Orden Juridico Dentro Del Estado, Teoria Del Proceso

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i

INDICE

INTRODUCCION..............................................................................................................................1
OBJETIVOS.................................................................................................................................iii
EL ORDEN JURIDICO DENTRO DEL ESTADO....................................................................1
EL ESTADO EN LA CONSTITUCIÓN..................................................................................1
I. Personalidad del Estado..........................................................................................................1
1. El Estado como persona jurídica y el concepto político de poder................................1
La personalidad jurídica del Estado:.....................................................................................3
II. El ordenamiento jurídico constitucional................................................................................4
2. La supremacía de la constitución......................................................................................4
3. La imperatividad de la constitución.......................................................................................5
4. El carácter de norma jurídica de las disposiciones constitucionales................................6
III. El Estado bajo el ordenamiento jurídico constitucional y supraconstitucional...............7
5. La reforma constitucional se impone al Estado...............................................................7
IV. Los derechos subjetivos de los habitantes frente al Estado............................................8
6. Los derechos individuales previstos en la constitución no requieren ni dependen de
la regulación legislativa...........................................................................................................8
7. Un tema pendiente............................................................................................................11
8. Noción general de “ordenamiento jurídico”....................................................................13
9. Características metafísicas del ordenamiento jurídico.................................................15
10. La unidad del ordenamiento jurídico.............................................................................16
10.1. La causa material.....................................................................................................17
10.2. La causa formal........................................................................................................19
10.3. La causa eficiente....................................................................................................21
10.4. La causa final............................................................................................................26
11. El orden del ordenamiento jurídico...............................................................................31
12. Normas constitucionales................................................................................................34
13. Normas ordinarias...........................................................................................................35
14. Normas reglamentarias..................................................................................................35
15. Normas individualizadas.................................................................................................35
16. Lagunas jurídicas............................................................................................................35
ii

17. Antinomias jurídicas........................................................................................................36


18. Conclusiones.......................................................................................................................40
19. BIBLIOGRAFIA....................................................................................................................41

INTRODUCCIÓN

El ordenamiento jurídico es el conjunto sistemático de leyes y normas que


componen jurídicamente a un Estado. Es decir, el total de las normas con que
un Estado o una nación se rigen en un momento dado de la historia. En el caso
de los Estados modernos se corresponde con la Constitución o Carta Magna.

El ordenamiento jurídico no solo comprende las normas “nuevas” con que


una sociedad elige regirse, sino también el conjunto tradicional de reglas que
componen su modo de comprender la justicia. No debemos confundir el
ordenamiento jurídico con el orden jurídico, que vendría a ser el conjunto de
normas dentro del ordenamiento jurídico para regir un área específica de la
sociedad.

Todo ordenamiento jurídico es concreto y orgánico. Consiste no sólo en un


cuerpo de normas, sino también en las necesarias para su modificación,
elaboración, desarrollo, aplicación y evaluación.

Sus normas son todas estatales, o sea, se dictan desde las instituciones a las
que la Constitución Nacional otorga potestades normativas o
sancionatorias. Poseen una unidad formal, o sea, que su producción obedece a
patrones semejantes de razonamiento.
iii

OBJETIVOS

 Interpretar los principios fundamentales que informa al Derecho


guatemalteco, es el de supremacía constitucional, que implica que en la
cúspide del ordenamiento jurídico esta la constitución y esta, como ley
suprema, es vinculante para gobernantes y gobernados a efecto de logar
la consolidación del Estado Constitucional de Derecho.

 Describir que el El ordenamiento jurídico es fundamental para la


construcción de una sociedad en paz, con estado de derecho, capaz de
regirse a sí misma mediante una serie estructurada y coherente de
normas.

 Reconocer la validez jurídica a los Decretos-Leyes emanados del


Gobierno de la República, así como a todos los actos administrativos y de
gobierno realizados de conformidad con la ley.
iv
1

EL ORDEN JURIDICO DENTRO DEL ESTADO

EL ESTADO EN LA CONSTITUCIÓN

I. Personalidad del Estado

1. El Estado como persona jurídica y el concepto político de poder

El Estado es una realidad social y política; en el sentido político es un conjunto


de hombres que componen un pueblo cuando tienen un asiento territorial y
soberanía o independencia.

El Estado tiene aquí una personalidad política, la cual como se percibe excluye
la idea de organización, y tiene un carácter genérico, mientras se identifica
totalmente con el pueblo amorfo (imperfecto) e indiferenciado. El Estado es, en
este caso, todos los habitantes.

En la vida moderna los pueblos hacen uso de esa soberanía para establecer un
orden jurídico coactivo, en el cual regulan sus actividades como individuos
aislados o como pueblo en conjunto. Surge así de este ordenamiento jurídico
creado por el Estado con su personalidad política, dos tipos de personas
jurídicas:

Las personas jurídicas individuales, correspondientes a cada uno de los seres


humanos, y la persona jurídica estatal, correspondiente a la totalidad de ellos,
tomados como conjunto. Las personas individuales actuarán por medio de sus
órganos físicos: Los seres humanos; la persona jurídica estatal, por medio de
una estructura de órganos jurídicos que para tal finalidad se crean, los cuales a
su vez son desempeñados por órganos físicos (algunos de los seres humanos
que componen la colectividad). Aquí el Estado es en primer lugar una estructura
de órgano jurídico, y solo indirectamente la totalidad de los habitantes.
2

El vocablo “Estado” es utilizado así, tanto para designar:


1. La realidad política de un pueblo entero.
2. La figura jurídica que personifica ese pueblo en el ámbito del derecho.
3. Como el conjunto de los órganos jurídicos a través de los cuales actúa
esa figura jurídica.

En el primer caso tenemos el Estado en su personalidad política, en el segundo


tenemos la personalidad jurídica del Estado; en el tercero tenemos el Estado en
su organización actuante.

El tercer empleo del término es el más vulgar (cuando pensamos en el Estado,


pensamos en el congreso, en los tribunales, en la administración), pero
insuficiente desde el punto de vista técnico. El primer empleo del término, o sea,
el concepto político no es usual en derecho; al decir “Estado” no se piensa en la
populación soberana en su territorio: En lugar de Estado se dice simplemente
“pueblo.”

En el segundo concepto, el usual en derecho administrativo, el Estado es


considerado la persona jurídica estatal; ella es una proyección del pueblo en el
plano del derecho y, de la misma forma que las demás personas jurídicas, es un
mero concepto, una abstracción: Un punto de imputación de hechos y actos
humanos (los de los funcionarios, jueces, legisladores), y un punto de
proyección de lo dispuesto por el ordenamiento jurídico.

(En relación con los contribuyentes.) En los países en que no es el Estado el


que crea la Constitución a través de sus órganos (“Constituciones flexibles”),
pero ésta le es impuesta por una asamblea constituyente dependiente
directamente del pueblo y no de ese Estado (“Constituciones rígidas”), la
personalidad política se manifiesta al crear y modificar la Constitución y al votar:
3

Esos son los únicos casos en los cuales el pueblo actúa como tal, con fuerza
soberana y sin estar sometido a ningún régimen jurídico, en lo concerniente a la
oportunidad o acierto de sus actos. El Estado creado en la Constitución no es ya
el “Estado” de la personalidad política; aquí aparece la organización y la figura
jurídica que centraliza esta organización:

La personalidad jurídica del Estado:

El Estado actuante que conocemos en la vida diaria. La personalidad jurídica del


estado es un concepto unitario que abarca la actuación del Estado legislador
(poder legislativo), juez (poder judicial) y administrador (poder ejecutivo); en
otras palabras, el Estado actúa con su personalidad jurídica tanto cuando dicta
actos administrativos, como leyes o sentencias. Esa actuación del Estado en su
personalidad jurídica no tiene el mismo régimen legal que la actividad de los
seres humanos en sus propias individuales personalidades jurídicas, porque la
Constitución establece que los actos del Estado tienen en su mayor parte la
virtualidad de obligar a los habitantes, mientras los habitantes no pueden
ordenar nada a nadie a no ser que la ley los autorice.

Esta facultad de mandar concedida por el pueblo soberano a través de la


Constitución a la persona jurídica estatal se denomina “poder público”. El poder
público o poder estatal es ejercido por personas físicas (gobernantes, jueces,
legisladores, administradores) dentro del ámbito correspondiente a los órganos
jurídicos (poder ejecutivo, poder legislativo, poder judicial) de esta persona
jurídica estatal.

El poder público es así una facultad de mandar, pero es distinto e inferior al


poder soberano: No existe por sí mismo, sino en la medida en que el poder
soberano lo crea; sus límites son los que el pueblo le impone en la Constitución.
Como contrapeso a esta facultad de mandar, a este “poder público” del Estado
4

en su personalidad jurídica, es concedido a los habitantes una serie de


protecciones, consideradas como límites a la actividad del Estado. Esos límites
se denominan derechos subjetivos públicos. El poder público estatal se
encuentra, en consecuencia, equilibrado por los derechos subjetivos públicos de
los habitantes. Tanto el poder público estatal, como los derechos subjetivos
públicos de los habitantes encuentran su origen y su fuerza jurídica en la
Constitución, que es el instrumento mediante el cual el pueblo soberano se da
sus reglas fundamentales de organización; por ello tanto uno como el otro son
facultades que se desarrollan dentro del ordenamiento jurídico.

II. El ordenamiento jurídico constitucional

2. La supremacía de la constitución

Es un principio elemental del derecho constitucional a nivel general; que la ley


fundamental es algo más que un simple programa de gobierno o expresión de
deseos; es como su nombre lo indica, una verdadera ley; pero aún más, es una
ley superior al denominador común de las leyes. Su superioridad consiste en
que las leyes comunes no pueden derogarla, lo que comprende, asimismo la
natural consecuencia de que no pueden violar ni alterar sus disposiciones,
porque eso implicaría precisamente lo primero.

Cuando una ley viola alguno de esos principios, deja de ser aplicada ante el
reclamo del interesado frente a la justicia. Si la Constitución tiene la
particularidad de transformar en antijurídico todo lo que la viole, y si lo que la
viola es por ello mismo no susceptible de aplicación por la interposición del
reclamo jurisdiccional, es evidente que eso se debe a que la Constitución aún en
relación con las leyes a fines, es suprema.

Las leyes deben respetar la Constitución, y a su vez los actos administrativos


deben respetar a las leyes: Los “actos de gobierno” deben respetar la
Constitución; por lo tanto, dentro del Estado, la Constitución es la máxima y
5

última expresión de juridicidad, bajo el orden jurídico supranacional e


internacional de los derechos humanos, lucha contra la corrupción, y otros etc.

3. La imperatividad de la constitución

Esa supremacía de la Constitución, que nadie discute, no es por supuesto moral


o ética: Se trata de una supremacía jurídica, lo que explica por qué una ley o un
acto administrativo, que son expresiones de la voluntad coactiva del Estado,
pueden perder validez e imperatividad en algunos casos.

Decir que una ley o un acto administrativo pueden perder juridicidad e


imperatividad en algunos casos, implica a su vez afirmar que aquello que
destruye dicha juridicidad, es forzosamente algo de mayor imperatividad que la
ley o acto administrativo: De otra manera la hipótesis resultaría absurda. Pues
bien, a pesar de que la supremacía jurídica va entrelazada a la suprema
imperatividad o fuerza coactiva, no siempre se admite con seguridad lo segundo.

Que la Constitución es suprema, nadie lo discute; sin embargo, que sea


imperativa, es decir, una norma vigente obligatoriamente aplicable en todo
momento, en toda circunstancia y por todos los tribunales del país, es objeto de
frecuentes dudas expresas o implícitas. Sin embargo, el razonamiento básico es
elemental: Si la Constitución tiene la virtud de dejar sin fuerza coactiva una ley o
un acto administrativo; expresiones ambas de la potestad publican, eso tiene
que ser debido, inexorablemente, a que ella misma tiene suficiente imperatividad
para inhibir la que a su vez tienen aquellos.

4. El carácter de norma jurídica de las disposiciones constitucionales


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Si la Constitución es un conjunto de reglas imperativas de la conducta humana,


y si ella es suprema, es notorio que constituye un ordenamiento jurídico al cual
también el Estado está sujeto.

Se trataría de un ordenamiento jurídico rudimentario, pero ordenamiento al fin y


carente de lagunas: Todo lo que la Constitución concede con su imperatividad
suprema (derechos individuales, poderes públicos) se tiene el derecho de hacer,
y todo lo que la Constitución exige, se tiene el deber de cumplir.

Algunos filósofos del derecho, sin embargo, sostienen que las disposiciones
constitucionales no son normas jurídicas porque carecen de sanción. Eso es
inexacto: Las sanciones no son siempre penas (privación de la libertad, de la
vida o de la propiedad, a título no de reparación sino de castigo), dado que
pueden consistir en el establecimiento de una relación jurídica nueva, la
extinción de una relación jurídica preexistente, o la ejecución coactiva del deber
jurídico violado. Si se quiere, en todos esos casos existe un aliquid (algo) de
castigo, sin embargo, debe apreciarse que salvo en el caso del derecho penal, lo
más importante en la sanción o “específica reacción del derecho ante la
violación de un deber jurídico,” no es el castigo, sino la aplicación forzada del
objeto del derecho, es decir, el cumplimiento o ejecución coactiva del deber no
cumplido.

En el ejemplo de la norma “si no pagas, entonces, debe haber embargo y


remate,” ¿qué es el embargo y el remate sino la ejecución forzada del deber de
pagar? Por ello, y, precisamente, porque no nos encontramos en el campo del
derecho penal, es evidente que si una norma constitucional establece de forma
imperativa un deber jurídico, no es extraño a ella interpretar que ante el
incumplimiento de éste, debe realizarse su ejecución forzada: Como la norma
imperativa establece con esa particularidad un deber jurídico determinado, la
existencia y la medida de la sanción para la violación del mismo no necesitan ser
7

declarados especialmente por otro artículo, dado que dicha existencia y tal
medida están comprendidas en la existencia y medida del mismo deber. Al
aplicar como sanción la ejecución forzada del objeto del derecho (el deber
jurídico violado), nada se está realizando que la primera norma no haya previsto:
Que existía el deber jurídico de realizar tal o cual acción u omisión. Como ya la
norma jurídica que establece el primer deber jurídico tiene por contenido
imperativo la característica de latente coactividad, no es extraño a ella que ese
deber jurídico se realice por la fuerza: Esa es un sanción de la norma jurídica, y
todas las normas jurídicas constitucionales la han dicho de otra manera, “en
nombre del principio de la validez de la norma en función de su adecuación a la
norma jerárquica superior, es conclusión que toda norma que infringe de la
Constitución es nula...”

III. El Estado bajo el ordenamiento jurídico constitucional y


supraconstitucional

5. La reforma constitucional se impone al Estado

Si el Estado guatemalteco, es un Estado de derecho en el sentido positivo, tiene


que estar integralmente sometido a la Constitución, es decir, al ordenamiento
jurídico; no puede realizar acto alguno que no esté previamente calificado,
positiva o negativamente por el derecho.

En países como Guatemala, en que los órganos del estado no pueden reformar
la Constitución, que es necesario hacer una convocatoria especial al pueblo,
para proceder a la reforma, es obvio que es una entidad distinta y superior al
Estado la que dicta este principio: El pueblo soberano, a través de
representantes especiales, nombrados para ese fin. Aquí el Estado no tiene una
Constitución, sino la Constitución es quien tiene, o admite, el estado.
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El pueblo soberano tiene así un instrumento jurídico de mando sobre el Estado


creado en la Constitución; no lo necesitaba, en verdad, para ser superior a él,
pero sí para regularle las actividades con cierta minuciosidad. La Constitución
emana del pueblo y está dirigida al Estado y a los individuos imponiéndoles, a
ambos, obediencia a sus normas y dando al primero, además, un cierto poder, el
poder público, para que pueda regular la vida comunitaria; al segundo, derechos
individuales para que puedan equilibrar el poder estatal. Sin embargo, puesto
que la Constitución es un instrumento por el cual el pueblo establece
regladamente su superioridad sobre el Estado, tornándolo Estado de derecho,
es necesario ver si realmente tal circunstancia programada es exacta en las
normas constitucionales concretas.

IV. Los derechos subjetivos de los habitantes frente al Estado

6. Los derechos individuales previstos en la constitución no requieren


ni dependen de la regulación legislativa.

Estructurada en su forma externa, la relación entre el derecho administrativo y el


derecho constitucional, y formulado el principio dogmático de la integral sujeción
del Estado a un orden jurídico de la Constitución y el derecho supranacional o
internacional según corresponda, importa analizar el contenido de aquella
relación para obtener los elementos técnico-jurídicos que permitan estudiar los
problemas concretos del derecho administrativo en la proyección del principio
del Estado de derecho.

Las normas constitucionales guatemaltecas tienen en su mayoría carácter


dispositivo: Algunas determinan formas de organización estructural para el
Estado, otras establecen obligaciones de los individuos para ese Estado, etc.
Algunas son de contenido mediato o sujeto a condición suspensiva: Así, el
juzgamiento por jurados, el fomento de la inmigración, el pago de la deuda
9

pública, la indemnización a los trabajadores; otras son de contenido inmediato,


pero variable de acuerdo con el destinatario, como los derechos individuales.
Estos, de hecho, en lo que atañe a las relaciones privadas entre individuos están
sujetos a la reglamentación legislativa, siempre que ésta se mantenga dentro del
ámbito constitucional; sin embargo, en lo que respecta a las relaciones de los
individuos con el Estado, no dependen de la reglamentación legislativa, pero la
prevén.

El acto legislativo que regula un derecho individual no tiene la misma naturaleza


constitucional cuando se trata de relaciones privadas o de relaciones con el
Estado: En un caso se trata de la intervención imperativa de un tercero, en el
otro, se trata de la intervención imperativa de una parte: En un caso se trata de
un derecho que alcanza a ambas partes de igual forma, ya que son
jurídicamente iguales con prescindencia de ese derecho, en el otro, se trata de
un derecho que no alcanza a ambas partes de igual forma, puesto que está
destinado a solamente una de ellas: El individuo y no el Estado, y ambas partes
son, además de ello, jurídicamente desiguales con abstracción de ese derecho,
ya que el Estado tiene la atribución de regular su propia actividad dentro de la
Constitución, mientras que el individuo tiene la atribución de regular su propia
actividad, dentro de la Constitución, pero también dentro de la ley, del acto
administrativo y del judicial.

Este desequilibrio se compensa con los derechos individuales. De esta manera,


la norma constitucional, mientras tiende a regular las relaciones de los
habitantes entre sí, no es tan trascendente, porque, aunque dé ciertas pautas,
que a la falta de ley pueden servir de guía al juez, la solución puede de cualquier
manera ser encontrada, teniendo en cuenta la igualdad.

Por otro lado, cuando la norma constitucional se refiere a las relaciones de los
individuos con el Estado y no cabe duda de que éste es el primer propósito de la
Constitución, determina los derechos individuales y se preocupa en aclarar que
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el Estado no puede alterarlos, no está dando solamente protección a los


individuos frente a sus semejantes, sino también frente al Estado. La
Constitución considera que la protección de los individuos ante sus semejantes
será dada por la ley, imparcial y ajena a la contienda que pueda existir; sin
embargo, la protección de los individuos frente al Estado no puede la
Constitución haberla entregado al propio Estado.

La protección de los individuos frente al Estado no fue encomendada por la


Constitución al propio Estado, pero ella misma la estableció en varias
disposiciones. Los derechos individuales que el Estado no puede alterar. Si,
como acabamos de ver, la norma constitucional que contempla los derechos
individuales frente al Estado no encomienda la protección de los individuos al
Estado, pero la predetermina ella misma, no se puede considerar en tal caso
que dicha norma sea una simple condición negativa de validez de las leyes: Si
fuera así, la protección dejaría de existir con la simple ausencia de la legislación,
y de tal manera, el Estado con su inacción se convertiría en un órgano que
decide sobre la procedencia o improcedencia de los derechos individuales, todo
lo que está en abierta contradicción con el concepto y esencia que la
Constitución da al Estado, según vimos. Si, repetimos, la Constitución determina
que ella es imperativa (“...ordenamos...”) en especial para el estado (“...para la
Nación guatemalteca”, según el Preámbulo).

El Estado no puede, bajo pretexto de legislar, alterar los derechos individuales;


por consiguiente, tampoco puede, bajo pretexto de no legislar, destruir esos
mismos derechos. Eso no significa que el estado tenga la obligación de legislar;
el Estado no tiene esa obligación, sino tan sólo el derecho de legislar, y es en
consecuencia libre de no legislar si así no lo deseara; no obstante, eso no puede
privar de imperio y juridicidad a la Constitución, orden jurídico pleno, mientras
establezca los derechos individuales.
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La norma constitucional es imperativa con, contra o sin la ley. Si la ley es


constitucional, la norma constitucional es imperativa y obligatoria; si la ley es
inconstitucional, la norma constitucional es imperativa y obligatoria y la ley dejará
de ser aplicada en los casos discutidos jurisdiccionalmente; si la ley es
derogada, o nunca existió, la norma constitucional es imperativa y obligatoria y
se aplicará en los casos concretos.

Ninguna diferencia existe entre los tres casos, en lo que respecta a la norma
constitucional. La norma constitucional es condición negativa de validez de las
leyes, sin embargo no es esa su única característica, ni la priva de su carácter
normativo; pues también la ley, por ejemplo, es condición negativa de validez de
las órdenes que el padre da al hijo, o el tutor a su pupilo, o el patrón al operario;
aunque, ello no elimina que tanto en un caso como en el otro, norma
constitucional y norma legal sean auténticas normas jurídicas, imperativas y
aplicables por los órganos jurisdiccionales con el respaldo del poder público en
el segundo caso, y del poder soberano en el primero.

7. Un tema pendiente

La unidad y el orden son dos características constitutivas del orden jurídico en


las que la doctrina ha profundizado aún poco. Llaman la atención las quejas
formuladas por Bobbio sobre la materia: “mientras existen muchos estudios
particulares sobre la naturaleza de la norma jurídica, no existe, hasta hoy, si no
estamos errados, un estudio completo y orgánico sobre todos los problemas que
implica la existencia de un ordenamiento jurídico”.

Esta queja, repetida por la doctrina posterior de manera más enfática que real,
demuestra la escasa atención otorgada al tema. Varias pueden ser las causas
de esta falta de atención: una supuesta evidencia, una concepción asistemática
del ordenamiento jurídico, o una elevada abstracción del planteamiento que lo
hace difícil de abordar.
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La generalidad del público suele considerar evidentes las cuestiones de la


unidad y orden del ordenamiento jurídico. Al darse por descontado su significado
y características constitutivas, se pasa directamente al estudio de otras
cuestiones más puntuales (v. gr. si el orden jurídico es pleno o tiene lagunas, si
es abierto o cerrado, coherente, etc.).

Este irreflexivo salto quizá pueda perdonársele al operador del derecho, a quien
corresponde hacer un estudio más casuístico y fenomenológico de la disciplina,
pero es menos justificable en quienes se dedican a la filosofía del derecho. En
realidad, ocurre que estas cosas no son tan evidentes, ni siempre han sido
aceptadas.

Por otro lado, la falta de una concepción sistemática del ordenamiento jurídico
causa, de manera inmediata, una despreocupación por el tema de la unidad y
orden. Si se ve al ordenamiento jurídico como un conglomerado inarmónico de
fallos jurisprudenciales, o como un hacinamiento de conductas sociales, o como
un producto de diversísimas fuentes de derecho absolutamente heterogéneas,
entonces será difícil cuando no imposible descubrir que en tal ordenamiento
jurídico existe alguna suerte de orden y unidad.

Nos parece que la razón principal por la que los filósofos suelen descuidar este
estudio es porque el tratamiento del “orden” y la “unidad” requieren de un
elevado grado de abstracción, tan alto como el metafísico. Otras filosofías que
atienden a las causas más inmediatas, como las que hoy están en boga (v. gr. la
filosofía analítica, fenomenológica, empirista, etc.), a lo sumo llegan a descubrir
una unidad formal o eficiente en el mundo jurídico, que no siempre se da en la
realidad.

Desde tales puntos de partida, resulta imposible dar una justificación última y
completa de una unidad real y de un orden real del sistema jurídico. Siendo la
13

unidad un trascendental del ser que, por tanto, solo se explica bien desde la
perspectiva de las causas últimas, y siendo el orden una consecuencia suya, el
estudio de la unidad y del orden del ordenamiento jurídico necesariamente debe
enfocarse desde la óptica metafísica. Para adentrarnos en el análisis
delinearemos primero la noción de ordenamiento jurídico. Posteriormente
abordaremos los conceptos de unidad y orden.

8. Noción general de “ordenamiento jurídico”

La noción de ordenamiento jurídico está intrínsecamente vinculada con el


concepto de derecho. Quienes identifican al derecho con la ley (o con la
norma) concebirán al ordenamiento jurídico como un “conjunto de normas
jurídicas” que rigen en un lugar determinado, en una época concreta, o
también como la forma en que tales normas se encuentran jerarquizadas.

Por otro lado, si se identifica el Derecho con el derecho subjetivo, el


ordenamiento será la sumatoria final de los derechos de las personas. En
cambio, si se sigue la noción histórica del Derecho como lo justo, el
ordenamiento jurídico será el “orden social justo” o el “sistema de relaciones
de justicia”.

Consideramos que cada una de estas posiciones destaca un aspecto


relevante del ordenamiento jurídico que conviene tomar en cuenta. Santi
Romano, Norberto Bobbio y Hans Kelsen son buenos representantes de la
noción normativista, que ha gozado de popularidad en los últimos siglos.

Para Kelsen las normas no existen de forma aislada, sino que forman parte de
un sistema u “orden normativo”. La moral también es, para el autor, un “orden
normativo”, pero se diferencia del derecho en que este último es coactivo y la
moral no lo es.
14

Quienes identifican el orden jurídico con el conjunto de normas en ocasiones


se ven atados en sus razonamientos, porque pronto se percatan de que hay
algo más que la norma. Por ejemplo, Alchourron y Bulygin, al definir el orden
jurídico como un conjunto de normas, debieron aclarar que “la expresión
‘norma jurídica’ ha de entenderse en este contexto en un sentido lato (que
concuerda con el uso corriente entre los juristas) para abarcar cualquier
enunciado que figure en los textos que registran el derecho positivo como;
constituciones, códigos, leyes, etc., sea este normativo o no”.

Más completa parece la visión del orden jurídico que parte de la relación
jurídica y se remonta hasta sus causas: ahí se encuentra el conjunto de leyes,
costumbres, negocios, etc., que causan la relación jurídica, así como los
derechos subjetivos, la medida de lo justo, las cosas jurídicas y los sujetos del
derecho. Sin duda, el ordenamiento jurídico ordena todas estas realidades.
Desde esta perspectiva holística, el ordenamiento jurídico viene a ser el
conjunto ordenado de relaciones jurídicas de una sociedad, causadas por
unas fuentes comunes de derecho.

Pero también se puede extraer la definición de ordenamiento jurídico


partiendo del concepto del derecho como res iusta. Para hacerlo, hay que
considerar que materialmente “lo justo” únicamente está de manera principal y
plena en el intelecto humano, y solo de manera parcial en las cosas externas
(como la ley positiva, los objetos del derecho, etc.).

Pues bien, esa misma característica la heredará el sistema jurídico. Junto a


otros autores, Hervada ha observado que “el derecho es el sistema racional
de relaciones humanas y que el que gobierna no crea la razón de justicia”.

A la par habría que añadir que el ordenamiento jurídico no es exclusivamente


un sistema racional, por dos razones: porque la razón es pedida por la
realidad extramental y porque la razón, junto a la voluntad, terminan
15

ordenando conductas, sujetos, vastos territorios, cantidad de objetos


corporales e incorporales… En síntesis, desde esta perspectiva, el sistema
jurídico es un orden de justicia que primero se da en la razón, para luego
plasmarse en la realidad extramental.
9. Características metafísicas del ordenamiento jurídico

No son muchas las clasificaciones hechas sobre las características que todo
ordenamiento jurídico debe tener para serlo. Las pocas que existen suelen
mencionar las siguientes notas: la autonomía o soberanía, la exclusividad (por
la que en un lugar solo hay un ordenamiento jurídico), la primacía por sobre
otras reglas sociales de convivencia, la generalidad de sus normas, la
plenitud, la coherencia formal de sus disposiciones, quizá más deseable que
real, la identidad, la organicidad (que determina que las nuevas normas se
produzcan bajo los procesos previstos por las antiguas normas), la
armonización de varios órdenes (v. gr. nacional, comunitario, internacional) y
la “unidad formal”.

Aunque cada una de estas características puede considerarse de manera


aislada, también es posible descubrir que entre ellas existe una gran
interrelación. En la metafísica se ponen al centro las notas del orden y la
unidad, que se manifiestan en el resto de las características.

Por ejemplo, la autonomía presupone la unidad y hasta es la misma unidad en


acción, porque ella es la capacidad de un individuo (persona, grupo, Estado,
etc.) de actuar con independencia de los demás; por otro lado, esa autonomía
debe ser ordenada, porque si no lo es, más que autonomía sería azar, correr
albures, actuación loca sin ningún sentido, movida solo por causas aleatorias
externas.

La exclusividad alude de forma externa a la unidad, en cuanto un


ordenamiento jurídico no es otro. Por otro lado, la primacía, la generalidad, la
16

identidad, la organicidad y la armonización están fuertemente relacionadas


con el orden, porque:
 No hay primacía sin inferioridad
 Ni género sin especie
 Ni identidad sin estructura organizada
 Ni órgano sin una función que cumplir
 Ni armonía sin una directriz y sin unos grados armónicos.

Todo esto implica el concepto de orden (un orden de un más y menos, de


género, de fin y de grado). Repárese, además, que, aunque entre unidad y
orden existe una estrecha relación, ambas notas nunca se identifican. La unidad
es lo primero en la metafísica, pues es un “trascendental del ser”: se puede
predicar de todo lo que tiene ser, con mayor o menor propiedad. Las cosas son
en la medida en que son uno. La unidad se da por algunos principios unitivos o
estructurales, que a la vez son los que ordenan la cosa. A continuación, veremos
cuáles son estos principios y cómo funcionan.

10. La unidad del ordenamiento jurídico

Tomás de Aquino escribió que “una cosa existe en tanto y cuanto es una”. La
unidad es un trascendental (una propiedad común) de toda cosa real, y también
del ordenamiento jurídico, cuya existencia aquí no cuestionamos. Justamente
porque existe esta unidad es posible hablar de un orden jurídico cualquiera; sin
unidad, no existiría un ordenamiento jurídico, sino muchos.

Hay cosas más unidas que otras: dividir en dos una montaña de arena, no es lo
mismo que dividir en dos un perro, una planta o un hombre. En el derecho se
discute si el orden jurídico internacional es uno solo, como pretendía Kelsen, o si
más bien es un acervo de ordenamientos disímiles.
17

Bajo la metafísica del ser se puede superar esta visión dicotómica, y comprender
que tanto el orden jurídico internacional como el nacional pueden tener un cierto
grado de unidad. Según la metafísica tomista, la unidad solo es posible si en
algún extremo del conjunto aparece un principio de conversio ad unum que
unifique los demás extremos. No hay unidad, ni orden, sin principio unificador.
Corresponde entonces averiguar qué tipo de principio dota de unidad al
ordenamiento jurídico.

Por principio se entiende “aquello de lo que algo procede de cualquier modo que
sea”. Con lo cual, todo principio supone una consecuencia o efecto. Los
principios pueden ser reales o lógicos: principio real es aquel “ser” del que
procede otro “ser”, como la fuente es principio del río, mientras que principio
lógico es aquel conocimiento del que procede otro conocimiento, como saber
sumar es un conocimiento necesario para luego saber multiplicar.

El principio apela a la consecuencia, y la causa al efecto. Desde la perspectiva


de la metafísica, nos interesan sobre todo los principios reales, que son las
causas de lo real. La causa es una especie de “principio”. Tradicionalmente se
las ha clasificado en cuatro: la causa material, formal, agente y final. Pues bien,
por estos cuatro principios puede darse la unidad del ordenamiento jurídico,
según lo veremos.

10.1. La causa material

Es aquello de lo cual se hace algo y en lo cual se hace algo. En este


sentido, se dice que una mesa está hecha de madera, o una estatua de
mármol, y que la madera y el mármol son los “materiales” con los que se
hicieron esas cosas.

El ordenamiento jurídico materialmente está compuesto por todo lo que se


considere jurídico: leyes, sentencias, contratos, costumbres, o aforismos,
18

derechos subjetivos, cosas justas, etc. A través de la causa material la


unidad se da por poseer todos los extremos la misma materia (“materia”
entendida en términos metafísicos).

Todo lo que sea ley conforma el conjunto de “las leyes”, todo lo que sea
justo forma el conjunto de las cosas justas, etc. Como se ve, la mera
suma de la materia de las relaciones jurídicas, de las leyes, de las cosas
justas o de los derechos subjetivos no nos proporciona más que un orden
de agregación.

La agregación es una unidad real, pero al mismo tiempo es una unidad


muy débil, la más débil de las unidades reales: es la unidad “de montón”
que resulta de la mera acumulación o yuxtaposición de las cosas en un
conjunto desordenado.

La agregación se da, por ejemplo, en los granos de arena de una gran


playa o en los papeles de un bote de basura. Desde otro punto de vista,
se podría decir que el intelecto humano es la base material in genere de
los hábitos intelectuales donde subsisten las relaciones de lo justo, los
preceptos racionales y el conocimiento de los derechos-subjetivos, con lo
cual en él se da una unidad superior a la de la agregación (porque tales
accidentes inhieren en él).

A una conclusión semejante han llegado los autores neokantianos que


pusieron la unidad del sistema jurídico en la conciencia humana, donde
radicaba el “deber ser” del derecho.

Esto es verdad, pero con ciertos matices. Sin duda, todos los
conocimientos incluido el jurídico, se emplazan en el intelecto, pero no en
un único intelecto, sino en el de varias personas, pues solo hay derecho
19

donde hay alteridad. Por ello, la base intelectual del conocimiento jurídico
tampoco proporciona una gran unidad.

Un ejemplo lo demuestra: en un juicio las partes rara vez tienen la misma


visión del asunto litigioso, y aun así ambas tienen en su intelecto una
cierta noción (errada o justa) de su derecho. Así, si bien es verdad que el
intelecto humano causa materialmente una unidad mayor a la de simple
agregación, tal unidad solo se da para el individuo; socialmente no hay
más unidad que la de la simple agregación de intelectos.

Sin perjuicio de lo anterior, ha de concederse que la sociabilidad humana


crea grupos más o menos extensos de gentes que piensan de forma
semejante: en grandes territorios se habla una misma lengua, varios
pueblos tienen una historia común que recuerdan periódicamente, los
vecinos han compartido guerras que los ha sensibilizado de un modo
específico… Es evidente que todas esas personas, con una inteligencia
parecida, unifican de hecho el ordenamiento jurídico. Ellas mantienen un
principio de unidad superior al de la mera agregación, porque en tal unión
se mezcla la causa material (unión de distintos intelectos) con la causa
formal (piensan de forma parecida), de la que a continuación hablaremos.

10.2. La causa formal

La causa formal es la que “conforma”. Propiamente es el acto, la


perfección o el conjunto de propiedades por el que una cosa es lo que es.
Por ejemplo, una mesa tradicional tiene por causa formal su figura
cuadrada y su color café. La causa formal puede ser intrínseca o
extrínseca. La causa formal extrínseca también se llama “causa ejemplar”
y se da cuando una cosa se hace a ejemplo de otra, como las monedas
romanas tenían la figura del César.
20

El orden jurídico posee muchos elementos que le dan una forma


específica, pero como su base es el derecho, en esencia tendrá la misma
forma del derecho. Tradicionalmente se ha entendido al derecho de tres
maneras: como res iusta, como derecho subjetivo y como ley. La causa
formal del derecho-relación (de lo justo) es la de ser un accidente
relación: en concreto, para la doctrina aristotélico-tomista, es una relación
de una cierta igualdad que se da entre aquello de lo que se es titular y lo
que se debe: lo justo es producto de un “ajustamiento” de cuentas. La
forma del derecho-subjetivo también es la de ser un accidente que
relaciona la cosa, la facultad y su titular. En cambio, la forma de la ley es
la de ser un “precepto racional”.

Una cierta unidad se consigue por la vía de la formalidad legal, donde lo


justo suele hacerse a ejemplo con la forma de un patrón. Un sistema
jurídico puede generarse a partir de un modelo, de una norma ejemplar (v.
gr. la Constitución) a la que todo el ordenamiento se debe adecuar
formalmente. Esa es la unidad planteada por Kelsen, Bobbio, y por los
adherentes al positivismo normativo, que ya Schmitt criticó por su
desconexión con la realidad. Y en efecto, esta unidad del orden jurídico
viene a ser más una aspiración, una meta que deben conseguir los jueces
constitucionales y los operadores del derecho, que una realidad, pues los
hechos demuestran que existen normas contradictorias, lagunas legales,
casos de excepción, etc.

Ciertamente, estamos ante una unidad mayor que la meramente material,


aunque todavía se asimila a la sola agregación, como lo es la de un
conjunto de granos que tienen la misma forma. Varios juristas modernos,
embelesados con el ideal de aquella ciencia sistémica que resolvería
todo, concibieron al derecho como un ordenamiento de justicia teórico,
conformado por unos primeros axiomas o principios de los cuales se
deducirían el resto de los principios y reglas.
21

Pufendorf, Wolf y Leibniz se empeñaron en diseñar sistemas de reglas


que supuestamente codificarían todo el derecho. Este sistema racional de
preceptos gozaría de una gran unidad y orden, que no serán sino unidad
y orden meramente formal y teórico obtenidos por la vía de la deducción
intelectual. MacIntyre observará que tales sistemas pretendían
fundamentar una ética y unas normas que en el fondo procedían de una
tradición, sin aceptar la concepción teleológica de una naturaleza humana
que daba sentido a esa ética.

Algo semejante sucede con la identidad formal de los múltiples derechos


subjetivos y de las diversas cosas justas que existen en las relaciones
jurídicas que conforman el ordenamiento jurídico: otorgan una cierta
unidad al conjunto, pero se trata solo de una unidad formal.

10.3. La causa eficiente

La causa eficiente es aquella que produce algo o provoca la modificación


de una sustancia; es el principio del que fluye primariamente cualquier
acción que hace que algo sea, o que sea de algún modo. La causa
eficiente inmediata suele ser una acción, para incluir luego al sujeto que
realizó esa acción.

La causa de una cirugía estética es directamente la operación y también,


con alguna posterioridad mental, el médico que operó. El principio de
unidad del ordenamiento jurídico más palpable viene por la vía de la
causa eficiente, por los agentes productores del derecho. A más
productores de derecho autónomos, menos unidad; en cambio, si hay un
solo rey o gobernador, habrá un solo derecho, un solo orden jurídico. Lo
anterior, obviamente, se dice bajo el entendido de que el rey o gobernador
tengan un poder concentrado efectivo y no sean meros cargos de honor.
22

Varios autores hablarán de la causa eficiente, a su modo. Caso


paradigmático es el de Kelsen, que al inicio de su carrera consideraba
que la producción del derecho era una cuestión “metajurídica”, y atribuía
la unidad del orden jurídico a la voluntad del Estado (que para él era el
punto final de imputación de los efectos jurídicos). Sin embargo, su
posición fue cambiando y poco a poco la “nomodinámica” fue apareciendo
hasta mostrarse finalmente como el fundamento de la unidad del
ordenamiento.

Para quienes identifican el Derecho con la ley, la unidad del sistema solo podrá
venir por la unidad de producción de normas. En su peculiar visión autopoiética
del orden jurídico, Luhmann tuvo el acierto de considerar que la unidad al
sistema se fundamentaba en la producción estructuralmente organizada de
normas jurídicas (en el fondo, el Estado sería el sujeto que le daría la unidad).

Sin embargo, por considerar “abierto” (indeterminado) al sistema jurídico, dedujo


que en él no podía existir ningún tipo de orden, con lo que a la postre terminó
también desarticulando la unidad del sistema. Además, Luhmann olvidó tomar
en cuenta que dentro del Estado pueden existir varias autoridades con similar
poder.

De hecho, hoy se tiende a repartir los poderes de manera balanceada,


dividiéndolos entre las distintas autoridades, sin darle a ninguna una supremacía
absoluta. Tal reparto resquebrajaría la unidad eficiente del sistema jurídico. La
cuestión es especialmente clara en Austin, para quien la unidad del sistema se
basa en que toda ley debe venir de actos legislativos realizados por una
persona, o por un conjunto de personas que actúen como uno solo.

Sin embargo, esto no se verifica hoy en día. Más problemas para solventar la
unidad del orden jurídico tendrán quienes para el análisis jurídico parten de la
23

noción de derecho subjetivo (v. gr. los precursores del individualismo o del
anarquismo). Célebres autores como Hobbes, Locke y Rousseau lo han
intentado recurriendo a imágenes como las del Leviatán o el pacto social.

Hobbes recurre al mítico monstruo del Leviatán para explicar cómo todos los
ciudadanos entregan sus derechos mediante un cierto contrato a un ser
supremo que aplasta los excesos de los individuos; la teoría contractualista de
otros autores destaca más que los derechos se transfieren, pero a la vez quedan
en los individuos. Sin embargo, ni el monstruo mitológico deja de ser una
metáfora mientras no encuentre apoyo en la realidad, ni el pacto social una
fábula hasta que se demuestre dónde se ha firmado o cómo se ha suscrito.

La línea de pensamiento que mejor explica la unidad eficiente del sistema


jurídico es la que parte del análisis del Derecho-relación. Como se verá, ella
recoge los aciertos de quienes consideran que la ley o los derechos-subjetivos
son los que dotan de unidad al orden jurídico. La explicación la daremos
tomando en cuenta las diferentes causas del derecho-relación, que a saber son:
la operación intelectual, las concepciones jurídicas, la realidad extramental y la
actuación jurídica. Vayamos, pues, en el mismo orden.

a) La causa eficiente más inmediata del derecho-relación era la prudente


operación intelectual que relaciona lo justo. En cada relación jurídica deberá
haber una operación intelectual distinta numérica y formalmente, para hallar lo
justo en cada caso; con lo cual, tal multitud de operaciones intelectuales no
puede justificar una fuerte unidad del sistema jurídico. En cambio, sí lo puede
hacer la virtud de la prudencia, a su modo. La prudencia es un hábito intelectual
de la razón práctica que ayuda a la inteligencia a hallar los fines (que por serlo
son “buenos”) y los medios convenientes para llegar a ese fin, para dar a cada
uno “lo justo”.
24

Por tanto, ella necesariamente debe darse en toda relación de justicia donde es
necesario descubrir la verdad de “lo justo”, para luego poder darlo. Sin la
prudencia el Derecho-relación no nace. La prudencia, además de ser causa
eficiente del Derecho, determina formalmente lo que será el Derecho-relación.

b) Las concepciones jurídicas son el conjunto de conocimientos previos que


determinan la operación intelectual que relaciona por primera vez lo justo (el
derecho-relación). Cuando las concepciones jurídicas son generalizadas, es
decir, no aisladas, también son causa de la unidad del orden jurídico. Las
costumbres populares, las tradiciones y la cultura centenaria definen
radicalmente lo que es el derecho en cada sitio.

Si las concepciones jurídicas son erradas, serán causa de unidad de un orden


jurídico errado, cuya unidad es más deficiente que la del orden jurídico
verdadero, porque el mal es menos “efectivo” (o eficiente) que el bien. Además,
como lo falso se contradice con la verdad, las ideas jurídicas erradas se
enfrentarán con las correctas que esa misma sociedad mantenga.

c) La realidad extramental también es causa eficiente de una unidad muy fuerte


del sistema jurídico. Ella “mide” y determina el pensamiento: el derecho se
construye mentalmente sobre cosas reales, no sobre mitos, fábulas o leyendas.

El intelecto conoce la forma de la realidad, ausculta en su ser y en sus


potencialidades, descubre para qué sirven las cosas, cuáles son sus fines…
para luego valorarla jurídicamente creando una concepción jurídica y
discerniendo lo que es justo en cada caso. La realidad extramental comprende el
entorno corporal, las cosas, las acciones externas y las personas.

Cada uno de estos elementos da una cierta unidad al sistema jurídico. La que
menos unidad proporciona es el entorno corporal que es de naturaleza más
circunstancial y cambiante, con lo que difícilmente podrá dar por largo tiempo
25

unidad al orden jurídico. Las cosas y las acciones externas varían menos, y son
capaces de unificar alguna rama del derecho (v. gr. el derecho de bienes raíces,
el derecho informático, el derecho penal, el derecho de los contratos, etc.), más
carecen de fuerza para dar unidad a todo el universo jurídico.

El único extremo con suficiente fuerza y cohesión para dar unidad a todo el
ordenamiento es la persona humana, porque es ella la que concreta y mide lo
justo; en ella comienzan y finalizan todas las relaciones jurídicas y sociales.

d) Por última causa eficaz tenemos la “actuación jurídica”, que comprende todo
el actuar volitivo humano que produce efectos jurídicos: ahí se encuentran la ley,
los actos y negocios jurídicos, la jurisprudencia, etc. Sin duda, ella también
proporciona una cierta unidad al sistema jurídico, en la medida en que es eficaz.
No son eficaces las leyes, los contratos, las sentencias, etc., que no se conocen;
por otro lado, tienen una eficacia mermada aquellas decisiones que no se
cumplen.

Son más eficaces las normas más reales, verídicas y racionales, que las más
irreales, falsas e irracionales (caben grados), porque metafísicamente bonum
difusui sui, lo más perfecto es lo más activo, lo racional fácilmente disuade,
mientras lo errado, tuerto o confuso, escaso o ningún efecto jurídico genera. En
ocasiones hay la tentación del desaliento pesimista: uno ve el panorama de su
país y todas las leyes vigentes son defectuosas. Se ha de admitir, entonces, que
toda obra humana —incluida la ley— es perfectible; pero a la vez conviene
observar que las buenas leyes, las que el pueblo entiende mejor por ser más
racionales, se cumplen mejor que las malas leyes que el pueblo instintivamente
busca evadir.

Por otro lado, observamos que están llamadas a ser más eficaces las normas
más abstractas y las normas superiores: las más abstractas porque abarcan
26

más casos de la realidad, y las normas superiores, porque condicionan a un


mayor número de supuestos (leyes, actos, negocios, etc.).

Los actos y negocios, simples o jurídicos, así como la jurisprudencia


especialmente la que no crea precedente, tienen una eficacia más puntual, y por
tanto carecen de fuerza suficiente para unificar todo el sistema jurídico.
Considerada la actuación jurídica desde el punto de vista de quien actúa, habría
que decir algo similar: las autoridades menores poca pujanza tienen para con
sus actos unificar la totalidad del orden jurídico; en cambio, las autoridades
mayores la tienen en mayor grado.

En la monocracia de cualquier índole (v. gr. dictadura, monarquía hereditaria,


monarquía constitucional, etc.) la autoridad suprema unifica significativamente el
sistema jurídico. El Aquinate aludió a esta causa eficiente cuando, para fines
teológicos, observó que “necesariamente debemos afirmar que el mundo está
gobernado por uno solo” y que “la multitud es mejor gobernada por uno que por
muchos”.

La actuación jurídica parte siempre de una concepción del derecho: la voluntad


solo puede decidir sobre lo que le presenta el intelecto. Por eso, si la concepción
jurídica es errada, también lo será la actuación jurídica, y al revés. Pongamos un
ejemplo: aunque la Constitución consagre a todos los ciudadanos el derecho a la
seguridad social, quienes lo desconozcan en la práctica se verán impedidos de
beneficiarse de ella. Cuando salgan de su ignorancia, podrán acudir a las
puertas del seguro social para cobrar los valores a los que por ley tienen
derecho.

10.4. La causa final

La causa final es la meta, el objetivo, el punto de llegada, la proyección


hacia la que se mueve el agente (el que actúa como causa eficiente).
27

Para el agente el fin se identifica con lo bueno. Hay dos clases de cosas
buenas: lo bueno en sí, que se busca por sí mismo, y lo bueno por otro (el
medio o instrumento) que se busca debido a un bien ulterior.

Los fines de las cosas pueden ser próximos o inmediatos, intermedios y


fin último o absoluto. Los fines intermedios no se justifican en sí mismos,
sino que son fines debido a un fin ulterior o último: sin ese fin último nada
se justifica, nada tiene razón de ser. Por otro lado, los fines son objetivos
si se consideran en abstracto, o subjetivos, cuando un sujeto concreta
esos fines objetivos para su vida.

La máxima unidad de hecho y de derecho que se puede dar al


ordenamiento jurídico viene por la vía de la causa final no inmediata.
Como dijimos, los fines admiten una gradación en la medida en que se
acerquen al fin último humano: los medios apuntaban directamente a los
fines próximos, estos miran a los intermedios, estos a su vez a los
remotos, y estos se justifican en el fin último.

Comenzamos el análisis hablando de las causas más inmediatas, para


remontarnos a las que lo son menos. En cuanto a las causas inmediatas
de lo jurídico tenemos que:

a) La relación jurídica mira al pago de lo justo


b) El derecho-subjetivo (que es una facultad para…) se da para exigir,
poseer o ejercitar alguna cosa justa.
c) La ley positiva tiene por objetivo inmediato el de crear una cierta
medida de lo justo en los casos regulados; y,
d) El Derecho-relación tiene su razón de ser metafísica en la sustancia
humana, porque en ella inhiere y, desde otro punto de vista, tiene también
por causa final inmediata determinar el pago de lo debido en cada caso
concreto.
28

Estas finalidades tan inmediatas y numerosas difícilmente unifican el


ordenamiento jurídico, pudiendo a lo sumo solo unificar un sector o rama
del derecho. El análisis de los fines próximos e intermedios del derecho
debe ser más matizado. La ley tiene por causa próxima lo políticamente
conveniente en cada tiempo y lugar, y por causa intermedia el bien
común.

De hecho, el bien común subjetivo (el bien común de cada sociedad, que
a nivel estatal en buena parte está definido por las leyes superiores del
país) es un importantísimo factor de unidad del sistema jurídico.

En cambio, las causas próximas e intermedias del Derecho-relación (y del


Derecho-subjetivo a través suyo) son los fines que la inteligencia, las
potencias de la realidad corporal y la voluntad humana marcan a cada
cosa. La inteligencia descubre para qué sirven las cosas, cuál es su
finalidad; la realidad evidencia su ser potencial, aquello por donde se
puede crecer y llegar a un fin superior (nadie tiene por fin lo que excede a
sus potencias); por último, la voluntad determina qué camino seguir para
llegar al fin, sancionando leyes, realizando actos jurídicos, suscribiendo
contratos, etc.

Además, los fines intermedios del Derecho-relación tienden lejanamente


hacia el bien común de la sociedad. En consecuencia, un buen grado de
coincidencia se da entre los fines próximos e intermedios de la ley, del
Derecho subjetivo y del Derecho-relación. Como estos fines abarcan
sectores más amplios que los de la realidad mental e intencional, por eso
son capaces de unificar en mayor grado el ordenamiento jurídico.

Y como el fin más alto unifica más, el fin último de la persona humana
será el que mayor grado de cohesión proporcione al ordenamiento
29

jurídico, a las leyes vigentes, al derecho-relación, a los derechos


subjetivos y a cualquier género y número de relaciones jurídicas.

Es preciso que haya un fin último humano para que pueda existir un
ordenamiento jurídico de la humanidad. Sin él, los derechos humanos
carecen de sentido: no pasan de ser postulados escritos, vociferados y
hasta aplaudidos, pero que se quedarán en meros postulados o entes de
pura razón, a los que les falta una razón última de ser.

La naturaleza del fin último del ser humano in genere es indiscutida: es la


felicidad, la vida feliz de Aristóteles, el sumak kawsay de los indígenas
andinos, “la vida realizada” de los filósofos clásicos, “la vida digna” de los
juristas modernos y contemporáneos. Mas no siempre se coincide en qué
sea aquello que hace feliz al ser humano. Metafísicamente observamos
que nadie se realiza más allá de sus posibilidades: solo se puede llegar a
ser, lo que hoy se es en potencia, como, por ejemplo, un niño no espera
ser a futuro un halcón o una ballena, sino una persona adulta. Las
potencias humanas marcan los fines humanos (la vista, ver; la
inteligencia, conocer; el tacto, tocar, etc.); las potencias más altas marcan
los fines más altos.

Hay un orden en las potencias humanas que se palpa cuando estas se


dañan: no es lo mismo perder el tacto que el oído, el gusto que la vista…
La infelicidad más profunda para el ser humano consiste en perder lo más
alto que puede alcanzar (la verdad y el amor de amistad), aunque se
tenga todo lo inferior. Así, el ebrio que tiene todos los sentidos
embotados, pero no es capaz de razonar está menos realizado como
persona y se parece más a un animal, que el sabio que sufre alguna
incomodidad.
30

Por cualquiera de las cuatro causas analizadas se concluye que la base más
fundamental y decisiva de la unidad del sistema jurídico es la persona humana:
ella es la base material del sistema jurídico, es quien le da forma, es el agente
del derecho y, sobre todo, es la que con su naturaleza marca los fines del
mundo jurídico.

Desde otro punto de vista, hace falta un principio de unidad fuerte para que el
ordenamiento sea compacto y coherente, y ontológicamente la unidad más
fuerte en el universo es la unidad propia del acto de ser personal: solo ella
puede dar una fuerte cohesión al ordenamiento jurídico. Existe una interesante
relación entre las causas que unifican el ordenamiento jurídico y las fuentes del
derecho. En realidad, son las mismas: los principios de unidad son las cuatro
causas metafísicas estudiadas y, a su vez, estas cuatro causas metafísicas son
también las fuentes del Derecho.

El ordenamiento jurídico de un país también encuentra su unidad en la persona


humana, pero añade otros principios de unidad más circunstanciales: unas
mismas autoridades, una norma suprema común que subjetiviza los fines y
valores objetivos (v. gr. la constitución), unas reglas homogéneas para todos, un
grupo de ciudadanos con similares características, circunstancias, historia, etc.
Por estos principios circunstanciales de unidad es posible distinguir los
ordenamientos jurídicos de los diferentes países, mientras por la unidad de la
persona humana es posible establecer lo común que hay entre los diferentes
ordenamientos estatales y arribar a nociones como las de ius cogens, Derecho
global o Derecho natural.

Pero aún resulta posible encontrar un apoyo más último, más fuerte y completo
de la unidad del sistema jurídico global, que rige no solo sobre las personas,
sino también sobre las cosas. Como vimos, las cosas también son “jurídicas” en
cuanto están relacionadas con el mundo del derecho. Por tanto, para encontrar
31

el principio de unidad último del orden jurídico hemos de remontarnos a la causa


de las personas y de las cosas.

Tomás de Aquino decía que Dios es uno por su simplicidad, por su infinita
perfección y … por la unidad del mundo. Todo lo existente está íntimamente
ordenado, ya que unas cosas sirven a las otras. Las cosas diversas no
convergerían en un orden a no ser que fueran ordenadas por uno. Pues lo
múltiple se coordina mejor dentro del orden que establece uno al que establecen
muchos ya que el uno es causa de unidad, mientras que lo múltiple lo es solo
accidentalmente, esto es, en cuanto de algún modo es uno.

Así pues, como quiera que aquello que es primero es, en cuanto tal, lo más
perfecto y no accidentalmente, es necesario que lo primero a lo que se reduce
todo en un orden sea uno solo. Y esto es Dios.

En consecuencia, el fundamento absolutamente último de todo orden también


del jurídico es Dios. Sin Dios no hay ni derecho, ni orden jurídico. O dicho al
revés: si hay un orden jurídico, si verdaderamente hay un derecho, Dios existe.
Alguno podría preguntarse, entonces, acerca de ciertos ordenamientos jurídicos
humanos que no parecen tener su causa en Dios, como los regímenes jurídicos
instaurados por Hitler, Stalin o cualquier tirano. Habría entonces que ratificarse
en lo dicho: tales sistemas de leyes injustas no son Derecho, justamente por
estar desorientados, desorganizados, por no buscar adecuadamente los fines
humanos mediatos, ni últimos. De hecho, ni siquiera cabría calificar a tales
regímenes de injustos, absurdos o ilegítimos sino apelásemos a un principio de
justicia de orden superior.

11. El orden del ordenamiento jurídico

Sea cual fuere la definición más conveniente de “ordenamiento jurídico”, parece


indiscutible que por ser un “ordenamiento” deberá tener algún “orden”. Una
32

buena definición de orden la encontramos en Ramírez, para quien: … el orden


consiste esencialmente en una relación entre varias cosas, distintas y
desiguales, pero con alguna conveniencia entre ellas, que se relacionan, ante
todo, con algo único y primero, o sea, con un principio, según un antes y un
después, o según más o menos; de suerte que la correlación o coordinación
entre sí de los distintos miembros de cada orden es secundaria, y depende de la
relación primordial de todos ellos respecto del principio primero o máximo,
dentro de ese orden. Como se ve, la misma noción de orden exige la presencia
de algún principio ordenador.

Al igual que no hay unidad sin principio unificador, tampoco hay orden sin un
principio ordenador que causa ese orden. De hecho, ambos principios están
estrechamente relacionados y coinciden en buena medida. Tomás de Aquino, al
hablar de la causalidad de este principio ordenador, observaba que “lo que es lo
primero en cada orden” es “causa de todo lo que en dicho orden viene después”.

Con lo cual, ya podemos relacionar el principio ordenador con las fuentes del
derecho (= cuatro causas metafísicas), y ellas con el principio unificador del
ordenamiento jurídico (que dijimos que eran las mismas cuatro causas clásicas).
Pero conviene ir un poco más despacio en este profundo asunto. Los principios
ordenadores pueden ser reales o lógicos (de mera razón).

Los reales se basan directamente en la realidad de las cosas y comprenden las


cuatro causas clásicas (material, formal, eficiente y final). En cambio, los
principios lógicos, que copian de alguna forma la estructura de la realidad, dan
algún orden mental a las cosas con una relación que no necesariamente se
reproduce en la realidad.

A la metafísica jurídica le interesan más los principios reales que los lógicos. Ya
hemos analizado cómo las cuatro causas clásicas son capaces de unificar el
ordenamiento jurídico, cada una a su modo; sería un absurdo pretender que la
33

causa material unifique con el mismo grado y fuerza el orden jurídico, que la
causa eficiente.

Hay que decir, además, que dentro de todos los principios ordenadores adquiere
especial relevancia la causa final que, como dicen los clásicos, es la causa
causarum que justifica en último término toda la causalidad. No en vano decía el
Aquinate que “la esencia del orden proviene del fin”. Todo orden tiene una causa
final. No hay orden sin fin, ni ordenamiento jurídico sin fin humano.

Estas básicas nociones metafísicas fueron atacadas constantemente por Kelsen,


quien fue “decididamente antifinalista”. Pero es impensable un orden sin
principio ni fin. Quien entiende bien las máximas metafísicas simplemente no
puede concebir un sistema jurídico sin fines. Sin un fin el orden que pudiera
conseguir el ordenamiento jurídico sería muy precario, carente de todo sentido:
una sería una agregación como la de las arenas de la playa o la de los sacos
apilados de cemento, estaríamos ante una multiplicidad de normas, derechos,
relaciones o formas jurídicas que quién sabe por qué suerte les ha tocado estar
una al lado de la otra.

A lo sumo, se lograría un orden formal donde “todo coincide” o, más


propiamente, “tiende a coincidir” y un injustificado orden eficiente, porque el
agente produciría el derecho sin motivo alguno: accionaría, operaría, haría cosas
como un loco sin un motivo final. Kelsen logró desarrollar en su Teoría pura del
derecho un orden de este estilo, puramente formal; con el influjo de Merkl y la
aparición de la nomodinámica, se ahondó algo en el orden dado por la
causalidad eficiente, sin reparar que no hay orden eficiente, ni formal, si detrás
no hay un fin que mueva a actuar y a ser de un modo determinado.

Ante estos olvidos la metafísica recuerda que las causas están intrínsecamente
interconectadas entre sí: “el fin mueve al agente, el agente educe la forma, y la
forma organiza la materia”. Otra persona que descuidó la causa final en el
34

derecho fue Luhmann, quien con gran coherencia dedujo que en el sistema
jurídico (que para él estaba unido solo por la producción normativa, no por
ningún fin) era prácticamente imposible que existiera un orden. En el fondo, su
concepción ilimitadamente abierta del orden jurídico (donde cualquier cosa
pensada puede ser Derecho) le impide apreciar que la producción de normas
tiene un sentido, un fin humano que es el que organiza todo el sistema.

Pasarán los años y aparecerán movimientos como el del neoconstitucionalismo,


“nuevo” quizá por desear superar la visión kelseniana que destacará que los
fines básicos del ser humano juegan un papel de primera categoría en el
Derecho. La forma, el texto escrito de la norma (aunque sea la misma
constitución) pasará a considerarse como “medio” o “instrumento” que facilita
alcanzar los verdaderos derechos de las personas. El neoconstitucionalismo
quita los acentos de la causa formal del derecho que en ocasiones queda
totalmente olvidada y los pone en la causa final, que para sus defensores
ostenta una primacía absoluta.

Todo ordenamiento jurídico se estructura en base a un criterio jerárquico en las


leyes. Así se construye un sistema de predominancia entre las de más amplio
rango sobre las más locales o específicas.

Dicha jerarquía se comprende a partir de la llamada Pirámide de Kelsen, una


forma de representación gráfica que organiza los distintos tipos de leyes y
normativas del ordenamiento jurídico.

En la cima se encuentran las leyes constitucionales y los tratados


internacionales firmados por los países, y en la base las leyes e instituciones
locales o parroquiales, pasando por diversos peldaños. Cada ordenamiento
jurídico establece su propia Pirámide de Kelsen.

12. Normas constitucionales


35

Estas son de aplicación general, creadas por la Asamblea Nacional


Constituyente, la cual es el órgano de tipo extraordinario y temporal.

La Constitución Política de la República de Guatemala posee preeminencia y


primacía sobre las leyes constituciones; esto es, que el hecho de que tanto la
Constitución como las leyes constitucionales sean creadas por una Asamblea
Nacional Constituyente, no implica que se encuentren en el mismo nivel.

Art. 175 de la CPRG. Jerarquía constitucional. Ninguna ley podrá contrariar las
disposiciones de la Constitución. Las leyes que violen o tergiversen los
mandatos constitucionales son nulas ipso jure. Las leyes calificadas como
constituciones requieren para su reforma, el voto de las dos terceras (2/3) partes
del total de diputados que integran el Congreso, previo dictamen favorable de la
Corte de Constitucionalidad.

13. Normas ordinarias

Normas de aplicación general, creadas principalmente, por el Congreso de la


República, órgano permanente y ordinario, por medio del Proceso Legislativo e
iniciativa de Ley, aprobada por votación calificada o votación simple. Art 125 Ley
Orgánica del Organismo Legislativo y Art. 177 CPRG, el proceso se encuentra
regulado del Art. 176 al 180 CPRG.

14. Normas reglamentarias

Estas normas tienen por objeto fundamental establecer los mecanismos para la
aplicación de las leyes ordinarias. Son creadas por los tres poderes del estado:
Ejecutivo, Legislativo y Judicial.
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15. Normas individualizadas

De aplicación particular. Se objetivizan en una o más personas, pero claramente


identificadas, sobre las cuales constituyen correlaciones de derechos y
obligaciones.

Una característica común de las leyes constitucionales y ordinarias es que son


de aplicación general; por el contrario, las normas jurídicas individualizadas son
de aplicación particular; es decir, se aplican a personas determinadas, que
hablando en términos procesales o contractuales diríamos las partes. Entre esta
clase de normas podemos citar: los contratos, los convenios de trabajo y las
sentencias.

16. Lagunas jurídicas

Se conoce como laguna jurídica, vacío legal o limbo jurídico a los asuntos
concretos que carecen de legislación en un ordenamiento jurídico determinado.

Es una situación de vacío jurídico, pues no existe una norma sancionada que
permita saber qué hacer o cómo enfrentarla. Por lo tanto, exige de los jueces y
juristas la elección de una norma sustitutiva, es decir, a elegir alguna ley que
regule un asunto semejante o que pueda de alguna forma aplicarse también.

17. Antinomias jurídicas

Similarmente, se llama antinomias jurídicas a las contradicciones entre las


normas de un mismo ordenamiento jurídico, o sea, al caso en que dos o más
normas apliquen para un mismo aso indicando conductas o resoluciones
distintas o incluso contradictorias.

Dicha antinomia puede ser total (cuando debe elegirse entre una de las dos
normas para aplicar) o parcial (cuando el asunto del que una norma se ocupa
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está incluido también en el de otra distinta a otro sentido). Un ordenamiento


jurídico coherente y bien diseñado, en primer lugar, debería carecer totalmente
de antinomias jurídicas.

También se procura atender a la causa material del derecho: se mira más la


realidad del pobre que sufre, que “el derecho a no sufrir” formalmente
consagrado en el texto constitucional. En general, hoy se acepta ampliamente la
existencia de unos fines en el derecho y en el ordenamiento jurídico. Se discute,
sin embargo, cuáles son y qué naturaleza tienen. Los positivistas a ultranza
seguirán diciendo que el único fin jurídico es el fin objetivo de la ley (ley
fundamental, si se quiere); otros anclarán los fines en los valores sociales, en la
“voluntad general”, o en otros raros elementos que Kelsen calificaba de
“metajurídicos” y que no darán más que una forzada unidad al sistema jurídico.

Más problemas tendrán los que ven al derecho en términos subjetivistas,


quienes desde su visión atomista corren el peligro de caer en un anarquismo
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que no acepta ninguna ley, ni autoridad superior que dé unidad al sistema


jurídico (olvidando la unidad y el orden que proporciona la causalidad eficiente
común). Por su parte, los iusnaturalistas tenderán a dar una unidad y orden
fuerte al ordenamiento cimentándolo en la única naturaleza humana (en sus
fines naturales, inclinaciones, potencias, etc., dependiendo del autor), pero si
descuidan el resto de los principios de unidad, habrán dado un mal servicio al
derecho.

Aquí, la metafísica vuelve a arrojarnos luz: si el derecho es eminentemente


humano, y como vimos antes, el ser humano no puede tener más fines que los
que permiten sus potencias espirituales y corporales, luego los fines últimos del
derecho no pueden ser otros que los mismos fines que posibilita la naturaleza
humana.

El alimento no es un derecho subjetivo protegido por la ley porque así lo dice la


constitución, la sociedad o la voluntad general: lo es porque así lo determina la
naturaleza. Habrá que añadir, por lo demás, que no todas las potencias son
igualmente importantes: no se valora igual la pérdida de un ojo, que la de un
dedo, que la serenidad para pensar o la capacidad para amar. Un ser viviente
que carece de inteligencia no es un ser humano, sino un animal o una planta. De
la jerarquía de las potencias naturales deriva la jerarquía de los fines humanos,
que son también los fines jurídicos.

A la indisoluble relación metafísica que existe entre potencias y fines humanos,


se pueden añadir otras relaciones más. Las potencias humanas no solo marcan
los fines, sino que también determinan cuáles son los valores del derecho, los
bienes jurídicos y los primeros principios del derecho.

Valor es aquello que se estima como bueno, y el bien humano solo puede ser
aquel ente concreto capaz de configurarse como fin de las potencias humanas.
No es bueno para el ser humano planear como los pájaros, ni enterrarse en la
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tierra como un topo, pues su naturaleza no le ofrece esas posibilidades. Y de los


fines, valores y bienes humanos nacen los primeros principios de la actuación,
que no son sino aquellas guías para la realización personal, para conquistar lo
bueno y lo valioso, los fines de la persona humana.

De ahí la intrínseca relación que existe entre potencias-fines-bienes-valores-


primeros principios. Sucede, además, que el ser humano es solo uno. Por ello,
esos fines humanos, esos valores y primeros principios serán también los fines
del ordenamiento jurídico, los valores jurídicos y los primeros principios del
derecho. Obtenemos así la fórmula que liga las potencias humanas-fines-bienes-
valores-primeros principios del derecho, que organiza el ordenamiento jurídico,
con el mismo orden jerárquico de las potencias humanas. Nuevamente, la
naturaleza humana con todas sus potencialidades es el elemento más integrador
del Derecho.

18. Decreto Ley en el Ordenamiento Jurídico Guatemalteco

Decreto ley, dice Ossorio es la “disposición de carácter legislativo que, sin ser
sometida al órgano adecuado, se promulga por el Poder Ejecutivo, en virtud de
alguna excepción circunstancial o permanente, previamente determinada.
Por regla general, los decretos leyes representan un medio abusivo e
inconstitucional de que se valen los gobiernos de facto para dictar normas de
que necesitan; es decir, para ejercer las facultades usurpadas al poder
legislativo, único que puede dictar leyes de acuerdo con las Constituciones de
régimen democrático. De ahí que, al restablecerse la normalidad constitucional,
una de las medidas que adopta en Congreso es determinar la validez o la
nulidad de cada uno de esos decretos leyes.
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Algunos gobiernos de facto han prescindido de denominar así a sus


disposiciones legislativas, a las que abiertamente han llamado leyes,
numerándolas como tales, no obstante, la falta de intervención del poder
legislativo. Los problemas institucionales a que puede dar lugar esa modalidad
fácilmente se advierten.
Estos Decretos-Leyes, emitidos por gobiernos de facto, se producen a raíz de un
golpe de Estado. Con este tipo de decretos, en Guatemala se han derogado
constituciones y al final, cuando hay un retorno a un Estado de Derecho o
Estado Constitucional los mismo quedan como parte del ordenamiento jurídico –
leyes ordinarias- pues la misma constitución los avala y les da validez jurídica.
En Guatemala la Constitución Política de la Republica, dentro de las
disposiciones transitorias y finales en su artículo 16, establece el reconocimiento
de la validez jurídica de los Decretos- leyes emanados del gobierno de la
República a partir del 23 de marzo de 1982, así como todos los actos
administrativos y de gobierno realizados de conformidad con la ley a partir de la
fecha.
Después de transcurridos más de quince años del retorno a la constitucionalidad
del Estado de Guatemala, aún existen un sinnúmero de Decretos leyes, que se
encuentran vigentes y que constituyen parte de la estructura jurídica del Estado.
Naturalmente desde el momento que la propia Constitución, a través del artículo
mencionado, les da validez jurídica a los Decretos-Leyes y a los actos
administrativos de los gobiernos de facto, constituyen fuente importante del
Derecho guatemalteco, pues adquieren fuerza legal y forman parte de nuestro
ordenamiento jurídico pudiendo equipararlos, dentro de la jerarquía normativa,
como leyes ordinarias.
La misma situación aconteció con la Constitución de 1965:
Constitución Política de la República de Guatemala, decretada el 15 de
septiembre de 1965. Titulo X. Disposiciones transitorias finales. Capitulo único.
Artículo 10.
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La Carta Fundamental de Gobierno contenida en Decreto número 8, de fecha


diez de abril de mil novecientos sesenta y tres, continuará en vigor hasta el
cuatro de mayo de mil novecientos sesenta y seis.
Se reconoce validez jurídica a los Decretos-Leyes emanados del Gobierno de la
República, así como a todos los actos administrativos y de gobierno realizados
de conformidad con la ley, a partir del treinta y uno de marzo de mil novecientos
sesenta y tres, inclusive.
Por lo expuesto, Decretos Leyes como el número 106 Código Civil y 107 Código
Procesal Civil y Mercantil emitidos por un jefe de gobierno se encuentran aún
vigentes como normas ordinarias.

18. Conclusiones

Finalmente, el ordenamiento jurídico posee intrínsecamente una fuerte “unidad


de orden”. Tal unidad y orden se fundamentan en las cuatro causas metafísicas
de la realidad (material, formal, agente y final). Dentro de ellas cobra primacía la
causa final. Una doctrina que no tome en cuenta todas las causas del
ordenamiento jurídico resultará siempre incompleta.
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Por otro lado, los pocos autores que han tratado acerca de la unidad y del orden
del ordenamiento jurídico se han focalizado en una o dos causas, descuidando
las demás. En concreto, los neokantianos tienden a poner el orden jurídico en la
base material de la conciencia, intelecto, etc., donde está el “deber ser”. Kelsen,
Merkl, y el positivismo normativo en la causa formal, y algo en la causa eficiente.
Luhmann, con su teoría de la autopoiesis del ordenamiento jurídico, pone la
unidad en la producción normativa (causa eficiente), pero niega el orden del
sistema. El neoconstitucionalismo pone todos los acentos en el fin del
ordenamiento: los derechos subjetivos de las personas.

Entre tantos, las causas de unidad y orden del ordenamiento jurídico se verifican
principalmente en:
 La virtud de la prudencia;
 La fuerte unidad de la persona humana;
 La sociabilidad propia de nuestra naturaleza que crea grupos humanos
con mayor o menor cohesión;
 Las concepciones jurídicas generalizadas
 La actuación jurídica más abstracta y general, como las leyes
fundamentales;
 Las autoridades eficaces más altas, donde está en primer lugar la
Suprema autoridad divina.
 La fórmula potencias-fines-bienes-valores-principios humanos; y,
 La jerarquía de las potencias humanas, que redunda en la jerarquía de
los fines, valores y principios del derecho.

19. BIBLIOGRAFIA
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Carrió, G. (2000). Recurso de Amparo y Técnica Judicial. Buenos Aires,


Argentina.

Martinez-Villalba, J. C. (2014). Unidad y Orden Metafisicos del


Ordenamiento Jurídico. Ecuador: Universidad de la Sabana.

México, U. N. (2020). El Ordenamiento Jurídico. México: Biblióteca


Jurídica.

Zagarra, C. E. (2020). Breve estudio sobre la noción de Orden jurídico.


México: Director del Centro de Investigaciones judiciales del Poder
Judicial.

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