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Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft

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Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft: feminismo e Ilustración.

Olympe de Gouges y Mary Wollstonecraft fueron dos figuras destacadas del feminismo
durante la Revolución Francesa e inicios del siglo XIX. Ambas tuvieron una gran
repercusión en la historia del feminismo en general ya que plantearon ideas radicales y
valientes en una época en la que las mujeres no eran consideradas ciudadanas plenas ni
tenían acceso a la educación y las oportunidades que les permitieran desarrollar sus
capacidades. Sus ideas fueron revolucionarias para su época y su legado ha inspirado a
generaciones de mujeres que han luchado por la igualdad de género.

Olympe de Gouges.

Olympe de Gouges fue una escritora y activista política francesa nacida en Montauban en
1748 y fallecida en París en 1793. Su nombre real era Marie Gouze, pero adoptó el
seudónimo de "Olympe de Gouges" para proteger su reputación como escritora.

A lo largo de su vida, Olympe de Gouges se convirtió en una figura importante en la lucha


por los derechos de las mujeres y de los esclavos. En 1791, escribió la "Declaración de los
Derechos de la Mujer y la Ciudadana", una respuesta a la Declaración de los Derechos del
Hombre y del Ciudadano de 1789, que no incluía a las mujeres en su alcance. En esta obra
argumentó que las mujeres tienen los mismos derechos naturales e inalienables que los
hombres, y que la ley debe garantizar estos derechos. También denunció el matrimonio
forzado, la discriminación laboral y el acceso limitado de las mujeres a la educación.

Además de esta obra, Olympe de Gouges escribió otras obras en las que abogaba por la
abolición de la esclavitud en las colonias francesas y la igualdad de derechos entre hombres
y mujeres, como "La esclavitud de los negros" (1792) y "La igualdad de los sexos" (1790).

Por otro lado, criticó a la monarquía y la nobleza francesa. Sin embargo, su activismo
político la llevó a enfrentarse a muchos enemigos poderosos, incluyendo a Maximilien
Robespierre, líder de la Revolución Francesa.

En su obra "Le Prince Philosophe" (El príncipe filósofo), publicada en 1789, Olympe de
Gouges criticó la noción de que los monarcas eran elegidos por Dios para gobernar y que
su autoridad era indiscutible. En su lugar, argumentó que el poder debe provenir del pueblo
y que la monarquía absoluta era incompatible con la libertad y la igualdad.

En su obra "La France Sauvée, ou le Tyran Détrôné" (Francia salvada, o el tirano


destronado), publicada en 1792, Olympe de Gouges denunció al rey Luis XVI por su falta de
preocupación por el bienestar del pueblo y por la opresión y el abuso de poder por parte de
la monarquía.

En 1793, Olympe de Gouges fue arrestada por sus escritos políticos y ejecutada en la
guillotina. Sus escritos y su activismo político la han convertido en un icono de la lucha por
los derechos de las mujeres y la justicia social en todo el mundo.

Texto Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana.


Preámbulo.
Las madres, hijas, hermanas, representantes de la nación, piden que se las constituya en
asamblea nacional. Por considerar que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los
derechos de la mujer son las únicas causas de los males públicos y de la corrupción de
105 gobiernos, han resuelto exponer en una declaración solemne, los derechos naturales,
inalienables y sagrados de la mujer a fin de que esta declaración, constantemente
presente para todos los miembros del cuerpo social les recuerde sin cesar sus derechos y
sus deberes, a fin de que los actos del poder de las mujeres y los del poder de los
hombres puedan ser, en todo instante, comparados con el objetivo de toda institución
política y sean más respetados por ella, a fin de que las reclamaciones de las ciudadanas,
fundadas a partir de ahora en principios simples e indiscutibles, se dirijan siempre al
mantenimiento de la constitución, de las buenas costumbres y de la felicidad de todos.
En consecuencia, el sexo superior tanto en belleza como en coraje, en los sufrimientos
maternos, reconoce y declara, en presencia y bajo 105 auspicios del Ser supremo, los
Derechos siguientes de la Mujer y de la Ciudadana.

Artículo I.
La mujer nace libre y permanece igual al hombre en derechos, Las distinciones sociales
sólo pueden estar fundadas en la utilidad común.

Artículo II.
El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e
imprescriptibles de la Mujer y del Hombre; estos derechos son la libertad, la propiedad,
la seguridad y, sobre todo, la resistencia a la opresión.

Artículo III.
El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación que no es más que la
reunión de la Mujer y el Hombre: ningún cuerpo, ningún individuo, puede ejercer
autoridad que no emane de ellos.

Artículo IV.
La libertad y la justicia consisten en devolver todo lo que pertenece a los otros; así, el
ejercicio de los derechos naturales de la mujer sólo tiene por límites la tiranía perpetua que
el hombre le opone; estos límites deben ser corregidos por las leyes de la naturaleza y de la
razón.

Artículo V.
Las leyes de la naturaleza y de la razón prohíben todas las acciones perjudiciales para la
Sociedad: todo lo que no esté prohibido por estas leyes, prudentes y divinas, no puede
ser impedido y nadie puede ser obligado a hacer lo que ellas no ordenan.

Artículo VI.
La ley debe ser la expresión de la voluntad general; todas las Ciudadanas y Ciudadanos
deben participar en su formación personalmente o por medio de sus representantes.
Debe ser la misma para todos; todas las ciudadanas y todos los ciudadanos, por ser
iguales a sus ojos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y
empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y
sus talentos.

Artículo VII.
Ninguna mujer se halla eximida de ser acusada, detenida y encarcelada en los casos
determinados por la Ley. Las mujeres obedecen como los hombres a esta Ley rigurosa.

Artículo VIII.
La Ley sólo debe establecer penas estricta y evidentemente necesarias y nadie puede ser
castigado más que en virtud de una Ley establecida y promulgada anteriormente al
delito y legalmente aplicada a las mujeres.

Artículo IX.
Sobre toda mujer que haya sido declarada culpable caerá todo el rigor de la Ley.

Artículo X.
Nadie debe ser molestado por sus opiniones incluso fundamentales; la mujer tiene el
derecho de subir al cadalso; debe tener también igualmente el de subir a la Tribuna con
tal que sus manifestaciones no alteren el orden público establecido por la Ley.

Artículo XI.
La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos
más preciosos de la mujer, puesto que esta libertad asegura la legitimidad de los padres
con relación a los hijos. Toda ciudadana puede, pues, decir libremente, soy madre de un
hijo que os pertenece sin que un prejuicio bárbaro la fuerce a disimular la verdad; con la
salvedad de responder por el abuso de esta libertad en los casos determinados por la
Ley.

Artículo XII.
La garantía de los derechos de la mujer y de la ciudadana implica una utilidad mayor;
esta garantía debe ser instituida para ventaja de todos y no para utilidad particular de
aquellas a quienes es confiada.

Artículo XIII.
Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, las
contribuciones de la mujer y del hombre son las mismas; ella participa en todas las
prestaciones personales, en todas las tareas penosas, por lo tanto, debe participar en la
distribución de los puestos, empleos, cargos, dignidades y otras actividades.

Artículo XIV.
Las Ciudadanas y Ciudadanos tienen el derecho de comprobar, por sí mismos o por
medio de sus representantes, la necesidad de la contribución pública. Las Ciudadanas
únicamente pueden aprobarla si se admite un reparto igual, no sólo en la fortuna sino
también en la administración pública, y si determinan la cuota, la base tributaria, la
recaudación y la duración del impuesto.

Artículo XV.
La masa de las mujeres, agrupada con la de los hombres para la contribución, tiene el
derecho de pedir cuentas de su administración a todo agente público.
Artículo XVI.
Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no esté asegurada, ni la separación
de los poderes determinada, no tiene constitución; la constitución es nula si la mayoría
de los individuos que componen la Nación no ha cooperado en su redacción.

Artículo XVII.
Las propiedades pertenecen a todos los sexos reunidos o separados; son, para cada uno,
un derecho inviolable y sagrado; nadie puede ser privado de ella como verdadero
patrimonio de la naturaleza a no ser que la necesidad pública, legalmente constatada, lo
exija de manera evidente y bajo la condición de una justa y previa indemnización.

Epílogo.
Mujer, despierta; el rebato de la razón se hace oír en todo el universo; reconoce tus
derechos. El potente imperio de la naturaleza ha dejado de estar rodeado de prejuicios,
fanatismo, superstición y mentiras. La antorcha de la verdad ha disipado todas las nubes
de la necedad y la usurpación. El hombre esclavo ha redoblado sus fuerzas y ha
necesitado apelar a las tuyas para romper sus cadenas. Pero una vez en libertad, ha sido
injusto con su compañera. ¡Oh, mujeres! ¡Mujeres! ¿Cuando dejaréis de estar ciegas?
¿Qué ventajas habéis obtenido de la revolución? Un desprecio más marcado, un desdén
más visible. [...] Cualesquiera sean los obstáculos que os opongan, podéis superarlos; os
basta con desearlo.

Mary Wollstonecraft.

Mary Wollstonecraft (1759 - 1797) fue una escritora y filósofa británica, considerada una de
las pioneras del feminismo. Nació en Spitalfields, Londres, y fue la segunda de siete
hermanos. Su padre -un fabricante de tejidos- era un individuo violento que maltrataba a su
madre -ama de casa-, lo que indudablemente dejará secuela en el sentir de la joven Mary.

El leit motiv de su vida, el presupuesto ineludible del que queda testimonio en varios
de sus escritos, es que la mujer consiga independencia económica. Para alcanzarla, como
todas las mujeres de su tiempo, educadas y pobres, Mary no tenía más que dos caminos: el
matrimonio o el trabajo. Como no quería el matrimonio ocupó las profesiones que la reglas
de decencia de la época permitían a las mujeres, en la idea de que esa independencia
garantizaría la autonomía personal y el respeto propio y de la sociedad, y dado que
prácticamente las únicas opciones eran la de dama de compañía, maestra o institutriz,
desempeñó las tres. Fue dama de compañía en Bath, fundadora de una pequeña escuela
en Newington Green, e institutriz en Irlanda con la familia Kingsborough, trabajo del que fue
despedida. Presumiblemente ello se debió a su complicada relación con la señora
Kingsborough en quien Mary veía el prototipo de mujer rica, con todos los defectos que
criticará en su obra: coquetería, exagerada debilidad, corrupto y manipulador poder y a la
vez dependencia mogigata de los hombres para conseguir su identidad como persona.

Su primera obra publicada fue Thoughts on the Education of Daughters (Pensamientos


sobre la educación de las hijas), en 1787, donde abogó por una educación igualitaria para
mujeres y hombres.
En 1790, Wollstonecraft viajó a París para seguir de cerca la Revolución Francesa y allí
conoció al filósofo y escritor estadounidense Thomas Paine. También conoció a Gilbert
Imlay, con quien tuvo una hija, Fanny. Sin embargo, su relación fue turbulenta y terminó en
fracaso.

En 1792, Wollstonecraft publicó su obra más importante, A Vindication of the Rights of


Woman (Una vindicación de los derechos de la mujer), en la que argumentó que las
mujeres eran seres humanos racionales y merecían los mismos derechos que los hombres,
incluyendo la educación y el derecho al voto. Esta obra es considerada una de las primeras
defensas del feminismo moderno.

Wollstonecraft se casó con el filósofo y escritor William Godwin en 1797 y quedó


embarazada poco después. Desafortunadamente, murió de una infección después de dar a
luz a su segunda hija, Mary, quien más tarde se convertiría en la famosa escritora Mary
Shelley, autora de Frankenstein o el moderno Prometeo (1818)

A pesar de su corta vida, Mary Wollstonecraft tuvo un impacto significativo en la lucha por la
igualdad de género y su obra sigue siendo relevante hoy en día. Sus ideas influyeron en el
movimiento sufragista del siglo XIX y continúan inspirando a las feministas en todo el
mundo.

A Vindication of the Rights of Woman (Una vindicación de los derechos de la mujer) consta
de dos partes: en la primera, Wollstonecraft analiza la educación de las mujeres y en la
segunda, aborda temas políticos y sociales relacionados con la mujer.

En la primera parte, Wollstonecraft argumenta que la educación tradicional de las mujeres


las convierte en seres pasivos e ignorantes, que solo sirven para complacer a los hombres.
Ella aboga por una educación igualitaria para mujeres y hombres, argumentando que la
educación es esencial para desarrollar la razón y la virtud. Wollstonecraft cree que las
mujeres deben tener acceso a la misma educación que los hombres, para que puedan
contribuir plenamente a la sociedad y no sean simplemente objetos pasivos de deseo
masculino.

En la segunda parte, Wollstonecraft argumenta que las mujeres tienen los mismos derechos
que los hombres, incluyendo el derecho al voto, la propiedad y la igualdad ante la ley. Ella
critica la idea de que las mujeres son naturalmente inferiores a los hombres y argumenta
que esta idea se basa en la ignorancia y la opresión. Wollstonecraft también critica el
matrimonio, que en su época se consideraba una institución opresiva para las mujeres.

En relación a la primera parte de la obra y en contraposición a la idea igualitaria propuesta


por Wollstonecraft, podemos mencionar el "Emilio o la Educación", obra escrita por Jean-
Jacques Rousseau en 1762 que se enfoca en la educación del personaje principal, Emilio,
desde su infancia hasta la adultez. La obra es ampliamente considerada como una de las
más influyentes en la historia de la educación, pero también ha sido objeto de críticas por
parte del movimiento feminista. En la obra, Rousseau presenta su visión de la educación
ideal para un niño varón (representado por Emilio), pero su enfoque es completamente
masculino. No aborda la educación de las niñas (representadas por Sofía), ya que según
Rousseau, la educación de las mujeres debería ser limitada a la realización de su papel
como madres y esposas. Esta perspectiva es criticada por los movimientos feministas,
quienes argumentan que esta visión limitada de la educación femenina perpetúa la opresión
de las mujeres y las mantiene en una posición subordinada en la sociedad. Además,
Rousseau sostiene que la naturaleza de las mujeres es esencialmente diferente a la de los
hombres y que, por lo tanto, necesitan una educación diferente y menos rigurosa. Esta
perspectiva es vista por muchos críticos como sexista y limitante para las mujeres. El
movimiento feminista también critica la idea de Rousseau de que las mujeres deben ser
sumisas y obedientes a sus esposos. Esta idea es vista como perpetuando la subordinación
de las mujeres en la sociedad y limitando su libertad y autonomía. En general, el
movimiento feminista ha criticado la obra de Rousseau por su falta de perspectiva de
género, ya que presenta una visión limitada y sexista de la educación de las mujeres. La
educación es vista como una herramienta poderosa para la igualdad de género y las críticas
feministas a "Emilio o la Educación" se centran en la necesidad de una educación equitativa
y justa para ambos géneros.

Precisamente Wollstonecraft critica en su Vindicación esta visión sexista de la educación


presentada en "Emilio o la Educación" de Rousseau, argumentando que las mujeres tienen
derecho a una educación igualitaria y que deben ser consideradas como seres racionales y
autónomos capaces de contribuir a la sociedad de la misma manera que los hombres.
Wollstonecraft sostiene que la educación de las mujeres debe incluir no solo habilidades
domésticas, sino también formación en artes, ciencias, literatura y política. Así, la autora
reivindica para la nueva Sofía un rol de mujer caracterizado por la racionalidad y basado en
su propia capacidad intelectual, que le llevará a la autonomía y no al sentimentalismo. En
general, la obra de Wollstonecraft defiende la igualdad de género y critica la opresión
patriarcal de las mujeres en la sociedad y en la educación.

En otra obra, María o los agravios de la mujer (The wrongs of woman, 1798), Wollstonecraft
también critica esta obra de Rousseau, y presenta una historia paralela de una mujer
llamada Maria, quien lucha por su liberación y por el derecho a una educación igualitaria y
justa. Wollstonecraft argumenta que la educación desigual de las mujeres es responsable
de la opresión y la injusticia que enfrentan en la sociedad. En esta obra, Wollstonecraft
defiende la igualdad de género y critica la subordinación patriarcal de las mujeres en la
sociedad y en la educación, en una forma similar a "Una vindicación de los derechos de la
mujer". La novela, tanto filosófica como gótica, narra la historia de una mujer internada por
su esposo en un hospital psiquiátrico. Se centra en los «agravios sufridos por la mujer» a
nivel social más que individual, y critica lo que Wollstonecraft consideraba como la
institución patriarcal del matrimonio en la Gran Bretaña del siglo XVIII y al sistema legal
que la protegía. Sin embargo, la incapacidad de la protagonista para renunciar a sus
fantasías románticas también acusa a las mujeres de ser propensas a sumirse en un
sentimentalismo falso y dañino. La novela fue pionera en la celebración de la sexualidad
femenina y en la identificación entre mujeres de distintas clases.

En su ensayo "Thoughts on the Education of Daughters" (Reflexiones sobre la educación


de las hijas) escrito en 1787, Wollstonecraft argumenta que las mujeres tienen derecho a
una educación completa e igualitaria, que incluye habilidades prácticas, conocimientos
académicos, y formación en valores éticos y políticos. Wollstonecraft critica la educación
sexista que se les da a las mujeres, que las limita a ser esposas y madres obedientes, y
propone una educación más amplia y abierta para las mujeres, que les permita realizar su
potencial y contribuir al bien común.

Sigue la línea propuesta por Wollstonecraft, la obra "Emilie, ou la Sensibilité" (Emilia, o la


Sensibilidad) escrita por Madame de Charrière en 1762. Esta obra es una respuesta crítica
a "Emilio o la Educación" de Rousseau, y presenta una heroína femenina, Emilie, quien
cuestiona la educación sexista que recibe y lucha por su independencia y autonomía. La
obra aborda temas como el matrimonio, la maternidad, la libertad, y la igualdad de género, y
se considera un ejemplo temprano de literatura feminista.

Madame de Charrière, como Wollstonecraft, criticó la educación sexista que se les daba a
las mujeres en la época, y su obra cuestiona la visión de Rousseau sobre la educación de
las mujeres. "Emilie, ou la Sensibilité" es una obra importante en la literatura feminista, y ha
sido valorada por su visión de una mujer independiente y autosuficiente, que busca su
propio camino en la vida.

Simone de Beauvoir en su obra "Emilie & Voltaire" (1957) aborda la relación entre Emilie du
Châtelet y Voltaire, dos intelectuales franceses del siglo XVIII, y critica la visión sexista de la
educación y la filosofía presentada en "Emilio o la Educación" de Rousseau. De Beauvoir
argumenta que la educación sexista limita la capacidad de las mujeres para alcanzar su
potencial intelectual y creativo, y defiende la igualdad de género en la educación y en la
sociedad. "Emilie & Voltaire" es considerada una obra importante en la literatura feminista y
en la crítica literaria, y ha sido valorada por su enfoque en la historia de las mujeres y en la
defensa de la igualdad de género en la educación y en la cultura.

Fragmentos de Vindicación por los derechos de la mujer y la ciudadana.

«Es tiempo de efectuar una revolución en los modales de las mujeres, tiempo de
devolverles su dignidad perdida y hacerlas trabajar, como parte de la especie humana, para
reformar el mundo, mediante su propio cambio (...) es vano esperar virtud de las mujeres
hasta que no sean independientes de los hombres en cierto grado; más aun, es vano
esperar esa fortaleza del afecto natural que las haría buenas esposas y madres. Mientras
dependan absolutamente de sus maridos, serán arteras, ruines y egoístas; y los hombres a
quienes les puede satisfacer un afecto servil semejante al del perro de aguas no tienen
mucha delicadeza, porque el amor no ha de comprarse»

«Que si los hombres luchan por su libertad y se les permite juzgar su propia felicidad, ¿no
resulta inconsistente e injusto que subyuguen a las mujeres, aunque crean firmemente que
están actuando del modo mejor calculado para proporcionarles felicidad? ¿Quién hizo al
hombre el juez exclusivo, si la mujer comparte con él el don de la razón?. E impulsada por
ese convencimiento exclama, Benigno Creador de toda la raza humana, ¿has creado a un
ser como la mujer, que puede descubrir tu sabiduría en tus obras y sentir que solo tú eres
exaltado sobre ella por la naturaleza, sin un propósito mejor? ¿Puede creer que sólo se la
creó para someterse al hombre, su igual, un ser que, como ella, fue enviado al mundo para
adquirir virtud? ¿Puede consentir que se la ocupe sólo en complacerlo, simplemente para
adornar la tierra, cuando su alma es capaz de alzarse a ti? ¿Y puede permanecer en
dependencia absoluta de la razón del hombre, cuando debe subir con él los arduos
escalones del conocimiento? (...) debe cultivarse el entendimiento para salvar a la pobre
criatura del estado frágil y dependiente que se sigue de la ignorancia inofensiva. Porque el
uso adecuado de la razón es lo único que nos hace independientes de todo, excepto de la
misma razón despejada, a cuyo servicio esta la libertad perfecta»

«Quiero persuadir a las mujeres para que traten de conseguir fortaleza, tanto de mente
como de cuerpo, y convencerlas de que las frases suaves, el corazón impresionable, la
delicadeza de sentimientos y el gusto refinado son casi sinónimos de epítetos de la
debilidad, y que aquellos seres que son sólo objetos de piedad y de esa clase de amor que
se ha calificado como su gemela pronto se convertirán en objetos de desprecio»

«Hermanas mías, […] tenéis que adquirir esa sobriedad mental que sólo inspira la ejecución
de las obligaciones y la búsqueda de conocimiento o permaneceréis en una situación
dependiente de duda y sólo se os amará mientras seáis hermosas! […]
Las mujeres civilizadas de nuestro siglo, con unas pocas excepciones, sólo desean
fervientemente inspirar amor, cuando debieran abrigar una ambición más noble y exigir
respeto por su capacidad y sus virtudes […] Deben ser conscientes de que el poder
ilegítimo que obtienen al degradarse es una maldición y de que deben volver a la naturaleza
y la igualdad. La debilidad, la inocencia que tanto se predica del bello sexo, no es más que
una forma cortés e interesada de llamar a la ignorancia. Se nos aconseja desde niñas
convertirnos sólo en animales gentiles y domésticos, ¡de qué modo tan grosero nos
insulta quien así nos aconseja! […] Pero sea amada o descuidada, su primer deseo debe
consistir en hacerse respetable y no depender para toda su felicidad de un ser sujeto a sus
mismas debilidades».

Bellas e inocentes: ese era el canon de glamour de la época. El mantenimiento de la belleza


y la obediencia ciega al hombre se decía que eran las mejores prendas de una mujer. A
Wollstonecraft le parece inadmisible que en la sociedad a la que pertenece los
conocimientos y comportamientos que se esperan de una mujer sean afectados, mezclados
con un absurdo e irreal romanticismo que señala que su poder está en la belleza (corporal),
en la seducción, en definitiva, en el vicio.

«Dejemos espacio a sus facultades para que se desarrollen y que sus virtudes se
fortalezcan […] Cultivemos sus mentes, démosles el freno saludable y sublime de los
principios y permtitámosles obtener una dignidad consciente al sentirse sólo dependientes
de Dios. Enseñémosles, en común con los hombres, a someterse a la necesidad, en lugar
de dar un sexo a la moral para hacerlas más placenteras. Mas aún, si la experiencia
demuestra que no pueden lograr el mismo grado de fortaleza mental, perseverancia y
entereza, dejemos que sus virtudes sean de la misma clase, aunque luchen vanamente
para obtener el mismo grado; y la superioridad del hombre estará igualmente clara, si no
más (...) si tanto el hombre como la mujer comparten la misma capacidad racional que
deriva de Dios, excepto la diferencia física, todas las distinciones entre los sexos son
resultado de convenciones sociales y diferencias en la educación para hombres y
mujeres»

«Se ha de conducir a las mujeres a respetarse, han de abrirse para ellas los temas políticos
y morales como el único medio de conseguir que atiendan apropiadamente sus obligaciones
domésticas, porque una mente activa abarca todo el círculo de sus deberes y encuentra
tiempo suficiente para todos. Porque, ¿ha nacido la mujer solo para procrear y morir?
¿Cómo puede una mujer falta de reflexión educar a sus hijos? ¿Cómo puede inclinarlos
hacia las virtudes que desconoce, o hacia el mérito del que no tiene idea? Sólo puede
consolarlos o reprenderlos; hacerlos insolentes o tímidos; los hará fanfarrones o zopencos
ignorantes, pero nunca logrará hacerlos juiciosos o amables, porque en definitiva, sería tan
sabio esperar maíz de la cizaña o peras del olmo, como esperar que una mujer necia e
ignorante sea una buena madre»

Wollstonecraft no era partidaria del matrimonio, alejándose del pensamiento y del destino
casi exclusivo para la mujer en su tiempo. No compartía esa idea, y de hecho, fue
tardíamente, y quizá para salvar la situación de su hija en la tradicional y conservadora
Inglaterra, cuando contrajo matrimonio al saber que estaba embarazada. El destino que la
naturaleza había ideado para la mujer, y para lo que había de prepararse, era para ser
esposa y madre. Ella admite a regañadientes ese destino natural de la mujer pero
no suscribe que sea el único. Reclama que el primer deber de toda mujer es hacia ella
misma, como criatura racional, y a continuación en cuanto a importancia, como ciudadana,
está el de madre, que incluye muchos otros.

«Como se ha insistido en que el destino propio de la mujer es la crianza de los hijos, esto
es, el establecimiento de los cimientos para que la generación en ciernes posea una salud
sólida tanto de cuerpo como de alma, la ignorancia que las incapacita resulta contraria al
orden de las cosas. Y sostengo que sus mentes pueden dar mucho mas de sí o nunca se
convertirán en madres juiciosas […] por ello si los hombres rompieran con generosidad
nuestras cadenas y se contentaran con la camaradería racional en lugar de la obediencia
servil, hallarían en nosotras hijas más obsequiosas, hermanas más afectuosas,
esposas más fieles y madres más juiciosas; en una palabra, mejores ciudadanas. Entonces
los amaríamos con afecto verdadero, porque aprenderíamos a respetarnos a nosotras
mismas, y la paz mental de un hombre valioso no sería perturbada por la necia vanidad de
su esposa, ni los niños se irían a cobijar a un pecho extraño, al no haber encontrado nunca
un hogar en el de su madre»

Se rebela contra la ignorancia impuesta a la mujer, contra la negación de la posibilidad de la


razón y las diferencias de raciocinio entre los sexos, y defiende que tanto el hombre como la
mujer comparten la misma capacidad racional que deriva de Dios. Reitera que si ser esposa
y madre es el destino que la naturaleza reserva a las mujeres, se las ha de educar para que
puedan cumplirlo.

No se resigna y repite que las mujeres podrían estudiar el arte de curar y ser médicas y
enfermeras, o formarse en otros ámbitos y de este modo podrían dedicarse a tareas muy
diferentes si se las educara de manera más ordenada, lo que salvaría a muchas de la
prostitución común y de la legal. Puede parecer fuerte o demasiado efectista esta
terminología, pero ella considera que el matrimonio, única tabla de salvación para conseguir
el sustento de la mujer, es en realidad, tal y como estaba planteado, con total sometimiento
de la mujer al marido, su ignorancia, su indefensión, etc. una prostitución legal y así insiste:

«Es cierto que se les proporciona alimento y ropa sin que se esfuercen o tengan que dar
vueltas; pero a cambio entregan salud, libertad y virtud».
Señala que todo ello se debe, en buena parte, al estado de indolencia en el que se educa a
las mujeres, a las que siempre se enseña a buscar un hombre que las mantenga y a
considerar sus personas la recompensa adecuada por los esfuerzos para mantenerlas, y
exclama casi con rabia:

«¡Cuántas mujeres malgastan de este modo sus vidas, presas del descontento, cuando
podían haber trabajado como médicas, haber regido una granja o dirigido una tienda, y
mantenerse erguidas, sostenidas por su propia industria, en lugar de bajar las cabezas
sobrecargadas con el rocío de la sensibilidad, que consume la belleza a la que al principio
da lustre! ¡Cuánto más respetable es la mujer que se gana su pan cumpliendo un deber que
la belleza más lograda!».

Continuando la comparación, recalca que a los hombres se los prepara en su juventud para
distintas profesiones, sin considerar el matrimonio el gran acontecimiento de sus vidas,
mientras que las mujeres, por el contrario, no tienen otro proyecto para agudizar sus
facultades.

«De que la educación descuidada de mis semejantes es la gran fuente de la calamidad que
deploro y de que a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables por una
variedad de causas concurrentes, originadas en una conclusión precipitada (...) La
instrucción que han recibido las mujeres hasta ahora sólo ha tendido a convertirlas en
objetos insignificantes del deseo ¡meras propagadoras de necios!, si puede probarse que al
pretender adiestrarlas sin cultivar sus entendimientos se las saca de la esfera de sus
deberes y se las hace ridículas e inútiles cuando pasa el breve florecimiento de la belleza,
doy por sentado que los hombres racionales me excusarán por intentar persuadirlas para
que se vuelvan más masculinas y respetables».

«La misma sucesión de pensamiento me ha llevado a imaginar que las pocas mujeres
extraordinarias que han corrido por direcciones excéntricas, fuera de la órbita prescrita para
su sexo, eran espíritus masculinos confinados por error en estructuras femeninas».
Se refiere Wollstonecraft a la realidad imperante al respecto no sólo en la sociedad inglesa
sino en toda Europa, de que a la mujer que pretendía aprender, tener mejor educación,
trabajar y ganarse la vida sin depender de nadie, se le consideraba una anormalidad de la
naturaleza, marisabidilla, entrometida, mitad masculina, y por ende, muy poco femenina,
porque ya se sabe, «fue creada para ser juguete del hombre, su sonajero, y debe
cascabelear en su oído cuando quiera que, desechando la razón, le apetezca divertirse. Se
las hizo para ser amadas y no deben aspirar al respeto, si no quieren ser acosadas por la
sociedad como masculinas». Pero ella no se arredra y a pesar de esos apelativos casi
insultantes recomienda a las mujeres: «Sed siempre prudentes en demostrar vuestro buen
juicio, pues se pensará que asumís una superioridad sobre el resto de los presentes. Y si
por casualidad tenéis algún conocimiento, guardarlo como un profundo secreto,
especialmente de los hombres, que en general miran con ojos celosos y malignos a una
mujer de gran talento y entendimiento cultivado».

Exige que se eduque a la mujer en los mismos principios, en las mismas técnicas y
en los mismos conocimientos que a los hombres. No se negaba a las damas el derecho a
ser educadas pero se mantenía que su educación debía ser doméstica, mientras que al
hombre se le había de formar para los negocios, para los grandes asuntos y para la política.
Por ello, a las mujeres se les enseñaban las nociones básicas de lectura, escritura y labores
del hogar, mientras que a los hombres se les educaba en las matemáticas, la economía, las
ciencias, la historia, etc. Ella pide igualdad de trato y de educación para mujeres y hombres,
que no haya diferencias, que se eduquen juntos y de la misma manera.

Wollstonecraft está convencida de que la única vía posible para superar esa situación de la
mujer es la educación, que sólo si se le educa podrá ser independiente y le será reconocida
su dignidad como mujer y como persona:
«Al luchar por los derechos de la mujer, mi argumento principal se basa en este principio
fundamental: si no se la prepara con la educación para que se vuelva la compañera del
hombre, detendrá el progreso del conocimiento y la virtud; porque la virtud debe ser común
a todos o resultará ineficaz para influir en la práctica general […] Las mujeres consideradas
no sólo criaturas morales, sino también racionales deben tratar de adquirir las virtudes
(perfecciones) humanas por los mismos medios que los hombres, en lugar de ser educadas
como una especie de fantásticos seres a medias».
Ella está convencida de que la única solución para superar la desigualdad, el sometimiento
y menosprecio de la mujer es la educación, y así:
«Al luchar por los derechos de la mujer, mi argumento principal se basa en este principio
fundamental: si no se la prepara con la educación para que se vuelva la compañera del
hombre, detendrá el progreso del conocimiento y la virtud; porque la virtud debe ser común
a todos o resultará ineficaz para influir en la práctica general […]
Las mujeres consideradas no sólo criaturas morales, sino también racionales deben tratar
de adquirir las virtudes (perfecciones) humanas por los mismos medios que los hombres, en
lugar de ser educadas como una especie de fantásticos seres a medias». […]
Si el matrimonio es el fundamento de la sociedad, todo el género humano debe educarse
según el mismo modelo o la relación entre los sexos nunca merecerá el nombre de
camaradería, ni las mujeres cumplirán las obligaciones propias de su sexo, hasta que se
conviertan en ciudadanas ilustradas, hasta que sean libres al permitírseles ganar su propio
sustento e independientes de los hombres […] del mismo modo que un hombre es
independiente de otro», e insiste, «el matrimonio nunca se conservará como algo sagrado
hasta que las mujeres, al ser criadas con los hombres, estén preparadas para ser sus
compañeras en lugar de sus concubinas».

Igualdad y dignidad para la mujer, a través de la educación, porque ello traerá todo
lo demás.
«No veremos mujeres afectuosas hasta que se establezca una mayor igualdad en la
sociedad; hasta que se confundan los rangos y sean libres, no veremos esa felicidad
doméstica dignificada, cuya grandeza sencilla no pueden disfrutar las mentes ignorantes o
viciadas […] La razón y la experiencia me convencen de que el único método para conducir
a las mujeres a cumplir sus obligaciones particulares es librarlas de todo freno al permitirles
participar de los derechos inherentes al género humano».

Ahora bien, en todo ese proceso las mujeres no están, ni deben estar solas, por ello
sugiere: «Hagamos a las mujeres criaturas racionales y ciudadanas libres, y rápidamente se
volverán buenas esposas y madres, esto es, si los hombres no descuidan los deberes de
maridos y padres». Wollstonecraft opina que nada cambiará si los hombres no se implican
en el proceso y si bien es verdad que a medida que la política sana vaya difundiendo la
libertad, la humanidad, incluidas las mujeres, se hará mas sabia y más virtuosa, ese es un
camino a recorrer conjuntamente con los varones, pues todo ello afecta por igual a unas y a
otros.

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