Morin, Edgar. Autobiografia
Morin, Edgar. Autobiografia
Morin, Edgar. Autobiografia
LA NUEVA CONCIENCIA
PLANETARIA
AUTOBIBLIOGRAFÍA DE EDGAR
MORIN
Alfredo Gallego
E-mail: agallego@hotmail.com
E-mail a la lista: morin-biblio@egroups.com
Website: http://www.geocities.com/ResearchTriangle/Forum/9950
Fascículo 1
Escribí en otra parte que yo estaba animado por lo que el tao denomina el
espíritu del valle, «que recibe todas las aguas que en él se vierten». Pero no
me veo como un valle majestuoso; me veo más bien como una abeja que se ha
embriagado libando de mil flores para hacer, con todos los pólenes distintos,
una sola y misma miel. Hoy, considerando retrospectivamente mi andadura,
veo que la ausencia de cultura es la fuente de mi cultura. Mi vacío cultural
originario aspiró el aire de la curiosidad, el saber, lo imaginario, la búsqueda
de la verdad, la búsqueda del bien, la elaboración de mis propias normas. Fui
edificado por aquello de lo que sentía sed. Mi apertura omnívora mantuvo mi
autodidactismo, que a su vez mantuvo mi apertura omnívora. A través de mi
autodidactismo me descubrí, descubrí mis verdades contrarias. Cosa
paradójica: mi curiosidad, que me singulariza con respecto a los
normalizados, satisfechos o resignados, es lo que me convierte en un ser poco
singular y relativamente indeterminado.
De los veinte a los treinta años tuve la suerte de haber asistido a la escuela
de la vida y de haber respondido a las necesidades de mi espíritu. No he
dejado de ser estudiante porque he sido investigador en el sentido pleno y
existencial del término. Fui y he seguido siendo un estudiante que elige a sus
educadores, y liba a la vez de la cultura universitaria y entre los autores
ignorados o excluidos por esta cultura. En cierto sentido soy fruto de la
cultura universitaria; en otro sentido mi indisciplinaridad y mi
transdisciplinaridad hicieron que su alto mandarinato me condenara durante
decenios. ¡Cuántos desdenes me ha valido, entre los educadores, mi deseo de
educarme! Soy, sigo siendo estudiante siendo autor y porque soy autor.
Nunca dejé de ser un caminante. Mi vida ha sido y sigue siendo una vida
móvil, errante, en meandros, impulsada por mis aspiraciones múltiples y
antagónicas. He obedecido con continuidad a mis demonios, pero
acontecimientos y azares han aportado discontinuidades, transportándome
adonde ignoraba que debía ir, pero donde encontraba de nuevo mis
demonios. He ido sin cesar de un medio a otro, he circulado por la sociedad,
por las sociedades, me he negado a dejarme encerrar en la casta (intelectual,
sobre todo). He sido fiel a la «concepción sintética de la vida».
Creí que mis «travesías del desierto» se alternaban con oasis, de hecho, los
oasis del alma y del corazón me acompañaban en las travesías del desierto.
He sufrido la alternancia travesía del desierto/oasis como un destino
impuesto desde el exterior por las condiciones históricas en las que me he
hallado. En cambio, de un modo muy interior, muy personal, he sido
animado por los dos demonios contrarios de la dispersión y la
reconcentración. Varias veces me he dispersado hasta desparramarme, pero,
en mis períodos de reconcentración, he podido reunir o utilizar los materiales
adquiridos en la dispersión. Y estos ciclos de travesía del desierto/oasis, de
dispersión/reconcentración, de recomienzo, han constituido mi propia
andadura.
Y yo soy racional, pero no entre los racionalistas; místico, pero no entre los
místicos; tengo fe, pero no entre los creyentes en religión.
Fascículo 2
Siendo de curiosidad omnívora, por una parte hacia los hechos, los
fenómenos, los acontecimientos, por otra parte hacia los problemas llamados
filosóficos y hacia las ideas, siempre he circulado de lo empírico a lo teórico,
de lo antropológico a lo contemporáneo, y después de la cultura de las
humanidades a la cultura científica. El azar me empujó alternativamente en
dirección a mis distintos tropismos y, finalmente, he obedecido un poco a
todos y cada uno de ellos.
Fascículo 3
Fue siempre el choque entre dos ideas contrarias lo que suscitó cada uno
de mis libros. Así L’An zéro de l’Allemagne está obsesionado por esta
interrogación: ¿cómo la nación más culta del mundo produjo una de las
peores barbaries del mundo; cómo el país donde nacieron la música, la
poesía, la filosofía que más me conmueven hizo nacer las ideas que más me
repugnan? Me esforcé por mantener esta paradoja, por comprenderla, no por
reducirla. El hombre y la muerte parte de la contradicción entre nuestros mitos
de inmortalidad y la realidad biológica inexorable de la muerte, de la
contradicción entre nuestro horror a la muerte y nuestra disposición para
arriesgar nuestra vida. Le Cinéma parte de la contradicción entre la casi-
irrealidad del juego de luces y sombras en la pantalla, y el sentimiento de
intensa realidad que nace de su visión, así como de la doble consciencia del
espectador que, aun sabiendo que contempla un espectáculo imaginario,
participa en él con toda su afectividad.
Fascículo 4
La inmersión en lo contemporáneo
Fascículo 5
Heme aquí, pues, en un oasis a orillas del lago Constanza. Durante algún
tiempo somos los señores de la raza de los señores. Violette y yo encontramos
una querencia de amistad con Romuald, Jacqueline de Jomaron, Georges
Lesèvre. Me apasiona aquella Alemania destrozada, busco a los antinazis
para ofrecerles mi ayuda, corro hacia Berlín en cuanto me es posible, regreso
a menudo a la ciudad dantesca, me relaciono en la zona Este con un alto
responsable soviético que «controla» al general Chuikov; él me confía la
primera carta del mariscal von Paulus para su mujer desde el sitio de
Stalingrado, me sumerjo en las cuatro zonas, leo los informes de los servicios
secretos de los ingleses y los americanos sobre los acontecimientos y el estado
de opinión en su zona. Finalmente, impulsado por Robert Antelme, que se ha
hecho editor, me pongo a escribir allí mismo un primer libro autodidacta (no
soy germanista, no sé alemán), cuadro de la Alemania destrozada, destruida,
desmantelada de 1945-1946. Luego, puesto que el gobierno militar se
burocratiza por completo en Baden-Baden, regresamos a París.
Fascículo 6
El hombre y la muerte
(publicado en 1951)
Fascículo 7
El jueves y el domingo iba con mi primo Fredy a los tres cines —el Menil
Palace, el Phénix, el XXe Siècle—, con predilección por el Phénix que
proyectaba películas de aventuras o policíacas americanas. La acomodadora
del Phénix, apodada la «mujer-torpedo», procuraba que los niños se
quedaran a los lados, a precio reducido. Pero, en cuanto las luces se
apagaban, corríamos hacia las butacas del centro, lo más adelante posible,
bajo los gritos de la mujer-torpedo. Pasaban dos películas por sesión. Yo
sentía avidez por todo, westerns, dramas inspirados en las obras de Henri
Bernstein, melodramas, operetas alemanas filmadas; me hechizaban los
puertos entre la bruma, los legionarios en el desierto, la corte de Rusia con
sus barbudos Rasputines, las cabalgadas por el Oeste, con ataque a la
diligencia.
Les Stars
(publicado en 1957)
Fascículo 9
Autocrítica
(publicado en 1959)
El juicio ético sobre el otro debe tener en cuenta el error, que no es una
falta moral, sino una falta intelectual: hay errores de hecho, como los han
cometido tantos engañados sobre la naturaleza del vichismo o del
estalinismo; existe el error sobre el sentido de la acción emprendida, el error
sobre el resultado esperado, etc. Entonces, la autocrítica nos exige que
evitemos la condena perentoria, irremediable, como si uno mismo no hubiera
conocido nunca el desfallecimiento ni hubiera cometido errores.
Fascículo 10
Fascículo 11
Le vif du sujet
(publicado en 1969)
Tras un nuevo periplo por las Américas, vivo una tragedia en Washington
donde se celebra un congreso mundial de sociología, caigo fulminado en el
Golden Gate Bridge de San Francisco, y me devuelven temblando de fiebre a
Nueva York donde, trasladado al Mount Sinai Hospital, me zambullo en el
olvido de todo y de mí mismo.
Fascículo 12
Fascículo 13
El caso Plozevet ilustra lo peligrosa que fue mi travesía del desierto de los
años 60. Y, sin embargo, aquellos años de desierto intelectual, sociológico,
filosófico, ideológico fueron para mí años de oasis en el plano personal. Me
uní al «cometa de amor que nos arrastra en su cabellera... gran comunicadora
que se acerca a todos y cada uno, quiere conocerle, lo abre... despierta y
desvela lo mejor de cada uno...» Viví trabajo y fiesta en el oasis de amistad y
paz, al margen del mundo parisino. El Palagio, Caldine, Orbetello, tres
lugares mágicos donde encontrábamos siempre amante hospitalidad. Y
existieron La Mourre, Tozeur, Hammamet, Sidi bou Said, Calenzana,
Argentario donde, bajó la égida del macho alfa Jean, formábamos una unida
familia de parejas; y no olvido el dulce período de encuentros en Neauphle-
le-Château.
Me devoraba el trabajo, devoraba la vida. En mi trabajo ponía mis
intereses, mis pasiones, mi vida. El amor nutría mi vida, que nutría mi
trabajo. En Sidi bou Said me sentía tan bien que trabajaba por la noche
mientras J. iba a bailar. Hacia las 4 de la madrugada, también yo iba a bailar
o, a veces, J. me encontraba, al regresar de la fiesta, ante mi manuscrito. En
Calenzana, mi mesa de trabajo estaba en la esquina de un gran salón donde
los amigos bailaban. De vez en cuando, una melodía me arrastraba y me unía
a los danzarines; luego volvía a mi mesa...
Fascículo 14
Rumor de Orleans
(publicado en 1969)
En sociología era cada vez más herético. Intervino el azar para lanzarme a
una sociología «en vivo», más desviada aún. En 1963, con ocasión de la
«Noche de la Nación» y a solicitud del director de redacción de Le Monde,
Jacques Fauvet, comencé a practicar una sociología del acontecimiento,
intentando extraer el jugo del suceso a partir de la sorpresa que provoca.
Cada vez me daba más cuenta de que las doctrinas rechazan, apartan,
anestesian, matan el acontecimiento que las molesta. Pensaba cada vez más
que era saludable interrogarse y dejarse interrogar por el acontecimiento.
Cada vez me interesaba más comprender cómo una crisis, pequeña o grande
(de la Noche de la Nación de 1963 a Mayo de 1968 y al rumor de Orléans de
1969), hace brotar del subsuelo una realidad invisible hasta entonces.
Fascículo 15
Diario de California
(publicado en 1970)
Fascículo 16
Tras un artículo mío en 1971, sobre Monod y Jacob, Henri Atlan vino a mi
encuentro y me inició en el pensamiento de von Foerster y en la teoría de la
auto-organización. Cierto desorden, en ciertas condiciones, podía producir
organización. Eso es lo que me confirmó la lectura de los artículos de
Prigogine sobre la constitución de las «estructuras disipativas» en
condiciones termodinámicas alejadas del equilibrio. Provisto desde entonces
de estas ideas básicas, podía aventurarme a una comprensión de la vida como
una auto-eco-organización. Por lo tanto, podía remontar hacia «arriba», en
dirección a una bio-antropología que renovara mi antropología general y
descender hacia «abajo», o más bien hacia la base, el mundo de la physis.
Fascículo 17
El diagnóstico formulado es: «La cultura está dislocada. Por un lado, las
«humanidades» empobrecidas que no saben conectarse a las fuentes
verificadoras (las ciencias) ni a las fuentes cotidianas del conocimiento (los
medios de comunicación) y que reflexionan en vacío. Por otro lado, una
cultura científica que, por principio, método y estructura, es incapaz de
concebir los problemas de conjunto y de reflexionar sobre sí misma. Por un
tercer lado, una cultura de los medios de comunicación, diariamente en
contacto con el mundo, el acontecimiento, la novedad, pero que sólo dispone
de débiles medios de reflexión» (Por esto otorgo gran importancia al comité
«Ciencia y ciudadanos» del CNRS, que se esfuerza por derribar los tabiques
del universo científico para responder a las necesidades cognoscitivas de los
ciudadanos).
En todas partes pues, en las ciencias, las técnicas, las humanidades, los
medios de comunicación, reinan las ideas generales hueras, sonoras y
resonantes aquí (las humanidades), ocultas allí aunque omnipresentes (las
ciencias), y seleccionadas en otra parte de acuerdo con su valor mercantil y de
consumo (los medios de comunicación). En todas partes se plantea la
necesidad de reflexión: «El ideólogo es incapaz de pensar, no sólo lo real sino
la ideología y su propia ideología; el técnico es incapaz de pensar, no sólo la
sociedad sino la técnica; el científico es incapaz de pensar, no sólo la
humanidad sino la ciencia... En todas partes un formidable impulso
civilizador, con el modo de vida urbano en todos sus aspectos, la lógica de la
máquina artificial, las presiones cronométricas, las sobrecargas, las
necesidades inmediatas, la prisa, la prensa, la fatiga nerviosa y física, tienden
a aniquilar cualquier posibilidad de revisar, reflexionar, repensar».
El intelectual tiene, pues, la tarea más difícil que se haya presentado nunca
en la historia de la cultura: resistir a todas las fuerzas que degradan la
reflexión y ser capaz de dirigir su reflexión hacia las aportaciones capitales de
las ciencias contemporáneas con el fin de intentar pensar el mundo, la vida, el
ser humano, la sociedad.
Fascículo 18
De la naturaleza de la URSS
(publicado en 1983)
Este libro, que pasó desapercibido para los sovietólogos, hoy está
traducido en Rusia y en Polonia.
Fascículo 20
Así, fui rechazado antes de ser amado, asesinado antes de ser adorado.
Debía morir para que ella viviera, ella debía morir para que yo viviese. Vivir de
muerte, morir de vida, esta fórmula de Heráclito que no ha dejado de
obsesionarme desde que la conocí, expresa la tragedia de esta génesis: mi
madre debía vivir de mi muerte, y morir de mi vida, como yo debía vivir de
su muerte y morir de su vida. Y ambos, el uno y la otra, nos salvamos de
milagro. He aquí, pues, el acontecimiento inicial de mi vida: nací en la muerte
y fui arrancado de la muerte. Fui amado y adorado durante diez años, y
luego fui abandonado. Tras haberle concedido, por dos veces, un
aplazamiento, la muerte se llevó a mi madre el 26 de junio de 1931. Entonces
aquella muerte me invadió por completo y yo la oculté por completo. Al
mismo tiempo, mi madre permaneció íntegramente viva en mí a lo largo de
toda mi vida. Esta muerte ha trabajado, sin cesar, mi vida. Nunca hablé de
ello hasta mis diecinueve años. Mucho más tarde supe, y tal vez aquello
trabajó también en mí, aunque en la más total inconsciencia, que aun antes de
nacer, pero ya fetalmente vivo, había sido condenado a muerte para que
viviera mi madre, condenada a muerte, a su vez, por mi nacimiento.
Fascículo 21
Tierra-Patria
(publicado en 1993)
A fines del siglo XX, creo que la ética de la comunidad podría ampliarse a
todos los humanos. Si propongo hoy la idea de Tierra-Patria, no lo hago en
absoluto para negar las solidaridades nacionales o étnicas, no lo hago en
modo alguno para desarraigar a cada uno de su cultura. Lo hago para añadir
un arraigo más profundo en una comunidad de origen terrestre y en una
consciencia, que se ha hecho vital, de nuestra comunidad de destino
planetario. Se añade a ello una comunidad de perdición, porque sabemos que
estamos perdidos en el gigantesco universo y que estamos todos condenados
al sufrimiento y a la muerte. La idea de Tierra-Patria no sustituye el
cosmopolitismo abstracto que ignoraba las singularidades culturales ni el
internacionalismo miope que ignoraba la realidad de las patrias. Aporta a la
fraternidad la necesaria fuente de la maternidad. No hay hermanos sin
madre.
¿Por qué, desde mis quince años, la política ha estado presente en mí? Veo
ahora que la política ha sido y sigue siendo para mí, a través de mis propios
avatares y todos los avatares de la Historia, mi modo de estar enlazado. Sí, es
mi vínculo con la sociedad y con la humanidad. Perdí la religión de salvación
terrestre, pero no perdí la religión del enlazamiento. Pasé del enlazamiento
profundo de la salvación colectiva al enlazamiento profundo de la religión
común. Y mi constante mito de la fraternidad, que procede de las
profundidades de mi destino huérfano, no ha dejado de enlazarme por el
espíritu, por el corazón a los hermanos y hermanas en humanidad. Él es
quien reverdece y florece de nuevo, de modo postrero, en Tierra-Patria.
Fascículo 22
Mis demonios
(publicado en 1994)
Cuando veinte años más tarde, decidí emprender este libro, descubrí que
mi intención inicial defensiva-ofensiva había derivado y evolucionado hacia
una intención comprensiva y explicativa. Mi proclama de salida (No soy de los
vuestros) se redujo a un solo capítulo y luego, finalmente, desapareció. No
quería ya definirme por oposición a los demás, quería reconocerme en mis
ideas-fuerza. Sentí progresivamente la necesidad de saber cómo y por qué
creo lo que creo, cómo y por qué pienso como pienso y, a fin de cuentas,
reexaminar lo que pienso en la misma raíz.
Nietzsche decía: «He puesto siempre en mis escritos toda mi vida y toda
mi persona... Ignoro lo que son los problemas puramente intelectuales.» No
soy de quienes tienen una carrera, sino de quienes tienen una vida. Sin
embargo, no he querido decirlo todo de mi vida ni tampoco he querido
desvelar lo más íntimo de mí mismo. Ciertamente hay en este libro incesantes
evocaciones de vida, incesantes interferencias del alma y de la carne. Pero,
inevitablemente, faltará mucha alma y mucha carne. Los amigos de los que
hablo aparecen, en consecuencia, como satélites o fantasmas. He rodeado los
amores aunque nunca he podido vivir sin amor: diría, incluso, que sin alta
combustión amorosa nunca habría tenido el valor de emprender La Méthode.
El Método
[Su obra El Método está compuesta por cuatro volúmenes publicados en diferentes
fechas: La naturaleza de la Naturaleza (1977), La Vida de la vida (1980), El Conocimiento
del conocimiento (1986) y Las Ideas (1991)]
Recomenzar el aprendizaje
Tuve que aguardar a los años 1968-1970, es decir a mis cincuenta años,
para recomenzar un aprendizaje en el que ideas y teorías, desconocidas
entonces para mí, procedentes de horizontes muy distintos, me marcan de
modo decisivo. Fue una extraordinaria confluencia de aportaciones que
interactuaron las unas sobre las otras. El trabajo de reunión, confrontación,
problematización, transformación, complejización de todos estos materiales
operará mi tercera y última reorganización genética. Sin estas aportaciones no
habría podido intentar la nueva y última aventura, la que me permitió
concebir por fin lo que siempre ha sido mi problema, el del pensamiento
complejo capaz de aprehender la solidaridad de los problemas, incluyendo la
indisociabilidad del problema antropo-bio-cosmológico. El trabajo de
reorganización proseguirá durante la propia redacción de los cuatro tomos de
La Méthode, desembocando en la constitución de una nueva constelación
paradigmática.
Fascículo 24
Redacción de la obra
Fascículo 25
De los contenidos
Además, en el mismo libro quise mostrar que las ideas no son sólo útiles
intelectuales, que son también entidades posesivas. Al igual que para un
Dios, somos servidores de la idea que nos sirve. Al igual que por un Dios,
podemos vivir y morir por una idea. Las ideas nos manipulan más de lo que
las manipulamos. Al servicio de la idea, las palabras adquieren poder de vida
y muerte. Quienes, al mismo tiempo, están poseídos por una idea y poseen de
un poder, tienen la oportunidad de liberar lo más monstruoso que hay en
ellos, el goce de torturar entre otras cosas.
Fue siempre el choque entre dos ideas contrarias lo que suscitó cada uno
de mis libros. En La Méthode la dialógica substituye de modo irrevocable la
dialéctica; elaboro y defino la dialógica como asociación de instancias
complementarias y antagonistas a la vez, y considero las innumerables
dialógicas particulares en el mundo físico, el mundo vivo, el mundo humano.
El cosmos es caosmos. El mundo físico es el producto de una desintegración
organizadora; no es posible concebirlo sin referirse a un tetragrama
incomprensible orden-desorden-interacciones-organización: estos cuatro
términos son, a la vez, complementarios, concurrentes y antagonistas.
Introduzco la contradicción en la idea de organización, puesto que ésta es, al
mismo tiempo, más y menos que la suma de las partes que la constituyen y
comporta un antagonismo interno. Del mismo modo, la vida es ininteligible si
no se apela a la dialógica: el ser vivo vive a la temperatura de su propia
destrucción, vive de muerte y muere de vida, es autónomo-dependiente,
auto-eco-organizador. La relación entre el individuo humano, la especie y la
sociedad es también dialógica: poseemos genes que nos poseen; poseemos
ideas y mitos que nos poseen; somos engendrados por la sociedad que
engendramos.
Fascículo 26
Y he aquí lo que creo descubrir hoy. Sólo pude elaborar La Méthode porque
pude operar una confluencia y un enlace entre mis dos culturas sucesivas.
Una primera cultura, la de mis estudios, mis curiosidades en las humanidades
y mis trabajos en las ciencias humanas alimentaron mi necesidad de situar
todo saber y todo examen en la historia, y mi necesidad, justificada por Marx,
de articular unos con otros los saberes disciplinarios. Mi experiencia en
ciencias humanas me dio la posibilidad de comprender la importancia
antropológica, cultural y civilizacional de lo imaginario y de los mitos, y
contemplar así, de modo multidimensional, tanto el hombre como la
sociedad. Luego, la experiencia de la sociología del presente me incitó a no
disolver nunca lo concreto, los acontecimientos, los seres, la existencia en
abstracciones teóricas. Mi experiencia política me aportó el fortísimo
sentimiento de la dificultad de evitar el error y la ilusión en las ideas y
creencias. Mientras el científico de ciencias físicas cree poseer todos los
medios experimentales y lógicos para excluir el error y lo irracional, yo he
aprendido, por mi parte, que la mayoría de estos científicos tan rigurosos en
sus trabajos eran, en sus opiniones y juicios políticos, unos bebés-probeta:
pues no es posible extraer los fenómenos y los acontecimientos del mundo
para meterlos en laboratorios artificiales. El gran e incontrolable laboratorio
de la vida está irremediablemente sometido a torbellinos y cataclismos.
Sin rechazar, pues, esta cultura del mundo político, de las humanidades y
de las ciencias humanas, muy al contrario, precisamente en el mantillo de esta
cultura, me lancé a otra cultura, a partir del momento en que pude entrar en
las «tres teorías» (cibernética, información, sistema). Encontré las
herramientas conceptuales que utilicé entonces, modificadas, articuladas,
complejizadas. La complejidad, siempre encontrada hasta entonces, aunque
nunca reconocida, alimentó la búsqueda que me permitió denominarla, hacer
su teoría, desprender su paradigma. La Méthode, producto de mi desarrollo en
mi nueva cultura, es de hecho el fruto de la cópula entre mis dos culturas.
Ahora bien, ¿qué significa esta cuestión sino que la ciencia debe perder su
respeto hacia la ciencia y que la ciencia debe cuestionar a la ciencia?
Pero entonces. ¿qué es la ciencia? Aquí debemos darnos cuenta de que esta
cuestión no tiene respuesta científica: la ciencia no se conoce científicamente y no
tiene ningún medio para conocerse científicamente. Hay un método científico
para controlar y considerar los objetos de la ciencia. Pero no hay método
científico para considerar la ciencia como objeto de ciencia y todavía menos al
científico como sujeto de este objeto. Hay tribunales epistemológicos que, a
posteriori y desde el exterior, pretenden juzgar y contrastar las teorías
científicas; hay tribulanes filosóficos donde la ciencia es condenada por
defecto. No hay ciencia de la ciencia. Incluso puede decirse aquí que toda la
metodología científica, enteramente abocada a la expulsión del sujeto y de la
reflexibilidad, mantiene esta ocultación en sí misma: «La ciencia sin
conciencia no es más que la ruina del alma», decía Rabelais. La consciencia
que falta aquí no es la consciencia moral, es la consciencia sin más, es decir, la
aptitud para concebirse a sí misma.
Desde ahora, si queremos ser lógicos con nuestra intención, tendremos que
asumir necesariamente el problema de la ciencia. La misión es cada vez más
imposible. Pero la dimisión resulta ahora todavía más imposible.
¿Por qué hablar de mí? ¿No es decente, normal, serio que, cuando se trata
de ciencia, de conocimiento, de pensamiento, el autor se eclipse detrás de su
obra y se desvanezca en un discurso que se ha vuelto impersonal?
El material publicado por Civilizar, está editado de la obra de Edgar Morin Mis demonios. ©
Editorial Kairós, Barcelona, 1995. © Traducción: Manuel Serrat Crespo, 1995.
La edición del fascículo 27 se tomó de su obra El Método, tomo 1, La naturaleza de la
Naturaleza. © Ediciones Cátedra, Madrid, 1986. © Traducción: Ana Sánchez et al.