El Principe

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B476
no.57 Biblioteca enciclopédica popular .
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TELL
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THE LIBRARY
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OF TEXAS
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AUSTIN

Cop . 2
LATIN AMERICAN COLLECTION

5868.808 B476 NO.57 LAC COP.2


BIBLIOTECA ENCICLOPEDICA POPULAR

-57-

NICOLAS MAQUIAVELO

PRINC
EL IPE

Nota Biográfica, Prólogo


y Selección de
LUIS FERNANDEZ CLERIGO

45

SECRETARIA DE EDUCACION PUBLICA

MEXICO
Biblioteca Enciclopédica Popular

-57-

NICOLAS ` MAQUIAVELO

EL PRINCIPE

Nota biográfica, prólogo y seleccion


de

LUIS FERNANDEZ CLERIGO

1945

SECRETARIA DE EDUCACION PUBLICA


MEXICO
LIBRARY
UNIVERSITY OF TEXAS
AUSTIN , TEXAS

A BIBLIOTECA ENCICLOPEDICA POPU-


LAR publica todas las semanas un pequeño volu-
men como el presente con textos de carácter histó-
L rico, filosófico, artístico, científico, literario, educa-
tivo y documental.
Alternan, así, junto con manuales de técnicas aplicadas,
breves compendios de higiene y de agricultura, de industria y
pedagogía, páginas escogidas de los grandes autores clásicos y
modernos, resúmenes de la historia de México y de las demás
naciones del mundo, síntesis del pensamiento político nacional
e imparciales antologias destinadas a divulgar entre nuestro pue-
blo los valores más altos y auténticos del espíritu universal.
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LA PROXIMA SEMANA,

EN ESTA COLECCION :

Ocho Cuentos Chilenos

Selección, prólogo y notas

de

Luis Enrique Délano


NOTA BIOGRAFICA

ICOLAS Bernardo Miguel Maquiavelo , nació en Floren-


NICcia el 3 de mayo de 1469, de una familia distinguida, que
ya había actuado en la política, la cual la había empo-
brecido y proporcionado amarguras, pues sus principales miembros
habían padecido destierros, persecucicnes y despojos , desde muchos
años antes, igual que otras familias afiliadas al partido de los
"güelfos ".
Hacia 1494, entra Maquiavelo en la vida pública, como se-
cretario del Consejo de los Diez, bajo las órdenes de un preclaro
político y humanista : el canciller Marcelo Virgilio Adriani. A su
tado, se hace laborioso , metódico, observador y amante de las letras
y de la poesía. Desempeña misiones diplomáticas en Italia y en el
- extranjero, y asiste a la guerra de Pisa, donde presencia la suble-
vación de las tropas mercenarias y auxiliares del Rey de Francia
y comprende desde aquel momento la necesidad de constituir ejér-
citos regulares, reclutados entre los ciudadanos.
En 1498, sucede a Marcelo Virgilio Adriani, como secretario
de la segunda cancillería, y con ese motivo, desempeña nuevas y
muy importantes misiones diplomáticas, cerca del papa, de César
Borgia, del Rey de Francia, y de Emperador Maximiliano de
Alemania.
De todos estos personajes, es César Borgia quien le impresiona
más. Ve en él, un prototipo de político enérgico , previsor y sin es-
crúpulos, que está llamado a triunfar . César le recibe con gran
pompa en el Palacio de Urbino y le plantea clara y terminantemente
un dilema. O Florencia ha de ser amiga fiel, o enemiga declarada.
VI- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

Maquiavelo, al menos, se decidc por la fiel amistad y guarda


perdurable impresión de éste príncipe. Puede confirmarla, pocos
meses después, cuando vuelve como nuevo embajador a la Corte
de César.
En aquellos días, una negra tormenta se cierne sobre el duque,
pero éste no se arredra, hace encarcelar a todos los generales des-
afectos y algunos días después, el de San Silvestre, aparece César
inopinadamente y manda ahorcar a la mayor parte de los conju-
rados en la rebelión, que quedó extinguida inmediatamente. ¡ Nue-
vo motivo de admiración para Maquiavelo, que creía y no sin
fundamento, que las flaquezas y vacilaciones de los gobernantes,
eran la causa de la anarquía que asolaba a Italia!
Poco después, en 1504, escribe el gran secretario florentino, el
Decenal, donde aleccionado por lo que había visto en la guerra de
Pisa, eleva sus quejas contra la dominación extranjera y pide, para
combatirla, la organización de un ejército popular, formado por ciu-
dadanos de la República.
Sus palabras son atendidas y en 1505 y 1506, recibe el encargo
de disponer lo preciso para la recluta de soldados en el distrito de
Florencia, Muguello y Cosentino. No se consigue poner por obra
el proyecto, pero queda la gloria de la iniciativa. Maquiavelo fué
el primer político de su época que proclamó la idea de organizar
ejércitos regulares que dependiesen del Estado y no fuesen compues-
tos por mercenarios ni obedeciesen directamente a determinados prín-
cips o señores. El ejemplo de las primitivas y auténticas legiones
romanas, estaba vivo en su espíritu y en su memoria. Así lo pone
bien de relieve en "El Príncipe".
Unido a la suerte del gonfaloniero Soderini, se encuentra brus-
camente comprometido a la caída de éste en 1512, y al retorno de
los Médicis, es preso como sospechoso de traición, atormentado y
puede al fin librar la vida y conseguir la libertad, a cambio del
destierro y del alejamiento de la Corte.
Recluído en su modesta propiedad de San Andrea, en Percus-
sina, cerca de San Casiano , se dedica a la meditación y al estudio.
NOTA BIOGRAFICA- -VII

El se cree ocioso, porque no se ocupa en sus actividades habituales,


no desempeña cargos oficiales, no viaja, no intriga. ¡Pero no hay
ociosidad más fecunda que la de los hombres inteligentes, cuando
el trabajo habitual no les desvía del cultivo de sus preferencias!
De los dilatados ocios de los grandes hombres, nacen las grandes
obras y si el forzado ocio de Cervantes en una prisión nos ofrenda el
"Quijote", los ocios del desterrado Maquiavelo nos brindan "El
Príncipe" y varias obras más.
Y es que el talento nunca está quieto ni ocioso. Siempre alerta
y en marcha, unas veces, al impulso de la necesidad se hace puro
trabajo, y otras, cuando él mismo se considera ocioso y errante,
camina libre por los campos de su elección, sembrando las flores
maravillosas que nunca se marchitan.
Así ocurre con Maquiavelo. En la calma y supuesta inacción
d
'e su retiro involuntario , escribe sus principales obras; “El Prínci-
pe”, en 1513 ; los "Discursos sobre Tito Livio", de 1512 a 1519;
"El Arte de la Guerra" en siete libros, entre 1519 y 1520; “La
Vida de Castruccio Castrani de Luca", en éste último año de 1520
y "La Historia de Florencia", de 1520 a 1525.
Desde 1516, gestiona congraciarse con los Médicis y volver a
la vida oficial de la Corte. Dedica "El Príncipe" a Lorenzo, en-
tonces duque de Urbino, y dirige a los señores de Florencia su fa-
moso "Discurso sobre la Reforma del Estado Florentino".
Por fin, consigue aisladas comisiones oficiales en 1521 , pero
vuelve a caer en desgracia al año siguiente y torna al destierro . Sólo
al final de su vida, en 1526, recobra, al parecer definitivamente el
favor, y es enviado en comisión a Lombardía, donde presencia la
terrible derrota del ejército pontificio y huyendo del desastre pro-
ducido por el saqueo de Roma, que tuvo lugar el 6 de mayo de 1527,
emprende el camino de regreso y pocos días después de llegar a su
- ciudad natal, expira, el 22 de junio del mismo año y a los 58 de su
edad.
“El Príncipe", "Los Discursos", y la “Historia de Florencia” .
VIII- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

sc publicaron por primera vez en Roma , en italiano, el año de 1532,


o sea, 5 años después de la muerte de Maquiavelo.
Como ha podido verse en esta nota biográfica, Maquiavelo no
fué sólo un sutil político y hábil diplomático, sino un filósofo, un
ciganizador militar y un historiador eminente, que precedió a Guic-
ciardini, el famoso autor de la primera “Historia de Italia”, quien
siguió los rumbos y derroteros marcados por Maquiavelo en su “His-
toria de Florencia".
Fué también el gran pensador florentino , poeta , formado en los
moldes de Virgilio, Dante y Petrarca y agudísimo autor cómico , de
lo cual dió prueba , en tres comedias, tituladas "La Maschere", al
estilo de Aristófanes, de la que no se conserva fragmento alguno ;
"Mandrágora”, que en su época y en otras posteriores, produjo gran
escándalo, pero que no aventaja en crudeza a algunas celebradas
comedias francesas de la época actual y “Clisia”, en la que sigue el
estilo latino de Plauto.
PROLOCO

OCAS obras llegan a la posteridad precedidas de tan mala


P reputación como la de Maquiavelo. Si alguna vez una
voz esclarecida y firme se eleva en su favor, puede decirse
que, desde el siglo XVI hasta el XX , ha encontrado principalmente
duros censores y enemigos declarados. Ha concitado contra ella
el juicio de los protestantes, de los católicos, de los libres pensadores
y de los filósofos". Así comienza el ilustre escritor francés Pierre
Mesnard, su estudio sobre Maquiavelo, que figura al frente del cé-
lebre libro intitulado "L'Essor de la Philosophie Politique, au XVI
siécle".
Sin embargo, la obra del insigne florentino perdura, es univer-
sal y eterna, y cada día que transcurre abundan más los pensadores,
los filósofos, los políticos que, al adentrarse en su estudio , destacan y
ponen de relieve las altas y útiles enseñanzas que encierra, y disculpan
las crudezas que la envuelven, disimulando entre el follaje de una
aparente ma'dad, las flores de que está esmaltada.
El propio Pierre Mesnard, que comienza confirmando las apa-
riencias malévolas, que tanto censuran muchos en la obra del in-
mortal político florentino, concluye no ya esculpando , sino justifican-
do cumplidamente los principios que defiende, consagra y perpetúa
el sagaz Maquiavelo.
Seguramente, que de las obras múltiples e importantísimas que
éste produjo, “El Príncipe ”, es al par que la más célebre, la más
acremente censurada.

No pocas de esas censuras provienen de que los críticos de dife-


rentes épocas han considerado este libro y su contenido, a través de
X- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

las ideas y circunstancias históricas predominantes en los tiempos


en que ellos vivieron, sin preocuparse de aquellas en que la obra
fué escrita y han pretendido y aun pretenden, que Maquiavelo y
sus contemporáneos pensasen y sintiesen como ellos.
Error profundo. Para hacer un estudio acertado de "El Prín-
cipe" y de sus finalidades, es preciso empaparse del ambiente en que
se produjo y aun de las condiciones locales en que, a pesar de su
universalidad manifiesta, se desenvolvió lo mejor de la vida del
polígrafo florentino.
Maquiavelo, como Bodino, no alcanzó el concepto progresivo
de la historia. Para él, la historia era una repetición indefinida y
circulante de los mismos hechos, sobre los cuales había que especular
exclusivamente, cuyos resultados había que prever o cuyas conse-
cuencias había que administrar. No los consideraba superables. Un
pensamiento evolutivo, no había podido germinar aún en ninguna
mente de aquel tiempo. Este limitado concepto histórico, base po-
sitiva de una metafísica política, lo expresa con su peculiar claridad
el propio Maquiavelo, en sus "Discursos Sobre las Décadas de Tito
Livio".

Dice así en el pasaje a que me refiero. “Reflexionando sobre


la manera como los hechos se suceden, yo creo que el Mundo ha
sido siempre semejante a sí mismo y que no ha dejado jamás de
contener en su seno una
una igual cantidad de bien y de mal ; mas yo
creo también, que ese bien y ese mal pasan de un país a otro, como
puede verse por las nociones que tenemos de esos reinos de la an-
tigüedad, en que la variación de costumbres hacía diferentes unos
'
de otros, en tanto que el Mundo continuaba siempre invariable".
Esta concepción, impedia toda creencia en el progreso de la
humanidad, en la marcha ascendente de la civilización y no daba
lugar a lo que podríamos llamar optimismo político, el cual busca
siempre una síntesis de superación y abre insospechadas vías para
lograrla .
Para Maquiavelo , la misma antorcha pasaba de mano en ma-
no, de los asirios a los medos y a los persas, de éstos a los griegos,
1
PROLOGO- -XI

y si alumbró con más vivo y permanente resplandor a los romanos,


se deshizo al cabo en chispazos, que fueron a distribuirse entre tur-
cos, alemanes y franceses, sin proporcionar a cada uno de ellos más
que efímeros fulgores o a lo sumo un más duradero y débil resplan-
dor. En los tiempos de Maquiavelo , muchos italianos anhelaban y
Maquiavelo lo quería muy vehementemente, cual típico represen-
tante del movimiento renacentista, que la antorcha tornase a Italia.
Por esta causa de limitación del campo visual histórico , que no
es personalmente imputable al insigne florentino, sino característica
de su tiempo, Maquiavelo , al formular sus juicios , carece de espíritu
progresivo; mira siempre atrás. Se funda en los ejemplos suministra-
dos por los hechos, y deduce de ellos ciertas consecuencias para el
porvenir, pero unas consecuencias circunscritas , de aplicación a unos
mismos e idénticos fenómenos, a una estática e invariable situación
objetiva. Como si nada debiese cambiar ni variarse en el curso del
tiempo.
No sólo por las razones expuestas, se explican el pensamiento
y el método que Maquiavelo expone y desarrolla al escribir "El
Príncipe". Las circunstancias en que se encontraba Italia, durante
la vida del célebre secretario de Florencia, justifican también los an-
helos con que la obra fué escrita y el legítimo afán, con que se per-
seguía un fin, que claramente se desvela en el último capítulo del
pequeño y grande libro.
La Península italiana atravesaba por aquellos años uno de los
períodos más duros y agitados de su accidentada historia. Italia
veíase dividida en múltiples y pequeños Estados, entre los que des-
Lacaban Milán, Florencia, Venecia, Nápoles y los territorios some-
tidos a la soberanía temporal del pontífice, los que luchaban entre
sí; y no se limitaban a esto , sino que atraían a la feraz y estratégica
Italia, para que apoyasen süs facciones o les auxiliasen en sus em-
presas, a poderosos reyes y ejércitos extranjeros, como ocurría con
las tropas de Fernando el Católico de España y de Carlos VIII y
Luis XII, de Francia, que establecidos en las campiñas italianas,
primero para ayudar a ciertos príncipes en sus luchas internas, que-
XII- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

daron después, como aspirantes definitivos al dominio de la Penín-


sula, en despiadada pugna, que hubo de prolongarse durante los
reinados de Carlos I de España y de Francisco I de Francia, dando
lugar a las célebres batallas de Ceriñola, Garellano y Pavía que
aniquilaron el poder militar francés, y al terrible saqueo de Roma
por las tropas imperiales, al mando paradójico de un francés, que
luchaba contra su patria : el condestable de Borbón.
Los pequeños Estados de Italia, satélites de poderosos monar-
cas extranjeros, pasaban de unas a otras manos al impulso de las
victorias o de las derrotas de los formidables contendiente y la misma
sede de San Pedro , la inconmovible Roma, se estremecía y vaci-
laba al fragor de los combates y se mezclaba en ellos , más que con
la autoridad espiritual y pacífica del padre universal de la Iglesia,
con las armas mortíferas de la guerra, que la ambición de los pon-
tifices manejaba con desenfado de caudillos y los consistorios dis-
ponían, trocando sus funciones encaminadas al bien de las almas .
por las de verdaderos consejos militares, que más se preocupahan
de la destrucción de los cuerpos.
No sólo Florencia, la patria de Maquiavelo , padeció estos em-
bates, que la hicieron cambiar de régimen y de señores, sino que.
entre el general torbellino, hubo a'gunos Estados, como el Ducado
de Urbino, en el que Maquiavelo vivió algún tiempo y que visitaba
frecuentemente, que llegó a conocer durante veinte años de la vida
del autor de "El Príncipe”, diez dominaciones distintas y tres regí-
menes diferentes, a saber : La soberanía legítima y la dinastía de
los Montefeltre, con Guidobaldo y Francisco Maria de La Rovere,
sobrino del papa Julio II ; la delegación personal en manos de César
Borgia, primero, y de Lorenzo de Médicis, después, y la anexión es-
tricta a los Estados del Pontífice, de 1519 a 1521 , bajo León X.
¿Cómo extrañarse de que un hombre inteligente, cultivado, ar-
diente patriota, conocedor del mundo y de la humanidad , aspirase
a que en su país terminara tan abominable situación y surgiese una
figura que, como Ciro , Alejandro o César, extinguiese la anarquía ,
utilizando los medios que aquellos grandes caudillos y políticos ha-
LIBR
UNIVERSI ARY TE
TY OF XAS
AUSTIN, TEXAS
PROLOGO- -XIII

bían puesto en juego con éxito y reconstituyese la unidad italiana, en


la que brillase de nuevo la famosa antorcha arrebatada por los bár-
baros ? Esta idea que germinaba entonces en el cerebro privilegiado
de Maquiavelo, precursor indudable, necesitó sin embargo más de
cuatrocientos años para realizarse por Cavour , que logró al cabo
la unidad ansiada , aunque no el retorno de la antorcha, que Mus-
solini se encargó de alejar definitivamente.
En una Italia como la de entonces , en una época como la del
renacimiento en la que los ejércitos extranjeros asolaban el suelo
italiano , las bandas mercenarias vivian del saqueo y del pillaje, el
puñal y el veneno disponían a diario de la vida de príncipes y mag-
nates y cambiaban el destino de los Estados, donde un hijo de! papa
era cardenal y legado a los 20 años y el propio pontifice asesinaba
como Alejandro VI, guerreaba como Julio II o huía como Clemente
VII, ¿ qué puede extrañar que Maquiavelo encontrase admisibles
muchos medios políticos, que en épocas posteriores, más sosegadas y
pacíficas, rechazaba el escrúpulo de críticos y pensadores, y que
quizás hemos visto superadas por ias turbulencias estremecedoras de
nuestra vida actual, agitada de modo casi constante por los horro-
res de una guerra que abarca el Universo ?
Nadie puede extrañurse de que un hombre excepcional, sumer-
gido en aquella vida y en aquel ambiente, deseoso de disipar o alejar
tan densas tormentas, guiado por los ejemplos ya referidos de Ciro,
Filipo, Alejandro y César, fijase su penetrante atención en las fi-
guras más destacadas de su tiempo, en las que desarrollaban talentos
y energías, capaces de sobreponerse a tal estado de cosas, y que su
perspicaz mirada se detuviese en los dos más destacados príncipes
del lugar y del tiempo, que eran a la vez típicos exponentes de la
época: Fernando el Católico y César Borgia.
De estos dos príncipes, tan dispares en las formas y tan iden-
tificados en el fondo, que se completan sin embargo para personificar
todo un período de la historia, Maquiavelo, que ha visto a los dos
y ha pensado en ambos, cita más especialmente a uno , al hijo de
Alejandro VI, quizás porque le ha tratado más íntimamente o tal
XIV- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

vez porque fué italiano y el patriotismo acendrado e incomprendido


de Maquiavelo, aparta de su p'uma el elogio directo de un extran-
jero que trataba entonces de avasallar a Italia . Pero uno y otro
personaje, persiguen la formación de grandes Estados, la consagra-
ción de nacionalidades, fin último de Maquiavelo, cual veremos más
adelante, y si es verdad que uno de aquellos triunfa y el otro fra-
casa, no es lícito por ello discernir el aplauso, en relación con el
triunfo o con la derrota, cuando los móviles por caminos semejantes.
eran los mismos. Tampoco puede establecerse mucha diferencia en
atención a los sentimientos , ni a las creencias de uno y otre, que en
definitiva, si muy católico parecía Fernando, por su matrimonio con
Isabel, que de verdad lo era, no menos católico debía presumirse
a César, por hijo de un papa y ex cardenal de la Romana Iglesia.
Todo era fruto del mismo tiempo , de aquel tiempo tan singular
y único, que hizo a Fernando, a César y a Maquiavelo y que como
síntesis final, produjo "El Príncipe".
Si de estas consideraciones de tipo general, que deben presidir un
estudio imparcial de la obra objeto de nuestro trabajo, pasamos al
examen analítico del contenido de aquélla, las conclusiones que del
mismo obtenemos no son ni mucho menos desoladoras, sino por el
contrario, de precioso aleccionamiento. Basta para obtenerlas y
limpiarlas de las crudezas que las envuelven y a veces las obscu-
recen y enturbian, no olvidar aquellas generales consideraciones y
no pensar tampoco que la humanidad es un dechado de perfeccio-
nes, ni siquiera que se la puede encaminar ascéticamente hacia un
paradigma de virtud. Esa puede ser una aspiración religiosa, pero
no es ni será jamás una aspiración política y Maquiavelo se propuso
en “El Príncipe" asentar una política, no fundar una religión.
Con estos pensamientos por guía, abṛamos ya las páginas del
libro, adentrémonos en sus ideas y veamos cuánto útil y provechoso
puede obtenerse de su sana lectura.
Lo primero que descubrimos en las páginas de "El Príncipe"
es la preocupación firmísima, casi obsesionante de asegurar un go-
bierno. Importa menos como sea, que el que sea y perdure. Para
PROLOGO- -XV
1
aclarar y fijar esta idea, añadiré que lo que interesa es que exista
un Estado, un poder político que se consagre y perpetúe. Esto
equivale a terminar con la anarquía, azote constante de la Italia
de aquella época y pesadilla continua de Maquiavelo.
¿Es buena o mala esta idea ? Sospecho que no habrá muchos
que se pronuncien por declararla mala y desde luego los que lo hagan.
no hubiesen formulado el mismo juicio si hubiesen vivido la época
del Renacimiento, con su criterio actual ... a menos que sean de
aquellos que se hallan propicios a aprovechar la anarquía.
Respecto de este propósito, capital de "El Príncipe" , escribe
Mayer, en la notable obra intitulada “Trayectoria del Pensamiento
Político", traducida por Vicente Herrero y publicada en México
por el Fondo de Cultura Económica, las siguientes palabras : “Ma-
quiavelo fué discípulo de una época de crisis en el Estado y en la
política. La Constitución de Florencia cambió seis veces en el trans-
curso de cuarenta años. ¡ Qué ejemplo para un pensador capaz de
decir de sí mismo : no entiendo nada de los tejidos de lana o seda ,
de las pérdidas o ganancias, sólo se algo acerca del Estado ! Tuvo
evidentemente oportunidad de poner a prueba su saber". Y lo puso.
añado yo, cumpliendo así con el deber histórico que le estaba asig-
nado.
Acuciado por este pensamiento capital, ante un hondísimo pro-
blema de lugar y tiempo, aplica Maquiavelo en "El Prícipe" pro-
cedimientos que pudiéramos llamar terapéuticos, ante un caso pa-
tológico. No interesa lo jurídico, casi no importa lo ético para fundar
un Estado, cuando de que haya Estado depende el que exista un
derecho y pueda hablarse de una moral.
Apesar de ello, no es absolutamente cierto que en "El Príncipe".
se siembren los elogios hacia la falta de conciencia, se consagren los
crímenes más nefandos ni se aplauda la carencia de todo escrúpulo
humano.

Así, cuando después de haber narrado las hazañas feroces de


Agatocles, en Siracusa, forma el juicio que tales métodos merecen,
XVI -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

aquél dista mucho de ser favorable y no es el aplauso de Maquia


velo el que corona la obra del tirano.
Recordemos las propias palabras en que ese juicio se con-
signa: "Si consideramos sus acciones y valor- se refiere a Agato-
cles- -no veremos nada o casi nada que pueda atribuirse a la for-
tuna. No con el favor de ninguno, como lo he dicho más arriba,
sino por medio de los grados militares, adquiridos a costa de muchas
fatigas y peligros , consiguió la soberanía, y si se mantuvo en ella,
por medio de una infinidad de acciones, tan peligrosas, como estaban
l'enas de valor, no puede aprobarse ciertamente lo que he dicho para
conseguirla. La matanza de sus conciudadanos , la traición de sus
amigos, su absoluta falta de fe, de humanidad, de religión, son cier-
tamente medios con los que uno puede conseguir el imperio , pero
no adoriere con ellos ninguna gloria".
Y por si esta condenación no fuese suficiente, añade pocas lí-
neas después, y luego de alabar, como era justo, el valor de Aga-
tocles, para arrostrar los pe'igros y vencer las dificultades, estas sin-
ceras palabras : "Pero su feroz crueldad y despiadada inhumanidad ,
sus innumerables maldades, no permiten alabarle, como si él mere-
ciera ocupar un lugar entre los hombres insignes más importantes” .
Maquiavelo hace justicia a las dotes de valor y energía de un hom-
bre, que cometiendo todo género de crímenes y felonías, se mantuvo.
por su serenidad y valor, en el poder durante largo tiempo, pero no
aprueba ni ap'aude , ni exalta esos métodos, porque eran innecesarios
y desproporcionados, y por consecuencia ineficaces y contraprodu-
centes para afirmar un Estado.
Verdad es que páginas más arriba y al examinar las artes po-
líticas del Duque de Valentinois, Maquiavelo no desaprueba la fa-
mosa "Traición de Sinigaglia", ni el terrible escarmiento hecho en
la persona del lugarteniente Ramiro d'Orco, en Cesena, pero es
porque eran muy diversas las circunstancias y bien diferentes los
móviles que impulsaron estas acciones.
La matanza de Sinigaglia fué un medio artero , pero acaso el
único posible de terminar con poderosos y solapados enemigos, que
PROLOGO- -XVII

de no haber sido suprimidos hubiesen acabado seguramente con


César y su gobierno. Algo así como un acto de proporcionada de-
fensa. El suplicio de Ramiro d'Orco, obedecía a un fondo de jus-
ticia, por los excesos que el lugarteniente había en verdad cometido
sobre el pueblo de la Romaña , y revestía un aspecto de satisfac-
ción popular, aunque todo ello quedase atenuado por el fondo psi-
cológico, que Maquiavelo crudamente descubre y transmite a mu-
chos historiógrafos, de procurar que los rencores del pueblo , por aque-
llos excesos del lugarteniente, unos espontáneos y otros mandados o
sugeridos, para asegurar el poder del Príncipe, recayesen sobre éste.
Dedúcese de esta comparación de juicios y de posiciones en la
doctrina maquiavélica, contenida en "El Príncipe" , que hay que
distinguir el mal como fin, o mal innecesario , del mal como medio
o mal, que en ciertos momentos, constituye una necesidad o conduce
a una utilidad práctica indudable.
Maquiavelo detesta y condena , a todo lo largo de su obra
capital, el mal como fin, y por ello , no salva de su enérgica conde-
nación a Agatocles ; pero transige con el mal como medio para un
fin bucno, o, al menos, útil a la comunidad ; para afirmar un Estado,
y por eso exalta y aun ejemplariza como Príncipe de su tiempo a
César Borgia.
Veamos ese concepto confirmado por Maquiavelo en el capítulo
VIII del Príncipe, cuando dice : "Podemos llamar buen uso, los
actos de crueldad si sin embargo es lícito hablar bien del mal, que
se ejercen de una vez, únicamente por la necesidad de proveer a la
propia seguridad, sin continuarlos después y que al mismo tiempo
trata uno de dirigirlos, cuanto sea posible hacia la mayor utilidad
de los gobernados.
Los actos de severidad mal usados son aquellos que no siendo
más que un corto número a los principios van aumentándose y se
multiplican de día en día, en vez de disminuir y de mirar a su fin".
Por haber cesado en los actos de crueldad, una vez afirmado
en el poder, estima Maquiavelo que Agatocles se sostuvo en Sira-
Libro.-2
XVIII- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

cusa, pero sin embargo, como hemos visto, no le justifica, porque sus
excesos y crueldades cometidos en los primeros tiempos fueron in-
necesarios, pérfidos y brutales.
Maquiavelo no abomina del bien en su libro, antes al contra-
rio, dice que sería de desear que un Príncipe estuviese adornado de
todas las buenas cualidades, pero viene a enseñar que tal Príncipe
sólo podría mantenerse en un pueblo de hombres igua'mente buenos
y virtuosos, pueblo que no existe y que Maquiavelo no podía supo-
ner que existiese, dado su concepto estático y no progresivo de la
historia. Lo cierto, es que ese pueblo no ha existido nunca ni existe
todavía y que siendo el hombre gobernado un conjunto de bien y
de mal, el gobernante no puede ser de materia y constitución dis-
tinta.
Empero, el bien y el mal hay que distribuirlos ordenadamente,
para lograr de tal distribución de factores el mayor resultado de
bien objetivo posible, dadas las circunstancias.
A esa distribución inteligente y en verdad indispensable para
establecer y mantener el Estado , llama Maquiavelo la "virtus" y
a las ocasiones propicias para hacerla fructificar, "fortuna". For-
tuna y "Virtus", eje de toda la política maquiavélica, que vulgar-
mente se interpreta como sinónima de mal, cuando rectamente en-
tendida debiera considerarse como sinónima de bien, de un bien
relativo, como relativo es todo en la vida de la humanidad.
Claro, que quien busque en “El Príncipe" un tratado de moral
en el que campeen las ideas neo - aristotélicas o el evangelismo eras-
miano, sufrirá una decepción . No es la mera intención, sino el hecho
fructífero el objeto de “El Príncipe" y no debe considerársele amo-
ral porque reconozca que antes de sentar estrictos principios morales,
es preciso practicar una política netamente humana y por tanto no
teológica, que permita el asentar y difundir preceptos éticos y hasta
jurídicos, que de otro modo carecerían de asiento sobre que fun-
darse. Maquiavelo no rechaza esos dictados éticos, ni siquiera los
religiosos; no los combate en su esencia aunque los considere formal-
mente un estorbo en los momentos en que escribe y para los que
PROLOGO -XIX

escribe. Ve las cosas como un general a quien para ganar una ba-
talla estorba un hermoso edificio . El general que lo destruye porque
le estorba, no es un enemigo del edificio y acaso desee reconstruirle
y a'zarle más suntuoso, después de la victoria.
“El Príncipe", no me cansaré de decirlo, es un instrumento para
un período anormal, como lo son el arma o la medicina, pero no
por eso puede negarse su utilidad ni el valor íntimo y perdurable de
su contenido.
Por razón de ese carácter excepcional, dedica muchas páginas
y atención a los asuntos militares y en él se encuentra el primer ger-
men de formación de los ejércitos regulares que constituyó preocu-
pación vital de Maquiavelo como estadista.
Sus aceradas y justas críticas contra las llamadas tropas auxi-
liares У contra los soldados mercenarios, que entonces eran la mayor
parte de los elementos combatientes de Italia, sus acertadas reflexio-
nes sobre los funestos resultados de permitir la entrada en territorio
propio a poderosas ropas extranjeras, que casi nunca lo abandonan
o hacen a costa de grandes sacrificios de los ocupados y con gran-
des ventajas para los ocupantes, sus anhelos por la constitución de
ejércitos propios y nacionales y aun sus disertaciones sobre el estudio
que un Soberano debe haber del territorio de su Estado y de sus
accidentes y de las condiciones de los Estados vecinos o más pró-
ximos, son enseñanzas preciosas, no sólo de un valor histórico admi-
rable, por su ulterior confirmación, sino de un valor actual, y en re-
ducidos límites, acomodados a los tiempos , de un valor de futuro ,
en el que pueden vislumbrarse los principios de ciencias hoy todavía
en gestación, como la geografía interpretada en función política y
estratégica del porvenir, que recibe el nombre de “geopolítica”.
Sobre todo ese conjunto de pensamientos profundos y certeros,
no desvirtuados en más de cuatrocientos años de desarrollo de la his-
toria mundial, campea en "El Príncipe" el espíritu humano . No
la ilusión ni la perfección, sino la realidad, muchas veces dolorosa y
triste, pero que es indispensable conocer, porque la política no se
XX- LUIS FERNANDEZ CLERIGO

funda en entelequias ni puede establecerse sobre paradigmas de


virtud.

El material sobre el cual el político tiene que actuar ineludible-


mente, es el hombre y los conjuntos de hombres, que se llaman ejér-
citos, partidos, cámaras, sociedades, pueblos, naciones y todo eso
es un tejido complejo de bien y de mal, de astucia y de nobleza , de
ambición y de heroísmo, de avaricia y generosidad, de amor y odio,
de crueldad y clemencia, que es absurdo desconocer y necio encu-
brir, con engañosos velos de ilusión. Por el contrario, es útil mos-
trarlo en su trágica y soberbia desnudez, como el mismo cuerpo
humano, formado de bellas líneas y también de repugnantes impu-
rezas, donde la medicina y el escalpelo tienen mucho que hacer an-
tes, ahora ... ¡ siempre!...
Cuando Maquiavelo habla de la clemencia, sabe y enseña que
hay clemencias que producen catástrofes y crueldades que salvan
muchas vidas y a veces Estados. Esta máxima humana , no debe
olvidarla nunca ningún gobernante, ya sea Príncipe, ya se conforme
con bastante menos.
Lo que Maquiavelo no admite es la crueldad prolongada como
sistema, prorrogada indefinidamente , aumentada en forma progre-
siva o empleada de un modo arbitrario por impulsos vesánicos y
desatentados. Parece que al hablar de esa crueldad absurda, el flo-
rentino, preveía el panorama de los modernos regímenes totalitarios,
en los que la barbarie histórica, contra la que se alza el calumniado
Maquiavelo, se repite agudizada, a pesar de las modernas supera-
ciones y de las doctrinas que corren desde Fischte y Hegel, hasta
Spengler.
El Príncipe, es decir, el político, ha de tener la fuerza del león
y la astucia de la zorra , dice Maquiavelo en el capítulo XVIII , de
su insigne obra. ¿ Para qué? ¿ Para el mal de su Estado y de sus
ciudadanos, o para salvar a uno y otros ? La respuesta la da, alu-
diendo al final de ese capítulo, al príncipe más sagaz, aplaudido y
victorioso de su siglo, al que no nombra pero da a conocer con
claridad suficiente.
PROLOGO -XXI

"Hay un principe en nuestra era -dice-que no predica nunca


más que la paz ni habla más que de la buena fe, y que al observar
él una y otra, se hubiera visto quitar más de una vez sus dominios
y estimación; pero creo que no conviene nombrarle". No es difícil
saber, sin embargo, que se refiere a Fernando V de Aragón, Rey
católico de España, donde debió figurar como primero y a quien
tanta y merecida alabanza y gloria se tributan. Maquiavelo decide
no nombrarle, porque como modelo del soberano de su tiempo , era
más temido que amado ; pero es maravilloso que quienes rinden pa-
rias al histórico personaje sólo muestren odio, desprecio e incompren-
sión para el mejor divulgador de la misma doctrina y de idéntica
táctica política..
No quiero ser un panegirista de Maquiavelo , ni siquiera un crí-
tico apasionado, que desconozca cuantò de duro hay en esa doctri-
na, y aun de anacrónico , frente al concierto que hoy se busca —quién
sabe si se encontrará— entre los pueblos civilizados, pero en su épo-
ca, en su tiempo , ante aquellos problemas, su visión es tan certera
como la de Fernar.do el Católico, y de esos hombres, de esa visión
y de esas enseñanzas , quedan siempre perlas de fino oriente, para
el observador que penetra el sentido transmutativo de los tiempos.
Por eso es eterna la obra maquiavélica y sobrevive a las críticas
más aceradas.
No es tampoco verdad que la doctrina de "El Príncipe" sea
contraria al sentido popular y manifiestamente antidemocrática. Si
bien se observa, a lo largo de toda la obra, se encuentran pensa-
mientos y párrafos en los que se exalta al pueblo, y lo que es más
importante, en los que el amor al príncipe y la conformidad y asen-
timiento del pueblo a sus actos, se consideran como la más firme base
del Poder.
Así en el capítulo XIV se lee : "un ciudadano hecho príncipe
con favor del pueblo, debe tender a conservar su afecto , lo cual es
fácil, pues el pueblo le pide únicamente el no ser oprimido ; pero
el que llegó a ser príncipe con la ayuda de los magnates y contra el
voto del pueblo, debe ante todas cosas tratar de conciliársele , lo que
XXII- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

le es fácil, cuando le toma bajo su protección. Cuando los hombres


reciben bien de aquel de quien no esperaban más que mal, se
apegan más y más a él" .
En otro pasaje podemos ver lo siguiente : "por otra parte no se
puede, con decoro y sin agraviar a los otros, contentar los demás de
los grandes ; pero contenta uno fácilmente los del pueblo, porque
los deseos de éste tienen un fin más honrado que el de los grandes,
en atención a que los grandes quieren oprimir y que el pueblo limita
su deseo a no serlo".
Más adelante consigna : " Sin embargo , con respecto a sus go-
bernados, aun en el caso de que no se maquinase nada por afuera
contra él, podría temer que en lo interior se conspirase ocultamente,
pero puede estar seguro de que esto no acaecerá, si evita ser des-
preciado y aborrecido y si hace al pueblo contento con su gobierno ;
ventaja esencial que hay que lograr, como lo he hicho muy por ex-
tenso antes". Esto lo comenta Napoleón I , el príncipe salido del
pueblo y de la Revolución francesa, con esta lapidaria palabra :
Machaconería.
En toda la obra de Maquiavelo, el pueblo merece mucho más
respeto que grandes y magnates . Y es que con el pueblo y por el
pueblo, piensa Maquiavelo reconstruir la nacionalidad italiana, dora-
da ilusión de sus vigilias y anhelo final y definitvo de su atareado
vivir.
Consideraba llegado el momento de la fortuna para quien po-
seyera la virtus y se afanaba, cual nuevo Diógenes, por encontrar
el príncipe, el hombre capaz de consumar la empresa. Si Moisés
estuvo destinado a salvar a los hebreos y encontró la ocasión en el
cautiverio de Egipto ; si Ciro fué el hombre que debía consagrar la
Persia y para ello logró oportunidad en la violencia de los medos;
si Tesco había de inmortalizar a Atenas y tuvo momento propicio
por la dispersión de los atenienses, era preciso , indispensable, el hom-
bre superior, que sobre el pueblo italiano y aprovechando los instan-
tes de mayor anarquía y disgregación, estableciese el orden y con-
PROLOGO -XXIII

siguiese la aglutinación de aquella estirpe que llegó a dominar el


mundo.
¡Magnífica empresa, vista con la claridad y grahdeza de que
eran capaces el talento y la perspicacia de Maquiavelo!
Brillantemente ilumina con la luz de sus palabras este pensa-
miento, el capítulo final de "El Príncipe". La unidad nacional
francesa estaba hecha desde Luis XI. La unidad nacional o al
menos estatal española , acababa de realizarse bajo los Reyes Ca-
tólicos. ¿Por qué no había de hacerse la unidad italiana ? ¿ No era
justo que un hombre como Maquiavelo la vislumbrasé y la apete-
ciese ?
Vano empeño. Falló el Príncipe, el hombre no fué hallado .
No pudo serlo Fernando el Católico por extranjero ; no lo pudo ser
César Borgia por desdichado ; no lo fué fina'mente ninguno de los
Médicis, a quienes en último término ape'aba , por falta de energía
y de consistencia.
Ese pensamiento no lo logró un príncipe, sino un político, un
demócrata, Cavour, varios siglos después, cuando el principado se
hallaba sólo en la fuerza de la inteligencia y se alcanzaba por la
voluntad de los pueblos.
Muchas más cosas se han dicho de Maquiavelo y de "El Prín-
cipe". Algunas más pudiera decir yo, pero temo ser harto prolijo y
difuso y que lo que pretendo sea claridad se trueque en confusión.
He querido tan sólo tomar de la mano a los lectores y servirles
de guia para penetrar en el libro que se les ofrece, adentrándoles
antes en el tiempo y en los afanes en que y con que se escribió, para
hacerle más fácilmente comprensible .
Con igual propósito he conservado el estilo con que la obra fué
escrita, aunque su forma discrepe no poco de lo que es uso en la
literatura de nuestra época.
Si impulsado por buena voluntad, hubiese traspasado los lími
tes de mi encargo y de mi pensamiento , perdonad. Si acaso el pró-
logo os ha complacido, gustadle como un incentivo para la lectura
de las páginas que subsiguen.
XXIV- -LUIS FERNANDEZ CLERIGO

De uno o de otro modo, no dejéis de acometerla y de meditar


sobre el contenido de aquéllas. No merece leerse ningún libro que
no hace meditar. “El Príncipe" ha hecho meditar a más de diez
generaciones. Para que medite la actual, el momento es propicio
cual ninguno. Leed y meditad. Estoy seguro de que no tendréis
mctivo para arrepentiros.

Luis Fernández Clérigo


EL PRINCIPE

NICOLAS MAQUIAVELO

Al magnífico Lorenzo,
hijo de Pedro de Médicis

CAPITULO I

CUANTAS CLASES DE PRINCIPADOS HAY, Y DE QUE


MODO ELLOS SE ADQUIEREN

UANTOS Estados, cuantas dominaciones ejercieron y


ejercen todavía una autoridad soberana sobre los hom-
C bres, fueron o son Repúblicas o principados. Los prin-
cipados son, o hereditarios cuando la familia del que los sostiene
los poseyó por mucho tiempo, o son nuevos.
Los nuevos son, o nuevos en un todo, como lo fué el de
Milán para Francisco Sforzia ; o como miembros añadidos al
Estado y hereditario del príncique, que los adquiere ; y tal es el
reino de Nápoles con respecto al Rey de España.
O los Estados nuevos, adquiridos de estos dos modos, están
habituados a vivir bajo un Príncipe, o están habituados a ser libres.
O el Príncipe que los adquirió, lo hizo con las armas aje-
nas, o los adquirió con las suyas propias.
O la fortuna se los proporcionó, o es deudor de ellos a su
valor.
26- -NICOLAS MAQUIAVELO

CAPITULO II

DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS

Pasaré aquí en silencio las Repúblicas, a causa de que he


discurrido ya largamente sobre ellas en otra obra ; y no dirigiré
mis miradas más que hacia el Principado .
Volviendo en mis discursos a las distinciones que acabo de
establecer, examinaré el modo con que es posible gobernar y con.
servar los principados.
Digo, pues, que en los Estados hereditarios que están acos-
tumbrados a ver reinar la familia de su Príncipe, hay menos di-
ficultad para conservarlos, que cuando ellos son nuevos. El Prín-
cipe entonces no tiene necesidad más que de no traspasar el orden
seguido por sus mayores, y de contemporizar con los acaecimientos,
después de lo cual le basta una ordinaria industria para conser-
varse siempre, a no ser que haya una fuerza extraordinaria, y lle-
vada al exceso, que venga a privarle de su Estado. Si él le pierde,
le recuperará, si lo quiere, por más poderoso y hábil que sea el
usurpador que se ha apoderado de él.
Teniendo el Príncipe natural menos motivos y necesidad de
ofender a sus gobernados, está más amado por esto mismo ; y si
no tiene vicios muy irritantes que le hagan aborrecible, le amarán
sus gobernados naturalmente y con razón. La antigüedad y con-
tinuación del reinado y su dinastía , hicieron olvidar los vestigios
y causas de las mudanzas que le instalaron : lo cual es tanto más
útil, cuando una mudanza deja siempre una piedra angular para
hacer otra.

CAPITULO III

DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS

Se hallan las dificultades en el principado mixto ; y prime-


ramente, si él no es enteramente nuevo, y que no es más que un
EL PRINCIPE- -27

miembro añadido a un principado antiguo que ya se posee, y


que por su reunión puede llamarse, en algún modo, un principado
mixto, sus incertidumbres dimanan de una dificultad que es con-
forme con la naturaleza de todos los principados nuevos. Consisté
ella en que los hombres que mudan gustosos de señor con la es-
peranza de mejorar su suerte (en lo que van errados) , y que, con
esta loca esperanza , se han armado contra el que los gobernaba,
para tomar otro, no tardan en convencerse por la experiencia, de
que su condición se ha empeorado. Esto proviene de la necesidad
en que aquel que es nuevo Príncipe, se halla natural y común-
mente de ofender a sus nuevos súbditos, ya con tropas , ya con
una infinidad de otros procedimientos molestos que el acto de su
nueva adquisición llevaba consigo.
Con ello te hallas tener por enemigos todos aquellos a quie-
nes has ofendido al ocupar este principado, y no puedes conser-
varte por amigos a los que te colocaron en él , a causa de que no
te es posible satisfacer su ambición hasta el grado que ellos se
habían lisonjeado ; ni hacer uso de medios rigurosos para repri-
mirlos, en atención a las obligaciones que ellos te hicieron contraer
con respecto a sí mismos. Por más fuerte que un Príncipe fuera
con sus ejércitos, tuvo siempre necesidad del favor de una parte
a lo menos de los habitantes de la provincia , para entrar en ella .
He aquí por que Luis XII , después de haber ocupado Milán con
facilidad, le perdió inmediatamente ; y no hubo necesidad para
quitárselo, esta primera vez, más que de las fuerzas de Ludovico ;
porque los milaneses, que habían abierto sus puertas al Rey, se
vieron desengañados de su confianza en los favores de su gobierno,
y de la esperanza que habían concebido para lo venidero, y
no podían ya soportar el disgusto de tener un nuevo Príncipe.
Es mucha verdad que al recuperar Luis XII por segunda
vez los países que se habían rebelado, no se los dejó quitar tan
fácilmente, porque prevaliéndose de la sublevación anterior, fué
menos reservado en los medios de consolidarse. Castigó a los cul-
pables , quitó el velo a los sospechosos y fortificó las partes más
débiles de su anterior gobierno.
28- -NICOLAS MAQUIAVELO

Si, para hacer perder Milán al Rey de Francia la primera


vez, no hubiera sido menester más que la terrible llegada del Duque
Ludovico hacia los confines del milanesado, fué necesario para
hacérsele perder la segunda , que se armasen todos contra él, y
que sus ejércitos fuesen arrojados de Italia o destruídos.
Sin embargo, tanto la segunda , como la primera vez , se le
quitó el Estado de Milán. Se han visto los motivos de la primera
pérdida suya que él hizo, y nos resta conocer los de la segunda ,
y decir los medios que él tenía , y que podía tener cualquiera que
se hallara en el mismo caso, para mantenerse en su conquista me-
jor que lo hizo.
Comenzaré estableciendo una distinción : O estos Estados
que, nuevamente adquiridos, se reúnen con un Estado ocupado
mucho tiempo hace, por el que los ha conseguido, se hallan ser
de la misma provincia, tener la misma lengua, o esto no sucede
así.
Cuando ellos son de la primera especie , hay suma facilidad
en conservarlos, especialmente cuando no están habituados a vivir
libres en República . Para poseerlos seguramente, basta haber
extinguido la descendencia del Príncipe que reinaba en ellos ; por-
que en lo restante, conservándoles sus antiguos estatutos, y no sien-
do allí las costumbres diferentes de las del pueblo a que lo reúnen,
permanecen sosegados como lo estuvieron la Borgoña , Bretaña ,
Gascuña y Normandía, que fueron reunidas a la Francia mucho
tiempo hace. Aunque hay, entre ellas, algunas diferencias de
lenguaje, las costumbres, sin embargo se asemejan allí, y estas
diferentes provincias pueden vivir, no obstante, en buena armonía .
En cuanto al que hace semejantes adquisiciones, si él quiere
conservarlas, le son necesarias dos cosas : la una que se extinga
el linaje del Príncipe que poseía estos Estados ; la otra que el
Príncipe que es nuevo no altere sus leyes ni aumente los impuestos ;
con ello en brevísimo tiempo, estos nuevos Estados pasarán a for-
mar un solo cuerpo con el antiguo suyo.
Pero cuando se adquieren algunos Estados en un país que
EL PRINCIPE -29

se diferencia en las lenguas, costumbres y constitución , se hallan


entonces las dificultades y es menester una suma industria para
conservarlos. Uno de los mejores y más eficaces medios a este
efecto, sería que el que adquiere, fuere a residir en ellos ; los po-
seería entonces del modo más seguro y durable, como lo hizo el
Turco con respecto a la Grecia. A pesar de todos los demás
medios de que se valía para conservarla , no lo hubiera logrado,
si no hubiera ido a establecer allí su residencia.
Cuando el Príncipe reside en este nuevo Estado, si se mani-
fiestan allí desórdenes, puede reprimirlos muy prontamente ; en
vez de que si reside en otra parte, y que los desórdenes no son
de gravedad, no hay remedio ya.
Cuando permaneces allí, no es despojada la provincia por
la codicia de los empleados ; y los súbditos se alegran más de poder
recurrir a un Príncipe que está cerca de ellos , que no a un Prín-
cipe distante que verían como extraño : tienen ellos más ocasiones
de cogerle amor, si quieren ser buenos ; y temor, si quieren ser
malos. Por otra parte, el extranjero que hubiera apetecido atacar
este Estado, tendrá más dificultad para determinarse a ello. Así,
pues , residiendo el Príncipe en él, no podrá perderle sin que se
experimente una suma dificultad para quitársele.
El mejor medio después del precedente, consiste en enviar
algunas colonias a uno o dos parajes que sean como la llave de
este nuevo Estado : a falta de lo cual sería preciso tener allí mucha
caballería e infantería. Formando el Príncipe semejantes colo-
nias, no se empeña en sumos dispendios ; porque aun sin hacerlos,
o haciéndolos escasos , las envía y mantiene allí. En ello no ofende
más que aquellos de cuyos campos y casas se apodera para darlos
a los nuevos moradores, que no componen, todo bien considerado,
más que una cortísima parte de este Estado ; y quedando dis-
persos y pobres aquellos a quienes ha ofendido, no pueden per-
judicarle nunca. Todos los demás que no han recibido ninguna
ofensa en sus personas y bienes, se apaciguan fácilmente, y son
temerosamente atentos a no hacer faltas, a fin de que no les acaez-
ca el ser despojados como los otros. De lo cual es menester con-
30- -NICOLAS MAQUIAVELO

cluir que estas colonias que no cuestan nada o casi nada, son más
fieles y perjudican menos ; y que ha lándose pobres y dispersos los
ofendidos, no pueden perjudicar, como ya he dicho.
Debe notarse que los hombres quieren ser acariciados o re-
primidos, y que se vengan de las ofensas cuando son ligeras . No
pueden hacerlo cuando ellas son graves ; así, pues, la ofensa que
se hace a un hombre debe ser tal, que le inhabilite para hacerlos
temer su venganza .
Si, en vez de colonias, se tienen tropas en estos nuevos Es-
tados, se expende mucho, porque es menester consumir, para man-
tenerlas, cuantas rentas se sacan de semejantes Estados. La ad-
quisición suya que se ha hecho, se convierte entonces en pérdida,
y ofende mucho más, porque ella perjudica a todo el país con
los ejércitos que es menester alojar allí en las casas particulares.
Cada habitante experimenta la incomodidad suya ; y son unos
enemigos que pueden perjudicarle, aun permaneciendo sojuzga-
dos dentro de su casa . Este medio para guardar un Estado es,
pues, bajo todos los aspectos, tan inútil, como el de las colonias
es útil.
El Príncipe que adquiere una provincia cuyas costumbres y
lenguaje no son los mismos que los de su Estado principal, debe
hacerse también allí el jefe y protector de los príncipes vecinos que
son menos poderosos que él , e ingeniarse para debilitar a los más
poderosos de ellos . Debe, además . hacer de modo que un ex-
tranjero tan poderoso como él no entre en su nueva provincia ;
porque acaecerá entonces que llamarán allí a este extranjero los
que se hallen descontentos con motivo de su mucha ambición o
de sus temores. Así fué como los etolios introdujeron a los roma-
nos en la Grecia y demás provincias en que éstos entraron ; los
llamaban allí siempre los habitantes.
El orden común de las causas es que luego que un poderoso
extranjero entre en un país, todos los demás príncipes que son allí
menos poderosos, se le unan por un efecto de la envidia que habían
concebido contra el que los sobrepujaba en poder , y a los que él
EL PRINCIPE- -31

ha despojado. En cuanto a estos príncipes menos poderosos, no


. hay mucho trabajo en ganarlos ; porque todos juntos formarán
gustosos cuerpo en el Estado que él ha conquistado. El único
cuidado que ha de tenerse , es el de impedir que ellos adquieran
mucha fuerza y autoridad. El nuevo Príncipe, con el favor de
ellos y sus propias manos, podrá abatir fácilmente a los que son
poderosos a fin de permanecer en todo el árbitro de aquel país.
El que no gobierne fácilmente esta parte, perderá bien pron-
to lo que él adquirió; y mientras que ' o tenga, hallará en ello una
infinidad de dificultades y sentimientos .
Los romanos guardaron bien estas precauciones en las pro-
vincias que ellos habían conquistado. Me basta citar para ejem-
plo de esto la Grecia, en que ellos conservaron a los acayos y
etolios y humillaron el reino de Macedonia y echaron a Antioco.
Nunca los redujeron los discursos de Fi ipo hasta el grado de
tratarle como amigo sin abatirle ; ni nunca el poder de Antioco
pudo reducirlos a permitir que él tuviera ningún Estado en aquel
país.
Los romanos hicieron en aquellas circunstancias lo que todos
los príncipes cuerdos deben hacer, cuando tienen miramiento, no
sólo con los actuales perjuicios, sino también con los venideros , y
que quieren remediarlos con destreza . Es posib'e hacerlo, preca-
viéndolos de antemano ; pero si se aguarda a que sobrevengan ,
no es ya tiempo de remediarlos, porque la enfermedad se ha vuelto
incurable. Sucede en este particular, lo que los médicos dicen de
la tisis, que en los principios es fácil de curar y difícil de cono-
cer; pero que en lo sucesivo, si no la conocieron en su principio,
ni le aplicaron remedio alguno, se hace, en verdad, fácil de co-
nocer, pero difícil de curar. Sucede lo mismo con las cosas del
Estado : si se conocen anticipidamente los males que pueden mani-
festarse, lo que no es acordado más que a un hombre sabio y bien
prevenido, quedan curados bien pronto ; pero, cuando por no haber-
los conocido, les dejan tomar incremento, de modo que llegan al
conocimiento de todas las gentes, no hay ya arbitrio ninguno para
remediarlos.
32- -NICOLAS MAQUIAVELO

Volvamos a la Francia y examinaremos si ella hizo ninguna


de estas cosas. Hablaré, no de Carlos VIII , sino de Luis XII,
como de aquel cuyas operaciones se conocieron mejor, visto que
él conservó por más tiempo sus posesiones en Italia ; y se verá
que hizo lo contrario para retener un Estado de diferentes cos-
tumbres y lenguas.
El Rey Luis fué atraído a Italia por la ambición de los vene-
cianos, que querían, por medio de su llegada , ganar la mitad del
Estado de Lombardía . No intento afear este paso del Rey, ni
su resolución sobre este particular ; porque queriendo empezar a
poner el pie en Italia , no teniendo en ella amigos, y aun viendo
cerradas todas las puertas a causa de los estragos que allía había
hecho el Rey Carlos VIII , se veía forzado a respetar los únicos
aliados que pudiera haber allí ; y su plan hubiera tenido un com-
pleto acierto, si él no hubiera cometido falta ninguna en las demás
operaciones. Luego que hubo conquistado, pues, la Lombardía,
volvió a ganar repetidamente en Italia la consideración que Carlos
había hecho perder en ella a las armas francesas. Génova cedió ;
se hicieron amigos suyos los florentinos ; el Marqués de Mantua ,
el Duque de Ferrara , Bentivoglio ( Príncipe de Bolonia ) , el señor
de Forli, los de Pésaro, Rímini, Camerino, Piombino, los Lu-
queses, Pisanos , Sieneses, todos en una palabra , salieron a reci-
birle para solicitar su amistad. Los Venecianós debieron reco-
nocer entonces la imprudencia de la resolución que ellos habían
tomado únicamente para adquirir dos tercios de la provincia lom-
barda ; e hicieron al Rey dueño de los dos tercios de Italia .
Que cada uno ahora comprenda con cuán poca dificultad
podía Luis XII , si hubiera seguido las reglas de que acabamos
de hablar, conservar su reputación en Italia, y tener seguros y bien
defendidos a cuantos amigos se había hecho él allí. Siendo nu-
merosos éstos, débiles por otra parte, y temiendo el uno al Papa,
y el otro a los venecianos, se veían siempre en la precisión de
permanecen con él ; y por medio de ellos le era posible contener fácil-
mente lo que había de más poderoso en toda la Península.
Pero apenas llegó el Rey a Milán, cuando obró de un modo
EL PRINCIPE- -33

contrario, supuesto que ayudó al Papa Alejandro VI a apode-


rarse de la Romaña . No echó de ver que con esta determinación
se hacía débil , por una parte, desviando de sí a sus amigos y a
los que habían ido a ponerse bajo su protección ; y que, por otra,
extendía el poder de Roma .
No le bastó el haber dilatado los dominios del Papa , y des-
viado a sus propios amigos ; sino que el deseo de poseer el reino
de Nápoles, se le hizo repartir con el rey de España . Así, cuando
él era el primer árbitro de Italia , tomó en ella a un asociado, al
que cuantos se hallaban descontentos con él debían recurrir na-
turalmente ; y cuando le era posible dejar en aquel reino a un
rey que no era ya más que pensionado suyo, le echó a un lado
para poner a otro capaz de arrojarle a él mismo.
Si la Francia , pues, podía atacar con sus fuerzas , Nápoles,
debía hacerlo ; si no lo podía, no debía dividir aquel reino ; y si
la repartición que ella hizo de la Lombardía con los venecianos
es digna de disculpa a causa de que halló el Rey en ello un medio
de poner el pie en Italia, la empresa sobre Nápoles merece con-
denarse a causa de que no había motivo ninguno de necesidad
que pudiera disculparla.
Luis había cometido, pues, cinco faltas, en cuanto había
destruído las reducidas potencias de Italia, aumentando la do-
minación de un Príncipe ya poderoso, introducido a un extran-
jero que lo era mucho, no residido allí él mismo, ni establecido
colonias.
Estas faltas, sin embargo, no podían perjudicarle en vida
suya, si él no hubiera cometido una sexta : la de ir a despojar a
los venecianos. Era cosa muy razonable y aun necesaria el aba-
tirlos, aun cuando él no hubiera dilatado los dominios de la Igle-
sia, ni introducido a la España en Italia ; pero no debía consentir
en la ruina de ellos, porque siendo poderosos de sí mismos, hubie-
ran tenido distantes siempre de toda empresa sobre Lombardía a

Libro.-3
34- -NICO MAQU
LAS IAVE
LO
los otros, ya porque os venecianos no hubieran consentido en ello
sin ser ellos mismos los dueños, ya porque los otros no hubieran
querido quitarla a la Francia para dársela a ellos , o no tenido
la audacia de ir a atacar a estas dos potencias.
Si alguno dijera que el Rey Luis no cedió la Romaña a Ale-
jandro, y el reino de Nápoles a la España , más que para evitar
una guerra , respondería con las razones ya expuestas, que no de-
bemos dejar nacer un desorden para evitar una guerra , porque
acabamos no evitándo'a ; la diferimos únicamente ; y no es nunca
más que con sumo perjuicio nuestro.
Y si algunos otros alegaran la promesa que el Rey había
hecho al Papa, de ejecutar en favor suyo esta empresa para ob-
tener la disclución de su matrimonio con Juana de Francia, y el
capelo de Cardenal para el arzobispo de Ruán , responderé a esta
objeción con las exp icaciones que daré ahora mismo sobre la fe
de los príncipes y modo con que deben guardarla .
El Rey Luis perdió, pues, la Lombardía por no haber hecho
nada de lo que hicieron cuantos tomaron provincias y quisieron
conservarlas. No hay en ello milagro, sino una cosa razonable y
ordinaria . Hablé en Nantes de esto con el Cardenal de Ruán,
cuando el Duque de Valentinois, al que llamaban vulgarmente
César Borgia, hijo de Alejandro, ocupaba la Romaña ; y habién-
dome dicho el Cardenal que los italianos no entendían nada de
la guerra, le respondí que los franceses no entendían nada de las
cosas de Estado, porque si ellos hubieran tenido inteligencia en
el as, no hubieran dejado tomar al Papa un tan grande incre-
mento de dominación temporal. Se vió por experiencia que la que
el Papa y la España adquirieron en Italia, les había venido de la
Francia, y que la ruina de esta última en Italia dimanó del Papa
y de la España . De lo cual podemos deducir una regla general
que no engaña nunca , o que a lo menos no extravía más que raras
veces : es que el que se acusa de que otro se vuelva poderoso ,
obra su propia ruina .
EL PRINCIPE -35

CAPITULO IV

POR QUE OCUPADO EL REINO DE DARIO POR ALEJANDRO .


NO SE REBELO CONTRA LOS SUCESORES DE ESTE
DESPUES DE SU MUERTE

Considerando las dificultades que se experimentan en con-


servar un Estado adquirido recientemente, podría preguntarse con
asombro, cómo sucedió que hecho dueño Alejandro Magno del
Asia en un corto número de años, y habiendo muerto a poco
tiempo de haberla conquistado, sus sucesores, en una circunstancia
en que parecía natural que todo este Estado se pusiese en rebe-
lión, le conservaron sin embargo, y no hallaron para ello más
dificultad que la que su ambición individual ocasionó entre e'los.
He aquí mi respuesta : los principados conocidos son gobernados
de uno u otro de estos dos modos : el primero consiste en serlo
por un Príncipe, asistido de otros individuos que, permaneciendo
siempre súbditos bien humildes al lado suyo, son admitidos por
gracia o concesión en clase de servidores solamente, para ayudarle
a gobernar. El segundo modo con que se gobierna , se compone
de un Príncipe, asistido de barones, que tienen su puesto en el
Estado, no de la gracia del Príncipe, sino de la antigüedad de
su familia. Estos barones mismos tienen Estados y gobernados ,
que los reconocen por señores suyos y. les dedican su afecto na-
turalmente.

El Príncipe en los primeros de estos Estados, en que gobierna


él con algunos ministros esclavos, tiene más autoridad, porque en
su provincia no hay ninguno que reconozca a otro más que él por
superior; y si se obedece a otro, no es por un particular afecto a
su persona, sino solamente porque él es Ministro y empleado del
Príncipe.
Los ejemplos de estas dos especies de gobiernos son, en nues-
tros días, el del Turco y el del Rey de Francia. Toda la monar-
quía del Turco está gobernada por un señor único ; sus adjuntos
no son más que criados suyos ; y dividiendo en provincias su reino,
36- -NICOLAS MAQUIAVELO

envía a ellas diversos administradores, a los cuales muda y coloca


en nuevo puesto a su antojo. Pero el Rey de Francia se halla en
medio de un sinnúmero de personajes, ilustres por la antigüedad
de su familia , señores ellos mismos en el Estado, y reconocidos.
como tales por sus particulares gobernados, quienes, por otra parte,
les profesan afecto. Estos personajes tienen preeminencias perso-
nales, que el Rey no puede quitarles sin peligrar él mismo.
Así, cualquiera que se ponga a considerar atentamente uno
y otro de estos dos Estados, hallará que habría suma dificultad en
conquistar el del Turco ; pero que si uno le hubiera conquistado,
tendría una grandísima facilidad en conservarle. Las razones de
las dificultades para ocuparle son que el conquistador no puede
ser llamado allí de las provincias de este imperio, ni esperar ser
ayudado en esta empresa con la rebelión de los que el Soberano
tiene al lado suyo : lo cual dimana de las razones expuestas más
arriba. Siendo todos esclavos suyos, y estándole reconocidos por
sus favores, no es posible corromperlos tan fácilmente ; y aun cuando
se lograra esto, no podría esperarse mucha utilidad, porque no
les sería posible atraer hacia sí a los pueblos , por las razones que
hemos expuesto. Pero después de haberle vencido y derrotado en
una campaña sus ejércitos , de modo que él no pueda ya reha-
cerlos, no quedará ya cosa ninguna temible más que la familia
del Príncipe. Si uno la destruye, no habrá allí ya ninguno a
quien deba temerse ; porque los otros no gozan del mismo valimiento
al lado del pueblo. Así como el vencedor antes de la victoria, no
podía contar con ninguno de ellos, así también no debe cogerles
miedo ninguno después de haber vencido. t
Sucederá lo contrario en los reinos gobernados como el de
Francia. Se puede entrar allí con facilidad , ganando a algún
barón, porque se hallan siempre algunos malcontentos del genio
de aquellos que apetecen mudanzas . Estas gentes, por las razo-
nes mencionadas, pueden abrirte el camino para la posesión de
este Estado, y facilitarte el triunfo ; pero cuando se trate de con-
servarte en él, este triunfo mismo te dará a conocer infinitas difi-
cultades, tanto por la parte de los que te auxiliaron como por
EL PRINCIPE- -37

la de aquellos a quienes has oprimido. No te bastará el haber


extinguido la familia del Príncipe, porque quedarán siempre alli
varios señores que se harán cabezas de partido para nuevas mu-
danzas ; y como no podrás contentarlos ni destruirlos enteramente,
perderás este reino luego que se presente la ocasión de ello.
Si consideramos ahora de qué naturaleza de gobierno era el
de Darío, le hallaremos semejante al del Turco. Le fué necesario
primeramente a Alejandro el asaltarle por entero, y hacerse dueño
de la campaña . Después de esta victoria, y la muerte de Darío,
quedó el Estado en poder del conquistador de un modo seguro
por las razones que llevamos expuestas ; y si hubieran estado uni-
dos los sucesores de éste , podian gozar de él sin la menor difi-
cultad ; porque no sobrevino ninguna otra disensión más que la
que ellos mismos suscitaron.
En cuanto a los Estados constituídos como el de Francia ,
es imposible poseerlos tan sosegadamente . Por esto hubo, tanto en
España como en Francia , frecuentes rebeliones, semejantes a
las que los romanos experimentaron en la Grecia, a causa de los
numerosos principados que se hallaban allí.

CAPITULO V

DE QUE MODO Deben GOBERNARSE LAS CIUDADES O


PRINCIPADOS QUE , ANTES DE OCUPARSE POR UN
1
NUEVO PRINCIPE, SE GOBERNABAN CON
SUS LEYES PARTICULARES

Cuando uno quiere conservar aquellos Estados que estaban


acostumbrados a vivir con sus leyes y en República , es preciso
abrazar una de estas tres resoluciones : debes o arruinarlos, o ir
a vivir en ellos, o finalmente , dejar a estos pueblos sus leyes , obli-
gándolos a pagarte una contribución anual, y creando en su país
un tribunal de un corto número que cuide de conservártelos fieles.
Creándose este Consejo por el Príncipe, y sabiendo que él no
38- -NICOLAS MAQUIAVELO

puede subsistir sin su amistad y dominación, tiene el mayor interés


en conservarle su autoridad . Una ciudad habituada a vivir libre.
y que uno quiere conservar, se contiene mucho más fácilmente
por medio del inmediato influjo de sus propios ciudadanos que de
cualquier otro modo. Los espartaros y romanos nos lo probaron
con sus ejemplos,
Sin embargo , los espartanos, que habían tenido Atenas y
Tebas por medio de un Consejo, de un corto número de ciudada-
nos , acabaron perdiéndolas ; y los romanos que para poseer Capua ,
1 Cartago y Numancia , las habían desorganizado, no las perdieron.
Cuando éstos quisieron tener la Grecia con corta diferencia, como
la habían tenido los espartanos, dejándola libre con sus leyes, no
les salió acertada esta opinión y se vieron obligados a desorga-
nizar muchas ciudades de esta provincia para guardarla. Hablan-
do con verdad, no hay medio ninguno más seguro para conser-
var semejantes Estados que el de arruinarlos. El que se hace señor
de una ciudad acostumbrada a vivir libre y no descompone su
régimen, debe contar con ser derrocado él mismo por el'a . Para
justificar semejante ciudad su rebelión, tendrá el nombre de liber-
tad, y sus antiguas leyes, cuyo hábito no podrán hacerle perder
nunca el tiempo ni los beneficios del conquistador . Por más que
se haga y aunque se practique algún expediente de previsión, si
no se desunen y dispersan sus habitantes, no olvidará ella nunca
aquel nombre de libertad, en la primera ocasión, ni sus particulares
estutos ; y recurrirá a ellos, como lo hizo Pisa, aunque ella había
estado numerosos años y aun hacía ya un siglo , bajo la domi-
nación de los florentinos.
Pero cuando las ciudades o provincias están habituadas a
vivir bajo la obediencia de un Príncipe, como están habituadas
por una parte a obedecer y que por otra carecen de su antiguo
señor, no concuerdan los ciudadanos entre sí para elegir a otro
nuevo ; y no sabiendo vivir libres, son más tardos en tomar las
armas. Se puede conquistarlos con más facilidad, y asegurar la
posesión suya.
EL PRINCIPE- -39

En las Repúblicas, por el contrario, hay más valor, una ma-


vor disposición de odio contra el conquistador que allí se hace
Príncipe, y más deseo de venganza contra él. Como no se pierde
en ellas la memoria de la antigua libertad, y que el'a le sobre-
vive con toda su actividad , el más seguro partido consiste en di-
solverlas o habitar en ellas.

CAPITULO VI

DE LAS SOBERANIAS NUEVAS QUE UNO ADQUIERE


CON SUS PROPIAS ARMAS Y VALOR

Que no cause extrañeza , si al hablar ya de los Estados que


son nuevos bajo todos los aspectos, ya de los que no lo son más
que bajo el del Príncipe, o el del Estado mismo, presento grandes
ejemplos de la antigüedad. Los hombres caminan casi siempre
por caminos trillados ya por otros , y no hacen casi más que imi-
tar a sus predecesores, en las acciones que se les ve hacer ; pero
como no pueden seguir en todo el camino abierto por los antiguos,
ni se elevan a la perfección de los modelos que ellos se proponen ,
el hombre prudente debe elegir únicamente los caminos tri'lados
por algunos varones insignes, e imitar a los de ellos que sobre-
pujaron a los demás, a fin de que si no consigue igualarlos, tengan
sus acciones a lo menos alguna semejanza con las suyas.
Digo, pues, que en los principados que son nuevos en un todo,
y cuyo Príncipe, por consiguiente, es nuevo, hay más o menos di-
ficultad en conservarlos, según que el que los adquirió es más
o menos valeroso. Como el suceso por el que un hombre se hace
Príncipe , de particular que él era , supone algún valor o dicha ,
parece que la una o la otra de estas cosas allanan en parte mu-
chas dificultades ; sin embargo, se vió que el que no había sido
auxiliado de la fortuna, se mantuvo por más tiempo. Lo que pro-
porciona también algunas facilidades, es que no teniendo un seme-
jante Principe otros Estados, va a residir en aquel de que se ha
hecho Soberano.
40
-NICOLAS MAQUIAVELO
Pero volviendo a los hombres que, con su prop 1 io valor y
no con la fortuna , llegaron a ser príncipes, digo que los más dignos
de imitarse son: Moisés, Ciro, Rómulo , Teseo y otros semejantes.
Y, en primer lugar, aunque no debemos discurrir sobre Moisés,
porque él no fué más que un mero ejecutor de las cosas que Dios
le había ordenado hacer, diré, sin embargo, que" merece ser ad-
mirado aunque no fuera más que por aquella gracia que le hacía
digno de conversar con Dios. Pero considerando a Ciro y a los
otros que adquirieron o fundaron reinos , los hallaremos dignos de
admiración . Y si se examinaran sus acciones e instituciones en
particular, no parecieran ellas diferentes de las de Moisés, aun-
que él había tenido a Dios por señor. Examinando sus acciones
y conducta, no se verá que ellos tuviesen cosa ninguna de la for-
tuna más que una ocasión propicia, que les facilitó el medio de
introducir en sus nuevos Estados la forma que les convenía . Sin
esta ocasión, el valor de su ánimo se hubiera extinguido, pero tam-
bién, sin este valor, se hubiera presentado en balde la ocasión.
Le era, pues, necesario a Moisés el hallar al pueblo de Israel
esclavo en Egipto y oprimido por los egipcios , a fin de que este
pueblo estuviera dispuesto a seguirle, para salir de la esclavitud .
Convenía que Rómulo, a su nacimiento , no quedara en Alba, y
fuera expuesto, para que él se hiciera Rey de Roma y fundador
de un Estado de que formó la patria suya. Era menester que
Ciro hallase a los persas descontentos del imperio de los medos,
y a éstos afeminados con una larga paz , para hacerse Soberano
suyo . Teseo no hubiera podido desplegar su valor , si no hubiera
hallado dispersados a los atenienses.
Estas ocasiones , sin embargo, constituyen la fortuna de seme-
jantes héroes; pero su excelente sabiduría les dió a conocer el valor
de estas ocasiones ; y de ello provinieron la ilustración y prospe-
ridad de sus Estados.

Los que por medios semejantes llegan a ser príncipes , no


adquieren su principado sin trabajo ; pero le conservan fácilmente ;
y las dificultades que ellos experimentan al adquirirle, dimanan
AVELO EL PRINCIPE -41

aler en parte de las nuevas leyes y modos que les es indispensable in-
troducir para fundar su Estado y su seguridad. Debe notarse bien
35 que no hay otra cosa más difícil de manejar, ni cuyo acierto sea
Lose más dudoso, ni se haga con más peligro, que el obrar como jefe
Dis para introducir nuevos estatutos. Tiene el introductor por ene-
20 migos activísimos a cuantos sacaron provecho de los antiguos esta-
tutos, mientras que los que pudieran sacar el suyo de los nuevos,
no los defienden más que con tibieza . Semejante tibieza proviene
en parte de que ellos temen a sus adversarios que se aprovecharon
de las antiguas leyes, y en parte de la poca confianza que los
hombres tienen en la bondad de las cosas nuevas, hasta que se
ones haya hecho una sólida experiencia de ellas.
for Cuando uno quiere discurrir adecuadamente sobre este par-
de ticular, tiene precisión de examinar si estos innovadores tienen por
sí mismos la necesaria consistencia, o si dependen de los otros ; es
EU

m decir, si, para dirigir su operación, tienen necesidad de rogar, o


si pueden precisar. En el primer caso, no salen acertadamente
nunca, ni conducen cosa ninguna a lo bueno ; pero cuando no de-
te penden sino de sí mismos, y que pueden forzar, dejan rara vez de
d conseguir su fin. Por esto, todos los profetas armados tuvieron
acierto, y se desgraciaron cuantos estaban desarmados .
Además de las cosas que hemos dicho, conviente notar que
el natural de los pueblos es variable. Se podrá hacerles creer fá-
cilmente una cosa ; pero habrá dificultad para hacerles persistir
en esta creencia. En consecuencia de lo cual es menester compo-
nerse de modo que, cuando hayan cesado de creer, sea posible
precisarlos a creer todavía . Moisés, Ciro, Teseo y Rómulo, no
hubieran podido hacer observar por mucho tiempo sus constitucio-
nes, si hubieran estado desarmados, como le sucedió al fraile
Jerónimo Savonarola, que se desgració en sus nuevas institucio-
nes. Cuando la multitud comenzó a no creerle ya inspirado, no
tenía él medio alguno para mantener forzadamente en su creen-
cia a los que la perdían, ni para precisar a creer a los que ya no
creían.
42 -NICOLAS MAQUIAVELO

Los príncipes de esta especie experimentan , sin embargo, su-


mas dificultades en su conducta . Pero cuando han triunfado de
e'las, y que empiezan a ser respetados, como han subyugado en-
tonces a los hombres que tenían envidia a su calidad de príncipe,
se quedan poderosos, seguros, reverenciados y dichosos .
A estos tan relevantes ejemplos, quiero añadirles otro de una
clase inferior, que, sin embargo, no estará en desproporción con
ellos ; y me bastará escoger, entre todos los otros, el de Hierón
el siracusano. De particular que él era , llegó a ser príncipe de
Siracusa, sin tener cosa ninguna de la fortuna más que una favo-
rable ocasión. Hallándose oprimidos los siracusanos, le nom-
braron por caudillo suyo ; en cuyo cargo mereció ser elegido des-
pués para Príncipe suyo. Había sido tan virtuoso en su condición
privada que, en sentir de los historiadores, no le faltaba entonces
para reinar más que poseer un reino. Luego que hubo empuñado
el cetro, licenció las antiguas tropas, formó otras nuevas, dejó a
un lado a sus antiguos amigos haciéndose otros nuevos ; y como
tuvo entonces amigos y soldados que eran realmente suyos, pudo
establecer, sobre tales fundamentos, cuanto quiso ; de modo que
conservó sin trabajo lo que no había adquirido más que con largos
y penosos afanes.

CAPITULO VII

DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON


LAS FUERZAS AJENAS Y LA FORTUNA

Los que de particulares que ellos eran, fueron elevados al


principado por la sola fortuna , llegan a él sin mucho trabajo ; pero
tienen uno sumo para la conservación suya . No hallan dificulta-
des en el camino para llegar a él, porque son elevados como en
alas ; pero cuando le han conseguido, se les presentan entonces
todas las especies de obstáculos.
Estos príncipes no pudieron adquirir su Estado más que de
uno u otro de estos dos modos : o comprándole o haciéndosele dar
EL PRINCIPE- -43

por favor; como sucedió, por una parte, a muchos en la Grecia


para las ciudades de la Iona y Helesponto , en que Darío hizo
varios príncipes que debían tenerlas por su propia gloria, como
también por su propia seguridad; y por otra, entre los romanos,
a aquellos particulares que se hacía elevar al imperio por medio
de la corrupción de los soldar s. Semejantes príncipes no tienen
más fundamentos que la voluntad o fortuna de los hombres que
los exaltaron ; pues bien, ambas cosas son muy variables, y total-
mente destituídas de estabilidad . Fuera de esto, ellos no saben
ni pueden saber mantenerse en esta elevación . No lo saben, por-
que a no ser un hombre de ingenio y superior talento, no es ve-
rosímil que después de haber vivido en una condición privada ,
se sepa reinar. No lo pueden, a causa de que no tienen tropa
ninguna con cuyo apego y fidelidad puedan contar.
Por otra parte, los Estados que se forman repentinamente,
son como todas aquellas producciones de la naturaleza que nacen
con prontitud ; no pueden e'los tener raíces y las adherencias que
les son necesarias para consolidarse . Los arruinará el primer
choque de la adversidad .
Para uno y otro de estos dos modos de llegar al principado,
es a saber con el valor o fortuna , quiero exponer dos ejemplos que
la historia de nuestros tiempos nos presenta : son los de Francisco
. Sforzia y de César Borgia.
Francisco, de simple particular que él era, llegó a ser Duque
de Milán por medio de un gran valor y de los recursos que su
ingenio podía suministrarle : por lo mismo conservó sin mucho
trabajo lo que él no había adquirido más que con sumos afanes.
Por otra parte, César Borgia, llamado vulgarmente el Duque de
Valentinois, que no adquirió sus Estados más que por la fortuna
de su padre, los perdió luego que ella le hubo faltado, aunque
hizo uso, entonces, de todos los medios imaginables para retener-
los, y practicó, para consolidarse en los principados que las armas
y fortuna ajenas le habían adquirido, cuanto podía practicar un
hombre prudente y valeroso.
44- -NICOLAS MAQUIAVELO

He dicho que el que no preparó los fundamentos de su sobe-


ranía antes de ser Príncipe, podría hacerlo después, si él tenía
un talento superior, aunque estos fundamentos no pueden formar-
se entonces más que con muchos disgustos para el arquitecto, y
con muchos peligros para el edificio . Si se consideran, pues, los
progresos del Duque de Valentinois, se verá que él había preparado
poderosos fundamentos para su futura dominación ; y no tengo
por inútil el darlos a conocer, porque no me es posible dar leccio-
nes más útiles a un " Príncipe nuevo" , que las acciones de éste.
Si sus instituciones no le sirvieron para nada, no fué falta suya,
sino la de una extremada y muy extraordinaria malignidad de la
fortuna.
Alejandro VI quería elevar a su hijo el Duque a una gran-
de dominación, y veía para ello fuertes dificultades en lo pre-
sente y futuro. Primeramente, no sabía cómo hacerle señor de un
Estado que no perteneciera a la Iglesia ; y cuando volvía sus
miradas hacia un Estado de la Iglesia para quitárselo en favor
de su hijo, preveía que el Duque de Milán y los venecianos no
consentirían en ello. Veía , además , que los ejércitos de Italia , y
sobre todo aquellos de los que él hubiera podido valerse, estaban
en poder de los que debían temer el engrandecimiento del Papa ;
y no podía fiarse de estos ejércitos , porque todos ellos estaban
mandados por los Ursinos, Colonnas, o allegados suyos. Era me-
nester, pues, que se turbara este orden de cosas, que se introdujera
el desorden en los Estados de Italia . Esto le fué posible, a causa
de que él se hallaba en aquella coyuntura en que, movidos de
razones particulares, los venecianos se habían resuelto a hacer
que los franceses volvieran otra vez a Italia . No solamente no
se opuso a ello, sino que aun facilitó esta maniobra, mostrándose
favorable a Luis XII con la sentencia de la disolución de su ma-
trimonio con Juana de Francia. Este monarca vino, pues, a Ita-
lia con la ayuda de los venecianos , y el consentimiento de Alejan-
dro. No bien hubo estado en Milán, cuando el Papa obtuvo al-
gunas tropas para la empresa que había meditado sobre la Ro-
maña ; y le fué cedida ésta a causa de la reputación del Rey.
EL PRINCIPE- -45
1
Habiendo adquirido finalmente el Duque con ello aquella
provincia, y aun derrotado también a los Colonnas, quería con-
servarla e ir más adelante ; pero le embarazaron dos obstáculos.
El uno se hallaba en el ejército de los Ursinos de que él se había
servido, pero de cuya fidelidad se desconfiaba, y el otro consis-
tía en la oposición que la Francia podía hacer a ello. Temía , por
una parte, que le faltasen las armas de los Ursinos, y que ellas
no solamente le impidiesen conquistar, sino que también le qui-
tasen lo que él había adquirido, mientras que, por otra parte,
se recelaba de que el Rey de Francia obrara con respecto a él
como los Ursinos. Su desconfianza , relativa a estos últimos , esta-
ba fundada en que cuando, después de haber tomado Faenza ,
asaltó Bolonia, los había visto obrar con tibieza. En cuanto al
Rey, comprendió lo que podía temer de él, cuando , después de
haber tomado el Ducado de Urbino, atacó la Toscana ; pues el
Rey le hizo desistir de esta empresa . En semejante situación, re-
solvió el Duque no depender ya de la fortuna y ajenas armas.
A cuyo efecto, comenzó debilitando, hasta en Roma, las fac-
ciones de los Ursinos y Colonnas, ganando a cuantos nobles le
eran adictos. Hízoles gentileshombres suyos, los honró con ele-
vados empleos, y les confió, según sus prendas personales, varios
gobiernos o mandos ; de modo que se extinguió en ellos à pocos
meses el espíritu de la facción a que se adherían ; y su afecto se
volvió todo entero hacia el duque. Después de lo cual aceleró la
ocasión de arruinar a los Ursinos. Había dispersado ya a los par-
tidarios de la casa Colonna que se le volvió favorable ; y la trató
mejor. Habiendo advertido muy tarde los Ursinos que el poder
del Duque y el del Papa como soberano, acarreaba su ruina, con-
vocaron una dieta en Magione, país de Perusa. Resultó de ello
contra el Duque la rebelión de Ursino, como también los tumultos
de la Romaña , e infinitos peligros para él; pero superó todas estas
dificultades con el auxilio de los franceses. Luego que hubo re-
cuperado alguna consideración , no fiándose ya en ellos ni en las
demás fuerzas que le eran ajenas, y queriendo no estar en la
necesidad de probarlos de nuevo, recurrió a la astucia, y supo
46- -NICOLAS MAQUIAVELO

ercubrir en tanto grado su genio, que los Ursinos, por la media-


cien del señor Paulo, se reconciliaron con él. No careció de me-
dios serviciales para asegurárse os, dándoles vistosos trajes, dine-
ro, caballos ; tan bien que, aprovechándose de la simplicidad de
su confianza , acabó reduciéndolos a caer en su poder, en Sini-
gaglia. Habiendo destruído en esta ocasión a sus jefes, y formá-
dose de sus partidarios otros tantos amigos de su persona, pro-
porcionó con ello hartos buenos fundamentos a su dominación,
supuesto que toda la Romaña con el Ducado de Urbino, y que
se había ganado ya todos sus pueblos, en atención a que bajo
su gobierno habían comenzado a gustar de un bienestar descono-
cido de ellos hasta entonces.
Como esta parte de la vida de este Duque merece estudiarse,
y aun imitarse por otros, no quiero dejar de exponerla con al-
guna especificación.
Después que él hubo ocupado la Romaña , hallándola man-
dada por señores inhábiles que más bien habían despojado que
corregido a sus gobernados, y que habían dado motivo a más
desuniones que uniones, en tanto grado que esta provincia estaba
llena de latrocinios, contiendas, y de todas las demás especies de
desórdenes, tuvo por necesario para establecer en ella la paz , y
hacerla obediente a su Príncipe , el darle un vigoroso gobierno.
En su consecuencia, envió allí por Presidente a messer Ra-
miro d'Orco, hombre severo y expedito, al que delegó una au-
toridad casi ilimitada . Este en poco tiempo restableció el sosiego
en aquella provincia, reunió con ella a los ciudadanos divididos,
y aun le proporcionó una grande consideración . Habiendo juzga-
do después el Duque que la desmesurada autoridad de Ramiro
no convenía allí, y temiendo que ella se volviera muy odiosa, eri-
gió en el centro de la provincia un tribunal civil, presidido por un
sujeto excelente, en el que cada ciudad tenía su defensor. Comò
le constaba que los rigores ejercidos por Ramiro d'Orco habían
dado origen a algún odio contra su propia persona , y queriendo
tanto desterrarle de los corazones de sus pueblos como ganárselos
en un todo, trató de persuadirles que no debían imputársele a él
EL PRINCIPE- -47

aquellos rigores, sino al duro genio de su Ministro. Para conven-


cerlos de esto, resolvió castigar por ellos a su Ministro, y una cierta
mañana mandó dividirle en dos pedazos y mostrar e así hendido
en la plaza pública de Cesena, con un cuchillo ensangrentado y
un tajo de madera al lado. La ferocidad de semejante espectácu-
lo hizo que sus pueblos, por algún tiempo , quedaran tan satisfe-
chos como atónitos.
Pero volviendo al purto de que he partido, digo que hallán-
dose muy poderoso el Duque, y asegurado en parte contra los
peligros de entonces, porque se había armado a su modo , y que
tenía destruídas en gran parte las armas de los vecinos que po-
dían perjudicarle , le quedaba el temor de la Francia, supuesto
que él quería continuar haciendo conquistas . Sabiendo que el Rey ,
que había echado de ver algo tarde su propia faltà , no sufriría
que el Duque se engrandeciera más, echóse a buscar nuevos ami-
gos ; desde luego tergiversó con respecto a la Francia , cuando
marcharon los franceses hacia el reino de Nápoles contra las tro-
pas españolas que sitiaban Gaeta. Su intención era asegurarse
de ellos ; y hubiera tenido un pronto acierto, si hubiera continuado
viviendo A'ejandro.
Estas fueron sus precauciones en las circunstancias de en-
tonces ; pero en cuanto a las futuras, tenía que temer primeramente
que el sucesor de Alejandro VI no le fuera favorable, y tratara
de quitarle lo que le había dado Alejandro.
Para precaver estos inconvenientes, imaginó cuatro medios .
Fueron : 1o., extinguir las familias de los señores a quienes él
había despojado , a fin de quitar al Papa los socorros que ellos
hubieran podido suministrar'es ; 2o. , ganarse a todos los hidalgos
de Roma, a fin de poder poner con ellos, como lo he dicho, un
freno al Papa hasta en Roma ; 30. , conciliarse, lo más que le era
posible, el sacro colegio de los cardenales ; y 4o. , adquirir, antes
de la muerte de Alejandro, una tan gran dominación, que él se
ballara en estado de resistir por sí mismo al primer asa to, cuando
no existiera ya su padre.
48- -NICOLAS MAQUIAVELO

De estos cuatro expedientes los tres primeros por el Duque


habían conseguido ya su fin al morir el Papa Alejandro ; y el
cuarto estaba ejecutándose.
Hizo perecer a cuantos había podido coger de aquellos se-
ñores a quienes tenía despojados ; y se le escaparon pocos. Había
ganado a los hidalgos de Roma , y adquirió un grandísimo influjo
en el sacro colegio . En cuanto a sus nuevas conquistas, habiendo
proyectado hacerse señor de la Toscana, poseía ya Perusa y
Piombino, después de haber tomado Pisa bajo su protección. Como
no estaba obligado ya a tener miramientos con la Francia, que
no le guardaba ya realmente ninguno, en atención a que los fran-
ceses se hallaban a la sazón despojados del reino de Nápoles por
los españoles, y que unos y otros estaban precisados a solicitar su
amistad, se echaba sobre Pisa ; lo cual bastaba para que Luca
y Siena le abriesen sus puertas, sea por celos contra los floren-
tinos, sea por temor de la venganza suya ; y los florentinos care-
cían de medios para oponerse a ellos . Si esta empresa le hubiera
salido acertada , y se hubiera puesto en ejecución el año en que
murió Alejandro, hubiera adquirido el Duque tan grandes fuer-
zas y tanta consideración que, por sí mismo, se hubiera sostenido,
sin depender de la fortuna y poder ajeno. Todo ello no depen-
día ya más que de su dominación y talento.
Pero Alejandro murió cinco años después que el Duque ha-
bía comenzado a desenvainar la espada. Unicamente el Estado
de la Romaña estaba consolidado ; permanecían vacilantes todos
los otros, hallándose, además, entre dos ejércitos enemigos, pode-
rosísimos ; y se veía últimamente asaltado de una enfermedad
mortal el Duque mismo. Sin embargo, era de tanto valor, y po-
seía tan superiores talentos ; sabía también cómo pueden ganarse
o perderse los hombres ; y los fundamentos que él se había for-
mado en tan escaso tiempo eran tan sólidos que si no hubiera
tenido por contrarios aquellos ejércitos, y lo hubiera pasado bien,
hubiera triunfado de todos los demás impedimentos. La prueba
de que sus fundamentos eran buenos es perentoria, supuesto que
la Romaña le aguardó sosegadamente más de un mes, y que
ELC EL PRINCIPE- -49

enteramente moribundo como él estaba , no tenía que temer nada


en Roma. Aunque los Vaglionis, Vite'is y Ursinos habían venido
allí, no emprendieron nada contra él. Si no pudo hacer Papa al
que él quería, a lo menos impidió que lo fuera aquel a quien no
quería. Pero si al morir Alejandro hubiera gozado de robusta
salud, hubiera hal'ado facilidad para todo. Me ' dijo , aquel día
en que Julio II fué creado Papa , que él había pensado en cuanto
podía acaecer muerto su padre ; y que había hallado remedio para
todo ; pero que no había pensado en que pudiera morir él mismo
entonces.
an Después de haber recogido así y cotejado todas las acciones
pot del Duque, no puedo condenarle ; aun me parece que puedo, como
SU lo he hecho, proponerle por modelo a cuantos la fortuna o ajenas
Luca armas elevaron a la soberanía . Con las relevantes prendas y pro-
-en- fundas miras que él tenía , no podía conducirse de diferente modo.
re No tuvieron sus designios más obstáculos reales que la breve vida
era de Alejandro y su propia enfermedad.
que El que tenga, pues, por necesario, en su nuevo principado,
er
asegurarse de sus enemigos ; ganarse nuevos amigos ; triunfar por
do
medio de la fuerza o fraude ; hacerse amar y temer de los pue-
en
blos, seguir y respetar de los so:dados ; mudar los antiguos esta-
tutos en otros recientes ; desembarazarse de los hombres que pue-
ha.
100 den y deben perjudicarle ; ser severo y agradable, magnánimo y
Jos liberal ; suprimir la tropa infiel, y formar otra nueva ; conservar la
amistad de los reyes y príncipes, de modo que ellos tengan que
servirle con buena gracia, o no ofenderle más que con miramiento :
aquel, repito, no puede hallar ejemplo ninguno más fresco que
Tse las acciones de este Duque, a lo menos hasta la muerte de su
padre.
Su política cayó después gravemente en falta cuando, a la
nominación del sucesor de Alejandro , dejó hacer el Duque una
elección adversa para sus intereses en la persona de Julio II . No

ue Libro.--4
50- -NICOLAS MAQUIAVELO

le era posible la creación de un Papa de su gusto ; pero teniendo


la facultad de impedir que éste o aquél fueran papas, no debía
permitir jamás que se confiriera el pontificado a ninguno de los
cardenales a quienes él había ofendido, o de aquellos que, hechos
pontífices, tuvieran motivos de temerle porque los hombres ofen-
den por miedo o por odio. Los cardenales a quienes él había
ofendido eran, entre otros, el de San Pedro es-liens, los cardenales
Colonna, de San Jorge y Ascagne. Elevados una vez todos los
demás al pontificado, estaban en el caso de temerle, excepto el
Cardenal de Ruán, a causa de su fuerza , supuesto que tenía por
sí el reino de Francia, y los cardenales españoles, con los que es-
taba confederado y que le debían favores.
Así el Duque, debía, ante todas cosas, hacer elegir por
Papa a un español ; y si no podía hacerlo, debía consentir en que
fuera elegido el Cardenal de Ruán, y no el de San Pedro es-liens.
Cualquiera que cree que los nuevos beneficios hacen olvidar a los
eminentes personajes las antiguas injurias, camina errado. Al
tiempo que esta elección, cometió el Duque, pues, una grave falta,
y tan grave que ella ocasionó su ruina .

CAPITULO VIII

DE LOS QUE LLEGARON AL PRINCIPADO POR MEDIO


DE MALDADES

Pero como uno, de simple particular, llega a ser también


Príncipe de otros dos modos, sin deberlo todo a la fortuna o valor,
no conviene que omita yo aquí el tratar de uno y otro de estos dos
modos, aunque puedo reservarme el discurrir con más extensión
sobre el segundo, al tratar de las Repúblicas. El primero es cuan-
do un particular se eleva por una vía malvada y detestable al
principado ; y el segundo cuando un hombre llega a ser Príncipe
de su patria con el favor de sus conciudadanos.
En cuanto al primer modo, presenta la historia dos ejemplos
suyos : el uno antiguo, y el otro moderno. Me ceñiré a citarlos
EL PRINCIPE- -51

sin profundizar de otro modo la cuestión, porque soy de parecer


que ellos dicen bastante para cualquiera que estuviera en el caso
de imitarlos.
El primer ejemplo es del siciliano Agatocles, quien , habiendo
nacido en una condición no solamente ordinaria , sino también baja
y vil, llegó a empuñar, sin embargo, el cetro de Siracusa. Hijo de
un alfarero había tenido en todas las circunstancias una conducta
reprensible ; pero sus perversas acciones iban acompañadas de
tanto vigor corporal y fortaleza de ánimo, que habiéndose dado
a la profesión militar ascendió, por los diversos grados de la mi-
licia, hasta el de Pretor de Siracusa . Luego que se hubo visto
elevado a este puesto, resolvió hacerse Príncipe, y retener con
violencia, sin ser deudor de ello a ninguno, la dignidad que él
había recibido del libre consentimiento de sus conciudadanos.
1
Después de haberse entendido a este efecto con el general carta-
ginés Amílcar, que estaba en Sicilia con su ejército , juntó una
mañana al pueblo y Senado de Siracusa, como si tuviera que
deliberar con ellos sobre cosas importantes para la República ; y
dando en aquella Asamblea a sus soldados la señal acordada, les
mandó matar a todos los senadores y a los más ricos ciudadanos
que allí se hallaban. Librado de ellos, ocupó y conservó el prin-
cipado de Siracusa sin que se manifestara guerra ninguna civil
contra él. Aunque se vió, después, dos veces derrotado y aun
sitiado por los cartagineses, no solamente pudo defender su ciu-
dad, sino que también, habiendo dejado una parte de sus tropas
para custodiarle, fué con otra a atacar la Africa ; de modo que
en poco tiempo libró Siracusa sitiada y puso a los cartagineses
en tanto apuro que se vieron forzados a tratar con él, se con-
tentaron con la posesión del Africa y le abandonaron enteramen-
te la Sicilia.
Si consideramos sus acciones y valor, no veremos nada o casi
nada que pueda atribuirse a la fortuna. No con el favor de nin-
guno, como lo he dicho más arriba, sino por medio de los grados
militares adquiridos a costa de muchas fatigas y peligros, con-
siguió la soberanía ; y si se mantuvo en ella por medio de una
82- -NICOLÀS MAQUIAVELO

infinidad de acciones tan peligrosas, como estaban llenas de va-


lor, no puede aprobarse ciertamente lo que él hizo para conse-
guirla. La matanza de sus conciudadanos, la traición de sus ami-
gos, su absoluta falta de fe, de humanidad y religión, son cier-
tamente medios con los que uno puede adquirir el imperio ; pero
no adquiere nunca con ellos ninguna gloria.
No obstante esto, si consideramos el valor de Agatocles en
el modo con que arrostra los peligros y sale de ellos, y la sub'i-
midad de su ánimo en soportar y vencer los sucesos que le son
adversos, no vemos por qué le tendríamos por inferior al mayor
campeón de cualquier especie . Pero su feroz crueldad y despia-
dada inhumanidad, sus innumerables maldades, no permiten ala-
barle, como si él mereciera ocupar un lugar entre los hombres
insignes más eminentes ; y vuelvo a concluir que no puede atri-
buirse a su fortuna ni valor lo que él adquirió sin una ni otro.
El segundo ejemplo más inmediato a nuestros tiempos es el
de Oliverot de Fermo. Después de haber estado, durante su niñez,
en poder de su tío materno, Juan Fogliani, fué colocado por éste
en la tropa del capitán Paulo Viteli, a fin de l'egar allí bajo un
semejante maestro a algún grado elevado en las armas. Habiendo
muerto después Paulo y sucedídole su hermano Viteloro en el
mando, peleó bajo sus órdenes Oliverot ; y como él tenía talento,
siendo por otra parte robusto de cuerpo y sumamente valeroso ,
llegó a ser en breve tiempo el primer hombre de su tropa . Juz-
gando entonces que era una cosa servil el permanecer confundido
entre el vulgo de los capitanes, concibió el proyecto de apoderarse
de Fermo, con la ayuda de Viteloro, y de algunos ciudadanos de
aquella ciudad que tenían más amor a la esclavitud que a la li-
bertad de su patria. En su consecuencia escribió, desde luego, a
su tío Juan Fogliani, que era cosa natural que, después de una
tan dilatada ausencia, quisiera volver él para abrazarle, ver su
patria, reconocer en algún modo su patrimonio, y que iba a vol-
ver a Fermo ; pero que no habiéndose fatigado durante tan larga
ausencia más que para adquirir algún honor, y queriendo demos-
trar a sus conciudadanos que él no había malogrado el tiempo
EL PRINCIPE- -53

bajo este aspecto, creía deber presentarse de un modo honroso,


acompañado de cien soldados de a caballo, amigos suyos, y de
algunos servidores. Le rogó, en su consecuencia, que hiciera de
modo que le recibieran los ciudadanos de Fermo con distinción ,
"en atención a que, le decía, un semejante recibimiento no so'a-.
mente le honraría a él mismo, sino que también redundaría en
gloria de su tío, supuesto que él era su discípulo ". Juan no dejó
de hacerle los favores que él solicitaba, y a los que le parecía
ser acreedor su sobrino. Hizo que le recibieran los habitantes de
Fermo con honor, y le hospedó en su palacio. Oliverot, después
de haberlo dispuesto todo para la ma'dad que él estaba preme-
ditando, dió en él una espléndida comida, a la que convidó a
Juan Fogliani y a todas las personas más visibles de Fermo. Ai
fin de la comida, y cuando, según el estilo, no se hacía más que
conversar sobre cosas de que se habla comúnmente en la meɛa ,
hizo recaer Oliverot diestramente la conversación sobre la gran-
deza de Alejandro VI y de su hijo César, como también sobre
sus empresas. Mientras que él respondía a los discursos de otros,
y que los otros replicaban a los suyos, se levantó de repente di-
ciendo que era una materia de que no podía hablarse más que
en el más oculto lugar y se retiró a un cuarto particular, al que
Fogliani y todos los demás ciudadanos visibles le siguieron . Ape-
nas se hubieron sentado allí, cuando por salidas ignoradas de
ellos, entraron diversos soldados que los degollaron a todos, sin
perdonar a Fogliani. Después de esta matanza , Oliverot montó
a caballo, recorrió la ciudad , fué a sitiar a su propio palacio al
principal magistrado ; tan bien que poseídos del temor todos los
habitantes se vieron obligados a obedecerle y formar un nuevo
gobierno, suyo Soberano se hizo él.
Librado Oliverot por este medio de todos aquellos hombres
cuyo descontento podía serle temible, fortificó su autoridad con
nuevos estatutos civiles y militares , de modo que en el espacio de
un año que él poseyó la soberanía , no solamente estuvo seguro
en la ciudad de Fermo, sino que también se hizo formidable a
todos sus vecinos ; y si hubiera sido tan inexpugnable como Aga-
54- -NICOLAS MAQUIAVELO

tocles, si no se hubiera dejado engañar de César Borgia, cuando,


en Sinigaglia, sorprendió éste, como lo llevo dicho, a los Ursinos
y Vitelios. Habiendo sido cogido Oliverot mismo en esta ocasión,
un año después de su parricidio, le dieron garrote con Vitellozo,
que había sido su maestro de valor y maldad.
Podría preguntarse por qué Agatocles y algún otro de la
misma especie, pudieron, después de tantas traiciones e innumera-
bles crueldades, vivir por mucho tiempo seguros en su patria, y
defenderse de los enemigos exteriores sin ejercer actos crueles ;
como también por qué los ciudadanos de éste no se conjuraron
nunca contra él, mientras que haciendo otros muchos usos de la
crueldad, no pudieron conservarse jamás en sus Estados, tanto en
tiempo de paz como en el de guerra .
Creo que esto dimana del buen o del mal uso que se hace
de la crueldad. Podemos llamar buen uso los actos de crueldad,
si sin embargo es lícito hablar bien del mal, que se ejercen de una
vez, únicamente por la necesidad de proveer a su propia segu-
ridad, sin continuarlos después, y que al mismo tiempo trata uno
de dirigirlos , cuanto es posible, hacia la mayor utilidad de los
gobernados.
Los actos de severidad mal usados son aquellos que, no sien-
do más que en corto número a los principios, van siempre aumen-
tándose, y se multiplican de día en día , en vez de disminuirse y
de mirar a su fin.
Los que abrazan el primer método, pueden, con los auxilios
divinos y humanos, remediar, como Agatocles, la incertidumbre
de su situación. En cuanto a los demás, no es posible que ellos se
mantengan .
Es menester, pues, que el que toma un Estado, haga aten-
ción, en los actos de rigor que le es preciso hacer, a ejercerlos
todos de una sola vez e inmediatamente, a fin de no estar obli-
gado a volver a ellos todos los días, y poder, no renovándolos,
tranquilizar a sus gobernados, a los que ganará después fácil-
mente haciéndoles bien.
EL PRINCIPE- -55

El que obra de otro modo por timidez, o siguiendo malos con-


sejos, está precisado siempre a tener la cuchilla en la mano ; y
no puede contar nunca con sus gobernados, porque ellos mismos ,
con el motivo de que está obligado a continuar y renovar ince-
santemente semejantes actos de crueldad, no pueden estar seguros
con él.
Por la misma razón que los actos de severidad deben ha-
cerse todos juntos, y que dejando menos tiempo para reflexionar
en ellos, ofenden menos ; los beneficios deben hacerse poco a poco,
a fin de que se tenga lugar para saborearlos mejor.
Un Príncipe debe, ante todas cosas, conducirse con sus go-
bernados de modo que ninguna casualidad, buena o mala, le haga
variar, porque si acaecen tiempos penosos, no le queda ya lugar
para remediar el mal ; y el bien que hace entonces, no se convierte
en provecho suyo. Le miran como forzoso, y no se lo agradecen.

CAPITULO IX

DEL PRINCIPADO CIVIL

Vengamos al segundo modo con que un particular puede


hacerse Príncipe sin valerse de crímenes ni violencias intolerables.
Es cuando , con el auxilio de sus conciudadanos, llega a reinar en
su patria. Pues bien, llamo civil este principiado. Para adqui-
rirle, no hay necesidad ninguna de cuanto el valor o fortuna pue-
den hacer, sino más bien de cuanto una acertada astucia puede
combinar. Pero digo que no se eleva uno a esta soberanía con el
favor del pueblo o el de los grandes.
En cualquiera ciudad hay dos inclinaciones diversas, una
de las cuales proviene de que el pueblo desea no ser dominado ni
oprimido por los grandes ; y la otra de que los grandes desean
dominar y oprimir al pueblo. Del choque de ambas inclinaciones,
dimana una de estas tres cosas : o el establecimiento del principado,
• el de la República, o la licencia y anarquía. En cuanto al prin-
56- -NICOLAS MAQUIAVELO

cipado, se promueve su establecimiento por el pueblo o por los


grandes, según que el uno y otro de estos partidos tienen ocasión
para ello. Cuando los magnates ven que ellos no pueden resistir
al pueblo, comienzan formando una gran reputación a uno de
ellos, y dirigiendo todas las miradas hacia él, hacerle después
Príncipe, a fin de poder dar, a la sombra de su soberanía , rienda
suelta a sus inclinaciones. El pueblo procede del mismo modo con
respecto a uno solo, cuando ve que no puede resistir a los grandes,
a fin de que le proteja su autoridad.
El que consigue la soberanía con el auxilio de los grandes,
se mantiene con más dificultad que el que la consigue con el del
pueblo ; porque siendo Príncipe, se hal'a cercado de muchas gen-
tes que se tienen por iguales con él ; y no puede mandarlas ni
manejarlas a su discreción.
Pero el que llega a la soberanía con el favor popular se halla
solo en su exaltación ; y entre cuantos le rodean, no hay ninguno,
o más que poquísimos a lo menos, que no estén prontos a obede-
cerle.
Por otra parte, no se puede con decoro, y sin agraviar a los
otros, contentar los deseos de los grandes . Pero contenta uno
fácilmente los del pueblo, porque los deseos de éste tienen un fin
más honrado que el de los grandes, en atención a que los últimos
quieren oprimir, y que el pueblo limita su deseo a no serlo.
Añádase a esto que, si el Príncipe tiene por enemigo al pue-
blo, no puede estar jamás en seguridad ; porque el pueblo se forma
de un grandísimo número de hombres . Siendo poco numerosos los
magnates, es posible asegurarse de ellos más fácilmente. Lo peor
que el Príncipe tiene que temer de un pueblo que no le ama, es
el ser abandonado por él ; pero si le son contrarios los grandes,
debe temer no solamente verse abandonado, sino también atacado
y destruído por ellos ; porque teniendo estos hombres más previ-
sión y astucia , emplean bien el tiempo para salir del aprieto, y
solicitan dignidades al lado de aquel al que le esperan ver reinar
en su lugar.
EL PRINCIPE- -57

Además, el Príncipe está en la necesidad de vivir siempre


en este mismo pueblo ; pero puede obrar ciertamente sin los mismos
magnates, supuesto que puede hacer otros nuevos y deshacerlos
todos los días ; como también darles crédito, o quitarles el que
tienen, cuando esto le acomoda.
Para aclarar más lo relativo a ellos , digo que los grandes
deben considerarse bajo dos aspectos principales : o se conducen
de modo que se unan en un todo con la fortuna, u obran de modo
que se pasen sin ella . Los que se enlazan con la fotruna, si no
son rapaces, deben ser honrados y amados. Los otros que no se
unen a ti personalmente , pueden considerarse bajo dos aspectos :
o se conducen así por pusilanimidad, o una falta de ánimo, y en-
tonces debes servirte de ellos como de los primeros, especialmente
cuando te dan buenos consejos, porque te honran en tu prospe-
ridad, y no tienes que temer nada de ellos en la adversidad. Pero
los que no se empeñen más que por cálculo o por una causa de
ambición, manifiestan que piensan más en sí que en ti. El Prín-
cipe debe estar sobre sí contra ellos y mirarlos como a enemigos
declarados, porque en su adversidad ayudarán a hacerle caer.
Un ciudadano, hecho Príncipe con favor del pueblo , debe
tirar a conservarse su afecto ; lo cual le es fácil , porque el pueblo
le pide únicamente el no ser oprimido. Pero el que llegó a ser
Príncipe con la ayuda de los magnates y contra el voto del pue-
blo, debe, ante todas cosas, tratar de conciliársele ; lo que le es
fácil cuando le toma bajo su protección. Cuando los hombres
reciben bien de aquel de quien no esperaban más que mal, se
apegan más y más a él. Así, pues, el pueblo sometido por un
nuevo Príncipe que se hace bienhechor suyo, le coge más afecto
que si él mismo, por benevolencia, le hubiera elevado a la sobe-
ranía. Luego el Príncipe puede conciliarse al pueblo de muchos
modos ; pero éstos son tan numerosos y dependen de tantas cir-
cunstancias variables, que no puedo dar una regla fija y cierta
sobre este particular. Me limito a concluir que es necesario que
el Príncipe tenga el afecto del pueblo, sin lo cual carecerá de
recurso en la adversidad.
58- -NICOLAS MAQUIAVELO

Nabis, Príncipe nuevo entre los espartanos, sostuvo el sitio


de toda la Grecia y de un ejército romano ejercitado en las vic-
torias ; defendió fácilmente contra uno y otro su patria y Estado,
porque le bastaba, a la llegada del peligro, el asegurarse de un
corto número de enemigos interiores. Pero no hubiera logrado él
estos triunfos, si hubiera tenido al pueblo por enemigo.
¡ Ah!, no se crea impugnar la opinión que estoy sentando
aquí, con objetarme aquel tan repetido proverbio " que el que se
fía en el pueblo, edifica en la arena". Esto es verdad, confiésolo,
para un ciudadano privado, que, contento en semejante funda-
mento, creyera que le libraría el pueblo, si él se viera oprimido
por sus enemigos o los magistrados. En cuyo caso podría enga-
ñarse a menudo en sus esperanzas, como esto sucedió en Roma a
los Gracos ; y en Florencia a Mossen Jorge Scali. Pero si el que
se funda sobre el pueblo es Príncipe suyo ; si puede mandarle y
que él sea hombre de corazón, no se atemorizará en la adversi-
dad; si no deja de hacer, por otra parte, las conducentes dispo-
siciones, y que mantenga con sus estatutos y valor el de la genera-
lidad de los ciudadanos, no será engañado jamás por el pueblo,
y reconocerá que los fundamentos que él se ha formado con éste
son buenos.
Estas soberanías tienen la costumbre de peligrar, cuando uno
las hace subir del orden civil al de una monarquía absoluta ; por-
que el Príncipe manda entonces, o por sí mismo, o por el inter-
medio de sus magistrados. En este postrer caso, su situación es
más débil y peligrosa, porque depende enteramente de la volun-
tad de los que ejercen las magistraturas, y que pueden quitarle
con una grande facilidad el Estado, ya sublevándose contra él,
ya no obedeciéndole. En los peligros, semejante Príncipe no está
ya a tiempo de recuperar la autoridad absoluta, porque los ciu
dadanos y gobernados que tienen la costumbre de recibir las ór-
denes de los magistrados, no están dispuestos, en estas circuns-
tancias críticas, a obedecer a las suyas ; y que en estos tiempos
dudosos, carece él siempre de gentes en quienes pueda fiarse.
Semejante Príncipe no puede fundarse sobre lo que él ve
EL PRINCIPE -59

en los momentos pacíficos, cuando los ciudadanos necesitan del


Estado; porque entonces cada uno vuela, promete, y quiere morir
por él, en atención a que está remota la muerte. Pero en los tiem-
pos críticos, cuando el Estado necesita de los ciudadanos, no se
hallan más que poquísimos de ellos.
Esta experiencia es tanto más peligrosa, cuanto uno no puede
hacerla más que una vez ; en su consecuencia, un prudente Prín-
cipe debe imaginar un modo, por cuyo medio sus gobernados ten-
gan siempre, en todo evento y circunstancias de cualquier especie,
una grandísima necesidad de su principado. Es el expediente más
seguro para hacérselos fieles para siempre.

CAPITULO X

COMO DEBEN MEDIRSE LAS FUERZAS DE TODOS LOS


PRINCIPADOS

O el principado es bastante grande para que en él halle el


Príncipe, en caso necesario, con qué sostenerse por sí mismo, o es
tal que, en semejante caso, se ve precisado a implorar el auxilio
de los otros.
Pueden sostenerse los príncipes por sí mismos, cuando tienen
suficientes hombres y dinero para formar el correspondiente ejér-
cito, con el que estén habilitados para dar batalla a cualquiera
que llegara a atacarlos. Necesitan de los otros, los que no pudien-
do salir a campaña contra los enemigos, se ven obligados a en-
cerrarse dentro de sus muros y ceñirse a guardarlos.
Se ha hablado del primer caso ; y le mentaremos todavía,
cuando se presente la ocasión de ello.
En el segundo caso, no podemos menos de alentar a seme-
jantes príncipes a mantener y fortificar la ciudad de su residencia
sin inquietarse por lo restante del país. Cualquiera que haya for-
tificado bien el lugar de su mansión. y se haya portado bien con
sus gobernados, como lo hemos dicho más arriba y lo diremos
adelante, no será atacado nunca más que con mucha circuns-
60- -NICOLAS MAQUIAVELO

pección, porque los hombres miran con tibieza siempre las empre-
sas que les presentan dificultades ; y que no puede esperarse un
triunfo fácil, atacando a un Príncipe que tiene bien fortificada su
ciudad y no está aborrecido de su pueblo.
Las ciudades de Alemania son muy libres ; tienen , en sus
alrededores, poco territorio que les pertenezca ; obedecen al Em-
perador cuando lo quieren ; y no le temen a él ni a ningún otro
potentado inmediato , a causa de que están fortificadas , y cada
uno de ellos ve que le sería dificultoso y adverso el atacar'as.
Todas tienen fosos, murallas, una suficiente artillería, y conservan
en sus bodegas, cámaras y almacenes, con qué comer, beber y
hacer lumbre durante un año . Fuera de esto, a fin de tener su-
ficientemente alimentado al populacho, sin que sea gravoso al pú-
blico, tienen siempre, es común, con qué darle de trabajar por
espacio de un año en aquellas especies de obras que son el nervio
y alma de la ciudad, y con cuyo producto se sustenta este popu-
lacho. Mantienen también en una grande consideración los ejer-
cicios militares, y tienen sumo cuidado de que permanezcan ellos
en vigor. 1
Así, pues, un Príncipe que tiene una ciudad fuerte y no se
hace aborrecer en ella, no puede ser atacado ; y si lo fuera, se
volvería con oprobio el que le atacara. Son tan variables las co-
sas terrenas, que es casi imposible que el que ataca , siendo
llamado en su país por alguna visicitud inevitable de sus Estados,
permanezca rodando un año con su ejército bajo unos muros que
no le es posible atacar.
Si alguno objetara que , en el caso de que teniendo un pueblo
sus posesiones afuera, las viera quemar, perdería paciencia, y que
un dilatado sitio y su interés le hacían olvidar el de su Príncipe,
responderé que un Príncipe poderoso y valiente superará siempre
estas dificultades ; ya haciendo esperar a sus gobernados que el
mal no será largo, ya haciéndoles temer diversas crueldades por
parte del enemigo, o ya , últimamente, asegurándose con arte de
aquellos súbditos que le parezcan muy osados en sus quejas.
Fuera de esto, habiendo debido naturalmente el enemigo,
EL PRINCIPE- -61

desde su llegada , quemar y asolar el país , cuando estaban los


sitiados en el primer ardor de la defensa , el Príncipe debe tener
tanto menos desconfianza después, cuanto a continuación de ha-
berse pasado algunos días se han enfriado los ánimos, los daños
están ya hechos, los males sufridos y sin que les quede remedio
ninguno. Los ciudadanos entonces llegan tanto mejor a unirse
a él, cuanto les parece que ha contraído una nueva obli-
gación con ellos , con motivo de haberse arruinado sus posesiones
y casas en defensa suya . La naturaleza de los hombres es de
obligarse unos a otros, así tanto con los beneficios que ellos acuer-
dan como con los que reciben. De ello es preciso concluir que,
considerándolo todo bien, no le es difícil a un Príncipe , que es
prudente, el tener al principio y en lo sucesivo durante todo el
tiempo de un sitio, inclinados a su persona los ánimos de sus con-
ciudadanos, cuando no les falta con qué vivir ni con qué defen-
derse.

CAPITULO XI

DE LOS PRINCIPADOS ECLESIASTICOS

No nos resta ahora hablar más que de los principados ecle-


siásticos, sobre los que no hay dificultad ninguna más que para
adquirir la posesión suya ; porque hay necesidad, a este efecto,
de valor o de una buena fortuna . No hay necesidad de uno ni
de otro para conservarlos ; se sostiene uno en ellos por medio de
instituciones, que fundadas antiguamente, son tan poderosas y
tienen tales propiedades, que ellas conservan al Príncipe en su
Estado, de cualquier modo que 'l proceda y se conduzca.
Unicamente estos príncipes tienen Estados sin estar obligados
a defenderlos, y súbditos sin experimentar la molestia de gober-
narlos. Estos Estados, aunque indefensos, no les son quitados ; y
estos súbditos , aunque sin gobierno como ellos están , no tienen
zozobra ninguna de esto ; no piensan en mudar de Príncipe, y ni
62 -NICOLAS MAQUIAVELO

aun pueden hacerlo. Son, pues, estos Estados los únicos que
prosperan y están seguros.
Pero como son gobernados por causas superiores, a que la
razón humana no alcanza, los pasaré en silencio ; sería menester
ser bien presuntuoso y temerario, para discurrir sobre unas sobe-
ranías erigidas y conservadas por Dios mismo.
Alguno, sin embargo, me pregunta de qué proviene que la
Iglesia Romana se elevó a una tan superior grandeza en las cosas
temporales, de tal modo que la dominación pontificia de la que,
antes del Papa Alejandro VI, los potentados italianos, y no so-
lamente los que se llaman potentados, sino también cada barón,
cada señor, por más pequeños que fuesen, hacían corto aprecio
en las cosas temporales, hace temblar ahora a un Rey de Fran-
cia, aun pudo echarle de Italia, y arruinar a los venecianos.
Aunque estos hechos son conocidos, no tengo por cosa en balde
el representarlos en parte.
Antes que el Rey de Francia, Carlos VIII , viniera a Italia,
esta provincia estaba distribuída bajo el imperio del Papa, Vene-
cianos, Rey de Nápoles, Duque de Milán y Florentinos. Estos
potentados debían tener dos cuidados principales : el uno que
ningún extranjero trajera ejércitos a Italia, y el otro que no se
engrandeciera ninguno de ellos . Aquellos contra quienes más
le importaba tomar estas precauciones eran el Papa y los Vene-
cianos. Para contener a los Venecianos era necesario la unión
de todos los otros, como se había visto en la defensa de Ferrara;
y para contener al Papa se valían estos potentados de los barones
de Roma, que, hallándose divididos en dos facciones, las de los
Urbinos y Colonnas, tenían siempre, con motivo de sus continuas
discusiones, desenvainada la espada unos contra otros, a la vista
misma del Pontífice, al que inquietaban incesantemente. De ello
resultaba que la potestad temporal del pontificado permanecía
siempre débil y vacilante.
Aunque a veces sobrevenía un Papa de vigoroso genio como
Sixto IV, la fotrtuna o su ciencia no podían desembarazarle de
EL PRINCIPE- -63

este obstáculo, a causa de la brevedad de su pontificado. En el


espacio de diez años, que, uno con otro, reinaba cada Papa, no
les era posible, por más molestias que se tomaran , el abatir una
de estas facciones. Si uno de ellos, por ejemplo, conseguía extin-
guir casi la de los Colonnas, otro Papa, que se hallaba enemigo
de los Urbinos, hacía resucitar a los Colonnas. No le quedaba
ya suficiente tiempo para aniquilarlos después ; y con ello acae-
cía que hacían poco caso de las fuerzas temporales del Papa en
Italia.
Pero se presentó Alejandro VI , quien, mejor que todos sus
predecesores, mostró cuánto puede triunfar un Papa, con su dine-
ro y fuerzas, de todos los demás príncipes. Tomando a su Duque
de Valentinois por instrumento, y aprovechándose de la ocasión
del paso de los franceses, ejecutó cuantas cosas llevo referidas ya
al hablar sobre las acciones de este Duque. Aunque su inten-
ción no había sido aumentar los dominios de la Iglesia , sino úni-
camente proporcionar otros grandísimos al Duque, sin embargo,
lo que hizo por él, ocasionó el engrandecimiento de esta potestad
temporal de la Iglesia, supuesto que a la extinción del Duque
heredó ella el . fruto de sus guerras. Cuando el Papa Julio vino
después, la halló muy poderosa , pues ella poseía toda la Romaña ;
y todos los barones de Roma estaban sin fuerza, supuesto que
Alejandro, con los diferentes modos de hacer derrotar sus faccio-
nes, las había destruído. Halló también el camino abierto para
algunos medios de atesorar, que Alejandro no había puesto en
práctica nunca. Julio no solamente siguió el curso observado por
éste, sino que también formó el designio de conquistar Bolonia,
reducir a los venecianos, arrojar de Italia a los franceses. Todas
estas empresas le salieron bien, y con tanta más gloria para él
mismo, cuanto ellas llevaban la mira de acrecentar el patrimonio
de la Iglesia, y no el de ningún particular. Además de esto, man-
tuvo las facciones de los Urbinos y Colonnas en los mismos tér-
minos en que las halló ; y aunque había entre ellas algunos jefes
capaces de turbar el Estado, permanecieron sumisos, porque los
tenía espantados la grandeza de la Iglesia, y no había cardena-
64 -NICOLAS MAQUIAVELO

les que no fueran de su familia : lo cual era causa de sus disen-
siones. Estas facciones no estarán jamás sosegadas mientras que
ellas tengan algunos cardenales, porque éstos mantienen, en Ro-
ma y por afuera , unos partidos que los barones están obligados a
defender ; y así es como las discordias y guerras entre los barones
dimanan de la ambición de estos prelados.
Sucediendo Su Santidad el Papa León X a Julio, halló, pues,
el pontificado elevado a un altísimo grado de dominación ; y hay
fundamento para esperar que, si Alejandro y Julio le engrande-
cieron con las armas, este pontífice le engrandecerá más todavía,
haciéndole venerar con su bondad y demás infinitas virtudes que
sobresalen en su persona .

CAPITULO XII

CUANTAS ESPECIES DE TROPAS HAY, Y DE LOS


SOLDADOS MERCENARIOS

Después de haber hablado en particular de todas las espe


cies de principados sobre las que al principio me había propuesto
discurrir ; considerado, bajo algunos aspectos, las causas de su
buena o mala constitución ; y mostrado los medios con que mu-
chos príncipes trataron de adquirirlos y conservarlos : me resta
ahora discurrir, de un modo general, sobre los ataques y defensas
que pueden ocurrir en cada uno de los Estados de que llevo hecha
mención...
Los principales fundamentos de que son capaces todos los
Estados, ya nuevos, ya antiguos , ya mixtos, son las buenas leyes
y armas ; y porque las leyes no pueden ser malas en donde son
buenas las armas , hablaré de las armas echando a un lado las
leyes.
Pero las armas con que un Príncipe defiende su Estado son
o las suyas propias, o armas mercenarias, o auxiliares, o armas
A
Sixto as mercenarias y auxiliares son inútiles y peligrosas. Si un
EL PRINCIPE- -65

Príncipe apoya su Estado con tropas mercenarias, no estará fir-


me ni seguro nunca , porque ellas carecen de unión, son ambiciosas,
indisciplinadas, infieles , fanfarronas en presencia de los amigos,
y cobardes contra los enemigos, y que no tienen temor de Dios,
ni buena fe con los hombres. Si uno, con semejantes tropas, no
queda vencido, es únicamente cuando no hay todavía ataque.
En tiempo de paz , te pillan ellas ; y en el de guerra dejan que te
despojen los enemigos.
La causa de esto es que ellas no tienen más amor, ni motivo
que te las apegue que el de su sueldecillo ; y este sueldecillo no
puede hacer que estén resueltas a morir por ti. Tienen ellas a
bien ser soldados tuyos mientras que no hacen la guerra ; pero si
ésta sobreviene, huyen ellas y quieren retirarse.
No me costaría sumo trabajo el persuadir lo que acabo de
decir, supuesto que la ruina de Italia, en este tiempo (en el siglo
XVI ) , no proviene sino de que ella, por espacio de muchos años,
descuidó en las armas mercenarias, que lograron ciertamente, es
verdad, algunos triunfos en provecho de tal o cual Príncipe ; y se
manifestaron animosas contra varias tropas del país ; pero a la
llegada del extranjero, mostraron lo que realmente eran ellas.
Por esto Carlos VIII , Rey de Francia, tuvo la facilidad de tomar
la Italia con greda ; y el que decía que nuestros pecados eran la
causa de ello, decía la verdad ; pero no eran los que él creía,
sino los que tengo mencionados ya. Y como estos pecados eran
los de los príncipes, llevaron ellos mismos también su castigo.
Quiero demostrar todavía mejor la desgracia que el uso de
esta especie de tropas acarrea. O los capitanes mercenarios son
hombres excelentes, o no lo son. Si no lo son, no puedes fiarte
de ellos, porque aspiran siempre a elevarse ellos mismos a la gran-
deza, sea oprimiéndote , a ti que eres dueño suyo, sea oprimiendo
a los otros contra tus intenciones, y si el capitán no es un hombre
de valor, causa comúnmente tu ruina.
Si alguno replica , diciendo que cuanto capitán tenga tropas
Libro.- 5
66- -NICOLAS MAQUIAVELO

a su disposición, sea o no mercenario , obrará del mismo modo:


responderé mostrando cómo estas tropas mercenarias deben em-
plearse por un Príncipe o República.
El Príncipe debe ir en persona a su frente ; y hacer por sí
mismo el oficio de capitán. La República debe enviar a uno de
sus ciudadanos para mandarlas ; y si después de sus primeros prin-
cipios no se muestra muy capaz de ello , debe sustituirle con otro.
Si por el contrario se muestra muy capaz, conviene que le con-
tenga, por medio de sabias leyes, para impedirle pasar del punto
que ella ha fijado.
La experiencia nos enseña que únicamente los príncipes que
tienen ejércitos propios, y las Repúblicas que gozan del mismo
beneficio, hacen grandes progresos; mientras que las Repúblicas
y príncipes que se apoyan sobre ejércitos mercenarios no experi-
montan más que reveses.
Por otra parte, una República cae menos fácilmente bajo el
yugo del ciudadano que manda , y quisiera esclavizarla, cuando
está armada con sus propias armas, que cuando no tiene más que
ejércitos extranjeros. Roma y Esparta se conservaron libres con
sus propias armas , por espacio de muchos siglos, y los suizos, que
están armados del mismo modo, se mantienen también sumamente
libres.
Por lo que mira a los inconvenientes de los ejércitos merce-
narios de la antigüedad, tenemos el ejemplo de los cartagineses.
Habiendo sido nombrado Filipo de Macedonia por capitán de los
tebanos después de muerto Epaminondas, los hizo vencedores , es
verdad; pero a continuación de la victoria los esclavizó. Cons-
tituídos los milaneses en República después de la muerte del Du-
que Felipe María Visconti, emplearon como mantenidos a su
sueldo a Francisco Sforzia y tropa suya contra los venecianos ; y
este capitán, después de haber vencido a los venecianos en Ca-
ravagio, se unió con ellos para sojuzgar a los milaneses, que, sin
embargo, eran sus amos. Cuando Sforzia, su padre, que estaba
con sus tropas a sueldo de la Reina de Nápoles, la abandonó de
repente, quedó ella tan bien desarmada que para no perder su
EL PRINCIPE- -67

reino se vió precisada a echarse en los brazos del Rey de Aragón.


Si los venecianos y florentinos extendieron su dominación con
esta especie de armas durante los últimos años, y si los capitanes
de estas armas no se hicieron príncipes de Venecia ; si, finalmente ,
estos pueblos se defendieron bien con ellas, los florentinos que tu-
vieron particularmente esta dicha, deben dar gracias a la suerte
por la cual sola, ellos fueron singularmente favorecidos. Entre
aquellos valerosos capitanes, que podían ser temibles, algunos,
sin embargo, no tuvieron la dicha de haber ganado victorias; otros
encontraros insuperables obstáculos ; y, finalmente, hay varios qué
dirigieron su ambición hacia otra parte. Del número de los pri-
meros fué Juan Acat, sobre cuya fidelidad no podemos formar
juicio, supuesto que él no fué vencedor ; pero se convendrá en que
si lo hubiera sido, quedaban a su discreción los florentinos. Si
Santiago Sforzia no invadió los Estados que le tenían a su sueldo ,
nace de que tuvo siempre contra sí a los Braceschis, que le con-
tenían, al mismo tiempo que él los contenía. Ultimamente , si
Francisco Sforzia dirigió eficazmente su ambición hacia la Lom-
bardía, proviene de que Bracio dirigía la suya hacia los Estados
de la Iglesia y el reino de Nápoles. Pero volvamos a unos hechos
más cercanos a nosotros.
Tomemos la época en que los florentinos habían elegido por
capitán suyo a Paulo Viteli, habilísimo usjeto, y que había ad-
quirido una grande reputación, aunque nacido en una condición
vulgar. ¿ Quién negará que si él se hubiera apoderado de Pisa ,
sus soldados, por más florentinos que ellos eran, hubieran tenido
por conveniente el quedarse con él ? Si él hubiera pasado al sueldo
del enemigo, no era ya posible remediar cosa ninguna ; y supuesto
que le habían conservado por capitán, era cosa natural que le
obedeciesen sus tropas.

Si se consideran los adelantamientos que los veneciancs hi-


cieron, se verá que ellos obraron segura y gloriosamente, mientras
que hicieron ellos mismos la guerra. Lo cual se verificó, mientras
que no tentaron nada contra la tierra firme, y que su nobleza
peleó valerosamente con el pueblo bajo armado. Pero cuando se
68- -NICOLAS MAQUIAVELO

pusieron a hacer la guerra por tierra , abandonándolos entonces su


valor, abrazaron los estilos de la Italia y se sirvieron de legiones
mercenarias. No tuvieron que desconfiarse mucho de ellas en el
principio de sus adquisiciones, porque no poseían, entonces, en
tierra firme, un país considerable, y gozaban todavía de una res-
petable reputación . Pero luego que se hubieron engrandecido ,
bajo el mando del capitán Carmagnola, echaron de ver bien pron-
to la falta en que ellos habían incurrido. Viendo a este hombre,
tan hábil como valeroso , dejarse derrotar, sin embargo, al obrar
por ellos contra el Duque de Milán, su Soberano natural, y sa-
biendo, además, que en esta guerra se conducía fríamente, com-
prendieron que no podían vencer ya con él. Pero como hubieran
corrido peligro de perder lo que habían adquirido, si hubieran
licenciado a este capitán, que se hubiera pasado al servicio del
enemigo, y como también la prudencia no les permitía dejarle en
su puesto, se vieron obligados , para conservar sus adquisiciones,
a hacerle perecer.
Tuvieron después por capitán a Bartolomé Coleoni de Ber-
gamo, a Roberto de San Severino, al Conde de Pitigliano, y otros
semejantes, con los que debían menos esperar ganar que temer
perder; como sucedió en Vaila , donde en una sola batalla fueron
despojados de lo que no habían adquirido más que con ochocientos
años de enormes fatigas.
Concluyamos de todo esto que con legiones mercenarias las
conquistas son lentas, tardías, débiles ; y las pérdidas repentinas
e inmensas.
Supuesto que estos ejemplos me han conducido a hablar de
Italia, en que se sirven de semejantes armas muchos años hace ,
quiero volver a tomar de más arriba lo que es relativo, a fin de que
habiendo dado a conocer su origen y progresos, pueda reformarse
mejor el uso suyo. Es menester traer a la memoria , desde luego,
cómo en los siglos pasados, luego que el Emperador de Alemania
hubo comenzado a ser echado de la Italia y el Papa a adquirir
en ella una grande dominación temporal, se vió dividida aquella
en muchos Estados . En las ciudades más considerables se armó
EL PRINCIPE- -69

el pueblo contra los nobles, quienes, favorecidos al principio por


el Emperador, tenían oprimidos a los restantes ciudadanos ; y el
Papa auxiliaba estas rebeliones populares para adquirir valimien-
to en las cosas terrenas. En otras muchas ciudades, diversos ciu-
dadanos se hicieron príncipes de ellas. Habiendo caído con ello
la Italia casi toda bajo el poder de los Papas, si se exceptúan
algunas repúblicas ; y no estando habituados estos pontífices ni
sus cardenales a la profesión de las armas, se echaron a tomar a
su sueldo tropas extranjeras . El primer capitán que puso en cré-
dito a estas tropas, fué el romañol A'berico de Como, en cuya
escuela se formaron, entre otros varios, aquel Bracio y aquel Sfor-
zia , què fueron después los árbitros de la Italia ; tras ellos vine-
ron todos aquellos otros capitanes mercenarios que, hasta nuestros
días, mandaron los ejércitos de nuestra vasta península . El resul-
tado de su valor es que este hermoso país, a pesar de el os, pudo
recorrerse libremente por Carlos VIII , tomarse por Luis XII , so-
juzgarse por Fernando e insultarse por los suizos .
El método que estos capitanes seguían consistía primeramente
en privar de toda consideración a la infantería , a fin de propor-.
cionarse la mayor a sí mismos ; y obraban así porque , no poseyendo
Estado ninguno, no podían tener más que pocos infantes, ni ali-
mentar a muchos, y que, por consiguiente, la infantería no podía
adquirirles un gran renombre . Preferían la caballería, cuya can-
tidad proporcionaban a los recursos del país que había de alimen-
tarla, y en el que era tanto más honrada cuanto más fácil era su
mantenimiento. Las cosas habían llegado al punto que, en un
ejército de veinte mil hombres, no se contaban dos mil infantes.
Habían tomado, además, todos los medios posibles para
desterrar de sus soldados y de sí mismos la fatiga y el miedo, in-
troduciendo el uso de no matar en las refriegas, sino de hacer en
ellas prisioneros, sin degollarlos. De noche los de las tiendas no
iban a acampar en las tierras, y los de las tierras no volvían a
las tiendas ; no hacían fosos ni empalizadas alrededor de su cam-
po, ni se acampaban durante el invierno. Tedas estas cosas per-
70- -NICOLAS MAQUIAVELO

mitidas en su disciplina militar se habían imaginado por ellos,


como lo hemos dicho, para ahorrar'es algunas fatigas y peligros.
Pero con estas precauciones condujeron a la Italia a la esclavitud
y envilecimiento.

CAPITULO XIII

DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y PROPIOS

Las armas auxiliares que he contado entre las inútiles son las
que otro Príncipe os presta para socorreros y defenderos. Así, en
estos últimos tiempos, habiendo hecho el Papa Ju'io una desacer-
tada prueba de las tropas mercenarias en el ataque de Ferrara,
convino con Fernando, Rey de España , que éste iría a incorpo-
rársele con sus tropas. Estas armas pueden ser útiles y buenas en
sí mismas ; pero son infaustas siempre para el que las llama ; por-
que si pierdes la batalla , quedas derrotado, y si la ganas, te haces
prisionero suyo en algún modo.
Aunque las antiguas historias están llenas de ejemplos que
prueban esta verdad, quiero detenerme en el de Julio II , que
está todavía muy reciente. Si el partido que él abrazó de ponerse
todo entero en las manos de un extranjero, para conquistar Fe-
rrara , no le fué funesto, es que su buena fortuna engendró una
tercera causa , que le preservó contra los efectos de esta mala
determinación. Habiendo sido derrotados sus auxiliares en Ra-
vena, los suizos que sobrevivieron, contra su esperanza y la de todos
los demás, echaron a los franceses que habían ganado la victoria.
No quedó hecho prisionero de sus enemigos , por la única razón
de que ellos iban huyendo ; ni de sus auxiliares, a causa de que
él había vencido realmente, pero con armas diferentes de las de
ellos.
Hallándose los florentinos sin ejército totalmente, llamaron a
diez mil franceses para ayudarlos a apoderarse de Pisa ; y esta
disposición les hizo correr más peligros que no habían encontrado
nunca en ninguna empresa marcial.
EL PRINCIPE- -71

Queriendo oponerse el Emperador de Constantinopla a sus


vecinos, envió a la Grecia diez mil turcos, los que, acabada la
guerra, no quisieron ya salir de ella ; y fué el principio de la suje-
ción de los griegos al yugo de los infieles .
Unicamente el que no quiere estar habilitado para vencer,
es capaz de valerse de semejantes armas, que miro como mucho
más peligrosas que las mercenarias. Cuando son vencidas, no que-
dan por ello todas menos unidas, y dispuestas a obedecer a otros
que a ti ; en vez de que las mercenarias, después de la victoria ,
tienen necesidad de una ocasión más favorable para atacarte ,
porque no forman todas un mismo cuerpo ; por otra parte, hallán-
dose reunidas y pagadas por ti, el tercero a quien has conferido
el mando suyo no puede tan pronto adquirir bastante autoridad
sobre ellas para disponerlas inmediatamente a atacarte. Si la
cobardía es lo que debe temerse más en las tropas mercenarias, lo
más temible en las auxiliares, es la valentía .
Un Príncipe sabio evitó siempre valerse de unas y otras ; y
recurrió a sus propias armas, prefiriendo perder con ellas a ven-
cer con las ajenas. No miró jamás como una victoria real lo que
se gana con las armas de los otros. No titubearé nunca en citar,
sobre esta materia , a César Borgia , y conducta suya , en semejante
caso. Entró este Duque con armas auxiliares en la Romaña , con-
duciendo a ella las tropas francesas con que tomó Imola y Forli ;
pero pareciéndole bien pronto inseguras semejantes armas, y juz-
gando que había menos riesgo en servirse de las mercenarias, tomó
a su sueldo las de los Ursinos y Vitelis . Hallando después que
éstos obraban de un modo sospechoso, infiel y peligroso , se des-
hizo de ellas y recurrió a unas armas que fuesen suyas propias.
Podemos juzgar fácilmente de la diferencia que hubo entre
la reputación del Duque César Borgia, sostenido por los Ursinos
y Vitelis, y la que él se granjeó luego que se hubo quedado con
sus propios soldados, no apoyándose más que sobre sí mismo . Se
hallará ésta muy superior a la precedente. No fué bien apreciado
bajo el afecto militar, más que cuando se vió que él era enteramente
poseedor de las armas que empleaba .
72- -NICOLAS MAQUIAVELO

Aunque no he querido desviarme de los ejemplos italianos


tomados en una era inmediata a la nuestra , no olvidaré por ello
a Hierón de Siracusa , del que tengo yo hecha mención anterior-
mente. Desde que fué elegido por los siracusianos para jefe de
su ejército, como lo he dicho, conoció al punto que no era útil
la tropa mercenaria, porque sus jefes eran lo que fueron en lo
sucesivo los capitanes de Italia. Creyendo que él no podía con-
servarlos, ni retirarlos, tomó la resolución de destrozarlos ; hizo des-
pués la guerra con sus propias armas y nunca ya con las ajenas.
Quiero traer a la memoria todavía un hecho del Antiguo Tes-
tamento, que tiene relación con mi materia. Ofreciendo David a
Saúl ir a pelear contra el filisteo Goliat, Saúl, para darle alien-
tos, le revistió con su armadura real ; pero David, después de
habérsela puesto, la desechó diciendo que cargado así no podía
servirse libremente de sus propias fuerzas, y que gustaba más de
acometer con honda y cuchillo al enemigo. En suma, si tomas
las armaduras ajenas, o ellas se te caen de los hombros, o te pesan
mucho, o te aprietan y embarazan..
Carlos VII, padre de Luis XI, habiendo librado con su
valor y fortuna la Francia de la presencia de los ingleses, conoció
la necesidad de tener armas que fuesen suyas ; y quiso que hubiera
caballería e infantería en su reino. El Rey Luis XI, su hijo,
suprimió la infantería y tomó a su sueldo suizos. Imitada esta
falta por sus sucesores, es ahora , como lo vemos ( en el año 1513)
la causa de los peligros en que se halla el reino. Dando alguna
reputación a los suizos, desalentó su propio ejército ; y suprimiendo
enteramente la infantería hizo dependiente de las armas ajenas
su propia caballería, que acostumbrada a pelear con el socorro
de los suizos, cree no poder vencer ya sin ellos. Resulta de ello
que los franceses no bastaron para pelear contra los suizos, y que
sin ellos no intentan nada contra los otros.
Los ejércitos de la Francia se compusieron , pues, en parte,
de sus propias armas, y en parte de las mercenarias. Reunidas
las unas y otras, valen más que si no hubiera más que merce-
narias o auxiliares ; pero un ejército así formado es inferior con
EL PRINCIPE -73

mucho a lo que él sería, si se compusiera de armas francesas úni-


camente. Este ejemplo basta, porque el reino de Francia sería
invencible si se hubiera acrecentado o conservado solamente la
institución militar de Carlos VII. Pero a menudo una cierta cosa
que los hombres de una mediana prudencia establecen, con motivo
de algún bien que ella promete, esconde en sí misma un funes-
tísimo veneno, como lo dije antes hablando de las fiebres tísicas.
Así, pues, el que estando al frente de un principado no descubre
el mal en su raíz, ni le conoce hasta que él se manifiesta , no es
verdaderamente sabio . Pero está acordada a pocos Príncipes esta
perspicacia .
Si se quiere subir al origen de la ruina del imperio romano,
se descubrirá que ella trae su fecha en la época en que él se puso
a tomar godos a sueldo, porque desde entonces comenzaron a “enér-
varse sus fuerzas ; y cuanto vigor se le hacía perder se convertía
en provecho de ellos.
Concluyo que ningún principado puede estar seguro , cuando
no tiene armas que le pertenezcan en propiedad. Hay más : de-
pende él enteramente de la suerte, porque carece del valor que sería
necesario para defenderle en la adversidad. La opinión y máxima
de los políticos sabios fué siempre, que ninguna cosa es tan débil,
tan vacilante como la reputación de una potencia que no está
fundada sobre sus propias fuerzas.
Las propias son las que se componen de los soldados , ciu-
dadanos o hechuras del Príncipe : todas las demás son mercena-
rias o auxiliares . El modo para formarse armas propias , será
fácil de hallar, si se examinan las instituciones de que hablé an-
tes, y se considera como Filipo, padre de Alejandro , igualmente
que muchas repúblicas y príncipes se formaron ejércitos y los or-
denaron . Remito enteramente a sus constituciones para este objeto.
74- -NICOLAS MAQUIAVELO

CAPITULO XIV

DE LAS OBLIGACIONES DEL PRINCIPE EN LO CONCER-


NIENTE AL ARTE DE LA GUERRA

Un Príncipe no debe tener otro objeto, otro pensamiento, ni


cultivar otro arte más que la guerra , el orden y disciplina de los
ejércitos, porque es el único que se espera ver ejercido por el que
manda. Este arte es de una tan grande utilidad, que él, no sola-
mente mantiene en el trono a los que nacieron príncipes , sino que
también hace subir con frecuencia a la clase de Príncipe a algu-
nos hombres de una condición privada . Por una razón contraria ,
sucedió que varios príncipes, que se ocupaban más en las deli-
cias de la vida que en las cosas mi'itares, perdieron sus Estados.
La primera causa que te haría perder el tuyo, sería abandonar el
arte de la guerra : como la causa que hace adquirir un principado
al que no lo tenía, es sobresalir en este arte. Mostróse superior
en ello Francisco Sforzia , por el solo hecho de que, no siendo
más que un simple particular, llegó a ser Duque de Milán ; y
sus hijos, por haber evitado las fatigas e incomodidades de la
profesión de las armas, de duques que ellos eran, pasaron a ser
simples particulares con esta diferencia.
Entre las demás raíces del mal que te acaecerá, si por ti
mismo no ejerces el oficio de las armas, debes contar el menos-
precio que habrán concebido para con tu persona ; lo que es una
de aquellas infamia: de que el Príncipe debe preservarse, como
se dirá más adelante al hablar de aquellas a las que se propasa
él con utilidad. Entre el que es guerrero y el que no lo es, no hay
ninguna proporción. La razón nos dice que el sujeto que se halla
armado, no obedece con gusto a cualquiera que sea desarmado ;
y que el amo que está desarmado no puede vivir seguro entre sir-
vientes armados . Con el desdén que está en el corazón del uno,
y la sospecha que el ánimo del otro abriga , no es posible que ellos
hagan juntos buenas operaciones.
Además de las otras calamidades que se atrae un Príncipe
EL PRINCIPE- -75

que no entiende nada de guerra, hay la de no poder ser estimado


de sus soldados, ni fiarse de ellos . El Príncipe no debe cesar,
pues, jamás, de pensar en el ejercicio de las armas, y en los tiem-
pos de paz, debe darse a ellas todavía más que en los de guerra .
Puede hacerlo de dos modos : el uno con acciones, y el otro con
pensamientos.
En cuanto a sus acciones, debe tener no so amente bien or-
denadas y ejercitadas sus tropas, sino también ir con frecuencia a
caza, con la que, por una parte, acostumbra su cuerpo a la fatiga,
y por otra, aprende a conocer la calidad de los sitios, el declive
de las montañas, la entrada de los valles, la situación de las lla-
nuras, la naturaleza de los ríos, la de las lagunas. Es un estudio
en el que debe poner la mayor atención .
Estos conocimientos le son útiles de dos modos. En primer
lugar, dándole a conocer bien su país, le ponen en proporción , de
defenderle mejor ; y, además, cuando él ha conocido y frecuen-
tado bien los sitios, comprende fácilmente por analogía, lo que
debe ser otro país que él no tiene a la vista , y en el que no tenga
operaciones militares que combinar. Las colinas, valles, llanuras,
rios y lagunas que en la Toscana tienen con los de los otros países
una cierta semejanza que hace que, por medio del conocimiento
de una provincia , se pueden conocer fácilmente las otras .
El Príncipe que carece de esta ciencia práctica , no posee
el primero de los talentos necesarios a un capitán, porque ella en
seña a hallar al enemigo, a tomar alojamiento, a conducir los
ejércitos, a dirigir las batallas, a talar un territorio con acierto.
Entre las alabanzas que los escritores dieron a Filopemenes, Rey
de los acayos , es la de no haber pensado nunca, aun en tiempo
de paz, más que en los diversos modos de hacer la guerra . Cuando
él se paseaba con sus amigos por el campo , se paraba con fre-
cuencia, y discurría con ellos sobre este objeto, diciendo : "Si los
enemigos estuvieran en aquella colina inmediata , y nos hallára-
mos aquí con nuestro ejército, ¿ cuál de ellos o nosotros tendría la
superioridad? ¿ Cómo se podría ir seguramente contra ellos, ob-
servando las reglas de la táctica ? ¿ Cómo convendría darles al-
}

76- -NICOLAS MAQUIAVELO



cance, si se retiraran ?" Les proponía, andando , todos los casos
en que puede hallarse un ejército, oía sus pareceres, decía el suyo,
y le corroboraba con buenas razones ; de modo que teniendo con-
tinuamente ocupado su ánimo en lo que concierne al arte de la
guerra, nunca conduciendo sus ejércitos, había sido sorprendido
por un accidente para el que él no hubiera preparado el condu-
cente remedio.
El Príncipe, para ejercitar su espíritu , debe leer las historias ;
y al contemplar las acciones de los varones insignes, debe notar
particularmente cómo se condujeron ellos en las guerras , examinar
las causas de sus victorias, a fin de conseguirlas él mismo ; las de
sus pérdidas, a fin de no experimentarlas. Debe, sobre todo, como
hicieron ellos, escogerse , entre los antiguos héroes cuya gloria se
celebró más, un modelo cuyas acciones y proezas estén presentes
siempre en su ánimo . Así como Alejandro Magno imitaba a
Aquiles, César seguía a Alejandro, y Scipión caminaba tras las
huellas de Ciro. Cualquiera que lea la vida de este último, escrita
por Xenofonte, reconocerá después en la de Scipión, cuánta
gloria le resultó a éste de haberse propuesto a Ciro por modelo ;
y cuán semejante se hizo, por otra parte, con su continencia , afa-
bilidad, humanidad y liberalidad, a Ciro, según lo que Xenofonte
nos refirió de él.
Estas son las reglas que un Príncipe sabio debe observar.
Tan lejos de permanecer ocioso en tiempo de paz , fórmese enton-
ces un copioso caudal de recursos que puedan serle de provecho
en la adversidad, a fin de que si la fortuna se le vuelve contraria,
le halle dispuesto a resistirse a ella .

CAPITULO XV

DE LAS COSAS POR LAS QUE LOS HOMBRES , Y ESPECIAL-


MENTE LOS PRINCIPES, SON ALABADOS O CENSURADOS

Nos resta ahora ver cómo debe conducirse un Príncipe con


sus gobernados y amigos. Muchos escribieron ya sobre esta ma-
EL PRINCIPE- -77

teria ; y al tratarla yo mismo después de ellos, no incurriré en el


cargo de presunción , supuesto que no hablaré más que con arre-
glo a lo que sobre esto dijeron ellos. Siendo mi fin escribir una
cosa útil para quien la comprende, he tenido por más conducente
seguir la verdad real de la materia , que los desvaríos de la ima-
ginación en lo relativo a ella ; porque muchos imaginaron repú-
blicas y principados que no se vieron ni existieron nunca . Hay
tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo
deberían vivir ellos, que el que, para gobernarlos, abandona el
estudio de lo que se hace, para estudiar lo que sería más conve-
niente hacerse, aprende más bien lo que debe obrar su ruina que
lo que debe preservarle de ella, supuesto que un Príncipe que en
todo quiere hacer profesión de ser bueno, cuando en el hecho está
rodeado de gentes que no lo son, no puede menos de caminar hacia
su ruina . Es , pues, necesario que un Príncipe que desea mante-
nerse, aprenda a poder no ser bueno, y a servirse o no servirse de
esta facultad, según que las circunstancias lo exijan.
Dejando, pues, a un lado las cosas imaginarias en lo con-
cerniente a los Estados, y no hablando más que de las que son
verdaderas, digo que cuantos hombres hacen hablar de sí, y es-
pecialmente los príncipes, porque están colocados en mayor altura
que los demás, se distinguen con algunas de aquellas prendas pa-
tentes, de las que más atraen la censura , y otras la alabanza. El
uno es mirado como liberal, el otro como miserable : en lo que me
sirvo de una expresión toscana, en vez de emplear la palabra
avaro ; porque en nuestra lengua un avaro es también el que tira
a enriquecerse con rapiñas ; y llamamos miserable a aquel única-
mente que se abstiene de hacer uso de la que él posee. Y para
continuar mi enumeración , añado : éste pasa por dar con gusto,
aquél por ser rapaz ; el uno se reputa como cruel, el otro tiene
la fama de ser compasivo; éste pasa por carecer de fe, aquel por
ser fiel en sus promesas ; el uno por afeminado y pusilánime, el
otro por valeroso y feroz ; tal por humano, cuál por soberbio ; uno
por lascivo, otro per casto ; éste por franco, aquel por artificioso ;
78- -NICOLAS MAQUIAVELO

el uno por duro, el otro por dulce y flexible ; éste por grave , aqué
por ligero; uno por religioso, otro por incrédulo ; etc.
No habría cosa más loable que un Príncipe que estuviera
dotado de cuantas buenas prendas he entremezclado con las ma-
las que le son opuestas ; cada uno convendrá en ello, lo sé. Pero
como uno no puede tenerlas todas, y ni aun ponerlas perfectamente
en práctica, porque la condición humana no lo permite, es nece-
sario que el Príncipe sea bastante prudente para evitar la infamia
de los vicios que le harían perder su principado ; y aun para pre-
servarse, si lo puede, de los que no se lo harían perder ; si, no
obstante esto, no se abstuviera de los últimos , estaría ob'igado a
menos reserva abandonándose a ellos. Pero no tema incurrir en
la infamia ajena a ciertos vicios, si no puede fácilmente sin ellos
conservar su Estado ; porque si se pesa bien todo, hay una cierta
cosa que parecerá ser una virtud, por ejemplo, la bondad. cle-
mencia, y que si la observas, formará tu ruina , mientras que otra
cierta cosa que parecerá un vicio, formará tu seguridad y bien-
estar si la practicas.

CAPITULO XVI

DE LA LIBERALIDAD Y MISERIA (AVARICIA)

Comenzando por la primera de estas prendas, diré cuán útil


sería el ser liberal ; sin embargo, la liberalidad que te impidiera
que te temieran, te sería perjudicial. Si la ejerces prudentemente
como ella debe serlo, de modo que no lo sepan, no incurrirás por
esto en la infamia del vicio contrario. Pero como el • que quiere
conservar entre los hombres la reputación de ser liberal, no puede
abstenerse de parecer suntuoso, sucederá siempre que un príncipe
que quiere tener la gloria de ello, consumirá todas sus riquezas
en prodigalidades ; y al cabo, si quiere continuar pasando por
liberal, estará obligado a gravar extraordinariamente a sus go-
bernados, a ser extremadamente fiscal y hacer cuanto es imagina-
ble para tener dinero. Pues, bien, esta conducta comenzará a
EL PRINCIPE-. -79

hacerle odioso a sus gobernacios ; y empobreciéndole así más y


más, perderá la estimación de cada uno de ellos, de tal modo,
que después de haber perjudicado a muchas personas para ejercer
esta prodigalidad que no ha favorecido más que a un cortísimo
número de éstas, sentirá vivamente la primera necesidad, y peli-
grará al menor riesgo. Si reconociendo entonces su fa'ta, quiere
mudar de conducta, se atraerá repentinamente la infamia ajena
a la avaricia.
No pudiendo, pues, un Príncipe, sin que de ello le resulte
perjuicio, ejercer la virtud de la liberalidad de un modo potorio, de-
be, si es prudente, no inquietarse de ser notado de avaricia, porque
con el tiempo le tendrán más y más por liberal, cuando vean que
por medio de su parsimonia le bastan sus rentas para defenderse
de cualquiera que le declaró la guerra ; y para hacer empresas
sin gravar a sus pueblos, por este medio ejerce la liberalidad con
todos aquellos a quienes no toma nada , y cuyo número es infi-
nito ; mientras que no es avaro más que con aquellos hombres a
quienes no da, y cuyo número, es poco crecido.
¿No hemos visto en estos tiempos que solamente los que pa-
saban por avaros hicieron grandes cosas, y que los pródigos que-
daron vencidos ? El Papa Julio II , después de haberse servido
de la reputación de hombre liberal para llegar al pontificado,
no pensó ya después en conservar este renombre cuando quiso
habilitarse para pelear contra el Rey de Francia . Sostuvo mu-
chas guerras sin imponer un tributo extraordinario ; y su larga
parsimonia le suministró cuanto era necesario para los gastos su-
perfluos. El actual Rey de España (Fernando, Rey de Castilla
y Aragón) , si hubiera sido liberal, no hubiera hecho tan famosas
empresas, ni- vencido en tantas ocasiones .

Así, pues, un Príncipe que no quiere verse obligado a des-


pojar a sus gobernados y quiere tener siempre con qué defenderse,
no ser pobre y miserable. ni verse precisado a ser rapaz , debe temer
poco el incurrir en la fama de avaro, supuesto que la avaricia es
uno de aquellos vicios que aseguran su reinado . Si alguno me
objetara que César consiguió el imperio con su liberalidad, y que
80- -NICOLAS MAQUIAVELO

otros muchos llegaron a puestos elevadísimos porque pasaban por


liberales, respondería yo : o está en camino de adquirir un prin-
cipado, o te lo has adquirido ya ; en el primer caso, es menester
que pases por liberal, y en el segundo, te será perniciosa la libe-
ralidad. César era uno de los que querían conseguir el principado
de Roma ; pero si hubiera vivido él algún tiempo después de ha-
berle logrado, y no moderado sus dispendios, hubiera destruído su
imperio.
¿ Me replicarán que hubo muchos príncipes que, con sus
ejércitos, hicieron grandes cosas y, sin embargo, tenían la fama
de ser muy liberales ? Responderé : o el Príncipe, en sus largue-
zas, expende sus propios bienes y los de sus súbditos, o expende
el bien ajeno. En el primer caso, debe ser económico ; y en el
segundo, no debe omitir ninguna especie de liberalidad. El Prín-
cipe que, con sus ejércitos, va a llenarse de botín, saqueos, carni-
cerías, y disponer de los caudales de los vencidos, está obligado a
ser pródigo con sus soldados ; porque, sin esto, no le seguirían ellos.
Puedes mostrarte entonces ampliamente generoso, supuesto que das
lo que no es tuyo ni de tus soldados, como lo hicieron Ciro, César,
Alejandro; y este dispendio que en semejante ocasión haces con el
bien de los otros , tan lejos de perjudicar a tu reputación, le añade
una más sobresaliente. La única cosa que puede perjudicarte, es
gastar el tuyo.
No hay nada que se agote tanto de sí mismo como la libe-
ralidad; mientras que la ejerces, pierdes la facultad de ejercerla,
y te vuelves pobre y despreciable ; o bien, cuando quieres evitar
volvértelo, te haces rapaz y oidoso. Ahora bien, uno de los in-
convenientes de que un Príncipe debe preservarse, es el de ser
menospreciado y aborrecido. Conduciendo a uno y otro la libe-
ralidad, concluyo de ello que hay más sabiduría en no temer la
reputación de avaro que no produce más que una infamia sin odio,
que verse, por la gana de tener fama de liberal, en la necesidad de
incurrir en la nota de rapaz, cuya infamia va acompañada siempre
del odio público.
EL PRINCIPE -81
CAPITULO XVII .

DE LA SEVERIDAD Y CLEMENCIA ; Y SI VALE MAS SER


AMADO QUE TEMIDO

Descendiendo después a las otras prendas de que he hecho


mención, digo que todo Príncipe debe desear ser tenido por cle-
mente y no por cruel. Sin embargo, debo advertir que él debe
temer el hacer mal uso de su clemencia. César Borgia pasaba por
cruel, y su crueldad, sin embargo, había reparado los males de la
Romaña, extinguiendo sus divisiones, restableciendo en ella la paz,
y héchosela fiel. Si profundizamos bien su conducta , veremos que
él fué mucho más clemente que lo fué el pueblo florentino, cuando
para evitar la reputación de crueldad dejó destruir Pistoya.
Un Príncipe no debe temer, pues, la infamia aneja a la
crueldad, cuando necesita de ella para tener unidos a sus gober-
nados, e impedirles faltar a la fe que le deben ; porque con po-
quísimos ejemplos de severidad serás mucho más clemente que los
príncipes que, con demasiada clemencia, dejan engendrarse desór-
denes acompañados de asesinatos y rapiñas, visto que estos ase-
sinatos y rapiñas tienen la costumbre de ofender la universalidad
de los ciudadanos, mientras que los castigos que dimanan del Prín-
cipe no ofenden más que a un particular.
Por lo demás, le es imposible a un Príncipe nuevo el evitar
la reputación de cruel, a causa de que los Estados nuevos están
llenos de peligros. Virgilio disculpa la inhumanidad del reinado
de Dido, con el motivo de que su Estado pertenecía a esta es-
pecie; porque hace decir por esta Reina :

Res dura et regni novitus me talia cogunt


" Moliri, et laté fines custode tueri.
3
Un semejante Príncipe no debe, sin embargo , creer ligera-
mente el mal que se le advierte ; y no obrar, en su consecuencia, más
que con gravedad, sin atemorizarse nunca él mismo. Su obligación

Libro.-6
82- -NICOLAS MAQUIAVELO

es proceder moderadamente, con prudencia y aun con humanidad,


sin que mucha confianza le haga impróvido , y que mucha des-
confianza le convierta en un hombre insufrible.
Se presenta aquí la cuestión de saber, si va'e más ser temido
que amado. Se responde que sería menester ser uno y otro jun-
tamente ; pero como es difícil serlo a un mismo tiempo , el partido
más seguro es ser temido primero que amado, cuando se está en
la necesidad de carecer de uno u otro de ambos beneficios.
Puede decirse, hablando generalmente, que los hombres son
ingratos, volubles, disimulados, que huyen de los peligros y son
ansiosos de ganancias. Mientras que les haces bien y que no ne-
cesitas de ellos, como lo he dicho, te son adictos , te ofrecen su
caudal, vida e hijos, pero se revelan cuando llega esta necesidad.
El Príncipe que se ha fundado enteramente sobre la palabra de
ellos, se halla destituído , entonces, de los demás apoyos prepara-
torios , y decae , porque las amistades que se adquieren, no con
la nobleza y grandeza , sino con el dinero, no pueden servir de
provecho ninguno en los tiempos peligrosos, por más bien mere-
cidas que ellas estén ; los hombres temen menos el ofender al que
se hace amar, que al que se hace temer, porque el amor no se
retiene por el sole vínculo de la gratitud, que en atención a la
perversidad humana , toda ocasión de interés personal llega a rom-
per ; en vez de que el temor del Príncipe se mantiene siempre con
el del castigo, que no abandona nunca a los hombres.
Sin embargo, el Príncipe que se hace temer, debe obrar de
modo que si no se hace amar al mismo tiempo, evite el ser abo-
rrecido ; porque uno puede muy bien ser temido sin ser odioso ;
y él lo experimentará siempre, si se abstiene de tomar la hacienda
de sus gobernados y soldados, como también de robar sus mu-
jeres o abusar de ellas.
Cuando le sea indispensable derramar la sangre de alguno,
no deberá hacerlo nunca sin que para ello haya una conducente
justificación y un patente delito. Pero debe entonces, ante todas
cosas, no apoderarse de los bienes de la víctima ; porque los hom-
bres olvidan más pronto la muerte de un padre que la pérdida
EL PRINCIPE- -83

de su patrimonio. Si fuera inclinado a robar el bien ajeno , no le


faltarían jamás ocasiones para ello : el que comienza viviendo
de rapiñas, halla siempre pretextos para apoderarse de las pro-
piedades ajenas ; en vez que las ocasiones de derramar la sangre
de sus gobernados son más raras y le faltan con la mayor fre-
cuencia.
Cuando el Príncipe está con sus ejércitos, y tiene que go-
bernar una infinidad de soldados, debe de toda necesidad no in-
quietarse de pasar por crue', porque sin esta reputación no puede
tener un ejército unido, ni dispuesto a emprender cosa ninguna.
Entre las acciones admirables de Aníbal se cuenta que teniendo
un numerosísimo ejército compuesto de hombres de países infini-
tamente diversos, y yendo a pelear en una tierra extraña , su con-
ducta fué tal que en el seno de este ejército , tanto en la mala
como en la buena fortuna , no hubo ni siquiera una sola disensión
entre ellos, ni ninguna sublevación contra su jefe. Esto no puede
provenir más que de su despiadada inhumanidad, que unida a las
demás infinitas prendas suyas, le hizo siempre tan respetable como
temible a los ojos de sus soldados. Sin cuya crue'dad no hubieran
bastado las otras prendas suyas para obtener este efecto. Son
poco reflexivos los escritores que se admiran, por una parte, de
sus proezas ; y que vituperan, por otra, la causa principal de ellas .
Para convencerse de esta verdad, que las demás virtudes suyas
no le hubieran bastado, no hay necesidad más que del ejemplo
de Scipión, hombre muy extraordinario, no solamente en su tiem-
po, sino también en cuantas épocas nos recuerdan sobresalientes
memorias la historia. Sus ejércitos se rebelaron contra él en Es-
paña, únicamente por un efecto de su mucha clemencia , que deja-
ba a sus soldados más licencia que la disciplina militar podía per-
mitirlo. Le reconvino de esta extremada clemencia en Senado ple-
no, Fabio, quien, por esto mismo, le trató de corruptor de la mi-
licia romana. Destruídos los Locrios por un teniente de Scipión ,
no había sido vengado ; y ni aun él había castigado la insolencia
de este lugarteniente. Todo esto provenía de su natural blando y
flexible, en tanto grado que el que quiso disculparle por ello en el
84- -NICOLAS MAQUIAVELO

Senado, dijo que había muchos hombres que debían mejor no


hacer faltas que corregir las de los demás. Si él hubiera conser-
vado el mando, con un semejante genio, hubiera alterado a la
larga su reputación y gloria ; pero como vivió después bajo la
dirección del Senado, desapareció esta perniciosa prenda ; y aun
la memoria que de ella se hacía, fué causa de convertirla en gloria
suya .
Volviendo, pues, a la cuestión de ser temido y amado, con-
cluyo que, amando los hombres a su voluntad y temiendo a la
del Príncipe, debe éste, si es cuerdo, fundarse en lo que depende
de él y no en lo que depende de los otros, haciendo solamente de
modo que evite ser aborrecido como ahora mismo acabo de de-
cirlo.

CAPITULO XVIII

DE QUE MODO LOS PRINCIPES DEBEN GUARDAR


LA FE DADA

¡ Cuán digno de alabanzas es un Príncipe cuando él man-


tiene la fe que ha jurado, cuando vive de un modo íntegro y no
usa la astucia en su conducta ! Todos comprenden esta verdad ;
sin embargo, la experiencia de nuestros días nos muestra que ha-
ciendo varios príncipes poco caso de la buena fe, y sabiendo con
la astucia volver a su voluntad el espíritu de los hombres, obraron
grandes cosas y acabaron triunfando de los que tenían por base
de su conducta la lealtad.
Es menester, pues, que sepáis que hay dos modos de defen-
derse : el uno con las leyes y el otro con la fuerza . El primero
es el que conviene a los hombres ; el segundo pertenece esencial-
mente a los animales ; pero, como a menudo no basta, es preciso
recurrir al segundo. Le es, pues, indispensable a un Príncipe, e
saber hacer buen uso de uno y otro enteramente juntos. Esto es
lo que con palabras encubiertas enseñaron los antiguos autores a
los príncipes, cuando escribieron que muchos de la antigüedad, y
EL PRINCIPE- -85

particularmente Aquiles, fueron confiados en su niñez al centauro


Chirón, para que los criara y educara bajo su disciplina. Esta
alegoría no significa otra cosa sino que ellos tuvieron por preceptor
a un maestro que era mitad bestia y mitad hombre ; es decir, que
un Príncipe tiene necesidad de saber usar a un mismo tiempo de
una y otra naturaleza ; y que la una no podría durar si no la
acompañara la otra.
Desde que un Príncipe está en la precisión de saber obrar
competentemente según la naturaleza de los brutos, los que él
debe imitar son la zorra y el león enteramente juntos. El ejemplo
del león no basta, porque este animal no se preserva de los lazos,
y la zorra sola no es más suficiente, porque ella no puede librarse
de los lobos. Es necesario, pues, ser zorra para conocer los lazos,
y león para espantar a los lobos ; pero los que no toman por mo-
delo más que al león , no entienden sus intereses.
Cuando un Príncipe dotado de prudencia, ve que su fide-
lidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las oca-
siones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y
aun no debe guardarlas, a no ser que él consienta en perderse.
Obsérvese bien que si todos los hombres fueran buenos, este
precepto sería buenísimo ; pero como ellos son malos y no obser-
varían su fe con respecto a ti, si se presentara la ocasión de ello,
no estás obligado ya a guardarles la tuya, cuando te es como
forzado a ello. Nunca le faltan motivos legítimos a un Príncipe
para cohonestar esta inobservancia ; está autorizada en algún mo-
do, por otra parte, con una infinidad de ejemplos ; y podríamos
mostrar que se concluyó un sinnúmero de felices tratados de paz,
y se anularon infinitos empeños funestos por la sola infidelidad
de los príncipes a su palabra . El que mejor supo obrar como zo-
rra, tuvo mejor acierto.
Pero es necesario saber bien encubrir este artificioso natural
y tener habilidad para fingir y disimular. Los hombres son tan sim-
ples, y se sujetan en tanto grado a la necesidad, que el que engaña
con arte halla siempre gentes que se dejan engañar. No quiero
86 -NICOLAS MAQUIAVELO

pasar en silencio un ejemplo enteramente reciente . El Papa Ale-


jandro VI no hizo nunca otra cosa más que engañar a los otros ;
pensaba incesantemente en los medios de inducirlos a error ; y halló
siempre la ocasión de poderlo hacer. No hubo nunca ninguno que
conociera mejor el arte de las protestaciones persuasivas, que afir-
mara una cosa con juramentos más respetables, y que al mismo
tiempo observara menos lo que había prometido. Sin embargo, por
más conocido que él estaba por un trapacero, sus engaños le salían
bien, siempre a medida de sus deseos, porque sabía dirigir perfec-
tamente a sus gentes con esta estratagema .
No es necesario que un Príncipe posea todas las virtudes de
que hemos hecho mención anteriormente ; pero conviene que él
aparente poseerlas. Aun me atreveré a decir que si él las posee
realmente , y las observa siempre, le son perniciosas a veces ; en vez
de que aun cuando no las poseyera efectivamente, si aparenta po-
seerlas, le scn provechosas . Puedes parecer manso, fiel, humano,
religioso, leal y aun serlo ; pero es menester retener tu alma en
tanto acuerdo con tu espíritu, que, en caso necesario, sepas variar
de un modo contrario .
Un Príncipe, y, especialmente uno nuevo, que quiere mante-
nerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo,
lo que hace mirar como virtuosos a los hombres ; supuesto que a me-
nudo , para conservar el orden en un Estado, está en la precisión
de obrar contra su fe, contra las virtudes de humanidad, caridad,
y aun contra su religión . Su espíritu debe estar dispuesto a volverse
según que los vientos y variaciones de la fotruna lo exijan de él ;
y como lo he dicho más arriba , a no apartarse del bien mientras
lo puede, sino a saber entrar en el mal, cuando hay necesidad.
Debe tener sumo cuidado en ser circunspecto, para que cuantas
palabras salgan de su boca lleven impreso el sello de las cinco
virtudes mencionadas ; y para que , tanto viéndole como oyéndo'e,
le crean enteramente lleno de bondad, buena fe, integridad, hu-
manidad y religión . Entre estas prendas no hay ninguna más nece-
saria que la última . Los hombres, en general, juzgan más por los
EL PRINCIPE- -87

ojos que por las manos ; y si pertenece a todos el ver, no está más
que a un cierto número el tocar. Cada uno ve lo que pareces ser ;
pero pocos comprenden lo que eres realmente ; y este corto número
no se atreve a contradecir la opinión del vulgo, que tiene, por apoyo
de sus ' usiones , la majestad del Estado que le protege.
En las acciones de todos los hombres, pero especialmente en
las de los príncipes, contra las cuales no hay juicio que implorar,
se considera simplemente el fin que ellos llevan. Dedíquese, pues,
el Príncipe a superar siempre las dificultades, y a conservar su
Estado. Si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus
medios , a'abándoles en todas partes : el vulgo se deja siempre coger
por las exterioridades, y seducir del acierto. Ahora bien, no hay
casi más que vulgo en el mundo ; y el corto número de los espíritus
penetrantes que en él se encuentra , no dice lo que vislumbra, hasta
que el sinnúmero de los que no lo son, no sabe ya a qué atenerse .
Hay un Príncipe en nuestra era que no predica nunca más
que paz, ni habla más que de la buena fe ; y que, al observar él
una y otra , se hubiera visto quitar más de una vez sus dominios v
estimación. Pero creo que no conviene nombrarle.

CAPITULO XXI

COMO DEBE CONDUCIRSE UN PRINCIPE PARA ADQUIRIR


ALGUNA CONSIDERACION

Ninguna cosa le granjea más estimación a un principe que ' as


grandes empresas y las acciones raras y maravillosas. De ellas nos
presenta nuestra era un admirable ejemplo en Fernando V, Rey de
Aragón, y actualmente monarca de España . Podemos mirarle casi
como a un príncipe nuevo , porque el rey débil que él era , llegó a
ser, por su fama y gloria , el primer rey de la cristiandad . Pues bien,
si consideramos sus acciones las hallaremos todas sumamente gran-
des ; y aun algunas nos parecerán extraordinarias. Al comenzar
a reinar asaltó el reino de Granada , y esta empresa sirvió de fun-
damento a su grandeza . La había comenzado , desde luego , sin
88- -NICOLAS MAQUIAVELO

pelear ni miedo de hallar estorbo en ello, en cuanto a su primer


cuidado había sido tener ocupado en esta guerra el ánimo de los
nobles de Castilla . Haciéndoles pensar incesantemente en ella, los
distraía de discurrir en maquinar innovaciones durante este tiempo ;
y de este modo adquiría sobre ellos, sin que lo echasen de ver, mu-
cho dominio y se proporcionaba una suma estimación . Pudo, en
seguida, con el dinero de la Iglesia y de los pueblos, mantener
ejércitos y formarse, por medio de esta larga guerra , una buena
tropa, que acabó atrayéndole mucha gloria. Además, alegando
siempre el pretexto de la religión para poder ejecutar mayores em-
presas, recurrió al expediente de una crueldad devota ; y echó a los
moros de su reino, que con ello quedó libre de su presencia. No
puede decirse cosa ninguna más cruel, y juntamente más extraor-
dinaria , que lo que él ejecutó en esta ocasión. Bajo esta misma
capa de religión , se dirigió después de esto contra el Africa, em-
prendió su conquista de Italia y acaba de atacar recientemente a
la Francia. Concertó siempre grandes cosas que llenaron de ad-
miración a sus pueblos, y tuvieron preocupados sus ánimos con las
resultas que ellas podían tener. Aun hizo engendrarse sus empresas
en tanto grado más por otras, que ellas no dieron jamás a sus go-
bernados lugar para respirar ni poder urdir ninguna trama contra él.
Es también un expediente muy provechoso para un príncipe el
imaginar cosas singulares en el gobierno interior de su Estado, como
las que se cuentan de Mossen Barnabó Visconti de Milán. Cuando
sucede que una persona hizo, en el orden civil, una acción nada
común, tanto en bien como en mal, es menestar hallar, para pre-
miarla o castigarla, un modo notable que al público dé amplia ma-
teria de hablar. En una palabra el Príncipe debe, ante todas
cosas, ingeniarse para que cada una de sus operaciones se dirija
a proporcionarle la fama de grande hombre, y de príncipe de un
superior ingenio.
Se da a estimar, también, cuán es resueltamente amigo o ene-
migo de los príncipes. inmediatos ; es decir, cuando sin timidez se
declaran en favor del uno contra el otro. Esta resolución es siem-
pre más útil que la de quedar neutral ; porque cuando dos poten-
EL PRINCIPF-

cias de tu vecindad se declaran entre sí la guerra , o son tales que


si la una llega a vencer, tengas fundamento para temerla después ;
o bien ninguna de ellas es propia para infundirte semejante temor.
Pues bien, en uno y otro caso, te será siempre más útil el declararte
y hacer tú mismo una guerra franca . En el primero, si no te decla-
ras serás siempre el despojo del que haya triunfado ; y el vencido
experimentará gusto y contento con ello. No tendrás, entonces, a
ninguno que se compadezca de ti, ni que venga a socorrerte, y ni
aun que te dé un asilo. El que ha vencido no quiere a sospechosos
amigos, que no le auxilien en la adversidad. No te acogerá el que
es vencido, supuesto que no quisiste tomar las armas para correr las
contingencias de su fortuna .
Habiendo pasado Antioco a Grecia, en donde le llamaban
los etolios para echar de allí a los romanos, envió un embajador
- a los acayos para inducirlos a permanecer neutrales, mientras que
les rogaba a los romanos que se armasen en favor suyo. Esto fué
materia de una deliberación en los consejos de los acayos. En él
insistía el enviado de Antioco en que se resolviesen a la neutralidad ;
pero el diputado de los romanos, que se hallaba presente, le refutó
por el tenor siguiente : " Se dice que el partido más sabio para vos-
otros y más útil para vuestro Estado es que no toméis parte nin-
guna en la guerra que hacemos ; os engañan. No podéis tomar
resolución ninguna más opuesta a vuestros intereses ; porque si no
tomáis parte ninguna en nuestra guerra, privados, vosotros, enton-
ces de toda consideración e indignos de toda gracia, serviréis de
premio infaliblemente al vencedor".
Nota bien que el que te pide la neutralidad no es jamás amigo
tuyo; y que, por el contrario, lo es el que solicita que te declares
en favor suyo y tomes las armas en defensa de su causa. Los prín-
cipes irresolutos que quieren evitar los peligros del momento, atra-
san con la mayor frecuencia la vía de la neutralidad; pero también
con la mayor frecuencia caminan hacia su ruina. Cuando se de-
clara el Príncipe generosamente en favor de una de las potencias
contendientes, si aquella a la que se une triunfa , y aun cuando
quedare a su discreción, y que ella tuviera una gran fuerza, no
90- -NICOLAS MAQUIAVELO

tendrá que temerla , porque le es deudora de algunos favores y le


habrá cogido amor. Los hombres no son nunca bastante desver-
gonzados para dar ejemplo de la enorme ingratitud que habría en
oprimirte en semejante caso . Por otra parte, las victorias no son
jamás tan prósperas que dispensen al vencedor de tener a'gún mi-
ramiento contigo, y particularmente algún respeto a la justicia. Si,
por el contrario, aquel con quien te unes es vencido, serás bien
visto de él. Siempre que tenga la posibilidad de ello irá en tu
socorro, y será el compañero de tu fortuna que puede mejorarse en
algún día.
En el segundo caso , es decir, cuando las potencias que luchan
una contra otra son tales que no tengas que temer nada de la que
tirunfe, cualquiera que sea , hay tanta más prudencia en unirte a
una de ellas, cuanto por este medio concurres a la ruina de la otra,
con la ayuda de aquella misma que, si ella fuera prudente , debería
salvarla . Es imposible que con tu socorro ella no triunfe, y su vic-
toria entonces no puede menor de ponerla a tu disposición.
Es necesario notar aquí que un príncipe cuando quiere atacar
a otros, debe cuidar siempre de no asociarse con un príncipe más
poderoso que él, a no ser que la necesidad le obligue a ello, como
lo he dicho más arriba ; porque si éste triunfa , queda esclavo en
algún modo. Ahora bien, los príncipes deben evitar, cuanto les
sea posible, el quedar a la disposición de los otros. Los venecianos
se ligaron contra los franceses para luchar contra el Duque de
Milán ; y esta confederación de la que ellos podían excusarse, causó
su ruina. Pero si uno no puede excusarse de semejantes ligas, como
sucedió a los florentinos , cuando el Papa y la España fueron, con
sus ejércitos reunidos, a atacar a la Lombardía , entonces , por las
razones que llevo dichas , debe unirse el Príncipe con los otros.
Que ningún Estado , por lo demás, crea poder nunca , en se-
mejante circunstancia, tomar una resolución segura ; que piense, por
el contrario, en que no puede tomarla más que dudosa , porque es
conforme al ordinario curso de las cosas que no trate uno de evitar
nunca un inconveniente sin caer en otro. La prudencia consiste en
EL PRINCIPE- -91

saber conocer su respectiva calidad y tomar por bueno el partido


menos malo .
Un Príncipe debe manifestarse también amigo generoso de los
talentos y honrar a todos aquellos gobernados suyos que sobresalen
en cualquier arte . En consecuencia, debe estimular a los ciuda-
danos a ejercer pacíficamente su profesión, sea en el comercio, sea
en la agricultura , sea en cualquier otro oficio ; y de hacer de modo
que, por el temor de verse quitar el fruto de sus tareas, no se abs-
tengan de enriquecer con ello su Estado , y que por el de los tribu-
tos, no sean disuadidos de abrir un nuevo comercio. Ultimamente,
debe preparar algunos premios para cualquiera que quiera hacer
establecimientos útiles y para el que piensa, sea del modo que se
quiera, en multiplicar los recursos de su ciudad y Estado.
La obligación es, además, ocupar con fiestas y espectáculos a
sus pueblos , en aquel tiempo del año en que conviene que los haya.
Como toda la ciudad está dividida , o en gremios de oficio, o en
tribus, debe tener miramientos con estos cuerpos, reunirse a veces
con ellos, y dar allí ejemplos, de humanidad y munificencia , con-
servando, sin embargo, de un modo inalterable, la majestad de su
clase ; cuidado tanto más necesario, cuanto estos actos de popu-
laridad no se hacen nunca sin que se humille de algún modo su
dignidad.

CAPITULO XXVI

EXHORTACION A LIBRAR LA ITALIA DE LOS BARBAROS

Después de haber meditado sobre cuantas cosas acaban de


exponerse, me he preguntado a mí mismo si, ahora en Italia, hay
circunstancias tales que un Príncipe nuevo pueda adquirir en ella
más gloria , y si se halla en la misma cuanto es menester para pro-
porcionar al que la naturaleza hubiera dotado de un gran valor
y de una prudencia nada común, la ocasión de introducir aquí una
nueva forma que, honrándole a él mismo, hiciera la felicidad de
todos los italianos. La conclusión de mis reflexiones sobre esta ma-
92- -NICOLAS MAQUIAVELO

teria es que tantas cosas me parecen concurrir en Italia al benefi-


cio de un Príncipe nuevo, que no sé si habrá nunca un tiempo más
proporcionado para esta empresa.
Si, como lo he dicho, era necesario que el pueblo de Israel
estuviera esclavo en Egipto, para que el valor de Moisés tuviera
la ocasión de manifestarse ; que los persas se viesen oprimidos por
los medos, para que conociéramos la grandeza de Ciro ; que los
atenienses estuviesen dispersos, para que Teseo pudiera dar a co-
nocer su superioridad ; del mismo modo, para que estuviéramos
hoy día en el caso de apreciar todo el valor de un alma italiana,
era menester que la Italia se hallara traída al miserable punto de
que está ahora ; que ella fuera más esclava que lo eran los hebreos,
más sujeta que los persas, más dispersa que los atenienses. Era
menester que, sin jefe ni estatutos, hubiera sido vencida , despojada,
despedazada , conquistada y asolada ; en una palabra , que ella
hubiera padecido ruinas de todas las especies.
Aunque en los tiempos corridos hasta este día se haya echado
de ver en este o aquel hombre algún indicio de inspiración que
podía hacerle creer destinado por Dios para la redención de Italia,
se vió, sin embargo, después, que le reprobaba en sus más sublimes
acciones la fortuna , de modo que permaneciendo sin vida la Italia,
aguarda todavía a un salvador que le cure de sus heridas, ponga
fin a los destrozos y saqueos de la Lombardía, a los pillajes y ma-
tanzas del reino de Nápoles ; a un hombre, en fin, que cure a la
Italia de llagas inveteradas tanto tiempo hace. Vémosla rogando
a Dios que le envíe alguno que la redima de las crueldades y ul-
trajes que le hicieron los bárbåros. Por más abatida que ella está,
la vemos con disposiciones de seguir una bandera, si hay alguno
que la enarbole y la despliegue ; pero en los actuales tiempos no
vemos en quién podría poner ella sus esperanzas, si no es en vues-
tra muy ilustre casa. Vuestra familia, que su valor y fortuna ele-
varon a los favores de Dios y de la Iglesia , a la que ella dió su
Príncipe, es la única que pueda comprender nuestra redención.
Esto no os será muy dificultoso, si tenéis presentes en el ánimo las
acciones y vida de los príncipes insignes que he nombrado. Aunque
EL PRINCIPE- -93

los hombres de este temple hayan sido raros y maravillosos , no por


ello fueron menos hombres ; y ninguno de ellos tuvo una tan bella
ocasión como la del tiempo presente. Sus empresas no fueron más
justas ni fáciles que ésta ; y Dios no les fué más propicio que lo
es a vuestra causa. Aquí hay una sobresaliente justicia ; porque
uña guerra es legítima por el solo hecho de ser necesaria ; y las
guerras son actos de humanidad, cuando no hay esperanzas más
que en ellas. Aquí son grandísimas las disposiciones de los pueblos ;
y no puede haber mucha dificultad en ello, cuando son grandes las
disposiciones, con tal que éstas abracen algunas de las instituciones
de las que os he propuesto por modelos.
Prescindiendo de estos socorros, veis aquí sucesos extraordina-
rios y sin ejemplo, que se dirigen patentemente por Dios mismo.
El mar se abrió; una nube os mostró el camino ; la peña abasteció
de agua ; aquí ha caído del cielo el maná ; todo concurre al acre-
centamiento de vuestra grandeza ; lo demás debe ser obra vuestra .
Dios no quiere hacerlo todo, para privarnos del uso de nuestro
libre albedrío y quitarnos una parte de la gloria que de ello nos
redundará.
No es una maravilla que hasta ahora ninguno de cuantos
italianos he citado, haya sido capaz de hacer lo que puede es-
perarse de vuestra esclarecida casa. Si, en las numerosas revo-
luciones de la Italia, y en tantas, maniobras guerreras, pareció
siempre que se había extinguido la antigua virtud militar de los
italianos, provenía esto de que sus instituciones no eran buenas,
y que no había ninguno que supiera inventar otras nuevas. Nin-
guna cosa hace tanto honor a un hombre recientemente elevado,
como las nuevas leyes, las nuevas instituciones imaginadas por él.
Cuando están formadas sobre buenos fundamentos, y tienen al-
guna grandeza en sí mismas, le hacen digno de respeto y admi-
ración.
Ahora bien, no falta en Italia cosa ninguna de lo que es
necesario para introducir en ella formas de toda especie. Vemos
en ella un gran valor, que aun cuando carecieran de él los jefes,
quedaría muy eminente en los miembros. ¡Véase cómo en los
94- -NICOLAS MAQUIAVELO

desafíos y combates de un corto número, los italianos se muestran


superiores en fuerza , destreza e ingenio ! Si ellos no se manifiestan
tales en los ejércitos , la debilidad de sus jefes es la única causa
de ello ; porque los que la conocen no quieren obedecer y cada
uno cree conocerla. No hubo, en efecto, hasta este día, ningún
sujeto que se hiciera bastante eminente por su valor y fortun?, para
que los otros se sometiesen a él. De esto nace que, durante un
largo transcurso de tiempo, y en un tan crecido rúmero de gue-
rras, hechas durante los últimos veinte años, cuando se tuvo un
ejército enteramente italiano, se desgració él siempre como se vió
a los primeros en Faro y sucesivamente después en Alejandría,
Capua, Génova, Vaila , Bolonia y Mestri.
Si, pues, vuestra ilustre casa quiere imitar a los varones in-
signes que libraron sus provincias, es menester ante todas cosas
(porque esto es el fundamento real de cada empresa ) , proveeros
de ejércitos que sean vuestros únicamente ; porque no puede tener
unos soldados más fieles, verdaderos ni mejores que los suyos pro-
pios. Y aunque cada uno de ellos en particular sea bueno , todos
Juntos serán mejores cuando se vean mandados , honrados y man-
tenidos por su Príncipe. Conviene, pues, proporcionarse semejantes
ejércitos, a fin de poder defenderse de los extranjeros con un valor
enteramente italiano.
Aunque las infanterías suiza y española se miran como terri-
bles, tienen, sin embargo, una y otra un gran defecto, a causa del
cual una tercera clase podría no solamente resistirles , sino también
tener la confianza de vencerlas. Los españoles no pueden sostener
los asaltos de la caballería, y los suizos deben tener miedo a la
infantería, cuando ellos se encuentran con una que pelea con tanta
obstinación como ellos. Por esto se vió y se verá, por experiencia ,
que los españoles no pueden resistir contra los esfuerzos de una ca-
ballería francesa, y que una infantería española abruma a los suizos.
Aunque no se ha hecho por entero la prueba de esta última verdad,
se vió, sin embargo, algo en la batalla de Rávena , cuando la
infantería española llegó a las manos con las tropas alemanas,
que observaban el mismo método que los suizos, mientras que ha-
EL PRINCIPE- -95

biendo penetrado entre las picas de los alemanes, los españoles, •


ágiles de cuerpo y defendidos con sus brazales , se hallaban en se-
guridad para sacudirlos, sin que ellos tuviesen medio de defenderse.
Si no los hubiera embestido la caballería, hubieran destruído ellos
a todos. Se puede, pues, después de haber reconocido el defecto
de ambas infanterías, imaginar una nueva que resista a la caballe-
ría y no tenga miendo de los infantes ; lo que se logrará, no de esta
o aquella nación de combatientes, sino mudando el modo de com-
batir. Son éstas aquellas invenciones que , tanto por su novedad
como por sus beneficios, dan reputación y proporcionan grandeza a
un Príncipe nuevo.
No es menester, pues, dejar pasar la ocasión del tiempo pre-
sente sin que la Italia, después de tantos años de expectación , vea
por último aparecer a su redentor.
No puedo expresar con qué amor sería recibido en todas estas
provincias que sufrieron tanto con la inundación de los extranjeros.
¡Con qué sed de venganza , con qué inalterable fidelidad, con qué
piedad y lágrimas sería acogido y seguido ! ¡ Ah ! ¿ Qué puertas
podrían cerrársele ? ¿ Qué pueblos podrían negarle la obediencia ?
¿ Qué celos podrían manifestarse contra é ? ¿ Cuál sería aquel ita-
liano que pudiera no reverenciarle como a Príncipe suyo, pues tan
repugnante le es a cada uno de ellos esta bárbara dominación del
extranjero? Que vuestra ilustre casa abrace el proyecto de su res-
tauración con todo el valor y confianza que las empresas legítimas
infunden ; que bajo vuestra bandera se ennoblezca nuestra patria,
y que bajo vuestros auspicios se verifique, finalmente, aquel a pre-
dicción de Petrarca : "El valor tomará las armas contra el furor ;
y el combate no será largo, porque la antigua valentía no está ex-
tinguida todavía en el corazón de los italianos".

INDICE
Págs.
Nota biográfica V

Prólogo IX

El Príncipe 5

222
ESTE LIBRO, QUE CORRESPONDE AL
TOMO 570. DE LA BIBLIOTECA ENCI-

CLOPEDICA POPULAR DE LA SECRE-

TARIA DE EDUCACION PUBLICA,

TERMINO DE EDITARSE EL DIA 10.

DE JUNIO DE 1945
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