Parece Cosa Del Destino
Parece Cosa Del Destino
Parece Cosa Del Destino
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Las edades extranjeras
Laura Sanz Corada
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(…)
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1. CHARCO
2. MAR
6
3. CONTENCIÓN
4. EXPANSIÓN
5. PANTANO
6. FRUTA FRESCA
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7. SUSPIRO
8. BONG
9. AGUA SALADA
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10. BOCA SECA
inmersión
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Para mí, el placer por el placer. El paisaje allanado y
saber reconocerlo, tomarlo, beberlo, escupirlo, reformarlo.
Como cuando anoche, después de la última mudanza al sur,
Mattias y yo dejamos las maletas a medio deshacer y nos
lavamos la cara la una al otro. Nuestra manos-recipiente
hundiéndose en el líquido, traspasando la frontera de lo
material agua material piel. Levantar las dos manos del agua,
que salían pegadas la una a la otra por el filo de los meñiques
y hasta las muñecas, costaba un esfuerzo tan fugaz que ni lo
comprendíamos como tal. El deseo último nos ardía tanto
que no podíamos atender ninguna otra emoción, aunque
ahora que escribo esto me doy cuenta de que seguramente
estábamos sintiendo muchas, todas, a la vez. En el viaje de
mis manos a su cara el agua se pierde entre los dedos, es
inevitable. Pero el deseo de lavar el rostro de Mattias era tan
grande. La imagen de ver su pelo cayendo mojado sobre la
frente pasando por la nariz hasta los labios rojos me invadía,
así que no retrocedí a buscar más agua. Mattias empezó a reír
cuando el hilito transparente le mojaba el flequillo. Nuestras
caras rompieron la distancia entre ellas con un beso.
Nuestras salivas eran dulces, y en su fusión, todo rastro de
violencia quedaba diluida.
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Mattias, le digo al salir, creo que retrasaré la visita a la
consulta.
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Mancha ocre
Sara Campos Jiménez
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1
Alguna vez fui mía, respondo a esa pregunta incierta que viene
de la boca de Elisa, en qué piensas, y yo le devuelvo en un
reproche lo que se me escapa de la cabeza. Me dejo caer de
su berlina, cargo conmigo una tumba de piel y huesos. Eli se
fija en mis manos temblorosas, las escondo en los bolsillos
traseros, murmura que al fin hemos llegado. Durante el
trayecto apenas hablamos, ella se la pasó comprobando por
el retrovisor que su hija no se quitaba el cinturón, o me
vigilaba a mí, estoy segura de que subía el volumen de la
radio cada vez que nuestras miradas se cruzaban.
El señor Ernando ronda el zaguán, la mano le sirve de visera,
nos invita a pasar. Mi prima cierra el maletero con un golpe
seco, su hija, que duerme en la parte trasera, da un pequeño
respingo. La tía nos espera a las puertas de la viña, siempre
elegante, muy entera, pasaría desapercibida si no fuese por
sus grandes gafas color caoba y el abrigo de pieles. Recuerdo
que de pequeña me parecía una especie rara de espectro que
se hacía presente al final de los eventos como si no le
importara llegar tarde, como si viniese de algún lugar
realmente interesante.
El tío Gilberto con su bigote a lo Brassens, sonrisa afable y
ojos color miel, siempre fue su mano derecha. Todavía me
cuesta imaginarlos amándose descarnadamente, pero nadie
sabe lo que ocurre dentro de otras cuatro paredes. Ahora
está cansada, se le nota en el modo en que empina la barbilla
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dando un puntapié. Es probable que yo sea la causa de su
hartazgo, o tal vez es una cuestión de posesiones, es cierto,
ella posee la hacienda, son sus hectáreas, cada almendra que
cae de los árboles es una más de sus pertenencias, de ahora
en adelante me tiene a mí entre ellas.
A mi alrededor oigo a personas que antes no escuchaba, las
mujeres de mi familia que van creciendo entre las ramas. El
campo de almendros al atardecer es como ver una gota de
aceite derramándose sobre un vaso de agua, los colores no
se mezclan, yo me hago la muerta. A lo lejos aúlla una
tormenta, se acerca con somnolencia. Atrás queda la
carretera que suena a trasiego junto a la vía del tren
abandonada, haciendo eses a las miradas de quienes sobre
sus andenes saltan, niños que juegan a que a ellos no les pasa
nada.
Despido a Eli con un abrazo, se le va a hacer de noche
conduciendo, está preocupada, pero sabe que me quedo en
buenas manos. La veo perderse más allá de la cancela,
aprieto el asa de la maleta, las ruedas giran arrastrando mis
piernas. Tiritan las vigas que sujetan la casa, recorren su
porche Cimbria y Fara, dos perras guardianas de las que
ladran cuando alguien ataca. El olor a abono empapa el
viento, de a poco viene, nos envuelve, de a poco se enrabia
y marcha de nuevo. Es una solanera que se comenta en el
pueblo que ahorca hasta al más cuerdo, a mí me embelesa,
admiro su capacidad para volar sin que haya un sólo pájaro
que frenarla pueda.
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Atravieso el umbral, siento que me desvanezco. La casa es
una presencia que me consume, un cuerpo con unas uñas
infinitas que seguirían creciendo aunque muriera, late el
pasado que contiene, que nos precede, se atisba el futuro que
en ella vive ya, ese que nos sucederá. Los muebles hacen las
veces de tótems que consiguen transportarme al recuerdo de
otros años, puede que sean más de ocho, solo estaba
empezando la vida cuando me fui de aquí. Siento que con
esa partida arranqué del fondo de la tierra una raíz, una bien
profunda y debió pasar como con las salamanquesas que
cuando le cortas la cola les vuelve a salir, pero ya no es igual.
Asiento mis emociones en una mecedora de mimbre, el
balanceo consigue conmover a la niña que fui, las mañanas
de la infancia vienen a mí como fogonazos de aquellos
momentos en que me distraía leyendo debajo de una mesa.
Al abrir los ojos me encuentro con ella que me mira con
desconfianza, analiza mis movimientos, controla que no
haga nada fuera de lo común, un drama propio de mí como
ponerme a gritar que esta ya no es mi vida y que nadie puede
presionarme para que me quede. Respondería que no es su
culpa, que nadie me obligó y tendría razón, ha sido elección
mía. Eso no lo hace menos doloroso.
Le concedo una mirada mientras recorro el recibidor, los
azulejos de estilo mudéjar guían mis pasos, dos baldosas a la
izquierda, una a la derecha, sin pisar los cantos, llego a la que
esta rota y le hago saber que debe arreglarla, que esa grieta
tiene décadas. Me adentro en el patio rodeado de tulias
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donde una luz sonrosada cae por la pared de ladrillo
desnudo, es como si estuviera en un capullo, ahora vivo
dentro de un capullo. Subo los escalones que llevan a la que
será mi habitación por tiempo indefinido.
Entro con cautela, aun así, me golpeo con el techo
abuhardillado, lo maldigo en voz baja para que mi tía no se
entere, va tras de mí con las antenas puestas. Su reflejo se
estampa contra el espejo del armario, aún no se ha quitado
el abrigo, así vestida y con el moño alto es una sombra que
se extiende más allá de las paredes. En su interior, bajo las
innumerables capas de indiferencia que viste, tengo la
certeza de que es una de esas personas que esperan pacientes
a que la vida les devuelva el ciento por uno, creo que ese es
el motivo por el que se ofreció a darme cobijo.
Tomo asiento al filo de la cama, con las yemas rozo el borde
de la mesita de noche, sobre ella un hule bordado cuyo
estampado tapa un Magnificat. A lo mejor si yo fuese otra,
si no me hubiese pasado lo que me ha pasado, lo rezaría cada
mañana, pero ahora no me nace salmodiar, solo siento
sueño, hambre y ganas de llorar si me preguntan cómo me
encuentro. Me recuesto sobre la colcha zurcida con retales,
contemplo las motas de polvo que se asoman entre los rayos
de sol, alzo la mano y la muevo al ritmo de esa última
lucecilla.
Es un cuarto estrecho, siempre me resultó siniestro, quizás
fuese por el retrato de mi abuelo sobre el cabecero, las
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estampitas de santos, el escapulario colgando de la llave del
armario, la falta de color, el suelo que chirría, las cajas donde
se amontonan los trastos viejos o puede que sea por el olor
a pérdida que dejaron quienes murieron en esta estancia.
Primero fue mi abuela, de ella conservo una fotografía
nuestra en la que aparezco vestida de princesa, con unos
taconcitos de plástico que tenían estampada la cara de Bella.
Al abuelo lo recuerdo llorando, sin olor, sin tiempo, sin
manera de retomar aquel momento y preguntarle si tenía, o
no tenía, sueños. Y al tío, al tío me lamento no haber venido
a verlo. El caso es que esta habitación hoy me transmite
calma, una calma amarga, de caracol dentro de su caparazón.
Deshago el equipaje prenda a prenda hasta vaciarlo, doblo
camisetas y pantalones, envuelvo las medias procurando que
no se hagan carreras, luego me siento a contemplar el orden.
Entonces me acuerdo de algo que eché en el último
momento, busco en el bolsillo lateral donde se oculta el cofre
de los tesoros. Es una cajita rectangular hecha de madera de
pino que fue tallada a mano por el padre de mi abuela
materna, en ella guardo fotos, cartas, entradas de cine, tickets
de conciertos, billetes de avión y una colección de postales.
Desde niña disfruto sentándome a mirarlas, a volver a pasar
los momentos por el corazón, como lo llama mi amiga Inela,
que es distinto a pasearlos por la mente, me recreo en las
fechas, me gusta hacer cronología de mi historia. Me doy
cuenta de que de este último periodo no hay nada, es como
si me hubiese abrazado a una boya y flotara, sólo flotara.
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¿Qué podría conservar, tal vez la pulsera del hospital o el
historial?
Soledad no me ha quitado el ojo de encima, pregunta si he
terminado y sin darme espacio a una respuesta indica que la
cena ya va a estar. No tengo hambre digo, pero la Sole es
mucha Sole y se niega en rotundo a que me vaya a la cama
sin cenar, cedo antes de lo previsto. Atravieso la galería del
segundo piso, me persiguen las sonrisas artificiales que
cuelgan de las vitrinas, los vestidos blancos, esos trajes de
chaqueta, era norma que las fiestas se celebrasen en la
hacienda, cuando aún vivía el tío y los abuelos, cuando aún
no nos habíamos mudado a la ciudad, cuando todavía no la
habíamos abandonado.
El descubrimiento de la cocina blanca ante mis ojos es todo
lo que necesito para sentirme acompañada, si pienso en mi
niñez en la cocina se me aparece una señora que repetía que
es más elegante doblar las servilletas uniendo las puntas
como un triángulo isósceles, pero yo no la oía, porque la
gente que sorbe la sopa me pone nerviosa. Me apoyo en la
vieja encimera de granito en la que me sentaba de niña, es
como si estuviera de regreso a finales de los noventa, una
cena más, una de las de Nochevieja quizás, con las uvas sin
pelar cuyas pepitas podían costarte la vida, yo siempre las
vomitaba sobre el vestido de mi madre cuando daban las
doce campanadas.
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Esa antigua calcomanía del Domund 2000 que uno de mis
primos pegó en la puerta del frigo me devuelve a aquella
entrada de milenio de la que guardo la impresión de pavor
en el rostro de mi tía, yo también estaba asustada, vi caer el
espumillón con una mano tapándome la cara. En esta cocina
se percibe una sensación atemporal, tanto que podría oler
como en el horno de leña poco a poco fermenta el pan que
habría amasado mi abuela, la huelo a ella y a los avíos del
puchero en la olla que hay de cena. Cuando me siento a la
mesa como y agradezco, está sorprendida porque no haya
hecho un conflicto de esto, se lo puedo leer en la cara. Si
tuviera que sincerarme admitiría que nada de lo que pueda
hacer o decir logrará despertarme de este denso letargo, que
es permeable, un líquido que me traspasa cada poro, y si hay
mente, y si hay alma, y si no hay nada, todo se moja igual.
Al alzar la frente el cielo aguarda en la ventana, nubes que se
marchan tras ver llover de este día malabares de palabras.
Somos, ambas, solitarias y silenciosas. Tampoco nos
observamos mucho, lo justo para que no resulte
inconveniente. Hallo, en este lenguaje nuestro, versos
surcando mi mente, me pasaba ya de cría, cuando me
escondía a escribir mis diarios de candado. Ojalá esto fuera
eso, un retiro para escribir y no una huida en desbandada.
Pienso en la escritura, e inevitablemente se me cuela un
resquemor, lo tengo en la punta de la lengua, boqueando, es
él que sigue ausente, estando, siendo, es este sentimiento de
pesadumbre cuando lo pienso a él. Cojo el móvil y abro un
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documento, la página en blanco centellea bajo la yema de
mis dedos.
Vendaval sin raíces, doce de enero, te imagino de frente, callas la ternura
que te provocan mis miedos, sonrío, nerviosa, tus gestos me susurran.
No soy capaz de mirar, voy abriendo los ojos, estás conmigo, aquí, eres-
soy-somos. Me tocas, la espalda se relaja, un suspiro, ríes y me abrazas
exaltado, yo ni sé dónde estoy, ni sé si eres quién eres, pero estoy presente.
Tengo ganas de comerte la cara, pero no tengo fuerza ninguna. Estás
tan contento que temo no volver a verte así de feliz nunca más. Temo
olvidar este instante. Estás como un niño y yo te quiero querer tantísimo
que no sé ni por dónde empezar.
Lo escribo como para hablar con él, y me aguanto las ganas
de nombrar lo que me está pasando, que desde que he
llegado a esta casa me ha invadido el desasosiego, a su vez
siento paz, en paralelo, como una certeza sospechosa de que
existen cosas que no vemos. Acurruco mi incertidumbre
entre las costillas, las sábanas de franela les dan la bienvenida
a mis pies congelados, no consigo descansar, aprieto fuerte
los párpados y finjo que duermo hasta que no haya más que
silencio.
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La voz monocorde de una funcionaria anuncia mi nombre.
He pasado toda la noche macerando la impresión que daría
con un pantalón vaquero, unas botas, un cinturón y llevo
veinticinco minutos preguntándome por qué embutí mis
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caderas de pera en esta falda esmirriada. Me consuela pensar
que las primeras veces suelen olvidarse, de poco sirve el
apuro. Arqueo la mirada de una punta a la otra del pasillo,
busco a mi tía, quisiera transferirle la duda, cómo no me ha
dicho nada.
Ella camina sin prestarme atención, va dos pasos por
delante, la sigo, de reojo compruebo que la puerta de la
consulta se quede entreabierta. De entrada, el gotelé me
molesta, los barrotes me asustan, y al gran cartel que reza
«mañana puedes ser tú», le grito: hoy soy yo. Hiperventilo
cuando cierran. Me imagino sufriendo otro ataque de pánico
en mitad de este ambulatorio anodino, con sillas de plástico
y señales de espacio sin humo. Planteo la posibilidad de que
sea una ficción, toda la escena digo, ponle que en esta toma
me matan de un disparo en la cabeza, pero el director en
seguida se arrepiente: ¡Mierda esa bala debió darle en el antebrazo!
Y así, de golpe y porrazo, revivo en el siguiente acto. En
lugar de cineastas frente a mí se sientan dos doctores que
determinan mi destino con un teclear agónico. Nunca pensé
que un puñado de palabras pudiesen designar lo que ocurre
dentro de mí.
El más alto es cortés, se interesa por mi estado de ánimo,
trato de poner en pie lo que me duele, lo que no cesa, que es
intenso y que piensa. Unos días de una manera, otros de otra,
a ratos llaman a mi puerta y voy y abro y ya no está lo que
me hacía daño. Las explicaciones como cebollas, hacen que
llore a medida que las desuno. Siento miedo y vergüenza por
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no saber expresar lo que soy. Cuántas oraciones que tallo se
me deshacen a medias. Al final repito lo de que voy con la
vida a cuestas.
Quiere saber si sé por qué estoy aquí. Podría responder con
un no del revés, o simplemente hacerme entender
retomando el ayer de hace doce madrugadas cuando acudí a
urgencias desesperada y desde allí narrar lo que venía
pasando tiempo atrás. Pero en realidad, si quisieran saber
cuánto me pesa la vida, les mostraría las cicatrices frescas de
estos demonios que me atormentan. Me acusarán de
ponerme poética. Qué esperar de este Aleph que tengo
agazapado en una grieta entre los dos hemisferios y que me
tienta. La crisis, mento la crisis, que es el término que
utilizaron ellos. El hombre lo llama vulnerabilidad en el
sufrir, lo que a ti te pasa se puede considerar una
vulnerabilidad en el sufrir dice, y se me escapa una risa que
suena como una arcada.
La otra va directa al diagnóstico, estructura el caso con
detalles técnicos que cartografían la sintomatología. Le
chorrean vocablos que me traspasan sin dejar rastro, igual
que una bandada de pájaros. Cambia el tono, las maneras, ya
no se dirige a mí como persona sino como paciente, de
refilón escucho algo, pero no entiendo nada. No lo quiero
saber. Me lo huelo. Aparecen palabras ásperas. De repente
siento como si la maestra me hubiese tirado de la oreja.
Insiste en comprender la decisión que tomé de volver al
pueblo, no le entra que una chica de mi edad y en mis
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condiciones haya preferido venir aquí. Se dirige a mi tía y a
esta le enerva, lo noto en los golpecitos que da con las uñas
en el filo de la mesa, con ritmo, sin paciencia.
Ella qué sabe, replico.
Yo no sabría, empieza.
Las tres nos callamos, el hombre carraspea. Pido disculpas
por hablar así, así cómo, pregunta, así de mal, respondo. Ya está
queriendo remarcar que no he dicho nada malo, lo intuyo en
la manera en que chasquea la lengua. Se la muerde cuando
freno el traqueteo de sus dedos con la mano, la aprieta y
agradezco que me toque, que se atreva a hacerlo sin correr
el riesgo de quebrar esa fina lámina que me recubre. Desde
que llegué temí que me tratara como a una persona enferma,
convertirme en una enfermedad. Su tacto me recuerda que
no soy un historial clínico.
Un silencio ceremonial acompaña a la escritura de la receta,
leo mientras él me explica que son dos pastillas, una diurna
y una nocturna. Advierte de la repercusión que puede tener
no tomarlas en sus respectivos horarios. Insinúo que ya lo
sabía, miento. El chirrido de las patas me acompaña al
levantar las piernas, un pitido se me incrusta en el tímpano,
el cambio de estado me hace ver borroso, la cabeza me
aprieta, es un leve mareo. Dirijo mi torso a la puerta, el resto
se paraliza, cuchichean. Los observo, rondarán mi edad,
deben estar acostumbrados a numeritos por el estilo. La Sole
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me agarra del codo, impulsa mi cuerpo, se despide por mí.
El eco de otro paciente se cuela por el megáfono.
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Rechinan las llaves que abren la puerta, detesto fregar las
manchas que dejan los botines embarrados y como es a mí a
quien le molesta, pues soy yo quien los recoge para que no
empapen el suelo. Entro relatando que este frío no hay quien
lo soporte, que el precio del pan sube por minuto, que la cola
en la carnicería era de concierto de estrella del pop, o que
dice la chica de Jacinta que el vecino va a tener una angina
de pecho de tantos disgustos como le da su hijo. Hablo y
hablo porque así logro acallar el escalofrío que me provoca
esta casa desértica. Estoy sola, por las mañanas siempre lo
estoy.
Mientras coloco la compra Fara se acerca a olfatear la
comida, mordisquea los calcetines intentando agujerearlos,
le digo que me deje en paz y me lanza un ladrido de perra
herida. De camino al baño el pálido azulejo de la Virgen me
observa. Una vez en la ducha aguanto la alcachofa de
puntillas, las gotas caen como chirimiri y noto el vaho que
me rocía la piel. El móvil vibra sobre la taza del váter,
envuelvo mi desnudez con la toalla y cuelgo. Era un prefijo
extranjero, con muchos números. Leo en la lista de
entrantes: desconocido. No es la primera vez que recibo una
llamada de este tipo, tampoco me atrevo a devolverlas.
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Quién habrá detrás, quién preguntará por mí, quién me
quiere encontrar.
Empiezo por secar las piernas, después voy subiendo, lo
único que me agrada de mi cuerpo son las manos, y eso que
con las uñas tiendo a pellizcarme los puntos negros hasta
sangrar, para luego arrancarme las postillas. Esto de hacerme
la manicura es reciente, no sé exactamente por qué lo hago,
pensaba en un cambio, un dejar de ser. Cuando miro mis
uñas, no las reconozco. A veces me gusta no reconocerme.
Me miro sin verme. Espejito, espejito, dime porqué ayer
parecía que no hubiese circunstancia capaz de afectarme y
ahora, estoy calada en medio de una rotonda, con los coches
que me pitan y yo en stand by porque tampoco sé cómo salir
ni para dónde tirar. Cada mañana me fuerzo en fingir que
estoy mejor, hasta que lo esté. Necesito volver pronto, ya.
Me pinto la raya del ojo con el eyeliner, estoy deshaciéndome
de la mirada reprobatoria. ¡Que miren lo que quieran! Ojalá
pudiera yo mirarme desde fuera. Quizás me odiaría. He
comenzado a creer que si no me ven no existo, y de repente
he dejado de pensar como el que deja de fumar. La pantalla
se ilumina, es ese número otra vez, lo cojo, ¿quién es?
Pregunto hasta tres veces, nadie responde. Estoy a punto de
colgar, advierto, suena una respiración entrecortada. Repito la
misma pregunta con un deje de enfado esta vez y un
inesperado me has echado de menos como una interrogación. Es
Inela, por supuesto, es su voz ronca, su retintín irónico, su
risilla contenida cuando le digo que no ha tenido gracia, que
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me estaba pintando los ojos cuando ha llamado y por su
culpa parezco un panda.
Entramos en una espiral donde la misma pregunta de
siempre gira sobre su propio eje. Pero en nuestro caso la
conversación se convierte en una especie de lucha de poder
que ella necesita ganar. Y yo que no tengo ganas de pujar,
guardo mis palabras en una hucha que suena con cada
moneda. Si supiera cómo hacerme entender le respondería
que quien nace ciego quizás nunca llore su pena, pero que
después de haber perdido la vista no es fácil soportar las
tinieblas. Esta nueva vida en sobreexposición, tupida y
contrastada, expone para las sombras y revela para las luces.
Claro que en lugar de eso sonrío y le contento con un bien
escueto, asentiré hasta que se me parta el cuello, porque no
necesita que le cuente lo feo.
Actúa como una gata en celo, va entrometiéndose poco a
poco, mete una patita, después la otra y entonces llega al por
qué decidiste volver al pueblo. En lugar de venirte aquí conmigo,
que es lo que le gustaría añadir. Según sus insinuaciones tiene
que haber una verdadera razón, después de todo tiene que
haberla, he renunciado a la vida que llevo años
construyendo. Una vida que crecía y crecía lejos de este
gusano de seda que es el pueblo. Tapo el auricular, inhalo y
exhalo de la manera que me han enseñado, cómo le explico
que necesito ausentarme de mí misma por un tiempo, que
no me apetece, que no me viene bien, que no me nace, en
fin, que no puedo cumplir sus expectativas. ¿Lloras? en su
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tono detecto una omisión. Libero una bocanada cuando el
llanto se deshace, le pido perdón y agradezco que siga al
teléfono.
Me la paso pensando en él, se lo dejo caer con la boca chiquita y
cierro los ojos esperando el golpe. La verdad es una apuesta
en abismo. Un espejo que se rompe en siete años de mala
suerte. Una verdadera mentira cría fácil porque mentir es
fácil, es un método de supervivencia y el ser humano
sobrevive. Mentir es como huir del fuego o tirarse al suelo
en un incendio. Mentir a los otros, pero sobre todo mentirle
a ese reflejo que dicen que soy. Del otro lado de la línea se
escucha un barullo de gente. No dice nada. Tampoco sé que
esperaba, esperaba un lo sé cariño, tarda su tiempo, esperaba un
te quiero. Lo que no me esperaba era un ya hablaremos y el
zumbido de un adiós salado retumbando en mi oído.
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Piel
Belén Martín-Ambrosio
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1
En esta noche negra de luna negra, en que los objetos son negros y
granates y giran en torno a mí, yo, con mi alma luperina en agazapo y
mi cuerpo como azotado de ortigas y envuelto con las flores negras del
abandono, me presento. Soy Pan, criatura imposible nacida del fuego y
del agua en comunión, imposible de consolar en mi búsqueda eterna del
equilibrio sustancial. Huesera, llorona pertinaz. Soy legendaria e
inviable, una ocurrencia tarada del tiempo en precario equilibrio con la
realidad y el espacio. Yo, Pan, ahora y aquí os saludo a los cuatro
puntos cardinales y a las criaturas que los habitáis en soberanía y gozo,
que halléis una paz de gaviotas en vuestro seno. Que seamos nutridas
por el bizcocho y la leche de los ojos y de las galaxias.
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Aquí, en el centro del altar, deposito sal y arena para lavar los
conductos, las arterias obstruidas en que he perdido el flujo anterior de
los afectos. Lava, lava, sal. Lava. Ofrezco también carbón y palosanto
para quemar, para que ardan con lo viejo, con el macrorrelato estanco
que acogota mi futuro. Y hago entrega, además, de rosas caninas, rosas
perras, como ofrenda de corazón a tierra. Me postro y lloro pétalos de
víscera, latido fundamental de las verdades vegetales que nos paren,
consuelo, regazo color vino de la Madre sideral a la que, hoy y aquí, me
postulo a conocer.
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Entonces le llegó mi mensaje y bajó al bar.
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—¿Cómo has estado, cielo?
—Me quiero morir, en serio, estoy fatal, ya no lo aguanto. Es que no
tiene sentido seguir viviendo de esta forma. La calle agoniza, no hay
vida vecinal, tampoco asambleas, fiestas, jornadas ni proyectos. Y no
tengo ni un triste amor que llevarme a la guarida.
—Si tú te cuelgas, Pan, ya no amanece para el resto.
—¿Y no pueden rendirme sus nostalgias ahora, esos que me llorarían
tanto? Y que arrojen claveles lilas al paso de la rumbita de mi cuerpo.
Mira, prefiero un bello ritual de entierro que seguir arrastrando días en
esta mugre de vida que me cerca por todos lados.
—Olé. Pero no. Va a ensabrosar el puchero, ya verás, déjalo
cocer un poco. Vas a conocer a alguien que te ame hasta con
la cara interna de los huesos.
—¿Tú crees?
—No puede ser de otra manera. Ese cuerpito serrano tuyo
está hecho para los placeres mundanos, los atraerás. Tus
manos grandes, para acariciar barrio; tu risa, para detener
ejércitos. No en plan neoliberal, pero... en serio, alegra esa
cara de chapa, que es una racha solo.
—Que no la culpen a la flor de marchitarse si no la riegan. Es como
vivir en tiempos deshidratados, resecos, del color mate de la informática,
con olor a pis de parquin. Es como que la desmadración patriarcal ha
sido culminada. Todo o funciona o es violento. Ya no hay amantes
entregados, ya no hay común ni compartir, solo partir sin repartir y
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llevarse, claro, la mejor parte. Llevarse todo el mundo la mejor parte.
Vender hasta los suspiros, comprarse hasta el perejil. Me parece que
pronto no quedarán humanas que llevarse a la mesa de las cañas. ¡Ni
que sea eso! Todo el mundo dándolo todo venga a producirse y
consumirse todo el tiempo. El desierto de las camas se parece al de los
parques y de las plazas. Ya no me veo capaz de vivir si no encuentro
un amante en radical ternura. ¿Me la juego toda a una carta? Pero es
que he tocado fondo de soledades, también, igual que había tocado fondo
de violencias.
—Tranqui, panecín, que tu amante viene para el huerto, que
llega, que ya está aquí. Esa persona te va a amar con cada
célula de su cuerpo. Ahora, descansa. Descansar es el
entorno propicio para el deseo. Ah, y hazte un perfil, échale
un cable al universo.
Pan.
Amenizando las comidas familiares desde los años ochenta.
Métete conmigo al horno y cuéntame qué salsas para mojar
traes.
Huelo bien.
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6
Siento mucha pasión por los mapas. Los mapas son como una piel del
territorio, pese a lo que se suele creer, no lo representan, lo contienen.
Funcionamos así: ante el espacio desconocido, el mapa nos protege del
derrame, de la angustia. Sabemos que son solo una narrativa posible,
una ficción, por lo que nunca esperaríamos del artefacto mapa que fuese
verdadero, ni siquiera verosímil. Lo que necesitamos es la calma que da
contemplar la silueta y saber que la realidad, la ciudad, la historia, no
va a desbordarse de sus confines. Esa es la poesía, la tragedia, el engaño,
de mi asesina profesión.
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Y otra.
Entonces, repasé con alarma todo lo que yo había hecho y dicho, por si
había algo que le hubiese podido doler, pero no encontré nada. Tan solo
mi mano imantada por el núcleo de la tierra, apoyada en gloria y pereza
en el verso troquelado de su pecho.
—Guala, Pan, eso solo te puede pasar a ti. ¿Era de amor que
lloraba?
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De todas formas, hay cosas que no son decisiones ni dilemas, sino que
son islas.
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¿Cómo se hace para cocinar una persona? ¿Cuáles son los ingredientes
adecuados para que la receta cuaje y nutra y esté buena? ¿Qué
diferencias habrá entre cocinar a alguien de pie frente al microondas,
tras retirar una membrana de plástico, o cuidando cada componente,
desde el origen hasta la preparación consciente de cada uno y de la
mezcla? ¿Qué le pasa a una persona si se la cocina entre azulejos,
fogones de fuego, olla de hierro, mesa de roble, qué aromas, qué luces y
texturas le quedarán en el alma como poso? ¿En qué se nota después
la calidad de las proteínas, el buen trato al animal, o que vengan de
huerto limpio, cómo se mostrará eso en las ganas, en los movimientos,
en la voluntad futuras? ¿Y las grasas sanas, darán arte, bienestar,
empatía? ¿En qué historias encarnarán los glúcidos lentos? ¿Qué rasgos
de carácter, qué aristas compondrán los minerales? ¿Y en qué fulgores
resultarán las vitaminas?
18
53
Magulladas
Verònica Sáez Moragues
54
Solo el amor puede curar las heridas del pasado.
bell hooks
55
6:12
58
1
59
Su forma de hablar derrochaba un tono mordaz y altivo,
una herramienta habitual entre los adolescentes de aquella
planta que intentan protegerse de lo desconocido, lo utilizan
para impedir que se deshaga el velo que, en ocasiones, los
deja al descubierto.
Nabila siguió sentada en el váter unos minutos en
silencio, mirando mi tatuaje.
—¿Te gusta? —Se quedó en silencio, levantó la mirada
y encogió los hombros en señal de indiferencia mientras se
subía las bragas. Con el paso del tiempo he llegado a la
conclusión de que el dibujo, quizás, le gritaba algo que había
perdido. La memoria puede ser, en ocasiones, la peor
enemiga. Una adversaria que desafía, se infla en el interior de
la carne y golpea por dentro al cuerpo que la contiene.
Cerré la puerta del lavabo con llave después de que
saliera y empecé a informarle del procedimiento que
seguiríamos, aunque ella ya sabía de qué iba la cosa. Se tumbó
en la cama boca arriba, ignorándome, proyectando sus
pensamientos en la sábana en blanco del techo. No era la
primera vez que pasaba por allí. Cada vez que se escapaba
del centro, la misma historia. El psicólogo de turno para darle
la charla inicial e intentar averiguar qué había hecho durante
esas horas de libertad. Dos o tres días de ingreso en aquella
unidad con enfermeras como yo entrando y saliendo de su
habitación. Agujas traspasando su piel para llevarse su sangre
caliente. Mear en botes de plástico. Y al acabar, al centro otra
vez. Cada huida resultó ser un abismo para ella. Ahora
60
entiendo que no es ahora cuando cae, sino que siempre ha
estado cayendo.
Lo que más le disgustaba realmente después de cada
fuga era que no podía volver al instituto hasta que habían
pasado un par de semanas. Era el único sitio en el que había
conseguido sentirse menos diferente. Nada que ver con
aquel otro colegio al que fue durante un par de cursos cuando
vivía en un pueblo cerca de la montaña. Allí su piel tostada
era todo un exotismo, al igual que su apellido. El momento
en el que pasaban lista era uno de los que más la
incomodaban. Margalida Palou, Toni Pastor, Tomeu Picornell...
Nabila Rabaji. Y el silencio. Unos segundos de silencio que
se repartían por el aula densamente, subían la temperatura de
sus mejillas y le recordaban que en ese lugar ella nunca sería
como los demás.
El matrimonio con el que vivió en ese pueblo la había
recogido un sábado por la mañana. Tenía diez años y hacía
casi dos que vivía en el centro. Se acordaba perfectamente de
que era sábado porque su madre no se había presentado el
día anterior en el punto de encuentro familiar, y las citas con
ella eran un viernes cada quince días. No era la primera vez
que la dejaba plantada con ese sabor del abandono en la
boca, pero sí fue la última, porque después de aquello no
volvió a saber nada de ella.
Al día siguiente se subía al coche de una pareja que hacía
tiempo estaba deshecha, y que se había agarrado a la acogida
de aquella niña como su última esperanza de reconstrucción.
Ella era profesora de danza clásica en el conservatorio, y él
61
trabajaba como jefe del departamento informático de una
empresa hotelera. Las comodidades materiales, sin embargo,
no fueron suficientes para crear un vínculo resistente. Vivió
con ellos un tiempo, durante el que jugaron a ser padres
pensando que aquello podría salvar su relación, pero Nabila
supo desde el primero momento que aquello no iba a
funcionar. Esa precoz capacidad para prever que las cosas no
irían bien me sorprendió, pero la forma en la que me lo
explicó me intrigó aún más.
—Mira. Ahí viví yo con los dos piraos esos.
Íbamos en coche. Habíamos salido a comer por la
montaña y pasamos de largo por la salida que llevaba al
pueblo donde había pasado una temporada de acogida.
—Yo ya sabía que la cosa no duraría, –me dijo– lo vi
nada más entrar en el coche. Ella no paraba de hablar, era
muy pesada la tía, y él solo decía que sí con la cabeza,
mirándome por el retrovisor.
Nabila se había instalado en el asiento de atrás de una
pareja que la recogía con la ilusión de convertirla en su hija.
Me contó que el coche estaba limpísimo, que olía a
ambientador de pino y que, al rato de mirarlos, le pareció
que estaban hechos de madera. El comentario me
desconcertó. Ahora entiendo que fue la primera señal que
tuve, que me decía que aquella adolescente altiva y
provocadora protegía una sensibilidad fuera de lo común.
—¿Qué quieres decir con que parecían de madera?
62
—Pues eso, que parecían de madera. Es algo que me
pasa a veces cuando miro a las personas, que no veo sus
cuerpos, veo otra cosa. Sí, ya lo sé, estoy fatal...
—No estás fatal, Nabila, pero es que no te entiendo.
¿Qué quieres decir con que ves otra cosa? –pregunté
intrigada.
—Pues eso, aquellos dos no paraban de hablar. Yo los
miraba desde atrás, no les veía ni la cara y, poco a poco, en
vez de sus espaldas lo que veía eran dos trozos de madera,
dos ramas rotas, sin hojas ni nada. Y las ramas rotas son
trozos de árbol muerto. Por eso supe enseguida que la cosa
no iba a funcionar. Aunque yo tampoco quería que
funcionara, ¿sabes? Lo que yo quería era que mi madre
apareciera de donde coño se había metido y me llevara con
ella.
Los servicios sociales habían separado a Nabila de una
madre prostituta y toxicómana para protegerla de la
violencia, al menos eso me dijeron en una de las reuniones
que tuve con ellos. Pero el ímpetu y la fuerza pueden tener
muchas texturas. Y en aquella casa de pueblo de niños con
apellidos mallorquines, con jardín y piscina, los golpes tenían
otra forma, más etérea, aunque no menos dañina.
—Dentro de un rato volveré para sacarte sangre y
después podrás ir a cenar con el resto de internos, ¿te parece?
—¿Tengo que cenar con esos piraos? Yo paso, me
quedaré aquí. Nabila elevaba la voz expresamente para que
saliera fuera de la habitación.
63
—Tienes que salir un poco, llevas todo el día aquí, te irá
bien. Después hablamos. Dejo la puerta abierta, no la cierres.
64
6:49
65
Abre la boca y sigue llamando en voz alta a la moradora
del piso.
Nadie contesta.
Ella quisiera saber dónde está Elena. Por qué no está en
casa. Piensa que quizás lo mejor sería esperar a que volviera.
Puede que tenga turno en el hospital. Camina hacia la cocina
con firmeza y consulta los horarios que Elena tiene colgados
allí. Diciembre, veinticuatro: verde. No tiene turno ese día.
Entonces, ¿dónde está?
No será capaz de aguantar sola hasta que vuelva.
Reconoce ese pánico que siente después de tomar una mala
decisión. Entonces, recuerda el consejo de Elena: cuando
parece que no hay vuelta atrás, todavía le queda su propia
voluntad. Es ella la que tiene el poder de decidir. Es un pez
enganchado a un anzuelo, alguien hace rodar el carrete y está
recogiendo el hilo de la caña, pero su voluntad todavía puede
lidiar por la supervivencia, puede intentar saltar de nuevo al
agua. Tiene que deshacer el camino que el anzuelo ha trazado
en su carne y volver a nadar con su herida a cuestas.
Piensa en las palabras de Elena al tiempo que nota cómo
se empieza a desplomar de nuevo dentro de una brecha
invisible que se abre a sus pies. Conoce la sensación. En ese
momento es como si cayera hacia un lugar cerrado sin
puertas ni ventanas. Siente que se asfixia y sólo desea
desaparecer. Oye en su interior la voz de Elena: espérame,
ahora vendré Nabila. Te has vuelto a escapar, pero no pasa nada, esta
vez has vuelto a casa, aguanta un poco que yo estoy... Pero antes de
que acabe la frase Nabila ha cerrado la puerta tras de sí.
66
2
67
Cuando tenía nueve años, también alguien se llevó mi
vida y me la devolvió desenfocada. Las cosas se pusieron de
repente algo turbias e imprecisas. Mi día a día era más o
menos el mismo, aunque su contorno empezó a difuminarse.
Mi tía Margarita fue la que se encargó de llevarme a la
playa aquel verano en el que mis padres, también, estaban
desenfocados. Subíamos a un Citroen AX destartalado siete
niños, una cesta llena de bocatas, otra de toallas, una con
juguetes, la sombrilla, la nevera y esa mujer de tan sólo treinta
años que ya llevaba diez arrastrando a sus cuatro hijos y a sus
sobrinas en coche por la isla sin tener el carnet de conducir.
Los noventa eran así de fáciles.
Al llegar a la playa, mis primos y yo desparramábamos
la bolsa de palas y cubos e iniciábamos la rutina veraniega en
la que solíamos convertirnos en promotores de la arena, en
lugar del ladrillo. La tía Margarita nos vigilaba desde su toalla,
asomándose de vez en cuando tras el libro de la autoescuela
que la acompañaba siempre desde hacía años. La pobre había
tenido muy mala suerte con los exámenes de conducir.
Matricularse, además, valía un ojo de la cara, y tenía que estar
segura antes de volver a suspender. Así que, por si acaso, ella
procuraba llevar el manual allá donde iba.
Per mu mareta, vos jur que si aprov duré un ciri a la Sang.
La concentración de la tía Margarita en la lectura era un
reto a combinar con la vigilancia de siete niños. Cuando no
leía ni fumaba, se pasaba la jornada playera pegando gritos
para asegurarse de que nadie se metiera en el agua más allá
de la cintura, que nadie tuviera hambre, que nadie se sacara
68
un ojo, que bebiéramos agua, que lleváramos suficiente
crema, y que: si vos tornau barallar, s'haurà acabat sa platja!
De vez en cuando la tía me miraba, sonreía, y me
dedicaba uno de sus gritos como forma de consolación.
Elenita, tu has d'estar contenta i jugar, eh? I acaba't es bocata que no
has menjat res. Era un reproche particular, personalizado, una
forma primitiva de caricia. En nuestra familia se pasaba por
los dramas y las penas como quien quita el polvo antes de
una visita. Rápido y sin dolor. La bronca que quiere ser
carantoña; el abrazo rápido, volador, casi invisible. Y ya está,
ya pasó, no ha pasado nada y está todo bien. Mi tía Margarita
me sacaba de casa durante unas horas, me llevaba a la playa,
me obligaba a acabarme el bocata, y me lanzaba un consuelo
torpe y sincero que me cobijaba igual que un abrazo. Gracias
a ella, por unas horas, mi vida volvía a recuperar el enfoque.
Ahora veo a Nabila, tumbada bajo el sol, y pienso en la
tía Margarita. La veo estirada en la toalla, intentando
concentrarse en el libro de la autoescuela mientras cuenta
niños constantemente. A on és en Jaume, a mem... cinc, sis i set.
No vos faceu enfora que m'emprenyaré!
Su vida transcurre entre el recuento de niños, la compra,
la cocina, los viajes de ida y vuelta del colegio, y el manual de
la autoescuela. Me gustaría acercarme a ella, quitarle el libro
de las manos, lanzarlo al mar. Le dedicaría un abrazo largo,
le diría que está todo bien. Que tome el sol, tranquila. Y que
el examen de conducir lo aprobará dentro de veinte años.
Hace tiempo que no veo a la tía Margarita. Ni a ella ni
al resto de la familia. He alimentado el aislamiento familiar
69
como al gato que te espera tras la puerta después de un largo
día. A Nabila y a mí nos une esa aspiración a la diferencia
que nos condena a la soledad. Y que es tan peligrosa. Pero
en esa azotea decido que yo voy a salvarla del desenfoque.
Quiero limpiarle esa agresividad incrustada debajo de las
uñas. Quiero hacerle bocatas y llevarla a la playa.
70
Souvenirs
Francisca Mujica
71
—lo visitado—
Recuerdos,
sobrevivientes del instante,
sujetadores de futuro,
remedio útil contra el vacío.
¿Nostálgica, apegada, terca, memoriona, sensiblona, insatisfecha,
creativa?
72
Desde ese día, oscilo constantemente entre el temor al
olvido y la vergüenza de contarnos, ¿a quién le importa mi
historia? Han pasado dos largos años y aunque me fui
dejando pistas por todas partes, ahora sé que hay cosas que
sólo se pueden atender en el alivio de la distancia.
Souvenir, def
Aquello que se adquiere en un sitio a modo del recuerdo,
como un testimonio de que dicho lugar fue visitado.
48°10′00″N 4°26′00″O
(agosto 2019)
74
Unas semanas después, me toca volver a «casa», a esa
Barcelona tan nueva, tan libre y tan falta de sentido. Me
despido de la Chini en la madrugada, lloro mar salado y nado
soledad.
33°02′46″S 71°37′11″O
(enero 2014)
33°01′28″S 71°33′06″O
(2013)
77
33°02′46″S 71°37′11″O
(marzo 2014)
78
Aparte de Valparaíso habías vivido en París y en Coímbra,
que era tu segunda casa. Yo en ese entonces había viajado
todos los veranos y aún no me atrevía a tocar mi deseo
profundo de vivir en otro país. Aunque eras de hablar poco,
a mí me gustaba preguntar, probablemente era mi pálpito
curioso que pronto explotaría sin vuelta atrás.
41°22′57″N 2°10′37″E
(febrero 2014)
81
33°01′28″S 71°33′06″O y 41°22′57″N 2°10′37″E
(2016)
82
Fue así como después de meses mareando a todas mis
amigas, te digo que sí: vengo a vivir, vengo a reanudar lo
nuestro y vengo a explorar el camino artístico. Me ofreces
volver a Chile, te digo que no, que esta vez me toca a mí, que
ya no sé qué más puedo perder.
41°22′57″N 2°10′37″E
83
está todo al revés, siento náuseas y no puedo creer que esto
va a ser la vida.
41°22′57″N 2°10′37″E
(2014 y 2021)
86
Mamá
Begoña Romero
87
MAMÁ
1.
Tus pies se transforman en garras
se hacen fuertes tus piernas
como una esfinge te observo mitad humana, mitad animal
88
2.
Yo he nacido dos veces mamá
las dos fueron en primavera
el aire era húmedo
y la temperatura caliente
La primera lo hice
envuelta en tu llanto y fuego,
fruto de tus entrañas
y de tu desgarrado dolor
La segunda, el llanto era mío
tan lleno de relámpagos y súplicas,
cuando temblorosa como la llama de una vela,
vi que te apagabas
Me despedí de las dos, de ti y también de mi
Entonces tuve que renacer,
tuve que florecer como las caléndulas lo hacen en marzo
porque una parte de mí, sin ti, se había marchitado para
siempre.
3.
Los zapatos vacíos, tus zapatos vacíos en la entrada,
en el salón no hay nadie, ya nadie se sienta en tu lado del
sofá, no hay un plato en el extremo de la mesa, ni humo en
la casa, en el cenicero está el último cigarro que apagaste, el
armario lleno, lleno con una ropa para la que ya no hay
89
cuerpo, tu olor en las sábanas, ¿hasta cuándo es posible
recordar un olor?
4.
El día que empecé a buscarte porque ya no estabas, el
tiempo, el real, caminaba del invierno hacia la primavera,
pero el mío, mi tiempo, se detuvo y en vez de seguir el curso
natural dio la vuelta y caminó de nuevo hacía el frío más frío
que había tenido nunca. Ese año, Primavera disfrazó sus días
de invierno, Verano hibernó, esperé a Otoño anhelando
taparme con sus hojas, pero apareció escondido detrás de un
gélido semblante.
5.
Hecha un río, te deslizas por el cauce como si fueras toda de
agua. Extiendo los brazos, abro las manos y estiro los dedos,
todo mi cuerpo te pide que te quedes. Intento detener el
agua, pero se escapa, te escapas de mis manos y sigues tu
curso. Me sumerjo y navego sigilosa por tu torrente.
6.
La fotografía me devuelve tu imagen como el agua salada lo
hace con las conchas que arrastra hasta la orilla.
92
7.
Cada noche, a oscuras, la ventana de mi habitación me
muestra una carretera lejana donde los coches son
pequeñísimas chispas que zumban como luciérnagas. Están
muy cerca unas de otras. De pronto una se mueve y detrás
van las demás, como en fila. Imagino que alguna de ellas eres
tú y pienso que vuelves a casa a casa. Solo fantaseo con la
idea de que la luz de tu coche se acerca y que regresas a casa,
porque en realidad hace mucho tiempo que no estás.
8.
A veces pienso que habrá un día en el que tendré la misma
edad que tú
¿Cómo podré recordarte como mi madre entonces?
Si seremos iguales y nuestras manos tendrán los mismos
pliegues,
nuestra vida los mismos años y nuestro pelo las mismas
canas
llegará el día también en el que haya vivido más que tú
93
A quién le preguntaré mis dudas y cómo sabré qué me
responderías
quizás entonces cuando te piense, la madre sea yo y tú la hija.
ABUELA
9.
Tenía un hijo mi abuela que la tarde que iba a volver nunca
más regresó esa tarde.
10.
Entrelazabas los pulgares, abrías todos los demás dedos de
tus manos y las movías hacía arriba y hacia abajo haciendo
que, por las noches, con solo la luz de una lamparita, un
pájaro volará por las paredes blancas de mi habitación. Yo te
imitaba. De mis manos pequeñas y regordetas cobraba vida
un gorrión.
12.
Ir es volver a ese lugar
donde todavía recordabas mi nombre
sabías quién era
todavía un extraño no había entrado en tu cabeza
para llenarla de tormentas
para desordenar tus recuerdos
lanzar tus imágenes por el suelo
esconder cada historia
pisotear cada nombre
y arrinconar cada anécdota
Ir es regresar a ese lugar abuela
96
donde vacío,
tu eres la niña
y yo tu memoria.
13.
Abuela, ¿estás ahí?, ¿me escuchas? Como si fueras un barco
en medio del océano te pido una señal que muestre que
sigues ahí que no te has ido del todo. Quiero ser faro y
mandarte luz, que tus ojos perdidos estén a salvo cuando
lanzo palabras, aunque caigan al vacío. Que te amarres a mi
voz, a pesar de no saber quién habla y que encuentres asilo
en un tiempo que no existe.
Abuela, ¿estás ahí?, ¿me escuchas? De pronto me regalas un
destello en tu cara, una media luna que me hace reconocer
tu arena, aunque cada vez esté más lejana.
14.
De miel de romero del que crece en su pueblo estaba hecha
mi abuela
De la aceituna que se siembra es sus campos era su piel
Su voz fresca y limpia como el aire de sus montañas
Mi abuela ahora descansa donde nació
es etérea como el viento
es tierra, aceituna y romero
97
y su olor me acompaña en mi camino, me susurra al oído
cuando paseo por sus montes
y me toca a la mañana temprano cuando en gotas cae como
el rocío.
98
Todos los sueños del mundo
Mariola Merino
99
No soy nada.
Nunca seré nada.
No puedo querer ser nada.
A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.
Fernando Pessoa
101
Querida hija:
¿Cómo expresar en unos renglones todo lo que he estado
guardando para contarte el día en que por fin te tuviera entre
mis brazos? Cuánto he deseado poder acurrucarte…
Quererte. Ahora parece que vamos a estar obligadas a
esperar un poco más. Nuestro encuentro será en otro plano,
cuando yo ya no esté sobre este mundo al que se te negó la
entrada. Pero sé que igual que yo, tú también estás
convencida de que nos encontraremos finalmente. Y yo te
reconoceré como reconoce la gota de rocío a la flor, como
reconoce la lluvia al césped agostado, como el viento del
norte reconoce a la hojarasca.
Querida mamá:
103
poder tenerme junto a ti, por ponerme mil rostros y verme
nunca la cara.
Esta es una carta muy personal, me ha costado mucho
ponerla en palabras. Habla de mi historia, la tuya, la nuestra,
que es una historia vieja como las rocas contra las que choca
el mar en Torrenueva, allí por el espigón. ¿Te acuerdas? Esa
fue la primera vez que quisiste amamantarme. Cuando me
soñaste por vez primera, cuando me deseaste de forma
consciente. Mirabas el agua, la espuma mezclándose con el
azul turquesa y pensabas «Que sea una niña». Después
vinieron otros, muchos, cientos, pero ninguno tan vívido
como para que haya quedado en el recuerdo del mismo
modo que permanecen las heridas profundas que dan paso
a cicatrices.
Es la historia de una cuna con sábanas de decepción. La
conoces demasiado bien. Está preñada de dolor, de culpa…
Pero yo ahora quiero agradecerte, por tanto. Porque gracias
a que me deseas con tanta fuerza, a que me invocas, existo.
Aunque solo sea en tus escritos, en los que vuelcas tu
tristeza, tu gran desconsuelo. Porque gracias a ti, yo también
puedo ser y me reencuentro contigo, como hago ahora.
Porque estoy en ti, porque me llevas contigo y haces que
adquiera presencia en tus textos. El dolor puede ser una
fuente de belleza poderosa, y por ello creo que soy la criatura
más linda. Porque «tu dolor, la enzima que crea universos»
me nutre y me pares con cada relato, en cada poema. Tus
cartas, tus diarios, la poesía y la prosa, en fin, son el cosmos
donde lo improbable se vuelve posible, o al menos,
104
nombrable. La literatura es, en definitiva, el vínculo que nos
une, nuestro mundo en común. Mi corazoncito da un
respingo de alegría cada vez que te sientas a escribir, aunque
no lo sepas. No dejes nunca de escribir, pues con la escritura
creas vida.
Firmado:
Tu (orgullosa) hija.
Querida:
106
pasión, se volvería una misión imposible con un bebé a
cuestas. ¿Estás dispuesta a renunciar a la escritura?
107
Un abrazo enorme,
Las bienintencionadas
Queridos todos:
Mariquilla:
Hace mucho que no nos vemos, pero ya sabes que sigo ahí
para ti. Te veo cómo estás y no puedo quedarme quieta,
1
Hijos pequeños, problemas pequeños; hijos grandes, problemas grandes.
111
tengo que hablarte. Siempre has sido una llorona, eso no ha
cambiado, pero es que últimamente no haces otra cosa. Si
aún eres una niña, ¿cómo se te ocurre la idea de ser madre?
Nunca has soportado el dolor físico, no creo que fueras
capaz de soportar un embarazo, mucho menos parir. ¡Si eres
una princesa, mi princesita! Tú sirves para lo que te gusta,
los libros, los estudios, todo eso que has hecho desde
pequeña y que se te da tan bien. Anda, anda, quítate de la
cabeza esas tonterías y sigue trabajando, que es lo que te da
independencia y te realiza como persona.
112
De todos mis hijos tú fuiste siempre la más complicada.
Nunca tuvimos una relación fácil, eras contestona y rebelde,
pero siempre supe que me querías. Tú sabes cuánto te quiero
yo a ti, siempre, pues el amor de una madre es eterno. Sigue
escribiendo, es la única manera de no morir del todo.
Mamá
Mi querido R.:
In ewiger Unarmung2,
Tu monstruita.
2
En un abrazo eterno
114
permitirme soñaros. No tengo palabras para describir todo
lo que significáis para mí. Ahora me despido, sed libres.
Posdata
Los escritos se entretejen
con la vida,
se enmarañan a veces
radiografías
de los deseos
que nos acompañan
por siempre.
115
Un dia d’estiu
Candela Marco
116
MANUAL D’ESTIU
10:00 H – CAMINITO ALS MARENYS
127
¿Qué quieres que te cuente, cariño? Si empiezo a contarte,
empiezo a contarte desde que conocí al iaio. Imagínate,
imagínate.
131
Y luego me quedé embarazada enseguida, y estuve viviendo
ocho, nueve meses, los nueve meses de embarazo en casa de
los abuelitos y estaban haciendo los pisos del grupo porta. Y
teníamos un piso ahí cogido, que mi suegra nos dio la
entrada, 25.000 pesetas que dábamos de entrada, y estuve
viviendo los nueve meses en casa de mis padres, pero
cuando nació el niño, cuando tuvo ocho, nueve meses o por
ahí, me tuve que alquilar uno porque no podíamos estar en
casa de los abuelitos, porque el agua era de depósito y claro,
bañar al niño, el agua se terminaba, no podía ser. Entonces
nos fuimos de allí y estuvimos viviendo en porta 14 años,
hasta que se murieron los abuelitos del iaio, y la casa que
tenían en Tormos pues se vendió y cogimos 400.000 pesetas
nosotros. Mis padres vivían en el matadero y mis suegros en
la República Argentina y yo vivía en lo de porta, estábamos
todos cerca.
133
Eroticidades
Conchi Salas
134
Mi cabeza no deja de darle vueltas a un asunto curioso:
quiero escribir pequeños fragmentos eróticos o
pseudopornográficos en los que lo elegante roce la
obscenidad. Incluso, fragmentitos de historias sexuales poco
claras, ambiguas, oscuras.
Su vida sigue igual, sin novedad. Son tres los hijos que tiene
y se ve que trabaja aquí. En realidad, ya lo sabíamos, pero lo
que quería era saber de su boca si todo aquello que me han
contado de que se pasea con un hombre en un Mercedes
deportivo de color negro es verdad.
No ha soltado prenda.
139
Quería saber sobre ella. Hace mucho que no coincidimos en
ningún sitio. Joder, dicen que se pasea con un hombre joven
que conduce un deportivo negro. Al parecer, llegan juntos a
las ocho de la mañana al trabajo. Eso quiere decir, cien por
cien, que han dormido en la misma cama.
140
No sé nada más, no me preguntes. Estas cosas son a veces
una incógnita. Puede que tache lo de «alguien me ha
preguntado por ti» y no tengas ni que sacar el Mercedes del
aparcamiento.
141
Él, en cambio, sacó el manual de instrucciones, lo abrió por
la página 42 y buscó «follar sin implicarse». Repasó uno a
uno los pasos a seguir y no se desvió ni un milímetro del plan
predeterminado.
144
Creo que haremos el amor. No de cualquier manera,
entiéndase. Esto es un libro de relatos eróticos y se nos va a
pedir que actuemos como se espera en estos casos. Yo opino
que debería desnudarte ya en el pasillo de la casa. Sí, un
arrebato instintivo de lascivia descontrolada que me lleve a
bajarte los pantalones frente al espejo del recibidor para que
me veas de rodillas mientras te hago una felación. Tú no
tienes que hacer mucho en esa escena. Ya sabes que el rigor
del plano evitará tu rostro, así que no debes preocuparte por
las muecas o expresiones faciales incontroladas.
146
No pasearás tu lengua entre mis piernas. No te citaré en mi
casa a media tarde para vernos a escondidas. No me harás
jadear de placer mientras tu mujer está tomando café con sus
amigas. Podemos, si quieres, alimentar ese deseo hablando
de ello a través de la pantalla: yo sacaré partido literario de
ello y tú puedes utilizarlo para revitalizar tu relación de
pareja. ¿Le has propuesto a ella las mismas prácticas sexuales
que me propones a mí? Quizá, si lo hicieras, no necesitarías
mendigar sexo ni venderte a una mujer como yo
prometiéndole la experiencia corporal de su vida. Permíteme
decirte que te llevo una década de ventaja y que mi cuerpo
es un templo cuya entrada está reservada a héroes y dioses
que llevan años demostrando su superioridad.
149
Una franja inexistente
Delfina Rabán
150
una sección
más esbelta
aminora el
efecto de la
ausencia
ambas somos
una capa de protección de la intemperie
151
dejaste:
los
cambios
de niebla
los
órdenes
del cuerpo
la lluvia
total
unas lentejas remojando
no sientes lo
dulce esta
mañana
pronto serás
un acto dentro del paisaje
152
en dos
tiempos:
se despega
suavemente
un leve sonido
apenas más
blando
ordenado del
agua
153
dentro de un año
te resultará
difícil regular la
marcha la
pérdida de cierta
capacidad
motriz te
detendrá por
completo
el
invierno
templad
o será
una
ventaja
154
lo que no es
levanta el aire
traza
la línea de
postes
en el sentido de alejarse
155
los materiales ya comprados
en frente al portón de una casa
qué puede ser un día, un mes o un año
156
cuando tu voz duerme
avanza
la construcción de una dársena
es que mi cuerpo puede ser
una reserva de suelo
157
apoyada en el extremo
tu palma
una fractura
pálida
158
otros huecos
cuidadosamente guardaste
tu forma de respirar
hiciste al aire
ser contigo
159
Periférica
Paulina Vega
160
—Incursiones en el círculo propio de 34 años de vida: el
centro y la periferia—
Cosmógrafa
[1.Yann Tiersen: Comptine d’un autre été, 2.Yann Tiersen :
Le moulin, 3.Le Vals d’Amélie
(Version orchestre live)]
161
1
Habitas una casa que está sobre la tierra, primera capa de la
corteza de un planeta que gira sobre sí mismo inclinado en
un ángulo aproximado de ±23.5 grados respecto al plano de
la eclíptica de la Tierra al Sol, dando una vuelta sobre sí
mismo cada ±24 horas, recorriendo ±40,000km diarios a
una velocidad de ±1,600km/h y que a su vez es orbitado por
una pequeña roca gris.
Al mismo tiempo, este dúo maravilla orbita alrededor del Sol
en una órbita elíptica en la que el Sol no es el centro y que se
encuentra inclinada con respecto al eje ecuatorial del Sol,
pero como para toda medición astronómica consideramos
162
nuestra perspectiva desde la Tierra, el ángulo de inclinación
no se ve.
163
Y, mientras todo este baile se desenvuelve, el sistema solar
se desplaza alrededor del centro de la galaxia Galaxías Kýklos,
la Vía Láctea, que hace unos días fue noticia porque
finalmente tuvimos evidencia fotográfica de que contiene un
supermassive black hole bautizado Sagittarius A*. Tenemos
suerte, el sistema solar se encuentra en el brazo de Orión.
164
Ah… si las órbitas de los planetas dejaran un rastro de
luminiscencia como lo hace un cometa al pasar, verías las
espirales más lindas, regordetas y largas, algunas pequeñas y
angostas que parecen encontrarse entre sí, un «hélix»: el
ADN cósmico. Dirías que se esconde allí otro patrón de la
flor de la vida.
165
¿Lo sabías? Have you heard about it before?
2
Podría continuar. Je peux te raconter que la galaxie, la Voie
Lactée, se déplace également dans un autre groupe de galaxies qui se
dirige vers ce que les astronomes appellent "Le Grand Attracteur" à
une vélocité de ±1,500,000km/h. Te podría decir que l’orbite de
la Terre n’est pas entièrement plate parce que son partenaire de danse,
ce rocher gris, exerce sa gravité sur elle et qu'en réalité l'orbite de la
Terre se tortille, it jiggles, la viva imagen de un huevo frito.
Podría agregar that the solar system is also constantly pulled by the
mass of the galactic disc influencing its trajectory as if it were a drunken
dolphin diving in. Te podría contar that the solar system is in reality
inclined 60 degrees to the galactic plane: in each dive we are travelling
thousands of light years. Para finalmente concluir con que toda
medida en el universo es un ± (plus ou moins) porque las
166
distancias son así de grandes y hace ± (plus ou moins) 13,799
millones de años que el universo está en expansión.
He aquí mi confesión:
«Nunca estás en el mismo sitio. Nunca estamos en el
mismo sitio.»
En la gran escala del universo, la cual es muy compleja para
que nuestros pequeños cerebros puedan comprender, a
nadie le da una mierda dónde estemos. Si hay alguien
observando desde esa periferia, beyond the supercluster of
Laniakea, todo se ve igual, una maraña de puntos brillantes y
grandes espacios vacíos, negros y huecos, aparentemente sin
vida. Bueno, eso suponiendo que para ese alguien la vida sea
también un igual a la luz.
Pero no es esto lo que te quiero decir, no. Ce que je veux te dire
es que nosotras, tú, todo esto que ves alrededor y consideras
fijo porque así aparenta ser, no es más que un velero muy
grande que se mueve sobre las olas de las fuerzas de la
gravedad y de la electromagnética, de la force forte et de la force
faible, y muy probablemente on the dark energy, navegando una
ruta completamente desconocida para ti y para mí porque no
tenemos más de 2,000,000 de años de existencia. Somos
pioneras sin saber que lo somos. Navegamos una línea sin
estar a la deriva porque en el universo rigen leyes físicas que
apenas llegamos a comprender, pero que sabemos que
existen.
167
En otras palabras, somos ya viajeras del espacio, not
intergalactic travellers, pas encore. Si la vida en la Tierra es
sostenible por otros 500 millones de años, il y aura assez de
temps pour qu'une autre humaine surfe sur une autre vague du
mouvement de translation de notre système solaire, and even another
galaxy.
Imagine, ce que tu vois dans le ciel nocturne sont des étoiles, des galaxies
qui n'existent plus. Éteintes. Miras hacia el pasado. Et de la même
manière que le ciel a changé au fil des siècles en raison de l'expansion
de l'univers, il a également changé parce que les étoiles et les galaxies
meurent, mejor dicho, sont recyclées, como el bosque de pinos
que crece después del incendio. L'univers s'étend, les étoiles
meurent, nous bougeons et avec nous autant d'amas galactiques, une
symphonie en ±7 mouvements : tú, la Tierra, el Sistema Solar, la
Vía Láctea, el supercúmulo de Laniakea, el universo entero.
3
And while we are on this ship sailing on the unknown periphery
without us knowing that it is, in fact, unknown, and that we are, in
fact, sailing it, us, tú y yo, especialmente tú, are in the centre. Or
is not your point of view derived from where you are looking from?
Una casa que está sobre la tierra, primera capa de la corteza
de un planeta que gira sobre sí mismo y tercer planeta que
gira alrededor del Sol.
168
The universe wobbles.
✦
(4. Vivaldi: Il Giardino Armonico)
4
Si la órbita de la Tierra no tiene al Sol al centro, ¿podemos
decir que estamos en la periferia? Si de acuerdo con los
diccionarios la periferia es una circunferencia, y la
circunferencia es ese contorno que equidista en todos sus
169
puntos del centro, entonces, me atrevo a decir que in that
sense we are out of orbit.
But si no hay órbita perfectamente redonda, if all known
planetary orbits are ellipses, and an ellipse is a sort of oval whose
circumferential points are not equidistant from its centre, or perhaps
they are, but only 50/50, so to speak, north to south and west to east,
y en la elipse aún encontramos un centro, y en nuestro
Sistema Solar cada órbita planetaria encuentra su centro en
el Sol incluso si este Sol no está al mero centro de la figura
geométrica, then can we say that the centre is subjective? Is it enough
that there is something, anything, within the space of the ellipse for it to
be a candidate to withhold the name of centre?
Yes, and no.
170
(Yes, because any object at any point within the ellipse is potentially a
centre.)
No, porque el centro para ser centro necesita tener un papel
protagónico, por así decirlo, ejercer alguna especie de poder
o de atracción sobre aquello que lo orbita. Para el círculo, el
centro es el lugar donde la punta metálica del compás hace
presión en el papel para girar sobre sí misma. Para nuestra
órbita terrestre y cualquier otra órbita dentro del Sistema
Solar, lo que nos mantiene a raya y dando vueltas es el Sol,
una estrella joven de tipo-G con 1,9891 x 1030 kg de masa.
Regarde ça force gravitationnel, mais ce n’est pas une force, c’est, selon
la Théorie de la Relativité d’Einstein, la conséquence de la masse du
Soleil qui courbe l’espace-temps.
Once again, the image of the round.
172
✦
Eu queria estar no centro, eu queria ser o centro, mais sempre me senti
na periferia. A segunda. A substituta. O plano B, C, D, Z. Nunca
a protagonista da minha vida. Eu teria gostado, se soubesse a tempo,
que eu poderia ser centro, bem como periferia. Tardei 34 anos, mais
finalmente entendi.
✦
(5.Bob Dylan: Girl from the North Country)
¿Te imaginas llevar el Sol en el centro del pecho y que su luz
irradiara tanto más allá de la periferia de nuestro cuerpo y
que estuviésemos, en realidad, envueltas en una esfera de luz
cálida, pero no radioactiva, que cada vez que nos
acercáramos a alguien o a algún objeto que cruzara ese límite
173
esférico también lo rodeara la esfera, pero sin absorberlo,
contagiándolo de aquella misma luz cálida que emite desde
el centro de nuestro pecho nuestro Sol y que es la que
compone nuestra esfera? Porque eres consciente que no hay
esfera sin luz.
Y que ése fuera nuestro súper poder, la esfera de luz que
nace desde el centro de nuestro pecho.
Suena loco, ya sé, pero escúchame. La esfera está allí porque
es parte de nosotras y porque tenemos un Sol. Ese Sol está
allí porque nosotras decidimos colocarlo al centro. O quizá
siempre estuvo allí y no nos dábamos cuenta, al fin y al cabo,
estamos hechas de polvo de estrellas. Y bueno, simplemente
elegimos despertar ese Sol en el pecho que, junto al lago, el
océano en nuestra bassin, forman un paisaje interno —estoy
casi segura que en nuestros pies hay raíces porque en
nuestras piernas hay árboles y que en nuestra cabeza hay
estrellas, infinitas estrellas—, pero lo que te quería decir es
esto:
174
La sfera è nostra, si muove ‘conosco’: se saltiamo, si alza con noi; se ci
raggomitoliamo in una palla, si restringe con noi. La sua dimensione
varia in relazione alla dimensione del nostro Sole. Vedi che ci sono
stelle di neutroni ed al carbonio, che ci sono gigante rosse e nane bianche,
giusto? Vale, questo è irrilevante per quello che voglio dirti, ma volevo
suscitare la tua curiosità.
The point is that our Sun, which is a star, can have different sizes, in
which case I do not believe traditional physics applies, meaning, our Sun
does not have a defined life cycle. I believe it moves with us, it changes
with us. Si nos sentimos bien, ligeras, posibles, nuestro Sun
grows, but most importantly, emite más luz y nuestra esfera brilla
expandiéndose.
175
Ahora imaginá que caminás por cualquier lugar. Une forêt ?
No, eso es demasiado fácil. Calle Madero o la 9 de Julio un
lunes a las dos de la tarde. Todo lo que tu esfera toque se
transforma. No lo tocas tú, pero lo tocás vos. Entre la
multitud de gente transitando, el codo con codo, el ruido de
las bocinas, los gritos, el smog, las caras de culo y el mal
humor, cuando tu Sol brilla así de intensamente y tu esfera
se mantiene palpitando en ese candor, todo lo que toca, todo
lo que vos tocás, cambia, se contagia de ese bonheur se den o
no cuenta.
5
Forse si tratta di fisica quantistica, non lo so. No quiero hablar de
dios, al menos no del dios judeo-cristiano católico, sino de
una energía poderosa que es un misterio al que podría llamar
diosa, así, en femenino, porque es una fuerza invisible que
ejerce una acción y que aún no logramos entender. Porque
siendo sincera, j’adore cette phrase que dit Céline dans ‘Before
Sunrise’:
I believe if there’s any kind of God, it wouldn’t
be in any of us, not you or me, but just this little
space in between. If there’s any kind of magic in
this world, it must be in the attempt of
understanding someone sharing something. I
know, it’s almost impossible to succeed, but who
cares really? The answer must be in the attempt.
176
Mi esfera interactuando con la tuya. Tu esfera tocando la
mía. ¿Imaginás un mundo así? Nuestras periferias
acariciándose.
177
Asunto de voces
María Leyva
178
Era una mañana de agosto, las ondas de calor retorcían
los cabellos y alborotaban los mosquitos mientras nos
refugiábamos en la cama con el aire del ventilador
directo a los pies. El aroma a cuerpos y a sudor
friccionado encubría mi sufrimiento. Hasta ahora no
habíamos sido otra cosa más que ensayo tras ensayo, y
de pronto, la vara blanca con doble línea nos regalaba
un trago profundo y doloroso.
—No te quiero lo suficiente —rompiste el silencio.
—Lo sé —contesté con un suspiro que se convirtió en
burbuja y anidó en el pecho. Intenté levantarme
fingiendo una huida.
—Igual me gustaría intentarlo –perplejo, me tomaste de
la muñeca —si es que tú quieres continuar.
179
180
Yo también soy adúltera
Eva Manzano
181
«Yo también soy adúltera»
*
Llevo toda la mañana en el Archivo Histórico,
después de días haciendo pesquisas con varios correos
electrónicos aquí y allí, intentando encontrar los autos
judiciales de la separación de mis abuelos. Miro todos
los registros de asuntos civiles del Juzgado Número 3
182
de los años 1968 – cuando Jacobo, hermano del
Abuelo, acusó de infidelidad a Maruja –, 1969 y 1970.
Ni rastro. No va a ser tarea fácil, me dice el archivero,
había diez juzgados de ámbito civil. Si al menos
supiéramos el número de juzgado y el año de sentencia
sería más sencillo localizar el expediente. Le cuento a
Mamá mi frustración. No me acuerdo del año, me dice,
qué más quieres que haga. Sólo sé que hubo un juicio
por adulterio. Entonces, tiene que estar en lo penal, me
digo, el adulterio era delito. Pero Maruja no fue a la
cárcel, eso lo sé. Dan las 13:00 horas. Salgo pitando para
recoger a mis hijas del colegio y de la guardería,
respectivamente. Tendré que probar suerte otro día.
183
medievales y que, además, exculpaba al marido que
agredía o asesinaba a la esposa sorprendida en un acto
de infidelidad, y que fue derogado durante la República.
*
Lo que se decía: la madre de mi madre tuvo un
amante.
184
Lo que debo suponer: en virtud de las leyes
operantes de los años 60, mi abuela fue repudiada;
mejor eso que enviarla a la cárcel, sigo suponiendo.
Lo que se sabe: sus cuñadas la sacaron a rastras de
la casa – hay quien dice que a palos – y su propia
hermana la humilló, insultándola y pegándole frente a
sus hijos. Se la encerró en la casa de sus padres, por
vergüenza y deshonra. Por resolución judicial, la
custodia de los cuatro hijos del matrimonio debía
quedar en manos del padre. Resolución que no se
mantuvo en un caso, ya que la hija más pequeña, de
poco más de un año, permaneció viviendo con Maruja,
quién sabe si porque dudaban de su legitimidad. Pero
Mamá, la hija que no pudo quedarse con su madre;
Mamá, la hija mayor de Maruja, de aquel matrimonio
roto, con nueve años, se convirtió sin más remedio en
la mujer de su casa. Con ese negro de abandono y ese
silencio de culpa empapelando las paredes.
185
«Por sentencia firme fecha 1 de julio 1970, del
Tribunal Eclesiástico de este Arzobispado, se ha
decretado la separación perpetua del anterior
matrimonio; ha sido la causa, la canónica de adulterio
imputable a la esposa, confiando la guarda y custodia de
los hijos habidos, al padre y esposo, en su calidad de
cónyuge inocente».
1959
186
chafar ni la Antonia ni nadie. Como es la asunción de la
virgen, Mi Chechu me ha prometío que me va a llevar
un ratito a la velá. Me iba a poner el traje sin mangas
rosa clarito, pero me lo dejé en el cubo de la ropa lavá,
sin tender, y ahora está empapaíto y como una pasa de
arrugao. Si es que va a ser de veras, que será el embarazo
o las musarañas, tengo la cabeza roía. Ya no debe de
quedar mucho pa que llegue Mi Chechu, a ver si no lo
enrean en una esquina con un vasito de aguardiente. Y
yo sin ná que ponerme, pero tiene la Flor un traje que
se me ha antojao.
187
vértigos. Después, sin venir a cuento estira un brazo y
pasa la mano de mi barriga a mi espalda y luego la baja
por allí sin dejar de tocarme hasta darme un apretón, un
pellizco mu pa dentro. Me pregunta por mi padre sin
quitar la mano. Ya hace algunos días que no se pasa a
ver al niño. Con esta calor ni vienen ellos ni voy yo, le
contesto. Ya quiero irme. Me agarra de la barbilla y me
dice que yo voy a estar guapa me ponga lo que me
ponga y me da una palmadita allí, como a los críos y
arreando. Y la Suegra que está en la puerta… Maruja,
bájame al Juani que he hecho un poquito de arroz con
leche pa la cena. Y me da un beso en la frente y me dice
que me ponga colorete pa ir a la velá que me veo mu
pálida. Ella sabe, porque lo ve. Pero mi niño tiene un
abuelo ciego y una abuela muda. Y en esta casa yo valgo
menos que un moco. La Cuca me mira de arriba abajo
plantá en la escalera como una santurrona. Mañana
tenemos faena, no os recojáis mu tarde.
188
los armarios de la cocina y me cuida al Juani cuando me
dan estos vagíos y me tengo que acostar de flojita y
suave, que me pongo como un pétalo. Bailamos un
pasodoble, yo me noto una mijita piripi y eso que he
tomao na más que una mijita de mosto. Él me dice que
tengo las piernas de siempre, que no parecen patas de
elefante, que así se me pusieron preñá del niño ¿te
acuerdas? Es verdad que tengo bonitos los tobillos,
finos todavía. Ya no sé si me sigue sintiendo su mujer,
no lo sé, con esta calor cuando sale con el carro se va
antes de que salga el sol y cuando vuelve con la noche
cerrá, me hago la dormía. Pero esta madrugá que dure
siempre, me río con la boca abierta, doy una vuelta y me
mareo, pero Mi Chechu me atrapa con fuerza y me besa
el cuello y me besa la boca que me arde la cara entera y
hasta el pecho y más adentro con tanto besuqueo. Qué
bonita eres, mecachis en la mar.
189
una amiga pa toa la vida, me dice. Y su pareja de baile
le da la mano a Mi Chechu pa levantarlo, que se había
quedado tumbao en el suelo y brindamos los cuatro y
nos reímos con la cabeza patrás y ellos toman como
cosacos. Ella me sonríe y pasa la mano por mi tripa
abultá haciendo un redondel. Todavía no pienso en esas
cosas, pero tiene que ser bonito, me dice y me doy
cuenta de que es jovencita y pizpireta y que está
bailando con un zagal, sin anillo y sin carabina. Tiene el
carmín de los labios corrío y me la llevo a un aparte,
detrás de la tómbola, pa que se recomponga sin que se
arme la marimorena ni estén hablando de ella mañana
por jacha o por aserera, como dice madre. Le ofrezco
mi pañuelo y le limpio alrededor con cuidao. Su boca es
carnosa y me recorre un calambre de los pies a la
coronilla. Parece un fresón esa boca. Me da vueltas la
cabeza y será por la sed que tengo, que veo agua pa
beber en sus labios. Evangelina me mira encendía, a
saber ni cómo la estaré mirando yo. Me dice gracias,
Maruja y me pone el deo detrás de la oreja y la pellizca
un poco jocosa y lo pasa hasta el mentón y me hace
cosquillas y me pone su cara mu cerca. Y su aliento. Mi
boca roza la suya. Ninguna se ha movío pero nuestras
bocas pegás, cuál de las dos se habrá pegao primero.
Tienes un pelo divino, me dice riéndose bajito y
enroscándose un mechón y al hablar tan cerca de mi
boca me hace más cosquillas y el cuerpo mío flojo como
si no hubiera suelo. Y un fuego quemándome el pecho.
Y ahí que la niña me da una patá y salgo corriendo y me
abrazo a Mi Chechu y seguimos bailando na más que
los dos, pero ya no es lo mismo.
190
Llegamos a casa de madrugá y con el ánimo
avinagrao, a mí me preocupa que la Flor se enfade
porque le he echao a perder el traje y él ya está mu
mareao, como no lo había visto antes. Me pongo el
camisón, enciendo una lamparita en la sala y saco el
costurero a ver si le puedo hacer algún remiendo al
vestido calao de hilo blanco. Ni mijita. Te vas a meter
conmigo en la cama que llevas toa la noche buscando
candela, me dice con ronquera salvaje. Y una buena
mujer tiene que hacer lo que diga su marío.
191
inocente de las acusaciones de adulterio. Papá,
fingiendo que no recuerda, pero apostillando cada vez
que se le da ocasión, se ha encontrado en la panadería
con una vecina que lo ha reconocido de sus tiempos de
aprendiz en la mercería; la misma mercería a la que iba
Maruja a comprar para sus labores y a desahogar su
desgracia con el dueño. Mamá removida, lo mismo
enfadada que llena de curiosidad, revuelta, la herida
negra sangrando.
192
No voy a detenerme en esa piel tostada, en esos brazos
torneados, en el minúsculo bañador. En los muslos.
Qué culpa es esta de no atreverme ni a mirar. Como si
X pudiera llegar a presentir el desborde de un deseo del
que, aun siendo mi marido, no participa. Le escribo un
WhatsApp a las chicas: tiene una calva en la coronilla
como un fraile. Por encontrarle algún defectillo, amigas.
El monitor me busca con la mirada si Clara logra
soltarse y nadar por sí misma unos segundos, sonríe, yo
intento adivinar su edad.
193
Siempre que llega el viernes intentamos dormir
pronto a las niñas y sentarnos a cenar viendo una
película. Hoy me toca elegir a mí: la última que vimos
fue El club de la lucha, elegida por X. Yo me decido por
Cinco lobitos. Los primeros veinte minutos los vemos sin
interrupciones. Después, Clara se levanta de su cama y
le pide a X que la acompañe, que ha tenido una
pesadilla, que no puede volver a dormirse sola, qué vaya
rollo que el atrapasueños no funciona para los sueños
malos. Yo aprovecho para meter en el lavavajillas los
platos sucios de la cena y justo entonces, es Lía la que
se despierta llorando. La película en pause mientras el
padre duerme a la mayor y yo duermo a la chica. Por
segunda vez esta noche. Para cuando nos volvemos a
acomodar frente a la tele ya es casi medianoche. Vemos
unos minutos más, pero los párpados pesan. X está muy
cansado, ha tenido una semana complicada en el
trabajo. Yo, agotada más mental que físicamente,
también prefiero dormir. Me meto en la cama, agitada
todavía por las emociones que me estaba despertando
la película: quién sería el hombre que hablaba con
Amaia/Laia Costa, qué ocultaría su madre… un
amante, una infidelidad.
194
en investigación histórica, es curioso: causas en los
tribunales eclesiásticos por maltrato, separaciones,
concubinato, estupros bajo promesa de matrimonio y
también, adulterios. Expedientes completos con
declaraciones de mujeres a las que, por primera vez, a
través del archivo, yo podía darles voz. Recuperar sus
voces, los registros de sus voces; mujeres de los siglos
XVI y XVII, tan lejanas de Maruja. Tan cercanas,
pienso, ahora.
195
inquieta. Estoy a punto de tener entre mis manos ese
auto, las declaraciones de los testigos, las acusaciones de
adulterio, las versiones de mi abuela Maruja. Las 11:05.
Qué estarán haciendo a esta hora las niñas. Clara estará
en la fila para lavarse las manos antes del desayuno.
Puede que a Lía ya la estén preparando para salir al
patio, aunque hoy daban lluvia. Son las 11:40 y aún
están buscando la caja con los autos de 1971. Las
expectativas crecen y también las probabilidades de
decepción.
196
El monitor de natación de Clara no ha vuelto a
aparecer. Como si al proporcionarle vida en este texto,
como si al hacerlo presente a través de mi escritura,
pudiera ahora existir solamente en el papel y así,
desvanecerse. Sin más. La tentación, la posibilidad…
También desvanecidas.
197
movido tanto y las pataítas que da las sigo notando en
las costillas, pero qué sabré yo. Y Mi Chechu que haga
caso a sus hermanas. Que la Cuca sabe más que nadie.
Me quedo con las señas del médico de la calle Oriente.
A lo mejor la Antonia me quiere acompañar mañana a
que le haga una visita pa quitarme la duda.
198
que venir hasta aquí na más que porque me lo han dicho
la Cuca y la Flor. Qué inquina les tiene. Si me cuidan al
Juani y me ayudan con la casa, pero le molesta a la
Antonia porque se cree que me mangonean. Si se
figurara que yo me dejo mangonear… Como he salío
temprano, con la fresquita, me he venío andando y el
paseo me ha sentao bien. Y no he pensao en
Evangelina, pero ahora, el traqueteo del tranvía…
199
Al salir de la consulta daban las 11 y han tronao las
campanas de San Benito con una fuerza que casi me
caigo del susto. Desde la noche de la velá no ando mu
fina, sobresaltá a la más mínima. Pero me he vuelto a
poner el vestido blanco calao porque la Flor ya no lo
quiere. Tampoco se le nota tanto el enganche, me ha
quedao mu bien zurcío. El enganche que se me hizo con
la cadenita del bolso de Evangelina. Me miraba los
tobillos distraía tarareando el pasodoble que estábamos
bailando cuando se me enganchó el vestido y ni cuenta
me di que descarriló el tranvía. Por qué te has puesto de
seda. Ay Campanera, por qué será. Otra vez. Si ya me
lo tiene dicho la Antonia que no coja el tranvía que el
día menos pensao no lo cuento.
200
cabalgando un buey. Terso. Moreno. Nos hemos
buscado, nos hemos encontrado. Puedo vibrar al
galope. Recorrer un mundo entero, expandirme y
replegarme bailando esta música frenética que es
nuestra sangre latiendo. Arrastrados por lo prohibido,
ahora tumbados sobre hierba fresca, ahora cubiertos
por la lluvia, ahora sumergidos en un mar azul y sereno.
Ahora todo sin movernos del asiento trasero. Es el
triunfo del cuerpo, de la sensualidad ondulada. El amor
se ha encarnado y ha encendido mi piel, congelando las
manecillas de un reloj nos ha detenido en un tiempo que
es sólo mío. Y sólo para mí. Soy madre y también no lo
soy. Mi cuerpo es el mismo que fue hogar dos veces,
que parió dos veces. El mismo cuerpo que cría y que
amamanta. Y que me delata, aunque ya no recuerde ni
mi nombre. Él continúa sonriendo victorioso, el ojo
izquierdo siempre en un guiño. Hemos parado la rueda,
somos el único engranaje que podrá volver a dar cuerda
al mundo cuando explote de quietud. Nos necesitamos
aquí y allá: en los extremos, en los límites de las horas
donde soy yo misma un reloj de arena que saborea cada
grano antes de devolverlo al infinito, girando sobre su
propio eje, expandiendo los límites. Soy una Moira
trenzando el destino con su propio cabello. Soy la
amante de Crono. Húmeda, abro los ojos. Excitada y
extenuada. Extendida, miro a un costado y me percato
de que todas las palabras de esta humedad se pueden
escribir con x. Exuberancia. Éxtasis. Clímax. Yo he sido
de esa calaña.
201
Isabel Calvo Flores
sin título
202
14 de noviembre de 2011
Álvaro:
A menudo pienso en nosotros recorriendo el bucle de
San José, nuestra propia versión del deambular
peripatético: sabíamos que dejarnos llevar por el
circuito, avanzando en automático las veces que fuera
necesario, nos conduciría hasta la idea precisa. Nos
quedaba a la vuelta, era cuestión de caminar unas
cuantas cuadras, empezábamos la caminata y nos daba
el amanecer como gatos callejeros, milagrosamente a
salvo, solamente porque había llegado la inspiración
divina, algo que nos dio una chispa, una idea, y que
teníamos que resolver sí o sí.
203
que sacarte. Y tengo que decirte: detesto tus tiempos
pasados. Leerte, Álvaro, no me aplaca la sed de
correspondencia, no me contento con tu cordialidad,
muy honestamente, quisiera leerte añorando también.
No soporto saberte pensando en nosotros como un
período de tiempo finito, completo y acabado. Desde
ese último correo han pasado cuatro largos meses y aquí
sigo llenando páginas para vos.
204
colgaste, solo que se fueron apagando una por una. Las
sillas y la mesita están cubiertas de hojas secas, la silla
izquierda sigue puesta en el punto exacto para apoyar
los pies en la baranda. Queda una marca en donde fuiste
arrancando la pintura con el tiempo, el agua se filtró
poco a poco y la textura craquelada capturó mi
atención. Adentro, donde otros ven una sala
desacomodada, yo veo la asimetría de la mesita de café
descolocada del exacto centro de la alfombra, de las
veces que la corrías para trabajar sentado en el suelo,
con apuntes, hojas y notitas de papel desperdigadas a tu
alrededor, en el orden caótico que sólo tenía sentido
para vos. La biblioteca está casi vacía desde que
regalaste tus libros. Qué desapego, de verdad, nada te
costaba dejarlos. Quisiera tenerlos aquí solamente para
descubrirte en las anotaciones que hiciste en los
márgenes. Ya conocés mi afán de documentar, claro
que las hubiera querido leer, iba a encontrarme con una
versión tuya quizá más íntima que la real.
205
vos y yo no pudiera recuperarlo. Porque aunque sé que
es imposible volver atrás, sigo soñando con esa
reconciliación que nunca llega. Te extraño tanto que
duele, y sin embargo, me niego a aceptar que nunca
volveremos a ser.
206
mayor parte del jardín. Algunas de las enredaderas
habían trepado por los muros de piedra hasta la baranda
y se enroscaban en los barrotes. Pensó que de alguna
manera la naturaleza siempre regresaba a los espacios y
esa idea la reconfortaba. Barrió las hojas secas con los
pies descalzos y las miró caer lentamente en espirales.
207
Sergio, no sé si te acordás de él, ellos también fueron
pareja en ese tiempo. Yo siento que estoy igual, me veo
ahí y sigo pensando que ese exactamente soy yo.
— Nombres, claro que has cambiado, pero la miradilla
es la misma, eso sigue igual —Tomó una foto
enmarcada de la caja y la examinó con atención —Me
encanta esta de ustedes en la fogata, ¿La tomaste vos?
— No, esa creo que fue Luis, que había conseguido una
cámara análoga y andaba probando trucos y
aprendiendo a usarla. ¿Por?
— Ah no, no creo que haya estado aprendiendo, o
bueno, tendrá un ojo privilegiado. Es una foto genial.
Es muy difícil hacer el ajuste manual para agarrar esa luz
así, sutil, para que queden ustedes enfocados y el fondo
en movimiento, con las chispas y las llamas. Me gusta
porque no se ve descuidado, más bien realza el centro
de todo, el círculo de personas. La tomó en el punto
perfecto. Para mí que sabía exactamente lo que estaba
haciendo.
—Esa vez estábamos convencidos de que la que
prometía era comprar un lote ahí mismo, en la isla, ahí
aprendí a pescar con línea, según nosotros con eso nos
la jugábamos y así nunca íbamos a tener que volver acá.
— Pero guapo, estaban súper carajillos, ¿qué tendrían,
unos veintidós?
—Ya quisiera yo… No, qué va, como veintiséis, ya
sintiendo los golpes de la vida. Nos deterioramos rápido
— se rió y la besó en la frente — Dale vuelta, creo que
ahí dice el año. Sí, “Ometepe 2012”
208
—¿Tenés alguna del apartamento de Tres Ríos?
Siempre me dio curiosidad ver si era tan caótico como
me contabas.
—Estas de la izquierda son de esos años, en esa salita
metíamos cincuenta personas. Andrés se acababa de
mudar con nosotros, me parece que Claudio ya se había
ido al doctorado. No te recomiendo nunca vivir con
cinco hombres, por cierto.
209
mencionara su pasado o sus ex parejas, especialmente
con las que se iba a acampar o a festivales, pero era un
poco más complicado que eso. Para él todo siempre
había sido fácil, ligero, viviendo intensamente en el
presente. Ahora, en lugar de seguirle la corriente con las
historias que ya se sabía de memoria, si se hubiera
armado de valor, le habría dicho que se sentía celosa de
su libertad de esos años, de sus casas compartidas y sus
múltiples mudanzas, de los amaneceres con amigos en
una montaña cualquiera, de sus aventuras improvisadas
donde terminó descubriendo paraísos escondidos.
Celosa al pensar en las tardes que se le fueron paseando
por todos los rincones de la ciudad, en los besos ajenos
a la multitud, los bailes frenéticos y las lunas llenas en
las cimas de los cerros.
210
algunas de sus viejas cajas y reconoció las que su madre
había pasado a dejar el primer día de mudanza.
Intentando ocultar su inquietud, Lucía sacó de una caja
algo que no debería despertar mayor sospecha: unos
sobres blancos con la estampa de Kodak por fuera. Por
el peso de los sobres, supo que contenían decenas de
negativos. Encontró otros sobres de manila y álbumes
y reconoció con un nudo en la garganta muchos de sus
primeros trabajos como directora de fotografía de
cortos amateur.
211
una sonrisa y ojos brillantes, el rostro volteado hacia la
cámara, un momento capturado justo cuando su cabello
se extendía ladeado con el movimiento de su cabeza,
como si acabaran de llamarla. Con una mano adornada
de anillos coloridos, ajustaba el cuello de una chaqueta
grande que caía sobre su hombro, con la otra, apartaba
el cabello detrás de su oreja, revelando un arete largo de
pluma turquesa. Llevaba puesta una delicada blusa de
seda blanca, abotonada hasta arriba.
212
el gusto tomando fotos de los murales y caminos
amurallados, no tengo prisa, seguiré deleitándome en
jugar con tu anticipación.
*
Sólo me iban a caber unas pocas cosas en el equipaje de
mano: tomé a toda velocidad un disco duro externo que
estaba sobre la mesa: no se iba a quedar con todo, no le
iba a dar la satisfacción. Entonces me acordé de todos
los cuadernos de debajo de la mesa de noche, agarré
todos los que cupieron en la bolsa grande del salveque.
Una fracción de segundo y crucé miradas con mi
213
retrato, ahora enmarcado y colocado sobre el escritorio,
un trofeo más.
214
páginas perdidas y reconoció el trazo estilizado de su
letra en tinta, como si lo hubiese escrito apenas unos
instantes antes.
Llenó del grifo un vaso con agua para tener una excusa
en caso de que David se levantara. Con la nota doblada
en su puño cerrado, pensó en un lugar para botarla
cuando recordó los cuadernos del fondo de la caja. Los
sacó, metió la nota en uno de ellos y los envolvió en
uno de los pliegos arrugados del papel de empacar.
Ocultos en el fondo de la gaveta de su escritorio estarían
a salvo hasta que supiera qué hacer con ellos.
215
Arisbeth Márquez
2008
216
Uno
Y, ¿crees que se le cambien las caderas?
Marina me estaba esperando en la entrada del edificio.
Karen acaba de coger y nos va a contar qué se siente. Te espero
abajo. Me escribió en un mensaje. Marina sabe que mi
mamá no me pone crédito, al menos que suba mis
calificaciones y como eso no va a suceder, Marina me
envía mensajes que no requieran respuesta.
Marina vive unos pisos arriba. Es morenita, su cabello
es rizado, le llega a la cintura y siempre lo trae bien
peinado, a pesar de que tiene mucho cabello, se ve
manejable. Cada chino en su posición. Sin importar la
hora o el día o su estado de ánimo, su cabello
permanece intacto. Su rostro tiene unos pómulos
grandes, amigable. Como si estuviera a punto de
carcajearse. Y, siempre huele a limpio.
Su nombre fue un error en el registro. Su papá fue solo
a registrarla, bueno con sus compadres. Su mamá
estaba en cuidados intensivos en el hospital. Habían
quedado llamarla Mariana Guadalupe, por las vírgenes
a las que su mamá y abuela rezaron para tener un buen
parto, después del difícil embarazo que duró solo 6
meses. El estrenado padre, llegó ebrio después de una
noche de celebración con sus amigos. Y, escribió
Marina. Culpo al registro civil y jamás hubo tiempo de
cambiarle el nombre.
Marina era la promesa de su casa porque no había
bimestre que su cara no estuviera en el cuadro de honor.
217
Todos sus diplomas su mamá los enmarcaba de
inmediato. A los 8 años Marina les dijo que quería ser
doctora, todos le aplaudieron y de inmediato le
compraron batas e inscribieron a todos los cursos
posibles para entrar a la universidad. Ella sabe que todas
las expectativas recaen en sus hombros. No sé con
certeza, sí aún quiere ser doctora. Ella dice que sí.
Mientras caminamos por la calle, Marina refunfuña.
—Chale, ¿por qué es tan urgente el sexo? Estoy en
finales—. Marina camina apresuradamente. Una
persona la saluda. Le pregunto quién es. Mi primo. La
colonia entera son primos de Marina. Llegamos a la
esquina. Es la avenida, el trolebús pasa brincando en los
baches del asfalto. —Yo lo más que he llegado es a tocar
una verga!
Chale, siempre me pasa esto de que lo que pienso, lo
digo. Marina se detiene en el semáforo para
preguntarme con cara pícara: —¿De quién, zorra?—. Le
sonrío, pero no quiero que se lea ni por error a quien
me refiero. Así que miento. —En la secu, ya te conté—
espero que la culpa de que no se acuerde alguna de mis
confesiones, la distraiga. La ciudad me ayuda, un
microbús nos pita porque hará parada dónde estamos.
Rozo mi lengua en mis dientes como si fuera a decir su
nombre.
Diego era el guapo de la colonia y primo de Marina.
Un poco chaparro, tenía perforaciones, vestía jeans
entubados con converse gastados y una playera de Los
Strokes. Jamás se la cambiaba. Mi corazón no podía
218
pedir más. Estábamos en el cuarto de Marina. Se
escuchaba una cumbia lejana, apagada por una canción
de Los Strokes que salía del celular naranja de Diego.
Abajo la cumbia se acabó, enseguida un corrido
comenzó. Los tíos de Marina cantaban la letra, gritaban
más que nada.
Me encantan las fiestas de la familia de Marina. Siempre
tienen mucho alcohol, en algún punto de la noche los
adultos pierden la cuenta de cuánto compraron,
entonces es nuestro momento de agarrar algo, con un
ojo a sus tías chismosas.
Toda su familia asistía a las fiestas, convivio, partido o
posada. Y eran muchos. Básicamente, toda la colonia
estaba en mi edificio. Cuando no me invitaban y me
quedaba en mi departamento, su barullo a lo lejos me
arrullaba. Me daba un confort, no sé por qué. Quizá
porque era tan distinto a mi casa dónde solo éramos mi
mamá y yo. A veces nos escuchábamos los
pensamientos a pesar de que estuviera Ana Gabriel a
todo volumen.
Cada navidad nos uníamos a mi tío el dentista y sus
hijos de sonrisa perfecta. Sus dientes me provocaban
pasar mi lengua por entre mis brackets, lo que enfadaba
a mi mamá. Tampoco le gustaba que me muerda las
uñas. A veces siento que mi presencia en la mesa
decorada a perfección con lentejuelas bordadas por mi
tía, le recuerda la ausencia de mi papá y se enoja sin
razón conmigo o encuentra alguna. De repente, al día
siguiente en la sala, se acuerda que dejé sucio el lavabo
o que perdí su top negro que me prestó para una
219
posada. Para el seis de enero intenta ser mi mejor amiga,
me lleva por un helado al mercado o me promete que
ese año será mejor que el anterior. Saldremos al cine o
algo. Un día que ella salga temprano del trabajo y yo
mejore mis calificaciones.
La risa de Diego, me regresó al momento, lejos de mi
madre, cerca de la boca de Diego. Su aliento olía a
alcohol y cigarro. Entre los tres bebimos toda una
botella de tequila del papá de Marina. Diego relleno la
botella con jugo de manzana y agua.
Diego me gustaba desde que yo tenía 12 y él
14. Compartimos una velita en la posada de la colonia.
Esa noche, me presentó a Karen y Marina. A ellas ya las
había escuchado reírse cuando pasaban por las escaleras
frente a mi departamento. Me daban celos sus risas
compartidas, pero más me generaba envidia que ellas
pudieran pasar mucho tiempo con él, sin ningún
pretexto. Creo que por eso me volví más su amiga. A
veces me sentía fuera de ellos, luego pensaba que era
esencial para el grupo. Les enseñaba nueva música,
libros y películas que mis compañeros ricos
comentaban en los pasillos de la escuela.
Siento que mi vida está dividida entre las calles de dónde
vivo y los pasillos de la prepa fresa donde estudio. De
vez en cuando, por las tardes cuando regreso o por las
mañanas cuando me voy, me llega una ola de que no
pertenezco a ninguno de los dos. Y cuando estoy allá o
acá, extraño a cualquiera. Quisiera saber si ellos se
sienten así, no creo. Los tres parecen en sintonía y
armonía. Son como una pequeña familia desde que
220
pisaron este mundo y estas calles. Por más que salgo
con ellos, nunca soy totalmente parte de su grupo.
Tienen chistes y secretos con las paredes, algún rayón
que hicieron una tarde. Saben de quién son los tenis que
cuelgan en los cables. Los tres nacieron en el hospital el
Seguro Social de la colonia, fueron al mismo kínder. En
la secundaria Karen entró a una de una fundación para
estudiantes destacados y salía a la misma hora que los
otros dos. En la preparatoria se separaron. Karen se fue
al instituto de belleza porque quería trabajar lo más
pronto posible. Diego salió un año antes, pero no entró
a ninguna escuela. Marina entró a una las mejores de la
UNAM. Y si quieres ser alguien en la vida, esa es la
universidad a la cual entrar. O eso me dice mi tío el
dentista, de repente, cuando se quiere sentir mi
papá. Ahí estudió él.
Diego me puso su pulgar en mi boca, lo que me
devolvió al cuarto de Marina. Podía sentir el sabor de
sus dedos, algo metálico con sabritones de chile.
Su papá acababa de entrar al departamento. Diego
apagó su teléfono y tapó a Marina, que llevaba un rato
dormida. Diego me tomó de la mano para escondernos
detrás de la puerta.
El papá hizo ruido en la sala, estaba segura que agarró
la botella con jugo de manzana y salió entonando el
corrido de abajo. —Van a cagar a Mar si no le sabe—
le susurro a Diego. —Cuando se pone a cantar árboles
de la barranca ya no se da cuenta de nada, ni de lo que
le hace mi tía. ¿Te vas a quedar a dormir o te acompaño
a tu casa?—.
221
La idea de él acompañándome a mi casa era divina,
aunque solo fueran tres departamentos abajo. Siempre
había querido que un chavo me acompañara a mi casa.
A las de mi prepa siempre las llevan en auto. Ellas
parecen tener una ecuación precisa entre modelo de
coche, tiempo y regalos que lo chavos gastan en ellas
para determinar cuántos besos les dan, qué tipo de
caricias son permitidas y qué chichi se dejan tocar. Por
supuesto, nunca me han pasado la fórmula.
Mientras calculaba todo, veía la perforación de Diego y,
de repente, sentí su lengua enroscándose con la mía.
Nunca había besado con lengua, él seguro sí. Diego
sabía lo que hacía porque acto seguido, tomó mi mano
y la colocó encima de su pantalón. No me quería ver
primeriza y le metí la mano. Su miembro, cosa o verga,
no sabía cómo llamarle, fue de flácida a erecta en menos
de dos segundos. Me espanté, pero él se emocionó. Fue
la primera vez que toqué uno. Ya había visto uno años
atrás cuando el chico que me gustaba en la secundaria,
Daniel, me pidió que me bajará por unos
wawis. Recuerdo que bajé la mirada y ya lo tenía afuera.
Lo vi en silencio. Nunca había visto uno, ni el de mi
papá. Y para mi sorpresa no era agradable a la vista,
tenía pelos. ¿Se supone que tiene que gustarme? Por
más que intenté pensar que podría saber rico, no lo
logré. Me reí de nervios, Daniel se enfadó. Nunca
volvió a invitarme una congelada a la salida.
El semáforo se pone verde y Marina me jala porque el
trolebús casi nos atropella. Marina corre olvidando lo
222
que estábamos hablando. No creo que sospeche nada.
En tres pasos llegamos a la casa de Lenina.
Lenina vive en un departamento grande a media cuadra
de la avenida, en un edificio antiguo. Huele a viejo y
húmedo. El trolebús puede escucharse desde su sala.
Marina me da la señal de que yo toque. —Ojalá que esté
su abuelita—.
Su abuelita es dueña de todo el edificio y de unos locales
del mercado. Toda una fila para ser exactos. Creo que
por eso Lenina se sentía con derecho de hablar como
niña fresa y nos pedía que la llamáramos Nina. Su abuela
habla fuerte, es de Monterrey y siempre nos cuenta la
misma historia. Cuando era joven, ella vivía en La
Condesa, cuando era una colonia fea y vieja, ahora le hacen
mucha bulla, pero las gentes de allí eran bien corrientes.
La abuela no responde, Marina me ve. Sabemos que
entonces Irina es la que está en la casa con Nina.
Respiro profundo para gritar el nombre de mi amiga.
Después de tres gritos Irina, la hermana de Nina, abre
la puerta. Marina se esconde detrás de mí. Irina es
intimidante. Es 7 años más grande que Lenina, pero se
ve de nuestra edad. Es delgada, muy alta. Tiene lunares
en la clavícula. Su nariz y dientes también son grandes.
Ha modelado, pero nunca superó que la rechazaron por
tener dientes chuecos y pancita. El punto máximo de su
carrera fue salir en una revista de tejido. Su abuela
enmarcó la foto y la tiene en su buró.
La mamá de ambas, Lola, estudió en C.U. para
socióloga, llegó al tercer semestre. Fue entonces que se
223
enamoró de su compañero cubano lleno de ideas
revolucionarias y se embarazó de Irina. El cubano se
fue, pero las ideas se quedaron. La señora dice que ella
y sus amigas fundaron el comedor comunitario El Che.
Ahora venden pura mota, pero antes teníamos reuniones,
canciones de Silvio Rodríguez y también mota. Por eso sus
hijas tienen nombres comunistas. Por la mota.
Irina estudió periodismo, gastronomía, arquitectura y
psicología. Nunca terminó alguna. Irina y Nina se llevan
fatal, siempre pelean. Todos sabemos que la mayor es
anoréxica. Su dieta consiste en vasos de agua tibia por
las mañanas y en la noche unas palomitas, nada más. Un
día nos comimos sus palomitas y cuando Irina encontró
el tóper con los maíces restantes lo arrojó a la cabeza de
Nina, mi amiga, le gritó que se veía gorda. Yo no tengo
hermanas, entonces no supe si eso era normal. Al día
siguiente, le llevé una bolsa de palomitas a Irina. No
sonrió, pero las tomó. Desde entonces no me cierra la
puerta en la cara. A todas las demás sí o les dice que su
hermana ya se murió.
Irina nos deja pasar. Subimos las escaleras y apenas
abrimos la puerta a la sala. Nina grita ¡qué no le dolió!
Mientras nos sirve el whisky escondido de su mamá.
¿Por qué será que en casa de las madres solteras el
alcohol siempre está escondido? En casa de Marina el
alcohol es de su papá y se encuentra desplegado en una
mesita, mostrando con orgullo las botellas, las marcas.
En la mía también está escondido detrás de las cosas
para hornear. Mi mamá jamás ha horneado algo.
224
Irina pasa junto a Nina y le dice: ¿No te da pena cómo
hablas? Nina le responde con un simple: Puerco. Irina
responde: Lo bueno es que no eres mi hermana de verdad.
Siempre que puede Irina le recuerda que no son hijas
del mismo papá, marca la diferencia sin
sutileza. Cuando las miro a las dos, son tan iguales y tan
distintas al mismo tiempo. Nina se parece más a su papá
muerto o desaparecido, su mamá no lo sabe con
certeza. Nos enseñó una foto de ella con él en la
alameda con tres reyes magos. Él prometió llamar
cuándo llegara a Texas. Nina esperó al teléfono muchos
años hasta que se cansó. El teléfono está en la sala,
empolvado esperando sonar. Sigue conectado. Nina
tiene un rostro muy peculiar y mixto. Cabello negro,
negro, y labios carnosos con perforaciones. Aun así su
cara es de niña. La mamá de Nina reafirma que su hija
menor tiene toda la cara del señor desaparecido.
Irina azota la puerta de su cuarto, dejando atrás la foto
de su papá y de su no hermana. Como ella le dice. Es
entonces cuando Marina se siente en confianza de
preguntar. ¿No te dolió ni tantito? Mi amiga Mel dice que arde.
Karen responde: Me ardió un poco. Marina la mira con
asco, y pregunta, aunque ya sabe la respuesta: ¿Fue Diego,
¿verdad? Karen asiente, orgullosa. Vi mi whisky en mi
vaso y me lo bebí todo, no sé si por culpa o envidia.
Siempre supe que sería con él.
Karen y Diego se conocieron de niños. Churpis, la
coneja de Karen, se escapó y él la encontró en su cocina.
La salvó de ser matada por su mamá, a quien le aterran
los roedores de cualquier tipo. Diego tenía 10 años y
225
Karen 7. Se hicieron amigos rápidamente, además
Karen ya jugaba todas las tardes con Marina, quien iba
a visitar a su primo, pero esa vez de la coneja fue cuando
Karen decidió que estaba enamorada de él. Sintió una
alegría, un sentimiento cálido. Sobre todo cuando él la
abrazó para darle a Churpis. Karen dejó de temblar, lo
que no había logrado desde la noche anterior cuando su
papá llegó mal, una vez más y su mamá lloró sin cesar.
El papá de Karen fue engranjado cuando ella tenía 12.
Todo se sabe en ese edificio. Entonces, Diego proponía
pijamadas, los 3 juntos. Así Karen no se ponía triste.
Cuando Diego pasó a la prepa o fingía ir a la escuela,
iba por ellas a la secundaria. Una tarde mientras
limpiaban la jaula de la coneja, Diego le dio un beso a
Karen. Inmediatamente se hicieron novios a
escondidas. Ni Marina sabía.
A veces se iban todos a Acapulco, la familia de Diego y
Marina con la de Karen. Y en la noche, cuando nadie se
daba cuenta, Karen y Diego se besaban o sostenían las
manos debajo de la cama. Marina se dio cuenta cuando
una noche se levantó y los vio con sus manos
entrelazadas.
Por esos mismos días, empezaron a beberse el alcohol
escondido del papá de Karen, días después el señor se
fue de nuevo a limpiarse, esa vez a un retiro cristiano.
Karen estaba muy triste y Diego fue a abrazarla.
Mientras ella lloraba en los brazos de él, Marina los dejó
solos.
226
Pronto sin aceptarlo explícitamente, Marina se
convirtió en su cobertura hasta que ella se enfadó
porque la regañaban por quedarse tarde con Karen.
Cuando ella estaba estudiando escondida. Les dio un
ultimátum, así Diego y Karen se hicieron novios
oficiales. El papá de Karen le puso reglas: no podía
verlo hasta que limpiara toda la casa y solo después de
la escuela, sin bajar calificaciones. Y nunca quiero ver un
plato sucio en el fregadero, le advirtió. Los papás de Diego
lo felicitaron.
En las noches Diego entraba por la ventana de la
recámara de Karen y se besaban. Las manos de Diego
se habían vuelto más hábiles, pero Karen le decía que
no. Una tarde mientras limpiaba el baño con olor a
vómito por otra recaída de su papá, Karen se hartó, dejó
los guantes y se sentó frente a la televisión. Lo que tenía
prohibido.
Estaba una telenovela, Remedios, una de las
protagonistas iba a tener su primera vez. Remedios le
decía a su novio que quería que su primera vez fuera
especial. Con amor. Algo hizo click en la cabeza de
Karen y pensó que así se demuestra el amor, por eso se
dice hacer el amor. Para el minuto 40 de la telenovela,
Jorge, el novio, había rentado una habitación con velas
y pétalos de flores. El episodio terminaba con un
anuncio de limpiador de pisos y la promesa de ver el
acto pasional en el siguiente capítulo. Karen estaba
frustrada, no sabía si al día siguiente su papá la iba a
dejar ver la telenovela. En ese momento, su mamá llegó
regañándola por no terminar de limpiar el baño. Karen
227
sintió algo dentro de ella, como una ola caliente que
venía desde el estómago. ¿Para qué? De todos modos, lo va
a envolver a ensuciar cuando vuelva a tomar. La mamá de
Karen la vio, sorprendida pero enojada. No hables así,
menos frente a tu papá. Le vas a quitar la esperanza.
Karen se metió a su cuarto y en la madrugada, cuando
Diego entró, ella dejó que la besara por donde quisiera
incluso que metiera sus dedos debajo de su pijama. Para
su sorpresa, le gustó. Y cuando iba a bajarle el calzón le
dijo: Diego, ¿me amas? Diego asintió sin pensarlo.
Entonces, Karen repitió lo que Remedios le dijo a su
novio por la tarde y solicitó una habitación en el hotel,
con flores y un vino. Karen agregó el vino, Remedios
no toma. Diego aceptó el reto, pero le dijo que no tenía
dinero, así que tendría que esperarlo, y también le pidió
ver una película porno con él.
La noche del sábado la familia de Karen se fue a ver a
su papá a un retiro de alcohólicos anónimos, dónde por
fin se iba a recuperar. Karen es la mayor de su familia,
tiene un hermano menor y dos hermanastros más
grandes. Su papá ya no ve a sus hijos mayores porque
se lo llevan a tomar. Karen ha acompañado a su papá a
toda una serie de retiros, granjas, intervenciones,
constelaciones familiares y misas. Así que esa vez,
Karen se rehusó a asistir. La dejaron sola con la
promesa de que Diego no subiera. Ella mintió, dijo que
él tenía clases. La mamá de Karen lo vio escondiéndose
detrás de un coche, cuando salieron todos hacia el
metro.
228
Diego llegó con dos botellas de vino y su nueva laptop,
que le vendió Julio, el novio de Nina. Karen sirvió el
vino mientras Diego ponía unos DVD. Cuando Karen
se sentó frente a la pantalla, las chavas de la película
gritaban y gemían. Luego, un entrar y sacar frenético. El
sexo es aterrador, pensó Karen, para nada sensual.
Luego volteó a ver a su novio, él ya tenía su miembro
de fuera. Karen nunca lo había visto así, tan crudo.
Diego en la oscuridad, con todo de fuera, la tele es lo
único que le alumbró el rostro. De pronto, ella sintió
como si el sofá se expandiera, ella más lejos de él. Le
recordó cuando una vez encontró a uno de sus
hermanastros así, días después su mamá los corrió.
Karen exclamó: Espérate, estás viendo a otra morra. Diego
volteó, detuvo la películ. Sí, pero es para que tú sientas
bonito. Karen hizo una mueca. No mames, pero parece que
les duele.
Mejor pon otra, dijo Karen. Una de romance. Diego abrió
su mochila, donde tenía varios dvds. Él atendía con su
papá un puesto de películas y cd´s piratas en el mercado.
Diego sacó una película que le recomendé, 500 días con
ella. Ella ya se terminó una botella de vino. Quince
minutos después, ni Diego ni Karen miraban a Zoe
Deschannel. Karen se sintió mareada, Chúpamela tantito.
A ella nunca le ha gustado eso. Hasta ese momento
había sido una táctica para mantenerlo a raya. Y Diego
dijo algo que lo cambió todo: Luego yo te lo hago a ti.
Karen, extrañada: No mames, ¿sabes? Diego bajó el
pijama de Karen, ella sintió la lengua de Diego, primero
sintió cosquillas, luego pensó que eso era lo que
229
describió Marina cuando una vez cachó a sus papás en
la sala. Cuando Karen comenzó a sentir algo, Diego se
detuvo. Ya no puedo más. Aunque sea la puntita. Ella
asintió, pues antes él se había molestado cuando ella le
había dicho que no. Y un miedo, una sensación similar
a cuando su papá se iba a sus terapias, la invadió. El
riesgo de perderlo. Remedios es afortunada, pensó
Karen. Pero ella no es Remedios, y lo más que podría
pedirle a Diego es un vino y porno.
Diego sacó un condón en su mochila. Espérate, quiero
sentirlo todo, así sin nada, primero. Diego corrió a la cama,
Karen miró el techo, intentó concentrarse. Se perdió en
unas manchas de humedad. De repente veía el rostro de
Diego, hacia arriba y hacia abajo. Karen sintió un ardor,
una incomodidad, pero no se sintió feo. Él se movió
con prisa. Sin decir nada, ella le sonrió. ¿Te gusta? Karen,
sin dudarlo, dijo que sí, pero la mancha en el techo la
distrajo. Seguro cuando su papá regresara le diría que la
limpie. ¿Con que se quitará? ¿Cloro? ¿Vinagre? El
anuncio de la telenovela hablaba de vinagre. Diego le
dijo: Karen, ¿si te gusta, ¿verdad?- Karen asintió por inercia.
Recordó los gemidos de las películas y los imitó. Para el
tercer grito, Diego terminó. Perdón, perdóname. Soy un
pendejo. Me tenía que salir antes. Ella lo abrazó y consoló
afirmando que le gustó mucho. Él se acostó en el pecho
desnudo de Karen, llorando. No sabía por qué.
En el departamento de Nina, la botella está casi vacía.
Marina se restriega de incomodidad. Karen nos cuenta
que fue un momento hermoso, como de película. Que
230
ella se sintió plena. Como nunca. Marina, incrédula, no
mames. Yo le pregunto: ¿Te sientes diferente?
Karen sube los hombros. Nina, curiosa, ¿te gustó? Karen
voltea los ojos. Claro, pendeja. Pues es coger. Karen me
arrebata el whiskey. Solo podemos tomar las que no somos
vírgenes.
Marina chasquea la boca, ¿te la vas a tomar sola o qué?
Karen bebe el vaso entero de whisky. Como si el sexo
le diera un nuevo estatus. Es la más chica de nosotras,
pero la más experimentada. Tienen que apurarse, chavas.
Karen sonríe contenta, como si supiera algo de la vida
que nosotras no. Un secreto que se te revela cuando un
pene entra por primera vez a tu vagina. ¿Les pasará lo
mismo a ellos? El sexo me da curiosidad, pero más que
nada es algo con lo que quiero acabar ya. Un trámite
más para la adultez. Espero que cuando vaya creciendo,
el sexo sea menos importante. Menos relevante para las
pláticas entre amigas. Todas nos quedamos en silencio.
Marina suspira, no puedo entrar a medicina en C.U. siendo
virgen.
No creo que sea un requisito para entrar a la universidad, le
respondo, pero sé que debe de ser una regla no escrita,
porque al menos la mitad de mi salón ya está cogiendo
y nos falta poco para la universidad. Nina saca un
cigarro y asiente, como si le asignaran una tarea muy
compleja. Pues a que coger, entonces. ¿Algún candidato? Nina
responde sin pensar, mi novio. Marina responde, tú la
tienes fácil, pero nosotras que vamos a hacer. Me siento
señalada, pero es la verdad. Y pregunto, debe ser fácil,
231
¿no? Según de quitar las blusas y los chavos se vuelven locos.
Nina se ha terminado su cigarro, Julio me ha insistido, pero
no me dan ganas.
Julio y Lenina se conocieron hace tres años, cuando ella
iba con su abuela a cobrar la renta del local dónde la
familia de Julio tiene una tiendita.
Julio es más grande y dejó la prepa en el último año para
lavar autos debajo del Circuito Interior. Nunca ha
ganado bien pero siempre ha sacado cosas de los
coches. Mis propinas, alguna vez me dijo. Es morenito y
cabello muy lacio, tiene una gran sonrisa. Siempre me
ha caído bien, aunque es muy burlón. Una vez que se
peleó con Lenina, fue a mi casa a platicar. Hablamos
sobre música. Todas me dejaron de hablar por un mes.
Al parecer eso no se le hace a una amiga. Platicar con el
ex o con el novio. Menos alguien como yo, porque
Marina era la prima de todos, pero yo era alguien de
fuera. Yo era de riesgo.
232
Alejandra Robles
sin título
233
Las niñas como yo, de siete años, guardamos secretos
que no quieren decir en voz alta. A las niñas como yo
también les da tristeza las noticias: los perritos
callejeros, los barcos hundidos y el hambre mundial.
Las niñas como yo en la noche lloran, aunque nadie se
dé cuenta y también se asustan, no de los monstruos
que hay debajo de la cama, si no de lo que hay a su
alrededor.
El hombre que llega tarde a casa es mi papá. La mujer
que le grita y lo manda a dormir a mi cuarto es mi mamá.
Sus ronquidos no me dejan dormir.
Cuando papá está en casa, mamá se encierra en el baño
a leer poemas de Pizarnik.
«Desesperada ¿a dónde vas? Desesperada ¡nada más!»
Me gustaría que la conocieras a la mujer de flequillo
negro y traje sastre, me gustaría que vieras como
sostiene el cigarro mientras te observa detenidamente
antes de servirte el plato de albóndigas con papas.
Me gustaría decirte que después de eso llega su marido
y la besa, y que enseguida ella le limpia el labial que se
ha quedado en la comisura de los labios, pero eso es una
mentira.
234
con columpios, la camioneta pick up de papá que cuando
tocas el claxon suena como el mugido de una vaca;
Andy en su andadera, y yo, una niña grande que ya sabe
caminar. Papá es ingeniero, eso significa que construye
casas, puentes y carreteras. Mamá también es ingeniero,
pero de otro tipo porque ella trabaja con una
computadora, usa tacones y siempre tiene los labios de
color rojo.
En la clase de ciencia naturales miss Martha nos explica
que todos los seres vivos necesitan energía para vivir y
para comer, y que a esto se le conoce como cadena
alimenticia. Existen herbívoros, que se alimentan de
plantas, carnívoros que comen carne y los omnívoros
que son una combinación de los dos.
—Todo ser vivo se alimenta del que le precede en la
cadena, y este a su vez será comido por otro.
Me pregunto en qué lugar de la cadena se encuentra una
niña como yo.
235
—Esta casa huele a mierda —balbucea —¡Elena!
¿Dónde estás?
Los vellitos del brazo se me erizan.
¿Dónde está mamá? Seguro se ha encerrado en su
cuarto o en el baño. Papá azota la puerta y entra al
cuarto de juguetes.
Canturrea:
«Jugaremos en el bosque
mientras el lobo no está
porque si el lobo aparece
a todos nos comerá
¿lobo estás ahí?»
Vuelve a gritar: ¿lobo estás ahí?
Escucho la risa de Andy, hasta ahora no me había dado
cuenta de que no estaba conmigo ni con mamá, seguro
que está en el cuarto de juguetes. Suspiro y salgo de la
cama. Veo a papá con la mirada perdida, le da besos a
Andy, cuando me ve también me abraza, su barba me
pica y me hace cosquillas.
«Mamá, mamá de grande queremos ser como tú. Mira
tus zapatos, y tus collares. Qué bonita eres».
«Mamá, mamá de grande queremos ser como mi papá.
¿Por qué?»
Le pregunto a mamá si puedo tener una tortuga de
mascota, me dice que le diga a mi papá. Le pido a papá
que me compre una tortuga.
236
—¿Para qué quieres una tortuga? —subo los hombros
y se me sale una sonrisa tímida.
Iza tiene una colección de tortugas de todo tipo: de
peluche, porcelana, y las típicas de madera que mueven
sus cabecitas. Yo también quiero tener una así. El fin de
semana vamos a la juguetería a buscar tortugas, pero no
encontramos ninguna, ni de peluche ni de plástico. Le
insisto a papá en que pasemos a la tienda de mascotas,
pero me repite que nadie va a poder hacerse cargo de la
tortuga y que además puede ser peligroso para Andy.
Mi casa está llena de espacios: Una habitación de una
casa en una residencial de prestigio, sin muebles, sin
cama, llena de juguetes fuera de sus cajas, alborotados y
en el suelo. Mi hermana y yo tenemos un piano morado
tamaño infantil en forma de dinosaurio, cuando
jugamos le canto una melodía: «Que pequeño el mundo
es, que pequeño el mundo es». Tararara tarara. Espacios.
El espacio es un vacío. Uno muy grande, como los
brazos de papá cuando corro a verlo o como el
comedor para cuatro que nunca usamos.
En la noche, antes de dormir, mamá nos lee un poema.
Nos dice que es de otra poeta argentina que se llama
Alfonsina Storni. Lo recita en voz alta mientras mueve
las manos y forma figuras que se proyectan en la sombra
de la lámpara:
«Hombre pequeñito, hombre pequeñito,
Suelta a tu canario que quiere volar...
Yo soy el canario, hombre pequeñito,
Déjame saltar.
237
Estuve en tu jaula, hombre pequeñito,
Hombre pequeñito que jaula me das.
Digo pequeñito porque no me entiendes,
Ni me entenderás.
Tampoco te entiendo, pero mientras tanto
Ábreme la jaula que quiero escapar;
Hombre pequeñito, te amé media hora,
No me pidas más».
Mamá es la chica más bonita que conozco, se ve muy
elegante cuando se pone sus faldas entubadas color
negro a juego con las medias. Está armando un
rompecabezas en un cuarto que nadie ocupa más que
ella, ahí es donde coloca todas las piezas, ya tiene uno
hecho de una noche con estrellas y está comenzando
uno de una mujer que bebe un vaso de agua en un
jardín. Me dice que es de Monet.
—¿Qué es Monet? —le pregunto.
—Un pintor.
Quiero decirle que es un paisaje muy bonito el que está
armando, pero mejor me callo y me voy a jugar al cuarto
de los juguetes.
Después del colegio nos vamos a la casa de la abuela,
ella nos cuida desde siempre. Hoy nos hizo de comer
sopa de fideo y pechugas en salsa de cacahuate. Por la
tarde la abuela me ayuda a hacer la tarea de matemáticas,
las sumas y restas no se me dan muy bien, pero me gusta
leer en voz alta los cuentos que me dejan de la tarea de
español, hoy toca leer el de unas serpientes que comen
238
huevos de ratón. Le pregunto a mi abuela si las
serpientes también comen huevos de tortugas.
—Son de otro ecosistema —me dice.
¿Otro ecosistema? Me quedo pensando. ¿Si, entonces,
yo fuera de otro ecosistema podría devorar o no a
alguien? La abuela saca las crayolas y el libro para
colorear, esa es señal que ya no hay más tarea. Me
encanta colorear, me concentro mucho para no salirme
de la raya.
Otro ecosistema.
Cuando mamá pasa por nosotras me da una bolsita roja
con un moño blanco.
—¿Qué es esto? —le pregunto.
—Vamos, ábrelo.
Adentro hay una tortuga blanca hecha de arena. Es
perfecta.
Los pasillos también son espacios. Fríos, oscuros.
Llenos de eco. En mi casa hay mucho eco. Tengo la
costumbre de gritar palabras sueltas, las que escucho
durante el día: Azul. Fuego. Sierra. Caparazón. Manada.
Astas. Zambullirse. Estúpida. Inútil. Pájaros.
Andy está aprendiendo a hablar, todo el santo día se la
pasa gritando «ina, ina, ina», solo ella sabe lo que quiere
decir. Yo no voy a la escuela con Andy, porque ella
apenas entró al kínder, ojalá mi hermana estuviera todo
el tiempo conmigo, como cuando estamos en casa o
con la abuela. Andy es blanca como los cartones de
239
leche, tiene una risa ronca y cuando llora su carita parece
una pasa más arrugada de lo normal. Todo lo que
aprendo se lo cuento a Andy, como lo de los herbívoros
y los carnívoros.
—Para que los animales sobrevivan se tienen que comer
unos a otros —le digo— pero yo no voy a dejar que
nadie te haga daño. Lo prometo.
Andy agita su sonaja y sé que me ha entendido.
Hoy aprendí que las tortugas son de piel fría, son lentas
y viven muchos años. No sé si a mí me gustaría vivir
tanto tiempo. Yo pienso que las tortugas son nobles. Mi
papá no se parece en nada a una tortuga, tal vez solo en
el cuello grueso y redondo. A veces su expresión me
recuerda a la de un toro a punto de embestir a su presa.
Mi mamá en cambio es un ave sin nido. ¿Habrá aves
que no les guste cuidar a sus crías? ¿Que abandonen los
nidos?
A veces nos quedamos a dormir en casa de la abuela,
como hoy, pero a mí no me gusta porque me da miedo
la guagis, aunque viva en el patio trasero. El cuarto en
donde nos quedamos a dormir está hasta el fondo, y
para llegar a la cocina, a la sala o a las otras habitaciones
tenemos que cruzar por la ventana en donde se asoma
la guagis. Quiero ir al baño, pero ya es de noche y todos
están dormidos. Así que aprieto bien fuerte.
Cuando era más chiquita la guagis se metió a la casa y
comenzó a ladrarme, la abuela tuvo que meter la mano
cuando me lanzó la mordida, me hubiera gustado tener
un caparazón duro de tortuga para defenderme, pero yo
240
solo tengo la piel suavecita. No puedo dormir, ya me
duele la vejiga de tanto aguantarme, quisiera despertar a
la abuela para que me acompañe al baño, pero daría lo
mismo porque hay que cruzar esa ventana. Así que
cierro los ojos e imagino que estoy en un desierto y que
no hay nada, nadita de agua.
Cuando despierto me doy cuenta de que me hice pis en
la cama, yo hago como si nada, pero de todos modos la
abuela se da cuenta y me regaña, dice que una niña
como yo tiene que ser limpia y bien portada. Me talla
los calzones en el baño (porque no traje cambio) y me
prepara agua caliente para que me enjuague mis piernas.
Me pone una muda de ropa y me deja ver la televisión.
Cuando papá se entera se quita el cinturón y lo azota
contra mis pompas, dice que solo así voy a aprender, de
una buena vez, a comportarme.
Papá me pregunta qué quiero ser de grande.
—Yo quiero ser como mi abuela y cuidar de mi propio
jardín.
En el jardín de la abuela juego a que vivo en un
archipiélago. En esa isla ajena al mundo puedo estar
libre entre pelícanos y galápagos. Las hortensias y las
azucenas son flores exóticas que me ayudan a ser lo que
yo quiera. Primero soy un gigante que come nubes,
luego soy un camaleón que se funde con las paredes
rosas del jardín. Me quedo quieta bajo el sol, apenas si
respiro, trato de no parpadear.
—¿Qué haces ahí, hijita? —me grita la abuela desde la
ventana.
241
—No puedo moverme, soy un camaleón
—Quítate del sol que te vas a quemar —me dice y
vuelve a sus quehaceres.
Podría estar bajo el sol todo el día, no me importa que
los labios se me pongan secos y que la piel me arda.
Respiro hondo, las gotas de sudor comienzan a resbalar
sobre mi cara; cuando ya no puedo más, inhalo y me
convierto en catarina, vuelo por toda la isla, nadie puede
verme.
A la hora de la comida no me queda de otra más que
volver a ser yo misma.
Las niñas que están del otro lado de la puerta escuchan
su corazón latir, como si se les fuera a salir. Lloran sin
saber por qué. No es la primera vez que pasa. No lo
ven, pero lo escuchan.
El rugido gutural del padre.
El aullido defensivo de la madre.
Lo han visto en el National Geographic: dos
depredadores que se pelean a muerte, solo para
defender su territorio, aun así, se mueran. No sé pelean
por la presa, aunque tienen hambre. Ellas saben lo que
va a pasar, está sucediendo a unos metros de distancia.
Tocan la puerta, buscan a mamá y a papá. Piden que
paren, pero nadie las oye. Se tapan los oídos y lloran aún
más fuerte. Nadie abre la puerta. La noche se termina y
llega el silencio.
242
Mi hermana acaba de romper mi tortuga blanca de
arena, estoy tan enojada con ella que la empujo de la
andadera, cuando trata de defenderse me pega con la
mamila en la nariz. La sangre me comienza a salir a
chorros, quiero acusarla con mamá y papá, pero
entonces los escucho gritando otra vez.
—¿Tienes miedo?
A ratitos nos abrazamos. Hay tanta oscuridad en estas
habitaciones. Luego somos tres hermanas.
Hay un grupo de niñas sin frenillos, con coletas que
nunca se despeinan, plumas de colores olor chicle,
calcetas largas y mochilas de ruedas. Se ríen, se juntan
en el recreo, chocan las manos al son de:
«Choco
Choco- lala
Choco
Choco-tete».
Hablan de «Aventuras en el tiempo» y de «En familia
con Chabelo», cantan la de «La factoría» y se quejan
cuando llegan los niños a jalarles el cabello. Quiero
decirles que si puedo sentarme junto a ellas.
Pero yo no sé de eso: de las tardes en familia, de las
canciones de amor o de las plumas de moda. Lo único
que sé es que cuando las tortugas tienen miedo
esconden su cabeza dentro del caparazón.
O: La piel roja excitada de la niña que se burla de mi
piel morena. Sus ojos felinos y despiertos cuando me
243
dirige la mirada e invita a todos los demás a que me
lancen la pelota en la cara. Los niños pantera, buitres,
hienas golpeándome el caparazón. Todo ser vivo se
alimenta de otro.
Papá llega con una nueva tele, la instala en su cuarto y
pone la película de «El libro de la selva», cada que la
vemos jugamos a que él es Baloo y yo soy Mowgli, cuando
aparece el rey Louie es el turno de Andy, los tres bailamos
y cantamos al son de la música. Mamá llega con un par
de sándwiches y se sienta a ver la película con nosotros.
Papá la saca a bailar, al principio no quiere, pero todos
le insistimos así que también se para y empieza a imitar
a los orangutanes.
—Jaime, mira, la bebita se está moviendo —le dice a
papá mientras toca su pancita.
Andy y yo corremos para poder sentir las patadas, se
sienten como si muchas mariposas revolotearan en su
estómago.
Esta noche todos nos quedamos a dormir juntos.
Meli acaba de nacer. Es noviembre, el cielo está gris
pero no llueve. La idea de otra hermana siempre me
pareció lejana. Si pensaba en ella me la imaginaba con
el cabello largo y negro, usando una falda blanca con
tablones y zapatos de charol, casi como tener una
muñeca. La veo y es como un cachorrito calvo, a Andy
también le parece un cachorro.
Frágil.
244
Meli duerme en el cuarto y no se entera de nada, creo
es mejor así
La niebla es densa y no nos permite regresar a casa.
Llevamos más de cuatro horas de viaje. Mi padre insiste
en llegar esta noche a casa.
—¿Cómo vas a atravesarla así?
—¿Así cómo?
—Así, de noche
Mi madre tiene miedo. Mi padre huele el miedo. Mi
padre caza el miedo.
Si presto atención te puedo imaginar jugando en el
barranco las tardes de verano, llena de lodo y con las
rodillas raspadas, con el corazón acelerado cada vez que
tenías que pedir dinero en nombre de la abuela y
aplastando a los insectos que se metían en tu cuarto y
en el de mis tías.
Puedo sentir también ese primer beso del que nunca le
has hablado a nadie y de las noches que te la pasabas
esperando a que el abuelo llegara de trabajar. Te puedo
ver llorar el día que te llamaron puta y también siento el
coraje que sentiste.
Y si miro un poquito más de cerca puedo tocar la caja
de pastillas que te tomaste mientras me esperabas en tu
vientre.
¿Será que la tristeza se hereda?
Los truenos no nos dejan dormir, desde nuestra
habitación escuchamos a mamá llorar. A veces sueño
245
que es ballena y que el mar tiene tanta agua por las
lágrimas que ella derrama. Andy y yo nos asomamos por
la mirilla de la puerta, nos deslumbra la luz amarilla y el
pasillo vacío. Caminamos de puntitas como si
tuviéramos miedo de despertar a alguien o a algo.
Vemos a mamá en el rincón de la sala junto a una pila
de camisas hechas trocitos. Andy corre a abrazarla, pero
mamá no le regresa el abrazo, sus ojos miran hacia otro
lado, hacia un lugar que no existe entre estas paredes.
Solo ve lo que sus manos pueden tocar.
Papá se fue y nos preguntamos ¿por qué?
Mamá no sabe responder.
Le pido que vayamos al centro comercial a comprar otra
tortuga, pero no tiene dinero. En vez de eso nos lleva a
la Maty a comprar estampas de animalitos que pegamos
en la cabecera de la cama.
Ahora nos toca ver los domingos a papá, comemos en
la casa de la abuela y de ahí salimos a dar una vuelta. En
la explanada del centro nos compra unas burbujas,
cuando las sopla mis hermanas tratan de alcanzarlas,
pero yo solo veo cómo se nos escapan de las manos.
Papá nos compra unos elotes, con los palillos hace la
broma de la morsa, así no parece tan toro.
Andy le pide que regrese. Yo también lo extraño.
Entre semana, cuando vamos camino a casa,
escuchamos en el estéreo del coche una canción de
Maná.
«Oye cucú papá se fue,
246
prende la luz,
que tengo miedo».
247
Alborada Garrido Coccoluto
Allá donde llega mi nombre
248
Bautizo
Madre guarda recuerdos. La elección de los
momentos que salvó para mí me moldeó, en futuro
anterior. ¿Sabía madre entonces de mi amor por el agua?
Qué ingenua yo. Es más probable que sea al revés, y el
devenir de mis amores sea producto de sus elecciones.
Nonna me dió el primer baño. Mi primer contacto
con el agua, luego de dejar el útero, fue en sus manos.
Parida por segunda vez por mi abuela. Madre tenía
miedo de bañarme. Me cuenta que me veía allí, tan
frágil, tan pequeña, que no pudo. Madre tenía miedo de
parirme y yo lo supe desde el vientre; es su miedo más
grande el dolor.
Miro la foto: yo, suspendida entre el agua, una
ponchera diminuta y los brazos gruesos de mi nonna.
No consigo recordarla y me da terror. Madre me enseñó
el miedo al olvido cuando tomó la foto, y el miedo a la
fragilidad cuando decidió tomar la foto y no bañarme
ella. -Mira cómo se hace, porque la próxima vez lo vas
a hacer tú sola- me dice que le dijo Velia, su madre, la
que me bañó los miedos y me conjuró valiente.
Parida por tercera vez por A, el día que me sostuvo
en sus manos hasta que floté. Ese día pensé dos cosas:
1) Amo el agua y no deseo temerle.
2) Ojalá G me hubiese hecho una foto flotando por
primera vez.
Guardar: tener cuidado de algo o de alguien, vigilarlo,
defenderlo. Poner algo donde esté seguro. Conservar.
249
Guardo recuerdos, intento aprehender
el tiempo/espacio, voy al agua cuando tengo miedo.
Los refugios son más herencia que elección.
Tocayas
Abuela, busco descifrarte incansablemente, recojo
las migajas de tus rastros, anhelo descubrirme parte de
tu estirpe, sangre de tu sangre y no te encuentro.
Dicen, que coleccionabas canciones en un
cuadernito, y en los viajes de carretera, eras la que
cantaba en la caja de la pick up; que naciste a orillas de
uno de los ríos más importantes de América del Sur.
India de ojos verdes, tan María Lionza, tú.
Cierro los ojos y te imagino: suavemente salvaje,
libre, risueña, podrida a Sol en pleno partido de
baloncesto, o en el patio, cuidando tu siembra. Abuela,
nunca estaremos juntas en la misma fotografía; el vacío
de tu recuerdo pesa como bloque en mi pecho, soy
mujer de archivo y memoria y me faltas. Abuela, si
nunca he escuchado tu voz ¿Podré encontrar la mía?
Abuela, abuela, abuela, desde que sé que llevo tu
nombre creo en el destino. Un día descubrí tu firma
detrás de una de tus fotos y la predisposición me hizo
pensar que escribimos idéntico.
Abuela, ¿Eras lesbiana en secreto como yo?
Abuela, hoy soy maestra igual que tú.
250
Abuela, tengo migraña una vez por semana ¿Moriré
como tú?
Sé que eres solo una idea endulzada, un personaje,
cualquier mujer; pero te necesito así en mi cabeza, como
un misterio maravilloso que me espera, un desenlace
extraordinario reservado especialmente para mí.
Emprenderé el viaje, tal como me ordenaste en
sueños: Cruzar el río será trazar un puente hacia el espejo.
Contra
Nonna, ¿Por qué la sábila está muriendo? ¿Quién
intenta arremeter contra La Casa? ¿Cómo me protejo
de los ojos que solo saben mirar a través de la carencia?
1. Cortar 2 cuadraditos de fieltro rojo y coser por los
bordes, dejando un pequeño espacio para:
2. Rellenar con un diente de ajo, una hoja de laurel y
una de romero.
3. Rociar con agua bendita.
4. Sellar.
5. Rezarle.
Y que nadie más que el dueño lo toque.
Nonna, ¿Cuáles son las palabras exactas con las que
debo ahuyentar las fiebres malintencionadas? -El ritual
para sanar el maldeojo sólo puede ser transmitido a una
primogénita un 01 de Enero a las 12 am- pero nací
demasiado tarde y tú te fuiste demasiado pronto.
251
Nonna, quiero aprender todos los rituales sagrados que
ninguna otra mujer de nuestro clan conservó, dame
todo lo que necesito saber para ser mujer que se protege
y protege a los suyos. En la duermevela te espero.
Musiú
Cuando era niño cazaba monstruos que doblaban
su tamaño. Partía por la noche al medio de la nada, llano
adentro, con nada más que una olla, un chinchorro y la
escopeta -El que no dé en el blanco no come hasta
volver- era la amenaza.
Una vez pasó quince días encerrado en el cuarto
último de la casa, con una herida sangrante en el riñón
perpetrada por su propio padre. Había quedado
prohibido que se le acercaran o lo alimentaran. Ese
mismo hombre cruel, gustaba de hacerlo cantar en
grandes fiestas para hacer dinero, y lo obligaba a
sostener, enrolladas en el cuello, mapanares gigantes
para ser fotografiado por los turistas. Padre lleva en su
espalda un mapa de dolor, heridas reabiertas una y otra
vez por el cuero de las correas de Crailer.
Crailer significa diablo. Justo al momento del
bautizo de mi abuelo paterno, el cura se negó
rotundamente a aquel nombre maldito, por lo que
decidieron improvisadamente llamarle Adrián, nombre
que heredara mi padre.
Al sol de hoy, Adrián hijo dice amar y admirar a su
padre. Cuenta que le enseñó cualquier técnica conocida
252
y desconocida para cazar todo tipo de animales, el valor
del trabajo duro y el funcionamiento interno de los
autos. Yo no le llamo abuelo, lo llamo por su nombre,
Crailer. Figura en mi registro genealógico como el
demonio que le robó a mi padre la posibilidad de dormir
tranquilo sin pasar la noche cazando monstruos.
Es tan pequeño mi padre, tan frágil dentro del
abrazo, sus ojos verdes se hacen más claros cuando algo
le entristece.
253
para que no te dieras cuenta de que soy adicta a la
nicotina;
he dejado de abrazarte
para que no sientas a través de mi perfume
el olor inconfundible a mujer que ha sufrido.
254
y poder acompañarnos
como las iguales que somos.
255
se disuelve
se multiplica mi sangre en busca de ti.
Te aferras, restando espacio en mis adentros,
amaso tus partes, te creo, te destruyo, te recreo
en futuro anterior.
Viajo al momento exacto de tu llegada
y no encuentro nombre alguno que te libere.
Sueño una y otra vez tu parto
te resbalas de mi sexo, ingenua
de tu destino.
Despierto.
Renuncio a la idea de ti para salvarte
me niego al impulso egoísta que te anhela.
Parir mujer es condenar una vida.
Interlocutora ficcionalizada
vivirás en mí como una idea
como mi renuncia más sorora
inicio y final de una estirpe de dolor.
Tu no-nacimiento
será el cierre definitivo de la herida
pujo y grito último de libertad.
256
Aguas dulces
Como las mujeres en mi espalda al río iré. De
cuclillas ungiré mis cabellos, cerraré los ojos del cuerpo,
y escucharé sus risas y sus cantos mezclándose con el
choque del agua contra las piedras. Al río iré, beberé de
la quebrada, descalzaré mis pies en la tierra, encontraré
mis raíces.
257
Marta Gómez de la Vega
Cartas al hijo adolescente
258
Hola, cariño. Empiezo a escribirte una noche con
aroma a quietud; los coches de la plaza descansan sus
rugidos y el parque se recupera del bullicio tras una
jornada de juego primaveral. Las palmeras lucen
oscuras, aunque, bañadas por la luna, a ratos parecen
vestir plata.
259
Adolescencia. Del Lat. adolescentia
1. f. Período de la vida humana que sigue a la niñez y
precede a la juventud.
260
confiables, amorosos, despiertos y disponibles. Eso
intento aunque en algunos momentos, no lo consigo.
261
necesidades y emociones, y así, poder asumir sin quejas
ni demandas excesivas, las consignas que se iban
taladrando en el hemisferio izquierdo.
262
indumentaria era escasa y los colores que tanto amo se
habían mudado de piso.
263
Entre toda esa gente que venía a ayudarme yo era la
pieza imprescindible, mis tetas lo tenían claro. A la vez,
un halo de incertidumbre secuestraba esa certeza pues
mi competencia siempre se veía sometida al escrutinio
y la comparación de los diversos tutoriales que el resto
del mundo me ofrecía amablemente, aunque yo no
preguntara.
264
prenda fue recuperada los últimos años de su vida.
Empezó a nombrarse como Carmen Julia después de
que el cáncer devastara nuestras vidas. Hasta ese
momento ella siempre había sido Carmen y Julia era tu
bisabuela, la yaya, como siempre la llamábamos. Quiero
pensar que apropiarse de su nombre completo fue un
gesto de afirmación en su nueva identidad, la que
emergió con las enseñanzas de la enfermedad. Hace
más de veinte años que murió, tenía 45 recién
cumplidos y yo, veintiséis.
265
Nunca habéis podido disfrutaros. Te habría encantado
verla bailar en las cenas de Nochevieja con sus labios
rojos, su vestido negro y sus taconazos. Le gustaba
mucho bailar. Todavía cada treinta y uno de diciembre,
en el momento de las uvas pienso en ella, cuando alzo
la copa de cava un destello del deseo choca con su copa
y en el momento de los abrazos y bienvenida del año se
me hace un nudo en la garganta y en mis ojos asoman
lágrimas que ya no se desbordan, pero que siguen
recordando. Odio las Navidades.
266
crines duras. También me hacía gracia tu energía
desmedida, tu afán por demostrarme tu pericia y
fortaleza. Te cansabas pronto y te bajabas tan rápido
que parecía que te arrojabas del caballo en marcha.
—Mamá, ¿estás enfadada?
—No cariño, mamá está triste.
267
—Estás triste, estás triste, estás triste… ¿Qué harás?
*
Deseaba que fueras un chico trabajador, curioso, con
ganas de aprender y con gusto por estudiar. Cuando te
veía por la tarde perdiendo el tiempo, siempre con el
móvil y me llegaban las notas de los profesores diciendo
que no habías entregado los deberes o un trabajo,
recuerdo encenderme por dentro. Intentaba no llamarte
vago para que no calara ese mensaje, pero a veces lo
nombraba. No podía evitar chillar, a pesar de no querer
hacerlo y saber que era inútil; el calor que sentía mi
cuerpo prendía la voz, que alzaba su intensidad, en un
viaje sin retorno. La chispa saltaba al imaginarte con 23
años tumbado en el sofá, con los pies sobre la mesa y el
mando a distancia del televisor en la mano. Me aterraba
que fueras un chico sin futuro y que además, te diera
igual. En esos momentos mi traje de psicóloga se
quedaba colgado detrás de la puerta del despacho y yo,
un ser mortal cualquiera, me enfrentaba a la dura tarea
de motivarte, guiarte y, a la vez, regularme. Los gritos
hicieron eco en nuestras paredes demasiadas veces para
mi gusto. Lo siento, hijo. Me avergüenzan estas
secuencias en las que pierdo el control; quiero afrontar
el diálogo en calma contigo pero no lo logro, mi voz
escala sin retorno, incluso cuando tú me dices que estoy
gritando, que me van a escuchar los vecinos. Me da
igual, no puedo evitarlo. En ese momento no hay vuelta
atrás, el grito es lo único que tengo para expulsar de mí
el cansancio, el miedo a tu fracaso y al mío, ese miedo a
fracasar como madre. Las lágrimas asomando en tus
ojos logran apagar mi fuego de forma inmediata.
268
*
269
la cadena mientras algo se quebraba dentro de mí.
Escuché los huesos de la pelvis romperse, en un parto
salvaje imaginado, todo esa zona del cuerpo estallaba en
pedazos. Nunca más volvería a ser madre; en ese
momento lo intuí pero, esa certeza, no dolía, nada dolía
en ese preciso instante. Salí del baño. —¿Lo has
echado? me preguntó tu padre. —Sí, contesté —he
tirado a nuestro hijo por el inodoro, pensé.
*
Cuando eras pequeño te llevaba conmigo a todos los
lugares y actividades, incluidos los eventos solidarios o
reivindicativos. Siempre has venido sin ofrecer mucha
resistencia. En algunas ocasiones te quejabas un poco
pero al final aceptabas. Normalmente cedías si te
permitía llevar tu balón de fútbol y después nos
tomábamos un granizado o un helado. No te explicaba
muchas cosas al respecto, solamente que luchábamos
por la justicia, para que las personas tuvieran los
mismos derechos, oportunidades, que no tuvieran que
morir abandonando sus hogares o buscando una vida
mejor. Recuerdo que me mirabas, atento a las
explicaciones. El primer viernes de cada mes yo me
encargaba de organizar el Círculo de Silencio, una
acción de lucha por los derechos de los inmigrantes y
con seis años, el fin de semana que no estabas con tu
padre, íbamos juntos a nuestra cita mensual de las
20.30h. Yo tiraba de mi carro lleno de carteles, un
megáfono y un par de pancartas que llevaba enrolladas
270
por el Barrio del Carmen, cruzábamos el Puente de los
Peligros, la Plaza del Ayuntamiento, la Plaza del
Cardenal Beluga y por la Calle Trapería llegábamos
hasta la Plaza de Santo Domingo. Yo te pedía que nos
ayudaras a colocar las velas, poner los carteles y así te
hacía partícipe de la acción. A veces te sentabas un rato
en el círculo en silencio, como todos, y muchas te ibas
al callejón de al lado a jugar con el balón. Recuerdo que
respiraba contenta y agradecida de que lo pusieras fácil;
me permitías conciliar el corazón guerrero con el de
madre.
271
Trece de septiembre de 2022, es tu cumpleaños.
Diecisiete años, no me lo creo. Parece mentira que
nuestro equipo de dos siga vivo. En algunos momentos
de todos estos años sentí que no iba a llegar a la meta,
esa de tu independencia, ese momento de sentir que el
trabajo ya está hecho y que el peso del esfuerzo de
buscarte la vida recae en tus hombros y no en los míos.
Nos vamos acercando a ese momento, yo soy optimista,
a pesar de todas las complicaciones que rodean el
mundo me gusta imaginarte disfrutando de unos
estudios que te gustan, universitarios o de formación
profesional, me da igual, yo lo que quiero es que tu vida
sea cómoda y placentera. Te imagino de entrenador
personal en algún Club deportivo y compartiendo piso
con algún amigo o amiga. Sé que no hablaremos mucho
por teléfono porque no te gusta y no te extiendes nunca
en detalles pero cuando nos veamos podré degustar esa
energía transparente, anaranjada y vibrante que nos
rodea —la paladeo intensamente—. No sé cómo
describirte lo importante que es para mí palpar entre
nosotros un espacio mullido y confortable, que el tono
que predomine en nuestra casa sea suave y afinado —
siento a veces ser soprano descontrolada— y que la
distancia conviva con besos y bromas. Deseo seguir
escuchando tus te amo y esas interrupciones en la cocina,
cuando tus ojos pícaros se detienen ante mi y tus brazos
se entrelazan por mi cintura, subiendo por mi espalda
hasta detenerse un poco más abajo de las axilas; me
aprietas fuerte, tu espalda se curva hacia atrás y, como
un movimiento pendular, mi cuerpo asciende; mis pies
se despegan del suelo, la espalda se contrae y los huesos
272
se aprietan crujiendo un centímetro y medio. Siento
alivio y a la vez, un breve rumor de dolor placentero; mi
risa estalla ruidosa y contagia a la tuya que te hace perder
fuerza y tienes que soltarme para que no caigamos los
dos.
Te miro y eres colchón, ducha, ropa limpia, fuego,
familia. Eres mi familia.
273
pueden agarrarte, estirando de esa extremidad y llevarte
al otro lado. La sábana es tu escudo.
Te beso en la mejilla y acaricio tu pelo, que es fino como
el mio.
274
«Una risa que nunca volveré a reír. «Nunca» ha llegado
para quedarse. «Nunca» parece un castigo injusto.
Durante el resto de mi vida, viviré tratando de alcanzar
cosas que ya no existen».
¿Sabes? Todavía, en cada momento especial que vivo,
persigo el rostro de tu abuela, su olor, su caminar. Su
lámpara, que hoy ofrece luz cálida en uno de los
rincones de nuestro salón, me invita a sentarme en su
sofá estrenado en el Barrio de Lavapiés mientras
hablamos de la película Sobreviviré. Cuando observo el
calendario azteca de madera tallada que protagoniza una
de nuestras paredes, marcho de viaje con ella a México;
revivo su sorpresa y hundimos nuestros pies en esas
tierras labradas y construidas por civilizaciones
antiguas. Cuando luzco sus pendientes, su caricia
alborota mi pelo y calma los picores. Su abrazo alcanzo
al caer en mis hombros su chaqueta.
275
*
276
Gabriela Sánchez Ruiz de la Cuesta
Ese cuento donde habité
277
Deja que te cuente
la infancia
dibujando
una silueta niña
de la casa primera
mamá
la energía sin ceje
*
La palabra nueva
surca la mente, puebla el labio
llega a casa
la soltamos inocentes
entre la comida
derramando el enfado
278
*
Cualquier
accidente
sirena
perseguidor de sombra
mamá en alarido
corre a la ventana
somos nosotros
quieta
el mundo
no me sería
dado
Y el amor
ese cosquilleo
el cuerpo erizado de viento
la promesa de otredad brillando
en la nueva ciudad
279
Esa yo otra
muda de asombro ante la posibilidad de vivir
así, ahi
papeles multiplicados
desparramada
o en riesgo de quiebra
Aquí
confluyen
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dos lenguas
atrapadas
entre el quicio
de dos cuerpos
Adoptamos a la perra
y la quiero
y soy de nuevo miedo
por no saber su voz
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y me pierdo por el río
Errabunda
encuentro
la poesía
Adoptamos a la perra
y la quiero
y soy de nuevo miedo
por no saber su voz
Me miras niño
asombro
282
nombras
tu ausencia
de historias
283
Alicia Petrashova
Mensajes del más allá
284
1.
285
Por la noche viajaba a mi país de origen siguiendo la voz
de las mujeres de mi familia y recorría las calles de mi
pueblo.
286
—Mam, no sé lo que me pasa, pero creo que baba Nina
intenta decirme algo a través de los sueños. Es eso o me
estoy volviendo loca— dije a mi madre por teléfono
esperando que tuviera la solución a mi crisis de
identidad.
2.
287
Mis amigos habían conseguido convencerme para vivir
esta experiencia que Lucas solía organizar en una cueva
de Dúrcal, un pueblo cercano al mío. Tras conocer mi
momento vital y comprobarlo en directo viendo mis
enormes ojeras, decidieron que drogarme
definitivamente podría ayudar.
288
Mi mano derecha se precipitó a tocar la pared antes
siquiera de que yo pudiera decidirlo. Necesitaba sentir
el aliento de la cueva en un intento de confirmar que los
ojos no le estaban engañando. Incliné la cabeza y traté
de sincronizar mi propia respiración con ella. Inspira,
expira. Inspira, expira.
289
completamente alumbrado, como si la misma luna me
indicara por dónde ir. Despojada de mi miedo a la
oscuridad, me fui adentrando en la espesura mientras
me quitaba la ropa. Sentía un ardiente deseo de conectar
con la tierra, un instinto casi sexual.
290
Sentí claridad, en todos los sentidos y una sensación de
paz recorrió mi alma.
291
silencio observando cómo se arrimaba a Antía.
Hablaban en voz bajita y reían juntos, pero no me
gustaba. Al poco tiempo noté el peso de su cuerpo
sobre mi pie. El contacto físico y su presencia me
generaban incomodidad.
292
Sentí su mirada intensa clavada en mí y supe que este
hombre era capaz de verme por dentro. Hasta ese
momento había basado mi vida en construir un muro
capaz de protegerme de cualquier amenaza, pero en tan
solo un instante se había derrumbado dejándome al
desnudo frente a un completo desconocido.
3.
293
restos de la muralla se hundían retorcidos en la tierra,
como un monumento conmemorativo de lo que algún
día fue: una ciudad cerrada. Un lugar que escondía una
de las bases militares más importantes del país y donde
el acceso y el libre desplazamiento estaban restringidos.
294
Dejé las maletas y salí de ahí rumbo al cementerio. Por
el camino me paré a comprar flores. No recordaba
cuáles eran sus favoritos así que me decanté por dos
claveles rojos. Los números pares para los muertos, me
repetían siempre de pequeña. Si tuviera que atribuirle
un color, ella sin duda sería el rojo. Por delante tenía lo
más difícil: encontrar su tumba en uno de los
cementerios más grandes de la región.
295
mis tantos viajes. Años después estaba ahí, frente a su
tumba, respondiendo a la llamada.
296
4.
297
nuevo destino, donde las costumbres se han mamado
desde la infancia y están completamente integradas en
el lenguaje de las relaciones.
Ni de aquí ni de allá.
298
Cuando dije que quería visitar su antigua casa, mi padre
no hizo preguntas. Se limitó a hablar con unos y con
otros hasta dar con los actuales inquilinos para pedirles
un alquiler de una noche.
299
sobremesa con los adultos, de los juegos de cartas y de
sus atenciones incondicionales.
300
granate a mi bisabuelo, al que solía culpar de todos los
males del mundo.
301
ha pasado. Quizás esta sea nuestra forma de
comunicarnos ahora.
302
Me despierto aturdida. Ha sido un sueño y todavía sigo
aquí, en su casa. Me levanto de la cama y antes de irme,
saco la cámara casi por intuición para autorretratarme
en el espejo que hay junto a la entrada. Analizo con
detenimiento mi reflejo, tratando de reconocerme en él.
Mirada azul cielo, de cuando el cielo está nublado, me solía
decir para describir el color de mis ojos.
303
María del Consuelo Ávila Vaugier
El tarot de las diosas que me habitan
304
“¿Y tú qué quieres?”
Le preguntó [El Señor Vishnú] a la muchacha.
“Quiero tener el estatus de un ser humano”.
“Ah, eso es mucho más difícil”, dijo el dios,
Y nombró una comisión para resolver el caso.
Suniti Namjoshi
305
Y no volverá a salir la diosa solar
Hasta que el patriarcado caiga.
306
El Ermitaño
307
ajustar cuentas. Salir de la oscuridad hacia la luz, hacer
consciencia de las oportunidades.
Crecí en una familia violenta, física y
psicológicamente. A lo largo de mi vida adulta he
lidiado lo mejor que he podido con la ansiedad y la
depresión que resultaron de esos años de terror. Cada
uno de los adultos de mi familia tuvo su forma
particular de crueldad hacia mí, pero en esta ocasión me
enfocaré en la del hijo de mis padres, el que nació
después de mi hermana y antes que yo. Nunca sabré sí
mi sola existencia fue una amenaza para su status de
chiquito de la familia, o sí en su mente torcida yo soy la
culpable de su fracaso como ser humano, pero este
hombre 15 años mayor que yo desató toda su furia
sobre mí, me aterrorizó, me humilló, me anuló y
destruyó la confianza y seguridad que yo pudiera haber
tenido en mí misma. Los ojos de asesino que me clavaba
durante las comidas eran insoportables ¿por qué carajos
mis padres se lo permitían? Tal vez porque ellos mismos
eran como él. Un día su abuso verbal y mental escaló a
violencia física, me dejó inmovilizada entre él y su
coche, me soltó las muñecas cuando se cansó de mis
gritos, fue la primera vez en toda mi vida que lo enfrenté
y lo saqué de ella, yo tenía 36 años en ese momento.
La violencia machista ha acompañado a la
humanidad en diferentes épocas y se ha manifestado de
diversas maneras, tanto así que podemos encontrarla
incluso en los mitos de casi todas las culturas. Un
ejemplo de este tipo de violencia lo podemos encontrar
en la leyenda de Amaterasu y Susano-o que nos ofrecen
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F. Hadland Davis en su libro Mitos y Leyendas de Japón y
Silvia Selowsky en El oráculo de las diosas. Amaterasu y
Susano-o eran hermanos, hijos de los kami Izanami e
Izanagi (kami es la palabra con la que se nombra a los
dioses y a los espíritus sagrados en el shintoismo).
Debido a sus malas acciones, Susano-o fue desterrado
al reino del Yomi, el inframundo del shinto, pero antes
de irse, pidió ir a visitar a su hermana mayor: la diosa
del sol. En esta visita Susano-o la agredió de diferentes
formas: destruyó sus cultivos de arroz, profanó su
hogar con el cadáver de un caballo desollado, hirió a la
kami con un huso de hilar y asesinó a una de sus damas
de compañía. Ante la violencia de su hermano,
Amaterasu huyó del cielo y se escondió en una cueva.
El mundo cayó en las tinieblas, con todas las
consecuencias que la ausencia de sol trae consigo:
oscuridad, frío, la muerte de los cultivos y de todas las
plantas. Los demás kami se reunieron para idear un plan
que trajera de regreso a la diosa solar. Crearon un
espejo, joyas e instrumentos musicales y se dirigieron a
la cueva.
Selowsky relaciona este mito con el rapto de
Perséfone: la hija de Zeus y Deméter fue raptada por su
tío Hades, el dios del inframundo. Mientras Deméter,
diosa de las cosechas, vagó por el mundo buscando a su
hija, ninguna planta nació o creció. Según Jean Shinoda
Bolen, en Las diosas de cada mujer, todas las deidades del
Olimpo se presentaron una por una ante Deméter para
suplicarle que devolviera la fertilidad a la tierra. La
309
negativa de la diosa forzó a Zeus a enviar a Hermes al
reino de Hades para rescatar a Perséfone.
Mientras leía el mito de Amaterasu, recordé mi
experiencia personal de violencia psicológica y abuso
verbal a manos de mi hermano mayor, la cual escaló a
agresión física en diciembre del 2020 ¿No es una especie
de cueva el cuarto helado y oscuro que rento? ¿No eran
cuevas los cuartos que renté durante tantos años, con
sus cucarachas, sus chinches, su humedad, su falta de
luz y ventilación, todo con tal de no volver a la casa
paterna y sus agresiones? Con Perséfone recordé
cuando viví con la que alguna vez fue mi mejor amiga:
la violencia psicológica y económica de su esposo, quien
le prohibió trabajar, tenía a esa mujer y a sus hijos
pobres y encerrados en la casa, cuando salíamos lo
hacíamos a escondidas. No pude evitar pensar en las
mujeres que durante la pandemia estuvieron encerradas
en sus casas con sus agresores y en cómo el presidente
minimizó el aumento de las llamadas de auxilio,
diciendo que la mayoría eran falsas. Y por supuesto, fue
imposible no relacionar a Deméter con las madres que
buscan a sus hijas desaparecidas (en Puebla, el estado
donde vivo, la mayoría de las personas desaparecidas
son mujeres jóvenes) y con las madres de víctimas de
feminicidio que exigen justicia.
Por lo general, cuando la gente piensa en desastres
naturales y feminismo, es para culpar al movimiento.
Las personas están seguras de que el movimiento
feminista, con su lucha por la despenalización del
aborto, la autonomía sexual de las mujeres y su alianza
310
con las disidencias sexo genéricas, ha desatado la ira del
dios abrahámico que castiga a la humanidad. Estas
mismas personas naturalizan y justifican la opresión y
dominación en contra de las mujeres, porque para ellas
el sufrimiento es la llave que abre la puerta del paraíso.
Nunca se les ocurriría lo contrario, que en realidad el
machismo y el patriarcado son las causas de las
desgracias que azotan a nuestro país y al mundo y que
los feminismos buscan erradicar estos dos males y sus
consecuencias.
Regresando al mito de Amaterasu, cuando los kami
llegaron a la entrada de la cueva, colocaron el espejo en
frente, adornaron un árbol con joyas y Uzume, la kami
chamana de la alegría, dirigió a las otras deidades para
que cantaran y tocaran música con los instrumentos que
habían creado. La fiesta afuera de la cueva atrajo la
curiosidad de Amaterasu, la cual se asomó y lo primero
que vio fue su reflejo en el espejo sagrado y se sintió
deslumbrada por su propia belleza luminosa, radiante y
cálida. Fue así como Amaterasu regresó al cielo, con lo
cual la luz y el calor del sol trajeron de vuelta la vida a la
tierra y Susano-o fue castigado y enviado al inframundo.
Uzume, con su baile, hizo que los dioses gritaran y
rieran; era una danza para sanar a la tierra, pero también
era un ritual de invocación a la kami solar. Si Jean
Shinoda Bolen está en lo cierto y de verdad hay
deidades femeninas dentro de cada mujer, entonces se
necesitan varias diosas-chamanas como Uzume para
sacar a las víctimas de la violencia machista fuera de la
cueva.
311
Encuentro una relación entre Amaterasu, Deméter
y Perséfone: el dolor producido por los actos de
Susano-o y Hades respectivamente, dio como resultado
que las dos primeras diosas dejaran de dar vida al
mundo y que la primera y la tercera vivieran en la
oscuridad. Las mujeres víctimas de violencia, son
obligadas por sus agresores a abandonar sus sueños, su
profesión, sus estudios y su trabajo; pierden su
creatividad, caen en la pobreza y la dependencia
económica. En la casa de mi amiga no crecía nada,
excepto las deudas; al prohibirle trabajar, su marido la
despojó de su creatividad y sus habilidades
profesionales. Por otro lado, las madres buscadoras, al
igual que Deméter, abandonan a su familia y su trabajo
para dedicar todo su tiempo a buscar a su ser querido y
en sus hogares nada vuelve a crecer. Al igual que
Amaterasu y Perséfone, las víctimas de violencia
machista viven en aislamiento y oscuridad social y
emocional. El frío, la tristeza y las tinieblas convierten
las vidas de estas mujeres en ambientes estériles y
fúnebres.
Las marchas feministas son lo más cercano que
tenemos a una fiesta ritual de invocación y la batucada
es lo más cercano que tenemos a la kami Uzume. Las
feministas no tienen joyas, pero tienen brillantina,
pintura en spray y stickers y en vez de colocarlos en los
árboles, los dejan en las paredes. Al igual que los kami
de la leyenda de Amaterasu, la batucada crea sus propios
instrumentos con garrafones de agua vacíos. Pero a
diferencia de Uzume y las deidades shinto, la marcha
312
feminista no se queda estacionada afuera de una cueva,
sino que se desplaza por las calles, porque son muchas
las cuevas y muchas las diosas que se esconden y que
necesitan asomarse por la puerta o la ventana y ver su
reflejo radiante y luminoso en las mujeres que se
manifiestan exigiendo justicia para las víctimas y castigo
para todos los Susanos-o.
Retomando el mito de Deméter y Perséfone, por
lo general al frente de las marchas se encuentra el
contingente de madres de mujeres desaparecidas o
asesinadas. Mientras las mujeres no salgan de las cuevas
del machismo y de los inframundos del patriarcado, la
vida no regresará a este país. En el caso de Amaterasu,
fueron las demás deidades las que se organizaron para
encontrar la forma de solucionar el problema, por lo
tanto, nos toca a todos los demás juntarnos,
organizarnos y llevar a cabo acciones, que como en el
mito de Deméter, presionen a nuestros Zeus
burocráticos para que nos regresen a nuestras
Perséfones.
313
La bruja bailarina
Ella era una bruja bailarina, que enseñaba a las
niñas la danza de la naturaleza, con la que se apaciguan
las fuerzas del universo. Esta bruja vivía en un árbol de
la vida y su familia eran constelaciones de estrellas. Sus
amigos eran los Arcanos Mayores del Tarot y ellos le
contaban secretos con los que creaba hechizos cuando
escribía.
La conocí en nuestro coven de brujas de la palabra,
yo era una bruja principiante. Ella era una mujer fresca,
alegre y cálida. Me impresionó su manera de escribir,
sus historias de la infancia, con sus juegos, sus comidas
y la casa de su abuela. De sus viajes y parientes y como
era capaz de conectarlo todo con la magia, la danza y la
astrología. Me hacía sentir más cerca de lo divino y del
cosmos. La tomé como modelo a seguir para crear mi
propia brujería literaria.
La estrella
Luz que guía y orienta en el interior, esperanza, construcción del
proyecto de vida, anuncio de algo bueno por venir, evolución, una
nueva visión del mundo más integral; cuestionar y eliminar viejas
creencias, nuevas comprensiones más globales. Cambio,
reformulación, apertura, sensibilidad para integrarse con los
demás. Nueva etapa, estar conectada con la fuente de vida, flujo
constante.
314
Yo soy ellas, ellas soy yo
Según el budismo, el “yo” no existe, porque no
existe un “yo” único, monolítico, estable e inmutable.
El “yo” es dinámico y en permanente proceso de
construcción, hay muchos “yo”. Consuelo es un
ejemplo de esta afirmación, hay muchas Consuelos:
están las Consuelos del pasado y las del presente, las
buenas y las malas.
Está la Consuelo doméstica, la cuidadora involuntaria
de sus dos padres, la que intentó inútilmente limpiar esa
casa inhabitable, la que cocinó aunque odia la cocina.
Esa Consuelo es Lilith, rebelándose contra el designio
divino de que las mujeres, sobre todo las solteras y las
hijas menores, tienen la obligación de cuidar a los
padres en su vejez. Está la Consuelo ansiosa y
depresiva, atrapada en su mente, ahí Consuelo es
Perséfone en el inframundo. Está la Consuelo que
escapó de la violencia: Consuelo fue Sekhmet cuando
se defendió del hijo de sus padres y fue Amaterasu
cuando se escondió en su cuarto, en su mente y cuando
huyó de la casa paterna y se ocultó en sus cuartos
rentados, oscuros y fríos como cuevas.
Está la Consuelo budista y pagana, la que tiene sus
velas y su incienso, la que recita mantras, la que purifica
el ambiente con palo santo y sándalo, esa es Hestia. La
que investiga sobre brujería y mitología arquetípica, la
que estudió psicología, la que se siente mejor en la
noche, esa es Hécate. Cuando Consuelo se topa con
algún acosador sexual callejero es Kali con la cabeza del
tipo en su mano y su cuerpo bajo uno de sus pies,
315
también es Pele, con lava corriendo por sus venas y su
ira no tiene fin. La que se esconde bajo tierra y luego
aparece con un collar hecho de manos y corazones de
enemigos es Coatlicue. La que quiere iniciar una guerra
es Morrigan y la que desea fulminarlos a todos con un
rayo es Oya.
La Consuelo feminista que eligió ser soltera y libre
es Artemisa. La que marchó en las protestas feministas
y colaboró en colectivas era Freya luchando con sus
hermanas las valkirias. La Consuelo que escribe y busca
la sanación entre los árboles es Brigit. La que descansa
y encuentra la paz flotando en el agua es Oshun y la que
ama las playas y el sonido del mar es Yemaja. La
Consuelo que adora y venera a los gatos es Bastet.
Cuando Consuelo está en sus cinco minutos de
compasión, generosidad y amor, es Tara Verde; cuando
se detiene a pensar antes de actuar o de hablar, cuando
analiza las posibilidades, cuando actúa desde su sentir-
pensar es Prajña Paramita.
Consuelo lee, escribe y escucha música. Se
enfurece, se indigna, planea una venganza que nunca se
realiza. Se angustia y se deprime, rara vez tiene paz. Se
rebela, analiza rutas de escape. A Consuelo la
infantilizan y la subestiman porque parece joven, pero
no lo es. Consuelo es una bodhisatva y un demonio,
ama a la humanidad, pero detesta a la gente, es
incongruente; le encanta estudiar, pero odia las tareas,
los trabajos escolares y las tesis. Consuelo es extraña,
pero le gusta serlo.
316
Victoria y Libertad
Dos de copas + Reina de Bastos
Relación complementaria y armoniosa entre dos partes opuestas y
el fuego de la intuición y el espíritu, feminidad mágica,
independiente, mística y entusiasta.
Victoria, el único nombre de mujer que me gusta, es una
pelirroja de 1.80m, atlética, con ojos verdes de tigre y
una gran melena de león. Es tan sincera y segura de sí
misma que asusta. A veces es cantante y guitarrista en
una banda de hard rock, otras es una diosa primigenia,
una titánide, una fuerza de la naturaleza. Victoria es el
fuego y la lava, tiene enormes alas de cuervo, flamas
rojas tatuadas en los antebrazos y arracadas en las ojeras
y en la fosa nasal derecha. Victoria es la ira y la venganza
y deja clavado en el piso a todo aquel que la agrede a
ella o a quien ella ama. Pero Victoria también es un
jardín de rosas y cerezos, Victoria practica yoga entre
las lavandas y los romeros, dibuja a un pajarito que se
posó sobre el marco de su ventana, pinta con óleo una
granada que crece en el árbol de su jardín, medita debajo
del manzano.
Victoria es una bruja que lanza bendiciones y
maldiciones, sana con plantas, hechizos, amuletos y
danza. Es un oráculo que mira al mismo tiempo el
pasado, el presente y el futuro.
Victoria es el amor, la pasión, el erotismo y la lujuria.
Victoria es bisexual. Es la calidez, la empatía y la
generosidad sin límites. Es la fuerza de voluntad y la
317
valentía. Pero Victoria es también el dolor, el llanto
angustiante, la soledad y la destrucción.
Victoria es mi sombra, es todo lo que yo quisiera ser y
todo lo que me horroriza de mí misma. Yo soy
Consuelo, la que siempre se ha peleado con los zapatos
y la ropa interior y exterior. A la que no le funciona
ningún desodorante de mujer o de hombre. La que usa
una blusa bordada de flores un día y al siguiente una
camisa a cuadros de hombre. Consuelo le tiene miedo
al miedo, se queja hasta de quejarse y se cansa hasta del
cansancio.
Victoria y yo volamos en avión a Japón, ella está
fascinada, no deja de mirar por la ventana. Yo me estoy
cagando de terror, siento como los ataques de pánico
van y vienen y como la claustrofobia sube y baja.
Victoria y yo estamos en un karaoke, ella canta con voz
privilegiada, yo solo berreo notas desafinadas. Victoria
se fue de fiesta todo el fin de semana, yo me quedé en
casa trabajando, me fui a dormir temprano. El lunes
Victoria tiene una cruda marca satanás, todo le duele,
todo le da vueltas. Yo sigo trabajando. Nueve meses
después Victoria da a luz a una niña negra, que heredó
sus ojos verdes y su melena, solo que la de ella es negra.
Victoria la llama Libertad y también es una diosa.
Libertad es la tormenta, el tornado, el huracán, el rayo
y el trueno. Libertad también es la brisa suave y la lluvia
que arrulla por las noches. Libertad tiene enormes alas
azules de mariposa, le encanta el color rosa. En
primavera es una niña, en verano una mujer joven y en
otoño una anciana. Libertad muere en el invierno y
318
lidera a la cacería salvaje espectral durante las noches de
Navidad y Año Nuevo. Libertad revive en la noche de
Imbolc para celebrar el cumpleaños de su madre.
Libertad es lesbiana, su novia es una diosa hindú que
toca el bajo en la misma banda de jazz en la que Libertad
toca la batería, se conocieron en el doctorado en
Antropología Social. Libertad esculpe la piedra y le da
forma al barro. Libertad es silencio y calma, Libertad es
ruido ensordecedor y gritos de desesperación. Libertad
es la razón y el sin sentido, la visión clara y la confusa
también. El intelecto y la emoción bruta. Veo a Victoria
y Libertad andar en bicicleta cuando es primavera y en
moto cuando es verano. Ambas practican box y artes
marciales en el jardín y después recolectan gardenias
para sus destilados mágicos. Vuelan muy alto, se mecen
en las nubes. Son madre e hija, son hermanas, son
mejores amigas, se fastidian una a la otra, se hartan, se
toman vacaciones una de la otra en invierno, se abrazan
en febrero cómo si no si no pudieran vivir una sin la
otra. Libertad y yo salimos a correr, ella le da tres vueltas
a la pista, yo me quedo sin aliento después de 10 metros.
Libertad y yo vamos a hacer aerobics, ella le quita el
puesto a la instructora, yo voy dos pasos atrás de todas.
Libertad termina su tesis de doctorado en seis meses, yo
en dos años, con la cadera, la espalda y la cordura
destrozadas.
Es noviembre, fin de semana de muertos, me la paso
fenomenal entre ofrendas, pan de muerto, calaveritas de
chocolate y amaranto y cementerios. Victoria se queda
en casa cuidando a su anciana hija, que no puede con la
319
ciática y la artritis. Ya le anda porque sea diciembre y
ésta latosa se muera como cada año lo hace. A mí
también ya me anda porque una se vaya a cazar almas
desprevenidas y la otra se hunda en el suelo, hasta llegar
al centro de magma de la Tierra, para renovar fuerzas y
que pueda seguir con el sexo, el alcohol y el rock and
roll.
320
Mónica Sánchez Florencia
Embarazo impostor
321
Mi cuerpo protestaba. Mi último cumpleaños lo pasé en
cama al haber tomado cerveza y enfermarme del
estómago. Ya no solo era la diarrea, era acompañada
por vómito y debilidad, los dolores iban desde las
extremidades y se focalizaban en el abdomen. Las
pastillas para el dolor y la inflamación ya no
funcionaban. Mis papás habían hecho todo lo posible
para que yo mejorara, pero me recuperaba unos días
para dar paso al malestar nuevamente.
322
En un inicio, intentaba dar una explicación, siendo clara
de que no estaba embarazada, pero las palabras creaban
gestos de desconcierto y entrecejos arrugados. Decidí
aceptar las felicitaciones y el trato amable de los demás.
No estaba en mis planes tener hijos, pero empecé a
tomarle cariño a mi embarazo impostor.
323
a menos de que hiciera un gran esfuerzo para estirarme
y agacharme. Ahí estás dedo gordo, pensaba mientras lo
movía con emoción.
324
Por fin, después de unos minutos, llegó un joven de
unos 25 años, con el cabello lleno de gel y con una
pijama que le quedaba grande. Me saludó con frialdad,
sin decirme su nombre, como si aún estuviera siguiendo
un instructivo para tratar personas.
325
Mi abdomen inflamado que se encontraba más arriba
quedó ignorado. Siguió con sus cuentas y escritos.
Después de muchos minutos pasó a revisar la
inflamación. Puso la paleta en la zona de mayor
abultamiento, presionó y volteó a ver la pantalla unos
cuantos segundos. Mi mirada avanzaba de mi abdomen
con el transductor, a la computadora, terminando en la
cara del doctor. Sus gestos eran de concentración y de
seriedad, observando cada detalle con gran cuidado.
Pero en el momento en que pasó la paleta a mi
abdomen inflamado, sus ojos se agrandaron, acercando
su rostro a la pantalla para ver mejor. Alejó el
transductor de mí para descansarlo en la máquina, se
levantó rápidamente de su silla con ruedas, abrió la
puerta, salió al pasillo y se esfumó del cuarto.
326
puso el aparato en la parte inflamada. También empezó
a palpar mi abdomen con la otra mano y a observar lo
que aparecía en el ultrasonido.
327
—Tus órganos se encuentran comprimidos por algo,
pero con el ultrasonido solo veo una sombra gris. No
te puedo decir qué es con este aparato. Me gustaría
platicar contigo y con tu mami para que te hagan otro
estudio. Con eso ya sabremos qué hay en tu abdomen.
¿Tienes alguna pregunta?
—La verdad, ahorita no. Prefiero que llegue mi mamá
y ya platicamos todas juntas. Disculpa, ¿ya podré ir al
baño?
—Sí, claro, es la puerta de aquí enfrente. Mientras voy
por tu mami a la sala de espera.
328
—Hola, Moni, ya empecé a platicarle a tu mami. Le
decía a Mónica que con el ultrasonido no puedo saber
qué hay en su abdomen, pero me gustaría mandarle a
hacer una tomografía con contraste. Quería
preguntarles si les gustaría hacerla ahora y
aprovechamos el ayuno que hiciste hoy.
329
—¿Lo que tengo podría ser un tumor? —mi mamá
tomó mi mano mientras me veía directamente mis ojos.
—Sí, estábamos platicando que podría ser un tumor y
si lo fuera, hay una posibilidad de que sea cáncer, pero
no nos adelantemos, primero hay que ver qué sale en el
estudio.
—¿Y qué me van a tener que hacer? —.En ocasiones
perdía su mirada para ver nuestras manos juntas o veía
al piso, concentrándome en las figuras que se formaban
en el mosaico.
—Por ahora, lo que sabemos es que te van a tener que
operar. Ese tumor es muy grande y hay que sacarlo. Eso
solo se puede hacer con cirugía.
330
—Todo está en orden —les dijo la doctora a través de
un micrófono. Yo volteé y ella se encontraba en la sala
de al lado que estaba dividida por un vidrio
transparente.
—Este estudio lleva contraste. Este líquido es para que
la tomografía salga mejor y podamos ver tu interior con
mayor claridad —escuchaba desde el altavoz. Vi la
jeringa que contenía una sustancia amarilla.
—Cuando administremos el contraste puedes sentir
ganas de orinar o un sabor metálico en la boca. Es
normal. Tú solo recuéstate y relájate, el estudio tardará
solo unos minutos.
331
encontraba en mi abdomen, en su lugar apareció una
cicatriz.
332
brotaron. Mi llanto fue acompañado de quejidos y
palabras simples:
333
escaleras. Mi papá se había quedado atrás al no esperar
mi reacción. Mi cuerpo sí se podía mover. Tenía fuerza,
aunque me costaba mantenerla. Llegué al descanso y mi
papá me alcanzó. Me tomé de la pared para respirar y
escuché,
—¿Lista?
334
Raquel Laniado
sin título
335
Sí
336
muebles como el comedor, otros sillones y un escritorio
que conseguí de segundo uso; vajillas, libros y plantas,
muchas plantas.
337
Boca entreabierta
338
resplandece y germina. No seré capaz de nombrar la
vida que acontece, la vida que nace entre cerros.
Sed o ser
339
exprimiera mi cuerpo y mi lengua, si me vertiera toda
en este camino seco, ¿quién advertiría si algo brota?
Efecto residual
340
La vacuidad también explica lo que había
experimentado como una especie de depuración,
desalojo o liberación de rencores marchitos, deseos
agonizantes que aún palpitaban, duelos ya bien muertos,
secretos olvidados por la maña de su escondite y todo
lo que para desaparecer debe hacerse presente como los
actores que, una vez terminada la función, vuelven a
abrir el telón y piden ovaciones por última vez. Otra
más frente a la cortina cerrada. Una última. Y otra.
Nódulos que se fueron acochambrando allí donde ni la
escoba, ni la brujería ni la terapia alcanzan a limpiar.
341
Mi corazón dicta «hazle rayones nuevos al boceto», me
dice «canta esa canción otra vez». Abrazo al perro del
vecino cuando se escapa de su casa, preparo una sopa
de chayote con semillas de girasol, pongo almendras a
tostar y guardo su olor, guardo también el agua sucia
para llevarla al pie del árbol de lima durante las secas, y
un poco más para la base de la enredadera. Esos
imperativos atiendo: «Sal a ver si ya oscurecieron las
moras». Me como unas cuantas con el permiso de la
celosa zarza y confundo su jugo con la sangre de mis
dedos, pongo la frente bajo el sol y voy calcando el
tejido enardecido de mis párpados. Movimientos
contundentes pero lentos y dispares que me desprenden
—sin apagar— y me disponen —sin quitar— en
aquello que anhelaba sin saber: una alegría simple.
342
Nianest Alers
Días con abuela
343
La noticia
344
abuela a llevarle la comida, y se quedaba a dormir allí.
Al otro día repetía las mismas acciones. Cada tres días
se llevaba la ropa sucia de mi abuela para su propia casa,
la lavaba y la doblaba. Cuando mami me dijo: «Tu
abuela no quiere caminar», capté en su tono de voz que
estaba cansada, un poco enojada, me imagino que de
levantarse más temprano de lo normal, de irse a trabajar
preocupada, de lavar pantalones impregnados con olor
a orín, de no poder dormir bien porque Ágata, la perra
de mi tío, la despertaba a las 3:00 am ladrándole a un
gato. La paciencia de mi madre duró una semana.
—Bueno, te veo en tres o cuatro días entonces —le dije
a mami— bendición.
—Dios te bendiga y te acompañe —me respondió—
descansa.
Colgué la llamada y comencé a prepararme para cuidar
a mi abuela.
La llegada
345
No recordaba el mal estado de las carreteras, llena de
boquetes y carriles estrechos o cerrados por algún
derrumbe de suelo. Mami no esquivaba los boquetes.
Sentí una energía nerviosa. Tal vez heredé su ansiedad.
Le pregunté si había arreglado el carro
recientemente. Me dijo que sí y que también le había
cambiado una goma al carro que se le había
explotado. Que había tenido suerte de haber
encontrado una gomera que cerraba tarde esa vez, y
que el dueño le cambió la goma. «Era una cosa así
chiquitita, nena. ¿Puedes creerlo?», me dijo mientras
hacía un gesto con los dedos demostrando el tamaño
del objeto que le explotó la goma.
—Parecía un alfiler —continuó— ahora sólo tengo que
alinear las gomas. Pero Gracias a Dios, el gomero me
recomendó a su amigo que trabaja alineando gomas.
¿No te digo yo? Así se ayudan mutuamente,
recomendando clientes.
—Así mismo es. Por lo menos pudiste arreglar el
carrito, aunque no sé cuanto dure con tantos boquetes
en la carretera.
346
quien está aquí!», le dije al aire. Saludé a mi abuela con
un beso y un abrazo. Pedí la bendición y la recibí.
Caminé hasta donde estaba el interruptor y al prender
la luz, lo primero que captó mi atención fueron dos
cuadros encima de la mesa, uno del Sagrado Corazón
de Jesús, y el otro del Sagrado Corazón de María. Esos
dos cuadros fueron la razón por la que mi tío Gelo dejó
de visitar a mi abuela por un tiempo. Según Gelo, mi
abuela era una idólatra y él no iba a entrar a la casa hasta
que mi abuela sacara esos cuadros de allí. La relación
entre una madre católica y un hijo protestante no
debería ser complicada. No fue hasta que le dijeron que
mi abuela se podía morir pronto, que no debía guardar
rencores por esas cosas, que Gelo comenzó a visitarla
de nuevo a pesar de las imágenes católicas de mi abuela.
La luz también reveló, en la esquina de la sala, a mi
abuela, arropadita en la cama. Hace frío en la montaña
En su nuevo estado, mi abuela tuvo que adaptarse.
Tenía su cama rodeada de mesitas llenas de cosas que
podría necesitar: medicamentos, agua, espejuelos,
rosarios, crema de piel, papel de baño, control de
televisión, tabletas de glucosa, y un termo vacío que en
las mañanas guardaba el café que mami le dejaba
preparado antes de irse a trabajar. Me senté en el sillón
reclinable que le regaló mi tío Armando, mi abuela no
lo usó mucho pues se le hacía difícil levantarse una vez
se sentaba. El sillón era para las visitas.
—¿Cómo tú está’ abuela? —le pregunté, enfocando la
conversación hacia ella.
—Ay mija, pues no me puedo mover casi— me
respondió
347
Me contó que una noche necesitó un favor de mi tío, lo
llamó por teléfono, pero no contestó. Así que salió
afuera y empezó a subir las escaleras, en el tercer escalón
se quedó trancada y no se pudo mover por el dolor que
le dio en la pierna. «Me tuve que arrastrar hasta aquí,
hasta la cama, del dolor tan grande que yo tenía. Yo no
podía caminar. Yo no sé qué es esto», mi abuela
continuó. Mi madre la interrumpió para reiterar que
nadie la mandó a subir escalera alguna.
El Baño
348
parada sin quejarse, buscando algo. Esto no me
sorprende. Me pregunto si yo seré igual en mi vejez,
inventando alguna dolencia, buscando atención para no
sentirme sola y abandonada. No me importa si mi
abuela miente, quiero ayudarla, escucharla, contarle
historias, y tratar de mantener la paz haciendo lo que mi
madre no está dispuesta a hacer, como bañarla.
349
tiene tanto asco a la mierda», «Tú tienes tanta
paciencia».
La Dieta
350
amigo de Armando, fue al supermercado e hizo
compra, me trajo un montón de alimentos que se están
perdiendo en la nevera. No te estoy pidiendo que
cocines, es que me da una pena que pierda to’a esa
comida.»
Las Gallinas
351
Al abrir la puerta, me encuentro con una mañana verde
con rayos de sol entre bruma. En la montaña, las
mañanas huelen a tierra mojada, y el sereno permanece
en las hojas y en las flores. Al lado de la casa de mi
abuela hay gomas viejas y galones de agua llenos de
tierra con algunas yerbas muriendo. Sólo unas cuantas
sobreviven el abandono, el orégano brujo es una de
esas. Mami me dijo que se le llama así porque
sobrevive en cualquier lado, como una enredadera de
yerba mala. «¡Abuela, que muchos pollos hay! Hay unos
gallitos chiquitos por ahí, y unas cuantas gallinas
miniatura», le grito desde afuera, mientras grabo un
video. Mi abuela también grita la respuesta, «¡Sí, esos
son del vecino, los gallitos quiquiriquis, pero se pasean
por acá to’el tiempo».
Observé un balde con tierra que debía tener una planta,
en su lugar había cinco huevos. Se lo digo a mi
abuela. Me dijo que pasó lo mismo la otra vez. Un día
se levantó y escuchó unos pollitos, y cuando fue a ver
de dónde venía el sonido, vio el balde con unos pollitos
atrapados. Así que tuvo que mandar a mi primo a que
sacara los pollitos para que no murieran allí. Los cinco
nuevos huevos en el balde me indicaron que otra gallina
pensó equivocadamente que ese era un buen lugar para
poner huevos.
—Saco los huevos pa’ comerlos?— le pregunté a abuela
—No, déjalos a ver si la gallina se sienta y salen más
pollitos —me contestó— si acaso le digo a Armando
que los saque si salen. Los huevos se pueden comprar
352
en la tienda. Es mejor que haya más pollos, para
cuando la cosa se ponga mala, tener carne pa’ comer.
Uno nunca sabe cuando se va a acabar la comida en las
tiendas.
—Eso es verdad— le contesté y entré a enseñarle el
video de las gallinas.
—Mira qué lindas son, cómo cuidan a sus hijos. Así son
las madres. Cuando estaba completando el grado en la
universidad, yo no pude estar muy pendiente de los
míos, pues llegaba muy tarde, y tenía que preparar la
clase del otro día como maestra. Yo casi no le revisaba
las libretas ni las asignaciones. Se ayudaban entre ellos
mismos. Sonia, como era la mayor, ayudaba a los demás
con las asignaciones. Cada vez que tenía que ir a estudiar
yo decía «que Dios los ayude». Yo hice lo mejor que
pude. Las gallinas son tan buenas madres. A mí me
encantaba verlas cuando podía caminar. Ahora no
puedo verlas, ni tirarles comida. Ya viste cómo tengo
ese jardín perdío.
353
Magda-Lena Staniewicz
La Marcianita
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Mi primera mudanza fue en trineos
Ul. Galileusza, Poznan
El prólogo
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compuso ella. Cuando yo ya había dormido, ella se
encerraba en la cocina con su máquina de escribir azul
e imparable.
356
y, sobre todo, quise celebrarlo con mi madre, que
acababa de llegar a Barcelona a vivir.
357
La mayoría de las ilustraciones nacieron en un pequeño
piso en el barrio de Gracia, el primer piso en el que viví
sola, y donde descubrí que dibujar y crear me da una
felicidad infinita.
358
Calle Galileo, Barcelona
Con la pequeña Lena y sus ballenas
359
Lena eligió tres libros que íbamos a leer. Al terminar le
pregunté:
360
Me pareció muy mágica su mirada mientras la
escuchaba.
361
Laura Sanz Corada | 2
Sara Campos Jiménez | 19
Belén Martín-Ambrosio | 35
Verònica Sáez Moragues | 53
Francisca Mujica | 70
Begoña Romero | 86
Mariola Merino | 98
Candela Marco | 115
Conchi Salas | 133
Delfina Rabán | 149
Paulina Vega | 159
María Leyva | 177
Eva Manzano | 180
Isabel Calvo Flores | 201
Arisbeth Márquez | 215
Alejandra Robles | 232
Alborada Garrido Coccoluto | 247
Marta Gómez de la Vega | 257
Gabriela Sánchez Ruiz de la Cuesta | 276
Alicia Petrashova | 283
María del Consuelo Ávila Vaugier | 303
Mónica Sánchez Florencia | 320
Raquel Laniado | 334
Nianest Alers | 342
Magda-Lena Staniewicz | 353
362