Presentación Usos... de Nicolás Rosa

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En circunstancias como ésta, presentar significa, además de su obvia acepción de

hacer presente algo, dar a conocer, es decir, comunicar a otros la novedosa presencia de un
ser en cuyo trato pretendemos introducirlos, tal como lo consigna el diccionario. En este
caso, de lo que se trata es de presentar un libro de Nicolás Rosa intitulado Usos de la
literatura, y por ello lo primero que deberíamos decir, para posibilitar ese acceso a un trato
que se espera sea cada vez más próximo y familiar, es que este libro no es más que el
último eslabón de una extensa serie que comenzara en 1970 con la publicación de Crítica y
significación, y que se extendiera hasta hoy a través de títulos como Léxico de lingüística y
semiología, Los fulgores del simulacro, El arte del olvido, Artefacto, Tratados sobre Néstor
Perlongher y La lengua del ausente.
O para decirlo de otro modo, deberíamos señalar que este libro no es más que la
última manifestación de un quehacer y de un discurso críticos desarrollados a lo largo de
tres décadas, a través de las cuales su autor supo sostener con solidez y coherencia un
trabajo caracterizado por su rigor teórico, evitando las facilidades y los atajos que suponen
las formas pedagógicas, moralizantes y periodísticas muchas veces dominantes en el
discurso crítico.
Esa evitación, como es obvio, se manifiesta antes que nada a nivel del lenguaje
utilizado, que en una primera lectura puede impresionar como un lenguaje críptico,
hermético, cuya complejidad significativa parece directamente proporcional respecto de la
complejidad de su sintaxis, pero que en lecturas recurrentes termina revelándose como la
trama discursiva de un pensar cuya lógica obedece a las mismas formas de arborescencia y
multiplicidad de articulaciones que caracterizan a su propia letra. Indicio claro de ello
resulta, asimismo, la constante preocupación que siempre ha manifestado Nicolás Rosa por
asimilar textos y discursos fundamentales del saber contemporáneo -y en este sentido
pensamos, por ejemplo, en los discursos teóricos de la lingüística, la semiótica, el
psicoanálisis, la teoría literaria, e incluso de manera más mediata, de la antropología o la
fenomenología-, logrando por medio de esa asimilación antes que una improductiva
reproducción epigonal, la posibilidad de formular conceptualmente un discurso
diferenciado capaz de reflexionar de modo genuino acerca los fenómenos o los hechos con
que se enfrenta. De manera que la producción de Nicolás Rosa en su conjunto termina
revelándose como un espacio donde el pensamiento teórico opera complejamente sobre los
objetos por él sometidos a crítica, o lo que es igual, y según el sentido etimológico del
término, a los que interroga acerca de sus mismos fundamentos.
Pero lejos de entenderse como un ejercicio meramente filosófico o académico, la
práctica crítica cobra, en su caso, un sentido francamente político, esto es, el sentido de una
auténtica intervención en ese orden donde discursos e instituciones ejercen sobre los sujetos
múltiples tácticas y estrategias de dominación. Por ello, en la presentación a Los fulgores
del simulacro publicado en 1987, Nicolás Rosa pudo escribir lo siguiente:
La función de la crítica es leer lo negado por la misma literatura (la literatura es
censura): las escrituras silenciadas, las obras excluídas de los sistemas, las voces
acalladas o aquello de cada texto que ha sido ensombrecido por las lecturas
oficiales: aquello intersticial entre el exilio y el destierro. Y es aquí donde
reaparece la función política de la crítica: si es posible importar saberes técnicos
sobre los que apoyar la reflexión teórica, es imposible generar un discurso crítico
fuera del entramado social donde se ejerce: la actividad crítica sólo podrá dar
cuenta de los fenómenos literarios argentinos o americanos porque son los únicos
objetos “adecuados” a esa reflexión, son los únicos que pueden engendrar una
transferencia positiva, una reincidencia dialógica suficiente.
Somos lectores de lo universal, pero sólo somos escritores de lo particular.
En esa figura que cruza, así, los niveles del saber teórico con los niveles de la
escritura crítica por medio de un desplazamiento al que el propio autor califica como una
“cruda paralogía”, se reconoce de forma transparente la perspectiva de Nicolás Rosa, para
la cual la generalidad del saber teórico -sus categorías, sus principios, sus reglas universales
y sus dispositivos metodológicos- solamente pueden concretizarse, por así decirlo, en la
singularidad de una intervención que se opera sobre objetos particularizados. Que son, en
este caso, aquellos que conforman el cuerpo o el sistema de la literatura argentina, y sobre
los que Nicolás Rosa vuelve insistentemente a lo largo de su tarea crítica.
De modo ostensible, en Usos de la literatura se produce una notoria potenciación de
tales objetos, puesto que el libro propone una visión “impulsiva” de la literatura, esto es,
una visión según la cual la literatura, lejos de confinarse en el espacio de los objetos
anacrónicos y museificados, se piensa como una fuerza que atraviesa en la actualidad
múltiples registros y manifestaciones discursivas. Por ello, en la “Advertencia” que abre el
libro, afirma Rosa que todo, a la postre, deviene letra, desde las charlas de sociedad, los
registros parlamentarios de lo político hasta las formas de los rituales ciudadanos. Todo
deviene literatura. Se trata, por cierto, de una visión que literaturiza al conjunto de la
cultura, y por eso, en vez de proponer una cierta especificidad de lo literario, a la manera
del formalismo histórico, propone una auténtica diseminación de la literatura en el contexto
de los discursos sociales. Por tal razón, Usos de la literatura es un libro que puede hablar
del cine, y sobre todo del cine argentino, porque en los textos del cine sabe leer las
transformaciones, las transposiciones o las migraciones (de sentido tanto como de
literalidad) que la literatura ha generado. Del mismo modo, Usos de la literatura puede
hablar de teatro o de textos epistolares, porque en ellos igualmente los usos de la literatura
se revelan.
Sin embargo, Usos de la literatura es un libro en el que también se habla de los
discursos teóricos y de los discursos críticos. Ello es coherente con la perspectiva crítica
referida anteriormente, cuyos límites operativos están dados por el espacio de la literatura
argentina, puesto que de lo que ahora se trata es de leer esa dimensión teórica que sostiene
la práctica crítica para evaluar ciertos textos significativos donde lo teórico se formula. En
tanto que lector de lo universal y escritor de lo particular, Rosa somete a determinados
enunciados de la teoría y la crítica a operaciones similares respecto de las que practica
sobre el discurso de la literatura, es decir, a un conjunto de interrogaciones que indagan de
manera radical las razones de su peculiar configuración simbólica. De ese modo, los textos
del libro pueden interpelar tanto a la sociocrítica como a determinadas ciencias que, en la
actualidad, pretenden hablar de la Naturaleza, porque en esa interpelación se produce una
apropiación productiva de una serie de conceptos y categorías que enriquecen, de modo
simultáneo, la reflexión acerca de los objetos del discurso crítico como al discurso crítico
mismo.
La diversidad de abordajes que propone este último libro de Nicolás Rosa, la
heterogeneidad de los objetos considerados, podría entenderse, acaso, como un signo de
heterodoxia disciplinar tanto como un signo de devaluado eclecticismo. Para su autor, por
el contrario, representan una modalidad de trabajo tan lícita como valiosa, y por ello afirma
en la “Advertencia” que estos trabajos tienen del almacén de ramos generales un tinte
grotesco y agauchado, de todo como en botica. Así, más allá de la ironía con que se dice, o
acaso justamente como consecuencia de ella, la frase inscribe paródicamente un cierto
linaje del libro, asociándolo con la tradición de la literatura gauchesca. Y si para Rosa la
crítica cobra un tinte agauchado y grotesco, ello se debe a que su lengua en cierto sentido
funciona como réplica, esto es, como respuesta tanto como reproducción, de ese verdadero
suplemento de la lengua literaria argentina que desde el siglo diecinueve no cesa de horadar
sus espacios legalmente instituídos.
Porque lo que concita la atención del crítico, lo que despierta su interés, es esa
dimensión de otredad que comporta el suplemento. Desde ese punto de vista, la lengua de
la literatura gauchesca no es más que un caso de aquello que los escritores usualmente
practican, la construcción de las lenguas con que se escriben sus textos. En el ensayo
denominado “Política y Literatura. Grandeza y Decadencia del Imperio” que cierra el libro,
Rosa señala que el intento de Lamborghini es generar una lengua corrupta por dislocación
de las formas y los paradigmas, una verdadera destrucción ácrata de los significados y los
significantes. Ese otro-lenguaje, esa otredad de la lengua que aparece en los Lamborghini,
en Perlongher, en Zelarrayán, va generando simultáneamente una literatura-otra.
Esa otredad de la lengua, esa otredad de la literatura, constituye de ese modo lo
silenciado por la institución literaria, lo mismo que Rosa ha nombrado de acuerdo con la
cita precedente como las voces acalladas o aquello de cada texto que ha sido ensombrecido
por las lecturas oficiales: aquello intersticial entre el exilio y el destierro. Y por ser
precisamente éso que solamente en los intersticios se revela, los ensayos que componen
este libro devienen ellos mismos en lecturas intersticiales: en lecturas que buscan los
infinitos puntos de fractura donde los discursos y las lecturas canónicas de los discursos
posibilitan esos fulgores imprevistos de sentido a los que habitualmente llamamos, por
convención o comodidad, literatura.

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