Faretta
Faretta
Faretta
Después de más de una década sin publicar, el crítico y teórico Angel Faretta edita
dos libros: uno de relatos y una síntesis de su muy original y polémica teoría sobre el
cine. En diálogo con Rafael Cippolini, explica su tesis del cine como hecho político-
cultural clave de la modernidad: "Un ajuste de cuentas con el Renacimiento y el
romanticismo", en el que Hollywood -contra lo que suele suponerse- se opone
furiosamente al "american way of life".
"Mi última colaboración para la revista Fierro fue una nota sobre El Padrino III con la
que decidí terminar mi período público, porque supuse que después de esa película tal
vez no se podía decir más nada. Incluso esa crítica no fue exactamente una crítica,
sino una suerte de prólogo y notas, un estado de la situación del cine". Quien habla no
es otro que Ángel Faretta, seguramente el único de los críticos y teóricos del séptimo
arte que, impulsado por una mirada tan inédita como polémica para el medio, creó en
nuestro país una escuela militante que estableció una diferencia a la hora de pensar el
cine.
Tras un prolongado silencio -sólo interrumpido por la edición del poemario Datos
tradicionales y algunas pocas reseñas-, Faretta está de regreso y por partida doble: la
editorial Djaen acaba de publicar una sinopsis de su propuesta teórica titulada El
concepto del cine y Sudamericana su primer libro de narrativa, El saber del cuatro. De
ellos, sobre todo de su particular idea del cine como el arte que “viene a ajustar
cuentas con el Renacimiento y el romanticismo", habló con Ñ.
-Recién decía que, quizás, luego de El Padrino III de Francis Ford Coppola, no
fuera necesario decir nada más. En su tesis, ¿el dne es una experiencia
concluida o a punto de concluirse?
-Efectivamente, lo que sostengo en mi libro es eso: el cine ha llegado a su fin, en el
doble sentido en que podemos decir eso en castellano: llegó a su fin porque se
termina pero también, gracias a Dios, porque logró su objetivo, su meta. Ahora
deberíamos intentar entender su paradoja.
- Con respecto a sus ensayos críticos de los 80, su libro presenta varias
reformulaciones.
- El concepto del cine es el resumen de mi teoría del cine, donde trato de exponer mi
pensamiento en breves capítulos y parágrafos. Fue básicamente escrito de cero en un
80 o 90 por ciento, aunque sin dudas subsisten algunos elementos, sobre todo de las
notas más teóricas sobre Griffith y el nacimiento del cine, que es en lo que más me
canibalicé, así como también persiste mi interés por Giambattista Vico, que sigue
resultándome una referencia clave. Quiso la Providencia que mientras varios alumnos
-algunos de los cuales dan clases en distintas instituciones- me demandaban un
resumen o minuta de mi teoría, uno de ellos, Sebastián Djaen, decidió iniciar un
proyecto editorial, Cinesophia, con la idea de publicar todo mi trabajo, que varios
calificaron de legendario o misterioso, incluso atribuyéndome cosas que jamás dije.
Para este epítome reformulé y aggiorné mi relación con autores y películas. El paso
siguiente, si Dios quiere, será reeditar, con un epílogo o nota bene, todos mis artículos
aparecidos en las revistas Fierro y Minotauro.
-Una particularidad de su teoría es la negativa a confierirle al cine, y al arte en
general, cualquier tipo de autonomía, considerándolo en cambio un modo de
conocimiento trascendente. ¿Cómo llega a esta idea?
-Sin duda el cine vino a corregir, o mejor, a ajustar las cuentas con el Renacimiento y
el romanticismo y, por supuesto, con la idea de autonomía del arte. El cine no es
autónomo, para empezar, porque tuvo detrás una gran industria, los grandes estudios.
Como estuve teorizando en los últimos años, podríamos decir que los grandes
estudios -personas como Warner, Meyer o Fox- son los co-creadores del cine.
Evidentemente ellos crearon un marco de poder politico y económico para no recaer
en el anarquismo bohemio de los románticos del siglo XIX. Los exponentes de ese
romanticismo, de Baudelaire a Rimbaud o Van Gogh, tuvieron posiciones
extraordinariamente críticas y lúcidas contra la modernidad, pero terminaron chiflados,
suicidas, sifilíticos y en buhardillas. El cine se propuso hacer lo mismo, extremarlo,
pero no terminar así. Y creo que lo logró en gran medida. Un ejemplo es Coppola, que
hizo las mejores obras de arte del fin del siglo XX y jamás ha condescendido a esa
suerte de tecnificación de la diferencia. Lo logra a partir de lo que llamo autoconciencia
y que no debemos confundir con ninguna vulgar metadiscursividad.
-Usted define la autoconciencia como un "saber que se hace" que es, al mismo
tiempo, un "saber qué se hace"...
-Sí. El cine se empieza a pensar a sí mismo, y a partir de El Padrino, de 1972, nos
empieza a decir: miren lo que hicimos. Y no lo dice nostálgicamente sino planteando
una decisión. Nos dice: esto es lo que queremos hacer, lo que vinimos haciendo; a
incluso vamos a delatar, desde Griffith en adelante, cuál es esta toma del poder
cultural y político. Sería muy importante hacer entender al lector que el cine
norteamericano, sobre todo en su etapa clásica, fue una cuña con respecto a la visión
política, económica, cultural y sobre todo religiosa en to que llamamos forma de vida
estadounidense. Y esta es la paradoja: Hollywood, sobre todo en su etapa clásica, no
participó del "modo de vida americano".
-Se refiere al cine clásico pero ¿qué opina de las producciones cinematográficas
récientes?
-Uno de los estímulos que en los últimos años más me impulsó fue la aparición de
filmes como Titanic y la "trilogía optimista" -como la llama mi mujer- de Brian De
Palma, es decir, Snake Eyes, Misión a Marte y Femme Fatal. El cine no es técnica,
sino puesta en escena; y hasta el espectador menos dotado se da cuenta, con De
Palma, que está frente a un genio pictórico. Lo que sucede a veces con autores muy
barrocos es que logran que cierto espectador se pierda en la superficie. Repito: el cine
es una paradoja que nació para contrarrestar ciertos elementos de la modernidad, por
lo cual aceptó simultáneamente el estado de caída y el elemento técnico, sin redundar
jamás en un romanticismo anárquico de quemadores de máquinas. Griffith, en vez de
cuestionar la máquina, la desvió de los fines iluministas y positivistas de los hermanos
Lumiére. Por eso digo que el cine es la historia de una metáfora o un desvío. En los
dos más grandes directores que ha dado lapón, Ozu y Mizoguchi, advertimos desde
sus primeras películas que la forma, el lenguaje y la puesta que utilizan es
exactamente la misma que la creada por Grifñth, sólo que aplicada a temas japoneses.
Tampoco deberíamos olvidar que el cine clásico norteamericano es obra de
descendientes de italianos como Minnelli, de ingleses católicos como Hitchcock y
alemanes como Lang.
-Para sectores muy expandidoa, una declaración a favor de los grandes estudios
puede resultar de lo más escandalosa.
-Sería como decir: ¡qué terrible Lorenzo el Magnífico! Pero sin él -que tenía una visión
muy clara del poder- no hubieran existido muchísimas obras imprescindibles. Por qué
no pensar, mediante ricorso, que Warner y Fox también tuvieron una visión clara del
poder. Podría discutirse esa visión del poder, pero de ningún modo frente a una visión
meramente nihilista de disolución romántica del poder. Pensemos además que cuando
se acabaron los grandes estudios -el último en resistir fue Warner hasta 1968- el cine
prácticamente desaparece pero, y esa es la paradoja, dejó una gran autoconciencia,
nos dejó directores como Coppola, Carpenter, Brian De Palma o Cameron. Cuando
vemos las obras de estos directores autoconscientes entendemos cómo el cine
clásico, desde los 20 hasta comienzos de los 60, les ofreció toda una estructura; sólo
tuvieron que continuar el hilo.
-En sus textos de la revista Fierro, se percibía que sus críticas sobre literatura se
integraban a su visión del cine, conformando una sola teoría estética. Creo notar
que lo mismo pasa con los dos libros que acaba de editar.
-Sí, mi tarea se dividió en dos partes. Parte de esa continuidad intenta ser mi obra
narrativa, en la que subsiste la reflexión, pero operativamente. Por eso en El saber del
cuatro pretendo que los relatos valgan por sí mismos, pero no únicamente. Lo que
siempre sostuve en cine: en una película de Hitchcock, la primera historia la tiene que
entender un chico de 10 años. Después, por supuesto, hay metafísica, esoterismo y
mucho más. Pretendo con mis relatos que la primera historia también la entienda un
chico. Después, si desean cavar, hay citas y referencias para cien años. En estos
relatos y los que vendrán se trata. de disponer operativamente lo que en teoría se
introduce más especulativamente. No estaba planeado, pero la edición simultánea de
mi primer libro literario y mi resumen de la teoría del cine esperan dar cuenta de una
teoría estética general. Me atrevo a decir: de una teoría de la modernidad o del mundo
moderno a través del cine.
El Angel exterminador
Figura legendaria de la crítica cinematográfica, admirado y temido por
partes iguales, Angel Faretta se retiró varios años de los medios para
escribir libros. Tiene siete terminados entre ensayos y ficciones. Y ahora
acaban de publicarse uno y uno: los cuentos fantásticos de Saber del
cuatro y el tomo El concepto del cine, donde vuelca su propia teoría
cinematográfica. En esta entrevista, Faretta desanda el camino de su
propia leyenda.
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Por Mariano Kairuz
Hace algo menos de quince años, el crítico de cine y escritor Angel Faretta dejó
de escribir para publicaciones masivas, pasando a ser una suerte de figura
legendaria entre los críticos locales, muchos de ellos formados en sus clases o
a través de la lectura de sus radicales textos publicados en la (también mítica)
revista Fierro. El lanzamiento casi simultáneo de su libro de relatos Saber del
cuatro y del tomo El concepto del cine, en el que vuelca su propia teoría
cinematográfica (de manera condensada y, anuncio, a modo de preámbulo, de
otros textos más desarrollados que espera sacar a la luz en un futuro cercano)
llega, entonces, como una suerte de regreso, de reaparición. Los libros –estos
dos y los que, si todo sale bien, vendrán un poco más adelante– constituyen
una de las razones, finalmente consumada, de aquel “retiro”. En 1989, Faretta
fundó la escuela de cine Aquilea (llamada así en homenaje a la película
Invasión de Hugo Santiago, “una de las mejores de la historia del cine
argentino”, dice, donde la ciudad de Buenos Aires lleva ese nombre de
resonancias mitológicas) y le fue bastante bien. Pero cuatro años después
debió cerrarla “porque ya no pudimos competir con las otras escuelas de cine, y
entonces seguí con mis clases particulares”, explica. “Y así fue que me di
cuenta de dos cosas: que si seguía escribiendo en medios y dando clases, no
iba a terminar de escribir nunca nada. Mis amigos, y en especial mi mujer,
Alicia, me dijeron que tenía que escribir, y después, sí, publicar. Y hace cosa de
diez años empecé a preocuparme por mi propia obra creativa, literaria, que la
tenía distraída. En los últimos cinco, seis años pasó algo providencial, y yo creo
mucho en la Providencia: empecé a escribir mucha ficción y conseguí terminar,
entre la ficción y los ensayos, siete libros.”