Realismo ¿Recuperado?: January 2021

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Realismo ¿recuperado?

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Antonio Dieguez
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Realismo ¿recuperado?
Antonio Diéguez
dieguez@uma.es

Esto es un penúltimo borrador del texto publicado como capítulo 5 en el libro de


Alejandro Rojas (ed.), New Realism in the World Picture Age, Madrid: Apeiron, 2020,
pp. 71-96. Cítese desde el texto publicado.

Hace unos meses, un amigo y colega, profesor en una universidad española, escribía un
tuit que borró al día siguiente, por alguna razón que desconozco. El tuit preguntaba:
“¿Qué idea filosófica es tan claramente falsa que muy probablemente ni siquiera el
filósofo que la propuso se la creía?”. Él mismo comenzaba con una respuesta: “Kant: el
mundo en sí es incognoscible”. Seguían otras variopintas añadidas por otros tuiteros,
como éstas: “Berkeley: cuando dejo de percibir una cosa, ésta sigue existiendo porque
Dios la percibe”, “Nietzsche: el eterno retorno”, “Nietzsche: no hay hechos, solo
interpretaciones”, “Putnam: no hay distinción entre hechos y valores”, “Latour: Ramsés
II no pudo morir de tuberculosis porque el bacilo de Koch fue descubierto (construido
socialmente) en el siglo XIX”. Yo añadí una menos clara quizás, aunque no para mí:
“Van Fraassen: nuestras teorías científicas actuales tienen éxito no porque nos
proporcionen verdades aproximadas sobre entidades inobservables, sino porque las que
no tenían éxito predictivo las hemos abandonado”. Y al día siguiente me quedé con las
ganas de añadir otra: “Vattimo: el adiós a la verdad es la base misma de la democracia”,
o bien, del mismo autor, “La diferencia entre verdadero y falso es siempre una
diferencia entre interpretaciones”.
Pues bien, el realismo es la teoría filosófica que explica por qué todas estas ideas
son falsas. Siendo esto así, y dada la popularidad que han llegado a alcanzar algunas de
ellas, es importante conocer qué sostiene el realismo y por qué ha sido tan cuestionado
desde hace ya dos siglos al menos.

1. El despegue del realismo crítico


Un malentendido frecuente entre los críticos del realismo ha sido identificarlo
con el realismo ingenuo, es decir, con la idea de que nuestra mente es un receptor
pasivo de la información que le llega del exterior (un “espejo de la naturaleza”) y que
nuestras teorías (científicas) nos permiten acceder al punto de vista de Dios: una
supuesta perspectiva única que refleja sin distorsiones ni pérdidas significativas la
realidad tal cual es en sí misma. Puede que en el pasado algunos realistas defendieran
algo semejante, aunque en mi opinión sería arduo encontrarlos, pero el realismo actual
no tiene ninguna dificultad en reconocer el papel activo del sujeto en el proceso de
conocimiento y el carácter culturalmente construido de nuestros lenguajes y de nuestros
esquemas conceptuales, sin los cuales es imposible dicho conocimiento. Del mismo
modo que no tiene dificultad en admitir que el mundo es susceptible de ser categorizado

1
y conceptualizado legítimamente de muy diversas maneras y que no existe la
conceptualización perfecta. Sólo que el realista no cree que eso impida un conocimiento
genuino de la realidad. Volveremos sobre ello.
El realismo científico crítico ha sido desarrollado fundamentalmente, con
notable éxito por cierto, a partir de los años 70 en el ámbito filosófico de habla inglesa.
La pérdida de influencia del empirismo lógico propició a finales de los 50 la aparición
de corrientes críticas, entre ellas, una de corte historicista y antirrealista, representada
fundamentalmente por el libro de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones
científicas, publicado en 1962, y otra basada en una visión realista de la ciencia,
representada inicialmente por Jack J. C. Smart, Wilfrid Sellars, Karl Popper y Grover
Maxwell; a los que siguieron Roy Bhaskar, Richard Boyd, Hilary Putnam (durante un
tiempo), Alan Musgrave, Ilkka Niiniluoto, Jarret Lepin, Philip Kitcher, Mario Bunge,
Susan Haack y Stathis Psillos, entre muchos otros autores que podrían citarse.
Cuando digo que el realismo ha cosechado un notable éxito, no hago una mera
apreciación subjetiva. Según una interesante encuesta publicada en la revista
Philosophical Studies (Bourget y Chalmers 2014), el realismo científico, una variante
del realismo crítico, es la posición mayoritaria entre los filósofos actuales de orientación
analítica que trabajan en universidades de dicho ámbito filosófico. Algo más del 75% se
declara en su favor, siendo ésta la respuesta que más votos consigue en toda la encuesta,
mientras que sólo el 11.6% se declara en favor del antirrealismo, que es una de las
posiciones filosóficas que menos respaldo recibe. Aunque esto, por supuesto, no
constituya un argumento en favor del realismo, es un dato de sociología de la filosofía
que tampoco resulta insustancial.
Pero si bien el realismo científico tiene solo unas décadas, cuenta con algunos
antecedentes importantes. En la época contemporánea, podemos apreciar un cierto
interés por el realismo a finales del siglo XIX y el inicio del XX. Es el caso, por
ejemplo, del ‘realismo crítico’ desarrollado dentro del neokantismo por autores como
Oswald Külpe y August Messer, del realismo epistemológico defendido por algunos
marxistas, como Vladimir I. Lenin, del neorrealismo propugnado por Franz Brentano,
Alexius Meinong en el ámbito de habla alemana y George Edward Moore y Bertrand
Russell en Gran Bretaña, o del realismo fenomenológico de Alexander Pfänder y
Nicolai Hartmann. Aquí podemos incluir también, con ciertos matices, a un pragmatista
como Charles S. Peirce y a los llamados ‘nuevos realistas’ norteamericanos de
principios del siglo XX (Edwin B. Holt, Walter T. Marvin, William P. Montague, Ralph
B. Perry, Walter B. Pitkin y Edward G. Spaulding1). Incluso dentro del empirismo
lógico, enemigo de cuestiones metafísicas y epistemológicas, como es bien sabido, hubo
autores con claras simpatías realistas, como Hans Reichenbach, Gustav Bergmann y
Herbert Feigl.
Sin embargo, la situación no fue la misma en todos los ámbitos culturales en los
que se desarrollaron las tradiciones filosóficas del último siglo. La división entre la
filosofía analítica y la filosofía continental (si aceptamos estos términos controvertidos)
marcó una diferencia muy clara en la disponibilidad para la aceptación de las tesis

1
Estos seis filósofos estadounidenses publicaron en 1912 un libro conjunto titulado The New Realism:
Cooperative Studies in Philosophy (Holt et al. 1912).

2
realistas. La filosofía continental quedó en manos de corrientes abiertamente
antirrealistas, cuando no neo-idealistas, como la fenomenología (en su orientación más
influyente), el existencialismo, la filosofía neo-nietzscheana, las corrientes
heideggerianas, el estructuralismo y postestructuralismo, el deconstruccionismo, la
hermenéutica y el posmodernismo en general; y estas son justamente las corrientes
contra las que se está levantado en la actualidad la decidida recuperación de las ideas
realistas dentro de esta tradición continental por parte del realismo especulativo
(Graham Harman, Quentin Meillassoux, Alberto Toscano, etc.) y del nuevo realismo
(Maurizio Ferraris, Markus Gabriel, Mauricio Beuchot, etc.) (cf. Ferraris 2012 y 2019,
Gabriel 2015, Ramírez (coord.) 2016, Castro 2020). También, por su enfoque,
podríamos considerar dentro de esta tradición continental la recuperación del realismo
que han propuesto dos filósofos americanos con formación analítica, Hubert Dreyfus y
Richard Taylor (Dreyfus y Taylor 2016).

2. Algunas causas del antirrealismo contemporáneo


Los físicos tienen buenas razones para no ser realistas (aunque muchos lo sean),
ya que una de sus teorías, la mejor confirmada de toda la historia, la teoría cuántica, es
difícilmente compatible con el realismo, al menos en la interpretación tradicionalmente
más aceptada, conocida como ‘interpretación de Copenhague’. De acuerdo con ella, la
teoría cuántica no atribuye valores definidos a ciertas propiedades de los sistemas
cuánticos hasta que no hayan sido observados o medidos. Esas propiedades, de hecho,
sólo adquieren un valor en el proceso mismo de medición, de modo que puede decirse –
y así lo hace la interpretación de Copenhague– que no existen tales propiedades con
independencia del modo en que los sistemas cuánticos interactúan con el dispositivo
experimental. Hay interpretaciones realistas de la teoría cuántica, pero son minoritarias
(aunque el número de sus partidarios parece estar creciendo en los últimos años) y el
coste a pagar por ellas es la aceptación de acciones instantáneas a distancia entre dos
partículas que han interactuado en el pasado, o universos que se bifurcan tras un acto de
medición, y otras rarezas ontológicas que resultan sumamente disuasorias.
¿Es esto una peculiaridad de la física o es una situación que puede ser extendida
a otras ciencias? Si esto último fuera el caso, el realismo científico tendría entonces
difícil la defensa de su causa, porque no parece muy recomendable una filosofía sobre la
interpretación de las teorías científicas que no pudieran asumir una buena parte de los
científicos. Pero afortunadamente las cosas no son así. Fuera de la física, en disciplinas
científicas como la química o la biología, las posiciones antirrealistas no están ni mucho
menos extendidas, ni cuentan en su favor con interpretaciones decididamente
antirrealistas y ampliamente acepadas de teorías bien asentadas. Por otra parte, en la
física se puede adoptar una perspectiva local y defender una interpretación realista de
ciertas teorías –la mecánica de fluidos, pongamos por caso– y no de otras, o sobre
ciertas entidades teóricas y no sobre otras. E incluso dentro de una teoría como la
cuántica, se podría asumir una actitud realista con respecto a la carga eléctrica del
electrón y una posición no realista con respecto a la posesión simultánea de una
posición y un momento determinados por parte de dicha “partícula”. Nada obliga, en

3
efecto, a que el realista lo deba ser respecto a todo lo que la ciencia le pone por delante
(Henderson 2018).
Las razones de los filósofos para no aceptar el realismo son más brumosas y
mucho más variadas. Buena parte del antirrealismo filosófico contemporáneo,
especialmente el ajeno a la filosofía de la ciencia, encuentra sus raíces en dos ideas muy
influyentes a lo largo del siglo XX. Por un lado, la tesis de Nietzsche sobre los límites
de nuestro lenguaje y el carácter insoslayablemente interpretativo de nuestras diversas
perspectivas sobre el mundo; por otro, la crítica de Heidegger a la dicotomía
sujeto/objeto y su insistencia en que desvelamos la realidad y nos relacionamos con ella
de modos que están siempre históricamente condicionados. Ambas ideas han llevado a
un importante sector de la comunidad filosófica que no tiene el inglés como lengua
habitual de trabajo a considerar como anatema la vieja concepción del conocimiento
como una representación verdadera de una realidad objetiva, y han fomentado la
creencia de que, por decirlo con el título de un libro de Gianni Vattimo, es hora de ir
diciendo “adiós a la verdad” (Vattimo 2010).
Sin embargo, para el realista, detrás de estas posiciones subyace de una forma
clara y efectiva lo que el filósofo australiano David C. Stove nominó, previo concurso
público, como “el peor argumento del mundo”. La historia no es demasiado conocida, y
merece la pena recordarla con algún detalle. En 1985 el filósofo australiano David
Stove, profesor en la Universidad de Sidney y bien conocido ya por su tendencia a
despertar polémicas, convocó un concurso filosófico que merece más atención de la que
ha recibido. El concurso consistió en elegir “el peor argumento del mundo” y lo que
puntuaba para obtener el premio (300 dólares australianos) eran tres criterios: la
atrocidad intrínseca del argumento, su grado de aceptación entre los filósofos y el grado
en el que había escapado de las críticas. Se presentaron diez argumentos como
candidatos al premio (Stove 1995, pp. 66-67), pero el que ganó –lo que no es muy
sorprendente– fue el que el propio Stove tenía ya en mente al convocar el concurso, al
que designó en algunos trabajos posteriores como ‘la Joya’ (the Gem). El argumento es
el siguiente:2
Sólo podemos conocer las cosas:
- cuando mantienen una relación con nosotros
- bajo nuestras formas de percepción y comprensión
- en tanto que caen bajo nuestros esquemas conceptuales
etc.
Por lo tanto
No podemos conocer las cosas como son en sí mismas.
Si bien se mira, esto es algo tan extraño como pensar que, puesto que tenemos
mente, no podemos conocer; o, dado que tenemos que usar un lenguaje para referirnos a

2
Una discusión más detenida de este argumento y de su uso por parte de algunos filósofos,
particularmente Nietzsche, puede verse en Diéguez (2008), de donde proceden los párrafos que a
continuación lo describen en este parágrafo.

4
los diferentes aspectos de la realidad, no podemos hablar sobre la realidad. Por razones
diversas, los lenguajes, los esquemas conceptuales, los sentidos, etc., no son
considerados por los defensores del argumento como medios para conocer la realidad,
sino como impedimentos para hacerlo.
Stove solo da noticias de otro de los argumentos recibidos,3 y el hecho de que él
fuera el juez del concurso da pie para sospechar todo lo que se quiera sobre la justicia
del resultado. Pero tengamos mejores candidatos al premio o no, y pese a la
desmesurada acidez crítica de Stove, hemos de reconocer que, tal como está formulado,
el argumento es falaz. Para establecer válidamente la conclusión habría que añadir como
premisa adicional que el hecho de que conozcamos las cosas bajo esas condiciones
necesarias que las diferentes versiones del mismo postulan (a través de nuestros
esquemas conceptuales, de nuestros lenguajes, de nuestras capacidades cognitivas, bajo
nuestras formas de percepción y comprensión, etc.) impide conocer cómo son las cosas
con independencia de nuestra mente. No hace falta decir que hasta ahora nadie ha
probado semejante cosa, aunque sólo sea porque para establecer eso de forma
concluyente habría que tener un conocimiento independiente de todo esquema
conceptual, de todo lenguaje, de toda mediación mental de cómo son las cosas, lo cual
parece ser algo imposible según la propia conclusión del argumento; o, bien, habría que
aportar alguna prueba indirecta, pero fehaciente, de que nuestras capacidades cognitivas
conducen al error sistemático, lo cual tiene toda la pinta de ser un empeño
contradictorio. Para los realistas, en cambio, los lenguajes, los esquemas conceptuales,
los sentidos, son las herramientas imprescindibles para conocer la realidad, no
necesariamente elementos distorsionadores.
Pero, ¿han utilizado realmente “la Joya” tantos filósofos como Stove pretende?
Él menciona en algún momento, entre otros, los nombres de Berkeley, Kant,
Schopenhauer, William Hamilton, Poincaré, Bradley, McTaggart (Stove 1991).
Ciertamente en Berkeley podemos encontrar algo muy parecido al argumento (en
concreto en el Tratado sobre los principios del conocimiento humano, capítulo XXIII).
Sin embargo, y a pesar de que es el primer nombre que se viene a la cabeza cuando uno
se enfrenta con este asunto, puede discutirse si está presente en Kant; y, si lo está, puede
discutirse también si ocupa un papel central en su filosofía. Como advierte un
comentarista favorable a Stove, Kant defiende por otras vías distintas de “la Joya” la
incognoscibilidad de la cosa en sí (Franklin 2002). Por otra parte, hay quien considera
que, en sus versiones lingüísticas o sociales, el argumento ha sido usado por varios
filósofos relativistas, posmodernistas o deconstructivistas contemporáneos (Franklin
2002). Alan Musgrave (1999), por su parte, no sólo se lo atribuye a Berkeley y a Kant,
sino que considera que está en la base del idealismo conceptual de Hilary Putnam y
Arthur Fine, entre otros autores recientes. El asunto, pues, no es tan claro como puede
parecer, y el uso del argumento por parte de ciertos autores es materia controvertible.
No me parece desencaminado, sin embargo, decir que Nietzsche fue uno de los
filósofos que pensó informalmente desde el argumento y uno de los causantes de la

3
El otro que menciona, y cuyos méritos para el premio reconoce, le fue propuesto por Michael Devitt, y
dice así: “La gente que habla diferentes lenguajes naturales/científicos tienen teorías diferentes sobre el
mundo (o perciben el mundo de forma diferente). Por lo tanto, la gente que habla diferentes lenguajes
naturales/científicos viven en mundos diferentes”.

5
popularidad que después alcanzó. La posición de Nietzsche, tal como la expresa en
1873 en su ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, parte de la tesis de
que no cabe afirmar que nuestras palabras obedezcan o estén causadas por algo externo
a la mente humana. A esto se añade que nuestro lenguaje está constituido por un
conjunto de metáforas solidificadas plagadas de oposiciones y conceptualizaciones
antropomórficas. Se trata de un lenguaje que ha surgido sobre la experiencia evolutiva
humana para servir expresamente a nuestros intereses. Esto ha hecho que arraiguen en
nosotros de forma inextirpable ciertas ilusiones que han sido útiles para nuestra
supervivencia (existencia de objetos permanentes, identidad, causalidad, etc.). Pero
estas ilusiones son producto del lenguaje y de nuestra cultura, no de la realidad misma.
Por lo tanto, siendo esto así, la realidad es incognoscible para nosotros. Nietzsche
introduce aquí, como puede apreciarse, premisas adicionales que son las que suelen
faltar en la versión canónica de ‘la Joya’.4 Pero esas premisas no consiguen, pese a todo,
levantar el argumento.
Nietzsche basa su idea de que el lenguaje falsifica el mundo en el hecho de que
el lenguaje simplifica la realidad, es antropomórfico y arbitrario. Sin embargo,
simplificar no es necesariamente falsear. Si en mi uso cotidiano del lenguaje presumo la
existencia de objetos que tienen cierta permanencia en el tiempo, puede que esté
simplificando, pero ¿estoy realmente falseando algo? Cierto es que para tener a algo por
un objeto con permanencia temporal hay que poseer determinadas capacidades
cognitivas –de las que carecen muchos seres vivos– que centralicen y unifiquen la
información que llega por los diversos sentidos. Sin embargo, ese procesamiento de la
información no constituye por sí mismo un falseamiento de la realidad. Si creo que dos
mesas de un aula son iguales, estoy obviamente simplificando, pero muy posiblemente
en el contexto en que se da mi creencia (el de la vida cotidiana y no el del físico
cuántico), es una creencia –o una interpretación, si se quiere– suficientemente
verdadera. Hay, por otra parte, cosas que son iguales sin más, por ejemplo, un electrón
con respecto a otro electrón. Incluso suponiendo que el mundo fuera un devenir
permanente, esto no significa que identificar objetos o comparar objetos sea crear
ilusiones. El devenir no excluye el mantenimiento de cierta identidad, de cierto orden.
De forma análoga, aunque, en efecto, empleamos conceptos antropomórficos y
arbitrarios para describir la realidad, ¿por qué ha de implicar esto que esos conceptos
falsean la realidad? Hablar de la existencia de plantas venenosas puede ser
antropomórfico y arbitrario (antropomórfico porque se las clasifica por el efecto que
producen en nosotros y arbitrario porque podíamos haber elegido otros nombres y otras
clasificaciones), pero eso no hace menos verdadero el hecho de que esas plantas son
venenosas para el ser humano (Richardson 1996, p. 242). En su idea de que el lenguaje
nos ofrece siempre un mundo falsificado, Nietzsche toma como errores, falsedades o
ilusiones, según los casos, lo que siendo menos estrictos podríamos considerar

4
Hay un lugar donde Nietzsche reproduce ‘la Joya’ casi en su forma canónica. Es en los KSA XII 2[154],
donde escribe: “Pero incluso suponiendo que hubiera un en-sí, algo incondicionado (Unbedingtes), ¡por
ello mismo no podría ser conocido! Algo incondicionado no puede ser conocido, ¡pues de otro modo no
sería algo incondicionado! Conocer es siempre «situarse en ciertas condiciones para ello». Un conocedor
tal quiere que aquello que desea conocer no tenga ninguna relación con él y que tampoco la tenga con
nadie, con lo cual [...] se da una contradicción entre su querer-conocer y la exigencia de que lo conocido
no tenga ninguna relación con él”.

6
sencillamente como aproximaciones. Es cierto que no hay objetos absolutamente
permanentes –incluso las estrellas cambian constantemente y tienen un principio y un
fin–; ni, fuera del mundo cuántico, hay objetos completamente iguales. No obstante, de
ahí no se sigue que considerar dos objetos como iguales para un determinado propósito
y contexto, o como permanentes en un tiempo razonable, sea forjar una ilusión.
El estudio de la evolución de ciertas especies animales nos enseña que se dan
limitaciones o constreñimientos cognitivos que hacen que la información que una
especie recibe del entorno sea muy distinta de la que reciben otras especies. Así, algunas
especies perciben los rayos ultravioletas, o los infrarrojos; otras tienen sensores para
detectar campos electromagnéticos; otras son incapaces de centralizar en una
representación única la información que les llega, etc. Es cierto, pues, como sostiene
Nietzsche, que nuestro aparato sensorial, y nuestros mecanismos cognitivos en general,
nos constriñen dentro de una perspectiva delimitada, diferente a la de otras especies, e
imposible de intercambiar. Por decirlo con Thomas Nagel, nunca podremos saber qué es
ser como un murciélago. No obstante, esto no implica que esas informaciones parciales
y seleccionadas de forma diferente hayan de ser una ‘ilusión’. Por seleccionadas,
parciales y tamizadas que estén por nuestros sentidos y nuestras capacidades
fisiológicas y mentales, se trata de informaciones que recabamos del mundo, y
responden, por tanto, a una realidad exterior. En ocasiones podrán ser falsas, dado que
nuestros sentidos son falibles y limitados, y están sujetos por tanto a ilusiones. Pero
nada excluye en principio que en otras ocasiones estas informaciones puedan ser
aproximadamente verdaderas, especialmente cuando concuerdan las informaciones
recibidas por diferentes sentidos. A diferencia de lo que Nietzsche pensaba, una
perspectiva puede ser parcial, unilateral, subjetiva y aun así puede proporcionar un
conocimiento suficientemente verdadero. El perspectivismo, como después
argumentaremos, es compatible con el realismo.5

3. El realismo y el realismo científico


Aclarados estos puntos, es momento de señalar lo que el realismo sostiene y qué
añade a ello el realismo científico.
El realismo, como tesis filosófica general, defiende fundamentalmente las
siguientes ideas:

5
Para una discusión sobre el perspectivismo y el realismo, véase Massimi (2018). Ortega y Gasset
constituye un buen ejemplo de una defensa del perspectivismo que, a diferencia de la de Nietzsche, no es
incompatible con una concepción realista de la verdad, aunque Ortega criticara al realismo. Como he
explicado en otro lugar, según Ortega “cuando en el acto de conocimiento me enfrento a la realidad, mi
vista de ella es siempre en escorzo, en perspectiva; pero, dado que la realidad se agota en su actuar sobre
mí y no tiene un carácter sustancial propio, puedo decir al mismo tiempo que la realidad es escorzo, que
existe para mí en perspectiva y, por tanto, que existe perspectivamente. La perspectiva es, así, un
ingrediente de la realidad; y como las perspectivas son muchas y diversas, la realidad envuelve una
esencial multiplicidad; es un repertorio de posibilidades que, en última instancia, posee un carácter
histórico. […] Debe tenerse presente entonces que la perspectiva no es una deformación de la realidad,
sino su organización. La perspectiva es el orden y la forma que la realidad toma para el que la contempla.
No altera la realidad, sino que la deja ser.” (Diéguez 2006).

7
(1) Existe una realidad (un mundo6) que, al menos en algunas de sus
características, es independiente de cualquier acto de conocimiento. En
particular, su mera existencia no depende de la existencia de sujetos
cognoscentes. (Realismo ontológico).
(2) La realidad es cognoscible de forma adecuada, aunque perfectible. Tal
conocimiento lo es de dicha realidad, y no –o no exclusivamente– de algo
que el sujeto cognoscente ponga en él. Así pues, podemos alcanzar ciertas
verdades sobre el mundo. (Realismo epistemológico).
(3) Nuestros enunciados sobre el mundo serán verdaderos o falsos en función de
su correspondencia o falta de correspondencia con la realidad
independiente. (Realismo semántico).
Por su parte, el realismo científico cualifica y precisa estas tesis en relación con
la ciencia y añade alguna otra.7 El realismo científico, además de lo anterior, sostiene lo
siguiente:
(a) Las entidades teóricas postuladas por las teorías científicas bien establecidas
existen (aunque pueda haber excepciones). Los términos teóricos
típicamente refieren.
(b) Las teorías científicas nos proporcionan un conocimiento de la realidad, no
son meros instrumentos para salvar los fenómenos.
(c) El enorme éxito predictivo de nuestras teorías científicas ha de deberse a
que éstas contienen muchas afirmaciones verdaderas acerca de la realidad.
(d) Estas afirmaciones verdaderas no se restringen sólo al ámbito de lo
directamente observable, sino que en principio pueden ser también
enunciados que contienen términos teóricos referidos a entidades no
observables.
(e) Las teorías científicas actuales son mejores que las del pasado no sólo
porque resuelven más y mejores problemas, sino porque son más
verdaderas.
A los defensores del realismo científico les gusta pensar que el punto fuerte de
su posición está en la tesis (c). De hecho, si bien aquí la presento como una tesis, la
forma que suele tomar en sus textos es la de un argumento en apoyo del realismo: el
argumento de “no hay milagros”. Planteado de esta forma, diría algo así: El
sorprendente éxito predictivo de la ciencia –que resulta especialmente manifiesto en la
predicción de hechos desconocidos o en la precisión extrema de ciertas predicciones
cumplidas– sería un milagro si las teorías implicadas no fueran al menos

6
El término ‘mundo’ no debe entenderse aquí en el sentido de conjunto omniabarcante que le da Markus
Gabriel. No tiene por qué ser el conjunto total de todos los objetos. Basta con que se refiera a una serie
determinada de objetos, entidades, procesos o estados de cosas.
7
Para una descripción y análisis de las tesis del realismo científico y de algunas de las críticas que ha
recibido, puede verse en español Diéguez (1998), aunque sea un libro que necesita alguna actualización, y
para una versión resumida, Diéguez (2018). Una visión mucho más completa y actualizada puede
obtenerse en Saatsi (ed.) (2018). Los dos mejores libros en defensa del realismo científico siguen siendo
en mi opinión Niinluoto (1999) y Psillos (1999).

8
aproximadamente verdaderas. Un éxito así, continuado y repetido en circunstancias muy
diversas, sólo es posible si, de alguna manera, nuestras teorías “han tocado hueso” en la
realidad y la han “cortado por sus junturas”.
Pero se podría afirmar que, más que querer explicar el sorprendente éxito
predictivo e instrumental de la ciencia, el realismo científico pretende explicar el modo
mismo en que procede la ciencia. Las teorías científicas no se someten a prueba
buscando su implementación tecnológica (aunque esto importa), ni comprobando su
simplicidad o coherencia (aunque esto importa), ni preguntando si alguna comunidad
cultural, incluyendo a las científicas, está dispuesta a aceptarlas. Se someten a prueba
viendo si se adecúan a la evidencia empírica, es decir, viendo si son empíricamente
confirmadas. En esto el realista coincide con el empirista constructivo a lo van Fraassen.
La diferencia entre ambos está en que el realista cree que la adecuación empírica no
corrobora únicamente los enunciados acerca de las entidades y propiedades observables,
sino que su apoyo ha de extenderse también a lo que se dice sobre las entidades y
propiedades no observables. Dejarlas fuera podría parecer un acto prudente desde el
punto de vista epistemológico, pero, por un lado, es discutible que quepa hacer una
distinción precisa entre lo observable y lo no observable, y, por otro, establecería una
separación entre unas entidades/propiedades y otras poco justificable sobre argumentos
que no tuvieran una fuerte carga antropológica (¿por qué lo que es o no observable para
un ser humano debe marcar una diferencia ontológica?).
El realismo científico viene dado por grados. No es una posición monolítica. Se
puede ser un realista mínimo, un realista de sentido común, y afirmar que lo único que
podemos sostener con ciertas garantías es que hay entidades independientes de nuestra
mente y que la ciencia logra dar con algunas, pero al mismo tiempo mantenerse
cuidadosamente a distancia del espinoso asunto de la verdad en la ciencia (o en la vida,
o donde sea). A estos realistas mínimos se les suele designar como realistas sobre
entidades. En mi opinión, sin embargo, ningún realismo que merezca el nombre puede
dejar de asumir algún compromiso, por mínimo que sea, con el asunto de la verdad; y
obviamente hay teorías de la verdad que no podrían ser consideradas como realistas por
mucho que se intentara, como es el caso de las teorías coherentistas, de las teorías
deflacionarias, de las teorías pragmatistas, y, en general, de las teorías que pretenden
caracterizar la verdad en función de ciertas condiciones epistémicas en lugar de en
función de la relación que nuestros enunciados guardan con la realidad. La verdad en
sentido realista no puede ser una noción epistémica ni meramente pragmática.

4. Verdad es siempre verdad en un lenguaje


Es necesario admitir, y hacerlo con satisfacción, que hoy nadie quiere oír hablar
de verdades absolutas (aunque nadie que sepa algo de física se atreva a decir que el
segundo principio de la termodinámica no es verdadero, pero dejemos eso). Lo opuesto
a las verdades absolutas, si es que queremos hacer una epistemología útil para dar
cuenta de la práctica científica, no son las interpretaciones, como sugiere Vattimo en
Adiós a la verdad, sino las verdades aproximadas, contextuales, relativas a un lenguaje,
pero no por ello menos objetivas. Se olvida a menudo que cuando Tarski define la
verdad, lo hace para lenguajes formales, y se trata siempre de una verdad en un lenguaje

9
L, o, para ser más precisos, de una verdad en una determinada función de interpretación
en el lenguaje L.
Los realistas, como acabo de decir, no mantienen una opinión unánime sobre la
verdad. Hay realistas que son deflacionistas (la verdad de un enunciado consiste solo en
la afirmación del enunciado, decir que es verdadero no añade nada al enunciado mismo,
no le atribuye ninguna propiedad genuina) o que prefieren soslayar por completo el
tema complejo de la verdad. Pero muchos realistas aceptan la teoría de la verdad como
correspondencia y consideran, como hizo Popper, que una versión de la misma es
precisamente la que proporcionó Tarski para los lenguajes formales, solo que estos
realistas la consideran trasladable en cierto modo a los lenguajes naturales o, al menos, a
partes sustanciales de ellos. Sin embargo, esto no elimina el hecho de que ‘verdad’ es un
predicado metalingüístico y que hace siempre referencia a un lenguaje determinado en
el que se formula cualquier pretendida verdad. No se puede describir el mundo sin un
lenguaje, por tanto no puede haber verdad sin lenguaje, no hay verdades no expresables
en ningún lenguaje posible. Solo de una forma derivada y vaga atribuimos la verdad a
los objetos, a los hechos o a los acontecimientos. Incluso cuando hablamos de la verdad
(aproximada) de una teoría, lo que se quiere decir es que una gran parte de sus
enunciados o de los derivables de sus modelos son aproximadamente verdaderos.
El que algo sea verdadero en un lenguaje no implica que tenga que ser verdadero
necesariamente para todo lenguaje. Un enunciado puede ser verdadero en un lenguaje, o
desde un esquema conceptual, y falso en otro. Por ejemplo, el quinto postulado de
Euclides es verdadero en la geometría euclidiana y falso en las no euclidianas. El
enunciado “Berlín está al norte de Málaga” es verdadero en el castellano actual, pero
sería falso en un lenguaje similar al castellano, pero en el que la palabra ‘norte’
significara lo que en el castellano actual significa ‘sur’. Que Ramsés II muriera muy
probablemente de tuberculosis es un enunciado verdadero para nosotros, humanos del
siglo XXI que conocemos los secretos de la bacteriología, pero no sería un enunciado
verdadero para los familiares de Ramsés, cuyo lenguaje o esquema conceptual no
incluía términos como ‘tuberculosis’ o ‘bacteria’. Pero este hecho (que no fuera
considerado por los coetáneos de Ramsés II como un enunciado verdadero), no lo hace
menos verdadero para nosotros. El realismo científico crítico acepta, pues, sin
problemas que la verdad es relativa a un lenguaje o esquema conceptual (a una
perspectiva, si se quiere decir así). Pese a lo que pueda parecer, esto no es una posición
relativista. Veámoslo con un ejemplo.

5. La relatividad conceptual de Putnam y el realismo científico crítico de


Niiniluoto
Entre las muchas aportaciones filosóficas que dieron justa fama e influencia a
Hilary Putnam destaca su defensa de la tesis de la relatividad conceptual. Según dicha
tesis el mundo admite muchas formas legítimas de ser representado o “mapeado”, y en
cada una de ellas puede elegirse una ontología diferente, porque la propiedad de ser un
objeto es relativa a una teoría (theory-relative) (Putnam 1978, p. 132). Es más, “los
‘objetos’ no existen independientemente de los esquemas conceptuales. Nosotros
cortamos el mundo en objetos cuando introducimos uno u otro esquema de descripción”

10
(Putnam 1981, p. 52). El mundo no tiene una estructura ontológica propia, no nos viene
“prefabricado” (ready-made). La estructura ontológica del mundo dependerá en cada
caso del esquema conceptual desde el que se contemple.
Este planteamiento constituye por lo pronto un rechazo de la posibilidad de
alcanzar el ‘Punto de Vista del Ojo de Dios’, es decir, el punto de vista desde el cual
solo habría una descripción de la realidad que se correspondiera con la realidad misma,
solo habría una única teoría verdadera y completa. Putnam recurre en varias ocasiones
al mismo ejemplo para aclarar esta dependencia ontológica de los esquemas
conceptuales (Putnam (1987), pp. 18 y ss., (1981), cap. 7 y (1990), pp. 96 y ss).
Supongamos un mundo que consta solo de tres individuos x1, x2 y x3. ¿Cuántos objetos
hay entonces ese mundo? Parece obvio que la respuesta a esta pregunta debe ser que
hay tres objetos. Pero podemos hacer un análisis diferente, un análisis como el
desarrollado por Lesniewski para el cálculo de todos y partes (mereología), en el que la
suma de dos objetos particulares sea también un objeto. Desde esta perspectiva, x1+x2,
x1+x3, x2+x3, y x1+x2+x3 serían objetos en ese mundo con igual derecho que los tres
iniciales. De modo que el mundo tendría siete objetos. Ocho si aceptamos también el
“objeto nulo”.
Si la relatividad conceptual hace depender de nuestros esquemas conceptuales y,
por tanto, en última instancia, de nuestra mente, la ontología que atribuimos al mundo,
debería ser considerada como una tesis claramente antirrealista. Sin embargo, Putnam la
presenta como una pieza fundamental de su realismo interno; aunque, como es sabido,
el realismo interno, pese al nombre, es una forma de antirrealismo. Él cree que la
aceptación de la relatividad conceptual es la forma de alcanzar un realismo más
sofisticado (el suyo) capaz de evitar los errores tradicionales del viejo ‘realismo
metafísico’. Estos errores se resumen en sostener (i) la existencia de un mundo
prefabricado constituido por una totalidad fija de objetos, (ii) la idea de que sólo puede
haber una única teoría completa y verdadera acerca del mundo, y (iii) la concepción de
la verdad como una correspondencia única entre teorías y mundo.
Según Putnan, dado que no hay objetos ni hechos estructurados independientes
de la mente (o de nuestros esquemas conceptuales), no tiene sentido postular una
relación de correspondencia entre nuestros enunciados y los hechos independientes de la
mente. “No se puede señalar una correspondencia entre nuestros conceptos y los
supuestos objetos nouménicos sin un acceso a los objetos nouménicos” (Putnam 1981,
p. 73). Durante al menos un par de décadas defendió, en coherencia con esto, una
noción pragmatista de la verdad que la entendía como la justificabilidad en condiciones
epistémicas ideales, pero desde mediados de los noventa declaró haber abandonado esa
concepción de la verdad y postuló la necesidad de encontrar un concepto más fuerte de
verdad que sirviera de base a lo que entonces llamó ‘realismo natural’ (Putnam 1994,
prólogo).
La tesis de la relatividad conceptual implica también el rechazo de la dicotomía
fenómeno/noúmeno, o lo que es igual, de la distinción entre lo que ponemos nosotros en
el conocimiento y lo que pone el mundo, lo proyectado y las propiedades de las cosas en
sí mismas. El realismo interno declara en última instancia que la noción de cosa en sí es

11
vacía y, por tanto, carece de sentido. Es, por ello, errónea la metáfora del pastel
nouménico cortado de diferentes formas por nuestros esquemas conceptuales.
Pese a su carácter aparentemente antirrealista, la propuesta de la relatividad
conceptual tuvo un efecto importante en el campo realista. El filósofo finlandés Ilkka
Niiniluoto fue uno de los realistas que más hizo por incorporarla.
Para Niiniluoto, tanto la teoría de la verdad como coherencia como la
pragmatista, que son las principales rivales de la teoría de la verdad como
correspondencia, son inadecuadas. Es fácil entender por qué no considera válida a teoría
de la coherencia. El que un enunciado p sea compatible con un conjunto consistente ∑
de enunciados verdaderos no es suficiente garantía de la verdad de p, aunque sea
condición necesaria. El hecho de que p sea consistente con ∑ no significa que ¬p no lo
sea, y viceversa (la negación del axioma de las paralelas también era consistente con el
resto de los axiomas de Euclides). Así pues, cuando se define un enunciado como
verdadero si es consistente con ∑, puede suceder que tanto p como ¬p sean verdaderas,
lo cual viola el principio de no contradicción.
En cuanto a la teoría pragmatista de la verdad, en sus diversas versiones,
sostiene que no tiene sentido hablar de verdad y realidad como si estuvieran divorciadas
de las actividades humanas prácticas y cognitivas. La realidad en sí es reemplazada por
la realidad para nosotros, y la verdad es reemplazada por verdad-en-cuanto-que-
conocida-por-nosotros. Se trata, por tanto, de una teoría epistémica de la verdad, e
implica que carece de sentido la idea de que una opinión que pueda sobrevivir a todas
las objeciones podría ser falsa; o dicho de otro modo, resulta ininteligible que una teoría
“ideal” desde un punto de vista pragmático pudiera ser falsa. Pero, según Niiniluoto,
esto sólo es convincente si expresiones como “todas las objeciones” y “teoría ideal” se
refieren a situaciones en las que la comunidad científica tiene acceso a todos los
enunciados verdaderos sobre el mundo. En otras palabras, la teoría pragmatista
presupone una noción realista de la verdad.
El realismo científico crítico que Niiniluoto propone trata de mostrar que tanto el
realismo metafísico como el realismo interno de Putnam son posiciones inaceptables.
Niiniluoto, al igual que Putnam, rechaza la idea de un mundo prefabricado, un mundo
con una estructura intrínseca acabada que el sujeto cognoscente únicamente se limitaría
a copiar. La relatividad conceptual niega la existencia de objetos independientes de
nuestros esquemas conceptuales, pero no niega la existencia de un mundo independiente
de esos esquemas. Hay un mundo real, EL MUNDO, como él lo designa, así, con
mayúsculas, independiente de nuestra mente, pero las estructuras con que se nos
presenta provienen de nuestros lenguajes y esquemas conceptuales, y pueden ser
variadas. El sujeto tiene un papel activo en la estructuración de ese mundo.
EL MUNDO no contiene objetos individuales auto-identificantes, sino que puede ser
categorizado en objetos en diversos modos alternativos relativos a nuestros esquemas
conceptuales y que se solapan. Por ejemplo, dependiendo de la elección de un marco
conceptual apropiado, EL MUNDO puede ser ‘cortado’ o ‘estructurado’ como un
sistema de eventos momentáneos, como puntos con masa, como sistemas físicos, etc.
(Niiniluoto 1999, p. 222).

12
Ahora bien, si el realismo metafísico se equivoca al no ser capaz de ver esto,
Niiniluoto cree que el realismo interno de Putnam no es la solución. Su error
fundamental estriba en su rechazo de la teoría (no epistémica) de la verdad como
correspondencia para poner en su lugar una teoría pragmatista (epistémica) de la verdad.
Un realista razonable –escribe– no debe aceptar ni el realismo metafísico ni el realismo
interno en el sentido de Putnam. El realismo semántico es compatible con el pluralismo
ontológico: la teoría no-epistémica de la verdad como correspondencia puede
combinarse con la idea de que los objetos pueden ser individuados e identificados de
modos alternativos a través de diferentes sistemas conceptuales. (Niiniluoto 1999, p.
205).

Niiniluoto no concibe ese MUNDO independiente como un mundo nouménico,


pero no porque tal noción carezca de sentido, como cree Putnam, sino porque ese
MUNDO, a diferencia del noúmeno kantiano, es cognoscible, aunque sea de forma
parcial y falible; y lo es dado que interactuamos con él causalmente: “El fenómeno
kantiano puede ser interpretado como expresión de nuestro conocimiento parcial de las
cosas como son ‘en sí mismas’ en la realidad independiente de la mente” (Niiniluoto
1999, p. 91).
Nuestros lenguajes o esquemas conceptuales, al ser aplicados sobre el MUNDO,
determinan en él fragmentos o versiones del MUNDO. Cada uno de ellos es el modo en
que el MUNDO aparece en función de la capacidad expresiva del lenguaje L usado para
describirlo, por eso llama a estas versiones L-estructuras. Ninguna de estas L-estructuras
relativas a un lenguaje puede ser, sin embargo, la única descripción adecuada del
MUNDO, puesto que no hay un lenguaje perfecto.
Que la verdad sea siempre relativa a un lenguaje, a un marco conceptual, no
debe llevarnos a concluir que la verdad sea una noción irremediablemente epistémica,
como hacen los pragmatistas. La verdad puede ser relativa a un lenguaje, pero no es
relativa a ninguna de nuestras creencias o sistemas de creencias. Si una comunidad
comparte un lenguaje L, la versión del mundo proporcionada por la L-estructura
correspondiente no consiste en las creencias que dicha comunidad tenga sobre el
mundo, sino en la forma en que el mundo es en relación a L.
Por otra parte, la relatividad de estas estructuras a un lenguaje tampoco debe
hacer olvidar que todas son fragmentos del mismo MUNDO y que es éste posee
‘factualidad’, es decir, se nos resiste y es él el que tiene la última palabra acerca de qué
estructuras le encajan mejor y, por ende, acerca de lo verdadero y lo falso en cada
lenguaje. La información que nos proporcionan estas estructuras relativas a un lenguaje
es por ello mismo una información (parcial) acerca del MUNDO (cf. Niiniluoto 1984, p.
178, 1987, pp. 141-142 y 1999, pp. 222-223). Dicho de otro modo, nuestros lenguajes
son los que dictaminan qué tipo de propiedades se predicarán de los individuos y qué
tipo de individuos se intentarán localizar en el mundo, pero lo que no podrán hacer será
decidir cuáles son los hechos en un mundo así estructurado.
En resumen, el realismo puede aceptar que el mundo no viene con las etiquetas
puestas, no está pre-fabricado, como nos enseñó Putnam. Podemos someterlo a diversas
conceptualizaciones, describirlo con lenguajes diversos. Pero, como subraya Niiniluoto,
no todos nuestros intentos por estructurarlo conceptualmente funcionan igualmente

13
bien. El mundo se resiste en formas diversas a nuestros intentos de conceptualización y
de estructuración. Esa resistencia, esa ‘factualidad’, es la que determina qué es lo
verdadero y qué es lo falso una vez que hemos elegido un lenguaje o un esquema
conceptual. El realismo científico crítico de Niiniluoto es, pues, un buen ejemplo de lo
alejado que el realismo actual está del realismo ingenuo y de todo lo que puede
incorporar de la tradición kantiana sin renunciar un ápice a los elementos centrales del
realismo.8

6. El realismo científico y el nuevo realismo


Aunque, hasta donde yo sé, las relaciones precisas entre el realismo científico y
el nuevo realismo o el realismo especulativo están aún por precisar, es evidente que hay
entre estas corrientes provenientes de ámbitos filosóficos muy diferentes, similitudes y
diferencias que pueden ser de interés para la comprensión de las mismas. No deja de
sorprender, debo decirlo, el desinterés del nuevo realismo por debate sobre el realismo
científico que viene dándose en el ámbito anglosajón desde hace décadas. Siendo una
corriente que pretende superar la dicotomía entre filosofía analítica y filosofía
continental, es extraño ese descuido. Tanto el realismo científico como el nuevo
realismo coinciden en señalar que lo que Kant llamaba la cosa-en-sí es cognoscible (y
por tanto, el idealismo transcendental yerra en esto). El realismo científico cifra
precisamente en esa cognoscibilidad de la realidad el éxito de nuestras teorías
científicas. Hay muchas similitudes, por ejemplo, entre el realismo científico crítico, tal
como lo hemos descrito, y lo que Maurizio Ferraris llama la ‘mesoverdad’, que es la
posición que él quiere defender sobre el tema de la verdad (Ferraris 2019a).9 Hay
asimismo un paralelismo entre las L-estructuras de las que habla Niiniluoto y los
campos de sentido de Markus Gabriel. El realismo científico crítico y el nuevo realismo
coinciden en rechazar el Punto de Vista del Ojo de Dios, o, en terminología de Gabriel,
“el mundo sin espectadores”. Esas similitudes y paralelismos son una indicación de que
el cruce de ambos debates podría proporcionar resultados fructíferos.
Pero hay también algunas diferencias significativas. La motivación principal del
realismo científico es explicar el éxito predictivo de la ciencia, en especial en lo que se
refiere a la capacidad para predecir hechos completamente novedosos (existencia de
planetas desconocidos, curvatura de la luz en campos gravitacionales, existencia de la
antimateria, etc.), al tiempo que ha tratado de ofrecer una imagen del cambio científico
diferente de la neopositivista o del relativismo kuhniano. La motivación principal del
nuevo realismo, en cambio, ha sido sacar a la filosofía de las aporías a las que conducía

8
Otros buenos ejemplos serían el realismo pragmatista o realismo modesto de Philip Kitcher, presentado
fundamentalmente en Kitcher (1993) y el realismo promiscuo de John Dupré (1993). Por razones de
espacio no podemos comentarlo aquí. Para conocer un poco mejor el de Kitcher, remito al lector
interesado a mi trabajo Diéguez (2011).
9
En este sentido, es injusta su atribución a toda la filosofía analítica de la hiperverdad (la identificación
de verdad y realidad, en completo aislamiento de su relación con el ser humano o la tecnología).

14
en neoidealismo, el constructivismo, el deconstruccionismo, el “correlacionismo”,10 el
postmodernismo, etc.
Quizás la discrepancia fundamental entre ambas corrientes de pensamiento está
en que el realismo científico asume básicamente una clara inspiración del naturalismo
filosófico (aunque haya excepciones), mientras que el nuevo realismo mantiene en
general la sospecha hacia la ciencia tan extendida en la filosofía continental. Eso
significa que, si bien ambas corrientes coinciden en otorgar un papel central a la
ontología frente a la epistemología, el realista científico suele considerar que la tarea de
elaborar una ontología, al menos en el sentido de qué tipo de entidades existen, cuáles
son sus propiedades, cómo interactúan, etc., corresponde a las ciencias, no a la filosofía.
En cambio, el nuevo realismo surge, con excepciones como la de Ray Brassier, con una
vocación expresamente contraria al naturalismo. Como señala Ferraris, el “nuevo
realismo, más que un compromiso ontológico con la existencia de ciertas clases de
entidades (o, como prefiero decir, objetos), se caracteriza por la exigencia de un
compromiso ontológico claro, que no delegue en la ciencia las preguntas sobre
existencia de la realidad y que no reduzca la filosofía a una mera función edificante.”
(Ferraris 2019b, p. 418). También Marcus Gabriel ha sido muy claro en su crítica a la
filosofía naturalista. Su rechazo de la noción de mundo externo es una consecuencia de
ese antinaturalismo (Gabriel 2015, 2016, 2019a, 2019b y 2019c). Además, su
concepción de la ontología como “la respuesta sistemática a la pregunta de qué significa
‘existencia’ o qué es la existencia” (Gabriel 2019a, p. 449), priva a la ciencia de
cualquier papel relevante en ella. Hay sin embargo una tendencia en estas críticas al
naturalismo a identificarlo erróneamente con el reduccionismo, con el eliminativismo,
con el materialismo o con el cientifismo. El naturalismo no se identifica necesariamente
con ninguna de estas cosas, aunque algunas formas de naturalismo sí lo hayan hecho.
Cabe un naturalismo no cientifista y no reduccionista. El naturalismo bien entendido es
solo la pretensión (quizás ilusoria, pero argumentable) de que no hay una discontinuidad
esencial entre la tarea de la ciencia y la de la filosofía, ni por sus problemas, ni por sus
conceptos, ni siquiera por sus métodos.11 Este desligamiento del naturalismo que el
nuevo realismo pretende tiene, por otro lado, consecuencias que deberían afrontarse con
más detenimiento y voluntad de clarificación. ¿Puede acaso la filosofía volver a
reivindicar ante las ciencias el papel fundacional y normativo, con pretensiones de
fundamentación de las demás disciplinas, del que gozó antaño bajo la forma de una
filosofía primera?

10
El correlacionismo, según la interpretación que Quentin Meillasoux (2015) da a este término, es la tesis
de que solo la correlación sujeto-objeto nos es accesible, no el objeto o el sujeto por separado. Es, pues, la
idea de que el pensamiento no puede acceder a un ser independiente del pensamiento.
11
El naturalismo filosófico tiene al menos tres modalidades, y solo una de ellas, el naturalismo
epistemológico, sería equivalente al cientifismo. En otro lugar (Diéguez 2014) las he caracterizado del
siguiente modo. El naturalismo epistemológico sería la tesis según la cual la ciencia es la forma más
fiable de conocimiento en todos los ámbitos. Los métodos de la ciencia son los que garantizan un
conocimiento genuino. El naturalismo ontológico sostiene que sólo existen entidades, procesos o
propiedades naturales, o en forma resumida, que no hay más realidad que la natural. Finalmente, el
naturalismo metodológico, tal como lo entiendo, es la tesis que sostiene que en el avance de nuestros
conocimientos hemos de proceder como si sólo hubiese entidades y causas naturales. Sólo las causas
naturales y las regularidades que las gobiernan tienen auténtica capacidad explicativa. Apelar a causas o a
entidades sobrenaturales, como el espíritu (en el caso de la actividad mental), o la fuerza vital (en el caso
de la vida), es lo mismo que no explicar nada.

15
Y finalmente, como diferencia adicional pero no menos relevante, está el
trasfondo político, que señala bien Ferraris: “En la filosofía continental, en efecto, el
anti-realismo tenía un contenido político. Afirmar que la realidad depende de manera
decisiva de la acción de los sujetos significaba (como Foucault o Vattimo propusieron
explícitamente) establecer el principio de una interpretación del mundo que fuese, a la
vez, una transformación del mundo; nada similar en la tradición analítica.” Ferraris
2019b, p. 427). Por el contrario, el debate sobre el realismo científico se ha mantenido
en general alejado de imputaciones políticas de uno a otro bando. Aunque ha habido
ocasiones en que alguien ha querido identificar al realismo científico con posiciones
políticas conservadoras, nadie ha prestado demasiada atención a una tesis tan plagada de
contraejemplos y tan poco justificable en función de los temas discutidos.

Conclusiones
El debate entre realistas y antirrealistas se ha convertido en uno de los
principales debates filosóficos de las últimas décadas, primero en el ámbito filosófico
heredero del positivismo lógico y de la filosofía analítica y, en los últimos años, en el
ámbito de la filosofía continental. Es un debate en el que difícilmente los argumentos
pueden vencer por KO al adversario. Hay buenos argumentos en ambos lados y ningún
bando puede reclamar la victoria. Este hecho ha motivado que algunos lo vean como
una confrontación de temperamentos más que de argumentos. Pero un juicio así parece
injusto cuando consideramos cómo ha contribuido a mejorar nuestra comprensión de la
ciencia y a percibir la variedad en el uso y desarrollo de las teorías científicas y
filosóficas.
Este debate ha tenido ya, en mi opinión, algunos efectos saludables: ha traído de
nuevo a primer plano filosófico a la metafísica y a la epistemología. Pero hay algo aún
más importante en este retorno del realismo, y para decir qué es ese algo recurro
(traicionando probablemente algo de su intención) a una cita de Hilary Putnam, quien
primero fue realista, después no lo fue, y luego casi volvió a serlo: “La falta de
responsabilidad filosófica de una década puede convertirse en la tragedia política de
unas décadas más tarde. Y la deconstrucción sin reconstrucción es irresponsabilidad.”
(Putnam 2002, p. 191).

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