Mito y Ciencia - Taller

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Huellas de la mitología griega

en la terminología científica
LA MITOLOGÍA HA DEJADO SUS HUELLAS EN LA TERMINOLOGÍA DE LA CIENCIA MODER-
NA. MUCHOS TÉRMINOS SE HAN ELEGIDO PORQUE GUARDAN UNA ESTRECHA RELACIÓN
CON EL OBJETO O EL FENÓMENO CIENTÍFICO AL QUE HACEN REFERENCIA. A CONTINUA-
CIÓN, PODRÁS CONOCER ALGUNOS DE ELLOS.

1 Información elaborada
CON EL AGUA HASTA EL CUELLO 1
sobre la base de: José
Alberto Maroto Centeno La influencia de la mitología griega en el campo de las ciencias químicas es
y David Maroto Centeno, muy amplia, incluyendo un buen número de elementos, sustancias y procesos
El legado de la mitología
griega en la terminología
químicos. En el siguiente texto encontrarán la explicación de por qué el tan-
científica moderna. talio se llama así.

¿Quién era Tántalo?


Tántalo era un hijo mortal de Zeus y gran favorito de su padre y de los res-
tantes dioses: tanto, que se le permitía asistir a los banquetes del dios y comer
ambrosía y beber néctar, que eran los manjares que solamente podían consumir
los dioses.
Tántalo se sintió tan envanecido con la amistad de los dioses que actuó co-
mo si el alimento y la bebida le perteneciesen, y fue así como llevó un poco de
ellos a la Tierra para convidar a sus amigos, haciendo alarde de ello.
Esto provocó la cólera de su padre, Zeus, que le dio muerte y lo condenó a
permanecer en el Tártaro, sometido a una tortura muy especial relacionada con
alimentos y bebida. Lo obligó a estar eternamente con agua hasta el cuello. Ca-
da vez que se inclinaba hacia adelante para beber agua, ésta bajaba de nivel, pe-
ro si él volvía a enderezarse, el agua subía de nuevo hasta el cuello. Al mismo
tiempo, pendían frutos deliciosos sobre su cabeza, pero cuando él intentaba con-
seguirlos, el viento los apartaba. De este modo, ante la constante presencia de
alimentos y bebida, tuvo que sufrir hambre y sed eternos.

¿Por qué el tantalio se llama así?


En 1802, un químico sueco de nombre Anders Gustaf Ekeberg descubrió un
nuevo metal. Los ácidos más fuertes no lo atacaban. Podía soportar un ácido
fuerte sin beberlo, es decir, sin reaccionar con él y sin absorberlo. Por ello, en
1814, el químico sueco Jöns Jacob Berzelio concluyó que se parecía a Tántalo,
sumergido en agua, pero sin poder beberla. En consecuencia, le dio el nombre de
tantalio al nuevo elemento, que es como lo conocemos en la actualidad.

El tantalio, más resistente que el platino a muchos agentes corrosivos, lo ha sustituido en


artículos de laboratorio; se usa en instrumentos quirúrgicos y dentales.

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UN TEJIDO SUTIL Y DELICADO 2

También en la zoología podemos encontrar muchas huellas de la mitología


griega.

¿Quién era Aracne?


Aracne era una doncella del reino de Lidia –en el oeste de Asia Menor– que
tenía una gran reputación en el arte de tejer. Estaba tan orgullosa de su destre-
za que llegó a presumir de ella ante Atenea, la diosa de las artes plásticas, in-
cluida la de tejer, y la desafió a competir. Atenea aceptó el desafío, y ambas te-
jieron tapices. Atenea compuso toda clase de temas evocadores de la majestad
de los dioses, mientras Aracne tejió temas que no los halagaban demasiado. La
obra de Aracne era preciosa, pero la de Atenea era perfecta. Atenea, airada an-
te el tema elegido por Aracne, destrozó el tapiz de ésta, quien se sintió agravia-
da y se ahorcó. Pero Atenea, que no era una diosa cruel y no deseaba un desen-
lace tan trágico, aflojó la cuerda que ahorcaba a Aracne y la transformó en ara-
ña, la que, desde ese momento, seguirá tejiendo bellas composiciones colgada de
un hilo como si persistiera en su afán de ahorcarse.
En zoología, el nombre de aquella doncella se utiliza para denominar a las
arañas y sus semejantes: son los arácnidos. Y, puesto que la tela de araña se ca-
racteriza por su extrema sutilidad y delicadeza, también ha encontrado eco la
historia de Aracne en anatomía. Efectivamente, el cerebro y la médula espinal del
ser humano están envueltos con una membrana doble que los protege, de ma-
nera que entremedio existe una tercera membrana extremadamente delgada que
lleva el nombre de membrana aracnoides.
Si quieren conocer otros ejemplos del mundo de la zoología, pueden inves-
tigar acerca de la pulga cíclope, el faisán de Argo, la serpiente pitón y el lince. 2 Ibid.

Prácticas del Lenguaje • Mitos griegos • Páginas para el alumno 33


PLANETAS, CONSTELACIONES Y ASTEROIDES

La mitología fue usada por los propios griegos para nombrar las estrellas y
todos los planetas conocidos por ellos.

El más grande de los planetas se denomina Júpiter, que corresponde al dios


griego Zeus, el dios del cielo y señor del Olimpo. Saturno, el que le sigue en ta-
maño, es el griego Crono, dios del tiempo. Neptuno lleva el nombre latino de Po-
seidón; Marte el del dios de la guerra llamado Ares, y Venus, el de la diosa del
amor, cuyo nombre griego es Afrodita. Plutón es el nombre romano de Hades. El
planeta Urano conserva el nombre del dios griego que personifica el cielo.
En la actualidad, los astrónomos siguen utilizando esta tradición griega y
continúan llamando a los nuevos planetas, asteroides y satélites que se van des-
En el cielo nocturno,
cubriendo con nombres que evocan la mitología griega.
la imagen de Marte
se destaca por su intenso La historia de Perseo, que ayudado por los dioses logra matar a la terrible
color anaranjado. Gorgona, fue muy popular entre los griegos. El nombre de las constelaciones ha-
Según investigaciones, ce referencia a los diversos personajes que intervienen en ella.
su paisaje se asemeja
al de algunos desiertos
Por eso hoy se encuentran referenciadas en los libros de Astronomía las
de la Tierra. constelaciones de Perseo, Cefeo, Casiopea y Andrómeda. Pero hay más: la segun-
da estrella en brillo de la constelación de Perseo, beta Perseo, presenta una cu-
riosa propiedad –ya observada por los griegos–: pierde repentinamente todo su
brillo por un período de cinco horas, al cabo de las cuales vuelve a recobrarlo en
otras cinco horas.
Se sabe que este fenómeno se debe a una estrella compañera más oscura,
que da vueltas a su alrededor apantallándola. Pero para los griegos, que eviden-
temente carecían de esta información, la pérdida de brillo representaba un he-
cho notable y antinatural, que sólo podía explicarse aduciendo que esa mons-
truosa estrella simbolizaba la cabeza de la terrible Gorgona Medusa, a quien Per-
seo había decapitado.

El Sistema Solar es un conjunto de astros formado por el Sol, planetas y sus satélites, cometas y asteroides.

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La mitología en la literatura:
ayer, hoy y siempre
“El reflejo”
Cuando murió Narciso, las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron
al río gotas de agua para llorarlo.
—¡Oh! –les respondió el río– aun cuando todas mis gotas de agua se convirtie-
ran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
—¡Oh! –prosiguieron las flores de los campos–, ¿cómo no ibas a amar a
Narciso? Era hermoso.
—¿Era hermoso? –preguntó el río.
—¿Y quién mejor que tú para saberlo? –dijeron las flores–. Todos los días se
inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
—Si yo lo amaba –respondió el río– era porque, cuando se inclinaba sobre
mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

Oscar Wilde

“Quirón”
Desde muy niño Quirón admiró la belleza de los caballos. Los veía galopar por la
llanura y el alma se le iba por los ojos como si también ella galopase lejos de las
casas. Si tocaba el anca o el cuello de algún caballo manso, le decía ternezas con
la mano; si ofrecía azúcar, se le estremecía de placer cuando el belfo blando del
caballo se la tocaba. Hubiera querido hablar con el caballo, y trataba de com-
prender su lenguaje: el piafar, el relinchar, el temblor de la piel, el revolcarse por
el polvo, el movimiento de las orejas y la cola, el modo de beber y de comer. Pe-
ro comunicarse con él no podía: en cuanto hundía su vista en los grandes ojos
oscuros del caballo ya se sabía rechazado. Una mañana los padres lo encontra-
ron dormido sobre la paja del establo, al lado de un zaino ciego: había pasa-
do toda la noche acompañándolo.
Otro día los padres lo ayudaron a que montase en pelo sobre una ja-
ca, y aprendió a no caerse. Así creció, hasta que, ya hecho todo un
hombre, quiso domar un potro. En medio de un horizonte
redondo –verde, azul–, aquello era una fiesta de curvas
en que el aire corcoveaba. El jinete se fue absorbien-
do al potro. Un hombre y un caballo, un hombre-ca-
ballo, un hombre con un caballo dentro. Y de pron-
to, sin haber desmontado, se encontró cami-
nando por el campo, sólo que ahora camina-
ba en cuatro patas. El centauro Quirón
quiso decir algo y relinchó.

Enrique Anderson Imbert

Prácticas del Lenguaje • Mitos griegos • Páginas para el alumno 35


“El silencio de las sirenas”
Prueba de que también medios insuficientes y hasta pueriles pueden servir para
la salvación: para guardarse de las sirenas, Ulises se tapó los oídos con cera y se
hizo encadenar al mástil.
Algo semejante podrían, naturalmente, haber hecho desde tiempo antiguo
los viajeros, con excepción de aquellos a quienes las sirenas atraían desde lejos,
pero en el mundo entero se reconocía que ese recurso no podía servir para na-
da. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, y la pasión de los seducidos ha-
bría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Pero Ulises no
pensó en ello, si bien quizás algo habría llegado ya a sus oídos. Confiaba por
completo en los trocitos de cera y en la atadura de las cadenas, y con la inocen-
te alegría que le ocasionaba su estratagema marchó al encuentro de las sirenas.
Pero éstas tienen un arma más terrible aún que el canto: su silencio. Aun-
que no ha sucedido, es quizás imaginable la posibilidad de que alguien se haya
salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no. Ningún poder terreno
puede resistir a la soberbia arrolladora generada por el sentimiento de haberlas
vencido con las propias fuerzas.
Y, en efecto, al llegar Ulises, no cantaron las cantantes poderosas; fuera
porque creyesen que a aquel adversario sólo podía vencérselo con el silencio, o
porque la contemplación de la felicidad reflejada en el rostro de Ulises, que no
pensaba sino en cera y cadenas, les hiciera olvidar todo canto.
Pero Ulises, para expresarlo así, no oía su silencio, creía que cantaban y que
sólo él se hallaba exento de oírlas. Fugazmente vio primero las curvas de los cue-
llos, la respiración profunda, los ojos arrasados en lágrimas, los labios entreabier-
tos, pero creyó que esto pertenecía a las melodías que se alzaban, inaudibles, en
torno de él. Mas pronto todo se deslizó fuera del campo de sus miradas puestas
en la lejanía, las sirenas desaparecieron ante su resolución, y, precisamente
cuando más próximo estaba, ya no supo de esos seres nada más.

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Ellas, empero –más hermosas que nunca–, se erguían y contoneaban, las
chorreantes cabelleras ondulando libremente al viento y las garras abiertas so-
bre las rocas. No querían ya seducir, sino sólo apresar, mientras fuese posible, el
fulgor de los grandes ojos de Ulises.
De haber tenido conciencia, las sirenas habrían sido destruidas aquel día.
Pero allí quedaron, y sólo ocurrió que Ulises escapó de entre sus manos.
Aquí, por lo demás, se ha transmitido un agregado. Se dice que Ulises era
tan rico en astucias, y tan zorruno, que las mismas deidades del destino no po-
drían penetrar en lo más íntimo de su fuero interno. Aunque ello no sea ya con-
cebible para el entendimiento humano, quizá notó realmente que las sirenas ca-
llaron, y opuso a sirenas y dioses, en cierta manera como escudo, el simulacro
mencionado más arriba.
De Franz Kafka, Bestiario: once relatos de animales,
Barcelona, Anagrama, 1990.
Traducción de Alejandro Ruiz Guiñazú.

Prácticas del Lenguaje • Mitos griegos • Páginas para el alumno 37


La , canto XII (fragmento)
Odiseo: —¡Oh, amigos! No conviene que sean únicamente uno o dos quienes co-
nozcan los vaticinios que me reveló Circe, la divina entre las diosas, y os los voy
a referir para que, sabedores de ellos, o muramos o nos salvemos, librándonos de
la muerte y de la Parca. Nos ordena lo primero rehuir la voz de las divinales sire-
nas y el florido prado en que éstas moran. Manifestome que tan sólo yo debo oír-
las, pero atadme con fuertes lazos, de pie y arrimado a la parte inferior del más-
til –para que me esté allí sin moverme-, y las sogas líguense al mismo. Y en el ca-
so de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.
Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave, bien
construida, llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la empujaba favorable
viento. Desde aquel instante echose el viento y reinó sosegada calma, pues al-
gún numen adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron las ve-
las y pusiéronlas en la cóncava nave y, habiéndose sentado nuevamente en los
bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abe-
to. Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pe-
dacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calen-
tó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Sol
Hiperiónida, y fui tapando con ellas los oídos de todos los compañeros. Atáron-
me éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del
mástil; ligaron las sogas al mismo y, sentándose en los bancos, tornaron a batir
con los remos el espumoso mar. Hicimos andar la nave muy rápidamente y, al

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hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, no se les
encubrió a las sirenas que la ligera embarcación navegaba a poca distancia, y
empezaron un sonoro canto:
Las sirenas: —¡Ea, célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén
la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que
oyera la suave voz que fluye de nuestra boca, sino que se van todos después de
recrearse con ella, sabiendo más que antes, pues sabemos cuántas fatigas pade-
cieron en la vasta Troya argivos y teucros, por la voluntad de los dioses y cono-
cemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.
Esto dijeron con su hermosa voz. Sintiose mi corazón con ganas de oírlas,
y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen, pero todos se
inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perímedes y Euríloco,
atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos
atrás las sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compa-
ñeros la cera con que había yo tapado sus oídos y me soltaron las ligaduras. Al
poco rato de haber dejado atrás la isla de las sirenas, vi humo e ingentes olas y
percibí fuerte estruendo. Los míos, amedrentados, hicieron volar los remos, que
cayeron con gran fragor en la corriente, y la nave se detuvo porque ya las ma-
nos no batían los largos remos”.
Homero, La Odisea, Losada, 1983.
Traducción de Luis Segalá y Estalela.

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