lo que uno
escribe, a menos que vaya acompañado de una buena dosis de
publicidad. O bien, importa a un número muy reducido de seres
humanos, comparado con los miles de millones que habitamos el
planeta. ¿Para quién se escribe, pues? Y de paso: ¿por qué será que
los mexicanos no nos leemos unos a otros, a menos que el autor
Ensayo sobre la escritura 127
81
Sándor Márai, Confesiones de un burgués, Barcelona, Salamandra, 2004, p. 321.
128 Rodrigo Garnica
autor contaba con treinta y cuatro años de edad —iba con el siglo—
y, aunque existieron futuras revisiones y reediciones, la visión es la
de un hombre demasiado joven. ¿Sostendría ese pensamiento en su
madurez plena, en la ancianidad? Murió a los ochenta y nueve años.
Ignoro si modificó su pensamiento al respecto.
La segunda nos acomoda mejor. Es de Sartre y proviene del
libro ya citado de sus conversaciones con Gerassi:
82
John Gerassi, op. cit., pp. 69-70.
Ensayo sobre la escritura 129
Leer
Yo soy un poeta fallido. Tal vez todo novelista quiere escribir poesía
primero, descubre que no puede y a continuación intenta el cuento,
que es el género más exigente después de la poesía. Y al fracasar
también en el cuento, y sólo entonces, se pone a escribir novelas.83
83
Partisan Review, op. cit., p. 170.
Ensayo sobre la escritura 133
María Moliner
Diccionario del uso del español
Miguel Subercaseaux
Gran diccionario. Sinónimos, antónimos
y parónimos e ideas afines
Escribo para ser más libre. Escribo para imaginar lo que no he
vivido, para vivirlo de otra manera. También escribo para denun-
ciar, para señalar, para que mi voz, normalmente silenciosa, sea
escuchada. A veces escribo para divertirme, para volver interesante
la vida diaria, para “encontrar por la millonésima vez la realidad
de la experiencia y forjar en la fragua de mi alma la conciencia
increada de mi raza”.84
Estuve a punto de llamar a este ensayo La novela del absurdo o
El absurdo en la narrativa, pero no lo hice porque ello me remitiría a
Camus, al existencialismo francés de mediados del siglo xx, al vacío y
la angustia existenciales y a temas filosóficos que no sólo desviarían
el sentido de este texto, sino que rebasarían mis conocimientos. Aquí
me referiré a un tema que tiene que ver con el absurdo, sí con la tra-
gedia, pero con su lado cómico y con el disparate buscado en forma
deliberada por algunos autores.
Para cometer disparates se necesitan dos, al menos en algu-
nas novelas: don Quijote y Sancho, Bouvard y Pécuchet, los asesi-
nos de José K., los ayudantes de K., Mercier y Camier.
Los personajes del disparate son humoristas involuntarios,
están pensando en una cosa y hacen otra, o hacen la que pensaron
84
James Joyce, A Portrait of the Artist as a Young Man, Great Britain, Penguin Books (Penguin Modern
Classics), 1969, p. 253. [La traducción es del autor].
139
140 Rodrigo Garnica
85
Sigmund Freud, “El chiste y su relación con lo inconsciente”, en Obras completas. Vol. VIII, Buenos Aires,
Amorrortu editores, 1976, pp. 18-84.
Ensayo sobre la escritura 141
Los ayudantes de K.
90
Idem.
91
Ibid., p. 661.
92
Franz Kafka, “El castillo”, en Obras completas I, Barcelona, Galaxia Gutenberg (Círculo de lectores), 1999,
p. 691.
Ensayo sobre la escritura 143
93
Ibid., p. 692.
94
Ibid., p. 696.
95
Ibid., p. 704.
96
Ibid., p. 707.
144 Rodrigo Garnica
los nuevos ayudantes’, dijo K. ‘No, son los antiguos.’ ‘Son los nue-
vos; yo soy el antiguo, y he llegado hoy siguiendo al señor agrimen-
sor’. ‘No’, le gritaron entonces. ‘Entonces ¿quién soy yo?’, preguntó
K. […]: ‘Eres el antiguo ayudante’.97
97
Idem.
98
Ibid., p. 712.
Ensayo sobre la escritura 145
103
Samuel Beckett, Mercier y Camier, Ciudad de México, Lumen-Conaculta, 1971, p. 32.
148 Rodrigo Garnica
104
Ibid., p. 14.
105
Ibid., p. 127.
106
Ibid., p. 137.
Ensayo sobre la escritura 149
107
Ibid., p. 125.
108
Ibid., p. 130.
150 Rodrigo Garnica
Plumas de caballo (1932)— con una sola idea compartida por los tres:
divertirse, ser “felices”, ser libres.
Por supuesto, don Quijote y Sancho y Bouvard y Pécuchet
pretenden lo mismo. Se disfrazan de ingenuos, de tontos, que es
el papel que mejor les va. Pero detrás de ellos está un autor que
detesta su condición pequeñoburguesa o la de los demás; si él no
la posee, ha pasado buena parte de su vida escuchando mentiras
solemnes, mistificaciones ambiguas, que sabe, aunque no sabe que
lo sabe, que lo que el otro dice, sobre todo si es un líder de opinión,
no tiene mucho que ver con lo que el líder piensa y con lo que al
final desea. Su ofrecimiento pasa por el burdo disfraz de la aporía,
que se apoya en el maravilloso futuro que llegará cuando… y aquí
el alma de la pieza oratoria.
Esos personajes no son intelectuales. Ni siquiera sé si estoy
haciendo comparaciones justas. Se trata, más bien, de gritos en
medio de la noche cristiana, la del deber ser, la de los buenos moda-
les. Es, también, la rebeldía del adolescente que mira ante sí la vida
que le ofrecen los padres, su cuadratura y su profundo aburrimiento
por el resto de sus días. Seducir a la esposa del rector —nada atrac-
tiva, por lo demás—, matar un policía con la porra del propio policía
y cubrirle la cabeza para darle el último golpe, recorrer caminos para
enderezar entuertos y hacer justicia abstracta parecen labores de
locos, aunque pudieran ser tan sólo acciones de los desesperados.
La pregunta fundamental parecería ser ¿qué prefieres, ser el jefe del
Departamento de Administración de Credenciales o partir? Algunos
héroes eligen esto último.
Es ésa la intención del disparate. La libertad ciega, atolon-
drada, sin sentido. ¿Podemos dar esa categoría a los asesinos de José
K.? Cuesta trabajo hacerlo, son personajes menores, sólo aparecen
al final de la novela, cumplen una función mezquina, demasiado
homenaje para tan poca cosa. Y, sin embargo, Kafka lo hizo. Pudo
ubicarlos en la categoría de los simples sicarios, aunque los ilumina
152 Rodrigo Garnica
153
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