Acerca de Otro Trauma (Freud, Ferenczi, Lacan)
Acerca de Otro Trauma (Freud, Ferenczi, Lacan)
Acerca de Otro Trauma (Freud, Ferenczi, Lacan)
Siguiendo a Freud a partir de su escrito de 1919 sobre “Las neurosis de guerra”, nos
permitiremos introducir en el campo de la clínica lacaniana la categoría de neurosis
narcisistas, como formando parte y no opuestas a las neurosis de transferencia, aunque
sus modalidades difieran.Estas neurosis se caracterizan también, tal vez sea su signo
distintivo, por una importante presencia ya sea de fenómenos de sensitividad[8], sin que
por ello un fenómeno elemental, alucinatorio o delirante revele una psicosis paranoica,
más bien acompañan la permanencia cierta de un estado depresivo –un duelo nunca
elaborado– entrecortado o no por estados que la semiología psiquiátrica denominaría
“hipomaníacos”, ya sea un esfuerzo inconsciente y generalmente sin éxito para salir de
la inhibición.
Entonces ¿cómo articular este fenómeno en la estructura, tal como la enseña Lacan?
Para ello tendremos que introducir una cesura en la secuencia de los tiempos lógicos
que dan cuenta de la constitución del objeto ‘a’ e intentar mostrar cómo estas
modificaciones[9] del yo son el efecto de esta solución de continuidad entre los tiempos
de la primera y la segunda alienación-separación, y entre los dos pisos que hacen a la
existencia del objeto[10]. Veremos esta cuestión más adelante.
En un principio, Freud había denominado ‘neurosis narcisistas’ a la paranoia y la
melancolía y dejado el término ‘psicosis’ para la ‘dementia praecox’ de Kraepelin.Pero
a partir de los trabajos de Ferenczi y Abraham sobre las neurosis de guerra, que
muestran que el aspecto más llamativo se revela en un hecho clínico repetido: el trauma
psíquico se debe a la falta de herida real, Freud pasa a considerar –mediante un atajo no
sólo sorprendente, sino que representa el punto de partida de una nueva metapsicología,
en la introducción que envía al V Congreso de la IPA[11] y que intitula “Psicoanálisis
de las neurosis de guerra” – que estas neurosis de guerra, donde el trauma psíquico se
debe a la ausencia de trauma real...tienen la misma estructura que las neurosis
narcisistas.
La pregunta que el texto deja planteada sin responder –en nuestra opinión–, consiste en
saber por qué el objeto no se ha desprendido –no pudiendo ubicar en él la pregunta de
dónde– permitiendo así a las pulsiones encontrar otro objeto que el yo para gozar de él.
Ahora bien, este texto valioso en más de un aspecto, permite hacer la ecuación entre una
‘carencia’, un ‘rechazo’, una cualidad ausente en el amor –recibido del Otro– que
denomina Versagung[13] y los traumas psíquicos –o reales– que el sujeto no cesa de
inscribir en su cuerpo o en su psiquismo a lo largo de la vida. Como si la protección
(dado que la “defensa” primera viene del Otro) que le faltó en su momento, se volviera
–con el tiempo– un verdadero peligro, ya que el sujeto, al buscarla, no hace más que
hallar en el otro que busca, el doble de aquel o aquella que fue, antaño, la fuente y el
origen de esta Versagung, ese primer engaño, no del amor, sino en el amor. Quien no ha
recibido realmente amor simbólico, siempre se engaña (trompe)[14] a sí mismo en el
equívoco (tromperie) que es la naturaleza misma del amor imaginario. Porque busca
amor esencialmente para restañar sus heridas, cuando, en general, amor es lo que
permite sobrestimar al otro simplemente para encontrar en él una causa de deseo.
Podemos entonces hacer una primera distinción: el sujeto narcisista ubica la cuestión
del ser a nivel de su yo, quien no lo es, lo hace a nivel de su objeto.
La segunda noción de trauma viene tanto de Freud – antes de 1896– cuando éste creía
que la escena de seducción había verdaderamente ocurrido en la realidad fáctica y era
causa única de la neurosis, como de Ferenczi, quien, conviertiéndola en concepto
clínico, la pone en relación no sólo con un hecho realmente acaecido – aunque ellos
existan y los encontremos en abundancia en la clínica – sino esencialmente con la
“diferencia de las lenguas”[16] entre niños y adultos. Estos vehiculizan en su palabra la
sexualidad adulta –es decir, hacen del niño una presa fálica que hace que el pasaje al
acto no siempre sea necesario– mientras que los niños se ven imposibilitados de dar
inmediatamente una significación al sentido sexual vehiculizado por la palabra del
adulto, así como de otorgar un sentido sexual a la asignación que les hace el adulto:
ocupar el lugar de referencia fálica. La segunda escena freudiana adviene, aún en
ausencia de todo contacto corporal, en el encuentro de sentido y significación, cuando
es su oposición lo que garantiza la estructura del lenguaje. El punto de su copulación
queda, en el mejor de los casos, encerrado en el síntoma, lo que permite, en general,
permanecer en la estructura del lenguaje. Cuando desborda al síntoma, es el yo que debe
clivarse para seguir sosteniendo la función de la referencia.
El tercer tipo de trauma, que aquí postulamos, se origina cuando los padres, en lugar de
ser el soporte del niño, quien puede utilizarlos para constituir su propio aparato psíquico
y separarse luego de ellos, hacen del niño su propio soporte. Aquí no adviene his
majesty the baby, en el sentido que las madre o los padre fantasean un porvenir
prometedor para el niño, del cual tendrá que hacer el duelo; sino que es el niño quien
cumple esa función de apoyo –anaclítica –, con la madre primero, ya que el padre está
imposibilitado (sea por ser incapaz él mismo, sea porque la madre no puede siquiera
recurrir a él, o bien porque no se lo permite) de ofrecer al Otro esta posibilidad. Las
historias clínicas pueden ser infinitas. Nuestra cuestión es salir –al menos por un
momento- de lo singular de la clínica para elevarnos, si pudiésemos, hacia un universal.
Allí donde la madre hace uso del niño cual espejo en el que se contempla en su radiante
maternidad, allí donde el padre se sostiene en su autoridad sólo con el niño por carecer
de ella en las cosas de la vida, al utilizarlo ambos como espejo, comprometen su lugar:
el de otorgar un soporte imprescindible a la función del espejo, que se verá
indudablemente afectada. En efecto, cuando la mujer reemplaza la feminidad por la
maternidad y el hombre, la masculinidad por la paternidad, el sujeto se encontrará en
una situación traumática, por carencia del verdadero amor que es el que vehiculiza tanto
la significación como el marco de la función fálica.
En nuestra opinión, forjada tanto por las cuestiones planteadas por los pacientes, como
por el intento de leer clínicamente los matemas lacanianos, hay una falla – en sentido
orográfico, o tectónico – temporal entre estos dos tiempos; no realizan la secuencia –o
la serie– necesaria para que, de la primera separación del Otro, donde el sujeto se hace
realmente el muerto para no zozobrar bajo su sentido, resulte la posibilidad inmediata –
que es un acto del sujeto y no está dada por el Otro– de apoderarse de su objeto y del
significante que lo divide. Hay una separación realizada muy tempranamente, un tiempo
de alienación demasiado corto, y un tiempo de más que no advino, para que, a la
pregunta acerca de su deseo - Ché vuoi?-, el sujeto pueda contestar con su fantasma, es
decir, callando.
Porque el fantasma permite gozar en silencio[20] –de allí, una intimidad cierta pero
fundamental y estructurante con la pulsión de muerte o con el sentido mortífero de la
pulsión sexual–, excepto cuando se vuelve invasor y buscado expresamente como
barrera a lo displacentero – la realidad toda. Allí falla en su función.[21]
Quien permanezca pasivo[22], habiendo podido apoderarse del objeto del Otro, desde el
lado lógico de recibir de éste su sentido, tendrá una inclinación interpretativa o sensitiva
para oponer una barrera a aquello mismo que busca, un suplemento de sentido sexual
que no puede extraer del fantasma. Aquel que, activo, privilegie su separación, obtendrá
su libertad, respecto a todo sentido que venga de quienquiera, al precio de un sinsentido
radical que no habrá podido revestir suficientemente con las vestimentas erógenas
aportadas por las pulsiones. No se trata en ninguno de los dos casos, de que no puedan
desear y gozar, aprovechando contingencias favorables, ni tampoco de que no exista el
fantasma en el sentido estructural; sino que, a merced de las tormentas, esa tela
transparente y silenciosa que asegura la separación entre (el 1 de) significante y (el 1 de)
sentido será incapaz de seguir asegurando su función[23]. Que se intentará obtener
cueste lo que cueste en lo real.
En la neurosis narcisista, el yo se escribe i(a), tal como en las neurosis cuya dominante
son las formaciones del inconsciente. La diferencia reside en el hecho de que el ‘a’ de la
primera es un objeto real, por lo tanto, vacío; ‘nada’ en tanto resto de la Cosa y signado
por la caída que le dio existencia. En las otras neurosis, ‘a’ está recubierto con ropajes
pulsionales. Esto explica que los segundos hagan fundamentalmente formaciones del
inconsciente, porque es el objeto constituído el que permite oponer Significante al Goce
fálico. Mientras que los primeros, aunque dispongan del tesoro del significante, a las
manifestaciones que leerán del Goce del Otro, opondrán su yo.Los análisis qu resultan
didácticos, al hacer mella –levantándolo – en el narcisismo del sujeto permiten construir
une teoría que vincule los dos tipos de neurosis. Asimismo, encontramos sujetos
francamente obsesivos con un yo ‘débil’, donde lo imaginario padece de la poca
investidura pulsional de ‘a’, así como histéricos que han logrado esta operación.
La intersección entre el sentido del Otro que se rechaza y el ser del sujeto que no se es,
es el sinsentido. Punto de formación tanto de ‘a’ como del Inconsciente.
Formularemos entonces la hipótesis, pesando las palabras, que el sinsentido, en el
sentido que nonsense tiene en ingles, unsinn en alemán, está en el origen del
inconsciente, que el sinsentido como sinnlos, sería el ‘a’ en su cara real, impensable y
del cual no tenemos la menor idea[25], excepto revistiéndolo con sus ropajes
pulsionales.La falla entre los dos tiempos, la dificultad a la sustentación del segundo,
dará, sí, una organización fantasmática, pero carente de “autonomía”. Lacan lo escribe
en Posición del inconsciente: “La falta de un tiempo va a ser pensada en el tiempo
anterior” ¿Qué quiere decir?Que buscando su deseo entre los dos significantes que
constituyen su armadura –porque el deseo es indecible, lo decible es la demanda–, el
sujeto se hunde entre los dos significantes del par que representa la escritura mínima de
la estructura, y no encuentra un objeto realmente pulsional; halla ese objeto que es él
mismo en su origen como sujeto, que ha sido guardado tanto en el fantasma como en el
yo ideal.
Así, la pregunta de la neurosis narcisista va a ser “¿qué es yo?”, en lugar del consabido
“¿soy hombre o mujer?” de la histeria, o el “¿estoy vivo o muerto?” de la neurosis
obsesiva. En el grafo, a la pregunta del deseo del Otro “¿Qué quieres de mi?”,
contestará “¿Qué soy?”. Tal es la pregunta de Descartes en la segunda Meditación
Metafísica. Descartes formula dos preguntas. Una: “¿Quien soy, yo que sé que soy?” en
la Tercera Meditación. Pero la primera pregunta de Descartes en la Segunda Meditación
es “¿Qué cosa soy, pues? Y en latín no es “¿Quis?”, pronombre interrogativo de la
primera persona, sino “¿Quod?”, pronombre interrogativo neutro: “¿Qué cosa?” Quod
igitur sum ego “ no “ ¿Quién soy?” sino “¿Qué soy, pues?”Algo no está acabado en el
proceso de extracción del sujeto a partir del objeto, ya que si bien el fantasma está allí,
se desmorona, se transparenta. Ante las grandes cuestiones de la vida, el fantasma no
sirve como punto de seguridad, porque su función principal es hacer desconsistir al
Otro, asegurando la existencia del Inconsciente.
Cuando se derrumba el fantasma, o no se logra asegurar la extracción de goce a partir de
su objeto, el sujeto se desmorona en un duelo que ninguna pérdida real puede explicar.
En otras palabras, nos vemos confrontados no a una carencia, sino a una desarticulación
entre el Nombre-del-Padre y el Falo. Si el segundo representa el sistema de las huellas
mnémicas, el primero las convierte en significantes. El problema no reside sólo en la
falta de traducción, que es el hecho de toda neurosis, sino en una dificultad de
nominación. Esta es la cuestión que plantea Marcel Proust de manera axiomática.
Invirtiendo la queja de Rilke, quien, no obstante, hizo obra con ésta, mostrando que la
producción de metáforas posee de por sí un carácter paterno, podríamos proponer que la
belleza es vivida como un duelo imposible de hacer –toda belleza se marchitará– porque
el sujeto vive sus traumas como inmarcesibles.
La escritura es pues, tanto el sustituto de la envoltura erógena del objeto, como lo que
permite, a través de la metáfora, la función de nominación. Sin ésta, las huellas, por sí
solas, son siempre traumáticas.
La función del análisis no consiste sólo en la lectura del retorno de lo reprimido, sino en
la escritura de un borde aún no trazado que permitirá el pasaje del goce al significante.
Es por esto que los retornos de lo reprimido que se producirán durante la cura no son los
de un Inconsciente previo al análisis, sino los de un Inconsciente producido en ella.Para
que esto pueda ver la luz, para producir las condiciones que permitan que advenga esta
contingencia, debe producirse un vuelco. Hasta entonces, el sujeto no había tenido otro
recurso en la vida que ser el pibe/ la piba que pensaba por sus padres; hecho que lo
ponía en la imposible y no elegida posición de no ser (lo que explica fácilmente sus
razgos de carácter). En esta posición, ningún duelo puede tener lugar, toda palabra sigue
cargada de sentido.[28] Allí, la vida es una eterna lucha para sobrevivir, para que cada
palabra no se vuelva herida.Si la transferencia, como respuesta al deseo del analista
puede ver la luz, podrá entonces escoger no pensar y dejarse ser, liegen lassen –esa
Gelassenheit primordial cuya nostalgia era eterna por no haber jamás acaecido– porque
algo ha ocurrido : alguien piensa por él.
Podríamos concluir iniciando un diálogo entre Freud y Heine, irreal, mas no imaginario,
ya que el primero amaba leer y citar al segundo:
Heine : « Der Tod ist die kühle Nacht/ Das leben der schwülle Tag ».
La muerte es la noche serena/ la vida, el día agobiante.
Freud : « Das Leben zu ertragen bleibt ja doch die erste Pflicht aller Lebenden. Die
illusion wird wertlos, wenn sie uns darin stört ». Soportar la vida es pues el deber
primero de todos los seres vivientes. La ilusión pierde su valor, cuando nos lo
impide[29].
Podríamos agregar a esta máxima de Freud, fundadora de una ética, que soportar la
vida, en los casos que nos ocupan, conlleva hacer propia una ilusión sin la cual la vida
no es percibida como tal. Cuando Freud habla de ilusión, se refiere a las promesas de la
religión. Nosotros pensamos, en este caso, que las palabras que ofrecemos –que no son
más que un retorno de las que recibimos–, no se devuelven en el mismo ángulo que el
primer espejo, brindando así del sujeto una imagen[30], que el hecho de ser virtual no le
quita su carácter objetivo. Así, un arco iris es una ilusión, pero podemos convertirlo en
foto. Y hace falta la atmósfera para que la luz del sol no borre toda vida posible.
Heinrich Heine
Notas
[1] Nuestro primer intento relativo a estas neurosis ha sido publicado en el último
capítulo : « La Todestrieb, el Otro Goce, la función fálica » en el libro Del Padre a la
letra, Homo Sapiens, 2003. El segundo, intitulado « Trauma, Mort et Sexualité », se
publicó en Figures de la Psychanalyse N°8, primavera 2003.
[2] Lacan decía en De un otro al Otro que el sufrimiento es el faktum del psicoanálisis.
[3] Como intromisiones de lo Simbólico en lo Real.
[4] Según las palabras de Freud, en “Dos Principios del acaecer psíquico”, el Lust-Ich,
el yo-placer, trabaja para obtener una ganancia de placer (ein Lustgewinn), que es
traducido por Lacan como plus-de-gozar, inaceptable por la represión. El representante
que toma este exceso de goce sobre sí servirá para producir una formación de
compromiso inaceptable.
[5] Nuestra reflexión es también un intento de explicar por qué si la señal de alarma y la
Hilflosigkeit son dos caras inseparables de la angustia en tanto tal, no caen nunca, una y
otra de la misma manera, según la modalidad de la estructura neurótica.
[6] En el sentido más fuerte que tiene la palabra “necesario” en griego : « ser forzado a
».
[7] Intentaremos definirlo luego.
[8] Todo fenómeno de sensitividad, o de « interpretatividad », constituye un
rebajamiento del significante al signo. Aunque en toda lengua y en todo grupo social
haya un código de signos. Pero éste es balizado por el significante como lo es el código
de la ruta. El problema analítico reside en el hecho de que el significante en juego no es
S2, sino la existencia separada o no de S1. Lacan señalaba que esto le ocurre también al
obsesivo, lo cual nos permite distinguir dos grupos de fenómenos donde la pura
semiología no es lo que revela la estructura. La cuestión sería si es todo el lenguaje, o
un semejante, lo que permanece « afuera », no subjetivado, o si son fenómenos de
suplencia narcisista.
[9] Esta palabra ‘modificaciones’, ‘arreglos’ o ‘alteraciones’ del yo –Veränderungen en
alemán–, es un término muy empleado por Freud a partir de « Inhibición, Síntoma y
Angustia », al igual que por Abraham y Ferenczi. Es llamativa su ausencia en el
discurso de los lacanianos, ya que si para Lacan el yo en sí mismo es una ilusión a partir
del cual uno se subjetiva en lo simbólico, también debe haber “yoes” diferentes según el
tipo de neurosis.
[10] La idea de dos pisos del objeto ha sido formulada por primera vez por François
Baudry en « L’Intime », éditions de L’Éclat, 1984. Para nosotros, aunque no sea más
que una diferencia de lenguaje, diríamos ‘estratos’ traduciendo así el término
ferencziano Stuffe, que se encuentra en la correspondencia de Freud con Fliess.
[11] Que tuvo lugar en Budapest en 1919, en el corto período de la Comuna de Béla
Kun durante la cual se creó una Cátedra de Psicoanálisis en la Universidad cuyo
titularidad fue otorgada a S. Ferenczi.
[12] “Introducción al Simposio sobre las Neurosis de Guerra”, O.C. Amorrortu editores.
[13] Es decir cono el no cumplimiento de la promesa inscripta en la palabra.
[14] O bien engaña a sabiendas, pero esto forma parte de otra categoría de estructura.
[15] La escuela anglo-sajona nos habituó a pensar los cuidados maternos en términos de
cuidados corporales. Sin embargo, éstos son, sin excepción, “decires” con y sin
palabras. Si nos atenemos a nuestros pacientes, niños y adultos, el cuidado más preciado
fué encontrado en la voz de los padres y en sus inflexiones, tanto como soporte que
como envoltura del cuerpo.
[16] Ferenczi, O.C, Tomo IV, Payot, 1974. Lacan, sin citarlo, lo resume, lo
conceptualiza y le da a este trabajo de Ferenczi todo su alcance en la dirección de la
cura en la clase del 4 de mayo de 1972, Seminario “El saber del psicoanalista”. Lo cual
permite leer nuevamente la crítica que le hace en el trabajo de los Escritos, “La
dirección de la cura”.
[17] El término ‘derrumbe’, aunque es usado fundamentalmente por el psicoanálisis
anglosajón con la traducción de breakdown, pertenece verdaderamente al vocabulario
de Freud que lo emplea para dar cuenta de los episodios depresivos del Hombre de los
Lobos, con la expresión alemana “narzistisches Versagen”.
[18] Lo que puede traducirse en la vida, por una inteligencia precoz, que sirve
generalmente durante el período de estudios, pero resulta profundamente inepta para
solucionar los asuntos de la vida. Asimismo, la ausencia de toda vida sexual, inclusive
psíquica, señalada por Freud en 1932 como un destino de la feminidad y de ningún
modo emparentada con la psicosis, muestra claramente una forclusión, no del falo, que
es constitutiva de la estructura, producto de la metáfora paterna y da lugar a S1, sino del
goce fálico en tanto tal. Los destinos de la feminidad no conciernen sólo a las mujeres.
[19] La palabra “estrato” se encuentra en Freud y Ferenczi, a la cual éstos dan un
sentido témporo-evolutivo. Siguiendo el adagio lacaniano de que lo que hace historia de
un sujeto es lo que va contra la evolución, le damos a la “Stuffe” freudo-ferencziana un
carácter lógico, lo que no impide, sino que a la vez exige, que se desarrolle en una
temporalidad cronológica que no carece de hitos. Esto es, lo que en general se llama
problemas de “separación” son para nosotros problemas de “alienación”.
[20] Porque la frase que el fantasma pone en escena es eficaz a condición de ser callada.
Por otra parte, el sujeto pretende – y está bien si así lo logra – que el goce que éste
procura sea absoluto, es decir, desligado del resto del psiquismo, y por ende, no
culpable.
[21] Tanto el Freud de “Estudios sobre la Histeria” como Winnicott presentan ejemplos
en los cuales una actividad de fantasmatización desenfrenada muestra cierto fracaso en
la formación del fantasma. La propia Dora, descripta por Félix Deutsch en los años 20,
llena de rasgos de carácter y síntomas funcionales, también es un ejemplo princeps de
ello.
[22] Pero ya habiendo llegado a la segunda identificación.
[23] Esta idea fundamental, que aquí articulamos a nuestro modo, ha sido formulada por
primera vez en la literatura analítica por Silvia Amigo en su libro Clínica de los fracasos
del fantasma, Homo Sapiens, Rosario, 1998.
[24] Lacan no lo dice de este modo en el Seminario de los Cuatro Conceptos porque
está modificando su primera teoría, que viene de Freud, y que hace del niño un sustituto
fálico. El apelar al ‘sentido’ le permitirá complejizar las relaciones entre ‘objeto’ y
‘falo’, en primer lugar, por la vía del sentido, y luego por la de la oposición entre
‘sentido’ y ‘significación’. Esto generará en La lógica del fantasma, la oposición entre
‘ser’ y ‘pensar’, y en el Seminario Aún y los que lo anticipan, la diferencia entre los tres
goces fundamentales.
[25] Lacan, La Tercera, Roma, 1974.
[26] Sigmund Freud, Vergänglichkeit, GW.
[27] Cuando hay una alteración del yo, la pregunta para plantearse –que es larga de
contestar– consiste en saber si el yo ideal, a pesar de ser fallido, conserva igualmente el
soporte para que los semejantes hagan de espejo; o bien si la inexistencia de yo ideal
destina al sujeto a la pérdida de toda relación con el otro, y por lo tanto, a la melancolía.
[28] Nos ha ocurrido, luego de largos años de análisis, y sin esperarlo, que pacientes
que presentaban de manera continua, deliria de persecución, los dejaran de lado para
iniciar el duelo del lugar imposible en que el Otro los había ubicado. Esta querulencia,
encapsulada en el yo, no servía más que para darles un tono sin el cual el menosprecio
(mépris) y la equivocación (méprise) del Otro habrían acabado con ellos. Estos deliria,
que se confundían con fenómenos elementales, cayeron para siempre el día en que el
paciente pudo decirle al analista: “En definitiva, buscarme un perseguidor es la manera
de asegurarme de que alguien piense en mi”.
[29] “Consideraciones actuales sobre la guerra y la muerte”, O.C; « Zeitgemässes über
Krieg und Tot », Studienausgabe, Band IX, Fischer Verlag, 1981.
[30] Se trata en verdad de las dos imágenes: una es aquella que, al volver patente la
causa del sufrimiento, permite dejarlo de lado. O, al menos, que adquiera otra cualidad
en el trabajo de perlaboración. La segunda es una imagen –el espejo propio a todo
significante– que le devuelve sus significantes –en la medida de lo posible – liberados
de su interpretación primera. Esto no significa cortar con la repetición, sino, mientras se
pueda, repetir de otro modo.