4 Niebla

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NIEBLA, de MIGUEL DE UNAMUNO

La narración se encuentra notablemente protagonizada por el monólogo interno de


Augusto, este es el modo predominante con el que conocemos la historia, con que
participamos de sus divagaciones existenciales hilvanadas a sucesos banales: “¿Y qué es
amor? ¿Quién definió el amor? Amor definido deja de serlo... Pero, Dios mío, ¿por qué
permitirá el alcalde que empleen para los rótulos de los comercios tipos de letra tan feos
como ése?”.
De hecho, el modo en que se encuentra narrada la historia es muy singular, alternando
entre el mencionado monólogo y un narrador en tercera persona que revela aquello en lo
que Augusto no repara o directamente no atestigua. A este modelo se le suma un recurso
traza, lo que en las películas se llama “romper la cuarta pared”, por el cual el escritor se
dirige directamente al lector, cual si se tratara de una carta.
El libro acompaña la vida de Augusto Pérez desde el momento en que sale de su casa y se
encuentra con Eugenia ¿con Eugenia? No, en realidad no. Desde el comienzo el encuentro
está apenas asido a la realidad por una mujer, pues no se trata de ella, sino de la idea que
a su costa se forma.
“Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque
esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños
incidentes. Y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella
Eugenia.” Es sin duda este fragmento el que titula al libro, le tesis de la narración.
Podría haberse pensado que es una reflexión metafísica de la realidad, una construcción
(o deconstrucción) de la esencia del amor, del pensamiento o cualquier otro concepto
abstracto similar, pero como nos lo advierte el prólogo: “me ha dicho (Miguel de
Unamuno) más de una vez que no quisiera morirse sin haber escrito una bufonada trágica
(…) fundidos y confundidos en uno (lo trágico y lo satírico).” Hecha semejante advertencia,
la lectura se encara no como un tratado de filosofía y divagación sino como una tomadura
de pelo mayúscula, que es a fin de cuentas una metáfora de la vida.
La vida sería esa niebla en que se funden circunstancias con las que tropezamos por azar y
que ordenamos en nuestra mente para que tengan sentido, al punto que no podríamos
afirmar con certeza que esto ha ocurrido o no, al margen de aquello que nos figuramos.
Quizá por esta idea de narrar por narrar, de enredar al lector con juegos, de no adoctrinar
sino compartir entre uno, el escritor, y otro, el lector, que se presentan estos conceptos
mencionados (amor, pensamiento, realidad) se expresan y definen en forma distinta a lo
largo del relato. Tal como si estuviésemos hablando con un amigo, cuando la conversación
empieza diciendo “estoy dividido entre pensar que…” o bien “ya no creo en aquello
que…”.
A fin de cuentas, lo que cuenta, valga la redundancia, no ha sido el concepto en sí que es
dudoso, subjetivo, cambiante, sino la belleza del mismo, el placer de perderse en sus
espejismos, de acompañar su muerte o su construcción y citarse al día siguiente para un
nuevo giro. “«Es una desgracia esto de tener que servirse uno de las cosas—pensó
Augusto—; tener que usarlas. El uso estropea y hasta destruye toda belleza. La función
más noble de los objetos es la de ser contemplados (…)».”
Por ello no debemos tomarnos a mal el planteo del disque erudito Paparrigópulos al
afirmar que las mujeres poseen todas una misma alma dividida entre ellas, y que son por
ello distintas entre sí por sus cuerpos, pero en esencia son iguales, no como los hombres
que sí divergen mucho entre sí. Este argumento debe interpretarse dentro del contexto
dicho, no como una verdad, ni como una opinión del autor, ni nada por el estilo: es una
explicación poética y sarcástica factible para el dilema que Augusto se plantea desde que
se “enamora” de Eugenia.
Desde que esta mujer entra en su vida, no solo despierta un interés por ella en concreto,
sino por el género femenino es su totalidad y se siente extraño por ello, puesto que
esperaba que enamorarse se refiriera a una sola persona. La historia que se cuenta
respecto a la relación con su difunta madre, que raya un complejo de Edipo, da pie a
pensar que pueda albergar ciertos problemas psicológicos que expliquen sus pasiones.
Nuevamente, no es este el objetivo de la historia, regodearse en el morbo de un bicho
raro, sino dejarse confundir y jugar con lógicas extrañas.
Así conocemos historias muy simpáticas, como la familia de Antonio, fruto de la
infidelidad de su esposa prófuga con el marido de su actual mujer. O la de Víctor en su
matrimonio y la llegada del intruso ¿Abogan estas en favor del amor, de la idea de
encontrar en una persona el complemento para la vida? Seguramente sí a lo primero, no a
lo segundo. Ambos hombres se encuentran en una relación no romántica, no planeada, no
estereotípica, pero ello no les resta valor, sino que abre el horizonte a una idea no idílica
del amor, una que implica conceder el poder a las circunstancias, al esfuerzo, al paso del
tiempo y en tener unas expectativas mucho más reducidas de lo que al matrimonio se
refiere.
Entre estas historias y la línea teórica del erudito le dan cuerda a la existencia de Augusto,
le proporcionan el motivo para ocupar su mente en un “estudio psicológico de la mujer”
que solo puede llevar a cabo, convenientemente, manteniéndose ligado a su fijación.
Analizando la trama con el diario del lunes, es decir leído el final, sabemos que cuando un
personaje deja de tener razón de ser, cuando su autor ya no tiene qué hacer con él,
simplemente lo hace morir.
Es también con el conocimiento del final que se puede analizar la trama, que uno cae en
completa conciencia de que estuvo dentro de un juego desde el inicio y se pregunta ¿no lo
estamos siempre cuando abrimos un libro? ¿no lo estamos desde que nos levantamos en
la mañana hasta que nos acostamos? ¿será más sencillo vivir siendo un sueño? ¿cuál es la
realidad y cuál la ficción?
No es una temática nueva en el mundo de la literatura por supuesto, podríamos citar a
Borges y su cuento “Las ruinas circulares” o a Calderón de la Barca con su obra “La vida es
sueño”:
“¿Qué es la vida? un frenesí
¿qué es la vida? una ficción
una sombra una ilusión
y el mayor bien es pequeño
que toda la vida es sueño
y los sueños, sueños son”
Ambos casos que abordan la idea del sueño y la realidad sin caer por eso en una copia o
en la redundancia. No resulta difícil comprender el encanto que posee la temática, sobre
todo para los hombres de letras que saben vivir a través de sus ficciones y cuya realidad
resulta tan entremezclada que no podrían decir con certeza donde sus ojos están abiertos
y dónde están cerrados.
Seguramente con estas obras pretenden compartir con sus lectores ese mundo
maravilloso, esa sensación que los acompaña a ellos mismos en el parto de sus historias y
en el cierre de las mismas (digo cierre porque es costumbre para mí designar como
“asesinato” cuando se trata de un final inapropiado por lo precipitado, por lo ilógico, por
lo traidor al ritmo del relato).
Es toda una picardía del autor introducirse en el libro para darle a Augusto la posibilidad
de conversar cara a cara son su creador, de increparlo y cuestionarlo hasta en su propia
existencia. Queda en el lector la pregunta de qué haría en la misma situación, de si el
autor en papel de sueño hubiera discutido con su soñador la realidad. En más de una
ocasión a la humanidad le hubiera gustado charlar con el suyo, ya para reñirlo, ya para
pedirle consejo u explicación. Nos permite también el gusto de una cierta autoridad
cuando el pobre personaje de la nivola dice: “¿no vivo ya en las de otros, en las de
aquellos que lean el relato de mi vida? Y si vivo así en las fantasías de varios, ¿no es acaso
real lo que es de varios y no de uno solo?”
Así es, pobre Augusto, así es. Esa vida tuya que es nuestra, en un modo muy similar en que
nuestra existencia solo “es” en función de otros como dijera el doctor en tu lecho de
muerte, no puede terminar si sigue comenzando a lo ancho del mundo, si sigue viviendo
en nuestras ideas cuando nos preguntamos si somos inmortales.

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