2023 04 05 - Laicos - Varones - 5 Días - Semana Santa - 06 Infierno

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EJERCICIOS ESPIRITUALES

06 – Infierno
1. Oración
[46] Oración. La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones,
acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.

2. Composición de lugar
El primer preámbulo composición, que es aquí ver con la vista de la imaginación la longura, anchura y
profundidad del infierno.

3. Petición
demandar lo que quiero: será aquí pedir interno sentimiento de la pena que padescen los dañados, para que si
del amor del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a los menos el temor de las penas me ayude para no venir
en pecado.

4. Puntos

4.1 REALIDAD DEL INFIERNO

La realidad del infierno es una verdad revelada. Nuestro Señor lo llama "fuego eterno", y dice
que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles; también dice que los que mueren en
voluntaria rebelión contra Dios serán arrojados junto con esos ángeles. La sensibilidad
contemporánea no acepta esta verdad porque se hace una imagen falseada de la Bondad de
Dios y de la Justicia de Dios. Pero: ¿qué nos dice la Sagrada Escritura de esta realidad?
Repasemos los principales textos:
 "Irán al tormento eterno" (Mt 25,46): eternidad y tormento.
 "Apartáos de mí, malditos, al fuego eterno" (Mt 25,41): separación de Dios y castigo
sensible.
 "Lugar de tortura" (Lc 16,28): lugar de castigo y dolor.
 "Cuanto ella (Babilonia, e.d., la ciudad de los mundanos) se dio al placer y al lujo, dadle
otro tanto de tormento y duelo" (Ap 18,7): proporcional a nuestro desenfreno en la
tierra.
 "Murió el rico y fue sepultado en el infierno" (Lc 16,22): el dolor es envolvente (sepultado
en el infierno).
 "Me abraso en estas llamas" (Lc 16,24): exceso de sufrimientos.
 "Ponerlos has igual que horno encendido" (Sal 20,10): intensidad.
 "¿Quién de nosotros podrá morar en fuego abrasador, quién de nosotros podrá morar
en ascuas eternas?" (Is 33,14): imposibilidad de resistir humanamente sus tormentos.
 "A ellos está reservada la tenebrosidad de las tinieblas eternamente" (Judas 13): tinieblas.
 "Jamás volverán a ver la luz" (Sal 48,20): tinieblas.

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 "Antes que me vaya para no volver, a la tierra de tinieblas, y sombra, tierra de negrura
como oscuridad, sombra y desórdenes" (Job 10,21-22): idem.
 "De sus cadáveres subirá el hedor" (Is 34,3): olfato.
4.2 ESENCIA DEL INFIERNO

Profundizando en estas afirmaciones reveladas, la doctrina de la Iglesia nos enseña que en el


infierno se da una doble pena: la pena de daño y la pena de sentido.

4.2.1 La pena de sentido


sabemos que existe, pero no podemos determinar con total exactitud su naturaleza. Ya vimos
los textos bíblicos que hablan de dolor, y hacen referencia al dolor físico:
-fuego
-sed
-tinieblas
-hacinamiento
-hedor
- ser comidos por un gusano que no muere

Aquí es donde hay que aplicar los sentidos:

1) Vista: tinieblas. Jamás volverán a ver la luz. La oscuridad es muy agradable para dormir, pero
no para vivir todo el tiempo. Sin luz no podemos vivir. Pero habrá luz suficiente como para ver
el rostro de los condenados, horribles, deformes, con una mirada desorbitada y morbosa.

2) Oído: allí será el llanto y el rechinar de dientes. Blasfemias, insultos, gritos de desesperación
y dolor (¿nunca oyeron gritar a un hombre que se quema o que no soporta más un dolor?).
¡Cómo se tiraban de las torres gemelas! Lamentos, llantos, gemidos.... todo el tiempo... todo el
tiempo, no hay paz, no hay tranquilidad.

3) Olfato: “subirá el hedor de sus cadáveres” (Is 34, 3). Olor a azufre. El P. Pío decía que la
confesión es el baño del alma, y que hay que lavarla cada ocho días. Acá se trata de almas
muertas; olor a pecados.

4) Gusto: una gota que refresque la punta de mi lengua (pedía el rico epulón de la parábola).
¡Una sed desesperante! Cuántas veces la experimentamos, pero sabiendo que tarde o
temprano, aunque sea un poco de agua tomaríamos. Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me
pegue la lengua al paladar... El pecador se olvidó de Jerusalén (es decir del cielo, de Dios)
Beberán sus propias lágrimas amargas.

5) Tacto: abrasarme en llamas. Un segundo tocando algo caliente y no lo soportamos. Cuerpos


pesados. Hacinamiento, se chocarán unos con otros, como las vacas en un camión. Sensación

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de ahogo y asfixia. Como si estuviéramos metidos en un nicho, o en un cajón fúnebre, pero


vivos. Desesperación. Ya no nos quedan uñas para rasgar las puertas del infierno.

S. Agustín.: “El fuego de la tierra, en comparación con el fuego del infierno, no es más que
fuego pintado”.

Cada uno habrá de padecer en aquello mismo en que se desordenó ofendiendo a Dios. Cada
pecado tendrá su propio castigo. Hay un texto del Kempis, que lo describe así:

“El hombre será más castigado en lo que más ha pecado. Allá los perezosos serán estimulados
con aguijones ardientes y los golosos serán atormentados por una horrorosa hambre y sed; allá
los lascivos y los amantes de deleites terrenales serán rodeados de brea ardiente y hediondo
azufre, y los envidiosos aullarán de dolor como perros rabiosos. No habrá vicio que no tenga su
propio tormento. Allí los orgullosos serán colmados de humillación y los avaros reducidos a la
más extremada miseria. Allí una hora de pena será pero que aquí cien años de amarga
penitencia. Allí no habrá ningún descanso ni consuelo para los condenados aquí, por lo menos
de vez en cuando, uno se alivia del trabajo y disfruta de la compañía de los amigos.”(I, 24)

Y todo esto para toda la eternidad.... Cualquier sufrimiento que podamos tener en esta tierra
sin lugar a dudas que no va a ser tan intenso como los del infierno. Y aún cuando lo fueran
siempre tenemos la esperanza de que terminarán en algún momento. Esta esperanza no existe
en el infierno.
Pensamiento de la eternidad eleva y purifica el alma. “¡Gran pensamiento el de la eternidad!”, lo
llama S.A.
Una vez un monje se encontraba almorzando y en un momento se le vino el pensamiento de la
eternidad, y quedó tan pasmado que no podo comer más.

4.2.2 La pena de daño


Es la esencia del infierno, es la privación de Dios; la separación eterna de sumo bien. Y
constituye lo más espantoso del infierno. Lo más dramático del infierno no es lo que más asusta
a la mayoría, a saber, las penas sensibles. Lo que aterra del infierno es no ver a Dios: “no los
conocerá aquél Dios a quien no quisieron conocer en la vida” (s. Agustín)
Por eso decía sabiamente S. Alfonso, doctor de la iglesia: “todas las demás penas, apenas si son
penas comparadas con esta pena....ni todas ellas juntas, forman el infierno, sino el haber
perdido a Dios”.
Más terrible que la muerte… y porque el hombre rechaza a Dios
Salvar quiere decir liberar del mal radical. Semejante mal no es solamente el progresivo
declinar del hombre con el paso del tiempo y su abismarse final en la muerte. Un mal aún más
radical es el rechazo del hombre por parte de Dios, es decir, la condenación eterna como
consecuencia del rechazo de Dios por parte del hombre. Juan Pablo II, Cruzando el umbral de
la Esperanza, PLAZA & JANES, Chile (19942), p. 86

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El hombre rechaza a Dios


Existe también el destino a la condenación eterna, que no es otra cosa que el definitivo rechazo
de Dios, la definitiva ruptura de la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En ella no
es tanto Dios quien rechaza al hombre como el hombre quien rechaza a Dios. JUAN PABLO II,
Cruzando el umbral de la Esperanza, PLAZA & JANES, Chile (19942), pp. 87-88.

La creatura creada por Dios y para Dios, pierde definitivamente el sentido de su vida, de su
existencia. En el momento de su condenación:
-el pecador será sentirá con la mayor intensidad el hambre de Dios...
-y tendrá la plena conciencia de que jamás la podrá saciar. Será como un desgarramiento
interior. El alma será atraída, pero a la vez rechazada.
y verá con toda claridad que es por su culpa. Suelen decir los teólogos que el gusano que no
muere, del cual habla la Escritura, no es otra cosa que la conciencia de los condenados que día y
noche le estará carcomiendo haber desaprovechado tantas oportunidades para salvarse:
confesiones, ejercicios espirituales, buenos consejos recibidos, etc.

En fin, se padecerá en todas las potencias:

La felicidad del entendimiento es el reposo en contemplación de la verdad, sobre todo de toda


verdad, pero no podrá descansar en ella, serán lanzados fuera de Dios; quedará fijado en la
mentira.

La felicidad de la voluntad es amar el bien infinito poseído como mío. El condenado verá que
Dios es el bien infinito, pero que le arroja y excluye de su posesión de su amor con una fuerza
infinita. Esto producirá la obstinación en odiar a Dios a todo lo que participa de su bondad; el
odio será el tormento eterno de su voluntad.

La felicidad del sentimiento es el goce de la belleza en su plenitud. El condenado verá que


Dios es la belleza infinita, pero que le excluye de esta fruición. Se obstinará en lo feo y
monstruoso, sabiendo que así aumenta el tormento de sus facultades estéticas.

Ninguna de las palabras que hemos dicho puede explicar del todo lo que es la pena de daño
que priva al condenado de la posesión de Dios. ¿Quién puede expresar lo que será el contacto
del odio y de la maldición de Dios?

Recordemos que las dificultades que nuestra razón busca contra la eternidad del infierno son
hijos del sentimentalismo. Dios es Padre, Dios es amor, es misericordia; pero el tiempo del
amor misericordioso es esta vida; la eternidad es el tiempo de justicia divina, lo mismo para los
santos que para los condenados. También ha de estar la hora en que se haga justicia al amor
misericordioso. Dios ha prometido toda clase de perdones en esta vida; la eternidad la ha

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reservado siempre para la justicia. Manera que en definitiva, no es Dios quien condena al
pecador, sino el pecador bien se condena a sí mismo.

Como decía San Gregorio Magno el pecador peca “in suo eterno”, en su eternidad. Porque en el
momento de pecar el preferiría que Dios no existiese, porque está yendo en contra de Él. La
muerte lo único que hace es hacer eterno ese instante, esa elección.

Porque quien pasa toda la vida hasta el último momento abusando la divina misericordia que
se le ofrece generosamente, huye del amor y se arroja en las manos de la justicia divina.
¡Es tremendo caer en las manos del Dios vivo! (Cf. Heb 10, 31)

“Si el infierno no existiese sería el triunfo del pecador. Llegaría el momento en que saldría con
la suya. La pena como aniquilante es nula” P. Hurtado

Juan Pablo II se pregunta:


¿Puede Dios que ha amado tanto al hombre permitir que este lo rechace hasta el punto de
querer ser condenado a perennes tormentos? Y sin embargo las palabras de Cristo son
univocas, en Mateo (cfr. 25,46) habla claramente a los que irán al suplicio eterno. ¿Quiénes
serán éstos? La Iglesia nunca se ha pronunciado al respecto. Es un misterio verdaderamente
inescrutable entre la santidad de Dios y la conciencia del hombre. Cruzando el umbral… p. 186.
Por más crudo, por más difícil que parezca es la verdad. Y así como creemos en la Trinidad, así
como creemos que Cristo es Dios, que existe el cielo, que existe el alma, a la misma altura
tenemos que creer que existe el infierno.
Dios no puede hacer más de lo que hizo: su Hijo murió en la Cruz por nos. Hacer algo más sería
aniquilarnos porque tendría que obligarnos a ser buenos, y con eso ya no seríamos seres libres.
El respeta hasta las últimas consecuencias nuestra libertad.

4.3 REFLEXIONAR… Y COLOQUIO

 “Loco es quien considera la verdad del infierno y no se determina a ser santo de una
vez”. S. Alfonso Ma. de Ligorio
 Otra vez se nos pone delante aquel hecho que tanto nos movía a admiración en los
ejercicios de los pecados: que no estoy en el infierno, a pesar de haberlo merecido.
 Tengo en mí plenamente la causa de la condenación; bastaba para esto una condición
que depende únicamente de Dios: que el me hubiese quitado la vida en el tiempo en que
me encontraba alejado de Él, en pecado mortal. Pues esta condición Dios no quiso
ponerla nunca, para que no me pudiese, cuando veo aquí en el infierno a tantos de
toda clase, en los cuales Dios puso aquella condición, teniendo muchos de ellos quizás
menos pecados que los míos. ¡Qué misericordia! ¡Qué amor! ¡Qué predilección!

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No sólo tengo esta prueba, diríamos negativa, del amor de Dios, que no me haya querido quitar
la vida cuando estaba en pecado; a ella ha añadido muchas otras positivas llenándome de
favores: "cómo hasta ahora siempre ha tenido de mí tanta piedad y misericordia" (del
coloquio). Es Dios quien me ha buscado a mí, no yo a Dios; es. El quien ha ido detrás de mí,
como si me necesitase; es El quien, a fuerza de gracias, casi me ha hecho imposible el
condenarme, aunque yo luchaba contra él para arrojarme en el infierno. ¡Qué misterio de
predilección!. Agradecer con toda el alma a Cristo esta bondad; y repetirme otra vez aquellas
preguntas de sabor tan fuerte y comprometedor: lo que he hecho por Cristo, lo que hago por
Cristo, lo que debo hacer por Cristo" (51).

Cuando tenga el alma saciada de estas corazonadas, repetir una y otra vez las palabras de la
petición: "Si del amor del Señor eterno me olvidaré por mis faltas, a lo menos el temor de las
penas me ayude para no venir en pecado". O mejor cambiándolas según el espíritu de San
Ignacio y según lo que necesita mi corazón lleno de amor: "Que no me olvide jamás del amor de
mi Dios y Salvador; y si mis faltas comenzasen a enfriarlo, el fuego del infierno de que me he
librado, vuelva a avivarlo más y más".

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