6°una Felicidad Con Menos Pena

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 4

Una felicidad con menos pena*

 
(De la culpa a la libertad)
Ángela Sannuti (Buenos Aires)

Revista Criterio – Buenos Aires – octubre de 2004


El miedo y la culpa suelen ser viejas sombras del pasado que se proyectan, una y otra vez, en nuestro vivir
cotidiano. Son ataduras que no nos permiten honrar y disfrutar la integridad de nuestro ser. No se trata de
alcanzar vidas “perfectas”, pero sí vidas felices y significativas. Madurar es desplegar nuestra libertad y
autenticidad.
 
Recuperar la plenitud de la vida y la integridad que alguna vez disfrutamos suele ser, casi siempre, el
núcleo más íntimo de todas nuestras búsquedas. La mayoría de las personas añoran un sentido más completo
de vitalidad y de conexión con la vida. Muchos de nosotros nos sentimos incompletos y fragmentados y no
estamos totalmente presentes en lo que hacemos o en lo que sentimos; pocas veces vivimos con la plenitud
que anhelamos.
Sin embargo, al nacer somos esencialmente vitales, alegres y llenos de frescura; intensidad en los
sentimientos, profundidad vivencial, curiosidad, inteligencia y percepción sumamente despiertas, son
algunos de los dones que naturalmente tenemos en nuestra niñez. Un potencial de bondad, de entrega, de
escucha y de amor anida dentro de nosotros.
¿Por qué a medida que vamos creciendo, en lugar de desplegar ese enorme potencial, muchos van
perdiendo vitalidad y parte de su esencia? La adultez implica ser cada vez más creativos, más libres y maduros pero, con el paso
de los años, pareciera que nos volvemos más temerosos e inseguros; incluso aquellos adultos que para ocultar sus inconfesables
miedos, erigen una impenetrable coraza de omnipotencia y rigidez.
Gastamos una cantidad inmensa de energía psíquica buscando esas partes esenciales de nosotros
mismos que en algún momento de nuestra historia personal hemos perdido.
¿Es posible despertar nuestras capacidades dormidas y recuperar el gozo profundo de existir?
Todos somos únicos y deberíamos honrar la integridad de quienes somos; si no somos felices no es
debido, tan sólo, a las complejidades de la vida sino a la falta de sencillez y autenticidad en nuestros
corazones.
Cuántos miedos y cuántas culpas imaginarias sabotean nuestra creatividad y nuestra alegría de vivir;
cómo van tiñiendo de oscuridad nuestro cielo interior y nos alejan de una vida dichosa y significativa.
No siempre llegamos a tener clara conciencia de cuán condicionada está nuestra vida por miedos y
culpas que, finalmente, terminan minando nuestro crecimiento y evolución personal.
No es casual que vivamos en una sociedad que es altamente adicta y dependiente: patrones de vida que
involucran relaciones o trabajos abusivos e insalubres; como así también el uso no moderado de alimentos,
de alcohol u otras drogas, cada vez más frecuente, constituyen intentos mal encaminados de llenar ese
agujero existencial provocado por pérdidas esenciales.
En nuestra interioridad reside “nuestro verdadero hogar” y para habitarlo con calidez y disfrutar, antes
que nada, es necesario volver a casa.
 

El miedo

Yo no sé muchas cosas, es verdad


Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos...
Que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos...
Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos...
Que los huesos del hombre los entierran con cuentos...
Y que el miedo del hombre
ha inventado todos los cuentos.
  León Felipe 

1
Casi todos hemos sido educados en el miedo; hemos crecido bajo un sistema muy estructurado de
creencias, de recompensas y castigos con pautas inflexibles que, desde muy temprana edad, nos atan en lugar
se soltarnos, nos desconectan en lugar de conectarnos con nuestra esencia vital, con nuestra alma, que es la
fuente creativa de nuestro ser 1.
Muchas veces, hemos confundido el amor con la recompensa y la aprobación y, sin darnos cuenta, nos
convertimos en indigentes de la mirada ajena. El amor nos enseña a confiar en nosotros mismos, a expresar
lo que realmente somos y hallar la autenticidad en los demás.
Pero ¿cómo se puede confiar y amar de verdad cuando se precisa tanta aprobación de los demás?
La dependencia genera miedo y es, básicamente, ausencia de confianza.
La raíz de toda inseguridad emocional es la desconfianza y la desconfianza también es miedo –miedo
a la entrega, a la vida–. Una persona emocionalmente insegura es la que necesita controlar y manipular a los
otros o, de lo contrario, huir de la vida y de los demás porque el mundo le resulta amenazante y hostil 2.
El miedo siempre se relaciona con el pasado, excepto aquel que nos alerta ante una amenaza presente
y real. De hecho, las fobias e incluso el tan expandido ataque de pánico de nuestros días, encierran temores y
sufrimientos muy hondos, acumulados por años y que no han podido salir a la luz. ¿Cuánto de lo que se
teme, ocurre en realidad? En verdad, lo que se teme ya sucedió y, por esto mismo, lo que atemoriza es que
vuelva a suceder 3.
El miedo aísla y bloquea; ensombrece nuestros verdaderos sentimientos, levanta barricadas y restringe
la capacidad de compartir porque la confianza ha sido herida.
El miedo no se vence, se comprende; para ello es necesario ser compasivos con nosotros mismos, ser
honestos y no juzgarnos con dureza ni condenarnos impiadosamente. ¿Qué importa finalmente? ¿Tratar de
ser algo que no somos o comprender lo que somos?
Nuestros miedos –cualesquiera que sean– son gritos y susurros de nuestro ser más genuino que pide
una nueva oportunidad para crecer y poder elegir ya no, desde las carencias o las heridas, sino desde la
plenitud.
Cuando estamos preparados psicológicamente para escuchar nuestros miedos, permitimos que partes
vitales de nuestro auténtico ser se vuelvan a integrar a nosotros y, de este modo, recuperamos nuestra
confianza en la vida.
La vida, si la tomamos en serio, es una gran oportunidad y un estimulante camino de exploración y de
revelación constante; deberíamos poder descubrir y aprovechar desde la frontera de lo que no sabemos o no
podemos, las múltiples posibilidades que tenemos para vivir.
Vivir también es experimentar y aprender de nuestros errores, pero hemos crecido con demasiado
miedo a equivocarnos, nos asustamos de nuestras dudas y censuramos nuestra capacidad de ver lo que las
convenciones niegan y decir lo que las convenciones callan 4.
Atrapados en un sistema falsamente exitista y dualista, tanto el “éxito” como el “fracaso” se
convierten, para muchos, en una incómoda prisión de la que no se puede salir. En una sociedad
extremadamente competitiva como la de hoy, los miedos se sofocan y se los debe silenciar, no hay lugar para
la vulnerabilidad, la fragilidad, esos sentimientos que nos hacen tan humanos.
La persona verdaderamente inteligente es la que aprende de cada situación que vive, porque sabe que
tanto el “éxito” como el “fracaso” son atributos de la mirada de los demás que, como casi siempre sucede,
responden a un modo arbitraria de juzgar.
Sólo en el amor se disipan todos nuestros miedos y es el único estado en el que nuestro ser se revela
tal como es; sin temor al rechazo de los demás, nos entregamos sin prejuicios y sin reservas.

La culpa
El concepto de culpa pertenece a todas las culturas y puede ser abordado desde una pluralidad de
perspectivas; estudios de diversas etnias evidencian la variabilidad del sentimiento de culpa acorde a las
transgresiones específicas de cada universo cultural.
Históricamente, ha sido una de las temáticas constantes tanto para el pensamiento filosófico como
teológico, como así también, para la cultura en general.
Mucho más tarde y con el descubrimiento del inconsciente, adviene una metodología totalmente
novedosa ya que cambia tanto la fenomenología como la etiología de los sentimientos de culpa. La estrecha
y múltiple relación entre moral y afectividad ya escapa y trasciende los límites estrictos de la conciencia.

2
De todos modos, tanto para Freud como para sus continuadores sigue siendo, hasta nuestros días, una
de las partes más oscuras del psicoanálisis; sobre todo, respecto de los orígenes de la culpa y sus
consecuencias, de las que surgen versiones contradictorias y parciales.
El sentido de culpa motivado por un acto cometido deliberada y conscientemente es la expresión del
desarrollo de la conciencia moral y social; es aquel en el que se manifiesta el discernimiento natural e
intrínseco del bien y del mal. Una persona madura es aquella que tiene conciencia plena de los principios
básicos del respeto por la propia vida y la de los otros; por lo tanto, su sensibilidad y su responsabilidad son
inescindibles.
Pero ¿qué sucede con aquellos sentimientos de culpa que no tienen motivación aparente y que, sin
embargo, provocan una intensa aflicción y desasosiego? Culpas imaginarias y ficticias que esconden
angustias y temores muy primarios, tanto que nos dejan el corazón aterido y con serios impedimentos para
disfrutar y ser sencillamente felices.
Anota Ernst Federn: “Cuánto dolor nos han costado los males que nunca llegaron a suceder”.
A estos sentimientos se refiere la psicología tradicional cuando habla de complejo de culpa o culpa
neurótica, cuyas raíces son estrictamente psicológicas. Lo que habría que preguntarse es si lo “neurótico”, en
realidad, no está dado en las condiciones afectivas que originan tales distorsiones y no sólo en sus
consecuencias.
Un entorno afectivo carente, dependiente e inmaduro genera, como lógica consecuencia, dependencia
e inmadurez emocional. Algo similar acontece con esas culpas y autorreproches que se van acumulando a lo
largo de nuestro crecimiento. Cuántos padres inculcan a sus hijos, los mismos miedos y culpas de la que
ellos no han podido liberarse.
Muchos, casi todos, aprendemos en nuestra infancia a sentirnos culpables de nuestras necesidades y
deseos más hondos y legítimos. En la fase infantil, todo niño depende exclusivamente de la aprobación de
sus padres y cuando sus impulsos, sus anhelos y necesidades esenciales, en lugar de ser atendidos, respetados
y canalizados correctamente, se los vive como molestas exigencias, son ignoradas o no se las tolera, surgen
fuertes sentimientos de inadecuación, insuficiencia, vergüenza y culpa. De hecho, lo que bloquea el
crecimiento y el desarrollo de nuestra singularidad es la humillación y el desprecio de nuestros anhelos más
hondos 5.
Como ningún ser humano puede vivir totalmente sin sus verdaderos sentimientos y necesidades, a
medida que vamos creciendo, éstos resurgirán; y según fueron etiquetados en su momento, dependerá del
trato que nosotros mismos le daremos ahora ya como adultos.
Cuando los recuerdos archivados en nuestra afectividad hablan de castigo y no de disfrute y
satisfacción, toda necesidad vital se verá ensombrecida por el miedo y conducirá al bloqueo y al autocastigo.
Bastaría tener presente cómo la historia de maduración sexual y afectiva de muchas personas, en
nuestra cultura, ha sido coartada por miedos irracionales, censuras y prohibiciones en lugar de habilitarnos
para la vida.
Si desde temprana edad se nos enseña que para ser “buenos” hay que complacer a los demás y que
decir “no” a las peticiones de los demás nos convierte en seres “malos”, ¿cómo podemos crecer con un fuerte
sentido de identidad propia y autonomía? 6.
Lamentablemente, muchas personas conservan toda su vida esta penosa y opresiva sensación de no
haber satisfecho las expectativas de sus padres; y luego sin advertirlo la trasladan a sus posteriores vínculos.
¿Qué ser humano puede adaptarse a todas las necesidades de otro?
El excesivo sentido del deber y la exagerada disciplina tampoco constituyen un terreno fructífero para
el amor pero sí para sentimientos de culpa recíprocos. Una persona afectivamente sana y madura,
naturalmente es atenta, cuidadosa y compasiva consigo misma y con los otros, no necesita utilizar la moral,
la disciplina e, incluso, la religiosidad sólo como prótesis que compensen carencias emocionales.
La verdadera dificultad radica en madurar y ser adultos; vivir profundamente significa que uno tiene
que descubrir por sí mismo su propia singularidad y liberarse de las ataduras y servidumbres del pasado.
El miedo y la culpa nos atan y no nos permiten desplegar el gran tesoro que hay dentro de nosotros.

Madurez y libertad
 Necesitamos despertar y cambiar nuestra realidad: no es necesario anestesiarse más. Una de las
cuestiones más importantes que todo ser humano debe resolver a lo largo de su existencia es, si además de
procurarse el sustento, de perseguir la “perfección” a través de modelos e ideales, hemos dedicado tiempo a
vivir de verdad.

3
Una de las diferencias entre el ser adulto y el estado infantil consiste en que el niño depende de sus
mayores para su seguridad y supervivencia.
Pero, a medida que vamos siendo adultos adquirimos la capacidad de crear nuestra propia realidad;
tenemos la oportunidad de hacer las elecciones que nos acercarán a nuestra profunda realización. La
verdadera realización y plenitud siempre proceden de nuestra interioridad: no depende de nuestra posición en
la vida, de los cargos que ocupemos y de lo mucho que hayamos acumulado.
Pero esto supone ser responsables de la propia vida, del propio comportamiento y de las propias
dificultades. Ser responsables significa responder a lo que es verdaderamente necesario: recuperar nuestro
estado de salud e integridad. La integración es primaria –existe desde siempre–, la fragmentación de nuestro
ser es posterior, por eso, podemos recuperarnos.
Escribe la autora brasileña Clarice Lispector: “Toda enfermedad es nostalgia”.
La vida es cambio pero muchos permanecen aferrados al miedo, al dolor, a la rabia, a viejas culpas y a
las heridas del pasado; precisamente, cuando nos estancamos se crea la enfermedad.
No podemos lograr un mundo adulto si permanecemos pegados en la infancia; en realidad, el
verdadero problema es que no hay suficientes adultos para habitar los ámbitos privados y públicos de este
universo.
Madurez y libertad son indisociables, una implica a la otra. La falta de libertad es la causa de mayor
infelicidad en nuestras vidas. Muchas tendencias destructivas nacen de una vida inauténtica. Y a medida que
nos acercamos a una relación correcta con nosotros mismos, resulta mucho más sencillo tener relaciones
adecuadas y satisfactorias con los demás.
Cuando las personas emprenden el camino a “su propio hogar”, a su verdadero ser, su vitalidad, su esencia
original, el amor genuino y la alegría regresan.
 
 
(*)
Título de la novela de Griselda Gambaro, 1967.
1. El miedo como una de las emociones básicas y útiles que nos sirven de radar para detectar los peligros que
atentan la propia supervivencia es, por su naturaleza, distinto a los miedos provocados por la falta de afecto y
confianza.
 
2. Otra cosa muy distinta es la inseguridad existencial que es parte inherente de nuestra condición humana.
También nos asusta, y mucho, entrar en contacto con esta realidad de nuestra vida.
 
3. Quiénes han sufrido situaciones de abandono, por ejemplo, en cada vínculo afectivo que entablan se
reavivan el miedo a ser abandonados.
 
4. En una época tan acomodaticia como ésta, quizás, muchas de las miserias humanas –morales e
intelectuales– se cometen por miedo: por miedo a contradecir las ideas establecidas, los dogmas
incuestionables o las mentiras evidentes ya socializadas.
 
5. No poder cumplir algunos anhelos es parte de la vida, lo que nos genera frustración pero no
necesariamente nos paraliza ni bloquea. La madurez de una persona, en gran parte, radica en su tolerancia a
la frustración, es lo que permite hacer de ésta un estímulo para continuar la búsqueda.
 
6. Muchas veces no nos damos cuenta de que existen maneras de recibir amor de otra persona sin tener que
“vender” nuestra alma. Como así también permitir que las personas nos amen sin tener que encadenarlas a
nosotros.

También podría gustarte

pFad - Phonifier reborn

Pfad - The Proxy pFad of © 2024 Garber Painting. All rights reserved.

Note: This service is not intended for secure transactions such as banking, social media, email, or purchasing. Use at your own risk. We assume no liability whatsoever for broken pages.


Alternative Proxies:

Alternative Proxy

pFad Proxy

pFad v3 Proxy

pFad v4 Proxy