Identidades Trans, Literatura y Postguerra
Identidades Trans, Literatura y Postguerra
Identidades Trans, Literatura y Postguerra
A Transdisciplinary
Journal of
Queer
Theories and Studies
EVER
whatever.cirque.unipi.it
Amaral Arévalo
Abstract: In 1992, the Salvadoran postwar period began. Along this period, the social movement
started various demands, and in the literature, we have seen an emergence of subjectivities that
contradicted heterosexuality. The present text proposes to analyze the trans identities represented
in narratives of the Salvadoran postwar period between 1992 and 2021. Trans identities encom‑
pass a series of narrative representations that share an expression and gender identity dissidents
from the binary norm of hegemonic heterosexuality. In conclusion, it is highlighted that death as
the destiny of trans people reflects the transphobia processes that exist and persist in Salvadoran
society; postwar Salvadoran narratives reproduce this transphobic and murderous social imag‑
inary. The trans identities represented correspond only to trans women; transmen are invisible
in these narratives. The challenge and the next frontier to overcome in the narrative field is for
trans people to be the architects of their histories, placing their subjectivities, desires, identities,
problems, aspirations, etc.
1 Este texto no hubiera sido posible sin la ayuda de varias personas. Quiero agradecer
primero a Ricardo Menjívar por su valiosa ayuda en recuperar documentos e información de la
memoria de La Pedrina de Santa Ana. A Ricardo Hernández Pereira por indicar la existencia y
el envío virtual del cuento de La Pedrina de Francisco Escobar. De igual forma agradezco a Vio‑
leta Valiente por indicar la existencia de una identidad trans y prestarme la novela La Bitácora
de Caín. A Silvia Matus sus gestiones para obtener una copia física del libro Cuentos Cortos… Mis
cuentos cortos (una saga de erótica lésbica). Agradezco a Carlos Fuentes Velasco por sus comentar‑
ios críticos a la primera versión de este texto.
Introducción
En las décadas de 1970 y 1980, a la par del “Boom Latinoamericano” que
colocó los reflectores literarios en esta parte periférica del globo, surgió el
género de la Literatura Testimonial para narrar las urgencias políticas de
los movimientos de liberación y denunciar las atrocidades y violencias de
la represión política, las dictaduras militares y las guerras sucias (Roque
Baldovinos 2000). En este tipo de narrativas se unieron la literatura y la
historia para rescatar la voz de los subalternos que padecían los abusos y
derivas de los poderes en turno, narrando su propia historia y como tal,
accediendo a la cultura letrada, intentando reclamar la posesión de una
parcela de las memorias nacionales.
En El Salvador, la Literatura Testimonial tuvo en sus inicios la visión de
recuperar las voces de las víctimas de eventos históricos como el extermi‑
nio de los Izalcos de 1932, silenciadas por el monólogo del discurso oficial.
En su segunda etapa, en el periodo de la represión política, constituyén‑
dose en un medio de denuncia de la violación de los derechos humanos que
acontecían, y al fragor de la guerra interna, en el anuncio de la llegada de
un nuevo modelo de sociedad fundamentada en la justicia social (Roque
Baldovinos 2000). La tercera etapa de este tipo de literatura la caracterizo
propiamente de postguerra democrática, que tanto evocaron acontecimien‑
tos de la represión política y la guerra, como se iniciaron exploraciones de
nuevos discursos y representaciones narrativas. Sin embargo, este tipo de
literatura también padeció, al igual que la historia oficialista, centrarse en
los aspectos sociopolíticos y económicos, “[…] en detrimento del cuerpo
sexuado de los agentes históricos” (Lara-Martínez 2017: 380). A pesar de
que se puede encontrar mención de personajes travestis y homosexuales
en diversas narrativas a lo largo del siglo XX, Rafael Lara-Martínez denun‑
ciaba en los primeros años de la postguerra “[…] la falta de una narrativa
homosexual, gay y lesbiana” (1997: 165).
La denuncia hecha por Lara-Martínez comenzó a ser solventada primi‑
geniamente en el propio año 1997 con la publicación de Cuentos Sucios de
Jacinta Escudos (1997), que incluía un cuento que abordaba el deseo lésbico.
A partir del primer quinquenio del nuevo milenio, aumentó el número de
subjetividades, voces y experiencias de vida de lesbianas y gay en formato
de novelas, cuentos y poesía. En poesía tenemos los poemarios de Insumisa
Primavera de Silvia Matus (2002); Injurias de Ricardo Lindo (2004) y La
2 María Eugenia Vázquez Valiente o Alex de Valente tenía el sitio web alexdevalentethewrit‑
er.com, en el cual alojaba su basta producción de memorias, relatos sobre su vida y experiencias
de vida de personas salvadoreñas LGBTI+ entre fines de la década de 1990 hasta 2009; con títulos
tan sugerentes como: Todo lo que la Gente Quiere Saber de la Vida Gay… o Cómo ser Gay… y no
devolverse al Closet en el Intento. Únicamente tengo conocimiento de la publicación artesanal, con
el apoyo de Las Mélidas, de dos obras testimoniales: Raquel… otra que sale del closet y Cuentos
Cortos… Mis cuentos cortos (una saga de erótica lésbica). El recuperar y sistematizar toda la obra de
Valente es una tarea pendiente.
I. Postguerra salvadoreña:
la disputa política de nuevas identidades
El 12 de enero de 1992 se puso fin a 12 años de guerra interna por medio de
la firma de los Acuerdos de Paz. En ese momento inició el periodo histórico
conocido como postguerra salvadoreña. Este grosso modo, se puede caracte‑
rizar a nivel político por el surgimiento de una incipiente democracia ame‑
nazada por acciones de violencia homicida con tintes políticos en el primer
quinquenio de la década de 1990 (González 1997). Uno de los hechos polí‑
ticos más significativos de este periodo inicial fue la participación política
del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), antigua
organización guerrillera, en los comicios de 1994, catalogados como las
“elecciones del siglo”.
La participación del FMLN en las contiendas electorales de la década de
1990 y 2000 no representó cambios políticos substanciales. La ultradere‑
cha política representada en la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA)
mantuvo el poder por veinte años. Fue hasta 2009 que ocurrió una alter‑
nancia en el poder con la llegada de Mauricio Funes a la presidencia. Este
hecho intentó hacer un giro de las políticas públicas para tornarlas más
inclusivas; sin embargo, este intento se puede caracterizar como incon‑
cluso. El FMLN ostentó el poder por 10 años. En el año 2019, luego de
una separación tortuosa del FMLN, Nayib Bukele ganó la presidencia de
la república. Esta ruptura del bipartidismo de gobiernos ARENA-FMLN de
los 30 años anteriores, Bukele la arguyó de manera simplista que con su
victoria se pasó “[…] la página de la postguerra” (MBN Digital 2019).
Son muy distintas las palabras de Bukele a las reflexiones del investiga‑
dor para la paz John Lederech, quien afirmaba: “[…] llevará tanto tiempo
salir de un conflicto armado como el que llevó entrar en él” (Lederach
1998: 107). Los procesos de construcción de paz y reconciliación en contex‑
tos donde se han padecido procesos de violencia intergeneracional, como el
caso salvadoreño, únicamente se logrará sanar sus heridas desarrollando un
trabajo profundo de reconstrucción de tejido familiar, comunitario y social
(Martínez, Cáceres & Martínez 2021). Esto dio como resultado los índi‑
ces más bajos de homicidios de las tres últimas décadas, aunque el número
permanece elevado al compararse con otros países de América Latina y el
Caribe (Valencia 2021). En 2022 cuando ese pacto de co-gobernabilidad
se rompió, se implementó el Estado de Excepción como política pública
represiva que criminalizó a jóvenes hombres en edad productiva residentes
en zonas de precariedad económica.
A nivel de los movimientos sociales surgieron nuevos actores. Los dos
metarelatos hegemónicos, “la toma del poder por la vía armada” que pro‑
mulgó la izquierda política y “el exterminio militar de los comunistas” como
forma de mantener los privilegios de la burguesía, dejaron de tener textua‑
lidad en las agendas políticas de los nuevos actores sociales en la postgue‑
rra. Por ejemplo, a nivel de los sectores progresistas, las demandas iden‑
titarias llenaron las agendas políticas (Martín 2013), como el caso de las
mujeres feministas que comenzaron a reclamar una vida libre de violencia,
su derecho a elegir sobre su cuerpo e igualdad económica, social y política.
En cuanto a la burguesía, sus discursos gravitaron prioritariamente hacia
la impulsión del nuevo modelo económico neoliberal. Sin embargo, exis‑
tieron actores, y en este caso actrices, que tomaron como agenda política
la erradicación de los Derechos Sexuales y Reproductivos de las políticas
públicas en el país (Arévalo 2018b). Esto tuvo como resultado la pena‑
lización absoluta del aborto en 1997 que con lleva al encarcelamiento de
mujeres jóvenes pobres con condenas entre 30 a 40 años por emergencias
obstétricas extrahospitalarias.
Al margen de esas disputas, surgieron de manera precaria grupos orga‑
nizados de personas LGBTI+. Para hombres gay, la expansión del VIH y
sus consecuencias mortales fueron el eje articulador de sus procesos orga‑
nizativos (Arévalo 2016). En el caso de las mujeres lesbianas el Feminismo
sirvió como agenda aglutinadora para encontrarse y generar espacios polí‑
ticos de reflexión y autocuido (Arévalo 2017). En cuanto a las identidades
trans, mujeres transgéneros y transexuales, al igual que para hombres gay,
la expansión mortal del VIH fue un factor importante para su organización,
pero el articulador de una agenda política específica se dio a través de una
serie de homicidios en el segundo quinquenio de la década de 1990 (Aré-
valo 2019b).
En la década de 2000 existió una diversificación de estructuras organiza‑
tivas de personas LGBTI+. Los hombres gay procuraron tener otras opciones
ganas se le pasaron para atrás. Máximo estaba convencido que los homosexuales
eran cobardes, no era de extrañar porque casi todo mundo piensa igual (Leiva
2002: 78).
Retomando el relato de Leiva (2002), Jesús logró cumplir con todas las
pruebas que demostraban que estaba comprometido a la causa cuando fue
colocado en la primera línea para combatir contra el ejército. Como recom‑
pensa fue promovido a espiar a un alto funcionario del ejército. Su labor de
espionaje fue exitosa durante varios meses; sin embargo, la presencia del
alcalde de su pueblo natal generó sospechas. Tras esta sospecha, el Cnel.
Herrera -quién era el objeto de espionaje-, envió a sus guardaespaldas a
realizar un “interrogatorio” a Juan.
Los guardaespaldas, al mejor estilo de los escuadrones de la muerte,
capturaron y secuestraron a Juan. En el interrogatorio lograron hacer que
Juan confesara su homosexualidad, pero no su pertenencia a la guerrilla.
Cuando consiguieron este cometido, su objetivo de interrogatorio se olvidó
y pasaron a una fase de ejercicio del poder representado en la libido domi-
nanti (Bourdieu 1999). Juan fue violado por sus cuatro captores. El acto de
violación de Juan se enmarca en una gramática cultural de la violencia en
el ejercicio de la sexualidad como instrumento de poder de los cuerpos de
represión. Juan nunca relató este evento a la dirigencia del FMLN u otros
presos políticos con los cuales se encontró al ser llevado a un centro penal
por sus captores.
Ante estos escenarios del “travestismo revolucionario” y el ejercicio de
la violencia sexual por parte de efectivos del ejército, Rafael Lara-Martínez
expresa (2012: 218):
Sea que al rival se le afemine por desfloración violenta, o se le humille por tra‑
vestismo jocoso, el cuerpo, la sexualidad y el cambio de género constituyen una
esfera compleja que la historia en boga deja fuera de toda reflexión política.
contexto de epidemia por VIH, sugiere que el asesinato de La Bellita fue por
supuestamente haber infectado al hombre que la mató.
En 1985 se dio la noticia del descubrimiento del primer caso de SIDA en
El Salvador, en un hombre homosexual de 33 años que había regresado de
Estados Unidos cuatro meses antes de ser internado en el Hospital Rosales
(Beltrán 1985: 2, 21). Para tratar de optimizar los pocos recursos dispo‑
nibles en ese momento para detener la epidemia, se tenía que estimar la
población de posibles afectados. En nuestro tema de estudio se informó
que en San Salvador existía 4,500 homosexuales (La Prensa Gráfica 1987:
3, 13). Esta cifra estaría relacionada al ejercicio del trabajo sexual, ya que
“homosexual” como se mencionó anteriormente, indicaba a una identidad
social determinada y no a la orientación sexual de una persona. Para 1987
las autoridades del Ministerio de Salud estimaban 7,500 caso de infección
(Cornejo 1987: 18).
Un país en guerra no tenía un sistema de salud para dar atención a las
enfermedades más comunes de ese momento, y cuando el VIH surgió en
el territorio, existió una displicencia institucional para abordar el tema de
forma directa, operando un proceso de discriminación en el cual primaba
el estigma de la enfermedad sobre esos cuerpos que contradecían las con‑
venciones hegemónicas sociales, sexuales y religiosas de la época. La falta
de una respuesta gubernamental presupuestaria y humanitaria a la epide‑
mia generó desesperación en los afectados. Esto motivó, por ejemplo, a un
hombre identificado como bisexual 5 a hacer un llamado a Elizabeth Taylor
para que intercediera por las personas viviendo con VIH en El Salvador,
al igual que lo estaba haciendo en Estados Unidos, por medio de la cons‑
trucción de un centro para dar tratamiento paliativo a los infectados por la
enfermedad (Notimex 1992: 41).
A pesar de que el VIH fue una sentencia de muerte para homosexuales
y transexuales de la segunda mitad de la década de 1980 y toda la década de
1990, la represión policial que se desató en la zona de La Praviana contra las
mujeres trans que ejercían el trabajo sexual de calle fue uno de los factores
que estimuló su organización (Arévalo 2019). Para las mujeres trans, la
5 Si “homosexual” identificaba a una identidad trans contemporánea, la identidad sexual de
bisexual, por los relatos que se poseen de esa época, describía a aquellos hombres que ejecutaban
un performance masculino tradicional, que incluso pactaban públicamente con la heterosexual‑
idad al estar en pareja con una mujer, pero que tenían prácticas sexuales con otros hombres. El
declararse bisexual pudo ser una estrategia de distanciamiento de la identidad estigmatizada de
“homosexual”.
Reflexiones finales
En un país como El Salvador, donde se vive, convive y sobrevive en una
epidemia permanente de violencia homicida, los crímenes de odio contra
personas LGBTI+ y, en especial, contra personas trans son invisibiliza‑
dos. La mejor representación de estas muertes está conformada por las
diferentes masacres de mujeres trans de la década de 1980 que se cubren
de impunidad, convirtiéndose en el marco institucional que se reproduce
continuamente al hablar de crímenes de odio motivados por orientación
sexual, identidad y expresión de género. Las personas de la disidencia
sexual y de género también debemos exigir la apertura de los archivos del
ejército y todo lo relacionado al tiempo de la guerra, ya que en ellos pode‑
mos encontrar, posiblemente, respuestas a las masacres de mujeres trans
y de otros homosexuales en este periodo histórico.
La censura de la novela Putolión de David Hernández fue una muestra
ejemplar del momento de transición que atravesaba el país en cuanto a la
homosexualidad, en el que el clóset se estaba abriendo, pero para entrar a
un cuarto cerrado. Este cuarto cerrado lo ejemplifican los espacios como
para las personas LGBTI+. Una de las acciones en contra de las identidades
trans fue eliminar de la discusión pública la propuesta de Ley de Identidad
de Género. Al calificar a la sociedad civil organizada, incluyendo a organi‑
zaciones LGBTI+, como “enemigos internos”, se reafirman las palabras de
la filósofa Judith Butler al expresar que las personas LGBTI+ “[…] apelan
al Estado en busca de protección, pero el Estado es, precisamente, aquello
contra lo que necesitan protegerse” (2010: 46‑47). Lo anterior se ve refle‑
jado en las acciones del personal de instituciones estatales que deberían
velar por el cuido y protección de todas las personas se convierten en
autores de los crímenes de odio, como el caso de Camila Aurora.
Al mismo tiempo que las narrativas de postguerra trataban aspectos
de la vida de personas de la disidencia sexual y de género al interior del
periodo de la represión política y la guerra, estas comenzaron a tratar temá‑
ticas emergentes, como la circulación del VIH, la relación de las maras con
las personas LGBTI+, y, como colofón, su proceso de precarización. Las
representaciones trans presentes en estas narrativas fueron escritas por
personas cis-género. Las representaciones trans en las narrativas analiza‑
das corresponden a mujeres trans que, mayoritariamente, ejercen el trabajo
sexual como medio de sobrevivencia. Los hombres trans son exiguamente
abordados en estas narrativas.
El reto y la próxima frontera para atravesar es que personas trans sean
artífices de sus propias narrativas, colocando en ellas sus anhelos, subje‑
tividades, irreverencias, identidades, problemáticas, aspiraciones, etc. Un
primer ejemplo de ello es el dialogo entre Nadie/NadiA (2018), en donde
Nadie expone el proceso de construcción de su feminidad, en contra de
su masculinidad biológica, y NadiA, a su vez, explicó los procesos tec‑
nológicos y artísticos para crear una pupusa-vulva desde sus genitales
masculinos. Mostrando de esta forma la síntesis de su dualidad-oposi‑
ción-unidad: “soy el hombre que cosifica, y a la vez, la cosificada” (Nadie/
NadiA 2018: 59). Esa dualidad-oposición-unidad que viven naturalmente
los cuerpos de las personas trans es lo que la mayoría de las veces genera
rechazo, miedo y odio en diversas personas, que, en vez de esforzarse
por comprender y aceptar esa forma de vida, les resulta más fácil negar
el derecho a la identidad, educación, salud, vivienda, trabajo decente y
dignidad a las personas trans.
En otro ejemplo, tenemos el testimonio de Amalia Darién Leiva trans‑
formado en un comic que narra su infancia y los procesos de discriminación
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