2.de Sal y Arena - .Escrito en Las - Elisabeth Deveraux

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De sal

Y
Arena…
Escrito en las arenas del tiempo…

Segunda parte:
Sombras del Pasado.

Elisabeth Deveraux.
SIPNOSIS:
¿Qué pasa cuando todo en lo que crees no es verdad?
Cuando las emociones tienen su propio lenguaje...
Cuando las palabras cobran poder...
Cuando en todo en lo que crees se desvanece...

Esta es la historia de una familia que descienden de un linaje que se


remonta a la época de los faraones aunque ellos desconocen este hecho.
Cuando descubren la verdad y lo que ello implica, se encuentran obligados a
llegar hasta la propia esencia del principio de una historia tan vieja como el
tiempo, embarcándose en una aventura que desestabilizará los pilares
primordiales sobre los que descansan sus más profundas creencias. Una
profecía los unirá siendo después los elegidos para romper una maldición que
pesa en su familia desde tiempos inmemoriales, mezclando el presente y el
pasado en una historia donde la magia, el amor y los sentimientos más
humanos jugaran un papel importante. Desvelaran verdades ocultas por
mucho tiempo escondidas, seres que sólo habitaban en la mitología y en
leyendas paganas, cobran un especial significado, obligándolos a enfrentarse
con secretos oscuros que el hombre ha mantenido ocultos, mientras que como
seres humanos, se enfrentaran a sus propios miedos encontrando cada uno su
propio destino. Amor, aventuras, magia y emoción, unidos en una trama que
no dejará indiferente.
Este es el segundo volumen de una trilogía fantástica donde nada es lo
que parece. Una historia nacida en el mundo onírico donde todo es posible,
donde el misterio y la magia, tienen su propio reino.
Descubre a esta familia convirtiéndote en uno más de la saga. En una
inmersión que no te dejará indiferente.
Un viaje que empieza en un tren llamado destino…
INDICE:

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
CAPÍTULO I

Ana cerró la puerta principal apoyándose en ella, estaba agotada. Por fin
se habían ido los últimos invitados. Había sido el día más espectacular de los
últimos años. Pero las tensiones del día, empezaban a pasarle factura. Sus
hijos, estaban en la cocina hablando de mil temas a la vez, ponerse al día
después de casi tres años, llevaría su tiempo. Esa noche, su hijo dormiría en
casa, en su casa, ese era sin duda el mejor regalo que una madre podría
recibir el día de Navidad.
Entró a la cocina y se los quedó mirando, le iba a estallar el corazón de
dicha sólo con verlos allí, reunidos alrededor de la mesa. Tenía hasta ganas
de llorar de alegría. Últimamente iban de sorpresa en sorpresa pero la del día
de hoy, no tenía parangón. Bueno, eso y descubrir que el legado de poder de
su familia, corría por las venas de su hijo, de poco le da algo cuando se enteró
unas horas antes.
─¡Qué pasada! Has viajado por medio mundo. Tiene que ser increíble -
dijo Clara extasiada mientras escuchaba hablar a su hermano de los lugares
que había recorrido - pero podrías haber escrito o llamar para hacernos saber
que estabas vivo - el reproche estaba claro.
Alex miró a su melliza con una mueca. Sabía que tenía razón pero las
cosas no siempre eran blancas o negras.
─Bueno, ahora eso no importa - acotó Ana acercándose a la mesa - lo
importante es que está aquí, con nosotros - dijo dándole un leve apretón en el
hombro a su hijo - lo demás lo iremos poco a poco solucionando.
─No hay una respuesta fácil - dijo Alex arrastrando las palabras.
─No te preocupes, nos hemos vuelto especialistas en complicarnos la
vida - comentó Júlia con una sonrisa traviesa.
Clara sonrió divertida ante el comentario de su hermana. Cuando le
explicaran toooodo lo que había pasado a su mellizo, pensó, seguro que salía
corriendo.
─Mamá. ¿Qué pasó con papá? - no bien hizo la pregunta, el ambiente de
la cocina cambió drásticamente.
Ana miró a su hijo con el dolor reflejado en las pupilas. Había aguantado
el día estoicamente pero entendía su necesidad de saber. Se sentó a su lado
con un suspiro. Sus hijas se apartaron para hacerle sitio. Sabían que la
explicación no sería fácil. Para ninguna.
─Era viernes, tu padre se fue a trabajar antes de la hora acostumbrada
porque tenía trabajo pendiente y quería acabarlo lo antes posible. Ese fin de
semana queríamos hacer una escapada y si no terminaba dentro de los plazos,
tendría que ir el sábado por la mañana. Nos dimos un beso de despedida
como siempre y acordamos que el primero que llegase a casa, se encargaba
de preparar la cena - Ana hablaba despacio, recordando el funesto día que
empezó como cualquier otro - a media mañana, mi jefa se pasó por la planta
donde yo estaba trabajando, para informarme de que papá había ingresado
muy grave en urgencias. No me lo podía creer…Hicieron todo lo que
pudieron pero cuarenta y cinco minutos después...Había muerto - hizo una
pausa, era doloroso recordar aquellos momentos de angustia - chocó
frontalmente contra otro vehículo que se salió de su carril. El otro conductor
falleció en el acto. Al parecer estaba borracho, fue una cena de empresa que
se alargó hasta la madrugada...si hubiera salido a la hora acostumbrada, aún
estaría con nosotros.

El silencio en la estancia era abrumador. En la mente de todos estaban las


imágenes de su padre, un hombre de sonrisa fácil que los quiso como a sus
verdaderos hijos, jamás pusieron en duda el amor incondicional ni el papel
que adoptó hacía tantísimos años cuando entró a formar parte de sus vidas
criándolos como si de sus hijos biológicos se tratara.
─Lamento no haber estado aquí - dijo Alex con profunda pena - en los
últimos tiempos tuvimos nuestros más y nuestros menos pero era mi padre.
Poco se podía añadir a esas palabras. Ana acarició con cariño el brazo de
su hijo, entendía perfectamente cómo se sentía.
─Tu padre lo sabe - la pena teñía sus palabras - donde quiera que esté, lo
sabe hijo.
Alex asintió apretando los dientes. El nudo que sentía a la altura del
esternón, le impedía contestar.
─Los médicos nos dijeron que no sufrió -susurró Júlia - perdió el
conocimiento en la colisión y no volvió a recuperarlo.
Alex inspiró fuerte. Empezaba a sentirse atrapado. Se levantó
bruscamente, dejando entrever la agitación interior que sentía.
Clara se levantó en pos de su hermano. Sabía que estaba luchando por no
perder el control.
─Alex, entiendo cómo te sientes, lo entendemos todas - dijo impidiéndole
salir de la cocina, le había leído el pensamiento casi antes de saber él mismo
lo que iba a hacer - necesitas tiempo para asimilarlo, para llorarlo incluso
pero con nosotras...Por favor.
Alex miró a su hermana que lo sujetaba por los hombros obligándolo a
que la enfrentara.
─No voy a ir a ninguna parte - comentó entendiendo el miedo que sentía -
no voy a salir huyendo.
─Lo sabemos hijo - dijo Ana apoyándolo-si necesitas espacio te daremos
el tiempo que sea necesario - sus ojos comprensivos lo miraban con ternura –
y si quieres ir a dar una vuelta, podrías llevarte a Max para que te haga
compañía - sugirió.
Alex hizo una mueca. Le daba espacio pero por si acaso, quería que se
encontrara obligado a volver. Como si el cachorro pudiera impedirle
marcharse, si de verdad no quisiera volver a casa.
─Está bien mamá. Creo que voy a hacer exactamente eso.
─¿Quieres compañía? - preguntó Júlia.
─Esta vez no, en otra ocasión quizá – Clara asintió. Se notaba su
preocupación. Hacía mucho tiempo que nadie se preocupaba por él y por otra
parte, se había acostumbrado a no rendir cuentas a nadie. Estaba contento de
haber vuelto a casa pero se había olvidado cómo eran.
─Abrígate Alex - dijo Ana - cuando vuelvas miramos de preparar algo
para cenar más tranquilos.
─Me parece bien - aceptó agradecido - nos vemos en un rato.
Alex salió de prisa. Casi tuvo que obligar al perro. Sonrió con ironía.
Vale que era tarde y hacía frío pero se suponía que a los perros les gustaba
salir. Al parecer, Max tenía su propia opinión al respecto.
El aire frío de última hora de la tarde le dio la bienvenida, el vaho de su
respiración era visible delatando las bajas temperaturas. El cachorro se quejó
pero lo siguió resignado. Decidió dar una vuelta por el barrio, hacía tres años
que se había ido pero la sensación era de más, de mucho más. Reencontrarse
con lugares que conocía como la palma de su mano, le ayudaría a conciliar la
miríada de sentimientos que se aglutinaban en su interior. Había apagado ese
interruptor, era necesario no sentir, por su propia paz mental. Sentir te volvía
falible y por lo tanto vulnerable, la vida que había llevado esos últimos años,
lo endureció hasta límites insospechados. Era lo que hacía la guerra.

Ana soltó un suspiro audible cuando su hijo se marchó. Había aguantado


todo el día y bien sabía Dios que había tenido que ser muy duro. Le
sorprendía el control que demostraba. Alex había sido siempre muy parecido
a su melliza, de talante irreflexivo pero con el encanto de diez hombres
juntos. Las chicas lo adoraban y él se dejaba querer sin prestarles mucha
atención. Su temperamento voluble, había dado en el pasado a escenas de
mucha tensión, sobre todo cuando se hizo adulto. Sus enfrentamientos con
Xavi habían sido de órdago. Pero ahora la impresión que le daba era la de un
hombre contenido. Incluso en sus movimientos, en otro momento los
aspavientos hubieran estado a la orden del día, eso le llamó la atención
poderosamente. Parecía un volcán a punto de entrar en erupción. Esperaría
acontecimientos. Pero algo le decía que tenía mucho que ver con la
telekinesia. Suspiró mentalmente preparándose para lo que se le venía
encima.
─¿Mamá no lo notas raro? - preguntó Júlia - es Alex pero a la vez no lo
es.
─¿Cómo estarías tú si te enteraras que tu padre ha muerto hace más de
dos años? - preguntó Clara - ha sido toda una conmoción para él.
─Entiendo lo que quieres decir - dijo Ana a su hija mayor - pero también
es cierto lo que dice tu hermana. Era lo último que esperaba al llegar a casa.
─Cuando ha dicho "porqué papá no trincha el pavo". Me he querido
morir - confesó Júlia.
─Ha sido horrible - reconoció Clara - yo me hubiera ido, desde luego ha
tenido una entereza encomiable. Aguantar toda la comida rodeado de gente
que no conoce...En fin...
─Le ofrecí que se marchara a su habitación incluso hubiera pospuesto la
comida para otro día.
─Por eso lo digo - comentó Júlia - el Alex que conocíamos no se hubiera
quedado y lo sabéis.
Se quedaron calladas por unos instantes. El Alex que había vuelto no era
el mismo que se fue. La pregunta era. ¿Hasta dónde había cambiado?
─Por cierto mamá. ¿Porque le has dicho nada más verlo que tengo
psicometría?
Clara levantó las cejas con sorpresa al escuchar a su hermana.
─He tenido motivos, créeme – Ana sabía que no podría evadir la
respuesta mucho tiempo.
─Pues no sé cuáles - dijo frunciendo el ceño - esta mañana no querías
hablar con Gloria para hacerla participe de la profecía hasta que hablaras con
tu tía y horas más tarde se lo sueltas a mi hermano a los pocos minutos de
llegar.
─¿Es eso cierto? - preguntó Clara - que quede claro que no pienso
mantener a mi hermano en la inopia pero soltárselo así, tampoco es lo más
adecuado.
Ana miró a sus dos hijas con expresión pensativa. Hubiera preferido con
mucho, esperar a poder hablar con su hijo antes de abordar el tema en familia.
Como siempre, el destino tomaba por ella la decisión y no tenía en cuenta su
opinión.
─Alex tiene el poder de la telekinesia-esperó a que lo asimilaran. No tuvo
que esperar demasiado.
─¿Qué? - dijeron sus hijas al unísono.
─¿Cómo lo has sabido? - preguntó Júlia totalmente sorprendida.
─Entré a la cocina pensando en preguntarle si necesitaba algo y al abrir la
puerta, me encontré una cerveza volando - dijo con voz neutra - me ofreció
volverse a marchar - explicó pesarosa - me dio miedo que realmente lo
hiciera y le dije que no se preocupara, que yo era vidente y que tú tenías el
poder de la psicometría. Fue lo único que se me ocurrió.
─Impresionante- dijo Clara pasmada - o sea, que todos tenéis poderes
menos yo - murmuró molesta - sólo soy la guardiana de un libro. No es justo
- ¿Dónde está la emoción en eso? Yo os lo diré. En ningún sitio.
Se cruzó de brazos reclinándose en la silla con expresión ofendida. Ana
sonrió sin querer.
De todos sus hijos, Clara era la que más hubiera disfrutado de tener algún
poder extrasensorial y era a la única que se le había negado. Supuso que
tendría que haber una buena razón pero en ese momento se le escapaba.
─Clara, no es por darte falsas ilusiones pero el libro es mágico. No es
sólo un libro. Tú eres la guardiana del conocimiento. Creo que eso significa
algo aunque aún no sepamos qué.
Clara ladeó la cabeza meditabunda. Poco a poco, fue asomando una lenta
sonrisa.
─Tienes razón. Seguro que yo también tengo poderes sólo que aún no lo
sabemos - comentó alegre.
─Clara nena, no quiero destrozar tus ilusiones pero...Es posible que no
tengas ninguno – dijo Ana de marea frontal. Había vivido un infierno porque
su propia madre, jamás aceptó su destino. Rogó fervorosa que no volviera a
repetirse la historia.
─Mamá tranquila - dijo Clara con frescura - no soy como tu madre -
comentó con agudeza - si no tengo poderes no me voy a volver loca ni nada
por el estilo. En el fondo creo que el no saber nada del legado familiar y todo
eso, nos ha permitido crecer sin esa presión, no se puede echar de menos lo
que nunca se ha tenido.
Ana asintió más tranquila.
─Me alegro que pienses así.
─Yo no soy como la bruja de tu madre y perdona que sea tan franca -
soltó molesta - si me preguntas, creo que es muy posible que ya tuviera
alguna tara motivo por el cual el legado pasó de largo hasta la siguiente
generación.
Ana meditó esas palabras. Tenía sentido. No conocía a las otras
antepasadas suyas que habían nacido sin el don. Pero podría ser que el poder
te eligiera. Por supuesto no tenía ninguna base para decirlo pero como teoría
tenía su punto.
─Bueno, pues no sabes cómo me alegro.
─Tu tía no dijo nada de hombres con poderes extraordinarios - dijo Júlia
reflexiva - de hecho juraría que sólo hacía mención a mujeres.
─No hablamos de hombres, eso no quiere decir que no los hubiera a lo
largo de nuestra historia, sencillamente no lo sabemos.
─Tu abuela tampoco hizo mención de ello si vamos al caso - persistió
Júlia.
─Pues no sé nena - contestó frotándose la frente - tendremos las
respuestas en breve.
─Supongo - dijo Júlia no muy convencida.
─A propósito ¿Dónde has dicho que iba Sergio? - preguntó cambiando de
tema a su hija pequeña.
─A casa de Gloria, no cabían todos los juguetes de los pequeños en su
coche además del cachorro y se ha ofrecido a llevarlos.
─Entiendo. Pues si os parece, vamos a preparar algo para cenar.
Sus hijas se levantaron con pocas ganas. Ana se aguantó la sonrisa que
pugnaba por salir.
Estaba orgullosa de ellas, cada una tenía su propia personalidad, no
podían ser más diferentes, pero se complementaban como unos guantes
hechos a medida. Supo que sería así durante todas sus vidas.
Las chicas se fueron a cambiar de ropa, mientras Ana empezó a preparar
los emparedados. Sonó su teléfono móvil. Se sobresaltó. Era Álvaro.

─Hola pequeña - su voz era ronca, espesa, como una caricia.


─Dime. ¿Pasa algo?
Silencio.
─No lo sé. Dímelo tú.
Se le aceleró el pulso. Su voz seguía siendo la misma pero había un
cambio sutil.
─No...No sé qué quieres que te diga... Estoy con mis hijos y hoy ha sido
un día...Mi hijo ha vuelto a casa, lo siento pero en estos momentos no puedo
pensar en otra cosa.
Esperó nerviosa su respuesta. Se estaba tomando su tiempo para
contestar.
─Álvaro en serio...Te tengo que dejar...yo...Espero que disfrutes de tus
vacaciones en la nieve y... Bueno que te lo pases muy bien con tus amigos.
─No tenía pensado ir a esquiar - dijo arrastrando las palabras - pensaba
quedarme por aquí.
Ana inspiró profundamente. Sabía lo que le estaba diciendo. Tenía que
ser tajante, era la única manera.
─Creo que es mejor que sigas con tus planes iníciales, tengo una familia
de la que ocuparme y además, posiblemente nos vayamos unos días a casa de
unos familiares, viven al otro lado del país…No creo que tenga tiempo para
nada más - lo dijo de prisa, casi sin respirar. Pero también sé sobreentendía su
rechazo. Ana tenía ganas de llorar. Cerró los ojos con fuerza para evitar que
se le escaparan, fue inútil, sintió el sabor salado en la comisura de los labios.
─Entiendo - su voz seguía siendo suave - buenas noches pequeña.
─Buenas noches.
Ana colgó el teléfono y se lo quedó mirando con los ojos anegados de
lágrimas. Realmente no entendía porqué lloraba. Es lo que había decidido.
¡Estaba haciendo lo correcto! Maldita sea. No había espacio en su vida para
Álvaro. Demasiados frentes abiertos.
Se limpió el rostro, inspiró varias veces de manera profunda. No quería
que sus hijas la pillaran en ese estado. ¡No había dicho nada! Ni un maldito
reproche. No entendía porqué le afectaba tanto, no habían llegado a intimar...
Bueno...Eso no era del todo cierto, habían compartido momentos... ¡Tenía
que dejar de pensar en él! Había tomado una decisión. No iba a volver a
esconder lo que era nunca más. Álvaro no entendería y ella no estaba
dispuesta...No estaba preparada para que la volvieran a rechazar. Había hecho
lo correcto. Esperaba que si lo repetía una y otra vez, como un mantra, dejara
de sentirse así de mal.

─¿Qué haces mamá? – Ana soltó un grito al escuchar a su hijo. No lo


había oído entrar.
─Alex ¡Por Dios! Qué susto me has dado - se llevó las manos al pecho -
no te he escuchado entrar.
─Ya. Lo siento - dijo con una tenue sonrisa - ¿Y mis hermanas?
─Han subido a cambiarse de ropa. Yo iba a preparar unos emparedados
pero creo que primero voy a subir también a cambiarme si no te importa.
Salió de prisa de la cocina. Casi huyendo. No quería responder a las
preguntas que le haría al ver su rostro con restos de haber llorado.
Alex se quedó sorprendido. Su madre estaba muy rara, se percató de que
había estado llorando, imaginó que aparecer ese día sin previo aviso, había
alterado sus nervios. Una sonrisa triste, adornó su rostro. Observó que había
empezado a preparar sándwiches, se lavó las manos en el fregadero
resignado, al parecer era el encargado de preparar los emparedados.
Cuando bajaron sus hermanas, se lo encontraron arremangado preparando
la cena. Las sonrisas de las chicas le calentaron el corazón.
─¡Guau! Esos emparedados súper gigantes me suenan - dijo Clara
sentándose en uno de los taburetes de la isla - como sigas metiéndole cosas
vamos a necesitar una grúa para levantarlos.
─Al mío no le pongas pepinillos - dijo Júlia tomando asiento al lado de su
hermana - los míos se los cedo con gusto a Sergio. Por cierto. ¿No ha llegado
todavía?
─Aquí no ha aparecido nadie.
─Me ha dicho que se había entretenido un poco jugando con Lucas - dijo
Clara con una mueca irónica - no tardará en llegar.
Se sonrieron ante el comentario. Todos sabían que Sergio era el clásico
tipo que se podía pasar horas jugando con críos. Lo conocían desde hacía
muchos años, de hecho Sergio era amigo de Alex desde que eran pequeños,
cuando empezó a salir con Clara, fue una sorpresa. Clara tenía un carácter
efervescente e impulsivo mientras que Sergio era del tipo más tranquilo.
Pensaron que no durarían, eran como la noche y el día pero se
equivocaron. Encajaban a la perfección. Ahora no cabía pensar en uno sin el
otro.
─Me he enterado que hay planes de boda a la vista - dijo Alex mirando a
su melliza.
─Te han informado bien - contestó sonriendo - supongo que en algún
momento entre la primavera y el verano, más o menos - sonrío cuando vio a
su hermano enarcar una ceja - ya sé, mamá y tía Sara me han dicho que es
muy precipitado y que no dará tiempo para organizarlo todo pero Sergio ha
sido tajante al respecto.
¿Sergio tajante? Imposible. Pensó Alex no sin cierta sorpresa. Su amigo
no solía imponer su criterio.
─Me cuesta de creer Melli - dijo arrastrando las palabras.
─Pues créetelo - acotó Júlia - yo estaba cuando lo ha dicho y te aseguro
que lo decía muy enserio.
─¿Quién decía algo muy en serio? - preguntó Ana entrando por la puerta.
Se había puesto un chándal color naranja con unas rayas blancas en los
laterales del pantalón y de las mangas.
─Que discreto el color mamá - comentó Alex con sorna.
Las chicas se rieron entre dientes.
─Me lo regaló tía Sara - explicó seca - sólo me lo pongo para estar por
casa.
─Lo entiendo - dijo burlón - bueno, pues si os parece, vamos a la mesa a
cenar.
Vicent apareció en esos momentos. Alex se quedó parado mirándolo con
clara animadversión.
Ana lo captó al momento.
─Hola Vic. Vamos a cenar sándwiches. ¿Quieres uno de estos o te
preparo otro de jamón y queso? - preguntó acercándose. Vicent no se había
movido de la puerta indeciso.
─Uno de jamón y queso ya me vale - comentó bajito.
─Pues siéntate mientras lo preparo.
Vicent se acercó a la mesa, intranquilo. Su sobrina pequeña ya era difícil
de aguantar pero ahora con su mellizo imaginó que se complicaría el asunto
bastante.
Vicent llevaba debajo de la bata de estar por casa, uno de los pijamas
nuevos que le había regalado su hermana, pensaba enseñarle que le quedaban
perfectos pero ahora no parecía el mejor momento. Se sintió incómodo por
estar así vestido delante de los demás.
─Al parecer han cambiado mucho las cosas en mi ausencia – dijo Alex
cáustico - porque hasta donde yo sé, le habrías cerrado la puerta en las narices
hace un tiempo - dijo ignorando sumariamente a su tío.
─Pues si, como tú dices han cambiado mucho y espero que las cosas
sigan así - la advertencia estaba clara.
─No quiero molestar, puedo cenar en mi cuarto...
─Tú cenas con nosotros - dijo Ana tajante.
Vicent se sobresaltó. Lo cierto es que se le había quitado el apetito.
─Tío Vicent ha venido a pasar las Navidades con nosotros - dijo Júlia
apiadándose de su tío.
─Y ¿A qué debemos ese honor? - replicó Alex mirando a su tío fijamente.
─Porque yo lo he invitado - el tono admonitorio de Ana, estaba implícito.
Alex estaba seguro de que había más pero al parecer ninguna de ellas
pensaba decirlo.
─Me lo figuro sólo que se me escapa porqué...
─Me estoy muriendo.
Se quedó sin palabras.
─¿Satisfecho? - dijo Ana enfadada.
Se acercó a su hermano con su sándwich y un vaso de leche caliente.
─Vicent no tienes que dar explicaciones - dijo mirando a todos sus hijos -
hasta donde yo sé, ésta es también mi casa y no necesito permiso de nadie
para invitar a quien me venga en gana. ¿He sido clara? - preguntó severa.
─Como el agua - dijo Alex todavía impactado por la noticia.
─Mamá es normal que a Alex le extrañe - dijo Clara defendiendo a su
mellizo - no se lo esperaba.
─Eso lo puedo entender pero no permitiré groserías por parte de ninguno,
lo dije el otro día y lo mantengo.
No había mucho más que decir.
Alex se removió incómodo en la silla. No le gustaba su tío por decirlo de
una forma suave pero de momento no tenía intención de meterse en ese
jardín.
─Mamá pásame la mostaza por favor – Ana estaba cogiendo una cerveza
en ese momento de la nevera.
─¿Porqué no la coges tú con la mente?- preguntó Clara.
Ana cerró por un momento los ojos. Sí se quedara muda su hija, lo
consideraría un regalo de la providencia.
Alex se quedó helado. Miró a sus hermanas que a su vez lo miraban
expectantes, su tío estaba profundamente concentrado en su sándwich.
─Mamá, te ha faltado tiempo para contarlo - protestó con marcado
cinismo.
─Clara ¿Te has planteado alguna vez hacer voto de silencio?- pregunto
Ana mordaz.
Clara chasqueó la lengua al escuchar el comentario pero sonrío
impenitente.
─Haber...Estamos en familia, creo que podemos hablar con franqueza -
comentó un tanto a la defensiva - de todas maneras tienes que explicarle lo de
la profecía y el libro y todo eso.
Ana se acercó a la mesa con el ceño fruncido. Su hermano seguía
intentando, que la silla se lo tragara. Al final se sentó con un suspiro
resignada. Su hija pequeña no iba a cambiar por mucho que ella rogara a
todos los santos de la cristiandad.
─Creo que es más fácil empezar por el principio - dijo mirando a Clara
con toda intención-Júlia cuando puedas, ve a buscar las cartas.
Júlia asintió con una sonrisa.
─Vale. Lo he entendido - dijo Clara con una mueca - al igual me he
precipitado - era la única concesión que pensaba dar.
─No te quites méritos hija - declaró con ironía - sin "el igual”.
─Entiendo que hay una historia familiar que desconocíamos - dijo Alex -
lo que no me explico es cómo hemos tardado tanto tiempo en saberlo.
─Creo que si me disculpáis, me voy a acostar - comentó Vicent sin mirar
a nadie en particular.
─Vic, no es necesario, puedes quedarte.
─Prefiero no hacerlo – rogó en silencio que su hermana no lo presionara.
─Como quieras - concedió - por cierto me alegro que te gusten los
pijamas.
Vicent compuso una especie de sonrisa que no pasó de un amago.
─Si, gracias...Me gustan mucho – dijo con cierta ansiedad - buenas
noches.
Cuando llegó a las escaleras, Vicent soltó el aire que sin saber, estaba
reteniendo. La aparición de su sobrino lo había afectado. Odiaba los
enfrentamientos pero sobre todo, odiaba sentirse culpable, su hermana no era
el monstruo que pensaba. Júlia alcanzó a su tío casi cuando éste llegaba a su
dormitorio.
─Tío Vicent-lo llamó cogiéndolo del brazo - sólo quería decirte que
descanses y si mañana te encuentras con ánimos, podemos salir a dar un
pequeño paseo con Max.
La sorpresa que se llevó, era imposible de disimular.
─Gracias...Yo no sé...
─No pasa nada, mañana si te apetece me lo dices - le dio un suave beso
en la mejilla y se marchó en pos de las cartas.
Vicent se la quedó mirando sin reaccionar. Apretó los labios enfadado
con el mundo. En breve se marcharía y no necesitaba...No quería nada de
todo esto. Entró a su dormitorio deprisa, no quería encontrarse compartiendo
su cama otra noche con el maldito chucho, en esa casa ni el perro era normal.
Cuando bajó Júlia, su cuñado había llegado y estaba dando cuenta de su
emparedado haciendo ruiditos de placer.
─No sabes cómo he echado de menos tus sándwiches - dijo Sergio.
Alex hizo una mueca irónica observando a su amigo, devorar el
emparedado de tres pisos, en pocos minutos.
─Me alegro viejo, dormiré mucho más tranquilo sabiendo lo mucho que
me valoras.
Las chicas se rieron entre dientes. Sergio por su parte ni pestañeó, estaba
acostumbrado al sentido del humor de su amigo.
─Bien, aquí están las cartas, pero antes quiero decirte algo - dijo Ana con
cara seria - si yo no hubiera sido tan cobarde, probablemente nos hubiéramos
enterado de todo mucho antes - levantó las manos pidiendo silencio en cuanto
se percató de que sus hijas iban a protestar - no digáis nada. Cada uno tiene
que asumir su responsabilidad. En mi caso, decidí esconder la cabeza como
un avestruz, las repercusiones no sólo las he padecido yo, sino que han
repercutido directamente sobre vosotros y eso hijos míos, es sólo y
exclusivamente, culpa mía.
Se hizo un silencio en la estancia. Ana necesitaba decirlo en voz alta y sus
hijos escucharlo.
Alex escuchó a su madre con calma. La miró con respeto. No tenía que
haber sido fácil los últimos tiempos para ella.
─Mamá como siempre crees que eres culpable hasta de los conflictos en
el golfo pérsico - ironizó Clara - la abuela fue un bicho de primera ocultando
el legado familiar sabiendo que no sólo te afectaría a ti, sino que a la larga
nos repercutiría a nosotros pero le importó un ardite. No me vas a convencer
de lo contrario.
Ana estaba agradecida por el voto de lealtad de su hija pero sabía que no
estaba siendo objetiva.
─Gracias nena - susurró emocionada - bien. Empecé a saber sobre la
historia familiar cuando mi abuela vino a visitarme...
Durante un buen rato sólo se escuchó la voz de Ana. Alex tenía la mirada
perdida, de vez en cuando levantaba la cabeza pero volvía a ensimismarse
totalmente concentrado en la narración. Los demás ya conocían la historia
pero de igual forma, la escucharon con atención.
─-... Cuando mi hermano apareció, traía consigo esta caja - dijo
señalando a la susodicha que ocupaba el centro de la mesa - cuando las
leímos, empezamos a encajar algunas piezas. Ahora es mejor que las leas y
después te explico la llamada de teléfono con mi tía.
Alex estaba bastante impresionado. Cuando cogió las cartas, su pulso lo
delató. No todos los días te enterabas, que provenías de una estirpe de
mujeres con poderes sobrenaturales.
Empezó a leer sintiéndose observado. Incluso su viejo amigo no le
quitaba el ojo de encima. Cuando leyó la carta de su bisabuela sintió una
descarga eléctrica. Era impresionante la magnitud de todo lo que vaticinó más
de veinte años antes. Incluso supo en el momento del año en que las cartas
llegarían a manos de su nieta. Después de eso, las cartas de su tía abuela le
parecieron incluso normales, hasta que llegó a la última. Sintió como crecía
la expectación a su alrededor. "Cuando lo inamovible sea alzado”. Si le
pinchan en ese mismo instante, no le sacan ni una gota de sangre, pensó. ¡Esa
parte hablaba de él! Levantó la vista observando las caras de su familia. Ni
pestañeaban.
─¿Entiendes las implicaciones? - preguntó su melliza rompiendo el
hechizo - tú eres la pieza que nos faltaba - argumentó emocionada - Sólo
necesitamos el libro para saber cuál es el siguiente paso.
Alex sonrió apenas. La cabeza le iba a mil por hora. Era mucha
información que procesar. La muerte de su padre, enterarse del legado,
descubrir que no era un fenómeno de la naturaleza. Su mente era un caos.
Volvió a sentir la sensación de ahogo. Espacio. Necesitaba espacio.
─Necesito tiempo para...Asimilar todo esto – Alex sabía que no era lo
que esperaban que dijera pero en ese preciso instante, estaba desbordado.
Clara no pudo ocultar su desilusión
─Alex no te entiendo - dijo desconcertada - siempre hablábamos de
embarcarnos en alguna aventura y ahora que tenemos la oportunidad, dices
que...
─¡No somos niños! Maldita sea Clara. ¿Es que no ves la diferencia? -
preguntó exasperado.
─Pues no. Lamento decirte que no la veo - replicó Clara levantando una
octava la voz - lo que sí veo es que has cambiado. No sé qué narices te ha
pasado pero desde luego tú no eras así - acusó molesta.
─Alex, entiendo que necesites tiempo - dijo Ana mediando entre sus hijos
- acabas de llegar a casa y aún no has desecho ni la maleta. Tómate un respiro
y cuando quieras, volvemos a hablar del tema – se percató que su hija, estaba
a punto de protestar - Clara no agobies, todos no somos como tú.
Clara apretó los labios contrariada.
─Eso lo entiendo pero él -dijo con énfasis - no es el mismo que se marchó
y si no lo ves, es que no quieres verlo.
─Posiblemente yo he madurado - contestó Alex mordaz.
La expresión de Clara, delataba lo mucho que la había ofendido.
─Salir corriendo no es un síntoma de madurez querido hermano -
contestó empezando a enfadarse.
─¡Tuve que marcharme por vuestra propia seguridad! – exclamó Alex
masticando las palabras.
─¡Y una mierda! - replicó - a mí no me vengas con esas, nos conocemos
mu...
─¡No controlaba! ¿Entiendes? - acotó. Alex estaba a un paso de perder el
control. Todo giraba dentro de él a demasiada velocidad.
─No, lo siento pero no entiendo, hacer volar la tostadora no te convierte
en peligroso.
Ana iba a replicar antes de que la cosa fuera a más cuando todo empezó a
volar por la cocina.
Se le descolgó la mandíbula. Los utensilios de cocina, la silla donde había
estado sentado su hermano, los platos, incluso la cama de Max, estaban
fluctuando por la estancia.
Alex por su parte, miraba fijamente a su melliza. Sabía lo que estaban
pensando pero eso era una pequeña muestra, casi un juego de críos. Una
sonrisa cínica cinceló su boca.
─Alex...esto...Hijo no creo que seas un peligro - susurró Ana todavía
alucinando - entiendo que te asustaras pero salvo que le cayera a alguien
encima, no veo...
En ese instante, un cuchillo voló a una velocidad increíble, clavándose en
el centro de la mesa. El sonido del impacto sobresaltó a todos.
Sergio estaba atónito. Nada lo había preparado para una exhibición de esa
magnitud.
Júlia por su parte, observaba atentamente a su hermano. Sus ojos eran
más dorados, incluso juraría que brillaban con luz propia. Tocó el brazo de
Alex en un gesto que pretendía ser de cariño pero que en realidad ocultaba
otro motivo. Lo soltó como si quemara. Incluso se frotó la mano contra el
pantalón. El hormigueo persistía después de haber roto el contacto.
Clara estaba perpleja pero había que reconocerle el mérito, al no permitir
que se reflejara en su rostro.
Sin aparente esfuerzo, los objetos volvieron a su sitio salvo el cuchillo.
─Supongo que ahora empezáis a entender - nadie emitió ni un sonido -
hacer que los objetos se desplacen por el espacio, es fácil, pero cuando pierdo
el control, también lo pierdo sobre la telekinesia, es cuando me convierto en
un peligro...Por eso me marché.
─Creo, que aunque viva diez vidas, jamás podré perdonarme el haberos
fallado como madre, por culpa de mis miedos - dijo Ana sintiéndose
francamente mal.
Alex miró a su madre sin entender.
─Mamá, esto no es culpa tuya.
─Posiblemente. Pero no darme cuenta de que mis hijos...De que tú
estabas...No tendrías que haberte ido para protegernos, esa no era la manera -
se le rompió la voz – tu hermana va a yoga para controlarlo.
Júlia hizo una mueca al escuchar a su madre.
─No voy a yoga para controlar la psicometría mamá, no funciona así -
explicó - empecé a ir para controlar el estrés que me causaba y a partir de ahí
me ayudó a conocerme mejor y por ende, a dominarla.
─Es lo mismo que yo he dicho.
Una sonrisa renuente, apareció en el rostro de Alex.
─También me lo podías haber dicho a mi - repuso Clara - nunca tuvimos
secretos.
─Clara, si te lo hubiera dicho, me habrías pedido que te hiciera volar o
cualquier cosa parecida y yo por aquel entonces, bastante tenía asimilando
que era una especie de fenómeno de la naturaleza.
Sergio soltó unas risitas. Miró a su novia con un brillo de puro regocijo en
los ojos, sabía perfectamente que eso, era lo mínimo que le habría pedido.
─No lo sabes - dijo con tozudez. Todos los miembros de su familia
incluyendo al cretino de su novio, la miraban divertidos. Bien, pues no
pensaba admitir nada. Pensó Clara. No había pasado ergo no tenía sentido
hablar de ello.
─Lo importante es que ahora estás aquí y que haremos lo necesario...
─¿Ahora lo controlas? - preguntó Clara interrumpiendo a su madre.
─Depende.
─De qué - insistió.
Alex se cruzó de brazos recostándose en el respaldo de la silla. Sabía que
hasta que no estuviera satisfecha no iba a parar.
─En general lo domino pero...Han habido un par de episodios en
que...Digamos la situación se escapó a mi control.
─¿Cómo por ejemplo? - estaba arrinconándolo para que respondiera de
una forma directa.
─En un combate desigual.
Ocho pares de ojos se clavaron en su persona.
─Hijo... ¿Qué has estado haciendo durante estos años? - preguntó Ana
perpleja.
─Si os parece, lo dejamos para otro momento - dijo evitando contestar-a
su debido momento, prometo explicaros todo...O por lo menos todo lo que se
puede explicar - dijo críptico-pero hoy no va a ser.
─Alex, como ya he dicho – dijo Ana clavando los ojos en su recalcitrante
hija pequeña - tómate tu tiempo. Nadie te va a presionar-Alex asintió con
agradecido-por cierto, en pocos días me llegan los muebles nuevos, si se te
ocurre lanzarle cuchillos, te aseguro que te arrepentirás.
Cuando Alex entendió, una lenta sonrisa se abrió paso, transformando su
rostro.
─Prometido.
─Bien. Pues si no os importa, me voy a acostar - dijo Ana con un suspiro
de cansancio - ha sido un día muy largo.
─Nosotros nos marchamos - comentó Sergio. Se levantó de la silla y
palmeó la espalda de su cuñado - es bueno tenerte por aquí amigo.
─Seguro - dijo Alex con alivio. Sergio le estaba demostrando su lealtad.
Se lo agradeció en silencio.
Clara se acercó y sin mediar palabra lo abrazó con fuerza.
─Eres idiota que lo sepas - dijo contra su cuello - si vuelves a irte por
algún absurdo motivo, iré a buscarte y te correré a patadas hasta casa.
Alex sonrió contra el cabello de su hermana. Clara era así y no la querría
de otra manera.
─Puedes intentarlo - dijo provocándola. Al momento se soltó dándole un
empujón en el hombro de broma.
─Si crees que no puedo, entonces no me conoces - dijo levantando el
mentón altanera.
Se sonrieron con cariño. La complicidad que siempre habían tenido, iba
haciendo acto de presencia.
─Yo la ayudaré que lo sepas - terció Júlia siguiendo la broma.
─No os preocupéis, no tengo intención de volver a irme - repuso y era
cierto. Había vuelto a su hogar para quedarse.
Se despidieron entre abrazos.
Alex y Ana, subieron abrazados las escaleras y volvieron a abrazarse para
darse las buenas noches. Alex lo aceptó como lo que era. Amor de madre. En
pocos minutos, la casa quedó en silencio. Max llegó al rellano del segundo
piso y se quedó mirando las puertas de las habitaciones cerradas. Al final se
acercó a una y empezó a rascar. Se escucharon maldiciones y al poco, alguien
abrió la puerta.
─Te odio - dijo Vicent con inquina.
Max entró encantado moviendo el rabo feliz. Se encaramó a la cama y
con un suspiro de placer, se dejó caer. Vicent lo miraba con franca hostilidad.
Al final resignado se volvió a meter en la cama mascullando.
─Al menos déjame estirar las piernas, maldito chucho del demonio.
Vicent se tapó hasta las orejas, apagó la luz y se dijo que al día siguiente
hablaría muy seriamente con su hermana. A los pocos minutos, el cachorro se
fue acercando hasta quedar apoyado en sus piernas. Se durmió sin ser apenas
consciente. El calor de Max, entibió sus helados pies relajándolo como no
recordaba.
Vicent no lo sabía, pero se despertaría sintiéndose con una energía
inusitada. Durmió toda la noche sin despertarse ni por dolor ni por los miedos
que lo mantenían despierto, buena parte de la misma.

─Cariño. ¿Le pasa algo a Ana? - preguntó César.


─¿Por qué lo dices? - Sara se tensó contra el cuerpo de su amante, ante la
sorpresiva pregunta.
Yacían satisfechos después de hacer el amor. Sara se había despertado
entre caricias y besos que desembocó en un apasionado interludio sexual.
─Cuando fuisteis a la cocina a preparar el café, me dio la sensación de
que Ana estaba preocupada.
Sara no sabía qué decirle.
─Bueno...Ya sabes cómo es Ana, hace una montaña de un grano de arena.
─No la conozco mucho - dijo reflexivo-pero me pareció que estaba un
tanto alterada.
─La llegada de Alex tuvo mucho que ver - se acercó a César, enroscando
las piernas entre las suyas - no te preocupes querido, ya verás como no hay
motivos para preocuparse - le besó el hombro acariciando a su vez, el firme
abdomen masculino - Ana es un poco...Extremista pero en un par de días,
seguro que lo tiene todo controlado.
César asintió pensativo. Seguía dándole vueltas a cierta idea que no
conseguía sacarse de la cabeza.
─Cuando me vino a ver para hablar conmigo, me pareció que sabía más
de lo que decía...No me hagas mucho caso, es sólo que cuando ha comentado
que tengo un bóxer...En fin que estoy seguro que no lo había dicho. ¿Me
investigó o algo así? - preguntó mirándola de soslayo - sé que te quiere y se
preocupa pero sería llevarlo muy lejos ¿No crees?
Sara empezaba a ponerse nerviosa. César era un hombre muy inteligente
y el patinazo de su amiga, aunque no era importante, podía acarrear
problemas.
─Querido, seguro que lo dirías y no te acuerdas - dijo restándole
importancia - Ana no te investigó, lo único que hizo fue buscar tu tarjeta de
visita para poder localizarte, nada más.
─Seguro. Como te he dicho no me hagas mucho caso - se volvió hacia
ella abrazándola más fuerte contra si - tengo cosas más importantes en las que
pensar - susurró con voz gutural.
Sara soltó unas risitas resiguiendo con el dedo su mentón.
─Tenemos que levantarnos...
─No hay prisa - dijo besándola en la garganta.
Sara arqueó el cuello para facilitarle el acceso.
─-¡Ummhhh! No puedes querer...Se supone que tienes que estar
agotado...
César por su parte, siguió su lento escrutinio, besándola en la clavícula de
una forma deliciosa.
─No tan agotado - la sonrisa malévola, le confería un atractivo
demoledor.
─Llegaremos tarde a...Casa de Ana...
Sara empezaba a sentir cómo despertaba su propio deseo. César era
insaciable pero no tenía ninguna queja al respecto.
─Puedo ser muy rápido - dijo introduciendo un dedo entre los húmedos
pliegues que escondían la esencia de su feminidad - pero eficiente - el gemido
de Sara, inflamó su propio deseo.
Sara empezó a moverse contra su mano con los ojos entrecerrados
mordiéndose el labio inferior. Lo enardecía sin pretenderlo. Su pequeño
dragón era fuego puro. Introdujo otro dedo dentro de ella, mientras seguía
acariciándola, acompasando las embestidas de su mano al ritmo de las
caderas femeninas. César sintió como le clavaba las uñas en los hombros,
sabía que estaba cerca del orgasmo, sus gemidos la delataban, inclinó la
cabeza buscando con la boca un pezón, Sara se curvó incitadora, intentando
acercarlo más.
César estaba perdiendo el control. Las garras de la más pura necesidad, le
estaban comprimiendo los riñones. Sara hizo unos ruiditos quejándose, un
amago de sonrisa, asomó a su boca. Le encantaba verla así, sin ningún
control. De un fuerte empellón la empaló hasta la empuñadura.
─Muévete Sara. Búscalo - Sara no podía pensar, sólo sentía.
Cerca del paroxismo, sólo pudo obedecer.
Llegaron a la cima al unísono. El grito gutural de César reverberó por
todo el dormitorio. Sara sintió como besaba su hombro con infinita ternura.
Un nudo imposible se instaló en su garganta. Tenía ganas de llorar, había sido
muy hermoso. César seguía en su interior cuando los párpados pesados, se
cerraron durmiéndose sin apenas darse cuenta.
─Te quiero - susurró César con voz ronca cerca de su oído. La respiración
suave de Sara, le dijo que se había quedado dormida. Una tenue sonrisa
marcó las comisuras de su boca. La acercó más contra si dejándose vencer a
su vez por el sueño reparador. Su último pensamiento fue que llegarían tarde
a casa de Ana.

Ana se sentía intranquila. Se había levantado pronto después de una mala


noche. Cuando se despertó por enésima vez, decidió levantarse, no tenía caso
quedarse en la cama dando vueltas cuando sabía que a esas horas, ya no
dormiría.
─¿Te apetece salir a dar una vuelta Max? ¿Qué me dices? - preguntó con
una sonrisa - sí, yo también opino igual.
Salieron sin rumbo fijo. Hacia un magnífico día. El frío invernal, le dio la
bienvenida.
Ana decidió en un impulso ir hasta el parque, seguro que al cachorro le
gustaría, era un buen lugar para pasear. Iba pensando en que al igual se
cruzaba con sus hijos, cuando sintió los conocidos fogonazos.
Vio claramente en la visión, a un hombre acechando a una chica... ¡Era
Elena!...a su hijo corriendo... César con expresión asesina conduciendo...su
hermano abrazando a... ¡Sara!...
Volvió a ver a Max sentado a su lado. ¡Madre mía! ¿Qué significaba eso?
No reconoció al hombre pero desde luego no le cabía la menor duda de que lo
conocería en breve.
Y Elena... No entendía que tenía que ver. De pronto, algo le dijo que
estuviera alerta. ¡Peligro! Miró a su alrededor, la sensación era intensa.
Estaba cerca del parque y las únicas personas que había, eran un par de
familias paseando. Tenía un nudo en el estómago grande como un puño. Se le
habían erizado el vello de la nuca. El corazón empezó a golpear con fuerza.
Todo su cuerpo se puso alerta, esperando un ataque. No tenía sentido. Volvió
a mirar con cautela a su alrededor. No había nada fuera de lugar pero su sexto
sentido, la estaba avisando. No se engañó a sí misma, diciéndose que estaba
alterada o algo por el estilo. Sabía que el peligro era real. Había algo oscuro
aunque no lo viera. Se concentró en respirar. Control. Tenía que tener el
control. Abrió su mente sin combatir el poder que habitaba en su interior.
Sintió como un río de lava caliente tomaba posesión de todo su cuerpo, un
nuevo conocimiento se expandió por su mente, como si de un radar se tratara,
las ondas invisibles surgieron de ella hacia el exterior. Con plena seguridad,
se volvió a mirar… Había un coche aparcado con un hombre dentro, a varios
metros de donde se encontraba. Supo sin la menor duda, que la estaba
observando, no podía ver sus rasgos con claridad desde esa distancia pero
todas sus células gritaban ¡Peligro! El hombre arrancó el motor y se fue
girando en el primer cruce. Todo había pasado muy deprisa pero sabía que
ese hombre la estaba siguiendo. No tenía ni idea de porqué pero eso no
auguraba nada bueno. Ahora que todo había pasado, su cuerpo empezó a
temblar. No tenía ganas de ir a pasear, al contrario. Lo único que quería era ir
a su casa y esconderse en algún rincón. No, no podía esconderse, llevaba
demasiados años haciendo precisamente eso. Lo que tenía que hacer era
prepararse para lo que estuviera por venir. Un peligro indefinido aguardaba
en su futuro y en el de su familia. Estaba completamente segura. La única vez
en su vida que sintió algo parecido, fue cuando tuvo las visiones de su madre
acercándose a su hija mayor con intención de hacerle daño. En aquel
entonces, estaba trabajando en el turno de tarde pero el miedo que sintió fue
tan poderoso, tan visceral que le pidió a una compañera que la sustituyera y
se marchó corriendo a casa de su madre que era donde vivía con sus hijos
después de separarse de su primer marido. Cuando llegó, los encontró
dormidos plácidamente, pero el miedo persistía con fuerza. No se paró a
pensar, los cogió y salió huyendo a casa de Sara. Recordaba que estuvo
conduciendo sin rumbo fijo bastante rato luchando contra aquello que sentía
pero que no tenía ninguna base, se sintió ridícula, eran las tantas de la noche
y estaba dentro de un coche. Pero cada vez que se planteaba el pensamiento
consciente de volver a casa de su madre, aquello volvía a golpearla con
fuerza. Al final sin una explicación lógica, fue a casa de Sara. Aquella larga
noche, después de haber acostado a los niños en camas improvisadas en el
minúsculo apartamento donde por entonces, vivía su amiga, le confesó los
motivos reales de porqué había salido huyendo. Sara la escuchó sin juzgarla,
en ningún momento dudó de su palabra y eso que las explicaciones le
sonaban a ella a incoherencias de una loca. Aun así, su amiga las aceptó
como la verdad más absoluta. A partir de aquella noche, los lazos con Sara,
se reforzaron uniéndolas como lo que eran hoy en día, su familia, su
hermana.
Después de aquello, siguió ocultando su sexto sentido. Pero jamás lo
olvidó. Volvió sobre sus pasos. Tenía que meditar sobre el asunto, estuvo a
punto de llamar a sus hijos pero se lo pensó mejor y decidió mandarle un
mensaje a Sara. Mejor hablarlo primero con ella, después habría tiempo para
todo.

El sonido del teléfono móvil, despertó a Sara. César la tenía abrazada,


estaban tan pegados, que no podría asegurar donde acababa uno y empezaba
el otro.
─¿Quién es? - preguntó César con voz pastosa.
─Ana - dijo leyendo el mensaje. Su amiga le decía que tenía que hablar
con ella urgente. Eso la espabiló - voy a darme una ducha, Ana tiene
que...Ana nos espera - terminó diciendo. No sabía que le pasaba a su amiga
pero si era sobre sus visiones, era mejor que César no lo supiera. Se levantó
deprisa y se metió en el baño.
César se quedó pensativo. Sara no era persona de levantarse tal como se
despertaba, le gustaba acurrucarse un rato, cosa que a él personalmente le
encantaba. Estaba preocupada por su amiga pero no pensaba compartirlo con
él. Miró el teléfono móvil encima de la mesilla, no lo había bloqueado. Sólo
se lo pensó un segundo. Leyó el mensaje con rapidez y volvió a dejarlo en la
mesilla de noche. Ana tenía un problema y al parecer era urgente. ¿Porque no
se lo había querido decir? Se sintió excluido. Estaba enamorado de esa mujer,
lo sabía con la certeza más absoluta pero aunque le había prometido darle
tiempo, empezaba a darse cuenta de que no tenía suficiente. El deseo de
sentirse necesitado era casi visceral. Iba a contrapelo de su naturaleza. Pero lo
cierto es que era como se sentía, tenía una vena posesiva que desconocía
hasta ahora, la necesidad primigenia de marcarla como suya, primaba con
fuerza. Si Sara supiera lo que estaba pensando, huiría despavorida. Una
mueca burlona se instaló en su boca. Sólo le faltaba gruñir y arrastrarla por el
pelo para ser el perfecto hombre de las cavernas y encima, había espiado la
conversación privada con su amiga.
¡Jamás había hecho eso! Es más, odiaba a la gente que hurgaba en la vida
de sus parejas, lo consideraba una falta de respeto total. Al parecer se había
convertido en un Neandertal.
Sara salió de la ducha secándose el pelo con una toalla, ajena a todo lo
que pasaba por la mente de César.
─Querido, si quieres ve a darte una ducha mientras me visto - sugirió
rebuscando en los cajones.
─Seguro. De todas maneras no hay prisa, podemos desayunar tranquilos y
después vamos a casa de Ana - la observó con fijeza.
─César, ya es tarde, si desayunamos después no tenderemos ganas de
almorzar - explicó empezando a vestirse - si quieres te preparo un café
mientras te duchas - terminó impaciente.
─¿Pasa algo Sara? - indagó con inocencia.
─No. Pero no me gusta llegar tarde.
Se notaba que estaba ansiosa. Decidió presionar un poco más.
─Entonces si quieres, llámala y dile que nos vamos a comer fuera que no
nos espere y si eso vamos más tarde.
─César no estás obligado a ir - lo miró retadora. Estaba guapísima - creo
incluso que es mejor que vaya sola.
Eso no le gustó tanto. No le gustó nada. La observó mientras se cepillaba
el cabello húmedo.
─Sólo era una sugerencia - dijo con voz neutra - ahora me ducho y nos
vamos.
─Mira...No te preocupes, levántate cuando quieras, yo me voy ya y…
Nos llamamos más tarde.
Lo estaba despidiendo como a un colegial. No pensaba ponérselo tan
fácil.
─Sara si no quieres que vaya, dímelo claramente - estaba apoyado en el
cabezal con los brazos cruzados y expresión indolente pero sus ojos decían
otra cosa.
Sara se volvió a mirarlo de frente. Estaba peinándose delante del espejo
de su armario y se miraban por el reflejo pero no era lo mismo.
─Creo que será lo mejor.
César se quedó impertérrito. No movió ni un músculo sólo apretó la
mandíbula, estaba claro que no le había gustado la respuesta. Sara no sabía
qué decirle.
Se levantó tranquilamente pero la rigidez de su espalda era evidente.
Empezó a vestirse sin decir absolutamente nada.
─¿No te ibas a duchar? - preguntó Sara con menos confianza de la que
aparentaba.
─Ya me ducharé en mi casa.
Siguió vistiéndose con parsimonia de espaldas a ella.
─César querido...No te enfades, son cosas de mujeres, tampoco creo que
te sintieras muy cómodo.
César se volvió mientras se ponía la camiseta. No podía decirle que había
leído el mensaje, sabía que no eran cosas de mujeres. Lo estaba dejando
fuera y le molestaba sobremanera.
─Lo entiendo. Dijimos que tendríamos una relación abierta, sin ataduras
ni complicaciones, no tienes que darme explicaciones - dijo peinándose con
los dedos.
Sara estaba confusa. Estaba ofendido, eso era evidente pero no entendía
por qué.
─César, no sé por qué estás enfadado - dijo sujetándolo suavemente por
el brazo cuando pasaba por su lado con la idea de marcharse - no lo entiendo.
César la miró con un brillo acerado en sus ojos. Le estaba mintiendo la
muy maldita y fingía que no sabía por qué. Claro que por otra parte, ella no
sabía que él lo sabía, aunque eso no rebajó su mal humor.
─Porque sé que pasa algo más – dijo con gesto contenido.
Sara se mordió el labio inferior.
─César... Ana tiene problemas...No puedo explicarte nada, espero que lo
entiendas...Desearía poder hablar contigo sobre... Pero no puedo...
Todo el mal humor de César, se disipó por ensalmo. No es que no
quisiera compartir parte de su vida con él, era cuestión de honor, la
obligación de mantener la discreción con respecto a su amiga. Lo valoraba y
lo entendía.
─Ve con tu amiga - dijo tomándola por el mentón - haz lo que tengas que
hacer. Tengo igualmente que ir a mi casa con Marvin.
La besó lentamente en los labios.
─Me parece bien - contestó devolviéndole el beso. Enlazó los brazos por
detrás de su cuello acercándose contra su fornido pecho. Era un hombre
grande y fuerte y le encantaba.
─Si no me sueltas llegarás tarde - susurró César contra sus labios - y me
niego a sentirme culpable.
Sara sonrió.
─Tienes razón – dijo separándose con renuencia - César...Gracias.
César estaba teniendo serios problemas para no abrazarla y hacerle el
amor como un loco.
─Vete. Ya me encargo de cerrar - dijo con gesto contenido. Sara sonrió
lanzándole un beso con la mano. Se dio la vuelta para irse cuando la agarró
atrayéndola hacia él apoderándose de su boca en un beso abrasador. Cuando
despegó sus labios de la boca de Sara, ésta tenía los ojos nublados - dale
recuerdos a Ana de mi parte - añadió en un ronroneo.
Sara tardó unos segundos en procesar lo que le decía. La sonrisa que lucía
su amante era de profunda satisfacción. Sólo le faltaba golpearse el pecho con
los puños.
─¿Sabes querido? Creo que te lo tienes muy creído - dijo con petulancia.
Si Sara esperaba molestarlo, se había equivocado de medio a medio. Al
contrario, la sonrisa se hizo más amplia y el brillo divertido de sus ojos, decía
a todas luces que se sentía halagado. ¡Hombres!

─¿Qué pasa y que es tan urgente? - fue su saludo no bien Ana abrió la
puerta.
─Hola para ti también - repuso con ironía.
Entraron a la cocina y Ana se dirigió a la cafetera.
─¿Té o café?
─Café gracias - dijo sin prestar mucha atención - Ana ¿Qué pasa?
Ana se tomó su tiempo en contestar. Sara por su parte se estaba poniendo
ansiosa por momentos. Su amiga no era de las que se paraba a pensar lo que
iba a decir.
─Vamos a tener problemas.
Sara alzó las cejas esperando a que se explicara. Ana se acercó a la mesa
con las tazas y el azucarero.
─Ana, me estás poniendo nerviosa .
─He tenido una visión esta mañana - Sara se había imaginado que sería
algo así - el problema es que ha sido diferente...Me estaba avisando de un
peligro, de hecho he sentido como todo mi cuerpo se ponía
alerta...Exactamente igual que hace veinticinco años.
Ana esperó a que su amiga asimilara lo que le acababa de decir.
─Pero...Tu madre ya no está...Quiero decir que...No sé qué quiero decir...
¿Qué has visto Ana?
─He visto a unos hombres acechando a Elena y a mi hijo corriendo por
un camino oscuro pero no estaba huyendo, era más bien el cazador y a ti
llorando en brazos de mi hermano - ahora venía cuando le daba algo a su
amiga - también he visto a César, estaba en un coche esperando...Su cara era
una máscara de furia, después lo he visto conduciendo a toda velocidad...
─¿César? No lo entiendo...él no tiene nada que ver con nosotros...Quiero
decir que está conmigo pero...
─No he terminado.
─¿Aún hay más? - su cara lo decía todo.
─He tenido la sensación de que me estaban vigilando, mi sexto sentido ha
funcionado como un radar. He visto a un individuo dentro de un coche
observándome, cuando se ha percatado, ha arrancado el coche y se ha ido.
Sara estaba boquiabierta, sabía que su amiga no era una paranoica, pero
un hombre dentro de un coche, podía estar esperando a alguien.
─Ana cielo, no digo que no vieras lo que dices, pero el hombre podía
estar esperando a su esposa...
─Sara mi sexto sentido se ha puesto por decirlo de alguna manera en
piloto automático y cuando he descubierto al tipo ese, se me han encendido
todas las luces rojas de mi cerebro. Sólo sé que es peligroso, que me estaba
siguiendo y que nos va a traer problemas.
─Y ¿Las visiones las has tenido también esta mañana? - Sara estaba
blanca como la tiza. Aunque intentaba que no se le notara, empezaba a estar
asustada.
─Las he tenido un momento antes, cuando ha pasado sabía que era una
advertencia...No sé explicarlo mejor.
─No tiene sentido, quiero decir que no eres una persona famosa ni rica ni
nada de nada...
─Llevo dándole vueltas al asunto desde entonces - dijo Ana frotándose la
parte posterior del cuello, la tensión le estaba pasando factura - no sé cómo
hacer para provocarme las visiones. No pongas esa cara. Llevo todo el día
intentándolo.
Ahora sí que no sabía que pensar. ¿Ana intentando provocarse visiones?
¿Su Ana?
─Dime quién eres y qué has hecho con mi amiga - dijo mordaz.
Ana frunció el ceño.
─Me alegro que te diviertas - dijo cáustica - parece que se te olvida que tu
querido César está involucrado de alguna manera.
El amago de sonrisa en el rostro de Sara, murió sin apenas mostrarse.
─Crees...que corre peligro - no era una pregunta.
Ana dejó escapar un suspiro en voz alta mesándose los cabellos.
- Sara, no lo sé - dijo frustrada - quería hablarlo contigo y ver qué
hacemos.
- Ana dices que sentiste lo mismo que aquella noche, para mí es
suficiente.
─Ya, pero no ocurrió. ¿Entiendes? No tengo una maldita prueba de que
aquello hubiera llegado a pasar, sólo las visiones. ¿Y sí me equivoqué? Hace
poco te vi llorando como si te hubieran roto el corazón, entendí que César
tenía que ver con eso pero estaba equivocada. ¡Fue Gloria! Yo mal interpreté
lo que vi. ¿Y si me estoy equivocando de nuevo?
─No te equivocas - dijo Vicent apoyado en la puerta de la cocina.
Ana y Sara se sobresaltaron al escucharlo. Vicent estaba serio como un
juez. Se acercó a sentarse con ellas, su expresión era una mezcla de dolor y
vergüenza.
─Vicent. ¿Porque dices eso? - preguntó Ana buscando su mirada.
Vicent llevaba un rato escuchando, no había sido su intención, había
bajado para hacerse un vaso de leche caliente pero al oír a su hermana tan
alterada, dudó si irse para no molestar. Cuando escuchó lo que pasó aquella
fatídica noche, no pudo moverse. Supo lo que tenía que hacer, de alguna
manera, se lo debía.
Su hermana y Sara, lo miraban sin entender. Se armó de valor.
─Porque es verdad. Aquella noche yo volvía de trabajar y al pasar por
delante de la habitación de los niños, vi a mamá dirigirse a la cama donde
dormía Júlia con una almohada entre las manos...Algo me alertó...No tenía
claro qué pero su expresión era... Mamá me miró horrorizada, lanzó la
almohada lejos de ella y salió corriendo encerrándose en su dormitorio. Me
quedé allí sentado en el pequeño sillón hasta que te escuché llegar.
Un silencio sepulcral reinó en la estancia
─Ana, no soy el más indicado para decirte lo que tienes que hacer...- la
turbación de Vicent, era más que evidente – pero aquella noche...Llegaste
media hora tarde - esperó a que su hermana asimilara lo que le estaba
tratando de decir.
Ana se levantó como un resorte de la silla. La inquietud que la embargaba
era enorme. Le retumbaba el corazón dentro del pecho, de alguna manera,
siempre guardó la esperanza de que realmente su madre, no había tenido la
intención... ¡Dios mío! ¡Era su madre!
─Creo que te tengo que dar las gracias...Veinticinco años tarde-la voz se
le había enronquecido del esfuerzo de contención que estaba haciendo.
Sara esta pasmada.
─Con el tiempo me dije que me había imaginado lo que pasó aquella
noche...Pero no puedo seguir engañándome, yo quería a mamá y la quiero
pero reconozco que... Tenía momentos de locura... Hiciste lo correcto.
¡Era lo último que esperaba oír! Toda una vida esperando escuchar esas
pocas palabras...
Ana se lanzó sobre su hermano abrazándolo con fuerza.
Vicent se quedó helado. No sabía qué hacer. Su hermana estaba
arrodillada delate de él abrazada a su cintura con la cabeza apoyada en el
regazo. Levantó la vista. Sara asintió mirándolo con infinita pena. Los
sollozos desgarradores de Ana, tocaron algo dentro de él conmoviéndolo
como nada. Sus propios ojos se humedecieron.
Sara se levantó a buscar servilletas de papel y sin decir palabra, se las
pasó a los dos hermanos aunque se quedó una para ella misma.
─Significa mucho para mí…Aceptación, sólo eso – dijo Ana con voz rota
- gracias Vic.
─Lo siento Ana...todo...
Vicent no podía articular más palabras sin avergonzarse, el nudo que
constreñía su garganta amenazaba con ahogarlo.
─No importa Vic, ya no - y lo decía en serio, en poco tiempo tendrían que
separarse y sería algo definitivo. No pensaba desperdiciar lo que les quedaba
de estar juntos, con recriminaciones que no llevaban a ninguna parte.
─Si os parece bien, creo que esto hay que celebrarlo - dijo Sara
emocionada - una copita de algo servirá, mis nervios necesitan un
reconstituyente.
Ana rió, limpiándose las lágrimas. Estaba sentada en el suelo al lado de su
hermano, un brazo seguía apoyado en sus piernas, con un leve apretón
cariñoso, se soltó poniéndose de pie.
─Creo que yo también necesito un reconstituyente - dijo haciendo una
mueca - Sara coge unas copas que yo traigo el licor.
─Yo no puedo...
─Este sí que puedes Vic, no lleva alcohol - dijo guiñándole un ojo.
Se sirvieron una copa de licor de nueces que hacían en un pueblo cercano
y que estaba delicioso. A Sara le encantaba y muchas veces se tomaban una
copita después de comer.
─Bien. ¿Y ahora qué hacemos? ¿Hablamos con todos? Bueno, quiero
decir que tú hablas. Tenemos pendiente explicarle a Gloria todo lo del legado
de tu familia y la profecía...
─Sigo sin tenerlo claro - dijo Ana dándole vueltas a su copa - creo que
podemos hablarlo con mis hijos y después ver que se nos ocurre.
─Ya. Pero también has visto a César y si le pasa algo...
─Pero yo no he visto que le pase nada. Sólo que conducía rápido.
─Pero has dicho peligro. Luego entonces, César y peligro están en el
mismo contexto.
Ana resopló. Su hermano paladeaba el licor tranquilamente, casi ajeno a
la conversación.
─Vicent. ¿Tú qué opinas?
Vicent se atragantó con el licor. Se le saltaron incluso las lágrimas.
─¿Yo? No sé qué decir...Sí crees que de verdad hay un peligro real,
entonces deberías actuar en consecuencia.
Vicent se había sonrojado. Estaba claro que lo había sorprendido.
─Haremos lo siguiente, nos esperamos un par de días y si se da algún
episodio como el de hoy o tengo más visiones, informo a todos.
─Como veas pero las chicas pueden tomárselo a mal, dijiste que no
volverías a ocultar nada y en cierta manera es lo que estás haciendo –
comentó Sara.
Ana no pudo defenderse. Tenía razón hasta en las comas. Era reacia a
hacer partícipes a más personas de las peculiaridades de su familia y su hijo
acababa de llegar, no quería que nada ensombreciera su relación con él.
Empezaba a dolerle la cabeza.
─Vale. Tienes razón - concedió de mal humor - dame un día de gracia
para prepararme y mañana hablamos con los chicos y con César.
─¿Y Elena y compañía? - preguntó con interés.
─No lo sé. Me esperaré a hablar con los chicos, a ver qué opinión tiene al
respecto, podemos quedar con ellas más tarde.
Sara asintió conforme. No quería vivir ocultándole a César que su familia
tenía poderes extrasensoriales. Al igual se quedaba más tranquilo, pensó,
cuando se enterase el porqué sabían que su perro se llamaba Marvin.
CAPÍTULO II

Nueva York, una semana antes...

Patterson estaba jugando con el encendedor que siempre llevaba consigo.


Hacía ya un par de años que había dejado de fumar, pero ese mechero, era un
recuerdo al que le tenía especial cariño. Se lo había regalado su hija y tenía
grabada sus iníciales. Sabía que el hombre que estaba sentado delante de él
en su despacho, aguardaba instrucciones. Lo que le había contado, superaba
cualquier cosa que hubiera imaginado. Llevaba en el negocio cerca de treinta
años, había visto y oído de todo pero...Eso lo superaba con creces.
─Dices que se ha marchado sin decir nada - dijo con tono reflexivo -
¿Tampoco ha cobrado el talón?
─No, tampoco - afirmó su hombre de confianza.
─No puede haber desaparecido, un hombre no se esfuma así por las
buenas.
─No, al menos que nosotros queramos - contestó Santos - me ha dicho
Rodríguez que hacía un tiempo que hablaba de volver a su casa.
─Averígualo. Quiero saber dónde está y que hace. Si a vuelto a su casa,
quiero saberlo todo de su familia, incluso las veces que van a mear. ¿He sido
claro?
─Como el agua señor. Mandaré un equipo...
─¡No! Quiero que vayas tú mismo - dijo rotundo - no confío en nadie
más. Haz los preparativos, sales mañana para España.
─De acuerdo - dijo el hombre con gran satisfacción-sí no está con su
familia...
─Estará - aseveró - es al primer lugar al que van a refugiarse.
─Pero. ¿Y si no?
─No necesito decírtelo. ¿Cierto? - dijo con voz suave.
─No señor - repuso mirándolo de frente - iré al mismo infierno si es
necesario.
Patterson fijó la mirada en el hombre que ocupaba una silla al otro lado
de la mesa. Sabía que no tenía escrúpulos, pero era uno de sus mejores
rasgos. El trabajo que llevaban a cabo, necesitaba de hombres como Santos,
sabía que haría exactamente eso, el diablo podía temblar.
─Mantenme informado y si necesitas refuerzos, dímelo.
─Sí señor. No se preocupe, le daremos caza - repuso con confianza.
─Santos, intenta convencerlo por las buenas...Ya sabes…Seguro que hay
alguna zorra por la que se sienta atraído.
Santos asintió sonriendo. Siempre había alguna mujer de por medio.
─Sabemos que tiene madre y dos hermanas - comentó casi paladeando la
victoria - será fácil persuadirlo.
Patterson lo miró pensativo. Una idea estaba formándose en su cabeza.
─Averigua si alguna de esas mujeres, tiene también telekinesia, puede
que no sea el único miembro de esa familia con ese tipo de capacidades.
Santos se quedó sorprendido, por supuesto su rostro no lo reflejaba. No se
le había ocurrido.
─En caso de que sea así ¿Qué quiere que haga?
─Nada de momento. Mantenme informado - dijo con la autoridad.
─Como quiera. ¿Alguna cosa más señor?
─No. Nada más. Dile a mi secretaria cuando salgas que pase.
Santos asintió. Se levantó con la agilidad de un felino y se marchó a
preparar su viaje. Tenía cuentas pendientes con ese cabrón, iba a disfrutar con
aquella misión.

Patterson se recostó en su sillón de piel, con aire reflexivo. Contar entre


sus activos con un tipo como Alex Segarra, sería un filón. Cuando le pasó
Santos el informe de la última misión, pensó que estaba alucinando, sabía de
personas con capacidades muy desarrolladas dentro del campo de lo
paranormal pero al nivel de ese tío, imaginaba que había pocos. Tenía espías
por todas partes, no se llegaba a donde había llegado él sin información
confidencial, y en todo sus años, jamás había escuchado otro caso como ese.
Santos no le contó que salvó su culo gracias a Segarra, probablemente no
hubieran salido vivos de aquel pueblucho de mala muerte. Pocas veces
infravaloraba la situación, mucho dinero y su propia reputación, dependía de
eso. En un principio era una misión fácil. Entrar, rescatar al objetivo y salir.
El comando que lideraba Santos, era uno de los más competentes, pero con
todo, se metieron en una emboscada que costó la vida de dos de sus mejores
hombres. Al parecer, uno de los que cayó, era amigo de Segarra, cuando lo
hirieron, Santos decidió que no valía la pena intentar salvarlo, la herida que
había recibido era mortal. Consiguieron abrir una vía de escape por unos
minutos, al parecer Segarra discutió las órdenes poniendo a todo el equipo en
peligro al querer cargar con su amigo, fue entonces cuando se enzarzaron en
una pelea y Santos decidió acabar, disparándole al escocés, directamente
entre los ojos. Fue entonces cuando Segarra se volvió loco. Los rebeldes
atacaron en ese momento cerrando la vía de paso y cayendo sobre ellos como
perros sarnosos. El combate cuerpo a cuerpo era desigual, habrían muerto.
Segarra acabó con todos en cuestión de segundos. Utilizó su poder mental y
volvió las mismas armas que portaban en su contra, todo ello ante la mirada
atónita de Santos y de Rodríguez, los únicos que quedaban con vida. Fue
Rodríguez el que se interpuso entre ellos dos, Segarra estuvo a punto de
acabar también con Santos, pero con sus propias manos, la rabia lo convirtió
en una bestia ciega de ira. El objetivo había perdido el conocimiento durante
la refriega, cuando lo recobró, vio a todos los rebeldes muertos y a Santos y
Segarra luchando como animales. Esa parte, no constaba en el informe de
Santos, ni que gracias a la intervención de Rodríguez, estaba vivo. Sólo le
relató los problemas menores. Sabía que para Santos, lo importante era la
misión y finalizarla con éxito. Lo demás era secundario, tenía una vena
sanguinaria que le había costado en ocasiones hombres pero con todo, era el
mejor en su campo...Hasta ahora. Quería a Segarra liderando los equipos de
intervención. Costara lo que costase, todo hombre tenía un precio y ese no iba
a ser la excepción.
Llevaba treinta años en el sector de la "seguridad”. Su empresa era
conocida en las altas esferas, daban servicio tanto para altos mandatarios
como ha hombres que lideraban el poder en la sombra. Se encargaban de
rescates con alto nivel de peligrosidad como el que habían llevado a cabo, o
trabajos de "limpieza" en diversos sectores. Cualquiera que tuviera suficiente
dinero como para adquirir sus servicios, era un buen cliente. No se
cuestionaba la procedencia del mismo. Eran los mejores en su campo y eso se
pagaba. La confidencialidad era de máximo nivel, tenía clientes que estaban
en la base de datos del Pentágono como de otros organismos oficiales de
índole internacional. Ninguna de esas bases, eran inaccesibles para él.
Conocía secretos que podían derrocar gobiernos y se aprovechaba de ello sin
ningún escrúpulo, por eso Santos, encajaba también en su organigrama. Era
despiadado sin escrúpulos y lo mejor, no cuestionaba las órdenes, su único
fin, era el dinero y el prestigio dentro del reducido número de personas que
conocían el verdadero alcance de los servicios que prestaban.
No tenía que haber encajado bien, que Segarra le perdonara la vida. Lo
conocía lo suficiente como para saber que casi lo habría vivido como un
insulto. Esperaba que supiera sobreponerse a eso, porque si tenía que
prescindir de él, lo haría sin pestañear.
Su objetivo era Segarra, Santos podría ser un buen segundo al mando,
pero él quería al mejor y siempre conseguía su objetivo.
─Hola papá - dijo su hija Carol, entrando por la puerta. Sonrió orgulloso,
era preciosa - he visto que salía Santos casi sonriendo. Me he preocupado -
dijo haciendo una mueca burlona.
─Carol, no seas mala - dijo con una sonrisa llena de cariño - sabes como
es, no es un hombre de muchas palabras.
Carol se sentó en una esquina del enorme escritorio de su padre. Era una
mujer de veinticinco años, menuda y de apariencia frágil, pero nada más lejos
de la realidad. Tenía una melena rubia natural que le llegaba a media espalda,
algunos mechones eran casi blancos, junto a unos claros ojos azules y una
boca pequeña con forma de fresa, parecía un ángel. Los hombres quedaban
embobados, reducidos a idiotas balbuceantes, cosa que ella aprovechaba sin
ningún pudor, en su beneficio. Tenía una mente privilegiada, fría y analítica,
su capacidad para gestionar problemas bajo presión, le había ganado el sobre
nombre de víbora blanca. En recuerdo de su propio padre. Patterson era
conocido por su ferocidad, eso y su pelo blanco, desembocó en lobo blanco.
Víbora, se lo había ganado ella sola. Por lo demás se parecían poco. Él tenía
los ojos marrones y una nariz prominente, fuerte mandíbula a juego con un
cuerpo robusto pero más en forma que hombres bastante más jóvenes.
─¿A qué nueva misión lo has mandado? - preguntó Carol aparentemente
sin mucho interés.
─Nada de lo que tengas que preocuparte - contestó en la misma línea - es
un trabajo de reconocimiento.
Carol miró a su padre con fijeza. Nada escapaba a su control aunque su
padre se resistiera a verla como a una adulta. Estaba más que preparada para
el relevo generacional.
─¿Tiene algo que ver con Segarra? - el tono de sospecha estaba implícito.
Patterson suspiró con cierto fastidio pero en el fondo, reventaba de
orgullo. Su hija sería una digna sucesora.
─Puede ser - dijo disfrutando de ver cómo fruncía el ceño.
─No es el adecuado - repuso concisa - Santos es bueno en el trabajo de
campo pero más allá de eso, es un perfecto inútil. Sin añadir que tienen
diferencias personales.
Patterson odiaba que cuestionaran sus órdenes. Incluso aunque fuese su
propia hija.
─Sólo va a trasmitirle una oferta que no creo que pueda rechazar.
─No ha cobrado el talón.
─Lo sé.
─Hablé con Rodríguez, no he sacado mucho en claro, ese hombre es
exasperante - declaró molesta - parece ser que hacía tiempo que se planteaba
volver a su hogar, el último trabajo fue el detonante para precipitar su
marcha. La muerte del escocés, inclinó la balanza.
Patterson asintió reflexivo. Era lo mismo que sabía él.
─Estoy seguro que cuando demos con él, volverá con nosotros. No
permitiré otra cosa.
Carol conocía muy bien a su padre y sabía de lo que era capaz.
─Segarra es un arma en sí mismo - dijo dejando ver sus cartas - si no
juegas bien tus fichas, puedes perder más que ganar. Santos no está preparado
para negociar con él, y si lo presionas con algunas de tus tácticas
intimidatorias, puede estallarte en la cara.
─¡Se perfectamente cómo llevar mi empresa! - rugió - Santos no moverá
un dedo sin que yo lo ordene, sabe que no debe morder la mano que lo
alimenta.
Carol apretó la boca en un gesto de contrariedad. El carácter explosivo de
su padre, era legendario. La edad no lo atemperaba, podían atestiguarlo sus
cuatro ex esposas.
A sus sesenta y cinco años, estaba a punto de contraer esponsales por
quinta vez con una cabeza hueca siliconada un año mayor que ella misma.
─Espero que tengas razón, no quiero un conflicto internacional y limpiar
tu mierda.
Patterson se puso púrpura. Se le hincharon las venas del cuello de una
manera grotesca.
─Carol no te equivoques - dijo masticando las palabras - ostentas la
vicepresidencia porque eres mi hija pero tu control es finito. Si
supuestamente hubiera algún conflicto no sería de índole internacional sino
un arreglo de cuentas entre dos tipos anónimos, no habría mierda que limpiar
y en caso de haberla, harás tu maldito trabajo si quieres seguir formando
parte del Consejo Directivo.
Carol disimuló su enfado. Su padre era un dictador, el problema era que
empezaba a quedarse obsoleto. Los tiempos habían cambiado pero el viejo no
era consciente. Llevaba las riendas como lo había hecho toda su vida, con
mano de hierro. Ahora las cosas se gestionaban de otra manera, más sutil. El
trabajo de campo era importante pero tenían a personal altamente cualificado
en otras tecnologías. Controlar las redes sociales, plataformas digitales, así
como las bases de datos, era el futuro. Tenían a los mejores hackers del
mundo. Los clientes que demandaban ese tipo de trabajo, crecía
exponencialmente, ella también quería a Segarra en su equipo pero contaba
con seducirlo con un jugoso contrato no con intimidación. El perfil de ese
hombre no respondía bien bajo coacciones. Empezaba a tener claro cuál sería
su plan de acción. Su padre tendría que plegarse en algún momento ante su
liderazgo.
─Como tú digas - aceptó mansamente - espero que tengas razón y no se
destripen cuando se vean - añadió cínica.
─Siempre tengo razón - contestó con arrogancia - Santos sólo va a charlar
amigablemente con un colega y de paso le entregará el talón.
─Si tú lo dices - dijo lacónica - por cierto, a llamado Melisa, dice que te
espera en los Hamptons, algo sobre la reserva de no sé qué. No he logrado
entender su diatriba.
─No seas dura con ella - dijo Patterson con sonrisa petulante. Sabía que
eran los celos los que hablaban, su hija odiaba a las mujeres de su vida, la
muy necia pensaba que alguna de esas muñequitas podían hacerle sombra.
Ella era su hija, su orgullo. Nadie podía competir con su propia sangre.
─Para nada. Imagino que te irás, sólo quería decirte que yo no estaré esta
semana por aquí...
─¡Pero te necesito! - exclamó interrumpiéndole - yo tengo un sinfín de
cosas que hacer con la puñetera boda que se nos ha ido de las manos y tú
tienes que asumir el control de la compañía mientras tanto.
─Lo sé y lo siento - contestó impenitente - tengo un compromiso
inapelable pero ya he dejado todo arreglado por aquí y Vivían sabe cómo
localizarme en caso necesario. Está todo bajo control, además, yo me
ausentaré sólo unos días y tú no te casas hasta dentro de un mes.
─No me gusta. Vivían es un bulldog y no suelta prenda. La última vez
amenacé con torturarla si no me decía dónde estabas...Se limitó a decirme
que si seguía alterándome, me subiría la tensión.
Carol se rió con ganas. Su secretaria, mano derecha y amiga, era de las
pocas personas que plantaba cara a su padre.
- Cobra un sueldo estratosférico, pero se gana cada centavo.
- Cuestión de opiniones - murmuró su padre malhumorado - el
día que la despidas, haré una fiesta.
- Puedes sentarte a esperar - comentó con una sonrisa traviesa -
papá relájate, vete con Melisa a preparar los detalles de la boda, yo
me encargo de todo. Sólo estaré unos días fuera, ni siquiera te va a
dar tiempo de echarme de menos, en serio.
Patterson asintió resignado. Odiaba que las cosas no salieran como él
quería. Pero su hija era cabezota como alguien que conocía muy bien y que
veía cada mañana cuando se miraba al espejo para afeitarse.
─Te dejo - dijo levantándose de la mesa con un salto ágil - tengo una
reunión en media hora y quiero dejar un par de cosas listas antes de
marcharme.
Carol estaba casi en la puerta del inmenso despacho de su padre cuando
lo escuchó preguntar:
─¿Puedo saber dónde vas esta vez?
Se volvió a mirarlo con una sonrisa serena.
─Tenemos un acuerdo. Mis escapadas son total y exclusivamente de
carácter privado - dijo con voz neutra - es mi pequeña parcela y no la
comparto con nadie, ni siquiera contigo.
─Lo sé - admitió entre dientes - pero maldito si me gusta.
─Pero no puedes controlarlo todo. Ya lo hablamos papá, sí no tengo mi
propio espacio, sencillamente me iré.
─Lo sé, lo sé... Cuando me arrancaste esa promesa, no sabía que me
costaría perder a mi hija de vez en cuando sin saber cuál es su paradero.
─Vivían lo sabe y en caso de emergencia me puede localizar.
─Ya. Pero volvemos a lo mismo. Esa bruja no suelta prenda.
─Papa, en serio, llego tarde - acotó seca, era una discusión vieja entre
ellos desde hacía bastante tiempo - nos vemos en unos días. Pórtate bien.
Salió del despacho de su padre y marcó un número en su teléfono móvil.
─Vivían, concierta una reunión privada con Rodríguez, dile que es
confidencial y haz los preparativos necesarios para viajar a España en un par
de días. Ya sabes lo que tienes que hacer.
─Entiendo, no te preocupes.
─Perfecto. Házmelo saber de inmediato.
Carol colgó el teléfono con la cabeza en otro sitio. Su padre esta vez se
equivocaba. Santos era una bomba de relojería y Segarra no le perdonaría que
asesinase a su amigo delante de sus ojos. Tenía un informe encima de su
mesa sobre ese tipo, era un activo que quería en la compañía en eso estaba
con el viejo pero Santos no iba a negociar, Santos iba a cobrarse cuentas
pendientes y que su padre no lo viera, le daba la dimensión exacta de que
empezaba a ser imprescindible plantearse un relevo antes de lo previsto, su
progenitor estaba perdiendo capacidades para estar al frente del negocio. Si
de ella dependiera, Santos ya sería historia. Era un maldito hijo de puta,
sádico, que disfrutaba matando. No se engañaba, la compañía llevaba a cabo
trabajos de dudosa legalidad cuando la necesidad lo requería. Alguien tenía
que hacerlo, mejor ellos que otros. Un sujeto como Segarra con sus
capacidades paranormales, era sin duda un caballo ganador pero la manera de
conseguirlo...Eso era otro asunto.
Carol se dirigió a su propio despacho. Tenía muchas cosas que dejar
resueltas antes de viajar a España. Por un momento pensó en su...Mejor no
dejarse arrastrar por la melancolía, cuando volviera iría a verla, la echaba de
menos con locura... Se concentró en el montón de expedientes que la estaban
esperando encima de su mesa. Miró el reloj, le diría a Vivían que trajera algo
para comer, hoy no tenía tiempo para salir del despacho si quería terminar
con todo el trabajo pendiente. Se sumergió entre un mar de expedientes y el
ordenador. No fue consciente del correr de las horas. Cuando volvió a mirar
el reloj, era ya casi media tarde. Con un suspiro, decidió salir a buscarse un
perrito caliente al puesto que estaba enfrente de las oficinas. Al final, se le
había olvidado llamar a Vivían, pensó estirando sus agarrotados músculos,
saliendo del despacho con un hambre canina.

España, una semana después...

─Mamá ¿Cómo conociste a Gloria y compañía? - preguntó Alex sentado


en uno de los taburetes de la isla de la cocina, mientras Ana preparaba la
comida.
─Bueno...Es largo de contar.
─No tengo ninguna prisa - comentó con una sonrisa traviesa - no pienso
ir a ningún lado.
─Ya. Lo cierto es que Gloria es amiga de tía Sara hace más tiempo
incluso que yo y bueno...Tamsim y ella dirigen una asociación para mujeres
con problemas y se conocieron hace tiempo, se enamoraron y todo eso...El
resto ya lo sabes.
Alex miró a su madre perplejo. Eso era poder de resumen, lo demás eran
tonterías.
─Y ¿Elena?
Ana no sabía que pensar ante su repentino interés.
─Elena vive en la asociación.
Alex esperó pero al parecer su queridísima madre que siempre tenía
mucho que decir, había decidido cambiar durante su ausencia. Increíble.
─Esa asociación que dirigen Gloria y Tamsim, dices que es para mujeres
con problemas. ¿Qué clase de problemas?
─Bueno...Esencialmente son mujeres que han sido rescatadas de
organizaciones mafiosas que las obligaban a prostituirse.
Alex se quedó helado. Ana lo miró de soslayo, atenta a su reacción.
─Me estás diciendo que Elena ha sido víctima de estas redes - no era una
pregunta. De hecho remarcó cada palabra.
─No exactamente. Como te he dicho, es una asociación para mujeres con
diversos problemas... Elena tenía un padrastro que abusaba de ella y parece
ser que cuando andaba corto de dinero, la prostituía entre sus amigotes - la
cara de su hijo había pasado de estar más blanca que la tiza a un tono
ceniciento - fue rescatada con dieciséis años, ella y su hermana pequeña, no
me preguntes por la hermana porque no sé mucho. Ha vivido en los últimos
tiempos en un centro de acogida con toda la ayuda posible de un gran número
de profesionales pero con todo, me consta que intentó suicidarse al menos
una vez, cumplió hace pocos meses dieciocho años y pensaron que la
asociación que dirige Gloria, podría ayudarla. Tía Sara y yo misma,
colaboramos en todo lo que podemos, allí hacen un trabajo excepcional y
tengo mucha fe en conseguir recuperarla, por eso le dije que le hicieran llegar
la invitación para venir el día de Navidad.
Alex no daba crédito. ¡Con razón le temía! Jamás se le habría ocurrido
algo semejante.
─Del padrastro ¿Sabes algo? - preguntó con calma mortífera.
─No, supongo que Gloria tendrá más datos, sí me ha dicho algo al
respecto, se me ha olvidado.
─Creo que mantendré una charla interesante con esa mujer - vaticinó con
un brillo especial en los ojos.
Ana observó a su hijo con cierta preocupación. Sentía la ira de su hijo
bullir dentro de él. Desde hacía un par de días, sus capacidades habían
crecido. Ahora era capaz de sentir más, ya no era cuestión de ser empática, es
que casi podía ver las emociones.
─Alex cielo... Entiendo que te indigne todo esto pero ya que hablamos
sobre el tema...Tengo el presentimiento de que Elena, es más de lo que
vemos...Sí tuviera que apostar, diría que tiene alguna capacidad especial pero
aún soy una novata con todo esto...Ya me entiendes, desde el primer día que
la vi, sentí una conexión...No podría explicártelo mejor.
Alex estaba sorprendido. Su madre estaba haciendo un esfuerzo para
expresar con palabras cosas que aún no entendía.
─Tranquila mamá, supongo que de un modo u otro, nos enteraremos -
dijo restándole importancia - cuando vuelvas a ir dímelo, te acompañaré y me
ofreceré por si puedo ser de alguna ayuda.
Ana sonrió con cariño cuando escuchó a su hijo. Era un buen muchacho,
su dulce niño, se había enfadado cuando supo la triste historia de aquella
chica pero no tenía nada de qué preocuparse, después del conato de rabia que
había sentido, lo siguiente fue ofrecerse en colaborar con la asociación.
Estaba orgullosa.

¡Pensaba matarlo!
Alex estaba haciendo un esfuerzo por contener, la furia asesina que lo
desbordaba.
Le preguntaría a Gloria que sabía de aquel maldito hijo de puta. Se
encargaría de que no volvieran a hacer daño a ninguna niña más. Ni él ni los
cabrones que abusaron de Elena, saldrían indemnes.
─Alex cariño, aunque estás muy guapo con el pelo largo, supongo que
piensas cortártelo ¿Verdad?
─Lo cierto es que no.
Ana frunció el ceño. Su hijo llevaba el pelo tan largo como ella misma.
─¿Y las puntas un poquito? - insistió.
─No.
─Ya. Al igual cuando te lo pienses mejor, cambias de opinión. A las
chicas les gusta más los hombres con el pelo corto.
La sonrisa ladina que asomó a la boca de Alex, no tenía precio.
─Mamá. ¿Estás intentando camelarme con ese cuento para salirte con la
tuya?
Ana abrió mucho los ojos con expresión ultrajada.
─¡Para nada! A mí me da igual, sólo lo decía por ti pero haz lo que
quieras.
Alex se estaba divirtiendo de ver a su madre intentar salirse con la suya,
como cuando era pequeño. Alguna vez le había dicho cosas similares para
conseguir que se pusiera una ropa concreta, claro que entonces era un chaval
sin experiencia.
─Cambiando de tema - dijo molesta por no conseguir convencerlo - ayer
salí con Max hasta el parque a pasear y vi a un hombre dentro de un
coche...Juraría que me estaba espiando. Sé que suena a película de serie B y
que...
─¿Cómo era él hombre? - el cambio radical en Alex fue abrumador.
Había pasado de ser un hombre ocioso a un depredador en cuestión de
segundos.
─Bueno, no lo vi bien, estaba muy lejos, la verdad es que si no hubiera
sido por el sexto sentido, no me habría dado cuenta.
─¿Viste el coche? - insistió.
─Era grande, tipo todoterreno, negro o muy oscuro...Hablé con tía Sara y
con mi hermano y pensamos en decíroslo hoy, sé que puede sonar absurdo,
soy consciente pero mi cuerpo reaccionó como si estuviera ante un auténtico
peligro...
Alex supo por la expresión de su madre que había más.
─Mamá hay más - no era una pregunta.
Ana tenía expresión culpable. Se fue al fregadero a lavarse las manos, en
un intento por ganar tiempo y poner en orden sus ideas.
─Tuve una visión - dijo secándose las manos con un paño de cocina - te
vi a ti y a Elena con un hombre de aspecto sospechoso...a César correr con el
coche a toda velocidad y a tía Sara llorando.
Alex se quedó en silencio pensando en lo que acaba de oír. No le gustaba.
─Cuando vengan mis hermanas las informaré también para que estén
atentas.
─No sé, las asustaras y...
─Mamá...Hay una pequeña posibilidad de que ese hombre tengan algo
que ver conmigo.
El corazón de Ana empezó a latir deprisa.
─Alex, creo que va siendo hora de que me expliques qué has estado
haciendo durante estos años.
─Es complicado.
─Tu hermana tiene psicometría yo soy vidente y tú tienes telekinesia, no
me vengas con esas.
Alex se mesó los cabellos, exasperado. No tenía argumentos ante eso.

─Cuando me marché de aquí, no tenía muy claro a dónde iba a ir. Pese a
las continuas peleas con papá, él fue el que me animó a buscar
respuestas...Me dijo que en Estados Unidos, podría encontrar a más personas
como yo - sonrió con nostalgia - me dijo que Clara veía programas sobre
mentalistas y cosas así...Papá no tenía ni idea de cosas paranormales pero a
su manera intentó ayudarme, me dio dinero y me dijo que cuando me
encontrara preparado, estaríais aquí esperándome.
Ana sintió como los ojos se le anegaban de lágrimas. ¡Xavi había sabido
de su hijo y no le había dicho nada! Esos años de angustia, de padecimiento...
─Mamá no creas que te lo ocultó porque él quisiera. Yo sé lo pedí. En
aquel momento no sabía que tardaría tanto en volver y no quería vínculos de
ningún tipo, papá me dijo que si en un año no sabía nada de mí, hablaría
contigo...Murió antes de poder cumplir su promesa.
Ana lloró en silencio al recordar a su marido. ¡Había intentado entender!
Xavi sabía que ella sabía cosas, y aunque nunca se sintió cómodo, intentó
ayudar a su hijo por amor a ella, su marido se había equivocado, la solución
no pasaba por salir huyendo pero la reconfortó como nada saberlo.
─Cuando llegué a Nueva York, busqué un trabajo pero sin papeles y sin
experiencia, era complicado. El dinero se gastaba con rapidez. Conocí a un
tipo, se llamaba Maclean, era escocés, trabajaba para una compañía de
seguridad. Me ayudó a conseguir un trabajo y una vida nueva... La empresa
de seguridad en cuestión, es realmente una organización que se encarga de la
seguridad privada de cualquiera que pueda pagar sus servicios...Entre otras
cosas...- hizo una pausa valorando qué contarle a su madre - me ayudó a
formarme en las artes marciales y en la lucha cuerpo a cuerpo. Pasé a formar
parte de un comando de élite que se encargaba principalmente de rescatar
objetivos donde las fuerzas, digamos oficiales, no tenían acceso. A través de
estas disciplinas, aprendí a controlar la telekinesia... Mac lo sabía, me forzó
en una ocasión especialmente y perdí el control, después de eso, trabajó
conmigo hasta que fui capaz de estar en situaciones de máximo riesgo sin
perder el dominio. La última misión iba a ser un paseo...Yo ya había tomado
la decisión de volver a casa, tanto Mac como Rodríguez mi otro compañero y
amigo, estaban al corriente, pero...Salió mal, nos emboscaron y mataron a
uno de los nuestros...Hirieron de gravedad a Mac. El cabrón que lideraba al
equipo, decidió dejarlo allí para que muriera, lo enfrenté...Le disparó entre los
ojos...Dijo que iba a morir de todas maneras, que le había ahorrado
sufrimiento. Era mentira. Maclean tenía una herida grave pero podría haberse
salvado. Basta decir que me volví loco… Cuando volvimos, hice mi petate,
me despedí de mi amigo y me marché.
Ana no sabía qué decir. Estaba conmocionada. Su hijo, su pequeño, había
estado combatiendo. Habían muchas clases de guerras, al parecer había huido
de un conflicto interno contra sí mismo para acabar cayendo en uno de
verdad... ¡Podría haber muerto! Sólo de pensarlo se le encogía el alma. Ahora
sabía que los sueños que había tenido durante esos años viendo a su hijo
luchar, no habían sido sólo sueños. ¡Había sido real!
─En ocasiones soñaba contigo, te veía combatiendo...Parecía muy real.
Recuerdo especialmente una vez, estabas luchando con dos hombres a la vez,
otro individuo te atacó por la espalda...Grité en mi sueño, te giraste justo a
tiempo y bueno...Lo más curioso es que sentí que tú me habías oído, no
puedo explicarlo mejor…
─Recuerdo esa misión...Sentí algo...Por un momento creí escuchar a
alguien que me avisaba...tu rostro copó por un segundo mis
pensamientos...Durante días no me lo pude quitar de la cabeza, pensé que me
lo había imaginado, que realmente había sido mi subconsciente que de alguna
manera había presentido el peligro...Intenté buscar una explicación coherente
- dijo con una mueca burlona.
Ana miró a su hijo con infinita pena. El nudo que sentía en su garganta,
iba creciendo.
─¿Y ahora qué hacemos? Quiero decir que si ese hombre que vi, tuviera
hipotéticamente relación con la empresa en la que trabajabas...
Alex se empezó a reír moviendo la cabeza con cierta incredulidad.
─¿De qué te ríes?
─Porque eres única mamá, dices en la empresa en qué trabajé, suena a
algo muy normal.
Ana frunció el ceño. No le veía la gracia.
─Bien. Pues... Sí ese hombre es malo, tenemos un problema porque…
¡No te rías! Alex te voy a dar un sopapo que te voy a poner las orejas rojas -
la situación no era para tomársela a broma - la cosa es que si viene a por ti, no
tenemos la seguridad que no quiera hacer daño a cualquiera de la familia,
sobre todo si mató a sangre fría a tu amigo.
Eso era cierto. Santos era un cabrón de primera.
─No quiero asustar a mis hermanas.
─No las vas a asustar. Las vas a avisar, no es lo mismo. Tus hermanas no
son unas pusilánimes, pero si alguien quiere hacer daño a nuestra familia...-
de pronto se le ocurrió una cosa - ¿Puede ser que venga a buscarte por tus
actitudes especiales?
Alex no tenía una respuesta para eso. Todo podía ser.
─No lo sé.
─Pues entonces tendremos que barajar todas las posibilidades.
─Como digas, quiero que sepas que lamento mucho todos los problemas
que os estoy causando, acabo de llegar y sería mejor que...
─¡Ni se te ocurra decirlo! Eres mi hijo y estas donde corresponde. En tu
casa. ¡Nuestra casa!
Alex apretó los dientes con fuerza.
La puerta de la calle se abrió.
─-Hooolaaaa. Ya estamos aquí - dijo una voz risueña.
Clara apareció por la puerta con Troy trotando a su lado. Sergio la seguía
de cerca.
─Hola viejo - dijo Sergio en cuanto vio a su amigo y cuñado.
Alex le dio una palmada cariñosa en la espalda.
─¿Qué pasa? - preguntó Clara mirándolos a los dos - tenéis caras raras.
─Ahora hablamos - dijo Ana sucinta.
Clara frunció el ceño. Sergio por su parte, abrió una cerveza y con aire
risueño, se sentó en el taburete que quedaba libre. Últimamente se lo pasaba
en grande en esa casa.
Vicent apareció en ese momento, cuando vio a Clara, puso mala cara.
─Hola - dijo suave.
─Hola Vic. La comida estará en pocos minutos - informó Ana con una
sonrisa - Clara, haz el favor de poner la mesa mientras termino.
Clara hizo una mueca de fastidio.
─Me gustaría saber porqué siempre me lo dices a mí y no a tu precioso
niño.
Alex se volvió a mirarla, sorprendido.
─¿En serio acabas de decir eso?
─Pues sí. Llevas aquí un buen rato y entro yo por la puerta y me lo dice a
mí. No es justo, eso es discriminación de género.
Alex puso los ojos en blanco. Después de tantos años su hermana seguía
igual que siempre.
─Clara cielo. ¿Quieres comer? - escuchó unas risitas de Sergio - pues
deja de quejarte. Tu hermano acaba de llegar y no le toca. Pero mañana la
pondrá él - añadió Ana en honor a la justicia.
Alex se llevó las manos a la cabeza en un gesto que hizo las delicias de su
cuñado. Incluso Vicent sonrió.
Ana terminó de hacer la comida mientras los chicos hablaban sobre las
últimas trastadas de los cachorros. Vicent se quejó de que Max, dormía en su
cama, los demás se rieron sin ofrecerle ayuda, aunque por otra parte, tampoco
le puso muchas ganas.
Júlia apareció en esos momentos. Sumándose también a la conversación
contando anécdotas de Max, casi parecía un concurso de quién decía la
hazaña más grande de su perro. Vicent se limitaba a escuchar pero era
evidente que estaba pasándoselo bien.
─Mamá. ¿Cuándo vamos a casa de tu tía? - preguntó Clara con interés,
sacándola de sus lastimosas cavilaciones.
─Pensaba hablarlo con vosotras y decidir - contestó jugando con la
comida.
Después de un rato, llegaron a un acuerdo. El viernes sería el día.
─Vic si quieres, te venir puedes - ofreció Ana con sinceridad.
─No gracias. Lo que quiero decir es que...Supongo que tengo que volver
al hospital...
Ana no se lo había planteado pero tenía claro que no quería que se
marchara de su casa. Vic se quedaría con ella hasta el final. Estaba decidido.
─Bueno, yo no voy a ir - dijo Sergio - alguien se tiene que hacer cargo de
los perros, creo que somos capaces de prepararnos algo para comer decente
durante tres días. ¿Qué dices Vicent?
Vicent estaba sorprendido. Se esperaba cualquier cosa menos ese
ofrecimiento.
─Si te parece bien, me puedo venir aquí a dormir, total serán solamente
dos noches y así no te quedas sólo.
Nada más decirlo, Sergio se dio cuenta de que había puesto a su suegra en
un aprieto.
─Me parece una idea fantástica Sergio - dijo Ana encantada - así Vicent
no te quedaras sólo y yo me iré mucho más tranquila.
─Pero...Quedamos que después de Navidades, volvería al hospital -
susurró Vicent sin mirar a nadie en particular. Se notaba su incomodidad.
─Vic, no vas a volver a ningún sitio. Te quedarás aquí con nosotros todo
el tiempo que sea posible - la rotundidad de su tono, no daba pie a réplica.
─¡Eres el mejor novio que existe! - exclamó Clara con una gran sonrisa -
no todos se quedarían a cuidar a tío Troll.
─¡Clara! Te he dicho que no llames así a tu tío - dijo Ana enfadada. Alex
por su parte, soltó unas risitas que enmudecieron bajo la mirada admonitora
de su madre - Sergio te lo agradezco de verdad.
─No me cuesta - dijo restándole importancia, y lo decía en serio. No le
caía mal el hermano de Ana, vale que no había sido una persona admirable
pero él no lo había conocido entonces, y no podía conciliar la imagen del
hombre que al parecer había sido, con el ser humano enfermo y frágil que
tenía delante. Además, lo había visto acariciar a los cachorros inclusive darles
alguna chuchería cuando estaba seguro que nadie lo veía, una persona que
quería a los animales, bajo su punto de vista, no podía ser tan malo.
─Bien, pues entonces otro punto solucionado - dijo Ana resuelta - ahora
tengo que contaros algo.
Cuatro pares de ojos la miraron con interés manifiesto. Sólo Alex siguió a
lo suyo con aire indiferente, sabía lo que iba a contar
─Ayer tuve una visión diferent...
─¿Has visto ya el viaje a Egipto y sabes porque vamos a ir? - dijo
emocionada su hija pequeña interrumpiéndole.
─¡No! No he visto ningún viaje a Egipto. Clara quieres hacer el favor de
dejarme acabar por una maldita vez en tu vida - dijo exasperada.
Clara por su parte, la miró con cierto aire de frustración, no entendía qué
podía ser más emocionante que ir a un país que había sido cuna de la
civilización, estaba segura que cuando pudiera echarle la mano encima al
libro, de seguro habría alguna referencia sobre eso. Fijo.
─Bien, como iba diciendo…
Ana les narró el episodio que vivió y las visiones.
─¿Un hombre nos está vigilando? - preguntó Júlia mirando por la ventana
un tanto asustada.
─Mamá estás haciendo un lío de todo esto - dijo Alex perdiendo la
paciencia - mamá vio en su visión a un hombre peligroso e inmediatamente
después sintió un radar interior avisándola de un peligro. Fue entonces
cuando vio al tipo ese vigilándola.
Las chicas se quedaron perplejas. Ana por su parte, sintió algo parecido al
alivio, su hijo había resumido sucintamente la situación en pocas palabras.
─¿Quién puede ser y lo peor porqué? - preguntó Clara fascinada.
Ana y Alex se miraron en mudo entendimiento. A Júlia no le pasó
inadvertida ese cruce de miradas. Frunció el ceño. Había más qué no les
estaban contando.
─Alex desembucha lo que sepas - dijo resuelta.
─Como sabéis, durante estos tres años, he trabajado para una compañía
de seguridad…
Durante todo el relato, sólo se escuchaba la voz de Alex, ni siquiera
Clara, lo interrumpió para acribillarlo a preguntas. Vicent estaba perplejo y
no era capaz de disimularlo.
Cuando acabó su relato, Alex respetó el silencio que le siguió. Entendía
que sus hermanas habían vivido toda su vida muy protegidas, no estaban
preparadas para asumir realidades que para él ya eran habituales. Él tenía la
obligación de asumir la seguridad de su familia y era algo que tenía toda la
intención de hacer.
─¡Madre mía! Qué pasada - dijo Clara con cara de total sorpresa.
─Alex...Siento mucho todo lo que te ha pasado - susurró Júlia. Sabía que
para su hermano no había sido fácil.
Alex hizo una mueca burlona mirando a su cuñado.
─Yo no sé qué decirte viejo - comentó Sergio conmocionado. Una cosa
era ver películas de acción y otra, tener conciencia que efectivamente eso
pasaba en la vida real.
─Entonces puede ser que ese tío que mamá ha visto, sea de la compañía
para la que trabajabas – dijo Júlia pensativa. Alex asintió - pero no tenemos
claro el motivo aunque podemos deducir que tiene mucho que ver con tu
telekinesia - Alex volvió a asentir - pero...Mamá no tiene nada que ver,
quiero decir que si la están vigilando a ella, tenemos que dar por supuesto que
también nos están vigilando a nosotros.
Dicho en voz alta sonaba peor. Mucho peor.
─Tenemos que organizar un plan de acción - dijo Ana tomando las
riendas - en todo momento hasta que averigüemos más sobre el tema, no
iremos solos a ningún sitio.
─Lo entiendo. Pero también sería bueno hacer algún reconocimiento del
perímetro de la casa - dijo Sergio con tono reflexivo. Cuando vio que todos lo
miraban, un leve rubor inundó sus mejillas -¿Qué? Yo también veo pelis.
─Tienes toda la razón - dijo Alex - pero no quiero héroes - miró
directamente a su melliza - ese hombre es peligroso, y no sabemos si habrá
más de uno, tenemos que barajar todas las posibilidades. Sí veis algo
levemente sospechoso, llamáis a la Policía. ¿He sido claro?
Sergio asintió intentando que no se le notara lo muy impactado que
estaba. Vicent no había abierto la boca durante todo el tiempo.
─¡Eres como Rambo! - soltó Clara de golpe. Ana cerró los ojos gimiendo
- ¡Es una pasada! Quiero que me enseñes a luchar cuerpo a cuerpo, ya sabes,
técnicas de combate y todo eso... ¡Guau! Es genial, has trabajado con fuerzas
especiales y con espías... No tengo palabras...
Su melliza estaba extasiada. Pensó Alex incrédulo.
No había otra manera de describirlo. ¿Rambo? ¿En serio? Se había
pasado tres pueblos.
Sergio se rió entre dientes.
Júlia estaba entre enfadada y divertida.
─No creo que me parezca mucho a Rambo - dijo Alex con tono neutro -
no tengo la más mínima idea de cómo has llegado a esa conclusión, por
demás absurda.
─¡No es absurda! - se defendió Clara indignada - tiene todo el sentido.
Tienes habilidades especiales y eso te convierte...
─¡Era prácticamente un soldado de fortuna! - acotó levantando el tono -
¿Quieres hacer el favor de ver las cosas como son y no como quieres que
sean?
─Es lo que hago. Sólo que para mí, las dos versiones se complementan,
cobrabas por hacer tu trabajo que por otra parte tenía mucho que ver con
habilidades especiales para el combate, como Rambo - explicó empezándose
a poner a la defensiva. Se lo había dicho como un halago y el muy cretino la
trataba como si estuviera hablando con una cría de seis años.
─Ayer por la noche, tuve la sensación de ver una sombra moverse entre
los arbustos del jardín - dijo Vicent suave - también es cierto que estuve un
buen rato observado cualquier cosa que se moviera pero no hubo nada
sospechoso, así que me fui a la cama.
Alex se alarmó. Por supuesto no dejó entrever nada. Sí su tío creía haber
visto algo, posiblemente fuera verdad. Sobre todo si por la mañana, habían
seguido a su madre.
─Como ha dicho mamá, no quiero que nadie salga sólo a ninguna parte.
Ni siquiera a sacar la basura. Clara no quiero tonterías - advirtió Alex a su
melliza.
─Tranquilo, yo no hago tonterías - repuso ofendida - pero que sepas que
antes eras infinitamente más divertido.
─Mamá. ¿Has hablado con tía Sara? - preguntó Júlia.
─Si. Ayer lo estuvimos comentando.
─Y ¿Te has plantado hablar con Cesar?
─Aún no lo he decidió - confesó.
─Pues creo que se imponen algunas decisiones - Ana era muy consciente
sólo estaba intentando retrasar el momento - sobre todo si también lo has
visto en una visión que a todas luces es un aviso de algo que va a pasar.
Ana sabía que su hija tenía más razón que un santo. Otra cosa era que le
gustara. Suspiró en voz alta, demostrando lo mucho que la alteraba el tema.
─Mamá no pongas esa cara - dijo Clara con una sonrisa - sabemos que
están hechos el uno para el otro y por ende, terminará siendo tío César,
míralo de esa manera.
Júlia y Sergio se rieron entre dientes.
─Creo que...Tendrías que plantearte el tema de Elena. Esa pobre chica ya
ha sufrido más que suficiente - todos miraron a Vicent haciéndole sentir
violento.
─Tienes razón tío Vic - dijo Alex dejándolo patidifuso por el apelativo
cariñoso - pero de eso me encargaré yo.
─No veo cómo - dijo Clara - no tiene ni idea de las peculiaridades de
nuestra familia - añadió con cierta pedantería - esa chica es muy frágil y
cualquier situación puede desestabilizarla.
─No queda otra que hablar con Gloria y explicarle - dijo Ana frustrada.
─De todas maneras tienes que hablar con ella para decirle lo de la
profecía - repuso Júlia – esperemos que sea de mente abierta.
─Estamos hablando de Gloria – dijo Clara escéptica - le va a dar un
ataque de risa en un primer momento y después un tabardillo cuando sea
consciente de que es verdad.
Mucho se temía Ana, que su hija pequeña tenía razón. Gloria era de ese
tipo de mujer que no creía en nada que no fuese tangible, la única excepción
era el aire y porque lo necesitaba para vivir.
─Llamaré a Sara y organizaremos un encuentro tranquilo antes de irnos a
casa de mi tía y que Dios nos ayude.
─Yo puedo hacerme cargo de los niños - ofreció Vicent - no creo que sea
oportuno que estén presentes.
Ana agradeció el detalle de su hermano, sabía que para él era todo un
esfuerzo dada las circunstancias.
─Daría lo que fuese por ser testigo pero me conformaré con las
explicaciones a posteriori - dijo Sergio - ayudaré a Vicent a cuidar a los niños
y los cachorros - dijo con un suspiro de pesar. Clara se acercó a su novio
besándolo en la mejilla con cariño. Sergio le guiñó un ojo a su cuñado que los
miraba divertido.
─Bien, pues decidido. También se lo diré a Sara y compañía...Ya puestos
prefiero pasar sólo una vez por esto – murmuró Ana con abatimiento
Alex la abrazó con cariño. Su madre era una gran mujer que estaba
haciendo esfuerzos titánicos por hacer lo que creía, era lo correcto, aunque
eso acabara con ella.
─Entonces estamos todos de acuerdo - dijo Alex con una sonrisa
intentando rebajar la tensión que flotaba en el ambiente. Todos asintieron,
incluso Vicent - vamos a dar una vuelta Sergio y yo con los cachorros. Mamá
no me mires así, sólo vamos a salir un rato, tranquila.
Ana tragó el nudo que sintió en la garganta.
─Nosotras también vamos - dijo Clara poniéndose de pie de forma
inmediata.
Alex cabeceó, tranquilo. Sergio que se esperaba la explosión, se apartó de
los mellizos.
─¿Por qué no? - preguntó Clara cruzándose de brazos, con expresión
tormentosa.
─Porque me apetece hablar con mi amigo de cosas nuestras y no estás
invitada.
─¡Mentiroso! Vais a...a...Controlar el perímetro - no recordaba las
palabras exactas - y nosotras también somos parte del equipo. Júlia piensa
igual que yo.
Júlia puso cara de sorpresa. Pero no se le ocurrió abrir la boca, sus
hermanos pequeños tenían un temperamento de mil demonios.
─Harás lo que te diga - Alex no levantó el tono pero no dejó dudas, de
que hablaba muy enserio.
─¡Tú no mandas! ¿Quién te crees que eres? Somos adultas y capaces de
hacer cualquier cosa que hagáis vosotros - no había nada que encendiera más
rápidamente su temperamento que sentir que se le cuestionaba por ser mujer.
─Estoy convencido – murmuró Alex con indolencia - por ese motivo
confío en vosotras para que protejáis a mamá y tío Vicent, llegado el caso.
─Eso es una sucia patraña - atacó - lo que de verdad quieres es que nos
quedemos allí donde digas sin abrir la boca y est...
─¡No es un juego! - dijo interrumpiéndola - esos tíos son peligrosos
Clara. ¡Por el amor de Dios! Haz por una maldita vez lo que se te dice - acabó
exasperado - vamos a dar una vuelta, nada más - dijo más tranquilo, a su
recalcitrante melliza.
Clara apretó la boca en un gesto de tozudez pero asintió. Un suspiro
colectivo se escuchó en la cocina.

Cuando los chicos se fueron, Júlia se quedó pensativa por unos


momentos. Decidió probar su teoría.

─Mamá, he visto a Álvaro – dijo Júlia con tono casual - pensaba que se
iba a esquiar pero al parecer no ha sido así.
─No lo sabía-murmuró Ana fingiendo naturalidad. Bastante mal por
cierto.
─Me ha preguntado por ti - Júlia observaba fijamente a su madre,
mientras ésta trajinaba con los platos.
─Que amable por su parte - un leve temblor en sus manos, hizo que los
platos se golpearan entre ellos mientras los apilaba para guardarlos.
─¿Sabes? Lo he tocado.
¡Bummm!
Media vajilla estaba hecha añicos en el suelo.
Ana se quedó blanca como la tiza.
─¿Qué has visto? - susurró Ana.
Júlia se tomó su tiempo en contestar.
─¿Qué crees que he podido ver? - estaba siendo un poco cruel y lo sabía
pero algo la impulsaba a ello. Era un impacto de grandes proporciones pensar
en su madre como mujer.
─Júlia...No ha pasado nada entre Álvaro y yo. No sé lo que...No hay nada
entre nosotros y no lo va haber.
Ana tenía la cara desencajada. La había cogido de improviso y estaba al
borde mismo del llanto.
Clara apareció en ese momento.
─Quiero que sepáis que tengo unas ganas locas... ¿Qué ha pasado aquí? -
se quedó parada en la puerta de la cocina. Su madre estaba en medio de un
estropicio de platos rotos sin moverse y su hermana estaba tranquilamente
sentada mirando.
─¿Holaaaa? Repito. ¿Qué ha pasado aquí? - Ana empezó a recoger la
vajilla rota.
─Nada cielo, se me han caído los platos, eso me pasa por querer cogerlos
todos a la vez...Es culpa mía...Soy una torpe.
Clara notó que su madre estaba nerviosa, bueno, más que nerviosa. Su
hermana contemplaba la escena imperturbable, incluso diría que demasiado
serena. Algo había pasado mientras ella no estaba. ¡Odiaba que hicieran eso!
Sólo había estado fuera cinco minutos. ¿Cuántas cosas podían pasar en ese
lapso de tiempo? Al parecer muchas.
─¿Alguien me va a decir que ha pasado? Advierto. Cómo se os ocurra
decirme nada cielo - dijo con voz de falsete – juro que la lio.
Ana siguió recogiendo, intentando controlar sus nervios.
Júlia por su parte, tenía mucho en que pensar. La reacción de su madre lo
decía todo. ¿Por qué ese secretísimo? En un primer momento, le había
sorprendido pero su madre era una mujer y tenía derecho a rehacer su vida.
─Sí en algún momento de nuestro futuro tengo un secreto, juro que
aunque reviente no pienso compartirlo - dijo Clara con insidia.
─Mamá, se ha puesto nerviosa cuando le he dicho que Álvaro le manda
saludos - dijo Júlia con voz meliflua.
Ana siguió recogiendo sin pedir ayuda, cosa que aún puso más alerta a su
hija pequeña. Era incapaz de resistirse a ordenarles que hicieran esto o
aquello.
─¿Eso es todo? - preguntó escéptica - Tienes que pensar que soy imbécil
si crees que me voy a tragar que por el sólo hecho de...
Se hizo la luz.
Una sonrisa que sólo podía considerarse malévola, asomó al rostro de
Clara.
─Mamá ¿Te gusta Álvaro? - preguntó apoyándose en la silla que había
ocupado su tío antes de irse a descansar un rato.
Ana por su parte, estaba rogando al cielo para que se abriera la tierra y se
la tragara. ¡Nada la había preparado para algo así!
─No entiendo cómo puedes llegar a esas conclusiones sólo porque el
hombre me mande recuerdos.
─No te manda recuerdos. Ha preguntado cómo estabas - puntualizó Júlia.
─Es una manera de hablar.
A veces sus hijas le recordaban a unos dinosaurios pequeños con muy
mala leche que había visto en una peli, que cazaban en equipo. Pensó Ana
con torvo humor. La estaban acorralando.
─Mamá si sigues limpiando el suelo lo vas a desgastar - dijo Clara con
una sonrisa de suficiencia.
─Lo cierto es que no me ha dicho mucho más - dijo Júlia restándole
importancia. Como buena estratega, esperó a que el enemigo se relajara - ha
sido muy esclarecedor cuando me he acercado a darle un abrazo de
despedida.
Clara volvió la cabeza con tanta rapidez a mirar a su hermana, que de no
ir sujeta al resto del cuerpo, abría salido despedida por la inercia del
movimiento.
Ana resignada, se pasó las manos por el rostro sin saber cómo escapar de
esa situación. Se la había buscado sola. Decidió que era una mujer adulta y
que no tenía que dar explicaciones.
─Creo que estáis en un error de concepto. No tengo porqué deciros nada
de mi vida privada y desde luego que seáis mis hijas no os da derecho a
pedirme explicaciones de mi relación con un hombre - no bien lo dijo, fue
consciente del craso error - quiero...Quiero decir, en el supuesto caso de que
tuviera una relación con alguien...Que no es el caso... - sólo les faltaba
relamerse. Pensó Ana con acidez. Desde luego a ella no habían salido. En su
árbol genealógico tenía que haber más de un bicho, no sólo su madre iba a
ostentar tan oneroso título.
─Nadie ha dicho nada sobre relaciones con un hombre - dijo Clara sin
hacer nada por ocultar la sonrisa de oreja a oreja - Júlia sólo ha dicho que
había sido esclarecedor abrazarlo, pudiera ser porque había algo en su
pasado que resultara curioso.
─En todo caso me reafirmo en lo dicho, yo no me he inmiscuido nunca en
vuestras vidas privadas y pido el mismo trato.
─Cierto - concedió Clara con gracia - mandabas a tía Sara a hacer el
trabajo sucio.
─¡Eso es falso!
─Te recuerdo la de veces que casualmente tía Sara pasaba por la puerta
del instituto a la misma hora que acababan las clases, por ejemplo.
O...Cuando empecé a salir con Sergio como acribillaste a Alex a preguntas y
eso que lo conocías o...
─¡Ésta bien! Lo he entendido pero no es lo mismo. Vosotras erais
adolescentes que había que vigilar hasta que llegarais a la edad adulta, cosa
que yo soy. Fin de la discusión.
─Se siente muy atraído por ti, casi de manera obsesiva - Júlia lo dijo muy
suave, pero sonó como un trueno. Clara estaba encantada. Quiso mucho a su
padre, más que las demás, estaba segura, pero no quería que su madre
envejeciera sola y menos después de que tía Sara encontrara a su media
naranja. Una idea empezaba a tomar cuerpo en su mente. ¡No se besaba
porque no podía!
─Me parece muy bien - dijo Ana seca - pero eso no quiere decir que sea
recíproco.
─Mamá, sólo para que conste, si quisieras rehacer tu vida con algún
hombre, que sepas que lo entiendo, es más, me sentiría mucho mejor
sabiendo que no estás sola - dijo Clara en tono demasiado razonable - papá
murió hace ya tiempo y bueno...
─ ¡No pienso mantener esta conversación! – exclamó Ana levantando la
voz.
Las chicas cruzaron una mirada de puro entendimiento. Ana fue
consciente de ese hecho y le dio escalofríos.
─Espero que respetéis mi decisión de no inmiscuiros en mis cosas - dijo
con el tono de madre más profesional, de su arsenal.
Ninguna lo discutió milagrosamente. Ana suspiró mentalmente. Saber
que Álvaro estaba allí, que no se había marchado...Le produjo cierto
desasosiego.
No iba a darle vueltas al asunto. Había tomado una decisión, no podía
desdecirse al minuto siguiente. Tenía por delante tiempos difíciles y no había
sitio en su vida para nada más.

─Explícame por qué estamos dando una vuelta - dijo Sergio cuando
perdieron de vista la casa de su suegra.
─Quiero que estos días, estés más tiempo por aquí pero no vengas cada
día a la misma hora - dijo Alex dejando de fingir que no estaba preocupado -
tampoco vengas siempre por el mismo sitio.
Sergio asintió percibiendo la gravedad de la situación.
─Con la excusa de los cachorros, saldremos a dar paseos pero seguiremos
la misma tónica - añadió - toda cautela es poca.
─Realmente no sabemos si estamos exagerando, entiéndeme, no dudo de
las predicciones de tu madre, pero tenemos sólo eso.
─Para mí es suficiente - dijo rotundo - Santos es un maldito hijo de perra
y no descarto que esté aquí para cobrarse lo que él considera cuentas
pendientes. Puede que haya venido por iniciativa propia y no en nombre de la
compañía.
Sergio miró a su cuñado sin poder ocultar su sorpresa. Era una situación
que se le escapaba, no tenía preparación de ningún tipo. ¡Era informático!
Como no le pegara con un teclado en la cabeza no sabía cómo iba a ser de
ayuda en caso de necesidad.
─Alex... ¿Eres consciente de que no soy de mucha ayuda?
─Al contrario - dijo con seriedad – eres idóneo para vigilar. Te
infravalorará y eso nos dará ventaja - Sergio hizo una mueca burlona.
─No me infravalorará. ¡Tendrá razón! ¿Qué hago si en un momento dado
sí tuviera que enfrentarme a él? - preguntó parándose en seco.
─Correr.
¿Correr? Pensó Sergio incrédulo. Sí pensaba que lo estaba tranquilizando,
no podía estar más equivocado. Su cuñado era único dando ánimos.
─Alex... Esto no va a funcionar.
─Sergio sólo tienes que comportarte como lo haces habitualmente
poniendo más cuidado y observando. Es fácil.
─Si tú lo dices.
Habían llegado al parque y soltaron un rato a los cachorros para que
corrieran. Sergio estaba inmerso en sus pensamientos. Le encantaba los
juegos de rol y todo eso pero de ahí a pasar a ser uno de los protagonistas,
había un mundo. Estaba fascinado con todo el tema de los poderes
paranormales de su familia política y el tema de descifrar la profecía lo
seducía como nada, aunque al final descubrieran una caja roñosa con objetos
absurdos, eso le daba igual, era la búsqueda en sí lo que le atraía. Pero tener
que vérselas con mercenarios... No podía siquiera imaginarlo. No tenía las
cualidades de su cuñado, estaba en forma y le gustaba hacer deporte con
asiduidad pero reconocía que no tenía destreza en combates, claro que nunca
había necesitado ejercitarse en ese tipo de disciplinas
─Sergio no te frías los sesos pensando - comentó Alex con una sonrisa de
medio lado - yo estaré alerta y cuento con el conocimiento de saber su modus
operantis, es metódico y sigue siempre las mismas pautas.
─Estas dando por hecho que se trata de él y qué está solo - repuso
frunciendo el ceño - no puedes prever los movimientos de un grupo
preparado para ese tipo de cosas ni aunque los conozcas, ellos también
cuentan con ese hándicap.
─Por eso es prioritario que intentemos adelantarnos a cualquier
movimiento - contestó con firmeza-sí algo te llama la atención, no lo mires de
frente, te inclinas sobre el perro como si estuvieras jugando con él y lo
observas subrepticiamente, en caso de que veas que alguien se aproxima a ti,
sueltas al cachorro y haces ver que se te ha escapado haciendo todo el ruido
posible, eso los espantará el tiempo suficiente para que llegues a casa.
Sergio asintió con la boca seca. Esperaba acordarse de todo. Reconocía
que para cosas así, Clara tenía más sangre fría que él. Pero no le fallaría.
─¿Eres consciente de que tu hermana tiene más recursos de los que te
imaginas? Ella sola sería capaz de poner en jaque a todo un equipo de
mercenarios. Te doy mi palabra.
Alex sonrió con ironía. Era más que consciente. Lo temía más que a nada.
Su melliza actuaba antes de pensar y por ende era más peligrosa para la
seguridad de los demás y la suya propia. Tenía que protegerla incluso de sí
misma.
─Cuento con ello y te aseguro que me pone de los nervios no poder
prever que hará al minuto siguiente - reconoció exasperado.
Sergio se rió entre dientes. Clara era como un tonel de pólvora listo para
explotar en cualquier momento. En ocasiones tenía la sensación de vivir con
una apisonadora pero no la querría de otra forma. Era parte de su encanto.
─¿Y tú qué piensas hacer? - preguntó temiendo la respuesta.
─Darle caza.
Su viejo amigo había cambiado a más niveles de los que se apreciaban a
simple vista. Pensó Sergio. El talante bromista que siempre lo había
caracterizado, era un tibio recuerdo, no quedaba ni la sombra de su
compañero de juergas.
─No sé si quiero saber lo que piensas hacer - reconoció con una mueca
burlona.
Alex lo miró de soslayo mientras les lanzaba un palo a los cachorros.
─Tranquilo, ese cabrón no tendrá ninguna oportunidad. Además cuento
con un plan B - una sonrisa lobuna acompañó esa afirmación. Sergio levantó
las cejas a modo de pregunta - si todo lo demás falla... Le doy carta blanca a
tu novia y que se los cargue como una plaga.
Las risas de Sergio atenuaron el ambiente.
─Todo va a ir bien viejo - dijo Alex con firmeza - saldremos de esta y nos
reiremos. Te lo prometo.
No muy lejos de allí. Dos hombres estaban pendientes de los dos amigos.
Uno sentía la excitación de la caza. Casi salivaba de placer anticipado. El otro
estaba camuflado en las sombras.
─Carol lo he localizado.
─Síguelo y averigua dónde está alojado - dijo a través de la línea
telefónica.
─Ok.
─No ha informado al viejo de que ha dado con Segarra. Esto se ha
convertido en algo personal - se escuchó un sonido de frustración - odio tener
razón.
─Tenemos que neutralizarlo - dijo tranquilo pero sus ojos no perdían
detalle - y avisar a Segarra.
─Todavía no - ordenó - quiero hablar con tu amigo sin la presión de ese
hijo de perra.
Hubo un silencio.
─Te doy veinticuatro horas, después yo mismo lo informaré.
─Me parece bien. Esta noche iremos a hacerle una visita a Santos.
─Ok.

Rodríguez colgó el teléfono móvil y siguió apoyado contra el muro del


almacén entre un par de contenedores de basura. A esa hora del día daba la
sombra y quedaba un poco escorado con lo cual era idóneo para pasar
desapercibido. Desde allí tenía una vista privilegiada de Santos, estaba dentro
de un todoterreno aparcado al otro lado de la calle, en frente del parque, se
estaba volviendo negligente. Se había relajado sin controlar la zona. Carol se
equivocaba, creía que podría neutralizarlo pillándolo desprevenido y
mandándolo a casa como a un niño malo. Santos estaba obsesionado con
Alex desde la última misión. Era como si al perdonarle la vida, hubiera
accionado algún mecanismo interno desembocando una reacción en cadena.
Rodríguez se arrepentía de pocas cosas en su vida, pero una de esas pocas
cosas, era haber impedido que su amigo se lo cargara, si alguien se lo merecía
era ese cabrón, había asesinado a Maclean a sangre fría y delante de sus ojos.
El mundo estaría mejor sin esa escoria. Ni siquiera se explicaba por qué se
había metido por medio. En cierta forma, se sentía responsable. Cuando
Carol habló con él, informándole de la verdadera situación, aceptó sin dudar,
acompañarla.
De repente sintió el filo de un machete en la garganta.
─Tienes un minuto para convencerme de que no te patee el culo.
─Yo también me alegro de verte - respondió con voz grave sin moverse.
Alex soltó a su compañero al que tenía sujeto por el cuello. Cuando
Rodríguez se dio la vuelta se miraron a los ojos por un momento en señal de
reconocimiento.
─¿Cómo me has visto?
─Te he dicho muchas veces que ese maldito anillo es un faro pero tú no
haces ni puto caso - dijo frunciendo el ceño - he visto algo brillar y me he
acercado a inspeccionar. ¿Qué haces aquí?
─Santos.
─¿Lo ha mandado Patterson o es cosa suya?
─Las dos cosas. Te localizó hace tres días pero no ha informado al
respecto, nos tememos que la cosa, ha tomado un giro personal.
─¿Nos? - preguntó Alex enarcando una ceja.
─Carol está conmigo.
─¿Qué hace ella aquí?
─Proteger tu culo. Nadie sabe que hemos venido, cuando averiguó que el
viejo había mandado a Santos para hacerte una propuesta y podía utilizar
algún método de persuasión, vino a buscarme y me puso al tanto. Quiere
ordenarle que vuelva, cosa que no creo que Santos acepte de buen grado y ahí
es donde entro yo.
Alex escuchó con atención a su viejo camarada y amigo.
─No soy una niñita que necesite que la cuiden - dijo de mal humor -
puedo encargarme yo sólo de ese hijo de perra.
─Seguro. Pero no has visto a Santos a veinte metros de ti en un
todoterreno sentado, la mar de tranquilo, tomándose una cerveza - repuso
mordaz.
─¡Joder! ¿Por qué no has dicho nada? - se pasó la mano por el pelo
exasperado.
─¿Quizá porque tenía un cuchillo en el cuello? - dijo cruzándose de
brazos en actitud pedante.
─¡No me vengas con esas! Tengo a tres mujeres sin contar a mi tía a mi
cargo. Si ese cabrón se acerca a alguna de ellas...
─Viene a por ti. Te has convertido en su objetivo. Esto es algo personal
no creo que meta a tu familia por medio - dijo en un tono que pretendía ser
razonable.
─Sabes que es capaz de cualquier cosa. En los últimos tiempos se ha
vuelto más sanguinario y disfruta infringiendo dolor gratuitamente.
─Lo sé.
Alex empezó a andar como un tigre enjaulado mientras Rodríguez
observaba con parsimonia. Se volvió a mirarlo de repente con un brillo
asesino en los ojos.
─¿Sabes dónde localizarlo?
─Estaba en ello cuando te has acercado tan amablemente - dijo irónico.
─¡Mierda! - la frustración era evidente - ¿Y Carol? ¿Dónde está?
─En el hotel. Tenía algunas llamadas que hacer.
─Ahora tendremos que empezar otra vez de cero. Nos lleva ventaja.
─No exactamente. Tú sigue paseando tu culo con esos cachorros y
déjame a mí lo demás.
─Si crees que voy a quedarme al margen, es que no me conoces - dijo con
calma mortífera - esto es cosa mía.
─Eres el cebo.
Alex sabía que su amigo tenía razón pero que le partiera un rayo si le
hacía gracia. Algo le decía que no iba a ser tan sencillo. Santos quería sangre
a ser posible la suya, pero también tenía una vena sádica y disfrutaba
torturando.

Sergio empezaba a ponerse nervioso. Alex había dicho que iba a


comprobar algo y de eso hacía más de media hora. No quería llamarlo por
teléfono no fuera a ser que estuviera acechando a alguien y el sonido los
alertara. Era una escena típica de las pelis, a esas alturas, estaba seguro que se
basaban en hechos reales. ¿Cuántos agentes habrían muerto por cuál del
teléfono móvil? Seguro que más de uno. Nunca se le había ocurrido pensarlo
pero su imaginación empezaba a hacer horas extras. Pero también cabía la
posibilidad de que estuviera en peligro y necesitara ayuda, entonces no podría
coger el teléfono. Sería absurdo. ¡No sabía qué hacer! Estaba a punto de darle
una crisis de ansiedad. Si no aparecía en cinco minutos, llamaría a Clara.
Alex apareció junto a otro hombre justo cuando iba a llamar a su novia.
Guardó corriendo el teléfono con un suspiro de alivio.
─¿Dónde te has metido? Ha estado a punto de darme algo. Si me presento
en casa sin ti, Clara me despelleja - dijo alterado. Miró al otro hombre con
desconfianza. Era enorme.
─Tranquilo Sergio, he visto a un amigo y he ido a saludarlo. Rodríguez,
este es mi cuñado Sergio.
Rodríguez se limitó a asentir. Sergio que había ofrecido la mano para un
apretón, la retiró inseguro y un poco ruborizado.
─Es un viejo amigo - explicó Alex con sonrisa burlona - ha venido a
ayudarnos a cazar a Santos.
Sergio lo miraba embobado. No le gustaban los hombres pero reconocía
que ese en particular parecía un modelo más que un soldado de fortuna.
─Entiendo. Entonces ya tenemos la confirmación de que efectivamente es
él – dijo nervioso mirando al gigante - toda ayuda es bien recibida. ¿Nos
acompaña a casa de tu madre?
─En otro momento - dijo Alex evasivo - tiene prisa. ¿No es cierto? -
preguntó a su amigo.
─En efecto. Segarra, llámame más tarde.
─Seguro.
Rodríguez se marchó, sin añadir nada más. Cuando salía del parque, un
grupo de chicas se lo quedaron mirando embobadas. Alex sonrió con las
manos en los bolsillos. Rodríguez odiaba que las mujeres se echaran a sus
brazos a cada paso que daba pero era el efecto que causaba en las féminas.
Era alto casi dos metros de hombre, con un físico escultural. Tenía el pelo
negro como el ala de un cuervo, corto pero no rapado, en un estilo degradé.
Ojos azul profundo, nariz patricia y los labios carnosos pero sin ser
excesivos. Nadie los confundiría con labios femeninos, el último que insinúo
lo contrario, se llevó un bonito recuerdo y un par de costillas fracturadas.
Remataba una cara perfecta con una hendidura en el mentón cuadrado. En
resumen, parecía un modelo de alto nivel. Y su amigo lo odiaba. En una
ocasión, le insinuó que se dejara barba para que no se le viera tanto el rostro
pero cuando lo hizo, aún resultó más atractivo. Recordó momentos divertidos
a su costa. Noches de fiesta compartidas, no todo había sido malo. Lo cierto
es que guardaba muy buenos momentos de los tres juntos, echaría de menos a
Mac, había sido como un hermano mayor, cuando más lo necesitaba.
─Alex, tu amigo es peculiar pero hay que reconocer que no parece
un...Quiero decir que...Bueno, tú tampoco pareces, ya me entiendes. Tiene la
pinta de un modelo de anuncio, es lo que quería decir - Sergio no sabía cómo
explicarse sin ofender a su cuñado.
─Cuerpos de seguridad, puedes llamarnos así - dijo apiadándose de su
cuñado - no le hagas ningún comentario sobre su apariencia, no lo lleva bien -
aconsejó con una sonrisa.
─No se me ocurriría decirle ni la hora - dijo serio como un juez - puede
ser míster mundo pero el premio a la simpatía juro que no lo gana.
Alex se rió entre dientes palmeando a su cuñado en la espalda.
─Anda, vamos a casa antes de que manden un equipo de rescate - dijo
sonriendo - como tardemos más, mi hermana te hace dormir con el perro.
Sergio hizo una mueca de dolor.
─Es de ser una mala persona, burlarse de un amigo de la infancia -
murmuró mientras su cuñado lo miraba risueño.
─Cierto - admitió impenitente - te avisé hace años que te olvidaras de mí
hermana pero como en aquel entonces, ya te había sorbido el poco seso que
tenias, hoy no te queda otra que aguantarte.
Sergio gimió en voz alta fingiendo sufrimiento. ¡Cómo había echado de
menos a su amigo! Casi toda la vida juntos los había convertido en mucho
más que amigos, eran como hermanos.
─Alex quiero que seas el padrino de mi boda - dijo poniéndose serio.
Alex lo miró con emoción contenida. Sabía que se lo pediría pero
escucharle decirlo en voz alta, le había tocado la fibra.
─Por supuesto viejo. Nadie podrá impedírmelo - contestó con voz ronca -
es para mí un orgullo.
Sergio asintió contento.
Llegaron a casa casi sin darse cuenta. Los cachorros iban locos por entrar,
empezaban a reconocer el camino, y tiraban de la correa emocionados.
─Sergio, no has visto a mi compañero - advirtió Alex volviendo a
ponerse serio - llegado el momento ya lo diremos, ahora no es necesario
preocuparlas más de lo necesario.
─Saber que hay más de los buenos al igual las tranquiliza.
─Créeme, si se enteran, mi madre querrá conocerlo y tu novia lo
acribillará a preguntas y no pienso ponerme en medio ni loco. ¿Le has visto
los puños? Te garantizo que parecen mazas.
Sergio asintió. Le pareció un argumento de peso.
─Creo que pueden vivir sin saberlo - dijo estando completamente de
acuerdo con su cuñado - llegado el momento si eso ya se lo presentaremos.
Alex sonrió irónico.
─Entra tú, yo voy en un momento - dijo Alex con jovialidad.
─Vale pero si me escuchar gritar espero que entres a rescatarme en
nombre de nuestra amistad.
─Tranquilo viejo - dijo dándole una palmada en la espalda.
Alex esperó a que entrara su cuñado y cerrara la puerta para llamar por
teléfono a Santos. Esperó. Volvió a salirle el contestador automático. Ya iban
dos veces. Colgó apoyado en el porche, ocioso. Sólo se movían sus ojos.
─Te encontraré - susurró - y esta vez no te salvará ni el demonio.
Entró a la casa dejando que el calor de hogar entibiara sus huesos. Era
automático, entraba por la puerta y la sensación de paz lo inundaba
relajándolo. Desde que había vuelto, dormía como un bebé. Era como si la
casa tuviera vida propia arropándolo. Amaba esas cuatro paredes y todo lo
que representaba.
Ana estaba contemplando el anillo que le había dado su abuela tantos
años antes. Hacia unas semanas que se lo había regalado a su hija, pero una
idea se había instalado en su mente y tenía que comprobarlo por sí misma.
Nunca se lo había puesto. La cuestión es que ahora necesitaba saber, la
seguridad de su familia dependía de ello. Empezó a hacer ejercicios de
respiración para relajarse, intentando dejar su mente en blanco. Deslizó el
anillo poco a poco en uno de sus dedos. Lo notó pesado...Y caliente, curioso,
era de oro macizo pero...El calor era real. Se obligó a respirar tranquila, pensó
en sus hijos, tenía que hacerlo por ellos. El calor que emanaba empezó a
radiar a todo su cuerpo, no era desagradable al contrario pero los ejercicios de
respiración ya no le servían. Estaba nerviosa. Intentó abrir su mente…Las
imágenes de sus hijos se materializaron delante de ella. Era como una
proyección suspendida en el aire, no tenía consistencia pero se veía con
nitidez. Imaginó que sería parecido a ver un fantasma, lo veías pero no lo
veías. Sus hijas estaban en la puerta de lo que parecía un almacén, dentro su
hijo estaba peleando contra un hombre. ¡Era el mismo que había visto en otra
ocasión! Detrás de ellos había un hombre atado y amordazado, era
guapísimo. De repente el hombre que estaba luchando con su hijo sacó un
machete de la bota... ¡Desapareció! No podía ser. Necesitaba saber más.
Empezó a frotar el anillo, se lo sacó de ese dedo y lo deslizó en otro. ¡Tenía
que haber una manera de poder de nuevo conectar! Un vértigo impresionante
la cogió de improviso. Se dejó caer en la cama, no era capaz de hacer mucho
más. El mareo persistía. Supuso que provocar las visiones, llevaba aparejado
un considerable gasto de energía, ahí tendida en la cama como una damisela
en apuros, empezó a entender el poder del anillo, al menos una parte. Tenía la
cualidad de potenciar las capacidades de cada una. Su hija alcanzaba a ver el
pasado más lejano con claridad y ella por su parte, podía visualizar una
escena casi como si se estuviera desarrollando delante de ella, cierto que no
con la claridad que explicaba Júlia, pero era entendible, el pasado era
inalterable, el futuro era una ecuación por desarrollar. Empezaba a
recuperarse. Se levantó poco a poco cerciorándose de que las piernas no le
fallaran, cuando estuvo segura de que no se estrellaría contra el suelo, se
dirigió al dormitorio de su hija y volvió a guardar el anillo en su sitio. De
momento sería su secreto.
CAPÍTULO III

Estaban todos en la cocina. Y eso quería decir todos.


Ana intentaba aparentar calma pero por dentro estaba hecha un manojo de
nervios. Esa mañana había vuelto a coger el anillo. Lo había vuelto a
conseguir, pero no con los resultados esperados. Había invocado las
imágenes de sus hijos, pero vio unas montañas áridas, de difícil acceso.
Estaban en alguna parte de lo que parecía un desierto y a unos hombres
ataviados al parecer como beduinos con unas extrañas marcas o tatuajes en el
interior de la muñeca. Intentó volver a convocar las visiones pero no lo
consiguió. Al final desistió frustrada.
Almorzaron entre risas y bromas. Las anécdotas que contaba Gloria de su
reciente familia y las peripecias que conllevaba hacerse cargo de dos niños y
un perro, coparon buena parte de la comida. Cuando terminaron, ya con el
café entre las manos, la tensión en la cara de Sara, empezaba a ser evidente.
─Si os parece bien, nos vamos a llevar a los cachorros y a los niños un
rato al parque - comentó Sergio a todos en general pero a Gloria, en
particular.
─Si quieres, pero pensábamos ir esta tarde al cine y no queríamos
entretenernos mucho - explicó Gloria. Los niños sonrieron encantados
cuando escucharon la noticia.
─Creo que hoy no iréis al cine – dijo Ana caustica.
─¿Y eso? - preguntó Gloria extrañada.
─Gloria querida, queremos hablar con vosotras...Más tranquilas - dijo
Sara echándole un capote.
César estaba sorprendido, no le había dicho nada esa mañana, aunque
bien mirado, no le había dado oportunidad. Habían hecho el amor
apasionadamente. Y después para variar, habían tenido que correr para no
llegar tarde. Pero de haber querido, seguro que hubiera sacado cinco minutos
para explicarle.
─¿Yo también me voy a pasear a los cachorros? - preguntó César con
sorna.
─No. Tú te quedas - contestó Sara con una sonrisa tensa - también
queremos hablar contigo.
César enarcó una ceja cruzándose de brazos. Sara al verlo, se le aceleró el
pulso más si cabía. ¡Estaba hecha un flan! No tenía ni la más mínima idea de
cómo iba a salir aquello y si repercutiría sobre su relación.
─Vicent ¿Vas a acompañarlos? - preguntó Ana preocupada.
─Un paseo no me hará daño, hace sol - repuso el aludido con una tibia
sonrisa.
─Me alegro de que te vengas a jugar con nosotros tío Vicent - dijo María
abrazándolo por la cintura. Vicent sonrió con ternura. Esa niña se metía
debajo de la piel, quisiera uno o no.
─Pues no se hable más - dijo Sergio levantándose de la mesa - llevo el
teléfono móvil - dijo a su suegra - cuando estéis me llamáis. En caso de que
se haga un poco tarde, nos iremos a mi casa - añadió en un susurro para que
sólo lo escuchara Ana.
César lo escuchó. Empezaba a ponerse alerta. Miró a su alrededor pero
nadie parecía especialmente preocupado, excepto Sara, su pequeño dragón no
paraba de ir y venir por la cocina de forma innecesaria.
Ana se acercó a su hermano, preocupada.
─Sí te empiezas a fatigar, dile a Sergio que me llame y te voy a buscar -
le comentó dándole un pequeño apretón en el brazo. Vicent asintió, saber que
su hermana se preocupaba, le reconfortaba como nada.
─No es por incordiar - dijo Gloria arrastrando las palabras - pero esto
parece algo ensayado y los demás, al parecer no tenemos voz ni voto.
─Hay una buena razón querida, no seas impaciente - le recriminó Sara.
─Ya.
─Creo que voy a preparar más café - ofreció Ana.
─Por si a caso, trae algo para condimentarlo...Ya me entiendes - sugirió
Gloria.
─¿Cuándo dices que te traen los muebles del comedor? - preguntó
Tamsim en un intento por llenar el silencio que se había instaurado.
─En un par de semanas - contestó Ana mecánicamente.
Suspiró mentalmente. Había llegado el momento.
─Bueno, tengo que contaros algo, es una historia...Un poco especial, os
ruego que tengáis paciencia y me dejéis llegar al final.
Sus hijas le sonreían con la intención de infundirle ánimos.
─Como algunos de vosotros sabéis, tengo un sexto sentido un poco más
desarrollado...En ocasiones puedo sentir premoniciones y también tengo
sueños y visiones...
César alzó las cejas en un gesto de sorpresa total.
¿Qué algunos lo sabían? ¿Quiénes? Desde luego él no.
─La cuestión es que al parecer...Descendemos de una estirpe de mujeres
con poderes que se remontan a miles de años hasta nuestra época - hizo una
pausa para infundirse valor. Los rostros de total perplejidad, eran
indescriptibles. Pues iban apañados, no había hecho más que empezar - mi
abuela hace muchos años me dio un anillo antiquísimo, al parecer es una
reliquia familiar...A través de ese anillo, mi hija Júlia, que tiene psicometría
pudo ver...
─Perdona. ¿Psico...qué? - preguntó Gloria alucinada.
─Psicometría. Puede ver el pasado al contacto con objetos - explicó
intentando aparentar normalidad - en cualquier caso, se transportó a otro
tiempo...
─Esto no tiene sentido - replicó Gloria - no sé a dónde quieres llegar pero
creo que no es algo que me concierna. Lo siento pero creo que paso de saber
más.
─Gloria sí te interesa - dijo Sara cada vez más nerviosa. Miró de soslayo
a César, pero éste, no había movido ni un músculo.
─No veo cómo - replicó Gloria.
─La cuestión es que hay una profecía...
─¡Se acabó! - soltó Gloria poniéndose de pie - no quiero saber más. Lo
siento Ana pero no me trago ese cuento. No tengo ningún interés...
─No sabes quiénes son tus padres, te criaste en un hospicio, cuando
tuviste edad, te escapaste y te uniste a un grupo de delincuentes, a partir de
entonces, viviste robando a la gente del metro, eras especialmente habilidosa
en hurtar objetos sin que sus dueños se enteraran. Te has hecho a ti misma y
no crees en nada ni en nadie, pero tienes sueños que no entiendes y que te
transportan a otra época. Nunca se lo has dicho a nadie, ni siquiera a Tamsim
- explicó Júlia con voz neutra.
Después de eso, Gloria se dejó caer en la silla. Agarró la botella de licor y
se sirvió una generosa cantidad en su taza de café vacía. Se lo bebió de un
trago.
─Necesito algo más consistente – susurró blanca como la tiza.
Alex se levantó y fue a buscar una botella de whisky. Sin mediar palabra,
volvió a llenarle la taza. Gloria le dio un par de sorbos seguidos. Miró a Júlia
con fijeza.
─También puedo saber cosas cuando toco personas - contestó a la muda
pregunta que leyó en sus ojos.
─¿En qué nos afecta todo esto? - preguntó Tamsim también afectada ya
no tanto por lo que estaba contando Ana sino por la reacción de su mujer.
─Mi madre está intentando poneros en situación por eso ha empezado a
explicaros nuestra historia familiar - dijo Júlia con voz suave.
─Lo cierto es que os afecta una barbaridad habida cuenta de que Gloria
sale en la profecía - Sara cerró los ojos gimiendo, cuando escuchó a su
sobrina, soltar semejante bomba.
─Te has quedado a gusto. ¿Verdad? - dijo Alex en una pregunta retórica.
Las caras de todos eran un poema.
Ana por su parte, estaba haciendo ejercicios de contención, para no
saltarle al cuello a su hija.
─¿Qué salgo en la profecía? - Gloria no daba crédito.
─Creo que es mejor que nos tranquilicemos - sugirió Sara aparentando
una calma que estaba muy lejos de sentir - Gloria por favor, dale una
oportunidad a Ana - pidió a su amiga apretándole la mano en un gesto de
cariño.
─Supongo que si todo esto es cierto, nos lo estás contando por un buen
motivo - dijo César con voz pausada.
─Lo hay.
César asintió conforme. Empezaba a entender que eso no era cosa que le
hubiera podido contar Sara en cinco minutos.
─Continúa Ana - pidió Tamsim. Curiosamente, estaba tranquila.
Ana suspiró en voz alta e inspirando profundamente, empezó de nuevo.
─Bien, como os he dicho, mi abuela me dio un anillo...
Bastante rato después, todos estaban sumidos en un silencio que decía lo
muy afectados que estaban. Ana se levantó a buscar un vaso de agua. Tenía la
boca seca.
─¿Puedo ver las cartas? - preguntó Gloria con voz ronca.
─Si por supuesto. Júlia sube a buscarlas por favor - pidió a su hija -
pensaba enseñároslas de todas formas - añadió - sé que esto que os he
contado es una...Conmoción pero...Hay más.
─¿Más? - vociferó Gloria - estoy a punto del colapso nervioso y me
dices...qué aún hay más...
Clara sonrió ante las palabras de Gloria, se lo estaba tomando
verdaderamente bien.
─Creo que ahora me toca a mí, explicaros la segunda parte - dijo Alex,
con una nota burlona en la voz - yo también tengo como os ha dicho mi
madre, facultades especiales...
─Por favor hijo...No hagas el numerito del cuchillo - rogó Ana
interrumpiéndole. Más de una ceja se alzó ante esas palabras.
─¿Numerito del cuchillo? - preguntó César obviamente interesado.
Alex hizo una mueca.
─Digamos que cuando apareció la telekinesia, no sabía cómo controlarla
y cuando perdía el control por un acceso de ira, también perdía el control
sobre ella - explicó recordando algunos momentos de su juventud - no soy
famoso precisamente por ser mesurado.
Unas risas por parte de su melliza, acogieron sus palabras.
─Yo sí que quiero verlo - dijo Gloria con interés - de momento sólo tengo
tu palabra y el numerito de tu hija de adivinadora de...
En aquel momento un cuchillo voló por la cocina, a una velocidad
vertiginosa clavándose con un golpe seco en el centro de la mesa. El
sobresalto fue común a todos ellos, incluso César no pudo evitarlo. Pero Alex
no había acabado. Muy suavemente, la silla donde estaba sentada Gloria,
empezó a levitar.
─-¡Aaaaahhh! - gritó Gloria cogiéndose con fuerza a la silla - ¡Alex
cuando me bajes te pienso sacar los ojos y me voy a me...
─¡Gloria! - gritó Sara advirtiéndola - ni se te ocurra seguir y tú - dijo
mirando a su sobrino - bájala de inmediato - su sobrino la miró con un brillo
sospechoso en los ojos - Alex, ni se te ocurra - dijo leyéndole el pensamiento
- despacio o te pongo las orejas rojas.
Alex se carcajeó al escuchar la amenaza pero hizo lo que le dijo su tía.
Ana por su parte se llevó la mano a la frente frotándola con ahínco. Iban a
acabar con ella. Estaba segura de que había sido en otra vida, un bicho. No
había otra explicación posible. Ella que estaba intentando explicar las cosas
de forma tranquila...Se le había escapado la situación de las manos.
─Podrías habérmelo hecho a mi - refunfuñó Clara - ¡Tiene que ser genial!
─¿Genial? Niña tu deliras - farfulló Gloria cuando sintió otra vez el suelo
firme - no tenéis un sólo gramo de cordura en esta casa.
─¿Qué pasa? - preguntó Júlia con la caja de madera entre las manos. Los
demás se volvieron a mirarla como si no supiera de donde había salido - ¿Me
he perdido algo interesante?
─¡Oh! Nada - dijo Clara con voz casual - Alex ha hecho el numerito del
cuchillo aunque mamá le ha pedido que no lo hiciera y después para más inri,
ha levitado a Gloria con silla y todo - acabó diciendo, con una gran sonrisa
pintada en la cara.
Júlia observó la cara desencajada de Gloria y la expresión de inocencia de
su hermano, se suponía que había madurado, él muy cretino se lo estaba
pasando en grande.
─Supongo que ya les has explicado que tienes a un grupo de mercenarios
detrás tuya por el tema de la telekinesia y a un psicópata asesino buscando
venganza ¿Verdad? - apuntilló Júlia con voz melosa.
En ese momento estalló el pandemónium. Gloria soltó una diatriba capaz
de hacer sonrojar a un marinero, Ana estaba intentando que se la tragara la
tierra, Tamsim intentaba tranquilizar a su mujer con escaso éxito aunque ella
misma no estaba en mejores condiciones, Sara miraba con auténtico pánico a
César que a su vez no le quitaba ojo a Alex que se mantenía calmado. Clara
giraba la cabeza a un lado y al otro para no perderse nada.
─Hermanita, va a ser difícil superarte - aseveró Alex con sorna - a no ser
que levante la casa de sus cimientos.
─¡Ni se te ocurra Alejandro Segarra! - gritó Ana como una energúmena -
¡Hasta aquí hemos llegado! Esto no es un juego. Tenemos un problema
importante que implica a demasiadas personas y no pienso tolerar más
tonterías. ¿Me he explicado con claridad? - dijo poniéndose de pie y
mirándolos con acritud - ¡He dicho si me he explicado con claridad! - repitió
severa. Todos sus hijos asintieron con cara de arrepentimiento. Cuando
estuvo conforme con lo que veía, centró su atención en Gloria – no sabemos
qué papel juegas tú en todo esto pero concuerdas a la perfección con la
profecía. El viernes vamos a ver a mi tía. No sé a dónde nos llevará todo esto
pero mis hijos se merecen saberlo y de paso, puede ser que tú descubras de
dónde vienes y porqué estás vinculada a nosotros.
Gloria la miraba con ojos vidriosos. Los pilares de sus creencias, se
estaban desquebrajando. Jamás creyó en nada que no fuese tangible...Hasta
ahora. Las aletas de su nariz, estaba dilatadas, respiraba superficialmente y
estaba segura que nunca había estado tan cerca de convulsionar, como en ese
preciso instante. Se moriría antes de reconocer, que estaba teniendo un ataque
de pánico.
César que había mantenido una calma asombrosa durante todo el tiempo,
sí fue consciente del mal momento por el que estaba pasando la pelirroja. Sin
muchos miramientos, le sirvió una generosa cantidad de whisky. Se lo bebió
de un trago. Esa mujer tenía el estómago de un tabernero. Volvió a rellenarle
el vaso y él mismo se sirvió en la taza de café, una cantidad similar. Cuando
sintió, que sus propios nervios, volvían a una situación cercana a la
normalidad, no aspiraba a más, decidió preguntar.
─¿En qué nos afecta el tema de los mercenarios y que tenemos que
hacer? - preguntó mirando de frente a Alex - supongo que tienes un plan.
Alex asintió, se había dejado llevar por un momento pero entendía que la
situación no era para bromear. Después se disculparía con su madre.
─Mamá, explícales tus últimas visiones - pidió Alex suave.
Ana por su parte estaba planteándose seriamente servirse ella una copa.
No aguantaba mucho el alcohol pero sabía Dios que lo necesitaba.
─Tuve un par de visiones sobre un tipo de aspecto peligroso...
Relató las imágenes que había visto y la implicación de Elena y César.
Intentó ser lo más explícita posible. Tenían que entender que la situación era
peligrosa.
Cuando acabó, Alex tomó el relevo y explicó su parte. No se dejó nada,
incluso los detalles fueron narrados, aunque de manera sucinta. Cuando
acabó, César dejó escapar un silbido.
─Entonces dices que ese tipo, pretende llevar a cabo una venganza
personal y que nos utilizará a nosotros - Alex asintió con gesto grave.
César estaba impactado. La primera parte de la historia era sencillamente
increíble pero saber que un psicópata andaba suelto...
─Elena es una persona muy frágil - susurró Tamsim con angustia - se está
recuperando poco a poco. No necesita vivir otra pesadilla en su vida...Sí se
cumple tus visiones - dijo angustiada - podríamos perderla para siempre.
─El futuro aún hay que escribirlo, podemos cambiarlo, pero si no
hacemos nada, es muy probable que ocurra tal y como lo he visto.
─Tenemos que protegerla - dijo Gloria con fiereza - nos la traeremos a
vivir con nosotras un tiempo hasta que todo esto se aclare - Tamsim asintió.
Gloria apretó la mano de su mujer en un intento por tranquilizarla, sabía lo
mucho que esa chica le preocupaba.
─Creo que tendremos que idear algún plan - dijo César meditabundo - no
sabemos dónde localizarlo y no tenemos ni idea de cuándo piensa atacar.
Alex se planteó tranquilizarlos, esas personas no tenían ni idea de cómo
proceder ante una situación como aquella.
─Han venido un par de compañeros para ayudarme a darle caza - su
madre y sus hermanas lo miraron con sorpresa - si os hemos contado todo
esto es para que vayáis con cuidado, sinceramente creo que daremos con él
mucho antes de lo que imagináis pero mientras tanto, es necesario que sigáis
unas pautas de comportamiento.
─¿Qué clase de pautas? - preguntó Gloria.
─Son básicas. No hagáis siempre el mismo recorrido, no salgáis a las
mismas horas, no vayáis a ningún sitio solas y sobre todo, si veis a alguien
que se acerca vosotras y no lo conocéis, correr e intentar llamar la atención.
Todos se callaron asimilando esas palabras. Tenían sentido pero los hacía
muy conscientes del grado de vulnerabilidad que eran objeto.
─¿Esos amigos tuyos donde están? - preguntó Clara con interés.
─Eso no importa - contestó Alex evasivo - nos haremos cargo de la
situación, vosotros sólo estar atentos.
Gloria observó la caja de madera con desagrado.
─Sólo una cosa más. ¿Qué pinta Elena en todo esto? Quiero decir que no
es familia vuestra y al margen del otro día que vino a comer, no tiene relación
con vosotros - era razonable la pregunta.
─Me temo que no tengo ni idea - confesó Ana - sólo se lo que he visto.
Yo también me sorprendí porque no entiendo la conexión.
─No tiene porqué - dijo César pensativo - si está desequilibrado no
necesita una explicación lógica, sólo la oportunidad. Creo que es buena idea
que se vaya a vivir con vosotras durante un tiempo pero no creo que sea
necesario explicarle los motivos. Al menos no de momento - Gloria lo miraba
sin pestañear. Ahora tenía una familia a la que proteger y no tenía ni idea de
cómo hacerlo - Gloria, yo me sumaré a las tareas de vigilancia. Los niños
estarán protegidos en todo momento.
─Gracias - dijo con humildad - significa mucho para mí...
César asintió entendiendo que no tenía que ser fácil para una mujer como
ella, encontrarse en una situación de pérdida de control. Sara lo miró
formando la palabra "gracias" con los labios.
─Supongo que cuando me abordaste en el restaurante aquel día y me
dijiste que sabías que las cosas entre Sara y yo irían bien, te referías a esto -
dijo con ironía.
Ana no esperaba un comentario así. Una sonrisa triste asomó a sus labios.
─Algo así - reconoció encogiéndose de hombros.
─Y mi perro...también lo viste. ¿Cierto?
─Cierto.
─Ya.
─Lo cierto es que fue divertido, cuando mi madre nos explicó la situación
y el mal rato que pasó... - comentó Júlia con una trémula sonrisa.
─Me lo supongo - contestó César.
─Creo que no quiero en estos momentos, leer las cartas - dijo Gloria
bajito.
Sara sintió un pellizco en la zona cercana al corazón. No estaba
acostumbrada a ver a su amiga de esa manera. Era una mujer de carácter
fuerte y segura, que se sentía a gusto consigo misma.
─No te preocupes querida - dijo con ternura - las cartas seguirán aquí y
puedes leerlas cuando quieras...O cuando te sientas preparada.
─Yo sí quiero verlas - dijo Tamsim. Sara no pudo disimular el gesto de
sorpresa.
─Por supuesto - dijo Ana. Intentó desclavar el cuchillo de la mesa
mirando a su hijo con mala cara - si vuelves a hacer esto, te descoyunto -
replicó forcejeando con el maldito cuchillo. Al final César, se apiadó de ella y
lo sacó aparentemente sin esfuerzo. Alex alzó una ceja con sonrisa burlona.
Tamsim dejó las cartas con mucho cuidado encima de la mesa y clavó la
mirada en Ana. La expectación era palpable. César alargó la mano cogiendo
aquellas hojas, amarillentas por los años.
─Hace muchos años, cuando era pequeña, había una leyenda que
contaban los ancianos de mi aldea. Hablaban de un rey muy poderoso, que
vivió hacía muchos años en unas tierras lejanas. Había amado mucho a una
esclava. Ésta mujer, tenía el cabello muy largo del color del amanecer...Y sus
ojos eran verdes como el jade. Se enfrentó a los Dioses por ella y estos lo
castigaron con plagas y sequía a su pueblo. Un hombre de su confianza, lo
traicionó y herido de muerte, huyó a las montañas, donde murió. Desde
entonces, su espíritu vaga por las llanuras desérticas...Esperando a su gran
amor. Muchos hombres buscaron sin descanso su última morada...Decían que
se llevó con él, fastuosos tesoros y secretos que sólo conocían unos pocos
elegidos. Era hijo de un Dios y tenía los poderes de su padre...El que se
hiciera con ellos, dominaría el mundo, pero sólo un descendiente de la mujer
que amó más que a su propia vida, encontraría el lugar secreto donde
descansaría hasta que volvieran a reencontrarse...Su más leal servidor, fue el
que lo llevó a riesgo de su propia vida hasta su lugar de descanso donde lo
veló hasta su propia muerte, sus descendientes siguieron sus pasos
custodiando el lugar...Esperando el día que viniera el elegido y cumpliría la
profecía, uniendo a los dos espíritus en una misma alma. Lo
reconocerían...Porque iría acompañado por un descendiente del siervo que lo
ayudó...éste...Llevaría la marca de los Dioses. Un ojo de cada color.
Decir que se habían quedado sin palabras, era decir poco. Gloria estaba
más blanca que la tiza, resaltando aún más si cabía, sus dispares ojos. Ana
intentó en dos ocasiones hablar pero no encontraba las palabras y cerró la
boca sin emitir un sonido.
─Por supuesto esto es una leyenda...Sólo que tiene similitudes con tu
historia familiar...Demasiadas - añadió Tamsim en un susurro.
─“Cuando se una el pasado y el futuro, cuando lo inamovible sea alzado,
cuando la pecadora de dos colores se funda y la guardiana del libro se abra
al conocimiento. Sólo entonces os será revelado el lugar del descanso eterno.
Sólo entonces se unirán la sal y la arena y el final será el principio” - recitó
César con voz ronca. Estaba alucinado y no podía fingir lo contrario. Era lo
más increíble que le había pasado en toda su vida.
─¡Es una pasada! - gritó Clara emocionada - ¿No lo veis? Tenemos ante
nosotros una aventura por la que muchos darían su mano derecha. ¡Vamos a
descifrar la profecía y cumpliremos la leyenda! Es...es... ¡No tengo palabras!
Somos unos privilegiados, el destino nos ha unido y tenemos todas las piezas
para hacer el viaje de nuestras vidas.
─El libro nos revelará espero, las respuestas a todo lo que desconocemos
- dijo Ana, bajo los efectos de la historia que había contado Tamsim.
─¿Por qué no me habías contado eso antes? - inquirió Gloria mirando
ceñuda a su mujer.
─Sinceramente ni me acordaba, era un cuento que nos narraban a los
niños al rededor de la hoguera antes de irnos a dormir - dijo defendiéndose de
la mirada acusadora de su pareja - era una bella historia de amor eterno y de
tesoros... ¿En qué momento te la cuento? ¿Antes de irnos a dormir para que
tengas felices sueños? - preguntó mordaz.
Se escucharon risillas, que ayudaron a suavizar el ambiente. Gloria hizo
una mueca burlona consciente de lo absurdo de su pregunta.
─Déjame leer esa maldita profecía - dijo Gloria recuperando su talante
habitual.
─Entiendo que el pasado y el presente, sería la unión de vuestros...De
vuestras capacidades juntas - conjeturó César en voz alta mirando a Ana y a
su hija mayor - lo inamovible sea alzado... Sin lugar a dudas habla de tus
habilidades - dijo a Alex. Éste asintió atento a su razonamiento - perdóname
Gloria - dijo con una mueca - pero la pecadora de dos colores... Creo que
hace referencia a ti, si seguimos esta línea de razonamiento y la guardiana
del conocimiento, por lo que habéis contado, eres tú Clara - está asintió
emocionada - sólo cabe averiguar si el libro que tenéis que ir a buscar, os
revelará el lugar del descanso eterno, en caso de que sea así... - se quedó
mirando a todos que a su vez lo observaban sin parpadear - tenéis ante
vosotras un viaje a Egipto para unir la sal y la arena - declaró arrastrando las
palabras - signifique lo que eso signifique.
─Estoy de acuerdo - musitó Júlia.
─No sabemos si realmente tenemos que ir a Egipto - declaró Ana con un
deje de duda.
─Para mí es evidente - dijo César - todo y que no soy un experto, las
señales están ahí - dijo haciendo un ademán señalando las cartas que seguían
en poder de Gloria - siempre he pensado que las leyendas tienen una base real
que con los años se han ido diluyendo - la referencia a la fábula que había
narrado Tamsim, estaba implícita.
Alex asintió meditando su razonamiento, había llegado a la misma
conclusión.
─Estoy de acuerdo. No sé si tendremos que ir a Egipto pero desde luego,
puedo vaticinar aunque no sea el vidente de la familia, que haremos un viaje
en nuestro futuro inmediato - dijo Alex con ironía.
Ana seguía dándole vueltas a todo lo que se había dicho y a sus propias
visiones que había decidido, no compartir con su familia.
─He tenido en dos ocasiones visiones de unas montañas rojizas y de unos
hombres con un dibujo o tatuaje en la parte interna de sus muñecas derechas.
Todos los ojos se centraron en ella.
─¿Cuándo pensabas compartir esa información? - preguntó Clara
frunciendo el ceño.
─No creí que en estos momentos tuviera mucha importancia - confesó
encogiéndose de hombros - tampoco tenía muy claro que ayudara desvelarlo,
sobre todo cuando la última vez que vi algo parecido a un desierto, os
volvisteis locas planeando un viaje al más puro estilo Indiana Jones – añadió
con toda intención.
César dejó escapar una carcajada, con un brillo de puro regocijo en los
ojos.
─Me lo puedo figurar - soltó impenitente ante la mirada de agravio de su
amante.
─¿Habías visto dices en otras ocasiones imágenes del desierto? - preguntó
Gloria.
Ana asintió. Gloria tenía la mirada perdida, su mente analítica iba a mil
por hora.
─En todo caso yo no puedo acompañaros, tengo una familia que me
necesita.
─¡Tienes que venir! - dijo Clara sin poder creerse lo que estaba
escuchando - lo has oído, eres parte esencial en todo esto. Te necesitamos.
Gloria apretó la boca. No estaba dispuesta a irse en pos de una leyenda
sin más, dejando a Tamsim y a los niños abandonados.
─Gloria, aunque nunca me lo has dicho, sé que siempre has deseado saber
de dónde vienes - susurró Tamsim acariciándole el brazo en un gesto
cariñoso - tienes la oportunidad de conocer tus raíces, aunque sean muy
lejanas - buscó su mirada - cariño, yo estaré aquí esperándote.
Gloria miró al amor de su vida con el corazón en los ojos.
No era mujer de demostraciones cariñosas en público pero aun así no
pudo sustraerse a la necesidad, de acercarse a su mujer y besarla suavemente
en los labios.
─Te quiero - susurró.
─Lo sé. Por eso quiero que vayas a buscar respuestas. No todos los que
han crecido sin familia, tienen la oportunidad de conocer los orígenes de sus
ancestros.
─Bueno...En honor a la verdad...No sabemos sí donde sea que vayamos,
están sus raíces - se vio obligada a decir Ana. No quería engañar a nadie ni
que se auto engañara por la necesidad de llenar un vacío en su vida.
─Estoy convencida - respondió Tamsim con firmeza-si unimos las dos
historias, es muy posible que ella sea descendiente del siervo que ayudó al
faraón, creo que necesita comprobarlo por sí misma, le pesará toda su vida si
no lo hace.
─Opino lo mismo - terció Alex - Gloria juegas un papel importante, no
nos engañemos pero no es sólo un viaje para entender nuestra propia historia,
también es para ti, un viaje de descubrimiento.
─¿Cuándo decís qué vais a buscar el dichoso libro? - preguntó sin
comprometerse.
─El viernes. Ya tenemos los billetes y ya se lo he comunicado a mi tía –
explicó Ana.
─Quiero saber más - dijo sin dirigirse a nadie especial - no voy a ir a un
país donde hay toda clase de bichos alejándome de la civilización y del agua
corriente, sin motivos fundados.
César amagó una sonrisa. Gloria iba siempre espectacular. Su manicura
era perfecta y parecía que acabara de salir de un salón de belleza. Le
encantaría verla con botas y sudando como una cerda. Lástima que él no iría
en ese viaje.
─Estoy de acuerdo contigo querida - soltó Sara sonriendo - tenemos que
tener toda la información posible. Además habrá que cuadrar las fechas para
coincidir todos.
Las alarmas se encendieron dentro de César. ¿Todos? ¿Quiénes?
─Ejem... Cuando dices todos. ¿Exactamente a quien te refieres? -
preguntó escrutándola con la mirada. Sara alzó las cejas en una mezcla
curiosa de sorpresa y culpabilidad.
─Bueno...Está claro que si Ana va a Egipto yo...Me comprometí a
acompañarla, fue antes de conocerte, mucho antes-terminó balbuceando.
César se cruzó de brazos. Volvió a pensar que esa mañana nada lo había
preparado para el giro que estaba tomando su vida.
─César no quiero que te sientas obligado pero si al final vamos a alguna
parte, todos estáis invitados a acompañarnos – dijo Ana sin tener muy claro
nada - lo cierto es que si resulta que Egipto es el final del viaje, ir
acompañadas de algunos hombres, sería una gran idea. No es un viaje
turístico y no sabemos dónde vamos a meternos.
─Yo...Me gustaría que vinieras, por supuesto entiendo que es toda una
sorpresa y que no lo hemos hablado pero...
César la acercó aplastando su boca contra la de ella. Fue un beso rápido
pero sin duda era un claro mensaje.
─Estoy de acuerdo con Gloria - dijo sin soltar a Sara a la que seguía
rodeando con un brazo - necesitamos toda la información posible y planear el
viaje con sumo cuidado.
Cuando Sara procesó sus palabras se abrazó a su cuello con un grito de
puro regocijo. César la apretó contra sí besándola en la sien. No tenía la
menor intención de perderla de vista.
─Me alegro de contar contigo - confesó Alex - cuando dispongamos de
más datos, habrá que hacer un reconocimiento de la zona y averiguar qué
clase de gente vive en aquel lugar. No es lo mismo un viaje turístico que una
incursión en territorio desconocido.
César asintió. Sería toda una aventura, en el más amplio sentido de la
palabra.
─Estoy encantada - confesó Clara - estoy deseando de contárselo a
Sergio. Que sepáis que él también vendrá - Alex sonrió con cinismo. Su
amigo no tenía ni idea de nada pero su novia ya tenía claro que los
acompañaría, él personalmente no tenía ninguna duda al respecto.
─Bien, pues creo que hay poco más que añadir - dijo mirando a todos -
cuando vengamos de casa de mi tía abuela, nos reuniremos para empezar a
despejar incógnitas, Dios quiera que el libro guarde todas las respuestas -
rogó Alex con una mueca burlona - y en relación al tipo que nos acecha,
recordar lo dicho. Será cuestión de días neutralizarlo, mientras tanto, seguir
las pautas que os he dicho - Alex paseó la mirada por los rostros de todos, no
quería que quedara ninguna duda. Daría caza a ese cabrón y pasaría a ser
historia.

Tenía reunión familiar. El muy hijo de perra, estaba disfrutando de una


comida con todos sus seres queridos. Se había acercado todo lo posible. Las
mujeres que habían llegado de la mano con un par de críos, tenían toda la
pinta de ser un par de lesbianas. La mulata tenía un polvo. Lástima. Seguro
que un buen revolcón la curaba. Disfrutó imaginándoselo. Las otras mujeres,
eran su madre y sus dos hermanas. Había otra tía que estaba buena a pesar de
tener ya una edad. Eran las mejores, solían saber cómo complacer a un
hombre. Estaba con un tipo bastante corpulento, mejor evitarlo, se le acababa
el tiempo y no quería perderlo peleando con alguien, al que no conocía. Pero
no había rastro de ninguna fémina que tuviera relación con Segarra. Al menos
ninguna que conociera hasta ahora. Había alquilado un almacén a las afueras
del pueblo, tenía pensado llevarse a la zorra que se estuviera follando y
disfrutar un rato con ella antes de acabar con él pero si no, se llevaría a
alguna de sus hermanas, servirían igual. Lo humillaría antes de obligarlo a
suplicar por su vida, sólo de pensarlo, estaba duro como una piedra. Iría a
visitar a la putita que había localizado en el pueblo de al lado. Era sumisa y
por unos pocos billetes, no le importa aguantar un poco de sexo duro. La otra
noche terminó llorando asustada pero le había proporcionado tanto placer que
le había pagado el doble de su tarifa, tendría unos pequeños moretones para
recordarle una temporada. Sonrió al recodar sus gritos. Tenía pensado
regalarle otros pocos antes de marcharse, tenía unas tetas impresionantes. Los
siguió vigilando, la putita podía esperar. Al poco rato vio salir a la madura
con el hombretón. Al cabo de poco tiempo, llegaron los niños con la pareja
de una de las hermanas y un hombre mayor de aspecto enfermizo que sabía,
era su tío. Poco después los vio salir a todos juntos, sólo quedaron en la casa,
la madre y el tío, Segarra también se fue con sus hermanas y los malditos
perros, eran cachorros pero se habían percatado en un par de ocasiones de su
presencia. Se acercó un poco más a la casa, la madre le estaba ofreciendo un
vaso de leche al tío enfermo junto con unas pastillas. Sería tan fácil entrar en
esos momentos y acabar con los dos, pero eso sería demasiado rápido. Quería
prolongar su sufrimiento, que imaginara que tenía alguna posibilidad de
salvarlos para después aplastarlas, sí, eso era infinitamente mejor. Pronto
obtendría su venganza. Muy pronto.
Unos pasos amortiguados lo alertaron. Estaba demasiado cerca de la casa,
delante de él la zona estaba despejada, unos seis metros de césped hasta la
acera, había oscurecido pero aún así, no quería correr ningún riesgo. Se
agazapó entre unos arbustos debajo de la ventana de la cocina, esperó.
Pasaron los minutos y no se escuchaba nada. Empezó a relajarse, años de
entrenamiento y escaramuzas lo habían vuelto susceptible. Allí sólo estaba él.
Una mueca burlona deformó su boca. Empezó a alejarse entre las sombras
cuando algo cayó sobre él con la fuerza de diez hombres.
─¡Rodríguez! Hijo de puta. ¡Te mataré! - masculló Santos con los dientes
apretados.
Se enzarzaron en una lucha cuerpo a cuerpo. Rodaron por el césped entre
intrincadas llaves de lucha, destinada a noquear al contrario. Curiosamente,
no emitían sonido alguno.
─Entrégate Santos - dijo Rodríguez con calma mortífera - aún no has
hecho nada, podemos arreglarlo, Carol está conmigo, le dirá al viejo que no
hemos localizado a Segarra - el agarre de su poderoso brazo en el cuello de
Santos, era letal.
─¡Y una mierda! Segarra es mío - su cara era una mueca grotesca,
marcada por el odio más visceral - ese hijo de perra va a sufrir y después lo
destriparé - dijo soltándose con pericia.
Sacó un machete de la bota de su pie derecho. Rodríguez se tensó alerta.
Santos era letal con un arma blanca. Él también llevaba uno que desenvainó
lentamente de su funda.
─Tendrás que destriparme también a mí - murmuró con voz profunda,
mientras daban vueltas lentamente, midiéndose.
─Será un placer - dijo con una sonrisa cargada de odio - me caes bien
Rodríguez, te mataré rápidamente. Es lo menos que puedo hacer por un
colega.
Rodríguez lo miraba a los ojos sin pestañear. Sabía que era cuestión de
segundos que saltara sobre él. Había perdido su oportunidad cuando Santos,
se soltó de su llave. Ahora no le quedaba otra que luchar a muerte. Menos
mal que ese pueblo estaba medio muerto porque era todo un espectáculo ver a
dos hombres luchando en el jardín delantero de uno de sus vecinos. Pero la
noche los cobijaba, como en muchas otras ocasiones.
En el momento que Santos saltó sobre él, un halo de luz en el porche de la
casa de Segarra, lo despistó. Momento que aprovechó su ex compañero, para
asestarle un buen tajo en el costado, si no se aparta, lo destripa allí mismo.
Todo sucedió muy rápido. Santos se volvió una milésima de segundo para
contemplar a la mujer que los miraba con los ojos dilatados de horror y salió
corriendo. Rodríguez por su parte, se puso de pie aguantándose el costado e
intentó hacer lo mismo.
─¡Joven! - llamó Ana - creo que es usted amigo de mi hijo...Y por lo que
veo, está herido, pase que lo curaré - Rodríguez disimulo su sorpresa lo mejor
que supo, esperaba que se pusiera a gritar como una histérica. Estaba visto
que esa mujer no tenía ni un poco de seso. ¿Cómo sabía que él era de los
buenos?
─Señora no necesito ayuda, entre en la casa y olvide que me ha visto -
gruñó de mal humor. La maldita herida dolía como mil demonios. La sangre
le caía por entre los dedos. La sentía caliente y pegajosa, tenía que llegar
hasta el hotel lo más rápido posible antes de desmayarse por la pérdida de
sangre.
─Tonterías - dijo bajando los tres escalones que los separaban - no admito
discusiones - lo agarró suavemente del otro brazo y tiró de él instándole a que
la siguiera - me llamo Ana y soy la madre de Alex y puedo ayudarle...
─¡Ya sé quién es mujer! - vociferó enfadado - pero usted no sabe nada de
mi - la miró con intención de intimidarla. Ana por su parte le devolvió la
mirada sin pestañear. Tenía que reconocerle que tenía temple.
─Mire, sé que es uno de los amigos de mi hijo y que ha venido a ayudarle
porque de lo contrario no estaría con una herida abierta intentando
convencerme de que vaya - explicó con agudeza - por cierto, eso pinta mal y
con lo grande que es usted, si se desmaya aquí, no me veo con fuerza para
arrastrarlo hasta dentro.
─No me voy a desmayar - dijo Rodríguez masticando las palabras.
─No sabe cuánto me alegro. Ahora entremos para que pueda curarlo.
Rodríguez la miró un momento evaluándola. Al final asintió con un
brusco movimiento de cabeza y se dejó llevar hacia el interior de la vivienda.
Cuando entraron, Ana lo llevó a la cocina todavía cogido del brazo.
─Siéntese - dijo con voz profesional - ¿Cómo dice que se llama? -
preguntó mientras iba al botiquín que guardaba en uno de los armarios de la
cocina.
─No se lo he dicho - contestó tomando asiento despacio. La herida era
peor de lo que pensó en un principio. ¡Mierda!
─Ya. Pues si no quiere que lo llame por algún apelativo cómo... - lo miró
de soslayo mientras rebuscaba en el botiquín - ojos azules, o...
─Rodríguez - masculló.
─Eso está bien pero me refiero a su nombre. ¿Tendrá uno verdad? Seguro
que su madre le puso uno muy bonito.
Rodríguez la miró torvamente. Estaba desangrándose en su cocina y lo
único que le importaba era el maldito nombre que le había puesto su maldita
madre.
Ana levantó la vista mirándolo con toda intención.
─Raúl, me llamo Raúl - una sonrisa serena apareció en el rostro de Ana.
─Encantada de conocerte Raúl. Bien. Vamos a ver qué tienes ahí.
Se acercó con unas gasas, al levantar la camiseta, se dio cuenta de que era
mucho más grave de lo que pensó en un principio. Necesitaba puntos. Puso
un montón de gasas encima de la herida. Fue a buscar su teléfono móvil y
llamó a Álvaro.
─¿A quién va a llamar? - preguntó Raúl alerta.
─No te preocupes, me consta que no quieres que nadie se entere. Estoy
llamando a un amigo mío que es médico, tranquilo.
¡Una mierda tranquilo! Empezaba a darse cuenta, de que se le estaba
escapando la situación de las manos.
─¿Álvaro? Hola, escúchame con atención. Necesito que vengas
urgentemente a mi casa y que te traigas todo lo necesario para coser una
herida...Grande.
─¿Dónde está la herida?
─En el costado izquierdo. No creo que haya tocado ningún órgano vital
pero es profunda y tiene unos quince centímetros de longitud.
─Estaré ahí en diez minutos.
Ana colgó el teléfono y se volvió a mirar a Raúl que la observaba con
atención.
─Tiene que ser un buen amigo para que no haga preguntas con lo que le
ha dicho - replicó con ironía. Ana hizo un sonido de disgusto cuando lo
escuchó.
─Es un buen amigo pero no es lo que estás insinuando - dijo arrugando la
nariz - ten un poco más de respeto. Tengo edad para ser tu madre - añadió
con petulancia.
Una sonrisa tiró de las comisuras de la bella boca de Raúl, dejando ver
una dentadura blanquísima y perfecta. Ana lo miró asombrada. Era un
hombre muy guapo. De hecho era más que guapo. ¡Parecía una estrella de
cine! Desde luego que lo último que se imaginó era que los soldados de
fortuna, como decía su hijo, fueran tan arrebatadores. Al cabo de pocos
minutos, picaron en la puerta principal. El timbre los sobresaltó a ambos.
─Ese es Álvaro - dijo mientras iba a abrir. Raúl se puso de pie como pudo
por si no era el amigo de Ana. No creía que sirviera en ese momento para
mucho pero que lo partiera un rayo si se iba a quedar sentado, esperando el
tiro de gracia.
Cuando Ana abrió la puerta y se encontró con la mirada impertérrita de
Álvaro, el corazón le dio un vuelco saltándose un latido.
─Hola.
─Hola Ana.
─Gracias por venir, no sabía a quién más llamar y necesito ayuda y
discreción - explicó rápidamente. Álvaro asintió.
─No te he preguntado nada - dijo con su voz lenta y ronca - ¿Dónde está
el herido?
─En la cocina.
Álvaro sonrió burlón.
─Parece que todo lo importante en esta casa pasa en la cocina - Ana sintió
como se sonrojaba.
Cuando Álvaro entró a la cocina, un hombre cercano a los dos metros de
una envergadura considerable, lo esperaba de pie aunque se notaba su
inestabilidad.
Se acercó a inspeccionar la herida.
─Soy el doctor Méndez - dijo levantando el apósito. Al momento sangre
fresca empezó a emanar de la herida abierta - tengo que coserle, imagino que
es consciente de eso - preguntó con tono profesional. Raúl asintió.
─Bien. Ana ¿Hay algún sitio donde pueda acostarse?
─Por supuesto. Arriba hay sitio de sobras.
─-No es necesario, puede coserme aquí - dijo Raúl en tono que no
admitía réplica.
─Raúl no quiero enfadarme así que no discutas con el médico y colabora
- decir que se había quedado sin palabras era poco. ¡Estaba alucinado! ¿Qué
no quería enfadarse? Si no fuera porque se encontraba condenadamente mal,
se abría echado a reír a mandíbula batiente.
Raúl no supo muy bien cómo pero en pocos minutos, se encontraba
tendido en una cama y mientras el médico lo cosía, la madre de Segarra, le
iba hablando con voz serena mientras le limpiaba la cara salpicada de sudor
con una toalla húmeda.
Después de un rato de trabajo, Álvaro acabó el trabajo de sutura. Ana
había colocado varias lámparas para proyectar la mayor cantidad de luz y le
había facilitado la tarea lo mejor posible, dada las circunstancias. Habían
trabajado en equipo acoplándose como si fuera algo que hicieran de manera
habitual. Álvaro supuso que después Ana, le explicaría de qué iba todo eso
pero de momento, se sentía satisfecho de saber que había acudido a él en
busca de ayuda. Lo demás podía esperar.
Raúl se había quedado dormido. Con el rostro relajado, aún era más
guapo si cabía. Era un placer sólo el contemplarlo. Pensó Ana.
─Se ha quedado dormido - susurró.
─Le he administrado un sedante - comentó tranquilo - dormirá un rato.
Álvaro se quedó contemplando a Ana, esperando que lo mirara. Tenía que
reconocer que le picaba la curiosidad. No había hecho ni una pregunta pero le
preocupaba qué relación le unía al hombre, que estaba dormido en su cama.
─Creo que es mejor que bajemos – musitó Ana - supongo que te estarás
haciendo preguntas.
─Alguna.
Salieron del dormitorio, dejando una pequeña lámpara encendida. Cuando
llegaron a la cocina, Ana vio manchas de sangre en el suelo y la silla donde
había estado sentado Raúl. Empezó a limpiarlas con un trapo húmedo
mientras Álvaro la observaba atentamente.
─¿Quieres un café? - preguntó un tanto cohibida.
─Estaría bien.
Ana preparó dos tazas de café en silencio. Empezaba a ser muy
consciente de la situación y no paraba de darle vueltas a cómo explicarle a
Álvaro todo el asunto sin decirle nada. Era complicado. Con un suspiro, se
dirigió a la mesa.
─Quiero darte las gracias por venir sin hacer preguntas - dijo mirándolo a
los ojos - no tenía a nadie más a quién recurrir.
─Entiendo – Álvaro la observaba con toda atención.
─Ya. Bueno...Es un amigo de mi hijo y al parecer unos gamberros han
intentado robarle y lo han atacado...Eran varios...muchos...Has visto que es
enorme...Al menos seis...Creo - dijo balbuceando. Álvaro seguía
observándola, concentrado. ¡La estaba poniendo nerviosa!
─No...No tardará en llegar mi hijo y se asustará al enterarse.
─Por lo que pude ver el otro día, no creo que tu hijo sea de los que se
asuste - dijo con voz neutra.
─Bueno...Quería decir que se preocupará por lo que ha pasado. Seguro -
aseveró.
─¿Dices que una pandilla de seis hombres le han atacado?
─Si, es horrible. ¿Verdad?
─¿Y se ha enfrentado a todos ellos él sólo?
─Increíble. ¿Cierto?
─¿Y qué le han robado?
Ana dudó un segundo.
─La cartera, el reloj y creo que una cadena de oro - dijo con una sonrisa.
La cadena había sido una inspiración, estaba orgullosa de sí misma. Esto iba
mejor de lo que pensó en un principio.
Álvaro la miró impertérrito. Esa mujer era la peor mentirosa que había
conocido en su vida.
─¿Habéis llamado a la Policía para denunciar la agresión?
─No. Es que se va a ir en un par de días y no quiere problemas. Ya sabes.
─Ya. Supongo que por el mismo motivo no ha querido ir a un hospital.
─Por supuesto - Álvaro estaba siendo muy razonable - tendría que dar
muchas explicaciones y al igual retrasaría su marcha y no puede quedarse
porque...
─Porque su madre enferma se está muriendo - dijo interrumpiéndole.
Álvaro se inclinó hacia ella con un brillo sospechoso en los ojos - va vestido
de negro con ropa de camuflaje, lleva un machete en la bota y un
pasamontañas en el bolsillo. El reloj sigue en su muñeca y un enorme anillo
en su mano derecha - la cara de Ana era un poema - si no puedes inventarte
una historia mejor, sería bueno que probaras a decirme la verdad.
Ana boqueó. ¡Ese hombre era insufrible! Claro que ella bien podía
haberse fijado que llevaba todas esas cosas que decía. Ni se le ocurrió. ¿Y
ahora que le decía?
─Álvaro...Mi hijo ha estado trabajando en una empresa privada de
seguridad, al parecer uno de sus antiguos compañeros...Es un desequilibrado
mental y quiere hacerle daño. El hombre que está arriba, también es un
compañero que ha venido para ayudarlo.
─¿Compañeros?
─No podemos dar parte a la Policía porque eso suscitaría demasiadas
preguntas - rogó porque se hubiera quedado conforme.
Álvaro reflexionó sobre lo que le estaba contando Ana. Eso era cierto. No
era toda la historia pero entendía que no quisiera explicarle asuntos
relacionados con su familia. Podía entenderlo.
─¿Ese hombre quiere hacer daño sólo a tu hijo o cualquiera de tu familia
le vale?
─A mi hijo - confirmó con rapidez.
─Y dices que el hombre herido es un compañero de tu hijo - no era una
pregunta. Ana asintió varias veces - y trabaja en una empresa de seguridad -
Ana volvió a asentir mirándolo con sus enormes ojos abiertos de par en par -
y en esa empresa, los trabajadores llevan machetes de asalto y pasamontañas
- asintió por inercia y cuándo procesó las palabras, empezó a cabecear
negándolo fervorosamente.
─Se ha vestido así para pasar inadvertido pero habitualmente lleva traje y
corbata - rogó que fuera cierto. ¡No sabía qué decirle!
─Entiendo.
─Es muy amigo de mi hijo, casi como un hermano y por eso ha venido en
cuanto se enteró del problema - si no hilaba muy fino, casi podía ser verdad.
Álvaro tenía pocas cosas claras, pero se apostaría el salario de un mes,
que le estaba ocultando la mayor parte de la historia. Si había un
desequilibrado acechando a su hijo y algo le decía que esa parte era cierta, lo
lógico hubiera sido acudir a la Policía pero habían hecho todo lo contrario. Él
tenía su propia teoría. Pero decidió guardársela de momento.
─Mañana me pasaré por aquí a mirarle los puntos - dijo con su talante
habitual. Ana casi suspira de alivio cuando comprendió que no le haría más
preguntas.
─No se aloja aquí - repuso temiendo otra andanada de preguntas.
─Ya. ¿Y dónde se aloja? - preguntó con tono casual.
Ana se estrujó el cerebro pero tardó un segundo más de lo necesario.
─¿Es casi de la familia pero no sabes dónde se aloja?
Ya sabía por qué lo había dejado su mujer. Por agotamiento. ¿Es que ese
hombre no sabía que era de mala educación hacer tantas preguntas? Al
parecer no.
─Me lo dijo pero no me acuerdo...Tengo mala memoria - contestó
evasiva.
Álvaro nunca había sido un hombre curioso. No se había metido jamás en
la vida de nadie y no solía preguntar, tenía la teoría que si alguien quería que
supiera algo, ya lo informaría. Su ex esposa se quejaba también de eso, que
no le prestaba la atención debida y que no se interesaba por lo que hacía.
Hasta ahora. Sabía que no tenía derecho a inmiscuirse pero era una necesidad
visceral.
─Ana, no necesito decirte que puedes contar conmigo para cualquier cosa
- susurró escrutándola con la mirada - si tienes algún problema de cualquier
tipo, no dudes en llamarme.
─Gracias...Yo te lo agradezco pero no tenemos problemas...Quiero decir
que no tengo problemas, y estoy segura que neutralizar a ese tipo es cuestión
de pocos días.
Álvaro enarcó una ceja. ¿Neutralizar? Curiosa palabra.
─Entiendo - dijo observando que Ana, volvía a ponerse nerviosa - en todo
caso, si me necesitas, llámame - Ana asintió vigorosamente. Álvaro no perdió
detalle. Si alguna vez Ana decidía jugar al póquer, perdería hasta la camisa.
Era transparente.
─¿Cómo estás? - la pregunta la cogió por sorpresa. No estaba preparada
para entrar en lo personal. Estaba visto que con ese hombre no podía
relajarse.
─Bien. Encantada de tener por fin a mi hijo en casa - eso era cierto - y el
viernes nos vamos a casa de mi tía unos días a visitarla. Vive en el sur y hace
mucho que no nos vemos - explicó con una tímida sonrisa.
─Seguro que será una reunión emotiva - repuso - te echo de menos - dijo
mirándole la boca - te demostraría cuánto si me lo permitieras.
Se saltó un latido. Su corazón empezó una carrera antinatural. ¿Cómo se
le ocurría decirle eso?
─Álvaro...dijimos que iríamos a mi ritmo y yo...No estoy segura de
querer seguir avanzando...
Ana estaba nerviosa, claro que por otra parte, era su estado normal
cuando estaba con él.
─Entiendo.
Álvaro se mostraba inalterable. Sólo la miraba fijamente con sus
penetrantes ojos grises de pesados párpados.
Ana casi hubiera preferido que se enfadara con ella. Pero Álvaro era todo
un caballero, jamás diría algo fuera de lugar. Eso era lo peor de todo.
─Creo que...Este momento de mi vida es ya de por sí, bastante
complicado y...No hay cabida para nada más - no podía decirle la verdad,
sobre todo cuando ella misma estaba intentando averiguarla - no puedo
explicarte...Lo siento.
─Explicarme. ¿Qué?
─Nada - dijo demasiado de prisa - Quiero decir que no hay nada que
explicar...Es mi decisión, espero que lo entiendas - le estaba rogando con los
ojos, que no siguiera preguntándole. Álvaro con una claridad meridiana, supo
que Ana estaba en problemas. El tipo de arriba, seguro que tenía mucho que
ver. No podía obligarla a que confiara en él y eso lo preocupó como nada.
─Creo que es mejor que me marche.
─Si por supuesto...Quiero decir que si te tienes que marchar, lo entiendo.
─No he dicho que me tenga que marchar, sino que es lo más acertado
dada las circunstancias.
Ana frunció el ceño. No tenía muy claro a qué circunstancias se refería.
─Claro, lo entiendo. Te acompaño a la puerta.
Ana se puso de pie al mismo tiempo que Álvaro. Éste no retrocedió, por
lo que quedaron relativamente cerca. Inspiró profundamente y el olor a él,
inundó sus fosas nasales. Levantó la vista para mirarlo a los ojos. Fue un
error. Parecían plata líquida. Álvaro le acarició la mejilla con el dorso de la
mano, fue un gesto suave, casi un roce. El aire se le quedó atascado en la
garganta. Le pasó el pulgar por el labio inferior, su toque era casi liviano. Se
le secó la boca y sintió como si mil mariposas, anidarán en su estómago. Muy
lentamente, Álvaro se acercó, sabía que la iba a besar y también que le estaba
dando tiempo de sobras para apartarse. No se movió ni un milímetro. No
podía. Cuando sintió el roce de sus labios, algo explotó dentro de ella. Le
agarró por el cuello acercándolo con tanta fuerza que chocaron los dientes de
ambos entre sí. Le dio igual, se había convertido en agresora. Lo besó con
ganas, tenía su cabello dentro del puño sujetándolo con fuerza. A Álvaro no
parecía importarle, le estaba devolviendo el beso igualando su pasión. Sus
manos cobraron vida por sí solas sacándole la camisa de los pantalones e
introduciéndolas por debajo de la misma, sentir el tacto de su piel era una
necesidad, no despegó la boca de sus labios en el proceso. Pero necesitaba
más, mucho más. Deslizó las manos hacia arriba con las palmas abiertas en
un intento de abarcar más, buscando a ciegas los botones y empezó a
desabrocharlos. En ese momento Álvaro se apartó con brusquedad pero
manteniéndola sujeta por los hombros.
─No podemos, ahora no.
Ana se lo quedó mirando con los ojos vidriosos. Tardó unos segundos en
procesar sus palabras.
El hombre al que casi había desnudado en medio de la cocina, supo el
momento exacto en que volvió a la realidad. La mirada lánguida y sus labios
entreabiertos, dieron paso a la más absoluta estupefacción. Estaba
horrorizada. Intentó soltarse pero él ejerció más presión obligándola a que lo
enfrentara. No estaba tan tranquilo como aparentaba, la respiración alterada,
daba fe de ello.
─No me mientas pero sobre todo no te mientas a ti misma - susurró con
una mirada abrasadora - me deseas y sí quieres más, mucho más. No sé a qué
tienes miedo pero puedes confiar en mí. No te voy a presionar, si decides que
me quieres lo suficiente como para arriesgarte, búscame.
─No puedo...Sé que parece que me estoy contradiciendo pero...
Álvaro se apoderó de su boca impidiéndole seguir con sus balbuceos. La
empujó contra la pared sujetándole las dos manos por encima de su cabeza
con una de las suyas. Introdujo una pierna entre sus muslos. Estaba
devorando su boca, no estaba siendo suave, al contrario, le estaba dejando
claro su propia necesidad. Ana sintió su mano bajando por el costado, al
llegar a sus caderas, las acarició con intensidad, siguió bajando hasta
encontrar el borde del vestido, no dudó. Lo subió un poco hasta el vértice
mismo de sus muslos. Cuando sintió su mano en el mismo centro de su ser,
gimió dentro de su boca. Con dedos ágiles introdujo su mano, por debajo del
elástico de las medias, sólo los separaba el fino tejido de las bragas. Empezó
a acariciarla subiendo y bajando desde el pubis hasta el mismo centro de su
ser, presionando con toda la palma. Estaba volviéndola loca. Había
abandonado sus labios y se había deslizado por su garganta con besos
húmedos, demoledores. Cuando creyó que las piernas no podían aguantarla,
sintió como apartaba el encaje. Se le escapó un gemido desde lo más
profundo de la garganta.
Álvaro volvió a apoderarse de su boca para amortiguar los sonidos que lo
estaban volviendo loco. En el mismo instante que su lengua arremetió contra
la de ella, introdujo un dedo entre aquellos pétalos de terciopelo. Estaba
ardiendo. Notó como se tensó ante la invasión, pero las caderas femeninas,
comenzaron una suave cadencia frotándose contra su mano. Eso lo enervó,
acariciaba con suaves golpecitos el pequeño botón, notando como se
endurecía, no tenía suficiente. Introdujo otro dedo dentro de ella. Por los
movimientos de Ana y a juzgar por cómo se retorcía y gemía dentro de su
boca, estaba a punto de llegar al orgasmo. Siguió frotando, mientras emulaba
con sus dedos los mismos movimientos que su lengua. Aceleró las caricias,
intensificando la presión. Supo el momento exacto en que alcanzó el clímax.
La rigidez de los muslos, aprisionaron su mano haciendo que se introdujera
aún más a dentro, tuvo la precaución de sacar la lengua justo a tiempo, aun
así no despegó la boca de sus labios tragándose los sonidos que se escapaban
de la garganta femenina. La miró preso de la más pura necesidad. Ana tenía
los ojos cerrados y una fina película de sudor, cubría su frente. Esperó.
Cuando por fin abrió los ojos, se ahogó en aquellos pozos verdes. Soltó sus
brazos que en ese momento eran pesos muertos. Apartó con una caricia el
pelo que le caía por la cara en total desorden. Verla así, desmadejada,
sabiendo que había sido él, el responsable, lo hizo sentir de una manera
atávica, profundamente hombre. Excepto por la erección imposiblemente
dolorosa, sería totalmente feliz. Se apartó lo justo para arreglarle la ropa, pero
sin perder el contacto. El olor salado de sus dedos, lo excitó todavía más si
eso era posible. La parte más animal que no sabía que tenía, deseaba
chuparlos para sentir su sabor y paladearlo.
Esperaría hasta poder enterrar su boca profundamente dentro de ella y
empaparse de su esencia. Poco a poco, la respiración de Ana, fue volviendo a
la normalidad, con ella, la realidad la golpeó con la fuerza de un ciclón.
─Si me dices que estas arrepentida y que no quieres tener nada que ver
conmigo, te hago el amor aquí mismo hasta que me supliques que pare -
susurró mirándola con intensidad.
Ana estaba conmocionada. No podía echarle la culpa de nada. Había sido
ella la que lo había incitado. Si alguien era responsable de lo sucedido, desde
luego no era él. No sabía qué decir. El recuerdo de lo que acababa de pasar,
estaba todavía muy fresco en su mente.
─-Creo que ahora sí que me voy - dijo con una sonrisa de medio lado.
─Álvaro...No sé qué decir...
─No digas nada entonces - repuso acariciándole el pelo.
Estaba completamente pegado a ella. Ana podía sentir la erección
masculina contra su vientre, era muy consciente de la frustración sexual que
tenía que estar sufriendo. Pero la vergüenza que la estaba invadiendo en esos
momentos, le impedían ofrecerle algún tipo de alivio. Le faltaba experiencia
pese a su edad y a ser madre de tres hijos como para comportarse con
naturalidad.
Álvaro la beso suavemente en la comisura de los labios.
─Acompáñame a la puerta - pidió suavemente.
Ella se dejó llevar, las piernas casi no sostenían su propio peso. Álvaro lo
notó y la abrazó por la cintura pegándola a su cuerpo. Llegaron a la puerta y
Ana le ofreció el abrigo, sin decir absolutamente nada.
Álvaro se lo puso sin despegar los ojos de su rostro. Tenía el cabello
revuelto y la camisa fuera del pantalón pero pese a su aspecto desaliñado,
Ana lo encontró arrebatador y tremendamente atractivo.
─No te presionaré - dijo con voz ronca sujetándole el mentón con dos
dedos - búscame.
Se apoderó nuevamente de su boca, en un beso pleno de necesidad. Se
separó bruscamente y salió por la puerta sin mirar atrás.

Ana se dejó caer en un escalón sujetándose a la baranda. "Búscame". Esa


única palabra encerraba todo un mundo. ¿Cómo había sucedido? Y lo peor.
¿Qué le había pasado para comportarse así? No lo sabía. Tenía muy claro que
no podía mantener una relación con Álvaro.
En ese preciso momento, demasiados frentes abiertos imposibilitaban
algo así, eso sin contar que no quería volver a fingir que no tenía capacidades
especiales. Ya no. Pero eso la llevaba a otro dilema. ¿Qué le decía? Absurdo.
De seguro convulsionaba de la impresión. No, esa no era una opción. ¡No
sabía qué hacer! Necesitaba hablar con Sara. Ella estaba más versada en esos
temas y de seguro se le ocurría algo. Claro que tal y como estaban las cosas,
más que un consejo, necesitaba un milagro. Se levantó más tranquila y con un
suspiro subió a adecentarse un poco y de paso le echaría un ojo a su
inesperado invitado. Se le había olvidado que no estaba sola. Su hermano
había subido a acostarse agotado. Además del compañero de Alex. Vamos
que no la habían pillado infraganti porque Dios no había querido, porque si
es por ella...
Júlia llegó a su casa bastante cansada. Había sido un día muy largo. Alex
se había quedado en casa de Clara hablando con Sergio pero ella tenía ganas
de estar sola. Su ex jefe le había vuelto a mandar un mensaje, pidiéndole de
quedar para hablar. No le contestó. Daniel era un hombre muy guapo y con
mucho mundo, reconocía que después de su ex novio, se sintió halagada de
que un hombre como él, se fijara en ella. Había sido especial. Pero al final,
tuvo que poner los pies en la tierra y aceptar que sólo había sido así para ella.
Daniel, tenía varias amigas y ella sólo había sido una más. Decidió olvidarse
del tema. Las luces estaban encendidas pero no vio a nadie. Al pasar por el
dormitorio de su madre, escuchó ruido en el baño, entró para decirle que ya
estaba en casa, cuando se quedó helada. ¡Había un gigante en la cama de su
madre!

Júlia se acercó a la cama donde estaba durmiendo plácidamente un


hombre. Se quedó asombrada de lo guapo que era. Parecía una estrella de
cine. Incluso el arco de las cejas, era perfecto. ¡Madre mía! Era todo un
espectáculo. Sintió curiosidad por saber de qué color serían sus ojos.
Ocupaba una buena parte de la cama de su madre, dormir con un hombre así
equivaldría a dormir con un oso. De pronto el gigante abrió los ojos y una
décima de segundo después, la agarró no supo cómo, volteándola por encima
de él y cayendo con brusquedad encima del colchón. Se encontró mirando los
ojos más hermosos y más profundamente azules, que había visto jamás. Su
cara estaba a escasos centímetros de la suya y con su cuerpo, la mantenía
prisionera debajo de él.
─¿Nadie te ha dicho que no te acerques a un hombre dormido? - tenía una
voz rasposa acorde con su descomunal cuerpo.
─Si ese hombre está en la cama de mi madre, no.
Raúl hizo una mueca al escucharla.
─Pillado - masculló - eres la hermana mayor de Segarra - sonó como una
acusación.
─¿Y tú eres? - preguntó ahogándose en aquellos preciosos ojos.
─Es el amigo de tu hermano - contestó Ana desde la puerta del baño –
Raúl, te agradecería que soltaras a mi hija.
Raúl se tensó. No se había percatado, de que se había abierto la puerta.
Estaba demasiado concentrado en la fémina que tenía debajo de él.
Con un movimiento ágil, rodó soltando a Júlia. Hizo una mueca cuando
sintió un pinchazo en el costado. ¡La puñetera herida!
─Me ha despertado - dijo a modo de explicación.
─Ya. Y de donde tú vienes, cuando alguien te despierta, se lo agradeces
de esa manera - contestó Ana mordaz.
Raúl se incorporó no sin cierto dolor. Le quemaba la maldita herida como
si le hubieran clavado un cuchillo ardiendo. Bueno, prácticamente era cierto.
Un poco más y ese hijo de perra de Santos, lo destripa.
Júlia se levantó por el otro lado de la cama arreglándose el pelo. Estaba
un poco turbada por la incómoda situación. Su madre estaba concentrada en
Raúl, si es que ese era su nombre. Vio que se acercaba y le levantaba la
camiseta, no se había dado cuenta de que la tenía rasgada a la altura del
abdomen.
─Espero que con todos esos movimientos, no te hallas saltado los puntos
- le recriminó con su voz más profesional.
─Tranquila, no es la primera vez que me dan un navajazo - respondió con
una mueca pero le permitió que le revisará la herida, era eso o noquearla
porque ni siquiera le pidió permiso. Lo hizo sentir un adolescente. Cuando
vio como fruncía el ceño, estuvo a punto de pedirle disculpas, se mordió la
lengua. Que le partiera un rayo si lo hacía.
─Llevas más de quince puntos, la herida aunque no es profunda es
importante – dijo chasqueando la lengua-espero que no hagas tonterías.
─Si señora - dijo con mala cara.
─Llámame Ana, eso de señora me hace sentir muy mayor y al menos yo
no me siento así. Por cierto. ¿Cuántos años tienes? No pareces mucho más
grande que mi Alex.
Raúl se quedó estupefacto. ¿De verdad le había preguntado eso?
Ana lo miraba con los brazos cruzados atenta, esperando.
─Treinta y dos.
─¿En serio? No pareces tan mayor - Raúl no supo como tomarse ese
comentario - bien, pues si os parece, pedimos unas pizzas para cenar - dijo
como si tal cosa - Júlia, ve al armario de Alex, seguro que encuentras algo
para que se cambie de ropa - dijo haciendo un ademán a la desastrosa
camiseta que llevaba - Alex no es tan...Grande pero seguro que tiene algo que
te sirva.
Raúl era consciente de que no dominaba la situación. Era una experiencia
novedosa. Esa familia era la más rara que había tenido la desgracia de
conocer.
─Señora...
─Te he dicho que me llames por mi nombre - contestó con una sonrisa.
─Ana, no voy a quedarme a cenar, esto no es una visita de cortesía...
─Tonterías. Te vas a quedar a cenar y después hablamos - dijo con voz de
mando - cuando regrese Júlia con la ropa, intenta no lanzarla sobre la cama.
En el lavabo hay toallas limpias para que te asees.
Y con eso, salió por la puerta dejándolo allí plantado, sin tener la menor
idea de qué hacer.
Segarra no lo necesitaba. Si Santos era tan imbécil como para meterse con
aquella panda de locos, que se las apañara. Pensó Raúl torvamente.
Entró en el baño a regañadientes pero lo necesitaba con cierta urgencia.
Al salir se quedó parado. Sentada en la cama estaba la hermana de su
compañero, esperándole. Se había quitado la camiseta y se había lavado lo
mejor que pudo los restos de sangre seca y hierba que aún tenía de su
escaramuza con Santos, llevaba el pelo húmedo de pasarse las manos
mojadas en un intento por despejarse. Notó como abría los ojos
desmesuradamente cuando lo vio aparecer. Siempre era lo mismo. Estaba un
poco harto de las mujeres. Todas eran iguales.
─¿Te gusta lo que ves? - dijo arrastrando las palabras.
Júlia levantó la vista para enfrentarse a su mirada, cuando vio una sonrisa
cínica que cincelaba sus bellos labios.
─No creas, en mi experiencia, los hombres que desarrollan tanto
músculo, tienen serias dificultades para comprender palabras de más de tres
sílabas - dijo con pedantería - ahí te dejo la ropa, no hace falta que me des las
gracias.
Salió a paso tranquilo sin siquiera volver a mirarlo. Raúl sintió como le
picaban la punta de los dedos del deseo de cogerla por su bonito cuello y
estrangularla.
¿Por su experiencia? ¿Pero qué se pensaba que era? ¿Imbécil? Se puso la
camiseta más grande de las que le había traído. Incluso esa, era dos tallas más
pequeña de las que usaba normalmente. Cuando se miró al espejo hizo una
mueca burlona. Si se atrevía a hacerle otro comentario como ese, ni su madre
la salvaba.
Cuando Raúl bajó a la cocina, se encontró a las dos mujeres charlando
animadamente. Al entrar, lo miraron sorprendidas. Incluso se sintió fuera de
lugar. ¿Pero qué les pasaba? ¡Habían sido ellas la que lo habían invitado! Que
lo partiera un rayo si él tenía ganas de quedarse.
─¡Oh! Raúl qué rápido...Hijo, esa camiseta te sienta realmente fatal - esa
mujer tenía la capacidad de dejarlo sin palabras sin proponérselo - pensé que
la ropa de Alex te podía servir. Al parecer estaba equivocada.
Júlia por su parte, soltó una risita que lo enervó. ¡Tenía que salir de esa
casa!
─Ana, creo que es mejor que me marche. Me están esperando.
─No creas, ya he hablado con Carol - soltó con aire casual.
Raúl se quedó sin palabras.
─¿Cómo has dicho? - preguntó con calma mortífera.
Ana estaba trajinando por la cocina sin aparente signo de intranquilidad.
─Mientras estabas en el baño, ha sonado tu teléfono móvil - dijo
señalando el dichoso teléfono que estaba encima de la mesa - me he acercado
a mirar y cuando he visto que era Carol, lo he cogido para explicarle que no
se preocupe. De hecho, la he invitado a cenar. No creo que tarde.
Eso no estaba pasando. Era la situación más absurda y surrealista que
había tenido la desgracia de vivir. No podía explicarse como Segarra le había
dado tantos datos a su madre.
─¿Cómo sabes que se llama Carol y que es mi compañera? ¿Tu hijo te lo
ha dicho?
─Lo cierto es que si por Alex fuera, estaría en la inopia - contestó con
frescura - tengo mi propia manera de enterarme de las cosas - añadió con una
sonrisa.
─Mamá, no es necesario que le des explicaciones - Ana miró sorprendida
a su hija. Júlia era siempre dulce y cariñosa - el señor Rodríguez está todavía
conmocionado.
─Yo no estoy conmocionado - dijo masticando las palabras.
─Tiene que estarlo porque no se entiende que sea tan grosero con quien le
ha salvado la vida.
La iba a matar. Pensó Raúl. Esa arpía de ojos verdes lo estaba mirando
con la más absoluta expresión de inocencia. Si se creía que estaba jugando
con un pusilánime, se iba a llevar una sorpresa.
─Al contrario, estoy más que agradecido - consiguió decirlo con algo
parecido a una sonrisa.
─Siéntate por favor, no tardarán en llegar las pizzas. ¿Quieres una
cerveza mientras tanto? Tengo sin alcohol - Ana lo trataba como si lo
conociera de toda la vida. La situación lo tenía descolocado.
─Gracias. Una con alcohol - repuso sin quitarle la vista de encima a la
arpía que estaba sentada en frente de él - lamento insistir pero quisiera saber
como sabe de Carol.
Al final Ana se apiadó de él.
─Hablas en sueños - el rostro de Raúl, perdió todo rastro de color -
cuando he subido a ver cómo seguías, estabas murmurando algo, me he
acercado pensado que estabas despierto pero no era el caso, estabas diciendo
que tenias que avisar a Carol, entre otras cosas... Así que cuando he bajado y
ha sonado el teléfono, he sumado dos y dos. Fácil.
¿Fácil? Acababa de soltar una bomba de proporciones cósmicas y decía
fácil. ¡Nunca pensó que podía hablar en sueños! Era lo peor que le podían
decir. Su vida y la de muchos, dependía de la discreción en las operaciones
que llevaban a cabo. ¡Era impensable!
─Suele ocurrir más de lo que te imaginas - dijo Ana en un intento por
consolarlo, el pobre tenía una cara de abatimiento que le enterneció, le
recordó a su propio hijo - además, puede ser que no lo hagas siempre, estabas
bajo los efectos de un sedante.
Raúl sólo era capaz de mirarla. No se había recobrado de la impresión.
─¡Qué divertido! Si quiero que alguien se entere de algo, sólo tengo que
decírtelo a ti - apostilló Júlia con una sonrisa malévola. Se había percatado de
lo mucho que le había afectado ese descubrimiento, y decidió echar sal a la
herida.
─Pero sólo se lo contaré a las mujeres que tienen el placer de compartir
mi cama - susurró bajito para que no lo escuchara Ana.
─¿Eres etero? - preguntó genuinamente sorprendida - perdona, no tengo
nada en contra de los gais, de hecho uno de mis mejores amigos lo es - añadió
con una sonrisa beatífica.
Raúl apretó con tanta fuerza las mandíbulas que le rechinaron los dientes.
Ana había escuchado parcialmente el cruce de palabras y sacó sus propias
conclusiones.
─No te sientas cohibido - dijo con voz maternal - en esta casa somos
firmes defensores de la igualdad y no hacemos ninguna diferencia por las
preferencias sexuales de cada persona. Al contrario, lo vivimos con total
normalidad. Que en mi opinión, es como tendría que ser en cualquier sitio del
mundo. Dos de nuestras amigas son pareja y de hecho se casaran en breve -
añadió con una sonrisa. No quería que el amigo de su hijo se sintiera
violento. Había todavía mucha gente retrógrada que no entendía el amor entre
dos personas del mismo sexo. En su opinión, el amor era amor sin más. Sin
etiquetas.
─No soy homosexual - dijo Raúl lentamente, casi silabeando cada
palabra.
Ana puso cara de sorpresa.
─No tenía intención de ofenderte - repuso - sólo quería señalar el hecho
de que sí lo eres, no pasa nada - al igual no había entendido el pobre que no
tenía de qué preocuparse.
─Gracias. Pero no lo soy - dijo reafirmándose - no tengo nada en contra
de los que sí lo son - se encontró obligado a decir. Por la cara que puso la
madre de su amigo, casi pareció que le había dado pena que no lo fuera. ¡Esa
familia era una pesadilla con patas!
Júlia por su parte, estaba disfrutando más que un gato con un plato de
crema. El tipo ese, se lo tenía demasiado creído, se le notaba que estaba
acostumbrado a que las mujeres cayeran rendidas a sus pies. Estaba apañado
si esperaba una reacción así de ella. Odiaba a los tíos que se creían que por
ser guapos, se les podía perdonar cualquier cosa. Ella desde luego no.
Raúl se percató de la sonrisa estúpida que lucía la hermana de Segarra.
¡Estaba disfrutando!
¿Cómo había degenerado la conversación a sus preferencias sexuales?
Por imbécil. Había degenerado por imbécil. La pérdida de sangre le había
afectado al cerebro. No había otra explicación. Maldita la hora que se había
encontrado con Santos. Cuando se lo echara a la cara, lo iba a hacer picadillo.
Hubiera sido mejor que lo destripara.
El timbre de la puerta sonó en esos momentos.
─Júlia ves a abrir, seguro que es el chico de las pizzas - dijo Ana mientras
terminaba de preparar una ensalada para acompañar. Le parecía que una pizza
sería poco para el amigo de su hijo.
Júlia entró con varias cajas de pizza, miró a Raúl pero éste no movió ni
un dedo por ayudarla.
Ana fue consciente y chasqueó la lengua en señal de reprobación.
─Raúl hijo ¿Puedes ayudar a Júlia?
El susodicho, se levantó con parsimonia y le quitó las cajas de los brazos,
sin aparente esfuerzo, al cogerlas, rozó sus senos en un gesto que pretendía
ser inocente haciendo que Júlia diera un respingo, el brillo de sus ojos le dijo,
que no había sido un gesto casual. El muy bastardo.
Sintieron de nuevo el timbre.
Ana se limpió las manos con un paño de cocina, mientras se dirigía a la
puerta principal.
─Hola, tú debes de ser Carol - dijo con una sonrisa - pasa, te estábamos
esperando, Alex no tardará en llegar.
─Gracias...Ana - para Carol, la situación no le era tampoco habitual, de
hecho cuando la escuchó a través del teléfono, había sentido pánico. Por una
milésima de segundo, creyó que Rodríguez había muerto.
Entraron a una espaciosa cocina, Rodríguez estaba sentado con toda
naturalidad tomándose una cerveza y una preciosa chica que entendió, era
hermana de Segarra, lo acompañaba.
─Hola, me llamo Júlia, encantada de conocerte - dijo levantándose y
saludándola afectuosamente.
¿Encantada de conocerla? Pensó Raúl. Pues a él no le había escupido de
milagro. Sin motivo aparente, su humor de por sí ya bastante maltrecho, se
agrió por momentos.
─Rodríguez - dijo Carol a modo de saludo - me han dicho que Santos te
ha hecho un regalito - dijo escudriñándolo con los ojos - espero que no sea
nada grave.
─Un rasguño - contestó sin darle importancia.
Ana frunció el ceño. Hombre, era algo más que un rasguño. Pensó para
sí, pero no dijo nada.
─Bien. No tengo que decir que esta situación - dijo señalando la estancia
- es totalmente anómala. Si Santos está por aquí vigilando, se tiene que estar
frotando las manos.
─No creo que esté - dijo Raúl tranquilo - sabe que hoy no tiene nada que
hacer por aquí. Se habrá ido a ocultar hasta su próximo movimiento.
─Espero que no te equivoques - masculló Carol - ¿Segarra está por aquí?
─Supongo que te refieres a mi hijo, porque Segarra somos todos.
─Perdone, si me refería a...Alex.
─No tardará en llegar, siéntate querida. ¿Quieres una cerveza? – preguntó
Ana con una sonrisa.
─Si gracias.
Ana se la ofreció mirando el reloj. Si su hijo tardaba mucho más,
empezarían a cenar sin él, las pizzas frías, en su opinión estaban asquerosas.
─Tengo una duda - dijo Carol mirando directamente a Ana - ¿Cómo es
posible que todos os apellidéis Segarra? Quiero decir que por aquí no es
habitual que la mujer tome el apellido del marido. ¿Cierto?
─Así es. Pero es más bien al contrario. Me divorcié hace muchos años,
los niños eran pequeños y cuando fue posible, cambiamos el orden de los
apellidos, pasando el mío a ser el primero. No queríamos tener el recuerdo
constante, de un cretino como era el padre biológico de mis hijos.
─¿Era?
─Murió hace ya algunos años, si hubiera tenido el detalle de morirse
antes, no habría pasado por el costoso proceso de divorciarme - comentó
pesarosa. Raúl que en esos momentos estaba tomando un trago de cerveza, se
atragantó al escuchar a esa dulce mujer, decir eso.
Ana con total parsimonia, se levantó para darle unos golpes en la espalda.
─Raúl cielo, ten cuidado o te saltarás los puntos - Raúl lucía una
expresión cómica. Tenía pocas cosas claras en la vida. Una de ellas se le
apareció por ensalmo delante de sus narices. Tenía que poner tierra de por
medio con esa familia. ¡No se salvaba ni uno!
Carol no pudo ocultar la sonrisa. No conocía a Ana pero debía reconocer,
que le gustaba.
─Creo que vamos a empezar a cenar - dijo a nadie en concreto - cuando
llegue Alex, que se caliente su pizza en el microondas. En mi opinión no sabe
igual.
─Ana, te lo agradezco pero no es necesario...
─Tonterías, habéis venido hasta aquí, lo menos que puedo hacer es
invitaros a cenar - dijo Ana interrumpiéndola.
─Sólo he venido a recoger a Rodríguez y nos vamos - dijo Carol.
─Seguro. Pero después de cenar - insistió Ana sin hacerle mucho caso.
Raúl sonrió satisfecho. Había justicia divina. La cara de Carol era un poema.
Su humor mejoró varios puntos.
Cuando se sentaron todos a cenar, Ana se sintió obligada a agradecer a
esas personas su ayuda.
─Quiero daros las gracias por lo que estáis haciendo - dijo con sinceridad
- sé que sois amigos de mi hijo y por eso habéis venido a ayudar a coger a ese
cretino que quiere hacerle daño - hizo una pausa mirándolos con afecto -
Quiero que sepáis que las puertas de esta casa, estarán siempre abiertas para
vosotros. Es una promesa.
Tanto Raúl como Carol, no sabían qué decir.
─Esto... Gracias Ana - dijo Carol un poco turbada. De dónde venía, no
estaba acostumbrada a ese tipo de declaraciones - haremos todo lo posible
por cazar a ese hijo de perr...Quiero decir a ese indeseable y que podáis
seguir con vuestras vidas sin problemas.
Raúl sólo asintió. Miró de soslayo a Júlia pero ésta, sólo prestaba
atención a Carol, lo estaba ignorando adrede. La muy ingrata. Con una
hermana así, entendía que Segarra se hubiera marchado de su casa.
─Dicho esto, me gustaría saber vuestra opinión de porqué ese mal nacido
quiere hacerle daño a mi hijo - la cara de ambos, era de órdago. Los había
pillado desprevenidos.
─¿Qué te ha explicado tú hijo? - preguntó Carol intentando ganar tiempo.
─Bueno...poca cosa... Que trabajaba en una compañía de seguridad y que
al parecer en uno de los trabajos que le mandaron, tuvo diferencias de
opinión con el tal Santos y que no se lo ha tomado nada bien al parecer.
Ana estaba orgullosa de lo bien que estaba llevando la situación. Para que
después dijera Álvaro que no sabía mentir. Esperaba sonsacarles algo más sin
que en apariencia se notara que estaba al tanto de todo el asunto. Intuyó que
comportarse con cierta naturalidad, era la mejor manera. Claro que al igual se
había pasado un poco a juzgar por la cara de espanto de los dos ex
compañeros de su hijo.
─Hombre...Es algo más que una diferencia de opinión - dijo lentamente
Carol sin saber muy bien como salir de aquel jardín - uno no va por ahí
matando a la gente por una diferencia de opinión.
─-Ummmhh... Según se mire. Hay personas que se toman muy a pecho
que les quiten la razón - apostilló Júlia, viendo venir la jugada de su madre.
─Entonces si ese fuera el caso, tú haría ya mucho que estarías criando
malvas - farfulló Raúl.
Júlia se giró a mirarlo con rabia. Ana se quedó perpleja ante aquel ataque
gratuito. No entendía nada. Carol se limitó a levantar sus finas cejas, en una
pregunta muda que Raúl, no estaba dispuesto a contestar.
En ese momento escucharon como se abría la puerta de la calle.
Era Alex. Cuando entró a la cocina, se quedó estupefacto. Se esperaba
cualquier cosa pero nada lo había preparado para encontrarse cenando
tranquilamente a su ex compañero y a la hija de su ex jefe, en su cocina, con
su familia. ¡Estaba alucinado! Miró a su amigo, que a su vez lo observaba
con socarronería. ¿Rodríguez estaba sonriendo? Imposible. ¿Qué había
pasado en su ausencia? Se fijó que llevaba una de sus camisetas. Ahora sí que
no entendía nada. ¡Sólo había estado ausente un par de horas! ¿Cómo podía
liarse tanto la cosa? No lo entendía. Venía de discutirse con su melliza para
que no se le ocurriera hacer una de las suyas y se encuentra... Desde luego, su
familia tenía el don de volverlo loco.
─¿Qué hacéis aquí?
─Hola hijo. Llegas tarde, he dejado tu pizza en la caja pero supongo que
ya estará fría, si eso caliéntala en el microondas - dijo su madre con una
sonrisa - han venido tus amigos a verte y los he invitado a cenar. ¿No es
fantástico?
Raúl la miró atónito. Esa mujer era una lianta. ¡No habían venido de
visita! Tenían a un psicópata merodeando por su patio trasero, no a las
monjitas de la caridad. ¡Por el amor de Dios!
─Espero que no creas que me trago eso - dijo Alex con el ceño fruncido.
─Segarra, han herido a Rodríguez mientras vigilaba tu casa, tu madre se
ha encargado de todo, yo he venido a recogerlo y... - dijo señalando su plato -
no hemos tenido corazón de decirle que no.
¿Qué no había tenido corazón para decirle que no? ¿La víbora blanca?
¿En serio?
─Ya. ¿Qué ha pasado? - preguntó tomando asiento - ¿Dónde te han
herido?
─Me he despistado, ha sido un error mío y me he llevado un tajo en el
costado.
El porqué llevaba una de sus camisetas, quedaba aclarado. Al final su
madre con un suspiro, se levantó a calentarle la pizza, treinta segundos
después, la tenía en un plato delante de sus narices. Su madre creía que todo
se arreglaba comiendo. Era increíble.
─¿Es muy profundo?
─Le han tenido que dar más de quince puntos - contestó Ana, viendo que
Raúl no estaba mucho por la labor.
─¿Quién lo ha cosido, tú?
─No seas tonto. He llamado a un amigo... Álvaro ¿Te acuerdas de él? - se
volvió a mirar a Raúl - Me ha dicho que vendrá a revisar los puntos pero
como no vives aquí, llámame cuando te venga bien y acordamos una hora.
─¿Cómo sabes que es de fiar? - preguntó Alex desconfiado.
─De la misma manera que tú sabes que puedes contar con tus amigos. No
te preocupes, no dirá nada, tienes mi palabra.
Alex no estaba tranquilo. No conocía a ese hombre, sólo lo había visto el
día de su llegada y no había cruzado con él más que algunas frases. Desde
luego que para ser algo que se tenía que llevar con la mayor discreción
posible, no lo habían anunciado en el periódico local porque ya no era ni
noticia. Al paso que iban, en un par de días el vecino de su madre, le diría
donde almorzaba Santos y a qué hora. Sólo tenía que sentarse a esperar.
Pensó con humor negro.
─No estás para seguir en activo - dijo mirando a su amigo - Santos sabe
que te ha herido y lo aprovechará en su beneficio a la menor oportunidad.
─Es sólo un rasguño. Estoy bien, ese cabrón necesita más que una simple
cuchillada para quitarme de en medio - contestó con calma.
Raúl era el clásico hombre que rezumaba confianza por todos los poros
de su piel. Sabía de lo que era capaz y se sentía a gusto consigo mismo. No
era una baladronada. Sencillamente, era la constatación de un hecho.
─Pues si mi madre no te recoge, te hubieras desangrado en nuestro jardín
- musitó Júlia con una sonrisa dulce.
Carol enarcó una ceja. Desde que había entrado, había sido consciente de
que entre esos dos, saltaban chispas. En ocasiones ocurría que nada más
conocerse dos personas, se tomaban una inquina inexplicable, lamentaba que
ese fuera el caso. También le sorprendía que Júlia no hubiera caído rendida a
los pies de Rodríguez, incluso ella, cuando lo conoció se quedó sin palabras.
Era uno de los hombres más guapos que había conocido y conocía unos
pocos.
─Has dicho que era un simple rasguño - dijo Alex con tono acusatorio.
─Y lo es. Lo que pasa es que algunas mujeres se ponen histéricas en
cuanto ven una gota de sangre - respondió con toda la arrogancia que fue
capaz. Sabía que lo estaba mirando con odio pero no le pensaba dar la
satisfacción de devolverle la mirada. Ignorarla era el golpe de gracia. Siguió
comiendo con parsimonia, incluso la comida sabía mejor. Así aprendería a no
meterse con hombres de verdad.
─Alex. ¿Sabes qué tu amigo habla en sueños? - Júlia escuchó un sonido
ahogado. Se había atragantado el muy cretino. Ojalá se pusiera de color
púrpura, que le iba a hacer la maniobra de Heimlich, su tía.
─¿Perdona? - dijo Carol - ¿Qué has dicho?
─Pues eso. Que habla en sueños, por eso cuando ha sonado el móvil, mi
madre sabía quién eras, no se lo contado mi hermano...Ha sido él - añadió
con satisfacción. El no sabía que ellas sabían a qué se dedicaban de verdad.
Por lo que una noticia como esa, tenía que sentar como una patada en todo el
estómago.
Se quedaron estupefactos. Tenía una importancia enorme. La vida de
muchos de ellos, dependía en ocasiones de la discreción. Llevaban a cabo
misiones en cubierta. No era algo menor. Era de importancia capital.
─Rodríguez... ¿Es eso cierto? - preguntó Carol con gravedad.
─No lo puedo confirmar como entenderás, sólo tengo su palabra - dijo
refiriéndose a Ana - pero todo apunta a que es así - dijo con acritud.
Carol inspiró con fuerza. Tanto Segarra, como Rodríguez, sabían la
importancia de esa revelación.
Si esa información llegaba a oídos de su padre, Rodríguez sería despedido
al instante y ella lo secundaria.
─Hablamos más tarde - dijo seria. Raúl asintió en la misma línea. Sabía
lo que significaba eso.
─Lo que no ha dicho mi hija, es que ha pasado bajo los efectos de un
sedante - dijo Ana mirando con reproche a su primogénita.
─Lo más seguro es que sea un caso aislado. No una circunstancia habitual
- dijo con su voz más profesional - personalmente no le daría más
importancia.
Raúl le agradeció con la mirada, sus palabras. No estaba acostumbrado a
que saliera nadie en su defensa.
─Rodríguez, hemos compartido demasiadas veces un dormitorio, si fuera
ese el caso, yo lo sabría - dijo Alex reflexionando durante unos momentos.
Después de la sorpresa inicial, que no había sido pequeña, rememoró cientos
de noches que habían dormido uno cerca del otro, en ocasiones, uno dormía y
el otro vigilaba, y en todas esas veces, jamás lo había oído emitir ni un
sonido. Ni siquiera roncaba. Para ser un hombre tan grande, era sigiloso hasta
para dormir. Seguro que su madre tenía razón y el sedante había sido el
causante.
─No sabes cuánto me alegro de saberlo - dijo Carol con una sonrisa
trémula - de todas formas, Rodríguez, no te hagas mala sangre pensando,
llegado el momento hablaremos.
Rodríguez asintió.
─Creo que tenemos que marcharnos - propuso Carol.
─Si creo que es lo mejor - dijo Raúl deseando de salir de esa casa.
─Como queráis - comentó Ana con una enorme sonrisa - quiero que os
sintáis en libertad, para venir cuando os apetezca - añadió con sinceridad.
─Gracias Ana. Lo tendremos en cuenta - dijo Carol devolviéndole la
sonrisa.
─Me encantaría que lo hicieras, además si esto acaba pronto, podemos ir
a la ciudad y dar vueltas como un par de turistas, conozco un par de sitios
para comer que te mueres - sugirió Júlia mirando a Carol exclusivamente.
Todos se dieron cuenta. No intentó disimularlo.
─Gracias, posiblemente te coja la palabra, vine a Barcelona, cuando era
estudiante pero de eso hace mucho, me gustaría perderme por sus calles y
disfrutar del ambiente único de esa ciudad. El barrio gótico es uno de los
mejores de Europa.
─Estoy de acuerdo - dijo Júlia con una sonrisa - pues entonces, estamos
en contacto.
Se despidieron y los acompañaron a la puerta. Raúl la ignoró de la misma
manera que momentos antes había hecho ella. Se dirigió con cortesía a Ana y
de manera más coloquial a Alex pero a ella no le dirigió ni una mirada.
Júlia apretó los labios, vale que ella le había hecho lo mismo pero no
había sido tan evidente. Ese hombre era insufrible. Rogó no verlo nunca más.
Entraron a casa, no bien arrancó el coche alquilado en dirección al hotel.
Ana ocultó un bostezo, lo cierto es que era tarde y estaba realmente cansada.
─Niños, si no os importa, mañana hablamos, estoy muerta - dijo apoyada
en la escalera con toda la intención de subir a su dormitorio. Aún tenía que
cambiar las sabanas que se habían manchado de sangre. Hizo una mueca de
disgusto al pensarlo, no le apetecía para nada en esos momentos.
─Lo entiendo - dijo Alex con cariño - vete tranquila, ya recojo yo la
cocina – Ana no pudo ocultar la sorpresa - no me mires así. Soy más que
capaz de meter cuatro platos en el lavavajillas - añadió en tono burlón.
─Pues no se hable más, te cojo la palabra - dijo con voz cansada.
El día había sido largo a más no poder. El último pensamiento coherente,
fue que tenía que hablar con Sara. En el último segundo, el eco de una voz, le
acompañó al reino de los sueños. "Búscame".

Júlia se sentó junto a su hermano recostando los pies en el alféizar de la


ventana, si su madre los viera les caería un buen sermón. Se habían hecho
sendos cafés con leche y estaban tomándoselo en silencio, disfrutando de la
mutua compañía.
─¿Por qué te cae mal Rodríguez? - dijo Alex rompiendo el silencio.
─Porque es imbécil.
Alex sonrió burlón.
─No lo conoces lo suficiente como para llegar a esa conclusión.
─En ocasiones no es necesario. Es imbécil y punto.
Su hermana no era así. Reflexionó Alex. Su melliza era otro cantar pero
Júlia era mucho más sosegada, siempre era correcta y se llevaba bien con
todo el mundo.
─¿Puedo saber que te ha hecho?
─Es una tontería pero me ha molestado una barbaridad - reconoció un
tanto turbada.
Alex la miró de soslayo, estaban sentados el uno al lado del otro, por lo
que no le veía la cara, pero había captado el tono de su voz.
─Me parece bien. Dime qué ha pasado.
Júlia le explicó sin muchas ganas.
─…Total, es un cretino engreído que se cree que todas las mujeres van a
caer rendidas a sus pies y no puede estar más equivocado.
Alex estaba haciendo equilibrios y tenía la silla apoyada sólo sobre dos de
sus cuatro patas, de poco se cae de la impresión cuando entendió lo que su
hermana le estaba diciendo. ¿Cretino engreído? ¿Rodríguez? Si odiaba
precisamente eso. Lo había escuchado quejarse más de una vez amargamente
de que las mujeres no lo dejaban en paz. No entendía nada.
─Esto...Júlia, es posible que mal interpretaras algo que ha dicho...
─¡No he mal interpretado nada! - dijo tajante - entiendo que es tu amigo y
te sientas en la obligación de defenderlo pero créeme, he estado a un pelo de
estrellarle algo en la cabeza, total seguro que sólo le sirve para sujetarle las
orejas. No se perdería gran cosa.
Alex soltó un silbido. La cosa prometía. No era normal. En el tiempo que
conocía a Rodríguez, jamás de los jamases, había visto u oído a una mujer
decir eso de su amigo. Además era uno de los tíos más inteligentes que
conocía. Tenía incluso un doctorado en ciencias políticas. Se guardó esa
información para sí mismo. En pocos días se marcharía. Después de ver la
reacción de Rodríguez y la mutua aversión que se tenían, de seguro que la
evitaría como a la peste.
─No te hagas mala sangre - dijo quitándole hierro al asunto - es buen tío
pero entiendo que no todo el mundo te tiene que caer bien.
─Supongo - reconoció dudosa - espero no volverlo a ver. Es el hombre
más odioso e insufrible que he tenido la desgracia de conocer.
─No creo que tengas ocasión de decírselo. Como mucho el día que venga
a despedirse y eso sí viene. No es de los que se prodiga precisamente,
relacionándose con la gente.
─Mejor. Porque si lo vuelvo a ver, no respondo - sentenció seria. Alex
giró la cabeza para mirarla con una sonrisa en los labios. Al parecer su
hermana mayor, también tenía su carácter.
CAPÍTULO IV

¡Menos mal que no lo iba a volver a ver!


Esa mañana, después de pasar una noche intranquila, Júlia se levantó
temprano y decidió salir a dar una vuelta con Max. En casa seguían todos
dormidos, entró sigilosamente al dormitorio de tío Vicent para llamar al
cachorro, al parecer a su tío le hacía gracia que Max durmiera a los pies de la
cama y desde el primer día, se les podía ver siempre juntos. Salió sonriendo
por la puerta y se encaminó al parque.
Hasta que lo vio.
─¿Tú hermano no te ha dicho que no salgas sola? ¿O eres tan estúpida
que no eres capaz de seguir unas simples pautas?
─Si me vuelves a llamar estúpida te vas a arrepentir - dijo siseando.
Raúl enarcó una ceja mirándola con acritud.
─No pienso perder mi tiempo discutiendo con una niña malcriada, que no
se preocupa por nadie salvo por sí misma - y con eso, se dio la vuelta con
toda la intención de dejarla allí plantada.
Si quería quedarse allí en medio con su anorak rojo que parecía una
diana, allá ella. De pronto, sintió un golpe en la espalda. Se paró en seco. Se
dio la vuelta lentamente. ¡Esa loca le había lanzado una piedra!
─Dime que no me has tirado una piedra - dijo con expresión tormentosa.
Júlia por su parte, empezó a darse cuenta, que no había sido una de sus
mejores ideas. Cuando le dijo que era una malcriada...no supo qué le
dio...Cuando se quiso dar cuenta, ya le había lanzado el proyectil.
─Te lo merecías por decirme eso - dijo con altivez.
Raúl se acercó muy lentamente. Si quería intimidarla, lo estaba
consiguiendo. Tuvo que luchar contra las ganas locas de salir corriendo.
─Sí vuelves a hacer eso - dijo con rabia contenida - te doy la mayor tunda
que te ha dado nadie jamás – a Júlia se le secó la boca. Tuvo que echar la
cabeza hacia atrás para poder mirarlo a la cara de cerca que lo tenía.
─Sí me pones un dedo encima, mi hermano se encargará de que te
arrepientas - amenazó con un poco menos de confianza.
Raúl la miró sin pestañear, después de unos segundos sonrió con cinismo.
─Sí tu hermano tiene algo de sesos, me dará su bendición - dijo con
petulancia - vete a tu casa y deja de crear problemas.
¡Era el ser más odioso que tenía la desdicha de conocer!
─Me iré cuando me dé la real gana - no pensaba ceder aunque se tuviera
que estar todo el día en el parque - y ni un minuto antes.
─Por mi perfecto - y con esas palabras, se apoyó en el árbol que había a
pocos pasos, observándola con los brazos cruzados.
Júlia se quedó mirándolo estupefacta. ¡Estaba haciendo eso sólo por
fastidiar!
─¿Qué haces? ¿No se supone que tienes que ir a vigilar para encontrar a
ese cretino?
─Y lo estoy haciendo - contestó lacónico - con esa chaqueta roja, se te ve
a kilómetros de distancia, seguro que aparece en cualquier momento.
Júlia cerró los ojos inspirando profundamente, en un intento por controlar
las palabras que pugnaban por salir.
─Si te ve no se acercará - dijo entre dientes.
─Al contrario. Con lo que destacas, estará tan deslumbrado que no se
percatará de mi presencia.
¡Dios como la enervaba!
─Dime una cosa. ¿Eres siempre tan agradable con todas las mujeres o yo
soy la única privilegiada que tiene la gran suerte de sufrir tus comentarios?
─Normalmente las mujeres me adoran - dijo con tono de aburrimiento.
Júlia puso cara de incredulidad. Raúl al verlo, frunció el ceño contrariado.
─Imposible - dijo convencida - una cara pasable no compensa, salvo que
me digas que no abres la boca - añadió desdeñosa.
Raúl no se lo podía creer. ¿Una cara pasable? ¡Era para partirse de risa!
─En ocasiones la utilizo para otras cosas... - susurró con toda intención.
Júlia enrojeció y supo, por la sonrisa estúpida, que asomó a la cara de ese
cretino engreído, que se había dado cuenta.
─Lo entiendo - dijo poniendo mucho cuidado en parecer mundana.
─¿El qué? - dijo picando el anzuelo.
─Ya sabes...Hay mujeres desesperadas que usan a ciertos hombres como
hombres-objeto...Sí a ti te parece bien, yo no soy quién para juzgarte - vio
como perdió la sonrisa de golpe. Era el momento justo para marcharse - me
voy. Que tengas un buen día.
Se dio la vuelta con prisa y se marchó antes de que pudiera decirle alguna
cosa. Una tenía paciencia pero ese energúmeno la superaba.
Raúl se quedó apoyado en el árbol, contando. Lentamente. Muy
lentamente. Tuvo que utilizar hasta el último gramo de su fuerza de voluntad,
para no ir tras ella y zarandearla hasta que le castañetearan los dientes. ¡Jamás
había estado tan cerca de perder la paciencia como con aquella arpía!
Hombre-objeto. ¡Y un cuerno! Esto era una broma de mal gusto. Se había
quejado amargamente de que no lo dejaban tranquilo. ¡Lo perseguían! En una
ocasión, tuvo que salir a hurtadillas de un local, para quitárselas de encima y
esa bruja le decía que era pasable. No era engreído pero sabía que era algo
más que pasable. Toda una vida de sufrir el acoso de mujeres incluso con
edad para ser su madre, se lo había confirmado. La hermana de Segarra, era
una amargada, no había otra. Echó a andar despacio, le había dado tiempo de
sobras para no alcanzarla, pero no podía olvidar que Santos estaba por algún
sitio, esperando una oportunidad. Con aquel anorak rojo chillón que hacía
daño a la vista, la muy estúpida resaltaba como una amapola en un campo de
trigo. La siguió curioso. Sabía que su hermano les había dicho que no salieran
solas por precaución. Pero obviamente no tenía los suficientes sesos para
entender, cuando una situación era potencialmente peligrosa.
Júlia no fue a su casa. Siguió de largo y eso picó su curiosidad. ¿Y ahora
donde iba? ¿Es que esa mujer no podía seguir una simple orden? Al parecer
no, pensó molesto.
Un par de calles más abajo, entró en un establecimiento. Se quedó
apostado en una esquina.
Al poco rato, la vio salir con unas bolsas. Un coche paró cerca de ella. Se
puso alerta. Un hombre de unos cuarenta años y con un elegante traje, salió
del vehículo. Júlia perdió la sonrisa. El hombre se le acercó, ella rehuyó el
contacto. Incluso el cachorro ladró. Se acercó un poco más sin llamar la
atención. El tipo quería que lo escuchara pero Júlia negaba con la cabeza y
tenía las manos entre el hombre y ella rechazando cualquier acercamiento. El
lechuguino se pasó la mano por el pelo en un gesto de exasperación, eso
podía entenderlo, Júlia era la mujer más insufrible que había tenido la
desgracia de conocer. La sujetó del mentón, lo más curioso, es que ella se lo
permitió, se acercó lentamente y la besó en los labios. Júlia le dijo algo y se
marchó. El tipo se la quedó mirando unos instantes y después se subió al
automóvil dando un portazo. Pasó a toda velocidad por su lado. Júlia
emprendió el camino hacia su casa, casi lo pilla pero no iba mirando a su
alrededor, llevaba la cabeza hundida entre los hombros. ¡Estaba llorando!
¿Qué narices había pasado? Parecía una pelea de enamorados. No tenía nada
que ver con él. Estaba allí haciéndole un favor a un amigo, que por otra parte,
le había salvado el culo más de una vez. Era una deuda de honor. ¡Maldita
sea! Tenía ganas de volver a su vida, a su trabajo y olvidar a esa arpía
desagradable. Después de dar una vuelta por el perímetro, decidió marcharse.
Estaba de mal humor. Era el efecto de haber cruzado unas pocas palabras con
aquella mujer, ver el encuentro con aquel idiota, no tenía nada que ver. No
era su problema.

A pocas manzanas de allí...

─Gloria, estás muy callada – dijo Tamsim.


Estaban sentadas desayunando en la barra de la preciosa cocina de su
nueva casa. Los niños aún no se habían levantado. Tamsim no recordaba un
momento más feliz en toda su vida, como el que estaba viviendo en ese
momento. Pero le preocupaba su mujer. Gloria no era taciturna. Al contrario,
más bien tenía la vitalidad de diez mujeres juntas.
Gloria suspiró en voz alta, llevándose la mano a la frente.
─Nena, son muchas las cosas que tengo en la cabeza, tengo que pensar -
no había parado de darle vueltas al asunto, desde que todo aquel absurdo
salió a la luz - tengo que confesarte que me supera.
─¿Qué es lo que te supera exactamente?
─¡Todo! Maldita sea Tamsim. No me puedo creer que me preguntes eso -
dijo exasperada - en mi mundo, la gente es normal y no tienen reliquias en
sus casas de más de dos mil años de antigüedad...
─Tres mil.
─¿Perdona?
─Más de tres mil años de antigüedad - puntualizó
─Pues eso. ¡Joder! Tienen objetos más viejos que Jesucristo - miró a su
mujer con gesto de incredulidad - yo lo más viejo que tengo, es la ropa de la
temporada pasada - Tamsim puso los ojos en blanco ante la exageración de su
compañera.
─Gloria cariño, creo que nadie quiere hacerte sentir incomoda - dijo
Tamsim apretándole el brazo con cariño - tienes mucho en que pensar y eso
lo acepto...
─Pero...- dijo con suspicacia.
─Pero no te pongas barreras. Si decides no saber nada sobre tus ancestros,
te apoyaré pero en cierto modo...Me sentiré defraudada porque la mujer de la
que me enamoré, es muchas cosas pero lo que no es, es una cobarde - Gloria
la miró desconcertada.
─¡Una mierda me apoyaras! Eso no es apoyarme. Eso es chantaje puro y
duro - el genio vivo que tanto la caracterizaba, surgió con la velocidad de un
cohete a propulsión.
Tamsim sonrió risueña. La prefería mil veces así y no como un alma en
pena, deambulando por la casa.
Gloria vio la sonrisa de su pareja y apretó los labios enfadada.
─¡Lo has dicho a adrede! - la acusó.
─Cariño, te quiero con toda mi alma y lo sabes pero no soporto verte
como una sombra de ti misma - confesó con una sonrisa - si decides pasar
página, te apoyaré, lo digo en serio y no me defraudaras. Tú jamás podrías
hacer algo de lo que yo, me avergonzara.
─También está el tema del puñetero psicópata - dijo frunciendo el ceño -
desde luego que con esa familia, no ganamos para sustos.
─Hablé con Elena y le comenté que nos iría muy bien una niñera durante
un tiempo, hasta que los niños se habituaran y estuvo conforme en venir -
explicó a su mujer, ya que no habían tenido ocasión de comentarlo - supongo
que llegará durante la mañana.
─¿Viene en tren?
─Sí, me dijo que cuando llegara, me mandaría un mensaje.
Gloria asintió conforme.
─Iremos a recibirla a la estación, no quiero que vaya sola por lo que
pueda pasar.
─Me parece bien - aceptó Tamsim.
Gloria volvió a fruncir el ceño. Tener a Elena en casa, representaría más
responsabilidades. ¡Maldita fuera su estampa!
─Gloria, sinceramente. ¿Qué es lo que de verdad te está rondando por la
cabeza?
Gloria se levantó del taburete y empezó a andar por la cocina como un
tigre enjaulado.
─¡No sé si quiero saber quiénes son mis ancestros! - dijo parándose y
mirando a su mujer con expresión perdida - no sé si saberlo me cambiará y yo
no quiero cambiar, quiero ser como soy. ¿Tiene sentido eso para ti? Porque te
juro que ni yo misma lo entiendo - se pasó la mano por su espesa melena,
desordenando el cabello. Tamsim la miró con cariño.
─Cariño, tú eres la mujer que amo, con la que me voy a casar en pocas
semanas, la madre de dos niños preciosos que vamos a adoptar y que nos
necesitan, la amiga del alma de Sara, la propulsora de Asociación Nerea...Eso
no lo va a cambiar nadie, y menos algo que pasó hace miles de años.
Gloria miró a su mujer con los ojos brillantes de emoción contenida.
─Cada día doy gracias por tenerte - susurró - eres mi brújula. Sin ti creo
que estaría perdida.
─Sabes que no es cierto - dijo contradiciéndole con una sonrisa -
seguirías siendo Gloria, una mujer fuerte que se ha hecho a sí misma.
─Ya. Pero perdida, conozco mis limitaciones y si digo que tú eres mi
brújula, lo eres y punto.
Tamsim se río con ganas. Se levantó del taburete y abrazó a su mujer
besándola con ganas.
─Te quiero cielo - dijo entre risas - no creo que puedas cambiar ni aunque
lo intentaras con todas tus ganas. Ni aunque descubras el tesoro perdido del
rey Salomón.
Gloria hizo una mueca burlona, al igual estaba exagerando un pelín.
─¿Crees que tendría que ir, en caso de que al final tengamos que ir a
alguna parte? - no hacía falta explicar de qué estaba hablando.
Tamsim puso gesto serio apoyándose en la encimera de mármol.
─Tienes que hacer lo que tú consideres pero creo que sí. Creo que si no lo
haces, te pesará el resto de tu vida.
Gloria se quedó callada, meditando en esas palabras. En su fuero interno,
sabía que su mujer tenía razón. Pero iba a contrapelo de su naturaleza. No le
gustaban ni siquiera las películas de momias ni de Indiana Jones ni nada por
el estilo.
¿Qué narices hacia ella en medio del desierto? Morirse de angustia. Eso
haría.
─Le diré a los zumbados esos que cuenten conmigo - masculló desabrida
- en el supuesto caso de que al final tengamos que ir a algún maldito país
infectados de alimañas.
La sonrisa de Tamsim se hizo más evidente.
─Cariño, sólo porque no te parezcan atractivos esos países, no quieren
decir que vivan en el siglo pasado, ni mucho menos, son lugares maravillosos
con mucho encanto y sus gentes son amables y serviciales.
Gloria gruñó algo entre dientes.
─Seguro. Y los conflictos bélicos y las guerrillas, me lo imagino yo.
¿Verdad? - preguntó cáustica.
─No seas así - dijo un tanto exasperada - hay muchos turistas que van y
no les pasa nada.
─Si tú lo dices - dijo condescendiente - ya te he dicho que iré pero
maldita la gracia que me hace.
Tamsim sabía que eso era lo máximo que reconocería su mujer.
Necesitaba una excusa ante sus propios ojos. Sus creencias eran elementales.
No profesaba religión alguna, no creía en nada más allá de la muerte, los
mitos y leyendas eran cuentos para niños y la magia sólo existía en la
televisión. Esa era Gloria. Enfrentarse a cosas que escapaban a su
conocimiento iba a ser una de las experiencias más catárticas de su vida.
Había viajes que estaba destinados a mover los cimientos del ser humano.
Expandir la mente era sin lugar a dudas el camino del conocimiento. Algo le
decía que su mujer, iba a emprender uno de esos viajes, como antiguamente
lo hacían los guerreros de su tribu. Todos los que lo conseguían, eran
guerreros victoriosos, su mujer sería uno de ellos también. Se lo decían sus
huesos.
─Elena dice que llegará a la estación en media hora - dijo Gloria mirando
el teléfono móvil.
─Perfecto. Pues despierto a los niños y nos vamos.

Elena estaba sentada en un banco delante de la estación de tren. Le había


mandado un mensaje a Gloria diciéndole que llegaría en pocos minutos. No
creía que se retrasaran mucho. Estaba contemplando la calle arbolada que
terminaba justo en donde se encontraba ella. Ahora era invierno y las ramas
de los arboles lucían desnudas pero en primavera, tenía que ser precioso. Le
gustaba aquel pueblo mucho. Sólo había venido el día de Navidad a casa de
Ana a almorzar con toda la familia pero todo lo que vio, le encantó. Su sueño
era poder llegar a vivir algún día en un sitio así.
Sintió que alguien la estaba observando. Inmediatamente se puso alerta.
Intentó no mirar para ambos lados, se puso de pie por si acaso. Siempre era
por si acaso, tenía miedo hasta de su sombra. No lo podía evitar.
Vio por el rabillo del ojo, que alguien se le acercaba, empezó a andar para
meterse de nuevo en la estación, cuando sintió que la cogían del brazo.
─¿Elena? - dijo una voz de barítono.
Se dio la vuelta todavía asustada, para ver quién la estaba sujetando. ¡Era
el hijo de Ana! El corazón se le desbocó.
─Ho...Hola - dijo intentando soltarse de su agarre.
─Me ha parecido que eras tú. ¿Qué haces por aquí? - preguntó Alex con
curiosidad.
─-Tamsim me ha llamado...Necesita ayuda con los niños y me ha pedido
que venga - estaba muy nerviosa. Ese hombre era mucho más de lo que
aparentaba. Ella sabía de esas cosas.
─Pues me alegro mucho - comentó Alex con una sonrisa - así podremos
vernos y si quieres, quedamos para tomar algo.
─No creo, gracias - era lo último que querría. No se fiaba de él - estaré
muy ocupada cuidando a los niños y...
─Pues te traes a los niños - acotó - así podrán jugar con los cachorros y se
lo pasarán bien.
─Gracias. Les preguntaré a Gloria y a Tamsim - dijo sin comprometerse.
No lo miraba a los ojos. Era más que evidente que le gustaría estar en
cualquier sitio menos allí con él. No le gustó. Alex entendía el porqué pero
esperaba que si lo trataba, se diera cuenta de que era inofensivo, jamás le
haría daño. Tenía que empezar a acostumbrarse a la cercanía de la gente.
─Elena, tengo la sensación de que me tienes miedo - dijo con franqueza -
no quiero que sea el caso. Me gustaría que fuéramos amigos.
Elena sintió como se ruborizaba. ¿Amigos? Eso era imposible. Ella no
quería ser amiga de ningún hombre. Odiaba incluso tenerlos cerca.
─Gracias...yo...No te ofendas pero no necesito amigos, tengo suficientes -
era el hijo de Ana y no quería ofenderlo pero tampoco confraternizar con él.
─Entiendo - susurró - no quiero hacerte sentir incomoda... Es que no
tengo muchos amigos y pensé que...
Dejó la frase sin acabar. Elena levantó la vista para mirarlo a los ojos.
Había notado que se sentía inseguro. Se perdió en aquellos ojos dorados tan
profundos. Era un hombre realmente guapo.
─Supongo que iremos algún día a tu casa...Ya nos veremos entonces -
dijo en un arranque de valentía. No le parecía un hombre que tuviera falta de
confianza, además estaba aquello que la advertía de que era un hombre
peligroso.
─Gracias Elena, eres muy amable - dijo con expresión apática - supongo
que tengo que parecerte idiota diciéndote nada más conocerte que sí podemos
ser amigos y todo eso.
─No. Para nada - parecía avergonzado. Elena empezaba a sentir cosas
contradictorias - supongo que acabas de llegar y aún no te has habituado.
Alex parecía abatido, se sentó en el banco que había a pocos pasos sin
mirarla. Ella no sabía qué hacer. Parecía que necesitara consuelo. ¡No
entendía nada!
─Esto...Alex... ¿Te pasa algo? - se acercó muy despacio, no tenía la
menor idea de cómo tenía que comportarse. Esperaba que no tardaran en
venir a buscarla porque empezaba a ponerse muy nerviosa.
─Nada...no te preocupes, si te tienes que ir, vete.
Elena levantó la vista observando a su alrededor. No había nadie y no se
veía venir ningún coche. Al final con sumo cuidado, se sentó a su lado,
dejando una buena distancia entre ellos.
─Alex...Yo no soy la más indicada para dar consejos...Pero si tienes
problemas de algún tipo, podrías hablar con Gloria, es una mujer de muchos
recursos.
─Los problemas que tengo, no me los puede solucionar Gloria - dijo con
pesimismo.
Elena no sabía qué más decir. Si Gloria no podía, entonces ella menos.
─-Tamsim me explicó que has trabajado para una empresa de alta
seguridad y que has llevado a cabo misiones de mucho peligro - no sabía si
era ese el motivo de verlo tan apático - me dijo que habías venido para
quedarte y que te...Había marcado...
─¿Tamsim te lo explicó? - preguntó incrédulo - ¡No tenía derecho!
─Bueno...
─Ella se enteró en la más estricta confidencialidad - dijo muy indignado -
mis problemas de impotencia, no son cosa de hablarlo con chiquillas.
Elena abrió tanto los ojos, que Alex temió que se le cayeran de la cara.
─Creo...que no...
─Por supuesto que no es lógico. Tú no tendrías que saberlo - dijo
interrumpiéndola - mi accidente sólo me incumbe a mí y en todo caso a mi
familia, Tamsim no tenía ningún derecho.
¿Accidente? ¿Qué accidente? Tamsim no le había dicho nada sobre
ningún accidente, le había explicado que había llevado a cabo misiones
arriesgadas, que trabajaban en rescates de personas con altos niveles de
peligrosidad en cualquier parte del planeta. ¡Nada más!
─Alex...Creo que ha habido un mal entendido...Tamsim no me ha
explicado nada de tu accidente.
No quería crear ningún conflicto entre ellos.
─¡Oh Dios! Ahora sí que la he hecho buena - estaba avergonzado y no la
miraba a la cara - olvida todo lo que te he dicho por favor.
Elena se acercó unos centímetros más, no entendía nada pero era evidente
que Alex estaba pasando un mal rato.
─No te preocupes, no diré nada pero...Sinceramente no sé que tendría que
decir porque no he entendido nada...Lo siento.
Alex la miró, era la cosa más bonita que había contemplado en mucho
tiempo, era como un animal herido y asustado pero no era capaz de dejarlo
allí, en lo que ella creía, un sufrimiento profundo. Tenía un corazón generoso
y en su caso después de todo lo que había vivido, aún tenía más valor. Siguió
adelante.
─Me hirieron hace poco...en...Digamos ciertas partes de mi anatomía...Y
no puedo...Dicen que a lo mejor más adelante...Los médicos creen que podré
de nuevo...Ya sabes pero en estos momentos, no me dan muchas esperanzas.
Elena tardó unos momentos en entender ese galimatías. Cuando empezó a
entender su boca hizo una perfecta O.
─¿Quieres decir...Que no puedes...Que no puedes...Ya sabes? - no se
atrevía a decirlo claramente.
─Exactamente eso - dijo con cara de sufrimiento.
─Entiendo. ¿Y no saben...Sí podrás en un futuro?
─Los médicos en este momento, son prudentes en cuanto a una
recuperación total.
─Ya - se acercó un poco más, incluso le puso suavemente la mano en la
espalda, aunque la retiró rápidamente.
─Soy un inútil eunuco. Eso es lo que soy - parecía a punto de llorar.
Elena sintió lastima por él. Le había ofrecido su amistad porque se sentía
sólo y ella se la había tirado a la cara. Se sentía fatal. Claro que él no podía
saber que no soportaba a los hombres, el simple contacto le daba asco.
Pero...él no era un hombre...
─Alex...yo...Siento mucho lo que te ha pasado - estaba cabizbajo con los
brazos apoyados en las piernas mirando al suelo. Se sintió realmente fatal -
no sé qué decirte pero, si quieres...Me gustaría que fuéramos amigos y...Salir
con los niños y los cachorros...
¡Nunca sabría lo que le había costado hacer ese ofrecimiento!
Alex levantó la cabeza mirándola con timidez. ¡Pobrecillo!
─No quiero que te sientas obligada por pena - dijo altivo.
─No me siento obligada en serio - dijo posando su mano en el antebrazo
de Alex. Elena no era consciente pero Alex no perdía detalle - además, estaré
por aquí un tiempo y tampoco conozco a nadie...Será divertido.
Alex simuló pensarlo.
─No quiero que sea algo del dominio público. Mis problemas son míos.
─Por supuesto. Tienes mi palabra que no se lo contaré a nadie - dijo con
rapidez.
─Mis hermanas no lo saben y quiero que siga así...Sólo lo sabe mi madre
y por qué no tuve más remedio...Por eso pensé que se lo había contado a las
demás cuando has dicho eso.
─¡No para nada! En serio, no ha dicho nada, al menos que yo sepa. Tu
madre es una gran mujer y seguro que es muy discreta, tranquilo.
─Quiero tu palabra - dijo muy serio.
─Por supuesto. La tienes - dijo en el mismo tono.
─Gracias - dijo con una sonrisa tímida - no es algo que uno vaya
contando por ahí.
─Lo entiendo, supongo que tiene que ser muy duro - dijo con pena.
─Ni te lo imaginas - murmuró con un suspiro - me gustaba mi trabajo,
rescatar a personas y devolverlas a sus seres queridos...En fin que era un
trabajo que me hacía sentir bien pero...No creo que sea capaz de volver...
─Bueno, ahora no es momento de plantearte nada, sólo piensa en tu
propia familia y en recuperarte de las heridas. ¿Tienes...Mucho daño?
Alex la miró tranquilamente a sus ojos violetas, estaba ruborizada pero
aún así intentaba hacerlo sentir mejor. Era increíble.
─Tengo cierta dificultad en la pierna izquierda y en ocasiones no ando
bien, sobre todo si hago grandes esfuerzos, y en... ya sabes...dónde.
─Sí, sí, claro...bueno...No te preocupes, hoy en día hay muchos adelantos,
seguro que te recuperas...En serio.
Le palmeó la mano en un intento por consolarlo. Se había acercado más,
ahora sus piernas, estaban a escasos centímetros.
─Supongo - dijo no muy convencido.
─Alex, no te preocupes. Será nuestro secreto.
Un coche se paró delante de ellos y tocó el claxon. Ambos dieron un
salto. Cada uno por diferentes circunstancias, estaban totalmente
concentrados y no eran conscientes de nada salvo el uno del otro. Era Gloria
y Tamsim y por supuesto los niños.
─Hola Elena - dijo Tamsim bajándose del coche - perdona querida pero
nos hemos entretenido más de la cuenta. ¿Qué tal Alex? - preguntó
diciéndose al hijo de Ana - que coincidencia.
─Hola que tal. Tenía que pasar por aquí y he visto a Elena y me he
quedado a hacerle compañía mientras llegabais.
Elena lo miró sorprendida. Ni siquiera se le había ocurrido preguntarle
que estaba haciendo allí.
─Me alegro, gracias - dijo Tamsim con una gran sonrisa.
Alex saludó a Gloria, intercambiando las frases de rigor en esos casos y
se acercó a decirles algo a los pequeños. Lo cierto es que formaban una
familia encantadora.
─Alex, lamento no poder llevarte pero van todas las plazas ocupadas -
dijo Gloria disculpándose.
─Lo entiendo perfectamente - dijo con una sonrisa. Se volvió a mirar a
Elena con toda la fuerza de su mirada - entonces quedamos algún día para
salir con los niños y los perros - no era una pregunta. Elena se sonrojó ante la
atenta mirada de las dos mujeres.
─Si...Cuando quieras y por supuesto si os parece bien - dijo a la pareja.
─No tenemos ningún problema, al revés, daros las gracias por el rato de
tranquilidad - dijo Tamsim alegre. Gloria no sonreía tanto. Más bien tenía
cierto aire reflexivo.
Se despidieron y Alex se quedó allí con las manos en los bolsillos hasta
que el vehículo se perdió a lo lejos. Una sonrisa iluminaba su rostro.
¡Había sido todo un acierto! Cuando vio a Elena, no tenía ninguna idea
clara en mente, pero de pronto, le vino la inspiración. Elena tenía miedo de
los hombres. Así que cuando se le ocurrió ni se lo pensó. Decirle que había
sufrido una herida que lo había dejado lisiado, sexualmente hablando, era la
garantía que ella necesitaba y así poder tratarlo con cierta normalidad. Con el
tiempo cuando le cogiera confianza, le diría la verdad, no tenía muy claro
cómo lo haría, cuando llegara el momento ya se lo plantearía. Ahora lo
importante era conseguir, que no se sintiera amenazada. Estaba orgulloso de
sí mismo. Había sido de lejos, la mejor idea. Se fue silbando hacia el hotel
donde había quedado con Carol. No había nada que le amargara ese día la
existencia. Estaba en paz con el mundo.

─¿Qué quieres decir con que se ha esfumado? - preguntó Alex con aire
amenazador.
─Exactamente eso - dijo Carol la mar de tranquila. Estaba acostumbrada
a tratar con hombres y los arrebatos que les daban, no la afectaban lo más
mínimo.
─No tiene sentido Carol. Es simplemente imposible - farfulló Alex
exasperado.
─Al parecer no. Hemos registrado todo el polígono, inclusive las naves
que están ocupadas. En la casa de huéspedes, Rodríguez ha ido incluso al
pueblo de al lado y también ha estado haciendo indagaciones. Ni siquiera hay
nadie que recuerde haberlo visto. No está.
Alex miró a su amigo que estaba repantigado en el sillón. Habían
preferido mantener la conversación en la habitación, que en salón del hotel,
por discreción. Su amigo mantenía una expresión hermética. Lo conocía lo
suficiente como para saber que eso no era indicativo de nada. Podía estar
planeando córtale el cuello y no lo vería venir.
─Di algo maldita sea.
Rodríguez lo miró tranquilo.
─Creo que no está por la zona pero que volverá. Santos es así, no parará
hasta que consiga su objetivo sea el que sea - dijo lentamente - pero nosotros
no podemos quedarnos aquí indefinidamente. Así que tenemos un problema.
Alex entendía lo que le estaba diciendo su amigo.
─Está esperando que nos relajemos, te vio y eso lo ha asustado -
Rodríguez asintió - ¡Maldita sea su estampa! Me enerva no saber cuándo va a
atacar.
─Él ya cuenta con eso - apostilló su amigo.
Alex empezó a pasear por la habitación mascullando maldiciones.
Rodríguez se limitó a observarlo ir y venir en los escasos metros que tenía la
estancia. Sabía que Segarra, pensaba mejor en movimiento que parado.
─Segarra me estás mareando. Haz el favor de estarte quieto - dijo Carol
frotándose la frente - yo por mi parte no puedo quedarme mucho más. El
viernes tengo que marcharme esté el maldito asunto arreglado o no - se le
notaba la frustración.
─Lo entiendo Carol y te agradezco lo que has hecho.
─Ya, pero no es correcto, incluso yo lo sé. No se abandona a un
compañero.
─Tranquila, si puedes quitarme de encima los perros de tu padre, te estaré
eternamente agradecido - dijo sincero.
─Supongo. ¿Estás tan agradecido como para formar parte de mi equipo?
─No tanto - dijo alerta.
No habían tocado el tema pero todos sabían el trasfondo real que había
detrás de su visita.
─No puedo prometerte que mi padre te deje tranquilo - dijo sería - eres un
activo importante y querrá tenerte a cualquier precio.
─¿Puedes hacer algo?
─Depende.
Alex la miró frontalmente. Sabía lo que se estaba jugando en esa
conversación de apariencia ociosa. Su libertad no estaba en venta.
─¿De qué depende? - preguntó mortalmente serio.
─Quiero tu palabra de que si en algún momento te necesito, puedo contar
contigo.
─¿Cómo por ejemplo? - preguntó suspicaz.
─No lo sé Segarra, puede que no te llame nunca pero en caso de llamarte
sería por un motivo importante, incluso personal...Me deberías un favor y
tendrías que devolvérmelo.
Alex valoró la propuesta. Era un buen acuerdo y ambos lo sabían.
─Tienes mi palabra.
─Bien.
─¿Qué le dirás a tu padre?
─Eso no importa - dijo restándole importancia - el viejo es cosa mía.
─El viernes nos iremos a casa de unos familiares que viven al sur del país
- comentó más relajado - entiendo que no nos volveremos a ver.
─Carol se marcha pero yo tengo pendiente unas largas vacaciones y he
decidido quedarme por la zona - dijo Rodríguez con tono neutral.
─No te puedo pedir eso viejo - dijo con brusquedad.
─Y no lo has hecho. Es cosa mía.
─¡Y una mierda! Te quedas para hacer de niñera y lo sabes. ¡Joder Raúl!
Te han dado un tajo y de poco te destripan en el jardín de mi madre. No
quiero cargar con tu muerte.
Raúl lo miró con ironía. Menos mal que no le faltaba confianza en sí
mismo porque si fuera por su amigo, saldría corriendo con el rabo entre las
piernas.
─Gracias amigo - dijo con sarcasmo - me quedo y no hay nada más que
decir. Cuando te vayas a casa de tus familiares, aprovecharé para hacer un
poco de turismo y me relajaré sin tener que vigilar a la arpía de tu hermana.
Alex no pudo evitar reírse.
─Mi hermana es una de las mujeres más dulces que tendrás la dicha de
conocer.
Rodríguez rompió a reír como si le hubieran contado el mejor chiste del
mundo. Alex lo miró incrédulo. ¡Jamás lo había visto reírse así! Ni siquiera
sabía que era capaz de soltar una carcajada, mucho menos reírse a mandíbula
batiente.
Carol estaba perpleja. Rodríguez estaba más raro que un perro verde.
─Rodríguez gracias a una larga amistad, no me voy a tomar tus risas
como algo personal - amenazó observándolo atentamente - Júlia es incapaz
de hacerle daño ni a una mosca...
Otro conato de risas, interrumpió la defensa que estaba haciendo de su
hermana.
─Lamento decirte - dijo intentado ponerse serio - que te tiene sorbido los
sesos. Tu querida hermana esa que "no es capaz de hacerle daño ni a una
mosca". Me ha fustigado con su lengua desde el primer momento, me trata
como si fuera un leproso y tuvo la audacia de preguntarme si era gay.
La cara de Alex era un poema, claro que la de Carol no tenía precio. Se
miraron entre ellos y rompieron a reír como locos. Alex se dejó caer en la
cama agarrándose el vientre del paroxismo de carcajadas del que era preso.
Carol que ya estaba sentada en la cama, estaba doblada sobre sí misma, casi
como Alex. Rodríguez por su parte, se estaba planteando seriamente, darle
una somanta de palos a su amigo hasta dejarlo sin sentido y tirar por la
ventana, a la hija de su jefe.
─No le veo la gracia - dijo conteniéndose.
Otro ataque de risas, recibieron sus palabras. Estaba perdiendo la
paciencia.
─¿En qué momento... - se le escaparon unas risas - en qué momento
salieron tus preferencias sexuales en conversación? - preguntó Alex
limpiándose los ojos. No recordaba haberse reído tanto en mucho tiempo.
─Eso no importa - dijo reacio - la cuestión es que tu hermana es mucho
más de lo que aparenta. Te lo garantizo - Alex por su parte, intentó recobrar
la compostura a duras penas.
─Se me pasó por la cabeza que si te conocían mis hermanas perdieran la
cabeza al verte...Ya sabes, aunque sean mis hermanas no dejan de ser mujeres
y con tu reputación...Perdóname amigo pero algo sí me preocupé - reconoció
con una sonrisa impenitente.
─Pues ya ves que no tenias motivos - dijo Carol intentando también
ponerse seria - tu hermana es inmune a los encantos de Rodríguez.
Raúl tenía el gesto sombrío. A él no le hacía ni pizca de gracia.
─Quiero que sepas que intenté que me explicara porqué te había cogido
esa inquina y lo único que acerté a entender, era que le parecías un engreído
presuntuoso con menos cerebro que un mosquito - soltó disfrutando más que
un cerdo en un charco - después de eso, como comprenderás, me quedé
tranquilo sabiendo que no tendría que consolarla, cuando le rompieras el
corazón... Como recordaras, ha sido un arduo trabajo que he llevado a cabo,
durante estos años en nombre de nuestra amistad.
─Eres un pedazo de cabrón - farfulló Raúl con mala cara - te has
aprovechado de ello, en tu propio beneficio y lo sabes.
─Culpable - reconoció con una gran sonrisa - pero en esta ocasión, como
comprenderás, es diferente, es mi hermana - añadió y con eso para él,
quedaba todo explicado.
─A mí personalmente, me ha caído genial - reconoció Carol - de hecho,
pensaba llamarla mañana para dar una vuelta, me dijo que estaba de
vacaciones y como me marcho pasado mañana, al menos disfrutaré de un día
como turista.
─Me parece bien. No está trabajando, presentó su dimisión hace poco.
─Al parecer es algo habitual en vuestra familia - dijo haciendo referencia
directa a cuando él mismo se marchó sin decir palabra - por cierto, tengo aquí
tu talón. Es tuyo y no quiero oír ninguna objeción - sabía que la última
misión lo había marcado lo suficiente como para no querer ni el salario que le
correspondía por derecho.
─Dónalo a cualquier organización o...no... Dámelo, ya sé lo que haré con
el dinero.
Lo donaría el mismo a la asociación que dirigía Gloria.
Carol lo miró sorprendida. Esperó a que se explicara pero al parecer no
iba a decir mucho más. Se encogió de hombros, la verdad es que tampoco le
importaba lo que hiciera con el dinero, era suyo y se lo había ganado.
─Una cosa más - dijo mirándolo con interés - la telekinesia que dijo
Santos que tenias. ¿Realmente fue para tanto o la situación hizo que pareciera
más de lo que realmente fue? No me entiendas mal. Te he dado mi palabra y
yo la cumplo.
Alex y Raúl se miraron en silencio durante unos segundos. Sabía lo que
realmente le estaba preguntando Carol. Había venido desde Estados Unidos
sólo para salvarle el culo.
Raúl asintió mirando a su amigo. Carol se percató del cruce de miradas.
La maleta empezó a flotar por la estancia. Carol trastabilló y de poco se
cae, cuando notó la cama contra la parte trasera de sus rodillas, se dejó caer
de golpe. No se había sentado cuando la cama se reunió con la maleta en el
aire. No pudo evitar que se le escapara un gemido en voz alta. Se agarró con
fuerza a la colcha, estupefacta.
─Sí se te ocurre hacerme flotar también a mí, piénsatelo dos veces -
amenazó Raúl - porque te prometo que te rompo los dientes.
Alex sonrió burlón. Sabía que a Rodríguez, le producía cierto respeto
todo lo que tuviera que ver con temas paranormales.
─Segarra...Lo he entendido. ¡Bájame! - dijo Carol bastante afectada.
Alex así hizo. Cuando la cama tocó suelo, escuchó como Carol dejaba
salir el aire retenido en sus pulmones.
Se lo quedó mirando con las pupilas dilatadas.
─Cuando quieras y en el momento que quieras, tienes un puesto en mi
equipo - dijo sincera - eres extraordinario. Si te lo piensas mejor, puedo
pagarte el doble.
─Gracias Carol pero no. He vuelto a casa y mi intención es quedarme con
los míos - comentó con lo que era, la verdad más absoluta - me perdí el
último año de la vida de mi padre...Es algo que no me perdonaré jamás, no
volveré a fallarle a mi familia.
Carol entendió todo lo que encerraba aquellas palabras. Lealtad.
─Como quieras, pero recuerda que me debes un favor - dijo señalándolo
con el dedo - Rodríguez, si necesitas refuerzos o cualquier otra cosa,
llámame. No quiero perder a otro de mis hombres.
─¿De tus hombres? - preguntó Raúl enarcando una ceja - hasta donde yo
sé, soy en todo caso, de tu padre.
─Ya no - dijo contundente - a partir de ahora trabajarás para mí. Necesito
a un hombre de confianza que lidere los equipos de intervención, pero yo
trabajo en otros sectores, ya hablaremos cuando regreses.
─Yo soy un hombre de acción - dijo frunciendo el ceño - no voy a
trabajar en un despacho.
─Tranquilo - dijo con una sonrisa - tendrás toda la acción que necesites,
sólo que diferente, creo que te gustará.
Raúl no estaba tan seguro pero decidió no decir más, sin saber qué estaba
rechazando.
─Que sepas que pagó mejor que mi padre - eso despertó su interés.
Patterson pagaba mejor que nadie en el sector. Se jactaba de tener a los
mejores y las cifras astronómicas que se barajaban, eran de vértigo.
─Si os parece, vamos a tomarnos algo, estoy seca - propuso Carol.
─Me apunto - dijo Alex.
Raúl por su parte se limitó a levantarse de su asiento dirigiéndose a la
puerta.
─Pagas tú Segarra.
─¿Y eso? No lo entiendo, siempre me toca a mí, quiero que sepas que
serás un tío muy majo pero eres tacaño hasta decir basta.
Un gruñido fue la única respuesta. Carol sonrió, se sentía cómoda entre
aquellos dos grandullones.
─Espero que me expliques al menos, qué le hiciste a mi hermana para que
te cogiera tanta tirria.
─Que te lo explique ese dechado de virtudes - dijo desabrido. Alex soltó
una carcajada.
─Eres mi amigo - dijo insistiendo. Habían llegado al piano bar del hotel,
que curiosamente no tenía piano - eso tendrá algún peso digo yo.
─No te dejo sin dientes y créeme que como no pares, tienes todos los
números - amenazó sin muchas ganas. Carol entre tanto pidió unas cervezas,
se estaba divirtiendo sólo de escucharlos discutir.
─Sabes que no cejaré - advirtió sin perder la sonrisa - creo que es la
primera mujer que no cae rendida a tus pies. Claro que por otra parte es una
Segarra - añadió como si eso lo explicará todo.
─Esta mañana la he seguido y un tipo de unos cuarenta años con traje
hecho a medida y un deportivo último modelo, la ha parado, al parecer tienen
algo entre ellos, porque la ha besado y tu hermana se ha ido llorando. ¿Sabes
algo al respecto?
Alex se puso serio. Su madre le había contado porqué había presentado
Júlia la dimisión en la empresa en la que llevaba tantos años trabajando, la
cosa es que no entendía el interés de Rodríguez en todo eso. Decidió apuntar
a ver qué pasaba.
─Bueno...hasta donde yo sé, se encariñó con su antiguo jefe pero el muy
cabrón, sólo estaba jugando con ella, cuando mi hermana se enteró, decidió
cambiar de aires.
Rodríguez asintió sin decir ni palabra. El tipejo aquel, parecía bastante
interesado.
─Mi hermana es muy sensible y supongo que todo eso la hizo más daño
del que reconocerá, pero si lo veo cerca de ella, lo hago picadillo.
─Hay tíos que sólo buscan el placer de la caza - dijo Carol desdeñosa - si
ese cerdo es de esos, la seguirá sólo porque le ha dado calabazas...Ya sabes
cómo son esas cosas.
─Hablaré con ella - prometió Alex mirando atentamente a su amigo -
pese a la edad que tiene, es bastante inocente con respecto a los tíos.
─¿Dónde dices que trabajaba? - preguntó Raúl aparentemente sin mucho
interés.
─En un bufete del centro. Es el clásico tipo encantador de sonrisa fácil
que vuelve locas a las mujeres, tiene dinero y mucha clase.
Él también tenía mucho dinero. Claro que eso no tenía importancia.
─No creí que tu hermana fuera de las que se encandilaba, cuando ve una
billetera llena - comentó con cinismo.
─Y no lo es. Por eso es una presa fácil para tíos como ese. Ya estaré al
caso - añadió preocupado.
Ana estaba ansiosa esperando a su amiga. Miró por enésima vez el reloj.
Desde que César andaba por ahí, Sara era incapaz de llegar puntual. Cuando
escuchó el timbre, de poco sale corriendo. Abrió la puerta sonriente pero
cuando vio que Sara venía acompañada, perdió todo rastro de sonrisa. ¿Es
que no podía entender que necesitaba hablar con ella a solas?
─Hola - dijo un tanto desencantada - no sabía que venías César.
César por su parte, sonrío con aire burlón. Ana era más transparente que
el cristal.
─No quiero molestar, si eso me marcho...
Ana no dijo nada y Sara la miró con mala cara.
─Por supuesto que no molestas querido - dijo mirando a su amiga con
toda intención - sólo es que no he avisado y Ana no sabía que venias y se ha
llevado una sorpresa. ¿Verdad querida?
─Seguro - respondió sin muchas ganas - pasar que hago café. He
comprado unas galletas para acompañar - añadió con aire deprimido.
─Sólo café, aún no hemos comido y hemos hecho una reserva en Don
Giovanni - comentó Sara tomando asiento. César hizo lo propio y Ana con un
suspiro, fue a preparar los malditos cafés.
Cuando se unió a los demás en la mesa cada uno con una taza,
curiosamente, se hizo un incómodo silencio. Ana no recordaba que eso pasara
jamás con su amiga.
Sara por su parte, empezaba a ser consciente, que venir con César había
sido una mala idea. Al parecer, su amiga tenía necesidad de hablar con ella y
no lo haría delante de su pareja.
─Creo que querías hablar sobre algo - dijo fingiendo no darse cuenta del
hermetismo de Ana.
─No tiene importancia - dijo sorbiendo su café.
César empezó a sentirse incómodo. Para él estaba clarísimo lo que estaba
pasando.
─Si no os molesta, tengo un par de recados que se me habían olvidado -
dijo levantándose de la silla - vendré en...Digamos una hora - Las dos
mujeres lo miraron con sonrisas agradecidas. Intentó mantener la compostura
pero le costó lo suyo no reírse.
─Me parece bien - dijo Sara encantada con la sensibilidad de César - nos
vemos en un ratito.
Ana lo acompañó a la puerta y cuando iba a salir, lo sujetó por las solapas
y le besó en la mejilla.
─Gracias - César sonrió entendiendo todo lo que no decía.
─Gracias a ti.
Salió tranquilamente, sintiéndose mejor consigo mismo. Las mujeres
necesitaba sus momentos y él lo entendía perfectamente. Decidió ir a la
cafetería que quedaba a un par de calles y probar el chocolate caliente que
decían, era delicioso. Tenía un par de llamadas pendientes, aprovecharía el
tiempo para hacerlas.
Mientras tanto en casa de Ana...
─¿Qué es en nombre de Dios tan importante? - preguntó Sara, no bien
entró Ana por la puerta.
─Sara no me agobies - dijo un tanto alterada, tomando asiento - no es
fácil para mí.
Sara se quedo mirándola estupefacta. ¿Qué narices había pasado? Se
habían visto el día de ayer, habían vivido una situación de juzgado de
guardia... No podían pasar tantas cosas en tan pocas horas. Ni Ana era capaz
de superar los acontecimientos del día anterior.
─Lo siento querida. Pero no entiendo tanto secretísimo.
─Álvaro.
La cara de Sara se transformó. Al parecer sí que podía.
─¿Qué ha pasado?
Ana estaba angustiada. No sabía por dónde empezar. Con un suspiro,
decidió empezar por el principio. Esperaba con eso, aclarar a su vez las miles
de ideas confusas y contradictorias, que copaban su cabeza y que
amenazaban con hacerla estallar.
─Ayer, cuando os fuisteis, escuché ruidos en el jardín delantero, cuando
salí a investigar, cuál sería mi sorpresa al ver a dos individuos peleándose a
brazo partido, uno de ellos era un compañero de Alex que resultó herido, la
cuestión es que llamé a Álvaro para que viniera a atenderlo. Cuando terminó
de coserlo...
─¿Cómo qué coserlo?
─Se llevó un navajazo del cretino que quiere hacer daño a mi Alex, así
que Álvaro lo cosió y le administró un sedante. Lo dejé en mi cama dormido,
bajamos aquí y le mentí un pelín, porque como tú comprenderás, no podía
contarle la verdad - Sara asintió entendiendo perfectamente - la cuestión...es
que después...después...
─Después. ¿Qué?
─Sara... ¡Me hizo el amor! Aquí mismo en la cocina - se tapó la cara con
las manos, muerta de vergüenza. Sentía como le ardía, de lo ruborizada que
estaba.
Sara por su parte se quedó sin palabras. Se esperaba algo, pero no todo.
─Entiendo - dijo muy tranquila - aquí en la cocina, por supuesto, en la
cama estaba el amigo de Alex y era imposible.
Ana miró a su amiga espiando entre los dedos, bajó lentamente las manos
que cubrían su rostro y se la quedó mirando como si le hubiesen brotado dos
cabezas.
─Sara eres idiota.
Sara puso cara de ofendida.
─¿Idiota dices? Perdona bonita pero creo que es lo más lógico dada las
circunstancias.
─¿Dada las circunstancias? Sara ¡Me hizo el amor contra la pared! - dijo
perdiendo los estribos - en el nombre de Dios. ¿Dónde ves tú la lógica?
Sara levantó las cejas, embargada de la más absoluta sorpresa.
¿Ana había hecho el amor contra la pared? Imposible. ¿Su Ana?
Totalmente absurdo.
─-Esto...Ana querida, entiendo que tú creas que te hizo el amor...Pero
unos cuantos besos y algún achuchón, no es hacer el amor...
─¡No soy imbécil! Ya sé lo que es. Soy madre de tres hijos, digo yo que
alguna experiencia tendré sobre el tema - dijo con marcada ironía.
─Supongo - dijo no muy convencida - para dejarlo claro. Defíneme qué
es para ti hacer el amor.
Ana estaba pensando seriamente, estrellarle la taza de café a su querida
amiga. Le estaba hablando con un paternalismo que la estaba crispando los
nervios.
─Si un hombre te lleva al orgasmo. ¿Tú cómo lo definirías? - preguntó
torvamente.
La cara de Sara era un poema. ¿En serio? Clavó la mirada en la pared,
que había señalado su amiga y de nuevo en Ana. Hombre...No estaban para
hacer a esas alturas muchas acrobacias...Las imágenes que le vinieron a la
mente tenían su complicación y no veía a Álvaro tan fuerte como a su César,
para llevar a cabo tal proeza.
─Sólo para asegurarnos - a esas alturas, Ana tenía los brazos cruzados
sobre el pecho y un ceño que no auguraba nada bueno - ¿Álvaro te tomó entre
sus brazos y te hizo el amor contra la pared? - Ana asintió - ya veo...Pues hay
que reconocerle el mérito porque el hombre ya tiene una edad y sostenerte
durante un rato en el aire...
─¡Sara! - gritó escandalizada.
─¿Qué? No me mires así, sólo digo que está en mejor forma física de lo
que parece a simple vista. ¡Era un halago! - dijo defendiéndose - La última
vez que hice eso, tuve agujetas durante una semana.
─Él no...Quiero decir que Álvaro no...Sólo yo...
Ana estaba totalmente ruborizada.
Si seguían subiéndole los colores, le estallaría la cabeza de la presión.
Esto empezaba a ser más complicado, de lo que se pensó en un principio.
─Ana... ¿Me estás diciendo que Álvaro te llevó al orgasmo pero que él no
buscó su propia satisfacción? - Ana asintió incapaz de decir palabra alguna.
Sara estaba empezando a entender lo que le estaba tratando de decir su
amiga. Ana a pesar de su edad y de ser madre de familia, estaba más verde
que una lechuga. Nunca habían hablado abiertamente sobre sexo, pero estaba
segura que su querida amiga, no había pasado del sexo más tradicional en la
vida.
─Ya veo - dijo buscando las palabras necesarias sin ofenderla - y
pregunto yo. ¿Dónde está el problema? Habéis tenido un encuentro
satisfactorio al menos para ti y supongo que la cosa...Tomará el rumbo
natural de una relación...
─¿Cómo puedes decir qué dónde está el problema? - estaba alterada y no
podía disimularlo - ¡Yo no quería que pasara eso! Y no tengo ninguna
relación con Álvaro. Y lo peor es que no puedo tenerla dada las
circunstancias. ¿Es que no lo ves?
Ahora sí que no entendía nada. Pensó Sara. No se llegaba hasta donde
habían llegado esos dos y después decías que no tenías una relación, aunque
fuera sólo de tipo sexual.
─Ana cielo, si no querías que pasara pero pasó, eso indica que sí querías.
Eso lo primero y segundo, al margen de que tipo de relación tengas, no te
quepa la menor duda de que la tienes.
Ana estaba casi catatónica. ¡Eso no era cierto!
Ella no tenía ninguna relación, se les había ido de las manos un
poco...Vale, más que un poco pero eso no era indicativo de nada.
─Puede ser sexo casual - dijo intentando parecer sofisticada.
Sara enarcó una ceja con una sonrisa burlona entre los labios.
─-¿En serio? ¿Sexo casual tú? ¿Desde cuándo?
─Desde ahora - dijo levantando el mentón.
Sara empezó a sonreír lentamente, con un brillo sospechoso en los ojos.
Ana estaba a punto de perder la compostura y avergonzarse a sí misma,
agrediendo físicamente a su amiga.
─Si tú lo dices - comentó Sara disfrutando del evidente malestar de Ana.
─Todo el mundo lo hace - dijo a la defensiva - yo también puedo hacerlo
y no tengo que dar explicaciones a nadie al respecto.
─Seguro. Pero no te veo a ti, teniendo sexo casual con Álvaro - dijo con
suavidad - más bien creo que estás empezando una relación y que eso te tiene
nerviosa, porque hace mucho que no te sientes mujer, al menos no en el
sentido más amplio de la palabra.
Había puesto el dedo en la llaga, haciendo pleno.
Ana estaba transfigurada.
─Sara...No puedo tener nada que ver con un hombre...Me niego a mentir
sobre mis facultades especiales y no voy a seguir ocultándolas como si fuera
un monstruo. Ya no.
─¡Pues claro que no! - empezaba a ver el fondo del problema - sí Álvaro
te quiere, te aceptará tal y como eres y eso incluye tus...Peculiaridades, sean
las que sean.
─Creo que tengo mucho en qué pensar.
─Lo sé cielo. Sé que es complicado para ti, dejar de darle vueltas a las
cosas pero sencillamente vive el momento. Cuando llegues al puente ya lo
cruzarás.
─¿Qué le digo a Álvaro? - preguntó angustiada.
─Nada - aseveró Sara con firmeza - disfruta tu relación con él y llegado el
momento, dile lo que te salga del corazón.
─¿Y si le da un perrenque?
─Le dices que le estabas tomando el pelo y santas pascuas - soltó con
frescura.
Ana puso un gesto de incredulidad, que hizo que Sara se riera.
─No pongas esa cara - dijo mirándola divertida - si llegáis al momento de
la conversación, y resulta que se lo toma tan a mal como tú crees, reculas y
punto. En ese momento es cuándo tendrás que tomar decisiones, no antes
nena. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
─Creo que si - musitó.
─Se que te cuesta imaginarte que al igual sólo es una aventura pero puede
que no lleguéis a nada. ¿Para qué te vas a freír los sesos pensando? Vive Ana,
sólo eso.
─Supongo que tienes razón.
─Sé que tengo razón - dijo utilizando una de sus expresiones favoritas -
tu problema es que no dejas de darle vueltas a todo y siempre te imaginas lo
peor.
─Es verdad - reconoció con una mueca.
─Pues claro que es verdad. En breve veras a tu tía y empezaras a entender
el porqué de muchas cosas y si no me equivoco, posiblemente vivamos en un
futuro no muy lejano, una aventura digna del mejor guión de Hollywood.
Tenemos una boda que planear y tú tienes una aventura amorosa en ciernes.
¿Qué más le puedes pedir a la vida? La mayoría de la gente, se dejaría cortar
su mano derecha por tener la oportunidad que tienes tú. Empieza a creer en ti
nena, yo hace tiempo que ya lo hago.
Ana siempre había creído que tenía una vida normal, incluso aburrida
pero no era así. La vida era un cúmulo de momentos entrelazados. Sólo tenía
que dejarse llevar, dejar el pasado a donde pertenecía, esperar el futuro pero
sobre todo, vivir el presente.
"Búscame". Supo exactamente lo que iba a hacer. Vivir.

César estaba degustando un delicioso chocolate a la taza, cuando vio


aparecer a Álvaro.
─¿Qué tal? No esperaba encontrarte por aquí - dijo Álvaro estrechando su
mano.
─Sara y Ana tenían muchas cosas de qué hablar y yo sobraba - dijo
guiñándole un ojo.
Álvaro entendió lo que significaba. Cosas de mujeres.
─Te han invitado a que te vayas.
─Se podría decir más alto pero no más claro - aseveró con una sonrisa de
entendimiento.
─Creo que me pediré un café y te hago un rato compañía - dijo cordial.
─Se agradece. Tenía un par de llamadas pendientes pero ya lo he
solucionado así que me había resignado a leer las noticias deportivas en el
teléfono móvil, para hacer tiempo.
─¿Cuánto?
─Una hora aproximadamente pero sólo han pasado quince minutos - dijo
con una mueca.
Álvaro también sonrió. Las mujeres podían tirarse una hora al teléfono y
no agotaban el tema que fuese, él sin embargo, no recordaba una
conversación más larga de diez minutos. Al parecer a César le pasaba lo
mismo.
─¿Estás de vacaciones? - preguntó después de que la camarera le trajera
el café.
─Si, intenté cuadrármelas para coincidir con Sara, aunque ella no ha
cerrado la tienda, trabaja sólo por las mañanas y nos queda las tardes para
nosotros.
─Eso está bien. Ana me dijo que lleva años con el negocio y que cada vez
le va mejor.
─Es cierto - dijo con cierto orgullo - tiene a una chica pero si la cosa
sigue así, posiblemente tenga que ampliar el negocio y la plantilla.
Álvaro asintió, cuando la gente hacia aquello que les gustaba,
habitualmente solían triunfar.
─Me alegro por ella. ¿Y tú a qué te dedicas? Perdona no es mi intención
entrometerme - dijo al punto. Sólo era una conversación casual, nada más.
─Tranquilo - dijo entendiendo - tengo una empresa de distribución. De
hecho fue así cómo conocí a Sara - Álvaro enarcó una ceja a modo de
pregunta - estoy en el sector textil. Importamos mercancías de otros países y
exportamos a su vez, productos artesanos de primera calidad. Entre nuestros
clientes, está Sara y aunque ya tengo un comercial que cubre esta zona, hace
unos meses, se fracturó un brazo en una mala caída y por cuestiones de
agenda, no tenía a nadie que pudiera suplirlo. Total que me tocó a mí - dijo
burlón - el resto creo que lo conoces.
Álvaro asintió sonriendo.
─Es curioso a veces las casualidades de la vida - comentó reflexivo.
─Es cierto - no podía estar más de acuerdo - lo mejor que me ha pasado
en mucho tiempo, fue a consecuencia de una mala caída. En aquel momento
que sepas que maldecía como un estibador.
Se rieron con puro entendimiento masculino.
─¿Y tú qué? - preguntó César con una sonrisa torcida - no me digas que
no hay algo entre Ana y tú-Álvaro se quedó mirando su taza, jugando con el
asa de la misma. No era muy dado a explicarle su vida a nadie y aunque
César le caía bien, tampoco lo conocía mucho.
─Estamos conociéndonos - respondió evasivo.
─Si no lo tengo mal entendido, trabajáis juntos hace muchos años - dijo
con sagacidad - creo que conoceros ya os conocéis.
─Supongo que tienes razón - concedió - lo cierto es que no tengo muy
claro en qué punto estamos...damos un paso adelante y dos hacia atrás, si
sabes que te quiero decir.
César entendía perfectamente lo que le estaba diciendo. El mismo no tuvo
las cosas claras hasta no hacía mucho. Las mujeres tenían esa peculiaridad.
Te hacían dar vueltas y vueltas hasta que no eras capaz de sumar dos y dos.
─No intentes entenderlas - aconsejó divertido - pierdes el tiempo. A su
debido momento, te informará de aquello que le haya estado rondando por su
cabeza y ni un minuto antes. Créeme, se dé que te hablo.
Álvaro sonrió, no podía estar más acuerdo con aquellas palabras.
─Me ha dicho que está viviendo un momento complicado, signifique eso
lo que signifique y que necesita tiempo y lo curioso es que creo que lo dice
de verdad, sólo que no confía lo suficiente en mí como para explicármelo - no
solía explayarse jamás pero, le pareció que César sabía de qué estaba
hablando - si se sincerase, yo podría ayudarla.
─No creas - dijo irónico.
Al momento César se dio cuenta, que había dado a entender, que sabía lo
que le pasaba a Ana. Esperó que Álvaro no se hubiese percatado del desliz.
Álvaro lo miró con interés nada disimulado. Ese hombre sabía lo que le
estaba pasando a Ana. Por supuesto no podía preguntarle abiertamente.
─He supuesto que la llegada de su hijo habrá sido todo un acontecimiento
y sé que su hija pequeña se casa el año que viene, también está su hermano
que no ha sido fácil aceptarlo dada las circunstancias...Pero tengo el
presentimiento de que hay algo más.
Álvaro lo miró fijamente. César se removió en su asiento cambiando de
postura. Su cara no delataba nada, pero subrepticiamente, juraría que se había
puesto alerta.
─Hombre...Son motivos fundados como para sentirse abrumada -
comentó con cara de póquer.
Álvaro asintió pero siguió mirándolo sin pestañear. Le estaba ocultando
algo.
─Supongo que no sabes si hay algún otro motivo...
─-Entiende que en el hipotético caso de que lo hubiera, el honor me
obligaría a mantener el secreto.
Álvaro se repantigó en la silla cruzando los brazos con aire reflexivo. No
lo había negado.
─Por supuesto. Lo entiendo, yo en tu caso haría lo mismo - si no hubiera
estado atento, le habría pasado por alto, el sutil cambio en César, de alguna
manera se había relajado - hipotéticamente hablando.
─Me alegro que lo entiendas. Los hombres sin honor no somos nada -
dijo convencido.
─Pienso igual - dijo coincidiendo - me alegro de que te vaya todo bien
con Sara, es una buena mujer - dijo caminando de tema. Al momento César
sonrió como un tonto enamorado.
─Gracias. Estoy convencido de que si tienes paciencia, Ana confiará en
ti, es cuestión de tiempo.
Una sonrisa burlona cruzó el rostro de Álvaro.
─Es uno de mis defectos, según se mire. Soy un hombre paciente - César
se rió de lo que creyó, era una broma.
─Entonces no tendrás problemas - aventuró César con una gran sonrisa -
cambiando de tema. ¿Tú crees en fenómenos paranormales?
No se le cayó la taza de puro milagro.
Vio que César esperaba atentamente su respuesta. Algo le decía que su
respuesta, tenía una importancia relevante.
─¿En qué sentido? - dijo intentando averiguar hacia dónde soplaba el
viento.
─Ya sabes...Gente que mueve objetos, o videntes que ven el pasado o el
futuro...Cosas de ese tipo. Incluso en la magia...No me hagas mucho caso...Es
sólo que he leído hace poco, algo al respecto y se me ha quedado el tema en
la mente.
César sería un formidable contrincante jugando al póquer. Pero la
intensidad de su mirada desmentía la frivolidad que había imprimido a sus
palabras.
─Digamos que creo que hay personas que pueden tener capacidades por
encima de la media y eso puede dar la engañosa sensación de que tienen
alguna clase de poder paranormal.
¿Engañosa situación? ¡Ja!
¡Se iba a caer de culo cuando se enterara!
César sonrió satisfecho. Ese hombre no sufriría un infarto cuando viera a
Alex jugar con los cuchillos de cocina de su madre.
─Me alegro mucho de que coincidiéramos - dijo César mirando el reloj -
pero tengo que marcharme.
─Tranquilo lo entiendo - repuso Álvaro poniéndose de pie - yo también
me tengo que ir.
Salieron juntos del establecimiento y se despidieron en la puerta.
Álvaro se fue a su casa andando despacio. Iba meditando en la última
parte de la conversación con César. No se quitaba de la cabeza que aquella
pregunta no era casual. Sabía que no tenía sentido, se resistía a la absurda
teoría que le estaba rondando. Ana no podía tener capacidades especiales. No
se la imaginaba con una bola de cristal, en sus ratos libres. Sólo invocar esas
imágenes en su cabeza, las rechazó de plano. No, eso no era. Al igual su hijo
había tenido contacto con alguna cultura indígena en alguno de los viajes que
había realizado y creía poseer, algún tipo de conocimiento sobre magia.
Tampoco se sostenía. Pues no encontraba la manera de relacionar la pregunta
de César con Ana y su familia. Claro que también podía ser que sólo fuera
una manera de rellenar la conversación sin más. Pero... ¿Entonces por qué le
había parecido que su respuesta era tan importante? Estaba dándole
demasiada importancia a una tontería. Su mente obsesiva, estaba viendo
gigantes donde sólo había molinos. Creía recordar que tenía alguna revista
por casa, que hablaban de la teoría de los antiguos astronautas. Siempre le
había apasionado el tema aunque no solía divulgarlo. Él disfrutaba como un
niño buscando las respuestas lógicas, así había empezado a interesarse por
todas aquellas teorías de los primeros pobladores de la tierra, tenía que
reconocer que había ciertas anomalías que no encontraba como explicarlas
científicamente pero ahí radicaba su atracción por el tema. Como la ciudad de
Tiwanaku, en Bolivia, y sus supuestas técnicas extraterrestres y códigos
ocultos, o las líneas de Nazca en Perú o las cabezas Moái de la Isla de
Pascua. Había innumerables teorías recogidas por los llamados pseudo
científicos, que despertaban su interés. Incluso en el libro del Génesis, había
versículos que podían interpretarse de forma bien diferente, a la creencia
popular.
Por supuesto no era un tema del que hablara abiertamente. No quería que
pensaran que no era un hombre de ciencia. Lo era, sencillamente no se
cerraba en banda porque una teoría fuese un tanto estrambótica. Supuso que
cuando Copérnico compuso la teoría heliocéntrica, tuvo más detractores que
defensores, basándose en el sistema ptolemaico, si bien era cierto que pasó de
ser una especulación filosófica a una astronomía predictiva pero lo más
interesante, es que los separaba al menos dieciocho siglos, entre Ptolomeo y
su teoría y la de Copérnico. Todos ellos eran temas que lo fascinaban. Todo
lo que en su día fue repudiado o incluso motivo de grotescas burlas por sus
propios coetáneos, más tarde el mundo científico tuvo que reconocer que
tenían razón. Los ejemplos a lo largo de la historia eran muchos y en
diferentes campos, desde la astronomía, la arqueología, o la misma medicina.
Todos tuvieron en algún momento que rectificar. Un claro caso era el del
famoso médico Semmelweis, y sus métodos antisépticos en cuanto al lavado
de manos. El simple hecho de lavarse las manos, salvaba vidas, fue un
adelantado a su época, aunque sus propios colegas, entraron en conflicto
directo por la opinión médica más extendida, rechazando su teoría, no fue
sino mucho más tarde después de su muerte, cuando Louis Pasteur,
confirmaría la evidencia de los gérmenes como causantes de las infecciones.
Todo ello reforzaba su opinión de que ninguna teoría por extraña que
pareciera, debía desdeñarse por no seguir la corriente más extendida. Si ese
fuese el caso, aún se discutiría la eficacia de la rueda. Llegó a su casa y
decidió hacerse algo ligero para comer y después rescataría algún libro de su
nutrida biblioteca. Normalmente no solía tener mucho tiempo para leer, algo
que le apasionaba. Pero su trabajo lo absorbía dejándole poco espacio a sus
aficiones. Estar de vacaciones, le permitía disfrutar del placer de sentarse en
su sillón favorito y sumergirse en la lectura. Bastante animado por la tarde
tranquila que se le presentaba, se dirigió a la cocina pensado qué hacerse para
comer.

César llegó a casa de Ana bastante animado. La conversación con Álvaro,


le dijo que el hombre, era un buen tipo.

─Hola cielo – dijo Sara dándole un beso en los labios, cuando le abrió la
puerta - no hace falta que entres, recojo el abrigo y el bolso y nos vamos.
─¿Y Ana? Al menos le saludo - no entendía nada.
─No te preocupes, Ana ha subido a...A ver a su hermano y no puede
atenderte.
Lo dejó esperando en el porche y al momento salió con el abrigo en un
brazo y el bolso en el otro.
César estaba confuso. No entendía nada. Pero Sara cerró la puerta tras de
sí, sin darle tiempo a que pusiera alguna objeción.
─¿Nos vamos? - dijo con una sonrisa resplandeciente.
─Supongo - dijo resignado a vivir en la inopia.
Cuando subieron al coche y ya en carretera, César la miró de soslayo.
─No tienes porqué pero sería todo un detalle, que me explicaras de qué va
todo esto.
─Ana está pasando por una crisis. Habrías hecho preguntas que no podía
contestarte.
─Ya. ¿Puedo saber que le pasa?
─-Ummmhhh... Creo cariño que es mejor que no - dijo palmeándole la
pierna.
César frunció el ceño.
─No puedo ni imaginarme qué es tan grande que no puedes compartirlo
conmigo, al fin y al cabo, sé que tiene poderes, que toda su familia es rarita y
no he salido huyendo.
Sara sonrió ante el tono ofendido de César.
─Querido son temas delicados, tienen que ver con un hombre y no creo
que necesites saber más.
César sonrió entendiéndolo todo. Así que había sido una de esas
conversaciones. Las mujeres necesitaban hablar con otras mujeres de
hombres. Siempre había sido así. Buscó a tientas la mano de Sara y se la
llevó a los labios besándole los dedos uno a uno. Sara se rió entre dientes,
ante su gesto cariñoso. Cuando empezó a chuparlos lentamente, escuchó
como se le escapaba un gemido involuntario. Le besó el interior de la
muñeca, acariciándola con la punta de la lengua.
─Quiero que mientras comemos, tengas en mente que el postre lo
tomaremos en casa - susurró sobre la piel sensible de su muñeca -
decididamente, me apetece bañarte en chocolate caliente... - volvió a reseguir
con la lengua desde la muñeca hasta el centro de la palma - ver cómo resbala
por tu piel hasta tu mismo centro... - subió un poco con la boca por la parte
interna del brazo - hasta sentir como te derrites contra mi boca pidiendo
clemencia...Pero no tendré piedad y volveré a empezar hasta que llores
gimiendo de placer...
Sara estaba respirando superficialmente, tenía la boca entreabierta y los
párpados entornados sobre unos ojos vidriosos, plenos del más descarnado
deseo.
─No es necesario que vayamos al restaurante. Yo compro el chocolate y
nos vamos a casa ahora mismo - dijo sin esconder su propia necesidad.
César paró el coche en el aparcamiento y se volvió a mirar a la preciosa
mujer que tenía a su lado. Rompió a reír de pura dicha.
Sara se erizó como un gallo de pelea.
─¡No te atrevas a reírte de mí! - dijo golpeándole el brazo - eres un bruto.
César la abrazó sin prestarle atención a los leves manotazos de su dragón.
─Eres la cosita más preciosa que he conocido - dijo poniéndose serio de
repente.
Sara dejó de resistirse.
César la besó con pasión. Era la mujer de su vida, no tenía ninguna duda.
─Tendrás que esperar para aprovecharte de mí - susurró sobre sus labios.
─Podría...Convencerte - dijo acariciándole de forma íntima. César inspiró
profundamente y agarró la mano inquisidora.
─-Podrías pero vas a ser una buena chica.
─Las chicas malas somos infinitamente más divertidas - contestó con voz
gutural tentándolo como nada. César con una mueca burlona, la soltó sin
muchos miramientos y salió del coche con agilidad. Sara no se lo podía creer.
─Querida recuerda que tenemos reserva y no queremos llegar tarde - dijo
apoyado en el coche, con un brillo travieso en los ojos.
Sara suspiró resignada y salió murmurando contra todos los hombres y
especialmente sobre uno en particular. César ensanchó la sonrisa al
escucharla. La abrazó por la cintura y la instó a andar en dirección del
restaurante.
─Eres la cosa más bonita que he visto jamás - susurró contra su oreja.
─Quiero que sepas que en este momento no vas a camelarme con lindas
palabras.
─¿Quieres apostar?
Iba a contestar cuando llegaron a la puerta y un camarero, educadamente,
le cedió el paso.
─Recuerda princesa...El postre en casa - dijo bajito mientras se dirigían a
su mesa.
Sara se volvió a mirarlo por encima del hombro, sacándole la lengua.
César se limitó a sonreír. Era un hombre feliz. No creía que nadie tuviera
derecho a serlo tanto pero desde luego, no sería él quien se quejara de la
suerte que había tenido, el día que su compañero se rompió el brazo, aquel
día cambio su vida y viviría hasta el último de sus días, dando gracias por
ello.

Ana estaba muerta de miedo.


Estaba en la puerta de la casa de Álvaro.
Inspiró profundamente y dándose ánimos pulsó el botón. De lo nerviosa
que estaba, se sobresaltó ella misma, al sonido musical del timbre. Esto no
iba bien, pensó.
A los pocos segundos, escuchó a Álvaro acercarse.
─Hola.
Habían pocas cosas que lo alteraban y todavía menos que lo
sorprendieran pero Álvaro, estaba ante una de ellas. Se le había quedado la
lengua pegada al paladar.
Ana se dio cuenta de la sorpresa que se había llevado al verla plantada en
el umbral de su puerta y decidió que no estaba preparada.
─Creo que no ha sido una buena idea...Lo siento...Yo... - se dio la vuelta
dispuesta a huir lo más rápido que sus pies la llevaran, cuando sintió que
Álvaro la sujetaba por el brazo.
─Siempre es una buena idea que vengas a visitarme - dijo con su habitual
voz ronca - pasa por favor - susurró con un ademán galante.
Ella dudó unos instantes y con una trémula sonrisa en los labios, lo siguió
al interior de su hogar.
Era una casa pareada de nueva construcción. El concepto abierto la
sorprendió gratamente. Desde donde estaba, podía ver el salón comedor, la
cocina y la escalera que llevaba a la segunda planta. Todo estaba decorado en
colores tierra, se notaba que allí vivía un hombre, el ambiente era cálido y
acogedor y se respiraba un suave aroma, al perfume de su dueño.
─¿Te gusta lo que ves? - preguntó mirándola con interés.
─Sí...Sí por supuesto, es muy bonita y está muy bien decorada - por un
momento no sabía muy bien a qué se refería.
Álvaro la acompañó al sofá invitándola a que tomará asiento.
─¿Te apetece tomar algo? ¿Un café? - preguntó solícito.
─Si gracias, eres muy amable - contestó educada. Estaba más tensa que
las cuerdas de una guitarra. Se sentó rígida en el borde mismo del sofá, con
una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
Álvaro lo notó al instante. Fingió lo contrario y se dirigió a la cocina, a
preparar el café.
Ana por su parte, siguió allí sentada sin saber qué hacer. No sabía si
seguirlo e intentar entablar una conversación o por el contrario esperarlo
hasta que llegara. Claro que entonces no era muy lógico hablar desde la
distancia, mejor esperaba.
Al cabo de pocos momentos, Álvaro regresó con una bandeja y dos cafés.
La dispuso en la mesa de centro que había entre los dos sofás y se limitó a
mirarla.
Ana no sabía qué hacer. Seguía sujetando su bolso como si fuera una
tabla de salvamento. Tenía los nudillos blancos de tan fuerte que apretaba el
asa.
─¿Quieres un poco de leche?
─Si gracias.
Álvaro sirvió el café con movimientos elegantes. Ese hombre parecía que
todo lo hacía con gracia.
Ana soltó el bolso y al coger el platillo, sus manos se rozaron, dio un
respingo que de poco acaba el café en la alfombra. Sintió como se ruborizaba.
─Lo siento... - dijo con una sonrisa tensa.
─No pasa nada.
Empezaron a tomarse el café en silencio.
¡Esta era la peor idea que había tenido! Pensó Ana angustiada. En cuanto
se tomara el maldito café, saldría por la puerta corriendo como una
exhalación.
Estaba devanándose los sesos, pensando qué decir. Se le había quedado la
mente en blanco. No se daba de bofetadas a sí misma porque no podía, no
porque no se las mereciera.
Cuando se echara a la cara a su queridísima amiga, le iba a decir unas
pocas cosas sobre los consejos que le había dado. "Ana disfruta de la vida,
Ana vive el momento". ¡Ana eres idiota!
Álvaro por su parte, la observaba francamente intrigado. Se le ocurrían
varias ideas de porqué había venido pero ninguna de ellas tenían el menor
sentido.

Ana se terminó el café en un par de sorbos aunque se quemó hasta el


esófago, no importaba, al contrario, se lo merecía por imbécil.
─Bueno...Aunque la compañía es muy grata, tengo que marcharme...
─Pero, si acabas de llegar - estaba desconcertado. Ahora sí que no
entendía nada.
─Lo sé pero acabo de acordarme que tengo un compromiso y...Se me
había olvidado, lo siento - se levantó de prisa, volviendo a coger su bolso y se
encaminó hacia la puerta deseando traspasarla.
Álvaro por su parte, la imitó poniéndose de pie con educación. Cuando
vio que casi corría hacia la puerta, la siguió llegando casi en el momento que
alcanzaba el pomo. Puso la mano contra el quicio impidiendo que la abriera
como era su intención. Ana se quedó helada. Ni siquiera se volvió a mirarlo.
No podía. Tenía la respiración alterada como si hubiera corrido una maratón.
¡Necesitaba salir de allí!
─Ana - su nombre sonó como una caricia - dime porqué has venido -
estaba tan cerca que notaba el calor que desprendía su cuerpo.
─Me dijiste...búscame...
El corazón de Álvaro se saltó un latido. Se tenía por un hombre
inteligente, era uno de sus mejores rasgos, al menos era lo que siempre había
pensado de sí mismo, hasta ahora. Sí permitía que saliera por esa puerta, la
abría perdido para siempre, lo supo con claridad meridiana. Y sería
exclusivamente culpa suya por haberla hecho sentir torpe y todo porque tenía
el cerebro embotado desde que la vio parada en el umbral.
─Ana...Mírame.
Ana tenía ganas de llorar. No pensaba mirarlo ni ahora y si podía, nunca
más. Se estaba muriendo de vergüenza. Forcejeó con el pomo pero tenía los
ojos anegados de lágrimas y veía borroso. Jamás se había sentido tan fuera de
lugar como en aquel momento.
Álvaro tomó la situación entre sus manos. Nunca había sido un hombre
de acción pero supo que tenía que dejarse arrastrar por sus instintos
trasmitiéndole con su cuerpo, lo que sus labios no habían sido capaces.
La abrazó contra su pecho recorriendo con las manos sus brazos
lentamente, ejerciendo cierta presión, con intensidad contenida. Respiraba
sobre su pelo, absorbiendo su perfume, llevándolo hasta sus pulmones e
inflamando sus células...Siempre guardaría su aroma dentro de él, pasando a
formar parte de su propia cadena genética.
Ana sentía tanto que le dolía. Tenía un nudo en el pecho que le impedía
respirar profundamente. Las emociones estaban a flor de piel. No era capaz
de moverse aunque su vida dependiera de ello. Álvaro la abrazaba
acariciando sus rígidos brazos, con movimientos pausados, no intentó
forzarla para que se diera la vuelta. Sintió sus labios contra el cabello que
cubría su oreja derecha, besándola despacio. Se le escapó un suspiro
irregular, el aire salía a trompicones de sus pulmones atorando la garganta ya
de por sí, constreñida. Poco a poco, descendió con los labios por su garganta,
deteniéndose en aquel lugar donde las pulsaciones eran más evidentes. La
apretó más contra su pecho, obligándola a que se relajara, permitiendo así un
mejor acceso al hueco sensible donde convergían el cuello y la clavícula. Ana
cerró los ojos dejándose llevar por las sensaciones que estaban empezando a
despertar dentro de ella.
Álvaro encontró la cremallera del vestido en la parte posterior de la
espalda, muy lentamente, empezó a bajarla, dejando al descubierto la suave
redondez de su hombro, siguió besándola con suavidad, como si fuera la cosa
más frágil que había tenido jamás entre las manos. La cabeza de Ana,
descansaba sobre su pecho, podía ver su boca entreabierta y escuchaba su
respiración entrecortada. Era suave y profundamente femenina. Con un
movimiento imperceptible, desabrochó el sujetador sin dejar de besarla, poco
a poco su mano buscó la redondez de sus pechos, tomó uno con toda la
palma, sintiendo la dureza del pezón en el mismo centro, acarició todo el
contorno familiarizándose con la textura de su piel, siguiendo con las yemas
de los dedos, hasta el nacimiento mismo cerca de la axila, bajó por el costado
lentamente, casi hasta la cintura para volver a subir cubriendo toda la plenitud
de aquellas redondeces con cierta intensidad. Tenía que controlarse, no quería
que Ana se asustara pero le iba a costar su propia cordura. No pudo resistirse
y tomó entre sus dedos, el duro botón arrancándole un dulce gemido. Ana se
había aflojado, dejando caer parte de su peso contra él. El vestido se había
deslizado, descubriendo poco a poco los secretos que escondía.

Ana estaba en otro mundo. Sentir de nuevo las caricias de un hombre, la


habían transportado a un mar de sensaciones por mucho tiempo dormidas.
Era cautiva de la magia que estaba desplegando por todo su cuerpo, sentía
que se hacían eco por debajo de la misma piel, hasta llegar a lo más profundo
de su ser. Los ramalazos de placer, descendían por su columna en una
cadencia musical, transportándola entre olas y meciendo sus sentidos.
Álvaro sin dejar de besarla, la obligó a volverse hacia él, apoderándose de
su boca con hambre. La apretó con fuerza entre sus brazos, recorriendo la
espalda desnuda con las manos. Notó como el cuerpo de Ana temblaba y en
un impulso, la levantó contra su pecho.
─¡Álvaro! - exclamó - ¿Qué haces? Bájame - dijo abrazándose a su cuello
por inercia.
Álvaro la acomodó contra su cuerpo, sin hacer caso a sus quejas y se
dispuso a subir la escalera con la preciada posesión entre sus brazos.
No era una tarea sencilla la que se había auto impuesto.
─No seas tonto, bájame por fav... - la besó sin dejarle acabar.
Contra todo pronóstico, llegaron a la planta superior sin ningún percance.
Álvaro la llevó a su dormitorio y la depositó con suavidad encima de la cama,
dejándose caer a su lado y cubriéndola parcialmente con su cuerpo, durante
todo el proceso, siguió besándola sin dejarle tiempo a pensar en nada más.
Acarició su frente con la yema de los dedos hasta el nacimiento del
cabello, retirando los suaves mechones con reverencia. Muy lentamente,
depositó besos por su rostro con una delicadeza tal que Ana sintió ganas de
llorar. Con infinito cuidado, deslizó el vestido por su cuerpo, hasta las
caderas, el sujetador siguió el mismo camino, dejándolo caer
descuidadamente al suelo, cuando contempló la turgencia de los pechos con
los pezones enhiestos, más oscuros sobre la piel blanca, se le hizo la boca
agua. Pero necesitaba más, quería más. Se levantó y terminó de desnudarla a
la mortecina luz del atardecer, verla así en su cama, con el pelo extendido e
intentando cubrirse con las manos, el monte de Venus, lo enterneció como
nada. Se arrodilló a sus pies tomando entre sus manos el delicado tobillo,
rozando el empeine fascinado. Ante la incredulidad de Ana, comenzó a
besarlo sin prisas, acariciando a su vez la pierna, hasta el recoveco interno de
la rodilla. Ana estaba perdida, en la espiral que ascendía desde el mismo
núcleo de su femineidad hasta su vientre, en remolinos de placer. El mundo
había dejado de existir, sólo estaba su boca...sus manos...sólo él. Cuando
inclinó la cabeza entre sus muslos, creyó morir. Nunca se había sentido
cómoda con ese tipo de sexo, era demasiado íntimo, y se ponía tan nerviosa,
que no lo disfrutaba. El último pensamiento consciente fue apartarlo pero
cuando sus manos entraron en contacto con su cabello, algo se rompió dentro
de ella, agarrándolo entre sus puños. Cuando creyó que se iba a morir de
placer, Álvaro introdujo un dedo entre los pliegues resbaladizos. Había
rebasado el límite de la cordura. Empezó un crescendo hacia la cumbre que la
engulló como lava ardiente. La intensidad del orgasmo más brutal que había
tenido en toda su vida, la golpeó dejándola desmadejada. No podía moverse,
ni siquiera tenía fuerzas para apartarse el cabello que le tapaba parcialmente
el rostro. Ahora entendía por qué los franceses lo llamaban “Le petit mort"...
La pequeña muerte...
Álvaro se desvistió sin despegar los ojos de la visión que tenía delante de
sus ojos. Tenía los ojos cerrados, el cabello le caía revuelto, ocultando
parcialmente su bello rostro, los pechos subían y bajaban a causa de la
respiración todavía alterada por el orgasmo demoledor que le había
provocado. Podía distinguir con la luz que aún entraba por la ventana, el
brillo húmedo de los rizos que escondían la única fuente capaz de saciar su
sed. Tenía una erección imposible, notaba como pulsaba a causa de la
necesidad. Se deslizó encima de ella soportando su propio peso con los
brazos, Ana seguía con las piernas entreabiertas, se acomodó entre ellas
penetrando poco a poco su carne hinchada, después de haberle hecho el amor
con su boca. Ana se arqueó en muda respuesta, pequeñas réplicas del
demoledor orgasmo, seguían contrayendo su útero succionando su propia
esencia de hombre, lenguas ardientes de placer, recorrían su columna,
obligándolo a moverse sin poder evitarlo, introduciéndose más y más hasta
llegar al mismo núcleo ardiente que lo urgía a empujar llenándola por
completo.
Quería alargar todo lo posible el momento, eternizarlo en un baile viejo y
a la vez rejuvenecedor, piel contra piel, saboreando el placer de estar dentro
de ella. Pero el deseo había tomado el control, la necesidad descarnada lo
impelía a buscar su propio placer, luchó con todas sus fuerzas, tenía los
dientes apretados y los músculos rígidos del esfuerzo, pero cuando sintió que
Ana, lo abrazaba con todo su cuerpo, instándole sin palabras a dejarse llevar,
perdió la batalla. Los movimientos se hicieron más intensos, el vaivén de sus
caderas se acompasó a las femeninas, catapultándolo a la cumbre de un sólo
empellón. Por un momento sólo vio una luz blanca, cegadora. Creyó morir.
Supo que Ana, había conseguido llegar con él, una profunda satisfacción lo
inundó. Se dejó caer encima de ella, estaba total y absolutamente exhausto.
Había sido la experiencia más demoledora de su vida. Nunca imaginó que se
pudieran alcanzar cotas de placer tan elevadas. No habían compartido sexo,
no habían hecho el amor... Le había entregado parte de su alma, lo sabía con
la misma certeza que sabía que cada día salía el sol. No era un hombre de
bellas palabras, ni siquiera se tenía por un romántico pero aquella experiencia
sólo podía describirla como mística. Una comunión de almas. Aquella mujer
había hecho temblar hasta los cimientos de su propia existencia.
Ana abrió los ojos lentamente, lo primero que vio fue la mirada gris plata
de Álvaro observándola con una gravedad que la preocupó. No parpadeaba,
sólo la miraba con fijeza. Estaba apoyado sobre el codo con la cabeza
ladeada, no podía ver con claridad sus facciones, la oscuridad de la
habitación se lo impedía.
─Hola - dijo con timidez.
─Te has quedado dormida - susurró acariciando con el pulgar su labio
inferior - eres lo más bonito que he visto. Parecías una Madona.
Ana se ruborizó agradeciendo la oscuridad.
─Creo que tendríamos que levantarnos...Es tarde.
Estaba cohibida y la vuelta a la realidad, empezaba a golpearla con
fuerza.
─No tenemos prisa.
─Mi hermano se preocupará si no vuelvo pronto - en algún momento,
Álvaro la había tapado con una fina manta ya que no habían destapado la
cama. Rogó que no hubieran estropeado la colcha, en aquellos momentos,
cualquier huella que delatara lo que habían compartido, la violentaba.
─Ana mírame.
─Te estoy mirando pero no hay mucha luz y...
─¿Estás arrepentida?
─No...no...Sólo que...No tengo mucha experiencia en situaciones...No sé
muy bien...Lo siento...
─No quiero que te disculpes por regalarme la mejor experiencia de mi
vida - dijo acariciándole el cuello con un dedo - eres una mujer especial y yo
soy afortunado por permitirme formar parte de tu vida - Ana se tensó ante
esas palabras. Sara le había dicho que las cosas solían ir hoy en día de otra
manera. Más en la línea de sexo casual, pero esas palabras no le sonaban
precisamente a eso, más bien todo lo contrario.
─Álvaro...Ha sido maravilloso pero tengo que marcharme...
Álvaro la miró lamentando no poder ver con claridad sus facciones,
aunque la rigidez de su cuerpo, delataba la incomodidad que estaba sintiendo.
Si no se equivocaba, y creía que no, era la inexperiencia de Ana, la que estaba
tomando el control, haciéndola sentir violenta ante una situación que estaba
fuera de su área de confort. Había sido tan sublime para él que necesitaba
poder compartirlo con ella. Pero Ana no estaba preparada, en aquel momento
sólo pensaba en salir corriendo. Decidió darle algo en qué pensar.
Se inclinó sobre un pecho, besando el pezón que al momento respondió,
endureciéndose. Un jadeo por parte de Ana, le dijo que no se lo esperaba.
─¡Álvaro! ¿Qué haces? - preguntó intentando apartarlo.
Él por su parte, fingió no notarlo, succionando con fuerza, introdujo una
pierna entre las suyas mientras con su mano, acariciaba las caderas
femeninas.
─Álvaro...Por favor...Tienes que parar...
Siguió besándola, con su pierna, empezó a frotar el centro de placer de
Ana, ignorando sus palabras.
─Por favor...Mi hermano...Yo...Tengo...Yo tengo...
Álvaro deslizó una mano lentamente, al vértice entre las piernas
femeninas, cuando Ana cogió su mano, impidiéndole seguir.
─Álvaro no puedes...Hemos hecho el amor y...Me tengo que lavar...Estoy
sucia - terminó con un hálito de voz. Álvaro dejó de besarla, clavando sus
ojos, en el rostro ruborizado.
─¿Quién te ha dicho que estás sucia Ana?
─Nadie - dijo muerta de vergüenza - pero es así...
Álvaro no podía creerse lo que estaba oyendo. Ana era más inocente de lo
que cabría esperar en una mujer de su edad.
─No estás sucia - dijo a escasos centímetros de su boca - estas llena de
mi, de mi boca de mis manos, de mi esencia...- siguió con sus caricias cada
vez más atrevidas, introduciendo un dedo dentro de ella - hueles a mí, a lo
que hemos compartido... - Ana se arqueó sin pretenderlo, contra la mano
invasora - se me hace la boca agua sólo de imaginarme saboreándote.
─No por favor...
─Para mí es ambrosía - introdujo un segundo dedo en su interior
bebiéndose el gemido que escapó de su garganta - me excito con sólo
pensarlo...Decide.
─¿Qué...Decido? - preguntó con un jadeo.
─Si quieres que me dé un banquete entre tus piernas o me quieres dentro
de ti.
El corazón de Ana se saltó un latido. ¡Jamás había mantenido una
conversación como esa! No se hablaba en momentos como ese. Al parecer
Álvaro no lo sabía.
─Dentro de mi...
Álvaro sonrió en la oscuridad. Iba a disfrutar enseñándole los placeres, de
compartir su cama.
Sacó los dedos húmedos y de un sólo empellón, se introdujo dentro de
ella.
─Abrázame con tus piernas - ordenó suavemente.
Ana hizo exactamente lo que le dijo. Notó como aún se introducía más a
dentro. Álvaro se llevó los dedos a la boca y los lamió mirándola fijamente.
El aroma ligeramente salado, inundó sus fosas nasales, cuando fue consciente
de lo que estaba haciendo, abrió la boca para reprocharle pero Álvaro le
acarició los labios con los mismos dedos, dejándola sin palabras.
─Saboréate...Es una mezcla única, embriagadora...
Ana sacó la punta de la lengua pasándola por los labios húmedos, el
corazón le iba a estallar, jamás había hecho algo tan depravado. Cuando lo
degustó, reconoció no sin cierta sorpresa, que no era desagradable. Todo
aquello había disparado su libido a cotas insospechadas, se sentía licenciosa e
incluso...Mala...En el mejor de los sentidos, si es que se podía aplicar esa
palabra.
─Nunca te avergüences de nosotros...De lo que compartimos...es...Bello.
CAPÍTULO V

─¿A qué hora dices que cogemos el avión? - preguntó Clara.


─A las siete de la mañana - dijo Ana resignada - vamos a tener que
levantarnos a las cuatro.
─Bueno...Después echas una siestecita y listo - dijo con una sonrisa Júlia.
─No creo que tengamos tiempo para siestas habida cuenta que hace más
de veinte años que no veo a mi tía.
─Oye, que yo también me levantaré a la misma hora para llevaros al
aeropuerto y no me quejo - repuso Sergio guiñándole un ojo a su suegra.
─También es verdad - aceptó estirando la espalda. Las agujetas la estaban
matando. Le dolían partes de su anatomía que desconocía que podían
doler...Hasta ahora.
─¿Estás bien mamá? - preguntó Júlia preocupada.
─Si por supuesto, parece que no he dormido bien y tengo cierta rigidez
muscular.
Vicent la miró con ironía. La noche anterior había llegado con el doctor
Méndez y a juzgar por su aspecto, diría que habían hecho algo más que
pasear. Cuando le preguntó que a donde habían ido, la muy tonta se ruborizó
como una adolescente, no hacía falta ser muy listo para sumar dos y dos.
Claro que durante la cena, las miradas que compartieron eran como farolillos
rojos en medio de la noche. Se alegró por ella, su hermana era una buena
mujer y no quería que cuando él ya no estuviera, se quedara sola, sus hijos
emprenderían el vuelo más tarde o más temprano y la vida ya la había
maltratado lo suficiente, merecía ser feliz.
─Si quieres, después te doy un masaje - ofreció Júlia.
Ana hizo una mueca, mejor no. Esa mañana había encontrado un par de
marcas en su cuerpo, de la tarde de pasión que había compartido con Álvaro
el día anterior. Se moriría de vergüenza si alguno de sus hijos se enterase.
─Gracias cielo, pero creo que no es necesario, seguro que se me pasa - su
hermano desvío la mirada ocultando una sonrisa detrás de su taza de café.
Si se le ocurría decir algo, lo tiraba por la ventana. Pensó Ana. La noche
anterior, se pasó toda la cena poniéndole caras y soltando risitas tontas. Si lo
llega a saber, no hubiera venido a cenar y que se espabilase él solito en
prepararse algo.
─¿Me estoy perdiendo algo? - preguntó Clara mirando a su tío y a su
madre.
─No que yo sepa - dijo evasiva.
─Es que no es muy normal que tío Troll, se sonría y lo está haciendo
mirándote a ti.
─Te he dicho mil veces que no llames así a mi hermano - aunque en ese
momento se lo merecía por cretino.
Clara ignoró el reproche de su madre y siguió observando a su tío,
concentrada.
─Si lo miras así te dirá lo que quieras - dijo Júlia con tono festivo - es
incapaz de mantener un secreto bajo presión. ¿No es verdad tío?
─No tengo ningún secreto - repuso Vicent sin mirarlas a la cara - y en
todo caso, sería tu madre la que tendría que explicar...En el caso de que
tuviera algo que decir.
─¿Ves? Te lo dije - dijo Júlia risueña - mamá. ¿Qué tienes que contar?
Confiesa - añadió con un brillo travieso en los ojos.
─No hay nada que contar, estáis comportándoos como dos crías - objetó
molesta - parece que no tenéis prisa pero yo tengo demasiadas cosas que
preparar hoy. Así que os dejo.
─Yo también os dejo - dijo Sergio - voy a sacar a los cachorros a dar una
vuelta.
Sergio se marchó mientras las chicas se rellenaron nuevamente las tazas
de café. Ana las miró con reprobación, mientras las muy tunantas, sonreían
con inocencia.
Con un suspiro, se levantó de la mesa del desayuno dispuesta a prepararse
la maleta. En ese momento sonó su teléfono móvil, era un mensaje. De
Álvaro. Una sonrisa secreta, asomó a su rostro. Le daba los buenos días y le
contaba lo mucho que la estaba echando ya de menos. Se ruborizó de placer.
Por supuesto tenía pensado poner límites, incluso reglas. Era lo mejor, así no
tendrían problemas.
Entre tanto tres pares de ojos la observaban sin perder detalle.
Cuando Ana levantó la vista y se los encontró a todos mirándola con
interés manifiesto, se puso como un tomate. La expresión de culpabilidad no
tenía precio.
─Me voy arriba a preparar la maleta - y con eso, salió casi corriendo de la
cocina.
Las chicas se miraron entre ellas y como si lo hubiesen ensayado, se
volvieron a mirar a su tío que se puso rojo como la grana.
─Anoche vino con el doctor Méndez a cenar. Dijo que habían ido a dar
una vuelta pero se pasaron toda la cena mirándose como corderos - soltó
aliviado.
─Te dije que tío Vicent era una fuente de información. Pero no le cuentes
nada si no quieres que todo el mundo se entere - explicó Júlia.
─Es la presión...Me puede...
─No te preocupes tío - dijo Clara palmeándole la mano - limítate a
explicarnos qué pasa con mamá y si ves que Álvaro se convierte en un asiduo
a esta casa, nos lo cuentas.
─¿Crees que a mamá le interesa Álvaro? - preguntó Clara a su hermana
mayor.
─Le interesa, os lo aseguro - contestó Vicent moviendo la cabeza
afirmativamente dándole más énfasis a sus palabras.
─La pregunta que entonces cabe hacerse. ¿A Álvaro le interesa mamá?
─Seguro - volvió a contestar Vicent - aunque disimuló todo lo que pudo,
el brillo de sus ojos lo delataba. En ocasiones me dio la sensación de que no
eran consciente de que yo estaba allí.
Las chicas se miraron con un brillo calculador en la mirada. Tenían claro
que su madre estaba desfasada y que no concebía tener una nueva relación
con un hombre, aunque echarían de menos a su padre toda la vida, era algo
que habían hablado entre ellas. Era relativamente joven y no querían verla
envejecer sola. Pero claro, su madre era más inocente que un niño de
primaria, habían bromeado al respecto, seguras que a lo más que se atrevería
con un hombre, sería a darle la mano por la calle y lo soltaría no bien se
encontrara con algún conocido.
─Sería interesante que tocaras al buen doctor - dijo Clara a su hermana -
mejor asegurarnos que es buena persona, mamá es inocente hasta decir basta.
─Es un buen hombre, os lo aseguro - dijo Vicent saliendo en su defensa -
si no fuera por él, yo no estaría aquí - repuso con emoción contenida.
─Pues no sé si eso son puntos positivos o negativos - declaró Clara
bromeando. Al momento su tío, perdió la sonrisa. Se sintió la peor bruja del
mundo. En un impulso lo abrazó - es broma tío Troll, eso es positivo, si no
estuvieras, tendría que buscar a otro con quien meterme pero no sería tan
divertido - le besó en la escuálida mejilla con delicadeza -¿Amigos? - Vicent
asintió con un nudo en la garganta, después de ese gesto de cariño, le
perdonaba incluso que lo llamase por ese horrible nombre.
─Bien, aunque tenemos tu palabra y no la pongo en duda – dijo a su tío -
mamá se quedó estancada en el siglo pasado - soltó con un suspiro.
─Bueno...Papá era un buen hombre y se querían...Seguro que no es tan
difícil - dijo Júlia con tono reflexivo - quiero decir que...Bueno...No tengo
muy claro qué quiero decir.
─La última vez que mamá salió con un hombre, no habíamos cambiado
de siglo - dijo Clara con sarcasmo - una cosa es estar casada veinte años y
otra muy distinta salir con un hombre.
─En eso tiene toda la razón - dijo Vicent a su sobrina mayor - incluso yo
lo veo.
Las chicas se miraron dándose cuenta de la tarea que se les venía encima.
─Creo que tenemos que trazar un plan - comentó Clara - primero tú - dijo
señalando a su hermana - intenta enterarte de todo lo que sepas y después si
vemos que la cosa promete, podemos decírselo a tía Sara, seguro que a ella se
le ocurre alguna cosa.
─Que sepas que la psicometría no funciona como un noticiario - arguyó
irónica - nunca sé lo que me voy a encontrar, pero si puedo conocer cómo es
por dentro, no sé si me explico, si es buena persona, si tiene buenos
sentimientos...Esas cosas...
─Con eso tenemos bastante - dijo decidida - que sepáis que a mí me cae
bien, creo que es un buen tipo, un poco soso, pero mamá tampoco es la
alegría de la huerta que digamos.
─De todas maneras no nos anticipemos - dijo Vicent sin ser consciente
que había hablado en plural - ante todo hay que saber si realmente se atraen y
después ya veremos.
─Estoy de acuerdo - musitó Júlia - no nos dejemos llevar, de momento
sólo tenemos especulaciones, no vaya a ser que metamos la pata hasta el
corvejón y mamá nos mata.
Clara asintió con una mueca.

Alex estaba con Rodríguez en el parque, habían quedado esa mañana para
salir a correr y después de unos quince kilómetros y una tabla de ejercicios,
sentía que necesitaba comer algo.
─No sé tú, pero yo mato por un buen almuerzo - dijo Alex secándose el
sudor de la frente con una toalla. Llevaba en la mochila una cantimplora y
unas barritas de proteínas pero lo que le apetecía era comer de verdad.
─Me apunto, te dejo que me invites - dijo Raúl, repantigado en uno de los
bancos del parque.
─Cerca de mi casa hay una cafetería que hace unos bocadillos que te
mueres.
─Necesito darme una ducha primero - dijo mirándose a sí mismo - si
quieres nos vemos allí.
─Vente conmigo a mi casa y te duchas allí si quieres. ¿Llevas una muda
de ropa para cambiarte después? - preguntó sabiendo que su amigo era de los
que llevaba de todo en la mochila.
─Sí, pero no quiero ser una molestia.
─Y no lo eres - comentó - eres mi amigo - dijo palmeándole la espalda
con afecto - además seguro que a mí madre le hace ilusión verte.
Raúl hizo una mueca al escucharlo.
─¿Estará tu hermana por casa?
─Supongo. Pero ha quedado con Carol para ir a la ciudad a dar una
vuelta, al igual ni te la encuentras - dijo con una sonrisa.
─ Pues entonces te cojo la palabra. Llevo en el coche todo lo necesario
para cambiarme.
─Lo sé viejo - era del tipo previsor, en más de una ocasión, había echado
él mismo mano de la bolsa que siempre llevaba a todas partes.
Entonces la vio.
Parecía sacada de un cuento. Con su larga melena negra y brillante y
aquellos preciosos ojos violetas, era la cosa más bonita que había visto en su
vida. Raúl se volvió a mirar qué era lo que había llamado la atención a su
amigo. Lo cierto es que se quedó impresionado al verla, era una belleza.
─¿Quién es esa preciosidad? - preguntó interesado.
─Nadie que te interese - contestó Alex sin quitarle la vista de encima a la
joven que paseaba con un cachorro de dogo, sin ser consciente de las miradas
de admiración que despertaba a su alrededor.
Raúl por su parte, levantó las cejas cuando escuchó la advertencia en la
voz de su amigo. Eso desde luego, había conseguido despertar su interés.
─Creo que es muy joven incluso para ti - dijo sin poder resistirse.
─Un poco - reconoció reacio - tiene dieciocho años recién cumplidos.
En aquel momento, Elena al reconocerlo, levantó la mano a modo de
saludo. Alex hizo lo propio.
─Hola - dijo con una sonrisa tímida - no esperaba encontrarme con nadie
a esta hora, es bastante pronto.
─Nosotros solemos levantarnos temprano, nos gusta correr para
mantenernos en forma - explicó - este es mi amigo Raúl Rodríguez, ha
venido unos días de vacaciones, somos antiguos compañeros - Elena se
retrajo de forma automática.
Cuando Raúl se puso de pie, retrocedió sin querer, era un hombre enorme
y muy musculoso, eso la asustó. Había estado sentado en un banco y un par
de árboles lo tapaban parcialmente, no lo vio hasta que estaba cerca y ya era
tarde para darse la vuelta. Raúl por su parte, sintió el rechazo de la joven casi
como una bofetada, frunció el ceño, últimamente estaba perdiendo su famoso
encanto, o eso o las mujeres españolas eran de otra raza. No lo entendía.
─¿Puedes correr con tu herida? - preguntó con inocencia.
─Bueno...No mucho pero tengo que fortalecer la pierna...- Raúl enarcó
una ceja. No tenía conocimiento de ninguna herida.
─Supongo que eso está bien pero no te esfuerces mucho, llevará su
tiempo - dijo Elena mirándolo con simpatía. Alex rogaba porque su amigo no
preguntara nada. No tenía ni puñetera idea de cómo le explicaría en el jardín
que se había metido él solito.
─Gracias Elena. Significa mucho para mí, que muestres interés - Elena se
ruborizó hasta la raíz del cabello.
─Me ha dicho Gloria que os marcháis unos días a casa de unos familiares
y que tú también vas...- lo miró a través de sus tupidas y largas pestañas.
─En efecto - confirmó - pero si quieres cuando vuelva, te llamo y
podemos quedar...si te parece bien - Elena asintió nerviosa, Alex no lo sabía
pero iba a ser su primera cita.
─Podemos preparar una salida con los niños y los perros y organizamos
un picnic - aventuró esperanzado - puedo decírselo a mis hermanas - ofreció
mirándola con atención.
─Suena divertido - dijo con una pequeña sonrisa - nunca he ido a uno y
me gustaría...Creo...
─No se hable más. Cuando regrese te llamo. Por cierto. ¿Me das tu
número de teléfono? - preguntó intentando ser lo más suave posible - no te
sientas obligada...Mira, hacemos una cosa, te doy yo el mío y tú me llamas.
¿Quieres?
Elena asintió volviéndose a ruborizar. Gloria le había regalado un
teléfono móvil hacia unas semanas pero los únicos números que tenía en la
agenda, se podían contar con los dedos de una mano. Sería el primer amigo
que apuntaría. Le hizo mucha ilusión.
Alex le dio su número pero no insistió para que ella hiciera lo mismo.
Tenía que ser paciente, necesitaba confiar, aprender por ella misma que todos
los hombres no eran iguales.
Durante todo ese tiempo, Raúl se mantuvo al margen. Incluso había
retrocedido dejando espacio entre ellos, sobre todo cuando se percató de que
la joven no paraba de mirarlo con miedo. Había conocido a demasiadas
víctimas, para reconocer a una cuando la tenía delante de las narices. En
ocasiones, en las misiones de rescate en los casos de secuestro, no siempre se
respetaba los pactos, divertirse un poco, era lícito. Cuando llegaban para
liberarlos, las caras de horror, daban escalofríos, no importaban que fueran
chicas o chicos, para pasar el rato lo mismo daba. Se jugaría el salario de un
mes, que algún hijo de perra, le había hecho pasar un mal rato.
─Bueno...Me voy, te deseo un buen viaje...Alex - dijo sin mirarlo a los
ojos. Alex por su parte, sintió un tirón a la altura del esternón. Esa chica lo
enternecía como nada. No podía explicarlo.
─Gracias Elena.
─Adiós - se volvió para irse, cuando se dio cuenta, que estaba muy cerca
de Raúl, retrocedió instintivamente chocando con Alex - yo...Lo siento...
─No pasa nada - dijo Alex sujetándola entre sus brazos - Raúl asusta a
todo el mundo con su tamaño, pero lo cierto es que es un corderillo - Su
amigo lo miró serio como un juez - de hecho precisamente por ese motivo,
tiene muy pocos amigos, pero es como un hermano. Le confiaría mi vida.
Alex quería que se sintiera segura. Notaba como temblaba, si pudiera, la
metería en una urna de cristal para que nadie volviera a hacerle daño.
─Por su aspecto nadie lo diría - susurró mirándolo.
─Pero tú sabes que no se debe juzgar a nadie por su aspecto. ¿Verdad?
Elena asintió avergonzada. Sabía que tenía razón pero en aquel momento
sólo quería irse a casa.
─Lo siento - musitó mirando a Raúl aunque su vista no subió de su
amplio tórax.
─No te disculpes - respondió con la voz más suave que pudo - no pasa
nada.
Elena levantó la vista rápidamente para ver su expresión, la boca podía
mentir pero los ojos decían la verdad. Sólo se encontró con unos ojos azules
que la miraban sin pestañear. No intentó convencerla de nada, eso le gustó.
Elena se marchó despidiéndose con la mano antes de perderse de vista.
Alex y Raúl se quedaron allí de pie, viéndola marchar.
─Dos cosas. ¿Qué herida tienes en la pierna? Y dos. ¿Quién ha hecho
daño a esa criatura?
Alex soltó un suspiro. Sabía que su amigo no lo dejaría pasar.
─Abusaron de ella durante un tiempo indeterminado, el hijo de perra de
su padrastro. Y al parecer cuando andaba corto de pasta, se la pasaba a sus
amigotes - la rabia era palpable en su tono.
─Es apenas una chiquilla - musitó Raúl asqueado.
─Lo sé. Como te he dicho, apenas tiene dieciocho años.
─¿Qué tienes que ver tú con ella?
─Nada. Reconozco que es una belleza pero no tengo nada. Odia a los
hombres y los teme por igual, he pensado en ayudarla a superar sus miedos.
─Para eso existen profesionales altamente cualificados.
─Bueno...Yo tengo mis propios métodos - reconoció un tanto turbado.
Raúl lo miró con cinismo. Una mueca burlona se instaló en su boca.
─ Segarra, ilumíname - dijo sarcástico.
─Le he dicho que me hirieron en mi última misión y que...Bueno que no
puedo... ¡Maldita sea! Le he dicho que soy impotente.
La cara de Raúl no tenía precio. El asombro, la incredulidad y la más
absoluta sorpresa, se mezclaban en su cara dándole un aspecto cómico.
─Tú estás mal colega - dijo cuando recuperó la voz - ¿Y de qué manera le
va a ayudar a esa pobre chica que le mientas diciéndole que eres impotente?
Dime lumbreras.
─Pues de momento, en que pueda estar cerca de un hombre sin echarse a
temblar de puro miedo y ayudarla a confiar en nuestro género.
─¡Está cerca de ti porque cree que no eres un hombre! Eres idiota.
Cuando se entere, todo lo que hallas creído ganar, lo perderás de un plumazo.
─Pero cuando recapacite, se dará cuenta de que pude aprovecharme pero
no lo hice. Ese es el quid de la cuestión. ¿Es que no lo ves?
─Veo que te has metido en un jardín que te va a estallar en la cara - dijo
moviendo la cabeza con pesar - le has dicho a una preciosa chica que eres un
eunuco Alex. ¡Por el amor de Dios! Cuando se entere, si no tiene el suficiente
valor para cortarte los huevos, se lo dirá a la arpía de tu hermana y seguro que
la ayuda.
Alex se quedó mirando a su amigo meditabundo. Podía reconocer que al
igual no había sido una de sus mejores ideas pero a Raúl, le pasaba algo con
su hermana, no venía a cuento y sin embargo la había vuelto a mencionar.
En ese momento le sonó el móvil, indicándole que le había llegado un
mensaje.
"Hola, soy Elena. Sólo te escribo para que tengas mi número. Que te lo
pases bien con tu familia. Cuando vuelvas ya quedaremos".
¡Estaba encantado! Empezaba a funcionar. Sí que había sido una buena
idea. Elena había dado un paso de gigante. Se sintió absurdamente orgulloso.
─Era Elena - dijo con una sonrisa idiota - sólo quería que tuviera su
número.
─Ya - empezó a andar en dirección al coche.
─Oye, míralo como una buena acción - Raúl lo miró de soslayo con una
mueca.
─Tú estás pillado por esa chica, miéntete si quieres pero a mí no me
engañas.
─No estoy...Bueno y si lo estoy da igual, Elena es apenas una niña y
nunca me aprovecharía de ella - repuso indignado.
─No he dicho que lo vayas a hacer. Sólo que te vas a arrepentir -
puntualizó.
Alex frunció el ceño. No entendía por qué. Según su punto de vista,
estaba seguro que su método era muchísimo más efectivo que todas esas
terapias que te volvían medio tonto.
En pocos minutos estaban en casa de Alex. Entraron esperando
encontrarse a todo el mundo en la cocina pero no estaba ni el perro.
─No preguntes, te aseguro que ésta es una casa de locos. Igual llegas y te
encuentra a medio pueblo cenando aquí que no encuentras ni al perro -
comentó Alex resignado.
─No he dicho nada - dijo Raúl, aunque estaba un tanto decepcionado.
─En el armario del baño, hay siempre toallas limpias, sube a ducharte
mientras llamo a ver dónde está todo el mundo - dijo Alex.
Raúl asintió. Mientras subía las escaleras, se quitó la camiseta todavía
húmeda de sudor. Cuando estaba a punto de abrir la puerta del baño, alguien
salió justo en ese momento, chocando de lleno contra su pecho. No fue un
golpecito de nada. Incluso trastabilló a causa del impacto.
Júlia terminó de maquillarse y miró el reloj. Si no se daba prisa, llegaría
tarde a su cita con Carol. Salió corriendo y de golpe se estrelló contra un
muro de ladrillos. Se le saltaron las lágrimas a causa del golpe. Incluso se le
había doblado la nariz, motivo por el cual ahora tenía los ojos cuajados de
lágrimas. Levantó la vista sin entender contra qué se había chocado, cuando
vio los ojos azules de Raúl mirándola con verdadero horror.
─Eres una plaga - pontificó todavía pasmado.
─¿Qué yo soy...? - no podía enfocarlo bien a causa de las malditas
lágrimas.
─Por si no lo sabes esta es mi casa y lo último que me esperaba era
toparme con...Con un hombre medio desnudo, andando por ella tan campante
- dijo clavándole el dedo en medio del pecho, para darle más énfasis a sus
palabras.
─No estoy medio desnudo pero entiendo que una mojigata como tú no
vea la diferencia - apostilló con una sonrisa malévola.
─¡Oooohhh! Eres el hombre más odioso y más egocéntrico que he tenido
la desgracia de conocer - estaba furiosa. Ese cretino la ponía a cien sin casi
proponérselo.
─Por una vez estamos de acuerdo - dijo con sarcasmo - eres la mujer más
recalcitrante y una arpía de cuidado - la cara de Júlia no tenía precio.
─Entiendo que lo creas así, seguro que sólo vas con mujeres tetudas y con
poco seso, que babean como idiotas ante una cara bonita. No reconocerías a
una mujer de verdad ni aunque te estrellaras contra ella - dijo haciendo una
alusión directa a lo que había pasado.
─Cuando me estrelle contra una mujer de verdad, te lo diré - contraatacó
- y por cierto las mujeres tetudas que babean por una cara bonita son
infinitamente más interesantes que las arpías frígidas y rencorosas.
Júlia lo miró horrorizada. Se había pasado tres pueblos. ¿Arpía frígida?
¿En serio?

Le dio una patada en la espinilla con todas sus fuerzas y salió corriendo
pasando por debajo de su brazo. Raúl intentó cogerla pero lo esquivó, con
pericia. Claro que saltado sobre un sólo pie, era difícil que la alcanzara. Júlia
bajó corriendo como una exhalación las escaleras, de poco se mata ella sola
sin ayuda de nadie, llevaba unas botas de tacón alto y bajar como lo estaba
haciendo ella, era un deporte de riesgo. Se escuchaban las maldiciones desde
el recibidor. Cuando estaba a punto de salir por la puerta, apareció su
hermano mirándola sorprendido. Levantó la vista hacia la escalera por donde
se escuchaban las voces de su amigo maldiciendo como un marinero y al
segundo, un portazo. Levantó las cejas en muda pregunta.
─Tu amigo es un cretino, es el ser más odioso que he tenido la desgracia
de conocer y espero que hagas algo al respecto porque me temo que quiere
matarme - la cara de Alex reflejaba perplejidad. Sólo habían transcurrido
unos minutos desde que su amigo había subido a ducharse, por mucho que lo
intentaba, no entendía qué había pasado.
─No creo - dijo apoyándose contra la puerta de la cocina - sabe que si lo
intenta lo hago papilla, pero ayudaría una barbaridad, que no lo provoques
cada vez que lo ves.
─¿Qué yo lo provoco? ¿Yo? - dijo asombrada señalándose a sí misma -
¿Sabes que te digo? Que eres tan cretino como él y si piensas que voy a dejar
que venga un inútil y me avasalle en mi propia casa estás muy equivocado. Y
la próxima vez que se me acerque, me aseguraré de que no pueda andar
durante un mes. Estás advertido.
Abrió la puerta y salió dando un portazo.
Alex no daba crédito. ¿Esa era su tranquila y aburrida hermana mayor?
Salió detrás de ella.
─¿Dónde está todo el mundo? - preguntó. Júlia ni se paró cuando lo
escuchó, al contrario, se subió a su automóvil ignorándolo - podías contestar
al menos - dijo de mal humor.
Júlia bajó la ventanilla de su lado y lo miró con inquina.
─¿No eres tan listo? Pues averígualo tú solito.
Y con eso, salió derrapando.
Alex se quedó mirando cómo se perdía a lo lejos. Como un policía la
parase por exceso de velocidad, se lo tendría merecido. Claro que al igual se
lo merendaba sin despeinarse. Hablaría con su melliza. Esto no tenía para él
ningún sentido. Cuando se marchó de casa, Júlia era una chica tranquila, más
bien aburrida y con la nariz siempre enterrada en algún libro. Tenía un novio
que en su opinión, era imbécil pero como parecía feliz con él, siempre se
abstuvo de hacer ningún comentario. En resumen, que la fiera que había
salido por la puerta de su casa, no tenía nada que ver con la hermana que él
recordaba. Entró pensado en todo aquello, cuando vio bajar a Raúl con cara
de pocos amigos. Para su sorpresa, cojeaba. No recordaba que se hubiera
hecho daño esa mañana cuando salieron a correr.
─Cuando me eche a la cara a la gárgola de tú hermana, pienso retorcerle
su precioso cuello hasta que se ponga morada. Estás advertido.
¿Estás advertido? Resultaba gracioso. Su hermana le había dicho las
mismas palabras.
─Esto...Raúl, supongo que eres consciente de que estás hablando de mi
hermana.
─Si.
─Ya. Y también eres consciente de que no puedo permitirlo.
─Puedes intentar evitarlo, pero ya te auguro que vas a fracasar.
Entró a la cocina y se fue a la nevera directamente a coger una cerveza.
Raúl nunca bebía por las mañanas, de hecho lo hacía en raras ocasiones. Con
un suspiro, Alex se dirigió a los fogones, resignado a cocinar algo, porque
estaba visto que no se iban a ir a desayunar fuera.
─Pásame a mí también una cerveza - dijo mientras buscaba una sartén.
─Haz uno de tus numeritos y te la coges tú mismo – Alex decidió darle
tiempo para que se le pasara un poco el mal humor. Era eso, o dejarlo tieso de
un sartenazo. Sólo por el placer de escucharlo, abrió la nevera y sacó los
huevos y el bacón sin moverse del sitio.
Raúl lo miraba con el ceño fruncido y los labios apretados. Si esperaba
que se riera de sus payasadas, lo llevaba crudo. Jamás había estado tan cerca
de perder los estribos y darle una lección a aquella señoritinga que no
olvidaría mientras viviera. Estaba maravillado de su autocontrol.
─¿Quieres también unas salchichas? - preguntó Alex con parsimonia.
─Me vale cualquier cosa - dijo más tranquilo.
Alex terminó de preparar el desayuno y se dirigió a la mesa con los platos
llenos de comida. Raúl hizo una mueca de incredulidad. En cada plato, había
dos huevos, ocho o diez tiras de bacón y seis salchichas al menos.
─¿Qué? Tengo hambre - dijo defendiéndose - el café te toca prepararlo a
ti mientras me ducho.
Raúl asintió y empezó a comer con ganas. Lo cierto es que no se había
dado cuenta, pero también estaba muerto de hambre.
Al rato y después de devorar casi todo el plato, Raúl estaba de muchísimo
mejor humor.
─Bien. ¿Ahora me puedes explicar qué pasa con mi hermana? - se le
agrió el humor. Con un suspiro miró a su amigo. Cuando cogieran al maldito
hijo de perra de Santos, se iba a encargar personalmente de darle la mayor
paliza que le hubiera dado alguien jamás. Todo lo que estaba pasando era por
su culpa. De otro modo, él nunca habría venido a España, y desde luego no
habría conocido al bicho ese, con forma de mujer.
─Alex, tú hermana es insufrible. En cuanto me ve, me ataca, me ha
lanzado una piedra por protegerla, me ha pegado una patada en la espinilla
que de poco me la rompe. De poco me destripa el desgraciado de Santos y
eso sólo en tres días, tiemblo con pensar que será de mí sí me estoy por aquí
una semana. Voy a volver a casa en una caja de pino.
Alex no tenía palabras. Una sonrisa empezó a tomar forma y poco a poco,
se transformó en sonoras carcajadas. Mientras más se oscurecía el semblante
de su amigo, más risa le daba. No podía parar. Raúl se cruzó de brazos,
mirándolo mortalmente serio.
─Tiemblas de pensar...-más carcajadas - qué será...De ti... - no podía
parar de reír.
─Es una manera de hablar - masculló.
─Yaaaaa...- dijo limpiándose las lágrimas. Intentó ponerse serio pero otro
acceso de risas, lo atacó - mi hermana...De sesenta kilos a lo mucho - más
risas - de poco te rompe la pierna...
─Segarra, estas a punto de quedarte sin dientes - Alex que empezaba a
controlar el paroxismo hilarante, al escuchar la amenaza, estalló otra vez en
carcajadas.
En ese momento, escucharon abrirse la puerta principal. Eran su madre y
su tío. Al parecer habían ido a comprar a juzgar por las bolsas que traían.
Se levantó con rapidez para ayudar a su madre.
─¿Queda alguna bolsa más en el coche? - preguntó.
─Pues la verdad es que si, si me haces el favor - vio al amigo de su hijo y
le sonrió con afecto - hola Raúl, me alegro mucho de verte - se acercó a él y
le dio un beso en la mejilla como si fueran viejos amigos. Raúl que no se lo
esperaba se sintió torpe.
─Alex, ves a ducharte, ya me encargo yo de descargar el coche - dijo
levantándose con agilidad.
─De acuerdo viejo - dijo Alex cogiéndole la palabra. Subió las escaleras
de dos en dos, todavía sonriendo. Aún no le había explicado por qué su
hermana lo había agredido.
─¿Habéis desayunado hijo? - preguntó Ana solicita.
─Si señora.
─No me llames señora, acordamos que sería Ana a secas - le recordó con
una sonrisa.
─De acuerdo Ana.
─Bien, pues si te parece, termino de guardas todo esto y nos hacemos un
café.
─Yo también quiero Ana, pero de los míos - dijo Vicent.
─Ya me lo imaginaba - contestó Ana sonriendo - en cinco minutos
termino.
─Has comprado para un regimiento - comentó Raúl mirando la ingente
cantidad de comida.
─No creas. Además nos vamos tres días y se queda aquí mi yerno, ya lo
conocerás, es capaz de vaciar la nevera él solito y sin ayuda.
─¿No os vais todos? - eso no lo sabía. Había contado con que ningún
miembro de la familia se quedaría por allí.
─Vicent se queda y está el tema del cachorro, así que Sergio, que así se
llama mi yerno, se viene para hacerle compañía y cuidar al perro. Además, el
también tiene otro igual así que estarán entretenidos - explicó contenta.
─Entiendo - bueno, un hombre mayor y un chaval, no eran objetivos para
Santos. Se relajó.
Ana terminó de guardar la compra y se dispuso a preparar un café, miró el
reloj. Estaba ansiosa por ver a Álvaro. En parte sentía todavía un poco de
vergüenza pero a la vez, tenía un nudo en el estómago que le daban ganas de
saltar de pura alegría.
─Raúl cielo. ¿Cómo llevas la herida? - preguntó interesada.
─Bien gracias, los puntos tiene muy buen aspecto - como si hablara al
aire. Ana se acercó y lo comprobó por sí misma. Sonrió satisfecha.
─Está muy bien - al parecer sólo valía si lo decía ella - me alegro.
Supongo que te quedaras a comer - dijo mirándolo a los ojos. Esa mujer
estaba acostumbrada a mandar.
─No lo había pensado.
─Bien, pues entonces no pienses. Voy a hacer pollo al horno con patatas
en salsa y hay tarta de manzana de postre.
─Te lo agradezco pero...
─Si crees que me tienes que devolver el favor, entre Alex y tú, podéis
arreglar un poco el garaje - Raúl se la quedó mirando perplejo. Esa mujer lo
había manejado con suma pericia. Si decía que no se quedaba al almuerzo,
parecería un desagradecido.
─Gracias Ana - dijo con ironía - me encantará ayudar a Alex.
En ese momento apareció el susodicho por la puerta.
─¿Alguien decía mi nombre? - preguntó sonriendo.
─Si cielo, me decía Raúl que estaría encantado de ayudarte a ordenar un
poco el garaje mientras preparo la comida. ¿Verdad que es muy amable?
Alex abrió la boca pero bajo la atenta mirada de su madre y de su amigo,
decidió no decir nada más. Odiaba ordenar el garaje. Incluso su tío sonreía
con un brillo burlón en los ojos. Cuando era adolescente, siempre que lo
castigaban, le mandaban ordenar el garaje. Desde luego, que su madre era
única para amargarle el día.
─Vamos Alex - dijo Raúl disfrutando de ver la cara de su amigo - seguro
que acabamos en un rato - dijo risueño.
─Yo no estaría tan seguro - masculló abatido.
Salieron por la puerta de la cocina, uno cabizbajo y el otro sonriendo,
aunque cojeando levemente.
─Ana, yo he visto el garaje y parece un mercadillo - dijo Vicent con una
sonrisa torcida.
─Cierto, así estarán entretenidos un rato - había sido una inspiración de
último momento, pero algo le dijo que no dejara que se fueran. Había
aprendido a escuchar. No correría riesgos.
─Hola pequeña - dijo Álvaro.
─Ho…hola… - contestó Ana.
Ana sintió como se ruborizaba con sólo verlo. Llevaba todo el día
pensando en él pero ahora, allí en su porche, mil imágenes pasaron a la
velocidad de la luz…Todas ellas sofocándola como a una colegiala.
─Estamos en la cocina, para variar – dijo con una mueca – pasa por favor
– añadió nerviosa.
Álvaro la miró unos instantes evaluándola, supo con claridad meridiana
que Ana estaba cohibida. Claro que de la manera en que se retorcía las
manos, daba pistas.
─Siéntate por favor…No, ahí no…al lado de mi hermana si no te importa,
es que ese es mi sitio – dijo Clara con una sonrisa inocente.
Álvaro la miró sorprendido, no sabía que tuvieran un sitio asignado pero
no discutió. Ana por su parte, empezaba a sospechar de qué iba todo eso.
─Entonces al final no has ido a esquiar – dijo Júlia.
─No me apetecía mucho la verdad.
─Ya. ¿Cuáles son tus aficiones? Quiero decir aparte de esquiar, mi madre
por ejemplo no se ha subido en la vida a unos esquís.
─Bueno, me gusta leer, pasear… Supongo que lo normal – contestó
dudoso.
─A mi madre le encanta pasear – dijo Clara.
─Clara. ¿No tienes que ir a preparar las cosas para mañana? – preguntó
Ana seca.
─Ya lo tengo todo – dijo con una sonrisa impenitente - ¿Qué tipo de
películas te gustan?
Álvaro empezó a darse cuenta de lo que estaba pasando.
─No tengo una preferencia, supongo que cualquiera que tenga una buena
trama.
─A mí me encantan las de aventuras y a mi madre también…Sobre todo
las de Indiana Jones si sabes lo que te quiero decir – dijo Júlia apoyando la
mano en su antebrazo.
En cuanto Ana lo vio, se levantó de golpe. Todos la miraron
sorprendidos.
─Me encantaría ir a dar un paseo ahora…Max tiene que salir… – dijo
tiesa como un palo.
─Por supuesto.
─Seguro que nos vemos pronto – dijo Clara con una enorme sonrisa.
En pocos minutos, estaban paseando con el cachorro por el barrio.
Ana iba sumida en sus pensamientos, sabía lo que pretendían sus hijas y
tenía claro que cuando volviera, la iban a escuchar. Eso era juego sucio. Sólo
de imaginarse que Júlia viera algo de lo que había pasado…Bueno no quería
ni pensarlo…
─Estás muy callada – dijo Álvaro.
─Supongo que hoy ha sido un día agotador. Demasiadas cosas que
preparar.
─Tus hijas no son muy diplomáticas que digamos – comentó con ironía.
Ana cerró los ojos un momento sabiendo a que se refería.
─Lo siento, no sé que les ha dado. Hablaré con ellas – sintió como volvía
a ruborizarse.
─No te preocupes – dijo con una sonrisa al notar lo mortificada que
estaba – es normal que se preocupen por quien sale con su madre.
─No estamos saliendo…
Álvaro la miró de soslayo. Después de lo que había pasado, no entendía
sus reticencias.
─¿Y tú cómo lo llamarías? – preguntó suavemente.
─Bueno…No lo hemos hablado pero…Supongo que somos amigos…
─Yo creo que somos algo más que amigos.
─Yo…Hoy en día, se tienen relaciones abiertas…Sin ningún tipo de
compromiso…Modernas…
Álvaro se detuvo en medio de la acera para mirarla de manera frontal.
─¿Tú quieres una relación así?
─Bueno…Supongo… - le estaba costando aparentar una sofisticación que
no sentía – quiero decir que…Mientras estemos bien juntos, pero no tenemos
obligaciones…Tú tienes amigos y te vas a esquiar y cosas por el estilo y…
Quiero que sigas haciendo todo lo que haces sin obligaciones…
Se le notaba de lejos lo incomoda que se sentía con aquella conversación
que por otra parte, no se esperaba. Mucho le parecía que estaba total y
absolutamente perdida. Llegados a este punto, Álvaro pensó que estar de
acuerdo con ella, era la mejor manera de que se diera cuenta del enorme
despropósito, que estaba diciendo.
─Entiendo.
Un suspiro de alivio, delató su incomodidad.
─Sabía que lo verías como yo…
─No he dicho eso – acotó Álvaro – pero lo haremos a tu manera.
─Entonces todo arreglado. Creo que será lo mejor, las relaciones
modernas son menos complicadas – aseguró – no hay obligaciones y son…
Más distendidas si entiendes lo que quiero decir, cada uno tiene su propia
vida y de vez en cuando nos vemos.
Álvaro la observaba en silencio.
─Si lo he entendido bien, me estas proponiendo que mantengamos
nuestras vidas por separado pero que de vez en cuando nos veamos para tener
un encuentro sexual.
Se le borró la sonrisa de la cara como por ensalmo. Eso no era lo que
quería decir.
─No exactamente…Podemos quedar a cenar y a dar un paseo…Ir al
cine…
─Ya. Pero sin obligaciones.
─Exacto. Amigos íntimos pero sin ir más allá…
─¿Ana tienes miedo?
─¡No! Para nada – contestó muy rápido – es más bien que creo que si nos
marcamos unas reglas básicas…Pues será mucho más fácil…Ya sabes…
─No. No lo sé – repuso.
─Me gusta estar contigo pero no quiero ataduras ni obligaciones…
Esperaba que tú lo vieras de la misma manera.
Álvaro la observaba sin perder detalle, para él estaba clarísimo que a Ana
le asustaba empezar una relación, no la presionaría, irían a su ritmo hasta que
se sintiera más cómoda y adquiriera más confianza.
─Como quieras – al punto, notó como se relajó – lo haremos según tus
normas.
─Gracias – musitó con una tibia sonrisa – creo que si desde un principio
sabemos a qué atenernos, será mucho más fácil para ambos.
─Ya.
─Creo que tendríamos que volver, tengo algunas cosas pendientes y
mañana nos vamos.
─Pensaba que iríamos a mi casa – dijo arrastrando las palabras.
Ana lo miró con absoluta sorpresa. ¡No se lo esperaba!
¡No podía estar pensando en eso! Eran las cuatro de la tarde. ¡Por el amor
de Dios!
─Llevamos a Max y…No creo que estés pensando…Quiero decir – vio
como una sonrisa pirata, cincelaba su boca - ¡Álvaro! Lo has dicho a posta.
─Tengo un jardín pequeño pero Max estaría encantado y nosotros
podemos tomar un café tranquilos…Pero si tienes una sugerencia mejor, soy
todo oídos.
No era lo que le estaba diciendo… ¡Era cómo se lo estaba diciendo!
Enrojeció hasta la raíz del cabello. ¡Jesús! No podía ser que quisiera otra
vez… ¡No podía estar insinuando eso! Le estaba tomando el pelo. Seguro.
─Creo que no me gustan ese tipo de bromas – musitó con gazmoñería –
no son de buen gusto.
─No estaba bromeando – dijo risueño.
─Pues… No puedes estar hablando en serio, quiero decir que hace apenas
dos días que…Bueno que tuvimos relaciones y…No creo que sea normal…
Lo miró esperando que se lo confirmara. ¡Lo estaba diciendo en serio!
Esa mujer era increíblemente inocente.
─Ana, todo lo que pasa entre un hombre y una mujer, es normal.
─Supongo, quiero decir que eso ya lo sé – dijo un poco a la defensiva –
no soy tonta, sólo creo que vamos un poco deprisa.
Álvaro la escrutaba con esos ojos que no perdían detalle. Estaba visto que
con Ana, avanzaban un paso y retrocedían dos.
─¿Estás arrepentida?
─No, ya te lo he dicho, pero…Necesito – no sabía qué necesitaba –
necesito ir despacio, me siento un poco apabullada con todo esto y…
─Creo que estás nerviosa por ir a ver a tu familia después de tantos años
– dijo interrumpiéndola – dejaremos esta conversación para más adelante y
de todas formas, tienes mi palabra de que iremos a tu ritmo.
─Supongo que será lo mejor – concedió – pero aun así, creo que tener
unas reglas es una buena idea – insistió – no nos conocemos más allá del
plano laboral y es posible que cuando sepamos mas el uno del otro, nos
demos cuenta de que no congeniamos, eso pasa.
Ana quería que entendiera porqué era bueno mantener cierta distancia. No
veía otra manera de tener una relación. Había partes de su vida que no
pensaba compartir con él y supuso que a Álvaro también le sucedería algo
parecido.
Álvaro por su parte, empezaba a darse cuenta de que había algo más que
una reticencia natural a cualquier inicio de una relación. Decidió no insistir
más, a su debido momento, seguro que se lo diría. Pero no le gustaba, por
decirlo de una manera suave, que lo mantuviera a distancia.
─Como quieras – dijo lacónico – ¿A qué hora regresáis el domingo?
─Sobre las seis creo que ya estaremos por aquí – contestó sorprendida por
el cambio de conversación.
Álvaro asintió, estaban cerca de casa de Ana, en pocos metros quedaría a
la vista, se acercó acariciándole la mejilla con suavidad. Resiguió con el
pulgar, el contorno de su boca, escuchó como el aire se le quedaba atascado
en la garganta, era la mujer más sensual que había conocido. La besó
suavemente.
─Me harías muy feliz si el domingo aceptaras cenar conmigo – susurró a
escasos milímetros de su boca – será año nuevo y no imagino nada mejor que
estar contigo…Solos…
Ana asintió imperceptiblemente, no era consciente pero se había acercado
más quedando casi apoyada contra su cuerpo, Álvaro se estaba arrepintiendo
de no haber insistido más con respecto a ir a su casa.
─Te estoy echando ya de menos – musitó perdiéndose en sus ojos verdes
mar.
─Eres tonto – dijo con una sonrisa coqueta – son sólo tres días.
─Lo sé, una eternidad.
Ana se rió y de manera espontanea, le dio un suave beso en el mentón.
─Te llamaré.
─Eres preciosa – Ana lo miró sorprendida.
─Gracias pero creo que te hacen falta gafas – repuso con ironía.
─Me gusta todo lo que voy descubriendo sobre ti, tu timidez, tu sentido
del humor, el amor a tu familia, tu generosidad, estoy deseando conocer todos
tus secretos, eres una mujer excepcional.
Ni queriendo le decía algo peor.
El cambio fue radical. Se tensó perdiendo la sonrisa y un velo cubrió sus
ojos. Max aprovechó el momento para tirar de la correa, presintiendo lo cerca
que estaba de la casa. Ana se apartó pasándose la mano por el cabello gesto,
que no le pasó desapercibido al hombre que la miraba con total
concentración.
─Max empieza a ponerse nervioso – dijo andando sin volverse – si no te
importa, será mejor que nos demos prisa.
Álvaro la contempló con las manos en los bolsillos, meditabundo.
─Por supuesto – dijo con voz neutra.
Llegaron en pocos minutos a casa de Ana, en silencio. Se le notaba las
ganas de salir corriendo, Álvaro por su parte, le iba dando vueltas a la
reacción desproporcionada ante lo que había sido un halago sincero.
─¿Quieres entrar? – preguntó cortes.
─Creo que no – repuso mirándola a los ojos.
─Bueno…Pues, nos vemos el domingo – dijo con una sonrisa tensa.
─Que tengas un buen viaje.
─Se miraron unos segundos.
─Adiós.
─Adiós pequeña – dijo bajito.
Ana subió los tres escalones del porche con impaciencia y entró en la casa
sin mirar atrás.
Álvaro por su parte, emprendió el camino a su casa, pensando en qué
diantres había dicho para que se pusiera tan nerviosa. Algo no le encajaba
pero por mucho que se devanó los sesos, no encontró la respuesta.

Un rato antes, en casa de Ana…

─¿Has visto algo? – preguntó Clara a su hermana.


─Poca cosa – contestó Júlia con cierto fastidio – está coladito por mamá,
eso te lo puedo asegurar.
─Os he dicho que la otra noche se miraban como adolescentes – repuso
Vicent.
─Ya, pero necesitamos más datos – repuso Clara, obviamente
decepcionada.
─Pues tendremos que buscarlos de otra manera porque mamá se ha dado
cuenta de lo que pretendíamos, de seguro que nos dice algo.
─No empieces ha agobiarte con eso – dijo Clara – mamá si no se queja
por algo, no es feliz. Tenemos que hablar con tía Sara.
─Ya, pero tía Sara no soltará prenda.
─Veremos – comentó pensativa – además nos debe un favor y de los
gordos.
Tanto Vicent como Júlia, la miraron sin entender.
─No te sigo.
─Pues es más que evidente – dijo mirándolos a los dos – tía Sara está con
César gracias a nosotras, así que si necesitamos una ayudita por su parte, de
alguna manera está obligada.
─¡No me puedo creer que hayas dicho eso! – dijo Júlia sorprendida – es
casi como si la quisiéramos extorsionar.
─Mira que eres exagerada – dijo con un bufido – es más bien una sutil
persuasión.
─Hombre…Lo de sutil no lo veo por ninguna parte – musitó Vicent.
─Os digo que mamá nos necesita aunque ella no lo sepa – insistió Clara –
si dejamos esto en sus manos, dará el paso cuando lleve dentadura postiza.
Vicent se rió bajito divertido.
─Mi hermana tiene su carácter, no creo que le parezca bien que nos
inmiscuyamos en su vida.
─Yaaa…Pero no se lo vamos a decir – dijo Clara mirándolo con toda
intención.
─Yo no llevo bien la presión – arguyó Vicent con gesto adusto.
─Pues no te queda otra porque estas en el ajo con nosotras – advirtió con
una sonrisa malévola.
─Clara no asustes al tío – dijo Júlia – de momento no vamos a hacer
nada, esperaremos a ver qué pasa, al igual son capaces ellos solitos de
arreglarlo.
Clara hizo un gesto de exasperación con los brazos.
─Y los burros vuelan – contestó con frescura – os digo que mamá no dará
jamás el paso, por si no os habéis dado cuenta, se siente muy condicionada
por el tema de la videncia. ¿Es que no os dais cuenta? Tiene la creencia de
que nadie la aceptará por ser un bicho raro, demasiados años hacen escuela.
─Ha empezado a asumir quien es y creo que de forma encomiable – dijo
Júlia sintiéndose obligada a defender a su madre.
─Ya. Pero entre nosotros, no digo que tenga que publicarlo ni nada por el
estilo pero te digo que mamá no desvelará su secreto a ningún extraño y eso
incluye al buen doctor.
─Puede que tengas razón – musitó Júlia pensativa.
─Sé que tengo razón – dijo con cierta arrogancia – y por si no fuera
suficiente, ahora sabe que tú y Alex también tenéis poderes, ni borracha dirá
nada. Me juego el sueldo de un mes.
Todos se quedaron pensando en esas palabras. Incluso Vicent veía
claramente que su sobrina tenía razón. Su hermana protegería a su familia de
cualquier extraño y el tema del maldito psicópata, no haría sino reforzar su
razonamiento. Por mucho que le pesara estar de acuerdo con Clara, no veía
otra forma de hacer las cosas que prestándoles una ayudita. Aunque eso
acabara con sus nervios.
─Vale. ¿Y como lo hacemos? – preguntó mirando a sus sobrinas.
─No lo tengo aun muy claro pero algo se me ocurrirá – dijo Clara un
tanto ausente.
─Yo de todas formas creo que podemos intentar que tía Sara colabore.
─Podemos. Cuando vengamos de casa de la tía de mamá, hablaremos con
ella. Pero tenemos que conseguir la manera de que tú puedas tocar al doctor y
así tener más datos.
─Te he dicho muchas veces que esto no funciona como tú quieras – dijo
Júlia exasperada – no siempre veo cosas y tampoco decido lo que veo.
─Cuando venga por aquí, yo puedo intentar sonsacarle algo, fue mi
médico y tenemos cierta relación – ofreció Vicent.
─Eso estaría bien – dijo asintiendo Clara – pero que no te pille mi madre
o la liamos seguro.
─Tranquila, no desconfiará de mi – dijo convencido – eso os lo dejo a
vosotras – añadió con una sonrisa beatifica.
Las dos chicas lo miraron por un segundo y al punto, se empezaron a reír.
─Bien, pues más o menos tenemos un plan – dijo Clara satisfecha – ahora
que ya estamos de acuerdo con esto, vamos a centrarnos en el día de mañana,
que sepáis que estoy nerviosa de saber que en pocas horas tendré el famoso
libro entre mis manos.
─A mí me pasa lo mismo ¡Quiero saber todo! – soltó Júlia embelesada
con la idea – tengo unas ganas locas de saber porqué yo puedo viajar hasta
los tiempos de Yamanik y sin embargo ninguna de nuestras antepasadas
pudo.
─Esa es una buena pregunta – dijo Clara.
─Aunque yo no tengo poderes, debo de reconocer que también tengo
bastante curiosidad.
─Yo tampoco tengo poderes – arguyó Clara – pero eso no quiere decir
que no quiera saber todo lo que pueda sobre la historia familiar. No todos los
días te enteras que tus ancestros eran una especie de brujas.
─Yo no diría que eran una especie de brujas…- dijo Vicent frunciendo el
ceño.
─Pues creo que más de uno no lo tienen tan claro como tú. Y es más, de
seguro que tuvieron que ocultar sus poderes en algunas épocas de la historia,
os recuerdo que en este país hubo algo que se llamó la Santa inquisición.
Vicent abrió los ojos con horror ante las palabras de su sobrina.
─No lo había pensado – reconoció Júlia – pero tiene todo el sentido. De
seguro épocas como esa, tuvieron que ser determinantes para que enseñaran a
las niñas a esconder sus poderes por su propia seguridad.
─No te quepa duda – acertó a decir Clara con gesto serio – ese libro tiene
que ser una mina de oro en cuanto a información, estoy segura.
En ese momento escucharon abrirse la puerta principal. Se giraron al
unísono para ver quién era y si ese quien, venía acompañada.
─Hola mamá. Que rápido has vuelto – dijo Júlia con una sonrisa de
bienvenida – el doctor ¿No te acompaña?
─Pues no. Y a propósito del doctor…
No acabó la frase, cuando sus dos hijas se levantaron al unísono, como si
lo hubieran ensayado.
─Me acabo de acordar que no he metido un par de cosas en la maleta…Si
me perdonas – dijo Júlia saliendo por la puerta.
─Yo también, se me han olvidado un par de cosas – dijo Clara saliendo
deprisa de la cocina detrás de su hermana.
─Tú no vives aquí, sí se te han olvidado un par de cosas, estarán en tu
casa – soltó Ana con inquina.
Como si escucharan llover. Subieron las escaleras, como una exhalación.
Si pensaban que se iban a escapar de rositas lo llevaban crudo.
─¿Te parece divertido? – pregunto malhumorada – antes cuando ha
venido Álvaro, se han dedicado a acribillarle a preguntas y Júlia ha tenido la
osadía de tocarlo para saber cosas. ¿Entiendes lo que quiero decir? Y no
pienso tolerar que se metan en mis asuntos privados.
─Me lo supongo. Pero creo que le estas dando más importancia de la que
tiene – dijo con tono mesurado – en el fondo mientras más importancia le
des, más vas a incitarlas a que se metan como tú dices en tus cosas.
─No las conoces como yo – contestó frunciendo el ceño – te aseguro que
son peores de lo que te imaginas. Harían pecar a un santo. Te lo juro.
Vicent se rió entre dientes. No le cabía la más mínima duda. Eran iguales
a su madre y por mucho que les molestara, también tenían mucho de su
abuela. Las tres.
─Haz lo que creas – dijo mansamente – pero estoy seguro de que si no le
das importancia, perderán todo interés.
─Veremos – contestó no muy convencida – si las pillo haciendo una de
las suyas, me van a oír. Eso te lo garantizo.
─Me parece bien.

Mientras tanto, en el dormitorio de Júlia, las dos hermanas estaban


terminando de concretar algunas cosas de última hora.
─Clara, quiero pedirte una cosa – dijo seria.
Clara miró a su hermana con gesto de sorpresa.
─Dime.
─Mañana quiero que te pongas el anillo de Yamanik. No me atrevo a
meterlo en la maleta por lo que pueda pasar y yo no puedo llevarlo puesto,
por motivos obvios.
La cara de Clara era un poema.
─¿Me lo estás diciendo en serio?
─Totalmente. No creo que haya nadie mejor para protegerlo.
Se sintió absurdamente orgullosa. ¡Su hermana le confiaba la reliquia más
importante de la familia!
─Me has dejado sin palabras – confesó emocionada.
Júlia sonrió ante la cara de estupor de su hermana.
─Eres la Guardiana del libro de los tiempos. Algo me dice que en nuestra
dilatada historia, en más de una ocasión tus predecesoras, tuvieron que
proteger esas reliquias.
Clara meditó esas palabras. Tenían todo el sentido. Ser Guardiana
equivalía a ser una guerrera, estaba segura. Una lenta sonrisa fue
transformando su rostro.
─¿Sabes? Creo que tienes razón. Yo soy la Guardiana por lo consiguiente
estoy más que a la altura de la labor.
Júlia se rió con ganas. Su hermana le lanzó la almohada entre risas.
Llegaron al aeropuerto de Málaga sin incidentes, recogieron las llaves del
coche de alquiler y se dirigieron al pueblo del que era originaria, la familia
materna.
Una pequeña pedanía de la sierra, en un enclave privilegiado. Alhamar.
Ana fue prácticamente en silencio durante todo el recorrido, dejándose
arrastrar por los pocos recuerdos de su niñez en aquellos lares. Eran casi
imágenes desdibujadas en color sepia, apenas era una niña la última vez que
paseó por aquellos campos, de la mano de su abuela.
Notaba como la sangre martilleaba sus sienes y el corazón bombeaba a
toda velocidad. Miró a sus hijos que bromeaban, e incluso Clara se hizo una
foto delante de la antigua puerta perteneciente a la muralla que circundaba
antaño, todo el pueblo.
Curiosamente, nada más traspasar el arco que había pertenecido a la
antigua muralla, Ana empezó a sentir una fuerza dentro de sí. La serenidad la
inundó. ¡No podía explicarlo!
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué sentía ese poder dentro de ella?
Observó que los chicos se habían empezado a poner serios, ya no iban
bromeando y se mantenían alerta.
─¿Es cosa mía o todos notamos alguna clase de poder? - preguntó
observándolos atentamente.
─Lo cierto es que aunque parezca absurdo, porque no tengo manera de
explicarlo, yo también lo siento – dijo Alex serio como un juez.
─Es verdad – confirmó Júlia.
Todos se volvieron a mira a Clara que inusitadamente se había quedado
callada.
─Siento como si tuviera dentro de mí un GPS y supiera exactamente
donde tengo que ir – estaba blanca como la tiza – mamá ¿Te acuerdas donde
vive tu tía?
─No exactamente, la última vez que estuve aquí no tendría más de siete u
ocho años.
─¿Por qué lo preguntas? – dijo Alex.
─Porque en vez de buscar la dirección, me gustaría probar mi teoría –
estaba impactada y se le notaba – se que va a sonar extraño pero…Creo que
el libro me está llamando.
Habían aparcado el coche a las afueras del pueblo y decidieron proseguir
a pie, tenían la dirección de la casa de la tía de Ana y pensaron ir dando un
paseo, no era un pueblo muy grande, apenas unas pocas de calles y por
algunas no cabía ni un coche.
El ambiente distendido había cambiado drásticamente.
─Nena, haz lo que creas. Bien sabe Dios que a estas alturas ya no me
sorprende nada – comentó Ana.
Empezaron a andar en silencio, Clara iba unos pasos por delante y para
cualquier observador, sabía dónde iba. En pocos minutos llegaron a la puerta
de una casa, no era diferente a las demás.
─Estoy convencida que aquí vive tu tía.
Ana picó en la puerta con los nudillos, no había timbre. Al cabo de unos
instantes, escucharon los pasos de alguien que se acercaba.
─¡Ana, eres tú! – su tía estaba en la puerta con una gran sonrisa.
─Hola tía – se le formó un nudo en la garganta de pura emoción.
Se abrazaron con fuerza, su tía era más bajita que Ana y entrada en
carnes.
─¡Ohh! Pero que guapos que estáis todos – dijo mirando a los chicos –
estáis enormes. ¡Santa Patrona! Que ilusión más grande volver a veros.
Los chicos sonrieron a la mujer que apenas recordaban. Ellos eran muy
pequeños cuando la vieron por última vez, apenas unos bebes.
Los abrazó a todos con gran efusividad. Cuando se acercó a Clara,
observó que llevaba el anillo de Yamanik. La miró a los ojos unos segundos,
una dulce sonrisa, apareció en su rostro. La profecía empezaba a cumplirse.
─Eres Clara, la guardiana del Libro de los Tiempos – dijo con emoción
contenida.
Todos la miraron con sorpresa. No podía saber si era Clara o Júlia, y el
anillo tendría que haberla confundido, debería haber pensado que era la
mayor de las dos hermanas, sin embargo, la firmeza en su voz, no dejaba
margen de error.
─Lo soy…Supongo. ¿Cómo estás tan segura? Quiero decir que llevo el
anillo pero en realidad es de mi hermana.
─Lo sé mi niña – dijo con los ojos llenos de lagrimas sin derramar –
porque el libro lo profetizó hace muchos años. Dijo que reconoceríamos a los
elegidos, porque la guardiana los conduciría hasta el libro y llevaría el anillo
de Yamanik.
Decir que estaba todos estupefactos, era un eufemismo. Sólo acertaban a
mirar a la tía de Ana y a Clara, poco más.
─No sé qué decir…Lo cierto es que yo lo lleve, ha sido fruto de la
casualidad, teníamos miedo de perderlo y mi hermana no se lo puede poner
todo el tiempo y…
─Las casualidades no existen mi querida niña – dijo con total confianza –
eso es algo que descubrirás en breve. Pero, pasar por favor. Estamos aquí en
la calle como tontos.
Entraron a un recibidor pequeño que conducía a un estrecho pasillo, la
siguieron a una sala acogedora donde ardía un gran fuego en una chimenea de
piedra, unas cómodas butacas y un pequeño sofá, dominaban toda la estancia.
En un pequeño rincón había una televisión bastante antigua y una máquina de
coser que rivalizaba en años con el viejo aparato, debajo de una ventana,
evidenciando que su dueña pasaba largas horas en aquella labor.
─Supongo que estaréis cansados – dijo abarcándolos con la mirada.
─Lo cierto es que no – contestó Ana en nombre de todos.
─Bien, pues si os parece, aun es pronto para comer. ¿Os apetece un café?
─Me gustaría mucho – dijo con una sonrisa. Los chicos también
asintieron.
─Pues voy a prepararlo, sentaros y poneros cómodos, ahora vengo.
─Tía, no es necesario los formalismos, podemos ir a la cocina y
tomárnoslo allí si quieres.
Tía Ana sonrió con aprobación.
─Me parece perfecto, pues vamos entonces, lo cierto es que es la estancia
que más me gusta.
Los chicos sonrieron ante ese comentario. Les sonaba demasiado.
Entraron a una espaciosa estancia donde se notaba que se vivía
habitualmente. Una muebles antiguos junto con una vieja pero impoluta
cocina, dominaba una de las paredes, en el centro había una mesa grande de
madera maciza con varias sillas, una gran estufa de leña en un rincón que
desprendía un agradable calor, con una mecedora y una cesta de mimbre con
diferentes ovillos de lana de colores, en el suelo junto con un enorme gato
negro que dormitaba en un cojín delante de la estufa, ese fue el cuadro
pintoresco que los recibió. Parecía exactamente que jamás se hubiera
reformado, mantenía el encanto de una estancia rural, el tiempo se había
detenido en aquella casa, hacia más de cincuenta años.
─Que sitio más encantador – dijo Clara mirándolo todo fascinada.
─Me alegro que te guste, disfruto restaurando cosas viejas, me hace sentir
bien imaginar que les doy una nueva vida – comentó tía Ana con una gran
sonrisa.
─A mí también me gusta, nos compramos mi novio y yo una casa
viejísima y la estamos reformando poco a poco, en ocasiones tengo la
sensación de que la casa lo agradece.
Tía Ana asintió como si supiera exactamente lo que quería decir.
─Pues ya sabes que eso también te viene de familia – comento risueña,
todos sonrieron mirando a Clara – bien, pues sentaros y mientras preparo el
café, contarme que ha sido de vuestra vida durante estos últimos veinte años.
Se miraron con cierta ironía, era un poco complicado explicar casi una
vida entera en unas pocas de palabras. Aun así, se sumergieron en recuerdos
agridulces que los transportó a otro momento…
CAPÍTULO VI

Bastante más tarde y después de varios cafés...


─Supongo que estaréis deseando saber la historia familiar – dijo tía Ana
mirándolos con una dulce sonrisa.
─La verdad es que si – comentó Clara – son muchas las preguntas sin
respuestas.
Tía Ana asintió entendiendo todo lo que no decía.
─Si os parece bien, primero os explicaré la historia, que conocemos…Al
menos una parte…
─¿Una parte? – preguntó Júlia – creíamos que en el libro estaría recogida
la historia al completo.
─Pues lo cierto es que no – dijo soltando un suspiro – en el libro hay
mucha información que nos ha sido desvelada y otras partes que
desconocemos pero…
─¿Cómo que hay partes que desconocemos? No tiene sentido – dijo Alex
frunciendo el ceño.
─Si me permitís que os explique, entenderéis – los miró a todos con una
suave sonrisa en el rostro pero la intención estaba clara.
─Por supuesto tía – dijo Ana lanzando una mirada admonitoria a sus tres
hijos.
La mujer mayor, se rió entre dientes, entendiendo perfectamente.
─Bien, el libro recoge parte de la historia del faraón. En el año 1180 antes
de Cristo, Egipto estaba sumida en el caos, la anarquía reinaba por doquier y
el país estaba en clara decadencia, por aquel entonces apareció un hombre
con un gran ejercito…No se sabe su procedencia, sólo que era un enviado de
los dioses. Redujo a los insurgentes y expulsó a los núcleos de extranjeros
que empezaban a tener su propia cuota de poder en un país donde en aquellos
entonces, imperaba la anarquía. Con él volvió la paz y se recuperaron
territorios que por la mala gestión de sus antecesores, se habían perdido.
Restauró la paz y trajo con él la fuerza necesaria para devolver el esplendor y
la riqueza a un país dividido. Se volvieron a reemprender los tratados de
comercio que existían con los fenicios que por aquel entonces eran los reyes
del comercio y por consiguiente, de las rutas marítimas. Con su llegada,
volvieron los buenos tiempos, fue un faraón amado por su pueblo y venerado
como lo que era. El hijo de un Dios.
A esas alturas, podía escucharse el vuelo de una mosca, ese era el silencio
reinante en la estancia.
─Yo creía que Egipto había sido un país de grandes riquezas, no pensaba
que habían habido revueltas y anarquía y todo eso que estas contando – la
confusión en la cara de Ana era más que evidente.
─Egipto ya era una potencia cuando en otros lugares del planeta, se
seguía viviendo en cuevas. Pero un país con más de cinco mil años de
historia, entenderás que ha vivido épocas de todo.
─Me lo supongo – contestó dudosa – imagino que la historia que ha
llegado a nuestros días, quiero decir la más conocida, es de la época de
Cleopatra y Marco Antonio…Ya sabes…
Tía Ana se rió bajito. Estaba disfrutando y se le notaba.

─Bueno, como os iba contando, este faraón, instauró la paz y reanudó


como su antecesora Hatshepsut trescientos años antes y una de las pocas
mujeres faraones de la que tenemos constancia, el comercio con el país de
Punt, reconquistó varios territorios de Siria y algunas provincias como
Canaán. Se sabe que luchó una gran batalla naval contra los pueblos del mar
en el mismo Nilo, saliendo vencedor, luchó contra Libia, siendo indiscutible
su supremacía. En las numerosas guerras que llevó a cabo, hizo muchos
prisioneros que posteriormente se entregaron como esclavos a los templos
bajo el mandato de los entonces sacerdotes. Levantó nuevos templos y
gracias a las riquezas que conquistó de las tierras que estaban bajo su
dominio, los ya existentes se beneficiaron de todo ese esplendor. También
instauró el culto al Dios Amón. El faraón era su descendiente en la tierra
siendo así mismo, el profeta y el único ser con el derecho divino, a la
inmortalidad y el sumo sacerdote. Esto no gustó a los sacerdotes del templo
de Amón, que vieron peligrar el poder que hasta entonces ostentaban,
Durante los primeros años de su reinado, la floreciente economía, los
mantuvo callados, pero eran una fuerza latente. Posteriormente, las rebeliones
internas y la corrupción, deja al pueblo con gran escasez de alimentos,
situación que utilizaron poderosos mandatarios y sumos sacerdotes en contra
del gran faraón, esto junto con una serie de plagas y sequias continuadas,
suscitaron una serie de sublevaciones contra el Hijo de Amón-Ra. Se gestó
una intriga dentro del mismísimo harén y con la ayuda de diversos generales
y aunque no está claro, se cree que los sumos sacerdotes, eran también parte
de la intriga. Al final acabaron con su vida de una forma canallesca,
posteriormente, uno de sus hijos subió al trono pero aunque lo intentó, nunca
consiguió emular a su padre. Con el gran faraón guerrero Uadyi, acabó la
supremacía de Egipto, siendo el último de los más grandes faraones guerreros
de la historia.
Tía Ana hizo una pausa, sin dejar de mirar las caras fascinadas de su
familia.
─Esta es la historia que todos conocemos y que cuentan los libros – nadie
se había movido, la atención era total – ahora os contaré la verdadera historia
que sólo unos pocos tenemos el privilegio de conocer. Los descendientes de
Uadyi y Yamanik.
─¡Guau! – Clara estaba alucinando – los descendientes de Uadyi y
Yamanik. Impresionante.
La mujer mayor se rió con ganas. Estaba disfrutando como hacía mucho
que no le pasaba. ¡Cómo hubiera querido que su querida madre estuviera allí
con ella! Era su sueño ver cumplida la profecía.
─Bien, si os parece, iré a buscar el libro y os lo presentaré – la cara de
todos cuando la escucharon, era un poema. Ella emitió una risilla encantada
por los acontecimientos que estaba por venir.
Cuando abandonó la cocina, por unos segundos, nadie dijo nada, tal era el
impacto.
─Mamá…Que sepas que ahora sí estoy un poquitín nerviosa – reconoció
Júlia.
─No te preocupes nena, yo llevo desde que empezó a explicar la historia
del gran faraón, casi en estado catatónico.
Alex se rió con ojos risueños.
─Pues me parece que lo importante, está por venir – dijo con una mueca
burlona – así que ya podéis reponeros porque no creo que tarde mucho en
volver.
Clara notó un calor anormal en su mano izquierda, concretamente en el
dedo anular que era donde llevaba puesto el anillo. ¡La piedra verde estaba
brillando!
─¡Esta brillando! – gritó poniéndose de pie de un salto - ¿Qué hago? –
dijo mirándolos con horror - ¿Me estáis escuchando? La maldita piedra está
brillando y siento calor en la mano. ¡Hacer algo!
─¡Quítatelo! – dijo Ana mortalmente seria – maldita sea Clara. ¡Haz lo
que te digo!
─¿Qué está pasando? – preguntó tía Ana desde la puerta mirándolos a
todos con extrañeza. Sus ojos se fueron hacia la mano de su sobrina nieta,
donde el anillo de Yamanik, brillaba emitiendo un suave resplandor - ¡Santa
Patrona! El anillo está sintiendo la cercanía del libro ¡Jamás lo había hecho!-
sabía que pasaría, lo había leído pero verlo con sus propios ojos era casi un
milagro, había perdido la esperanza de llegar a presenciarlo – Clara acércate.

Clara la miró francamente asustada, el corazón le latía con fuerza y sentía


la boca seca. Poco a poco, como en un trance, hizo lo que le dijo. Tía Ana
portaba un gran cofre entre sus brazos, tenía que ser pesado, cuando se
detuvo a su lado, la miró a los ojos, su tía le sonrió con emoción contenida y
de manera casi ceremonial, se lo entregó.
Clara no pudo hacer otra cosa que extender los brazos y aceptarlo.
A través de la rendija de lo que parecía la tapa, salía una tenue luz. Con el
corazón en la garganta, se acercó a la mesa y con sumo cuidado depositó la
preciosa carga.
─Ábrelo– dijo su tía.
Por unos segundos, Clara no procesó lo que le había dicho. Cuando
entendió, miró a su familia que al igual que ella, se habían puesto de pie y
estaban a su lado.
Levantó la tapa suavemente, dentro descansaba el Libro de los Tiempos.
En el mismo centro de la cubierta, había una gran piedra verde, idéntica a la
que llevaba ella en el dedo. Alrededor, tenia incrustaciones de piedras y
símbolos que parecían saltar del mismo libro. ¡Era alucinante! La piedra
central refulgía emitiendo un suave resplandor.
─Cógelo Guardiana. Cumple tu destino.
Clara levantó la vista del libro para mirar a su tía, ésta por su parte,
asintió ante la muda pregunta que translucía sus ojos.
Con mucho cuidado, lo tomó entre sus manos, pesaba más de lo que
pensó en un principio. Una ráfaga de aire que juraría, brotaba del mismísimo
interior del libro, lo abrió y las hojas empezaron a pasar rápidamente,
parándose en un lugar concreto. Se quedó mirando aquellas páginas que
mostraban una escritura llena de símbolos, antigua como la misma arena del
tiempo, una figura femenina ocupaba la parte central de una de ellas. La
observó con fijeza sin saber muy bien porqué. ¡Era ella! La mujer
representada en el libro era ella. ¡Dios mío! Era más de lo que jamás se
atrevió a soñar. Los símbolos tomaron vida propia y se desprendieron del
libro delante de sus atónitos ojos. Empezaron una suerte de baile entre
mezclándose formando una figura cilíndrica perfecta, como si de una torre se
tratara, quedando a la altura de su rostro y girando sobre sí misma, poco a
poco volvieron a convertirse en tinta plasmándose de nuevo en su lugar de
origen. Al momento un suave remolino de aire, empezó a emerger desde el
mismo centro, del libro, concretamente de una tinaja que sostenía la figura de
la mujer creando un remolino pequeño y elevándose para su sorpresa…
Siguió creciendo hasta convertirse en un pequeño ciclón con la altura de una
persona, inconscientemente, dio un paso atrás pero el remolino la siguió
envolviéndola y girando a su alrededor, curiosamente no sentía miedo, era
como un calor suave que la acunaba. Por unos segundos, sus pies dejaron de
tener contacto con el suelo y la sensación de irrealidad la absorbió dejándola
suspendida en algún lugar donde el espacio-tiempo no existía. Imágenes de
hombres inclinados sobre papiros escribiendo, bombardearon su mente…
Mujeres en lo que parecían rituales con las manos alzadas hacia el
firmamento, murmurando conjuros…Ancianas creando pócimas a la luz de
hogueras…Una mujer bellísima mirándola con una sonrisa serena en el
rostro. De pronto…Todo lo que estaba escuchando pero que no tenía el
menor sentido para ella, empezó a comprenderlo como si de su lengua natal
se tratara. Todo ese conocimiento perdido por miles de siglos, se unió como
si de un ente vivo se tratara, convirtiéndose en una luz cegadora que la
invadió golpeándole en el centro de la frente con la fuerza de un rayo, por
unos momentos, pensó que el cráneo se le partiría en dos. El dolor junto con
la luz, estalló dentro de ella…No supo mas…

─¿Qué está pasando? – Ana estaba al borde mismo de un colapso


nervioso. Su hija estaba flotando delante de sus narices envuelta en lo que
parecía una luz blanca…parecía que estuviera muerta - ¡Maldita sea tía!
¿Qué está pasando?
Su tía era incapaz de hablar. Lágrimas silenciosas corrían por su rostro.
¡Era cierto! La profecía se cumpliría con ellas.
Clara descendió suavemente hasta deslizarse como si no pesara nada
encima de la mesa. El libro estaba a su lado, cerrado. La piedra que unos
momentos antes brillaba, había perdido su fulgor y ahora parecía sólo un
adorno más.
Clara seguía con los ojos cerrados, Ana se acercó, necesitaba tocarla,
saber que estaba bien. Notó su pulso y un suspiro de puro alivio, se escapó de
entre sus labios. Era como si estuviera dormida, nada más.
─Tía Ana, dime por lo que más quieras que narices ha pasado – dijo con
voz mortífera.
─La profecía ha empezado – contestó su tía mirando fijamente a su
sobrina nieta.
─Creo que necesitamos un poco más de información – dijo Alex con voz
ronca. Los ojos le brillaban confiriéndole un matiz de oro líquido.
─Menos mal que ella no tenía poderes – comentó Júlia recobrando la voz.
No había podido moverse ni emitir sonido alguno ante lo que había sido sin
lugar a dudas, lo más alucínate que había presenciado jamás.
─Me importa un ardite los poderes y todo lo demás – soltó Ana con rabia
– tía, no te lo preguntaré mas. ¿Qué le ha pasado a mi hija? – parecía a punto
de estallar, se estaba controlando a penas.
La mujer mayor se limpió las lágrimas e inspiró profundamente. Entendía
que su sobrina estuviera aterrada. No sabía nada de la historia familiar y no
estaba preparada para todo esto. La verdad es que ella misma tampoco y eso
que sí sabía.
─Hay un relato dentro de la profecía, que habla del momento en que la
verdadera Guardiana del Conocimiento, se convierta en la Vasija del Saber –
hizo una pausa dándoles tiempo para que asimilaran lo que estaba diciendo –
durante todos estos años, las encargadas de mantener el libro a salvo, éramos
sólo eso, protectoras. Pero sabíamos que un día nacería una mujer que se
convertiría en la Guardiana del Conocimiento. Ella tendrá las respuestas a
todos los enigmas. El libro en esencia es sólo el receptáculo… Tu hija, es
ahora la depositaria de toda la historia…Es la llave para desentrañar todas las
incógnitas a las que os enfrentareis.
─¡Santa Madre de Dios! ¿Qué tiene que descifrar?
─La profecía.
─¡Jesús! – exclamó Júlia anonadada.
─Yo creía que la dichosa profecía hacía referencia a nosotros y que…
Estando todos juntos, de alguna manera se cumplía…- dijo Alex intentando
recobrar la compostura.
─Es un poco más complicado – musitó tía Ana – si os parece, os explico
todo lo que sé.
─¿Y ella? – preguntó Ana mirando a su pequeña que seguía…No tenía ni
la más remota idea de dónde estaba su hija.
─Se despertará a su debido momento.
─¿Y cuándo será eso? – pregunto desabrida.
─Cuando esté preparada.
Ana miró a su tía con ganas de matarla. Le picaban las puntas de los
dedos de las ganas que tenia de zarandearla, por ser tan criptica.
─Pues cómo a su debido momento no ocurra en los próximos minutos, es
muy probable que prenda fuego al libro al anillo a la caja y a ti incluida. ¿Me
he explicado con suficiente claridad?
La mujer mayor, observó a su sobrina con expresión serena. Podía
entender su miedo. Su sobrina siempre había tenido un carácter volátil,
bastante parecido al de su madre por cierto, sabía que era muy capaz en una
explosión de furia, de cumplir su palabra. La contención de la que estaba
haciendo gala, era admirable, dada las circunstancias.
─Al fondo del pasillo hay un pequeño cuarto con una cama. ¿Puedes
llevarla para que esté más cómoda? – dijo mirando a su sobrino nieto – te
prometo Anita, que despertará, sólo tenemos que darle tiempo. Mientras
tanto, os seguiré explicando la historia.
─Si quieres, podemos esperar hasta que se despierte, para que también la
escuche – dijo Júlia que poco apoco iba recobrando el color.
─No es necesario, cuando despierte será ella la que nos de los detalles
que yo desconozco.
Las caras de todos eran indescriptibles. Alex por su parte, alzó a su
hermana con toda la delicadeza de la que era capaz y la llevó al dormitorio
que le había dicho su tía.
Cuando la depositó en la cama, la tapó con una manta que había a los pies
de la misma y la besó en la frente con suavidad. Estaba asustado por su
melliza. No se imaginaba la vida sin ella. Ni quería. Estuvo a punto de
derrumbarse cuando empezó a flotar con los ojos cerrados, envuelta en
aquella maldita luz.
Cuando se dio la vuelta, vio a su madre y a su hermana en la puerta
observándolo. Se miraron por unos momentos dejando patente, la
preocupación que los embargaba.
Volvieron a la cocina donde tía Ana, había vuelto a hacer café. Se
sentaron como autómatas, mirándose los unos a los otros. El libro seguía en
un lado de la mesa junto con el cofre.
─Bien, creo que es mejor que prosiga la historia por donde la dejé…
─¡No! – sonó rotundo – explícanos que le ha pasado a mi hija. Lo demás
puede esperar.
─Como quieras – dijo tranquila – como os he dicho Clara es desde ahora
la Guardiana del Conocimiento y…
─Eso ya lo has dicho. Quiero saber porqué estaba flotando en medio de la
cocina y qué le va a suceder cuando se despierte.
─Te dije que el libro tiene su propia magia. Contiene la historia de la
familia pero en sus orígenes, quiero decir que explica la historia entre el gran
faraón y Yamanik. Hay también conjuros y…
─¡Santo Dios! – susurró Ana cerrando los ojos. Estaba más blanca que la
tiza.
─Y algunas páginas, se mantienen ocultas…De alguna manera está
encantado, se que la palabra os sonará a ficción pero no se me ocurre otra
para describirlo. Se protege así mismo y jamás envejece…
─¿Y todo lo que me dijiste y me relató la abuela de que cada una de
nosotras había escrito en el libro?
─Eso es fácil de contestar.
─Gracias a Dios por estas pequeñas cosas – dijo mordaz.
Su tía se levantó para tomar el cofre. Al abrirlo, sacó un libro bastante
viejo que parecía una biblia por su aspecto y varios rollos de papel.
─Este es el libro donde hemos ido escribiendo nosotras a lo largo de la
historia. Tu abuela, fue la última, yo aun tengo que escribir mi propio
capitulo.
Ana miró el libro con gesto contenido. Cuando su tía se lo ofreció, notó
como le temblaban las manos.
─Sé que mi madre, escribió una serie de profecías que le fueron reveladas
hacia el final de su vida – dijo mirando a su sobrina - hay un pasaje
especialmente para ti – añadió en un susurro.
─Entonces, si lo he entendido bien, hay dos libros.
─En esencia sí, pero sólo uno es mágico, este es un diario de
generaciones de mujeres, que explicaron las experiencias que vivieron y que
pensaron que podían ayudar en un futuro, lo que les fue revelado a través de
sus poderes de videncia.
─Ya.
─Creo que no te entendimos bien – musitó Júlia – creímos que todo el
tiempo hablábamos sólo de uno.
─Realmente es así. La profecía sólo tiene relación con este – dijo
señalando el enorme libro bellamente grabado – pero desde tiempos
inmemoriales, las mujeres de nuestro linaje, vivieron en ocasiones situaciones
difíciles, incluso hubieron épocas que fueron perseguidas, a partir de
entonces, empezaron a escribir, todo lo que entendieron era importante para
ayudar a las generaciones venideras.
─¿Pero se mantiene en bastante buenas condiciones. ¿Cómo es posible? –
pregunto Alex.
─Creemos que de alguna manera el Libro de los Tiempos, lo protege –
explicó sabiendo que les costaría de asimilar tanta información – sólo lo
sacamos del cofre para escribir en los momentos necesarios y para buscar
información o contar a los sucesores, el legado que portamos desde hace
cientos de años. De hecho hay otro cofre con…Otros objetos singulares y los
demás libros…
─¿Otros objetos?
─¿Los demás libros?
Las preguntas simultáneas, fueron hechas al unísono por madre e hija.
─Guardamos otro cofre similar a este, con todos los diarios y con algunos
objetos que también protegemos. Éste se inició a finales del siglo diecinueve,
concretamente lo empezó tu tatarabuela.
─¿Cuántos diarios hay? – preguntó Júlia.
─Nueve. Se empezaron a escribir en el año cien de nuestro Señor. Antes
de entonces, guardamos unos papiros de la época de Yamanik y diversos
pergaminos. Todos se conservan en bastante buen estado, tanto el que tienes
entre las manos como los papiros que tiene más de tres mil años de
antigüedad. En aquella época era muy complicado adquirir material de
escritura, de hecho durante bastantes años, la historia pasó de madres a hijas
como un relato, ya que era imposible hacerlo de otra manera, también
hubieron épocas en las que si una mujer se sabía que podía leer y escribir, se
la podía azotar e inclusive acusar de brujería. Guardar todo esto – dijo
haciendo un ademan al cofre – tuvo un alto coste para algunas de nuestras
antepasadas.
El alcance de todo lo que estaba diciendo su tía, era brutal. Mujeres que
dieron su vida por preservar la historia familiar. Le parecía increíble la
devoción y la fe que todo eso había motivado para preservarlo…pero… ¿Por
qué?
─Tiene que haber un motivo muy poderoso para llegar a dar la vida a
cambio.
─Lo hay.
Los tres esperaban fascinados, que les dijera que el Armagedón estallaría
al día siguiente. Tal era el nivel de estupefacción.
─Si pretendes darle más dramatismo a la historia, creo que es imposible
que digas o hagas algo que nos haga a estas alturas, levantarnos de nuestros
asientos.
─El faraón Uadyi, era el hijo de un Dios. Concretamente del Dios Amón
y una humana.
Ana se quedó perpleja. De hecho estaba a punto de entrar en un ataque de
histeria de libro.
─Te has superado – dijo contenida – reconozco que te he subestimado. El
hijo de un Dios. Por supuesto, no sé cómo no se me había ocurrido a mi sola.
─Tenéis poderes porque sois los descendientes de un Dios.
─Ya. ¿Y tú también lo eres y sin embargo no tienes? – preguntó Ana con
marcado cinismo.
─Sólo la primogénita los hereda.
─Tengo tres hijos. ¡Tres! Y todos ellos tiene poderes. ¿Puedes explicar
eso?
─Porque sois los encargados de hacer cumplir la profecía. En ningún
momento de la historia se han dado todos los elementos a la vez. Hasta ahora.
El libro de los tiempos lo explica…
─¿Se puede saber de una maldita vez que tenemos que hacer para que se
cumpla la puñetera profecía?
─Buscar la tumba de Uadyi y esparcir las cenizas de Yamanik sobre sus
restos para que puedan unirse para toda la eternidad. La sal y la arena en un
todo por siempre y para siempre.
Todos se giraron a mirar a Clara que estaba en la puerta de la cocina con
expresión serena.
─¡Clara! Cielo… ¿Estás bien? – Ana se levantó corriendo para acercarse
a su hija. La abrazó con todas sus fuerzas. Lágrimas de pura dicha corrían por
sus mejillas. Había estado muerta de miedo. Su niña, su pequeña…
─Tranquila mamá, estoy bien – dijo abrazándola. Cruzó una mirada con
sus hermanos. Ahora sabía lo que les esperaba en el futuro y no era
precisamente un paseo.
─Melli nos has dado un buen susto – dijo Alex acercándose a su hermana
y abrazándola con ganas.
─Esta vez os puedo asegurar que yo también me he asustado – reconoció
con una mueca.
─Si vuelves a hacer una cosa así te juro que te mato – dijo Júlia también
acercándose a su hermana y apartando a su hermano para poder abrazarla
ella, necesitaba sentirla.
Clara se sentó en una silla cercana a la estufa, la estancia estaba caldeada
pero sentía frio en su interior. Había sido una experiencia brutal.
─Alex. ¿Puedes avivar el fuego?
─Por supuesto. Ahora mismo.
─Entonces. ¿Es cierto? – preguntó Júlia a su hermana, con interés
manifiesto – ¿Todo lo que ha dicho tía Ana es verdad?
─Al parecer así es.
─Pero si ahora tú tienes toda la información que necesitamos para
cumplir la profecía, mis poderes de psicometría no son necesarios…No lo
entiendo.
─Yo tengo el conocimiento de algunas cosas muy concretas pero no
puedo ver el pasado, la capacidad que tú tienes es necesaria, a través de tus
ojos se puede contemplar la historia de toda la humanidad.
─Yo…No puedo hacer eso…
─Sí puedes pero las restricciones de tu mente humana te lo impiden – dijo
con tranquilidad – tienes que aprender a dejar de pensar en ti como en una
simple mujer, tienes la capacidad de ver aquello que te propongas.
Júlia se había quedado sin palabras. ¡Aquello que te propongas! ¿En
serio?
─Esto…Clara, no tengo muy claro que sea así – murmuró escéptica – soy
humana con todo lo que ello comporta.
─No exactamente. Eres descendiente de un semi Dios. Aunque esto
ocurriera hace más de tres mil años, la fuente de poder que nos transmitió a
través de la sangre, se ha convertido en parte de nuestro ADN, somos iguales
pero a la vez diferentes.
─¿Y yo? – preguntó su hermano – hasta donde sabemos, ese poder ha
pasado de madres a hijas…
─Ha habido hombres con tus capacidades, no eres el primero, pero es
cierto que han sido casos puntuales. De hecho es la tercera vez en tres mil
años que se dan todos los elementos para cumplir la profecía.
─¿Perdona? Ahora sí que no entiendo nada – dijo Júlia con absoluta
sorpresa – se supone que la hemos descubierto nosotros quiero decir…
─Para nada. cada milenio se conjugan todos los elementos necesarios
para que se pueda cumplir.
─¿Y cada milenio como tú dices una Guardiana pasa por lo mismo que
has pasado tú? – preguntó Alex perplejo.
─Exactamente así es.
─Yo tenía conocimiento de que en el año mil diecinueve, había
acontecido un momento similar a este pero no tenía constancia de que
hubiera habido otro – dijo tía Ana.
─En el año treinta después de Cristo, cuando Egipto era una provincia de
Roma, nuestra familia tuvo la oportunidad, de hecho hubo una mujer madre
de tres hijos, dos de ellos mellizos, como nosotros y con nuestras mismas
capacidades, pudieron reunir las demás piezas del puzle pero la invasión
Nubia y las consiguientes guerras para conservar las fronteras hizo imposible
que pudieran llevarla a cabo. Tuvieron que huir para poner a salvo las
reliquias ya que el ejercito arrasó con todo lo que tuviera algo de valor y lo
expropiaban en nombre de Cesar…Mataron al hijo, cuando se dirigían a
Biblos…La madre y las dos hijas consiguieron llegar a esa ciudad, pero no
volvería a presentarse otra oportunidad, hasta el siguiente milenio.
El silencio que siguió a aquella explicación surrealista, decía mucho del
estado de estupefacción de todos los que estaban en aquella cocina.
─Creo que ahora sí que me gustaría saber toda la historia – dijo Ana con
voz neutra.
─Dices que no puedes ver el pasado pero lo que estas explicando pasó
hace cientos de años – comentó Júlia haciendo verdadero esfuerzos por
entender.
─Y no puedo. Sólo tengo acceso a los acontecimientos que tuvieron que
ver de forma directa, con la profecía. Las dos veces que se intentó y no se
pudo y las claves para poder descifrar los obstáculos que encontraremos.
─Pero…Sí tienes las claves como tú dices, realmente no tienen que haber
obstáculos – dijo Alex intentando entender.
─Puedo leer las tablillas en egipcio antiguo, descifrar las señales que nos
encontraremos pero nada más. Cada uno de nosotros tiene unas habilidades
especiales y todas son necesarias, si falla una sola de ellas, habrá que esperar
hasta el próximo milenio.
─No sé si estoy capacitado para saber hoy algo mas – confesó Alex
aturdido – lo cierto es que estoy saturado.
─Creo que podemos seguir mañana, unas horas de descanso harán
maravillas – dijo tía Ana con una sonrisa comprensiva.
─Estoy de acuerdo – dijo Ana sumándose – mañana será otro día. Creo
que podemos comer algo si os parece bien y vamos a dar un paseo y de paso
recogemos las maletas.
─No tengo mucha hambre pero me parece bien – musitó Júlia con una
tibia sonrisa.
─Pues hacemos un alto y mañana seguimos – sentenció Ana rotunda – el
mundo puede esperar.
Comieron un poco en un ambiente casi silencioso, las pocas ocasiones
que intentaron mantener una conversación, fueron infructuosas, al final de
forma tacita dejaron que el silencio reinara como un manto cálido.
La tarde dio paso a la noche y la tónica fue parecida. Demasiada
información que procesar. Aun habiéndolo visto cada uno de ellos con sus
propios ojos, seguían sin poder creerse que todo aquello era verdad. Al final
parecía ser cierto que las mentes humanas no estaban preparadas para vivir lo
que a penas alcanzaban a imaginar.

San Mauricio, ese mismo día, horas antes…

─Lamento decirle que no tengo ninguna otra habitación disponible hasta


la semana que viene – dijo la recepcionista angustiada – tenemos un congreso
los próximos tres días y están todas las habitaciones reservadas.
─¡Maldita sea! Yo no tengo la culpa de que entraran a mi habitación y la
destrozasen – masculló Raúl entre dientes.
─Lo sabemos y le vuelvo a pedir disculpas pero como le he dicho no nos
queda ni un simple catre…Después del destrozo ocasionado, necesitaremos
igualmente los tres días para volver a dejar la habitación como antes.
─Y mientras. ¿Qué hago? ¿Me voy debajo de un puente? – preguntó
mordaz.
─Hemos llamado al pueblo de al lado para reservar una habitación
pagada por el hotel por supuesto, pero están al completo – la pobre
recepcionista ya no sabía qué decirle – si tiene algún amigo para pasar estos
tres días, seria genial.
Raúl la miró con cara de pocos amigos. Algún amigo. Su único amigo se
había largado de vacaciones el muy canalla.
─No se preocupe – dijo apiadándose de la mujer – espero que la semana
que viene esté mi habitación lista o en su defecto otra igual.
─¡Por supuesto! Le aseguro señor Rodríguez, que el lunes estará todo
solucionado y además el hotel correrá con los gastos durante toda la semana
por las molestias causadas.
Raúl asintió intentado disimular el enfado. Agarró la mochila con una
mano y se marchó con ganas de matar a alguien, de preferencia al cabrón de
Santos.
El día anterior cuando volvió al hotel después de ayudar a su amigo a
ordenar el garaje, se encontró la habitación destrozada, incluso había rajado
el colchón y la tapicería del pequeño sofá.
En el baño había destrozado el espejo de un golpe y todos sus enseres
personales, estaban o bien rotos o esparcidos por doquier. En una pequeña
libreta de apuntes que tenía en la mesilla, encontró una simple frase escrita a
bolígrafo. “jaque mate”. Había destrozado incluso su ropa. Estaba clarísimo
el mensaje. Aquella noche pudo dormir en otra habitación del hotel pero los
siguientes tres días, al parecer tendría que buscarse la vida para dormir bajo
techo. Carol se había marchado temprano para coger el avión, intentó
convencerlo para que la acompañara pero estaba decidido a quedarse por la
zona una temporada. Acordaron que si en un par de semanas no obtenía
resultados, vendría un equipo, para ayudarle a dar caza a aquel cretino que
empezaba a ser más molesto que un grano en el culo. Se dirigió a casa de
Alex, supuso que podría alojarse allí por unos días, le mandó un mensaje a su
amigo pero se abstuvo de explicarle los motivos reales, le dijo que la
habitación se había inundado y que hasta el lunes no podía volver, Alex le
contestó de inmediato, que se fuera a su casa, su habitación estaba libre y él
no volvería hasta el domingo y en todo caso, podía alojarse en casa de su
hermana por una noche.
Cuando llegó a casa de Alex, su cuñado ya estaba al tanto de todo, lo
recibió con una gran sonrisa diciendo algo de que la casa se había convertido
por unos días en territorio masculino. Hasta los perros eran machos. La
verdad es que el hombre le caía bien pero hablaba demasiado. Subió a dejar
su mochila con las pocas cosas que tenía, a la habitación de Alex, tendría que
salir a comprarse ropa, no tenía ni unos malditos calcetines, pensó irónico.
Cuando bajó, los dos hombres estaban comiendo unos emparedados en la
cocina.
─Pasa Raúl – dijo Sergio amablemente – he preparado emparedados de
sobras, si quieres coge uno, en la nevera hay cerveza.
─Gracias.
La verdad es que tenían buena pinta. Con la cerveza y el emparedado, se
sentó en la mesa con los dos hombres que degustaban el sándwich como si
fuera un manjar.
─Me ha dicho mi cuñado lo que te ha pasado. ¡Vaya putada!
─No ha pasado exactamente como te lo ha contado Alex.
Los dos hombres dejaron de comer.
─¿Qué ha pasado? – preguntó Vicent.
─El hijo de puta de Santos. Eso es lo que ha pasado.
Sergio dejó escapar un silbido.
─¿Cómo sabes que ha sido él?
─Porque el muy cabrón me ha dejado una nota – masculló dando un trago
de cerveza.
─¡Joder! Se suponía que se había marchado – dijo Sergio con cara de
circunstancias.
─Es un maldito perro de presa. No se irá hasta que consiga lo que quiere
o lo pillemos.
La cara de los dos hombres, reflejaron malestar ante esas palabras. Al
momento Raúl, se arrepintió de haber sido tan franco, no estaban
acostumbrados a lidiar con tipos así y los había alterado gratuitamente.
─Tranquilos. En caso de que en una semana no consigamos dar con él, la
Víbora blanca mandará refuerzos.
─¿La Víbora blanca? – preguntaron a la vez.
─Carol. Es su apodo – dijo como si eso lo explicara todo.
─Ya, claro…Su apodo – comentó Sergio con cierta ironía – y ¿El tuyo
cual es?
─Rodríguez.
─Por supuesto – contestó obviamente sin saber qué decir – pues ha sido
una suerte que mi suegra te convenciera para que te quedaras aquí echándole
una mano a Alex, podría haberte pillado desprevenido.
Raúl lo había pensado, si se hubiera marchado la tarde anterior,
posiblemente lo hubiera cogido con la guardia baja. Santos se estaba
volviendo más audaz y él no estaba precisamente en su mejor momento con
un tajo y quince puntos en un costado.
─¿Sabéis jugar al póquer? –preguntó cambiando de tema.
Los dos hombres lo miraron sorprendidos.
─Algo – dijo Vicent risueño.
─Hombre…Eso ni se pregunta – dijo Sergio con una gran sonrisa – subo
a buscar las cartas, mi cuñada tiene una baraja guardada.
Raúl enarcó una ceja al escucharlo. Al parecer la arpía también jugaba, lo
tendría en cuenta.
En pocos minutos, estaban preparados para empezar. La cara de todos era
de puro entendimiento masculino.
─Te voy a desplumar – soltó Sergio con una gran sonrisa.
─Me parece que esto va en serio – murmuró Vicent encantado.
Raúl por su parte, se limitó a mirarlos con una sonrisa lobuna.
Mucho más tarde, la cara de dos hombres hechos y derechos, era de
absoluta perplejidad y…Ninguno de los dos, se llamaba Vicent.

Ana se levantó temprano, estaba acostumbrada pero era algo más que eso.
Los acontecimientos del día anterior, la tenían de los nervios. Descendientes
de un Dios. Increíble. No paraba de darle vueltas al asunto. El tema de su
videncia, era un juego de críos comparado con todo lo que empezaba a salir a
la luz. Conscientemente sabía que todo era verdad pero seguía sin asumirlo.
Ver a su hija flotando en el aire…Bueno, eso le había robado diez años de
vida como mínimo.
─Buenos días – dijo su tía desde la puerta – ya veo que eres de las
madrugadoras.
─Buenos días, al parecer también viene de familia.
Su tía se rió bajito, mientras se acercaba a la cafetera para servirse una
taza de humeante café.
─Supongo que después de lo de ayer, te ha tenido que costar conciliar el
sueño.
─Supones bien. Mientras más sé sobre el tema, más preguntas me surgen
– dijo preocupada – sé que emprenderemos un viaje en un futuro próximo
pero te juro que el miedo a que les pase algo a mis hijos, me supera – confesó
reflejando el dolor en su mirada.
La mujer mayor, la miro con pesar, era comprensible que siendo madre,
lo viviera con angustia.
─Créeme Anita, te entiendo mejor de lo que imaginas…
─¿Pero?
─Pero sólo tenemos una oportunidad cada mil años de cumplir aquello
que se nos encomendó en su día. Todo lo que somos…De dónde venimos, se
reduce a eso.
─Si lo he entendido bien, si alguno falla, la profecía no se cumpliría – su
tía asintió – pues aquí y ahora, te prometo que al más mínimo peligro, no
permitiré que se juegue con la vida de mis hijos. El faraón y la Yamanik esa y
cualquier otro involucrado, me la traen al viento. ¿Lo entiendes? Me
importan los vivos, no los muertos por muy Dioses que fueran. ¿He sido
clara?
─Lo entiendo – dijo con un suspiro – llegado el momento, tendrás que
tomar decisiones, sólo ruego que sean las correctas.
─¿Decisiones? ¿Qué decisiones?
─Tienes el poder de ver el futuro, es vital para anticiparte a cualquier
peligro y proteger así la vida de todos los que dependen de ti.
Sin sangre. Se había quedado sin sangre.
─Exactamente. ¿Qué significa eso? – preguntó entrecerrando los ojos.
─Cuando emprendáis el viaje a Egipto – explicó serena, ante la cara de
espanto de su sobrina – puede que os encontréis con…Algún tipo de
resistencia, recaerá sobre tus hombros el deber de protegerlos.
─¡Yo no decido cuando veo algo y mucho menos el qué! – dijo
empezando a perder los nervios.
─Pues tendrás que hacerlo – contestó su tía sin amedrentarse ante su
sobrina.
─¿Me puedes decir cómo? – preguntó destilando sarcasmo en cada
palabra.
─Creyendo en ti. Tienes el poder, es una parte intrínseca tuya, sólo tienes
que creer y confiar…Necesitas de una vez por todas aceptarlo y aceptarte, la
vida de tus seres queridos podría depender de ello.
Ana apretó los labios hasta convertirlos en una fina línea.
─Te he dicho que ante el más mínimo peligro, lo mando todo a hacer
gárgaras – musitó con los dientes apretados.
─Ya. Pero para saber que estáis en peligro y mandarlo todo a freír
gárgaras como tú dices, primero tendrás que verlo venir y actuar en
consecuencia.
No tenía contestación a eso.
Ana empezaba a darse cuenta del alcance de las palabras de su tía.
─Puedo no ir ni tan siquiera a Egipto y hacer caso omiso a la maldita
profecía, no me aporta nada y no la necesito a estas alturas de mi vida.
─Tus hijos querrán ir, está en su naturaleza y la llamada es muy intensa –
dijo mirándola ir i venir por la estancia cómo un tigre enjaulado – no les
permitirás ir solos, sabiendo que se pueden exponer a peligros y no estar allí
para protegerlos.
─Si falla uno sólo, no se puede cumplir, ergo si me niego, no habrá
ningún maldito viaje a Egipto.
─Irán de todas formas, no podrán sustraerse a la necesidad. Todos sois
partes necesarias pero sentirán el impulso irrefrenable de intentarlo de todas
formas.
Ana escrutó a su tía. Estaba segura que había gato encerrado.
─¿La llamada?
─Cuando se conjugan todos los poderes en el mismo tiempo, de alguna
manera se buscan entre ellos y sienten el impulso irrefrenable de volver al
lugar de origen.
─Ya. ¿Y ese lugar de origen es?
─Uadyi.
─¡Mierda!
Volvió a pasearse por la cocina ante la atenta mirada de su tía. Ésta por su
parte se sentó cómodamente en su mecedora con la taza de café, dándole
tiempo a su sobrina para que fuera encajando poco a poco las piezas. Mini, su
gato, aprovechó el momento para subirse a su falda, demandando atención.
─¿Me estás diciendo que todos los poderes son de él? – preguntó
parándose a mirarla con los brazos en jarras.
─Si.
─¿Todos?
─Menos el tuyo. Ese proviene de Yamanik.
─No lo entiendo.
─Uadyi era hijo de un Dios por lo tanto estaba preparado para aceptar los
poderes que había heredado de su padre, pero sus descendientes, serían más
humanos que Dioses, por lo cual, decidió pasarlos por separados a sus hijos.
Podía decidir a qué hijos les haría ese honor, por motivos que después os
explicaré, los traspasó en su momento al hijo nonato de Yamanik.
─No tiene sentido – repuso frunciendo el ceño – dices que no estamos
preparados por ser humanos, para asumir la totalidad de los poderes pero por
otra parte, dices que se los transfirió a uno sólo y encima nonato. Es una
contradicción.
Tía Ana soltó un suspiro. Su sobrina le recordaba a su hermana más de lo
que quisiera.
─Cuando se levanten los chicos, terminaré de explicaros la historia y
todas tus preguntas quedaran contestadas.
Ana era consciente de que la estaba presionando pero la impaciencia le
impedía sentir verdaderos remordimientos. ¡Eran sus hijos maldita sea! El
nudo que sentía en el estomago, le estaba impidiendo incluso respirar con
normalidad.
─No creo que la historia esa tenga el poder de contestar a todas las
preguntas – dijo desabrida – recuerda que el futuro no está escrito. Nadie
sabe lo que está por venir.
─Cierto – contestó obviando el talante de su sobrina.
Ana se la quedó mirando, esperando que dijera algo más. Al parecer su tía
no tenía intención de añadir ni una coma. Siguió tomándose su café
tranquilamente, mientras acariciaba al gato que ronroneaba de placer. Era
audible incluso a la distancia que estaba.
─Creo que me voy a dar una vuelta – dijo en un momento de inspiración
– necesito salir de aquí.
─Me parece bien. Si quieres pasar por el cementerio a ver a tu abuela,
sería un detalle bonito.
¡No se le había ocurrido! Su abuela estaba enterrada en el cementerio del
pueblo.
─Creo que haré justo eso.
Se acercó a su tía y le dio un beso en la mejilla. Ella no tenía la culpa de
lo que estaba pasando. Al contrario. Estaba intentando ayudar de la manera
que sabía.

Las calles estaban desiertas, se preguntó si estaría a esas horas de la


mañana, el cementerio abierto, bueno, en todo caso, el paseo le serviría para
despejar la mente.
Llegó en pocos minutos. En un pequeño pueblo de un par de miles de
habitantes, nada estaba demasiado lejos. Para su sorpresa la verja estaba
abierta. Entró preguntándose dónde estaría enterrada. No se lo había
preguntado a su tía. Sencillamente cogió la puerta y se fue. Con una mueca
burlona, empezó a pasear por el recinto, en algún momento se toparía con el
nicho de su querida abuela.
Llevaba un rato paseando por las calles adoquinadas, leyendo los
nombres de los restos mortales de los que allí descansaban, cuando sintió un
leve tirón a la altura del esternón. Se paró alerta. No era el mejor sitio para
que le pasara algo que no fuera total y absolutamente normal. ¡Algo estaba
instándola a ir por un sitio concreto! ¡Maldita sea su estampa! ¿Es que no
podía tener un día normal? Al parecer pedía demasiado. Tomó aire inspirando
profundamente. Tenía que controlarse…o no…Con claridad meridiana, supo
que debía que dejarse llevar. ¡A la mierda el control! Si le daba un tabardillo
le estaría bien empleado por imbécil. Empezó a andar hacia aquello que la
estaba llamando. Dejó atrás las calles adoquinadas llenas de nichos y empezó
a vislumbrar una zona de tumbas y panteones familiares. Algunas de ellas
tenían estatuas muy bellas, del tipo ángeles y vírgenes y todo eso. Menos mal
que el sol brillaba aunque fuese temprano, y el cielo estaba despejado, porque
su imaginación estaba disparada.
Llegó a la altura de una tumba sencilla, con una simple cruz de piedra
blanca y una lápida de mármol también blanca. Leyó el nombre de su abuela.
Lucia Urquijo. Dejó escapar un suspiro. Se sentó a los pies de la tumba con
los ojos fijos en las letras que conformaban el nombre de su abuela. Una
miríada de sentimientos la golpeó con fuerza. Pena, amor, nostalgia, rabia,
miedo…Pero sobre todo, necesidad. Necesidad pura y descarnada. Necesidad
de sentir sus abrazos, sus consejos… En aquel momento no era necesario
fingir una fuerza y un valor que no sentía. Aflojó el cuerpo y cabizbaja
permitió que toda su pena saliera a la superficie a través de lágrimas mudas.
Rezó una plegaria por su abuela. Cuando se estaba despidiendo, un olor a
talco y flores, la envolvió. ¡Era el olor de su abuela! Jamás lo olvidaría.
Apenas fue unos segundos, pero supo sin lugar a dudas que su abuela
estaba allí y la protegería. Se lo había prometido en su día y se lo estaba
recordando. Se acercó a la cruz y depositó un suave beso encima de su
nombre.
─Ayúdame a ser todo aquello que necesite ser para salvaguardar a mi
familia, a ser valiente porque abuela…Sigo siendo una cobarde sólo que he
aprendido a ocultarlo mejor. Pero por encima de todo, protege a mis hijos –
una suave brisa trajo consigo nuevamente, el olor a talco y flores – gracias
abuela. Te quiero.
Se levantó y acarició por última vez la tumba imprimiendo todo el cariño
que sentía, ya se iba cuando recordó algo.
─Abuela…Estoy cuidando a Vicent y estaré con él hasta el final…
Cuando eso ocurra, ayúdalo, no es muy fuerte y tiene miedo incluso de su
sombra, no le permitas sufrir, te lo ruego…y…Sí estás con mi madre…- se le
rompió la voz - dile que la quise hasta el último día y que…Le perdono todo
el mal que hizo…Que espero que sea feliz allí donde esté y…Que le deseo de
corazón que encuentre la paz.
Se marchó lentamente. Sentía el corazón más ligero. Con un suspiro, Ana
se dirigió nuevamente a casa de su tía. Al pasar cerca de un rosal que había
en la entrada del cementerio, una única rosa blanca, perfecta, estaba abierta
en todo su esplendor. Era curioso ya que estaban en pleno mes de diciembre.
Recordó que habían sido las preferidas de su madre. Se acercó a olerla y un
perfume embriagador, inundó sus pulmones. Una triste sonrisa, cruzo por su
rostro. Volvió la vista atrás, como esperando y al mismo tiempo temiendo
verla…No ocurrió nada, estuvo tentada de llevársela pero decidió que ese era
su sitio. Alegrando la vista a todos que como ella, iban allí a llorar a sus seres
queridos y…A recordar.

Cuando Ana llegó a casa de su tía, los chicos se habían levantado hacia
un rato y estaban desayunando en la cocina. La conversación oscilaba sobre
temas sin importancia, se fijó que debajo de los preciosos ojos de su hija
pequeña, unas sombras oscuras, delataban lo poco que había dormido. Se
acercó y le besó en la frente, acariciando su suave melena.
Su tía estaba haciendo la comida, apenas eran las diez de la mañana pero
ella ya estaba trajinando, supuso que era su manera de evadirse, Sara hacía lo
mismo.
Tomó asiento al lado de su hijo, dándole un apretón cariñoso en el brazo.
A los pocos minutos, su tía la emuló. La conversación cesó, demostrando lo
tensos que estaban.
─Bueno…Supongo que ha llegado el momento de saber como sigue la
historia – dijo Ana rompiendo el silencio – imagino que no puede ser peor de
lo que ya vivimos ayer.
─Entiendo que la experiencia pudo ser traumática porque no habéis
sabido nada hasta ahora, pero realmente no es mala…Sólo diferente – dijo tía
Ana con su habitual serenidad.
─Hombre, no creo que sea muy normal ver libros mágicos y…Todo lo
demás – comentó Alex mirando a su melliza.
─Lo cierto es que no – reconoció tía Ana – paradójicamente, en la
antigüedad, se aceptaban los conceptos de magia y Dioses con mucha más
normalidad que hoy en día.
─Pero las supersticiones y la religión, tenían su peso – musitó Júlia – hoy
en día sabemos que en muchos casos, era la ignorancia y no el conocimiento,
lo que inducía a creer en esas cosas.
Una mueca irónica, cinceló la boca de Alex.
─Nosotros podemos dar fe de que no todo, eran supersticiones.
─El mundo lleva existiendo millones de años, el hombre lo habita desde
no hace tantos en comparación. Son muchas las culturas y civilizaciones
perdidas que han pasado a lo largo de la historia de este planeta, algunas de
ellas, perdidas para siempre pero eso no quiere decir que no existieron,
sencillamente las desconocemos.
Diferentes grados de sorpresa cruzaron los rostros de todos los que
estaban sentados alrededor de la mesa, ante las palabras de Clara. Ésta por su
parte, sonrió burlona.
─Hubo un momento en que unos seres llamados Dioses, habitaron
algunos lugares que posteriormente los hombres, llamaron templos.
─¿Te lo estas inventando o hablas con conocimiento de causa? –
preguntó Alex alucinando.
─Creo que es mejor que tía Ana explique la segunda parte de la historia –
dijo Clara enigmática.
─Bien. Lo que os conté ayer, es esencialmente la historia que está en los
libros…Más o menos. En los diarios encontrareis anotaciones en tiempo real,
de momentos históricos que al contrastarlos con lo que sabemos, veréis que
en muchos casos, difiere bastante y en otras ocasiones, amplia datos que
tampoco están recogidos. Os recomiendo que los vayáis leyendo y así
aprendáis a ver hechos a través de los ojos de personas que lo vivieron muy
de cerca – hizo una pausa observando las caras de concentración de su
familia – bien. Empecemos. Como os expliqué. El faraón, era un gran
guerrero y un estratega nato, devolvió todo el esplendor a Egipto recuperando
territorios y conquistando ciudades que pasaron a pagar tributos. Pero
también, firmó nuevos tratados con los fenicios que por aquel entonces, eran
los que dominaban las rutas marítimas y por consiguiente, las mercaderías.
Ordenó una de las más grandes expediciones al país de Punt, como os dije,
este país que ha día de hoy no existe, se cree que su enclave geográfico
estaba en las costas de Somalia, o Yemen, más o menos, ya que se desconoce
realmente, porque desapareció hace también miles de años. En el Libro de los
Tiempos, se narra el enclave concreto de Punt como su historia y en los
manuscritos de nuestras antepasadas, también hacen mención. Pero eso lo
dejaremos para más tarde, ahora os voy a contar el papel que desempeñó
Uadyi y el porqué vosotros sus descendientes tenéis poderes – era consciente
de que lo que iban a escuchar a partir de ese momento, pondría a prueba
todas sus creencias – hace millones de años, un Dios vino de las estrellas, no
se sabe con exactitud de cuál de ellas. Creó una tierra bellísima siendo ésta la
verdadera cuna de la civilización, la llamó Atlshara…Nosotros la conocemos
como Atlántida – los sonidos de sorpresa y los rostros de perplejidad, eran
denominador común para los que estaban sentados alrededor de la mesa – Ra
que así se llamaba, era el Dios supremo y un día decidió crear vida. Creó a
más dioses, entre ellos Shu, Tefner, Geb Nut Sekhmet, Hator entre otros,
también estaba el Dios Amón que en sus comienzos fue el Dios del viento
pero que más tarde se fusionó a Ra, y a partir de entonces se le conocería
como Amón-Ra. Dios del sol, también llamado Dios de lo oculto, el que no
puede ser visto. Después creó Egipto, y a los hombres, que en un principio
fueron creados para servir a los dioses. Fue el primer faraón y reinó durante
miles de años. Por entonces, los Dioses interactuaban con los humanos, y los
centros de contacto por así decirlo, eran los templos donde los veneraban.
Ellos vivían, morían y resucitaban. Un día decidieron retirarse del mundo
humano y designaron a un faraón que gobernara en su lugar, por lo que los
faraones se consideraban así mismos, hijos de Ra y por lo tanto su palabra era
ley. Pero en una ocasión, Amón-Ra, vio a una mujer bellísima, bañándose en
el rio Nilo, y quedó prendado de ella, decidió hacerse pasar por humano y la
sedujo, de esa unión nació Uadyi, sus ojos lo delataban como hijo del Dios
Supremo por su inusual color dorado, el color del sol – de manera
inconsciente, todas se giraron hacia Alex y sus inusuales ojos dorados -
cuando Uadyi se hizo hombre, su padre le encomendó la tarea de unificar
Egipto y de crear más templos en favor de los Dioses y acabar con el caos
poniendo a sus órdenes un ejército de hombres con el que saldrá vencedor,
cumpliendo los designios de su padre. Pero mucho antes de todo esto, de que
los hombres gobernaran Egipto, fueron los Dioses los únicos reyes. Osiris
reinó junto a su bella esposa Isis, y su hermano Seth Dios del desierto que
envidiaba el trono, lo mató usurpando el poder, mas tarde su sobrino Horus,
luchó contra él y ganó. Seth terminó relegado a ser el Dios del desierto y el
señor del mal. Bien, al parecer nunca perdonó que Amón-Ra, no interviniera
y lo dejara abandonado a su suerte, entre dunas infinitas, por lo que cuando se
enteró de la existencia de Uadyi, decidió vengarse. Cuando Yamanik es traída
desde el país de Punt como ofrenda al gran faraón, éste queda fascinado con
ella y de sus inusuales ojos verdes, enamorándose perdidamente. La convierte
en su favorita y le regala un anillo con poderes mágicos para que la proteja de
todo mal, ya que él como hijo de un Dios, era poseedor de dones ultra
terrenales. Seth deseoso de vengarse, empieza a susurrar maldades, entre los
servidores del faraón y de algunas mujeres del harén, con la intención de
crear el Caos. Ordena a los vientos del desierto que invadan el país, creando
sequias y hambruna y con ellas llegaron las plagas. Poco a poco se va
fraguando una intriga palaciega en contra del faraón. Llega a oídos de Amón-
Ra, y éste llama a su hijo al templo y le ordena que se deshaga de la mujer
creyéndola la culpable de que su hijo desoyera sus ordenes y que restaurase el
esplendor para que los siervos siguieran adorando y haciendo ofrendas a los
Dioses, cosa que Uadyi, se negó. Es cuando se desata la furia del Dios
supremo, maldiciéndolo y lo abandona a su suerte. A partir de entonces, las
intrigas cobran fuerza y un fiel servidor del faraón, lo avisa de que peligra su
vida. Uadyi, sabedor de que había perdido la gracia de su padre, fleta un
barco para poner a salvo a Yamanik diciéndole que la hará llamar cuando
recupere el control. Estaba convencido de su poder y de hacerse con la
victoria, pero ella estaba embarazada y lo confiesa en el último momento,
Uadyi, la abraza y coloca su mano en el vientre de ella, mientras le susurra en
el oído, una serie de nombres y sortilegios, transmitiéndole todos los poderes
que él ostentaba a través de su padre, al hijo nonato. Cuando regresa al
palacio, como hombre, es emboscado y herido de muerte, el fiel siervo, junto
a sus hijos, lo sacan a escondidas y lo llevan a las montañas a un lugar oculto.
El faraón ya agonizando, le pidió que protegiese su lugar de descanso y le
encomienda que construya una cámara para tal fin. Mientras tanto, Maat,
diosa de la justicia, se entera de la perfidia de Seth y se lo hace saber a
Amón-Ra. Es cuando éste en un arranque de compasión sin precedentes,
encomienda a Anubis que se le aparezca al fiel servidor de su hijo y que le
haga saber mediante un sueño, que será él y sus hijos y los hijos de sus hijos,
los encargados de guardar el lugar de descanso hasta que uno de los
descendientes de Uadyi, reúna los dos cuerpos terrenales y puedan pasar el
sendero del inframundo y ser guiados al más allá. Reconocerá a los elegidos,
porque uno de ellos será un descendiente del siervo llevando su marca de
nacimiento, un ojo de cada color. Isis por su parte, siendo la Diosa de la
fertilidad, la maternidad y también por ser una gran maga, se apiada de
Yamanik y a través de una visión, le hace saber que Uadyi ha muerto y que
en esa vida, no volverían a encontrarse, pero que para poder renacer,
necesitaría todos sus poderes y al haberla puesto, por encima de los deseos de
su padre el gran Amón-Ra, cuando muriese ella, sus descendientes tendrían
que llevar sus restos y unirlos a los de Uadyi para poder seguir su camino por
el inframundo y cruzar hasta el más allá. Hasta entonces, vagarían los dos en
el mundo oscuro sin encontrarse. Le hace saber que no es seguro que se
quede en esas tierras, y la exhorta a que se embarque en un barco fenicio y
marche a tierras lejanas. Cuando desaparece la Diosa, encuentra el Libro de
los Tiempos a sus pies y un saco lleno de oro.

Hubo un silencio sobrecogedor en la estancia. Se miraron entre ellos con


estupor. Era mucho más de lo que jamás habían imaginado.
─Pero…Yamanik tenía el poder de la videncia. ¿No? – preguntó Júlia.
─Sí, pero no al nivel de Uadyi, ella era una de las sacerdotisas más
jóvenes del templo y sus visiones le llegaban a través de sueños.
─¿Sacerdotisa? – dijo Alex.
─Yamanik, por sus poderes como Oráculo, residía en el templo de Aput o
como era conocido en Egipto, Anubis. Éste Dios, además de ser el Dios de
los muertos, también lo era de todo lo relacionado con lo onírico.
─Entonces, la maldición por desobedecer al…Bueno a su padre, es vagar
por el mundo oscuro hasta que recobre los poderes que él le cedió a su hijo
nonato – dijo Ana hablando lentamente. Su tía asintió – pero entonces. ¿Por
qué tiene que unirse los restos mortales de los dos? No lo entiendo.
─Fue el requisito de Amón-Ra por desafiarlo y anteponer a una simple
mortal por encima de sus deseos. Algo así como un castigo, en el Libro de los
Tiempos, lo explica minuciosamente – explicó tía Ana.
─Y la profecía es la manera de contrarrestar los efectos de la maldición,
gracias a la intervención de la Diosa Maat – comentó Clara.
─Y. ¿Por qué sólo hay una oportunidad cada mil años? – preguntó Júlia –
es horroroso pensar en almas caminando en la oscuridad por miles de años,
incluso sádico – añadió.
─Querida niña, los Dioses son seres egoístas, para ellos el tiempo no tiene
el mismo significado que para nosotros. Amón-Ra, montó en furia y decidió
castigar a su hijo, se sabe que los castigos divinos, han sido siempre
desproporcionados en su justicia – explicó tía Ana.
─Pero... ¿Cuántos hijos tuvo Yamanik? – preguntó Ana – quiero decir
que le pasó los poderes a su hijo nonato, pero también dices que los separó
entre sus descendientes porque como humanos no tenían la capacidad de
asimilarlos…No lo entiendo.
─Yamanik tuvo mellizos. Los poderes quedaban latentes en la
primogénita de cada generación hasta que nacían tres hijos para poderlos
desarrollar. Pero por desgracia, han sido muy pocas las generaciones que han
tenido más de una hija, a lo sumo dos. Tenían que nacer tres hijos de dos
nacimientos.
Era demasiada información y por demás totalmente surrealista. Costaba
de creer que los Dioses de las leyendas y la mitología, existieron de verdad.
─En la profecía se habla de la sal y la arena… ¿Exactamente a qué se
refiere? – preguntó Ana.
─Cuando falleció Yamanik y quemaron sus restos mortales, quiso que se
cumpliera el ritual fúnebre que se llevaba a cabo en su tierra natal. Allí a los
muertos se les quemaba en una pira funeraria rodeada de sal – explicó tía
Ana.
─¿Y la arena?
─Entendemos que es una alegoría al desierto. Pero no te lo puedo
asegurar.
─Ya.
─Resumiendo: tenemos poderes que no nos pertenecen y se los tenemos
que devolver a una momia para que ésta pueda pasar a donde sea que pase y
esparcir las cenizas de Yamanik para que también pueda pasar, ya que la
pobre, está compartiendo castigo sin haber hecho nada malo sólo porque un
Dios en plena rabieta, decidió que ella compartiría la misma suerte por haber
sido elegida por encima de él mismo. ¿Sí? – dijo Clara - ¿Me he dejado algo?
─Esencialmente, es eso – musitó tía Ana perpleja.
─Y tenemos sólo una oportunidad cada mil años, por la intervención de la
Diosa Maat porque de otra forma, gracias al ataque de rabia del súper Dios
por no salirse con la suya, hubieran vivido por los tiempos de los tiempos en
el Mundo Oscuro y el cretino de Seth frotándose las manos por haber
conseguido por una parte cabrear al Amón-Ra ese y por otra, por poder
vengarse en la figura de su hijo, que fue asesinado cuando no tenía ningún
poder para defenderse.
─Supongo – dijo tía Ana frunciendo el ceño.
─Porque al súper Dios, no se le podría haber ocurrido que la intervención
de Seth, debido a su deseo de venganza, había sido esencial para que se
gestara la intriga y decidieran acabar con el faraón – prosiguió Clara – y
cuando se lo suelta Maat, en vez de desdecirse y ayudar a su hijo, sigue
enfurruñado por no haber sido la primera elección. Vamos, que sí me los
echo a la cara a todos, los mando al rincón de pensar. Fijo.
Tía Ana estaba perpleja. Le parecía incluso sacrílego hablar así de los
Dioses. Los demás miembros ni pestañearon cuando escucharon semejantes
barbaridades. Incluso observó que su sobrino nieto, sonreía. Todo esto era
culpa de su hermana. Si hubiera cumplido su parte y les fuese instruido como
era su obligación, ahora no se lo tomarían todo con tanta irreverencia.
─Tengo que confesar que aunque estoy alucinado, siento el deseo de ir y
verlo todo con mis propios ojos – confesó Alex.
─Yo también – musitó Júlia – me angustia pensar en Yamanik, vagando
por ahí sola en una especie de submundo. Es injusto.
─Lo es nena – dijo Ana – pero algo me dice que no será tan fácil.
─Para nada – comentó Clara – os explico la parte divertida – dijo con
ironía – cuando lleguemos a la tumba del tal Uadyi, tenemos que desentrañar
las salvaguardas que se colocaron en su día, porque son una trampa mortal.
Después, con la ayuda del Libro de los Tiempos, recitar un conjuro para
unirlos y lo más divertido…Traspasarle los poderes a la momia. Eso sin
contar que el tal Seth, no esté aburrido y se le ocurra hacer una de las suyas.
─¿Pero se supone que tú sabes lo que hay que hacer? ¿Verdad? –
preguntó Alex.
─Yo tengo el conocimiento para leer las páginas que están vedadas y
desmontar las salvaguardas pero poco más.
─Eres la Guardiana del Conocimiento, eso servirá para algo – dijo Júlia
contrariada.
─El titulo suena muy bien, pero como he dicho, lo único que significa es
que puedo leer el libro y las inscripciones que nos encontremos, nada más.
─Si me permitís – dijo tía Ana – son los poderes de vosotros cuatro
unidos los que cumplen la profecía y rompe la maldición. Llegado el
momento, os será revelado los designios para cada uno. Ana, tú tienes el
conocimiento futuro, puedes anticiparte a los acontecimientos, tú Júlia, tienes
la sabiduría del pasado y podrás aplicarás, Clara, en tus manos está el poder
de la magia, no sólo puedes leer sino que también puedes invocar hechizos y
unir el pasado y el futuro en un momento presente y Alex, tú con la fuerza de
mover lo inamovible, puedes alzarlos todos y depositarlos allí donde sea. Sois
todos necesarios para poder cumplir la profecía. El tesón de nuestro linaje, no
habrá sido en vano si podéis romper la maldición y salvar a dos almas que no
hicieron nada malo salvo amarse.
Por un momento todos quedaron sumidos en sus propios pensamientos.
Las palabras de tía Ana, resonaban en sus oídos.
─Clara. ¿Crees que hay alguna posibilidad real de que el tal Seth
aparezca en escena? – preguntó Alex interesado.
─Lo cierto es que no lo sé, pero no hay que descartarlo. Aunque todo esto
nos parezca increíble, es real por lo que tenemos que contar que todo es
posible y prepararnos lo mejor que podamos.
─¿Y cómo lo hacemos? – preguntó Ana.
─Entiendo que de alguna forma tendremos que practicar – respondió Júlia
irónica – no sé aun cómo lo haremos pero desde luego, habrá que buscar la
manera.
─Puede que si leéis los libros de nuestras antepasadas, sepáis la manera y
Anita…Mi madre dejó algo escrito especialmente para ti. Algunos están
escritos en otras lenguas pero los hemos ido traduciendo y veréis que son
fácilmente legibles.
Ana soltó un suspiro audible, frotándose la frente, decir que estaba
desbordada era poco.
─Creo que ya sabemos el camino, iremos aprendiendo e informándonos a
través de los libros como dices y cuando estemos preparados, supongo que
emprenderemos el viaje. Por cierto ¿Alguien sabe donde está enterrado
Uadyi?
─Eso nos lo dirá Júlia – repuso Clara con una sonrisa malévola.
Júlia por su parte, abrió los ojos con sorpresa.
─¿Yo? No tengo la más mínima idea.
─Pero la tendrás, eres la que puede ver el pasado, tú serás la encargada de
llevarnos a nuestro destino – la cara de Júlia era un poema.
─Supongo – musitó con abatimiento – pero de momento sólo he visto
momentos puntuales.
─Poco apoco nena – dijo Ana acariciándole el brazo con cariño – no
tenemos prisa, cuando estemos preparados, iremos, ni un minuto antes.
─Estoy de acuerdo – dijo Alex – es cierto que es una aventura que me
seduce pero también entraña peligros que desconocemos, mientras más
preparados vayamos mejor.

Mucho más tarde, sentados cómodamente en el salón, cada uno de ellos,


leía uno de los muchos manuscritos de sus antepasadas, de vez en cuando se
escuchaba alguna exclamación de absoluta sorpresa y todos se paraban a
escuchar aquello que le hubiera llamado la atención a uno de ellos. Tía Ana,
iba escuchando en silencio mientras trabajaba haciendo media, con las gafas
para ver de cerca, apoyadas en la punta de su nariz y mirando por encima de
las mismas, sonriendo satisfecha. Aunque su familia, no eran para nada como
se los había imaginado, estaba orgullosa de todos ellos. Eran unos chicos
magníficos, su sobrina los había criado bien.

─¿Sabéis que el país de Punt realmente estaba situado entre Perú y


México? – preguntó Alex.
─Ni idea. ¿Qué dice sobre el tema? – preguntó Clara interesada – lo digo
porque Júlia entendió unas palabras en uno de sus contactos y posteriormente
supimos que Ta Necher significaba la tierra de los Dioses o la tierra de Dios y
hacía referencia al país de Punt.
Alex escuchaba a su hermana pero sin despegar los ojos del manuscrito.
─Al parecer, los fenicios que eran los amos del mar en aquella época,
hacían viajes para mercadear y no sólo por el Mediterráneo o el mar rojo,
sino que sus viajes iban mucho más allá. Aquí hacen referencia a que
comerciaban con especias de una zona donde habían varias islas, de éstas en
concreto traían nuez moscada y clavo pero por aquella época en los únicos
sitios donde podían encontrar dichas especias, son las islas que hoy
conocemos como Islas Molucas. Pero eso no es todo, del país de Punt,
provenían maderas aromáticas, mirra, ébano, marfil, incienso incluso pintura
para los ojos, y siervos…Entre otras, nuestra antepasada, refiere que ella
misma, había ido a comprar mercaderías cuando atracaban los barcos, al
parecer era una fiesta y se esperaba sus llegadas, con gran expectación.
─Impresionante – dijo Clara totalmente sorprendida – no entiendo porqué
no se tiene conocimiento de esos viajes, quiero decir que se sabe que los
fenicios eran los reyes del mar pero no hay constancia de hasta donde
llegaron de lejos.
─Bueno…Al parecer eran un pueblo costero en Canaán lo que hoy seria
parte de Siria y Líbano, su mayor aportación tiene más que ver en como
acercaron civilizaciones a través de las rutas de comercio. Solían asentarse en
las zonas costeras pero en ocasiones eran meros poblados que utilizaban para
abastecerse. De hecho, cuando llegaron a las costas de España, en un
principio fue por los mismos motivos pero ante la riqueza de la zona, los
asentamientos fueron creciendo, fundando los primeros núcleos de población.
En Málaga llamada entonces Malaka y Cádiz que entones era Gadir, se han
encontrado restos de vasijas desde el 1100 a. c. barnizadas en tonos rojos
provenientes de Siria y de diferentes lugares pero todos, relacionados con
Oriente. En aquella época, no vendían sus productos sino que utilizaban el
trueque como moneda de cambio. Aquí hay una explicación curiosa, sobre el
trueque mudo.
─¿Y eso qué significa exactamente? – preguntó Júlia dejando de leer y
escuchando con atención.
─Pues al parecer cuando arribaban a alguna zona donde no habían estado
antes, llevaban a la orilla una serie de productos y se marchaban otra vez al
barco, al día siguiente bajaban a comprobar qué habían dejado los habitantes
de la zona, si les satisfacía, se lo llevaban y dejaban sus mercancías, en caso
contrario volvían a marcharse y esperaban un día mas y si el resultado era
infructuoso, recogían sus mercancías y se iban a otro lugar.
─Pues sí que es curioso – comento Júlia – yo estoy leyendo la primera
antepasada que vino a España, concretamente a Malaka, ya habían
asentamientos fenicios bastante estructurados y se trabajaba la tierra
principalmente y al parecer, importaron el olivo. También los artesanos,
trabajaban los metales procedentes de las minas. Y otro dato curioso, se les
atribuye el origen del nombre España, al parecer procede de “i.saphan-im”
que significa algo así como tierra de conejos. Pero curiosamente, son las
mismas fechas que tú me dices con lo cual entiendo que los asentamientos
primitivos, fueron mucho antes de lo que se conoce.
─Supongo que las fechas son siempre aproximadas, quiero decir que si se
asentaron por ejemplo en 1146 antes de Cristo, no lo pueden saber con
exactitud. ¿Cierto? Con lo cual imagino que redondean las fechas que más les
concuerda en base a yacimientos arqueológicos y cosas así – explicó Alex
con aire reflexivo.
─Tiene sentido. Tía Ana es impresionante el trabajo que habéis llevado a
cabo traduciendo los manuscritos.
─No tiene mayor importancia, de hecho yo no he traducido ninguno, las
últimas traducciones las llevó a cabo mi tatarabuela, sobre los manuscritos
escritos en castellano antiguo, que datan desde el siglo X hasta el XIV, a
partir del XV hay una conversión a lo que se conoce como el castellano
moderno que es el que ha llegado hasta nuestros días.
─Pero el cariño y el cuidado con el que se hizo es asombroso.
─Gracias niña – dijo con una sonrisa llena de orgullo.
─Creo que estos manuscritos son un tesoro.
─Ya lo puedes jurar – dijo Ana sumándose a la conversación – he leído
que el clavo lo utilizaban los antiguos egipcios contra el mal aliento después
de comer…Me ha sorprendido saber que ya por aquellos entonces, se le daba
importancia a la higiene bucal.
─Son muchos los datos que iréis descubriendo – dijo tía Ana satisfecha –
incluso remedios caseros para enfermedades que hoy están extintas y otros
que yo misma he usado y debo decir, que con éxito – añadió encantada.
─Gracias tía por el enorme tesoro que nos has dado – dijo Ana mirando
con total seriedad a su tía – al margen de la historia peculiar de nuestro linaje,
estos diarios son un tesoro.
─Me alegro que pienses así, sobrina.
Siguieron toda la tarde sumidos en la lectura de los diarios de sus
antepasadas, intercambiando información y compartiendo hallazgos
sorprendentes de mujeres que vivieron épocas pasadas dejando un legado
para la posteridad, a través de aquellos libros, sin ser conscientes, habían
dado un paso hacia la inmortalidad. Jamás serian olvidadas.

Mucho más tarde, ya estaban todos acostados, cuando Ana a la luz de la


lamparita de la mesilla de noche, cogió el último manuscrito, dentro había un
pliego en papel grueso escrito por su abuela. Había creído que lo que fuese
que quería decirle, estaría escrito en el diario pero sólo lo había guardado
dentro para protegerlo. Lo desplegó despacio, a esas alturas, no sabía qué
esperar.

“Querida nieta,
Estoy muy orgullosa de ti, sí has llegado hasta aquí, quiere decir que ya
conoces la procedencia de nuestro linaje. Sé que tiene que resultar difícil
aceptar que descendemos de un Dios pero creo que no somos los únicos con
antepasados singulares, el ser humano de hoy en día, cree conocerlo todo y
saberlo todo pero está equivocado. Mientras más se aleja de los valores
primordiales y desconfía de lo que no entiende, mas ciego es ante las
maravillosas cosas que tenemos en este planeta.
Pero estoy divagando, ante ti, se abre un camino difícil mi querida niña,
y tendrás que prepararte para lo que está por venir. Los hijos de Sami, que
es como se llamaba el siervo, son hoy en día una tribu de guerreros que
viven en el desierto, los reconocerás porque llevan el signo de Amón-Ra
tatuado en el interior de la muñeca derecha. Serán tus aliados, en tanto
vayas con la mujer caída pero hay otra tribu de guerreros que buscan desde
tiempos inmemoriales, la tumba de Uadyi para profanarla, son seguidores de
Seth, pueden hacerte creer que son aliados, son ladinos y traicioneros, no te
fíes. Tuve una visión de estos guerreros venerando a Seth, supe que eso
significaría problemas. Les han inducido a creer que en la tumba de Uadyi,
hay un gran tesoro, los mueve la avaricia, motivo poderoso que corrompe el
alma. Te he visto Anita, eres una poderosa vidente, creo sin temor a
equivocarme, de las más grandes de nuestra estirpe. Si necesitas magnificar
tus poderes y no sabes cómo, utiliza el anillo, los ampliará y si unís los dones
tus hijas y tú, los potenciaras. Os debilitará durante un tiempo así que si lo
hacéis, preocúpate de estar protegidas o seréis presa fácil. Desearte de
corazón que consigáis romper la maldición y liberar de una vez por todas a
Yamanik y también por supuesto a Uadyi pero siempre he sentido una pena
infinita por una mujer que jamás hizo daño alguno, al contrario, vivió su
vida siempre pendiente de sus hijos, los cuidó y los protegió y la recompensa
que consiguió después de morir, fue vagar por el inframundo por un pecado
que no cometió. Mi amor y todos mis buenos deseos, están contigo y con tus
hijos.

Tú abuela que te quiere más allá del tiempo.

Lucia Urquijo.”

Dobló el pliego otra vez y lo dejo entre las hojas del manuscrito. Cerró
los ojos restregándolos cansada, de alguna manera, después de la sorpresa
inicial, estaba aceptando todo lo que estaba pasando de una forma
sorprendente. Incluso diría que con serenidad. Una mueca burlona cruzó su
rostro. Mañana volvían a casa, llevarían con ellos todos los manuscritos de
sus antepasadas y el Libro de los Tiempos. Hablarían con Gloria, ahora si
estaba segura que le daba algo. Tendrían que preparar el viaje
minuciosamente, aunque sabía que irían a Egipto, el lugar concreto seguía
siendo un misterio, las montañas que vio en una de sus visiones, junto con los
guerreros, empezaban a tener sentido. Incluso la leyenda del pueblo de origen
de Tamsim, estaba segura, que tenía relación con su propia historia familiar.
Los mitos estaban hechos de retazos de realidades.
Apagó la luz y se dispuso a dormir. Curiosamente, no despertó en toda la
noche, al contrario, cayó en un sueño reparador, relajando el rictus de
preocupación que marcaba sus facciones, así la encontró el alba, dormida
plácidamente.

Al contrario que el día anterior, ese día se había levantado plomizo, allí
en plena sierra, el viento frio dominaba como el rey absoluto. El calor qué
desprendía la estufa de la cocina, invitaba a sentarse con una suave manta de
lana, que era lo que estaba haciendo exactamente, la tía de Ana. Sus viejos
huesos, lo agradecían y su querido gato, también.
Sabía que en poco tiempo se reuniría con su madre, no estaba enferma
pero la sensación de que su fin estaba cerca, era un conocimiento que nacía
en su interior. Estaba preparada. No le tenía miedo a la muerte, sabía que no
era el final, era un paso hacia otro lugar. Su marido había muerto hacía ya
mucho y lo echaba de menos, su hija tenía su propia vida, era una buena hija,
no tenía quejas pero vivía en la ciudad y la veía cada cierto tiempo. Estaba en
paz con el mundo y después de transmitir el legado familiar a su sobrina,
sabía que había cumplido su cometido, la palabra dada a su madre. Se había
cerrado el círculo y ahora sólo cabía rezar para que tuvieran éxito en la
empresa que se les presentaba. Escuchó ruido en el piso de arriba, señal
inequívoca de que estaban despiertos, no tardarían en bajar, había café y un
bizcocho recién horneado, esperándolos para desayunar, aquel día se irían, le
daba pena, algo le decía que no los volvería a ver, pero la vida era así y hacia
mucho que había aprendido a aceptarla.

─¡Buenos días! – dijo Ana entrando por la puerta. Se acercó a su tía y la


besó en la mejilla.
─¡Buenos días Anita! Hay café recién hecho y debajo de ese paño,
bizcocho – comentó mirándola con cariño.
Ana se dirigió a los fogones y se sirvió una taza, levantó el paño y debajo
en una bandeja había un bizcocho recién hecho. Era el mismo que ella hacía,
no en balde, la enseñó su abuela hacía muchos años, cuando era apenas una
niña.
─Ahora bajan los chicos – dijo sentándose cerca de su tía – están
terminando de recoger las cosas.
─Tengo que daros todavía unos objetos que necesitareis – no hacía falta
decir para qué.
─Ya me lo suponía.
─¿De qué habláis? – preguntó Clara desde la puerta – buenos días tía.
─De un par de cosillas que tengo que daros – contestó con una sonrisa
traviesa.
─Me parece bien, supongo que el medallón, de Isis es uno de esos objetos
– comentó sin volverse mientras se servía un café.
Tía Ana se quedó perpleja. No había mencionado nunca el medallón.
─¿Medallón? – preguntó Ana - ¿Qué medallón?
─¡Ummmhh! Este café está delicioso – dijo sin darle importancia - ¿Eso
qué huelo es bizcocho recién hecho? – preguntó levantando la cabeza
olfateando.
─Al lado del fogón, debajo del paño – dijo tía Ana mirándola con interés
- ¿Cómo sabes lo del medallón niña?
Clara cortó una buena porción de bizcocho y se sentó a la mesa
aparentemente sin ser consciente de la cara de estupefacción de las dos
mujeres, que la miraban con franca sorpresa.
─Clara nena... ¿Qué medallón? – insistió Ana.
─Ya te lo he dicho, el de Isis – en ese momento entraron sus hermanos.
Alex y Júlia, saludaron y se sirvieron sendos cafés y Alex hizo lo mismo
que su melliza sólo que su trozo era la ración de dos personas.
─¿Cómo sabes lo del medallón? – el tono de Ana lo decía todo.
─Porque lo vi cuando estaba en trance.
Ana sintió escalofríos sólo de escuchar esa palabra.
─¿De qué estáis hablando? – inquirió Júlia mirándolas de hito en hito.
─De unas cosas que nos tiene que dar tía Ana – explicó Clara restándole
importancia.
Al final Tía Ana, se levantó despacio de su mecedora y se fue a buscar los
objetos.
─Supongo que estamos hablando de los restos de Yamanik – dijo Alex
mirando a su melliza que asintió con la boca llena.
─Supones bien.
Tía Ana entró al cabo de unos momentos con un pequeño cofre. Todos se
tensaron al verla, tenían muy fresco en la retina, el recuerdo del cofre
anterior.
Lo dejó con sumo cuidado encima de la mesa y lo abrió mirando con
reverencia lo que ocultaba en su interior. Extrajo un ánfora pequeña, por la
que cualquier arqueólogo, hubiera dado su mano derecha, su estado de
conservación era excepcional y un saquito de terciopelo.
─En esta ánfora, descansan los restos de Yamanik – explicó imprimiendo
a sus palabras, la seriedad del momento – y…Aquí – dijo refiriéndose a la
bolsa que tenía entre las manos – está el medallón de Isis – abrió el saquito y
dejó caer su contenido, en medio de su palma.
Era un medallón redondo y pesado de oro macizo, con la imagen en
relieve de lo que parecía una mujer por una de las caras, y por la otra unas
alas extendidas.
─¿Y de donde sale eso? – preguntó Júlia fascinada.
─Cuando Isis le dejó el Libro de los Tiempos a Yamanik, y el saco con
oro, dentro también estaba este medallón – explicó Clara con parsimonia – al
reconocerlo pensó que era un talismán y lo guardó para su futuro hijo.
─¿Hijo? Sí tuvo mellizos ¿No? – preguntó Alex con el ceño fruncido.
─Sí, pero entonces ella aún no lo sabía.
─Ya. Entonces ¿Es un talismán? – preguntó Ana con interés. Toda ayuda
era poca.
─Más o menos, se supone que a través del libro y con el medallón, puedo
conjurar la ayuda de la Diosa – explicó con mala cara.
Ana se dio cuenta al momento. Algo no encajaba.
─Nena. ¿Qué pasa? – Clara apretó los labios en un gesto muy suyo.
─Pues que me parta un rayo si espera que la invoque para pedirle una
maldita cosa – soltó enfadada – llevamos tres mil años. ¡Tres mil! Y no han
querido mover un dedo para no enfadar al Dios cascarrabias sabiendo porque
lo sabe, que maldecirlos con vagar por el inframundo es un castigo excesivo,
sobre todo cuando la profecía se ideó pensando que nosotros los simples
mortales, no seriamos capaces jamás de romper la maldición pero quedaba
muy bien diciendo que había una salida para acabar con el castigo divino.
De piedra. Se quedaron todos de piedra. Ana estaba anonadada por
decirlo de una forma suave. Alex y Júlia, miraban a su hermana sin dar
crédito, claro que la cara de espanto de tía Ana, no tenía parangón.
─Esto…Clara cielo…Sí lo he entendido bien, la Diosa Isis… Puso al
alcance de la mano, un talismán para invocarla y así ayudar a romper la
maldición pero tú estás enfadada porque no…
─¡No es para ayudarnos a romper la puñetera maldición! – dijo
interrumpiéndola – es más bien una llamada de socorro por si aparece el
cretino de Seth. Porque no estamos en igualdad de condiciones dado que es
un Dios y todo eso, ya me entiendes.
¿Ya me entiendes? Estaba a punto de darle algo y dice ¿Ya me entiendes?
─Eso quiere decir que es muy posible que aparezca. ¿Cierto? – preguntó
Alex mirándola con un brillo extraño en la mirada.
─Tiene números – dijo sorbiendo su café.
─Cuando estuviste en trance… ¿Qué pasó? – pregunto Júlia cada vez más
segura que su hermana estaba ocultando algo.
─Pues aparte de sentir un dolor de mil demonios que me hizo creer que se
me partiría el cráneo en dos, poco más – esa era la mentira más grande jamás
contada.
─Clara Segarra. Como no nos cuentes ahora mismo qué narices sabes, te
va a doler la cabeza en serio – amenazó Ana empezando a perder la
paciencia.
Clara por su parte, hizo una mueca al escucharla. Tendría que haberse
mordido la lengua pero como siempre, había hablado antes de pensar.
¡Maldita sea su estampa!
─Cuando el torbellino ese me envolvió…Vi a diferentes personas en lo
que parecía a su vez, diferentes momentos de la historia…No lo puedo
explicar mejor. También apareció una mujer bellísima vestida como una
egipcia pero más…Mucho más…Se presentó como Diosa Isis. Me habló en
una lengua que no entendí, entonces levantó un dedo, señaló mi frente y de
golpe una luz cegadora me hizo trizas el cerebro al punto que pensé, que se
me partía, gracias que me desmayé o eso creo. Cuando desperté, bueno…
Desperté dentro del trance, la Isis esa estaba contemplándome y me explicó
una serie de cosas… Para entonces yo ya podía entender todo lo que estaba
diciendo.
Clara se calló de manera sorpresiva.
─¿Y? – la instó Júlia.
─Poco más – comentó evasiva – me dijo que desobedecer una orden del
Dios Supremo Padre de Todos, era un delito que se pagaba con la muerte y
que gracias a su Infinita Benevolencia, sólo los había castigado a vivir en el
inframundo hasta que alguno de sus descendientes humanos tuvieran la
capacidad de salvarlos a los dos.
─¿Los dos? ¿Te habló de Yamanik? – preguntó Alex.
─Bueno…Al parecer comparten el castigo en la muerte como en la vida.
Es arcaico hasta decir basta pero al parecer, son dos mitades de un todo con
lo cual, lo que le pase a uno le pasa al otro. Pero eso ya la sabemos…Pero en
aquel momento, aun no lo sabía.
Ana observó a su hija atentamente pero Clara evitaba mirarla. Eso la
alertó. ¡Tenía esa mirada!
─Clara ¿Qué no nos estas contando? – preguntó entrecerrando los ojos.
Alex al igual que su madre, sospechaba qué había algo más, la conocía
muy bien.
─Le dije que la pretendida benevolencia apestaba y que si estaban
aburridos y no sabían qué hacer para entretenerse, en vez de estar fastidiando
a los pobres mortales, se apuntaran a algún cursillo de macramé…
Básicamente.
Tía Ana se santiguó. Alex por su parte, dejó escapar un silbido. Ana
simplemente cerró los ojos rogando paciencia. Júlia sólo acertó a mirarla
desencajada.
─¿Qué pasó después? – Ana tenía miedo de preguntar pero no quedaba
otra.
─Bueno…Puedo decir sin exagerar que se quedó sin palabras, claro que
por otra parte, al igual no sabe lo que es el macramé – dijo encogiéndose de
hombros – después me desperté en la cama y a partir de ahí ya lo sabéis.
─¡Santa Patrona! – exclamó tía Ana – los relatos que se explican en los
manuscritos, hacen referencia a que los elegidos para llevar a cabo la
profecía, contaran con el favor de los Dioses…Pero después de eso…
Difícilmente creo yo que eso suceda.
─Me enfadó que me hablara como si fuera idiota – dijo Clara
defendiéndose – no nos creen capaces de romper la maldición por el hecho de
que somos simples mortales. No han evolucionado, se quedaron en la edad de
piedra y siguen creyendo que sin la ayuda de ellos, no somos capaces ni de
atarnos los cordones.
Alex empezó a sonreír lentamente para terminar soltando una carcajada.
─No te rías – dijo Ana enfadada – con todo los obstáculos con los que
nos encontraremos, cualquier ayuda es bienvenida y ahora gracias a tu
hermana, estarán haciendo apuestas a ver cuánto tardamos en pifiarla.
Júlia no pudo evitar sonreír ante la evidente indignación de su madre.
─Perdón – dijo Alex contrito pero se veía a lo lejos que no lo sentía.
─Lo raro es que no te quitara los poderes – comentó Júlia – lo digo
porque siendo Dioses y todo eso, no le sentaría muy bien que le soltaras una
fresca.
─Ya. Yo también lo pensé…Después – confesó – supongo que ni se lo
planteó y creo que no puede.
─¿No puede? – dijo Ana enfadada - ¿Estás segura de que ya no puede?
─Bueno, sigo teniendo los conocimientos que me transmitió el libro y
además creo que al igual si que querría sólo digo que no puede.
─¿Y eso? – inquirió Júlia.
─Porque los poderes de la Guardiana provienen del libro y se creó en su
momento para ese fin, aunque ahora se arrepienta, no puede hacer nada para
deshacerlo, es algo así como juego limpio, si entendéis a qué me refiero.
Ana miró a su recalcitrante hija exasperada. No tenía remedio. Con lo que
se les venía encima y ahora además, había una Diosa indignada. Era tan
absurdamente surrealista que no podía explicarlo en ningún sitió porque los
encerraban a todos por perturbados mentales. Fijo.
─Creo que tenéis que prepararos para lo que tiene que venir…Habida
cuenta de que sólo contáis con vosotros mismos – musitó tía Ana, todavía
bajo los efectos de lo que acababa de escuchar.
─No lo dudes – contestó Ana desabrida.
─Sólo una cosa más – dijo Alex – el libro famoso. ¿De dónde salió?
─Isis se apiadó de Yamanik y lo creó para ayudar a los descendientes de
Uadyi, por ese motivo no puede hacer ahora nada… Aunque quisiera –
reconoció Clara a regañadientes.
─Bien, pues demos gracias porque si no tendríamos un problema ya que
de los que estamos aquí, ninguno sabe descifrar jeroglíficos ni nada que tenga
que ver con todo eso , si vamos al caso – masculló Ana.
─No le demos más vueltas – comentó Júlia intentando apaciguar a su
madre – lo hecho, hecho está. Ahora tenemos que prepararnos para volver a
casa y empezar a desarrollar un plan de acción.
Alex estaba de acuerdo con su hermana, como en cualquier misión,
organizarse y gestionar bien era la mitad del éxito. Cuando llegaran a casa,
empezaría a buscar información sobre Egipto y su relieve geográficamente
hablando. Porque mucho se temía que no irían a visitar las pirámides como
simples turistas. Esto tenía toda la pinta de una expedición en toda regla.
─Júlia tiene razón – dijo mirando a su madre – tenemos tiempo para
prepararnos y de todos modos, no contábamos con la ayuda de nadie con lo
cual, en el fondo no hemos perdido nada – comentó en tono razonable –
somos un equipo y actuaremos como tal.
Ana suspiró con aire resignado. Lo que decía su hijo era cierto. Total,
seguro que estaba haciendo una tormenta en un vaso de agua, Sara se lo decía
a menudo, seguro que la Diosa esa tenía cosas más importantes que hacer,
que estar pendientes de ellos. Con un suspiro se acercó a su hija pequeña y le
dio un suave apretón en el brazo.
─No te preocupes cielo, no creo que tenga mucha importancia – dijo
quitándole hierro al asunto – y es absurdo preocuparse por algo que ya ha
pasado. Seguro que Isis, ya ni se acuerda.
─Ya. Pero que sepáis que no estoy ni un poquito arrepentida – reconoció.
─Ya me lo supongo – musitó Ana con una mueca – tía muchas gracias
por todo – dijo mirando a la mujer mayor – has sido de una inestimable ayuda
y mis hijos y yo te lo agradecemos de corazón. Tienes mi palabra de que te
mantendremos informada de todo.
─Gracias Anita – contestó con una sonrisa trémula – para mí también han
sido unos días de gran transcendencia. Os deseo lo mejor y contáis con mis
bendiciones.
─No podemos pedir más – contestó Ana con elegancia – vamos a
empezar a llevarlo todo al coche y después nos despedimos.
─Ya os acompaño – ofreció – no tengo mucho más que hacer en todo el
día.
─Tía…Creo que estas aquí muy sola, si quieres venir a nuestra casa, estas
invitada.
─Gracias niña pero esta es mi casa, aquí tengo mis raíces y a mi hija y
tengo buenos amigos. No quiero más.
─Sólo digo que estas invitada cuando quieras, aunque sea por unos días.
─Lo tendré en cuenta – concedió educada. Las dos sabían que eso no
sucedería jamás.
─Gracias una vez más por todo – se abrazó a su tía con fuerza, algo le
decía que no la vería mas, tenía la misma sensación que muchos años antes
cuando se despidió de su abuela.
─Adiós niña – contestó con los ojos llenos de lagrimas – cuídate Anita.
Se despidieron entre abrazos. Cuando subieron al vehículo, comenzó a
caer una fina llovizna. Ana volvió la vista atrás y siguió despidiéndose con la
mano hasta que un recodo del camino, se lo impidió. Con un suspiro enfocó
la vista en la carretera, Alex conducía y Clara iba hablado con Sergio por
teléfono informándolo de que iban camino del aeropuerto. Júlia también
parecía que estaba trasteando su teléfono.
Alex miró de soslayo a su madre que aunque serena se le notaba que
estaba afectada. Le dio un apretón cariñoso en la pierna, al momento su
madre le cogió la mano devolviéndole el apretón.
Ana no tenía ninguna duda de que saldrían de esa como de tantas otras.
Eran una familia y se comportaban como una familia e incluso Yamanik y
Uadyi eran parte de su familia y un Segarra jamás dejaba en la estacada a
ningún miembro. Eso era un hecho.

En algún lugar…

─¿Se puede saber qué haces? – preguntó Nut a su hija.


─Intentando averiguar cierta cosa – contestó Isis sin mirarla.
─¿Eso no es un artefacto de los humanos? – volvió a preguntar arrugando
la nariz desdeñosa
─Pues sí – dijo sin despegar la vista del ordenador portátil.
─Sabes que odio cuando traéis algo de…Eso a casa – dijo a su hija
frunciendo el ceño.
─Es sólo un momento…
Nut dejó escapar un suspiro al ver que no le hacía el caso debido.
─La muy bruja – masculló Isis entre dientes – macramé. Ya puede
invocarme de rodillas suplicando…
─¿De qué hablas hija?
─Los descendientes de Uadyi…
─¡Ah! Bueno... ¿Ya han pasado mil años?
─Si madre. Y la Guardiana del libro, es una bruja – sentenció haciendo
desaparecer el ordenador con un ademan.
─¿Practica hechicería? – preguntó Nut interesada.
─No de la manera que tú piensas – contestó meditabunda – no sabe cuál
es su lugar y es irrespetuosa y necia.
─Los mortales son así – dijo hastiada – hay que educarlos para
absolutamente todo. Un desgaste de energía en mi opinión.
─Pues si espera que la dirija y le enseñe, se va a llevar una desagradable
sorpresa.
─No pierdas el tiempo hija. Son unos ineptos y de seguro que fracasarán
como los anteriores – comentó aburrida – ya hiciste mucho por ellos. Su
agradecimiento debe ser inmenso.
─Pues a esta en cuestión, nadie se lo ha explicado – contestó dándole
vueltas a una idea.
─Te he dicho en numerosas ocasiones, que los humanos son unos
ingratos, no merecen ni el esfuerzo de un pensamiento.
─Pero los descendientes de Uadyi, siempre han sido respetuosos y me
consta que se les ha versado en la conducta correcta…No alcanzo a
comprender qué ha pasado para que pierdan el respeto.
─Abran perdido la cabeza sin duda. Son seres débiles – contestó
disimulando un bostezo.
─¿Sabes que ha dicho de Amón-Ra? – dijo mirando a su progenitora con
interés.
─No tengo la menor idea querida y lo cierto es que tampoco me importa,
balbuceos llorosos rogando qué…
─Que es un Dios cascarrabias y que sufre de pataletas y se atrevió a decir
que si se lo echaba a la cara, lo castigaría enviándolo a un sitio horrible, al
parecer.
Nut la miró estupefacta. Los humanos los habían olvidado cosa que ya le
parecía mal pero de ahí a que se atrevieran a amenazarlos…
─¿A qué sitio horrible dices? – estaba interesada. Tampoco es que
sucedieran muchas cosas últimamente.
─Al rincón de pensar – contestó frunciendo el ceño – no tengo muy claro
qué significa pero suena a penitencia – añadió. Volvió a hacer un gesto con la
mano y al punto apareció el ordenador portátil – supongo que aquí encontraré
el significado.
─Mucha importancia le das a eso – comentó pero se acercó a su hija para
mirar ella también.
Al momento, sendas exclamaciones se escucharon en la sala del palacio.
─¡Se atreve a comparar al Dios supremo con niños de pocos años! – dijo
Nut ultrajada – deberías informar para que reciba el castigo que se merece –
sentenció.
─Creo que voy a observarlos durante un tiempo…Después ya veré – dijo
pensativa.
─¿Puede que sean seguidores de Seth? – preguntó Nut – sabes que tu
hermano tiene una vena retorcida que comparte sus fieles. Soy su madre y lo
quiero pero no estoy ciega a los defectos de mis hijos.
─Mejor no te digo lo que dijo de tu querido hijo – señaló con ironía.
─¿También se ha atrevido a meterse con mi hijo? – preguntó indignada.
─Creo que estos descendientes de Uadyi, se atreven a casi todo.
Nut hizo un sonido nada elegante que no estaba a la altura de una gran
Diosa de la creación.
─Me parece bien que los vigiles y después me cuentas – indicó – al
menos estos humanos servirán de entretenimiento.
─Tranquila madre. Por cierto, su hermano tiene los mismos ojos que
Uadyi…
─Esperemos que no comparta también su temperamento, aun está
pagando su último enfrentamiento con el Padre de todos.
─Veremos…
Hizo desaparecer otra vez el ordenador y se reclinó en la otomana, con
gesto pensativo. Alguien iba a recibir una lección. Una sonrisa de placer
anticipado, iluminó su rostro confiriéndole una belleza etérea. No sería muy
dura, a fin de cuentas, era una simple mortal.
CAPÍTULO VII

Cuando Ana vio aparecer al girar en su calle, la silueta de su casa, soltó


un suspiro de alivio. En pocos minutos, aparcaron en la puerta. Alex hizo
sonar el claxon avisando de su llegada y al cabo, aparecieron su hermano y
Sergio con una gran sonrisa de bienvenida.
─¡Ya habéis llegado! – exclamó Sergio acercándose a su novia para darle
un beso – que sepáis que no os hemos echado de menos ni un poquito –
añadió con un brillo pícaro en los ojos.
─Hombre, muchas gracias – contestó Alex dándole una amistosa palmada
en la espalda – tú sigue así y nos tendrás que suplicar de rodillas que te
contemos algunas cosillas. ¿No es cierto Melli? – dijo guiñándole un ojo a su
melliza.
Clara hizo una mueca al escuchar a su hermano.
─¿Habéis resuelto el misterio? – preguntó Sergio abatido.
─Digamos que ahora ya sabemos por qué existe una profecía – dijo Júlia
mientras descargaba el maletero.
─¿En serio?
─Ya te digo – repuso Alex divertido.
─Que os parece si entramos y después hablamos – dijo Ana con tono
cansado.
─Si claro, por supuesto – repuso Sergio ayudando a su cuñado con las
maletas – Clara. ¿Por qué existe? – insistió cargando los bultos detrás de su
novia.
─Para combatir una maldición – soltó con parsimonia – hola tío Troll –
dijo pasando por su lado y dándole un beso en la mejilla de manera casual.
Vicent que los esperaba en el porche, se quedó pasmado.
─Ho…Hola – alcanzó a decir - ¿Habéis tenido buen viaje? – preguntó a
su hermana que se acercaba con signos de cansancio.
─Hola Vic – le dio un abrazo cariñoso y agarrándolo por el brazo, entró
en casa con un suspiro de alivio – el viaje sin contratiempos, lo que
encontramos en casa de tía Ana…eso es arena de otro costal.
Dejaron las maletas en el recibidor y se fueron todos de manera tácita
hacia la cocina. Júlia llevaba el cofre pequeño y Clara portaba el de mayor
tamaño. Tanto Sergio como Vicent, los miraban con franca curiosidad.
─Esto… ¿Ana que traéis ahí? – preguntó Vicent alzando una ceja.
─Esto como tú dices querido hermano, es nuestro legado, en su interior,
hay varios diarios escritos por las mujeres de nuestra familia y narra la
historia de nuestro linaje – dijo dejándose caer en una silla – y unos objetos
que tiene que ver con la profecía y por supuesto, el Libro de los Tiempos con
todo lo que ello conlleva.
Tanto Sergio como Vicent, se quedaron estupefactos. Alex los miró
divertido.
─Si esa es la cara que se os queda cuando mi madre aun no os a contado
nada de nada, mejor no os explicamos todo lo que implica no vaya a ser que
os de un colapso o algo así – dijo con sorna.
─Alex cielo, no empieces – pidió Ana frotándose la frente – entiendo que
tenemos que hablar de todo esto, lo sé, pero necesito un rato de normalidad,
por favor.
─Lo siento mamá – dijo dándole un suave apretón y un beso a su madre
en la frente – supongo que podemos dejarlo para más tarde.
─Bueno…También podemos ir a mi casa y hablamos de todo tranquilos y
te dejamos descansar un rato – sugirió Sergio con tono esperanzado. ¡Se
moría por saber! – podemos encargar unas pizzas.
─Me parece bien – repuso Clara – de todas maneras no me dejará
tranquila hasta que no lo sepa todo – añadió con una sonrisa.
─La verdad es que me parece una buena idea – dijo Júlia sumándose – tú
descansas mamá y ya si eso, hablamos mas tarde o mañana de cómo lo
enfocamos cuando se lo tengamos que explicar a los demás, porque Sergio es
cosa fácil – dijo haciendo una mueca – pero algo me dice que más de una
convulsiona cuando les pongas al caso.
Clara emitió una risilla imaginándose la escena que estaba por venir.
─Estoy con mi hermana. Tómate el resto del día libre por así decirlo y
mañana será otro día. Tío si quieres venir a cenar estás invitado – Vicent no
encontraba la lengua para contestar.
─No quiero molestar, gracias – contestó nervioso.
─No es molestia, vente y Sergio te acerca cuando estés cansado.
─En serio…
─Tío no estarás despreciando una invitación a mi casa. ¿Verdad? –
inquirió mirándolo con toda intención.
Vicent se puso como la grana, se esperaba cualquier cosa menos eso.
─No…Claro…Quiero decir por supuesto…Me apetece pizza, gracias…
─Bien – dijo Clara satisfecha – pues nos vamos y te dejamos descansar.
Nos llevamos los cofres y después los traen Alex y Júlia.
─Prometerme que no vais a hacer alguna de las vuestras.
─¡Jolín mamá! – exclamó con fastidio Clara – te aseguro que en estos
momentos lo último que tengo ganas, es de ponerme a jugar a Merlín y sus
encantamientos, en serio.
─Lo siento, perdóname – susurró Ana con un suspiro - creo que me
apetece como nada, un baño caliente y relajarme con una peli intentando
desconectar mi cerebro por unas horas – confesó con un amago de sonrisa –
no te fatigues más de la cuenta – advirtió a Vicent, con preocupación.
─Mamá tranquila – dijo Júlia – en cuanto tío Vic esté cansado, prometo
traerlo de vuelta.
─De acuerdo - dijo frotándose las cervicales, empezaba a tener un
incipiente dolor de cabeza – pues nos vemos más tarde chicos.
En pocos minutos, habían desaparecido todos, eran momentos como esos,
cuando sentía todos y cada uno de sus años. Ana estaba derrotada y sólo
deseaba meterse en la cama y dormir un par de. Subió las escaleras despacio,
la superaba pensar en prepararse un baño, al final optó por darse una ducha
bien caliente y envuelta en su albornoz, se metió en la cama con un suspiro
de felicidad. Al cabo de pocos instantes, estaba profundamente dormida.
En la habitación de Alex, Raúl por primera vez en mucho tiempo, no supo
qué hacer. Cuando los escuchó llegar, acababa de ducharse y se vistió deprisa
con la intención de bajar a saludar pero cuando estaba en la escalera, no pudo
dejar de escuchar algo relacionado con profecías y maldiciones…No sabía
cómo encajar todo eso…Le pareció que era un intruso y subió si hacer ruido,
al cabo de poco rato, todos se habían marchado y sólo se quedó la madre de
Alex que al parecer se había quedado dormida sin ser consciente de que había
alguien más en la casa. Esa familia era demasiado confiada. Decidió salir a
dar una vuelta y comprobar el perímetro y más tarde hablaría con Alex.
Santos se había vuelto más osado y eso era sinónimo de problemas.

─Entonces…si lo he entendido bien…la profecía se diseñó en su día para


contrarrestar una maldición de un Dios cabreado con su hijo que decidió
castigarlo por no seguir al pie de la letra sus ordenes…- musitó Sergio
alucinado.
─Esencialmente, así es – repuso Clara intentando tragar el trozo de pizza
para poder contestar con propiedad – al desafiar a su padre, los maldijo a
estar eternamente separados y no encontrar el camino del inframundo que los
llevaría al más allá, signifique eso lo que signifique. La profecía contrarresta
en cierto modo la maldición que al parecer es algo así como juego limpio al
estilo de los Dioses, y si se unen en esta tierra como dos partes de un todo,
podrán encontrarse en el otro mundo y proseguir su camino.
─Brutal – consiguió decir Sergio sin dar crédito a lo que estaba
escuchando.
─Sólo no me queda claro lo del traspaso de poderes – musitó Vicent
bastante sereno, al menos en apariencia.
─Bueno…Uadyi tenía poderes y los traspasó para proteger a Yamanik y a
su hijo nonato pero eran suyos, así que para que Anubis lo reconozca como lo
que es, un semi Dios, y acceda a permitirles pasar, tiene que presentarse con
todos sus poderes – explicó Clara como si tal cosa.
─Repito. Brutal – dijo Sergio.
─Y al parecer, sólo una vez cada mil años, se dan todas las claves para
que se pueda romper la maldición – terminó diciendo Alex.
─Hay algo más que no os he dicho - dijo Clara poniéndose seria.
Todas las miradas se clavaron en su rostro. Hizo una mueca, sabedora de
que les iba a dar algo cuando soltara parte de lo que se había guardado.
─Clara, se lo hemos explicado todo y…
─Todo lo que vosotros sabéis - repuso interrumpiendo a su hermana.
─Si sabes algo más, ya lo estás diciendo – dijo Alex mirándola con
intención.
─Cuando estuve en trance…el libro me traspasó todos los conocimientos
que se suponen necesitamos para romper la maldición…
─Eso ya lo sabemos – repuso Júlia con aprensión.
─Ya. Pero lo que no os dije es que todos nuestros antepasados, están por
así decirlo, en zona muerta – los miró sin saber muy bien como seguir – en
cierta forma, ninguno puede pasar al otro lado hasta que se rompa la
maldición.
─¡Jesús! – exclamó Júlia.
─¡Joder! – dijo Alex - ¡Maldita sea Clara! ¿Por qué en nombre de todo lo
sagrado, no nos lo dijiste? – explotó haciendo gala de su mal genio.
─¡No me grites! – dijo Clara gritando a su vez – no sabía cómo soltar
semejante bomba cuando estaba claro que mamá por no decir tía Ana,
estaban a punto de que les diera un tabardillo.
─Hombre…después de tooodo lo que ha pasado estos días, creo yo que
esa parte era esencial.
─Bueno…pues cuando hablemos con mamá se lo dices tú porque no seré
yo la que le diga que nosotros también estamos malditos.
Por un momento se hizo un silencio abrumador en la cocina de casa de
Clara.
─¿También todos los demás están vagando a oscuras y perdidos? –
preguntó Vicent más blanco que la tiza.
─No. Digamos que los descendientes están como en una especie de
submundo…algo así como una antesala…no puedo explicarlo mejor…pero al
no poder pasar, tampoco pueden purificar sus almas y por ende, no pueden
volver a la vida…están estancados…
─¿Qué quieres decir con que no pueden volver a la vida? – preguntó Júlia
casi tan blanca como su tío.
─Cuando son juzgados…se les encomienda otras misiones por así
decirlo, y vuelven a nacer en otro momento…supongo que estoy hablando de
reencarnación…en función del nivel que tengas, vienes a aprender lo que sea
que no hayas aprendido o…a enseñar…cuando alcanzas los nueve niveles del
conocimiento…pasas a una especie de lugar donde residen los espíritus más
puros…algo así como el paraíso…si quieres llamarlo de alguna forma.
─¡Santa Madre de Dios! – exclamó Vicent al borde mismo del colapso.
Se pasó la mano por el escaso pelo en un gesto de puro nerviosismo – no sé si
sois conscientes de que en breve, me uniré a todos ellos sea donde sea ese
sitio…y no me hace ni pizca de gracia saber que voy a un lugar lúgubre y
oscuro…
─No he dicho lúgubre y oscuro. He dicho una especie de antesala, pero
no estarás sólo, en esencia creo que está muy concurrida, toda nuestra familia
está allí a la espera de que se rompa la maldición y poder pasar, por compañía
no te preocupes que tendrás de sobra.
─No sabes que tranquilo me dejas – dijo Vicent con ironía.
─Bueno, creo que es infinitamente mejor que no saber qué pasa cuando te
mueres o peor aún, ir a un lugar solo y oscuro como tú dices – contestó Clara
picada.
─A mamá le da un perrenque - dijo Júlia con expresión horrorizada.
─Me lo supongo – repuso Clara.
─Es imperativo conseguir romper la puñetera maldición – dijo Alex con
contundencia - no podemos permitir que transcurran otros mil años más. Es
impensable.
─Lo sé – musitó Clara apartando el plato con lo que quedaba de pizza, se
le había quitado el hambre – motivo por el que nuestras antepasadas han
luchado por preservar a toda costa el legado, porque sabían que era esencial
para conseguir romper la maldición y salvar a todos los descendientes además
de a Uadyi y Yamanik.
─¿Cómo es que no es de dominio público por así decirlo? Quiero decir
que la tía Ana no sabía nada y en los manuscritos que yo he leído, no hay
referencia alguna sobre esto.
─Porque sólo se le revela a la guardiana del conocimiento, supongo que
es una forma de que las generaciones que preceden después de cada
intentona, no se amarguen sabiendo lo que les espera. Todos los demás saben
la importancia de romper la maldición aunque sólo unos pocos elegidos,
conocen el alcance real de la misma.
─Hombre…si es por eso, yo hubiera sido infinitamente más feliz,
viviendo lo que me queda en la bendita ignorancia – repuso Vicent con mala
cara.
─Pues no sé porqué – dijo Clara mirando de frente a su tío – creo que en
cierta forma es un consuelo, sabes que no estarás sólo.
─Pero lo que yo me imagino es una especie de purgatorio – dijo alterado.
─Pues deja de imaginarte tonterías porque he explicado que si no pasas la
prueba, en cierta manera es como si repitieras curso. El purgatorio tío, está
en este mundo, no te dejes arrastrar por tu imaginación ni por lo que cuentan
los hombres, a todo lo inexplicable lo han tildado de mentira o herejía o
brujería o cosas por el estilo…sencillamente era ignorancia en su más amplia
expresión.
─Tiene sentido tío – dijo Júlia dándole un apretón cariñoso en el brazo –
estamos descubriendo que hay muchas cosas inexplicables y las leyendas y
mitos que han llegado hasta nuestros días, están basadas en hechos reales,
sabemos que existen unos seres llamados Dioses y que nos premian o nos
castigan, sabemos que morían y resucitaban…pero lo que no sabemos es
hasta donde alcanzan sus poderes, o si existen mundos paralelos u otras
dimensiones, pero desde luego, en algún sitio viven…
─Cuando tía Ana nos explicó que Yamanik era sacerdotisa en su país de
origen, curiosamente adoraba a un Dios que llamaban Aput y al parecer era
Anubis con otro nombre – comentó Alex con aire reflexivo.
─¿Y? ¿Dónde quieres llegar con eso? – preguntó Clara con interés.
─Pues que puede ser y digo puede ser, que los mismos Dioses tengan en
diferentes culturas diferentes nombres…quiero decir que al final son los
mismos…los Dioses romanos o los griegos o los de las culturas ya perdidas
como las mayas o las aztecas…en cierta forma tiene sentido.
Hubo un momento de silencio. Se miraron entre ellos.
─Cuando leí sobre los mayas, al parecer creían que el Dios Quetzalcóatl,
vino del este y trajo con él el conocimiento y la sabiduría y…el sol…algunos
creían que procedía de la antigua Atlántida – dijo Júlia bastante impactada.
─También entre los Dioses que adoraban, se encontraba Tezcatlipoca lo
consideraban invisible, omnipresente, en cierta manera como el que todo lo
ve…algo así como Amón-Ra y también se creía que era uno de los padres de
la creación, aunque a su vez también era temido por ser el Señor de la guerra
– dijo sumándose Clara a esa línea de pensamiento.
─Le daban una gran importancia al Jade y lo consideraban una piedra
divina…el color verde era símbolo de buenos augurios y tenía relación
directa con las divinidades, de hecho sólo podían utilizarlo las clases altas,
aunque las piedras de color verde, las utilizaban las clases más humildes
como amuletos aunque no fueran jade, solo por su color…el anillo de
Yamanik tiene una piedra verde y el libro también…aunque sus orígenes son
egipcios y…divinos – continuó Júlia en la misma línea.
─En los ritos funerarios de los antiguos Mayas, incluso colocaban dentro
de la boca del muerto, piezas de jade debajo de la lengua para ayudarlos en su
viaje al mas allá – continuó Sergio emocionado, que había ido a buscar su
ordenador portátil buscando información sobre el tema, sus dedos volaban
por el teclado.
─Creo recordar que los romanos también ponían a sus muertos, una
moneda en la boca para pagar al barquero que los llevaría al…otro lado – dijo
Vicent reflexivo. Todos lo miraron con diferentes grados de sorpresa – yo
también soy un gran lector – dijo ruborizándose al ser el dentro de todas las
miradas.
─Zeus o Júpiter era conocido como el padre de todos los dioses y se le
conocía como el gran creador y la raíz de Dios seria Dyeu… algo así como
brillar, atribuido a todo lo divino y para las civilizaciones germánicas o
viquingas sería Odín…también conocido como el padre de todos…pero sobre
el tema de los nombres de Zeus…vais a alucinar…se le llamaba de diferentes
formas en función del lugar, como por ejemplo: Zeus Meiliquios, Zeus
Ctonio, o Zeus Plusio. Incluso había oráculos dedicados a este Dios pero uno
concretamente estuvo en Egipto y un tal Heródoto, hace referencias a un
oráculo en el desierto al… Dios Zeus Amón, este concretamente era muy
venerado en Esparta donde existía un templo dedicado a él en la época de la
Guerra del Peloponeso – Sergio dejó de leer levantando la vista y mirando
con profundo estupor a todos los que lo escuchaban con un interés manifiesto
– esto…chicos…no sé si sois conscientes de la magnitud de la teoría que
estamos sugiriendo…
─Bueno…esto se reduciría a que en un principio, todos los Dioses
tendrían una misma matriz y por consiguiente un mismo origen y en función
de la cultura o civilización, los llamaron de una forma u otra…esencialmente
– concluyó Clara.
─Creo que si buscamos información sobre los ritos a estos Dioses, tengo
la ligera sospecha que encontraríamos similitudes – inquirió Alex cruzándose
de brazos mientras observaba al resto con gravedad – sería interesante, hacer
algunos deberes al respecto sólo por si acaso, Júlia tú eres la erudita de la
familia – dijo mirando a su hermana - ¿Podrías encargarte?
─Lo que me estas pidiendo es brutal. No tienes ni idea de la magnitud del
trabajo que eso comporta.
─Yo podría ayudar – ofreció Vicent con timidez – siempre me ha llamado
la atención las historias sobre mitología y en concreto la grecorromana, pero
no entiendo a dónde quieres llegar – preguntó mirando a su sobrino.
─Yo tampoco sinceramente – reconoció Alex taciturno – pero en mi
experiencia toda la información que recabemos es poca, no sé si esto que
estamos hablando hoy aquí tiene visos de realidad o son simplemente
desvaríos pero y es un pero muy grande, en base a todo lo que hemos
descubierto estos días, no podemos descartar ninguna hipótesis por absurda o
surrealista que nos parezca, y si fueran los mismos Dioses con distintos
nombres, y conseguimos recabar información sobre ellos e incluso conocer
sus puntos débiles si es que tienen, mejor que mejor.
─Tiene sentido – dijo Sergio dándole vueltas a la idea – yo también
puedo buscar conexiones y triangularlas, de esa manera podríamos aglutinar a
los Dioses por circunstancias parecidas o lo que viene siendo, denominadores
comunes. No perdemos nada.
─Pues creo que ya tenemos el primer grupo formado – dijo Alex con una
sonrisa – tío Vicent, Sergio y Júlia sois los encargados de recabar
información y de crear una base de datos.
─¿Y yo? – preguntó Clara.
─Aun no lo sé – dijo Alex con una mueca - iremos formando los grupos
en función de las necesidades que vayan surgiendo, pero creo hermanita que
tu estarás en primera línea conmigo.
Clara clavó la mirada en su hermano, durante unos instantes sólo se
miraron, asintió en muda respuesta, entendiendo lo que le estaba diciendo su
mellizo. Se estaban preparando para una batalla.
─Exactamente qué tienes en mente Alex y no me digas que aun no lo
sabes porque nos conocemos demasiado – soltó Sergio viendo el intercambio
mudo entre los dos hermanos. Se le aceleró el pulso de pensar en su novia
enfrentándose a algún peligro.
─Pues para serte franco viejo, exactamente lo que crees – dijo críptico -
cuando hablemos con todos los demás, en función de las aptitudes de cada
uno, se formaran pequeñas unidades y cada uno de nosotros tendrá funciones
especificas. Nos prepararemos para lo peor y rogaremos equivocarnos, pero
no dudes que si llevamos a cabo esta…cruzada, nos enfrentaremos a
situaciones desconocidas, así que intentaremos paliar esas fallas con todo lo
que tengamos a nuestro alcance.
Los dos amigos se miraron casi como antagonistas. Alex entendía el
desasosiego de su cuñado, esto estaba tomando visos de realidad y ya no era
sólo un juego divertido de acertijos de salón, era más bien una misión en toda
regla, parecida en algunos aspectos a las que había llevado a cabo no hacía
mucho, tenían que llegar a un punto en concreto, rescatar los objetivos y salir
indemnes y a ser posible con el mayor sigilo y en el menor tiempo posible. El
factor sorpresa seria determinante, claro que siendo Dioses los que movían
los hilos, no tenía tan claro que dicho factor existiera, al menos no a favor de
ellos, pensó con cinismo.
─En la historia de vuestra familia… ¿Hay bajas? – preguntó Sergio
mortalmente serio.
─Lo cierto es que de lo que llevamos leído, no tenemos constancia –
musitó Júlia.
─Por mi parte, sé que los que lo intentaron en el año treinta después de
Cristo, no lo consiguieron porque uno de ellos murió a mano de los romanos,
al parecer fue en una revuelta o algo por el estilo. Ignoro por qué no lo
consiguieron los siguientes, intentaré averiguarlo – dijo Clara.
─Pues creo que mejor lo dejamos aquí, hoy es domingo, creo que sería
bueno que el miércoles nos volviéramos a reunir y contrastemos la
información que hayamos recabado. Y por cierto, a partir de mañana creo que
sería bueno que os preparéis físicamente para estar en óptimas condiciones –
sugirió Alex con cierto divertimento.
Las chicas se sonrieron ante la idea.
─Supongo que sabréis disculparme si no os acompaño al gimnasio – dijo
Vicent burlón.
Unas risitas se escucharon de fondo y al punto el ambiente tenso, empezó
a cambiar.
─Vale, pero te tocará empollar más libros para compensar – comentó
Clara risueña.
─Eso no será un problema – contestó Vicent devolviéndole la sonrisa.
En esos momentos sonó el teléfono móvil de Alex. Era Raúl. ¡Maldita
sea! Se había olvidado de su amigo.
─Hola Rodríguez, si me das cinco minutos nos vemos y hablamos.
─Estoy en la puerta de casa de tu cuñado.
─Bien, salgo en un momento.
Colgó el teléfono y con una sonrisa de disculpa se dirigió a los demás.
─La habitación donde se alojaba Raúl, por motivos ajenos a su voluntad a
quedado inundada y no pude volver hasta mañana, le he dicho que se quede
en mi habitación y yo me quedo aquí si no es mucha molestia.
─No hay problema – dijo Clara.
Sergio decidió no abrir la boca, sabía lo que Raúl le iba a contar a su
cuñado, cruzó una mirada con Vicent en mudo entendimiento. Empezaba a
darse cuenta de que su suegra tenía razón, demasiados frentes abiertos.
─Bien, pues si no os importa, os dejo, me está esperando en la calle y
hace un frio de mil demonios.
─Dile que pase – ofreció Sergio con sinceridad. Le caía bien el tipo.
─En otro momento, tenemos que hablar de algunos asuntos – no dijo de
qué, tampoco hacía falta, todos eran conscientes de que el psicópata que los
estaba acechando, seguía siendo un peligro potencial.
─¡Alex! – exclamó Júlia cuando su hermano se disponía a salir por la
puerta – si quieres me quedo yo aquí y tú duermes en mi cuarto.
─Como quieras pero. ¿No crees que es llevarlo a los extremos? Si Raúl se
queda por aquí una temporada y todo apunta de que será así, sería bueno que
intentarais llegar a una tregua.
─Supongo pero no tiene porque ser ahora mismo – contestó Júlia reacia –
dile a mamá que me quedo a pasar la noche y mañana nos vemos.
─De acuerdo. Tío Vicent, si quieres te acerco a casa – dijo sabiendo que
su tío tenía que estar cansado.
─Pues sí, gracias.
─Entonces todo arreglado – dijo con una sonrisa que no le llegó a los ojos
– mañana nos vemos familia – y con esas palabras, salió acompañado de su
tío al frio de la noche, divisó a su amigo apoyado en su coche, se saludaron y
de tácito acuerdo subieron al automóvil para llevar a Vicent a casa, lo dejaron
en la puerta y al poco rato, estaban sentados en un bar cercano con sendas
cervezas, hablando de lo que realmente había pasado en la habitación de
Raúl. Alex frunció el ceño consciente de que no podían dejar pasar más
tiempo, tenían que dar caza a esa rata antes de que hiciera algo peor.
En algún lugar…
Isis contemplaba ensimismada a través de su espejo todo cuanto acaecía a
la familia de Uadyi. Estaba sorprendida por la astucia que estaban
demostrando. Se golpeó suavemente con un dedo grácil y elegante los labios
en actitud pensativa. Habían acicateado su curiosidad y eso no era poca cosa,
ya no era sólo el interés en la bruja poseedora del conocimiento del libro,
eran todos dignos de su atención…y eso no pasaba desde hacía mucho, un
brillo iridiscente, iluminó sus bellos ojos, esperaría con interés su próximo
movimiento…

Álvaro había mandado varios mensajes a Ana pero ni siquiera los había
leído, terminó llamándola pero sólo consiguió hablar con su buzón de voz.
No sabía qué hacer, si acercarse a su casa o seguir intentando localizarla. Al
final decidió ir en persona, esperaba que no hubiera pasado nada malo.
Cuando llegó le extrañó no encontrar ninguna luz encendida salvo la del
porche. Al final decidió no llamar a la puerta, resignado se dio la vuelta y se
marchó a su casa, al entrar, se quedó mirando la mesa preparada para una
cena romántica, con dos bellos candelabros y un centro de flores frescas. La
comida en el horno…con una mueca de auto burla, decidió irse a dormir,
mañana ya recogería todo…en aquel momento, no era bueno para nada,
pensó con pesimismo.

Ana se despertó desperezándose con ganas. No tenía ni la menor idea de


qué hora era, cuando miró el reloj de su mesilla, de poco infarta. ¡Eran las
siete de la mañana! Madre de Dios. Había dormido alrededor de trece horas.
Increíble. Cuando se acostó la tarde anterior, pensaba dormir a lo sumo un
par de horas, había quedado con… ¡Álvaro!
Se levanto de golpe en busca de su teléfono móvil, aún seguía en el bolso,
cuando lo cogió hizo una mueca al ver los mensajes y las llamadas perdidas,
lo había puesto en silencio antes de subir al avión y se le había olvidado.
Pensaría que lo estaría evitando o algo por el estilo. ¡Maldita sea! Decidió
invitarlo a desayunar y disculparse con él en persona…estaba escribiéndole el
mensaje cuando se lo pensó mejor.
Iría a la panadería del barrio y compraría cruasanes recién hechos y le
daría una sorpresa, si, mucho mejor. No le diría nada, pasaría directamente
por su casa. Con las ideas más claras, se metió en el baño pensando en qué
contarle…bueno…tampoco hacía falta explicar mucho salvo que había sido
un encuentro familiar y poco más. Algo más complicado se presentaba la
reunión familiar que tendrían en breve, pensó con una mueca. Al salir de la
ducha, se quedó mirando por unos segundos el espejo empañado de vaho…
una imagen se iba formando, se le aceleró el pulso pero mantuvo la vista
clavada. Poco a poco se dibujó una franja claramente identificable de agua…
era un rio. Se fue despejando el vaho y aparecieron unas montañas…unas
construcciones antiguas emergieron en todo su esplendor, un templo
magnifico rodeado de palmeras con construcciones menores alrededor y una
ancha avenida…las montañas formaban un macizo y descendía hacia un
valle… ¡Era el valle de los Reyes! Incluso ella lo sabía. ¡Madre de Dios! Las
imágenes se distanciaron dando paso a un oasis con un hermoso lago y un
pequeño asentamiento beduino, detrás las dunas del desierto se vislumbraban
perfectamente, unas formaciones rocosas junto a una especie de cordillera
fueron tomando forma…poco a poco fue quedando a la vista algo parecido a
un camino que llevaba a las montañas…las imágenes se desdibujaron
lentamente hasta que apareció su propio reflejo. ¡Jamás en su vida había
tenido una visión como esa! Las imágenes nítidas, los colores, las
construcciones… ¡Todo! Se dejó caer en la taza del wáter porque llegar hasta
la cama era en esos momentos, misión imposible. Se miró a sí misma, seguía
envuelta en la toalla y el pelo le estaba goteando y no se veía capaz de coger
la toalla del colgador que estaba a pocos pasos porque se le habían
pulverizado las rotulas. O empezaba a acostumbrarse o antes de empezar,
moriría de un infarto fulminante. Hizo varios ejercicios de respiración hasta
que su frecuencia cardiaca, retomó niveles de normalidad. Con un suspiro
entrecortado se puso de pie, se secó el cabello y empezó a vestirse de forma
mecánica, tenía grabado a fuego en sus retinas, la primera visión de lo que
estaba segura, era el camino a seguir hasta el lugar de descanso de Uadyi.

─Hola…buenos días, traigo el desayuno – dijo con una sonrisa enseñando


la bolsa con los cruasanes – es una ofrenda de paz por lo de ayer…lo siento,
me quedé dormida y…
Álvaro la enlazó por la cintura, besándola con pasión contenida. Ana
soltó un sonido de sorpresa ante la audacia inesperada.
─Te he echado de menos – susurró a escasos milímetros de su boca – no
sabes cuánto.
─Sólo han sido tres días – musitó Ana echando la cabeza hacia atrás para
poder mirarlo a los ojos.
─Una eternidad – repuso volviendo a besarla con sensualidad.
Ana se apartó ruborizada, estaban en la puerta de su casa y se sentía un
poco violenta por si los veía algún vecino.
─Creo que mejor me invitas a pasar – dijo con una sonrisa tensa. Álvaro
la miró unos instantes evaluándola. Con una sonrisa de medio lado, se hizo a
un lado con un ademan galante.
Cuando entró en la espaciosa sala, lo primero que vio fue la mesa
adornada con unos candelabros y un centro de flores. Se le cayó el corazón a
los pies. Al volverse hacia él, se lo encontró mirándola con las manos en los
bolsillos sin ninguna expresión en el rostro que le diera alguna pista.
─Lo siento mucho…- musitó con un halito de voz.
─No pasa nada – dijo restándole importancia – iba a recogerlo ahora.
─Sí pasa. Pero te prometo que ha sido sin querer, vine agotada de…bueno
han sido tres días muy intensos y cuando llegué a casa me dolía la cabeza y
sólo quería acostarme un rato pero me he despertado esta mañana y…lo
siento Álvaro…de veras.
No quería que pensara que ella era de ese tipo de personas. Se acercó y le
cogió las manos con cierta timidez, Álvaro la miraba fascinado por lo muy
expresiva que era. Su rostro reflejaba sus emociones de una forma fidedigna.
Se acercó despacio besándolo suavemente en la comisura de la boca. Estaba
ruborizada. Le parecía increíble después de todo lo que habían compartido.
─Te compensaré. Lo prometo.
─Eso suena interesante – dijo acercándola un poco más – define
compensación.
Ana soltó una risita nerviosa.
─Pues…te invitaré donde tú quieras, es lo menos que puedo hacer.
─En mí dormitorio – la cara de Ana era un poema.
─¿En tú dormitorio? No…no te entiendo – no le podía estar diciendo lo
que ella creía – no creo que…quiero decir que comer en la cama es muy
incomodo y…las migas después…
─Es infinitamente mejor que te lo demuestre – dijo interrumpiendo sus
balbuceos – supongo que querrás un café – dijo cambiando de tema. Cuando
la escuchó suspirar, casi se le escapa una sonrisa.
─Si gracias – repuso con una gran sonrisa – me apetece mucho.
─No faltaba más – al pasar por al lado de la mesa en dirección a la
cocina, un pellizco de remordimientos se instaló en el pecho de Ana. Álvaro
no le diría nada porque era un caballero pero no tuvo que ser plato de gusto,
quedarse esperando. Mientras él preparaba el café, se le ocurrió una idea. No
se paró a meditarla.
─¿Tienes mechero? – preguntó.
─Si, en el primer cajón – repuso mirándola - no sabía que fumabas.
Ana cogió el mechero y encendió los candelabros.
─Y no fumo. ¿Dónde tienes los platos?
─En el armario que tienes a tus espaldas – Ana sacó un par de platos y les
puso unas servilletas de papel, después colocó los cruasanes y los llevó a la
mesa. Álvaro la observaba pasmado.
─¿Tienes un juego de café?
─En el armario de al lado – contestó mecánicamente – Ana. ¿Qué haces?
─No tuvimos una cena especial pero podemos tener un desayuno
maravilloso – contestó con una gran sonrisa. Álvaro por su parte, sintió un
tirón a la altura del esternón – las flores son preciosas – dijo acercándose a
olerlas con placer.
En unos minutos, estaban sentados disfrutando de un desayuno en un
ambiente de absurda decadencia. La luz que entraba por las ventanas,
opacaba el brillo de las velas aunque en esos momentos no podía importarles
menos, Álvaro estaba disfrutando de un café en una de las tazas que llevaban
sin estrenar los más de dos años que llevaba residiendo allí, con la jarrita de
la leche y los platitos con sus primorosas servilletas…nunca le había sabido
tan delicioso, incluso el esponjoso cruasán, se deshacía en la boca. Ana
estaba explicándole lo feliz que le había hecho volver a encontrarse con su tía
pero él sólo acertaba a mirarla, aunque con su incesante parloteo, no
necesitaba ayuda para llevar el peso de la conversación. Desde que se habían
sentado a desayunar como si estuvieran en el más fino café parisino, un
calorcillo desconocido, le estaba entibiando el alma. Ella seguía hablado y
hablando pero él sólo pensaba si pondría muchos reparos si le hacía el amor
allí mismo. Ana gesticulaba mientras pasaba de un tema a otro casi sin
respirar, explicándole algo que al parecer era divertido, pero él sólo acertó a
esbozar una tibia sonrisa. Era la cosa más bonita que había visto jamás.
Cuando sonreía relajada, se le hacían unos preciosos hoyuelos en las mejillas.
─¿Te vas a comer ese cruasán? – preguntó con interés – ¿Álvaro?
─Perdona. ¿Qué me decías?
─Que si te vas a comer ese cruasán. Es que cómo no cené, la verdad es
que tengo hambre – dijo con un encogimiento de hombros.
─No, cógelo – Ana sonrió encantada mientras se apoderaba del último.
Después de un buen mordisco, hizo unos ruiditos de placer mientras cerraba
los ojos.
─Son de los mejores que he comido con diferencia – dijo a modo de
disculpa – están deliciosos – añadió con una sonrisa.
─Estoy de acuerdo – concedió mirando fijamente su boca.
─Por cierto, el viernes es el día de Reyes. Gloria nos invitó al almuerzo
en su casa, supongo que no tienes planes – dijo esperando con interés su
respuesta.
─Entiendo que la invitación os la hizo a tu familia y a ti – repuso
observando cómo fruncía el ceño.
─Para nada – contestó con rapidez – ella nos invitó a todos y eso te
incluye a ti.
─Pero si se supone que somos nada más que amigos, se puede prestar la
situación a confusión. ¿No te parece?
─No, lo siento, no me parece – dijo un tanto ruborizada – la relación que
tengamos sólo nos atañe a nosotros y además, no creo que tenga el mal gusto
de preguntar.
Álvaro no estaba tan seguro, pero decidió guardarse su opinión.
─Me gusta cómo suena nosotros – susurró arrastrando la última palabra.
Ana al punto, perdió la sonrisa y se puso a la defensiva.
─Álvaro, quedamos en que tendríamos una relación abierta, sin ataduras
ni obligaciones…no quiero más que eso y…no creo que esté en posición de
comprometerme más allá.
─¿Hay un motivo en particular? – preguntó suavemente sin dejar de
observarla con intensidad.
─Digamos que estoy en un momento complicado – repuso con una mueca
– no puedo en este momento plantearme algo más de lo que te he dicho…lo
siento.
No había dicho no quiero, sino no puedo, que ni mucho menos
significaba lo mismo. Cada día estaba más convencido de que había algo que
la inducía a comportarse así.
─Jamás he tenido una amiga tan preciosa como tú – dijo galante – te di
mi palabra de que no te presionaría y pienso cumplirla – dijo notando al
instante el cambio en ella – el viernes no tengo planes así que acepto la
invitación.
¿No tiene planes? ¿En serio? Eso qué significaba ¿que era algo así como
un plan B o qué? Le molestó más de lo que cabria ese simple comentario,
claro que por otra parte, era lo que ella había pedido.
─No te sientas obligado a ir si no te apetece – repuso un tanto picada.
─Al contrario, estoy encantado de ser tu acompañante – repuso con un
brillo especial en los ojos.
─Ya. Bueno…me tengo que ir. Tengo un montón de cosas que hacer y…
─No quiero que te vayas – le cogió la mano y empezó a besarle
suavemente la zona sensible de la muñeca.
─Yo…tengo que marcharme de veras…lo siento – se le había atascado el
aire en la garganta y sólo acertaba a mirarlo embelesada.
─Seguro que el mundo puede esperar diez minutos – dijo zalamero. Se
puso de pie sin soltarle la mano, obligándola a ella a hacer lo mismo. Se
quedaron mirándose por unos instantes a los ojos.
─No voy a acompañarte a tu habitación a estas horas – advirtió seria.
─Me parece bien – dijo acariciándole la mejilla hasta el borde mismo de
la boca.
─Así que no te hagas ilusiones pero podemos quedar a cenar el sábado
y…
─¿El sábado? Estamos a lunes – la tomó por el cuello con firmeza y la
acercó despacio quedando a un suspiro de sus labios.
─Bueno…pero lo normal es…
Se apoderó de su boca con ansia. Sin preliminares. La besó con toda la
pasión que sentía desde que la había visto plantada en la puerta de su casa,
estrechándola contra sí. Necesitaba sentirla. Introdujo una mano por debajo
del suéter para acariciarle la espalda, la piel caliente bajo sus dedos lo sedujo
como nada. Ella por su parte, se acercó todavía más, casi restregándose. Lo
enardeció. En unos segundos le había desabrochado el sujetador y retenía
prisionero uno de sus pezones, duros como piedras. Tenía que saborearlos.
Levantó el suéter y se dio un banquete con aquellos pechos lozanos que
pedían a gritos que los besara con sus picos duros e inhiestos.
Los mordió chupándolos con intensidad, casi como si se amamantara de
ellos. Los sonidos inarticulados de Ana, le sonaban a música celestial.
Habían retrocedido sin apenas ser conscientes, contra la pared de la
cocina. Ana se apoyó como un naufrago a una tabla. Las piernas empezaban a
no sostenerla. Sólo acertaba a acariciar la cabeza canosa enterrada entre sus
pechos. Sentía su núcleo como se licuaba ante la fuerza de la pasión de aquel
hombre.
Álvaro desabrochó con pericia, los pantalones e introdujo una mano
buscando el calor entre el vértice de sus piernas. Cuando separó los
aterciopelados labios y notó la humedad delatora mojándolos, la erección de
por sí enorme que llevaba rato sintiendo, creció aun mas, constriñéndolo de
manera asfixiante. Ana gemía bajito con los ojos cerrados, entregada a un
mundo de sensaciones. Abandonó los pechos para contemplarla embelesado.
Sus caricias se hicieron más profundas, enterrando un dedo en su interior. En
el momento exacto, Ana soltó un gemido que él absorbió apoderándose con
ferocidad de su boca. Lo sintió reverberar dentro de sí a la vez que cierta
parte de su anatomía, pulsaba en muda respuesta. Con una pierna, separó los
muslos de Ana permitiéndole introducir otro dedo, abriéndola más,
ensanchándola más. El pulgar jugaba con su clítoris, torturándolo en una
lenta agonía. Las caderas femeninas, empezaron a moverse sin ser apenas
consciente de ello. Ana despegó la boca volviendo la cabeza hacia un lado
buscando aire. Estaba inmersa en una vorágine sensual que amenazaba
ahogarla. Álvaro tenía la respiración alterada del nivel de excitación tan alto
al que había llegado. Verla con el pelo cubriendo parcialmente su rostro, los
ojos entornados y los labios brillantes e hinchados a causas de sus besos, lo
llevó al borde mismo de la locura. Estaba a punto de explotar. Impuso un
ritmo más rápido a sus caricias con la intención de llevarla al clímax antes de
avergonzarse así mismo, perdiendo el control. Los gemidos de Ana, fueron
subiendo de forma ostensible. Volvió a apoderarse de un pecho succionando
con verdadera ansia. Un grito estrangulado, y la rigidez repentina, le dijeron
que había alcanzado la cumbre entre sus manos. El poco autocontrol que le
quedaba estaba hecho jirones pero aun así se sintió más hombre de lo que
jamás se había sentido con ninguna mujer.
Ana se fue aflojando entre los brazos masculinos, apoyando la frente en
su pecho. Con timidez levantó la vista para perderse en un mar de plata
liquida. Álvaro clavó sus ojos en ella, sin parpadear, esperando. Con el
instinto femenino a flor de piel, bajó lentamente su mano hasta el bulto duro
que sentía contra su vientre. Él inspiró con fuerza pero no se movió ni
despegó la vista de sus ojos. Ella empezó a acariciarlo suavemente, sin
atreverse a mucho más. Sabía que necesitaba alivio pero aun después de lo
que habían compartido, le faltaba experiencia para conducirse con soltura.
Álvaro lo sabía. Con pericia, se desabrochó el pantalón y agarró la mano
femenina introduciéndola dentro de sus pantalones, sin soltarla, la obligó a
que lo tomase entre sus dedos apretando con firmeza. Ana empezó a
acariciarlo arriba y abajo a lo largo de toda aquella erección que pulsaba
contra su palma. Seguían mirándose a los ojos sin emitir un sonido. Sólo la
respiración que salía a trompicones por entre los dientes apretados de Álvaro,
le daba la medida exacta de lo mucho que la necesitaba. Álvaro soltó su mano
y las colocó en los hombros femeninos, haciendo un poco depresión
diciéndole sin palabras lo que quería. Ella poco a poco, lentamente, se
arrodilló entre sus piernas, se quedó mirando el falo que tenía entre las
manos, observando la humedad que coronaba la turgente carne. Se acercó
despacio, casi con reverencia, depositando pequeños besos alrededor de
aquella tumescencia, sintiendo contra sus propios labios, el sabor ligeramente
salado que brillaba como gotas de rocío.
Álvaro por su parte estaba al borde de la locura. Necesitaba más. Sólo
podía pensar en enterrarse dentro de aquella boca, no quería suavidad, sabía
que tenía que darle tiempo pero por todo lo que le era sagrado, que estaba
acabando con él. Acarició su cabeza, enterrando los dedos entre su cabello,
sus instintos más primarios le gritaban que tomara el control, gotas de
transpiración perlaban su frente, testigo mudo del esfuerzo titánico que estaba
haciendo. Las mandíbulas estaban apretadas con la rigidez del rigor mortis,
estado en el que no tardaría en estar él mismo si seguía torturándolo de esa
manera.

Ana fue cobrando confianza y empezó a acariciarlo con suaves lametazos,


supo que lo estaba haciendo bien, por los sonidos que le llegaban,
envalentonada, introdujo la punta entre sus labios, al momento, las manos
que descansaban en su cabeza, se cerraron como garfios en su cráneo, aunque
le estaba haciendo un poco de daño, supo que no era consciente y eso le subió
varios grados la confianza. Decidió investigar cuanto le cabía en la boca,
introduciéndola lentamente mientras sus manos seguían acariciándolo en toda
su longitud.
Álvaro rugió. No había otra manera de describir aquel sonido. Al
momento, unas manos la levantaron sin muchas ceremonias y empezaron a
desnudarla ante su más absoluta sorpresa.
─Esto…Álvaro…creo que…
La besó con fuerza, casi con desesperación, mientras sus manos volaban
dejándola prácticamente desnuda en cuestión de segundos. Casi le arrancó los
pantalones junto con las botas, en un impulso, la tomó entre sus brazos y en
pocos pasos la depositó en el sofá. Sin despegar la mirada de ella, se desnudó
a sí mismo en cuestión de segundos. Ana estaba muda de asombro. Los
movimientos bruscos le parecieron excitantes, no se desbrochó la camisa, se
la quitó como si fuera una camiseta. Su cara habitualmente inexpresiva, lucía
una expresión de sensualidad que la caldeó por dentro. Se sintió
poderosamente femenina y muy, muy, mujer. Cuando se quedó totalmente
desnudo delante de ella, con su masculinidad en todo su esplendor a la altura
de su cara, se sintió atrevida y la capturó con avidez, volviéndosela a
introducir en la boca. Álvaro inspiró con fuerza, cerrando los ojos por la
intensidad de las emociones. La sangre corría sin control por el torrente
sanguíneo e incluso los riñones, le pulsaban con ardor. La apartó casi con
brusquedad. La forzó a tumbarse y la cubrió con su cuerpo. Por un segundo,
sus miradas quedaron atrapadas. Con una poderosa embestida, la empaló con
fuerza, hasta la empuñadura. El gemido de Ana se hizo eco del suyo propio.
La espalda femenina se arqueó permitiéndole profundizar más a dentro. Los
movimientos eran rápidos y profundos, la necesidad tomó el control
imponiendo su propio ritmo. Los dos estaban más allá de cualquier
pensamiento coherente.
─No aguantaré mucho más… - masculló Álvaro con voz ronca – Ana…
Ana con los ojos cerrados lo abrazaba con fuerza, entendiendo lo que no
decía, ella misma estaba también rozando el cielo.
Con un grito gutural nacido en las profundidades de su garganta, Álvaro
alcanzó el paraíso enterrado profundamente dentro del calor femenino que
amenazaba fundirlo, vaciándose en su interior hasta dejarlo seco y exhausto.
Se dejó caer encima de ella, besándola en el cuello con sus últimas fuerzas.
Ana había conseguido alcanzar el clímax más absoluto. Cuando lo vio
perder el control de esa manera, algo dentro de ella se derritió, excitándola
como nada. Se había sentido tan poderosa que por un momento, no había
existido nada más que él. Podría haberse abierto la tierra y acabado el mundo,
que ella no se habría ni enterado. Se sentía genial, pletórica y…feliz.
─Si no quieres acompañarme a mi dormitorio, no me lo tomaré a mal –
susurró con los labios pegados a su oreja.
Ana emitió una risilla al escucharlo. No estaba acostumbrada a momentos
de pasión como aquellos. Había tenido un buen matrimonio y habían sido
felices pero aunque disfrutó de las relaciones maritales, jamás había llegado a
alcanzar aquellas cotas de placer que la dejaban sin respiración. Eso sólo
pasaba en las películas, realmente estaba convencida de que no existía…hasta
ahora.
─Creo que eres muy peligroso – dijo intentando mirarlo echando la
cabeza hacia un lado – la próxima vez que quedemos, me traeré a mi
hermano conmigo.
La risa ronca de Álvaro, le hizo cosquillas en el cuello.
─Aunque no lo creas, sólo me pasa contigo – comentó apartándole el
cabello con cariño del rostro.
─Seguro – dijo con ironía – yo era una mujer decente hasta que te he
conocido.
─¿Hasta que me has conocido?
─Bueno, ya me entiendes lo que quiero decir – repuso sintiendo su
sonrisa en el cuello.
─¿Te hago sentir indecente? – preguntó acariciándola íntimamente.
─¡Álvaro!
─Creo que eres una mujer apasionada – susurró bajando una octava la
voz – pero me alegro que sólo sea conmigo – añadió con un beso.
─¿Qué hora es?
─No tengo la más remota idea – levantó la cabeza para mirar el reloj que
colgaba en la pared del fondo de la cocina – las doce y media casi.
─¡Santo Dios! He quedado con Sara y llego tarde – dijo apartándolo para
vestirse – no me da tiempo de ir a mi casa a arreglarme.
─Si quieres, siéntete en libertad para hacer lo que desees, como si fuera tu
casa – dijo observando mientras se vestía a toda velocidad.
─Gracias. Si no te importa, subo un momento al baño.
Álvaro empezó a vestirse con parsimonia. Lo único que le apetecía en
esos momentos era relajarse con Ana y disfrutar de la mutua compañía.
Estaba visto que sus deseos estaban destinados al fracaso. Cuando bajó unos
minutos más tarde, ya estaba vestido y había ordenado el salón.
─Tengo que irme – repuso mirándolo con cara de circunstancias.
─Lo entiendo. Te espero mañana para desayunar – dijo abrazándola con
una sonrisa pirata.
─Tiene una mente sucia señor Méndez – musitó intentando escabullirse
de sus brazos.
─Para nada – la besó con dulzura – pero reconozco que con respecto a ti,
tengo ciertas ideas meritorias – añadió brillándole los ojos de manera
diabólica.
─En serio, me tengo que ir – repuso apartándolo – Sara sabe cuando
miento y no quiero llegar más tarde y darle cualquier escusa.
Una lenta sonrisa, se dibujó en el rostro de Álvaro. No sólo lo sabia Sara,
era más transparente que el cristal.
─Te llamo después – dijo a modo de despedida.
─Perfecto.
Se besaron en la puerta y al punto, Ana salió disparada hacia la calle.
Álvaro por su parte, se quedó en la puerta hasta que se perdió de vista.
Con suavidad, cerró la puerta y se dirigió a la cocina, aun estaban encendidas
las velas prácticamente consumidas. Las apagó y se dispuso a recoger los
restos del desayuno. Estaba contento y verdaderamente feliz. Hacía mucho
tiempo que no se sentía igual…se paró un segundo…nunca se había sentido
así. Empezaba a darse cuenta hasta que punto Ana era importante para él. No
quería ponerle nombre a lo que sentía. No hacía falta.

─Llevas el suéter del revés – dijo Sara con una sonrisa traviesa.
Ana se puso como la grana. ¡Maldita fuera su estampa!
─Con las prisas no me he dado cuenta – musitó entrando a la trastienda
para arreglarse la ropa.
─Hombre…tampoco era necesario que por venir a verme salgas a la calle
a medio vestir – repuso con ironía.
─No estoy a medio vestir pero te puedo recordar un par de ocasiones que
cierta persona que yo me sé, llegó con alguna prenda de menos – respondió
mordaz.
Sara enarcó una ceja al escucharla. Se dio cuenta de que su amiga, evitaba
mirarla y tenía las mejillas sonrosadas, pero había algo más. Al observarla
atentamente, vio que tenía el cuello un poco irritado. Empezó a atar cabos y
una sonrisa de suficiencia, afloró a su rostro.
─Querida. ¿Has visto a Álvaro últimamente? – preguntó con voz
meliflua.
─Esto…claro, somos amigos – la cara de culpabilidad de Ana no tenía
precio.
─Me lo figuro. Es muy atractivo me gustan los hombres como él, con ese
aspecto tan masculino – comentó mirando a su amiga sin perder detalle –
seguro que es de esos hombres que se tiene que afeitar todos los días. ¿No te
parece?
─Supongo – dijo incomoda – pregúntaselo a él cuando lo veas si estas tan
interesada.
─No es necesario querida. Tienes el cuello enrojecido y me jugaría una
cena en Don Giovanni a que es culpa de la barba de un hombre.
Concretamente de ese hombre – terminó diciendo muy satisfecha consigo
misma.
Ana miró a su amiga ceñuda. Desde luego la sonrisa de suficiencia que
lucía daba asco.
─Te dejo que me invites a almorzar y me cuentes – propuso con un brillo
travieso en los ojos.
─Eso suponiendo que haya algo que contar – repuso altiva.
Las risas de Sara, le dejaron claro que no la engañaba.
─Ana cielo, vienes con el maquillaje un tanto desastroso, el suéter del
revés y un sarpullido en el cuello – recitó contando con los dedos para darle
más énfasis - ¡Tienes un lio con Álvaro! – exclamó encantada.
─Si te parece grita un poco más, creo que aun no lo ha escuchado todo el
maldito pueblo.
─No seas mojigata – dijo Sara impenitente.
─Bueno…te he hecho caso – admitió renuente – estoy viviendo el
momento y hemos llegado a un acuerdo de que sólo seremos amigos sin
obligaciones.
─¿En serio? – preguntó sorprendida - ¿Álvaro a aceptado tener una
relación de ese tipo?
No le parecía de ese tipo de hombres.
─Bueno, le expliqué que no quería nada más salvo eso…como tú me
dijiste y lo entendió.
─Yo no te dije eso – replicó molesta – te dije que no te frieras los sesos
pensando en el futuro, que si la relación llegaba a algo más que una amistad
pues entonces es cuando tendrías que tomar una decisión.
─Bueno, es lo mismo – dijo encogiéndose de hombros – la cuestión es
que lo ha entendido y no me presionará sobre el tema.
─Ya. ¿Sabes querida? Estas dando por hecho que la relación que
mantienes con Álvaro es unilateral, quiero decir que las decisiones dependen
exclusivamente de ti, y en caso de que madure será sólo si tú lo decides y no
podrías estar más equivocada ni aunque te lo propusieras.
Ana la miró con sorpresa. No le gustaba lo que le estaba diciendo.
─Tengo derecho a decidir qué quiero hacer en mi vida y con quien –
replicó a la defensiva.
─Todo cielo. Pero él también – Sara vio como se ensombrecía el rostro de
su amiga – nunca he sido muy defensora de poner reglas, creo que
básicamente estas con una persona mientras estas bien pero en caso de dar un
paso más desde luego es cosa de dos. Puede que a Álvaro ahora le parezcan
bien pero si lo mantienes a distancia porque tienes miedo y las dos lo
sabemos, se frustre por desconocer los motivos y se marche – le explicó
preocupada.
─Unas pocas de normas para saber que terreno pisamos no es malo.
─Estoy de acuerdo pero si las has puesto para erigir murallas, recuerda
que lo dejas fuera pero tú te quedas sola.
Un silencio incomodo se instaló entre las dos después de eso. Había
llegado a la tienda encantada y feliz. Pero Sara era única para amargarle el
día a cualquiera.
─Te recuerdo que tú misma me dijiste no hace mucho que entre tú y
César no había nada serio y desde la primera noche que os liasteis, duerme en
tú casa – dijo retadora. Sara enarcó una ceja mirándola con una sonrisa
serena.
─Tienes razón. Pero César y yo sabemos a qué atenernos, conocemos las
reglas del juego por así decirlo y…
─¡Y un rábano! César y tu estáis locos el uno por el otro y lo sabes – dijo
con los brazos en jarras – no me vengas a dar lecciones cuando sigues sin
reconocer que es el hombre de tu vida.
─Creo que es el hombre de mi vida pero hace muy poco que estamos
juntos y no quiero precipitarme – reconoció insegura.
─Tienes casi cincuenta años. ¡Por el amor de Dios! ¿Piensas tener un
noviazgo largo sólo por si acaso? ¿En serio?
─No tengo casi cincuenta años – dijo de mal humor. Ana levantó los
brazos al cielo rogando paciencia.
─Tú no tienes una historia familiar con Dioses, maldiciones y objetos
mágicos, puedes tener una vida normal. En cambio yo si se me ocurriera
decirle alguna vez algo, de seguro le da un tabardillo – dijo haciendo
aspavientos.
─¡No me vengas con esas! Después soy yo la dramática – dijo Sara
levantando la voz.
─No soy dramática. Soy realista – dijo defendiéndose – además, César
conoce ya la historia.
─Pues eso tendría que hacerte pensar – repuso Sara con toda intención –
es un hombre normal y no le ha dado un tabardillo como tú dices, no entiendo
porqué a Álvaro le tendría que pasar. Son tus miedos los que te hacen ver
gigantes donde sólo hay molinos.
Ana se quedó mirando a su amiga sin saber muy bien qué contestar. Algo
de verdad, encerraban sus palabras.
─Bueno de todas formas, es muy pronto para saber si tenemos un futuro
juntos.
─¿No puedes verlo?
─Nunca veo mi futuro, sólo el de los demás – reconoció con pesar –
supongo que en cierta forma es normal.
Sara se quedó pensativa. Tenía sentido.
─Bueno, en todo caso es lo que le pasa a la gente normal – puntualizó –
tendrías que estar contenta de que al menos algunos aspectos de tu vida son
normales – añadió con ironía.
─Sabes Sara, en ocasiones creo que tienes a todo el mundo engañado
porque tienes una vena perversa más ancha que el Amazonas
Sara se rió encantada.
─César también lo dice – confesó impenitente – de todas formas querida,
piénsalo, posiblemente a Álvaro tampoco le importe, se llevará una
impresión, eso lo reconozco pero no creo que pase de ahí – se acercó a su
amiga y le dio un suave apretón cariñoso en el brazo – si te parece nos vamos
a comer y me pones al día – dijo cogiendo el bolso y poniéndose el abrigo.
─Qué remedio – exclamó Ana con un suspiro.
─Por cierto no me has dicho aun cómo es Álvaro en ya sabes qué – dijo
con una sonrisa picara ignorando la cara de su amiga.
Ana cerró los ojos cabeceando. Sara era increíble. Estaba aún haciéndose
a la idea de que tenía una relación con un hombre y ella pidiendo detalles.
─No te he dicho que haya pasado nada – Sara la miró haciendo una
mueca. Tenía clarísimo que no lo iba a dejar pasar.
─Si no quieres decirme nada lo acepto pero no me mientas – dijo con
cierto tono de reproche.
─Me hace…feliz – confesó con timidez. Al punto la cara de Sara se
iluminó.
─¡Lo sabía! Sabía que había pasado algo en cuanto te he visto entrar por
la puerta de la tienda – dijo triunfante – es maravilloso, me alegro tanto cielo
– se acercó abrazándola. Sin querer se le escapó una sonrisa. Sara era así.
─Pero a las niñas ni palabra – le advirtió seria.
─Prometido. Ni una palabra.
─Que me las conozco y yo aún no tengo las cosas claras…como tú dices,
puede que la cosa transcienda a más como al igual el mes que viene cada uno
va por caminos diferentes.
Eso lo dudaba. Otra cosa eran los miedos que su amiga era incapaz de
sacudirse de encima.
─No te preocupes, además dices que tenéis reglas y todo eso, seguro que
irá todo genial y llegado el momento, ya lo contaras tú.
─Si, mejor. El otro día se confabularon entre ellas e intentaron sonsacarle
cosas a través de la psicometría – la cara de Sara no tenía precio – no me
mires así. Un poco más y me da algo cuando les vi lo que se traían entre
manos.
─Me lo figuro – dijo posicionándose de su parte – no te preocupes
querida. Mis labios están sellados.
─Gracias nena – dijo con cariño – son mis hijas y las quiero pero confieso
que a veces son agotadoras.
─No le des más vueltas. Vámonos a comer y me explicas cómo fue la
visita con tu tía.
Ana hizo una mueca cuando la escuchó.
─¿Te acuerdas cuando te pedí ayuda con Gloria para ponerla al corriente
de todo?
─Si.
─Pues te voy a necesitar ahora de veras – dijo mirándola con toda
intención.
─Me estas asustando – confesó escudriñándola con la mirada – no puede
ser tan malo lo que habéis encontrado en casa de tu tía.
─Hombre…según se mire…descendemos de un semi Dios y tu
queridísima sobrina, se discutió con
─una Diosa…
─¿Queeeeee? – exclamó alucinada.
─Pues eso. Vámonos o no encontraremos mesa y te voy explicando…
─¿Clara? ¿Me estás hablando de ella? – preguntó Sara mientras se
dirigían a la calle.
─La misma que viste y calza – confirmó asintiendo – Sara cielo, la cosa
se ha complicado un pelín, por eso necesito tu ayuda, eso o la atamos para
que no salga corriendo – haciendo alusión a Gloria.
─¡Madre del amor hermoso! No alcanzo a entender qué ha podido
pasar… ¿Dioses? – preguntó mirando alucinada a su amiga. Ana se limitó a
asentir.
─Ahora te explico, pero ya te adelanto que te va a costar de creer.
Salieron en dirección al restaurante, Sara la acribilló a preguntas pero Ana
se negó a decirle nada más hasta que se sentaran tranquilas.
Bastante más tarde…
─No puedo creerlo – susurró Sara fascinada – es sencillamente increíble.
Parece que me estés contando un guión de película.
─Ya. Pues es real ciento por ciento – dijo removiendo su café.
─Ana es más de lo que imaginamos jamás – tenía las pupilas dilatadas del
impacto – necesitaremos la ayuda de todos para llevar a cabo semejante
aventura.
─Más que una aventura, será una expedición en toda regla – dijo Ana con
una mueca – esta mañana he tenido una visión…
─¿Esta mañana? – acotó francamente fascinada - perdón es que sólo he
estado sin verte tres días y parece que hayan sido tres años a juzgar por todas
las cosas que han pasado.
─No te preocupes, lo entiendo – se puso seria mirándola frontalmente –
iremos a Egipto, concretamente a la antigua Tebas y desde allí,
emprenderemos un viaje hasta un Oasis y será el último reducto de
civilización que encontraremos en adelante hasta que demos con la tumba de
Uadyi en lo más profundo de unas montañas.
Sara no encontraba la lengua. La tenía pegada al paladar de la impresión.
Era más de lo que jamás se había imaginado. Tenía ganas de llorar de la
emoción. ¡Una aventura en toda regla! Se controló lo mejor que pudo.
─Ana cielo, sé que no quieres escucharlo pero…me encanta saber que
vamos a vivir una experiencia de ese tipo – le apretó la mano con cariño –
como un equipo…como una familia.
─Pues no sabes cómo me alegro de que te haga tanta ilusión porque
tendremos que prepararnos en serio, esto no es un juego nena.
─Lo sé pero me sigue pareciendo irreal y… ¡Me encanta! – reconoció con
una sonrisa enorme – espera que se lo cuente a César. ¿Puedo?
─Seguro. No hay problema.
─Que sepas que estoy loca por ver la cara que va aponer – confesó
emocionada. Ana hizo una mueca burlona. Al menos alguien se lo estaba
pasando en grande.
─Entenderás que necesito tu ayuda para explicárselo a Gloria.
─Gloria ha tomado la decisión de implicarse y cuando toma una decisión,
no da un paso atrás ni para coger impulso – dijo restándole importancia – la
emocionará saber que uno de sus antepasados, jugó un papel tan importante
en la vida de un semi Dios.
─Espero que tengas razón. Hay muchos números que sus familiares,
sigan protegiendo la tumba.
─Tranquila. Estará a la altura. Nunca la he visto arrugarse ante nada –
dijo confiada – se quejará pero es parte de su encanto. ¿Cuándo vas a hablar
con ella?
─Pues, el fin de semana la invitaré a casa y le explicaremos entonces.
Porque el viernes es el día de los niños y no toca, no va a venir de un día.
─Me parece bien, yo le explicaré hoy a César.
─Mejor, así el fin de semana será algo menos de lo qué preocuparme.
Sara la miró con afecto. Imaginó que tenía que ser brutal, conocer los
orígenes de su familia y enterarse de todo eso…era como mínimo alucinante,
pero si a eso le añadías Dioses mitológicos, la cosa alcanzaba proporciones
surrealistas.
Siguieron un rato más hablando del tema, pidieron un segundo café
saltando de una cosa a otra, como llevaba siendo los últimos veinticinco años.
Había echado de menos esas largas conversaciones con su amiga, desde que
César había entrado a formar parte de su vida, se habían espaciado, era
normal y lo entendía, incluso se alegraba por Sara pero en ocasiones no podía
evitar ser un poco egoísta y quererla sólo para ella.

Alex estaba nervioso. Le había mandado un mensaje a Elena diciéndole


que estaría en el parque con Max pero aunque sabía que lo había recibido, no
le había contestado. No tenía ni idea si aparecería y aunque se sentía un poco
idiota, estaba impaciente como un adolescente ante su primera cita.
Estaba jugando con Max, cuando vio aparecer a su cuñado. Habría horas
en el día, pensó de mal humor, y tenía que aparecer justo en ese preciso
instante. Sergio lo vio y le saludó de lejos. Los cachorros se olieron a
distancia el uno al otro y rápidamente se lanzaron a la carrera para
encontrarse y ponerse a jugar. Alex apretó los labios contrariado.
─Hola viejo – dijo Sergio encantado de encontrarse con su amigo – no
me habías dicho nada de que fueras a venir.
─Ha sido algo de última hora – dijo evasivo.
─Yo vengo siempre que puedo, a Troy le encanta – comentó mirando
cómo jugaban los cachorros.
─Ya lo veo – dijo Alex lacónico.
Sergio se percató de que su cuñado estaba de mal humor, se conocían
desde críos y al observarlo mejor, se dio cuenta de que movía una pierna
nervioso y tenía ese gesto suyo tan característico que delataba su impaciencia.
Alex por su parte se dio cuenta del escrutinio.
─¿Qué? – dijo a la defensiva.
─Nada.
Alex apretó la boca en una fina línea. Cuando su cuñado se ponía así, le
patearía el trasero.
─¿Por qué me miras así entonces? – preguntó belicoso.
─No te estoy mirando de ninguna manera – dijo tranquilo – pero he
decirte que estas más raro de lo que ya es habitual en ti.
─Estoy como siempre pero me estas poniendo de los nervios. ¡Maldita
sea! – explotó desabrido.
En esos momentos la vio aparecer.
Se quedó quieto, sólo acertaba a mirarla. Sergio se volvió a mirar qué era
lo que estaba llamando la atención de su amigo. Cuando la vio, una sonrisa
de suficiencia, apareció en su rostro.
Elena por su parte, estaba más nerviosa de lo que cabría esperar. Le
temblaban las manos y había estado a punto de escapársele la correa con el
cachorro en dos ocasiones por ese motivo. Los niños iban a su lado dando
saltos y jugando entre ellos. Cuando divisaron a los otros cachorros y a
Sergio, salieron gritando en su busca. Ella fue acercándose poco a poco,
esperaba que se le ralentizara la respiración en los pocos metros que los
separaba porque parecía que viniera de correr una maratón.
─Hola Elena – dijo Alex mirándola con avidez.
─Ho…hola…no sabía si podría venir y no quería decir nada por…
─No pasa nada. lo que importa es que estas aquí – Alex era incapaz de
dejar de mirarla. Era la cosa más bonita que había visto jamás. Podría estarse
todo el día contemplando esos ojos violetas.
─Hola Elena – dijo un risueño Sergio – me alegro de verte – los niños
con su espontaneidad natural, se le habían lanzado a los brazos encantados de
verlo.
─Yo también – dijo sincera. Sergio era un chico fantástico y nunca lo
había sentido como a una amenaza. Supuso que verlo jugar con los niños y
con los cachorros, había ayudado - ¿Y Clara?
─Está un poco liada y me ha echado de casa – contestó con un brillo
travieso en los ojos.
─¿Ya le habéis puesto nombre al cachorro? – preguntó Sergio a los niños
– no podéis seguir llamándolo bebé.
Los niños se rieron encantados.
─Ya tiene nombre primo Sergio – dijo Lucas con una gran sonrisa.
─Si primo – aseguró María - se llama Bobi.
─Por favor, dime que no es cierto – dijo Sergio mirando a Elena con cara
de sufrimiento – los niños se rieron encantados de ver la cara que ponía.
─Siento decirte que así es – contestó Elena con una tímida sonrisa.
─Una de las razas más antiguas e insignes…una raza noble y…
─Y se llama Bobi – dijo Alex con una sonrisa malévola – supéralo viejo.
─¿Gloria está de acuerdo? – preguntó ignorando al idiota de su cuñado.
─Mamá Gloria dice que si no le gusta su nombre que no responda pero
¿sabes primo? Le decimos Bobi y viene corriendo – explicó María muy seria.
─Es verdad primo – aseveró Lucas – dijimos varios nombres en voz alta
pero sólo vino cuando lo llamamos Bobi.
Sergio suspiro sabiéndose vencido. Seguía pensando que un perro de esas
proporciones, y con un pedigrí como el suyo, era casi un insulto llamarse así.
Los niños se rieron encantados pensando que el primo Sergio estaba
poniendo caritas sólo para hacerlos reír. Después se fueron a jugar con los
tres perros. La gente qué paseaba por el parque, se los quedaron mirando con
franca curiosidad. No todos los días veían a tres cachorros de Dogo Alemán,
jugando. Desde luego, era todo un espectáculo.
Un silencio incomodo, se instalo entre los tres adultos que observaban a
los niños. Sergio se apiadó de su cuñado y decidió ser un buen amigo.
─Si no os importa, me voy un rato a jugar con ellos – y con esas palabras
y una mirada cargada de significado, se marchó.
Alex se estaba estrujando el cerebro buscando algo qué decir. Nunca le
había faltado verborrea con las chicas pero su legendario encanto, se había
ido de paseo.
-¿Cómo han ido las mini vacaciones? – preguntó Elena jugando con la
correa de Bobi.
─Bien. Ha sido fantástico después de tanto tiempo.
─Tiene que ser bonito tener una familia tan grande – dijo mirándolo por
un momento.
─Bueno…no creas que somos muchos pero es cierto que tener una
familia como la mía es un privilegio.
Alex era consciente de su nerviosismo, evitaba mirarlo a los ojos y estaba
retorciendo la correa del perro sin apenas darse cuenta.
─Yo sólo tengo una hermana – musitó.
─Bueno…también están Gloria y Tamsim y los niños…
─Pero no es lo mismo…les tengo cariño pero…
─Te entiendo – dijo Alex – mis hermanas para mí son muy importantes.
─Llevo sin ver a la mía más de seis meses – susurró con los ojos llenos de
lágrimas.
Alex la atrajo envolviéndola en un abrazo. Elena no se resistió. Se sintió
bien con el contacto humano, dentro de ella no surgió el habitual rechazo.
─Perdona…
─No hay nada que perdonar – murmuró Alex. Sentirla entre sus brazos lo
hizo sentir bien. Era menuda, apenas le llegaba a la altura del esternón, apoyó
el mentón encima de su cabeza, mientras le acariciaba la espalda con ternura.
─Cuando pienso en ella…la echo mucho de menos – balbuceó.
─Es normal pequeña – dijo con su voz grave - ¿Por qué no la ves?
─Vive con una familia de acogida y me dijeron que los primeros meses,
era mejor para que se integrara…yo…no estaba bien y…tampoco quería que
me viera así…pero duele…
Se apartó de él limpiándose los ojos con las manos. Se sentía tonta
echándose a llorar como una niña, lo conocía desde hacía muy poco y no
quería que pensara mal de ella.
Alex por su parte, supo a qué se refería aunque ella no sabía qué lo sabía.
─Puedes hablar conmigo. ¿Lo sabes verdad?
─Gracias, ya estoy bien – dijo con una trémula sonrisa.
─Creo que no princesa – musitó mirándola serio – yo te he contado mis
problemas. ¿Cierto?
Ella lo miró con el alma en los ojos, asintiendo.
─Para eso estamos los amigos, puedes contar conmigo para lo que
necesites.
─Gracias – dijo nuevamente – pero los míos…hice una cosa horrible… -
no supo porqué había dicho eso. No había hablado con nadie del tema salvo
con la psicóloga del centro.
─No creo que alguien como tú, hayas podido hacer algo horrible – dijo
acercándose a ella – ven, vamos a sentarnos en ese banco.
Elena se dejó llevar y se dejó caer en uno de los bancos que habían
diseminados por todo el parque. Empezaba a arrepentirse del momento de
debilidad que la había embargado.
─En ocasiones las personas hacemos cosas que no queremos por culpa de
situaciones que nos desbordan pero, eso no significa que seamos horribles,
sólo indica que somos humanos – Alex la miraba con ternura, casi como si
fuera un animalito herido. Elena tenía la cabeza hundida entre los hombros.
─Hablas igual que la psicóloga del centro – Alex hizo una mueca cuando
la escuchó.
─No era mi intención – le aseguró – pero lo que te he dicho es cierto.
─Nunca he tenido un amigo, sola las chicas del centro y Gloria y su
familia – confesó en un susurro, Alex tuvo que acercarse para escucharla.
─Ahora me tienes a mí – dijo esperando que lo creyera.
─Casi no nos conocemos – comentó mirándolo de soslayo.
─En ocasiones, conocemos a una persona y sabemos que es de fiar y no
tenemos motivos para ello como de igual forma también puede suceder lo
contrario.
─Supongo – dijo dudosa.
─Creo que sabes que yo no te haré daño – añadió bajito.
Elena se medio giró en el asiento para mirarlo de frente. Alex le aguantó
la mirada sereno, rogando que lo creyera. Sentía un nudo en el pecho de verla
tan vulnerable, sólo quería estrecharla entre sus brazos y asegurarle que
ningún hijo de puta volvería a hacerle daño. Pero era lo único que no podía
decirle…entre otras cosas.
─Intenté suicidarme.
Alex sintió un vuelco en el corazón. Lo estaba matando.
─No voy a preguntarte el motivo…creo que si puedes hablar de ello,
significa que en cierta manera lo estas superando. Pero tienes mi promesa
más solemne, que puedes contar conmigo en cualquier momento y a
cualquier hora, sólo llámame… ya no estás sola.
Elena lo miraba bajo sus tupidas pestañas mortalmente seria. Algo de lo
que vio en su rostro, le dijo que hablaba en serio.
─Gracias. Lo tendré en cuenta – dijo intentando una sonrisa agridulce –
nunca he hablado con nadie del tema…supongo que eso es lo que hacen los
amigos – añadió limpiándose una solitaria lágrima.
─Supones bien – dijo con una sonrisa – y los amigos están para muchas
cosas, te dejo que te aproveches de mí y me uses para lo que quieras – dijo
con una mueca burlona.
─¿Para lo que quiera? No te entiendo – la confusión era más que evidente
en un rostro demasiado pequeño para sus enormes ojos.
─Si quieres ir a ver una peli al cine y no tienes acompañante por ejemplo
o quieres ir al burguer o cualquier cosa que se te ocurra – dijo intentando
parecer despreocupado.
Una sonrisa lenta, empezó a insinuarse en el rostro de Elena.
─Suena bien.
─Pues hacerlo es infinitamente mejor – le aseguró devolviéndole la
sonrisa – podemos hacer todo lo que se te ocurra.
─Creo que me gusta la idea de tener un amigo - confesó con timidez pero
sin perder la sonrisa.
─A mí me gusta que te guste – dio con un gesto divertido.
─Gracias Alex – dijo sincera – me alegro de haberte conocido y eso que
me asustaste el primer día que te vi – confesó con pudor.
─Pues no tienes porqué, soy un corderito – dijo poniéndole ojitos, Elena
soltó unas risitas divertida.
─¿Podríais ser buenas personas y rescatarme? Me están torturando y os
da igual – gritó Sergio con marcado dramatismo.
Tanto Alex como Elena lo miraron y se rieron. Los niños estaban
intentando tirarlo al suelo y los perros ayudaban con entusiasmo en ese nuevo
juego. Se levantaron al unísono y en un impulso, Elena le dio un rápido
abrazo apartándose rápidamente. Alex la miró por unos segundos y con una
sonrisa, la cogió de la mano obligándola a correr hacia donde estaba su
cuñado gimiendo, mientras los niños se desternillaban de risa. Durante un
rato, jugaron con los críos y se revolcaron con los cachorros haciendo las
delicias de los niños, Elena no llegó a tanto pero se reía y en una ocasión,
terminó por los suelos, Alex se lanzó encima de ella protegiéndola con su
cuerpo de los zarpazos y mordiscos varios de los canes mientras Sergio
aullaba de risa saltando encima de su viejo amigo en una llave de lucha con
gran teatralidad, levantó los brazos en señal de victoria, entre los
ensordecedores ladridos de los perros…fue una mañana divertida que
disfrutaron todos, cuando se despidieron, eran firmes candidatos a una ducha.
Alex le dio un abrazo a Elena y depositó un casto beso en su coronilla, ante la
sonriente mirada de su cuñado. Quedaron que se verían al día siguiente. Alex
con las manos en los bolsillos, esperó hasta que se perdieron de vista por el
otro lado del parque, que era por donde vivía Gloria y su familia. Cuando se
volvió para emprender el camino a casa, su cuñado lo observaba con una
sonrisilla.
─Si haces cualquier comentario, te descoyunto – advirtió.
─No he dicho nada.
─Pues por tu seguridad, no lo hagas – se escucharon más risitas.
─Estas coladito por ella.
Nada. Ni un comentario.
─Claro que es muy guapa…
─Sergio no empieces – dijo arrastrando las palabras.
─Pero por otra parte es muy joven y…
Alex hizo el ademan de darle un puñetazo algo que por otra parte ya
esperaba Sergio, esquivándolo con agilidad.
─Estas perdiendo facultades viejo – dijo burlándose – esta mañana
estabas esperando que apareciera – aventuró a una distancia prudencial – por
eso estabas de un humor de perros.
─Como no pares, te voy a hacer picadillo – amenazó con un brillo letal en
los ojos – para cuando acabe contigo ni mi hermana te reconocerá.
Más risas le dijeron el poco miedo que estaba dando.
─Cuando la has visto llegar, has puesto ojos de cordero – dijo
agachándose rápidamente para evitar otro golpe – mañana llueva, nieve o
haga sol, cuenta conmigo viejo, por nada me perdería el espectáculo.
─Al igual mañana estas tan magullado que no te puedes levantar de la
cama – dijo mirándolo con toda intención. Sergio soltó una risotada, estaba
disfrutando más que un cerdo en un charco.
─Si me pones un dedo encima, juro que se lo cuento a tu hermana – como
amenaza tenía su merito.
─Cómo le digas una sola palabra, juro que estarás comiendo papilla los
próximos seis meses – masculló entre dientes. Sergio se rió para nada
amedrentado.
─Creo que has vuelto muy agresivo, que lo sepas. Menos mal que tienes
la grandísima suerte de que somos amigos desde que éramos unos mocosos
porque de otra forma me podría ofender.
─Seguro. Los remordimientos no me dejarían dormir – dijo con cinismo.
─Tranquilo viejo amigo, tu secreto está a salvo conmigo – dijo solemne
aunque el brillo de sus ojos, lo desmentía.
─Sergio, eres peor que un grano en el culo. Se me escapa qué vio mi
hermana en ti – argullo con aburrimiento fingido. La enorme sonrisa de su
cuñado, le dijo sin palabras lo que estaba pensando – como hagas algún
comentario soez con respecto a mi hermana, entonces te juro que te acuerdas.
Llegaron a la calle donde vivían, había unos escasos cien metros entre su
casa y la de Sergio y su hermana.
─Nos vemos después Alex, tengo que comentarte un par de cosas de lo
que hablamos el otro día que me parecen interesantes – dijo Sergio
despidiéndose.
─No tengas prisa – dijo desabrido. Sergio se despidió con un carcajeo
encantado.
En pocos minutos estaba en su casa, necesitaba una ducha y comer. En
ese orden. Con un suspiro subió las escaleras del porche con agilidad,
esperaba no encontrarse a media familia en la cocina para variar, le apetecía
un rato de su propia compañía, con el idiota de su cuñado, ya había tenido
suficiente.

Santos se relamía de gusto. Los había estado observando durante toda la


mañana jugando y divirtiéndose en el parque, Segarra estaba perdiendo
facultades, ni siquiera había mirado ni una sola vez hacia donde estaba él. Se
lo iba a poner demasiado fácil. Eso lo molestaba, esperaba más de un tipo
como ese, pensó con menosprecio, al parecer sólo sabía hacer algún numerito
de salón y poco mas, empezaba a darse cuenta que había magnificado todo en
su mente, las escenas de la última misión, se desdibujaban en un mar de
caras, sólo tenía la completa seguridad, de que había desafiado su autoridad,
se creía mejor que él, pero se llevaría una sorpresa. Por fin, había descubierto
a la mujer, siempre había una, la usaría como cebo. Jugaría con ella mientras
que Segarra miraría impotente. Se estaba excitando con sólo imaginárselo.
Tenía un plan. En pocos días acabaría con esa escoria. Que disfrutara un poco
más, se sentía magnánimo.
Raúl había estado todo el tiempo observando al grupo variopinto que
disfrutaba en el parque jugando con los perros, pensó en marcharse cuando
sus instintos se pusieron alerta. Demasiados años viviendo peligrosamente, le
habían enseñado a fiarse de ellos. Escudriñó toda el área hasta que lo
localizó. Decidió acercarse sigilosamente a una distancia prudencial, a esas
horas y en plenas vacaciones navideñas, el parque estaba lleno de familias y
niños jugando por doquier. No era el mejor momento para intervenir. Se
quedó agazapado tranquilamente, a la espera del siguiente movimiento, salvo
que viera que intentaba algo, tenía pensado seguirlo y ver dónde se escondía.
Después de bastante rato, Alex y los demás se marcharon. Santos por su
parte se fue hacia un todoterreno negro que tenía aparcado en una calle
estrecha. Pensó velozmente, esa calle concretamente, era de una sola
dirección, tendría que dar la vuelta para salir e irremediablemente pasaría por
donde tenía él, el suyo aparcado. Era un golpe de buena suerte, se movió con
agilidad y cuando lo vio aparecer por el retrovisor, se agachó
subrepticiamente hasta que pasó de largo. Arrancó el coche y lo empezó a
seguir a una distancia prudencial. Salió del pueblo dirigiéndose hacia una
zona donde sólo había unas granjas de labor, permitió más distancia entre
ellos ya que no eran carreteras muy transitadas, en un momento dado, lo vio
girar hacia la izquierda en un camino vecinal de tierra.
Un poco más adelante, había una zona bastante arbolada, siguió de largo
hasta allí y dejó el coche medio escondido entre la maleza. Cruzó la carretera
y emprendió el camino hacia donde lo había visto meterse con el coche. Un
par de kilómetros después, llegó a un cruce pequeño, las huellas del todo
terreno eran visibles, siguió andando con todos sus sentidos alerta. El camino
se estrechaba con un suave descenso que se iba adentrando en una zona
boscosa. Cuando revisó el perímetro, no recordaba ninguna edificación que
despertara su interés por allí. Un pequeño riachuelo lo recibió en lo más
profundo del bosque, no había llegado tan lejos cuando revisó la zona, hizo
una mueca de disgusto hacia sí mismo. Cruzó saltando por encima de las
piedras y siguió las huellas del todoterreno. Después de varios cientos de
metros, divisó una pequeña construcción, era una especie de nave o granero
bastante destartalada. El vehículo estaba aparcado en la puerta, se acercó todo
lo que pudo sin salir del espesor del bosque, alrededor del granero, había
bastantes metros de terreno despejados y sólo no tenía intención de acercarse
más. Había conseguido su objetivo, pensó satisfecho. Volvería sobre sus
pasos y hablaría con Alex, esa noche le harían una visita al viejo Santos. Se
giró sigilosamente para volver sobre sus pasos, cuando un golpe en seco, lo
dejo tumbado en el suelo sin sentido.

Ana estaba preparando la cena cuando sus hijas y su hermano


aparecieron. Estaba encantada con la buena relación que empezaba a gestarse
entre ellos. Incluso Clara, había empezado a aceptar a su tío y eso la llenaba
de orgullo.
─¿De dónde venís si se puede saber? – preguntó curiosa.
─Hola, de mi casa – dijo Clara dándole un beso – de hacer deberes –
añadió guiñándole un ojo.
─¿De hacer deberes? No entiendo – dijo observando las miradas de
complicidad entre ellos.
─Estamos recabando información – dijo Júlia con una sonrisa – y lo
cierto es que aunque aún no hemos encontrado nada que nos ayude, estamos
descubriendo cosas interesantes.
─¿Estáis leyendo los manuscritos? – aventuró. Ella misma estaba leyendo
uno y le parecía asombroso la cantidad de datos muy bien especificados de
sucesos históricos de los que no hacía mención ningún libro de historia.
─Algo así – comentó Vicent con una sonrisa. Tenía mejor color de cara y
se le veía contento.
─Vale. Pues ya me estáis contando.
─Mamá. ¿Tendrías muchos problemas si supieras que estas maldita? –
preguntó Clara con inocencia.
Se le cayó la cuchara de madera con la que estaba removiendo el guiso.
Vicent gimió en voz alta tapándose los ojos con una mano.
─En serio Clara. ¿Hacía falta soltárselo así? – dijo Júlia enfadada.
─Pues no sé cómo decírselo. ¿Vale? – repuso a la defensiva – no creo que
exista una buena manera de decirlo.
─¿De qué estáis hablando? – preguntó seria como un juez.
─Ana quizás tendrías que sentarte – dijo Vicent solicito.
Ana se lo quedo mirando con gesto sorpresivo. ¿Su hermano le estaba
diciendo a ella que se sentara? ¿Su hermano?
─Ya me estáis diciendo lo que sea que sepáis – dijo abarcándolos a todos
con la mirada – no creo que me pueda a estas alturas sorprender nada – no
estaba tan segura pero eso no iba a reconocerlo.
Se sentaron todos alrededor de la mesa. Por un momento, nadie habló.
─Ana, parece ser que hay ciertos aspectos de la profecía que no sabes –
empezó Vicent con toda la intención de suavizarle el golpe a su hermana – al
parecer hace referencia a unos elegidos que convergen en un determinado
momento para unirse y …
─¿De qué demonios estás hablando? – preguntó impaciente – ya sabemos
que habla de nosotros y lo que tenemos que hacer pero…
─Mama, si no lo conseguimos todo nuestro linaje seguirá maldito hasta
dentro de mil años – dijo Júlia mirando a su madre con franca preocupación
en el rostro.
─¿Perdona? No entiendo nada.
─Cuando expliqué el encuentro que tuve con la Diosa esa…no conté todo
lo que me dijo porque me pareció que no era el momento – explicó Clara
removiéndose incomoda en su asiento.
─Continua – exigió a un tris de perder los nervios.
─Toda nuestra familia al parecer, está como en una antesala y no puede
pasar al otro lado hasta que se rompa la maldición…no sólo están malditos
Uadyi y Yamanik…también todos sus descendientes.
Un silencio ensordecedor, embargó la cocina. Las caras de los tres, eran
una copia exacta. Estaban esperando a que procesara la bomba que acababan
de soltar.
No tuvieron que esperar mucho tiempo.
─¡Maldita sea los puñeteros Dioses! – gritó con furia - si me los echo a la
cara los estrangulo con mis propias manos – se había levantado de la silla de
golpe y paseaba por la cocina como un tigre enjaulado – empiezo a estar harta
de todos ellos. Son bichos asquerosos y vengativos – se paró a mirarlos pero
ninguno abrió la boca – y tú – dijo señalando a su hija pequeña – como me
vuelvas a ocultar algo, te juro que te arrepentirás – amenazó con rabia –
aunque no consigamos romper la maldición. Por todo lo que me es sagrado
que encontraré la manera de devolverles el golpe.
Estaba furiosa. Sentía un fuego abrasador que amenazaba con quemarle
las entrañas. Los utensilios de cocina empezaron a moverse y los muebles
temblaron…las caras de todos era de franco estupor, menos la de Ana, ella
seguía paseando y despotricando contra el mundo entero en general y contra
los Dioses en particular. El fuego se extendía por todo su organismo, como
un ente propio. Se estaba ahogando en su propia rabia, en esos momentos era
capaz de todo. No era consciente de nada más.
─Esto…mamá…
─¡Qué! – gritó totalmente enardecida girándose a mirar a su familia.
─¿Qué está pasando? ¡maldita sea! – dijo Alex que apareció en la puerta
de la cocina sólo con una toalla alrededor de la cintura y descalzo.
Ana giró la cabeza rápidamente para mirarlo como si fuera una amenaza.
Sus ojos emitían un suave fulgor verde.
─¿Mamá? – la cara de horror de Alex, no tenía precio.
Ana vio que las sillas que ocupaban su familia estaban suspendidas en el
aire unos centímetros…igual que la mesa…la cara de espanto no tenía
parangón…estaba verdaderamente asustada. Se llevó las manos a la cara en
un gesto de total y absoluta angustia. El fulgor de sus ojos se apagó y todo lo
que estaba suspendido en el aire, cayó de manera brusca al suelo.
─¿Qué ha pasado? ¡Dios mío! ¿He sido yo? – estaba apabullada, lágrimas
de dolor y remordimientos, caían por su cara más blanca que la tiza.
─Mamá tranquila - Alex se acercó a su madre despacio abrazándola por
los hombros y dirigiéndola hacia una de las sillas – no te preocupes, no ha
pasado nada – dijo cuidando de que no se le cayera la maldita toalla. Estaba
visto que ni ducharse tranquilo podía uno en esa casa. Miró a sus hermanas
con gesto de interrogación pero al parecer, estaban tan sorprendidas como él.
Su tío el pobre, estaba verde.
─Subo a vestirme un segundo – dijo a nadie en particular – ahora vengo,
por favor, intentar no destrozar la casa mientras tanto – añadió queriendo que
sonara como una broma pero el gemido que soltó su madre, le dijo que no
había sido el mejor comentario.
─Mamá creo que ya sabemos que no tenemos que enfadarte – dijo Clara
en un intento por suavizar los ánimos.
─¿Te acuerdas la vez que viste el pasado? – preguntó Júlia. Ana asintió
todavía impactada ante lo sucedido – creo que por alguna razón, has
absorbido los poderes de Alex y…bueno y algo más sin ser consciente de
ello, tía Ana nos habló de que podíamos hacerlo llegado el caso.
─Ya, pero dijo que teníamos que cogernos de las manos y crear un
vinculo – dijo Clara pensando rápidamente en todo lo que había comentado la
tía de su madre.
─Creo que es posible que en vuestro caso no sea necesario – argumentó
Vicent reflexivo. Las tres mujeres lo miraron con fijeza.
─¿Por qué dices eso tío? –preguntó Júlia que parecía la más serena.
─Porque entre vosotros compartís un vinculo muy fuerte…especial…sois
una verdadera familia allí donde importa – murmuró todavía sobrecogido.
─Somos – corrigió Ana. Vicent asintió emocionado.
─Tiene sentido – dijo Clara.
─¿El qué tiene sentido? – preguntó Alex entrando por la puerta y
acercándose a su madre - ¿Cómo estas mamá?
─Mejor – repuso con una mueca – creo que no he roto nada…todavía.
Alex le dio un apretón cariñoso en un hombro y se sentó a su lado sin
romper el contacto, siguió abrazándola, se notaba a ojos vista, que necesitaba
consuelo.
─¿Qué decíais? – preguntó mirando a los demás.
─Tío Vicent cree que en nuestro caso es posible que no necesitemos el
contacto físico para pasarnos nuestros poderes, cosa que creo que ha quedado
sobradamente demostrado…por segunda vez – explicó Júlia.
─¿Por segunda vez? – preguntó extrañado. Júlia le relató lo que había
acontecido unos días antes, cuando acabó el silencio más absoluto dominaba
la estancia.
─Se os olvida el detallito de los ojos – dijo Clara que no entendía por qué
estaban obviándolo.
─Bueno…puede ser que el brote de furia junto con todo lo demás…
realmente no lo sé – terminó diciendo Vicent pasándose la mano por la
frente.
─Cuando he perdido los papeles, he sentido una fuerza en mi interior que
me quemaba y se apoderaba de mí – explicó Ana un poco turbada – no es la
primera vez que la siento pero si es la primera vez que toma el control…por
así decirlo.
─Necesitamos terminar de leer los diarios y recopilar toda la información
posible – dijo Alex mirando a los demás – es imperativo que sepamos al
menos de qué somos capaces nosotros mismos, ni siquiera contamos con esa
información.
─Se supone que podemos compartir los poderes porque realmente todos
provienen de la misma fuente y de alguna manera son todos uno… ¿Me
explico? – dijo Clara.
─Tiene sentido – comentó Vicent asintiendo – pero es posible que no
lleguéis a saber jamás de lo que sois realmente capaces salvo que vuestra vida
corra serio peligro…o vuestra madre tenga un arranque de los suyos – añadió
con ironía. Ana por su parte le lanzó una mirada torva que al parecer, no lo
afectó ni un poquito por la sonrisa que seguía luciendo – recuerdo que de
pequeña eras un demonio, sólo te faltaba tener poderes cuando te da uno de
tus ataques…al igual habría que avisar a los Dioses.
Unas risas por parte de los demás, le dijeron que estaban de acuerdo.
─Quiero que sepas que cuando se te han iluminado los ojos como a un
superhéroe…ha sido increíble, un poco aterrador pero increíble – soltó Clara
con una gran sonrisa.
─Pero cuando compartió mis poderes, no le sucedió – dijo Júlia mirando
a su tío esperando confirmación.
─Supongo que la mezcla combinada de una situación estresante y todo lo
demás…realmente estamos teorizando porque no tenemos la mas mínima
idea – dijo Vicent devanándose los sesos intentando encontrar una
explicación plausible.

─Cuando en el parque sentí que estaba en peligro…eso se hizo cargo de


la situación y rastreó la zona buscando el peligro – repuso hablando
lentamente – sólo que en aquel momento, fui yo la que permití que tomara el
control – miró a sus hijos dejando claro que en esta ocasión, no había sido
así.
─Pues ya tenemos dos datos más a tener en cuenta – dijo Júlia con
tranquilidad – primero que si estamos en peligro nuestros poderes nos ayudan
y si perdemos el control – aduciendo directamente a su madre – también lo
perdemos sobre ellos y si estamos cerca los unos de los otros, las fuerzas
combinadas de todos ellos puede llegar a ser una fuerza a tener en cuenta.
─Eso está muy bien pero a mí por ejemplo no me ha pasado y para el
caso creo que a ninguno de nosotros salvo a mamá – inquirió Clara siguiendo
la misma línea de pensamiento – con lo cual realmente no tenemos forma de
probar tu teoría.
─Pues esperemos que no llegue el momento – dijo Ana lúgubre – porque
os aseguro que si alguien sea humano o divino, intenta hacer daño a mi
familia, haré todo lo que esté en mi mano para que se arrepienta lo que le
quede de vida – un brillo sobrenatural, iluminó por unos instantes sus ojos –
ahora, explicarme lo de la maldición.
Durante un rato, sólo se escuchó a Clara relatando todo lo referente a la
maldición que pendía sobre la familia desde tiempos inmemoriales, sólo
interrumpida por su hermano que añadía algún dato de interés. Cuando
acabaron, un pesado silencio se hizo eco en todos los allí presentes.
─Creo que es imperativo que de una vez por todas, acabemos con todo
esto – dijo Ana con firmeza – no podemos permitirnos el lujo de errar. Ha
llegado el momento de plantarles cara y que sepan de qué pasta estamos
hechos los Segarra – dijo con contundencia mirando a todos y cada uno de
los miembros de su familia – y eso, nos va a obligar a tomar una serie de
decisiones.
─¿Decisiones? ¿Qué decisiones? – preguntó Clara.
─Ahora soy yo la que os va a contar algo que ignoráis – dijo con ironía –
nuestro viaje empezará en Luxor, la antigua Tebas y nos dirigiremos hacia un
Oasis donde emprenderemos un camino hacia unas montañas donde podemos
encontrarnos con un grupo de guerreros…
Mucho más tarde…
─Necesitamos un comando operativo – dijo Alex – no estamos
preparados para enfrentarnos a un grupo armado – gruñó frustrado – esto va a
ser más complicado de lo que esperábamos.
─No necesariamente – repuso Clara – Sergio ha estado investigando y
podemos alquilar todoterrenos para movernos por el desierto por cuenta
propia, sólo hay que pedir unos permisos para no tener problemas y poco
más. Pareceremos unos turistas con ganas de aventuras.
─Eso está muy bien pero si aparecen los malos, no tenemos nada con qué
defendernos – adujo Alex cada vez más enfadado con la situación.
─No tienen porqué aparecer necesariamente y llegado el caso,
improvisaremos – comentó Júlia ingenuamente – ni tampoco de saber
quiénes somos.
─Eso lo dices tú. Si tienen conocimiento de la profecía y nos ven llegar
con Gloria, sumaran dos y dos hermanita y eso equivale a problemas con
mayúsculas – contestó con una mueca.
─Creo que por ahora, tenemos que prepararnos y planear el viaje
minuciosamente, llegado el momento, veremos cómo actuamos – dijo Ana
cada vez más segura – estamos en enero, creo que en junio podría ser una
fecha factible en primera instancia para llevar a cabo la expedición. Tenemos
tiempo de sobras para abarcar todo lo que necesitemos, en caso contrario, lo
pospondríamos.
─No es por meter presión pero quiero recordaros que en esas fechas es
cuando me caso – dijo Clara – también puedo hablar con Sergio y retrasar la
boda pero os adelanto que no le va a gustar.
─A estas alturas, creo que somos capaces de preparar la boda y todo lo
demás, eso sí, es posible que muramos en el intento – replicó Ana con una
mueca burlona – siempre podemos decirle a tía Sara que sea ella la que se
encargue, nos volverá locos, no os quepa duda de ello pero reventará de
felicidad.
Las chicas se rieron en sordina. Era cierto Sara estaba más que a la altura
de la labor pero podía ponerlos a todos del revés.
─Creo que es imperativo una reunión familiar para empezar a planear
como organizarnos los próximos meses – dijo Júlia con su habitual sensatez.
─Estoy de acuerdo – dijo Alex asintiendo – primero hablar con Gloria y
ponerla al tanto, después crear equipos como habíamos acordado – dijo
mirando a sus hermanas y a su tío – y tía Sara que lidere el proyecto de tu
boda – añadió mirando a su melliza – todos ayudaremos en la preparación
pero cualquier ayuda es poca.
─Me parece bien – contestó Clara – me gusta la idea de que tía Sara se
involucre…
─No te quepa la mas mínima idea de que pensaba hacerlo – dijo Ana
interrumpiéndola – Sara es un general en la sombra.
Las risas generalizadas, distendieron el ambiente serio y pesado de la
estancia.
─Bien, pues ya tenemos un plan – soltó Alex intentando parecer positivo.
─Yo por mi parte, ayudaré en todo lo que pueda…mientras pueda –
musitó Vicent bajito.
─Tío Vic, ya haces mucho con todo lo que estas aportando, contamos
contigo - dijo Júlia leal.
─Sergio me dijo que serás el padrino – repuso Clara mirando
directamente a su hermano.
─Si, es cierto – repuso orgulloso.
─Siempre me imaginé que papá me entregaría si alguna vez llegaba a
casarme – comentó Clara con una sonrisa triste – pero al parecer no siempre
se cumplen todos los sueños – hizo una pausa fijando la mirada en su tío –
con lo cual tío Troll, no te queda más remedio que ser tú quien me lleve al
altar.
Una aguja al caer, habría hecho un ruido ensordecedor. Ana se quedó
estupefacta. Ni en sus más locos sueños, se imaginó jamás el giro de los
acontecimientos. Miró a su hermano que se había quedado helado. El gesto
de sorpresa era más que evidente. Lo vio tragar en seco varias veces seguidas
y en sus ojos, empezó a aparecer un brillo sospechoso.
─No sé si estaré todavía…por aquí…pero sería un honor llevarte del
brazo… - se le rompió la voz aunque hizo grandes esfuerzos para controlarse.
─No te vas a ir a ninguna parte durante mucho tiempo – declaró Clara
con frescura – posiblemente las parcas tiemblen de sólo imaginarse la
reacción de mi madre si le llevan la contraria – dijo en un intento por
bromear. Cuando vio que una solitaria lágrima, se escurría por el rostro de su
tío, se levantó rauda y lo abrazo con fuerza – te prometo que me llevaras al
altar tío, aunque me tenga que casar mañana – tanto Ana como Júlia, tenían
los ojos húmedos ante la escena que se desarrollaba delante de sus ojos.
Incluso Alex se sintió afectado. Su melliza tenía un corazón que no le cabía
en el pecho, se sentía orgulloso de ella, tenía una maravillosa familia, era el
tesoro más grande que jamás tuviera nadie.
─Bueno…Alex, ayúdame a poner la mesa que como siempre en esta casa,
si no es por un motivo es por otro, la cuestión es que últimamente cenamos a
las tantas.
Alex se levantó a ayudar a su madre, y Júlia hizo lo mismo, dejándoles
espacio a su hermana y a su tío.
Júlia estaba emocionada, su hermana era única y especial pero no la
cambiaría por nada del mundo, cuando menos se lo esperaba, soltaba una de
las suyas y le daban ganas de abrazarla y estrujarla precisamente por ser
como era. Sentía dentro de sí que su familia era especial y no por los poderes
y por lo del linaje, para nada, era porque en su fuero interno, lo sentía con la
fuerza de la más firme creencia. Formar parte era un privilegio y eso la
reconfortaba como nada. Harían lo imposible por salvar a toda su familia
aunque no los conociera, si sólo habían sido la mitad de lo que eran la suya,
merecían ir a donde fuese que tuvieran que llegar. Algo se removió en su
interior y una especie de calor en movimiento, la embargó desde la punta de
sus pies hasta el plexo solar. Supo con meridiana claridad, que eso, era sin
duda alguna el poder que llevaba impregnado en su ADN, lo aceptó como
una parte intrínseca de ella misma, siempre había sabido que era diferente
pero ahora no sólo lo sabía, lo aceptaba y le daba la bienvenida permitiendo
que se aposentara dentro de sí. Estaba al cien por cien con su madre, haría lo
imposible por salvar a su linaje, ver a su hermana abrazada a su tío, no había
hecho sino que acrecentar y reafirmar sus creencias. Eran una familia y
lucharían como una familia.
CAPÍTULO VIII

Era miércoles por la mañana y aunque hacía frio, lo cierto es que hacia un
día maravilloso. Estaba en el parque esperando a Elena y a los niños, supuso
que el inútil de su cuñado aparecería en cualquier momento pero lo que en
realidad lo tenía preocupado, es que desde que Raúl había salido el lunes por
la mañana de su casa, no lo había vuelto a ver. Le había dejado varios
mensajes en el contestador pero no se había conectado y eso no le gustaba ni
un pelo. En un principio no le dio mucha importancia habida cuenta que
evitaba a su hermana mayor como a la peste pero no era normal que no le
dijera nada de nada. De hecho esa misma mañana había salido a correr
temprano como tenía por costumbre, esperando verlo pero no fue así. Miró el
reloj, decidió acercarse al hotel, al igual se había tomado un descanso pero de
igual forma, hubiera dado señales de vida. Cada vez más inquieto, esperó a
que apareciera su cuñado y hablaría con él. En pocos minutos, Sergio asomó
con su habitual sonrisa con Troy de la correa. No esperó a que llegara hasta
donde estaba sino que salió a su encuentro. Una sensación que no le gustaba
nada, se había instalado en su estómago y le estaba creando desasosiego.
─Necesito que vayas al hotel donde se aloja Raúl y verifiques que está
bien – dijo borrando la sonrisa que lucía su cuñado.
─¿Qué pasa?
─No lo sé, pero he intentado contactar con él y no ha sido posible, lleva
cuarenta y ocho horas sin dar señales de vida.
La cara de Sergio se transformó.
─Yo tampoco lo he visto – dijo confirmando lo que ya sabía - ¿Crees que
el Santos ese tiene algo que ver? – preguntó preocupado.
─Si Raúl no aparece en las próximas horas, Santos está por medio seguro.
Necesito verificarlo porque si es así, me pondré en contacto con Carol y
pediré refuerzos.
Sergio dejó escapar un silbido. Esto se estaba poniendo feo.
─Quiero pensar que no – dijo mirando a su cuñado esperando una
confirmación que no llegó – quédate con Troy, te digo algo en cuanto sepa
qué pasa.
─Gracias viejo – dijo con gesto tormentoso - ¡Maldita sea! Si le pasa algo
no me lo perdonaré jamás. Estoy tan absorbido con tantas cosas que no he
pensado en él hasta esta mañana.
─No te hagas mala sangre Alex – comentó Sergio intentando calmarlo –
no puedes estar en todo, eres humano. Tranquilo seguro que es una falsa
alarma.
─Espero que tengas razón – dijo preocupado – vete ya por favor.
Sergio se marchó de prisa. A Alex se le escapó un suspiro de malestar. Él
sabía lo que pasaba y sí era responsable, vale que el asunto de su familia los
llevaba un poco de cabeza pero lo que realmente le tenía sorbido los sesos era
una fémina llamada Elena.
Si algo le pasaba a Raúl, era enteramente culpa suya. Su amigo se había
quedado para salvarle el culo y él mientras tanto, andaba en otros menesteres.
¡Maldita fuera su estampa! A lo lejos, vio aparecer a la mujer que copaba
últimamente, todos sus pensamientos, lo saludó con la mano y pudo ver que
sonreía. Estaba encantado con la relación que empezaba a surgir entre ellos,
Elena cada día confiaba más en él e incluso había llegado a compartir
secretos de su pasado que sabía, no había dicho a nadie más. Estaba orgulloso
de ella por los pasos de gigante que estaba dando. Incluso lo tocaba por
iniciativa propia, eran gestos casuales pero él los atesoraba como lo que eran,
los primeros pasos hacia la libertad. El infierno que había vivido aquella
chiquilla, eran las cadenas más pesadas que nadie pudiera imaginar,
reponerse a todo aquello, requería valor y verla florecer, lo enternecía como
nada.
─Hola - dijo con una sonrisa sincera - ¿Y Sergio? – preguntó mirando a
su alrededor.
─Ha ido a ver a un amigo – dijo evasivo – no tardará en llegar. Me ha
dejado al perro y creo que empieza a quererlo más que a mi hermana.
Una risa suave, surgió de la garganta de Elena, enviándole una corriente
por toda la columna vertebral. Incluso su risa era preciosa.
─Creo que cuando vea a tu hermana se lo voy a decir – dijo bromeando.
─Ya me parece bien, con suerte lo mandará a dormir al sofá con el
chucho – contestó jovial. Otro despliegue de risas musicales, calentaron sus
oídos.
─Primo Alex. ¿Por qué estas preocupado? – preguntó María.
Alex se quedó helado.
─No estoy preocupado princesa – dijo agachándose a la altura de la
pequeña - ¿Por qué lo dices?
─Por el color de…
─¡María! – gritó Lucas. La niña dio un respingo y al punto se calló
bajando la vista con expresión culpable. Alex se percató de inmediato de qué
algo estaba pasando. Cruzó una mirada con Elena pero ésta sólo acertó a
encogerse de hombros.
─María cielo, sabes que puedes contarme cualquier cosa. ¿Verdad? – la
niña asintió pero siguió mirando al suelo cabizbaja – ahora sois de mi familia
y eso quiere decir que entre nosotros no existen los secretos – observó que
Lucas estaba asustado. No lo entendía.
─Cuando una persona está enfadada…sus colores se oscurecen…
─¿Sus colores se oscurecen? – algo se le estaba escapando - ¿Sus ojos
quieres decir?
La niña negó con la cabeza. Lucas apretó los labios.
─Los de su alrededor – musitó en un susurro.
Alex y Elena se quedaron helados. Empezaban a entender lo que estaba
intentando decirles. ¡María veía el aura de las personas! Era increíble. Sabia
de casos de niños que tenían la capacidad de verlos pero jamás se había
topado con ninguno.
─Eso me alegra mucho. ¿Sabes por qué? - preguntó con suavidad
apartándole el pelo de su preciosa carita. María levantó la vista para mirarlo
de frente – porque eso significa que si un hombre malo se acerca a vosotros,
lo veras de lejos y podrás avisar a tu hermano y salir corriendo – una tenue
sonrisa, fue emergiendo poco apoco en el rostro de la pequeña. Incluso Lucas
empezó a relajarse.
─Mi hermano me ha dicho que es un secreto y que no podemos decírselo
a nadie porque si no nos querrán – explicó con su suave voz.
─Y tiene razón pero sólo en lo que respecta a contárselo a los demás.
Pero yo no soy los demás, soy el primo Alex. ¿Cierto? – la niña asintió –
bien, pues a la familia sí que se lo podéis contar.
─No se lo hemos dicho ni a mamá Gloria ni a mamá Tamsim – confesó
Lucas.
─¿Tú también ves los colores de las personas?
─No pero eso no quiere decir que no sea cierto – dijo defendiendo a su
hermana – María no miente.
─Estoy seguro de que no miente campeón – contestó Alex sereno – yo la
creo y es más, quiero que sepáis que hay más personas que tienen dones
especiales. María no es la única – abrazó a la pequeña que se apretó contra él
descansando la cabecita en su hombro. Por un momento, cerró los ojos.
¿Cuántos niños serian diferentes en el mundo? Empezaba a darse cuenta de
que más de los que había supuesto en un principio. Desde luego esos
pequeños, iban a tener todo el apoyo de su excéntrica y singular familia.
─¿Me dirás ahora por qué estas enfadado? – preguntó María con
inocencia.
─No estoy enfadado pero es cierto que estoy preocupado – confesó
sereno.
─¿Por qué? – insistió con la tenacidad de un niño.
─Porque tengo un amigo del que hace días no sé nada y estoy preocupado
– levantó la vista para mirar a Elena – es por ese motivo que Sergio se ha
marchado. Para comprobar que esté todo bien – explicó.
─¿Se ha perdido? – preguntó Lucas – porque si es así no te preocupes
porque Elena puede encontrarlo – miró a Elena con una sonrisa esperando
confirmación – es el primo Alex, a él sí se lo podemos contar. ¿Verdad?

Elena se quería morir. Jamás tendría que haberles dicho nada. Pero
cuando unos días antes, se enteró por casualidad al escucharlos hablar entre
ellos del tema, quiso tranquilizarlos contándoles a su vez, su secreto. Mala
idea. Estaba visto que a los niños no se les tenía que contar según qué cosas.
─¿Elena puede encontrarlo? – preguntó Alex interesado.
─Si que puede – dijo Lucas asintiendo.
─Me parece muy interesante – comentó arrastrando las palabras
observando el rubor que cubría el rostro de Elena – creo que los cachorros
quieren correr un rato. ¿Por qué no vais a jugar un poco mientras nosotros
nos sentamos en ese banco?
Los niños asintieron y se marcharon a jugar con los perros, mientras que
Alex se incorporaba en toda su estatura y miraba fijamente a Elena.
─Creo que tenemos que hablar – dijo suavemente para no asustarla.
─No es necesario, en serio – contestó nerviosa – es una tontería que le
conté a los niños el otro día, no tiene importancia.
Alex la observaba concentrado. Estaba mintiendo. La instó a acompañarlo
al banco. Elena estaba nerviosa hasta decir basta. Se retorcía las manos y
evitaba mirarlo de frente.
─Hay personas que tiene capacidades especiales y eso no es malo de
hecho…
─¡No me hables como si fuera una niña! – le espetó de golpe – se
perfectamente que eso no es cierto.
─Ya. ¿Entonces lo que le ocurre a María es mentira?
Ante eso no tenía argumentos. La niña le había demostrado que era
verdad cuando le explicó los colores de Gloria y Tamsim y los suyos propios.
Una niña no podía saber algunas cosas si de verdad no tuviera capacidades
especiales.
─Mira Elena, conozco a personas como María y al parecer como tú y no
son bichos raros, sólo son personas normales con algunos sentidos más
desarrollados, nada más.
Elena seguía encerrada en un mutismo que empezaba a preocuparle.
Decidió otro plan de acción.
─Mi amigo, del que no sabemos que le ha podido pasar. Ha venido para
ayudarme a…apresar a un tipo de los malos de verdad que al parecer, quiere
hacerle daño a mi familia. Si no lo encontramos puede estar en grave peligro
por lo que si tú puedes ayudarme, te estaría inmensamente agradecido –
Elena levantó la vista y se lo quedó mirando seria.
─¿Por qué alguien querría hacerle daño a tu familia? – preguntó con
sorpresa.

─Es una historia muy larga – dijo haciendo una mueca burlona – pero te
puedo garantizar que así es. Si quieres en otro momento te lo explico pero
ahora quiero saber si es verdad lo que ha dicho Lucas y si es así, sí puedo
contar contigo – por un momento creyó que no daría el paso de confiar en él.
Lo miraba con los ojos muy abiertos, casi con aprensión. Sabía que la estaba
presionando pero si era cierto, sería un golpe de suerte por el que estaba
inmensamente agradecido. Elena asintió observándolo con fijeza. Él por su
parte, dejó escapar el aire del que no era consciente que retenía – bien. Me
gustaría que me lo explicaras tú.
─No sé exactamente cuando me di cuenta de que me pasaba…pero lo
cierto es que si huelo algo de alguien, soy capaz de llegar hasta donde esté –
hizo una mueca – como los perros rastreadores – añadió con cierto matiz
burlón – no es nada del otro mundo pero siempre me ha dado vergüenza
contarlo porque no quería que pensaran de mí que soy un bicho raro.
─Creo que no eres un bicho raro. Es más, creo que eres un regalo de los
Dioses – Elena lo miró con franca extrañeza por la expresión que había
usado. La gente normal no decía Dioses, en todo caso se referían a Dios.
Supuso que sería una forma de hablar, aunque era curiosa.
─Si es cierto que tu amigo está perdido, puedo ayudar a encontrarlo –
ofreció con timidez.
─Te lo agradezco de veras – dijo mirándola con un brillo enigmático en
los ojos – cuando pase todo esto, te explicaré porqué creo firmemente en
personas con capacidades especiales e incluso te puedo decir de dónde les
provienen…otra cosa será si me creerás.
Elena lo miró con franca curiosidad. Había despertado su interés, de la
manera que lo había dicho, parecía que hablara con conocimiento de causa
pero lo que de verdad le llamó poderosamente la atención, era que supiera de
donde provenían. Ella se había devanado los sesos en muchas ocasiones
intentando buscar razones pero nunca fue capaz de hallar las respuestas. Se
dio cuenta del brillo peligroso que lucían los ojos de Alex. Por extraño que
pareciera, no le dio miedo. Seguía pareciendo un depredador, pero se sentía
absurdamente segura. Su radar interno, nunca más se había encendido
después del primer momento en que lo conoció. Saber que no era un hombre
en todo el sentido de la palabra, le había quitado un peso de encima pero
reconocía que era mucho más que eso. Tenía completa seguridad en que Alex
jamás le haría daño. Era de fiar. No sabía por qué lo sabía pero lo sabía.
En esos momentos vieron aparecer a Sergio con gesto serio. Su amigo
tenía siempre una sonrisa sempiterna en el rostro. Eso le dijo cómo nada que
las cosas estaban mal.
─No ha dormido las últimas dos noches en el hotel, la recepcionista me
ha comentado que debido al…incidente de la semana pasada, esta semana
corría por parte del hotel los gastos de alojamiento pero aun así no saben
nada de él – Sergio estaba preocupado en serio. Sabía lo que aquello
significaba y se le había vuelto del revés el estómago pensando en lo que le
podría haber sucedido a Raúl.
─Creo que nos vamos todos a mi casa. Sergio ¿Crees que es posible que
te dejen entrar a la habitación de Raúl?
─No creo. ¿Por qué?
─Pues en todo caso. Vamos a tener que entrar con lo cual, nos pasaremos
al mediodía que es cuando hay cambio de turno y entraremos.
─¿Entraremos? – repitió Sergio confuso - ¿Qué me he perdido? – miró a
Elena que lucía un leve rubor pero que no emitía sonido alguno.
─Te lo contaré de camino al hotel – dijo resuelto – Elena te vamos a
acompañar a casa de Gloria a ti y a los niños y más tarde nos vemos en mi
casa. Dile a Gloria que o bien te acompañen ellas o te esperas a que pasemos
a recogerte. ¿Lo has entendido?
─No es necesario de veras…
─Lo es. No quiero asustarte pero el tipo ese que te he dicho que es un mal
bicho, es un psicópata y todo cuidado que pongamos es poco así que haremos
las cosas a mi manera – el tono no admitía replicas. Había asumido el mando
y esperaba que todos obedecieran.
─Como digas – musitó un tanto apabullada.
─No te preocupes – dijo intentando tranquilizarla con una sonrisa pero
ésta no le llegó a los ojos. Tenía a cabeza puesta en mil cosas y se le notaba –
tienes mi palabra de que nadie os hará daño.
Llamaron a los pequeños y en pocos minutos, los dejaban en casa de
Gloria.
─No abras a nadie y cerciórate de que están todas las puertas y las
ventanas cerradas. Nosotros nos quedaremos aquí hasta que nos digas que
está todo bien – Elena hizo lo que le ordenó con cierto nerviosismo. Se
asomó a la ventana y les hizo una señal. Sólo entonces se marcharon no sin
antes revisar todo el perímetro.
Cerca del hotel y ya habiendo puesto a Sergio al tanto, le informó porqué
era tan importante entrar a la habitación de Raúl, necesitaban coger algo de su
ropa para poderlo rastrear…si aún seguía con vida.
Tal y como dijo Alex, el cambio de turno, era el momento ideal para
colarse en una habitación, durante unos preciosos minutos, el personal
estaban pasándose el parte del cambio de turno con las anomalías que
hubieran sucedido así como de cualquier otra ocurrencia. Llegaron a la
tercera planta sin contratiempos, excepto por el retumbar del corazón de
Sergio que podía oírse a lo lejos.
─Cálmate Sergio. ¡Por el amor de Dios! ¿Quieres dejar de mirar para
todos lados? Van a creer que queremos hacer algo ilegal.
─¡Es que queremos hacer algo ilegal! – repuso su cuñado un poco
histérico.
─Vamos a ver a un amigo, nada más – repuso Alex mirándolo con toda
intención – pero al llegar la puerta estará abierta, casualmente.
─Ya. Abierta – farfulló Sergio – si infarto y no puedo llegar a casarme
con tu hermana, espero que te mueras de remordimientos – barbotó con los
nervios a flor de piel.
─Si vas a ponerte así, espérame en la calle – acotó Alex perdiendo la
paciencia.
─No te pienso dejar solo – dijo contrito – lo siento, es que cuando estoy
nervioso me da por parlotear como las chicas – Alex lo miró de soslayo, si su
melliza lo escuchara decir eso del sopapo que se llevaba le sacudía todas las
tonterías.
Llegaron a la habitación de Raúl y con suma pericia, Alex abrió la puerta
ante la cara de total sorpresa de su cuñado. Entraron cerrando suavemente,
Alex revisó la habitación pero no encontró nada que le indicara dónde podía
estar su amigo. Estaba todo impoluto. Cogieron una camiseta y salieron con
rapidez cerrando tras de sí. En pocos minutos estaban en la calle. Sergio se
apoyó en un árbol inspirando profundamente.
─Creo que no serviría para agente secreto – dijo con una mueca.
─Pues ya puedes ir poniéndote las pilas viejo porque en unos meses nos
vamos a Egipto y te necesito – los dos amigos se miraron a los ojos – no sé si
eres consciente de que tenemos a nuestro cargo un batallón de mujeres
incluida tu recalcitrante novia por lo que si esto que ha sido un juego de niños
te altera los nervios, tendremos un problema.
Sergio empezaba a darse cuenta de ello. Jamás había tenido madera de
aventurero todo y que la historia de la familia de su novia le atraía como un
imán, lo más allá que había ido en lo referente a aventuras, había sido con
una consola y sus videojuegos.
─Yo estaré en segunda línea más al estilo logístico y todo eso – repuso
esperanzado.
─Eso no te lo crees ni borracho – soltó Alex – no existe segunda línea
Sergio, sólo estaremos tú y yo y si se apunta César. ¡No hay más! ¿Lo
entiendes? Serán cinco mujeres y con suerte tres hombres. Tendremos que
cruzar un desierto con todo lo que ello implica, luchar contra los elementos,
las altas temperaturas, intentar pasar desapercibidos, hay grupos de bereberes
que aunque en su mayoría son buena gente, no podemos fiarnos y puede que
nos topemos con un grupo de seguidores de Seth que busca la tumba de
Uadyi, porque creen que esconde un fabuloso tesoro. Esos no se andarán con
chiquitas. ¿Empiezas a entender el alcance de lo que te estoy diciendo?
Su cuñado sólo acertó a asentir mientras lo miraba con ojos vidriosos. Su
amigo tenía razón, eso no iba a ser un juego, para nada. Si el sólo hecho de
entrar a buscar una simple camiseta al hotel de su pueblo, le había disparado
la presión arterial. No quería ni imaginarse lo que sería vivir una situación de
peligro real.
─Creo que empiezo a verlo – dijo serio como un juez.
─Bien. Pues empieza a prepararte porque te necesito como nunca antes.
No puedes fallarme hermano – lo decía en serio, Sergio fue consciente de
ello.
─No te fallaré – prometió – aunque no tengo la menor idea de lo que
tengo que hacer pero no te fallaré, tienes mi palabra.
─No te preocupes por lo que tienes que hacer, el día que nos reunamos
todos, os daré instrucciones y será mucho más sencillo – si algo había
aprendido los años que estuvo trabajando para los Patterson, fue a mantener
el control. Idearían un plan y lo seguirían. Estaba seguro que no sería fácil
pero no podía pensar en el fracaso, era impensable. Tenían que visualizar en
positivo porque de lo contrario, entonces sí sería una expedición destinada a
fracasar.
─Vámonos a casa – dijo pasándole un brazo a su amigo por los hombros
– llamaré a Elena y si ya han llegado Gloria y Tamsim de la asociación,
pasaremos a recogerla.
─Me parece bien. Mientras menos lo sepan mejor. A ver si podemos
tenerlo todo solucionado en un rato y que se enteren cuando se lo
expliquemos nosotros más tarde – dijo Sergio esperanzado.
─Eso sería genial – dijo Alex con una mueca burlona – sobre todo si no
se entera tu novia.
─También tienes razón – repuso pensando en la cara de su futura mujer
cuando se enterara de que la habían dejado fuera. De seguro lo hacía dormir
en el sofá una semana entera. Pero era por su bien. Esperaba que ella lo viera
igual.
Se encaminaron a casa de Alex, cada uno sumido en sus propios
pensamientos. Alex por su parte, no se quitaba de encima la sensación de
peligro. No le gustaba nada, ni un pelo.

Estaba comprobado. El límite estaba en cuarenta y ocho horas. Más de


ahí su familia era incapaz de aguantarse sin hacer alguna.
Había llegado de comprar cosas varias que necesitaba en casa y de ir a
recoger los regalos para el día de Reyes, aunque el día de Navidad , habían
intercambiado algunos obsequios, en su familia siempre habían tenido la
tradición de darse un regalo el día de los niños. Y al llegar a su casa, se
encontró a Gloria con su mujer, Elena y los niños, a Sara con César y a sus
hijos junto a Sergio y a su hermano. Todos gritando como locos. Sólo faltaba
Raúl que por cierto llevaba días sin verlo.
─¿Me haríais el inmenso favor de decirme qué pasa? – preguntó
levantando la voz para hacerse oír. Se la quedaron mirando como si le
hubiesen brotado dos cabezas.
─¿Qué qué pasa? – dijo Gloria recuperando la voz – pasa que al parecer
ha desaparecido el amigo de tu hijo y han decidido salir en su busca en vez de
llamar a la policía. Eso pasa.
─¿Raúl? ¿Ha desaparecido Raúl? – preguntó perdiendo el color mirando
a su hijo.
─Al parecer lleva desde el lunes desaparecido y creemos que Santos es el
responsable.
─¡Santa Madre de Dios! ¿Qué tenéis pensado hacer?
─Vamos a rescatarlo – dijo Alex sucintamente.
─Pero… ¿Sabéis donde se encuentra?
─¿Eso es lo único que vas a decir? – preguntó Gloria alucinando – no
somos un equipo de intervención y no estamos preparados para llevar a cabo
misiones de rescate…
─Gloria cielo…
─¡No me digas Gloria cielo! – dijo encarándose con Sara - ¿Es que soy la
única que se da cuenta de que esto no es normal?
─¡Gloria tranquilízate! – dijo Alex tajante – haremos lo que tengamos
que hacer y espero que si no piensas cooperar, al menos no entorpezcas –
Gloria se quedó sin palabras ante la contundencia de Alex – es más creo que
sería mejor que os fuerais a vuestra casa.
Gloria inspiró con fuerza. Nadie le iba a decir lo que tenía que hacer y
menos un mocoso como aquel.
─No nos vamos a ir a ninguna parte – dijo mirándolo con animadversión
– así que no pierdas el tiempo, bonito.
─Gloria cariño…déjalos hablar y después veremos – musitó Tamsim
acercándose a su mujer.
Después de unos instantes, Gloria asintió con un gesto seco.
Casi se pudo escuchar un suspiro colectivo.
─Bien, si tomáis asiento os explicaré qué pasa y qué vamos a hacer – dijo
Alex abarcándolos a todos con la mirada.
Cuando todos se sentaron, Alex los miró con severidad. No permitiría
salidas de tono, era imperativo que entendieran quien estaba al mando. Tenía
claro que si no lo respetaban en esos momentos, no lo harían cando
estuvieran en Egipto y eso podría llegar a ser letal.
─Sabemos que Santos tiene retenido a Raúl y también conocemos su
ubicación, iremos esta noche a rescatarlo y a neutralizar a ese cabrón. No
daremos parte a la policía porque harían demasiadas preguntas que no
estamos dispuestos a contestar. ¿Me he explicado con claridad? ¿Alguna
pregunta? – César levantó la mano con una sonrisa irónica – dime.
─¿Cómo sabes que lo tiene retenido y no está muerto? Y dos. ¿Cómo
sabes dónde está retenido?
Sonidos inarticulados se escucharon de más de uno de los que estaban allí
reunidos.
─Primero tenemos que partir de la premisa de que sigue con vida y
segundo – miró a Elena pidiéndole permiso. Ésta asintió con gravedad –
tenemos la suerte de que una de las personas que está aquí con nosotros, tiene
la capacidad de rastrear a una persona a través de un objeto.
Todas las miradas se dirigieron a Júlia.
─Yo no soy esa persona – dijo un tanto turbada.
─Soy yo – musitó Elena enrojeciendo hasta la raíz del cabello.
─¿Perdona? – la cara de Gloria como la de casi todos los allí presentes,
eran de absoluta conmoción. Un murmullo colectivo se alzó por toda la
estancia.
─¡Silencio! – dijo Alex con fuerza. Sara dio un respingo al escuchar a su
sobrino. No salía de su asombro. Se había marchado siendo un muchacho
pero ante ella ahora tenía a un hombre – los cómos y los porqués, los
dilucidaremos en otra ocasión. En estos momentos me interesa saber con
quién cuento para llevar a cabo el rescate y como lo vamos a hacer.
─Cuenta conmigo – dijo César con serenidad. Sara se volvió a mirarlo
con sorpresa y gratitud a la vez. César le sonrió guiñándole un ojo. Estaba
visto que con aquella familia, nadie se aburría.
─Yo también – dijo Clara desafiante.
─Supongo que yo también – dijo Júlia con una mueca.
─Bien, no necesitamos más. Para el primer equipo.
─¿Primer equipo? – preguntó Ana – yo también pienso ayudar.
─Y yo – dijo Sara siempre leal a su amiga.
A esas alturas, Gloria con una mueca los miraba con los brazos cruzados.
Con un suspiro, asintió.
─Yo creo que me estoy volviendo loca, pero cuenta conmigo – dijo
renuente.
─Bien, os explicaré que vamos a hacer – dijo con una tenue sonrisa – de
hecho no necesitamos a un grupo numeroso, sólo los justos.
Cogió un folio grande y un rotulador y los instó a todos a que se
acercaran.
─La nave es una construcción abandonada a unos tres kilómetros
aproximadamente de la carretera principal…
─¿Cómo lo sabes? – preguntó César.
─Porque hemos ido hace un rato a inspeccionar la zona – contestó Sergio.
A Ana se le pusieron los pelos como escarpias cuando escuchó esa sencilla
afirmación.
─Prosigamos. Cuento con que Santos habrá puesto trampas para evitar
visitas inesperadas. Con lo cual, yo iré en primer lugar para rastrear el
perímetro – dijo mientras dibujaba el plano de la zona – si él no estuviera la
cosa será infinitamente más fácil, será entrar rescatar a Raúl y salir pero en
caso de que se encuentre por allí, me enfrentaré a él y vosotros, dijo mirando
a César y a Sergio, entrareis a buscarlo.
─¿Y nosotras? – preguntó Clara mirándolo con avidez.
─Vosotras esperareis cerca por si las cosas se pusieran feas, avisar a la
policía. Gloria, no es necesario que vengas, prefiero que te quedes aquí con
mi madre y tía Sara. Tres somos suficientes.
─¡Y una mierda! Yo no me pienso quedar de brazos cruzados – explotó
Clara – ni se te ocurra que me vas a mandar como si fuera una cría.
─Harás lo que se te diga porque no pienso poner la vida de nadie en
riesgo sólo para que tú te sientas protagonista y no ofenda tu orgullo
femenino.
─Eres un cretino pomposo y machista y…
─¡Clara! – dijo Ana enfadada.
─¿Qué? Es cierto. Yo puedo tumbar a un tío mejor que muchos hombres
y…
─¡Maldita sea Clara! Ya sé que puedes pero teneros cerca es una
distracción que no podemos permitirnos – reconoció Alex con fiereza – me
importáis demasiado para exponeros a ningún peligro.
─Gracias amigo, yo también te quiero – masculló Sergio mordaz.
Clara lo miró enrabietada pero se guardó lo que pensaba. Eso apestaba a
machismo lo disfrazase como lo disfrazase.
─Vosotras dos – dijo dirigiéndose a sus hermanas – esperareis en el coche
en la carretera y si en veinte minutos, no sabéis nada de nosotros. Llamáis a
la policía.
─¿Los demás entonces qué hacemos? – pregunto Tamsim.
─Lo cierto que poca cosa. Podéis iros a casa o quedaros aquí pero desde
luego no mucho más.
─Bien, creo que prefiero quedarme por aquí – dijo Gloria, así que vamos
a montar una acampada en el salón para los niños y esperaremos noticias.
─No es necesario – dijo Ana – los pequeños pueden dormir en el cuarto
de Júlia y de Alex, tengo sacos de dormir y si fuese menester, los
desplegaremos en el salón pero para nosotros.
─Mamá, sería interesante que llamaras a tu a migo el médico – dijo Alex
mirando a su madre con expresión neutra – sólo por si acaso – Ana miró a su
hijo con cierta angustia pero no dijo nada.
─Bien, pues nosotros vamos a prepararnos – dijo mirando a los otros dos
– César si tienes ropa oscura, es un buen momento para ir a busJúlia y a ti te
digo lo mismo – dijo mirando a su cuñado.
En pocos minutos se habían marchado a prepararse. Cuando salieron, un
repentino silencio llenó la estancia. Los niños estaban en el jardín jugando
con los cachorros y se podían oír los gritos y risas. Ana suspirando se puso en
pie y se quedó mirando a los demás.
─Si os parece, pedimos unas pizzas para cenar – dijo sin muchas ganas.
Los demás asintieron en la misma tónica.
─Como parece que va a ser una noche larga – dijo Vicent que hasta
entonces se había mantenido callado - ¿Quién se apunta a una partida de
póquer? – una sonrisa de medio lado se dibujó en el rostro de Gloria.
─Yo me apunto si sabes jugar en serio – dijo retadora. Una sonrisa de
anticipación, asomó al rostro de Vicent.
─Me defiendo.
─Gloria, no te lo creas – dijo Clara – se de buena tinta que es un tahúr –
añadió mirando a su tío con una sonrisa ladina.
─Eso suena interesante – repuso Gloria – veremos después de cenar, si
eres tan bueno como dicen.

Un par de horas más tarde…

─Nos vamos – dijo Alex mirando al grupo variopinto que conformaba su


familia – nos mantendremos en contacto.

Salieron en dos coches. En uno iban ellos tres y habían quedado que diez
minutos después, saldrían las chicas. Elena se apuntó a acompañarlas cosa
que sorprendió al resto pero nadie se opuso. Cuando se marchaban ellas, las
mujeres restantes, se pusieron en pie sin ser casi conscientes, habían acordado
no salir a despedirlas, como si fuera una noche cualquiera pero la inercia les
empujaba a hacer justamente eso, sólo las acompañaron hasta el recibidor y
después de varios abrazos, se despidieron. Cuando escucharon el sonido del
motor arrancar para luego, perderse en la distancia, Sara rompió a llorar y
Vicent que la tenía a su lado, la abrazó ofreciéndole consuelo.
Ana se quedó de piedra. ¡Igual que en sus visiones! Un nudo de angustia
se instaló en la boca del estómago. Jamás había sido paciente pero en esos
momentos, sólo de pensar que alguno de sus hijos corriera peligro…mejor no
pensar, porque de lo contrario era muy capaz de salir ella sola en busca de
aquel cretino. Lo había pensado pero entendió que en aquella ocasión su
lugar estaba en casa, tenía que dejar que ellos se desenvolvieran por sí solos
pero era lo más duro que había hecho jamás.
Por otra parte, tenía que llamar a Álvaro, pero no sabía muy bien qué
decirle sin decirle la verdad.
─¿Con qué escusa llamo a Álvaro? – preguntó a su hermano. Éste la miró
sabiendo a lo que se refería.
─Dile que vamos a jugar una timba de póquer y que está invitado –
sugirió.
─Pero no traerá las cosas…ya sabes por si son necesarias…
─Coméntale que vendrá Raúl y que se traiga el maletín para mirarle los
puntos.
─Creo que le diré justamente eso – dijo intentando aparentar una
serenidad que no sentía – si me disculpáis, voy a llamarlo – y con estas, salió
de la cocina buscando un poco de privacidad.
Ya en su habitación inspiró varias veces para tranquilizarse. Cuando
estaba lo suficiente bien como para que no le notara nada extraño en la voz,
se dispuso a llamarlo.
- ¿Álvaro?
- Hola pequeña – dijo encantado de escucharla.
- Hola….mira vamos a hacer una timba de póquer y mi hermano me ha
dicho que te invite a jugar que…bueno que nos gustaría mucho que vinieras y
a lo mejor viene el amigo de mi hijo…ese al que cosiste, entonces…hemos
pensado que mejor si te parece, te traes tu maletín para curarle los putos…que
al igual no viene y te hacemos cargar con el maletín arriba y abajo…ya sabes
pero bueno si no te importa sería buena idea…
Un silencio al otro lado de la línea la puso de los nervios.
─Entiendo – dijo con su tono habitual - ¿Ana pasa algo?
─Nooo…nada. ¿Qué va a pasar? No seas tonto…sólo es una invitación a
jugar al póquer también vendrán Gloria y su mujer y quieren jugar ellas y
hemos pensado que…
─Ya lo he entendido – acotó la verborrea indicativo claro de que primero
estaba nerviosa y segundo que estaba mintiendo – estaré por ahí en diez
minutos.
─Gracias…quiero decir que muy bien, que me alegro mucho.
─Nos vemos ahora – dijo cortando la comunicación.
Ana soltó el teléfono y se dejó caer en la cama. ¡Jesús! Sabía que se había
puesto nerviosa pero mirándolo en retrospectiva, pensó que había salvado
bastante bien la situación. Estaba segura de que Álvaro no sospechaba nada,
al igual en un rato, la llamaban sus hijas para informarles que todo había
salido bien y ya estaba y sólo sería una velada entre adultos jugando al
póquer…en caso de que algo se complicara…rogó que no, ya vería qué se
inventaba. Había que ser positivos. Seguro que estaba exagerando. Con un
suspiro decidió bajar a la cocina con los demás.
Álvaro se quedó mirando el teléfono pensativo. Le enervaba que le
mintiera porque estaba seguro que le estaba mintiendo. Desde que vio al
hombre aquel que decía ser amigo de su hijo, sabía que tenía problemas pero,
no confiaba lo suficiente en él como para decírselo. Ahora que tenían una
relación abierta significase eso lo que significara, con las malditas reglas que
había puesto, no podía preguntarle sin faltar a su palabra. Sabía que era un
hombre paciente, todo el mundo lo decía, era un rasgo de su carácter pero,
por Dios que Ana estaba poniéndolo a prueba.
Se había dicho que le daría tiempo que poco a poco se iría abriendo y
después de estrechar su relación y haber mantenido relaciones íntimas, creyó
ingenuamente que estaba un paso más cerca. Craso error. Cogió su maletín y
añadió varias cosas por si acaso, el tono de Ana, lo había alertado y aunque
no tenía la certeza de absolutamente nada, decidió ir preparado para casi
cualquier cosa.
Minutos más tarde, estaba picando el timbre de la casa de la mujer que sin
duda conseguiría sacarlo de sus casillas perdiendo en el proceso su legendaria
paciencia.

─Hola – dijo Ana abriendo la puerta con una sonrisa tensa que no le
llegaba a los ojos.
─Hola – dijo Álvaro escudriñándola – he traído mi maletín y vengo
preparado para operar a alguien si es menester – Ana se sobresaltó ante esas
palabras. Si antes tenía alguna duda de que pasaba algo, se las había
despejado todas. Tenía que saber mejor que nadie que lo que acababa de
decir era una absurdez.
─No creo que sea necesario…sólo estamos jugando a las cartas – dijo con
lo que intentó pareciese una sonrisa divertida. Álvaro pensó que si sonreía
más, se le rompería la cara de lo tensa que estaba.
Entraron a la cocina donde estaban los demás. Todos lucían aspectos
tensos, indicativo de que eran conocedores de lo que pasaba. Haciendo gala
de una paciencia que empezaba a dar signos de agotamiento, saludó a los
demás y después de un rato de conversación trivial, empezaron a jugar a las
cartas. Ana adujo que nunca se le había dado bien y que en el fondo no le
apetecía con lo cual se quedó al margen mirando a cada momento el teléfono
móvil. Álvaro por su parte, fingió no darse cuenta y se dispuso a jugar
aunque la sensación que tenía era que estaba jugando a un juego en el que
desconocía las reglas y a los participantes…y no se refería precisamente al
póquer.
─Reparte – le dijo a Vicent lacónico. Éste sonrió encantado y empezaron
la partida.

Cerca de allí…

─Tengo qué deciros que no tengo intención a quedarme aquí esperando –


dijo Clara con firmeza mirando a su hermana y a Elena – esto es serio y
menos el cretino de Alex, ninguno de los otros dos tiene la mínima idea de lo
que es enfrentarse a una situación potencialmente peligrosa.
─¿Y tú sí? – preguntó Júlia mordaz.
─Pues a lo mejor no pero si Raúl que es un tipo grande y sobradamente
preparado, está en manos de ese asesino, quiere decir que toda ayuda con la
que cuenten es poca – aseveró con firmeza.
─Alex me dijo que era una especie de psicópata – musitó Elena – no dijo
nada de un asesino.
─¿Y un psicópata que crees tú qué es? – preguntó Clara con cinismo.
─Clara no seas borde – masculló Júlia con mala cara – Elena no sabe
nada – añadió poniendo énfasis en la última palabra.
Clara suspiró asintiendo, reconociendo que su hermana tenía razón en
llamarle la atención. Estaba nerviosa y su carácter volátil emergía con mayor
facilidad.
─Lo siento Elena, pero los nuestros están en serio peligro. ¿Conoces a
Raúl? – Elena asintió – bien, pues trabaja para una empresa de seguridad al
más alto nivel, llevan misiones de rescate por todo el mundo y colaboran con
organismos gubernamentales en asuntos de importancia internacional – hizo
una pausa dándole tiempo para que asimilara sus palabras – mi hermano
también formaba parte de esa empresa y era compañero de Raúl en la misma
unidad, y sí, y es un gran y sí, ese cabrón a podido dejar fuera de combate a
un tío como ese, no quiero ni pensar de lo que es capaz con mi novio por
ejemplo, por lo que si vosotras no queréis venir lo acepto pero que yo no me
voy a quedar aquí sentada como una buena niña, eso ya os lo garantizo.
Júlia y Elena se miraron entre ellas. Entendían lo que decía Clara y lo
peor es que empezaban a verlo de la misma manera.
─Supongo que has traído alguna arma o algo por el estilo. ¿Cierto? –
preguntó Júlia con ironía a su hermana pequeña.
─Por supuesto – contestó Clara resuelta, sacando una bolsa estilo saco
que había dejado en el asiento de al lado – mira – dijo enseñando lo que
guardaba.
La cara de Júlia no tenía precio. Miró lo que estaba enseñándole su
hermana y volvió a mirarla a los ojos con gesto de la más absoluta
incredulidad.
─Eso es un cuchillo para cortar el pan.
─Ya. Pero también tengo éste – dijo señalando con una mueca otro más
pequeño – y el bate de beisbol de Sergio.
─¡Mi cortaúñas tiene una hoja más grande! – exclamó alterada - ¿De
verdad esperas hacerle algo a parte de cosquillas con eso? O ¿Esperas
rebanarlo como si fuera una barra de pan? – refiriéndose al otro cuchillo
dentado.
─Al menos se me ha ocurrido traer algo – contesto a la defensiva – no
tengo en mi casa una armería. ¿Vale? Porque al igual tú sí llevas en el bolso
un fusil de asalto – añadió belicosa.
─Me parece que pelearnos no es la mejor solución – musitó Elena un
poco intimidada por las dos hermanas.
─Tienes razón – repuso Júlia.
─Bien. Entonces. ¿Venís u os quedáis? – preguntó Clara con expresión
decidida.
─¿A ti que te parece? Claro que vamos…bueno yo sí pero Elena si
quieres quedarte a esperar, lo entiendo – dijo comprensiva.
─Prefiero acompañaros a quedarme aquí sola esperando – dijo Elena
viéndose arrastrada a una situación que ni en sus peores pesadillas, pensó
verse jamás mezclada.
─Pues no perdamos más tiempo – dijo Clara bajándose del vehículo.
─¿De dónde has sacado el bate? – preguntó Júlia mientras iban
alumbrándose con unas linternas por el camino de tierra.
─Bueno…lo compró Sergio por internet, al parecer es de edición limitada
y todo eso…para coleccionistas.
─Ya. Porque yo jamás lo he visto jugar al beisbol.
─Y no lo hace, pero le gusta coleccionar cosas…es un poco friki ya lo
sabes – comentó encogiéndose de hombros – por cierto Elena. ¿Tienes
además de la capacidad especial para el rastreo, otro tipo de poderes? – la
aludida se quedó blanca aunque con la poca luz no fuese perceptible.
─No. Sólo eso – musitó.
─Bueno. No es gran cosa pero tiene su utilidad – repuso Clara con
desparpajo.
Elena no sabía que contestar ante eso. Toda la vida creyendo que era
mejor no contarle a nadie que sentía cosas y esa chica le había restado toda
importancia haciéndola sentir tonta.
─No te lo tomes a mal – dijo Júlia mirando mal a su insufrible hermana -
lo que pasa es que Clara está un pelín nerviosa.
─No estoy nerviosa pero si lo comparamos con…
─¡Clara! – exclamó Júlia enfadada.
─¿Qué? Mira que estamos susceptibles – dijo tropezando con una piedra
del camino - ¡Maldita sea! Por aquí no viene ni las cabras – repuso de mal
humor.
─Yo creo que no es muy normal que digamos…por eso no suelo contarlo.
─El hombre ha mantenido históricamente unos estándares de
comportamiento y cuando cualquier ser humano se salía de ellos, lo tildaban
de bichos raros o de brujas o de cualquier otra cosa. En el fondo era miedo a
todos lo que eran diferentes a ellos – explicó con pragmatismo – el problema
ha sido que al crecer bajo esas premisas, nos hemos creído que llevaban
razón cuando no podían estar más equivocados.
─Nunca lo había visto de esa manera – dijo Elena asombrada por esa
línea de pensamiento.
─Me lo supongo – llegaron a la bifurcación donde Alex había marcado en
el plano como zona peligrosa – creo que es mejor que apaguemos las
linternas y nos alumbremos con la luz de la luna – comentó bajando a voz.
─Se supone que César y Sergio tiene que andar cerca – dijo Júlia en el
mismo tono.
─Vamos a acercarnos despacio pero sin salir de la espesura del bosque –
arguyó Clara con firmeza.
Estaba claro quién lideraba al pequeño grupo.
Se acercaron todo lo que creyeron oportuno, no se veía movimiento por la
zona, de hecho el silencio reinaba salvo por los ruidos normales de la
montaña.
Una pequeña luz amarilla, se veía a través de un ventanuco bastante alto.
No había manera de saber qué estaba pasando dentro.
─¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Júlia en un susurro a su hermana.
Ésta se quedó pensando unos segundos con expresión férrea.
─Creo que me acercaré a echar un vistazo – dijo mirando una de las
puertas que permanecía entornada en la parte posterior.
─Alex dijo que ese tipo, habría puesto trampas por todas partes – dijo
Elena en el mismo tono.
─El granero tiene dos puertas, creo que Alex habrá ido por la principal
para llamar la atención sobre él en caso de que esté ese cretino permitiendo a
los otros que se deslicen subrepticiamente por detrás y así darles tiempo para
que puedan rescatar a Raúl – dijo reflexionando en voz alta.
─Eso tiene más pinta de ser unas antiguas cuadras para el ganado que de
una nave al uso – comentó Júlia – en la granja del abuelo había una similar.
¿Te acuerdas? – dijo mirando a su hermana.
─Apenas.
─El ventanuco ese, tiene que dar forzosamente donde guardaban el grano
para que no se humedeciera.
─¿A dónde quieres llegar?
─Pues que si te aúpo y te cuelas por él, es posible que tengas una
panorámica de todo el recinto – arguyó Júlia pensativa.
─Tiene sentido – comentó Clara valorando la posibilidad – bien. Pues
creo que lo mejor es que nos acerquemos con cautela y lo haremos como
dices. Guárdate el cuchillo por si acaso – dijo ofreciéndole el pequeño
utensilio de cocina a Elena. ésta por su parte lo tomó asintiendo intentando
tragar el nudo que le comprimía la garganta.
Se acercaron despacio agazapadas. Primero fue Clara y cuando vio vía
libre, hizo una señal a las demás que en pocos segundos se reunieron con ella.
En silencio, la izaron entre las dos y con agilidad, se introdujo por el
ventanuco. Al momento, asomó la cabeza y con el pulgar hizo una señal.
Júlia y Elena se acercaron a la puerta trasera, cuando escucharon un fortísimo
golpe. Se quedaron heladas. El corazón les retumbaban a las dos casi
impidiéndoles escuchar algo más. Júlia asomó la cabeza y a la mortecina luz
del interior, pudo ver que en una pared cercana, estaba encadenado Raúl…o
lo que quedaba de él. Se tapó la boca con angustia para que no se le escapara
el grito que pugnaba por salir. No sabía si estaba muerto o había perdido el
conocimiento a causa de un sinfín de heridas…era un guiñapo sanguinolento.
No alcanzaba a ver desde donde estaba, cuál era el motivo de el estruendo.
Entró sigilosamente, pegada a la pared de madera, cogiendo entre sus manos
el puñetero cuchillo de cortar pan, un pensamiento absurdo cruzó su mente
por un segundo, era con el cuchillo que más veces se había cortado a causa de
los dientes del mismo. Con lo cual pensó que llegado el momento, si tenía
que usarlo, al menos le haría un daño importante al hijo de puta que había
dejado en semejante situación a Raúl. Se acercó despacio atenta a todo lo que
la rodeaba, al llegar a su lado y con Elena pisándole los talones, buscó el
pulso en el cuello del pobre hombre. ¡Estaba vivo! Estaba colgado de un
gancho del techo con unas cadenas enormes. Con señas le dijo a Elena que lo
ayudara a levantar el peso muerto del hombre para descolgarlo del gancho,
entre las dos intentaron hacer exactamente eso pero la enormidad del esfuerzo
las sobrepasaba. Júlia tenía ganas de llorar de pura frustración. ¿Dónde
estaban los demás? Volvieron a intentarlo pero con escaso éxito. Unas manos
fuertes, taparon simultáneamente la boca de las dos para impedirles gritar.
Con cara de horror, intentaron ver quién las había cogido.
─Tranquilas, soy yo – susurró la voz de barítono de César – yo lo levanto
y vosotras lo descolgáis – dijo sucintamente. Las dos asintieron en silencio.
Con no poco esfuerzo, César levantó todo lo que pudo el cuerpo de Raúl
sosteniéndolo con fuerza. Se le marcaban los tendones del cuello a causa de
ello, mientras, las dos chicas, soltaron las cadenas del gancho intentando
hacer el menor ruido posible. Cuando dejaron caer al suelo, el cuerpo inerte
de Raúl, César las instó a salir con unas señas. Elena asintió pero Júlia sintió
un ramalazo de peligro y les dijo con las manos que salieran. César apretó los
labios dejando claro lo poco que le gustaba pero se marchó con su pesada
carga en el hombro seguido por Elena. Júlia escuchó los inconfundibles
ruidos de una pelea. Se acercó lentamente mirando hacia arriba, su hermana
no andaría muy lejos. Al punto la vio aparecer cerca de unas escaleras que no
eran más que cuatro maderas mal puestas, por una lateral de la nave. Llevaba
el bate sujeto con ambas manos y la vista fija en un punto en concreto.
Intentó llamar su atención pero Clara sólo tenía ojos para aquello que
estuviera mirando. Adelantándose poco a poco, se pegó a unas maderas
podridas que hacían las veces de separador, cuando vio a su hermano
peleando con aquel tipo. A pocos metros de ellos, estaba Sergio tirado en el
suelo sin sentido…o eso esperaba.
─Te crees muy listo…piensas que eres mejor que yo pero estas
equivocado…cuando acabe contigo, me follaré a tu amiguita y después le
rebanaré su bonito pescuezo – dijo Santos con una sonrisa cargada de
malignidad y satisfacción – tengo que reconocer que tienes buen gusto…es
una putita muy linda…
Alex estaba en el suelo aturdido…mientras Santos se regodeaba en su
poder observando a su enemigo tirado intentando levantarse mientras sacudía
la cabeza intentando despejarse.
Santos, sacó un machete de asalto y se acercó con la clara intención de
acabar con aquella escoria que había tenido la osadía de desafiar su autoridad.

Júlia se lanzó hacia aquel cabrón simultáneamente al igual que su


hermana con un grito que antaño habían usado los guerreros en combate.
Santos se volvió instintivamente un segundo antes de recibir un golpe
contundente en la cabeza con un bate y un corte de consideración con un
cuchillo para cortar el pan. Por un segundo, Santos se las quedó mirando
estupefacto, antes de caer redondo al suelo.
─Este maldito hijo de puta, pensaba matarte Alex – dijo Clara con ojos
vidriosos mirando a su mellizo que se estaba levantando todavía aturdido – si
lo llega a conseguir por ser un cretino pomposo y machista, juro que te
hubiera matado yo misma con mis propias manos – al momento se lanzó a
abrazarlo con fuerza.
Alex trastabilló por la contundencia de su hermana, aunque la sonrisa que
asomó a su boca, decía lo contento que estaba de verlas. Su hermana mayor
lo miraba todavía sujetando lo que parecía…no podía ser…
─Esto…Júlia… ¿Eso es un cuchillo para el pan? – su hermana asintió
enmudecida.
─Sergio ha perdido el conocimiento, nos estaba esperando…no sé cómo
lo sabía pero lo sabía. Nada más acercarme, me ha noqueado por detrás y al
parecer, Sergio venía detrás, corriendo la misma suerte. No sé nada de César
– confesó preocupado.
─Está con Elena y Raúl, hemos conseguido sacarlo pero necesita ayuda
urgente – musitó empezando a reaccionar.
Clara por su parte, fue hasta donde estaba su novio tirado en el suelo y le
dio la vuelta para mirarlo a la cara, se le anegaron los ojos de lágrimas,
podrían haber muerto y todo porque el imbécil de su hermano pensaba que
era el deber de los hombres cuidar y proteger a las mujeres. Cuando se
recuperaran, iba a hacer tal escena que no se les ocurriría volver a intentar
dejarlas fuera. Le dio unos golpecitos en la cara a su novio, poco a poco,
Sergio empezó a recuperar el sentido, los parpados se abrieron lentamente,
dejando ver los ojos azules más bonitos que había visto jamás. Se dio cuenta
el momento exacto en que empezó a enfocar la vista y reconocía quien lo
estaba sujetando con amor.
─Mi princesa guerrera… - musitó con un amago de sonrisa – tendría que
haberlo previsto…se lo dije a tu hermano…pero es tan tozudo como tú.

─Tranquilo cariño – dijo sintiendo un nudo en la garganta de puro alivio


– eso ahora no importa. Ya hablaremos más tarde. ¿Puedes levantarte? –
preguntó preocupada. Sergio asintió llevándose las manos a la parte posterior
de la cabeza con un gemido. Tenía un bulto del tamaño de un huevo.
─Veo que estáis bien – dijo César entrando por la puerta. Todos dieron un
respingo al escucharlo – tengo a Raúl en el coche pero esta grave, creo que
hay que llevarlo a un hospital…no tengo claro el alcance de sus heridas pero
pinta mal – dijo mirando con gravedad a Alex.
─Me puse en contacto con Carol antes de venir. En cuanto salgamos de
aquí, llamaré a un hospital privado que se hará cargo de todo.
─¿Te pusiste en contacto con Carol? Eso quiere decir que esperabas que
algo saliera mal. ¿Verdad? –preguntó Clara entrecerrando los ojos,
recobrando su espíritu combativo.
─Sólo me anticipé por si acaso – explicó esperando que su hermana no
empezara con sus eternos reproches.
─Bien, creo que será mejor largarse de aquí – dijo César tranquilo - ¿Qué
hacemos con él? – preguntó señalando al tipo que estaba tirado en el suelo.
─No os preocupéis, iros a casa yo me encargo – contestó con acritud.
─¿Qué piensas hacer? – preguntó Júlia.
─No preguntes – dijo críptico. César lo miró con un nuevo respeto en la
mirada.
Cuando Sergio se acercó con piernas temblorosas, Alex le palmeó la
espalda haciéndolo trastabillar.
─Mira que eres bruto – dijo su cuñado mirándolo enfadado. La primera
sonrisa genuina, apareció en la cara de Alex.
─¿A quién se le ha ocurrido venir armada con un cuchillo para cortar el
pan? – preguntó risueño.
Un leve rubor, cubrió el rostro de Clara ante las miradas de todos los
presentes.
Alex se acercó a su melliza dándole un apretón cariñoso. Con el mismo
afecto, volvió a abrazar a su hermana mayor, tomando el dichoso cuchillo
que aún pendía de su mano inerte.
─Creo que por muchos años que viva…jamás olvidaré a mis dos
amazonas…lanzándose contra el enemigo armadas con un…bate de beisbol
de juguete y un cuchillo para el pan – dijo con regocijo. Los demás sonrieron
ante la absurdez de la escena.
─No es de juguete…es de edición limitada – repuso Clara un poco
avergonzada.
Unas risitas masculinas, se escucharon después de ese comentario.
─Hola…como tardabais en venir…he pensado…
─¿Elena? – exclamó Alex sorprendido -¿Qué haces aquí? – estaba
alucinando. Elena llevaba en la mano un cuchillo absurdamente pequeño
aunque lo sujetaba con fuerza.
─Pensé que podía hacer falta…Raúl creo que está recobrando el sentido,
está gimiendo aunque no ha abierto los ojos – explicó completamente
ruborizada por ser el centro de todas las miradas.
─Creo que es mejor que os marchéis – dijo Alex preocupado por su
amigo – ahora llamo al número que me ha pasado Carol y supongo que en
breve vendrán a buscarlo…
─¡Alex! –gritó Elena.
Alex se volvió con la rapidez de años de disciplina bloqueando el ataque
de Santos incrustándole con fuerza el objeto que llevaba profundamente en el
cuello atravesándolo de lado a lado. Con unos gorgoteos horripilantes, Santos
estaba muerto antes de golpear con fuerza contra el suelo.
Por un momento, nadie emitió sonido alguno, estaban todos bajo la
impresión de la escena dantesca que tenían ante sus ojos.
Alex se volvió a mirarlos con un brillo ultra terrenal en los ojos. Parecían
de oro puro y emitían un fulgor que recordaba un episodio similar con su
propia madre. En pocos segundos desapareció pero quedó impreso en la
retina de todos. Estaban cambiando y no podían seguir obviando lo que
ocurría. Los poderes de cada uno de ellos, iban magnificándose.
─¡Iros ya! – dijo Alex con gravedad – una ambulancia os estará
esperando en casa y se encargaran de Raúl.
Ninguno se movió. Seguían con los ojos clavados en el cadáver que
mostraba una postura antinatural. La punta del cuchillo emergía por la parte
posterior del cuello y el charco de sangre cada vez mayor, los mantenía
hipnotizados.
-¡César! – exclamó mirando al hombre de mayor edad – llévatelos de
aquí. ¡Ya! – César clavó por un segundo la vista en aquellos ojos, asintiendo
con gravedad.
─Vámonos – dijo a los demás. Cuando todos salieron se volvió hacia
Alex – ¿Necesitas ayuda?
─Tranquilo, me las apañaré. Vete y dile a mi madre que no se preocupe.
Nos vemos en un rato.
César asintió y salió del granero sin volver la vista atrás.
Se reunió con los demás donde habían dejado los coches aparcados.
Llevar hasta allí a Raúl un rato antes, había sido una empresa nada
desdeñable, el tipo no era un peso pluma precisamente.
Se repartieron entre los dos coches, Júlia decidió ir con él en la parte
posterior, sujetando al pobre tipo que seguía inconsciente aunque a veces,
emitía algún sonido inarticulado. Los demás, se fueron en el coche de Júlia
con Sergio al volante.
Cómo dijo Alex, una ambulancia, los estaba esperando con las luces de
las sirenas apagadas, en la puerta de casa de Ana. Parecía que los que estaban
en el interior de la vivienda, ni se habían percatado. Cuando aparcaron, la
puerta principal se abrió saliendo todos en tropel al porche. Ana bajó junto
con Sara los escalones corriendo, acercándose hasta donde estaban ellos. El
equipo sanitario, ya estaban sacando a Raúl del coche y trasladándolo en una
camilla a la ambulancia.
─¡Dios mío! – exclamo Ana- ¿Qué ha pasado? ¿Dónde está Alex? – dijo
histérica buscando a su hijo con la mirada.
─Ana tranquila – dijo César sujetándola por los hombros – Alex está
bien…ahora vendrá.
─Pero…
─¡Ana! He dicho que está bien – dijo sacudiéndola con suavidad – confía
en mí – Ana lo miró angustiada pero supo que le estaba diciendo la verdad.
Asintió reprimiendo las ganas de preguntar. Después, se dijo mentalmente.
─César. ¿Estás bien querido? – preguntó Sara que se le lanzó a los brazos
enterrando la cara en su pecho – estaba muy preocupada – reconoció con los
ojos anegados de lagrimas.
─Estoy bien cariño – murmuró César contra su cabello – tranquila, todo
ha terminado – dijo levantando la cabeza y mirando a los demás allí
presentes.
─Perdonen. ¿Alguien acompañará al accidentado? – preguntó uno de los
sanitarios.
─Yo iré – dijo Júlia con firmeza – os llamaré cuando sepa algo – dijo
mirándolos pero especialmente a su hermana. Ésta asintió en muda respuesta.
En pocos minutos, la ambulancia se marchó y el nutrido grupo que estaba
en la calle, se quedaron parados viéndola desaparecer. Al poco, escucharon la
sirena. Se miraron entre ellos, sin saber muy bien qué hacer.
─Creo César que necesitas algo fuerte…para entrar en calor – dijo Gloria
rompiendo el momento de silencio. César la miró y una mueca burlona
asomó a su rostro.
─No podría estar más de acuerdo – repuso – creo que todos
agradeceríamos un buen trago – dijo mirando a Sergio. Éste abrazado a su
novia, asintió con una tibia sonrisa.
─Yo también me apunto – dijo el aludido observando las caras de
preocupación de todos los que los rodeaban.
Entraron abrazados, como una piña. Ana iba la última cerrando el sequito,
cuando se cruzó con la mirada de Álvaro que se había quedado rezagado
apoyado en el porche. El brillo acerado de sus ojos, le dijo que estaba
enfadado. Lo entendía pero la situación se había desbordado. Cuando los
escuchó llegar y al salir a la calle se encontró con una ambulancia y vio a
Raúl como lo sacaban del coche inconsciente…bueno…había sido horrible…
la angustia de no ver a su hijo…sólo esperaba que le permitiera explicarle…
─Creo que mis servicios no van a ser necesarios – dijo con su
tranquilidad habitual – así que si me perdonas, me voy – Ana vio que en el
suelo, estaba su maletín y apoyado en la baranda, el abrigo.
─Álvaro, sé que esto te parecerá surrealista pero…
─Al contrario – dijo poniéndose el abrigo con parsimonia – supongo que
otro grupo de vándalos lo han vuelto a atacar cuando iba a ver a su abuela
enferma – ni siquiera la miraba.
─Mira, se que crees que te he mentido…
─No lo creo. Lo sé – acotó con firmeza.
─Ya, pero hay una buena razón, sólo que no podía explicarte…
─Lo entiendo, nada de obligaciones, nada de condiciones, nada de
compromiso. Me ha quedado perfectamente claro – dijo asiendo su maletín –
si me perdonas – dijo bajando el primer escalón.
─Álvaro por favor…quiero decirte…
─No es necesario, lo entiendo, al parecer me ha costado, quieres una
relación sin ataduras y…lamentablemente no soy el hombre adecuado, por
supuesto asumo toda la responsabilidad por confundir lo que creí, eran
reparos propios del comienzo de una relación cuando tenias muy claro desde
el principio los límites. Acepta mis disculpas por ponerte en esa tesitura.
─No es así en serio…déjame explicarte, se que puede parecer que esta
noche…
─¡No me hables de esta noche! – dijo conteniéndose apenas – me has
mentido y no es la primera vez, hoy sólo ha sido una más. Sabías o
sospechabas que podía ser necesario y me has utilizado sin pensártelo dos
veces. Una ambulancia con el emblema de uno de los hospitales más
exclusivos, estaba esperando en la puerta de tu casa a que aparecieran un
grupo de rescate compuesto por miembros de tu familia. No sé en qué estáis
metidos y en estos momentos, no me importa – se la quedó mirando
impertérrito – creo que es mejor que dejemos pasar un tiempo, cómo tú
misma dijiste, trabajamos en el mismo sitio y posiblemente, no haya sido una
buena idea mantener una relación sentimental. Te deseo que te vaya muy
bien. Ahora si me disculpas.

Se marchó tranquilamente. Ana se dejó caer en los escalones de la


entrada, viéndolo desaparecer en la noche, la niebla había empezado a hacer
acto de presencia y la silueta del hombre, pronto quedó desdibujada. Sintió
como las lagrimas corrían por sus mejillas, el dolor que atenazaba su pecho
era insoportable. Le había hablado marcando la distancia desde un principio,
con una frialdad casi palpable, sabía que no se había portado bien pero jamás
creyó que le diría todo aquello echándole en cara sus propias palabras. Había
sido una necia. Todo era culpa suya. Se había aprovechado de su relación
tratándolo como si fuera un pelele y Álvaro podía ser muchas cosas menos
eso. Le había dado muchas oportunidades para que le explicara lo que
pasaba, sabía que estaba verdaderamente preocupado pero ella creyó que
mantenerlo en la ignorancia era la mejor manera de tener una relación con él
sin introducirlo en su muy complicada vida. Se había equivocado. No sólo le
había mentido sino que además le había ocultado ciertas cosas que sí podría
haberle explicado sin decirle todo pero como extremista nata que era, decidió
mantenerlo en la inopia. Álvaro por su parte, se mantuvo fiel a su palabra sin
presionarla, dándole el espacio que él creía, necesitaba, y ella con su
comportamiento egoísta, lo había herido. No podía hacer nada. Él tenía toda
la razón y lo peor de todo es que lo supo desde un principio. Aquella relación
no tenía futuro. Demasiados secretos los separaban. Dolía pero en su fuero
interno, sabía que era lo mejor.

Bastante rato después de que Álvaro se fuera, Sara abrió la puerta


extrañada.
─Cielo. ¿Qué haces aquí? Vas a coger una pulmonía – dijo regañándola.
Al acercarse a su amiga, vio que estaba llorando – Ana querida. ¿Qué
sucede? ¿Dónde está Álvaro?
─Se ha ido – dijo con un halito de voz.
─¿Se ha ido? – repitió intentando entender – bueno, podría haber entrado
a despedirse.
─No volverá Sara…me ha dejado claro que no soy el tipo de mujer que él
creía.
─¿Por qué ha dicho eso?
─Supongo que el numerito de esta noche le ha dado pistas – comentó
caustica – eso y que sabe que le he mentido en varias ocasiones.
Sara se sentó al lado de su amiga arropándola con sus propios brazos.
Todo cuanto había pasado esa noche, había sido una situación anómala que
desgraciadamente no era culpa de Ana pero entendía que el buen doctor, no
lo viera de la misma manera.
─Dale unos días y queda con él y le explicas lo sucedido. Dile que un mal
nacido acosaba a tú familia y los motivos por lo que había que llevarlo con
suma discreción – dijo intentando animarla – seguro que aunque ahora esté
un poco enfadado, lo entenderá. Parece un buen hombre cielo, sólo está un
poco confundido.
─No Sara. No está confundido, tiene toda la razón – susurró Ana
limpiándose las lágrimas – desde un principio era una relación destinada al
fracaso, demasiados secretos, demasiado de todo…es mejor así y desde luego
mejor ahora que de aquí a un tiempo…me repondré Sara como de tantas otras
cosas y seguiré adelante y…Álvaro – se le rompió la voz – está mejor sin mí.
Sara no estaba de acuerdo pero decidió no decirlo en voz alta. Conocía a
su amiga desde hacía mucho y sabía perfectamente lo obcecada que podía
llegar a ser cuando una idea se le metía en la cabeza. Siguiendo su mismo
consejo, le daría unos días y volvería a hablar con ella.
─Como digas cielo. Ahora vamos dentro que se me está quedando el
trasero congelado – dijo con frescura. Ayudó a su amiga del alma a
levantarse y la abrazó por la cintura para llevarla con los demás. Habría
tiempo de todo.

Álvaro llegó a su casa y lanzó el maletín contra la pared. No era un tipo


violento ni dado a salidas de tono pero la furia ciega que lo embargaba, lo
dominó. Supo desde que lo llamó que algo pasaba y cuando llegó a su casa,
esa certeza se acrecentó. Ana estuvo toda la noche mirando el teléfono móvil
y saltaba de la silla ante cualquier comentario. Los demás sabían también qué
pasaba, la tensión se podía cortar. Parecía una escena de alguna obra de teatro
donde todos sabían cuál era su papel menos él. Corrección. El suyo era el de
tonto. Lo había utilizado sin ningún tipo de reparos.
Su familia estaba metida en algo peligroso hasta las orejas y ella
imaginándose un resultado donde los servicios de un medico pudieran ser
necesarios, decidió invitarlo con la estúpida escusa de una partida de póquer.
De todos los que estaban en la cocina, ninguno llamó pidiendo los servicios
de una ambulancia y por las caras de sorpresa, asumía que había sido algo
con lo que no contaban. Con lo cual, alguien se había encargado de todos
esos detalles. El hospital al que llevaron al pobre tipo, era uno de los más
exclusivos de la ciudad, y la ambulancia en cuestión, no encendió las luces ni
la sirena hasta que no estaba a una distancia prudencial. A la policía al
parecer tampoco se le había informado. Discreción al más alto nivel. Todo
tenía un aire muy conspiratorio o como mínimo sospechoso. Se sirvió una
copa de whisky sumido en sus pensamientos. Las conclusiones a las que
estaba llegando eran por demás absurdas. Cierto que el tema del amigo de su
hijo era como mínimo peculiar pero de ahí a imaginarse algún tipo de
conspiración iba un mundo. Los desechó por absurdos. Lo único cierto es que
Sara le había mentido en varias ocasiones y le había dejado claro que no
quería nada serio, sólo amigos con ciertos derechos. Así no iban a ninguna
parte, el quería algo que sencillamente Ana o no estaba dispuesta o no quería.
Dilatarlo en el tiempo sólo acarrearía reproches, angustias innecesarias y
frustración. Dolía como nada pero con la frialdad que lo caracterizaba, sabía
que un corte limpio, era la mejor solución. La olvidaría aunque le costase la
vida. Otra cosa sería encontrársela por los pasillos, pensó con amargura
sirviéndose otro whisky.

─Entonces el problema podemos decir que está resuelto. ¿No? – dijo


Gloria con desparpajo.
─En pocas palabras, si – dijo César rellenado su vaso y sirviéndole a su
vez a Gloria otro. Esa mujer aguantaba la bebida mejor que un marinero.
─Lo cierto es que aunque hemos pasado una noche de infarto, no puedo
decir que me pese la muerte de ese cabrón – añadió Gloria con una mueca
mientras daba buena cuenta de su copa.
─Es increíble hasta dónde puede llegar la degeneración de un ser humano
– dijo Tamsim con un escalofrío.
─Estoy de acuerdo – dijo Sara – no me alegro de la muerte de nadie, ni
siquiera de un ser tan despreciable como ese pero…ver lo que le ha hecho a
ese pobre chico…es horrible.
─No quiero ser negativo – dijo Vicent – pero tenía la cara horriblemente
deformada, es muy posible que le queden secuelas.
─Esperemos que no – musitó Clara - ¿Te sigue doliendo mucho la cabeza
cariño? – preguntó preocupada a su novio.
─Me duele pero menos – dijo Sergio con una mueca – pero si no os
importa, creo que me voy a acostar un rato…cuando llame Júlia si eso me
despertáis.
─No te preocupes cielo, Clara si queréis iros a vuestra casa… - dijo Sara
preocupada.
─Como diga Sergio – comentó Clara mansamente – pero en todo caso yo
volveré hasta tener noticias de mi hermana.
─Sergio, lamento decirte que no te puedes acostar en un rato…por la
contusión y todo eso…lo siento pero deberás esperar un par de horas al
menos – dijo Ana hablando por primera vez desde que había entrado hacia ya
un buen rato.
Sergio puso mala cara al escucharla. La sonrisa de César se hizo eco en la
cara de los demás.
Habían decidido quedarse hasta tener noticias tanto de Alex como de
Júlia, pero llevaban esperando cerca de una hora y aun no habían llamado
ninguno de los dos.
En ese momento sonó el teléfono móvil de Ana. Todos dieron un
respingo al escucharlo, excepto César que seguía apoyado en la silla contra la
pared con los ojos entornados.
─Es Júlia – dijo en voz alta – dime nena. ¿Cómo está Raúl?
─En el quirófano. Tienen que extirparle el bazo – musitó Júlia al otro
lado de la línea – mamá es horrible. Tiene tantas contusiones que no parece ni
él – dijo rompiendo a llorar – al parecer también tiene varias costillas
fracturadas y ha perdido mucha sangre…
─Tranquila cielo. Ahora mismo voy para allá, no te preocupes cariño.
─No es necesario en serio puedo…
─Sí que lo es – dijo rotunda – lo que no es necesario es que estés ahí tú
sola esperando.
─Cómo quieras – dijo flojito – estoy asustada…y si le pasa algo…
─No le va a pasar nada – acotó Ana – está en buenas manos y es un
hombre joven y fuerte. Saldrá de ésta – añadió con firmeza.
─Tienes razón…estoy tan cansada que ya no sé lo que digo…
─No te preocupes, en un rato estoy ahí contigo cielo.
─Vale mamá…te quiero – murmuró.
─Y yo a ti cielo.
Colgó el teléfono y se quedó mirando a los demás.
─Tengo que ir con Júlia, está sola y preocupada. Raúl está en el
quirófano, le tiene que extirpar el bazo – dijo concisa.
Las caras de todos los presentes era un poema.
─Te acompaño – dijo Sara tan leal como siempre.
─Alguien tiene que quedarse y esperar a Alex – dijo sin dirigirse a nadie
en especial.
─Yo no pienso moverme de aquí – comentó Vicent impactado por las
noticias – tranquila.
─Nosotras también nos quedaremos, no es caso despertar a los niños a
estas horas – dijo Tamsim mirándola con cariño – dijiste que tenias sacos de
dormir así que…
─No es necesario pero si os quedáis, podéis usar mi dormitorio – ofreció
sabiendo que le quedaba por delante una larga noche.
─Si no te importa…
─Al contrario, os agradezco vuestro apoyo – dijo abarcándolas a las dos
con la mirada.
─Yo lamento decir que no estoy para muchos trotes – confesó Sergio con
una mueca.
─Tampoco es necesario que vayamos todos – dijo Ana mirando con
gratitud a su yerno.
─Pues si no te importa, yo si la acompañaré – dijo Clara a su novio. Éste
asintió.
En pocos minutos, salieron en un coche, César, Sara, Clara y Ana. Los
demás se acomodaron para pasar la noche y sólo quedaron en la cocina,
Vicent y Sergio que debido al golpe, no podía irse a dormir así que se quedó
haciendo compañía a Vicent, para esperar la llegada de su cuñado.

Una hora más tarde, Alex entró por la puerta de su casa exhausto. Había
esperado al equipo de limpieza que le había mandado Carol. Esa mujer era
increíble. Tenía unos tentáculos que llegaban hasta el mismísimo infierno.
Cuando le explicó sucintamente lo que había pasado, tomó el control con una
eficacia abrumadora. La Víbora Blanca, hacia honor a su nombre. Silenciosa
y letal. Cuando entró, se encontró a su tío dormido sobre la mesa y a su
amigo despatarrado en una silla en una postura que cuando despertara, le
pasaría factura. Se acercó a su tío y lo despertó suavemente.
─Hola… - dijo adormilado – ya estás aquí…
─Si, ya veo que todos se han ido a dormir.
─Todos no – comentó Vicent espabilándose. En unas pocas frases, le
resumió lo que había pasado.
Alex escuchó impertérrito.
─Vete a dormir tío – dijo apretándole el hombro en un gesto cariñoso.
Vicent asintió agotado y dolorido y subió con Max pegado a sus talones.
Alex por su parte, se acercó a su cuñado y lo despertó. Éste abrió los ojos un
poco desorientado y al momento se llevó las manos al cuello con una mueca.
─¿Todo bien? – preguntó con signos evidentes de dolor.
─Todo bien viejo. Vete a dormir, mañana ya hablaremos.
─Creo que me quedaré aquí…no me encuentro con ánimos de irme a mi
casa.
─Si quieres te acerco – ofreció Alex preocupado.
─No es necesario. tu madre ha dejado varios sacos de dormir en el salón
por si hacían falta…creo que voy a coger uno y me acostaré un rato.
─Me parece bien. yo creo que llamaré a mi madre…en estos momentos
no me veo con capacidad de conducir hasta el hospital – confesó con una
mueca.
─Creo que será lo mejor, habrá que ir a relevarlos para que vengan ellos a
descansar un rato.
─Supongo que tienes razón – dijo asintiendo – vete a dormir.
Sergio se marchó agotado. Alex por su parte, llamó a su madre, dejándose
caer con pesadez en una silla quitándose las botas de cualquier manera.
─Hola mama. ¿Hay novedades?
─¡Alex! ¿Estás bien cielo?
─Yo no diría tanto - dijo con una mueca de cansancio – pero estoy entero.
¿Cómo está Raúl?
─Todavía está en quirófano. Estamos aquí en la sala de espera.
─Mamá, se que va a sonar mal pero no me veo para coger en estos
momentos el coche y…
─No es necesario – acotó Ana – descansa lo que puedas, habrán muchos
días de estar aquí en el hospital. No te preocupes si hubiera alguna novedad,
te aviso.
─De acuerdo – dijo mansamente – gracias mamá…te quiero.
─Y yo a ti hijo.
Cuando colgó el teléfono, se levantó con un suspiro de cansancio y se
encaminó a la sala a dormir en uno de los sacos, estaba destrozado. La pelea
con Santos, le estaba pasando factura, tenía la ligera sospecha que tenía una
fractura en una costilla a juzgar por el dolor insoportable que tenía en el
costado. Con cuidado, se quitó la camiseta y se metió en el saco, un feo
hematoma, empezaba a verse en el zona, cuando su madre lo viera pondría el
grito en el cielo por no haberla informado, pensó, pero realmente no era algo
de mucha importancia, Raúl sin embargo, era arena de otro costal. Su amigo
había venido a ayudarlo y casi le cuesta la vida. Tenía con él una deuda de
gratitud difícil de saldar.
Con ese pensamiento, se quedó dormido casi sin darse cuenta.

─¿Cómo está doctor? – preguntó Ana al cirujano en cuanto se cerró la


puerta del pequeño despacho anexo al quirófano dónde se informaba a los
familiares de los pacientes.
─Sigue crítico y lo vamos a enviar a UCI, ha perdido mucha sangre y le
hemos hecho una esplenectomía…
─¿Una qué? – preguntó Júlia.
─Le hemos extirpado el bazo – explicó el cirujano – mantiene las
constantes pero las muchas heridas que presentaba de diferente gravedad,
pueden complicarse. Las próximas horas serán cruciales. Permanece
intubado. Con respecto al tema de la visión, creemos que se recuperará en su
totalidad pero no estaremos seguros hasta de aquí en unos días. También ha
hecho falta ponerle una placa en el antebrazo izquierdo, la fractura era
complicada. Las fracturas de varias costillas no han tocado ningún órgano
vital. De momento, no puedo decirles mucho más.
Las caras de todos, eran de angustia ante las noticias que acababan de
conocer.
─¿Podemos verlo? – preguntó Sara.
─En un rato, les avisará la enfermera pero los días que esté en UCI, las
visitas estarán restringidas a unos horarios específicos – dijo el cirujano – si
me disculpan.
─Por supuesto. Gracias doctor – dijo Ana abatida.
Salieron cabizbajos de nuevo a la sala de espera, habían pasado más de
seis horas desde que lo habían entrado a quirófano. Las noticias no eran
buenas pero al menos estaba vivo. Se sentaron en silencio a la espera de que
los volvieran a avisar para poder verlo.
─¿Alguien quiere un café? – preguntó César – las mujeres asintieron
agotadas.
─Te acompaño – dijo Júlia – necesito estirar las piernas.
Se fueron en busca de la máquina de cafés mientras las dos amigas se
quedaron apoyadas la una en la otra, intentando no quedarse dormidas.

Una semana después…

─Me ha dicho la enfermera que no quieres comer – dijo Júlia a modo de


saludo – te he traído un zumo de naranja – dijo mostrándole la botella – y mi
hermano vendrá en un rato.
Raúl la miró a través de su ojo derecho amoratado, el izquierdo seguía
tapado con un apósito. Le habían dicho que era mejor debido al derrame.
─No necesito nada – dijo desabrido.
─Bueno, si no lo quieres, seguro que mi hermano dará buena cuenta de el
– comentó Júlia con una sonrisa – ha llamado Carol y dice que seguramente
vendrá la semana que viene…
─¡No necesito que venga nadie! – exclamó de mal humor.
─Ya. Pero supongo que aunque se me escapa, parece ser que le caes bien
a algunas personas – masculló Júlia mordaz. Raúl por su parte la miró con
inquina, aunque debido a los moretones de su rostro junto a las heridas de su
boca, costaba de tomárselo en serio.
─A mí también se me escapa si me tienes en tan alta estima, porqué
sigues viniendo salvo que torturarme te produzca algún tipo sádico de placer
– susurró con desprecio.
Júlia apretó los labios al escuchar lo que era una provocación en toda
regla.
─Me has descubierto cariñito – dijo con una gran sonrisa – venir y verte
tan desvalido sin poder defenderte, me alegra el día.
─¡Bruja!
─¡Energúmeno!
─No sabéis cómo me calienta el corazón escuchar lo mucho que os
queréis – dijo Alex entrando a la habitación – después vendrán Sergio y
Clara. ¿Cómo te encuentras? – añadió escudriñando a su amigo.
─Fantástico – dijo con cinismo – en la vida he estado mejor.
─Me lo figuraba – dijo con una mueca burlona – las enfermeras están
encantadas con el despliegue de tu legendario encanto – musitó con sorna.
─¿Legendario encanto? ¿En serio? – Júlia puso cara de total asombro
llevándose una mano al pecho en una sobreactuación dirigida en exclusividad
al recalcitrante paciente – me cuesta imaginarme encanto y Raúl en la misma
frase.
─No lo intentes dulzura, es posible que te reviente el cerebro debido al
esfuerzo de pensar – ronroneó Raúl con lo más parecido a una mueca burlona
que su boca le permitió.
Aunque lo intentó, Alex no pudo evitar que se le escaparan unas risitas.
La mirada venenosa de su hermana, lo frenó en seco.
─¿Sabes que creo? – preguntó Júlia.
─No y no tengo un especial interés en saberlo – dijo Raúl con tono
aburrido.
─Qué no quieres comer sencillamente porque tu muy hinchado ego
masculino, te impide permitir que te ayuden, y si tuvieras en ese gran espacio
vacío que tienes entre las orejas, una puñetera neurona, sabrías lo muy
necesario que es para tu pronta recuperación. Pedazo de tarugo.
Y con eso, salió por la puerta sin volver la vista atrás. Alex miró divertido
la salida teatral de su muy centrada y aburrida hermana. Con las manos en los
bolsillos, se giró hacia su amigo con una sonrisa en los labios.
─Al final me vas hacer creer que debajo de toda esa animadversión, estás
encubriendo un especial interés por mi hermana – dijo en tono casual aunque
su mirada, lo desmentía.
─¡Púdrete en el infierno! – exclamó Raúl enfadado.
─Hombre, en los años que nos conocemos has tenido siempre a las
féminas corriendo detrás de ti y ahora resulta que eres incapaz de estar más
de cinco minutos en la misma habitación con mi hermana sin que salten
chispas…
─Lamento informarte que la arpía de tu hermana es insufrible – dijo
venenoso – ese y no otro es el motivo de que no la aguante.
─Seguro – arguyó Alex – por otra parte, también resulta llamativo que mi
hermana no se haya despegado de tu lado en todos estos días.
─Pregúntale a ella los motivos, en su retorcida mente seguro que existe
uno plausible – dijo incomodo. Sabía que era cierto y se le escapaba los
porqués de tanta dedicación.
─Lo haré – dijo percatándose de que su amigo se moría por preguntar
más al respecto – dicen los médicos que la semana que viene es posible que
te dejen sentar en el sillón.
─Perdóname si no salto de alegría.
─En un par de semanas te darán el alta – dijo intentando animarlo – mi
madre ha decidido que te vengas a nuestra casa a terminar de pasar la
convalecencia.
─Lo agradezco pero cuando salga de aquí, cogeré el primer avión que
salga con tanta rapidez que no veras ni mi estela.
─Lo veo complicado amigo – dijo chasqueando la lengua – no creo que
tus costillas y todo lo demás, te permitan marcharte tan deprisa.
─Sólo espera y veras – dijo Raúl empecinado.
─Por otra parte, no creo que mi madre te deje dar dos pasos sin su
supervisión – añadió ignorando sus comentarios.
─Le agradezco su interés pero es mi vida.
─Estoy de acuerdo viejo pero eso tendrás que decírselo a ella y…
convencerla – una sonrisilla lobuna, asomó a su rostro dejando ver sus
blanquísimos dientes.
Raúl por su parte, masculló algo ininteligible sobre las madres en general
y sobre una en particular ante lo cual, Alex decidió no profundizar.
─¿Qué pasó el día que me rescataste? – preguntó con gravedad. Alex
había evitado hablar del tema hasta que estuviera recuperado, al parecer Raúl,
tenía otra idea.
─Cuando dimos con la ubicación, planeamos el rescate, fuimos a buscarte
y Carol se preocupó de los detalles, y poco más – dijo sucintamente.
─¡Y una mierda! – explotó – ¿Planeamos? ¿Quiénes?
─Mi familia y yo – dijo mirándolo tranquilo, esperando la explosión que
no tardó en llegar.
─¿Quéeeeee? – exclamó incrédulo - ¡Imposible!
─Ya.
─Segarra dime la verdad o te juro que cuando pueda tenerme en pie, te
corro a golpes – amenazó con expresión tormentosa.
Alex tomó asiento en un sillón cerca de la cama y cruzando las piernas
con elegancia, se quedó mirando a su amigo con expresión serena. Al cabo,
decidió que podía aguantar saber lo que pasó.
─Gracias a Elena, que tiene una capacidad especial, dimos con tu
ubicación, la zona como ya sabes, era de difícil acceso. Aquella noche, César
y Sergio me acompañaron…la idea era que yo distraería a Santos y ellos se
encargarían de buscarte y sacarte de allí – hizo una pausa pero Raúl no abrió
la boca – cuando llegamos, nos estaba esperando. César se quedó rezagado
cubriendo nuestros pasos y mi cuñado tenía que ir hacia la entrada trasera,
pero algo lo hizo dudar y me siguió, sólo me percaté al oír un ruido y lo vi en
el suelo sin sentido. Al acercarme, me golpeó por la espalda dejándome casi
noqueado – reconoció con una mueca. Había cometido un error garrafal al
nivel de un novato, su amigo gruñó dejando claro lo qué pensaba – estaba tan
mareado, que no podía hacer uso de mi telekinesia. Cuando me iba a asestar
el golpe de gracia, aparecieron mis hermanas armadas con un cuchillo para
cortar pan y un bate de juguete y lo dejaron sin sentido – a estas alturas Raúl
estaba alucinando – claro que antes se las ingeniaron junto a César, para
sacarte de allí y ponerte a salvo. En un momento dado, Santos intentó una
última jugada que le acabó costando la vida. Después de eso, Carol se hizo
cargo mandando un equipo de limpieza y tramitando tu traslado aquí, esa
mujer es increíble.
Raúl estaba impactado. El alcance de todo lo que le había contado Alex
era más de lo que su alocada imaginación era capaz de imaginar. ¡Estaba en
deuda con una familia de locos! Desde luego el peligro al que se habían
expuesto aquellas mujeres era para quitarse el sombrero, ellos también por
supuesto, pero…tenía mucho que procesar.
─Creo que si le agradezco algo a tu hermana, al igual acaba lo que
empezó Santos – gruñó con mala cara.
─Tiene números – dijo Alex demostrando su conformidad.
─No está bien que te parezca tan divertido – masculló removiéndose con
una mueca de dolor.
─Lo sé – dijo impenitente – por eso te digo que cuando te den el alta, mi
madre tomará el mando y reconozco que tengo interés en ver cómo acaba el
asunto – dijo con una gran sonrisa – te informo que hay apuestas y vas
penosamente perdiendo.
Raúl soltó varias maldiciones en diferentes idiomas. Si su hermana lo
hubiera escuchado, se hubiese sorprendido por la soltura que demostraba.
─Hay que joderse amigo – dijo lleno de satisfacción.
─Estas disfrutando.
─No sabes cuánto – reconoció con una gran sonrisa.
─¿Cuántos saben lo que pasó?
─¿A parte de mis hermanas mi madre, mi tía Sara y su pareja, mi cuñado,
Elena, mi tío y Gloria y su mujer? Creo que nadie – le estaba costando fingir
indiferencia aunque el brillo sospechoso de sus ojos, delataba lo mucho que
estaba disfrutando.
Raúl no daba crédito a lo que estaba escuchando. ¡No lo habían publicado
porque ya no era ni noticia! Esa familia era alienígena. Cada día estaba más
seguro.
─Sabes que esto no ha salido mal por pura casualidad.
─Según mi madre, las casualidades no existen.
─¡Y una mierda no existen!
─Suponía que dirías eso – comentó encantado – claro que por otra parte,
tampoco creías en capacidades especiales y ahora sabes que existen – añadió
suavemente.
No tenía argumentos ante eso.
─¿Elena también dices que tiene capacidades especiales? – preguntó
curioso. Alex asintió mirándolo con interés – pues si consigues convencerla
antes de que salga corriendo cuando se entere de que le has mentido, al igual
hacéis una bonita pareja – comentó con malignidad – figúrate qué niños más
bonitos y mas especiales tendríais.
Alex decidió no darle gusto picando el anzuelo. Aunque tampoco estaba
en él, dejar pasar un golpe como ese.
─¿Sabes? En mi familia hay más personas con capacidades especiales, en
esencia no tendría que decirte esto pero creo que a estas alturas, puedo
confiar en ti. Así que yo que tú, tendría cuidado con quien te juegas los
cuartos…no vaya a ser que alguien te convierta en una cucaracha en un
arranque de mal genio.
La cara de Raúl no tenía precio. El ojo sano, aunque horriblemente
amoratado, se abrió ante la más absoluta sorpresa.
─Te lo estás inventando – dijo esperando que su amigo lo confirmase.
Éste por su parte, se levantó con parsimonia y decidió que le iría bien cocerse
en su propia salsa.
─Si tú lo dices – comentó de manera casual – tengo que marcharme…
─¡Alex! – rugió - ¡Maldito hijo de puta! Dime que no es cierto – Alex
estaba con la mano en el picaporte y una sonrisa pirata en el rostro.
─Tendrás que averiguarlo tú mismo – dijo con desparpajo – nos vemos
amigo – al salir, escuchó cómo algo se estrellaba contra la puerta. Una
sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro. Su amigo estaba recuperándose y
eso lo hacía inmensamente feliz.
CAPÍTULO IX

─¿Cuándo dices que le dan el alta a Raúl? – preguntó Sara sorbiendo su


café.
─Mañana si no hay problemas – dijo Ana frunciendo el ceño.
─¿Por qué pones esa cara?
─Porque parece un oso con dolor de muelas – contestó suspirando – eso
sin contar que en cierto modo es como si los chicos hubieran vuelto a una
segunda adolescencia, al menos por lo que respecta a Júlia.
─¿Tan mal se llevan? – Ana asintió con efusividad.
─ Estas últimas semanas han sido de órdago. En cuanto están en la misma
habitación o te metes por medio o se matan. Sin medias tintas.
Sara se quedó pensativa por unos momentos.
─¿Qué estas pensando? – preguntó Ana conociendo a su amiga.
─Que no es normal que se tengan tanta tirria a no ser…
─¿A no ser qué?
─A no ser que todo eso esté enmascarando sentimientos de otra índole…
─Si estas pensando en hacer de casamentera, ya te auguro que fracasaras
y encima la liaras parda.
─No lo tengo tan claro – dijo meditabunda – en todo caso cuando los vea,
ya te diré.
─No suelen estar mucho rato en la misma estancia así que tendrás suerte
si los ves cómo tú dices.
─Ummmhhh. Me reservo mi opinión hasta entonces – contestó sin
comprometerse – cambiando de tema. ¿Qué sabes de Álvaro?
─Nada.
─Bueno querida, algo sabrás habida cuenta de que trabajáis en el mismo
hospital – insistió Sara observando a su amiga con interés.
─Lo cierto es que no – dijo sucinta – no trabajamos en el mismo servicio
y tengo compañeros a los que veo de tanto en tanto, así que es fácil que no lo
vea – claro que además hacia todo lo posible por no cruzárselo.
─Claro por supuesto – dijo Sara restándole importancia – entiendo de que
no se ha puesto en contacto contigo para nada – aventuró.
─Entiendes bien – empezaba a ponerse nerviosa – Sara no quiero hablar
de él. Decidió salir de mi vida y asumo toda la responsabilidad pero ahora
con el conocimiento que me da la distancia, reconozco que estoy un poco
decepcionada por lo que estoy aun más convencida si cabe, en que fue la
mejor opción.
─¿Por qué dices eso cielo? – preguntó sinceramente preocupada por la
amargura que destilaba su amiga. Ana no era así.
─Porque no ha luchado Sara – soltó con gesto contrito – me dijo en
numerosas ocasiones que me lanzara que él estaría esperándome, que yo era
especial pero en el fondo y aunque reconozco que no hice las cosas bien, se
marchó sin volver la vista atrás…sencillamente salió de mi vida.
Sara entendía lo que estaba contando su amiga. Pocas cosas
decepcionaban más a una mujer, que saber que no se la valoraba lo suficiente
como para luchar por ella.

─Ana cielo…hay hombres que viven las mentiras aunque sean con las
mejores intenciones, como una traición…tú no sabes qué experiencias de
vida han condicionado a Álvaro pero sí sabes que todos somos las sumas de
nuestras vivencias – dijo Sara haciendo gala de su inestimable sabiduría.
─Me da igual – dijo Ana con tozudez – si de verdad quieres algo, luchas
por ello y si no es que no merece la pena.
─También es posible que esperara un movimiento por tu parte – musitó
intentando que no se cerrara en banda.
─Me deseó que me fuera bien – dijo con emoción contenida – no me dejó
explicarme aunque después me hubiese mandado a paseo, no necesito a un
hombre en estos momentos de mi vida que ante el primer obstáculo sale
corriendo.
─Si tú lo dices pero creo que al igual te estás equivocando…
─Para nada. te digo que es mejor así, imagínate su cara si se enterase de
todo, saldría corriendo horrorizado…Sara si hubiese llegado ese momento,
creo que me…en fin, no tiene caso hablar sobre el tema – dijo resuelta
aunque un rictus de tensión, marcaba pequeñas arrugas alrededor de sus ojos
– está fuera de mi vida y es lo mejor.
─Como digas cielo – dijo Sara, notando el malestar de su amiga –
también quería decirte que Gloria me ha llamado, se casan el próximo viernes
en el juzgado de paz – añadió encantada.
─Me alegro mucho nena. ¿Qué rápido no? – inquirió con cierta sorpresa.
─La verdad es que si pero al parecer las fechas más problemáticas son a
partir de primavera y eso me lleva a la siguiente cuestión. ¿Clara y Sergio han
decidido por fin la fecha?
─La verdad es que creo que no – murmuró – esta semana querían ir a
informarse con el párroco pero no sé mucho más.
─Pues si quieren casarse en apenas cuatro meses, te digo que van tarde,
un amigo de César tiene un restaurante con unos preciosos jardines y
podríamos ir a hablar con él pero tenemos primero que tener la fecha
concreta.
Ana suspiró cansada. La boda de su hija pequeña iba a ser todo un
acontecimiento pero les iba a llevar de calle a toda la familia.
─Sara habla con ella si no te importa – pidió agobiada – a ti te hace más
caso.
─Ya lo tenía pensado – contestó Sara haciendo una mueca – además
tenemos que ir a mirar vestidos y todo lo demás. Esa niña tiene que ponerse
las pilas.
─Pues acuerda con ella qué día vamos y me dices algo.
─Perfecto. Bueno querida, me tengo que marchar, César llegará en breve
y tenemos que ir a hacer algunas compras.
Se levantaron de la mesa de la cocina y Ana acompañó a su amiga hasta
la puerta.
─Por cierto. ¿Cuándo te traen los muebles? Dijeron a mediados de mes y
estamos a finales.
─Creo que esta semana – dijo esperando que fuese cierto. Llevaban dos
meses sin muebles en el salón.
─Ya me dirás.
Sara se marchó y Ana se dirigió a la cocina a recoger y preparar la cena.
Hablar de Álvaro sólo la había hecho pensar más si cabía en él. Aunque ahora
le parecía absurdo todo el tema relacionado con las normas que se había
empecinado en poner, lo cierto es que se había llegado a imaginar que podían
tener un futuro, incluso se había planteado contarle todo lo relacionado con
su familia más adelante pero al final no había hecho falta que se exprimiera
tanto el cerebro pensando. Él había tomado la decisión por los dos. De eso
hacía más de tres semanas. Ahora sentía vergüenza de imaginarse
encontrárselo después de haber compartido relaciones intimas. Siempre supo
que esa posibilidad podía existir pero ahora que realmente tenía que
enfrentase a ella, le sobrepasaba. Reconocía que le faltaba experiencia para
conducirse con normalidad, no era sofisticada ni tenía soltura en esos
menesteres. Suspirando intentó despejar la mente y olvidarse del tema. Se
distrajo haciendo quehaceres rutinarios pero una parte de ella, no dejó de
pensar en como se comportaría cuando se lo encontrara la primera vez. Era
horrible saber que había significado tan poco.
Sara se marchó dándole vueltas a la conversación que había mantenido
con su amiga. Sabía que había quedado tocada después de que Álvaro se
marchó sin más. Entendía el punto de vista de Ana. Aunque reconocía que
había cometido errores, en cierto modo no le perdonaba a Álvaro, la
pasividad de la que había hecho gala. Era comprensible. Ana era apasionada
para todo. Quería a su familia con todas las fibras de su ser, luchaba con todo
lo que tenía sin flaquear. En los últimos tiempos, había renacido su espíritu
combativo con más fuerza si cabía. Se había sobrepuesto a los miedos que
habían condicionado su vida y ahora era más guerrera. Para ella, el hecho de
que no mostrara deseo de luchar, que no se hubiera enfurecido, equivalía a
que no la valoraba y por consiguiente no la quería. Con Ana las cosas eran
blancas o negras, sin medias tintas. No sólo la había abandonado, había
herido su orgullo restándole confianza cuando empezaba a probar sus alas.
Estaba meditando una idea, lo hablaría con César pero empezaba a tener
claro que una conversación con Álvaro, era necesaria, y conociendo como
conocía a su amiga, si de verdad quería formar parte de su vida, le iba a hacer
sudar sangre. Por su parte si llegaba a la conclusión después de hablar con él
de que no la merecía, no interferiría. Ana ya había tenido su cuota de
infelicidad para siete vidas. Con las ideas más claras y después de haber
tomado una decisión, se sintió mucho mejor.

─Bueno Raúl, ya estás en casa, bienvenido hijo – dijo Ana con una gran
sonrisa – me han llamado los de la tienda de muebles y mañana los traerán así
estarás más cómodo.
─Gracias Ana pero no estaré el suficiente tiempo, en pocos días me
marcho a mi país – dijo seco, sentándose con cierta dificultad en una de las
sillas de la cocina.
─Bueno, pero esos días, estarás mejor – insistió empecinada - ¿Tienes
hambre?
─He comido en el hospital antes de que me dieran el alta – explicó con
gesto serio.
─Bien. pues si quieres subir a descansar un rato, Alex te enseñará tu
dormitorio – dijo solicita.
─No tengo ganas de ver una cama en mucho tiempo – dijo desabrido.
Ana decidió que ese muchacho necesitaba un par de sopapos.
─Raúl cielo, creo que por alguna razón que no alcanzo a comprender,
crees que tienes derecho a descargar tu mal humor sobre nosotros, cosa que
no es así, te sugiero que subas a descansar o a lavarte la cara para despejarte
pero cuando bajes espero que hayas recobrado los buenos modales que estoy
segura, tu madre te enseñó porque de lo contrario es posible que ceda a la
tentación de darte un buen pescozón. ¿Me he explicado con claridad?
Un silencio ensordecedor, siguió al rapapolvo. Incluso Alex que estaba de
pie en la entrada de la puerta de la cocina, levantó las cejas en un gesto
sorpresivo.
─Lamento mis malos modales – dijo con voz ronca – creo que subiré a
descansar un rato. Si me disculpa – se levantó despacio y con la espalda
rígida, salió de la cocina en dirección a las escaleras. Alex se quedó sin saber
muy bien qué hacer.
─Acompáñalo – ordenó Ana cosa que su hijo hizo sin rechistar.
Cuando salieron los dos hombres como dos castillos, Ana sonrió
cabeceando. Al parecer su tono de voz de madre, seguía funcionado.
Decidió preparar una buena cena y un bizcocho de postre, para celebrar
que Raúl estaba en casa. Ese muchacho había sufrido lo indecible por ayudar
a su hijo. La deuda de gratitud por su parte, no se saldaría jamás. Le había
cogido cariño pero de ahí a que le permitiera protagonizar una rabieta, iba un
mundo.

─Esto viejo…siento lo de mi madre…


─No te preocupes, no le faltaba razón – reconoció con elegancia –
últimamente estoy de un humor de perros. Tu madre sólo ha dicho en voz alta
lo que la mayoría piensan.
Alex no le quitó la razón porque era cierto hasta en las comas. Raúl
estaba recostado en la cama con un brazo cubriendo los ojos. Estaba mejor
pero le quedaba un largo camino hasta que se repusiera al cien por cien.
─Ya. Pero no es la mejor bienvenida. Hablaré con ella – prometió.
─No le digas nada, no tiene importancia – masculló cansado – de todas
formas te adelanto que en cuanto pueda me marcho. Eso es inamovible.
─Lo entiendo amigo. Pero date unos días para recobrar fuerzas – los
hematomas habían casi desaparecido pero aun tenía marcas en el rostro y el
brazo lo llevaba en cabestrillo y enyesado. El derrame del ojo que tanto había
preocupado a los médicos, había casi desaparecido y al parecer sin dejar
secuelas y las costillas, aunque las llevaba vendadas, estaba casi curadas.
─¿Necesitas ayuda para cambiarte de ropa? – preguntó preocupado – y no
me vengas con chorradas – advirtió.
Una risa bronca, brotó de la garganta de Raúl, levantó la cabeza para
mirar a su amigo.
─Puedo sólo viejo – dijo con la primera sonrisa sincera que veía en
mucho tiempo – en caso contrario, prometo llamarte.
─Como digas. Pues te dejo un rato – en la puerta dudó por un momento –
Raúl…mi madre te tiene afecto sincero, aunque no lo creas, te trata como a
un hijo…
─¡Vete ya! – dijo lanzándole la almohada – tu madre es una gran mujer,
deja de preocuparte – una sonrisa iluminó el rostro de Alex cerrando la
puerta.
Cuando se quedó sólo. Soltó un suspiro doloroso. Había sentido un
latigazo en el costado por el simple hecho de lanzar una maldita almohada.
Impresiónate. Lo que le había dicho a su amigo era cierto, entendía lo que
había pasado en la cocina. Se lo había buscado y se lo merecía. Pero sentirse
tan inútil iba a contrapelo de su naturaleza. Y el no saber si quedaría su brazo
como antes, era algo que le quitaba el sueño. Necesitaba ir a su casa, a su
refugio en las montañas y desconectar de todo. Pero el saber que de momento
estaba impedido para hacerlo, era algo que lo enervaba. Carol había hecho un
viaje relámpago la semana anterior y le aseguró que en el peor de los casos,
seguiría teniendo un puesto en su equipo a otro nivel. Necesitaba hombres
como él para instruir a los demás y para gestionar los diversos equipos que
andaban repartidos por medio mundo. No se había planteado todavía retirarse
de la primera línea. Tenía mucho en qué pensar. Con un suspiro de pura
frustración, cerró los ojos. Escuchó ruidos en la habitación de al lado.
Agudizó el oído. Una mueca cinceló su bella boca. Era la arpía. No se
soportaban y vivir los próximos días bajo el mismo techo iba a ser
complicado en el mejor de los casos. Aun le rondaba por la cabeza lo que le
había dicho Alex sobre que más miembros de su familia tenían poderes
especiales. Claro que por otra parte, no le extrañaría verla aparecer volando
sobre una escoba. Una sonrisa cínica asomó a su rostro. Aquella mujer era
una bruja de primera categoría. Con humor negro, pensó, que por lo menos
no se aburriría. Otra cosa era si lo empujaría a cometer un asesinato.

Aquella noche, la cocina de casa de Ana, estaba concurrida, se habían


sumado a la cena, Sergio y Clara, contando a sus dos otros hijos, a su
hermano y al invitado, hacían un nutrido grupo.
La cena transcurrió sin grandes sobresaltos. En un par de ocasiones
estuvo tentada de recoger los cuchillos pero entre unos y otros, pudieron
reconducir la situación y la cosa no transcendió a más. Sara no podría estar
más equivocada, pensó, le había fallado su instinto femenino como ella lo
llamaba. Esos dos se odiaban con virulencia. Ella por su parte tenía la
esperanza que durante los días que estuviera Raúl en su casa, limaran
asperezas y aunque no llegaran a ser amigos, al menos se tolerasen.
─Entonces dices que en cuanto te lo permita el médico, te marchas a casa
– comentó Clara a Raúl.
─Efectivamente. Con todos mis respetos – dijo mirando a la madre de su
amigo – tengo la necesidad de perderme en las montañas y buscar la paz
mental – una rápida mirada por parte de Ana hacia su hija mayor, cortó el
comentario que pugnaba por salir, haciendo que ésta apretara los labios
contrariada. Raúl se percató y no pudo evitar que una sonrisilla, asomara a su
rostro.
─Es entendible – dijo Sergio – a mí también me pasaría. De todas
maneras, queremos que sepas que estas invitado a nuestra boda, nos
sentiríamos muy honrado si aceptaras.
Raúl se quedó por un momento sin saber qué decir. No se lo esperaba.
Los rostros de todos los presentes a excepción de uno, decían lo mucho que
les alegraría que aceptase.
─Exactamente. ¿Para cuándo es?
─El nueve de junio – dijeron los novios al unísono, cosa que les hizo
mucha gracia.
─¿El nueve de junio? – exclamó Ana – no habíais dicho nada.
─Esta tarde nos lo ha confirmado el párroco – explicó Clara feliz.
Por un momento, las felicitaciones, coparon la conversación. La alegría
generalizada reinaba en el ambiente.
─¿Dónde pensáis ir de viaje de novios? – preguntó Raúl con curiosidad.
─En un principio teníamos pensado escaparnos una semana al Caribe
pero irá en función de las fechas concretas para ir a Egipto – Raúl enarcó una
ceja con sorpresa.
─¿Vais a ir también a Egipto? – hubo un cambio sutil en todos los
presentes.
─Nena si queréis ir al Caribe iros, lo demás puede esperar – dijo su
madre.
─¿Lo demás? – volvió a preguntar Raúl.
─Es que tenemos pensado hacer unas vacaciones familiares y nos vamos
todos juntos – explicó Alex, restándole importancia.
─Ya veremos – dijo Clara no muy convencida – si al final podemos todos
cuadrar las vacaciones en las mismas fechas, entonces sí que iremos al Caribe
pero si sólo coincidimos una semana, pospondremos la luna de miel para
después.
─Entiendo que ese viaje familiar es importante – comentó Raúl atento.
─No sabes cuánto – soltó Clara con ironía. Un movimiento por debajo de
la mesa, le dijo que alguien había recibido una patada de advertencia. Clara
se volvió ceñuda a mirar a su hermana, aunque ésta la ignoró. La curiosidad
de Raúl se acicateó. Le estaban ocultando algo.
─En todo caso, lo que queríamos decirte, es que contamos contigo – dijo
Sergio con sinceridad.
─Me siento alagado pero no puedo confirmaros si podré asistir – contestó
sin comprometerse.
─Lo entendemos – repuso Ana cordial – aunque quiero que sepas que
ésta es tu casa y eres bienvenido siempre que quieras.
Raúl agradeció la amabilidad de Ana y pronto pasaron a otros temas. La
noche pasó sin incidencias y ya mucho más tarde, Alex y Raúl, salieron a dar
una pequeña vuelta con Max para que hiciera sus cosas, compartiendo un rato
de tranquilidad imposible en aquella casa.
─No me habías dicho que planeabais ir a Egipto – dijo casual.
─Bueno…es algo que hemos decidido hace poco – dijo sin faltar a la
verdad.
─Entiendo que es un viaje de placer – aventuró mirándolo con fijeza.
─Algo así – comentó Alex evasivo.
Siguieron caminando un rato en silencio.
─Alex, dime que no estáis buscando problemas.
─No entiendo porqué has llegado a esa conclusión si sólo hemos dicho
que nos vamos de vacaciones familiares. Raúl en serio, creo que el que tienes
un problema eres tú – contestó un tanto a la defensiva. Si antes sólo lo
sospechaba, ahora empezaba a estar seguro de que había algo más en todo
aquel asunto.
─Porque al parecer, atraéis los problemas como imanes – dijo mordaz – y
porque mi instinto, me dice que hay más de lo que me estás diciendo.
─Pues tu instinto como tú dices, te está fallando – dijo Alex frunciendo el
ceño – creo viejo, que a eso se le llama deformación profesional – un gruñido
por parte de Raúl, le dijo lo que pensaba al respecto.
─Si tú lo dices – musitó no muy convencido – pero si te metes en algún
otro problema, no pienso ir a salvarte el trasero – añadió con expresión torva.
─Tranquilo viejo – dijo con una sonrisa – total, lo único que puede
pasarnos es que nos perdamos en el desierto, nos topemos con una panda de
guerrilleros, nos secuestren y al final encontremos un tesoro que será el
hallazgo del siglo…poco más.
─Conociéndoos no me extrañaría nada, al menos la primera parte – dijo
con una mueca.
Alex por su parte se echó a reír con ganas mirando la cara de su amigo.
─Anda, regresemos no vayas a coger encima una pulmonía – dijo
divertido.
Gloria estaba de los nervios.
Se casaban en apenas una hora y Tamsim había salido a no sé qué cosa de
último momento y aún no había vuelto. “Cariño estaré de vuelta antes de que
te des cuenta”. Eso le había dicho. Los niños estaba vestidos y arreglados, la
familia y las chicas de la asociación se suponía que en breve llegarían al
ayuntamiento donde las casaría el juez de paz. Le habían llegado
innumerables mensajes de todo el mundo diciéndole las tonterías normales y
todos coincidían en que no se pusiera nerviosa. Una hora atrás, se reía cuando
lo leía pero en aquellos momentos, estaba a un tris de colgarse de la lámpara.
Volvió a mirar el reloj. Tendría que salir en apenas un cuarto de hora y
Tamsim seguía sin dar señales de vida. Intentó contactar de nuevo con su
mujer y volvió a saltar el maldito contestador. Empezaba a estar preocupada.
El sonido del timbre, la sobresaltó.
─Hola preciosa – dijo César guapísimo con un traje gris humo – su
carruaje la espera – comentó con una reverencia.
─César, Tamsim no aparece y no la localizo – dijo dejando ver la
angustia que la embargaba.
─Creo que no tienes de qué preocuparte, al parecer se le ha hecho tarde y
ha llamado a Sara para decirle que ya se va directamente al ayuntamiento –
explicó sin perder la sonrisa.
Gloria se enfadó al escuchar que había llamado a Sara y a ella que le
partiera un rayo.
─Me parece que empezamos mal – auguró con mala cara – aun no me he
casado y ya me está amargando la existencia – César soltó una risotada. Esa
mujer era increíble.
─Venga, no le des más vueltas, vámonos o llegaremos tarde – apremió
llamando a los niños.
Subieron al vehículo todos primorosamente vestidos. Lucas llevaba un
trajecito que lo hacía parecer un hombre en miniatura y María un vestido azul
muy claro, con varias capas en torno a la falda con un enorme lazo en un tono
un poco más oscuro y unos zapatos de charol que la hacía parecer una
princesita de cuento. Gloria por su parte, iba ataviada con un traje chaqueta
en tonos beige de un corte exquisito y una orquídea natural prendida en la
solapa, el cabello recogido en un intrincado moño con unas pequeñas flores
en los mismos tonos, completaban un conjunto elegante y a la vez sensual y
por supuesto, unos zapatos a conjunto con altísimos tacones. César la observó
con apreciación masculina. Era una mujer muy guapa y con mucho carisma.
Llegaron en apenas diez minutos. Gloria estaba nerviosa. Miró por la
ventana, mientras se acercaban pero no veía por ninguna parte a su
compañera. En la puerta del ayuntamiento, estaban todos los invitados pero
de Tamsim, ni rastro. Un nudo se le empezó a formar a la altura del
estómago. César se bajó raudo y la ayudo a bajar con galantería. Ella apenas
le sonrió, seguía mirando a su alrededor, nerviosa. Vio a Sara acercarse con
una gran sonrisa en la cara.
─¡Estas guapísima querida! – exclamó encantada.
─¿Dónde está Tamsim?
─¿Tamsim? – preguntó extrañada – bueno…se supone qué venía
contigo…
Gloria se paró en seco.
─Se supone que estaba contigo – siseó. Una sonrisa de puro regocijo
asomó en el semblante de Sara.
─Tranquila cielo. Es broma…te espera dentro – Gloria se mordió la
lengua para no decir lo qué pensaba. No le encontró la gracia por ninguna
parte. La miró con pura inquina aunque Sara se rió impenitente.
Estaban todos. Se fueron apartando poco a poco, abriéndole un pasillo.
César se colocó a su lado ofreciéndole el brazo. Por un momento se lo quedó
mirando sorprendida. Lo tomó del brazo y empezaron a andar poco a poco
hacia el salón de actos donde se llevaría a cabo la ceremonia. Al entrar,
guirnaldas de flores, adornaban el pasillo central, el suelo, estaba salpicado de
pétalos de flores y al fondo…la esperaba Tamsim con un precioso vestido en
tono crema con una caída espectacular, llevaba el cabello en un semirecogido
con una pequeña corona de flores…detrás de ella, un coro de góspel al
completo, empezó a cantar en cuanto la vieron aparecer. Al lado de Tamsim,
estaban sus dos pequeños, María portaba una cesta llena de pétalos y Lucas
un cojín precioso con los anillos.
¿Cuándo habían pasado por su lado? La sonrisa de sus hijos, le calentaron
el alma. Los invitados fueron entrando detrás de ella y fueron tomando
asiento, mientras el juez de paz la esperaba con una sonrisa de bienvenida.
Fue una ceremonia preciosa. Al final se vieron más de una lágrima. Los
niños estaban encantados, no se habían olvidado de ellos y fueron también
protagonistas en la boda de sus madres. El coro de góspel, consiguió que
personas que no estaban invitadas, asomaran la cabeza al salón por la
maravilla que traspasaba las puertas. El juez dio un discurso precioso pero lo
memorable, fue cuando Tamsim tomó la palabra y leyó un escrito delante de
todos, mirando a su mujer con el profundo amor que le tenía, reflejado en sus
ojos.
“…y entonces te vi y mi mundo cambió…te amo con toda mi alma y te
admiro no sólo por quién eres…si no por quién soy yo cuando estoy
contigo…te querré más allá de nuestro tiempo…mi alma buscará tu alma…
unidas para toda la eternidad…en dos mitades de un todo…jamás una
palabra significó tanto…te amo…”
La hizo llorar. Juró que nada conseguiría hacerla derramar ni una sola
lágrima. Pero la muy maldita le tocó la fibra y el mundo se desplazó de su
eje.
Se besaron con dulzura, mientras todo el mundo prorrumpía en aplausos.
Salieron cogidas de la mano, arrulladas por las voces del coro mientras que
los presentes, acompañaban con palmas el ritmo musical…fue una boda
perfecta.
Por supuesto, acabaron todos en Don Giovanni. Habían reservado un
salón privado para todos los comensales, eran un grupo numeroso, más de lo
que pensaron en un principio. Entre las chicas de la asociación, algunas
voluntarias que después de muchos años, se habían convertido en amigas, el
equipo de profesionales de psicólogas y asistentes sociales y la nueva familia
que se habían adoptado mutuamente, eran casi unos cincuenta.
El almuerzo fue una fiesta de principio a fin.
Las bromas se sucedían y las risas fáciles, coreaban cualquier ocurrencia.
La felicidad reinaba por doquier, el amor verdadero no entendía de género,
iba más allá del cuerpo físico...cruzando fronteras impuestas por el hombre y
llegando sólo donde reina el corazón…en aquel salón, se estaba haciendo un
brindis a la vida y los allí reunidos, eran unos privilegiados por ello.

Mucho más tarde, cuando la fiesta ya decaía, Gloria y César se miraron,


entendiendo que había llegado el momento. Gloria se levantó para hablar con
uno de los camareros, mientras su mujer la miraba extrañada. Las luces de la
sala se atenuaron y el ruido ambiental, fue decayendo mirándose los unos a
los otros sin saber qué pasaba. De pronto un foco iluminó a Sara, mientras un
bolero empezó a sonar…si tú me dices ven…
César se acercó despacio a Sara con una sonrisa misteriosa en el rostro.
Cuando llegó hasta donde estaba sentada, se arrodilló delante de ella
haciendo oídos sordos a las exclamaciones de placer que inundaron la sala.
La cara de la mujer no tenía precio.
─Sara ¿me harías el inmenso honor de convertirte en mí esposa? – dijo
con voz de barítono.
Sara no podía hablar.
─Estoy total y absolutamente enamorado de ti…te necesito más que
respirar – sacó una cajita con un precioso anillo con un gran diamante – dime
que si y me harás el hombre más feliz de la tierra – Sara no era capaz de
hacer nada salvo mirar de hito en hito, el anillo y al hombre que seguía
postrado a sus pies. Silenciosas lagrimas, empezaron a rodar por sus mejillas.
─César…yo…te quiero y… ¡Sí! Me casaré contigo…
Con un aullido, César se levantó del suelo alzándola en el proceso y
empezó a dar vueltas con ella en el centro del salón entre vítores y aplausos,
besándola con pasión.
Tamsim estaba emocionada ante aquella escena. Supo que lo habían
planeado entre su flamante esposa y el ahora prometido de Sara. Habían
esperado hasta casi el final de la celebración para no quitarles el
protagonismo pero con aquella explosión de felicidad, habían puesto el
broche de oro al mejor día de su vida. Iba a reventar de felicidad.
Ana lloraba a moco tendido. Se acercó a su amiga del alma y se abrazaron
entre risas. Los silbidos de más de uno de los presentes, junto con más
aplausos y felicitaciones a la nueva pareja, seguían llenando la sala.
─¡Estáis todos invitados! – gritó César pletórico – más gritos y aplausos
prorrumpieron levantando a todo el mundo de sus asientos uniéndose a los
futuros novios.

─Tengo que decir que ha sido una de las bodas más especiales a las que
he asistido – dijo Raúl sentado en el cómodo sofá del salón de casa de Ana.
─¿A cuántas bodas has ido? – preguntó Alex burlón.
─A unas pocas – contestó sonriendo – tengo familia. ¿Sabes? – unas
risitas ahogadas por parte de Alex, fueron la respuesta a su comentario.
─Mamá, no recordaba lo que era sentarme en un sofá – reconoció
estirando las piernas.
─Estoy con Alex – dijo Júlia – han tardado lo suyo pero reconozco que
son preciosos – dijo haciendo referencia a los muebles que adornaban el
salón.
─Cuando vine el primer día, no me podía creer que no tuviera ni un triste
sillón – dijo Vicent acomodado en un confortable sillón parecido al que tenía
en la cocina pero infinitamente mejor.
─Tengo que reconocer que las cortinas son una maravilla – dijo Clara – y
eso que tú pensabas que tía Sara no tenía gusto – dijo Clara mirando a su
madre con toda intención, recordando cierto día en particular y las peripecias
para conseguir la tarjeta de visita de César.
─Lo cierto es que es verdad – reconoció Ana admirando su flamante y
nuevo salón – cuando los vi ayer aparecer por la puerta – dijo refiriéndose a
los transportistas – casi me pongo a llorar de emoción – las risas de su
familia, corearon su comentario.
─¿Sabéis para cuando tienen pensado casarse? – preguntó Sergio
cogiendo un cojín para ponerse más cómodo.
─Ni idea – dijo Ana – me ha cogido totalmente por sorpresa – miró a sus
hijos sospechosa - ¿Alguno de vosotros sabíais algo? – Clara sonrió con un
brillo especial en la mirada.
─Culpable - dijo con una gran sonrisa – César me lo comentó el otro día
pero me hizo jurar que no diría nada – explicó esperando que lo entendieran.
─Hombre pues me parece mal, yo soy su mejor amiga y por consiguiente
me lo tendría que haber dicho a mí – dijo un poco molesta.
─Venga mamá. César sabe que has estado muy liada últimamente y no
quería crearte más ansiedad…eso y que yo le dije que entre vosotras no
habían secretos con lo cual era factible que tía Sara te sonsacara algo o
empezara a sospechar – las miradas de los demás junto con las risitas de
complicidad, le obligaron a reconocer que era cierto.
─Bueno, me da igual – reconoció – sigo estando feliz por cómo ha
acabado todo. Ha sido un día fantástico y con un gran final.
─Eso es cierto – dijo Júlia con un suspiro – ha sido tan romántico…
Raúl enarcó una ceja al escuchar el tono ensoñador. Decidió enterrar el
hacha de guerra por un día pero le costó lo suyo reprimirse.
─Estoy de acuerdo – dijo Clara – César es un gran tipo y me alegro de
que ahora forme parte de la familia oficialmente.
─Bien…chicos, aunque mis maravillosos sofás son muy cómodos, se me
están cerrando los ojos, así que si no os importa, me voy a dormir – dijo Ana
poniéndose de pie – buenas noches.
─Yo también me voy – dijo Vicent agotado – aunque ha sido un gran día,
reconozco que estoy exhausto. Buenas noches – Ana abrazó a su hermano de
la cintura y salieron juntos del salón.
─Pues creo que nosotros también nos vamos. Yo trabajo mañana – dijo
Clara haciendo una mueca – no tengo la suerte de otros de tener fiesta los
fines de semana.
─Pues sí que es una pena – dijo su novio bromeando – pero no te
preocupes, Troy y yo te estaremos esperando, tirados en el sofá mientras tú
levantas al país.
Clara le lanzó un cojín a modo de respuesta pero lo único que consiguió
fue hacerlo reír con más ganas. Al final también se despidieron y se fueron
entre abrazos y risas.
─Esos dos no son capaces de tomarse nada en serio – comentó Alex
sonriendo.
─Pero son felices – dijo Júlia – al final es lo único que importa – añadió
con expresión soñadora.
─¿Quién eres y que has hecho con Júlia? – dijo Raúl con una sonrisa
malévola.
─¿Sabes qué? Eres tan cínico que no reconocerías el amor ni aunque se
plantara delante de tus narices. Espero que un día alguien te ponga de rodillas
– dijo con los brazos en jarras delante de él mirándole con absoluto
desprecio.
─Antes nevará en el infierno – musitó mordaz.
─Eres insoportable.
─Reconoce que en el fondo estas encariñada conmigo. Te sentirás mejor
después – apostilló Raúl con ironía.
─Te quiero tanto como a un dolor de muelas – dijo desabrida – eres el ser
más insoportable de la creación – una sonrisa malévola, asomó al rostro del
hombre.
─Y eso lo dice la mayor bruja de todos los tiempos – atacó disfrutando de
verla echar humo.
─Chicos, chicos…me encanta ver lo mucho qué os queréis pero sí
mancháis los muebles nuevos de mamá cuando empecéis a despedazaros, es
posible que se enfade – saltó Alex cuando su hermana estaba a punto de
contestar y a juzgar por el brillo asesino de sus ojos, con intenciones nada
inocentes – propongo irnos a dormir, mañana será otro día.
Júlia se los quedó mirando a los dos, haciendo verdadero esfuerzos por
controlarse, mientras que Raúl, seguía sentado con aspecto relajado y una
estúpida sonrisa en el rostro.
─Creo qué haré exactamente eso – dijo seca – y tú, espero que te muerdas
y te envenenes – soltó saliendo muy digna. Las risas de los dos hombres, la
acompañaron hasta que salió del salón.
─¿Exactamente qué significa eso último qué me ha dicho? – preguntó
Raúl con interés. Alex miro a su amigo divertido.
─Es una expresión muy nuestra. Hace referencia a que si te muerdes la
lengua…
─Entiendo – contestó pensando en la recalcitrante y odiosa mujer que
acababa de marcharse.
─La has provocado a conciencia y por demás, de manera gratuita –
apuntó Alex mirando a su amigo – creo que disfrutas haciéndola saltar.
Háztelo mirar viejo.
─Reconozco que saca lo peor de mi – reconoció burlón – pero te aseguro
que ella me provoca en más ocasiones de las que te imaginas, sólo que no la
ves.
─Si tú lo dices – contestó Alex no muy seguro – Júlia es la mujer más
dulce y tranquila que…
Las carcajadas de Raúl sonaron por todo el salón.
─Alex es tu hermana y entiendo que la quieras pero no podrías estar más
equivocado ni aunque te lo propusieras – dijo limpiándose los ojos a causa de
la risa – tengo entendido que su novio de toda la vida la dejó porque no
llegaba a los estándares que ella marcaba.
Alex perdió todo rastro de buen humor. Raúl no lo sabía, pero acababa de
meterse en un cenagal.
─El imbécil que estaba con mi hermana, era un snob sin mierda en las
tripas que se creía mejor que el resto de la humanidad reprimiendo su
personalidad a base de continuas quejas, haciéndola sentir torpe e insegura.
La frialdad en Alex, no sólo se veía, era incluso palpable.
─Lo siento, no lo sabía – repuso Raúl incomodo.
─Mi hermana ha sido siempre un ratón de biblioteca y cuando el chico
guapo del grupo se fijó en ella, creyó que era la mujer con más suerte del
mundo – añadió más apaciguado – confió en el hombre equivocado y tardó
mucho tiempo en recuperarse.
Raúl empezó a sentirse realmente mal. No podía conciliar la mujer que
describía su amigo con el dragón que dormía en la planta de arriba.
─Perdóname amigo, lo he dicho sin pensar, jamás le haría daño y la
protegería con mi vida al igual que a toda tu familia. Tienes mi más solemne
promesa.
Alex observó a su amigo con gesto adusto. Estaba seguro de eso. Raúl era
leal hasta la medula. Sabía que todos los miembros de su familia sin
excepción, ahora estaban bajo su protección. Una idea peregrina, empezó a
rondarle por la cabeza.
─Tranquilo viejo – dijo con su habitual sonrisa – sé que en el fondo la
quieres – la cara que puso Raúl, no tenía precio – sólo que has tocado una
tecla complicada.
─Lo entiendo y me disculpo nuevamente.
─No es necesario – dijo Alex restándole importancia – una cosilla,
cambiando de tema. ¿Te plantearías venirte con nosotros a Egipto?
El estupor más absoluto, se reflejaba en el rostro de su amigo. Al igual se
había pasado. Tendría que haberlo dicho con más tacto.
─Supongo que estas de broma – contestó Raúl anonadado.
─Lo cierto es que no pero olvídalo, ha sido una torpeza por mi parte –
suspiró con cansancio frotándose la parte posterior del cuello – creo que el
cansancio me está pasando factura. Me voy a dormir, ha sido un día muy
largo.
─Te acompaño – musitó Raúl aun reponiéndose de la última ocurrencia
de su amigo.
Se fueron cada uno a su cuarto, sumidos en sus propios pensamientos.
Alex se recriminó su falta de sutileza, era igual que su melliza en ese
aspecto. Pensaba que los años fuera del núcleo familiar lo habían atemperado
y aunque en parte era cierto, su carácter impulsivo, hacía acto de presencia
cuando menos se lo esperaba.
Raúl por su parte, seguía dándole vueltas a la última ocurrencia de su
amigo. Lo conocía lo suficiente como para saber que algo estaba tramando y
se jugaba los huevos a que ese algo, era peligroso. No tenía sentido que un
viaje en apariencia inocente, con toda su familia, fuera a ser otra cosa qué lo
que parecía pero…se masajeó la frente cansado. Al igual estaba exagerando
la situación. Le había afectado saber que un imbécil había hecho daño a Júlia,
al menos a la Júlia a la que hizo su amigo referencia porque a la de ahora, era
imposible tenerle pena, era un bicho de la peor especie. Se durmió pensando
que no le importaría echarse a la cara al cretino aquel…

Sara estaba admirando el precioso diamante a la tenue luz que se colaba


por la ventana de su habitación. Los brazos del hombre de su vida, estaban
firmemente a su alrededor y la respiración pausada del mismo, acariciaba la
parte posterior de su cuello.
Habían hecho el amor con una ternura que la hizo llorar y posteriormente,
se habían quedado dormidos abrazados, al menos César porque ella estaba
tan pletórica que le era imposible conciliar el sueño. Jamás ni en sus más
locas fantasías, pudo llegar a imaginar lo que estaba sucediéndole. ¡Se iba a
casar! Dios mío. ¡Era increíble! César le había declarado su amor ante todo el
mundo…sintió cómo se le humedecían nuevamente los ojos. Sentía que tenía
una deuda de gratitud con el universo, los Dioses o el destino…le daba igual.
Hacía unos meses, vivía una vida normal en su pequeño mundo, creía qué era
feliz pero realmente había confundido, seguridad con felicidad. Ahora lo
sabía. Aunque necesitó un empujoncito por parte de su amiga del alma,
arriesgarse había sido la mejor decisión de su vida. Empezaba a entender
aquello de que él que no arriesga no gana…tenía la prueba fehaciente
íntimamente pegada a su piel. Los milagros existían.

Varios días después…

─¿Has llamado a Alex? – preguntó Vicent a su sobrina pequeña.


─Sí, dice que estará aquí en diez minutos.
─Realmente es increíble…aunque no tenemos la certeza por supuesto –
dijo Sergio.
─Hombre, todo apunta a que es muy posible – espetó Júlia analizando
todo los libros y diversos documentos que inundaban la mesa de la cocina.
─¿Conocemos ya sus puntos débiles? – preguntó Clara a su tío.
─Aun no pero estamos en ello – reconoció con cierta frustración.
Clara miró el reloj. Había quedado con su tía y su madre para ir a mirar
vestidos de novia.
─¿Te vendrás con nosotras a ver vestidos verdad? – preguntó a su
hermana.
─Por supuesto – contentó con una gran sonrisa – no me lo perdería por
nada del mundo.
En ese momento, escucharon la puerta de la calle. Eran Alex y Max que
venían de dar una vuelta.
─Hola familia – dijo el recién llegado - ¿Qué es eso tan importante? –
preguntó tomando asiento observando todo lo que había encima de la mesa.
─Vas a flipar – dijo su melliza.
─¿Habéis encontrado algo de interés? – preguntó a nadie en particular.
Las caras de todos brillaban de anticipación. Amagó una sonrisa al verlos
ilusionados como críos.
─Creo que algo sí hemos encontrado – contestó Vicent satisfecho.
─Bien. pues ponerme al corriente.
─Hemos encontrado varios paralelismos entre los Dioses de la
antigüedad. Una de las civilizaciones más antiguas de la que tenemos
registros es la sumeria, ya creían que los Dioses habían creado al hombre
para que los sirviera. Esta civilización también es conocida por ser la cuna de
todas las demás, al parecer estaban entre los ríos Tigris y Éufrates.
─¿Ese enclave no es hoy lo que conocemos como Irak? – preguntó Alex
reflexivo.
─Correcto – contestó su tío con una sonrisa de aprobación – bien,
prosigamos. Cuando empezamos a buscar paralelismos, yo personalmente me
centré en la mitología grecorromana, cada uno de nosotros, se volcó en una –
dijo refiriéndose a Júlia y a Sergio – Atenea por ejemplo, era la Diosa de la
sabiduría, y de la guerra pero para los etruscos la Diosa que ponderaba esos
atributos se llamaba Merva, para los romanos, Minerva, para los libios
aunque no lo tenemos aún muy claro, era Neith y para los egipcios…Net –
Alex escuchaba con atención – no voy a explicar el nacimiento de Zeus
aunque si estas interesado, tengo ahí – dijo señalando una libreta – todo lo
relacionado con ello. Bien Zeus era el Dios supremo dominaba los elementos
cómo la lluvia el granizo, el rayo, etc. Al parecer engendró numerosos hijos
tanto Dioses como mortales o semi Dioses. Con su primera esposa Heras tuvo
a varios Dioses como por ejemplo a Ares, con su hermana Deméter a
Perséfone. Tuvo varias esposas divinas con las que tuvo Dioses llamados de
segunda o tercera generación. Pero y aquí viene un punto interesante, Zeus se
metamorfoseaba en humano, para seducir a doncellas núbiles y hermosas,
tuvo descendencia como fue el caso con Dánae hija del rey de Argos del cual
nació Perseo con Alcmena esposa del rey de Tirinto fingió ser su marido y
tuvo a Heracles o como todo el mundo lo conoce, Hércules. En esencia, fue
muy activo sexualmente hablando.
─ Es igual que pasó con Uadyi – dijo Alex atando cabos – quiero decir en
que era hijo de un Dios y una mortal…
─ Correcto. Deméter o Ceres, Diosa de la tierra fue la encargada de
enseñar a los humanos las artes de la agricultura, conocida por ser la
protectora de los niños y del matrimonio. También era la suegra de Hades,
señor del inframundo. El culto a estas Diosas, Deméter y Perséfone, era
llamadas en la antigüedad las Dos Diosas y se remonta a la época micénica de
siglo XV antes de Cristo.
─ Los paralelismos con Isis y Osiris son notables – musitó Alex.
─Eso es lo que pensamos – dijo Vicent encantado.

─Bien pues en la mitología celta – dijo Sergio tomando el relevo – Briga


o Brigid, Señora del fuego y la sanación hija de Dagda y Morrigan una
tuatha Dé Danann de la tribu de Danu, que eran seres mágicos que se
suponen, habitaron Irlanda en la antigüedad. Bien, pues Briga es considerada
la última descendiente de la gran Diosa Danu o Dana también llamada Anu o
Ana y al parecer se transformaba en madre, esposa, hermana o hija de otros
Dioses. Los paralelismos entre Deméter y Perséfone que resurgen en la forma
de sus hijos son más que evidentes – hizo una pausa para que su cuñado
entendiera la importancia de lo que estaba diciendo - Dana la gran Diosa,
sería el equivalente a Gea la Diosa griega, Brigid sería el equivalente a
Minerva protectora de los rebaños, la poesía y la sabiduría. Su festividad es el
uno de febrero y coincide con la de Santa Brígida para la Iglesia Católica
Romana y por la Iglesia Ortodoxa Oriental – Sergio estaba exultante - ¡Las
fiestas a Brigid fueron asimiladas por los cristianos como la Virgen de la
Candelaria! Al norte de Gran Bretaña es conocida como Brigantia. La
imagen que se asocia a esta deidad, es una estrella encendida.
─In-cre-i-ble – musitó Alex mirándolos a todos con incredulidad
manifiesta.
─Espera que no hemos acabado – dijo Júlia con un brillo peculiar en los
ojos – Nin—nanna o Inanna Diosa del cielo de la fertilidad y el amor. Era
conocida por los babilonios como Ishtar, por los griegos como Afrodita, por
los romanos como Venus y…por los egipcios como Isis – la expectación era
máxima – a esta Diosa mesopotámica bastante compleja, se le atribuyen
relaciones carnales con Damuzi un hombre mortal y hay referencias a que
fuera un posible rey. Mandó a su marido al inframundo en un acceso de ira
del que posteriormente se arrepintió y le permitió resucitar seis meses al año,
según la cultura sumeria, pero a la vez se le atribuye el titulo de Madre de
Todos, su símbolo es una estrella de ocho puntas. Conocida también como la
Diosa de la sexualidad, era la Diosa de las prostitutas, los textos que hemos
encontrado, hacen también referencia a estos cultos desde al menos el siglo
XVIII antes de Cristo en la antigua Mesopotamia – miró a su hermano
disfrutando de su cara de total estupefacción – y nuestra querida Isis sería
asumida por los griegos y por los romanos en Deméter y Ceres, llamada
también la Diosa de los Mil Nombres, siendo la única que sobrevivió a la
extinción del mudo antiguo pasando a formar parte de los nuevos cultos
como Madre de Dios…
─ Pero…eso quiere decir…
─Sé lo que parece, por supuesto estamos basándonos en diferentes textos
no sólo hemos tomado como referentes los libros de historia sino que hemos
añadido los libros no tan ortodoxos que hemos ido encontrando.
─Y para rematar este galimatías – dijo Sergio disfrutando como un niño
pequeño – parece ser que los Dioses sumerios eran altos, muy altos con barba
y tez blanca igual que Quetzalcóatl y la analogía que nos ha llamado la
atención en lo referente a Seth la encontramos justamente con los sumerios,
que lo llamaban Enil Dios del aire, el viento y las tempestades. Para los
aztecas, era Tezcatlipoca Señor del mal y Dios de la guerra, también
conocido como Baal, Dios guerrero, Enlil, por los filisteos también llamado
señor del aire o Ba´al Zebul que significaría, Señor del lugar alto, más o
menos los cristianos lo calificaron como Dios falso y la contracción
lingüística vendría a ser… Belcebú.
─¡Santa Madre de Dios! – musitó Alex. Se levantó de la silla y empezó a
pasear por la estancia mesándose los cabellos. Se paró un segundo a mirarlos
a todos con expresión desencajada y volvió a pasear. Los demás le dieron
tiempo para que asimilara lo que acababan de explicar - ¿Me estáis diciendo
que vamos a enfrentarnos al demonio? – exclamó con los ojos dilatados.
─Bueno…si damos pábulo a todas estas historias, en esencia así es – dijo
Vicent con una tranquilidad que resultaba llamativa – claro que por otra
parte, eso querría decir que el demonio tal y como nosotros lo conocemos, no
es tal, sino es más bien el nombre que ha llegado hasta nuestra época.
─Lamento decirte tío, que no lo conocemos – soltó mordaz – algo por lo
que estoy profundamente agradecido – Sergio emitió unas risitas pero se calló
bajo la tormentosa mirada de su cuñado.

─En resumidas cuentas, si esto es cierto y yo creo que sí – dijo Júlia con
gesto serio – la teoría de que los Dioses son los mismos seres desde el
principio de los tiempos, cobra fuerza. Las distintas civilizaciones los han
llamado de una forma u otra pero en esencia los han relacionado con los
mismos atributos aunque con diferentes nombres.
─No puedo establecer en mi mente que la religión que profesamos,
realmente derive de las mismas deidades del pasado – susurró Alex
profundamente impactado.
─Pero si lo analizas fríamente, tendría sentido – dijo Clara que ya conocía
la teoría a la que habían llegado los demás, no en balde se habían ido
reuniendo en su casa para recabar información y contrastarla entre ellos –
sabemos por los manuscritos, que en un principio vivieron en lo que nosotros
conocemos como el continente perdido, la Atlántida y que a partir de ahí,
cada uno de ellos, tuvo más o menos protagonismo en las diferentes culturas
que nacieron a posteriori. También sabemos que los hombres fueron creados
para servirlos, denominador común a todas las culturas conocidas y los
atributos de todos, eran los mismos o parecidos en cada una de ellas. La raíz
es esencialmente la misma Alex.
─Podría añadir algunos ritos religiosos que también tiene su origen en lo
que hoy llamamos ritos paganos – añadió Vicent – incluso algunos de ellos
han sobrevivido hasta nuestros días.
─En esencia, todo el mundo conocido en los diferentes continentes,
hablan de seres poderosos que convivían con los humanos e incluso, se
apareaban con ellos – dijo Júlia.
─¿Se apareaban? Mira que eres rebuscada – exclamó Clara mirando a su
hermana con escepticismo.
─Bueno…tenían relaciones carnales con mujeres…
─Eso no es exactamente así – musitó Vicent – también hay textos que
recogen las relaciones entre seres del mismo sexo no sólo en lo referente a la
civilización grecorromana sino también entre Dioses y hombres o mujeres.
─Bueno, eso es lo de menos, el amor es amor en cualquier manifestación
ya lo sabes – espetó Clara a su tío. Este asintió demostrando su conformidad.
─Encontré una historia que me llamó la atención y que no he apuntado
porque no creí que tuviera relación pero al parecer, incluso el nacimiento de
los licántropos tiene que ver con unos ritos paganos que el rey Licaon llevaba
a cabo y enfureció a Zeus que lo maldijo convirtiéndolo en lobo, de ahí el
nombre, que viene del griego, lykánthropos. De hecho también a lo largo de
estas semanas que hemos estado recabando información, he encontrado que
en todas las culturas, hacen referencia a esta figura llamada de diferentes
formas. En México por ejemplo lo llaman nahual y proviene de una leyenda
azteca y se refiere a un hechicero que tiene el poder de convertirse en lobo a
placer. Al parecer algunas tribus indígenas que han sobrevivido hasta
nuestros días, siguen teniendo dichas creencias.
Un silencio pesado recayó sobre todos los allí presentes.
─Tío no estarás intentando decir que los hombres lobos existen. ¿Verdad?
– preguntó Alex mortalmente serio – porque desde luego no necesito saber
eso.
─Sólo digo que me llamó la atención. También guarda muchos
paralelismos con diferentes culturas y la creencia se extendió desde no se
sabe cuándo pero ha sobrevivido hasta nuestros días.
─Sólo nos faltaba que un licántropo pique a nuestra puerta – soltó Clara
alucinada – bastante tengo con creer que los Dioses existen para que ahora
resulte que hay por ahí seres mitológicos pululando a sus anchas.
─Supongo y digo supongo…que de la misma manera que existimos
nosotros con nuestros poderes, o Elena con su capacidad para el rastreo o
María que puede ver los auras, pueden existir mas seres diferentes mezclados
por todo el mundo – dijo Júlia con expresión concentrada.
─Hombre, lo que si resulta curioso es que de golpe, las personas que han
ido apareciendo en nuestra puerta, tengan todas alguna capacidad especial –
repuso Sergio en la misma línea.
─Hay una ley física que habla de la atracción que ejerce una fuerza sobre
otra – comentó Vicent pensativo.
─Pues no me hace ni pizca de gracia, que lo sepáis – dijo Clara con
frescura – bastante tenemos nosotros con todo esto para que encima resulte
que somos como un imán para bichos raros – añadió con cara de desagrado –
que cada uno de ellos se las arreglen como puedan – pontificó cruzándose de
brazos.
─Era sólo un dato que me resultó llamativo – dijo Vicent intentando
atemperar los ánimos – también hay que tener en cuenta, que en todas estas
historias, habrá la parte basada en algún hecho concreto y la que será pura
invención.
─Supongo – dijo Alex intentando procesar toda esa información.
─De todas maneras no estamos siendo justos con Elena y María. Las
hemos conocido por pura casualidad y las capacidades que ellas tienen, hay
mucha gente que las comparten – comentó Sergio – mi madre sin ir más lejos
tiene una vecina que trabaja los campos energéticos que hay alrededor de las
personas y se basa en el tema de los auras y todo eso.
Todos se volvieron a mirar a Sergio de tal manera que lo hicieron
ruborizar.
─Que sepáis que siempre he creído que estaba como una regadera – dijo
defendiéndose – pero a partir de ahora la miraré con mucho mas respeto.
─En resumidas cuentas, todo esto nos lleva a la conclusión de que son los
mismos Dioses con diferentes nombres y que al parecer, pueden haber más
seres qué como nosotros, desciendan de alguno de ellos y tengan alguna clase
de poder – dijo Júlia intentando encontrar el equilibrio – y algunos de esos
descendientes, tengan alguna capacidad especial aunque muy diluida por las
muchas generaciones que han pasado, como puede ser el caso de Elena o de
María… o la vecina de tu madre – dijo con una mueca mirando a su cuñado.
─Yo no he dicho que esa mujer tenga alguna habilidad especial he
dicho…
─¡Ya sabemos lo que has dicho! – acotó Alex perdiendo la paciencia –
puede ser Júlia – reconoció mirando a su hermana – lo que no podemos hacer
nosotros, es caer en el mismo error que ha cometido la humanidad desde los
albores de los tiempos, y es creernos que somos los únicos con capacidades
especiales. También puede ser que al tener nosotros dichos poderes, seamos
capaces de reconocer a otros como nosotros.
─Puede ser – reconoció Clara – pero sigo diciendo que como me
encuentre con un licántropo me da algo, les he tenido pavor desde pequeña –
reconoció con cierto pudor. Todos se sonrieron ante ese comentario – miró el
reloj y saltó como un resorte de la silla - ¡Dios mío! Mamá me va a matar. He
quedado con ella y tía Sara para mirar los dichosos vestidos hace más de
media hora.
─No me había dado cuenta de que era tan tarde –reconoció Júlia – venga
vamos que te llevo.
Se despidieron de todos y salieron corriendo como alma que lleva el
diablo.
─Yo también tengo que irme, he dejado a Troy en el jardín pero tengo
que ir a darle una vuelta – dijo Sergio poniéndose de pie.
─Te acompaño – repuso Alex – tengo que pasar forzosamente por tu casa
de camino al centro.
─¿Has quedado con alguien? – preguntó Sergio con una sonrisa picara.
─Eso mi querido cuñado, no es de tu incumbencia – las risas por parte de
su amigo, fueron su única respuesta.
─Pues yo creo que subiré a acostarme un ratito – dijo Vicent – después
vendrá tu madre y de seguro querrá hacer algo, últimamente me lleva loco –
comentó pero se notaba a lo lejos, que era pura pose.
─Lo entiendo tío – dijo Alex con una sonrisa – sube a descansar un rato.
En pocos minutos, todos habían desaparecido.
Raúl se levantó del sofá blanco como la tiza. Se había quedado dormido
viendo la televisión, cuando se despertó, escuchó los sonidos que empezaban
a serle familiares y decidió unirse a los demás en la cocina. Pero cuando
empezó a escuchar la conversación que mantenían, se quedó clavado en el
sofá. Apagó la televisión y agudizó el oído. Conforme iba pasando el rato, le
fue quedando más claro que Alex y su familia estaban metidos en algo
realmente peligroso. Al principio creyó que estaban explicando alguna
película de ciencia ficción, cuando empezó a entender, la frecuencia cardiaca
se le disparó.
No pudo entender todo lo que decían pero desde luego, el nombre
Belcebú le sonó alto y claro. ¿En qué demonios estaba metida esa familia? Le
pareció entender que tenían que enfrentarse al Maligno pero era tan absurdo
que de seguro lo tenía que haber malinterpretado. Fijo. Pero cuando
empezaron a hablar de licántropos y otras criaturas mitológicas…ahí se vino
abajo. “¿Quieres acompañarnos a Egipto?”. Las palabras de su amigo, le
vinieron a la cabeza. Se marcharía en pocos días pero antes tendría una
conversación muy seria y muy esclarecedora con Alex.

─Esta niña llega tarde – murmuró Ana enfadada – y eso es que es ella la
que se casa.
─No te preocupes querida – dijo Sara – tampoco es que tengamos prisa,
estamos muy a gusto aquí tomando un chocolate calentito.
─Ya Sara, pero ese no es el tema – refunfuño Ana mirando por enésima
vez el reloj – es que no tiene una gota de formalidad.
─Bueno, enfadarte te va a servir para bien poco, tómate el chocolate. Por
cierto. ¿Has sabido algo de Álvaro? – Ana se tensó de golpe.
─Sara te he dicho más de una vez que Álvaro es agua pasada. No sé nada
de él y no creo que sepa y además no quiero saber, que es lo más importante.
─Entiendo. ¿Eso quiere decir que no te lo has cruzado ni por los pasillos
del hospital? – preguntó insistiendo.
─No.
─Ya.
Sara se calló unos momentos ante la seca contestación de su amiga.
─¿Lo has perdonado por salir corriendo? – preguntó muy suave.
─¡Maldita sea Sara! Te he dicho que no me importa y me da igual que
saliera corriendo. Me equivoqué pero ahora ya no lo veo así – dijo
torvamente.
─¿Qué es lo que no ves igual, cielo? – insistió Sara sin hacer caso al mal
humor de su amiga.
─En cierto modo pienso que si bien es cierto que le oculté información, la
reacción de él fue desproporcionada por lo que creo que al final fue algo
positivo. Álvaro parecía un tipo de hombre pero era todo fachada.
─Ana cielo, no sólo le ocultaste información. ¡Le mentiste! Tenía
motivos fundados para enfadarse. Aunque creo que no obró de manera
adecuada – reconoció apenada.
─Pero no es de fiar Sara – dijo Ana pasándose la mano por el pelo de esa
manera tan característica suya qué indicaba que estaba nerviosa – viví con un
buen hombre veinte años, sé que me quiso y yo a él pero por diferentes
motivos y asumiendo la parte que me per toca, oculté qué soy por miedo a
perderlo y los resultados fueron desastrosos – dijo haciendo referencia a
todos los problemas a los que tuvieron que enfrentarse sus hijos por culpa de
su cobardía – no cometeré otra vez ese error.
─Eso puedo entenderlo pero Álvaro no sabe nada con lo cual no puedes
hacerlo responsable de tus errores pasados – Sara intentaba que entendiera
pero era imposible. Era como hablar con una pared – él lo único que sabe es
que te puso en bandeja la posibilidad de confiar pero decidiste utilizarlo.
─Me dio a entender que me quería…pero su pretendido amor era una
quimera, cuando vio a la mujer real de carne y hueso, no estuve a la altura de
sus expectativas y se marchó. Final de la historia – la rabia y el rencor eran
patentes – han pasado casi dos meses y no ha hecho el menor intento. Puedo
garantizarte que si se me acercara, le estrellaba lo qué tuviese más a mano.
─Hace poco más de un mes – rectificó Sara.
─Me da igual. Para mí el tema está muerto y enterrado y te sugiero que
no lo saques más a colación, ese hombre forma parte del pasado y no estoy
muy orgullosa de lo ingenua que fui, posiblemente sólo quería pasar un buen
rato, no todos son como ese maravilloso hombre tuyo.
Una lenta sonrisa, asomó al rostro de Sara. Era nombrarle a su prometido
y se volvía de mantequilla.
─En eso tienes razón – dijo encantada – es el mejor hombre del mundo
pero creo que Álvaro…
─¡Sara! Se acabó – explotó levantando la voz. Varias personas de las
mesas cercanas se volvieron a mirarlas – perdóname…lo siento, pero no sigas
insistiendo.
Sara asintió consciente de que la herida seguía abierta. Había dejado pasar
el tiempo suficiente como le había pedido César, por si Álvaro se decidía a
dar el paso. No esperaría mucho más. Si tenía razón Ana y Álvaro sólo había
ido a disfrutar de una relación sin ataduras y lo demás le sobraba, pensaba
decirle un par de cosas pero si era como ella creía, era posible que se sintiera
tan herido y traicionado que no viera mucho más. Pensaba comprobarlo en
breve.
─¡Mira! Por ahí vienen las niñas – dijo encantada.
─Pues menos mal porque como tardemos más en ir, nos vamos a
encontrar las puertas cerradas.
─Eres exagerada hasta decir basta.
─Seguro. Por cierto, ya mismo habrá que ir a mirar el tuyo – dijo
mirándola con toda intención.
─Supongo, aunque nosotros celebraremos una ceremonia muy intima –
musitó un tanto ruborizada – nada que ver con la boda de Gloria y Tamsim.
─Veremos. Porque tu prometido invitó a medio pueblo – dijo con una
sonrisa malévola.
─Pero fue algo espontaneo llevado por el momento – César era un
hombre apasionado en todos los aspectos de su vida – pero nadie se lo tomó
en serio.
─Si tú lo dices – dijo insinuando lo contrario – pero de igual forma hay
que mirar un vestido especial.
─¿Un vestido especial? ¿Para quién? ¿Tía, vamos a mirar también uno
para ti? – dijo Clara que escuchó lo último que había dicho su madre – hola,
lo siento por llegar tarde, Júlia no encontraba las llaves del coche.
Júlia abrió los ojos como platos. ¡Su hermana era una mentirosa de tomo
y lomo!
─¡Eso es falso! – exclamó indignada – mamá hemos estado liadas con
todo el tema de la investigación poniendo al corriente a Alex.
─No pasa nada, tía Sara y yo hemos dado una vuelta por el centro
comercial y nos hemos parado aquí a tomarnos un chocolate la mar de
tranquilas – la cara de Sara era de incredulidad absoluta.
─Bien pues si queréis, nos vamos. Tía no me has contestado. ¿Vas a
mirar también para ti un vestido? –insistió Clara.
─Bueno…no lo había pensado pero si veo alguno bonito, al igual me lo
pruebo, ya veremos – dijo Sara encantada ante esa posibilidad en la que no
había caído. Aun tenía que recordarse que ella también se casaría en poco
tiempo.
─Después cuando llegue a casa, le diré a mi hermano que me ponga al
corriente de todo – dijo Ana a su hija mayor – le encanta el tema de la
mitología y disfruta como un niño buscando información. El otro día me
obligó a llevarlo a la ciudad a la biblioteca principal para buscar no sé qué
información en concreto – estaba encantada con el cambio tan positivo que
había hecho su hermano. En cierto modo todo el asunto de la maldición,
paradójicamente lo había despertado de su apatía habitual.
─Eso seguro – confirmó su hija mayor – que sepas que ha sido el que más
ha aportado buscando textos antiguos y confrontándolos con Sergio.
─La verdad es que estoy sorprendida de la cantidad de conocimientos que
tiene sobre mitología – dijo Clara – incluso en una libreta lleva anotado
minuciosamente todos los ritos y costumbres paganas que tuvieran algo que
ver con el culto a determinados Dioses.
─Siempre le gustó leer – explicó Ana – en cierto modo es como tú – dijo
a su hija mayor.
─Sí, yo también lo he pensado – reconoció Júlia con una mueca.
─Bueno, ahora dejemos los temas de Dioses y bichos raros y
centrémonos en cosas más terrenales como es mi vestido de novia y el de tía
Sara – dijo Clara con desparpajo.
─Tienes razón. Últimamente parece que sólo tengamos mono tema – dijo
Ana con un suspiro.
Unas risas corearon su comentario y de tácito a cuerdo, olvidaron por un
rato las preocupaciones, centrándose en disfrutar de una tarde de mujeres en
un centro comercial.
Fue una tarde memorable, compartieron risas, abrazos…incluso alguna
lágrima se escapó al ver a Clara ataviada en un vestido de novia.
Sara y Ana, sentadas cogidas del brazo mientras Clara desfilaba con
diferentes vestidos…
Las chicas y Ana emocionadas cuando era Sara la que se probaba algún
vestido de ceremonia, negándose a ponerse un vestido de novia al uso
aduciendo de que no tenía edad para tales extravagancias…al final cedió
obligada por todas…
Júlia probándose pamelas enormes de intrincados diseños…
Incluso Ana cedió a la tentación enfundándose en algún que otro vestido
para el gran día.
La alegría compartida era más que evidente para cualquier espectador.
Llamaban la atención por el aura de felicidad que brillaba alrededor de ellas.
Se querían, se amaban y retroalimentaban esos sentimientos con gestos
cariñosos, abrazos, besos…
Disfrutaron de ser lo que eran…cuatro hermosas mujeres que se querían
compartiendo un día especial y maravilloso que quedaría impreso en sus
retinas para siempre.
CAPÍTULO X

─Hola Álvaro – cuando fue a abrir la puerta, esperaba cualquier cosa


menos a Sara.
─¿Sara? ¿Le ha sucedido algo a Ana? – el corazón le dio un vuelco
dentro del pecho. Que Sara estuviera allí no era nada bueno.
─Ana está bien – contestó serena – soy yo la que quería hablar contigo si
tienes un momento.
─Si por supuesto – dijo haciéndose a un lado para dejarla pasar - ¿quieres
un café, una copa? – estaba más nervioso de lo que cabría esperar. Observó
atentamente a Sara pero esta no rebelaba absolutamente nada.
─Si gracias, un café si no te importa – Álvaro se dirigió a la cocina a
preparar una taza y Sara lo siguió.
─Si quieres tomar asiento – dijo señalando la mesa de la cocina – o
prefieres ir al salón – sugirió.
─Aquí ya está bien – dijo Sara suave. Álvaro asintió intentando recobrar
la compostura. Mil preguntas volaban por su mente, pero se reprimió
esperando que Sara hiciera el primer movimiento.
En pocos minutos, estaban sentados uno enfrente del otro con sendos
cafés. Con parsimonia, Sara añadió leche al suyo y un poco de azúcar. Álvaro
la observaba fijamente, casi sin parpadear.
─Supongo que imaginaras que no es una visita de cortesía – dijo Sara
mirándolo a los ojos.
─Supones bien. por supuesto puedes venir cuando quieras, no he querido
insinuar lo contrario – la sonrisa serena de Sara le puso los nervios de punta.
De un tiempo a esa parte, su legendaria paciencia se había ido a paseo como
su talante hierático.
─Te lo agradezco – contestó educada – en poco tiempo aunque aún no
hemos elegido fecha, César y yo nos casaremos – anunció.
─Mis felicitaciones - ¿Por eso había venido? ¿No esperaría que iría a la
boda para encontrarse con Ana? – perdóname Sara pero si tu intención es
invitarme, tendré que rehusar aunque…
─Ha sido uno de los motivos pero no el principal – acotó fijándose en el
rostro un tanto demacrado de Álvaro.
─Pues tú dirás – dijo sin rodeos.
─Sé que os habéis distanciado Ana y tú…
─No nos hemos distanciado. Cada uno hace su vida y es lo mejor – dijo
interrumpiéndola – Sara si tu visita tiene que ver con los motivos de la
ruptura, discúlpame pero sólo nos conciernen a Ana y a mí.
─Ana es más que una amiga, es mi hermana en todos los aspectos que
cuentan – dijo ignorando sus palabras – tengo una ligera idea de por qué has
decidido tomar esta decisión lo que no tengo tan claro es si eres consciente
del error que estas cometiendo.
─Creo que mis decisiones en todo caso, las juzgo yo y las repercusiones
que se desprendieran de ellas, la asumiría. Con todos mis respetos, no veo
necesario, comentarlas contigo – eso era hablar claro, pensó Sara. Estaba a la
defensiva y de esa manera veía difícil conseguir una escucha activa.
─Soy perfectamente consciente de ello pero tiene que ser duro, vivir
asumiendo decisiones que no siempre son lo más acertadas, sólo porque las
personas de nuestra vida, no cumplan los estándares de perfección que
nosotros creemos.
─¿Eso te ha dicho? – preguntó con una calma letal - ¿Qué rompimos
porque no cumple unos requisitos específicos? – añadió masticando las
palabras.
─Bueno, en esencia me dijo que saliste huyendo por una mentirijilla de
nada que pensaba explicarte pero tu arrogancia lo hizo imposible – dejó el
tiempo justo para que lo asimilara – no quería que pensaras mal de ella pero
que las exigencias por tu parte la obligaron a tomar las medidas que creyó
oportunas.
─Jamás le exigí nada – dijo sin mover un musculo.
─¿En serio? – el gesto de asombro estaba a la altura de un Oscar – ella
me dijo otra cosa, claro que por otra parte, Ana es bastante ingenua para la
edad que tiene. Para ella todo iba muy de prisa y se encontró con una
situación un tanto… espinosa, y una relación que no había hecho más que
empezar y quizás las explicaciones aunque necesarias podrían ser que no
tocaran…quizás creyó que le darías el espacio que necesitaba para aprender a
confiar en ti por si sola y no como una imposición.
Álvaro la miraba impertérrito. El único vestigio que delataba que no
estaba tan indiferente, era un nervio que latía rabiosamente en su sien
derecha. Eso y que si seguía apretando la mandíbula de esa manera corría el
serio riesgo de partirse un diente.
─Eso suena a exigencia. ¿No crees? – remató Sara con tranquilidad
sorbiendo su café. Álvaro no había tocado el suyo. Bien.
─Me utilizó la noche de la falsa partida de póquer – dijo serio como un
juez.
─En esencia no fue una farsa – dijo con un tono estudiadamente casual –
realmente jugamos a las cartas. Sé que no te explicó los motivos pero
también sé que posteriormente lo intentó.
─Si necesitaba mi ayuda, sabía que podía contar conmigo pero prefirió
ocultarme la verdad fuera la qué fuese y mentirme – el rictus de su boca
delataba la tensión que lo embargaba.
─¿Tú crees? – preguntó enarcando una ceja – ¿De verdad crees que ella
lo sabía? ¿O por el contrario eras tú quien sabía que ella podía contar contigo
y lo distes por hecho? – Álvaro apretó los labios negándose a contestar – creo
que cuando te llamó aquella noche, estaba demostrando que confiaba en ti,
ella tenía claro que en función de cómo acabara la noche, tendría que darte
una serie de explicaciones y aun así te llamó, estaba dando un paso de gigante
por todo lo que se jugaba, pero sopesó la situación y decidió arriesgarse.
¿Dónde deja eso tus decisiones y repercusiones? – hizo una pausa mirándolo
profundamente a los ojos – creo que en una situación muy digna, de eso no
cabe duda pero solo…muy solo. Claro que después de que decidieras que tu
honor había sido ultrajado con su comportamiento artero y sus deleznables
mentiras, viste que realmente no era la mujer que tú creías que era y decidiste
pasar página…de ahí su idea de tus elevados estándares de comportamiento –
añadió con una estocada magistral.
Álvaro estaba a punto de que le diera algo. Estaba segura. Sólo tenía que
tensar un poco más la cuerda. Esperó un momento por si decía algo pero el
hombre tenía seria dificultades para aparentar una serenidad que estaba a
punto de desmoronarse cómo para decir alguna cosa.
─Llegados a este punto, ha decidido que se ha equivocado, por supuesto
se responsabiliza a sí misma del error por faltarle experiencia en relación a
los hombres y no quiere volver a verte ni en pintura, de hecho creo que con el
carácter extremista que tiene y su genio volátil, es posible que si intentaras
acercarte, corrieras serio peligro de que te partiera la crisma.
Álvaro no pudo aguantar más, se levantó de la silla en busca de algo más
fuerte que un maldito café. Se sirvió una generosa ración de whisky en un
vaso y se lo bebió de un trago. Sara no se besaba porque no podía.
─Y por supuesto, se ha reafirmado en su creencia de que hizo bien al no
hacerte participe de sus problemas porque todo apunta a que hubieras salido
corriendo como alma que lleva el diablo.
─De igual forma ella me mintió – murmuró con voz grave.
─Cierto, es curioso pero al principio se culpaba de que la hubieras dejado,
pensaba que se lo merecía, ya sabes que es una extremista de libro…bueno, al
igual tampoco lo sabes, la cuestión es que conforme pasaron los días, llegó a
la conclusión de que no te había importado tanto como parecía si eras incapaz
de luchar, Ana es una guerrera, ella movería cielo y tierra por las personas a
las que ama…
─No ha venido ni me ha llamado, para ser una guerrera como tú dices, no
ha hecho nada de lo que espera en los demás – atacó volviéndose a mirarla
con un brillo asesino en la mirada.
─Supongo que fuiste muy persuasivo cuando te despediste, creo que
tuviste la presencia de ánimo de desearle que le fuera bien en la vida cuando
estaba desmoronada y a punto de echarse a llorar delante de ti, eso lo sé no
porque me lo contara, sino porque bastante rato después, la encontré llorando
sentada en el porche sin chaqueta, totalmente aterida de frio y con la mirada
perdida…sólo acertó a decirme que te habías marchado – por como apretaba
los nudillos, y la tensión evidente de sus hombros, estaba segura de que se lo
estaban comiendo los remordimientos. Bien, se lo merecía – y claro, aquí
entra en juego la inexperiencia de Ana con respecto a los hombres – Álvaro
la miró fijamente – después de que le dejaras claro que no querías saber nada
de ella, Ana jamás te colocaría en una posición embarazosa, persiguiéndote o
buscándote, más bien al contrario, huiría de ti como de la peste.
─No me la he cruzado en todo este tiempo en el hospital – reconoció en
un murmullo.
─Bueno, ese es otro tema – dijo encogiéndose de hombros con delicadeza
– Ana vive su vida con una discreción casi patológica. El sólo hecho de
imaginarse de que alguien se entere de que habéis mantenido una relación,
puede provocarle palpitaciones, eso te lo puedo asegurar.
Álvaro volvió a rellenarse el vaso tomándoselo nuevamente de un trago.
─Aunque como ya te he dicho, en estos momentos la opinión que tiene de
ti está ligeramente por encima de las boñigas de vaca por supuesto a la misma
altura que tiene de sí misma en materia de hombres – Álvaro la miró
sorprendido ante esas palabras – se ha reafirmado en que está mejor sola y no
quiere saber nada de los hombres y muy especialmente de ti.
─¿Entonces porque has venido a decirme todo esto? Si tienes tan claro
que no quiere saber nada de mí, no entiendo los motivos que te han traído
hasta mi casa.
Sara se tomó un segundo antes de contestar, levantándose tranquilamente
y cogiendo su bolso con parsimonia, antes de girarse a mirarlo de frente.
─La cuestión no es que hago aquí… la pregunta que cabe hacerse es
¿Qué vas a hacer tú?
Por un momento se quedaron mirándose a los ojos.
─Si Ana tiene razón, esta ha sido una visita de cortesía sin más
transcendencia pero…si por el contrario está equivocada, tienes mucho en
qué pensar. Las cosas importantes en la vida requieren valentía, puedes vivir
toda la vida en tu área de confort o… por el contrario arriesgarte. Tú decides.
Se fue en dirección a la puerta, Álvaro estaba en el mismo lugar
aparentemente sin poder moverse. Cuando abrió la puerta para irse, se volvió
a mirarlo una última vez.
─Que tengas un buen día – y con eso se marchó cerrando suavemente tras
de sí.

Estaba temblando. Había aparentado estar tranquila pero al final estaba


como un flan. Había hecho lo correcto. Su instinto femenino se lo decía pero
al bajar los escalones de casa de Álvaro, todos los nervios hicieron su
aparición dejándola casi exhausta. Desde luego ahora valoraba más que
nunca, lo que hizo Ana en su día por ella. Esperaba que no hiciera falta su
injerencia en todo ese asunto pero al parecer, los dos tenían una vena de
tozudez más ancha que el Amazonas. César le dijo que hiciera lo que
considerase oportuno, incluso se ofreció a acompañarla pero decidió que era
mejor venir ella sola. Si Júlia no se equivocaba y estaba segura de que no,
Álvaro estaba perdidamente enamorado aunque su orgullo le impedía
rebajarse ante lo que él consideraba, un agravio por parte de Ana. Ahora todo
estaba en sus manos. Si de verdad la quería, tendría que luchar por
reconquistarla y conociendo a su amiga, no se lo iba a poner fácil. Una
sonrisa tironeó de las comisuras de su boca. A mucho se equivocaba, iban a
estar entretenidos en un futuro próximo.
Álvaro por su parte, agarró la botella y se sentó en el sofá a pensar en
todo lo que le había dicho Sara. Según la amiga de Ana, la visión que tenían
era totalmente diferente. Saber que Ana le había mentido, le superó. Su ex
mujer le había mentido en tantas ocasiones, que odiaba las mentiras en
cualquiera de sus facetas. Para él las mentiras piadosas seguían siendo
mentiras. No las soportaba. Aquella noche, sabía que algo estaba sucediendo,
en esencia no le mintió contándole una historia absurda, sólo no le dijo el
verdadero motivo, se sintió imbécil, como en otras tantas ocasiones a lo largo
de su matrimonio. Cuando se divorciaron, todos sabían lo que iba a pasar
menos él. Su querida esposa, mantuvo sus escarceos amorosos casi desde el
principio. Se había casado con él por el prestigio de ser la esposa de un
cirujano en ciernes. Los primeros años de su matrimonio, casi fueron felices,
al menos así lo creyó hasta que un buen día le dijo en su cara que no lo quería
y que estaba traumatizada como mujer por su culpa. Le reprochaba su
carácter introvertido, lo absorbido que estaba por su trabajo, cuando hacia el
esfuerzo de acompañarla a los muchos compromisos que siempre tenía, lo
acusaba de no saber relacionarse, al final hiciera lo que hiciera, siempre se
equivocaba. Claro que por entonces, no sabía que ella llevaba una doble vida
plagada de amantes, como su hijo nació en el primer año de casados, y
posteriormente, resultó una calca de su abuelo, sabía que era suyo, pero
hubieron momentos que llegó a dudarlo. Pero cuando le ofrecieron ser el
director médico de un gran hospital y él declinó la oferta, los problemas
empezaron a ser más evidentes. Ella no dejaba de decirle lo infeliz que era y
al parecer, decidió que compartieran la misma infelicidad amargándole hasta
el último día en que decidió marcharse. Hasta ese momento no supo lo que
significaba vivir en paz. Decidió dejar la ciudad que además nunca le había
gustado y marcharse a un pueblo de las afueras, se compró aquella casa que
llegó a convertirse en su refugio. Su trabajo y alguna salida esporádica con
los pocos amigos que conservaba de sus años de facultad, y sus libros, habían
sido el culmen de todo lo que le pedía a la vida, hasta que empezó a fijarse en
Ana. Le gustaba todo de ella. Su carácter, su humor un tanto retorcido pero
que evidenciaba una mente inquieta, sus maneras, todo. Cuando consiguió
que se fijara por fin en él, no se lo podía creer. Su carácter obsesivo se centró
exclusivamente en ella. Él sabía que se acoplarían a la perfección, con ella se
sintió más hombre de lo que jamás pudo imaginar. Y cuando hicieron el
amor…tocó el cielo con la punta de los dedos…o la mañana que vino a
disculparse por quedarse dormida y preparó un maravilloso desayuno y…
¡Dios mío! Había sido un perfecto imbécil. Ana no era artera y cínica como
su ex mujer. Era una maravillosa mujer que posiblemente, tenía problemas
por culpa de algún miembro de su familia y sospechaba que su hijo tenía
mucho que ver. No le dijo lo que pasaba desde un principio porque como
había dicho Sara, estaba conociéndolo y necesitaba ver por sí misma que
podía confiar en él, que no le fallaría. Por ese motivo, estaba seguro que
había puesto todas aquellas absurdas reglas. No quería comprometerse hasta
estar segura. ¿Se podía ser más necio? Posiblemente no. Le había fallado. Le
había demostrado que no era de fiar. Resultaba paradójico que él que tanto
ponderaba la importancia de la confianza, le hubiera demostrado que no se
podía confiar en él. Rememoró todo lo que aconteció aquella noche como en
tantas otras ocasiones pero ahora lo veía bajo un prisma diferente. Ana
intentó explicarle, realmente lo intentó pero él estaba tan seguro de estar en
posesión de la más absoluta verdad, que no le permitió defenderse. Se
marchó deseándole que le fuera bien en la vida…después de haber
compartido momentos íntimos, la había tratado con condescendencia. El
último insulto. Cerró los ojos con angustia. Por primera vez en la vida,
degustaba el sabor del arrepentimiento más amargo.
Sara le había dicho algunas verdades que él ya sabía. Ana no tenía mucha
experiencia con hombres, recordaba la primera vez que la vio desnuda, como
se cubría sus partes íntimas con verdadero pudor. ¿Cómo había podido pensar
que se parecía a su ex mujer? Porque era imbécil. No había otra. Su ex mujer
que se había contoneado siempre haciendo alarde de su curvilíneo cuerpo
estaba en las antípodas de Ana. Se había ofuscado, al percibir aquella noche
que todos eran conscientes de lo que pasaba menos él, lo superó trayendo a su
presente un déjà vu que lo asqueó por lo que creía que era pero que realmente
no fue.
Se sirvió otra copa, no era un gran bebedor, empezaba a sentir sus
sentidos abotagados pero lo prefería infinitamente antes que el dolor sordo en
el pecho que amenaza con desbordarlo.
¡Tenía que recuperarla! Elaboraría un plan y haría todo lo que hiciese
falta para volver a conquistarla…si todo fallaba, siempre podía arrastrarse de
rodillas pidiéndole perdón…esperando que no lo perdonara como decía una
vieja canción…”te perdono porque ya no me importas…”.

Estaban en el parque sentados viendo a Max jugar y esperando a Elena


que de seguro no tardaría en aparecer. Raúl llevaba varios días dándole
vueltas a la conversación que escuchó y decidió que era el momento de
hacerle una par de preguntas a su amigo.
─¿Qué tenéis pensado hacer concretamente en Egipto? –preguntó con
tono casual.
─Supongo que lo habitual ya sabes, ir a ver las pirámides y ruinas varias
y algún templo – contestó Alex en el mismo tono.
─Ya. ¿Sólo eso? – insistió.
─Bueno, al igual vamos también al desierto y hacemos algún recorrido.
─¿Nada más? – Alex se volvió en el asiento para mirar a su amigo de
frente, escrutándolo con la mirada.
─¿Dónde quieres llegar? – preguntó mirándolo con interés.
─No lo sé. Dímelo tú.
─Pues lamento decirte qué cómo no te expliques mejor, es difícil que lo
adivine.
─Bueno, eso es fácil – dijo observando atentamente su expresión –
siempre puedes pedírselo a algún miembro de tu familia.
El gesto de Alex se endureció.
─¿Qué quieres decir?
─Lo sabes de sobras – decidió dar un golpe a ciegas y esperar.
Alex maldijo perdiendo la tranquilidad.
─¿Cómo te has enterado?
─Escuché una conversación sin querer – no dijo qué conversación.
─Raúl, entenderás que esto no es fácil.
─¿Por qué no me hablaste claro? – le increpó perdiendo la paciencia.
─¿Qué querías que te dijera? ¡Maldita sea! Somos amigos hace años pero
la amistad llega hasta un límite. Además fue un impulso absurdo por mi parte
hacerte la propuesta, sólo hay que ver como estas por mi culpa. Jamás te
pediría que te volvieras a jugar la vida aunque las posibilidades sean
pequeñas.
─¿Por qué me jugaría la vida por acompañaros a un viaje de placer? – el
brillo curioso de sus ojos junto con el gesto de extrañeza, le dijeron a Alex
que había hablado demasiado.
─Es un decir – dijo lanzando balones fuera.
─Segarra, estoy en suficiente forma física como para molerte a palos –
advirtió – dime la verdad o te juro que…
─Estamos malditos… toda mi familia y tenemos que romper la maldición
– si en ese momento un unicornio alado, aterrizara delante de sus narices,
tenía posibilidades de que ni pestañeara. Tal era el pasmo que le había dado.
─¿A Egipto? ¿Tenéis que ir a Egipto? – su cara lo decía todo.
─Es donde empezó todo…en cierta manera tenemos que volver al origen
– Raúl cerró los ojos por un momento, cogiéndose el puente de la nariz y
murmurando para sí.
─Alex porqué no empiezas por el principio – pidió intentando parecer
sosegado – creo que a estas alturas, me lo he ganado – Alex lo miró por unos
momentos con seriedad absoluta, para terminar asintiendo – la conversación
que escuché sin querer, iba en relación a unos Dioses y parecía que estabais
elaborando un plan…entenderás mi escepticismo, pero si tu familia puede
estar en alguna clase de peligro, puedes contar conmigo.
Alex volvió a asentir apretando los labios con fuerza.
─Tienes mi palabra de que esta noche te explico todo pero te advierto
desde ya, que necesitas tener la mente abierta – miró a su amigo con seriedad
absoluta – posiblemente te enteres de cosas que hagan tambalearse tus
creencias más profundas. Asegúrate de que sabes dónde te metes porque una
vez poseas el conocimiento sobre algunas cosas…tu vida ya no será igual –
sabía que estaba siendo críptico pero no podía lanzarse a explicarle lo que él
aun estaba asimilando.
─Sólo dime una cosa – Elena se acercaba y sabia que dejarían de hablar –
¿Tu hermana de verdad es una bruja? – la sonrisa lenta que apareció en el
rostro de Alex, no tenía precio - ¡Maldita sea Segarra!
─Tienes mi palabra de que esta noche te explicare toda la historia
familiar…después tú decides si quieres formar parte – soltó mirándolo
divertido – Raúl, si no quieres…lo entenderé, no es tu guerra ya me siento lo
suficiente culpable después de lo de Santos, de igual forma te estaré
eternamente agradecido…
─¡Para ya! Pareces un relamido con todas esas cursiladas de
agradecimiento eterno – exclamó enfadado – tu familia me ha acogido en su
casa como a uno más y no les voy a dejar en la estacada. ¿Entendido? – Alex
asintió – bien. Pues esta noche me pones al corriente de todo el asunto.
Conociéndote, seguro que no es tanto como parece, es más, me jugaría los
huevos a que estás haciendo una tormenta en un vaso de agua – terminó
diciendo.
─Los perderás – murmuró Alex con ironía.
─Te recuerdo que eres un histérico para los detalles – apuntilló Raúl con
sorna – si fueras mujer, tendrías tendencia maniáticas.
─Raúl viejo…cuando te recuperes, pienso darte la mayor paliza que te ha
dado nadie jamás – amenazó con mucha suavidad. Las carcajadas de su
amigo, llegaron hasta Elena que los miraba con una tímida pero preciosa
sonrisa, pintada en su cara.
─Por cierto. ¿Sigue pensando que eres impotente? – susurró entre dientes,
mirando al frente con una sonrisa.
─¡Vete al infierno! – dijo Alex también entre dientes mientras sonreía a
Elena que estaba a escasos metros. Las risas ahogadas de su amigo, le
provocaron picor en las puntas de los dedos de las ganas de darle un buen
puñetazo en su bocaza de idiota.
─¡Hola chicos! – dijo Elena que como siempre venia con los niños y el
cachorro – veo que te han quitado el parche Raúl. Me alegro mucho.
─Si gracias. Mañana me quitan el yeso del brazo y veremos como está –
explicó con una mueca.
─Permíteme que te coja las mochilas – dijo Alex solicito.

Siempre se pasaban por el parque al mediodía cuando Elena iba a


buscarlos al colegio con el cachorro, se estaban un rato jugando y después se
marchaban a almorzar antes de reanudar las clases por la tarde. Prácticamente
no habían fallado desde las vacaciones escolares navideñas, hacia casi dos
meses atrás. La camaradería entre ellos, era notable. Hablaban de
prácticamente cualquier cosa. Bromeaban con la confianza de una floreciente
amistad e incluso jugaban con los perros y los niños, donde a menudo
acababan por los suelos abrazados y muertos de risa. Elena había adquirido
confianza y se le notaba. Al principio habían temido que la experiencia
traumática de aquella noche, se sumara a las que arrastraba pero en cierto
modo, enfrentarse a una situación de aquel calibre, había sido catártico.
Ahora sonreía más a menudo acentuando su belleza natural.
─El viernes estrenan la peli aquella que tenias tantas ganas de ver –
anunció Alex con una gran sonrisa – sólo dime que si y me encargo de las
entradas.
─Tengo que hablar con Gloria – dijo contenta – los viernes intentan llegar
antes pero a veces el trabajo de última hora se les complica.
─No hay problema. Podemos ir a la sesión de la noche – Elena siguió
sonriendo pero indudablemente se tensó ante esas palabras – es sólo una
sugerencia, sino te apetece lo podemos dejar para otro día – añadió Alex
amablemente.
─Me gustaría mucho ir a la sesión nocturna…podemos ir al burguer… -
estaba dando un paso enorme y los dos hombres eran consciente de ello.
─Suena genial – dijo Alex con una gran sonrisa – si quieres puedo
decírselo a mis hermanas – al momento se arrepintió por imbécil. La sonrisa
burlona de Raúl, le dijo que estaba pensando justamente eso – pero quizás es
mejor no decirles…
─¡Suena fantástico! – exclamó Elena encantada – una salida en grupo…
tiene que ser maravilloso…Raúl. ¿Te apuntaras también? – Raúl la observó
sorprendido y encantado. No era la misma chica que lo rehuía dos meses
atrás.
─Por supuesto princesa – contestó guiñándole un ojo – pero no se lo
digas a Júlia hasta el último momento o es posible que no venga – advirtió
con una mueca.
─No puedo creerme que sigáis así – dijo Elena frunciendo el ceño
contrariada – sois los dos unas personas geniales y no entiendo porqué os
lleváis tan mal – era conocimiento de toda la familia que se odiaban a muerte.
Incluso cierto día, tuvo Tamsim que mediar entre los dos porque estuvieron a
punto de enzarzarse como fieras, en el transcurso de un aperitivo.
─Yo intento todo lo que está en mi mano por agradarla pero no lo consigo
– soltó con un suspiro. Alex lo miró incrédulo por tamaña mentira. Estaba
convencido de que disfrutaba como un loco provocándola hasta que se tiraba
de los pelos.
─No te preocupes – dijo intentando consolarlo – ya se dará cuenta de que
no tiene que tenerte miedo…
─¿Miedo?
─Bueno…en ocasiones las mujeres pueden sentirse intimidadas por el
aspecto de ciertos hombres…cuando Júlia sea consciente de que no tiene de
qué tener miedo, terminará aceptándote. Ya verás – añadió dándole un
apretón cariñoso en el brazo bueno.
Raúl sintió un nudo en la garganta de ver a aquella florecilla intentando
consolarlo. Sabía que ella sí había sentido miedo de él y supuso que
imaginaba que era el mismo problema que tenía la gárgola, nada más lejos de
la verdad, pero con todo…le había dado una idea que estaba deseoso de
poner en práctica.
─Seguro que tienes razón princesa – repuso con una sonrisa – bueno si no
os importa, os dejo, tengo un par de llamadas que hacer – y con eso se
marchó dejando a su amigo con una sonrisa de idiota pintada en la cara.

En pocos días se iría a su país, a su hogar, aunque reconocía que echaría


de menos a aquella panda de locos que lo habían acogido como a un miembro
más de la familia, más de lo que cabría esperar. Incluso a la bruja de ojos
verdes. Claro que estaba invitado a la boda familiar y era posible que también
al viaje de placer a Egipto, una sonrisa de satisfacción, emergió sin poder
evitarla, la posibilidad de volver a verla y seguir intentando saJúlia de sus
casillas, lo alegraba como nada. Últimamente tenía que esforzarse más pero
las explosiones merecían la pena. La rapidez de su lengua viperina lo
mantenía en forma, al menos mentalmente. Disfrutó de imaginarse la cara
que pondría cuando se encontrara sentada a su lado en el cine, porque se
aseguraría de que no pudiera hacerlo en ninguna otra parte. De pronto el día
se le antojó más bonito, el cielo más azul y el sol más brillante. No había
nada como disfrutar de los pequeños placeres de la vida.

Ana estaba desayunando con dos compañeras en la cafetería del hospital,


hablando un poco de todo cuando vio aparecer a Álvaro. De poco se tira el
refresco de cola por encima. Así de nerviosa se puso. Se había quedado a
desayunar a menudo en el servicio alegando trabajo para evitar encontrárselo
aunque sabía que algún día se lo cruzaría. Sonrió a una de sus compañeras
que estaba explicando la última trastada de su hijo pequeño, pero por el
rabillo del ojo vio que se acercaba. El corazón se le iba a salir del pecho. De
manera racional, sabía que pasar por su lado era inevitable para acceder a
otras mesas pero eso no ayudó a ralentizar su frecuencia cardiaca. Su
compañera seguía explicando algo que al parecer era muy divertido pero que
la mataran si estaba prestando atención. Sonreía de manera mecánica. Estaba
a escasos pasos de ella. Fijó la mirada en su compañera aparentando un gran
interés. ¡Se paró a su lado! Las conversaciones de la mesa se interrumpieron
de golpe. Dos pares de ojos se clavaron en él, sabía que ella también debería
mirarlo pero le era totalmente imposible.
─Buenos días – dijo con su voz grave – las chicas lo saludaron
rápidamente - ¿Os importa que os acompañe? – la estupefacción era palpable.
─No…claro que no – dijo una de ellas. Obviamente estaban perplejas.
─Gracias – dijo cortes. Sentándose en frente de Ana – hola Ana – dijo
con una sonrisa preciosa. ¡Una sonrisa! – hace días que no te veo.
Ana tenía serios problemas en conectar su cerebro con su lengua. Sólo
acertaba a mirarlo.
─Es que somos vecinos – explicó a la pregunta que flotaba en el ambiente
– coincidimos en ocasiones en la panadería del barrio. Nos encanta el
chocolate que hacen allí – Ana no necesitaba hablar, empezaba a verlo todo
rojo – el otro día vi a Alex con Max, ese cachorro empieza a estar enorme –
dijo con una gran sonrisa, fingiendo no darse cuenta que Ana no le había
dicho ni hola.
─Ana no nos habías dicho que erais vecinos – dijo una de las chicas con
una sonrisilla.
─Bueno, ya sabéis lo muy discreta que es – comentó Álvaro bajando una
octava la voz, como si estuviera explicando un gran secreto – siempre se lo
digo, que hoy en día nadie da importancia al hecho de que ostente algún
cargo, en el fondo todos somos compañeros. ¿No es cierto? – incluso le guiñó
un ojo a la compañera que había hecho el comentario. Más risitas por parte de
la otra, se unieron a esta.
─Yo siempre digo eso, es una delicia ver qué piensas igual.
─Por supuesto – dijo mirando a Ana que parecía tener serios problemas
en reaccionar – había pensado que me pasaras el teléfono de Gloria, me
gustaría colaborar con su asociación pero al parecer no encuentro donde lo
apunté – comentó en tono de disculpa – en ocasiones no sé donde tengo la
cabeza – dijo mirando a las dos mujeres que no perdían detalle – si no lo
tienes aquí, después me paso por tu casa y ya…
Ana se levantó de golpe.
─Si me disculpáis…he recordado…una cosa… - salió de la cafetería tan
rápidamente como le permitieron sus piernas temblorosas. Cuando llegó al
pasillo. Se apoyó en la pared intentando recuperar el dominio sobre sus
emociones. Le escocían los ojos de las ganas de llorar. Fue al baño para
echarse agua en la cara. Cuando estuvo mejor, empezó a sentir la rabia bullir
en su interior. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso? Lo dejó tranquilo, dijo
que no quería saber nada más de ella y ella lo respetó. ¡Maldita sea! ¿Por qué
le hacía esto? ¿Qué pretendía? No esperaba que fuera de esa clase de hombre
vengativo. Con claridad meridiana supo lo que tenía que hacer.

Álvaro estaba en su despacho terminándose un café. Había sido un


fracaso. Abordarla en la cafetería había sido una mala idea. Cuando se le
ocurrió pensó que sería una manera de demostrarle públicamente que tenían
una relación más allá del trabajo pero ahora…después de ver su cara…tenía
que buscar la forma de abordarla y…
La puerta del despacho se estrelló contra la pared. Se sobresaltó al punto
que de poco se termina echando lo que le quedaba en la taza por encima. Ana
estaba allí mirándolo con furia asesina. Se acercó sin dejar de mirarlo,
plantando las dos manos encima de la mesa e inclinando el cuerpo hacia
delante. Juraría que los ojos le brillaban un poquito más de lo normal. Las
luces tenían que estar jugándole una mala pasada.
─Si vuelves a hacer algo así o parecido, juro que te arrepentirás –
amenazó con rabia.
─Ana pequeña…
─¡No vuelvas a llamarme así jamás! – gritó dando un fuerte golpe sobre
la mesa – entre tú y yo no hay nada, lo dejaste perfectamente claro.
─Me equivoqué, si te sientas y me permites…
─¿Qué te permita? – lo interrumpió con una sonrisa que no presagiaba
nada bueno - ¿En serio? No me hagas reír. ¿Igual que tú me permitiste a mí?
– un fulgor verde titiló en las profundidades de los ojos de Ana. Eso no era un
juego de luces – no quiero volver a verte y desde luego espero que tengas la
decencia de comportarte aquí. En caso contrario, presentaré mi dimisión.
Se quedaron mirándose por un instante.
─Ana estoy profundamente arrepentido – murmuró.
─¡Me importa un rábano! – espetó con furia – para mi estas muerto y
enterrado – sentenció.
Salió del despacho como una exhalación, dando un tremendo portazo.
Álvaro por su parte estaba estupefacto. Sara le había dicho que estaba
enfadada pero eso era el eufemismo del año. Se jugaría el sueldo de un mes, a
que se había contenido para no agredirlo físicamente. Le habían quedado dos
cosas muy pero que muy claras. La primera, que había sido una malísima
idea abordarla en la cafetería, la segunda, es que después de ese despliegue
emocional, seguía sintiendo algo por él…aunque sólo fuera las ganas de
matarlo. Una lenta sonrisa, se formó en su cara. Cogió el bolígrafo entre sus
manos y empezó a darle vueltas pensativo. Tenía que planear su siguiente
movimiento.
Llevaba un rato trabajando cuando le vino a la mente el extraño fulgor en
los ojos de Ana. Se paró reflexionando. Había estado muy seguro de lo que
había visto pero ahora, no podría aseverar que hubiese sido real. Era absurdo.
A la gente no le brillaban los ojos con luz propia. Pero por otra parte su
imaginación no daba para tanto. Tenía que haber sido el resplandor de la
ventana. Se volvió a mirar pero el día estaba encapotado. No tenía sentido.
Estaba demasiado obsesionado con ella y había visto algo que realmente no
había sucedido. Si, tenía que ser eso. Ya más tranquilo, volvió a concentrarse
en el trabajo.
─¿De verdad le has dicho que si intenta abordarte otra vez en el trabajo,
presentas la dimisión? – Sara estaba alucinada.
─De verdad – contestó Ana que seguía paseando por la tienda, incapaz de
estarse quieta.
─Hombre, eso es llevarlo muy lejos. Te encanta tu trabajo cielo –
comentó intentando ser razonable.
─No me importa – dijo con tozudez – si se cree que por venir y ser
simpático le voy a perdonar…bueno entonces es que no me conoce.
─Ana cielo. Es que realmente no te conoce – dijo Sara queriendo
apaciguarla – Álvaro sólo ha visto una parte de ti, no sabe que tienes un
carácter de mil demonios – ante la torva mirada de su amiga, rectificó –
bueno, ahora si lo sabe. Pero entiende lo que quiero decir, él sólo ha visto una
parte muy pequeña de ti.
─Pues es todo lo que va a ver – aseveró todavía bastante enfadada.
─Ana, las personas nos equivocamos…
─¡Ha tenido casi dos meses para darse cuenta!
─¿Ha ido no? Entonces quiere decir que se ha dado cuenta, digo yo –
explotó Sara exasperada.
─¡Dos meses! ¿Crees en serio que le perdonaría que no me haya escrito
ni un puñetero mensaje?
─No todo el mundo tiene tu capacidad de reacción. Hay personas que
necesitan más tiempo para darse cuenta de sus errores.
─Pues esas personas como tú dices, también tienen que asumir que al
igual para cuando se den cuenta, es demasiado tarde – dijo negándose a dar
su brazo a torcer.
─No sabía que eras tan rencorosa – apuntó Sara.
─ Y no lo era – reconoció – pero me hizo daño y no pienso darle la
oportunidad de que lo repita – sentenció con firmeza.
─Creo que te estás equivocando – dijo Sara – Álvaro parece un buen
hombre pero es humano y como tal se equivoca, tienes que estar muy segura
de que eres infalible para juzgarlo tan duramente.
Ana se volvió a mirar a su amiga con expresión dolida.
─Eso ha sido un golpe bajo.
─Pero necesario – dijo manteniéndole la mirada – te has equivocado más
que la media porque las personas como tú, tienden a actuar antes de pensar y
sin embargo, te hemos perdonado, eso sin añadir las veces que has tomado
una decisión arbitraria porque según tú, sabías mejor que nadie lo que era
mejor para cada cual – eso escocía y las dos lo sabían.
─He venido para desahogarme no para que te pongas de su parte y
encima me pegues la bronca – soltó Ana dolida – creo que desde que estas
con César, estas cambiando y no tengo muy claro que me guste en quien te
estás convirtiendo – Sara acusó el golpe con estoicismo. Apenas abrió los
ojos un poco más de lo normal.
─Ana querida, creo que tienes que estar confusa, te sugiero que te vayas a
casa y descanses, porque si lo que estás diciendo lo sientes de veras, creo que
es preferible que nos veamos menos.
Ana se arrepintió no bien salieron las palabras por su boca. Había hecho
daño a su amiga gratuitamente y todo por culpa de su maldito carácter.
─Sara lo siento…de veras, no quería decir eso…sabes que aprecio a
César y…
─Lo sé – acotó Sara – pero de igual forma creo que tomarte la tarde con
tranquilidad, es algo que te vendrá muy bien – añadió impertérrita – es
posible que reflexiones en todo lo que no quieres decir pero sin embargo
dices y no juzgues a los demás tan severamente.
Las dos sabían de quien estaba hablando. Ana asintió con ganas de llorar.
─Creo que es lo que haré – musitó.
─Perfecto. Te llamo mañana para cuadrar el próximo día que vamos con
las chicas a mirar los vestidos de novia.
─Me parece bien – se fue totalmente hundida. Sara jamás le había dicho
que se fuera. Al contrario, más de una tarde la habían pasado en la trastienda
tomando café, mientras preparaba los pedidos de clientas. Incluso le había
ayudado a atender cuando se le llenaba la tienda enseñando muestrarios o
envolviendo regalos. No quiso decir lo de César, de hecho reconocía que
estaba un poco celosa porque en cierto modo ahora su amiga no estaba
siempre que la necesitaba. Al momento se sintió un bicho de primera
categoría. ¿Cómo podía pensar así de su amiga? Durante los años que estuvo
casada, había sido ella la que había tenido pareja estable y Sara jamás le
reprochó que le hiciera menos caso por ello, y…ahora que su amiga por fin
había conseguido ser feliz al lado de un hombre, ella se lo echaba en cara.
¡Era un ser horrible! Con un nudo en el pecho, dio media vuelta y se dirigió
de nuevo a la tienda de su amiga.
─Sara siento mucho haberte dicho eso, soy una persona horrible y estoy
profundamente arrepentida y que sepas que César es el mejor hombre del
mundo y que estoy encantada de que os caséis y se convierta en mi cuñado
y…
─No sabes como me alegro de saberlo – dijo un César risueño. Como
siempre, actuó antes de pensar. César estaba en la trastienda y al escucharla
salió. La sonrisa que lucía era un pelín irritante.
─¿Qué haces aquí? – preguntó enfadada.
─Acabo de llegar, he entrado a dejar la chaqueta en la trastienda – explicó
divertido por la mirada acusadora de Ana – pero si quieres me vuelvo a
marchar.
─No claro que no – se sintió ridícula – sólo que me he ido hace apenas
unos minutos…
─Ana cielo, no tienes remedio – dijo Sara cabeceando.
Se acercó a su amiga mirándola profundamente arrepentida. Sara abrió
los brazos y en un segundo, se abrazaron con la fuerza del cariño que se
tenían desde hacía más de media vida.

─Estoy encantado de invitar a cenar a las dos mujeres más guapas de este
lado del hemisferio – dijo César sonriendo ante tanto sentimentalismo
femenino - ¿Qué decís bellas damiselas?
Unas risas corearon su ocurrencia.
─Estaremos encantadas de acompañarte. ¿No es cierto querida? –
preguntó Sara abrazada todavía por la cintura a su amiga.
─Y tanto – afirmó con una sonrisa lastimera – pero si no os importa
pasaré a buscar a mi hermano, no quiero que se quede sólo en casa.
─Por mi perfecto – dijo César.
Mucho más tranquila, se dirigió a su casa, una ducha y salir un rato,
harían maravillas con su estado de ánimo. Ver a Álvaro y después la jugada
sucia que le había hecho, le había afectado más de lo que estaba dispuesta a
admitir. Su primera reacción si se lo echaba a la cara, era romperle la crisma
pero después de hablar con Sara, entendía que quizás había sido un poco
intensa.

Mientras tanto, Sara puso al corriente a César de lo que pasaba, su


injerencia y la malísima idea de Álvaro. César por su parte, se reía a
mandíbula batiente. Sara tuvo que callarse en un par de ocasiones debido a
las fortísimas carcajadas. Al final los dos terminaron riéndose, de imaginarse
la cara de Álvaro cuando Ana irrumpió en su despacho hecha una fiera.
─Ese hombre no sabe donde se está metiendo – dijo Sara más tranquila.
─Pues si mantiene el valor para intentarlo de nuevo, lo averiguará en
breve – dijo César con otro acceso de risas.
─No seas malo. Si no hubiese sido por Ana, nosotros no estaríamos
juntos – le recordó con un precioso mohín.
─Eso no es totalmente exacto – dijo César levantándose y abrazando a la
mujer con pasión – tenía intención de intentarlo una vez más – murmuró
mirándola con adoración – reconozco un tesoro cuando lo veo – dijo
apoderándose de su boca con un beso abrasador.
─César querido…tienes que parar… - la campanilla de la puerta sonó en
ese momento y con un suspiro, la soltó.
─Subo a darme una ducha – dijo resignado.
─En un rato estoy contigo – y con eso, salió de la trastienda con una gran
sonrisa. No se podía ser más feliz.

César estaba vistiéndose cuando escuchó el teléfono. Cuando fue a mirar,


alzó las cejas sorprendido.
─Hola Álvaro.
─¿Qué tal?
─Bien, dime amigo.
─¿Puedo suponer que sabes lo que ha pasado? – preguntó Álvaro yendo
directamente al grano.
─Supones bien – contestó con una mueca – Ana ha pasado por la tienda
de Sara.
─Entiendo – suspiró – necesito ayuda – lo soltó a bocajarro. Tenía que
estar desesperado para hacer un movimiento como ese – me he devanado los
sesos pero no consigo ver como acercarme sin que me arranque la cabeza –
unas risotadas lo interrumpieron – tú ríete pero no me había imaginado que
fura tan rencorosa.
─Ana es un poco temperamental – dijo con una gran sonrisa – pero en el
fondo ruge más que muerde.
─Yo no estoy tan seguro – dijo lúgubre. César intentó no reírse pero lo
suyo le estaba costando – sé que me he equivocado al no dejarle explicar en
su momento lo que pasaba y así poder solucionarlo y dejar pasar tanto
tiempo…digamos que no ha ayudado a mi causa.
─En eso tienes razón – dijo César – a las mujeres no les puedes dejar
pensar demasiado porque invariablemente llegaran a la conclusión errónea y
tú no tendrás la mas mínima idea.
─Empiezo a darme cuenta – murmuró – acepto sugerencias – César no
podía saber lo mucho que le estaba costando dar ese paso con su carácter
introvertido pero las palabras de Sara se le habían grabado a fuego, si quería
algo de verdad tenía que ser valiente.
─Esta noche vamos a ir a cenar al Don Giovanni, ven por casualidad y te
invitaremos a acompañarnos.
─Se irá César, te lo garantizo. Y existe la posibilidad de que me estrelle
un plato en la cabeza – el tono de Álvaro no tenía precio. César sonreía de
oreja a oreja.
─No se irá – dijo César confiado – Sara es capaz de amansar a las fieras –
repuso con humor – tú ven y déjalo todo de mi cuenta. Entiendo que de
verdad te importa Ana – tenía que confirmarlo, le tenía verdadero aprecio.
─Más de lo que supones – murmuró con sinceridad.
─Con eso me basta.
Hablaron poco más y acordaron la hora. Cuando colgó el teléfono,
rápidamente llamó a casa de Ana rogando que se pusiera Vicent.
─¿Vicent?
─¿Sí?
─ Soy César. Escúchame atentamente…

Ana terminó de arreglarse y bajó al salón a esperar a su hermano, cuando


entró se lo encontró dormido y la televisión encendida.
- ¿Vicent? – lo despertó extrañada – te has dormido, tenemos que ir a
cenar y aun no te has vestido – dijo mientras su hermano se frotaba los ojos
con pesadez.
- Ana creo que no iré…estoy muy cansado y no me encuentro con ganas
– murmuró.
- ¿Estás bien? – preguntó preocupada – porque si no llamo a Sara y le
digo que no voy.
- No seas tonta…sólo estoy un poco cansado nada más. Ve a cenar y
pásatelo bien. Me haré un sándwich y me iré a la cama.
Ana lo observó buscando señales de que lo que decía era cierto. Al
parecer se quedó tranquila.
─Como quieras. De todas formas no tardaré – dijo dándole un beso en la
mejilla – Júlia igualmente tampoco creo que tarde.
─No te preocupes, en serio – el sonido de un claxon le dijo que Sara
había llegado – Sara te espera, ve y ya me contaras.
─ Es una cena nada más – dijo despidiéndose. Al cabo de pocos minutos,
el sonido del motor, se perdió en la lejanía.
─Eso es lo que tú te crees – murmuró Vicent con una sonrisa – creo Max
que hoy cenamos tu y yo solos – dijo mirando al perro que lo observaba a su
vez atentamente – vamos a la cocina a ver que encontramos – y con eso se
fue con Max pisándole los talones.

Entraron al restaurante que estaba aquella noche bastante concurrido. Los


acompañaron a una mesa del fondo donde había unos grandes maceteros que
hacían las veces de separador. Era un rincón muy bien decorado y daba la
apariencia de cierta intimidad.
─Sara tenemos suerte, nos han reservado la mesa que más nos gusta –
dijo Ana sonriente.
─Es verdad – asintió con una sonrisa – así estaremos más tranquilos.
La música de ambiente amortiguaba el murmullo general de los otros
comensales, creando una atmosfera de intimidad elegante y discreta. No en
balde tenía la fama de ser uno de los mejores restaurantes de la comarca.
─Si os parece, pedimos unos aperitivos mientras esperamos – sugirió
César.
─Me parece bien – contestó Sara.
El camarero se acercó a tomarles nota de los aperitivos y les pasó las
cartas a su vez.
─Yo ya sé lo que quiero – dijo Ana pero aun así le echó una ojeada.
Estaban tomándose la copa de espumoso, cuando alguien se acercó a la
mesa. ¡Era Álvaro! ¿Qué narices hacía allí?
─Hombre Álvaro que casualidad – exclamó César levantándose con
educación y saludándolo con un apretón de manos.
─Es cierto, he venido a buscar la cena para llevar – explicó tenso sin
mirar a Ana.
─Si quieres acompañarnos, por mi parte no hay problema – dijo César
con tono casual.
─Por supuesto – dijo Sara – será agradable, una cena entre amigos – Ana
inspiró con fuerza.
─No quiero ser una molestia – musitó dudoso.
─Y no lo eres querido, suena como si no nos conociéramos. Siéntate por
favor – dijo Sara con una sonrisa serena. Nadie miró a Ana directamente pero
todos eran muy conscientes de que no había abierto la boca.
Álvaro se sentó al lado de Ana y por primera vez la miró. Tenía la
servilleta fuertemente apretada en una mano hasta tal punto que tenía los
nudillos blancos. La tensión de sus hombros era más que evidente. No tenía
muchas esperanzas en que aquello fuera a salir bien.
─Creo que no sabes que vamos a casarnos – comentó Sara.
─No, la verdad. Mis felicitaciones – dijo cortes.
─Gracias – musitó Sara. Se hizo un silencio incomodo. César por su
parte, tenía un brillo peculiar en la mirada. Ana no había dicho nada pero al
menos no se había levantado, ya era algo.
El camarero vino a tomarles nota y rompió el tenso silencio que se había
instaurado. Cuando se fue, Sara empezó a llevar el peso de la conversación
sin dar muestras de darse cuenta de que había dos personas que prácticamente
no hablaban. En un momento dado, Ana se disculpó para ir al aseo.
─Álvaro te sugiero que aproveches la oportunidad para hacer algún tipo
de acercamiento – dijo Sara no bien se marchó su amiga.
─Eso es fácil de decir, si no fuera porque respira, diría que está muerta
por el rigor mortis que presenta – masculló bebiendo un poco de vino. César
soltó una risotada.
─Eres un hombre inteligente, seguro que se te ocurre algo qué decir…no
sé…algún tema que despierte su interés… ¡Piensa! – una idea se le ocurrió a
César.
─¿Te acuerdas de aquello que me comentaste sobre temas paranormales?
Ana es una gran aficionada a esos temas – Sara se atragantó y estupefacta,
miró a su prometido con ganas de estrangularlo.
─No recuerdo muy bien…
─Si hombre, me dijiste que creías que existían personas con capacidades
especiales – le recordó César.
─En esencia no dije eso – murmuró dudoso – dije que podía creer que…
─Es lo mismo – acotó César – a Ana le interesa todo eso, te sorprenderías
de todo lo que sabe de hecho le apasiona incluso las historias sobre mitología
– Sara le dio una patada por debajo de la mesa pero él la ignoró.
─Álvaro querido, no creo que sea buena idea, en serio no le hagas caso a
César…tiene un sentido del humor un tanto retorcido – dijo mirándolo con
severidad – a Ana no le interesa…
En esos momentos llegó Ana con cara de funeral, tomó asiento y siguió
empecinada en un mutismo hermético. Álvaro por su parte, observaba a Sara
que por alguna razón se había puesto nerviosa. Se le estaba escapando algo.
Sólo podía conjeturar pero…al final decidió lanzarse.
─He estado últimamente leyendo un libro de ciencia ficción basado en
personas con capacidades especiales – Ana pareció que se ahogaba. Hombre,
no era esa la reacción que esperaba pero al menos era algo – ya sabéis,
personas que son capaces de mover objetos o que tienen poderes
extrasensoriales…lo cierto es que lo he encontrado interesante.
Sara lo miraba estupefacta en cambio César lucía una gran sonrisa. Ana
por su parte, vació de un trago lo que le quedaba en la copa.
─A mí también me gusta ese tipo de literatura – dijo César echándole un
capote – de hecho la serie de películas de superhéroes que se ha puesto tan de
moda, se encuentran entre mis favoritas. Los efectos especiales son
espectaculares.
─Estoy de acuerdo – dijo Álvaro estrujándose los sesos buscando qué
decir con un mínimo de coherencia – yo también las he visto y es verdad que
en cuestión de efectos especiales, han dado un salto cualitativo importante.
─Bueno…ya sabéis como son estas cosas – dijo Sara sumándose a la
conversación – incluso en el mundo cinematográfico, las modas dictan las
tendencias…al igual el año que viene se ponen de moda las románticas…yo
vi una preciosa sobre…
─Mi personaje favorito es el doctor extraño – dijo César interrumpiendo a
su prometida – siempre me ha atraído el poder de la mente y todo eso.
─Lo entiendo perfectamente, el poder de la mente seduce por el gran
abanico de posibilidades que presenta – comentó Álvaro, vio que Ana en
cierto modo se relajaba, y Sara también sonreía más tranquila. Volvía a tener
la sensación de que todos sabían algo y él era el único que estaba en la inopia.
Su mente analítica iba a mil por hora. Las pistas estaban ahí sólo que no le
encajaban con un mínimo de lógica – también hay ciertas teorías en línea con
literatura más radical que sostienen que las personas que tienen dichas
capacidades, descenderían de los primeros pobladores de la tierra, a los que
llaman annunakis – Ana iba a coger su copa pero se le cayó en ese momento
formando un estropicio.
─¡Cuidado! – dijo Álvaro raudo ayudando a que se levantara para evitar
que le cayera el vino en la falda. Un camarero, vino rápidamente y en pocos
minutos, solucionó el desaguisado - ¿Estás bien? – le preguntó por primera
vez de forma directa.
─Sí…gracias – se encontró obligada a decir – ha sido una torpeza por mi
parte – levantó la vista y quedó atrapada en aquellos ojos que parecían un
mar de plata.
El cambio en el ambiente, fue patente desde ese momento. Ana no podía
seguir ignorándolo después de su caballerosidad pero tampoco le salía hacer
como si nada hubiera pasado. La situación era embarazosa. Estaba deseando
que se acabara la cena. Además el tema de conversación, le estaba poniendo
de los nervios.
Álvaro por su parte, llegó a la conclusión de que Ana sí estaba interesada
como decía César en esos temas sólo que por tozudez, no quería participar.
Sara tenía razón, eran muchas las cosas que desconocía de ella. Era algo que
en cuanto pudiera pensaba subsanar.
─Como os decía, en esa misma línea, al parecer el término annunakis a
día de hoy se emplea haciendo referencia directa a la teoría de los antiguos
astronautas, pero aunque su origen en la raíz, tiene más que ver con un grupo
de deidades sumerias, considerada la más poderosa.
La tensión volvió a adquirir protagonismo en la mesa. No entendía nada.
Sólo César parecía cómodo y relajado.
─Eso es muy interesante – comentó César – lástima que se conozca tan
poco de esas civilizaciones. ¿Y dices que eran Dioses? – preguntó interesado
– porque hasta dónde yo sé, la teoría de los antiguos astronautas, creen que a
los que en la antigüedad llamaban dioses, realmente eran seres venidos de
otros planetas.
─Es verdad, al parecer estos Dioses, crearon a otros menores llamados
Igigi, para que trabajaran para ellos, pero estos al final se revelaron y
terminaron creando al hombre para que los sirvieran. Al parecer creían que
habían llegado de una estrella lejana y por eso aducían que vivían en el cielo.
Muchas religiones tiene matrices parecidas en origen, confiriéndoles una
morada divina en los cielos a sus Dioses.
Sara miraba a su amiga con verdadera aprensión. Desde luego César la
iba a escuchar. Sacar un tema tan peliagudo en esos momentos, no era lo
mejor para atemperar la situación.
─No sabía que eras un experto sobre el tema – prosiguió César
verdaderamente interesado.
─Digamos que como hombre de ciencia me llaman la atención cualquier
teoría que pueda a priori ser refutada donde el margen a la especulación sea
interesante.
─Entonces la línea siguiendo la misma teoría, seria que las personas que
tiene ciertas capacidades podrían ser descendientes de aquellas deidades –
comentó César.
─Eso sería hilar muy fino – repuso Álvaro – realmente no existe ninguna
prueba que lo sustente. Aunque da pie a un diversidad de teorías y de
literatura realmente interesantes.
─Estoy de acuerdo – dijo asintiendo César – y creo que es un alivio
comprobar que como hombre de ciencia, tengas la mente abierta a teorías
digamos…menos ortodoxas, creo que necesitaríamos a mas científicos que
no se cierren en banda ante teorías aunque estas puedan parecer
inverosímiles.
─Hombre, yo no soy un científico, sólo soy un apasionado de la literatura
y mis gustos son más bien eclécticos – matizó con una mueca.
Ana fue a coger su copa y sin querer, rozó a Álvaro, a punto estuvo de
volver a liarla. Levantó la vista y el corazón le dio un vuelco. La mirada
intensa del hombre, estaba clavada en ella.
─Permíteme – dijo solicito. Al punto, le rellenó la copa.
─Gracias – susurró Ana sin poder dejar de mirarlo. El carisma de Álvaro
era indudable.
─Estas preciosa, si me permites decirlo – murmuró con su característica
voz ronca.
─Gracias – volvió a decir Ana. La incomodidad era evidente. La
situación vivida esa mañana, estaba muy vivida en su retina.
─Me gustaría recuperar a mi amiga – dijo bajando una octava la voz.
Parecía que estuvieran solos.
Ana inspiró profundamente aunque el aire entró en sus pulmones a
trompicones. Le pedía demasiado.
─No puedo…lo siento – la pena sincera en su voz, golpeó a Álvaro con la
fuerza de un vendaval.
─Lo entiendo – dijo manteniendo prisionera su mirada – pero seguiré
intentándolo hasta que te convenza de lo contrario – prometió apretando la
mano femenina que descansaba encima del mantel. Ana desvió la vista de sus
ojos, clavándolos en la mano fuerte y nervuda, hipnotizada ante el leve
movimiento del pulgar que acariciaba parte de su muñeca. Con un esfuerzo
supremo, la retiró dejándola caer en su falda. El momento había pasado.
Levantó la vista y se puso como la grana cuando se percató de la pareja que
estaba enfrente de ellos, mirándolos con verdadero interés, nada disimulado,
por cierto.
─Esto…creo que necesito ir un momento al aseo, si me disculpáis – dijo
Sara – Ana. ¿Me acompañas por favor?
Se levantaron con celeridad dejando a los dos hombres mirándolas con
diferentes grados de sorpresa pintada en sus rostros.
─Nunca he entendido los misterios de ir al baño acompañadas – musitó
César con ironía.
─Yo tampoco, supongo que es un código no escrito que les enseñan
desde pequeñas – César se rió entre dientes.
─No lo dudes amigo – dijo divertido – por cierto, creo que tendrías que
intentar una ofensiva más directa.
─He pensado en ir haciendo un acercamiento paulatino – dijo con aire
reflexivo – espero convencerla para que podamos sentarnos tranquilamente
a…
─Álvaro una mujer necesita saber que su hombre la desea – acotó César –
necesita pasión, en mi opinión, piensan menos y son infinitamente más
dóciles – Álvaro lo miró alzando las cejas con genuina sorpresa.
─Creo que eso se podría calificar de comentario machista – murmuró.
─Me da igual – dijo impenitente – si quieres a una mujer, se lo
demuestras con hechos y al cuerno las buenas palabras.
─También puede correr peligro tu integridad física – añadió reflexivo.
─Pero después amigo, créeme, cuando se meta por la noche en la cama,
tendrá algo en qué pensar.
Álvaro no dijo nada. Su talante tranquilo y metódico le aconsejaban
mesura, pero por otra parte, los consejos de César tenían cierta lógica. Pasión.
Las mujeres eran criaturas viscerales con propensión a arranques
sentimentales. No importaba la edad. Les encantaban las películas
románticas, las novelas de amor y los dramas de cualquier índole. Sentían las
cosas con una intensidad más allá de toda lógica. Estaba dándole vueltas al
asunto, cuando volvieron las mujeres del sacrosanto lugar al que ellas
llamaban baño.

Diez minutos antes en el sacrosanto lugar…


─Ana creo que estas rayando la grosería – comentó Sara mirando a su
amiga con toda intención – Álvaro está siendo todo un caballero y después de
la escenita de esta mañana creo…
─¿La escenita de esta mañana? – exclamó indignada – te recuerdo que la
protagonizó él con el numerito de la cafetería.
─Ya, claro. ¿Y cuando fuiste a su despacho? – insistió frunciendo el
ceño.
─Eso fue la consecuencia – contestó con tozudez. Sara soltó un suspiro
de exasperación.
─Creo cielo, que Álvaro está verdaderamente arrepentido de sus actos y
te recuerdo que tú también tuviste tu parte de responsabilidad en todo el
asunto. Si no lo hubieras dejado en la inopia total, no estaríamos en estos
momentos en esta situación.
─Pero no tuve más remedio – dijo defendiéndose.
─¿Perdona? – dijo con gesto exagerado – podías haberlo dejado
verdaderamente al margen de toda la situación y él no se hubiera enterado de
nada pero lo llamaste no una sino dos veces en referencia a Raúl y en ninguna
de las dos ocasiones te dignaste a decirle los verdaderos motivos. Eso en mi
pueblo se llama aprovecharse de alguien.
─Puede que tengas algo de razón – aceptó frunciendo el ceño.
─¡Sé que tengo razón! Estoy de acuerdo de que su reacción quizás no fue
la más correcta marchándose sin mirar atrás pero también te da la medida de
lo mucho que tuvo que afectarle para que reaccionara así. Piénsalo.
─Si de verdad le importara, abría buscado la manera de ponerse en
contacto – dijo a la defensiva pero perdiendo fuelle.
─También puede él pensar lo mismo – apuntó con sagacidad – si de
verdad no estabas aprovechándote de sus conocimientos, bien podrías haber
ido a darle las explicaciones necesarias y no lo hiciste.
─Me dijo que no quería saber nada de mí.
─También se lo has dicho tú esta misma mañana y está aquí sentado a tu
lado después de que lo amenazaste con un montón de cosas que no te dejan
en el mejor de los lugares.
─Eso ha sido casualidad y después se ha sentido obligado por César.
─Seguro – dijo con cinismo – ¿Se te ha ocurrido pensar que la noche de
autos, parecía que estuviéramos haciendo algo ilegal? – preguntó mirándola
con fijeza – Raúl estaba gravemente herido pero nadie dio parte a la policía y
las vestimentas que llevaban todos, parecían salidos de una película de
comandos. ¿Te preguntó algo? ¡No! Confió en ti y sin pruebas. Sólo porque
te dio su palabra de no preguntar. ¡Por favor Ana! Reconoce que la cagaste en
tu afán de proteger a la familia aprovechándote de él impunemente.
─Pensaba contárselo – dijo pero su cara no tenía precio – pero no me dio
oportunidad.
─Por supuesto querida – dijo Sara con suficiencia - ¿Y cuándo iba a ser
eso? ¿Cuándo lo llamaste para invitarlo con motivos ocultos? O ¿Durante
toda la noche que estuvo jugando a las malditas cartas sin preguntar? Dime.
¡Espera! Ya lo sé. Cuando vio a Raúl medio muerto y a todos nosotros con
caras de circunstancias. Ese sin duda era el mejor momento – se había
quedado a gusto. Eso era indudable. Ana miró a su amiga que a su vez la
observaba con cara de pocos amigos.
─Al igual he sido un pelín injusta – terminó diciendo bajo la intensa
mirada de Sara.
─No te quites merito querida – contestó mordaz – ni al igual ni pelín.
─Ya. ¿Y ahora qué hago?
─Tú verás pero desde luego ese hombre tiene que sentirse
verdaderamente enamorado de ti porque si no, no se entiende – dijo con
franqueza – porque yo no te hubiera aguantado la escenita de esta mañana y
después me siento a tu lado a cenar como si nada, y para más inri, con un
comportamiento que tengo que decir, he sentido vergüenza ajena – la mirada
de Ana era de verdadero estupor.
─Sara…
─Lo siento cielo pero alguien te lo tenía que decir – dijo inspirando para
tranquilizarse – César ha sacado un tema absurdo sólo para que te des cuenta
de que la mayoría de la gente cree en su fuero interno en cosas que otros
denominan ficción porque quieren creer. ¡Necesitan creer! Álvaro ha hecho
un esfuerzo digno de alabanza, que lo sepas.
─Empiezo a verlo – musitó apabullada por el rapapolvo.
─No sabes cuánto me alegro – dijo levantando los brazos al cielo – y
ahora… - sacó de su bolso un lápiz de labios y se lo dio – píntate un poco así
pensaran que hemos venido a retocarnos – dijo a su vez mientras ella
matizaba con una borla su maquillaje – no queremos que piensen que hemos
venido a hablar de ellos.
─Pero es lo que hemos hecho.
─Querida. Pueden sospechar lo que hacemos en el baño pero te aseguro
que no pueden asegurar nada – dijo Sara mirándola a través del espejo
mientras se daba los últimos retoques – vamos cielo – salieron del baño y
para cualquier observador, eran dos mujeres que efectivamente por el rubor
de labios recién puesto, habían ido a retocarse el maquillaje después de
acabar de cenar.
Volvieron a la mesa Sara con una gran sonrisa y Ana con cara de
circunstancias.
─Siempre me pregunto qué hacéis en el baño las mujeres – dijo César con
una mueca – pero viéndoos, desde luego es poneros más guapas si cabe –
añadió galante.
─Gracias querido – murmuró Sara coqueta - ¿Habéis pedido los cafés?
─Sólo para nosotros, no sabía si querríais – informó César.
─A nosotras nos gusta más un té por la noche. ¿No es así querida? – dijo
Sara mirando a su amiga.
─Si claro, por supuesto – entendiendo la indirecta. Le estaba diciendo que
participase de la conversación – ha estado todo buenísimo como siempre –
añadió con torpeza.
─Realmente se entiende por qué es uno de los mejores restaurantes de la
comarca – dijo César con una gran sonrisa.
─Estoy de acuerdo – dijo Álvaro con aire meditabundo.
La conversación decaía peligrosamente y bajo la atenta mirada de Sara,
Ana no tenía ni idea sobre qué decir. Tenía la mente hecha un lío. Cuando
estaba segura de tener razón, tenía muy clara su postura pero…ahora…le
angustiaba la escena que le había montado en el despacho. No sabía como
disculparse y desde luego tampoco como comportarse.
Como siempre se podía contar con Sara para conducir una conversación
amena y cordial. Durante la siguiente media hora, charlaron ociosamente de
temas de actualidad hasta que se levantaron para despedirse. Fue entonces
cuando se creó otro momento de tensión.
─Me ha encantado verte de nuevo Álvaro – dijo Sara con una sonrisa
afectuosa – espero que se repita en breve – añadió dándole un beso en la
mejilla para despedirse.
─Lo mismo digo – comentó César – llámame cuando quieras – dijo
guiñándole un ojo, despidiéndose con una palmada en la espalda y un apretón
de manos.
─Encantado, ha sido un placer – respondió Álvaro cortes. Miró a Ana de
frente, sin saber muy bien qué esperar – espero coincidir en otra ocasión –
dijo mirándola con intensidad.
─Todo es posible – musitó Ana con los nervios a flor de piel – bueno,
creo que es hora de marcharnos, estoy algo cansada.
Los demás estuvieron de acuerdo y salieron del restaurante. Álvaro
estuvo a punto de ofrecerse para llevarla a su casa pero Ana se metió rauda en
el coche de César perdiendo la oportunidad. César a su vez, lo miró con
expresión burlona sabiendo exactamente cuáles habían sido sus intenciones.
Se quedó allí parado viendo como las luces traseras se perdían en la
oscuridad. Se fue hacia su propio coche, meditando en las palabras de César.
Pasión. “Dale algo en qué pensar”. De repente con claridad meridiana, supo
lo que tenía que hacer.

Ana se bajó del coche despidiéndose rápidamente. Estaba exhausta y


tenía unas ganas locas de quitarse los tacones y relajarse un poco. La noche
había sido una durísima prueba. Varias veces había estado tentada de
levantarse e irse. Pero desde luego el rapapolvo de Sara había sido el broche
final. Mientras más lo pensaba, más cuenta se daba que tenía razón. Ella no
había obrado bien. Le estaba pidiendo confianza ciega a cambio de nada. En
su momento, le pareció la mejor idea todo aquello de las normas pero ahora
reconocía que fue una excusa para no comprometerse en serio porque estaba
aterrorizada.
De repente, llamaron a la puerta, se asustó preguntándose quién seria a
esas horas. Miró por la mirilla. ¡Era Álvaro! Se quedó helada. Inspiró un par
de veces para tranquilizarse esperando que no le dijera que quería hablar en
esos momentos. No se encontraba con fuerzas para ello.
─Álvaro si has venido ha…- Álvaro la tomó en sus brazos con pasión,
apoderándose de su boca en un beso abrasador. Ella llevaba todavía los
zapatos en la mano y se encontró inmovilizada entre su pecho y los brazos
que la sujetaban con fuerza, inclinándola un poco para obligarla a sujetarse de
su cuello si no quería perder el equilibrio. La sostuvo durante varios minutos
así, dejando patente su ansia masculina, devorándola con necesidad.
Diciéndole todo lo que sentía sin palabras. Imprimiendo en cada gesto lo
mucho que la quería, que la necesitaba. Apretándola fuertemente, buscando
su calor. Absorbiendo su esencia de mujer. Cuando despegó la boca de sus
labios lentamente, se la quedó mirando con un fuego abrasador en sus
inquietantes ojos que parecían plata fundida.
─Buenas noches – susurró sobre su boca, mezclando sus alientos…
respirando el mismo aire. Muy despacio la soltó, recogiendo uno de los
zapatos que se le había caído, ofreciéndoselo en silencio. Ana lo cogió de
manera mecánica todavía casi en estado de shock. La miró un momento
grabando su bello rostro en la memoria. Con los labios entreabiertos y los
ojos llenos de estupor, parecía una Madonna. Una sonrisa de pura
satisfacción masculina, emergió lentamente a su rostro. Con paso lento, dio
media vuelta y se marchó con tranquilidad hacia el coche. Ana seguía allí
parada. Hechos. Pues era exactamente lo que le había dado…algo en que
pensar cuando se metiera en la cama.
Ana no salía de su asombro. Cerró la puerta lentamente y subió las
escaleras despacio. Para cuando se metió en la cama, seguía dándole vueltas
al beso que le había dado Álvaro. No lo entendía. Bueno…eso no era del todo
cierto, eso había sido una declaración de intenciones en toda regla. Le había
dicho lo que quería y… ¡La quería a ella! Una sonrisa muy tenue floreció en
su boca. Abrazó la almohada, intentando dormir, pero invariablemente, la
imagen de Álvaro le venía a la mente. Seguía deseándola, no cabía duda. Por
supuesto, un beso no arreglaba todos los malos entendidos entre ellos, pero…
ese arranque apasionado no se lo esperaba…le había gustado más de lo que
estaba dispuesta a admitir. Con un suspiro se acomodó en su postura favorita
durmiéndose casi sin darse cuenta, con el recuerdo de un beso y la sonrisa
pirata de un hombre de apariencia tranquila pero lleno de sorpresas…

En otra casa cerca de allí…


─Que sepas que le he dicho cuatro cosas a Ana – dijo Sara mientras se
ponía un fino camisón de seda, bajo la atenta mirada de César – incluso que
he sentido vergüenza ajena ante su comportamiento.
─Yo también he hablado con Álvaro – dijo con tono casual más atento al
cuerpo femenino que a la conversación.

─¿Sí? – dijo Sara mirándolo con interés – me alegro querido. Esos dos
necesitan ayuda – pontificó mientras se soltaba el recogido y se cepillaba el
pelo – yo le he dicho a Ana que tiene que sentarse a hablar con Álvaro
tranquilamente y arreglar sus diferencias – dijo observando a su pareja por el
espejo del tocador - ¿Y tú? ¿qué le has dicho a Álvaro?
─Mas o menos lo mismo – dijo sin mucho interés. Sara sonrió satisfecha
y orgullosa de hombre que la miraba desde la cama.
─Es lo más importante de todo – dijo convencida – la comunicación en la
pareja es fundamental.
─Me gusta eso de la comunicación – ronroneó César levantándose de la
cama perezosamente en busca de su mujer – tengo que explicarte ciertas
cosas que requieren de tu colaboración – musitó quitándole de las manos el
cepillo y envolviéndola contra sí. Sara dejó escapar una risita coqueta
mientras se perdía entre los brazos del hombre que le robaba el aliento – es
fundamental para una comunicación al más alto nivel, que no existan barreras
entre nosotros – murmuró besando el hombro femenino mientras retiraba el
fino tirante del camisón – así la comprensión es infinitamente más fácil – dijo
deslizando la prenda por el cuerpo femenino hasta convertirla en un trozo de
seda a sus pies. Con un sólo movimiento, la levantó entre sus brazos,
mientras besaba la boca invitadora y la dejaba lentamente en el centro de la
cama – espero que seas una buena chica y estés atenta a todo lo que tengo
que decirte – dijo apoderándose de un pezón chupándolo con fuerza mientras
con su mano, friccionaba torturando el otro pecho – es necesario que te
concentres – dijo lamiendo su abdomen bajando lentamente hacia el vértice
de sus piernas, mientras la abría con sus dedos. Los sonidos inarticulados de
Sara, contestaban sin duda a sus requerimientos. Cuando enterró su boca
profundamente en el núcleo ardiente que sabía a mujer, se excitó más si eso
era posible, endureciéndose hasta el punto de tener una dolorosa palpitación
que pulsaba en la parte baja de los riñones hacia aquella tumescencia
imposible. Excitó el duro botón con su lengua, mordiéndolo como sabia que
la enloquecería, necesita enterrarse dentro de aquella vaina y sentir como los
músculos de su vagina exprimían hasta la última gota de su esencia. Supo el
momento exacto en el que Sara estaba llegando peligrosamente a ese punto
sin retorno, se apartó lo justo para embestirla con una sola estocada,
introduciéndose hasta el fondo. Un gemido se escapo entre sus dientes
fuertemente apretados. Casi podía sentir el útero femenino de tan
profundamente que estaba enterrado, quería ir lento, hacer que durase lo más
posible, pero la necesidad marcó su propio ritmo, quedando a merced de las
sensaciones que poco a poco lo envolvieron en una espiral sin retorno.
Mucho más tarde, abrazados y saciados, Sara volvió a pensar en su
amiga. Estaba profundamente convencida de lo que le dijo. La comunicación
era esencial en una pareja. Acurrucándose contra su prometido, se dejó
vencer por el sueño, totalmente satisfecha y feliz.
CAPÍTULO XI

─¿Dónde dices que están? – preguntó Júlia a su hermana.


─Alex dijo que nos esperaba en el burguer – contestó Clara esquivando a
unos adolescentes que iban jugando entre ellos – espero que hayan podido
conseguir mesa porque esto está a reventar de gente.
Era viernes por la noche y habían decidido ir a ver una película de estreno
al centro comercial donde había varias salas de proyección. Alex iba a
recoger a Elena y acordaron verse en el burguer para comer algo antes de
entrar. Cuando llegaron, otearon en su busca pero entre tanta gente era difícil
de localizar.
─Llámalo al teléfono – sugirió Sergio.
─Ni se enterará con tanto bullicio – contestó Clara empezando a perder la
paciencia - ¡Mira! Están allí – exclamó sonriendo. Zigzaguearon por entre
medio de las mesas hasta donde estaban sentados Alex y Elena y…Raúl.
El gesto de contrariedad en la cara de Júlia era más que evidente.
─Hola – dijo Alex con una gran sonrisa – pensé que no llegabais.
─Ha sido complicado con tanta gente – explicó Sergio – no
encontrábamos sitio ni para aparcar, menos mal que sacaste las entradas por
internet porque si no con las colas que se formaran, entraríamos a ver la
película ya empezada.
─Si queréis sentaros mientras nosotros vamos a buscar la comida – dijo
Alex haciéndole sitio a su hermana para que pasara.
Los chicos se fueron a buscar las bandejas con la comida mientras ellas se
quedaron charlando ociosamente.
─Espero que no te importe que haya venido Raúl – dijo Elena con
expresión inocente.
─Claro que no – contestó deprisa – mientras no se siente a mi lado y me
amargue la noche me doy por satisfecha – unas risitas por parte de su
hermana hicieron que frunciera el ceño – yo no le veo la gracia. Es mi
némesis personal.
Volvieron a temas menos escabrosos charlando amigablemente. Estaban
riéndose de la ultima trastada de Troy cuando los vieron aparecer haciendo
equilibrios con las bandejas. Raúl enarcó una ceja ante la risa cristalina que
tenía Júlia. Nunca la había oído reír y lo cierto es que tenía una risa preciosa.
Nada más ser consciente de lo que estaba pensando, frunció el ceño con mala
cara. Júlia por su parte, volvió la vista al percatarse de que habían llegado y
se fijó en la expresión tormentosa de Raúl, estaba visto que ese hombre era
un amargado. Se sentaron a cenar y la conversación fluyó sin problemas.
Cuando se dieron cuenta, era la hora de marchar o corrían el riesgo de llegar
tarde.
Ya en la cola, la gente se arremolinaba impaciente, había verdadera
expectación con el estreno de aquella película protagonizada por uno de los
famosos actores de Hollywood. Aunque los hombres colocaron a las chicas
en el centro, cuando la fila empezó a andar, no pudieron evitar los clásicos
empujones. Sin saber muy bien como, Júlia se encontró prácticamente pegada
a Raúl que con sus brazos, impedía que le dieran algún golpe, no dijo nada
pero tenía la firme intención de sentarse lo más alejada posible de aquel
energúmeno.
Cuando entraron a la sala, buscaron sus asientos, Júlia iba atenta, el
número del suyo iba inmediatamente después del de Elena con lo cual sabía
que no tendría que aguantar al inútil del amigo de su hermano. Más tranquila
tomó asiento, soltando un suspiro de alivio.
─Elena. ¿Te importa cambiarme el asiento? Es que así podré estirar las
piernas – pidió Raúl con una sonrisa encantadora. Elena estaba sentada en el
primer asiento de la fila y daba al pasillo.
─No, por supuesto, tendría que haberlo pensado – dijo solicita
levantándose.
─Creo que yo también me cambiaré porque desde aquí no veo bien –
musitó Júlia poniéndose de pie.
─No empieces Júlia, ves perfectamente – dijo su hermana – y yo no
pienso cambiarte el sitio.
Júlia miró a su hermano esperando que se ofreciera pero este, estaba
encantado con la nueva disposición ya que Elena estaba justamente a su lado,
con lo que ignoró a su hermana mayor sin ningún remordimiento. Con un
suspiro resignado volvió a dejarse caer en el suyo con abatimiento. Supuso
que aunque quisiera, Raúl no podría decirle mucho ya que no podría hablar
durante la proyección.
─¡Ya empieza ¡ - exclamó Sergio emocionado – llevo esperando un año
entero – dijo con una gran sonrisa – Clara lo miró sonriendo cogiendo un
puñado de palomitas del cubo que llevaba su novio. Habían decidido comprar
tres cubos gigantes y repartírselos entre todos.
─Confiesa que estas en éxtasis de sentarte a mi lado – susurró Raúl cerca
del oído de Júlia. Esta por su parte cerró los ojos por un momento. Le iba a
dar la noche.
─Sólo por el placer de ver como te atragantas con alguna palomita – siseó
entre dientes. La risa ahogada de Raúl, fue la única respuesta.
No llevaban ni diez minutos de película cuando las manos de ambos, se
entrecruzaron dentro del cubo. Júlia la apartó de golpe como si se hubiese
quemado.
─No tengo la lepra mocosa – susurró Raúl.
─Sólo tengo tu palabra de que sea así – contestó nerviosa.
─Si me lo pides con dulzura, te enseñaré cualquier parte de mi cuerpo que
desees ver – le hacía cosquillas con su aliento cuando le hablaba tan cerca del
oído. Estaba segura que no era necesario que se acercara tanto.
─Muérete cariñito – dijo melosa.
─Me hieres preciosa. Me sangra el corazón de escucharte.
─Al parecer no lo suficiente – masculló apretando los dientes.
Siguieron viendo la película, en cierto momento, Júlia se cogió al
reposabrazos de la butaca, totalmente centrada en la película, en una escena
especialmente cargada de tensión.
─Júlia me estas destrozando el brazo – murmuró Raúl.
─¿Qué?
─Que me estas destroz…- se besaron. Raúl se acercó para hablarle en el
mismo instante en que Júlia se giraba hacia él. Realmente no fue un beso al
uso pero el efecto fue el mismo. Los dos se quedaron de piedra.
─Como intentes besarme te dejo sin dientes – masculló Júlia mirándolo
con furia asesina.
─Preciosa, yo no te he besado, más bien ha sido al contrario – dijo Raúl
con una sonrisa malévola – no puedes quitarme las manos de encima – añadió
por el simple hecho de fastidiar.
─¡Eso es mentira! – dijo Júlia rabiosa.
─Eso que estas apretando es mi brazo – Júlia bajó la vista y al punto
retiró la mano avergonzada.
─No ha sido intencionadamente, claro que este reposabrazos es el mío,
así que eres tú quien está invadiendo mi espacio.
─Permíteme que te saque de tu error. Yo no invadiría nada tuyo ni
aunque me lo suplicaras.
─Te lo tienes muy creído pero por aquí tenemos un refrán que dice “dime
de qué presumes y te diré de qué careces” – contestó con una sonrisa que
distaba mucho de ser amistosa.
─Eso suena sospechosamente a un reto en toda regla – dijo arrastrando
las palabras – y cuando me lanzan el guante, acostumbro recogerlo – Júlia se
tensó ante esa amenaza velada.
─Inténtalo y veras – dijo sin poder contenerse.
─Te voy a besar hasta que se te aflojen las rodillas y te quedes colgada de
mi cuello dócil como un corderito – murmuró acercándose peligrosamente.
─Si lo intentas despídete del sueño de ser padre – amenazó en el mismo
tono.
─Yo no intento nada. Yo lo hago – dijo con arrogancia absoluta.
─¿Sabes lo que creo?
─Me tiene sin cuidado – dijo fingiendo aburrimiento.
─Que tienes que hacerte el brabucón porque eres incapaz de despertar el
deseo en una mujer – no acababa de decirlo que ya estaba arrepentida. La
mirada de Raúl era incendiaria a pesar de tener sólo la luz de la gran pantalla,
era fácilmente visible – no quería decir eso…lo siento yo…
─No sabes cuánto lo vas a sentir arpía – gruñó con calma letal – antes de
que me vaya me vas a suplicar y eso es una promesa.
Durante lo que quedó de película. No volvieron a hablarse, cuando se
rozaban por casualidad, los dos se apartaban bruscamente. Para cuando acabó
la sesión, Júlia estaba de los nervios por la tensión acumulada y Raúl parecía
un oso con dolor de muelas.
Las otras dos parejas, acostumbradas al comportamiento habitual de ellos
dos, no les hicieron el menor caso. Cuando salieron del cine, fueron a
tomarse algo mientras comentaban las escenas que más les habían gustado.
Ellos dos participaron poco en la conversación pero eso no desanimó a los
demás, en esencia los ignoraron taxativamente decididos a disfrutar de la
velada a pesar de ellos.
Más tarde, Júlia decidió irse con su hermana y Sergio mientras que Alex
se llevó a Elena y Raúl.
Cuando llegó por fin a su casa, se hizo un vaso de leche caliente para ver
si la relajaba, se había dejado llevar y ahora tenía a un hombre de casi dos
metros enfurecido por haber puesto en cuestión su orgullo. Bueno…más bien
había cuestionado su hombría. La enfurecía al punto de no medirse las
palabras. Estaba segura de que la amenaza había sido una balandronada. En
los dos meses que hacía que se conocían, habían protagonizado algunas
escenas bastante más escabrosas que la de esa noche. Lo había dicho sólo por
fastidiarla.
Ya más tranquila, se fue a su dormitorio con la idea de meterse en la cama
y dormir doce horas seguidas. Estaba agotada. La tensión de las últimas
horas, le estaba pasando factura. Estaba ya acostada, cuando una idea le vino
a la cabeza cortándole la respiración. ¡No había visto nada! Durante toda la
noche, en más de una ocasión, se habían tocado y en ninguna de esas veces,
vio nada de nada sobre Raúl… Hizo un repaso mental de los últimos
tiempos, se tenían tal aversión que difícilmente había habido contacto físico
entre ellos. Pero esa noche ella lo había tocado y la conocida descarga de
imágenes, no había sucedido. Analizó la situación lentamente. Podría ser que
al estar tan concentrada en la película cuando lo agarró confundiéndolo con el
reposabrazos, de alguna manera hubiese neutralizado la familiar corriente que
sentía. Claro que por otra parte, nunca le había sucedido una cosa así.
Decidió probar su teoría.
No sabía como lo haría pero lo haría. No necesitaba mucho, pero
obviamente necesitaba tocarlo y que él pensara que había sido accidental.
Tampoco es que fuese especialmente inteligente, probablemente pensaría que
era una torpeza por su parte, lo último que se imaginaría es que ella querría
tocarlo. Se odiaban demasiado para llegar a esa conclusión. Más tranquila, se
relajó permitiendo que el sueño la venciera.

Cerca de allí…
─¡Ha sido una noche fantástica! – dijo Elena emocionada – muchas
gracias por todo – dijo mirando a los dos hombres que iban en los asientos
delanteros del coche.
─Gracias a ti princesa – contestó Alex de buen humor – lo cierto es que
he disfrutado. Hacía mucho tiempo que no iba al cine. ¿Tú qué dices viejo?
─Por supuesto. Ha sido una gran película – contestó el aludido.
─Estoy encantada de ver que no os habéis peleado esta noche, creo Raúl
que empezáis a toleraos.
─Seguro – si ella supiera. A punto estuvo de dejarse llevar por el impulso
de tomarla en el cine y besarla hasta que bizqueara de placer. Ante su más
profundo estupor, sintió una erección al imaginarlo.
─Estoy segura que terminareis siendo amigos. Ya lo veras – musitó
Elena, que de manera espontanea, le dio un ligero apretón en el hombro a
modo de consuelo.
─Elena, es bastante improbable que ocurra eso pero gracias por ser tan
amable – contestó Raúl con cariño. Ver como empezaba a confiar en él, lo
llenaba de satisfacción.
Aparcaron en la puerta de casa de Gloria, las luces estaban apagadas por
la hora que era. Alex se bajó raudo del coche, para acompañar a Elena los
pocos metros hasta la puerta, bajo la burlona mirada de su amigo.
─Te acompaño – explicó sin necesidad.
─No es necesario – dijo riéndose.
─Un caballero acompaña a su dama hasta el final – dijo guiñándole un
ojo.
─Como quieras – se despidió de Raúl y ya en la puerta, se volvió para
mirar de frente a Alex y despedirse – muchas gracias por esta noche
maravillosa – dijo con los ojos brillantes – nunca he sido tan feliz como ahora
ni he tenido tantos amigos y…bueno sé que en parte es por ti y yo…
Alex se acercó muy despacio mirándola a los ojos. Elena supo con su
instinto de mujer, que la iba a besar pero aun cuando el pensamiento
consciente irrumpió con fuerza, era incapaz de moverse.
La besó con delicadeza, por nada del mundo quería asustarla. Atrapó su
labio inferior entre los suyos con una suavidad exquisita, lentamente se
separó aun cuando todas las fibras de su ser, le gritaban lo contrario. Volvió a
perderse en aquellos ojos que lo miraban con estupor pero sin rastro de
miedo. Con los labios entreabiertos a causa del beso, era lo más bonito que
había visto en su vida.
─Buenas noches princesa.
─Buenas…noches – balbuceó.
Se marchó rápidamente por miedo a no controlarse y besarla como se
moría por hacer. Ya desde el coche, vio como entraba cerrando la puerta tras
de sí, sólo entonces, arrancó el motor y se marchó.
─Te va el masoquismo – dijo Raúl burlón – no hay otra explicación. Para
cuando esa chica esté preparada para lo que tú quieres, habrás muerto por
combustión espontanea.
─Es mi problema – dijo seco.
─Y tanto que es tu problema. Te garantizo que ningún hombre querría
estar en tus zapatos.
─Sólo necesita tiempo para confiar en mí – murmuró con tozudez.
─Eso es simplificar mucho las cosas – contestó su amigo - puede confiar
en ti y sin embargo no estar jamás preparada para una relación amorosa o
para el caso, de ningún tipo, ya me entiendes – dijo mirándolo de soslayo.
─Estoy convencido de que con paciencia, aprenderá a confiar en mí y
perderá el miedo. La he besado y no he visto en sus ojos ni rastro de miedo.
─Eso no ha sido un beso y lo sabes – dijo chasqueando la lengua – si la
hubieras cogido entre tus brazos y la hubieras besado como un hombre besa a
una mujer, esa chiquilla habría salido corriendo como alma que lleva el
diablo.
─Poco a poco – repitió aunque no sabía si quería convencer a su amigo o
a él mismo – ha vivido una pesadilla siendo apenas una niña, necesita tiempo
para curarse.
─¡Es una niña! Alex por favor, apenas tiene dieciocho años y tú casi
veintisiete, en otra pareja no sería mucha diferencia pero entre vosotros, es
una vida entera.
─Me da igual – murmuró – es especial. Sé que es especial y esperaré lo
que sea necesario.
─Pues no es por amargarte la noche pero, es posible que la ayudes a
superar sus traumas y después se enamore del hijo del panadero – habían
llegado a casa de Alex, paró el motor volviéndose a mirar a su amigo con
rabia contenida.
─ No, si no quiere morir el hijo del panadero – la sonrisa divertida que
lucía Raúl, se quedó congelada en su rostro.
─Alex…te brillan los ojos…y me está dando muy mal rollo – murmuró
Raúl alucinado – pareces un maldito demonio – Alex inspiró con fuerza
cerrando los ojos. Él también notaba al igual que su madre, como aumentaba
dentro de sí, el poder de sus ancestros.
─Lo siento Raúl…no ha sido mi intención – comentó un tanto cohibido –
cuando me enfado, al parecer, eso también se enfada – explicó con una
mueca burlona aunque sin rastro de humor.
─Te he visto innumerables veces enfadado y nunca te había visto…ya me
entiendes…sólo te faltan los colmillos y…- Alex clavó su dorada mirada en
él con firmeza – era una broma – musitó.
─Pues es un asco de broma.
─Ya me imagino que no te tiene que hacer ni pizca de gracia – reconoció
Raúl – creo que me debes una conversación amigo – le recordó – y empieza a
ser muy necesaria si no quieres que vaya a buscar un par de estacas y…lo
siento…no he podido resistirme – añadió con una sonrisa pirata.
─Raúl, me importa un bledo si aun no estás en plena forma, otra como
esa y te quiebro todos los huesos – amenazó Alex pero los dos sabían que era
una balandronada sin fundamento.
─Seguro – convino su amigo – invítame a una cerveza y me pones al día
– dijo con firmeza – en pocos días me marcho y no quiero irme sin haber
resuelto esta conversación.
─¿Te han dado ya el alta?
─Esta mañana – dijo sucintamente – la semana que viene, tengo intención
de volver a casa.
─Lo entiendo – dijo asintiendo – vamos, al menos ahora ya tenemos sofás
y no se nos quedará el trasero como una piedra. Empezaba a odiar las sillas
de mi madre – unas risillas en sordina, le dijeron que su amigo estaba de
acuerdo con él.
Entraron en silencio, cogieron un par de cervezas y se dirigieron al salón,
que verdaderamente lucia de una manera magnifica. Había que reconocer que
tanto su madre como su tía, tenían un gusto exquisito. Le habían sabido dar el
punto exacto de elegancia y confort que cualquier diseñador mataría por
conseguir. Cerraron las puertas para no despertar a los demás miembros de la
familia y se relajaron cada uno en un sofá estirando las piernas con
satisfacción masculina. Por un momento, reinó el silencio tranquilo que sólo
podían entender los de su género.
─El salón ha quedado espectacular – murmuró Raúl.
─Ya te digo. Se han tomado su tiempo pero ha quedado de lujo – dijo
admirado.
─Bueno amigo, soy todo oídos – dijo Raúl rompiendo el encanto.
─Ante todo te he de pedir, que mantengas la mente abierta, algunas cosas
que te voy a contar, sencillamente te dejaran sin palabras y es muy posible
que las restricciones mentales propias de los humanos, te impida darle crédito
a todo lo…
─Espera. ¿Humanos? – dijo con una sonrisa de medio lado – entonces, tú
qué eres. ¿Extraterrestre?
─En cierto modo, es muy posible que una parte muy pequeña, si lo sea –
dijo mirando a su amigo serio como un juez. Raúl soltó una risotada pero al
punto se percató de que Alex no reía.
─¿Me estás hablando en serio?
─Totalmente – Raúl lo miró sin dar crédito – Raúl esto es en serio. Si ves
que no estás preparado, no hay problema, no es para sentirse avergonzado…
─Empieza – acotó dándole un trago largo a su cerveza. Alex lo evaluó
por un momento y con un suspiro de resignación, empezó a relatarle la
historia más fantástica y alucinante que jamás escucharía en toda su vida.
Bastante tiempo después tras un par de emparedados y varias cervezas,
los dos hombres se sumieron en un silencio tranquilo. Faltaba apenas una
hora para que amaneciera. Alex le había explicado todo a su amigo, no se
saltó ni las comas y Raúl por su parte, iba haciendo las preguntas concretas
que cabían hacerse en su situación. Cuando terminó se sintió realmente
aliviado, en cierta forma poder compartir con su amigo todo lo que le estaba
sucediendo, era una alegría. Raúl por su parte, se parapetó detrás de una
máscara que no dejaba entrever nada. La concentración en la narrativa era
absoluta. Sólo en un par de ocasiones, su expresión se volvió tormentosa y las
dos tuvieron relación directa con Júlia. Aun así no dijo absolutamente nada.
─Tenía pensado irme y lo haré pero volveré para la boda de tu hermana y
os acompañaré a Egipto.
─Supongo que eres consciente de que puede entrañar cierto peligro – el
bufido de Raúl y su mueca burlona lo decía todo – ya, pero realmente no
sabemos a qué peligros podemos enfrentarnos, por otra parte, cabe la
posibilidad que sea un viaje sin contratiempos.
─Eso no te lo crees ni tú.
─Sabes que intento siempre ser positivo – dijo burlón.
─Y lo entiendo, otro en tu lugar, ya se habría cortado las venas – comentó
con una mueca.
─Seremos sólo cuatro hombres y tendremos a nuestro cargo a cinco
mujeres – añadió Raúl reflexivo, aunque su cerebro iba a mil por hora – de
los cuales, sólo tú y yo tenemos formación militar, César es un hombre de
gran constitución pero tu cuñado, lamento decirte que no lo veo en un
combate cuerpo a cuerpo.
─Lo sé. Da más miedo mí hermana – respondió divertido – pero no lo
infravalores, su capacidad analítica es brutal. Además es un genio con los
ordenadores.
─No creo que en el desierto contemos con mucha cobertura – dijo mordaz
– tienes tres meses para entrenarlo, tenemos que ir lo más preparados posibles
para estar a la altura de cualquier contratiempo que surja.
─Ya lo había pensado – dijo asintiendo – pero el tema de las mujeres es
un poco más complicado – reconoció con un suspiro – miedo me da decirles
que tienen que prepararse físicamente.
─Tenemos que contar con todo el equipamiento necesario. Hablaré con
Carol.
─No tenía planeado explicarle a nadie más el asunto.
─No te preocupes, no le diré nada, Carol sabe cuando no tiene que
preguntar. Me debe un par de favores y creo que es el momento de que me
los pague.
─De momento no sé cuantos días estaremos en el desierto, cuando tenga
más datos, podré planificar mejor el viaje.
─Supongo que cuando dices más datos, te refieres a que tu madre o tu
hermana tengan una de sus visiones – dijo con una sonrisa de medio lado.
─Pues sí. Aunque supongo que una semana tiene que ser tiempo
suficiente para ir hacer lo que tenemos que hacer y marcharnos.

─Esperemos – musitó Raúl intentando procesar todo aquello – el tema de


los Dioses os lo dejo a vosotros pero el que me preocupa es el de los
guerrilleros o grupos aislados que no se rigen por ninguna bandera. Si hay un
grupo de ese tipo buscando el tesoro, irán armados y estarán sobradamente
preparados y nosotros estaremos en desigualdad de condiciones y con una
ristra de mujeres.
─Mi madre también vio a uno de esos grupos que tú dices, que son
aliados.
─Eso está muy bien, pero si nos encontramos con problemas, y nos los
encontraremos, esos guerreros tienen que aparecer antes o al menos en el
momento justo. Tenemos que contar con lo que tenemos y en estos momentos
es bien poco.
─Eres único dando ánimos – dijo Alex lúgubre – puede que estemos
exagerando y no ocurra absolutamente nada. El desierto es muy grande.
─Veremos – dijo pensativo – creo que sería mejor que nos acostemos un
rato, tu familia no tardará en levantarse.
─Tienes razón – dijo desperezándose – estoy cansado, creo que un par de
horas de sueño y estaré como nuevo.
─¿Un par de horas? – dijo sonriendo – yo no pienso levantarme antes del
mediodía – vaticinó.
─Pero tú eres más viejo – dijo esquivando el golpe de su amigo – y has
perdido reflejos – añadió con malicia.
─Segarra, eres peor que un grano en el culo – se sonrieron con la
camaradería nacida de años de trabajar juntos y salvarse la vida entre ellos en
unas pocas ocasiones. En pocos minutos, estaban cada uno acostado en su
cama, sumidos en sus propios pensamientos. Uno estaba feliz pensando en
cierta fémina y un beso compartido…él otro también pensaba en una mujer y
en cómo había reaccionado su cuerpo ante el simple roce de sus labios, sólo
de imaginarse besando aquella boca invitadora, y tenerla dócil entre sus
brazos, era suficiente para producirle una erección de campeonato.
Maldiciendo se giró en la cama golpeando la almohada. Sólo le faltaba
sentirse atraído por aquella bruja. Absurdo. Llevaba demasiado tiempo sin
una mujer. Eso era lo que le ocurría, no había otra, era imposible que aquel
bicho lo atrajera.

Clara estaba profundamente dormida. Dentro de su sueño, empezó a


formarse un cambio de escenario. De repente, estaba en una especie de cueva
con velas encendidas y una pequeña fogata. Una mesa de madera rustica,
estaba al fondo de la caverna donde descansaba el Libro de los Tiempos. Se
acercó lentamente atraída por él.
─Hola hija – dijo una mujer mayor. Ya la había visto la primera vez que
cayó en trance, sólo que entonces, no supo muy bien por qué, pero le pareció
que era una especie de hechicera.
─Hola – contestó tranquila – se supone que estoy soñando. ¿No es cierto?
─A través de los sueños podemos viajar en el tiempo, no existen fronteras
y el espacio es intemporal – dijo crípticamente sin contestar de manera
concreta.
─¿Qué hago aquí? –preguntó mirando a su alrededor.
─Cumplir tu destino – dijo mirándola seria.
─La última vez que escuché esas palabras, perdí el conocimiento y casi se
me parte en dos el cráneo – dijo con una mueca. Escuchó una suave risa de la
mujer mayor.
─Lo sé hija. No me has preguntado quien soy – dijo mirándola con
interés.
─Supongo que eres alguna antepasada mía.
─Supones bien – dijo con una sonrisa – ven, sentémonos al lado del fuego
– unos pequeños bancos también de madera muy rústicos, estaban colocados
estratégicamente cerca de la fogata – en cierta manera soy algo así como tu
abuela, si no hilas muy fino.
─¿En qué año viviste?
─Nací en el año ciento once de nuestro Señor.
─Supongo que podamos entendernos es cosa tuya – dijo refiriéndose a los
problemas lingüísticos generados por la distancia entre una y otra.
─Eso es gracias al libro – le explicó sin perder la sonrisa.
─No entiendo – dijo frunciendo el ceño.
─Por eso he querido hablar contigo. En este lugar, no puede acceder
nadie salvo nosotras.
─¿Ni los Dioses? – inquirió interesada.
─Ni siquiera ellos. Lo primero que tienes que saber, es que aunque son
seres poderosos, no poseen en absoluto el poder supremo.
─¿Tienen debilidades? – preguntando interesada.
─Las tienen pero todo a su debido momento – contestó serena – tenéis
por delante una empresa de suma importancia y necesitas de todos tus
poderes para conseguirlo. Todos nosotros dependemos de ello.
─¿Todos nosotros? ¿Te refieres a nuestra familia que está en esa especie
de antesala donde os encontráis?
─Si hija, estamos en ese lugar esperando pero…para algunos de
nosotros…se nos empieza a acabar el tiempo…
─¿Qué significa eso? Quiero decir que en un sitio donde no existe el
tiempo, no puede acabarse lo que no hay...
─Cuando llevamos mucho tiempo en ese lugar que no existe…de alguna
manera, nosotros también empezamos a dejar de existir…
─Concretamente. ¿Qué me quieres decir…abuela? – dijo con verdadera
preocupación.
─Que si no lo conseguís… simplemente nos desvaneceremos, como si
nunca hubiéramos existido.
─¡Eso es horroroso! – dijo levantándose de golpe. La mujer mayor la
miró con infinita pena, esperando a que asimilara las repercusiones de
aquellas palabras, lentamente Clara se dejó caer otra vez a su lado –
explícame todo lo que tengas que decirme – dijo mortalmente seria.

─El tiempo en ese sitio para los mortales es finito. No se creó como un
lugar de descanso eterno sino como un sitio de paso hacia el siguiente nivel.
Si no lo cruzamos en breve, los más antiguos…desapareceremos…
─Eso no está escrito en ningún sitio – exclamó afectada - ¡No es justo!
─Lo sé hija pero en todo caso será lo que pasará – explicó serena.
─Nosotros desconocemos muchas cosas…mi abuela…
─Lo sé – dijo cortando suavemente la explicación que ya conocía – pero
hemos llegado a la conclusión de que eso no es malo, al contrario, no estáis
sujetos a las normas preestablecidas que nos inculcaron a los demás desde
nuestro nacimiento, no sentís la reverencia ancestral hacia las divinidades,
más bien al contrario, poseéis la valentía de mirarlos de frente sin venerarlos.
Creemos que esa…frescura os da ventaja y en estos momentos sois la última
esperanza que tenemos.
─Eso está muy bien, pero supongo que tenéis un plan para ayudar…
espero – dijo Clara con una mueca pero muy consciente del alcance de lo que
le estaba contando.
─Una vez, fui hechicera y…
─¿Perdona? ¿Hechicera? – su sorpresa era mayúscula – se supone que los
dones que pasan de madres a hijos son siempre los mismos, de hecho sólo
una vez cada mil años, se da la circunstancia de que nazcan tres hijos de dos
partos, cosa que sigo sin entender, y entre los cuatro, poseen los poderes
originales de Uadyi. Nadie ha dicho nada de poderes diferentes.

─Y es así pequeña. Los Dioses, son seres de inmenso poder porque


dominan el arte de la magia, su capacidad para influir en los elementos, nace
de ese conocimiento. Algunas de nosotras que como tú fuimos Guardianas
del Conocimiento, tenemos la capacidad de crear magia, es algo con lo que
nacemos y el libro en cierta manera, lo potencia permitiéndonos crear cosas
maravillosas – en ese momento, la anciana levantó su mano señalando las
llamas y estas se elevaron en el aire, en una espiral de brillantes colores, poco
a poco, formaron un círculo perfecto donde aparecieron las imágenes de su
familia. Clara estaba estupefacta. Las llamas al movimiento de la mano de la
anciana, volvieron a su forma original – en mis tiempos, fui una gran
curandera, dediqué mi vida a sanar a otros y acudían de lugares lejanos, en
busca de remedios. Usé mi magia para sanar. A lo largo de nuestra historia,
las mujeres que han ostentado este poder, lo han usado para ayudar al
prójimo, aunque…algunas de ellas fueron perseguidas acusadas de brujería –
añadió con infinita pena. La miró a los ojos intentando que aquella niña,
entendiera en unos pocos minutos, una historia tan vieja como el tiempo –
eran buenas mujeres que jamás hicieron daño alguno. Dentro de ti está
nuestro legado y a través del libro, si lo permites, el conocimiento guardado
por tanto tiempo. Tienes que abrazarlo, amarlo, desearlo con todas tus
fuerzas. Hoy te pido en nombre de todos…que los utilices no para curar sino
para luchar – le cogió las manos apretándolas con cariño. Clara era muy
consciente de todo lo que encerraba esas palabras – eres nuestra última
esperanza junto a tus hermanos y tu madre… en caso de que no lo
consigáis…me han pedido que te trasmita igualmente el agradecimiento de
todos ellos y su amor.
─A ver si lo he entendido bien – dijo seria – la profecía realmente es un
mensaje encriptado que vaticina en cierta manera a los elegidos, pero
realmente lo que tenemos por delante no es un paseo sino más bien una
batalla en toda regla – la anciana asintió – y en caso de no salir vencedores,
algunos de nuestra familia, desaparecerán allí donde os encontráis.
─Así es.
─ Sólo espero que cuando Uadyi recobre sus poderes, le de tal arranque
de furia que les rompa sus divinos huesos a todos ellos – añadió con rabia.
─En esencia fue una conspiración de Seth – explicó la mujer sorprendida
por la irreverencia de Clara. Se sonrió apenas, entendiendo muchas cosas.
─Aun no lo conozco pero tengo unas ganas de echármelo a la cara que
flipas.
─No entiendo. ¿Flipas?
─No te preocupes – dijo restándole importancia.
─Escúchame abuela, tienes mi palabra de que os sacaremos de allí, sois
parte de nuestra familia y nosotros jamás abandonamos a uno de los nuestros
– dijo con fiereza – además si no lo conseguimos, correremos la misma
suerte.
─Puedo ayudarte a despertar tu parte inmortal…
─¿Mi parte inmortal?
─Los poderes que poseemos no son mortales, sólo los conservamos hasta
que la profecía se cumpla y se rompa la maldición, después volverán a su
legítimo dueño, Uadyi. En cierta manera, pretendo acelerar el proceso.
─Entiendo, algo así como un cursillo acelerado – asintió con firmeza ante
el desconcierto de la mujer, que no entendía muy bien eso de cursillo
acelerado – pues ayúdame.
─Tienes que explicarle todo esto a tu familia – rogó la anciana.
─Tienes mi palabra de que lo haré.
─Bien. acompáñame – se levantaron y fueron a donde descansaba el
libro. La anciana lo tomó entre sus manos – cógelo hija – dijo mirándola a los
ojos con cariño. Cada una de ellas, tomó el libro por un lado – abre tu mente
y permite que el poder te posea – Clara hizo lo que le pedía. Al momento el
libro empezó a brillar envolviendo a las dos mujeres dentro de la misma
esfera dorada de luz. Clara sintió como la fuerza pasaba a través de las yemas
de sus dedos, como si de melaza caliente se tratara, en modo alguno era
doloroso o desagradable, al contrario, una sensación de euforia, hinchó todas
y cada una de sus células. La luz se apagó y la anciana parecía que se fuese a
desmayar.
─¿Qué te pasa? ¿te encuentras bien? – preguntó preocupada.
─Tranquila pequeña, ayúdame a sentarme – la acompañó a los taburetes
sosteniendo parte de su peso. Algo le decía que eso no era normal. Ella se
sentía fuerte, incluso poderosa - ¿Qué has hecho?
─Necesitabas el conocimiento además del poder – explicó la mujer –
ahora lo tienes. Te he pasado todo lo que sé con la ayuda del libro. Ahora
eres la Guardiana del Conocimiento con todo lo que eso conlleva… la vasija
de la sabiduría de todo nuestro linaje.
─Se supone que ya era eso – unas risas suaves acogieron sus palabras.
─Por supuesto hija sólo que ahora, estarás preparada.
─¿Entonces puedo levantar las llamas?
─Sólo visualiza la imagen en tu mente – Clara hizo justo eso y las llamas
se alzaron con una fuerza descomunal, estrellándose contra el techo de la
cueva. Con cara de espanto, se volvió a mirar a la anciana que sonreía con
serenidad – tienes que practicar para controlarlo.
─¿Esto podré hacerlo cuando despierte del sueño? –preguntó con
verdadero interés.
─Por supuesto querida. Recuerda algo de suma importancia, las grandes
divinidades, se componían de triadas. Podían asimilarse entre ellos a placer,
por ese motivo ha llegado incluso a vuestro tiempo, la creencia de que el tres
es un número mágico…llegado el momento si unís vuestros poderes, seréis
casi invencibles…vosotros sois cuatro para canalizar toda la energía,
convirtiéndoos en una fuerza arrolladora.
─Mi madre ha hecho uso de los poderes de mis hermanos aunque no sabe
como lo ha hecho.
─Tu madre es la cuna de todo, ella os dio a luz y por tanto es la creadora,
puede absorber vuestros poderes pero vosotros podéis hacer lo mismo si os
unís, es un talento que desciende directamente de ellos. El poder de la triada.
─Puede ser que no encontremos obstáculos, quiero decir que localicemos
la tumba de Uadyi unamos los restos mortales de los dos y santas pascuas.
─Seth no lo permitirá. Disfruta sabiendo que los descendientes mortales
de Amón-Ra, sufren por toda la eternidad, es una manera de vengarse.
─Cada día me cae mejor el tío Sethi – la anciana la miró totalmente
estupefacta.
─¿El…tío Sethi?
─Bueno…por la rama paterna – dijo con una sonrisa malvada. Las
carcajadas de la mujer, sorprendieron gratamente a Clara que terminó
sonriendo a su vez.
─Si no vuelvo a verte, quiero que sepas que me siento muy orgullosa de
todos vosotros y muy especialmente de ti – dijo mirándola con profundo
cariño.
─Tranquila que me veras –dijo con confianza – no conoces a mi familia
pero cuando nos proponemos algo, puedo asegurarte que lo conseguimos.
Tienes mi palabra.
─Te creo hija – dijo haciendo un gesto con la cabeza de respeto – si me
necesitas alguna vez, invócame en tus sueños.
─Así lo haré – prometió.
─Ahora volverás a dormir mi niña.
─¿Cómo te llamas? – preguntó ya entre una niebla espesa.
─Araminta…

Cuando abrió los ojos, la luz del amanecer se colaba tímidamente por la
ventana. Se levantó con cuidado de no despertar a Sergio y fue a buscar el
Libro de los Tiempos que guardaba en el armario. Bajó a la cocina con el
cofre dejándolo encima de la mesa. El corazón le martilleaba con fuerza pero
aun así, abrió la tapa y lo tomó en sus manos. Visualizó a la anciana y el libro
se abrió y empezaron a pasar las páginas a gran velocidad ante sus
estupefactos ojos, parándose en un sitio concreto donde había unos dibujos
preciosos de una mujer en una cueva delante de una fogata. Los rasgos de la
mujer estaban claramente definidos. Leyó rápidamente todo cuanto decía de
la mujer que era lo mismo que le había contado ella.
Curiosamente, en los manuscritos donde las mujeres de su linaje habían
ido escribiendo todo cuanto creyeron oportuno, casi no había menciones a las
Guardianas. La tía de su madre también había sido Guardiana pero…
visualizó a la tía Ana y el libro volvió a pasar las páginas en una sucesión de
hojas con rapidez hasta casi el final. Allí estaba, sentada tejiendo. La letra
manuscrita de su tía era fácilmente legible, resumida en pocas frases, decía
que había cumplido su cometido de salvaguardar el legado hasta la siguiente
generación. Poco más. Sin embargo había sido Guardiana. ¿Dónde estaban
sus poderes mágicos? No bien se hizo la pregunta, empezó a aparecer un
texto que explicaba que todo lo que ella tejía con sus manos, llevaba el Don
de la protección siendo salvaguardas para todo aquel que las utilizara. Siguió
invocando a Guardianas haciendo memoria de los nombres que había leído en
el libro de registro donde llevaban un control de todas las mujeres desde
Yamanik hasta el presente. Cada una de las Guardianas que fueron
apareciendo, canalizaban su magia de diferentes formas, ya fuese la sanación
como Araminta, o confeccionando ropa del hogar que a su vez eran
salvaguardas o siendo grandes horticultoras…el libro explicaba que muchas
de ellas jamás supieron que tenían esa capacidad. Estaba impactada. Habían
cumplido su cometido creyendo que todo el poder lo ostentaba la hermana
mayor cuando no era cierto pero aun así hicieron lo que pensaban era su
obligación. ¡Ellas tenían su propio poder! Dios santo. Esas pobres mujeres,
habían pasado prácticamente inadvertidas incluso para sus propias familias.
Guardaron y protegieron el libro hasta que llegara a manos de la verdadera
Guardiana de la profecía. Siguió leyendo todas aquellas páginas que estaban
vedadas y que conforme ella visualizaba la pregunta, se materializaba delante
de sus ojos la respuesta. Sólo unas pocas llegaron a saber el verdadero
alcance de su poder. Pero ¿por qué?
Las páginas volaron hasta pararse en un grabado bellísimo. Las palabras
empezaron a aparecer… Sólo las que nacen con la marca de la Gran Maga
tiene derecho a conocer sus secretos…una estrella de ocho puntas… ¡Ella no
tenía esa marca! Al punto, una pequeña estrella, empezó a aparecer en la
parte interior de su muñeca izquierda. ¡Santa Madre de Dios! Ahora sí que le
daba algo. Durante las siguientes horas, leyó sin parar. Para cuando bajó
Sergio medio dormido, ella llevaba su segundo café y estaba sentada en la
mesa de la cocina leyendo el libro que descansaba encima de la mesa con
total concentración.
─Buenos días cariño – dijo Sergio con voz pastosa – se acercó a darle un
beso en los labios – ¿A qué hora te has levantado? La cama estaba fría, así
tienes que llevar rato aquí – dijo contestándose él mismo, mientras se servía
un café. Se apoyó en la encimera mirando a su novia totalmente concentrada
en la lectura, cuando vio que las hojas se pasaban solas. De poco se atraganta
- ¡Clara! Por Dios. ¿Qué narices pasa?
─¡Jolín que susto! ¿Qué te pasa Sergio? - preguntó enfadada.
─¿Qué qué me pasa? ¿En serio? El maldito libro está pasando las hojas
solas. ¡Eso me pasa!
─Ya sabias que era mágico – dijo empezando a sonreír al notar que su
novio se había puesto verde.
─Yo eso lo interpreto como que contiene pócimas mágicas y conjuros…
─Pues hace muchísimas cosas más – dijo cruzándose de brazos y
reclinándose en la silla.
─¿Eso lo sabe tu hermano? – preguntó mirando el libro como si esperase
que saliera volando.
─Digamos que he tenido una epifanía y después la compartiré con los
demás.
─Clara estas muy rara y… ¿Eso que llevas ahí es un tatuaje? No me lo
puedo creer. ¿Te has hecho un tatuaje sin decirme nada? – Sergio estaba
empezando a enfadarse. Odiaba que le ocultara algo.
─Me ha salido hace un rato – la cara de Sergio era cómica.
─¿En serio? ¿Te has propuesto enfadarme nada más levantarme de la
cama?
─Sergio cariño. ¿Confías en mí? – preguntó seria.
─Sabes que sí. No me cambies de tema, si querías hacerte un tatuaje no
me importa y lo sabes pero que me lo ocultes…- el café de Sergio se salió de
la taza formando algo parecido a un cono, a Sergio se le cayó la taza de la
impresión y del susto Clara perdió la concentración y el café termino
desparramado encima del pobre hombre - ¡Jesús! ¡Me estoy quemando! – se
quitó corriendo la parte de arriba del pijama tirándola al suelo encima de todo
el estropicio. No le prestó a tención. Ni a los ladridos de Troy. Sólo tenía ojos
para su novia – Clara ¿Qué has hecho?

Aquella mañana todos se levantaron tarde. Todos menos Vicent. Se había


preparado un café y estaba sentado en la cocina leyendo el periódico cuando
entró Ana en pijama y con cara de dormida.
─Buenos días – dijo de seguido mientras iba a por su taza de café. Al
cabo de pocos momentos se sentó con su hermano -¿Has ido a buscar el
periódico?
─Qué remedio – dijo con un suspiro – en esta casa no se puede dormir –
Ana levantó las cejas hasta la raíz del cabello. ¿Qué no se podía dormir? Miró
el reloj. ¡Eran las diez y media de la mañana!
─Al parecer alguien se ha levantado con el pie izquierdo – murmuró
sorbiendo su café.
─¿Tú te acuerdas de que tienes perro? – inquirió ceñudo – pues que sepas
que ha cierta hora espera salir y si no hay nadie levantado, resulta que me
amarga hasta que me levanto y lo saco a dar una maldita vuelta. De ahí el
periódico y los cruasanes que están encima de la repisa – añadió volviendo a
centrarse en la lectura.
Ana lo miró intentando no sonreír. Se levantó a buscar un cruasán que no
había visto y empezó a comérselo con verdadero placer. Los dos sabían que
no necesitaba sacar a Max a pasear, con abrirle la puerta del jardín había
suficiente.
─¿Sabes querido? Creo que Max te ha elegido a ti como su dueño – dijo
con tono casual – habida cuenta que se ha convertido en tu sombra.
─Pues no quiero – dijo enfadado.
─¿Qué pasa Vicent? Y no me digas nada.
─Pues que es muy posible que no esté aquí las próximas navidades y no
quiero que se encariñe demasiado conmigo y después…
Se le rompió la voz. Ana se levantó corriendo y lo abrazó con fuerza. Su
hermano el egoísta, interesado y materialista, estaba angustiado por pensar en
hacer sufrir a un perro. Lagrimas calientes corrían por su cara. Vicent se
abrazaba con fuerza, descansando la cabeza en su pecho.
─No sabes lo agradecida que estoy por este tiempo contigo – murmuró
contra su cabeza – no importa cuánto Vicent importa lo que hagamos con el –
dijo limpiándose sus propias lagrimas con una mano – y nosotros estamos
viviendo cada segundo y Max es un perro privilegiado porque tiene a una
familia entera que lo quiere, aunque él sólo tenga ojos para ti. Si lo hubiera
pagado te exigiría la mitad, que lo sepas – unas risas por parte de su hermano,
le dijeron que estaba recobrando la compostura.
─Suéltame que me estas asfixiando – dijo refunfuñando – el café seguro
que estará frio – dijo indicando la taza de su hermana – de la que te vas a
hacer otro, ponme uno a mi – se limpió los ojos subrepticiamente y siguió
leyendo mientras acariciaba la cabeza del enorme cachorro que descansaba
sobre sus rodillas.

─Familia tengo algo que contaros – dijo Clara a voces entrando por la
puerta seguida por Sergio y Troy - ¿Dónde están todos? – dijo mirando a su
alrededor.
─Durmiendo – dijo Vicent bajándose las gafas sobre el puente de la nariz
para ver a su sobrina – algo que nos hubiera gustado hacer a los demás si nos
hubieran dejado – añadió.
Clara levantó una ceja en muda pregunta mirando a su madre, pero
viendo que esta se sonreía, no le dio más importancia al comentario.
─¡Tengo que contaros algo! – exclamó emocionada - ¡Es una pasada!
Díselo Sergio – dijo mirando a su novio que había visto los cruasanes y ya se
estaba agenciando uno de ellos con sumo placer.
─Es una pasada – repitió Sergio con aire resignado – Clara cariño, intenta
que no les dé un tabardillo, tu tío está delicado, recuérdalo – el aludido
levantó la vista del periódico, mirando a sus sobrinos con aire de sospecha.
─Me empiezas a dar miedo – dijo Ana con cara seria. Clara se rió en
cantada.
─He tenido un sueño donde he visto a una de nuestras antepasadas y me
ha explicado un montón de cosas y además me ha dado un cursillo acelerado
para saber manejarlas y así poder combatir a los Dioses…bueno realmente es
sólo Seth pero en cierta manera, se ha equilibrado la balanza y…
─Clara cielo. ¿De qué demonios estás hablando? – preguntó Ana
cortando su diatriba.
─Te he dicho que fueras despacio – musitó Sergio arrastrando las
palabras – pero tú como si escucharas llover.
─Mamá, las guardianas del libro de los Tiempos, han tenido siempre
magia pero en cada generación se revelaba de diferentes formas. Algunas han
sido grandes sanadoras como Araminta pero…
─¿Araminta? – preguntó Vicent interesado.
─La mujer que me ha visitado en sueños. Tío presta atención – dijo
molesta por la interrupción. Ana levantó las cejas mirando a su yerno que a
su vez, le sonrió beatíficamente – bien, como decía, esas mujeres siempre han
tenido la capacidad para hacer cosas a través de la magia pero sólo unas
pocas, nacían con dicha capacidad de manera más pronunciada por así
decirlo, a esas pocas elegidas, les fue revelado el gran secreto y el verdadero
motivo de porqué eran llamadas las Guardianas del Conocimiento y
protectoras del Libro de los Tiempos. El libro fue una creación de Isis para
igualar la lucha dispareja que sabía que en su día tendría lugar, y por ese
motivo traspasó parte de sus poderes a ciertas descendientes que serian las
encargadas de protegerlo. Dichas mujeres vendrían a ser como hijas suyas y
por lo tanto, tendrían el poder de convocar la magia y de ese modo combatir
en igualdad de condiciones contra otras divinidades. Al parecer a lo largo de
los siglos, los Dioses han tomado partido por semi Dioses y los han
favorecido otorgándoles ciertos poderes para enfrentarse a obstáculos o a
seres de gran poder, o incluso a otros Dioses, como por ejemplo el gran
Hércules, bien pues Isis hizo algo parecido otorgando sus favores a las
mujeres que custodiaban el libro que ella mismo creó para tal fin. En cierta
manera se puso de nuestro lado para vengarse de su hermano por matar en su
día a su marido y todo eso, al parecer las venganzas entre los dioses son algo
común, supongo que se aburren, la cuestión es que las mujeres que nacemos
con su marca, poseemos dichos poderes. En otras palabras… ¡Soy una
hechicera!
Sin palabras. Se habían quedado sin palabras. Clara lo entendía
perfectamente. Era un impacto enterarse de algo así, menos mal que ella
estaba hecha de otra pasta.
Ana y Vicent se miraron entre ellos con estupefacción, al momento, unas
sonrisas empezaron a emerger dando paso al mayor ataque de risa que habían
tenido en muchos años.
Al principio Clara se sonrió ante semejante ataque de hilaridad, pero
después de varios minutos, empezaba a perder la paciencia y a enfadarse de
veras.
El imbécil de su novio, de ver a los demás reírse, terminó como ellos. Su
madre se sujetaba el abdomen presa de las carcajadas cosa que al parecer, aun
dio pie a que los demás se rieran con más ganas, si es que eso era posible. Su
tío estaba apoyado en su madre que a punto estuvo de caerse de la silla.
─La marca de la maga es una estrella de ocho puntas – dijo levantando la
voz para que la escucharan – y esta mañana me ha aparecido – dijo
enseñando el dibujo en su muñeca izquierda.
El paroxismo después de su última declaración fue de órdago. Las
carcajadas se intensificaron.
─Quiero que sepáis que sois una panda de idiotas descerebrados – dijo
cruzándose de brazos a punto de perder la paciencia.
─¿Qué pasa aquí? – preguntó Alex con los ojos hinchados por haber
dormido poco – se os escucha desde arriba – dijo de mal humor. Nadie le
contestó. Claro que no eran capaces. Sólo su melliza estaba seria y con cara
de pocos amigos.
─Pasa que tienes una familia que son todos unos idiotas – dijo mirándolos
con verdadera inquina – tú sigue así bonito, que se va a casar contigo tu tía –
dijo mirando a su novio con ganas de estrellarle algo en la cabeza.
─Lo siento – dijo Sergio haciendo verdaderos esfuerzos. Al punto, varias
risotadas, se le escaparon sin querer. No había nada más complicado que
intentar dejar de reír cuando a tu alrededor, se estaban riendo a mandíbula
batiente.
─¿Nos ha tocado la lotería o algo así? – preguntó Alex con una sonrisa.
Era imposible no hacerlo cuando el ambiente tenía ese aire festivo.
─He vendo corriendo para revelarles un sueño que he tenido y los muy
cenutrios se están muriendo de la risa – murmuró Clara mirándolos con
severidad.
─Necesito un café - dijo Alex dirigiéndose a la cafetera – sois únicos para
liarla en una tranquila mañana de sábado.
─Eso díselo a ellos – añadió Clara tomando la determinación de hacer lo
mismo que su mellizo y deseando que alguno colapsara de un perrenque.
Poco a poco, fue remitiendo el ataque, volviendo la normalidad aunque de
vez en cuando, aun se escuchaba algún conato de risa seguida por un suspiro.
Alex y su melliza se sentaron a la mesa con sendos cafés y unos
cruasanes, ignorando al resto. Uno porque no era persona hasta después de un
par de cafés, la otra por enfado manifiesto.
─Cuando os dé la real gana, me explicáis qué pasa – murmuró Alex
observando a los demás por encima del borde de su taza.
─Que te lo explique tu hermana – dijo Vicent con una gran sonrisa – es el
azote de los Dioses – otro ataque colectivo de risas, siguió a ese comentario.
Alex se volvió a mirar a su melliza, que estaba a un tris de perder los papeles.
─Melli ignóralos que es lo que yo hago y explícame que ocurre – dijo con
arrogancia y una mirada llena de condescendencia. Clara suspiró y medio
volviéndose en la silla para no mirarlos, procedió a explicarle a su hermano
todo lo que le había pasado y la marca que le había salido. En honor a la
verdad, había que reconocer los ingentes esfuerzos de su mellizo por no
echarse a reír, cuando comprendió a qué se refería su tío cuando dijo “el
azote de los Dioses”. Lo bordaba. Nada menos que su melliza que era famosa
por su temperamento de mil demonios y que actuaba antes de pensar, era
poseedora de poderes equiparables al menos en apariencia, a los de los
Dioses. Jamás la expresión, justicia divina, adquirió tanto significado.
─Bueno Atilina – dijo Vicent disfrutando como nunca – eres nuestra arma
secreta.
─¿Atilina? – preguntó belicosa.
─Bueno querida sobrina, tú eres la de los motes, entenderás que este te
viene como anillo al dedo.
─¿Y eso porqué? – preguntó Sergio con ojos brillantes.
─Porque así llamaban a Atila. El azote de los Dioses – explicó Vicent con
gran satisfacción.
─Que sepas que no tienes gracia eligiendo apodos – dijo Clara altanera.
─Qué le vamos a hacer – dijo impenitente su tío.
─¿Los controlas? – preguntó Alex interesado.
─Lo cierto que no mucho – admitió – Araminta me ha dicho que tengo
que practicar.
─Espera que se entere Júlia. Va a alucinar – añadió Alex emitiendo un
suave silbido.
─Creo que empieza a ser prioritario que todos empecemos a practicar –
dijo Ana recobrando la seriedad – si es cierto y no lo pongo en duda, lo que te
ha dicho Araminta, yo puedo usar vuestros poderes y vosotros unir los
vuestros, pero tenemos que poder hacerlo cuando así lo decidamos no cuando
estemos bajo presión porque perdemos la capacidad de controlarlos – todos
asintieron.
─También debemos estar en optimas condiciones físicas porque atravesar
el desierto no es moco de pavo – añadió Alex – con lo cual, hay que
implementar una tabla de ejercicios que seguiremos todos de forma rigurosa.
─Alex no exageres – soltó Ana exasperada – la gente hace tours por el
desierto y no se preparan.
─Cierto – dijo con displicencia – pero ellos no se van a enfrentar a un
Dios.
─¿De verdad te crees que por estar en forma lo vamos a ganar? –
preguntó Ana con incredulidad manifiesta.
─No. Pero a los hombres que él controla sí – exclamó Alex rotundo.
Se quedaron callados digiriendo esas palabras.
─Si por casualidad tenemos que enfrentarnos a esos indeseables, tenéis
que conocer al menos, las técnicas mínimas para tener alguna posibilidad. Y
todo ello en unas condiciones extremas como es el clima desértico.
─Tiene sentido – dijo Sergio reflexivo.
─¿Tú nos enseñaras? – preguntó Clara interesada.
─Con mi ayuda – dijo Raúl entrando por la puerta de la cocina. La cara
de los presentes era de total asombro.
─Le he explicado a Raúl todo – el tono de Alex no admitía replicas –
necesitamos ayuda y él se ha ofrecido a acompañarnos.
─Creo, y no te ofendas Raúl – dijo Ana – que tendrías que haberlo
consultado con nosotros.
─La magnitud de la empresa en la que estamos metidos, me da cierta
autoridad para tomar decisiones y Raúl es uno de los mejores y además es mi
amigo – contestó Alex serio como un juez – si nos encontramos en alguna
situación de peligro, creerme que os alegrareis que esté en nuestro equipo.
─Eso no lo pongo en duda – comentó Ana – pero no es un tema para
andar por ahí divulgándolo.
─Créeme Ana si te digo que aun estoy en estado de shock – murmuró
Raúl con una mueca, mientras se servía con naturalidad un café – pero en
cierto modo, sois parte de mi familia. Sencillamente no puedo permitiros que
os embarquéis en todo esto y yo mientras quedarme al margen – Clara lo
observaba con la cabeza ladeada y cierto aire reflexivo.
─¿Estarás en condiciones? – preguntó a bocajarro.
─Quedan casi cuatro meses. Para entonces me habré recuperado
totalmente – explicó – ayer me dio el médico el alta, esta semana vuelvo a
casa pero estaré de vuelta con tiempo suficiente para asistir a vuestra boda,
sumarme a los entrenamientos y acompañaros a Egipto.
─Mientras tanto, de igual forma. Empezaré a enseñaros técnicas de
combate y llaves para noquear al contrario – dijo Alex sereno – no os pido
que os convirtáis en un comando de elite – dijo irónico – pero sí que en un
momento dado, seáis capaces de defenderos.
Empezaban a comprender la peligrosidad que entrañaba. Cuando todo
empezó a surgir, era casi un viaje de fantasía pero en aquellos momentos los
tintes de realidad, les daba la medida de la enormidad de la empresa en la que
estaban inmersos.
─De acuerdo. ¿Cuándo empezamos? – dijo Clara resuelta.

─Si pensáis que me voy a poner a correr y a sudar como una cerda, es que
no me conocéis – dijo Gloria tajante.
─No queda otra cielo – dijo Sara – tenemos que estar preparadas. En el
fondo, debo reconocer que me hace ilusión.
─Eres rara hasta decir basta – le espetó Gloria frunciendo el ceño a su
amiga.
─Pero tiene sentido cariño, además estaré mucho más tranquila si sé que
te puedes defender llegado el caso – dijo Tamsim mirando a su mujer con
talante conciliador.
─Me niego a ponerme un puñetero chándal – afirmo con tozudez.
─Eso es fácil, ponte unas mallas – dijo Clara resuelta.
─Póntelas tú bonita – contestó belicosa.
─Sea como fuere, tenemos que prepararnos y vosotras sois el eslabón
débil por lo …
─¿El eslabón débil? – interrumpió Gloria – te demuestro cuando quieras
lo que soy capaz de hacer niñito – dijo con una sonrisa cargada de maldad.
─Me parece bien – contestó Alex con parsimonia – si eres capaz de
soltarte o incluso de noquearme, te libras del entrenamiento – dijo retador.
─No quiero hacerte daño – dijo Gloria con suficiencia.
─Lo asumiré – dijo con una gran sonrisa – vamos al jardín – propuso.
─¿Ahora? – la cara de Gloria no tenía precio – hemos venido a tomar un
tranquilo café. Desde luego Ana que cada vez que nos invitas te superas –
añadió mordaz.
─Alex hijo, no creo que sea necesario…
─Al contrario. Es imperativo saber realmente el alcance de nuestras
capacidades. Gloria tú decides, si me noqueas te salvas, si pierdes acataras
mis órdenes – Alex intentaba aparentar que no estaba disfrutando aunque el
brillo de sus ojos daba pistas.
─Yo también quiero probar – exclamó Clara decidida.
─Cállate mocosa – dijo Alex provocador – Gloria, estoy esperando.
─¿Vale cualquier cosa?
─Cualquier cosa – afirmó asintiendo.
─Si te hago daño…
─Te garantizo que por una vez, si consigues hacerme daño, me harás el
hombre más feliz del mundo – murmuró burlón.
─Vamos entonces – dijo levantándose del sofá.
─¡Oh Dios! – exclamó Ana cerrando los ojos.
Todos siguieron a Gloria y a Alex. Raúl estaba disfrutando de la
expectación que de pronto se había apoderado de la familia. Desde luego que
en los dos meses que llevaba allí viviendo, no podía decir que se había
aburrido. Aquella tranquila tarde de domingo, empezaba a ponerse
interesante.
César no podía dejar de sonreír. Miró a Sara que por cierto le había
sorprendido gratamente. Cuando Alex les explicó que tenían que prepararse
los próximos meses, esperaba quejas o cualquier otra cosa pero una vez más
lo dejó sin palabras. Sara estaba encantada.
Salieron al jardín, Gloria se quitó los zapatos de tacón a pesar del frio.
─Te estoy esperando corazón – dijo burlona haciéndole gestos con las
manos – cuando quieras.
Alex con una sonrisa de suficiencia, se acercó a la mujer que estaba
alerta, con un gesto rápido, la volteó dejándola caer con suavidad contra el
césped. Había pasado tan deprisa que casi no había habido tiempo para verlo
en acción. Todos estaban mudos de asombro.
─¡Otra vez! – dijo levantándose con rapidez – no te he visto venir – dijo
retadora. Nadie tuvo el coraje de decir que a los malos tampoco los vería.
─Como quieras – dijo Alex divertido. Esta vez se acercó más lentamente,
dándole margen a que se defendiera. Gloria lanzó un gancho de derecha que
si le da, lo deja fino pero que pasó de largo. Alex la inmovilizó por detrás
impidiéndole ningún movimiento – intenta soltarte – dijo con tranquilidad.
Gloria lo intentó todo. Pisarlo, morderlo, romperle la nariz de un cabezazo…
pero lo único que consiguió fue agotarse y terminar otra vez en el suelo.
─Os enseñaré a utilizar la fuerza del adversario a vuestro favor – dijo
Alex mirando a todas las mujeres de su familia – a soltaros y golpear para
que tengáis el tiempo suficiente para poneros a salvo, incluso a inmovilizar y
noquear a un atacante con unas pocas llaves – el silencio entre las mujeres era
total – un par de veces por semana, quedaremos para clases de auto defensa y
os sugiero que además, hagáis cualquier actividad de fondo. Como puede ser
correr o bicicleta o algo por el estilo. Tenéis que estar en óptimas condiciones
físicas para la expedición que llevaremos a cabo en cuatro meses. La cuenta
atrás ha empezado.
Decir que estaban pasmadas era quedarse cortos…muy cortos.
─Una cosilla – dijo Sergio bastante impresionado – nosotros…quiero
decir los hombres. ¿También tenemos que prepararnos? ¿No?
─Y tanto viejo amigo – dijo con una sonrisa pirata – sólo que un pelín
más intenso – la cara de su cuñado no tenía precio. César por su parte, sonreía
divertido.
─¿Cuándo empezamos? – preguntó el novio de Sara.
─Esta semana. Las chicas entrenaran los martes y jueves y nosotros, los
lunes, miércoles y viernes.
─Hijo. ¿No crees que estas exagerando un poquito? – dijo Ana que ya se
veía llena de cardenales.
─Os digo lo mismo que a Gloria. Cuando me noqueéis, paramos – la
sonrisilla de Alex era exasperante.
─Entre todas te dejamos para el arrastre – dijo Clara.
─Me parece que en este momento ni entre todas conseguís tirarme al
suelo – dijo con suma arrogancia. Como si lo hubieran ensayado, se miraron
por un segundo y las seis mujeres se lanzaron contra él, que sólo lo vio venir
un segundo antes de salir volando por los aires, cayendo con un golpe sordo
contra el suelo. Las risas por parte de los hombres, escocieron más de lo
esperado. Alex se levantó intentando disimular el tremendísimo golpe que
había recibido, al caer se le vaciaron los pulmones de aire y el costalazo fue
de impresión –me retracto de mis palabras – dijo con una mueca – las seis
sois una fuerza a tener en cuenta. Claro que Tamsim no vendrá así que…
─Si quieres repetimos – dijo Clara con una sonrisa cargada de
malignidad.
─No es necesario – dijo al instante – como he dicho, empezamos mañana.
Todos entraron a la casa, las mujeres chocando las manos como los
jugadores de baloncesto, mientras que las sonrisillas irónicas de los hombres
las seguían. Raúl le dio un fuerte palmetazo en la espalda a su amigo, con una
sonrisa de oreja a oreja.
─Te has coronado amigo – dijo dejándole ver lo mucho que estaba
disfrutando.
─Vete a la mierda – masculló Alex con mala cara. Las carcajadas de Raúl
resonaban por todo el pasillo.
─Por un momento pensé que tendríamos que intervenir para rescatarte –
añadió impenitente.
─Yo incluso temí por tu vida – prosiguió Sergio en la misma línea.
─¿Tú no dices nada? – preguntó Alex a César retador.
─Hombre, bastante tenía con recoger los pedacitos de tu orgullo
diseminados por todo el jardín – dijo con una sonrisa pirata. Los demás
aullaron de la risa mientras Alex, se masajeaba el costado dolorido.
─Mañana voy a disfrutar dándoos la mayor paliza que halláis recibido –
amenazó con insidia. Las risas de los demás, le dijeron el poco miedo que
daba.

Habían quedado como empezaba a ser costumbre, los domingos por la


tarde, para poner al corriente a todos los miembros de la familia de cuanto
había acontecido y de los nuevos datos que iban recabando. Poco a poco, iban
quedando claramente diferenciados los equipos y las tareas más definidas. El
viaje a Egipto, empezaba a tomar forma. Raúl como último miembro, fue
presentado como el conseguidor de todo aquello que les hiciera falta pero
que esperaban no tener que usar.
Tenían interiorizado todo el tema hasta tal punto sobre el fantástico viaje,
la expedición como los componentes sobrenaturales que lo acompañaban,
que cuando se enteraron de que Clara poseía el poder de la hechicería, casi ni
pestañearon. Demostrando así que el ser humano tenía una capacidad infinita.
Acordaron dejar a Elena fuera de todo al menos de momento. Así que
sólo habían acudido a tomar el café, la feliz pareja recién casada. Alex
pensaba que Elena ya estaba lo suficientemente bien como para saber toda la
historia y sus ramificaciones como las que afectaban a Gloria pero por otra
parte quería asegurarse primero que lo aceptaba plenamente antes de decirle
lo especial que era su familia él incluido. Por nada del mundo quería
arriesgarse a perder lo que había conseguido hasta ahora. Habían quedado en
un rato y estaba impaciente por verla.
─Alex me gustaría hablar contigo un momento – dijo Gloria. Cuando vio
que los demás se callaban para escuchar, añadió – en privado – Alex asintió y
fueron a la cocina cerrando la puerta tras de sí, dejando al resto en el salón.
─Tú dirás – dijo cruzándose de brazos apoyado en la repisa.
─¿Qué hay entre tú y Elena? – preguntó a bocajarro.
─Nada de lo que piensas – dijo a la defensiva – sólo somos amigos.
─Elena es apenas una niña que lo ha pasado muy mal – dijo seria.
─Lo sé. Mi madre me puso al tanto de todo.
─Entonces también sabrás que es muy posible que le queden secuelas
afectivas que le impidan llevar una vida normal – no se podía decir más claro.
─Eso es adelantarse a los acontecimientos. Hay casos como los de Elena
y peores y sin embargo rehacen sus vidas y son felices.
─No te engañes – acotó con un tono profesional que lo sorprendió – una
mujer que vive el infierno por el que ha pasado Elena, no se recupera jamás
del todo. Primero porque no era una mujer cuando le ocurrió con lo cual los
traumas cobran una intensidad relevante.
─¿Lo crees o lo sabes?
─Ambas cosas – dijo mirándolo de manera frontal – te seré muy franca.
Su mente no estaba preparada para aceptar todo lo que aquellos hijos de puta
le hicieron, no quiero decir que otras lo estuvieran pero la edad en este caso
juega un papel importante. No sólo la violaron, la trataron como a un pedazo
de carne con el que podían mercadear. No sabemos con exactitud cuánto
tiempo duró aquella barbarie. Intentó suicidarse porque no era capaz de vivir
con aquel horror. Estamos convencidas de que estamos yendo en la dirección
correcta pero es frágil y por ningún motivo, quisiera que volviera a sufrir o…
que te hagas ilusiones con respecto a ella, posiblemente sea incapaz de
mantener relaciones sexuales con un hombre o al menos durante mucho,
mucho tiempo.
─Cuando nos ayudó en el rescate de Raúl, se comportó con mucha
valentía y estuvo a la altura – dijo severo. Sólo sus ojos revelaban la tormenta
emocional que pugnaba con salir al exterior – yo jamás la presionaría para
que hiciese algo que no quisiera pero creo que tratarla como a una lisiada
emocional tampoco es la respuesta.
─Estoy de acuerdo – contestó Gloria en la misma línea – nada me haría
más ilusión que verla feliz al lado de alguien que la quiera y la valore,
entenderás que el género para mi carece de importancia, sólo te aviso porque
os aprecio a ambos y no quiero veros sufrir por un amor imposible – se podía
decir más alto pero evidentemente, no más claro.
─Gracias por tus consejos – dijo con voz neutra – lo tendré en cuenta.
Entiendo que no te interpondrás a que seamos amigos.
─Lo que tenía que decir ya te lo he dicho. Pero si veo en algún momento
que Elena sufre, haré todo lo que esté en mi mano para apartarla tan deprisa
de tu vida que no veras ni su estela. ¿Me he explicado con claridad?
─Perfectamente – contestó mirándose como antagonistas – tienes mi
palabra que llegado el caso, seré yo el que me vaya.
─Entonces no tenemos más que decir. Nos hemos entendido.

Gloria salió de la cocina dejando a Alex hundido en oscuros


pensamientos. Jamás había sentido tantas ganas de matar a alguien como a
los hijos de puta que habían hecho eso a una chiquilla. Elena estaba
floreciendo y empezaba a disfrutar de la vida, nadie tenía el derecho a
arrebatárselo o al menos a dejar que lo intentara. No quería analizar sus
sentimientos pero le importaba y mucho, haría lo que fuese necesario para
ayudarla a volar por sí sola y después si tenía que apartarse, lo haría. Quería
regalarle algo tan insustancial como una sonrisa…una tarde de verano
volando cometas…una noche de pelis…una carrera de bicicletas colina
abajo…pasear descalzos por la rivera del rio…quería regalarle la vida en
pequeños momentos…ver brillar de alegría aquellos preciosos ojos violetas,
era suficiente pago.
Bastante más tarde…

─¿Qué me he perdido? – preguntó Vicent – Atilina dice que habéis


noqueado a Alex cosa que me cuesta de creer.
─Vicent, haz el favor de no llamar así a mi hija – dijo Ana con voz
cansada – y es cierto pero se lo buscó él solito por prepotente – las risas de
Vicent inundaron la cocina.
─Me hubiera gustado verlo – dijo con un suspiro. Se había ido a acostar
un rato como solía hacer por las tardes pero el próximo domingo, intentaría
aguantar, cuando venia Gloria de visita siempre pasaba algo.
─Lo cierto es que ha sido divertido – dijo Ana recordando la cara de su
hijo cuando una marabunta de mujeres se le echaron encima.
─Bueno, ya sois uno más para la expedición – dijo Vicent satisfecho – me
sentiré mucho más tranquilo sabiendo que Raúl os acompaña.
─Es verdad aunque creo que Alex está exagerando un poco con lo de las
clases de auto defensa y todo eso pero creo que nos sentiremos mejor
sabiendo que podemos cuidar de nosotras mismas.
─Cierto – dijo Vicent. En ese momento sonó el timbre de la puerta
principal. Se miraron sorprendidos - ¿Esperas a alguien?
─No – los chicos se habían marchado a dar una vuelta y Gloria y su
mujer hacía rato que se habían ido – al igual será la vecina para pedirme algo
– dijo haciendo el amago de levantarse.
─Ya voy yo – ofreció Vicent. Ana asintió y siguió ojeando la revista
mientras degustaba su té rojo favorito con arándanos.
─Hola Ana – dijo Álvaro.
Se quedó helada. Era a la última persona que se esperaba.
─Hola – se lo quedó mirando sin saber qué hacer. Estaba guapísimo con
ropa informal.
─He pasado a ver a tu hermano por saber como estaba – explicó
mirándola con intensidad.
─Me parece bien…por supuesto, esta también es su casa – Vicent levantó
las cejas sorprendido ante esa afirmación pero no dijo nada – si queréis ir al
salón…ya tengo muebles…o si os apetece un café…
─Ya me parece bien quedarme aquí, estoy acostumbrado – contestó
observando atento el nerviosismo de la mujer.
─Como quieras. Si me disculpáis…he recordado algo muy importante
que tengo que hacer – y con eso, salió de la cocina como una exhalación.
Vicent se quedó mirando la puerta por la que había huido su hermana,
con expresión ausente. Álvaro seguía de pie sin saber muy bien qué hacer.
Estaban apañados si era él quien tenía que tomar la situación entre manos.
─Siéntate Álvaro – dijo solicito – ¿Te apetece un café?
─Lo cierto es que no – dijo tomando asiento con gesto serio. Vicent hizo
lo propio.
─Creí que las cosas entre vosotros se habían empezado a arreglar –
aventuró mirando al médico con interés.
─Digamos que todo lo relacionado con tu hermana es complicado.
─Dímelo a mi – soltó Vicent con ironía – pero me costa que estos últimos
dos meses…han sido difíciles para ella.
─No lo sabía – dijo mirándolo con franqueza – de hecho ese es el
problema, que no sé nada de nada.
─Algo de razón no te falta – dijo Vicent con sumo cuidado. Estaba visto
que su hermana necesitaba ayuda – creo que a Max le iría bien salir a dar una
vuelta. ¿Me acompañas?
─Por supuesto – estaba deseando de salir de esa casa, había venido a ver
a Ana e intentar hablar pero para eso primero necesitaba que estuvieran los
dos en la misma habitación.
En pocos minutos, estaban paseando por el barrio. Vicent meditaba en
qué decirle al hombre sin decir demasiado. De pronto, con claridad meridiana
supo la respuesta.
─Te voy a contar algo en la más estricta confidencialidad – dijo Vicent
con tono conspiratorio. Álvaro por su parte, se limitó a asentir – mi hermana
además de tener una vena extremista más ancha que el Amazonas, es más
terca que una mula. Cuando decide algo cuesta horrores convencerla de lo
contrario pero para compensar, siente un amor inmenso por su familia y no
hay nada a lo que no esté dispuesta a llegar por ellos…por nosotros –
rectificó con cierto pudor – cuando pasó lo de Raúl, se encontró dividida
entre dos lealtades y…optó por su familia, no entro si está bien o no, sólo
relato los hechos como pasaron.
─Eso puedo entenderlo, hace ya tiempo que asumí mi error – dijo Álvaro
sucintamente.
─En cierta manera, Ana se siente defraudada…creo que si las cosas no se
hubieran precipitado como lo hicieron, os habríais conocido mejor y el grado
de confianza también hubiera sido mayor con lo cual, llegado el caso,
habríais superado los escollos a los que os enfrentasteis, sin el hándicap en
contra de una relación aun inmadura en sus inicios.
─Supongo. Pero hice victima a tu hermana de situaciones que viví en mi
pasado…
─Pero todos somos la suma de nuestras vivencias – dijo Vicent con
sabiduría – mi hermana te hizo a ti lo mismo, juzgándote a partir de los
únicos patrones de comportamiento que conoce.
─Pero eso nos deja en un punto muerto – reconoció con humor negro.
─O en el punto de salida – comentó mirándolo de soslayo – si nada de lo
ocurrido hubiera pasado. ¿Qué harías?
─Invitarla a salir – dijo parándose en la acera y mirándolo con un nuevo
brillo en la mirada.
─Pues empieza por ahí. Todo el mundo quiere relaciones de amor
perfectas y maravillosas pero en mi opinión, las mejores son aquellas por las
que tenemos que luchar, ninguna es un caso perdido.
─Perdona mi indiscreción pero parece que hables con conocimiento de
causa – dijo con una sonrisa de medio lado.
─Y es cierto – dijo ante la mirada curiosa del médico – mi hermana no
tiró la toalla y luchó por nosotros…por mí, me demostró que siempre hay
tiempo para amar y para perdonar y es algo por lo que le estaré eternamente
agradecido.
Álvaro miró a su antiguo paciente con un nuevo respeto. Aquel no era el
hombre apático y amargado de hacía cuatro meses atrás, para nada. Resultaba
irónico que precisamente él le diera lecciones sobre amor y esperanza al final
de su camino. Ese gesto lo engrandecía por su humildad.
─Creo que haré justamente eso – dijo aceptando el consejo – al parecer tu
hermana ha luchado por todos los miembros de su familia. Es hora de que
alguien luche por ella.
─Me parece que lo has entendido.
─Gracias Vicent.
─Para eso estamos – dijo cortés – por cierto, si en algún momento te
surgen dudas sobre alguna cosa que te parezca rara o diferente, busca a mi
sobrina pequeña y le preguntas a ella, es única para explicar según qué cosas.
─¿Raras o diferentes? – preguntó extrañado – la verdad no entiendo.
─Si se da el caso, créeme que lo entenderás – explicó crípticamente – voy
a terminar de dar la vuelta a la manzana, creo que tardaré aproximadamente
unos veinte minutos, si quieres adelantarte a ver qué hace mi hermana lo
entenderé, mi paso es sumamente lento.
Álvaro sonrió observando a Vicent con cierto regocijo. Era otro hombre,
de eso no había duda.
─Creo que haré exactamente eso. Si me disculpas – dijo y al punto
emprendió el camino a buscar a la maravillosa pero recalcitrante mujer que lo
llevaba por la calle de la amargura.

Ana estaba de los nervios. ¡Se habían ido! Y al parecer el perro también.
Como dos viejos amigos a pasear. A quien se lo contara no se lo creía. Su...
¡No sabía como llamarlo! Amigo, ahora resultaba que seguiría viéndolo
porque se había convertido en intimo de su hermano. De juzgado de guardia.
Y después decían que si en las pelis esto, que si en las pelis aquello… ¡Su
vida era un culebrón de primera! Y era de verdad. ¡Maldita sea! ¿De qué
estarían hablando? Porque su hermano de todos era sabido que no aguantaba
la presión, rememoró todas las conversaciones que habían mantenido sobre
Álvaro…realmente no recordaba nada comprometedor pero con Vicent nunca
se sabía. Se había mordido la uña del pulgar como una adolescente, hasta el
punto que ahora le dolía. Se miró la mano con el ceño fruncido, era la mujer
más idiota del mundo entero.
Sonó el timbre de la calle y dio un respingo que saltó medio metro, ese
era el estado nervoso en el que se encontraba. A ese paso le daba un infarto
fijo. Además estaba en la edad crítica, los porcentajes más elevados de
infartos fulminantes, se daban entre los cuarenta y los cincuenta, vamos que
ni bordado.
─¿Álvaro? - ¿Qué hacía allí? – ¿No te habías ido a dar una vuelta con mi
hermano?
─¿Sabes? Creo que me he equivocado desde el principio – dijo
avanzando lentamente, ignorando su pregunta. Por instinto Ana fue
retrocediendo sin entender qué pasaba – primero acepté una serie de normas–
siguió avanzando mirándola con un brillo especial en sus ojos grises –
después te di espacio esperando que te adaptaras. Craso error. Me has tenido
todo este tiempo dando vueltas como una peonza, totalmente a ciegas – Ana
iba retrocediendo con ojos como platos – y por último – dijo acorralándola
contra la pared con un brazo a cada lado de su cabeza – me he disculpado mil
veces por ser simplemente humano. Te lo diré sólo una vez – dijo mirándola
con fijeza – te quiero aunque juro por Dios que me estas volviendo loco.
Aspiraba llegar a esta edad y vivir con cierta tranquilidad pero has vuelto mi
mundo del revés. Quiero formar parte de tu vida, sin normas, sin condiciones,
sólo tú y yo…y creo que tú también quieres lo mismo – los ojos del hombre
se volvieron plata liquida manteniéndola cautiva sin permitirle que desviara
la vista – me equivocaré muchas veces, pero tienes mi palabra que no me
volveré a marchar…nunca volveré a cometer la equivocación de abandonar
sin luchar, salvo que tú me lo pidas – la voz ronca de Álvaro era casi un
susurro sobre su piel, sentía su aliento rozando sus propios labios – dime que
me aceptas Ana…dime que sí – jamás nadie le había dicho algo tan bonito…
¡Le había dicho que la quería! Y…que lucharía por ella…
─Si – por un segundo pensó que Álvaro no la había escuchado cuando de
pronto, sin cruzar palabra, se abalanzó sobre su boca devorándola con ansia,
sin medida, preso de una necesidad sin precedentes. Sus manos la sujetaron
con fuerza, la mesura suya tan característica, había quedado relegada a un
segundo lugar, olvidada en la vorágine de pasión que lo engullía, apretando
su cuerpo contra el suyo con firmeza, haciéndole saber su necesidad.
─Te necesito – susurró sin dejar de besarla – Ana…te he echado tanto de
menos…cuando saliste de mi vida, te llevaste todo lo bueno que había…te
llevaste mi luz, dejándome en la oscuridad…
─Álvaro…
─Haces que quiera ser un hombre mejor sólo por ti… - acariciaba con los
labios todo su rostro, las cejas, los pómulos, bajó por el cuello con pequeños
besos para volver a subir hasta su boca – prefiero vivir en esta locura, me
haces sentir más vivo de lo que me he sentido jamás…

─Ejem… no quiero interrumpir pero Max y yo hemos llegado…


CAPÍTULO XII

─¿Sara?
─¿Ana? ¿Ha pasado algo? – preguntó Sara asustada. César se despertó
también con el sonido del teléfono.
─No, lo siento…no me he dado cuenta de que era tan tarde…
─¿Qué pasa? – miró el reloj. ¡Era casi la una de la mañana!
─Nada perdona…
─Ana querida. ¿Qué sucede? – César se sentó en la cama completamente
despierto, también preocupado.
─Sólo quería decirte que Álvaro y yo estamos juntos… - un suspiro de
alivio y una sonrisa, iluminó la cara de Sara – lamento haberte despertado
pero…tenía que decírtelo…
─No pasa nada querida – dijo encantada con la noticia – me alegro
mucho, pero si no te importa, hablamos mañana y ya me lo cuentas.
─Si claro, por supuesto…buenas noches.
─Buenas noches cielo y… ¿Ana?
─¿Dime?
─Me hace muy feliz.
─Gracias. Yo también estoy feliz.
Colgó el teléfono y se volvió a mirar a César que estaba con los brazos
cruzados apoyado en el respaldo, mirándola atentamente.
─Han vuelto – dijo sucintamente.
─¡Alabado sea Dios! Por fin tendremos un poco de paz – una sonrisa
iluminó la cara de Sara.
─Está tan contenta que no se ha dado cuenta de la hora.
─Bueno, me alegro por ella y por Álvaro, el pobre hombre iba más
perdido que un esquimal en un desierto – Sara se rió mirándolo con cariño –
tú ríete pero ese hombre no sabe donde se mete, espera que sepa que en junio
se va a Egipto.
─Cariño, no creo que Ana le haya explicado nada sobre eso – dijo
acomodándose entre sus brazos.
─Pero se lo dirá – Sara levantó la cara para mirarlo.
─Creo que después de lo que ha pasado, tendrá todavía más cuidado y no
querrá que nada enturbie su relación – dijo pensativa – creo que te equivocas.
─A ver como le oculta un viaje de esa magnitud y si él le dice que la
acompaña. ¿Qué le dice? ¿Qué mejor que no? – preguntó mirándola con
marcado cinismo – no va a tener más remedio que explicárselo y te puedo
asegurar que de lo que conozco a Álvaro, no le quitará el ojo de encima. Ese
hombre está colado por Ana, créeme.
─Puede ser – viéndolo desde esa perspectiva, tenía números – pero Ana
es bastante insegura con respecto a los hombres, su marido era un hombre
maravilloso pero nuca quiso saber nada de sus capacidades especiales y eso
la marcó.
─Pero ha llovido mucho desde entonces – exclamó seguro de lo que
hablaba – no conocí a Ana en aquella época pero por lo que cuentas no tiene
nada que ver con la mujer que es hoy en día.
─Eso es verdad. Ha cobrado confianza en sí misma – reconoció Sara.
─Créeme, Ana le explicará todo a Álvaro y yo quiero estar cerca cuando
Alex le haga el numero del cuchillo – la sonrisa picara le confería un
atractivo brutal. Al menos así le parecía a la mujer que tenía entre sus brazos.
─Sabes que eres un demonio. ¿Verdad? – César se rió divertido.
─Pero te encanta y estas total y absolutamente enamorada de tu demonio
– murmuró apretándola contra su cuerpo – creo que me he despejado
completamente – dijo mirándola con toda intención.
─¡César! Es tarde y tenemos que madrugar y…
─Pues entonces no pierdas más tiempo – dijo besándola con pasión –
mañana le echas la culpa a tu querida amiga – dijo absorbiendo las risas de su
mujer con su propia boca.
Mucho más tarde, se quedaron dormidos saciados y agotados pero
felices…muy felices.
─Sergio si vuelves a poner así los brazos, te pego – dijo Alex exasperado
por enésima vez. Las risas de los demás se podían escuchar perfectamente.
─¿Sabes que creo? Que te falta paciencia para ser monitor – dijo el
aludido indignado.
─¡No soy monitor! – dijo de mal humor – en todo caso soy entrenador.
─Es lo mismo. No tienes madera y punto – Alex miró a su cuñado
planteándose seriamente estrangularlo con sus propias manos.
─¡Tienes que bloquear el golpe!
─¡Ya lo hago!
─Creo que puedo ayudar – dijo Raúl divertido – Sergio vamos a repetirlo.
─Tú estás convaleciente – musitó Sergio preocupado.
─Para enseñarte un par de golpes, estoy perfectamente – contestó
restándole importancia – venga vamos a empezar de nuevo.
─César, practicamos nosotros mientras tanto – dijo Alex dándose por
vencido con su cuñado.
César asintió disfrutando de lo lindo. Vicent se había abrigado por tres
hombres y había sacado una vieja hamaca, sentándose a mirar como
entrenaban en el jardín trasero.
─¿Y decís que mañana le toca a las chicas?
─Si tío.
─Pues eso no me lo pierdo – dijo encantado – quiero ver como le gritas a
tu madre sin llevarte un sopapo – las carcajadas de los demás, hacían
imposible un entrenamiento riguroso. Alex empezaba a darse cuenta de la
magnitud de la tarea que se había echado a la espalda.
─Raúl si de verdad me tienes algún aprecio. Por favor no te vayas – rogó
con cara de sufrimiento. Su amigo se rió con ganas.
─Seguro que estas más que a la altura del trabajo Segarra – contestó con
maldad.
─Lo dudo – murmuro este con abatimiento.
Durante más de una hora siguieron practicando y al finalizar les quedó
dos cosas claras. La primera que César era un activo importante, la segunda
es que Sergio era más inútil que un ventilador en una moto. Incluso Raúl
terminó perdiendo la paciencia, Sergio era un hombre joven deportista y ágil
pero en cuanto intentaban que se concentrara en una serie de llaves fáciles sin
ningún tipo de complejidad, se liaba de una manera incomprensible.
Agotados y sudando a pesar del frio que hacía, dieron por terminada la
clase del primer día. Alex miró a su tío con expresión angustiada.
─Para final de semana han acabado conmigo – vaticinó. Pero su tío lejos
de solidarizarse con él. Se rió impenitente.

El martes amaneció como cualquier otro día, con la salvedad, de que sin
motivo aparente, Ana estaba contenta. El día anterior, salieron a pasear
Álvaro y ella por la tarde, no hablaron de ningún tema espinoso de tácito
acuerdo. Decidieron simplemente disfrutar de la mutua compañía. Se
despidieron en la puerta de su casa con un beso y poco más. Sabía que tenían
una conversación pendiente, tenía derecho a saber al menos qué pasó aquella
noche, había decidido explicarle todo lo ocurrido con Santos y los motivos de
tanto secretismo. Sobre todo lo demás, prefería no pensar. Había aprendido
de sus errores. Llegado el momento, se armaría de valor y le explicaría la
historia familiar y el papel que jugaban los miembros de su familia pero sólo
cuando estuviera segura que realmente tenían un futuro juntos. Álvaro le
había confesado que la quería pero después de aquel primer instante, no
habían vuelto a tocar el tema. Por su parte, ella no estaba preparada para
ahondar en sus sentimientos en busca de respuestas. Era consciente de que
había un nexo de unión especial pero no quería precipitarse.
Había quedado a comer con Sara y lo cierto es que estaba loca por
explicarle todo lo que había pasado. Esa tarde tenían la primera clase de auto
defensa y no sería el mejor momento para confidencias. Hizo una mueca
pensando en lo que se le venía encima. No le apetecía en lo más mínimo
liarse a mamporros para aprender a defenderse, estaba segura de que era algo
que no necesitaban pero el histérico de su hijo, se había empecinado en lo
contrario. De todas maneras si realmente se encontraban con los seguidores
de Seth, con dejarle carta blanca a su hija pequeña, huirían despavoridos. De
todos sus hijos, era con mucho la más belicosa y ahora a tenor de los últimos
acontecimientos, también la más peligrosa. Una sonrisa emergió sin querer,
recordando el episodio cuando les contó que al parecer era una hechicera. En
otro momento le hubiera dado un jamacuco sólo de imaginarlo, eso le daba la
medida exacta del largo camino recorrido desde entonces. Estaba orgullosa
de su familia, de todos ellos, pero sin lugar a dudas, también de sí misma.
Había aprendido a vencer el miedo a sus capacidades especiales y asumía el
papel que jugaba en todo aquello. Sabía que se enfrentarían a situaciones
desconocidas pero aunque le producía cierto desasosiego, la confianza en sus
capacidades como en el resto, era absoluta. Estaba convencida de que
conseguirían su objetivo y de una vez por todas, romperían la maldición.
Todos sus antepasados se merecían pasar a donde fuera que fuese y desde
luego, Uadyi y Yamanik, se habían ganado el derecho a estar juntos. Había
ido practicando con el anillo para mejorar sus capacidades, no siempre veía lo
que quería pero empezaba a dominarlo. Tenía la intención de hacer una
prueba de poder, uniendo todas las capacidades de los cuatro para ver el
alcance, era absolutamente necesario probar los límites y como les afectaría
después, no había olvidado las palabras de su abuela. Como había dicho su
hijo. La cuenta atrás había empezado.
Llegaron a su casa bromeando sobre las clases de auto defensa. Habían
pasado un buen rato juntas hablando mientras comían y desde el restaurante,
decidieron ir directamente a su casa donde esperarían a las demás. En un
principio ese no había sido el plan original pero se les fue el santo al cielo
hablando de hombres como no podía ser de otra forma con lo que Sara pasó
un segundo por su casa a coger la ropa para entrenar y salieron casi a la
carrera, no era cosa de llegar tarde el primer día. Cuando entraron por la
puerta entre risas, se quedaron de piedra, ante la ingente cantidad de personas
que las estaban aguardando. ¡Estaba todo el mundo! Incluso Elena y los
niños.
─Esto… ¿Me he perdido algo? – preguntó Ana confundida.
─Hola. No nada – dijo Vicent con un brillo divertido en la mirada – al
parecer la expectación que habéis levantado es enorme.
─¿Me estás diciendo que estáis tooodos aquí para vernos? – preguntó
abarcándolos a con la mirada – porque os mando ahora mismo a la calle con
viento fresco.
─Los niños y Elena nos escucharon hablar sobre las clases de auto
defensa que Alex…amablemente se ha ofrecido a darnos – explicó Gloria
mirándola con toda intención – y han decidido venir para animarnos…Elena
ha preguntado si se puede también ella apuntar – añadió con una sonrisa
ladina.
─Entiendo – dijo asintiendo para hacerle saber que le había llegado el
mensaje - ¿Y los demás?
─Mamá no seas quejica – exclamó Clara – vienen para apoyarnos, Sergio
dice que así aprende.
─Ya. Si escucho una puñetera risa…
─Jamás se nos ocurriría reírnos de las mujeres más guapas del mundo –
dijo César divertido.
─Pienso lo mismo – dijo Raúl pero se le iba la vista hacia Júlia. Estaba
deseando verla en acción, de hecho pensaba sumarse al entrenamiento sólo
por fastidiar.
─Vale. Subimos a cambiarnos y empezamos – informó Ana con el ceño
fruncido – aviso – dijo saliendo por la puerta del muy concurrido salón –
desconozco las artes de la auto defensa pero lo compenso con creces,
infringiendo dolor en ciertas partes de la anatomía masculina que sí sé – la
sonrisa cargada de maldad, daba escalofríos.
─Tú hermana tiene una vena de crueldad que desconocía – murmuró
César.
─Lo sé – confirmó Vicent asintiendo con una gran sonrisa.
─No te veo muy preocupado – apuntó Raúl terminándose la cerveza de
un trago.
─Porque soy su muy querido y único hermano, a mí no me va a hacer
nada – explicó encantado.
─Tío Vicent, soy su muy querido y único hijo y te garantizo que eso no la
va a frenar – anunció con una sonrisa irónica – casi que en un principio, no
me importaría que me ayudases – dijo mirando a su amigo – las podemos
repartir en dos grupos. ¿Qué me dices?
─Por mi no hay problema – contestó disfrutando anticipadamente del
momento.
Cuando bajaron las mujeres de cambiarse, los hombres junto con los
niños y tres cachorros, las esperaban en el porche trasero, donde sin saber
como, habían aparecido varias sillas y una mesa.
Tamsim decidió que de momento sólo observaría aunque la invitaron a
unirse a las demás, tomó asiento al lado de Sergio, César y Vicent.
En el césped, las dividieron en dos grupos. Alex se hizo cargo de Gloria,
Elena y Sara. Mientras que Raúl tomó bajo su mando a las demás.
La expectación era máxima.
─Te apuesto lo que quieras a que acaban antes de diez minutos –
murmuró César con los brazos cruzados y una gran sonrisa mirando a las
chicas.
─Eso no vale. Mas concreción – dijo Vicent con los ojos brillantes de
anticipación – yo digo que la lía mi hermana. Me apuesto un desayuno
completo.
─Acepto. Yo apuesto por Gloria – dijo César mirándolo de soslayo.
─Estáis equivocados – dijo Sergio sin perder detalle – entro en la apuesta
y la subo. Digo que Júlia noquea a Raúl antes de diez minutos – añadió
exultante. Las risas de los otros dos, atrajo la atención de Tamsim.
─Sois verdaderamente malos – musitó sonriendo – Clara pierde los
papeles la primera – añadió sin poder contenerse.
─No va mas – exclamó César – el domingo que viene desayuno gratis.
Sergio sí Júlia noquea a Raúl, te pago el mayor almuerzo que te puedas
imaginar – añadió con malicia.
─Te vas a tragar tus palabras. No conoces a mi cuñada – dijo misterioso
con una gran sonrisa.
Alex empezó explicándoles las llaves que iban a practicar y los momentos
para utilizar cada una de ellas. Para hacerlo pidió la colaboración de su tía
que se prestó encantada. Comenzaron entre risas pero pronto se vio una
marcada competitividad por parte de Gloria. La cosa parecía marchar bien.

Raúl por su parte hizo lo mismo pero con Ana. Las dos chicas observaron
atentas, y empezaron a efectuar entre ellas los mismos movimientos. Raúl
corregía continuamente a Júlia con una sonrisa de suficiencia que empezaba a
irritarla pero aguantó estoicamente. Cuando llevaban unos minutos
practicando, era evidente incluso para un ciego, que para Raúl, Júlia no hacía
nada bien. Cada vez que se acercaba a corregirla, Júlia se llevaba un golpe sin
querer.
─Empiezo a sospechar que tienes dos pies izquierdos – dijo Raúl soltando
un suspiro exagerado. Júlia apretó los labios aguantándose las ganas de
contestar.
─Espera que te lo enseño – dijo con un brillo especial en la mirada.
Júlia no supo cómo, pero en un segundo la había volteado por los aires y
estaba tirada en el suelo, el impacto le hizo que le castañetearan los dientes.
─¿Entiendes o lo repetimos? – preguntó con condescendencia.
─Creo que lo he entendido – murmuró sin dejarse vencer.
Siguieron unos minutos más, pero volvió a corregirla, tomándola por la
cintura. Era una llave para escaparse si el agresor la cogía por la espalda. En
esa ocasión, la golpeó sin querer en el trasero.
Júlia empezaba a darse cuenta de su juego. Se las iba a pagar.
─Lo siento. ¿Te he hecho daño? No era mi intención – dijo pero el brillo
de sus ojos, desmentían sus palabras.
─No pasa nada – contesto ella restándole importancia – ¿Me podrías
enseñar otra vez, esa llave con los pies? – pidió con inocencia – es que no la
he entendido bien.
Raúl asintió disfrutando más que un cerdo en un charco. Pensaba cobrarse
todas las veces que se había comportado con él como una arpía. Que eran casi
todas.
─Por supuesto - se colocaron transversalmente con un pie adelantado en
posición de combate – la intención de este ejercicio es noquear al contrario en
caso de no poder huir – explicó como si hablara con un niño de cuatro años –
con el brazo neutralizas el golpe y con la pierna golpeas. ¿Lo has entendido o
te lo explico otra vez? – preguntó con una gran sonrisa.
─Creo que lo he entendido – dijo con expresión inocente.
─Chicas mirar el ejercicio que vamos a realizar. Es importante que
aprendáis a neutralizar el ataque y a devolver el golpe. Estar atentas, lo
haremos en tiempo real – explicó mirando a sus alumnas.
No le dio tiempo de contar. Cuando iba a decir “uno…”. Algo lo golpeó
con fuerza en la ingle. Bizqueó del intenso dolor. Se dobló sobre sí mismo,
cayendo al césped lentamente. Todos pararon de hacer ejercicios, las
conversaciones en la improvisada tribuna, cesaron. Sólo acertaban a mirar al
hombretón de casi dos metros tirado en el césped y a la fémina de apenas
sesenta kilos frente a él.
─Juro…que cuando me…levante…te mato – masculló con los dientes
apretados. Se le marcaban los tendones del cuello del esfuerzo de contención,
para no gritar como un loco.
─Esto…Raúl, Júlia lo ha hecho sin querer, son gajes…- dijo Alex
conciliador.
─Esa bruja lo ha…hecho a propósito...me ha convertido en un eunuco…
─Es que a lo mejor no entendí el ejercicio…como soy tan torpe – dijo
Júlia sin una pizca de compasión – no podría decir con cual de mis dos pies
izquierdos, te he pegado sin querer.
─Corre – apremió su hermano cuando vio que su amigo hacia el amago
de lanzarse sobre ella, aun tirado en el suelo - ¡César! – rugió. Al momento el
hombre vino raudo a sujetar al animal que soltaba espuma por la boca y tenía
los ojos inyectados en sangre.
─¿Puede decirse que he ganado aunque hayan aguantado sin matarse casi
media hora? – preguntó Sergio a Vicent.
─Mejor no digas nada de la apuesta o nos sueltan dos sopapos – aconsejó
Vicent. Sergio asintió sin despegar la vista de Raúl que seguía lanzando
improperios como un poseso.

Mucho más tarde…


─Te digo que lo hizo a posta – murmuró Raúl recostado en el sofá. Aun
cojeaba de la tremendísima patada que le había propinado la gárgola.
─Hombre, os tenéis inquina pero mi hermana te digo yo que no es tan
rencorosa y desde luego no le haría daño ni…
─¡Tu hermana es un bicho! – rugió – espero no verla en los próximos dos
días o antes de irme la estrangulo.
─¿Te traigo un poco mas de hielo? – preguntó Vicent.
─No. Gracias.
Volvieron a callarse, mirando la expresión tormentosa que lucía Raúl.
Después de lo ocurrido y tras conseguir tranquilizarlo, los demás se fueron a
sus casas y Júlia decidió auto invitarse a cenar a casa de su hermana.
Ana estaba haciendo la cena y ellos tres, se quedaron en el salón habida
cuenta que Raúl era incapaz de sentarse recto sin sentir todavía grandes
molestias. Desde luego ese chico era gafe. Desde que había llegado, no
paraba de pasarle accidentes, pensó Ana.
Cenaron tranquilos en un ambiente casi cordial, por su puesto evitaron
tocar el tema, vieron un rato la tele y se acostaron pronto. Mañana sería otro
día.

Júlia entró en casa sin hacer apenas ruido. Se quitó las botas y subió
descalza las escaleras para no despertar a nadie. Cuando vio que no había
ninguna luz encendida salvo la del porche, suspiró de alivio. No es que
tuviera miedo pero su instinto de conservación le advertía que mejor no
cruzarse con cierta persona. Entró a su cuarto a oscuras cerrando la puerta
tras de sí. Cuando iba a encender la luz, una mano le tapó la boca y se
encontró atrapada por una inmensa mole contra la pared.
─No sé si retorcer tu bonito cuello o darte la azotaina más grande de tu
vida – susurró Raúl contra su oreja – eres la peor bruja que he conocido y he
conocido unas pocas – le dio la vuelta con pericia sin quitarle la mano de la
boca. Júlia lo miró con una mezcla de miedo y rabia a partes iguales. De poco
la mata del susto - ¿Sabes? Te he traído un regalo – murmuró enseñándole
una cuerda. Los ojos de la mujer, se abrieron como platos – pensaba
maniatarte y llevarte a otro lugar para darte tú merecido – Júlia empezó a
forcejear para soltarse pero Raúl simplemente ejerció más presión. Una
sonrisa siniestra asomó al rostro del hombre. Apenas podían verse los rasgos
con la luz de las farolas que entraba tenuemente por la ventana – lo hiciste a
propósito. Eres sanguinaria pero ahora no eres tan valiente. ¿Verdad bruja? –
Júlia intentó nuevamente zafarse levantando la rodilla con toda intención.
Raúl por su parte, introdujo su musculosa pierna entre las de ella, quedando
casi suspendida en el aire. De manera imperceptible, hubo un cambio en el
ambiente. Raúl ejerció más presión en esa zona, moviendo el fuerte muslo
aparentemente sin notar como intentaba contorsionarse para zafarse aunque
sólo conseguía más bien lo contrario – claro que por otra parte, te prometí
besarte hasta que perdieras el sentido – como amenaza funcionó mejor que
las anteriores. Júlia se volvió loca, incluso intentó morderle la mano -
¡Maldita sea! Sí no te estás quieta juro que te ato como pensé en un principio
y nos vamos a dar un paseo – paró de moverse, con verdadero pánico a que
cumpliera su palabra. Si salía de casa, no tendría ninguna oportunidad –
parece ser que te dan más miedo mis besos que una buena azotaina – dijo con
una sonrisa sin rastro de humor. Había acicateado su orgullo como ninguna
fémina lo había hecho jamás – como soy un tipo muy majo, he decidido darte
a elegir…me besas sin trucos ni trampas o nos vamos a dar una vuelta para ya
sabes qué – por un momento se temió que aceptara eso último. Si fuera el
caso lo dejaba sin argumentos porque era un farol en toda regla. Júlia asintió -
¿Si quieres besarme? – preguntó mirándola sin parpadear – porque es parte
del trato. Tienes que querer besarme y hacerlo con verdadera pasión, si
intentas engañarme, que Dios se apiade de mi porque haré que te arrepientas
– Júlia volvió a asentir. Había cruzado una fina línea sin retorno y sabía que
el hombre se estaba conteniendo apenas. Quería su libra en carne.
Raúl bajó poco a poco la mano que cubría la boca de la mujer pero sin
soltar sus muñecas que sujetaba sobre su cabeza. Se quedaron por unos
segundos mirándose a los ojos sin emitir un sonido. Se acercó los pocos
centímetros que los separaba quedándose a milímetros de su boca.
Esperando. Júlia dudó, acarició con sus labios apenas la boca masculina, Raúl
la entreabrió para facilitarle el acceso nada más, le estaba dejando claro quién
tenía que tomar la iniciativa.
Júlia se alejó un segundo para mirarlo a los ojos pero la pared le impedía
echar la cabeza hacia atrás, Raúl se apretó más contra ella pensando que
pretendía apartarse en el mismo momento en que ella tomó la decisión de
lanzarse y acabar de una vez. Sus bocas chocaron con la fuerza de una
colisión de trenes. Se besaron con rabia, Raúl imprimió fuerza a su beso con
la sola intención de marJúlia, quería hacerle daño. El calor corporal
traspasaba las barreras de la ropa, convirtiendo una forma de supremacía, de
dominación más vieja que el tiempo, en algo sensual…tórrido…la sangre
corría con ímpetu por el torrente sanguíneo, agolpándose en cierta parte de su
anatomía con la fuerza de la tormenta que se estaba gestando en su interior.
¡Estaba ardiendo por ella! Se estaban devorando como hambrientos. No había
ternura…la locura los hizo prisioneros convirtiéndolos en dos posesos más
allá de todo raciocinio. Las manos del hombre estaban por todas partes,
acariciando, pellizcando, apretando al punto que rayaba con el dolor…ella le
acariciaba con la misma ansia, clavándole las uñas en la espalda…bajándolas
por ella mientras dejaba su propia marca…la pasión más arrolladora los
envolvió en un capullo, dejando al mundo exterior alejado…nada
importaba…el más puro frenesí los mantenía prisioneros mientras sus bocas
se alimentaban entre ellas…mordiendo…chupando…absorbiendo la esencia
de cada uno con el deseo del último aliento…habían perdido toda patina
civilizada, la parte más primigenia de ambos, dominaba sus cuerpos…sus
mentes, sin dejarles espacio para nada más, la manos del hombre se clavaron
como garfios sobre los glúteos femeninos, imprimiendo un vaivén sobre su
propio muslo friccionando con intensidad mientras seguía devorando la boca
de la mujer como un poseso…estaban acercándose peligrosamente a un punto
sin retorno cuando en un rincón de la mente masculina, se encendió una
alarma, se tensó percatándose de que su control pendía de un hilo. Se apartó
de ella con los últimos resquicios de cordura que le quedaba, la respiración de
ambos estaba alterada…la miró con frialdad percibiendo el momento exacto
en que ella con la mirada perdida, empezaba a ser consciente enfocando su
mirada sobre él. Lo miró horrorizada. Una sonrisa cínica cinceló la boca
masculina, confiriéndole el aspecto de un sanguinario pirata.
─Tengo que reconocer que eres mujer de palabra – murmuró con la voz
ronca – has puesto tantas ganas que por un momento me has hecho creer que
estabas disfrutando.
─Lárgate – siseó con rabia. La sonrisa de pura arrogancia, marcó los
ángulos del rostro del hombre.
─Por supuesto ricura, no hay nada aquí que me impulse a quedarme –
dijo arrastrando las palabras haciéndolas sonar como un insulto – eres una
mujer fogosa pero…te falta experiencia para retener a un hombre de verdad.
─No veo ningún hombre de verdad, más bien a un pedazo de mi… - la
boca del hombre cayó sobre la suya como una plaga. No la estaba besando, la
estaba castigando pero su cuerpo la traicionó aferrándose a él como a una
tabla de salvamento.
─Podría hacer contigo lo que quisiera y me lo permitirías – murmuró
sobre sus labios.
─¡Eres un maldito hijo de perra! – repuso con odio visceral. Raúl se
apartó sin perder la sonrisa, alejándose de ella mirándola con frialdad.
─Posiblemente bruja – contestó con evidente dominio – creo que eso que
sientes, se llama frustración. Que descanses…si puedes – dijo con calma
absoluta saliendo del cuarto sin volverla a mirar siquiera.
Júlia se quedó allí contra la pared sin poder moverse. Lentamente se dejó
caer al suelo. Lágrimas amargas recorrían su rostro en un llanto silencioso.
Tenía razón y esa verdad la quemaba por dentro como ácido corrosivo.
Podría haber hecho lo que hubiese querido y ella se lo hubiera permitido…los
dos lo sabían…el muy bastardo se había encargado de que le quedara muy
claro.
Raúl entró a su dormitorio soltando con fuerza, el aire que retenía en sus
pulmones. Había sido lo más difícil que había hecho en toda su vida.
Abandonarla. Todas las células de su cuerpo aullaban de pura necesidad. Su
masculinidad pulsaba con fuerza recordándole el deseo ardiente que recorría
su torrente sanguíneo.
¡Jamás había deseado a una mujer de esa manera! Se quitó la ropa con
movimientos rápidos, necesitaba una ducha como respirar pero se negaba a
que ella lo escuchara y darle esa satisfacción. Antes ardería en el infierno que
era donde se encontraba en esos precisos momentos. Al pasar por delante del
espejo del tocador, vio en el reflejo algo que le llamó la atención. Se paró
observando los arañazos que recorrían toda su espalda. Parecía que se había
peleado con una gata. Cierta parte de su anatomía le iba a estallar en los
pantalones al ver la prueba de la pasión de aquella mujer. Acostarse con ella
equivaldría a hacerlo con un volcán en erupción. Era pura fogosidad, daba
tanto como recibía. Las imágenes que inundaban su mente, le estaban
subiendo la temperatura varios grados. ¡Necesitaba salir de allí! Volvió a
vestirse y sin hacer ruido salió de la casa. El frio de la noche fue un bálsamo,
estaba ardiendo de necesidad y su calenturienta mente no ayudaba. Empezó a
correr decidido a agotarse. En poco más de veinticuatro horas volvería a su
casa, esperaba conseguir subirse al avión sin haber muerto antes por
combustión espontanea.

La mañana trajo un sol resplandeciente, se acercaba marzo y podía


sentirse en días como aquel, el sabor a primavera. Júlia decidió irse de
compras y quedó después con su hermana para comer y así poder hablar con
ella. Pensaba evitarlo hasta el día siguiente que era cuando por fin se
marchaba el muy maldito. Le daba igual si creía que era una cobarde pero si
tenía que pedirle a su hermana que la acogiera por una noche, lo haría. La
había humillado de la manera más rastrera posible. No lo perdonaría jamás.
La hizo desearlo con todo su ser para después lanzárselo a la cara con
frialdad. Había sido frío, calculador y un maldito hijo de perra. Cuando la
miró con aquella sonrisa cargada de satisfacción masculina, estuvo a punto de
perder el control y lanzarse como una fiera pero se retuvo porque por nada
del mundo le daría esa victoria. Lo había planeado con una frialdad
aterradora. Él no sabía cuando iba a llegar pero aun así la esperó disfrutando
del placer anticipado de saber lo que iba a hacer. Era un bastardo. No volvería
a hablarle en la vida. La boda de su hermana seria un trago difícil pero nada
en comparación con el viaje a Egipto. Iba a ser duro pero por lo más sagrado
que lo conseguiría. Le demostraría que era un bicho insignificante. Ni eso.
Una molestia. Si, mejor. Como una piedra en un zapato. No volvería a
acercarse a él si podía evitarlo. Y podría, y tanto que podría.

El entrenamiento empezaba a verse algo serio. Incluso Sergio le ponía


ganas de veras, servía para poco pero nadie podía acusarlo de no intentarlo.
Sólo estuvieron ellos. Ni siquiera Ana se quedó. Raúl estuvo todo el día en
tensión esperando verla aparecer en algún momento pero la mañana dio paso
a la tarde y Júlia no dio señales de vida. No quería sentir remordimientos pero
eso era justo lo que estaba sintiendo. ¡La muy bruja! No lo dejaba vivir.
Aunque no estuviera, era incapaz de saJúlia de sus pensamientos. Entrenó
con los hombres pero no puso el corazón en ello, ni siquiera respondió a las
burlas de su amigo. Estaba deseando de coger el puñetero avión y por fin
descansar. ¡Maldita fuera!
─¿Qué pasa? Y no me digas que no pasa nada porque te conozco – dijo
Clara de carrerilla.
─Raúl – no hacía falta añadir mucho más. Su hermana chasqueó la lengua
divertida.
─Creímos que te mataba de verdad – confesó recordando – al principio
creí que había sido un accidente pero después… ¡Júlia eres sanguinaria! – lo
dijo como un halago. Júlia hizo una mueca cuando la escuchó.
─Quería pedirte si podía quedarme a dormir aquí esta noche – estaban en
la cocina de su hermana tomando un café.
─Sabes que no hace falta que me lo pidas – dijo con una mueca – pero
creo que es llevarlo muy lejos. Seguro que ya se le ha pasado.
─Puede que a él sí pero a mí no – Clara ladeó la cabeza mirando a su
hermana. ¡Algo había pasado!
─¿Qué ocurre Júlia?
─Anoche estaba esperándome en mi dormitorio – explicó dejando caer la
máscara de indiferencia mirándola con verdadera angustia.
─¿No me digas que el muy cretino intentó vengarse? – preguntó con
incredulidad.
─No lo intentó. Lo hizo – la cara de Clara reflejaba verdadero estupor.
─¡Me estas poniendo nerviosa! – exclamó impaciente – dime qué pasó –
exigió con su talante habitual – Júlia soltó un suspiro pasándose las manos
por el pelo demostrando la ansiedad que la embargaba.
─¡Me besó! – dijo – me besó hasta que me hizo perder la cabeza y
después el muy bastardo me lo restregó por la cara. Eso hizo – Clara soltó un
silbido. Desde que se habían conocido esos dos, no habían parado de atacarse
mutuamente, siempre sospechó que podía haber algo más detrás de tanta
inquina.
─Estaba rojo de ira después de ya sabes qué, pero un hombre no besa a
una mujer si no siente algo por ella…
─¡Es un hijo de perra! – soltó con rabia – lo hizo sólo para demostrarme
que podía hacer conmigo lo que quisiera y después tuvo la desfachatez de
reírse en mi cara. ¡Clara me humilló a conciencia!
─Ya – dijo meditabunda – pero para conseguir eso, tuvo que emplearse a
fondo y no creo que se fuera de rositas por mucho que te dijera lo contrario –
añadió con lógica femenina.
─Pues lo parecía – murmuró su hermana.
─Eso puedo aceptarlo. De todas maneras entiendo que no lo quieras ver.
Como te he dicho quédate a dormir y no pienses más en ello. De todas
maneras se marcha y no creo que vuelva mucho antes de la boda – dijo con
pragmatismo – para entonces, te habrás olvidado del incidente y lo veras
desde otra perspectiva.
─Lo dudo – dijo con expresión tormentosa.
─ Créeme que será así – dijo resuelta – si de verdad no hay nada entre
vosotros…
─¡No hay nada! ¿Cómo puedes decir eso? – dijo levantando la voz. Clara
alzó las cejas sorprendida por el arranque tan virulento de su hermana.
─Tranquila – dijo levantando las manos en son de paz – si tú lo dices te
creo. Raúl es una sabandija asquerosa y no quieres saber nada de él en la
vida. ¿Mejor? – Júlia asintió con el ceño fruncido – bien. pues si no te
importa, yo si iré a despedirme de él porque mañana estaré trabajando y me
será imposible, además coge el avión muy temprano.
─Haz lo que veas – dijo con indiferencia encogiéndose de hombros – yo
me quedaré aquí con Troy. Tengo trabajo con los manuscritos y así adelanto
faena. Por cierto, mamá quiere que hagamos una prueba de unir los poderes y
había pensado ponerme el anillo y ver si averiguo algo más concreto con la
ayuda de todos juntos.
─Me parece una gran idea – dijo encantada – empezaba a aburrirme tanto
leer libros viejos y nada de acción. Podríamos quedar el viernes, como los
chicos entrenaran ya nos quedamos a cenar y hacemos la prueba a ver qué
pasa.
─ Por mí perfecto – dijo asintiendo – díselo a mamá después cuando la
veas.
─Se lo diré – prometió – si quieres mientras vuelvo, siéntete en libertad
de doblar la ropa o planchar o cualquier otra cosa que tú veas – añadió con
picardía.
─Tú sueñas – contestó Júlia sonriendo.
─Había que intentarlo – dijo riendo.
Siguieron hablando un rato más sobre como llevarían a cabo la prueba del
viernes por la noche. Después Clara se marchó, dándole un abrazo a su
hermana con cariño. Era mayor que ella pero en ocasiones como aquella,
sentía lo contrario.
Ana estaba esperando a Álvaro en la panadería del barrio tomándose un
chocolate verdaderamente delicioso. Era el mejor de la zona con seguridad,
pensó degustándolo con placer. Había llegado pronto a causa de la ansiedad
que le producía el paso que iba a dar, pero entendía que era lo que tenía que
hacer. Vio entrar a Álvaro por la puerta, al punto le dedicó una sonrisa en
cuanto la divisó en una de las mesas. Se acercó con su elegancia habitual
acercándose para rozarle los labios con su boca. Desde que habían vuelto
hacia varios días, no le había propuesto ir a su casa y su comportamiento era
caballeroso rayando el extremismo. Por supuesto Álvaro siempre había sido
un caballero pero ahora en cierto modo sus maneras eran distantes,
controladas…como si tuviera miedo a asustarla. Esperaba que no se
contuviera durante mucho más tiempo. Echaba de menos su faceta sensual
con aquel toque perezoso que la volvía loca.
Hablaron durante unos minutos de temas intranscendentes. Cuando la
camarera le trajo un café a él, decidió que era el momento de empezar a
abordar temas de gran calado.
─Creo que ya es hora de que te explique qué pasó aquella noche – dijo
sin más preámbulos.
─Lo cierto es que me gustaría saberlo – reconoció con interés.
─Bien. la historia empieza bastante tiempo antes – dijo mirándolo con
seriedad – mi hijo se marchó de casa por circunstancias que no vienen al
caso, entrando posteriormente a trabajar para una compañía de seguridad con
sede en Nueva York al más alto nivel – hizo una pausa valorando su
expresión. Como siempre, no traslucía nada.
─Continua.
─Esta compañía se dedica entre otras cosas a misiones de rescate en
secuestros por todo el mundo y a cubrir las necesidades de seguridad de altos
mandatarios. Mi hijo formaba parte de una de estas unidades que operaban
por todo el planeta y Raúl era compañero suyo – los ojos de Álvaro brillaban
de interés – cuando Alex volvió a casa por motivos que ahora prefiero no
contarte, uno de esos hombres con el que habían compartido miles de
misiones. Lo siguió. Al parecer era un perturbado mental con grandes
problemas. La cuestión es que en su mente enferma, decidió que tenía que
acabar con la vida de mi hijo y a ser posible infringiéndole el máximo de
dolor haciéndole daño a su familia – en la cara de Álvaro empezaban a ser
visibles, señales de tensión – Raúl vino a informarlo y se quedó para ayudar a
cazarlo. No podíamos decir nada a la policía por todas las preguntas que
suscitaría y porque podría desembocar en un problema de magnitud
importante. Decidimos llevar el asunto con la mayor discreción posible
haciendo sólo participes a los miembros de la familia. La noche que hirieron
a Raúl gravemente, consiguieron neutralizarlo pero a riesgo de la vida no sólo
de Raúl sino de algunas personas de mi familia.
─Entiendo – dijo pero verdaderamente estaba conmocionado del alcance
real de todo aquello – entonces durante el tiempo que tardaron en darle caza,
todos vosotros estuvisteis en peligro amenazados por un psicópata y
pensasteis que mejor no dabais parte a la policía por las preguntas que podría
generar. ¿Qué preguntas Ana? ¿Qué secreto guardáis que es tan importante
como para poner en peligro vuestras vidas? – Ana se quedó blanca como la
tiza. Ese hombre era demasiado inteligente para explicarle parte de la historia
y poco más.

─Bueno…Alex había sido una especie de mercenario y no queríamos que


todo ello saliera a la luz – explicó esperando que fuese suficiente.
─Pero prestaba servicios a una empresa legal. ¿Cierto? – Ana asintió –
luego entonces no había problema.
─Antes de presentar su dimisión…hubo un conflicto entre Santos que así
se llamaba…
─¿Se llamaba? ¿Ya no se llama? – preguntó sagaz.
─¡No Álvaro! Ya no se llama – explotó levantando un poco el tono de
voz. Al punto unos clientes de otra mesa cercana los miraron con interés –
creo que es mejor que nos vayamos – dijo con un suspiro.
─Por supuesto – en pocos minutos estaban en la calle – si quieres mi casa
está aquí al lado, podemos seguir la conversación tranquilamente – sugirió.
─Me parece bien – dijo Ana. Diez minutos más tarde, están sentados en
el salón de Álvaro con sendos cafés cada uno.
─Me decías que el tal Santos pasó a mejor vida con cierta ayuda –
comentó Álvaro acomodándose en su sillón favorito.
─Exactamente no te he dicho eso – masculló frunciendo el ceño – pero en
esencia así fue – reconoció con cierto pudor – que sepas que si hubiese
podido lo habría matado yo misma por amenazar a mi familia – declaró con
franqueza – no te quepa la menor duda.
─Sigo sin entender porqué se tenía que llevar todo con tanta discreción.
─La policía era el último recurso. Ellos ya habían tenido problemas en la
última misión – dudó si contarle un poco más. Al final se decidió – ese
hombre mató a sangre fría a uno del equipo por resultar herido, tuvieron una
pelea descomunal mi hijo y él y de ahí se derivaron todos los problemas –
dijo soltando un suspiro – creemos que tenía latente una psicopatía que dio la
cara en un momento de mucha tensión degenerando en una situación
rocambolesca. Intentar explicar todo esto a la policía significaba mezclar a
demasiada gente removiendo un avispero que podía acarrear graves
consecuencias para todos los implicados. Dicho de otra manera. Era un riesgo
calculado.
─Entiendo – dijo mirándola con absoluta concentración bajo sus pesados
parpados – sigo creyendo que faltan piezas en este puzle pero no te
presionaré para que me lo cuentes.
─Álvaro…te estoy contando todo lo que puedo…al menos en este
momento – su cara, su voz, le decían que estaba siendo totalmente sincera.
No le negó al menos que había mucho más de lo que le había dicho, sólo que
ahora no era el momento. Eso podía entenderlo.
─En ocasiones doy demasiadas cosas por sabidas y creo que es un error –
empezó diciendo – te dije que no saldría corriendo y lo dije en serio, no
obstante por repetirlo más veces no me vas a creer y lo entiendo – se inclinó
hacia delante, tomándole de las manos – la confianza no se exige. Se gana.
Sólo espero poder demostrarte que pocas cosas he dicho más en serio en mi
vida.
Ana bajó la vista a sus manos entrelazadas. Siempre le venía a la mente
que tenía unas manos preciosas. Levantó la cara perdiéndose en sus ojos
grises que la miraban sin parpadear.
─Me encantaría hacerte el amor – murmuró robándole el aliento.
─Yo…si quieres… - sentía como le ardía las mejillas.
─No sabes cuánto – los ojos le brillaban como plata liquida – pero he
decidido que te mereces mucho más que un revolcón - ¿Lo había decidido?
¿Cuándo? – significas mucho para mí – reconoció acariciándole la mejilla –
quiero amarte, adorarte como te mereces…
─Álvaro…eso está muy bien pero puedes adorarme…digamos las
próximas dos horas, es el tiempo del que dispongo – dijo sobreponiéndose a
su timidez. Álvaro la miró sin poder evitar un gesto de sorpresa. Al momento
una lenta sonrisa emergió, confiriéndole ese aire de pirata que tanto le
gustaba.
─Al parecer la dama tiene quejas – musitó.
─Al parecer así es – dijo devolviéndole la sonrisa.
─Quizá he pecado de una vena quijotesca un tanto exacerbada.
─No te quepa la menor duda.
─Pienso ponerle remedio a la mayor brevedad posible – dijo poniéndose
de pie ofreciéndole la mano con gesto gallardo – me haría inmensamente feliz
si me concediera el honor de acompañarme a mi alcoba, bella señora – una
carcajada cristalina, brotó de la garganta femenina que lo miraba con ojos
brillantes.
- Encantada mi amable caballero – contestó siguiendo la pantomima –
espero que no sea con intenciones honrosas – añadió con picardía pero con
gesto puramente inocente.
─Al contrario mi señora – dijo acompañándola hacia la escalera como si
fueran a un baile de gala – puedo aseguraros que las intenciones son
pecaminosamente deshonrosas – la miraba con tal intensidad que las rodillas
empezaban a flaquearle – os lo prometo.
─En tal caso, veo difícil rechazaros – contestó acercándose para
susurrárselo en el oído. Álvaro estaba total y absolutamente excitado. El
juego de palabras sólo había servido para enardecerlo más. La sonrisa de Ana
era puramente femenina, preñada de promesas y su cuerpo estaba
reaccionando a ese lenguaje tan visceral como antiguo.
Aquella tarde memorable, la recordarían toda la vida…sobre todo porque
las horas fueron pasando lentamente en el reloj aunque para ellos perdidos en
su propio mundo, volaron convirtiéndose en testigos mudos entre un hombre
y una mujer amándose con pasión…sin tiempo…sin edad…viéndose a través
de los ojos del otro. Redescubriendo el placer de una caricia, paladeando
besos perdidos, aprendiendo rincones secretos, murmurando palabras de
amor sobre piel ardiente, satisfaciendo necesidades dormidas…aquella tarde
fueron prisioneros el uno del otro y ni siquiera lo sabían…sus almas se
fundieron y no se dieron cuenta…aquella tarde…mientras el viento traía
olores de primavera…y el día se resistía a marcharse, los amantes se amaron
como si no existiera mañana…renovando promesas entre susurros, quedando
prendidas de las sabanas…secretos de alcoba…secretos del alma…

─Mamá. ¿De dónde vienes a estas horas? – preguntó Clara repasándola


de arriba abajo – te he llamado varias veces pero me salía el contestador.
─Lo siento cielo. Había quedado con una compañera y se me ha ido el
santo al cielo – mintió con naturalidad – supongo que ya habréis cenado –
dijo mirando la hora.
─Hemos pedido unas pizzas – explicó Alex. Su hijo también la escrutaba
con la mirada poniéndola nerviosa. Tenía ganas de atusarse el pelo pero se
resistió. Era mayor que ellos por lo que tenía que poder dominar la situación.
─Perfecto. Bueno Raúl, ha llegado el día – dijo mirando al amigo de su
hijo – mañana despertarme para que te de un abrazo de despedida – tenían
que salir muy temprano para coger el avión. Habían acordado que Alex lo
llevaría al aeropuerto.
─No es necesario – dijo el aludido.
─Insisto. Eres como de la familia – dijo dándole un afectuoso apretón en
el brazo.
─Gracias Ana. Para mí también significáis mucho – reconoció con ojos
brillantes.
─¡Oye! Que en un par de meses vuelve a estar por aquí – dijo Clara –
siempre que no te arrepientas – añadió con una mueca.
─Para nada. No os aseguro que esté para cuando tú dices pero desde
luego no me perdería la boda del año por nada del mundo – dijo guiñándole
un ojo.
─Para cuando vuelvas seguro que soy capaz de tumbarte – comentó
Sergio con una gran sonrisa.
─Seguro viejo – dijo mirando al cuñado de su amigo que podría ser un
hacha con los ordenadores pero era un negado integral en un combate cuerpo
a cuerpo.
─Si él no puede, siempre podemos llamar a Júlia – dijo Vicent mordaz.
Los demás se rieron pero Raúl sólo hizo una mueca.
─Por cierto. ¿Dónde está? – preguntó Ana.
─Tenía trabajo de investigación con los manuscritos y se ha quedado en
mi casa – explicó Clara en general pero sin quitarle la vista de encima a Raúl.
─Hombre, podría venir a despedirse – dijo Ana molesta por la actitud de
su hija mayor.
─No te preocupes por eso mamá – dijo con expresión inocente – al
parecer se despidieron anoche. ¿No es cierto? – preguntó mirando a Raúl.
Este la miró con intensidad.
─Si por supuesto. Fue muy cariñosa – las caras de todos delataban el más
puro escepticismo – en ocasiones es incluso agradable – dijo con una sonrisa
que no le llegó a los ojos.
─Espero que cuando vuelvas hayáis superado la inquina que os tenéis,
habida cuenta de que después emprenderemos el viaje a Egipto.
─ Seguro Ana – murmuró aunque estaba convencido de lo contrario.
─Bueno, pues nosotros nos despedimos ya – dijo Sergio dándole un
abrazo con afecto – te deseo buen viaje – Raúl le correspondió con un par de
fuertes palmadas en la espalda.
─Te digo lo mismo – dijo Clara abrazándolo con fuerza – te deseo que
seas feliz pero algo me dice que dejándote el corazón aquí es bastante
complicado – le susurró al oído. Raúl se tensó ante esas palabras. Clara se
apartó con una sonrisa ladina.
─Bueno hijo. Echaré de menos nuestras partidas de cartas – dijo Vicent.
Cuando vio que aquella mole de hombre, venia decidido a darle un abrazo,
levantó el brazo apresurado – ni se te ocurra darme una palmada de las tuyas
que me descoyuntas – advirtió. Raúl se rió bajito, ofreciéndole la mano. Al
punto Vicent la tomó abrazándolo a su vez.
Clara y Sergio se marcharon al cabo de poco, el día siguiente era un día
de trabajo normal y tenían que levantarse temprano. Vicent también se fue a
acostar volviéndole a desear lo mejor. Ana hizo lo mismo besando a todos los
hombres de su familia. Al final sólo quedaron los dos amigos.
─Bueno viejo. ¿Te apetece una cerveza? – preguntó Alex.
─Pensé que nunca me lo dirías – con una sonrisa cómplice, fueron a la
cocina a busJúlias y volvieron al salón despatarrándose cada uno en un sofá.
─Yo también te voy a echar de menos – confesó Alex al cabo de varios
minutos rompiendo el silencio tranquilo del que disfrutaban.
─Tienes suficientes cosas como para pensar en mí – dijo restándole
importancia – antes de que te des cuenta, estaré por aquí de nuevo.
─Ya – volvieron a quedarse en silencio durante un rato – Raúl. ¿Tengo
que saber algo sobre mi hermana y tú?
─¿A qué te refieres? – aparentemente seguía relajado repantigado en el
sofá pero nada más lejos de la realidad.
─¡Ah! Por nada en concreto. Sólo por lo que ha dicho mi hermana de que
os despedisteis ayer, ya sabes, me ha parecido que quería decir otra cosa –
Alex le dio un trago a su cerveza observando a su amigo.
─No hay nada qué saber – dijo seco. Alex enarcó una ceja con
escepticismo. Lo había negado demasiado deprisa – entre tú hermana y yo no
hay nada, no ha habido nada digno de mención y lo más importante, no lo
habrá jamás –eso era hablar claro.
─¿Nada digno de mención?
─Exactamente – dijo manteniéndole la mirada. Alex lo observó durante
unos segundos y decidió pasar página.
─Como digas viejo. Si tú lo dices te creo, aunque es una pena…
─¿Una pena?
─Tendrías al mejor cuñado del mundo – dijo con una sonrisa irreverente.
Al punto Raúl le lanzó un cojín a la cabeza, mientras las risas de su amigo,
reverberaban por todo el salón.

La mañana llegó demasiado pronto. Antes de amanecer, los dos amigos


iban camino del aeropuerto. Ana fiel a su palabra, se levantó a despedirlo
deseándole lo mejor y exhortándolo a que llamara, no bien el avión hubiera
aterrizado. Al pasar por delante de la casa de Clara y Sergio, no pudo evitar
volver la vista y quedarse mirando las ventanas de la planta superior. Un
nudo de rabia y remordimientos, se instaló por un momento a la altura del
esternón. Irse sin volver a verla, le estaba afectando más de lo esperado.
Necesitaba poner distancia entre ellos. Ahora más que nunca, tenía que
volver a su vida y olvidarla. Estaba convencido que en cuanto pisara su tierra,
Júlia pasaría a formar parte del pasado. Había suficientes féminas dispuestas,
para obsesionarse con una bruja de ojos verdes. Se dejó arrastrar por la
música del dial, evitando pensar en aquella arpía que invariablemente,
tomaba sus pensamientos por asalto. Esa noche dormiría en casa. Tendría que
hacerle feliz el sólo pensamiento, pero incluso sin estar presente, le amargaba
los pequeños placeres de la vida.
Se despidió de su amigo con un fuerte abrazo. Siempre se habían llevado
bien y se hicieron amigos casi desde el principio los tres. Maclean, Alex y él.
Los tres mosqueteros. Pero desde la muerte de su amigo, el lazo entre ellos se
hizo más fuerte si cabe. Alex era como un hermano y dejarlo en la terminal,
le costó más de lo esperado.
Ya en su asiento, algo muy parecido a la nostalgia, se apoderó de él. No
habían despegado y ya sentía añoranza por la gente que dejaba allí. Al final
sería cierto que casa era el sitio donde habita el corazón. ¡Maldita sea! Tenía
que reconocer que aquella panda de locos se le habían metido debajo de la
piel. La sensación de pérdida era intensa. Había estado soñando con volver a
su casa de las montañas casi con obsesión y ahora que le separaban pocas
horas de hacer su sueño realidad, se daba cuenta como nunca de que una casa
no era sinónimo de hogar. Esos últimos dos meses, le habían enseñado el
significado de la palabra familia en toda su extensión. Cada uno de ellos era
diferente con formas de ser dispares, pero se complementaban y se aceptaban
con verdadero amor. Se amaban de una manera entrañable y lo demostraban
de mil formas diferentes. El viaje a Egipto era una prueba de ello. Iban a
emprender una cruzada para salvar a dos personas que vivieron hacía miles
de años…de acuerdo que después se enteraron del tema de la maldición pero
para entonces, ya habían tomado igualmente la decisión de hacerlo. Los había
escuchado decir en innumerables ocasiones que eran parte de su familia y
para ellos eso era motivo suficiente como para emprender una cruzada en
busca de su propio Santo Grial. Claro que si todo lo que le había contado su
amigo era cierto, aunque fuese una mínima parte, sería la aventura de sus
vidas. En el fondo no creía que tuvieran que vérselas con dioses y demás
seres mitológicos, pero tenía que reconocer, que la sola posibilidad,
acicateaba su curiosidad y despertaba su faceta aventurera.
Con un suspiro, se puso los cascos cerrando los ojos intentando dormir.
Le quedaba por delante un largo camino.

─¡Mamá no empieces! – exclamó Clara exasperada – ya lo hemos hecho


en otras ocasiones y no pasó nada.
─Pero esto, no lo hemos hecho jamás – dijo alterada – así que toda
precaución es poca.
─Parad ya las dos – dijo Alex – se supone que tiene que ir mejor ya que
contáis con más información – dijo intentando ser razonable.
─Es cierto – reconoció Ana con un suspiro – pero no puedo evitar
sentirme nerviosa.
─¿Entonces cómo lo hacemos? – preguntó Júlia – porque tenemos que
estar conectadas.
─Creo y es sólo una idea, que podéis sentaros cómodamente en el sofá
con las manos unidas. A mi entender tendría que ser suficiente – repuso
Vicent.
─Creo que tiene sentido – dijo Alex – nosotros estaremos vigilándoos y si
vemos algo raro le sacamos el anillo a Júlia y os desconectamos – Ana hizo
una mueca al escuchar a su hijo. Al final habían decidido que Alex no se
sumara. Querían comprobar si conseguían más información uniendo los
poderes de ellas tres, basándose en lo que explicó Araminta, sobre el poder de
la triada.
─Vale. Pues vamos a hacerlo ya que me estoy poniendo de los nervios –
reconoció Ana – Vicent vigila que nuestras constantes no bajen demasiado.
─¿Por qué iban a bajar? – preguntó Sergio preocupado.
─¡No lo sé! Es sólo una idea – exclamó alterada – vosotros estar atentos
por si acaso.
Se sentaron en el sofá las tres juntas bajo la atenta mirada de los hombres
que las observaban con franca preocupación. Las dos chicas estaban
encantadas de probar nuevas experiencias, aunque no era el caso de su madre
que lucía una expresión de angustia evidente incluso para un ciego.
─Sólo una cosa – dijo Sergio cuando su cuñada se iba a poner el anillo -
¿Cuánto tiempo se supone que vais a estar en trance?
─No tenemos la más mínima idea – dijo Júlia encogiéndose de hombros –
de alguna manera cuando me debilitaba, el anillo lo sentía y me devolvía a
este plano…supongo que en cierta forma, funcionará igual – la cara de Sergio
era un poema.
Júlia miró a su hermana y a su madre que estaban sentadas cada una a un
lado suyo y con una sonrisa, introdujo el anillo en su dedo, entrelazando las
manos con ellas. Al cabo de pocos segundos, la conocida niebla las
envolvió…

Cuando la niebla se despejó, Júlia se sentía diferente. En un principio no


tenía claro si su hermana y su madre también la acompañarían o si sólo
potenciarían su propio poder pero…la sensación de que estaban con ella era
muy intensa. ¡Las sentía dentro de ella! Era brutal. Sabía que a través de sus
ojos estaban viendo lo mismo, no sabía como lo sabía pero lo sabía. La fuerza
dentro de ella, también era muy poderosa…la sensación era increíble, en esos
momentos se sentía invencible…si los dioses sentían algo parecido tenía que
ser brutal. ¡Incluso podía escuchar el eco de sus pensamientos! Realmente se
habían fusionado en un sólo cuerpo pero sin perder cada una su propia
individualidad. Estaban todas cohabitando en su interior…era extraño pero a
la vez reconfortante…

“Esto es una pasada – dijo Clara alucinada - ¿Has visto que profusión
de colores?”
“Desde luego sabían vivir bien, eso es indudable – contestó su madre
sorprendida”
“¿Dónde se supone que estamos Júlia?”
“No tengo ni idea. Las veces anteriores nuca fui al mismo sitio – explicó
observando la gran sala con varias columnas ricamente decoradas – el
anillo me lleva a donde él quiere supongo que para mostrarme escenas que
tienen cierta relevancia”
“Supongo – dijo Clara alucinando con todo aquel esplendor - ¿Eso qué
huelo es incienso? Rectifico. ¿Podéis oler también además de ver?”
“Es exactamente como si estuviéramos aquí sólo que no estamos –
explicó Júlia – puedes oler, tocar…sencillamente es maravilloso”
“Tengo que confesar que estoy alucinada – dijo Ana disfrutando de todo
lo que estaba viendo y sintiendo - ¿Eso de allí es una piscina? – preguntó
instando a su hija a que se acercara”
“Eso parece – murmuró Júlia. No tenía las dimensiones de una piscina al
uso pero desde luego era lo que parecía – puede que tenga unos seis metros
de largo por unos cuatro de ancho…aproximadamente aunque no es
profunda”
“O puede ser una bañera gigante – dijo Clara - ¿Habéis visto qué
vistas?”

Júlia se acercó al exterior a través de unas columnas que hacían las veces
de separador de espacios, saliendo a una enorme terraza desde donde se podía
divisar las murallas del recinto a lo lejos. Un gran jardín lleno de palmeras y
árboles varios, quedaba a la izquierda de donde se encontraba y otro edificio
de enormes proporciones se divisaba a su derecha. El centro era una avenida
embaldosada muy ancha con efigies a cada lado y más palmeras. Por todas
partes había verdor. Maceteros de piedra llenos de flores colgantes,
descansaban por doquier. Esa no era la imagen que tenían de Egipto. Había
también muchísima gente pululando por todas partes.
“Fijaros bien en las vestimentas para después saber más sobre ellos –
dijo Clara”
“No es necesario so tonta. Ya sabemos cuándo ocurrió todo – murmuró
Júlia riendo”
“Es verdad – reconoció su hermana – con todo esto me he despistado”
Siguieron observando todo lo que sucedía delante de ellos. Era un día
normal en la vida de aquellas personas. Podía divisarse en un lateral a
soldados ejercitándose, a varios siervos cuidando y arreglando los jardines…
a otros cargados de cestos con lo que parecían viandas…estaban
maravilladas…escucharon ruido a sus espaldas y se giraron para ver que
sucedía. Volvió al interior, quedando por un segundo atrapada con unas finas
cortinas de lino que junto a las columnas, hacían las veces de división de
estancias. Júlia apartó el suave tejido y entró quedando parada en una
esquina. Por las grandes puertas del fondo también ricamente talladas,
aparecieron Uadyi y Yamanik.
“¿Son ellos? - preguntó Clara.”
“Si lo son - susurró su hermana.”
Varios siervos los acompañaban portando bandejas cargadas de fruta y
bebida. Las depositaron en una mesa para tal fin cerca de unas sillas de
grandes respaldos. Otros llevaban algo parecido a sabanas blancas dobladas
que dejaron cerca de la piscina junto con varias jarras que parecían aceites…
Uadyi cogió a la mujer del brazo acompañándola hasta las sillas doradas que
tenían las patas con formas de garras. A Clara le llamó la atención que una de
esas sillas, tenía el respaldo bastante más alto y una especie de ave con las
alas extendidas, la coronaba. Fue en esa concretamente donde se sentó el
faraón.
─¿Te apetece un poco de vino mi diosa de ojos verdes? – preguntó Uadyi.
“¡Lo entiendo! ¡Puedo entenderlo! – exclamó Júlia emocionada – Dios
mío…tengo hasta ganas de llorar”
“Pues ni se te ocurra que dejamos de ver – dijo Clara con su habitual
pragmatismo – además puedes entender todo lo que digan porque yo puedo –
añadió encantada – esto es lo que significa poder unir nuestros poderes”
“Creo que esto es increíble – murmuró Ana”
─Gracias – contestó Yamanik con una voz preciosa. Nunca la había oído
hablar…oír su voz las emocionó a todas por igual...estaban ante su
antepasada. La primera.

Mientras en el otro plano…

─Llevan mucho rato – dijo Sergio preocupado.


─No llevan tanto – contestó Alex aunque ciertamente también estaba
preocupado. En esos momentos sonó el timbre de la puerta principal, de
manera inesperada, cosa que los sobresaltó a los tres que se miraron entre sí
sin saber qué hacer.
─Ya voy yo – ofreció Vicent viendo la cara de espanto de los dos
jóvenes. Le causaba gracia que al final fuera él, el que estuviera más entero.
Claro que sólo le alcanzó la sonrisa, hasta que abrió la puerta y se encontró
frente a frente a Álvaro.
─Hola Álvaro. ¡Qué sorpresa! ¿Qué te trae por aquí? – dijo levantando la
voz para que lo escucharan los chicos y cerraran la puerta del salón. Álvaro
por su parte hizo el amago de entrar pero Vicent se mantuvo firme. Este lo
miró sorprendido.
─¿No me vas a invitar a entrar? – preguntó enarcando una ceja con gesto
irónico. Vicent no sabía qué decir. Se quedó mirándolo con cara de
circunstancias.
─Álvaro…no es un buen momento…
─¿Pasa algo? – le cambió la cara, claro que nada en comparación a la del
pobre hombre que estaba estrujándose los sesos buscando una escusa
plausible.
─No, nada…es una reunión familiar… - Álvaro se lo quedó mirando
impertérrito, aguantándole la mirada sin emitir sonido alguno – Ana me va
amatar – masculló Vicent angustiado.
─Vicent, o me dices donde está Ana y qué demonios está pasando…
─Está aquí pero no puede hablar contigo en estos momentos – eso al
menos era cierto.
─Déjame pasar – pidió con calma mortífera. Vicent tragó en seco
negando con la cabeza. Álvaro lo apartó entrando por su cuenta,
prácticamente no lo tocó, fue ponerle la mano en el brazo con el que sujetaba
la puerta y este se hizo a un lado. Entró con rapidez oteando en la cocina que
estaba vacía, pasó al salón donde se quedó de piedra - ¿Qué está pasando
aquí? – al punto, los dos hombres más jóvenes se giraron mirándolo
estupefactos. Vicent estaba detrás de él con cara de circunstancias.
─No he podido evitar que entrase – dijo defendiéndose de las miradas
acusadoras de los otros dos.
─Creo Álvaro que esto no te concierne y te sugiero que te vayas – dijo
Alex poniéndose en pie en toda su estatura.
─Al contrario – contestó el aludido con calma mortal – no sé qué está
pasando pero lo que sí sé es que me concierne de manera directa. ¿Qué les
ocurre? Soy médico. Puedo ayudar – dijo intentando acercarse a las mujeres
que parecían estar dormidas con las manos entrelazadas…un anillo en la
mano de Júlia, brillaba emitiendo un fulgor verde que lo paró en seco. Los
hombres se interpusieron de manera automática – no pienso moverme sin
saber qué ocurre – repitió enfrentándose a los dos hombres.
─Álvaro, no es lo que imaginas – dijo Sergio – pero es…complicado de
explicar, no les pasa nada malo…
─Como te he dicho, es mejor que te marches y te olvides de lo que has
visto – dijo Alex con semblante serio.
─Esa mujer es lo mejor que me ha pasado en la vida y aunque seas su
hijo, si crees que me voy a marchar de forma voluntaria, tenemos un
problema – acababa de dejar clara su postura. Le había prometido que no
volvería a huir y pensaba cumplirlo hasta sus últimas consecuencias.
─Esto…Alex, aunque aun no es de dominio público…tu madre y él son
pareja – musitó Vicent intentando atemperar los ánimos. Alex escuchó a su
tío sin despegar la vista del hombre que tenía enfrente. No había levantado el
tono de voz pero no por ello su intención era menos evidente.
─Yo sospechaba algo – musitó Sergio – en navidades y todo eso… - Alex
giró rápidamente la vista mirándolo fijamente – claro que a mí no me hagáis
mucho caso…
Alex se pasó la mano por el cabello en un gesto de exasperación,
mascullando una retahíla de maldiciones. Desde luego que el hombre no
podría haber sido más inoportuno ni aunque se lo hubiera propuesto. Al final
asintió y el cambio en el ambiente fue automático.
─¿Qué sabes del asunto?
─¿De qué asunto me estas hablado? – más maldiciones y unas pocas de
obscenidades variopintas, siguieron a la pregunta.
─Tu madre tiene intención de explicarle sólo que esperaba demorar el
momento para más adelante – informó Vicent. Alex miró con un brillo
especial en los ojos al médico.
─¿Cómo de serias son tus intenciones con mi madre?
─¡Oh Dios! – exclamó Sergio.
─Lo suficientes como para no moverme de aquí hasta que no sepa todo lo
que está ocurriendo.
─Eso no me basta – dijo Alex con tozudez.
─Alex por favor – pidió Vicent - ¿Qué quieres que te diga? ¿Qué se va a
casar con ella? No tienes derecho a hacerle semejantes preguntas.
─Yo no le he preguntado eso – dijo mirando a su tío con inquina – sólo
quiero saber en quien deposito mi confianza.
─Me casaría mañana si ella aceptase – soltó Álvaro con calma – le
prometí que estaría a su lado para cualquier cosa y pienso cumplir mi
promesa – a Sergio se le descolgó la mandíbula ante esa declaración. Vicent
por su parte, amagó una sonrisa.
─Supongo que eso te hace merecedor de saber en dónde te estás metiendo
– reconoció Alex de mala gana – Sergio trae unos vasos, creo que van a
hacernos falta – este salió raudo a la cocina en busca de los vasos mientras
Alex sacaba de un armarito una botella de whisky y con la mano invitó a
todos a sentarse.
─¿Le vas a explicar también lo del viaje a Egipto? – preguntó Sergio –
Alex miró a su amigo de toda la vida con ganas de estrangularlo.
─¿El viaje a Egipto? – Álvaro los miraba de hito en hito.
─Desde luego mi madre tiene valor – masculló sirviendo una generosa
ración y ofreciéndosela al médico – mantiene una relación con un hombre
aparentemente seria incluso con visos a formalizarla pasando por la vicaria y
le oculta que tiene poderes y desciende de un linaje que se remonta a la época
de los Dioses – se atragantó. Intentó evitarlo con todas sus fuerzas pero se
atragantó. El gesto de incredulidad, era casi cómico.
─Mira que eres animal – dijo Vicent mirando a su sobrino con evidente
censura – si no te conociera, diría que lo has hecho adrede – añadió dándole
unos golpecitos en la espalda al pobre hombre que se había puesto purpura.
─Te has pasado viejo – afirmó Sergio – si le da algo a ver cómo se lo
explicas a tu madre.
─No es una broma. ¿Verdad? – preguntó recordando el episodio de su
despacho. Los tres hombres negaron con la cabeza al unísono – ¿Sólo ella o
los demás también?
─Creo que es mejor empezar por el principio – reconoció Alex con un
suspiro. Miró los vasos que su cuñado había dejado en la mesa de centro y los
rellenó ofreciéndoselos a los demás, cogiendo uno para él mismo…todo ello
sin tocarlo. Álvaro abrió los ojos estupefacto sujetando su propio vaso con las
dos manos para impedir que acabara por los suelos.
─Cuando se despierte tu madre le pienso decir el numerito que has hecho
– amenazó Vicent – el otro día los cuchillos, cuando no las cervezas…ni que
fueras un showman.
─Entiendo que los poderes son cosa de familia – dijo Álvaro más
recuperado.
─Entiendes bien – contestó con una sonrisa malvada – bien…
empecemos…

En el otro plano…

Uadyi le ofreció una copa de vino a Yamanik mirándola fascinado


mientras esta cogía una uva de entre toda las frutas primorosamente
colocadas en una bandeja de oro, mordiéndola con evidente placer.
─Tus ojos son tan verdes como el jade de los Dioses – murmuró Uadyi –
pero entre tu gente no es habitual, ni tampoco estas guedejas de color del
amanecer – dijo acercándose un mechón de cabello a sus labios para besarlo -
¿De dónde proviene tanta belleza?
─Mi madre era una mujer bellísima aunque sus rasgos eran similares a los
demás. Sólo sus ojos eran almendrados con un toque exótico – explicó con
timidez.
─¿Y tu padre?
─Nunca lo conocí – reconoció bajando la mirada con timidez. El faraón
le tomó el mentón alzándole la cara para mirarla de frente.
─No ocultes tus ojos, verlos me causa placer – murmuró – ¿Acaso era un
guerrero?
─Mi madre decía que mis ojos son como los de él igual que el color de mi
pelo. Vino de unas tierras lejanas, tenía la apariencia de un guerrero, era muy
alto y de tez blanca y decía que sus ojos brillaban con la fuerza de las
esmeraldas más puras.
─Tu madre era una mujer enamorada – dijo con una sonrisa al notar la
mirada ensoñadora de la bella joven que lo acompañaba – ¿Cómo murió?
─Lo desconozco mi señor. Cuando yo nací él se había ido.
─Me dijeron que eres una poderosa Oráculo para tu pueblo – observó
como volvía a ruborizarse. Era muy joven y su experiencia muy limitada. Eso
le gustaba. No quería a ningún hombre cerca de ella. Había sido sacerdotisa
del templo de Aput y jamás había sido tocada. Seria suya, pero quería que
ella también lo desease no sólo que acatara sus deseos. Su paciencia era
finita, estaba esforzándose como no lo había hecho jamás.
─Sólo una aprendiz mi señor – dijo volviendo a bajar la cabeza. Ante el
sonido de reprobación del faraón, la levantó con rapidez – a través de los
sueños, los Dioses se comunican con nosotros, para hacernos saber sus
deseos.
─¿Puedes comunicarte con ellos? – preguntó interesado.
─Sólo si ellos quieren – explicó con respeto – también puedo saber lo que
piensa el halcón que surca los cielos y el gran jaguar que domina las
montañas.
─Entonces eres una mujer poderosa.
─Siempre a las órdenes de mi faraón - dijo con gran turbación.
─Tu faraón quiere que lo veas como a un hombre – pidió con un brillo
especial en los ojos. Yamanik abrió los suyos como platos.
─Sois mi faraón, mi señor…el hijo de un Dios…no puedo veros como a
un simple mortal – exclamó la mujer.
─Pero además de todo eso, también soy un hombre – la tomó entre sus
brazos notando como se tensaba aunque por supuesto jamás osaría rechazarlo
– cuando tú naciste el sol se ocultó porque tu belleza lo deslumbró dejando la
tierra sumida en la oscuridad convirtiendo el día en noche.
─¿Cómo sabéis eso? – se atrevió a preguntar. Estaba penado cuestionar al
faraón. Al momento se mordió el labio arrepentida – perdonadme mi señor…
─No hay nada qué perdonar – contestó con una sonrisa complacido –
pregunté a mis Oráculos que me contaran todo sobre ti. Quería saberlo todo
de mi Diosa – al momento Yamanik volvió a ocultar su rostro bajando la
cabeza ocultando su rostro parcialmente, con su precioso cabello. Uadyi lo
apartó suavemente mirándola con adoración – si sólo me dejaran pedir un
deseo antes de morir, sería probar el néctar de tus labios.
Yamanik lo miró con timidez, atónita ante esas palabras. Se sentía
apabullada por ser el foco de atención de un ser tan poderoso. Al tenerlo tan
cerca podía incluso verse reflejada en sus iris. Tenía los ojos más bellos que
ella hubiese visto jamás. La amplitud de su tórax junto con los potentes
brazos la sujetaban con dulzura cuando sin hacer esfuerzo alguno, podían
quebrarla como una ramita al viento y sin embargo… le estaba pidiendo un
beso… como un hombre normal. Lentamente acercó su boca a la firmeza de
los labios masculinos, depositando un beso núbil con suavidad. Al punto se
separó totalmente avergonzada.
Uadyi por su parte, la tomó en sus brazos con la firme intención de
enseñarle a besar cuando se frenó en seco al ver la mirada horrorizada. Con
sumo cuidado la izó contra su amplio pecho, andando sin dificultad alguna
hacia la piscina de agua fresca, que había en medio de la gran sala. Bajó los
escalones sujetándola como si fuera un tesoro de incalculable valor,
introduciéndose poco a poco en aquel oasis artificial. Cuando estuvo en el
centro, la soltó despacio para que hiciera pie pero sin soltarla, mientras iba
remitiendo el ardor de su sangre y se enfriaba su pasión.
─No quiero asustarte mi Diosa de ojos verdes – dijo besándola en la
frente – esperaré lo que sea necesario. Sólo ruego ser capaz de tan grande
hazaña – dijo con un brillo irónico en la mirada.
─Sois un gran faraón mi señor y estoy orgullosa de serviros – musitó
enterrando la cabeza en el pecho masculino sin ser consciente, pero el gran
faraón si lo era. Era el primer acercamiento real por parte de ella. Lo había
besado…si a eso se le podía calificar de tal cosa y ahora buscaba su contacto.
─Sería mucho más feliz si me permitierais ser yo vuestro siervo y
enseñaros los caminos del placer.
─Mi señor…jamás podréis ser salvo lo que sois. No habéis nacido para
servir – musitó con serenidad mirándolo a los ojos de manera frontal por
primera vez - pero también empiezo a ver al hombre que decís ser.
─Me alegro de saberlo – dijo con una sonrisa acercándola un poco más a
su cuerpo – es mi deseo que disfrutes de un baño y de cualquier cosa que
desees…pídeme lo que quieras y satisfaré todos tus deseos con sólo
nombrarlos – acercó su boca a la sien de la mujer – no eres consciente del
poder que posees en estos momentos…no sé si te han entregado a mí con el
sólo propósito de robarme la cordura – murmuró burlón.
─Quiero confesaros que ya no me dais tanto miedo – musitó la mujer con
inocencia – y sé que podríais pedirme lo que deseéis y yo no me atrevería a
negáoslo…sin embargo esperáis algo de mí que desconozco mi señor –
confesó.
─Espero mi precioso pajarillo que deseéis que os bese…que tembléis
entre mis brazos dominada por la pasión y no por el miedo…que confiéis que
jamás osaré haceros daño…puedo poner el mundo a vuestros pies y regalaros
la estrella más brillante del firmamento…eso espero mi dulzura – Yamanik lo
miraba hipnotizada subyugada ante esas bellas palabras. Lentamente, el
faraón bajó su cabeza depositando un beso en la bella boca de la mujer que lo
miraba embelesada. Sin ser consciente, se abrazó al hombre permitiendo que
el beso profundizara. Uadyi la tomó entre sus brazos maravillado ante la
dulzura de la joven. Era exquisita. Le atraía poderosamente siendo incapaz de
sustraerse a la necesidad que despertaba dentro de él. Poco a poco, se separó
de ella ahogándose en aquellos pozos verdes nublados por la pasión recién
descubierta. Sonrió satisfecho sintiéndose absurdamente poderoso.
─Ordenaré que vengan a ayudarte en tu baño…me temo que mi control se
desvanece ante mi necesidad – reconoció burlón sabedor que la mujer no
entendía la encrucijada en la que se encontraba.
─Permitirme ser yo la que os sirva mi señor.
─Me tientas mujer no sabes cuánto pero te asustaría – dijo con una
sonrisa de medio lado – es preferible que nos encontremos más tarde. ¿Te
parece?
─Como deseéis.
─¿Qué deseas tú? – preguntó mirándola con intensidad. Yamanik se
mordió el labios que momentos antes había saboreado el hombre que no
perdía detalle de esos pequeños dientes blancos.
─Me…gustaría mucho mi señor – reconoció con un halito de voz.
─Uadyi. Quiero que me llames por mi nombre – la cara de espanto de ella
no tenía precio – es una orden – dijo con una sonrisa cargada de cinismo.
─Yo…yo…
─¿Te estás oponiendo a una orden de tu faraón?
─Uadyi…es un nombre hermoso y fuerte…igual que su dueño… - Uadyi
no pudo contenerse ante esas palabras y tomándola entre sus brazos, la besó
apasionadamente. La mujer lentamente fue subiendo las manos por sus
poderosos brazos hasta descansarlas en los hombros masculinos.
Júlia estaba embelesada observando los tiernos inicios de lo que sería una
gran historia de amor. El gran faraón era un hombre acostumbrado a que se
cumplieran todos sus deseos casi antes de tener consciencia de ellos. No
conocía la palabra contención y nunca se había negado así mismo nada que
quisiera, así había sido desde su nacimiento…hasta que conoció a Yamanik.
Por ella estaba haciendo el esfuerzo, anteponiéndola por encima de sus
propios deseos, una experiencia totalmente novedosa para él.
Estaba tan concentrada en la pareja que no vio la mesa y tropezó con ella.
Al punto se quedó helada.
Uadyi levantó la cabeza con celeridad oteando todo a su alrededor con
actitud predatoria. Salió de la piscina acercándose lentamente hacia donde
estaba Júlia.

“Tranquila no puede vernos – dijo Clara – aunque no tengo tan claro si


puede sentirnos.”
“Pero eso es imposible. ¿No?”
“Pues la verdad es que no lo sé…tenemos sus poderes aunque sea a miles
de años de distancia pero son suyos…no me hagas mucho caso…no sé lo que
digo”
─¿Pasa algo mi señor? – preguntó Yamanik preocupada.
─Nada mi dulzura – contestó con una sonrisa pero esta no llegó a sus ojos
– ordenaré que doblen la guardia en la puerta y en tus aposentos.
─¿Hay algún peligro? – dijo saliendo del agua con el vestido casi
transparente a causa de la humedad. Al percatarse, se envolvió en los linos
que habían dejado con anterioridad los siervos y se acercó al faraón.
Uadyi la colocó detrás de él. Sus ojos empezaron a despedir un suave
resplandor dorado dándole la apariencia de un demonio. Hizo un movimiento
inesperado adelantándose y a la vez el ademan de coger algo que no existía,
que sólo veía él. Júlia se apartó con celeridad pero no pudo evitar que le
rozara el brazo. ¡Sintió su contacto! El faraón se movió tan deprisa hacia ella
que casi no era perceptible al ojo humano.
Ana tomó el control. Desplazó el cuerpo de su hija con una rapidez
imposible al otro extremo de la sala. Lo hizo sin pensar. De forma instintiva.
Sintió la estupefacción de sus hijas pero aquel momento no era el mejor para
ponerse a discutir.
Uadyi por su parte, había sentido una fuerza poderosa tocarle el brazo, lo
curioso es que la sintió familiar…casi como si fuera una parte de él mismo…
no tenía sentido. Sus poderes descendían directamente de su padre el Dios
supremo y no veía a Amón-Ra, rebajarse a espiarlo, para eso ya tenía muchos
servidores. No, eso era otra cosa, estaba seguro de que los Dioses estaban
aburridos y se entretenían como siempre a costa de ellos.
─Mi señor…me estáis asustando – susurró Yamanik. Al momento los
brazos del faraón la rodearon tranquilizándola.
─No es nada mi Diosa – dijo besándole en la sien, aunque sus ojos
seguían escrutando la sala. Un desasosiego inusual en él, se instauró a la
altura del esternón – quiero regalarte un obsequio.
─Pero no es necesario…me habéis dado tantas cosas…
─Insisto – acotó categórico. Se arrancó el colgante que llevaba al cuello.
Era una especie de placa enorme de oro enganchado a una cadena del mismo
material que iba casi de una clavícula a la otra ocupando parte de su amplio
tórax. En el centro había una piedra similar al que lucía el anillo de Yamanik
que había llegado hasta sus días y alrededor, diferentes piedras preciosas y
dibujos ornamentados. Ante el asombro de todas las mujeres que estaban
observando. Uadyi lo aplastó entre sus manos como si fuera papel. Una luz
dorada empezó a emanar de entre sus manos formando una esfera
luminiscente que parecía casi una bola de fuego. Yamanik se apartó asustada
– no tengas miedo pajarillo – dijo con voz serena – poco a poco la esfera fue
perdiendo intensidad hasta desvanecerse del todo. En el centro de la palma,
descansaba un anillo. ¡Era el anillo de Yamanik!
“¡Es el anillo! Mi anillo – exclamó Júlia totalmente alucinada – esto
es…increíble”
“¡No digas nada! Está alerta y no sé si puede sentirnos – dijo Ana.”
─Quiero que siempre uses este anillo – dijo colocándoselo él mismo – es
un poderoso amuleto – explicó ante la mirada fascinada de Yamanik.
─Gracias mi señor – dijo con reverencia. Uadyi la tomó por el mentón
depositando un suave beso en sus labios – lo llevaré siempre. Es precioso –
dijo admirando el pesado anillo en su mano.
─Me alegro pajarillo de que te guste. Aunque no hace justicia a tus bellos
ojos esta piedra es tan antigua como las arenas del tiempo, te protegerá.
─Os lo agradezco mi señor pero no soy tan importante como para tener
enemigos – musitó con ingenuidad.
─Pero yo si – la expresión de la mujer era de franco asombro. No había
pensado en esa posibilidad.
─¡Jamás os haría daño! – exclamó. Uadyi se rió con ganas.
─Lo sé pajarillo pero mis enemigos no dudarían en utilizarte para tal fin.
Este anillo te protegerá – dijo con una sonrisa pero la firmeza en su voz
dejaba clara su postura.
─Os prometo que jamás me lo quitaré.
─Te creo – dijo admirado por la pasión de sus palabras. Era muy joven y
muy inocente – te dejo para que disfrutes de tu baño. Después te mandaré
llamar.
Volvió a mirar a su alrededor con intensidad y un leve fulgor en sus ojos.
Júlia aguantó la respiración cuando la mirada de Uadyi pasó por encima de
ella. Al momento, salió de la estancia con paso firme sin mirar atrás. Era un
hombre seguro de sí mismo y se le notaba.
Un suspiro colectivo se escapó por entre los labios de Júlia.

“Esto es la fuerza de tres hija – dijo Ana – podemos hacer más cosas de
las que crees.”
“Estoy con mamá – dijo Clara – tenemos que tener mucho cuidado”

Yamanik se quedó mirando la jarra volcada que se había caído cuando


tropezó Júlia, con expresión pensativa. Unas siervas entraron para ayudarla
en su baño y de paso limpiaron todo el estropicio. Ella también había sentido
una fuerza en aquel lugar, pero algo le decía que fuera lo que fuese, aquello
no era malo, sabía que no era malo. Se acercó más hacia el lugar donde sentía
con más intensidad esa fuerza sin saber que estaba cara a cara con Júlia.
─Seas lo que seas sé que albergas bondad en tu interior.
─Mi señora, el baño la espera – dijo una sierva con una reverencia.
Yamanik volvió a mirar hacia la esquina pero al cabo de unos instantes, se
alejó dirigiéndose a la piscina.
¡Las rodillas no la sostenían de la impresión! Júlia estaba casi catatónica.
Poco apoco la niebla la envolvió arrastrándola a su mundo.

En este plano…

─¡Ya vuelven en sí! – exclamó Sergio aliviado.


─Pues menos mal – dijo Vicent frotándose el cuello – se han tomado su
tiempo – dijo mirando el reloj – han estado cerca de una hora y media.
─Esperemos que todo haya ido bien – dijo Alex acercándose a las
mujeres de su familia - ¿Cómo os encontráis? – preguntó mirándolas con
preocupación manifiesta. No esperaba que tardaran tanto.
─Hola…creo que estamos enteras – dijo Ana sintiendo una cierta
debilidad.
─Estoy exhausta – confesó Clara. Sergio la besó abrazándola preocupado.
─Que sepas que me has robado diez años de vida – dijo Sergio con cierto
dramatismo. Unos bufidos despectivos se escucharon de fondo.
─Eres exagerado hasta decir basta – dijo Alex mirando a su cuñado
divertido – Clara miente como un bellaco – añadió con una sonrisa. Su
hermana lo miró con una sonrisa de medio lado.
─¿Habéis averiguado algo importante? – preguntó Vicent con interés.
─Lo cierto que un par de cosas significativas – dijo Júlia – darnos cinco
minutos para que nos recuperemos y os contamos – estaba agotada y se
traslucía incluso en su voz.
─Tienes razón, disculpa – murmuró Vicent.
─Sería conveniente que bebieran algo, una buena hidratación ayuda a
recuperarse más rápidamente.
Se quedó helada. ¡Esa era la voz de Álvaro! Levantó la vista buscándolo,
estaba de pie cerca de la ventana mirándola con intensidad. ¡Santa Madre de
Dios! ¿Qué narices hacía allí?
─Hola Ana – murmuró con suavidad – creo que se te ha olvidado
comentarme que nos vamos a Egipto en junio.
Un rato después…

─Entonces, si lo he entendido bien, Yamanik nació en un eclipse de sol –


dijo Vicent fascinado tomando notas en la libreta que llevaba, apuntando todo
minuciosamente.
─Eso parece – dijo Júlia asintiendo – el anillo nos lleva a donde él quiere
y esta vez quería enseñarnos cuando se forjó y que conociéramos los orígenes
de Yamanik – explicó maravillada.
─Es alucinante – musitó Sergio mirando a los demás con asombro –
podéis tocar objetos e incluso contactar con personas que vivieron hace miles
de años…eso sencillamente es una pasada.
─Supongo que en ese punto concreto tenemos que tener mucho cuidado –
dijo Ana seria – desconocemos el alcance de las repercusiones que nuestra
injerencia podría acarrear.
─Podría decirse que ese es sin duda el poder divino – musitó Clara con
expresión pensativa – ellos pueden ir a través del tiempo y del espacio e
interactuar.
─Desde luego es increíble – repuso Alex – tengo que decir que hubo un
momento que sentí cómo absorbías mi poder – dijo mirando a su madre –
entiendo que fue cuando te desplazaste para que Uadyi no os atrapara.
─Lo hice instintivamente…no me paré a pensar – explicó Ana
entendiendo el alcance real de lo que significaba – estando en otro plano pude
conectar contigo… - todos se quedaron en silencio por un momento
meditando aquellas palabras.
─Entiendo que si ostentáis poderes divinos es lógico que también podáis
hacer uso de ellos sin las restricciones del tiempo y el espacio – dijo Álvaro
que hasta entonces se había mantenido callado. Los demás se volvieron a
mirarlo con caras de sorpresa – por supuesto es una teoría.
─Pero tiene mucho sentido – dijo Vicent reflexivo – si lo pensáis bien, el
poder de la triada sería la unión de poderes divinos en un único ser…
─En esa línea, podríamos añadir que se entendería porqué los dioses en la
antigüedad se asimilaban entre ellos, exactamente de la misma manera que
habéis hecho vosotras hoy – todos estaban estupefactos ante esa teoría – sería
una manera de potenciar sus poderes convirtiéndolos en invencibles – añadió
Álvaro.
─¿qué sabes tú sobre Dioses de la antigüedad? – pregunto Alex.
─Alguna cosa – respondió con gesto irónico.
─Nosotros estamos intentando recabar información sobre ellos
basándonos en todo tipo de publicaciones – explicó Vicent.
─¿Con qué finalidad?
─En esencia, conocerlos lo mejor posible dentro de nuestras posibilidades
y por si podemos encontrar algún tipo de debilidad – repuso Sergio – yo por
mi parte he creado una base de datos y triangulamos la información que
recabamos.
─Podría decirse si le damos pábulo a vuestra teoría, que si crearon a los
seres humanos tal y como los conocemos hoy en día, tuvieron que regirse por
algún patrón conocido y en este caso…serian ellos mismos.
─Tiene sentido – dijo Vicent con ojos brillantes – por lo que si fuera
cierto, diríamos que nuestros defectos serian un reflejo fidedigno de los
suyos…
─¿A dónde queréis llegar? – preguntó Ana mirándolos a los dos
intentando entender.
─Que la vanidad, el orgullo etc…serian también sus defectos y en ese
caso, eso jugaría en nuestro beneficio porque al ser poderosos infravaloraran
cualquier movimiento por nuestra parte, dejándonos con cierta ventaja –
explicó Álvaro hablando lentamente, casi como si estuviera dándole voz a sus
propios pensamientos.
─Podría ser… - dijo Júlia pensativa - ¿Por qué dices tal y como los
conocemos hoy en día? – preguntó a Álvaro frunciendo el ceño.
─Porque lo que estáis diciendo sería lo más cercano a la teoría del
eslabón perdido – dijo Álvaro intentando mantener la mente abierta a cuanto
se estaba diciendo en aquella mesa.
─Explícate – dijo Alex serio como un juez.
─Los científicos basan sus estudios en la teoría de la evolución a partir de
homínidos. Desde Asia o Europa o África, se han encontrado restos fósiles
que respaldan esa teoría. Pero hay otros científicos encargados de estudiar el
genoma humano que han descubierto que parte de la cadena primordial, no
contiene elemento alguno, común a otros animales u orígenes relacionados
con el planeta tierra – el silencio en la estancia era absoluto a excepción de la
voz grave de Álvaro – a partir de ese descubrimiento, varios científicos que
defienden teorías rechazadas de plano por la comunidad científica como
puede ser la de los antiguos astronautas, vieron en ese descubrimiento, el
respaldo científico a sus teorías. Esta es que realmente hubieron pobladores
en el planeta hace millones de años venidos de otros mundos que
manipularon genéticamente a nuestro antepasado más remoto convirtiéndolo
en el hombre moderno que hoy en día conocemos, basándose en que si la
evolución hubiera seguido su curso, posiblemente habríamos tardado varios
millones de años más, hasta llegar a donde estamos hoy en día.
Se quedaron sin palabras. El alcance de lo que estaba diciendo Álvaro era
brutal. Encajaba con lo que habían descubierto hasta ahora pero era tan
absurdamente disparatado que rayaba con la necedad más acérrima.
─Sí y es un sí muy grande, siguiéramos esa línea de pensamiento…
coincidiría con lo que sabemos hasta ahora encajando las piezas como si de
un puzle se tratara – dijo Alex que fue el primero en recuperarse.
─¿Puedo ver esa base de datos? – preguntó Álvaro. Al momento Sergio
sacó su ordenador pasándoselo sin mediar palabra.
Ana se levantó a preparar un café. Iba a ser una noche muy larga.
─¿Alguien quiere café? – todos se apuntaron. Mientras Álvaro se ponía al
día con todo, preparó cafés y sacó una caja de galletas. Miró el reloj. Eran
cerca de la una de la mañana. Volvió a mirar hacia la mesa, al parecer nadie
tenía prisa por irse a dormir. Con un suspiro pensó que se estaba haciendo
vieja porque ella se iría a su cama con los ojos cerrados si pudiera.
─Creo que entiendo a qué os referíais – dijo Álvaro cuando terminó de
leer – es un trabajo fantástico de investigación, como teoría está muy bien
desarrollada.
─Gracias – murmuró Sergio encantado – espera a ver los manuscritos de
la familia, entonces sí que vas a alucinar – añadió con una sonrisa.
─¿Manuscritos? – nadie le había hablado de manuscritos y eso que le
habían dicho de todo lo inimaginable – ¿Tenéis manuscritos que sustentan
vuestra teoría? – eso sería todo un hallazgo.
─Creo que no nos hemos explicado con claridad – dijo Alex con cierta
ironía – no tenemos una teoría sobre nuestra procedencia. Sabemos de dónde
venimos. En esencia, nosotros tenemos las pruebas de que esto es así con lo
que dejaría de ser una teoría para convertirse en un hecho fundamentado de
que seres venidos de otros mundos, vivieron aquí hace millones de años,
adulterando nuestro genoma e interviniendo en la evolución del ser humano
tal y como lo conocemos.
─La teoría se reduciría a que en todo caso, los hallazgos arqueológicos
junto con los científicos relacionados con el genoma humano, apoyarían que
efectivamente fueron seres venidos de las estrellas, los que convirtieron al
entonces ser humano en el hombre moderno para que les sirvieran – dijo
Vicent asombrado – se abría encontrado el eslabón perdido…asombroso…lo
teníamos delante de nuestras narices…y no lo veíamos…
─No os sigo – dijo Sergio confuso.

─¿No lo ves? – preguntó Vicent maravillado - ¡Tenemos las respuestas!


El hombre siempre ha tenido las respuestas pero sencillamente las ha
descartado con su arrogancia típica. Descartamos la teoría de la evolución a
partir de seres de otros mundos cuando nuestros ancestros y me refiero a
todos, han dejado por escrito innumerables pruebas de ello. Tenemos escritos
que recogen que fueron ellos los que nos enseñaron el arte de la agricultura
con todos los adelantos que ello conlleva o los vimanas de la mitología hindú
que habla de los dioses que llegaron en vehículos voladores…son muchos los
que describen hechos parecidos y que son comunes a todos los relatos entre
diferentes culturas.
─Es sencillamente increíble – dijo Álvaro alucinado.
─Es más que increíble – dijo Vicent emocionado - ¡Es asombroso! Todo
lo que el hombre no ha podido demostrar lo ha tildado de mito o leyenda pero
podemos decir que en todas las culturas, se encuentran denominadores
comunes aunque no coincidan en el tiempo o en la época.
─En la mitología de la mayoría de las culturas de las que tenemos
conocimiento, se dice que sus dioses vinieron de otros mundos… que venían
de las estrellas – dijo Sergio asombrado – eso significaría que realmente
somos creaciones de Dios…como recoge el Génesis.
La cara de todos era de la estupefacción más absoluta.
─ Aunque presentarais pruebas irrefutables de lo que estáis diciendo,
nadie os creería. Hay demasiado en juego – murmuró Álvaro empezando a
vislumbrar el alcance de todo aquello.
─De todas maneras, nosotros no queremos demostrar nada – explicó Júlia
– tendríamos que responder a demasiadas preguntas. Lo que creo que
empieza a quedar claro, es que las conexiones entre todos los dioses en las
diferentes culturas es más que evidente y que posiblemente, basándonos en
todo lo que sabemos hasta ahora, también tenga mucho que ver con el
eslabón perdido del que hablan en el mundo científico.
─Intentaré buscar información en la línea que ha dicho Álvaro sobre
hechos a su obra y semejanza – dijo Vicent entusiasmado por las
connotaciones y el juego de palabras – saber sus defectos de carácter y todo
eso si que puede ayudarnos.
─Creo que no puedo seguir…estoy totalmente saturado – reconoció Alex
todavía con la perplejidad pintada en su rostro – ya cuando recabamos
información sobre los orígenes de las mitologías en las diferentes culturas,
encontramos paralelismos entre ellas, incluida la cristiana…necesito tiempo
para asimilar todo esto.
─Lo entiendo - dijo Clara – pero tenemos que tener la mente abierta. Es
la única posibilidad de llevar esto adelante. No nos creen capaces de
conseguirlo y mucho menos que podamos desentrañar el papel que jugaron
en nuestra evolución, por eso nos creen inferiores.
─¡Ya tengo la mente abierta! – explotó Alex – no podría ser de otra forma
si soy diferente al resto del mundo – inspiró con fuerza intentando
tranquilizarse – pero todo esto…me supera…necesito tiempo para asimilarlo,
nada más.
─Es comprensible – dijo Ana interviniendo – cuando empecé a saber la
historia de nuestra familia, creí que no sería capaz de asimilarla. Ahora soy
consciente de que realmente, era un hilo que se desprendía de una madeja…
creo que sería mejor dejarlo aquí y mañana lo veremos desde otra perspectiva
– todos ellos asintieron demostrando su conformidad.
─Gracias a Dios que mañana tengo fiesta porque de otra forma me daba
algo – dijo Clara con una mueca – vámonos a dormir – añadió mirando a su
novio – por cierto Álvaro, bienvenido a nuestro equipo.
─Gracias – contestó el aludido con una sonrisa de medio lado – aun tengo
que hacerme a la idea pero reconozco que me seduce la posibilidad de
desentrañar los misterios de nuestro pasado.
─Pues has venido al sitio idóneo – ironizó Alex – tenemos de todo, desde
seres mitológicos a híbridos a oráculos…cualquier cosa que se te ocurra.
─¿Híbridos? – preguntó Júlia.
─¿Cómo llamarías tú a un hijo entre dos especies? Uadyi era hijo de un
Dios y una humana, puedes llamarlo semi dios o puedes llamarlo híbrido.
─No lo había pensado – reconoció su hermana. Unas risillas por parte de
algunos se escucharon al ver la expresión de su cara.
─Bueno, pues si os parece, seguimos mañana pero ahora vámonos a
dormir – dijo Ana resuelta.
En pocos minutos se quedaron a solas Álvaro y ella. Todavía no habían
tenido oportunidad de hablar sobre nada.
─Nosotros también tenemos una conversación pendiente – murmuró
Álvaro mirándola con intensidad.
─Lo sé – admitió – pero estoy en estos momentos agotada – reconoció
con un suspiro – prometo que mañana hablamos.
─Me parece bien – dijo abrazándola – tengo que reconocer que me va a
estallar la cabeza – Ana se rió bajito apoyada en su pecho.
─No me extraña. Pensaba contártelo todo más adelante y desde luego
poco a poco.
─No importa, en cierto modo lo prefiero así, si no me he muerto de la
impresión cuando tu hijo me lo ha soltado en el salón cuando tú estabas en
trance, puedo aseverar que tengo el corazón de un toro – las risas
amortiguadas de Ana contra su camisa, arrancaron una sonrisa en su cara –
sabía que eras especial pero no hasta qué punto.
─Siempre digo que en el fondo son capacidades especiales un poco más
desarrolladas – dijo restándole importancia.
─Hombre, eso es el eufemismo del año sin lugar a dudas – dijo con
ligereza – pero entiendo lo que quieres decir.
Ana levantó la cabeza para mirarlo a los ojos, momento que Álvaro
aprovechó para tomar posesión de su boca.
─Creo que mejor me marcho o terminaré colándome en tu dormitorio –
murmuró dándole un beso en la punta de la nariz. Ana se rió acompañándolo
a la puerta.
Se despidieron con otro beso y subió a su dormitorio deseando de meterse
en su cama. Desde luego no tenía ni un día normal desde ya no recordaba.
CAPÍTULO XIII

Cuando bajó al día siguiente, su hijo y su hermano ya estaban


desayunando. Le dio un beso a cada uno y se dirigió a buscar su café sin el
que no era persona.
Se sentó a bebérselo tranquilamente, cuando se fijó que su hijo la miraba
de manera persistente.
─Alex hijo. ¿Pasa algo? – preguntó arrastrando las palabras. Aun no se
había tomado el primer café de la mañana y no estaba de humor.
─Hombre, ahora que lo dices, me gustaría saber porqué no sabíamos nada
de que tenias una relación seria al punto de que te vas a casar – la taza se
quedó congelada a centímetros de su boca. Casi mejor, porque si llega a
beber fijo que se ahoga.
─¿Perdona? Creo que no te he entendido bien – dijo recuperando la voz.
─Me has entendido perfectamente – repuso su recalcitrante hijo.
─Pues mira, creo que no, porque me ha parecido que me estas pidiendo
explicaciones sobre mí vida privada como si tuvieras algún derecho a
interrogarme cosa que no es así – dijo dejando entrever su propio genio –
Vicent los miró a los dos que parecían contrincantes en vez de madre e hijo y
decidió que no seguiría leyendo el periódico. Básicamente por si tenía que
interceder antes de que se mataran entre ellos.
─¡Eres mi madre! Creo que eso me da algún derecho – el ceño de Alex
no auguraba nada bueno.
─Los derechos a los que aludes, van directamente relacionados con los
que yo te conceda y en este caso no tienes ni uno – el tono de voz estaba a la
altura de su expresión y por ende presagiaba una explosión de órdago.
─Alex hijo, tu madre es lo suficiente mayor como para decidir con quién
tiene una relación, no necesita vuestro permiso…
─Eso está muy bien – acotó Alex – pero llegados al punto en el que está,
uno esperaría que se le informara como cabeza de familia – la expresión de
sorpresa fue dando paso a una sonrisa genuina que a su vez se convirtió en un
brote de carcajadas que no hicieron mucho por preservar el ego del joven – tú
ríete pero anoche estuve a un tris de echarlo sin muchos miramientos si tío
Vicent no intercede.

─Alex cielo, posiblemente en ese punto tengas razón pero desde luego no
pienso darte explicaciones y hasta donde yo sé, el cabeza de familia es la
persona más mayor luego soy yo – Alex frunció el ceño cruzándose de brazos
mirando a su tío y a su madre, pero negándose a torcer el brazo.
─Si no me quieres explicar nada, al igual interrogo al buen doctor –
amenazó suavemente. Su madre perdió todo rastro de buen humor y
entrecerrando los ojos se inclinó hacia delante mirándolo fijamente.
─Si te atreves a meterte donde no te llaman, te vas a llevar dos sopapos
dignos de mención.
─Ya no soy un adolescente para que me amenaces como a un crío – dijo
levantando la voz.
─¡Pues no te comportes como tal! Yo no te pregunto con quien vas o si
sales con una chica o cosas por el estilo. Te pido el mismo respeto.
─Creo que me voy a dar una vuelta – dijo levantándose y saliendo dando
un portazo. Ana se quedó mirando a su hermano sin saber muy bien qué
hacer.
─Déjalo – dijo Vicent sabiamente – ya se le pasará. Es un hombre joven y
siente las cosas con mucha intensidad. Saber que su madre tiene una relación
sentimental le ha pillado por sorpresa y en cierta forma se siente responsable
de tu felicidad.
Ana asintió levantándose a prepararse otro café. Odiaba tomárselo frio y
el que tenía en la taza, iba camino del fregadero.
─¿Quieres un café?
─Si gracias.
─Bien. ahora explícame por qué piensa que voy a casarme con Álvaro y
qué pasó anoche – dijo cuando regresó a la mesa con sendas tazas iguales.
Vicent le explicó lo acontecido la velada anterior y todo cuanto dijo
Álvaro, la cara de Ana era un poema.
─Nunca hemos hablado de formalizar nuestra relación…de hecho aun
estamos conociéndonos…
─Ana creo que a estas alturas os conocéis lo suficiente – comentó Vicent
con marcado acento cínico – no os veo haciendo manitas como adolescentes.
─Bueno, en todo caso sigue siendo muy precipitado – dijo con tozudez.
─Como digas pero el viaje a Egipto es en poco más de tres meses y él
está dispuesto a ir, supongo que para entonces tendrás claro qué sois – dijo
mirándola con un brillo divertido en los ojos.
─Tampoco hemos hablado del viaje a Egipto.
─Pues no te preocupes que Álvaro te lo recordará – añadió encantado.
─Supongo – reconoció renuente.
─Bien, pues mientras lo meditas, con tú permiso sigo leyendo el
periódico – dijo colocándose las gafas con una sonrisilla. Ana se marchó a su
dormitorio a darse una ducha y a empezar el día con buen pie. Pensó en su
hijo. Con un suspiro decidió que hablaría con Sara a ver qué pensaba.
Siempre podía contar con su amiga del alma para que le diera una valoración
más objetiva. Además, tenía mucho en qué pensar. no se había planteado que
Álvaro se enterase de todo de forma tan precipitada y desde luego no de esa
manera. A priori, parecía que lo había encajado todo bien, de hecho muy
bien. Estaba sorprendida. Con todo lo que se había estrujado el cerebro
pensando la manera de explicarle el tema y al parecer estaba encantado.
Desde luego que era un hacha juzgando a las personas, pensó torvamente.
Llegados a este punto no sería ella la que se quejara de su buena suerte.
Jamás creyó que podría haber un grado de confianza tal que pudieran hablar
de todo. Al parecer también estaba equivocada en eso. Al paso que iba, se
enteraría la comunidad científica de su procedencia y de seguro que ni
pestañeaban.

Álvaro la llamó para invitarla a comer y hablar tranquilamente sin la


presión de los demás. Aceptó encantada. Pasó a recogerla en su todoterreno y
la llevó a un coqueto restaurante con mucho encanto en un paraje natural
rodeado de montañas. El lugar era exquisito, parecía una postal. Cuando
entraron, los recibió la dueña y los hizo pasar a un comedor pequeño donde al
parecer, sólo estaban ellos. Esto la sorprendió gratamente.
─Que sitio tan bonito – exclamó con una sonrisa – no sabía que había
aquí un restaurante.
─Hace años me lo recomendó un amigo y desde entonces me dejo caer de
vez en cuando – explicó Álvaro contento de ver que había acertado en su
elección.
─Me encantan las casas antiguas reformadas – dijo apreciando las vigas
de maderas del techo y las paredes de piedra – si las miras, ves que cuentan
una historia – Álvaro sonrió satisfecho.
─Tiene varios comedores pequeños como este y arriba uno más grande
para grupos y celebraciones. Hoy estaremos solos, he reservado el comedor
para nosotros – Ana lo miró sorprendida. Aunque era una estancia pequeña,
habían seis mesas. Reservarlo no le tenía que haber salido barato. Era una
extravagancia pero íntimamente se sintió especial.
─No tendrías que haber hecho eso – se sintió obligada a decirle – no era
necesario.
─Quería que tuviéramos intimidad y poder hablar tranquilos pero sobre
todo tenerte sólo para mí – dijo mirándola con intensidad - ¿Te apetece beber
algo mientras esperamos? – Ana asintió.
Hablaron de temas generales mientras tomaban una copa hasta que les
trajeron el primer plato. Ana estaba relajada disfrutando del momento. El
pequeño comedor, disponía de chimenea y unos troncos se estaban quemando
lentamente confiriéndole a la estancia un ambiente acogedor. Todos los
detalles estaban pensados para el disfrute del cliente.
─Supongo que tienes preguntas – dijo en un momento en que la
conversación, fue decayendo.
─Lo cierto que unas pocas – reconoció el hombre sirviendo un poco más
de vino en las copas – cuando anoche entré en tu casa y os vi aparentemente
dormidas y ese extraño anillo brillando…debo de reconocer que estuve a
punto de que me diera algo.
─Me lo supongo – terció Ana con una mueca – me ha explicado mi
hermano como te enteraste y lo bruto que fue mi hijo. Lo siento.
─No te preocupes. Creo que su intención era precisamente esa – dijo con
una sonrisa de medio lado – supongo que en cierta manera era como una
prueba para averiguar de qué pasta estaba hecho.
─Ya, pero hay maneras y maneras y el tema no es cualquier cosa – dijo
demostrando lo mucho que le había molestado – tuvo que ser para ti toda una
conmoción.
─Ni te lo imaginas – reconoció con una mueca que la hizo reír.
─¿Qué quieres saber? – dijo resuelta – intentaré contestarte a todas tus
preguntas – Álvaro cogió su mano acariciándola con el pulgar mientras la
observaba fascinado.
─¿Porqué tenias tanto miedo de decírmelo?
─Bueno, creo que la respuesta es obvia – dijo con una sonrisa nerviosa –
no es habitual encontrarte con una mujer que posee capacidades especiales y
que desciende de un linaje un tanto oscuro y que además pende sobre ella una
maldición y… ¿Sigo?
─Eso lo puedo entender pero ahora en retrospectiva, creo que todas
aquellas normas, eran fruto de una experiencia que te marcó – Ana se tensó
perdiendo la sonrisa – pienso que durante toda tu vida te has escondido y no
has dejado que nadie conozca a la verdadera Ana y que por motivos que
desconozco, creíste que si yo averiguaba que eras diferente posiblemente
huyera horrorizado – Ana inspiró profundamente afectada – si ese es el caso
quiero renovar la promesa que te hice de que no me iré a ninguna parte.
─Desde que era pequeña, tuve que mantener en secreto mi condición…
incluso mi madre me lo reprochaba y…bueno, sencillamente me era más fácil
esconderlo que afrontarlo – dijo mirándolo con los ojos brillantes, cargados
de emoción – durante todo mi matrimonio digamos que me acostumbré a
fingir que no existía, no pienses que mi marido era un hombre huraño, al
contrario, fue un gran hombre y un buen padre, pero mis miedos no me
permitieron dar el paso…fue más culpa mía que de nadie.
─¿Y tu primer marido?

─¿Toni? Toni era un vividor que se encontró atado a una chica joven
embarazadísima, al principio intentó sacar adelante nuestra relación pero
simplemente le era totalmente imposible…las responsabilidades le daban
pavor y cuando nacieron los mellizos casi tuve que consolarlo – dijo
recordándolo con cierta melancolía – me tendrías que haber visto – repuso
con una sonrisa triste – ahí estaba yo apenas una niña con dos bebés y una
cría de dos años y mi marido al borde del llanto incapaz de hacerle frente a la
situación. Pocos meses después de que llegaran los mellizos, me separé. Fue
un error con mayúsculas, lo único que puedo decir es que volvería a pasar por
todo aquello por el sólo hecho de tener a mis hijos.
─Entiendo que todo ello te marcó – dijo con voz grave.
─Entiendes bien – dijo intentando sonreír – no me quejo. He tenido una
buena vida desde entonces y cuando murió Xavi quedé destrozada…
reconozco que hubo un tiempo que me quería morir yo también…pero lo
superé, al final es cierto que el tiempo lo cura todo…aprendí a vivir sin él y
guardaré siempre un grato recuerdo de todo lo que compartimos – era
brutalmente sincera. Xavi había sido su piedra angular durante muchos años
y su recuerdo le seguía produciendo dolor. Siempre echaría de menos al
compañero de tantos años. Lo quiso con locura.
─Me alegro de que fueras feliz con él – dijo mirándola profundamente
conmovido – tuvo que ser un gran hombre.
─Lo era – dijo asintiendo – pero aunque sabía que tenía alguna
capacidad, jamás quiso indagar mucho sobre el asunto y yo…tenía miedo de
perderlo…éramos felices y por encima de todo, quería preservar eso.
─Lo puedo entender – dijo comprensivo. Ana se limpió una lagrima
traicionera que se escapó sin querer – cuando tenemos algo que vale la pena,
hacemos lo necesario para no perderlo – dijo apretándole la mano con
firmeza – lo sé porque yo haré lo que sea por el mismo motivo. Te quiero
Ana y aunque fueras la hija del mismísimo demonio, querría estar contigo –
Ana pensó que por poco acierta. Según las investigaciones de su familia,
podría ser que fuera su tío abuelo.
─Yo…
─No necesito que me lo digas sólo porque yo necesite decírtelo – dijo con
ese gesto tan característico suya a caballo entre una mueca y una sonrisa –
sólo quiero que sepas que creo que eres la mujer más maravillosa del mundo,
me gusta todo de ti, tu sonrisa, tu humor, tu carácter impulsivo…el gran amor
que sientes por tu familia, aceptaste en tu casa a tu hermano…la capacidad de
perdonar que tienes es inmensa y eso me hace sentir humilde, crees en
segundas oportunidades, porque en el fondo no has perdido la fe en el ser
humano y eso te engrandece. Me siento orgulloso de que me permitas formar
parte de todo eso…sólo espero convencerte de que merezco la pena y quieras
compartir tu vida conmigo – Ana para entonces lloraba a moco tendido.
Jamás nadie le había dicho algo tan bonito. Con lo guapa que se había puesto
y de seguro que ahora tendría el maquillaje a la altura de los codos. Intentó
limpiarse con la servilleta sin destrozarlo todavía más.
─Creo que eres un hombre horrible por hacerme llorar de esta manera –
murmuró haciendo un precioso mohín que arrancó una carcajada por parte
del hombre que la miraba con total y absoluta adoración. Álvaro se levantó
de su asiento incapaz de resistirse acercándose a besarla entre risas y
lagrimas, imposibilitando un beso propiamente pero que llenó el ambiente de
una carga emocional difícil de eludir. Un beso dulce, puso el broche a ese
momento único, compartido, poniendo de relevancia la ternura como
protagonista…muchos momentos diferentes pero igual de importantes entre
un hombre y una mujer…momentos que atesorarían el resto de sus vidas.
─Mira que eres tonto – dijo Clara burlándose de su hermano – sólo a ti se
te ocurre decirle a mamá que eres el cabeza de familia y pedirle explicaciones
– Alex la miró ofendido cosa que arrancó unas carcajadas por parte de su
melliza.
─No sé nada de ese hombre y me preocupo – se defendió.
─Ya. Pero sí sabes que fue él el que curó a Raúl la primera vez que lo
hirió el cretino aquel y sí sabes que es un invitado asiduo, estuvo incluso el
día de Navidad – dijo mirándolo divertida – tendrías que haber deducido que
para que mamá lo llamara cuando lo de Raúl, tenía que tener un grado de
confianza importante.
─Hombre…visto de ese modo…
─Que sepas que habíamos planeado hacer algo para ayudar – explicó en
el mismo tono desenfadado – porque sabíamos que era un buen tipo y a
mamá le gustaba pero no se decidían a dar el paso.
─¿Cómo lo sabíais?
─¿Te acuerdas de tu hermana la que sabe cosas tocando a las personas? –
preguntó mordaz. Alex hizo una mueca que arrancó más carcajadas a su
hermana – pues eso.
─Me parece que al igual tengo que disculparme – murmuró frunciendo el
ceño.
─Te parece bien – respondió Clara risueña – no sé si llegaran a vivir
juntos o simplemente tendrán una relación formal pero cada uno en su casa
pero de una forma u otra, me alegro por mamá. No quiero que se haga mayor
y se encuentre sola viviendo en esa gran casa.
─Yo también quiero que sea feliz – dijo removiendo su café – que sepas
que le pregunté las intenciones que tenía para con mamá – la cara de
escepticismo y las carcajadas que siguieron lo avergonzaron un poco – tú
ríete pero el hombre me dijo que si mamá lo aceptaba, por él, se casaría
mañana mismo.
─Pues eso te da la medida de lo profundos que son sus sentimientos –
dijo haciendo una mueca – desde luego eres único metiendo la pata – añadió
con una gran sonrisa – para que después digan de mí.
─Bueno, mejor lo dejamos – dijo resuelto - ¿Dónde está Sergio? – había
ido a casa de su hermana a lamerse las heridas en su orgullo vapuleado por su
progenitora y como siempre, acabaron en la cocina. En su familia era
costumbre y lo cierto es que le encantaba.
─Ha ido a correr con Troy – dijo mirando el reloj – no creo que tarde. Por
cierto, esta mañana me acordé de algo que dijiste anoche y me ha llamado la
atención.
─¿Qué cosa? – preguntó aliviado de dejar el tema de su madre. Ahora lo
veía de otra manera y sentía que había hecho el papel de tonto.
─Cuando mamá tomó el control en el otro plano, se desplazó a una
velocidad brutal, la situación de entonces hizo que ni me lo plantease pero
después cuando explicaste que habías sentido como tiraba de tus poderes…
me dio que pensar y yo no te he visto moverte así.
─Puedo hacerlo – respondió serio – de la misma manera que muevo
objetos puedo desplazarme a mí mismo sólo que no lo hago porque y no te
rías, no sé frenar y me he dado algún tortazo de los buenos – las carcajadas
empezaron antes de que acabara de hablar – desde luego eres única dando
ánimos a un hombre.
─Pero es que tiene su gracia – dijo con una gran sonrisa – precisamente tú
que no dejas de repetirnos que practiquemos, resulta que no controlas los
tuyos.
─Sí que los controlo – dijo – sólo me falta aprender a frenar en el lugar
exacto donde quiero y no seis metros después – matizó.
─La parte buena es que en medio del desierto, si haces uso de ellos, no
puedes estrellarte contra nada – dijo haciéndole una mueca burlona.
─Si te crees muy graciosa quiero decirte que das asco – unas risotadas
recibieron su comentario.
─Creo bromas aparte – dijo intentando ponerse seria – que puedo
ayudarte a controlarlo.
─¿Cómo? – preguntó curioso.
─Con magia mí querido hermanito. Con magia.
La cara de sorpresa de Alex lo decía todo.
─Repito. ¿Cómo?
─Vamos al salón – dijo poniéndose de pie – mamá utilizó tus poderes y
fue exactamente donde ella quiso sin más. Y hasta donde yo sé, era la
primera vez que los utilizaba al menos de esa manera.
─El salón es pequeño – se encontró obligado a decir.
─Es más grande que el de casa así que no empieces – era cierto. La casa
de su madre era más grande pero la disposición era diferente y por poco pero
su salón era unos metros mayor.
─Bien, tú dirás – dijo Alex resignado.
─Quiero que visualices a donde quieres ir de esta sala – Alex asintió –
bien, con la imagen fijada en la mente, ahora desplázate hasta allí – casi ni lo
vio moverse. Su hermano la miró asombrado – cuando te mueves con la
mente, debes visualizar a dónde vas y no simplemente desplazarte como si te
llevaran los pies. Cuando caminas no tienes en mente el lugar al que vas,
simplemente andas, esa es la diferencia.
─Creo que entiendo lo que quieres decir – dijo volviendo a desplazarse
para comprobar su teoría – no entiendo cómo siendo tan fácil no se me había
ocurrido – murmuró enfadado consigo mismo.
─Porque los arboles a menudo no nos dejan ver el bosque – dijo Clara
con una sonrisa de suficiencia que lo enervó.
─Te había quedado muy bien pero esa sonrisilla ha estropeado el efecto,
que lo sepas – musitó ceñudo. Las risas de su melliza le hicieron saber lo
poco que le importaba.
─Creo que ya viene Sergio – informó escuchando ruidos familiares –
tiene la vitalidad de un niño, en ocasiones me agota – confesó con una
mueca. Alex sonrió sabedor de que era cierto.
─¡Alex! Qué bien que has venido. Tengo que comentarte un par de
cosas… - las risas de los dos hermanos lo acallaron, no entendía nada – ¿Qué
pasa?
─Nada viejo – dijo echándole el brazo por los hombros en un gesto de
intensa camaradería – que eres un tipo fantástico.
─Vaya gracias – dijo el aludido con una sonrisa incierta. En ocasiones
como esa, nunca sabía qué secretos compartían esos dos pero si eran para
bien, no sería él quien se quejara – he estado buscando información sobre
triadas divinas y alguna cosa he encontrado pero como mañana es domingo,
he pensado comentarlo durante el café cuando venga Gloria – explicó con
una sonrisa de puro divertimento.
─En ocasiones eres tan malo como mi hermana – murmuró Alex
cabeceando – sabes que cada vez que sale el tema se pone mala – las risillas
de su cuñado le dijeron que precisamente ese era el motivo.
─ Lo sé – afirmó impenitente.
Se entretuvo un rato más, hablando de naderías y se marchó más contento
de lo que había llegado. Había quedado con Elena en el parque y no quería
llegar tarde.
Llevaban más de dos meses quedando casi asiduamente. Habían ido al
cine y en un par de ocasiones al burguer, por supuesto siempre acompañados,
incluso se ofreció voluntario para ir al centro comercial cuando fue con sus
hermanas a comprar ropa, ante las burlas de Raúl y la cara de escepticismo de
su cuñado. Durante esos meses, Elena había florecido y estaba más guapa si
ello era posible. Bromeaba con todos no sólo con las chicas y le había
sorprendido gratamente con un sentido del humor agudo e inteligente. Tenía
una mente inquisitiva y una curiosidad por casi cualquier cosa. Se sonrió
pensando que había hablado más con ella en esos dos meses que con Raúl en
años. Era una gran oyente pero para nada pasiva, hacia preguntas clave que
volvían a poner de manifiesto su aguda inteligencia. Había estado dándole
vueltas a un asunto y hoy quería planteárselo, si decía que sí, tenía claro de
qué manera ayudar.
Cuando llegó al parque seguía dándole vueltas a la cabeza para ver de qué
manera abordarlo mejor. A los pocos minutos apareció pero le sorprendió que
viniera sin Bobi y los niños. Era la primera vez que venía sola.

─Hola. ¿Pasa algo? ¿Y los niños? – preguntó no bien llegó a donde estaba
él.
─Hola. No, nada. Gloria y su familia tenían que ir a comprar unas cosas y
de paso llevar a Bobi al veterinario para el tema de las vacunas. Así que…
bueno he venido yo… - terminó tímida. Alex estaba encantado. ¡La tenía sólo
para él! De pronto el día se le antojó más luminoso.
─Me parece perfecto – dijo con una gran sonrisa – si quieres podemos ir a
tomar algo a la cafetería del centro – sugirió.
─Me parece bien – dijo Elena con una sonrisa preciosa. Se fueron
charlando pero siendo muy conscientes de que por primera vez, estaban
solos.
Un rato más tarde ya sentados en la cafetería, Alex pensó en abordar el
tema que llevaba días rondándole la cabeza.
─Elena quería hablar contigo de algo – dijo mirándola fijamente. Elena se
puso seria – en estos meses me he dado cuenta de que eres una chica con una
inteligencia sobresaliente y me gustaría saber porqué no te planteas ir a la
universidad – Elena se quedó pasmada. Se espera cualquier cosa menos eso.
─Nunca lo había pensado – dijo sincera.
─Pues deberías – añadió Alex – creo que sería bueno para ti y creo que
tienes una sensibilidad superior a la media y podrías especializarte en alguna
carrera de ámbito social para ayudar a los demás – Elena no sabía qué decir.
Se sentía halagada pero no tenía recursos para costearse unos estudios
superiores.
─Alex…te agradezco lo que me dices pero…yo no tengo preparación…
─Puedes hacer la prueba de acceso, yo podría ayudarte – terció el
hombre.
─Tampoco puedo permitirme costearme ir a la universidad – reconoció
un tanto turbada.
─Precisamente de eso quería hablar contigo. Tengo intención de hablar
con Gloria y donar una cantidad de dinero para crear una beca para mujeres
que quieran cursar estudios superiores – la mirada de sorpresa de Elena no
tenía precio – tengo unos ahorros y parte de ellos me gustaría que fueran a
una buena causa, he pensado hablar con amigos míos para que también
contribuyan y así crear un fondo.
─¿Sabes de qué cantidad estaríamos hablando? – dijo incrédula – sé que
tus intenciones son buenas pero no veo como puede ser posible salvo que me
digas que eres rico.
─Ya me gustaría – reconoció con una mueca – pero creo que en un
principio se trata más de darle un empuje que de poner una cantidad
astronómica de dinero.
─Pero el empuje que dices, ya es una cantidad importante – dijo
remarcando sus palabras.
─Pero no es imposible – dijo con tozudez – sólo necesitamos que varias
personas se impliquen en el proyecto y creo que eso podemos lograrlo –
Elena se lo quedó mirando pensativa. Si eso fuera posible, sería un sueño
hecho realidad – además posiblemente sólo necesitaría arrancar por decirlo de
alguna manera, las becas para buenos estudiantes que da el estado también
son recursos a los que tendrían acceso.
─No quiero ni pensarlo – dijo emocionada – seria…un sueño…
─Vamos a hacer todo lo posible para que sea una realidad – dijo con
intensidad afectado de ver sus ojos brillantes de ilusión.
─Siempre pensé que sería bonito poder ayudar a otras personas como
hacen Gloria y las psicólogas del centro…incluso Araceli la asistenta…hacen
un trabajo enorme y tener las herramientas necesarias para poder hacerlo yo
también…sería increíble…
─Pues vamos a cumplirlo. Tienes mi palabra – dijo con solemnidad – si
quieres vamos a mi casa y nos informamos por internet de lo que necesitamos
para la prueba de acceso y empezamos a programar…
─Creo que es muy precipitado – acotó preocupada – si después no fuera
posible yo…prefiero esperar.
─Elena si como dices no pudiera ser, yo podría ayudarte igualmente y
adelantaría el dinero. Déjame acabar – dijo levantando la mano – sería un
préstamo que me devolverías cuando empezaras a trabajar.
─¿Por qué harías eso por mí? – preguntó queriendo entender.
─Porque somos amigos y los amigos hacen esas cosas – dijo suavemente.
Elena sintió como se le llenaban los ojos de lágrimas.
─Alex…creo que eres el mejor hombre que he conocido en mi vida –
musitó haciendo un pequeño mohín intentando no llorar.
─¿Sólo lo crees? – dijo risueño – muy mal señorita Elena, muy mal – las
risas de Elena se mezclaron con alguna lagrima que se le escapó sin querer.
─Rectifico. ¡Eres el mejor hombre que conozco! ¿Mejor? – preguntó con
una gran sonrisa.
─Mucho mejor – concedió Alex en el mismo tono – pues si te parece,
vamos a mirar como funcionan las cosas ahora y empezamos a planificar tu
futuro como chica universitaria.
─Nunca nadie ha hecho nada así por mí – confesó con un murmullo de
voz – aunque no sea posible, quiero que sepas que significa mucho para mí –
Alex tragó un nudo más grande que su puño que le impedía respirar con
normalidad.
─Creo que eres una chica…una mujer maravillosa y te mereces probar
tus alas y ser lo que desees ser. Me siento muy orgulloso de poder ayudarte a
conseguirlo.
─¿Sólo lo crees? – dijo intentando bromear y esconder la miríada de
emociones que estaba sintiendo en esos momentos – muy mal señorito Alex,
muy mal – el hombre rompió a reír con ganas, mirándola con verdadero
afecto.
─Anda vámonos que me pareces que eres demasiado inteligente para mi
bien – dijo cogiéndola por los hombros en un rápido abrazo cuando se
levantaron.
Se fueron hablando ilusionados del proyecto en el que se iban a embarcar,
se quitaban la palabra el uno al otro en un intento por decir todo lo que
pasaba por sus mentes. Alex la miraba con un brillo especial en sus ojos, cada
vez que lo callaba sin ser apenas consciente de ello. La confianza adquirida se
notaba en cada gesto, en cada palabra…en una ocasión, incluso intentó
taparle la boca con las manos para impedirle hablar degenerando la situación
en bromas y carcajadas que los acompañaron todo el trayecto hasta casa. Se
estaba enamorando perdidamente de aquella niña-mujer y no sabía qué hacer
para evitarlo.
Cuando llegaron, encontraron a su tío preparando algo para comer ya que
al parecer su madre se había tomado el día libre. Lo convenció sin mucho
esfuerzo y pidieron comida al Don Giovanni, mientras almorzaban, le
explicaron el proyecto y rápidamente su tío se sumó diciendo que le parecía
una idea extraordinaria. Se le ocurrió que hablaría con Raúl y con Carol. Las
becas de estudio serían una realidad. Lo supo con la certeza de que cada día
salía el sol.
Mucho más tarde, acompañó a Elena a su casa mientras seguían hablando
del tema sin parar.
─Quiero que sepas que ha sido el mejor día de mi vida – dijo la chica
mirándolo con una gran sonrisa.
─Eso no me vale – dijo con una mueca – normalmente siempre dices lo
mismo cada vez que vamos a algún sitio.
─Porque es cierto. Siempre consigues que cada día sea mejor que el
anterior – dijo con ingenuidad.
─Entonces estoy predestinado a fracasar porque un día no lo conseguiré y
me dejaras – dijo burlón.
─¡Jamás! Eres el mejor amigo que he tenido y significas mucho para
mí…eres como un hermano…- la sonrisa de Alex se borró como por
ensalmo.
─¡No soy tu hermano! – dijo con más brusquedad de la que pretendía.
─Ya sé que no lo eres… perdona…no quería ofenderte… - lo miró
compungida. Alex se dio cuenta y soltó un suspiro pasándose la mano por el
pelo un tanto exasperado. Ella no tenía la culpa.
─No pasa nada – dijo con una sonrisa sin embargo, esta no le llegó a los
ojos – tranquila, es cosa mía, tú no tienes la culpa – le acarició el pelo siendo
consciente de la cara de consternación que lucía pensando que lo había
ofendido – anda, entra y explícale a Gloria todo lo que hemos pensado, ya
nos veremos mañana – Elena asintió dejándolo allí parado.

Lentamente se dio la vuelta emprendiendo el camino a casa, con las


manos en los bolsillos y cierto abatimiento cerniéndose sobre él, se alejó
solitario. El sol seguía brillando y el día era luminoso pero no se dio ni
cuenta. Unas cortinas se movieron desde la planta superior de casa de Gloria.
Alguien lo contemplaba mientras se alejaba.

─¡Alex! – llamó si tío nada más cruzar el umbral de la casa – te estaba


esperando. Quiero hablar contigo – Alex pensaba decirle que no estaba de
humor, lo cual era cierto pero algo en la cara de su tío le llamó la atención.
─¿Estás bien? – preguntó preocupado.
─Si gracias – dijo con una sonrisa. Sabía que su familia se preocupaba
por él – siéntate hijo – pidió formal. Alex hizo lo que le dijo mirándolo con
franca interes – llevo dándole vueltas a un tema que tu madre no quiere ni
escuchar pero por mi paz mental, necesito dejarlo arreglado – empezó
diciendo – la granja de mis padres es una buena casa, tiene tierras de labor y
grandes extensiones de terreno para animales. Pero ahora por cuestiones que
ya conoces, está abandonada – hizo una pausa como si le costara hablar del
tema – me gustaría que cuando yo…no esté, no termine en manos de algún
especulador. Tu madre no la quiere y lo acepto pero me gustaría que alguno
de vosotros os hicierais cargo de ella – Alex estaba estupefacto. Nunca se
había planteado qué pasaría con la granja – os escuché un día a Raúl y a ti
hablando de que te gustaría montar una yeguada, desde entonces le he dado
vueltas al asunto y creo que la granja con algunos arreglos, podría ser el sitio
ideal.
─Tío…no sé qué decir – y era cierto. No se esperaba aquello.
─No digas nada, sólo piénsalo – dijo mirándolo serio – me costa que
tienes dinero ahorrado de los años que trabajaste para los Patterson y sé que
no es una cantidad despreciable, aun así necesitarías más dinero para hacer
realidad tu sueño y por supuesto mucho trabajo. Sólo piénsalo.
─Tienes mi palabra de que lo haré – dijo con respeto – aquella
conversación que escuchaste, era una idea que teníamos Raúl y yo de la que
hablábamos por las noches cuando estábamos en alguna misión…ya sabes,
las cosas qué haríamos cuando nos retiráramos y todo eso.
─Creo sin temor a equivocarme que ya estas retirado – Alex asintió –
como he dicho, sólo piénsalo. Por cierto, quiero que sepas que me siento muy
orgulloso de ti en cuanto a la idea de ayudar a esas pobres mujeres a que
tengan un futuro mejor – dijo en referencia directa al proyecto del fondo para
estudios – formar parte de ese proyecto me hace una enorme ilusión.
─Gloria y Tamsim ya hacen una enorme labor con la asociación – dijo
con sinceridad – pero creo que podría ser una buena cosa.
─No tengas la menor duda – aseveró Vicent – cualquier cosa que se haga
a favor de personas en situaciones de riesgo, es siempre una buena idea.
Cuando tu madre se entere, se sentirá tan orgullosa como yo.
─Gracias tío – dijo un poco avergonzado.
─Por cierto, esa chiquilla, Elena…me parece que te tomas un especial
interés en ella…
─Es una persona especial.
─Estoy seguro – dijo asintiendo – pero puedes correr el riesgo de que te
vea como a una figura fraternal – dijo su tío con sagacidad – si es como la ves
tú perfecto pero si sientes algo diferente, puede ser un problema a largo
plazo.
─¿Por qué me dices eso? – preguntó alerta.
─Porque he visto como la mirabas mientras almorzábamos hijo – contestó
Vicent con suavidad – y creo que es evidente hasta para un ciego que sientes
algo especial por ella, otra cosa es si ella siente lo mismo por ti.
─Para nada – reconoció con una mueca – me ha dicho que me quiere
como a un hermano – se sonrió sin rastro de humor – para que se
acostumbrara a mí, llegué a decirle que era impotente – Vicent alzó las cejas
casi hasta el nacimiento del cabello – pienso ayudarla de todas formas, es una
buena persona y se lo merece.
─Es un gran gesto por tu parte – comentó Vicent – intenta guardar el
corazón en algún lugar seguro hijo – añadió con sabiduría.
─Creo que el consejo llega un poco tarde – reconoció burlón – Raúl ya
me advirtió que tenía muchos números de que la enseñara a volar para que se
terminara marchando con otro.
─Y es cierto.
─Lo sé – dijo con un suspiro – pero sigue mereciendo la pena verla
extender sus alas por primera vez y saber que tuve algo que ver…cuando se
enamore…sencillamente mi trabajo habrá acabado y me retiraré como un
caballero de brillante armadura – dijo con un sesgo cínico que no engañaba al
hombre mayor que lo observaba atentamente.
─Te honra que pienses así – dijo Vicent con seriedad – intenta ayudarla
pero no es necesario que la acompañes hasta el final hijo, apártate un poco
antes, es un dolor gratuito e innecesario.
─Supongo que no te falta razón tío – dijo con la vista perdida – creo que
voy a darme una ducha. He quedado con Sergio para ver el partido después.
¿Te apuntas?
─Gracias pero no – dijo Vicent categórico – no pienso ir a sentarme a un
asiento duro como una piedra para que se me quede el trasero helado
mientras unos energúmenos gritan hasta desgañitarse – Alex se rió de la cara
de desagrado de su tío.
─Es parte del encanto tío – dijo con una sonrisa – igual que los bocatas en
bolsa de papel y las cervezas de lata. Es un ritual.
─Pues disfruta de tu ritual que yo veré el partido calentito y
cómodamente sentado en el sofá – auguró Vicent complacido.
─Como quieras pero estoy convencido de que te lo pasarías en grande.
─Menos mal que yo no comparto esa opinión – dijo mientras su sobrino
se iba riendo.
Alex se marchó y Vicent pos su parte se sirvió una taza de café con un
poco de leche, mientras pensaba en su sobrino. Era un buen chico. Su
hermana lo había educado bien, igual que a las niñas. Esperaba que decidiera
tomar el control de la granja, había acudido a un notario junto con Ana para
modificar el testamento a favor de sus sobrinos. Su hermana había insistido
en ello. No quería nada para ella salvo un par de recuerdos. Ahora que la
conocía mejor, sabía que realmente era una mujer generosa y que pensaba en
los demás antes que en ella misma. Le dolía enormemente haber
desperdiciado tantos años pero el arrepentimiento a esas alturas era del todo
innecesario. Su propia hermana se lo dijo. Tenían que disfrutar del tiempo
que tuvieran y dejar el pasado a donde pertenecía. Curiosamente ya no sentía
ese miedo exacerbado a la muerte. Sabía que se reuniría con su madre y todos
los demás y en cierto modo, era un pensamiento reconfortante. Dejar atrás el
dolor de su cuerpo físico y volver a sentirse bien…apenas recordaba lo que
era eso…había aumentado la dosis de calmantes pero era algo que sólo
sabían su hermana y él. Decidieron que no era necesario compartirlo con los
demás. El final estaba cerca…al menos en lo referente a la vida que
conocía…lo que viniera después era una incógnita.
Max se acercó frotando su morro contra su pierna. Le rascó la cabeza con
cariño.
─Yo también te echaré de menos – murmuró mirando los preciosos ojos
marrones del cachorro. Max gimió flojito como si le entendiera – eres un
buen perro – fue a la nevera a buscar una de las salchichas que tanto le
gustaban – creo que sabes hacerte entender demasiado bien – musitó
observando como el cachorro daba buena cuenta de la salchicha – después
viene tu dueña y me regaña porque no te comes el pienso – Max movía la
cola contento mirándolo con adoración – ya puedes poner ojitos pero no te
doy más – dijo intentando impostar un tono de severidad que fue un fracaso
desde el principio – anda, vamos a dar una vuelta porque está visto que si no
te saco yo, nadie te lleva de paseo – fue a ponerse el abrigo con cierto trabajo.
No estaba teniendo un buen día. Con un suspiro cogió la correa y salieron a
dar una vuelta por el barrio. Max iba contento trotando a su lado, sólo por eso
merecía la pena salir un rato.

─Espero que hoy tengamos una tarde tranquila – dijo Gloria mirando a
Ana con toda intención – porque te confieso que a mediados de semana ya
empiezo a temblar – las risas de Tamsim por la exageración de su mujer,
corearon sus palabras.
─Gloria cielo, no te he visto temblar de miedo en la vida…al igual te
estás haciendo mayor – comentó Sara con malicia.
─Habla por ti bonita – dijo altanera – yo estoy viviendo una segunda
juventud – ese comentario arrancó más risas por parte de la audiencia.
─Creo que hoy no pasará nada relevante – afirmó Ana sirviendo el
bizcocho que había traído su amiga, en pequeños platos – de hecho creo que
nos aburriremos.
─Tampoco te pases mamá – exclamó Júlia – le tenemos que explicar lo
que hicimos el viernes por la noche – las cejas de Gloria se alzaron ante ese
comentario.
─Si me va a dar indigestión creo que paso – murmuró. César se rió bajito.
─Gloria te encantará – dijo Júlia – pudimos ver el nacimiento de la
historia de amor entre Uadyi y Yamanik.
─¿Y las veces anteriores que la has visto? ¿Qué era? ¿Citas a ciegas? –
murmuró cínica.
─Creo que esas veces fueron cuando llegó del país de Punt como ofrenda
al gran faraón pero aunque saltaban chispas, creo que el comienzo real
empezó después – explicó con afectación.
─Ya pero no entiendes lo que dicen con lo cual sólo te lo imaginas –
machacó con una sonrisa malévola.
─Te equivocas – intercedió Ana – ahora sí entendemos lo que dicen.
─¡Ana! – exclamó Sara – no me habías dicho nada – dijo frunciendo el
ceño – muy mal que lo sepas.
─No he tenido tiempo – dijo defendiéndose – pensaba llamarte, lo
prometo – dijo haciéndose una cruz ficticia a la altura del corazón.
─Y no sabéis lo mejor – comentó Vicent recibiendo el peso de todas las
miradas – hay un nuevo miembro en el equipo – anunció encantado – las
exclamaciones de sorpresa llenaron la cocina.
─Ana querida, si sigue aumentando el número de gente que nos vamos a
Egipto, saldremos en las noticias – dijo Gloria mordaz – de todas maneras.
¿De quién hablamos? – preguntó enarcando una ceja. César se imaginaba
quien era el nuevo integrante y le guiño un ojo a Sara. Gloria se percató y
frunció el ceño.
─Me parece que hay ciertas personas que lo saben y me parece de muy
mal gusto que no lo compartan – dijo con gesto torvo.
Justo en aquel momento sonó el timbre de la puerta principal.
─Salvada por la campana – musitó Ana con una sonrisa. Era Álvaro. La
abrazó por la cintura depositando un suave beso en sus labios entreabiertos.
Gloria de poco se cae de su silla estirando el cuello para ver quién era.
Cuando contempló la escena, sus finas cejas increíblemente bien depiladas,
se alzaron de manera imposible.
─Quiero que sepáis que ya sé quién es el nuevo – soltó sin mirar a nadie –
ya me parece bien que se sume un médico si vamos a ir al fin del mundo.
─¿Un medico? ¿Álvaro? – preguntó Tamsim. Sara y César asintieron al
unísono con una sonrisa.
─Gloria no vamos al fin del mundo – dijo Júlia.
─¡Vamos que no! – exclamó con un bufido – tenemos que internarnos en
el desierto no sabemos cuánto, a cientos de kilómetros de la civilización, sin
agua corriente y sin electricidad y dormir en un saco en el suelo – dijo
enumerando todos los males con los dedos – eso querida es el fin del mundo.
─Hombre…si lo miras así – murmuró Vicent – desde luego razón no te
falta – Gloria le dedicó una sonrisa espectacular que lo aturrulló.

─Se te ha olvidado decir las altas temperaturas, los bichos asquerosos y


que no tendrás cobertura – añadió César disfrutando de la mala cara que se le
estaba empezando a poner a la pelirroja.
─Hola a todos – dijo Álvaro desde la puerta, sujetando firmemente a Ana
por la cintura. Eso era en sí mismo, una declaración en toda regla.
─Que tal amigo – dijo César poniéndose en pie saludándolo
afectuosamente – ya me he enterado, bienvenido al equipo.
─Gracias – dijo Álvaro con una sonrisa – me explicó Ana que somos un
grupo numeroso – dijo mirando a todo el mundo.
─Al parecer sois diez – dijo Vicent después de saludarse con un apretón
de manos – es un buen número.
─Me ha dicho también que estáis ejercitándoos – Tamsim rompió a reír
ante el asombro de los demás.
─Perdón – dijo excusándose – te lo han dicho bien. Es que…
─César no te cases – la interrumpió su mujer – te garantizo que cambian
y se vuelven unas arpías – César se rió entre dientes divertido, mientras que
Sara se ahogaba echando espuma por la boca por el comentario venenoso de
su amiga.
─Como te decía, están haciendo ejercicios de auto defensa y Gloria se
está ejercitando en casa con los niños para ser la mejor – explicó con los ojos
brillantes de la risa – su espíritu competitivo no le permite ser la segunda.
─¿La segunda? – preguntó Álvaro interesado.
─Clara – dijo Sara. No hacía falta añadir nada más.
Fue entonces cuando se abrió la puerta principal, sumándose a la reunión
los dos que faltaban.
─Hablando del demonio – murmuró Gloria. Tamsim le dio un codazo
aunque no pudo evitar soltar una carcajada.
─¡Hola familia! – exclamó encantada – que sepáis que Sergio no veía la
hora de venir cuando supo que hoy hacías tú los bizcochos – dijo a su tía Sara
repartiendo besos y abrazos entre todos los presentes.
─Hombre, muchas gracias por la parte que me toca – dijo Ana con una
mueca – cuando Sara no traiga pasteles y me vengas suplicando te lo
recordaré – Sara se rió encantada.
─No seas rencorosa querida – dijo con una gran sonrisa – por cierto.
¿Dónde está mi sobrino?
─Ahora baja, estaba terminando no sé qué cosa – explicó Vicent
encantado de no haberse ido a dormir la siesta.
Había al menos cuatro conversaciones a la vez, mientras daban buena
cuenta del bizcocho de Sara y Ana rellenaba las tazas con café recién hecho.
Realmente era la reunión de cualquier familia, un domingo por la tarde.
Álvaro participaba activamente disfrutando del calor de hogar que se
respiraba en aquella estancia tan concurrida. César le explicaba anécdotas de
las tardes que llevaban de entrenamiento e invariablemente, eso implicaba
que Sergio era el protagonista de todas ellas. Estaba riéndose cuando apareció
Alex con un portafolio.
─Hola a todos – dijo en general. Al momento se percató de que Elena no
estaba - ¿Y Elena?
─Se ha ido al cine con los niños a ver una película de dibujos animados
que iban locos por ver – explicó Tamsim – después vendrán. Alex asintió y
entonces pidió silencio.
─Bien. como creo que ya está formado el equipo que iremos a Egipto. He
formado unos grupos para que cada uno sepa cuál será su función – las caras
de todos revelaba curiosidad – Gloria, Júlia, Sara y mi madre, serán las
encargadas de la logística en cuanto a todo lo referente a equipos, ya sabéis,
sacos de dormir, brújulas, ropa etc. Quiero que quede claro que todo lo que
no quepa en una mochila no viene, también de tema avión y hotel para las
primeras noches – las quejas por parte de las mujeres se dejaron oír con
efusividad – ya podéis quejaros todo cuanto queráis. Esto es definitivo.
Álvaro será el encargado del botiquín como no podría ser de otra manera.
Sergio, tú te ocuparas de elaborar los listados y de verificar que esté todo en
orden, desplazamientos, alquilar los todoterrenos y de pedir los permisos para
no tener problemas con las autoridades. César, Clara y yo, nos encargaremos
de organizar la expedición…
─¿Álvaro sólo tiene que preparar un botiquín? ¿Y nosotras todo lo
demás? – dijo Gloria – no lo veo justo.
─Álvaro se sumará a mi equipo cuando tenga todo lo necesario.
Elaboraremos un plan exhaustivo de la zona y nos informaremos de los oasis
que hayan y de las poblaciones por las que pasemos para aprovisionarnos.
─¿Y Raúl? – preguntó Júlia.
─Ya lo hablamos, Raúl se encarga de aprovisionar de todo lo que no
deberíamos de tener necesidad de usar pero que sin embargo llevaremos.
─¿Eso es legal? – preguntó Sergio – quiero decir que según lo que sea, si
nos pillan podemos tener problemas con las autoridades.
─Primero, legal o no, necesitamos una serie de cosas por si nos
encontramos en aprietos y segundo, si nos encontramos en dichos aprietos, te
alegrará enormemente que podamos defendernos – dijo mirando a su cuñado
con sorna – del tema de las autoridades, nos encargaremos cuando haga falta.
─¿Crees que es necesario llevarnos todo el equipo desde aquí? Quizás
sería mejor abastecernos de todo lo que necesitemos una vez lleguemos –
sugirió Álvaro.
─No podemos dejar según qué al azar – explicó Alex – en mi experiencia,
es mejor que nos aprovisionemos en origen. En esencia pareceremos unos
turistas que van de expedición al desierto a pasar una semana.
─No podemos llevar en una mochila todo lo que necesitamos – dijo Ana
frunciendo el ceño – es imposible.
─Sólo estaremos en el hotel una noche a lo máximo dos. Aunque iremos
con todoterrenos, de momento no sabemos si podremos llegar con ellos hasta
donde se encuentra la tumba de Uadyi o tendremos que dejarlos y seguir a
pie. En caso de que sea así, cada uno llevará su propia mochila en unas
condiciones climatológicas extremas.
─Podemos alquilar camellos – dijo Clara.
─Seguro – respondió con sarcasmo – no sabemos dónde vamos por
consiguiente desconocemos si habrán poblaciones cercanas y de haberlas si
podremos alquilar camellos. De momento es preferible que empecemos a
partir de lo que sabemos y después cuando tengamos más información
modificaremos el plan original.
─Yo no tengo ni idea de lo que se necesita para una expedición –
masculló Gloria cruzándose de brazos.
─Las listas de todo lo que necesitamos, os las facilitaré yo, de todas
maneras, Sergio se sumará con los listados y ayudará a preparar todo lo
necesario cuando tenga el tema de papeles resuelto.
─Me parece un poco lío – dijo Sara – quiero decir que no entiendo porqué
no podemos ir todos con una lista a una gran superficie a comprar todo lo
necesario y punto.
─Podemos ir todos juntos como dices tía pero igualmente, deben haber
unas personas responsables de cada cosa, entre todos es más difícil que se nos
pase algo. Si vosotras os responsabilizáis de que todo lo necesario lo
adquiramos y Sergio del tema burocrático y así todos, es más fácil gestionar
una expedición de este calibre. ¿Lo entiendes? – Sara asintió empezando a
darse cuenta de la magnitud de la tarea que tenían por delante – tenéis que
entender que no vamos a hacer turismo. Nos adentraremos en uno de los
desiertos más extremos del planeta, no podemos dejar ningún detalle al azar,
hay gente que ha muerto. Por eso es tan necesario que os preparéis
físicamente – las caras de todos había adquirido un sesgo de seriedad – nos
prepararemos para lo peor y rezaremos para equivocarnos.
Por un momento, la estancia se sumó en un silencio muy revelador. Se
miraron entre ellos empezando a entender que aquello no era un juego. En
aquel momento estaban todos sentados muy cómodamente tomando café y
comiendo bizcocho pero en poco más de tres meses, estarían en medio de la
nada. La aventura empezaba agestarse tomando visos de una realidad para la
que no estaban preparados.

Aquella noche cuando todos se marcharon, Ana estaba acurrucada en su


salón sobre el pecho de Álvaro viendo una película completamente relajada,
cuando las visiones la asaltaron. Perdió hasta el aliento de lo vividas que
eran.
─¿Ana? ¿Qué pasa? – preguntó Álvaro preocupado pero Ana era incapaz
de hablar. Vio la antigua Tebas y el oasis cercano a la ciudad…era enorme,
incluso habían unas poblaciones en el…kilómetros y kilómetros de desierto
en dirección noreste…las mismas montañas que había visto en visiones
anteriores, se le aparecieron pero esta vez las sobrevoló viendo una especie
de cráter en una de las mas escarpadas…descendió por ella hasta lo que
parecía una grieta…entró descendiendo velozmente llegando a una especie de
pasadizo… - ¿Ana? ¡Por Dios bendito! ¿Qué te pasa? – preguntó asustado de
verdad.
─Vamos al desierto Occidental, al noreste, al desierto líbico…al Gran
Mar de Arena o como lo llaman muchos el desierto esmeralda…
encontraremos unas montañas de aspecto volcánico y descenderemos por un
cráter hasta una especie de grieta en la pared…esa es la entrada a la tumba de
Uadyi…
─¡Jesús! – Álvaro estaba más blanco que la tiza – necesito tiempo para
acostumbrarme a esto – dijo pasándose la mano por la cara totalmente
estupefacto. La cara de Ana reflejaba desconcierto y cierto miedo a partes
iguales – cariño, sólo me tengo que acostumbrar, te he dicho que no voy a
salir corriendo. ¿Entendido? – Ana asintió mirándolo con los ojos muy
abiertos – déjame que apunte todo lo que has dicho – dijo buscando papel y
un bolígrafo.
─Necesitaremos material para escaladas – dijo recuperando parcialmente
el color – a Gloria le da algo fijo – murmuró sobrecogida todavía por las
imágenes.
─¿Al desierto Occidental dices? – preguntó Álvaro.
─Cruzaremos una parte del Gran Mar de Arena, esa parte podremos
hacerla con vehículos pero después…después tendremos que enfrentarnos a
unas montañas rocosas…
─Dijiste que tenían aspecto volcánico – dijo apuntando todo con rapidez.
─Es lo que me parecieron, son rojizas y no tiene nada de vegetación…
casi era una estampa de un paisaje de esos que se ven en las pelis del planeta
Marte…ya me entiendes.
─Varias películas de esas que tú dices se rodaron en el desierto. Lo leí en
alguna parte – repuso Álvaro mucho más seguro de sí mismo – bueno, creo
que ya podemos decirle a tu hijo que no se equivocaba en sus predicciones –
dijo con ese gesto tan característico suyo que le confería un aire de pirata que
le encantaba - ¿Por qué tienes esa cara?
─Sabemos que Uadyi fue herido de muerte cuando volvió al palacio y
que Sami, su leal servidor, lo sacó a escondidas ocultándolo en algún lugar
secreto…
─¿A dónde quieres llegar? – preguntó mirándola con gravedad.
─Pues que no sé cuanto sobrevivió a sus heridas pero desde luego, desde
la antigua Tebas hasta donde he visto su lugar de descanso, hay una distancia
enorme para hacerla con un hombre moribundo…estamos hablando de
cientos de kilómetros Álvaro…
─No te puedo decir…
─Lo sé. Pero siempre pensé que estaría cerca de la ciudad, jamás imaginé
que tuviéramos que atravesar medio desierto para dar con él.
Se quedaron callados mirándose a los ojos.
─Ya informaremos a los demás el domingo que viene – dijo Álvaro
volviéndola a abrazar – ahora sólo vamos a relajarnos y a disfrutar de un
domingo por la noche.
─Me parece bien – dijo besándole en el cuello – claro que si pidiéramos
comida al Don Giovanni, la cosa mejoraría exponencialmente.
─¿Exponencialmente dices? – dijo mirándola divertido. Ana asintió
sonriendo. Unas carcajadas profundas, reverberaron en el pecho masculino –
vale te compro la idea pero pide doble ración de panecillos de ajo y especias
y los rellenos de queso que si no ni los pruebo – Ana se rió encantada
levantándose a coger el teléfono que tecleó de memoria – no sé por qué no
me extraña que te sepas el numero del restaurante de memoria y el mío aun
tengas que mirarlo – dijo resignado.

Casi tres meses después…

─No me puedo creer que a estas alturas faltando apenas tres semanas para
la boda, me han llamado de la tienda en la que encargué los detalles para los
invitados y me han dicho que por unos problemas de distribución, no me los
tendrán para el día señalado – dijo Sara histérica.
─Pero. ¿No es en aquella tiendecita tan adorable del centro? – preguntó
Ana intentando no ponerse como su amiga.
─Esa misma.
─¿Y no se suponía que eran artesanos hechos por ella?
─Al parecer ni tan artesanos ni hechos por ella – dijo Sara torciendo el
gesto – Ana esto es una crisis – dijo con su vena más dramática.
─¿Has llamado a Clara?
─¡Pues claro que la he llamado! – exclamó atacada de los nervios.
─¿Y que ha dicho mi hija?
─Que si no hay detalles para regalar, que obsequiará piruletas – Sara esta
verde pero Ana fue incapaz de no reírse. Eso era muy típico de su hija.
─Bueno, siempre podemos hacerlo nosotras – sugirió – podríamos regalar
un anillo servilletero de esos que tienes tan bonitos en la tienda…
─¿Eres tonta o me quieres terminar de poner histérica?
─Creo que para eso no necesitas ayuda – dijo caustica. Sara se levantó de
la silla incapaz de seguir sentada, tal era su nivel de ansiedad – tranquilízate,
seguro que se nos ocurre algo y…
─¡Ya lo tengo! – dijo interrumpiéndola – hablaré con Tamsim, ella tiene
ideas fantásticas y de seguro se le ocurre algo y las chicas de la asociación
pueden ayudar.
─Eso no es una idea – dijo cruzándose de brazos – eso es pasarle el
problema a otro.
─Pero seguro que sale bien – dijo con una sonrisa – además, lo más
importante es saber gestionar los problemas no la solución en sí – dijo
resuelta.
─Sí tú lo dices.
─Si no, también puedo hablar con César haber si puede tirar de contactos.
─Seguro – dijo risueña. Sara era única para hacer una tormenta en un
vaso de agua.
─Voy a llamar ahora mismo a Tamsim – dijo haciendo exactamente eso.
Mientras llamaba Ana siguió tranquilamente sorbiendo su té pensativa.
Aquellos meses habían corrido de manera espectacular. Estaban a mediados
de mayo y su hija pequeña se casaba en poco más de tres semanas. Le parecía
mentira. Apenas ayer la tenía en sus brazos y ahora estaban planificando su
boda. Habían pasado muchas cosas ese año y lo más gordo estaba por llegar.
Decidieron ir a Egipto justo después de que llegaran de la luna de miel.
Concretamente el diecinueve cogían el avión. Ya lo tenían prácticamente
todo a excepción de pequeños detalles. No se habían aburrido. Entre la boda
y preparar todo lo necesario, los días habían corrido sin ser apenas
consciente.
─¡Arreglado! – exclamó Sara exultante – dice Tamsim que ella se
encarga de todo. ¿No es fantástico?
─Es fantástico.
─Podrías poner un poco más de ganas, es la boda de Clara – dijo
regañándola.
─Tienes razón nena pero es que hoy estoy exhausta – confesó con un
suspiro – he tenido un día demoledor en el trabajo y desde que salí no he
parado hasta ahora y son casi las seis de la tarde.
─Lo entiendo querida – dijo mirándola con cariño – llevamos un ritmo
que va acabar con nosotras y tu queridísimo hijo dice que el sábado nos
vamos a correr no sé cuantos kilómetros. Todos juntos, dice que así
fomentamos el espíritu de equipo. Quiero que sepas que es un tirano aunque
lo quiero mucho, no soy ciega a sus defectos.
─Lo sé – dijo con un suspiro – estoy más en forma ahora que cuando
tenía veinte años – dijo con una mueca – si le pego una patada a una pared,
de seguro la tiro – las carcajadas de Sara le levantaron el ánimo – tú ríete pero
hablo muy en serio – dijo exagerando con una sonrisa.
─Reconozco que César está increíble, siempre ha sido un hombre fuerte
pero ahora está…
─Sé a lo que te refieres – dijo con ironía. Las dos amigas se miraron por
un momento y rompieron a reír como adolescentes. Vicent entró en esos
momentos con expresión de dolor - ¿Te encuentras bien? – dijo preocupada.
─Si es sólo un poco de dolor pero ya me he tomado el calmante, en un
rato se me pasará – dijo sentándose lentamente.
─No tienes muy buena cara – dijo Sara frunciendo el ceño.
─En serio, estoy bien – dijo un poco seco. Sara enarcó una ceja al
escuchar el tono – Sara lo siento, perdona…pero estoy bien – repitió.
─Como digas querido – dijo dándole un apretón cariñoso en el brazo –
Ana tenemos que marcharnos a la prueba del vestido.
─¿Clara no viene aquí?
─No, hemos quedado directamente en la boutique con Júlia – explicó.
─Vicent. ¿Estás bien para quedarte solo?
─Si claro, no te preocupes – dijo con una sonrisa – ve con Sara y las
niñas para las pruebas, no pasa nada – Ana se lo quedó mirando evaluando si
era verdad. Al final con un suspiro asintió.
─Si pasa algo no dudes en llamarme o cuando venga me escuchas –
advirtió.
─Te lo prometo.
Se fueron en pocos minutos y Vicent se quedó allí sentado esperando a
que remitiera el dolor. Estaba teniendo un día verdaderamente malo. Al cabo
de unos minutos, decidió que subiría a recostarse un rato pero, al ponerse de
pie sintió un dolor atroz que lo mareó. Se apoyó en la baranda con Max a su
lado cuando la puerta de la calle se abrió entrando Clara. Al momento se fue
hacia él asustada.
─¿Tío qué pasa? – preguntó sujetándolo por el brazo. Vicent estaba
blanco y tenía la frente perlada en sudor.
─Creo…que no me encuentro muy bien – musitó con esfuerzo.
─Necesitas ir al hospital. ¿Dónde está mi madre? – dijo acompañándolo a
una silla para que se sentara.
─Se acaba de ir con Sara a las pruebas de tu vestido…se supone que te
encontrarías allí con ellas.
─Creo que malinterpreté donde quedábamos – dijo con una mueca –
tienes que ir al hospital – repitió – sacó su móvil para llamar a su madre pero
su tío se dobló de dolor y tuvo que dejarlo para sujetarlo – tío…- Vicent
estaba pasando una crisis importante, era incapaz de hablar en esos
momentos. Clara vio el coche de su madre aparcado en la puerta y las llaves
encima de la repisa como siempre. Hacía casi tres años que no conducía.
Desde la muerte de su padre, era incapaz de ponerse al volante. Lo había
intentado en varias ocasiones pero sencillamente se quedaba bloqueada. El
corazón le martilleaba con fuerza. Miró a su tío, no podía esperar. Tomó una
decisión.
─Vamos tío que nos vamos al hospital – su tío la miró con incredulidad.
─Clara…tú no conduces…
─Sí que lo hago sólo que no en los últimos tres años – dijo con expresión
torva. Lo tomó del brazo acompañándolo al coche.
─Creo que me encuentro mejor – dijo Vicent bajando los escalones.
─Ya. Pues que me lo diga un medico – dijo Clara resuelta. Lo ayudó a
subirse y le puso ella misma el cinturón de seguridad. Dio la vuelta corriendo
y se subió inspirando con fuerza. Le temblaba el pulso de forma evidente.
─Clara, no te sientas obligada…
─No me siento obligada – dijo con firmeza – es que me encanta la idea de
salir a pasear en este preciso momento.
Arrancó el motor y aceleró, pero el coche no se movió.
─Quita el freno de mano – murmuró Vicent.
Clara sintió como se ruborizaba. Salieron del aparcamiento y en pocos
minutos empezó a conducir con mayor confianza. Seguía temblando y el
corazón parecía que se le quería salir del pecho pero eso ahora no era
importante.
Llegaron al hospital sin contratiempos. En cuanto la vieron bajar del
coche, unos sanitarios la ayudaron trayendo una silla de ruedas. Al cabo de
media hora, después de haber hecho el ingreso en urgencias ya más tranquila,
llamó a su madre.
─¿Clara? ¿Se puede saber donde estas? Llevamos esperándote más de
media hora y…
─Mamá estoy en el hospital con tío Vicent – por un momento, se hizo un
silencio.
─Estoy ahí en veinte minutos – dijo con voz grave - ¿Quién lo ha llevado
al hospital? ¿Sergio?
─Lo he traído yo – dijo sucintamente – te dejo. He salido del box sólo
para llamarte. No tardes.
Ana colgó el teléfono blanca como la tiza.
─Ana. ¿Dónde está Clara? Ya le vale a esa tunanta que… ¿Ana qué pasa?
– preguntó preocupada viendo la cara de su amiga.
─Vicent está en el hospital y lo ha llevado Clara conduciendo ella – la
cara de Sara era un poema – me voy. ¿Vienes?
─Por supuesto. Me ofendes que me lo preguntes.
En poco más de media hora, estaban entrando por la puerta del hospital.
Sara se encargó de llamar a toda la familia mientras Ana conducía con cierta
temeridad.
Cuando vio a su hermano en la camilla dentro del box con el gotero se le
cayó el alma a los pies. La cara de Vicent reflejaba las líneas de tensión que
el dolor le estaba produciendo.
─¡Eres idiota! – dijo enfadada – la próxima vez que me engañes te
arrepentirás, ya te aviso.
─¡Mamá! Eres increíble – le espetó Clara enfadada – está el pobre
sufriendo horriblemente y vienes tú a pegarle la bronca – Vicent se rió bajito
al escuchar la discusión entre su hermana y su sobrina. Ana estaba
preocupada y era su manera de demostrarle que lo quería pero su sobrina no
lo entendía. Todavía era muy joven.
─Yo no quería venir pero tu hija me obligó – dijo con un halito de voz –
ya sabes como se pone cuando se le mete algo en la cabeza – Clara abrió la
boca indignada pero la cerró sin decir lo que pensaba. Una lenta sonrisa le
iluminó la cara.
─Es un teatrero – dijo con una sonrisa cargada de cariño – quería verme
conducir y no sabía como hacerlo – Ana los miró a los dos y ya más tranquila
se acercó a darle un beso a su hermano y un abrazó a su hija. Dejó a todos en
el box y se fue a hablar con el médico de guardia para saber el verdadero
alcance de la situación de su hermano.
Le confirmó lo que ya sabía. La enfermedad avanzaba. Poco podían hacer
por él salvo administrarle sedantes para controlarle el dolor. Cuando volvía
otra vez al box, Álvaro la interceptó en el pasillo. Cuando lo vio, se abrazó
sin mediar palabra llorando sobre su pecho.
─Tranquila pequeña – le susurró acariciándole la espalda. Cuando se
calmó, lo miró con infinita pena.
─No quiero perderlo tan pronto – dijo con la voz rota – no quiero Álvaro.
─Lo sé cariño – dijo profundamente conmovido – haremos todo lo que
podamos para que se recupere lo antes posible y vuelva a casa.
─¿De verdad lo crees? – preguntó esperanzada.
─Estoy convencido – dijo con gravedad – es una crisis. Cuando lo
estabilicen le darán el alta.
─¿Has hablado con el médico verdad?
─Si – dijo suave – le van a empezar a administrar quimioterapia paliativa
para que tenga mejor calidad de vida – explicó sucintamente – ya sabes que
es la mejor solución – Ana asintió – le prescribirán un jarabe de morfina para
que lo tome por las noches y pueda descansar.
─Sabes que Vicent se ha negado a tomar mórficos.
─Estamos en un punto que le ayudaran Ana. Tu hermano lo sabe.
También puedes pedir que le hagan un seguimiento desde casa, funcionan
muy bien y …
─De momento no es necesario, me encargaré de cubrir sus necesidades y
cuando llegue el momento posiblemente coja un permiso para estar con él
hasta el final – explicó intentando que no se le rompiera otra vez la voz.
Álvaro volvió a abrazarla transmitiéndole sin palabras su apoyo
incondicional.
─Vamos con Vicent – murmuró besándola en la sien – le diremos que
esta noche se queda aquí y que mañana le darán el alta. Veras como eso lo
alegra.
En contra de los deseos de su hermano, Ana se quedó toda la noche a su
lado. Todos volvieron a casa sin ganas de marcharse. Álvaro por su parte se
quedó hasta tarde, a instancias de Ana, se fue a su casa a descansar pero antes
de las seis de la mañana, volvió con un par de cafés y se sentó a su lado a
esperar. Hablaron poco pero saber que estaba allí a su lado, la reconfortó
como nada.
─Tío Vicent juro que ese perro se tiró toda la noche llorando sobre de tu
cama – dijo Alex exasperado – si lo llego a saber, me quedo en el hospital, al
menos hubiera dormido algo – Vicent se sonrió ante las palabras de su
sobrino. Toda su familia estaban a su alrededor pendiente de cualquier cosa
que necesitara. Los quería pero empezaban a agobiarlo.
─Todo eso me parece muy bien – dijo Ana con frescura – ahora perderos
todos un ratito por ahí que estáis demasiados empalagosos.
─Desde luego mamá eres borde hasta decir basta – dijo Clara con mala
cara.
─Qué le vamos a hacer – dijo con una sonrisa – tío Vicent está bien, sólo
ha sido una pequeña crisis, por lo tanto no hagamos de esto una tormenta en
un vaso de agua.
─Vuestra madre tiene razón – dijo Sara apoyándole como siempre.
Los chicos empezaron a entender lo que su madre trataba de decir sin
mucha sutileza. Se fueron cada uno a sus cosas. Sara se fue, acordando que
pasaría al día siguiente con César.
Cuando se quedaron solos, Vicent la miró agradecido.
─Los quiero mucho pero en ocasiones son muy intensos – dijo con una
sonrisa triste – me recuerdan mucho a su madre – añadió con cariño. Ana
sonrió – Ana…tenemos que hablar.
─Vicent no empieces. El tratamiento que te han prescrito es el idóneo y…
─Ya lo sé – acotó – no es de eso de lo que quiero hablarte – se miraron
por unos segundos en silencio. Ana asintió y se sentó junto a él, esperando –
no me queda mucho tiempo…los dos lo sabemos…hay una serie de cosas
que quiero dejar arregladas. Por favor, no me interrumpas – dijo cuando vio
que su hermana abría la boca – hablé con Alex y le dije que me gustaría que
se quedara con la granja, sé que tiene el sueño de montar su propia yeguada y
dedicarse a criar caballos y quisiera que hiciera realidad su sueño…me
gustaría que me apoyaras y hablaras con él…también…
Durante un rato, Vicent habló de todo lo que necesitaba decir. Ana lo
escuchó serena…entendía como nadie la necesidad de dejarlo todo en orden.
Sabía que eso le daría paz. Acercarse al final de la vida, era el trance más
duro por el que pasaba un ser humano. Cada persona lo vivía de una manera
diferente y todas eran las correctas. Su hermano quería dejar todo en orden,
habían ido al notario meses atrás para el tema del testamento pero eso no era
suficiente. Con el tratamiento que le habían prescrito, volvería a encontrarse
bien pero los dos sabían que sería durante un tiempo…las fuerzas lo iban
abandonando…sería duro para todos…la entereza que estaba demostrando la
sorprendía y la enorgullecía. Había aceptado su destino de una manera suave,
tranquila…lagrimas ardientes le quemaban la garganta pugnando por salir
pero las reprimió, Vicent no necesitaba lagrimas, necesita de su fuerza y era
lo que le daría.
CAPÍTULO XIV

Ha sido todo un éxito la prueba del menú – dijo Sara encantada – y los
padres de Sergio son encantadores.
─Es cierto – dijo Ana con una sonrisa de satisfacción – el restaurante es
todo un acierto.
─La verdad es que el dueño es un tipo muy majo, al parecer es amigo de
César hace no sé cuánto tiempo – explicó por enésima vez. Ana asintió
sabedora de que su amiga se estaba tomando la boda casi como si fuera la
madre de la novia. Ya le parecía bien. llevaban más de media vida juntas y
Clara era su ojito derecho.
─Parecía imposible que consiguiéramos organizar una boda con tan
pocos meses de antelación pero lo hemos conseguido – dijo Ana con un
suspiro de satisfacción.
─Cierto, pero casi que nos volvemos loca en el proceso – murmuró Sara
con una mueca – por cierto los detalles que se le darán a los invitados, están
quedando preciosos. Sabía que Tamsim haría algo maravilloso – dijo
extasiada. Ana se rió de la cara que puso su amiga.
─Es verdad. Por cierto me dijo Gloria, cambiando de tema, que llevan
muy adelantado el fondo para becas, incluso ha conseguido más mecenas que
al parecer se han sumado al proyecto.
─Eso parece – dijo asintiendo – quiere que esté todo el tema burocrático
terminado antes del próximo curso…ya le he dicho que si se retrasa un poco
no pasa nada, está también liada con la remodelación del edificio para
ampliar las clases, pero ya sabes como es… - comentó encogiéndose de
hombros – por cierto esta limonada casera te ha quedado de lujo.
─Es una receta de mi abuela – explicó con una sonrisa nostálgica –
recuerdo que siempre tenía en la nevera una jarra en verano.
─Tu abuela tuvo que ser una mujer increíble.
─Lo fue – dijo con la mirada perdida – aun a día de hoy, sigo echándola
de menos.
─¿Cómo sigue Vicent? – preguntó preocupada.
─Bien. El tratamiento está funcionando muy bien – contestó con una
sonrisa agridulce – ha salido a dar una vuelta con Max, no creo que tarde
mucho en volver.
─Me alegro – musitó – sé que para él es muy importante la boda y llevar
a la novia al altar – añadió recordando el susto que se llevaron cuando lo
ingresaron en el hospital – por cierto. ¿Qué sabemos de Raúl?
─Alex me dijo que tiene previsto llegar a finales de mes, con lo cual en
pocos días lo veremos – explicó Ana – espero que se lleven mejor esos dos en
esta ocasión o nos darán el viaje – dijo refiriéndose a Raúl y a su hija. Sara
asintió totalmente de acuerdo.
─Esperemos. Estoy encantada aquí contigo pero tengo que marcharme,
César me espera para ir a comprar y ya llego tarde – dijo con una mueca
mirando el reloj.
─Tranquila, yo me parece que me quedaré un ratito más aquí sentada
muy cómodamente – dijo reclinándose en la tumbona – seguro que con la
suerte que tengo, viene alguno y me lo amarga – añadió torciendo el gesto.
Sara se rió al verla.
─Creo que todo lo que tenía que pasar, ya ha pasado. No creo que nos
llevemos más sorpresas ni aunque se conjugaran todos los astros.
─No lo digas muy alto – avisó con una mueca.
─Creo que a estas alturas, estoy en posición de decirlo – dijo Sara
altanera – somos a pruebas de bombas.
─Espero que todo ese positivismo te acompañe al desierto querida amiga
– murmuró Ana mordaz.
─Jamás he estado en mejor forma – dijo pasándose la mano por la cintura
– he perdido incluso una talla – Ana se sonrió al escucharla – bueno, te dejo
aquí muy relajadita. Nos vemos mañana como cada domingo.
─Seguro. Por cierto, esta semana te toca a ti hacer los pasteles – le
recordó. Sara asintió y poco después se marchaba.
Ana se quedó como había dicho, tumbada en la hamaca en el porche
trasero, disfrutando de un rato de paz. Era finales de mayo pero ya hacía
bastante calor, ese año el verano tenía intención de adelantarse y avisaba de
que sería de los buenos. Estaba satisfecha de cómo habían salido las cosas.
Los preparativos de la boda iban sobre ruedas, el lunes tenían que ir a recoger
el vestido de Clara. Habían decidido que saldría desde su casa junto con su
tío. El restaurante era precioso. Tenía unos jardines enormes y muy cuidados,
incluso había un estanque con cisnes. Las fotos serian espectaculares, un
bonito recuerdo para toda la vida. El tema del viaje era otro cantar, lo tenían
casi a punto pero lo suyo les había costado ponerse de acuerdo. Hacer planes
con un grupo tan grande de gente, conllevaba en ocasiones algún rifirrafe
pero lo habían conseguido. Por otro lado, los entrenamientos habían dado sus
frutos y todos estaban en mejor forma física de la esperada. Incluso Sergio
había conseguido desentrañar los misterios de la auto defensa y era capaz de
hacer un par de llaves sin romperse la crisma. Su hermano se había
recuperado bastante bien y se le notaba, el susto había quedado atrás, al
menos por el momento. Su relación con Álvaro iba a buen ritmo aunque no
hablaban de futuro. En resumen, estaba contenta. Con un suspiro cerró los
ojos con pereza, en esos momentos se sentía en paz con el mundo.

Júlia estaba saliendo por la puerta corriendo, había quedado con su


hermana y llegaba justa cuando se estrelló contra una mole.
─Ya veo que me has echado de menos – dijo Raúl con una sonrisa
cargada de ironía. Júlia se quedó helada.
─No te esperábamos tan pronto – dijo retrocediendo unos pasos, todavía
turbada por la impresión de verlo y del golpe.
─Hablé con tu hermano avisándolo que llegaría a finales de mes…sólo
me he adelantado unos días – dijo devorándola con los ojos - ¿Cómo estás? –
no había podido saJúlia de su cabeza a pesar de la distancia.
─Muy bien. Mi madre está en el porche trasero si no me equivoco, yo he
quedado – dijo a modo de explicación intentando pasar por su lado y largarse
lo más rápido posible. Raúl la cogió del brazo, ella sólo acertó a mirar
fijamente esa mano que la retenía con firmeza. Por nada del mundo le daría la
satisfacción de que supiera cuanto la afectaba.
─He pensado mucho en ti – confesó Raúl en un murmullo. Júlia inspiró
profundamente sin levantar la vista para mirarlo a la cara. Sentía su olor
inundar sus fosas nasales…lo recordaba muy bien – me gustaría que
pudiéramos empezar de nuevo - ¿Cómo se atrevía a decirle eso ahora?
¿Cómo olvidar lo que pasó? – creo que podemos ser amigos, yo estoy
dispuesto a intentarlo. ¿Qué me dices? – el corazón le latía
desenfrenadamente. Después de tratarla como a una cualquiera tenía la osadía
de decirle que quería ser su amigo. Sí eso era lo que quería, desde luego ella
no le daría el gusto de saber hasta qué punto le había afectado.
─Por supuesto – dijo soltándose y mirándolo con una sonrisa
resplandeciente – tenemos que superar la inquina que nos tenemos. Es algo
de críos - dijo restándole toda importancia – por mi parte está todo olvidado –
Raúl la miró con un brillo cálido en la mirada y una lenta sonrisa, empezó a
emerger en su bella boca.
Los remordimientos de su último encuentro, le habían pesado más de lo
esperado.
─Quiero pedirte disculpas por la última vez que nos vimos – dijo sincero
– siento…
─Por favor no le des más vueltas – si sonreía mucho más se le rompería
la cara del esfuerzo – no hay nada qué perdonar, te aseguro que ya ni me
acuerdo – dijo apartándose un poco más al ver que él avanzaba un paso. Si la
tocaba se vendría abajo – bueno, me tengo que marchar, he quedado con
Clara…por cierto, si te quieres apuntar después a tomar algo con nosotros…
─¿Nosotros?
─Bueno…ya sabes los de siempre y Daniel…
─¿Daniel?
─Es verdad…creo que no lo sabes. Daniel es mi novio – la sonrisa de
Raúl, se le congeló ante esas palabras.
─¿Desde cuándo tienes novio? – preguntó cogiéndola nuevamente del
brazo. Júlia se soltó de un tirón bruscamente mirándolo con odio aunque
mantuvo la sonrisa fría como el pedernal.
─Desde que conocí a un hombre al que no le importa que no tenga
experiencia – le espetó siseando – si me disculpas. Llego tarde – bajar los
escalones despacio, le supuso una tortura pero no le daría la satisfacción de
verla correr huyendo como una adolescente. Sabía que seguía mirándola, le
quemaba la espalda donde sentía sus ojos incrustados. Cuando se subió al
coche vio a su tío aparecer con Max pegado a sus talones.
─¿Te vas o vienes? – le preguntó con una sonrisa.
─Me voy – dijo sonriéndole pero la tensión de unos momentos antes aun
se le notaba – ha llegado Raúl – dijo indicándole con la cabeza al hombre que
seguía parado en el umbral.
─¿Raúl? No lo esperábamos todavía – dijo encantado. Levantó la mano
para saludarlo - ¿Todo bien? – preguntó a su sobrina.
─Si tranquilo, todo bien – contestó aparentemente tranquila – me voy tío.
Cuando Vicent se acercó al hombre joven a saludarlo con propiedad, vio
su expresión tormentosa.
─¿Cuánto hace que Júlia tiene novio? – preguntó mortalmente serio ante
la sorpresa de Vicent. El hombre mayor, amagó una sonrisa, empezaba a
entenderlo todo.
─Bueno…yo no diría tanto, salen juntos y se llevan bien, es su antiguo
jefe y al parecer bebe los vientos por ella – dijo observando atentamente
como Raúl apretaba las mandíbulas con fuerza.
─Desde cuándo – volvió a decir masticando las palabras.
─Yo diría que a los pocos días de irte tú, empezó a verse de nuevo con él.
─¿De nuevo? – inquirió sin importarle aparentemente que estuvieran en
el porche con las maletas a sus pies.
─Bueno, salieron juntos durante un tiempo pero parece ser que era de
esos tipos que disfrutan más cazando si entiendes lo que quiero decir y se
aburren con facilidad y Júlia lo dejó – dijo rascándose la cabeza – desde
entonces ha intentado salir con ella en varias ocasiones pero Júlia siempre le
daba calabazas…al parecer se lo ha pensado mejor. Raúl hijo creo que sería
mejor que entráramos y mantuviéramos la conversación cómodamente
sentados. ¿No te parece?
─Perdóname Vicent – dijo el aludido un tanto turbado – por supuesto,
vamos – entraron y Vicent se fue a buscar a su hermana para darle la buena
nueva. Raúl por su parte estaba ciego de ira. “No le importa que no tenga
experiencia”. Las palabras se repetían en su mente como un mantra. Él no
había podido olvidar su último encuentro en aquellos meses, de hecho lo
rememoraba hasta un punto casi obsesivo y ella…ella se había liado con el
primero que pasó por la calle. Sentía que una bola de fuego, le quemaba a la
altura del esternón. Estaba hirviendo de rabia. Había vuelto a hacer el papel
de imbécil. Él diciéndole que volvieran a empezar…que lo perdonase…y esa
maldita arpía se había estado riendo en su cara.

─¡Raúl! Qué alegría más grande hijo de volverte a ver – dijo Ana
abrazándolo afectuosamente. Raúl le devolvió el abrazo levantándola del
suelo casi medio metro. Ana se rió encantada.
Había echado de menos a esa familia más de lo esperado.
─¿Por qué no has dicho nada? – le increpó regañándole – hubiéramos ido
a recogerte al aeropuerto.
─Porque no era necesario – dijo sonriéndole con cariño – espero que
hayáis entrenado en serio.
─Ni te lo imaginas – dijo Ana haciendo una mueca – que te diga Vicent,
mi hijo ha sido un tirano – Raúl se rió con ganas ante el gesto de asentimiento
del hombre.
─Pues la semana próxima me sumaré yo también y ya veremos si ha sido
un buen profesor.
─Me da igual si ha sido el peor del mundo – dijo con gesto torvo – me
niego a pasar por esto dos veces, que lo sepas. Sube a dejar las cosas a tu
habitación y ahora hablamos tranquilos. Hay limonada casera por si te
apetece.
─Es mi favorita – le dijo guiñándole un ojo – ahora os veo – dijo. Subió
las maletas al dormitorio y se quedó parado en la puerta del cuarto de Júlia
que estaba abierta…los recuerdos le volvieron con fuerza…le había faltado
tiempo para buscarse a otro. ¿Otro? Ellos no habían sido nada, sólo fue un
momento que nunca tendría que haber pasado. ¡Maldita sea! ¿Entonces
porqué estaba tan alterado? Mejor dejar de pensar en aquella noche, todo
apuntaba que a ella no le había afectado. Se negaba a ponerle etiqueta a lo
que estaba sintiendo. Estaba agotado del largo viaje pero decididamente
pensaba ir a donde hiciera falta para ver con sus propios ojos al lechuguino
que se había echado por novio. Sólo era curiosidad, se dijo. Dejó las maletas
sobre la cama y con un suspiro salió por la puerta a probar la limonada
casera.

─¡No te rías! – dijo enfadada – el muy cretino me mira con ese aire de
superioridad y al minuto de verme me dice que olvidemos lo que pasó y que
seamos amigos.
─Hombre, no le puedes reprochar que quiera enterrar el hacha de guerra –
dijo su hermana divertida.
─No pienso ser su amiga y desde luego no voy a olvidar – siseó rencorosa
– de todas maneras le he dicho que si y he sido encantadora, fíjate que le he
dicho que se venga a tomar algo esta noche con nosotros y Daniel.
─¿Le has hablado de Daniel? – preguntó sorprendida.
─Salió en la conversación – dijo Júlia evasiva.
─¿Cómo pudo salir en conversación si ni siquiera lo conoce? – dijo
escéptica.
─Bueno…pues salió – dijo su hermana con tozudez. Clara se la quedó
mirando con fijeza.
─Como tú digas – murmuró con tono neutro – espero de todas maneras
que sepas dónde te estás metiendo, juntarlos en el mismo espacio puede no
ser la mejor idea que hayas tenido – Júlia apretó la boca gesto inequívoco que
indicaba que se había enrocado.
─Yo puedo salir con quien me dé la real gana, Raúl y yo jamás hemos
sido pareja y para el caso ni amigos.
─Yaaa…pero habéis compartido un momento intimo que no acabó bien y
eso es lo mismo que una historia sin acabar – dijo Clara con tono conciliador.
─Por mi parte esa historia está más que acabada, es más, ni siquiera me
acuerdo – dijo altanera – y un encuentro no equivale a una historia sin acabar,
es un mal recuerdo que no se volverá a repetir – dijo con firmeza. Clara
observó a su hermana como removía su refresco de cola con la pajita
totalmente concentrada. Se jugaba el sueldo de un mes a que tendrían fuegos
artificiales.
─Como digas nena. Seguro que tienes razón – dijo viendo como la
miraba con desconfianza – lo digo en serio – añadió sonriendo – si tú dices
que Raúl es historia, pues es historia y si te es indiferente, pues mejor que
mejor…además, está Daniel… - Júlia asintió más tranquila.
─Pues eso…está Daniel – remarcó Júlia – es un hombre muy atractivo, es
elegante, sofisticado y encantador. Es el sueño de cualquier mujer.
─Júlia cariño, no sé sí me quieres convencer a mí o a ti misma – dijo
Clara mordaz. Su hermana la miró con fijeza.
─Si esa es tu manera de apoyarme quiero que sepas que es un asco – dijo
malhumorada.
─Oh…yo te apoyo sólo que no creo que sepas muy bien lo que quieres.
─¡Sí lo sé! – dijo levantando la voz – quiero que se coma sus palabras –
dijo con rabia – y además Daniel ha cambiado, está arrepentido y…
─Júlia, si eres feliz me alegro por ti – acotó – sólo espero que sepas lo
que haces. ¿De acuerdo? – Júlia asintió – bien. Lo demás no importa – estaba
convencida que Raúl había afectado a su hermana mucho más de lo que ella
decía y sospechaba que lo único que pasó entre ellos, fue algo más que un
beso – si dejas de darle vueltas al refresco y te lo terminas, nos iremos a
comprar.
─Ya no quiero más – dijo con una mueca de asco.
─Pues vámonos – dijo levantándose – quiero tú opinión sobre el reloj que
te comenté para Sergio – Júlia asintió y salieron de la cafetería perdiéndose
entre la marabunta de gente que había aquel día en el centro comercial. Clara
abrazó a su hermana por los hombros dándole un apretón cariñoso, su
hermana la miró por un momento sorprendida pero una sonrisa emergió a su
rostro, poniendo de manifiesto su belleza natural. Por muchos problemas que
se presentaran, sabía que su familia estaría siempre allí cuando los
necesitara…era un buen motivo para sonreír.

Sara acababa de llegar a su casa, cuando escuchó el timbre. Se sorprendió


pero al momento fue a abrir con una sonrisa, seguro que César se había
vuelto a dejar las llaves.
─Hola Sara – se quedó helada.
Por un momento, su mente no fue capaz de registrar lo que sus ojos
veían…era imposible.
─¿Elsa? – dijo estupefacta. Estaba mayor pero indudablemente era ella.
Bajó los ojos hasta una niña pequeña que tenía cogida de la mano…no
entendía nada.
─Sé que tiene que ser toda una sorpresa pero necesito hablar contigo…
por favor – los ojos de la mujer mayor, la miraban con infinita pena.
─Yo…iba a salir…- ¿Pero qué estaba diciendo? Hacía treinta años que no
se veían – perdona…por supuesto pasa – dijo haciéndose a un lado. Elsa
entró mirando todo a su alrededor con evidente interés. La niña iba pegada a
su falda – siéntate… ¿Quieres tomar algo…un café?
─Gracias, después si te parece - ¿Después? Sara la miraba sin
sobreponerse al shock de verla parada en su puerta.
─Bueno…tú dirás – dijo sentándose en el sillón mientras Elsa y la niña
tomaban asiento en el sofá mirándola con intensidad.
─No me has preguntado quien es ella – dijo haciendo referencia a la
pequeña.
─No tengo la menor idea – dijo con sensación de irrealidad.
─Se llama Sara como tú, tiene dos años y es tu sobrina – explicó Elsa,
hizo una pausa y siguió – es hija de Gabriel, su mujer y él murieron en un
accidente de tráfico hace dos meses. Te nombró tutora de su hija…supongo
que no pensó jamás que hiciera falta…si decides rechazar el último deseo de
tu hermano, se harán cargo asuntos sociales
Sara la miró sin dar crédito a lo que oía…no tenía palabras.
─¿Perdona?...esto es una broma…no entiendo nada… - la incredulidad de
sus palabras rivalizaban con su cara – la puerta de la calle se abrió
suavemente. Era César. Se quedó mirando a la mujer mayor y a la niña
alzando la ceja sorprendido.
─Hola, me llamo César – dijo dirigiéndose a la mujer mayor
presentándose él mismo ya que Sara seguía estática mirando a la niña presa
del más absoluto estupor.
─Yo me llamo Elsa y soy la madrastra de Sara – dijo ofreciéndole la
mano. César no pudo evitar el gesto de sorpresa – ella es Sara, su sobrina – el
hombre miró a la pequeña fijándose por primera vez en el parecido con su tía.
Era una réplica diminuta de su mujer – supongo que eres su marido.
─Casi – contestó con una sonrisa tensa. Algo estaba pasando y al parecer
era muy gordo a tenor de la palidez extrema de Sara – en breve
formalizaremos nuestra relación.
─Entiendo – dijo la mujer mayor evaluándolo – eso ayudará a formalizar
la adopción, por supuesto si aceptas hacerte cargo de la niña – dijo mirando a
su hijastra.
─¿Adopción? – preguntó César alzando las cejas sorprendido. Miró a su
mujer en busca de respuestas pero Sara seguía sin moverse del sillón con la
vista fija en la pequeña – Sara. ¿Qué adopción? ¿De qué está hablando?
─César…no sabía nada… - dijo Sara angustiada – me acabo de enterar…
yo…
─Si decide aceptar la última voluntad de su hermano…estáis a punto de
convertiros en padres.
La cara de incredulidad de César era casi cómica. Miró de hito en hito a la
niña y a Sara. Abrió la boca para decir algo pero no salió ni un sonido.
─¿Sara? ¿Padres? – preguntó con la más absoluta estupefacción. Sara lo
miró mortalmente seria…sólo acertó a mover la cabeza lentamente
asintiendo…

Continuará…
2ª parte de la trilogía De Sal y Arena…

Escrito en las arenas del tiempo…

Elisabeth Deveraux.
Adelanto de:

De Sal y Arena…
Escrito en las Arenas del Tiempo…
3ª parte:
El Mundo Perdido.
En otro sitio…
─¿Cuándo dices que llegará? – preguntó Elena por enésima vez.
─No tardará. Tranquila – contestó Clara – le he dicho que era importante.
─Espero que salga bien – murmuró Raúl serio – que sepáis que tengo mis
dudas.
─Tranquilo. Mi hermano es cabezota pero no es rencoroso – dijo Clara –
le estamos haciendo un favor.
─Si tú lo dices – musitó Sergio – pero quiero que conste que no estoy de
acuerdo.
─Pues te aguantas – respondió con frescura.
Estaban todos en casa de Clara esperando a que apareciera Alex. Habían
tenido que improvisar, habida cuenta de los acontecimientos que se habían
propiciado ese día. El fin de semana tenían pensado hacerle una encerrona a
Alex y llevarlo a la granja y así, que Elena pudiera hablar con el
tranquilamente pero dado que la familia había decidido otra cosa.
Adelantaron los planes para esa misma noche.
─¿Qué le has dicho a Gloria? – preguntó Júlia.
─Que me quedaba a dormir en casa de Clara, para terminar de preparar el
examen – explicó nerviosa.
─¡Esconderos! – exclamó Clara – está aparcando.
Todos salieron disparados de la cocina.
─Tú no Sergio – dijo cabeceando. El hombre tenía cara de sufrimiento –
y cambia esa cara o sospechará.
─No le faltaran motivos – murmuró.
─¿Qué has dicho?
─Nada.
─Hola melli – Alex se acercó a su hermana y le dio un beso en la mejilla -
¿Qué es eso tan importante que no podía esperar a mañana? Estoy agotado,
llevo conduciendo todo el día.
─Bueno, es que…Sergio tiene que explicarte algo – el aludido, de poco se
cae de la silla de la sorpresa. Alex enarcó una ceja a modo de pregunta - ¿Y
qué es?
─Bueno…- Sergio no tenía la menor idea de qué decirle a su cuñado. La
lumbreras de su novia no había pensado en una excusa plausible y le pasó a él
la patata caliente – es que no sé por dónde empezar – repuso buscando
tiempo.
─¿Ha pasado algo? – Alex se preocupó esperándose lo peor, al ver que su
amigo era incapaz de explicarle, lo que fuese que hubiera ocurrido.
─Toma, bebe – dijo Clara ofreciéndole un vaso de limonada. Alex lo
aceptó de buen grado, bebiéndose la mitad casi sin respirar.
─Gracias, estaba seco. No he parado para llegar pronto.
─¿Dónde has estado? – preguntó Sergio esperando ganar tiempo.
─Con unos criadores pero aunque me ha ofrecido que pasara la noche
allí, he preferido volver y francamente estoy agotado. Bien. ¿Dime qué pasa?
─Tu hermana y yo hemos decidido no casarnos – Alex se quedó blanco.
─¿Por qué? – preguntó incrédulo mirando de hito en hito a los dos.
─No estoy preparada – fue lo primero que se le ocurrió a Clara, después
de semejante mentira.
─Pero, está todo preparado. ¡Os casáis en tres semanas! – estaba pasmado
y se le notaba – chicos si habéis tenido algún problema…
─Alex. ¿Te pasa algo? – preguntó Sergio.
─No…no lo sé…estoy mareado – repuso llevándose las manos a la
cabeza.
Clara miraba con profundo interés a su mellizo. Esperaba no haberse
pasado con los somníferos. Alex levantó la cabeza pero se notaba que no
enfocaba bien.
─Clara…
─Esto… ¿No crees que está haciendo efecto demasiado rápido? –
preguntó Sergio inseguro.
─No lo sé. Es la primera vez que drogo a alguien – la cara de Alex era de
incredulidad.
─Clara…te voy a matar – dijo antes de desplomarse encima de la mesa.
Los demás aparecieron y se quedaron mirando a Alex.
─Espero que tengas razón y no sea rencoroso – murmuró Raúl con las
manos en los bolsillos – porque de lo contrario, nos hará picadillo.
─¡Oh Dios! – exclamó Sergio – a mí con poca cosa me parte en dos.
─¡Sois unos conbardicas! – dijo Clara con los brazos en jarras – venga,
cogerlo y lo llevamos al coche. ¿Has traído las cuerdas? – le preguntó a su
hermana.
─Si – repuso esta con la vista clavada en su hermano – si mamá se entera,
estamos muertos.
─Tranquila. No se lo dirá – dijo confiada. Los demás la miraron
esperando a que se explicara – antes se muere que reconocer, que le hemos
dejado cao y lo hemos secuestrado – dijo con una sonrisa malévola.
─En esta familia tenéis una vena de maldad muy profunda – dijo Raúl.
Clara sonrió impenitente, como si le hubiera hecho el mejor de los
cumplidos.
Llegaron a la granja y lo subieron con no poco esfuerzo entre los dos
hombres. Alex era un hombre de pesada osamenta y de una altura
considerable. Bajo las instrucciones que Clara impartía como si de un
pequeño general se tratase, lo llevaron a un dormitorio depositándolo con
suavidad en la cama. Lo maniataron al cabezal de hierro forjado, y se
quedaron mirándolo en silencio.
─¿Cuánto crees tú que tardará en despertarse? – preguntó Elena.
─No sé – todos se volvieron a mirarla - ¿Qué? No tengo la menor idea.
─¿Cuántos somníferos le has dado? – preguntó Raúl con gesto serio.
─Creo que tres.
─¿Crees?
─¡Clara! Uno era más que suficiente. Con razón se ha desplomado tan
deprisa – Júlia se acercó a su hermano preocupada, tomándole el pulso.
─Se puede tirar durmiendo hasta mañana por la noche sin problemas –
dijo mirando acusadora a su hermana.
─¡Oh Dios! Nos van a pillar – dijo Sergio angustiado – cuando tu madre
pregunte donde está Alex. ¿Qué le decimos?
─Pues no lo sé – dijo Clara perdiendo la paciencia – la culpa es tuya por
no explicarme cuantos tenía que ponerle – dijo volviéndose hacia Raúl.
─Te dije uno – la miraba escéptico ante esa acusación injusta.
─Pues a lo mejor se me olvidó con los nervios – reconoció mordiéndose
el labio - ¿Y ahora qué hacemos?
─Ahora vengo – dijo Raúl saliendo por la puerta. En pocos minutos,
estaba de vuelta con una jeringuilla en la mano.
─¿Qué vas a hacer? – pregunto Júlia aprensiva.
─Aplicarle un revulsivo – el silencio reinaba en la habitación con las
miradas fijas en Raúl y el durmiente – ya está. En pocos minutos, empezará a
despertar.
─¿Lo llevabas preparado? – preguntó Clara entrecerrando los ojos.
─Yo siempre voy preparado – contestó con arrogancia – nunca se sabe
cuando uno va a necesitar utilizarlo, con un amigo – añadió burlón.
─Creo que es mejor que os marchéis – musitó Elena con evidente
nerviosismo – prefiero estar sola cuando despierte – había perdido todo rastro
de color y se notaba que estaba haciendo verdaderos esfuerzos por aparentar
calma.
─Como quieras – dijo Clara – si pasa cualquier cosa, no tienes más que
llamar y estaremos aquí en pocos minutos – le aseguró dándole un abrazo.
─Te he dejado ahí la mordaza por si no te deja hablar y tienes que taparle
la boca – dijo Júlia. Raúl levantó las cejas en un gesto de asombro.
─Supongo que a nadie se le escapa lo que parece esta escena – exclamó
Sergio profundamente concentrado, en la visión del hombre atado a la cama.
Clara lo fulminó con la mirada.
─¿No querrás que lo atemos a una silla verdad bonito? – preguntó su
novia - ¡Ya sé lo que parece! Pero es mi hermano y no quiero que sufra.
─Tu amor fraternal me deja sin palabras – murmuró Raúl irónico –no
importa que esté atado, sólo que no sufra. Impresionante.
─¿He oído alguna idea mejor? – preguntó encarándose a los dos hombres
– porque hasta donde yo sé, ninguno aportó mucho.
─Hombre, alguna cosa se nos hubiera ocurrido, algo que no pasara por
drogar, secuestrar, y maniatar a nuestro amigo, casi hermano y cuñado –
contestó Sergio. Alex empezó a moverse aun con los ojos cerrados.
─Pues ya es tarde – dijo Elena con ansiedad – por favor, marcharos. Yo
asumo toda la responsabilidad y…muchas gracias – dijo mirándolos con
cariño – sois la mejor familia del mundo.
─Seguro – dijo Raúl saliendo por la puerta – hemos cometido al menos
tres delitos, y sólo en esta ocasión, sin contar la vez anterior.
─¿La vez anterior? – preguntó Sergio mientras lo seguía escaleras abajo.
─Cuando me secuestraron a mi – dijo mirándolo de soslayo.
─¡Ah! Bueno. Eso fue diferente.
─Creo que entonces te salvamos, pero el mundo está lleno de
desagradecidos – dijo Júlia desdeñosa.
─Yo no he dicho que no esté agradecido, sólo señalo el hecho, que esta
familia tiene una vena delictiva.
─Pues da gracias a esa vena delictiva o estarías criando malvas – atacó
con desprecio.
─Te tiene que costar un gran esfuerzo.
─¿El qué?
─Fingir delante del maravilloso Daniel, que eres dulce y cariñosa y no
una arpía artera y viperina – un sonido ahogado le llegó arrancándole una
sonrisa de satisfacción.
─¡No tengo que fingir! Daniel es un hombre maravilloso y saca lo mejor
que hay en mi – escupió.
─Me lo creo – respondió parsimonioso – pero tiene que ahondar mucho
para encontrarlo.
─Tú…tú… ¡Oh!...eres el mayor cretino…
─¡Parad de una vez! – exclamó Clara – espero que en algún momento,
arregléis vuestras diferencias de una maldita vez.
─¿Cómo puedes decir eso? – exclamó Júlia ultrajada - ¡Es él! ¿Has
escuchado lo que me ha dicho?
─Has empezado tú.
─¿Qué yo… - levantó el mentón en actitud arrogante metiéndose en el
coche con un tremendo portazo. Los otros tres, se sobresaltaron al unísono.
─No te rías o te suelto un sopapo – dijo Clara entre dientes a Raúl – si no
fuera porque es imposible, diría que lo haces a posta para verla saltar – Raúl
se rió entre dientes pero tuvo la prudencia de no decir nada.
Se marcharon en un silencio incomodo, roto sólo por la música del dial.
Mientras tanto, Elena estaba completamente concentrada, en el hombre
que estaba maniatado a la cama. Fue consciente del momento exacto, en que
enfocó la vista y toda la fuerza de su mirada, recayó sobre ella.
─¿Elena?
ÍNDICE
De sal Y Arena…
SIPNOSIS:
INDICE
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
Adelanto de:

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